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DIRECTORIO Febrero 2014

Año 2, número 16

Director José Luis Barrera Mora

Editor

Luciano Pérez

Coordinador Gráfico Juvenal García Flores

Registro Fotográfico Alda Cristina Ardemani

Web Master

Gabriel Rojas Ruiz

Consejo Editorial Agustín Cadena

Alejandro Pérez Cruz Alejandra Silva

Fabián Guerrero Fernando Medina Hernández

Ilustraciones

Pag. 3: San Valentín, Lucas Cranach. Pag. 4: Fiestas lupercales, autor desconocido. Pág. 6: Emblema imperial y real de Austria

Hungría. Pág. 7: Kaiser Guillermo II. Pag. 10: Mode lo desnuda en medio de ruinas,

Luis Morales Pag. 25: Burlesque Garibaldi, autor

desconocido Pag. 27: Santa María Egipciaca, José de Ribera.

Ave Lamia es

un esfuerzo editorial de:

Director

Juvenal Delgado Ramírez

www.avelamia.com

Reserva de Derechos: 04 – 2013 – 030514223300 - 023

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Ave Lamia

@ave_lamia

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ÍNDICE

EDITORIAL

IMAGEN DEL MESSOMETIDA de Juan Antonio Mojica

BALADA DE LA LOBA Y EL MUÑECO

ENAMORADO Luciano Pérez

LOVE AMONG THE RUINS (–AMOR ENTRE RUINAS Leticia Vázquez

PALACIO DE MINERÍATinta Rápida

LE CHANSON DU LE MORT

(dos de tres) Otakusama Orochi

LILITH Luis Pineda Villaseñor

MANUELA Hosscox Huraño

TRES TEXTOSFriné Zapata

POEMA Adán Echeverría

EPITAFIO José Luis Barrera

CINCUENTA AÑOS DE MARY POPPINS Luciano Pérez

CARTELERA DE FEBRERO

ORQUESTA SINFÓNICA NACIONAL

SOBRE LOS AUTORES

Pag. 4: Fiestas lupercales, autor desconocido. Emblema imperial y real de Austria -

lo desnuda en medio de ruinas,

Pag. 27: Santa María Egipciaca, José de Ribera.

ÍNDICE

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IMAGEN DEL MES de Juan Antonio Mojica 5

BALADA DE LA LOBA Y EL MUÑECO

Luciano Pérez 6

LOVE AMONG THE RUINS AMOR ENTRE RUINAS–)

Leticia Vázquez 10

PALACIO DE MINERÍA 11

LE CHANSON DU LE MORT

Otakusama Orochi 14

Luis Pineda Villaseñor 21

Hosscox Huraño 24

TRES TEXTOS 27

Adán Echeverría 30

José Luis Barrera 31

CINCUENTA AÑOS DE MARY

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CARTELERA DE FEBRERO ORQUESTA SINFÓNICA NACIONAL 35

SOBRE LOS AUTORES 37

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Lo peor de febrero son los globos, los recuerdos, los adornos, las cajas de chocolates y toda suerte de detalles en forma de corazón. Detestable a todas luces son las cursis y sobadas frases de amor, la insaciable mercadotecnia que adopta festividades con fines comerciales, las demostraciones románticas de un día, en fin, la “melcocha” a mansalva. Y como el amor está perdiendo su identidad y valía a manos de las grandes corporaciones como El corte inglés (quienes idearon por primera vez secuestrar a San Valentín); y que para abarcar aún más agregan de paso a la amistad como moneda de cambio, no estamos en posición de festejar el “día del amor y la amistad”. Que las revistas frívolas y los dizque poetas románticos se encarguen de celebrar esta fecha. Ave Lamia seguirá teniendo presentes todas las vertientes del amor y sus declives en palabras de nuestros colaboradores durante el año como les venga en gana, ya que es más natural la presencia eterna del amor, que la circunscripción de tan vasto sentimiento en un día específico para saciar el apetito mercantil.

En febrero cada quien está libre de honrar a San Valentín en los parques o a Lupercus en los moteles, sin embargo también somos muchos los que nos negamos a ponerle precio a las hormonas.

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Pero en este febrero no podemos omitir las fiesta de los libros y su acervo de emociones, que celebrará su edición treinta y cinco dentro del bello e histórico Palacio de Minería. Y tampoco vamos a olvidar nuestro origen matriarcal teniendo la infaltable presencia femenina con sendas presencias: Lilith y Mary Poppins, dos versiones de la mujer no tan disímbolas como lo parece. La mujer y los libros, por si se tiene la idea de que en Ave Lamia no entendemos del amor.

Y como la tradición popular dicta “enero y febrero, desviejadero”, lo que tendremos que celebrar con absoluta efusividad es la edición febrero en tanto no se sepa quién de nosotros ha de sobrevivir a este bimestre fatal.

Febrero entre el amor y el desviejadero: que cada quien asuma su papel.

José Luis Barrera

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Imagen del mes

Sometida

Juan Antonio Mojica

El cronista no salía de su asombro ante lo que había escuchado. ¿Cómo que el padre de la niña era un muñeco? Casi tartamudeando, le dijo a la princesa:

– Perdone usted, pero no sé a lo que se refiere con lo de muñeco. ¿Acaso quiere decir usted que se trata de un hombre muy agraciado, o…

Ella lo interrumpió al instante con impaciencia:

–¿Agraciado el miserable Horthy? Déjeme contarle cómo estuvo eso.

La loba mandó traer más café y moka. Comenzaba a anochecer, y la luna se veía ya por algún lado del cielo, próxima a brillar mucho para volver locos a los coacal-quenses, que de por sí ya parecían estarlo. Se inició su narración.

Balada de la loba y el muñeco

enamorado

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“Cumplí quince años. Se me hizo una gran fiesta y mi abuelo Loki me trajo muchos regalos. Él y mi padre bailaron conmigo el Tepito Waltz tradicional, y la pasé muy feliz ese día, o más bien esa noche. Claro, me hizo mucha falta mi madre, en ese momento su ausencia fue muy sentida por mí. Se murió porque algo le falló en el corazón, quizá debido a un exceso de sobresaltos por causa de mi padre lobo, quien jamás le fue fiel, aunque siempre la tuvo en buena situación económica. Mi hermana Marilyn aún no caía en las garras de Dios el Padre, pero ya no faltaba mucho para eso; y mi hermana la gorda todavía no conocía a su anciano marido, y se había embarazado, al parecer por causa de un conductor del metro de Mexicópolis. Le dijo

él: “¡Súbete!”, ella lo hizo, a los pocos días se fueron a bailar a La Maraka, y a los pocos días o semanas la gorda se sintió rara, se desmayó, y luego el médtendría bebé. Pero esto no tiene mayor importancia contarlo, de todos modos el hijo que tuvo se lo regaló a mi padre, sólo que éste tampoco lo quiso, y lo fue a tirar no sabemos dónde. Quizá al infierno de mi tía Hela. O de plano más

también amigos, aunque éstos como que se intimidaban conmigo. Algunos de ellos intentaron ser mis novios, entre ellos un vaquero texano, que con todo y espuelas quién sabe qué andaba haciendo por acá, sólo colmillos se regresó huyendo a su tierra, una noche que quiso besarme. Se subió a su caballo, y desapareció. Pues bien, de todos los regalos que recibí en mis quince años, los de mi abuelo Loki fueron para

Balada de la loba y el muñeco

enamorado Fragmento de la

él: “¡Súbete!”, ella lo hizo, a los pocos días se fueron a bailar a La Maraka, y a los pocos días o semanas la gorda se sintió rara, se desmayó, y luego el médico le diagnosticó que tendría bebé. Pero esto no tiene mayor importancia contarlo, de todos modos el hijo que tuvo se lo regaló a mi padre, sólo que éste tampoco lo quiso, y lo fue a tirar no sabemos dónde. Quizá al infierno de mi tía Hela. O de plano más bien se lo comió.

“Tenía yo muchas amigas y también amigos, aunque éstos como que se intimidaban conmigo. Algunos de ellos intentaron ser mis novios, entre ellos un vaquero texano, que con todo y espuelas quién sabe qué andaba haciendo por acá, sólo que al ver mis colmillos se regresó huyendo a su tierra, una noche que quiso besarme. Se subió a su caballo, y desapareció. Pues bien, de todos los regalos que recibí en mis quince años, los de mi abuelo Loki fueron para

Balada de la loba y el muñeco

Fragmento de la novela Crónicas de

Tepito-Asgard

Luciano Pérez

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mí los más apreciados. Uno de éstos fue una caja, creí que adentro había una guitarra pues eso parecía ser por su forma, pero resultó ser un muñeco feo, vestido como oficial de la marina de Austria-Hungría. Se llamaba Horthy, y no lo consideré mal regalo por su originalidad, por lo bien hecho que estaba, de tal modo que parecía una persona de verdad. De momento no le hice mayor caso, cerré la caja y la guardé en el closet de mi recámara. Ya vivíamos entonces en este palacio, que mi padre mandó construir a imitación de los de Europa Oriental. Aunque nórdico, apreciaba él mucho a los rumanos y a los húngaros, por estar tan llenos de lobos. Esa madrugada, ya casi al amanecer, una vez concluida la fiesta, me dormí profunda-mente.

“Desperté casi a las doce de la mañana, y Marilyn, que me quería y veía por mí como una hija (ya no lo hace porque le dije que aborrezco a Dios el Padre), tocó a mi puerta, llamándome a almorzar, ya no era el momento del desayuno. Busqué mis zapatos y no encontré ninguno. Bostezando vi por todos lados de la recámara y no hallé nada. Entonces tuve que abrir el closet para ver si ahí estaban, y he aquí que Horthy estaba fuera de su caja, y con voz de títere burlón me dijo: “Yo tengo todos tus zapatos, pero no te los daré hasta que me digas que me quieres”. Yo, algo cruda por las varias botellas de cerveza Hermann Teppis que me bebí durante la fiesta, apenas pude decir con incredulidad: “¿Qué?” Y él, con sus grandes cejas negras, rostro colorado, ojos muy os-

curos y rasgados, bigotes engomados a lo Káiser Guillermo II, cabello lacio de corte militar, volvió a hablar: “Digo que te devolveré tus zapatos hasta que me quieras”. ¡A mí con eso! Le di un empujón en el pecho con mi mano, y me puse a buscar entre todo el tiradero del closet, pero no hallé ni un solo zapato. Y eso no podía ser, porque siempre he tenido muchos y de todos los estilos y colores; el caso es que no había ninguno. Horthy, con su sonrisa de loco, dijo: “¿Lo ves? No hay nada. Yo los tengo todos, en otra dimensión. Son para mi colección particular”. ¿A mí con eso? Le di dos bofetadas, así como hago ahora con la hija que tuvimos. Pero el infeliz sólo se reía.

“Estaba yo muy cansada y todavía borracha como para estar peleando, así que decidí negociar, por lo que le dije al maldito muñeco: “De acuerdo, te quiero. Ahora regrésame mis zapatos”. Claro que este “te quiero” fue dicho sin ninguna convicción, nada más para salir del paso, y por supuesto que no había intención por parte mía de querer a ese estúpido juguete de ventrílocuo, tan feo que estaba. Él, irónico, dijo: “Entiendo que no me quieras, aunque lo hayas dicho. De hecho es como si no me dijeras nada. Pero no importa,

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de todos modos lo dijiste, aunque haya sido a la fuerza. Te devolveré tus zapatos. ¿Cuáles quieres primero?” Ya desesperada, grité: “¡Ya estuvo bien! ¡Los quiero todos y ahora mismo!” Respondió, socarrón: “¡Desde luego! A la nieta del gran dios de las travesuras no es posible negarle nada. Por lo tanto, te devuelvo todos tus zapatos, bajo una condición”. Bueno, ya que había disposición de su parte, me calmé y le pregunté: “¿Cuál es?” Él saltó del tiradero de ropa hacia fuera del closet, cayó de rodillas y se puso de pie; me llegaba un poquito arriba de la cintura, y empezó a caminar por la recámara con una actitud muy marcial. Me dijo: “Yo, el oficial von Horthy, nacido en Buda junto a Pest, miembro de la insigne armada del imperio de Austria y del reino de Hungría, solicito que la hija del lobo Fenrir, aquel lobo hijo de Loki que le arrancó la mano al dios Tyr, me conceda el honor de ser yo mismo quien le ponga a usted los zapatos”.

“Me eché a reír, y de un salto me senté en la cama y extendí el pie derecho. Y él extrajo, no sé de dónde, una de mis zapatillas negras de tacón alto y me la colocó. Hizo luego lo mismo con mi pie izquierdo, y al levantarme sentí que era yo mucho más alta, aunque no lo soy tanto, en comparación con Horthy,

quien me observaba con gran admiración, abriendo los ojos lo más que pudo, tal vez para aminorar lo rasgado de éstos. Al verlo pensé en los hunos de Atila, así como en los herreros del submundo, los nibelungos. No cabía duda que él era como un hijo de la estepa y de la niebla, y pensé en que si mi abuelo me lo dio fue para que me sirviese de algo, así que decidí darle órdenes, como si fuera yo su reina y emperatriz. De todos modos ya tenía yo el carácter autoritario que hoy me distingue. Por lo tanto le dije: “¡Horthy! Arregla cuanto antes y con sumo cuidado mi recámara. Tengo que almorzar con mi hermana, así que regreso en un rato y quiero todo bien ordenado”. Y es que

Marilyn estaba ya a punto de derribar la puerta con sus impertinentes toquidos y súplicas: “¡Betis, Betis, es hora de almorzar”. El muñeco se llevó la mano enguantada en blanco a la sien derecha como saludo militar, y yo me salí haciendo mucho ruido con los altos tacones. Cerré con llave mi habitación, y mi hermana quiso regañarme, pero yo me fui de inmediato hacia el comedor, estremeciendo las escaleras con mis fuertes pasos. Marilyn me decía, atrás de mí, muy preocupada: “Hermanita, no camines así, te vas a estropear la columna. Ya te he dicho que estás muy joven para usar zapatillas así”. Pero yo, insolente que soy, hice más escándalo en el piso,

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y tan sólo oí que mi hermana decía para sí misma: “¿Qué voy a hacer con esta muchacha?” No pudo solicitar-

le ayuda a Dios el Padre, porque aún no lo conocía. Sabía de Dios el Hijo, mi madre le habló alguna vez de

Él, pero no entendió gran cosa”.

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Leticia Vázquez Todo en su conjunto es amor y todo en su conjunto son ruinas. Puedo verlos a los dos, puedo ver el sentimiento, el color, los detalles, las espinas, las texturas, puedo ver también una historia. Puedo ver el frío, el amor y las ruinas, y la muerte... Yo los conocía a ellos, a todos. Los conocí a ellos y así he conocido a quienes son como ellos. Siempre existirán mientras haya enamorados en el mundo. A ella la recuerdo de azul, la recuerdo pálida, enfermiza; pero rebelde. Era única, suave, tenía pasión; aunque no era como una llama, era más bien como la nieve...fría. “La nieve también puede producir calor si se aplica adecuadamente”, le contestó a mi camarada cuando él criticó, erróneamente, su falta de sensualidad. Y fue esa frialdad lo que la acercó a ella; se propuso vencerla, derretirla. ¿Quién vencería, el fuego, o la nieve? Si el calor consume, da vida, excita; el frío paraliza, conser-va, estremece... Pero también quema y también se extingue, se vence.

Paseos, conversaciones, recuerdos. El tiempo es cruel y no perdona, es como la muerte. Sus ojos grises y bellos, sus ojos bellos son brillo. Más pálida y más fría, nunca supo lo que era el calor. Todo fue frío. Los recuerdo a los dos; la recuerdo en sus brazos, con su vestido azul. Tan pálida, que el azul la absorbe, ella toda es azul. Su corazón...Sangre que hiela, sangre que quema. Recuerdo que era el último día entre las ruinas, entre las espinas, las flores de durazno. El último día entre el amor y el frío. Él la sostiene fuerte-mente, viste un traje negro, su traje negro, tan negro que los dos se ven más pálidos, tan negro que ella se ve más pálida.

Al día siguiente la despedi-mos, la despidió él, quien si-guió el camino de ella: seenfrió, ella lo enfrió. Y a los tres días, se fue....para siempre. Mejor así, vivir con frío y con tristeza, no es bueno para nadie.

Love among the ruins (–Amor entre las ruinas–)

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En 1773, por cédula real, se formalizó el gremio de la minería en Nueva España, y en 1774 los señores Joaquín Velázquez de León y don Lucas de Lessaga, re-presentantes de este gremio, considerando la importancia económica de esta actividad, propusieron al rey Carlos III que se enseñara la minería. Es así que el 22 de mayo de 1783 se promulgó la ley en la que en el primer artículo se dispuso de la creación del Real Colegio de Minas de la Nueva España. Ya para 1778, los mismos impulsores del colegio promovieron la creación del Seminario de Minería, estableciéndolo en una casa vecina al hospital de los agustinos descalzos, hoy calle de Guatemala 90, inaugurado el primero de enero de 1792.

En 1793, este colegio le compra a la Academia de San Carlos el predio donde se ubica el Palacio de Minería, y lanzan un concurso para su construcción, mismo que gana el arquitecto y escultor valenciano Manuel Tolsá (1757-1816), quien construye este edificio entre el 22 de marzo de 1797 y el 3 de abril de 1813, quedando inscrito como una de las obras maestras de la arquitectura neoclásica de América. En su inauguración albergó al Real

Seminario de Minería y Real Tribunal de Minería, y con el paso del tiempo ha sido sede de diferentes organismos e instituciones oficiales: en 1877 el Ministerio de Fomento, la Escuela Superior de Niños, la Sociedad Agrícola; tiempo después, la Escuela Nacional de Jurisprudencia, y en 1909 fue recinto de la Cámara de Diputados. Luego de la Revolución sirvió de sede a la Secretaría de Agricultura y Ganadería. Un año más tarde formó parte de la Universidad

Palacio de Minería

Tinta Rápida

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Nacional y en 1959 se le otorga la categoría de Facultad de Ingeniería. Cabe mencionar que el Palacio de Minería durante la Revolución Mexicana sirvió como cuartel, y en su momento estuvo considerado para ser la man-sión imperial de Maximiliano de Habsburgo hasta que éste decidió tornar hacia el Castillo de Chapultepec.

El edificio, construido en tres cuerpos (planta baja, entresuelo o sótano y primer nivel), cuatro fachadas (principal, dos laterales y posterior), un patio central y cuatro secundarios tiene revestimiento de cantera, y es de resaltar el vestíbulo en donde desde el siglo XIX están los meteoritos en-contrados por el ingeniero en minas Antonio del Castillo; además de su amplio patio principal, porticado en planta cuadrangular y adosado con columnas de orden dórico en la parte inferior y jónicas en la parte superior.

Es de destacarse la Biblio-teca Histórica que es un salón oval cubierto por un plafón artesonado con mascarones, vitrinas y gabinetes de madera y cuyo fondo data del siglo XVI hasta principios del XX; tam-

bién la capilla, que cuenta con magníficas obras del pintor valenciano Rafael Jimeno y Planes (1759 – 1825); asimis-mo, el Salón de Actos, y el Sa-lón Rojo o del Rector. Debe tomarse en cuenta que para visitar estos tres últimos se requiere de permiso especial. El Palacio de Minería actualmente es sede del Museo Manuel Tolsá, del Acervo Histórico y el Centro de Documentación “Ing. Bruno Mascanzoni”.

Por los problemas de cimentación propios de la Ciudad de México fueron necesarias varias remodela-ciones, siendo la última en

Capilla

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1979, tras la cual se decidió convertir el Palacio de Minería en la sede permanente de la Feria Internacional del Libro, cuyo antecedente se encuentra en la Feria del Libro y de las Artes Gráficas, impulsada por José Vasconcelos en 1924, siendo este mismo recinto el destinado para realizarla. En 2014, la FIL del Palacio de Minería cumple su edición XXXV, teniendo como estado invitado a Morelos.

Biblioteca histórica

Feria Internacional de Libro

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Otakusama Orochi

Un vaso de leche cae sobre la alfombra. El niño grita y ríe, celebrando la travesura, a la expectativa de la reacción de su niñera. Espera hacerla rabiar, y con ese motivo, salta sobre los sillones y lanza las galletas al techo para despedazarlas y hacer llover migas azucaradas. Pero Galia no le pone atención. Debe memorizar una larga oda en hitita, y la pronunciación no es nada amigable. Por si fuera poco, tiene que cantarla.

– ¡Mira, mira lo que hago! ¡Mira, mira!

El niño salta sobre los sillones, aleteando como una abeja. Galia le responde, sin perder atención sobre la hoja.

– Genial, Morris, genial, te veo. Un adolescente, el hermano mayor, se planta a su lado.

– Quítate la ropa.

Galia está concentrada en descifrar un raro diptongo.

– No.

El chico insiste.

– Todas las criadas que trabajan en la casa se quitan la ropa cuando papá se los pide.

– Yo no soy una criada. Soy su niñera.

Allá, arriba de las escaleras, en las habitaciones, se escucha el televisor a todo volumen. Los gemelos de nueve años están jugando videojuegos lo más escandalosamente posible. Galia ve su reloj. Diez minutos antes de las seis.

– Bien, engendros – dobla cuidadosamente la hoja de su lección y la guarda en el bolsi-

llo del pantalón – ¡Hora de dormir!

– Estás loca.

– ¡De ninguna manera!

– ¡Aún no se hace de noche!

Galia se aclara la garganta. Sube a apagar el juego de los gemelos y se los trae cargando como dos cerditos retorciéndose. Los planta en el sofá, a un lado del adolescente precoz y el niñosaltarín de cuatro años.

– Ahora, escuchen.

Un melodioso arrullo se expande como el aroma de un

Le chanson du le mort (Dos de tres)

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perfume. Los niños poco a poco le prestan atención, dejan sus travesuras y centran su mirada en Galia. Incluso el chico mayor se tranquiliza, recostándose a un lado de sus hermanitos. En pocos minutos, los cuatro malcriados pe-queños están profundamente dormidos. Galia termina su canción.

– Hora de trabajar.

Los niños, sonámbulos ahora, se ponen de pie.

– Jack, ve a la cocina, lava los trastos, limpia el helado derretido que embarraron por todo el piso, recoge los restos de comida y acomoda la estantería. Morris, arregla de nuevo la sala, limpia la leche, las galletas y los caramelos aplastados de la alfombra, y cuando termines, haces tu tarea. Dylan y Dorian, suban y acomodan su habitación y la de sus hermanos, guarden sus juguetes, al finalizar, también hacen la tarea.

Galia da una enérgica palmada.

– Vayan.

Los niños, obedientes, realizan las tareas asignadas, sin rechistar. Aun los más pequeños se abocan a su labor, dejando de lado su actitud destructora. Cuando el reloj daba las nueve y cuarto, Galia supervisó las labores de los más pequeños y los man-

dó a acostar, después de ponerse la pijama y cepillarse los dientes. Con el mayor, se detuvo una hora y media más, para indicarle que hiciese sus trabajos escolares y sacara la basura antes de, finalmente, irse a dormir.

– Bien, ahora sigamos con esto –. Galia saca la hoja de papel, y ya más cómoda, continúa su estudio, por unos minutos más, pues el ruido de un coche entrando al garaje le decía que los señores de la casa habían regresado de la cena de gala. La encontraron tomando un vaso de agua, en la barra de la cocina.

– ¡Galia, eres magnífica! – dice al verla la Sra. Morsten – Las otras niñeras me dejan hecha la casa un campo de guerra, y, dime, cariño, ¿los niños no te causaron problemas esta vez? ¡Es que son tan inquietos!

– No, señora – responde Galia, poniéndose la chaqueta y cerrándosela.

– Superas mis expectativas, jovencita. Bien, por haber soportado a mis retoños… – la

Sra. Morsten abre su cartera y le da un billete – Y otra cosita más, tengo algo de ropa de uso, algo que mi Jennycompró y ya no le sienta, sólo un par de chaquetas, por si te interesa.

– Gracias por el detalle, Sra. Morsten. Espero que a su hija le vaya bien en su viaje de estudios. Si me disculpa, quiero irme temprano. Me hecambiado de casa y aún tengo equipaje que desempacar. Además, la señora con quien vivo ahora es muy estricta con mi hora de llegada.

– ¡Por supuesto, querida! George, George… – La Sra. Morsten llama a su esposo, que esta entretenido en el vestíbulo quitándose el abrigo y revisando mensajes en su teléfono celular – La niñera va de salida, dale la bolsa que está en el armario del salón. Ah, y Galia, te espero en dos semanas, no me vayas a fallar.

– No lo haré, Sra. Morsten.

Galia hubiese preferido caminar doce cuadras en la

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medianoche que ser llevada en auto por el Sr. Morsten. Primeramente porque el Sr. Morsten era considerablemente feo, y debía únicamente su éxito y su matrimonio al próspero negocio de bienes raíces que poseía. Su plan original era salir corriendo, pero cuando el hombre, que sólo tenía que abrirle la puerta, le ofreció insistentemente llevarla a casa, se le acabaron las esperanzas de desaparecer. Así que ahora está sentada en el lugar del copiloto, encogida y tratando de establecer el menor contacto visual con su jefe. Cosa por demás difícil, porque él no cesaba de buscar tema de conversación.

– Me comentaste alguna vez que estudias música, ¿cierto?

– Sí, señor. Pero es algo autodidacta, podría decirse.

– Conozco al director de la mejor academia de canto de la ciudad. Podría conseguirte una entrevista.

Galia no contesta. El Sr. Morsten continuó a la ofensiva.

– Como ya tienes tiempo trabajando en la casa, me permití comprarte un pre-sente. Está debajo de tu asiento.

– No es necesario, señor.

– Anda, sácalo. Pero, aquí entre nos, no se lo comentes a Milfred, es un poco celosa, tu sabes, y si ella se entera de que me inspiras… simpatía, podría ponerse un poco pesada contigo.

Con recelo, Galia se inclina y extiende el brazo por debajo del asiento para sacar un pequeño paquete envuelto con papel de seda. Al ver que ella ya lo tenía entre sus manos, el Sr. Morsten añade con una coquetería grotesca.

– Ábrelo cuando estés en tu habitación. Ojala y sea tu talla.

A Galia, una chica capaz de cantar en arameo y de estrellar el concreto con la voz, se le traban las palabras en el espacio existente entre los dientes y la lengua. Por suerte, están ya frente a su casa, y Galia abre precipitadamente la puerta del auto y salta hacia la calle. La

presencia de su tutora, la Sra. Ünterdorf, nunca le había resultado tan acogedora como hasta este momento.

– Galia, llegas quince minutos tarde –. Indica severa la anciana, haciendo guardia en las escaleras del pórtico de la casona semiderruida.

– Lo siento, Señora…

– Si me permite, es entera-mente mi culpa – interviene el Sr. Morsten, haciendo aparición por su lado del vehículo –, yo retrasé involuntariamente a la señorita…

– Gracias por la explicación, pero sigue siendo culpa de Galia, por permitir ser retrasada. Ahora, si nos disculpa, buenas noches.

Anciana y joven entraron a la casa, y Galia no se molestó en voltear a despedirse de su jefe. Desde la ventana pudo

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comprobar su avinagrada faz y cómo arrancaba para alejarse lo más pronto de allí.

– ¡Me ha salvado, Sra. Ünterdorf! Ese asqueroso tipo…

– Canario.

– Pero está dormido.

– Canario.

La Sra. Ünterdorf regresa a su sillón de orejas junto al calentador, mientras Galia se quita la chaqueta y deja por allí el enigmático regalo de su jefe, encima de la bolsa de papel donde estaba guardada la ropa que le habían regalado.

– Si usted dice canario…

La chica imita a la perfección el canto del pájaro. Se puede ver la contorsión en su garganta, al emitir el dulce trino del animalillo.

– Tenemos tiempo para un par de lecciones. Cambia a calandria. Ah, y dale de comer a las aves.

La chica obedece ambas indicaciones. Mientras canta igual que una calandria, rebusca entre la polvosa despensa un saco de semillas que alimentará a los otros huéspedes. La Sra. Ünterdorf tiene una completa colección de pájaros alojados en jaulas, y la casa parece un aviario. Pero las aves llegaron

después de que la anciana tomara a Galia como alumna; antes, se mantenía absorta del escandaloso mundo en su tumba de libros y recuerdos.

– Maestra, ¿ya puedo empezar a imitar voces de personas?

La Sra. Ünterdorf la mira desde su sillón.

– Intentémoslo. Escucha.

De la garganta de la vieja sale la voz de su vecino, el plomero, saludando exactamente igual a como lo hace todas las mañanas cuando ve a la chica salir a trabajar en el supermercado.

– ¡Genial! Parece que es él.

– Tu turno.

Galia cierra los ojos y trata de forzar su voz para obtener el efecto deseado; sin embargo, el resultado no es tan fiel al original. Podía notarse la diferencia de origen con relativa facilidad.

– Continúas con las aves.

– Pero, Sra. Ünterdorf, ¿cuál es el punto de imitar voces humanas?

– Sirve para evitar a los acreedores – y la anciana dice, en diferentes tonalidades “no se encuentra en casa” –. Y también te permite hacer esto.

En el sillón, sin moverse siquiera, la Sra. Ünterdorf

canta como un tenor, como un barítono. “Don Giovanni”, “La Donna e mobile”, “Torea-dor”… fluyen de su boca con facilidad y una perfecta entonación masculina. Es un hombre quien canta, no una anciana decrépita enterrada en cojines apolillados.

– ¿Te quedó claro? – pregunta la señora, al finalizar su demostración vocal. Galia está petrificada, con la bandeja en la mano y la boca abierta. Cuando sale del shock, lo primero que dice es:

– Enséñeme a hacer eso.

La anciana sonríe levemente.

– Pinzón. Subiré por unas partituras para la canción que acabas de memorizar.

– Señora…. ¿puedo hacerle una pregunta?

– Adelante, Galia.

– Usted ha vivido por más de cien años, ¿cierto?

La Sra. Ünterdorf sólo con-testa:

– Sí, Galia.

Galia silba con alegría mientas alimenta a sus otros maestros de canto. No tiene mucho que se cambió a la casa de su tutora, para ahorrarse lo de la renta, pudiendo dejar así uno de sus trabajos. Con más tiempo disponible, intensificaba sus

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estudios. Y eso le permitía nunca dejar de practicar y de aprender.

La Sra. Ünterdorf sube las escaleras hacia su habitación. Ve de reojo el cuarto que cedió a Galia, ocupado sólo con una cama, una silla y un ropero con ropa remendada. Al parecer, Galia, igual que ella, no tenía mucho afecto por las comodidades. Llega a su estudio, donde cientos de libros aguardan apiñados en cajas y anaqueles de madera y busca entre ellos unos pergaminos amarillentos. Una vieja y difícil canción, que, interpretada de manera correcta, despertaría el germen de la vida aun en la aridez del desierto.

– Espero que la chiquilla esté a la altura.

Cien años y más han pasado en la vida de la Sra. Ünterdorf. En esa habitación oscura y húmeda, anidan secretos y misterios, claves de un poder tan único como maravilloso. La anciana toma asiento en un taburete, golpeada por las memorias que le causa ese pergamino en particular. Imágenes hermosas de personas ahora ya perdidas, voces cristalinas que luchan contra el silencio del olvido. Abraza al pergamino. Si Galia consigue aprenderlo, y cantarlo, entonces todavía habrá esperanza.

“No permitiré que suceda con Galia lo mismo que con Isabella”.

La anciana es presa de su más doloroso recuerdo. Una mansión, ella era la institutriz de una joven talentosa, ambas vivían entre riquezas y comodidades. Isabella pronto dejaría de ser una alumna y se volvería maestra. Y cuando Isabella cantase la canción más sublime, y su voz se elevase más allá del sol, la Sra. Ünterdorf estaría libre de ese don para morir al lado de su amado esposo. Ambos fundirían sus almas al dejar este mundo, y estarían así unidos por el resto de la eternidad. Un regalo que Isabella le negó a su institutriz.

Isabella LaFountaine decidió tomar una aclamada carrera operística. Abandonó a su maestra de la juventud, y se dedicó a cantar en teatros y fiestas privadas. La dama virtuosa eligió de entre sus muchos pretendientes a un barón alemán, rico y famoso, el cual la elevó a los más altos pedestales de la sociedad. La respuesta de Isabella ante la petición de su antigua maestra de volver a utilizar su voz de la manera en que ésta le enseñó, quedo grabada para siempre en su corazón: “Nunca. ¡Pensarán que soy una bruja!”

Lágrimas escasas asomaron por los párpados de la

anciana. Arrastrada a la forzada inmortalidad, atestiguó la muerte de su preciado esposo. Y el dolor de la soledad amargó los largos años de vida que le esperaban.

– Querido Fritz… Galia… si logra aprender… Dios, ¡si acaso lo lograra!

El anillo en la mano izquierda de la Sra. Ünterdorf brilla con dulce luz. Un alma preciosa encerrada en una joya. El alma del Sr. Fritz Ünterdorf aguarda allí, gracias a una canción de su esposa, paciente, el momento en que su querida compañera pueda partir con él, a los caminos invisibles.

Pero ya es momento de descender al presente. La anciana se enjuga el rostro y, con los papeles en la mano, baja de nuevo al salón. Galia esta todavía ocupada conversando con los pájaros, y la anciana repara en la bolsa de papel que su estudiante dejó a un lado de la entrada. Deja la partitura en la mesita de té, e inspecciona las chaquetas regaladas. Están ajadas en el cuello y algunos botones desaparecieron. Sin embargo, pensaba ella, Galia no tendría problemas en remendarla y reponer los botones faltantes. Una caja de regalo cae al piso. La anciana la levanta y abre. Una tarjetita con un número telefónico está

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encima del papel encerado. Y debajo…

– ¡¡¡KYAAAAAAAAAAAAAA AAAAAAAA!!! Galia está en la cocina. Escucha el formidable grito de su maestra alterar el aire, alcanzar la frecuencia de resonancia del edificio entero y hacer vibrar la dimensión visible. El cabello de Galia se eleva como si estuviese sumergida en agua, y ella se agacha, aún con la bandeja de semillas en la mano. El metal se deforma frente a sus ojos y la joven se maravilla de la magia incluida en un simple alarido de indignación. Súbi-tamente, se detiene. De haber continuado, las ventanas, los muros, la casona completa, hubiesen estallado, aplastan-do a sus habitantes sin remedio. El canto de una banshee no podría ser más terrible.

– ¡Señora Ünterdorf!

Galia corre a encontrar a su maestra sumamente alterada, vociferando de aquí a allá.

– ¿Cómo se atreve? ¡In-solente! ¡Ni siquiera los nobles de la corte de Guillermo II osaban faltarle el respeto a mis pupilas! ¡Incluso a las más torpes! ¡Eran intocables! ¡Lo mejor de la nobleza! ¡Nadie siquiera tenía el derecho de mirarlas si yo no lo aprobaba! ¡Ah, bastardo, hace que me hierva la sangre!

La anciana tira el regalo rabiosamente a una chimenea llena de hollín, y éste arde de inmediato sin dejar tiempo a Galia a descubrir su contenido. La chica alterna entre la sorpresa y la risa, al ver a su maestra dar vueltas al salón aún airada por el atrevido presente. Un poco más calmada, se derrumba en su sillón, lo que su pupila aprovecha para atenderla. “De seguro eran una bragas o algo parecido”, piensa Galia, tratando de no soltar una carcajada.

– ¡Maldito cerdo!

– Tranquila, señora, ¿quiere que le traiga un té? ¡De inmediato se lo preparo!

La Sra. Ünterdorf respira lentamente, escuchando el escándalo que hace Galia al mover sartenes y cacerolas para poner a cocer una de las infusiones de hierbas exóticas que le agradaban a su maestra. La anciana se da un

momento de reflexión, antes de que su pupila llegue con una taza humeante.

– Tome, aquí tiene, señora. Relájese, no habrá sido gran cosa.

– Tu patrón es un pervertido de lo peor, Galia, espero que tú no…

– ¡De ninguna manera, Sra. Ünterdorf!

– Me alivia saber eso. Si hubiese alguna forma de que ya no trabajases allí, sería lo mejor.

– Lo siento, la señora Morsten me paga el triple de la tarifa normal. Y no sólo eso, si renuncio con ella, la agencia ya no querrá asignarme otra comisión. Pero, tranquila, no haré caso de las insinuaciones de ese vejete. Normalmente sólo trato con su esposa.

Galia toma la taza vacía de su maestra y regresa a la cocina. La reflexión de la Sra. Ünterdorf es ahora una resolución:

“Es tan inocente que debo protegerla. No permitir que pase con ella lo que ocurrió con Isabella”.

A la semana siguiente…

El Sr. Morsten está ter-minando una junta. La conversación se relaja, y justo en ese momento, suena su

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celular. Es un número público, pero aún así contesta.

– Buenas tardes, Sr. Mors-ten, soy Galia, espero no molestarlo.

El señor sonríe triunfal-mente, y su actitud corporal les indica a los demás que habla con una joven.

– De ninguna manera.

– Quería agradecerle por el regalo. Y a cambio, le daré algo especial. Escuche.

El señor Morsten se acomoda en su silla. Una dulce canción en francés acaricia su oído. Esta sentado, en ensoñación, sin ocultar a sus compañeros el placer que le produce escuchar a esa chica. Paulatinamente, la relajación se diluye, endure-ciéndose su semblante. Ahora esta rígido, con el teléfono aún pegado al oído, y sus movimientos son los de un autómata. Se levanta del asiento, y, sin preámbulos, azota su cabeza, con violencia, sobre la mesa. El golpe le hace sangrar en la nariz y la frente. El pánico es inmediato.

– ¡DIOS SANTO!

Otro golpe más. La mesa retumba, y, otro golpe cae, con una fuerza desconocida para un hombre obeso entrado en los cuarenta. Se impulsa con la espalda y el cuello, imprimiendo de energía los

músculos. Otro golpe. Y otro más.

– ¡Deténgase!

El teléfono aún está sobre su oreja, y la canción continúa. El Sr. Morsten esquiva a aquellos que tratan de detenerlo y va hacia un ventanal. Repite el ataque contra su propia cabeza, aún más intensamente, aún con más rabia.

– ¡Agárrenlo!

Con la cara ensangrentada y desfigurada, el hombre toma una silla y la lanza contra el cristal. El estrépito de la ventana destrozada es opacado por los alaridos de aquellos que ven al Sr. Morsten atravesar ese halo de vidrios arañando su cuerpo y lanzarse por él, hasta ensartarse en una barda de lanzas. El teléfono se escurre de su mano, al fin, para caer y destrozarse contra el pavi-mento, en un charco de sangre.

–¿Han visto eso? ¿Lo han visto?

La multitud se arrebuja entre las patrullas y la ambulancia. Minutos atrás, una anciana cuelga el teléfono público del parque frente al edificio en donde sucedió la tragedia. Arrastrando su morral con semillas, envuelta en un suéter viejo de estambre, sucio de plumas, se aleja lentamente, ignorando a las sirenas y los murmullos mor-

bosos de la gente. Piensa, mientras tararea una canción en francés: “Protegerla acualquier costo”.

Los cantos de las aves llenan el parque al atardecer, y la Sra. Ünterdorf regresa tranquilamente a casa. Tiene toda una vida para enseñarle a Galia los secretos de la voz. En realidad, mucho más tiempo que sólo una vida. Tiene varias vidas.

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Lilith Luis Pineda Villaseñor

Lilith I

Soberana

del presente eterno

abraza mi cuerpo con tu lujuria

desata el sismo que traga piedra y la escupe

Indómita fiera-mujer

que visitas mi sueño solitario

provocas el de

rra

me

de mi fuego lácteo

sobre tu roca estéril

la a-guardas celosa

alimentará a tus no hijos

no me importa

bébela

apúrala

róbala

mientras

ausente

la expulso

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Lilith II

¡Aquí!

bajo el sagrario

donde dicen que habita el dios de la culpa

recibe en comunión mi semen

extraído con propia mano

mientras te miro

abierta

vertir lluvia de oro en el cáliz

así renuevo mi sueño sagrado

¡Desnúdate!

exhibe –a todos– la piel

continuidad ávida del no ser

¡Eah!

móntame yegua

frotémonos las ansias

debocados

hasta espumar

engendremos en tu matriz estéril

placer

toda la nada

y más

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Lilith y Asmodeo

Primera mujer

antes que Eva

creada con barro

no de costado humano

ni de Él consientes sumisión

¡Ven! Deslízate a mi lecho

sube

ponte arriba que me gusta

ábrete

aprisióname con tus muslos pinza me

mientra punzo con mis ganas tu delta estuario del placer

copulados sobre el altar lápida de la verdad

junto al púlpito palabraje engañoso

frente a las bancas llenas de vacío

que corran la cortina del ara himen violado

que enciendan los cirios fuego helado

que el alba se manche de sangre la nuestra

que rían los santos ídolos mustios

que sólo así

nos somos

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Hosscox Huraño Sé que voy a morir totalmente enloquecido. Tengo el hígado destrozado y lo que había de dignidad en mí lo cambié por un litro de tequila. Sin em-bargo, la noche es hermosa y, aunque no hay estrellas para guiarme, me entrego como uno más de sus hijos al vértigo.

Parece que soy el peor en lo mejor que hago, y eso que no me gusta hacer nada.

Los recuerdos no son para mí un aguacero en donde florezca la justicia poética y se perdone fácilmente. Los veré siempre como un estado ocre, oxidado, con olor a cañería y con el aspecto cremoso y caliente de la mierda de un borracho.

Qué párrafo tan cursi —me dije— pero he leído peores. Así que continué.

De ella sólo me quedan fotos de cuando tenía cabello, murió calva, sin pestañas ni cejas, despellejada por dentro. Lo único inmortal en ella fue su bigote. Resistió a depilacio-nes por cera, por rastrillo, a las oraciones al Señor de Chalma, e incluso al cáncer y a la quimioterapia.

La conocí poco, evitaba ha-blar con ella porque me mas-turbaba hasta el hastío con sus fotos. No poseía un culo de fábula ni una mirada inolvidable, creía en sus tetas, aunque nunca dieron señal alguna de existencia. Lo que hablara o pensara era lo último que podía interesarme. Lo que realmente me pudría era la idea de venirme en una moribunda. Ahora que está muerta, el asunto ha perdido interés. Ya no se me para.

Como todos, creo que mi primera chaqueta fue por un falso accidente. Desde un principio entendí que era un regalo divino y el único pesar era el no tener la fuerza y la piel resistente para jalarme el pito todo el día. Si estaba contento, chaquetita de orejas de conejo; melancólico, el paso de la muerte; en un día de hueva, con los calzones de mi mamá; si era verano, me envolvía el miembro con un ju- goso bistec del congelador. En otoño, investigaba en la azo-

Manuela

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tea la sensación del exhibicionista. Y en invierno, con la gallina que nos regaló mi abuelita.

Según yo, aprendí a coger a los doce años. Asistía la escuela en el turno vespertino, así que con un poco de cuidado y a escondidas, mi gallina y yo tomábamos el tren directo hacía el nirvana del medio día. Eran matinées deliciosas hasta que un buen día nos la comimos.

Luego, como todas las desgracias que vienen con la edad, tuve que fornicar con mujeres. Al principio era emocionante el juego del chaca-chaca, esa humedad circundante que va reptando a través de la piel, resquebrajan-do un poco la realidad, aunque no lo bastante como para evadirse del penetrante olor del sexo de una mujer. No obstante, los gemidos siempre me hicieron perder el equilibrio. Pero las mentiras que se dicen sobre la cama se derrumbaban al tercer día. Y

como este no es el paraíso, a la mitad de mi dicha empezó a crecer el fruto extraño del desencanto.

Unas se quejaban porque les dabas por el ano, y otras porque no les dabas. Que si le chupas la colita eres un cerdo, pero no dejes de hacerlo porque te mandan al carajo. Que si te tardas en venir es porque piensas en otra. Si te vienes rápido, eres un macho egoísta y culero que sólo piensa en sí mismo. Irreme-diablemente les llegaba la idea peregrina de que abrirse de piernitas implicaba amor. Creo que por intercambiar un poco de fluidos, mentiras y ratos de ocio, no hay que soportar la histeria ajena, y mucho menos ese hediondo y babeante discurso acerca de la vida en pareja. Dudo de la pasión, sólo son hormonas y ganas de coger.

Si el amor existe y no es costumbre, jamás volveré a pisar un gargajo. Entonces deduje que era puto. Y en

busca de la paz interior me acosté con hombres. De entrada, literalmente mande a la verga los besos, me raspaba su barba. Ellos eran igual de falsos que las mujeres, con la desventaja de que estos güeyes sólo tienen dos hoyos que lubricar y aquéllas tres. Además, en lohondo de su corazoncito tenían la misma diarrea acerca de la vida en pareja, el amor y otras chingaderas.

Aprendí que no existe la gran verga, la verga vengadora. Quizás el mayor atributo sexual es el tacto, ante el cual, hasta el miembro más dotado se reduce a una víscera pequeña y sin gracia. Decepcionado de mi putez regresé a mis viejos hábitos. Ahora vivo solo y soy el pariente lejano que todo mundo tiene. Hallé que los perros y bebés son excelentes mamadores, pero cuando éstos escasean saco las viejas fotos.

He tratado de adiestrar a gatos para que con su lengua rasposa me laman el culo. Pero incluso cuando me unto manteca, a lo más que he llegado es a que me dejen las nalgas raspadas. Una vez mi lengua intrépida andaba en busca de panochas desconocidas y por azares de la tradición terminé en un burlesque de Garibaldi. A la mitad del espectáculo apareció el cómico en turno (en este caso el Chanate) y perplejo ante mi frenesí succionador, sólo atinó a calificarme públicamente como

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“el mamador solitario”. Todos reímos y algo dentro de mí se sintió mejor. Ni un profeta hebreo hubiera sido tan exacto.

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Tres textos

Friné Zapata

Adiós a las alas

Esta semana colgué las alas en el perchero para siempre. Ya sin ellas, cerré los ojos y salté. Caí todavía ilesa, convertida en mujer. Venía envuelta en un vestido que enseguida fue rasgado por las miradas tiernas de algunos adolescentes. He descubierto que incluyo accesorios: pestañas largas, pies peque-ños y manos adorables.

Estoy llena de rubores y latidos rápidos que saltan en mis venas. Se activan cuando escucho las voces graves y dulces que me prometen volver al cielo del que he caído, sentada en las banquitas de diversos parques. Entonces abro y cierro los ojos como muñeca para arrullar. De mi vida pasada todavía conservo cierto quebranto. Intuyo que me enseñaron a desconfiar.

Rehuyo los labios y los abrazos. Como si estuviera aprendiendo a caminar, a pasitos indecisos, lentos; recibo pequeñas ofrendas: un libro, unos versos, un dibujo hecho a lápiz durante la plática, una suculenta cena. Dejo que el vino me enturbie la mirada, vuelva más sonoras mis risas, coloree sin pudor los rasgos de mi cara. Soy un ser hecho de papel, de mi cabeza salen tiras de periódico que llenan de tinta mis hombros.

Soy brisa y espuma. Estoy llena de prisa. No se puede mirar en mis ojos: están vien-

do un lugar que extraño, debajo de una regadera. Es arduo acostumbrarse a andar sobre los pies.

Soy una mujer pequeña. Los centímetros que me elevan los tacones me desequilibran. Me causan pesar a la hora de correr. Todavía siento ver-güenza de la blancura que muestra mi escote, del reflejo que me regresan las superfi-cies pulidas. Santa María Egipciaca, San Schopenhauer: tomen este cuerpo blando y caliente.

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Del piso se levanta, violenta y fandanguera. Se sacude la falda y busca en el bolso de coquetería un cigarro, lo prende. El sol le germina pecas, así que camina cruzando las calles en busca de sombra, camina haciendo gala de los tobillos adornados

de pulseras: joyería de hilo y piedra. Mueve la falda al ritmo de un son que tararea bajitito. Sabe Dios si esta noche cae presa entre las redes de su hamaca.

Johany con alas

Son finales de año. El abuelo no saldrá del hospital. Mamá y las tías reparten café, la noche cae y se siente un calor sofocante. – Johany, el abuelo se ha vuelto un ángel.

¿Un angel?, ¿cómo cabrían las alas de un ángel en esa caja metálica donde el abuelo duerme?, ¿qué, no está dormido? ¡Ah! ¡Está muerto!, ¿muerto?, ¿y los muertos se vuelven ángeles? ¿Y qué?, ¿los ahogados también son ángeles azules o blancos? Los ahogados en todo caso son verdes, verdes como las algas que les pueblan los pulmones acuáticos. Los ángeles ahoga-dos no han de poder volar: son pesados, densos, hin-chados.

La casa está llena de gente que habla en voz bajita, algunos novios aprovechan las esquinas oscuras del zaguán para besarse. Corren chorros de café y alcohol de caña.

La cama de la abuela se está enfriando. En la cocina alguien canta para que los tamales se puedan cocer, pero es absurdo, hay demasiada tristeza para que esto suceda.

Johany, te han mandado a dormir. Tete, tu abuela, no llora. Al abuelo también lo ha mandado a dormir el gran Creador de los ombligos. A ti

Son de donde brama la leona

no te dejan ir al campo santo, no es un lugar para niños.

Bajo el tamarindo ves al sol filtrarse como agua, chorrean-te y dorado. ¿Cómo vas a hacer para conseguir tus alas? Necesitas volar y encontrar a tu abuelo, hay tantas cosas que decirle que se han quedado en silencio.

Tete ha dicho que no es posible tener alas, que ya verás al abuelo cuando te toque morir a ti. Mientras, si quieres, le puedes mandar mensajes con los moribundos del pueblo. Ellos serán felices haciéndote ese favor. Te falta mucho para morir… Cin-cuenta, ochenta, ¿cien o mil años?

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Anoche hablaste seria-mente con el gran Creador de los ombligos, le explicaste tu situación. Pediste un brote, un brote pequeño de plumas blancas y azules. El gran Creador de los ombligos se quedó callado.

Johany, piensas y piensas cómo hacer para que el gran Creador de los ombligos crea que estás muerta. Primero empiezas por fingir tos. Mamá cree que tienes calentura pero la verdad es que te has puesto mostaza en los pies. Te quedas en cama, cierras los ojos, no te vuelves a levantar, poco a poco te duermes.

cara seria y creyendo que no te enterabas movió la cabeza mientras mamá lloraba.

días has despertado. Olía a flores y te daba la luz de las velas, en la esquina la abuela cantaba con voz grave:

engarzado en las estrellas

de alas se puebla

que tus alas no caben en la caja de cedro.

El doctor ha venido, puso cara seria y creyendo que no te enterabas movió la cabeza mientras mamá lloraba.

Hoy después de muchos días has despertado. Olía a flores y te daba la luz de las velas, en la esquina la abuela cantaba con voz grave:

“Su vida fue un suspiroengarzado en las estrellas,

mi niña duerme y su espalda de alas se puebla”.

Es cuando te das cuenta de que tus alas no caben en la caja de cedro.

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Dentro de la panza de Dios

existen lágrimas cuyo rastro habré de seguir por la plaza de armas

Acá en el zócalo en los portales y los callejones

me doy cuenta que somos el charco

atrapando la luz que asoma en la ciudad

El horizonte es tan azul luminoso pájaro

apenas se vislumbra

Cada punta de sol es una bruja

que se divierte sube y baja por los tejados

y no hay más cornisas donde pueda violentarse

para esas turbonadas que la depositan en el pavimento

En los espacios oscuros

las brujas crecen a puños el hambre bajo los puentes

y todas ríen de ser maravillosas

Sobre las plazas de armas

donde las brujas fueron quemadas traspasadas escupidas y quemadas

estoy detenido abotargado rodeado por el humo de cigarros

que dibujan mi nombre sobre las paredes humedecidas cada noche por orines

hasta formar el charco que somos en esta ciudad abierta

donde la luz de cada bruja

apenas parpadea

Poema

Adán Echeverría

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José Luis Barrera

(De Memorias Dipsómanas)

Antes de condescender a mi inexorable destino, quiero navegar por el Leteo. Beber de sus aguas. Ayunar de neuronas en su tinta. Limpiar de residuos las grietas de la memoria. Borrar, al final del laberinto, las lunas menguantes de mis sueños, la lúdica infancia, la amarga adolescencia y las adolescentes amargas. Que no aparezcan en mi sueño definitivo las "vampiras sáficas" (precur-soras de la duda), o el "consejero de duendes" que quiere mi sangre en sacrificio. Quiero un mármol libre de recuerdos: de abrazos fraternos a de-nostados encuentros, de cuentos infantiles al doloroso existencialismo, de mis padres y de su muerte. Volver al origen de los conceptos, sin batallas perdidas ni hedónicas vic-torias. Antes de "Lucifer" y

"el gato verde", del deseo y de la "Santa Muerte", de los sueños de Nierman y mi resurrección en el país del entierra perros. Que la última gota en la clepsidra provenga del mismo río por donde transitará mi balsa. Un limbo: desde mis primeras fantasías diseñadas con cuidado materno, hasta la primera niña caprichosa, el primer judas y el primer aquelarre. Desde las descalzas bailarinas a go-gó y las trapecistas del circo, simiente de mis perversiones. El descubrimiento del ero-tismo y la precocidad del onanismo. El misterio de aquellos ojos azules: gé-nesis de los misteriosos senderos femíneos. Los buitres de mi juventud. Las llagas purulentas de la madurez. Nada de

musas y obscenidades en mi morada infraterrestre. Que el pequeño necrófilo se alimente sólo de materia. Quiero, cuando sea preciso, descansar por completo de la vida. Librarme de pesadas misantropías. Viajar sin fas-tos a la dolce far niente de la muerte.

Yo que soy el que ahora está cantando

seré mañana el misterioso, el muerto, el morador de un mágico y desierto

orbe sin antes ni después ni cuándo.

Jorge Luis Borges

Epitafio

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Para los niños y niñas de 1964 hubo una película que no sólo ganó varios Oscares, sino que también les ganó su entonces ingenuo corazón. Esa fue Mary Poppins, una producción de Walt Disney, quien, casi año con año, surtía al imaginario infantil con plagios, cursilería y material para, como decía un primo mío, “bobitos”. Eran películas bien hechas, eso sí. Disney era un simplón, pero sabía crear colores y formas. Y bueno, para nosotros que no conocíamos todavía nada del surrealismo y otras vanguardias, ver a la famosa niñera voladora Mary Poppins

en pantalla grande y a todo color fue abrirnos los ojos ha-

cia algo que no supimos qué podría ser. Para muchos resultó la primera vez que veíamos en el cine a una mujer real, pues sólo se nos permitía ver dibujos animados.

Por desgracia no conocíamos el libro original, ni siquiera sabíamos de él. La autora, una señora inglesa que firmaba sus obras como P. L. Travers, había publicado desde 1934 una serie de varios volúmenes en torno a un personaje central que era una institutriz de edad madura llamada Mary Poppins. El primero se llamaba así, con este nombre; el segundo fue

Mary Poppins comes back, el tercero Mary Poppins in thepark, el cuarto Mary Poppins

Luciano Pérez

opens the door, y etcétera. Cuando después tuvimos oportunidad de leerlos, muchos años después de haber visto la película, nos percatamos de que la niñera original no se parecía en nada (salvo en los trucos mágicos) a la que vimos en la pantalla, donde fue encarnada por la actriz y cantante inglesa Julie Andrews.

La Mary Poppins verdadera no era joven ni agraciada, y además tenía muy mal genio y amenazaba siempre a los niños con aplicarles castigos muy severos. La de Julie Andrews fue todo lo contrario: joven, hermosa, de buen carácter y siempre dispuesta a ayudar. Una vez más, Walt Disney cambió toda la historia para que, según él, los niños y sus padres quedasen deleitados. Y en efecto, yo quedé deleitado con Julie Andrews, en lo que fue quizá mi primera incursión en el exótico mundo del amor y del sexo.

Cincuenta años de Mary Poppins

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P. L. Travers, con toda razón, no quedó satisfecha con el resultado, y se lo reclamó a Disney, pues esa Mary Poppins del cine no po-

día ser la misma que había creado en sus libros. Sin embargo, fue tanto el dinero que se le pagó por los derechos, que no tenía opción a una demanda. O tal vez sí, pero no le pareció digno de una dama. En realidad, la actriz en la que se pensó en un principio para protagonizar a la Poppins fue en efecto una mujer madura, y además una de las más grandes estrellas que jamás hubo: Bette Davis. Habría sido magnífico verla en ese papel, fumando todo el tiempo y gritando sin ton ni son. Pero Walt, como patrón que era, pensó en términos de taquilla: nadie iría a ver a una vieja. Por lo tanto, dispuso que se buscase a una actriz joven, que no sólo tuviese acento

inglés verdadero, sino que cantase bien. Esa tuvo que ser Julie Andrews, quien se había desempeñado maravillosa-mente en obras musicales como Camelot y My fair Lady.

La Warner Brothers le hizo una fea jugada a la Andrews cuando se estaba por realizar la versión fílmica de My fair Lady. No cabía duda de que Julie tendría que hacer el personaje con el que tuvo tanto éxito en el escenario, y ella estaba segura de que así sería. Pero los productores de

la Warner decidieron de última hora contratar a otra actriz que según ellos cubría el perfil hollywoodense requerido, a Audrey Hepburn, y eso quebró el corazón de la actriz inglesa. Disney en cierta manera la rescató de la depresión ofreciéndole el papel de Mary Poppins, y la Andrews lo aceptó sin mucho entusiasmo. Pero como toda una profesional que era, actuó y cantó al cien por ciento, y cuando con Mary Poppinsganó el Oscar a mejor actriz en 1964, ganándole a la Hepburn que le robó el papel de My fair Lady, le dedicó el premio a la Warner Brothers.

A su manera, la película es buena, está bien hecha. Sus efectos especiales funcionaron adecuadamente, esa mezcla de caricaturas y realidad, que aunque no era algo nuevo, es-

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ta vez se logró la perfección. Las canciones son horribles, aunque no mal cantadas. Una de ellas, la más popular, me pareció ya desde entonces abominable, y hasta la fecha no soporto oírla: “Supercali-fragilisticoespialidoso”, quizá la peor canción que ha existido. El otro intérprete del film, Dick Van Dyke, que hace el papel del deshollinador, ya era conocido nuestro de su show de televisión, y siempre nos pareció insoportable. Julie Andrews filmaría a continua-ción otra exitosa producción, The Sound of the Music, con la que nuevamente ganaría el

Oscar a mejor actriz en 1965. Buena recompensa para ella, que tanto sufrió por haber sido dejada fuera de My fair Lady.

Son ya cincuenta años de todo esto, nuestra infancia se

fue para siempre, pero ahora que he visto últimamente la película me he dado cuenta que Mary Poppins nunca se borró de mi vida, que los recuerdos Kitsch permanecen en lo más profundo de nosotros. Pero más que esto, sin saberlo yo me introdujo ella en el mundo de la fantasía que años después dominaría en mi sensibilidad, pues una niñera que llega volando del cielo luego de polvearse la cara sentada en una nube, es para ser considerada como un origen al que siempre hemos de volver. Pues lo eterno

femenino cae desde un paraguas para asombrarnos una vez más.

P R I M E R A

F E B R E R O

Concierto Familiar 1

Sala Principal del Palacio de Bellas Artes

Domingo

2 12:30 hrs. 13:45 hrs.

Richard Wagner (1813-1883) Howard Shore (1946) Duración aproximada: 45 minutos.

Concierto Familiar 2 Sala Principal del Palacio de Bellas Artes Domingo

9 12:15 hrs. 13:45 hrs.

Nikolai Rimsky-Korsakov (1844-1908)

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P R I M E R A T E M P O R A D A2014

Sala Principal del Palacio de Bellas Artes

Eduardo González, director huéspedCésar Piña, director de escena

Lourdes Ambriz, soprano

Selecciones del Anillo del Nibelungo

Selecciones del Señor de los Anillos

Duración aproximada: 45 minutos.

Sala Principal del Palacio de Bellas Artes

Roberto Beltrán, director huésped César Piña, director de escena

Sheherezade Op.35 42’

T E M P O R A D A

director huésped director de escena

soprano

director huésped director de escena

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Concierto 1 Sala Principal del Palacio de Bellas Artes Viernes

14

20:00 hrs. Domingo

16

12:15 hrs.

Carlos Miguel Prieto, director artístico Joaquín Achúcarro, piano

Por definir

Concierto 2 Sala Principal del Palacio de Bellas Artes Viernes

21

20:00 hrs. Domingo

23

12:15 hrs.

Gilbert Varga, director huésped Anna Fedorova, piano

Wolfgang Amadeus Mozart Obertura de El rapto de Serrallo 6’ (1756-1791) Robert Schumann Concierto para piano y orquesta, Op. 54 en la menor 31’ (1810-1856) Giovanni Martucci Notturno No. 1, Op. 70 8’ (1856-1909) Zoltán Kodály Suite: Háry János 25’ (1882-1967)

Concierto 3 Sala Principal del Palacio de Bellas Artes Viernes

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20:00 hrs. Domingo

2

de marzo 12:15 hrs.

Carlos Miguel Prieto, director artístico Asier Polo, violoncello

Hector Berlioz Obertura Carnaval Romano 8’ (1803-1869) Camille Saint-Saëns Concierto para violoncello y orquesta No. 1, Op. 33, en la menor 19’ (1835-1921) John Adams Harmonielehre 40’ (1947)

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Sobre los autores

Juan Antonio Mojica

En esencia soy un vago, mi apetito siempre ha sido el de observar y la única manera que he encontrado para dar testimonio de mis travesías, ha sido por medio de la escritura, la pintura, la fotografía y el podcats. Me encanta vivir. He ilustrado libros y carteles de la Universidad de la Ciudad de México; he creado revistas como macondo y evo. También he publicado en Revista de la Universidad, y próximamente aparecerá un cuento en un libro publicado por la Universidad de la Ciudad de México.

Luciano Pérez

Editor, corrector y traductor. En otro tiempo periodista y promotor cultural y poeta. Desde 2001 escribe sólo narrativa: cuento y novela. Devoto de la fantasía y la ciencia ficción, así como de la cultura alemana, el ocultismo, lo sobrenatural, el comic y las divas del viejo Hollywood. Autor de Cuentos fantásticos de la Ciudad de México (2002). Cronista no oficial de Tepito. Actualmente escribe su novela fantástica Crónicas de Tepito-Asgard.

Leticia Vázquez

Estudié ciencias de la comunicación y sentí que era mejor que estudiar letras hispánicas. Empecé a escribir con logros a los 16 años, decidí que no escribía mal y podía ofrecer algo a la gente. He trabajado con grupos vulnerables, soy deísta y semivegetariana. Quiero que a la gente le guste lo que escribo y que tenga una historia mía que contar y compartir con su familia, amigos, alumnos...

José Luis Barrera “Tinta Rápida”

Nacido en la Ciudad de México en el año de 1965.Colaboró en la Revista Memoranda del ISSSTE, y en la sección cultural de La Fuerza del Sol. Autor del libro Memorias Dipsómanas (2012). En el terreno cultural, trabajó en la Casa de Cultura “Quinta Colorada” y en el proyecto Arte en tu Zona. Es promotor cultural, amante y estudioso de la Ciudad de México, principalmente de su barroco. En pocas palabras, es Peatón Profesional.

Otakusuma Orochi Mi nombre es Otakusuma Orochi, http://otakusamasensei.wordpress.com/ tengo 32 años, y soy una escritora autodidacta compulsiva. Mis maestros son los escritores de antaño, pienso que las buenas letras son aquellas que sobreviven en el tiempo. El territorio que mejor conozco son los relatos fantásticos.

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Luis Pineda Villaseñor Nació en 1952 en la Ciudad de México. Es médico cirujano por la UNAM y maestro en apreciación y creación literarias Casa de Cultura Lamm. Entre sus libros: Sendero de instantes (poemario haikû) 2010 Editorial Felou Verbalgia (Premio A. Chejov 2009); El puro cuento Nº 7 Ed. Praxis; Marea Negra (novela) 2013 Editorial Terracota, Colección La escritura invisible Nº 54.

Friné Zapata

Nació en el Hospital Cuauhtémoc del puerto de Veracruz, lugar donde han nacido y han muerto grandes cantidades de jarochos. Se dedica a leer.

Adán Echeverría Mérida, Yucatán, (1975). Premio Estatal de Literatura Infantil Elvia Rodríguez Cirerol (2011), Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanueva (2008), Nacional de Poesía Rosario Castellanos, (2007). Becario del FONCA, Jóvenes Creadores, en Novela (2005-2006). Poesía: El ropero del suicida (2002), Delirios de hombre ave (2004), Xenankó (2005), La sonrisa del insecto (2008), Tremévolo (2009) y La confusión creciente de la alcantarilla (2011); libro de cuentos Fuga de memorias (2006) y las novelas Arena (2009) y Seremos tumba (2011).

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En marzo no podemos olvidar a un

referente de la cultura mexicana