164666750 un dios solitario agatha christie

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    UN DIOS SOLITARIO

    Agatha Christie

    Se hallaba sobre una repisa del Museo Britnico, solo y desamparadoentre una congregacin de deidades obviamente ms importantes que l.Alineados a lo largo de las cuatro paredes, esos otros personajes mayoresparecan manifestar todos una abrumadora sensacin de superioridad. Elpedestal de cada uno de ellos llevaba debidamente inscritas la procedencia y laraza que se haba enorgullecido de poseerlo. No exista la menor duda respectoa su posicin: eran divinidades de alto rango y se les reconoca como tales.

    Slo el pequeo dios del rincn quedaba excluido de su compaa.Toscamente labrado en piedra gris, sus rasgos borrados casi por completo acausa de la intemperie y los aos, permaneca sentado en soledad, acodado enlas rodillas, la cabeza entre las manos; un dios pequeo y solitario en tierraextraa.

    Ninguna inscripcin daba a conocer su lugar de origen. Estaba en verdadperdido, sin honor ni fama, una figurilla pattica lejos de su mundo. Nadie se

    fijaba en l; nadie se detena a contemplarlo. Por qu iban a hacerlo? Erainsignificante, un bloque de piedra gris en un rincn. Lo flanqueaban dosdioses mexicanos, su superficie alisada por el paso del tiempo, plcidos doloscon las manos cruzadas y bocas crueles arqueadas en una sonrisa querevelaba sin tapujos su desprecio por la humanidad. Haba tambin unpequeo dios orondo y en extremo prepotente, con un puo cerrado, que atodas luces tena un exagerado concepto de su propia importancia, pero algnotro visitante se paraba a echarle un vistazo, aunque slo fuese para rerse delmarcado contraste entre su absurda pomposidad y la sonriente indiferencia desus compaeros mexicanos.

    Y el pequeo dios perdido estaba all sentado, como siempre ao tras

    ao, sin la menor esperanza, la cabeza entre las manos, hasta que un dasucedi lo imposible, y encontrun adorador.

    -Hay correspondencia para m?El conserje extrajo un fajo de cartas de un casillero, las hoje y

    respondi con tono indolente:-Nada para usted, caballero.Frank Oliver suspir y volvi para salir del club. No tena ningn motivo

    en particular para esperar correspondencia. Poca gente le escriba. Desde suregreso de Birmania la primavera pasada haba tomado consciencia de sucreciente soledad.

    Frank Oliver acababa de cumplir los cuarenta, y haba pasado los ltimos

    dieciochos aos en distintas partes del planeta, con breves periodos depermiso en Inglaterra. Ahora que se haba retirado y vuelto a casa paraquedarse, se daba cuenta por primera vez de lo solo que estaba en el mundo.

    Tena a su hermana Greta, s, casada con un clrigo de Yorkshire y muyocupada con las responsabilidades parroquiales y el cuidado de sus hijos.Como era natural, Greta senta un gran cario por su nico hermano, pero ensus circunstancias era tambin natural que dispusiese de poco tiempo para l.Por otra parte, contaba con su viejo amigo Tom Hurley. Tom haba contrado

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    matrimonio con una muchacha bonita, alegre e inteligente, una muchacha muyenrgica y prctica a quien Frank tema en secreto. Jovialmente le deca queno deba convertirse en un soltern avinagrado y con frecuencia le presentaba; ellas persistan en la relacin por un tiempo y luego lodejaban por imposible.

    Y sin embargo, Frank no era una persona insociable. Anhelaba compaay comprensin, y desde su regreso a Inglaterra haba tomado conciencia de sucreciente desanimo. Haba estado lejos demasiados aos, y no sintonizaba conlos nuevos tiempos. Pasaba das enteros deambulando sin rumbo,preguntndose que hacer con su vida.

    Uno de esos das entr en el Museo Britnico. Le interesaban lascuriosidades asiticas, y as fue como descubri por azar al dios solitario. Suencanto lo cautiv al instante. All haba algo vagamente afn a l, alguienextraviado tambin en una tierra extraa. Comenz a frecuentar el museo conel nico propsito de contemplar aquella figurilla gris de piedra, expuestasobre la alta repisa en su oscuro rincn.

    Aciaga suerte la suya, pensaba. Probablemente en otro tiempo era el

    centro de atencin, abrumado siempre con ofrendas, reverencias y dems.Haba empezado a creerse con tales derechos sobre su menguado amigo

    (equivalentes casi a un verdadero sentido de propiedad) que en un primermomento le molest ver que el pequeo dios haba logrado una segundaconquista. Aquel dios solitario lo haba descubierto l nadie, consideraba,tena derecho a entrometerse.

    Pero una vez mitigada la indignacin inicial, no pudo menos que sonrer.Pues aquella segunda doradora era criatura menuda, ridcula y lastimosa enextremo, vestida con un rado abrigo negro y una falda que haba conocidotiempos mejores. Era joven tendra poco ms de veinte aos, calcul-, decabello rubio y ojos azules, y un melanclico mohn se dibujaba en sus labios.

    El sombrero que llevaba le lleg al corazn de manera especial. Saltabaa la vista que lo haba adornado ella misma, y era tal su valeroso intento deparecer elegante que su fracaso resultaba pattico. Era sin duda una dama,pero una dama ida a menos, y Frank concluy de inmediato que trabajaba deinstitutriz y estaba sola en el mundo.

    Pronto averigu que visitaba al dios los martes y viernes, siempre a lasdiez de la maana, en cuanto abra el museo. Al principio le disgust laintrusin, pero poco a poco se convirti en uno de los principales intereses desu montona vida. A decir verdad, su compaera de veneracin empezaba adesbancar al objeto venerado en su preeminente posicin. Los das que no veaa la , como l la llamaba en sus pensamientos,se le antojaban vacos.

    Quiz ella tambin ella experimentaba igual inters en l, pero seesforzaba en disimularlo bajo una calculada actitud de indiferencia. Con todo,un sentimiento de compaerismo se forj gradualmente entre ellos, pese a quean no haban cruzado palabra. El verdadero problema era en realidad latimidez de Frank. En sus adentros aduca que probablemente ella ni siquiera sehaba fijado en l (eso no obstante lo descartaba en el acto cierto sentidocomn interno), que lo considerara una impertinencia intolerable, y por ltimoque a l no se le ocurra ni remotamente qu decir.

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    Pero el destino, o el pequeo dios, tuvo la gentileza de proporcionarleuna genial idea, o eso le pareca a l. Sobremanera satisfecho de su astucia,compr un pauelo de mujer, una delicada prenda de batista y encaje queapenas se atreva a tocar. As pertrechado, sigui a la muchacha cuando semarch y la detuvo en la Sala Egipcia.

    -Disculpe-dijo, procurando hablar con flemtica despreocupacin yfracasando estrepitosamente en el intento-. Es esto suyo?

    La Dama Solitaria cogi el pauelo y fingi examinarlo con detenidaatencin.

    -No, no es mo.- Se lo devolvi y dirigindole una mirada en la queFrank, con sentimiento culpable, crey adivinar recelo, aadi-: Es muy nuevo.An lleva el precio.

    Sin embargo, Frank se resisti a admitir que haba sido descubierto yemprendi una farragosa explicacin en exceso verosmil.

    -Ver, lo he encontrado bajo aquella vitrina grande, junto a la pata delfondo.- Hall un gran alivio en esa detallada descripcin-. As que, como ustedse haba parado all, he pensado que deba ser suyo y he venido a trarselo.

    -No, no es mo-repiti ella. Como de mala gana, agreg-: Gracias.La conversacin lleg a un embarazoso punto muerto. La muchacha

    permaneci inmvil, sonrojada e incmoda, buscando obviamente la manerade retirarse con dignidad.

    Frank, en un desesperado esfuerzo, decidi sacar provecho de laocasin.

    -Nono saba que hubiese en Londres otra persona interesada ennuestropequeo dios solitario hasta que la he visto a usted.

    Usted tambin lo llama as? pregunt la muchacha con vivo inters,dejando a un lado sus reservas. Por lo visto, el pronombre elegido por l,, si lo haba advertido, no le molest. De manera espontnea se

    haba sentido impulsada a admitir su afinidad.As pues, Frank consider lo ms normal del mundo contestar:-Naturalmente!De nuevo se produjo silencio, pero esta vez nacido de la mutua

    comprensin.Fue la Dama Solitaria quien lo rompi, recordando de pronto los

    convencionalismos.Se irgui y, adoptando una actitud de dignidad casi ridcula en una

    persona de tan corta estatura, dijo con tono glacial:-Debo irme. Buenos das.Y tras una ligera y envarada inclinacin de cabeza, se alej, con la

    espalda muy recta.

    Cualquier otro se hubiera sentido rechazado, pero Frank Oliver, en unlamentable indicio de sus rpidos progresos en conducta licenciosa, se limit amurmurar:

    -Qu encanto de mujer!Pronto se arrepentira de su temeridad, no obstante. En los diez das

    siguientes su pequea dama no se acerc al museo. Frank se desesper. La

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    haba ahuyentado! Nunca regresara! Era un bruto, un villano! Nuncavolvera a verla!

    En su ansiedad, merode sin cesar por el Museo Britnico. Quizsimplemente visitaba el museo a otras horas. Pronto Frank conoci dememoria las salas adyacentes y desarroll una perdurable aversin a lasmomias. Casi enloqueci de aburrimiento a fuerzas de contemplarinnumerables jarrones de todas las pocas, y el vigilante lo observaba conrecelo cuando se pasaba tres horas absorto en los jeroglficos asirios.

    Pero un da su paciencia se vio compensada. La muchacha apareci denuevo, con el color ms subido que de costumbre e intentando a toda costamostrarse ms serena.

    Frank la salud con efusiva cordialidad.-Buenos das. Haca una eternidad que no vena por aqu.-Buenos das-contest ella, pronunciando las palabras con glido

    desapego y pasando por alto impasiblemente su segunda frase.Pero Frank estaba desesperado.-Esccheme.-Se plant frente a ella con una mirada suplicante que

    recordaba la de un perro fiel-.Seamos amigos. Yo estoy solo enLondrestotalmente solo en el mundo, y creo que a usted le ocurre lo mismo.Deberamos ser amigos. Adems, nos ha presentado nuestro pequeo dios.

    Ella alz la vista con cierta reserva, pero con una trmula sonrisa seinsinu en las comisuras de sus labios.

    -Nos ha presentado?-Naturalmente!Por segunda vez empleaba esa expresin de certidumbre en extremo

    categorica, y tambin en esta ocasin surti efecto, ya que al cabo de unossegundos la muchacha, con aquella actitud ligeramente regia tan caractersticade ella, respondi:

    -Muy bien.-Esplendido!-exclam Frank con rudeza, pero la muchacha, percibiendoun quiebro en su voz, le lanz una mirada fugaz, movida por un sbitosentimiento de compasin.

    Y as naci aquella peculiar amistad. Dos veces por semana se reunanen el santuario de un pequeo dolo pagano. Al principio restringan a l suconversacin. Por as decirlo, el dios serva a la vez como paliativo y excusapara su amistad. Hablaron largo y tendido acerca de su posible procedencia. linsista en atribuirle un carcter en extremo sanguinario. Lo describa como elterror de su lugar de origen, con un insaciable deseo de sacrificios humanos,reverenciado por sus asustados y temblorosos adoradores. En el contrasteentre su pasada grandeza y su presente insignificancia resida, segn l, el

    patetismo de su situacin.La Dama Solitaria rechazaba de pleno esa teora. Era en esencia un dios

    benvolo, sostena. Dudaba mucho que alguna vez hubiese sido poderoso. Dehaberlo sido, aduca, no habra acabado en aquella sala, solo y perdido. Entodo caso le pareca un pequeo dios encantador y senta por l un grancario; no resista la idea de que estuviese all da tras da con aquellas otrashorrendas y altivas deidades que se mofaban de l, porque era evidente que

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    eso hacan! Despus de estos vehementes arrebatos la pequea dama sequedaba sin aliento.

    Agotado el tema, inevitablemente empezaron a hablar de s mismos.Frank descubri que su suposicin era correcta. Ella trabajaba de institutrizpara una familia de Hampstead. l de inmediato sinti antipata por los niosque ella tena a su cargo: Ted, que contaba con los cinco aos y no era malosino solo travieso; los gemelos, que realmente la desquiciaban; y Molly, quenunca obedeca, pero era realmente tan adorable que no haba forma deenfadarse con ella.

    -Esos nios abusan de su paciencia-afirm Frank con tono adusto yacusador.

    -Ni mucho menos-replic ella con firmeza-.Soy muy severa con ellos.-Ya, ya!-dijo l, y se ech a rer.Pero ella lo oblig a disculparse mansamente por su incredulidad.Era hurfana, explic la muchacha, y no tena a nadie en el mundo.Gradualmente Frank le habl tambin de su vida: de su vida oficial, que

    haba sido sacrificada y moderadamente satisfactoria; y de su pasatiempo

    extraoficial, que era embadurnar un lienzo tras otro.-A decir verdad, no s nada de pintura.-aclar-.Pero siempre he

    presentido que algn da ser capaz de pintar algo. Dibujo bastante bien, perome gustara realizar una autentica pintura. Un conocido me dijo una vez queno tena mala tcnica.

    La muchacha mostr inters e insisti en conocer ms detalles.-Estoy segura de que pinta muy bien.Frank neg con la cabeza.-No. ltimamente he empezado varios cuadros y los he tirado todos

    desesperado. Siempre haba credo, que cuando pudiese dedicarle tiempo,sera un juego de nios. Viv von esa idea durante aos, pero lo he dejado para

    muy tarde, supongo, como tantas otras cosas.-Nunca es demasiado tarde, nunca.-dijo la pequea dama con el fervorpropio de los jvenes.

    Frank sonri.-Eso cree? Para algunas cosas yo s he llegado demasiado tarde.La pequea dama se ri de l y lo llam en broma Matusaln.Empezaron a sentirse curiosamente a gusto en el Museo Britnico. El

    fornido y cordial vigilante que rondaba las galeras era un hombre con tacto, ypor lo general en cuanto la pareja apareca, consideraba que sus arduaslabores de vigilancia se requeran con urgencia en la contigua Sala Asiria.

    Un da Frank tom una audaz decisin: La invit a tomar un t!Ella puso reparos en un primer momento.

    -No tengo tiempo. No dispongo de libertad. Puedo venir algunasmaanas porque los nios reciben clases de francs.

    -Tonteras-dijo Frank-.Puede permitrselo al menos un da. Pretexte quese le ha muerto una ta o un pariente lejano; lo que quiera, pero venga.Iremos a un pequeo saln de t que hay cerca de aqu y tomaremos bollos.Adivino que le encantan los bollos.

    -S, esos pequeos cubiertos con pasas!-Y recubiertos con azcar glas

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    -Son tan redondos y apetitosos!-Los bollos tienen algo que los hace infinitamente reconfortantes-afirm

    Frank Oliver con solemnidad.As quedaron, pues, y para la ocasin la menuda institutriz se adorn la

    cintura con una cara rosa de invernadero.ltimamente Frank perciba en ella cierta tensin, cierta inquietud, y

    aquella tarde esa impresin se acrecent mientras la contemplaba servir el ten la pequea mesa de mrmol-

    -Han estado atormentndola los nios?-pregunt, solcito.Ella movi la cabeza en un gesto de negacin. Curiosamente, desde

    haca un tiempo se mostraba reacia a hablar de los nios.-Son buenos chicos. No me dan ningn problema.-De verdad?-S, de verdad. No es eso. Peropero s estaba sola. Muy sola-admiti

    con voz casi suplicante.-S, s, lo s-se apresur a decir l, conmovido. Guard silencio por un

    momento y luego aadi jovialmente-: Se ha dado cuenta de que ni siquiera

    conoce an mi nombre?Ella alz la mano en un gesto de protesta.-No, por favor. Prefiero no saberlo. Y no me pregunte el mo. Seamos

    simplemente dos personas solitarias que se han encontrado y se han hechoamigas. As es mucho ms maravilloso ydistinto.

    -De acuerdo-respondi Frank lenta y pensativamente-. En un mundo porlo dems solitario, seremos dos personas que se tienen la una a la otra.

    Aquello no se corresponda exactamente con lo que ella habaexpresado, y pareci resultarle difcil seguir con la conversacin. Poco a pocofue agachando la cabeza hasta ofrecer a la vista slo la copa de su sombrero.

    -Es muy bonito, ese sombrero-observ a fin de levantarle el nimo.

    -Lo adorn yo misma-inform ella con orgullo.-Esa impresin me dio en cuanto lo vi-contest Frank inconsciente de lopoco afortunado que era el comentario.

    -Me temo que no es tan elegante como pretenda.-A m me parece precioso-asegur l en un gesto de lealtad.Cayeron de nuevo en el mutismo. Por fin Frank Oliver rompi el silencio

    con arrojo.-Seorita, no pensaba decrselo an, pero no puedo contenerme. La

    amo. La quiero. La amo desde el instante en que la vi por primera vez allparada con su vestido negro. Querida ma, si dos personas solitariasestuviesen juntasen fin, terminara la soledad. Y yo trabajara. Trabajara conahinc. La pintara a usted. Podra; s que podra. Oh, nia ma, no puedo

    vivir sin usted! No puedoSu pequea dama no apartaba de l la mirada. Pero sus palabras fueron

    lo ltimo que esperaba or. Con voz clara y serena, dijo:-Aquel pauelo lo compr usted.Frank qued atnito ante tal demostracin de perspicacia femenina, y

    ms atnito aun por el hecho de que esgrimiese aquello contra l en esepreciso momento. Despus del tiempo transcurrido, sin duda podra habrseloperdonado.

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    -Si, lo compr yo-admiti con humildad-.Buscaba una excusa paradirigirme a usted. Est muy enfadada?-Aguardo dcilmente sus palabras decondena.

    -Creo que fue un detalle encantador de su parte-dijo la pequea damacon vehemencia-. Un detalle encantador!

    -Dgame, nia ma, es imposible?-prosigui Frank con su habitualrudeza-.Tengo ya cierta edad y s que soy feo y tosco

    -No, no lo es!- lo interrumpi la Dama Solitaria-. Yo no cambiara nadaen usted, nada. Lo amo tal como es, entiende? No porque me inspire lstimani porque yo est sola en el mundo y necesite alguien que me quiera y cuidede m, sino porque usted es como es. Lo entiende ahora?

    -Lo dice sinceramente?-pregunt l en un susurro.-Si, con total sinceridad-contesto ellas sin vacilar.Enmudecieron, abrumados por la emocin y el asombro. Por fin Frank

    dijo ensoadoramente.-Entonces hemos encontrado el paraso, querida ma!-En un saln de t-respondi ella con voz empaada por el llanto y la

    risa.Pero los parasos terrenales duran poco. La pequea dama dej escapar

    una exclamacin.-No saba que era tan tarde! Debo marcharme ahora mismo.-La acompao a casa.-No, no, no!Frank no pudo vencer su resistencia y slo la acompa hasta la

    estacin de metro.-Adis, amor mo-se despidi ella, estrechndole la mano con una

    intensidad que ms tarde Frank recordara.-Adis solo hasta maana-contest l con alegra-. A las diez como de

    costumbre, y nos diremos nuestros nombres y contaremos nuestras historias,siendo prcticos y prosaicos.-Adis tambinal paraso-musito ella.-Siempre estar con nosotros, vida ma!Ella sonri, pero con aquella melanclica expresin de suplica que lo

    inquietaba y no consegua comprender. Finalmente el implacable ascensor laapart de su vista.

    Aquellas ltimas palabras le causaron un inexplicable desasosiego, pero lasalej de su mente con determinacin y las sustituyo con una radiante ilusinante lo que el da siguiente la deparara.

    A las diez se hallaba ya en el museo, donde siempre. Por primera vez

    repar en las malvolas miradas que le dirigan los otros dolos. Casi daba laimpresin de que conociesen algn funesto secreto que le afectaba y seregodeasen en ello. Perciba con intranquilidad la aversin que lemanifestaban.

    La pequea dama se retrasaba. Por qu no llegaba? El ambiente deaquel lugar empezaba a ponerlo nervioso. Nunca antes su pequeo amigo, eldios de ambos, le haba parecido tan impotente como aquel da. Un pedazo depiedra intil, aferrado a su desesperacin.

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    Interrumpi sus pensamientos un nio de semblante astuto que se habaacercado a l y lo examinaba de arriba abajo con atencin. Satisfecho alparecer con el resultado de sus observaciones, le entreg una carta.

    -Para m?El sobre no llevaba escrito el nombre del destinatario. Lo cogi, y el nio

    se escabull con extraordinaria rapidez.Frank Oliver ley lentamente la carta, sin dar crdito a sus ojos. Era

    breve.Amor mo:Nunca podr casarme con usted. Olvide por favor que he entradoa su vida y procure perdonarme si algn dao le he causado. Nointente dar conmigo, porque no lo conseguir. Es un adisdefinitivo.

    LA DAMA SOLITARIAAl final haba una posdata, aadida obviamente en el ltimo momento.

    Lo amo. Lo amo de verdad.

    Y esa lacnica e impulsiva posdata fue su nico consuelo en lassemanas siguientes. De ms est decir que la busco pese a su expresaprohibicin pero todo fue en vano. Haba desaparecido, y Frank no tena elmenor indicio para localizarla. En su desesperacin, puso anuncios en losdiarios, implorndole veladamente que, cuando menos, le aclarase el misterio,peros sus esfuerzos no obtuvieron ms respuestas que el silencio. Se haba idopara no volver.

    Y ocurri entonces que por primera vez en su vida fue capaz de pintarrealmente. Su tcnica siempre haba sido buena. De pronto, la aptitud y lainspiracin iban de la mano.

    El lienzo con el que se consagr y salt a la fama fue expuesto en laAcademia de Bellas Artes y distinguido con el galardn de mejor cuadro delao, tanto por su exquisito tratamiento del tema como por la tcnica ymagistral realizacin. Cierto grado de misterio aumentaba su inters para elgran pblico.

    Haba encontrado su fuente de inspiracin por azar. Un cuento de hadaspublicado en una revista haba encendido su imaginacin.

    Narraba la historia de una afortunada princesa a quien nunca habafaltado nada. Si expresaba un deseo, se cumpla de inmediato. Si formulabauna peticin, le era concedida. Tena unos padres que la queran, grandesriquezas, preciosos vestidos y joyas, esclavos siempre a punto de satisfacersus ms insignificantes antojos, alegres criadas que le hacan compaa, todo

    cuanto una princesa pudiese desear. Los prncipes ms apuestos y ricos lacortejaban y en balde pedan su mano, dispuestos a matar cuantos dragonesfuese necesario para demostrar su ferviente amor. Y sin embargo la soledad dela princesa era mayor que la del mendigo ms msero del reino.

    Frank no ley ms. El destino final de la princesa no le interesaba. Sehaba forjado ya una imagen de la princesa colmada de placeres con un almatriste y solitario, asqueada del bienestar, asfixiada por el lujo, anhelante en elPalacio de la Abundancia.

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    Comenz a pintar con febril energa. El intenso jbilo de la creacin seadue de l.

    Represent a la princesa en su corte, reclinada en un divn. Una vistosaambientacin oriental dominaba el lienzo. La princesa luca un magnificovestido con bordados de extraos colores; el cabello dorado le caa en torno alrostro, y una aro profusamente enjoyado ornaba su cabeza. Estaba rodeada dedoncellas, y ante ella se postraban los prncipes con exquisitos regalos. Enconjunto, la escena era un derroche de lujo y opulencia.

    Sin embargo, la princesa tena vuelto el rostro, ajena a las risas y elalborozo. Mantena la vista fija en un lbrego rincn donde haba un objeto quepareca fuera de lugar en aquel ambiente: un pequeo dolo de piedra gris conla cabeza entre las manos en una rara actitud de desesperacin.

    Estaba fuera de lugar? La princesa lo observaba con una expresinextraamente compasiva, como si una creciente conciencia de su propioaislamiento arrastrase hacia all su mirada de manera irresistible. Existaafinidad entre ellos. Aunque tena el mundo a sus pies, estaba sola: unaprincesa solitaria mirando a un pequeo dios solitario.

    Todo Londres habl del cuadro. Greta le escribi unas apresuradaspalabras de felicitacin desde Yorkshire, y la esposa de Tom Hurley en unacarta de rog: Frank Oliver solt una sarcsticarisotada y ech la carta al fuego. Le haba llegado el xito, pero de quserva? Su nico anhelo era la pequea y solitaria dama que haba salido de suvida para siempre.

    Aquel da se celebraba el gran premio hpico de Ascot, y el vigilante de serviciode cierta seccin del Museo Britnico se frot los ojos, pensando que soaba,pues no era normal encontrarse all una visin propia de Ascot, con su vestido

    de encaje y su extraordinario sombrero, una autentica ninfa tal como la habraconcebido un genio parisino. El vigilante la contempl arrobado.Probablemente el dios solitario no estaba tan sorprendido. Quiz a su

    manera haba sido un dios poderoso; en todo caso, una de sus adoradoreshaba vuelto al redil.La Dama Solitaria lo miraba con atencin y mova los labios en un rpidosusurro.

    -Oh, pequeo y querido dios! Aydame, querido dios! Aydame, porfavor!

    Quiz el pequeo dios se sinti halagado. Quiz, caso de que en otrotiempo hubiese sido la deidad feroz e implacable que Frank Oliver imaginaba,los largos aos de tedio y la influencia de la civilizacin haban ablandado su

    fro corazn de piedra. Quiz la Dama Solitaria tena razn y en realidad era undios benvolo. Quiz fue slo una coincidencia. Fuera como fuese, en aquelpreciso instante Frank Oliver, cabizbajo, entr lentamente desde la Sala Asiria.

    Alz la cabeza y vio a la ninfa parisina.Un momento despus la rodeaba con el brazo y escuchaba su

    explicacin rpida y entrecortada.-Estaba tan solaPero usted ya lo sabe; debi leer el cuento que escrib.

    No habra podido pintar aquel cuadro si no lo hubiese ledoy comprendido. La

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    princesa era yo. Lo tena todo, y sin embargo me hallaba en una soledadindescriptible. Un da decid visitar a una adivina y le ped ropa prestada a midoncella. De camino entr aqu y lo vi contemplar el pequeo dios. As empeztodo. Aparent ser quien no era Fue un comportamiento imperdonable! Ypeor an, segu fingiendo, y despus no me atrev a confesarle que le habamentido. Pens que se indignara al conocer mi engao. No resist la idea, asque desaparec. Ms tarde escrib el cuento y ayer vi su cuadro. Usted pintese cuadro, verdad?

    Solo los dioses conocen realmente el significado de la palabra. Cabe suponer que el pequeo dios solitario conoca laprofunda ingratitud de la naturaleza humana. Como divinidad, se encontrabaen una posicin privilegiada para observarla, pero a la hora de la difcil pruebal, que haba recibido en ofrenda innumerables sacrificios, se sacrific a su vez.Renunci a sus dos nicos adoradores en aquella tierra extraa, y demostr asser a su manera un gran dios, ya que renunci a todo lo que tena.

    A travs de las rendijas de sus dedos los vio marcharse, cogidos de lamano, sin volver la vista atrs, dos personas felices que haban encontrado el

    paraso y ya no lo necesitaban.Pues qu era l al fin y al cabo sino un pequeo dios solitario en tierra

    extraa?