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    Incluye los relatos:La infancia de Zhennia LiubersUn relatoLa raya de ApelesVas areas

  • RELATOS

    Incluye los relatos:La infancia de Zhennia LiubersUn relatoLa raya de ApelesVas areas

    Autor: Pasternak, BorisISBN: 9788499893785Generado con: QualityEbook v0.35

  • Relatos

  • Boris Pasternak

  • La infancia de Zhennia Liubers

    Das largos

    I

    Zhenia Liubers naci y se cri en Perm. Sus recuerdos ms tardos, igual que los de antes,cuando eran de muecas y barquitos, se perdan en las afelpadas pieles de oso que tanto abundabanen las casas. Su padre, gerente de las minas de Lniev, contaba con numerosos clientes entre losfabricantes de Chsovo.

    Las pieles regaladas eran de color marrn oscuro, casi negras y muy suntuosas. La osa blanca dela habitacin de los nios pareca un crisantemo enorme de hojas cadas: la haban adquirido para lahabitacin de Zheechka; fue elegida, regateada en el almacn y enviada a la casa por un recadero.

    Durante los veranos vivan en una finca, en la orilla opuesta del Kama. En aquellos aosacostaban a Zhenia muy temprano. No poda ver las luces de Motovlija. Pero un da el gato deAngora, asustado por algo, se movi bruscamente durante el sueo y despert a Zhenia. Vio entoncesa los mayores en el balcn. El aliso que penda sobre los travesanos era tan espeso y tornasoladocomo la tinta. El t de los vasos se vea rojizo, los puos y las cartas amarillas, el pao verde.Pareca una pesadilla, pero la pesadilla tena un nombre y Zhenia tambin lo conoca: jugaban a lascartas.

    Pero no poda comprender lo que ocurra en la otra orilla, lejos, muy lejos; aquello no tenanombre, ni color definido, ni contornos exactos. Aunque inquietaba, resultaba familiar, entraable, noera una pesadilla como aquello que se mova y murmuraba entre vaharadas de humo de tabaco,despidiendo sombras ondulantes, frescas, sobre las ocres vigas del balcn. Zhenia se ech a llorar.Entr el padre y le explic. La institutriz inglesa se volvi hacia la pared. La explicacin del padrefue corta.

    Si es Motovlija! Que vergenza! Una nia tan grande!... Duerme.La nia no comprendi nada, pero satisfecha, sorbi una lgrima que resbalaba por su mejilla.

    Slo necesitaba aquello, conocer el nombre de lo desconocido, Motovlija! Aquella noche eso loexplic todo porque aquel nombre tena un significado total, infantilmente tranquilizador.

    A la maana siguiente, sin embargo, empez a hacer preguntas sobre Motovlija y lo que hacanall por la noche; supo que Motovlija era una fbrica, una fbrica del Estado y que en ella hacanhierro, y que del hierro..., pero eso ya no le importaba; quera saber si aquello que llamabanfbricas no eran unos pases especiales y quines eran los que vivan all, pero no hizo esaspreguntas, se las guard intencionadamente para s.

    Aquella maana sali de su primera infancia en la cual haba permanecido an por la noche. Porprimera vez en su vida sospech que haba algo que convena esconder para uno mismo y derevelarlo a alguien, hacerlo tan slo a personas que saban gritar y castigar, que fumaban y cerrabanlas puertas con pestillo. Por primera vez, como aquella nueva Motovlija, no dijo todo lo que habapensado, reservndose lo ms esencial, concreto e inquietante.

    Los aos iban pasando. Los nios se haban acostumbrado tanto a las ausencias del padre desdesu nacimiento que un aspecto esencial de la paternidad era para ellos almorzar con l de vez en

  • cuando y no verle jams durante la cena. Eran cada vez ms y ms frecuentes las partidas de cartas,las discusiones; coman y beban en habitaciones completamente vacas, solemnemente deshabitadas,y las fras lecciones de la inglesa no podan sustituir la presencia de la madre que llenaba la casa conla grata pesadumbre de su irascibilidad y obstinacin, como una especie de entraable fluidoelctrico. A travs de las cortinas se filtraba el apacible, pero no jubiloso, da norteo. El aparadorde roble pareca blanquecino, la plata se amontonaba pesada y grave. Por encima del mantel semovan las manos de la inglesa, perfumadas de lavanda; reparta las viandas por igual y posea unainagotable reserva de paciencia; el sentimiento de equidad le era inherente en el mismo elevadogrado en el cual su habitacin y sus libros estaban siempre limpios y ordenados. La doncella, alservir la comida, se quedaba en el comedor y se iba a la cocina slo en busca del plato siguiente.Todo era confortable y cmodo, pero terriblemente triste.

    Y como aquellos aos eran para la nia de suspicacia y soledad, sentimiento de pecado y deaquello que me gustara denominar cristianismo en francs, por la imposibilidad de calificarlo decristiandad, le pareca a veces que no poda existir nada mejor, no deba existir, que lo tena todomerecido por su depravacin y falta de arrepentimiento. Sin embargo eso jams llega a laconciencia de los nios, era al revs. Su ser entero divagaba estremecido, incapaz de comprenderla actitud de sus padres frente a ellos cuando estaban en la casa, cuando ellos no es que volvieran ala casa, sino que entraban en ella.

    Las raras bromas del padre eran, en general, poco afortunadas y siempre inoportunas. El se dabacuenta y senta que los nios lo comprendan. Un matiz de melanclica confusin jams abandonabasu rostro. Cuando el padre se irritaba, se converta en un ser ajeno a ellos, decididamente extrao enel momento justo que perda el dominio de s mismo. No les conmova ese ser extrao. Los niosjams se insolentaban con l.

    Pero a partir de un cierto tiempo la crtica que proceda de la habitacin de los nios, y que sinhablar se lea en sus miradas, le dejaba indiferente. No la notaba. Invulnerable a todo, desconocido ylastimoso, ese padre causaba miedo en oposicin al padre irritado, el extrao, el ajeno. Era mssevero con la nia que con el hijo.

    Ninguno de ellos comprenda a la madre: les colmaba de caricias, de regalos, pasaba en sucompaa horas enteras cuando ellos menos lo deseaban, cuando eso pesaba en sus conciencias comoinmerecido y no se reconocan en aquellos cariosos eptetos que brotaban de su disparatado instintomaternal.

    A veces, cuando una excepcional serenidad, clara, inslita, se adueaba de su espritu y cuandono se sentan culpables y se alejaba de su conciencia todo lo misterioso que tanto tema serdescubierto, parecido a la fiebre que precede a la erupcin, vean a su madre como ajena a ellos,como si los evitara y se enfadara sin motivo. Vena el cartero. La carta iba destinada a la madre. Larecoga sin dar las gracias. Ve a tu cuarto. Golpeaba la puerta. Con la cabeza gacha, silenciosos,aburridos, se suman en una larga y triste perplejidad.

    Al principio, lloraban; luego empezaron a tener miedo despus de un enfado particularmenteviolento; ms tarde, con el transcurrir de los aos, acabaron por sentir una hostilidad oculta, cada vezms arraigada.

    Todo cuando les vena de los padres era a destiempo, de rebote, no estaba provocado por ellos,sino por causas ajenas y saba a lejana y a misterio, como los gemidos nocturnos en los puestos devigilancia cuando todos se van dormir.

    En ese ambiente se educaron los nios. No eran conscientes de ello, ya que son pocos losadultos que saben y entienden aquello que les sustenta, ajusta y conforma. La vida inicia a muy pocos

  • en lo que hace con ellos. Le gusta demasiado su labor y durante su trabajo habla tan slo conaquellos que le desean xito y admiran su quehacer. Nadie puede ayudarle, pero estorbarle puedentodos. De qu modo? Pues del siguiente. Si se confa a un rbol el cuidado de su propio crecimientotodo l se llenar de ramas, o se convertir en raz, o gastar su fuerza entera en una sola hoja porquese olvidar del universo, del cual debe tomar ejemplo, y al producir uno entre mil seguirproduciendo en miles siempre lo mismo.

    Y para que no haya nudos en el alma, para que el crecimiento no se detenga, para que el serhumano no se entrometa torpemente en la hechura de su esencia inmortal fueron instituidas muchascosas que distraen su banal curiosidad por conocer la vida, que no quiere que vea su trabajo y loevita valindose de todos los medios. Con tal fin se crearon todas las religiones autnticas, todos losconceptos generales y todos los prejuicios humanos, y el ms destacado entre ellos, el que ms ledistrae, la psicologa.

    Los nios haban salido ya de su primera infancia. Los conceptos de castigo, regalo,recompensa y justicia haban penetrado en su alma de modo infantil y distraan su atencin, dejandoque la vida hiciese con ellos aquello que consideraba preciso, importante y bello.

    II

    Miss Hawthorn no lo habra hecho. En uno de sus inmotivados accesos de ternura por sus hijos,la seora Liubers zahiri por motivos ftiles a la inglesa, y ella desapareci de la casa. Muy pronto,y casi sin que ellos se diesen cuenta, apareci en su lugar una francesa enclenque. Ms tarde, Zheniaslo recordaba que la francesa se pareca a una mosca y que nadie la quera. Su nombre se habaperdido por completo y Zhenia era incapaz de recordar entre qu slabas y sonidos podaencontrarse. Recordaba nicamente que la francesa la haba reido primero y luego cogi unastijeras y recort con ellas los pelos de la osa que estaban manchados de sangre. Le pareca que desdeahora todos le gritaran, que jams se le quitara el dolor de cabeza y que ya nunca ms comprenderaaquella pgina de su libro predilecto que se embarullaba ante sus ojos como un manual despus delalmuerzo.

    Aquel da se le hizo terriblemente largo. Su madre no estaba en casa y Zhenia no lo lamentaba.Le pareca, incluso, que se alegraba de que no estuviese.

    Poco tiempo despus, aquel da tan largo fue olvidado entre las formas de pass y futurantrieur, riego de los jacintos y paseos por las calles de Sibrskaia y Ojnskaia. Lo haba olvidadoa tal punto que la largura de otro, el segundo en la cuenta de su vida, lo not y percibi slo alanochecer, cuando lea a la luz de la lmpara y el relato, en su indolente avance, le sugiri centenaresde reflexiones ociosas. Cuando recordaba ms tarde la casa de la calle Ossnskaia en la que vivanentonces, la vea siempre tal y como la viera en aquel segundo da largo, cuando ya estaba a punto definalizar. Fue un da realmente largo. Era primavera. En los Urales la primavera maduradificultosamente, parece estar enferma, pero luego irrumpe tempestuosa y amplia. Las luces de laslmparas matizaban la vaciedad del aire vespertino. No daban luz, se inflaban por dentro como frutosenfermos de hidropesa turbia y clara que hinchaba las panzudas pantallas. Era como si estuviesenausentes. Se hallaban en los lugares precisos, encima de las mesas, descendan de los techosescayolados en las habitaciones donde la nia estaba acostumbrada a verlas. Dirase, sin embargo,que las lmparas tenan mucha menos relacin con las habitaciones que con el cielo primaveral al

  • que se encontraban tan prximas como la bebida de la cama del enfermo. Su alma estaba en la calledonde sobre la tierra hmeda pululaba el parloteo de la servidumbre y se inmovilizaba por el fronocturno la cada vez ms escasa agua del deshielo. Era all donde se perda la luz de las lmparaspor las tardes. Los padres estaban de viaje, pero a la madre, al parecer, se la esperaba aquel da. Eseda tan largo o en los prximos. S, probablemente. O tal vez se presentara de pronto. Tal vez haraeso.

    Zhenia se preparaba para acostarse, pero vio que el da era largo por la misma razn que aquelotro; pens primero en usar las tijeras y cortar esos lugares en la camisa y la sbana, pero decidiluego que sera mejor usar los polvos de la francesa y ocultar as las manchas con lo blanco; tena lapolvera en las manos cuando sta entr y la golpe. Todo el pecado qued concentrado en lospolvos.

    Se pone polvos! Slo eso faltaba!Ahora al fin haba comprendido. Lo sospechaba hace tiempo.Zhenia se ech a llorar por los golpes, los gritos y la ofensa, por sentirse inocente de aquello

    que sospechaba la francesa; saba que era culpable de algo ella lo senta mucho peor queaquellas sospechas. Era preciso lo senta con todas las fibras, hasta el embotamiento, lo senta ensus piernas y sienes ocultar eso como fuera, a toda costa. Le dolan las articulaciones, no leparecan suyas en su hipntica sugestin. La agobiante y angustiosa sugestin era obra del organismoque ocultaba a la nia el sentido de todo y, comportndose como un criminal, la obligaba a suponerun mal vil y nauseabundo en aquella prdida de sangre. Menteuse![1]. No tena ms remedio quenegar, defenderse obstinadamente de lo que era peor de todo, de lo que estaba entre el bochorno delanalfabetismo y la vergenza de un suceso callejero. Haba que temblar, apretando los dientes y,ahogndose en lgrimas, pegarse a la pared. No poda lanzarse al Kama porque an haca fro y losltimos hielos bajaban ro abajo.

    Ni ella ni la francesa oyeron en su momento el timbre. El jaleo armado fue absorbido por ladensidad de las oscuras pieles y cuando entr la madre ya era tarde. Encontr a su hija baada enlgrimas y a la francesa arrebolada. Exigi explicaciones. La francesa le declar sin rodeos queZhenia, no dijo Zhenia, sino votre enfant, su hija se pona polvos y que ella ya se haba dadocuenta antes, lo sospechaba. La madre no la dej proseguir, su error no era fingido, la nia no habacumplido an los trece aos.

    Zhenia... T?... Dios mo, a lo que hemos llegado! (a la madre le pareca en aquel momentoque esa palabra tena sentido, como si ya supiera antes que la nia se degradaba y corrompa, queella no haba tomado a tiempo las medidas oportunas y por eso la encontraba en un escaln tan bajode la cada). Zhenia, di toda la verdad, si no ser peor! Qu hacas con...? probablemente laseora Liubers quera decir la polvera, pero dijo con esa cosa y sujetando la cosa en la mano, laagit en el aire.

    Mam, no creas a Mademoiselle, yo nunca... y prorrumpi en sollozos.Pero la madre perciba en ese llanto entonaciones malvolas que no existan en l; sentase

    culpable y, en su fuero interno, horrorizada de s misma; en su opinin haba que tomar medidas, erapreciso, aunque fuera en contra de su naturaleza maternal, alzarse hasta racionales medidaspedaggicas. Decidi no dejarse llevar por la compasin, esperar a que pasara ese torrente delgrimas que tanto la atormentaban.

    Se sent en la cama, fijando una mirada serena y vaca en un extremo del estante de libros. Olaa perfume caro. Cuando la nia se recobr volvi a su interrogatorio. Zhenia dirigi la mirada de susojos llorosos hacia la ventana y solloz. El hielo bajaba ruidosamente por el ro; brillaba una

  • estrella. La noche, desierta, de spera negrura, sin reflejos, era fra y hueca. Zhenia apart la vista dela ventana. En la voz de la madre sonaban la impaciencia y la amenaza. La francesa de pie junto a lapared, era toda seriedad y pedagoga concentrada. Con el gesto de un ayudante de campo su manodescansaba en el cordn del reloj. Zhenia volvi a mirar las estrellas y el Kama. Se haba decidido.A pesar del fro y de los hielos. Y se lanz. Embrollndose en las palabras, aterrorizada, cont a sumadre eso, de forma inconexa. La madre la dej hablar hasta el fin porque estaba sorprendida de laemocin que haba puesto la nia en su relato. En cuanto a comprender, lo haba comprendido tododesde la primera palabra. Incluso antes, por la profunda aspiracin que hizo Zhenia cuando empez ahablar. La madre escuchaba palpitante de gozo, llena de amor y ternura por aquel frgil cuerpecito.Senta deseos de abrazarla y llorar. Pero, la pedagoga! Se levant de la cama y levant la manta.Llam a la nia y empez a acariciarle la cabeza muy, muy despacio, con ternura.

    Buena ni... esas palabras se le escaparon rpidamente. Se acerc a la ventana con amplio yruidoso ademn apartndose de ellas.

    Zhenia no vea a la francesa. Las lgrimas y la madre llenaban toda la habitacin.Quin hace la cama?La pregunta no tena sentido. La nia se estremeci. Sinti lstima de Grusha. Luego se dijo algo

    en el para ella familiar idioma francs: algo muy severo. Y luego, dirigindose de nuevo a ella, perocon entonacin completamente distinta, la madre dijo:

    Zheechka, ve al comedor, nenita; yo ir en seguida y te hablar de la maravillosa finca quehemos alquilado pap y yo para vosotros..., para nosotros este verano.

    Las lmparas volvan a ser suyas, como en invierno, estaba con los Liubers, cariosos,serviciales, abnegados; la piel de marta de mam retozaba sobre un mantel de lana azul. Causaganada. Parada en Blagodat, esprame finales Semana Santa si..., el resto no poda leerse por estardoblado el telegrama en una esquina. Zhenia tom asiento en un borde del divn, feliz y cansada. Sesent con aire modesto y correcto, exactamente igual a como medio ao despus tom asiento en elpasillo del liceo de Ekaterinoburg en un extremo del largo banco amarillo cuando despus de recibirun sobresaliente en el examen oral de lengua rusa supo que poda irse.

    A la maana siguiente, la madre le explic lo que deba hacer en casos semejantes; le dijo queno tena importancia, que no deba tener miedo, que eso se repetira y ms de una vez. No le dioningn nombre y nada le explic, pero aadi que a partir de ahora ella misma le dara las clasesporque ya no volvera a marcharse.

    La francesa fue despedida por negligencia, slo estuvo unos meses en la casa. Cuando vino abuscarla el coche y descenda por la escalera, tropez en el descansillo con el doctor que suba. Elrespondi a su saludo con gesto desabrido y nada le dijo como despedida; ella comprendi que l yalo saba todo, frunci el ceo y se encogi de hombros.

    En la puerta estaba la doncella, esperando que pasara el doctor y, por ello, en el pasillo dondese hallaba Zhenia, el ruido de los pasos y su eco sobre las piedras del empedrado perdur mstiempo de lo habitual.

    Y as qued grabado en su mente la historia de su primera madurez juvenil: la plena resonanciade la gorgojeante calle matinal que, detenindose en la escalera, envolvi con su tibieza la casa; lafrancesa, la doncella y el doctor, dos delincuentes y un iniciado, purificados y lavados por la luz, elfrescor y la sonoridad de la marcha. El mes de abril era soleado y tibio. Los pies, secaos lospies!, resonaba de una esquina a otra del largo y claro pasillo desnudo.

    Las pieles se guardaban en verano. Las habitaciones lucan limpias, distintas, aliviadas;respiraban dulcemente. El da entero de tan tardo anochecer, tan largamente impuesto en todas las

  • esquinas, en el centro de las habitaciones, en los cristales adosados a las paredes, en los espejos, enlas copas con agua y en el aire azulado del jardn, jugueteaba insaciable, infatigable, frentico, riente,el cerezo silvestre y la madreselva se agitaba jubilosa como si se atragantara. A lo largo del da y lanoche se oa el tedioso parloteo de los patios; declaraban depuesta la noche y repetan machacones,con voces fraccionadas y entrecortadas que las noches jams volveran y que ellos no dejarandormir a nadie.

    Los pies, los pies! Pero ellos tenan prisa, volvan borrachos de libertad, les zumbaban losodos y no podan comprender claramente cuanto les decan; se apresuraban a beber, a comer lo msdeprisa posible para apartar las sillas con chirriante ruido y volver de nuevo al da no terminadoan, que se quebraba en la cena, donde el rbol al secarse emita su breve crujido, donde el azul delcielo gorjeaba estridente y reluca grasienta la tierra como manteca fundida. Haba desaparecido lafrontera entre la casa y el patio. La bayeta no alcanzaba a borrar las huellas de las pisadas. Lossuelos se cubran con un enlucido seco y claro que cruja bajo los pies.

    El padre haba trado un montn de golosinas y de maravillas. El ambiente en la casa eramaravilloso. Las piedras advertan con hmedos susurros su aparicin de entre el papel de fumar quese iba coloreando paulatinamente, hacindose cada vez ms y ms transparente, a medida que capa acapa se desenvolvan aquellos paquetes blancos y suaves como la gasa. Unas se parecan a gotas deleche de almendras, otras a salpicaduras de acuarela azul, las terceras a una lgrima solidificada dequeso. Algunas piedras eran ciegas, somnolientas o soadoras, otras tenan chiribitas juguetonascomo el zumo congelado de las naranjas chinas. No apeteca tocarlas. Eran bellas sobre el fondo delespumoso papel que las destacaba igual que destaca la ciruela su opaco brillo.

    El padre estaba muy carioso con sus hijos y con frecuencia acompaaba a la madre a laciudad. Regresaban juntos y parecan contentos. Y, sobre todo, tenan el nimo tranquilo, eran afablesy constantes, y cuando la madre, a hurtadillas, lanzaba miradas de alegre reproche al padre, diraseque extraa esa paz de sus ojos pequeos y no bellos y la expanda despus con los suyos grandes yhermosos sobre sus hijos y todo cuanto les rodeaba.

    Un da los padres se levantaron muy tarde. Luego, no se sabe por qu, decidieron almorzar en unbarco anclado en un puerto y llevaron consigo a los nios. A Seriozha le dieron a probar cervezafra. Les gust tanto todo ello que otro da volvieron al barco. Los nios no reconocan a sus padres.Qu les haba pasado?

    Zhenia, perpleja, rebosaba de felicidad y le pareca que ahora siempre sera as. No se pusierontristes al saber que aquel verano no les llevaran al campo. El padre parti poco despus.Aparecieron en la casa tres bales enormes, amarillos, con slidos herrajes.

    III

    El tren sala de noche. El padre, que se haba trasladado un mes antes, escriba que la casa yaestaba dispuesta. Algunos coches bajaban al trote hacia la estacin; su proximidad se notaba en elcolor del pavimento. Estaba negro y la luz de las farolas de la calle golpe de pronto ocres hierros.En aquel momento, desde el viaducto, se abri ante sus ojos el panorama del ro y debajo de ellosapareci atronador un barranco negro como el holln, trajinante y angustioso. Corra como una flechahacia adelante y all lejos, muy lejos, en el otro confn, se expandi terrorfico haciendo oscilar losparpadeantes abalorios de las lejanas seales. Haca viento. Se perdan los contornos de las

  • casuchas y las vallas y como las cascarillas de los cedazos ondeaban vacilantes en el aire revuelto.Ola a patatas. El cochero rebas una fila de carros saltarines llenos de cestas y bultos que tenadelante, y vieron de lejos el gran carro que llevaba su bagaje. Llegaron a su altura. Desde el carro,Uliasha grit algo a la seora, pero el fragor de las ruedas ahog su voz; saltaba sacudida en losbaches y tambin su voz saltaba.

    La novedad de todos aquellos ruidos nocturnos, la noche y el frescor disipaban la tristeza deZhenia. Lejos, muy lejos, negreaba algo misterioso. Tras las barracas del puerto se agitaban unaslucecitas, la ciudad las enjuagaba en el agua de la orilla y de las lanchas. Despus se hicieronnumerosas, se reproducan densas y lustrosas, ciegas como gusanos. En el muelle de Liubimovazuleaban sobriamente las chimeneas, los techos de los depsitos, las cubiertas. Panza arriba, lasbarcazas miraban al cielo. Aqu debe haber muchas ratas, pens Zhenia. Les rodearon losporteadores. Seriozha fue el primero en saltar a tierra. Mir en torno suyo y qued muy sorprendidoal ver que ya estaba all el carrero que llevaba sus bagajes; el caballo haba alzado la cabeza, lacollera, grande de pronto, pareca un gallo enhiesto; el caballo retrocedi apoyndose en la parteposterior de un carro. Y l que estuvo preocupado todo el tiempo por el retraso que llevaran!

    De pie, con su blanca camisa de licesta, Seriozha sentase radiante ante la perspectiva delviaje. Para los dos constitua una novedad, pero l ya conoca y amaba las palabras depsitos,locomotora, va muerta, directa, y el sonido de la palabra clase tena para l un sabor agridulce.Tambin a Zhenia le atraa todo eso, pero a su modo, sin la sistematizacin que distingua a suhermano.

    Inesperadamente, como si saliera de las entraas de la tierra, apareci la madre. Orden quellevaran a los nios a la cantina. Desde all, abrindose paso majestuosamente por entre lamuchedumbre, se encamin hacia aquel que fue denominado por primera vez, en voz alta yamenazadora, jefe de estacin, trmino que se mencion despus con frecuencia en diversoslugares y con distintas variantes, entre las ms diversas bataholas.

    Los nios no dejaban de bostezar, sentados junto a una de las ventanas llenas de polvo,recargadas y enormes, que parecan ms bien oficinas hechas de cristal de botellas donde era precisoquitarse el sombrero. Zhenia vea por la ventana algo que no era una calle, sino ms bien unahabitacin, slo que ms adusta y grave que esa de la jarra de cristal; en aquella habitacinpenetraban lentamente las locomotoras y se detenan sembrando la oscuridad, y cuando se iban,dejando vaca la habitacin, resultaba que no era una habitacin, porque haba cielo tras unos postesy al otro lado un montculo y casitas de madera, y la gente, alejndose, iba hacia all; tal vez ahoracantaran all los gallos y acabara de pasar el aguador, dejando sucias huellas de su paso...

    Era una estacin de provincias, sin el ajetreo de la capital, sin esplendores; los viajeros acudancon tiempo anticipado desde la ciudad sumida en la noche, dispuestos a una larga espera; estacinsilenciosa, con emigrantes dormidos en el suelo, entre perros de caza, bales, mquinas enfundadasen lonas y bicicletas sueltas.

    Los nios se acostaron en las literas de arriba. Seriozha se durmi de inmediato. El tren nohaba partido an. Amaneca y Zhenia fue dndose cuenta de que el vagn era azul, limpio y fresco. Ytambin se dio cuenta... pero ya dorma.

    Era un hombre muy grueso. Lea el peridico y se balanceaba. Mirndole se vea claramente elbalanceo que, como el sol, inundaba, invada todo el vagn. Zhenia le contemplaba desde lo alto conla misma perezosa meticulosidad con que piensa en algo o mira algo una persona completamentedespierta con la mente fresca, que sigue acostada porque espera tan slo que la decisin delevantarse llegue por s misma, sin su ayuda, clara y libre al igual que sus restantes pensamientos. Al

  • contemplarle, pensaba al mismo tiempo cmo es que estaba en su compartimento y cundo habatenido tiempo de vestirse y lavarse. No tena ni idea de la hora que era. Acababa de despertarse;deba de ser, lgicamente, la maana. Zhenia le miraba, pero l no poda verla: las literas seinclinaban hacia la pared. El no la vea, porque aunque de vez en cuando miraba por encima delperidico hacia arriba, de lado, al sesgo, sus miradas no se cruzaban cuando las diriga hacia sulitera; o bien vea la colchoneta o bien... Zhenia recogi y estir las medias que haba aflojado.Mam est de seguro en aquel rincn, ya arreglada y leyendo un libro decidi, analizando lasmiradas del gordinfln. A Seriozha no le veo abajo. Dnde se habr metido? Zhenia bostezplacenteramente y se desperez Qu calor tan terrible!. Tan slo ahora se dio cuenta de ello ymir desde lo alto por la ventanilla semiabierta. Pero, dnde est la tierra?, pens conmocionadaen lo mas ntimo de su ser.

    Lo que vea era realmente indescriptible. La rumoreante nogalera por donde corra,serpenteando, el tren, habase convertido en mar, en el universo, en todo cuanto se quisiera. Elbosque susurrante, frondoso, descenda en toda su amplitud cuesta abajo, hacindose ms y msespeso; luego se achicaba y terminaba bruscamente, ya negro del todo. Y aquello que se alzaba alotro lado del precipicio pareca una inmensa nube de tormenta, llena de rizos y bucles de color verdepajizo. Zhenia, absorta en sus pensamientos, retuvo el aliento y percibi de inmediato la fluidez deaquel aire inmvil e ilimitado; comprendi de pronto que la nube de tormenta era una comarca, unaregin que llevaba un nombre sonoro de montaa, todo expandido en derredor, lanzado hacia abajocon las piedras y la arena, hacia el valle; que la nogalera slo saba susurrar ese nombre, susurrarlosin descanso: aqu y all, y ms a-ll--; tan slo ese nombre.

    Son los Urales? pregunt a todo el compartimento, incorporndose en la litera.El camino restante lo pas Zhenia pegada a la ventanilla del pasillo, sin apartarse ni por un

    momento, como adherida a ella, asomando a cada instante la cabeza. Tena ansia por ver. Descubrique era ms agradable mirar hacia atrs que hacia delante. Los majestuosos picos conocidos secubran de bruma y retrocedan. Despus de una breve separacin, durante la cual se ofrecan a lavista nuevas cordilleras maravillosas, volva a encontrarlos. El panorama montaoso era cada vezmayor y ms amplio. Algunos picos se vean negros, otros iluminados, aqullos oscurecidos, los dems all a punto de estarlo. Se juntaban y separaban, descendan y volvan a subir. Todo se realizabade acuerdo a un lento girar, como la rotacin de las estrellas, con la cautelosa reserva de losgigantes, que a un pelo de la catstrofe cuidan la integridad de la tierra. Dirige esos complejosdesplazamientos un zumbido uniforme, grandioso, inaccesible al odo humano, con la vista puesta entodo. Su mirada de guila lo abarca todo; mudo y oscuro pasa revista a cuanto le rodea. As seconstruyen, se construyen y reconstruyen los Urales.

    Zhenia entr un instante en el compartimento, guiando los ojos por la intensidad de la luz. Lamadre charlaba con el desconocido y se rea. Seriozha, sentado en el divn de felpa roja, sostena enla mano una especie de correa adosada a la pared. La madre escupi en el puo la ltima pepita,sacudi del vestido las que haban cado en l e inclinndose, rpida y gil, tir todos losdesperdicios debajo del banco. En contra de lo que caba suponer, el gordinfln tena una vocecitacascada y ronca. Probablemente era asmtico. La madre se lo present a Zhenia y l le tendi unamandarina. Era divertido y, al parecer, bondadoso; al hablar se llevaba constantemente la gordezuelamano a la boca. Sus palabras parecan inflarse y, de pronto, como ahogndose, se interrumpan confrecuencia. Supo que era de Ekaterinburg, que haba viajado a lo largo y ancho de los Urales yconoca muy bien la comarca, y cuando extrajo un reloj de oro del bolsillo de su chaleco y se lollev a los ojos hasta casi rozar la nariz, guardndolo despus, Zhenia observ que sus dedos

  • inspiraban confianza. Como es frecuente en la naturaleza de los gordinflones sus movimientos erancomo los de alguien que da; su mano se balanceaba todo el tiempo como si la tendiese para elbesamanos y saltaba suavemente como si golpeara una pelota contra el suelo.

    Ya falta poco dijo, ladeando la vista y alargando los labios en direccin contraria aSeriozha, aunque se diriga a l precisamente.

    Sabes, l dice que hay un poste en la frontera de Asia y Europa y que tiene escrito Asia desembuch de golpe Seriozha bajando rpidamente del divn, y corri al pasillo.

    Zhenia no entendi nada y cuando el gordinfln le explic de lo que se trataba, tambin corrihacia all para esperar el poste, temerosa de haberlo dejado pasar. En su desbordada imaginacin,la frontera con Asia se alzaba en forma de un lmite fantasmagrico, algo as como unos barrotesde hierro como los que se colocan entre el pblico y la jaula de los pumas, como una franja queindicara un peligro negro como la noche, amenazador y hediondo. Esperaba aquel poste como lasubida del teln en el primer acto de una tragedia geogrfica sobre la cual haba odo contar muchasfbulas por todos cuantos la conocan, solemnemente emocionada de tener la suerte de estar all ypoderlo ver muy pronto.

    Sin embargo, lo que antes la impuls a volver al compartimento donde estaban los mayorescontinuaba sin variacin: a la griscea nogalera que bordeaba la lnea frrea desde haca media horano se le vea fin, y la naturaleza no pareca prepararse para el prximo acontecimiento. Zhenia sentarabia contra la aburrida y polvorienta Europa que tan fastidiosamente aplazaba el advenimiento delmilagro. Qu desilusin la suya cuando al grito frentico de Seriozha desfil ante la ventana, decostado a ellos, y qued atrs algo semejante a un monumento funerario, llevando consigo el tanesperado nombre mgico hacia el aliso de los alisos que le perseguan! En aquel instante, multitud decabezas, como puestas de acuerdo, se asomaron por las ventanillas de todas las clases y el tren, quedescenda cuesta abajo en medio de una nube de polvo, se anim. En Asia ya existan muchasestaciones desde haca tiempo y, sin embargo, seguan agitndose los pauelos en las cabezasasomadas, la gente intercambiaba miradas, haba hombres rasurados, barbudos, y volaban todos entrenubes giratorias de arena; volaban y volaban dejando atrs los alisos polvorientos hace poco aneuropeos, pero asiticos desde hace mucho tiempo.

    IV

    La vida tom un rumbo nuevo. La leche no llegaba a la casa, a la cocina, con un repartidor, sinoque la traa Uliasha por las maanas recin ordeada y el pan era distinto del de Perm. Las aceraseran de mrmol o de alabastro, de ondulado brillo blanco; sus losas relucan hasta en la sombracomo soles congelados, absorbiendo vidamente las sombras de los esbeltos rboles que, extendidosa sus lados, se diluan y fundan en ellas. Aqu el salir a la calle, ancha, luminosa, con vegetacin,era complemente distinto.

    Igual que en Pars repeta Zhenia las palabras del padre.Lo haba dicho el primer da que llegaron. La casa era confortable y espaciosa. El padre haba

    tomado un tentempi antes de ir a la estacin, y no particip del almuerzo. Su cubierto qued tanlimpio y reluciente como Ekaterinburg; se limit a extender la servilleta, a sentarse de lado y a contaralgo. Se haba desabrochado el chaleco y la pechera asomaba fresca y retadora. Deca que era unamagnfica ciudad de tipo europeo; llamaba cuando haba que recoger o traer alguna cosa, llamaba y

  • contaba. Y por caminos desconocidos de habitaciones desconocidas apareca silenciosamente unadoncella morenucha vestida de blanco, con frunces almidonados, a la que se hablaba de usted yella, la nueva, sonrea a la seora y a los nios. Se le daban rdenes respecto a Uliasha, que sehallaba en la cocina, no conocida an y probablemente muy, muy oscura, donde habra seguramenteuna ventana desde la cual podra verse algo nuevo: un campanario o una calle o pjaros. Uliasha,seguramente, estara all preguntndole algo a esa seorita, ponindose lo ms viejo para ircolocando las cosas; estara all preguntndole y mirando en qu rincn est el horno para ver si es elmismo que en Perm o bien en otro distinto.

    El padre dijo a Seriozha que el liceo no estaba lejos, ms bien muy cerca, y que tenan quehaberlo visto al venir. El padre bebi un sorbo de agua mineral y continu:

    Ser posible que no te lo haya enseado? Desde aqu no se ve, tal vez desde la cocina(calcul un instante), pero ser en todo caso el tejado...

    Tom otro sorbo de agua y llam.La cocina result ser clara y fresca, exactamente igual, as se lo pareci a Zhenia un minuto ms

    tarde, a como se la haba imaginado en el comedor: refulgan los azulejos blanquiazulados del fogny haba dos ventanas dispuestas en el orden que ella esperaba; Uliasha se haba cubierto losdesnudos brazos y la cocina se llen de voces infantiles; por el tejado del liceo haba gente y sevean las partes altas de unos andamios.

    S, lo estn reparando dijo el padre cuando todos en fila, empujndose y riendo, pasaron alcomedor por un pasillo ya conocido, pero no explorado, al que tendra que volver al da siguientedespus de haber colocado los cuadernos, colgado del gancho su manopla de bao y haber acabadocon mil quehaceres semejantes.

    Es una mantequilla extraordinaria dijo la madre, tomando asiento.Pasaron a la sala de estudio, que haban ido a ver an sin cambiarse de ropa, tan pronto como

    llegaron.Por qu esto es Asia? pens Zhenia en voz alta.Pero Seriozha, extraamente, no comprendi aquello que habra comprendido en otro tiempo:

    hasta aquel entonces vivan al unsono. Corri hacia el mapa colgado de la pared y traz con la manouna raya a lo largo de la cordillera de los Urales y mir a su hermana vencida, a su parecer, porsemejante argumento.

    Simplemente se pusieron de acuerdo para trazar un lmite natural, y eso es todo.Zhenia record el medioda, tan lejano ya. No poda creer que el da, en el cual haba cabido

    todo eso, el da que continuaba ahora en Ekaterinburg, no hubiera terminado an. Pero al pensar quetodo eso ya perteneca al pasado, conservando su inanimado orden en la lejana correspondiente,experiment un sentimiento de asombroso cansancio espiritual tal como al anochecer lo siente uncuerpo despus de un arduo da de trabajo. Como si tambin ella hubiera participado en elapartamiento y traslado de aquellas pesadas bellezas y estuviera rendida. Convencida, no se sabe porqu, de que ellos, sus Urales estaban all, dio media vuelta y corri a la cocina a travs del comedordonde ya haba menos vajilla, pero an permaneca la asombrosa mantequilla con hielo sobresudorosas hojas de arce y la quisquillosa agua mineral.

    El liceo estaba reparndose, los vencejos cortaban bruscamente el aire como descosan con losdientes las costureras el madapoln, y abajo Zhenia asom la cabeza reluca un coche junto alhangar abierto de par en par; brotaban chispas de un torno de afilador y ola a todo cuanto habancomido, pero mejor y ms apetecible que cuando se sirvi; era un olor melanclico y tenaz, como enun libro. Zhenia olvid para qu haba ido a la cocina y no se dio cuenta que sus Urales no estaban en

  • Ekaterinburg; observ, en cambio, cmo iba anocheciendo en el patio y cmo cantaban en el piso deabajo haciendo, probablemente, un trabajo fcil: habran fregado, tal vez, el suelo, y con manos ancalientes extendan las esteras, tiraban el agua del cubo de fregar y aunque la tiraron abajo, qusilencioso era todo! Y cmo brotaba el agua del grifo y cmo... Y bien, seorita..., pero Zheniaevitaba an a la nueva doncella y no quera escucharla... y cmo abajo segua pensando, en elpiso inferior al de ellos ya conocan su venida y diran seguramente: Hoy han llegado unos seoresal nmero dos.

    Uliasha entr en la cocina.Aquella primera noche los nios durmieron profundamente y despertaron Seriozha en

    Ekaterinburg y Zhenia en Asia, como pens de nuevo con extraeza y asombro. En los techos seirisaba alegremente el estratiforme alabastro.

    Se lo haban comunicado en verano. Le hicieron saber que ingresara en el liceo. La nueva eraagradable, desde luego. Pero se lo notificaron. No era ella quien haba invitado al profesor a la salade estudio donde la luz solar se adhera tanto a las paredes pintadas al temple que tan slo elatardecer se consegua arrancar el da con sangre. No fue ella quien le llam cuando en compaa dela madre entr en la sala para que l conociese a su futura discpula. No fue ella quien le adjudicel absurdo apellido de Dikij[2]. Acaso era ella quien quera que los soldados torpones, resoplantesy sudorosos, como el rojo espasmo del grifo cuando se rompe la caera, hicieran siempre lainstruccin al medioda y que sus botas fueran pisoteadas por la violcea nube de tormenta que encuanto a los caones y ruedas saba mucho ms que las blancas camisas, las blancas tiendas decampaa y sus blanqusimos oficiales? Acaso haba pedido ella que desde ahora dos cosas como lapalangana y la toalla, combinados como los carbones en la lmpara de arco, provocaran en el acto latercera idea que se evaporaba de inmediato, la idea de la muerte, como aquella muestra del barberodonde eso le haba ocurrido por vez primera? Acaso estaba ella conforme con que las barreras rojasque prohiban detenerse se convirtieran en lugares misteriosos, prohibidos en la ciudad y loschinos en algo personalmente terrible, algo que le perteneca y la horrorizaba? No todo, como esnatural, se aposentaba tan dolorosamente en su alma. Muchas cosas, como su prximo ingreso en elliceo, eran agradables. Pero como todo lo restante, se le era notificado. La vida dej de ser unabagatela potica para fermentar en spero cuento negro, en tanto en cuanto era prosa y se habaconvertido en un hecho. Los elementos de la existencia cotidiana penetraban opacos, dolorosos yobtusos en su alma en formacin que pareca estar en un estado de constante desembriaguez. Sedepositaban en su fondo reales, endurecidos y fros como somnolientas cucharas de estao. Y all, enel fondo, el estao comenzaba a flotar, se funda en bolas y goteaba en ideas fijas.

    V

    Les visitaban con frecuencia los belgas. As les llamaban. As les llamaba el padre cuandodeca: Hoy vendrn los belgas. Eran cuatro. El que no llevaba bigotes vena raras veces y no eralocuaz. En ocasiones se presentaba solo y de imprevisto, entre semana, eligiendo algn da que hacamal tiempo o llova. Los otros tres eran inseparables. Sus rostros parecan tabletas de jabn fresco,intacto, envueltas todava en papel, perfumadas y fras. Uno de ellos llevaba barba; era espesa,esponjosa y castaa, tambin era esponjosa su cabellera castaa. Se presentaban siempre en

  • compaa del padre de vuelta de no se sabe qu reuniones. En la casa todos les queran. Hablabancomo si vertieran agua en el mantel: de forma ruidosa, refrescante y siempre de cosas distintas,inesperadas para todos; sus limpios chistes y ancdotas, comprensibles para los nios, dejaban enellos profundas huellas y saciaban su sed.

    Surga en derredor de ellos el bullicio, brillaba el azucarero, la niquelada cafetera, los blancosy fuertes dientes, las ropas slidas. Corteses y amables, bromeaban con la madre. Aquellos colegasdel padre posean el fino don de frenarle oportunamente cuando, en respuesta a sus rpidas alusionesy comentarios sobre asuntos y personas que en aquella casa slo ellos, los profesionales, conocan,el padre se pona a hablar detalladamente, con parsimonia, en un francs deficiente, de lascontrataciones, les rferences approuves y las ferocits, es decir, bestialits, ce que veut dir enrusse[3], latrocinios en Blagodat.

    El belga sin bigotes se haba dedicado desde haca algn tiempo a estudiar el ruso, y probabacon frecuencia sus fuerzas en ese nuevo campo, en el cual naufragaba todava. Como resultabaviolento rerse de las palabras del padre dichas en lengua francesa y sus ferocits turbaban a todos,los esfuerzos de Negarat proporcionaban una bendita ocasin para rerse a mandbula batiente.

    Se llamaba Negarat; era valn de la parte flamenca de Blgica. Le recomendaron a Dikij comoprofesor. Anot su direccin en ruso, trazando de muy cmica manera las letras que no existan en sualfabeto. Le salan dobles, como desparramadas. Los nios se permitan ponerse de rodillas sobrelos cojines de cuero de los sillones y apoyar los codos sobre la mesa: todo estaba permitido, todo sehallaba revuelto. Rean a carcajadas, se retorcan de risa al ver las letras que haba trazado. Evansgolpeaba la mesa con el puo y se secaba las lgrimas; el padre, temblando de risa, se paseaba todorojo por la habitacin: Ya no puedo ms! repeta y estrujaba el pauelo.

    Faites de nouveau deca Evans, aadiendo lea al fuego. Commencez[4].Y Negarat, entreabierta la boca, titubeante como un tartamudo, meditaba en la forma de trazar

    aquellas letras rusas tan desconocidas como las colonias del Congo.Dites: uvy nievygodno propona el padre con voz ronca y hmeda.Ouvoui, nivoui.Entends-tu? Ouvoui nievoui, ouvoui nievoui. Oui, oui, chose inouie, charmant rean los

    belgas.El verano se acab. Zhenia pas los exmenes con buenas notas, algunas excelentes. El rumor

    fro y transparente de los pasillos del liceo flua como si saliese de algn manantial. Todos seconocan all. Las hojas del jardn amarilleaban con destellos dorados. En su claro y saltarn reflejose angustiaban los cristales de las aulas, opacos en el centro, brumosos e inquietos en su parteinferior. Los postigos se retorcan en azules espasmos; las ramas broncneas de los arces rayaban sufra claridad.

    Zhenia no saba que todos sus temores quedaran convertidos en aquella divertida broma.Dividir ese nmero de arshin y vershkov[5] por siete! Vala la pena haber estudiado los zlotniki,doli, funty, pudy[6], etctera, que siempre le haban parecido las cuatro edades del escorpin? En elexamen de gramtica se demor en la respuesta, porque todas las fuerzas de su imaginacin estabanconcentradas en el intento de representarse las desafortunadas razones que podan haber producidoesa palabra que escrita de otro modo resultaba tan hirsuta y salvaje. No acab de comprender elporqu no la mandaron al liceo, aunque qued admitida e inscrita y ya le haban cortado el uniformede color caf, se lo haban probado con alfileres en pruebas tediosas y largas durante horas enteras, yen su habitacin se le abrieron horizontes nuevos en forma de cartera, portaplumas, una cestita parallevar el almuerzo y una calcomana asombrosamente repulsiva.

  • El desconocido

    I

    La nia estaba envuelta, desde la cabeza, en una toquilla de lana gruesa que le llegaba hasta lasrodillas y se paseaba por el patio como una gallinita. Zhenia intent acercarse a la pequea trtara yhablar con ella. Pero en aquel mismo instante golpearon con fuerza las hojas de una pequea ventana,Kolka! grit Anisia. La nia parecida a un hatillo de campesino al que se le hubieranenfundado unas botas de fieltro se dirigi presurosa a la portera.

    Llevarse los deberes al patio significaba siempre memorizar hasta el embotamiento algunaexcepcin de la regla y recomenzar todo de nuevo de regreso en la casa. Ya desde la misma entradaen las habitaciones sentase invadida por una especial semipenumbra y frescor, por la familiaridadpeculiar siempre inesperada de los muebles que, una vez ocupados los lugares prescritos, no semovan de ellos. Era imposible predecir el futuro, pero poda verse cuando se entraba en la casadesde fuera. Estaba a la vista su plan, la distribucin a la que l, rebelde a todo lo dems, se someta.No exista ningn sueo inspirado por el aire de la calle que no desechara el espritu animoso y fatalde la casa que poda con todo tan pronto como se cruzaba el umbral de la puerta.

    Esta vez era Lrmontov[7]. Zhenia manoseaba el libro, doblado con las tapas hacia dentro. Si enla casa lo hubiera hecho Seriozha, ella se indignara por semejante asquerosa costumbre, pero enel patio era otra cosa.

    Projor coloc la heladera sobre la tierra y regres a la casa. Cuando abri la puerta queconduca al zagun de los Spitzyn, brot de all un remolino de ladridos feroces de los peladosperritos del general. La puerta se cerr con breve tintineo.

    Mientras tanto, el Terek[8], saltando como una leona de hirsuta melena en la espalda, seguarugiendo tal como le corresponda y Zhenia dud ahora si todo lo descrito se refera al ro o a lacordillera. Le daba pereza consultar con el libro y las doradas nubes de los pases meridionales, queapenas si haban tenido tiempo de acompaar a Projor al norte, le reciban ya de nuevo en el umbralde la cocina con un cubo y un estropajo.

    El ordenanza dej el cubo, desmont la heladera y se puso a lavarla. El sol agosteo quebr elfollaje de los rboles y se pos en la cintura del soldado. Haba penetrado todo rojo en el desteidopao del uniforme y lo impregnaba vidamente como si fuera trementina.

    El patio era espacioso, con caprichosos recodos, profundo y pesado. Empedrado haca tiempoen el centro, sus piedras se haban cubierto de espesas yerbas rizosas y planas que por las tardesexhalaban un olor cido y medicamentoso como el que suele respirarse cuando hace calor en lasproximidades de los hospitales. Uno de sus ngulos, entre la portera y la cochera, adhera a un jardnvecino.

    Y hacia all se dirigi Zhenia. Sujet la puerta baja de la escalera con un tronco plano paraevitar que se deslizara, la fij bien en los sueltos leos y tom asiento en los peldaos intermedios;aunque estaba incmoda resultaba interesante estar all como si de un juego se tratara. Luego subimas, coloc el libro sobre el roto peldao superior decidida a estudiar el poema: considerseguidamente que antes estaba ms cmoda, volvi a bajar dejando olvidado el libro sobre los

  • troncos, pero no volvi a acordarse de l porque tan slo ahora se dio cuenta que al otro lado deljardn haba algo que ella no sospech antes y, como encantada, se qued contemplndolo con laboca abierta.

    No haba arbustos en el jardn ajeno y los rboles seculares se llevaban a lo alto, hacia elfollaje, como a la noche, sus ramas inferiores dejando desnudo el jardn sumido siempre en unasemipenumbra area y solemne de la que jams sala. Esas ramas secas, violceas durante lastormentas y cubiertas de lquenes, permitan divisar claramente una callejuela desierta, pocotransitada, a la que daba el jardn vecino por la otra parte. Haba all una acacia amarilla. Losmatorrales ahora secos se retorcan y arrugaban dejando caer sus hojas.

    La recndita callejuela, sacada del mundo sombro del jardn a ste, se iluminaba con la mismaluz que tienen los hechos en los sueos, es decir, muy brillantemente, con gran detalle y silencio,como si el sol con las gafas puestas rebuscara entre los rennculos.

    Qu haba sorprendido tanto a Zhenia? Su descubrimiento la ocupaba ms que la gente que lahaba conducido a l.

    Entonces, all hay un banco. Tras la cancela, en la calle. En una calle as! Qu felices!,pens con envidia. Las desconocidas eran tres.

    Negreaban como la palabra reclusa de la cancin. Eran tres nucas lisas, cubiertas consombreros de alas redondas, inclinadas de tal modo que la del extremo, semioculta por los arbustos,pareca dormir en algo y las otras dos, abrazadas a ella, tambin dorman. Los sombreros, de unnegro azulado, tan pronto relucan al sol como se apagaban, semejantes a insectos. Una banda decrespn negro los rodeaba. En aquel instante las desconocidas volvieron las cabezas en otradireccin. Algo seguramente haba llamado su atencin en el otro extremo de la callejuela. Duranteun instante fijaron la vista en aquel lugar, igual a como se contempla en verano un momento que sealarga y diluye en la luz, cuando se hace preciso entornar los ojos y proteger la vista con la palma dela mano, fue un momento el que miraron as y de nuevo recayeron en su estado de unsonasomnolencia.

    Zhenia se encamin a la casa, pero se acord del libro sin saber bien dnde lo haba dejado.Volvi por l y cuando subi hacia la leera vio que las desconocidas se haban levantado y sedisponan a irse. Una tras otra cruzaron la cancela. Tras ellas, con un caminar extrao, deforme, pasun hombre no muy alto. Llevaba bajo el brazo un lbum grandsimo o un atlas. En eso estabanocupadas cuando miraban unas por encima del hombro de las otras y ella crea que dorman! Lasvecinas cruzaron el jardn y desaparecieron tras las dependencias. El sol iba descendiendo. Alrecoger el libro, Zhenia alter la pila de los leos que, alertada, se movi como si tuviera vida.Algunos troncos se deslizaron hacia el suelo y cayeron sobre la yerba, haciendo un leve ruido. Fuecomo una seal, como el golpear del vigilante en la carraca. Lleg el crepsculo. Nacieron multitudde sonidos, suaves, brumosos. El aire empez a silbar algo muy antiguo, algo del otro lado del ro.

    El patio estaba vaco. Projor, terminado su trabajo, haba salido fuera del portn. El rasgueomelodioso y tristn de la balalaika del soldado se posaba all bajo, muy bajo, a nivel mismo de layerba. Sobre l giraba, danzaba, se interrumpa y descenda, inmovilizndose en el aire, un finoenjambre de mosquitos silenciosos que volva a descender, se inmovilizaba y sin alcanzar la tierra seelevaba en el aire. Pero an ms fino y silencioso era el tintineo de la balalaika. Descenda ms bajoque ellos sobre la tierra y sin cubrirse de polvo, ni ensuciarse, volva a ascender, mejor y ms areoque el enjambre, titilando y quebrndose, con recadas, sin apresurarse.

    Zhenia regresaba a la casa. Cojea se dijo pensando en el desconocido del lbum, cojea,pero como es un seor no usa muletas. Entr por la puerta de servicio. Un olor a manzanilla se

  • extenda tenaz y dulzn por el patio. Desde hace algn tiempo mam se ha montado toda unafarmacia, multitud de tarros azules con tapones amarillos. Suba lentamente por las escaleras. Labarandilla de hierro estaba fra, los peldaos chirriaban en respuesta al roce de sus pies. De prontoacudi a su mente un pensamiento extrao. Subi de golpe dos escalones y se detuvo en el tercero. Sele ocurri pensar que entre su madre y la portera exista desde algn tiempo una semejanzaimperceptible. En algo completamente imperceptible. Zhenia se detuvo. Era algo, se dijo pensativa,algo a lo que se refieren cuando dicen: todos somos humanos, o estamos hechos de la misma pasta...o bien el destino juega a ciegas... Con la punta del pie apart un frasco cado que vol escalerasabajo, cay sobre unas bolsas de basura y no se quebr. Es decir, algo que era muy, en una palabra,muy, muy comn a todas las personas. Pero entonces, por qu no exista esa semejanza entre ella yAksinia? O, por ejemplo, entre Aksinia y Uliasha? Eso le pareci a Zhenia tanto ms extrao porqueera difcil hallar a personas ms dispares; haba en Aksinia algo trreo, recordaba las huertas, a unapatata gigantesca o el verdor de una calabaza desenfrenada, mientras que mam... Zhenia sonri tanslo de pensar en la posibilidad de la semejanza.

    Sin embargo, era precisamente Aksinia la que daba pie a esa comparacin obsesiva y era ellaquien llevaba la ventaja en aquella semejanza. No ganaba la campesina, la que perda era la seora.En un segundo, a Zhenia se le figur algo salvaje. Le pareci que en su madre se haba implantado uncierto principio pueblerino y se la imagin deformando las palabras al modo campesino, diciendome se y pens que llegara un da en el cual, luciendo su nueva bata de seda, sin cinturn,contonendose como un barco, soltara de pronto un exabrupto.

    En el pasillo ola a medicinas. Zhenia fue a ver a su padre.

    II

    Los Liubers renovaban el mobiliario. El lujo hizo su aparicin en la casa. Adquirieron unequipaje y compraron caballos. El cochero se llamaba Davletash.

    En aquel entonces los neumticos constituan una gran novedad. En todas las calles se volvan yseguan el coche con los ojos: la gente, las tapias, las capillas y los gallos.

    Tardaron mucho en abrirle la puerta y mientras que el coche por respeto a ella se alejaba alpaso, la seora Liubers grit tras l:

    No los lleves lejos! Hasta la barrera y vuelta. Cuidado al bajar la cuesta.El blanquecino sol que la introdujo desde el porche al gabinete del doctor, segua calle adelante

    y alcanzando el cuello crdeno, prieto y pecoso de Davletash, lo calentaba y estremeca.Entraron en el puente y comenz la charla maliciosa, redonda y cabal de las vigas, concebida en

    tiempos lejanos para todas las pocas; el barranco la tena piadosamente presente y la recordabasiempre tanto al medioda como durante el sueo.

    Vykormysh trat de subir la cuesta por la tierra de slice que se desprenda bajo sus patas ydificultaba su marcha; todo extendido en un esfuerzo superior a l, haca pensar en una langostatrepadora; de pronto, al igual que esa criatura voladora y saltarina por naturaleza, cobr momentneabelleza en la humillacin de sus esfuerzos sobrenaturales. Dirase que de un momento a otro agitarafurioso las relucientes alas y saldra volando. Y, en efecto, el caballo dio un tirn, lanz haciaadelante las patas delanteras y avanz a corto trote por la superficie desierta. Davletash procursujetarle, acortando las riendas. Un perro lanz tras ellos unos ladridos agnicos, desgranados,

  • breves. El polvo pareca plvora de fusil. El camino torca bruscamente a la izquierda.La calle negra se embotaba en un callejn sin salida y terminaba en la roja empalizada del

    depsito ferroviario. Se vea llena de gente. El sol que la iluminaba de costado, tras los arbustos,pareca envolver en paales unas extraas figuritas con chaquetas de mujer. Los iluminaba con luzblanca, hiriente, como si brotase de un cubo derribado por una bota de un puntapi; era como hmedacal que corriese en torrente por la tierra. La calle herva. El caballo marchaba al paso.

    Tuerce a la derecha! orden Zhenia.No hay paso respondi Davletash, sealando con el ltigo la roja terminal de la

    empalizada. Es un callejn sin salida.Prate entonces. Quiero ver.Son nuestros chinos.Ya lo veo.Davletash comprendi que la seorita no tena ganas de hablar con l, canturre un lento So-o-

    o! y el caballo, balanceando todo el corpachn, se par en seco. Davletash lanz un silbido fino,entrecortado, incitndole a mantenerse como era debido.

    Los chinos cruzaban el camino sujetando en las manos enormes hogazas de pan de centeno.Vestan de azul y parecan campesinas con pantalones. Las cabezas destocadas terminaban en unacoleta en lo alto del occipucio que pareca hecha de pauelos anudados. Algunos se detenan. YZhenia poda examinarles. Sus rostros eran plidos, terrosos, sonrientes. De tez oscura y sucia comoel cobre oxidado por la miseria.

    Davletash sac la petaca y se dispuso a liar un cigarrillo. En aquel instante, desde la esquinahacia donde se dirigan los chinos, salieron algunas mujeres. Seguramente tambin ellas iban enbusca del pan. Los que estaban en el camino comenzaron a rer y a acercarse a ellas cimbrendosecomo si tuvieran las manos atadas a la espalda. La sinuosidad de sus movimientos era subrayada porel hecho, sobre todo, de que todo su cuerpo, desde el cuello hasta los tobillos, estaba cubierto por elmismo ropaje como si fueran acrbatas. No haba en ello nada terrible, las mujeres no echaron acorrer, sino que se detuvieron y tambin ellas rompieron a rer.

    Qu haces, Davletash?El caballo, el caballo se escapa, no quiere estarse quieto respondi Davletash con voz

    entrecortada al tiempo que golpeaba al caballo con las riendas y tiraba de ellas.Cuidado, vas a volcar, por qu le fustigas as?Es preciso.Tan slo cuando sali al campo y tranquiliz al caballo, que haba empezado ya a cabriolar, el

    astuto trtaro, habiendo evitado que la seorita viera un espectculo bochornoso sacndola de allcon la velocidad de una flecha, tom las riendas con la mano derecha y guard la petaca, que seguateniendo en la mano, en el bolsillo del chaquetn.

    Regresaron por un camino distinto. La seora Liubers debi de verles por la ventana de la casadel doctor. Sali al porche justo cuando el puente acab de contarles su cuento y lo empezaba denuevo al paso del carro del aguador.

    III

    A Liza Defendov, la nia que trajo unas bayas arrancadas del serbal al liceo, la conoci Zhenia

  • un da de exmenes. La hija del sacristn volva a examinarse de francs; a Zhenia Liubers lahicieron sentar en el primer sitio libre y se conocieron as, sentadas en pareja. ante una misma frase.

    Est-ce Pierre qui a vol la pomme[9]Oui, C'est Pierre qui vola..., etc.El que Zhenia estudiara en casa no puso fin a la amistad de las nias. Siguieron vindose. Sus

    encuentros, debido a las ideas de la seora Liubers. eran unilaterales. A Liza se le permitavisitarles. A Zhenia, por ahora, se le prohiba ir a la casa de los Defendov.

    Esos espaciados encuentros no impidieron que Zhenia se encariara con su amiga. Se habaenamorado de Liza, es decir, pas a ser el sujeto pasivo en sus relaciones, su manmetro, vigilante,apasionadamente ansioso. Toda mencin que haca Liza de sus compaeras, que Zhenia no conoca,suscitaba en ella un sentimiento de amargura y vaciedad. Se le caa el alma a los pies: eran losprimeros accesos de celos. Sin motivo, debido a su propia suspicacia. Zhenia estaba convencida dela perfidia de Liza que, aparentemente sincera, se rea en el fondo de todo cuanto se refera a losLiubers, tanto a sus espaldas como en la clase y en su casa, pero lo aceptaba como algo lgico, comoalgo que subyaca en la naturaleza del afecto. Sus sentimientos eran casuales en la eleccin delobjeto, ya que respondan en su origen a la imperiosa necesidad del instinto que desconoce el amorpropio y slo sabe sufrir y sacrificarse a mayor gloria del fetiche elegido por primera vez.

    Ni Zhenia ni Liza se influan recprocamente en nada: Zhenia segua siendo Zhenia y Liza. Liza.Se vean y se separaban, aqulla con gran sentimiento, sta sin ninguno.

    El padre de los Ajmedianov, comerciante en hierro, haba hecho una gran fortuna en el ao quemediaba entre el nacimiento de su hijo Nuretdin y Smaguil. Smaguil pas a llamarse Samoil y elpadre decidi dar a los muchachos educacin rusa; no omiti ningn detalle del esplndido tren devida de los grandes seores rusos y en diez aos de esfuerzos lo haba sobrepasado con creces. Loshijos salieron victoriosos de la prueba, es decir, se adaptaron al modelo prescrito y el amplioimpulso de la voluntad paterna se imprimi en ellos, ruidoso y destructor, como en un par de aspasque se hacen girar y se dejan luego a merced de la inercia. Los hermanos Ajmedianov eran losalumnos ms emprendedores del cuarto curso. Estaban constituidos por tiza quebradiza, perdigonesde escopeta, estruendo de pupitres, obscenos insultos y rostros de rubicundas mejillas que sedespellejaban en invierno, narices respingonas y aire de suficiencia. Seriozha hizo amistad con ellosen agosto. A finales de septiembre haba perdido su personalidad. Era lgico. Ser un licesta tpico,v despus algo ms, significaba estar de acuerdo en todo con los Ajmedianov y lo que Seriozhaansiaba era ser licesta.

    Liubers no se opuso a las amistades de su hijo. No observ en l ningn cambio y si de algo sedaba cuenta lo atribua a la edad de transicin. Adems, tena la mente ocupada por otraspreocupaciones. Desde haca algn tiempo haba empezado a comprender que estaba enfermo v quesu mal era incurable.

    IV

    A Zhenia no era l precisamente quien le daba pena, aunque todos en torno hablaban de loincreblemente inoportuno y fastidioso que resultaba semejante convocatoria. Negarat era demasiadocomplicado hasta para los padres y todo cuanto ellos sentan hacia los dems se transmitaconfusamente a los nios, lo mismo que a los animales domsticos demasiado mimados. Lo nico

  • que entristeca a Zhenia era que ahora todo fuera distinto y que los belgas seran tan slo tres y ya nopodran rerse como antes. Sucedi aquella tarde cuando todos estaban sentados ante la mesa yNegarat dijo a la madre que le haban llamado para el reclutamiento militar y deba salir para Dijon.

    Pero, qu joven es usted entonces! exclam la madre y comenz a compadecerle de milmodos.

    Negarat segua sentado sin alzar la cabeza; la conversacin no cuajaba.Maana vendrn a enmasillar las ventanas coment la madre y le pregunt si no quera que

    la entornase un poco.Negarat contest que no era preciso, que no haca fro y que en su pas no las enmasillaban.Poco despus lleg el padre; tambin l, al conocer la nueva, se deshizo en lamentaciones. Pero

    antes de comenzar a lamentarlo pregunt soprendido, enarcando las cejas.A Dijon? Pero, no es usted belga?Negarat cont entonces la historia de la emigracin de sus viejos de manera tan divertida

    como si no fueran sus padres y tan tierna como si hablara de unos extraos cuya historia hubieraledo en un libro.

    Perdone que le interrumpa dijo la madre. Hijita, a pesar de todo, cierra un poco laventana; maana vendrn a enmasillarla. Bueno, contine. Su to me parece un autntico miserable.Es posible que lo haya hecho hallndose realmente bajo juramento?

    Negarat reemprendi el relato interrumpido. Cuando lleg al documento del consulado, remitidopor correo en la vspera, se dio cuenta que Zhenia no comprenda nada y se esforzaba por entender.Entonces se volvi hacia ella y comenz a explicarle lo que significaba el servicio militar sinhacerle ver con qu fin lo haca para no herir su amor propio. S, s, comprendo. S, comprendo,comprendo, repeta Zhenia de manera maquinal, llena de agradecimiento.

    Pero, por qu tiene que irse tan lejos? Sea soldado aqu, haga la instruccin como todos precis imaginndose con toda claridad los prados que se divisaban desde la colina del monasterio.S, s, lo comprendo. S, s, s, repeta y los Liubers sentados sin hacer nada pensaban que el belgaatiborraba a la nia de detalles superfluos e introduca observaciones somnolientas y simplonas. Depronto lleg un momento en el cual Zhenia sinti compasin por todos aquellos que haca tiempo orecientemente tuvieron que ir, como Negarat ahora, a diversos lugares lejanos y emprender, despusde despedirse, un viaje inesperado, como cado del cielo, que los traa aqu, al extrao para ellosEkaterinburg para ser soldados. As de bien se lo explic aquel belga. Jams nadie se lo haba hechoentender as. El panorama de las blancas tiendas de campaa dej de serle indiferente, se puso demanifiesto su evidencia: las compaas se ensombrecieron, convirtindose en conjuntos de personasaisladas con uniforme de soldados por los cuales empez a sentir lstima en el mismo momento enque se les infundi sentido y cobraron vida, hacindose prximos y entraables. Negarat se despeda.

    Parte de mis libros se los dejar a Zvetkov. Es el amigo de quien tanto les habl. Por favor,madame, utilcelos como antes. Su hijo sabe dnde vivo, suele visitar a la familia del propietario: hecedido mi habitacin a Zvetkov. Se lo dir.

    Dgale que venga a vernos. Dice que se llama Zvetkov?S, Zvetkov.Que venga. Nos conoceremos. En mi primera juventud conoc a personas como l dijo la

    madre y mir a su marido que de pie ante Negarat, sujetando con las manos el ribete de su gruesachaqueta, esperaba con aire distrado el momento oportuno para acordar con el belga lo preciso parael da siguiente.

    Que venga, pero no ahora. Le llamar. Tenga, llvese este libro, es suyo. No lo termin.

  • Lloraba al leerlo y el doctor me aconsej que lo dejara para evitar emociones.Y volvi a mirar a su marido quien con la cabeza baja, de pie, haciendo crujir el cuello

    almidonado de su camisa y abombando el pecho, pareca interesado por saber si llevaba botas en losdos pies y si estaban bien limpias.

    As es, bueno, no olvide el bastn. Confo en que nos veamos an?Oh, naturalmente! Me voy el viernes. Qu da es hoy? pregunt asustado de pronto como

    suelen asustarse los que se van.Es mircoles. Verdad, Vctor?... Es mircoles?S, ecoutez intervino el padre al conseguir, por fin, su turno, demain...[10].Y ambos salieron a la escalera.

    V

    Hablaban sin dejar de caminar. Y Zhenia tena que apresurarse de vez en cuando para no quedarrezagada de Seriozha y no perder el paso. Marchaban muy deprisa y el abrigo le bailoteaba, porquepara ayudarse a caminar mova los brazos y tena las manos en los bolsillos. Haca fro y bajo suschanclos la fina capa de hielo se quebraba sonoramente. Iban a cumplir el encargo dado por la madrede comprar un regalo a Negarat y no dejaban de hablar. Entonces, lo llevaban a la estacin?

    -S.Y por qu estaba sentado en el heno?Qu quieres decir?En el carro. Todo l, con las piernas dentro. As no se sienta nadie.Ya te lo dije. Porque es un criminal.Lo llevaban al presidio?No. a Perm. Aqu no tenemos administracin penal. Mira por dnde pisas.Su camino pasaba por delante de una fbrica de herrajes de cobre. Durante todo el verano las

    puertas de la fbrica permanecan abiertas de par en par y Zhenia estaba acostumbrada a ver aquellaencrucijada en medio de un trajinar unsono y general que brotaba de las ardientes fauces de lostalleres abiertas de par en par. Todo el mes de julio, agosto y septiembre se detenan all los carros,dificultando el trnsito; iban y venan los mujiks. trtaros en su inmensa mayora; tirados por el suelose vean cubos, trozos de planchas de hierro rotas y oxidadas. Ms que en cualquier otra parte erafrecuente ver cmo se aposentaba en el polvo el cruento y denso sol que transformaba a lamuchedumbre en un campamento de gitanos y disfrazaba de gitanos a los trtaros justo a la hora enque, tras las tapias, degollaban a los pollos; se hundan all en el polvo las varas delanteras,liberadas de los carros, con sus desgastados discos junto a las clavijas maestras.

    Ahora se vean tirados los mismos cubos y hierros, pero espolvoreados de nieve. Las puertasestaban hermticamente cerradas como en los das de fiesta a causa del fro y la encrucijada se veadesierta; tan slo por el redondo respiradero se filtraba algo semejante al rancio olor a gas gris,familiar para Zhenia, que se esparca en sonoro aullido, golpeaba la nariz y se posaba en el paladarcomo barata agua espumosa con sabor a pera.

    Es que en Perm hay administracin penal?S, la hay. Creo que debemos ir por aqu, es ms cerca. En Perm la tienen porque es capital

    de provincia, y Ekaterinburg que es pequea, de distrito.

  • El camino que pasaba por delante de las villas seoriales estaba revestido de ladrillos rojos yflanqueado de arbustos. Perduraban en l las huellas de un sol turbio, impotente. Seriozha procurabapisar con la mxima fuerza.

    Si este agracejo se toca con un alfiler cuando florece, sus hojitas baten rpidamente como siestuviese vivo.

    Ya lo s.Le temes a las cosquillas?S.Entonces eres nerviosa. Los Ajmedianov dicen que cuando alguien teme a las cosquillas...Seguan caminando. Seriozha daba unos pasos anormalmente grandes, y Zhenia corra,

    bailotendole el abrigo sobre los hombros. Vieron a Dikij justo en el momento en que la portezuela,que giraba como un torniquete en el poste hundido en medio del camino, les detuvo. Lo vieron desdelejos, cuando sali de la misma tienda hasta la cual les faltaba media manzana para llegar. Dikij noiba solo, le segua un hombre no muy alto que procuraba ocultar su ligera cojera. Zhenia tuvo laimpresin de haberle visto antes una vez. Se cruzaron sin verse. Dikij y su acompaante torcieron porun camino transversal. Dikij no vio a los chicos, caminaba con sus grandes chanclos y alzaba confrecuencia los brazos con los dedos abiertos. No estaba de acuerdo y trataba de demostrar con losdiez dedos que su interlocutor... (Pero, dnde le haba visto antes? Haca tiempo, desde luego. Pero,dnde? Seguramente en Perm, cuando era una nia todava.)

    Espera!... a Seriozha le ocurri un percance y apoy una rodilla en la tierra. Espera.Te has enganchado?S. Esos idiotas no saben clavar un clavo como es debido.Vamos.Espera, no s dnde est el enganchn. Conozco al cojo se. Ya est, gracias a Dios.Se te ha roto?No, felizmente est entero. El agujero lo tengo en el forro, pero es viejo y la culpa no es ma.

    Bueno, vamonos, espera que me limpie la rodilla. Ya est, vamos. Le conozco, vive en el patio delos Ajmedianov. Recuerdas que te cont que Negarat por las noches reuna a la gente, que beban ytenan las luces encendidas toda la noche? Lo recuerdas? Recuerdas que el da del cumpleaos deSamoil dorm en su casa? Pues bien, l es uno de esos.

    Zhenia se acordaba. Comprendi que en ese caso estaba equivocada, no haba podido ver aldesconocido en Perm, se le haba figurado. Sin embargo, segua parecindoselo; sumida en aquellospensamientos, pasaba revista a toda su vida en Perm y segua sin hablar a su hermano. Tuvo quefranquear algo, sujetarse a algo y cuando mir en torno suyo se encontr en la semipenumbra de unosmostradores, rodeada de livianas cajas, estantes, obsequiosos saludos y ofrecimientos... Seriozhahablaba.

    El librero que comerciaba con toda clase de tabacos, no tena los libros que pedan, pero lesasegur que Turguniev ya estaba enviado desde Mosc, que vena de camino y que hace unosminutos deca lo mismo al seor Zvetkov, su profesor. Hicieron gracias a los jvenes loscumplimientos del librero y el error en que, se hallaba: se despidieron y se fueron con las manosvacas.

    Al salir, Zhenia pregunt a su hermano.Dime, Seriozha, cmo se llama la calle que se ve desde nuestra leera? Nunca me acuerdo

    de su nombre.No lo s; jams estuve en ella.

  • No es cierto, yo misma te vi.En la leera? Es que t...No, en la leera no, pero s en la calle, la que est detrs del jardn de Cherep-Savich.Ah, te refieres a eso! Es cierto, cuando se pasa delante se la ve. En lo profundo del jardn,

    hay all unos hangares y lea. Pero, si es nuestro patio! Claro, es una parte del patio. Qu gracia! Lade veces que habr pasado por delante pensando en el modo de llegar hasta all... Primero a laleera, desde all a la buhardilla, hay all una escalera, la he visto. Entonces, aquella parte del patioes nuestra?

    Seriozha, me vas a ensear cmo se llega all?Otra vez! Pero si es nuestro patio. Qu quieres que te ensee? T misma...Seriozha, no me has entendido. Yo te hablo de la calle y t del patio. Te hablo de la calle.

    Ensame el modo de llegar a ella. Me lo ensears, Seriozha?No te entiendo. Hoy pasamos por ella... y ahora dentro de poco la dejaremos de lado.Qu dices?Lo que oyes. El calderero est en la esquina.Entonces es la que est tan llena de polvo...S, la misma por la que preguntas. Y el jardn de Cherep-Savich est al final, a la derecha. No

    te rezagues, no vayamos a llegar tarde a comer. Hoy tenemos cangrejos.Se pusieron a hablar de otras cosas. Los Ajmedianov haban prometido ensearle a estaar los

    samovares. Y en respuesta a su pregunta sobre qu era el estao, Seriozha contest que se tratabade un mineral opaco que se utilizaba para soldar pucheros y calcinar ollas; los Ajmedianov sabanhacer todas esas cosas.

    Tuvieron que correr para evitar que una caravana de carros les cortara el paso. Y se olvidaron:ella de su ruego de que le enseara el paso a la calleja desierta y Seriozha de su promesa de hacerlo.Pasaron por delante de la calderera y al respirar el clido y grasiento tufo que suele haber cuando selimpian picaportes y candelabros de cobre, record Zhenia de pronto dnde haba visto al cojo y alas tres desconocidas; y al momento siguiente comprendi que Zvietkov, a quien mencion el librero,era justamente l.

    VI

    Negarat se iba por la tarde. El padre fue a despedirle, regres de la estacin ya avanzada lanoche y su aparicin en la portera produjo un gran revuelo que tard en calmarse. Salan con luces,llamaban a alguien. Llova a raudales y graznaban unos gansos que haban dejado escapar.

    La maana se present brumosa y friolenta. Azotada por una lluvia ruin, que giraba salpicandolodo, la hmeda calle gris rebotaba como si fuera de goma, saltaban los carros y chapoteaban loschanclos de los transentes al cruzar la calzada.

    Zhenia regresaba a casa. Aquella maana el eco del revuelo nocturno resonaba todava en elpatio; no le dejaron el coche y se dirigi a pie a la casa de su amiga, diciendo que iba a la tienda enbusca de semillas de camo. Sin embargo, a medio camino se convenci de que no llegara soladesde el centro comercial de la ciudad a la casa de Liza y dio la vuelta. Record, adems, que comoera temprano Liza, de todas formas, an estara en el liceo. Se haba mojado por entero y senta fro.

  • Aunque el tiempo mejoraba, el cielo segua cubierto. Un esplendor fro y blanco recorra las calles,se pegaba a las mojadas losas como una hoja. Las nubes oscuras se apresuraban a salir de la ciudad,se apretujaban atolondradas, pnicamente inquietas al final de la plaza, pasadas las farolas de tresbrazos.

    El hombre que se trasladaba deba ser muy desordenado o anrquico. Los enseres de undespacho modesto no estaban cargados, sino tirados simplemente en el fondo de la carreta tal comoestaban en la habitacin; las ruedecillas de los sillones, que asomaban bajo sus blancas fundas,giraban sobre su fondo como si fuera parquet a cada vaivn del carro. Las fundas eran blancas comola nieve y a pesar de que estaban impregnadas de agua hasta el ltimo hilo resaltaban tanto queparecan difundir su color a las piedras radas por la intemperie, al agua aterida bajo las vallas, a lospjaros que volaban desde las cocheras, a los rboles que, sacudidos por el viento, volaban en posde ellos, a fragmentos de plomo y hasta al ficus que en su cubeta se meca saludandodesmaadamente a todos cuantos desfilaban velozmente ante l.

    El aspecto de la carreta era inaudito y llamaba involuntariamente la atencin. El cocherocaminaba al lado y el fondo, muy ladeado, avanzaba al paso, rozando los guardacantones. Por encimade todo ello sobrevolaba como un andrajo mojado y plmbeo la palabra ciudad, haciendo nacer en lamente de Zhenia multitud de ideas que eran tan fugaces como el fro resplandor de octubre querecorra las calles y caa al agua. Enfermar tan pronto como coloque sus cosas, se dijo pensandoen el desconocido dueo de las pertenencias de la carreta. Y se imagin al hombre, a un hombre engeneral, de caminar inestable, desparejo que colocaba sus muebles por los rincones. Se imaginvivamente sus movimientos y gestos, en particular el modo cmo sujetaba el trapo y cmo, cojeandoen torno a la cubeta, secaba las hojas del ficus empaadas por el fro. Pescar un resfriado, tendrescalofros y fiebre. As suceder sin duda alguna. Tambin eso se lo imagin Zhenia muy vivamente.Muy vivamente. La carreta trepid cuesta abajo en direccin a Iseti. Zhenia tena que ir a laizquierda.

    Esto suceda, seguramente, a causa de alguien que pisaba con fuerza detrs de la puerta. El tdel vaso suba y bajaba en la mesilla de noche junto a la cama. Suba y bajaba la rajita de limn en elt. Las franjas de sol se balanceaban por las empapeladas paredes. Se balanceaban verticalmenteigual que el jarabe que se vende en las tiendas en cubos de cristal detrs de los rtulos donde unturco fuma en pipa. En los cuales un turco... fuma... en pipa. Fuma... en pipa.

    Suceda a causa, seguramente, de unos pasos. La enferma volvi a dormirse.Zhenia enferm al da siguiente de la marcha de Negarat, el mismo da que supo, despus de su

    paseo, que Axinia, por la noche, haba dado a luz un nio; el da en que al ver la carreta con losmuebles decidi que a su dueo le amenazaba una enfermedad.

    Zhenia tuvo fiebre durante dos semanas; su cuerpo, cubierto de sudor, qued densamentesembrado de pesada pimienta roja que haca arder sus prpados y pegaba las comisuras de la boca.La venca la transpiracin y el sentimiento de estar horriblemente gorda se mezclaba con el sabor avinagre. Era como si la llama que la haba inflado fuera introducida en ella por una avispa, como sisu fino aguijn, tan delgado como un pelo, se hubiera quedado en su cuerpo y ella quisiera extraerloms de una vez y de distinto lugar. Bien de un pmulo violceo o de un hombro inflamado que sentalatir bajo el camisn, bien de alguna otra parte.

    Ya estaba en vas de curacin. La sensacin de debilidad, sin embargo, se haca sentir por sucuenta y riesgo en una extraa geometra propia que provocaba en ella un leve mareo y nuseas.

    El sentimiento de debilidad que poda iniciarse por alguna parte de la manta comenzaba asuperponer encima diversas capas vacas que iban creciendo gradualmente, se hacan de pronto

  • inmensas en las horas crepusculares, tomando la forma de la superficie que subyaca en aquellademencia espacial. Otras veces, separndose de un dibujo del empapelado de la pared, haca desfilarante ella, franja tras franja, diversas amplitudes que se relevaban unas a otras con suavidad, como siestuvieran engrasadas. Todas esas sensaciones la agotaban por el incremento sucesivo, regular, desus proporciones. A veces la atormentaban mediante profundidades que descendan sin fin,hacindole ver desde el principio, desde la primera raya del entarimado, su insondable hondura,lanzando su cama muy, muy suavemente, hacia el fondo con ella dentro. Su cabeza, como unterroncito de azcar, caa al abismo de la estremecedora vorgine del caos vaco, inspido; sedisolva, se dilua en l.

    Se deba todo ello a la elevada sensibilidad de los laberintos del odo.Tenan la culpa aquellos pasos. Bajaba y suba el limn. Suba y bajaba el sol por el

    empapelado de los muros. Entr la madre y la felicit por su restablecimiento. Zhenia tuvo laimpresin de que ella lea los pensamientos de otros. Haba odo algo semejante al despertar. Lafelicitaban sus propios brazos y piernas, codos y rodillas, felicitaciones que ella, desperezndose,admita. Fueron sus parabienes los que la despertaron. Y tambin los de la madre. Era una extraacoincidencia.

    Los de casa entraban y salan, se sentaban y se levantaban; Zhenia haca preguntas y recibarespuestas. Algunas cosas haban cambiado durante su enfermedad, otras permanecan invariables.Estas no le importaban, aqullas no la dejaban en paz. Su madre, al parecer, no haba cambiado, elpadre no cambi en nada, era el de siempre. Los que cambiaron fueron ella misma y Seriozha, lasituacin de la luz en el cuarto, el silencio en todos los dems, algunas otras cosas, muchas ms.Haba nevado? No, de vez en cuando caa algo de nieve, pero se deshelaba, el suelo se helaba unpoco, en fin, nada en concreto, no haba nieve. Apenas notaba a quin diriga las preguntas. Lasrespuestas se daban a porfa.

    Los que estaban sanos venan y se iban. Apareci Liza. No queran dejarla pasar, luegorecordaron que el sarampin no se repeta y Liza entr a verla. Vino Dikij. Zhenia ni cuenta se dabade quin responda a sus preguntas.

    Cuando se fueron todos a comer y qued a solas con Uliasha se acord de lo mucho que serieron aquella vez en la cocina al or una estpida pregunta suya. Ahora ya no se le habra ocurridohacerla. Para ella fue una pregunta sensata, inteligente, hecha con el tono de una adulta. Pregunt siAxinia estaba embarazada de nuevo. La cucharilla tintine en las manos de la sirvienta al retirar elvaso.

    Pero, nena dijo ocultando el rostro. Djala que descanse, no es cosa de que estsiempre...

    Y sali corriendo, dejando a medio cerrar la puerta; toda la cocina retumb de pronto como sise hubieran desplomado los estantes con la vajilla y tras las risas se oy un vocero, del cualparticipaban la asistenta y Halim, vocero que se acrecentaba entre ellos sonoro, presto y retador,como si acabada la ria se enzarzaran en una pelea; despus, alguien se acerc y cerr la puertaolvidada.

    No tena que haber preguntado eso. Era todava ms estpido.

    VII

  • Ser posible que de nuevo est deshelando? Eso significa que tampoco hoy sacarn el coche deruedas y no podr ser enganchado el trineo. Zhenia se pasaba las horas junto a la ventana; se lequedaba fra la nariz y entumecidas las manos. Acababa de salir Dikij. Hoy se fue descontento deella. Pero, quin puede estudiar cuando cantan los gallos en el patio, zumba el cielo y cuando cesa elrumor vuelven los gallos a entonar su cntico! Las nubes peladas y mugrientas se parecen a unamanta sarnosa. El da hinca su hocico en el cristal como un ternero en busca de leche. Es como sifuera primavera. Pero a partir del almuerzo el aire fro, azulado, atenaza como un aro, el cielo seencoge y hunde, se oye la anhelante respiracin de las nubes y las horas en su apresurado correrhacia el norte, hacia el crepsculo invernal, arrancan la ltima hoja de los rboles, barren losparterres, pinchan a travs de las rendijas, cortan la respiracin. Tras las casas asoman las bocas delas armas invernales, apuntan a su patio cargadas del poderoso noviembre. Pero es octubre todava.

    Es octubre todava. No se recuerda un invierno semejante. Dicen que la siembra de otoo estperdida y hay temores de hambre. Como si algn hechicero hubiese alzado su varita mgica,rodeando con ella chimeneas, tejados y las casitas que el hombre hizo para los estorninos. All habrhumo, aqu nieve, all escarcha. Pero no hay todava ni lo uno ni lo otro. Un crepsculo desnudo,macilento, los echa de menos.

    Tensa los ojos; a la tierra le duelen las luces de las casas, de las farolas encendidas tantemprano como duele la cabeza de fijar la vista durante una larga y angustiosa espera. Todo est entensin y en acecho; preparada la lea en las cocinas, rebosantes de nieve las nubes y el aire preadode brumas... Cundo pronunciar el hechicero, que ha rodeado todo cuanto la vista alcanza con susmgicos crculos, el conjuro para invocar el invierno cuyo espritu ya est a la puerta?

    Cmo es posible tanto descuido! Claro, nadie se fija en el calendario de la sala de estudio; esun calendario infantil de hojas arrancables. Pero... sealaba el 29 de agosto! Qu cosas!, comodira Seriozha. Estaba en rojo. La decapitacin de San Juan el Precursor. Como se desprendafcilmente del clavo y Zhenia no tena nada que hacer se dedic a arrancar sus hojas. Las arrancabasin dejar de aburrirse y muy pronto dej de comprender lo que haca; de vez en cuando se deca a smisma: treinta, maana treinta y uno.

    Lleva tres das sin salir de casa.Estas palabras dichas en el pasillo la hicieron salir de su ensimismamiento y vio cuan lejos

    haba ido en su ocupacin. Ya llegaba a ltimos de noviembre. La madre roz su mano.Dime, hija, si...Lo que sigui era increble. Interrumpiendo a su madre, como en sueos, le pidi Zhenia que

    dijese Decapitacin de San Juan el Precursor. Perpleja, la madre cumpli su ruego: no dijoPercursor como deca Axinia.

    Al momento siguiente la propia Zhenia qued asombrada. Qu le haba pasado? Qu laimpuls? De dnde haba salido? Fue ella, Zhenia, quien hizo la pregunta? Poda pensar, acaso,que mam...? Qu raro e inverosmil! Quin habr inventado?...

    La madre segua de pie ante ella. No poda creer en sus odos y la miraba con los ojos muyabiertos. La salida de Zhenia la haba dejado perpleja. Pareca una pregunta burlona; su hija, sinembargo, tena los ojos llenos de lgrimas.

    Sus confusos presentimientos se cumplieron. Durante el paseo percibi con toda claridad cmose dulcificaba el aire, se ablandaban las nubes y se haca ms suave el golpear de los cascos delcaballo. No haban encendido todava las luces cuando empezaron a girar, a vagabundear por el aire,secos copos grisceos. Tan pronto como salieron del puente desaparecieron esos copos aislados ycay un chaparrn continuo de espesa nieve. Davletash baj del pescante y subi la capota de cuero.

  • Zhenia y Seriozha quedaron en la oscuridad y con poco espacio. Zhenia sinti deseos de enfurecersea la manera de la furiosa intemperie que les rodeaba. Comprendieron que regresaban a la casaporque oyeron de nuevo los cascos del caballo golpeando el puente. Las calles estabanirreconocibles. La noche lleg de pronto y la ciudad, como enloquecida, movi infinidad de gruesoslabios empalidecidos. Seriozha se asom al exterior y con la rodilla apoyada en el fondo le ordenque les llevara al barrio de los artesanos. Zhenia qued muda de admiracin: haba conocido todoslos secretos y encantos del invierno en el modo como sonaron en el aire las palabras dichas por suhermano. Davletash grit en respuesta que era preciso regresar a la casa para no cansar al caballo,que los seores iban al teatro y tendra que enganchar el trineo. Zhenia se acord de que los padresse iban y ellos se quedaran solos.

    Decidi instalarse lo ms cmodamente posible ante la lmpara y leer hasta bien entrada lanoche aquel tomo de Cuentos del Gato Ronroneador que no era para nios. Deba buscarlo en laalcoba de mam. Y tambin chocolate. Leera, chupando el chocolate, y oira cmo la nevasca cubrade nieve las calles.

    Tambin ahora caa la nieve a raudales cubriendo las calles. Trepidaba el cielo y desde l,misteriosos y terribles, se desprendan incontables pases y comarcas. Era evidente que aquellospases cados no se sabe de dnde, jams haban odo hablar de la vida, ni de la tierra, y ciegos, casinocturnos, la cubran sin verla, sin conocerla.

    Aquellos reinos eran deliciosamente espantosos, satnicamente encantadores. Zhenia loscontemplaba con arrobamiento. El aire se tambaleaba, aferrndose a todo cuanto poda, y lejos, muylejos, ululaban los campos como azotados brutal y dolorosamente, muy dolorosamente, con un ltigo.Todo estaba revuelto. La noche habase precipitado sobre ellos, furiosa por las enmaraadas canasque la marcaban desde abajo, cegndola. No se distingua el camino y cada uno iba como poda, losgritos y las vociferaciones no se encontraban y perecan en diversos tejados arrastrados por laventisca. Nevaba copiosamente.

    Largo rato estuvieron pateando en el pasillo sacudiendo la nieve de sus blancas e infladaspellizas. Era mucha el agua que se desprendi de sus chanclos sobre el linleum a cuadros! Tiradossobre la mesa vieron cscaras de huevos y el tarrito de la pimienta, sacado de su soporte, no habavuelto a su lugar de antes; haba mucha pimienta tirada sobre el mantel, rastros de yema derramada yuna lata de sardinas a medio comer. Los padres ya haban cenado, pero seguan en el comedor,metiendo prisa a los hijos que se demoraban. No les haban reido. La cena se adelant porquepensaban ir al teatro.

    La madre vacilaba indecisa entre si ir o no y se la vea triste, muy triste. Al mirarla, Zheniarecord que, en realidad, tampoco ella estaba alegre por fin haba conseguido desabrochar elmaldito corchete, sino ms bien triste, y al entrar en el comedor pregunt dnde estaba la tarta denueces. El padre, lanzando una ojeada a la madre, dijo que nadie les obligaba a salir y que en estecaso era mejor quedarse en casa.

    No, por qu respondi la madre, hay que distraerse, el doctor lo ha permitido.Pues hay que decidirse.Pero, dnde est la tarta? volvi a intervenir Zhenia y oy en respuesta que la tarta no se

    haba escapado, que antes de la tarta haba que cenar, no era cosa de empezar por ella, que estaba enla alacena; dirase que acababa de llegar y no conoca las costumbres de la casa.

    As dijo el padre y volvindose a su mujer, repiti.Hay que decidir.Ya est decidido, nos vamos dijo la madre, sonri tristemente a Zhenia y fue a vestirse.

  • Seriozha, que golpeaba con la cucharilla el huevo procurando no errar el golpe, previno alpadre con el tono eficiente de un hombre ocupado que el tiempo haba cambiado, que tuviese encuenta la nevasca, y se ech a rer: la nariz, al deshelarse, le pona en una situacin molesta. Empeza revolverse en la silla a fin de sacar un pauelo de su estrecho pantaln de uniforme y se son comole enseaba el padre, sin dao para los tmpanos; tom de nuevo la cucharilla y mir directamenteal padre, todo sonrosado y limpio despus del paseo.

    Sabes, cuando salimos dijo, vimos al amigo de Negarat.A Evans? pregunt el padre distrado.No conocemos a ese hombre intervino