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 Los dilemas del pluralismo Titulo  Díaz Polanco, Héctor - Autor/a Autor(es) Pueblos indígenas, estado y democracia En: Buenos Aires Lugar CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Editorial/Editor 2005 Fecha Colección identidad cultural; mujeres indigenas; agua; democracia; Estado; pueblos indigenas; movimientos indigenas; gobernabilidad; globalizacion; America Latina; Temas Capítulo de Libro Tipo de documento http://bibliotec avirtual.clacso .org.ar/clacso/gt/2010 1026125122/4DiazP olanco.pdf URL Reconocimien to-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Genérica http://creativeco mmons.org/licens es/by-nc-nd/2.0/deed. es Licencia Segui buscando en la Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO http://biblioteca.clacso.edu.ar Consejo Latinoamerican o de Ciencias Sociales (CLACSO) Conselho Latino-americ ano de Ciências Sociais (CLACSO) Latin American Council of Social Sciences (CLACSO) www.clacso.edu.ar

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    Los dilemas del pluralismo Titulo

    Daz Polanco, Hctor - Autor/a Autor(es)

    Pueblos indgenas, estado y democracia En:

    Buenos Aires Lugar

    CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Editorial/Editor

    2005 Fecha

    Coleccin

    identidad cultural; mujeres indigenas; agua; democracia; Estado; pueblos indigenas;

    movimientos indigenas; gobernabilidad; globalizacion; America Latina;

    Temas

    Captulo de Libro Tipo de documento

    http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/gt/20101026125122/4DiazPolanco.pdf URL

    Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Genrica

    http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es

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    Segui buscando en la Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO

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    EN LOS LTIMOS TRES LUSTROS, la demanda de autonoma haocupado un lugar central en el proyecto poltico planteado por los

    pueblos indios de Latinoamrica. La autonoma traza el sendero plu-

    ralista que estos pueblos proponen para construir sociedades naciona-les que sean a un tiempo democrticas y justas. Los grandes impulsos

    provienen principalmente de dos acontecimientos histricos separa-

    dos por un decenio: del proceso autonmico de la Costa Atlntica

    nicaragense, que arranca en 1984, y del levantamiento zapatista de

    enero de 1994, encabezado por el Ejrcito Zapatista de LiberacinNacional (EZLN). En medio, no hay que olvidar el levantamiento ind-

    gena en Ecuador de 1990 y sus secuelas. En todos los casos, la autono-

    ma se propone como el ejercicio concreto del derecho a la libre deter-minacin. Al mismo tiempo, en el plano poltico-ideolgico, se levanta

    un obstculo formidable para la realizacin de este derecho. Nos refe-

    rimos al afianzamiento en la regin del pensamiento liberal no plura-

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    Hctor Daz Polanco*

    Los dilemas

    del pluralismo

    * Antroplogo y profesor-investigador del Centro de Investigaciones y EstudiosSuperiores en Antropologa Social (CIESAS), Mxico. Director de Memoria, revista depoltica y cultura.

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    lista, y su consecuencia inevitable: la negacin de la autodetermina-cin como un atributo de esos pueblos.

    Ahora bien, habra que preguntarse si el programa autonomistaslo se enfrenta a un adversario: el liberalismo doctrinario de viejocuo. Pensar as sera un error. En la actualidad, operan como rivalesde la autonoma lo mismo el liberalismo no pluralista que las tenden-cias que se agrupan en el relativismo absoluto, aunque en las filas deeste se pronuncien loas a laautonoma. Debemos percatarnos de queel liberalismo duro, que retorna agresivamente a las viejas tesis de ladoctrina, sin concesiones ni correcciones,forma una slida unidad con

    su contrario: el relativismo cultural absoluto, responsable del resurgi-miento, a su vez, de esencialismos etnicistas. Liberalismo duro y rela-

    tivismo absoluto funcionan como las dos caras de la misma medalla.No es difcil caer en la cuenta de que, en efecto, ambos enfoques serefuerzan, y cada uno de ellos da pie a las argumentaciones del otro.La afirmacin mutua, al mismo tiempo, hace poltica y socialmentecrebles las respectivas aprensiones, temores y prejuicios.

    Ciertamente, por ejemplo, careceran de sentido las adverten-cias de los liberales latinoamericanos contra lospeligros de la nuevaapelacin a la comunidad cultural, si no existiesen indicios de plante-

    amientos comunalistas reacios, e incluso adversos, a considerar cual-quier posibilidad de relacin o dilogo intercultural y, en particular, atomar en serio la cuestin de las garantas de las personas y los dere-chos humanos1. Puede documentarse la influencia inversa: el crispa-miento liberal es un inductor de inclinaciones que prefiguran las pro-pensiones hacia el fundamentalismo tnico. Las ventajas que paracada una de las posiciones implica el refuerzo recproco ayudan aexplicar que muchos liberales estn interesados en presentar a suadversario autonomista como un esencialismo etnicista; y que cierto

    autonomismo amarrado a los principios del relativismo absoluto slovea liberalismo homogeneizador en cualquier referencia a los dere-chos fundamentales que la humanidad debe ir construyendo medianteel dilogo y el acuerdo. Cabe aclarar que de la parte indgena, al menosde su sector ms representativo, el planteamiento de la cuestin entales trminos estrechos es insostenible y arranca de una interpreta-cin sesgada de sus argumentaciones.

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    1 Desde luego, como se ver, no entiendo aqu los derechos humanos segn la interesa-da y parcial visin de los liberales, que los fundan en principios universales de los quesupuestamente esta doctrina tiene la clave.

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    Lo que importa subrayar ahora es que todo ello dificulta la refle-xin racional en torno a la autonoma e induce posiciones inflexiblesque se refuerzan mutuamente a partir de evaluaciones equivocadas.Del lado liberal, particularmente en pases latinoamericanos, se con-solidan las tendencias que rechazan la pluralidad como fundamentodel rgimen democrtico por construir, y se regresa con ms fuerza alos planteamientos integracionistas (a partir del combate al etnicismo,errneamente identificado con la propuesta de autonoma regional)2.El principal error radica en identificar la propuesta de autonoma conuna versin relativista que parte del argumento moral de la superio-ridad tica de la civilizacin india, formulada en los aos ochenta porautores como Guillermo Bonfil Batalla3. Del lado autonomista, se

    favorecen las inclinaciones a atrincherarse en los valores tradicionalesadversos al dilogo intercultural, al tiempo que se erosiona la sustan-cia nacional de la propuesta de autonoma y, por consiguiente, se lareduce a una salida slo para los indios o los grupos tnicos, quesupuestamente puede lograrse sin transformaciones sustanciales delEstado-nacin. As, la propuesta de autonoma como puente, dilogo ybsqueda de acuerdo democrtico queda debilitada.

    EL CONFLICTO ENTRE UNIVERSALIDAD Y PARTICULARIDADEl reconocimiento de derechos socioculturales mediante un rgimenautonmico, para organizar la sociedad sobre una plataforma multi-cultural, suscita incertidumbres respecto a su compatibilidad con losderechos y las garantas individuales, constitucionalmente consagra-dos en la mayora de las naciones contemporneas, y que en estas tam-bin son parte de una tradicin cultural con cierto arraigo en unimportante sector de la poblacin. No existira la contrariedad que

    aqu nos interesa si los grupos tnicos planteasen el ejercicio de susderechos como cristalizacin poltica propia, al margen del Estado-nacin en que se encuentran incluidos. El separatismo plantea otrognero de problemas que son irrelevantes para la cuestin que nosocupa. El posible conflicto que brota de la diversidad se configura en

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    2 Los enfoques integracionista y etnicista se examinan con detalle en Daz Polanco(2004: cap. 4 y 5).

    3 Dejando de lado su inflexible posicin deontolgica, Garzn Valds hace una instruc-tiva revisin crtica de las alternativas que se han propuesto para dar solucin a la pro-blemtica indgena. Una de sus conclusiones es que conviene abandonar la alternativade la superioridad tica india que sugiere Bonfil (Garzn Valds, 1993: 227).

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    tanto la autonoma es planteada no fuera, sinoen el marco de la nacinque, a su vez, es pluricultural en un sentido amplio.

    Ello obliga a encarar lo que se presenta como una contradiccincultural: la que se da entre la particularidad tnica y la universalidad.Esto es, la problemtica compatibilidad de los derechos tnicos, colo-cados por la ideologa liberal en el mbito de laparticularidad, por unaparte, y los derechos individuales o ciudadanos, planteados en el terre-no de la universalidad, por la otra. Esta asignacin interesada de louniversal y lo particular no puede ser aceptada sin ms ni ms, y debeser evaluada severamente. Aunque aqu no disponemos de espaciopara ahondar en el tema, conviene sealar que la asignacin de uni-

    versalidad a los valores liberales, por parte de los tericos de esta

    corriente, es uno de los puntos que hay que someter a crtica. En reali-dad, el universalismo liberal opera como un particularismo cuya pecu-liaridad radica precisamente en su pretensin de ser universal.

    EL ADVERSARIO LIBERAL

    En la comunidad liberal, en los ltimos tiempos, se desarrollaronenfoques que reforzaron los planteamientos conservadores, en suactual formulacin neoliberal. Son concepciones morales construidas

    como teoras de la justicia. Buscan dar una respuesta a la siguiente pre-gunta: qu principios deben aceptarse como los que sirven de base auna sociedad considerada justa? Lo fuerte de estos enfoques es quebuscan definir los principios, simultneamente, como universales ycomo acorazados por el prestigio de lo tico. Cualquier propuesta dis-tinta, entonces, aparece como contraria a la universalidad de la razn(como algo anacrnico, irracional, contrario a las tendencias irrefre-nables de la historia, etc.) y, tambin, como ofensiva para la morali-

    dad. Esto les da una fibra ideolgica y poltica nada despreciable. Serequiere que los sectores pluralistas emprendan la crtica sistemtica yrigurosa de los nuevos enfoques liberales y que, a un tiempo, incorpo-ren a su cuerpo terico-poltico una teora de la justicia propia 4.Carecemos de esta teora y, adems, nos falta una fundamentacincomprehensiva de lo colectivo y de los derechos conexos que no seadependiente, como ocurre hasta ahora, de los fundamentos liberalesde la individualidad y los derechos individuales.

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    4 En este sentido, me parece un acierto que el EZLN haya introducido la justicia en sufamoso lema, junto a la democracia y la libertad. Ntese el contraste con el nuevo lemaimperial de George W. Bush: democracia, libertad y libre empresa.

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    No se debe subestimar el papel que el trabajo terico ha cumpli-do en el pasado y, notablemente, en la historia concreta de los ltimostiempos. Ms tarde o ms temprano, un grupo poltico se ver frente alo que llamarsituaciones cruciales, en las que la accin poltica en unou otro sentido puede resultar decisiva, y es entonces cuando se advier-ten las ventajas de un cuerpo terico-poltico suficientemente slido.

    Aqu los que son partidarios deotro mundo posible pueden sacarvaliosas enseanzas de la experiencia reciente de la derecha.Recordemos, por ejemplo, que el pensamiento liberal atraves por unafuerte crisis que se prolong en la segunda mitad del siglo XX; a ellocorrespondi una marcada declinacin de las fuerzas y partidos polti-cos conservadores, espacio que fue ocupado, particularmente en

    Europa, por la socialdemocracia. Pero, en lugar de desalentarse yrenunciar a sus principios bsicos, la intelectualidad conservadora seaplic a una frentica actividad de revisin de sus enfoques, que con-cluy en un conjunto notable de ajustes y correcciones a su doctrina ofundamento comn: el liberalismo. Sin complejos por ser minora opor la sensacin de marginalidad, los intelectuales conservadores tra-bajaron sin descanso.

    Hayek, quien trabaj en uno de los ataques ms eficaces contra

    el proyecto socialista a principios de los aos cuarenta del siglo XX,admite que, antes que por razones vinculadas a la ciencia o al conoci-miento acadmico, fue motivado por la alarmante penetracin de lasideas socialistas y, en contrapartida, el agudo declive del liberalismo; yque su objetivo explcito era contribuir a ponerle un freno a ambosfenmenos. Para ello, los principios liberales sobre libre competencia,etc., deban ser reposicionados. Las ideas que l contribuy a conver-tir en pensamiento poltico exitoso en el lapso de unas dcadas, y quele valieron el premio Nobel en 1974, las consideraba al momento deconcluir su libro (Hayek, 1943: 8-9) pasadas de moda, ya que forma-ban parte, segn su criterio, de un punto de vista que durantemuchos aos ha estado decididamente en desgracia. Esta situacinlastimosa para la tradicin liberal, con la que se identificaba, no ami-lan a Hayek ni le hizo abandonar sus convicciones, como ha ocurridocon tantos intelectuales de izquierda en los ltimos tiempos. Vale lapena llamar la atencin sobre este hecho: la principal idea contra laque entonces luchaba Hayek era la supuesta inevitabilidad del socialis-

    mo, que se haba convertido en parte del sentido comn de ampliossectores de la poblacin, casi en una conviccin fatalista. Lo intere-sante es que, como veremos, se trata de algo simtrico (aunque inver-

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    tido) a lo que enfrentan hoy los llamados altermundialistas (y en gene-ral los inconformes con el actual modelo dominante): la insistencianeoliberal en la supuesta inevitabilidad del capitalismo, que tambinha penetrado como un arquetipo en el nimo de sectores importantesen todo el mundo (Hayek, 1943: 33 y 289).

    Al tiempo que buscaban renovar el liberalismo, desde luego, losintelectuales atacaban sin piedad los pilares del socialismo. En losaos setenta, ese esfuerzo ya haba dado sus frutos: el liberalismoreformulado entr triunfante a darrespuestas a los problemas delmomento. De tal suerte que, cuando las condiciones sociopolticascomenzaron a resultar favorables en la dcada del ochenta (debido,entre otras razones, a la crisis que afect a las tendencias rivales:

    socialistas, socialdemcratas, etc.) para un regreso de los modelosliberales centrados en la competencia, el libre mercado y el Estado nointervencionista o mnimo, las fuerzas conservadoras (inicialmente lla-madas nueva derecha) entraron a la escena y prcticamente se apode-raron de ella. La crisis liberal haba terminado. Ah se vio el valor de lateora sociopoltica.

    Las concepciones liberales renovadas no slo orientaron lasprcticas llamadas neoliberales desde entonces, sino que dieron a esas

    actuaciones la fuerza argumentativa y el prestigio para asegurarse elapoyo, o al menos el asentimiento, de vastos sectores de la poblacin(en primer trmino, de intelectuales otrora de izquierda, encandiladoscon las nuevas ideas). Como consecuencia del trabajo exitoso de laintelligentsia liberal, el liberalismo, en sus diversas expresiones, se haconvertido en un fuerte polo de atraccin. El atractivo de esta doctrinase refuerza, a su vez, con el logro de su mayor xito: la penetracin queha alcanzado la idea de que el capitalismo es ineludible y no puede sersuperado, lo que ha contribuido al desplazamiento de un sector de laizquierda hacia los tpicos liberales. Como lo ha resumido Callinicos,el colapso estalinista y el fracaso socialdemcrata han conducido a lacreencia casi universal de que el capitalismo no puede ser trascendido.En Occidente, al menos, las distintas posiciones polticas en compe-tencia tienden todas a referirse a alguna versin de la ideologa liberal;cuando no al neoliberalismo de las dcadas de 1980 y 1990, a sus

    variantes comunitaristas o igualitarias, representadas respectivamen-te por el republicanismo civil o por las teoras de la justicia de

    Dworkin y Rawls. En esa medida el aserto de Fukuyama de que elcapitalismo liberal ha visto desaparecer a todos sus rivales ideolgicossistmicos se ha hecho cierto: parafraseando a Sartre, el liberalismo

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    constituye el horizonte del debate intelectual y poltico hoy en da(Callinicos, 2000: 136). As, pues, romper este crculo, desde la teora yla prctica, es una tarea de primera magnitud. El pluralismo tieneescaso futuro en la rbita liberal en que se mueve hoy el mundo.

    Conviene subrayar que el vigor poltico-ideolgico que mostr elneoliberalismo se fund en buena parte en las teoras y los principioslaboriosamente formulados por un ejrcito de intelectuales, entre loscuales hay que agregar a Robert Nozick y John Rawls. El nuevo pensa-miento liberal anunciaba la buena nueva de que, por ejemplo, unasociedad poda contener fuertes desigualdades y, sin embargo, serjusta (el clebreprincipio de diferencia de Rawls)5; o que el liberalis-mo, despus de todo, poda sostener moralmente la preeminencia de

    la libertad individual, por encima de cualquier pretensin igualitariaplanteada desde intereses colectivos, sociales, culturales o polticos.No es esta la ocasin para abordar el enfoque de la justicia que ha ser-

    vido de base moral y poltica al neoliberalismo durante las ltimasdcadas. Tan slo insistir en que si queremos cimentar la fuerzasocial y poltica que merecen los planteamientos pluralistas, se requie-re combatir la hegemnica perspectiva liberal y plantear una alternati-

    va clara y convincente. Aunado a esto, es obligado realizar un vasto

    esfuerzo a fin de lograr que los principios y propuestas para organizarla sociedad que surjan de las izquierdas pluralistas sean asumidos porla gente, particularmente por los inmensos grupos identitarios quesufren los estragos del capitalismo.

    ES LA IDENTIDAD UNA REIVINDICACIN PROGRESISTA?

    El programa pluralista debe garantizar el mximo de libertades y laplena participacin de todos los ciudadanos (insistiendo tambin en

    las formas de democracia participativa y directa), as como de lascolectividades integrantes, en tanto tales. Debemos ser, por consi-guiente, campeones en la defensa de los derechos individuales y colec-tivos. Pero hay que trabajar en una elaboracin propia de los derechosindividuales que supere la visin liberal de los mismos, planteadosapriorsticamente por esta como universales, cuando a menudo se

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    5 El principio de Rawls sostiene que la distribucin del ingreso y de las riquezas no

    necesita ser igual; no hay nada de injusto en la distribucin desigual misma, mientrasella sea benfica para todos y particularmente para los ms desaventajados. La injusti-cia consistir entonces, simplemente, en las desigualdades que no benefician a todos.La desigualdad social obtiene as una inslita justificacin moral (Rawls, 1979: 68-69).

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    trata slo de la voluntad de generalizar sus principios particulares. Elliberalismo, es sabido, se comporta como el demiurgo que controla la

    varita mgica de la universalizacin: es universal el principio, el dere-cho o la institucin que esta doctrina define como tal, mientras niegaesa facultad a cualquier otra visin del mundo, pues slo el sistemaliberal es depositario de las luces de la razn humana (fuente de louniversal por antonomasia). Frente a esto, hay que colocar el contextoy lo cultural en la definicin de los mismos. Similares desafos selevantan respecto a los llamados derechos colectivos. Hay aqu desa-cuerdos, en el seno mismo de las filas progresistas, no liberales, quedeben ser analizados.

    Conforme la afirmacin de las culturas y la militancia por rei-

    vindicaciones de grupos se han intensificado en los ltimos tiempos,la cuestin de las identidades deviene un tema polmico en el seno delos movimientos sociales en casi todo el mundo. Aunque la problem-tica no es nueva, lo notable es que ahora constituye una de las princi-pales lneas de quiebre entre tendencias, al igual, por cierto, que ocu-rre a ltimas fechas en las filas del liberalismo (Daz Polanco, 2001:12-19). Mientras ciertas corrientes (denominadas nueva izquierda,neomarxismo oposmarxismo) encarecen el valor de las identidades y

    la importancia de que las luchas se desplieguen en este plano de la rea-lidad, otras ponen en duda que se trate de un tipo de reivindicacionesque deba ser asumido por la izquierda, entre otras razones de pesoporque no creen que las luchas por las diferencias y su reconocimien-to supongan una recusacin del capitalismo mismo. Dadas las limita-ciones de espacio, expondr aqu los que me parecen algunos aspectoscentrales de este debate.

    Al menos en los aos recientes, una de las voces que ms hainfluido en las posiciones que recelan de la llamadapoltica de la iden-tidad es la de Eric Hobsbawm. El prestigioso historiador marxista pro-nunci una conferencia en mayo de 1996, en la que se encuentran afir-maciones tajantes que de inmediato tuvieron repercusin en crculosde la izquierda y, para sorpresa de algunos, tambin de la derecha.Hobsbawm sostiene que la poltica de la identidad no puede ser asu-mida por la izquierda porque el proyecto poltico de esta es universa-lista: se dirige a todos los seres humanos, esto es, rebasa los objetivosespecficos de cada grupo. En cambio, la poltica de la identidad (ya

    sea que se refiera a las causas nacionales, regionales, tnicas o degnero) est orientada a los intereses particulares de algn grupo. Losprincipios universales asumidos por la izquierda como libertad,

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    igualdad y fraternidad no se proclaman para sectores determinados,advierte Hobsbawm, sino para todo el mundo, para todos los sereshumanos. Su conclusin no deja lugar a dudas: Por esa razn, laizquierda no puede basarse en la poltica de la identidad. Los temasque la ocupan son ms amplios (Hobsbawm, 2000: 120).

    Antes de examinar ms de cerca la posicin de Hobsbawm, per-mtanme un breve parntesis para observar que, en pases comoMxico, el texto de este fue aclamado con entusiasmo por un sector dela intelectualidad liberal. Precisamente por aquel que ve en la defensade la etnicidad, y particularmente en las demandas autonmicas de lospueblos indgenas, una de las mayores amenazas para el proyecto libe-ral. De inmediato, el texto fue editado en espaol y elogiado por con-

    notados liberales (Hobsbawm, 1996). Voceros liberales no slo saluda-ron los referidos planteamientos de Hobsbawm como un paso positi-

    vo, sino que, basndose en ellos, se permitieron sermonear a laizquierda local por su proclividad a favorecer demandas particularis-tas, en lugar de sostenerse en la tradicin universalista de la izquierdaque aquel haba ponderado. Contemplamos entonces un hecho pocofrecuente: los liberales dando lecciones o aconsejando a la izquierdasobre la lnea terico-poltica que a esta le conviene6. Por un extrao

    giro, lo polticamente correcto para el liberalismo sera tambin lopolticamente correcto para la izquierda.Desde luego, no se puede culpar a Hobsbawm por los usos que la

    derecha de Amrica Latina, o de cualquier parte, haga de sus escritos.No obstante, es evidente que si las ideas del historiador deben interpre-tarse como un radical rechazo de las identidades en tanto tema legti-mo de la izquierda, a cambio de secundar un universalismo inmune acualquier consideracin de las particularidades, las posiciones liberalesse veran favorecidas, dado el histrico universalismo que ha caracteri-zado a esta ltima doctrina desde sus orgenes (Daz Polanco, 2000).Desde el otro ngulo, como esperamos dejar claro, rechazar el univer-

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    Hctor Daz Polanco

    6 Por ejemplo, Jos Antonio Aguilar Rivera, liberal abiertamente contrario a la causaautonomista y a la zapatista en particular, apoyndose en el texto de Hobsbawm, sostie-ne: La reivindicacin de lo singular, de las tradiciones, de la lengua, de la cultura nati-

    va, es ajena al legado ideolgico de la izquierda. Ms adelante, despus de citar unpasaje de Hobsbawm, advierte que la izquierda est comprometida con la idea de laigualdad esencial de todos los seres humanos y que, por tanto, propuestas como las

    autonomas para los pueblos indios no deberan ser las de la izquierda. Y remata, casipaternalmente, que la izquierda debe retomar el camino, pues ha claudicado de su ori-ginal universalismo y ha abrazado equivocadamente la causa de los particularismostnicos (Aguilar Rivera, 1998: 55-57).

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    salismo liberal y sus variantes (especialmente el racionalismoconstruc-tivista y sus versiones igualitarias) no debe implicar que, como nicaopcin, la izquierda est condenada a abrazar una poltica de la identi-dad fundada en el particularismo relativista, ciega a la existencia de lasclases y a los intereses comunes que tradicionalmente se vinculan connociones como libertad, igualdad y justicia.

    Si lo que se propone Hobsbawm es refrendar el universalismoinsensible a la diversidad, me parece que la izquierda debe rechazaresa propuesta sin vacilacin. Tal camino no fortalecera a la izquierdasino que favorecera el programa de la derecha, en especial el del libe-ralismo no pluralista, individualista y excluyente. Pero hay motivospara sospechar que el universalismo que los liberales ven en el texto

    del intelectual marxista es una interpretacin sesgada y oportunistaque busca llevar agua al molino de la derecha. Es cierto que hay en eltexto citado afirmaciones rotundas en contra de la poltica de la iden-tidad, pero se trata de un rechazo deciertas formulaciones y prcticas:aquellas que responden al fundamentalismo etnicista (tan presente enLatinoamrica al menos desde los aos setenta del siglo XX) y a lospeculiares desarrollos del actual multiculturalismo, predominante enla sociedad anglosajona y con creciente influencia en nuestra regin.

    Hobsbawm admite que la izquierda siempre ha incluido en susluchas a grupos de identidad, sin renunciar a lo que le es propio: el inte-rs comn por la igualdad, la justicia social y causas por el estilo(Hobsbawm, 2000: 121). As las cosas, cuando el autor rechaza la polti-ca de la identidad, uno puede entender justificadamente que se estoponiendo a un tipo de poltica de la identidad, a una corriente, cada

    vez ms ardorosa y envolvente, que termina por poner de lado talesintereses comunes vitales para la izquierda y ceirse de modo exclu-sivo a las particularidades y los fines especficos de determinados gru-pos. Pero, rechazaresa poltica supone que la izquierda no deba soste-ner firmementesu propia poltica acerca de las identidades? No definirsu propia poltica al respecto significa para la izquierda, en primer tr-mino, atarse de manos y dejar un vasto campo libre a la derecha. Ensegundo trmino, no interesarse por las identidades equivaldra a man-tener un grave dficit terico-poltico de la izquierda que, hasta ahora,no ha aquilatado lo suficiente el alto valor social y moral de la diversi-dad para la construccin de una sociedad cabalmente justa.

    El propio Hobsbawm apunta en la direccin apropiada cuandocaracteriza las identidades. Estas, dice, se definen negativamente, porcontraste con otros; pero en algn grado son optativas, en tanto son

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    mltiples y en verdad nadie tiene una nica identidad. La gente com-bina y acomoda estas diversas pertenencias (y tambin las jerarquiza,agreguemos), por lo que dichas identidades no son estticas o fijas.Todo lo cual no es ajeno al hecho de que el fenmeno identitariodepende del contexto y, por lo tanto, es tan dinmico y cambiantecomo la trama social en la que cobra vida y significado (Hobsbawm,2000: 116-118). Esta perspectiva de las identidades mltiples es cierta-mente uno de los cuadros bsicos en el que debemos desarrollar unapoltica propia acerca de la diversidad. Y, razonando a contrario, deella se desprende que de seguro debemos rechazar cualquier polticafundada en las identidades como si fuesenesencias, entes estticos oinvariables, nicos e irreductibles entre s, que no admiten la combi-

    nacin de pertenencias y, en fin, imponen la poltica de la identidadexclusiva. Todo ello promueve el aislamiento, la intolerancia y, final-mente, en lugar de fomentar el pluralismo termina estimulando el pai-saje de la homogeneidad mltiple constituida por conglomeradosseparados y en permanente tirantez. No menos importante es que unapoltica de la identidad de esta naturaleza hace caso omiso del contex-to y, por consiguiente, ignora los cimientos socioeconmicos y el rgi-men de dominacin poltica que son los nervios articuladores de las

    desigualdades nacionales, tnicas o de gnero; por ello, adems, ali-menta la ilusin de que pueden encontrarse soluciones al margen decambios de fondo en las estructuras socioeconmicas, las relacionesde clases, y de transformaciones de las prcticas culturales y polticasenraizadas en aquellas estructuras.

    De suerte que rechazar toda poltica de la identidad no puedeadoptarse como la gua ms aconsejable en el umbral del tercer mile-nio, sin que ello implique un tremendo costo. Lo que se requiere esdefinir una poltica progresista de la identidad que garantice la articu-lacin de los cambios estructurales para alcanzar la igualdad y la jus-ticia, por un lado, con los cambios socioculturales para establecer elreconocimiento de las diferencias y desterrar las desigualdades queminoran y faltan el respeto a los grupos identitarios, por otro lado.Despus de una larga etapa en que la izquierda privilegi la redistribu-

    cin, esto es, la lucha por la igualdad social y contra la explotacin quecontrae la existencia de las clases, estamos asistiendo a una fase enque distintos movimientos dan prioridad a la lucha poltica contra la

    dominacin cultural y a favor del reconocimiento de las diferenciasfundadas en la nacionalidad, la etnicidad, el gnero y la sexualidad. Lareaccin casi automtica de un sector importante de la izquierda ha

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    sido rechazar el reconocimiento y afirmarse en sus tradicionales for-mulaciones sobre la redistribucin; otras posiciones de la izquierdasimplemente han aceptado sin reservas ni crtica la poltica de recono-cimiento en boga, segn los cartabones del etnicismo esencialista odel multiculturalismo liberal, para los que el problema de la discrimi-nacin y la exclusin cultural desplaza el problema de la explotacin yla desigualdad socioeconmica o lo coloca en un segundo plano.Ambos caminos conducen a callejones sin salida. Trascenderlosrequiere una crtica tanto de las formulaciones que favorecen slo laredistribucin como de aquellas que se limitan al reconocimiento, almenos como se han planteado hasta ahora.

    MULTICULTURALISMO Y DERECHOS HUMANOS

    Un parntesis. En las ltimas dcadas se produjo un cambio impor-tante: tiene que ver con el desarrollo de una ideologa universalista deneto corte liberal que ha ido penetrando en el pensamiento deizquierda y progresista en los ltimos tiempos. Los cuadros ms desta-cados del pensamiento liberal y sus aparatos de formacin de opininpblica han dedicado un esfuerzo formidable en dcadas recientes amodelar esta visin, especialmente en lo que hace a los derechoshumanos. En este terreno se ha concentrado parte importante de labatalla ideolgica. Los derechos humanos, de ser prerrogativas hist-ricas, construidas por las sociedades, que responden a necesidadesconcretas de justicia de las agrupaciones humanas, pasan a ser esque-mas previos, supuestamente fundados en principios ahistricos, cate-gricos, absolutos. Supuestamente de ah les viene la universalidad,puesto que estn determinados de antemano, tanto por lo que hace asu contenido como a la forma especfica de su ejercicio. En suma, laperspectiva liberal resulta as la depositaria del saber sobre la libertad,la justicia y otros valores, traducidos al lenguaje de los derechos.

    El liberalismo predominante (especialmente en sus formulacio-nes deontolgicas ms recientes) obtiene un triunfo notable cuandologra colocar al menos parte del pensamiento pluralista o de izquierdaen la lgica de un falso universalismo que favorece en todo alstatu quocapitalista. Entindase: no es, ni mucho menos, que los proyectosdemocrticos o pluralistas deban reir con los derechos de las perso-

    nas y los grupos (colectividades con identidades propias, por ejemplo),sino que tales derechos deben concebirse como histricos, situados,emanando de concepciones del bien que son obra de los hombres y

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    sobre las que van construyendo acuerdos. En este sentido, los dere-chos son universalizables: se forman mediante el dilogo, la discusiny el acuerdo entre las comunidades humanas. Esa es su verdaderafuente, y no ningn principio o imperativo del que los pensadores deuna o ms sociedades tienen la clave. As, por cierto, surgieron losderechos contenidos en la Declaracin Universal de los DerechosHumanos, no sin fuertes debates que an estn vivos: son universalesen cuanto la generalidad de las sociedades los han adoptado, manifes-tando su acuerdo.

    Esto est lejos de esquemas previos que definen hasta en susmenores detalles cules son esos derechos de una vez y para siempre y,particularmente, cmo deben ejercerse en la prctica (qu institucio-

    nes, qu mecanismos, qu procedimientos, etc.). Que los derechoshumanos tienen un claro soporte histrico se deduce del sencillohecho de que estos se han ido construyendo y han ampliado su rango,proceso que est lejos de haber concluido. Nuevas generaciones dederechos han surgido en los ltimos aos, y rdenes nuevos estn ape-nas en proceso de consolidacin, como es el caso de los llamadosdere-

    chos colectivos, parte de los cuales se est fraguando en el dilogo querealiza el Grupo de Trabajo de Naciones Unidas sobre los derechos de

    los pueblos indgenas del mundo.El procedimiento liberal sigue otro camino: definir principiosuniversales dejusticia, por ejemplo, que excluyen cualquier concepcinparticular del bien, para poner el nfasis en una visin de lojusto quetambin se pretende universal. Examinada con detalle, esta visin de lo

    justo esconde una concepcin particular del bien, que es en verdad elsustento de la primera. Por ello, no es sorprendente que los principiosuniversales que sustentan la justicia, los derechos humanos, se corres-pondan perfectamente con el modo de vida de las sociedades llamadasliberal-democrticas de Occidente (y particularmente de su parteNoratlntica). Los tericos liberales advierten tan afortunada coinci-dencia y razonan que ello se debe a que, en rigor, la forma particular de

    ver el mundo de esa parte de Occidente es la consumacin de los prin-cipios universales que ellos no han formulado, sino que slo han descu-bierto en los entresijos del alma humana. Ahora podemos estar tran-quilos, pues los principios de la democracia liberal (anglosajona, params seas) tienen la consistencia de larazn universal y es por ello que

    deben ser adoptados por todas las sociedades sin distincin.Esta manera de razonar, que causa tanta fascinacin en ciertos

    crculos intelectuales (se perciban o no sus sutilezas), tiene el doble

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    problema de que oculta elparticularismo que est detrs del universa-lismo y aplasta la diversidad. El primer problema lo advierten los cr-ticos recientes de este enfoque liberal, tanto internos como externos.Coinciden en un punto: lo peculiar del liberalismo no es que sus presu-puestos y los modelos sociopolticos que de ellos derivan sean univer-sales (en el sentido de estar fundados en larazn humana, como decla-ran los liberales), sino que es la doctrina que ha llevado ms lejos lapretensin de convertir todas sus concepcionesparticulares del bienen normas generales. El liberalismo en boga, recuerda Taylor, parecesuponer que hay unos principios universales que son ciegos a la dife-rencia. Lo preocupante, agrega, es que la misma idea de semejanteliberalismo sea una especie de contradiccin pragmtica, un particu-

    larismo que se disfraza de universalidad (Taylor, 1993: 68). No hay, enverdad, mejor coartada poltica que hacer pasar mi propia e interesa-da visin del mundo como la nica que puede sustentar la forma deorganizacin sociopoltica que es racional y moralmente legtima.Segn este enfoque, la libertad, la democracia, por ejemplo, slo sepueden ejercer de acuerdo con ciertos moldes, con lo que los corres-pondientes derechos pasan a ser, realmente, muyparticulares: respon-den ms a los patrones de una tradicin cultural y poltica especfica

    que a supuestos imperativos universales. Su universalidad, ms bien,proviene de la voluntad poderosa de un tipo de sociedad que decidequesuvisin del mundodebe ser reconocida universalmente como la

    vida buena: la nica forma legtima, democrtica, etc., deordenarlasociedad y sus instituciones.

    Todo el que se aparta de tal universalidad y explora otros cami-nos, en aras de buscar formas ms justas de organizar los gruposhumanos (a fin de acrecentar las libertades reales de todos, la solidari-dad, el bienestar de la colectividad), es un violador de los derechoshumanos. Y es as como se puede llegar a la aberracin de que socie-dades en donde los derechos de las personas y los grupos alcanzanbuenos niveles puedan ser acusadas de infringirlos, mientras otras sonpasadas por alto. Esto lleva tambin, y ya tenemos inquietantes ejem-plos concretos de ello, a justificar la aplicacin de la fuerza contraciertos pases (intervencioneshumanitarias, claro) para reponer lanormalidad dictada desde los centros de poder mundial. El derecho ala intervencin humanitaria comienza a configurarse como un nuevo

    derecho universal a la medida de los intereses de los mandarines de laglobalizacin. Para lograr todo ello, adicionalmente el pensamientoliberal ha realizado una doble operacin de ciruga mayor, consistente

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    en reducir prcticamente los derechos a unos cuantos, y estos a sumanera.

    La primera operacin consiste en distinguir arbitrariamenteentre derechosciviles y polticos, por una parte, yderechos econmicos,

    sociales y culturales, por otra. Al tiempo que el tema de los derechoshumanos adquiere una relevancia cada vez mayor en el mundo, eldebate crtico en torno a lo que estos realmente significan y, sobretodo, a las prerrogativas individuales y colectivas que abarcan deberaintensificarse. Lo que creo observar en algunos intelectuales, en cam-bio, es una mansa aceptacin de los tpicos que pregona el liberalis-mo. Aquella separacin entrerdenes de derechos es un ejemplo perti-nente. No existe ni el ms mnimo fundamento para ello. Pero la diso-

    ciacin tiene el efecto de apuntalar el sesgo individualista de los dere-chos y, como veremos, de deshacer el ejesocial que cruza transversal-mente los mismos. Al final, los nicos verdaderos derechos terminansiendo los civiles y polticos, mientras los dems son slodeseos pocorealistas, moralmente no exigibles,aspiraciones que se dejan para lascalendas griegas. Es un asunto crucial, pues resulta evidente quedesde los pases ricos, conforme aumenta su poder econmico y pol-tico merced a la llamada globalizacin, se impone una visin sesgada,

    desequilibrada y egosta de los derechos humanos, minimizando odejando de lado sus contenidos econmicos, sociales y culturales. Enel fondo de esto, est la vieja distincin que hace la doctrina liberalentre la libertad (sobre todo la llamada libertad negativa) y la igualdad,ahora convertida por los estados centrales incluso en el seno de lasNaciones Unidas y contra el espritu de su Declaracin en imperativoideolgico a escala mundial y en la nica y universalverdad moral.

    La verdad es que los derechos humanos son integrales (civiles ypolticos/sociales, econmicos y culturales/individuales y colectivos) ono son ms que un arma de combate poltico. Si no se insiste en cadacaso y a cada paso en la integralidad, se favorece un falso universalis-mo interesado (en realidad, nada universal sino muy particular y pro-pio de una manera de ver el mundo, de organizar la dominacin de lasociedad). La organizacin Amnista Internacional ha reparado recien-temente en este hecho. Paul Hoffman, presidente de esta organizacin,lo reconoci en su discurso ante el III Foro Social Mundial de PortoAlegre: El derecho internacional de derechos humanos es mucho ms

    que los derechos civiles y polticos. Va mucho ms all del limitadoconcepto que se circunscribe a la proteccin del ciudadano de las inje-rencias del Estado en sus libertades fundamentales. La perspectiva de

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    los derechos humanos hace igual nfasis en la idea de la dignidadhumana y en lo que se requiere que hagan los Estados (en trminospositivos) para garantizar que la vida se vive con dignidad. Y agreg:Durante demasiado tiempo se ha prestado demasiada poca atencin alos derechos econmicos y sociales y, en este respecto, AmnistaInternacional comparte algo de la culpa. Hasta hace bien poco nuestraorganizacin no se haba comprometido a trabajar por toda la variedadexistente de derechos humanos (Hoffman, 2002: 23-24).

    Veamos la segunda operacin: una vez que han sido separados,los derechos sonjerarquizados por el liberalismo. Ilustres liberales,desde J. Locke a I. Kant, desde I. Berlin a J. Rawls, han insistido enque la libertad tiene prioridad (ms o menos absoluta) sobre la igual-

    dad, y que ninguna restriccin de la primera es admisible para alcan-zar mejoras prcticas en materia de justicia y fraternidad humanas.La jerarqua liberal establece que existen derechos sustantivos (queson inalienables), y adjetivos (que pueden pasarse por alto, al menoshasta que se realicen plenamente los primeros). En ese marco, previsi-blemente los derechos civiles y polticos se afirman como los funda-mentales, mientras los econmicos, sociales y culturales ocupan unaposicin secundaria, aunque el ejercicio pleno de estos sea una eviden-

    te condicin para construir sociedades justas e igualitarias. En loshechos, esta arbitraria jerarqua, asumida acrticamente por ciertoscrculos intelectuales, ha operado como el ms formidable obstculopara que la mayora de la humanidad disfrute del elemental derecho auna vida plena. En Teora de la justicia, considerada una de las ltimasobras maestras del liberalismo, Rawls busc conciliar la libertad conla igualdad, incorporando en la doctrina el clebre principio de dife-rencia (regulador de las desigualdades). Pero no tard en recaer en laprioridad del principio de libertad, de modo que ningn principioregulador de las desigualdades socioeconmicas puede intervenirhasta que aquel haya sido plenamente satisfecho (el orden lexicogr-fico). En estas condiciones las cuestiones relativas a la igualdad pue-den quedar permanentemente aplazadas, dando lugar a la paradjicajusticia de la desigualdad y la explotacin, que no es ms que unretrato de las actuales democracias capitalistas (Rawls, 1979: 52-53).

    Los derechos humanos as jerarquizados no responden a ningnimperativo universal; constituyen el punto de vista particular de una

    doctrina, asumido por grupos de intereses tambin muy determina-dos. Se entiende que busquen hacer pasar esta visin como la racionaly universal. El motivo es sencillo: si todos los derechos fuesen conside-

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    rados en el mismo plano de importancia y como interdependientes,gobiernos que hoy se proclaman como campeones de los derechoshumanos quedaran situados como los mayores violadores, pues consus polticas han extendido la sombra de la desigualdad y la miseriasobre la mayora de los pueblos. Es un enfoque que se opone a la cons-truccin de sociedades tan igualitarias y justas como libres y solida-rias, que es la generalizada aspiracin de la humanidad. La reduccinde los derechos humanos es una de las formas ideolgicas que adoptala oposicin neoliberal a cualquier cambio del mundo en un sentidodemocrtico y pluralista. En su marco, otro mundo jams ser posi-ble. Los grupos identitarios (particularmente los pueblos indios delmundo) ven limitados drsticamente, e incluso negados, sus derechos

    socioculturales, siempre relegados a un segundo plano respecto de losconsiderados por el liberalismo comofundamentales. En los hechos,esta visin se ha concretado como una defensa abstracta, formal y uni-lateral de la libertad (en realidad de ciertos derechos civiles, entendi-dos segn los valores de los poderosos), en detrimento u olvido de la

    justicia entendida como igualdad que constituye, sin duda, la mdulade los derechos humanos proclamados por las naciones en 1948.

    En resumidas cuentas, el liberalismo, que naci como una pers-

    pectiva filosfica y una ideologa poltica entre otras, amenaza conconvertirse en un pensamiento nico. Pero no slo eso. Adems, seest traduciendo en una intolerante poltica internacional, dogmtica-mente impuesta sobre todo el orbe, que permite repartir condenas oreconocimientos a conveniencia. En esa atmsfera, la noble defensade los derechos humanos corre cada vez ms el peligro de trocarse enmero instrumento de manipulacin poltica y en el manto que cubre lahipocresa de los poderosos (particularmente del gobierno norteame-ricano y sus aliados), en perjuicio de los pases ms dbiles.

    La Declaracin Universal de los Derechos Humanos indica en suprimer prrafo que todos los seres humanos nacen libres e iguales endignidad y derechos. No es difcil llegar al acuerdo de que esta debeser una idea inspiradora, un presupuesto internacionalmente acepta-do. Pero lo que necesitamos no es que se nos repita que es un principiouniversal, sino que a la luz de este principio se extraigan las conse-cuencias y se explique por qu muchos millones de seres humanos,que segn esa mxima nacieron libres e iguales en dignidad y derecho,

    viven en la opresin y la pobreza; y qu sera necesario hacer para queesto no siguiera ocurriendo. Si todos nacemos libres e iguales, ningnprincipio sobre la libertad que pueda esgrimirse para imposibilitar que

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    los seres humanos alcancen la igualdad en dignidad y derechos puedeproponerse como una norma moralmente vlida. La nica norma quepuede pretender universalidad es la que procura la justicia para todos.

    Estimo que el anlisis de estos problemas, que apenas he esbo-zado, debera ser materia del trabajo de los intelectuales que adoptanun talante crtico, en sus variadas modalidades. Parece haber ciertoacuerdo acerca de que la principal tarea de estos intelectuales es abor-dar la sociedad que les toc vivir, mediante la evaluacin atenta de lasevidencias, contrastando los enfoques con las pruebas que brotan deladiversidad del mundo... Pero esto no puede lograrse a partir de vapo-rosas nociones que ahorran el anlisis concreto e ignoran los contex-tos. Por el contrario, el pensamiento crtico no se lleva bien con los

    pretendidos principios universales o inmutables. En este sentido, lareflexin sobre los temas apuntados debe remontar los tpicos queestn configurando un pensamientopolticamente correcto: por ejem-plo, la defensa abstracta de ciertos derechosciviles ypolticos, mien-tras cotidianamente, y en parte merced a esos tpicos, se violan losderechos a la vida digna y plena de millones de personas. La crticadebera enfocar sus bateras hacia un orden sustentado en la impostu-ra, en el que unas libertades se oponen a la justicia y modelan un pla-

    neta atestado de menesterosos y desesperados: la inmensa multitud delos condenados de la tierra. Est visto que esa crtica no puede realizar-se con los instrumentos de un universalismo hueco que hace casoomiso de la variedad del mundo; que en su intolerancia y soberbia noes capaz, como aoraba Borges, de apreciar las excelencias ajenasporque est enceguecido por sus propios valores y verdades inaltera-bles (Daz Polanco, 2004: 9-14); que exonera a los culpables y condenaa las vctimas que no aceptan las reglas del juego, sin ni siquiera escu-

    char sus razones (pues ya se impuso el canon: las razones son univer-sales o no son razones).

    IGUALDAD VERSUS RECONOCIMIENTO

    Por lo dems, lo que est en juego es una vieja cuestin: la supuestadisyuntiva entre redistribucin (que promueve la igualdad) y recono-cimiento (que reivindica la diferencia). Poniendo la vista en Mxico,observamos una curiosa paradoja: en la actual coyuntura, el Ejecutivo

    federal se presenta como un partidario de supuestas medidas redistri-butivas (envueltas en eldesarrollo social), mientras se desentiende delreconocimiento de derechos (y en esto cuenta con el respaldo de los

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    dems poderes). Se explica este afn gubernamental de presentarsecomo interesado en el desarrollo de los pueblos indios si se toma encuenta que incumpli totalmente su promesa de reconocer los dere-chos indgenas mediante la inclusin de los Acuerdos de San Andrs,firmados con el EZLN, en la Constitucin. En efecto, con la complici-dad del Ejecutivo, el Congreso General hizo reformas en abril de 2001que dejaron fuera lo sustancial de dichos Acuerdos (Daz Polanco ySnchez, 2002: 162-167). Se trata, pues, de una especie de compensa-cin que ofrece desarrollo para suplir la falta de reconocimiento. Almargen de que, como es fcil de demostrar, lasacciones del gobiernofoxista no son en verdad redistributivas en sentido autonmico, laperspectiva que queremos defender aqu es que aquella disyuntiva es

    falsa. No necesitamos escoger. El punto es, y siempre ha sido, cmolograr reconocimiento e impulsar la igualdadsimultneamente, comopartes del mismo proceso.

    Hay que recordar los planteamientos bsicos ya mencionados:las identidades que el rgimen de autonoma busca sustentar y valorarson mltiples; los grupos identitarios combinan y jerarquizan diversaspertenencias. Las identidades no son estticas porque no son ajenas adeterminados contextos. Cualquier visin esencialista es inconvenien-

    te, entre otras razones porque resulta contraria al pluralismo y termi-na por ignorar los cimientos socioeconmicos yel rgimen de domina-

    cin poltica que estn en la base de todas las desigualdades (naciona-les, tnicas o de gnero).

    De lo que resulta que desvincular la vertiente socioeconmica deunapoltica de la identidad es tan incorrecto como dejar de lado elreconocimiento. La autonoma es una poltica de la identidad quebusca articular loscambios estructurales para perseguir la igualdad y

    la justicia con loscambios socioculturales para establecer el reconoci-miento de las diferencias y cancelar todo gnero de subordinacin,exclusin o discriminacin de los grupos identitarios. Durante unalarga etapa, la izquierda privilegi la redistribucin, esto es, la luchapor la igualdad social y contra la explotacin, prescindiendo ms omenos radicalmente del reconocimiento de las identidades7. ltima-mente, movimientos muy diversos dan exclusividad (o casi) a la luchacontra la dominacin cultural y a la reivindicacin de las diferencias

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    7 Tambin ocurre actualmente que se hermanen ciertas ideologas de izquierda con doc-trinas liberales en una posicin comn de rechazo al reconocimiento o a la llamadapoltica de identidad (Daz Polanco, 2002: 8).

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    fundadas en la nacionalidad, la etnicidad, el gnero y la sexualidad. Sufuerza y extensin es una novedad. Lo peculiar de esta corriente enascenso es que regularmente acepta sin reservas ni crtica la polticade reconocimiento en boga. Me refiero al reconocimiento que se fundaen los cartabones del etnicismo esencialista o del multiculturalismoliberal, para los que el problema de la discriminacin y la exclusindesplaza el problema de la explotacin y la desigualdad socioeconmi-ca o lo coloca en un plano muy secundario. Como indicamos antes,ambas propuestas me parecen equivocadas. Trascenderlas es el reto.

    Hace varios lustros, insistimos en la necesidad de considerarsimultneamente dos gneros de transformaciones: a) las dirigidas alas relaciones socioeconmicas y b) las que deban enfocarse a la

    dimensin sociocultural, ya que slo las primeras no bastaban paraconstruir sistemas democrticos y pluralistas. Y yo subrayaba quesuprimir las desigualdades socioculturales no implicaba eliminar ladiversidad. Construir lo que entonces llam democracia nacional(pues implicaba el replanteo del conjunto de la nacin en tantocomunidad humana) supona que las dos dimensiones sealadaseran parte del mismo proyecto (Daz Polanco, 1987: 15-17).

    El proyecto (poltico y analtico) de Fraser explcitamente da

    por sentado que la justicia hoy en da precisa dedos dimensiones:redistribucin y reconocimiento, y la tarea pendiente consiste endesentraar su relacin. En parte explica la autora esto significaresolver la cuestin de cmo conceptualizar el reconocimiento cultu-ral y la igualdad social de forma que stas se conjuguen, en lugar deenfrentarse entre s [...] Tambin significa teorizar las formas en lasque la desigualdad econmica y la falta de respeto cultural se encuen-tran en estos momentos entrelazadas respaldndose mutuamente.Posteriormente, significa clarificar, adems, los dilemas polticos queemergen cuando tratamos de luchar en contra de ambas injusticiassimultneamente (Fraser, 2000a: 127).

    Un supuesto implcito en todo lo indicado es que una polticaautonomista no debe suponer que los pares diferencia-reconoci-miento, de una parte, e igualdad-redistribucin, de la otra, seannecesariamente incompatibles. Son las respectivas formulacionesactualmente en pugna las que los convierten efectivamente en antit-ticos, terica y polticamente. La revisin crtica referida de la que,

    por cierto, no partimos de cero supone entender que igualdad ydife-rencia no slo no son nociones contrapuestas sino que se refieren ados metas estratgicas de la autonoma, que requieren una necesaria

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    armonizacin en la teora y la prctica. La diferencia no es un sin-nimo de desigualdad ni la igualdad es un fin contrapuesto a la diver-sidad. La sociedad de las autonomas es aquella en que la igualdad yla diferencia van de la mano8.

    Una de las debilidades de nuestro multiculturalismo radica en laoscilacin arbitraria entre igualdad y reconocimiento. En coyunturasdistintas se pone el nfasis en una u otro, sin que se alcance una inte-gracin ptima. En el pasado, lo frecuente fue abordar la llamada pro-blemtica tnica como si involucrara slo a grupos socioeconmicos(campesinos, etc.); en los ltimos tiempos tiende a predominar la ten-dencia que reduce la cuestin a entidadesculturales que no marcanserias demandas de redistribucin. En cada caso, la pregunta quequeda sin responder es: qu redistribucin implica el reconocimientode la diversidad y, en su turno, qu poltica cultural de la diferencia esuna condicin o un prerrequisito para cualquier proyecto social quepropugne por la igualdad?

    La indefinicin tiene un efecto deformante en las polticaspblicas. Como hemos visto al referirnos a la poltica foxista, lasacciones dedesarrollo social cualquier cosa que eso signifique en rea-lidad, por una parte, y el reconocimiento, por otra, se encuentran

    fuertemente enfrentados, como polos que se excluyen mutuamente.Pero la contradiccin o la ambigedad tambin pueden invadir a pro-yectos (progresistas) concebidos para construir una poltica de laidentidad que sea favorable a los pueblos. La tensin entre reconoci-miento y redistribucin se advierte, por ejemplo, en los Acuerdos deSan Andrs. Un aspecto ilustrativo de ello lo constituye el reconoci-miento del derecho de los pueblos y comunidades al uso colectivo delos recursos naturales en sus territorios. Este es un tema pertinente

    aqu porque se trata de un derecho que precisamente articula el reco-

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    8 Esto es justamente lo que significan las formulaciones de igualdad en la diferencia ounidad en la diversidad. Este elemental enfoque a menudo es difcil de entender para elpensamiento liberal. Por ejemplo, J. A. Aguilar Rivera confunde las cosas en su encendi-do alegato a favor de la igualdad liberal: reprocha a la izquierda mexicana actual quedefienda la diferencia. Segn l, la izquierda siempre ha combatido la desigualdad(refirindose obviamente a la diferencia), mientras los defensores de la etnicidad laaceptan y quieren reconocerla. Al renunciar a su defensa histrica de principios univer-sales como la igualdad y unirse a los defensores de las particularidades tnicas, alega

    este autor, la izquierda traiciona su propia tradicin (Aguilar Rivera, 1998: 56). Es unerror. Lo que los defensores de la etnicidad aceptan no es, por supuesto, la desigualdad,sino la diversidad. Ciertamente, la izquierda debe combatir cualquierdesigualdad, perono debe rechazar ladiversidad.

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    nocimiento de los pueblos como entes autnomos (oentidad de dere-cho pblico, como se indica en los Acuerdos) con la asignacin de bie-nes a dichos pueblos para procurarles un piso de sustentabilidad. Esaasignacin operara como un mecanismo redistributivo que tendracomo efecto promover la igualdad, en la medida en que beneficiara aun sector actualmente muy desfavorecido.

    En un escrito publicado despus de la decisin de la SupremaCorte mexicana sobre la legalidad de las reformas realizadas por elCongreso de la Unin en 2001, J. Fernndez Souza aconseja examinarqu es lo que proponen sobre el punto de los recursos los Acuerdos deSan Andrs, la propuesta COCOPA y el texto constitucional reformado.En los Acuerdos se asume que las comunidades indgenas tenganprefe-

    rencia en las concesiones para la explotacin y aprovechamiento de losrecursos naturales. En el texto COCOPA, aunque se marca el accesocolectivo a dichos recursos, no se seala preferencia alguna. Finalmente,en la reforma constitucional de 2001, pese a las limitaciones ya seala-das, se estableceel uso y disfrute preferente de los recursos naturales.

    Como se sabe, el actual marco constitucional establece que losrecursos naturales son propiedad de la nacin. De estos, se reservanunos que slo pueden ser explotados por la misma nacin, mediante

    sus organismos pblicos, como es el caso de los hidrocarburos. Encambio, otros recursos del suelo y el subsuelo, as como de las aguas,pueden ser concesionados a particulares o entidades sociales para suexplotacin, sin que la nacin transfiera su propiedad. Es a estosrecursos a los que podran acceder los pueblos indios y, tambin, lasempresas privadas. Si los pueblos o comunidades tuvieran que compe-tir en cada caso con las empresas privadas para la obtencin de la con-cesin correspondiente, es evidente que estas tendran una enorme

    ventaja y, como norma, resultaran las beneficiadas. La nica forma degarantizar que los indgenas accedan al aprovechamiento de los recur-sos de sus territorios consistira en establecer un criterio constitucio-nal claro y contundente en su favor, que excluyera la competenciadesigual de las empresas; este criterio sera, dice el autor, instituir elderechoexclusivo de los pueblos y comunidades a la concesin sobreesos recursos9. Pero, arguye Fernndez Souza, dado que ninguna de

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    9 El autor lo expresa as: La garanta para los pueblos indios de que la explotacin delos recursos de sus tierras y territorios le correspondera a ellos, solamente estar dadasi constitucionalmente se establece ese derecho como exclusivo para los mismos pue-blos indios (Fernndez Souza, 2003).

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    las formulaciones en pugna lo hace (los Acuerdos y la actual cartamagna se refieren a la preferencia, pero no a la exclusividad, mientrasla propuesta COCOPA no alude ni a una ni a otra), estamos ante un

    serio vaco que no podra superarse oponiendo un proyecto a otro,sino reabriendo el debate parlamentario con el propsito de afinarlos puntos constitucionales (2003: 6-8).

    Lo que se desprende del examen de este punto tan importantede los Acuerdos de San Andrs (y no se diga de la propuesta COCOPA)es que la formulacin para garantizar la redistribucin a favor de lospueblos indios en materia de recursos, congruente con el reconoci-miento de derechos, adolece de serias insuficiencias. Cmo superar

    desequilibrios de este tipo, que seguramente se podrn advertir enrelacin con otros rubros de derechos, para que el reconocimientovaya asegurado por la redistribucin que le d sustento? Esta deberser una cuestin crucial en adelante. Pero para que se reabra el debateparlamentario y eventualmente se realice la demandadareforma de la

    reforma, no bastarn las buenas razones; se requerir de la fuerza pol-tica que lo haga posible. Lo definitorio coincido con el autor serla organizacin y la accin de los mismos pueblos y de quienes estn

    con ellos. En la respuesta del movimiento indgena se encuentra, enefecto, elquid del asunto (Fernndez Souza, 2003: 8).

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