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CURSO INVESTIGACIÓN HISTÓRICA: FUENTES, METODOLOGÍAS Y MODELOS DE INTERPRETACIÓN 20 al 29 de Junio de 2011 Tema 4. Las encomiendas del valle de Toluca Lectura: Jarquín Ortega, María Teresa y René García Castro (2011), “Encomiendas y pueblos en la zona otomiana, siglos XVI y XVII”, en Historia general ilustrada del Estado de México, volumen 3, México, El Colegio Mexiquense, A.C., 17 pp. (en prensa) 1

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Investigación sobre una de las instituciones más antiguas en México: la Encomienda

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CURSO INVESTIGACIÓN HISTÓRICA: 

FUENTES, METODOLOGÍAS Y MODELOS DE INTERPRETACIÓN 20 al 29 de Junio de 2011 

Tema 4. Las encomiendas del valle de Toluca

Lectura: Jarquín Ortega, María Teresa y René García Castro (2011), “Encomiendas y pueblos en la zona otomiana, siglos XVI y XVII”, en Historia general ilustrada del Estado de México,

volumen 3, México, El Colegio Mexiquense, A.C., 17 pp. (en prensa)

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ENCOMIENDAS Y PUEBLOS EN LA ZONA OTOMIANA, SIGLOS XVI Y XVII En la historiografía americana tradicional, el estudio de las encomiendas se ha enfocado

básicamente a examinar sus orígenes ibéricos, sus fundamentos legales, su implantación en las

sociedades nativas, sus conflictos con las autoridades centrales, sus problemas de sucesión y

transferencia, sus etapas de apogeo y decadencia y todo aquello que ha tenido que ver con su

adaptación y evolución intrínseca en Las Indias. Y de manera más particular se ha analizado

también la diferencia jurídica entre la naturaleza de la encomienda y el origen de la propiedad

privada de la tierra en la Nueva España (Zavala, 1935b; y 1940).

Otros estudiosos se han preocupado por ver en la encomienda el mecanismo primitivo de

extracción de excedentes de los pueblos indígenas. En este punto se han hecho diversas

apreciaciones, como la forma en que los encomenderos se beneficiaron económicamente de los

flujos del tributo en especie y en trabajo, la periodicidad de la entrega, la regulación gubernamental

en los montos y tipos de tributo y las fatales consecuencias que para la población indígena

representó el abuso desmedido de los nuevos “amos” (Miranda, 1965).

Sin embargo, muy pocos trabajos historiográficos han visto a la encomienda como una de

las primeras instituciones coloniales que se organizó sobre la base de un reconocimiento explícito a

ciertos derechos y alcances jurisdiccionales que los españoles hicieron a los líderes de los señoríos

nativos (Gibson, 1967; García Martínez, 1987). En este trabajo se sostiene la idea de que el número

y extensión de las encomiendas establecidas en las regiones centrales de Mesoamérica estaba en

relación directa con el número de pueblos de indios fundados por los españoles y con las esferas de

autoridad que habían sido reconocidas a sus respectivos caciques.

Para observar con detalle la forma como se establecieron las encomiendas en una región

concreta del México central, se ha seleccionado un área de estudio que abarca el territorio de lo que

los españoles llamaron la “provincia Matalcinga” o Matlatzinca y el “riñón otomí” Xilotepec-

Chiapa. Esta área otomiana comprendía básicamente la zona de los valles altos de Toluca e

Ixtlahuaca, así como los llanos de Acambay, Chiapa y Xilotepec. Pero también están incluidas las

zonas montañosas, la de vegas y las sierras cálidas que se localizan al este, oeste y sur del volcán

Xinantécatl. El territorio descrito ha formado parte del área de influencia de la ciudad de Toluca y

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Xilotepec desde por lo menos el periodo colonial y coincide, notablemente, con la parte norte,

central y sur del actual Estado de México.

1.1 El reparto inicial

Poco después de la conquista militar del imperio tenochca, los españoles hicieron en Coyoacán –en

1522– una gran junta de señores indios a la que se dice que asistieron una cantidad indeterminada

de ellos (Carrasco, 1975: 178; Miranda, 1980: 48-49; García Martínez, 1987: 110; Zorita, 1963:

130). Ahí, Hernán Cortés, en su calidad de capitán general, por primera vez los distribuyó o repartió

en encomienda entre los distintos conquistadores españoles. Cortés informó al rey en su tercera

“carta de relación”, fechada el 15 de mayo de 1522 en Coyoacán, que se vio “casi forzado” a

depositar o encomendar a todos los señores y naturales de la Nueva España a los conquistadores

españoles. Agregó que este reparto se había hecho de manera provisional esperando la confirmación

real, pero siempre considerando la calidad de las personas y los méritos de cada uno (Cortés, 1975:

171). Hay que observar más de cerca lo que ahí sucedió. En primer lugar, los españoles

reconocieron o dieron el nombramiento de cacique a aquellos señores nativos sometidos y/o con

quienes directamente se había establecido una alianza o pacto de colaboración durante la guerra

armada. Es decir, les reconocieron el rango de líderes de un grupo de gente determinada que

quedaba a cargo de ellos. En segundo lugar, los caciques fueron asignados a los conquistadores

españoles en calidad de encomienda. Esto significaba que los líderes nativos debían reconocer a los

encomenderos como sus nuevos “amos” y a ellos debía ser entregado el tributo de los indios que

habían quedado a su cargo. Esto implicó también el rompimiento explícito e implícito de las

antiguas redes de poder y tributo del imperio tenochca, lo que provocó que la conquista española se

consumara (García Martínez, 1987:110).

Aunque el principio que reguló este primer “reparto” era de uno a uno (un cacique asignado

a un conquistador español), en realidad imperó la ley de que “el que reparte y comparte se queda

con la mayor y mejor parte”. De esta manera, hubo conquistadores dirigentes e influyentes a los que

se les asignó más de un cacique. Otros tuvieron que compartir, entre dos o más, los frutos de una

sola encomienda. Pero hubo una cantidad mayor de conquistadores que ni siquiera alcanzaron un

reparto pequeño. De la misma forma, había encomiendas muy grandes con mucha gente tributaria y

otras muy pequeñas. Unas muy cercanas a la ciudad de México y otras muy alejadas. La

distribución de estas encomiendas también tenía mucho que ver con la “calidad y los méritos de los

conquistadores”.

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Sin embargo, como las encomiendas eran consideradas uno de los botines más preciados

por los conquistadores españoles, las cambiantes situaciones de poder al principio de la Colonia

dieron origen a repartos y destituciones continuas de sus titulares. No obstante, el territorio

novohispano adquirió hacia 1540 una división de encomiendas más o menos definida.

1.2 Encomiendas y pueblos

Así como hubo una especie de simbiosis en la relación primaria entre un cacique y un

encomendero, de la misma forma hubo un vínculo muy estrecho entre los ámbitos territoriales de

las encomiendas y la formación de los pueblos de indios. Si consideramos que un cacique era el

líder de un antiguo señorío o “pueblo”, entonces la extensión de las encomiendas tenía que ver con

la esfera de la autoridad reconocida o asignada a cada cacique y/o pueblo. O dicho de otra manera,

la delimitación espacial de las encomiendas tenía como base el ámbito territorial reconocido a cada

uno de los pueblos de indios. De esta forma, un encomendero sabía que los límites jurisdiccionales

que tenía sobre los indios que le tributaban eran aquellos que tenía el cacique bajo su cuidado y

protección. En este sentido es correcto hablar del binomio pueblos-encomienda porque el primero

era la base territorial y tributaria del segundo.

Para comprender esto y analizar las vicisitudes que rodearon a las historias de cada pueblo-

encomienda hay que observar lo que sucedió dentro de nuestra área de estudio. La revisión

comenzará con las más emblemáticas de las encomiendas de esta región, las que se asignó así

mismo Hernán Cortés. El conquistador de México se asignó al principio, entre muchas otras, las

encomiendas de lo que llamó la “provincia de Matalcingo” (AGN, Hospital de Jesús, leg. 265, exp.

5, f. s/n). En lugar de referirse por el nombre del cacique, se prefería llamar a todas las encomiendas

por el antiguo nombre de la provincia. Así, “Matalcingo” era un espacio poco preciso, pero incluía,

como en seguida veremos, a siete pueblos que estaban asentados en la mejor parte del valle de

Toluca. Esta parte del valle abarcaba aproximadamente desde la ribera occidental de la zona

lacustre del río Chignahuapan (o Lerma) hasta las faldas del volcán Xinantécatl (Códice Mendoza,

1985: lámina 33).

Como bien se sabe, este reparto primario fue conservado casi intacto por Cortés entre mayo

de 1522 y octubre de 1524. Sin embargo, esta posesión efectiva de lo conquistado, o “presura”,

pudo haberse visto alterada a partir de esta última fecha y hasta 1526 porque los enemigos de Cortés

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aprovecharon que se había ido a las Hibueras (Honduras) para reasignarse varias de sus

encomiendas. Se ignora si las que estaban en el valle de Toluca fueron nuevamente repartidas en

ese periodo. No obstante, por una carta fechada el 26 de septiembre de 1526 que Cortés dirigió a su

padre en España para solicitar al rey la confirmación de sus posesiones, se sabe que “Matalcingo”

estaba en esa lista y ello indicaba que a su regreso estaba todavía en sus manos. También, por un

“Memorial de peticiones” fechado en 1528 sabemos que Cortés mantenía la posesión de

“Matalcingo” antes de haberse ido a la metrópoli atendiendo al llamado que le hizo el rey (García

Martínez, 1969: 43, 47 y 50).

Poco antes de abandonar la Nueva España, Cortés asignó temporalmente muchas de sus

encomiendas a ciertos conquistadores para pagarles deudas o “servicios” prestados. Ello formaba

parte, por supuesto, de una estrategia preventiva mientras duraba su ausencia. Así, los pueblos de

Calimaya, Metepec y Tepemajalco se los asignó al licenciado Juan Altamirano, su primo político.

No obstante, aprovechando la ausencia de Cortés, los miembros de la Primera Audiencia otorgaron

definitividades y reasignaron algunas de sus encomiendas. Entre estas últimas se encontraba Toluca,

que fue otorgada al intérprete (o nahuatlato) García del Pilar, mientras que los pueblos de Calimaya,

Metepec y Tepemajalco fueron reasignados a Lope de Samaniego, Cristóbal de Cisneros y Alonso

de Ávila (Gerhard, 1986: 180; Loera, 1977:100). Después de estar en la cárcel y salir libre de un

juicio, el licenciado Altamirano recibió nuevamente en “depósito” de Alonso de Estrada –tesorero y

gobernador en turno de la Nueva España– los pueblos en cuestión (García Martínez, 1969: 50;

AGN, Hospital de Jesús, leg. 382, exp. 3).

Cuando Cortés regresó de España en 1532 con el título de marqués del Valle de Oaxaca

reclamó, ante la Segunda Audiencia, todos los pueblos contenidos en su concesión. Para el área de

estudio se mencionan en la cédula real sólo los pueblos de Matalcingo, Toluca y Calimaya (García

Martínez, 1969: 52). Sin embargo, la historia de los múltiples ataques jurídicos que recibió el

Marquesado en esa época y la necesidad de definir y consolidar la cesión obtenida, hicieron que

Cortés planteara dos nuevas estrategias: una, recuperar las encomiendas depositadas; y dos,

contraatacar jurídicamente elaborando listas más detalladas con nombres específicos de pueblos.

Así, por ejemplo, en un “Memorial” fechado en 1532 se decía que Cortés, antes de irse a las

Hibueras, poseía entre otras las encomiendas de “Toluca, Calimaya, Tenango y Metepec con lo del

valle de Matalcingo” (AGN, Hospital de Jesús, leg. 265, exp. s/n). Lo que se buscaba era precisar lo

que debía entenderse como la “provincia Matalcinga”, que incluía a este conjunto de pueblos con lo

demás que estuviera en el valle.

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De todos ellos sólo Toluca pudo ser recuperada por el marqués. Por ello los límites del

Marquesado en este valle resultaron ser los mismos que tenía el pueblo de Toluca. Éste impuso a

aquél su extensión y no al revés (Zavala, 1984: 67- 81). A pesar de todos los reclamos y litigios, los

pueblos de Calimaya, Metepec y Tepemajalco quedaron, definitivamente, en 1536, en poder del

licenciado Altamirano. Los dos primeros colindaban con Toluca y es probable que en esas fechas, y

por este motivo, el conquistador haya adjudicado a favor de su Marquesado las localidades nahuas

de Atenco, Totocuitlapilco y Tlatelulco, que muy probablemente pudieron haber pertenecido en

otros tiempos a Metepec, pero que ahora partían en dos las encomiendas de su primo. A fin de

cuentas, esta partición quedaba entre familia. Este caso sería un buen ejemplo de ciertos ajustes y

reacomodos sufridos por los pueblos debido a la influencia de la formación de las encomiendas

(CDIAO, 1964-1968, XIV: 341).1 A pesar de varios períodos de requisa, embargo y confiscación, el

Marquesado conservó al pueblo de Toluca bajo su dominio por el resto de la etapa colonial.

Por su parte, el pueblo de Tenango fue asignado a dos conquistadores entre 1528 y 1535: la

mitad a Juan de Burgos y la otra mitad a Diego Rodríguez (Zavala, 1984: 267 y 366; Rubio Mañé,

1959: 11).2 El virrey Mendoza autorizó, indebidamente, que Juan de Burgos vendiera su mitad de

encomienda a Francisco Vázquez de Coronado, mientras que la otra mitad de Diego Rodríguez pasó

en definitiva a manos de la Corona desde 1537. Hacia finales del siglo XVI todavía gozaban la

mitad de los tributos de la encomienda los herederos de Vázquez de Coronado. El pueblo de

Tenango también sufrió un ajuste que fue a su favor, pues el antiguo pueblo de Maxtleca se le

integró como una dependencia subordinada (Ruiz, 1991:120-145).3

1 Es posible que éste y otros muchos casos se presentarán cuando el marqués del Valle regresó en 1532 a reclamar la posesión de su concesión: “con el dicho marqués (Hernán Cortés) hemos tenido otra dificultad, y es a cerca de entender qué se comprende debajo de las palabras contenidas en la dicha merced en que vuestra magestad le hace merced de los dichos pueblos e sus tierras, aldeas e términos. Y acá no hay tal vocablo de aldeas, puesto que él dice que se significa por sujeto. Y so este color, el dicho marqués ha querido atribuir se así, más pueblos (sic) que los que querríamos (darle)”. 2 Juan de Burgos era uno de los hombres de confianza de Cortés y recibió en depósito la encomienda de Oaxtepec mientras su titular regresaba de España. A su regreso ambos concertaron el matrimonio de sus pequeños hijos (doña Giomar Vázquez de Escobar y don Luis Cortés Hermosilla, hijo natural del conquistador, quien años más tarde se vio envuelto en la famosa conjuración). Por ello no es difícil que, por influencia del marqués, Juan de Burgos se haya quedado como encomendero de la mitad de Tenango. 3 Ethelia Ruiz plantea que a pesar de que la legislación indiana en tiempos del virrey Mendoza prohibía el trueque, venta o traspaso de encomiendas, este virrey permitió o alentó algunos de estos movimientos en nuestra área de estudio, los cuales favorecieron a ciertos individuos que se consideraban sus amigos o allegados. De esta forma, Mendoza autorizó que Juan de Burgos vendiera a Francisco Vázquez de Coronado la mitad de la encomienda de Tenango y que Juan de Sámano trocara sus encomiendas de Chilchota en Michoacán y la de Tonalá en Nueva Galicia por la de Zinacantepec, que se consideraba más valiosa porque estaba en “comarca de minas”. Éstos y otros movimientos en el resto de la Nueva España fueron duramente criticados por el visitador Tello de Sandoval en el juicio de residencia que se le siguió a este virrey.

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El pueblo de Tlacotepec no aparece mencionado en ninguna lista temprana de encomiendas,

pero se sabe que alrededor de 1544 fue asignado Francisco Rodríguez Magariño y a Juan de

Carvajal por mitad a cada uno. A mediados del siglo el pueblo fue asignado a Gaspar de Garnica y a

Alonso de la Serna también por mitad a cada uno. Hacia 1620, la mitad de la encomienda estaba en

manos de Antonio de Garnica Legaspi. Sin embargo, en 1688 la encomienda aparece ya en manos

de la Corona.

Y, finalmente, el pueblo de Zinacantepec, que había estado encomendado a dos

conquistadores anteriores –un tal Marmolejo y otro personaje–, fue permutado alrededor de 1540 a

favor de Juan de Sámano, quien era en ese entonces alguacil mayor de la ciudad de México (Véase

el capítulo “Pueblos, alcaldías mayores y corregimientos”).4 Además, hacia 1550, a este pueblo le

fueron agregados los mazahuas montañeses de Amanalco, por lo que también formaron parte de la

citada encomienda. En resumen, los siete pueblos de la “provincia Matalcinga” fueron asignados a

encomiendas distintas, de los cuales sólo uno le quedó a Cortés como parte de su concesión real

(García Martínez, 1969: 67).5

A diferencia de la relativa estabilidad con la que el Marquesado conservó sus pueblos de

indios en toda la época colonial, los poseedores de las encomiendas de Calimaya, Metepec y

Tepemajalco vivieron un verdadero via crucis por mantenerlas bajo su dominio. A la muerte del

licenciado Juan Altamirano, dichas encomiendas las heredó su hijo Hernán Gutiérrez Altamirano,

quien se casó con doña Francisca Osorio de Castilla, hija de doña Juana Sosa y don Luis de Velasco

y Castilla. El matrimonio tuvo dos hijos, Juan y Pedro Altamirano. Don Juan, el primogénito de esta

familia, contrajo matrimonio con doña María, hija del virrey Luis de Velasco II. Don Juan Gutiérrez

Altamirano recibió del rey el título de conde de Santiago Calimaya. El matrimonio de los condes

tuvo dos hijos, don Fernando y don Lope Altamirano y Velasco, heredando el título y las

encomiendas el primero, quien los conservó intactos hasta 1616 (Jarquín, 2006: passim).

Don Fernando, el segundo conde, sostuvo varios litigios con los descendientes de Cortés y

la Corona, a causa de la orden dada desde la metrópoli de la suspensión de los privilegios de los

encomenderos y su aplicación en el valle de Toluca. Los problemas se agravaron cuando la Real 4 A este pueblo fueron integrados los mazahuas montañeses de Amanalco, con lo que también quedaron dentro de esta encomienda a partir de mediados del siglo XVI. 5 Además, ante éstas y otras derrotas territoriales del Marquesado, Cortés se desquitó solicitando a la Audiencia de México que se le incluyeran otros pueblos en su haber. Por ejemplo, apoyado en el nombre homónimo de “Matalcingo”, el marqués pidió que se le reconociera dentro de su concesión al pueblo de Charo-Matlatzinco que se ubicaba dentro del territorio michoacano. El caso fue aprobado y este pueblo formó parte desde entonces del marquesado.

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Hacienda declaró vacantes las encomiendas de Calimaya, Tepemajalco y Metepec; y el virrey, don

Francisco Fernández de la Cueva, declaró que las encomiendas sólo podían durar dos vidas. El

conde acudió a la Audiencia haciendo valer los títulos que demostraban que las encomiendas

estaban anexas al condado en calidad de definitiva y no de temporal, como sucedía en otras partes

de la Nueva España. A la muerte del conde, su viuda doña Isabel de Villegas logró que el virrey le

concediera un plazo de tres años para presentarse con su apoderado ante el Consejo de Indias, con

las pruebas necesarias para que legalizaran la posesión de su merced a partir de 1685.

El tercer conde fue don Juan Altamirano, quien heredó el mayorazgo, el título nobiliario y

las encomiendas anexas. A la muerte de don Juan, en 1698, heredó su hijo don Fernando, quien

falleció a los pocos días de la muerte de su padre, cuando aún no contaba con treinta años de edad.

Entonces el nuevo heredero fue don Nicolás Altamirano, quien gozó de las posesiones por más de

25 años. Por vez primera, el título no se trasmitía por línea directa sino en forma colateral, de

sobrino a tío. Esto es, el sexto hijo de don Juan Altamirano de Velasco. La real cédula de 1721,

significó un nuevo peligro para los Altamirano, ya que la encomienda fue reclamada por la Corona,

contratiempo que debió enfrentar don Juan Xavier, hijo de don Nicolás Altamirano, quien heredó

títulos y litigios a la muerte de su padre en 1721. En 1728, la concesión fue reclamada nuevamente

por la Corona, pues las encomiendas de los Altamirano fueron anuladas y sus productos pasaron a

poder del real fisco. La Audiencia decretó en 1742, el embargo de todos los bienes que pertenecían

a los mayorazgos de Altamirano y anexos. Para 1752, durante estos litigios, murió el conde don

Juan Xavier Altamirano, quien heredó el título y posesiones a su hijo menor, don Juan Lorenzo.

Este conde perdió definitivamente el litigio y vio embargados todos sus bienes y efectos para cubrir

cerca de trescientos mil pesos que adeudaba la casa de Santiago de Calimaya. A su muerte en 1793,

heredó el título el único varón de la dinastía Altamirano: don José Manuel. Así, este personaje

mantuvo el título de conde hasta su muerte en 1798. Como no dejó sucesión, los títulos volvieron a

la familia de don Juan Xavier, primero a doña Isabel y luego a doña Ana, quien finalmente los

heredó a su hijo don José María Cervantes.

Hay que observar ahora como quedaron encomendados los pueblos que se localizaban en la

vertiente occidental de la Sierra de las Cruces. Por ejemplo, el antiguo señorío de Mimiapan fue

encomendado muy tempranamente a un tal Morrejón y a un maestre Diego. Pero hacia 1550, este

pueblo, junto con los de Xilotzingo y Ocelotepec, estaban encomendados en Alonso de Villanueva.

Por algún ajuste que se desconoce todos fueron fundidos en un solo pueblo, donde los dos primeros

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adquirieron la categoría de sujetos y el último el de cabecera.6 A fines del siglo XVI, los herederos

de Villanueva todavía gozaban de los tributos de esta encomienda. Sin embargo, para 1688 ya

estaba en manos de la Corona. Del pueblo de Huitzitzilapan –contiguo a los anteriores– no hay

noticias certeras, pero se sabe que estuvo encomendado a un particular hasta 1526.

Los pueblos de Ocoyoacac, Tepezoyuca, Coapanoaya, Capuluac y Coatepec fueron

encomendados alrededor de 1525 a Juan Cano, quien se dice que los recibió en calidad de “arras”

por su matrimonio con Isabel Moctezuma. Entre 1526 y 1536 aparecen encomendados a un Antonio

de Villagómez; y entre 1536 y 1542 los pueblos habían sido recuperados por la Corona. No

obstante, a partir de 1542 Isabel Moctezuma volvió a recuperar estos cuatro pueblos encomendados,

quien los heredó por separado a sus tres hijos varones: Capuluac se lo heredó a Juan de Andrada

Gallego (hijo de su matrimonio con el conquistador Pedro Gallego); Ocoyoacac se lo asignó a su

hijo Pedro Cano-Moctezuma; el de Tepezoyuca a Gonzalo Cano-Moctezuma; y el pueblo de

Coapanoya fue heredado a los tres en conjunto. Hasta donde sabemos, los pueblos se mantuvieron

hasta el final del período colonial en manos de los herederos de los Cano-Moctezuma (Tezozómoc,

1992: 156-157; Zavala, 1984: 367-371). El caso del pueblo de Coatepec se verá más adelante.

Los pueblos de Atlapulco y Xalatlaco quedaron encomendados a Leonel de Cervantes

(comendador) entre 1528 y 1550 (Pérez-Rocha, 1982: 13-35). A su muerte, los pueblos fueron

divididos: Xalatlaco quedó a su viuda; y Atlapulco a su hijo Juan Alonso. Los herederos de ambos

así se mantuvieron en posesión de ellos hasta que en 1643, la Corona recuperó el pueblo de

Atlapulco, mientras que el de Xalatlaco estaba por esas fechas en manos de los sucesores de don

Luis de Velasco, un tal marqués de San Román.

El pueblo de Tlalachco fue encomendado a Diego Sánchez de Sopuerta, quien lo conservó

para sí hasta 1534; a partir de este año pasó a manos de la Corona. Mientras que el pueblo de

Chichicuautla, que había estado entre 1536 y 1546 en manos de la Corona, fue asignado en

encomienda a Juan Enríquez quien era su poseedor hacia 1550.

Los pueblos que estaban al sur del volcán Xinantécatl también fueron encomendados y en

tres de ellos se desarrolló la actividad minera a donde fluyeron hombres, bienes y servicios en

cantidades importantes. Algo importante que hay que destacar es el hecho de que estos tres pueblos

6 Es probable que estos tres pueblos hayan estado encomendados, al principio, en tres conquistadores. Así lo sugiere la encomienda temprana de Mimiapan. Véase el cuadro 1.

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del área de estudio fueron organizados como cabeceras múltiples. El pueblo de Amatepec-Sultepec-

Tlatlaya-Almoloya, el de Tenancingo con Tecualoya y el de Coatepec-Cuitlapilco-Xahualcingo-

Zacualpan quedaron encomendados en Juan de Salcedo y Catalina Pizarro (Zavala, 1984: 265 y

286).7 El primero pasó a manos de la Corona en 1536 y así permaneció hasta el final. Los siguientes

dos pueblos (Tenancingo-Tecualoya y Coatepec-Cuitlapilco-Xahualcingo-Zacualpan)

permanecieron en manos de los herederos de Salcedo hasta principios del siglo XVII; y,

posteriormente, hacia 1647, la mitad de cada uno pasó a formar parte de la familia del conde de

Moctezuma y la otra mitad al de la Corona. Algunos de estos pueblos parece que también fueron

producto de un ajuste o reacomodo colonial, pues como se sabe Tenancingo y Tecualoya aparecen

mencionados como dos señoríos distintos en algunos documentos antiguos. Lo mismo pasa con

Cuitlapilco y Coatepec, que fueron aparentemente dos señoríos distintos, e inclusive uno de los

sujetos coloniales del primero (Malinaltenango) está mencionado como un señorío individual en

una lista elaborada por fray Bernardino de Sahagún (Sahagún, 1982: 449; Códice Mendoza, 1985:

láminas 10 y 32-33).

Otro pueblo importante del sur comprendía las cabeceras asociadas de Texcaltitlán-

Tejupilco-Temascaltepec y fue encomendado a Antón Caicedo y Marina Montes de Oca (Zavala,

1984: 65-77).8 El territorio de este pueblo-encomienda cubría un enorme espacio que iba, de norte

a sur, desde las zonas frías en la falda meridional del volcán hasta la sierra cálida en los límites con

Taxco y Acapetlahuaya; y de este a oeste, desde la cañada de Tenancingo y el río San Jerónimo

hasta los límites con Michoacán. Este pueblo fue dividido a partir de 1536 en la mitad para los

herederos de Caicedo y la otra mitad para la Corona. No obstante, durante los siglos XVII y XVIII

fue asignado en su totalidad a los herederos de Moctezuma.

Otros pueblos de esta zona también fueron encomendados de forma muy temprana. Por

ejemplo, Xoquitzingo y Zumpahuacán fueron encomendados a Alonso de la Serna. Hacia 1560 ya

lo poseía su hijo Antonio Velázquez de la Serna; y a finales del siglo pasó a su viuda Isabel de

Cárdenas. A principios del siglo XVII estaba en manos de Luis del Castillo, yerno de la Serna.

7 Juan de Salcedo estaba casado con doña Catalina Pizarro, hija legítima de Hernán Cortés y doña Juana de Zúñiga, por lo que esta encomienda formaba parte también de la familia del conquistador. Doña Catalina poseía alrededor de ocho mil cabezas ovinas en la estancia de Atenco del valle de Toluca, que seguramente se usaban para abastecer de carne a las zonas mineras de la encomienda de su marido. 8 Antón Caicedo había sido uno de los empleados de confianza de Hernán Cortés y no es difícil que cuando el conquistador de fue a España en 1528 le haya otorgado desde entonces esta encomienda.

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El pueblo de Coatepec, que estuvo encomendado en Juan Cano, fue reasignado

posteriormente a Serbán Bejarano, quien además tenía media encomienda de Ocuilan, que había

pertenecido previamente a Juan de Morales. Entre 1548 y 1560 la encomienda estuvo en manos de

su viuda Francisca de Calderón; pero entre 1569 y 1590 esta mujer casó en segundas nupcias con

Diego de Ocampo Saavedra, quien la poseía todavía en 1603.

Los pueblos de Atlatlauca y Xochiaca fueron encomendados a Hernando de Jerez, pero a

partir de 1537 pasaron a manos de la Corona. El pueblo de Malinalco fue asignado en encomienda,

la mitad en Cristóbal Romero y la otra mitad en Sebastián Rodríguez de Ávalos. Hacia 1532, la

mitad de Cristóbal Romero pasó a manos de la Corona, mientras que la mitad de Rodríguez de

Ávalos todavía estaba en manos de sus herederos a principios del siglo XVII. Y, finalmente, por

este mismo rumbo, el pueblo de Ocuilan estuvo encomendado, como ya se dijo, en Juan de Morales

hacia 1526. A partir de 1527 la encomienda fue reasignada y dividida en dos: la mitad en Serbán

Bejarano; y la otra mitad en Pedro Zamorano. Los herederos de ambos las conservaron en sus

manos hasta 1623. En este año la mitad de la familia Bejarano pasó a la Corona en definitiva; y en

1643, la mitad de la familia Zamorano pasó a manos de los herederos de Moctezuma.

En el norte y noroeste del valle de Toluca también fueron encomendados los pueblos que

ahí había. El de Xiquipilco estaba en manos de la Corona entre 1534 y 1537; pero entre 1538 y

1542 fue encomendado a la flamante Casa de Moneda de la ciudad de México. A partir de 1542 fue

reasignada a Pedro Núñez, maese de Roa, cuyos herederos la conservaron hasta 1643. Finalmente, a

partir de 1643 la Corona recuperó esta encomienda y la conservó para sí. El pueblo de Ixtlahuaca

estuvo encomendado en Juan de la Torre hasta 1535. Entre 1535 y 1541 estuvo en manos de la

Corona; pero entre 1542 y 1552 fue asignada a la Casa de Moneda de la ciudad de México. A partir

de 1544 la Corona la recuperó para sí hasta el final del período colonial.

El pueblo de Almoloya (o Tlachichilpa) fue encomendado en Alonso de Ávila, cuyos

herederos la conservaron hasta finales del siglo XVI. A este pueblo le pasó lo mismo que a

Zinacantepec, pues le fueron agregados los mazahuas montañeses de Malacatepec a mediados del

siglo XVI. Hacia 1643 la Corona recuperó este pueblo, pero a partir de 1687 la mitad de él fue

asignado a doña María Semino. Y, finalmente, por este rumbo, los pueblos de Xocotitlán y

Atlacomulco fueron encomendados a Francisco de Villegas, cuyos herederos los conservaron hasta

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1595 (Gerhard, 1986: 355 y 364).9 Tras un breve lapso en manos de la Corona, los pueblos fueron

reasignados en manos privadas hacia 1596. El de Atlacomulco aparece encomendado en 1626 en un

don Diego de Castro; y en 1633 a doña Josefa Bazán.

En el extremo norte del área de estudio, el pueblo otomí de Xilotepec fue otorgado, a

principios del siglo XVI, en encomienda a cuatro personajes: Hernando de Santillana, Francisco de

Quevedo, Juan Núñez Cedeño y Juan Jaramillo. No obstante, la Segunda Audiencia otorgó, en 1533

de manera definitiva, la encomienda al conquistador Juan Jaramillo. Este personaje contrajo

matrimonio con doña Marina (conocida como la Malinche o Malintzin) y tuvieron una hija llamada

doña María Jaramillo, quien a su vez casó con Luis de Quesada. Doña María y su esposo

reclamaron, posteriormente, la encomienda como parte de la herencia de ella. A la muerte de doña

Marina (Malinche), Juan Jaramillo contrajo segundas nupcias con doña Beatriz de Andrada –hija de

Leonel de Cervantes, encomendero de Atlapulco y Xalatlaco–, quien también reclamó la

encomienda a la muerte de su marido. Doña Beatriz contrajo segundas nupcias con don Francisco

de Velasco, hermano del virrey, y ambos reclamaron también la encomienda de Xilotepec. La

Audiencia de México concedió, alrededor de 1555, la encomienda por mitad tanto a doña Beatriz

(viuda) como a doña María (hija), por lo que los tributos de Xilotepec tuvieron que ser divididos en

ambas herederas de Juan Jaramillo. A la muerte de doña Beatriz, su viudo, don Francisco de

Velasco, gozó de los tributos de la parte de la encomienda que le tocaba, pero en 1585 su fracción

fue recogida por la Corona; mientras que entre 1592 y 1604, la otra mitad de la encomienda la tenía

Pedro de Quesada, nieto de Jaramillo. Para 1623, los herederos de Quesada gozaban de un tercio de

los tributos; y, en 1688, el encomendero era un tal Pedro de la Cadena, quien recibía sólo una

porción de los mismos.

El pueblo otomí de Chiapa fue encomendado en sus inicios al conquistador Jerónimo Ruiz

de la Mota, quien fue sucedido en la encomienda por su hijo Antonio. Más tarde también sucedió su

nieto Antonio, quien gozó de los tributos hasta su muerte en 1619. La Corona recuperó la

encomienda y la retuvo entre 1619 y 1643, para posteriormente reasignarla a otro personaje.

Cuatro casos más merecen un comentario aparte. El pueblo de Tonatico estuvo

encomendado entre 1526 y 1533 en Esteban de Guzmán, y por un breve período fue reasignado en

el bachiller Blas de Bustamante por los miembros de la Primera Audiencia; finalmente, pasó a

9 Este personaje también tenía la encomienda del pueblo de Uruapan, en Michoacán, y la de Tamuín, en la región de Valles y Pánuco.

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manos de la Corona alrededor de 1536, quien lo puso en corregimiento. Del pueblo de Ixtapan no se

tienen noticias de que haya estado encomendado tempranamente, pero sí se sabe que desde por lo

menos 1537 estaba en corregimiento. Este pueblo es otro de los señoríos ausentes en las tradiciones

históricas prehispánicas del siglo XVI. El caso de los pueblos de Zictepec y Zepayautla es muy

significativo porque fueron los únicos del área de estudio que quedaron oficialmente integrados a la

encomienda de Tacuba, a pesar de ubicarse a una considerable distancia de ella. Son, sin duda, la

expresión sobreviviente del antiguo entreveramiento territorial del imperio tenochca en esta área.

En términos generales, habría en toda el área otomiana, hacia la década de 1530, unas

treinta y siete encomiendas distintas y alrededor de treinta y un encomenderos (incluidos los dos

pueblos en corregimiento). Esto es, hablar de la formación de treinta y siete encomiendas distintas

en esta área implicaba el reconocimiento simultáneo de treinta y siete pueblos de indios autónomos

e individuales.

1.3 Relaciones entre encomenderos y encomendados

Como es de suponer, la literatura histórica ha privilegiado el carácter ríspido, hostil, agresivo,

conflictivo e intimidatorio en las relaciones sociales que existían entre los primeros encomenderos y

sus indígenas encomendados. No podría ser de otra forma, ya que el dominio que ejercían los

encomenderos sobre sus pueblos era producto de la situación directa de conquista. Es decir, se

trataba de un comportamiento estructural más que de un asunto personal o de actitudes personales.

Los indígenas americanos expresaron en múltiples ocasiones sus quejas contra los malos tratos,

abusos, codicias, agravios y vejaciones que recibían de parte de sus encomenderos o empleados

directos (calpixques y/o mayordomos).

Estas situaciones se agravaban cuando existieron causas circunstanciales o coyunturales que

provocaron que dichas relaciones se tensaran aún más. Por ejemplo, cuando la Primera Audiencia

de México reasignó en 1526 todas las encomiendas de Hernán Cortés y sus aliados a nuevos

beneficiarios, de inmediato se exigieron a los pueblos el pago de tributos en oro, esclavos y otras

mercaderías con alto valor de cambio y en cantidades que excedían las cuotas anteriores, so pena de

castigos severos (azotes, mutilaciones y hasta muerte) a los caciques incumplidos. Algo similar

sucedió cuando la Segunda Audiencia ordenó elaborar las “tasaciones tributarias” a partir de 1530

para evitar los abusos desmedidos de los encomenderos, pues muchos de ellos amenazaron a sus

caciques y pueblos si declaraban el total de tributo entregado o si se quejaban de ellos ante los

funcionarios reales.

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A partir de 1550, después de la abolición del tributo en trabajo, muchos de los conflictos

entre encomenderos y sus pueblos se debieron a la exigencia de servicio personal gratuito para las

casas o empresas de los amos españoles. Además, la presencia de nuevos funcionarios (corregidores

y alcaldes mayores), de los ministros religiosos (doctrineros y curas) y de pobladores y colonos

(estancieros y hacendados) en la segunda mitad del siglo XVI incrementó, notablemente, la

demanda de mano de obra y servicios de los pueblos provocando nuevas tensiones entre indios y

encomenderos.

Ciertamente, como lo señala Charles Gibson, hacia finales del siglo XVI el monarca

español se había impuesto de manera institucional en las colonias americanas sobre los intereses y

la fuerza política de los encomenderos. A pesar de que muchas de las encomiendas concedidas a

particulares fueron recuperadas para la Corona, una gran cantidad de ellas fueron renovadas a sus

sucesores o reasignadas a nuevos personajes. No obstante, a partir de estas fechas los encomenderos

renovados o reasignados poco tuvieron que ver ya con los asuntos de la recaudación tributaria y

mucho menos con el servicio personal. La mayoría de ellos se había convertido en encomenderos

nominales y rentistas, pues la Real Hacienda y los funcionarios provinciales (jueces de

repartimiento, corregidores y alcaldes mayores) eran ahora los nuevos encargados de estos asuntos.

De esta forma, el grueso de los conflictos con los pueblos por los tributos y servicios personales se

desplazó de los encomenderos a los funcionarios reales.

El siglo XVII marcó una nueva era en las relaciones de los encomenderos con los pueblos

tributarios de la Nueva España. Al establecerse la Contaduría de Tributos en la primera mitad del

siglo, los pueblos de indios comenzaron a resentir nuevas presiones y formas de explotación que

antes no habían experimentado, pero ahora con la Real Hacienda. Por ejemplo, en el área de

estudio, los pueblos de indios empezaron a retrasarse en el pago de sus tributos de manera crónica

debido a las fuertes epidemias seculares y a las migraciones que habían diezmado a la población

matriculada. El gobierno colonial no perdonó los adeudos y los pueblos fueron acumulando,

sistemáticamente, “rezagos” tributarios que tuvieron que ser afrontados con el encarcelamiento del

gobernador y los funcionarios de república, con el embargo de sus bienes personales y, sobre todo,

con la venta forzada de las tierras de comunidad para liquidar los débitos a la citada Contaduría. Los

encomenderos sirvieron muchas veces como avales o daban fe en los contratos notariales que

suscribieron sus gobernantes indígenas para pagar sus adeudos a la Contaduría en los plazos

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convenidos. En otros casos, se convirtieron en los compradores de las tierras de comunidad de sus

pueblos encomendados.

No obstante, también hubo otro tipo de relaciones menos conflictivas entre encomenderos y

pueblos encomendados, que se conocen poco, pero que debieron suceder con cierta frecuencia

cotidiana. El no considerarlas en la historiografía moderna sería reducir a un simplismo la gran

variedad de relaciones sociales entre ambos sectores. Por ejemplo, el propio Hernán Cortés entró en

trato especial con los indios de San Matheo Atenco para que se convirtieran en sus primeros

criadores de ganado en 1522. Bajo el cuidado de un puerquero español, los indios de Atenco criaron

a los primeros cerdos de Cortés en sus propios territorios, los cuales fueron más tarde distribuidos a

otras partes de la Nueva España. También le criaron ovejas y luego vacunos, que con gran éxito se

enviaron a otros centros de crianza del Marquesado. A cambio, el marqués los eximió del pago de

ciertos tributos y servicios que debían prestar a los gobernantes de Toluca, su cabecera política.

Algo similar sucedió con los indios de Xocotitlán y Atlacomulco, quienes atendían la

crianza de ganado de su encomendero a cambio de ciertas consideraciones y protección. La ocasión

se presentó sobre todo en la época de las congregaciones a principios del siglo XVII, pues los curas

querían conservar todas las festividades de los santos patrones de las localidades que se habían

mudado a las nuevas reducciones, lo que causaba gastos excesivos y servicios extraordinarios a los

indios de los pueblos. El encomendero, Francisco de Villegas, puso el grito en el cielo y la

Audiencia de México ordenó a sus jueces congregadores que sólo se aceptase un solo santo patrón

por cada reducción.

Incluso hubo expresiones de amistad sincera y, hasta se pudiera decir, de cierto cariño entre

encomenderos y encomendados, aunque desafortunadamente estas actitudes personales fueron mas

bien las excepciones a la regla. Algunas de estas actitudes afloraban cuando los encomenderos

estaban prontos a morir. Por ejemplo, el patriarca de la familia de los condes, el licenciado Juan

Altamirano, encomendero de Calimaya, Tepemajalco y Metepec, ordenó en su testamento de 1558,

entre otras cosas, que a dichos pueblos se les diesen 300 pesos de oro y 500 fanegas de maíz a cada

uno, durante dos años (Jarquín, 2006: 17-44).

Otro caso similar es el del encomendero de Ocoyoacac, Juan Cano Moctezuma, quien

ordenó en su testamento de 1623 su voluntad de ser enterrado en la iglesia parroquial de su

encomienda, junto a la pila bautismal y que se celebrase en dicha parroquia un novenario de misas

cantadas; además pidió a los indios de los pueblos de Ocoyoacac, Tepezoyuca, Coapanoaya,

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Capuluac y Coatepec lo acompañasen a su entierro. Ordenó también que se cantasen 200 misas en

la parroquia de Ocoyoacac por su alma y la de sus padres; y que se diesen 50 pesos de oro común

de limosna, en ornamentos, para las iglesias de Ocoyoacac, Tepezoyuca y Coapanoaya por el cariño

que les tenía a esos pueblos.

Otro tipo de ejemplo, es el del encomendero de Zinacantepec, don Juan de Sámano Turcios,

quien donó al pueblo de Almoloya en 1585 cuatro caballerías de tierra para su comunidad. Se

pueden sumar a este tipo de actitudes las ventas de tierras que hicieron algunos encomenderos en

vida a sus pueblos encomendados o vecinos. Por ejemplo, el marqués del Valle vendió cuatro

caballerías de tierra al pueblo de San Matheo Atenco en 1613, después de que éste ganara un juicio

en contra del Marquesado en 1576 para adquirir su autonomía política y su segregación de la

jurisdicción señorial. O el caso del conde de Calimaya, don Fernando Altamirano y Velasco, quien

en 1649 vendió tres caballerías de tierra suya para la comunidad de los pueblos de Santiago

Tianguistenco, Xalatlaco y San Pedro Techuchulco.

Así, pues, el tipo de relación entre los encomenderos privados y los pueblos del centro de

México en los siglos XVI y XVII estuvo supeditada al papel y a la época que le tocó vivir a la

institución de la encomienda. Aunque las relaciones siempre fueron tensas y ríspidas entre ambos

actores, en la medida que fue evolucionando y se fue consolidando la sociedad colonial también se

fueron atenuando los conflictos y las actitudes más crueles. A pesar de que se abrieron pequeños

campos para la colaboración, la solidaridad y los intereses mutuos, hay que recordar que siempre

fueron relaciones asimétricas en perjuicio de los pueblos de indios hasta el final del período

colonial.

1.4 Resumen

En resumen, el reconocimiento o nombramiento de caciques y su asignación a los conquistadores

españoles fueron los elementos clave que nos permiten conocer la formación de pueblos y

encomiendas en la región de Toluca y Xilotepec en el siglo XVI. También fue posible observar que

la posición política y económica que tenían varios conquistadores fueron factores importantes en la

asignación de los pueblos en encomienda. Así, Cortés pensaba mantener bajo su control no sólo a

los pueblos del valle de Toluca y la zona de Xilotepec (ricos en hombres, tierras fértiles, aguas y

pastos para ganado), que entregó a sus parientes y hombres de confianza, sino también a gran parte

de los pueblos de las zonas mineras que estaban al sur del volcán Xinantécatl, pues las encomiendas

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asignadas a su yerno y a su antiguo empleado no fueron mera casualidad. En cambio, los pueblos

que estaban al pie de la Sierra de las Cruces y en el valle Ixtlahuaca-Atlacomulco (con recursos

relativamente menos abundantes que los de los pueblos anteriores) fueron encomendados a

personajes que tenían relaciones directas con el virrey y la Audiencia de México.

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