61. la noche de halloween

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La Cinemateca es una propuesta cultural de Amigos de la Cinemateca con la colaboración del I.E.S. Martínez Montañes y la participación del Institut français d’Espagne (Sevilla), Goethe Institut-Madrid, Secretariado de Recursos Audiovisuales y Nuevas Tecnologías Universidad de Sevilla. correo electrónico: [email protected]. blog: lacinematecasevilla.wordpress.com twitter: @la_cinemateca. facebook: www.facebook.com/lacinematecasevilla hojas de sala: issuu.com/cinematecasevilla Octubre 2012 61 La noche de Halloween (Halloween) Estados Unidos, 1978. 91’. v.o.s.e. D: John Carpenter. P: Debra Hill. G: John Carpenter, Debra Hill Mú: John Carpenter. I: Jamie Lee Curtis, Donald Pleasence, Nancy Kyes, P.J. Soles, Nick Castle En 1978, tan sólo dos años después de su último estreno, Carpenter realizaría una película perteneciente al género de terror que con el tiempo no sólo se convertiría en una cinta de culto, sino que inventaría un género en sí mismo como es el de los psico-killers o las slashers movies, esto es, este tipo de película tan popular en el que un psicópata persigue y asesina a una serie de jóvenes o adolescentes. A raíz de una de las recaudaciones más importantes que una película independiente ha tenido jamás, Halloween dio lugar a numerosas secuelas y remakes y allanó el camino para otras sagas de terror como Pesadilla en Elm Street, Scream, Viernes 13 u otras más modernas como Sé lo que hicisteis el último verano. Carpenter es un maestro desde sus inicios y el comienzo de esta película es un claro ejemplo de su pericia. En una típica casita americana de dos plantas se celebra la noche de Halloween. El director usa una cámara subjetiva, como si nosotros los espectadores fuéramos los que espiamos a una pareja de adolescentes que se lo montan en el sofá de su casa. Atisbamos a través de las ventanas y nos retiramos cuando creemos que podrían llegar a vernos. La música, también realizada por Carpenter, es algo cargante y en especial se repite una melodía de teclado cuando nos movemos. Todo esto está narrado en un plano secuencia muy hábil, no queremos que nos interrumpan en nuestras maquinaciones. La pareja decide irse arriba y nosotros aprovechamos el momento para meternos en la casa por la puerta de atrás. Estamos atentos a lo que escuchamos, a los ruidos. Abrimos uno de los cajones de la cocina y sacamos un enorme cuchillo afilado. Si el espectador suponía que las intenciones del voyeaur no podían ser buenas, ahora queda claro. De repente detecta movimiento y se esconde tras una puerta: el chaval sale de la casa. Queda la chica. Arriba. Sola. Subimos las escaleras lentamente, cuchillo en mano. Por el camino nos topamos con una típica máscara de Halloween, la de un disfraz de payaso. Nos la ponemos y ahora vemos a través de dos agujeritos –genial recurso del director darle forma a la pantalla de antifaz, seguimos en el modo subjetivo y en la misma secuencia-. Confrontamos por fin a la chica, que está semidesnuda arreglándose en el tocador. Le asestamos una serie de violentas puñaladas mientras ella se vuelve ¡y nos reconoce! Nuestro nombre es Michael Myers y tenemos seis años. Acabamos de asesinar a nuestra hermana mayor y nuestros padres van a pillarnos cuchillo en mano en unos pocos segundos. Esta película de género independiente supone la primera colaboración entre Debra Hill y John Carpenter. Ambos eran todavía primerizos en el negocio de Hollywood y ambos se encargaron de la producción y de elaborar el guión de Halloween. Con apenas 300.000 dólares de presupuesto, llegaron a recaudaciones de más de tres cifras en millones de dólares lo que les lanzó a futuras colaboraciones. Volviendo a la película en sí, Carpenter abusa del espectador situando quince años después un nuevo prólogo. En una tormentosa noche, el doctor Loomis viaja en coche con una enfermera. En la inmensidad de la noche el director alterna la cámara dentro del vehículo con la subjetiva de la conductora, de forma que sólo vemos lo que los focos del coche nos enseñan: metros y metros de valla de seguridad. ¿Van a la cárcel? ¿O a un hospital? En este corto viaje se nos ofrece otro brillante truco de guión, ya utilizado en menor medida por Carpenter en su anterior película. El Dr. Loomis está hablando de uno de sus pacientes y se refiere constantemente a él como el mal. En una posterior asociación con un sheriff, llegará a decir que en esos ojos reconoció al diablo y que es la personificación del propio mal. Pero de momento, tanto los médicos como nosotros nos damos cuenta de algo extraño: en medio de la tormenta, tras las vallas los internos vestidos con batas blancas andan erráticamente de un lado a otro. ¿Qué ha ocurrido? En un momento en el que Loomis abandona el coche para ver qué ocurre, éste es asaltado por un individuo que tras deshacerse de la enfermera lo roba y huye. Es el 30 de octubre de 1978, vísperas de Halloween. El doctor Loomis está interpretado por Donald Plesence, secundario de lujo en películas clásicas del cine americano, podemos destacar entre todos sus papeles el del falsificador en La gran evasión. Pronto irá siguiendo los pasos del fugado, que no es otro que su paciente Michael Myers y que se dirige a su lugar de origen: Haddonfield (Illinois) –pueblo ficticio, por cierto-. El éxito de la película fue antológico y parece que Carpenter estaba seguro de ello, ya que renunció a su sueldo a cambio de un suculento porcentaje de la recaudación, así que la cosa al final le salió bastante bien. No hay que olvidarse de que se trata de una película de bajo presupuesto y en cualquier reportaje sobre su realización abundan las improvisaciones y los trucos para ahorrar, así como el gran cariño y ganas que pusieron los implicados en la situación. Gran parte del equipo creativo como del actoral eran amigos o conocidos de Carpenter o de Hill, que se prestaron amablemente a trabajar por poco dinero. A Plesence, el único con cierto caché, lo convenció su propia hija tras ver Asalto a la comisaría del distrito 13. Pero Carpenter no puede evitar dejar su sello personal. Si a la partitura musical le sumamos los usos de la cámara y de la fotografía –en especial ese recurso de iluminar directamente al actor u objeto que se está filmando, dejando lo demás en tinieblas- la historia y los homenajes no se quedan atrás.

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La Cinemateca es una propuesta cultural de Amigos de la Cinemateca con la colaboración del I.E.S. Martínez Montañes y la participación del Institut français d’Espagne (Sevilla), Goethe Institut-Madrid, Secretariado de Recursos Audiovisuales y Nuevas Tecnologías Universidad de Sevilla.

correo electrónico: [email protected]. blog: lacinematecasevilla.wordpress.com twitter: @la_cinemateca. facebook: www.facebook.com/lacinematecasevilla hojas de sala: issuu.com/cinematecasevilla Octubre 2012

61

La noche de Halloween (Halloween)

Estados Unidos, 1978. 91’. v.o.s.e.

D: John Carpenter. P: Debra Hill. G: John Carpenter, Debra Hill

Mú: John Carpenter. I: Jamie Lee Curtis, Donald Pleasence,

Nancy Kyes, P.J. Soles, Nick Castle

En 1978, tan sólo dos años después de su último estreno,

Carpenter realizaría una película perteneciente al género de

terror que con el tiempo no sólo se convertiría en una cinta de

culto, sino que inventaría un género en sí mismo como es el de

los psico-killers o las slashers movies, esto es, este tipo de

película tan popular en el que un psicópata persigue y asesina a

una serie de jóvenes o adolescentes. A raíz de una de las

recaudaciones más importantes que una película independiente

ha tenido jamás, Halloween dio lugar a numerosas secuelas y

remakes y allanó el camino para otras sagas de terror como

Pesadilla en Elm Street, Scream, Viernes 13 u otras más

modernas como Sé lo que hicisteis el último verano.

Carpenter es un maestro desde sus inicios y el comienzo de esta

película es un claro ejemplo de su pericia. En una típica casita

americana de dos plantas se celebra la noche de Halloween. El

director usa una cámara subjetiva, como si nosotros los

espectadores fuéramos los que espiamos a una pareja de

adolescentes que se lo montan en el sofá de su casa. Atisbamos

a través de las ventanas y nos retiramos cuando creemos que

podrían llegar a vernos. La música, también realizada por

Carpenter, es algo cargante y en especial se repite una melodía

de teclado cuando nos movemos. Todo esto está narrado en un

plano secuencia muy hábil, no queremos que nos interrumpan

en nuestras maquinaciones. La pareja decide irse arriba y

nosotros aprovechamos el momento para meternos en la casa

por la puerta de atrás. Estamos atentos a lo que escuchamos, a

los ruidos. Abrimos uno de los cajones de la cocina y sacamos

un enorme cuchillo afilado. Si el espectador suponía que las

intenciones del voyeaur no podían ser buenas, ahora queda

claro. De repente detecta movimiento y se esconde tras una

puerta: el chaval sale de la casa. Queda la chica. Arriba. Sola.

Subimos las escaleras lentamente, cuchillo en mano. Por el

camino nos topamos con una típica máscara de Halloween, la

de un disfraz de payaso. Nos la ponemos y ahora vemos a través

de dos agujeritos –genial recurso del director darle forma a la

pantalla de antifaz, seguimos en el modo subjetivo y en la

misma secuencia-. Confrontamos por fin a la chica, que está

semidesnuda arreglándose en el tocador. Le asestamos una

serie de violentas puñaladas mientras ella se vuelve ¡y nos

reconoce!

Nuestro nombre es Michael Myers y tenemos seis años.

Acabamos de asesinar a nuestra hermana mayor y nuestros

padres van a pillarnos cuchillo en mano en unos pocos

segundos.

Esta película de género independiente supone la primera

colaboración entre Debra Hill y John Carpenter. Ambos eran

todavía primerizos en el negocio de Hollywood y ambos se

encargaron de la producción y de elaborar el guión de

Halloween. Con apenas 300.000 dólares de presupuesto,

llegaron a recaudaciones de más de tres cifras en millones de

dólares lo que les lanzó a futuras colaboraciones.

Volviendo a la película en sí, Carpenter abusa del espectador

situando quince años después un nuevo prólogo. En una

tormentosa noche, el doctor Loomis viaja en coche con una

enfermera. En la inmensidad de la noche el director alterna la

cámara dentro del vehículo con la subjetiva de la conductora, de

forma que sólo vemos lo que los focos del coche nos enseñan:

metros y metros de valla de seguridad. ¿Van a la cárcel? ¿O a un

hospital? En este corto viaje se nos ofrece otro brillante truco

de guión, ya utilizado en menor medida por Carpenter en su

anterior película. El Dr. Loomis está hablando de uno de sus

pacientes y se refiere constantemente a él como el mal. En una

posterior asociación con un sheriff, llegará a decir que en esos

ojos reconoció al diablo y que es la personificación del propio

mal. Pero de momento, tanto los médicos como nosotros nos

damos cuenta de algo extraño: en medio de la tormenta, tras las

vallas los internos vestidos con batas blancas andan

erráticamente de un lado a otro. ¿Qué ha ocurrido? En un

momento en el que Loomis abandona el coche para ver qué

ocurre, éste es asaltado por un individuo que tras deshacerse de

la enfermera lo roba y huye. Es el 30 de octubre de 1978,

vísperas de Halloween.

El doctor Loomis está interpretado por Donald Plesence,

secundario de lujo en películas clásicas del cine americano,

podemos destacar entre todos sus papeles el del falsificador en

La gran evasión. Pronto irá siguiendo los pasos del fugado, que

no es otro que su paciente Michael Myers y que se dirige a su

lugar de origen: Haddonfield (Illinois) –pueblo ficticio, por

cierto-.

El éxito de la película fue antológico y parece que Carpenter

estaba seguro de ello, ya que renunció a su sueldo a cambio de

un suculento porcentaje de la recaudación, así que la cosa al

final le salió bastante bien. No hay que olvidarse de que se trata

de una película de bajo presupuesto y en cualquier reportaje

sobre su realización abundan las improvisaciones y los trucos

para ahorrar, así como el gran cariño y ganas que pusieron los

implicados en la situación. Gran parte del equipo creativo como

del actoral eran amigos o conocidos de Carpenter o de Hill, que

se prestaron amablemente a trabajar por poco dinero. A

Plesence, el único con cierto caché, lo convenció su propia hija

tras ver Asalto a la comisaría del distrito 13.

Pero Carpenter no puede evitar dejar su sello personal. Si a la

partitura musical le sumamos los usos de la cámara y de la

fotografía –en especial ese recurso de iluminar directamente al

actor u objeto que se está filmando, dejando lo demás en

tinieblas- la historia y los homenajes no se quedan atrás.