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215 Alfonso Reyes Echandía* Alfonso Reyes Echandía * Alfonso Reyes Echandía. Foto tomada de www.ambitojuridico.com goo.gl/QWyU2Z Por: Alfonso Reyes Alvarado y Yesid Reyes Alvarado * Agradecemos a las siguientes personas que nos proporcionaron información clave para la redacción de esta cró- nica: a nuestra madre, Sirenia; a nuestros hermanos, Emiro y Sirenia; a nuestro tío, Armando Reyes Echandía (QEPD); a nuestros tíos, Miguel Ángel (qepd) y Soledad Alvarado; a Jaime Peralta Carrillo, a Herminda Narváez y al general(r) Óscar Naranjo.

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Alfonso Reyes Echandía*

Alfonso Reyes Echandía*

Alfonso Reyes Echandía. Foto tomada de www.ambitojuridico.com goo.gl/QWyU2Z

Por: Alfonso Reyes Alvarado y Yesid Reyes Alvarado

* Agradecemos a las siguientes personas que nos proporcionaron información clave para la redacción de esta cró-nica: a nuestra madre, Sirenia; a nuestros hermanos, Emiro y Sirenia; a nuestro tío, Armando Reyes Echandía (QEPD); a nuestros tíos, Miguel Ángel (qepd) y Soledad Alvarado; a Jaime Peralta Carrillo, a Herminda Narváez y al general(r) Óscar Naranjo.

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Alfonso Reyes Echandía

Alfonso Reyes Echandía

Es un día caluroso del mes de junio de 1945; un joven de tez blanca, baja estatura y contextura delgada, camina ansioso por las calles polvorientas de Chaparral. Había sido convocado, junto con otros jóvenes del pueblo, a la vieja casona de estilo colonial de la calle 9ª entre carreras 7ª y 8ª, que había sido construida y habitada varios lustros atrás por Domingo Echandía Reyes y su familia. Don Domingo era el abuelo de Darío Echandía Olaya, quien como primer designado había ocupado la presidencia de la república un año antes, desde noviembre de 1943 hasta junio de 1944.

La invitación había sido escueta, a través de su madre, quien le había di-cho simplemente que por fin sería realidad la construcción de un colegio de bachillerato en el pueblo. La perspectiva de poder continuar sus estudios lo animaba, tenía 13 años y llevaba seis meses sin asistir a clases después de haber cursado con éxito el último grado de primaria que ofrecía el Instituto Moder-no creado por el profesor pastuso Julio Ordóñez Coronel pocos años atrás.

Alfonso Reyes a los siete años

Hacía poco más de tres años que su padre había muerto, cuando ejer-cía, sin ser abogado, el cargo de Juez de Rentas del Municipio; se encargaba básicamente de los procesos penales asociados con el contrabando de lico-

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res. Aún lo recuerda, alto, muy serio, siempre elegante; proyectaba respeto y serenidad con sus anteojos redondos siempre bien puestos. Tal vez por ello el pueblo había recibido con beneplácito su nombramiento como alcalde al-gunos años atrás.

Francisco Echandía Castilla (padre de Alfonso)

El joven no entendía, sin embargo, por qué no llevaba el apellido de su padre, sino el de su madre, y se inquietaba cuando algunos chicos mayores susurraban a su paso la expresión hijo natural, con la que coloquialmente se señalaba a aquellos que don Andrés Bello definiera en su Código Civil como “hijos de dañado y punible ayuntamiento”.

Había vivido siempre con su madre y sus nueve hermanos, y sabía en dónde habitaba su padre con su esposa y sus otros nueve hijos. Su madre los educaba con ejemplo a todos y a todos les exigía, pero era especial con el pe-queño Alfonso porque reconocía en él una disciplina e interés por el estudio que era poco usual en los niños de su generación.

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Carmen Reyes (madre de Alfonso)

Admiraba a su progenitor y deseaba, algún día, no solo ocupar un cargo en la judicatura como él, sino ser abogado titulado y llegar a formar parte de la sala penal del más alto tribunal de justicia del país. Por eso, la perspectiva de poder seguir sus estudios de bachillerato lo animaba. Pensando en esto, el joven aceleró el paso para no llegar tarde a la convocatoria.

Al doblar la esquina para tomar la carrera 7ª se encontró con Jaime; “Hola Peralta”, lo saludó; ¿cómo está “pulguita”?, fue su respuesta. Se conocieron cuando a los ocho años entraron a estudiar segundo de primaria en la escuela pública y se habían hecho muy buenos amigos rápidamente. Los unía el fervor por el estudio, su condición humilde y un impulso poco común en niños de su edad por ser los mejores en el colegio. Esta sana rivalidad, alternando los primeros puestos, habría de continuar por el resto de los años en que com-partieron aulas de clase. La rivalidad terminó cuando ambos se separaron al terminar el cuarto año de bachillerato. Mientras que Alfonso optaría por con-tinuar con sus estudios universitarios, Jaime Peralta decidió entrar al ejército a prestar servicio militar como paliativo a una temprana decepción amorosa. Al

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regresar a su pueblo, un par de años después, Jaime decidió radicarse e iniciar una carrera como profesor empírico. En 1950 fundó el colegio Francisco Javier de Castro, en homenaje al fundador de Chaparral, y desde allí ayudó a educar a varias generaciones de chaparralunos. Fue su rector durante 35 años, hasta el día en que murió Alfonso, su querido amigo de infancia.

Jaime Peralta (amigo de la infancia de Alfonso) Foto tomada de la carátula del libro: Jaime Peralta Carrillo, autobiografía y otros temas,

Ibagué: Caza de libros, 2009

El profesor Ordóñez Coronel había notado esta sana rivalidad entre los dos amigos cuando los recibió en su Instituto Moderno para hacer 3º, 4º y 5º de primaria, pero decidió apoyarlos por igual. Sin embargo, al percibir en el joven Alfonso una innata habilidad por la declamación, aprovechó sus clases de oratoria para inculcarle su pasión personal por la poesía, no solo facilitándole libros, sino también guiándolo en la utilización del pausado movimiento de sus manos y en la cadenciosa variación del timbre de su voz como formas de imprimir mayor fuerza a sus palabras. Fue así como entró a ser parte del reducido grupo de los “tarros rotos” como graciosamente los llamaba el profesor Ordóñez. Desde entonces, el joven Alfonso siempre estu-vo presente en todas las celebraciones del Instituto, declamando poemas que aprendía de memoria con asombrosa rapidez.

Muchos años después, en reuniones privadas, deleitaría a sus amigos más cercanos con varios de estos poemas. Sus dotes de orador las ejercería en varias ocasiones a lo largo de su vida como cuando decidió expresar pú-

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blicamente, en la plaza del pueblo en Anolaima y en la Universidad Nacional de Bogotá, su pensamiento con motivo de la caída del general Rojas Pinilla en noviembre de 1957.

Profesor Julio Ordóñez Coronel Discurso improvisado por la caída de Rojas Pinilla (Nov de 1957).

Izquierda en Anolaima, derecha en la Universidad Nacional en Bogotá

Diez años después, le escribiría a su única novia, y quien sería la madre de sus cuatro hijos, los dos únicos poemas que compuso: un acróstico y un corto poema.

Acróstico de Alfonso a SireniaSin rumbo y sin destino se encontraba

Inerte y desolada el alma mía:Recuerda corazón que tú no amabas

En las revueltas olas de la vida.

Nació mi amor al contemplar tus ojosInundados de luz y de ternura,

Ansiosos de reinar en mis antojos.

Amarte es mi destino, ninfa pura,Llorarte es mi desgracia más temida,

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Vivir en ti con celestial ternuraAdorarte es el sueño de mi vida.

Reinarás en mi ser sílfide Augusta,Ante el dulce rumor de una cantiga

Divina ensoñación, mi dulce arcano,Ondina vesferal: cuánto te amo!

Poema de Alfonso a SireniaEnigma

Un enigma tortura mis antojos:saber qué quiero más en tu hermosura;

si la diáfana lumbre de tus ojoso de tus pulcros labios la dulzura.

En tu rostro un límpido sonrojoprecipita mi amor a la locuray a tus labios miríficos y rojos

se entrega reverente mi amargura.

A veces me pregunto en mis antojos:serán tus labios, o serán tus ojos?

Y en esta duda cruel que me aniquila,

para calmar mis ansias me provocaconsumirme hecho luz en tus pupilas

o morir hecho beso entre tu boca.

Camino a la convocatoria los dos jóvenes comentaban sobre la creación del nuevo colegio de bachillerato. Recordaron la promesa que en ese sentido había hecho a todo el pueblo, en la plaza mayor, el propio presidente de la

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república un año y medio atrás. En efecto, a finales de 1943, pocas semanas después de haber asumido la presidencia como designado por el intempes-tivo viaje a los Estados Unidos del presidente Alfonso López Pumarejo —quien había decidido acompañar a su esposa durante el tratamiento de una penosa enfermedad— Darío Echandía despachó durante una semana, como presidente encargado, en su pueblo natal. Los jóvenes recordaron el tumulto, las celebraciones, los discursos improvisados y el orgullo generalizado que se respiraba en el pueblo por la llegada de su eximio coterráneo.

Darío Echandía (Presidente 1943-1944)

Exactamente cuatro décadas después, en un discurso que Alfonso Reyes pronunciaría ante las directivas del colegio que hoy lo recibiría como uno de los veintiséis alumnos fundadores, se preguntaría por qué “en un pueblo poco menos que aislado del resto del país; con una clase social de mayorita-rio ancestro campesino; nulos o muy precarios servicios públicos de alcan-tarillado, luz y agua; con una educación limitada a las escuelas públicas; y un paisaje preñado de nostalgia y quietud que invitaba a la molicie o al que-hacer descomplicado y simple”, habían surgido figuras tan descollantes en el acontecer nacional. “Todo esto”, diría entonces, “conduciría a pensar en un pueblo condenado a la mediocridad; y, sin embargo, allí estaban para desvir-

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tuarlo —entre otros— José María Melo, ese quijote que recorriera la América brindando libertad con la punta de su espada guerrera y que murió en olor de rebeldía; Manuel Murillo Toro, visionario sagaz en períodos de confusión ideológica y estadista pulquérrimo; Antonio Rocha, armoniosa simbiosis de erudición, honestidad, elegancia y simplicidad; y Darío Echandía, extraña síntesis dialéctica de Tomás de Aquino y Carlos Marx para asombro de un pueblo que lo admiraba y respetaba aunque no siempre penetrara en el fon-do de sus frases sibilinas”.

Homenaje a Alfonso Reyes (Chaparral, 30 de mayo de 1985). De izquierda a derecha: José Luis González, Jaime Peralta, Alfonsito (portero del colegio Murillo Toro),

Alfonso Reyes y Gustavo Sánchez

Así se referiría Alfonso Reyes a su primo Darío, hijo de Vicente Echan-día Castilla que era hermano de su padre, a quien había visto y escuchado estupefacto a los once años de edad en el parque Murillo Toro mientras pro-metía la creación de un establecimiento de segunda enseñanza para varo-nes. Pues bien, el 29 de diciembre de 1943, mediante la Ley 82 rubricada por Darío Echandía como presidente de la república y Antonio Rocha como ministro de Educación, se le daba vida jurídica a la promesa del colegio de bachillerato.

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Pero ¿cómo surgían de un pueblo olvidado como este un grupo de hom-bres insignes del cual Alfonso Reyes llegaría a ser parte? Según lo manifestó durante la celebración de los 40 años del Murillo Toro, ello pudo deberse a que en su infancia se les repetía una y otra vez a los jóvenes de entonces, en la casa, en la escuela y en corrillos de mayores, la grandeza de aquellos hombres que habían hecho o estaban haciendo honor a su terruño, y se les instaba a imitarlos; aquellos chicos escuchaban perplejos tales relatos y ad-moniciones, jugaban con sus amigos a ser como aquellos y así, tal vez, fue penetrando en sus conciencias ese recóndito deseo de superación que los empujó hacia adelante, en procura de la meta ambicionada.

Jaime, ¿por qué tantos hombres famosos habrán salido de un pueblo como este? Le preguntó el joven Alfonso a su amigo, justo antes de entrar a la casona en donde empezaría a funcionar el Murillo Toro; pues muy simple, Alfonsito, le contestó Jaime muy seguro de sí, porque todos se bañaron en las aguas del “Chocho”.

Antonio Rocha (ministro de Educación, 1944)

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Quebrada “El Chocho”, Chaparral. Se dice que quien en sus aguas se baña, desarrolla una inteligencia superior (aunque “ahí se ha ahogado mucha gente”, advertiría años

más tarde el maestro Echandía con su característica acidez)

Sentados uno al lado del otro, en medio de una treintena de jóvenes más, escuchan con atención al rector, don Carlos Garzón Thomas, mientras camina elegantemente de un extremo al otro del salón y les explica el fun-cionamiento del colegio1. Tendrá, por ahora, hasta cuarto de bachillerato; pero será único en el país al combinar, en amable amalgama, la enseñanza de la ciencia y las artes. Más tarde hacen un recorrido por las instalaciones y el joven Alfonso se asombra de la gran cantidad de recursos que han llegado desde la capital. Hay barras paralelas, anillos, plataformas de salto, jabalinas, garrochas, guantes de boxeo, balones para fútbol y basquetbol, raquetas y otros implementos deportivos nunca antes vistos en el pueblo.

1 Los alumnos fundadores del colegio fueron: Uldarico Acevedo, Emiro Alvira, Héctor Buenaventura, Rafael Buenaventura, Miguel Ángel Criollo, Alirio Collazos, José María Collazos, Apolinar Cabezas, Jesús Alfon-so Cabezas, Virgilio Guzmán, Álvaro Guzmán, Arturo Hernández, Camilo Leyton, Adolfo Mossos, Rodrigo Marín, Joaquín Oviedo, Tarsicio Oviedo, Jaime Peralta, José Joaquín Peralta, Marco Antonio Rada, Alfonso Reyes, Guillermo Rowlands, Hernando Roa, Álvaro Reinoso, Ángel Uribe y Robinson Zamora.

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Profesores fundadores del Murillo Toro (Chaparral, 1946)

El profesor José Ignacio Aguirre será el encargado de enseñar gimnasia sueca, en la que trabajaban con cajones, barras paralelas, aros, ejercitaban pruebas de acrobacia y construían pirámides humanas. El joven Alfonso se dedicará a esta práctica deportiva con inusual disciplina. Seis años después la enseñará en un colegio de Anolaima al que el destino lo llevará. Allí orga-nizará revistas de gimnasia en las celebraciones del pueblo y tendrá más de una admiradora, entre ellas a Sirenia, con quien después se casará.

Plano del Murillo Toro (Chaparral, 1944)

Práctica de gimnasia sueca - pirámides humanas (Chaparral, 1949)

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La conoció en una fiesta, poco antes de una Navidad. Llevaba tan solo algunos meses trabajando en el colegio y un amigo lo convenció de asistir a la reunión. Al entrar, sus miradas se cruzaron y quedó deslumbrado por los ojos y la sonrisa de aquella joven quinceañera, hija de Don Miguel Án-gel Alvarado, un hombre que no había estudiado más allá de la educación primaria, pero que gozaba del respeto del pueblo entero por su honestidad, bondad y generosidad. Era la menor de cinco hermanos, la consentida de todos y, por lo tanto, la más protegida. Ella se había fijado en el apuesto pro-fesor, recién llegado al pueblo, que deslumbraba a las jóvenes por su físico y por la manera en que organizaba a los muchachos del colegio para presentar en la plaza del pueblo espectáculos de gimnasia sueca.

Sirenia Alvarado (Anolaima, 1950) Alfonso Reyes (Anolaima, 1951)

Sirenia Alvarado y Alfonso Reyes, (Anolaima, 1952) Espectáculo de gimnasia sueca(Anolaima, 1951)

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Deporte y estudio serán dos actividades del Murillo Toro que harían parte de la triada que será fundamental en la formación y desarrollo vital posterior del joven Alfonso. Mientras aquellas responden al conocido dic-tum Griego de “mente sana en cuerpo sano”, la tercera será el arte manual y en particular la ebanistería, el arte de darle forma a la madera. La disci-plina y el trabajo mancomunado, en equipo, fueron dos valores claves que inculcaba la Institución. Estos se pusieron en práctica cuando todos los estudiantes y profesores trabajaron con parte de la comunidad arrancando chaparros y echando pico y pala para construir la pista del aeropuerto de Chaparral.

A lo largo de su vida practicó regularmente el basquetbol, el fútbol y el tejo. Mientras sus hijos crecieron y hasta que ingresaron a la Univer-sidad, siempre practicó con ellos estos deportes los sábados en la maña-na. Aunque no fue un padre que expresara abiertamente sus sentimientos hacia sus hijos, siempre tuvo tiempo para conversar con ellos. El diálogo abierto y sosegado marcó las relaciones en el hogar que conformaría con Sirenia.

Durante los últimos diez años de su vida, cada fin de semana lo pasaba con dos de sus hijos en Anolaima en donde había comprado una pequeña casa y una finca. Disfrutaba con ellos el cuidado de los naranjos, man-darinos, guayabos y plátanos, muchos de ellos sembrados por el mismo. Vendía parte de la producción frutal y el resto lo regalaba a su familia. Igualmente gozaba al podar las plantas de café arábico y caturra que había sembrado, y al recoger, descerezar y secar los granos de café que después vendía en el pueblo. Construyó un establo en el que cuidó con especial es-mero a sus cinco vacas lecheras que bautizó con los títulos de los libros en los que desarrolló las bases de la dogmática jurídica. Todos los domingos en la tarde, antes de regresar a Bogotá, jugaba un partido de tres horas de tejo con sus antiguos amigos de la época en la que conoció a Sirenia. Llegó a ser un buen jugador y participó en varios campeonatos en el pueblo con un equipo que conformó y al que denominó “Las Fieras”.

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En Utopía, la finca de Anolaima (1984). De izquierda a derecha: Alfonso Reyes, Janis

Reyes (nieta), Alejandro Reyes (sobrino), Angie Reyes (nieta), Alfonso Reyes (hijo), Armando

Reyes (hermano)

Alfonso Reyes jugando tejo en Anolaima (1979)

El Colegio Murillo Toro tendrá tres talleres muy bien dotados por la generosidad del gobierno central: uno de sastrería, otro de mecánica y el de carpintería. El joven Alfonso ingresará a este último con su amigo Jaime y allí, durante cuatro años, aprenderá el paciente, metódico y equilibrado oficio de moldear con sus manos, y las herramientas adecuadas, bloques de madera que, sólidamente conectados, darán vida a las obras que imaginará. Al final de cada año había una exposición de los trabajos de madera que el público compraba en su totalidad.

Colegio Murillo Toro: aula y taller de carpintería (Chaparral, 1945)

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Este paso del artesano al técnico artesanal constituye una transición que metafóricamente podría explicar el trabajo de Alfonso Reyes como jurista muchos años después cuando se definiría a sí mismo como “un artesano del derecho”. En efecto, en su trabajo como jurista lideraría en Colombia el paso de un derecho penal artesanal, fundado en la proliferación de fórmulas aisladas para resolver problemas concretos, al desarrollo de unos principios articuladores que conformarían un verdadero sistema penal. Los bloques constitutivos de esta obra serían cada uno de los elementos que él considera-ba estructurales de la teoría del delito, a saber, la tipicidad, la antijuridicidad, la imputabilidad, la culpabilidad y la punibilidad.

Entre los profesores venidos de varias regiones del país a conformar la planta del Murillo Toro el joven Alfonso se encuentra, nuevamente, con el profesor Ordóñez Coronel; se alegra de verlo y el experimentado profesor no puede ocultar su propia alegría al encontrarse nuevamente con su singu-lar discípulo; similar emoción experimentaría el viejo profesor muchos años después cuando, al responder al llamado de su puerta en Neiva, encontraría a Alfonso Reyes, entonces viceministro de Justicia, quien pese a las ocupa-ciones propias de su cargo, había decidido realizar, en compañía de dos de sus hijos (Yesid y Alfonso) y de su amigo de infancia Jaime Peralta, un viaje de más de cinco horas por tierra al enterarse de que su viejo profesor de ora-toria se encontraba enfermo. Este tipo de actos de amor fraternal no fueron escasos en la vida de Alfonso Reyes; para él la amistad, como lo afirmaría en una ocasión, era una “relación sin hipotecas” y siempre actuaría en conse-cuencia con sus amigos. Los visitaba con frecuencia, almorzaba con ellos y,

Seis de las obras que publicó Alfonso Reyes

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sobre todo, siempre acudía a sus llamados, sin importar el tiempo que ello le demanda-se. Es una pena que varios de ellos, habiéndose proclama-do como tales, no valoraran de igual forma este vínculo en los aciagos momentos de su muerte.

Termina la reunión de convocatoria; los dos amigos salen muy animados porque la semana siguiente iniciarán clases. Les han informado

que, según el artículo 4º de la Ley que creó el Murillo Toro, se dispone de veinte becas para alumnos internos, destinadas a jóvenes comprobadamente pobres y capaces de aprovecharlas. El joven Alfonso está feliz porque le han otorgado, junto con su amigo Jaime, una de estas becas. Durante los siguien-tes cuatro años vivirá interno en el colegio, tomando clases de 7:00 a 12:00 del día y asistiendo al taller de carpintería de 2:00 a 6:00 de la tarde. Los viernes en la noche siempre lo verán sus hermanos y amigos llegar a casa con un libro en su mano y otro bajo el brazo; saldrán corriendo, alejados por su madre, quien no desea que perturben la lectura de Alfonso. Su madre espantaba a sus hermanos mayores y a los amigos de su generación, entre ellos a Herminda, quien muchos años después sería su última secretaria en la Corte Suprema y quien se salvaría de la tragedia al salir quince minutos antes de la toma a consignar un cheque en el Banco Comercial Antioqueño de la calle 12, justo a espaldas de la Corte. Tenía la posibilidad de pedirle el favor a una de sus dos secretarias y se decidió por Herminda, su antigua compañera de juego de infancia. Su otra secretaria, María Jeanethe Rozo murió con él en la Toma.

Volviendo a Chaparral, en la época en que inició sus estudios en el Mu-rillo Toro, su madre lo protegía de esta manera como consecuencia de un

En 1973 Alfonso Reyes fue nombrado primer viceministro de Justicia. (Frente a su biblioteca en la casa del barrio Los Andes

en Bogotá)

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temor reverencial que su hijo, de tan solo 14 años, proyectaba entre sus se-mejantes por su seriedad y trato de pocas palabras.

Durante las vacaciones, para ganar algo de dinero y apoyar en los gastos de su casa, trabajaba de mensajero con su amigo Jaime y vendía tiquetes y cobraba el mochileo en la flota Chaparral.

Pasará muchos de esos fines de semana leyendo libros de literatura prestados de la biblioteca del colegio. Libros que despertarán sus sueños, sueños que soñará “bajo las ceibas añejas de ‘El Castañal’, sobre los pajona-les del ‘Cuira’ apacible o en las tiernas aguas de ‘Los Algodones’”, mientras contempla a su madre amorosamente doblada sobre la ropa familiar, “lavan-dera doméstica en coloquio elemental con el arroyo amigo”; estas serán las palabras exactas que utilizará Alfonso Reyes ocho lustros después cuando estos sueños, tornados en realidad, llevarían a las autoridades de su pueblo a ofrecerle un sentido homenaje por haber llegado al más alto cargo de la judicatura, como presidente de la Suprema Corte de Justicia.

De regreso a casa, el joven Alfonso se encuentra con otro de sus queri-dos amigos de infancia, quien también había asistido a la convocatoria del Murillo Toro. Conversa animado con él, sin saber que pocos años después, una mañana, al salir de su casa, tropezaría con su cadáver. Eran los albores de una prolongada vorágine de violencia cuyos orígenes recordaría Alfonso Reyes mucho tiempo después con estas palabras: “a la una de la tarde del 9 de abril de 1948 se abriría una tronera en la historia de Colombia por la que iría penetrando desgarradoramente el leviatán de la violencia fratricida. Las palabras liberal y conservador”, afirmaría entonces Alfonso Reyes, “que para aquellos jóvenes no eran más que nombres insinuadores de un romanticis-mo político a cuyo interior no se les había ocurrido penetrar, pasarían a con-vertirse en las veredas campesinas y en las calles noctámbulas del pueblo, en sentencia de vida o muerte según el odio banderizo de quien las escuchaba; igual simbología trágica emanaría de los colores rojo y azul”. ¿Por qué tanta violencia, cuáles son los factores que la generan, cómo se reproduce? serían algunos de los interrogantes que acompañarían a Alfonso Reyes a lo largo de su vida personal y profesional.

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Por eso no resulta sorprendente que, diez años después del asesinato de su amigo en las calles de Chaparral, escogiera el tema de la violencia como objeto de su tesis para optar al título de abogado en la facultad de derecho del Externado de Colombia. Allí plantearía, en armoniosa conjugación de conceptos penales y criminológicos, la posibilidad de englobar las conduc-tas de los nacientes grupos guerrilleros bajo la figura de la legítima defensa colectiva ejercida por grupos sociales que venían siendo objeto de una clara e injusta agresión física, económica y política.

Como homenaje a la inteligencia y honestidad de su primo Darío Echan-día, le designó entonces como presidente de tesis, en un acto de humildad y generosa admiración que, sin embargo, no fue suficiente para persuadir a

El Bogotazo (9 de abril de 1948) Fuente: http://elbogotazoblog.blogspot.com.co (https://goo.gl/yN30M7)

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su encumbrado familiar de que le acompañara en la ceremonia de concesión del título o le honrara siquiera con el gesto de estampar su firma en el acta de grado que confería a su ilegítimo pariente el título de doctor en derecho. Tampoco lo recibiría, tres años después, en su despacho en Roma, cuando se desempeñaba como embajador ante la Santa Sede, ciudad a la que había llegado Alfonso a hacer una especialización en derecho penal.

Varios lustros después, cuando fue designado como magistrado de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia, la injusticia social y la violencia seguían siendo parte importante de sus preocupaciones ¿Por qué cuando la violencia proviene de la clase dominada es subversiva y se transforma en orden cuando emerge de la estructura dominante?, se preguntaría cuando,

Alfonso Reyes, graduación Universidad Externado de Colombia (Bogotá, 24 de marzo de 1960)

Alfonso Reyes con Ricardo Hinestroza Daza, rector del Externado (1960)

Alfonso Reyes, su esposa Sirenia y su primogénito Emi-ro, en el día de su grado como abogado (24 de marzo

de 1960)

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después de varios años en los que su nombre se mencionaba como posible candidato a magistrado del más alto tribunal de justicia, uno de los integran-tes de la Sala Penal dijo a sus colegas que la Corte no podía darse el lujo de no contar entre sus miembros a Alfonso Reyes, lo cual condujo a su designa-ción. Elucubrando alrededor de estos interrogantes, ensayaba Alfonso Reyes algunas respuestas. “¿Será, tal vez”, se preguntaría a sí mismo, “porque cuan-do el Estado es incapaz de superar con justicia las contradicciones sociales, apela a la violencia para acallar la angustiada protesta que ellas generan?”.

Nueve años antes de ver realizado su sueño de ser magistrado de la Cor-te Suprema, durante la celebración de las bodas de plata del Murillo Toro en Chaparral, habría de enumerar ante los asombrados bachilleres de entonces algunas de estas contradicciones con las siguientes palabras: “La agroindus-tria produce hoy más alimentos que en cualquier otro periodo de la historia y, no obstante, niños y adultos mueren por millones víctimas del hambre; mientras las grandes potencias gastan sumas increíbles en la pretenciosa conquista del espacio exterior y de sus mundos e inventan para ello las más sofisticadas máquinas, vastas regiones del planeta viven aún como en la edad

“Por qué cuando la violencia proviene de la clase dominada es subversión ….”

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de piedra; la construcción de vehículos automotores ha llegado hoy a cifras astronómicas, precisamente cuando se anuncia el agotamiento universal del combustible que los mueve; las ciencias biomédicas están ahora en capaci-dad de garantizar la vida humana desde su fase intrauterina hasta límites cada vez más amplios, a tiempo que la física y la electrónica han puesto a dis-posición de cualquier político demente y poderoso un arma capaz de borrar de la tierra todo asomo de vida; la misma ciencia que ha inventado la forma de contrarrestar exitosamente casi todas las enfermedades, está polucionan-do el aire que respiramos y envenenando el agua que nos nutre”.

Frente al desamparado cadáver de quien hasta unas horas antes había sido su amigo de infancia, Alfonso Reyes se enfrentó a una de las decisiones más importantes de su vida; permanecer en su pueblo natal azotado por la violencia y sin posibilidad de terminar el bachillerato ante la inexistencia de los dos últimos grados en el Murillo Toro, o intentar realizar sus sueños fuera de lo que hasta entonces era todo su mundo.

Una calurosa mañana de 1949, decidido a construir su propio futuro, se despidió de su amigo Jaime y abandonó el valle de los Chaparrales rumbo al Instituto General Santander de Honda donde, como interno, cursó quinto de bachillerato. Su director de grupo escribió en el registro de clase de ese año una frase que reflejaba su temple: “Por la manera un tanto desobligante como recibe algunas órdenes, obtuvo el 4,5 en su conducta”; y es que el jo-ven Alfonso era ya particularmente sensible a la arbitrariedad y la injusticia, como lo puso de manifiesto al año siguiente cuando en su nuevo colegio encabezó una huelga reclamando mejores condiciones en la educación, pe-tición que, aunque apoyada por el rector Antonio Cardona Londoño, fue desestimada por el gobierno mediante la expulsión de todos los integrantes y partidarios del movimiento estudiantil.

Acallada de esta forma su voz de protesta, regresó ese mismo año a Chaparral para trabajar en el taller de ebanistería de don Norberto Jara. Allí permaneció unos cuantos meses hasta que tomó la decisión, a final del año, de marchar a Bogotá, confiando en las posibilidades que para su anhelada formación pudiera ofrecerle la gran capital. Allí se hospeda en casa de su tía

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Aurora. Dispuesto a costearse sus estudios por sí mismo, deambula en busca de traba-jo hasta ser contratado como ayudante de albañilería en las obras de ampliación del estadio de fútbol El Campín, de Bogotá.

Esa tarde, satisfecho con la posibilidad de poder comenzar a trabajar a la mañana siguiente, dio un largo paseo por el centro de la ciudad, donde casualmente se encontró con Antonio Cardona Londoño, el antiguo rector del colegio de Honda que semanas antes lo había secundado en las protestas estudiantiles, quien le preguntó si estaría interesado en trabajar como profesor de un colegio en una población cercana a Bogotá. Como esa era una actividad más cercana a

sus ideales, aceptó enseguida y esa misma noche de comienzos de 1951 se enca-minó hacia Anolaima en donde, además de encontrar trabajo, conoció a Sirenia quien habría de ser la compañera de toda la vida y la madre de sus hijos.

Alfonso Reyes siempre recordó con especial gratitud este afortunado encuentro, al punto que la noche del 5 de noviembre de 1985 terminó un hermoso discurso que al día siguiente pensaba leer en un acto organizado en honor a su antiguo rector y, quebrantando su costumbre de no salir de su casa sino los martes y jueves, ese miércoles se encaminó temprano hacia el centro de la ciudad para cumplir su compromiso, sin saber que ese mismo 6 de noviembre se enfrentaría, por vez postrera, a sus principales motivos de preocupación: la violencia y la injusticia.

Pero volvamos al Chaparral de 1945. Su amigo le pone la mano en el hombro y repite la pregunta; pareciera que por un instante el joven Alfonso hubiese estado lejos de allí, absorto en sus pensamientos. Le pregunta si co-nocía al profesor bajito y un poco rollizo que se encontraba en el acto donde se anunció la creación del Murillo Toro al lado del profesor Ordóñez Coro-

Alfonso Reyes en el centro de Bogotá (1950)

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nel; sí, lo recuerda, le dijeron que se llamaba Alonso Urbano Leyton, aunque todos le conocían como Mangajo. Recuerda, además, que le había impresio-nado su talante, el mismo que muchos años después le motivaría a decir de él que era “tan bueno como el pan casero”. Aún no se había relacionado con el singular profesor y no podía saber que siete años después, luego de haber trabajado como profesor de literatura y gimnasia sueca en el Colegio Carlos Giraldo de Anolaima y sin terminar aún su bachillerato, volvería a Bogotá en donde casualmente se lo encontraría de nuevo. El profesor Urbano Leyton trabajaba entonces en un colegio de San Gil y le propuso radicarse allí hasta terminar sus estudios secundarios. Alfonso Reyes pidió algún dinero pres-tado y viajó al año siguiente, en 1953, dejando atrás a Sirenia, su novia, con quien mantendría una correspondencia permanente durante los siguientes dos años.

En el colegio San José de Guanentá impartió clases de literatura en los cursos de primaria y dirigió la revista “Auras del Fonce”, órgano de difusión del colegio, mientras simultáneamente terminó con éxito sus estudios de ba-chillerato en 1954.

Revista “Auras del Fonce”, que dirigía Alfonso Reyes (San Gil, mayo de 1954)

Diploma de bachiller de Alfonso Reyes del colegio nacional de San José de Guanentá (San Gil, 1954)

Disfrutó enormemente esos dos años; el clima, el paisaje y la gente le recordaron a su pueblo a tal punto que, años después, se refirió en uno de sus escritos a la similitud entre el porte altivo y guerrero de los pijaos frente

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al invasor español, y el movimiento de rebeldía galanista que siglos después surgió en tierras santandereanas contra la corona española.

Allí, en San Gil, conoció al alcalde militar del pueblo, con quien cons-truyó una entrañable amistad a lo largo de toda su vida, que le llevó inclu-so a vincularlo como profesor universitario en el Externado de Colombia, su alma máter, muchos años después. Alfonso Reyes cimentó esa amistad, como todas las suyas, en la honestidad como valor primordial. Desafortuna-damente, su nuevo amigo, el entonces novel oficial mayor Delgado Mallari-no, a quien sus alumnos del Externado llamarían cariñosamente el general mentiritas, capituló ante este preciado valor de la amistad tres décadas des-pués cuando, al frente de la Dirección General de la Policía Nacional, desco-noció una recomendación del consejo de ministros y ordenó a sus hombres el asalto definitivo al cuarto piso del Palacio de Justicia, no sin antes poner en duda que fuera Alfonso Reyes quien desde el otro lado del teléfono le pedía dar la orden de cese al fuego para preservar la vida de los rehenes y buscar una solución negociada con el grupo de asaltantes.

En ese violento intercambio de disparos, un proyectil proveniente de las armas empuñadas por los agentes del orden atravesó su pecho; mientras cru-zaba las manos sobre la herida que laceraba su cuerpo, intentaba compren-der por qué su amigo Jaime Castro, ministro de Gobierno, su compañero de juventud Víctor Alberto Delgado, director general de la Policía Nacional, y

Con las directivas y profesores del colegio San José de Guanentá (San Gil, 1953)

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su discípulo Miguel Alfredo Maza Márquez, director general del DAS, no ha-cían nada por detener la irreflexiva acometida violenta de la fuerza pública, en un incomprensible afán por rescatar un edificio que, en medio del atro-nador estruendo de las armas, llegó a ser considerado por algún despistado como la encarnación de la democracia. Estos últimos acontecimientos de-bieron llevar a Alfonso Reyes a enfrentar la muerte con la perplejidad propia de todas las víctimas de la injusticia.

En San Gil el joven Alfonso Reyes tomó la decisión de estudiar derecho en el Externado de Colombia; al poco tiempo de haber obtenido su título de abogado, el recién graduado se enteró de que su antiguo profesor, Ur-bano Leyton, se encontraba detenido en una cárcel cercana a este munici-pio santandereano y emprendió viaje por tierra con Armando, uno de sus hermanos, para socorrer a quien le había ayudado a encontrar el rumbo de su destino. Fue uno de los pocos asuntos que atendió como abogado en su vida profesional, como aquel otro cuando hubo de llevar un divorcio ante los juzgados civiles de Bogotá, porque el pediatra de sus hijos se negaba a confiarle su disolución matrimonial a alguien que no fuera él; o como cuan-do representó a su coterráneo Rafael Caicedo Espinosa en un proceso por contrabando técnico; o como aquel otro día, cuando al enterarse de que al-

Cuadro de Alfonso Reyes con el Palacio de Justicia en llamas al fondo

Toma del Palacio de Justicia (nov 7 de 1985)

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gunos de sus ocasionales detractores se referían a él como ratón de biblioteca para evidenciar su escasa experiencia como litigante, asumió la complicada defensa de un campesino acusado de homicidio y, ante la perplejidad de un juez de instrucción que se había preparado magistralmente para combatir las elucubraciones dogmáticas de Reyes, consiguió la absolución del proce-sado con un impecable manejo de la prueba ante el jurado de conciencia, sin aludir a uno solo de los conceptos dogmáticos que con tanta desenvoltura solía manejar en sus clases y escritos.

Pero volvamos al Chaparral de su infancia. Alfonso marcha apresurada-mente a su casa; Jaime y su otro amigo han quedado atrás. Además del rostro del profesor Urbano Leyton no recuerda a nadie más en la convocatoria; solo sabe que debe darse prisa, pues lo anima y asusta un poco el encargo que le han hecho; tendrá que declamar en la ceremonia de inauguración formal del colegio.

Al llegar a su casa se dedica de inmediato a preparar el poema y conti-nuará haciéndolo durante los siguientes días con esa disciplina que siempre

Teodosio Varela con su ahijado, Yesid Reyes Alvarado (Bogotá, 1970)

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le impondría a sus proyectos y que diez años después impresionaría a sus profesores y compañeros de primer año de Derecho en el Externado de Co-lombia. Allí, con Teodosio Varela, su entrañable amigo de la época, hijo del legendario guerrillero Juan de la Cruz Varela y quien sería padrino de Yesid, el segundo de sus hijos, dedicó largas horas a la lectura y al estudio del dere-cho penal en el pequeño cuarto que compartiría con él en la vieja casona de la calle 24 donde modestamente funcionó durante varios años el Externado.

Alfonso Reyes se aferró a esa disciplina de estudio con tal resolución, que cuando decidió proponerle matrimonio a Sirenia la trajo a Bogotá, se casó en la iglesia del Voto Nacional y minutos después de obtener la bendi-ción nupcial, la dejó en compañía de sus hermanos y corrió al Externado a presentar un examen final. Obtendría la máxima nota (5.0) en ese examen, como lo había hecho durante el año anterior en todas las materias que cursó, y como lo haría durante los cuatro años siguientes de su carrera.

Matrimonio de Alfonso Reyes con Sirenia Alvarado (Bogotá, 6 de mayo de 1956)

Este inusitado récord de cinco en todas las asignaturas de la carrera fue el reflejo de una característica particular de la personalidad de Alfonso Reyes; en efecto, a diferencia de las ingenierías y demás ciencias naturales en donde la respuesta a los problemas suele ser única, las problemáticas que

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enfrenta el derecho admiten diversas soluciones; esto hace que el peso para evaluar la validez de estas respuestas recaiga principalmente en la fuerza de la argumentación. Estudiar y dominar con precisión la manera en que a par-tir de una idea se deriva lógicamente una cadena de consecuencias, como base para desplegar un argumento sólido, fue una de sus principales preocu-paciones como estudiante.

Dos décadas después de obtener su grado, recién nombrado magistra-do, su singular capacidad argumentativa le permitió convencer uno a uno a los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de revisar su tozuda posición favorable al juzgamiento de civiles por parte de tribunales militares; empezó planteando un salvamento de voto que nadie más respaldó, pero que, casi un lustro después, llegó a convertirse en el criterio oficial de la Corte en pleno.

Para sufragar sus estudios y mantener a su naciente familia, Alfonso Reyes trabajó, mientras estudiaba en el Externado, en una gran variedad de cargos: fue “asesor técnico de los alcohómetros que funcionaban en los juz-gados permanentes de Bogotá”, es decir, manejó los comúnmente llamados borrachímetros; también trabajó como empleado del hipódromo de Techo, como ayudante en la biblioteca del Externado y, en los últimos años de estu-dio, como Inspector de Policía en la Plaza de Bolívar.

Registro de notas de los cursos tomados por Alfonso Reyes durante toda la carrera de Derecho (Universidad Externado de Colombia, Bogotá: 1955-1960)

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Carné del trabajo de Alfonso Reyes como asesor técnico de los alcohómetros (Bogotá, 1957)

Identificación de Alfonso Reyes como trabajador del Hipódromo de Techo (Bogotá, 1958)

En ese entonces no podía saber que gracias a su constante y metódica disciplina de estudio y trabajo llegaría a ocupar la magistratura en el Tribu-nal Superior de Bogotá, sería el primer viceministro de Justicia, ocuparía la presidencia de la Sala Penal de la Suprema Corte de Justicia y más tarde la presidencia de esa alta Corte. Tampoco se imaginaba que sería incluido en una terna para el cargo de Procurador General de la Nación y sería designa-do por el Presidente de la República, Belisario Betancur, como gobernador del Tolima. Este último ofrecimiento le tentó a abandonar la Corte, en donde ejercía como magistrado de la Sala Penal, pues le hacía recordar a su primo Darío Echandía cuando, en asombroso gesto de desprendimiento, abandonó su condición de ex presidente de la República para aceptar la Gobernación del Tolima, con la pretensión de que allí se pudiera volver a pescar de no-che. Después de ponderada meditación, declinó el ofrecimiento del primer mandatario por considerar, con sincera humildad, que no poseía el talante necesario para las lides políticas. El texto que dirigió al presidente Belisario Betancur, en agosto de 1982, fue el siguiente:

“Señor presidente:Debo manifestar a su excelencia y al señor ministro de Gobierno en

palabras que no tienen el rito de la mera cortesía, mi sincero agradecimiento por el honor que me han dispensado al designarme gobernador de un depar-tamento caro a mis afectos, de noble estirpe cívica, y digno del más acucioso apoyo del gobierno central.

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”Creo que tengo el deber ciudadano de servir a mi patria allí donde pueda hacerlo con real eficacia. Desde hace veinte años he dedicado mi vida a la docencia universitaria, a la investigación y a la judicatura, guiado por esa misma vocación de servicio; la formación de abogados competentes y honestos, el examen crítico de nuestra realidad jurídica y criminológica y la contribución a dispensar una justicia soberana e imparcial, han sido y siguen siendo las tareas que ocupan mi cotidiano itinerario vital.

”Otras bien diversas, aunque no menos importantes, son las que atañen a la cosa pública; su correcta y provechosa ejecución exigen un especial ta-lante que yo no poseo; por eso, y luego de ponderada mediación, debo reco-nocer que no podría prestarle a su gobierno y a mi pueblo el servicio social que su excelencia me pide y que el Tolima merece.

”Declino pues, no sin pesar, el honroso encargo, admiro el elevado es-píritu nacionalista con que su excelencia empieza a conducir el gobierno y hago votos por su bienestar personal”.

Noticia sobre la designación de Alfonso Reyes como gobernador del Tolima

(Diario Combate, Ibagué, 18 de agosto de 1982)

Alfonso Reyes en la biblioteca de su casa (Bogotá, 1982)

Pero su pensamiento jurídico no solo era novedoso para la época; tam-bién su comprensión general de la estructura del fenómeno penal. Desde la década de los 70 empezó a construir la que denominó “la tesis de las cuatro D”: descriminalizar, despenalizar, desjudicializar y desprisionalizar como pi-

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lares de una política criminal coherente. La primera proponía eliminar una serie de tipos penales que no tenía sentido mantener vigentes en esa época (como el duelo, la prostitución y el giro de cheques sin fondos). La segun-da respondía a su convicción de que el derecho penal debería ser utilizado como un mecanismo residual para hacerse cargo de los conflictos que ori-ginaban quienes infringían el código penal. Consecuentemente, propuso la implementación de métodos alternativos para la solución de conflictos entre los ciudadanos (como los jueces de paz y los amigables componedores). La tercera buscaba agilizar la resolución de procesos penales creando instancias no judiciales para tramitarlos (como los tribunales de arbitramento en las cámaras de comercio). Y la cuarta aseguraba que la prisión no debería ser el único castigo utilizado para todo delito porque, además de congestionar dramáticamente las cárceles y generar un hacinamiento insoportable, dejaba de lado un conjunto de alternativas que permitirían la reparación social del daño causado por el ocasional delincuente (como la realización de trabajos sociales en beneficio de la comunidad).

Aun cuando estas eran ideas que llevaban algún tiempo discutiéndose en otros continentes, como el europeo, eran completamente novedosas en los países latinoamericanos. Con un grupo de amigos de varios de estos paí-ses, empezó a divulgarlas y participó activamente en un proyecto conjunto para diseñar y redactar un Código penal tipo para América Latina.

Igualmente novedoso fue el apoyo que decidió darle desde la Corte Su-prema al uso de la tecnología para mejorar la gestión de la administración de justicia. Fueron ideas que había escuchado de dos de sus amigos: el joven ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla, y su viejo amigo (y acudiente de sus hijos en el colegio), Jaime Giraldo Ángel. Con este último y un grupo de amigos comunes decidieron fundar la Asociación Colombiana de Informáti-ca Jurídica (Ascoldi), entidad que presidió hasta su muerte. El 3 de noviem-bre de 1985 pronunció un discurso en la inauguración del tercer congreso nacional de Ascoldi. Allí aseguró que aun cuando la tecnología podría faci-litar enormemente la gestión de los procesos judiciales, no podría suplir el papel del juez y solo sería de utilidad si la información que estos consignaran

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en las bases de datos fuera registrada de manera oportuna y veraz, en alusión al conocido dictum de los sistemas de información que afirma: “Si lo que ingresa es basura, lo que obtendrás será basura”.2

Tres días después, y contrario a su costumbre, salió de su casa a una reunión en el Externado y poco antes de las 10:00 de la mañana bajó a su oficina en la Corte Suprema. Allí encontró al capitán Oscar Naranjo con quien tenía una reunión a las 11:00 a.m. para discutir sobre la seguridad del Palacio por las recientes y continuas amenazas que los magistrados venían recibiendo de parte de los llamados extraditables. Como había lle-gado temprano, decidió atender al capitán, la conversación demoró cerca de veinte minutos. El capitán Naranjo abandonó la oficina, y decidió salir por la puerta del garaje que da sobre la carrera octava. No había caminado cien metros cuando escuchó los primeros disparos del comando del M19; “había iniciado la toma del Palacio de Justicia”, recordaría casi treinta años después, cuando se desempeñaba como director nacional de la Policía. La decisión de Alfonso Reyes de atenderlo antes de la cita acordada le había salvado su vida.

Rodrigo Lara Bonilla. Ministro de Justicia, asesinado por el narcotráfico el 30 de abril de 1984

Jaime Giraldo Ángel (1929 – 2014)

2 “Garbage in, garbage out” es la expresión anglosajona que utilizó literalmente en este discurso.

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Alfonso Reyes en la inauguración del sistema automático de reparto de expedientes para el Tribunal Superior de Bucaramanga

(octubre 30 de 1985)

Alfonso Reyes como presidente de la Asociación Colombiana de Informática

Jurídica – ASCOLDI - (Bogotá, Noviembre de 1985)

Alfonso Reyes siempre tuvo un profundo respeto por el significado de la majestad de la justicia en un Estado social de derecho. De allí, el valor que le adscribía a la labor de quienes administran justicia según se desprende de las siguientes palabras que pronunció el 15 de febrero de 1985 al tomar posesión como presidente de la Suprema Corte de Justicia.

“En una Colombia atribulada por hondos padecimientos éticos, econó-micos y políticos, y afectada por una crisis de fe institucional, subsisten aún dos valores capaces de rescatarla de tan perturbadora conjura: el pueblo y sus jueces; en aquel está la esencia de la patria: orgullo, autenticidad, valor, sacrifi-cio y amor; en estos, la probidad, el equilibrio conceptual y la serena entrega al cumplimiento del supremo deber de juzgar, sin otras armas que las inmateriales de la ley, sin más protección que el escudo invisible de su propia investidura”.

Pero regresemos por un momento a ese impresionante récord académi-co que le valió la concesión de la beca Baldomero Sanín Cano de parte del naciente Icetex. Ya se dijo que nunca estudiante alguno del Externado había ni ha logrado en sus 130 años de existencia tal desempeño. Mientras espera-ba la beca, Alfonso Reyes trabajó como Inspector de Policía, estudió por su cuenta italiano y, simultáneamente, terminó una especialización en Ciencias Penales y Criminológicas en la Universidad Nacional.

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Dado que la beca incluía la financiación de un viaje al exterior, Alfonso Reyes decidió entonces ir a Roma a especializarse en Derecho Penal y Crimi-nología. Dejó a su familia, a su esposa, sus tres hijos mayores (Emiro, Yesid y Alfonso) y a la menor (Sirenia) aún en el vientre de su madre y partió hacia el país que por entonces se consideraba la Meca del derecho penal.

De pies, de izq a der: Sirenia, Alfonso y Emiro. Sentados de izq a der:

Alfonso, Sirenia y Yesid. (Anolaima, 1970)

Alfonso Reyes, durante sus estudios en Italia (1962)

Alfonso Reyes, durante su permanencia en Italia

(Junio de 1962)

Dos años después regresó a su país y, por generosa invitación de Fernando Hinestroza, rector del Externado de Colombia, se vinculó como profesor de planta y allí estuvo durante los siguientes veintidós años consecutivos. Comenzó por dar forma a un departamento de Derecho Penal, para poste-riormente crear el Instituto de Ciencias Penales y Criminológicas y, en 1977, fundar y dirigir la revista de Derecho Penal y Criminología. Dio vida a una especialización en derecho penal y a otra en criminología; puso en marcha un programa de maestría en Ciencias Penales, criminológicas y criminalís-ticas; instituyó las Jornadas Internacionales de Derecho Penal y, sobre todo, formó a su alrededor una verdadera escuela de derecho penal cuyos discípu-los han venido ocupando, desde entonces, diversos cargos de importancia en el acontecer nacional. Fue toda una vida dedicada a la docencia y al Exter-nado de Colombia, en cuyo departamento de publicaciones editó sus quince libros, pese a recibir tentadoras ofertas de editoriales argentinas y chilenas para publicar su obra en el ámbito latinoamericano.

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Alfonso Reyes recibe de Fernando Hinestroza el título como profesor ti-tular del Externado (junio 9 de 1971)

Alfonso Reyes con otros profesores titulares y honorarios del Externado

(junio 9 de 1971)

Alfonso Reyes en el XI Congreso In-ternacional de Derecho Comparado

(Caracas, 1982)

Nunca supo, sin embargo, que el día de su muerte el Rector del Externa-do avaló las operaciones militares que terminaron con la muerte de más de un centenar de rehenes en el interior del Palacio de Justicia, varios de ellos profesores destacados de esta Universidad.

Tan tenaz era su disciplina, que el joven Alfonso llevaba varios días ab-sorto en la preparación del poema Pro Patria de Enrique Villar que había se-leccionado para declamar en la inauguración del Murillo Toro de Chaparral. El día de la ceremonia subió al escenario y, frente a sus futuros profesores, a sus compañeros y amigos, su madre y sus hermanos, empezó, con sonora y cadente voz, a recitar:

“Quiero morir conforme lo he soñado:en medio del fragor de la pelea.Con la muerte gloriosa del soldadoque muere por su causa y por su idea”Y así continuó, después de esta premonitoria estrofa, con apasionado

tono hasta finalizar el poema completo; luego, tras unos segundos de silen-cio, irrumpió en el ambiente un espontáneo y continuado aplauso; los asis-tentes, de pie, contemplaban admirados la imponente figura de un joven de trece años que declamaba con tanto fervor. Alfonso Reyes cerró sus ojos, como luego permanecerían mientras afuera, transportado cuarenta años en el espacio y el tiempo, miles de personas ondeaban pañuelos blancos durante el recorrido de su cuerpo hacia el cementerio, envuelto en el tricolor nacio-nal, donde aún reposa al lado de otros magistrados inmolados.

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Su postrera y desesperada invocación al diálogo, no fue —como algunos insensatos llegaron a afirmar— una muestra de debilidad y sometimiento. Por el contrario, fue una manifestación más de su inquebrantable fe en la pri-macía de “la fuerza de la razón” sobre “la razón de la fuerza”. Ciertamente, su actitud frente a esta manifestación de violencia fue diametralmente opuesta a la de los integrantes del gobierno; pero ello, lejos de descalificarla, muestra la abismal diferencia ideológica que entre uno y otros había. Porque se puede capitular frente al adversario para defender las propias convicciones; pero lo que no se puede es capitular ante las propias convicciones para derrotar al ocasional adversario.

Alfonso Reyes (Anolaima, 1984) Sirenia Alvarado (Bogotá, 1984)

Sus cuatro hijos, de izquierda a derecha y de mayor a menor: Emiro, Yesid, Alfonso y Sirenia (a mediados de la década de los 80)

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CodaEl 3 de diciembre de 2015 Yesid, entonces ministro de Justicia y Alfonso, para la época rector de la Universidad de Ibagué, organizaron un acto público de perdón y reconciliación con el expresidente Belisario Betancur y el senador Antonio Navarro por los trágicos hechos acaecidos en la toma y retoma del Palacio de Justicia el 6 y 7 de noviembre de 1985, en los que murió su padre Alfonso Reyes. Fue un acto personal de particular significado nacional por el sentimiento general de reconciliación que estaba generando los diálogos de paz que sostenían en La Habana el gobierno y el grupo insurgente de las FARC.

Los hijos de Alfonso Reyes con el expresidente Belisario Betancur y el senador Antonio Navarro durante un acto de perdón y reconciliación pública. De izq. A der. Alfonso Reyes, Antonio Navarro, Belisario Betancur,

Yesid Reyes y Emiro Reyes. Sirenia Reyes se encontraba en España y no pudo viajar. (Universidad de Ibagué, 3 de diciembre de 2015)

Alfonso Reyes. Breve biografíaAlfonso Reyes nació en la ciudad de Chaparral (Colombia) en el año de 1932. Después de atravesar por varias vicisitudes adversas como la muerte temprana de su padre y el estallido de la violencia política en el país, termina

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sus estudios de bachillerato en el colegio San José de Guanentá de la ciudad de San Gil. Estudia derecho en la Universidad Externado de Colombia en donde alcanza el máximo récord académico al obtener la más alta califica-ción en todas las asignaturas de la carrera durante los cinco años de estudio. Esto lo hace acreedor de la beca Baldomero Sanín Cano con la que viaja a especializarse en derecho penal en la Universidad de Roma. A partir de 1963 se vincula como docente del Externado de Colombia. Allí dirige el de-partamento de Derecho Penal, crea y dirige el Instituto de Ciencias Penales y Criminológicas y funda la Revista de Derecho Penal y Criminología del mismo instituto cuyo primer número apareció en diciembre de 1977. Escri-tor sobrio y de pluma precisa y clara, publica su primer artículo académico titulado Glosas de un juicio ante el Senado en el primer número de la Revista del Externado de Colombia en noviembre de 1959. A este le siguieron va-rias docenas de artículos publicados en revistas nacionales y extranjeras a lo largo de su vida. Es autor también de más de una decena de libros, algunos con varias ediciones, entre los que se destacan los siguientes: Derecho Penal, Parte General (1964); Código de Hammurabi (1966); La Tipicidad (1967); Criminología (1968); El lenguaje del hampa (1969); Delitos contra la asisten-cia familiar (1969); Diccionario de derecho penal (1970); La Antijuridicidad (1974); Anteproyecto del código penal colombiano (1974); La Imputabilidad (1976); y la Culpabilidad (1977). Ejerció como magistrado de la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá (1971-1972); fue el primer viceministro de Justicia del país (1973-1974); y llega a la sala penal de la Suprema Corte de Justicia en 1979. Ocupaba la presidencia de esta corporación cuando muere víctima del fuego cruzado producto de la demencial toma del Palacio de Justicia por parte de un grupo insurgente y de la irreflexiva reacción del go-bierno de turno en noviembre de 1985.

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Guía complementariaLas siguientes son preguntas sugeridas para estimular el diálogo en el aula. Se recomienda complementarlas a criterio de docentes y estudiantes.

1. El doctor Alfonso Reyes Echandía fue en su momento, un visionario crítico de la sociedad, como ejemplo de esto leamos este fragmento:

“La agroindustria produce hoy más alimentos que en cualquier otro periodo de la historia y, no obstante, niños y adultos mueren por millones víctimas del hambre; mientras las grandes potencias gastan sumas increíbles en la pre-tenciosa conquista del espacio exterior y de sus mundos e inventan para ello las más sofisticadas máquinas, vastas regiones del planeta viven aún como en la edad de piedra; la construcción de vehículos automotores ha llegado hoy a cifras astronómicas, precisamente cuando se anuncia el agotamiento universal del combustible que los mueve; las ciencias biomédicas están ahora en capaci-dad de garantizar la vida humana desde su fase intrauterina hasta límites cada vez más amplios, al tiempo que la física y la electrónica han puesto a dispo-sición de cualquier político demente y poderoso un arma capaz de borrar de la tierra todo asomo de vida; la misma ciencia que ha inventado la forma de contrarrestar exitosamente casi todas las enfermedades, está polucionando el aire que respiramos y envenenando el agua que nos nutre”.Luego de leer este impactante texto, escriba un párrafo reflexionando sobre la relación que existe entre la visión del mundo que plantea el doctor Reyes y lo que usted considera es el mundo actual.

2. El doctor Alfonso Reyes Echandía manifestó desde muy joven su preo-cupación por dos problemas que aquejaban a Colombia desde la década de los cuarenta: la Violencia y la Injusticia. ¿Mencione algunos hechos que a lo largo de su vida marcarían su interés por abordarlos y com-prenderlos? ¿Cómo influyeron estos fenómenos sociales en su forma-ción de abogado?

3. Mientras el doctor Reyes Echandía trabajaba en el colegio San José de Guanentá, de San Gil, Santander, sostuvo que existía una gran “simili-tud entre el porte altivo y guerrero de los pijaos frente al invasor espa-

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ñol, y el movimiento de rebeldía galanista que siglos después surgió en tierras santandereanas contra la corona española”. ¿En qué cree usted que radicaba dicha similitud? Consulte brevemente ¿cómo se llevó a cabo la conquista del pueblo pijao por parte de los españoles? ¿Cuáles fueron los hechos que provocaron la Revolución de los Comuneros?

4. El doctor Reyes Echandía ocupó algunos de los cargos más importantes del Estado, fue magistrado del Tribunal Superior de Bogotá, trabajó en el ministerio de Justicia, además de ser Presidente de la Sala Penal de la Suprema Corte de Justicia y más tarde Presidente de la Corte Suprema de Justicia. Consulte brevemente ¿a qué se dedica cada una de estas cor-poraciones? ¿Cuál es su importancia para la justicia del país?

5. Uno de sus más grandes aportes en el plano jurídico fue el desarrollo de su tesis de las cuatro D, que planteaba la necesidad de renovar el Có-digo Penal. ¿En qué consistió esta tesis? ¿Cuáles eran los aspectos más relevantes de esta propuesta? ¿Qué opina usted de la viabilidad de esta propuesta hoy en día?

6. Uno de los hechos más dolorosos y vergonzosos de la historia de nues-tro país fue la Toma del Palacio de Justicia, ocurrida entre el 6 y el 7 de noviembre de 1985. Consulte acerca de las causas que provocaron este acontecimiento. ¿Cuáles fueron las consecuencias sociales y políticas de estos hechos para nuestro país? ¿Por qué para el doctor Reyes Echandía debía primar “la fuerza de la razón” sobre “la razón de la fuerza”? ¿Qué piensa usted acerca de estos hechos?