revista europea. - ateneo de madrid · 2007-04-25 · das y humildes quejas por su hambre diaria y...

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 68 \ 3 DE JUNIO Dli 1 8 7 5 . AÑO

HISTORIA

MOVIMIENTO OBRERO EN LA GRAN BRETAÑA.

CAPÍTULO IV. *Situación del proletariado de Escocia,—Sociedades cooperativas de cré-

dite mutuo.—Desarrollo de los bancos populares.—Procedimientosadoptados en el crédito a los obreros.—Diferencias entre los bancospopulares de Escocía y los demás bancos europeos.—Tendencias delos primeros á la fusión.—Su prosperidad en todos los tiempos,—Suinflujo en la agricultura.

Irlanda. Estado social, político y religioso.—Origen del feudalismo ter-ritorial.— Relaciones entre los propietarios y los colonos.—-Insimeccíones populares. —Cuestión agraria. —Reformas.—Fenianisino. —Asociación nacional.—Consecuencias de la agitación popular iniciaday sostenida por O'Connel! —Aparición de la cíase meiiia.—Idea! de la[evolución: abolición del estado feudal de la propiedad de la tierra yabolición de los privilegios religiosas y políticos do la aristocracia.—Consideracienes. — Expropiación de la iglesia anglicana.— Fraternidad<!e los obreros ingleses é irlandeses.—Manifestaciones populares enfavor de losfenianos.—Elecciones de diputados.

Nada ganó el proletariado escoces con que la uniónpersonal de Escocia é Inglaterra se convirtiera enreal, positiva y legal por el acta de 1707. Antes y des-pués de esta Union vivían los pobres de más de tres-cientos distritos á expensas de la caridad legal, y losobreros vivían en la miseria más espantosa, sin habi-taciones donde alojarse y con los pies desnudos. Hastatina época bien reciente los obreros mineros de Esco-cia carecían (íe personalidad; se vendían siempre conla mina donde trabajaban, y eran condenados terrible-mente si huían ó desapaiecían del lado del nuevocomprador. Únicamente cuando en la Gran Bretañase despertó la humanitaria idea de mejorar las condi-ciones de los jornaleros y remediar la triste situaciónde ios innumerables mendigos que por todas partesdaban el vergonzoso espectáculo de la degradaciónfísica, moral é intelectual de las clases bajas de la so-ciedad, aparecieron instituciones cuya naturaleza yorganización son semejantes á las de Inglaterra óIrlanda.

Sin embargo, necesario es que declaremos las gran-des ventajas que en estos últimos tiempos Escocialleva sobre los otros dos Estados en la instalación yfomento de las sociedades cooperativas de créditomutuo. Los bancos populares se han extendido tantoen aquella parte déla Gran Bretaña, que el crédito seofrece á lodos los obreros de inteligencia y moralidad

Véanse los números 55 y 60, pAginas 48 y 241 ,

TOMO IV.

conocidas. El procedimiento usual consiste en que elsolicitante del préstamo envia á la casa prestamistaun documento justificativo del cargo y data, entrada ysalida de los géneros de su comercio ó las obras de suindustria, de cuyas ventas hace en aquella un depósitoque le produce un interés variable del 3 al 4 y 5por -100. Conocida fundadamente la utilidad y el nego-cio del empresario deudor, el banco acreedor aumen-ta, disminuye!) sostiene el crédito reconocido al obre-ro para \g fundación do su empresa industrial ócomercial. Los bancos populares de Escocia son tanrospelados y queridos por las clases obreras, que nohan podido modificarles sus estatutos el Gobierno, elParlamento inglés y cuantos quieren ver en el cré-dito un medio económico reservado solamente á lasaltas, clases de la industria y del comercio. Se dife-renciad de los demás banco3 europeos en que no li-mitan sus operaciones al descuento de! papel, sino queabren crédito y adelantan cantidades A los obreros ne-cesitados de capital para el establecimiento de una in-dustria cualquiera, como ya hemos dicho, sin más ga-rantía que su presentación al Tesoro por dos ó tresclientes del banco que responden á la devolución dela suma pedida en el plazo prefijado. Tienen estosbancos populares una tendencia cada vez mayor haciala fusión, por lo cual disminuyen notablemente cadtaño, pero en cambio aumentan proporcionalmente lassucursales (800), á íin de que por toda la Escocia seafácil el crédito al pobre trabajador para los usos queestime convenientes.

Durmió mucho tiempo han discutido los economis-tas ingleses sobre la seguridad de los bancos popula-res. Los escoceses todos responden siempre con eléxito satisfactorio en medio de las grandes crisis in-dustriales y comerciales, así en dias de paz como enépocas de guerra. Mientras han quebrado con inmen-sas pérdidas los grandes establecimientos creados yfomentados por los capitalistas principales de Ingla-terra, los bancos de Escocia sostuvieron sus operacio-nes con regulares ganancias, demostrando así que elcrédito personal y colectivo es una poderosa fuerzaeconómica que sustituye con ventaja al crédito perso-nal é individual, del cual, por otra parte, casi nuncadisfruta el obrero necesitado. A los bancos popularesdebe la Escocia su progreso agrícola, de tal modo, queesta forma de la industria humana ha adquirido en di-cho país unos adelantos considerables. Allí la circula-ción efectiva es menor que la circulación legal, y todoel mundo sabe á qué atener, e acerca de la confianza

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562 REVISTA EUROPEA.—13 DE JUNIO t»E 1 8 7 5 . N.° 68que inspira la relación justo y proporcional entre el nu-merario y los billetes de los bancos populares. lié aquíla razón del relativo bienestar que hoy disfrutan losobreros escoceses, siempre dispuestos á usar del cré-dito para sus empresas mediante la caución, ó sea elsimple acto por medio del cual una ó varias personasgarantizan los prestamos señalados y recibidos. Si alpar de estos establecimientos de crédito, contamoslas muchas sociedades de producción y consumo quese sostienen bajo la forma cooperativa, habrá motivopara afirmar que las clases obreras de Escocia gozande las mejores condiciones económicas que con razóny sentido positivo caracterizan ó definen hoy el pro-greso social.

No así el proletariado de Irlanda, sobre el cual pa-rece quo pesa la maldición de la miseria eterna. Allí,donde la riqueza agrícola supera á la de otros paísesde Europa, el obrero cultivador vive en medio de lapobreza más humilde. En ninguna parte como en Ir-landa la pobreza se ha convertido en la indigencia másrepugnante y en la miseria más asquerosa, hasta elextremo de contar épocas tan funestas como el mesde Enero de 1838, en el cual murieron de hambre 134porsonas. Numerosas bandas de mendigos harapientospululan por aquel país, tan explotado por unos cuan-tos propietarios ricos, los cuales sostienen principal-mente su posición sobre otra clase más triste y des-dichada que la de los mendigos, yes la de los colonos.Vienen éstos alternando los (lias de la semana para supropia alimentación y la de su familia: pero ¡qué ali-menlacion! Unas cuantas patatas mal cocidas ó crudassirven—cuando las hay—de nutrición á personas quehnn empleado de las veinticuatro horas del dia, ca-torce, por lo menos, al cultivo de una tierra cuyos go-ces disfruta por entero el noble señor, que ni siquierase digna pensar sobre la negra suerte de su desdichadosiervo. Y no es la condición social lo que solamenteestablece enormes diferencias entre el rico y el po-bre, el señor y el colono, el propietario y el proleta-rio, sino la religión y la lengua que desde antiguostiempos vienen levantando y sosteniendo odios profun-dos y discordias interminables. Los primeros son pro-testantes y hablan inglés; los segundos son católicos yhablan el propio idioma de su país Así, en manos deaquéllos están el gobierno, la administración, la rique-za, y con tales elementos, mayor ilustración; tienenéstos por principal misión política y social la obedienciay el trabajo, y viven bajo una triste ignorancia sin pro-testar contra su suerte, no más que exhalando senti-das y humildes quejas por su hambre diaria y su infeli-cidad eterna, frente á la opulencia excesiva y la dichaconsiante de sus opresores, los señores feudales.

Aquí está el mal social de Irlanda. Sus inmensaspropiedades, sus grandes privilegios, sus poderes ab-solutos y teocráticos, son resultados de la fuerza en

los dias de la conquista de aquel territorio que inme-diatamente se repartieron en proporciones escandalo-sísimas. Al revés de Inglaterra, donde al lado del opu-lento y orgulloso lord está el audaz y rico industrial,y con éstos ó muy cerca, el entendido y laboriosoobrero, en Irlanda no hay más que nobles y plebeyos,ricos y miserables labradores que reciben la tierra me-diante una suma de dinero que han de satisfacer, no álos propietarios, sino á los agentes intermediarios ótraficantes especuladores, los cuales tratan directa-mente con el señor para el arriendo do sus tierras, áfln de dividirlas luego en más pequeños lotes que faci-litan el sub-arriendo entre los mismos que han de la-brarlas y cultivarlas. Recíbenla ademasen seco, sin se-millas que sembrar, sin instrumentos que usar, sin casaque habitar, sin medio alguno que facilite la salvaciónde sus intereses. Con tan malas condiciones, es reglacasi general que los agricultores no concluyan do pa -gar el precio del arriendo; y en este caso, se le ex-pulsa de la tierra que regó con el sudor de su frente,se le embargan los efectos encontrados en la chozamiserable que levantó para abrigo suyo, de su mujeró hijos, se le venden los instrumentos que pudo ad-quirir á costa de mil sacrificios; en una palabra, se leconvierte en un mendigo, cuando no le obligan á ha-cerse un ladrón.

Consecuencias naturales y lógicas de todo malestarsocial en un país degradado por el egoísmo de los po-derosos y la ignorancia de las masas, son siempre lasvenganzas personales y las violentas destrucciones dela propiedad. En Irlanda se han repetido en el pre-sente siglo las sangrientas escenas del pasado por losRockistas ó soldados de Rock, los Claristas ó subditosde Lady Clara, los Thrashers ó apaleadores, unos yotros sucesores de los White-Boys ú hombres blancos,asi llamados por usar como distintivo una camisablanca sobre el vestido, los cuales desde 1760 teníanpor objeto la destrucción de todos los obstáculos parala nivelación do fortunas y distribución de las tierrasque ellos solos trabajaban. De 1806 á 1840 se cuentanmás de doce insurrecciones formidables de los campe-sinos irlandeses confederados para la revolución social(reparto de la propiedad), la revolución política (eman-cipicion de Inglaterra) y la revolución religiosa(triunfo del catolicismo). Tales insurrecciones han es-tallado siempre después de vastas conspiraciones se-cretas que han esparcido el terror sobre los condadosseñalados como víctimas de sus odios tradicionales,sin que bastaran á disminuirlas ó contenerlas esasterribles persecuciones de la policía y los fusilamien-tos en masa que sobre sus afiliados llevaban á cabolos soldados de Inglaterra.

Cuando recientemente se han aplazado en Irlandala cuestión religiosa y la cuestión política, aquéllapor la abolición de la supremacía política de la iglesiaanglicana, y ésta por la reforma electoral, mediante la

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que se sientan en la Cámara de los Comunes de cientoá ciento diez diputados republicanos ó radicriles, todosirlandeses, la cuestión agraria es la única que vienelomando mayor incremento, hasta el punto de ser hoymás que nunca la amenaza grave que pesa sobre lasoberbia Albion. Sigue creyendo el campesino de Ir-landa que la tierra pertenece á quien la cultiva y sólomientras la cultiva, con tanta más razón para él, queni siquiera de vista conoce al propietario, el cual selimita á vivir en Londres sin cuidarse del estado demiseria extrema en que se encuentran sus colonos, áquienes juzga como parias ó idiotas. Aumentan éstoscada dia sus odios á los señores, los cuales á su vezles pagan con el desprecio más humillante y la máscruel indiferencia. Repítcnse los crímenes agrarios ennúmero que asusta y en proporciones cada vez másalarmantes, sin que apenas dejen huella para la poli-cía, en la que gasta anualmente el gobierno la sumaenorme de noventa á cien millones de reales. A faltade castigos impuestos por los tribunales de justicia,los ingleses extienden el bárbaro terror sobre Irlandaon fuerza de latigazos, aporreamientos, destierros,prisiones, deportaciones, horcas y fusilamientos. Peroaun así, y ayudados los ingleses por otras calamidadesque hacen de la verde Erin una lierra maldita dehambres, pestes y guerras, se logra la tranquilidadpública, ni menos la prosperidad material. Algo, enefecto, han influido para estos fines los proyectos deleminente estadista Giadstone, inspirado sin duda enlas prudentes doctrinas de Bright y de Stuart-Mill so-bre la revolución pacífica; así lo reconocemos, y noqueremos escasear justos aplausos á quien con ener-gía y vigor ha puesto la mano sobre ia santa propie-dad de los nobles señores de Irlanda, limitando susderechos y haciendo intervenir ai Estado en los con-tratos celebrados por ellos y sus colonos.

Pero es tan grande y tan antigua la injusticia de laraza conquistadora, que ya los vencidos no piensanni quieren otra cosa que la revolución violenta, ven-gadora, á la vez política, sociai y religiosa, en sentidoradical, ó sea de emancipación total, del modo ó en laforma que la han iniciado los fenianos. De ahí queéstos se vean perseguidos cruelmente: su patriotismoes para Inglaterra sinónimo de independencia; su idealeconómico sinónimo de comunismo; su ideal religiososinónimo de la destrucción de la iglesia anglicana. Laaltiva raza anglo-sajona sostiene una lucha implacablecontra la raza indígena, sin que le importo nada enesta guerra de exterminio despoblar la Irlanda de ir-landeses. ¡Quién sabe si está cercano el jia de su justocastigo!

Las condiciones económico-sociales de Irlanda hanimpedido hasta ahora que las clases bajas se agrupeny asocien para fines útiles á su trabajo. Han pensadom4s cu aprovecSiarse de la asociación para colocarsedentro de las garantías de la Constitución inglesa y

servirse de los medios políticos para destruir la aris-tocracia, causa principal de su malestar y miseria. Poresto los irlandeses nceplaron con gran entusiasmólaidea de una asociación nacional, predicada con pode-rosa fe é inmensa actividad por O'Connell, y sobre laque fundaron luego sus esperanzas. No es posibledescribir fielmente el grado de agitación que alcanzóla Irlanda con la asociación dirigida por un jefe tsninfatigable, tan popular, tan hábil y de tanta capaci-dad. Prueban la extensión de su organización, la soli-dez de sus principios, lo arraigado de sus sentimien-tos y la fuerza de sus pretensiones, sucesos como laelección de Clara; la emancipación de 1829; la rebe-lión contra los diezmos en 1831; la victoria de loscandidatos democráticos para la Cámara de los Comu-nes. Medíante una pequeña cuota que paga cada aso-ciado á su comilé respectivo, la asociación nacionalatiende á los gastos electorales y al socorro del cam-pesino que no ha querido violentar su conciencia vo-tando al candidato impuesto por el señor. De estemodo los irlandeses miran preferentemente la cues-tión política, pero sin olvidar o desatender la cuestiónsocial, no ya sólo por el remedio indicado, sino por elempleo de una parte de sus fondos en la creación deescuelas y asilos de beneficencia. Solamente el comer-cio y la industria producen cada dia mejores efectos,aunque esto sea contrastando con el tardío progresode la riqueza agrícola, hoy, como ayer, y siempre, enmanos de unos pocos señores que la devoran y consu-men solos.

A la asociación, pues, debe Irlanda su regeneraciónpolítica y social. Ya hoy no es un país todo compuestode siervos humildes é ignorantes en disposición deobedecer y cumplir en absoluto las órdenes de los no-bles ó los caprichos de sus amos; es en mucha parteun país que tiene algún conocimiento del derecho,que siente la libertad, y que abriga fundadas esperan-zas el» el principio democrático de igualdad. Hastaahora esa asociación es un elemento i'e orden; y aun-que se manifiesta muchas veces con propósitos con-trarios á las prescripciones legales, lo hace con pru-dente sentido y en vii-tud del derecho que asiste á losciudadanos de la Gran Bretaña para reunirse, asociarsey dirigirse pacíficamente á los poderes públicos, enpetición ó demanda de reformas legislativas que inte-resan al común. Allí se va levantando por sus propiasfuerzas una clase media ilustrada, industrial, comer-cial, trabajadora, que rehusando por de pronto la re-volución sangrienta y destructora, busca una soluciónque armonice los intereses de los gobernantes y losgobernados, de ias clases que gozan y las clases quesufren, con el fin de librar á un pais hasta aquí tandesgraciado de la horrible llaga de su miseria tocial.

La reforma que preferentemente reclaman no estanto relativa al desarrollo de la industria, al fomentode la emigración y al establecimiento de la caridad.

564 REVISTA EUROPEA.—13 DE JUNIO DE 4 8 7 5 . N.° 68oficial, como á la abolición del esLatlo feudal de la pro-piedad del suelo, y con ella la de los privilegios políti-cos y religiosos de la aristocracia irlandesa. Monopo-lizada siempre la tierra por los primogénitos de lanobleza, jamás llegaría á dividirse en justas propor-ciones que hiciesen posible su adquisición á los que lafecundan con su propio trabajo. Cuantos conocen bienla situación de Irlanda, niegan que pueda mejorar conla abolición solamente de los privilegios políticos y re-ligiosos que desde tiempos de la conquista vienengozando los nobles de aquel país. Es necesario á todacosta, por el mismo bien de Inglaterra, que el puebloirlandés sea, en poca ó mucha parte, propietario do susuelo; que el noble ó señor deje de ser el único posee-dor de la riqueza territorial. De nada sirve la protec-ción á la industria en un país donde apenas puede éstacrecer y desarrollarse; de muy poco también sirvenla emigración voluntaria ó forzosa y el socorro oficial;aquella, por la sencilla razón de que hay seis ó sietemillones de habitantes, casi todos pobres, indigentesó miserables, y no es cosa fácil remediar su situacióncon trasladarles de grado ó por fuerza á otro país;ésta, por la imposibilidad absoluta de su aplicación ála inmensa masa que habría de necesitarle y recla-marle. Repetimos, que el medio principal para el me-joramiento moral y material de Irlanda es una másjusta distribución agraria entre los cultivadores. Losprocedimientos para alcanzar este resultado social va-rían según que quienes los presentan sean revoluciona-rios ó no. Los primeros, formados primeramente porlos afiliados á las sociedades secretas ya mencionadas,luego por los fenianos é internacionalistas, quieren lametamorfosis radical, inmediata é instantánea del ar-rendatario en propietario. Participan de esta opiniónalgunos economistas y publicistas célebres de Ingla-terra, Alemania y Francia. Los segundos, compuestosen su gran mayoría de políticos que pertenecen alpartido whig ó progresista, y al partido radical ó de-mocrático, piden se den á censo entre los pobres lasinmensas tierras eriales que existen por Irlanda.Stuart-Mill se puso á la cabeza de este movimiento,el cual, de realizarse, dejaría establecidos unos con-tratos más equitativos que los existentes entre propie-tarios y colonos. Hay otros reformadores, que, pre-ciados de uu mejor conocimiento de la cuestión agrariaen este país, con más sentido práctico que los ante-riores , enemigos de la violación de ningún derechoparticular ó privado, refractarios á teda violencia yamantes sobre todo de la moral y la justicia, ven queel colono irlandés no puede hacerse dueño de la tierraque labra, por la protección de la ley civil á su indivi-sibilidad y grandeza en beneficio de los mayorazgos,de consiguiente reclaman como de urgente necesidadla abolición de éstos y la de las vinculaciones, con e!objeto de movilizar la propiedad, declararla enajena-ble, revestirla de crédito ó introducirla en el comer-

cio. Complétese así la reformo civil. El hombre delpueblo, el campesino, el labrador, el arrendatario ócolono, nunca podrá comprar ó adquirir grandes por-ciones de tierra por falta de dinero, ni pequeñas por-ciones mientras subsista su indivisibilidad, inconve-nientes que han de salvarse, y se salvarán de seguro,con desamayorazgar y desvincular los vastos dominiosdéla antigua nobleza.

Debemos colocar al lado de estos medios, dictadospor la razón y la justicia, otro que está reclamadopor el espíritu del siglo en todo país civilizado y libe-ral, y es la expropiación de la Iglesia. En Irlanda laIglesia anglicana tiene el predominio del culto, la in-fluencia de la aristocracia y una gran parte de la ri-queza pública. Es la religión legal, aunque funcionaentre escasos adeptos, pues los siete ú ocho millones •de irlandeses son todos fieles do la Iglesia católica, yso distinguen entre los demás de otros países por su feinquebrantable en la doctrina romana, y su ciega obe-diencia á los decretos del Sumo Pontífice y su respetoincondicional á los obispos. ¡Qué de trastornos revo-lucionarios ha producido esa tenacidad de los inglesespor mantener viva y potente la Iglesia protéstame allídonde todos ó casi todos son católicos! En vano elParlamento decreta reforma sobre reforma en las re-laciones de la Iglesia anglicana con el pueblo irlandés,unas veces disminuyendo el diezmo, otras modificandoó cambiando su forma de pago, otras autorizando suredención por metálico, otras convirtiéndole en unaclase de renta territorial, ora reduciendo el númerode obispos y párrocos, ora suprimiendo impuestosodiosos que pesaban sobre los católicos para el mayorlustre del culto anglicano , ya emancipando al colonode estas cargas eclesiásticas para trasladarlas sobrelos nobles propietarios, ya proyectando gravar al Es-tado con los gastos del culto y clero católicos, etc.Irlanda pide y quiere algo más que lodo esto, y es laabolición de la Iglesia anglicana, porque no puede nidebe tolerar la existencia legal de otra religión que nosea la católica, apostólica, romana, allí donde todossus habitantes son católicos, apostólicos y romanos.Entre los irlandeses más ilustrados domina la idea delibertad é igualdad de cultos, sea pagándoles el Estadoá todos por igual, sea no pagando el Estado á nin-guno, y por de pronto suprimiendo á la Iglesia oficialsus privilegios y propiedades, no para entregar aque-llos y éstas á la Iglesia católica, sino para que formenparte de la masa de bienes que hay necesidad de des-amortizar para su venta al pueblo.

Hé aquí las reformas civiles y religiosas predicadaspor los patriotas irlandeses, Las del orden político re-flérense á las expuestas con energía y elocuencia porO'Conneil y sus amigos de la asociación nacional sobrela organización municipal en sentido democrático, y laorganización legislativa por un Parlamento irlandés.La idea revolucionaria cunde más de dia en dia, y se

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propaga con visible entusiasmo por todo el pueblo.Últimamente, á la Asociación internacional de traba-jadores se debe la desaparición del antagonismo quedesde tiempos antiguos sostenían los obreros inglesesó irlandeses, hasta el punto de fraternizar hoy unosy otros para su emancipación social. Regístrense nu-merosas y repetidas manifestaciones de las clasesobreras de Inglaterra bácia los socialistas de Irlanda,vulgo fenianos, tan de continuo perseguidos por losgobiernos liberales y reaccionarios. Tales manifesta-ciones significan mucho, si se considera que la aspi-ración de los fenianos es hacia la abolición completade un patronalo insoportable y una protesta contra-ía apropiación de la tierra por los lores. Muchos deeüos van más allá de las reformas que anteriormentehemos indicado; toda la tierra, dicen, ha de ser pro-piedad de la nación entera , inalienable por los indivi-duos, y solamente dada en posesión á los trabajadoresagrícolas; es decir, que á la vez de estirpar el cato-licismo y el anglicanismo, quieren la república de-mocrática y social, fundada sobre !n propiedad colec-tiva del suelo; doctrina intemacionalista, muy propa-gada ya en Irlanda, donde la predican ilustradosadeptos en numerosas reuniones, y la defienden cua-tro periódicos. Pero debemos notar que la agitaciónfeniana no procede solamente de Irlanda, ni que tam-poco está sostenida las más de las veces por los obre-ros ingleses, que son enemigos del feudalismo terri-torial. Allá en los Estados-Unidos de América tienenasiento y funcionan casi públicamente los comitésprincipales del fenianismo. Al fin do aquella guerraespantosa, en que lucharon de un lado los abolicionis-tas de la eselaviíud y de otro lado !os partidarios deesainstitución infame, los emigrados irlandeses se asocia-ron para socorrer con toda clase de medios á sus com-patriotas, eligiendo entre ellos los que más pudiesenperjudicar á Inglaterra. El comité supremo se orga-nizó en ISew-York, y de aquí partieron armas y dineropara insurreccionar á los campesinos irlandeses, ypromover motines en el Canadá, y desórdenes en losgrandes centros industriales de Inglaterra. Al par queno cesan las persecuciones del Gobierno inglés á losfenianos, aumentan éstos prodigiosamente, y ya loscondados de Limeriek y Tipperary han respondido ála conducta opresora de los agentes británicos con laeeccion de un feniano, O'Donovan Rosa, para miem-bro del Parlamento. Y no para aquí la agitación; por-que las multitudes socialistas recorren el país condadopor condado á cada elección, pidiendo el triunfo deLuby, Malcali y otros, que han pagado en las cárcelesy en la emigración su delito de patriólas y amantes dela emancipación del proletariado irlandés. ¡Así hoy soconduce este pueblo, harto ya de una larga vida de in-justicias y sufrimientos!

JOAQUÍN MARTIN DE OLÍAS.

LA COMPARADA CON EL HOMBRE.AI'UNTKS K1L0SÓF1C0-MÉDIC0S..

viii. *DKL AMOIt MATKRNAL.

Todas nueslras aficiones son inspiradas por elplacer; sólo el amor maternal naco del sufrimiento.Las molestias de la mujer durante el embarazo, losdolores en el parto, el aspecto repugnante del re-cien nacido, más parecido á un ser desollado, que áuna criatura viva, parece debieran inspirarla ciertaaversión, considerando al nuevo ser como un maldel cual acaba tío librarse, sin que su corazón puedaser tampoco conmovido por el atractivo de las for-mas ni por la voz, ni por otro encanto visible; ysin embargo, excitada por los sufrimientos, tem-blando aún de las angustias y conmoción del trs-bajo del parlo, lo limpia, le acaricia, le toma en susbrazos, lo envuelve en sus ropasy le aproxima á suseno para darle el calor de que tanto necesita; nodescansa dia y noche con el cuidado y temores quela ocasiona, y en cambio de tantos sacrificios, recogí:solamente llanto y gemidos. Esta fuerza, más pode-rosa que el dolor y el disgusto, no es otra cosa queun ciego instinto que pertenece á la planta, al in-secto, al pájaro y al cuadrúpedo, lo mismo que á lamujer: ley inmutable de la naturaleza, ley do con-servación, estimulo irresistible al que ningún sersobre la tierra puede sustraerse y al que la natura-leza ha conliiulo la vida. En los seres más perfectos,esla fuerza inteligente se asocia á las pasiones, du-plica su potencia y llega basta hacerlas industriales.Todos los animales velan con ternura el fruto desu unión; en éstos es más interesante el estudio delinstinto maternal, porque no se halla alterado, comoen la'especie humana, por las instituciones sociales.

La tortuga suple con la astucia la lentitud de susmovimientos de progresión, poniendo sus huevosen los sitios más apartados é inaccesibles; la hembradel caimán, después de ocultar los suyos entre laarena, no les pierde de vista, defendiéndolos contodas sus fuerzas de la avidez de los negros. El pá-jaro construyo su nido sin que sepa que va á dará luz cosa por que ha do tener el mayor cuidado, en-volviéndolo y reforzándole con suave cubierta, sinque le sea conocida tampoco la delicadeza de sushuevos; los empolla luego permaneciendo inmóvildurante semanas sobre aquellos cuerpos fríos é in-sensibles, y sin saber que contienen seres semejan-tes á ella. Comenzada la postura, cambia de cos-tumbres y carácter, y su afectuosa solicitud la

• Véanse los números 02. 05, 04, 65 y 60, paginas 326, 365, 408,444 y 487.

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expresa solamente por un tierno y misterioso silen-cio. Una vez que sus hijuelos han salido á luz, lamadre y el padre les suministran su nutrición y lesííiiíinlan de sus enemigos; á la vez cantan, se ale-aran, se inquietan y se desesperan. La madre com-prende y satisface todos los nacientes deseos de supequeña familia; pero sus trabajos, penosos y agra-dables, quedan sin recompensa, puesto que ningunalernura filial corresponderá jamás á las maternales.En fin, esto sentimiento profundo, que atrae irre-sistiblemente á todo ser vivo hacia sus descendien-tes, se manifiesta, en toda su 'fuerza, hasta en losmás ñeros cuadrúpedos, como el tigre; y se ase-gura que un viajero, que años hacía había cogido unpequeño leoncito, fue reconocido por la madre,quese arrojó sobre él, habiéndose visto muy mal suscompañeros de viaje para librarlo de la fiera.

Aunque los seres vivientes nazcan débiles, inop-los, ó cercados de enemigos, ó, como suele decir-se, sobro un campo de batalla, nacen en seguridad;porque el amor maternal les cobija con su previsióny adhesión la más completa. Centinela avanzado,vela al lado de cada cuna, no sólo para la conserva-ción de éste ó el otro individuo, de este cuadrúpedoó de aquel pájaro, sino para la realización de estagran obra de la naturaleza, que quiere que todomuera y que nada perezca, que todo nazca y nadasea inmortal. Cualesquiera que sean las necesidades<le todos los seres, su ferocidad y sus extragos,cualesquiera que sean las exigencias de la muerte,el amor maternal queda vencedor sobre el globoque renueva. Por él la planta se resume en su gra-no, el insecto en su huevo, el animal en sus peque-ños, siendo á la vez origen do la vida y límite de ladestrucción. El amor maternal es el más tierno sen-timiento de la naturaleza animada; es el movimientomás dulce y más generoso que ha podido emanardel instinto de reproducción: en él se encuentrairrevocablemente apoyada y segura la conservaciónde las especies vivientes. Al contemplar á la jovenmadre cerca de su tierno hijo, parece que el Creadorla ha ¡nfimdido su aureola protectriz, y hasta que suexistencia ha sido trasportada al nuevo ser; nadasehalla de personal y propio en cuanto experimenta;dejando de vivir para sí, vive para el ser que la re-nueva.

Es indudable que el amor maternal es una incli-nación primitiva y fundamental en la economía ani-mal. La mujer adoptada por el salvaje, nutro siem-pre á sus hijos con propia leche; y en las marchaslargas y penosas que emprende, lleva dos ó mássobre sus hombros, que, cubiertos malamente, seencuentran dulcemente asidos, y ella se deleita enconllevar tales fardos. La mujer salvaje jamás mal-trata á sus hijos y, cuando son enfermos, no sólo noles abandona, sino que, entonces como nunca, les

colma de cuidados y caricias. Cuando muere algu-no, se arrodilla en su tumba y llora amargamenteel tesoro que ha perdido, quedándose inmóvil nopocas veces, durante algunos días, sobre la tierraque cubre á tan querido despojo, y su aniversario esconstantemente para ella un dia de duelo.

El amor maternal da tal valor, que parece ser su-perior á las fuerzas naturales, siendo tan duradero,cuanto pueden exigir las necesidades de los hijosde la protección de su madre; frecuente es ver pe-queños y débiles seres soportar sufrimientos y aco-meter peligros que maravillan al hombre; perotambién hay casos, en que, el instinto do la mater-nidad, que hace tales portentos do bravura en losseres de complexión débil y tímida, produce pusi-lanimidad, temor, y hasta terror en las fieras másferoces. El que ha sido cazador de osos habrá vistocon demasiada frecuencia los horrores producidospor estas ñeras, especialmente la hembra, cuandose persigue ó se han cogido sus cachorros; peroalguna vez, como á mí me ha ocurrido, habrá vistocon la mayor sorpresa, que acosada esta fiera, nohallando salida para la defensa ni huida de sus hi-jos, los ha tomado en sus brazos, llenándolos decaricias y dando gritos lastimeros, con que parecíaimprecar perdón para sus tiernas criaturas. Alguienretiró su arma de la puntería, conmovido por tantierna escena; otros remataron á tan sublime ma-dre, que, aun en medio de la agonía, continuó sos-teniendo á sus hijuelos!

En la especie humana el amor maternal desen-vuelve más energía, y si bien no puede ser ma-yor, es, al menos, más interesante, porque estesentimiento se extiende y se perfecciona en mediode las relaciones en que nace. Como el instinto derelación ó sociabilidad lo embellece todo , nadaiguala al encanto que la educación imprime á estaespecial afección; todos los proyectos que por él sotienen son verdaderos placeres, y todas las fatigasque proporciona se convierten en satisfacciones.La mujer nacida en la (¡laso de buena educación so-cial, no limita su tarea á los cuidados materialesque exige la conservación corporal de su hijo, ade-más so ocupa en engrandecer su inteligencia, enformar su moral, en inculcarle todos los atributosde su espíritu, en imprimirle toda la sensibilidad desu alma, revistiéndole de su carácter, dándole suidioma, el timbre de la voz y hasta el juego ino-cente de su fisonomía naciente; ni á uno solo desus movimientos deja de facilitarle la gracia: deeste modo tan complejo y no menos completo escomo influye en sus futuros destinos.

El verdadero amor maternal, como amor huma-no, comienza donde concluye el animal; la mujerno puede llegar á ser madre, según la ley moral dela naturaleza, hasta tanto que trabaje en desenvol-

N.° 68 S. G. ENCINAS.—LA MATERNIDAD. 567ver el alma de sus hijos. Su misión sobre la tierrano es Irt de procrear un ser lúpcdo ó ¡nloligonlu; elmundo y la sociedad la exigen un hombre completo;nn hombre cuyas pasiones participen de lo bello óinfinito; que sepa ser buen hijo, elegir su compa-ñera, inspirar á sus hijos, y en fin, que sepa sacrifi-carse por el deber y la virtud. En la maternidad haypara la mujer un doble deber, así como para elhombre hay un doble nacimiento; nacer á la vida,es nacer solamente al placer y al dolor; nacer parael amor de la humanidad, es el verdadero nacer, yeste segundo nacimiento nos le debe nuestra ma-dre, si es que quiere gozar de otro bien más impor-tante que el de vernos respirar y digerir; de aquelbien que Shakspeare expresó lan bien por boca deuna madre, al decir: «Experimenté mucho menosplacer cuando lo sentí nacer, que cuando lo vi prac-ticar una acción de hombre.» Seguramente que lamujer no estará, ni está, al menos en nuestro país,bastante convencida de su doble misión, de su du-plicada lactancia, material y moral, para que puedallenar y satisfacer cuanto abraza y comprendo elamor y el deber maternal. ¿Quién sabe si en estatan grave falta so hallará la causa de la carencia desentimientos elevados, patrióticos ;, desinteresadosque se nota por todas partes y en todas las capassociales? Que este defecto existe, es indudable;pero, no obstante, la responsabilidad correspondeal hombre; al hombre que la adula, á todo el que lamiente, porque es á quien cree.

No hay nada do reflexivo, todo es espontáneo enel amor de una madre. Hacía falla que la naturalezaenvolviera tan tierno misterio con todas las ilusio-nes del bien más completo; porque si tic antemanosupiera todos los escollos que amenazan su exis-tencia, así como la importancia que alcanzan susdeberes, no habría mujer que no temblase ante lapeligrosa y difícil tarea que le había sido impuestapor la naturaleza.

Una madre es el modelo de las virtudes que tie-nen su asiento en el corazón; la ternura, la a lec-ción, la paciencia y la devoción son inseparablesde la idea de madre. Entre los antiguos, una mu-jer sin el título de. madre era considerada en des-gracia del cielo; y en todo tiempo la mujer ha sidoorgullosa con este título. Por él solamente la en-contramos hoy superior al hombre. Doncella, elmás débil ruido, la presencia de un insecto la hacenpalidecer do miedo; pero, una vez madre, su valorse manifiesta á toda prueba, y hasta no temeríaarrojarse á las garras de un león para arrancarle ásu hijo. En este superior estado de su vida se des-envuelve en ella una nueva potencia, una fuerza decarácter que le era desconocida. En lo sucesivo, yaun en medio de las mayores desgracias, amará lavida, no por sí misma, sino por la de sus hijos, im-

portándole poco sor desgraciada con tal que puedallegai" á ver la felicidad de aquellos. Impértanlonada sus privaciones, sus sufrimientos, siempre quenada falle á los mismos y so oiicuonlren satisfechos.

En sus lujos, la madre amará lo mismo sus defec-tos que sus cualidades, listo sentimiento maternal,ciego para cuanto le rodea, absorbe todas susideas y sus sensaciones, no viendo en el mundootra cosa que lo que á él se refiere. Por eso amon-tona sobre la cabeza de su hijo toda clase de votosy de esperanzas; unas veces ve en él un gran magis-trado, un general, y ¿quién sabe? hasta un emperador;porque la madre rodea la cuna de su hijo con los másbellos desvarios, lina apariencia solamente do enfer-medad la hace temblar por su vida, y si un verdf,-clero peligro se le declara, ¡con qué apuro no reclamael auxilio facultativo y el del mundo entero, puesnada le basta! Parécete que no hay nadie que nopueda inleresarse por tan débil criatura. ¡Con quéfervor no invoca la protección de l);os y de los San-tos! El marinero más religioso, durante la terribletempestad, no es tan piadoso como una madre cuan-do tiene a su hijo enfermo de gravedad!

En el amor materna] todo es extremado; poro,por penosas que lleguen á ser las fatigas y quebran-tos, cuando alcanzan su lin, son lo más dulces parael corazón que las experimenta. Yo he visto á unadesgraciada madre, cuyo I ionio hijo corría el peli-gro inminente de sucumbir á una viruela confluen-te, hacerle la succión de las pústulas con sus mis-mos labios, proporcionándole de este modo aquellalimpieza tan necesaria en el curso de esta enferme-dad, y empleando este medio tan suave, tan fino ytan delicado, pero á la vez tan repugnante, junta-mente que rodeándole de todas clase de cuidados,sin dormir ni un solo ¡listante, logró arrancarlo delos brazos de la muerto. Es indudable que , si áesta^iadre no la hubieran alcanzado tantos sacrifi-cios, los habría apurado todos, incluso el do darlosu vida y su alma.

Me parece haber dicho bastante acerca de este in-agotable sentimiento, al cual debe el mundo su dura-ción; sobre esle amor tan constante y tenaz, sobreesta pasión atractiva, la más natural y rica en emo-ciones, ipie crece con las contrariedades y sola-mente cesa con la exislencia: el amor se embola, laamistad se altera, la ambición so debilita; pero enel amor maternal hay algo imperecedero que losostiene siempre en el mismo grado.

IX.

l)B L \ 11ATERMDAII KN líl, MCM)O OROÁMCO Y MORAL.

La maternidad engrandece como nada la influen-cia de la mujer y eomplela el cielo de su existen-cia, asignándola la verdadera misión que la Provi-

568 REVISTA EUROPEA.—13 DE JUNIO DE 'I 8 7 5 . N.°68ciencia la lia confiado; y es ¡negable que somos más11 ¡jos de nuestra madre que de nuestro padre.

Cuando evocamos ante nuestra conciencia la per-sonalidad maternal, cuando pronunciamos el sólonombre de madre, todos cuantos recuerdos de be-neficios, de cariño y adhesión se hallan ligados áeste nombre como cortejo inseparable, nos causant.iil respeto, que no acertamos, ni á concebir si-quiera, que la falte un solo derecho más al mismo,que aún pudiera serla reclamado.

En nuestra conciencia, en la de los hombres decorazón más escéptico, encontraremos siemprecierta especie de culto para el litulo de madre. Siá un joven sin te, cuya fantasía se consume en sa-I ¡rizar la virtud de la mujer y que se rie de lamisma como de una vulgar preocupación, se le diceque su madre fue débil algún día; este escépticojoven enrojecerá de indignación; desmentirá al queasí le hablare, y le provocará tal vez; no habrá en élmi sólo sentimiento que no se levante á protestar(IR la oí'ensa. Un ilustre sabio, por cierto contempo-ráneo, ha demostrado que la mujer que aún no hallevado en su seno á un ser humano, es mujer in-completa, y frecuentemente enferma ó valetudina-ria: no basta que la mujer sepa amar, no es bas-Iante que llegue á ser esposa, es necesario que seamadre. A la manera que el espíritu no alcanza todasu fuerza si no pasa por medio de las pruebas amar-gas de la vida, así también el cuerpo de las muje-res no alcanza todo su desenvolvimiento, sin las fa-ligas y trabajo de la gestación. La misma lactancia,tarea tan ruda, renueva los órganos, que parece do-hííi consumir; el pecho se dilata, se ensanchan loshombros y hasta la cabeza se eleva sobre el cuellomás recta y más flexible; la mujer, en fin, sólo semanifiesta acabada criatura á nuestros ojos,llevandoun hijo en sus brazos. El teatro, que ha represen-lado mujeres adúlteras, hermanas envidiosas y ene-migas, hijas parricidas, jamás lia osado atacar lapersonalidad de la madre: ella sola es aquí bajo unDios sin ateos.

Sin embargo, y á ]tesar de tan común acuerdo enconsideración á la maternidad, la ciencia, durantecuatro mil años, puede decirse que hasta el pre-sente siglo, ha negado á la mujer el título de ver-dadera madre, de madre procreadora. Este hecho,tan curioso como importante, merece un profundoexamen, porque en él se funda la emancipación dela mujer entera.

En efecto, en la legislación oriental primitiva, selee: «la madre no procrea, tan sólo es portadora delproducto de la concepción ó de la criatura; en unapalabra, en la función de la generación y reproduc-ción es pasiva.» Para explicar esta enigmática blas-femia, hé aquí la teoría: «Cuando en estación con-veniente y en campo bien preparado se siembran

granos maduros, éstos bien pronto se desenvuel-ven, convirtiéndose en plantas de la misma especie;importa poco que la semilla sea de arroz ó cual-quiera otra, el campo dará lo que se le haya echa-do, porque él no entra por nada en la naturaleza delas plantas, sólo contribuye á su nutrición, y la si-miente en su vegetación no adquiere ninguna delas propiedades de la tierra. Lo mismo sucede enla reproducción de los seres humanos; el hombrees la semilla ó el grano, la mujer es el campo. Lamujer no determina el carácter del hijo; se concretaá dar lo que ha recibido, y la criatura nace siempredotada de las cualidades del padre que la ha en-gendrado» (Leyes de Manu). Si del antiguo Orientepasamos á Grecia y leemos al gran naturalista y filó-sofo Aristóteles, también hallamos escrito: «el pa-dre es sólo creador.» Pasando á la Edad Media ybuscando en la ciencia de las ciencias, en aquellaépoca, la opinión del teólogo y filósofo Santo Tomás,nos hallamos con que dice, en el capítulo del ordeny de la caridad: «el padre debe ser más amado quela madre, atendiendo á que es el principio activo dela generación, mientras que la madre es solamenteprincipio pasivo.» Otros sabios y naturalistas de iossiglos siguientes, tomando apoyo en la génesisIdia, han ido más lejos, sosteniendo la siguientedoctrina: «Adán contenía en sí mismo, no sólo áCaín, Abel y sus hermanos, sino á todos los sereshumanos que han nacido desde el principio delmundo y á todos los que nazcan hasta el fin. Encuanto á la participación de Eva en la perpetuaciónde la especie humana, es la misma de la tierra alrecibir y nutrir las semillas y las plantas. Eva, se-gún tales sabios, no es más que una nodriza.

Si este hecho fuera cierto, si Dios le hubiera de-cretado, si la obra que parece ser más completa-mente obra de la mujer, no la perteneciese; si lacriatura que lleva en su seno durante nueve mesesno es su criatura y sí únicamente una especie de de-pósito; si el seno maternal, cuna divina que se estre-mece, gime y ama, no es más que un receptáculoinerte, sin influencia y sin derecho de creación so-bre el ser que ha recibo, la mujer no podría alcan-zar en el mundo más que el papel de una criaturaínfima y secundaria; un accesorio útil, pero nadamás. Esta consecuencia es tan rigorosa, que en lospaíses donde semejante doctrina ha prevalecido, elanatema que arroja sobre la madre, ha pasado dela ciencia á las leyes y de éstas á las costumbres.

La ley india dice: «el respeto á tu padre te abrirásolamente el mundo superior de la atmósfera.» Elamor al padre era un deber religioso; el de la ma-dre un acto de gratitud humana. En Grecia, el areó-pago, tribunal supremo, que puede decirse que re-presentaba la justicia de aquel tiempo, se inaugurócon la absolución de un hombre que había asesi-

N.°68 S. G. ENCINAS. LA MATERNIDAD. 569

nado á su madre, proclamando este principio: lamadre no crea á su hijo.

En el mismo mundo moderno sólo el nombre delpadre pasa á sus descendentes; y cuando fue insti-tuida la nobleza, sólo era trastuisible, como reglageneral, por los padres; y hoy mismo, en todas lasclases, el derecho de dirección pertenece sola-mente á los mismos.

La ciencia, que es el alma del derecho y el espí-ritu de las leyes y costumbres, se hallaba, respectoá esta cuestión tan importante, en el atrasamientoque ya he indicado, cuando una voz llena de auto-ridad vino á protestar contra tan impío sistema. Eldoctor Serres, inspirándose en trabajos de otrossabios, conocidos unos, y otros por conocer aún,ataca enérgicamente esta caducidad de la madre.Armado este eminente íisiologista de todos los re-cursos que le habían prestado la ciencia y la indus-tria modernas, reclamó para la mujer su verdaderolugar en la creación, alcanzando para la madre sutítulo de procreadora.

Efectivamente; la ciencia del pasado decía: «Elseno materno recibo el ser creado ya, y la apari-ción sucesiva do los órganos fetales no es más queel desenvolvimiento de los mismos que ya existíany que nos ocultaba solamente la debilidad de nues-tra vista.» La ciencia moderna, engrandecida por elanálisis, ha demostrado: que para la evolución delnuevo ser es indispensable el concurso y el contac-to del producto hembra, llamado óbulo, y del pro-duelo macho, que, en su síntesis, es el zoospermo;que verificado su contacto, su compenetración, laevolución del nuevo ser da principio en el óbulo óproducto de la hembra, en el que aparecen los pri-meros elementos, los primeros tejidos y los prime-ros órganos del embrión; y por una ley de evoluciónsucesiva, el nuevo ser, derivándose del simpleutrículo, célula ú óbulo fecundado, llega á su gradode desarrollo perfecto, habiendo pasado por todoslos inferiores, de tal suerte que parece construidopieza por pieza ú órgano á órgano hasta llegar á sucompleto desenvolvimiento. La madre, pues, con-curre al primer acto de evolución del nuevo sor conun producto orgánico viviente de larga y costosaelaboración, que no puede menos de tener tanta ómayor importancia que el del padre, (tuesto que enél mismo principia el desenvolvimiento. Desde elprimer impulso de la fecundación, la evolucióncompleta del nuevo ser, la do cada elemento, cadatejido, cada órgano, sistema y aparato es sosteniday costeada por el plasma materno, por la sangre ycon el organismo enlero de la madre hasta que llegaá alcanzar el tipo humano completo. Muy al contra-rio á la doctrina oriental, y á la antigua ciencia,resulta como un hecho comprobado que la madre,no sólo toma una parte igual, sino mayor y más im-

portante que la del padre en la creación de su pos-teridad y propagación de su especie.

Multitud de ejemplos, sacados de la historia natu-ral de las plantas, de los animales y del mismohombre, demuestran patentemente esta potente ac-ción maternal. Tómese un geranio rojo y otro negro,aunque sea el llamado rey de estos últimos, intro-dúzcase el polen del uno en el pistilo del otro, yresultará una nueva especio híbrida: pues bien, casisiempre, esta flor híbrida reproducirá el tipo ma-terno más.bien que el paterno, es decir, que si elgeranio rojo es la ñor hembra, el híbrido tenderá alrojo también, y las ñores que del mismo nazcan seirán aproximando cada vez más á esta especie.

llágase el cruzamiento de un caballo y una burra,y resultará el tipo... macho, que tiene más de asnoque do caballo; al contrario, crúcese una yegua conun jumento y se obtendrá el mulo, que se parece ytiene más de caballo que de asno.

En fin, lo mismo sucedo con las razas humanas.Cuando un pueblo conquistador se posesiona detierra extraña ó de otra nación, resulla que de sualianza con las mujeres indígenas, después de algu-nas generaciones, el pueblo que resulta de estecruzamiento reproduce los caracteres, no de la razaconquistadora, sino de la conquistada, habiendo ab-sorbido las madres el tipo paterno. De aquí, sinduda, la profunda idea de Etieune Pasquier: «Z«sGaulia hace los galos.» •

Este poder de las madres, en trasmitir ala poste-ridad su carácter típico, prueba sin réplica su acciónen la generación humana, y do este poder las vienela magnífica prerogaliva de volver los tipos diver-sos de la naturaleza, cada uno á su individualidadpropia. Ellas son las conservadoras de todas las ra-zas, sino creadas, al menos existentes, esto es, detodo cuanto hay de original, de característico y devariad» en la naturaleza humana.

Tal es el papel de la maternidad en la naturalezafísica; la moral nos ie revela más grande aún. Porel amor maternal, el animal llega á la especie hu-mana; por el mismo, ésta llega á la naturalezadivina.

¿Üuó padre podrá haber que se atreva á compararsu terneza á la de una madre? No pretendo negarlaafección paternal, pero la paternidad para el hombrees casi un accidente en la vida; para la mujer lamaternidad es la vida misma. Seguramente quequienes las niegan el rango ó categoría de procrea-doras, no han visto jamás á una madre recibir ensus brazos á su hijo recién nacido; ni seguirle en susprimeros pasos, escuchar su primera palabra ó re-cibir su último suspiro! Cuando el hijo muere, supadre llora, [tero generalmente el tiempo no respetaen él más este dolor que los otros; la madre sufreuna herida que jamás5 cicatriza. Encuéntrense con

S70 REVISTA EUROPEA. 4 3 DE JUNIO DE \ 8 7 5 . N . ° 6 8

EL DERECHO POLÍTICO ROMANOHASTA LOS TRABAJOS DE TEODORO MOMMSEN.

Enrique Heine, que como su ilustre compañeroISyron á su numen poético reunía notables conoci-mientos históricos y singular perspicacia, dijo encierta ocasión, que el carácter romano de los tiem-pos de la República era una mezcla de rudo bando-lerismo y de sutileza de leguleyos que calificó desoldadesca casuística; y tan atrevida frase encierramás verdad que muchas historias de Roma que cor-ren acreditadas. Indudablemente: la confusión delas funciones de justicia con las de combate, el ma-nejar simultáneo del filo de la lógica jurídica y delde la espada guerrera, es rasgo saliente de aquelpueblo hasta tal punto que, combinado con el arrai-gado temor de los dioses (que también participaba

frecuencia semblantes femeninos marcados por elmás acerbo dolor; su palidez, su dulzura, el desfa-llecido acento de su voz, su frente inclinada sobre elpecho, y su misma sonrisa, en que se nota estánpróximos á llorar, reflejan algo profundamente he-rido, que parte el corazón. Si se averigua la causade tal pena, resulta casi siempre que son madresque han perdido á su hijo en la flor de su edad. Unapobre mujer, en la agonía ya de una cruel enferme-dad, que también la había arrebatado á un hijo dodiez años, exclamaba: «¡Cómo ha debido sufrir mipobre hijo!» Torturada por su propio mal, sólo pen-saba en el que había sido sufrido ya por otro! Héaquí el amor maternal: sin igual en la creación, naceen un instante, inmenso, sin límites y sin cálculo;lan potente, que trasporta á la que lo experimentamás allá de las leyes de la naturaleza, haciendo deldolor el placer, de la privación la satisfacción, y nopor accesos como el amor, sino constantemente ysin intermitencia; y como último milagro, renuevael ser entero de quien le experimenta, sirviéndolede educador. Por él la mujer coqueta se hace seria;la que es poco previsora reflexiva; él esclarece ypurifica; da virtud ó inteligencia lo mismo que amory devoción: en una palabra, es el corazón humanoen todo su ser.

En fin, nada hallo tan oportuno para pintar lafuerza y el instinto del amor maternal, como aquellasublime respuesta que la madre, que acababa deperder á su hijo, dio á su confesor al recordarlaéste el sacrificio de Abraham impuesto por Dios:¡Dios no habría jamás exigido este sacrificio de unamadre!

I)R. ENCINAS,Catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid.

de colorido jurídico), viene á constituir la esenciade Roma.

Determinar la síntesis de los complejos efectos deestos tres elementos, guerrero, jurídico y religioso,y establecer las bases fundamentales de una histo-ria ecuménica en el verdadero sentido de la pala-bra, que abrace el mundo antiguo en todas las rela-ciones que al moderno interesan, es trabajo que hanemprendido algunos eminentes sabios de nuestraépoca con más empeño que todos los precedenteshistoriadores. Hasta ahora estos esfuerzos distanmucho de alcanzar su objeto en lo tocante á lo quellamaban los romanos «cosas divinas», y su oscuroculto sacro muéstrasenos como una de las formasmás rústicas del Politeísmo. Discernir cómo tal su-perstición se avenía con la lógica del derecho for-mando una red que envolvía á la vez el derechoprivado y el derecho público; investigar cómo entrelas mallas de esta red tejida por los sacerdotespolíticos pudieron vivir aquellos ciudadanos enre-dados de buena fe por espacio de tantos siglos, hastaque el espíritu libre de la Grecia penetró en las cla-ses superiores; averiguar cómo se concillaban encada caso particular las exigencias políticas ó mili-tares con las prescripciones de los sagrados ritos,que lo mismo en los campamentos que en las re-uniones populares debían observarse; en una pala-bra, las cuestiones relativas á la condición sistemá-tica de la religión romana, á su dominio sobre lasalmas, á su influencia sobre el gobierno del Estado,están aún todas por hallar solución satisfactoria,á pesar de los trabajos de Niebuhr.

Los abundantes materiales acumulados por esteautor y los que le han sucedido, para esclarecer elconocimiento legal de la vida pública de Roma, nose han utilizado durante largo tiempo, ni se ha pro-ducido obra alguna que suministre á los historiado-res, ni siquiera á los filólogos, un cuerpo de doctri-na, un punto de vista general del derecho político,á propósito para penetrar en el organismo constitu-cional y juzgar de sus funciones. El trabajo do Nie-buhr, en su forma sustancial, no es adecuado á estefin por muchas razones y, entre otras, por el geniocaracterístico del escritor. No carecía de talentosdidácticos este gran investigador para la ense-ñanza oral; lo probó en los capítulos de su primeraobra, ajustados á las lecciones que pronunció enBerlín, y lo reveló con más brillantez todavía en lasexplicadas en Bonn y publicadas después. Pero encuanto se armaba de la pluma, amenguaba su liber-tad de acción: pretendía, al escribir, fijar los puntoshistóricos con sus mutuas y parciales relaciones, yen las que cada uno de ellos tuviera con el conjun-to; mas se quedaba sin lograrlo, por no someterse álas inviolables leyes de la perspectiva, á las que tie-ne que ceder todo escritor si ha de realizar su ob-

N.° 68 J . BERNAYS. EL DERECHO POLÍTICO ROMANO. 571

jeto. En vez de ordenarlos y distinguirlos como sepropusiera, amontonaba los elementos históricos.Algunos trozos de su obra, que tratan de las insti-tuciones y problemas legales, no contienen materiabastante esclarecida ni completa; y al diseñar elcuadro político de Roma, traza tan sólo líneas, di-recciones y sentidos aislados que son exactos casisiempre, pero no recogidos bajo su necesaria uni-dad. Aparte de esto, y aun cuando Niebuhr hubieraposeido el clon de exponer con la mayor claridad, yhubiera dado á su obra la extensión debida, falta-ría saber si él ni otro alguno, teniendo el propósitode no abandonar el hilo de los sucesos, hubieraconseguido acomodarse por completo á las condi-ciones de sistematización del derecho político.Téngase en cuenta, que al propio tiempo que la mo-derna historiografía ha ensanchado sus dominios ypide un lugar para todas las manifestaciones de lavida do los pueblos, á cuyo fin conviene dejar al-guna latitud y licencia respecto al orden estricta-mente cronológico de los acontecimientos, conti-núan siendo preceptos ineludibles de toda obrahistórica la verdadera sucesión de los hechos y lasevera unidad del relato; preceptos cuyo olvido ótransgresión harían correr al libro el peligro deconvertirse en indigesto fárrago, pero que en partecontrarían la exposición del derecho político, dadasu especial naturaleza y las circunstancias de lasfuentes de donde emana. Para comprender y hacercomprensible la propia esencia de las institucionesorgánicas de un Estado, es preciso investigarla átravos de todas las manifestaciones históricas, entrelas cuales se infiltra y penetra, y exponerla en serieno interrumpida. Toda digresión, que sobre asuntosdo otra índole se interponga, perturba sensible-mente la apreciación del conjunto, sobro todo, si sesalta por entre grandes espacios cronológicos. Ade-más, si se ha de determinar por completo la ideadel derecho, que informa una institución política,no basta presentarla, aduciendo aquellos casos enque se manifiesta con evidencia por la tradición quetantos vacíos y oscuridades ofrece, sino que importatraer á examen la virtualidad legítima que esa ideacontiene, virtualidad cuya existencia y autenticidadhistóricas no se hacen constar con frecuencia ácausa de la insuficiencia de nuestros medios de in-vestigación. Esto lleva consigo otra dificultad más,inconciliable con la forma narrativa: los debatescasuísticos son, tratándose del derecho politico,como tratándose de la moral práctica y del dere-cho común, de todo punto inevitables. La trascen-dencia de una institución no se aprecia más quepor sus relaciones, comparación, influencia y con-tacto con las demás instituciones, y por tanto me-nester es inquirir y analizar con imparcialidad elpro y el contra en los conflictos racionalmente po-

sibles, y sobre los cuales apenas alcanzan á darnosluz alguna las deficientes tradiciones históricas, quehasta nosotros han llegado.

Dedúcese de aquí que las formas de la historiageneral necesitan abrir un proceso especial si se hado inquirir, cual conviene, el conocimiento del de-recho politico romano. Podrán los historiadores es-tudiar sucesivamente todas las circunstancias de losciudadanos y los sucesos en que intervienen, to-mándolos, ora en el foro y en los estrados del tribu-nal, ora en los campamentos y en los campos debatalla; pero para esparcir luz sobre los fundamen-tos y el fondo de las instituciones políticas deRoma, y exponer sistemáticamente su derecho pú-blico, será menester que dediquen á esto fin unestudio especial, complemento do la historia ge-neral.

A decir verdad, la ciencia, como la vida, tiene áveces que resignarse por largo tiempo á la caren-cia do muchas cosas necesarias. Así se explicacómo no ha venido T. Mommsen á suplir la falta deun sistema de derecho político de Roma hastacuatro siglos después que el Renacimiento modernoofrecía campo do estudio y materia de indagación álos filólogos, juristas y políticos. No es esto decirque Mommsen carecía por completo de anteceden-tes en esta empresa, por más que el éxito obtenidolo coloque en lugar preeminente sobre todos suspredecesores, sin contar entro ellos á innumerablesautores que, tiempos atrás, compusieron pequeñoslibros ó grandes infolios, amontonando, entre otrascosas, las llamadas «antigüedades políticas»; puestodo lo que podía exigirse de aquellos colecciona-dores, era que, al llenar su cometido, lo hiciesencon lidelidad y guardando algún orden que evitasela confusión. Cuando estas condiciones cumplían,prestaban un gran servicio como auxiliares para in-toligütaeia de la nomenclatura de los clásicos, y nose ha de negar el mérito que bajo este concepto lespertenece.

Hubo dos hombres, por lo menos, italiano el uno,del siglo XVI, francés el otro, del siglo XVIII, queso levantaron por encima de todos aquellos escri-tores ó indicaron la marcha y el camino por dondeMommsen había de conducirnos más tarde al logrode aquel fm. Los primeros filólogos y anticuariositalianos, que florecieron durante el primer siglodel Renacimiento, guiados por exaltado orgullo deabolengo, que nada favorecía á la imparcialidad dela crítica, recogieron los restos dispersos del Im-perio y combináronlos á su manera; dieron á luzescritos antiguos, arreglándolos á su estilo, y co-piaron inscripciones, falsificándolas más de una vez.Entóneos emprendió el modenes Carlos Sigoniuslx.tarea de utilizar el material reunido, aunque incom-pleto, de la historia del Derecho político de Roma.

572 REVISTA EUROPEA. 1 3 DE JUNIO DE 1 8 7 5 . N.°68La disposición de su obra, y hasta el título que le

dio, revelan su punto de vista; titúlase Del antiguoderecho del ciudadano romano. Empieza por definirquiénes gozaban de la ciudadanía, diciendo queeran «los habitantes de la Ciudad ó del campo, quepertenecían á una tribu y optaban á los cargos ho-noríficos»; y al desenvolver las ideas que de estadefinición se originan, patentizaba la estructuraorgánica del Estado.

Su elevación de pensamiento, su laconismo, queron severidad desusada entre los filólogos oponeal gusto por las digresiones y episodios, y su deci-dido empeño por subordinar la variedad de loshechos al predominio de las ideas, constituyen susni'.iyores méritos. Pero, por una parle, Sigonius noera jurisconsulto de escuela, y demostró poseer uncriterio escolástico y erudito más bien que unadoctrina jurídica completa; y por otra, ni era hom-bre político práctico, ni puede exigirse que un pro-fesor, á mediados del siglo XVI, en Italia, poseyesetanta ciencia política como es necesaria para for-mar juicio exacto de la vida pública de las anti-guas naciones. Échase, por esto, de nvénos en Sigo-nius decisión para profundizar en los problemaspolíticos, y capacidad para abarcar la organizaciónentera de las instituciones públicas. A pesar delodo, colócase esta obra sobre cuanto la cienciaeuropea pudo conseguir durante los dos siglos si-guientes. La escuela francesa, que por entoncescomenzaba á brillar, se consagraba de preferenciaal derecho privado; Alemania, desde fin del si-glo XVI hasta mediados del XVIII, estaba empeñadaen las luchas teológicas, que antecedieron á laguerra de los treinta años, cuyas sangrientas vici-situdes de tres décadas, con sus naturales conse-cuencias, no eran, por cierto, circunstancias paraestimular estudios de erudición antigua; absorbíala atención de tos ingleses el desarrollo de su pro-pio derecho público, lo cual, unido á su fuerteegoísmo político, constituye causa bastante paraque no tributaran al Estado romano, como asuntode ciencia pública, el respeto que los pueblos delcontinente, y para que por ende no se tomaran eltrabajo de anal'zarle; los filólogos holandeses, enün, permanecían desde Scalígero encadenados á laletra muerta, y apenas contribuyeron en ningunode sus ramos al estudio sistemático de la historia.

Mediaba ya el siglo pasado cuando, constituidaslas modernas naciones europeas y rebasados loslímites que antes contuviera á las ciencias profa-nas, facilitadas notablemente las comunicaciones yacrecentada la actividad política por medio delperiodismo, propagóse afanoso el interés por lamarcha de las cosas públicas, y extendióse en todasdirecciones el antes reducido círculo de los hom-bres de Estado; penetró la política en el hogar de

todo ciudadano no petrificado y en ol gabinete dotodo sabio no carcomido. Este afán, que sustituyó álos combates y á las intrigas diplomáticas antiguas,vino sobrexcitado con esa profunda conmoción queacompaña siempre á la discusión de los principiosen que descansa la organización política de los pue-blos. Montesquieu, al plantear con tanto brillo yvigor tanto, en el entonces lenguaje universal dolos doctos, aquellos problemas, y al acometer suresolución, enardecía al mismo tiempo la sangre dotodos los pueblos europeos. Analizando todos losconocimientos filosóficos anteriores, se complacíaen apoyar y sancionar las opiniones políticas de suobra fundamental, con numerosos ejemplos toma-dos de la organización romana; y al inaugurar susestudios con las «Consideraciones sobre la grande-za y decadencia de los Romanos», dirigía un ata-que encubierto, pero no por esto menos certero, ála monarquía absoluta.

En una época dominada por tales influencias, elentendimiento esclarecido que á las investigacio-nes de la antigua Roma so dedicara, forzosamentetenía que aplicar todo su empeño al estudio del de-recho político de tan singular nación, procurandosometer al criterio trazado por las nuevas ideas losestudios de ¡os historiadores, y resolver cuestionestotalmente desconocidas, que á la sazón solicitabanpoderosamente el ánimo de los pensadores polí-ticos. Un entendimiento á apropósito para estoobjeto, surgió con el francés Luis de Beaufort, do-miciliado en Holanda. Su memoria vive en Alema-nia y aun en Francia, merced á su obra impresa laprimera vez en 1758, y de la que se hicieron enpocos años tres ediciones, con el título Sobre laincertidwmbre de los cinco primeros siglos do lahistoria romana. La crítica en ella revelada y lasolución que sobro la leyenda romana propope, leaseguran el puesto de honor entre los antecesoresde Niebuhr, á quien en este concepto, y particular-mente en algunas parles de su libro, en la historiade Porsena por ejemplo, nada dejó que hacer. Elsentido negativo inicial de la crítica de Beaufort ensu primera juventud, maduró treinta años después,y produjo en la plenitud de sus fuerzas intelectua-les una exposición extensa y acertada, aunque pococonocida, de la constitución politica de Roma. Llevala obra en su portada una especie de índice de ma-terias, que no es más que el titulo desarrollado, ycuya lectura basta para formarse idea del criterio áque el trabajo obedecía y la influencia que el mo-vimiento político de la época hubo de ejercer en suelaboración. Dice asi el titulo del libro (1): «La Re-pública romana ó plan general del Gobierno do

^1) «La hepublique Koniaine, ou plan general (le l'ancien gouver~

ileineiHde Rome,» etc. A la Haye 1766, 2 voiuffi. in -4."

N.°68 J . BERNAYS. Í.L DERECHO POLÍTICO ROMANO. 573«Roma, en que se trata de los diversos resortes de«su constitución y de la influencia de la Religión«sobre la misma; de la soberanía del pueblo y de la«manera como se ejercía; de la omnipotencia del«Senado; de la administración de justicia; de las«prerogativas del ciudadano y diversidad de clases«de los subditos de esle vasto Imperio.» Enaltecenésta obra, superior á todo lo que en su género poseela literatura francesa, la abundancia de materialesde la antigüedad histórica tomados directamente delas fuentes más puras, la perspicacia y sano juicioque en ella resplandece, la forma del escrito, tandistante de las difusas amplificaciones, como deloscuro laconismo y la sagacidad en presentar bajotodas sus fases las cuestiones, realzando la solem-nidad de los momentos críticos de la política conla adecuada severidad de la frase. Aunque expre-sado con otra intención, no deja de ser exacto elelogio que ha hecho de este autor un compatriotasuyo en nuestros días, diciendo que Beaufort con-siguió tratar con sencillez las más graves cuestio-nes y hacer una revolución ajena á su pensamiento,(/aire une revolution sans se croire une mission.) Laverdad es, que media inmensa distancia entre Beau-fort y todos sus predecesores en la apreciación dela historia. Retrata vivamente la ludia de clases ysu influjo sobre el desarrollo de la constitución ro-mana con un sentido superior que se echa de menosen Montesquieu mismo, y en csle concepto mereceel dictado de precursor de Niebuhr, de igual mane-ra que en la crítica de la leyenda. Mucho esclarecióy ordenó también otros puntos oscuros ó equivo-cados.

Pero, aunque su indagación era clara, no llegabaá ser profunda, y sin que pueda decirse que se de-tenía en la superficie de las cosas, lo cierto es queno penetraba bastante en su fondo. Faltábale la in-tensa y fecunda meditación, que es condición pre-cisa para toda madura producción científica, y noposeía la perseverancia necesaria para seguir hastael fin el camino que con tanta seguridad había em-prendido. Un ejemplo tomado de asunto de interésgeneral nos lo demostrará evidentemente.

Desde el siglo XV venían los historiadores come-tiendo graves errores respecto de la trascendenciade las leyes agrarias, que en todos tiempos produ-jeron agitaciones poderosas en la república romana,entre ellas la que dio motivo á la revolución de losGracos. Creían que se trataba del reparto, á la ma-nera comunista, de todos los bienes inmuebles, yasí lo afirmaban los filólogos, con Sigonius á la ca-beza, y lo propagaban grandes publicistas, comoMontesquieu, economistas, como Adam Smith, éhistoriadores, como Eduardo Gibbon. El error cun-dió en folletos, y se arraigó aplicándose á la polí-tica; la tendencia comunista de la época del terror

do la Revolución francesa tenía á gala rodearse dela aureola que á todo lo romano adorna; se invocóla ley agraria como modelo de reforma en todoslos discursos más ardientes, y los Gracos, con sumadre, obtuvieron en el Olimpo revolucionario l;iapoteosis debida á una familia de redentores de laigualdad social. Seguramente los documentos his-tóricos no habían dado motivo ni pretexto paratanto; en las leyes agrarias griegas terminante-mente se expresaba que no iban dirigidas contra lapropiedad individual de la tierra, sino que teníanpor objeto señalar un máximo de extensión en lasventas de las propiedades del Estado. Pero en laleyenda de los royes se había ingerido la noticia deque Rómulo, al constituir el Estado, había asignadoá cada ciudadano por igual un lote de tierra de dosyugadas; y como con toda leyenda sucede, se llegóá ver las analogías del hecho con otros parecidostomados de la historia .griega. ínterin prevaleciópor verdadera la leyenda, es decir, hasta Beaufort,todas las averiguaciones se redujeron á dar porsentado que la ley agraria significaba el reparto deRómulo, y á considerar á los Gracos como partida-rios de la primitiva Constitución romana, estable-ciendo semejanzas entre estos hechos y los de losrománticos reyes de Esparla, Agis y Cleomenes,respecto de la Constitución de Licurgo. Era, pues,de esperar que Beaufort, demoledor de toda la le-yenda monárquica, pondría en claro lo que las leyesagrarias fueron. Algo hizo en este sentido, al ocu-parse de la Ley Licinia, que es verdaderamente laprimera manifestación histórica del problema , y aiseñalar con precisión el espíritu de ésta y otrasdisposiciones legales sobre la materia, designandolos perjudiciales efectos de la apropiación de losbienes del Estado por los patricios; pero, aunquefijó el origen de la cuestión, no acertó á desligarsede las^antíguas preocupaciones de los romanistas.Creyó también que la reforma pretendía extenderseá toda clase de propiedades, y dejó á Heine y áNiebuhr íntegra la tarea de desvanecer para siem-pre la ilusión de tales leyes agrarias como absolu-tamente igualitarias.

Estas inconsecuencias manifiestas, que le hacíanapartarse de la verdad, cuyo camino él mismo habíatrazado, se agravaban en Reaufort con cierta esca-sez de conocimientos jurídicos, que, á haber posei-do, le hubieran contenido y sostenido ventajosa-mente, librándole de incurrir en contradicción. Deeste delecto participa con Beaufort, aunque nohayan sufrido tan lastimosas caidas, la mayoría delos muchos alemanes y de los pocos ingleses quedesde Niebuhr acá, y apoyados en trabajos filoló-gicos, se han ocupado de algunos puntos particula-res del derecho político do Roma en diversas for-mas. Atentamente estudiados, se advierte en ellos

574 REVISTA EUROPEA . - 1 3 DE JUNIO DEH875. N.°68que procuran sustraerse á los términos jurídicos dela cuestión, valiéndose unas veces de habilidosasdistinciones, y otras de inhábiles torcimientos. Ásu vez los pocos jurisperitos que han abordado estamateria, que de tan cerca les concierne, ó no hansabido oponer á los elementos filológicos la virtudcritica y seguridad hermenéutica necesarias, ó,cuando por venturosa excepción han cumplido conesta indispensable condición, no han sabido por locomún conservar el equilibrio de las fuerzas lógicasdel derecho y de la historia, ni han evitado el es-collo propio de estos trabajos, que es el disiparseen sutilezas al concretar los resultados de su estu-dio. Todos estos han sido solamente obreros quehan labrado las piedras ó á lo sumo levantado algu-nas columnas; á Teodoro Mommsen estaba reser-vado edificar el monumento entero con arreglo á un(ilan general que armónicamente concertase todassus partes.

De los tros volúmenes, en que su obra se compu-ta, lleva terminada la mitad. Con ella ha mostradoprácticamente, como saben los que le han seguidopaso á paso, que logrará reunir todos los datos ne-cesarios para resolver el problema de la unifica-ción y sintética exposición del derecho público deliorna, y que dará fin á la empresa que no ha podidorealizarse durante cuatrocientos años de investiga-ciones históricas. Viene provisto de un caudal filo-lógico abundantísimo en todos los géneros de laliteratura latina escrita y tradicional, y armado deuna crítica tan perspicua como prudente, para pe-netrar en las oscuridades que no ilumine con subrillante y escogida erudición: no ha existido antesde él jurisperito alguno que le aventaje en Filología.Sus talentos jurídicos están aquilatados en muchosaños de enseñanza y en publicaciones notabilísimasde diversos tratados de Derecho, en cuyos textosha depositado los fundamentos de su sana crítica:puede, pues, también decirse que no ha habido an-tes de él filólogo alguno que le aventaje en Juris-prudencia. Y si los sabios alemanes anteriores, yafueran filólogos, ya fueran jurisperitos, no se halla-ban en situación de perfeccionar sus obras, cuando,como Niebuhr, se dedicaban constantemente á lascuestiones prácticas de la política, y se veían impo-sibilitados de llevar á cabo tamaña obra, Mommsen,por el contrario, dotado de un sentimiento vigoroso,lozano, capaz de altas empresas y de una inteligen-cia cultivada en todas las ciencias relacionadas conla política, ha de organizar y ordenar aquella ma-ravillosa multitud de materiales dispersos. La rea-lización de este empeño, cuya espectativa estállamada á rebasar con mucho los límites de la Ale-mania, sólo encontrará toda la estimación de que esdigna, en los círculos científicos y entre los hom-bres cultos que, conociendo el latin y poseyendo

alguna noción de la Roma antigua, traten do per-feccionarse en el estudio. Su lectura no puede hoydispensarse á los que en estas condiciones se en-cuentren, y obliga tanto más, cuanto que no se tro-pieza en su curso con las escabrosas dificultadesque ahuyentan de tales esludios á todo el que porsu necesidad profesional no se ve forzado á pene-trar á través de los obstáculos. Renunciando en eltexto á toda polémica, guarda un método flexibleque á la vez es sencillo y científico, y comprobandoen notas los documentos históricos de donde parte,consigue una gran claridad, que le hace asequibleá todos; carece también la obra del encadenamientoestrecho que tanto molesta en los libros compues-tos por mitad de exposición y de comentarios. Alevacuar las citas de originales latinos y griegos,copia pasajes enteros, utilizando, con el prudentecriterio y el sagaz tacto propio de un maestro, lasmás recientes interpretaciones de los manuscritosy las más fundadas conjeturas. En esto posee unexceso do riqueza y pureza sobre todo lo que seconocía hasta ahora para estudiar los orígenes delderecho político romano. Ha descartado por confu-sas muchas disertaciones, críticas y artículos, cuyamolesta bibliografía más bien perjudica al estudio,y se ha captado el agradecimiento de los lectores,librándolos sencilla, pero enérgicamente del emba-razo que de año en año iba siendo más grave porla dificultad de seguir tantas direcciones particula-res, cuyo primer inconveniente, era, por de pronto,la imposibilidad de que la mayoría estuviera altanto de las nuevas investigaciones.

Bien puede, porconsiguiente,laobra de Mommsenllamarse magistral, y la única que da cabal idea dela organización romana, tal como Niebuhr lo inten-tó hace sesenta años, y como no se había logradorealizar. Obra de tan inusitado mérito merece serapreciada aun por los que á estos estudios no seconsagran con especialidad, porque á todos importatener noticia de sus excelencias. Tal es el objetodel presente artículo, el cual, so pena de extendersedemasiado, tiene que quedar reducido á exponer elcarácter general del libro, sin entrar en pormeno-res que exigirían explicaciones preliminares parapoder ser leídos con fruto, y serian de todo puntoajenas á la índole de esta publicación. Bastará paraeste objeto extractar el contenido de los principalescapítulos del primer tomo, por los cuales podrájuzgarse del resto.

Está dedicada la primera parte á la metafísica delderecho político, y en ella se desarrollan los princi-pios fundamentales del derecho romano y del poderpúblico. Antepone algunas observaciones sobre lainfluencia predominante de la religión, puesto queel ejercicio del mando y todo acto importante degobierno no podía realizarse sin consultar previa-

N.°68 J. BERNAYS. EL DERECHO POLÍTICO ROMANO. 575mente la voluntad de los dioses por medio de los

auspicios (observación de los signos celestes, vuelode las aves y otros semejantes); así es que Mommsenexpone la doctrina de la importancia política de losauspicios á la cabeza de su tratado. Detiéneso á darcuenta de las diversas formas usuales en las dife-rentes clases de consultas que á la voluntad de losdioses se hacían y hasta qué punto eran decisivaslas respuestas obtenidas. Los auspicios, por ejem-plo, que por medio do los gallos se buscaban, ob-servando la voracidad con que comían sus alimen-tos, ciaban lugar á decisiones rápidas y facilitabangrandemente la intervención del que hacía la pre-gunta. Por esto solían emplearse en los campamen-tos, reservándose para los negocios políticos en quese podía dar largas á la contestación (como cuandose trataba del cambio de cónsules), el acudir al exa-men y consulta del rayo y del trueno y del vuelo ydel canto de los pájaros, y decidir cuál era elagrado ó la desaprobación de los dioses. En estepunto y aun considerando los auspicios sólo bajo elaspecto legal de tales preocupaciones, tan extrañasy contradictorias para nosotros, no llega el autormás que á desbrozar á veces este desorden de su-persticiones, pero sin conseguir nunca poner ver-daderamente en claro las tinieblas que envuelven, yquizá siempre envolverán, como al principio quedadicho, toda esta parte de la historia romana.

Nadie mejor que Mommsen lo comprende así, yen ello da prueba de su conciencia científica, abs-teniéndose de sacar deducciones sistemáticas deestos oscuros principios, y abriendo realmente suobra con los asuntos en que puede establecer fun-damentos solidos y sentar doctrinas satisfactorias.Después de haberse elevado á las nubes en compa-ñía de las águilas y de los grajos, toma tierra y co-mienza á caminar en firme.

Se ocupa desde luego de los diferentes actos porlos cuales, al encargarse del mando la autoridadsuprema, se comprometían los ciudadanos y los sol-dados á obedecerla dentro de los límites marcadosá su poder. Prestaban sumisión los soldados en lajura de las banderas, ante la persona del que ejercíael mando, y proclamaban su obediencia los ciuda-danos por medio de una ley, que en los primerostiempos se promulgaba con asistencia del pueblo enlos comicios, y más tarde por medio de los treintalictores que iban en representación de las treintacurias. Pero no era absoluta ni uniforme en todascircunstancias esta obediencia, sino que variaba enalto grado, según se exigía á los ciudadanos resi-dentes en Roma ó á los ejércitos en campaña, de talmodo, que siendo severa, estricta y completa den-tro de la ciudad, perdía la mayor parte de su vigorfuera del término municipal.

Tres eran los principios cardinales á que obedecía

la organización del poder público en todo lo relati-vo á la legislación política dentro de la Ciudad: pri-mero, la soberanía de los comicios, que podían in-terponer la fuerza de sus decisiones contra lassentencias de la autoridad; segundo, la comunidaden el ejercicio de la magistratura por varias perso-nas que, poseyendo cada una el poder por completo,se moderaban por la mutua y permanente interven-ción que entre sí ejercían en los negocios públicos;y tercero, la amovilidad del mando, que era de unaño y que dejaba por sí mismo de existir en dia fijo.Mommsen establece estos principios de soberaníade los comicios, mando colegiado y ejercicio anualdel magisterio supremo, con las mismas ó análogasdenominaciones que desde antiguo venían usándosepor los historiadores y eran de todos conocidas,aunque nadie bahía llegado á darles la importanciani menos la concreta significación que tienen ac-tualmente. Además, Mommson, y esto encarece sutrabajo, ha determinado con precisión el valor decada una de estas bases constitutivas del derechoromano, ha fijado la manera cómo se aplicaban, hadesarrollado todas las relaciones y consecuenciasprácticas de ellas derivadas y ha reunido todos losmiembros políticos de Roma, hasta ahora confusosy dispersos, formando un organismo, cuya verdad yarmonía se aprecia más, cuanto más se desciende enla minuciosa exposición y estudio de sus pormeno-res. Así se manifiesta claramente, por ejemplo,cuando discurro acerca del principio de la sobera-nía popular en los comicios y del ejercicio del dere-cho de indulto, que de aquél se deriva, aplicado á lajurisdicción criminal de los magistrados supremos.Si, con efecto, siempre que uno de estos imponía áun ciudadano la pena capital, un castigo corporal óuna gran pena pecuniaria, podía apelarse al pueblofprovocatioj, y cabía anular la sentencia, no hubieraquedadg bien parada la absoluta autoridad consular,incompatible con la casación de sus fallos; por estoexplica Mommson la existencia y modo de funcionarde otros magistrados de menor categoría que apli-caban la penalidad ordinaria en primera instancia, ydeclara que el supremo poder de la judicatura delos cónsules se hallaba de ordinario como latentedentro de la Ciudad, por residir en ella el derecho deentender en la apelación al pueblo (provocatio), ma-nifestándose solamente su poder efectivo de vida ymuerte en circunstancias extraordinarias, ante lascuales la apelación aparecía en suspensión transito-ria. De la Ciudad para fuera, donde, por el contra-rio, nunca podía recurrirse á la apelación, el pro-cónsul ó jefe supremo de la provincia ejercía entoda su plenitud el derecho de vida y muerte, deque personalmente se hallaba investido.

Del mismo modo, y no olvidando nunca la dife-rencia esencial del poder, según que éste se ejer-

576 REVISTA EUROPEA.—13 DE JUNIO DE 1 8 7 5 . N.°68eiera dentro ó fuera de la Ciudad, se allanan ciertasdificultades, que el mando colegiado de la supremamagistratura pudiera ofrecer. Si esta organizaciónhabía de mantenerse en el mando de los ejércitos yen la dirección de los negocios públicos del exte-rior, no cabían más que dos medios: ó el mandotenia que ejercerse por turno diario, a la maneraque de los atenienses se refiere en la historia de labatalla de Maratón, lo cual traería consigo todos losinconvenientes emanados de la multiplicidad depensamientos y planos, ó era preciso que directa-mente el Senado se encargara de los asuntos mili-tares, confiriendo á cada uno de los magistrados elmando de un cuerpo de ejército, y señalándole elcampo de sus operaciones, lo cual tampoco se hallaexento de objeciones. Nada de esto ofrece dificulta-dos, admitiendo, como en efecto sucedía, que lamagistratura suprema no funcionaba en colegiofuera de la Ciudad, ni en lo tocante á las cosas de laguerra, ni en lo relativo á la administración de lasprovincias, y que únicamente dentro de Roma te-nían facultades de intervenirse en su acción losmagistrados supremos, cuya reciprocidad actuabaallí de concierto holgadamente.

Los tratadistas anteriores á Mommsen no dedica-ron á todo esto la consideración y estudio que lesson debidos; á él sólo corresponde el mérito de ha-ber así esclarecido muchos puntos dudosos para elexamen del criterio político moderno.

El capítulo dedicado al ejercicio colegiado delpoder supremo y á las relaciones de los cónsulesentre sí, lleva por epígrafe «Del derecho de veto y dela intercesión de los magistrados.» Se entendía porderecho de veto la facultad de oponerse á la ejecu-ción de un acuerdo proyectado; referíase de ordina-rio á las relaciones de superior á inferior, y exten-diéndose las atribuciones del primero hasta la fa-cultad de separar al segundo, este derecho se re-ducía en la práctica á la subordinación gerárquicade las autoridades, pero de tal suerte, que si el actodel inferior se encontraba dentro de las atribucio-nes de quien lo ejecutaba, no llevaba consigo penaalguna, á pesar de la oposición de la autoridad su-perior y adquiría validez legal. Por el contrario,la intercesión significaba la intervención en losacuerdos tomados ya, y podía partir de una autori-dad superior á una inferior, ó de uno á otro de losmagistrados supremos colegiados; el acto interce-día/) era legalmente nulo, y el funcionario ó autori-dad que no se atemperase á la intercesión, incurríaen ciertos casos en responsabilidad criminal. Comodesde que se perfeccionó la institución de losTribunos del pueblo partía generalmente de éstosla intercesión en favor de los que se creían lastima-dos por la autoridad, casi todos los escritores sefijaron preferentemente en la intercesión tribunicia,

y apenas tomaron en consideración la intercesiónmutua dentro del colegio de los magistrados supre-mos. Mommsen ha revelado toda la importancia yextensión de ésta, y ha encontrado que los colegasse intercedían unos á otros en los asuntos adminis-trativos y en los procesos civiles y criminales, ha-biendo dejado á los Tribunos la intercesión contralas decisiones del Senado, primero, y contra las delos comicios, después.

Establece también Mommsen las diferencias quehabía en la cesación de las magistraturas anualesdentro y fuera de Roma, que es, como se ha visto,el tercero de los puntos cardinales de aquella cons-titución política. Dentro de la Ciudad el cargo termi-naba al espirar el año, sin que pudiera ejercerse si-quiera un dia más, ni hubiera medio alguno de pro-rogarlo; pero fuera de la Ciudad, el procónsul debíacontinuar mandando hasta la llegada de su sucesor,y si antes dejaba su puesto, tenía que poner otrofuncionario en su lugar. La prorogacion del cargo,imposible dentro, podía tener efecto fuera de Roma,y en lo sucesivo aún fue haciéndose más fácil, puesprimitivamente se exigía el voto del. pueblo y mástarde bastaba el acuerdo del Senado. En caso depróroga, el cónsul gozaba en adelante de la mismadignidad que en su primer tiempo legal, y conti-nuaba en sus funciones, sin más diferencia quecambiar el nombre por el de procónsul.

Ahora bien; y pues estamos tratando de la di-versa manera de ejercerse la autoridad supremadentro y fuera de la ciudad de Roma, conviene ha-cer una importante consideración, que se relacionacon la dificultad que al principio de este artículo seexpone, de abarcar en una obra histórica todo elorganismo del derecho político romano, y la nece-sidad de dedicar á éste un trabajo especial.

Cosa es bien repelida, que el tránsito de la repú-blica á la monarquía fue para Roma inevitable, por-que las instituciones republicanas habían constituidola Ciudad, mas no el Imperio. Verdad es esta queno puede negar nadie que haya comprendido la na-turaleza de aquella civilización. Pero aunque asísea, no basta el criterio histórico para darlo porcomprobado; porque es muy dudoso que poseamosobra alguna que pueda evidenciarlo á los ojos delos lectores, siquiera los autores lo vean con clari-dad y crean probar los efectos que había de produ-cir una Constitución republicana hecha exclusiva-mente para una ciudad; y sobre todo, debemos as-pirar á otra cosa, que es á retratar el estado en quepor aquella Constitución puso al mundo el genio ro-mano. Por lo mismo que la Ciudad preponderabasobre el Imperio, las historias romanas, haciendorefluir sobre aquella todos los hechos, no logranlibrar al lector del peligro, de que, ofuscado por elbrillo del poder concentrado en las siete colinas,

N.° 68 J. BERNAYS. EL DERECHO POLÍTICO ROMANO. 577descuide contemplar el miserable estado en queyacía el mundo todo sometido á su dominio.

Véase en cambio la ventaja de exponer tranquila-mente, y sin la perturbación que el drama'históricotiene que llevar consigo, los principios fundamenta-les del derecho político, y por consiguiente el bene-ficio de desarrollar ante la vista del lector, sin solu-ción de continuidad, todas las relaciones de la granCiudad con sus provincias. Con sólo llamar la aten-ción sobre el diferente valor de los principales fun-damentos del derecho político dentro y fuera deKoma, se advierte que todas aquellas garantías delibertad, aquellas limitaciones de la arbitrariedad delpoder, la apelación, la intercesión y la amovilidad delos cónsules, eran exclusivas para la ciudad, y quefuera de los muros de ésta, la vida y la muerte, elbienestar ó el malestar, dependían de las virtudesó de los vicios de un procónsul. Así se demuestrapalpablemente que entre Roma y el Imperio noexistió nada parecido á las relaciones que hoy exis-ten entre una nación y su capital. Hoy las capitalespueden desarrollarse y crecer con más vigor quelas demás poblaciones y aun tomar para sí la por-ción mejor de la savia nacional; pero al cabo la ca-pital es sólo una parte del organismo del Estado, elcual está constituido lo mismo para los miembrosque para la cabeza. Para formarse ¡dea exacta de lasituación del mundo bajo el poder romano, imagí-nese que era Koma una fortaleza armada tan pode-rosa, que el espanto terrible que á su alrededor es-parcía, se extendía á un inmenso territorio, quedominaba por el terror; la guarnición de la temibleciudadela se componía de abogados educados mili-tarmente, los cuales, sabiendo cada uno que debíaen todo caso desconfiar de los demás, idearon unsistema de mutua vigilancia y se precavieron delas asechanzas individuales, y de clases con mediostan enérgicos, que ordinariamente bastaba la posi-bilidad de emplearlos para asegurar el orden inte-rior, y que, empleados alguna vez, por su violen-cia conmovían todos los intereses; de todos estoselementos no podía servirse nadie más que los quedentro de Roma residían; y por último, los paísessubyugados vivían bajo un estado de guerra perma-nente, sin garantía alguna y sometidos á la arbitra-riedad de la fuerza erigida constantemente en ley.

A consideraciones semejantes, sobre la esencialdiferencia del poder dentro y fuera de Roma, sepresta, aunque en forma más externa, el capituloque Mommsen consagra al estudio de las «insigniasy prerogativas de los magistrados», en cuyo exa-men no se sabe qué admirar más, si la novedad dela exposición, ó la copia de doctrina. Tampoco enesto sigue Mommsen á sus predecesores: contentá-banse los antiguos historiógrafos con mirar esteasunto por su simple exterioridad y redoblaban sus

TOMO IV,

afanes y empeño en rebuscar por los rincones toda(dase de pormenores sobre los lictores, la toga pur-purada y la ebúrnea silla curul, sin penetrar en lasignificación de tales atributos y acumulando des-cripciones minuciosas con la nimiedad de un maes-tro de ceremonias. Mommsen, por el contrario, en-noblece el asunto, descubriendo en los trajes y enlos uniformes la parle simbólica de las institucionesromanas. Así logra confirmar más y más la susodi-cha desigualdad del derecho dentro y fuera de laCiudad, explicando el simbolismo de las haces delos lictores que delante de los magistrados marcha-ban en lodos los actos públicos. Según el rango dela autoridad se componían las haces de distinto nú-mero de varillas, que aladas con un lazo rojo, se te-man cogidas con la mano izquierda por un cabo, yapoyadas sobre el hombro izquierdo por el otro. Lashaces llevaban ó no hacha dentro de las varillas, se-gún que por la presencia ó ausencia del instrumentode ejecución se quería denotar que el magistradoejercía ó no el derecho absoluto de vida ó muerte,quedandosiemprelas haces como muestra de la san-ción penal.Cuando un magistrado, precedido de lashaces, se encontraba con otro de categoría superiorá la suya, le saludaba sacando el hacha de las ha-ces. Dentro de la Ciudad, donde la soberanía de loscomicios era real y efectiva por medio do la apela-ción, y donde se suponía que lodo magistrado sehallaba en presencia de este supremo poder per-manente, ninguno, ni siquiera los cónsules, podíallevar el hacha en las haces. En cambio, fuera de laCiudad, no existiendo la apelación, y siendo ilimi-tado el derecho de vida y muerte, nunca fallaba elhacha de las haces; allí los subditos debían cons-tantemente ver el brillo de aquel instrumento, áque Plutarco aludía, cuando, para convencer á suspaisanos los griegos de la inutilidad de la resisten-cia á l̂ is mandatos de Roma, recordaba cuántos poramar la libertad de Grecia habían sucumbido

«de la tajante segur aljiero golpe.»Pero concluyamos: no sea que al presentar frag-

mentos aislados de un libro, cuyo singular méritoconsiste en la unidad de su conjunto, recuerde al-guno la candidez de aquel personaje de un cuentoinfantil de la Grecia, quien, queriendo vender sucasa, ofrecía como muestra una de las piedras sa-cadas de la fachada, liemos llevado á cabo nuestrointento de dar á conocer el trabajo bajo una desus principales fases, y no daremos por perdido eltiempo, si hemos logrado excitar interés hacia elmonumento histórico levantado por Mommsen.

Dn. JACOB BERNAYS,

Profesor de la Universidad de lionn.

Trad. del ulmiianjiorF. de 1>. AKKI1.LAGA.

(Deutsche Rundschau.)

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578 RJiVLSTA EUROPEA. 1 3 DE JUNIO DE ' 1 8 7 5 . N.° 68

INFLUJO ÜE LOS VIENTOSEN LOS CLIMAS CALIDOS.

Climats et endemies, esquisses de climalologie com-parée, por el Dr. A. Pawly. París 1874.

Durante muchos siglos, ha vivido y muerto la hu-manidad inclinando la cabeza bajo las plagas que elcielo enviaba, y sin preguntarse nunca si era per-mitido y posible defenderse contra el ángel oxler-minador. foco á poco, sin embargo, el sentimientode la responsabilidad colectiva de las sociedades, sodesarrolla, empieza á luchar y ayudarse á sí mismo,y los legisladores, adivinando la importancia de lasprescripciones sanitarias, les dan sólida base unién-dolas á las creencias religiosas. La ciencia de lahigiene pública es, sin embargo, modernísima. Lameteorología, verdadero fundamento de la higieneracional, es también ciencia moderna, y por largotiempo ha estado reducida al estéril estudio de lasvariaciones locales de la temperatura y de la pre-sión del aire. Sólo ha llegado á ser fecunda al en-sanchar su dominio para constituir la ciencia de losclimas, y esta extensión metódica es, por desgracia,demasiado reciente. Desde hace cerca de un siglo,la meteorología ha trabajado sin método, y sin plan,dedicada á nimiedades, amontonando multitud decifras de las que ningún partido se sacaba. Por cos-tumbre, y para conformarse al uso, se observaban yapuntaban, dia por dia, fenómenos que en el fondotío tienen ninguna significación exacta, y cuyo co-nocimiento para nada sirve por faltarnos los datosindispensables para interpretarlos; trabajo inútil éingrato. Hoy tienen los meteorólogos inmensos ma-teriales de observaciones que esperan una discusiónformal, y el dia en que por fin se decida la coordina-ción de hechos trabajosamente acumulados, se ad-vertirá lo poco que queda de las ilusiones alimenta-das acerca de la precisión de las cifras y del valor«¡o los datos obtenidos. Inútil es tomar términos me-dios durante diez años, pues la inexactitud de mu-chas observaciones no pueden producir un términomedio exacto.

Triste es decir que lo mismo sucede respecto ála estadística general. Para llegar á conclusionesque interesan á la higiene pública, preciso es refe-rir los datos climatéricos á cifras relativas al movi-miento de la población. Ahora bien, la contabilidadhumana se lleva en casi todas partes tan mal comolos registros meteorológicos, y los documentos ad-ministrativos forman un caos disparatado, dondeno puede seguirse fácilmente el hilo de una investi-gación por poco delicada que sea. Siempre que lossabios higienistas han querido aprovechar estos do-

cumentos, han visto burladas sus esperanzas por laslagunas y las contradicciones de cifras que en ellosse encuentran. «No hay, dice el doctor Ricous, en sureciente trabajo sobre la aclimatación de los france-ses en Argelia, ninguna unidad en el estableci-miento de los cuadros estadísticos que la adminis-tración proporciona. Un modelo determinado queha sido impuesto durante muchos años, se suprimede pronto, ensayando otra combinación que confrecuencia no tiene razón aparente, y, más que loscambios continuos, extravía y complica inútilmentelas dificultades esta falta de método.»

A pesar de su imperfección, los documentos quese tienen han sido ya compulsados y sometidos áuna discusión profunda, aunque no sea más que parareconocer por dónde peca el procedimiento queahora se sigue. En todos los países se han formadopoeo á poco, y se trasmiten como artículos de fe,vagas nociones sobre las misteriosas relaciones queexisten entre la salud de los habitantes y las condi-ciones del suelo y do la atmósfera; las cifras, aúnincompletas, que la estadística proporciona, puedenservir desde ahora para comprobar estos datos em-píricos, confirmarlos, esclarecerlos ó rectificarlos.La historia, además, nos instruye, hasta cierto punto,acerca de la constitución módica del clima de diver-sas comarcas, por la facilidad que presentan para sercolonizadas; la prosperidad de los animales domés-ticos, como el estado de salud de los habitantes, esun indicio que prueba la salubridad de un país. Des-graciadamente, el aspecto del cuadro cambia con fre-cuencia por la acción modificadora del hombre, y deaquí, que los datos de esta naturaleza sólo tenganun valor muy relativo. El vago terror que nos inspi-ran los climas cálidos, no está justificado de unamanera general; pueden encontrarse, en los tró-picos, climas eminentemente salubres, siendo im-portante conocer las condiciones de esta aparenteanomalía que pone tal ó cual región al abrigo de lasenfermedades endémicas.

A los médicos militares, familiarizados por nume-rosas expediciones con los más diversos climas, yobligados á observar y registrar los estados sanita-rios en grandes masas de hombres, debemos princi-palmente interesantes investigaciones acerca delvalor higiénico de los climas del globo, y de ellasnacen ya cierto número de principios, de puntos devista generales, que pueden servir de base á laciencia que se llamará climatología comparada.En este punto importante, debe citarse con prefe-rencia la obra que el doctor Pauly, médico directordel hospital militar de Oran, acaba de publicar conel título de Climas y endemias. El doctor Pauly haestudiado sola pero profundamente, los climas delas comarcas cálidas, y en todas partes ha obser-vado diferencias manifiestas de salubridad entre lu-

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gares de la misma zona muy próximos uno á otro,lo mismo en puntos aislados, que en extensas su-perficies de terreno. Buscando la razón de esloscontrastes, ha descubierto íntima relación enlre lasalubridad de un país y las condiciones naturalesque aseguran la ventilación. Su trabajo versa porcompleto sobre la importancia extrema de la confi-guración del relieve del suelo, en cuanto esta confi-guración favorece ó estorba la libre circulación dolos vientos.

En efecto, las grandes llanuras y las extensasmesetas, son generalmente muy salubres; tambiénlo son muchas islas montañosas de las zonas Iropi-cales cuando las montañas forman en ellas un levan-tamiento central mas órnenos redondeado en formade cono. Por el contrario, las llanuras litorales es-trechas, comprendidas entro una alta cordillera y elmar—como la ribera brasileña de Rio á Bahía, ó lascostas atlánticas de la América central—son parajesinfestados por la fiebre. La misma observación seaplica á determinadas islas cortadas longiliuliual-mente por una barrera de elevadas montañas, comoMadagascar, Java y Sumatra, cuando estas montañas,en vez de ser paralelas á los vientos generales,(alisios ó monzones), se encuentran colocadas altravés de estas corrientes. Así se explica también lainsalubridad de multitud de punios de las ricascomarcas que forman el litoral del Mediterráneo.Las costas de este mar están cubiertas de cordille-ras y de estribos, que al apartarse de ellas, formanuna serie de cuencas encajonadas, cuyas praderas,siempre fértiles, riega algún riachuelo. «En cadauna de estas pequeñas cuencas, dice el doctorPauly, han germinado, como en fecundo suelo, so-ciedades políticas autónomas, repúblicas celosas desu independencia: en ellas estuvieron las ciudadesde Esparta, Esmirna y otras tantas, cuya prosperi-dad y riqueza tan grandes fueron; en todas estascuencas, sin embargo, las fiebres han sido obstáculopermanente, enemigo domado algunas veces, perosiempre vivo y dispuesto á reanudar las hostilida-des... Esta endemia, reducida á casi nada por lasabia agricultura de los antiguos, ha reaparecido entodas partes en las riberas del Mediterráneo á con-secuencia de la invasión de los bárbaros en lossiglos IV y V, y sobre todo, á consecuencia de laconquista musulmana en los siglos Vil y VIH. Elislamismo ha sido, pues, una plaga para estasbellas comarcas, aun bajo el punto do vista del es-

. tado sanitario (1).

(i) Se ha creído duranto largo tiempo, qu<! las liebres descritas enl:is Epidemias de Hipócrates, eran fiebres tiíbidtíns. Al descubrir en lasrostas de Grecia y de Argelia nuestros mélicos militares las fiebresremitentes de las comarcas cálidas, no advirtieron en un principioque se las habían con la enfermedad tan bien estudiada poi' ¡a eücuelado Cos.

De este modo llegamos á conocer que los climasse clasifican como las habitaciones, en salubres éinsalubres, conforme á la renovación, más ó menosgrande, de un aire puro y rico en oxigeno por lascorrientes generales de la atmósfera, que facilita óestorba la configuración del suelo. El régimen delos vientos y la altura y la dirección de las monta-ñas, tienen aquí, al parecer, una influencia capital,y confirma esta deducción el estudio especial de lasgrandes endemias en los países calidos; fiebres in-termitentes y remitentes, ó fiebres de malaria, có-lera y fiebre amarilla.

Estas enfermedades endémicas asemejan teneruna distribución geográfica, que recuerda vagamen-te las de las familias vegetales. Son frecuentes ygraves en algunos puntos, como en la costa delBrasil, donde crecen los grandes árboles de las sel-vas tropicales, y son raras y mucho menos gravesen otros puntos donde la vegetación se esclarece,como en los campos del interior, donde reemplazan álos grandes árboles preciosos arbustos. Finalmente,hay sitios privilegiados en las comarcas cálidas,donde estas enfermedades desaparecen durante lar-gos períodos de tiempo. Aunque rodeado de unavegetación exuberante y alejados sólo algunos ki-lómetros de los focos de las fiebres, el viajero quellega á uno de estos oasis está al abrigo de dichadolencia, como de las tempestades en el puerto másseguro. En suma, las endemias no se extiendencomo una capa sobre vastas regiones, sino que sereparten por fajas estrechas, entre las cuales que-dan superficies indemnes, que á veces son muy con-siderables: hasta en los países más insalubres exis-ten localidades formando como islas de refugio,donde la humanidad puede librarse de la dolencia.

Estos contrastes se advierten desde luego on lafisonomía de los habitantes. Durante sus peregrina-cionesifior Argelia, ha chocado frecuentemente aldoctor Pauly ver, en cortísimos intervalos, signos deinfluencias locales muy opuestas. En un punto te-nían los habitantes los rostros demacrados y de pa-lidez terrosa; en otros aparecían llenos de salud yde fuerza, sin que en la naturaleza del suelo hubie-se nada que explicara estas profundas diferenciasentre lugares muy próximos. Por ejemplo, la lla-nura de Mina está infestada por las fiebres, mientrasque el puesto de Zemmorah situado, es verdad, ennivel más alio, está libre de ellas; pero otros pun-tos más elevados, como el Sebdu, son nidos do fie-bres. De estas raras desigualdades se resienten ne-cesariamente las tropas acampadas en diversos pun-tos de Argelia. «Recordaré siempre, dice el doctorPauly, el triste aspecto de los zuavos que, en Juliode 1868 volvían á Mostaganem de su campamentodel Merdja, en la llanura del Ríu, y del de los zua-vos que pasaron á Oran, en Julio de 1870, proceden-

580 REVISTA EUROPEA. 1 3 DE JUNIO DE 1 8 7 5 . N.°68tes de Magenta (El-Hacai'ba), embarcándose para lacampaña contra Prusia. Las fiebres habían impresosu sello en aquellos rostros demacrados, de una pa-lidez amarillo-verdosa como la de los enfermos quesufren una degeneración orgánica avanzada, y en lamarcha de aquellas tropas advertíase gran abati-miento de fuerzas. Por el contrario, cuando he vistoi ropas procedentes de las mesetas de El-Arrioha,detras de Sebdu, ó de las llanuras de Sersu detraslie Tiaret, me ha chocado el aire vigoroso y resueltode los hombres cuyo rostro, quemado por el sol, te-nia, sin duda, un tinte oscuro, pero revelaba tam-bién la perfecta salud de nuestros robustos campe-sinos de Francia.»

Cuando se estudia la repartición del cólera óile la liebre amarilla en las comarcas cálidas, ad-víérlense también extrañas anomalías y marcadasdesigualdades en las facultades receptivas de laslocalidades; el concurso de un calor tropical y deabundantes lluvias, suscita una vegetación exube-rante en las latitudes de la América central, y éstaes una gran condición de insalubridad que explicala violencia con que aparecen las epidemias en di-chos países. Pueden, sin embargo, citarse en el marile las Antillas diversos puntos, donde, á pesar dedichas condiciones climatéricas tan desfavorables,la salubridad es perfecta é innegable, como porejemplo la Barbada, San Cristóbal, la isla Monserral,Nevis, y, en latitud más próxima, las Bermudas.Tschudi y otros viajeros han encontrado, por elcontrario, en los Andes del Perú localidades ocultasen las gargantas y en el fondo de estrechos vallesque, á pesar de una altura do tres mil ineLros, eranfocos de malaria.

El hecho que nos da la explicación de estos enig-mas es que los focos de miasmas son casi siemprecuencas encerradas, que, por su configuración, es-tancan las capas de aire, mientras que los puntosde una salubridad excepcional son, al parecer,aquellos que en todos tiempos son barridos por losvientos. Uno de los ejemplos más notables de losque el doctor Pauly invoca en apoyo de su tesis, esla epidemia colérica que apareció en 1868 en la pro-vincia de Oran, alrededor de Mascara, y que terminóen el mismo sitio después de haber acometido á uncentenar de europeos y de hacer 47 víctimas. Alprincipio del Otoño se habían observado ya muchoscasos aislados de cólera grave en el hospital deMascara, cuando se declaró en el campamento delOued-Fergug, en el taller número 5 de los conde-nados á trabajos forzados que se ocupaban en losde la presa del Habrá, una verdadera epidemia.Este campamento estaba sobre una pequeña me-seta rodeada por todas partes de montañas quele dan el aspecto de un embudo. Los rayos del solproducen allí durante el dia un calor sofocante, y

por la noche el valle del Habrá se llena de bru-mas frías, emanadas por el lecho del rio, que de-muestran de una manera palpable la estancacióndel aire. Aunque se apresuraron á levantar el cam-pamento, el hospital de Mascara llegó pronto á es-tar tan lleno de enfermos, que fue preciso formaruna ambulancia especial para los coléricos, en unameseta ventilada á dos kilómetros del pueblo, y asíse logró salvar la mitad. A fines de Setiembre laepidemia desapareció espontáneamente, como habíaaparecido.

La costa oriental de España debe comprenderseentre las zonas donde se demuestra mejor la íntimaconexión de las causas climatéricas generales, y delas endemias. Las cordilleras próximas al litoral,desde el campo de Tarifa hasta los Pirineos, formanen ellas cuencas de temperatura casi tropical, deverdaderas estufas, donde crecen las palmeras y lacaña do azúcar. Esta zona mediterránea es, en todasu extensión, prolongado foco endémico; las fiebresreinan allí habitualmente con más 6 menos intensi-dad, y cuando circunstancias metereológicas par-ticulares se unen á estas disposiciones de la locali-dad, surgen calamidades, como la terrible epidemiade fiebre amarilla que diezmó la población de Bar-celona en 4824. Barcelona está situada en una gar-ganta baja, cerrándola por tres lados altas monta-ñas y abierta sólo al Este del lado del mar; ahorabien, durante la epidemia de 1824, los vientos, casisiempre débilísimos, soplaron constantemente delSur. En este punto pueden señalarse también ex-cepciones que confirman la regla. Cuando aparecióla fiebre amarilla en 4828 en Gibraltar, que estáabrigado de los vientos generales por una rocade 1.300 pies de altura, la población vecina de Ta-rifa, á pesar del mal estado de sus cloacas, se violibre de la plaga, gracias á la activa ventilación queproducen en ella en todas épocas las brisas proce-dentes del mar.

Los ejemplos de insalubridad de los parajes enca-jados entre montañas abundan, y Argelia presentamuchos ejemplos. La garantía de una situación sa-nitaria favorable es, según el doctor Pauly, la altu-ra relativa ó el hecho de no estar dominada porlocalidades inmediatamente vecinas. Esta es la con-dición indispensable del libre curso de los vientos.La altura relativa, que garantiza la inmunidad con-tra las endemias causadas por los miasmas, nonecesita ser una altura absoluta considerable. Losarchipiélagos polinesios y australianos presentanmultitud de tierras bajas á flor de agua, cuya sa-lubridad es maravillosa, porque los vientos alisiosó los vientos generales del Oeste reinan en ellascasi todo el año. Estas islas tienen generalmentemontañas centrales, pero dichas montañas no de-tienen el movimiento de los vientos, que en los

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mares del Sur son de una potencia notable. Las lla-nuras del Rio la Plata y del Paraguay, tan célebrespor su salubridad, tienen poca elevación sobre elnivel del mar, pero en aquellas inmensidades nadaimpide la circulación de los vientos. fistos ¡ on allílos que, más bien que las estaciones, regulan losmovimientos del termómetro, y los cambios violen-tos de las aguas del gran estuario de la Plata de-muestran la fuerza motriz que poseen.

Diversos testimonios acreditan la salubridad detoda la parte de la América meridional, situada másallá de los trópicos. Ya se habla de (illa en las car-las edificantes de los Padres Jesuítas de los si-glos XVII y XVIII. «Hemos llegado aquí á travos degrandes peligros, escribe el Padre Chomé de Cor-rientes; sufrimos pruebas muy duras, permanecien-do á la intemperie, lo mismo bajo el ardor del solque en el frió de las noches. Llegamos, sin em-bargo, con buena salud. Los Padres de la Compa-ñía, á pesar de sus fatigas, viven aquí hasta unaedad muy avanzada. Hay en Corrientes muchos deestos sanios ancianos, cuya vejez es tan grande quese necesita conducirlos á la iglesia.» Esta longevi-dad es, en efecto, uno de los rasgos característicosde los indígenas de aquellas felices comarcas. Pres-cindiendo de la negra que á Unes del último siglomurió en Córdoba á la edad de 180 años, Dobri-zhoffer cita hombres de más do cien años queamontan caballos fogosos como niñosde doce años,»y añade que las mujeres viven todavía más que loshombres, no estando expuestas á que las maten onla guerra. Las fiebre'" son extraordinariamente rarasen esta parte do América, aun en los puntos dondeabundan las aguas estancadas, las lagunas y lospantanos; aun en los puntos donde la temperaturaanual es muy superior á la del Mediodía de Europay aun á la de Argel. Según Martin de Moussy, onestas regiones no está expuesto el europeo á nin-guna de las enfermedades que en tanto peligroponen su vida durante los primeros tiempos desu permanencia en las comarcas tropicales, y lostrabajos de desmonte no producen las graves fie-bres que en otras localidades son acompañamientonecesario do los primeros ensayos de agricultura.El temperamento de los inmigrantes se modificapoco, no sufriendo el efecto que á la larga producela permanencia en la zona tórrida; la tez no palideceni se oscurece sino ligeramente, y conservan laplenitud de sus fuerzas. La salubridad de las pro-vincias argentinas, resultado de un clima marítimode corrientes atmosféricas constantes y poderosas,va unida á una fertilidad incomparable; y bien sa-bida es la riqueza de las pampas en ganados de to-das clases. De aquí la grande inmigración que au-menta dia por dia el número de habitantes. Desgra-ciadamente, la extensión de la gran ciudad europea

en aquellas bajas latitudes ha croado la malaria ur-bana y desarrollado en las costas focos de insalu-bridad. La importancia capital del influjo que losvientos ejercen como purifiendores de la atmósfera,es sobre todo sensible por los contrastes que ofre-cen regiones colocadas aparentemente en condicio-nes climatéricas semejantes. En unas y otras haylluvias tropicales, bosques vírgenes con árboles cu-biertos por redes de lianas, una gruesa capa de hu-mus, enriquecida con los despojos de los troncosviejos y de las plantas herbáceas, un sol bastanteardiente para madurar el café, el azúcar y el cacao,y. sin embargo, en unas reinan las fiebres y el cóle-ra, como en las islas y las costas del mar de las An-tillas, y en otras el clima delicioso y vivificante delas islas del mar del Sur, como en las Viti, Tonga-Tabú, Tai ti, las Samoa, etc. «Allí, dice el doctorPauly, como en los países más sanos de Europa, elinmigrante europeo nada tiene que temer al climani al suelo, y puede desmontar la tierra y trabajarcon sus propios brazos sin recurrir al trabajo delesclavo ó del chino, como el clima le obliga á ha-cerlo en las Antillas. Allí, en vez de perder rápida-mente las fuerzas, sentirse dominado por una at-mósfera intoxicante, el europeo se siente vivir confelicidad en un aire eminentemente salubre, y susalud sólo depende de su conducta y de su valormoral.»

La salubridad excepcional de la mayoría de estasislas atestigua además la facilidad con que losanimales domésticos, importados de Europa, semultiplican en ella. Puede afirmarse que la pruebadecisiva en favor del clima de un país cálido es laprosperidad de los animales domésticos en general,y en particular á las razas bovina, caballar y pe-cuaria. Estos animales, cuya existencia está tan ín-timamente ligada á la fortuna de las sociedades hu-manaiíSsólo se desarrollan bien en los países sanos.Donde las vacadas se multiplican con rapidez, con-servando la piel fina y brillante y grande agilidadde movimientos, puede asegurarse que no existe lamalaria. En los Svmderbvmds de las bocas del Gan-ges, on el delta del Níger, en las costas del Choco,on Nueva Granada, en Chagres, en Cartagena deIndias, las razas bovinas apenas presentan algunosraros ejemplares y en un estado deplorable. Por elcontrario, en las islas Sanwich basta dejar algunasparejas de las razas bovina y caballar, errando porlas sabanas de la Grande Havai, para que se formenen ellas considerables rebaños que constituyen hoyuna gran parto de la riqueza de aquellas islas, y querivalizan con los de las pampas de la Plata. Estosrebaños viven en las sabanas herbáceas que cubrengran parto de las islas Sanwich, de las Marianas, delas Carolinas y do Nueva Caledonia, y estas sabanasse forman bajo la influencia de. los vientos alisios,

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cuyas constantes corrientes llevan á dichos pacajesel aire húmedo, fresco y estimulante que crea laspraderas. En los países tropicales, donde los ali-sios son intermitentes y están interrumpidos por«•almas, el bosque virgen es espeso, y el airo cor-i'onipiclo: esto es lo que se ve en las costas delBrasil, donde la Serra do Mar detiene las brisas quevienen de lejos, é impiden la ventilación del país.Donde el alisio pasa libremente, se ve esclarecerseoí bosque, penetrar el aire y la luz en la espesuray aparecer la sabana herbácea. La vida animal espoderosamente estimulada, y las familias humanasprosperan sin esfuerzo. I,a costa del Brasil es, enefecto, más salubre subiendo hacia el Ecuador, y lamalaria desaparece completamente á la altura del'emambuco, porque, al Norte del Rio, la Serra doMar se deprime, la comarca queda más abierta álos vientos y se extienden verdes llanuras, que re-cuerdan las campiñas de Inglaterra. Además, en elhemisferio austral, los vientos generales alisios, óvientos del Oeste, son mucho más constantes y po-tentes que los vientos del hemisferio setentrional.Cuando los grandes clippers de Australia entran enlas regiones de estos bravos vientos del Oeste (brabewest minds), andan ciento cincuenta millas y máspor dia, mientras que, en el Atlántico, los vientosdel Oeste sólo producen un máximum de cien millas.Esta potencia de impulsión se encuentra en los ali-sios del Sudeste, que domina en una extensióndo 3.000 kilómetros, mientras que la zona de losalisios del Noreste apenas tiene 2.000 kilómetrosde ancha. Finalmente, en los mares del Sur, la pro-porción de las calmas es mucho más débil que en los«leí hemisferio norte. Maury resume estos hechoscomparando la velocidad de la atmósfera del hemis-ferio Sur á la de un tren expreso, mientras que en elhemisferio setentrional el aire sólo marcha con ve-locidad de tren mixto, para el cual hay numerosasestaciones y tiempos de parada. La rapidez y laconstancia de la circulación atmosférica en el he-misferio austral, casi completamente cubierto porlas aguas, parecen, pues, ser las condiciones deter-minantes de la salubridad de las tierras austra-les (1). Cuando la malaria aparece en estas comar-cas, encuéntrase siempre ó en centros de aspira-ción ó en zonas de calma, como en Java y en laparte norte de Australia, ó donde hay osbtáculos ála propulsión del viento, tales como las cordilleras,cual sucede en Madagascar. En estos casos la im-pulsión de las corrientes atmosféricas se aminora,

(1} La salubridad relativa de los países tropicales del hemisferio aus-Irai resulta también de los cuadros estadísticos de Boudin, que pruebanque la mortalidad áe Jos europeos en estas regiones es inferior, no sólo alas de las regiones tropicales del hemisferio setentrional sino también álas de las comarcis templadas de Europa. (Armant, Traite (le climato-Uiate genérale, 1873).

y éstas pierden sus propiedades vivificantes. En Riola Plata se vuelven á encontrar las fiebres en losvalles de Tucuman, de Salta y de Jujuy, barrancosprofundos dominados por los poderosos estribos delos Andes, pero la extensa y nivelada llanura quecontiene los territorios del Chaco, de Corrientes, deCórdoba y de Buenos-Aires, y las onduladas llanu-ras que constituyen una parle del Uruguay, de lasmisiones del Paraguay y de las provincias brasile-ñas de Paraná, de Minas-Geraes y de. Rio-Grande delSur, son completamente salubres.

Australia ofrece la misma salubridad en sus in-mensas llanuras interiores, y sólo al lado de acá deltrópico, en la parte Norte del inmenso Continente,aparecen los pantanos y las fiebres; pero allí tam-bién se encuentran zonas de calinas y centros deaspiración, que so extienden hasta el archipié-lago malayo. M. A. Grisebaeh, en su libro titu-lado La vegetación del globo (-1), observa que lazona de las calmas ecuatoriales se reconoce endiversos puntos de los continentes, donde el ca-lentamiento del suelo permite á las capas de airecargadas de vapores tomar un movimiento ascen-sional. Uno de estos centros de aspiración se en-cuentra al Norte del Amazonas, entre el rio Negro yel pió de los Andes. Reinan allí vientos irregulares,calmas con depresión barométrica y continuas llu-vias; los bosques vírgenes son allí espesísimos, elaire se encuentra estancado, el hombre carece defuerza y el clima es pernicioso. Más al Este el valledel Amazonas, que en realidad es una inmensa lla-nura, de pendiente casi insensible, barrida por elsoplo constante de los alisios, se cubre de sabanasde verdura, y el clima es muy sano.

En la América central es donde se encuentran re-unidas las zonas más completamente distintas, bajoel punto de vista de la salubridad; vense allí, unos allado de otros, focos endémicos temibles y regionesperfectamente habitables, á pesar del clima ecuato-rial. Toda la costa oriental ó atlántica, desde Vera-cruz hasta el istmo de Panamá, es tristemente céle-bre por su insalubridad, mientras que las mesetasinteriores de Nicaragua y de Costa-Rica, cuya al-tura media es sensiblemente igual á la do la riberaatlántica y que también tiene la misma temperaturamedia, pueden comprenderse en las regiones másapropiadas á la colonización.

La vertiente atlántica de la América central esuna zona estrecha de terreno, formada por llanurashorizontales y fangosas, que se extienden á lo largodel pié de la cordillera, la que se eleva brusca-mente algunos millares de metros. Aquel «es el in-fierno de las tierras calientes» separado por la inon-

(1) La vegetation cía globe, esquisse d'une geographie compiréedes pautes, por A. Grisebath, traducido por P. de Tchihatchef. París,187S.T. Morgand.

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taña de las felices regiones del interior, suavementeinclinadas hacia el Pacífico y cubiertas de pueblosy cultivos. El calor y la humedad dan á esta lajade aluviones de la costa una (fertilidad incompara-ble; pero su mortífero clima aleja de el al emigranteeuropeo. En medio de estos magníficos bosques depenetrantes aromas se respira la muerte. Reina endicha zona un entorpecimiento indefinible, una ten-dencia á la vida pasiva, que debe combatir á todacosta quien quiera librarse del enemigo en acecho,porque en aquel país cualquier ataque de fiebre esgrave ó mortal.

Esta es la consecuencia del estancamiento delaire. Los vientos reinantes del Nordeste los detienela barrera que forma la montaña, y este obstáculobasta para viciar el airo de la costa, como sucedecon otras riberas igualmente chatas y dominadaspor alturas montañosas, por ejemplo, el Choco,en Nueva Granada, algunas playas de Madagascar,la costa de Balavia, etc.

Esta insalubridad de las costas lia sido el granobstáculo para la construcción del ferro-carril delistmo de Panamá. Apenas desembarcados en Cha-gres los trabajadores irlandeses empleados en laconstrucción del ferro-carril, perdían, no sólo elhermoso color que distingue á esta rana, sino tam-bién el apetito y la fuerza muscular; y casi todosfueron exterminados por las fiebres. Los mismosnegros de las Antillas sufrían mucho á causa delclima y se marchaban pronto de aquellos parajes.Atraídos los chinos por la promesa de grandes jor-nales, sucumbían á centenares, y vióseá muchos sui-cidarse para escapar á los sufrimientos de la dolen-cia; á la caida de la tarde iban á sentarse sobre laarena de la bahía durante la marea baja, y allí, conlos ojos fijos en el horizonte, se dejaban cubrir porlas olas hasta ahogarse. M ferro-carril de Panamáha costado 800.000 francos por kilómetro, y segúnse dice, una vida de hombre por cada traviesapuesta en la vía. Pensóse en un principio tomar porpunto de partida del ferro-carril del istmo el mag-nífico puerto de Porto-Bello; pero encontrándosecompletamente cerrado por una muralla de alturasque impiden á los vientos lejanos renovar allí elaire corrompido por los miasmas de los pantanospróximos, resultaba una mortalidad tan terrible,que fue preciso renunciar á las excepcionales ven-tajas de este punto para cabeza de línea. Aspinwall,en la misma costa, tiene también una reputación deinsalubridad perfectamente fundada. «Los inmigran-tes que han podido resistir, dice un viajero, tienenel rostro amarillento y demacrado, y parecen rui-nas ambulantes; sólo los ojos brillan con vivo res-plandor, el del fuego de la fiebre y el del fuego de laespeculación. Todo se vende tan caro en Aspinwall,que cualquier tendero hace inmediatamente su for-

tuna, cuando la fiebre no le detiene en su camino.»En Cartagena, en la misma costa, la traspiraciónque provoca un calor sofocante, produce en los queallí habitan el color lívido de los enfermos: sus mo-vimientos carecen tic vigor, su voz es débil y pau-sada; allí fue donde concentró el almirante inglés,liernon, eu '1741, un ejército que las fiebres habíanreducido á la décima parte de su efectivo. «En elfondeadero cerca de la isla líoatan, en la costa deHonduras, los buques, dice Lind, fondean en unaensenada tan abrigada por las altas montañas, queno pueden penetrar en ella los vientos. El aire es-tancado es tan funesto, que á los pocos dias de res-pirarlo se ve uno súbitamente atacado de violentosvómitos, dolores de cabeza y delirio, y en menosde dos ó ',res dias la sangre disuelta salo por todoslos poros. En lales parajes el agua del mar se cor-rompería pronto, si no la mantuvieran en movi-miento las corrientes de alta mar.»

Hechos de esta clase prueban de un modo evi-dente el peligro de la eslaneacion de la atmósfera,y la salubridad bien demostrada de las bajas mese-tas del interior proporciona la contraprueba. La delas elevadas mesetas de Guatemala, de Honduras yde San Salvador se explica fácilmente por su consi-derable altura ; pero para darse cuenta de la salu-bridad de Nicaragua y de Costa-Rica hay que acudirá la benéfica inlluencia de los vientos del Noroesteque barren dichas llanuras, cuyo nivel en muchospuntos no excede de 40 metros. En ellos los ali-sios, después de haber soplado sobre las llanurasy los grandes lagos, escapan libremente al tra-vés de las grandes quebraduras que interrumpenla cordillera del Pacífico; si esla cordillera formaseuna muralla continua, como la de la costa atlántica,la atmósfera de la cuenca interior, en vez de estarsin cesar vivificada por corrientes activas, ofrece-ría probablemente la pesadez enfermiza que hacetan insalubre la costa atlántica. Las numerosaspuertas abiertas al viento á lo largo del Pacíficoson causa de las corrientes tan constantes, cuyaexistencia atestiguan los viajeros que han visitadolas regiones del interior; estas corrientes levantanen los lagos de Nicaragua y Managua un poderosooleaje, y dan lugar á una resaca tan violenta comola del Océano. ITn viajero contemporáneo, M. P. Le-vy, asegura terminantemente que el clima de Nica-ragua es uno de los más sanos que pueden encon-trarse en la zona tórrida (1).

La influencia nefasta de las calmas en las bajaslatitudes está confirmada por el estudio de las es-taciones en el Senegal. Para formar exacta idea delclima de esta región, es preciso recurrir á la exce-lente obra que acaba de publicar el doctor Borius,

(1) P . l.cvy. Ñola sobrf! la iqriíbHca (le Njcaragua. París, 1873.

58 4 REVISTA EUROIMiA. 1 3 DE JUNIO DE 1 S 7 5 . N.° 68

familiarizado, por sif larga permanencia en las colo-nias, con las enfermedades de los europeos en lospaíses cálidos (-1).

En el Senegal, donde el sol pasa por el cénit dosveces en cada año, divídese éste en dos estacionesperfectamente marcadas. La primera, desde Diciem-bre á íin de Mayo, es la estación seca, es fresca yagradable en el litoral (en San Luis y en florea), ysana, sobre todo para el europeo: permitiría la acli-matación si no alternara con una estación eminente-mente cálida, húmeda y malsana, el verano tropicalque dura desde Junio á Noviembre y al cual se le dael nombre poco propio de invernada, en el sentidode mala estación. El comerciante que puede pasaresta estación en Europa resiste largo tiempo al climade la Senegainbia. En el interior la estación seca sóloes apacible durante los tres primeros meses, á loscuales sucede un período de calores intolerables quehacen la permanencia en el país casi tan peligrosacomo durante la invernada. En la estación seca do-minan los vientos de Nordeste, vientos secos, quedesecan los pantanos. La invernada produce «unahumedad grande, numerosas calmas, vientos flojos yvariables, una temperatura media elevada, con débi-les oscilaciones, una depresión barométrica sensi-ble, lluvias, tempestades, desbordamiento de lascomentes de agua y mal estado sanitario para loseuropeos.» Durante dicha estación, todo el mundose siente masó menos atacado por la enfermedad,la cual se convierte en estado habitual de los euro-peos, siendo la mortalidad de éstos en extremo con-siderable.

La calma frecuente del aire en Argelia, la indeci-sión, la variedad y la debilidad de los vientos, lasbrumas y nieblas que son consecuencia de ello,constituyen probablemente algunas de las pineipa-les causas de insalubridad de ciertas regiones denuestra colonia. Debe añadirse á ellas, que los vien-tos continentales del Sur, la débil tensión elétrica,los vientos negativos, como se les llama, ejercen, alparecer, una acción perniciosa que se manifiesta porperturbaciones de inervación y predisposición á lasenfermedades endémicas. El cubrir nuevamente debosques las alturas seria un remedio contra la in-fluencia de esos vientos del Sahara, y al mismotiempo evitaría en gran manera la sequedad habitualdel aire.

«Los vientos marítimos generales, alisios óvientos del Oeste, dice el doctor Pauly, deben, se-gún toda probabilidad, sus propiedades vivifican-

( t ) Recherches S<<Í' le clinial Ha Senegal, por M. A . Bor iua , P a r í s

1875. El autor resume en este libro veinte años de observaciones de todaespecio hecha s por los médicos y los farmacéuticos de la marina que hanhabitado en aquel país, y añade, además, los resultados de una expe-riencia personal de cinco años, asf corno los preciosos datos suministra-dos por los hermanos Ploermel,

tes á su paso, como vientos de evaporación, sobrelos mares. Cárganse de este modo de vapor deagua y de electricidad positiva; su invisible vaporde agua les hace aptos para crear esa benignidadde la atmósfera, esa suavidad del fondo del aire,desconocida en los climas más bellos, pero menossanos del Mediterráneo, de Oriente y de la India,cuya fórmula, especialmente para los dos primeros,es: sol ardiente y aire frió, ó al menos m-uy fresco.La aspereza del aire en estos climas se debe indu-dablemente á la escasez de vapores acuosos.» Res-pecto á la electricidad positiva de que están carga-dos los vientos del Oeste, cree el doctor Pauly queella explica la riqueza de ozono, comprobada pordiversos exploradores. Conocida es la acción esti-mulante que la presencia del ozono, de ese oxígenoen estado activo, ejerce sobi-ola salud en general,y parece, además, según las investigaciones hechaspor M. Jacolot, durante la campaña del buqueDanae, que la misma rapidez de los vientos bastapara aumentar, en proporción bastante notable, elozono del airo.

Las propiedades oxidantes del ozono se manifies-tan poruña combustión más rápida de los restosorgánicos abandonados al aire libre, y en este sen-tido los vientos cargados de ozono son vientos sa-lubres; pero es probable que por los efectos mecá-nicos de dispersión y de trasporte sean los vientosgenerales los más propios para purificar las capasde airo viciadas. Cualquiera que sea la ¡dea que seforme de la naturaleza de los miasmas que produ-cen las epidemias, sean esporos de un alga, gérme-nes de infusorios ó simples emanaciones del suelo,sea que cada enfermedad tenga su miasma particularó que pueda resultar una misma forma morbosa deuna atmósfera contaminada por diversas causas, eslo cierto que las poderosas corrientes atmosféricas,barriendo el suelo, renuevan el aire y arrastran losprincipios deletéreos. En todo caso, no cabe dudade que las prolongadas calmas son peligrosas paralas ciudades donde se acumulan sin cesar gases me-fíticos; este peligro existe igualmente en los paísescálidos, cuando se desmontan los terrenos de alu-vión, ó cuando los desbordamientos de los ríosmás próximos dejan expuestas á los rayos del solgrandes capas de limo, muy ricas en residuos or-gánicos (4).

Las investigaciones del general Mürin, las deM. Le Blanc y las del doctor F. de Chaumont sobrela ventilación, establecen la necesidad de una circu-

(1) De aquí se deduce además, que los vientoá demasiado débiles pue-

dan llegar á ser ñgt'iiies de propagación de epidemias. El excelente in-

forme de M. Bartti sobre las epidemias de cólera, hace constar que las

corrientes de aire tienen una influencia real en la propagación de la

enfermedad acortas distancias, observándose qne aparecía en los pue-

blos cuando reinaban vientos procedentes de una localidad infestada.

N.° 68 R. RADAU. LOS VIENTOS EN LOS CLIMAS CALIDOS. 5 8 S

lacion activa del aire, lo mismo para los enfer-mos que para las personas sanas. Puede admitirseque el aire de una estancia de mediana capa-cidad, habitada por una sola persona, se man-tenga en grado de salubridad suficiente si se re-nueva una vez por hora; si la estancia la ocupanvarias personas, la renovación completa del airedebe hacerse cinco ó sois veces, y en algunos ca-sos ocho ó nueve veces por hora. En los cuartelesingleses, donde el espacio destinado á cada hom-bre es de 17 metros cúbicos, el volumen de airenuevo que debe introducirse osla fijado en 85 rae-li'os cúbicos por hora y por cabeza, es decir, queel aire debe renovarse cinco veces por hora; en loscuarteles franceses, no siendo la proporción nor-mal sino de -10 á 12 metros cúbicos, la ventilacióndebería ser mucho más enérgica, pero, por desgra-cia, casi siempre es insuficiente (1). Todos los hi-gienistas están hoy de acuerdo en el principio deque es indispensable proporcionar aire puro en lamayor cantidad posible á los hospitales, á las am-bulancias, á los cuarteles, á las escuelas y á los ta-lleres, y facilitar la circulación atmosférica en losbarrios populosos. En esta via se encuentra la ver-dadera profilaxia contra todas las enfermedades in-fectivas. Existen hechos curiosísimos que pruebanque la simple exposición al aire puede ser un me-dio de curación.

Pueden citarse en este punto los admirables re-sultados obtenidos por un médico del ejército in-glés, Roberto Jackson, á fines del pasado siglo. Losenfermos atacados de fiebres ó disenterias rebeldes,los colocaba este hábil facultativo en carretas ócarruajes descubiertos, paseándolos así constante-mente en todo tiempo , incluso en medio de la con-fusión de una rápida retirada. Durante el día cubríaá los enfermos de los rayos del sol por medio deramas llenas de hojas, pero por la noche, ó cuandoel cielo estaba nublado, quedaban absolutamenteexpuestos al aire libre, sin cuidarse de la lluvia nidel rocío. Jackson ha visto así enfermos desaucia-dos curarse por medio de esta prueba heroica enlos momentos en que carecían de medicinas y decuidados. Este medio de trasportes al aire libregestation in ojien- airj se recomienda sobre lodopara los casos graves. El general Félix Douay loprobó en Méjico cuando un dia se vio obligado áconducir en artolas cierto número de cazadores ata-cados de la fiebre tifoidea; esperábase verles morirantes de que acabase el dia, y con gran sorpresadel médico jefe, el doctor Houneau, todos se cura-ron. El tratamiento al aire libre de los enfermosha producido siempre felices resultados en tiempos

(1) Comptes-rendut déla Academie dea Seténeles, sesión del 4 deAgosto de 1875.

TOMO IV.

de epidemia, y el doctor Pauly ha logrado curar deataques de cólera, obligando á los enfermos á andarlargo tiempo á la intemperie. Cuando faltaba al en-fermo energía ó valor, dos compañeros le cogíanpor los brazos y le obligaban á pasear. El que vaci-laba ó inclinaba su cabeza al principio, recobrabapoco á poco aspecto más animado, viendo los ca-lambres y los vértigos desaparecer y renacer loscolores en sus pálidas mejillas. En este caso la fres-cura del aire, cargado de rocío ó de lluvia, era con-dición del más pronto éxito. «La debilidad de losenfermos es por lo demás, con frecuencia, dice eldoctor Pauly, un obstáculo que puede vencerse conpaciencia suficiente.»

Tales hechos prueban en corta escala la benéficainlluenek: y el influjo capital de las grandes corrien-tes de aire puro. Desgraciadamente no está ennuestra mano dotar á una comarca de los vientosque le hacen falta, y es preciso evitar los parajesdel globo donde el aire permanece inmóvil y mal-sano, pero aun en ellos puede ejercer el hom-bre su poder en ciertos limites, no habiendo casiningún clima que no sea capaz de modificación enbien ó en mal. El trabajo, sobre todo el trabajoagrícola, y en las ciudades el empleo de numero-sos medios de saneamiento (alcantarillado, par-ques, etc.), son los medios necesarios para comba-tir las influencias deletéreas encaminadas á hacer elclima enfermizo; necesitase para ello una políticasensata, paz y capitales. La anarquía, la guerra y losodios sociales, llevan consigo perturbación del tra-bajo, y son de este modo causas de decadencia parala salubridad de un país. La América del Sur pre-senta muchas pruebas en apoyo de estas verdades.La guerra civil ha sido permanente durante largotiempo en Rio la Plata, y de aquí que se descuidarapor completo cuanto se refiere a la higiene pública.Grandes ciudades, como Montevideo y Buenos Aires,donde se tiene la pretensión de vivir á la europea,han sido construidas sin cuidarse de los órganosnecesarios a la vida en las poblaciones populo-sas; sin alcantarillas y sin acueductos; se bebe elagua de aljibes que recibe las infiltraciones delsuelo. Las tenerías y los saladeros donde se degüe-llan millares de reses vacunas, se encuentran a laspuertas de las ciudades, infestando el suelo con lasangre de animales muertos y la putrefacción desus despojos. De aquí, que desde 1850 el cólera yla fiebre amarilla se han presentado en la cuencade Rio la Plata, diezmando epidemias graves la po-blación dej las ciudades. Hasta hace pocos añosBuenos Aires y Montevideo no han empezado á to-mar medidas de salubridad, cuya urgencia acababade demostrar la epidemia de 1871. Evidentementelas causas do infección urbana han modificado laconstitución médica de estos climas, antes tan sa-

45

586 REVISTA EUROPEA. 4 3 DE JUNIO DE 1 8 7 5 . N.° 68

lubres, y no hay que admirarse de que ciudadescomo Rio Janeiro, Buenos Aires, Lima y NuevaOrloans sean focos de enfermedades tíficas desde11ne han llegado á ser hormigueros humanos dondeel espacio, el aire y el agua están distribuidos condeplorable parsimonia.

El abandono de los trabajos agrícolas ha tenidotambién una influencia nefasta sobre los climas. Lo-calidades que estaban cubiertas de pueblos, aldeasy esmerados cultivos en la época de la llegada delos españoles, son hoy muy insalubres y están in-vadidas por bosques casi desiertos. Se ha supuesto,para explicar estos cambios, que los indios tienen,i-especto á las fiebres, una resistencia mucho másgrande que los emigrantes europeos de nuestrosdías. Sabemos, sin embargo, que las fiebres empe-zaron de un modo permanente durante la decaden-cia del imperio romano, en Sicilia, en el Pelopo-neso y en el Asia Menor, y á nadie se Je ha ocurridobuscar la causa de ello en una disminución de lafuerza de resistencia de las razas griega ó latina.Sabido es también que la malaria nace y desapareceen los países cálidos con los grandes trastornos,como la invasión de los bárbaros en el siglo V, óla conquista árabe en el siglo VII. En nuestros díasvemos su aparición en un distrito á consecuenciadel rompimiento de un dique, del desagüe de unestanque, de la formación de una barra á la des-embocadura de un rio, y nadie piensa ver en elloun síntoma de degeneración de los habitantes. Laverdad es, que en los países cálidos existe intima ycompleta relación entre el suelo y la atmósfera. Eltrabajo del hombre, desgarrando la superficie de latierra para el cultivo, aireándola con el laboreo,sembrando en ella plantas herbáceas anuales deverdura rápida y viva, y—-cosa esencial—-regulari-zando el régimen de las corrientes de agua, acabapor crear una atmósfera más salubre. De esta suertepuede esperarse que el desarrollo de la agricul-tura mejorará sensiblemente el clima de nuestracolonia africana, donde abunda la tierra laborable,donde el sol es por demás generoso, donde sólofalta una atmósfera más rica en ozono y en vaporde agua. Cubriendo las comarcas de vegetación dehojas tiernas, como los cereales, el algodón, laviña; restableciendo los bosques en las alturas;multiplicando las irrigaciones, se tiene seguridadde producir en el clima del Tell argeliano excelen-tes modificaciones, y de atenuar en gran parte losinconvenientes que resultan de la vecindad del de-sierto de Sahara ó de la insuficiencia de la ventila-ción natural.

R. RADAU.

(Bevue des Deux Mondes.)

LA REFORMA ARANCELARIA DE

vi. *

Influencia de la Reforma en el Comercio.—? ovodebemos decir sobre este extremo de nuestro tra-bajo; porque todo el mundo admite que la baja delas tarifas aumenta el tráfico.

Y así ha sucedido en efecto, pues los valores delas mercancías importadas lian sido los siguientes:

En los cuatro años de 1865, 1866, 1867y 1868, inmediatamente anteriores ála Reforma (en números redondos ymillones de reales.) 6.834

En los años 1870, 1871, 1872 y 1873 (1). 8.032

Diferencia á favor del segundo período. 1.198

En la exportación, las facilidades concedidas alComercio, han producido resultados mucho más fa-vorables, pues los valores totales, han sido ios si-guientes :

Millones (le reales

En los cuatro años inmediatamente an-teriores á la Reforma 4.815

En los cuatro años inmediatamente pos-teriores 7.493

Diferencia á favor de los últimos 2.678

Y aún hay que añadir á esta diferencia una canti-dad no despreciable, porque en los años de 1872y 1873 sólo se han puesto los principales artículos.

El mismo resultado se obtiene comparando elnúmero de buques que han entrado y salido en am-bos períodos, pues tenemos que:

En el primero han entrado 37.784En el segundo 43.506

Diferencia áfavor del segundo 5.722

En el primer período han salido 34.561En el segundo 39.286

Diferencia áfavor del segundo 4.72S

Con estos resultados, no sabemos quién podríaatreverse á negar que la Reforma ha beneficiadograndemente al Comercio; sobre todo, teniendo encuenta que estos resultados se han obtenido inme-diatamente después de planteada aquella, y á pesarde las gravísimas circunstancias políticas en quenos hemos encontrado.

* Véase el número anterior, pág. 521.

(1) Loa valores de 1875 se han computado aproximadamente porno estar aún concluidos los resúmenes generales de la Estadística dedicho afio.

N.° 68 L. GISBERT. 1.A REFORMA ARANCELARIA DE 1 8 6 9 . 587

Si hubiéramos tenido después de la Reforma lapaz que disfrutamos antes de ella, bien puede asegu-rarse que el movimiento de importación habría ad-quirido un 50 por 400 de desarrollo, y que el de ex-portación habría alcanzado fabulosas cifras.

El corazón nos duele al considerar cuánta sangrese derrama y cuánta riqueza se destruye y cuántamás deja de crearse por miserables ambicionesen nuestras contiendas civiles. Y lo peor es que, siéstas no acaban pronto, al fin acabarán con la vita-lidad de esta pobre nación que tantos esfuerzos hacepara sostenerse y desplegarse, aun á pesar de sucrónico mal de desgobierno y de las mil contrarie-dades que la circundan.

VII.

Influencia de la Reforma en la Industria.—Estees el punto capital de la cuestión y el más fuerteatrincheramiento de nuestros enemigos. Aquí esdonde nosotros, los que nos preciamos de pruden-tes reformadores, aceptamos la batalla con satisfac-ción más cumplida. Dejándonos de utopias, de teo-rías y de abstractas consideraciones, hagamoshablar á las cifras inflexibles, y ellas dirán la verdadsin consideración á nadie; puesto que nada les im-porta á ellas ni de los mantenedores, ni de los ad-versarios de las reformas.

Las industrias, aquí como en todas partes, se sos-tienen con las primeras materias que consumen; demodo que, evidentemente, el mayor ó menor con-sumo de éstas es el barómetro que mide con exac-titud perfecta el mayor ó menor desarrollo deaquellas.

Veamos, pues, cuál ha sido el consumo de prime-ras materias en España durante el trascurso de losdos períodos que comparamos.

El artículo común á todas las industrias es el car-bón de piedra, llamado ya vulgarmente el pan de laindustria.

Su importación ha sido la siguiente:

Toneladas métricas.

En los cuatro años inmediatamenteanteriores á la reforma -1.342.333

En los cuatro años inmediatamenteposteriores 1.876.145

Diferencia á favor delriodo

pe-533.812

De modo que las industrias españolas han consu-mido en el segundo periodo, es decir, después dela Reforma, un 38 por 400 de carbón más del quehabían consumido en un período igual antes de laReforma; debiendo advertirse, que para hacer lacomparación de ambos períodos con exactitud, de-beríamos haber tenido en cuenta que en el nuevo

Arancel, para favorecer más la importación del car-bón, se disminuyó considerablemente el número dekilogramos que se computan en la reducción de lastoneladas de arqueo á toneladas de peso, y se au-mentó el descuento á los vapores por espacio ocu-pado en máquinas, ele., cuyas dos circunstanciashacen que la cantidad que aparece importada seamenor de la que se ha importado realmente.

Y no debemos tampoco echar en olvido que, du-rante este período segundo, ha tomado notable in-cremento el consumo de carbón nacional, tanto queninguna de las minas que se explotan tiene nuncaexistencias, y sabemos de algunas que no puedendar abasto á los pedidos que se les hacen.

Bien podemos, pues, sentar, quedándonos cortos,que la industria española lia consumido en los cua-tro años inmediatamente posteriores á la Reforma,un 30 por 100 más de carbón, y por consiguiente,que su trabajo ha crecido en análoga proporción.

De acero se han importado:Kilogramos.

En el primer período.En el segundo

Diferencia á favor del segundo...

De hierro colado:

En el primer período.En el segundo

2.717.4443.923.748

1.206.637

Kilogramos.

48.912.61757.712.464

Diferencia á favor del segundo... 8.799.847

De modo que las industrias españolas, que con-sumen acoro y hierro colado, han necesitado intro-ducir en el período posterior á la Reforma casi un30 por 100 más del primer articulo, y un 18 por100 my%del segundo, y esto cuando se sabe la prós-pera marcha de las grandes fundiciones de hierrodel país.

Pero viniendo á la industria algodonera, que esla que más se mueve y más se queja, veamos cuá-les han sido las cantidades que ha consumido desus primeras materias, que son el algodón en ramay las drogas para la preparación y para los tintes.

Algodón en rama importado:Kilogramos.

En el primer período.En el segundo

76.544.182417.473.628

Diferencia á favor del segundo 40.662.446

Es decir, que la industria algodonera españolaha necesitado para alimentar su trabajo, después dela Reforma, 33 por 100 más materia primera que an-tes de la Reforma ; es decir, que su trabajo HA CHE-

588 REVISTA EUROPEA. '13 DE JUNIO DE ' 1 8 7 5 . N.°68OÍDO EN MÁS DE LA MITAD DESPUÉS DE LA REFORMA; por-que claro es que esos 117 millones de kilogramosde algodón en rama no se traen para acolchados, nisirven para otra cosa que para hilarlos, y los hila-dos que con él se hacen no sirven sino para tejer-los, y los tejidos no han servido sino para venderlosen el país y fuera del país, con gran beneficio denuestros catalanes, siempre dignos de alabanza porsu laboriosidad, y á quienes nosotros los reforma-res queremos mucho, á pesar de lo quejumbrososque son y de lo empeñados que se manifiestan enuo dar su brazo á torcer en estas cuestiones.

Enfrente de esa enorme cantidad de algodón enrama introducido para hilarlo en España, veamosqué cantidades se han introducido de algodónhilado, para graduar la competencia que las ('datu-ras extranjeras han hecho á las nacionales.

Kilogramo».

En el primer período, cuando los dere-chos eran altísimos y había prohibicio-nes, se introdujeron de algodón hi-lado

En el segundo período, cuando se temíauna desastrosa competencia, han en-trado

324.805

541.346

Diferencia á favor del segundo 216.541

Es decir, que todo lo que ha entrado á consecuen-cia de la rebaja de las tarifas, han sido 200.000 ki-logramos de algodón hilado á hacer competencia áfábricas que han hilado 117 millones de kilogramosde algodón en rama!

Los extractos tintóreos son otro elemento pri-mordial de esta industria, y de ellos tenemos:

Importados en el primer período.Importados en el segundo

Kil

13

1

ogramos.

.272

.129

.857.

.009

.325

.316Diferencias á favor del seffwndo...

üe modo que la importación de extractos tintó-reos ha crecido en un 140 por 100 después de la Re-forma. ¿Y qué significa tan prodigioso aumento enel consumo üe esta primera materia, sino que haaumentado de una manera increíble la fabricaciónde telas pintadas en nuestro país?

También merecen compararse las cifras de otramateria primera: las de los álcalis cáusticos, carbo-riatos alcalinos y sales amoniacales, de los cualesresulta que se han importado.

Kilogramos.

En el primer período 6.430.989En el segundo 31.129.948

Diferencia á favor del segundo... 24.698.959

Es decir, que el consumo de estas materias haquintuplicado en España después de la Reforma.

Habíase dicho también que la baja de los derechosque hacíamos al lino, al cáñamo y á sus hilazas,arruinaría la producción española de estos artícu-los, abriendo las puertas á una inundación extran-jera de los mismos.

Veamos si se ha cumplido tan funesto agüero;veamos si la importación de esos textiles ha cre-cido tan extraordinaria y perniciosamente como seanunciaba.

Kilogramos.

Durante el primer período la importa-ción de lino y de cáñamo en ramay rastrillado y sus hilazas, habíasido ' 30.942.794

Durante el segundo período había sido 29.712.456

Diferencia á favor del primero... 1.230.338

De modo que después de la baja de los derechos,ha disminuido la importación de aquellos artículos;de modo que aquella inundación del cáñamo y dellino extranjeros, no se han verificado; de modo quelos agricultores españoles, no han tenido despuésde la Reforma aquella concurrencia que tan desas-trosa se auguraba para sus productos.

En resumen, las industrias españolas han necesi-tado en los cuatro años inmediatamente posterioresá la Reforma, un 50 por 100 más de carbón, casi un50 por 100 y un 18 por 100 más de acero y hierrorespectivamente; un 53 por 100 más de algodón enrama; un 140 por 100 más de extractos tintóreos, yun 400 por 100 más de materias alcalinas, habiendocrecido en una cantidad insignificante la importa-ción de hilaza de algodón, y habiendo disminuidola importación de cáñamo, lino y sus hilazas.

Y ¿qué podrá alegarse contra esta valiente decla-ración de los números que no han podido dejarseseducir por unos ni por otros contendientes, y quevienen tranquilamente al juicio á prestar su impar-cial y victorioso testimonio? Nada ciertamente quemerezca discutirse; nada que no sea falaz ó utópico,dicho por los que se precian de prácticos, y á nos-otros, los que deseamos el racional y meditado pro-greso, nos censuran de utopistas y de ciegos parti-darios de escuela.

Digámoslo, pues, con profunda satisfacción todoslos que intervinimos en la Reforma arancelaria de1869: ésta no sólo no ha perjudicado á la fabrica-ción nacional, sino que la ha favorecido poniéndolaen mejores condiciones de lucha y progreso que ja-más había tenido.

Pasemos ahora á las dos importantes cuestionesde los cereales y de la marina, que nos han de darresultados no menos satisfactorios.

N.° 68 L. GISBERT. LA REFORMA ARANCELARIA DE ' 1 8 6 9 . 589

VIH.

Influencia de la Reforma en la Marina mercan-te.—Sabido es que á la reforma de las tarifas acom-pañó la supresión del derecho diferencial de ban-dera, con el cual antes se pretendía favorecer y laMarina mercante española; y sabido es también cuangrande fue el clamoreo que se levantó por algunos,asegurando que en brevísimo plazo desapareceríade los mares el pabellón español.

No lo ha consentido asi la Providencia; el pabe-llón español ondea por los mares, amparando ma-yor número de toneladas que antes, yes llevado altravés de las aguas por mucho mayor número deesos caballos de vapor, que son la moderna medidaen grande de la fuerza y del trabajo.

Asi lo dicen las cifras oficiales siguientes:

Marina mercante en 3-1 de Diciembre de 1867.

Buques de vela. De va{>or.

4.362 152 390.700

Caballos.

22.619

Marina mercante en i." de J'tUio de 1874.

Buques (ie \ela. De vapor. Toneladas. Caballos.

3.S40 296 581.412 31.289

Son menos los buques de vela; pero son casi elduplo los buques de vapor y ha crecido en más del40 por 100 el tonelaje, lo cual prueba que crece lanavegación de más importancia, y que los pequeñosbuques de vela desaparecen aquí, como en todaspartes, ante la concurrencia de los vapores, cuyafuerza ha aumentado en un 33 por 100.

Y lo mismo viene á probar otro importante dalo,que es el de los buques abanderados en Españadurante los dos períodos que venimos comparando.

Antes de la Reforma se habían abanderado:

En 18651866 . .1867... .1868

TOTALES.

Buques.

. 23162116

. 76

ues de la Reforma:

Buques.

En 1870187118721873

TOTALES.

. 50

4261

. 224

Toneladasque miden.

7.4615.5448.4943.541

25.040

Toneladasque miden.

2S.38035 87916 38634.304

111.949

De modo que después de la Reforma se han aban-derado tres veces más buques que antes y han me-dido cuatro veces y media más loneladas.

¡Y todo ello en tiempos de revolución , y deguerra, y de desconfianza en el porvenir!

¡Oh! ¡cómo progresaría esta nación española situviera paz y el cielo le otorgara el inestimable be-neficio de un Gobierno duradero, y que, olvidandolas luchas, que mal llamamos políticas, pensara enadministrar y en fomentar el trabajo!

IX.

Influencia de la Reforma en la cuestión de cerea-les.—No menos grave que la cuestión algodoneraal intentarse la Reforma arancelaria, era la cues-tión de cereales; y el resultado obtenido en ésta hasido no menos lisonjero que el obtenido en aquella.

Temíase entonces, y se decía, que la importaciónde trigos extranjeros, mediante un derecho, habíade producir en el precio de los nuestros una desas-trosa baja; y que esta baja redundaría inmediata-mente en daño de nuestra agricultura, que, escasade aguas, sobrada de soles, falta de brazos y cargadade tributos, no tiene fuerzas para resistir la con-currencia de los productos de otros países ó mejorgobernados ó más favorecidos por la naturaleza.

Respondíamos noselros que la razón hprioriyla experiencia de otros países a posteriori habíandemostrado lo infundado de semejantes temores;que aun en la misma Inglaterra, la libre importaciónde cereales no había producido la ruinosa baja deprecios que esperaban sus agricultores; que las can-tidades de trigo disponibles en los países que tienensobrantes, nunca son tales que alcancen á inundará los demás países; que dichos sobrantes se distri-buyen entre las naciones que tienen déficit, de unmodo maravilloso, sin producir más efecto que elde re<J»íMr á diferencias de menor importancia lasoscilaciones del precio, que en tiempos de prohibi-ción varían dentro de límites muy distantes; y, porúltimo, que el trasporte de los cereales exige tantosbuques ó tanto tiempo, que nunca puede acudir deun golpe sobre un país una masa de ellos que al-cance á producir un repentino y desastroso des-censo.

Pero insensiblemente se escapaba nuestra plumaal terreno de las consideraciones abstractas y de ladiscusión científica, que voluntariamente nos hemosvedado en este artículo. Volvamos, pues, á las ci-fras, concretando las cuestiones que por su mediohan de resolverse.

Dos son estas cuestiones: la primera consiste ensaber si las cantidades de trigo que se han importadodespués de la Reforma, han sido tales que hayanexcluido del consumo al trigo nacional en parteconsiderable: la segunda consiste en ver cuál ha

590 KEVISTA EUROPEA .—13

sido la influencia de la importación en el precio delos trigos en nuestro país.

Para resolver la cuestión primera ponemos elcuadro do lasCantidades de trigo y su, harina importadas en la

Península é Islas Baleares en los cinco años in-mediatamente posteriores á la Reforma, y que sonlas siguientes:

AÑOS.

1870,1871, . .187218731874. . . . .

Trigo.

62.505.87064,600.52828.559.177

70.15515.484.451

171.220.181

Harina (IR trigo.

13.750.2629.875.6457.468.638

126.3994.725.582

35.946.526

De modo que en los cinco años se han importadoen números redondos 171 millones de kilogramosde trigo y 36 millones de kilogramos de su harina,ó sea, por término medio, en cada año 34 millonesde kilogramos de trigo y 7 millones y pico de kilo-gramos de harina. Y haciendo la reducción de laharina al trigo y de kilogramos á fanegas, cálculoque omitimos por minucioso y porque cualquierasabe hacerlo, tendremos que, por término medio,en números redondos, ha entrado en España pocomás de medio millón de fanegas de trigo al año.

Ahora bien, el consumo anual en nuestro paísestá graduado en 90 millones de fanegas por térmi-no medio, pudiendo subir á 100 y bajar á 80, segúnlos años y las siembras que se hacen: por consi-guiente, la cantidad de trigo introducida apenasllega á 3/t por 100 de la consumida; es decir, quecon todo el trigo y la harina que por término medioso ha introducido en España durante el año, no ha-bríamos tenido más que para el consumo de cuatrodías escasos.

En vista de este resultado, rogamos á todas laspersonas imparciales, á todos los hombres de buenafe, que digan si, como cantidad, la importación deltrigo ha sido tanta, que podamos llamarnos inunda-dos de trigo extranjero, y si habrá nadie que seria-mente sostenga que la entrada de medio millón defanegas al año, sea una concurrencia temible parala Agricultura española; y si no habrá de reconocer-se que es más fuerte la competencia que recíproca-mente se hacen dentro del mismo territorio españolAndalucía y la Mancha, la Mancha y las dos Castillas.

Aún aparecerá más clara esta demostración, po-niendo aquí las cantidades de trigo y de harina ex-portadas de España en los cinco años inmediata-mente anteriores, y en los cinco inmediatamenteposteriores á la Reforma.

Antes de la Reforma, son las siguientes:

DE JUNIO DE 1 ¡

AÑOS.

1864186S186618671868

TriRO.

lUclolitvf»,

-14.466214,479877.548566.65929.89-1

1>.

Harina ,Ie trigo.

Kilug>'-inws.

33.861.17539.858.12376.051.24150.033.74619.743.048

68

1.703.043 221.247.333

Después de la Reforma son las siguientes:

AÑOS.

18701871187218731874

Trigo.—

Kilogramos.

8.443.6108.768.260

48.551.318197.629.88858.821.928

Harina de trigo.—

Kilogramos.

42.334.11836.844.92948.23o.27393.876.56448.105.885

322.215.004 269.396.769

El término medio de la exportación en el primerperíodo, y en números redondos, reduciendo loshectolitros á kilogramos, es de unos 27 millones deestas unidades, en grano, y unos 44 millones de ki-logramos, en harina; y en el segundo de algo más de64 millones de kilogramos, en grano; y casi 54 mi-llones de kilogramos, en harina. Es decir, que enesta última especie, el término medio de la expor-tación ha subido en una cuarta parte; y en el grano,la exportación ha subido á casi dos veces y mediasobre lo que so exportó en el período inmediata-mente anterior á la Reforma.

De modo que la producción de trigo nacional nose ha arruinado á pesar de la importación de trigoextranjero, y ha dado de sí, no solamente todo lonecesario para el consumo del país, puesto que elimportado sólo habría surtido dicho consumo duran-te el brevísimo espacio de cuatro dias en el año,sino también para dar á la exportación un notableaumento sobre lo que había dado en un espacio detiempo igual áates do la Reforma.

Por último, si comparamos las cantidades de trigoy harina importadas con las exportadas en los cincoaños que llevamos desde que se permitió la impor-cion con pago de un derecho, tendremos:

IMPORTACIÓN. EXPORTACIÓN.

Trigo. Harina de Irigo Trigo. Harina de trigo

i ' Kilogramos. Kilogramo,'. Kilogramos. Kiogntmos,

1870..1871..1S72,.1873..1874..

62.ROS.87064 600.53828 559.177

70.15515.484.451

15.750.2629.875.6457.468.653

126.5994.7-25.582

8.8.

48.197.58 .

443.610768.860£51.318629.888821.928

423t>489548

.334.

.844.235

.876.IOS.

118929273564885

171.220.181 35.946.526 322.215.004 269.396.769

N.°68 L. GISBERT LA REFORMA ARANCELARIA DK 1 8 6 9 . 591Aquí se observa una singular correlación entre

las cifras de la importación y de la exportación decada año. En 1870 y 1871, medias cosechas en Es-paña; exportación de unos 8 '/a millones de kilogra-mos de trigo y de unos 39 millones de kilogramosde harina. La importación es importante, pues damás de 60 millones de kilogramos de trigo en cadauno de los dos años, y 1-1 millones como términomedio de kilogramos de harina en cada uno de ellos.

En los años de 4872 y 1874, la cosecha es mejor;España tiene trigo bastante para exportar en el uno48 '/a millones de kilogramos de trigo y 48 millonesde kilogramos de harina, y en el otro casi 59 mi-llones de kilogramos del primero y 48 de la se-gunda: al instante baja la importación, reduciéndoseen 1872 á 28 i/.2 millones de kilogramos de trigo,y á 7 V2 de harina; y en 1874 á 15 ya y poco másde 7 '/j, respectivamente.

Y por último, en 1873 tiene España una buenacosecha. Da trigo para exportar nada menos que197 4/2 millones de kilogramos en grano y casi 94en harina; la importación baja á la cifra insigni-ficante de 70.000 kilogramos del uno y 126.000 dela otra.

Se ve, pues, claramente que la importación y laexportación se regulan, se compensan y se limitanuna á otra de un modo maravilloso. ¿Y en virtud dequé ley se verifica tan admirable concierto? No se-guramente en virtud de ley alguna humana, ni deningún pequeño reglamento de Dirección ó de Mi-nisterio; sino en virtud de una do esas leyes de ar-monía dictadas por la Inteligencia suprema para re-gir el mundo económico; leyes contra las cualestantas veces pugna el reducido entendimiento delhombre; pero que á pesar de lodo, van poco á pococon el transcurso del tiempo sobreponiéndose á ¡a ig-norancia y ejerciendo por do quiera su benéfico in-flujo. Cientos de errores han desaparecido de estemodo, y las verdades opuestas, en otro tiempo du-ramente combatidas, pasan hoy por inconcusas; ylos que las poseen las gozan tranquilamente, comosi siempre se hubieran poseído, como si nada hu-biera costado á la humanidad el adquirirlas.

I'ero volvamos á nuestros números.La segunda cuestión, que por medio de éstos lie-

mos de resolver, es la del precio.¿Qué influencia ha ejercido la importación del

trigo extranjero en el precio del trigo nacional? ¿Haocasionado, como so temía por algunos, una bajadesastrosa que haga imposible el cultivo? ¿Esetrigo de Rusia, producido á tan poca costa, ese tri-go de Egipto, ese trigo de la costa frontera delMediterráneo, han venido á abaratar nuestros mer-cados en términos que el agricultor español sehaya visto precisado á vender con pérdida sus pro-ductos?

Veámoslo.El precio medio del trigo, según datos oficiales,

ha sido desde 1858 hasta 1868 el siguiente:

En 1858 .18591860 . . .18611862 . . .18631864 . . .1865 . . .1866 . . .1867 . . .1868 . . .

74 50 el hectolitro82 93

. . 85,53 —98 1189,58 —88 49 —

. , 82,69 —

. . 74,40 —79,28 —92,58 —

. . 134,30 —

Se ve en esta tabla, que el precio medio del trigoha oscilado entre 74 reales 40 céntimos, como pre-cio mínimo, y 98 reales 11 céntimos como preciomáximo, prescindiendo del precio de 1868, que lofue de carestía, y dio lugar á que oe abrieran nues-tros puertos á la importación sin pago de derechoalguno.

Los precios medios de los años posteriores á laReforma han sido según los datos oficiales:

Rs. Cents.

En 1870 84,28 el hectolitro.1871 89,08 —1872 83,60 —1873 77,20 —•1874 87,82 —

¡("osa singular! El precio del trigo se ha sostenidodespués de la Reforma dentro de los mismos límitesque (ni los años naturales antes de ella. Yr lo que esmás notable, aun cuando nosotros lo encontramosmuy lógico: el precio más bajo del quinquenio os eldel año 1873, duranlc el cual, la introducción detrigo extranjero se redujo á la mínima cifra de70.OJO kilogramos en grano., y 126.000 en harina.

Y el precio mas fuerte del quinquenio, que esel de 1871, corresponde á la máxima importacióndel mismo período; pues el trigo introducido endicho año ascendió á 64 '/a millones de kilogramosen grano, y casi 10 millones de kilogramos enharina.

De modo, qne la máxima importación ha corres-pondido al máximo precio, y la importación mínimaal precio mínimo. Lo contrario precisamente de loque aseguraban los adversarios de la Reforma.

¡Con cuánta satisfacción debemos consignar estosresultados! El precio del trigo se ha mantenido sindescenso, á pesar de haberse abierto nuestros mer-cados al trigo extranjero: el precio ha sido precisa-mente más alio en los años de mayor importación,más bajo en los años de menor importación.

Y si estos datos son ciertos, como lo son, ¿qué eslo que temen ó qué es lo ,que quieren los adversa-

592 REVISTA EUROPEA. 1 3 DE JUNIO DE 1 8 7 5 . N.° 68

ríos de la Reforma? Que lo digan francamente, yque no se oculten tras de erróneos supuestos: quehablen con las cifras como nosotros, y que no seentretengan en genéricas declamaciones.

Que nuestras cifras no son exactas; que los datosestadísticos son falaces; que entra de contrabandomucho trigo y mucha harina que no se toman encuenta en nuestros cálculos, dicen algunos no sa-biendo qué responder a nuestra sencilla argumen-tación.

Y nosotros les contestamos, que el contrabandode granos y harina no tiene, ni con mucho, la im-portancia que se dice; porque se trata de un ar-ticulo de mucho peso y mucho volumen, y que pagapequeños derechos. Cierto que por Torrevieja seentran algunos miles de kilogramos de trigo afri-cano; cierto que por algunos otros puntos del Medi-terráneo se alijan sacos de harina: pero nosotroshemos estudiado detenidamente este punto, y no en-contramos que la cantidad fraudulentamente intro-ducida influya sensiblemente en nuestros cálculos,y una buena prueba de ello son los precios. De laexactitud de éstos, no puede hoy dudarse: los pre-cios de los artículos de comercio, aparecen todos losdias en los centros de contratación, y ya no puededecirse de ellos que contengan errores de impor-tancia, sobre lodo, en sus términos medios.

Por consiguiente, si conocemos ios precios yéstos no se han alterado y han seguido la ley queríe los mismos hemos deducido, poco nos importa, yhasta favorece nuestra doctrina, el que la impor-iación haya sido algo mayor de la que aparece.Porque ciertamente, á los defensores del trigo na-rional no les importa gran cosa que entren cientoó doscientos mil kilogramos de trigo más ó menos,si, como hemos visto, su entrada no reduce el pre-cio á que el trigo nacional ha de venderse.

Otras muchas consideraciones podríamos hacer to-davía sobre los cereales: podríamos hacer con la ce-hada un trabajo análogo al del trigo: podríamos ma-nifestar, que el trigo de Egipto, que empezó á veniren grandes cantidades al principio de la Reforma, seha retirado casi por completo de nuestros merca-dos; que el precio do los trigos extranjeros en Mar-sella, de donde se traen muchos á Barcelona, dan di-ferencias demasiado pequeñas, comparados con losde los nacionales, atendida su calidad, y que hay nopocas veces en que el trigo está más caro en losmercados extranjeros que en el nuestro, como hasucedido en Abril de este año, durante cuyo mes,por ejemplo, estaba el trigo en Argel, á 25 pe-setas el hectolitro, mientras estaba en Alicante ámenos de 21 '/s •

Pero, sin entrar en mayores detalles, con lo dichobasta para que la demostración sea completa y hagaver, que la Agricultura española nada tiene que

temer de la concurrencia extranjera en lo relativo álos cereales: á lo cual podríamos añadir muchosobre el desarrollo que va tomando la exporta-ción de nuestras frutas, y probar cuan posible esque, andando los tiempos, muchas tierras de rega-dío que hoy se dedican á producir granos, se de-diquen á plantío de frutales con gradísimo provechode sus dueños. La fruta os un mal producto si selia de consumir en el país que la cria; pero da pin-güe ganancia si hay medio de trasportarla á paíseslejanos, donde su escasez ó su absoluta falta le dangrande estimación y fácil venta. Así, la provincia deMurcia está enviando hoy á París los albaricoquesmenudos tempranos, que antes allí nadie quería, yse daban á los animales. Asi se está allí vendiendoverde la naranja para atender al gusto de los pa-risienses que á toda costa quieren tener naranjas enDiciembre.

X.

Hemos cumplido nuestro propósito: hemos proba-do que la Reforma arancelaria de 1869 ha sido be-neficiosa al Tesoro, á la Industria y al Comercio, ylo hemos probado con los únicos razonamientos queno tienen respuesta, con los resultados prácticos tra-ducidos en cifras oficiales.

Los adversarios podrán decir cuanto quieran: nodestruirán la evidencia: conseguirán suspender lacontinuación de la Reforma, detendrán sus efectos;lo sentiremos, como sentimos todo lo que redundaen daño de nuestra patria: pero esperamos que undia so convencerá el Gobierno de la verdad innegabledo cuanto hemos dicho, y continuará el buen cami-no que, emprendido en 1862 por el actual Ministrode Hacienda y proseguido en 1869 por el Sr. Pigno-róla, podría elevar la Renta de Aduanas á muy altacifra, si atinadamente se continuase con gran pro-vecho á la vez del Comercio y de la Industria.

Al concluir este ligero trabajo, y siendo esta lavez primera que en la prensa nos ocupamos de losrelativos á la Reforma, no podemos menos de darpúblico testimonio do la gratitud con que recorda-mos la eficacísima cooperación que para realizar lasprudentes ideas del Ministro, encontramos en la inte-ligencia y en la laboriosidad de los entonces jefesde la Dirección general de Rentas, D. Pablo de San-tiago y Perminon y D. Salvador Quiroga, y en losoficiales D. Julián Castedo, D. J. R. Sitges y D. Ma-riano Arce. Todos ellos, excepto el último, arreba-tado por temprana muerto, verán hoy con satisfac-ción el resultado de aquellos trabajos, y todosmerecen que el país sepa la gran participación queen ellos tuvieron.

LOPE GISBERT.

N.° 68 E. LEGUINA. BECÜURDOS DE CANTABRIA. 593

RECUERDOS DE CANTABRIA.

S O M O R R O S T R O ,

Existen pueblos que parecen predestinados por lafatalidad para ser siempre teatro de escenas san-grientas, lugares con destino constante á la luchaentre los hombres, y pocos pueden hallarse en quemás de antiguo so verifique terrible sucesión dehorrores de todo género, como en el poético vallede Soraorrostro, de triste recordación en los analesde nuestras guerras intestinas.

Ya en tiempo de los romanos era aquel lugar co-nocido por sus lamosas minas de hierro que citaPlinio, el último confín oriental de la Cantabria (1),y por tanto, como límite que separaba á los inven-cibles cántabros de sus enemigos los romanos ó depueblos aliados de éstos, á cada paso debieron ocur-rir lances de guerra entre aquellas belicosas gentes,siendo además, por sus accidentadas condiciones,lugar tan estratégico, que durante el mando de losLegados de Roma, se estableció en él la terceracohorte de que habla Strabon, extendiéndose hastaMusquiz y Poreña (2); aseveración aceptada gene-ralmente por los aficionados á esta clase de inves-tigaciones, aunque no falta autor (¡ue lo rechace (3),como sucedo siempre con la mayor parte do lospuntos históricos que há tantos siglos vienen siendoobjeto de interminable acalorada controversia.

Y viniendo á épocas más inmediatas, cuyos suce-sos no se prestan á duda, ¿que largos y encarniza-dos combates no vieron los alrededores de Somor-rostro en los siglos XIV y XV?

Aún se halla en pié el tesligo más elocuente,aunque mudo, de aquellas ocurrencias; aún su for-taleza le conserva como perenne recuerdo de pasa-das épocas; todavía llama la atención del viajero susólida y maciza fábrica; tal es la Torre-palacio deSalazar de Muñalones, á izquierda del camino realque hoy conduce á Portugalete, y antes de llegar áSan Pedro de Abanto.

Se halla situada en una pequeña eminencia de laestribación del lamoso monte Montano, y es, indu-dablemente, uno de los edificios de la época másnotables que existen en estas provincias. Consisteen cuadrada torre de gran altura, circunvalada porfuerte muralla á la que á su vez rodea un foso cu-bierto por otra de poca elevación que en parte seconserva, y otra torre pequeña, también cuadrada,de la que sólo permanecen en pié cuatro paredes yel arco de la puerta, que servía de entrada; y susdimensiones y posición dominante dejan entendercuál fue la fortaleza de esta casa ilustro v el abso-

(1) P. Florez, La Cantabria.(2) ídem, id.(3) Ozaeta, La Cantabria vindicada.

luto imperio que debían ejercer sus poseedores enlos varios pueblos del valle.

Respecto de su fundación, algunos autores ase-guran tuvo lugar hacia los años de 1350, por don.luán López de Salazar (I), casado con doña JuanaMuñatones, mientras otros creen, y á esta opiniónnos inclinamos (2), que la casa pertenecía al linajede Muñatones, habiendo entrado en el de Salazarpor su unión con aquél.

Notables son en la historia del país la mayorparte de los señores que disfrutaron este mayorazgoy solaz, por hallarse siempre mezclados en todaslas discusiones y luchas allí ocurridas. Y no siendoocasión esta de enirar en más detallada investiga-ción, diremos sólo que uno de los que sobresalie-ron en aquel terreno por sus extraordinarias fuer-zas, batallador instinto y numerosa descendencia,pues alcanzó á tener 122 hijos, fue Lope García Sa-lazar, cuyo cadáver se hallaba todavía el añode '1772 (3) en la iglesia de Valpuesta (4).

Pero el más uolahlo de los poseedores de estacasa, si bien su nombro no es tan conocido comojustilicaría su mérito, fue un nieto de aquél, llamadotambién Lope García Salazar, que nació en 1399,hijo de Ochoa Salazar y de doña Teresa de Muñato-nes, señor de las casas de Salazar, San Martin doSomoiTostro, Muñalones, etc., y cuyas circunstan-cias exigen mayor detenimiento.

Ya á los 1(¡ años de edad, siguiendo la no inter-rumpida tradición de su familia, tomó las armascontra los Marroquíes de Sámano, y dicho se estáque su vida fue una continuada serie de sucesos deguerra, en los que no dejó de figurar sin interrup-ción, á pesar de haber contraído matrimonio en 1428con doña Juana liutron, de noble sangre vizcaína:asi le vemos proscrito en -1457 y desterrado á Se-villa p^rhaber tomado parle en los bandos que en-sangrentaban el territorio de las provincias de Viz-caya y Santander. Y á las muchas amarguras quesu destierro en Andalucía le ocasionara, á los infini-tos sinsabores que tan eternos cómbales le habíande proporcionar, todavía vino á unirse mayor tor-mento jiara su varonil ánimo, cual fue el que expe-rimentó (¡liando, de regreso en su fierra, se vio porlos amaños de su tercer hijo contra su autoridadrebelde, encerrado en la misma casa-fuerte de San

(1) MÍKIOÍ, Diccionario geográfico.

(2) Maestre, Semanario pintoresco espino/, 1847.

(3) Ídem, id.

(4) Esta villa de Vaklepuesla suponemos sea la simada hacia tierra

de Losa, á seis leguas y media de Vitoiia, célebre entre los aficionados á

estudios arqueolfjgieris por referirse a ella uno de los privilegios más an-

tiguos que se conocen en España, Unto, que acreditados escritores,

como e! P. Mariana, le suponen, equivocadamente, tíl monumento más

antiguo de los archivos de España. Tal es el privilegio otorgado por el

rey D. Alonso el año de 774, publicado por Garibay, libro ix, cap. v n ,

y también por e!P. Merino en su Escuela paleugráfica.

594 REVISTA EUROPEA. 1 3 DE JUNIO DE 1 8 7 5 . N.° 68

Martin. Mas si para el padre debió ser cruel situa-ción la debida al hijo desnaturalizado, en cambiolas letras españolas se enriquecieron merced á estascircunstancias con la obra que en aquel lugar es-cribió, titulada Libro de las buenas andanzas, que,poco vulgarizado, no ha hecho su nombre tan céle-bre como debía ser por el servicio prestado á lahistoria patria y ala de las provincias de Santandery Vizcaya principalmente (1).

Desde sus mocedades tuvo gran afición á la his-toria, y ya en 1434 (2), había escrito una «Crónicade Vizcaya» (3), que es la que se imprimió (sin añoni lugar) en tiempo de Carlos V, por su heraldo yRey de armas Castilla (4).

Pero su trabajo verdaderamente notable os el ci-tado Libro de las buenas andanzas, que tiene unaliarte dedicada exclusivamente á referir los bandos,muertes y sucesos ocurridos en el país durante suvida, y en todos los que desempeñó papel principal,ya como actor, ya como testigo de presencia: librocompuesto en 147-1 (5), á los setenta y dos años deedad, en el que trabajó con singular cariño, deján-dole á su muerte á la Iglesia de Somorrostro y quetodo él fue escrito de su mano según terminante-mente expresa en el prólogo: «E si por este libroque es escripto de mi mano é enmendado en mu-chos lugares que es de 700 fojas ó demás de dos elpliego menor que estará en la Iglesia de San Mar-tin, etc. (6).»

(1) Tal desgracia ha acompañado á cata obra, que ademíis do nohaberse impreso, las copias que se conocen son incompletas casi todas, ylos autores que la citan lo hacen casi siempre con error; véase, en prue-ha de (tilo, los cometidos por Nicolás Antonio, Henao, Tamayo de Sala-zar, etc. También la citan Padilla y todos los genealogistas.

(2j Henao dice equivocadamente 144)4.(^) Se reduce a los principios de Vizcaya, Señores, Linajes, ele , etc.(4) Debió ser Antonio Baraona que dijo haber hallado esta obra en

•i Monasterio de Ona, Sem-umrio Pintoresco E.pifvl, 1847.

(5) Todavía en este año fundaba mayorazgos como puede verse en elpleito segniilü por el Valle de Valdaliga con el condo de Escalante, liscuriosa ¡a censura que hace el abogado del Valle, de la obra de Lope(larda Salazar, en la que el conde apoyaba su derecho, pues después denegarla toda autoridad, dice que «lo más que escribe, son pondera-wciones de los de su casa, y varias y célebres aventuras muy parecidas»á las de Din Q¡'j't>i, y acaso sería este e! motivo que tuvo su hijo Juan»cie Salazar pan lenerle preso y retirado en una torre.»

(6) Se halla esta obra dividida en veiniicinco libros «con sus capí-tulos é sus tablas en cada uno sobre sí de letra colorada.» Los doceprimeros tratan (le historia antigua, del trece al veinte de historia deüspaüa general, en el veinte empieza ya á contraerse á Vizcaya, elveintiuno se refiere á linajes nobles de toda ]í> Costa Cantábrica y estalleno de (latos curiosos, y en los cuatro restantes, que son los verdadera-mente interesantes, describe con la mayor minuciosidad todas ias guer-ras (le bandería ocurridas en su país.

Se conocen de esta obra bastantes copias de !a época, pero incomple-tas en su mayor parte. En tai estado se encuentra el ejemplar del Esco-rial, el que poseí-» en Bilbao el dueño de la casa de San Martin; y el quese conserva en la librería del marques de Casa Mena, Saritillana. F.nSantander existe otro que aún no hemos teclúlo ocasión de examinar.

La Academia de la Historia, que también posee un ejemplar, ha publi-cado algunos capítulos, referentes á ios Behetrías, de Castilla.

De esta ligera reseña, resulta acreditado, que elValle de Somorrostro, destinado por su poética si-tuación, por su verdor inmutable, por la dulzura desu clima, á servir de plácido lugar de ventura y dereposo, viene constantemente siendo teatro de es-cenas de desolación, y por si su fama no estababien acreditada en la historia de otros tiempos, hoycon los nuevos combates en él librados, deja re-cuerdo indeleble de luto y lágrimas á innúmeras fa-milias españolas, que si en épocas remotas el al-cance de los duelos y penas no excedía de loslímites mismos del territorio en que se verificabanlos hechos generadores, hoy sus desastrosas conse-cuencias se tocan en los extremos todos de la na-ción entera.

Somorrostro.—Marzo de 1874.

B E J O R Í S .

En el pintoresco valle de Toranzo, á la falda deuna de las elevadas cordilleras que forman su lími-te, situado á orilla del rio Pás, que, modesto y tran-quilo en el estío, se convierte con frecuencia entorrente impetuoso y avasallador, distante medialegua de Santiurde, donde so celebraba en lo anti-guo la Junta de Clerecía, á corta distancia del lugarde Santa Marina, cuyo abad disfrutó en pasadasépocas grandes privilegios, do los que apenas siexiste el recuerdo, confinando con el valle de Car-riedo, el lugar de San Martin y los de Alceda, Onta-

¡ neda y San Vicente , se encuentra el pueblo de Be-| jorís, regado por una fuente llamada Jonat, que en| 1736 y 1775 anegó el lugar, echando á tierra mu-

chos edificios (1). Separándose de la costumbre,que, generalmente observada, hace construir lasrústicas caserías con separación , extendiéndosepor todas las sinuosidades de las montañas, Bejorístiene la mayor parte de sus casas reunidas en cortoespacio y forma un grupo, dominado por la parro-quia de Santo Tomás, que parece velar por los sen-cillos y honrados vecinos, que apenas alcanzan á lacifra de sesenta. Y realmente, pocas situacionespueden hallarse en que más apetecibles sean losconsuelos de la religión que en este pueblo, cuyasola comunicación con los inmediatos estriba en

! frágil puente de tabla, á menudo despedazado porla rápida corriente de las aguas, quedando entón-eos sus moradores, y en ocasiones por largo espacio

| de tiempo, reducidos á contemplar el espectáculo

! ( i ) A consecuencia de la inundación de 1736, presentó el valle de

i Toranzo instancia á S. ML, que existe impresa en el ayuntamiento de

j Bejorís, con la pretensión de que se concediera «pertlon de lodo género

i »de tributos, ó lo menos pur veinte años, y la limosna qne sea de su Real

»agrado para reparar semejantes quiebras; pues de otra forma, se hallan

«precisados la mayor parte de sus habitadores a dejar la tierra, lo que

• »algunos lian ejecutado por necesidad.»

N.° 68 E. LEGUJNA. REfiriRRDOS DE CANTABRIA. 595

sublime de la naturaleza, que tan directamente con-duce el ánimo al recogimiento y meditación.

No hay en la pobre aldea objeto de arle que obli-gue al viajero á encaminar á ella su paso, ni allí soencuentra tampoco recuerdo histórico alguno delos que dan celebridad á los pueblos, y, sin em-bargo, basta un nombre para hacer el de Bejorísimperecedero; tal es el de D. Francisco de Quevedo,oriundo de aquel lugar.

Poderosa fue en lo antiguo la casa de Quevedo,que disfrutaba mayorazgos en distintos lugares dela Montaña, entre otros, en el valle de Iguña, po-seido en tiempo de Felipe II por Lope de QuevecloCastañeda (1). La tradición afirma que los Quevedocontribuyeron grandemente á impedir la entrada dolos árabes en el valle deToranzo, como recuerdala enfática letra que sirve de mote al escudo do susarmas (2):

Yo soy aquel que vedóEl que los moros no entrasen,¥ que do aquí se tornasenPorque así lo mandé yo.

Y estos ilustres antecedentes, unidos á su posi-tiva fuerza, daban tal pujanza á la casa de Quevedo,que no temió entrar en cuestiones, y aun levantóbandos contra la nobilísima de Castañeda, una delas más poderosas del reino y de gran nombradlaen ol vatio de Toranzo, muchas veces ensangren-tado por el ánimo turbulento de sus poseedores;contiendas que no terminaron con los Quevedoshasta el reinado de D. Pedro el Justiciero; habién-dose sucedido entre los valles y la casa de Casta-ñeda, que aspiró siempre al carácter de señoríofeudal, aun en tiempos más modernos (3).

Natural de Bejorís fue Pedro Gómez de Quevedoel Viejo (4), que casó con doña María Saenz de Vi-llegas (o), teniendo por hijos á Pedro y Juan, quie-nes, al promediar el siglo XVI, vivían en el antiguosolar do Quevedo, situado en el barrio de Cerceda,disfrutando el mayorazgo Pedro Gómez de Queveclo.

(1) Dedicatoria do las «Obras en prosa do D. Francisco de Queve-do, Madrid, 1650,» dirigida por Pedro Coello a I). Gutierre Domingo deTeran Quevedo y Villegas, señor de tacasa de Teran, del valle do Iguña,montarías de Burgos.—Dos tomos, 4 ."

(2) Escudo trino, partido en pa!. El primer cuartel se compone í!etres Itsfcs de oro cu campo azul; el segundo, caldera salle en campo deplata, y en el mismo campo hay jn t;l tercero un pendón con su asta, mi-tad blanco y mitad colorado.

Los Quevedo del valle de Tgufla hnn introducido una pequeña varia-ción, colocando dos lises en la parte superior y una en la inferior delprimer cuartel, cruzado por una banda.

(3) Véase el Memorial de ¡os valles de Toranzo, Iguña, Castañeda,Rionansa, San Vicente, Tudanca, Buelna y la villa de Cartea, contra b\casa de Castañeda y Aguilar.

(4) En la librería de Barreda (Santillana) se conserva una genealo-gía manuscrita de la casa de Quevedo.

(5) Archivo del Tribunal especial de las Ordenes militares.--Notaautógrafa de D. Francisco de Quevedo.

No se avenía fácilmente con el genio activo yemprendedor de éste, la tranquila residencia delsolar de Bejorís, y guiado por la impaciencia, dejóá su hermano más acomodado con la sedentariavida del campo, y partió á la corte, donde, mercedá las buenas relaciones de amistad y parentescoque le unían con elevadas personas, consiguiópronto el puesto importante do secretario de laPrincesa María, que gobernaba el reino por ausen-cia do su padre, y á la que sirvió muchos años, si-guiéndola más tarde, cuando coronado Emperadorde Alemania Maximiliano, esposo de la Princesa,partió á lomar posesión do sus Estados. En ellospermaneció Pedro Gómez de Quevedo hasta 1578,que regresó á la corte, consiguiendo á poco queFelipe li, movido por sus méritos y la fidelidad dasus servicios, le diese el nombramiento de secre-tario de su cuarta mujer doña Ana de Austria (1),verificando entonces su enlace con doña María deSantibañcz, dama de ilustre alcurnia, de cuya uniónnació I). Francisco de Queveclo, bautizado en laiglesia parroquial de San Ginés, á 26 de Setiembrede -1380 (2).

Nada existe hoy que perpetúe el recuerdo del pa-sado; apenas por tradición se sabe el lugar queocupaba el solar do Quevedo en Bejorís, ni en losarchivos parroquiales se halla vestigio alguno, nitampoco en la aldea; sólo se encuentra como detalleinteresante, que las piedras del antiguo edificio sir-vieron para construir la cerca que aún rodea un nomuy extenso [irado. Se comprende, pues, con cuán-ta razón debió exclamar 0. Francisco al contemplarlos derruidos muros de la casa de sus mayores:

Es mi casa solariegaMás solariega que otras,Pues por no tener tejadoLe da el sol á todas horas (S).

Bái^a, empero, el nombre de Quevedo, gloria denuestra literatura, filósofo eminente, político sagaz,Menipo castellano, asi denominado por un Acadé-mico ilustre (i), !Jpsio de España en prosa y Juve-

(i ; Vida de u. Frnidtco de Qirevedo y Villeg is, escrita por el abadD. Pablo Antonio Tarsia.—Madrid, 1603.

(2} Archivo de la iglesia parroquial de San Gines, en Madrid.—

Véase el libro Vial folio 169.

(3) Biblioteca Nacional.—M. 276.

Información de nobleza de D. Manuel de Quevedo Villegas. «Tercer

»n¡i-lo de Juan Gómez de Quevedo fue D. Manuel de Quevedo Villegas,

)) que en los años de í 703 y 1704 hizo información de nobleza, donde

» á más del escudo de armas de su familia, un árbol genealógico, las

«partidas de bautismo y testamentos de sus abuelos, trasladó el testa-

)>mei¡lo y coilicilo de nuestro insigne escritoi. ¡:.l fecundo poeta venezo -

»hii¡o, 1). JCKSÓ IÍ'Tiberto García de Quevedo, que, juntamente con el

)) apellido, heredo tan curioso documento, me ha proporcionado la satis-

' » facción de disfrutarle.»—D. Aurcliano Fernandez Guerra. Vida de Que-

vedo. Biblioteca de AA. españoles.

(4) D. Aureliano Fernandez Guerra. Discurso preliminar a las obras

de Quevedo. Biblioteca de iX. españoles.

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nal en verso, como dice otro de nuestros máscélebres poetas (1), para que quede eternamenteconsignado en las páginas de la historia el nombredel lugar humilde de que nos ocupamos; así comosu recuerdo existe en el corazón de todos los mon-lañeses del valle de Toranzo que lo trasmiten á sushijos, considerando uno de los títulos más gloriososi'\ que en las montañas arraigase el tronco que ha-bía de producir tan frondosa rama.-

Y como el genio ha de ser siempre tirano, ani-quilando y empequeñeciendo constantemente cuantole rodea, siquiera alcance en ocasiones á tener ver-dadero mérito, asi el nombre de Quevedo ha basta-do para hacer olvidar que Bejorís cuenta entre sushijos algunos que no merecen olvido tan completo,y vamos, en prueba de ello, á hacer mención ligerade los siguientes:

Ruiz de Cehallos, alcalde del Valle, capitaneó álos hidalgos que se opusieron á las pretensiones delmarqués de Santularia en demanda do sus derechosde señorío, y dieron formal batalla contra la mes-nada del marqués, por él dirigida, en el campo lla-mado del Caballar, sito en Pando, muy cerca delSoto, donde derrotados los de Toranzo, fue ejecu-tado su referido jefe y alcalde, Ruiz de Ceballos.Aún existen sus descendientes en Bejorís, y la casa-torre de la familia.

Fray Juan de Quevedo y Villegas, primer obispodel Darien, célebre por la reñida controversia que,sobre la libertad de los indios, sostuvo con FrayBartolomé de las Casas, en presencia del Emperadory su corte, año de 1519 (2).

f). García Fernandez de Escalante, aposentadorque fue de las armas del castillo de Perpiñan, de lacompañía de D. Jerónimo de Sandoval, una de lasguardias viejas de Castilla.

El Rev. P. Fray Francisco de la Portilla, de la or-den de San Francisco, obispo que fue de Mallorca yMenorca, quien en la guerra de sucesión de Fe-lipe V mantuvo las tropas de S. M. siete meses á sucoste (3).

El Rev. P. Fray Manuel de la Portilla, general dela misma orden.

El Rev. P. Fray Juan de la Portilla, archivista ge-neral de la misma orden (4).

I). Antonio de la Portilla, relator de la cámara deCastilla.

D. Juan de la Portilla Bustamanle, oidor en laCnancillería (ie Granada.

( l | Lope de Vega.

(2) Décadas, de Herrera.

(5) Puede verse más latamente en las Ci-ónicrs de la arden de Sin

Francisco. Véase también los Comentarios (te la guerra de Espina, de

Mondejar.

(4) Historia del Colegio viejo de S'in Bartolomé, de la ciudad de

Salamanca.

D; Pedro de la Portilla Mesía, ministro del Con-sejo de Hacienda (1).

D. Juan de la Portilla Duque, y I). Francisco de laPortilla, caballeros de Santiago, y Los dos distingui-dos escritores; el primero cronista de Su Majestad,y capellán mayor del infante D. Fernando el se-gundo (2).

f). Pedro de la Portilla Ceballos, inquisidor deCórdoba.

El Exorno. Sr. I). Juan de la Portilla (3), tenientegeneral de las tropas de los reyes de España, y

D. Bernardino de Corvera, comisario que fuede las fábricas de la Cavada, y después comisarioordenador de marina y caballero de la cruz pensio-nada de Carlos 111, etc., etc.

De esta brevísima reseña aparece evidente queel lugar de Bejons, si bien apartado en estrechorincón, ha sido fecundo en hijos distinguidos, me-reciendo, por tanto, el recuerdo que le consagra-mos en estas líneas, y la visita cariñosa del viajante,ya que no atrajera su paso la frondosidad y hermo-sura que le otorgó la próvida naturaleza.

E. DE LEGULNA.

liejorts, Oclubre de 1874.

BIBLIOGRAFÍA.

EL SR. REVILLA, POETA.

Faltábale al Sr. Revilla para dar á conocer porcompleto sus grandes talentos y la fecundidad de suingenio, mostrarnos que era, á la par que escritordistinguido, y orador académico, elocuente, poeta,y poeta lírico de primera fuerza, y lo ha conseguidode una manera tan acabada como incuestionable,en la colección que acaba de publicar, con el ade-cuado título de Dudas y tristezas.

Y en efecto; las poesías del Sr. Rovilla son unverdadero modelo de poesía lírica, y no como quie-ra, sino de poesía lírica tal como el poeta de lostiempos presentes siente y expresa sus dolores ín-timos y sus sentimientos palpitantes. Cada uno desus cantos es un problema que plantea el pensa-miento, pero el pensamiento conmovido, agitado,penetrado por el sentimiento de la duda; y es queel Sr. Revilla, aunque en sus creaciones poéticas es

(\) Sobrino de éste fue el venerable P Diego Luis de San Vítores y

Portilla, proto-mártir en las islas Marianas, por lo que se trató de su

beatificación. Era entonces religioso (ie la Compañía de Jesús.

12) El primero escribió la conocida obra titulada: Esyim.i restaura-

da por la cruz.

(5) La divisa de sus armas es: Credo in unum De'/m.

N.° 68 M. CALAVIA. ELSR. BKVH.LA, POETA. 597

tíl artista y siempre el artista, no puede menos deser en el fondo y en el asunto que sirve de tema ásus creaciones, el pensador, el científico y, encierto modo, el filósofo que en vez de razonar sustemas, los describe trayéndolos al inundo de la fan-tasía, y prestándoles el colorido de su sentimiento.Pudiera decirse que el Sr. Revilla, no contento nisatisfecho con la contemplación de lo verdadero,que ve siempre distinto de si y que supone comoalejado de quien lo verdadero piensa y lo bello co-noce, intenta, por medio de un esfuerzo sublime yelevado del sentimiento, asimilarse lo verdaderoque contempla, é identificarse con lo bello que re-conoce, resolviendo el dualismo del conocimiento,en el panteísmo del sentimiento. Esto da al Sr. Re-villa una superioridad de sentido indudable sobre lageneralidad de nuestros poetas líricos contempo-ráneos; pero hay que convenir, por otra parle, enque el Sr. Revilla, como poeta de la duda, comopoeta lírico, que canta sus tristezas, está menos ensu lugar que la generalidad de esos poetas líricos ácuya dirección obedece; y es que el Sr. Revilla, essólo escéptieo momentáneo, como resultado de unaloca precipitación, y como consecuencia de un ex-travío de impaciencia, pretendiendo resolver unimposible psicológico, y queriendo hacer del pen-samiento, sentimiento; del conocimiento, emoción;de la luz, calor; de la distinción, confusión: pero elSr. Revilla no es escéplico, no puede ser eseépücopor temperamento habitual, ni por invencible es-tado de pensamiento, como la generalidad de lospoetas líricos contemporáneos. El Sr. Revilla tienepensamienlo y sentido científico muy superior á lamayor parte de los líricos, cuyo modelo en ciertomodo toma, y sólo puede por alucinación momentá-nea, cuando es poeta, ofuscar la distinción del ob-jeto que canta, identificándose con lo cantado, hastapalpar el objeto, digámoslo así, y ser en su pensa-miento animado, lo que es en su sentimiento vivifi-cado.

No, Sr. Revílla; por más que entre el científico yel poeta haya una distinción esencial incuestionable,jamás el poeta, cuando forma una sola y única indi-vidualidad con el científico como la que representael Sr. Revilln, puede ser en sus cantos algo contra-rio y antagónico de lo que es en sus conviccionesde científico. ¿Cómo, pues, el Sr. Revilla, poeta, hade pretender trastornar las leyes mismas de la na-turaleza humana y realizar un absurdo, que segura-mente realiza el Sr. Revilla, científico?

Y como muestra de que este absurdo ha queridorealizarlo el Sr. Revilla, no hay más que examinarcon algún detenimiento su grandiosa y en ciertomodo épica poesía «Dios.-»

En esta inspiración, el Sr. Revilla comienza porafirmar que nada sabe de Dios, que ignora el arcano

de su existencia; y, sin embargo, á reglón seguido,dice con sublime concepto:

«Con imperio te afirma la concienciaY el mundo le proclama soberano.»

Y como si no fuera esto suficiente, añade luego:

^Oculto á la orgullosa inleligeneiaTe revelas amante al sentimiento.»

¿üué es esto más que una confirmación acabadade lo (pie venimos observando? ¡Cómo! La concien-cia afirma á Dios con imperio, y sin embargo ¡igno-ramos quién es Dios! ¿Pues qué, la conciencia si escalor, si es sentimiento, ¿no es también luz, no estambién inteligencia? ¿Cómo puede Dios revelarseal sentimiento y permanecer oculto á la inteligen-cia, que también es conciencia, y que de la con-ciencia se dice lo mismo que el sentimiento?

Vea, pues, el Sr. Revilla, cómo sus dudas, cómosus tristezas, en este punto, son en realidad dudasy tristezas fundamentalmente inmotivadas, y cómoel escepticismo que quieren revelar, es el resul-tado de una mal interpretada noción de su conoci-miento, que quiere á todo trance disolverse en elsentimiento.

No, el Sr. Revilla lo sabe muy bien; el conoci-miento jamás será sentimiento, y hay algo de eterna-mente irreductible en cada una de estas facultades,que hará siempre imposible su confusión y su ani-quilamiento, fundiéndose la una en la naturalezasustantiva de la otra. Y ciertamente que si esto quesabe muy bien, el Sr. Revilla, científico, lo hubieratenido presente, el Sr. Revilla, poeta, cuando exci-tado su pensamiento por las ansiedades de su cora-zón, creaba su inspirado canto, entonces, dandoacaso otra dirección á su alma, hubiese producido unrobusto canto épico, en vez de una congoja lírica,que no tiene, que no puede tener verdadera razónde ser en el pensamiento científico del Sr. Revilla.Su canlo á Dios, hubiera sido entonces una emociónprofunda, bellamente sentida de Dios en sus atri-butos por nuestra razón conocidos, en su esenciasentidos pero también vistos por nuestra concien-cia, y en su realidad canlados por el poeta impresio-nado y lleno de viriles acentos, expresando, no yasólo su emoción creída, sino su evidencia sentida,su realidad vivificando la realidad del Cosmos, suesencia inmutable penetrando la esencia del univer-so, donde, como el mismo Sr. Revilla dice:

«Palpita oculta en el inmenso mundo.»

Y vea el Sr. Revilla, cómo' no cabe que el poetapueda dejar de ser verdadero á título de ser poeta;

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porque esto supondría una inferioridad en la poe-sía, que estaría muy lejos de la seriedad y grandezaque al poeta se le reconoce siempre de buen grado.Nada de eso; la duda del poeta es siempre respeta-ble, cuando arranca del fondo íntimo do su pensa-miento acongojado por un estado de ánimo en algunamanera invencible; pero no cuando su canto mismo,bien analizado, es una negación terminante de esaduda que se supone, y de esa vacilación que no setiene cuando seriamente se medita. ¿Cómo sinsaber quién es Dios habíamos de postrarnos en supresencia? y si nos es presente, ¿cómo no saber quiénes? Cierto que Dios es en algún modo impenetra-ble, inenarrable, inabarcable; y por esto mismo nocomprensible en la infinita manifestación de susatributos; ¿pero quiere esto decir que tales carac-teres, internos en Dios, nos lo hagan desconocidoy que lo ignoremos, y que nada sepamos de su ser,do su esencia, de su existencia, de sus atributos yde sus relaciones con el mundo y con la concien-cia, á distinción de nuestro sentimiento de su infi-nita grandeza, que es lo que en nuestro conceptoquiere dar á entender su canto? ¿Por qué razón ha-bía de hablar Dios con imperiosa voz al sentimientoy no había de hablar con esa misma voz imperiosaa la inteligencia? Pues qué, ¿no sabe el Sr. Revillaque lo que no habla con luz á la razón, tampocohabla con calor al sentimiento?

Nadie sabe mejor que el Sr. Revilla, cuan des-acertado es el juicio de los que piensan, que entreel conocimiento del filósofo y el sentimiento delpoeta hay una incompatibilidad absoluta; pues si talsucediera, mil veces renegaríamos todos de la poe-sía que no nos diese más que sueños, prefiriendoel conocimiento y la ciencia que nos ofrecieran rea-lidades. Precisamente, si por algo en los tiempospresentes atraviesa una crisis ineludible el arte, espor su actual inferioridad reconocida; porque elartista, encastillándose en el sentimiento confuso deun pasado que no puede volver, intenta vanamenteluchar con una crítica científica implacable, queviene á mostrarle, que no son ya las meras y capri-chosas espontaneidades de la fantasía y del senti-miento irreflexivo, las que han de darle material in-menso de inspiración, sino que es necesario buscaren la espontaneidad de la fantasía y del sentimientoreflexivos, la fuente propia del arte de los tiemposactuales, y el elemento vivo del arte del porvenir.Si de algún vicio adolece la poesía á Dios del señorkevilla, es por cierto de este vicio de irreflexivaespontaneidad, y es su poesía á Dios, permítameel Sr. Revilla que se lo diga, una poesía del antiguomundo, una poesía romántica; no una poesía racio-nalmente sentida, y que hoy pueda satisfacernos.Otra cosa hubiera sido si el Sr. Revilla, poniendo susentimiento á la altura de su pensamiento, nos hu-

biese descrito su sentimiento de Dios como irra-diándose en la vida, y penetrando, como Providen-cia, por esos caminos tan delicados como tiernos,en el fondo mismo de las acciones humanas, ó si elSr. Revilla no quería ir tan lejos, en los plieguesíntimos de su conciencia individual; para regularbellamente la ley animada de nuestra vida moral,siempre eficaz, á despecho do nuestros extravíos, ysiempre redentora, á despecho de nuestras resisten-cias. ¿Qué vasto campo de poesía lírica no le hu-biera ofrecido este inundo religioso, subjetivamentesentido y expresado por el genio que en él se inspi-rara? ¿A qué sistema de bellezas no se adaptara lalibre inspiración de estas reflexiones sentidas?¿Cuánta verdad no palpitaría en aquellas bellezasque el inspirado vate produjese? ¿Cuánta realidadno habría en esas quejas íntimas del poeta, sin-tiendo dentro de sí y describiendo en inmortales ver-sos osa lucha en que la voluntad, siempre interior entodos nosotros al pensamiento y al sentimientosuele hacernos más malos de obra, que buenossomos de palabra?

Entre, pues, el Sr. Revilla en este campo, casi sindesflorar todavía, y que es propiamente el suyo; ydéjese de seguir el camino emprendido por todosesos poetas líricos que, sin pensamiento, sin sentidode la vida, sin penetrar á fondo las corrientes delos tiempos, sin otra cosa que despechos y maloshumores, truenan contra lo que no entienden, yse creen artistas filósofos, porque ponen en versosus cóleras, ó porque riman sus desengaños.

El Sr. Revilla, en sus Dudas y tristezas, ha venidoá mostrarnos, que si como poeta lírico sabe hacerDoloras que encarnan algo más que un sentimientovago ó que una emoción pasajera y efímera, comopoeta en cierto modo épico, según lo épico que lostiempos consienten, podría darnos cantos virilescomo los de Quintana, y acentos robustos como losque entona siempre el que pensamiento tiene, y elque objeto traduce embelleciéndolo. ¿Qué otra cosason su Tren eterno, su canto al Progreso y á la Li-bertad, y algunos otros de su colección tan bieninspirados como sentidos?

Pero, sobre todo, en su canto titulado: Buscandoá Dios, el Sr. Revilla es más filósofo y más poetaque nunca, y en nada desnaturaliza lo bello de sucomposición artística, con lo acabado del razona-miento descriptivo, único posible al poeta, y queconstituye el fondo entero de la composición indi-cada. Bxiscando á Dios, es un verdadero modelode esa poesía viril, robusta, entonada, magnífica,que evidenciando el estado de ánimo del poeta queaspira á asimilarse y en cierto modo identificarsecon el objeto que canta, lo persigue por todas par-tes, y lo halla al cabo, donde la inspiración moder-na del arte, de acuerdo con la ciencia, pueden úni-

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camente encontrarlo. No podemos resistir á la ten-tación de reproducir este canto:

Yo te busqué, Señor, en las alturasDe la áspera montaña

Y en la vasta extensión de las llanurasQue el sol ardiente baña.

Yo te busqué del férvido OcéanoEn el profundo seno,

Y de tu nombre preguntó el arcanoAl extridente trueno.

Y hasta la inmensa bóveda del cielo,De estrellas tachonada,

Alcé pidiendo celestial consuelo,Mi lánguida mirada.

Todo en vano, á mis ojos te ocultabasY hallarte no podía.

,Yo te buscaba fuera, y habitabasEn la conciencia mia.

Magnifico canto y tierna réplica del esplritualismodel poeta, contra el sensualismo de los sistemas po-sitivistas en boga, que, sin pretenderlo, les ha di-rigido de un modo eoncluyente el Sr. Revilla; y esque si algo tiene de grande, si algo puede tener degrande el canto lírico, hablando cu nuestros tiem-pos á su espíritu reinante, es el de convertirse enlo que pudiéramos llamar la filosofía del corazón,que eso y no otra cosa es en el fondo la poesía lí-rica, y hoy más que nunca, si ha de conmovernos yagitarnos, y atraernos y arrebatarnos.

No; el poeta lírico de nuestros dias no tiene pormisión exclusiva cantar sus dudas, ni llorar sustristezas, sino invocar como protesta viva y ardientey bella de lo deforme de los tiempos, el ideal que seha entrevisto, ó la nueva fe que como poeta se hayapresentido, se haya adivinado ó se baya sospechado,pues implícitamente va en ello envuelta como aña-didura, la condenación de todo lo falso que el pre-sente enaltece, y de todo lo corrompido que adoraó á que rinde un culto más intelectual que sentido,más de cabeza que de corazón, más de cálculo quede sentimiento.

Y aquí es ocasión de hacer notar al Sr. Revilla,aunque ya él lo sabe muy bien, cuan descaminadosandan los que, metiéndose á críticos de sus poesías,quieren en cierto modo desviarlo del único caminopor donde el Sr. Revilla puede ser poeta, según lostiempos, y poeta de primer orden. Pues qué ¿hemosde estar siempre cantando vejeces ó perdiéndonosen escepticismos biliosos? Al que nada entiende dela ciencia, ni nada sabe de lo que hay de serio, y desublime, y de respetuoso, y de solemne en el pen-samiento innovador que viene á arrancar el idealde la vida y del arte de todo ese mundo fantasma-górico de creencias ya muertas, bien puede perdo-nársele el que tenga á la Filosofía por r.na chifla-

dura, pues nada hay más natural en los visionarios,que el atribuir á Jos demás lo que es exclusivo pit-trimonio suyo, del mismo modo que al ictérico,que tiene los ojos amarillentos, tampoco se lepuedo impedir que vea del mismo color todos losobjetos ipie contempla. Inteligencias de lenteja,¿cómo es posible que las cosas que pretenden exa-minar, tengan para ellas otro tamaño?

Créanos el Sr. Kevilla, y no se deje seducir decantos de sirena, que pueden llegar á perderlo; lamisión que debe llenar como poeta en el mundocontemporáneo, ya que tiene el estro feliz que noconsiguen todos los mortales, os harto diferente, yliarlo más elevada y eficaz de lo que pueden supo-nerle, Jos que se creen, por lo visto, con derecho ácondenar las grandes cosas de los tiempos presen-tes, por lo mismo que no las entienden, y á conse-cuencia precisamente de que no las entienden. £1Sr. Revilla lleva en su pensamiento focos de luz, \tiene horizontes y perspectivas que puede fácilmentetrasladar á su fantasía, para traducir sentidamenteen obras inmortales, cantos grandiosos, reveladoresde mundos más poéticos, por lo misino que sonmás verdaderos, y bellos, y reales, que los que enotro tiempo agitaron el corazón y la mente de losartistas que nos precedieron. Lo romántico, cornolo clásico, son dos esferas parciales, y nada másque dos esferas parciales del arte, cumplidas hastaaquí en la historia; pero si han de vigorizarse denuevo, y han de rehacerse y recabar un imperio([LIO por su misma parcialidad han perdido, necesi-tan, ante todo y sobre todo, asentar en principiofundamental evidente, más alto y superior que elque constituyera su punto especial de partida; labase de su reconstitución, y el fundamento racionalde sus diferencias, como de sus enlaces é íntimasreláceles, líl que eso no vea, el que eso no sienta,ni vivirá con los tiempos, ni será el científico denuestros dias, ni será el artista contemporáneo;será, todo lo más, lo viejo encuadernado á la mo-derna, pero siempre lo viejo, lo anticuado.

Pasaron, para no volver, los dias olímpicos; y lamontaña que inspirara al arte de los dias de Hornerono está ya en la Tesalia, sino en la mente mismadel poeta, que es al cabo la que supo crear los Dio-ses, y traducirlos, y personificarlos, y embellecer-los. También van pasando, pese á quien pese, losdias del Paraíso de Dante; y hoy todas aquellas per-sonificaciones teológicas, ó son entidades de razón,como verdaderas, 6 son ya para nosotros vanos1'aiilasiuas desvanecidos, y quimeras subjetivas comoerrores. La fuente eterna y absoluta de la inspira-ción artística, está dentro de nosotros, no fuera:

¡Yo te buscaba fuera, y habitabasEn la conciencia mia.

600 REVISTA EUROPEA. 4 3 DE JUNIO DJÍ 1 8 7 5 . N.° 68

La Minerva, la Beatriz de otros tiempos y deoirás edades, se llama hoy la Razón Suprema, fuenteinagotable de verdad, pero eterna fuente también delo bello y de lo bueno. El Olimpo y el Elíseo de laantigüedad, el Paraíso, y el Infierno, y el Purgatoriode la Edad Media, se llaman hoy la conciencia hu-mana, cielo íntimo de nuestras bellas y puras accio-nes; infierno inseparable de nuestros actos equívocosy de nuestros hechos tenebrosos; aquí pues, en esteParnaso eterno, en este Paraíso infinito, hay quebuscar la inspiración del arle; y no valen ya paranosotros las inspiraciones que en esto no se fundan,ni las creaciones que á esta realidad no se atienen.Después de Shakspoare, después de Schiller, des-pués de Goethe, después de Quintana, es perfecta-mente inútil remendar creencias que no se tienen,ni fingir sentimientos que ya no nos embargan.

Y vea ahora el Sr. Revilla cuan inexacto ha sido,en parle, el que, juzgando muy á la ligera sus Du-das y tristezas, ha creído ver, con mirada por ciertoharto pequeña, verdaderamente lenticular, un des-vío en su genio poético, del foco vigoroso que puedeúnicamente hacer grande al Sr. Revilla, del mismomodo que lo ha hecho notable como pensador ycomo crítico, aunque otra cosa quieran hacerlecreer, y aunque el mismo Sr. Revilla pretenda, conuna ligereza que no le es ya permitida, hacerse lailusión de que así también lo cree. No; el Sr. Re-villa, por la dirección de su pensamiento, por laelevación de su inteligencia, por el espíritu eminen-temente analítico que esa Filosofía, de quien eshijo intelectual, ha sabido engendrarle, por todoese conjunto de elementos condicionantes, es yahoy un poeta lírico excelente, y lo será mejor toda-vía si, desoyendo á todos los infundados críticos desu Filosofía, se aparta del viejo sendero que éstosintentan trazarle para perderlo, y sigue el único ca-mino por donde es ley, y ley inflexible, que el hom-bre alcance la verdad como científico, y produzcala belleza como artista. Si el Sr. Revilla quiere serreaccionario y falso, como en su canto Dios, siga álos falsos críticos que le aconsejan; pero si el Sr. Re-villa quiere ser revolucionario y verdadero, como ensu canto Buscando á Dios y en su Ley de la vida,entonces, reconciliándose por completo consigomismo, vuelva á su verdadero punto de partida, yganando siempre como poeta, alcanzará por añadi-dura lo que, una vez perdido, ya no se recaba de lasgentes; á saber: la respetabilidad moral de las con-vicciones que sinceramente se profesan, y el brilloque da siempre la consecuencia, la austeridad y lafirmeza de carácter, al que tales virtudes posee.

M. CALAVIA.

26 de Mayo de 1878.

MISGELANKA.

En la actualidad está excitando mucho interés, enel Jardín de aclimatación de París, una magnífica co-lección de colibrís topacios, pájaros moscas záfiros ypájaros moscas rubíes, que un francés de la Marti-nica ha conseguido trasladar vivos á Francia. No esposible describir su plumaje, compuesto de pajítasde oro y polvos de diamante. Los indios, en su sen-cilla admiración, dan al pájaro mosca el nombre decabello del sol.

La mayor parte de los pájaros moscas no excedenen su tamaño del de la abeja. Su vuelo es continuo,y las vibraciones de sus alas son tan rápidas, queno se ve el movimiento. Como la abeja, el pájaro-mosca revolotea de flor en flor, extrayendo el jugodel fondo de las corolas. Uno do estos pájaros mi-croscópicos ha puesto en el camino dos huevos deltamaño do guisantes pequeños. Después de docedias de incubación vinieron al mundo dos pequeñospájaros moscas del tamaño de mosquitas, los cualesno lograron sobrevivir á la travesía. La colecciónha sido colocada en una de las estufas del .lardin deaclimatación, y allí está llamando la atención delpúblico.

Los señores Vidal é hijo y Bernareggi, de Barce-lona, editores de música y almacenistas de pianos,que, en el corto tiempo que llevan establecidos enesta Corte, han sabido conquistarse las simpatías dela sociedad madrileña, convirtiendo en un verda-dero centro artístico su elegante almacén de laCarrera de San Jerónimo, 34, han sido honradospor S. M. el Rey con el nombramiento de Provee-dores de la Real Casa.

El ilustrado catedrático ü. Emilio Ruiz de Salazar,Director del periódico El Magisterio Español, haemprendido una nueva publicación, importante portodos conceptos, titulada La familia, y de cuya ín-dole y tendencias se enterarán nuestros lectorespor el Boletín bibliográfico de este número.

M. Wilcox ha comunicado á la Academia de Cien-cias naturales de Filadelfia la descripción de un sis-lema extraño de inhumación, practicada en otrotiempo por los indios de la Carolina del Sur. Se handescubierto, en efecto, gran número de sepulturas,en las cuales se habían colocado los cuerpos echa-dos de espalda y cubiertos con una capa de arcillaplástica, de una pulgada de espesor. Debajo, se leponían montones de leña y se prendía fuego: cuan-do el cuerpo estaba consumido la arcilla aparecíacocida, con la misma forma del cuerpo, y esta esta-tua de alfarería era la que se enterraba.

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