richard wagner ensayos
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que influy negativamente sobre el espritu preclaro en su proyeccin, por otra parte recibi
nicamente las condiciones para la manifestacin visible del producto intelectual, de forma que, al
margen de su tiempo y entorno, este producto es despojado de la porcin ms importante de su
capacidad efectiva vital. Esto nos lo demuestran con mxima diafanidad los intentos de resucitar
justamente la tragedia tica en nuestros teatros. Si se nos tiene que explicar primeramente la
poca, el entorno fsico y la entidad constituida por los dos, esto es, el estado y la religin, como un
todo que nos es extrao y, como ocurre a menudo, nos tiene que ser explicado por eruditos que no
entienden absolutamente nada del asunto, siempre podremos pensar que all en cierta ocasin se
manifest algo en el tiempo y en el espacio que intilmente pretendemos encontrar en otro tiempo
y en otra localidad. All nos parece que se hizo realidad perfecta la intencin potica de los
grandes
intelectos porque el tiempo y el espacio de su entorno vital estaban fijados de tal modo que
alumbraron esta intencin como si efectivamente la vieran.
Cuanto ms nos acerquemos a las manifestaciones accesibles a nuestra experiencia,
concretamente en el campo del mundo artstico, se alejar ms y ms la visin compasiva de
relaciones armnicas slo parecidas. Refirindose a los grandes pintores del Renacimiento, ya el
mismo Goethe se lamentaba de los repulsivos temas, mrtires que eran torturados y otros
similares, que tenan que pintar; de qu carcter eran sus protectores y clientes es algo que, de
momento, no necesitamos investigar: si afect esto al gran Cervantes, lo cierto es que su obra
encontr inmediatamente una enorme difusin; y este ltimo extremo es el que aqu nos incumbe siqueremos someter a examen slo las influencias negativas de tiempo y espacio sobre la forma y
manifestacin de la obra artstica en si misma.
A este respecto vemos ahora que cuanto ms acorde con el tiempo se muestra una cabeza
creadora, tanto mejor le va asimismo. Aun hoy a ningn francs se le ocurre concebir una pieza
teatral para la que no tenga en perspectiva el teatro con actores y pblico. Un autntico estudio
acerca de cmo triunfar en una situacin dada y circunscrita por las circunstancias nos lo ofrece la
historia de la gnesis de las peras italianas, incluidas las de Rossini. Nuestro Gutzkow anuncia en
las nuevas ediciones de sus novelas elaboraciones de los mismos de acuerdo con los ms
recientes acontecimientos. Consideremos ahora, por el contrario, el destino de aquellos autores y
obras a los que no les estuvo reservada una similar idoneidad de tiempo y lugar. En primer lugar se
han de examinar a este respecto obras de arte dramtico y, concretamente, obras dramticas de
ejecucin musical, pues la volubilidad del gusto musical determina en trminos categricos su
destino, mientras que el drama hablado no posee una forma de expresin tan especfica una
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italianos, capaz de ofrecer una representacin totalmente correcta de Don Juan: en este ltimo
caso, siempre tendramos que reconocer, volviendo los ojos de la escena al pblico, que nos
encontramos fuera de lugar; por otra parte, qu penosa impresin ahorramos a nuestra fantasa al
no poder imaginar en modo alguno la representacin ideal para nuestro tiempo!
An con ms claridad se manifiesta todo esto en el destino de Die Zauberflte (*). Las
circunstancias bajo las cuales apareci esta obra fueron todava de ndole ms mezquina y
penosa; aqu no haba que componer algo que poder presentar a una distinguida compaa de
cantantes italiana, sino, partiendo de la esfera de un gnero artstico magistralmente desarrollado y
generosamente cultivado, moverse por el suelo de un escenario tratado, hasta entonces, a un nivel
musical nfimo, feudo de los cmicos vieneses. El hecho de que la creacin de Mozart superara de
forma tan radical las exigencias impuestas a su tarea que pareciera que aqu no naca una unidad
sino todo un gnero de sorprendente novedad, lo debemos considerar como el motivo de que estaobra aparezca sola y no pueda ser asignada propiamente a ninguna poca en concreto. Aqu, lo
eterno, lo vlido para todos los tiempos y toda la humanidad (recurdese tan slo el dilogo de
Tamino con su interlocutor) est unido de tal forma con la tendencia, en realidad trivial, de la pieza
teatral concebida por el poeta (1) para que gustara al pblico barriobajero de Viena en general, que
hara falta una crtica histrica esclarecedora y reveladora para comprender y aprobar la obra en
toda su caprichosa peculiaridad. Si enumeramos cuidadosamente los factores de esta obra, uno
detrs de otro, obtenemos el correspondiente testimonio del sentido trgico, antes mencionado, en
el destino del espritu creador, a causa de su supeditacin a las condiciones de tiempo y espacioimpuesta a su actividad. Un teatro de barriada viens, con su director (1) especulando con el gusto
del pblico, proporciona al ms grande msico de su tiempo el texto de una pieza efectista para
salvarse con su colaboracin de la bancarrota; Mozart compone una msica de eterna belleza.
Pero esta belleza aparece unida de forma indisoluble a la obra de aquel director de teatro y, como
quiera que esta unin es indisoluble, queda, de hecho, dedicada, por as decir, al pblico
barriobajero viens con sus propios gustos en aquella poca, libre de afectacin, todo lo cual
resulta perfectamente comprensible. Si queremos ahora enjuiciar y gozar en su totalidad la
pera Die Zauberflte, tenemos que imaginar -con ayuda de algn mago del momento- susprimeras representaciones en el teatro de la Viena de entonces. O es que acaso una
representacin actual en el Teatro Real de Berln puede proporcionarnos la misma imagen?
(*) La flauta mgica.
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Esta obra ha permanecido prcticamente desconocida de nuestro tiempo y su pblico. En una
carta sobre Liszt he intentado exponer los motivos externos de la manifiesta antipata hacia Liszt
como msico creador por parte del mundillo musical alemn; ahora no vamos a ocuparnos
nuevamente de este tema; quien conoce la msica de concierto alemana, sus hroes desde el
sargento al general, sabe de la sociedad y su falta de talento que aqu predomina. Por el contrario,
sometemos a examen nicamente esta obra, y los trabajos de Liszt similares a ella, para, a travs
de su mismo carcter, explicarnos su idoneidad en tiempo y espacio dentro del momento actual.
Evidentemente, las concepciones de Liszt son demasiado grandiosas para un pblico que accede
a presenciar el Fausto en el teatro por el superficial Gounod y, en la sala de conciertos, por el
pomposo Schumann (*). Aqu no queremos culpar al pblico; el pblico tiene derecho a ser como
es, mxime toda vez que bajo la direccin de sus caudillos no puede ser sino lo que es. En cambio,
nos preguntamos nicamente cmo pudieron surgir bajo tales condicionamientos de tiempo y
espacio concepciones como las de Liszt. Ciertamente, todo espritu superior queda condicionado
en algo por las concreciones de tiempo y lugar; nosotros hemos visto cmo estas concreciones
inciden en los espritus superiores incluso confundindolos. Yo me expliqu ltimamente esta
activa e ineludible influencia por la expansin de los ms preclaros talentos de Francia durante las
dcadas centradas en torno al ao 1830. La sociedad parisina ofreca por aquel tiempo a los
hombres de Estado, sabios, escritores, poetas, pintores, escultores y msicos exigencias tan
concretas y caractersticas como objetivo de su empeo, que una fantasa febril poda imaginarlos
reunidos en un auditorio ante el cual se ofreca, sin temor a mezquinas falsas interpretaciones, la
sinfona de Dante o de Fausto. Personalmente creo que, de acuerdo con el espritu de Liszt, se han
de citar posteriormente estas composiciones que descubren los impulsos, as como el especial
carcter de estos impulsos, en funcin de aquel tiempo y aquel punto de unin local, como fuerzas
motrices creadoras; yo valoro muchsimo estas fuerzas, aun cuando necesitaron el genio de Liszt,
ajeno, por su naturaleza, al tiempo y al espacio, para arrancar a aquellos impulsos una obra eterna,
por ms que esta eternidad sienta mal, de momento, en Leipzig y Berln.
(*) En Leipzig, durante la ejecucin de la sinfona del Dante, en un pasaje difcil de la primera parte
se oy un grito de auxilio, salido del pblico, que deca: Ay, Seor nuestro, Jesucristo!.
Si echamos una ltima mirada al espectculo que nos ofreca el pblico movindose en el tiempo y
en el espacio, podemos compararlo con el caudal, frente al cual tenemos que decidirnos ahora a
nadar a favor o en contra de la corriente. Cabe imaginar que lo que vemos nadando ro abajo
pertenece al progreso; en cualquier caso le ser fcil dejarse arrastrar y no se dar cuenta de que,
a la postre, es engullido por el mar gigantesco de la colectividad. Nadar contra la corriente ha de
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parecer ridculo a quienes no mpulsa un imperativo irrefrenable a realizar el titnico esfuerzo que
tal actitud exige. Pero, en realidad, no podemos oponernos a la corriente de la vida que nos
arrastra sino avanzando hacia la fuente de dicha corriente. Corremos el riesgo de sucumbir; pero
en el instante de suprema angustia nos salva un fenmeno venturoso: las olas oyen nuestro grito y,
cosa sorprendente, la corriente se detiene por unos instantes, como cuando, de repente, un
espritu superior habla al mundo. Y de nuevo se zambulle el atrevido nadador; su empeo se
centra, no en la vida, sino en la fuente de la vida. Quin, as que ha alcanzado esta fuente,
sentira placer en lanzarse de nuevo a la corriente? Desde la venturosa altura contempla el mar
lejano con sus monstruos destruyndose unos a otros; vamos a tomarle a mal lo que all se
destruye, si l lo niega?
Y qu dir a todo esto el pblico? Yo opino que la obra ha terminado, y el pblico se dispersa.
___
Impreso por primera vez en Bayreuther Bltter, editado por Hans von Wolzogen, en octubre de
1878.
(1) Emanuel Schikaneder.
(2) Pblico y popularidad, asimismo en Bayreuther Bltter, 1878.
(3) Botho von Hlsen (Berln, Hannover, Kassel, Wiesbaden).- See more at:http://www.archivowagner.com/indice-de-autores/177-indice-de-autores/w/wagner-richard-1813-1883/475-el-publico-en-tiempo-y-espacio#sthash.9at45Yun.dpuf
Religin y arte
Wagneriana, n1. 1977
Por Richard Wagner
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Virtualmente encuentro en la religin cristiana todas las tendencias a cuanto hay de ms sublime
y noble; en cuanto a las diferentes formas que asume en la vida, me parecen tan repelentes y de
mal gusto slo porque no constituyen sino errneas representaciones de lo que en ella hay desublime.
Schiller a Goethe
I
Se podra decir que all donde la religin se hace artificiosa, est reservado al arte el salvar el
ncleo sustancial, penetrando los smbolos mticos - que sta pretende que sean credos como
verdaderos en el sentido literal del trmino- segn sus valores simblicos, en los que reconoce, a
travs de su representacin ideal, la verdad ideal que en ellos se esconde.
Mientras que para el sacerdote es importante que la alegoras religiosas sean consideradas
realidad de hecho, esto no importa en modo alguno al artista, el cual, sin ambages, presenta
libremente su propia obra como su invencin. La religin sobrevive slo como artificio cuando se
encuentra en la necesidad de desarrollar cada vez ms sus smbolos dogmticos, protegiendo con
esto la Unidad, la Verdad y la Divinidad que vive en ella con un cmulo siempre creciente de
elementos en s increbles que se encomiendan slo a la Fe. Advirtiendo esto la religin ha pedido
siempre el auxilio del arte, que a su vez fue incapaz de su ms alto desarrollo en tanto que se limit
a proponer a la devocin de los sentidos aquellas pretendidas verdades reales de los smbolos,
produciendo solamente imgenes idlatras de fetiches, mientras que cumpli su verdadero
cometido cuando, mediante la representacin ideal de la imagen simblica, contribuy a la
comprensin de su ntima sustancia, es decir, de la verdad divina inexpresable.
Para ver claro todo esto hara falta averiguar muy cuidadosamente el modo como surgieron las
religiones. Ciertamente, deben parecernos tanto ms divinas cuanto ms simple es su sustancia.
La base ms profunda de toda religin verdadera se reconoce en realidad en la conciencia que la
misma tiene de la caducidad del mundo, y en la medida en que de este conocimiento pueda
extraerse su impulso liberador. Hay que reconocer, evidentemente, que en todos los tiempos fue
necesario un esfuerzo sobrehumano para conseguir revelar al pueblo, al hombre enraizado en la
naturaleza, este conocimiento liberador, y que, por tanto, la obra de mayor xito del fundador de
una religin ha consistido siempre en la invencin de aquellas mticas alegoras por las cuales el
pueblo, a travs de la fe, poda ser inducido a seguir realmente la enseanza fundamental. A este
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respecto, hay que considerar como una caracterstica de la religin cristiana el hecho de que su
verdad ms profunda estuvo siempre abierta y determinantemente destinada a confortar y ayudar a
los pobres de espritu.
En cambio la enseanza de los brahmanes estaba destinada solamente a los que seguan loscaminos del conocimiento, de modo que los ricos de espritu consideraron a la masa humana,
enraizada en la naturaleza, como excluida de la posibilidad del conocimiento, de forma que slo
era capaz de llegar a la conciencia de la nulidad del mundo a travs de numerosos renacimientos.
El que existiese un camino ms breve para alcanzar la salvacin lo mostr a los pobres tambin el
Iluminado, el Despertado: el sublime ejemplo del Budda no pareca suficiente a sus seguidores; la
ltima gran enseanza, la de la unidad de todos los vivientes, no poda en realidad hacerse
accesible a los discpulos sino a travs de una explicacin mtica del mundo, en la que la riqueza
de smbolos y la amplitud de alegoras estaba tomada de las bases metafsicas de la doctrinabrahmnica y de su sorprendente riqueza y fecundidad espiritual. No haba llegado jams en este
punto, a simbolizar los mitos y las alegoras el propio y verdadero arte ind, de forma que tal tarea
fue asumida por la filosofa, que acompao con sus refinadas elaboraciones la constitucin de los
dogmas religiosos.
De modo diferente ocurri en la religin cristiana. Su fundador no fue un sabio, sino un ser divino;
su doctrina consisti en la voluntad del dolor: creer en l signific imitarlo, y esperar la salvacin
quiso decir, sencillamente, reunirse con l. A los pobres de espritu no les fue necesario poseer una
explicacin metafsica del mundo; el conocimiento de su dolor estaba ntimamente presente en su
sensibilidad, y lo nico que les fue pedido por el divino fundador fue que no cerrasen sus
corazones a tal conocimiento. Est claro que si la fe de Jess hubiese quedado como patrimonio
de los pobres, el dogma cristiano hubiera llegado a nosotros como la ms simple de las religiones;
en realidad era algo demasiado simple para los inteligentes y ricos de espritu, y todas las
confusiones increbles, producidas por el espritu de las sectas en los tres primeros siglos de vida
del cristianismo, no fueron ms que luchas sin fin, entendidas por los ricos de espritu para hacer
propia la fe de los pobres de espritu, desviando y torciendo la verdadera sustancia de las cosas
con la violencia de los conceptos.
La Iglesia no se decidi al fin a rechazar la elaboracin filosfica de los artculos de una fe
destinada a la acogida por el sentimiento; lo que le habra debido conferir, en virtud de su origen,
una dignidad sobrehumana, y acab por tomarlo prestado del resultado de las competencias entre
las sectas, sacando de ellos toda aquella complicada masa de mitos, para los cuales pretendi
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finalmente imponer una fe incondicionada, con despiadado rigor, como si se hubiese tratado de
verdades de hecho.
Para juzgar la fe en los milagros, la mejor va es la de tomar en consideracin la mutacin que se
pretende del hombre natural, el cual en primer lugar considera al mundo y sus manifestacionescomo lo nico verdaderamente real; porque precisamente se exige en este caso que, por el
contrario, reconozca el mundo como pura apariencia y como nada, buscando la propia y autntica
verdad fuera de l. Si a pesar de ello se define como milagro un proceso en virtud del cual se
suspenden las leyes de la naturaleza, y despus de madura reflexin se percata de que estas
leyes estn en realidad fundadas tan solo en nuestra actividad representativa, y ligadas
indisolublemente a nuestras funciones cerebrales, la fe en el milagro pasa a ser claramente un
corolario casi necesario en la transformacin que se opera en la voluntad de la vida contra las
aspiraciones de la naturaleza. El mayor milagro es, en todo caso, para el hombre natural, estatransformacin de la voluntad, en la cual se contiene ya la suspensin de las leyes de la
naturaleza; mientras que lo que produce tal conversin debe estar necesariamente muy por encima
de la Naturaleza y poseer potencia sobrehumana, de forma que la unin con esa potencia
sobrehumana es la nica cosa deseable y digna de ser perseguida. A sus pobres, Jess les
signific este mundo divino llamndolo Reino de Dios, y contraponindolo al Reino de este mundo;
aqul que llamaba a s a los fatigados y oprimidos, a los que sufren y a los perseguidos, a los
pacficos y a los benignos, a los que aman a sus enemigos y al universo entero, era su Padre
celeste, y l era el Hijo enviado a aqullos sus hermanos.
Aqu hay que ver el mayor de los milagros, y lo llamamos, por eso, Revelacin. Cmo haya sido
posible despus sacar una religin de Estado para emperadores romanos y verdugos de herejes,
lo veremos mejor ms adelante; lo que aqu nos interesa, es el modo en que se han venido
formando, casi por necesidad, aquellos mitos, cuyo excesivo desarrollo acab por quitar prestigio,
debido a las superfluas artificiosidades, al dogma, pero que sin embargo trajo al arte nuevos
contenidos ideales.
Lo que generalmente entendemos por eficacia artstica es sustancialmente la elaboracin de la
imagen; el arte, as pues, intuye la imagen del concepto, en la cual este ltimo se manifiesta
exteriormente a la fantasa; y lo eleva, mediante la elaboracin de las alegoras en perfectas
imgenes que encierran en s la sustancia, al rango de una revelacin. Muy bien se expresa
nuestro gran filsofo a propsito de la imagen ideal de la estatua griega. En ella el artista casi
mostr a la naturaleza lo que ella habra querido pero no haba podido ser plenamente; por lo cual,
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el ideal artstico super a la naturaleza. De la fe de los griegos en los dioses podra decirse se
atuvo siempre al antropomorfismo, segn la tendencia artstica helnica.
Sus dioses fueron imgenes claramente individualizadas y definidas; sus nombres servan para
determinados conceptos generales, del mismo modo que los nombres de los objetos coloreadosservan para definir los mismos distintos colores, para los cuales los griegos no tenan
denominaciones abstractas como las nuestras; y los llamaban dioses para indicar su naturaleza
divina; en cuanto a lo divino en s lo llamaban "el Dios".
Jams pas por la mente de los griegos el pensar en Dios como persona y conferirle una figura,
como hicieron, sin embargo, con sus dioses; Dios qued como un concepto confiado a la
definicin de los filsofos, en torno a cuya clara determinacin en vano se afan por largo tiempo el
espritu helnico, hasta que ocurri que, de una masa de pobre gente entusiasta, lleg la increble
nueva de que el Hijo de Dios se haba sacrificado en la Cruz por la liberacin del mundo de las
ataduras del pecado y del engao. En este punto no hay nada que hacer ya con las magnficas y
diversas elucubraciones de la razn humana, la cual, sin embargo, intent percibir la naturaleza de
este Hijo de Dios que haba pasado sobre la tierra y haba sufrido hasta la infamia: una vez
manifestado, con su aparicin, el gran milagro de la Transformacin de la voluntad de vida, que los
creyentes advertan en s mismos, ya en esto estaba comprendido el otro milagro de la divinidad
del Salvador. Pero con esto se admita tambin, automticamente, que Dios se haba manifestado
en forma humana: el cuerpo puesto sobre la cruz en el doloroso martirio era la misma imagen del
infinito amor misericordioso. Era, quizs, tambin, un smbolo apto para suscitar la ms alta
compasin, la adoracin del dolor, y la imitacin a travs del aniquilamiento de todo querer
egocntrico y egoista?. No, era una imagen, una verdadera y presente realidad humana. En ella y
en su eficacia sobre el sentimiento humano reposa todo el encanto en virtud del cual la Iglesia
acab por asimilar el mundo greco-romano. Lo que, al contrario, deba hacerle nocivo, y conducir al
fn al atesmo cada vez ms pronunciado de nuestros tiempos, fue la unin, impuesta con tirnica
violencia, de esta divinidad en cruz con el Creador del cielo y de la tierra hebraico, Dios iracundo y
vengativo, el cual parece que tuvo mejor fortuna que el misericordioso Salvador de los pobres,
ofrecido en sacrificio a los hombres. Pero aqul Dios fue en realidad repudiado por los artistas:
Jahv en la zarza ardiendo, o incluso el digno anciano de la barba blanca, que surge de las nubes
como Padre que bendice al propio Hijo no poda decir mucho al nimo del creyente, aunque fuese
ofrecido con todas las elegancias del arte; mientras el Dios que sufre en la cruz, con el rostro
cubierto de sangre y de heridas, aun cuando fuese representado artsticamente de modo tosco,
conmueve en todos los tiempos.
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Como empujada por una necesidad de carcter artstico, la fe, aun dejando en su sitio al Padre
Jahv, se desliz hacia el necesario milagro del nacimiento del Salvador del seno de una Madre
que, dado que no era Ella misma divina, se haca divina por el hecho de que, Virgen, procreaba,
contra toda ley de la naturaleza al Hijo, sin concepcin humana. Un concepto infinitamente
profundo expresado en forma milagrosa. Con todo, encontramos ms veces en el curso de la
historia del cristianismo el fenmeno de la capacidad de realizar milagros en virtud de la pureza
virginal, en lo cual se mezcla una explicacin metafsica con una explicacin fisiolgica, reforzando
la una a la otra, propiamente en el sentido de Causa finalis de acuerdo con una Causa efficiens;
el milagro de la maternidad sin concepcin natural resulta, como fuere, plausible slo en virtud del
mayor milagro que es el mismo nacimiento de Dios: puesto que en ste se manifiesta la negacin
del mundo, como vida ejemplar sacrificada al fin de la Salvacin. Dado que el Salvador no tiene
pecado, ni siquiera la capacidad de pecar, ya antes de su nacimiento deba estar en El
completamente anulada la voluntad para quien no poda propiamente padecer, sino slo
compadecer; y la raz de esto deba manifestarse necesariamente en su nacimiento, producida no
por voluntad de vida, sino por la voluntad de liberacin de la vida. Pero esto, que, naturalmente,
poda intuirse solamente en el entusiasmo de la iluminacin religiosa, estuvo, como artculo de fe,
expuesto a las ms graves deformaciones por parte de la concepcin realista popular. Era fcil
decirle: Inmaculada Concepcin de Mara; ms difcil pensarla y ms an imaginaria. La Iglesia,
que en el Medioevo confiaba las pruebas de sus artculos a la filosofa escolstica, trat al fin de
recurrir a las representaciones sensibles: sobre el portal de la Iglesia de San Ciliano en Wrzburg,
se ve en un bajo relieve la dulce imagen de Dios, que, surgiendo de una nube, insufla, mediante
una caa, el embrin del Salvador en el cuerpo de Mara. Es un ejemplo que vale para todos.
Hemos sealado desde el principio la decadencia de los dogmas religiosos, los cuales caen en el
artificio, expresando nuestra contrariedad al respecto; pero este mismo ejemplo puede servir para
mostrar de la forma ms clara el papel que asume el verdadero arte con su poder idealizador, slo
con que- pensemos en las imgenes de los divinos artistas, como por ejemplo la llamada Madonna
Sistina, de Rafael. Aun en cierto sentido realista a la manera eclesistica, se trata de la
representacin adoptada por los grandes artistas del milagro de la Concepcin de Mara, cuyaAnunciacin es realizada por un ngel que se le aparece; sin embargo, aparece ya la belleza
espiritual, despojada de toda sensualidad de las figuras, y que sugiere el presagio del divino
misterio. El cuadro de Rafael, por el contrario, muestra la realizacin del divino milagro operado en
la Virgen Madre, la cual tiene en brazos, en una luz de revelacin, al hijo nacido de su seno. Y hay
en esto una belleza que el mundo antiguo, pese a estar tan dotado artsticamente, no haba ni
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siquiera presagiado: puesto que no se trata ya de la severa castidad que hace intocable a
Artmide, sino del mismo Amor divino alejado de toda posibilidad de conocimiento de un defecto de
castidad, lo que produce, desde lo ms ntimo de la negacin del mundo, la afirmacin de la
liberacin y de la salvacin. Y he aqu que es precisamente este inexpresable milagro el que
vemos ante nosotros, con nuestros ojos, noble y claro, completamente ligado a la ms escogida
experiencia de nuestro ser profundo, y distante an de toda pensabilidad de experiencia real; de
modo que, si la representacin griega de la naturaleza pona ante los ojos el ideal no alcanzado por
ella, ahora es el artista quien ofrece finalmente el secreto, intangible e indeterminable
conceptualmente, del dogma religioso en una especie de abierta revelacin, que no se realiza ya
en el mbito de la razn razonable, sino en el de la intuicin extasiada.
Otro dogma se ofreca asimismo a la imaginacin del artista, precisamente aquel que la Iglesia
pareci tener en ms que el otro de la salvacin mediante el amor. El vencedor del mundo habasido tambin el juez del mundo. El divino nio haba lanzado desde lo alto de los brazos de la
Virgen Madre su mirada sobre el mundo, reconocindolo, ms all de la multiplicidad de las
apariencias excitantes de los deseos, tal y como es en su verdadera esencia, presa de la muerte y
envuelto por el terror de la muerte. Ante la potencia del Redentor, este mundo de odio y de codicia
no poda resistir; l llamaba al desamparado cargado de penas a la redencin, a travs de la
pasin y de la compasin, en el reino de Dios, mostrndole el naufragio del mundo, pesado sobre
la balanza de la justicia, en la charca de sus pecados. Desde las amenas colinas soleadas, desde
las que con un amor predilecto anunciaba la salvacin al pueblo, siempre en forma clara ycomprensible, mediante imgenes y parbolas, El indicaba a sus pobres el desierto y triste valle de
la Geenna, donde el da del juicio habran acabado la avaricia y la voluntad homicida. El Trtaro, el
Infierno, Hela, todos los lugares del castigo postmortal de los viles y malvados, se encontraron en
la Geenna; y hasta hoy, la Iglesia ha continuado espantando con el Infierno a las almas, mientras el
Reino de Dios se ha ido alejando cada vez ms. Y he aqu el Juicio Universal, esperanza para
unos y terror para otros. No hubo nada de horrible y repugnante que no fuese empleado con
escalofriante artificio por la Iglesia, para suministrar a la fantasa aterrorizada de los pueblos
imgenes del lugar de eterna condonacin, llamando a tal fin a recopilacin a todas lasrepresentaciones mitolgicas de las religiones ligadas a la creencia de penas infernales.
En la piedad de tanto horror, un sobrehumano artista sinti la vocacin de representar del mismo
modo este tremendo suceso, como si al cumplimiento de la idea cristiana no le debiese faltar la
pintura del Juicio Final. Si a Rafael le plugo mostrar a Dios nacido en el vientre del ms sublime
amor, Miguel Angel represent su extraordinario fresco a Dios llevando a cabo su terrible tarea, en
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los que haba tantos ejemplares en el ambientes de los prncipes mundanos y eclesisticos de
aquellos tiempos singulares, se convirti en una agradable y fecunda tarea del pintor, quien por
otra parte haba sabido sacar siempre sus motivos para la representacin de lo bello del encanto
sensible femenino, por todas partes presente. En el ltimo ocaso de la artstica idealizacin del
dogma cristiano relampague la aurora del retorno al ideal artstico griego; no obstante, no era la
leccin de aquel mundo antiguo, esto es, la unidad del arte helnico con la religin antigua, que
haba producido aquella su perfeccin, pero que. no poda ahora servir. Basta echar una mirada
sobre una antigua estatua de Venere, comparndola con una pintura italiana con figura femenina,
tambin llamada Venere, para comprender la diferencia que existe entre el ideal religioso antiguo y
el moderno realismo humano. Del arte antiguo deriv slo el sentido de las formas, mas no su
contenido ideal; mientras, de este retorno hua ahora el ideal cristiano, y slo el mundo real
permaneca tangible para los nuevos artistas. Cmo acab despus por ser representado este
mundo real, y qu motivos fuese ofreciendo al arte figurativo, es problema que queremos dejar de
lado, limitndonos a constatar que el mismo arte, destinado a alcanzar las ms altas cimas en su
afinidad con la religin, cuando ve menoscabado este carcter, acaba, como ha ocurrido, por
decaer completamente, como es difcil no admitir.
Pero para entrar en contacto, una vez ms, con aquella afinidad a que nos hemos referido,
buscando el ncleo ms profundo, echemos ahora una mirada a la msica.
Si la pintura consigui hacer intuitivo el contenido ideal del dogma, que ofreca bajo la forma de
conceptos alegricos, poniendo como objeto de las representaciones idealizadoras la misma
imagen alegrica, sin verse obligada a poner polmicamente en duda la credibilidad real, el arte
potico, por el contrario, debi dejar intacto, como hemos visto, en su intangibilidad, los dogmas de
la religin cristiana, por el hecho de que, trabajando precisamente mediante conceptos, no poda
hacer menos que tomar como carga la forma conceptual del dogma. Por ello, quedaba libre para la
poesa slo la expresin lrica del rezo o de la adoracin esttica, la cual, a su vez, dado que el
concepto poda slo ser tratado en el estilo fijado cannicamente, habra encontrado
necesariamente su ms libre desemboque en la a-conceptualidad de la expresin musical. Slo en
la msica, la lrica cristiana lleg de hecho a un propio y verdadero arte. La msica eclesistica era
cantada sobre las palabras de los conceptos dogmticos; pero en su efecto fnico desenlazaba y
dilua las palabras, junto con sus conceptos, hasta anular su inteligibilidad, ofreciendo a la
sensibilidad extasiado de los oyentes el contenido emotivo. En trminos rigurosos, la msica es el
nico arte que corresponde perfectamente a la fe cristiana, de forma que la nica msica que, al
menos hoy, conocemos como arte, es precisa y nicamente un producto del cristianismo. A su
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formacin no contribuy el resurgir del arte antiguo, cuyo aspecto universal nos es completamente
desconocido, razn por la cual la msica es tambin el arte ms joven y ms capaz de infinitos
desarrollos y efectos. No es nuestra misin indagar la evolucin que ella ha sufrido hasta hoy o
sufrir en el porvenir, dado que aqu debemos considerar solamente la afinidad que la liga con la
religin. En este sentido, despus de la alusin que hemos hecho del necesario disolverse, en el
campo de la poesa lrica, del concepto verbal de la imagen sonora, es necesario reconocer que la
msica revela la verdadera sustancia de la religin cristiana, con incomparable plenitud. Y, por
esto, querramos ponerla en la misma relacin con la religin, en la que percibimos la imagen del
divino Nio frente a la de la Virgen Madre, en la pintura de Rafael; porque, en cuanto forma pura de
un contenido divino completamente desenlazado del concepto, puede valer, para nosotros, como
un renacer liberador del dogma divino operado por la constatacin de la nulidad del mundo
fenomnico. Tambin la figura ms ideal trazada por el pintor, que, debido a las atenciones por el
dogma, determinada por el concepto; y aquella sublime figura virginal de la Madre de Dios nos
eleva slo por encima del concepto, hostil a la razn del milagro, mostrndonos sin embargo a la
imagen. Por ello decimos: significa esto. Pero la msica nos dice: es as, porque impide, de golpe,
todo dualismo entre concepto y sensacin, en virtud de la imagen sonora completamente lejana del
mundo de las apariencias, incomparable con todo elemento real, penetrando en nuestro espritu
como por encanto.
Qued, pues, como misin de la msica, en virtud de esta sublime propiedad suya, el
desembarazarse, por fin, completamente, del concepto verbal; la msica ms pura concret estaliberacin, contemporneamente a la cada del dogma religioso, a vano juego de charlatanera
racionalista o jesutica.
Pero la completa mundanizacin de la Iglesia trajo consigo, como consecuencia, tambin, la
mundanizacin de la msica; en los pases en donde ambas estn todava unidas, como, por
ejemplo, en la Italia actual, no hay diferencia entre lo que sucede en la Iglesia y lo que ocurre en
cualquier parada mundana. Slo la definitiva separacin de la decadente Iglesia hizo posible el arte
de los sonidos conservarse como la ms noble herencia de la idea cristiana, en la pureza
innovadora de su supramundo; la sustancial afinidad de una sinfona beethoveniana con una
religin pursima, floreciente sobre el tronco de la revelacin de Cristo, se nos aparecer mejor en
la continuacin de nuestra exposicin.
Para llegar, entretanto, debemos an recorrer antes un fatigoso camino, que nos muestre el motivo
de la decadencia de las ms altas religiones, e, implcitamente del naufragio de todas las culturas
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aquella doctrina brot de la premisa del reconocimiento de la unidad de todo ser viviente, y de la
ilusin de nuestra concepcin sensible, que nos muestra esa unidad bajo el aspecto de
multiplicidad y diversidad sin fin. Era el resultado de un profundsimo conocimiento metafsico; y
cuando el brahmn, frente a la interminable multiplicidad de las formas del mundo viviente,
exclamaba: Esto eres t!", se despertaba instantneamente, en el que escuchaba, el
conocimiento de la verdad, segn la cual, sacrificando una de las criaturas vivientes como
nosotros, no se hace otra cosa sino matamos y devoramos a nosotros mismos. El animal se
diferencia del hombre slo por el grado de su desarrollo intelectual, y en todo lo que precede a tal
grado, pero, sin embargo, sufre y desea, se manifiesta en l la misma voluntad de vida que
aparece en el hombre dotado de razn, y esta voluntad de vida busca paz y liberacin en este
mundo de las mudables formas y de las fugaces apariciones; y, en fin, la paz del descompuesto
deseo y de la tensin sin fin puede slo obtenerse a travs del ms riguroso ejercicio de la
benignidad y la compasin hacia los vivientes; sta es la verdad religiosa, irrebatible que ha
permanecido como patrimonio de los brahmanes y de los budistas, hasta el da de hoy. Hacia
mediados del siglo pasado, por ejemplo, especuladores ingleses compraron toda la cosecha india
de arroz, produciendo con esto una caresta en el pas que cost millones de vctimas, que
perecieron de inanicin debido a sus amos. Testimonio patente de la pureza de una fe religiosa,
con la cual todava aquellos creyentes se excluan a s mismos de la llamada historia.
Si nos dirigimos, sin embargo, ms de cerca, a los xitos conseguidos y documentados de nuestro
gnero humano, no podemos menos de percibir la razn de su piadosa inconsistencia en la locura,que toma como ejemplo la bestia feroz, cuando, ni siquiera ya impelida por el hambre, se lanza
sobre la presa por el puro placer de desencadenar la violencia de sus energas. Si los fisilogos
estn todava dudosos en tomo al problema de si el hombre est, por naturaleza, destinado a la
alimentacin animal o vegetal, la historia nos lo muestra, sin lugar a dudas, desde su primera
aparicin, ya avanzado en el camino del desarrollo como animal de presa. Conquista tierras,
somete las especies que se nutren de frutos, funda - venciendo a otros vencedores grandes reinos,
constituye estados y construye civilizaciones, para disfrutar en paz de los frutos de sus rapias.
Por muy deficientes que sean nuestros conocimientos cientficos sobre el punto de partida de este
desarrollo histrico, podemos, sin embargo, admitir que el nacimiento y la primitiva sede de las
razas humanas debe establecerse en tierras clidas, y cubiertas de rica vegetacin; ms difcil
parece decidir qu grandiosas modificaciones del gnero humano, ya en pleno desarrollo, hayan
impulsado a una gran parte de l a salir de sus lugares naturales de origen, y dirigirse a regiones
ms rudas e ingratas. Los aborgenes de la actual pennsula india vivan quizs, en los primeros
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albores de la historia, en los valles ms fros de los altiplanos del Himalaya, y se nutran mediante
la cra de ganado y la agricultura. De all emigraron, bajo el impulso de una regin benigna, que
corresponda a las necesidades de la vida pastoril, a los ms, bajo valles del Indo, para volver, de
nuevo, a la posesin de su tierra de origen, es decir, a las tierras del Ganges.
Grandes y- profundas deben haber sido las impresiones de este retomo sobre el espritu de las
estirpes humanas tan ricas ahora en experiencias: a las necesidades de la vida se les ofreca,
generosa, una opulenta naturaleza, generadora de toda clase de bienes; la contemplacin y la
recogida meditacin indujeron probablemente a aquellas gentes, que ya no tenan preocupaciones
por su sustento, a profundas consideraciones en tomo al mundo, del cual no haban conocido hasta
entonces ms que necesidades, preocupaciones, imposibilidad de rehuir el duro trabajo, la
competencia y la lucha por la existencia. Al brahmn, que se senta ahora como renacido, los
guerreros debieron presentrsela como tutores de la paz eterna, necesarios, y por tanto dignos decompasin; pero los cazadores se les presentaron ciertamente como seres horribles, y los
carniceros de sus animales domsticos, francamente inconcebibles. En este pueblo, no se
desarrollaron en las encas colmillos de jabal, y, sin embargo, no fue menos valiente que los otros
pueblos de la tierra, y supo soportar valerosamente todos los tormentos que le fueron inflingidos
por sus tardos perseguidores, por la pureza de su fe dulce y serena, de la que jams un brahmn
o un budista se dej desviar por miedo o por clera, como sucedi, por el contrario, entre los
creyentes de todas las dems religiones.
En los mismos valles de las tierras del Indo, se verific aun ms esta separacin por la cual
estirpes consanguneas se separaron de los que volvan a la antigua tierra natal del sur, para
penetrar, hacia Occidente, en las amplias tierras de la Asia Menor, donde los vemos, en el
transcurso del tiempo, como fundadores y conquistadores de poderosos reinos, erigiendo, cada
vez con mayor determinacin, monumentos histricos. Estos pueblos haban recorrido los desiertos
que separan los extremos de Asia de la tierra del Indo; el animal de rapia, fustigado por el
hambre, les haba enseado a no servirse ya slo de la leche como alimento, sino tambin de la
carne de sus rebaos, hasta que, pronto, slo la sangre pareci capaz de alimentar el valor de los
conquistadores. Ya las rudas estepas de Asia, que se extienden al norte, sobre las montaas
indias, donde la huida ante extraordinarios procesos naturales haba expulsado a los habitantes a
regiones ms benignas, haban criado a la bestia humana feroz. Fue de all de donde surgieron,
en todos los tiempos antiguos y recientes, las oleadas de destruccin y asfixia de toda tendencia
dulce, como narran las leyendas originarias de las estirpes irnicas, llenas de luchas continuas con
los pueblos tirnicos de las estepas. Agresin y defensa, necesidad y lucha, victoria y derrota,
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seoro y esclavitud, todo siempre sellado con la sangre: he aqu lo que de ahora en adelante
cuenta la historia de las estirpes humanas.
Y, sucediendo a las victorias de los fuertes, rpidos relajamientos debidos a culturas aportadas por
los pueblos esclavizados; en fin eliminacin de los degenerados por parte de nuevas energasrudas, ataques de espritus sanguinarios, an indmitos. En esta progresiva decadencia, la sangre
y los Cadveres parecen haberse convertido en el nico alimento digno de los conquistadores: una
cena de Tieste habra sido imposible entre los indios; y fue, as y todo, un mito, con el cual, como
con otros, se deleit la imaginacin humana, una vez. que se le hizo familiar el asesinato de los
hombres y de los animales. Por otra parte, cmo puede ya la fantasa del hombre civil moderno
volver la cabeza con disgusto ante semejantes imgenes, una vez que se ha acostumbrado a ver
un matadero parisiense en pleno trabajo a primeras horas de la maana, o un campo de batalla,
por la tarde, tras una gloriosa victoria? Ciertamente hemos ido an ms all de lo simbolizado en elbanquete de Tieste, dado que a nosotros nos son posibles despiadadas ilusiones sobre una
realidad que a nuestros antiqusimos antepasados se presentaba en todo su horror. Hasta aquellos
pueblos. que, como conquistadores, avanzaron sobre Asia Menor, manifestaron un sentimiento de
sorpresa por la corrupcin, en la cual se hallaron sumidos a travs de conceptos religiosos
severos, como los que se encuentran. en el fondo de la religin de Zoroastro. El Bien y el Mal: Luz
y Oscuridad, Orrnuzd y Arimani, lucha y accin, creacin y destruccin. Hijos de la Luz, tened
horror de la noche, aplacad el Mal, y obrad el Bien!. En esta mxima se advierte an un espritu
afn al del antiguo pueblo indio, pero envuelto ahora en el pecado, y en la duda acerca del xito dela lucha que no se extinguir jams.
Otro camino de salida busc la voluntad del hombre, cada vez ms sapiente, entre tormentos y
dolores de su pecaminosidad, sobre la ruina que iba desnaturalizado progresivamente su innata
nobleza: estirpes altamente dotadas, a las que resultaba tan difcil volver al Bien, consiguieron, sin
embargo, coger el fruto de la Belleza.
Inmersos en la plena afirmacin de la voluntad de vida, los espritus, helnicos no escaparon,
desde luego, a la conciencia del semblante terrible de la existencia, pero consiguieron, sin
embargo, hacer de esa misma conciencia una fuente de intuicin esttica: el Heleno mir, cara a
cara, a lo horrendo en toda su autenticidad; sta, no obstante, se hizo en l estmulo hacia una
representacin, que la autenticidad misma haca bella. En el espritu griego vemos, por as decirlo,
obrarse una especie de cambio, de juego alternando entre la capacidad de crear formas y de
conocer, en el que el gozo del formar busca dominar el terror del conocer.
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Satisfecho con esto, contento del fenmeno, porque ya ha aprendido a aprisionar en l la realidad
desnuda del conocimiento, no se hace preguntas acerca del fin de la existencia, y deja sin resolver
el conflicto del bien y el mal, semejante en esto a los parsis, aceptando gustosamente la muerte
por una vida bella, y dispuesto a hacer bella tambin a la muerte.
Hemos hablado, en sentido elevado, de juego, y, propiamente de un juego del intelecto en su
liberacin de la voluntad, a la cual sirve, de ahora en adelante, slo como instrumento de la
contemplacin del propio yo, pero con esto hemos hablado en realidad de los ricos de espritu. La
desdicha, sin embargo, de la constitucin mundana, es que todos los grados del desarrollo de las
manifestaciones de la voluntad, empezando por los elementos primeros hasta llegar (a travs de
las ms bajas organizaciones), al ms rico de los intelectos humanos, estn juntos el uno al lado
del otro en el espacio y en el tiempo, por lo que la ms alta organizacin est siempre presente y
operante junto a las manifestaciones ms bajas y groseras de la voluntad. Tambin la florescenciadel espritu helnico estaba ligada a las condiciones de esta complicada existencia, la cual tiene
por fundamento un planeta que se mueve segn leyes fatales con todas sus criaturas que, vistas
retrospectivamente, aparecen cada vez ms rudas y despiadadas. As se lleg a colmar el mundo,
en toda su extensin, como un hermoso sueo de la humanidad, con su perfume engaoso del
cual pudieron no obstante gozar slo los espritus liberados de las rudas necesidades del
sobrevivir; No constitua esto precisamente un juego, donde el momento en que la realidad no es
nada mas que sangre y crimen, personajes indmitos, donde la fuerza es la que manda, y la misma
liberacin del espritu parece alcanzable slo a precio de esclavitud?. No poda dejar de revelarse,a la postre, como un juego despiadado, este ocuparse del arte y este placer que se obtena al
sentirse libres de las necesidades del sobrevivir, apenas en el arte no se lograse ya crear nada
nuevo; porque el ideal y su logro haba sido una cosa privada del genio individual; pero lo que dura
por encima del genio no es ms que el pasatiempo de las habilidades logradas por ste. Y as
vemos de hecho al arte helnico sobrevivir, sin el genio helnico, en el imperio romano, donde no
consigui limpiar las lgrimas del ojo de un pobre, ni sacar una gota del corazn rido de un rico. Si
un lejano rayo de Sol, que se extender sobre el sereno imperio de los Antoninos, logra an
ilusionarnos, ello fue debido a un breve triunfo del espritu artstico y filosfico sobre el crudomovimiento de las incesantes fuerzas histricas en mtuo exterminio. No obstante, esto tambin es
ms una ilusin que otra cosa, un relajamiento que tiene slo el aspecto de una pacificacin. En
vano se intentaba, con medidas de precaucin contra la violencia, detener la violencia. Aquella paz
mundial descansaba slo sobre el derecho del ms fuerte, y el gnero humano no haba, en
realidad, cesado jams, desde que haba cado en la codicia sangrienta de la rapia, de creerse en
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el derecho de alcanzar, nicamente con la fuerza de aquel principio, la posesin y el goce de los
bienes. Y esto fue ley tanto para el heleno artista como para el tosco brbaro: no hubo culpa de
sangre que aquel pueblo que saba tan bien crear, no se atrajese sobre s, en el desgarrador odio
para con sus vecinos. Hasta que el ms fuerte se acerc tambin a l, para caer a su vez vctima
del ms violento, y as, siglo tras siglo, poniendo en juego cada vez ms rudas energas, han
terminado por conducirnos hoy ante gigantescos caones y murallas acorazadas, erigidas para
nuestra defensa, que se multiplican cada vez ms de ao en ao.
Siempre ha sucedido que, en medio de la locura de la sed de sangre y rapia, hombres sabios
llegasen al conocimiento de una enfermedad fundamental del gnero humano, que lo conduce
fatalmente por el camino de la creciente degeneracin. Algunos indicios provenientes de los
hombres que viven en estado natural, y mticos recuerdos crepusculares, les permitieron entrever
cual sera la condicin natural del hombre, y, por contraste, su degeneracin actual.
Un misterio intrig a Pitgoras, el maestro de la alimentacin vegetariana, pero ningn sabio
despus suyo especul sobre la esencia del mundo ni refundir su doctrina. Se fueron formando
paulatinamente sociedades secretas que, lejos de la mirada del mundo y de sus violencias, se
ejercitaron en seguir la doctrina como un medio religioso de purificacin del pecado y la miseria.
Hasta que, entre los ms mseros del mundo, apareci el Salvador, para mostrar el camino de la
redencin, no ya con la doctrina, sino con el ejemplo: di su carne y su sangre, como ltima y ms
alta ofrenda de expiacin de toda la sangre pecaminosamente vertida y toda la carne
descuartizada; y por ella di, como cotidiana, a sus discpulos, pan y vino: Alimentaos slo de esto
de ahora en adelante en memoria ma (1). Es ste el nico oficio de salvacin de la fe cristiana:
cultivando este banquete se ejercita hasta el fondo la doctrina del Salvador. Una doctrina que la
Iglesia cristiana persigue siempre con angustiosos remordimientos de conciencia, sin conseguir
jams ponerla en prctica en toda su pureza, no obstante que, mirado seriamente, constituya el
ncleo, perfectamente asimilable para todos, del cristianismo. As, se ha convertido en una mera
accin simblica, ejercitada por el sacerdote, pero alterada en su espritu, mientras su verdadero
sentido se expresa slo en los ayunos peridicos, practicados sin embargo en su ms estricta
observancia por parte de las solas rdenes religiosas, ms en el sentido de una privacin para
incitar a la humildad, que en el de un verdadero y autntico medio de salud corporal y espiritual.
Quizs fue precisamente la imposibilidad de llevar a las ltimas consecuencias de observancia de
este precepto del Redentor, mediante la abstencin completa de comida animal por parte de todos
los creyentes lo que constituy la razn esencial del decaer tan rpido de la esencia de la religin
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cristiana. Reconocer esta imposibilidad es, de hecho, reconocer la decadencia inevitable del
gnero humano. Llamada a recoger la herencia del estado fundado sobre la rapia y la violencia, la
Iglesia deba, segn el espritu de la historia, ver la mejor va en el dominio sobre el imperio y sobre
los estados. A este fin, para someter estirpes ya decadas, tuvo necesidad del terror; la situacin
singular, por la que el cristianismo poda considerarse heredero del judasmo, ofreci fcilmente los
medios para ello. Entre los hebreos, el Dios de un pequeo pueblo haba vaticinado a sus
secuaces el futuro dominio sobre toda la tierra, con toda cosa que en ella vive y respira, con tal de
que tuviesen fe en las leyes, observando cuidadosamente las cuales habran debido mantenerse
apartados de todos los otros pueblos de la tierra. Odiados y despreciado, en virtud de esta su
particular situacin por todos los otros pueblos, sin una propia capacidad creadora, alimentando
slo su existencia en el disfrute de la decadencia general, este pueblo habra muy probablemente
desaparecido en el curso de violentas convulsiones de la historia, como se han extinguido muchas
de las mayores y ms nobles estirpes; y fue el Islam quien pareci particularmente destinado a
realizar la obra de la completa extincin del judasmo, habiendo l mismo hecho suyo el dios
judaico, creador del cielo y de la tierra, al cual erigi, a hierro y fuego, como nico Dios de todos los
vivientes. Slo que los hebreos no se tomaron a mal el repartir esta soberana mundial de su
Jahv, dado que haban conseguido ya participar en el desarrollo de la religin cristiana, la cual,
con todos sus xitos de dominio mundial, cultura y civilizacin, era verdaderamente indicada para
procurarles, en el curso de los tiempos, el ms amplio de los seoros. Todo comenz con un
hecho histrico extraordinario: en un ngulo de la apartada Judea haba nacido Jess de Nazareth.
Sin embargo, no vieron en este origen tan humilde una prueba del hecho de que entre los pueblos
dominantes y altamente civilizados de la poca, no haba habido lugar alguno apto para el
nacimiento del Redentor de los pobres, y que slo la Galilea, que se distingua de las otras tierras
de Palestina por ser objeto de desprecio por los mismos hebreos, haba sido la cuna apropiada de
la nueva fe, precisamente en virtud de su aparente modestia y humildad (de aqu que a los
primeros creyentes, pobres pastores y campesinos, torpemente sometidos a la ley de Israel,
pareci necesario buscar el origen de su Salvador en la estirpe real de David, casi para excusar la
atrevida oposicin a la ley hebraica. Es ya dudoso que el mismo Jess haya pertenecido a la
especie hebraica (2), dado que los habitantes de Galilea eran mal vistos por los hebreos
precisamente por su origen impuro; esta cuestin sin embargo, como todas las que se refieren a la
existencia histrica del Salvador, debe ms bien ser dejada a los historiadores, los cuales a su vez
declararon que no saben qu hacer con un Jess sin pecado. En cuanto a nosotros, bastar
constatar el decaer de la religin cristiana, precisamente, por haber recurrido a la religin hebraica
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toma para s y para los suyos tierra y capital del pas como posesin personal -y de esto Inglaterra
nos ofrece en todo momento un magnfico ejemplo -, el debilitamiento y la decadencia de las
estirpes dominantes hizo tambin desaparecer gradualmente la apariencia brbara de tales
divisiones injustas de la propiedad: el dinero, con el cual acab por ser arrebatado el terreno y la
propiedad a los propietarios endeudados hasta los caballos, confiri al comprador el mismo
derecho disfrutado antes por el conquistador, y en cuanto a la posesin del mundo hay ahora
acuerdo entre el hebreo y el noble, mientras el jurista busca en general ponerse de acuerdo con el
jesuita sobre las cuestiones generales de derecho.
Desgraciadamente, este idlico cuadro tiene su lado negativo en el hecho de que ninguno tiene
confianza en el otro, porque cada uno hace uso slo, en secreto, del derecho del ms fuerte,
mientras que toda cuestin que concierne a los intercambios entre los pueblos, parece remitida
solamente a los hombres polticos, quienes siguen a rajatabla la doctrina de Maquiavelo: aquelloque no quieras que te sea hecho a ti, hazlo a tu vecino.
Corresponde igualmente a la misma idea estatal el hecho de que nuestros regidores que la
representan, cuando deben mostrarse en importantes manifestaciones en hbito de principios,
visten el uniforme militar, feo e inexpresivo, dado sus fines prcticos, mientras que en otros tiempos
se exhiban en los ropajes, ciertamente ms nobles y dignos, de supremos jueces.
Constatado, pues, que nuestra complicada civilizacin no tiene precisamente xito en el propsito
de enmascarar su origen completamente no cristiano, y que no es posible extraer del Evangelio, en
cuyo espritu no obstante somos educados desde la ms tierna infancia, los elementos que
expliquen o justifiquen su existencia, no hace falta mucho para ver que nuestra condicin es la de
una victoria de los enemigos de la fe cristiana.
A quien ya haya llegado a un claro conocimiento de esto, no le resultar difcil percibir la razn por
la que, incluso en los sectores pertenecientes a la cultura del espritu, se manifiesta una
decadencia cada vez ms marcada: la violencia puede civilizar, pero la cultura debe florecer en el
terreno de la paz, segn el espritu de su mismo nombre, que est extrado de la prctica del
cultivo de los campos. Fue en este terreno, que slo pertenece al pueblo productor y creador, dedonde surgieron los conocimientos, las ciencias y las artes, alimentadas a su vez por las religiones
correspondientes a los diversos espritus de los pueblos. Pero he aqu que a estas ciencias y artes
de la paz, se acerca la ruda violencia del conquistador dicindoles: lo que sirve a fines de guerra
puede desarrollarse; lo que no sirve, vaya pues a la ruina.
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As se ve como la ley de Mahoma se ha convertido en la verdadera ley fundamental de toda
nuestra civilizacin, y se percibe en qu modo, bajo ella, florecen entre nosotros las ciencias y las
artes. Si, por casualidad, surge una cabeza como es debido, que habla sinceramente desde el
fondo de su propio corazn, estad seguros de que las ciencias y las artes de la civilizacin sabrn
indicarle el camino a seguir. Es como si se le preguntase: ests dispuesto a ser til a una
civilizacin malvada y sin corazn, o no? Las llamadas ciencias naturales, y particularmente la
fsica y la qumica, se apresuran a demostrar, a los departamentos encargados de la defensa,
cuntas energas y cuntos materiales destructivos pueden encontrarse por medio suyo en el
mundo, incluso si desgraciadamente no consiguen aun inventar el modo de evitar los daos
producidos por el hielo y el granizo. Por esto, estas ciencias resultan particularmente favorecidas;
por otra parte, las enfermedades devastadoras de nuestra cultura inducen a la vergenza de las
operaciones de viviseccin realizadas sobre los animales por los llamados fines especulativos, bajo
la proteccin del Estado que, de este lado, adopta el punto de vista cientfico. En cuanto a la mina
aportada a una posible evolucin de una cultura popular cristiana por el renacimiento latino de las
artes helnicas, se encarga de halagar de ao en ao, cada vez ms, una filosofa obtusa y
chapucera, que menea alegremente la cola en tomo a los tutores de la antigua ley del derecho del
ms fuerte. Todas las artes son, despus, sin ms, llamadas en ayuda y cultivadas, apenas
parezcan tiles para encubrir la miseria y para evitar que nos sintamos inmersos en ella:
Distraccin, distraccin. Por amor de Dios, no os recojais para pensar: a lo ms organizad
vuestras colectas de dinero para los que han sufrido con las inundaciones o para las vctimas de
los incendios, para los que, naturalmente, las cajas del Estado no tienen perras! Y es para este
mundo para el que se continua pintando y creando msica. En los museos continua admirndose y
explicndose crticamente a Rafael, y su Madonna Sixtina queda para los entendidos,
naturalmente, como una obra maestra. En las salas de concierto se escucha, desde luego, an, a
Beethoven; pero si nos preguntamos qu podra significar una Sinfona Pastoral, por ejemplo, para
nuestros pblicos, el problema, bien mirado, nos inducira a pensamientos que muchas veces han
hecho apremio en la mente del autor de este artculo, y que est ahora tentado de comunicar a su
benvolo lector, suponiendo que la denuncia de la profunda decadencia en la que se ha
precipitado el hombre histrico, no lo haya asustado ya, disuadindole de proseguir la lectura.
III
La hiptesis de una degeneracin de la estirpe humana podra ser, a pesar de aparecer como
contraria a la optimista confianza en un continuo progreso, sin embargo, la nica que, considerada
seriamente, estuviera en condiciones de abrimos el nimo a una bien fundada esperanza. La
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llamada concepcin pesimista del mundo puede aparecrsenos en realidad como justificada, con
tal de que sea referida al hombre histrico; debera, no obstante, ser bastante modificada cuando el
hombre histrico nos fuese tan claramente conocido que pudisemos concluir, gracias a la
constatacin de sus efectivas disposiciones naturales, que ha habido una degeneracin introducida
posteriormente, pero no necesariamente fundada en aquellas disposiciones. Si encontrsemos, en
particular, confirmacin de la hiptesis de que la degeneracin se ha producido en virtud de extra-
potentes influencias externas, contra las cuales el hombre prehistrico, an inexperto con respecto
a ellas, no consigui defenderse, entonces el cuadro de la historia del gnero humano hasta ahora
conocida, podra presentrsenos bajo el aspecto de un doloroso periodo de evolucin de su
conciencia, intento de dirigir los conocimientos adquiridos por este camino a la defensa de aquellas
dainas influencias.
Aun cuando a nuestros ojos se presenten oscuros, y hasta contradictorios, en el contorno de brevetiempo, los resultados de las investigaciones cientficas, inducindonos ms bien a error que no
procurndonos claridad, parece ya sin embargo slida una teora de nuestros gelogos, segn la
cual el gnero humano, surgido en el ltimo instante del regazo de la poblacin animal de la tierra,
y al que an pertenecemos, habra sido testigo, al menos en buena parte, de una violenta
transformacin de la superficie de nuestro planeta.
Suministrara prueba de esto un detenido examen de la forma de nuestro planeta, el cual revelara
como en una poca cualquiera de su ltima constitucin se hundi una gran parte de las tierras
firmes, unidas unas a otras, mientras otras se elevaron, mientras enormes masas de agua se
desviaron desde el Polo Sur, irrumpiendo, de manera semejante a rompehielos, contra los linajes y
contrafuertes de la tierra firme de la mitad septentrional del globo, tras haber barrido, en espantosa
fuga, a todos los supervivientes. Los documentos de la posibilidad de una tal fuga de la vida
animal, desde el crculo de los trpicos hacia las ms crudas zonas septentrionales, sacados a la
luz por nuestros gelogos, con descubrimientos como esqueletos de elefantes en Siberia, son bien
notorios. Importante para nuestras indagaciones es el hacer ahora una idea de las modificaciones
necesariamente experimentadas en la vida animal y humana hasta entonces criada en el seno
materno de sus tierras originarias, como consecuencia de tales violentas dislocaciones. Sin duda
alguna, la formacin de desiertos sin fin, del tipo del Sahara africano, deba precipitar a los
habitantes de las que haban sido magnficas tierras costeras en tomo a los grandes lagos, a una
caresta, de cuyo horror podemos hacemos una idea leyendo los relatos de las vctimas de los
naufragios, a consecuencia de los cuales, hombres perfectamente civilizados de nuestras naciones
actuales, fueron impulsados incluso al canibalismo. En las hmedas zonas costeras de los lagos
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canadienses viven an especies animales afines a los tigres y las panteras, que todava se nutren
de frutas, mientras en las mrgenes de estos desiertos el tigre y el len histricos han
evolucionado a la forma de fieras feroces y sanguinarias.
Que originariamente ha sido slo el hambre lo que ha impelido al hombre a la naturaleza de losanimales y a la alimentacin carnvora, sin que esto se debiese al traslado a climas ms fros
(como querran sostener los que creen un deber prescribir la alimentacin animal a las tierras
nrdicas, como un deber dictado por el propio principio de conservacin) lo demuestra el claro
hecho de que grandes pueblos, que tienen la posibilidad de alimentarse copiosamente de frutos,
incluso en los climas ms rudos, no pierden nada de su fuerza y de su capacidad de resistencia
manteniendo la alimentacin exclusivamente vegetal, como puede constatarse en los campesinos
rusos, los cuales llegan a muy avanzadas edades; de muchos japoneses, que conocen igualmente
slo una alimentacin vegetal, se enaltece el valor guerrero y el raciocinio agudo. Hay que pensar,por tanto, que han sido casos determinados, por completo anormales, como, por ejemplo, los de
las estirpes malasias, empujadas hacia las estepas del Asia Septentrional, entre las que el hambre
produjo tambin la sed de sangre, de la cual nos ensea la historia que no se puede aplacar, una
vez surgida, por ningn medio, y que infunde en el hombre no ciertamente el valor, sino la furia de
los impulsos destructores. Ni puede haber ciertamente otra razn de esto sino aquella por la que el
animal armado de garras se hizo rey de los bosques, no menos de como la bestia humana se ha
hecho dominadora de todo el mundo pacfico: un acontecimiento debido a precedentes
revoluciones del globo terrestre, que sorprendi al hombre prehistrico, tanto ms cuanto que l nose hallaba, preparado ante ello. Pero as como la bestia feroz no vive bien, as vemos disminuir
poco a poco el bienestar de la bestia humana, convertida en dominadora. Como consecuencia de
una dominacin contraria a la Naturaleza, el hombre sufre de enfermedades, que se presentan slo
en el gnero humano, y no alcanza ni una muerte dulce, sino que es atormentada fsica y
espiritualmente, llegando a travs de una vida depauperada a una pavorosa muerte (3).
Si hemos dirigido desde el principio, la atencin en general, a los resultados de esta fiera humana,
tal y como nos son mostrados por la historia, nos parece ahora oportuno indagar ms de cerca
cules fueron las tentativas positivas en sentido contrario, para un reencuentro del "paraiso
perdido", que se hallan en el curso de la historia, pero que se hacen cada vez ms dbiles a
medida que se avanza en el tiempo, hasta hacerse hoy casi imperceptibles.
Entre estos ltimos, en nuestro tiempo se pueden citar la constitucin de asociaciones
vegetarianas; slo que incluso en medio de estos grupos de hombres, que parecen haber captado
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inmediatamente el punto focal de la cuestin de la regeneracin de gnero humano, se suele oir,
por parte de algunos miembros del ms elevado sentir, el lamento de que sus compaeros
practican la abstencin de la alimentacin crnea a lo ms slo por razn de diettica personal, sin
ninguna referencia a la gran idea regeneradora, que debe constituir el verdadero problema, si tales
grupos quieren adquirir en algn, momento fuerza moral. Junto a ellos se encuentran, con una
cierta eficacia prctica ya conquistada, las Sociedades Protectoras de Animales; en realidad stas
ltimas, que igualmente buscan ganar el favor popular desterrando fines utilitarios, podran en
lugar, de eso, obtener xitos verdaderamente notables una vez que elaborasen los argumentos de
la piedad para con los animales, hasta encontrarse con la ms profunda tendencia del vegetaran.
Una fusin de ambos movimientos, fundada en esta interpretacin debera ya desarrollar una
fuerza de penetracin considerable. No menos xito debera obtener un llamamiento, por parte de
ambos grupos, a motivos ms altos de los hasta ahora salidos, a la luz entre las leyes
antialcohlicas. La peste del alcoholismo, que. es la ltima que se ha derramado sobre los
esclavos de la moderna civilizacin de la guerra, procura al Estado, mediante impuestos de todo
gnero tales ganancias, que este ltimo no muestra signo alguno de querer renunciar a ella;
mientras, por otra parte, los grupos anti alcohlicos tienden slo a fines prcticos, como el de
obtener seguros baratos con respecto a los barcos, a sus cargamentos, etc., a fin de que sean
vigilados los hombres de probada sobriedad. Nuestra sociedad mira con desprecio los efectos que
obtienen estos tres tipos de asociaciones, que en realidad en su aislamiento no tienen eficacia
alguna; hay que admirarse, por otra parte, de que el desprecio no degenere directamente en la
burla abierta e, integral, cuando se ven a los apstoles de las asociaciones pacifistas presentarse
respetuosamente ante nuestros amos y profesionales de la guerra.
Respecto a esto, hemos tenido ltimamente un ejemplo, y recordamos la respuesta de nuestro
clebre Belicoso, segn el cual un obstculo para la paz, ya formado en realidad desde hace un
par de siglos, sera la falta de religiosidad de los pueblos. Es difcil a este punto hacerse una idea
clara de lo que haya podido entender por religin y religiosidad; y es particularmente un poco rduo
pensar que sea precisamente la irreligiosidad de los pueblos y de las naciones, como tal, lo que
obstaculiza la abolicin de las guerras. Quizs nuestro Feldmariscal tena alguna otra cosa en lacabeza cuando hablaba de aquel modo; y contemplando ciertas manifestaciones actuales de
alianzas internacionales para la paz, no debera ser difcil explicar porque se ha hecho en ellas tan
poco caso de la religiosidad (4).
El cuidado de la enseanza religiosa ha sido dirigido, por el contrario, en los ltimos tiempos,
mediante intentos realizados aqu y all a las grandes organizaciones de trabajadores; y la
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justificacin de esto no debera pasar inadvertida a los verdaderos amigos de la humanidad, cuyas
intervenciones, verdaderas o presentidas en el cuerpo de la sociedad nacional, se han presentado
a los tutores de la misma ms o menos peligrosos. Toda protesta, incluso de la apariencia ms
justa, presentada por el llamado socialismo (5) a la sociedad civil, pone efectivamente en cuestin,
si se piensa con cuidado, la justificacin misma de tal sociedad.
As sucede que, dado que parece difcil esperar en un reconocimiento real de una disolucin legal
de lo que hoy legalmente subsiste, los postulados de los socialistas aparecen sino envueltos en
una cierta oscuridad, apta para conducir a falsas consecuencias, cuyos errores los egregios
calculadores de nuestra civilizacin se apresuran inmediatamente a denunciar.
Con todo podra suceder, por motivos interiores fuertemente fundados, que el socialismo de hoy
fuese tomado finalmente en consideracin por parte de nuestro mundo, una vez que entrase en
una verdadera e ntima comunin con las tres sociedades de que hemos hablado, de los
vegetarianos, de los protectores de animales y de los abstencionistas. Una vez que se pudiese
esperar del hombre, educado por nuestra civilizacin slo en la valorizacin de su calculador
egoismo, que esta comunin entre todas esas asociaciones, con perfecta comprensin de las
tendencias y de los fines de cada una, hoy sin fuerza en su desunin, pudiese ganar pie firme entre
los hombres, entonces podra tambin estar justificada la esperanza de un retorno a una verdadera
religin. Lo que hasta ahora pareci a los creadores de todas aquellas asociaciones justificable
slo en base a clculos, se funda, por el contrario, en una raiz a ellos mismos ignota, que
abiertamente declaramos tener asiento en una propia y verdadera conciencia religiosa; incluso en
el fondo de la revuelta del trabajador, quien produce toda clase de cosas tiles para sacar de ellas
relativamente lo mnimo, hay una conciencia de la inmoralidad de nuestra civilizacin, que en
realidad puede ser impugnada por los paladines de esta ltima slo mediante los ms ridculos
sofismas; puesto que, suponiendo incluso que el principio fcilmente demostrable segn el cual la
riqueza en s no hace felices, fuese aclarado en todos sus puntos, slo el hombre ms despiadado
negara que la pobreza hace miserables. Nuestra Iglesia cristiana, fundada sobre el Antiguo
Testamento, apela a tal propsito, para explicar la situacin infeliz de todas las cosas humanas, al
pecado original de los rimeros hombres, que se hace derivar - de modo verdaderamente singular -,
segn la tradicin hebraica, no de un disfrute prohibido de carne animal sino de la fruta de un rbol;
con ello est singularmente de acuerdo el hecho de que el dios de Israel encontr ms grato el
cordero bien cebado de Abel que la ofrenda de frutas del campo de Can. De estas expresiones
bastante discutibles del carcter de dios de la estirpe de Israel deriva un tipo de religin contra
cuyo empleo para la regeneracin del gnero humano, un vegetariano profundamente convencido
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podra tener diversas razones que objetar. Si suponemos que, ponindose de acuerdo
eventualmente con el vegetariano, un miembro de la sociedad protectora de animales intuyese
consecuentemente el verdadero significado de la piedad que le gua y ambos se dirigiesen unidos
al paria de nuestra civilizacin, que se est ahogando en los aguardientes, anuncindole una
regeneracin a travs de la abstencin de los venenos que absorbe con el fin de combatir su
desesperacin. de semejantes uniones podran obtenerse resultados cuya probabilidad resulta
excelente segn los ensayos ya hechos en ciertas prisiones americanas, en virtud de los cuales,
los peores delincuentes, mediante una sabia dieta vegetariana, se han transformado en los
hombres ms afables y felices. A quin rendiran en realidad homenaje los miembros de una tal
sociedad, cuando, despus del trabajo del da, se reuniesen en un banquete, para reponerse con
el pan y con el vino?.
Imaginmonos una fantasa que nada, aparte del pesimismo absoluto, nos impide pensar realizablesegn la razn. Quizs no est fuera de lugar el tener confianza en una ms amplia eficacia de
esta imaginaria sociedad, desde el momento en que partimos del fundamento de que el
determinante de la regeneracin es la falta de un fundamento religioso, segn el cual la decadencia
del gnero humano ha sido causada por su alejamiento de la alimentacin natural. La nocin,
resultante de una cuidadosa indagacin del hecho de que slo una parte (se opin incluso que slo
un tercio) del gnero humano se encuentre en esta condicin, debera reforzarse con el ejemplo de
la innegable prestancia de la mayor parte de los que ha permanecido fiel a su alimentacin natural,
e indicar de manera convincente los caminos que habra que trazar con vistas a la regeneracin dela otra parte degenerada, si bien dominante. En caso de que fuera fundada la hiptesis segn la
cual en los climas nrdicos la alimentacin crnea sera indispensable, qu nos impedira
emprender una razonable emigracin de pueblos hacia otras tierras de nuestro planeta que, como
ha sido afirmado a propsito de la pennsula sudamericana, en virtud de su extraordinaria
productividad, estaran en situacin de nutrir a toda la actual poblacin del mismo?. Las tierras
super ricas de vegetacin de Sudfrica las dejan los amos de nuestros estados confiadas a la
poltica de los intereses comerciales ingleses, mientras stos, por su parte, junto con los ms
eminentes a ellos sujetos, no saben hacer otra cosa, en cuanto se presenta la ocasin de huir a laamenaza de una caresta, que retirarse de ellas, dejndolas, en el mejor de los casos, tranquilas,
pero de cualquier modo sin gua y como presa para el disfrute ajeno. Dado que las cosas han
llegado a este punto, las asociaciones auspiciadas por nosotros deberan encaminar sus cuidados
y sus actividades a favorecer estas tendencias, canalizndolas quizs no sin buen xito hacia la
emigracin; segn las ltimas experiencias, no parece imposible que pronto estas tierras nrdicas,
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Quien, en esta nuestra consideracin general, sopese cuidadosamente las inclinaciones del gnero
humano, que a nosotros, en nuestra actual decadencia no pueden dejar de presentrsenos como
singulares, deber llegar a la conclusin de que el enorme impulso, que, de la destruccin a la
reforma, pasando a travs de todas las posibilidades de su satisfaccin, nos muestra este inmundo
mundo como obra suya, ya haba llegado a su meta con la creacin del hombre; puesto que, en l,
aqul impulso csmico le hizo finalmente consciente de s mismo y de su profunda voluntad, de
modo que, conocindose a s mismo y a su esencia,
poda ya decidir sobre s mismo.
El hombre primitivo era ya capaz de comprobar en s la sensacin de terror necesaria para su
ltima redencin, redencin precisamente posible en virtud de ese conocimiento del sufrimiento
que le haca posible el reencontrarse en todas las apariciones fenomnicas de su propia voluntad;
y fue el encaminarse al desarrollo de esta facultad de sufrir lo que le dio conocimiento. Si nos es
imposible no identificar en la imagen divina la cualidad de la imposibilidad de sufrir, hay que
reconocer, sin embargo, que esta imagen se funda en el deseo de una situacin, para la cual en
realidad no poseemos ninguna expresin positiva, sino slo negativa. En tanto que nos vemos
obligados a proseguir la obra de esa voluntad, que somos nosotros mismos, nos encontramos
vacos en el espritu de la negacin, que es negacin de ste nuestro mismo querer, el cual, ciego
y haciendo presa solamente en el deseo, se manifiesta con claridad nicamente como negacin de
todo lo que se le pone delante como obstculo o insatisfaccin. Pero hay que reconocer que todo
este afanarse suyo contra el objeto no es otra cosa que una auto negacin, y de esto a la auto
consciencia conocedora de la realidad efectiva del propio ser no hay ms que un paso, que se
produce cuando del sufrimiento propio brota la compasin. Compasin que, como momento en el
que se suspende el querer, constituye la negacin de una negacin, que segn las reglas de la
lgica equivale a una afirmacin.
Si ahora intentamos, bajo la gua del grandioso pensamiento de nuestro filsofo, representarnos
con alguna claridad el inevitable problema metafsico de la finalidad del gnero humano, no
podemos menos de reconocer en aquella cada, que ha arrastrado a toda la historia por nosotros
conocida del gnero humano, una severa escuela del dolor impuesta a s misma por la voluntad
ciega, en la que uno se hace vidente, poco ms o menos en el sentido de aquella potencia "que
siempre el mal quiere y siempre el bien produce" (6). A tenor de los conocimientos que hoy
tenemos entorno a la evolucin. de nuestro planeta, ste produjo ya una vez sobre su superficie
especies vivientes similares a la humana, que posteriormente sumergi en una nueva catstrofe
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profundamente religiosa, no distinta de la de aquellos tres millones de hindes de que hemos
hablado.
Pero debera ser precisamente nueva por completo la religin que nos protegiera de una recada
a la dependencia del poder de la ciega voluntad? No celebramos en nuestro alimento cotidiano alSalvador? Tenemos acaso necesidad de todo el aparato alegrico con el que hasta ahora todas
las religiones, y de modo particular la profunda religin brahamnica, han terminado por
desnaturalizarse hasta ser unas contrahechas? No tenemos en nuestra historia la vida en su
verdad ante nosotros, que ya nos ofrece todas las enseanzas, mediante la evidencia del ejemplo?
Comprendmos la historia como es debido, esto es, en espritu y en verdad y no en las palabras y
mentiras de nuestros historiadores universitarios, que slo
conocen hechos, entonan himnos al mayor conquistador, y no tienen ninguna palabra para los
sufrimientos de la humanidad. Y reconozcamos, con el corazn vuelto hacia el Salvador, que no las
acciones, sino los sufrimientos de la historia, nos revelan lo ntimo de los hombres del pasado,
hacindolos, a nuestros ojos, dignos de nuestra memoria y de nuestra atencin, y que no a los
hroes vencedores, sino a los vencidos, pertenece nuestra compasin. Aun cuando una
regeneracin del gnero humano pueda producirse pacficamente, en virtud de la fuerza de una
conciencia que finalmente ha llegado a su serenidad en la naturaleza que nos rodea se har
siempre sensible, sin embargo, la inaudita tragedia de esta existencia terrestre en la violencia de
los primeros elementos, en la base de manifestaciones de la voluntad csmica que se agita
incesantemente bajo nosotros y junto a nosotros en los ocanos y en los desiertos, en el insecto,
incluso en el gusano que pisamos sin percatamos; y no habr da en que no debamos elevar
nuestra mirada al Redentor en la cruz, como ltima y suprema va de salvacin.
Felices nosotros si podemos tener la gracia de intuir el sentido del Mediador sublime del Reino con
conocimiento puro, y dejarnos conducir por el Poeta-Artista de la tragedia del mundo hacia una
intuicin conciliadora, que d serenidad a la esencia de nuestra humana vida.
Un sacerdote poeta, el nico que no minti, naci siempre en medio de la humanidad, en los
peores perodos de sus tremendos errores; y volver una vez ms para conducirnos a la vidarenovada, indicndonos, en la realidad ideal, el Smbolo de toda cosa fugaz, cuando la mentira
materialista del historiador yazca ya desde mucho tiempo bajo el polvo de los legajos de nuestra
civilizacin. Entonces no tendremos finalmente necesidad de todas aquellas triquiuelas
alegricas, que hasta ahora han camuflado de tal modo el ncleo ms noble de la religin, que lo
han manchado, y nos han inducido a negar la credibilidad del mismo; y cesar por completo el
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teatralismo charlatn que todava hoy vemos pervirtiendo tan fcilmente al pueblo pobre y lleno de
fantasa, fcil de dejarse engaar, particularmente en los pases del sur, decayendo de la
verdadera religiosidad a un frvolo juego de lo divino; de todo este armatoste no tendremos ya
entonces verdadera necesidad para conservar el culto religioso.
Hemos dicho en el comienzo cmo slo un enorme genio artista poda salvar para nosotros,
transfigurndolo en el ideal, el sublime sentido original de aquellas alegoras; y cmo, sin embargo,
el mismo arte, harto de cumplir ese cometido ideal, orientndose poco a poco a los fenmenos
reales de la vida, fue por as decirlo, arrastrado por la malignidad de lo real hasta su propia
decadencia. Pero he aqu que ahora tenemos una nueva realidad ante nosotros; una estirpe que,
del profundo conocimiento religioso de la razn de su cada, saca motivo para volver a elevarse y a
darse una nueva forma de vida, teniendo en mano el verdico libro de una verdica historia, en la
cual, finalmente, y sin ilusiones, percibe su verdadero semblante.
Lo que un tiempo desplegaron ante los ojos de los decadentes atenienses sus grandes trgicos en
sus sublimes creaciones, sin conseguir, sin embargo, detener la progresiva cada de su pueblo; lo
que Shakespeare hizo discurrir en el espejo de sus maravillosas improvisaciones dramticas ante
un mundo que se meca en la ilusin de un renacimiento de las artes y de los espritus libres,
deslumbrado por una belleza en realidad no sentida, lo que le condujo a una amarga desilusin
acerca de la real nulidad de sus valores, fundados sobre la violencia y sobre el miedo; todas las
obras que nacieron de los grandes espritus sufrientes, son las que debern guiarnos y
pertenecemos verdaderamente, mientras las empresas de los protagonistas de la historia no
pueden aparecemos de nuevo presentes y vivas sino a travs de la evocacin de aqullas. As
debera estar ya cercano el tiempo de la redencin de la gran Casandra de la historia del mundo,
de la liberacin del sortilegio, que nos ha impedido creer en sus profecas. Ser entonces a
nosotros a quienes aquellos sabios poetas habrn hablado verdaderamente, y volvern de nuevo a
hablar.
A espritus sin corazn y sin cerebro se les ha ocurrido, hasta hoy, a menudo, imaginar la condicin
del gnero humano, una vez libre de los sufrimientos de una vida pecaminosa, como llena de
indiferencia y de aburrimiento, a cuyo propsito conviene destacar que esta gente tiene slo en la
mente el pensamiento de la liberacin de las necesidades ms bajas de la voluntad de la vida,
mientras, como hemos dicho hace poco, la palabra de los grandes espritus poetas y videntes no
han sabido ellos entenderla jams. Nosotros, por el contrario, nos representamos esta necesaria
liberacin futura de todo dolor y pena, slo como efecto de un profundo conocimiento a cuya
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mirada interior, est siempre presente el tremendo enigma del ser. Lo que en el ms simple y
conmovedor smbolo religioso nos une es la accin concorde del rito; lo que en las trgicas
enseanzas de los grandes espritus nos induce a la elevacin y a la compasin es el
conocimiento, el cual se manifiesta en nosotros en las formas ms dispares, por la necesidad de
una redencin. De esta redencin tenemos casi el presagio cada vez que llega la hora de la gracia
en la que todas las formas fugaces del mundo desaparecen a nuestros ojos, en un presentimiento
de sueo: entonces no nos angustia ya la imagen del abismo sin fin y de los monstruosos
caprichos del infierno, de todas las morbosas apariencias de la voluntad que incesantemente se
desgarran a s mismas, que de da - ay de m!- la historia de la humanidad nos pone delante: puro
y ansioso de paz resuena entonces en nuestros odos el lamento de la naturaleza, exento de
temor, colmado de esperanza, liberador del mundo. El espritu de la humanidad, hecho uno en este
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