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Ante el final de la vida Mis vivencias en el hospital Santa Marina de Bilbao Joseba Bakaikoa Escala

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libro de joseba Bakaikoa sobre sus visitas al hospital de Santa Marina

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Ante el final de la vida

Mis vivencias en el hospital

Santa Marina de Bilbao

Joseba Bakaikoa Escala

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Ante el final de la vida

Mis vivencias en el hospital

Santa Marina de Bilbao

Joseba Bakaikoa Escala© Joseba Bakaikoa EscalaISBN: 978-84-92413-83-6Depósito legal:

Diseño, maquetación y producción: Joseba Berriotxoa - www.erroteta.com

Printed in EU.

Ninguna parte de esta publicación podrá reproducirse, grabarse o transmitirse en formaalguna, cualquiera que sea el método utilizado, sin autorización expresa por escrito delos titulares del Copyright.

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PRÓLOGO - HITZAURREA

Cuando mi buen amigo y tocayo Joseba me pidió que es-cribiera unas letras de introducción, lo primero que penséfue: “Tengo que conocer esa quinta planta del hospital SantaMarina”.

Llevaba tiempo leyendo poco a poco estos escritos queme enviaba dosificadamente y luego publicaban en la revistaALANDAR. Y siempre me rondaba en la cabeza la idea devisitarlo algún día en su lugar de trabajo, en esa privilegiadaatalaya de la vida, en esa quinta planta con tan buenas vistas,en todos los sentidos.

Y llegó el día. Joseba y yo hemos compartido muchos ki-lómetros en bicicleta, pero ese día subimos en coche al hos-pital. Y en una visita vespertina pude vivir mucho de lo queescribe en sus relatos: mucha humanidad, mucho humor enmedio de la tensión, mucho sufrimiento en familiares, muchanecesidad de ayuda y otra vez mucho humor y cordialidad.

Y comprobé, como compruebo en el día a día, que en estasociedad supuestamente desarrollada nos estamos alejandode la realidad de la muerte. La alejamos a los hospitales, a lostanatorios, a manos de los profesionales, a algún lugar dondecreemos que nos podremos olvidar de ella.

Pero no, ahí está, llamando a la puerta constantemente, yeso lo saben bien Joseba, Carmen y todos los de la quintaplanta... Lo saben bien los que con fe, en tiempos de crisis de

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creencias, apuestan por seguir abiertos al misterio, a esa otradimensión que la ciencia no termina de desvelar, de explicar,pero que ahí está, como un soplo de vida que alienta, queanima, que ayuda. Y que nos impulsa a ser más humanos,más solidarios, más cercanos con el que sufre, es decir, connosotros mismos, porque todos sufrimos, todos somos ne-cesitados y todos estamos envueltos en ese misterio que nosrodea y nos acoge.

“Está claro que cada vez estamos más llenos de cosas ymás vacíos de nosotros mismos, de nuestra propia realidad”escribe Joseba en uno de los capítulos. “Y qué gran verdad”pensé yo cuando lo leí...

Y qué error querer vivir la vida olvidándonos de lamuerte, qué error intentar cerrar los ojos, qué error abando-nar a nuestros ancianos, como si fueran desechos... Cuántotenemos que aprender de culturas supuestamente menos de-sarrolladas que la nuestra en cuanto al respeto y valoraciónpor las personas mayores.

Me ha impresionado la entrevista final, donde una mujerque estuvo en Bizitegi habla de lo que le ha regalado el cán-cer: “Qué normal es respirar, qué normal es beber un sorbode agua fresca... todo eso que hago al cabo del día es un re-galo. Entonces, fíjate si estoy contenta, tengo la sonrisa a florde piel”. Sí, efectivamente la enfermedad que nos planta caraa cara con la muerte nos puede regalar enseñanzas valiosas,mucho más valiosas que todo lo que podamos comprar en lastiendas: aprender a valorar lo importante, porque como diríaaquel pequeño sabio, “lo esencial es invisible a los ojos”.

Eskerrik asko, Joseba, zure liburu hunkigarri honi hitzau-rrea egiteko ohoreagatik. Eskerrik asko hainbeste jenderenbizitzan itxaropen pixka bat jartzeagatik eta nire bizitzarenune garrantzitsuetan hor egoteagatik.

Joseba Ossa, 2011ko udaberri egun eguzkitsu batean

Ante el final de la vida6 Mis vivencias en el hospital Santa Marina de Bilbao

PREFACIO DEL LIBRO

En este librito quiero hacerte partícipe de mis vivencias yexperiencia. Quiero que llegues a gozar con lo que deseo com-partir contigo. La lectura de este libro puede llegar a ser muygratificante para ti, algo hermoso y edificante.

Son historias entrañables, destellos de humanidad de per-sonas que se saben enfermas y agradecen nuestra cercanía.Ella saben recibir cariño, quizá es lo único que necesitan enesta situación límite de sus vidas.

El cuidado de estas personas se realiza desde diferentes án-gulos: médico, social, cuidados diversos, pastoral también.

De alguna manera, puedes llegar a revivir tus vivencias per-sonales.

Para mí es un regalo el hacer la relectura de cada situación,porque me siento en comunión con esas personas, que per-cibo desde el acercarme a ellas, a sus necesidades y a sus mie-dos e incertidumbres, en esas etapas tan susceptibles, como laenfermedad.

Quiero también que sea un regalo para ti. Es algo que notiene desperdicio y que en verdad nos lleva a estar felices.

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que no haya en todos los sitios esta relación con los mayoresy los enfermos! Ellos están muy necesitados, como lo esta-mos y más, lo estaremos, conforme vayamos avanzando enedad y en limitaciones. ¡Cuesta tan poco hacer este camino! yademás, ¡te ves compensado! ¡Que no nos alejemos nunca devivir esa postura hacia los más necesitados! La verdad es quees una gran labor.

Espero y deseo que disfrutes con estas vivencias. Intentanrecoger una sensibilidad, la mía, para el acompañamiento alas personas que están atravesando situaciones duras y en lasque creo que Dios está presente. Gracias.

Una pequeña nota para seguir el guión de los artículos:Ningún nombre de los que aparecen en ellos es real. Todosson nombres ficticios, lo único real son las personas que enellos aparecen.

Mis vivencias en el hospital Santa Marina de Bilbao 9Ante el final de la vida

Es todo un espacio de humanización, este en el que yo memuevo; no dudo que me está haciendo mucho bien. A mí,todo ese mundo y espacio de implicación desde mi fe, memotiva, y me parece que hay mucho por hacer todavía, en laescucha y cercanía a las personas más vulnerables, y yo quieromoverme en esta perspectiva

Es muy humano que esas personas, enfermas y cerca de lamuerte, un momento tan desconocido y temido en nuestracultura occidental, nos tengan a su lado para que el viaje seamás cálido y sereno, y quién sabe, igual también más cons-ciente, enriquecedor y libre.

Podrá parecer algo extraño, pero en el fondo surge la ale-gría, que nos hace disfrutar por sentirnos así, ¡tan vivos!

Puede que te emociones tanto, que no puedas evitar las lá-grimas. Puede que llegues a ver como algo muy lindo lo quevas leyendo. Esto solo confirma la grandeza de tu corazón.Es expresión del Dios que te bendice cada segundo de tubella vida. Tú también, seas quien seas, eres un gran ser hu-mano Dios te bendice por ser así.

Siempre es bueno el recibir formación de otros, porque enocasiones, puedes tener muy buena voluntad, pero es mejortener criterios adecuados para desenvolverse ante las situa-ciones de la mejor manera.

Pienso que da igual el motivo, la causa o el movimiento,pero nos toca estar abiertos y sensibles a la realidad con laque nos encontramos en nuestra vida. Nos toca ser “misio-neros del asfalto”. ¡Qué bueno que nos animásemos a cami-nar por estos caminos del amor! ¿Hay algo tan bonito comoescuchar cosa como “¡qué contenta estoy de haberte cono-cido! Besos desde el corazón”.

Dejando de lado lo que te haya podido costar económica-mente este librito, acógelo como un regalo, puedes leerlo enpoco tiempo, quizá te guste y hasta llegues a emocionarte,pero esto es fruto de una labor; mejor dicho, una misión, enla que yo me vivo contento y me llena muchísimo. ¡Qué pena

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¿QUÉ TE TRAIGO?

La tarde está un poco cargada de calor en el hospital.Quizá la calefacción se ha puesto a una temperatura un pocoelevada y los enfermos se encuentran en estos momentosechando la típica siesta; pues no hay nada mejor que hacer.

Al entrar en la habitación me doy cuenta de que la pe-numbra domina la situación. Intento ir sigilosamente a vercómo se encuentran las personas encamadas; todas ellas, dor-midas.

Como me queda poco tiempo para seguir en el hospital,pues la misión parroquial en mi barrio de Otxarkoaga de-manda ya mi presencia, me acerco a Antonia, una mujer de87 años que diariamente recibe la Comunión.

Le toco ligeramente en la pituitaria de la nariz y al pocotiempo se despereza.

En esa situación adormilada le pregunto si me conoce y lecuesta un poco el contestarme. Al rato me dirá: “Sí eres elcura”.

Bueno, ya hemos contactado.A continuación le pregunto: “¿y qué te traigo yo?” Espe-

raba que me dijera que le llevaba la comunión o al Señor.Pero la respuesta que me da, “mucho cariño” me deja sor-prendido y hace que me alegre en el ánimo de que vamos porel camino adecuado.

Y es que creo que la presencia del Señor entre nuestroshermanos enfermos no se da sólo en la Comunión, sino enestas otras formas que son tan humanas y humanizadoras.

Aquí, en el hospital, me encuentro en mi salsa y con elánimo de seguir aquí, en el acercamiento a las personas denuestros hermanos y hermanas enfermas, que tanto se lo me-recen.

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SUBIDA AL HOSPITAL

Subo al hospital, en bici. Plato pequeño, piñón grande.Los 1.800 primeros metros me cuestan 15 minutos. ¡Cuesta!Los 1.350 metros siguientes, los hago en 7 minutos. Estavez, al ser la resistencia de la pendiente más leve, el plato esel mediano. Al final, los 670 metros finales, pendiente finalen bajada, plato grande y piñón pequeño, los hago en dosminutos. ¡24 minutos para 3.820 metros! ¿A dónde voy así?¡Al hospital!

Llego sudoroso. ¡Me sobran muchos kilos!Al llegar me puedo encontrar en recepción con Miguel,

Modesta, Inda, Salva, Ainhoa, Mari, Myriam o Ana y tantasotras personas. Todas son entrañables. Gente de buena pasta,que me reciben siempre de buenas maneras y con mucho ca-riño.

Recibo de ellas la lista de las personas internas en el Hos-pital y subo a la sacristía –mi despacho–. Allí pongo en ordenel estadillo de las personas internas en el hospital y tras unamedia hora de trabajo, estoy dispuesto a recorrer las diversasplantas del hospital.

¡Es un reto y un gozo profundo el que siento cada vez queme dispongo a comenzar mi misión!

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cana. Aparece Francisco de rodillas y al fondo, una poblaciónque pudiera muy bien ser la de Asís. Francisco está arrodi-llado ante Jesús, que aparece con la Cruz apoyada en supierna izquierda. Al lado de Jesús se encuentra Santa Marina,rodeada de ángeles –mujeres e infantes alados–. La pinturade referencia está bastante deteriorada porque no hay recur-sos para repararla, pero ¡vendrán tiempos mejores!

A finales del año pasado –2009– acordamos, con mi com-pañera Carmen, poner música de fondo desde la sacristíamientras estamos en el Hospital. Esta novedad va resultando,pues hay más gente que se acerca a la capilla.

Cada una de las personas que acuden a la capilla sabrá loque le lleva a este lugar, pero nuestro deseo es seguir ha-ciendo lo mejor posible las cosas para que este lugar sea elmás acogedor del Hospital.

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EN LA CAPILLA DEL HOSPITAL

En nuestro hospital tenemos, quizá porque es uno de losmás antiguos, la capilla más hermosa de todos los hospitalesde Bizkaia.

Es un lugar amplio, con bastante luz, que le llega deambos costados. Como todo está terminado en madera, dauna sensación de acogida y bienestar, como para estar a gustoun buen rato.

En la entrada de la capilla, nos encontramos con un buenpanel de fotos y una leyenda en las paredes, fotos y leyendaque rezuman historia. Fueron realizadas nada menos quehace 50 años. Hacen referencia a la fiesta que se realizó enaquella época con motivo de la recepción en Lourdes de unaimagen de la Virgen de esta advocación y su posterior traídahasta el hospital desde la Basílica de Nuestra Señora de Be-goña, patrona de la Villa.

Un poco más adelante, y situada sobre la pared izquierda,se encuentra la imagen de Cristo en la Cruz. Una preciosatalla de madera de más de 2 metros de altura y que impre-siona al mirarle fijamente a los ojos. Ojos de Jesús que te lla-man a acogerle con respeto y adoración.

Frente a esta imagen se encuentra un banco con su recli-natorio que, unas veces de rodillas y otras sentadas, acoge ensí a un buen número de personas que se van sucediendo porintervalos con actitudes de oración expresada unas veces concalma, otras con lloros contenidos, otras con un silencio deacogida ¡Es un lugar de oración!

La pared del fondo, situada tras el altar, muestra una pin-tura muy curiosa. Data de 1948 y está elaborada por un pin-tor famoso de aquella época: Urrutia.

A mí me resulta muy entrañable, pues en ella aparece SanFrancisco de Asís, el que dio a luz a nuestra familia francis-

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¡QUÉ BIEN BESA VD. PADRE!

Otra mujer entrañable. Me encuentro con ella en el des-cansillo del piso donde lleva ya unos cuantos días. Hablamosy me recita, con la ayuda de su hija, una poesía preciosa. ¡Lás-tima que no tenga un aparato para grabarla! Como premio ledoy un beso y cuando ya me voy marchando, me agarra confuerza de la mano y me dice: “Para ser usted cura, ¡qué bien besa,padre!” A una compañera, que se encuentra al lado, le doytambién otro beso y se queda contenta de hacerle ese detalle.¡Cómo no voy a desear ir al hospital con tanta deferencia!

Subo otro día al hospital y me encuentro de nuevo conesta viejecita, que es llevada por su hija en un carrito de rue-das. ¡Qué alegría la mía, al recibir un precioso regalo de suparte! Es un libro de poesías escritas por ella y cuya publica-ción la han costeado sus hijas. Rescoldo de amor es el títulodel libro escrito por Delfina, ese es su nombre, y la dedicato-ria “Para Joseba, capellán de Santa Marina, que con dulzura y bon-dad alimentas nuestras almas, con gran generosidad. Con mucho cariño,Delfina”. Este es un regalo que me llena de gozo y de agrade-cimiento. ¡Qué bonita es la vida cuando la basamos en la sen-cillez y el cariño!

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ELLA CUMPLE 97 AÑOS

En una de mis visitas a las habitaciones del hospital, querealizo todos los días que subo, me encuentro con una vieje-cita acurrucada en el sillón. Su figura destaca en el lugar enel que se encuentra. Me acerco a ella y me expresa que se en-cuentra muy sorda y que apenas me escucha. Entre otrascosas me dice que el próximo domingo, día en que normal-mente no subo al hospital, cumplirá 97 años. Me despido deella con la intención de llamarle por teléfono ese día. Llegadoel domingo, le llamo y su sorpresa es enorme; no sabe cómoagradecerme el que me haya acordado de ella. Me dice que levan a llevar unas pastas para celebrar su cumpleaños y queme invita a subir al hospital, para celebrar con ella su cum-pleaños. Le agradezco el detalle, pero no subo porque hayotras cosas a las que atender –Domingo de Pascua de Resu-rrección en la comunidad parroquial–. Cuando subo el mar-tes y voy a visitarla, nos damos un beso precioso de una ter-nura entrañable. Ella es una mujer que con su pequeñez fí-sica, pero con su gran corazón, se hace querer. En lahabitación me hacen saber que me estuvo esperando todo eldomingo con una pasta en espera de mi llegada. Oyendo estouno ya va sabiendo, por experiencia, por dónde va eso de laternura. Me despido de ella, pues hoy le dan de alta, y pro-meto ir a visitarle a la residencia donde desde hoy estará. Megustaría tener tiempo para encontrarme con ella con unacierta frecuencia, ¡pero las posibilidades son tan escasas!

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LA SIESTA QUE NO FUE TAL

Me dispongo a descansar un rato, es algo que me encanta.Cuando estoy entrando en la cama, recibo una llamada en“ese “maravilloso aparato” que siempre debo tener abierto, elmóvil. “¡Invento del diablo!” ¿Quién será la persona que mellama justo en este momento? Intuyo que la llamada viene delhospital y así es. Myriam, la simpática recepcionista, me avisade que una familia necesita mi presencia. En un momento mevisto y voy veloz a coger un taxi ¡es lo más adecuado en estosmomentos! Tras llegar al hospital, subo a la sacristía y des-pués de coger el libro del ritual de la Unción y el óleo de losenfermos, me dirijo a la habitación en la que se encuentra laseñora cuyos familiares me han llamado. La señora enferma,que está más allá que acá, se llama Cunegunda, ¡vaya nom-brecito! Me recibe un señor, que puede ser su marido, llenode nervios y de miedo, pidiéndome que haga lo que sea perosin que ella se entere. Mi respuesta es que me deje actuar amí, que ya tengo una pequeña experiencia de cómo se hacenestas cosas. Voy recitando las oraciones y el señor en cuestiónva respondiendo, también lo hace una señora que anterior-mente había intentado calmarle a este señor. En fin, aquí haycriterios muy diferentes.. Cuando concluyo las oraciones, laseñora enferma emite un suspiro –es lo único que ha hechohasta ahora–. ¿Qué querrá decir? Al marcharme, el señor mepregunta que si la señora vuelve en sí, se podría volver a“dar” el sacramento. Le animo a que se calme un poco y queconfíe en Dios. La muerte y el miedo ante ella plantea cues-tiones que dejan como un flan a los familiares. Así es estepaís y sus habitantes.

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DOMINGO DE RAMOS

Subo al hospital en taxi. Hoy es día de fiesta y quiero estarpresente en la celebración. Me encuentro con Carmen, micompañera de equipo, y sus hermanas de comunidad –unasmujeres muy entrañables, sobre todo Carmen, a la que másconozco–. Ellas se encargan de la preparación de todo lo re-lacionado con la celebración y yo voy recorriendo los pisos yhabitaciones, para dar la comunión a las personas que, es-tando imposibilitadas para salir de la habitación, desean reci-bir al Señor. Aprovecho para saludar también a las personasque se encuentran en las mismas habitaciones, aunque no de-seen comulgar. Quiero acercarme a todos los enfermos y en-fermas y mostrarles así que son queridos también para elSeñor. Me siento muy a gusto en esta misión, pues creo queel compartir su situación, en la medida de lo posible, es pro-fundamente humano y por lo tanto cristiano. Aquí me sientoen mi lugar.

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cibe. Y yo soy testigo de esa unión. ¡Qué precioso es todoesto, Señor!

A continuación le doy la Comunión y recito la bendiciónde San Francisco: “El Señor te bendiga y te guarde, te muestre surostro y te conceda su favor, te mire con bondad y te de la paz” .

Todo es entrañable y queda como grabado en mi interior.Para despedirme de esta hermana, la beso en la frente ysiento como si estuviese besando a una santa. Quizá no lavuelva a ver más y esto lo vivo como mi despedida de ella.¡Hasta siempre Margarita!

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ACOGIENDO LOS ÚLTIMOS MOMENTOS DELA VIDA

Una enfermera de la planta me llama y me dice que unapersona desea que acuda a estar con ella. Voy en seguida a lahabitación a la que me envían y me encuentro con una an-cianita preciosa. Ella me recibe sentada en la cama, con laparte delantera levantada y llena de almohadas, que sostienenun cuerpo ya gastado por los años –95– y con muy escasopeso ya. Con su voz, tierna y acogedora, me dice con ternura:“Joseba, cada vez respiro peor y sé que mi vida ya va a ser breve. Mevan a dar el alta, pero el barrio al que voy todavía no tiene parroquiay yo quiero recibir la unción de los enfermos y la comunión. Quiero que-darme tranquila y acogiendo la voluntad del Señor”.

Oir estas palabras, pronunciadas en calma, con una grantranquilidad, y con el poso que dan los años, me enternece yme emociono. ¡Qué grande eres, Dios, en los débiles y estru-jados por los años y la enfermedad!

Vuelvo al momento, con el librito y el óleo de los enfer-mos, y me siento al lado de esta hermana a quien he cono-cido hace poco en este hospital. Ella me dice que recita 24oraciones diariamente y me enseña el cuaderno en el que lastiene recogidas ¡Una oración tras otra, hasta 24, oradas dia-riamente durante tantos años! Señor, ¡qué confianza y en-trega a Ti! ¡Precioso!

Su atención a las distintas oraciones que voy desgranando,contenidas en el Ritual de la Unción de los Enfermos, escompleta. No hay nada que desvíe su atención; ella está enuna profunda actitud de acogida y de atención a lo que voyexpresando ¡No hay nada más!

Cuando hago la señal de la cruz en su frente y su mano iz-quierda, siento que un gran misterio me acompaña, que se es-tablece una comunión entre ella y el Espíritu de Jesús que re-

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HAY QUE PEDIR PERMISO

Entro en una habitación y me encuentro con una señorade unos 40 años. Ella, al darse cuenta de que soy el capellán,me expresa su deseo de que su suegro, a quien atiende conmucho cariño, reciba la “extrema unción”. Le respondo quepodemos hacerlo en ese mismo momento, pero ella necesitallamar a su marido para que éste dé su consentimiento.

La respuesta de su marido, a quien ella llama desde el te-léfono móvil, es clara: “Podemos hacerlo, pero sin que ella sedé cuenta”.

¡A qué tipo de planteamientos llegamos por el miedo quetenemos a la muerte! ¡Que no se entere la persona que ago-niza de lo que estamos celebrando! Si no se entera, ¿quién seabre entonces al poder sanador del Espíritu? Está claro quecada vez estamos más llenos de cosas y más vacíos de noso-tros mismos, de nuestra propia realidad.

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ESTÁ COMO DORMIDO

Recorriendo las habitaciones del hospital, me encuentrocon una cortina de color verde, que colgando desde el techohasta el suelo, aísla una cama del resto de las de la depen-dencia donde me encuentro. Puede ser la señal de que alguienha fallecido. Paso a este lugar así apartado del resto de la ha-bitación y me encuentro con una mujer joven que está comopetrificada. Su padre ha fallecido, su rostro de color pardo ex-presa que ya ha acabado su caminar entre nosotros. Acom-paño a esta mujer en el dolor y cuando voy a plantearle elorar por su padre, el tropel de familiares que entran en ellugar me indica que allí estoy de sobra. Si ellos lo desean, pue-den pedir mi presencia pero allí yo veo que no soy nadie;sobro claramente.

Una de las chicas allí presentes sale al pasillo, a encon-trarse con nuevos familiares que van llegando, y le dice a unamujer que llega en ese momento que “está como dormido,igual que si estuviera dormido”. El tema de la muerte nos so-brepasa, y por eso se usan frases de este tipo, que no llegan acalmar nada, en un intento de aclarar aguas oscuras que nadapuede aclarar.

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LA MUJER DE LA SONRISA

Entrar en una habitación es casi siempre un misterio.Cada vez que lo hago no sé con quién me voy a encontrar yen qué situación va a estar, pero siempre lo hago decidido.Las personas que se encuentran dentro merecen que yo meacerque a ellas, porque están normalmente en momentos de-cisivos de sus vidas.

Me encuentro con una mujer ya avanzada en años –la listame dice que tiene 93– y que conozco desde hace muchosaños. Ella ha formado parte de un grupo de mujeres ya ma-yores, que hace algunos años se reunían y divertían en los lo-cales de nuestra parroquia. Entonces y ahora encuentro enella un rostro cariñoso, sonriente; todavía me conoce y esome trae recuerdos agradables vividos con ellas, aquellas par-tidas de cartas mientras hablábamos de tantas cosas de la vidade cada día. ¡Es bonito que todavía me siga mostrando ca-riño! No sé cuánto tiempo estará entre nosotros en el hospi-tal, pero seguro que la vendré a visitar mientras sea posible.Es una mujer que me trae bonitos recuerdos y momentos fe-lices pasados con ella. Eso es algo que de ninguna manera sepuede pagar, solo acoger. Voy visitándola algunos días, cadavez la veo más limitada pero me sigue sonriendo y yo mesiento muy a gusto a su lado. ¡Qué importantes son las cosassencillas, Señor!

Me encuentro con una nieta de ella y me quedo un rato asu lado. Está viendo cómo se le va yendo su abuela y ¡esto esmuy triste! Le conozco desde hace algunos años y me pareceuna joven ¡tan preciosa! Seguro Señor que esta situación queella vive le va a ayudar mucho para llegar a madurar en suvida. ¡Gracias, Señor, porque de formas que no logramos en-tender, nos vas ayudando a ser cada vez más nosotros mis-mos y a realizar con sentido nuestro caminar aquí!

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LA TERNURA TIENE NOMBE DE MUJER

En estos días de vuelta de vacaciones he conocido a unamujer maravillosa. Desde el primer momento en que la vi,me quedé atrapado en lo que en ella encontraba. Es unamujer joven todavía, 61 años, y está en el ocaso de su vida.Ella sabe que sus días están contados y esta realidad la vivecon una entrega total. Se la ve con una paz interior profunday con una enorme tranquilidad ante el paso que va a dar.Deseo quedarme enganchado en esa aureola de paz que ella,sin moverse para nada de su lecho, es capaz de dar. Todos losdías, Carmen o yo, le damos la Comunión. Es prácticamentelo único de lo que se puede alimentar, junto con alguna nati-lla. Pero comulga con una actitud tan recogida, tan profun-damente abierta al Señor, ¡expresa tanto! que no me quedaotra actitud que la de quedarme contemplando el misterioprofundo de amor del que soy testigo ocular.

Mi deseo es llenarla de besos, pero con uno que de ella re-cibo, basta para acoger toda su bondad.

Señor, ¡qué grande te muestras en los humildes, los lim-pios de corazón, los que nada tienen que guardar! Graciaspor darme hermanos y hermanas como Loli, la mujer entre-gada, la que crea paz y ternura sin fin ¡Qué hermosos es estoSeñor y qué intenso al mismo tiempo!

Hoy me he despedido de Loli, ella ya ha perdido su vitali-dad, sus ojos cerrados me hablan de su final. Me embarga laemoción y al mismo tiempo, Señor, la felicidad que me daesta hermana que permanecerá en Ti para siempre.

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ELLA SI DESEA RECIBIR LA UNCIÓN

Se llama Marta. Tiene 43 años y se encuentra en el Hos-pital desde hace dos meses. Es una mujer guapa, atractiva,pero la muerte la va visitando poco a poco, se acerca y se alejay no sabemos cuándo, pero llegará el momento del abrazofinal. Su padre muestra una fidelidad entrañable con ella.Todos los días pasa muchas horas a su lado. Su tristeza esgrande. Es su única hija y se le va marchando. Es una conti-nuada separación la que van viviendo padre e hija, pero hayun acoger la realidad en ambos. Saben que se van a despedirpara siempre y eso les va marcando en un rictus de doloracompañado de serenidad.

Hay algo que me habla de miedo a no alterar las cosas. Elpadre se me acerca dubitativo y me plantea que desea que suhija reciba la unción de los enfermos, pero que no quiere al-terarla. Procuro tranquilizarle, lo cual es harto difícil, pero alfinal accede a que celebremos el sacramento.

Cuando me acerco a Marta y le pregunto si desea recibirla Unción, su respuesta es rápida: sí. Es un sí sincero, sin mie-dos, concluyente. Mientras vamos recitando las diversas ora-ciones, su rostro expresa tranquilidad. El padre llora conte-nido y nervioso, pero acogiendo también la realidad. Cuandoconcluimos la celebración, le doy un beso entrañable –por-que me surge de las entrañas– y me fundo en un abrazo conél. El hombre está agradecido, todos sus miedos han desapa-recido y se muestra en una clara actitud de acogida de la rea-lidad. Yo me siento con gozo. Así es y así lo vivimos. La vidaaquí no la podemos retener, la del mas allá se nos concederáporque Dios así lo ha querido.

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LA MUER QUE VEIA CON LOS OJOS DEL INTERIOR

Me dispongo a echar una cabezadita y recibo una llamadaen mi móvil. El asunto es claro, me toca subir al hospital ycelebrar la Unción de Enfermos con una mujer que se en-cuentra ya en una situación de enfermedad avanzada. ¿Quiénes esta mujer? La conozco desde hace unos meses y siempreme ha parecido profundamente entrañable. Ella no ve, por suceguera física, además está bastante sorda. Al verla, me surgedesde muy dentro el besarla en la frente y rostro, que me pa-recen tan acogedores. Ella no sabe quién soy yo y preguntapor ello a su hija allí presente. Al responderle ésta que soy Jo-seba, el cura, le surge en la comisura de sus labios una pro-funda sonrisa.

Desde el primer momento en que nos conocimos, nossentimos muy cercanos. Y ahora se despide de este mundo.

Cuando le digo que vamos a celebrar la Unción, si así leparece bien, ella asiente con fuerza. A lo largo de la recitaciónde las distintas oraciones, su atención es clara y su vivenciadel sacramento, patente.

Se nos va con paz y serenidad. Se nos va una hermana dela que me despido: “Hasta mañana, Puri”.

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sibilidad de un milagro; sería el clavo ardiente al que aga-rrarse.

Dice que reza poco, las oraciones de siempre –PadreNuestro, Ave María,…– Yo le digo que todo lo que expresa,sus deseos de vivir y de gozar de la vida con Antonia, sus en-fados con Dios y sus preguntas sin respuesta de “¿por qué?”son expresadas desde su propia fe y que son por tanto, pro-funda oración.

Creo llegado el momento de despedirme de este matri-monio y me voy cogido también por un sentimiento de im-potencia, pero al mismo tiempo –eso lo vivo con fuerza–,por eso doy gracias a Dios; siento que esto es mantener vivala memoria del Cristo entregado y el futuro esperanzado dela vida sin final.

Nos iremos viendo en futuras ocasiones. Las citas seráncasi diarias. Es claro que entre nosotros ha surgido una cer-canía, un importarnos el uno al otro y vamos haciendo el ca-mino juntos.

Nos hemos ido viendo día tras día. Siempre saludándonoscon un fuerte apretón de manos. Pocas palabras, ¡no hacenfalta!

Un día vienen a llamarme a la sacristía Antonia y su hijo.Se aproxima el final del caminar de Pedro a nuestro lado. An-tonia me dice que desean que Pedro reciba el sacramento dela Unción. ¡Es curioso! Nos hemos ido viendo durante unoscuantos días, pero en ningún momento me han expresadoeste deseo. Ahora que ya va perdiendo el sentido, quiere quePedro lo reciba. El momento tiene mucha fuerza. Así pues,celebramos el sacramento con Pedro postrado, Antonia, elhijo de ambos y un hermano de Antonia. Todo se ha consu-mado y Pedro será pronto abrazado.

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EL HOMBRE QUE AMABA Y ERA AMADO

El se llama Pedro y tiene 58 años. Es un hombre en cuyorostro se ve nítidamente que el cáncer está avanzado en sucuerpo. Me dice que él ya creía y sigue creyendo, pero notanto como antes. Se le ve con una sonrisa a medias, pero ex-presando al mismo tiempo que ya no puede más. En este en-cuentro inicial me ofrezco a hablar con él cuando lo desee ysobre lo que crea oportuno hacerlo. A su lado, su mujer, An-tonia, un caudal de amor entregado, humilde pero muy cer-cana, entrañable.

Carmen, mi compañera, me dice una mañana que Pedrodesea hablar conmigo. Aprovecho que subo por la tarde deese mismo día con un amigo, en su coche, para encontrarmecon Pedro y su mujer. En un primer momento, a mi preguntade cómo se encuentra, me responde que bien, pero esta ex-presión queda pronto ocultada por otra más sincera en la queme dice que el día de hoy no lo ha vivido bien y que deseahablar conmigo. Antonia plantea si se va o se queda, mi res-puesta es que me da lo mismo, aunque en el fondo deseo quese quede, pues creo que es importante que estén los dos; peroes bueno saber qué opina Pedro de ello. Rápidamente ex-presa que su deseo es que se quede.

Pedro me invita a sentarme en una silla a su lado. En se-guida va expresando que no es justo, que por qué Dios no leescucha cuando él siempre se ha portado bien y ha ido a misatodos los domingos con su compañera inseparable.

Yo le dejo hablar y escucho con un enorme deseo de noperder ninguna de las palabras que va expresando. ¡Es tanprofundamente humano todo esto!

Las lágrimas surgen tímidamente al principio, y con másfuerza después, de los ojos de marido y mujer. Ambos sabenque la realidad se va imponiendo cada vez con más nitidez yexperimentan la impotencia. Pedro sigue creyendo en la po-

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No entiendo nada de lo que puede estar sucediendo en lamentalidad de la etnia gitana. Pero algo sí que voy intuyendo:si hay una persona de esta etnia en una sala de hospital,puedo saber paseando por el pasillo colindante y sin temor aequivocarme, si es un hombre o una mujer la persona con laque me voy a encontrar. Si es un hombre, el pasillo estarálleno de gente; si es mujer, es raro que encuentre a nadie, ape-nas nadie se acuerda de una mujer hospitalizada. Esto medeja perplejo y sin poder desde mí, entender ni acoger estarealidad.

Mercedes va a recibir el alta en el hospital hoy mismo. Yaha preparado sus cosas en una bolsa de plástico y me pre-gunto: ¿Qué será de esta mujer de ahora en adelante?

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¡ELLA HA DADO TANTO Y ESTA TAN SOLA!

Ella se llama Mercedes. Es una mujer entrañable, muy re-ducida en sus carnes y con el rostro surcado por pliegues yaprofundos, que indican que ya lleva muchos años de vida–87– entre nosotros.

Para poder verla, tengo que ponerme una mascarilla en lacara, que me tapa boca y nariz, de tal manera que pueda estara su lado sin ningún problema de contagio.

Una vida entregada la suya, desde su más tierna juventud.Quedó viuda a los 30 años y ya para entonces había traído 8churumbeles –un chico y siete chicas– a este mundo nuestro.Sus siete hijas le han dado más de 100 nietos y biznietos.¡Todo un pueblo o una dinastía!

Voy visitándola durante unos cuantos días, pues cada vezque subo al hospital, voy a visitarla. Siempre en la misma ha-bitación, sentada en la misma silla y siempre sola, ¡totalmentesola! ¡Nadie a su lado!

No quiero hacerle preguntas acerca de su familia, pues ellatiene todo el derecho del mundo de expresar lo que desee. Loaprendí en Traperos de Emaús y considero una regla sagradael no preguntar a nadie sobre su pasado, toda persona es sa-grada y tiene derecho a expresar lo que desee, sin que nadietenga que hurgar en lo que ha sido su vida anterior.

La soledad de Mercedes me habla de indefensión, dolor,tristeza y abandono. Y ella, cada vez que nos encontramos,siempre expresa lo mismo: su pena, su dolor, su no entendernada del motivo de su soledad.

Cada cierto tiempo hace referencia de su hijo; por lo queella dice, debe ser enfermo mental y con una gran dificultadpara defenderse por sí mismo. Su deseo más grande es queDios le cure antes de que ella se vaya para siempre de entrenosotros.

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BEGO, TODAVIA JOVEN

Ella es una chica, de 45 años, de mi barrio de Otxarkoaga.La conozco desde hace ya unos cuantos años. Fue compa-ñera de un chico que vivió con nosotros y que falleció haceya dos años.

Me dicen que está en el hospital y cuando llego a verla, meresulta difícil reconocerle. En unos pocos meses ha bajadounos cuantos kilos de peso. Tiene la cara demacrada, que ex-presa que ya le queda muy poco tiempo de vida.

Cuando la veo no tengo otro deseo sino el de besarle surostro que va perdiendo su original figura. Es la expresión dealguien que “ya va de vencida”.

Nada más darle el primer beso, comienza a llorar; un lloroprofundo, que sale de muy dentro y que merece mi respuestade ánimo. Aunque ya no le queda mucha vida, que no se dejevencer por la amargura.

La verdad es que no logro entender el sentido de ese lloro,que se expresa con tanta fuerza y que es tan real.

Cada vez que subo al hospital y la veo, mi actitud es lamisma y su respuesta vuelve a repetirse. Nunca hay una pala-bra por su parte, sólo el lloro.

Uno de los días en que voy a verla, me doy cuenta de queha experimentado una ligera mejoría. Pero no me quierodejar engañar. Sé seguro que es la ligera ascensión de quienen breves días volverá a caer y esta vez será la última recaída.

Así ha sido y a mí me ha tocado celebrar su funeral. Mideseo es claro: “Padre, acógela en ti. Que en tu regazo seapara siempre feliz”.

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LA MUJER QUE DESEA SABER EL PADRENUESTRO

Me encuentro con Felipe, un navarro de Tierra Estella,con muchos años en Bilbao, pero con el espíritu originario aflor de piel. Felipe se encuentra en una situación delicada yya, oteando el final de su vida entre nosotros.

Tras un rato de estar con él, ya me voy yendo y una jovenque se encuentra a su lado, me detiene un momento. Quierehacerme una consulta.

Ella, movida por el amor a su padre, le acompaña en todomomento y en tanto tiempo que permanece a su lado, des-cubre que a su padre se le han olvidado algunas palabras delPadre Nuestro y cuando se dispone a orarlo, no se siente biencada vez que el hilo de la oración se corta; su deseo sería re-citarlo de corrido, pero no hay posibilidad ya de hacerlo.

Aunque ella ya no es creyente, quiere que yo le enseñe elPadre Nuestro y el Ave María. Su deseo es el de poder, en elmomento oportuno, ayudar a su padre a orar.

Nos sentamos en una salita cercana a la habitación y le voydictando el Padre Nuestro, el Ave María y el Gloria. De re-pente le surge de dentro una expresión: “¡Si mi madre meviera hacer esto! ¿Qué diría?”

Es curiosa la escena. ¡Qué bonita!A mí este momento de estar con ella me supone perder el

autobús, que puntualmente, a las horas y diez minutos, partepara Bilbao. Me dispongo a hacer auto stop para que no seme haga muy tarde la hora de llegar a casa. Estando en ello,pasa a mi lado la hija de Felipe y muy amablemente, me llevahasta el barrio. Esto es algo tan curioso que me acerca a sen-tirme en el camino de lo real y lo precioso de la vida.

Voy, en los días sucesivos, viendo a hija y padre en la ca-pilla. Ella le va leyendo el evangelio del día y el padre perma-nece en una atención muy delicada, como deseando entrar enlo que Dios le vaya mostrando día a día.

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FIESTA DE LOS FIELES DIFUNTOS EN ELHOSPITAL

Hoy, 2 de noviembre, domingo, celebramos la eucaristía,como todos los domingos, en el hospital.

La capilla en la que se celebra es un lugar muy acogedor,expresa una vetustez que invita a orar. Todo está construidoen madera y el Cristo negro que se encuentra en el lateral iz-quierdo, es una imagen que impresiona y a la que muchagente ha expresado tantos temores, deseos, esperanzas, mie-dos y gozos.

A lo largo del año hemos ido tomando datos sobre los fami-liares de aquellos difuntos con los cuales, mientras vivían entrenosotros, hemos tenido un contacto mayor en cuestiones de fey desde ella celebramos la unción de los enfermos –unos 40–.

Pocos días antes hemos enviado una carta a estas familias,invitándoles a celebrar la eucaristía, en recuerdo de sus seresqueridos, con nosotros.

Nuestra capilla, que normalmente los domingos no pre-senta una presencia mayor de 30 personas, hoy se encuentrallena de gente. Rostros conocidos y personas con las quehemos estado y seguimos en cierta manera, tan cercanos ycompartiendo tanto.

Presido la eucaristía, pues Eduardo –que normalmente losuele hacer– está enfermo. Conforme va transcurriendo lacelebración me voy fijando en los presentes y encuentro ensus rostros lágrimas de amor a los que ya se fueron. Haymucho cariño expresado así. Realmente, la vida y la muerte,paso que todos tendremos que atravesar antes de llegar a laplenitud, nos dice con fuerza que nuestra vida tiene sentido.

El Padre Nuestro lo oramos con nuestras manos unidas.Así expresamos nuestro sabernos hermanos y hermanas, uni-dos en confianza a nuestro Padre y Madre.

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CALOR HUMANO

Entro en una habitación de las individuales. En ella se en-cuentra un señor andaluz, con 82 años de vida ya; es un hom-bre muy salao, con esa gracia que caracteriza a los nacidosmás allá de Despeñaperros y que nos vendría muy bien, si-quiera en pequeñas dosis a los nacidos más arriba del Ebro;¡somos tan diferentes!

En frente de la puerta hay una gran ventana y a través deella va expresándose, con mucha luz y al mismo tiempo calor,este sol de otoño que nos acompaña.

Calor encuentro también, y del bueno, en el centro de lahabitación. El enfermo que se encuentra aquí ya ha comidoy está en el sopor que produce una estupenda comida, de lacual se ha dado buena cuenta ya.

A su lado se encuentra su mujer, descansando su diminutafigura a lo largo del sillón que adecuadamente ha extendido,para poder descansar.

Lo precioso de la escena se encuentra en esas manos uni-das de marido y mujer ¡Expresan tanto! ¡Qué bello Señor quea sus años sigan queriéndose así hombre y mujer!

Me atrevo a darles un saludo que no rompa su intimidady casi como sintiéndome de sobra, pero gozoso por habercontemplado esta preciosa escena de amor, salgo de la sala,sintiendo que hay algo que me hace más feliz: el amor expre-sado así.

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LA MUJER QUE DESEABA DORMIR

Es una mujer entrañable, muy limitada por su edad –89años– y por lo que a lo largo de ella ha vivido. A su lado seencuentra su sobrina, una joven alegre y animada a estartodos los días junto a su tía, a la que da muestras de muchocariño. De ello he sido testigo durante varios días en los queme he acercado al lecho de esta mujer.

Hoy Carmen tiene mucho sueño y sus ojos se niegan aabrirse. La sobrina me anima a pasarle a su tía, como otrasveces lo he hecho, el dedo por la nariz. Es una acción queproduce sus resultados y al poco tiempo, Carmen se des-pierta enfadada y diciendo “dejarme dormir”. Al darsecuenta de que soy yo, su rostro expresa una emergente ale-gría. Yo le animo a que se duerma de nuevo y le susurro aloído una canción de cuna que sé que no es la primera vez quela ha oído. Es expresión de nuestra alma vasca: “Haurtxoa se-haskan” (El bebé en la cuna). La sobrina me acompaña en elcanto y la escena es de una ternura entrañable. Cuando ter-minamos de cantar y me despido con un beso en la frente deCarmen, oigo de sus labios una expresión que me llega muydentro: “Eskerrik asko” –Muchas gracias–.

Hoy no le he dado la comunión a Carmen, pues no estabacon ánimos para ello; pero esto que hemos vivido también escomunión. Sí, con el Cristo que se expresa en una mujer tandigna de cariño.

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EL HOMBRE SERENO Y SENSIBLE

Nos conocemos desde hace ya más de un año. El va su-biendo al hospital y bajando a su casa a lo largo de estetiempo, un buen número de veces. Es algo que sucede enmuchos de los casos de las personas internas en el hospital yque sufren de problemas respiratorios.

Con sus 80 años cumplidos hace ya bastante tiempo, es unhombre sereno, calmado, muy inteligente y con un interésmuy claro de querer saber cada día más.

La forma de saludarnos es muy curiosa y entrañable. Undía, sin darme cuenta de ello, le puse la mano en la suya y sela fui pasando suavemente durante unos segundos. Sin espe-rarlo, él pronunció mi nombre. Era evidente que me había re-conocido y ya habían pasado varios meses desde el día en quenos despedimos.

Este ha pasado a ser nuestro saludo, el pasarle la manopor la suya, con el cariño que se tienen unos amigos que sesienten cercanos y con ánimo de seguir estrechando nuestroslazos de amistad.

Sus ojos no le responden, pues no ve nada. Pero ¡es tanprecioso lo que llega a ver en su profundidad!

Hace unos días pasó una fuerte crisis, pues sus posibilida-des de respirar se estaban quedando cada vez más limitadas.Era la primera vez que le veía pesimista, sin ánimos de vivir.Yo me quedaba a su lado en el deseo de expresarle mi ánimoy esperanza. Afortunadamente ahora se encuentra bien y hoyvolverá a su casa. ¿Hasta cuándo? ¿Llegará el día en que vol-vamos a saludarnos con este saludo tan entrañable? Deseoque disfrute del cariño de su mujer, pues es lo más entraña-ble que pueden vivir ambos. ¡Precioso el amor a sus años!

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EL MATRIMONIO UNIDO EN LA UNCIÓN

Tras visitar a un enfermo, que se encuentra acompañadopor varios familiares, me dispongo a abandonar la habitación.En ese momento, hacen su entrada en ella la esposa y unajoven que se presenta como la ahijada del enfermo. A la es-posa ya la conozco de veces anteriores y ella me saluda conuna sonrisa cálida y acogedora. La ahijada del matrimonio meexpresa, con clara convicción, su deseo de que sus padrinosreciban el sacramento de la Unción de los Enfermos.

Es una de las pocas veces que veo una convicción tanclara de lo que es este sacramento, de la distinción tan claraentre su celebración y el tema tan temido de la muerte. Cele-bramos el sacramento y las respuestas claras que todos lospresentes, incluso el enfermo, dan en las oraciones quevamos recitando, me hablan de una religiosidad convencida.¡Esto es un gozo!

Salgo alegre de la habitación, con deseos de comunicar lovivido. Se lo digo a un celador, cristiano convencido, y a MariJose, la gerente, cristiana convencida también, y sobre todo,amiga. Encuentro que a ellos también les agrada lo vividohace unos momentos.

Siento que los de pastoral –Carmen, Eduardo y yo– tene-mos un lugar en la realidad de este hospital y que hay aquí unlargo camino por delante.

Señor, gracias por haberme llamado a vivir una experien-cia tan preciosa en mi vida.

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LA MUJER DE LA SONRISA

Recibo una llamada de una amiga. Me expresa su deseo deque hable con su hermana Juli, que sufre un cáncer galopantedesde hace dos años, con el objetivo de animarle a subir alhospital.

Hablo pues con Juli, hospitalizada en otro centro, en el cualno puede permanecer mucho más tiempo. Yo le animo, hablán-dole de la atención exquisita que va a tener en el hospital en elque yo me encuentro, desde el equipo de médicos, enfermeras yauxiliares. Además, le hablo del precioso paisaje que va a podercontemplar desde la ventana del cuarto que le den. A los dosdías de esta conversación, subiendo a la planta de cuidados pa-liativos, me encuentro con mi amiga. Con ella voy a ver a Juli.Me encuentro con una mujer joven –43 años–, sabedora de susituación y que me acoge con una sonrisa preciosa.

Me quedo contemplando un misterio. Una mujer casti-gada tan duramente por el cáncer, que va a acabar en uncorto plazo de tiempo con su vida y que muestra una sonrisatan entrañable, es un gozo, algo que no quiero, y creo quetampoco podré, olvidar. Cuantas veces vaya a verla, en díasposteriores, me seguiré encontrando con el mismo rostro. Esla serenidad de quien ya ha aprendido, a pesar de su cortavida, a acogerse a sí misma en la mayor serenidad. A lospocos días, ya la situación ha cambiado. Juli ya no abre ape-nas sus ojos, su vida se va apagando y me quedo contem-plándola. Me parece la misma presencia del Cristo entregadola que ella me muestra.

A su lado, su hermana, mi amiga, tratando de hacer lo mássuave posible el último adiós de su hermana. También ella semuestra serena ¡Esto es la vida a borbotones en su límite hu-mano, ya próximo el encuentro definitivo con el Padre!

Gracias, Juli, por ser así, tan tú misma. Adiós. Hasta siem-pre, amiga.

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BODAS DE ORO

Alguien me toca por detrás mientras voy recorriendo el pa-sillo del cuarto piso del hospital. Es una chica que ya conozco,hija de un matrimonio de aquí que hace ya mucho tiempo viajóa tierras venezolanas. Allí tuvieron su única hija, Micaela; des-pués volvieron definitivamente a nuestra tierra. Micaela me diceque sus padres celebrarían en abril sus bodas de oro y que ellaha mandado elaborar unos anillos y me pide que los bendiga.

Le planteo que sería precioso, aunque no haga todavía 50años justos que se casaron sus padres, adelantar unos mesesla celebración de las bodas de oro. El motivo de este adelantose debe a que el doctor que atiende a su padre no ve posibleque pueda durar en vida hasta el mes de abril.

Micaela ve muy bien lo que yo le planteo y quedamos encelebrar en otro próximo día las bodas de oro de sus padres.

Aviso a Carmen del feliz acontecimiento, diciéndole queme gustaría verle en el momento de la celebración, a pesar deno ser su día en el hospital.

Llegado el día, nos encontramos en la habitación el matri-monio, Micaela con su marido, Carmen y yo. En nuestro in-terior nos encontramos todos con un hervor de fiesta grandey previendo que todo va a ser bonito. Con una sencilla ora-ción y el diálogo mantenido con los esposos sobre sus 50años de matrimonio, en los que como dice el marido “todoha sido positivo”, la bendición y el intercambio de los anillos,la oración dirigida a nuestro padre y el abrazo de la paz, con-cluimos la celebración con la bendición de San Francisco.

Estamos todos felices y disfrutando de lo precioso que esvivir estas realidades de amor entregado en 50 años de vidacompartida.

Carmen, como prueba de que las mujeres tienen el mara-villoso don del detalle en su momento adecuado, les regalaun precioso plato con la inscripción de “50 aniversario”.

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ELLA SE LLAMA SOLEDAD

Ella se llama Soledad. Es una mujer de mi barrio, Otxar-koaga, y de etnia gitana. Ha llegado a ser para mí una mujermuy entrañable. Con su cuerpo delgadito –35 kilos– y unosojos tan metidos en sus cuencas, con unas manos tan largasy menudas, con un rostro tan sonriente, es alguien que atraehacia sí. Es la expresión de la ternura y mi gozo al estar a sulado es algo difícil de explicar. Siempre que entro en su habi-tación, en la que se encuentra aislada –“algún bicho que seme ha metido” dice ella– la saludo con el estribillo “Soledad,es criatura primorosa, que no sabe que es hermosa”. Es unacanción que le sienta como anillo al dedo. A veces la veo en-simismada, con una capacidad limitada de reacción a lo quele va llegando desde fuera de ella misma y me da pena verlaen esa situación.

Le pregunto, para saber si me reconoce, “¿quién soy yo?”y unas veces muy pronto, otras no tanto, dice “el curica de mibarrio”. Este diminutivo, pronunciado mientras esboza unasonrisa tan entrañable, me entra muy adentro. ¡Soy feliz a sulado!

Al mismo tiempo, descubro una entrega total y con unamor expresado tan claramente en su hija Antonia, que en-tiendo que el amor entregado, sin ningún alarde de nada, eslo más precioso que me es dado contemplar. Es la vida hechaentrega y expresión nítida del amor de una hija a su madre.

En una de mis visitas descubro que Antonia pertenece ala Iglesia de Filadelfia y entiendo que por encima de la Igle-sia a la que pertenezcamos, está el amor nítidamente expre-sado.

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EL ULTIMO ADIÓS

Desde hace unos días se encuentra hospitalizado entrenosotros un hermano franciscano, Felipe. Es un hombre altoy fuerte, entrado ya en la década de los 80, pero que a pesarde encontrarse muy limitado, no expresa en su cuerpo la edadque tiene. Me acerco a él en el momento en que hace su en-trada en la habitación, acompañado de su hermano y supe-rior de la comunidad, Biktoriano. Se encuentra en tal situa-ción que no me reconoce y yo me quedo un poco apenadopor ello.

Le voy visitando en días sucesivos y ya desde el día si-guiente, recuerda quién soy yo. Eso me ayuda a sentirme cer-cano a él. Nunca hemos tenido una relación muy estrecha,pero es un hermano de nuestra familia franciscana y mesiento unido a él. Cada día que le visito le doy la comunión.El Señor de la Vida es recibido por Felipe con una acogidaprofunda; se va haciendo uno con Él en su propia pasión.

Un día, después de darle la comunión y estrecharle lamano, descubro que por su parte hay un apretón fuerte ycontinuado. ¿Será la despedida final? Con ese sentimientosalgo de la habitación y sigo visitando otras habitaciones y alos enfermos que en ellas se encuentran.

A los pocos días de esto, recibo una llamada por teléfonode mi amigo y hermano de la fraternidad de Felipe, Antonio,y me expresa lo que ya temía: aquel había sido el último adiósde Felipe. Ese mismo día celebramos su funeral en la parro-quia de su comunidad. ¡Que el Señor te reciba en sí parasiempre, a ti que fuiste su ministro en esta Tierra nuestra!

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ENTREGARTE EN LOS BRAZOS DEL PADRE

Jaime, todavía podías haber seguido entregándote, pero…Eras un hombre de mi barrio y entregado a él. Has ido vi-

viendo estos años la experiencia, desesperanzadora en sí, deir subiendo y cada vez más frecuentemente al hospital; subi-das y bajadas que te iban diciendo, más claramente conformeiban siendo más frecuentes, que tu vida entre nosotros se ibaacabando.

Y a pesar de tanto trajín, yo siempre te encontraba sereno,tranquilo, rodeado de tu mujer y tus hijas e hijo, siempre a tulado.

Eras bajito de estatura, pero un gran hombre. En los 40años que te entregaste a la Mutua, –esa asociación tan que-rida en nuestro barrio– implicado en llevar adelante los temaseconómicos, sin ningún beneficio económico y siempre de-jando las cosas claras, diste la talla que mantuviste hasta elfinal de tus días.

Eras un asiduo de nuestra Parroquia, siempre dispuesto aechar una mano. Por todo esto, te mostraste como una per-sona entrañable y en tus entrañas te fuiste despidiendo.

Es la vida de aquí la que se nos escapa; o mejor, la entre-gamos en los brazos del Padre.

Descansa en paz de todos tus trabajos y sudores, Jaime.

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Cuando termino la celebración con la bendición de SanFrancisco, Antonio vuelve a cerrar sus ojos y quedarse, así locreo, en una profunda paz.

Vuelvo otro día a ver a Antonio y la escena que se desa-rrolla en ese pequeño entorno alrededor de la cama en la quese encuentra es de una ternura entrañable. Me acerco a él y lecojo de la mano, dándole ánimos al mismo tiempo. Llega unmomento en que dejo de estar a su lado, para acercarme a sucompañera, que no puede contener las lágrimas. Una personaque sigue al lado de Antonio nos hace ver que él está alar-gando la mano hacia el lugar en el que yo, hasta hace un mo-mento, me encontraba.

Cuando ella nos expresa la acción que Antonio ha reali-zado, la emoción me embarga. ¡Qué precioso es todo esto!¡Entre tanta limitación, la vida se derrama en ternura! ¡Gra-cias, Antonio, gracias! ¡Has entrado dentro de mí!

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HAS ENTRADO DENTRO DE MÍ

Es un hombre todavía joven, 55 años. Lleva entre noso-tros 2 meses. Cuando llegó, externamente parecía que se ibaa comer el mundo, no porque se manifestase en un plan fan-farrón u orgulloso; no, nada de eso. Era por su cuerpo fuerte,alto (rondará por el 1,80) y con una cara y unos gestos quedenotaban una presencia abierta y acogedora.

Desde el primer momento, nos sentimos muy cercanos ynos tomábamos el pelo. Era una relación muy bonita la queíbamos estableciendo en el transcurrir de los días.

Tanto él como yo sabíamos lo que ese cuerpo albergabaen su interior: un cáncer galopante que le iría consumiendo yapagando.

Lo que nos temíamos ha ido llegando y lleva ya varios díasen los que apenas abre los ojos y le cuesta Dios y ayudamover un solo dedo de ese cuerpo tan grande y tan débil almismo tiempo.

Ya lleva varios días en los que ya no recibe la comunión,pues es tal su debilidad que apenas si puede tomar cosas tanlivianas como un poco de yogurt o de natilla.

Viendo cercano su fin, le ha expresado a su compañera,que apenas se separa de su lado, que desea recibir el sacra-mento de la Unción de los enfermos.

Cuando me acerco a su lado para cerciorarme de su deseo,él abre los ojos y con ellos, ya con muy poca vitalidad, me ex-presa su confirmación: sí, quiere.

A lo largo de los minutos que dura la celebración, se le veatento, viviendo desde muy dentro lo que estamos cele-brando. El momento es emocionante. A nuestro lado estánsu compañera y una sobrina llegada de una provincia cercana,con el objetivo de despedirse de su tío. Se vive con el cora-zón abierto y las lágrimas visibles, lo que todos sabemos.

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Que traducido al castellano viene a decir:

Cada día sale el sol y todo vuelve a comenzarY la oscuridad de la noche con fuerza hemos de vencer

Todos queremos un mundo mejor, donde brille la claridadNada puede causarnos temor.

Me quedo callado tras terminar el canto y veo que Felisaabre unos ojos grandes, azul claro, hermosos y con una vozentrecortada no cesa de darme gracias. También para ella,esta canción guarda preciosas resonancias de su vida.

No puedo por menos de darle un beso en la frente y sen-tirme así, unido a alguien a quien acabo de conocer y quepronto dejaré de ver para siempre.

En días sucesivos voy haciendo lo mismo cada vez que meacerco a Felisa. Le cojo de la mano y le canto la canción. Voyviendo que conforme pasan los días, los gestos que Felisa medirige van teniendo menos fuerza. Al final, ya ni abre los ojos.Pero yo no dejo de cantarle esta canción y de darle mi besode amistad y de unidad con ella, que ya se nos va.

Un viernes descubro que ya no está, ya nos ha dicho adióspara siempre, porque se nos ha ido a “un mundo mejordonde brilla la claridad”.

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LA VIZCAÍNA DE CORAZÓN CATALÁN

Entro en una de las habitaciones del quinto piso, el dedi-cado especialmente a los enfermos de cuidados paliativos. Ellugar es coqueto, tiene un espacio para dos camas y un pasi-llo amplio, como para poder estar sentado tranquilamente enun sillón que se encuentra al fondo. Al otro lado de la habi-tación, un gran ventanal permite que penetre la potente luzdel mes de julio en el que nos encontramos. En la cama máscercana a la puerta de entrada me encuentro con una mujercariñosa, acogedora, de rostro apacible, con algo entrañableen su mirar, que se me queda registrado inmediatamente. Es-trecho mi mano con la suya y a una con ello, nos saludamospor el hermoso día que ahora comenzamos. Ella se llama Fe-lisa y cuenta ya sus años por lustros, 17; con una voz entre-cortada, me va diciendo que se encuentra débil y con pocasganas de nada. Intento acercarme a su realidad, tan limitada.

En un momento, y con gran calma, empieza a relatarmeque su vida ha sido muy dura, llena de desengaños, lo que lellevó a trasladarse, hace ya más de 50 años, lejos de Bilbao, aBarcelona, y que allí se hizo una catalana más.

Al oír que ha vivido en Barcelona, tras dejarle que se ex-prese tranquilamente, se me ocurre cantarle una canción quese me metió hasta lo más profundo del corazón en aquellasTrobadas de Joves (encuentros de jóvenes), que realizábamosen Montserrat en los tiempos en que Franco todavía vivía yyo era muy joven ¡todavía!

La canción es un canon que me trae al recuerdo momentostan preciosos vividos entonces y que nunca olvidaré. Dice así:

Cada día surt el sol i tot recomençai la fosca de la nit amb força hem de vencer.

Tots volem un mon millor, on i brilli la clarorRes non pot fer por.

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¡EN EL HOSPITAL NO SE TRABAJA!

Es importante, y en eso creo que tenemos que desarrollaruna buena línea imaginativa, que le demos un poco de rup-tura de tensión a la realidad que se vive en el hospital por mu-chas de los familiares que ven apagarse a sus seres queridos.Y eso, a veces, supone hacer surgir escenas esperpénticas delo más variadas. La escena que ha ocurrido hoy ha ido poresta línea.

Una mujer está sentada en un banco de una de las terrazasdel último piso. Entre sus manos tiene una tela en la que, luegoveré, está realizando un precioso bordado. Está acompañadade su hija y frente a uno de los paisajes más bonitos que sepueden contemplar desde el hospital. El día, con una buenatemperatura y el cielo sin nubes, anima a estar relajado.

Me fijo en la escena y desde la puerta que da paso a la te-rraza y con la voz más grave que puedo, le digo: “Chisss. Estáprohibido trabajar en el hospital”. El susto que se lleva la se-ñora es tal, que deja inmediatamente la labor que venía reali-zando y ni se atreve a mirarme. Mi sorpresa, por la situaciónque he creado, es tal que me acerco a ella con una gran car-cajada y haciéndole ver que era una broma. Esto hace que micarcajada se vea acompañada por las risas de madre e hija,que se sienten liberadas de la tensión producida.

Horas más tarde veo a ambas acompañando a marido ypadre en la habitación donde éste se encuentra. La señorasigue con su bordado y se me ocurre decirle “¿para qué sonlas normas? La hija, con la rapidez de un rayo, contesta: “parasaltárselas”. Bueno, hemos establecido una relación cercanade una manera curiosa, que producirá sus frutos cuando lle-guen los momentos difíciles, que llegarán. Estaremos juntosy al lado de quien se encuentra postrado en cama.

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PADRE NUESTRO…

Entro en una habitación de cuatro camas. Las cuatro estánocupadas por sendas mujeres de edad avanzada. Todas ellas,en situación bastante límite y mirando más hacia allá quehacia aquí. Saludo a una señora que se entrega con todo sucariño a hacer posible que su madre absorba, por la sendanaso gástrica colocada en el orificio derecho de su nariz, lacomida que corresponde tomar a esta hora del mediodía. Laverdad es que es un poco costoso el asunto y la madre pareceque estuviera dejándose hacer, sin oponer ningún obstáculoa lo que hacen con ella.

Pienso que es bueno dejarles a madre e hija empeñada enesta misión realizada con tanta entrega y amor de hija. Asíque, me despido de ambas. La hija, al despedirse, lo hace conun “adiós, padre”. Voy dejando la habitación, reflexionandosobre la escena que he contemplado, cuando oigo “PadreNuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre…”

Es la madre la que va desglosando esta oración dirigida alPadre. En mí, ante esta circunstancia no esperada de que unadespedida haya llevado a abrirse en oración, surge una son-risa y descubrir que Tú, Señor, eres grande. ¡Es grande lo queen la mayor limitación podemos llegar a expresar! Gracias,Señor.

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Cada vez que voy a verle, su sonrisa me deja contento,pues veo que aunque la enfermedad está presente en él, no eslo suficientemente dura como para acabar con la alegría deeste amigo mío.

El dolor de cabeza que tiene, producido por el tumor quealberga en ella, le dura mañana, tarde y noche, pero él se en-cuentra contento y agradecido al equipo médico y auxiliarque con tanto cariño y profesionalidad le atienden.

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VIEJOS AMIGOS

Hace mucho calor en este último día de verano en Bilbao.Hasta las faldas del monte donde está situado nuestro hospi-tal se ven fuertemente iluminadas por la luz que ya ha roto laniebla de la mañana. Pero este calor trae consigo un incon-veniente y es el referente a la ubicación de las habitaciones;casi todas ellas emplazadas en dirección Sur. El calor que sesiente en las habitaciones hoy es excesivo y eso lo notamostodos. Pero a quienes más afecta es a las personas que se en-cuentran enfermas. El estar más o menos sano supone eltener arrestos para afrontar esta situación, que en algunosmomentos se hace difícil de soportar.

El 5º piso es el que más calor soporta y eso hace que mu-chas de las habitaciones tengan las persianas bajadas hasta sulímite y las ventanas abiertas, con el fin de conseguir un pocode aire en este entorno.

Entro en una de las habitaciones, que se encuentra prác-ticamente a oscuras y en ella me encuentro con Antonio, unviejo amigo; viejo, porque estuvo con nosotros hace ya dosaños, aunque por edad es todavía joven, 51 años. Irene, lapsicóloga y amiga que siempre me pone al tanto de la situa-ción en que se encuentran los enfermos y familiares de laplanta, ya me había puesto al corriente de la llegada de An-tonio. A partir de ese momento de la información he em-pezado a albergar un sentimiento de duda de si este amigose acordará de mí. ¡Cuál ha sido mi alegría al observar quetodavía me recuerda y me sonríe, saludándome como unviejo amigo que es!

Empezamos a recordar lugares comunes, su pueblo, Me-lide (allí en la dulce Coruña) de donde es él y en el que he re-calado en mis peregrinaciones en bici a Santiago; su barrio deMasustegi (un pequeño enclave de Galicia en Bilbao, endonde hasta el cura es gallego y ejerce como tal).

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necesario llegar a cuestiones transcendentales. Lo decisivo esque vamos haciendo un camino juntos enfermos y familiares,los distintos profesionales del hospital y nosotros, los quenos expresamos desde nuestro ser el equipo de pastoral deeste lugar.

Pero cuando el miedo nos atenaza y nos impide acercar-nos a la realidad y lo que consigo trae, algo me dice que nostenemos que poner las pilas para avanzar.

Decía antes que “no hay nada que hacer”. Pues no, hayalgo muy importante y que yo me dispongo a realizar. Y esque hay unas cuantas personas que se encuentran rotas y ne-cesitan apoyo y cercanía.

Como tengo el número de teléfono de la familia, les llamoy les envío mi más sentido y cercano abrazo, ofreciéndome almismo tiempo a estar dispuesto a compartir un momentocon ellos, si así lo desean.

Quizá algún día nos encontremos y será bonito estar a sulado; bonito porque no hay nada tan precioso como com-partir la realidad, sea ésta cual sea; escuchar y acoger. ¡Merecela pena!

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¿PARA QUÉ SIRVE UN CAPELLÁN DE HOSPITAL?

El ambiente ha cambiando hoy. Llueve con el xirimiri tra-dicional de Bilbao en tiempos otoñales. La calma reina en elhospital y parece como si nada especial estuviese ocurriendohoy.

Ayer me llamó intensamente Carmen, mi compañera defatigas, para que subiese al hospital. Mis compromisos pasto-rales, en los barrios de Otxarkoaga y Txurdinaga, me lo im-pidieron y dejé lo de subir al hospital para hoy por la mañana.

En el entre tanto, la persona con la que tenía que haber ce-lebrado el sacramento de la Unción, ha fallecido. ¡Ya no haynada que hacer!, pero no es cuestión de darle vueltas a esteasunto. Y es que, muy a menudo, sucede lo mismo: al cape-llán del hospital le llaman cuando la persona enferma se en-cuentra en una situación clara de inconsciencia. ¡El miedo ala muerte!

Asumo el no poder estar en todo, pero por dentro mequeda una sensación de malestar por la forma en que asumi-mos la realidad de la muerte entre nosotros. ¡Es curioso lonuestro!

Un capellán de hospital es una persona, normalmente sa-cerdote o, como me llaman muchas veces los enfermos,padre. Una persona que puede caer más o menos simpática alos enfermos y sus familiares, con la que éstos pueden sen-tirse más o menos acogidos y por lo tanto, en mayor o menorcercanía. Una persona a la que normalmente no se planteancuestiones que tienen que ver con temas de tipo religioso,aunque es más fácil la incursión en temas de espiritualidad ode sentido de la vida, lo cual es precioso muchas veces.

Creo, recogiendo mi experiencia de tres años y mediocomo capellán de este hospital de Santa Marina, que no es

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que expresan sus hijos –hijo e hija respectivamente– debe sermucho y bueno. Y es de buenos hijos el reconocerlo.

Robus fallece a las dos horas de haber celebrado nuestroencuentro y Antonio lo hará al día siguiente.

No olvidaré nunca la expresión de fraternidad que en esahabitación hemos vivido con ellos cuando todavía estabanentre nosotros.

Gracias, Señor, por todo lo que nos invitas a vivir en el en-cuentro contigo. Eskerrik asko, benetan!

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CELEBRAMOS LA UNCIÓN EN FAMILIA

Me avisan al busca que me requieren en una habitación decuidados paliativos. Me imagino que, como casi siempre, al-guien requiere mi presencia para celebrar la unción de los en-fermos con algún familiar al que le queda muy poco tiempopara despedirse de este mundo nuestro.

Llego a la habitación y me viene a saludar un joven cuyopadre se está muriendo y que desea que su padre reciba el sa-cramento de la unción. Cuando voy a comenzar a realizar lacelebración, una joven que atiende a su padre, me pide querealice este sacramento también con el suyo.

Me entero en ese momento del diálogo que han mante-nido ambos jóvenes antes de llegar yo a la habitación. Eltema es que la joven mostraba reticencias a que su padre re-cibiese la unción, sentimientos motivados por el miedo quetrae consigo la que Francisco de Asís llamaba hermana –encuanto que nos posibilita el pasar al encuentro definitivo conel Padre–.

Ambos padres, Robus (92 años) y Antonio (80) se en-cuentran ya en una situación de semiinconsciencia, pero esalgo muy importante y que sólo Dios sabe el sentido pro-fundo de lo que vamos a realizar con estas dos personas en-fermas y agonizantes.

En el momento en que vamos a orar al Padre con la ora-ción de los hermanos, unimos nuestras manos y las coloca-mos sobre los hombros de Robus y Antonio. El momento esespecialmente emocionante y alcanza una elevada intensidad.¡Esto sí que es algo realmente entrañable!

Damos gracias a Dios porque Él, no importa cuál sea lasituación que vivamos, nos sigue expresando su amor ydamos también gracias a Robus y Antonio por todo lo queellos han sabido amar, construir, entregarse. Por los rostros

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ENTRE EL HOSPITAL Y LA ATENCION A MI MADRE

Me encuentro pasando unos días en Pamplona, lugar delque soy originario y donde habitan mi madre y mi hermano.Mi madre empieza a sentir molestias a la hora de sentarse yempezamos a preocuparnos, pues la situación no es nada nor-mal. Tras la correspondiente visita a la doctora de oncologíadel hospital, se nos comunica lo que temíamos: nuestra amatxotiene un cáncer muy avanzado y le queda un máximo de cua-tro meses. Parece como si algo grande y profundo se derrum-base y la lágrima surge con rabia y desplome del cuerpo.

Mi hermana, que vive en La Palma, toma una seria deter-minación: abandonar la isla y permanecer al lado de mimadre hasta el final. Los hermanos, reunidos en Pamplona,decidimos que vamos a hacer todo lo que esté de nuestraparte para que nuestra madre tenga una calidad de vida in-mejorable hasta el final de sus días y que su despedida defi-nitiva la vamos a realizar en casa.

A lo largo de estos cuatro meses, hemos ido haciendo, díaa día, lo que correspondía. Hemos contado con el apoyo im-pagable de los dos hermanos de mi madre que viven en elmismo barrio, Errotxapea. Ha habido muchos momentos delloros y de gozos compartidos. Día a día experimentábamosque Petra se iba debilitando cada vez más, se alimentaba a basede verduras enriquecidas con proteínas de carne de caballo.

La intervención de la médico y la enfermera de cabecera,así como del cuadro médico y psicológico, mi buen amigoIosu Cabodevilla, ha sido a pedir de boca, inmejorable.

Voy dos días a la semana a Pamplona, las Navidades laspaso casi enteras al lado de mi madre, pero el día 4 de enerovuelvo a Bilbao, a encontrarme con los compañeros y com-pañeras del Hospital, así como con los internos y sus fami-liares. Intento realizar mis encuentros con los internos, como

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EL NACIMIENTO EN EL HOSPITAL

Hemos entrado ya en el mes de Diciembre. Como todoslos años, Carmen, la infatigable compañera con la que tanfeliz me encuentro en esta misión en el Hospital, ha dis-puesto todo para montar el Belén.

Durante unos días –hasta después de la fiesta de la Epifa-nía o de los Reyes– en el lugar donde tenemos los libros paradisfrute del personal que acude al Hospital, estará presente elNacimiento o Belén del Hospital.

Sin recurrir a la ayuda de nadie, y con esa maestría que ellatiene para todo lo manual, ha dispuesto un fondo precioso ytomando como base la misma tabla de todos los años, ha idocolocando, sobre una base de musgo muy verde y bonito, lasdiversas figuras que completan el cuadro navideño.

En el rincón izquierdo de este conjunto, Carmen ha colo-cado una cueva, hecha con cortezas de alcornoque. Allí estánMaría y José, el buey y la mula, así como una pequeña cuna.En ella no está el Niño. Hasta el día 24 no aparecerá en es-cena.

Un buen número de personas van pasando a contemplarel Belén. Algunas de ellas se extrañan de que no aparezca elNiño –no saben que el primer Belén, en Greccio (Italia), yque Francisco de Asís lo representó, no tenía Niño, sino undesnudo altar–.

Hay quien se enfada, pensando que alguien se ha llevadola imagen del Niño. La verdad es que no sería la primera vez.Pero no, Carmen lo pondrá cuando sea el momento ade-cuado, el día 24.

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ENTREVISTA A UNA INTERNA EN EL HOSPITAL DE SANTA MARINA DE BILBAO

Esta entrevista la realicé el 25 de junio, viernes, a las 16horas, en una sala ad hoc. La sala de encuentros personalesque utilizamos en la planta de cuidados paliativos del hospi-tal. Nos sentamos en sendas sillas, alrededor de una mesa ca-milla. El encuentro duró 20 minutos.

Conocí hace 10 años a la persona entrevistada, pues fue“cliente externa” de una asociación de respuesta a necesida-des sociales de tipo muy diverso que se encuentra en Bilbaoy que tiene por nombre Bizitegi (Lugar de vida). Tiene 50años. Su problema social más destacado es que ha tenido re-laciones muy difíciles con su madre y su hija –a la que aban-donó, recién nacida, en brazos de su abuela–. El problemamédico que presenta es un cáncer avanzado que le ha produ-cido una grave protuberancia en el bajo vientre; con lo cual,su aspecto físico es un poco difícil de asumir, en un primermomento, por la persona que la observa.

La relación que hasta ahora hemos mantenido es de bre-ves visitas, pero muy cercanas entre los dos, por el conoci-miento mutuo anterior.

La iniciativa del encuentro es mía. Desde el momento enque se lo planteé, lo acogió con mucho agrado y como pordiversas razones lo iba atrasando, en muchas ocasiones mepreguntó cuándo íbamos a tener el “dichoso encuentro”,según sus palabras.

El objetivo concreto es llegar a conocer mejor a estamujer, porque a pesar de nuestra larga relación, todavía no laconozco realmente.

No creo que la persona haya tenido ninguna expectativaconcreta, definida o clara. Está abierta, desde un primer mo-mento, a lo que vaya surgiendo en la conversación.

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siempre lo he hecho, con cercanía y cariño, pero mi mente ymi corazón están en un continuo viaje a Pamplona. Ni puedoni quiero dejar a mi madre alejada del cuadro de mi atención.

El 9 de enero, domingo, a las 11,40 de la mañana, recibouna llamada telefónica de mi hermano. La amatxo ha empren-dido el viaje definitivo de su vida. Todo se ha consumado.

Ese día me toca celebrar la eucaristía 20 minutos mástarde. En ella van a bautizarse dos hermanos de 16 y 28 añosy yo les he prometido que presidiré la celebración. Así lohago. Pensaba ser fuerte y no tener interrupciones a lo largode la celebración. Pero no ha sido así. ¡Es mucho el amor quehe recibido de mi madre a lo largo de mi vida, de 60 años casicumplidos!

Por la tarde, con una familia amiga, voy a Pamplona, lavieja Iruña. Allí, en un tanatorio, se encuentra el cuerpo ya sinvida de la persona que más me ha querido y a la que más hequerido. Pero la vida sigue y yo volveré a Bilbao, a seguir en-cintrándome con personas de uno y otro sexo, con las que se-guiré compartiendo lo más hermoso que tenemos, la vida.

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E: ¿Cuánto tiempo llevas en el hospital, entre idas yvenidas?

H: Cuatro meses (tres en Santa Marina y uno en Basurto).

E: (Al darme cuenta de que va diciendo los días y losmeses con absoluta nitidez, le pregunto) ¿Y ese control?

H: Es parte de mí: Lo mismo que me gustan los ordena-dores, porque ponen orden (dedica mucho tiempo a lo largodel día al ordenador portátil que tiene en su habitación), puesintento a veces ordenarme en las ideas, en lo que me rodea,mi entorno.

E: ¿Escribes algo de ti misma?

H: No. No suelo escribir porque normalmente, cuandoescribes de ti misma, tiendes a darte un poco de ficción y soydemasiado realista para contarme películas. Entonces, hablomucho, eso sí. Normalmente, cuando hablo, intento ser lomás clara y sincera posible, pero no es para escribirlo; sonsólo ideas que me pasan por la mente, pero que no creo quesean dignas tampoco de ser escritas; son muy corrientes, noes nada especial; no soy ninguna filósofa, ni ninguna homosapiens mujer como para decir nada importante.

E: En este tiempo que llevas aquí, ¿qué puedes decirde los profesionales en todas las categorías de estehospital?

H: ¿De este hospital? Estoy enamorada de esta residencia.La verdad es que a mí me han ayudado en todos los aspectos,desde que llegué hecha un pequeño montón de carne no do-liente, porque dolores no tenía, pero medio inútil, era muysemi válida y ellas me han ido poco a poco alentando a ser undía a día, minuto a minuto, cada vez un poco más válida, másautosuficiente. Hoy es el momento en que aún dependo.

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El ambiente es en todo momento cercano, relajado, sinsobresaltos o interrupciones, su comportamiento es de rela-jación –desde el principio hasta el final fueron pocos los mo-vimientos que realizó, debido sobre todo, a la postura que nopuede mantener durante mucho tiempo. Las expresiones noverbales –en el desarrollo de la conversación las hago notar–fueron de risas y bienestar. La conversación la realizamos sinningún reparo por parte de la persona entrevistada.

E: ¿Qué me puedes decir de esos 50 años que puedas deciralgo así como “yo, con mis 50 años, puede decir de mí...”?

H: Pues mira, yo con mis 50 años, puede decir de mí quehe hecho de todo lo que se ha podido hacer durante mi vida.Me he casado, he tenido pareja, he tenido novio, he estu-diado, he bailado. He hecho absolutamente de todo. Y sinembargo, al final de todo, sólo doy valor a una de las cosasque he hecho; que ha sido tener una hija, sacarle lo más de-centemente posible, dentro de mis medios, a la calle y saberde su continuidad. Es lo único que, hoy por hoy, valoro de loque he hecho. Es mi perpetuidad, digamos. Es mi modo hu-mano de ser inmortal. Mi continuidad. El resto, todo lo quehe podido hacer, todo lo que he podido tener o todo lo quehe podido vivir es aparte. Es lo único que a mí me llena y medice que ahí está algo que merece la pena que siga. El restono importa.

E: ¿Tú te sientes tranquila contigo misma?

H: (tras un momento de silencio dice): Sí.

E: O sea, el nerviosismo que puedas tener en algunosmomentos, ¿no elimina el que tú te sientas tranquilabásicamente contigo misma?

H: Yo me siento absolutamente tranquila conmigo misma.No creo que dejara de hacer nada de lo que he hecho si vol-viera atrás; en las mismas circunstancias, me refiero.

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E: (emocionado) Bueno, pues seguiremos en ello.

H: Pues yo creo que se os agradecerá mucho.

E: Otra cosa, H. ¿Tú sabes, eres consciente y conoce-dora de tu situación de enfermedad?

H: Sí. Sé que tengo cáncer, sé que estoy luchando contraello y sé que puede salir bien o salir mal. Es un tú o yo, peroeso es lo de menos. Lo que me preocupa no es eso. Es unaenfermedad más. El miedo a la gran C que existía en algúnmomento en el ser humano, en mí… Mira, en mi familia soyel sexto caso de cáncer. Así que se es un “o tú o yo”; “o saleso no”. Pero no hay más.

E: (Haciendo notar que todo el tiempo del encuentroestá sonriendo le pregunto) ¿De dónde crees que tesale esa sonrisa tan a f lor de piel?

H: Pues de que estoy muy tranquila, de que estoy bienconmigo misma. Y entonces, si estoy bien, ¿por qué no de-mostrárselo al mundo? ¿Estoy en un hospital? Sí. ¿Estoy en-ferma? Sí. ¿Estoy viva? Sí. Entonces, ¿por qué no voy a son-reír si estoy con personas con las que me llevo bien, estoydisfrutando de un día bonito y tengo un montón de regalosque me ha hecho el día, desde que me he levantado hastaahora?

Esto es algo que me ha regalado el cáncer, tonterías a lasque no daba valor. ¡Qué normal es respirar!, ¡qué normal esbeber un sorbo de agua fresca!, ¡qué normal es levantarte dela cama y refrescarte la cara! Bueno, pues todo eso que hagoal cabo del día es un regalo. Entonces, fíjate si estoy contenta,si tengo la sonrisa a flor de piel.

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Hay un montón de cosas que no puedo hacer, pero siem-pre me han apoyado en todos los aspectos. Incluso me hanintentado coartar, decirme “no vayas tan rápido”, “no te lan-ces tanto”, “ve más lenta”, “ve más segura”, “afiánzate antesde avanzar más”, pero la experiencia con ellas es positiva cienpor cien. Siempre han tenido una sonrisa, una simpatía, unaprofesionalidad, una comprensión fuera de serie. Aun nopuedo nombrar una sola persona de este centro de quienpueda decir “¡vaya mal que lo hace!”, “¡qué meteduras de patatiene!” y mira que he conocido a montones y montones depersonas, porque se han ido rotando, han cogido vacaciones;pero hoy por hoy puedo decir que no tengo a ninguna per-sona de las que he tratado a la que tenga absolutamente nadaque reprocharle. Porque hasta en los fallos que han tenido,como seres humanos que son, son absolutamente compren-sibles y ellas mismas los han asumido y reconocido y nuncaha habido secuelas ni problemas, para nada. ¡Todo genial!

E: En este hospital mismo, ¿tú ves que tiene sentido loque podemos estar haciendo Carmen (mi compañeradel equipo de pastoral) y yo (el capellán)?

H: Sí. Sí, sí, sí. Creo que sois una de las visitas más espe-radas. Lo sé no sólo por mí, que os veo cuando venís y nossaludáis, y nos dais una mano. Por mis propias compañerasde habitación. ¡Cuánto peguntan por Sor Carmen o por Jo-seba! Muchísimo. No, no. Sí, sí, sí. Y cuando salgo por el pa-sillo os oigo mencionar: “Sí, Joseba ha estado aquí”, “¿Hoyno ha pasado Joseba?”. Se os tiene en cuenta. Yo creo que síes importante que vayáis. Y el trabajo, la labor que vais ha-ciendo. Por ejemplo, Carmen entró al principio de estar yoaquí y le dio la comunión a la compañera de habitación y ¡conqué serenidad quedó aquella mujer tras la visita de Carmen!Creo que es muy útil lo que hacéis.

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E: Para ti, ¿cuáles son los valores más importantes detu vida?

H: La familia, la familia y la familia; por ese orden (nosechamos los dos una tremenda carcajada).

E: ¿Hay otro posible orden?

H: Sí, la familia, la familia y la familia (nueva carcajada delos dos).

E: Y los amigos ¿dónde están?

H: Los amigos son familia también. Cuando una personaes tu amiga, es tu familia. Los amigos son tan familia tuyacomo si llevaran tu sangre. Todo es familia. Hasta tu médicoes tu familia, cuando viene y me dice con una sonrisa “Her-minia. Todo ha salido bien, estamos mejorando mucho yestoy muy contenta contigo”. Y tú eres mi familia (me em-piezo a emocionar).

E: ¡Qué bonito! ¡Sigue siendo así!

A los pocos días de realizar esta entrevista se le daba elalta a nuestra amiga, que feliz se trasladaba a una residenciaen la que pensaba seguir adelante hasta... Había pasado unmes y me dicen que estaba en otro hospital. Cuando me en-cuentro con ella me dice “¿Qué pasó con nuestra entrevista?”Ella ya no lo sabrá, porque ya dejó de estar a nuestro lado,pero aquí está, como el mejor homenaje en su recuerdo.

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E: Y tú crees que en el mundo en que vivimos, estesaber apreciar tanto estas cosas tan sencillas, ¿es algonatural?

H: Pues no sé si es natural o no, pero es lo que siento y escomo soy. Nunca he sido de dar importancia al qué dirán yno creo que vaya a empezar a hacerlo ahora. Tampoco creoque perjudique a nadie el que yo disfrute por respirar, o debeber agua o de sonreír. Y que por lo tanto me exprese antelos demás con un poco de alegría. Hay personas que se sor-prenden un poco cuando te acercas a ellas socialmente aser-tiva y les cuentas cosas, expresan “¡qué chica más abierta!¡qué raro, ¿no?”. Pero bueno, si te tratan un poco más, si tedan una oportunidad, ven que no eres un bicho tan raro. Sino, pues bueno, ellos se lo pierden. No hay mayor problema.

E: Tú, entonces, contigo misma te sientes realizada,degustando la vida, abierta a lo que pueda surgir, por-que ahora te vas a una residencia. ¿Por qué lo de ir auna residencia?

H: Quiero probarme a mí misma, que puedo llevar unavida normal en esa residencia. Lo que quiero ante todo es noser una carga para nadie, mientras me sea posible. Entonces,si en esa residencia voy a ser un poco más válida de lo quesoy ahora, lo que no voy a hacer es permitir, por ejemplo, queme lleven ahora a casa de mi madre, que tiene ochenta años,que está para que la cuiden a ella, a cargarla, que sería mi caso,con una hija a la que si se le cae algo al suelo, tiene que hacer3.000 equilibrios y agarrarse a 40 sitios para recogerla; o quepara asearse necesita tener un entorno adecuado para aga-rrarse. Mi madre necesitaría una ayuda que supondría un grandesembolso económico que ella, en este momento, no sepuede permitir. Entonces voy a habilitarme un poco más, ahacerme un poco más útil, si puedo, y luego, pues ya habla-remos de ir con ama a casa y ser yo quien la ayude.

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