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151FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
ANTE EL PABELLÓN DE UPPER LAWNLuis Martínez Santa-María
When we draw a tree is the tree that is there… otherwise it is the tree we would plant.
Peter Smithson, 28 de Julio de 1990.
I
Alison y Peter Smithson dibujan los árboles en movimiento y así ilustran no
sólo el efecto de unas fuerzas naturales, sino la existencia de un campo más am-
plio al del entorno del árbol; el campo del viento, el de las estaciones, el de los
geotropismos o hidrotropismos que deforman y afectan a su estructura.
En un ecosistema todo lo inmóvil avecina la posibilidad de un terror súbito
porque podría desencadenar de repente su energía. Sí: cabe pensar que si los ár-
boles no se moviesen, si fuesen dibujados inmóviles, se volverían amenazantes
porque estarían vagamente almacenando una distancia, un ocultamiento. Pero
por el contrario, lo que se mueve participa en la promesa de una aproximación;
todo lo que se mece está orientado, tiene un ser correspondiente. El dibujo de un
árbol en movimiento presenta por eso a todo su entorno y se participa mirándo-
lo en el territorio de las imágenes imaginadas por el árbol.
Además, el territorio en el cual el árbol se expande es también un solar que
entra hacia dentro echando raíces. Incluso el árbol en balanceo, el árbol es más
libre, atrae hacia sí una inmovilidad taladrante: el esplendor de las hojas y de
las ramas situadas en las alturas habla del suelo. En el dibujo se comprueba que,
dentro de la tierra, la imagen del árbol se reaviva porque la tierra es generosa Upper Lawn, sección terrestre.
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en esta oscuridad. De repente, el árbol encuentra un súbito alimento imaginario
en este espesor que le acoge y que se deja ver a pesar de ser remoto en los seres
crecidos sobre su sección («porque cuando hablamos de objetos adoptamos una
definición de los mismos que nos es cierta. Las cosas no tienen ni principio ni
fin. Nosotros llamamos árbol a algo que, en rigor, se prolonga en el aire, en las
raíces, en la geología. Su definición es la indefinición misma...»1). Así, un pozo
colocado junto a un tronco enorme llena de luz el emerger del árbol: lo ténebre
vive una inversión sorprendente hacia lo transparente, hacia lo luminoso.
Sin duda existe un vínculo entre la altura del árbol y la profundidad del pozo:
lo hay entre las raíces subterráneas y el débil brocal suspendido en el aire. Una
corriente recorre las figuras: los árboles, los muros, la tierra horadada o la casa
que escucha. Los lugares inaccesibles, incluso lo que está más lejos, fuera del
cuadro, se incluyen en esta corriente ligante y transitiva. Cuando llueve, cuan-
do nieva, cuando azota el viento todos estos elementos representados sobre la
sección operan juntos. El viento inclina los tallos, se forma un mantel de hojas
en el hojaranzo, una losa monolítica abre el abismo del agua del pozo o la ve-
leta flamea sobre una tapia… Todo el reino ignoto y subterráneo cuida desde
abajo por esta tan fina película de la superficie de la tierra; esta rasante donde
se organiza una vida llena de ramificaciones. Allí hay una mesa, unos bancos,
una merienda, unos escalones, unos surcos; un ser que hace el mundo suyo por
medio de elementos pequeños…
El dibujo transmite la convicción de que una tierra oculta asegura arriba el lugar
para revelar el enigma desocultándose así. No es ninguna contradicción que
Alison Smithson, en su novela Portrait of the Female Mind as a Young Girl, se
refiera a la fina transparencia del fenómeno de la humedad y que el texto mues-
tre la confianza de la autora en las más finas e invisibles películas de tierra. Lo
oculto y lo leve, trabajando juntos, entreabren una tierra y capturan un aspecto
intangible de la realidad.
Lo insignificante encuentra entonces una oportunidad poderosa. Se elude lo
cuantioso, se reflejan los primeros y los más sutiles fenómenos: la nieve, la llu-
via… lo minúsculo: la caída de las hojas, el vaho en los cristales, el brillo, el barro,
el polvo, el desorden… Este entramado de distancias, de ecos y de percepciones
está tan urdido que necesariamente la casa puede simplificar su apariencia. Su
sofisticación es de cariz silencioso; reside en su sencillez, en su resistencia u
oposición a ser forma. Los alzados de Upper Lawn, las secciones, la cubierta, in-
cluso las mismas plantas —y ese es parte de su valor secreto— parecen carecer
de interés. Esta fuga de la responsabilidad figurativa del objeto le imprime una
condición extraordinaria y hace que el delicado dibujo de la casa con los árboles
caducos y el pozo sea un dibujo perenne.
Existe también, junto a este mundo de vínculos poco perceptibles, una relación
con el tiempo cíclico de la tierra, con un tiempo distinto al de la cultura y los
sucesos, al del intermitente ir y venir de los hombres; la obra pone en marcha la
valía de un tiempo que no coincide con el presente y con el que, al aliarse, logra
extenderse extrañamente. Porque el pabellón de Upper Lawn es un encuadre
desde donde se contempla la senectud de la tierra; las muescas del tiempo sobre
los seres, las huellas, los indicios ambiguos y ambivalentes, las señales de ciertas
ausencias. Como obra nueva, deseosa de hacer explícita su novedad, se interpo-
ne ante ese mundo de huellas del tiempo transcurrido confiada en el valor que
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tiene demostrar esta simpatía por la sinceridad de lo antiguo. Esa es la auténtica
novedad. Ver nuevamente, de forma nueva, lo antiguo, lo verdadero. Y para ello
nada mejor que la obra sea lo más nueva posible y que aumente su novedad
haciéndose pabellón. Y que como instalación provisional, al hacer énfasis en su
carácter transitorio, insista de nuevo en su novedad misma, en su falta de pasa-
do y de futuro. Como contraste frente al carácter efímero implícito en el montaje
y desmontaje, una larga data terrestre aparece en los árboles centenarios, en la
imperfección y en las roturas por el desgaste de las piezas. Se repite ese imprin-
ting en el brocal desarmado del pozo, en el muro semiderruido, en la agricultura
del jardín. Es la edad de una tierra que no avanza más y que está detenida en esa
edad sin fechas. Y algo un poco más grave: es una tierra que podría desaparecer
en cualquier momento y que la obra parece contemplar bajo esas condiciones
terminales. ¿Son los últimos árboles? Los proyectos de Alison y Peter Smithson
parecen siempre haber comprendido algo de ese posible ultimátum en el que
sin saberlo se vive.
Los arquitectos dibujan los árboles en movimiento afectados por una meteoro-
logía episódica. No es sino la consecuencia de la seguridad que tienen sobre su
quietud, su lealtad y su permanencia. Sobre su tiempo, entendido también como
lo único que el hombre comparte.
Las viñas han estado siempre, no es como hacer una casa.
Cesare Pavese, El diablo en las colinas.
Todo lo detenido, lo fijo, lo oscuro, encontrará un amplio eco en la obra de
Alison y Peter Smithson. En Upper Lawn, la detención tiene relación induda-
ble con la profundidad; lo enterrado es también lo antiguo, la capa anterior.
Perforar el subsuelo es entonces recobrar la seguridad de lo más inalterable.
Cesare Pavese, en una visión que escarba, halla precisamente un origen con el
que desconocía tener una lealtad profunda.
Entonces comprendí que era inútil decirlo y me di cuenta de que era verdad, el campo
no es solamente la tierra, sino todo lo que hay dentro. Me vinieron ganas de quedarme
allí abajo y de que afuera lloviese, creciesen los árboles, pasase la noche y la mañana.
«Aquí de noche está oscuro —pensé—, dentro de la tierra es siempre de noche».
Cesare Pavese. La playa.
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II
El llamado pabellón de Fonthill, en Upper Lawn, es la puerta a este fragmento
de tierra revelada. No hay una construcción exenta, no existe la casa como figu-
ra; la casa forma el dintel y las jambas de ese jardín de cultivo. Al atravesarla,
se pasa a un exterior cuya íntima novedad ella resguarda como si de un interior
se tratase. Es la casa la que guarda el afuera, es ella el umbral desde donde se da
una epifanía de lo terrestre. Abrir su puerta reflectante es entonces abrir la vas-
tedad de la parcela. Es algo que se observa en la reducida planta que sus autores
publican: el muro de la chimenea de la casa refuerza el grosor y la inercia del
muro de piedra que hace de cerramiento a la parcela. La casa hace al muro ser
más muro. La casa se identifica, por medio de la chimenea, con la naturaleza del
muro que define toda la extensión de la propiedad y lo exacerba.
Luego, una vez en el interior, un corto conducto produce una embocadura hacia
el jardín. No hay en principio señales de puertas porque es la masa construida
la que actúa como vestíbulo o como portón. La hoja abatible de una puerta de
paso, por ser necesaria, aparecerá más tarde en el lugar menos previsible y con-
veniente: en la esquina. Duplicada, abriéndose de par en par hacia fuera, rasga
a la caja construida en su misma arista, donde más la daña. Así, si por un lado
el muro del cerramiento es virtualmente fortalecido mediante la disposición
de la chimenea, por el otro, la casa como construcción exenta es sometida a un
bloqueo figurativo. No se permite comprenderla al suprimírsele la convención
de la puerta.
La apertura de las dos hojas que tiene lugar en la arista se produce además
de forma que el visitante tiene que salir hacia el jardín dando la espalda a los
enormes árboles, a los protagonistas de este encuentro. Un acompañamiento
mediante el cual estos ejemplares terrestres resultan una vez más distanciados y
pospuestos y son imbricados en el ritmo de la narración como espera.
El suelo empedrado que se extiende a los pies de la casa vuelve a hacer hincapié,
por medio de las sombras que se producen entre las juntas de las piedras, en este
espesor del manto terrestre. La disposición de las líneas de las juntas no sigue las
trazas de la casa, no la prolonga pues puertas afuera; prolonga más la naturaleza
horadable y roturada del lugar, aquello intacto que en el enclave se guarda y que
la obra no modifica sino que expone. Cabe incluso pensar al verlo en cuánto
esta arquitectura colabora no sólo en el mantenimiento de unas presumibles
condiciones intactas, sino en su misma construcción. En la construcción de un
inicio. En la representación, detalle a detalle, de un persistente comienzo. Desde
la planta baja de la vivienda cada una de las estancias, por muy pequeña que
sea, cuenta a su vez con una puerta exactamente igual a las otras para acceder
al jardín. La repetición de puertas recrea la vida que tiene el prisma construido
como portal y explica la condición de veladura y cancela en que toda la casa
queda comprometida. Como la casa es la puerta, la altura del dintel de la puerta
principal —aquella que en las fotografías puede verse realizada en chapa— de-
termina la altura libre del piso. Su escasa medida aprieta la planta baja contra el
ras de tierra, contra la superficie, y vuelve a avisar de la importancia que tiene
esta expectativa de encuentro con el medio terrestre. La altura libre de la planta
baja es tan escasa que realmente la morada como tal sólo existe arriba; la planta
baja es un conducto, un pasaje de anchas jambas, un interregno. Y la casa está
arriba, en el dintel.Planta baja, sección y alzado de la Casa Amarilla, que surge tras el muro.
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III
Tanto en el pabellón de Upper Lawn como en la casa de Bayswater Road, el
St. Hilda’s College o la Yellow House, la construcción doméstica nunca ocupa
un centro del lugar sino un lugar que queda aparte. Este apartamento o retiro
evidencia el deseo que la construcción tiene de situarse en una posición desde la
que poder ser testigo de su propio destierro. Desde su margen, desde el cantón
donde se excluye, la casa demuestra la existencia de un lugar anterior y exterior
cuya cualidad difícilmente puede ser señalada sino saliéndose, demostrando así,
en la distancia creada, el culto que por esa primera tierra se tiene. Y, sin embargo,
la distancia o cesura por la que se deja aflorar esta importancia de la tierra como
lugar del origen no necesita ser grande, puede tener el espesor de un muro.
Y así se comprueba en muchos de estos proyectos cómo un muro o un terraplén
separan a la casa del árbol que la sostiene. Los árboles rozan los muros; es nece-
sario rozarse con los árboles y con su mundo si se vive en la casa. Y ese rozado
y tangencial es lo que en estos lugares puede entenderse como centro. Porque
la distancia de separación es, contrariamente a lo que podría suponerse, la dis-
tancia que une, la que da nombre, la que revela el poder de las separaciones pri-
migenias y a que fundamenta el orden de lo construido. Este roce es algo vago
e inextenso pero vive de la distancia y de la distinción que es posible establecer
entre dos seres; tiene lugar en el intervalo desde donde se excita (desde donde
se llama hacia el afuera) al ser del árbol.
Por este roce la casa participa de la naturaleza de su árbol acompañante, recibe
su ímpetu y junto al mismo árbol se hace escalable. En el proyecto para el St.
Hilda’s College unos carteles colocados en la fachada por la dirección del colegio
avisan a quienes pasan cerca del edificio sobre la prohibición de escalarlo. Es
una prohibición que se declara contra un deseo que la casa y su árbol centenario
encienden juntos. También en el pabellón de Upper Lawn ocurre algo parecido:
el árbol rozado hace a la casa escalable, accesible, le da rigurosamente una medi-
da; refiere cómo la construcción humana es el resultado de un apilamiento y de
un propósito que sólo el árbol sabe medir en su verdadero tamaño.
St. Hilda’s College, axonometría.
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La ascensión paralela al árbol es una manera de disolverse en él, de entenderlo,
de mirarlo innumerables veces aceptando, sin embargo, que no es de la misma
especie. El intervalo existe, su cesura es sustancial a la importancia que se des-
pliega entre el árbol y el hombre. Detenida en la profundidad de ese intervalo
hecho a su medida, la casa entonces habla, sale fuera de sí, se extasía ante su
volumen gemelo. Dice Novalis: «¿No se convierte la roca cuando le hablo, en un
tú verdadero?». El árbol rozado, este último árbol acompañante, se hace lonta-
nanza para la casa.
IV
Bayswater Road 100, Londres. Alison y Peter Smithson realizan un pabellón
anexo a una antigua casa. El pasillo del pabellón es un camino en el que de
repente se interpone un plátano. Esta barrera en el paso produce un pequeño
lugar, una estación, un centro. El plátano, que no era el único árbol de la ciudad,
se hace insustituible porque ordena la contundente simetría de las piezas habi-
tables; porque explica la adecuación del lugar del baño, la junta entre las habi-
taciones; porque permite romper, mediante la desigualdad de su naturaleza, la
paridad que él mismo ha formado; porque roza los hombros de los ocupantes;
porque insiste en el carácter idílico del pabellón, y porque el árbol convierte al
pabellón, a pesar de que éste se encuentra adosado a un pared medianera, en
una figura exenta.
Un extraño eje de aguas vegetales, aguas corrientes, aguas fecales y estancadas,
lleva al árbol, pasando por el cuarto de baño y el estanque, hasta el jardín.
1Luis Rojo de Castro, «Conversación con Juan Navarro Baldeweg» en Juan Navarro
Baldeweg, La habitación vacante, Pre-Textos, Valencia, 1999.
El árbol, el camino, el estanque, ante la casa, Arquia/tesis, Caja de Arquitectos, Barcelona, 2004.
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EL VIENTO DERRIBA EL CASTAÑO DE ANA FRANK. Isabel Ferrer.
El viento derribó ayer el castaño que Ana Frank contemplaba desde su escondite de
Ámsterdam durante la ocupación nazi de Holanda. El árbol tenía 150 años, y desde el
final de la Segunda Guerra Mundial simbolizaba las ansias de libertad plasmadas por
la niña en las notas de su diario. Atacado por los hongos y librado de la tala en 2008
tras una campaña internacional de apoyo, el temporal solo dejó ayer metro y medio del
tronco en pie. Quedan, repartidos por el mundo, otros árboles plantados con castañas
del original.
Apuntalado desde que los tribunales evitaran que fuera cortado, el castaño se erguía en
el mismo patio vecinal de la casa donde la niña trató de salvarse en 1942 de la Alemania
nazi. Situado a la orilla de los canales de la capital holandesa, la casa es hoy el Museo de
Ana Frank. La casa habitada por los Frank estaba en la parte de atrás del edificio donde
el padre, Otto, tenía las oficinas de su fábrica de mermeladas. Durante dos años, les
acompañaron también un dentista judío y el matrimonio Van Pels, con su hijo Peter.
En el diario, que le regalaron con 13 años, la niña relató su vida en el escondite, el es-
tallido de la adolescencia y sus sentimientos hacia Peter, algo mayor. El 23 de febrero
de 1944, aparecía la primera entrada sobre el castaño. «Miramos los dos el cielo azul,
el castaño desnudo en el que brillan las gotas de agua. También las gaviotas y otros
pájaros, que parecen de plata», escribió ese día. El 18 de abril del mismo año, alababa
un mes «ni muy caluroso ni demasiado frío». Luego mencionaba: «nuestro árbol, con
algunas castañas aquí y allí». La última cita es también la más significativa, data del
13 de mayo de 1944, poco antes de ser descubiertos por la Gestapo y enviados a los
campos de concentración. «Nuestro castaño está todo en flor, lleno de hojas y mucho
más bonito que el año pasado».
Otto Frank fue el único superviviente del grupo. Cuando el Diario se hizo famoso, expli-
có que las visitas al altillo eran la única forma de libertad para su hija. «La idea de la na-
turaleza sin ataduras le daba ánimos. Se sentía como un pájaro enjaulado». Apenas una
hora después de conocerse la caída del castaño, ya se ofrecían a la venta en Internet pe-
dazos del tronco y varias ramas; un final tal vez inevitable para un árbol tan simbólico.
El País, 24 de agosto de 2010.
Pabellón en Bayswater Road, A+PS, 1959.