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H.C.F. Mansilla ASPECTOS RESCAT ABLES DE LA CULTURA PREMODERNA Summary: The goal of this essay is to place emphasis on some aspects of premodem, i.e. pre-industrial culture in Latin America, and more especial/y in the Andean area. These aspects contain some preservable and valuable elements for hurnan conviviality. The essay is a part of the present debate on post-modernismo The base of the analysis is the thesis that the present develop- ment of Latin American countries exhibits many negativefactors, which are not due to backward- ness, but to a second-class modernization: too many too big towns, ecological disarrays, isolation of the individual, demographic explosion, mass phenomena of alienation, etc. Among the preser- vableaspects of the traditional order one can find: the extended family as a shelter of practical soli- darity, genuine religiosity as counterbalance to anthropocentrical ideologies, and aristocratic conception of art as a public aesthetics of high valueand firmness. Resumen: El objetivo del ensayo es llamar la atención sobre ciertos aspectos de la cultura pre- moderna, es decir, marcadamente pre-industrial, en América Latina y en especial en el área andina, aspectos que contienen aún elementos razonables y valiosos para la convivencia humana. El ensayo se inscribe dentro de la actual discusión en torno al post-modernismo. El punto de arranque es el reco- nocimiento de que el desarrollo actual de América Latina denota factores altamente negativos, que se deben no tanto al atraso, sino a una modernización de segunda clase: hiperurbanismo, desarreglos eco- lógicos, aislamientos del individuo, fenómenos de alienación masivos, explosión demográfica, etc. Entre los aspectos rescatables del orden tradicional se hallan: la familia extendida como ámbito de solidaridad práctica, la religiosidad genuina como contrapeso a las ideologías antropocéntricas, y la concepción aristocrática del arte como estética pú- blica de mayor valor y solidez. La confrontación crítica entre los aspectos tra- dicionales y los modernos, que en singular amal- gama constituyen las actuales sociedades de transi- ción en América Latina, presupone un breve vista- zo a algunos factores históricos, cuyas consecuen- cias han sido de importancia indubitable para la preservación de valores convencionales de orienta- ción y, simultáneamente, para la conformación específica de la civilización de la modernidad en el Nuevo Mundo. Una visión crítica de ambos aspec- tos debe empezar por sopesar analíticamente los ingredientes diversos y hasta dispares que compo- nen la herencia ibero-católica en nuestras tierras. El relativo atraso y el estancamiento secular de España y Portugal no pueden ser disociados de un talante iliberal, dogmático y acrítico que permeó durante siglos todas las instancias de las sociedades ibéricas y que fue parcialmente responsable por la esterilidad de sus actividades filosóficas y científi- cas, por la propagación de una cultura política del autoritarismo y por la falta de elementos innova- dores en el terreno de la organización social. El mundo moderno, basado en el desarrollo impetuo- so de la ciencia y la tecnología, en la industrializa- ción y en la creciente regulación metódica y ex- haustiva de la vida cotidiana, no fue prefigurado ni promovido por pensadores ibéricos; al sur de los Pirineos y en el ámbito colonial dependiente de estas naciones faltaron durante siglos una com- prensión adecuada de los procesos modernizadores Rev. Filosofía Univ, Costa Rica, XXVI (63,64),41-48,1988

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H.C.F. Mansilla

ASPECTOS RESCAT ABLES DE LA CULTURA PREMODERNA

Summary: The goal of this essay is to placeemphasis on some aspects of premodem, i.e.pre-industrial culture in Latin America, and moreespecial/y in the Andean area. These aspectscontain some preservable and valuable elementsfor hurnan conviviality. The essay is a part of thepresent debate on post-modernismo The base ofthe analysis is the thesis that the present develop-ment of Latin American countries exhibits manynegativefactors, which are not due to backward-ness, but to a second-class modernization: toomany too big towns, ecological disarrays, isolationof the individual, demographic explosion, massphenomena of alienation, etc. Among the preser-vableaspects of the traditional order one can find:the extended family as a shelter of practical soli-darity, genuine religiosity as counterbalance toanthropocentrical ideologies, and aristocraticconception of art as a public aesthetics of highvalueand firmness.

Resumen: El objetivo del ensayo es llamar laatención sobre ciertos aspectos de la cultura pre-moderna, es decir, marcadamente pre-industrial, enAmérica Latina y en especial en el área andina,aspectos que contienen aún elementos razonablesy valiosos para la convivencia humana. El ensayose inscribe dentro de la actual discusión en torno alpost-modernismo. El punto de arranque es el reco-nocimiento de que el desarrollo actual de AméricaLatina denota factores altamente negativos, que sedeben no tanto al atraso, sino a una modernizaciónde segunda clase: hiperurbanismo, desarreglos eco-lógicos, aislamientos del individuo, fenómenos dealienación masivos, explosión demográfica, etc.Entre los aspectos rescatables del orden tradicional

se hallan: la familia extendida como ámbito desolidaridad práctica, la religiosidad genuina comocontrapeso a las ideologías antropocéntricas, y laconcepción aristocrática del arte como estética pú-blica de mayor valor y solidez.

La confrontación crítica entre los aspectos tra-dicionales y los modernos, que en singular amal-gama constituyen las actuales sociedades de transi-ción en América Latina, presupone un breve vista-zo a algunos factores históricos, cuyas consecuen-cias han sido de importancia indubitable para lapreservación de valores convencionales de orienta-ción y, simultáneamente, para la conformaciónespecífica de la civilización de la modernidad en elNuevo Mundo. Una visión crítica de ambos aspec-tos debe empezar por sopesar analíticamente losingredientes diversos y hasta dispares que compo-nen la herencia ibero-católica en nuestras tierras.El relativo atraso y el estancamiento secular deEspaña y Portugal no pueden ser disociados de untalante iliberal, dogmático y acrítico que permeódurante siglos todas las instancias de las sociedadesibéricas y que fue parcialmente responsable por laesterilidad de sus actividades filosóficas y científi-cas, por la propagación de una cultura política delautoritarismo y por la falta de elementos innova-dores en el terreno de la organización social. Elmundo moderno, basado en el desarrollo impetuo-so de la ciencia y la tecnología, en la industrializa-ción y en la creciente regulación metódica y ex-haustiva de la vida cotidiana, no fue prefigurado nipromovido por pensadores ibéricos; al sur de losPirineos y en el ámbito colonial dependiente deestas naciones faltaron durante siglos una com-prensión adecuada de los procesos modernizadores

Rev. Filosofía Univ, Costa Rica, XXVI (63,64),41-48,1988

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iniciados en otros países europeos, una voluntadpolítica de reformar sociedades petrificadas a lolargo de vastos períodos históricos y paradójica-mente, una actitud crítica con respecto a los facto-res negativos de la modernidad. Cuando las nacio-nes ibéricas y las latinoamericanas ingresaron al ar-duo camino de la modernización, lo hicieron co-piando indiscriminadame nte los modelos ya exis-tentes, ofreciendo muy poca resistencia a los as-pectos anti-humanos contenidos en aquellos siste-mas imitativo s de modernización, los cuales predo-minan aún hoy en la fase contemporánea de laevolución latinoamericana. La paradoja reside en elhecho de que los procesos de modernización enestas tierras coinciden con la búsqueda de unaidentidad genuinamente propia y el renacimientode tendencias autoctonistas, es decir, con factoresque impulsan una severa crítica a las sociedadesaltamente industrializadas, a las cuales se les acusade los principales males sufridos por las nacionessubdesarrolladas, tendencias, empero, que se hacendictar las metas mismas, los contenidos y las rutasdel desarrollo por aquella civilización metropolita-na que es el blanco de innumerables diatribas.

En estas tierras el resultado es una modernidadde segunda clase: hay enormes ciudades que po-seen todos los inconvenientes y pocas de las venta-jas de las grandes urbes del Norte; la importaciónmasilla de tecnologías ha dejado de lado el sustratocientífico, el espíritu crítico e indagatoria que hi-cieron posible la ciencia y, por consiguiente, el flo-recimiento técnico-industrial contemporáneo; laurbanización apresurada y la apertura de vastos te-rritorios suceden sin una preocupación colectivapor la contaminación ambiental y la destrucciónde la naturaleza; la construcción de institucionescívicas y políticas ha ocurrido prescindiendo de losdesignios de liberalidad, democracia, tolerancia ypluralismo que animaron los orígenes de aquéllasen el marco de la civilización occidental.

La recepción meramente instrumentalista de lamodernidad ha contribuido, junto con los efectosprácticos de una poderosa tradición intolerante, fa-nática y demasiado optimista, a desplazar modosde comportamiento y organización, a los que aho-ra se les atribuye el carácter de lo anticuado yde pasado por el rumbo pretendidamente inevitabledel progreso material e histórico, los que, sin em-bargo, han simbolizado y encarnan todavía hoy-en la literatura y en la memoria colectiva de mu-chos pueblos de la Tierra- diversos fragmentosaún válidos de una vida más plena y humana, deuna cosmologfa más sabia y de una convivencia

más sana que los principios comparables derivadosde la cultura de la modernidad. La herencia civili-zatoria que moldeó el continente latinoamericanohasta bien entrado el siglo XX (y en Bolivia por lomenos hasta la revolución de 1952) implicaba unarelación distanciada, escéptica y hasta ingeniosacon respecto a la administración pública, al Estadoy a sus instancias subordinadas; contenía ademásuna ética laboral que no exaltaba el trabajo metó-dico y continuado ni el ascetismo intramundano ala categoría de fin óptimo de la especie humana yactitud gratísima ante los ojos- de Dios -como lohace todavía la mayoría de las confesiones protes-tantes. También con respecto al fenómeno de lareligiosidad, a la disciplina social y a la estructura-ción de los grupos primarios el orden tradicionalha sabido conservar pautas de orientación más di-ferenciadas, ecuánimes y sabias que aquellas queprevalecen hoy en día en los centros metropolita-nos.

El orden tradicional poseía una concepciónmuy saludable en lo que atañe al trabajo. A éste nose le atribuía el altísimo valor que entretanto haalcanzado en las naciones altamente industrializa-das y, en particular, en los países socialistas; setrabajaba lo estrictamente necesario para un consu-mo razonable, pero no para los objetivos de la acu-mulación y el posible bienestar de generaciones fu-turas. Era relativamente desconocido el esfuerzosistemático en favor de una elevación incesante dela productividad. Sólo desde el punto de vista de laética protestante y del modernismo eurocéntricose puede menospreciar la vida contemplativa, ladedicación a la magia, al placer o a la creaciónartística, la comunicación con la naturaleza y laconsagración a actividades no productivas. La dis-tribución de poder, honor y riqueza estaba ligada,en un grado mucho más elevado que en el presen-te, a lo casual y contingente y no al rendimientoindividual en el proceso laboral -se puede afirmarque, en rigor, aquel sistema de asignación de méri-tos no estaba demasiado alejado de la azarosa justi-cia humana, para la cual rara vez existe una co-nexión racional entre esfuerzo y recompensa.

Dentro de esta posición eminentemente realistase consideraba que el ocio no es menos virtuosoque la laboriosidad; había un espacio para aquelotium cum dignitate de corte aristocrático, que hasido muy propicio al florecimiento de una genuinacultura y que hoy en día ha cedido su puesto a lagrosera combinación de trabajo alienado y derro-che plebeyo. No era una sociedad de holgazaneríapermanente, pero sí una donde no cabían ilusiones

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demasiado sublimes en torno a las retribuciones yconsecuencias en verdad modestísimas que se po-dían alcanzar mediante el trabajo honrado e infati-gable o por medio de estudios eruditos y profun-dos. En el saber superior se traslucían de modopatente la influencia y los ideales de la fracción dela clase alta dedicada al ocio, con la finalidad deimpresionar y hasta de engañar a los ingenuos (1).Después de todo, una de las funciones primordialesde todos los afanes intelectuales hasta nuestra épo-ca ha consistido en desorientar al resto de la socie-dad, y es una lástima que se haya diluido la antiguaactitud escéptica ante el saber convencional.

La civilización de la modernidad, tanto en suvariante capitalista como en sus experimentos so-cialistas, ha difundido el mito en sumo grado exi-toso, útil y convincente acerca de la igualdad delos mortales (igualdad liminar ante la ley, igualdadde acceso a las fuentes del poder político, igualdadde oportunidades en diferentes terrenos, especial-mente en el educativo), mito que permite encubrireficazmente una estructuración social altamente je-rárquica, enrevesada e injusta, cuyas característicasmás notables son la discreción y la intransparencia.La estratificación social en la España premodernano era menos arbitraria o rígida, pero dejaba reco-nocer inmediatamente la correlación efectiva de lasfuerzas sociales y la distribución de poder y presti-gio entre sus diversos estratos. Esto no quiere de-cir, evidentemente, que títulos, honores y gratifi-caciones hubieran correspondido a merecimientosindividuales que desde un criterio racional pudie-ran ser calificados de legítimos, pero conformabanen su totalidad un sistema aristocrático de signosostentativos, al cual no se le pueden rehusar algu-nos valores estéticos muy sólidos.

En contraposición a la época actual, la clase altaen la península ibérica y en las colonias poseía ungenuino interés por el ornato público, por un estilode vida propio y diferenciado y por el desarrollode un arte y una literatura congruentes con su es-fuerzo por sobresalir dentro de su medio. Las cla-ses dominantes del presente son, como se sabe, unconglomerado híbrido que no puede ni quiere disi-mular su origen plebeyo y sus parámetros de orien-tación basados en la chabacanería contemporánea.No han sabido crear una cultura propia y especí-fica y han adoptado más bien las pautas de com-portamiento, las preferencias y los gustos de lasclases medias norteamericanas de corte provincia-no. Es verdad que la aristocracia tradicional tuvosiglos para constituir su modo de vida y sus crite-rios depurados, sin tener que sufrir ni la crítica ni

la competencia serias de otros grupos sociales orga-nizados. Pero también es cierto que los estratosmás privilegiados del presente disponen de mediosfinancieros en una cantidad que la antigua noblezanunca hubiera imaginado como posible y de posi-bilidades de viajes, educación y diversidad de ofer-ta que son seguramente excepcionales en el decur-so de la historia universal.

Estas aseveraciones no deberían ser entendidascomo una apología de la antigua aristocracia. Espa-ña tuvo la desgracia, como la señaló José AntonioMaravall (2), de carecer de una clase alta indepen-diente en sentido financiero, político y educacio-nal, comparable a la nobleza de los otros países deEuropa Occidental; ya en el siglo XVII la claseseñorial española había dejado de ser un estamentojurídicamente organizado como tal, con un códigoético propio y con autonomía económica, paraconvertirse en una mera "élite del poder", subordi-nada a los favores y las dádidas de la corona, sincódigos propios de comportamiento y sin continui-dad institucional. Dos peculiaridades esenciales deesa "clase política" (T.B. Bottomore) ha preserva-do y hasta perfeccionado la actual élite social boli-viana: el saqueo del tesoro público como base de lapropia economía y la estulticia en el manejo de losasun tos de Estado. Thorstein Veblen (3) llamó laatención acerca de la similitud que, después de to-do, existiría entre el tipo ideal del delincuente y eldel representante de la clase alta: una misma "utili-zación sin escrúpulos de cosas y personas para suspropios fines", un idéntico "desprecio (... ) por lossentimientos y deseos de los demás" y una igual"carencia de preocupaciones por los efectos remo-tos de sus actos".

Pese a todas sus limitaciones, la vieja aristocra-cia tradicional protegió y fomentó un espacio don-de el arte pudo desplegar algunas de sus posibilida-des; la intuición eclesiástica y la preceptiva teológi-ea cercanaron un florecimiento mayor de las musas.Aquella atmósfera permitió, sin embargo, una cier-ta autonomía de los valores estéticos. El quehacerartístico pudo ser fructificado por la contempla-ción, la fantasía y el sentimiento, antes de queestas categorías cayeran en descrédito frente a lasnecesidades del actual mundo industrializado ytambién frente a los dictados del realismo socialis-ta (4). La cultura tradicional mostró, paradójica-mente, más comprensión por los aspectos positivosde la creación individual y subjetiva que la civiliza-ción de la modernidad, sin llegar, empero, a endio-sar el rol del artista. En aquel marco germinó laconcepción de que el arte representa una realidad

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más alta, pura y noble que la vida cotidiana; el artecomo una verdad superior y como encarnación dela promesse de bonheur se transformó en una pro-testa =subtime pero clara- contra lo profano yprosaico de la existencia real.

La civilización moderna, y especialmente esaimitación de segunda clase en tierras del TercerMundo, ha significado ciertamente un gigantescoimpulso liberador para aquellas fuerzas del indivi-dualismo que estaban latentes en el seno del anti-guo régimen, pero ha instaurado simultáneamenteuna tendencia vigorosa hacia el uniformamientoavasallador de toda la vida social. El principio derendimiento y la propensión a someter toda lagama de actos humanos bajo un mismo sistema denormas, criterios y valoraciones han contribuidoen forma enérgica a despojar a la literatura y alarte de su aura mágica, trascendente y excepcionaly a convertirlos en asuntos prosaicos como todoslos demás. El arte post-aurático deviene en mensajeideológico u objeto decorativo, dejando de lado lostemas que lo hicieron grande. El desprecio por labelleza, la sensibilidad, la pasión y el buen gusto hasido, empero, una constante del pensamiento re-presivo y reaccionario; sólo el arte que se concibe así mismo como búsqueda de armonía y bellezapuede desplegar su potencial revolucionario y mos-trarnos la posibilidad de una vida plenamente lo-grada (5). Este arte auténtico no se da en el senode aquellos movimientos contemporáneos que tra-tan de borrar las diferencias entre lo santo y loprofano, entre lo cotidiano y lo festivo, entre lopúblico y lo privado, entre lo lícito y lo delictivo,entre la cursilería y la maestría, entre la locura y larazón. La inclinación a estas deliberadas simplifica-ciones en nombre de la modernidad y el progresoapunta, en el fondo, a una destrucción del arte, delos valores humanistas y de la verdad inmersa enellos (6). El ensalzamiento inmoderado del artistahoy en día en conjunción con la carencia de cono-cimientos y criterios estéticos dentro de la nuevaclase dominante conduce a que cualquier capricho,experimento o aberración de aquél sea consideradacomo una genuina obra de arte; el carácter delibe-radamente rústico de ésta y su similitud con laesfera de lo profano son ahora argumentos en fa-vor de la calidad de la misma, de su profundidad ynovedad, de la singularidad de su mensaje y de laoriginalidad de su ejecución. En la sociedad pre-moderna todo este discurso habría sido desenmas-carado como el intento burdo de justificar la me-diocridad de gente sumamente vanidosa que se ha-bría equivocado de oficio. El respeto a la comuni-

dad de parte de los genuinos artistas se manifesta-ba en la sana costumbre de someter al veredicto delos entendidos unas pocas obras primorosamenteterminadas y en no fatigar la atención pública conmeros esbozos, proyectos y ocurrencias, que perte-necen, así sea por un mínimo sentido de decoro, ala vida privada del artista.

La arnb ivalencia de la civilización moderna conrespecto al individualismo -que ya fue menciona-da- hace ahora aparecer bajo una luz más positivauna de las características esenciales del orden tradi-cional. La familia extendida, la parentela, la amis-tad y otros vínculos primarios se hallan, como sesabe, en franco retroceso; ahora se los considera,no sin cierta razón, como residuos del pasado quehan perdido ya todo sentido o como instrumentosparticularmente detestables de control social. Porotra parte, la autonomía del individuo y la concep-ción sobre el carácter único de cada persona con-forman las conquistas más nobles y duraderas de lacivilización occidental; la modernidad se ha distin-guido por haber sentado las bases filosóficas, éti-cas, jurídicas y políticas para la defensa y el desen-volvimiento del individuo frente a aquellas instan-cias =como el Estado- que pueden coartar su li-bertad. Personalidades fuertes y autónomas requie-ren, sin embargo, de una atmósfera que les brindeinalterablemente amparo, seguridad, cariño y ca-lor; una identidad personal sólida se complementaadecuadamente con una identidad grupal bien esta-blecida, la cual representa una de las cualidadesdistintivas del orden tradicional. En casos de priva-ciones, emergencias y desgracias la familia extendi-da y la parentela solían actuar como instancias queofrecían ayuda, consuelo, aliento y protección demodo rápido, espontáneo y libre de formalidades.Estas instituciones, que ahora se nos antojan comoanticuadas y engorrosas, cifraban su honor en unsentimiento de responsabilidad social, que abarca-ba tanto la colaboración en caso de aprieto comoel conferir la sensación de calor hogareño a losnecesitados. Se puede argüir, con todo derecho,que esta visión del orden tradicional ha sido embe-llecida inmerecidamente por la parcialidad y lanostalgia. Las ventajas del antiguo orden resaltan,sin embargo, a la vista de las deficiencias que nosha legado la modernidad. La liberación del indivi-duo ha ido acompañada por la decadencia de losvínculos primarios y por la destrucción de un teji-do social formado a lo largo de milenios. Entre lasestigmas modernas hay que nombrar la anonirni-dad en las grandes aglomeraciones, la transforma-ción de la amistad en una relación instrumental

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para lograr contactos y favores, el abandono de losniños y los ancianos, la soledad generalizada, ladifusión del comportamiento asocial y la pérdidade una identidad equilibrada.

A la actual familia nuclear, celebrada como unsigno de progreso inequívoco, le incumben tareasmuy prosaicas: sus miembros deben ser flexibles,maleables, disponibles y manejables, es decir, acor-des a las exigencias siempre cambiantes de los apa-ratos productivos y administrativos. La adaptabili-dad y la elasticidad del hombre moderno estaríanevidentemente restringidas si éste conservase dema-siadas obligaciones familiares, ataduras sentimenta-les o reservas éticas. La sociedad moderna ofrecemuchísimas más oportunidades que la tradicional,pero exige igualmente el cumplimiento de muchasmás reglas de comportamiento que permanecen di-simuladas tras el velo del principio de rendimientoy de la razón instrumental (7); la transformacióndel hombre en un engranaje altamente efectivo dela fábrica o de la burocracia ha sido paradójica-mente posibilitada por la disolución de la autori-dad paternal y la metamorfosis de la familia en unaunidad de reproducción y consumo. Los hijos sehan liberado ciertamente de la tutela del pater fa-milias, pero carecen ahora de aquella figura centralque era al mismo tiempo el modelo ejemplar y lacausa de rebelión y, por consiguiente, el apoyoimprescindible para la formación de sólidas identi-dades autónomas. Sin esta constelación resulta másfácil conducir y hasta seducir a los individuos me-diante instituciones que encarnan autoridad demodo subrepticio, como los medios masivos de co-municación. En este contexto es apropiado llamarla atención sobre el hecho de que las visiones re-pulsivas del futuro humano, que aparecen en las"utopías negras" de George Orwell, Evgenij Zamja-tin y Aldous Huxley, se basan en la plasticidad yductilidad ilimitadas del género humano (8).

Algunas de las ventajas de la tradicionalidad-solidaridad recíproca, estabilidad afectiva, seguri-dad anírnica- estaban conectadas a estructuras so-ciales relativamente simples y florecieron en am-bientes francamente restringidos, en los cuales pre-valecía una jerarquía muy elemental de valores deorientación. El intercambio de informaciones conel mundo exterior estaba limitado a un mínimo yafectaba sólo los asuntos de la clase alta. Ante estasituación se puede argumentar -no sin razón- queel orden tradicional en su totalidad no tiene nadaque ofrecer al complejo mundo moderno, y menosaun en el terreno de las pautas de comportamien-to. Sólo después de conocer y experimentar los

lados negativos de la modernidad y el carácter om-nívoro de sus instituciones -como el Estado, elpartido, la burocracia, la nación, la opinión públicadecretada desde arriba-, se puede apreciar, porotra parte, lo positivo del ord en tradicional: susideologías fragmentarias, sus lealtades diluidas, sussistemas laxos y hasta incoherentes de control so-cial. Recién hoy, después de Hiroshima yAuschwitz, se puede percibir lo razonable en aque-llos regímenes sociales que hoy nos parecen algocaóticos, faltos de dinamismo, provincianos y ea-rentes de pretensiones con respecto a la propiaevolución.

El renacimiento de tendencias fundamentalistasy la propagación de sectas y mitos pseudo-religio-sos han reavivado el debate acerca del sentido y dela función actuales de la religión. Las más diversascorrientes del pensamiento moderno ven en las re-ligiones sistemas anticuados para aprehender la vi-da o construcciones de imágenes que el hombre seha hecho del mundo, imágenes que permiten ahoraestablecer una secuencia evolutiva en torno al co-nocimiento creciente que los mortales tienen deluniverso y en torno a la lógica inmersa en sus estra-tegias para domeñar la naturaleza y a sí mismos.Este interés, indudablemente científico, permane-ce indiferente con respecto al núcleo del fenómenoreligioso y lo equipara a los mitos, las leyendas, lasideologías y las especulaciones filosóficas, El ordentradicional y la sociedad española premoderna sa-bían que la religión es, ante todo, un conjunto deformas y actuaciones simbólicas que nos vinculacon las primeras, es decir, con las últimas condicio-nes de nuestra existencia. Lo rescatable del pensa-miento teológico reside en la actitud de modestiahumana frente a la creación, en aquel momento dehumildad ante la naturaleza y sus criaturas quelamentablemente no ha inspirado los dogmas ofi-ciales y la praxis secular de la Iglesia Católica. Deacuerdo a ese principio el conocimiento racionaldel universo y el desvelamiento científico de susmisterios no sería la palabra definitiva sobre la rea-lidad, ya que la verdad última no es traducible allenguaje humano; las categorías cognoscitivas delhombre están inseparablemente ligadas a nuestraorganización subjetiva. Nuestra comprensión delmundo no es totalmente objetiva y no podemos,por consiguiente, conocer lo absoluto y explicar enqué consiste. El anhelo de que este mundo contodos sus horrores y todas sus injusticias no sea loúltimo y definitivo y reconforta a los morta-les que no pueden ni quieren conformarse con lasiniquidades de nuestra vida. De esta manera Dios

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se convierte en la meta de la nostalgia y del home-naje humanos que no condescienden a aceptar y ajustificar lo inevitable. Dios cesa de ser un objetodel saber y poseer; El vuelve a ser la fuente deiluminación y consuelo (9).

La fe en lo Eterno y Trascendente contribuye arelativizar aquellos designios humanos de megalo-manía socio-política que pueden degenerar enfuerzas demoníacas y autodestructivas mediante elmal uso de los avances tecnológicos. El hombre,como ser finito y, simultáneamente, inclinado aldesacierto, a la soberbia y a la sobre estimación desí mismo, tiende a considerarse la conciencia y elfin del universo, y puede, por lo tanto, convertirseen un ídolo altanero que siente apetito por sacrifi-cios sangrientos y que pretende la transformacióndel universo según sus fantasías insanas. En una eraen la cual éstas pueden devenir realidad medianteel progreso científico y técnico, la fe religiosa pue-de significar un contrapeso al arcaico pecado delorgullo. La hybris humana tiene una dimensión lu-ciferiana que pasa fácilmente inadvertida en uncontexto secularizado como el actual. Fragmentosde religiosidad pueden contribuir a moldear uncomportamiento colectivo que sienta reverencia portodas las obras de la naturaleza -como lo queríaSan Francisco de Asís-, que fomente una toleran-cia no competitiva y que ponga en práctica el prin-cipio de una bondad global. Se congeniaría así lapercepción de la belleza del cosmos con el afectopor todas las criaturas, cumpliendo un postuladoque es común a diversas confesiones. Por otra par-te, la creencia en lo que trasciende nuestra limitadarealidad es necesaria para fundamentar la idea delo bueno: sin Dios es problemático el afirmar queel amor y la justicia sean mejores que el odio y lainiquidad. El salvar un sentido incondicional deluniverso sin Dios es una forma de vanidad. Todaacción virtuosa y benevolente pierde su aura sin lainvocación de lo divino (10).

La civilización de la modernidad tiende a desde-ñar el pasado como un mero antecedente, habitual-mente embarazoso, del presente y del futuro y asuponer que se puede construir un orden mejormediante sistemas tecnológicos-económicos que serigen por la razón instrumental. También en nues-tras tierras se va difundiendo la concepción tecni-cista de que se puede hacer tabula rasa con el pasa-do, con la diversidad regional, con las peculiarida-des históricas, étnicas y culturales y con las tradi-ciones colectivas; ahora se considera posible y de-seable la "construcción" del progreso social segúnlas pautas de proyectos técnicamente factibles.

Esta concepclOn no es popular sólo entre los tec-nócratas conservadores, sino también entre socia-listas radicales. Marx nunca ocultó su admiraciónpor los jacobinos franceses, quienes despreciabantodas las formas de organización social basadas enla variedad de lo que ha crecido históricamente enforma autónoma y original (11). La legitimidad delo moderno estriba en el éxito de los procesos tec-nológicos y en el desalojo de lo tradicional, reputa-'do actualmente como encarnación del atraso y lapobreza.

La diversidad en el plano socio-cultural es ellegado más importante del orden premoderno. Lacivilización industrial está vinculada en forma indi-soluble a una propensión enérgica en favor de louniforme, centralizado y normalizado, de modoque el proceso modernizador también ha signifi-cado el ocaso de las disparidad es culturales, el des-prestigio de los valores desarrollados históricamen-te y la denigración de las diferencias étnicos-regio-nales desplegadas a lo largo de siglos. En el marcode este proceso se han reducido discrepancias edu-cacionales, se han abolido desigualdades jurídicas yse han diluido pautas irracionales de comporta-miento, lo que ha conllevado obviamente una ma-yor justicia social y la base para un razonable pro-greso económico. Pero esta misma evolución tien-de también a desacreditar la idea de la heterogenei-dad, la concepción de lo positivo en la variedad y,por ende, toda imagen favorable a la pluralidad demodos de vida y modelos de evolución socio-histó-rica. El peligro inherente es la monotonía en laestructuración de las sociedades a nivel mundial, ladifusión universal de los cánones culturales de laclase media actual de los países ya altamente in-dustrializados, la desaparición de la policromía y lapolifonía entre los pueblos, la asimilación del cam-po a la ciudad, el equiparar las pequeñas poblacio-nes a las grandes urbes y el anhelo de igualar losestados periféricos a las naciones metropolitanas.

En comparación con el mundo de la moderni-dad, el orden tradicional denota una mayor diversi-dad de alternativas de organización política e insti-tucional. La industrialización ha traído consigo,tanto en su variante capitalista como en sus mode-los socialistas, la norma generalmente aceptada deque lo divergente es lo negativo; lo otro, lo hetero-géneo y 10 diferente adquiere ahora el tinte discri-minatorio de lo anticuado, regresivo y anormal. Loque no se adapta a estos parámetros es calificadode evolución deformada, insuficiente, raquítica,deficitaria y mediocre; "subdesarrollo" es porejemplo un concepto definido ex negativo por el

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estado de cosas prevaleciente en una sociedad ex-terna a la subdesarrollada, la cual acepta, sin em-bargo, las pautas normativas de aquella como lasúnicas realmente válidas. Todo sistema social pro-cura que su escala de valores posea una validezuniversal; el actual mundo industrializado ha sido aeste respecto sumamente exitoso, ya que sus patro-nes de orientación y desarrollo han sido adoptadossin muchas reticencias por el resto de la humani-dad. Esto ha contribuido eficazmente a que todoslos modelos sociales premodernos sean vistos hoyen día como sistemas inmersos en el estancamientoevolutivo o como deformaciones que se han idoapartando del crecimiento cabal y correcto.

La homogenización del mundo en conjuntocon el desdén colectivo por lo divergente puedellevar a un dominio absoluto e inescapable sobrehombres y recursos. El orden tradicional, con supluralidad de fenómenos jerárquicos y valores cul-turales, ha representado un obstáculo más o menosidóneo contra la administración centralizada de lavida social, contra el saqueo irrestricto de la natu-raleza y contra la manipulación exhaustiva de losciudadanos, convertidos ahora en súbditos contem-poráneos de un poder absoluto, más refinado, perono menos absorbente que el despotismo oriental.Lo que ahora es reputado como el elemento retró-grado y retardador de la tradicionalidad, constitu-ye también una traba no despreciable -aunquetampoco demasiado vigorosa- contra el surgimien-to de regímenes autoritarios y totalitarios de cortemoderno. En nuestrastierras, donde los programasmodernizantes gozan hoy en día de un prestigiosin precedentes, existe una opinión pública bastan-te favorable hacia regímenes tecnocráticos con al-gunos rasgos totalitarios: se supone que los planesde desarrollo pueden ser implementados de maneramás eficiente si no surgen limitaciones por mediode procedimientos parlamentarios engorrosos, dis-cusiones públicas o autonomías provinciales quereclaman sus derechos y si la movilización ampliade hombres y materia les puede ser llevada a cabode modo enérgico por un gobierno centralizadoque sepa hacer prevalecer sus decisiones hasta lasúltimas consecuencias. No es extraño que esteplanteamiento esté acompañado por la creencia deque la felicidad individual residir ía en la facultad,aceptada gustosamente, de someterse a un Estadopoderoso y opulento.

La evolución de Europa Occidental desde elsiglo XVII puede ser interpretada como un gigan-tesco proceso de domesticación de los instintos,sujeción de las voluntades, canalización de los an-

helos y disciplinarniento de las ambiciones indivi-duales en pro de objetivos sociales que se materiali-zaron a largo plazo, como la industrialización, laconsolidación del Estado nacional y la urbaniza-ción a gran escala. Aspiraciones personales, proyec-tos de vida al margen de esa gran corriente, fanta-sías extem poráneas y hasta sistemas filosóficos yteológicos fueron aniquilados por la tendencia adomeñar, amaestrar y subyugar todo lo espontá-neo que habían conservado los mortales. España,Portugal y sus respectivos imperios coloniales semantuvieron hasta fines del siglo XIX al margen deesa tendencia uniformadora; la preservación, par-cialmente hasta hoy, de individuos anárquicos,comportamientos anómicos, caprichos singulares,obstinaciones curiosas, inclinaciones anacrónicas yregionalismos exorbitantes, señala un grado afortu-nadamente menor de integración, normalización yrepresión sociales. Estos factores del orden tradi-cional son muestras perdurables del apego a lo he-terogéneo y de la afición a lo multiforme y vario-pinto, es decir, a lo genuinamente humano.

La filosofía y la ciencia nacieron también de laadmiración ante la belleza del cosmos y de la sor-presa ante lo inaudito y lo insólito. La condiciónfundamental de todo saber es la pasión por cues-tionar, descubrir y desvelar; la base del arte y de laliteratura es la irrupción de un entusiasmo por laverdad que se presenta como el propósito vehe-mente de exhumar y revelar la esencia encubiertade las cosas (12). Pasión y verdad forman unvínculo irreductible, el símbolo más noble de laexistencia humana. Pasión, entusiasmo y amor a laverdad y a la belleza constituyen la porción másinsigne de aquello que el orden tradicional nos halegado; la conciliación entre razón y sensualidad, lavictoria de Eros sobre la agresividad individual ycolectiva y la intervención de las pasiones noblespueden coadyuvar a humanizar la técnica, el con-sumo y la planificación y, por ende, a mitigar lasrigurosidad es de la civilización industrial.

Los valores del mundo premoderno pueden sercalificados de anticuados; fidelidad en lugar de co-dicia, solidaridad en vez de competencia, generosi-dad en lugar de parsimonia, amistad en vez deegoí smo, hogar sin burocracia, felicidad libre deesfuerzo y bienestar sin megalomanía. Pero aun asíson indispensables para hacer más llevadera nuestrasociedad que quiere indefectiblemente alcanzar enel lapso más breve de tiempo el grado de evoluciónhistórica de las naciones más adelantadas del Nor-te, sin percatarse de que la vida en éstas no es tansatisfactoria como se supone fuera de ellas.

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NOTAS

(1) Cf. Thorstein Veblen, Teoria de la clase ociosa,México: FCE 1963, p. 369, 371 sq. Acerca de aspectossociopsicológicos referidos a los conquistadores, es decir,al núcleo de la primera clase alta en la época de la coloni-zación española, cf. Jacques Lafaye, Los Conquistadores,México: Siglo XXI 1981; Francisco He:rre:ra Luque, Losviajeros de Indias, Caracas: Monte Avüa 1969.

(2) José Antonio Maravall. Poder, honor-y élites enel siglo XVII, Madrid: Siglo XXI 1979 p. 8, 160, 192,199, 256,292,301.

(3) Thorstein Veblen, op. cit., p. 243. Cf. en tornoal carácter retrógrado y a los valores de orientación de lasélites latinoamericanas el interesante libro de MarianoBaptista Gumucio, Latinoamericanos y norteamericanos.Cinco siglos de dos culturas, La Paz: Artística 1987, pp.352-353.

(4) Las reglamentaciones estéticas sólo han servidopara producir una cursilería clasicista y efímera: TheodorW. Adorno, Ohne Leitbild: Parva aesthetica. Frankfurt:Suhrkamp 1967, p ,26.

(5) Herbert Marcuse, Die Permanenz der Kunst (Lapermanencia del arte), Munich: Hanser 1977, p. 7 sq., 17sq., 29, 61.

(6) Cf. Jnrgen Habermas, Herbert Marcuse aberKunst and Reuolution (Herbert Marcuse sobre el arte y larevolución), en: Habermas, Kultur and Kritik. VerstreuteAufslltze (Cultura y crítica. Ensayos dispersos), Frank-furt: Suhrkamp 1973, pp. 346-350; cf. también ibid., p.320 sq.

(7) Cf. Klaus Horn, Dressur oder Erziehung (Do-mar o educar), Frankfurt: Suhrkamp 1967, p. 26

(8) Ro bert L. Heilbroner, Die Zukunft derMenschheit (El futuro de la Humanidad), Frankfurt:Suhrkamp 1976, p. 87.

(9) Max Horkheimer, Bemerkungen zur Liberalisie-rung der Religion (Notas sobre la liberalización de la reli-gión), en: Horkheimer, Sozialphilosophische Studien (Es-tudios socio-filosóficos}, Frankfurt: Fischer-Athenáum1972, p. 135 sq.

(10) Max Horkheimer, Die Sehnsucht nach demganz Anderen (La nostalgia por lo totalmente otro), Ham-burgo: Furche 1970, p. 41.

(11) Cf. la obra de Bernd Guggenberger, Wemnatzt der Staat? Kritik de r neomarxistischenStaatstheorie (A quién sirve el Estado? Una crítica de lateoría neomarxista del Estado), Stuttgart: Kohlhammer1974, p. 27 sqq.

(12) cr, Útto Pl5ggeler, Filosofía y política enHeidegger, Barcelona/Caracas: Alfa 1984, p. 3244. En suobra más brillante y duradera, Marx definió la pasión co-mo la fuerza esencial y dinámica del hombre, que lo im-pulsa a la realización de sí mismo en el mundo. Cf. KarlMarx, Nationalákonomie und Philosophie Economíapolítica y filosófica = Manuscritos de París), en: Marx,Die Frühschriften (Escritos tempranos), compilaciónde Siegfried Landshut, Stuttgart: Kroner 1964, p. 275.

H.C.F. MansillaCasilla 2049La Paz, Bolivia