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______________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ © Swami Dayananda Saraswati Traducción libre, 3ra edición 2001, Arsha Vidya Research & Publications Trust; www.vedanta.es 57 EL CONTEXTO DE LA GÌTË El contexto de la Bhagavadg¢t¡ fue proporcionado por la guerra en gran escala que tuvo lugar, en tiempos de K¤À¸a, entre dos facciones del clan real de los Kurus. Los pertenecientes al clan Kuru eran llamados Kauravas. La batalla se libró entre los cien hijos de Dh¤tar¡À¶ra, a quienes colectivamente se les conocía como Dh¡rtar¡À¶ras, y los cinco hijos de P¡¸·u, llamados P¡¸·avas. Todo el Mah¡bh¡rata, dentro del cual se encuentra la G¢t¡, es una obra literaria, un drama. Por consiguiente Vy¡sa, su autor, tuvo libertad para emplear su imaginación de forma creativa. Lo hizo tejiendo la trama entera de esta gran epopeya alrededor de algunos acontecimientos y personajes históricos. LOS KAURAVAS Cuando Dh¤tar¡À¶ra y P¡¸·u, los hijos de Vicitrav¢rya llegaron a la mayoría de edad, Bh¢Àma tuvo que establecer a uno de ellos como rey para gobernar a los Kauravas. A pesar de que Dh¤tar¡À¶ra tenía más edad que P¡¸·u, no era elegible para reinar por carecer del sentido de la vista. De acuerdo al dharma-¿¡stra, que establece exactamente quién puede o no reinar, para gobernar un reino, siendo una tarea difícil y de mucha responsabilidad, se necesita que el rey tenga plenas facultades. Consecuentemente, P¡¸·u se convirtió en rey. P¡¸·u era un gran hombre y gobernó bien. Respetaba a su hermano mayor, Dh¤tar¡À¶ra, y le concedió el estatus de rey, aún cuando realmente no estaba capacitado para gobernar. P¡¸·u inició una digvijaya (yendo en todas las direcciones norte, este, sur, oeste y conquistando a los reyes de diferentes reinos para subyugarlos) trayendo riqueza y prosperidad al reino. También extendió las fronteras de su reino. En una ocasión, P¡¸·u decidió ir al bosque junto con sus esposas Kunt¢ y M¡dr¢ y un gran séquito para ir de caza y disfrutar de la vida en el bosque. Un día se encontró allí con una pareja de ciervos que estaban jugando. Sin pararse a pensar, les disparó sus flechas hiriéndoles de muerte. En ese momento, los ciervos asumieron sus formas originales de un ¤Ài y su esposa. Habían adoptado la forma de ciervos y retozaban alegremente. Entonces el ¤Ài, cuyo nombre era Kindama, maldijo a P¡¸·u: que si se uniera a su esposa moriría instantáneamente y P¡¸·u, por tanto, nunca podría engendrar descendencia. Después de esto, P¡¸·u renunció a su reino e inició una vida de asceta en el bosque junto con sus esposas. Observó muchos tipos de prácticas ascéticas que también siguieron sus esposas Kunt¢ y M¡dr¢. De este modo, los tres llevaron una vida acorde con el v¡naprasth¡¿rama.

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© Swami Dayananda Saraswati Traducción libre, 3ra edición 2001, Arsha Vidya Research & Publications Trust; www.vedanta.es

57

EL CONTEXTO DE LA GÌTË

El contexto de la Bhagavadg¢t¡ fue proporcionado por la guerra en gran escala

que tuvo lugar, en tiempos de K¤À¸a, entre dos facciones del clan real de los Kurus. Los

pertenecientes al clan Kuru eran llamados Kauravas. La batalla se libró entre los cien

hijos de Dh¤tar¡À¶ra, a quienes colectivamente se les conocía como Dh¡rtar¡À¶ras, y

los cinco hijos de P¡¸·u, llamados P¡¸·avas. Todo el Mah¡bh¡rata, dentro del cual se

encuentra la G¢t¡, es una obra literaria, un drama. Por consiguiente Vy¡sa, su autor, tuvo

libertad para emplear su imaginación de forma creativa. Lo hizo tejiendo la trama entera

de esta gran epopeya alrededor de algunos acontecimientos y personajes históricos.

LOS KAURAVAS

Cuando Dh¤tar¡À¶ra y P¡¸·u, los hijos de Vicitrav¢rya llegaron a la mayoría de

edad, Bh¢Àma tuvo que establecer a uno de ellos como rey para gobernar a los Kauravas.A pesar de que Dh¤tar¡À¶ra tenía más edad que P¡¸·u, no era elegible para reinar por

carecer del sentido de la vista. De acuerdo al dharma-¿¡stra, que establece exactamente

quién puede o no reinar, para gobernar un reino, siendo una tarea difícil y de mucha

responsabilidad, se necesita que el rey tenga plenas facultades. Consecuentemente,

P¡¸·u se convirtió en rey. P¡¸·u era un gran hombre y gobernó bien. Respetaba a su

hermano mayor, Dh¤tar¡À¶ra, y le concedió el estatus de rey, aún cuando realmente no

estaba capacitado para gobernar. P¡¸·u inició una digvijaya (yendo en todas las

direcciones – norte, este, sur, oeste – y conquistando a los reyes de diferentes reinos para

subyugarlos) trayendo riqueza y prosperidad al reino. También extendió las fronteras de

su reino.

En una ocasión, P¡¸·u decidió ir al bosque junto con sus esposas Kunt¢ y M¡dr¢

y un gran séquito para ir de caza y disfrutar de la vida en el bosque. Un día se encontró

allí con una pareja de ciervos que estaban jugando. Sin pararse a pensar, les disparó sus

flechas hiriéndoles de muerte. En ese momento, los ciervos asumieron sus formas

originales de un ¤Ài y su esposa. Habían adoptado la forma de ciervos y retozaban

alegremente. Entonces el ¤Ài, cuyo nombre era Kindama, maldijo a P¡¸·u: que si se

uniera a su esposa moriría instantáneamente y P¡¸·u, por tanto, nunca podría engendrar

descendencia. Después de esto, P¡¸·u renunció a su reino e inició una vida de asceta

en el bosque junto con sus esposas. Observó muchos tipos de prácticas ascéticas que

también siguieron sus esposas Kunt¢ y M¡dr¢. De este modo, los tres llevaron una

vida acorde con el v¡naprasth¡¿rama.

Bhagavadg¢t¡

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El hecho de que no pudiera concebir hijos constituía una fuente de infelicidad para

P¡¸·u. A su esposa Kunt¢ el sabio Durv¡sas le había dado un mantra a modo de

bendición porque en una ocasión ella le había servido muy bien. Este mantra tenía el

poder de atraer hacía ella a cualquier Dios que invocara y bendecirla con un hijo. A

instancias de P¡¸·u, dio a luz tres hijos, Dharmaputra, Bh¢ma, y Arjuna, usando este

mantra. También ayudó a M¡dr¢ a concebir a los gemelos, Nakula y Sahadeva,usando el mantra. Posteriormente, incapaz de resistir la tentación, cuando P¡¸·u intentó

unirse a M¡dr¢, la maldición del ¤Ài's tuvo efecto y murió. Por haber sido el instrumento

que provocó la muerte de P¡¸·u, M¡dr¢ puso fin a su vida cometiendo sat¢ después de

encomendar a sus dos hijos al cuidado de Kunt¢. Tras ello, los ¤Àis del bosque llevaron a

Kunt¢ y a los cinco hijos de P¡¸·u a Hastin¡pura y los encomendaron al cuidado de los

más ancianos del clan de Kuru. El clan Kuru al completo aceptó a los cinco hermanos

como los legítimos herederos legales de P¡¸·u. Bh¢Àma encomendó a Dro¸¡c¡rya la

tarea de educar y entrenar en las artes de la arquería y de la guerra a todos los príncipes

— los cien hijos de Dh¤tar¡À¶ra y los cinco hijos de P¡¸·u. Una vez culminada su

educación, todos ellos demostraron sus habilidades en público en su ceremonia de

graduación. Entonces, con la decisión unánime de todos los ancianos, Dharmaputra, el

mayor de los P¡¸·avas, fue instaurado como príncipe coronado y se le encomendó la

responsabilidad de gobernar el reino.

Dharmaputra, también conocido con el nombre de YudhiÀ¶hira, era una persona

comprometida a vivir de acuerdo al dharma, a la rectitud, aun a costa de su propio

bienestar. Porque su nacimiento se debió a la gracia del Señor Yama, Dharmaputra se le

conocía también con el nombre de Dharmar¡j¡. El segundo hijo era Bh¢ma, un hombre

de arrojo y fuerza. Nacido por la gracia del Señor V¡yu, también él tenía un gran corazón

y vivía dedicado al dharma.

Además estaba Arjuna, el más versátil de todos ellos. Arjuna no sólo tenía un

dominio absoluto de la arquería, sino que también era todo un maestro en logística.

Conocía todo lo referente a la guerra. Sabía cómo organizar un ejército, cómo avanzar,

cómo luchar. Para todo esto existe un ¿¡stra, en el que se explican las distintas maneras

de ordenar un ejército en formaciones apropiadas, vy£has, para que cuando sean

eliminadas las primeras líneas de combate, haya otras líneas que las reemplacen. Todo

esto requiere mucho estudio y entendimiento. Además de ser un experto en el arte de la

guerra, Arjuna era muy hábil en la actuación y en las bellas artes. Era un bailarín y

músico excepcional y un hombre de gran renombre y fama, comprometido con el

dharma.

Nakula, el hermano que seguía en edad a los tres anteriores, era también un

arquero. A Sahadeva, el más joven, se le consideraba un hombre erudito, un jµ¡n¢, y un

gran astrólogo. Nakula y Sahadeva eran hermanos gemelos nacidos de M¡dr¢, por la

gracia de los dioses gemelos, A¿vini-kum¡ras, los médicos celestiales. Cuando fue

evidente que la guerra con Duryodhana era inevitable, Dharmaputra le preguntó a

Sahadeva cuándo debían los P¡¸·avas iniciar la guerra contra su primo, Duryodhana,

con el fin de ganarla. Sahadeva indicó a su hermano cuál era el momento preciso.

También Duryodhana, como sentía igualmente respeto por Sahadeva y su integridad, le

fué a preguntar cuál sería el momento más apropiado para comenzar la guerra contra los

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P¡¸·avas. Naturalmente que Sahadeva le dijo a Duryodhana la hora que sería propicia

para que la guerra resultara a su favor. Con sólo este episodio del Mah¡bh¡rata, se

presenta a Sahadeva como una persona extraordinaria, con todas las cualidades dignas

de un príncipe, como la habilidad en el tiro con arco y en la guerra. Sin embargo, gracias

a la gracia del Señor K¤À¸a, Duryodhana no empezó la guerra a tiempo.

Dharmaputra y sus cuatro jóvenes hermanos, juntos y con un total compromiso a

la ley del dharma, gobernaron el reino muy bien, y todos los ciudadanos estaban muy

satisfechos. Todos y cada uno hicieron llover alabanzas y elogios sobre los P¡¸·avas.

Esto marcó el inicio de todos los problemas, porque los hijos de Dh¤tar¡À¶ra,

especialmente Duryodhana, envidiaban a los P¡¸·avas y no les aceptaron como

gobernantes. Hicieron todo lo que pudieron para que los P¡¸·avas se encontraran

siempre con dificultades, a pesar de que, como príncipes, los Dh¡rtar¡À¶ras (hijos de

Dh¤tar¡À¶ra) fueron muy bien tratados por los P¡¸·avas gobernantes.

LA ENVIDIA DE DURYODHANA

Los P¡¸·avas crecieron con sus primos, los cien hijos de Dh¤tar¡À¶ra, en el

mismo palacio. Pero desde niños, Duryodhana y sus hermanos envidiaban a los

P¡¸·avas y confabulaban entre ellos para tratar de destruirlos. Así, los P¡¸·avas

crecieron inmersos en un ambiente de gran rivalidad y luchas constantes. Intentaban

comprender que sus primos eran celosos y los complacían tanto como podían.

Y ahora que la gente estaba muy contenta de que Dharmaputra fuera su príncipe

reinante, la envidia de Duryodhana no tenía límites. Desde el momento en que

Dharmaputra fue coronado príncipe, Duryodhana comenzó a maquinar cómo usurparle

el trono. Conspiró con su tío áakuni1, Kar¸a

2 y sus hermanos para matar a los

P¡¸·avas. Con la aprobación implícita de Dh¤tar¡À¶ra, Duryodhana conspiró para

matar a los P¡¸·avas en V¡ra¸¡vata. Dh¤tar¡À¶ra les envió a V¡ra¸¡vata bajo el

pretexto de pedirles que presidieran un utsava. Duryodhana ya había mandado construir

un palacio con sustancias inflamatorias, para que se alojaran en él durante su estancia, y

había enviado a uno de sus agentes con la instrucción de que, cuando el momento fuera

propicio, prendiera fuego al palacio de forma que pareciera un accidente. Esto sería el fin

de los P¡¸·avas.

1

áakuni era el hermano de G¡ndh¡r¢, la madre de Duryodhana. Fue el vil intrigante que aconsejó a

Duryodhana en sus acciones contra los P¡¸·avas. 2

Kar¸a era en realidad el hijo de Kunt¢, concebido por la gracia del Dios Sol, cuando ella estaba

experimentando con el mantra que el sabio Durv¡sas le había dado cuando era todavía una joven

doncella. Al nacer el niño, por temor a la reacción social, depositó a la criatura en una cesta y la dejó

flotando en el río Ga´g¡. Un auriga lo encontró y lo educó como si fuera su hijo. Kar¸a era muy

valeroso y se convirtió en un gran arquero. Acudió a la Ceremonia de Graduación de los príncipes

Kuru para probarse a si mismo y conseguir aceptación social. Retó a Arjuna, pero no se le permitió

participar en el campo por no ser un kÀatriya. En medio de esa humillación, Duryodhana vino en su

rescate y le coronó como rey de A´gade¿a. Desde entonces se convirtió en el más devoto amigo de

Duryodhana.

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Pero como Vidura3 ya conocía la conspiración les advirtió e hizo planes en secreto

para que pudieran escapar. Todo el mundo asumió que los P¡¸·avas habían perecido en

el fuego. Excepto Vidura, nadie sabía que habían escapado. Los P¡¸·avas vivieron de

incógnito por un tiempo y se fueron al svayaÆvara de Draupad¢, que era la hija del rey

de P¡µc¡la. Arjuna ganó la prueba y los cinco hermanos se casaron con Draupad¢ y

regresaron a Hastin¡pura.

En esta ocasión, los más ancianos de la familia de los Kuru decidieron poner fin al

conflicto dividiendo el reino en dos mitades — una parte para los Dh¡rtar¡À¶ras y la

otra para los P¡¸·avas. La parte menos desarrollada y productiva del país, llamada

Kh¡¸·avaprastha, fue la que les tocó a los P¡¸·avas en el reparto. Hastin¡pura

misma con todas las prósperas y productivas tierras que la rodeaban, fueron para los

Dh¡rtar¡À¶ras. Pero los P¡¸·avas aceptaron la decisión y se marcharon a

Kh¡¸·avaprastha. Con la ayuda del Señor K¤À¸a, del Señor Indra y de los arquitectos

divinos, los P¡¸·avas transformaron la tierra en fértil y construyeron para sí una

hermosa capital, que fue llamada Indraprastha. YudhiÀ¶hira envió a sus hermanos en

las cuatro direcciones en digvijaya y ellos cumplieron trayendo riquezas y haciendo de

su país un lugar próspero y poderoso.

Vy¡sa pidió a Dharmaputra que realizara un gran yajµa, llamado r¡jas£ya, en el

que se distribuyeran dinero y alimentos, y en ese yajµa, a Duryodhana se le encargó la

distribución del dinero. Éste tenía fama de generoso y, si el dinero era de otros, regalaba

aún más. Todo el mundo participó en ese yajµa de alguna manera, y ésta fue la forma en

que Duryodhana contribuyó.

Después del yajµa, la gente empezó a alabar a Dharmaputra y a sus hermanos.

Esto ocasionó todavía más celos en Duryodhana. No soportaba ver la prosperidad de los

P¡¸·avas. Quería Indraprastha para sí. Pero sabía que no podía ganar en una guerra

con los P¡¸·avas. áakuni le aconsejó que invitara a Dharmaputra a jugar una partida

de dados y le dijo que jugaría en lugar de Duryodhana y que ganaría para él

Indraprastha y todas las propiedades de los P¡¸·avas. Con el consentimiento de su

padre, Duryodhana invitó a Dharmaputra a jugar a los dados. El plan le salió bien a

áakuni, el intrigante tío de Duryodhana, porque Dharmaputra perdió todo lo que tenía.

LA DEBILIDAD DE DHARMAPUTRA: APOSTAR A LOS DADOS

Dharmaputra aceptó la invitación a jugar a los dados, porque se consideraba que

era un kÀatriya-dharma el no negarse ante una invitación a este juego. Pero es que,

además, le gustaba mucho este juego. Ésta era su debilidad. Pero no había contado con

tener que jugar contra áakuni, que era un gran experto en el juego. Dharmaputra no

estaba a la altura de jugar con áakuni, incluso en un juego sin trampas. Pero áakuni no

tenía ninguna intención de jugar limpio. Sin sospechar que áakuni había cargado los

dados, Dharmaputra pensaba que, con cada subsecuente jugada, iba a lograr recobrar lo

perdido. En vez de eso, aguijoneado por áakuni para que apostara más y más, perdió la

3

Vidura era otro hermano de P¡¸·u y Dh¤tar¡À¶ra. Su madre era una sirvienta y por ello no tenía

derecho a gobernar el reino. Era un ministro del gobierno real y una buena persona. Era el dharma

encarnado. Muchas veces intentaría dar buenos consejos a Dh¤tar¡À¶ra.

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corona, el reino, sus hermanos, a sí mismo y todo — incluyendo su esposa, Draupad¢, a

quien se la consideró también como parte de sus bienes. Fue áakuni el que le insinuó a

Dharmaputra que apostara a Draupad¢ para ver si ganaba y recuperaba todo lo que

había perdido. Por ser ésta la manera de pensar de los que tienen el vicio de apostar a los

juegos de azar, Dharmaputra creyó que al fin esto le traería buen resultado, y al jugarla

la perdió también a ella.

Todas las narraciones en el Mah¡bh¡rata arrojan luz sobre ciertas virtudes o

debilidades humanas. Esta historia nos revela que el juego de los dados es una debilidad,

y que un apostador se juega lo que sea. Aquí hay un valor implícito y el valor debe ser

entendido. La debilidad de Dharmaputra era apostar, ¡y el precio que pagó fue altísimo!

La narración continúa diciendo cómo Draupad¢ fue llevada al palacio donde

Du¿¿¡sana, el hermano de Duryodhana, la insultó y la atacó tratando de despojarla de

su sari. Pero cuando tiraba del sari con intenciones de desnudarla, K¤À¸a vino en su

ayuda haciendo que el sari se hiciera más y más largo, hasta que su atacante cayó agotado

por el esfuerzo. A pesar de que los presentes sentían afecto por ella y la apoyaban, por

razones de dharma, nadie pudo hacer nada para rescatarla. Dharmaputra había jugado a

su esposa en una apuesta y el otro la había ganado. Cualquier cosa que aquél hombre le

hiciera a ella, o que éste permitiera que otros le hicieran, estaba dentro del marco de su

derecho. Los furiosos P¡¸·avas debían permanecer testigos impotentes, y por su

compromiso con el dharma, tuvieron que controlarse para no intervenir y detener los

malvados actos de Du¿¿¡sana. El único apoyo que Draupad¢ tuvo, y que la salvó de

mayores humillaciones, fue la gracia de K¤À¸a.

EL EXILIO DE LOS PËÛÚAVAS

Los P¡¸·avas se sintieron humillados. Los otros cuatro hermanos estaban

obligados a seguir a Dharmaputra, tanto por motivos de honor como por el amor que

le profesaban. Eso evitó que mataran a Duryodhana y a todos los demás, allí mismo y

en ese momento. De modo que permanecieron allí frustrados y con rabia contenida,

mientras Draupad¢ apelaba a los ancianos de la asamblea para que hicieran justicia.

Surgieron muchos signos de mal augurio en ese momento. Entonces Bh¢ma declaró que

en una guerra futura mataría a Duryodhana y Du¿¿¡sana. Arjuna anunció que mataría a

Kar¸a. Sahadeva juró que mataría a áakuni. Nakula, por su parte, juró que mataría al

hijo de áakuni. Estos juramentos eran terribles y aterradores.

Ante esto, Dh¤tar¡À¶ra perdió los nervios y prometió a Draupad¢ que recuperaría

todo para los P¡¸·avas y que deberían perdonar y olvidarlo todo y retornar a

Indraprastha. Entonces, Bh¢Àma, Dro¸a, y también otros venerables ancianos, le

dijeron a Duryodhana que todo lo que había ocurrido era incorrecto y que

Dharmaputra debería seguir gobernando el reino. Pero Duryodhana no estaba

dispuesto a ceder ni un ápice. Y en ese momento todos estuvieron de acuerdo en jugar

una vez más, con la condición de que si los P¡¸·avas ganaban recuperarían su reino y

que, si perdían, deberían exilarse durante doce años en el bosque, un periodo durante el

cual Duryodhana gobernaría el reino. Sin embargo, cuando retornaran, el reino les

sería devuelto a los P¡¸·avas.

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Duryodhana aceptó esta condición, con un cambio: que, durante un año adicional,

los P¡¸·avas deberían vivir de incógnito sin ser reconocidos por nadie. Si cualquiera de

ellos era descubierto, deberían servir durante otro periodo de doce años en el bosque, más

otro año viviendo de incógnito — ajµ¡tav¡sa. De esta manera Duryodhana estaba

seguro de que podría enviar a los P¡¸·avas de nuevo al exilio por otros trece años,

puesto que tenía muchos espías distribuidos por todo el reino. Pensó que al menos uno de

los P¡¸·avas sería reconocido.

Así fue como los P¡¸·avas se vieron obligados a vivir doce años en los bosques y

un año de incógnito en el reino de Vir¡¶a. Cada uno se empleó en el palacio del rey:

Dharmaputra como acompañante del rey, Bh¢ma como cocinero especial, Arjuna como

profesor de baile y música de las mujeres. Arjuna había sido maldecido con perder la

masculinidad por la doncella celestial Urva¿¢. El Señor Indra había dulcificado esa

maldición, de forma que tuviera efecto durante un periodo de un año a su elección. Así

que Arjuna optó por que tuviera efecto en este periodo de ajµ¡tav¡sa. Y les enseñó

música y danza a las mujeres de la corte del rey de Vir¡¶a. De esta manera los P¡¸·avas

vivieron el año restante sin que nadie los reconociera.

Pero Duryodhana, sospechando que los P¡¸·avas se encontraban en Vir¡¶a,

urdió una escaramuza fronteriza para forzarlos a que salieran a descubierto. Arjuna sí

salió, en unión del Príncipe de Vir¡¶a, pero lo hizo en el momento justo en que el período

de un año ya había terminado. Fue Bh¢Àma quien le dijo a Duryodhana que, de acuerdo

al calendario lunar, no cabía duda de que el tiempo de exilio había terminado. Todo lo

que el complot de Duryodhana produjo fue que Arjuna les dio a él, y a Kar¸a y su

gente, un buen susto. Ese fue un gran día para Arjuna, la llegada del día que durante

tanto tiempo había esperado.

EL RETORNO DE LOS PËÛÚAVAS

Los P¡¸·avas regresaron a reclamar su reino, pero Duryodhana se negó a

devolvérselo. Todas las peticiones para convencerle de que cambiara su posición fueron

inútiles. Bh¢Àma, en unión de otras personas altamente respetables, aconsejaron a

Duryodhana que les restituyera el reino, pero, aun así, rehusó hacerlo.

Duryodhana había gozado de poder absoluto durante trece años. El poder

corrompe —y el poder absoluto corrompe absolutamente. Duryodhana se encontraba

ahora tan corrompido que no podía darle a los P¡¸·avas ni siquiera un centímetro

cuadrado del reino. Los P¡¸·avas, por su parte, con el deseo de evitar una guerra,

estaban dispuestos a aceptar cualquier cosa que les dieran. Le rogaron a K¤À¸a que los

ayudara. Bh¢ma, aunque había jurado destruir a sus primos para vengar a Draupad¢, le

imploró a K¤À¸a que impidiera la guerra a como diera lugar. Todos le dijeron a K¤À¸a,

‘La guerra será el fin de la familia entera y no queremos eso. Estamos dispuestos a recibir

cualquier cosa, pero haz que prevalezca el dharma. De no ser así, esto es adharma, es

impropio. Se espera de nosotros que defendamos el dharma. Estaremos obligados a

luchar y no deseamos hacerlo. Por favor, haz posible que esta guerra se evite.’

Pero ni la elocuencia de K¤À¸a, su fuerza de convencimiento, ni su inteligencia

para negociar, sirvieron de nada. Duryodhana fue un hueso muy duro de roer. Su actitud

hacia sus primos estaba fundada en el hecho de que eran príncipes, miembros de la clase

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gobernante. Eran valientes y estaban muy bien armados. ‘Déjalos que peleen,’ le dijo, ‘y

que tomen el reino como deben. Yo no se lo devolveré. Ya les declaré la guerra. Si

quieren el reino, me lo tienen que quitar enfrentándose a mí en el campo de batalla, en

KurukÀetra. Si no quieren hacer eso, que retornen a vivir a los bosques. Allí no los voy a

molestar.’

En su papel de mediador, K¤À¸a le había pedido a Duryodhana que cediera por lo

menos un poco. Le dijo, ‘Dales un estado con cinco distritos. Dales un distrito con cinco

condados. Dales un condado con cinco aldeas. Dales una aldea con cinco casas. Dales

una casa con cinco habitaciones.’ Duryodhana les rehusó a los P¡¸·avas hasta la más

mínima porción de tierra.

Por consiguiente, el reino dejó de ser el objeto del conflicto, para pasar entonces a

convertirse en una cuestión de dharma, de principios entre lo que es correcto y lo que no

lo es. Por derecho los gobernantes eran los P¡¸·avas, aunque, de hecho, era

Duryodhana quien administraba el reino. Los P¡¸·avas eran los legítimos gobernantes,

los gobernantes en el exilio, y Duryodhana era un usurpador que continuaba ocupando el

trono. Permitir que un usurpador rija un reino es permitir que la injusticia, adharma,

quede impune. Si el rey mismo vive en adharma, ¿qué será de ese reino?

De la misma manera que, para evitar que el ganado se meta y se coma la cosecha,

sería incorrecto que se instalara un cerco dentro de una parcela destruyendo la cosecha,

tampoco es correcto que un gobernante destruya el dharma. Los reyes, todos los

gobernantes, son como los cercos protectores. Si los gobernantes empiezan a seguir

adharma, ese reino deja de ser un sitio digno para vivir en él.

Tenemos una oración diaria que dice, ny¡yyena m¡rge¸a mah¢Æ mah¢¿¡Å

parip¡layant¡m — Que todos los gobernantes del mundo dirijan sus reinos de acuerdo

al sendero de la justicia. Se dice esto porque el término ‘gobernante’ implica justicia.

Pudiera ser tu propio hijo o tu sobrino político quien haya cometido una injusticia, pero

aunque así fuera, esa persona debe recibir el castigo que el crimen merece. Este es el

deber de un gobernante. Se esperaba de los P¡¸·avas que protegieran el dharma, la ley

y el orden, y Duryodhana había actuado de forma completamente contraria a ello. El

dharma y la justicia tenían que ser reinstaurados.

Por todo esto, los P¡¸·avas no podían evitar la guerra, aunque buscaron todos los

medios posibles para evitarla. Al negarse Duryodhana a devolverles el reino, el Señor

K¤À¸a no tuvo otro remedio que entregarle a Dharmaputra, los guantes del desafío,

diciéndole, ‘Me da pena. No pude obtener de Duryodhana ni siquiera un centímetro

cuadrado del imperio. Lo intenté todo. La situación es imposible. Aquí tienes los guantes.

Tienes que pelear. No hay otra manera.’

SE DECLARA LA GUERRA

Muy a su pesar, Dharmaputra aceptó que era necesario combatir. Entretanto,

ambos ejércitos habían empezado a recabar cuanto apoyo podían. Duryodhana, por ser

el rey, podía persuadir a la gente para que se le uniera, sobornando a quienes estaban

dispuestos a ceder. Ese tipo de gente está dispuesta a ignorar lo bueno y lo malo cuando

les conviene. Fue así como Duryodhana, empleando su dinero, su poder, sus tierras y su

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posición, logró reunir una gran cantidad de gente, reinos, ejércitos y pertrechos — todo lo

necesario para entablar una guerra.

Los reinos vecinos vieron que, si no apoyaban a Duryodhana, iban a tener que

enfrentarse a las consecuencias. Duryodhana era el emperador y ellos no eran sino

simples reyes y jefes de tribus. Sabiendo Duryodhana que éstos podían haber escogido

unirse a los P¡¸·avas, envió a sus hermanos y a mensajeros especiales para conseguir su

apoyo. Accedieron unirse a sus filas, movidos principalmente por el miedo. A esto se

debió que fueran muy pocos los que se negaran a apoyarlo, y eligieran actuar por su

convicción de vivir de acuerdo al dharma.

Siempre son pocas las personas que, dentro de una sociedad, viven sus vidas de

acuerdo al dharma. Leemos en un verso Tamil, que la calidad de estas personas son

causa de que las lluvias lleguen, de que los vientos soplen y de que las aguas que fluyen

encuentren su nivel, queriendo decir con esto que en esa sociedad existe un cierto orden.

Aquí también hubo ciertas personas que, por su compromiso con el dharma, no se

dejaron amenazar por Duryodhana, y menos aún fueron tentadas por las ofertas que les

hacía. Sin que fuera necesario que las sobornaran, esas personas se unieron a las filas de

los P¡¸·avas.

EL DHARMA DE LA GUERRA

La guerra fue abiertamente declarada. Nada se preparó con sigilo porque, en

aquéllos días, hasta la guerra estaba regida por el dharma. No existían los ataques

sorpresivos, en los que, mientras un lado se preparaba para la guerra, el otro lo cogía

desprevenido. Ni tampoco se podía atacar a un hombre desarmado. Si un guerrero iba en

un carro de combate, el contrario también tenía que estar subido en su carro, antes de que

pudiera entablarse la lucha.

Existían, por consiguiente, ciertas reglas que tenían que seguirse y fue de esta

manera cómo se libró la batalla entre los P¡¸·avas y Duryodhana. Se acordó el

momento de iniciarla, y la lucha no empezó hasta ese momento. También se acordó el

lugar — KurukÀetra, localizado al norte de Delhi.

Al comienzo de la G¢t¡, las fuerzas de Duryodhana y los seguidores de

Dharmaputra ya están congregados. El comandante en jefe del ejército de Duryodhana

era el invencible Bh¢Àma, el portentoso y más anciano miembro de la familia Kuru. A

pesar de que Bh¢Àma era un hombre establecido en el dharma, se sentía obligado a estar

con Duryodhana porque le había prometido a su padre que siempre estaría al lado de

aquél que gobernara Hastin¡pura. Y en el momento en que comenzaba la guerrra,

legítimamente o no, Duryodhana era el que estaba al frente del gobierno y por tanto

Bh¢Àma estaba obligado a luchar a su lado.

Aunque Dro¸a había sido maestro de arquería tanto de los Dh¡rtar¡À¶ras como de

los P¡¸·avas, su corazón estaba con los P¡¸·avas. Pero Duryodhana lo había hecho

sentirse tan presionado que Dro¸a tuvo que acceder a unirse a sus filas. Y además,

Dro¸a tenía mucho cariño a su hijo, A¿vatth¡m¡. De hecho, se podría decir que

A¿vatth¡m¡ era su debilidad. Y A¿vatth¡m¡ era amigo de Duryodhana. Esta era otra

razón para que Dro¸a permaneciera al lado de Duryodhana. K¤p¡c¡rya también se

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sentía obligado a estar del lado de Duryodhana. Kar¸a, por supuesto, era amigo de

Duryodhana y muy leal a él. Debido a su excepcional destreza con el arco, Kar¸a era la

respuesta de Duryodhana a Arjuna. Había sido reconocido como un gran arquero por

Duryodhana y le había obsequiado un pequeño reino. Ese gesto fue suficiente para

comprometer de por vida a Kar¸a con Duryodhana.

Todos los que de alguna forma estaban comprometidos con Duryodhana habían

acudido al campo de batalla para luchar por su causa. Se encontraban muy bien

equipados con armamentos, y contaban con destreza y un completo conocimiento del arte

de la guerra. De la misma manera que los ejércitos de la actualidad poseen tanques, allí

había divisiones de carros bélicos, de caballería, regimientos de camellos como montura,

de elefantes y de infantería. Con todo este apoyo, Duryodhana se encontraba listo para la

lucha.

Los P¡¸·avas también estaban preparados y la batalla estaba a punto de comenzar.

Todos los ojos estaban puestos en Arjuna porque era a él a quien todos esperaban ver en

acción. ¡Y los balcones del cielo se encontraban repletos porque hasta los dioses mismos

querían verlo! Para agregarle colorido a aquella escena, K¤À¸a estaba sentado delante de

Arjuna como su auriga. K¤À¸a era la atracción especial. Arjuna ya era el ídolo querido

por todos, pero para darle más interés, K¤À¸a también estaba presente. Así, todos los ojos

estaban fijos en Arjuna, cuyo carro de guerra estaba siendo conducido nada menos que

por K¤À¸a, el Señor mismo.

UNA CUENTA QUE SALDAR

Ésta era entonces la situación, cuando la G¢t¡ estaba a punto de comenzar. Arjuna

tenía una gran cuenta que saldar con sus primos. Desde su niñez hubo muchas ocasiones

en las que se hubiera desquitado con Duryodhana, pero ni su madre ni su hermano

mayor se lo habían permitido. El incidente en que se vio envuelta Draupad¢ fue el último

insulto. Así que se proponía dar una lección a todos los Dh¡rtar¡À¶ras.

Todas las armas que hasta este día había acumulado iban a tener la oportunidad de

cumplir su cometido. No eran simples flechas, sino una clase completamente diferente de

armamentos; eran misiles. Uno de esos proyectiles salía emitiendo fuego como una

bomba incendiaria. Otra arma tenía la capacidad de neutralizarlo saturándolo con agua.

¡Con proyectiles como esos sería una gran batalla! En las páginas del Mah¡bh¡rata

pueden encontrarse descripciones muy elaboradas de estas armas y misiles.

Esas magníficas armas habían sido acumuladas por Arjuna anticipando la ocasión

apropiada que le permitiera emplearlas. La guerra del dharma a punto de comenzar era

exactamente esa ocasión. Por lo general las guerras tienen su base en el adharma de

ambos contrincantes, pero aquí el adharma se encontraba solamente en una de las partes

en contienda.

Cuando un guerrero lucha por el dharma, todas sus armas y habilidades se vuelven

útiles. Cobran vida y no se desperdician. El guerrero entonces no pensará que ha

desperdiciado su vida acumulando armamentos que nunca pudo utilizar. ¡El guerrero que

no tiene la oportunidad de combatir después de haber acumulado armamentos durante

cincuenta o sesenta años, está condenado a contraer artritis y desear haber estudiado

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geología en vez de dedicarse a eso! Le pesará lo que ha hecho porque no habrá tenido

oportunidad de probar su valentía. Por tanto, para un kÀatriya como Arjuna, ese era un

gran día para probarse a sí mismo. Él era un príncipe y había estado soportando muchos

insultos e injusticias. El ‘día D’ había llegado para él. Habiendo esperado tanto que

llegara este día, es natural que Arjuna estuviera inflamado con la furia de un guerrero.

Le ordenó a K¤À¸a que condujera su carruaje hasta dónde pudiera ver a todos

aquellos con los que iba a luchar. Arjuna no podía combatir contra soldados ordinarios.

Tenía que determinar cuáles eran los jefes contrincantes con los que iba a combatir, para

asegurarse que fueran de su misma categoría. Como buen auriga, K¤À¸a le respondió ‘¡Sí

Señor!,’ y condujo el carro hasta donde Arjuna pudiera tener un panorama completo de

los dos ejércitos.

LA ANGUSTIA DE ARJUNA

Cuando Arjuna miró a su alrededor se desplomó en su asiento, no por el miedo

sino porque se percató de un hecho: que las personas que iba a destruir eran personas

cuya vida y compañía preferiría mantener. Pensó, ‘mi vida estará vacía si me faltan.

¿Cómo puedo destruir a mi propia familia, aquéllos de los que formo parte? Estas son las

personas que están ahora frente a mí. ¿Cómo puedo destruir a toda esta gente?’

Casi todos los individuos que Arjuna vio eran ciudadanos de este gran reino.

Duryodhana los había reclutado a todos, y después de recibir un rápido entrenamiento,

fueron llevados al campo de batalla. Esto era evidente por su vestimenta. No sabían ni

siquiera abotonarse las camisas de sus uniformes y caminaban de manera grotesca debido

a sus pesadas, y extrañas para ellos, botas de combate. Eran obviamente nuevos reclutas,

a los que se les había arrastrado para convertirlos en pasto donde prenderían las flechas

de Arjuna.

No solamente había muchos ciudadanos en las filas opuestas, sino que también en

las propias había mucha gente inocente. Arjuna empezó entonces a pensar que nadie

ganaría en esta guerra. Por vivir de acuerdo al orden moral, el dharma, tanto Arjuna

como sus hermanos hacían siempre lo correcto y evitaban hacer lo incorrecto. Si habían

dado su palabra la cumplían y sus actos eran siempre irreprochables. Vivían su vida de

acuerdo a este dharma. Pero la vida de Duryodhana y sus hermanos, con la excepción

de Vikar¸a, era todo lo contrario. Vivían una vida censurable, adh¡rmika. Por

consiguiente, la guerra era una lucha entre el dharma y el adharma.

Esta batalla se interpreta a menudo como representativa de un conflicto que tiene

lugar en el interior del cuerpo físico, en el que el cuerpo es el producto de cierta clase de

dharma — de los buenos actos. En esta interpretación al cuerpo se le llama dharma-

kÀetra (kÀetra significa ‘lugar’.)

EL CONOCIMIENTO DE LO CORRECTO E LO INCORRECTO ES UNIVERSAL

Si al cuerpo físico se le considera dharma-kÀetra,4 entonces KurukÀetra es tu

propia mente en la cual hay conflictos entre dharma y adharma — lo que debe y lo que

no debe hacerse; lo correcto y lo no correcto. Por supuesto que estas cosas ya las sabes,

4

kÀetra significa ‘campo’, ‘lugar’.

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pues tienes un cierto sentido innato acerca de ellas. Nadie puede alegar que no sabe lo

que está bien y lo que está mal. Este conocimiento es universal.

¿Qué queremos indicar al decir conocimiento universal? He aquí un ejemplo: todos

los monos, como nacen para vivir en las ramas de los árboles, necesitan contar con un

cierto conocimiento de la ley de gravedad — y lo tienen. Si pudieras observar a la mamá

mona, verías que no se preocupa de si su cría está bien abrazada a ella mientras salta de

rama en rama. Sin embargo, la cría se sostiene del pecho de su madre para salvar su

propia vida. Indudablemente tiene miedo de caer, mientras que la madre no. Ella

simplemente continúa saltando de rama en rama, mientras su cría se abraza fuertemente a

ella.

Pero supongamos que para adquirir el conocimiento de que existe una ley de la

gravedad operando, la cría del mono tuviera que pasar por cierto proceso educativo que le

enseñara que tiene que abrazarse fuertemente a su madre para no caerse, porque si se

soltara caería y resultaría seriamente lastimado o moriría. Si se les tuviera que enseñar

todo esto a los monos cuando son bebés, muchos perecerían por no tener la oportunidad

de recibir esa educación y las especies tarde o temprano se extinguirían.

Afortunadamente, sin haber sido nunca educada, toda cría de mono parece ya saber

lo que debe y lo que no debe hacer. Sin asistir a la Universidad y sin adherir a la creencia

moral de la mayoría, sabe muy bien que: ‘Si suelto a mi madre me voy a caer.’ La

primera verdad que el pequeño mono parece saber es: ‘Me voy a caer’; la segunda es: ‘Si

me caigo, me voy a lastimar’; la tercera verdad es: ‘Que me caiga y me lastime o me

mate no es bueno para mí, ni para mi especie.’

El mono, entonces, sabe todo esto instintivamente. Puesto que los monos nacen

para vivir en los árboles, el conocimiento mínimo que todo mono debe tener para

sobrevivir es saber: ‘Me voy a caer; los objetos se precipitan hacia abajo; voy a ser una

víctima si no me agarro de la otra rama cuando salto.’ Este conocimiento les debe venir a

los monos con la creación. Es sólo de esta manera, que existe alguna esperanza de vida

para un mono que vive en las copas de los árboles.

Ese conocimiento es instintivo y a eso es a lo que llamamos la creación. Si el mono

no nace dotado con ese conocimiento, y para sobrevivir necesita pasar por un proceso

educativo, entonces yo llamaría a eso un defecto en la creación.

De la misma manera, como ser humano yo nací dotado con la facultad de elegir.

Sin embargo, me distingo del mono en que puedo escoger entre vivir en los árboles o en

el veinteavo piso de un edificio en Manhattan, o en una casa de campo a la orilla de un

río. Puedo decidir irme a Alaska a vivir, y asomar sólo la nariz, o puedo irme a vivir al

trópico. Porque cuento con la facultad de elección, tengo el poder de escoger el curso de

mis acciones y elegir distintos objetivos y diversos medios para realizarlos.

Como ya hemos analizado antes, es un hecho conocido que los seres humanos

buscan seguridad y placeres. Y en el proceso de buscar esos fines, tienen que seguir

ciertos medios para realizarlos. Si analizamos esto, descubriremos que, en la mayoría de

los casos, los problemas se encuentran sólo en los medios y no en los fines. Por ejemplo:

el deseo de tener dinero, como fin, no es pecado. La verdad es que, si buscas hacer

dinero, al Señor ViÀ¸u le va a gustar ver lo popular que es su esposa, LakÀm¢, la Diosa

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de la riqueza. La seguridad que el dinero representa es un deseo muy natural, que todos

los seres humanos sienten.

BUSCAR SEGURIDAD ES NATURAL

Las personas buscan diferentes formas de seguridad. Esta búsqueda no es en sí ni

buena ni mala, es simplemente natural. Pero lo que importa en esto son los medios.

Si me controlan los instintos, entonces no me hace falta formar un juicio sobre si

los medios que empleo son correctos o incorrectos. Si uno vive en la India, y deja un par

de bananas en el poyete de una ventana y un mono viene y se los lleva, no puede llamar

ladrón a ese mono. Lo más que puedes decir es que el descuidado fuiste tú. Si ya sabemos

que hay monos en el vecindario, tenemos que mantener ciertas cosas fuera de su alcance.

Las cosas que un mono hace no pueden juzgarse como maldades, porque está bajo

el control de sus propios instintos. Así, el mono siempre está en lo correcto y no es

responsable de sus actos. Esto es lo que queremos indicar con svabh¡va, nuestra propia

naturaleza. El juicio sobre lo que está o no bien sólo se presenta cuando se cuenta con la

facultad de elección. Siempre que la posibilidad de escoger esté presente, los conceptos

de bueno o malo no pueden evitarse. Puede haber una elección adecuada o una elección

inadecuada.

Pero si este conocimiento de lo que es adecuado e inadecuado fuera algo que

tuviera que impartirse a través de una institución educativa, es seguro que habría mucha

gente que se vería privada de recibirlo, haciendo con ello posible que se destruyeran a sí

mismos.

Así como a un mono le es dado un conocimiento instintivo de la ley de gravedad

para su supervivencia, así también al ser humano se le ha dotado con el conocimiento,

que surge del sentido común, acerca de lo que es bueno y lo que no es bueno para él, o

para ella. No se necesita ninguna institución para enseñar tal conocimiento. Es

conocimiento, por ejemplo, el que no se me debe hacer daño. No es necesario que el

padre o la madre les enseñen a sus hijos este conocimiento, porque ya vienen a este

mundo con este sentido común.

Por lo tanto, cuando mi conocimiento innato es ‘No debería ser lastimado’, también

comprendo que, al igual que yo, todo el mundo es consciente de este hecho. Además sé

perfectamente lo que mis semejantes esperan de mí. Tú no esperas que yo te haga daño,

del mismo modo que yo no quiero que tú me hagas daño a mí. Nadie necesita que se lo

enseñen. Este no es un conocimiento que se encomiende a la educación, porque soy yo

quien tiene que decidir. Tiene que ser algo conocido para mí. Cuando, para lograr alguna

cosa, decido utilizar cierto medio, o cuando llevo a cabo una acción, tengo

necesariamente que ver si aquello me va a hacer daño a mí, a otra persona, o a alguna

cosa. Nos referimos al conocimiento de este orden moral, cuando decimos que el

conocimiento surge del sentido común.

Todos conocemos el orden moral. Es bien sabido que uno no quiere que le roben y

que a los demás tampoco les gusta que les roben. No quieres que te engañen o que te

mientan, ni tampoco los demás quieren que les engañes o les mientas. Tú no quieres ser

el blanco de la ira, del odio o de los celos de otro, y sabes muy bien que tampoco nadie

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desea ser el blanco de tu ira, odio o celos. Puesto en positivo, tú quisieras que los demás

tomaran en cuenta tus sentimientos, que te comprendieran, de la misma manera que los

demás también quieren que tú los comprendas. Tú quieres que otros te ayuden cuando

tienes problemas y a los demás también les gustaría que les ayudaran cuando tienen

problemas.

Dentro del orden moral existen muchos valores — no hacer daño (ahiÆs¡),

ausencia de engaño, expresarse con la verdad, tener compasión, compartir, ausencia de

envidia, ausencia de odio, etc.— y todos ellos están conectados entre si. Cuando se trata

del comportamiento que esperamos de los demás, lo tenemos muy claro. Por lo tanto, este

conocimiento particular está ya en todos nosotros y lo hemos conseguido a través del

sentido común. No necesitamos pasar por ninguna institución educativa para distinguir

entre lo que está bien y lo que está mal. Tanto Duryodhana como los P¡¸·avas tenían

este conocimiento. Sin embargo, nuestros problemas surgen por nuestras prioridades, por

las cuales aceptamos compromisos.

VALORES DE CARÁCTER UNIVERSAL, CULTURAL E INDIVIDUAL

Los valores pueden ser universales, culturales e individuales. En los países

occidentales, por ejemplo, existen muchas atracciones y aversiones individuales. De

hecho, al niño se le enseña desde una edad muy temprana a que las desarrolle. La madre

le pregunta: ‘¿Prefieres miel o azúcar en tu pan tostado?’ Desde que eres niño se te

pregunta: ‘¿Qué prefieres?, ¿Esto o aquello?’ De esta manera, se te ha enseñado a ejercer

tu facultad de elección. En la India, esto no se hace. Cuando se te ofrece té, ya viene con

leche y azúcar. No se te ofrecen alternativas, mientras que en Occidente, no solamente se

te pregunta qué es lo que te gustaría ponerle a la bebida, sino también que si es té, café, o

alguna otra cosa, lo que te gustaría tomar.

Todas nuestras elecciones se basan en nuestras atracciones y aversiones personales

las cuales no nos conciernan aquí. Lo que nos interesa es el hecho de que existe una

estructura común, una estructura universal, en virtud de la cual nadie quiere, por ejemplo,

que le roben. Ya sea que la persona pertenezca a una tribu en un desierto lejano, o que

sea un urbanita viviendo en una sociedad sofisticada, da lo mismo. Una persona puede

estar paseando por una calle en Delhi, y otra caminando por un bosque, pero ninguna de

ellas querrá que se le hiera o se le robe. Nadie dice: ‘Quisiera que me asaltaran en Nueva

York, porque es una ciudad maravillosa.’ Nadie quiere que lo asalten en ningún sitio.

Por consiguiente, existe una estructura que todos comúnmente apreciamos, una

estructura que ya está ahí. Esta estructura universal preexistente es una estructura moral.

La G¢t¡ va a tratar sobre esto y entonces ya hablaré más acerca de ello. El término

dharma se refiere a esta estructura, a este orden, que incluye el orden ecológico. Este

dharma es algo conocido tanto para mí, como para ti, como para todo el mundo.

El dinero, el poder, el renombre y el tener influencia, no son valores universales.

Puedes buscar dinero como una forma de seguridad y estar preparado para destruir su

nombre por él. Por otra parte, habrá también quien esté dispuesto a sacrificar su fortuna

por adquirir poder, renombre o influencia. Aunque la reputación, el tener influencia,

dinero o poder, son generalmente anhelados por mucha gente, no son universales.

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LOS VALORES NO SON ABSOLUTOS

La comprensión, el amor y la compasión, por el contrario, sí son valores

universales, pero eso no significa que sean absolutos. Los valores nunca son absolutos;

siempre son relativos, aunque sean universales. La cuestión es que uno no debe ir en

contra de esos valores universales mientras va en pos de sus valores individuales o

culturales. Por ejemplo, en tanto que tu búsqueda por tener dinero esté en armonía con los

valores universales, estarás viviendo de acuerdo al dharma. Pero si tu búsqueda, ya sea

por adquirir dinero, poder o placer, entra en conflicto con los valores universales, habrá

entonces adharma. Los P¡¸·avas también buscaban dinero, poder y placer, pero al mismo tiempo

intentaban ajustarse al dharma. Por el contrario, Duryodhana representa una vida de

adharma, en la que el poder adquiere tanta importancia que su búsqueda entra en

conflicto con el orden, el dharma. Para esa clase de gente, sin embargo, esto no es

ningún problema, porque ellos no ven las cosas desde este ángulo. Por eso es que, para

ellos, los medios pueden ser cualquier cosa, siempre y cuando produzcan el objetivo que

buscan. El que diga que: ‘con tal de conseguir poder, estoy dispuesto a hacer cualquier

cosa’, no lo hace por ignorancia, hablando con propiedad. Existe cierta ignorancia en

esto, como veremos más adelante, pero la ignorancia no es de los valores universales.

Duryodhana sabía, sin ningún género de dudas, que no quería ser estafado y que

los P¡¸·avas tampoco querían que se les timara. Pero el poder era tan importante para él

que no le importó engañar o destruir, lícita o ilícitamente, a cualquiera que se interpusiera

en su camino. Él simplemente no consideró la legitimidad o ilegitimidad de lo que estaba

haciendo.

Ser interiormente maduro significa que comprendes las leyes involucradas en tu

elección de los medios que utilizas, si es que esas leyes existen. Cuando elijo un medio

inadecuado para la obtención de dinero, actúo en contra del orden, dharma, porque no

comprendo lo que pierdo. Sólo sé lo que gano, dinero, que es algo muy importante para

mí. Conozco muy bien la diferencia entre tener dinero y no tenerlo.

Una persona podría mentir por ganar cinco mil dólares, mientras que otra sólo

estáría dispuesto a hacerlo por cien mil dólares, o por una cantidad intermedia, pero no

por cinco mil dólares. Y también hay quien estaría dispuesto a mentir por tan poco como

un dólar. Todo el mundo parece tener su precio.

EL VALOR DE UN VALOR

Hasta queremos sobornar al Señor para llegar al cielo. Siempre estamos dispuestos

a capitular, si haciéndolo obtenemos algo que consideramos suficientemente valioso. Si

una persona ve la diferencia entre tener cinco mil dólares o no tenerlos, podría estar

dispuesto a engañar a su amigo, que ofrece pagarle un veinte por ciento por encima del

valor de la casa que compró y refaccionó. Lo único que tiene que hacer es aumentar el

precio a una suma de dinero que sea muy importante para él. Este hombre sabe que el

dinero puede llevarlo a Hawái. Indudablemente le dará unas buenas vacaciones en alguna

parte. De este modo, tener estos cinco mil dólares producirán definitivamente una

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diferencia en su vida. Consecuentemente, está dispuesto a claudicar ante la tentación de

mentir.

Supongamos que le dices a alguien: ‘No debes mentir’ y que la persona, que es muy

pragmática, te pregunta, ‘¿Qué es lo que pierdo si digo una mentira?’. ¿Qué le dirías? O

supongamos que fuera tu hijo quien te preguntara: ‘Papá, si puedo obtener algún dinero

para que podamos tener algunas cosas más, ¿por qué no debería decir una mentira?’.

Normalmente dirías que decir mentiras está mal, lo cual es otra forma de decir: ‘¡No lo

hagas!’

El mensaje genérico que el niño adquiere es que lo que está ‘mal’ es aquello que no

se debería hacer. Pero esto no explica nada. Así que el niño volverá a preguntar: ‘¿por

qué es incorrecto?’. ‘Bueno, pues porque no es correcto’, le dices tú. ‘¿Y por qué no es

correcto? Todo el mundo lo hace’, argumentará el crío, ‘y los que mienten consiguen

dinero. Yo no lo consigo porque no digo mentiras, pero si digo una mentira lo

conseguiré. ¿Por qué no debería decir una mentira entonces?’. Un padre que sea un poco

más inteligente le dirá: ‘Mira hijo mío, es que te descubrirán.’

Ahora el tema ha dado un giro: ‘¿es correcto decir una mentira si no me atrapan?’

Alguno podría decir, ‘¡Y a mí qué! Incluso si me atrapan, ¿a mí qué me importa?’.

‘Perderás tu credibilidad’, se le dice a esta persona. Pero si a esta persona no le preocupa

su credibilidad, ni ninguna otra cosa, entonces ¿dónde está el problema? ‘No te

autorizarán la tarjeta de crédito cuándo la pidas’, podría ser tu respuesta, a lo que la

persona replica, ‘Justo por esa razón las robo. ¡De esa forma consigo cinco tarjetas de

crédito al mismo tiempo!’

Esta línea de argumentación es absurda, por supuesto, y no deberíamos seguirla.

De lo que uno debe darse cuenta es de lo siguiente: si hay un valor universal y actúo en

contra de ese valor, tengo que perder algo. Pero me enfoco en la ganancia que voy a

obtener de tal acción. Quizás gane dinero, que para mí hace una gran diferencia, puesto

que veo el valor que tiene. Pero, ¿qué es lo que pierdo? Puesto que no me preocupa nada

la credibilidad, no veo que pierda algo.

HACER CONCESIONES Y EL ORDEN MORAL

Si puedes ver la inmensa pérdida que supone el hacer concesiones para obtener

cosas tales como dinero, poder, etc., eres una persona madura. No vas a cerrar el trato,

porque lo ves como un mal negocio. Deberías ver que lo que pierdes es mucho más que

lo que ganas – lo cual no tiene nada que ver con la moral de la mayoría.

Si existe una estructura universal — y sí la hay — entonces lo que pierdo tiene que

ser, sin ninguna duda, mucho más de lo que gano. Por consiguiente, la educación que se

necesita para tener madurez es saber lo que pierdo. Supongamos que digo, ‘Tú irás al

infierno’ y que tú no aceptas la idea del infierno, entonces, ahí se termina el asunto.

Simplemente dirás, ‘Véte a tu infierno, si es que hay tal. Yo no voy a ir, porque no

reconozco que haya un infierno.’

¿Cómo sabemos que existe un infierno que no sea en el que nos encontramos

ahora? Lo del infierno es tan sólo una creencia. ¿Y si es una creencia equivocada? La

amenaza del infierno ciertamente que no es un argumento muy convincente para que se

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diga la verdad. Quizás yo no crea en la existencia del infierno, o bien no me importa si

existe uno. Si el infierno existe, me enfrentaré a ese problema cuando llegue allí. No es

mi problema ahora mismo. Todo lo que quiero es salir del agua caliente que me está

escaldando en este momento. Me ocuparé del calor del infierno más adelante. Éste es otro

asunto. Estoy aquí y ahora en agua hirviendo y cinco mil dólares pueden ayudarme a

cambiar mi situación.

Por el contrario, si la persona sabe que será el perdedor al ganar esos cinco mil

dólares, entonces puede que no claudique para conseguir ese dinero. Si le preguntara, ‘¿Por

qué quieres esos cinco mil dólares?’ Y el dijera, ‘Porque entonces puedo comprarme ciertas

cosas.’ Luego yo le pregunto, ‘¿Por qué quieres esas cosas?’ y él responde, ‘Así sería más

feliz, me sentiría más seguro.’ Pero si yo le demostrara que, en el proceso de conseguir esos

cinco mil dólares, se convertiría en un ser incapaz de ser feliz y que, por tanto, estaría

haciendo muy mal negocio, entonces no claudicaría. Ahora esa persona comprende cuál es

el precio que tendría que pagar por claudicar. Ésta es la forma en que uno comprende el

valor de un valor.

Nadie quiere dinero por el dinero mismo. Si ese fuera el caso, con el trabajo de

cajero te sentirías satisfecho al poder estar todo el tiempo sintiendo el dinero entre tus

manos. Tú quieres el dinero para tu propio beneficio, para que puedas ser feliz. El dinero

es muy interesante. Sin él hay ciertas cosas que no pueden suceder, pero lo que el dinero

puede ofrecer tiene sus límites. Puede comprar un libro, pero no puede hacer que lo leas,

a menos que el autor te ofrezca mil dólares por leerlo. En ese caso, desde luego que lo

leerías en una noche. Pero aún así, el dinero no puede hacer que comprendas lo que el

libro dice. Para eso, requieres de algo más, algo diferente del dinero.

El dinero puede comprarte música, pero nunca podrá hacer que comprendas la

música. Puedes contratar al mejor músico para que cante para tí, pero el dinero que le

pagas al músico no puede impedir que te caigas de sueño mientras está interpretando — a

menos que, también aquí, ¡se te ofrezca dinero para que no te duermas! Por lo tanto, el

dinero puede proporcionar situaciones. Eso es todo lo que puede hacer. Y el dinero, desde

luego, hace eso, algo que ninguna otra cosa puede hacer — un punto que se debe

recordar. Pero, entonces, el disfrute es para la persona misma. Tú eres el que ha de

disfrutar de la música. Si, en el proceso de conseguir el dinero que me proporciona las

oportunidades para que yo disfrute, pierdo a aquél que disfruta, entonces estoy haciendo

un mal negocio.

Por lo tanto, toda la educación o madurez interior de un ser humano no consiste en

saber lo que está bien o mal, lo cual es algo que todos sabemos, sino en saber qué es lo

que perdemos cuando hacemos aquello que no está bien. Debería saber esto. ¿Qué voy a

perder? ¿Cuánto voy a perder? Si lo sé muy bien, no es posible que elija hacer un mal

negocio. Esto es lo que aquí debe ser entendido.

Cuando dices una mentira, estás hablando y, por lo tanto, tú eres el hacedor, el

que desempeña una acción, el actor. Estás desempeñando la acción de hablar y, como

actor, cuando dices una mentira, estás diciendo algo que no es verdadero con respecto a

lo que piensas. Consecuentemente, el que piensa es uno y el actor es alguien bien

diferente. Tú sabes una cosa y, en el momento en que sale por tu boca, es algo

completamente diferente, porque lo que dices y lo que piensas no son lo mismo. Esto

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significa que ya hay una escisión en ti. Como la persona que habla, el hacedor, que es

quien está mintiendo, me comporto de tal modo que creo una división en mí mismo,

como un Doctor Jekyll y Mister Hyde.

LA ESCISION ENTRE EL PENSADOR Y EL HACEDOR

Una vez que he creado esa escisión, esa división en mí, entonces, como hacedor

soy diferente de aquél que sabe, de aquél que piensa. Si esta escisión ha tenido lugar en

uno mismo, ¿crees que vas a poder tener éxito en la vida? No podrás, ni con dinero ni con

ninguna otra cosa. Porque la persona, tú mismo, ya estás dividido. Como pensador, soy

completamente diferente del que actúa, de aquél que hace cosas, del hacedor. Tan sólo

hay un ‘yo’ y cuando me veo a mi mismo como una persona dividida, entonces no puedo

disfrutar de lo que el dinero compra. Estaré siempre preocupado.

No puedes hacer algo que no está bien sin generar un conflicto y todo conflicto

crea en ti, naturalmente, una escisión. El conflicto mismo es la escisión y la escisión

genera conflicto. Cuanto más conflicto hay, más escindida está la persona. No se trata de

un conflicto en la elección, sino de un conflicto entre yo mismo, el conocedor, y yo

mismo, el hacedor. Es una escisión en la personalidad misma, en la persona misma, de

forma que la mente es incapaz de disfrutar de los placeres que el dinero compró. Si una

persona ya está escindida entre lo que piensa y lo que hace, ¿cómo puede haber disfrute

de algo, sea comida o una casa preciosa? Estando en conflicto, la persona está también

potencialmente malhumorada. Antes de dirigirte a una persona, debes saber si está o no

de buen humor y ¡los estados (modos) de buen humor sólo ocurren ocasionalmente!

Cuando has dicho lo que tenías que decir, la persona puede sentirse tan bombardeada,

que se pone otra vez de mal humor. Así, la persona no es otra cosa que modo, el modo

potencial5 — todo ello debido a esta escisión, al conflicto entre el pensador y el hacedor.

Cuando se analizan tales situaciones, encontramos que esta escisión, la cuál es la

base de todos los problemas psicológicos, tiene algo que ver con nuestra acción de raspar

la ley del dharma. Simplemente obsérvate a ti mismo. Cuando estás en conformidad con

el orden, te sientes libre. Tienes armonía, alegría y una cierta serenidad. Mientras que,

cuando raspas el orden, eres raspado en el proceso.

Nadie puede raspar algo sin ser raspado. Si te raspas contra una áspera corteza de

árbol con tu cuerpo desnudo durante cinco minutos, te darás cuenta de quién es el que

resulta raspado — ¡y ese conocimiento se quedará marcado por lo menos durante diez días!

Que nunca te raspas contra algo, sin ser raspado en el proceso, es algo que necesita ser bien

entendido.

PARA TODA GANANCIA, NECESITAMOS CONOCER LA PERDIDA

Habiendo comprendido que no podemos raspar el orden moral sin ser raspados en

el proceso, requiere aún más comprensión que saber exactamente cuánto perdimos

realizando ciertas acciones. Esto se convierte en una cuestión de autoestima. ¿Qué clase

5

La palabra ‘mood’ en inglés puede significar ‘estado de ánimo’ o ‘modo’ (el modo gramatical). En

sánscrito también existen modos, uno de los cuales es el modo potencial. En este modo el verbo indica

una posibilidad. Así que ‘el modo potencial’ aquí es un juego de palabras.

Bhagavadg¢t¡

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de autoestima puede haber cuando se ha creado una división entre el pensador y el

hacedor? Más pronto que tarde, llegarás a la conclusión de que no vales nada.

Puedes observar este proceso cuando tomas una simple resolución, del tipo,

‘Mañana me levantaré temprano, a las seis de la mañana en punto, y voy a meditar

durante media hora.’ Has decido que para empezar el día es bueno hacer meditación y

eso es lo que quieres hacer. Así que te vas a levantar media hora antes de lo habitual para

meditar.

¿De quién es esta decisión? Es tuya y de nadie más. Incluso pones el despertador para

que suene a las seis en punto — y suena a esa hora. De hecho, no deja de sonar; continúa

sonando, sonando y sonando. Entonces, ¿qué haces? Muy molesto, lo apagas y ¡te vuelves a

dormir!

¿Sabes por qué? Porque el que, la noche anterior, tomó la decisión de levantarse

media hora antes no se la consultó a aquél que tenía que levantarse a la mañana siguiente.

Es como aquél marido que decidió salir el fin de semana con la familia, ¡sin consultarlo

con su mujer! La decisión de levantarse más temprano fue tomada por alguien que piensa

y se imagina cómo pueden ser las cosas, mientras que yo soy el que se tiene que levantar.

Por lo tanto, antes de tomar una decisión, ¡más te vale consultarla conmigo!

Marido y mujer pueden consultarse el uno al otro. Pero cuando estoy pensando que

me voy a levantar media hora antes, el que se despierta no está presente para ser

preguntado. He aquí un verdadero problema, porque el que se va despertar soy también

yo. Aunque esta situación parezca muy simple, en realidad se trata de un tema muy

complejo. La escisión entre aquél que piensa y sabe, y aquél que hace, es una división

perjudicial para uno mismo, algo que, eventual y naturalmente conduce a la autocondena.

Es muy distinto que seas tú quien me pida hacer algo y yo decida no hacerlo, a que

sea yo mismo quien me diga que voy a hacer algo y no pueda hacerlo. Si esto nos pasa una,

dos, o tres veces, no es problema, pero cuando lo habitual es que no pueda vivir de acuerdo

con mis decisiones, ¿cómo voy a sentir autoestima? Si ocurre sólo una vez, me puedo

justificar por no haber hecho algo, pero si me ocurre de forma habitual, entonces no puede

haber autoestima. Y si no tengo autoestima, nadie puede ayudarme. Ni siquiera el Señor me

puede levantar el ánimo porque, intrínsecamente, tengo un problema. Y, por lo tanto, soy

un perdedor.

Si soy uno como persona, puedo disfrutar de los deportes y de una gran variedad de

situaciones que no cuestan dinero. Hasta puedo disfrutar de mí mismo, lo cuál tampoco

cuesta dinero. Mientras que, si en el proceso de ganar dinero, me pierdo a mi mismo, la

transacción es, sin lugar a dudas, un mal negocio. El saber esto sobre mí mismo es

educación, es haber madurado. ¿Quién puede entonces permitirse el lujo de vivir sin este

conocimiento?

Puesto que tengo la facultad de elegir, tengo que ejercer, necesariamente, mi

capacidad de elección. Debo conocer las normas que fundamentan lo que elijo. Estas

normas las conocemos por sentido común. La única educación que se requiere, en relación

con estas normas, es el entendimiento de qué pierdo cuando gano algo. Debería ser capaz

de ver lo que pierdo cuando tengo una supuesta ganancia. Si no pierdo nada, entonces lo

que se gana es verdaderamente una ganancia y merece la pena. En tanto que si pierdo, la

El Contexto de la G¢t¡

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ganancia no merece la pena. Por lo tanto, los medios que utilizamos para lograr nuestros

fines son muy importantes.

LA RELEVANCIA DE LA BATALLA EN LA GÌTË

En la G¢t¡ tenemos un conflicto entre dos grupos de personas, que está basado en

un evento histórico. Un grupo estaba dispuesto a comprometer los medios y oponerse al

dharma, a pesar de la enorme importancia que tiene el dharma. El otro grupo estaba

firmemente comprometido a mantener el orden moral, el dharma.

Este conflicto también puede considerarse como aquél que tiene lugar entre lo que

una persona conoce por sentido común y lo que esa persona pretende conseguir — una

guerra interior, un Mah¡bh¡rata en nuestro interior, por así decir. Después de todo, cada

guerra primero tiene lugar en nuestra mente y, posteriormente, se manifiesta en el mundo

exterior.

Se considera que el orden moral tiene tantísima importancia, que una persona lo

sacrificará todo por ese bien. En el Mah¡bh¡rata encontramos muchos relatos sobre ese

tipo de sacrificio. Uno de los relatos es sobre un hombre que renunció a su reino, y a todo

lo que tenía, para preservar el valor universal que consiste en decir la verdad.

Puesto que la India es un lugar donde el dharma es importante, en la G¢t¡ se

refieren a ella como dharmakÀetra. El Veda rige los corazones de la gente y todo está al

servicio del orden del dharma. En el país de Bh¡rata (India), en un lugar llamado

KurukÀetra, estos dos grupos de personas se habían reunido dispuestos a entrar en

combate; uno de los grupos no comprende cuál es el valor de los valores y el otro sí.

Los ojos de todos están puestos en Arjuna, a quién se considera el mejor arquero. El

auriga del carro de Arjuna era nada menos que el Señor K¤À¸a. Es muy hermosa la

ilustración que se nos hace de Arjuna, sentado en su magnífico carro de combate del que

tiran unos caballos blancos y que está conducido por el Señor K¤À¸a, pues representa

nuestra propia vida. Esta alegoría también aparece en otra parte, en el Ka¶hopaniÀad, que

está en el Veda,

LA ANALOGIA CUERPO-CARRUAJE

En esta ilustración, tu cuerpo se compara con un carruaje, tus sentidos son los

caballos, la mente es las riendas, y tu intelecto, buddhi, es el cochero. Tú eres el que está

sentado en el carruaje; en otras palabras, tú eres el Swami, el amo. Si tu buddhi está

suelto, si tu entendimiento no se encuentra muy claro, podrías acabar en cualquier sitio,

porque tu carruaje, tu cuerpo físico, no te va a llevar al destino previsto.

Puedes dirigir tu carruaje hacia artha, k¡ma, dharma, o mokÀa. Todo depende del

conductor y de ti, el Swami. El conductor, el buddhi, educa al Swami, hablando con

propiedad. Tú serás tan bueno como lo sea tu conductor. Si el conductor es inculto, y

además está borracho, ¡entonces estás perdido! Si, por el contrario, tu conductor es culto,

educado, entonces sí que te puede llevar a dónde tu quieres ir.

En la G¢t¡, K¤À¸a, el conductor, fue quién educó a Arjuna. Fue un guru para

Arjuna y Arjuna fue el Swami, aquél que estaba sentado en el carruaje. Arjuna ordenó

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a K¤À¸a que se colocara entre los dos ejércitos, de manera que pudiera ver a aquéllos que

estaban en la filas enemigas, aquéllos con los que tendría que luchar. K¤À¸a movió el

carro tal como se le pidió. Desde la posición estratégica que escogió K¤À¸a, Arjuna vio a

su propia gente en ambos campos y determinó que no había nada que ganar en esta

batalla.

Arjuna se encontró enfrentado a Bh¢Àma, que era su abuelo, y a Dro¸a, que fue su

maestro en arquería. Vio a sus tíos y a sus primos, a sus amigos y conocidos, y a otros

parientes. Éstas eran las personas a las que Arjuna iba a destruir, las mismas personas

que necesitaba que estuvieran con él para poder ser feliz celebrando la victoria. Y por

ello dijo, ‘Prefiero no luchar.’ Veremos más adelante cuáles eran los argumentos en que

basaba su forma de pensar.

El problema para Arjuna era que consideraba ‘Éstos son mi propia gente.’ Incluso

nosotros tenemos este problema hoy en día. Por ejemplo, cuando decimos ‘mi gente’,

queremos decir que nuestra gente puede salirse con la suya hagan lo que hagan y otras

personas, gente desconocida, no pueden. Pero en el caso de Arjuna, esas personas no

eran unos desconocidos. Si el ejército enemigo hubiera estado formado por hombres que

fueran unos desconocidos para Arjuna, la G¢t¡ no hubiera llegado a existir. K¤À¸a se

hubiera limitado a conducir el carro de combate, nada más, y Arjuna habría combatido.

Pero lo que ocurrió es que Arjuna vió gente que conocía, gente con la que tenía

relación, personas con las que se sentía en deuda, personas que podrían morir durante la

batalla. Esto es lo que le preocupaba, como no podía ser de otra forma. Le hubiera

afectado a cualquier persona culta, a cualquier persona madura. Éstas eran las personas

que contaban en la vida de Arjuna. Duryodhana vio también a esas mismas personas,

pero no le afectaba como a Arjuna, porque su estructura de valores era distinta.

Son pocas y escogidas las personas cuyas opiniones cuentan en nuestra vida. No

querrías ser visto por ninguno de ellos en la calle 42 de Nueva York (una calle de mala

nota de la ciudad), por ejemplo. Puede que no sea porque no quieras estar allí, sino más

bien porque tienes miedo de lo que estas personas pensarán de ti. No quieres perder la

buena opinión que tienen de ti. Éstas eran las personas que estaban frente a Arjuna, las

personas contra las que tenía que luchar.

(Continuaremos con el Contexto de la G¢t¡ en la próxima lección.)