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REVISTA CENTRAL

DE SOCIOLOGÍA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

UNIVERSIDAD CENTRAL

Número 2 2007

SANTIAGO - CHILE

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Escuela de Sociología Facultad de Ciencias Sociales Universidad Central 5

REVISTA CENTRAL DE SOCIOLOGÍA ISSN Nº 0718 - 4379 REVISTA DE LA ESCUELA DE SOCIOLOGÍA. FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES AÑO 2, 2007. Nº 2 AUTORIDADES DE LA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES UNIVERSIDAD CENTRAL DECANO DR. RER. NAT. ARÍSTIDES GIAVELLI ITURRIAGA DIRECTOR ESCUELA DE SOCIOLOGÍA DR. © LUIS GAJARDO IBÁÑEZ CUERPO DOCENTE PLAN ESPECÍFICO DE SOCIOLOGÍA MG. OMAR AGUILAR NOVOA (SOCIÓLOGO) DR. © EMILIO TORRES ROJAS (SOCIÓLOGO) MG. RODRIGO LARRAÍN CONTADOR (SOCIÓLOGO) MG. RODRIGO GREZ TOSO (FILÓSOFO) ARTURO GONZÁLEZ ALVARADO (LICENCIADO EN SOCIOLOGÍA) MG. © CLAUDIA GUTIÉRREZ VILLEGAS (SOCIÓLOGA) DR. © JUANA CROUCHET GONZÁLEZ (LICENCIADA EN HISTORIA) MG. OSVALDO TORRES GUTIÉRREZ (ANTROPÓLOGO) MG. LEONEL TAPIA CONTADOR (ECONOMISTA)

EDITORES DE LA REVISTA CENTRAL SOCIOLOGÍA ALEJANDRO DÍAZ RODRIGO LARRAÍN CONTADOR COMITÉ EDITORIAL ARÍSTIDES GIAVELLI ITURRIAGA LUIS GAJARDO IBÁÑEZ RODRIGO LARRAÍN CONTADOR CORRESPONDENCIA CARLOS SILVA VILDÓSOLA 9783 LA REINA- SANTIAGO – CHILE TELÉFONO (56) 2-582 6505 FAX (56) 2-582 6503 E-MAIL [email protected]

EDITA: FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN: PATRICIO CASTILLO R.

CORRECCIÓN DE TEXTOS: PATRICIO ROSAS O. IMPRESIÓN: DIAGRAMA

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SUMARIO PRESENTACIÓN………………………………………………………………………………………......... 9 El viejo ‘pacto social’ del librecambismo...................................................................................... 11 Gabriel Salazar Vergara ESTRUCTURAS Y RELACIONES SOCIALES Disputas entre autores y teorías en el campo de la sociología chilena…………………………. 31 Genaro Marileo Millán. Antecedentes del dominio cultural en el origen y el desarrollo de la globalización…………... 49 Sara Godoy Jiménez CAMPOS CULTURALES Y ACTORES SOCIALES Territorios populares originarios……………...……………...…………...……………...…………….. 65 Alejandro Díaz Fe, éxtasis y desacralización en la fiesta chica de Andacollo; un acercamiento etnográfico. 105 Maurizio Dini Piccirill Reflexiones en torno a la relación entre los jóvenes y la política a la luz del movimiento estudiantil secundario……………...……………...……………...……………...…………...………….. 115

Salvador Maturana Rogers APUNTES PARA LA GESTIÓN SOCIOLÓGICA Revolución en un campo: El caso de la reforma del transporte público en Santiago………… 133 Antoine Maillet

DEBATES PARA EL SIGLO XXI

Los instintos funcionan. El sexo es básico…………………………………………………………… 147 Fernando Varela Aravena

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PRESENTACIÓN

on satisfacción llegamos a componer este nuevo número de nuestra Revista Central de Sociología. En efecto, durante los últimos años la sociedad chilena transita con ritmos desiguales, mientras la macroeconomía alcanza cifras históricas y las ganancias de las empresas se multiplican, la microeconomía no logra despegar y la sufren miles de compa-

triotas. Mientras experimentamos cambios significativos en la esfera tecnológica, no se advierte la mis-ma dinámica y el mismo entusiasmo en las dimensiones política y valóricas. La participación, la equi-dad, la igualdad de oportunidades y la capacidad para que cada ciudadano pueda decidir libremente sobre las distintas situaciones que afectan su biografía, todavía son metas que se encuentran lejos de ser alcanzadas por nuestra sociedad. Estas contradicciones estructurales tienden inevitablemente a tensionar el sistema y con frecuencia estallan conflictos que constituyen indicadores inequívocos del malestar que afecta a la población dado que los individuos no han logrado alinear su biografía y su lugar en la estructura social con el contexto histórico que los determinó. Precisamente, este segundo número de la Revista Central de Sociología continúa la tarea de contribuir a develar, desmitificar y des-nudar la sociedad chilena con el propósito de contribuir a transformarla en una sociedad cada día más justa y democrática.

Esta publicación Nº 2, aborda en la sección Estructura y Relaciones Sociales la problemática más intensa en el debate de la sociología: cómo es mirar nuestra profesión desde dentro, con crítica reflexiva, que nos coloque en un camino de necesaria introspección. Es una tarea apenas iniciada en el ámbito nacional y, por ello, el artículo de Genaro Marileo Millán es una excelente oportunidad para ini-ciar un muy necesario debate. A su vez, Sara Godoy Jiménez, desarrolla una perspectiva necesaria para analizar la globalización, realizando un balance propositivo para examinar este ambiente contem-poráneo por el que transita la humanidad.

En la sección Campos Culturales y Actores Sociales, Alejandro Díaz propone una mirada origi-nal respecto de los lugares históricos de anclaje cultural de una cierta condición popular que establece-ría conexiones con nuestra realidad actual. Por su parte, Maurizio Dini desarrolla una observación etnográfica de la Fiesta de Andacollo, estableciendo nuevas miradas respecto de sus participantes.

Cierra la sección el artículo de Salvador Maturana que propone examinar la relación entre jóvenes y política considerando el impacto provocado por el movimiento estudiantil denominado “Revolución Pingüino”. Su argumentación intenta consignar que, luego de la experiencia que deja esta movilización estudiantil, debe replantearse la forma en que se conceptualiza la relación entre jóvenes y participación política, especialmente la idea generalizada respecto del desinterés y la apatía.

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La sección Apuntes para la Gestión Sociológica, presenta el artículo de Antoine Maillet quien, utilizando la reforma del transporte público en Santiago a principios de los años 2000, desarrolla una reflexión sobre el campo político según Bourdieu y trata de precisar los lineamientos de su teoría en este ámbito.

Finalmente, en la sección Debates para el Siglo XXI, Fernando Varela continúa el desarrollo de una mirada interrogadora sobre nuestra humana condición animal. El autor, propone aceitar el péndulo de la sociología para que este se desplace desde los comportamientos aprendidos a los innatos o ins-tintivos. Tal movimiento le parece saludable para nuestra disciplina. Intenta ubicar, además, el propósito principal de esta última en la búsqueda de las claves de la sociabilidad. Entiende que tales claves se relacionan estrechamente con nuestra naturaleza sexuada, al igual como sucede con tantas otras es-pecies. Revisa, por consiguiente, la idea de especie y se pregunta por el significado de la sexualidad. Sin duda, un artículo que desde su título señala una polémica: Los instintos funcionan. El sexo es básico.

LUIS GAJARDO

DIRECTOR DE ESCUELA DE SOCIOLOGÍA

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EL VIEJO ‘PACTO SOCIAL’ DEL LIBRECAMBISMO

PH. D. GABRIEL SALAZAR VERGARA*

RESUMEN La Revista Central de Sociología inaugura, con este número, una nueva sección, en

donde recibimos las colaboraciones de aquellos académicos y autores de destacada rele-vancia nacional en el amplio campo cultural de la teoría social, política e histórica. Esta vez, lo hacemos presentando este artículo de Gabriel Salazar, Premio Nacional de Histo-ria año 2006. Este texto posee una actualidad crucial para la construcción de un debate nacional respecto de nuestra situación social y política, rol insustituible de nuestras Uni-versidades nacionales, públicas y privadas.

El artículo plantea la necesidad de pensar en términos históricos, la presencia social y política de una fusión liberal conservadora, que establecería acuerdos nacionales de go-bernabilidad para desarrollar cada una de las globalizaciones, en las cuales se ha visto envuelto el país. En la ultima globalización, se estaría estableciendo una nueva fusión li-beral conservadora, que contendría los consensos necesarios para desarrollar un modelo neoliberal conservador. Desde esta perspectiva, los alcances históricos del artículo, re-configuran el entendimiento del presente del país, a partir de un análisis crítico.

DEL VIEJO ‘PACTO SOCIAL’ DEL LIBRECAMBISMO

stá comenzando a concluir un nuevo gobierno de la Concertación de Partidos por la Democracia. Y se ha dicho a este respecto –es decir: lo han dicho los jefes de esa coalición– que se trata del bloque partidario que más largo tiempo y más exitosamente ha permanecido en funciones de gobierno. Que, por eso mismo, estaríamos en presencia de

un hito señero en la historia de Chile.

Si se toman en cuenta los vaivenes y conmutaciones que normalmente ocurren en las democra-cias parlamentarias, que una coalición de partidos permanezca 15 o 20 años en control del gobierno de la República es, sin duda, un hecho digno de considerar en perspectiva histórica. Aunque, al decir del cientista político Giovanni Sartori, la larga permanencia de una fórmula de gobierno –o, si se quiere, la mera duración de un régimen político–, no tiene valor histórico en sí mismo. Es decir, puede que su duración no signifique nada1. Sobre todo si, primero, carece por modo de origen de legitimidad suficien-te y, segundo, si no demuestra eficiencia estratégica en resolver los problemas esenciales de la mayo-ría ciudadana. Con todo, sin traer a colación estos aspectos de fondo y ateniéndose sólo a la ‘duración’ y a la perspectiva histórica que aquélla reclama para su análisis ¿es efectivo que la duración de la ac-tual coalición de gobierno es la más larga de la historia de Chile?

Desde luego, ha permanecido más tiempo en La Moneda que el Frente Popular y que la Unidad Popular, coaliciones de centro-izquierda que no alcanzaron a completar allí siquiera un lustro. Pero no

* Historiador, Premio Nacional de Historia 2006, docente de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. 1 En Godoy, O. (Ed.): Cambio de régimen político (Santiago, 1992. Universidad Católica), pp. 40 y 46.

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ha logrado superar el tiempo durante el cual la centro-derechista Fusión-Liberal-Conservadora controló el Estado Nacional, ni el tiempo en que, dentro de esa, la Alianza Liberal gobernó el país. La llamada “Fusión” –que tuvo un magnetismo tal que atrajo hacia la parlamentarización liberal de la política a to-dos los partidos nuevos que fueron apareciendo (desde el Radical hasta el Socialista)– controló el Es-tado desde los inicios de la administración de José Joaquín Pérez (1861) hasta el término del segundo gobierno de Arturo Alessandri Palma (1938), con excepción del brevísimo intervalo 1927-19322. Es decir: ‘duró’ 72 años.

Históricamente, las coaliciones de partidos no siempre han constituido pactos escritos, estatutarios, con programa único y compromiso público de cumplimiento. Pues, más a menudo que no, han sido movimientos parlamentarios convergentes, centrípetos, que han ‘producido’ pactos no escritos y consensos tácitos. Y que han hecho girar la política sobre tabúes o axiomas concéntricos que han sido compartidos por todos y que ningún ‘parlamentario’ osó cambiar. Fue el caso de la mencionada Fusión, que giró durante 72 años en torno a dos ejes políticos intocados: a) la permanencia del librecambismo exterior con brazos abiertos al capital extranjero y b) la rotación ‘liberal-parlamentaria’ de los partidos en torno a la administración del eje anterior. Los que, en ese período, quisieron modificar parcial o totalmente uno de esos ejes, o ambos, fueron pronta-mente arrinconados y excluidos del juego político. Tal le ocurrió al presidente Balmaceda, a las mancomuna-les de Luis Emilio Recabarren, a los llamados “anarquistas” de 1920 y a los “sociócratas” de 1930. Y no es extraño que el Frente Popular (que desafió tímidamente el eje ‘a’) y la Unidad Popular más la Izquierda Revo-lucionaria (que desafiaron ambos ejes) hayan durado tanto como una quimera3.

La larga duración de los códigos políticos que la ‘fusión liberal-conservadora’ practicó en torno a los ejes señalados, hizo posible también el exitoso proceso formativo de lo que se llamó hacia 1910 “la oligarquía”, en la que se fundieron, en un mismo e indiviso elenco dirigente, la clase política civil, la clase política militar, el conglomerado de compañías extranjeras, el bloqueado contingente empresarial criollo, la adusta jerarquía eclesiástica e incluso los más célebres “reformistas” (como el propio Arturo Alessandri, líder de la “chusma”). Durante esos 72 años, todas las elites chilenas aprendieron a dirigir el país a partir del respeto irrestricto a los dos ejes aludidos. Al extremo de convertirlos, de hecho, en el verdadero pacto social que presidió, entre 1861 y 1938, el Estado mismo, el venerable Estado de Dere-cho, la valorada Gobernabilidad y, no lo menos, a las clases políticas (civil y militar) que asumieron, según coyuntura, el ajuste y/o la administración de todo lo anterior. Y ha sido sintomático que todos los partidos políticos que nacieron para luchar contra ‘la’ oligarquía, terminaron aceptando tácitamente el dicho pacto y entrando al mismo juego que al nacer juraron combatir4. Fue lo que hicieron, cada cual a su turno, antes de 1938, el Partido Liberal, el Radical, el Liberal-Demócrata, el Democrático, el Obrero-Socialista, el Comunista y el Socialista.

¿Fue legítima y eficiente la longeva “fusión liberal-conservadora”? Legítima, no, puesto que, tanto en 1830 como en 1891 y en 1925, la construcción y reconstrucción del tipo de Estado (liberal) que ella controló se realizó sobre la base a decisivos golpes militares y en función de una Constitución Política en cuyo diseño, redacción y/o reestructuración no tuvo la ciudadanía ninguna participación soberana. ¿Fue acaso eficiente en resolver los problemas estratégicos de la mayoría ciudadana? Tampoco lo fue,

2 Aunque antiguo, sigue vigente el artículo de Reinsch, P.: “Parliamentary Government in Chile”, en The American Political Science Review, N° 3 (1909), pp. 507-538. 3 Salazar, G. & Pinto, J. (1999). Historia Contemporánea de Chile. Santiago: LOM. Volumen I (“Estado, legitimidad, ciudadanía”), pássim. 4 La Ley de Seguridad Interior del Estado se convirtió, de hecho, en el código de hermandad de toda la clase política. Ello explica el escaso interés de ésta por convocar a una verdadera Asamblea Popular Constituyente.

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pues todos los indicadores de “desarrollo humano”, desde 1861 hasta 1938, fueron, por decir lo menos, catastróficos, pues se quebraron marcas mundiales en varios ítems: mortalidad infantil, insalubridad habitacional, porcentaje nacional de niños huachos, alcoholismo, violencia delictiva, prostitución, masa-cres de ciudadanos, etc. Lo contrario ocurrió con los “parámetros macro-económicos”, pues éstos que-braron, antes de 1930, varios récord nacionales en balanzas comerciales positivas; tasas elevadas de desarrollo industrial; altas cuotas de ganancia para las casas comerciales y bancos de extranjeros; relaciones económicas librecambistas con todas las grandes potencias del mundo; inversiones en edifi-cios públicos, ferrocarriles y puertos; enriquecimiento ‘empresarial’ de los políticos importantes; millona-rias transacciones especulativas con tierras del Estado; suculentas ganancias para los gestores políticos del capital extranjero, etc.5 Y todo eso bajo la gran cúpula, acogedora y armónica, de la céle-bre ‘estabilidad institucional’ del proceso chileno.

No hay duda que, durante la larga fusión liberal-conservadora, mientras los indicadores de desa-rrollo humano expoliaban sin piedad a la mayoría popular, los parámetros macro-económicos beneficia-ban sin descanso a las elites que dirigían el país, sobre todo a las compañías extranjeras. En suma, esa fusión ¿fue eficiente? –“No, claro, pero sí”– Cómo? –“Sí, bueno, pero no. En todo caso, en la duda, abstente. O sea: es mejor atenerse a lo que diga la historia oficial. Que no dejen de memorizarla los niños y los jóvenes. Es decir, sépanlo: Alessandri fue el estadista que inició, luchando contra la oligar-quía, la rectificación de la cuestión social detectada en el Primer Centenario. Y él abrió el período ‘de-mocrático’. Recuérdenlo. No lo olviden. Y levántenle una estatua”.

La fusión liberal-conservadora estableció, pues, en Chile, no sólo la célula madre de la ‘oligarquía’, sino también la matriz institucional del ‘pacto social’ que rigió por casi un siglo a todos los chilenos. El cual se componía, como se dijo, de dos compromisos interconectados: 1) el compromiso de todas las élites de asociarse de igual a igual con las grandes compañías capitalistas extranjeras, a título de asegurar la mejor vía de modernización de la sociedad y 2) el compromiso de todos los chilenos de elegir periódicamente a todas las élites para que se rotaran en la administración del compromiso N° 1, por ser la mejor fórmula de vida democrática6. ¿La Constitución? “No, no es necesario cambiarla”.

Se puede apreciar que el compromiso N° 1 generó (y genera) la ilusión cultural de que nos esta-mos modernizando ‘a la par’ con las grandes potencias; mientras que el N° 2 sigue generando la ilusión política de que nuestra democracia garantiza la ‘alternancia en el poder’. Y se aprecia también que la relación entre el compromiso 1 y el 2 ha generado y sigue generando una tercera ilusión, según la cual la lucha ‘electoral’ ha sido y es la única esencia de la lucha ‘política’.

Como se sabe, durante la larga vida de esa Fusión hubo varios combates electorales de rango épico (por ejemplo, Vicuña Mackenna contra Aníbal Pinto en 1876 y Barros Borgoño contra Alessandri en 1920), momentos en que los candidatos respectivos, de cara a los electores, encendieron homéricas disputas verbales. Sin embargo, hoy, cuando los historiadores examinan los programas de Gobierno y las conduc-tas reales de esos candidatos (o presidentes), no encuentran diferencias dignas de nota entre tales ‘ene-migos’. Lo que hoy está claro es que la Coalición Conservadora fue más liberal que la Alianza Liberal en 5 La descripción de estos fenómenos está dispersa en una amplia bibliografía sobre la llamada “cuestión social”. Un apropiado resumen en Armando de Ramón: Santiago de Chile (1541-1991). Historia de una sociedad urbana (Madrid, 1992. Editorial Mapfre) y en María Angélica Illanes: En el nombre del pueblo, del Estado y de la ciencia. Historia social de la salud pública, Chile, 1880-1973 (Santiago, 1993. CAP). 6 Este pacto social fue también asumido por las coaliciones de centro-izquierda. Ver de Salazar, G.: “Las concertaciones de partidos de centro-izquierda en Chile ¿cuánta ha sido su utilidad histórica”, en Alamedas N° 5 (Santiago, 1998), pp. 8-13.

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política social y que la Alianza Liberal fue más conservadora en la defensa del empresariado y en la repre-sión a los rotos que la Coalición Conservadora, siendo ambas igualmente librecambistas. Históricamente, pues, estaban más fusionadas de lo que aparentaban frente a la gran masa electoral.

Y hablando de fusión ¿cuán diferenciados o fusionados están los políticos de la actual Concerta-ción de Partidos por la Democracia y de la actual Alianza por Chile en comparación a los políticos de la vieja Fusión Liberal-Conservadora? ¿Han modificado los compromisos 1 y 2 del pacto social subterrá-neo que rigió por tantas décadas a la masa ciudadana? ¿En qué radican las diferencias reales, estraté-gicas, entre los bloques que hoy disputan el Gobierno (no la legitimidad de la Constitución), o no hay ninguna? ¿Se puede hablar hoy de izquierdas y derechas? ¿Tiende o no la Concertación a restaurar el mismo viejo ‘pacto social’ que la Fusión estableció para los chilenos? ¿Y cuán legítimo y eficiente es el neoliberalismo actual respecto al liberalismo de la vieja Fusión? ¿Cuánto le deben ambos liberalismos a las dictaduras militares y cuánto necesitaron y necesitan de ellas? ¿Qué sentido histórico real tiene hoy postular la ‘alternancia en el poder?’.

GLOBALIZÁNDONOS POR CUARTA VEZ Se destaca, frecuentemente, que Chile, desde 1990, se ha estado globalizando exitosamente y que,

gracias a los excelentes indicadores de su “capacidad competitiva como país”, está posicionado en un lugar expectante (el mejor de América Latina) en el ranking mundial que confeccionan las infalibles consul-toras internacionales Standard & Poor’s, J.P.Morgan, Institute for Management Development, World Eco-nomic Forum y otras. Tal posición confirma que Chile es hoy un lugar de “bajo riesgo” para las inversiones del capital financiero mundial, si este decide venir. Confirma también que somos una carretera expedita para la circulación mundial de los “capitales golondrina” (los que no vienen para quedarse, sino para apro-vechar la coyuntura)7. Y, por cierto, para que los capitales chilenos ‘salgan’ también a tentar suerte por el mundo (30 % de los fondos de pensión que cotizan los trabajadores y administran los grandes empresa-rios de las AFP, por ejemplo, están invertidos en el exterior, y van en aumento)8.

El triunfalista discurso de la globalización se rige por el objetivo de que Chile debe –sí o sí– ingre-sar a esa categoría de países que las dichas consultoras clasifican en el top ten de su lista. De lograrlo –“y se va a lograr”, se nos dice– estaríamos alcanzando la ‘cima’ de nuestra historia. Esa cumbre donde se negocia de igual a igual con las grandes potencias del mundo. En todos los mercados. En todos los planos. En todos los idiomas. Y eso significaría dejar atrás esa enfermiza condición de país ‘en vías’ de desarrollo. “Estamos cerca… Ciudadanos: ¡perseverad! ” 9.

Como se sabe, la dictadura del general Pinochet acomodó todas las estructuras para que Chile fuera bien evaluado y así pudiera llegar al país, masivamente, el codiciado capital financiero mundial. Sin la llegada de ese capital, no habría globalización. Sin embargo, el Chile del general Pinochet fue considerado 7 Bay-Schmith, J.: “Chile: educación y corrupción frenan la competitividad”, en El Mercurio 10/05/2003, B6. Chile ocupa el lugar 16 entre las naciones de su tamaño (30 en total). 8 Jarur, P.: “Límites de inversiones de las AFP”, en El Mercurio 22/09/2004, B6. Se calcula que las inversiones chilenas en el exterior se duplican de un año para otro, sumando ya sobre $ US 43.000 millones. Ver Castañeda, L. & Zúñiga, C.: “Inversión chilena en el exterior duplica la realizada en 2003”, en El Mercurio 24/04/2004, B2 y de García, D. & Rodríguez, C.: “Crece inversión foránea de las AFP”, en El Mercurio 11/06/2004, B2. 9 La cima que hoy se nos habla no es aquella antigua que se denominaba “take off”, es decir: el despegue hacia el pleno desarrollo industrial. La cima neoliberal es distinta: consiste en tensar al máximo nuestras “capacidades competitivas”, en abrir al máximo nuestras fronteras al capital financiero mundial y en dejar de lado los escrúpulos nacionalistas y populistas para alcanzarla.

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siempre, en el concierto de las grandes potencias occidentales, un pariah state (un Estado “abominable”) y no un ‘igual’10. Y, en este sentido, no sirvió de mucho que la dictadura hubiera reducido el tamaño del Es-tado a su mínima expresión, que hubiera recortado el gasto social a menos del mínimo requerido, pulveri-zado la clase obrera y los partidos de Izquierda, re-fundado el empresariado en condiciones de excepción, privatizado el fondo social de los trabajadores y puesto on sale las grandes empresas del Estado, etc.11. Y es que las grandes potencias no perdonaron que la dictadura chilena no revistiera sus acomodos con el ropaje de un Estado de Derecho y un sistema democrático ‘formal’. Pues en las grandes especulaciones financieras es de buen tono guardar, también, las apariencias políticas. Es cuestión de caballeros. Y las transnacionales no son, pese a todo, la CIA. Y tampoco son ‘militarotes’ golpistas. Además, en el mercado globalizado de hoy, tanto el Estado de Derecho como la Democracia Formal constituyen también indicado-res de competitividad 12. Porque en ese mercado ya no compiten empresas, sino países. Es más: bloques de países. Y como el régimen militar chileno carecía de competitividad en ese terreno, las grandes poten-cias no invirtieron entonces en el país. El general Pinochet se halló en un callejón sin salida: o se iba y daba paso a la democracia formal o su trabajo dictatorial no se vería coronado por laureles de gloria: la globalización de su obra.

Y lo que no pudieron las 22 jornadas de protesta nacional contra la dictadura a lo largo de cinco años de lucha (que cayera el tirano), lo pudo casi sin costo una cláusula formal del capitalismo globalizado: ‘no se invierte donde la competencia de mercado no reviste decentes formas democráticas’. De este modo, la Con-certación de Partidos por la Democracia, triunfante en el plebiscito de 1988 y en las elecciones presidenciales que siguieron, no tuvo más que completar la tarea; esto es: negociar con las grandes potencias los acuerdos necesarios para comerciar de igual a igual y para que los capitales financieros pudieran entrar y salir del país. A placer. Sin sobresaltos. Pues la tarea I, la que acomodó el país entero para recibir el capital extranjero, ya estaba hecha –y a la perfección– por la dictadura militar. De modo que la tarea II fue sólo de remache: invitar y acomodar ‘democráticamente’ al dicho capital. Con todo, la tarea II necesitaba discurso propio. Un discurso seductor, amable, futurista y triunfalista. Un discurso democrático, distinto a las arengas del terror dictatorial, pero que respetara la apertura al exterior establecida por la dictadura13. Y este discurso fue, ha sido y sigue siendo el de la mítica “globalización modernizadora”.

Sin embargo, sólo a partir de 1994 (cuando la transición democrática neoliberal parecía consolidada) comenzó a llegar, y con mucha prudencia, el codiciado capital extranjero. Por eso, el peak de esas inver-siones sólo se alcanzó entre 1996 y 1999, para luego declinar drásticamente –como efecto de la crisis asiática– a partir del año 2000. Por esto, los inicios del gobierno de Ricardo Lagos fueron sombríos: la economía tendía a estancarse porque las inversiones extranjeras cayeron 74 % desde 1999 al año 2000. El modelo neoliberal, como un todo, estaba en peligro14. Los empresarios, frente al nuevo gobierno fruncie-ron el ceño: ¿tenía sentido administrar el ortodoxo modelo neoliberal chileno sin capital extranjero, sin los empresarios y con un mandatario que tenía pasado socialista? Los inquietos cerebros pensantes del se-gundo piso de La Moneda pudieron preguntarse lo mismo, desde otra perspectiva: ¿cuánto más ‘duraría’ 10 Ver de Harkavy, R.: “The Pariah State Syndrome”, en Orbis 21:2 (Philadelphia, Penn., 1977), pp. 623-650. El término es usado aquí para referirse a países como Sudáfrica, Paraguay, Pakistán, Chile y otros. 11 Una descripción objetiva de estas acomodaciones en Collins, J. & Lear, J.: Chile’s Free-Market Miracle: a Second Look (Monroe, USA, 1995. IFDP), pássim. 12 Obsérvese el set de indicadores utilizado por el Institute for Management Development (IMD), en Bay-Schmith, J., loc. cit. 13 Salazar, G.: “Proyectando país globalizado tras 200 años de vida independiente (o la revolución del hijo pródigo)”, en Tomás Moulian (Ed.): Construir el futuro. Aproximaciones a proyectos de país (Santiago, 2002. LOM), vol. I, pp. 177-208. 14 Claude, M.: “La inversión extranjera directa en Chile (1973-2004)” (Santiago, 2003. Manuscrito), Tabla N° 1, p. 19.

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la Concertación en el Gobierno del país sin la presencia colaboradora de los socios legítimos y estratégi-cos del modelo neoliberal? No demasiado, pues la situación tendía a ser la misma que obligó al general Pinochet a retirarse a sus parcelas de agrado, sólo que no por la cláusula de la decencia democrática, sino por la crisis asiática y los problemas propios de la globalización financiera.

El problema no era menor, pues entonces la tarea fundamental tenía que ser, forzosamente, la de re-vincular activamente los dichos socios al proceso país. Es decir: tenía que gobernar más para ellos que para los ciudadanos rasos que votaban por la Concertación (sobre todo, la clase popular). De este modo, había que concentrarse en la tarea urgente de atraer a como diera lugar la escurridiza inversión extranjera, pues, ante su ausencia, los empresarios criollos estaban optando –haciendo uso de la aper-tura de las fronteras económicas– por invertir sus capitales en las mercados especulativos externos, por su mayor rentabilidad relativa15. La des-inversión parecía generalizarse y el estancamiento se veía venir, casi como ‘otro’ golpe de Estado. ¿Qué hacer? Lo obvio: aplicar recetas neoliberales. ¿Cuáles? Limpiar de toda traba el mercado de capitales interno (reformas I y II), impulsar las exportaciones tradi-cionales y no tradicionales, rebajar aun más los aranceles de importaciones, no aumentar los impuestos al capital, mantener deprimido el gasto social y, sobre todo, multiplicar los tratados de libre comercio con todas las potencias del orbe16. Había que aumentar la rentabilidad media del mercado interno. Sólo así llegaría el capital extranjero y los empresarios chilenos invertirían en Chile y no en Bahamas o en Estados Unidos o en otros “paraísos tributarios”17. De paso, con estas medidas, se podrían mejorar aun más los indicadores políticos de la competitividad país.

Por eso, desde el año 2002 en adelante, existe una agresiva política exterior destinada a liberalizar las relaciones comerciales de Chile con Estados Unidos, la Unión Europea, Corea del Sur y eventualmente China, la India, Japón, algunos países de Centro América y, últimamente, con Perú y Bolivia. Uno tras otro, se han ido firmando diversos tratados de libre comercio, con una frecuencia y rapidez que ha convertido al país, una vez más, en el más veloz librecambista de América Latina18. Lo cual quedó patentado cuando Chile fue la sede de las sesiones ordinarias de los países de la APEC. Sobre esta base, se ha pensado en asumir una posición de liderazgo hemisférico, aun al costo de volver la espalda a la vieja fraternidad lati-noamericana19. Teniendo ya cinco o seis tratados de libre-comercio en el bolsillo, Chile parece estarse jugando entero por su plena globalización, como también su integración virtual al mundo de Silicon Valley y de Bangalore.

¿Ha sido exitosa esta política? En sentido macro-económico, sí: todas las encuestas indican que la Concertación de Partidos por la Democracia ha logrado remontar la crisis y que, por eso mismo, su control

15 La inversión trimestral de los empresarios chilenos en el exterior aumentó de US $ 370 millones durante el primer trimestre del 2002 a US $ 1.818 millones en abril del 2004, totalizando al 31 de marzo de 2004 la cantidad de $ US 42.257 millones. Ver de Castañeda, L. & Zúñiga, C.: “Inversión chilena en el exterior duplica a la realizada en 2003”, en El Mercurio, 24/04/2004, B2. 16 Ver los reportajes “Cómo murió el encaje” de la revista Qué Pasa del 21/04/2001, pp. 72-73 y “¡Urgente, un plan B!” y “El punto base”, en ibídem, 5/01/2002, pp. 56 y 58-60, respectivamente. 17 Las inversiones externas no han sido, en todo caso, tan rentables, pues el 50 % fue capital “quemado”. Ver de Sapag, R. & Rojas, C.: “Internacionalización empresarial chilena: salir en grande, volver lastimados”, en Capital N° 141 (Santiago, 2004, septiembre-octubre), pp. 26-34 18 Marticorena, J. & Rioseco, J. P.: “Sin marcha atrás. El acuerdo comercial alcanzado con Estados Unidos sella la opción de Chile por el modelo de libre mercado”, en Qué Pasa 13/12/2002, pp. 30-32. Una mirada retrospectiva con C. Soza: “Acuerdos comerciales: ¿con quién nos estamos metiendo?”, en El Mercurio 15/08/2005, B5. También Jarur, P.: “Avanzadas negociaciones: CODELCO afina acuerdo por US $ 2.000 millones con China”, en ibídem, 28/05/2005 19 Moffett, M.: “Libre comercio: después del TLC, Chile busca ser una plataforma regional de negocios”, en El Mercurio 4/09/2003, B9 y Santelices, D.: “Habrá limitaciones en la relación si Chile no se integra con sus vecinos”, en ibídem, 17/12/2004, B 26.

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del Gobierno está en vías de ‘durar’ todavía, a lo menos, otros cuatro años, mientras el Presidente aumen-tó su prestigio personal a niveles cercanos al 70 %. La solidez del modelo parece recuperada: el capital extranjero volvió, no en los volúmenes espectaculares de 1996, pero en tasas razonables y a las áreas de siempre (minería, finanzas, infraestructura, etc.), mientras los empresarios nacionales han aumentado también su inversión interna (eso sí, en supermercados y multi-tiendas, sobre todo). La tasa nacional de crecimiento para 2005 registró 6.1 % de incremento (no se han alcanzado, con todo, los altos niveles de 1986 o 1996); la tasa de ganancia de los grupos económicos, lo mismo que los índices de la Bolsa de Comercio han superado con creces la barrera del 30 % anual20. Tanto es así que al día de hoy las empre-sas tienen “exceso de liquidez” y, a la vez, una magra cartera con proyectos de inversión. Viven una pléto-ra de capital financiero21. La duda residual es que buena parte de esta bonanza puede que no tenga que ver necesariamente con los tratados de libre comercio, sino con el alza espectacular del precio internacio-nal del cobre, que ha alcanzado récord históricos, tanto, que ha hecho bajar el precio del dólar en casi 20 %, afectando a los exportadores y privilegiando a los importadores. Los parámetros macro-económicos de la globalización gozan, pues, de buena salud. Con todo, los otros indicadores de la competitividad-país no presentan cifras tan rozagantes y, aunque Chile sigue clasificado en las categorías superiores, se observa aquí un cuadro más complejo y preocupante.

¿Qué tiene de distinta esta “fusión” neoliberal-neoconservadora de la que se ganó a sí misma el de-recho a gobernar 72 años entre 1861 y 1938? ¿Cuán diferente es ‘esta’ globalización de aquella que sedu-jo a todos los partidos para que medraran juntos dentro del ‘pacto social’ que ella exigía? Debe tenerse presente que esta no es la primera globalización del mundo ni la primera que ‘forma’ a la oligarquía del país. Pues, la que estamos viviendo no es la ‘primera’, sino la cuarta. La primera tuvo lugar con nuestro nacimiento en el útero del Imperio Español, que abarcó gran parte del mundo conocido (“en mi Imperio no se pone el sol”). La segunda surgió cuando quisimos romper las cadenas de esa “esclavitud” para liberar-nos, globalizándonos en brazos del capitalismo inglés y la cultura francesa (1810-1930). La tercera ocurrió cuando, para lograr nuestra plena independencia económica, decidimos importar medios de producción y bienes de capital, cayendo así en la dependencia imperialista de Estados Unidos, único proveedor a la sazón de tales bienes (1938-1973). Y la cuarta surgió cuando, para liberarnos de la dependencia yanqui y hablar de igual a igual con las grandes potencias, nos trajeron a diluirnos como país al interior del inmenso mercado neoliberal globalizado.

Las historias de nuestras cuatro globalizaciones nos enseña por tanto que, para nacer, nos globali-zamos; para liberarnos y desarrollarnos como país, nos volvimos a globalizar y para romper el círculo vi-cioso de esa ‘dependencia globalizante’, el triunfalista discurso hegemónico de hoy nos propone rechazar y destruir, no los procesos de globalización en sí, sino los afanes de liberación 22.

Hay algo que está mal aquí. Tal vez es sano mirar de reverso el discurso hegemónico.

20 Ver “Resultados por grupos y sectores económicos al tercer semestre de 2004”, en El Mercurio, 8/11/2004, B7; de Rodríguez, C.: “Balance 2004: mercado rompe 10 récord históricos. La bolsa, los bonos y los fondos mutuos quebraron marcas que difícilmente se repetirán en el tiempo”, ibídem, 22/12/2004, B1; Viancos, C.: “Mineras, forestales y bancos lideran ganancias de las empresas”, ibídem, 13/08/2005, B1, etc. 21 Soza, C.: “Empresas: una billetera contundente, pero pocos proyectos”, ibídem, 10/08/2005, B6. 22 Un mayor desarrollo de esta historia en Salazar, G.: “Proyectando país globalizado…”, loc. cit., pp. 177 et seq.

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EL LADO OSCURO DEL ESTADO NEOLIBERAL El Estado neoliberal de la época de la cuarta globalización no puede ser prominente ni,

necesariamente, protagónico. No puede ser ni Estado Empresario, ni Estado Docente, ni Estado Social-Benefactor, ni Estado Burocrático. Debe ser de bajo perfil y, en lo posible, hueco 23. Su presencia debe ser formal, de apariencia, y no debe interferir en la circulación libre del que, desde las grandes carreteras virtuales, ‘produce’ hoy la mayor parte de la realidad: el capital financiero mundial. La globalización presupone que las instancias de decisión estratégica y táctica se delegan hacia arriba (cumbres mundiales), hacia el lado (empresa privada), hacia afuera (transnacionales) y, para descargar costos molestos, hacia abajo (micro-empresas, municipios)24. Si todas esas instancias son, en sí y por sí mismas, solventes y capacitadas (o sea: competitivas), el Estado puede y debe descentralizarse, a tal punto, que su presencia podría ser estratégicamente inútil.

El problema del Estado chileno consiste en que, si bien sus políticas son competitivas, su gran instancia lateral de decisión estratégica: los empresarios, lo es bastante menos que lo que estos, obnubilados por sus ganancias, creen. Y si estos no son tan competitivos como creen es porque, sencillamente, sus trabajadores no lo son. Y con respecto a las instancias superiores y externas (las transnacionales), estas siguen pensando que Brasil, México, Argentina, Rusia y los países asiáticos son más rentables que Chile, a pesar de que no son tan ortodoxos ni tan aplicados, razón por la que el grueso de sus inversiones se dirige hacia ellos, pese al declarado afán de liderazgo regional de los chilenos. Y, como si fuera poco, las instancias ‘de abajo’, las encargadas de absorber los excedentes de costo (municipios y micro-empresas) tampoco son competitivas, pues se encuentran comprimidas por el sobrepeso y la responsabilidad ‘competitiva’ de los marginales procesos sociales y productivos25. En Chile, pues, el Estado se salva por su buen comportamiento político y por la coyuntura internacional favorable del cobre, pero no por el nivel competitivo de los otros factores que asegurarían su éxito total.

¿Qué cabía hacer ante este hecho? Que el Estado se hiciera cargo, lo aceptara o no la ortodoxia del discurso central, de los déficit competitivos de los ‘otros’ factores, creando, como en trastienda (tiene que ser así, para no ser abiertamente “desarrollista” o “populista”), una red estatal simulada, suplementaria y compensatoria, a efecto de hacer más competitiva el área empresarial, la tecnológica y, sobre todo, la social y la educacional. Es decir: ha debido cultivar en trastienda un verdadero iceberg de agencias subcontratistas que ejecuten las políticas de relleno (¿subsidiarias?) que el Estado debe emprender en esas áreas26. Debe, por ejemplo, reducir el déficit de capacitación de la masa trabajadora que las

23 Sobre el ‘ahuecamiento’ del Estado (“hollowed out Schumpeterian workforce state”), ver de Bob Jessop: “Post-Fordism and the State”, en Ash Amin (Ed.): Post-Fordism. A Reader (Oxford, 1995. Blackwell), pp. 251-279, y de Strange, S.: “The Declining Authority of States”, en Held, D. & McGrew, A.: The Global Transformations Reader (Cambridge, 2003. Polity), pp. 127-134. Es importante también el libro de B. Jessop: The Future of the Capitalist State (Cambridge, 2002. Polity), ver capítulos 5 y 6. 24 Ver de Harvey, D.: The Condition of Postmodernity (Oxford, 1992. Blackwell), pp. 168-172. 25 Mientras las grandes empresas celebran tasas de utilidad récord, la mayoría de los municipios se debaten al borde de la bancarrota. Lo mismo que en 1912, durante la segunda globalización, la Municipalidad de Valparaíso está hoy a punto de quebrar y llevar a su Alcalde a la cárcel. Ver de Barría, A.: “Fuerte endeudamiento: los municipios están viviendo una farsa”, en El Mercurio 12/08/2005, C9; también de Droguett, E.: “Movilización de alcaldes y concejales: paro logró sensibilizar al público”, en ibídem, 6/05/2005, C9. 26 La aparición de estas agencias es un fenómeno mundial. Ver de Salomon, L.: “The Global Associational Revolution: The Rise of the Third Sector in the World Scene”, Occassional Papers N° 15 (Institute for Policy Studies, John Hopkins University, 1993). Para el caso de Chile, Cancino, B. & Vergara, D.: La asociación de los privados (Santiago, 1996. Ediciones SUR); Salazar, G.: Los pobres, los intelectuales y el poder (Santiago, 1995. PAS) y “La larga y angosta historia de la solidaridad social bajo

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empresas, por su arcaico modo taylorista de gestión, no lo reducen. ¿Cómo? Financiando a través del SENCE y otros mecanismos, un semillero de grandes y pequeñas empresas privadas que negocian con la venta de capacitación. Y debe, también, promover programas de empleo temporal a través del FOSIS y otras agencias para compensar la notoria tendencia a la baja de la tasa nacional de empleo. Debe, a través de múltiples small projects de desarrollo local o social, paliar los rigores de la pobreza y del empleo precario. Debe incentivar con placebos tributarios a las empresas constructoras (privadas) para que construyan viviendas sociales decentes, y subvencionar a las corporaciones educativas privadas para que acepten alumnos de menores recursos. Debe encargar estudios de mercado para las empresas exportadoras del Estado, o sobre el tráfico de drogas, a objeto de proponer políticas de rehabilitación para la juventud “dañada”. Debe financiar think tanks en la propia Moneda para producir informes que iluminen al Gobierno, con el fin de que este no dé pasos en falso, no pierda las elecciones, no deteriore su “imagen” pública (no está pensado que recomienden cómo mejorar el estándar de vida de los pobres), y debe, asimismo, utilizar a diversos “gestores especulativos” como señuelos e intermediarios para que los grandes consorcios internacionales les compren a ellos, a precio de ganga, las empresas que antes eran del Estado y de todos los chilenos, etc.

Como se ve, para que el Estado chileno pueda mantener su silueta liliputense (exigida por el FMI y recomendada por el Consenso de Washington) y a la vez un elevado índice de competitividad hacia fuera (exigido por las consultoras internacionales), ha debido hacer informal y sucedáneamente lo que los ‘otros’ factores de la globalización de Chile no están haciendo a cabalidad, esto es: ser, por sí mis-mos, competitivos. Y a este efecto los gobiernos de la Concertación no han tenido otra salida que sub-contratar a centenares y aun miles de intermediarios, consultoras y organizaciones no gubernamentales (que son empresas o corporaciones privadas, pero que cosechan en el mercado abierto lo que en bue-na medida es hoy el presupuesto público) para que hagan, por partes y de a poco (focalizadamente), lo que falta por hacer.

Lo anterior ha convertido las políticas de Estado en una galaxia virtual de contratos semi-privados, donde cada uno de ellos se inserta en pequeños y medianos programas de desarrollo, los que, a su vez, funcionan segmentados en mini-proyectos de diagnóstico, pronóstico, ejecución y evaluación, a través de los cuales se derraman millones de dólares entre agentes, gestores y ejecutores privados que, como deben generar “productos” para el Estado, son al mismo tiempo agentes de ‘lo público’, al servicio indirecto/directo del Gobierno de turno. Algunos de esos contratos operan sobre transacciones de escala internacional (privatización de las compañías eléctricas, por ejemplo, o ventas futuras del cobre), razón por la que allí los pagos y “sobresueldos” involucrados se mueven en ‘esa’ escala, tanto, que terminan por formar parte del circuito acumulativo interno del mismo capital financiero nacional-internacional. Otros establecen concesiones a privados para construir carreteras u obras públicas y otros, sin duda los más modestos, se firman para ejecutar los voceados programas de mejoramiento urbano y desarrollo social de los “bolsones de pobreza” remanentes (construcción de áreas verdes, de multi-canchas, talleres para fortalecer la identidad local, la participación ciudadana, la formación de espacios públicos, lanzamiento de programas “puente” para llevar de la mano a los pobres hacia la modernidad, etc.).

De este modo, en torno y debajo del globalizado Estado chileno gira un archipiélago Gulag de intermediarios, consultoras y ONGs de las más variadas especializaciones y tamaños; ojos, oídos y brazos

régimen liberal en Chile”, en Cuadernos de Historia N° 23 (Santiago, 2003. U. de Chile). También de ACCION (Ed): Situación de las ONG chilenas al inicio del siglo XXI (Santiago, 2001).

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mercenarios del Estado que trabajan afanosamente en mantener intacto su perfil liliputense y a salvo su aplaudido índice de competitividad ‘central’. En verdad, se trata de un mercado político formado por una hormigueante masa de sub-contrataciones semi-públicas y semi-privadas, que crece en proporción a las funciones no confesas del Estado Neoliberal, que trabaja en la ejecución licitada de las políticas públicas a cambio de una remuneración fiscal y que está inevitablemente enredado (asociado) con los mismos elencos políticos que administran el Gobierno y gran parte del Estado. Se trata de un mercado ‘de oportunidades’ que orbita en círculo más o menos cerrado en torno al eje de la coalición gobernante, donde la oportunidad se gana y se aprovecha pública y también privadamente si se está conectado a la red social y política ‘en el poder’. En verdad, es un shadow state nepotista, de nuevo tipo.

De ese peculiar modo, el competitivo Estado neoliberal chileno responde, por un lado, al requerimiento del FMI de mantener hacia afuera un bajo perfil burocrático y, por otro, hacia adentro, y ante el déficit de los otros factores de competitividad, un ancho circuito cerrado de una bien financiada política ‘de rellenos’ que beneficia, por vía ambigua (público-privada) y contrato temporal (a honorarios), a una masa orbitante de grandes y pequeños ‘colaboradores’. Esa masa configura el lado oscuro de la fuerza neoliberal del Estado. Su lado opaco, de escasa transparencia a la oposición, a la ciudadanía y a la conceptualización política. En rigor, no es más que la cirugía facial producida por la mercantilización de sus funciones. Y ha sido en este lado oscuro donde los gobiernos de la Concertación han visto estallar sus diversos y frecuentes casos de corrupción administrativa27.

¿Se trata de corrupción? En el sentido en que es una situación que ampara beneficios privados al interior de intereses públicos, lo es, como ‘situación’, en un sentido político. En el sentido de si implica una falta a la ética administrativa y/o un robo al tesoro público, sí, si no hay un servicio realmente útil prestado de por medio, o si hay una remuneración excesiva de acuerdo a los estándares normales para servicios similares. ¿Se trata de un delito mayor? Sí, si la ganancia privada por esa vía es tan excesiva que daña el interés público. No, si se asume que ganancias medias obtenidas en torno a las oportunidades que ofrece todo Estado neoliberal a las agencias privadas (satélites) que colaboran con él, son ‘normales’ en ese tipo de Estado28. ¿Es una cuestión de jueces y de leyes? Sí, si el Derecho Positivo ha sido elaborado sobre ese tipo de situaciones históricas. No del todo, si el Derecho fue pensado para otro tipo de situaciones y de estados. En este último caso es una situación ‘histórica’ que debe resolver la misma ciudadanía.

Los hechos clasificables como ‘actos de corrupción’ han abundado. Pequeños y casi invisibles ‘durante’ el peak de las inversiones extranjeras, esos hechos aumentaron de escala y frecuencia después de ese peak, durante el impacto de la crisis asiática y en paralelo a la reactivación. La pregunta es, en este punto: de ganar las elecciones presidenciales la Alianza por Chile (es decir: los

27 No es necesario describir los casos de ‘corrupción administrativa’ detectados en el Estado Neoliberal chileno durante el período 2000-2005. La mayoría de ellos tiene que ver con lo que aquí hemos llamado el shadow state. Se contabiliza el caso de las indemnizaciones pagadas a ex funcionarios de empresas públicas (año 2000); los casos MOP-Gate, MOP-Ciade, CONADI y CONAMA (2001); el llamado caso “Coimas” y de los aviones Mirage (2002); el caso CORFO-Inverlink (2003), etc., y diversos casos ocurridos en el año 2005 a nivel de municipios. Ver A. Rodríguez V.: “Las oscuras huellas de la corrupción”, en El Mercurio 10/07/2005. También de Faúndez, G. & Farfán, C.: “El peor momento”, en Qué Pasa 7/10/2000, pp. 20-23; González, P. & Faúndez, G.: “El secreto a voces de la Concertación”, ibídem, 18/10/2002, pp. 25-28; Cerda, M., Espinoza, S. & Vergara, A.: “La loca geografía de la corrupción”, ibídem, 6/12/2002, pp. 24-28; Valle, C.: “Las nuevas vícticas de los sobresueldos”, ibídem, 2/05/2003, pp. 34-36, entre otros. 28 En estas consideraciones no se toma en cuenta el factor ‘inmoralidad plena’ que algunos sujetos pudieron tener insertos en su propia personalidad.

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dueños legítimos del modelo) ¿disminuiría el índice de corrupción administrativa? O dicho de otra manera: ¿disminuiría la zona mercantilizada del Estado neoliberal? ¿Mejorarían los ‘otros factores’ sus índices respectivos de competitividad? ¿Aumentarían los empresarios chilenos su competitividad real, no su tasa de ganancia neta? ¿Mejoraría la capacitación real de los trabajadores chilenos? ¿Aumentaría la inversión en la producción –no en la ‘importación’– de nuevas tecnologías en Chile? ¿Habría una disminución del empleo precario?

Es dudoso que los verdaderos dueños del modelo, de ganar el Gobierno, lleven a cabo reformas profundas, estructurales y directas en la competitividad empresarial, en la capacitación de los trabajadores, en la producción tecnológica y en la distribución del ingreso nacional. Si no se hizo en dictadura, cuando era fácil, es improbable que se haga ahora, en competencia democrática con los ‘enemigos’ de esa dictadura. Pues, toda reforma profunda en esa dirección significaría: 1) reducir las altísimas tasas de ganancia que tienen hoy las grandes empresas en Chile; 2) reducir el rol estratégico del capital extranjero, para potenciar en cambio las fuerzas productivas domésticas; 3) alterar la ecuación distributiva del ingreso en beneficio de los trabajadores; 4) aumentar la capacidad ejecutiva directa de los aparatos estatales, disminuyendo su dependencia de las agencias subcontratistas y 5) modificar el Plan Laboral para dar más empleo estable y disminuir el empleo precario. Nada de esto, sin duda, de ser leal consigo mismo, haría un gobierno de la Alianza por Chile, pues implicaría desandar lo recorrido por la dictadura y deshacer una obra que, desde muchos puntos de vista, hace tiempo que ya alcanzó la gran meseta de su perfección ortodoxa.

El problema no es, pues, si hay mucha o poca corrupción del gobierno de turno. El problema es que el Estado Neoliberal chileno pretende estar ya globalizado cuando el resto del país no lo está; pretende que los otros factores de competitividad también están operando en ese mismo alto nivel; pretende que el país entero está cerca del nivel de los países que las consultoras internacionales clasifican en clase AAA y pretende que no está haciendo lo que todos saben que hace por detrás o bajo cuerda, a saber: comportarse como Estado ‘empresario’ a través de su cohorte de intermediarios, licitadores y consultores; como Estado ‘social-benefactor’ a través de su cohorte de FOSIS, DOSs, DIDECOs, PLADECOs, ONGs y otros grupos ejecutores, y como Estado ‘docente’ a través de sus enormes subvenciones al ejército de corporaciones educativas privadas que ‘colaboran’ con él…

El Estado Neoliberal es, de arriba abajo, una sola mentira en todo lo que tiene que ver con el desarrollo productivo y social del país, y esto porque necesita privilegiar a como dé lugar las entradas y salidas ‘especulativas’ del poderoso capital financiero internacional. Pues, como se dijo, sin la presencia de ese capital, no hay globalización posible. Ni permanencia en el Gobierno. La corrupción real radica precisamente en esta mentira, tanto más, cuanto que la misma permite privatizar, en la penumbra ciudadana, buena parte de los fondos que son de todos los chilenos, a título de servicios y colaboraciones –de muy bajo rendimiento neto en lo social y lo productivo– para la buena y feliz globalización de su destino.

EL DOBLE TRASFONDO SOCIAL De acuerdo al indicador “distribución del ingreso”, la situación del país señala los siguientes datos: si

en 1990 el 10 % más pobre del país recibía sólo el 1.4 % del ingreso nacional, a fines del 2003 su tajada había bajado a 1.2 %, mientras el 10 % más rico, recibiendo siempre el 42 % del ingreso nacional, recibía 34.33 veces más que el promedio de los más pobres (en 1990 recibía 30.14 veces más). Chile tiene una distribución desigual del ingreso más alta que China, Ecuador, India, Malasia, Perú, Sudáfrica, Venezuela

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y otros, siendo superado sólo por Brasil. Esta distribución es peor ahora que en 1981, durante la dictadura29. Nunca antes, durante el siglo XX, se había dado en Chile una distribución tan desigual del ingreso. Su único parangón es la distribución que rigió en el siglo XIX (o sea, durante la segunda globalización), que era y fue un escándalo mundial.

En gran parte, ese resultado se debe a que la política laboral recomendada por los grandes empresarios y los expertos en competitividad: la llamada “flexibilidad del empleo” (según la cual los contratos laborales deben regirse sólo por la ley de oferta y demanda, sin sujeción a ninguna regulación que proteja el trabajo frente al capital) no es otra cosa que flexibilidad de enganche y despido para los patrones e inflexibilidad y precariedad laboral para los trabajadores. Era y es la lógica de empleo instaurada a través del Plan Laboral impuesto por la dictadura y mantenida en sus cláusulas fundamentales por la Concertación. Según esa lógica, ningún contrato de trabajo debiera ser permanente y todo trabajador puede, según interés de la empresa, ser prescindible. Lo que se busca es que en las empresas no se formen contingentes numerosos de trabajadores ni que éstos permanezcan en ella tanto tiempo como para que terminen formando sindicatos poderosos. Esto se traduce en la proliferación de contratos temporales, en la prescindencia inminente de todo trabajador, en incentivos para la competencia laboral dentro de la faena y en la reducción al mínimo (o rotación al máximo) del personal contratado. Por esto, el Plan Laboral de la dictadura se ha convertido en el tercer vértice del ‘pacto social’ del neo-liberalismo y los patrones, atrincherados firmemente en él, resisten (con éxito) todo intento por modificarlo… Y en este contexto, si la empresa necesita de una cirugía mayor (re-ingeniería) para disminuir costos y aumentar su productividad, el método elegido no es capacitar por sí misma a los trabajadores comprometiéndolos en una carrera profesional ‘en’ la empresa, sino externalizando (outsourcing) las secciones de alto costo y gran concentración de personal, para convertirlas en micro-empresas (“de trabajadores”), a las que luego expolian vía relaciones comerciales (no vía salarial directa), en calidad de proveedores externos de la vieja casa matriz30.

La antigua explotación del trabajo (una expresión caída hoy en desuso) reaparece así, microscópica, al interior de las pequeñas y micro empresas, ya no como explotación de un gran patrón sobre una masa de asalariados, sino como auto-explotación individual o grupal, de micro-empresarios sobre sí mismos, o ‘de’ éstos sobre operarios sin contrato; o como tendencia subjetiva de los trabajadores por cuenta propia a trabajar largas horas de sobre-tiempo para superar los déficit de competitividad, o como rivalidad implacable entre temporeros para superar los rendimientos en jornal. Es la vieja plusvalía absoluta, hecha infinitesimal pero acrecida bajo otro ropaje y otro nombre. ¿Y qué ha ofrecido la Concertación ante ella? Mayor flexibilidad laboral o subvencionadas propuestas de capacitación… artesanal o computacional. Lo que no ha cambiado nada en 15 años. Pues, por ejemplo, el tipo de empleo que más crece no es el asalariado, sino el “autoempleo” (copa el 71 % de los nuevos empleos)31. Mientras que 93 % de los nuevos “contratados” (con empleo asalariado) dura menos de un año en su nuevo puesto y, el 50 %, menos de cuatro meses32. Y entre los vendedores callejeros, 53 % corresponde a mujeres –jefas de hogar– que

29 H. Fazio: Mapa de la extrema riqueza al año 2005 (Santiago, 2005. LOM), pp. 47-55. 30 Salazar, G.: “Fondo público y trasfondo histórico de la capacitación e innovación tecnológica en Chile. La perspectiva de los actores, 1976-1997”, en Proposiciones N° 32 (Santiago, 2001. CEPAL-Ediciones SUR). 31 Ver “Mercado laboral: los ‘cuenta propia’ son mayoría en nuevo empleo”, en El Mercurio 28/11/2003, B6. 32 D. García Sch.: “La mitad de los nuevos contratos duró 4 meses”, ibídem, 5/08/2004, B1, y “Empleo: gran rotación afecta al mercado laboral”, ibídem, 18/08/2004, B5.

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trabajan en el “comercio pirata”33. Por su parte, más del 20 % de los trabajadores asalariados no tiene contrato34. Y los que tienen, se enfrentan al problema de que sus patrones no les depositan en las AFP, FONASA e INP las cotizaciones que les descuentan, lo que suma una deuda acumulada de más de $ US 1.100 millones, en el año 2005, con un aumento de 30 % anual35. No es extraño, por tanto, que mientras las empresas aumentan su cuota de ganancia a razón de un 30 % anual, ‘su’ crecimiento no se refleja en una disminución de la tasa de desempleo, que se mantiene ‘pegada’ en torno al 8.5 %, ni un aumento en la tasa de salarios, que tiende a rezagarse. Se trata de un “crecimiento sin creación de empleos”36.

La situación laboral muestra un cuadro de realismo propio de la era pre-industrial, tipo 1730, pues ni siquiera corresponde al tiempo del Primer Centenario. Observándolo, se hace evidente que la gran política de “flexibilidad laboral” no ha sido otra cosa que un subterfugio discursivo para embutir políticamente los mecanismos más burdos de la plusvalía absoluta en el archipiélago de empresas PYME, de donde no podrán ser fácilmente extraídos, dado que el Plan Laboral (tercer vértice del “pacto social” neoliberal) está pensado ‘precisamente’ para que eso no ocurra, pues, si ocurriera, los trabajadores podrían asociarse entre sí y emerger de ese oscuro archipiélago liliputense convertidos en un peligroso Gulliver sindical o político.

De este modo, el balance laboral (Trasfondo Social I) muestra varios hechos relevantes: 1) pre-dominio de contratos laborales de tipo precarista (temporales, sin previsión y/o sin contrato); 2) altas tasas de plusvalía absoluta encubiertas bajo la “flexibilidad”; 3) mayor aumento del autoempleo que del empleo con contrato salarial; 4) ausencia de grandes movimiento huelguísticos y 5) baja capacitación ‘profesional’ de la gran masa laboral. Estos hechos testimonian precisamente la baja capacidad compe-titiva de la masa trabajadora chilena y, al mismo tiempo, explican la escandalosa desigualdad en la distribución del ingreso.

El balance laboral (Trasfondo Social I) se conecta orgánicamente con el balance de los indicado-res de desarrollo humano (Trasfondo Social II). En este plano, los indicadores no son distintos a los que se registraron antes en los otros gobiernos de la Concertación: “malestar intersubjetivo” entre todos los chilenos, disminución de la pobreza Tipo A (basada en bienes materiales), pero con aumento notorio de la pobreza Tipo B (basada en indicadores de dignidad ciudadana)37. Este último tipo de pobreza se expresa en: inseguridad laboral, incertidumbre de futuro, deterioro de la salud neurológica y mental, caída de los índices de nupcialidad, aumento desorbitado de los niños nacidos fuera del matrimonio (“huachos”), marginalidad política, pérdida de las identidades colectivas, aumento de la jefaturas de hogar femeninas, incremento de la violencia doméstica y la delincuencia general, opción por los medios

33 Jarur, P.: “Venta ilegal: el negocio tras el comercio ilícito”, ibídem, 26/04/2005, B5. 34 Castañeda, L.: “Más del 20 % no tiene contrato”, ibídem, 28/12/2004, B6. 35 García, D.: “Seguridad social: deuda provisional no cede y aumenta 30 % en 2004. Las cotizaciones no pagadas por los patrones…”, ibídem, 29/03/2005, B1. 36 Zúñiga, C.: “Mercado laboral: Sectores muestran caída del empleo, pese a mayor producción”, ibídem, 20/09/2004, B1 y B7; Castañeda, L.: “Encuesta de SOFOFA: industria vive desaceleración en el reajuste de sus salarios”, ibídem, 11/08/2005, B2 y Castañeda, L. & Zúñiga, C.: “Mercado laboral: el empleo sigue rezagado frente al mayor crecimiento económico”, ibídem, 1/12/2004, B2. 37 Sobre los indicadores del “malestar subjetivo” que afecta transversalmente a la mayoría de los chilenos, ver el Informe de desarrollo humano (Santiago, 1998. PNUD), pássim. Sobre la disminución relativa de la pobreza material: Ramos, J.: “Nuestro bienestar: ¿más o menos? ¿O de menos a más”?, en Aguilera, M. (Ed.): Chile hoy: ¿acercándonos al umbral del desarrollo? (Santiago, 2003. Comisión Bicentenario), pp. 33-60. También de Castells, M.: Globalización, desarrollo y democracia: Chile en el contexto mundial (Santiago, 2005. FCE), pp. 66-67.

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informales e incluso ilegales de subsistencia (tráfico de mercado negro), paralización de los índices de desarrollo educacional, etc.38.

La disminución de la pobreza Tipo A ha sido profusamente anunciada por los voceros públicos del Estado (se habría producido una disminución del 50 % con respecto al gobierno militar), pero esta reduc-ción, medida sobre variables materiales (número de bienes de consumo por familia) e indicadores simbóli-cos de modernidad, no compensa sino más bien complica el aumento paralelo de la pobreza de identidad y ciudadanía del Tipo B (entendiendo aquí el complejo ‘identidad+ciudadanía’ no como una variable más del factor competitividad, sino, más esencialmente, como la variable histórica de la soberanía)39. El país como un todo y en términos de imagen internacional tiene, sin duda, un perfil de alta competitividad, pero cada chileno medio y, sobre todo, el que habita la ‘baja sociedad civil’, no está en condición de competir a escala global, ni quiere hacerlo, ni por sí mismo, ni por el país. Su actitud histórica media (“no estar ni ahí”) es, podría decirse, pre-moderna, o retrógrada, o marginal, la que se explica porque de hecho no se le inte-gra laboralmente al modelo, pero sí mercantilmente a través del consumo. De aquí resulta una especie de nueva barbarie, que exhibe su marginalidad premunida con elementos modernos de consumo y expre-sión40. Por esto, dada esta hibridación, cabe aquí una doble lectura: la ‘neoliberal’ (tipo bicentenario), que lee a los chilenos con tarjetas de crédito y comprando en los malls, y la ‘histórico-experiencial’, que los lee por dentro, como ciudadanos con empleo precario y “malestar interior”.

La interpretación política de ese doble trasfondo ha sido y es que el más bajo fondo (la pobreza Tipo B) no es sino un residuo cultural del pasado, que irá desapareciendo poco a poco a medida que ceda y se disuelva el fondo superficial (pobreza Tipo A). Y esta, a su vez, desaparecerá a medida que el país potencie aun más sus factores políticos y no políticos de competitividad, rebaje aun más su índi-ce de “riesgo país” y aumente al máximo la salvífica inyección de capital extranjero. Tal interpretación –dominante en las esferas oficiales– equivale a una declaración de fe en el ‘milagro’ del chorreo a tres gradas, donde el chorro central, por cierto, es el que salta desde la gran política de globalización. En este esquema, el salto del chorro hacia la grada A es, con todo, una salpicadura puntual, pues, como política, trabaja allí ‘por bolsones’ (adopta la forma de local programmes of development, no la de natio-nal strategic policies). La salpicadura que llega a la grada B, como es natural, adopta la forma de políti-cas ‘residuales’, o sea, la de los small projects.

Las políticas contra la pobreza Tipo A han sido –como se dijo–, de un lado, las de “desarrollo lo-cal”, que han consistido, sobre todo, en mejorar la infraestructura urbana de la pobreza, facilitar el ate-rrizaje de las cadenas del capital comercial-financiero internacional en las ciudades regionales (con la irrupción de grandes malls y shopping centres) y en privilegiar por todas partes la doble carretera del automóvil. La política de descentralización ‘administrativa’ (no política) del Estado ha servido para adaptar cada ciudad, pueblo o localidad a las exigencias urbanísticas de la globalización. Adaptación cosmética que no sólo ha generado una confusa hibridación cultural, sino también un incremento de las tasas de desempleo local con aumento de las masas y las actividades marginales 41.

38 Datos estadísticos sobre estas variables en: Méndez, R.: “El consumidor del siglo XXI” (Santiago, 2003). 39 Sobre el concepto de ‘pobreza ciudadana’, Salazar, G.: Los pobres, los intelectuales y el poder… op.cit. 40 Zarzuri, R. & Ganter, R.: Culturas juveniles, narrativas minoritarias y estéticas del descontento (Santiago, 2002. UCRSH), pássim. 41 Ver de Bernardo Castro: Desarrollo local endógeno desde la participación ciudadana (Concepción, 2000. Universidad de Concepción); también de Salazar, G.: Estrategia globalizadota versus desarrollo regional y local en Chile contemporáneo (Arica, 2001. Universidad de Tarapacá).

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De otro lado, se han diseñado también políticas ‘reductivas’ de la pobreza en salud y educación, que son de tipo general y que no apuntan a sustituir la elevada ganancia mercantil de los que proveen privadamente servicios educativos y de salud, ni tampoco a cambiar los equilibrios presupuestarios (auto-financiamiento) que se exige a los que los proveen municipalmente, sino, sólo, a subvencionar ambos servicios para mantener incólumes los principios financieros generales de su competitividad. Tal es el sentido, de un lado, del célebre aunque poco comprendido (aunque ya copado) Plan Auge y, de otro, la no menos célebre, pero criticada, Ley del Crédito Universitario. Ninguna de estas políticas tien-de a des-mercantilizar la salud y la educación, que siguen siendo no cualidades adquiridas e inherentes a la persona y al ciudadano corriente, sino, burdamente, bienes de mercado de costosa y desigual ad-quisición. En ambos casos las políticas públicas apuntan a abaratar los costos al consumidor de menos recursos, con cargo a fondos estatales, pero no a disminuir la ganancia neta de las compañías y ban-cos (con fuerte presencia extranjera) que operan en ‘esos’ mercados (de la salud y la educación). En rigor, más que una inversión neta en salud social, es un generoso depósito fiscal en la cuenta corriente de las compañías privadas42.

Respecto a la pobreza Tipo B (sobre la cual no existen fichas CAS o encuestas CASEN formalizadas para medirla) se han diseñado sólo políticas focales dirigidas sobre los llamados bolsones de pobreza que todavía ‘restan’ en el país. Se trata de políticas de paliativo, minimalistas y de carácter más bien reeducati-vo. Se multiplican los programas de “participación” en desarrollo local, en talleres de autoestima para las mujeres y emprendimiento para los varones, en el mejoramiento urbanístico de los “barrios”, en “encuen-tros” para la rehabilitación de la juventud drogadicta o delictiva, en acciones “puente” para sacar a algunas familias seleccionadas de su situación de indigencia, en la creación de 50.000 o más empleos temporales para reducir las tasas de desempleo, en talleres de memoria e identidad locales, etc. La imaginación de las agencias estatales y municipales para inventar y montar talleres, encuentros, programas e incluso cabildos abiertos para que, en virtud de su repetición y su variabilidad infinita surja en la masa popular la ilusión de que están participando en la efectiva superación de su pobreza Tipo A y Tipo B es, sencillamente, notable. La política social para la pobreza Tipo B es una lluvia caleidoscópica de instancias minúsculas de partici-pación ciudadana. Donde ninguna tiene real rango político. Se quiere combatir la pobreza identitaria y ciudadana con un bombardeo ‘cultural’ de juegos participativos43. Y son juegos, dado que no existe ningu-na ley de participación política para toda la ciudadanía (sólo se invita a los pobres) ni tampoco la intención de convocar a la masa ciudadana a ejercer de hecho sus poderes soberanos en la elaboración de una nueva y legítima Constitución Política del Estado44. Se sabe que sólo esto último pondría en juego un ver-dadero enriquecimiento ciudadano.

42 Sobre el financiamiento de la educación en Chile: OCDE (Ed.): Revisión de políticas educacionales de educación: Chile (París, 2004), sobre todo capítulos 4 a 7, pp. 177-288. 43 Salazar, G.: “De la participación ciudadana: capital social constante y capital social variable”, en Proposiciones N° 28 (Santiago, 1998. Ediciones SUR, pp. 156-183), y “Descentralización y sinergia histórica local. Fracasos y perspectivas”, en Silva, O. (Ed.): Bases históricas del desarrollo local (Santiago, 1996. U. de Chile), pp. 13-26. También Ossandón, M. (Ed.): Hoy es mi tiempo. Una ventana a la esperanza (Santiago, 2002. FOSIS). 44 Existe un proyecto de ley sobre participación ciudadana que lleva años encarpetado en el Congreso. Ver de Santa María, P.: Participar en nuestra ley (Santiago, 2003. Ministerio Secretaría General de Gobierno), pássim.

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EL INFATIGABLE TOPO DE LA HISTORIA La transición de la dictadura neoliberal a la democracia neoliberal fue el parto (¿post-moderno?)

en que resurgió en Chile el perfil clonado de la antigua “fusión liberal-conservadora”. Ese “peso de la noche” donde todos los administradores son pardos. O ese día donde, para todos los buscadores noc-támbulos, sonríe el sol45.

Como cabe recordar, frente al bastión dictatorial se erigieron no sólo esos políticos e intelectuales con fe negociadora y vocación administradora, que comprendieron de inmediato que se abría para ellos una oportunidad histórica excepcional: ser los visires sucesores del gran sultán. O los ángeles anunciado-res de la ‘primera’ globalización. Pues, también, frente a ese bastión, se levantaron grandes masas de hombres y mujeres oscuros, casi todos anónimos, que combatieron sin transacciones, que perdieron sus parientes, sus trabajos, su integridad física, su identidad colectiva e, incluso, sus vidas. Hombres y mujeres de diversa prosapia que supieron, pese a su exclusión, su desempleo, su clandestinidad, subordinación y a su gran número, construir una ancha y desafiante concertación social. Que decidieron y aprendieron a participar por sí mismos en el proceso histórico a través del cual soñaban con reemplazar la dictadura por una sociedad justa y realmente igualitaria. Ese dramático proceso histórico que empujaron a pulso, por ellos mismos, a lo largo del cual supieron ser ciudadanos en ejercicio de legítima soberanía46.

Hay un hecho histórico que hoy es evidente: la masa ciudadana no está en la calle para marchar en pro o en contra del Gobierno de turno. No hay medio millón o un millón completo de chilenos en la Alameda de Santiago avivando a algún líder político o esgrimiendo los estandartes de los grandes sin-dicatos o los partidos populistas. Nadie se movilizó en apoyo a los gobernantes (como en 1965 o 1972) ni a favor de una reforma estructural. El hecho histórico es evidente: las masas populares han desapa-recido de las calles. Tanto así, que no pocos intelectuales de pasado socialista y presente neoliberal han proclamado con cierta alegría secreta el fin de los ‘movimientos sociales’. Y denuncian con júbilo: ‘las masas están ahora comprando en los malls y en los grandes supermercados, haciendo debido uso de sus tarjetas de crédito y de sus respectivos celulares’.

Sin duda, no se puede negar: los malls son más atractivos hoy que la vieja y adusta Plaza de la Constitución y no trae mucho beneficio neto (salvo el simbólico) luchar en las grandes alamedas con una policía capacitada e hiper-reforzada47. Sin embargo, ante los cambios ocurridos, no tiene sentido, ni histórico ni teórico, seguir definiendo la ciudadanía por su presencia o no presencia en los grandes espacios físicos de la ciudad. Es preciso asumir que el tiempo de ‘las masas’ ya periclitó. Pertenece al pasado. Y lo que se constata de hecho es que los pobres se han replegado a sus poblaciones de barrio bajo y los ricos a sus condominios de barrio alto. La política perdió su encanto territorial (ni la plaza Constitución ni la Moneda configuran hoy el norte magnético de las movilizaciones populares) y si los malls atraen la muchedumbre con tarjetas de crédito, las poblaciones populares han atrapado para sí la muchedumbre de identidades sociales y culturales de generación espontánea (pre-condición de una nueva identidad ciudadana). La ciudadanía popular ya no es una ciudadanía de ‘masas’ y de volumen ‘físico’ en los espacios céntricos de la ciudad. Ni es, con probabilidad, una pura ciudadanía de shopping center o de tele-politics como proclaman algunos. Pues, todo indica que sus dimensiones espaciales

45 Salazar, G.: “Construcción de estado en Chile: la historia reversa de la legitimidad”, Proposiciones N° 24 (Santiago, 1994. Ediciones SUR), pp. 92-110. 46 Salazar, G.: Violencia política popular en las ‘grandes alamedas’ (Santiago, 1990. Ed. SUR). 47 Méndez, R.: “Cómo son los nuevos chilenos”, en Revista del Sábado (El Mercurio), N° 347, 14/05/2005, pp. 22-25.

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han sido reemplazadas por una profundizada dimensión subjetiva (vigencia de la memoria social) y otra extendida dimensión inter-subjetiva (redes de reagrupamiento, de cultura social transversal, de introver-sión tribal, etc.). No cabe, por tanto, buscarla como pelotones organizados en las plazas o en las an-chas alamedas, sino dentro de sí misma, en condición de tránsito hacia una autonomía relativa frente al Estado y a las políticas de Estado48. Pues, lo cierto es que se ha producido una ‘separación’ –y no sólo territorial– entre el Estado y el bajo pueblo.

Claramente, la baja sociedad civil chilena ha tomado un rumbo histórico que diverge del porfiado rumbo anti-populista y globalizante marcado por las elites dirigentes. Y no puede ser de otro modo, pues ¿qué rumbo pueden tomar los jóvenes que son hijos de trabajadores precaristas, de padres separados, de madres solteras, que no encuentran en su camino la consolidación de ‘valores sociales’ sino la venta de ‘bienes de mercado’? ¿Que ven cómo el grueso de las inversiones no se realizan en las escuelas, colegios y universidades, sino en super-carreteras, super-mercados, torres residenciales, parcelas de agrado y elegantes condominios, mientras se construyen, con grandes ganancias para los empresarios, casas COPEVA para los pobres? ¿Jóvenes que no pueden comprar libros porque deben pagar un impuesto de 19 %? ¿Que observan cómo se prefiere evaluar y controlar a los profesores en lugar de capacitarlos y dignificarlos? ¿Que no se les educa para construir una sociedad más justa sino para competir en un mer-cado mundial y, de ser necesario, ‘morir en el intento’?

¿Qué esperan? ¿Que los jóvenes y las nuevas generaciones de la baja sociedad civil vegeten es-perando “una oportunidad” (que no va a llegarles) y que, mientras tanto, aplaudan el Estado de Dere-cho, se jueguen por la Gobernabilidad, se sumen a la ética ‘legal’ del sistema y se inscriban en los registros electorales para votar por un político profesional cualquiera que tiene un miserable 5 % de prestigio promedio?

Para los miembros de la baja sociedad civil chilena (esa ‘clase social’ definida por su trabajo pre-carista) es claro que son ellos, y principalmente ellos, los que tienen que construir sus identidades so-ciales e históricas, dentro, o fuera, o sobre el filo del Estado de Derecho. Es una lucha subjetiva y cultural autónoma que puede llegar a configurar un segundo ‘mercado’, un mercado negro social, políti-co, auto-educativo y trans-histórico que está demostrando tener más sentido humanista que el “ancho y ajeno” mercado globalizado. La baja sociedad civil chilena está sumida en una transición histórica y ciudadana invisible, que es mucho más atractiva socialmente que la transición política que todos los políticos profesionales acostumbran, cada cierto tiempo, dar por exitosamente concluida49. Y es esa misma transición invisible que hace de la cultura social de la calle, algo más fascinante para los adoles-centes y los jóvenes que la monótona cultura del aula, se vuelque hoy hacia la competitividad computa-cional50. Y es la misma que hace crecer el tráfico semi-clandestino de todo (o “comercio pirata”): de libros, de CDs, de droga, de films, de servicios eróticos, de micro-producción y micro-comercio (incluso dentro de las universidades, para “financiar” los estudios).

La revolución neoliberal y globalizadora ha tendido a fragmentar, desde 1982, todas las estructu-ras e identidades colectivas. Ha pulverizado ideologías, partidos políticos, sindicatos, grandes indus-trias, teorías, lenguajes, estados nacionales, identidades hemisféricas, planificaciones centrales, etc.;

48 Salazar, G.: La sociedad civil popular del sur y poniente de Rancagua (Santiago, 2000. Ed. SUR). 49 Salazar, G.: “Tendencias transliberales del movimiento ciudadano en Chile, 1973-1996”, en Sociedad Hoy 1:1 (Concepción, 1998. Departamento de Sociología), pp. 225-250. 50 Zarzuri, R. & Ganter, R.: Culturas juveniles…, op.cit., passim.

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en suma, todo lo que podría convertirse eventualmente en un gran actor socio-político. Sólo dejó intac-tos –y por lo mismo en condición de privilegio– los grandes flujos de capital financiero y sus correspon-dientes circuitos de información táctica. El dominio del sistema global quedó, así, instalado en el movimiento organizado del gran capital mundial.

¿Ha sido suficiente este “nuevo orden mundial” para subordinar y controlar la enorme galaxia de partículas pulverizadas que quedó flotando en la base del sistema neoliberal? ¿Basta el éxito de los gobiernos adscritos a ese nuevo orden –caso del gobierno de Ricardo Lagos– para neutralizar los inédi-tos movimientos autónomos que están en ebullición dentro de esa enorme galaxia?

Las partículas flotantes (jóvenes, principalmente) han comprendido bien que, en su estado actual de fragmentación –situación históricamente inédita–, o desarrollan entre ellas mismas procesos auto-educativos que los capaciten para enfilar hacia un camino histórico propio, original e inédito, o se verán pronto reducidas, como personas, a la condición de ‘otro’ bien de mercado, adaptable y moldeable se-gún demanda y oferta. Es decir, o construyen a pulso una identidad nueva que conserve la dosis de humanidad y autonomía que corresponde a su calidad de ‘persona’, o se verán convertidos en ‘cosas’, de las cuales el único modo de salir con una sensación de felicidad será el éxtasis escapista de la dro-ga. El primer camino tiene un reconocible carácter ‘revolucionario’ (es un nuevo sendero para llegar, dando un rodeo cultural, a una sociedad más humana). El segundo es un círculo vicioso que obliga al sistema dominante a proponer programas “puente”, de rehabilitación, que no van a resolver el problema de fondo (la permanencia del modelo neoliberal), pero sí a legitimar discursiva y gestualmente los go-biernos de transacción que hoy nos rigen51.

Mirando en perspectiva histórica, se ha demostrado no tener sensibilidad ni percepción conciente de este movimiento social profundo, ni noción de que la transición “por abajo” de la masa ciudadana popular está lejos de concluir o de cerrar, pues está recién en sus etapas iniciales. Ignoró de hecho que la Concer-tación Social “que vos matásteis, goza de buena salud”, no de salud estrictamente ‘política’, sino irreversi-blemente histórica. La situación actual es, en este sentido, comparable a la de Pedro Montt hacia 1910, durante la segunda globalización: se prepara un nuevo centenario, los parámetros macro-económicos están todos en azul, los partidos políticos son a la vez liberales y conservadores, se invierten grandes su-mas en cosmética urbana, el capital extranjero lidera en todos los ámbitos económicos y no económicos, la distribución del ingreso lanza a los ricos hacia el orbe y a los pobres al encierro de su identidad marginal, la precariedad del empleo aumenta la plusvalía absoluta y engancha a más mujeres y niños que a provee-dores masculinos, el alcohol y la droga hacen presa entre los que no pueden globalizarse en positivo sino en negativo, los asaltos y robos aumentan en proporción geométrica y los jóvenes de todo tipo empiezan a asociarse en esos términos que siempre a los políticos les ha parecido “anarquistas”. Resultado histórico de la situación en 1910: un movimiento social crecientemente autónomo (mancomunal y sociocrático) que comenzó a producir frecuentes y crecientes estallidos anti-oligárquicos, anti-liberales y anti-capitalistas, que hicieron historia en 1918, 1920, 1925, 1932, 1939… etc.

¿Resultado histórico de la situación actual, o hacia el 2010? Es un problema que sólo pueden resolver los jóvenes de hoy, de ayer y sus aliados de siempre. Y

la propia auto-educación ciudadana de los ‘topos’ que circulan bajo la piel.

51 Álvarez, E. (Ed.): Movilizando sueños. Encuentro Nacional de Educación Popular (Santiago, 2005. ECO, PIIE, Canelo de Nos, Caleta Sur, Vicaría de Pastoral Social).

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ESTRUCTURAS Y RELACIONES SOCIALES

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DISPUTAS ENTRE AUTORES Y TEORÍAS EN EL CAMPO DE LA

SOCIOLOGÍA CHILENA Una observación desde la sociología

de la sociología GENARO MARILEO MILLÁN*

RESUMEN En este artículo se analiza la extensión que ha tenido la teoría clásica y contemporánea en la

sociología chilena a partir de una investigación enfocada en observar la actual condición de la disciplina, desde dimensiones relevantes que delimitan su espacio de acción desde una “Sociología de la Sociología”. Esta sociología de la sociología permite un estudio de fenómenos no observados en el campo sociológico en Chile, por consiguiente, la teoría social es una de esas dimensiones a observar. La valoración y utilización de la teoría siempre ha sido diversa entre los sociólogos y, en este sentido, todas las orientaciones teóricas conforman luchas que pueden definir con propiedad un Campo Teórico en la disciplina. Por lo tanto, puede resultar de gran interés la relevancia que adscriben actualmente los sociólogos a los clásicos como Max Weber, Karl Marx o Émilie Durkheim y a autores emergentes como Pierre Bourdieu, Niklas Luhmann o Jurgen Habermas. La importancia de la Sociología de la Sociología esta sustentada no solo en una simple descripción de la sociedad contemporánea, sino además en una auto descripción de sí misma como campo científico y, particularmente en este artículo, a partir de una de sus dimensiones fundantes como es la teoría social1.

INTRODUCCIÓN

esde los orígenes de la Sociología como disciplina, siempre ha sido planteada como problemática su status de cientificidad. Con respecto a este dilema se ha escrito mucho, sin embargo, nunca ha habido nada definitivo y, posiblemente, no lo habrá en la delimi-tación de tal problema. No obstante, más allá de cualquier debate de carácter ontológico

o epistemológico respecto a su carácter de cientificidad, las consideraciones acerca de la propiedad científica o no científica de la sociología deben tomar en cuenta, claramente, la particularidad de su desarrollo histórico y las fronteras nacionales en que esta inserta.

En Chile, durante las décadas recientes, emergieron múltiples debates acerca del status científico de la sociología. Uno de ellos es el conocido discurso de José Joaquín Brunner, en los 40 años de Flacso, acerca de la caída de la Sociología y la emergencia de otras “narrativas”. Brunner, centra su crítica en los discursos propios de la sociología a partir de sus grandes sistemas de referencia como el funcionalismo, * Licenciado en Sociología. Universidad de Chile. E-mail: [email protected] 1 El tema de este artículo es parte de una investigación de tesis para optar al Titulo de Sociólogo en la Universidad de Chile.

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estructuralismo, marxismo y la teoría de sistemas como referentes ineficaces para hablar del mundo de hoy. Asimismo, centra su crítica en los pequeños discursos del mundo sociológico como la microfísica del poder, la etnometodología o la sociología de la vida cotidiana como relatos de “grado cero de escritura”, comparado a los grandes clásicos de la disciplina o la “gran novela” del siglo pasado.

A partir de este “diagnóstico” crítico, Brunner declara definitivamente el agotamiento del “lenguaje” de la Sociología y su absoluta imposibilidad para aprehender y describir la actual realidad social y la que ven-drá. De modo tal, en este contexto de crisis terminal de la sociología, son otros tipos de lenguajes prove-nientes de ámbitos ajenos a las ciencias sociales como la novela, la televisión, el periodismo o el cine quienes tienen el mérito y la posibilidad de hablar de lo actual y lo futuro de la sociedad.

Asimismo, durante la década del ‘90 encontramos otro diagnóstico de esta crisis, a partir de una hipó-tesis más plausible en torno a la actual condición de la sociología, en las afirmaciones de Manuel Antonio Garretón, con respecto a la crisis de las ciencias sociales en el país. Esta hipótesis, a modo general, des-cribe un proceso de “estallido” de las ciencias sociales con respecto al estudio de “lo social”.

Garretón (2000), señala que tal “estallido” da cuenta que las dimensiones que conforman la unidad de las ciencias sociales han sufrido en la actualidad una separación a partir de tres fenómenos:

En primer lugar, el estudio de “lo social” ha sido invadido o “colonizado” (en términos habermasia-nos) por otras disciplinas ajenas a las ciencias sociales como la biología o la lingüística, las que aplican marcos categoriales desde sus propios sistemas de referencia o distinción científica. En segundo lugar, las tradicionales áreas temáticas de estudio o líneas de investigación tales como los estudios culturales, urbanismo, ecología o la educación entre otros, se autonomízan y constituyen en campos disciplinares propios y autónomos. Y por último, la transformación del objeto de observación de las ciencias sociales que tradicionalmente fue la “sociedad industrial de Estado nacional” deviene también en un estallido a partir de los procesos de globalización excluyente y la explosión de las identidades.

Con todo, estemos o no de acuerdo con estos diagnósticos y la pretensión de validez de sus argu-mentos, son observaciones que describen síntomas de una situación de crisis. Sin embargo, la mayoría de los discursos que han problematizado tal inestabilidad en la sociología nunca han considerado que de este diagnóstico debe emerger un acto de reflexividad y auto-observación constante de la disciplina.

En ese sentido, un análisis de la actual condición de las ciencias sociales y la sociología en parti-cular debe tener un marco de referencia teórico y empírico que permita dar cuenta con precisión las operaciones que caracterizan a la ciencia social a partir de una Sociología de la Sociología. Como tra-bajo de investigación, la sociología de la sociología puede delimitar el problema acerca de las condicio-nes sociales de posibilidad de la ciencia social, su posición y su observación de la sociedad, ya que la propia sociología como ciencia de la sociedad no es ajena a los procesos de cambio en la actualidad, porque también su inestabilidad es parte de los fenómenos emergentes de la diferenciación social en la sociedad moderna.

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UNA NUEVA REFLEXIVIDAD EN LA SOCIOLOGÍA CHILENA

El alto grado de diferenciación en la sociedad actual tiene como resultado la autonomización de di-versos espacios de interacción y de relaciones sociales. En ese sentido, tal fenómeno también ha genera-do efectos en las ciencias sociales y en la sociología en particular, los cuales han sido objeto de estudio dentro de la teoría social contemporánea donde destacan, particularmente, dos autores que han observa-do de manera brillante tal proceso de diferenciación. Niklas Luhmann y Pierre Bourdieu fueron semilleros de escuelas absolutamente distintas y que en su momento histórico nada tuvieron en común. Uno, herede-ro de la Escuela Francesa de Sociología y el otro, de la Cibernética y la Biología Constructivista.

Ambos autores consideran que la sociología como campo o sistema social, sufre los efectos de los procesos de diferenciación y, por ende, también es parte del ámbito objetual de toda reflexión socio-lógica. En ese sentido, toda observación desde la sociología debe hacer reflexiva su posición en tanto subsistema o subcampo científico dentro del campo científico general que observa la sociedad.

Hablar de la realidad contemporánea o de la sociedad chilena para quienes han problematizado acerca de la condición de la sociología (Brunner, Garretón, entre otros) implica necesariamente hablar de “lo social”. No obstante, hablar simplemente de “lo social” a secas no dice mucho, ya que como obje-to de observación nunca ha sido (ni será) de exclusividad propia de la sociología.

Sin embargo, toda reflexión que tienda a indagar en las condiciones sociales que hacen posible la sociología o el discurso sociológico, tiene que considerar que la definición de una disciplina no está fuera de ella, como “lo social” en tanto objeto. En ese sentido, toda disciplina que tenga pretensiones de validez científica lo realiza en la medida en que puede delimitar un problema, una delimitación que esta dentro de sus propias operaciones internas y no fuera de ella, al contrario de la creencia común de que la sociología se define solo por su objeto de estudio: “lo social”, “la realidad contemporánea” o “el senti-do y los actores2”.

En efecto, una hipótesis plausible desde la sociología de la sociología, aborda la constitución de la disciplina científica de la sociología a partir de la delimitación de un problema que solo ella y no otro sistema o campo (la novela, el periodismo, el cine o la televisión) puede abordar: “una disciplina adquie-re carácter universal, no en la medida en que este constituida por objetos (o clases de objeto), por ex-tractos del mundo real, sino por la delimitación de un problema” (Luhmann, 1981, p. 2)3 … el problema de como es posible el orden social4.

Pero esta delimitación solo puede realizarse en la medida que este diferenciado un sistema (o campo) en sus operaciones particulares respecto de otros sistemas sociales (o campos sociales) dentro de la sociedad. Luhmann, señala que:

“aquellas delimitaciones problemáticas que expresan la unidad de un ámbito de objetos de una disciplina científica y, especialmente, la problematización del tipo “como es posible x (el objeto de la disciplina, como por ejemplo, conocimiento, acción, orden social, educación, etc.)?”

2 La pregunta de la sociología por el “sentido” y los actores es sostenida por Manuel Antonio Garretón en su libro “La Sociedad en que Vivi (re)mos”, editorial Lom., año 2000. 3 La traducción es de Pedro Morandé. 4 En ese sentido, tal delimitación puede aplicarse a variados sistemas científicos, como por ejemplo la Biología, que delimita el problema de cómo es posible la vida o la psicología que delimita la posibilidad de lo psíquico.

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evidentemente solo se pueden alcanzar tales problematizaciones si, por lo pronto, se ha diferenciado un sistema de la ciencia dentro de la sociedad, y si además, dentro de ese sistema de la ciencia, se han diferenciado disciplinas particulares” (p. 43).

TEORÍA GENERAL DE LOS CAMPOS

El proceso de diferenciación social trae como consecuencia la autonomización de espacios de rela-ciones que Bourdieu llama Campos Sociales. Este concepto hace referencia a universos particulares que se encuentran en la sociedad y que tienen como particularidad una lógica específica. Economía, política y ciencia, entre muchos otros, pueden ser definidos como campos sociales que son irreductibles unos a otros en su lógica y necesidades particulares. Estos campos pueden ser descritos como microcosmos que obedecen a leyes sociales especificas, leyes que dan cuenta de regularidades tendenciales que la socio-logía como ciencia de la sociedad es capaz de aprehender y dar cuenta de tales leyes. En ese sentido, la sociología de la sociología apunta a la indagación de las condiciones sociales de posibilidad del trabajo sociológico, a través de una objetivación de las perspectivas comprometidas dentro del campo. Por tanto, el trabajo de investigación de este proyecto esta orientado a construir el espacio de los puntos de vista como un Campo Social, conformando el espacio multidimensional de la sociología.

Estos puntos de vista constituyen un espacio geométrico que tiene como fundamento epistemoló-gico el enfoque estructuralista de la relación y lo diferencial, en el que coexiste el espacio y el juego de las diferencias inscritas en las relaciones sociales. “Esta idea de diferencia, de desviación fundamenta la noción misma de espacio, conjunto de posiciones distintas y coexistentes unas a otras, definidas en relación unas de otras, por su exterioridad mutua y por relaciones de proximidad, de vecindad o aleja-miento y asimismo por relaciones de orden” (Bourdieu, 2002. 14-18)

En ese sentido, la imagen del modelo teórico del campo social es definida a partir de “una red o configuración de relaciones objetivas entre posiciones. Posiciones que se definen objetivamente en su existencia y en las determinaciones que imponen a sus ocupantes, ya sean agentes o instituciones, por su situación actual o potencial en la estructura de distribución de las diferentes especies de poder (o capital)” (Bourdieu, 1995, p. 64).

Bourdieu, afirma que el proceso de diferenciación y la autonomización de los campos sociales tie-nen como uno de sus microfundamentos ciertos principios en términos de recursos o capitales que conforman los espacios de relaciones. Es, entonces, que a partir de diferentes capitales puede recons-truirse la estructura de la sociedad y los microuniversos que la componen.

El capital, para el sociólogo francés, es energía e historia social acumulada, que esta claramente dife-renciada a partir de una propiedad social distintiva que activa diferentes tipos de relaciones. Por lo tanto, podemos distinguir el capital social como una red de relaciones duraderas, el capital económico como recurso económico convertible en dinero, el capital cultural en tanto recurso que se traduce en un saber incorporado, en bienes culturales y en credenciales o títulos que certifican una competencia cultural y, por último, el capital simbólico o prestigio social, que esta asociado al ámbito del reconocimiento.

Ahora bien, los capitales que conforman la estructura latente de un campo construyen de manera distinta las relaciones en el espacio, dependiendo del campo en particular. Lo anterior, hace referencia

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a que la construcción de las relaciones subyacentes depende de la lógica del espacio social a estudiar, por tanto, es pertinente encontrar todos los factores que permitan develar de mejor manera la estructu-ralidad de un campo. En ese sentido, no necesariamente todos los capitales pueden mostrar de manera íntegra todas las relaciones, sino que tal vez la incidencia de determinados capitales o ciertas orienta-ciones de acción, pueden reconstruir de mejor manera el espacio multidimensional.

En la medida que sea posible reconstruir la estructuralidad del campo social, también puede ser encontrada la dinámica de los agentes que ocupan un espacio en la estructura de relaciones dentro del campo de la Sociología. Tal dinámica hace referencia a dos niveles, que Pierre Bourdieu caracteriza como “momentos de un campo”. El primero, alude a que un campo social es una instancia de fuerzas y el segundo, como un campo de luchas por cambiar dichas fuerzas.

A partir de las relaciones de fuerza (o mejor dicho: de capital) entre los agentes de la Sociología, es como se genera la estructura del campo en función del peso de todos los agentes. El momento del campo como espacio de luchas implica que los agentes, quienes ocupan los espacios, son concurren-tes en intereses comprometidos en una complicidad tácita. Existen oposiciones entre agentes, con res-pecto a los objetos de interés y de lucha, agentes comprometidos en un juego en el cual existen apuestas tácitas por el solo hecho de estar en el juego. Sin embargo, el campo social como campo de lucha, no debe hacernos olvidar que los agentes comprometidos tienen en común un cierto número de intereses fundamentales, todo aquello que esta ligado a la existencia misma del campo como una suer-te de complicidad básica, un acuerdo entre los antagonistas acerca de lo que merece ser objeto de lucha, el juego, las apuestas, todos los presupuestos, que se aceptan tácitamente por el hecho de en-trar en el juego. Por lo tanto, el interés fundamental que articula y ordena los compromisos dentro del campo de la sociología es la lucha por la verdad: la verdad del mundo social. No obstante, este interés coexiste con otros intereses dentro de la sociología (y las ciencias sociales) que tienen una directa rela-ción con aquellos objetos que permiten un dominio dentro del campo: teorías, investigaciones, áreas de estudio temático, etc.5 Bourdieu (2000), señala que en el ámbito de la investigación son los investigado-res y las investigaciones que poseen un dominio en el campo, las que determinarán el conjunto de te-mas importantes, es decir, todo aquello que será importante para los demás investigadores, sobre lo cual concentrarán sus esfuerzos por un afán investigativo en ese ámbito.

Las oposiciones y las luchas entre autores y teorías dentro de la teoría social, siempre han sido contextualizadas en su momento histórico particular como parte de una “época” en la ciencia social. Tales oposiciones han enfrentado a diversos autores y adherentes a la teoría, pero siempre su relevan-cia queda enmarcada en un nivel epistemológico y no en divisiones concretas que tenga efectos en la realidad. En ese sentido, puede considerarse, a primera vista, que más que oposiciones en la realidad, solo existe una unidad de criterios en términos de utilización de teorías y la inexistencia de un interés ideológico en sus preferencias, por lo tanto, afirmar que la realidad social esta sustentada en una idea de disputa o lucha como explicita la teoría bourdiana no tiene ningún sentido.

Sin embargo, las objeciones a tal idea pueden llevar a una confusión o mal interpretación del con-cepto de lucha dentro de la teoría de los campos. En efecto, el concepto de lucha esbozado por la teo-ría bourdiana no necesariamente debe estar en apariencia explícita o manifiesto en la realidad, porque 5 Esto no excluye que existan objetos vinculados al interés económico como el beneficio personal o el financiamiento para proyectos de investigación en sociología, entre otros.

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la aplicación empírica del modelo teórico saca a relucir las diferencias inscritas de manera objetiva den-tro de la estructura de relaciones. En este sentido, la observación de las estructuras subyacentes dentro del campo indicaría las diferencias en cuanto a la posición y las distancias de las coordenadas dentro de este espacio multidimensional, como una distinción o diferencia no necesariamente buscada por los agentes y que representan oposiciones y luchas existentes en el espacio social.

La ubicación objetiva de aquellos que están posicionados dentro de una coordenada en especial representa también un punto de vista particular dentro del campo. En ese sentido, los puntos de vista definen de una manera distintiva a aquellos que pertenecen al Campo Sociológico. Esta visión implica una distancia disciplinar con respecto a los demás actores dentro de una dimensión o ámbito específico en la Sociología y, por ende, cada uno ellos como actor pretendiente a la verdad dentro de este campo puede ver el punto de vista de los demás, pero siempre tendrá un punto ciego consigo mismo. De tal modo, la pretensión de validez desde una posición en particular siempre implicará desde el agente una aspiración al mejor punto de vista dentro del campo, que está siempre en competencia con las demás visiones en la Sociología.

En este sentido, el modelo teórico de campo social es previsor de todos los puntos ciegos dentro de la Sociología, ya que este espacio puede objetivar dentro de sí todos los puntos de vistas incluyén-dose como una coordenada más dentro de este espacio en particular:

“la construcción del campo permite establecer la verdad de las diferentes posiciones y los límites de validez de las diferentes tomas de posición (pretendientes o no a la verdad), cuyos defensores concuerdan tácitamente, como ya lo indiqué, en movilizar los instrumentos de prueba o refutación más poderosos que les aseguran las conquistas colectivas de su ciencia”. (Bourdieu, 2000, p. 112)

EL CAMPO TEÓRICO DE LA SOCIOLOGÍA CHILENA

El propósito de este artículo es poner énfasis en un aspecto totalmente olvidado dentro la investi-gación sociológica en el país, como es la teoría social. No es de extrañar que tal ámbito sea ignorado, ya que tiene poca relevancia en términos de utilidades prácticas para el perfil profesional del sociólogo.

Hoy en día, existe un escaso interés por este ámbito investigativo y pocas son las instituciones en que existe problematización en esta área temática. Más aún, los trabajos existentes solo se remiten a un nivel marginal de publicaciones con un marcado carácter ensayístico y con poco referente investiga-tivo empírico6. En ese sentido, la realidad muestra que la relevancia de la teoría ha sido subestimada dentro de la disciplina, supeditada solo a una actividad académica y únicamente valorada como una impronta que diferencia a los sociólogos en relación a otros profesionales que tratan una problemática social o científica.

6 Es pertinente valorar la notoriedad que ha tenido la Investigación en Teoría de Sistemas llevada a cabo por la Universidad Alberto Hurtado y la búsqueda de un método de investigación sistémico que complete el trabajo de Niklas Luhmann en la moderna teoría social.

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A partir de este contexto, es necesario un segundo impulso para iniciar una mirada a la sociología en Chile, desde una investigación fundamentada a través de la auto-observación de la sociología que según Bourdieu solo es posible a través de:

“la objetivación del espacio de los puntos de vista a partir de un punto de vista nuevo, que solo el trabajo científico, pertrechado de instrumentos teóricos y técnicos (como el análisis geométrico de los datos) permite tomar;… este punto de vista sobre todos los puntos de vista, según Leibniz es el punto de vista de Dios, único capaz de producir la “geometría de todas las perspectivas”. (Bourdieu, 2003, p. 165)

Por lo tanto, una auto-observación que permita indagar los alcances de la teoría social es factible en la medida que construyamos la estructuralidad del campo de la sociología y en este caso en particu-lar a través de una de sus dimensiones como un campo de teoría o Campo Teórico. De este modo, para construir este campo teórico, es necesaria la elección de un principio que puede ser definido a partir de la distinción de un capital o una orientación de acción que permita ver las oposiciones existen-tes en la geometría de tal espacio:

El campo científico es, al igual que los otros campos, el lugar de prácticas lógicas, pero con la di-ferencia de que el habitus científico es una teoría realizada e incorporada. Una práctica científica tiene todas las propiedades reconocida a las prácticas mas típicamente prácticas.., pero eso no impide, sin duda, que sea también la forma suprema de la inteligencia teórica…, es decir incorporada, en estado práctico. (Bourdieu, 2003, p. 75)

Bourdieu, considera que las teorías son parte integrante de un habitus científico, sin embargo, las opciones teóricas en la sociología si bien definen una impronta en la práctica de los sociólogos, se constituyen en orientaciones de acción docente o investigativas dentro del campo. En este sentido, la utilización cuantitativa del concepto de habitus es limitado, ya que el habitus no es solo una teoría in-corporada, sino también es una disposición prerreflexiva depositada en el inconciente7.

DEL MODELO TEÓRICO DEL CAMPO SOCIAL AL ESPACIO GEOMÉTRICO MULTIDIMENSIONAL

La observación de un campo social y en este caso en particular el Campo Teórico, puede ser fac-tible en la medida que exista la técnica que pueda mostrar posicionamientos opuestos y definir proximi-dades. Por lo tanto, la factibilidad de observar esta geometría multidimensional, solo es posible mediante el análisis de Correspondencia Múltiple, el cual puede combinar simultáneamente las relacio-nes entre diferentes coordenadas y dimensiones en el campo de la sociología, mostrando sus estructu-ras latentes. Esta técnica hace referencia al vínculo relacional de diferentes variables en un modelo descriptivo, que está fundamentado en la descripción de un determinado fenómeno a partir de las rela-ciones subyacentes entre diferentes variables que puedan dar cuenta de sus combinaciones.

La naturaleza de esta técnica tiene una estrecha relación con el enfoque estructuralista de la Teo-ría de los Campos, en la medida que su lógica se ajusta perfectamente con el modelo teórico que apun-

7 La búsqueda de una disposición cognitiva definida histórica y socialmente en las personas escapa a la observación del cálculo cuantitativo, aun con un alto tratamiento cualitativo de indicadores estadísticos.

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ta a descubrir las condiciones de la estructura relacional de aquellos elementos que pertenecen a un espacio multidimensional.

Esta técnica multivariante fue decisiva en gran parte de la obra sociológica de Pierre Bourdieu y sus trabajos más conocidos tienen como herramienta metodológica esta técnica: “La Distinción: las Bases Sociales del Gusto”, “Homo Academicus”, “Las Estructuras Sociales de la Economía”, entre otros. Pierre Bourdieu fundamenta la utilización de esta técnica multivariable en la medida que “trata de una técnica relacional de análisis de datos cuya filosofía corresponde exactamente a lo que es, en mi opinión, la realidad del mundo social. Es una técnica que “piensa en términos de relaciones, que es precisamente lo que intento hacer con la noción de campo” (Bourdieu, 1995, p. 64).

El objetivo de la técnica de posicionamiento indica que su fin descriptivo y la naturaleza de las variables esta dada por su carácter cualitativo (categórica u ordinal), de manera tal que es factible estudiar la relación entre las categorías de las variables según su posición en un mapa perceptual. “El diseño de la investigación del análisis de correspondencia múltiple es descriptivo (describir un fenómeno) e interdependiente (el objetivo es descubrir estructuras o pautas entre variables)” (Mora-les, 2004, p. 17). Esta técnica permite observar la información en términos de relaciones latentes a partir de su enfoque digital propiamente tal (números) y, posteriormente, a través de un enfoque analógico como mapas perceptuales.

Metodología

La investigación que enmarca este artículo comenzó por la elaboración de un instrumento a partir de la configuración de preguntas que permitieran medir lo que Pierre Bourdieu plantea en su modelo teórico como capital social, económico, cultural, y simbólico (prestigio).

La validez del instrumento se realizó mediante jueces expertos, ya que la información necesaria para construir tal modelo teórico necesita de preguntas complejas que no tienen la misma unidad de medida, ni el mismo contenido teórico. A partir de la condición previa, la validez de constructo y de fiabi-lidad fue desechada porque la complejidad del instrumento impide la aplicación de un análisis factorial y de un análisis alfa. Los jueces evaluadores fueron elegidos según un criterio de experticia en términos de investigación en estratificación social, metodología y acabado conocimiento de teoría. El instrumento alcanzó un total de 88 preguntas, con 14 de identificación sociodemográfica, académica y 16 preguntas de origen socioeconómico y escolar. Además, se enfatizo en la validez del instrumento a partir del ano-nimato de las respuestas y la no existencia de respuestas correctas e incorrectas. La aplicación del instrumento fue autoadministrado con un tiempo de duración de 30 minutos aproximadamente.

Participantes

El instrumento fue aplicado a sociólogos académicos de la región de Santiago y Valparaíso, perte-necientes al siguiente listado de Universidades:

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Universidad de Chile, Pontificia Universidad Católica, Universidad Central, Universidad Arcis, Uni-versidad Católica Silva Henríquez, Universidad Diego Portales, Universidad de Playa Ancha, Universi-dad de Valparaíso, Universidad Alberto Hurtado y Universidad La República.

La selección de casos se realizó mediante un muestreo estratificado por universidad. Luego, a partir de una variable de estratificación, fue realizado un muestreo aleatorio simple para completar cuo-tas ponderadas para no tener un sesgo en la muestra. El tamaño muestral comprendió una cantidad de 117 sociólogos con un universo total de 180, con un error muestral de 5.29% y un nivel de confianza del 95%.

Análisis

El análisis de datos está orientado a aportar información con respecto a la relevancia de autores y corrientes de teoría social en la sociología chilena. Para tales efectos, se tomó la decisión de un control de variables en el análisis de datos, en relación a profesores que pudieran dar un dato relevante acerca de la teoría social. En ese sentido, fueron excluidos los profesores que tuvieran cátedras en matemáti-cas, estadística social, políticas públicas y técnicas cuantitativas. Este control se justifica en la medida que solo ciertas orientaciones académicas toman como relevante la aplicación de teoría en la formación académica, en contraposición con aquellas cátedras que minimizan la importancia de la teoría.

Las preguntas estuvieron orientadas a indagar en la relevancia en la teoría social clásica, moder-na y enfoques de teoría a partir de una jerarquía en cada una de las alternativas8. Las preguntas fueron analizadas a partir de una descripción de frecuencias y análisis multivariable de posicionamiento.

Análisis Univariado

Con respecto al análisis de frecuencia, se preguntó en orden de preferencia por los autores más relevan-tes en teoría clásica y enfoques de teoría social: Con respecto a su orientación disciplinar en términos de Teoría Social Clásica, de los siguientes nombres clasifique en Orden de Preferencia el Autor más Re-levante en su ejercicio docente, cuál en primero, cuál en segundo y cuál en tercero.

8 Fue dejada una categoría abierta en el caso que el encuestado considere poner otro autor relevante.

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El análisis de frecuencia evidencia la relevancia de los autores clásicos, con un 38% de las prefe-

rencias por Max Weber, luego con un 28% Karl Marx, un 25% Émile Durkheim y, finalmente, un 9% Talcott Parsons. El análisis muestra una tendencia por Max Weber con casi un 40% de las elecciones, lo que implica un dato relevante en comparación al bajo impacto que tiene Marx (28%) y Durkheim (25%) en los académicos de Teoría.

Con respecto a su orientación disciplinar en términos de Teoría Social Contemporánea, de las siguientes categorías, clasifique en Orden de preferencia los Enfoques teóricos más relevan-tes en su ejercicio docente (Indique los 3 primeros):

Las frecuencias muestran que los enfoques teóricos más importantes corresponden a la Teoría de

Sistemas con un 23%, luego Teoría Crítica con un 21%, Fenomenología y Etnometodología con un 16%, Estructuralismo y Postestructuralismo con un 14%, Escuela de Chicago e Interaccionismo Simbólico con un 12% y, finalmente, las menores referencias con Sociedad del Riesgo 7%, Teoría Postmoderna 5% y la Teoría de Elección Racional con un 2%. Los porcentajes no indican tendencias claras en cada una de las teorías, sin embargo, es interesante la proporción de la orientación académica hacia la Teoría de Sistemas en comparación a las tradicionales teorías en sociología.

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Con respecto a Autores de Teoría Social Moderna, se utilizó la frecuencia en la respuesta dejando de lado el análisis de jerarquía por la cantidad de autores en la pregunta: de los siguientes nombres clasifique en Orden de Preferencia el Autor más Relevante en su ejercicio docente, cuál en primero, cuál en segundo y cuál en tercero:

El análisis de las frecuencias más significativas muestra una tendencia pronunciada a favor de

Pierre Bourdieu (46%), luego Foucault (29%), Habermas (28%), Luhmann (27%), Peter Berger y Thomas Luckmann (24%) y Giddens (19%). A partir de lo anterior, es posible aseverar que las preferencias teóricas de los sociólogos tienden a privilegiar el pensamiento social francés de corte estructuralista, mientras que en un nivel secundario la teoría social alemana representado por Habermas y Luhmann. Este dato, no es menor en la medida que la recepción de la teoría en la sociología chilena muestra una mayor afinidad hacia las teorías generales (Bourdieu, Foucault, Luhmann, Habermas) en relación a teorías de alcance medio como la obra de Giddens y P. Berger y T. Luckmann.

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Análisis Multivariable

Gráfico 1

Autores Teoría Clásica

En relación al posicionamiento de autores en términos de teoría social clásica (gráfico 1), encontramos una asociación cercana entre quienes prefieren a Max Weber y Karl Marx en el segundo cuadrante (cuadro inferior derecho) en contraposición a Parsons. De igual manera, también encontramos la misma oposición en el cuarto cuadrante (cuadro superior izquierdo) entre Marx y Parsons. Este antagonismo, es significativo porque las diferencias entre las líneas teóricas de estos dos clásicos no solo esta en un nivel epistemológico, sino que también tiene efectos reales en el campo de la sociología. La particularidad de la coordenada que ubica a Parsons, es relevante en la medida que, también, es absolutamente opuesto al espacio comprendido por quienes han sido considerados los tres grandes clásicos de la sociología. A partir de lo anterior, puede plantearse a modo de hipótesis que, si bien, Parsons es catalogado teóricamente como uno de los clásicos, socialmente dentro del campo teórico en chile (tal vez) no es considerado como tal.

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Gráfico 2

Autores Teoría Moderna

Con respecto al análisis de posicionamiento en los autores de Teoría Social Moderna9 (gráfico 2), observamos por un lado la singular relación de proximidad entre Niklas Luhmann y Jürgen Habermas en el tercer y cuarto cuadrante. La cercanía entre las orientaciones académicas en Luhmann y Habermas es contrapuesta a la rivalidad histórica entre estos dos autores en la teoría social. Las diferencias entre ambos autores es conocida en sociología y se establece a partir de 3 líneas fundamentales: crisis de legitimación de la sociedad moderna/ crisis en términos de teoría sociológica, propuesta de una teoría crítica/ la pregunta de cómo se llega a la crítica en la sociedad moderna10, la pretensión de establecer horizontes normativos en la sociedad/ pretensión de establecer nuevos horizontes en la observación de la sociedad (Bolz, 2000, p. 1). En contraposición al contexto de lucha entre quienes orientan sus preferencias entre Marx y Parsons, en un primer momento, no existe un correlato empírico en términos de posicionamiento entre las coordenadas de Habermas y Luhmann. En ese sentido, una hipótesis plausible para este caso puede establecer que estos autores, aun siendo absolutamente opuestos en sus puntos de vista, tratan temáticas o líneas de investigación teóricas de interés común para los sociólogos que adscriben a sus teorías y, por lo tanto, estas preferencias definen características de proximidad o vecindad en el campo teórico de la sociología.

Asimismo, encontramos en el segundo cuadrante la oposición de coordenadas entre quienes adhieren a las obras teóricas de Pierre Bourdieu y Niklas Luhmann. Como ha sido mencionado anteriormente en este artículo, tanto en Bourdieu, como en Luhmann hay características comunes para

9 Fueron considerados para el análisis de correspondencias solo aquellos autores que tuvieran una frecuencia relevante para ser posicionados. 10Bolz, Norbert, “Die Phantomdebatte”, en Krass, Stephan, “Niklas Luhmann – Beobachtungen der Moderne. Freiburger Reden. Denker auf der Bühne”, Carl-Auer-Systeme-Verlag, Heidelberg, 2000, Traducción Aldo mascareño en https://www.u-cursos.cl/derecho/2005/2/D121C0106/24/material_docente/bajar.php?id_material=80882&bajar=1

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afrontar el análisis de los fenómenos emergentes en la diferenciación social, así también la ruptura con la tradición de la teoría del sujeto, como del dualismo cartesiano sujeto-objeto en la ciencia social. Sin embargo, aun con estas comunalidades, las orientaciones de acción teórica en torno a Bourdieu y Luhmann indican una rivalidad que es complementada con la oposición de la coordenada de Habermas dentro del segundo cuadrante del campo. Esta relación de oposición dentro del espacio es particularmente relevante, porque esta lucha está definida por tres de los cinco autores más importantes para los sociólogos dentro de la teoría moderna.

Por otro lado, el mapa perceptual muestra la cercanía entre quienes prefieren a Giddens y la coordenada de Peter Berger y Thomas Luckmann en el primer cuadrante. Este es un dato particular porque que no existe afinidad ni oposición teórica entre estos autores y los demás participantes de este espacio teórico. No obstante, puede ser plausible afirmar que estas orientaciones teóricas dentro del campo pueden conformar una afinidad estructural, que es independiente de los autores representativos de grandes teorías generales.

Gráfico 3

Autores Clásicos y Modernos

El diagrama combinado de autores clásicos y modernos (Gráfico 3) muestra un posicionamiento común entre Luhmann y Habermas en el tercer cuadrante mientras que en el segundo cuadrante se establece una relación entre Karl Marx, Pierre Bourdieu y Michel Foucault. Resulta sorprendente la relación obtenida entre estos tres autores, pues es de conocimiento general en el campo sociológico la comunalidad entre sus proyectos teórico-prácticos. Las obras de Pierre Bourdieu y Michel Foucault son tributarias del proyecto teórico de Marx, por un lado, a partir de los presupuestos estructuralistas de la genealogía del poder y la superación del dualismo agencia/estructura en la teoría de la práctica y por el otro, a partir de un proyecto político emancipador en las luchas sociales contemporáneas.

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En ese sentido, las relaciones expuestas en el mapa perceptual son decidores en la medida que ratifican que las comunalidades teóricas entre los autores también tiene un patrón similar en términos de preferencias teóricas en el campo de la sociología. Asimismo, tiene una particularidad, la gran extensión del posicionamiento de Marx, Bourdieu y Foucault en uno de los cuadrantes del mapa, en la medida que un dominio espacial dentro un cuadrante puede representar también un dominio en el campo de la sociología que, en este caso, puede ser caracterizado como un espacio dominado por una impronta o una orientación “teórica-crítica”11.

El antagonismo entre las posiciones de quienes adscriben a Parsons y Luhmann con respecto a Marx y Bourdieu es relevante. En primer lugar, porque es reafirmada la correspondencia entre coordenadas opuestas de Marx y Parsons con la oposición teórica-epistemológica que ha caracterizado históricamente a estos dos clásicos. En segundo lugar, porque también es posible afirmar nuevamente la oposición entre quienes eligen las opciones teóricas de Niklas Luhmann y Pierre Bourdieu. A modo general, puede hipotetizarse que las oposiciones inscritas de Talcott Parsons, Niklas Luhmann y Jürgen Habermas en el espacio dominado por Bourdieu, Foucault y Marx indican, no solo una diferencia de improntas teóricas entre los sociólogos, sino que también puede ser una diferencia ideológica dentro del campo.

Gráfico 4

Teoría Social

Combinando todas las categorías, podemos construir el campo teórico a partir de los autores y las

perspectivas más relevantes para los sociólogos. Este espacio multidimensional muestra algunos dominios particulares entre las preferencias teóricas en el campo de la sociología. Por un lado, el

11 Con respecto a este punto hay dos observaciones: el proyecto de la Teoría de Sistemas de ninguna manera tiene un horizonte crítico en términos de un proyecto político, sin embargo, puede tener una posición “crítica” con respecto a la tradicional teoría social y, en segundo lugar, la oposición contradictoria que implica las oposiciones entre quienes adscriben a Habermas con respecto a los que eligen a Marx.

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dominio del espacio teórico–crítico conformado por las coordenadas de Karl Marx, Pierre Bourdieu y Michel Foucault, integrado ahora también por el enfoque de la Teoría Crítica (Escuela de Frankfurt) en el segundo cuadrante. Luego, otro espacio conformado por las coordenadas de la moderna sociología alemana a partir de la Teoría de Sistemas, Niklas Luhmann y Jurgen Habermas (tercer y cuarto cuadrante). Posteriormente, el ámbito de la perspectiva de los “significados” en las coordenadas de la fenomenología-etnometodología, Interaccionismo Simbólico y la Escuela de Chicago en el primer cuadrante. Finalmente, encontramos las proximidades entre las perspectivas de la Teoría Postmoderna, Estructuralismo y Postestructuralismo y Sociedad del Riesgo.

Aun encontrando relaciones y afinidades lógicas en el posicionamiento global, sin embargo, existe una disonancia con respecto a determinados posicionamientos en términos de lejanía, como por ejemplo Bourdieu-Foucault en relación al estructuralismo y la teoría postmoderna; Habermas con respecto a Marx y la Teoría Crítica, y la independencia posicional de ciertos enfoques teóricos respecto de autores representativos ausentes en las respuestas de los encuestados. Una hipótesis probable a tal incógnita puede ser que los propios autores de teoría, generan un efecto mayor que las propias escuelas o enfoques teóricos dentro del campo sociológico y, por tanto, disminuyen las distancias entre ellos mismos y aumentan con los enfoques.

Discusión Final

Con todo, hemos contextualizado a modo general las implicancias que tiene la observación de las actuales condiciones que hacen posible el desarrollo de la sociología y, específicamente, los alcances que tiene un elemento de primer orden como la teoría social en el campo. Como ha sido mencionado previamente, la necesidad de abordar esta línea temática a partir de una sociología de la sociología, es justificada en la medida que la disciplina y sus dimensiones constituyentes también son objeto de observación científica. En este sentido, la focalización del estudio esta enmarcado en una dimensión que hace referencia a la dinámica de las orientaciones teóricas en los sociólogos a partir de escuelas de pensamiento y autores más importantes dentro de la sociología. Así, los resultados de la investigación muestran que los sociólogos establecen una preeminencia por la obra de Max Weber, por sobre Marx y Durkheim y una marginal valoración por Talcott Parsons en la teoría social clásica. Asimismo, dentro de la teoría moderna existe una tendencia marcada en las preferencias, sobre todo por la obra de Pierre Bourdieu y en menor medida por Foucault, Habermas y Luhmann, mostrando que las orientaciones teóricas de los académicos tienen una afinidad por preferir las teorías generales en el campo sociológico.

No obstante, los datos analizados en términos de escuelas de pensamiento teórico muestran la importancia que ha tenido la emergente Teoría de Sistemas en comparación a las tradicionales escuelas de Teoría Crítica, Estructuralismo, Post-estructuralismo y la Fenomenología. Esto es un hecho particular, porque, si bien, Luhmann tiene preferencias secundarias en torno a constituirse como un autor relevante dentro de la sociología, la teoría de sistemas tiene una preponderancia en torno a las demás escuelas teóricas12.

12 tal vez para quienes adhieren a la teoria de sistemas la valoración de Luhmann como autor es irrelevante y solo la teoria es importante (Luhmann es entorno y la teoría es sistema)

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Como ha sido mencionado anteriormente, la aplicación empírica de la sociología de la sociología, utiliza la teoría de los campos sociales a partir de la combinación de diversas afinidades y luchas entre distintas teorías en el espacio de la sociología. Para evidenciar las diferencias dentro de aquello que es considerado como campo teórico, es necesaria la aplicación del análisis de correspondencia múltiple, ya que solo el posicionamiento de las orientaciones de acción teórica puede mostrar la conformación de diferentes espacios ocupados por coordenadas opuestas y afines.

La proximidad entre coordenadas representa un dominio dentro de campo y en este sentido fueron encontrados 4 dominios distintos en el espacio de dimensiones. Con respecto a las luchas objetivas en el campo, encontramos las rivalidades más importantes en torno a las coordenadas teóricas de Marx y Parsons en la teoría clásica, mientras que Luhmann y Bourdieu en la teoría moderna. En un nivel más general, encontramos la oposición más relevante entre los espacios pertenecientes al dominio de Marx, Bourdieu, Foucault y el espacio dominado por Parsons, Luhmann y Habermas. Todas las oposiciones encontradas dentro del espacio de la teoría, probablemente, definen improntas teóricas y, por tanto, caracterizan de alguna manera a los académicos quienes ejercen la labor docente dentro de la disciplina. Por consiguiente, estas improntas no solo constituyen luchas en términos de posiciones objetivas, sino también formas de identificación en el ejercicio de la docencia, lo que tiene una implicancia radical en la formación de nuevos sociólogos en la disciplina.

Los resultados expuestos a lo largo del artículo muestran que el modelo teórico de los campos sociales se aplica perfectamente a un estudio empírico de la sociología y, por lo tanto, reafirma la hipótesis de la existencia de oposiciones reales en teoría social, diferencias que traspasan los límites de la propia época histórica de los autores, logrando efectos concretos en el campo.

Sin embargo, la aplicación del modelo tiene una limitación en relación a aspectos teóricos que implican la construcción de un campo social, es decir, la investigación no consideró la constitución de un capital para construir el campo teórico de la sociología. A partir de esto, podría rebatirse la creación de un verdadero campo de teoría, sin embargo, es pertinente mencionar que el modelo teórico y su aplicación empírica considera las propiedades sociales de los agentes, como el capital y la práctica, siempre como un dato de posición en el análisis Homals. En ese sentido, existe una aproximación cercana a la estática del campo, pero son relegadas nociones que completan el análisis sociológico de la teoría de los campos en torno a los conceptos de interés, estrategia y habitus. A partir de esta carencia, es pertinente enfatizar en la necesidad de complementar estos resultados, a través del estudio de las nociones que se pierden en un análisis cuantitativo, de manera tal que sea posible avanzar en el estudio de la sociología de la sociología en Chile.

Solo un estudio renovado de la sociología y de sus condiciones sociales de posibilidad permite sacar a la luz fenómenos sociales no observados en la disciplina, elementos que pueden otorgarnos una reconversión en la mirada en las ciencias sociales y la sociología en particular. En ese sentido, la sociología de la sociología puede proyectar objetivos claros dentro de una ciencia en crisis que no tiene horizontes definidos, siempre sometida a los condicionamientos externos de otros campos. Por lo tanto, la observación de los factores que pueden incidir en la constante crisis de la disciplina, contempla la posibilidad cierta de encontrar fenómenos sociales problemáticos dentro de su propio ámbito de acción, para así construir una autocrítica socialmente y disciplinariamente formativa.

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ANTECEDENTES DEL DOMINIO CULTURAL EN EL ORIGEN Y EL

DESARROLLO DE LA GLOBALIZACIÓN SARA GODOY JIMÉNEZ*

RESUMEN En un mundo más amplio de relaciones, caracterizado por disparidades crecientes en-

tre países ricos y pobres, por el aumento de la violencia y el terror, por las crisis económi-cas en serie y por el tráfico imparable de drogas, armas y toxinas, pero a la vez con el desarrollo tecnológico que reduce drásticamente las distancias geográficas y temporales, ampliando las posibilidades de intercambiar ideas, objetos y capitales se presenta en los albores del presente milenio el desafío de repensar el futuro de la humanidad, haciendo acopio de la totalidad de su producción, desde su origen al presente.

La globalización ha sido presentada ideológicamente como la gran promesa para resol-ver todos los problemas de las sociedades actuales, planteándose como inexorable e irreversible en sus actuales características, sin embargo, se puede falsear a partir de ar-gumentos de la misma ciencia que le ha dado los sustentos teóricos para expandirse.

Para ello, se aborda la globalización como el contexto en el que se inscribe actualmen-te el desarrollo de la vida, entregando una visión evolutiva acerca de su origen y desarro-llo con las controversias conceptuales y analíticas que existen sobre las diferentes interpretaciones de este fenómeno mundial.

UNA VISIÓN EVOLUTIVA DE LA GLOBALIZACIÓN

En los albores de la humanidad

a parece haber quedado olvidado en el tiempo que la primera globalización se inicia en rigor –si nos atenemos a los antecesores del actual homo expandiéndose por todo el planeta– de acuerdo a los estudios de la biología molecular y de la paleontología, con el proceso de expansión que lleva a cabo el Homo Erectus, al salir de África, cuna de toda

la humanidad, hace aproximadamente un millón de años atrás.

Es interesante recobrar estos antecedentes, pues de ellos se pueden extraer lecciones valiosas de la evolución de nuestra especie que le ha permitido sobrevivir más de 40 mil años en diversas latitu-des. Entre ellas, que cada grupo articuló ante los diferentes ecosistemas un conjunto de respuestas, producto del doble proceso de adaptación: entorno natural y social y que se articulan en un todo que hoy se denomina sistema cultural.

Kart Polanyi (1994, p. 92), lo visualiza como una dependencia de las personas respecto de la na-turaleza y de las personas respecto a otras personas para obtener su sustento. De lo anterior, se puede

* Licenciada en Antropología. Docente Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Central de Chile.

Y

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inferir el lugar histórico de la economía dentro de un todo más amplio que es el sistema cultural y no al revés, en que la economía va forzando el cambio cultural. Como señala Comas (1998, p. 35), la activi-dad económica es una actividad institucionalizada que se realiza en el marco de unas determinadas condiciones sociales, que son las que dan unidad y estabilidad al sistema. No hay escasez por defini-ción, como asegura el formalismo, hay formas diferentes en cada cultura de distribuir los recursos y los bienes producidos. La economía es, pues, una modalidad de la cultura.

Así, los representantes de la especie humana constituyeron sociedades concretas en tiempo y es-pacio, de allí que el lugar que ocupa la actividad económica en cada una de ellas varía, estableciendo, consecuentemente, formas de organización e institucionalización de los procesos económicos de ca-rácter específico, según el número de individuos, sus formas de relación entre sí y con la naturaleza. La racionalidad económica de los bosquimanos Kung en el desierto del Kalahari, no es la misma que la de los esquimales en la tundra helada del Ártico, a pesar de ello, la pauta en común es maximizar benefi-cios y minimizar esfuerzos, en consideración con los ciclos de cada ecosistema:

La evolución cultural es, pues, un proceso de aprendizajes socialmente diferenciado, durante el cual una sociedad se apoya en su pasado histórico y compromete su presente político. La formación y la contestación entre las culturas tienen lugar en todos los sectores de la sociedad, incluidas las esferas económicas y políticas: las creencias y valores no son independientes de la estructura de las institucio-nes económicas y políticas. Pero la construcción de las instituciones sociales se ve, a su vez, influida por las creencias y los valores: en otras palabras, nada permite suponer que las instituciones sociales no sean una forma de expresión cultural. (Mohan, 1995, p. 4)

No es raro entonces que, a pesar de las muy diferentes tecnologías de apropiación, de los a su vez muy diversos recursos naturales, paradojalmente para los científicos, estas poblaciones, hasta antes de la convivencia permanente con la cultura occidental, presenten adecuados niveles de nutri-ción. En Chile, ello fue constatado en un estudio (Caro, 1988, p. 25) realizado entre tres grupos de indí-genas mapuches, con asentamientos territoriales diferentes en la Región de La Araucanía: migrantes residiendo en la ciudad de Temuco, rurales conectados a dicha ciudad por carretera pavimentada y rurales aislados. Los niveles proteicos y de salud variaron en relación inversa a la localización ances-tral, entre estos fueron los que encontraron los mejores indicadores.

La explicación, a estas y otras situaciones de bienestar social que los estudios etnográficos han constatado, se encuentra en la cosmovisión de estos grupos étnicos, en la que se encuentra una articu-lación entre lo social, lo emocional y lo material para la satisfacción de las necesidades que las dividen en materiales y emocionales. Como plantea Comas (1998, p. 53-54), estas dos necesidades están ínti-mamente relacionadas entre sí, de modo que a la hora de satisfacerlas con un mecanismo como es el intercambio, ambos aspectos están presentes. Primando un principio que enfatiza la igualdad y la co-hesión social por sobre los intereses económicos individuales.

De allí entonces que resulte iluminador referirse a las modalidades que adquiere el intercambio para asegurar la satisfacción de las necesidades de todos los miembros de un colectivo. El mecanismo del intercambio opera articulando, en un horizonte de tiempo, dones, mercancías y dinero. El primero corresponde a un servicio, o bien que se da o recibe sin cálculo de su valor económico, sino social, por cuanto establece alianzas.

Una mercancía, por su parte, es un objeto o servicio que se da a cambio de otra cosa que debe responder al valor de la primera, estando sujeta a interés economizante, el que radica en su valor de

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cambio. Appadurai (1986, p. 3), señala que ese valor no es una propiedad inherente a los objetos, sino una propiedad que le otorgan los sujetos. Lo destacable en esta forma de representación del valor de un objeto o servicio, es que este no se desprende en ningún momento del propósito de su producción, esto es satisfacer necesidades de un colectivo. Es un mecanismo precautorio ante la necesidad artifi-cial de ejercer propiedad individual sobre los objetos, por el objeto en sí mismo, ya que el intercambio de mercancías tiene siempre connotaciones sociales. Se evita así, lo que en su expresión más extrema es el consumismo que hoy observamos con la consecuente presión hacia los recursos medioambienta-les, entre otros aspectos.

El dinero, es por lo general un objeto que tiene la capacidad de tasar el valor de objetos, servicios o personas, su uso es en esferas concretas de intercambio y, aunque tiene también connotaciones morales y emocionales, en la mayoría de los casos responde a necesidades funcionales. “Una vez más volvemos a que lo determinante no son los objetos que intervienen en el intercambio, ya sea como cosas intercambia-das o como los medios de intercambio, sino el intercambio mismo y las concepciones culturales que se tengan con respecto a él” (Comas, 1998, p. 22).

Esta visón, garantiza a las comunidades, simultáneamente, por dos vías el intercambio a futuro, pues propende a que el intercambio que se realiza, por la forma que lleva a cabo, reactualice y fortalezca las redes sociales y, a su vez, esta seguridad en el tejido social hace innecesaria la acumulación, con lo cual se preserva el ecosistema, al extraer de él solo lo que diaria o estacionalmente es imprescindible.

Para mantener dicho equilibrio, controlan también el volumen de la población, pues una variación sustantiva puede llevarles al colapso de las estrategias de adaptación creadas, conduciendo en casos extremos a la total desaparición del sistema, o bien a una mayor inversión energética para la genera-ción de nuevas estrategias. El antropólogo Marvin Harris (1979, p. 82), basado en datos provenientes de diversos estudios de campo, formula la teoría del materialismo cultural, en ella plantea que la evolu-ción de un modo de producción esta determinado, probabilísticamente, por la infraestructura, la que a su vez esta constituida por el modo de producción y el de reproducción. Esta última categoría alude, justamente, al conjunto de creencias y prácticas con las cuales un grupo cultural regula sus decremen-tos e incrementos de la población.

LOS REENCUENTROS DESPUÉS DEL AISLAMIENTO Hasta aquí, se han invocado las relaciones de las personas, entre sí y con su entorno, para explicar

las diversas concepciones culturales sobre los intercambios de bienes y de servicios, a través de la evolu-ción de la humanidad, en las etapas políticas de banda y tribu y económicas de forrajeo y horticultura.

La noción de cultura como totalidad unitaria y compartida, autosuficiente, sin referente exterior, que de-termina sin ser determinada, es válida para casi dos tercios de la historia de la humanidad. Ese espacio tan vasto es el que permite inferir que de allí se pueden extraer lecciones para el presente, pero a la vez abre la interrogante acerca del tiempo en que la una de la otra ya no estuvieron separadas con espacio suficiente para expresarse y desarrollarse en forma autónoma, esto es, con la emergencia de la agricultura.

Hay antecedentes desde la época antigua sobre expansiones -babilonios, egipcios, griegos, roma-nos- que traen aparejadas nuevas articulaciones culturales para los pueblos conquistados. A pesar de ello, antes de la época moderna, las economías-mundo eran altamente inestables y tendían a convertirse en

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unidades políticas, en imperios-mundo, es decir, se constituían verdaderos “mundos” o entidades econó-mico-materiales que integraban en su seno diversas culturas, sin abarcar por ello a todo el planeta.

Por esta razón, se reconoce a la expansión del mundo europeo como la primera etapa del proceso que lleva a la actual globalización. Se inicia con los descubrimientos marítimos y la revolución mercantil a fines del siglo XV e inicios del XVI, “cuando los europeos se hicieron a la mar, desarrollando una eco-nomía transoceánica de orientación comercial, los pueblos de todo el mundo entraron en la esfera de influencia de Europa” (Kottak, 1994, p. 186). Tiene una segunda etapa con la Revolución Industrial, del siglo XVIII al XX, la que posibilita la producción industrial de bienes. Su clave reside en una innovación que evoluciona para mantener un sistema existente pero, a su vez, en el tiempo, jugará un papel deci-sivo en el cambio de tal sistema, haciendo emerger nuevas respuestas adaptantes que otorgan otras características, a partir de la segunda mitad del siglo XX que correspondería a la tercera etapa del pro-ceso de globalización.

Al respecto, Guimaraes (2001, p. 6) ofrece una interesante comparación sobre dos procesos dife-rentes de expansión de los europeos “No suena muy «moderno» y quizás esté incluso fuera de lugar hacerlo al iniciarse un milenio más, siempre colmado de promesas, pretender ofrecer una mirada a los desafíos actuales a partir de la óptica del desarrollo territorial o de la sustentabilidad, algo por cierto «políticamente incorrecto» al menos desde la ideología de la globalización actual, característicamente acrítica y conformista”. En verdad, un milenio que en su versión anterior se había inaugurado también con un intento de “globalización”, en ese caso la de la civilización cristiana y occidental a través de las ocho Cruzadas. Expediciones que, más allá del carácter caballeroso y noble que nos enseñan los libros de historia, se organizaron en los hechos como expediciones militares para abrir nuevas rutas al co-mercio, conquistar territorios musulmanes o simplemente resolver disputas feudales. No muy distintas, pues, de las “cruzadas” actuales, supuestamente a nombre de valores superiores y más civilizados como los del libre mercado y de la libre circulación de capitales.

Por ello, al referir a la globalización no puede dejar de abordarse el fenómeno que consolida su existencia, esto es el sistema capitalista, con la connotación simbólica con la que públicamente se ex-pande, es decir el desarrollo.

Wallerstein (1988, p. 7), considera el capitalismo como un sistema social histórico que se va con-formando como una unidad económica que integra múltiples sistemas políticos, llegando a abarcar toda la superficie del globo, lo cual lo ha llevado a durar más de quinientos años, la moderna economía-mundo sólo puede ser una economía-mundo capitalista. Define al capitalismo como un “escenario inte-grado, concreto, limitado por el tiempo y el espacio” de las actividades productivas, dentro del cual, la incesante acumulación del capital ha sido objetivo o ley económica que ha gobernado o prevalecido en la actividad económica fundamental:

En un sistema de esta clase existe una extensiva división del trabajo, que no es meramente fun-cional, sino también geográfica. Las tareas económicas no se distribuyen uniformemente y esto condu-ce a una jerarquización del espacio, al intercambio desigual a través de la fuerza del centro que se impone sobre la periferia. Esta expansión geográfica se realiza por medio de la coerción política, la búsqueda de mercados y la búsqueda de mano de obra barata, llegando a producirse una verdadera polarización entre las distintas zonas del mundo. (Comas, 1998, p. 58)

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La participación de Estados Unidos resulta crucial en la expansión del capitalismo bajo la etiqueta de desarrollo. Según lo señala Esteva:

“Al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ocupa sin disputa el centro del mundo, con el deseo de consolidar esa hegemonía y hacerla permanente concibieron una campaña política de escala global que ostentaba claramente su sello. Incluso concibieron un emblema apropiado para identificar esa campaña. Así el presidente Truman en su discurso al acceder a su cargo, señala: Debemos embarcarnos en un programa completamente nuevo para hacer accesibles los beneficios de nuestros avances científicos y de nuestro progreso industrial, de tal forma que las áreas sub-desarrolladas puedan crecer y mejorar. El viejo imperialismo -explotación en provecho foráneo- no tiene cabida en nuestros planes. Lo que tenemos en mente es un programa de desarrollo basado en los conceptos de trato justo democrático. Ese día, dos mil millones de personas se convirtieron en subdesarrollados dejaron de ser lo que eran, en toda su diversidad, y se metamorfosearon en un espejo que los empequeñece y los envía al final de la cola, un espejo que define su identidad en los términos de una estrecha y homogeneizadora minoría”. (2000, pp. 68-70)

La metáfora del desarrollo confirió hegemonía global a una genealogía de la historia puramente occidental, robando a las gentes y pueblos de distintas culturas la oportunidad de definir las formas de su vida social (Esteva, 2000, p. 73).

Por ello, hay autores (Cowen y Shenton, 1995; Escobar, 1997; Esteva, 2000; Rist, 1996) que plan-tean que no hay estilos de desarrollo alternativos porque el estilo capitalista para poder mantenerse necesita de cambios, esto es para que se perfeccione la relación mercantil, se requiere que algo cam-bie para lo que existe pueda seguir existiendo. La modernización, entonces, es un proceso continuo e interminable de seguir desde atrás los cambios de los países capitalistas.

Por estas críticas, los resultados no auspiciosos obtenidos, los cambios en los escenarios econó-mico-políticos, Estados Unidos, a partir de la década de los setenta, adopta la estrategia de desperso-nalizar su participación en el impulso de los siguientes cambios macroeconómicos. Participa del llamado Consenso de Washington a través de su Departamento de Estado junto al Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para elaborar las nuevas normas que regulan las economías de las naciones del mundo, la imagen que se proyecta es la de organismos multilaterales liderando.

Bajo dichas directrices -que se sustentan en un conjunto de ideas de corte neoclásico y que se ar-ticulan en el modelo denominado neoliberal- ahora la expansión geográfica se realiza porque las em-presas se localizan parcialmente en diversos países, fragmentando el mercado de trabajo para bajar sus costos y eludir la tributación. Así, resultan más competitivos en los mercados, con mano de obra barata, como, así mismo, con recursos humanos altamente calificados, debido a la introducción de procesos productivos altamente tecnologizados. El cambio instala una nueva forma de organizar el trabajo productivo que articula de forma diferente las relaciones entre grandes, medianas y pequeñas empresas, lo que trae aparejado una mayor fragmentación de la fuerza de trabajo ocupada.

Hasta el presente, dicho modelo económico que permite la continuidad del sistema capitalista y que impulsa la globalización, ha transitado por dos etapas:

“…en la primera predominó un discurso ortodoxo neoclásico que impulsa una reestructuración económica, capaz de reestablecer las condiciones para un desarrollo capitalista genuino, esto es que el capital privado pueda recuperar el rol protagónico en los procesos de acumulación y creci-

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miento. En la segunda, el discurso es influenciado por las nuevas teorías del crecimiento, en él destacan la importancia del capital humano y técnico, cuyo aumento es endógeno, se comienza a aceptar la existencia de rendimientos crecientes y se reconoce un papel más importante al Estado en las políticas públicas”. (De Mattos, 1999, pp. 2-3)

El cambio de estrategia macroeconómica del modelo favorece la internacionalización de cada economía nacional, este proceso de transformación queda inscrito en el territorio, llegando a producirse una profunda polarización entre diferentes regiones del mundo que se reproduce a la vez en las ciuda-des capitales. En Santiago, “al profundizarse la dinámica de la globalización, junto a la conformación de una nueva arquitectura productiva dominante, comienza a consolidarse una nueva base económica metropolitana” (De Mattos, 2002, p. 3). Ella, acentúa la segmentación y dualización de la estructura ocupacional, estableciendo un patrón de desigualdad social entre sectores con altos ingresos, en co-existencia con un gran sector con precarias condiciones laborales. La polarización social conlleva los problemas tales como la conflictividad social, la violencia, la drogadicción y en especial, uno de los más que más inciden en la acentuada sensación de inseguridad ciudadana, la delincuencia.

El capitalismo continúa en expansión, ya no requiere de la coerción política, pues la ideología del desarrollo sustenta la firma de acuerdos internacionales en las diversas materias y tiende a mercantili-zar todas las cosas, todos los procesos que intervienen en el ciclo del capital e incluso, todas las rela-ciones sociales. Como señala actualmente el PNUD (1998, p. 15), “los cambios registrados en los últimos años afectan especialmente la vida cotidiana de la gente y su sociabilidad, con sus tejidos fami-liares y comunitarios, sus valores e identidades”.

Ello, ha generado ejes de tensión bajo la etiqueta de modernización a través de la cual se expan-de el cálculo medio-fines desde la economía a diversos campos de la vida social, transformando la concepción de individuo e introduciendo el valor de la mercantilización de las relaciones humanas. El despliegue de esta racionalidad instrumental se ha ido transformando en un fin absoluto otorgando a la sociedad su eficiencia y dinamismo, sin embargo, ella no ha sido puesta en relación con la dimensión subjetiva del desarrollo, pues no hay modernidad al margen de las personas, de sus valores y afectos.

MARCOS CONCEPTUALES Y ANÁLISIS DE LA GLOBALIZACIÓN

¿A qué alude la globalización? Dado que es un fenómeno de tal expansión e implicancias para la vida actual, ha sido ampliamente estudiado por las diversas disciplinas de las ciencias sociales y, al interior de ellas, se han producido interpretaciones contrapuestas. Esto, debido a dos fenómenos, por una parte el carácter fragmentario de la ciencia, por lo cual los resultados acerca de un mismo objeto de estudio varían según las variables que se seleccionen para su investigación, por otra, porque hay se-creta o públicas implicancias con sus resultados “quisiera definir lo que es la globalización en sí y lo que es la oposición a ella, digamos un tipo de visión histórica contemporánea (...) después qué tipo de acto-res pueden formarse a favor o en contra -y yo estoy más interesado en los que están en contra- de estas tendencias o realidades bien o mal interpretadas” (Touraine, 2001, p. 29).

La vieja discusión acerca de la objetividad de la ciencia se pone aquí en el medio del tapete, con evidencias incuestionables sobre el carácter interpretativo de este paradigma y no de “verdad” como muchos han querido ver en las fórmulas con que observan y procesan los datos. En especial, la eco-nomía que ha contribuido por medio de sus modelos teóricos, con los argumentos necesarios para la

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construcción de la ideología primero del desarrollo y en el presente de la globalización con los que se organiza la economía mundial, pasando de unos a otros, hasta que el “laboratorio de prueba” estalla –es decir las naciones sobre las que se aplican sus fórmulas.

Para ilustrarlo, baste con una breve reseña histórica de dichos modelos, según De Mattos (2002, p. 1), la aplicación del modelo fordista genera la crisis del 29, allí recién se imponen las ideas centrales de Keynes, los desequilibrios del capitalismo no se absorben automáticamente, pudiendo generar una crisis profunda, para evitarla se requiere de una intervención exógena al mercado, papel que se le atribuyó al Estado, después de haber verificado que así ocurría. La nueva crisis surge en la década de los ‘60 de la misma solución, debido a que aumentan los costos de producción, por los gastos que genera el Estado de Bienestar en salud, educación, apoyo a sindicatos, entre otros, los cuales se sacan de la estructura pro-ductiva vía tributaria. Así, al buscar una salida al agotamiento del modelo de crecimiento hacia adentro vía industrialización sustitutiva, un discurso ortodoxo neoclásico impulsa una reestructuración económica, para que el capital privado pueda recuperar el rol protagónico en los procesos de acumulación y crecimiento. Las demandas de nuevos cambios, se intensifican en América Latina desde mediados de la década de los años setenta, la mayoría de los países latinoamericanos comenzaron a aplicar, con diverso impulso e in-tensidad, una receta postulada en lo que se denomina el Consenso para los países en desarrollo por di-versos organismos multilaterales, especialmente el FMI y el Banco Mundial.

Con estos y otros antecedentes, las ciencias sociales inician en la década de los sesenta los estudios sobre las interconexiones de las economías entre las diversas regiones, a partir del interés despertado por el desarrollo del Tercer Mundo. Se suponía de acuerdo a la teoría de la modernización que todas las so-ciedades, partiendo de distintas situaciones y distintas velocidades, seguían el mismo camino hacia la “modernidad”, el debate era si había divergencia o convergencia en los resultados del proceso.

La obra de Wallerstein (1997, pp. 44-45) rompe con los estrechos esquemas de la modernización, en lugar de analizar el Tercer Mundo como marginales y recién llegados a la modernidad, los considera parte sustancial en la formación de la economía-mundo como totalidad, pasando a estudiar cómo se insertan en ella. Apoyándose en la teoría de la dependencia, considera que el subdesarrollo y el desa-rrollo están estructuralmente ligados y que no es evidente que pueda pasarse de una situación a otra. Los países desarrollados nunca estuvieron subdesarrollados, no parten de las condiciones de depen-dencia económica, tecnológica y financiera que observan las regiones subdesarrolladas. Hay una re-producción dependiente estructural de las sociedades subdesarrolladas que se genera en el intercambio desigual que se produce en la esfera de la división del trabajo a escala mundial y en la esfera de la circulación. El capitalismo, entonces, contiene una paradoja, pues la economía-mundo como totalidad devine del sentido unitario del sistema económico, pero enmascara el hecho de que solo el mercado es unitario, en cambio la mano de obra se ve fragmentada por fronteras nacionales, clases sociales, diferencias regionales y/o étnicas.

Es interesante resaltar el hecho de que a pesar de utilizar diferentes ópticas de análisis, la teoría de la modernidad y la de la dependencia tienen una conclusión en común, los centros impulsan el cam-bio social, mientras que las periferias se adaptan a ellos. Lo mismo ocurre en el presente, respecto del modelo liberal con su específica globalización, producto de la aplicación de las directrices emanadas del Consenso de Washington. Ellas son: disciplina presupuestaria; cambios en las prioridades del gasto público, reforma fiscal encaminada a buscar bases imponibles amplias y tipos marginales moderados; liberalización financiera, especialmente de los tipos de interés; búsqueda y mantenimiento de tipos de

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cambio competitivos; liberalización comercial; apertura a la entrada de inversiones extranjeras directas; privatizaciones; desregulaciones; garantía de los derechos de propiedad.

Aun con estas y muchas otras evidencias empíricas y científicas existen profundas diferencias a la hora de evaluar los resultados obtenidos con su aplicación, tanto entre la ciudadanía y los gobiernos, como entre los científicos. Como lo señala Joan Mohan (1996, p. 1) en el capítulo I del Primer Informe Mundial de Cultura, ciertamente, los economistas ortodoxos defienden de modo casi incondicional, la globalización y la liberalización. El liberalismo económico, en particular, propugna un modelo rigurosa-mente uniforme de instituciones económicas y de políticas públicas para todos los países, ricos o po-bres. Esta doctrina se apoya en la afirmación de que los beneficios económicos mutuos, para todos los estados activos en los mercados internacionales, serán máximos cuando dichos mercados estén libres de todo intervencionismo y de cualquier traba reglamentaria. Argumentos análogos se aducen a favor de la no intervención en los mercados interiores. Así, en ausencia de medidas proteccionistas y otros obstáculos para su buen funcionamiento se espera que los mercados mundiales y nacionales nivelen la productividad, los precios y las rentas entre los países y en el interior de los mismos. Aunque sean de-fendidos urbi et orbi, estos argumentos, y los modelos económicos en los que se apoyan, no están universalmente aceptados. La principal objeción que se les puede presentar es que los mercados inte-grados a nivel mundial no pueden favorecer por igual a las economías fuertes y a las economías débi-les. Hay fuerzas económicas poderosas que producen y mantienen desigualdades de desarrollo entre los países y en el interior de los mismos. Estas fuerzas influyen fuertemente en los enormes desequili-brios económicos que existen entre los países y que, en líneas generales, han aumentado claramente en los últimos cuarenta años.

Según William Greider (1997), los países pobres podrán sacar partido de las posibilidades que ofrecen los mercados y las tecnologías sólo si se dan las siguientes condiciones: a) intervenciones estratégicas del estado sobre los mercados y una gestión económica a largo plazo, tanto en el plano interior, como en el exterior; b) constitución de comunidades activas a varios niveles, en lugar de una intervención mínima del estado, como preconiza la ortodoxia liberal.

Sin embargo, el propio modelo reduce el rol del Estado sólo a la expresión de normar para facilitar la expansión del actual capitalismo debilitando, progresivamente, los sentimientos de autonomía nacio-nal y amenazando las tradiciones, creencias y valores que sustentan los diversos modos de vida.

Algunos observadores ven la globalización de la economía como una apisonadora que dejará tras sí un mundo uniforme, poblado por hombres y mujeres unidimensionales que, a la manera de los mo-nocultivos, habrán perdido su potencial creador y su capacidad de adaptación. Pero también en este terreno la globalización tiene sus partidarios, que esperan que acabe por limar las diferencias, algunas muy visibles y otras más insidiosas, que han dividido durante mucho tiempo a la humanidad, y que permita sentar las bases de una cooperación mundial, enormemente necesaria. Esta esperanza parece, empero, reposar sobre la perspectiva, aún no realizada, de una reducción progresiva de las desigual-dades a nivel mundial. (Mohan, 1996, pp. 2-3)

Por su parte, el liberalismo económico tiende a considerar la cultura, sea como un epifenómeno desdeñable de la economía, sea como un terreno sobre el cual se ejercen opciones individuales que el libre cambio favorecerá o satisfará. La libertad cultural, entendida como la capacidad colectiva para "satisfacer una de nuestras necesidades más fundamentales, el derecho a definir cuáles son justamen-te esas necesidades" (Comisión Mundial sobre Cultura y Desarrollo, 1996). Ese concepto, ni siquiera

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figura en el léxico liberal, sin embargo, esta necesidad esencial se encuentra actualmente amenazada a la vez por una serie de fuerzas y por una falta de vigilancia a nivel mundial. Esta amenaza sobre la libertad cultural no puede sino poner en peligro a la democracia y a las comunidades humanas.

De allí, entonces, la importancia que tiene en este momento de la historia de la humanidad reeva-luar en la era global la relación entre la cultura y el desarrollo. Como lo señala Van der Staay:

“…vemos la globalización como un proceso en el que las ideas y los comportamientos se propa-gan a gran escala: mundial, o al menos abarcando grandes áreas geográficas. En debates sobre el tema, la globalización se ve principalmente desde un punto de vista cultural o económico. La globalización en el sentido económico se ve frecuentemente como la extensión de los esfuerzos económicos y las actividades empresariales de los países industrializados a otras partes del mundo. Es necesario destacar enormemente el inmenso impacto social de este proceso. La in-fluencia de los viajes, las migraciones y los medios de comunicación intensifican la comunica-ción entre las distintas partes del mundo. Suponemos que cuanto más densas sean las comunicaciones internacionales, más ideas y creencias adoptará un país dado de otras culturas o, expresado de otro modo, se incrementará el proceso de transmisión cultural…”1

Así también lo expresa Comas (1998, p. 41), la expansión del capitalismo es un fenómeno eco-nómico, que tiene efectos sobre las distintas sociedades. La hegemonía de la economía de mercado es tal que ningún rincón del mundo queda fuera del sistema y eso no solo afecta las economías locales, sino también a la organización social, a las formas de vida y a la identidad de los pueblos. Así, pues, la expansión del mercado ha supuesto la formación de una economía-mundo, pero también la globaliza-ción cultural. Ha supuesto, por tanto, la existencia de un sistema global, con dimensiones económico-políticas y culturales.

Castell (1997), aporta al análisis de la dimensión cultural con su noción de sociedad informacional, entregando una interesante distinción acerca del impacto diferencial de la innovación tecnológica, seña-lando que, mientras los cambios que hicieron posible el sistema industrial se ciñeron a un sector con-creto de la economía, la actual revolución informacional involucra a todas las ramas de la actividad de una sociedad, incluso en la esfera de la vida privada.

Hay otros autores que reconociendo esta noción, la supeditan a la de globalización neoliberal, se-gún Barbero (2000, pp. 17-18), en América Latina la globalización económica es percibida sobre dos escenarios: el de la apertura nacional exigida por el modelo neoliberal hegemónico y el de la integra-ción regional con que nuestros países buscan insertarse competitivamente en el nuevo mercado mun-dial. Ambos, colocan la “sociedad de mercado” como requisito de entrada a la “sociedad de la información. El escenario de la apertura económica se caracteriza por la desintegración social y política de lo nacional, ya que la racionalidad de modernización neoliberal sustituye los proyectos de emancipa-ción social por las lógicas de competitividad, cuyas reglas no las pone ya el Estado sino el mercado, convertido en principio organizador de las sociedades en su conjunto.

1 Van der Staay, A. (1996). La opinión pública y la ética universal: un estudio descriptivo de datos de encuestas existentes. Informe Mundial de la Cultura. Capítulo 16, UNESCO.

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Finalmente, cabe destacar que los complejos efectos señalados anteriormente, solo pueden ser abordados a la luz de una compresión holística de ellos, pues poseen una lógica subyacente de articu-lación que escapa a la fragmentación conceptual con que se analiza. Por ello, desafía a quiénes han estado en la tarea de producir marcos teóricos -globalización, economía-mundo, mundialización, socie-dad informacional- a ser capaces de integrar las diferentes ópticas de reconstrucciones para poder develar las matrices de intersección de los diferentes elementos constitutivos del fenómeno.

CONCLUSIONES

No es tarde para recordar que la existencia actual de la humanidad en el planeta sólo ha sido po-sible gracias al conjunto de diversas respuestas adaptantes que generó un largo proceso que se inicia alrededor de cuatro millones de años atrás en África Oriental, en un mundo en constante cambio, fruto de las oscilaciones del eje terrestre que generaron alternancias notables en las temperaturas en las diferentes latitudes.

La globalización es una obra que se inscribe dentro de este proceso de adaptación a dichas con-diciones, iniciada por ancestros, incluso anteriores a la actual especie, que en la búsqueda de nuevas oportunidades se expandieron por todo el planeta, cruzando mares y desiertos sin contar con “los ade-lantos tecnológicos de la ciencia”, hasta llegarlo a ocupar en todos sus continentes hace unos cuarenta mil años antes del presente y producto de todos los desafíos enfrentados, llegar a contar con todos los rasgos que caracterizan a la actual especie, el homo sapiens sapiens, la única que sobrevivió a todos los cambios que ocurrieron en el planeta en el transcurso de dicho paso del tiempo, gracias a las trans-formaciones en su vida gregaria y en su estructura genética.

Ante las actuales condiciones de transformación –sociales, económicas, políticas, medioambienta-les– que enfrenta el mundo globalizado y los esfuerzos encaminados para afrontarlas, el acuerdo su-pranacional de los Objetivos para el Milenio, entre tantos otros, pareciera relevante rescatar desde aquella larga historia las principales ventajas comparativas que resolver con éxito todas las pruebas.

Destaca el hecho de que la misma especie logra cimentarse a través de un complejo evolutivo, que funciona de manera sinérgica, integrando la totalidad de sus respuestas adaptantes en una confi-guración que contempla sus dos herencias, genética y social, que se transmite a los descendientes a través de la memoria filogenética que incluye tanto mecanismos para la homeostasis celular, como para el aprendizaje social, los que posibilitan la relación que establece con el entorno social y natural.

Dicho legado, no sólo le permite sobrevivir, sino sentar las bases de una convivencia en equilibrio con los otros. Todos “los otros”, tanto los humanos, como los no humanos y que hasta el presente po-demos recoger en cada una de las cosmovisiones de los pueblos aborígenes que aún sobreviven. Se evitó la supremacía de individuos o grupos dentro de la especie, como de ella sobre las otras especies, animales, ni vegetales. La concepción de sí mismos los situaba dentro de una totalidad más amplia que tenía una lógica de articulación que le trascendía, pero de la que a la vez era consciente.

Siendo una única especie, la diversidad cultural de la humanidad surge de la plasticidad y creativi-dad con que cada grupo disperso por el planeta hizo uso y a la vez enriqueció dicho legado, con parti-culares respuestas ante coordenadas espaciales y temporales diferentes. Así, hace ya 40.000 años que ningún ecosistema le resultó hostil para reproducir la vida, desiertos, tundras, altiplanos, manglares,

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selvas, etc. Los sistemas de creencias respecto de los recursos, fruto de esta larga experiencia de adaptación, son exactamente opuestas a las ideas que sostiene la economía, con menos de 200 años de existencia. No hay recursos escasos para necesidades ilimitadas, sólo hay necesidades que pueden ser satisfechas con los recursos existentes.

Entre las tareas del presente, tal vez una de ellas pueda ser contribuir a reconocer y validar este legado, para luego visualizar las formas de articulación entre “lo nuevo” con “lo antiguo”. El proceso ya se ha iniciado, una de sus manifestaciones, entre muchas otras, ha sido la gran atención que recibieron las islas Phuket y Phi Phi, por parte de los medios de comunicación mundiales en el año 2005, debido a que resultaron muy afectadas en diciembre de 2004 por el violento tsunami en el sureste asiático que acabó con la vida de más de doscientas mil personas Estos medios, centraron enseguida su atención en la baja mortalidad entre los Moken2 como consecuencia del desastre, por ejemplo, en la isla Surin del Sur de los 200 habitantes Moken sólo murió un anciano minusválido.

El 26 de diciembre, el jefe de los Moken escrutó el cielo y el mar y dio a su tribu la orden de subir a la montaña. Su ancestral conocimiento del mar les permitió salvar su vida, aunque sus asentamientos y cerca de la quinta parte de sus barcas fueron destruidas. La mayoría de los Moken no saben leer ni escribir por lo que transmiten sus tradiciones por vía oral de una generación a otra. Entre estas tradicio-nes se encuentra el esperar "la ola que se traga a la gente" en el caso de que el mar se retire de las costas de forma rápida y profunda; ese conocimiento les instó a huir hacia el interior de las islas en el momento que detectaron los síntomas. (UNESCO, 2005)

No sólo aportan con su conocimiento sobre la naturaleza y sus eventos catastróficos, sino también ciertas prácticas que resguardaron de la tan temida explosión demográfica, entre ellas por ejemplo “cuando los ancianos sienten que ya no son útiles para la comunidad, no es raro que pidan que se les abandone en una isla desierta para morir” (UNESCO, 2005). Parece brutal a primera vista, pero es el mismo principio que aparece en diversos grupos étnicos. Siempre prevalece el valor de la extensión de la vida del colectivo por sobre la individual, cuando esta última puede poner en riesgo a la primera, la elección no presenta ambigüedad alguna. Otro ejemplo de ello lo constituye, entre los esquimales, la práctica del infanticidio de niñas hasta que naciera el primer varón dentro una familia, ello en tanto que cualquier decremento del número de los varones podía poner en riesgo el sustento del colectivo, ya que una proporción elevada del sustento la aportaban los hombres.

Finalmente, los Moken, –por tomar uno entre tantos pueblos ancestrales que lograron llegar hasta el presente– pasando por lo desafíos de los diversos contactos culturales, también nos enseñan como sobrevivir a ellos,

“[…] fue al parecer el temor de ser convertidos por la fuerza al Islam, en expansión en esa región a partir del siglo XIV, lo que los incitó a mantenerse al margen a fin de preservar su identidad cultu-ral. […]. Si bien, sus reducidas comunidades están organizadas en flotillas y su estructura respon-de a un sistema de parentesco, las relaciones interpersonales siguen estando regidas por la oposición entre “nosotros” y “los demás”. La historia les ha enseñado a temer al forastero y ha desarrollado en ellos un instinto de huida, inevitablemente, hacia el mar. Hoy […], los Moken apa-recen cada vez menos en sus habituales fondeaderos. Huyen otra vez. Pero ¿de qué? Ya no del

2 Los Moken son un grupo de entre 2000 a 3000 gitanos del mar que mantienen una cultura ancestral basada en el mar. Su idioma no se parece a ningún otro y probablemente emigraron a islas del mar de Andaman desde China hace 4.000 años (Wikipedia, 2006)

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proselitismo religioso ni de la servidumbre, sino de la pesca con dinamita y de la transformación de sus territorios de pesca y recolección tradicional en zonas de producción industrial. ¿Podrán sobrevivir una vez más?” 3

Es de esperar que ellos tengan otra oportunidad, la que se les negó en Chile a otros grupos que tuvieron una organización muy similar, esto es los nómades del mar que habitaron en los canales de la Patagonia, los yaganes y kawaskar ya extintos, justamente producto del encuentro cultural asimétrico.

La responsabilidad es todos y cada uno de los miembros de la humanidad, de manera muy espe-cial de quiénes toman las decisiones y de aquellos que con conocimientos especializados las retroali-mentan. De estos últimos depende, justamente, la segunda parte de la tarea planteada más arriba, es decir, la articulación entre “ellos” y “nosotros”, pues sin duda no hay regreso atrás, pero si una posibili-dad de construir desde el presente una forma diferente de “integración” entre las naciones.

Si de globalización se trata, pues que la nueva configuración mundial pueda construirse valorando e integrando, en las soluciones actuales, las estrategias ya ampliamente probadas a lo largo de la histo-ria de la humanidad como exitosas y no sólo los rígidos e impositivos modelos más recientes que a pesar del corto lapso de tiempo aplicados, han contribuido a producir profundos y graves desequilibrios entre las sociedades y en el medio ambiente.

Para dejar sentado que dentro de la propia antropología, entre otras disciplinas, existen ya las ba-ses teóricas para el debate, se menciona textual en los párrafos siguientes el aporte de Comas (1998, pp. 45-47), quién recoge de forma rigurosa, exhaustiva y sucinta las posiciones de diversos autores respecto de la globalización, sus significados e implicancias:

Robertson considera que la globalización se refiere tanto al conjunto de desarrollos que estructu-ran al mundo como una totalidad, como una intensificación de la conciencia de unidad del mundo. Criti-ca el concepto de sistema mundial porque enfatiza solamente las dimensiones económicas del proceso y porque no considera la variedad y diversidad de situaciones que surgen como resultado de la articu-lación entre lo global y lo local. Insiste que hay dos procesos interpenetrados: la universalización del particularismo (las naciones-estado, por ejemplo) y la particularización del universalismo (las concre-ciones locales de procesos de carácter general). (Robertson: 1992, 8)

Friedman hace una importante aportación desde la perspectiva de la antropología social. Introduce el concepto de sistema global, que integra las formas institucionales globales y los procesos de carácter cultural, usualmente identificados con el término globalización. Aunque habla de “sistema”, lo considera como la conjunción de procesos de largo alcance, en el que se produce la articulación entre los secto-res centrales y las periferias, que no ha de entenderse como una relación permanente, ya que tanto centros como periferias pueden estar en expansión o en contracción. Así pues, Friedman no se interesa tanto por la globalización, como por los procesos sistémicos globales, es decir, no trata de la difusión de ideas, formas de vestir u objetos culturales, sino sobre la estructura de las condiciones en que tal difusión ocurre. (Friedman: 1994a)

El sistema global es el contexto en el que surge la conciencia de la diferencia, la identidad de gru-pos humanos como pueblo. Es el marco, pues en el que surge la configuración de lo que denominamos “culturas”. La especificidad cultural, por tanto, nunca puede ser explicada como un dominio autónomo, o

3 Wikipedia. “Los Moken” http://es.wikipedia.org/wiki/Pueblo_Moken.

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como un conjunto de rasgos propios. Lo que podemos delimitar como una configuración cultural especí-fica es, de hecho, un resultado de la articulación de determinados grupos humanos con el sistema glo-bal. El propio proceso de globalización conduce a la fragmentación de las identidades. De ahí que, mientras se insiste en la homogeneización cultural que parece estar produciéndose en el mundo, apa-recen nuevos movimientos que reivindican la especificidad. La cultura no es fruto de una esencia, sino de la práctica, no es fruto de una determinada organización del comportamiento, sino de las relaciones sociales que transfieren proposiciones acerca del mundo (Friedman: 1994c: 207) (...) Mientras se pro-duce una universalización de las instituciones políticas o de los medios de comunicación, se multiplican los proyectos locales o las estrategias localizadas (Friedman: 1994c,210-211). De ahí que resurjan los nacionalismos, o que tomen nuevo auge los movimientos indigenistas.

Estamos frente a intensos procesos de aculturación y transculturación, pero es un fenómeno pre-ferentemente unidireccional, producto de que las fronteras cada vez dividen menos para el paso de mercancías de las grandes empresas y del capital transnacional, pero a su vez son infranqueables legalmente para ciertos actores sociales, como es el caso de mexicanos y cubanos a Estados Unidos. A su vez, la globalización nos integra a todos para experimentar de manera democrática, los efectos de la disminución de la capa de ozono, la contaminación ambiental, la desestabilización en los mercados de valores como consecuencia de la guerras o errores de algún modelo económico, pero no así de las ganancias que obtienen quiénes les producen, sean multinacionales o países, como en el caso de la última guerra, iniciada como cruzada antiterrorista por Estados Unidos.

Tal vez, la intensificación de la conciencia de unidad del mundo a la que refiere Robertson pueda, frente a eventos a gran escala -como los desastres de la naturaleza que se empiezan a observar cada vez con mayor potencia, terremotos, tsunamis y huracanes- interpelada por la necesidad de una ética universal, con la cooperación entre diferentes pueblos con intereses y culturas distintas, incentivar acciones sobre los procesos sistémicos globales, introduciendo modificaciones sobre la estructura de las condiciones en las que genera en el presente el intercambio cultural.

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CAMPOS CULTURALES Y ACTORES SOCIALES

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TERRITORIOS POPULARES ORIGINARIOS

ALEJANDRO DÍAZ*

RESUMEN En el presente artículo, se postula la idea, según la cual, el “territorio de la frontera” construirá

una cultura popular que se impregnará de la cultura ancestral mapuche y, a su vez, refundirá la cultura arábiga andaluza, que caminará con las conciencias sociales colectivas de sus poblado-res, en su mayoría provenientes de Andalucía, los que rearmaran en tierra extraña uno de los múltiples mestizajes de Latinoamérica. En la práctica de la sobrevivencia, adoptarán los proce-sos de tecnología social y física de los pueblos mapuches, para desarrollar la sobrevivencia en un medio ambiente natural extraño a sus capitales tecnológicos de intervención en la naturaleza.

Los asentamientos marginales de españoles y de mestizos-indígenas se constituyen en los márgenes de la sociedad encomendera y de hacendados. Estos territorios recogen la expulsión de españoles pobres y la multitud del “huacharaje” que aflora en múltiples puntos de la Capitanía General del Reino de Chile y que, crecientemente, comienza a ser visto como un fenómeno es-tigmatizante para la honorabilidad de la ascendente dignidad de la población habitante en el campamento semi rural de Santiago.

En los territorios de la frontera, se incubarán los constituyentes culturales de la cuestión popu-lar. Tendrán un territorio de montaña y de llano en permanente disputa, lejos de la reglamenta-ción estatal y del clero. Se constituirá en los bordes de la frontera y en los bordes del Bio Bio. Allí, se dialogará la conjunción mestiza, la de la urdimbre española arábiga andaluza pobre y de marginalidad intergeneracional, con la creciente exclusión y marginalidad del pueblo mapuche que, de pueblo originario, se ha convertido en indio e indígena “propenso a la barbarie”. Se cons-tituirá, de este modo, el primer territorio popular originario. Se desarrollará una cultura popular con una oralitura, sin memoria escrita conocida, en torno a agrupamientos y configuraciones de asentamientos informales de carácter rural en los intersticios de la frontera, desarrollada como pueblos de indios o bien como campamentos informales de asentamientos de marginados. Este capital cultural de la frontera, estará también constituido por una cultura institucional comunitaria, que provendrá de la antigua regulación de concilium visigótico, el cual regula la constitución de las comunidades españolas y de las costumbres árabes de constitución de comunidades. Tres serán entonces las fuentes de habitus comunitarios del territorio popular originario que se ex-pandirá posteriormente por todo Chile: la tradición de concilium visigótico, la rearticulación cultu-ral Al Andaluz y la Cultura ancestral mapuche.

ACERCA DEL CONCEPTO DE TERRITORIO POPULAR

l concepto de territorio alude a un conjunto de significados que denotan la presencia del hombre junto a un espacio que le sirve de entorno y en donde desarrolla su existencia. Des-de las primitivas cavernas, como núcleos de asentamiento del hombre hasta los conjuntos urbanizados de hoy en día, la existencia del hombre ha tendido a desarrollar una gregariedad

que adecua las condiciones de la naturaleza para la sobrevivencia, utilizando las materialidades de su alrededor. En ese proceso, el hombre desarrolla un conjunto de aprendizajes que lo convierten en un hombre con cultura que, a su vez, se convierten sucesivamente en recursos transgeneracionales que se fusionan en sistemas de relaciones sociales sucesivos en el tiempo.

* Trabajador Social y Docente de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central. Este artículo tiene una primera versión publicada en Revista Electrónica www.sepiensa.net

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Tal conjunto de aprendizajes culturales, se comstruyen en un modo de existencia que se traspasa junto con una conciencia social comunitaria intrageneracionalmente e intergeneracionalmentre, por roce físico con otros grupos humanos, en una historia de millones de años. Esto, desde el inicio de la larga caminata desde el territorio africano, hacia la actual Europa, Asia y América, con todos sus destinos intermedios, sedimentaciones, descansos civilizatorios, aletargamientos societales y progresivos sincre-tismos y mestizajes de onda larga y corta.

En ese largo devenir, cada grupo humano estableció relaciones con los espacios físicos y paisajís-ticos, en donde le tocó desarrollar su existencia y sobrevivencia. Con cada modificación física de su entorno, modificó su ser social y le dio nombradías distintas. El territorio surgió entonces como una densa madeja de interrelaciones sociales y económicas, políticas y culturales y por internalizaciones psico-sociales que condicionaron la originalidad de las existencias sociales. Se diferenciaron de otros, se constituyeron distintos y desarrollaron apropiaciones sucesivas de territorios y de factores producti-vos, estableciendo relaciones sociales y de producción, los que contribuyeron a la aparición de relacio-nes de poder, disímiles diferenciaciones sociales que alimentaron la resolución confrontacional y violenta de las disputas y conflictos sociales.

Los grupos humanos en condiciones materiales de existencia más o menos similares expresan la tendencia a tener necesidades e intereses comunes. Organizan su espacio de vida cotidiana con un sentido de identificación con el mismo. Allí, hay objetos físicos y sociales que conforman su espacio territorial, por lo que se verán sujetos a un determinado nivel de vida. Lo territorial es, entonces, no solo un espacio geográfico, es una delimitación específica de la sociedad, expresa unas relaciones de pro-ducción, una forma de aplicar la tecnología a la naturaleza, una tradición cultural, una red de relaciones de poder, una historia una práctica cotidiana. Pero el conjunto de esas expresiones no es la reproduc-ción (en pequeño) de lo que es la sociedad global en grande1.

Es una expresión específica, según el desarrollo histórico del conjunto de los procesos, en el ám-bito local determinado. Esa realidad territorial que se organiza en grupos de comunidad efectiva, en grupos de sociabilidad primaria, por intereses, demandas y reivindicaciones, desarrolla un conjunto de procesos que colocan en un plano de relevancia su espacio de vida en forma completa y total. Ello, es así hoy en día y lo fue en épocas pasadas, tan pretéritas, como aquellas que dan cuenta de la primera vinculación entre españoles y pueblos originarios en América.

Desde otra perspectiva, Bourdieu, señala que las condensaciones sociales se configuran como “Habitus” que se agrupan en determinadas entidades, los “campos”, que señalan ubicaciones espacia-les y sedimentaciones sociales, mediante, los cuales, distintos grupos sociales establecen posiciones al interior de una sociedad y en torno a ellas organizan sus referencias sociales. Desde la perspectiva de este autor, lo social (prácticas y procesos sociales) está multideterminado, es decir, sólo puede ser explicado a partir de un análisis que vincule elementos económicos y culturales, simultáneamente. Así, entonces, los conceptos de campo y habitus de Bourdieu permiten captar estos dos modos de existen-cia de lo social: el campo como lo social hecho cosa (lo objetivo) y el habitus como lo social inscripto en el cuerpo (lo subjetivo). Las prácticas sociales que realizan los agentes se explicarían, entonces, a par-tir de la relación dialéctica que existe entre ambos.

Desde esta perspectiva, el territorio es también una existencia social y no solo el continente de un con-tenido cultural social. De esa manera, el territorio que proponemos para indagar una realidad histórica social 1 Manuel, Castell. (1982). Crisis urbana y cambio social. México: Siglo XXI, p. 98.

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es un instrumento conceptual sometido a todas estas revisiones críticas disponibles hoy en día y que podrían estar disponibles para proponer algunas hipótesis de constitución histórica de asentamientos sociales

Otra autora, que desarrolló un particular énfasis en la producción cultural de la existencia, es Agnes Heller quien, desde la teoría del conocimiento, hace algún tiempo, desarrolló un complejo conjunto de ape-laciones a la cotidianeidad como núcleo estructurante de una apropiación cualitativa y subjetiva de la reali-dad social. Ella, colocaba a buen recaudo las desviaciones positivistas que tan imparable desarrollo tuvieron durante parte de la época de los sesenta en las ciencias sociales en América Latina. Heller, des-arrolló el concepto de cotidianeidad pensando en la reproducción de las relaciones sociales de los grupos sociales, como conjunto de prácticas de reproducción de las condiciones totales de la existencia que su-ponían una relación muy articulada entre estructura y relaciones sociales, las que se desarrollaban en la interioridad de las relaciones íntimas de los grupos sociales2.

Esta inflexión, también, la colocamos a disposición de la noción de territorio, enriquecida para el análisis de la creación del concepto de territorios populares originarios, como núcleos fundantes de la cuestión popular en Chile.

De esta manera, el territorio se constituye, en este artículo, como una noción cultural y como un producto complejo de la existencia de un grupo social que crea un ambiente construido, producto de su habitar y que, a la vez, modifica un ambiente natural, heredado de condiciones primigenias o cultural-mente desarrolladas por otros grupos. Todo ello, por medio de un ambiente social que se recrea en sus relaciones de cotidianeidad, corporizando habitus socializables y disponibles para el intercambio cultu-ral, expuestos a la sedimentación en “campos de capital social, institucional y cultural”. Con estos re-quisitos de constitución es que podemos proponerlo como un concepto instrumental para incorporarlo al análisis histórico de la memoria de un pueblo o grupo social.

Para los fines que nos atañen en esta tarea, el concepto de territorio, así calificado, es el instru-mental básico para discernir las posibilidades de descubrimiento de nuevas realidades territoriales que han estado ocultas para la historiografía oficial. A partir de su recreación o creación, proponemos su despliegue teórico e histórico para rearmar la noción de la cuestión popular, desde la visión de lo cultu-ralmente existente en esas realidades populares territoriales.

De esta forma, pretendemos incorporar en el territorio una doble capacidad de interioridad de habi-tus hecho cosas, como habitus hecho subjetividad, que determina y condiciona la posición de grupos sociales constituidos en actores, que podemos imaginar a partir de sus prácticas históricas, con la cual, a su vez, imaginamos y reconstituimos su lugar situacional en una trama de relaciones sociales, situa-cionalmente posicionadas como urdimbre de campos y complejos referenciales de habitus sucesiva-mente eslabonados.

TERRITORIO POPULAR ORIGINARIO: UNA DEFINICIÓN POSIBLE PARA CHILE

Situados en esta perspectiva, imaginamos la configuración situacional de los dos grupos sociales destinados a enfrentarse y conocerse y, por tanto, al desarrollo de relaciones interétnicas en un espacio delimitado por la acción de conquista y después por la guerra, los grupos originarios y los grupos socia-les de conquista españoles. Cada uno de ellos, actúa en función de los habitus como cuerpo procedi- 2 Heller, Agnes. La Revolución de la Vida Cotidiana, Editorial Península (Barcelona, 1982)

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mental de costumbres, sin referencia estratégica de valoración y autodeterminación valórica y cognitiva de sus prácticas sociales. La valoración estratégica la desarrollaban los grupos sociales dominantes que, en Europa como en España, cooperan con las fuerzas del desarrollo histórico del capitalismo. El enfrentamiento es el producto situacional de una serie encadenada de hechos que no supone para ninguno de los grupos sociales, el libre albedrío respecto de la autonomía de decisión para enfrentar la situación social de colisión interétnica.

En otras palabras, la sobredeterminación de las relaciones de producción, germinalmente capita-listas, que ya en el 1400, predeterminan una relación de explotación sobre los territorios de Andalucía y Extremadura y sobre gran parte del territorio español, pre-condicionan la existencia de las sucesivas olas migratorias de andaluces y extremeños que escapan literalmente del hambre y de las relaciones de explotación impuestas por las órdenes militares, las órdenes religiosas y de sus innumerables “ma-nos muertas” e hidalgos latifundarios.

Ellos están disponibles para la aventura, por constituir las primeras masas del protocapitalismo dependiente que se instala en España. Son los españoles pobres que servirán en los tercios militares y que, finalmente, se enfrentarán con no poca sorpresa a las masas de indígenas. No era ese el destino que se habían figurado Estas condiciones reproducen sus existencias de solariegos explotados, y los semi-hidalgos reproducen la explotación germinal de la sofisticada estructura de clases española. Ni mejores ni peores, solo objetos de relaciones sociales en proceso de reacomodo histórico. En proceso de tránsito a una condición de asalariado en el capitalismo, dependiente o colonialista, según sean los vientos que empujen los barcos que se despegan de Cádiz y Sevilla en la cadena de situaciones socia-les históricas del naciente capitalismo.

Por otra parte, los pueblos sociales originarios, recorren su existencia determinados por el desa-rrollo de sus relaciones sociales, a la que fueron determinados por la cadena mundial situacional histó-rica, que los coloca en condiciones de enfrentamientos étnicos desiguales con grupos sociales desconocidos y con artefactos culturales de sobrevivencia y de relaciones sociales extraños y contra-dictorios. En ese enfrentamiento, las condiciones de acceso desigual a los instrumentos de guerra y sojuzgamiento determinarán una situación de derrota y posterior exclusión, que soportará niveles inter-medios de friccionamiento social, incluidos los variados mestizajes, que, finalmente, devendrán en una sociedad de clases y de linajes sometidos a colonialismo interno y, por tanto, unos y otros sometidos a relaciones sociales signadas por reproducciones desiguales de poder social para cada uno de estos grupos.

Paralelamente, se comenzarán a desarrollar territorios de conjunción mestiza y de relaciones in-terétnicas que desarrollan y cursan sus procesos de reproducción social, alimentando la constitución de comunidades en los denominados territorios de frontera, tanto en la contención armada de Pelantaro desde 1598, como aquella de Chiloé con auto-contención religiosa española.

En la primera, los fenómenos de contención armada, obligan a la clase dominante española a des-arrollar un ejército en forma y a preocuparse por el emergente problema social del mestizaje. Para ello, primero se ocupan de los antiguos pueblos de indios para, después, propiciar el uso de la fuerza de trabajo vagabunda como masa domesticada en relaciones semi-feudales. Los sobrantes, en el Chile central, se “arranchan” en los bordes de los caminos, en los cruces de estos y en las afueras de las escasas concen-traciones urbanas oficiales, propuestas por la sociedad clasista que se impone desde el centro colonial de

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encomenderos y posteriores hacendados. La conjunción mestiza se desparrama impregnando la sociabili-dad popular de la sociedad colonial y se asienta en los lugares libres de la frontera3.

Allí, sobrevive y reproduce la sociabilidad comunitaria, a ras de suelo, en contacto de excluido a excluido con las sociedades mapuches de múltiples linajes y de múltiples predisposiciones para asumir esa nueva realidad que se les imponía, cual era el extraño familiar de condiciones de linaje anómalo que surgía de la relación esporádica o permanente de mujer y hombre mapuche con la españolizada pobre extremeña y andaluza. Conjunción de “habitus y campos ancestrales y de múltiples mestizajes arábigos-ibéricos” en desarrollo de una sociedad de sobrevivencia, que explosiona como un territorio que cubre el paño territorial al sur del Maule y los contrafuertes cordilleranos y, a modo de cuña, pene-tra territorios mapuches por la benevolencia y la relación consanguínea de hermanos en el mestizaje. Este proceso se desarrolló con fuerza y las evidencias históricas muestran un activo proceso de rela-ciones interétnicas en el contexto general de dominación colonialista que opera sobre los grupos socia-les indígenas, pero también sobre las variadas generaciones de mestizos, que comienzan a compartir el particular fenómeno de exclusiones múltiples.

No son los chilenos o los criollos como grupo social compacto quienes orientan y calculan, estra-tégicamente, las mejores condiciones de explotación de los territorios, sino un grupo social dominante que no cejará de tratar de diferenciarse por la vía de la aristocratización subalterna a la metrópolis im-perial, pero que impondrá estas condiciones de relacionamiento a los grupos indígenas y grupos socia-les mestizados. Quien está expuesto de peor manera a la dominación por carencia de identidad cultural serán los grupos sociales mestizos, que deambularán construyendo un modo de habitar físico y social para establecer sentidos a la existencia.

TERRITORIOS POPULARES ORIGINARIOS. Territorio popular originario es una construcción conceptual que pretende operar como instrumento

para detectar esa realidad originaria que se constituye como dos sociabilidades distintivas, que desarro-llan una forma cultural propia y que establece una permanencia de habitus de capitales múltiples de carácter económico, cultural, sociales y económicos, que surgen del sincretismo de grupos humanos extremeños y andaluces en relación de contacto con los grupos originarios mapuches.

Dicha conjunción desarrolla campos de referencia cultural, que permiten una forma de socialización que, en definitiva, se transforma en un fenómeno múltiple de aculturación y de socialización, operando como relaciones interétnicas con complejos procesos de aculturación de doble faz hacia los grupos mapu-ches y hacia los grupos extremeños-andaluces. Sin constituirse ninguno de ellos en dominante en el terri-torio más permanente y principal de confrontación. Ello, por la extrema precariedad y exclusión que estos grupos comienzan a experimentar por la sociedad dominante militarizada de Santiago y Concepción.

De esta forma, se desarrollan, de manera informal, asentamientos humanos de mestizos en toda la franja que bordea la frontera y que por un tiempo prolongado desde los fines del siglo XVI, hasta finales del siglo XIX desarrollan una sociedad campesina mestiza en los bordes de la sociedad oficial

3 El concepto de relaciones interétnicas, en tanto, refiere la idea de intercambios sociales entre culturas distintas, cuyos procesos adquieren el carácter de conflicto que se origina en la doble combinación de factores: 1) en la diferencia cultural y 2) en la interferencia social o pragmática de una cultura en el proceso histórico de otra. Entendemos ambos conceptos como complementarios en cuanto refieren dos planos distintos de las relaciones entre comunidades humanas lingüística y culturalmente diferentes.

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colonial y, posteriormente, “independentista”. Tales comunidades, subsistentes por el relacionamiento solidario con grupos sociales mapuches colindantes, se constituirán en el conjunto comunitarista del bajo pueblo mestizo que comenzará a denominarse “país de Abajo”. Cuando Gabriel Salazar da cuenta del desarraigamiento de masas de campesinos, después de 1810, también señala la importancia de su constitución original antes de esa fecha:

Sin embargo, la zona donde la formación de asentamientos campesinos en ejidos de ciudad al-canzó su máxima amplitud e intensidad fue la comprendida en el triangulo Chillán-Concepción-Los Ángeles. Varios factores -que no se examinaron aquí- confluyeron para producir esta situación. De es-pecial importancia fue el hecho de que esta zona resultó ser el principal campo de batalla no solo de la guerra de la Independencia, sino de las guerras campesinas que la siguieron. Durante todo el periodo 1810-32 se desencadenaron allí operaciones bélicas regulares e irregulares. Ninguna otra región del país experimentó una situación similar. La principal consecuencia de ello fue el desarraigamiento tem-poral pero generalizado de las capas campesinas que se habían formado allí antes de 1810. Grandes masas de gente pobre (“nubes de mendigos”) tuvieron que trasladarse de un punto a otro, buscando tierras, comida y estabilidad. Esto obligó a las autoridades municipales a “mercedar” o arrendar a gente pobre miles de sitios y huertos, y poblar y repoblar numerosas villas campesinas. El resultado fue que, hacia 1850, densas capas de pequeños propietarios rurales se aglomeraban en torno a las villas y ciu-dades, constituyendo, quizá la mayor concentración de campesinos de este tipo en todo el país4.

En negritas, en este texto, queremos resaltar uno de los basamentos para la hipótesis que esta-mos sugiriendo: el territorio de la frontera se había constituido en el lugar más potente de explosión demográfica mestiza campesina.

La presencia e impacto de esta sociedad se desarrollará por la reproducción de su fuerza cultural socializadora, expresiva de una lengua particular, cosmovisión religiosa, cantos y bailes que producirán una cultura popular para enfrentar y otorgar sentido a un presente de subsistencia y que tomarán pres-tados, por medio de sincretismos culturales, las características principales de la cultura mapuches con las fuerzas lingüísticas dialectales de Extremadura y Andalucía.

Desde Curicó al Sur, las sociedades campesinas, compuestas por arrendatarios e inquilinos, co-menzarán a reproducir una sociabilidad y vida cotidiana distintiva y diferencial de la sociedad santiagui-na, expuesta, desde el mismo inicio de la Colonia, al mimetismo arribista de las metrópolis.

Tal ambiente de reproducción de una sociabilidad comunitarista de recepción democrática de los exclui-dos, en esa primera época de guerras y violencias, constituirá un ambiente acogedor para la reproducción de la vida y la fuerza demográfica de sus potencialidades y expandirá crecientemente su fuerza cultural.

Se habrá constituido, así, el primer territorio popular originario, del cual se desprenderán, posterior-mente, los futuros asentamientos populares, tanto al interior de la frontera, los menos, como los del norte minero, los más, y los innumerables grupos que transitarán las fronteras terrestres y marítimas del país en constitución para seguir desarrollando su cultura de tierra y libertad, que une las entrañas de la cultura extremeño-andaluza y la cultura mapuche en la primera hora de la exclusión, expulsión y marginalidad.

4 Salazar, Gabriel. (2000). Labradores, Peones y Proletarios. Santiago: LOM, pág. 67.

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CONDICIONES DE LA EMERGENCIA Y EXISTENCIA DEL TERRITORIO POPULAR ORIGINARIO.

El territorio popular originario surge como consecuencia de la guerra de conquista y, por sobre to-do, por la aparición del ejército estatal monárquico, a contar del 1600, después del desastre de Curala-ba. El ejército lo desarrollará Alonso de Ribera, sustituyendo la hueste indiana por los tercios españoles, aunque estos tercios nunca hayan sido comparables a la maquinaria de guerra que ellos representaban en Europa.

Durante un par de siglos se congregarán en un reducido paño territorial miles de soldados que, una vez concluidos sus servicios militares por exención o deserción, se asientan en los alrededores del “teatro de operaciones”, único territorio disponible para su existencia escasamente bienvenida por la sociedad oficial colonial.

El ejército que desarrolla la guerra de Arauco esta mal pagado y pésimamente alimentado. Por to-dos es visto como una carga y Santiago no soporta su presencia. Para la aristocrática sociedad colonial es un gran mal necesario que las más de las veces es estigmatizado y marginalizado. Sus soldados de a pie, españoles pobres proveniente de los sobrantes de Lima o recién llegados de las tierras extreme-ñas y andaluces, no corren mejor suerte en términos de autoestima social. Álvaro Jara señala:

“Desde agosto para adelante el ejercito empezaba a salir fraccionado y sin ningún orden desde Santia-go, juntándose en la ribera del Maule, desde cuyas orillas se dirigía sin mayor concierto ni organización hasta el teatro de la guerra, sin guardar orden en la marcha ni en los campamentos, sin tener centinelas hábiles, pues tal cosa la tenían por afrenta, sin llevar estandartes, trompetas ni tenientes, las compañías sin formación, la infantería sin picas y apenas unos pocos arcabuces y mosquetes y casi sin cotas ni ce-ladas. Todos marchaban a caballo, así la caballería como la infantería y los caballos, al campar queda-ban sueltos, salvo unos pocos de los particulares que llevaban servicio especial para ello. En los fuertes, la organización no era mejor, a tal punto que sus puertas las abría todas las mañanas el echavelas solo y con la misma tranquilidad, como si estuviera en medio de Toledo” 5.

Desde los inicios del siglo XVII, Alonso de Ribera promueve la constitución de este ejército, tra-tando de desmontar a todos los capitanes de a caballo y tratando de constituir el prestigiado “erizo” de tercios españoles. En el año 1604 se ve obligado a solicitar hombres de a pie a España: “El Consejo de Guerra realizado bajo su dirección en julio de 1604 estimaba como necesarias un total de 2.850 plazas entre ejercito de campaña y tropas para las guarniciones y fuertes, para completar cuyo numero se pedían a España 1.500 y se asignaba 940 a la infantería y 1.910 a la caballería…”6

Este ejército instala sementeras reales, molinos y obrajes para dar sustento autónomo a las tro-pas, sin tener que recurrir a la ya mala voluntad de los vecinos de Santiago. Algunas sementeras se instalan en Concepción y son los propios soldados los que intercambian sus oficios guerreros por los campesinos, de los cuales muchos provienen de su España natal.

Se produce, de esta manera, una colonización semi-guerrera que intercambia sus oficios guerreros por los culturales agrícolas, estableciendo una particular relación de vinculación telúrica de los recién lle-gados con el territorio y con la tierra. Vienen a la guerra, pero para quedarse en la tierra de la guerra. Esa 5 Jara, Álvaro. (1971). Guerra y sociedad en Chile. La transformación de la Guerra de Arauco y la esclavitud de los indios. Santiago: Universitaria, pág. 131. 6 Ibídem, pág. 136.

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tierra, la única disponible, se sustentará en lo que fuera la zona de seguridad de los linajes mapuches “re-ches”, entre el Maule y el Bio Bio. Más allá, se impondrá la nación mapuche, constituida, en tanto tal, por la amenaza externa. En el territorio del conflicto se establecerá una economía de guerra colonial que comen-zará a utilizar la mano de obra mestiza: “…Los artesanos necesarios los obtuvo de entre los mismos sol-dados, que sabían algunos oficios y pudo disponer de sombrerería, zapatería, sillería, jarcia para cuerda y otras obras que se hacían por cuenta de su majestad y le ahorraban mucho gasto…”7

Se constituye una empresa colonizadora que es temporalmente ejército, pero que en la práctica desarrolla y promueve una sustentación económica de la empresa guerrera con orientación económica de autosustentación. Por así decirlo, Alonso Ribera instituye una primera política pública de asenta-mientos por medio de la conquista. Con todo, aquellos aspectos de la guerra de Arauco que relata González de Najera seguirán subsistiendo por siempre en la frontera, a saber:

“Lo primero para haber de ir los vecinos a una campeada, han menester comenzar a percibirse casi desde que se retiran de la antecedente, porque es muy poco lo que les queda que sea de provecho de una para otra; y así comienzan desde luego a domar potros y buscar caballos, empe-ñándose para comprarlos y luego van herrándolos y aderezando las sillas y las armas defensivas y ofensivas. Hace cada uno en su casa el matalotaje que ha de llevar por lo menos para seis me-ses que dura cada campeada, como es cecina, bizcocho, harina manteca, vino y los cueros en que se ha de llevar, las tiendas de jerga para la campaña, arganas, sogas, herraje y herramental para errar los caballos en la guerra y finalmente hasta hoces para segar la yerba, con otras mil menudencias enfadosas, porque ninguna cosa destas se halla ni se vende en Chile, sino que es menester hacerlo cada uno en su casa” 8.

Este hacerlo cada uno en su casa, se constituirá en un habitus económico, autosustentable, que se convertirá en la característica principal y en un eje clave para el asentamiento del territorio popular origina-rio. Cada vecino se convertirá en artífice de una campesinización en territorios conquistados o abandona-dos por los mapuches, por la presión guerrera de la primera hora que serán o se convertirán en “libres”, o de realengo, y que apropiado por el ex soldado solariego le otorgará la condición de colono libre y autóno-mo por muchas generaciones y que, como veremos, reivindicará en el siglo XVIII y XIX.

Si a ello agregamos que Alonso de Ribera implementa una frontera de ocupación paulatina, con pueblos de asentamiento, se establecen las condiciones de sedentarización y agriculturización que promueve la recreación de las culturas extremeñas-andaluza en tierra de frontera:

Su pensamiento expresado en una carta al Rey de 21 de julio de 1604, estaba centrado sobre to-do en que la ocupación avanzara gradualmente, que las poblaciones que se fueran haciendo se diesen la mano, allanando todas las regiones, para que no quedase tierra de guerra atrás y que se pudiera disponer de un cuerpo de gente eficiente, listo para acudir donde fuese necesario9.

Lo que no podía prever el Gobernador Español, era que por las propias circunstancias de la lejanía de los centros civilizados españoles y por la indefensión de la frontera, los propios conquistadores tendrían necesidad de recurrir a sus propios conquistados para subsistir y para organizar sus comunidades. Cuan-do el hambre atenazaba en invierno, los propios linajes y asentamientos mapuches, procuraron la subsis-

7 Ibídem, pág. 138. 8 González de Najera, citado por Álvaro Jara, Op Cit., pág. 138. 9 Jara, Álvaro. Op. Cit., pág. 141.

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tencia de los españoles y mestizos, en una relación de intercambio interétnico que, por cierto, incluía el “conchabamiento” como práctica consuetudinaria del propio pueblo mapuche y apropiada progresivamente por el campesino extremeño andaluz, ex soldado de frontera por tradición de padre o abuelo.

LA ISLA DE LA LAJA Y LA MONTAÑA, EL TERRITORIO POPULAR ORIGINARIO. Este será el lugar original en donde comenzó la gestación de esa trama intrincada que, hoy en día,

podemos nombrar como cuestión popular originaria. La guerra de dominio se estabilizó en un frente de muchas leguas de largo. En el teatro de las operaciones bélicas, quedaron asentamientos tradicionales indígenas que debieron compartir, forzadamente, relaciones de dominación crecientes. En los alrededo-res de Concepción, la principal plaza fuerte, y de Chillán los linajes mapuches fueron sometidos a ex-terminio sistemático para construir el espacio vital de las cabezas de puente de la dominación del colonialismo español.

En aquellos periodos en que la guerra continuaba por otros medios, incluidos los políticos mediante parlamentos, también las relaciones entre los fuertes españoles y los mapuches, desarrollaban una com-pleja urdimbre de comercios y conchabamientos o trueques que está, hoy en día, acuciosamente docu-mentado. Ello no obsta a que, de tanto en tanto, las relaciones fronterizas se transformaran en guerras de maloqueos y malones, sobreviniendo nuevamente un periodo de paz dentro de la guerra continua que activaba los intercambios comerciales. En ese intertanto, la fricción de dos pueblos, necesitados de sobre-vivencia, posibilitó el mestizaje e involucró, aun más, a estos grupos de asentamientos humanos.

Los ríos Laja y Duqueco bajan de las cordilleras considerablemente apartados entre si; pero van acercándose hasta caer en el BioBio, el primero por el norte, no lejos de los Anjeles, entre santa Fe i Nacimiento, i el segundo a la vista de Mesamavida donde se vacía el gran río. El delta formado por entre aquellos dos afluentes, o en un sentido mas lato, entre el Laja i el Biobio, desde las faldas de la cordillera hasta reunirse en el llano, es lo que se ha llamado, no con mucha exactitud geográfica, la isla de la Laja, hoy mas conocida por el departamento de ese mismo nombre10.

10 Vicuña Mackenna, Benjamín. (1868). La guerra a muerte. Santiago. En sitio web www.memoriahistorica.cl, pág. 58.

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El asentamiento de una línea de fuertes desde las Costas de Arauco hasta los contrafuertes cordi-lleranos creó la larga frontera permeada de mapuches y españoles que, progresivamente, comenzó a desarrollar una sociedad distintiva y original, que coloca en fricción, contacto y confrontación a dos culturas, con sus habitus y campos de cosmovisión, que comenzaban a desarrollar, en condiciones peculiares, un mestizaje en donde la relación de sometimiento general se extendía para toda América. Este curso general de la conquista se ve interrumpida por el hecho inédito de la confrontación y guerra del pueblo mapuche, que no solo resiste la penetración y la expulsa, sino que logra ganar el conflicto, obteniendo un territorio de contención por casi dos siglos. En la práctica, la propia dominación española en el centro del país de arriba se ve constantemente deteriorada por la permanencia de un “país región mapuche”, que es mantenido por la presencia latente de un poder armado, dispuesto a convocarse si la presión ambiental, cultural o política se hacía intolerable.

Durante los 60 años anteriores, el territorio al sur del Bio Bio había estado sometido a la penetra-ción de huestes, encomiendas y acuerdos que, muy luego, se comienzan a deteriorar en la misma me-dida en que la conquista se marca fuertemente por la depredación y el esclavismo que sigue como actividad económica a la extracción de oro y plata. El modo productivo “encomendero” variará junto con la necesidad de los encomenderos de producir la mayor ganancia en el territorio conquistado. Ese pro-ceso se interrumpe en 1598 con la acción ofensiva estratégica de Pelantarus, que logra establecer la frontera del Bio Bio.

La acción armada de Pelantaro conquista una contención a la sociedad española pudiente y proto burguesa que se refugia en las ciudades encomenderas de Santiago y Concepción. En el territorio cir-cundante a la contención, la población es reemplazada por un conjunto de clases marginalizadas de España, como son los extremeños y andaluces, que jugarán el papel de soporte armado y contención de las fuerzas mapuches. En ese proceso, se desplegará la fuerza social del mestizaje.

Detrás del Bio Bio, la sociedad mapuche conquistará y seguirá desarrollando su cultura y se ex-pandirá con éxito económico, cultural, militar y político hacia los territorios de las Pampas Orientales Andinas, lo que posibilitará la construcción de un territorio económico que establecerá un poderío eco-nómico basado en el intercambio de caballares, sal y artesanías de lana. Este comercio posibilita una relativa estabilidad que viabiliza el desarrollo económico de múltiples linajes que desarrollan relaciones geográficamente horizontales con los linajes establecidos al otro lado de la Cordillera.

Desde la frontera, la interioridad del territorio mapuche, a partir del 1600, se advierte como una sociedad que mantiene una población de aprox. un millón de habitantes, lo que ha superado con creces el hambre y la subsistencia y que construye comunitariamente y por linajes familiares una cultura que ya esta siendo modificada por el impacto de la presencia española en el norte y sur de su territorio. Esta Cultura, integrada por valores culturales, una cosmovisión y un lenguaje se impone a otras etnias en la franja sur de la pampa trasandina y, con todo ello, desarrolla un dominio extenso sobre ambos lados de la Cordillera de los Andes. De hecho, una vez producida la contención triunfante, el territorio de la Re-gión Mapuche desarrolla una activa economía auto sustentada y con crecientes intercambios y flujos económicos excedentarios. Esta realidad es advertida por los españoles pobres, desguarnecidos, ex-cluidos y muchas veces famélicos. La realidad impone muy luego la subsistencia y, con ello, surge de inmediato la necesidad de crear relaciones de intercambio para hacer posible la subsistencia de los fuertes españoles y sus naturales e inevitables asentamientos humanos. Santiago esta muy lejos y el Virreinato del Perú es tan lejano como el Rey de España.

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Para los habitantes de los fuertes, desde el año 1603, la realidad del día a día es de subsistencia y para ello se vuelcan hacia la única zona que puede proveerlos; la región mapuche. Este volcamiento se desarrolla en el contexto de la Guerra prolongada y de ciclos largos establecidos por el militarismo español que es, también, pacifico y violento, con depredación y con colaboración. Este hecho marcará el inicio de la realización de una sociedad popular inédita, establecida por la necesidad y la confronta-ción de dos grupos culturales que cuando la verticalidad estatal de la monarquía los deja, operarán cada día más como un mestizaje crecientemente apropiador de su realidad social, económica y cultural de la frontera, como un espacio territorial único de sincretismo y conjunción popular indígena. Es el “país de abajo”, diametralmente distinto al país de arriba, Santiago y la Serena. Góngora señala:

“Pero si el Centro era la residencia del Gobernador y de la Real Audiencia, al Sur estaba la “fronte-ra de guerra”, que se anticipaba ya desde el sur del río Maule y se extendía después por el Bio-Bio, en una línea de fuertes que se alineaban desde la bahía de Arauco hasta la precordillera; las autoridades políticas, militares y eclesiásticas residían en la ciudad de Concepción. El ejército, de unas dos mil plazas en el siglo XVII, tenía a lo más un mil en el siglo siguiente, en que “la guerra viva” era menos frecuente. Era en todo caso un grupo militar de gran tamaño relativo en las Indias, donde por regla general no hay guarniciones permanentes, salvo en los fuertes del Caribe y en las fronteras del norte de México y del norte del río de La Plata, separando el Imperio Español del Portugués. Chile era para España “el antemural del Pacifico”, y por eso había de mantenérsele, a pesar de que su aporte financiero al Fisco Real era escaso y a veces deficitario”.

A mayor abundamiento continua Góngora: “Durante la segunda mitad del siglo XVIII, el llamado Despotismo Ilustrado se caracterizó no sola-mente por medidas administrativas, fiscales, eclesiásticas y educacionales, sino también por una más intensa militarización, a fin de defender las posesiones españolas de los ataques ingleses. Por eso, en la frontera de guerra se reparan los fuertes, se refuerzan las guarniciones y se da una mayor dis-ciplina militar a las milicias vecinales, que hasta entonces tenían escasa significación para la guerra. La sociedad de esa “frontera de guerra” era mucho más pobre que la de Santiago y La Serena, y más caracterizada por el sello guerrero y soldadesco. El mestizaje era muy intenso, debido a la presencia del ejército y sus continuas “entradas” en tierra de indios, de las que volvían con mujeres, además de niños y ganados. Más al sur de esa frontera vivían una vida separada del resto los fuertes de Valdivia y la isla de Chiloé, con su sociedad extremadamente pobre y arcaica”11.

Lo que vendría con los años, sería el conocimiento y el desarrollo de comunitarismos mutuos pro-gresivos y en no pocos casos, de integración voluntaria y forzada. Desde los inicios de la conquista, los españoles se quedaron al otro lado de la frontera y en no pocos casos, su estadía era voluntaria y bus-cada. Algunos y algunas, desarrollaron ya desde el siglo XVI una vida subsistente de mejor calidad en algunos de los linajes familiares mapuches y rechazaron la posibilidad de volver al lado español cuando tuvieron esa oportunidad. Estos hechos de desarrollo de nuevas posibilidades de vivir la vida subsisten-te en periodo de guerra y conquista irían creando, progresivamente, una realidad distinta. La realidad de los territorios populares originarios.

11 Góngora, Mario. Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. Pág. 8.

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Se comenzaría a construir un “núcleo enzimático” originario del componente popular, desde las profundidades del mestizaje primigenio. Los intercambios culturales desarrollaron una cultura plena de habitus y campos, distintos de los originales y con ellos se fueron reconstruyendo los modos de hacer entendible la vida, por lo menos en ese paño territorial de confrontación y contención.

Ello, por largos 200 a 300 años, posibilitó el nacimiento de la Cultura Originaria Popular. En el me-dio de la frontera, los núcleos familiares, comunitarios y pueblerinos desarrollaron un enjambre de rela-ciones sociales que reprodujeron y recrearon en la cotidianeidad campesina las posibilidades que les brindaban las nuevas culturas entrecruzadas. En este sentido Góngora nos dirá:

“Mirando ahora a Chile, diríamos que tenemos dos raíces étnicas superpuestas. Una es el mundo in-dígena, que no llegó a la constitución de profundos simbolismos, como las culturas maya, mexicana o peruana, sino a un nivel medio… Por otra parte, el mundo ibérico. Pero no el Siglo de Oro, que es realmente un integrante de la cultura occidental en su momento de alta madurez, sino estratos popu-lares, acuñados culturalmente por la Reconquista y la situación hispana de “frontera de guerra” entre la cristiandad y el islam. No hemos vivido hondamente ni el Renacimiento ni la Reforma. No hemos pasado por una auténtica monarquía barroca, sino por un sistema burocrático, producto de aquélla. Hemos conservado de España, sí, su estilo popular, tal vez andaluz, algo de su folklore, junto al fol-klore indígena, y desde luego el espíritu de “frontera de guerra” y el modelo social de caballero. Pero no las cúspides del Siglo de Oro ni de la mística española. Nuestra religión es parte-religiosidad po-pular, y parte un aspecto del Estado y de la política, o sea, clericalismo” 12.

Naturalmente, lo que esta colocando cada pueblo sometido, el extremeño andaluz y el mapuche, es algo más que folklore, es colocar sistemas culturales para la reproducción de sus relaciones socia-les. En la intimidad de la naturaleza de la frontera se constituía este mestizaje, una horizontalidad de-mocrática, ausente aun de las relaciones de poder oligárquico que avanzaban de norte a sur por medio de los seudo-hidalgos castellanos vascos o de los proto burgueses “filo” ingleses.

Existió un tiempo democrático para la constitución del pueblo originario en condiciones democráti-cas de existencia. Ese tiempo de marginalidad permitió un desarrollo distinto de autonomías familiares e individuales. A ello colaboraban la cultura extremeña andaluza y la mapuche por partes iguales. El mestizaje popular de esta conjunción alimentará desde esa primera hora todas las cohortes de genera-ciones populares que, posteriormente, llenarán los espacios del territorio nacional.

Uno de los modos o huellas de comunitarismo español-pueblo originario se desarrollará por medio del comercio que involucraba de manera general todas las actividades de las respectivas culturas. Nunca estuvo limitada a la compra y venta de especies tan solo. Cada intercambio involucraba comunidades completas y significaba un periodo de vinculación social mapuche mestizo español.

Los contendientes se arman mutuamente, unos entregan comida y otros cambian espadas por comida. Unos y otros se relacionan y se recelan, se constituyen en pueblos y caseríos y campamentos y de a poco va naciendo una sociedad singular hecha de mutuas estupefacciones, crueldad, muerte y periodos de espera, por que al decir del cacique Magín Hueno, “los españoles se van a entrar”13. No habrá un ganador claro, solo hasta el siglo XIX cuando, finalmente, el desarrollo proto capitalista, haya conquistado a los mercaderes coloniales e independentistas para concluir la apropiación a sangre y 12 Góngora, Mario. (s.f.) Proposiciones para la problemática Cultural en Chile. En www.memoriahistorica.cl, 4 págs. 13 Bengoa, José. Historia del Pueblo Mapuche. Tomo II. En sitio web www.memoriahistorica.cl, pág. 378.

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fuego de todo el territorio. Pero antes, se constituye el “genoma de la cuestión popular”, trashumante por varios territorios del espacio territorial en expansión y que se denominará Chile. Ello ocurrirá en un teatro de operaciones guerreras y socio psico-sociales de conjunciones de habitus y culturas disímiles y, lentamente, paridoras de una tercera cultura: la cultura popular de Chile: “…Se empezó a entablar el comercio entre españoles e indios. Entraban y salían los españoles libremente a las tierras de los indios sin algún recelo; y los indios de la propia suerte iban a las ciudades y estancias de los españoles a comerciar, trocando sus ponchos y otras cosas por las que necesitaban…”14.

Se configuró de esta manera una zona alternativa de desarrollo económico, a “ras de suelo” y de intercambio que orientaba su dirección, allende la cordillera por los boquetes, que marcaban las huellas de los mapuches. Durante un periodo no menor a los dos siglos esta “zona económica” fue más impor-tante para los asentamientos mestizos que ahí se constituían, que la relación con el Campamento, con ínfulas reales de la “ciudad” de Santiago:

“Los habitantes del sur de Chile, en el trato con los indígenas de ultra cordillera, obtenían sal, ca-ballos, pieles, ponchos y plumas de avestruz. Los equinos no eran propiamente los naturales, sino los que capturaban en las pampas o robaban en las periferias de Buenos Aires y Mendoza. La im-portancia de la sal residía, para los hispanocriollos, no tanto en el condimento de la alimentación, sino en el empleo para salar el charqui, y por eso era requerida en condiciones apreciables”15.

Tal conjunto de germinaciones socio económicas, establecerían fundamento y basamento para la reivindicaciones federalistas de la oligarquía pencona que fijaría una apropiación sobre esta “zona de de-sarrollo”. Zona de intercambios económicos que surge en oposición a las regulaciones de la Corona y de las regulaciones mercantiles que tratan de establecer los oligarcas mercaderes. La zona será territorio liberado o zona franca por imposición de las cotidianeidades de uno y otro grupo, más preocupado de satisfacer sus subsistencias que de respetar el orden de un país extraño, el de Santiago:

“No obstante la preocupación de los funcionarios de la corona, el tránsito de los chilenos por las monta-ñas jamás pudo ser cortado, debido a las dificultades para controlar los pasos, los intereses puestos en juego y la complicidad de autoridades inferiores. En todos esos tratos y aventuras, se descubren con cla-ridad los rasgos de la existencia fronteriza. Ahí están los intereses pequeños que ligan a las dos colecti-vidades, la mezcla de comercio y bandidaje, los acuerdos entre grupos de ambos lados para sacar ventajas, sus disputas, la complicidad de los funcionarios, el desorden general y el escaso imperio de la ley. El comercio estaba mejor establecido por los boquetes del sur, especialmente el de Antuco, dado que las autoridades de la Isla de la Laja tenían especial preocupación por la materia”16.

Mario Góngora señala a propósito del origen de los Inquilinos en el Chile Central: “Los aprecios y vínculos de aquel periodo –el merito militar, el parentesco, la bandería y la amis-tad, la protección y dependencia– todavía perduran como elementos populares españoles… se re-flejan necesariamente, en cierto grado, en las relaciones sociales agrarias, donde los lazos de parentesco, vecindad y protección son tan influyente”17.

14 Historia de la Compañía de Jesús en Chile, Tomo VII, pág. 395. 15 Villalobos, Sergio. (1995). Vida fronteriza en la Araucanía: el mito de la Guerra de Arauco. Santiago: Andrés Bello, pág. 125. 16 Villalobos Op. Cit. pág. 128. 17 Góngora, Mario. (1960). Origen de los Inquilinos en el Chile Central. En sitio web www.memoriahistorica.cl, pág. 47.

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Estas relaciones tienden a ser todavía influyentes en los territorios no contaminados por las rela-ciones mercantiles y menos integradas a los mercaderes de Santiago y Valparaíso y que han sido co-optados por las reformas borbónicas.

Durante toda la segunda mitad del siglo XVIII se ha asentado un tipo de dominación territorial del Chile Santiago-Valparaíso, en desmedro de las otras poblaciones y asentamientos. La consolidación del grupo dominante patricio de Santiago, a partir de las familias “amayorazgadas”, implanta un sentimiento de rechazo, no solo en Concepción, que durará hasta mediados del siglo XIX, sino que es visto con claras resistencias culturales y en algunos casos secretando conductas “anómicas” por aquellos asentados que no pueden resis-tir “políticamente”. En especial de la zona de frontera del Maule y del Chillán Cordillerano.

En estos lugares, los pobres alimentan permanentemente un sentimiento de rebeldía que se incuba en el siglo XVIII, no contra una supuesta dominación realista monárquica, como se ha querido mitificar hasta el día de hoy, sino contra los mismos “señores feudales” que a los bisabuelos de los españoles y mestizos pobres expoliaban en las ya lejanas tierras españolas de los siglos XIV y XV. Son ex tercios mili-tares de tropa de las guerras de Arauco, impedidos de asentarse en las tierras del Chile oligárquico Cen-tral, trashumantes ilegítimos, desheredados por naturaleza, españoles amestizados que deambulan en condición de peonaje y que se asientan a orillas de camino en las profundidades de la montañas cordille-ranas para ejercer el único oficio independiente disponible: el abigeato y la “importación y exportación” de caballares, sal y ponchos de lana con los territorios de los pehuenches, allende Los Andes. Y por supues-to, una agricultura campesina de pequeños propietarios.

En toda esta suerte de abigarrada marginalidad, que se niega a establecer relaciones de servilis-mo por medio del inquilinato del Chile Central, se encuentra anidando el resentimiento por la derrota primera del primer proyecto popular en Chile: asentarse en la tierra por medio de la cristiana asistencia de Dios, la Iglesia y el Rey. Ni la iglesia oficial (sobre todos después de la expulsión de los Jesuitas) estuvo disponible para acoger el sueño de los siervos solariegos españoles y de los indígenas enco-mendados, ni el Rey estuvo presente para reestablecer alguna especie de protección mediante pactos y fueros villanos locales.

A los excluidos de la frontera andina y mapuche solo le quedaba el último recurso para sostener una autonomía social: la lucha armada para la subsistencia y el bandidaje social para sostener a la común conciencia de un nosotros distinto de la oligarquía de Chile (Santiago y Valparaíso).

¿Quienes son en sus orígenes los excluidos de las tierras y posteriormente de todo prestigio social? Góngora señalará que en su origen todos serán arrendatarios, que piden o les ofertan tierras a consigna-ción por medio de trato por especies. A principios de 1700, todos estos mestizos y españoles pobres al-bergaban la idea de acceder un pequeño terreno de la conquista de América. El transcurrir de 200 años los saco de su ilusión y devinieron en excluidos y “resentidos sociales” que se asentaban en territorios de exclusión, con redes de protección social construidas en solidaria convivencia con los pueblos mapuches de borde sur del Bio Bio y de los contrafuertes cordilleranos orientales y occidentales.

Allí llegaban los desencantados del campo hacendal, que se extendía conforme irrumpía el ciclo triguero por los llanos del Chile Central durante la época colonial del 1700. No había posibilidad de in-tentar reclamo al Rey para denunciar las crecientes situaciones de servilismo, que se imponían crecien-temente. Atrás habían quedado las relaciones de igualdad de la guerra entre capitanes y soldados. Era un ayer nostálgico, que solo era recordado por los abuelos. El presente desarrollaba un inquilinato, que parodiaba el futuro inquilino de los arrabales urbanos de Santiago, que ya estaba siendo convertido en

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renta usurera urbana por la naciente oligarquía patricia. La replica en el campo se desarrollaba median-te el inquilinato. Inquilino urbano e inquilinato rural eran las nuevas formas de relación social que se les imponía a una franja de pueblo en constitución, el mestizaje popular.

Para esta situación, se respondía, o con el sometimiento, o con el camino y la búsqueda de nue-vos territorios para ocupar y vivir la vida con autonomía. Lejos del alcance de los criollos hacendados y su creciente innovación social, el inquilinato como forma de acceder a un mercado de fuerza de trabajo con excedentes capitalizables en el mercado del trigo, primero en Perú y, posteriormente, en los na-ciente mercados de Australia y California. El “Partido del Maule” será el ámbito territorial que más ex-pectativas de migración interna acoja por “la abundancia y bajo precio de sus comestibles”.

Todo estos fenómenos de mutación social y cultural transcurren en casi 200 años y tienen como escenario un territorio en constitución que adopta por mucho tiempo una estabilidad de zona geográfica y cultural que desarrollará una identidad propia: la identidad de los excluidos y que se acoge a la solida-ridad de un otro indígena, con el cual, sin embargo, han impuesto y negociado crecientes relaciones de auto respeto, basadas en el uso inteligente de la fuerza militar y la fuerza disuasiva, desde 1598.

El último Gobernador y posterior Virrey O’Higgins ha sido extraordinariamente prolífico en desarro-llar una relación de mutuos acercamientos que ha logrado contener los apetitos depredatorios del patri-ciado santiaguino.

La región de la frontera se constituye por un periodo de 200 años, en una zona de relativa estabili-dad para las masas marginales migratorias. En particular, la zona de la Isla de la Laja acogerá labrado-res y peones, los que se constituirán en una primera sociedad no indígena, de carácter mestiza que estará relativamente ajena a las relaciones de servidumbre de la hacienda que se constituye por el medio del Chile del Valle Central. Será por poco tiempo. Pero suficiente para dar nacimiento al primer territorio cultural popular originario y del cual se desprenderán, posteriormente, en sucesivas oleadas, todas las migraciones populares del siglo XIX y parte del XX. Es decir, aquel territorio que se había constituido en el único lugar de asentamientos posibles y susceptibles de ser ocupados, después del desastre de Curalaba y que había expulsado a los españoles más allá de la frontera del Bio Bio.

Estos territorios, constituían las provincias fronterizas de Chile en los siglos XVII a XIX. Allí llega-ban los expulsados de todos los confines y en la práctica se convirtió en un territorio de exclusión y de instalación comunitaria en las precariedades. Si Santiago y Valparaíso eran lugarejos con aires de ciu-dad arribista, el territorio de la frontera, era un vasto espacio de mezcla y sincretismo cultural habitado por núcleos familiares que distaban varias leguas entre sí. Los pueblos existentes eran remanentes de los antiguos pueblos de indios, que se habían ido convirtiendo en lugares de allegamiento de los espa-ñoles pobres civiles y ex militares desertores por hambre o por hastío de las permanentes “milicias en constitución”, para mantener la frontera con los mapuches. También en ellos, la presencia de la mujer indígena establecerá uniones estables con los españoles solariegos.

Es un territorio que comienza con fronteras amplias tiene como límite, por el margen norte, al río Ma-taquito y al Río San Pedro, con un asentamiento urbano de importancia centrado en el pueblo de Curicó. Este sector norte del territorio desarrolla relaciones de intercambio con los pueblos indígenas de la pampa de La Manzanilla y desarrollará activamente el intercambio de especies en el sector de las Salinas, por medio de los dos pasos fundamentales, que son el Paso las Damas y el Paso del Planchón.

La frontera indígena propiamente tal, hacia el sur, es una línea ondulante alrededor de los márge-nes del río Bio Bio, es decir, los territorios que colindan con Angol, Santa Bárbara, Ángeles y Talcama-

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vida que, a la vez, operan como lugares de intercambio de escaramuzas, pero también, sobre todo después del parlamento de Negrete, con activos intercambios comerciales con el pueblo mapuche.

Este territorio tiene una franja de civilización colonial que avanza desde Curicó, Talca y Cauque-nes hasta llegar a Concepción pasando por Tomé y devolviéndose hacia el oriente hasta alcanzar Chi-llán. El resto del territorio, es territorio de asentamientos de españoles pobres y de una creciente población mestiza. Por ejemplo, los registros de Góngora señalan un creciente aumento de población según las actas de bautismo en la parroquia de Pencahue y que los últimos años del siglo XVIII regis-tran aumentos en la tasa de nacimiento, que señalan que el territorio en general se convertirá en el reservorio de población de lo que, más tarde, se instituirá como el territorio popular originario de Chile.

Si a eso le agregamos la permanente presencia de batallones de milicianos es posible plantear que este territorio es un espacio de ebullición poblacional y de emergentes y precarios asentamientos que, lejos de las normas coloniales, desarrollan una sociabilidad comunitarista autónoma que se desmarca de la sociedad santiaguina. Esta última, ha ido instituyendo una rígida estratificación social que asegura el desarrollo de una clase dominante, que se ve a sí misma como aristocrática y que quiere ser parangón nobiliario de los mitos oligárquicos castellano vasco que han cruzado el peculiar ideario social administrativo de la clase dominante chilena, liberal o conservadora. Allá abajo, se constituye el país de abajo, como se autonombran algunas voces populares del territorio con relaciones igualitarias mestizos mapuches.

Se asiste a un parto en estos territorios del último lugar del mundo colonial español, de un tipo de sociedad y de relaciones sociales que desarrollan las condiciones básicas de toda sociabilidad comuni-taria primigenia, esto es, relaciones signadas por el democratismo comunitarista de subsistencia.

Todavía no han llegado las atribuciones latifundistas señoriales de la segunda o tercera genera-ción de criollos oligárquicos y, por lo tanto, la relación de mestizos indios y españoles pobres reprodu-cen condiciones sui generis de sociedad comunitaria en ebullición constituyente.

Este es el territorio que se constituye en el intersticio de la sociedad mapuche, plenamente consti-tuida mas allá del Bio Bio como nación autónoma, en igualdad de condiciones con la Capitanía General del Reino de Chile y el poder imperial del Virreinato del Perú que, de tanto en tanto, trata de controlar este territorio de pobreza perenne del Reino de Chile.

En este territorio se produce la singular hibridación de los tres componentes fundamentales de la historia popular de Chile; el componente indígena, el componente mestizo y la creciente asimilación de los españoles pobres que, en una última acción cultural, desarrollan los últimos vestigios de su capital cultural y memoria histórica de la matriz comunitaria plebeya española. Góngora señala:

“La sociedad fronteriza, y especialmente la de Maule se caracteriza por el crecimiento demográfico atestiguado por los varios empadronamientos, pero en parte se trata de una inmigración interna: en 1743 el Oidor Gallegos señala que se van hacia allá muchas gentes pobres, atraídas por el bajo pre-cio de los alimentos y por la vida en libertad: la población hispano-mestiza incrementa constantemen-te, en tanto que los indios son muy pocos, La «vida en libertad» a que se refiere el Oidor es evidentemente, la ausencia de la rigidez en el ritmo de trabajo y en la represión judicial”18.

Estos mestizos y españoles del bajo pueblo, abandonados sus aprestos guerreros, que son un episodio en su historia de vida, se devuelven a su matriz social, constitutiva del capital cultural básico,

18 Góngora Mario. Vagabundaje en el Chile Colonial. En sitio web www.memoriahistorica.cl, pág 45.

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con el cual vienen apertrechados desde la cultura popular española, que es intentar reproducir, en tie-rras de frontera, el acumulado de capital cívico y de subsistencia que por generaciones habían consti-tuido su ser social en España. Por mucho tiempo y a pesar de la historiografía oficial, la esencia cultural del bajo pueblo español, se incorporó, en forma especial a una franja territorial de frontera, que repro-ducía en condiciones americanas, la otra franja de frontera, la andaluza-arábiga. Como plantea Salinas y otros autores, la presencia andaluza arábiga ha estado presente en la cuestión cultural popular en Chile y por mucho tiempo ha sido ocultada como fuente de una supuesta condición barbárica, frente al “mito de los orígenes” Castellano-Vasco.

Es cierto, no hay muchas aldeas españolas y villas en esto nuevos territorios, pero está disponible, en cambio, el amplio paño territorial pre-cordillerano, que supone ejercicio de libertad de desplazamiento por el campo ganadero, sin caminos ni casas patronales. No podrán haber fueros villanos y cabildos de característi-cas populares en este territorio, pero toda la documentación indica que imperaron condiciones de una frontera especial, para el curso ulterior de los acontecimientos históricos de Chile: el territorio popular originario, exclui-do de la ciudad patricia de Santiago, se convierte en una fuente de explotación disponible para las guerras civiles de la independencia, enganches sucesivos para el norte bélico y mineral y también para cubrir las ne-cesidades endógenas de mano de obra, cuando se susciten los auges trigueros.

El territorio de frontera desarrolló condiciones especiales de construcción social igualitaria comunita-rista y es posible plantear que la identidad allí forjada, por más de tres siglos, nutrió de historicidad popular al resto de los territorios que se fueron agregando. El dominio, que se instala tempranamente en Santiago como una ciudad primada, cooptadas por funcionarios del rey y por familias “amayorazgadas” y sus clien-telas, reproduce al Maule y la región de la frontera como el territorio de exclusión y pobreza. Y, por tanto, se constituyen en este las condiciones culturales de subsistencia de las comunidades pobres que, sin embargo, no expresan desconfiguración cultural o deterioro marginalizante.

En este territorio, desde el Desastre de Curalaba hasta el siglo XIX, sus habitantes y sus pueblos son iguales en su pobreza y en las condiciones de precariedad de su existencia. Hasta mediados del siglo dieciocho, las condiciones de nuevas relaciones sociales de explotación, que se asientan desde el centro hacia la periferia del territorio nacional, impactaran en baja intensidad a la libertad de estos terri-torios ausentes de la normatividad oficialista.

“Y cuando, crecientemente, se comienza a sentir el peso del centralismo del Estado Borbón español, por medio de la burocracia estatal o por el aumento del predominio de los hacendados locales, este com-ponente comunitarista indígena autónomo y libertario se revelará en fuerza social autónoma combativa y violenta. Adoptará las características de fuerza social comprometida en conciencia con el realismo de Pa-reja, Osorio o Picó durante la Guerra a Muerte. En esencia, los colonos campesinos e indígenas estarán peleando por su modo de vida amenazado por la oligarquía Santiaguina que irrumpe a sangre a fuego en 1812, por ejemplo en la ciudad de Chillan, a propósito de los sucesos independentistas”19.

Lo que se manifiesta es la condición primigenia de rebelión social que es posible auscultar en la historia de la humanidad: la rebelión expropiatoria orientada a la subsistencia para reproducir condicio-nes de existencia mínima. Y, cada vez más jóvenes de este territorio optarán por la condición de tras-humancia por los campos aledaños de la precordillera, operando como intercambiadores de mercancías con los indígenas, al sur de la frontera y con los indios Pehuenches, Puelches del otro lado 19 El año 1812, José Miguel Carrera penetra a sangre y fuego en la ciudad de Chillán, dando libertad de maloqueo a los solados patriotas. Tal situación contribuirá a marcar la orientación realista de la ciudad.

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de la Pampa. Se constituirá así, por medio de una intrincada cosmovisión comunitarista, el núcleo dia-léctico y trashumante de la cultura popular de Chile, un campo cultural popular.

Este, tendrá dos componentes fundamentales de acción social: uno, el asentamiento pasivo de subsistencia en los campos de la precordillera y tierras de los que se hoy se conoce como secano cos-tero de baja productividad y dos, y simultáneamente, la entrega persistente de grupos juveniles orienta-dos al bandidaje social y la exploración de nuevos territorios donde asentarse. Aquellos que han accedido a una forma de conciencia de su ser social, de su situación, marginalizada, optarán por la única forma de lucha que está contenida en su matriz cívica, cultural y social, es decir, el uso de la vio-lencia activa para procurarse subsistencia.

Considerado todo el territorio de frontera de los siglos XVII al XIX, es posible desarrollar algunas hipótesis respecto de los componentes de sociabilidad comunitaria: por una parte, todas las fuentes señalan que el señorialismo es, o inexistente desde el sur del río Mataquitos, o bien adopta característi-cas aldeanas, muy lejos de la relación señorial de los emergentes títulos de nobleza con que algunos hacendados de Santiago han comprado su ingreso a la “nobleza castellano vasca”. En el siglo XVII, todavía es una zona en constitución en donde la población es trashumante, que lidia con terremotos, el hambre y las epidemias.

Al contrario de lo que estaba sucediendo con el Chile de Santiago y zonas aledañas en donde se constituía una clase patricia, en el “partido del Maule y de la Laguna de la Laja” los pobres, indígenas y mulatos trataran de sobrevivir en condiciones extremas. Impera, entonces, una relación de igualdad que se afinca en una memoria histórica que, a lo menos, tiene fuentes indudables de cultura popular, prove-nientes de la identidad indígena que esta cercana en el territorio y que, por otro parte, hunde raíces en la tradición de los fueros españoles.

Se constituyen así, “territorios culturales originarios” que expresan la condensación social original de la cultura popular en Chile. La historiografía oficial, ha impuesto, una vez más, la idea que siendo fenóme-nos sin importancia, los sectores populares eran aquellos que se constituían en los rancheríos marginales del Santiago como ciudad patricia. El patriciado liberal y conservador los podía mirar e incluso lucrar con sus necesidades, como inquilino urbano o rural, pero siempre era un bárbaro a civilizar que se parecían, sospechosamente, a los otros bárbaros indígenas, que de tanto en tanto asolaban el Sur de Chile.

Al revés, en una práctica descentralista de primera mano, la cultura popular comenzó a nacer des-centralizada por necesidad histórica. Alejada lo más posible de la centralidad de la ciudad primada por el control del excedente, por la manutención virreinal y por la clientelización transversal de los criollos, intuitivamente la condición libertaria se impuso por mucho tiempo y adoptó la condición semi guerrillera de enfrentamiento al Estado Borbón, criollo o liberal que pugnaba por “peonizarlo”, “inquilanarlo” o “pro-letarizarlo”. Fue una lucha desigual que, finalmente, se ocultó bajo la superficie de la hacienda y del latifundio y que durante los siglos XX y XXI emergerá bajo otras formas y condiciones, en la larga cade-na montañosa de la explosividad social del Chile Popular Comunitarista.

Existirán dos pueblos en lucha y no uno, como se ha creído hasta el momento, en referencia al pueblo mapuche. Al norte del pueblo mapuche se constituyó, tempranamente, el pueblo mestizo, en el Partido del Maule, que comenzó a desarrollar su propia lucha. También por trescientos años en una primera etapa de resistencia. Estuvo constituido por los campamentos itinerantes de hombres en armas y por los destacamentos de montoneros guerrilleros que transitaban por la banda sur del Bio Bio y,

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sobre todo, por la masa de vagabundaje social que, reiteradamente, rechazó las condiciones de semi esclavitud del hacendado de los valles centrales.

Desde allí, se desplazaron hacia todos los confines que prometieran una subsistencia como “al-mas de Dios”. Y eso, durante el siglo XIX, no solamente se dio en las Pampas Argentinas, que era refu-gio natural pasando la “raya”, sino que con la liberalización de puertos, Perú, California y Aysén estuvieron disponibles para las masas trashumantes, que los “Patriotas Aristócratas” convirtieron a Chile, desde el “año Republicano de 1810”. Salinas plantea lo siguiente en torno a este momento:

En un proceso inquisitorial del siglo XVIII en Chile se comprueba que los indígenas de la zona de Chillán incorporaron los instrumentos festivos de la música española para enriquecer su convivialidad propia ("a celebrar la holgueta que iban a tener, bebiendo y comiendo"). En 1749 una comunidad de trece mujeres y seis varones mapuches fueron procesados por realizar encuentros y pactos demonía-cos en unas cuevas o renü del valle del Diguillín donde se juntaban a comer, danzar y hacer música los fines de semana. Junto al kultrung o tambor, y a bailes ‘a la forma de los indios’, ‘en su idioma’, la co-munidad se acompañaba de arpa y guitarra. Uno de ellos confesó tocar una "guitarra grande sin ser capaz de tocarla afuera20.

Es decir, la masa trashumante indígena mestizo, deambulaba y construía sus comunidades en la interioridad del territorio libre de la frontera. No solo deambulaba, sino que construía las únicas alterna-tivas posibles de comunidades y para ello se ayudaban de todos los instrumentos y recursos de socia-bilidad que le permitieran hacer vivible esa vida. En ella se encontraba la música y la danza, constituyentes centrales de la cultura mapuche y de la cultura andaluza:

Hemos mencionado que desde temprano las autoridades del cabildo español, reprimieron en Chile las expresiones de la música y la danza indígenas en los llamados taquis en 1551. ¿Qué eran los ta-quis? ‘Taqui significa todo junto, baile y cantar’, expresó el cronista Cobo. De ese modo se desató el movimiento anticolonial del Taqui Onkoy en 1565 por todo el sur andino, donde con danzas rituales se expresó la protesta frente a los blancos. Los taquis fueron de este modo la expresión de la resistente cultura indígena con su sentido propio del Cosmo21.

Es decir, agotados los recursos de la resistencia tradicional, con los “maloqueos” y enfrentamien-tos directos o escaramuzas, se recurría a la resistencia cultural y desde esos movimientos, intuitiva-mente se recomponían las fuerzas para los posteriores enfrentamientos armados. Tales componentes, crecientemente, avanzaron desde el campo al pueblo y de allí a la ciudad patricia, desatando las iras del clero y de los arrestos inquisitoriales de las autoridades que trataron de contener la contra hegemo-nía cultural de los bárbaros de abajo. Sin embargo, esta creciente cultura impregnó, ineluctablemente, el acontecer social. Por ejemplo, un arquetipo de resistencia cultural, la chingana, constituyó como su etimología lo indica, un refugio contra la opresión:

“En el contexto colonial y postcolonial la chingana pasó a designar una ‘fiesta de gente ordinaria con baile y música’. La expresión indígena condensó entonces el espacio de resistencia artística y cultural de los pueblos formalmente sometidos al dominio de los blancos. Bajo esa denominación pudieron reconocerse no sólo los descendientes de los indios, sino también de negros y arábigo

20 Salinas Campos, Maximiliano. ¡Toquen flautas y tambores!: una historia social de la música desde las culturas populares en Chile, siglos XVI-XX. Rev. music. chilena. [online]. Enero. 2000, vol.54, nº193 [citado 16 Noviembre 2005], p. 45-82. Disponible en http://www.scielo.cl/scielo.php 21 Ibidem.

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andaluces, que buscaron sus propios espacios de identidad, de comensalidad y de comicidad po-pulares. Allí se interpretaron las danzas y las músicas que serían reprobadas sobre todo por el ca-non ilustrado. La chingana fue comúnmente un establecimiento regido por mujeres solas, y las elites urbanas le negaron en los hechos la existencia, llevándola a la ilegalidad sobre todo en el siglo XIX. Fue visto como un espacio de libertad política, cultural, lingüística y corporal intolerable, ‘mala en sí misma’ (‘Allí los movimientos voluptuosos, las canciones lascivas y los dicharachos in-solentes hieren con vehemencia los sentidos’). Desde el punto de vista de sus participantes fue un lugar privilegiado donde incluso se proyectó la religión popular (en ellas se reunían los campesi-nos para iniciar las cabalgatas del Cuasimodo de Renca en 1844). En 1851 el sínodo de Ancud prohibió incluso a los clérigos concurrir a las chinganas. En la década de 1870 el intendente Ben-jamín Vicuña Mackenna ordenó la clausura de las chinganas en el amplio sector comprendido en-tre las calles Maestranza y Exposición de la ciudad de Santiago. Aun en los albores del siglo XX el clero consideró un pecado ir a ‘remolienda’ en las chinganas”22.

En este territorio popular originario, se refugió y desarrolló la cultura popular indígena-mestiza. La frontera Chillaneja-Maulina se constituyó en el suelo inexpugnable de resistencia cultural popular en Chile. Solo allí, se pudieron seguir reproduciendo las formas de sociabilidad, el canto, la música y el arte pintura, junto a la artesanía y la cerámica. El resto del país, hacia arriba, era borbónico, autocensu-rado y ordenado según el canon civilizatorio europeo anglosajón.

Por consiguiente, este territorio se convirtió en el refugio de la masa española pobre de origen ex-tremeño andaluz. Es decir de la “España oriental mozarabe”, opuesta a la España castellana:

“El mundo español que llegó a Chile especialmente en los siglos XVI y XVII no acabamos de com-prenderlo a cabalidad. Se habla de los ‘castellanos’ como un bloque cuando en verdad la variedad étnica del pueblo español era por demás compleja. Lo cierto es que el gran afluente étnico lo confor-maron los andaluces con una cultura arábigo andaluza viva y poderosa (‘durante ciento ochenta años [los andaluces] fueron el elemento dominante de todos los refuerzos de tropas... Se puede, pues, afirmar que el elemento andaluz, se incorporó a nuestra nacionalidad, contribuyendo a constituir la masa popular, con caracteres definidos...’). Junto a la España europea de Carlos V y Felipe II, llegó a nosotros la España oriental de los árabes, con sus peculiares ‘algarabías’. Esta España oriental fue la que creó la gran cultura medieval ibérica con su arte, literatura y filosofía propias. Fue la civilización de Al-Andalus con toda una riqueza y un misticismo característicos. Esta España oriental tuvo sus propios lenguajes, arquitectos, médicos, místicos, poetas, y músicos. En ellos debemos buscar nues-tras raíces ibéricas populares”23.

En conclusión, la conjunción de la cultura popular se situó en un territorio de deshecho, por la oli-garquía filo española clerical. En este, se asentaron sucesivamente los milicianos enganchados en la España Andaluz Arábiga. Después de recorrer y servir en los fuertes de la frontera, se asentaban en las inmediaciones cercanas. Esto es al norte y en los contrafuertes cordilleranos, si se estaba huyendo de la conscripción forzosa o en los pueblos recién fundados, si las salidas del ejército eran legalmente vistas por la autoridad. La frontera, admitía gradaciones de legalidad y el pueblo se refugió en él, para sobrevivir y reproducir relaciones sociales y culturales que no podían ser distintas del ethos cultural 22 Ibidem. 23 Salinas Campos, Maximiliano, Op. cit. pág. 74.

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andante extremeño andaluz y del ethos originario indígena. La cultura del mestizaje emergió, nombrán-dose española por el método arbitrario de los curas doctrineros que bautizaban según las vestimentas de los progenitores.

Era una territorialidad en construcción mestiza, con relaciones pre capitalistas en un tiempo, tam-bién relativamente libre de la dominación criolla patricia, que establecería la dominación capitalista de mediados de siglo XIX.

Los dos grupos intercambiaran préstamos culturales y se apropiarán, recíprocamente, de habitus y también de campos institucionales culturales. Por lo menos en esa zona, se producirá una transcultura-ción que impregnará vestimentas, lenguaje, cantos bailes y tradiciones. Es decir, se producirá un territo-rio de singularidad cultural mestiza, que recogerá a lo largo de dos siglos, la larga progenie de mestizajes de uno y otro pueblo. En la base de la cuestión popular que se teje en este territorio, im-pregnará los otros territorios que se constituyen, históricamente, en la historia social de los grupos po-pulares en Chile.

LA “INDEPENDENCIA OLIGÁRQUICA” Y LA GUERRA CIVIL DE LA LAJA. Estas circunstancias estarán presentes en la próxima hecatombe que sufrirá este territorio y que

se produce cuando irrumpe el país de arriba con su primera acometida de conquista de territorios, en nombre de una extraña “teoría respecto de la Independencia” y que será liderada por aquellos castella-nos vascos de las haciendas centrales.

La “independencia republicana” comienza a ser vista como un extraño artilugio político que, una vez más viene en boca de aquellos nietos y tataranietos de los castellanos conquistadores y opresores de los campesinos de Extremadura y Andalucía, de la cual ellos provienen. Y una vez más, el habitus del cuerpo social, predispone a asumir la misma conducta histórica de sus abuelos inmigrantes de de-fender los fueros territoriales en contra de los nobles del país de arriba. Los solariegos extremeños-andaluces asumen la causa del rey con la misma actitud y disposición política que los campesinos de España asumían la alianza con el rey para la defensa de los fueros villanos. Para ellos, no ha habido ni Borbones ni despotismo ilustrado ni Estado centralista monárquico. Ellos comparten la herencia cultural de alianza con el rey.

Esas son las condiciones que permiten la inauguración de la primera guerra civil en Chile, que se libra entre mestizos “realistas” que pelean por su territorio, en alianza con el Rey. Sobre todo después de la irrupción a sangre y fuego de Carrera en Chillán en 1812, cuando arrasa con la ciudad y en donde las tropas se solazan en el saqueo y las violaciones. Este, constituido como campo cultural en contra de mestizos peonales hacendados, enganchados en las fuerzas de los criollos “patriotas”.

Allí se inaugurará el capitulo final de la autonomía de este territorio con la guerra a muerte, estig-matizada por la oligarquía como la acción de bandoleros depravados. Una vez más se ocultará la pre-sencia de la cuestión popular mestiza que, justamente predispuesta, optó por la causa realista que le parecía más justa que la acción supuestamente independista de los oligarcas de Santiago

En la “Guerra a Muerte”, se enfrentaron mestizos e indígenas de la laguna del Laja y del Maule contra los inquilinos de la Oligarquía de Santiago y sus alrededores. Fueron derrotados en una lucha por la tierra y por defender un modo de vida, convivialidad y vida cotidiana en relación sinérgica con la cultura mapuche y con su propia cultura ancestral andaluz y arábiga.

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Existió un peso de la noche que cayó en forma primigenia sobre los derrotados del primer territorio de culturalidad mestiza. En el espacio territorial en que se libro la guerra a muerte, desde la primera incursión y matanza de Carrera en Chillán en 1812, se desarrolló una larga lucha popular y prolongada, que duraría casi 25 años en su fase intensiva y, de manera larvada, se seguiría prolongando hasta el día de hoy.

Sus recorridos son aquellos que han transitado en forma permanente para procurarse su subsisten-cia: los faldeos cordilleranos y las montañas de la costa en procura del ganado que satisfacen, en uno y otro lado de la Cordillera, las carnicerías de los poblados rurales e incluso de las portalianas ciudades de Santiago, Talca, Chillán o Concepción. Una alianza de facto se produce entre estos bandidos y el campe-sinado sometidos al inquilinato y al peonaje. Una corriente de simpatía recorre los campos frente a estos bandidos que roban a los ricos y reparten generosamente el vino en las posadas y chinganas de las que-bradas ocultas de la legalidad urbana y de los mayordomos apatronados. Barros Arana señalará:

“En la humilde aldea de Arauco, convertida en capital del poder español en Chile, se trataba, como hemos visto, de organizar un gobierno aparentemente regular. Benavides, revestido de la suma de autoridad, que le había concedido el virrey del Perú, se creía el representante de los derechos del soberano a todo el país, y pretendía tener iguales facultades y atribuciones a las de los capitanes generales… Benavides despachaba sus providencias por medio de secretarios… tenia contado-res, ministros del tesoro… gobierno eclesiástico en Concepción”24.

Pese a los denuestos e improperios con que se llenan las páginas de los historiadores republica-nos, no puede dejar de advertirse que el territorio no se halla invadido de españoles que son rechaza-dos por los lugareños. Al contrario, las largas campañas guerreras con reclutamiento permanente, en territorios sin demasiadas haciendas, que obligarán al inquilinato a participar de las ordenes de los pa-trones, solo es posible de explicar por la participación voluntaria de la masa de campesinos propietarios o apropiados de sus campos, en particular en la profundidad de los contrafuertes cordilleranos andinos o de la cordillera de Nahuelbuta, en alianza con los linajes mapuches, que le brindaron a Benavides permanente apoyo en todas sus empresas, entre otras cosas porque así lo establecían los parlamen-tos. Ese apoyo, explicaría, sesenta años mas tarde, la inquina de Urrutia y Cornelio Saavedra en la guerra de exterminio del pueblo mapuche, para abrirles paso a los hacendados capitalistas trigueros en su camino de dominio hacia el sur.

Benjamín Vicuña Mackenna, en la única parte en que rinde honores a los contendientes de la gue-rra civil, denominada Guerra a Muerte, señala:25

“¿Quién, en efecto, es el ponderado… protagonista… de esta historia? Un salteador criollo, hijo de un carcelero, que se adueña de la mitad de la republica i amenaza conquistarla toda entera. Hemos nombrado a Vicente Benavides… Quien es su segundo… Un minero oscuro que ha des-cendido de las sierras del Huasco… Hemos nombrado a don Juan Manuel de Pico… Quienes fue-ron… los más obstinados… cuatro guasos alzado en las montañas de Chillán… Hemos nombrado a los Pincheira… Quienes fueron en orden subalterno, los héroes de esas jornadas… Llamábase uno José Maria Zapata, i era un arriero del Itata…otro José Ignacio Neira i era el hijo de un bal-seador del BioBio… otro Juan Antonio Ferrebu i era un cura de campaña… otro Agustín Rojas y había nacido en la Choza de un artesano de Aldea… Dionisio y Juan de Dios Seguel… dos her-

24 Barros Arana. Historia General de Chile. Tomo XIII, cap. VII. La Guerra del Sur. En sitio web www.memoriahistorica.cl 25 Vicuña Mackenna, Benjamín. (1868). La Guerra a Muerte, pág XV y XVI. Según versión en sitio web www.memoriahistorica.cl

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manos que murieron el mismo día… humildes estancieros de nuestras fronteras, como lo fueron los Urrejola, los Olate, Lantaño, Boccardo… otros que no tuvieron nombres… como aquel Ñego el Macheteado, Mañenga el Terror”26.

Vicuña Mackenna relata que el reino de abajo y el reino de arriba son las denominaciones popula-res de una honda subdivisión geográfica, militar y eclesiástica de la colonia y la republica, con lo cual está sosteniendo una realidad objetiva, sesenta años mas tarde, de cual era el estado real de las reali-dades territoriales en este campo sur de las posesiones españolas. Y, por sobre todo, la verdad más importante y que se refiere a la propiedad eminentemente oligárquica hidalga criolla de la idea de la Independencia:

“La revolución de la independencia… fue, si la frase nos es permitida, una revolución esencial-mente santiaguina, porque fue esencialmente aristocrática. El nombre de un Conde que tenía su casa solariega en un ángulo de nuestra plaza publica, fue el primero que salió de la urna del 18 de septiembre del año diez. Obispos y mayorazgos mecieron en la cuna al gigante recién nacido”27.

El territorio de la Frontera, con las provincias Informales de la Laguna de la Laja y de la Montaña, se constituyó y tomó conciencia de su “otredad”, respecto de los nobles Santiaguinos y viejos resabios campesinos villanos y forales salieron a relucir en toda magnitud. La religión de curas de campaña, que vivían la religión en las condiciones de frontera, con las misas, debajo de los quilantales, recorrió la comarca, galvanizando la defensa del territorio del Rey que, una vez más, los llamaba sus atributos territoriales. Desde el sur, sus hermanos de Valdivia y Chiloé vendrían a ayudarlos y el Virrey pronto socorrería con suministros. Pero quienes de inmediato asumieron la defensa de sus aliados territoriales, fueron los linajes mapuches, arribanos-pehuenches. Ningún conjunto de estos linajes se mantuvo indi-ferente, viendo como se mataban los españoles. Los españoles se habían convertido en los mestizos que se relacionaban en la cotidianeidad de la frontera y que afrontaban la subsistencia en las mismas condiciones de precariedad y comunitarismo. Los Mapuches no optaron como pueblo por la causa de la Independencia Republicana. Los parlamentos habían establecido tratados, a los cuales los linajes ren-dían cumplimiento. La comarca, se solidificó y siguió en forma trashumante a sus guerreros a la Monta-ña. Los parlamentos sucesivos habían cimentado acuerdos de guerra para con los enemigos mutuos. Los chilenos de arriba, eran uno de esos enemigos.

“¿Era Benavides el que hacia estos milagros? No; era la adhesión incontrastable, la constancia desinteresada, el heroísmo bárbaro pero sublime de aquellos pueblos que habían vivido tres si-glos santiguándose al pronunciar la palabra del rei, i para cuyo orgullo político y militar, Santiago no era sino un convento de grandes claustros y de grandes aunque opulentos poltrones”28.

La Guerra Civil, mediante la cual la Oligarquía patricia se apodera del país, trata de imponer su domi-nio por tierras ajenas. Ese otro pueblo, rechaza la pretensión y se desata la guerra con generales y jefes comarcales de la Montaña y de la Isla de la Laja. Solo algunos pocos, llegaron de Lima. El grueso de las tropas combatieron por sus hogares y su suelo, en nombre del Rei y con hijos del suelo. Solo el batallón Real de Lima con Gainza y el Talavera de Osorio fueron los refuerzos peninsulares godos. Toda una le-

26 Ibídem, pág.18. 27 Ibídem, pág. 20 28 Pág.25.

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yenda mistificadora tejió la clase amayorazgada y proto burguesa, para demostrar sus afanes democráti-cos independentistas. Convirtieron a los combatientes penquistos del País de Abajo en bandoleros desal-mados y a los pueblos mapuches que se les sumaron en bárbaros, que deberían ser exterminados.

La España imaginada de los Penquistos seguía siendo la que ellos habían dejado. La de Fernan-do VII. Y la guerra con los nobles la sentían demasiado cercana en el recuerdo histórico y en los re-cuerdos inconcientes colectivos, cuando observaban cómo avanzaban las prácticas depredatorias y explotadoras de los hacendados trigueros del centro y de Santiago y cómo esquilmaban una y otra vez los paños de terreno que ellos labraban en completa libertad. Este movimiento social primigenio, tam-bién fue femenino; Salazar, citando partes del Ministerio de Guerra, señala:

“Con todo, la mayor parte del peonaje femenino rebelde se concentró en las montañas, al interior de Chillán. Algunas habían sido raptadas durante las malocas lanzadas sobre los valles, pero otras eran las amantes o/y las legítimas esposas de los rebeldes. Ya en 1820 el Ejército había lanzado un ataque contra uno de esos campamentos, donde hallaron “más de 30 toldos”, utensi-lios de cocina y numerosas vacas y caballos. En 1827, el coronel Beaucheff atacó otro, donde to-mo 6 prisioneros, ‘mas de 40 mujeres con dos o tres niños cada una’, y algunas armas. En 1832, cuando las tropas regulares destruyeron en Epularquen, el principal campo rebelde, encontraron allí muchas mujeres, que encabezaban ‘centenares de familias’. Varias de ellas murieron en el combate. A las que fueron tomadas prisioneras se les concedió, como gracia gubernamental, si-tios en la zona de La Frontera, para reincorporarlos a la vida normal”29.

El territorio se cubrió de semilleros humanos “enmontañados”. Solo uno de ellos, dirigido por Pablo San Martín, señala Vicuña Mackenna, logró acoger a 700 familias en las cercanías de Quilapalo, en Lu-maco, en los contrafuertes de Santa Bárbara. De los semilleros como los de San Martín, surgían los bra-zos y conciencias para sostener la lucha armada contra los “aristócratas republicanos”, especie única en el mundo, que solo podía germinar en Chile, como país con una clase dominante experta en el travestismo. Más al norte, los Pincheira, dirigían las columnas armadas de ofensiva en el Maule. Benavides, establecía las comunicaciones con Chiloé y el Perú y con los Jefes Mapuches, que sostenían el aprovisionamiento de lanzas y alimentos. La presión de la conquista oligárquica sumió a una región-país de creciente desarrollo económico autonómico en una cruenta guerra civil que, finalmente, la perdió.

De allí que la conclusión lógica para explicar un “bandolerismo” endémico, si contamos el último estertor regionalista territorialista de la zona mestiza extremeño-andaluza-mestiza-mapuche, cuando la batalla de Lircay, la insurrección del 51 y la del 59, es sostener que solo la solidaridad social comunita-rista que impregna las relaciones de este bajo pueblo y las complicidades de un “imaginario religioso monárquico defensor de fueros” sustentaron, en definitiva, esta guerra civil, que pierde el País de Abajo al Sur de la Isla de la Laja.

Después de ella, el bandolerismo social permaneció latente por casi medio siglo, hasta diluirse o mu-tar en otras organicidades sociales, ya bien entrado el siglo XX. Pero la constitución social de habitus y campos culturales multitemáticos de sedimentación de capital social, alimentaron sucesivas oleadas de emigrantes provistos de rebeldía ancestral campesina, hacia otros territorios del país, plenamente provis-tos de esa memoria histórica, construida en casi tres siglos de vida independiente, a ras de suelo y en

29 Salazar, Gabriel. (2000). Labradores, peones y proletarios. Santiago: LOM, pág. 313.

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lucha subsistente junto a los pueblos originarios. En ese proceso, los ex extremeños y ex andaluces se volvieron también originarios y, por tanto, también objeto de la exclusión oligárquica de Santiago.

EL TERRITORIO POPULAR ORIGINARIO DE LA REGIÓN MAPUCHE. ¿La mutua tolerancia entre españoles y mapuches en la frontera se produjo por una suerte de empate

militar o empate político de los Parlamentos, o más bien fue la fricción natural de dos pueblos populares, los extremeños andaluces y mapuches premunidos de valores morales, orientados a la superior religiosidad, distinta de la concepción de clase dominante de castellanos y conquistadores del norte?

Tal respuesta es una hipótesis de trabajo que comenzaremos a tejer desde este punto. La situación de los españoles y de los mapuches se había estabilizado hacia fines del siglo XVIII y salvo escaramuzas fronterizas menores, un modus vivendi, mutuamente soportado, habían desarrollado una relativa prosperi-dad de subsistencia al hambre, para los territorios friccionantes. La territorialidad se había estabilizado en el Bio Bio y lo que había sido la zona de seguridad entre el río Maule y el Mataquito ya se había incorpora-do a una zona de dominio informal de colonos pobres que, finalmente, constituyeron el territorio de la La-guna de la Laja y el territorio de la Montaña, como vimos en el punto anterior.

El territorio de las sociedades de linajes familiares mapuches, se había constituido después de Curalaba:

“Esto llevó a que tras el desastre de las tropas españolas en Curalaba en 1598, se estableciera una frontera entre el imperio español y el territorio araucano: el río Bio-Bio. Si bien siguieron existiendo enfrentamientos en la siguiente época, se trataba de hechos aislados y los dos siglos siguientes se caracterizaron por el reconocimiento mutuo entre ambos pueblos y el consiguiente intercambio políti-co, comercial y cultural. De hecho se celebraron decenas de parlamentos entre los líderes españoles e indígenas, e incluso existía la costumbre de que los hijos de los longkos pasaran largas tempora-das viviendo en Santiago con los jefes españoles, donde aprendían bien el español. Se trataba de una señal de confianza y una forma de fortalecer las alianzas. Como puede apreciarse se trataba de dos pueblos que se reconocían mutuamente. De hecho el historiador del derecho Alamiro de Ávila ha sostenido que dichos parlamentos serán tratados internacionales entre naciones soberanas. Tanto es así que cuando comenzó la guerra por la independencia, la mayoría de los longkos lucharon del lado de las huestes españolas, cumpliendo así con los tratados anteriores”30.

Los indios de las malocas fueron a suplir la mano de obra de las minas del norte. Otros engrosa-ron los servicios domésticos de Santiago y la Serena. Son los primeros desplazados del territorio popu-lar originario de la región mapuche.

Los acontecimientos que estaban sucediendo en la frontera norte del territorio mapuche estaban impactando de manera persistente en la sociedades mapuches regionales de los arríbanos, abajinos, pehuenches y huilliches. Desde los parlamentos de Quilín y Tapihue, los procesos de autodependencia y autonomía se habían ido consolidando y si bien, nunca imperó una paz total con los españoles, las tratativas habían logrado un mutuo respeto dentro de la confrontación y de los maloqueos que en las ultimas décadas del siglo XVIII habían llegado a ser débiles y en muchos sectores de la cuenca del Bio Bio inexistentes. 30 Coordinadora Arauco Malleco, 2004. Identidad y Política: el pueblo mapuche y el Estado. Noviembre de 2005, Temuco.

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Ambrosio O’Higgins, había establecido un modos operandi de acogida y desarrollo de una política de “buena vecindad” que, finalmente, estaba otorgando a las sociedades mapuches regionales un de-sarrollo ganadero que proyectaba su influencia hacia las vertiente orientales de la cordillera, con inter-cambios permanentes dentro de un ciclo económico en torno a la sal como componente imprescindible de una economía ganadera que vivía del cuero y de la carne.

El comercio de los españoles se desarrollaba por intermedio del territorio de la Laja y las caravanas de comerciantes, se insertaban en las sociedades familiares regionales de Abajinos, Chol Cholianos, Cos-tinos y Huilliches, desarrollando intercambios que permitían que estas sociedades de linajes familiares exhibieran una economía de acumulación excedentaria, que les permitía sostener el amplio linaje familiar en condiciones de satisfacción colectiva de necesidades básicas, que morigeraba e impedía conatos de rebelión o conflictos familiares o vecinales por injusticia en los repartos o por insuficiencia de bienes.

Pero, sin lugar a dudas, el territorio de las sociedades mapuches había entrado en peligro de coli-sión letal, con las nuevas culturas de conquista, desde la misma entrada de Valdivia. El desarrollo de las distintas estrategias de los distintos dirigentes-lonkos desde Lautaro hasta Mangil Hueno en el siglo XIX habían estado presionadas por el peligro de la desaparición de las sociedades mapuches. Todos los historiadores muestran que cada una, en su momento, estableció vinculaciones tácticas de nego-ciación, enfrentamiento y conflicto que permitiera la subsistencia de la etnia.

Sabían que los españoles y, posteriormente, los “chilenos del país de arriba” eran especialmente hábiles para dosificar violencia con parlamentos. Es famosa la frase de Cornelio Saavedra quien seña-laba que la Pacificación de la Araucanía estaba costando “mucha música, mucho mosto y poca pólvo-ra”. Evidentemente, tal situación en los tiempos de la conquista no fue así y el etnocidio de la Guerra de Exterminación, sí costo mucha pólvora31.

Sin embargo, tal situación estaba en el conocimiento de los Jefes Mapuches y en ese escenario fueron, especialmente, perseverantes para desarrollar un estado de situación sustentable para sus cerca de 3.500 linajes familiares de la región territorial Mapuche. Para ello emplearon la guerra y la negociación de nación a nación o de Estado a Estado. Los distintos parlamentos le reconocieron ese estatuto, aun cuando haya sido a regañadientes de los españoles y con evidente afán de contención. Con todo, lo que sí es claro, es que los españoles tenían al frente de la frontera del Bio Bio una nación con una evidente capacidad militar para sustentar sus dichos.

Por ejemplo, el último estratega de los arríbanos, Mangil Hueno32, desarrolló una preocupación permanente por establecer una política de alianzas que les permitiera la sobrevivencia y estuvo pen-diente de las posibilidades que podían abrirse con un eventual triunfo de los federalista del General Cruz en el año 51 y, conforme esa coyuntura, estuvo dispuesto a desplegar un apoyo con las fuerzas Arribanas y Pehuenches, en el convencimiento de que ese podría ser un camino válido de mantención del territorio mapuche, lejos de la voracidad de los mercaderes del trigo, que avanzaban desde el norte, exprimiendo cada día más terrenos para el desarrollo exportador del trigo33.

31 Ver José Bengoa La historia del Pueblo Mapuche, Tomo II, La Guerra. 32 El Lonko Mangil Hueno o Bueno, es el último de los Jefes de los arríbanos que en el siglo XIX desarrolla una hábil estrategia de contención y alianzas con españoles y chilenos para lograr la subsistencia de las fronteras del Bio Bio como limite norte de la región Mapuche. Ver Bengoa Historia del Pueblo Mapuche, Tomo II, págs. 80 a 100. 33 Uno de ellos se transformaría en el ideólogo y ecónomo de la exterminación: José Bunster, el molinero siniestro de Traiguén.

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De esta manera, el segundo gran territorio popular originario establecía relaciones de alianzas con el territorio de la Laja, que no hacían otra cosa que cimentar un periodo de desarrollo económico, que aun con los estropicios de guerra y muerte de la “independencia republicana de los oligarcas”, posibili-taba el crecimiento demográfico de la población mapuche y el desarrollo de alianzas, en condiciones de mutuo respeto con todos los actores regionales.

Entre ellos, los mapuches pampas, que desde el siglo XVIII habían avanzado por la pampa, en rastri-lladas, que demarcaban un amplio territorio que llegaba hasta la “ciudad azul” de Buenos Aires. Los bo-quetes de la cordillera operaban como descompresores de la presión española u oligárquica Chilena. Es más, los dos territorios mapuches orientales y occidentales de la Cordillera establecían una sola cultura de sostenimiento mutuo. Son bastante documentadas las alianzas de Mangil Hueno con Calfucura para esta-blecer el predominio sobre la base económica regional que significaba las Salinas Grandes.

Las sociedades de linajes familiares mapuches desarrollaban en el último siglo de vida indepen-diente un territorio con una economía sustentable, con relaciones sociales independientes, con una cultura distintiva y con una fuerza militar eslabonada a cada familia, que permitía que cada familia se constituyera en unidad económica de subsistencia y en una unidad militar familiar, lo cual le permitía la más perfecta sincronía de sustentación en un territorio que, desde la llegada de los españoles, nunca dejará de ser hostigado por depredaciones intrusivas de distinto carácter.

El signo distintivo de la constitución de este territorio popular originario, estará determinada por su ductibilidad, hoy diríamos resiliencia, para acoger los cambios y seguir sosteniendo una política de inde-pendencia y dignidad libertaria. Las sociedades mapuches de linajes familiares, nunca en este periodo, optaron por el silencio cultural, como pudo ser la estrategia de otras etnias en América. Siempre existió un análisis de los acontecimientos que estaban ocurriendo en la frontera norte de su país, lo cual determinaba estar evaluando el estado de su frontera por cuanto, como decía el lonko Mangil Hueno, “alguna vez se van a entrar” 34. Este hecho demuestra un análisis estratégico político y da cuenta, entonces, de manera irrefutable, que la primera conciencia popular originaria se desarrolló, simultáneamente, en el pueblo origi-nario mapuche y en el pueblo popular del Laja, alzado en armas en contra de la oligarquía Santiaguina. En alianzas que se desarrollan en la Guerra a Muerte, la revolución de Lircay, Revolución del ‘51 y del ‘59. Cuando, finalmente, el ejército chileno penetra al Sur, ha logrado desarticular estas alianzas y ha logrado cooptar a colonos pobres con la promesa de acceso a minúsculos paños de tierra.

EL ETHOS DE LA SOCIEDAD DE LINAJES MAPUCHES. Desde un punto de vista de análisis global de las sociedades mapuches de linajes familiares, ellas

exhibirán un conjunto de condiciones que son inéditas en América y que dan cuenta de las condiciones socio políticas que la constituyen como un territorio sustentador de la cuestión popular originaria35.

34 Seguimos aquí los planteamientos de José Bengoa en Historia del Pueblo Mapuche. 35 En Chile, la población indígena está constituida por diferentes pueblos originarios reconocidos como “etnias indígenas”, según el Artículo 1º de la Ley Indígena 19.253 de 1993, entre ellos encontramos a los: Aymará, Rapa Nui, Quechua, Mapuche, Atacameño, Colla, Kawaskar, Yagan, que habitan este territorio desde norte a sur continental y territorio insular; por ello, Chile es considerado pluriétnico y multicultural. De estos ocho pueblos existentes, la población mayoritaria es de origen mapuche (93%, aproximadamente) los que se concentran entre la VIII, IX y X regiones al sur del territorio nacional, además en las últimas décadas un importante número se concentra en la Región Metropolitana, específicamente en la ciudad de Santiago.

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El sistema de linajes establece una familia ampliada que, basada en la poligamia como núcleo fundamental de relación, sustenta una capacidad económica de despliegue en amplios territorios que, por la vía del parentesco patrilocal, puede abarcar grandes extensiones de territorio. La toma de deci-siones, en tal situación, se establecía sobre la base de largos consejos familiares, que incorporaban a los ancianos y a las variadas esposas y sus familiares. Las mujeres convivían en la vecindad hogareña con varias Rucas o con una gran habitación que en algunos casos llegaba a medir 12 a 20 de metros de largo por 4 a 5 de ancho.

Cada familia, aun hoy día, está obligada a desarrollar una práctica autónoma de subsistencia y la planificación de las tareas, que circundan la ruca, es prerrogativa de las mujeres. De esta manera, las labores hortícolas y de recolección estaban determinadas por la acción autónoma de las mujeres, que desarrollan ese sistema de relaciones sociales como parte de su cotidianidad.

Por otra parte, desde siempre las labores de caza y de guerra estuvieron asignadas a los hom-bres, aun cuando en el nomadismo originario o por las circunstancias de guerra, el vivir en toldo, obli-gaba al desarrollo de la cooperación mutua. Aquellas interpretaciones, que han querido ver en la relaciones de la cotidianeidad familiar mapuche, como prácticas machistas o autoritarias, no hacen otra cosa que extrapolar la occidentalización de las autocratismos españolizantes, para el juzgamiento de la cotidianeidad doméstica mapuche36.

Al contrario, la unidad familiar mapuche operaba y opera sobre la base de la descentralización democrática de las decisiones, sustentadas en una cultura de relación maternal con la tierra. Así, la recolección, la caza y la siembra y, posteriormente, la cría de ganado son relaciones naturales con la Tierra y no relaciones atravesadas por la obligación laboral, a excepción cuando se comienzan a ver obligados a vender su fuerza de trabajo en el siglo XX37.

La familia mapuche en este periodo de guerra adopta una serie de estrategias de sobrevivencia, que le resultan adaptativas para el periodo que le toca vivir. Indudable que este es un periodo de gue-rras, no de simples maloqueos interlinajes o interfamiliares, sino que de desarraigo territorial y de expo-sición de la vida en forma permanente por los peligros inminentes de la guerra y las incursiones. Desde luego, los grupos más cercanos a la raya de la frontera desarrollan la aptitud militar de una manera más rigurosa, en directa relación con los momentos de tensión conflictual que se vivía38.

En 1993, se promulga la Ley Indígena 19.253 en respuesta a las demandas realizadas por el movimiento indígena representado por sus dirigentes, en esos tiempos organizados a nivel de la CEPI (Comisión Especial de Pueblos Indígenas), a pesar del trabajo en diversos talleres la Ley cumple en parte con las expectativas de los pueblos originarios. Respecto al Reconocimiento Constitucional del Pueblo Mapuche, a nivel latinoamericano los únicos países que no han firmado este acuerdo son Chile y Uruguay, pero este último no cuenta con población indígena. A nivel de la OIT (Oficina Internacional del Trabajo) existe el Convenio 169 creado en el año 1989, reemplazando así a los antiguos Convenios 107 y 104. Dicho Convenio tiene relación directa con el respeto a la diversidad partiendo de la integridad de los pueblos indígenas en cuanto a su “integración” (de acuerdo a sus diferencias) y “protección” a sus derechos; Convenio que hasta la fecha no ha sido ratificado por Chile. Ver Juana Calluil, Medicina mapuche y wall mapu: ¿una relación conflictiva? Análisis comparativo de las comunidades de Llaullauquén y Cullinco de las comunas de Nueva Imperial y Chol-Chol, respectivamente. Proyecto de Tesis de Magíster en Asentamientos Humanos y Medio Ambiente, IEU, PUC. 36 Al respecto ver Milán Stuchlik. (1999). La vida en mediería, Mecanismo de reclutamiento social de los mapuches. Soles, págs. 33-59. 37 Tal situación, desarrolla relaciones y ambientes familiares de una alta calidad de vida intradoméstica, que impide relacionamientos basados en el autoritarismo. Por ejemplo, hoy en día los índices de violencia intrafamiliar en la región mapuche, afectando a familias mapuches, son los más bajos del país. 38 Así, los arríbanos y los Pehuenches desarrollan prácticas de menor contacto y más autárquicas en relación con los componentes nacionales chilenos-españoles y lo aumentan con sus hermanos pampas, estableciendo con ellos una alianza

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Los “Conas” guerreros serán, adecuadamente, entrenados por el responsable del linaje asignan-do, estableciendo mecanismos de entrenamiento que mezclarán el uso del caballo y la confección de los aperos de guerra. Estos últimos, no sufrirán variaciones en cuatrocientos años, por cuanto siempre será la lanza coligue la que operará como principal instrumento. De hecho, en la última guerra del ‘81, se enfrentarán al ejército de Chile premunidos de boleadoras y de lanzas. Al frente, ya se contarán con rifles Spencer de repetición, que han sido usados en la Guerra contra Perú y Bolivia. Tal hecho, definirá la superioridad técnica en combate.

El primer componente militar del entrenamiento, será la adoctrinación en la dignidad del mapuche y en la altivez de su historia. Ese es un componente cultural de exclusivo monopolio del linaje familiar. El niño mapuche, en esta época, establecía la permanente situación de peligro por parte del país de arriba y discriminaba aliados, por la información de las historias orales de padre, madres y abuelos, además del “hueipife”, encargado de las historias orales del linaje o conjunto de linajes familiares de una comunidad. Entendemos aquí comunidad como lugar, que podía ser extensamente amplio, de acuerdo a los relacionamientos patrilocales del jefe de familia.

De esta manera, la tan socorrida mención a la aptitud guerrera del pueblo mapuche no es otra co-sa, ayer y hoy, que la permanente apelación a la dignidad cultural del ser mapuche, que comienza por la constitución de los elementos de orgullo, apropiación de los símbolos culturales y la consuetudinaria apelación a la idea de ser poseedores de la tierra, como hombres de la tierra y no como propietarios. Esa vinculación a la tierra ancestral construye el sentido militar de la defensa de su ser territorial.

En las campañas de exterminio del Ejército de Chile, dirigidas por los victimarios etnocidas Corne-lio Saavedra y Orozimbo Barbosa, se asesinaron 211 mapuches, se hirieron a otros 202, se tomaron prisioneros a 100 y se arrearon 11.277 vacunos de propiedad de los mapuches. Ello, en una acción de exterminio premeditada para dejar sin sustento a la economía mapuche. Las cifras las aporta José Bengoa39 en su libro Historia de Chile y las extrae de los partes de guerra, que cada jefe militar entre-gaba a su superior. Suponemos que en las cantidades animales, las cifras deben estar disminuidas por lo menos en un 100 %, dado los componentes depredatorios y de saqueo, por lo cual, fácilmente, la cantidad de animales debe haber bastado para obsequiar a cada soldado y aprovisionado a los finan-cistas de la campaña, entre ello nuestro Molinero de Traiguén, el Sr. Bunster.

El dato, coloca de relevancia el núcleo económico que sustentaba en los últimos 100 años la vida mapuche, esto es constituir una floreciente economía ganadera regional que proporcionaba alimento y excedente para intercambio con las zonas de la frontera y el contrabando que alimentaba las costas del territorio mapuche. Este tipo de economía ganadera, se caracteriza en el caso mapuche por aprovechar las ventajas de acumulación y crianza de las novilladas y tropillas que, desde el siglo XVI, quedaron y se reprodujeron en estado salvaje en el territorio argentino y que arreados cada verano, vinieron a sol-ventar las necesidades alimenticias de las sociedades mapuches.

La ventaja de una economía ganadera es que permite la trashumancia y, por tanto, la comunidad se ve menos expuesta a la perdida de la materialidad del sedentarismo, teniendo como escenario de la que les provee de experiencia guerrera a los más jóvenes, que emigran, planificadamente, a las Pampas para participar en las campañas guerreras. Así, durante largo tiempo, los abajinos tendrán la tendencia a priorizar un relacionamiento colaborativo, en directa relación con sus historias de negociación. Los Chol Cholianos, por largo tiempo, eludirán el enfrentamiento directo y solo tomaran el curso de la guerra cuando las fuerzas de Saavedra invaden las sementeras de sus tierras, cuando se funda Temuko. 39 Bengoa, José. (1985). La Guerra. (Tomo II). Historia del Pueblo Mapuche. Ed. Sur , 1985. En sitio web www.memoriahistorica.cl, pág. 158.

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sociedad comunitaria familiar mapuche el amplio espectro de las tierras rastrilladas, por donde se desa-rrolla el ciclo de reproducción, venta e intercambio de los ganados. En este sentido, cada lugar de arri-banos y abajinos, establecía ciclos de venta e intercambio, directos o indirectos, con sus pares de la banda oriental de la cordillera, utilizando los ríos como mecanismos transversales de contacto y desa-rrollo económico.

La visión mapuche de la Tierra, del ambiente, de su entorno se reconoce como el Wall Mapu; en esta manera de percibir el cosmos se va generando el equilibrio y la armonía entre el mundo natural y espiritual. Para el pueblo mapuche, el Wall Mapu esta integrado por el espacio del cielo, el aire que se respira, la tierra, el agua, los bosques y el subsuelo, en cada uno de ellos existe vida que se relacionan, que interactúan cons-tantemente y el ser humano es solo una parte más de ese espacio colectivo. Así, entonces, resulta imposible separar la tierra del aire, del agua, del cielo, del subsuelo, del bosque nativo. En el mundo mapuche existe un conocimiento (küman) milenario en el entendimiento e interacción hombre-naturaleza, por lo tanto, posee un pensamiento (rakidüam) de su realidad social y de relación con su entorno40.

La cultura ancestral mapuche establece una relación de seres habitantes autóctonos de la tierra y como tales son los propietarios originales de todas las tierras. Por tanto, la construcción ideológica de la relación de los seres mapuches con las fuerzas naturales son parte de un mismo continuo, que impide la presencia o separación de un yo individual o un ello colectivo. La continuidad del yo ancestral es una continuidad mágica de vida y muerte sin las separaciones occidentales. En ese mundo de vinculación telúrica con la tierra y con el cielo se incorpora la religión como una parte constituyente, también natural de la relación con la Tierra. La religión, es así, una serie concatenada de mediaciones de los mapuches con sus dioses para establecer contacto con la tierra que acoge todos los seres41.

La religiosidad, como expresión de una natural armonía con la tierra, establecerá una sustentación anímica y cultural para las sociedades familiares que los fortalecerá frente a las inclemencias sociales, políticas y depredatorias de los españoles y de los guerreros del norte. También los sostendrá frente al robo y el engaño. El pueblo mapuche posee una cultura y tradición ancestral, una experiencia histórica de colectivismo, reciprocidad, una visión del mundo diferente, expresados en sus valores fundamenta-les: kûmche (ser solidario), norche (ser justo y claro en nuestras acciones), newenche (ser fuerte en lo físico y espiritual) y el kumche (tener sabiduría de nuestro pueblo).

Todo estos valores, estarán sostenidos desde la práctica socializadora de la familia para soste-nerse frente a lo que esta ocurriendo en la frontera norte del territorio. Ello y la estrategia de sobrevi-vencia de ocultamiento con mayor y más profundidad en la cordillera protectora sostendrán las comunidades como conjunto de familias emparentadas en linajes de resistencia.

Desde el punto de la conceptualización de Bourdieu, la capitalidad social y cultural de los pueblos mapuches en oposición a lo chileno tendrá, desde el punto subjetivo, mayor sostenibilidad para enfren-tar la adversidad y las condiciones de deterioro ambiental, producidas por el “país del norte”. Ello, expli-cará desde bien temprano las deserciones de curas, soldados y mujeres para ingresar a las comunidades mapuches. Desde el Padre Barba, allá por el 1550, hasta el mestizo Alejo, la novelística y 40 Calluil, Juana. (2006). Proyecto de Tesis para optar al Grado de Magíster en Asentamientos Humanos y Medio Ambiente. Instituto de Estudios Urbanos, PUC, pág. 7, inédito. 41 Posteriormente, la religiosidad mapuche expresada a través de diferentes ceremonias será prohibida en algunas instancias ya que –supuestamente– estarán asociados a “ritos satánicos” y la figura de la Machi se sataniza adjudicándole la categorización de “bruja y hechicera”, portadora de maleficios. Las prácticas religiosas sufrirán marcadas transformaciones, todas orientadas a desarraigar las prácticas barbáricas.

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la historiografía muestran de manera anecdótica el “extraño comportamiento” de algunos españoles que se pasan al enemigo bárbaro. Ese enemigo bárbaro, para muchos españoles de culturas pueblerinas, solidamente estructuradas en torno a religión y al predominio de la moralidad en el accionar, el lugar espiritual y social de las comunidades mapuches, era mas vivible que los insalubres (espiritual y física-mente) fuertes españoles.

En general, el territorio que alguna vez fue visualizado por la oligarquía como un parche, que impi-de el desarrollo del sur de Chile, expresó una cultura que logró desarrollar una pujante economía regio-nal ganadera, que permitió la subsistencia de un pueblo que osciló entre 200 a 500.000 habitantes, a pesar de las hambrunas a las cuales le sometió la guerra y las pestes traídas por los españoles, que fue casi una guerra bacteriológica. En consecuencia, el pueblo mapuche, como territorio originario, se convirtió en popular, porque logra otorgar de múltiples maneras un sustento cultural a los territorios populares originarios, con suficiente densidad para contribuir de manera persistente a la recomposición cultural de la clase subalterna chilena y que se encuentra disponible, en la forma de un ethos que parti-cipa de la cultura popular chilena.

El sincretismo se produce en el friccionamiento con el territorio de la frontera y establece desde ahí una cultura situacional adaptativa, que se reconoce comprensiva para dotar de sustento ético y moral, para valorar los acontecimientos de la vida y, por sobre todo, por la relativa simetría de la cos-movisión religiosa que incorpora de inmediato la cosmogonía extremeño andaluza y la cosmogonía mapuche y que realiza en el curso de 200 años, una tercera cultura o ethos popular que se encontrara presente, desde ahí, en el sedimento popular de los que será, finalmente, la cultura popular en Chile.

El territorio mapuche, por la extraordinaria plasticidad situacional, política y social se convertirá en un territorio popular originario, que establecerá uno de los basamentos de la cultura popular en Chile. Y, en ese proceso, ellos mismos se constituirán en una referencia cultural para la constitución de la identi-dad popular subalterna. Sin dejar de estar constituidos como pueblos indígenas42, ofrecerán su propia identidad para constituir la identidad popular de Chile.

EL TERRITORIO POPULAR ORIGINARIO DE CHILOÉ.

La Isla de Chiloé es una isla grande. Así la llamaban los Huilliches que se asentaban en sus tie-rras. Es, junto a otras islas de menor tamaño, el archipiélago de Chiloé. Al norte del canal de Chacao, los territorios eran parte integrante del Gobierno de Chiloé, como también el terreno costero continental al este de la Isla. Ese mar interior, al decir de algunos, sería el sobreviviente del vasto mar interior de todo el interior del valle central de Chile, que comienza en la cuesta de Chacabuco. Así, Chiloé sería, hoy en día, lo que fue Chile en anteriores periodos geológicos. Chiloé se constituye en territorio de in-certidumbre y de costumbres.

42 Se entenderá por la expresión "Pueblos Indígenas" a los pueblos que descienden de poblaciones que habitaban en el país o en una región geográfica a la que pertenece el país en la época de la conquista o la colonización o del establecimiento de las actuales fronteras estatales y que, cualquiera que sea su situación jurídica, conservan sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas.

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Se señala que el primero en avistar estos territorios fue Pedro de Valdivia. Adjudicó al seno de Re-

loncaví un carácter de gran lago y al canal de Chacao como su desaguadero. Esto fue posterior a los avistamientos desde lejos de Alonso de Camargo y de Francisco de Ulloa en los años 1510 y 1552. Más tarde, será García Hurtado de Mendoza el que se acerca a orillas del Seno de Reloncaví, en cuyos bosques graba alonso de Ercilla aquella inscripción de “haber llegado más lejos”. Posteriormente, fue Martín Ruiz de Gamboa el que arriba a la isla con sus caballos a nado. Él será el que funda Castro, encontrando, según cuentan las crónicas, indígenas amistosos y colaborativos. Será el momento en que Chiloé se incorpora a la Corona de España. Inmediatamente, la integración de la Isla será objeto de conversión religiosa, desplegando la Compañía de Jesús sus mejores oficios para hacer de la última posesión de la Corona un territorio plenamente católico y evangelizado. Ello, durará hasta el año 1767, año en que la orden jesuita es expulsada.

En la práctica, desde su constitución como territorio de conquista, la Isla de Chiloé comenzó a vivir un proceso de extrañamiento y se produce, en relación con Chile, un proceso de distanciamiento que refleja la misma distancia que podía haber con Lima o con el virreinato de la Plata en su última época. El conflicto, casi permanente con los grupos indígenas de Osorno, va configurando un tercer territorio, físicamente separado de Santiago por el territorio mapuche. De alguna manera, el centro de Chile y el norte chico se relacionan más constantemente que Santiago con la región de la frontera y este último a “mas de cien leguas allende la frontera del Bio Bio”, constituye una tierra ignota.

En este territorio, se reproduce de manera ampliada y en forma más profunda el proceso de pecu-liar germinación del mestizaje, que ya hemos visto florecer en la Isla de La Laja. En el territorio Chilote se producen fenómenos que reconfiguran de manera radical la manera de entender la apropiación del territorio que se conquista.

En primer lugar, la historiografía es coincidente en señalar que la población se debate en el más permanente aislamiento. Desde un inicio, los encomenderos locales se ven impedidos y con dificulta-des para proveerse de mano de obra, con la cual inventar formas de cultivo que sean coincidentes con las condiciones ambientales del territorio.

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Por mucho tiempo están obligados a convivir de manera cercana con las poblaciones indígenas y, en ese proceso, se desarrollan vinculaciones que transitan muy cercanamente por la convivialidad co-munitaria. Si a ese hecho, agregamos la temprana presencia de un fuerte contingente de jesuitas, que marchan por la isla grande, y por las muy numerosas pequeñas, en permanente proceso de conversión de las almas indígenas, estamos en presencia de una comunidad crecientemente simbiótica de modos de vivir la necesidad y la subsistencia.

Este fenómeno, independientemente de los alzamientos y de las pugnas permanentes por apro-piarse de la fuerza de trabajo y de los indígenas por regir el trabajo esclavo, producen una común sin-tonía para asegurar la manutención para paliar el hambre y la desnudez literal, con la que viven los habitantes, tantos mestizos y españoles pobres que, recurrentemente, son enviados desde Lima como parte de los contingentes militares. La isla se ha mestizado y la población aparece más y más homogé-nea y con evidentes dificultades, los censores reales, para identificar y categorizar la población:

“Consideramos que quienes realizan los cálculos de población, tropiezan con la infranqueable barrera de distinguir al mestizo en una sociedad, donde, al decir del ingeniero Lazaro Ribera en 1783, ‘ha cesado la distancia de las clases’. La frontera entre españoles e indios no existe con la nitidez que se aprecia en otras regiones indias, debido al uso común de la lengua india… y a la unión residencial” 43.

Evidentemente, en el siglo XVIII se ha producido un cambio cualitativo, que da cuenta de procesos y relaciones sociales que marcan de manera definitiva la configuración de una identidad territorial que apa-recerá, claramente, identificatorio de un ethos, que se distinguirá del resto de las configuraciones culturales que en ese momento están naciendo en la plétora de territorios y sub territorios de población, que más tarde se identificarán con el gentilicio de chilenos. Así estará cambiando aquella situación del siglo XVII que mostraba un predominio español, de primer nacimiento:

“Hasta fines del siglo XVII, la república de los españoles todavía es sinónimo de ascendientes de los primeros conquistadores y vecinos de la ciudad de Castro, excluidos los mestizos. A principios del XVIII, esta diferencia ha cesado y los escasos habitantes españoles, se diluyen en la acrecen-tada población de origen mixto, con ella la calidad de españoles” 44.

Los cronistas coinciden en señalar que el territorio se describe por su clima intolerante a la pre-sencia humana y los españoles de la primera hora se han envejecido en la pobreza. Muchos de ellos, creyendo haber adquirido honor y fortuna, se habían acostumbrado a una vida de hidalguía, sin colocar las manos en las labores productivas, como correspondía a la cultura ambiente feudataria de la Espa-ña, de la cual provenían. Transcurridos dos siglos, en tierras de Chiloé, habían devenido en la pobreza, teniendo que labrar la tierra en compañía de sus hijos y sus indios. Hablan beliche y estos ancianos encomenderos, de antigua prosapia, han quedado en la mayor orfandad, indigencia y mendicidad.

“Puede afirmarse que los españoles, tienen mas en común con los indios, con quienes conviven, que con los blancos del resto del Reino. Adoptan algunas costumbres y creencias de los natura-les, en aspectos que van desde la lengua hasta la concepción mágica del mundo, desde el modo de enfrentarse a la naturaleza hasta la rudimentaria arquitectura de su morada” 45.

43 Urbina, Orlando. (1983). La periferia meridional indiana: Chiloé en el siglo XVIII. Valparaíso: Universitarias de Valparaíso, pág. 43. 44 Ibídem, pág. 50. Op. Cit. 45 Ibídem pág. 108. Op. Cit.

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El ambiente psico-social adquiere connotaciones “dantescas”, cuando se añaden las series suce-sivas de agresiones enemigas, no solo de los indios, allende el canal de Chacao, sino de las series sucesivas de invasiones de los corsarios que, de tanto en tanto, establecen un modus operandi de hos-tigamiento que obliga a la población a una constante vigilia y a estar prestos a la toma de las armas escasas y desgastadas y a “arroparse” con ponchos de los telares indígenas para tapar las desnude-ces. La de los pies ya es una costumbre y la escasez de calzado ha obligado al total de su población a pisar a planta pelada. Los corsarios plantean, en forma permanente, la inutilidad de pensar una vida pacífica: por la situación de Chiloé, como llave del pacifico, está durante el siglo XVII y XVIII, expuesta a una serie sucesiva de mini invasiones y saqueos (Cordes, Castro, 1600; Spilberg, Carelmapu, 1651; Broker, Carelmapu y Castro, 1643; Cliperton, reconocimientos a la distancia, 1719; King, Fitz Roy, re-conocimientos, etc.). Osvaldo Mellafe plantea que la vida vital de las generaciones en Chile soporta muerte, terremotos, hambrunas y epidemias y que ello contribuye a definir en no poca medida, las ca-racterísticas psico-sociales del ambiente cultural de poblaciones completas46.

El territorio de Chiloé era un problema aun más grave que el existente en la zona central, denomi-nado Chile. Las posibilidades de mantener a la población con vida significaba ingentes inyecciones de reales situados, proporción de telas, yerba mate de paraguay y azúcar y sal, etc. Por ello, el año 1767, la Isla territorial fue separada de la Capitanía General de Chile y anexada al virreinato del Perú. Tal medida, pretendía acelerar la toma de decisiones, para una mejor administración de una territorialidad que se convertía en un punto estratégico de defensa de un poder inglés y holandés que pretendían “sentar reales” en alguna parte de los ciento de lugares al sur Chiloé. Por ello, se funda Ancud, la que más tarde será ungida como capital. La estabilidad de la población, por estas circunstancias, es alta-mente inestable y la angustia vital por una existencia permanentemente atravesada por la incertidum-bre. Ésta, más allá de lo habitual, dejará una huella de impermanencia de solidaridad colectiva, a excepción de la que se puede encontrar en el linaje familiar. Orlando Urbina describe salidas migrato-rias, por guerra o por hambre, de la población local:

“En 1567 la población ascendía a 120 hombres. Se reduce a 100 al año siguiente por haber salido el resto, con Martín Ruiz de Gamboa a las acciones contra los indios de Chile. En la entrada que hizo el holandés Cordes en 1600, murieron otros 40 españoles de Castro, pero llegaron otros tan-tos con Francisco del Campo el mismo año. Hacia 1604 los vecinos de Osorno y Valdivia se refu-gian también en Chiloé, luego de la destrucción de esas ciudades, aumentando la población española adulta en 200 personas. Se pueblan las villas de Carelmapu y Calbuco y se refuerzan las guarniciones de tropa reglada con asiento en esos mismos fuertes. En cambio, la población de Castro decrece al dispersarse sus vecinos por los campos inmediatos, luego del ataque de Cor-

46 Participamos de la propuesta de Mellafe Salas, cuando señala que “…No se puede negar la importancia en el carácter nacional de ciertas actitudes mentales de sus etnias formativas. Pero no hay que olvidar que las capacidades básicas de la conciencia individual y colectiva, del ego, se forman en el transcurso de miles de años, de un largísimo tiempo histórico, y que también cambian a través de procesos muchísimos más lentos que las vicisitudes históricos culturales, políticas y económicas, de un momento dado… es muy posible que el comportamiento cotidiano de los santiaguinos hoy día este más informado por lo que cotidianamente ocurría en los siglos XVIII, XVII, XVI, que con lo que aconteció ayer, la semana pasada o hace 15 o 20 años. Pero no con lo que sucedió una vez, un día determinado del siglo XVI, supongamos, sino con todo aquello importante que aconteció millones de veces todos los días: nacer, morir, enfermar, comer, sentir angustia, amor alegría, etc. Algo que fue tan importante y ocurrió tanto que aun hoy está presente en lo que dibujan los niños, en lo que soñamos, en la raíz de las palabra que pronunciamos: que se transformó en imagen indeleble, en un símbolo arquetípico”. Osvaldo Mellafe Salas, El acontecer infausto en el carácter chileno: una proposición de historia de las mentalidades, en Historia Social de Chile y América, Pág. 280, Editorial Universitaria, 2004.

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des. Por otra parte, desde la gran rebelión, desaparece casi completamente la inmigración ocasio-nal de individuos aislados a Chiloé. La llegada de elementos españoles y mestizos, sólo se produ-ce cuando se trata de gente de guerra para el reforzamiento de los fuertes, oficiales reales y autoridades políticas, o cuando se conducen desterrados. Por entonces –primera mitad del siglo– se puede constatar que el mestizaje está en plena vitalidad” 47.

La conclusión es relativamente fácil, para sustentar una explicación respecto de la incapacidad de consolidación de una población en términos de conquista, en los clásicos términos que se había esta-blecido por Pedro de Valdivia, aquella de conquistar el mayor espacio por medio de fuertes. Es decir aquel esquema que describe Mellafe Salas:

“Entre 1540 y 1553 se produjo la ocupación de una gran parte del territorio actual de la republica. En plena fase expansiva de los españoles en el Nuevo Mundo, el esquema de ocupación de asenta-miento aplicado por Pedro de Valdivia y sus lugartenientes, fue sustancialmente el mismo que se había perfeccionado en México y Perú. Si hubo algunas diferencias, estas surgieron más bien de fac-to y se refirieron a lo que podríamos denominar técnicas de dominio político… Se trató entonces de tomar posesión de la mayor extensión posible de territorio, fundando fortalezas o ciudades-fortalezas, en medio de las zonas que poseían una mayor densidad de población autóctona. La geografía pecu-liar del país, marcó sin dificultades la tarea: se avanzó de N. a S. entre la pared natural formada por la Cordillera y el Mar del Sur. La exploración y ocupación terrestre tuvo constantemente apoyo de nave-gación costera, como la había tenido la empresa de Diego de Almagro y Francisco Pizarro, que dio como resultado el descubrimiento de los territorios ocupados por el Imperio Incaico”.

Ese esquema se había interrumpido con la contención mapuche y, en el territorio de Chiloé, se di-luía en la inmensidad de la selva incógnita, la lluvia y las nubes. No había territorio a dominar o era esencialmente inasible. Existía una especie de sopor invernal para definir si el territorio sobre el cual comían y dormían estaba, definitivamente, conquistado o si era posible hablar de un esquema de domi-nación. Los fuertes se deshacen por el agua y la población no tiene esclavos o estos se sublevan y se esconden en la montaña. Nada del esquema de conquista esta funcionando en Chiloé. Y ello, solo permite dejar transcurrir los días y solicitar el traslado que nunca se autoriza. En esas condiciones, la vida siguió su curso y la cohabitación de mestizos e indígenas fue inaugurando una sólida cultura híbri-da y sincrética, que revolvió democráticamente las relaciones sociales y la propia sociabilidad se hizo comunitarista, indígena española y mestiza indígena.

“Por entonces, los españoles y mestizos se hallan dispersos por los campos en unión residencial con los indios, especialmente en la jurisdicción de Castro. Adoptan de los aborígenes las formas de relacionarse con el medio, su modo de moverse por el Mar Interior, se indianizan en cierto mo-do al preferir el uso de la lengua veliche, calzar tamangos y al ir haciendo suyos los mitos, supers-ticiones y creencias de origen indio. Allí, en el bordemar de la costa oriental de la isla Grande e islas adyacentes a falta de arados de hierro, cultivan con palos de luma los cortos pedazos de tie-rra limpia, mantienen un corto número de ovejas y porcinos, y usan el sistema de majada para fer-tilizar la tierra. Del mar obtienen casi todo su sustento empleando el método de recolección

47 Urbina Burgos, Rodolfo. “Chiloé, Foco De Emigraciones”. Académico del Instituto de Historia. Universidad Católica de Valparaíso, en sitio web www.memoriahistorica.cl

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mediante corrales. Aquí, el viejo conquistador se va haciendo marino, la dulca va reemplazando al caballo y el infatigable caminante del Nuevo Mundo va perdiendo su vocación continental. En Chi-loé, no se toca siquiera el enorme manto boscoso del interior de la Isla Grande, poblado de seres mitológicos. El bosque, que se derriba es el de la costa opuesta de la Sierra Nevada. En cambio, los mestizos e indios, son los que mayoritariamente se les ve aventurarse en las latitudes austra-les, no para colonizar islas y tierras firmes, sino formando parte de expediciones de reconocimien-to geográfico, avanzadas misionales que se emprendían desde Caylín o “confín de la Cristiandad”, en fin, búsqueda de enemigos, de ciudades perdidas como los Césares, dirigidos por autoridades militares o religiosas de Chiloé o como auxiliares de vecinos españoles, como los Barrientos de Castro que hicieron historia en la segunda mitad del siglo en la búsqueda de los Césares” 48.

Y en ese transcurrir de lentas épocas se comienza a configurar el tercer territorio popular origina-rio, a partir de la conjunción de dos culturas enfrentadas, inicialmente guerreras, que, finalmente, en-cuentran un modo de convivencia forzada y que por medio de ella la vida de familias cruzadas se desarrollan un ambiente doméstico de relaciones interétnicas.

EL TERCER TERRITORIO POPULAR ORIGINARIO.

El modo permanente de enfrentar la sobrevivencia, finalmente, horadó la cultura y el ethos de la cotidianeidad originaria de uno y otro grupo étnico y, mediante ese proceso, se reprodujo en la cotidia-neidad una cultura de potentes raigambres cosmogónicas que integró la fortaleza de los dos mundos imaginarios y que, finalmente, comenzó a parir sincretismos, transido de resistencias culturales, cuando en la cultura local predominaba la cultura indígena o transido de exclusión rebelde, cuando en la cultura local predominaba la cultura extremeño andaluza española.

En uno y otro caso, esta se reproducía, en estrecha lealtad a la incorporeidad de la divinidad del rey de España, que todo lo puede y todo lo sabe. Decenas de misiones religiosas fracasaron en repro-ducir el canon católico apostólico romano, pero tuvieron éxito en la germinación de una religión Chilota del Cosmos, en unión con la Tierra y el Mar.

“Chiloé inicia el siglo XIX con un hado adverso. Las campañas militares en las que los chilotes se vieron envueltos desde 1813 en adelante, los obligaron a movilizar la mayor parte de la gente jo-ven de la provincia, para servir a la causa del rey en Chile y Perú. Más de 3.000 hombres salieron del archipiélago entre 1813 y1820. La mayor parte no regresó. Hacia 1818 –según el Cabildo de Castro–, unos 800 combatientes habían caído en los campos de batalla, mientras el resto peleaba contra los patriotas en Chile y en el Alto Perú. El episodio representa el más significativo y masivo flujo de isleños hacia el continente en toda su Historia” 49.

Y en ese deambular, para apoyar al Rey soberano, los Chilotes se alistan con Pareja y, por prime-ra vez, la elite amayorazgada de Santiago observa con espanto a esos Chilote a pata pelada, esos rotos del sur, que se parecen tanto a los bárbaros indígenas. El “país de arriba”, dominante y encegue- 48 Urbina Burgos, Rodolfo. “Chiloé, Foco De Emigraciones”. Académico del Instituto de Historia. Universidad Católica de Valparaíso, en sitio web www.memoriahistorica.cl, pág. 7. 49 Urbina Burgos, Rodolfo. “Chiloé, Foco De Emigraciones”. Académico del Instituto de Historia. Universidad Católica de Valparaíso, en sitio web www.memoriahistorica.cl, pág. 8.

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cido por su ultima moda: la república amayorazgada se dispone a aplastar a sangre y fuego la ultima expresión de sublevación contra la civilización de ellos.

En ese trayecto deberán aplastar a los rotos de las Montañas de Chillán, sublevados con Benavi-des, los indios bárbaros de Mangin Hueno que, respetando el último parlamento, han cerrado filas con el rey de España en contra de los chilenos. El “tercer territorio popular originario Chilote” se encontrará con el “primero mapuche” y con el “segundo mestizo de la laja” para librar la primera guerra contra la colonización del país de arriba sobre los países de abajo.

Después de la derrota, una niebla cubre el destino de los chilotes de patas peladas. Con seguridad fueron acogidos por linajes familiares mapuches, allende la frontera del Bio Bio. Es posible que hayan acompañado a alguna hueste de arribanos, en su camino de comercio a las Salinas Grandes de la Pampa, en el sur de la hoy Provincia de la Rioja, Catamarca y norte de Córdova, en los innumerables caminos de conquista de botín, que dejaron en pampa argentina, las marcas de las rastrilladas de miles de guerreros y sus toldos. Freire irrumpe para anexar el territorio chilote al país de Chile. Solo la Tierra Mapuche quedará como “parche” entre el norte victorioso y el sur rendido. Y desde ese momento el flujo y la diáspora chilota comienza a inundar la multiplicidad de los micro territorios, en donde se ganará la vida”.

“El flujo comienza a ser incontenible a fines de siglo. Chilotes son los primeros pobladores de Puerto To-ro en 1892, de Porvenir en 1894, de Puerto Prat en 1899 y sobre todo de Puerto Natales en 1911, cuya población, a excepción de algunos extranjeros, es mayoritariamente chilota, en fin, chilotes también son los migrantes temporales que desde principios del siglo XX acuden a la esquila cuando las praderas magallánicas y argentinas comienzan a poblarse de ganado lanar y surge la estancia” 50.

Antes de esta derrota, toda la población chilota, se le llamaba la milicia, por cuanto todos concu-rrían a cumplir con su doble función de vecino y de guerrero. Después de las guerras de colonización de Freire, nunca más volverán a vestir uniforme de Chiloé. Eventualmente, lo harán como marinos de la Republica de Portales y de Andrés Bello. Se embarcarán porque deben paliar el hambre y se embarca-ran en las embarcaciones para desembarcar en Aysén o en la Pampa Argentina. Satisfacerán su atávi-co deseo inmigratorio de colonizar los llanos de Osorno, aunque esta vez lo harán como mano de obra barata para el colono privilegiado alemán.

Algunos alcanzaran a llegar a Loncoche y al sur de Cautín y, por poco tiempo, una o dos genera-ciones desarrollarán la utopía del propietario “farmer”, autónomo y comunitario. En Aysén, nuevamente se encontrarán con los colonos de la Laguna de la Laja que, a principios del siglo XX, estarán conquis-tando también sus pequeños territorios en el Sur de la Pampa Argentina y no pocos coincidirán en las salitreras del norte, convirtiéndose en obreros de combo y martillo.

En uno y otro lugar se continuará desarrollando un mestizaje a ras de suelo. Solidario y fraternal con las múltiples vetas por las que irá atravesando el pueblo mestizo popular.

50 Urbina Burgos, Rodolfo. “Chiloé, Foco De Emigraciones”. Académico del Instituto de Historia. Universidad Católica de Valparaíso, en sitio web www.memoriahistorica.cl. pág. 12.

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CONCLUSIONES PARA UNA CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDAD POPULAR ORIGINARIA.

El nacimiento de un conjunto de individuos provenientes de una matriz mestiza establece la nece-sidad de preguntarse por el momento aquel, en el cual, ese conjunto de masa mestiza se comienza convertir en actor social colectivo. Entendemos que, al igual que otros autores, en este actor social colectivo se anida el nacimiento de la cuestión social en Chile, para llamarlo en términos europeos del siglo XIX.

En definitiva, lo que nace cuando nace la cuestión social es el recuerdo y la memoria del devenir de un actor social histórico que desarrolla un discurso en un escenario y en relación con otros actores, o que bien comparten un desarrollo histórico de experiencias que significan el modo fáctico, mediante el cual han enfrentado una necesidad, de acuerdo a una cierta posición, en un escenario concreto delimi-tado por su intereses.

En ese proceso surge una identificación que, de ser persistente y reiterada, se constituye en un pro-ceso de auto identificación colectiva a partir de un lenguaje y cultura común. Se constituye, de esta manera un ethos cultural que, conforme se desarrolla este proceso de ida y venidas sobre la realidad, se renueva como principal mecanismo instrumental simbólico de adaptación a la realidad social situacional.

Es un actor que opera en un sistema social utilizando, como moneda principal de intercambio re-lacional, factores agregados de poder social, político, económico y cultural, que distribuye y redistribuye con otros actores sociales colectivos, con los cuales, eventualmente, establece alianzas o construye proyectos de acción colectiva que, conforme profundizan su complejidad, se podrán convertir even-tualmente también en proyecto político. En ese proceso, la acción colectiva estará disponible para la conservación o para la transformación del sistema social.

Este proceso que, caracterizado de esta forma, puede explicar una multiplicidad de procesos de acción colectiva universales es, también, una explicación consistente para identificar aquel proceso de conjunción originaría que se desarrolla en el siglo XVI, al friccionarse dos culturas: la de la conquista, como era la española, guerrera y religiosa y la indígena de vinculación telúrica con la tierra y de desa-rrollo de linajes familiares-comunitario tribal con múltiples y complejos linajes ampliados.

El actor social colectivo mestizo, que se constituye en la primera hora del nacimiento del siglo XVI, es una entidad social que sobrevive junto al alero mapuche o al alero español. La desigualdad de poder provenientes del enfrentamiento persistente durante centenares de años provocará, finalmente, la emergencia de una relación de dominación de una cultura sobre otra.

Y la cultura híbrida, nacida de la conjunción de las dos matrices originales, será obligada por el sistema social global a ocultar una identidad originaria. La columna vertebral del pensamiento de rela-ción inter social de la naciente cultura dominante criolla y transnacional mercantil triguera estará mar-cada por el persistente descrédito del roto y la asociación entre indígena y bárbaro como la principal situación indeseable de un país que opta por parecerse a la modernidad centro europea.

En buena cuentas, lo que se constituye al inicio es la conformación de un período de aglomeración mestiza, que constituye conglomerados dispersos de escasa valoración y significación social para la tam-bién naciente sociedad global criolla o metropolitana española, pero que contiene el germen étnico pobla-cional de una nueva conjunción bio-psico-social y cultural, que dotará a la cultura nacional y de la humanidad de una innovadora y comprehensiva cosmogonía en la historia de las culturas universales.

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Esa es la fuerza de lo que acontece desde el siglo XVI al siglo XIX. Lo oculto y ocultado de fenó-meno es que aparece un inédito ethos cultural, que inicia su transformación en una nueva territorialidad que comenzará a denominarse América latina, alejándose cada vez más de las nombradías integrado-ras a los centros integradores españoles, europeos y más tarde norteamericanos. Pero esa nueva terri-torialidad de América latina estará formada por una abigarrada germinación de nuevos territorios geográficos y culturales que comenzarán a transitar por el borde de las oligarquías señoriales y en ese terreno crearán el tipo primigenio de cultura popular con expresión política, si ello remite a una forma de dotarse de gobierno. En la profundidad de la montaña de la Isla laja y rechazando a la independencia de los criollos patricios surgió la primera expresión de gobierno popular campesino y popular. Articulado no a un partido o idea política, pero si a un imaginario de buena vida por la cual se debía luchar. Un poderoso ethos cultural mestizo había nacido.

Es un ethos inacabado y en permanente rediseño, tal como lo fue el ethos indígena y en particular, en nuestro caso, el ethos mapuche. Un rediseño que estará permanentemente exigido a demostrar adaptabilidad y sincretismo. Y, más tarde, capacidad de revolucionar las relaciones sociales de la so-ciedad mestiza latinoamericana.

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FE, ÉXTASIS Y DESACRALIZACIÓN EN LA FIESTA CHICA DE ANDACOLLO;

UN ACERCAMIENTO ETNOGRÁFICO MAURIZIO DINI PICCIRILLI*

RESUMEN La etnografía realizada durante la Fiesta Chica de Andacollo reconoció una multiplicidad de

formas de vivencia del culto a María en los diferentes segmentos sociales que presenciaron el ri-to. Quedó en evidencia el contraste entre el microcosmo representado por los peregrinos y el macrocosmo de los otros segmentos sociales (turistas, curiosos, jóvenes, excursionistas), quie-nes son portadores de prácticas de subjetivización orientada a la vivencia lúdica del encuentro que, en los últimos años, se ha convertido en una fiesta desacralizada de su significación origi-nal. Esta ambivalencia, se pudo observar tanto en la conducta explícita de los grupos entrevista-dos durante el trabajo, como en las entrevistas semi estructuradas. Tomando como referencias los resultados de campo, se puede sostener que el fervor popular y el esparcimiento constituyen hechos sociales destinados a marcar un nuevo hito en las investigaciones socio-antropológicas, en torno a la manifestación de lo sagrado del culto mariano chileno. Desde una interpretación an-tropológica, es posible aseverar que el fervor popular de los promesantes y fieles es un testimo-nio vivo del arraigo incondicional de la creencia religiosa en la Virgen, pese al advenimiento de la sociedad del consumo y los enfoques sociológicos que apresuradamente condenaron a la des-aparición los espacios cúlticos de la religiosidad popular. Este artículo, tiene como propósito ex-poner los principales hallazgos elaborados después de la prospección etnográfica realizada en el mes de octubre-noviembre del 2006 con alumnos de sociología. Esto, en el ámbito de las activi-dades de una cátedra de antropología cultural.

INTRODUCCIÓN

a fiesta chica, dedicada al culto de la Virgen del Rosario de Andacollo, representa un espacio privilegiado para la observación de aspectos religiosos del mundo andino (Guerrero, 20041), en lo que las creencias, vivencias, pasiones y contradicciones sociales aparecen en toda su autenticidad, desprendiéndose inclusive de la batahola de los bailes religiosos, los que

constituyen el núcleo simbólico de las celebraciones en honor de la Virgen de Andacollo.

Uno de los objetivos del trabajo etnográfico fue focalizar la observación participante en el mundo religioso y para religioso (el comercio y el turismo) que se desata, especialmente, en el día del culto llamado chico, de tal forma que se pudiera comprender como se expresa el credo mariano que, además de convocar a miles de peregrinos, despierta la curiosidad de turistas y viajeros.

* Sociólogo y docente, licenciado en Sociología y Diplomado en Metodología de Evaluación Educativa. Coordinador de la carrera de Sociología en el Instituto del Valle Central, sede La Serena y académico de la Universidad Central y Universidad Santo Tomás. 1 Bernardo Guerrero ilustró agudamente el significado antropológico cosmogónico de la religiosidad popular del norte grande de Chile; véase texto en bibliografía.

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Otro ámbito de observación fue comprender las formas de expresar la devoción en los diferentes grupos sociales que, sin mostrarse como los extasiados “servidores” de la Virgen, igualmente participa-ban del torbellino emocional de las danzas chinas y procesiones litúrgicas.

En efecto, el acercamiento etnográfico, merced el uso emic-etic (Taylor y Bogdan, 1986), produjo un acervo de consideraciones en torno a la forma de vivir la fe como un llamado (una predestinación) y la necesidad de presenciar un evento folclórico por parte de los turistas. Antes de realizar el acerca-miento etnográfico propiamente tal, el trabajo conceptual se fue articulando en torno a algunas conside-raciones preliminares.

El trabajo de campo consideró una triple estructura; el campo intelectual puede definirse como el espacio social en que tiene lugar la producción de bienes simbólicos de una sociedad; espacio que mantiene una autonomía real, pero relativa frente al campo del poder en el que esta inserto. El campo funciona como un sistema de relaciones que incluye obras, instituciones y agentes, y cuya dinámica corresponde a la competencia entre distintos grupos que pugnan por obtener legitimidad para sus pro-ducciones intelectuales y/o estéticas. Los escritores (o grupos de escritores) compiten por lograr ciertas posiciones dentro del campo, sea como intelectuales oficiales, marginales o emergentes. Para ello, despliegan determinadas trayectorias, asumiendo sucesivamente ciertas estrategias o tomas de posi-ción que dependen del lugar que cada uno ocupa en la estructura del campo (es decir, en la distribución del capital simbólico); posiciones que, por mediación de las disposiciones constitutivas de sus habitus, los impulsan a conservar o subvertir la estructura de aquél (Bourdieu, 1994):

a) La mirada del antropólogo que ha presenciado el desarrollo de un día de fiesta, participando desde adentro y desde afuera;

b) La perspectiva de los informantes, que por medio de su propio lenguaje procuran argumentar desde su propia subjetividad;

c) El punto de vista del aprendiz (el alumno y el docente), que entran directamente en el imagina-rio colectivo y personal de los participantes, intentando penetrar las emociones tal como se fueron aprehendiendo en el momento preciso (Mercado, 1996).

Las reflexiones que se presentan a continuación son el producto de un repensar los procesos de encuentro, creencias, opiniones y testimonios recaudados por la observación participante, en donde se dio realce a los grupos que presenciaron el evento (jóvenes, viajeros, turistas nacionales, extranjeros, peregrinos, lugareños y comerciantes).

Sin duda, uno de los aspectos más significativos a discutir es el impacto de la secularización en el culto a la Virgen, en lo que se puede afirmar que existen aún grupos que ponen al centro de su vida la fe, pero por otra parte, se pudo vivir la invasión del turismo de masa, que es portador de una visión diferente en las vivencias de la práctica religiosa y que da cuenta de una nueva sensibilidad.

CULTO MARIANO Y RELIGIOSIDAD POPULAR; ALGUNOS ANTECEDENTES

Este es un tópico que ha inspirado numerosos trabajos de campo, inclusive dentro de la experien-cia académica chilena. Aunque la religiosidad remonta a los clásicos de la sociología (R. Redfield con los folkways y mores del siglo XIX en Estados Unidos), se debe a autores recientes la exploración so-ciológica y antropológica de lo religioso. Si bien, el antropólogo mexicano R. Rosaldo intuyó la fecundi-

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dad de las emociones sociales, productos de eventos religiosos2, se atribuye a J. Van Kessel el haber generado estudios etnográficos y la consiguiente producción de conocimiento sobre lo místico en lo popular del norte de Chile (Van Kessel, 1970).

La cuarta región pertenece a un área de antigua influencia quechua denominada norte grande, el cual abarca el límite con Perú y Bolivia al norte y hasta Santiago por el sur (Helvilla, 20013). El empla-zamiento geográfico territorial es relevante para el intercambio social y migratorio que se provocó en el culto a la Virgen de Andacollo (siempre ha habido constante flujo desde las provincias argentinas ale-dañas), dado el sincretismo entre las prácticas de origen español y la de derivación indígena local. A diferencia de otras regiones del norte chileno, el paisaje religioso de la región de Coquimbo es marca-do, eminentemente, por la presencia de la matriz católica mestizo (fenómeno de las animitas, la diabla-das, las fiestas patronales) y en los bailes chinos, considerados endémicos de Andacollo, se encuentra el elemento catalizador o señuelo visible.

El fenómeno del culto mariano remonta a los periodos ancestrales del siglo XV, empañado del an-tagonismo entre el catolicismo ibérico y la identidad cultural autóctona, en cuya estructura se pueden hallar la evolución misma de la sociedad regional, por medio del intercambio entre pescadores, agricul-tores y mineros procedentes de lugares transandinos de las provincias aledañas, como de aldeas que-chua y aymará de más al norte.

La observación directa reveló la presencia difusa de la emoción como piedra angular del fervor. En lo que respecta a la búsqueda de la salud física y espiritual, esta supeditada al cumplimiento de las mandas “asignadas” a la Virgen. Esto no constituye, sin embargo, el móvil que ha venido seduciendo a la creciente masa de turistas, quienes cada año acuden con convencido orgullo a la Fiesta de traslado de la Virgen.

En este punto, el elemento central del acercamiento etnográfico consistió en evaluar, desde el tríplice enfoque que se explicó, el persistir del sentimiento presente en el peregrinaje y cómo este viaje de la espe-ranza de los tiempos modernos va de la mano con la relación de favores hacia la divinidad, pese a la difu-sa sensación de la perdida del significado de ser creyente, en el marco global del declive de los grandes relatos, donde la descreencia en la religión católica revelada es uno de los temas más discutidos.

De este modo, no solamente los bailes chinos se podrían adscribir a la satisfacción de las necesi-dades fundamentales (Mercado, 19964), sino que la esencia de la fiesta chica podría ser interpretada como una manifestación funcional a la colectividad humana, en donde se pide a la Virgen favores a cambio de una vida terrenal más alentadora. En el trabajo de gabinete pareció evidente que el persistir de la devoción mariana (inclusive por los que se definen no creyentes), sugirió una reorientación teóri-ca, que coloca al centro de la investigación antropológica los actores y los sujetos protagonistas (la visión “de los de abajo”, según la expresión de Van Kessel). De este modo, el mismo sentido del pere-grinaje y la religiosidad es una clave para definir la complejidad del entramado social, en donde la inter-acción es el portal de entrada a un significado inter subjetivo más amplio (Giddens, 2001).

2 En el trabajo Cultura y Verdad, Renato Rosaldo señala la matriz psico-antropológica de las emociones que están sobre la base del comportamiento social. 3 Helvilla, María Cristina (2001). Fiesta, Migración y Frontera; texto presentado al III coloquio de Geocrítica, ahora publicado en la Revista Scripta Nova, 94, 106 (Revistas electrónica de Ciencias Sociales), Barcelona. 4 Mercado, Claudio. (1996). Música y estados de conciencia en fiestas rituales de Chile Central; inmenso puente al universo.

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LA RELIGIOSIDAD Y EL RITO EN LOS GRUPOS SOCIALES La prospección etnográfica permitió reconocer algunos espacios de encuentro in situ, donde con-

vergen los diferentes grupos sociales que, hacia algunas generaciones atrás, atienden al desarrollo de la procesión de la Virgen, como a los carnavales de los bailes chinos.

Una de las discusiones en el diseñó de la observación centró el eje en la recogida de testimonios que pudiesen definir sea el espíritu y fuerza interior del peregrino, como aquel sentimiento colectivo que se vive en estados especiales de trance, en lo que connota a los promesantes en su actitud de devo-ción. En caso de que se demostrara la devoción como fenómeno aún socialmente relevante, hubiese significado, una vez más, que cierta parte de la religiosidad popular no ha perdido fuerza y que perma-nece, en la sociedad local chilena, una cierta cercanía con lo religioso (Guerrero, 2004: 53). En cambio, si hubiese primado una visión de una fiesta religiosa “bonita, que convoca a mucha gente” o que “sim-plemente me han contado que se pasa bien en ver tanta gente”, esto hubiese revelado una desestructu-ración del sentimiento, o de una suerte de profundo replanteamiento de la devoción (Van Kessel, 1987).

De todos modos, las dos formas de pertenencia marcaron el análisis de los resultados, pero, sien-do difuso el testimonio de identificación al culto mariano, es posible considerar este último como ethos que logra activar una dimensión específica del ser humano (Turner, 1969). Dado que el acercamiento etnográfico involucró a diferentes grupos sociales, a continuación se presenta una breve descripción de los temas emergentes y tipologías encontrados en las respuestas a las notas de campo y entrevistas (Taylor y Bogdan, 1986).

• Peregrinos.

Es el grupo en que se observó una creencia sincera hacia la Virgen Milagrosa, en donde la manda y la ofrenda asumen una connotación casi mitológica. No es un caso que la interpretación de los testi-monios sugieren una homogeneidad estructural en la cosmovisión del peregrino: ella es la madre que perdona y prodiga cariños y afectos. Su poder es de tipo psíquico mental5, en donde la creencia es vivida desde la infancia, ya que la transmisión de la devoción es un don que se hereda y se irradia hacia todos los miembros de la familia. Uno de los tópicos sobresalientes, se relacionó con el juicio que algunos fieles pronunciaron a propósito de la creciente indiferencia hacia la religión de la muchedumbre que asistió a la procesión: “Es que ellos, la gente, ya no creen, ya le importan otras cosas […] Pienso que la gente debería tomar esto como un mensaje para la conversión”.

• Jóvenes.

Si bien, la devoción del peregrino mostró la presencia de una estructura simbólica de identificación (Harris, 2000; Douglas, 1990), la forma de participación de los jóvenes no fue homogénea, habiéndose registrado un acervo de modalidades que van desde la profesión de la Fe, a una de llamado interior al viaje (pero no de conversión), a la del cumplimiento de un compromiso con algún familiar, hasta la so-cialización que ofrece el encuentro con miles de jóvenes procedentes de muchos lugares del país.

5 Se ha adoptado esta definición de la tradición francesa de estudios históricos sociales y antropológicos de Lucien Fevre, Marc Le Bloch, Jacques Huizinga y Claude Levi-Strauss, puesto que la consolidación de ciertos imaginarios y prácticas en el ámbito colectivo se convierten en pesadas estructuras mentales, por lo que resulta pertinente definir aquellas creencias como estructura mentales.

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En este sentido, la subida por la carretera que se emprende la noche anterior a la fiesta reprodu-ce la variedad de tendencias juveniles, mostrando todas las facetas de un segmento social inquieto, inseguro, frágil y en búsqueda de algún cambio radical en la vida. Los comentarios de los adolescentes, al igual que la manera de preparar la víspera (uso de alcohol, pequeñas riñas de camino, iniciativas de hermandad y episodio de auténtica generosidad), revelan micro mundos y conductas no traducibles a explicaciones tradicionales, inclusive, desde la sociología de la religión.

• Bailarines de las danzas chinas.

Representan un segmento especial dentro de la cosmovisión del culto a la Virgen dado que, para ellos, las danzas son los tributos más altos para demostrar “La Fe y el amor que a ellos le tributa la Virgen María”.

La composición social de los bailarines es variada, habiendo en ellos presencia de casi todo seg-mento social (campesinos, agricultores, arrieros, mineros, funcionarios del municipio, cesantes, em-pleados), por lo que ser bailarín equivale a ser miembro de un elegido número de personas que tienen el privilegio de ser parte de una cofradía. El bailarín, más allá de representar un estatus determinado (Van Kessel, 1980), es un intermediario entre el devoto y la Virgen, dado que la danza es el acceso a los estadios de conciencia más profundos que se crean con los efectos sonoros y la estructura coreo-gráfica. Se puede afirmar que, tal como lo señalaron algunos estudios (Van Kessel: 1980; Morandé, 1987), los bailarines son grupos que barajan muy bien su sentimiento e identidad religiosa y son cons-cientes del papel social que ejercen en la fiesta chica. Hasta los adolescentes e hijos de los danzantes poseen la convicción de que ser bailarín se hereda y se traspasa con el aprendizaje y es un oficio que la Virgen María valora, lo cual hay que custodiar como una tradición ancestral y una sabiduría especial.

• Lugareños.

Este grupo corresponde a los habitantes del pueblo de Andacollo; su manera de concebir la fiesta ha sufrido un radical cambio en los últimos años. Más allá de confirmar la presencia de los estados de necesidad material, que se entrevé en las comunidades locales chilenas (Mercado, 1996), la observa-ción etnográfica señaló un conjunto de reflexiones sobre el continuum tradicional-moderno, puesto que la comunidad andacollina vive el evento no solamente como devoción con la Divinidad, sino que evi-dencia un estilo de adaptación que, en varios casos, trasciende la simple necesidad de obtener un in-greso que brinda el turismo. Se han encontrados varios testimonios que relatan de la transformación incipiente del culto, desde una concepción espiritual y de gratuidad cristiana, a una práctica que utiliza lo religioso para activar los mecanismos de pequeñas actividades comerciales, dando paso a una in-fluencia de esta última a: ... “los imperativos individualista y hedonista de la sociedad de consumo” (Baeza, 1999).

• Funcionarios de la Municipalidad.

El imaginario individual y colectivo de quienes apoyaron a la comunidad esta poblado de un senti-do de orientación al cumplimiento del deber y de la vocación de servicio. Desde el análisis de las opi-niones, se descubrió que las personas que apoyaron a la comunidad son relativamente jóvenes, preferentemente de la zona, con tradición familiar católica, pero desde su perspectiva, no muy propen-

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sas a tocar el tema de devoción y de la fe, prefieren demostrar el “gran esfuerzo que ha hecho el Muni-cipio, para ofrecer a la ciudadanía un día especial ”.

• Turistas chilenos.

Este grupo, en su mayoría, expresó no profesar la religión católica, aun cuando algunos se definie-ron “admiradores de la Virgen”. Si bien, el culto a María pertenece al imaginario del turista chileno que visita la zona, el patrón recurrente en él es de admiración por la unicidad de las sensaciones que estar allí les produce. En varios turistas, la esencia del discurso vertió en conocer la manifestación “incontro-lable y caótica de la gran multitud que pide una gracia” y de la “emoción que produce la coreografía de los bailes chinos”.

Aparece con mayor evidencia que el turista que participa no lo hace con el propósito de sumergir-se en la devoción (como si fuera uno más de los fervientes), sino que desde una actitud de espectador es, a su vez, una “caja de resonancia” de relatos e imágenes para amigos, conocidos, colegas. Esto marca diferencias respecto a las formas de vivir la devoción que se encuentran en las crónicas históri-cas y en los relatos de misioneros que acudían a la procesión de la Virgen, no más allá de dos o tres décadas atrás (Helicilla, 2001: 2 y 36).

• Extranjeros.

Los turistas extranjeros, (los entrevistados procedían de Estados Unidos y España), han eviden-ciado una diferencia significativa respecto de los chilenos, que dice relación con la actitud de descubrir “las raíces de la cultura local, y entender la esencia de la herencia cultural de un glorioso pasado”. El turista extranjero quiere comprender la naturaleza y el sentido religioso de la devoción y para hacerlo no escatimó esfuerzos en intercambiar palabras con los sacerdotes y con algunos peregrinos que transita-ban por las salidas laterales de la catedral. Esta actitud se acerca a la del peregrinaje, a un viaje difícil, que se emprende sin saber exactamente lo que depara al que lo inicia. Luego, el misterio del viaje se revela el don del sacrificio por haber llegado tan lejos; una suerte de transculturación por medio del culto popular.

• Comerciantes. El mundo del comercio ha proliferado en las calles aledañas a la Plaza de Armas, por lo que se puede afirmar que la fiesta se ha convertido en una ocasión de encuentro masivo de compras “estilo pampilla” de las fiestas patrias coquimbanas. De acuerdo con los relatos de algunos feriantes, este segmento considera el evento como una ocasión para “lucrar y mover dinero”, dado que la gente que presencia el día de la Virgen va en permanente aumento años tras año. La observación de los puntos de encuentro neurálgico en algunos sectores de venta y la reconstrucción de los significados de los vendedores, como de peregrinos y fieles, demuestra la existencia de dos mundos, el del esparcimiento y consumo y aquel del recogimiento y plegaria. Estas dos dimensiones llegan a encontrarse, pero no se complemen-tan, ya que la lógica de la conducta hedonista, choca con el sentimiento de simpleza espiritual: esto es uno de los aspectos sobresalientes en que el microcosmo del fervor persigue una sensación sublime en

6 Helvilla María Cristina; obra citada, 2001; 2 y 3.

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la vivencia de una emoción, mientras la horda de personas desmitifica el rito, trasformando la celebra-ción en el santuario mayestático del consumo (Moulian, 1999). • Autoridades y representantes políticos.

Muy indicativo resultó ser la visión de la primera autoridad de la comuna (el Alcalde de Andacollo), quien indicó que la fiesta es un evento de “naturaleza social y de encuentro fraternal entre personas por lo que el compromiso de la Municipalidad es de ofrecer a la comunidad una estadía y un caluroso sen-tido de la hospitalidad”. Desde la elaboración de las entrevistas del Alcalde, como de otros funcionarios de la municipalidad, se desprende el cariz desacralizado y pragmático que, incipientemente, esta tras-formando la austeridad de lo divino en un carrusel donde prima la necesidad del consumo ostensivo de adquirir a toda costa; esto se pudo apreciar en los diálogos entre sujetos que transitaban en los lugares de venta de quincallería y ropa, que no tiene ninguna relación (ni siquiera iconográfica) con el evento religioso. En tal propósito, estos fenómenos son coherentes con el concepto del bazar de la cultura hedonista, lo cual tiene relación con un proceso de resignificación global y local en las capas más pro-funda de la cultura latinoamericana7.

LO PARADOJAL DE LO RELIGIOSO Frente a la observación de cómo las personas ponen en escena los diferentes roles y expectati-

vas, tanto individuales, como colectivas, surgieron diferentes planos de lectura que necesariamente ampliaron la visual sobre la expresión religiosa actual, abriendo universos creativos sobre el imaginario y el mismo modo de concebir las relaciones sociales, por medio del rito. En este sentido, se puede hablar de una multiplicidad de prácticas vinculadas al culto, algunas de profundo carácter simbólico litúrgico (mandas, gracias, promesas), otras de carácter más laico, de ser participe de un evento sobre-cogedor (los turistas nacionales, los excursionistas), y otra simplemente profana ligada al deseo de haber estado allí (algunos grupos juveniles, curiosos, viajeros).

Las diferentes representaciones que los informantes claves revelan de su micro mundo, autoriza a definir la persistencia e inclusive la consolidación del acto de Fe, por un lado (se nota el parte aguas entre las creencias del peregrino y la curiosidad de la muchedumbre) y de una actitud de desacraliza-ción de aquellos grupos sociales (comerciantes y consumidores compulsivos), quienes se amasan en las retaguardias de las calles adyacentes a la Plaza de Armas, dando vida a una suerte de mercado de las pulgas, por otro.

Cabe precisar que estos fenómenos deben ser circunscritos al evento de la fiesta chica y de nin-guna manera pretende definir estructuras de comportamientos más generales, sin embargo, es cohe-rente con la reconstrucción de las creencias fundamentadas por los actores entrevistados.

Por otra parte, la elaboración de los resultados pone en el tapete la discusión, de a lo menos cua-tro ejes vinculados con la representación de lo religioso de la fiesta chica:

7 Este proceso de cambio se suele definir como la secularización social, la cual afecta a los modos de ser y sistema de vida cotidiana de las personas, en lo que ya no tienen cabida el carácter trascendental intramundano y extramundano que había caracterizado el desarrollo de la primera etapa de la modernización.

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a) El peregrinaje es una experiencia mística que rompe con las tradicionales estructuras sociales y constreñimientos cotidianos (Van Kessel, 1987: 202) y es factor de agregación y de identidad poderosa, frente a la inseguridad de la vida del tiempo actual.

b) Lejos de estar en retroceso, la religiosidad expresada por los promesantes y fieles atestiguan un espíritu de identidad, el cual contrasta con los análisis de algunas tendencias que existen, en cierta parte de las ciencias sociales, sobre el eclipse de las creencias, católica y mariana (Ferrarotti, 19828; Morandé, 1987).

c) Pese a la afirmación de prácticas de racionalización del mundo actual y de las crisis de los grandes relatos, aún miles de personas viven espontáneamente su creencia, más allá de cual-quier consideración sobre lo que pregona la Iglesia católica oficial, la cual inclusive revela un alto nivel de sincretismo con el rito consagrado desde siglos.

d) Las lógicas individualistas y de consuno que caracterizan a la sociedad chilena actual, procu-ran acoplarse y despojar lo auténtico del mundo sagrado para perpetuar su estilo orientado a ensanchar el circuito de la entretención y la máquina del capitalismo.

Se puede sostener que la tesis de la destructuración del mundo andino junto con la pérdida de la identidad indígena que ocupó el interés socio-antropológico chileno de los últimos años (Van Kessel, Guerrero, 2004), debe ahora considerar la vitalidad en el estudio de las formas de pertenencias que atañen el ser humano en la profesión de la fe y tributo a la virgen del Rosario.

En buena cuenta, el ser devoto y participar del peregrinaje o vivir las formas de culto, si bien tiene el apogeo visible en la culminación de la procesión, es algo que se lleva adentro todo el año, desde siglos, y esto es el sello de una cercanía con lo sublime, lo cual recuerda los preceptos más canónicos del credo cristiano, de soportar estoicamente, del postular a una condición de pureza y simpleza de espíritu.

Todo esto contrasta con la conducta hedonista, de descreencia que esta asociada al comporta-miento compulsivo de segmentos sociales que se acercan al culto solamente por cumplir con lo que prescribe el estándar de la entretención de la sociedad del tiempo libre (Featherstone, 20009).

En tal propósito, uno de los resultados de mayor significado de la prospección etnográfica realizada se encuentra en esta bisectriz temática, entre una creencia alimentada por la devoción místico, por una parte, y un conjunto de prácticas profanas, secularizadas, productos de la vorágine del modo de vida glo-balizado, por la otra. Es muy visible en las impresiones del observador atento esta marcada ambivalencia de dos mundos que se mezclan, pero que no dialogan ni tampoco procuran superar las capas de indife-rencia que los caracteriza, pese a que el rito es un espacio de búsqueda intercomunitario y ecuménico. El mundo de los fieles devotos que se mueve como una danza pausadamente sincópata de los bailes chinos, en donde se vive un tiempo y espacio único, son a menudo disturbados por el bullicio estrambótico de la muchedumbre que se aglomera en las calles donde se lleva a cabo el circo consumista.

Ese carácter dual que aquí aparece como eje de discusión contrasta con algunos trabajos antro-pológicos en los que se dio realce al significado más lúdico de la fiesta, la cual es un momento; “pasarlo

8 Ferrarotti, Franco y Cipriano, A., son dos sociólogos italianos que en los años ochenta han estudiando exhaustivamente el fenómeno de lo sagrado en el contexto de los procesos de transformación que ocurren en la transición desde sociedad tradicional a moderna. 9 Featherstone, Mike. (2000). Cultura del consumo y postmodernismo. Buenos Aires: Amorrortu.

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bien, para reír y ver a los amigos y conocidos, a los familiares de los otros pueblos, un día para comprar y comer” (Mercado, 1996: 2)

Esta visión no coincide con la elaboración de los datos cualitativos de la presente etnografía, dado que este carácter lúdico que se le atribuye a la conducta de las personas corresponden más bien a los grupos que no viven el evento desde el sentimiento sagrado, sino que participan desde afuera de su desarrollo; mientras que la permanencia en los lugares de expresión del rito ayudó a identificar el fervor estático, la contemplación y los gestos que marcan el perfil del fiel, cuya presencia es un llamado a la Virgen para el cumplimiento de un compromiso.

CONCLUSIÓN Y DISCUSIÓN Los argumentos elaborados en los párrafos anteriores permiten abrir el espacio de reflexión en tor-

no al complejo fenómeno de la devoción popular. Es preciso afirmar que la prospección etnográfica emprendida en un solo día, lejos de reducir la discusión sobre un enfoque determinado, optó primero por describir las vivencias fundamentándolas desde los mismos protagonistas, pudiendo así dejar de manifiesto, en un hipotético continuum, el carácter plural asociado al sentimiento de devoción, por un lado, y de total indiferencia, por el otro.

En segundo lugar, los temas hallados en los informantes no fueron asociados a esquemas teóri-cos metodológicos preconcebidos, sino que los datos del trabajo de campo fueron reconstruidos de acuerdo con los procedimientos de la metodología cualitativa sugerida en la codificación etnográfica (Taylor y Bogdan, 1986)

Sucesivamente, los relatos, afirmaciones y opiniones sirvieron para conceptualizar la realidad, ba-sando inicialmente la reconstrucción en el conocido esquema de la teoría de primero y segundo orden (Taylor y Bogdan, 1986), por la cual el investigador analiza aquellas creencias emitidas por los sujetos confrontándolas con la comprensión del antropólogo.

Las opiniones fueron sometidas a una interpretación densa (Geertz, 1990), en que los relatos y respuestas se definieron ocupando categorías de codificación de los entrevistados. Dichos códigos, dicen relación con los diferentes niveles de significación que los sujetos han revelado en su propia rea-lidad de participación del evento.

Finalmente, es posible sostener que la interpretación desde adentro del rito mariano, merced el con-trol de la arbitrariedad subjetiva, delineó la inteligibilidad con la experiencia mística del devoto, el cual tras-ciende su aspecto cotidiano para entrar en la dimensión de éxtasis religiosa que produce el apego fiel a la Virgen; esto se pudo observar en el nivel de emoción que aumenta al acercarse al altar de la iglesia.

Por otra parte, la interpretación da paso para una consideración relevante: los aspectos ambiguos en la vivencia del evento religioso, en el cual el eje de fondo es la actitud profana asociada a una práctica que se puede definir de subjetivación y desinstitucionalización de la experiencia del culto.

En un ámbito, la devoción se vive aún como la afirmación de una experiencia de conversión y amor, en el otro, hay que distinguir entre diferentes situaciones sociales, por edad y grupo de pertenencia.

No obstante, lo que sugiere la síntesis final del trabajo es la dicotomía entre la identidad y sentido de pertenencia de los devotos y la variedad de formas de participar del rito, por parte de todos aquellos grupos no rotulados como fieles. La vivencia desde afuera, por parte de la plétora de personas que acuden a la fiesta, descansa en una serie de aspectos que van desde el desencanto hasta las formas

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más hedonistas. Este modo de marcar la presencia, pone algunas interrogantes epistemológicas entor-no a la validez del concepto de secularización, el cual mal se presta para la comprensión de los pode-rosos procesos de cambio que sacuden la manifestación de lo sagrado en el culto de la Virgen del Rosario.

Se advierte la necesidad de repensar todos los componentes simbólicos, rituales y relacionales que se expresan en la telaraña de significados de la fiesta chica de Andacollo, por la cual, es funda-mental continuar la investigación desde los actores sociales y la complejidad del microcosmo del credo y macrocosmo del persistir vigoroso del culto local.

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REFLEXIONES EN TORNO A LA RELACIÓN ENTRE LOS JÓVENES Y LA

POLÍTICA A LA LUZ DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL SECUNDARIO

SALVADOR MATURANA ROGERS*

RESUMEN La relación entre los jóvenes y la política ha sido un tópico de análisis bastante prolífico

luego de la vuelta al sistema democrático. En ese contexto, uno de los hechos de mayor relevancia dice relación con el creciente desinterés que los jóvenes muestran por la políti-ca, hecho que ha generado un imaginario social tradicional respecto a la juventud que la define desde la apatía, desafección e indiferencia hacia los asuntos públicos y la socie-dad en general.

El presente artículo intenta realizar una revisión, basada en algunos indicadores empí-ricos y teóricos, de la relación entre los jóvenes y la política, pero desde la nueva pers-pectiva que supone la manifestación del Movimiento Estudiantil Secundario durante el año 2006. Tal perspectiva implica observar el fenómeno ya no desde el prejuicio que impronta el imaginario social tradicional respecto a la juventud, sino desde preceptos fundados en la participación social, el asociativismo y el capital social. De ello, derivan algunas re-flexiones que tienen por objetivo consignar la necesaria reconsideración desde la cual hay que continuar tomando como objeto de estudio a este actor social.

INTRODUCCIÓN

urante el año pasado, el país fue testigo de un acontecimiento que, sin duda, llevó a muchos de nosotros a reflexionar sobre la coyuntura social y política de nuestro país, particularmente, en consideración a uno de los actores sociales que más rezago había mostrado durante la vuelta a la democracia; a saber, los jóvenes y estudiantes de

nuestro país.

En efecto, la situación vivida a propósito de las manifestaciones del Movimiento Estudiantil Secunda-rio nos llevaba a reflexionar y poner en tela de juicio el imaginario típico que se tenía de los jóvenes hasta aquel entonces: el que los definía como un colectivo de individuos pasivos, indiferentes e incapaces de participar de la sociedad en que viven. A partir de lo que fuimos testigos, queda la percepción que, en rigor, los estudiantes no son tan pasivos ni indiferentes frente a las condiciones de su existencia como actores sociales, hecho que lleva a reconsiderar los aspectos que definen el estado en el cual se encuentra la histórica relación entre los jóvenes y la política. En tal sentido, la capacidad que tuvo el Movimiento Estu-diantil para alzar sus demandas frente a la opinión pública y poner en jaque a las autoridades guberna-

* Sociólogo, Universidad Central. Investigador del Centro de Estudios y Opinión Pública de la Universidad Central (CESOP-UCEN). Email: [email protected]

D

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mentales en pro de la satisfacción de aquellas, fue una verdadera lección de organización que a muchos dejó perplejos. Es, precisamente desde aquel contexto, no por pretérito extemporáneo, que interesa abor-dar en este artículo lo que, históricamente, se ha tematizado como la relación entre los jóvenes y la políti-ca, aprovechando la instancia para reactivar la importancia sociológica de la discusión que durante la existencia de las manifestaciones se volcaba en la opinión pública y política.

Hasta aquel entonces, pareciera ser que la mirada o visión colectiva de los jóvenes respecto a nuestro país, sus necesidades, sus proyectos de realización, forma en que observan, experimentan y –en suma– construyen nuestra sociedad, había perdido relevancia dentro de la agenda de temas públi-cos de nuestra nación. A juicio de muchos, la causa de esta situación podría deberse, a grosso modo, a la existencia de un imaginario social que construía la identidad de los jóvenes desde el desinterés, la indiferencia y la pasividad que exhibían con respecto a los medios y procesos institucionales mediante los cuales se definen las orientaciones globales de la sociedad. El “no estar ni ahí” era la consigna con la que se describía el discurso colectivo de los jóvenes y estudiantes de nuestro país.

Sin embargo, como ya dijimos, lo ocurrido a propósito de Movimiento Estudiantil Secundario obli-gaba a repensar la situación, pues tal imaginario no era capaz de contener, ni menos aún, explicar lo que estaba ocurriendo con ese grupo de jóvenes estudiantes de educación media que se organizaban en torno a la prosecución de un objetivo común y que con sus manifestaciones eran capaces de instalar sus demandas como ningún otro movimiento social lo hizo desde la vuelta a la democracia.

EL CONTEXTO INSTITUCIONAL DE LA RELACIÓN ENTRE LOS JÓVENES Y LA POLÍTICA

La discusión respecto de las causas que han determinado tal situación ha sido extensa y tiene ya larga data, dándose con mayor auge y profusión a partir de la vuelta a la democracia. En rigor, la pre-gunta remite a los factores que provocan los crecientes niveles de desafección y desinterés por la polí-tica que, sistemáticamente, demuestran los estudios, hecho inquietante si se le considera dentro de un contexto institucional democrático donde se supone hay más y mejores posibilidades de participar del proceso político general.

Desde una perspectiva histórica, algunos autores señalan que parte importante de este fenómeno se debe a los cambios institucional-políticos que ha sufrido nuestra sociedad en la última mitad del siglo pasado. A este respecto, Garretón (2004) sostiene que durante la época del denominado “Estado de Bienestar” la política era el acceso más importante de las grandes masas al Estado, siendo el principal proveedor de bienes, servicios, legalidad y protección para las masas, aun cuando ello se cumpliera en forma inadecuada. Política y Estado eran la fuente de acceso al bienestar material. Incluso, además de fuentes de sentido para la vida social, eran elementos dirigentes de la vida de una sociedad o un país, lo que en el caso chileno se daba en un contexto político democrático. En aquel entonces, el Estado y la política eran los referentes básicos de las identidades y acciones colectivas.

En la misma línea argumentativa, Bustos (1997) señala que la política era la actividad que permitía a la matriz sociopolítica1 desarrollarse y tener la capacidad de resolver las tensiones que de vez en cuando se producían entre los distintos actores sociales, además de definir la conducta, actitudes y 1 Concepto utilizado por Manuel Antonio Garretón para referirse a la forma de articulación que surgió en Chile y en América Latina entre el Estado, el sistema político y la sociedad civil.

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comportamiento de las personas en la sociedad. En efecto, era concebida y percibida como una activi-dad social que ayudaba a fundamentar la forma en que cada individuo se relacionaba con la realidad. Los jóvenes mantenían una relación estrecha y cotidiana con la actividad política, a través de la cual ellos sentían que contribuían a dar sentido a la acción social colectiva. En otras palabras, la actividad política era concebida un medio efectivo y legítimo para provocar transformaciones en el entorno social y ser un sujeto histórico.

Sin embargo, las transformaciones estructurales realizadas a nuestra institucionalidad durante el go-bierno militar –y en especial las derivadas de los cambios ocurridos en el ámbito social a partir de las con-secuencias del modelo de desarrollo económico de “libre mercado”– modificaron parcialmente tal matriz sociopolítica. A causa de ello, podría sostenerse que hoy en día la política ya no ejerce la misma influencia ni ocupa el status de privilegio del pasado, en tanto ya no tiene el monopolio de la provisión de medios, bienes y sentido social de antaño. Además, los espacios de socialización política tradicionales también han cambiado, pues la actividad política como eje articulador y dinamizador de las relaciones sociales se ha desplazado hacia otros ámbitos que no obedecen necesariamente a proyectos colectivos predefinidos, ni responden a los intereses y preocupaciones de las personas (Bustos, 1997).

La situación histórica recién descrita ha generado cambios significativos en la cultura política, los que, indudablemente, afectan a la sociedad y sus actores de forma transversal toda vez que la política, además, ha perdido capacidad de atracción hacia los distintos segmentos de la población, indistinta-mente al rango etario o la clase social a la cual pertenezcan. En efecto, como señala Garretón (2004), la política pareciera no seducir a los jóvenes, pero tampoco a los adultos, situación que se tematiza como una “crisis de la política”, producto de una institucionalidad que no se adapta a las nuevas diná-micas de la sociedad chilena (crisis de representatividad, sistema electoral binominal, conductas políti-cas irregulares y/o deshonestas, etc.).

LA RELACIÓN ENTRE JÓVENES Y POLÍTICA SEGÚN LOS DATOS En consideración a lo planteado, no resulta extraño que desde la vuelta a la democracia las cifras

de los distintos estudios que se vienen realizando al respecto demuestren un incremento sostenido del desinterés o desafección de los jóvenes con respecto a la política. En concreto, hay ciertos hechos evidentes y comprobados a través de diversos estudios que demuestran un claro detrimento de la rela-ción entre los jóvenes y la actividad política en sus diversas expresiones. A modo de contexto, se hará una breve revisión de algunos datos empíricos relativos a esta problemática.

a) Inscripción electoral juvenil Uno de los temas con los cuales se ha evaluado tradicionalmente el poco interés de los jóvenes

por la política refiere a la inscripción electoral. En efecto, es irrefutable el hecho de que los índices de inscripción electoral juvenil han disminuido de manera sostenida a partir de los años noventa, particu-larmente, luego del plebiscito de 1988. Según datos del Servicio Electoral de Chile, los jóvenes de entre 18 y 19 años representan el 1% del total de inscritos del país, mientras que los de entre 20 y 24 un 3,4% y los de entre 25 y 29 un 5,2%. Considerando la cantidad de jóvenes inscritos en los registros electorales al 15 de marzo del año 2000, en los diversos subgrupos de edad se observa que el 66,1%

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de los inscritos corresponde a jóvenes entre 25 y 29 años, el 28,9% a jóvenes de 20 a 24 años y sólo un 4,9% alude a sujetos de 18 y 19 años (Servicio Electoral de Chile, 2000).

Asimismo, según datos de la Cuarta Encuesta Nacional de Juventud (INJUV, 2004), el porcentaje de hombres jóvenes inscritos supera al de las mujeres (29% frente a 25%), mientras que respecto a la locali-zación se observa que en zonas rurales hay un leve predominio de jóvenes inscritos (29% frente a 27% en zonas urbanas). Considerando las diferencias socioeconómicas, en el nivel alto hay una mayor cantidad de inscritos (36,6%) en comparación con el 24% del nivel medio y 24,9% del nivel bajo.

En relación a la evolución del porcentaje de inscripción en los registros electorales para los jóvenes de entre 18 y 29 años, se observa que la cantidad de jóvenes inscritos en el 2003 respecto de 1997 ha disminuido en más de la mitad, pues durante 1997 un 58% de los jóvenes estaba inscrito y al año 2003 aquella cantidad se redujo a un 27% (INJUV, 2004). Sin perjuicio de lo anterior, datos obtenidos de un estudio hecho por el CESOP-UCEN (2004) a los Cuartos medios de la Región Metropolitana, demuestran que sólo un 26% de los jóvenes piensa en la posibilidad de inscribirse, mientras que un 28% asegura que nunca se inscribirá, un 20% por el momento no pensaba inscribirse, un 17% lo estaba pensando y un 8% nunca lo había pensado. Además, este mismo estudio demuestra que, con respecto al tipo de sistema electoral, la mayoría de los alumnos (63%) prefiere la inscripción y votación voluntaria.

Atendiendo al segmento de jóvenes que no se inscriben, la encuesta del INJUV (2004) recaba en las posibles causas de la abstención. En tal sentido, la mayor parte de los jóvenes no inscritos declaran no tener interés por la política (41,5%). Otra parte importante de las explicaciones de los jóvenes tiene que ver con la percepción de políticos desmotivadores (12,6%), la falta de tiempo (11,7%), las dificulta-des del trámite (10,8%) y la desconfianza en los candidatos (7%). En cuanto a la falta de tiempo, esta razón disminuye a medida que aumenta la edad para ser desplazada en su ubicación por la poca atrac-ción de los políticos. De tal modo, la responsabilidad que se le asigna a los políticos por la baja inscrip-ción tiende a incrementarse con la edad, lo que podría testificar que a medida que los sujetos acumulan tiempo dentro del sistema van perdiendo interés por votar, pues se van percatando de que los actores políticos no cumplen sus expectativas.

La encuesta, también pregunta al segmento de jóvenes inscritos si acaso volverían a inscribirse en los registros electorales, en el caso hipotético de que se les diera nuevamente la oportunidad de hacer-lo. Al respecto, menos de la mitad de ellos renovaría la inscripción (47,6%), básicamente en razón de que el voto es considerado por ellos una forma de expresar su opinión, la posibilidad de elegir represen-tantes y, además, hablar fundadamente sobre temas de política. Sin embargo, de quienes no renovarí-an su inscripción, cabe destacar que la mitad no lo haría porque se declara desinteresado en la política o se ha sentido decepcionado por la oferta política (36%). En tal grupo, priman los criterios de desilu-sión (15,9%), desmotivación (11%) y desconfianza (9,5%) en los políticos.

Para finalizar, cabe señalar que los datos expuestos a propósito de la inscripción electoral indican que hay una cantidad significativa de jóvenes que tuvo algún interés en la política al momento de registrarse para votar, pero este se fue perdiendo con el transcurso del tiempo. La relevancia de tal dato radica en que demuestra un desencanto con la oferta política más que un desinterés en los asuntos públicos.

b) Percepción y valoración de la democracia Según la encuesta del INJUV (2004), aproximadamente, un 75% de los jóvenes considera que la

democracia “les sirve”. Al respecto, una de las principales diferencias se aprecia en la dimensión gene-

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racional, pues los menores de 25 años reflejan mayor confianza en la utilidad de la democracia. Ade-más, el status socioeconómico es una variable que también genera diferencias, ya que mientras en el estrato alto un 86% de los jóvenes considera que la democracia “les sirve”, esa misma apreciación disminuye a un 70% en el estrato bajo. Este es un dato que podría explicarse en razón de que la demo-cracia se evaluaría desde una perspectiva de realización económica, en tanto posibilidades de inclusión que esta ofrece. En tal sentido, es lógico suponer que quienes tienen mejores y mayores probabilidades de integrarse económicamente (en este caso, los individuos de estrato socioeconómico alto) evalúan de modo más optimista el sistema, pues ellos han podido gozar de los beneficios que aquél otorga en ma-yor medida que quienes pertenecen a los segmentos más excluidos de la sociedad (en este caso, los individuos de estrato socioeconómico bajo). De lo anterior, podría decirse que el referente según el cual se valora la democracia está determinado, en parte, por un proceso evaluativo respecto de la situación de desigualdad social que genera el sistema, por lo que cualquier perjuicio que experimente el individuo en el ámbito de su inclusión y/o integración como actor social tendrá como respuesta un juicio valorati-vo negativo hacia el sistema sociopolítico del cual es parte.

En términos generales, la gran mayoría de los jóvenes considera que la sociedad chilena es democrática (94%). No obstante, más de la mitad de estos (55%) afirma que la democracia requiere perfeccionamiento, grupo que corresponde mayoritariamente a jóvenes urbanos de estratos medios y altos. En cuanto a las ca-rencias de la democracia, la crítica se inclina hacia el problema de la inequidad, por cuanto un 48% de los encuestados apela a la falta de oportunidades y un 36% a la desigualdad social. Lo anterior evidencia un hecho interesante, toda vez que al provenir la crítica desde los sectores socialmente más integrados, estaría-mos frente a un grupo de jóvenes que en su discurso apela a una sensibilidad social que genera una visión altruista y reflexiva respecto de la sociedad que debiese construir.

c) Afiliación política e identificación partidista

Según datos del INJUV (2004), la identificación de los jóvenes con alguno de los conglomerados políti-cos tradicionales de nuestro país ha decaído con el pasar del tiempo. De hecho, aquellos que no reconocen identificación con algún conglomerado político tradicional pasan de 32% en 1994 a un 74% en 2003.

Los jóvenes tampoco muestran mayor identificación con los partidos políticos (85%). En todo caso, entre los que sí declaran adhesión política, predomina la identificación con la Concertación (6,8%), siguiéndole la Alianza (4,8%) y el partido comunista (2,7%). Aquí, es interesante observar que la identi-ficación política responde principalmente a una orientación que podría calificarse como reflexiva; es decir, por “las ideas” (23%) o “valores e ideales” (22%), lo cual corresponde al perfil del ciudadano pre-ocupado por los asuntos públicos. Otros valoran la capacidad de liderazgo institucional o personal (11% cada uno). En los restantes (33%), la adhesión es menos reflexiva y remite a la influencia familiar (12%), la confianza (7%), el conocimiento directo (5%) y otros factores (9%).

Por último, con respecto a las formulaciones que definen la adhesión política, la encuesta muestra claras diferencias entre la Concertación y la Alianza, dentro de proposiciones similares. En la Alianza prefieren las “ideas” y en la Concertación los “ideales”, a la vez que los primeros valoran la capacidad para dirigir el país y los de la Concertación el hecho de que “ya los conocen”.

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d) Confianza en las Instituciones Otro aspecto desde el cual se trata de apreciar la percepción de los jóvenes acerca de la política y la

sociedad en general, remite al nivel de confianza que tienen en las diversas instituciones que la componen. Según datos del INJUV (2004), la familia es la institución social que concita más confianza entre

los jóvenes (97%). Le siguen los servicios públicos Educacionales (Universidades y escuelas o liceos con 81% y 80%, respectivamente), los de Salud (hospitales, postas y consultorios con un 64%), los de Seguridad (Carabineros con un 57%) y la Iglesia Católica (53%).

La percepción positiva de los jóvenes con respecto a los servicios públicos cambia al referirse a las instituciones políticas representativas del gobierno y las judiciales. En efecto, las cinco instituciones de este tipo que se incorporaron en la encuesta ocupan los niveles más bajos de confianza entre los jóvenes. Los datos muestran que la instancia que mayor confianza inspira es la Municipalidad (41%), siguiéndole el Gobierno (33,7%), el Sistema Judicial (20%) y el Congreso (18,4%). Finalmente, sólo un 9% de los jóvenes dice confiar en los partidos Políticos, siendo la institución que menos confianza con-cita. En similar perspectiva, según datos del estudio de CESOP-UCEN (2004), en los alumnos de cuarto medio de la Región Metropolitana, las instituciones que menos confianza generan son el Congreso, los Tribunales y los partidos políticos.

En cuanto a la confianza que tienen los jóvenes hacia los representantes de las instituciones, se observa que los niveles tienden a coincidir entre instituciones y personas, con la excepción de los pro-fesionales de la salud y el Presidente, cuyas evaluaciones son un poco mejores que las del Sistema de Salud y el Gobierno, respectivamente. Como es de esperarse, los personeros políticos son los que menos confianza inspiran, pues los Senadores y Diputados aparecen con un 12,4% y los Políticos con un 7,7%. Asimismo, para los alumnos de cuarto medio de la Región Metropolitana, el grupo que influye de forma más negativa en el país son los políticos (CESOP-UCEN, 2004).

Como vemos, la percepción negativa del sistema político se agudiza en modo particular respecto de la actividad partidista. En efecto, según Thezá (2003), la mayoría de los jóvenes coincide en que los partidos políticos no representan los intereses e inquietudes de los jóvenes, ni tampoco se preocupan por ellos. Esta situación también la demuestran los datos, pues la gran mayoría de los jóvenes (78%) considera que los políticos no representan sus inquietudes (INJUV (2004).

Frente a este panorama de desconfianza, ausencia de motivación y nula sensación de representa-tividad es coherente la constatación de que la militancia en los partidos políticos sea numéricamente insignificante. e) Participación social y asociatividad

Según datos del INJUV (2004), el vínculo social fundamental que caracteriza la cultura juvenil es la asociatividad referida a las redes de amistad. En general, todos los jóvenes tienden a desarrollar rela-ciones sociales con algún grupo de amigos (76%).

En cuanto a los jóvenes que participan en organizaciones (47%), se observa que la mayoría lo hace en clubes deportivos (20%) y en grupos religiosos (14%). Inversamente, las organizaciones en las que menos se participa son los centros de alumnos (2,6%), los scouts (menos del 1%) y los partidos políticos, estos últimos con un porcentaje de participación muy marginal. En todo caso, la encuesta registra el auge de nuevos tipos de organización como las comunidades virtuales, los grupos de hob-

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bies y los grupos de voluntariado, todos ellos con mayor incidencia en los grupos socioeconómicos altos y los menores de 20 años.

En cuanto a los alumnos de cuarto medio, acorde a los datos del CESOP-UCEN (2004), un 49% de aquellos manifiesta participar en algún tipo de organización, de los cuales un 56% son hombres y un 42% mujeres. La mayor parte de los alumnos que participan en organizaciones lo hacen en clubes de-portivos (20%), grupos de iglesia (17%), organizaciones cristianas (16%) y grupos artísticos (11%). A su vez, las organizaciones en las que menos se participa son los clubes sociales (3,7%), los scouts (3,3%) y los partidos políticos (1,4%).

Ahora bien, según el INJUV (2004), existe una proporción de jóvenes que, si bien no participan en organizaciones, sí manifiestan cierto interés en participar. La iniciativa frente a la cual los jóvenes mani-fiestan mayor interés por participar son los grupos de voluntariado (35,4%), especialmente las mujeres (41,3%), los menores de 20 años (38,5%) y los jóvenes de menores recursos (39,2%). Los grupos cul-turales constituyen otro tipo de instancia de participación que despierta el interés de una cantidad im-portante de jóvenes (30,5%).

En general, quienes mayor interés muestran en unirse a organizaciones son los jóvenes menores de 20 años y los de menores recursos. A ambos les interesan los clubes deportivos, los grupos de vo-luntariado, los scouts y las comunidades virtuales. Los más jóvenes se interesan también en centros de alumnos y grupos de juego, a la vez que los jóvenes de menores recursos se interesan por los grupos religiosos y culturales. De tal modo, hay un amplio rango de organizaciones en las cuales quisieran integrarse jóvenes que, actualmente, no participan, situación que se condice con el hecho de que no más del 10% de los jóvenes plantean no querer participar de alguna instancia asociativa.

PERSPECTIVAS DE DISCUSIÓN RESPECTO DE LA RELACIÓN ENTRE JÓVENES Y POLÍTICA

Luego de la breve revisión que se ha hecho a algunos antecedentes empíricos sobre la participa-ción social y política de los jóvenes es pertinente reflexionar y discutir la forma en que se interpretan aquellos datos.

En el contexto de los diversos estudios y análisis que se han hecho sobre la temática de la desafec-ción política de los jóvenes, uno de los alcances de mayor consenso entre los expertos remite a la cautela con la que se debe interpretar esta situación. Al respecto, Garretón y Sepúlveda (1999) sostienen que la explicación de la situación, desde una perspectiva macrosocial, se debe a tres factores: los cambios pro-ducidos a nivel societal general, los cambios en la concepción de la política como actividad social y el cambio en el paradigma desde el cual se construye la identidad juvenil actualmente.

Los cambios a nivel societal refieren, fundamentalmente, a la individualización de la sociedad pro-ducto de la inserción de esta en el proceso de globalización y la autonomización de los subsistemas que la componen (económico, político, social y cultural). En efecto, se produce una expansión de la subjetividad como principio y referente de la vida social, adquiriendo la búsqueda de sentido y de felici-dad individual como carácter predominante. Por otro lado, pierden hegemonía las cosmovisiones ideo-lógicas que unían proyectos individuales y grupales con el destino colectivo de la sociedad. Estas pierden su carácter totalizante y pasan a ser principios tentativos y parciales para manejarse en medio

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del cambio y buscar nuevas formas autodefinidas de vida social, determinadas en razón del proyecto de realización propio.

En cuanto a los cambios en la concepción de la política, el asunto tiene relación con la pérdida de centralidad de esta como medio para la realización de los actores sociales, en tanto sujetos históricos. La actividad política deja de ser concebida como un medio efectivo para la transformación del entorno social, quedando más bien relegada a un tipo de acción tecnificada que forma parte de uno de los tantos subsis-temas funcionales de la sociedad (en este caso, el político). La política abandona, parcialmente, el sustrato de orden filosófico e ideológico que tradicionalmente ha orientado y otorgado sentido a la acción social colectiva, tecnificándose y girando en torno a sí misma, convirtiéndose en algo lejano, abstracto y de me-nor importancia para la gente en relación a sus proyectos de realización personal. La política deja de tener un lugar de privilegio en la provisión de estructuras de sentido de vida para los sujetos, obviándose el ca-rácter pragmático que esta tiene como medio de transformación del entorno social.

Por último, el cambio de paradigma desde el cual se construye la identidad de los jóvenes remite a una situación histórica. Como se sabe, en los años ‘60 y comienzos de los ‘70, a la juventud y los estu-diantes se les daba protagonismo en el cambio y construcción de la sociedad. En aquel entonces, la juventud se identificaba como un grupo que emprendía acción social colectiva en pro de la consecución de un conjunto de objetivos compartidos y sustentados en una ideología comprometida con un proyecto social. Sin embargo, aquello cambió y los jóvenes de ahora construyen su identidad desde la diversidad y heterogeneidad. En tal sentido, la imagen de juventud se construye sobre la base de distintos princi-pios constitutivos, no existiendo una sola referencia o principio colectivo que permita hablar de la actual generación. Así, en el contexto de los ‘90, no podemos hablar de juventud, sino de juventudes, donde ya no existe un paradigma único que la constituya como generación y donde el eje socio-político no es el que lo define todo.

Siguiendo con el análisis de los factores que provocan la distancia entre jóvenes y política, tam-bién hay opiniones que emanan desde una perspectiva microsocial que enfatiza en los hechos particu-lares que conforman este escenario, algunos sistematizados a través de la evidencia empírica muestran ciertos estudios realizados en la temática.

Desde aquel punto de vista, Garretón (2005) sostiene, refiriéndose al fenómeno de los bajos índices de inscripción electoral de los últimos años, que la existencia de una distancia, malestar o desinterés con respecto a la política es un hecho que no se deduce en absoluto de la no inscripción, pues si la gente se inscribiera, automáticamente, se habría eliminado un supuesto indicador de desinterés que, en rigor, sub-sistiría. En efecto, el problema de la no inscripción se resuelve con la inscripción automática y el voto obli-gatorio, como ocurre en la mayoría de los países democráticos. Sin embargo, no puede pretenderse que por el hecho de que los jóvenes voten por obligatoriedad cambie su subjetividad respecto de la distancia y crítica a la política (Garretón y Sepúlveda, 1999). Así, sería un acto que pecaría de simplismo el inferir que los jóvenes carecen de algún tipo de postura política, rechazando la posibilidad de elegir a sus represen-tantes políticos y participar en la toma de decisiones colectivas por desinterés o ignorancia.

Según Bustos (1997), la situación de distanciamiento entre los jóvenes y la política puede explicar-se en razón de cuatros factores, de los cuales dos tienen particular importancia. Ante todo, existe una franca desconfianza hacia los partidos políticos y sus representantes. La desconfianza se produce, principalmente, por la ausencia de correspondencia entre intereses partidistas e intereses juveniles, puesto que el discurso de los partidos no incorpora debidamente las demandas, necesidades e inter-

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eses heterogéneos existentes en el mundo de los jóvenes. Por el contrario, la preeminencia de una cultura partidista anquilosada, por un lado, y las restricciones institucionales que limitan el ejercicio de la democracia, por otro, hacen que los partidos tiendan a descuidar su vinculación y relación con los jóvenes y sus demandas.

Asimismo, el otro factor que explicaría la incompatibilidad entre los jóvenes y la política sería la exi-gencia de institucionalización de las organizaciones sociales juveniles. A diferencia de décadas anteriores, hoy en día los jóvenes han desarrollado nuevas formas de agrupamiento y asociatividad en las cuales el tema de los liderazgos, las normas, los procedimientos y los discursos son más dinámicos y/o flexibles. La sociedad, sin embargo, les exige que se institucionalicen para así reconocerlas, aceptarlas y favorecer su participación, hecho que a veces no hace más que entrampar las iniciativas juveniles que emanan desde una perspectiva mucho más pragmática y menos ritualista de la acción social colectiva.

Estas, entre otras, han sido algunas hipótesis explicativas respecto del fenómeno de la desafec-ción política de los jóvenes chilenos. Lo cierto es que, más allá de las explicaciones y análisis expertos, e incluso desde una perspectiva de sentido común fundada, se observa un claro distanciamiento entre los jóvenes y la práctica política. De hecho, el fundamento de la crítica de los jóvenes hacia la política tiene relación específica con el desempeño y consecuencias del actuar político, toda vez que el factor de incompatibilidad radica, principalmente, en la percepción de que los actores políticos –esto es, los partidos y sus personeros– no han estado a la altura de las expectativas que de ellos tiene la sociedad civil. Por lo mismo, ya se ha mencionado que, si bien el grupo de los jóvenes muestra con mayor evi-dencia su desinterés por la política, este es un fenómeno transversal a la sociedad actual, en tanto los actores políticos tampoco seducen ni inspiran suficiente confianza en la población.

Al parecer, el cuestionamiento es a los elementos que configuran las instancias de representatividad política actuales. En rigor, los jóvenes no cuestionan el Estado, ni el sistema económico, ni tampoco bus-can alternativas anárquicas ni mucho menos; sólo están manifestando su disconformidad con la manera en que actualmente se hace la política. Además, a eso debemos agregar algunas prácticas y hechos pun-tuales de ciertos personeros y colectividades políticas que, poco a poco, han ido corroyendo la base desde la cual se legitima y observa confiadamente el actuar político. El imaginario social, respecto de los políti-cos, pudiese estarse construyendo sobre la base de percepciones ligadas a la búsqueda del poder, la satisfacción de intereses particulares y la poca eficiencia gestora, entre otros; hechos que no hacen más que empeorar la imagen que se tiene de ellos ante la opinión pública.

RECONSIDERACIONES EN TORNO A LA RELACIÓN ENTRE LOS JÓVENES Y LA POLÍTICA A LA LUZ DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL SECUNDARIO

Al inicio del presente artículo consignamos que el móvil de la realización de este refería a lo acon-tecido hace ya casi un año, a propósito de la manifestación social del Movimiento Estudiantil Secunda-rio. A partir de ello, el propósito era analizar tal suceso histórico desde la perspectiva de la que esto tiene en la construcción del imaginario social sobre el cual se define la noción de juventud.

Luego de ser testigos de tal suceso, surgía la interrogante respecto a qué tipo de juventud estaba representada en tal manifestación. A ese respecto, ¿qué parte de las estadísticas hasta ahora recopila-das representaba a este grupo de jóvenes?, ¿estaban realmente los jóvenes desinteresados en la so-

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ciedad y, particularmente, de la realidad que viven?, ¿eran esos los jóvenes indiferentes a la sociedad en que viven?, ¿estaban estos jóvenes desinteresados en modificar las condiciones en las cuales han de vivir?, ¿eran estos los jóvenes que típicamente se calificaba de ignorantes, apáticos e incluso anó-micos?, ¿son estos los jóvenes que se caracterizan por ser apolíticos e, incluso, incapaces de coordi-nar sus acciones en pro de un objetivo común? Yendo un poco más allá, ¿estábamos ante el surgimiento de una generación distinta de jóvenes a las de las últimas dos décadas?

Al parecer, la forma en que se suele interpretar los datos no se condice precisamente con este grupo de jóvenes que sorprendía al país con la capacidad de interpelación que logró conseguir. Es evidente, como ya se mencionó, que el mito desde el cual se ha creado el imaginario social que ha definido a los jóvenes como un grupo apático, anómico y desinteresado por los asuntos públicos, tiene sustrato en prejuicios o interpretaciones que tienden a inducir apreciaciones erróneas.

En tal sentido, entre otros, el fenómeno de la baja inscripción electoral ha sido uno de los pivotes ar-gumentativos principales de la caracterización crítica que se ha hecho de la juventud. Sin embargo, como ya se dijo, es un error correlacionar desinterés por la sociedad con el hecho de no inscribirse en los regis-tros electorales. En palabras simples, el no inscribirse no significa necesariamente mostrar desinterés por la sociedad, pues esto –y los datos así lo demuestran– es más bien un síntoma de crítica a la oferta políti-ca y sus personeros. De hecho, la poca confianza y la escasa representación que sienten los jóvenes en la figura de los políticos son hechos demostrados ampliamente por el acervo de estudios sobre juventud realizados hasta ahora. El asunto, como ya se ha expresado, alude más a un desencanto con la oferta política existente que a un desinterés en los asuntos públicos del país.

Ciertamente, el Movimiento Estudiantil Secundario fue una muestra de participación colectiva y asociativismo entre individuos. Desde esa perspectiva, la tesis de que los jóvenes son un grupo apático y desinteresado por los asuntos públicos perdía sustento ante tal evidencia. En efecto, luego de más de dos décadas de implementación y mantención de un sistema educacional claramente deficiente fueron el primer grupo de estudiantes organizado que logró apelar de modo efectivo al nivel institucional de nuestra sociedad, logrando hacer visibles sus críticas al actual sistema.

Así, podría pensarse que la lejanía observada entre los jóvenes y la política luego del retorno al sis-tema democrático, remite a una serie de falencias propias del sistema político ya que –tal como señala Garretón–, hay un problema en la institucionalidad de este y la forma en que se acopla con los demás subsistemas y la sociedad en general. Además, dado el contexto de transformaciones que ha sufrido nues-tra sociedad luego de su incorporación a las dinámicas de desarrollo modernas y posmodernas, es relati-vamente normal que la política pierda importancia en la vida de los individuos. En otras palabras, la sociedad en general, el sistema político institucional y la subjetividad de los individuos, particularmente en el caso de los jóvenes, ya no son lo mismo de antes. La política ya no es la actividad social exclusiva en torno a la cual se construye y desarrolla la identidad de los jóvenes, menos aún en una sociedad cada vez más diversa y compleja que desarrolla dinámicas y procesos sociales que han ido configurando un tipo de sujeto social que progresivamente reclama su derecho a ser diferente y ser respetado en esa diferencia (Bustos, 1997). Actualmente, el escenario en el cual hay que interpretar la evidencia es otro ya que –como señala Tamayo (2004)–, tanto las juventudes, como los modelos de adultez se constituyen identitariamen-te en una lucha entre hegemonías y resistencias de carácter económico, político y social, dando ello lugar a múltiples proyecciones de futuro social deseado.

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De tal modo, el problema se ha debido siempre a la incompatibilidad evidente entre una parte sig-nificativa del sistema político (particularmente sus representantes) y la realidad de los jóvenes chilenos, sobre todo desde el punto de vista de la conformación de sus identidades. Las transformaciones de nuestra sociedad han impulsado el surgimiento de una nueva cultura juvenil, a la cual los actores políti-cos no se han adaptado o, simplemente, no perciben. En tal sentido, la poca incorporación de temáticas juveniles en el discurso político (como las libertades culturales) es un ejemplo de ello. Además, esta situación debilita la legitimidad de la política y obstruye el surgimiento de una ciudadanía juvenil que pueda fortalecer al sistema democrático.

Como decíamos, el nivel de organización y asociativismo demostrado por los jóvenes secundarios no hacía más que corroborar una hipótesis que hasta aquel entonces carecía de evidencia empírica eficiente para su sustento, pues el problema, al parecer, no pasaba por la inexistencia de un capital social juvenil suficiente como para concebir la posibilidad de que los jóvenes puedan actuar colectiva-mente en pro de objetivos sociales compartidos. Por el contrario, para ellos, la política se sitúa en ámbi-tos mucho más amplios y diversos que los que proveen los partidos políticos, hecho que tiene como consecuencia lógica el cuestionamiento de estos como instancia representativa de los intereses de los distintos actores sociales, más aún si son incapaces de adaptar las dinámicas y estrategias respecto a las que emprenden su quehacer.

Como lo demuestran las cifras, las instancias de organización extra-institucional no son pocas y exis-te un interés claro de los jóvenes por participar en ellas. De hecho, quienes se eximirían de participar en ellas son una minoría y, además, hay una vocación social altruista en la motivación a tal participación, al punto que se habla del ejercicio de un nuevo tipo de ciudadanía que se aleja de los conductos a través de los cuales se lleva a cabo y se le concibe tradicionalmente (participación en las urnas, afiliación partidista, proselitismo político formal, etc.).

En cierta medida, la profecía de que los jóvenes eran un grupo que en algún momento ejercería ese nuevo tipo de ciudadanía, tal como lo venía señalando la gran mayoría de los expertos en la temática, se estaba cumpliendo a la luz de lo acaecido en ese momento histórico: cuando los “pingüinos” se tomaban las escuelas y calles de Santiago lograban que el país pusiera toda su atención en sus demandas, denun-ciaban las imperfecciones de un sistema educacional obsoleto y conminaban al Gobierno a satisfacer sus petitorios. Estábamos, en aquel momento, ante un Movimiento Estudiantil que, como observadores, nos ponía en una situación bastante interesante de analizar por su particularidad histórica.

En efecto, un breve análisis permitía poner en debate la reconsideración que suponía lo acaecido con el Movimiento Estudiantil Secundario en cuanto al tema de la relación histórica entre los jóvenes y la política, particularmente, desde la perspectiva de la capacidad de asociativismo y capital social. Evi-dentemente, estábamos ante un grupo de individuos que demostraba una capacidad de asociación inusitada hasta aquel entonces, mediante una explotación racional de las redes de apoyo en el nivel de los Centros de Alumnos de los distintos colegios emblemáticos del país, como directores del movimien-to en su planteamiento frente al Gobierno y la Opinión Pública, así como también de las redes sociales a nivel más general e informal en el alumnado.

Durante el Movimiento, pudimos observar fenómenos de surgimiento de liderazgo de distinto tipo, todos orientando la dirección de las acciones colectivas. Liderazgos de tipo carismático y racional se complementaron, sobre todo en los primeros momentos, como ejes de la definición, sustento y evolu-

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ción de las acciones emprendidas por el Movimiento. Además, fuimos también testigos de la capacidad de gestión del alumnado a la hora de sustentar el mantenimiento del orden interno, mediante la regula-ción y el abastecimiento (aplicación racional de gestión descentralizada) durante las denominadas “to-mas”, instrumento a través del cual el alumnado ejercía eficazmente acciones de presión al Gobierno.

Parte significativa de la opinión pública del país se hizo parte de un sentimiento de empatía hacia las acciones del Movimiento y sus demandas. El común denominador del chileno veía cómo los estu-diantes, esos que aún no tienen facultad legal para ejercer el voto, daban un ejemplo de ejercicio de ciudadanía digno de alabanza. Los adultos sentían que los jóvenes les daban una lección de cómo hacer ver lo que, a juicio de muchos, es injusticia social; de cómo se debe actuar cuando se quiere provocar un cambio en pro de la equidad social e interpelar a quien observan como responsable de su inexistencia.

Con todo, y como era de esperarse, los jóvenes estudiantes lograron interpelar al Gobierno, quien tuvo que hacerse cargo de parte importante de sus demandas en la “agenda corta”. En efecto, variadas medidas se tomaron en ese momento para aplacar el ímpetu demandante de los jóvenes y responder a sus peticiones, entre ellas, la instauración de una Comisión de Reforma a la Ley Orgánica Constitucio-nal de Educación (LOCE). Del petitorio, la reforma a la LOCE era la demanda principal, así como tam-bién la temática desde la cual se constituía el principio y razón de ser del Movimiento. En todo caso, ellos no sólo pedían que el Congreso, a puertas cerradas, aprobara la reforma a la LOCE, pues no que-rían hacer la petición para luego ser meros espectadores de la resolución de aquélla: la demanda de fondo era participar en la discusión y establecimiento de los criterios de reformulación de la LOCE.

Los jóvenes tenían un diagnóstico claro respecto del déficit que, para ellos, ha padecido el proceso de diseño de políticas públicas y esta vez no querían que para el caso de la reforma a la LOCE se con-firmara la tendencia. En efecto, los jóvenes, como destinatarios de la política pública, abogaban por su derecho a ser considerados en el diseño de la nueva ley. Para ellos era imprescindible ser parte de la discusión y aportar ideas desde la vivencia y diagnóstico que les era posible hacer, toda vez que han sido ellos quienes han experimentado los vicios del sistema.

En todo caso, luego de conformar la correspondiente Comisión de Reforma –por cierto, los jóvenes lograron obtener algunas plazas de presencia en la discusión–, el proyecto de Ley se fue configurando a partir de los intereses en juego, entre ellos el del Movimiento Secundario, a nivel institucional. Ade-más, entraron en escena los partidos políticos y los equipos técnicos pertinentes a la temática de la Educación, conformándose poco a poco una situación que en las ultimas décadas se ha visto como una tónica dentro del escenario de discusión de políticas públicas: la preeminencia de la opinión tecnócrata-política antes que la de la sociedad civil. La discusión desde la cual se iría definiendo el corpus de la nueva Ley era un diálogo que poco a poco fue monopolizado por los partidos políticos.

Señalar la pertinencia o impertinencia, ventaja o desventaja, incluso el error o desacierto de que la dinámica resolutiva del principio de existencia del Movimiento Secundario (esto es, la reforma al Siste-ma Educacional a través del nuevo proyecto de Ley) se jugara, finalmente, en un orden parlamentario monopolizado por el discurso de los partidos políticos, no es objeto de la discusión del presente ensa-yo. Sin embrago, lo cierto es que, paulatinamente, se fue diluyendo la postura del Movimiento dentro del diálogo y, por cierto, aquella se fue mimetizando con el amplio y ya reconocido espectro de argu-mentos y planteamientos de los actores políticos dentro de las discusiones de este tipo (algunas de

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carácter evidentemente más ideológico que técnico). El fantasma del sino trágico de la planificación de las políticas públicas, esto es, la observancia insuficiente a las necesidades, planteamientos y expecta-tivas de sus destinatarios finales, se comenzaba a vislumbrar en la forma de una discusión que, en ciertos aspectos, no se constituía desde los planteamientos que otrora alzaron y llevaron al Movimiento Secundario a interpelar al Gobierno de forma exitosa y nunca antes vista en el último tiempo.

¿LA PROMESA DE UN NUEVO TIPO DE JUVENTUD O LA CONFIRMACIÓN DEL PREJUICIO?

Sin duda, el fenómeno de la relación entre los jóvenes y la política contiene muchas aristas y por ello es complejo emprender el camino de las explicaciones al respecto. De la revisión a la temática y consideraciones que hemos hecho aquí, probablemente, han quedado fuera algunas variables que escapan a las posibilidades de un artículo.

El objetivo de este breve análisis no es más que poner en debate la reconsideración que supone lo acaecido con el Movimiento Estudiantil Secundario en cuanto al tema de la relación histórica entre los jóvenes y la política, particularmente, desde la perspectiva de la capacidad de asociativismo y el capital social. Quizás, hasta podría pensarse que esta nueva generación es el comienzo de una paulatina re-novación de las formas de hacer política, pues una de las formas más lógicas de generar un cambio en la relación entre dos entidades implica que alguna de ellas modifique su pauta de interacción para así gatillar la concomitante readaptación de la otra. Precisamente es eso lo que han hecho los jóvenes al cambiar la pauta de demanda política de satisfacción de necesidades hacia el gobierno en relación al sistema educacional y sus falencias. Sin embargo, no hay que confiar demasiado en tal razonamiento lógico, pues aquí no estamos observando una relación entre dos objetos físicos que responde invaria-blemente a reglas de causalidad elemental. En efecto, estamos frente a actores sociales que fundan su existencia como tales en acciones por antonomasia contingentes. De ese modo, no podemos descartar que las cosas sigan igual y uno de los actores, en este caso los políticos, se niegue concientemente a responder al estímulo y prefiera mantener la pauta. La discusión y la forma en que se llevo a cabo la configuración del proyecto de reforma, en ciertos aspectos, podría demostrar y rectificar esto último, dirían algunos.

Otros, más audaces, podrían decir que esta generación de jóvenes demostró una capacidad orga-nizativa y política inusitada, que no hace más que evidenciar una riqueza considerable en términos de un capital social que, hasta ahora, no ha sido aprovechado. De ese modo, tenemos un segmento de la población al cual los actores políticos deberían considerar desde una perspectiva que los observe como eventual principio de mejoramiento y potenciamiento de la matriz sociopolítica, orientando parte impor-tante de sus proyectos y programas de gobierno a la satisfacción de necesidades y expectativas pro-pias de este segmento.

También, podría decirse que toda esta situación no fue más que un hecho histórico que prevalecerá en la memoria colectiva más por su forma que su contenido y es ello lo que precisamente invalidaría la asociación que podría hacerse entre la manifestación política del Movimiento (interpelación pública al Go-bierno sobre la base del planteamiento y demanda de objetivos comunes) y la aparición de una nueva cultura juvenil. Esto, tendría sustento en la tesis de que la participación del joven común y corriente se da

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más bien en la forma del Movimiento (manifestaciones públicas con carácter de protesta y paros de activi-dad) que en el contenido, puesto que este último sería mérito de una elite de jóvenes (no representativos del típico joven) que fueron capaces de movilizar a las masa en pro de un objetivo específico.

Finalmente, algunos podrían aducir que este acontecimiento obedece meramente a la casuística. En tal sentido, la explicación de lo acontecido radicaría en una coyuntura social muy particular referida, básicamente, a la sistemática no resolución de un problema de demanda histórica por parte del estu-diantado, en un contexto de percepción generalizada de bonanza o auge económico (precio del cobre en su máximo histórico) y bajo un Gobierno de vocación eminentemente social que inspira contención emocional (presidente mujer y socialista) y genera altas expectativas de asistencia social en las perso-nas (satisfacción de sus necesidades tematizados como derechos sociales). Así, la generación de altas expectativas y al mismo tiempo un cierto sentimiento de privación relativa fue la conjunción que habría provocado que los jóvenes estimaran este como el momento idóneo para manifestar sus demandas.

En todo caso, más allá de las apreciaciones particulares, lo importante es que lo acontecido de-mostró, fehacientemente, una capacidad de organización y asociativismo inusitada hasta aquel enton-ces (y menos aún esperada de un grupo como los jóvenes), que adquiere relevancia en el contexto del análisis sociológico y político de este segmento de la población, toda vez que motiva nuevas formas de considerar y/u observar el fenómeno de interacción entre este y la sociedad. En tal sentido, el aconte-cimiento histórico que significó la manifestación del Movimiento Estudiantil Secundario ha de entregar nuevos lineamientos en cuanto a la consideración que ha hecho el Gobierno respecto de los jóvenes, en tanto objeto de políticas públicas de participación ciudadana.

Los jóvenes y, particularmente, los estudiantes secundarios demostraron al país que no son un grupo de individuos desinteresados por la sociedad en que viven. Por el contrario, se mostraron como un grupo con capacidad de organización, liderazgo e interpelación que, prácticamente, nadie suponía en ellos, además de un sentido de articulación discursiva colectiva con carácter crítico respecto de las condiciones sociales en que experimentan su diario vivir. En los jóvenes de hoy existe un potencial de capital social que hay que aprovechar desde ya y en adelante, pues no hay que olvidar que el correcto uso del capital es una inversión que genera rentabilidad a futuro. Seria interesante hacer un seguimien-to a esta generación y ver cómo el hecho histórico que protagonizó genera consecuencias a mediano y largo plazo en el plano de la participación ciudadana en los asuntos públicos y la política en general. Quizás, la latencia del Movimiento Secundario durante este año entrega evidencia que tiende a corro-borar el prejuicio de la desafección política de los jóvenes. Sin embargo, no debemos olvidar que los movimientos sociales permanecen en estados de latencia prolongados por la inexistencia o disolución del principio de oposición que los genera. Habrá que ver de qué manera la reforma al sistema educa-cional se hace cargo de tal principio de oposición.

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APUNTES PARA LA GESTIÓN SOCIOLÓGICA

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REVOLUCIÓN EN UN CAMPO: EL CASO DE LA REFORMA DEL

TRANSPORTE PÚBLICO EN SANTIAGO ANTOINE MAILLET*

RESUMEN La idea de este trabajo nace de una interrogación a nivel teórico sobre algunos aspectos

de las teorías de campo y habitus desarrolladas por el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002). El manejo de estos estimulantes conceptos levanta ciertas preguntas a las cua-les se buscará responder a través de un análisis de caso: la reforma del transporte público en Santiago a principios de los años 2000. Este estudio conlleva una reflexión sobre el campo político según Bourdieu y trata de precisar los lineamientos de su teoría en este ámbito, hacia la descomposición de este campo en varios subcampos que se interpenetran.

n la teoría de alcance medio, para describir la sociedad que Bourdieu propone, los campos son esenciales. El autor define un campo, en analogía con la física, como “una red o configu-ración de relaciones objetivas entre posiciones. Estas posiciones se definen objetivamente en su existencia y en las determinaciones que imponen a sus ocupantes, ya sean agentes o

instituciones, por su situación actual y potencial en la estructura de la distribución de las diferentes espe-cies de poder (o de capital)”1. Este concepto, permite describir la sociedad como un conjunto dinámico de espacios (campos) relativamente autónomos, aunque existen relaciones entre ellos. Un punto fundamental que exploramos aquí es la interacción entre los campos, es decir, cómo desde un campo se puede influir en otro, con un interés especial por el papel que juega el campo político.

El otro concepto clave es el habitus, “un sistema socialmente constituido de disposiciones estruc-turadas y estructurantes, adquirido mediante la práctica, y siempre orientado hacia funciones prácti-cas”2. La doble dimensión del habitus, estructurado y estructurante, nos llama particularmente la atención y trataremos de profundizar esta distinción. La capacidad estructurante del habitus entra en resonancia con una preocupación previa por las representaciones en el análisis de las políticas públi-cas, en la línea de la perspectiva cognitivista sobre el análisis de estas3.

La reforma del transporte público en Santiago de Chile impulsada a principio de los años 2000 nos parece constituir un caso adecuado para probar la eficiencia de estos conceptos y pensar sus formas de relacionarse. Utilizaremos estas herramientas para describir los cambios que afectan el campo del trans-porte público, sin torcer la realidad para adecuarla a la teoría, sino más bien buscando precisarla en algu-nos puntos. En una primera parte, construiremos el objeto de estudio, presentando la situación en el

* Master en Ciencia Política del Instituto de Estudios Políticos de Paris, investigador Instituto Igualdad. 1 Bourdieu, Pierre, Wacquant, Loïc. Respuestas, por una antropología reflexiva. México, DF: Grijalbo, 1995, p. 64. 2 Id. ant. p. 83. 3 Ver, entre otros, número especial Revue Française de Science Politique, 50, 2, 2000.

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campo estudiado y los campos relacionados antes de la reforma. Luego, reconstituiremos el curso de ac-ción que llevó a una verdadera revolución, en el sentido que Bourdieu rescata de Thomas Kuhn, en el campo del transporte público en Santiago. Nuestra hipótesis es que la voluntad de intervención del Estado en este campo tiene por consecuencia su reconfiguración en un campo totalmente distinto. Consideramos que esta interpretación puede permitir entender mejor el curso y la naturaleza de la reforma.

Antes de la reforma impulsada por el Presidente Lagos, el transporte público en Santiago estaba a manos de agentes privados, muy atomizados. La escasa intervención de los poderes públicos lo consti-tuía como un campo con alto grado de autonomía, es decir, de facto independiente, lo que no deja de extrañar si se establecen comparaciones internacionales, que el mismo Bourdieu alienta4. En efecto, en otros contextos es, por lo general, un campo sometido a un fuerte poder de regulación del Estado, di-rectamente o a través de autoridades administrativas que forman parte de su aparato. En el caso de Santiago, existe en el período anterior a la reforma una independencia de hecho, que se evidencia en el desarrollo de un habitus liberado de obligaciones establecidas normalmente por todos los agentes. Un caso emblemático es la libertad tomada en relación a las reglas vigentes sobre el uso de la vía pública. La competencia entre choferes da lugar a verdaderas carreras en las calles de la ciudad, que tienen por consecuencia un alto peligro para los usuarios.

Otro elemento muy importante para definir un campo es encontrar su lógica, la regla tácita sobre la cual todos los agentes están de acuerdo, sin que sea necesario explicitarla. En este caso, parece que existe un acuerdo sobre la meta común: maximizar las ganancias de los agentes. El carácter bastante informal del sector, la visión restrictiva del pasajero como una fuente de ingreso, en fin, su modo de organización apuntan a favorecer la recaudación de la mayor cantidad de dinero posible, distribuida según una forma que satisface la mayor parte de los agentes del campo.

Así, los choferes alcanzan remuneraciones reales mucho más elevadas que lo que hubieran ganado en otra actividad, de acuerdo a su baja calificación. Asimismo, los dueños de máquinas no asumen más que una mantención básica de los vehículos, con el objetivo que puedan seguir circulando, sin preocupar-se de materias ajenas a sus representaciones, como la comodidad del usuario o las externalidades, el impacto medioambiental o la calidad de vida en la ciudad, por ejemplo. Como consecuencia de lo anterior, podemos afirmar que, a diferencia de lo que acontece en otros contextos, el campo del transporte público es más bien un subcampo del campo económico que del campo del Estado.

La lógica del campo define “lo que está en juego” en este espacio delimitado del mundo social. Es fundamental detectarla para poder establecer los límites de un campo, en la medida que, según Bourdieu, los integrantes de un campo son todos los objetos que están modificados cuando están expuestos a su lógica. Tomando en cuenta la ausencia de regulación del campo de transporte por parte de instituciones pertenecientes a otros campos (el campo del Estado en este caso), los límites del campo pre-reforma son entonces claros: los agentes que participan en este campo son directa-mente conectados con la actividad transportista. Deciden ellos mismos los recorridos y poco se pre-ocupan de normas de calidad o de seguridad.

En esta descripción, ya hemos tocado elementos que entran en el habitus de este campo. Es impor-tante distinguir entre las estrategias asociadas a una posición dentro de un campo y un habitus, tal como es definido en la introducción. En un campo pueden cohabitar distintos habitus. Sin embargo, el fuerte 4 Bourdieu, Pierre. El campo político. La Paz: Plural, 2001, p.10.

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grado de autonomía en el campo objeto de estudio y sus estructuras específicas llevan a la creación de un habitus que se deposita en todos los agentes como sedimentación de prácticas cotidianas. Las estructuras que mencionamos son, por ejemplo, la organización colectiva bajo la forma de gremio del sector, que im-plica una fuerte coerción sobre los agentes que entran o, más bien, que quieren entrar. La participación en el campo necesita someterse a las reglas establecidas por los agentes dominantes que manejan el gremio y disponen, por lo tanto, de la capacidad de levantar barreras que permiten seleccionar a los entrantes que no tienen otra opción que aceptar los condicionantes del juego o salirse.

La duración de este sistema, que se impone en los años 1980, mediante la liberalización brutal de la economía bajo la dictadura, es otro punto a relevar. Con más de 20 años de vigencia, ha podido pe-netrar íntimamente en los cuerpos y, sobre todo, las estructuras mentales de los agentes del sector. Esto se refleja fuertemente en las representaciones (dimensión estructurante del habitus) que tienen sobre el mundo y, particularmente, su propio sector. La autonomía del sector pasa a ser totalmente naturalizada para ellos y la población en general. La forma de manejar las micros constituye una prácti-ca interiorizada, no cuestionable, como la voluntad de aumentar la recaudación, que predomina sobre cualquier otra consideración, especialmente relativa al usuario. Nos permitiremos una anécdota perso-nal para ilustrar esta situación.

En las primeras semanas después de la llegada del autor a Chile, este agente, marcado por un habitus distinto donde el transporte era aprehendido como un servicio público, tenía la costumbre de preguntar a los choferes si este bus lo podía llevar al destino deseado. Dos veces, la respuesta positiva del chofer se reveló un engaño, que sólo se pudo aclarar gracias a los demás pasajeros. Rápidamente entendimos que los chofe-res, por costumbre según el sentido común, por la interiorización de habitus si lo elevamos a una discusión teórica, nunca se iban a negar a cobrarle a un pasajero suplementario. En consecuencia, el extranjero tenía que hacer los ajustes necesarios para adaptarse. En este caso, consistía en dirigir las preguntas a los demás usuarios, en general muy dispuestos a ayudar al gringo perdido.

Volviendo al tema, estamos entonces, al principio de los aňos 2000, en presencia de un campo marcado por estructuras muy rígidas y con agentes ocupando posiciones dominantes inexpugnables a través de los gremios. Los agentes son portadores de un habitus depositado a lo largo de los aňos en ellos, que impregnó sus representaciones. En estas, el campo aparece como independiente y es natu-ralizado como un espacio dirigido por la lógica de la maximización de la ganancia, era incuestionable. A continuación, estudiamos la situación en el campo político en esta misma época. Sin embargo, es ne-cesario aclarar antes algunos puntos sobre este concepto.

El campo político es un campo al cual Bourdieu dedicó especial atención a lo largo de su carrera. Como cualquier campo, tiene su propia lógica que todos los actores comparten y que él resume en lo que está en juego (enjeu) en este campo: “el monopolio de la elaboración y de la difusión del principio legítimo de división del mundo social y, por esta vía, de la movilización de los grupos; y, por otra parte, el monopolio de la utilización de los instrumentos de poder objetivados”5. En esta definición, se concen-tran muchos aspectos centrales en la obra de Pierre Bourdieu, como la atención a las representaciones y a lo simbólico, que trasparece en la noción de “principio”; el énfasis en deconstruir la naturalización del mundo social, marcado por el término de “legitimidad” y; el interés por el estudio de los mecanismos

5 Gutiérrez, Alicia. (2000). Poder y representaciones: elementos para la construcción del campo político en la teoría de Bourdieu. Revista Complutense de Educación, 16, 2.

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de poder, a través de un estudio del campo de poder y de las relaciones entre dominado y dominante que él considera ser una constante en todos los campos.

Con una definición que hace del campo político el lugar donde se elaboran las representaciones de la sociedad sobre ella misma, Bourdieu tiene una concepción muy amplia de la política. El “juego político” en sí, el que acapara la atención de los medios de comunicación, se encapsula, a nuestro en-tender, en la segunda parte de la definición, es decir, en la lucha por el control de los “instrumentos de poder objetivados”. Sin embargo, estos “instrumentos” podrían todavía entenderse de distintas mane-ras. En una perspectiva extensa, podría incluir el control de los medios de comunicación y más en ge-neral de todos los espacios donde se elaboran representaciones. Esta acepción equivaldría a sacarle el contenido operacional a la definición, en la medida que sería una forma de repetir la primera parte, que concierne ya la lucha por la imposición de representaciones. Entonces, consideramos que los “instru-mentos” aquí evocados corresponden a las estructuras del Estado, lo que lleva a la necesidad de acla-rar otra contradicción potencial.

Bourdieu, define el Estado como un “conjunto de campos burocráticos o administrativos, donde los agentes y grupos de agentes gubernamentales o no gubernamentales luchan en persona o por procu-ración por esta forma particular de poder que es el poder de regir una esfera particular de prácticas, mediante leyes, reglamentos, medidas administrativas, en fin, todo aquello que corresponda a una polí-tica” (policy)6. Bourdieu nota de forma muy acertada que una política pública (policy) es el resultado de una competencia entre agentes gubernamentales y otros, una concepción clave para el estudio del caso que nos proponemos. Sin embargo, lo que no queda muy claro es la relación que entretiene este campo con el campo político, en la medida en que la competencia tiene por objetivo el monopolio de los instrumentos del Estado. Esta contradicción aparente se resuelve con una concepción dinámica de la lucha, en el sentido que el monopolio es un objetivo nunca cumplido, ni siquiera en el peor de los totali-tarismos. Los ganadores del campo político llegan a ocupar posiciones privilegiadas en el campo del Estado, pero esta dominación no implica una neutralización del juego: quedan sometidos a las reglas del Estado, donde otros actores intervienen.

Para dejar bien claro nuestro punto de vista, nos parece que la perspectiva muy amplia que pro-pone Bourdieu sobre el campo político no debe ser encapsulada en la definición que citamos, sino que debe estar considerada en forma dinámica, en la división del campo político, terreno de la lucha global por las representaciones, en subcampos: el campo del juego político, donde tiene lugar, efectivamente, la competencia formal entre los actores para ocupar las posiciones de mando en el Estado y; el campo del Estado, los dos teniendo una fuerte relación e incluso interpenetración. Nos parece adecuado seguir a Bourdieu para pensar el campo político más allá de la competencia para el poder estatal. El campo político es entonces a nuestro entender el espacio de la elaboración y de la difusión de representacio-nes, un proceso complejo que se desarrolló en los subcampos que lo componen o en otros campos que se interpenetran en parte con él. El campo del saber, que definiremos a continuación, es uno de ellos.

En el caso de Chile, al principio de la década, el campo político está dominado por la Concerta-ción, una coalición de centro-izquierda que se formó en la búsqueda de una salida democrática a la dictadura. La posición preeminente en el campo la ocupa el Presidente Ricardo Lagos. Es una doble preeminencia, en la medida que goza de un alto respaldo de los partidos de su coalición y de los exten-sos poderes otorgados a la presidencia en la Constitución chilena. Analíticamente, es doble en el senti- 6 Bourdieu, Pierre y Wacquant, Loic. Respuestas…, p. 74.

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do que se expresa a la vez en el campo del juego político y en el campo del Estado. Sin embargo, sus estrategias se ven también afectadas por representaciones que se difunden en el campo político, más allá de su influencia.

Es relevante detenerse en la figura del Presidente para el análisis del caso que nos proponemos aquí. Sin presentar su biografía, vale la pena notar su papel en el gobierno precedente como ministro de Obras Públicas. Durante su permanencia en este cargo, ha transformado el MOP en una plataforma para sus ambiciones presidenciales, apareciendo en múltiples inauguraciones, que han sido identifica-das como ocasiones privilegiadas para aparecer como un personaje político dedicado a la realización de un programa7. Esto evidencia un punto conceptual importante, la diferencia entre la percepción de un campo desde el sentido común y su entendimiento desde la perspectiva científica. Los electores tienden a valorar más las realizaciones que los cambios en las representaciones, que pueden pasar desapercibidos (en la medida que son naturalizados en forma casi inmediata).

El punto es que sus responsabilidades en el MOP han desarrollado en el presidente Lagos una dis-posición favorable a la realización de obras públicas importantes. Para formularlo en términos bourdieusia-nos, tiene un habitus marcado por el afán de realizar grandes obras, que va a influir en las estrategias que desarrolla desde su posición de Jefe de Estado. Además, esta disposición se encarna también dentro de un proyecto mayor que tiene que ver con las representaciones, y potencialmente con un habitus, de toda la clase política y, posiblemente, más allá: el Proyecto Bicentenario. Con el lanzamiento de un programa de acciones para celebrar el bicentenario de la independencia de Chile, se cristalizan las representaciones acerca de la necesidad del desarrollo y de la modernización del país. Estos dos procesos forman parte del habitus de la clase política, en la medida que responden a la doble dimensión estructurada y estructurante: orientan a la vez buena parte de la acción y del discurso público y, también, la comprensión del mundo. De hecho, son considerados necesarios y nadie se puede oponer a ellos. Es importante tener presente estos elementos antes de entrar a la discusión de la reforma en sí.

Un último elemento a subrayar tiene que ver con el campo del Estado y su relación con el campo del transporte público. Como lo decíamos anteriormente, un rasgo común de este campo en muchas formaciones políticas (países) es de estar fuertemente regulado. En Chile, debido a las condiciones de la transición y a una cierta debilidad del campo político por razones que no son objetos de este estudio, el Estado no ejerce esta función. La institución “Ministerio de Transportes” ocupa una posición muy marginal que casi equivale a la ausencia, en este campo. Queda, sin embargo, una presencia latente, potencial, por su nombre mismo, que debería hacer recaer el transporte público de la capital dentro de sus atribuciones. La reforma que analizaremos más adelante consiste de alguna manera en la activa-ción de este rol potencial.

Tomamos la decisión de dar el nombre de “campo del saber” al último campo que interviene en la reforma, una formulación que no se encuentra, por lo que sabemos, pero sin pretender ser exhaustivo, en la obra de Bourdieu. A lo largo de su obra, el sociólogo francés se interesa en profundidad en campo científico, del cual es parte. Proponemos el concepto de “campo del saber” porque lo que observamos en este caso no nos parece adecuarse a la lógica del campo científico. Con el término saber, queremos enfatizar la pretensión de legitimidad y de verdad indiscutible que parece ser la lógica de este campo. En lo indiscutible reside la diferencia con lo científico, por lo que tiene que ver con las ciencias sociales,

7 Zrari, Sabah. (2005). Les concessions routières au Chili, ruptures ou continuités institutionnelles. Mémoire de master. París: Sciences-Po.

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por lo menos. Aquí, se trata de un saber que podríamos definir como “técnico-académico”, una defini-ción borrosa, de la cual asumimos el carácter confuso en la medida que refleja la confusión del campo mismo y su ubicación poco clara: es un subcampo del campo político bourdieusiano, es decir de la lucha por la imposición de las representaciones. Pero se expandió en tal medida que se interpenetra con el campo del juego político y del Estado. Por fin, no deja de ser una fracción del campo científico.

Se caracteriza por una mezcla de experticia y de investigación científica, a la cual se le resta la posibilidad de discutirlo. Estas fronteras confusas son el resultado de una estrategia que aparece en los análisis de Bourdieu: los límites del campo son el objeto de una lucha dentro del campo y puede resul-tar estratégico mantener la duda sobre su ubicación. Este campo del saber es el resultado del dispositi-vo de saber, en el sentido de Michel Foucault, que la dictadura impone, donde el criterio económico llega a ser el principal, sino el único, de la acción pública8. La barrera de entrada al campo consiste en la aceptación de los postulados de las teorías económicas clásicas como explicación del mundo. Este rasgo común equivale a un habitus de los que participan en este campo, sean académicos, expertos o funcionarios públicos (agentes), centros de estudio, consultoras, divisiones del aparato estatal o univer-sidades (instituciones).

La enumeración de los agentes e instituciones que se distribuyen en este campo deja entrever la fuerte interpenetración que tiene con los campos políticos y sobre todo del Estado. La lógica de este campo del saber se inmiscuyo en segmentos importantes de estos campos, a favor de la historia políti-ca particular de la democracia en Chile, específicamente de las condiciones de la transición. Este nos permite resaltar la importancia de la historicidad del campo, fundamental en el análisis de Bourdieu. Esperamos que este concepto pueda tener un valor heurístico, en un intento de llevar al contexto de la sociedad chilena conceptos forjados en el contexto francés. Si bien, el campo puede ser un concepto universalmente aplicable como división del espacio social, la estructura de este espacio, es decir, la cantidad, naturaleza y fronteras de los campos no tienen que ser idénticas.

En nuestra perspectiva, este campo del saber puede ser considerado también como un fragmento del campo científico que se independiza, trazando nuevas fronteras. Lo hace mediante la aplicación de un nuevo principio de selección para los agentes que participan: la aceptación del criterio económico para explicar el mundo. El propósito de esta operación, resultado de estrategias de actores, es jugar un papel político en el sentido amplio, es decir, en términos de representaciones9. En la definición amplia del campo político según Bourdieu, formaría entonces parte de este como un subcampo. Nos parece importante destacarlo en su relativa autonomía, porque la posición hegemónica que asemeja tener en la estructura de los campos en Chile se refleja en las estrategias de los agentes de los campos políticos y del Estado10, como es el caso en el proceso que vamos a estudiar a continuación.

Mostramos en la primera parte que la alta autonomía del campo del transporte público no impedía considerar una presencia marginal, mejor dicho latente, del Estado, a través de una institución como el Ministerio de Transporte. La decisión tomada en el conjunto de los campos políticos, del Estado y del

8 Moulian, Tomás. (1997). Chile actual: anatomía de un mito, Santiago: LOM. 9 Aunque sus agentes no se niegan a entrar en la contienda para el monopolio de la utilización de los instrumentos de poder, ver la presencia de miembros de Expansiva en el actual gobierno. 10 Reiteramos que este análisis de un « campo del saber » tiene vocación heurística y asumimos que necesita ser desarrollada.

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saber de intervenir en el campo del transporte va a constituir una verdadera revolución11, en el sentido científico de un cambio de paradigma, en este campo.

La ambición del gobierno, al intervenir en el campo del transporte, está explicitada en un discurso oficial que no nos cabe analizar extensamente aquí12. Esta comunicación política está anclada en los referentes de desarrollo y de modernización que consideramos ser parte de un habitus de la clase polí-tica chilena. En un momento, se hace insoportable el estado del transporte en la ciudad capital, pues no se corresponde con la imagen que la clase política quiere ofrecer del país hacia el exterior. La voluntad de “convertir a Santiago en una ciudad de clase mundial”13 es central en la ambición de remodelar el sistema de transportes. Esto pasa por cambiar las bases de su organización y generar instituciones hasta ahora inexistentes.

Estas bases del Transantiago aparecen también en documentos que no forman parte de la comu-nicación política, orientada hacia los ciudadanos comunes, sino más bien del campo del saber que tratamos de delimitar. Nos parece que dos textos, Micros en Santiago, hacia la licitación del 200314 y Micros en Santiago: de enemigo público a servicio público15, son emblemáticos de un cierto tipo de producción intelectual al margen entre lo político y lo académico. Los autores de estos estudios se ca-racterizan por una multiposicionalidad que es parte de una estrategia basada en la confusión de los capitales, que viene a reforzar el dominio del capital del “campo del saber”, basado en los conocimien-tos económicos, dentro del campo político y los subcampos que lo componen.

Guillermo Díaz, Subsecretario de Transporte, es uno de los autores de estos dos textos que cuen-tan con las formas de un documento académico sobre una política que él mismo está implementado desde su posición en el gobierno. Por lo tanto, es evidencia de una estrategia de confusión de los lími-tes. Andrés Velasco, otro autor del texto, ocupa una posición institucional en el campo científico en este entonces. Sin embargo, su designación como ministro de Hacienda algunos meses después demuestra que está también desempeñando estrategias de multiposicionalidad: estos agentes participan de la creación de un campo del saber transversal, que no aparece en la teoría de Bourdieu, salvo bajo la forma de la crítica a los “expertos”16.

La autoría de estos textos no es lo único destacable en ellos. Son muy relevantes para este estu-dio en la medida que sintetizan las bases del plan de reforma, especialmente a través de la preconiza-ción de la “empresarialización” del sector. Este término, sintetiza los objetivos que se asignan a los que van a implementar el Transantiago: reorganización de las empresas de locomoción colectiva en un número reducido de unidades de mayor tamaño, renovación del parque de máquinas, recorridos defini-dos de forma centralizada, profesionalización y especialización de los chóferes, fin de las prácticas de manejo al margen de la ley, entre otros.

11 Vale la pena destacar, otra vez, la diferencia entre sentido común y enunciado científico: el gobierno se propone una “reforma” que nosotros interpretamos, conceptualmente, como una revolución. 12 Discurso analizado en un trabajo paralelo del autor, “La gestación del Transantiago en el discurso público: hacia un análisis de políticas públicas desde la perspectiva cognitivista”, comunicación en un seminario a desarrollarse en septiembre 13 Etcheberry, Javier. Ministro de Transportes, citado en: Transantiago se adjudicó creación de imagen corporativa del plan de transporte urbano de Santiago. (2003, Marzo 07). La Nación. 14 Díaz, Guillermo, Gómez-Lobo, Andrés y Andrés Velasco. (2002). “Micros en Santiago, hacia la licitación del 2003”. Seminario “El Chile que viene I”. Santiago: Expansiva, CEP. 15 Díaz, Guillermo, Gómez-Lobo, Andrés, Andrés Velasco. (2004). “Micros en Santiago: de enemigo público a servicio público”. Documento de Trabajo n°357, Santiago: CEP. 16 Bourdieu, Pierre. El Campo político...

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La suma de estas modificaciones constituye la reforma. Lo que se postula con ella, analizándola desde la perspectiva de las herramientas conceptuales de Bourdieu, es un cambio en el habitus de los agentes del campo del transporte público. Esto toma la forma de nuevas reglas, nuevas estructuras, pero apunta sobre todo a revertir los códigos internalizados por los agentes, sea a nivel de los chóferes sobre su misma forma de manejar o de tratar con los usuarios o a nivel de los dirigentes, quienes están incentivados a transformarse en ejecutivos “respetables” de empresas “normales”. En otros términos, es un cambio de paradigma total en el campo, al igual que los analizados por Thomas Kuhn en el campo científico, de los cuales Bourdieu se inspira17. Según Kuhn, un nuevo paradigma emerge en un campo científico cuando se han agotado sus capacidades de dar cuenta de un fenómeno. Aquí, esta incapaci-dad se decide al interior del campo político, bajo la impulsión del propio Presidente Lagos, pero los efectos se hacen sentir en el campo del transporte público.

No obstante, esta meta no se impone fácilmente. Como lo describe Bourdieu, cualquier campo es el lugar de una lucha entre los dominantes y los dominados. En el campo del transporte público, hasta este momento, el Estado tenía, paradójicamente, una posición de dominado. Sin embargo, la decisión de intervenir, con el respaldo del campo del juego político y del campo del saber, hace que el cambio es difícilmente resistible por los agentes que tradicionalmente ocupan las posiciones en este campo. Dos conflictos van a ser fundacionales del nuevo campo del transporte público: la lucha por defender las fronteras del campo, por parte de los agentes tradicionales; el conflicto dentro del campo político, impli-cando elementos del campo del saber, para establecer las bases del cambio.

Aunque no lo expresarían de esta forma, los agentes que ocupan posiciones en el campo del trans-porte público se dan cuenta que la intervención del Estado significa el final de una época, una revolución dentro del campo. Su lucha por mantener el statu quo se aparenta a una defensa de los límites del campo tales como ellos lo conocen: rechazan la intervención porque no tienen otro horizonte. Han incorporado tan profundamente un habitus, dentro del cual figura una representación del campo como autónomo, que no pueden aprehender correctamente el cambio en la configuración del campo político.

El cambio en las representaciones sobre el transporte enfatiza la necesidad de reforma, lo que tie-ne por consecuencia una gran determinación de parte de los agentes del juego político para modificar radicalmente el sistema de transportes. Los agentes tradicionales consideran todavía que la amenaza de la paralización, que ha sido un arma muy eficiente en el pasado, puede funcionar de nuevo. La vio-lencia con la cual responden a la iniciativa gubernamental es prueba de la fuerza del habitus: un agen-te, menos aún un conjunto de agentes que conformaban un campo caracterizado por el mismo habitus, no puede actuar en contra de sus disposiciones. Cuando paralizan la ciudad, el 12 de agosto de 2002, están dejando en evidencia el desfase en el cual se encuentran.

Su radicalización parece una “estrategia” volcada al fracaso, casi una locura. Pero la teoría del habitus nos provee una explicación para este tipo de fenómenos: “en las situaciones históricas de tipo revolucionario, …el cambio de las estructuras objetivas es tan rápido que los agentes quedan rebasa-dos y, en otros términos, actúan a destiempo o fuera de razón”18. Si asumimos que la situación, en el campo del transporte público, equivale a una revolución, el comportamiento de los agentes se vuelve más entendible. La evolución que no han percibido es que perdieron todo respaldo dentro del campo político. Al contrario de situaciones anteriores, su comportamiento está unánimemente denunciado y el

17 Kuhn, Thomas. (1971). La estructura de las revoluciones científicas, Mexico DF: Fondo de Cultura Económica. 18 Bourdieu, Pierre y Wacquant, Loic, Respuestas…, p. 90.

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Estado puede reaccionar por la judicialización del conflicto, con el encarcelamiento de los líderes de la movilización.

Después de este episodio, algunos agentes intentan mantener un frente combativo, pero el fracaso del movimiento anterior ha marcado a los agentes, especialmente algunas figuras de los gremios de trans-porte. A pesar de que no se pueda abandonar un habitus por simple voluntad, se esfuerzan por asimilar un habitus nuevo. Este proceso podría ser el objeto de un estudio en sí, especialmente a nivel de los chófe-res, pero no está al alcance de este trabajo. Los agentes que antes dominaban las organizaciones gremia-les también tienen que “convertirse”, para seguir la analogía religiosa que Bourdieu usa para calificar el proceso de entrada de un agente a un campo. La paradoja es que estos agentes lo tienen que hacer para permanecer en posiciones relativamente protegidas en el campo donde pertenecen. Esta constatación permite medir la amplitud y la profundidad del cambio en el campo del transporte público.

Por otra parte, el fracaso de los agentes del campo tradicional en su oposición a la reforma sen-tencia la reestructuración del campo y la integración de nuevos agentes y sobre todo de instituciones, en un campo que carecía de institucionalidad formal: la coordinación de Transantiago y las empresas que entran a competir por las licitaciones de sectores de la ciudad ocupan posiciones que no existían en la anterior configuración. Sin embargo, en esta época las líneas directrices de la reforma que se ambiciona no están totalmente definidas.

La segunda lucha se ubica dentro del campo político en el sentido amplio que le asigna Bourdieu. Se trata del conflicto por imponer las líneas directrices descritas anteriormente como bases de la refor-ma. Este conflicto moviliza las fuerzas del campo político, como las de los subcampos con los cuales se conecta e interpenetra: campo del juego político, campo del Estado, campo del saber. En su definición del campo político, Bourdieu considera la posibilidad de que algunos ocupen las “verdades” de la cien-cia económica para dar “las apariencias de un sello de verdad, de una garantía científica”19 a ciertas decisiones políticas. A esta pretensión, que considera riesgosa, le opone la necesaria respuesta desde la ciencia. Sin embargo, nos parece que en el caso de Chile, que ha sido el escenario del mayor y más brutal experimento neoliberal del mundo, la estrategia va más allá de un simple apoyo en verdades de otros campos. Se trata de una estrategia para avasallar el campo político al campo del saber, que no podemos denominar de otra manera, porque ya deja de ser relevante llamarlo campo científico cuando su voluntad hegemónica es tan patente.

El caso del Transantiago es una ilustración paradigmática de esta dinámica. De una reforma im-pulsada desde el campo del juego político podemos presumir sin caer en la ingenuidad que tendrá por objetivo la mejora de las condiciones de viaje de los usuarios quienes son, en fin, los principales intere-sados. Sin embargo, la reforma no cumple con este supuesto y, para evidenciarlo, recurriremos de nue-vo a los textos que contienen las bases de la reforma. Estos elementos del discurso que emanan del campo del saber desconocen al usuario y plantean una preocupación principal: mantener la eficiencia económica del sistema. De esta manera, imponen la doxá del necesario autofinanciamiento del sistema y del carácter de negocio del transporte público. Las voces contrarias son marginadas. Por una parte, no tienen acceso al campo del saber, por una razón ontológica: rechazan el criterio económico como explicación del mundo. Por otra parte, son marginales dentro del campo político, dominadas en térmi-nos de capacidad de imponer representaciones y, por lo tanto, lejos de poder influir en el campo del juego político. 19 Bourdieu, Pierre. El Campo político, p. 23.

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Un episodio ilustra esta situación en el nuevo campo del transporte emergente: la salida de Ger-mán Correa de la Coordinación de Transantiago en el aňo 2003. Correa, sociólogo de formación, pierde la batalla política acerca de las líneas directrices de la reforma. No tenía posiciones extremas, pero su voluntad de diseñar un sistema más adecuado a las necesidades de la ciudad, con un énfasis en los estudios previos, no correspondía a los criterios de la mayoría. No pudo seguir su labor cuando perdió el respaldo del Presidente Lagos. Esto demuestra que, al igual que en el antiguo campo del transporte existía un habitus donde se anclaba la creencia en el carácter autónomo del sistema, dentro del campo político existe un habitus sedimentado en la transición que ha elevado muchos tabús en las discusiones en torno a las políticas públicas y al rol del Estado en general. El trauma que constituye la experiencia de la Unidad Popular marcó un habitus que se refleja en la toma de decisiones dentro del campo políti-co y en la permeabilidad, hasta interpenetración, a las representaciones que difunde el campo del saber y a los mismos agentes que participan en él.

Para concluir sobre el campo del transporte, queda demostrado que este campo es el objeto de un cambio profundo que podemos calificar de revolución, en la medida que se transforman las estructuras de las posiciones dentro del campo, mediante la creación de nuevas posiciones, y la entrada de nuevos agentes e instituciones. En consecuencia, los límites del campo son modificados y un campo hasta este momento muy autónomo está reintegrado dentro de las áreas de competencia del campo del Estado: está sometido al control de una autoridad burocrática que anteriormente ocupaba una posición margi-nal. Estas estructuras y reglas nuevas establecen las condiciones para exigir de los agentes tradiciona-les que renuncien a actuar según su habitus tradicional, es decir, que asimilen uno nuevo. La relativamente fácil conversión de los agentes que ocupaban posición de dominante en la antigua confi-guración se explica quizás por la modificación menor del enjeu del campo, aún con todos los cambios ocurridos. El postulado de la eficiencia económica no es más que una reformulación del anterior deseo de maximizar la cantidad de fondos recaudados. Los cambios afectan la repartición de estas ganancias, pero no el principio mismo que orienta la acción en este campo reconfigurado por una revolución.

A modo de conclusión, queremos volver sobre los alcances de este trabajo. La reflexión presenta-da aquí no pretende explicar todo lo ocurrido en el complejísimo proceso que ha sido la reforma del transporte público. Se trata más bien de una interpretación que puede ser una base para la realización de una investigación más profunda, que pruebe las hipótesis avanzadas. Esto vale también por el inci-piente concepto de campo del saber, que nos parece tener un real valor heurístico.

En relación a este concepto, parece relevante reafirmar, siguiendo a Bourdieu, que no existe nin-guna ley transhistórica que rige el espacio social. En el estudio de los campos, esta ausencia de tras-cendentalidad se expresa a través de la constante renovación de las relaciones entre los subcampos que componen el campo político, donde las relaciones de fuerza son cambiantes. En el caso de Chile, como lo analizamos aquí, los campos del juego político y del Estado podrían estar en posición de domi-nado frente al campo del saber, como consecuencia de la legitimidad difícilmente cuestionable que conquistó el criterio económico a raíz de los cambios estructurales ocurridos durante la dictadura. El gran interés, a nuestro juicio de la teoría de Bourdieu, es que permite pensar este tipo de situaciones, lo que la hace mucho más acertada para pensar la realidad que la teoría de los sistemas de Luhmann, ya que evacua la historicidad en una búsqueda del equilibrio que no se adecua con las irregularidades del mundo social.

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DEBATES PARA EL SIGLO XXI

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LOS INSTINTOS FUNCIONAN. EL SEXO ES BÁSICO

FERNANDO VARELA VERGARA*

RESUMEN El autor propone aceitar el péndulo de la sociología, para que este se desplace desde

los comportamientos aprendidos a los innatos o instintivos. Tal movimiento le parece sa-ludable para esta disciplina. Intenta ubicar, además, el propósito principal de tal disciplina en la búsqueda de las claves de la sociabilidad. Entiende que tales claves se relacionan estrechamente con nuestra naturaleza sexuada, al igual como sucede con tantas otras especies. Revisa la idea de especie y se pregunta por el significado de la sexualidad. Ex-plora el significado de diversas formas que ella muestra, tanto en nosotros como en el mundo animal. Revisa el parasitismo de cría y la eyaculación precoz como adaptaciones del mundo animal orientadas a resolver problemas de reproducción vitales que enfrentan las diversas especies, entre ellas, la nuestra.

EL LUGAR QUE NOS CORRESPONDE

Hace pocos años, Frans de Waal (2000) –el notable primatólogo– escribió lo siguiente: “Los defensores del comportamiento innato y los partidarios del adquirido han estado enfrentados du-rante más tiempo del que puedo recordar. Mientras los biólogos han creído desde siempre que los genes intervenían en el comportamiento humano, los sociólogos han militado en masa en el bando contrario, el que afirma que somos obra nuestra, libres de las cadenas de la biología” (p. 48). En el mismo artículo, más adelante, agrega que “La sociedad ha permitido el movimiento pendular

desde el comportamiento aprendido al innato, dejando atrás un gran número de sociólogos confundi-dos” (p. 49).

En este trabajo, intentaré responder a algunas de las preocupaciones de de Waal. Aunque con-cuerdo con él respecto a lo que han sido las típicas posturas sociológicas, quiero mostrar que esto no tiene porqué ser, necesariamente, así. Y que puede ser de otra manera. De hecho, quiero mos-trar nuevos caminos, para que la sociología del siglo XXI, sea –como estoy convencido– una disci-plina diferente.

Para ello es necesario realizar algunos cambios, establecer puntos de partida diferentes. Uno de ellos, a mi juicio, parte por establecer nuevos principios. Nos replanteamos, desde luego, una pregunta esencial: ¿cuál es o dónde está –a nuestro juicio– el punto de partida, la pregunta originaria de una

* Licenciado en Sociología, docente Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Central de Chile.

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sociología del siglo XXI? Nuestra respuesta es que ella se encuentra en la búsqueda de las claves de la sociabilidad.

¿Y qué implica esta idea? Algunas diferencias. La sociología del siglo XIX –así como gran parte de aquella que ha prevalecido en el siglo XX– creyó que esta búsqueda estaba en las claves económi-cas, institucionales o históricas asociadas a la emergencia de la sociedad moderna. De la sociedad humana moderna. Y entendieron que la sociedad moderna era la sociedad, o el tipo de sociedad que surgió en Europa, luego del quiebre de las estructuras medievales. Los clásicos de la disciplina, Saint–Simon, Comte, Marx, Weber y Durkheim lo entendieron así (Ansart, 2002; Giddens, 1977; Ritzer, 1996). Y muchos han seguido esta idea. Hasta hoy.

Pienso diferente. Creo que hoy asistimos a un quiebre importante y fundamental que requiere nuevos planteamientos y nuevos puntos de partida. Y también de nuevos clásicos.

¿Por qué? Porque para muchas disciplinas que estudian nuestros fenómenos –los fenómenos humanos– las cosas están cambiando radicalmente. Y el cambio pasa, esencialmente, por considerar y constatar –una y otra vez– la fuerza de los genes y de sus compañeros inseparables, los instintos. Y su fuerza se nota cada vez más. Ella está trasformando todo lo que sabíamos… o lo que creíamos saber.

Constatando estos cambios y esta fuerza escribo estas líneas. Para explorar nuevas posibilida-des, para abrir nuevos caminos. Para construir una ciencia social distinta, una ciencia social para el siglo XXI.

EL LUGAR DE LA SOCIABILIDAD Comencemos, entonces. ¿Qué vamos a entender por “punto de partida”?, ¿dónde colocaremos

las bases de la sociabilidad?, ¿de qué tipo de sociabilidad estamos hablando? Una primera respuesta es que no la vamos a ubicar en los marcos restringidos del siglo XIX y del

XX. Tal búsqueda no la vamos a ubicar en la historia humana de los últimos años, los últimos siglos o los últimos milenios. La vamos a ubicar en el nuevo marco de la evolución de la especie, de la especie homo sapiens sapiens. Más allá, incluso, la vamos a colocar en el marco –o a la luz– de las especies que nos precedieron. Aun más, la situaremos en el gran marco de la vida animal.

BUSCANDO NUESTRA IDENTIDAD: COMO UNO MÁS EN EL MUNDO ANIMAL

El mundo animal es un buen punto de partida. ¿Por qué? Simplemente porque nosotros somos parte de él. Nunca hemos dejado de serlo. Y reconocer esto, no quita ni pone nada especial en la mira-da sobre nosotros mismos. Sólo nos coloca en nuestro lugar. En el lugar que nos corresponde. Como uno más. Como otros más. Junto a otros más.

Si lo miramos de este modo, siguiendo un esquema básico expuesto por algunos investigadores (por ejemplo, por Núñez y Paniagua, 2001) podemos considerar la clasificación biológica actual del ser humano, tal como se expresa en el siguiente cuadro:

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Clasificación Biológica del ser humano actual Es un animal Reino Animal

Tiene espina dorsal Filo Cordados

Espina dorsal segmentada Subfilo Vertebrados

La madre amamanta a sus crías Clase Mamíferos

La gestación se realiza en el útero dentro de la placenta Subclase Euterios

Tiene extremidades con 5 dedos, posee clavícula y un único par de mamas situadas en el pecho Orden Primates

Ojos en la parte frontal de la cabeza y cerebro grande en relación con el tamaño del cuerpo Suborden Antropoides

Reducción de los caninos (colmillos), arcada dentaria de forma parabólica, reducción progresiva del último molar, esqueleto adaptado a la postura erguida y locomoción bípeda y cara progresivamente más vertical.

Familia Homínidos

Un cerebro notablemente más grande y complejo, una cara más pequeña y vertical, molares de menor tamaño, la nariz más prominente, así como modificaciones anatómicas y funcionales de la región pélvica y la forma general del cuerpo.

Género Homo

Rasgo que caracteriza específicamente: su inteligencia. Especie Sapiens

Dos veces sapiens, para distinguirlo de la especie: Homo sapiens neandertalensis Subespecie Sapiens

Así, suponga que alguien le pregunta ¿quién es usted? Según los biólogos –expertos en evolu-ción– usted podría responderle, con todo sentido y mucha profundidad, que es: un animal cordado, un mamífero con espina dorsal segmentada, euterio, un primate de cinco dedos, un sujeto con gran cere-bro, bípedo –en realidad, con un cerebro bastante más grande que otros– inteligente tanto, que puede considerarse dos veces inteligente.

No estaría mintiendo. Esa es su identidad. ¡Un excelente cordado, un primate con características únicas! En todo caso, las moscas, las ratas, las iguanas marinas, los burros, el sapito partero, los pájaros, todos los demás mamíferos, etc., podrían responderle que ser único no tiene nada de especial: todos son únicos, todas las especies tienen características únicas, ¡por eso es que son clasificados en distintas categorías! No tiene nada de especial ser únicos. De hecho, los miembros de todas estas especies son, también, únicos. Proce-den de mezclas de genes, mezclas que son, también, únicas.

Ironías de la vida, el único que podría ser único, realmente –por ser único– es un clon. Pero la na-turaleza no se esfuerza por producir clones. Y lo hace justamente porque eso es lo que significa (o es el resultado de) ser sexuados: ¡un macho único y distinto a cualquier otro, en todos los animales sexua-dos se junta y copula con una hembra única para tener una o un (o varios) descendiente(s) también

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único(s)! Y todos hacen lo mismo. El sexo logra esto, porque permite la combinación de dos únicos, para obtener otro único. Todos los seres sexuados son (o se acercan notablemente a ser), realmente, únicos. Un clon puede, por tanto, decir que él sí es único, ¡pero por ser una copia! (casi un idiota: se considera único por ser una copia perfecta), que es aquello que la naturaleza, justamente, evita (con el sexo). Así, ¿qué tiene de especial ser único? Le respondo: nada.

¿Y QUÉ HAY RESPECTO A LA SOCIABILIDAD? Los humanos no inventamos la sociabilidad. Somos parte de ella, somos, más bien, el último es-

labón de una cierta cadena de animales sociales, los primates. Y, antes de ellos, de toda una larga secuencia de antepasados sociales.

El mismo de Waal lo dice en una entrevista concedida a Mundo Científico, estableciendo posicio-nes respecto a las ideas de Rousseau y Hobbes sobre el “origen” de la sociabilidad:

“Rousseau, que no era precisamente un modelo de sociabilidad, consideraba al buen salvaje como un indi-viduo autosuficiente que vivía su vida en un aislamiento relativo, sin vínculos sociales con los demás. Su concepción de las primeras sociedades podría incluso ser considerada como una variante de la de Hobbes, para quien el hombre no era más que un lobo para el hombre (lo cual, dicho sea de paso, no hacía justicia a los lobos, una especie muy cooperativa). Rousseau compartía, aunque en una forma debilitada, este punto de vista asocial de la humanidad. Para un biólogo, la idea de que los hombres, aislados al principio, habrían acabado estableciendo un contrato de vida en común para organizarse mejor es una idea totalmente ridícu-la. Los esquemas de Rousseau y Hobbes son simplistas. La verdad es otra: nosotros no somos sino los úl-timos herederos de un larguísimo linaje de animales intensamente sociables que dependen los unos de los otros y establecen toda clase de vínculos entre sí. ¿Es la competencia o la cooperación lo que ha dominado la vida de estos animales? Las dos. Estos animales estaban en competencia, pero al mismo tiempo se ne-cesitaban los unos a los otros. Es lo que hace tan complejo e interesante el estudio de la dinámica social” (Delacampagne, 2001, p. 97).

De nuevo, estoy de acuerdo con de Waal en ciertos puntos esenciales. Descendemos de especies sociales y –en lo fundamental– por ello es que somos sociales. Reconocernos como un eslabón, o par-te de una cadena, es un punto crucial. De hecho, abre nuevas perspectivas, nuevos puntos de vista. Sus consecuencias están transformando –y continuarán transformando, creo– la mirada sobre nosotros mismos. Sobre nuestro psiquismo. Sobre nuestros arreglos sociales. Veamos algunas de estas nove-dades. Elaboremos otras. Antes, un poco de historia.

EL TRABAJO DE DARWIN, LINNEO Y TYSON De Waal no fue el primero en estas lides. Permítame que le muestre algo de tres pioneros: Erasmus

Darwin, Carl von Lineé (o Linneo) y Tyson. Uno de los pioneros fue Erasmus Darwin, abuelo de Charles. En 1794 escribió: “Como la tierra y el océano estaban probablemente poblados de productos vegetales mucho antes de la existencia de los animales, y numerosas familias de estos animales mucho antes que otras

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familias de éstos ¿podemos suponer que un mismo tipo de filamentos vivientes es y ha sido la causa de toda vida orgánica?” (Ridley, 2001, p. 34). Puesto en una nueva zaga de pensadores evolucionistas, el abuelo de Charles Darwin (médico y

poeta) se inscribe, por derecho propio, en una relativamente nueva línea de pensadores que revolucio-naría nuestra manera de mirar el fenómeno de la vida y –de paso– la manera de mirarnos, pretencio-samente, a nosotros mismos. Su nieto recibiría la influencia del abuelo –a través de su libro Zoonomía–, a pesar de los deseos del padre, deseoso que su hijo Charles terminara la carrera de Medicina o la de Teología.

Un poco antes que este insigne abuelo se encuentra Linneo. Linneo fue, probablemente, el primero en clasificar al hombre dentro del reino animal. El hombre, según él, era un ser físico, por lo que sus ras-gos distintivos tenían que buscarse en el orden natural. En la edición de 1735 de su Systema Naturae, situaba en la misma clase a los hombres y a los simios, dentro de la categoría general de los antropomor-fos, que formaban parte de los “cuadrumanos”. (No se asuste, usted ya no es “cuadrumano”, aunque iba a pasar un tiempo para que lo, o la clasificaran distinto).

Carolus Linneus clasificó todos los organismos conocidos en dos grandes grupos: los reinos Plantae y Animalia. De hecho, desarrolló la nomenclatura para clasificar y organizar a los animales y las plantas. Es considerado el padre de la taxonomía. Para evitar confusiones de idioma, Linneo impuso el latín que, por aquella época, era la lengua “culta”. A partir de la décima edición (1758), los cuadrumanos ceden su lugar a la nueva apelación de mamíferos –mammalia– . En el primer orden de los mamíferos estaban los primates, que agrupaban al hombre y al simio.

Sin embargo –más antiguo que todos ellos– uno de los principales culpables de todo esto, al parecer, fue el anatomista Tyson quien, en la primavera de 1698, llevó a cabo la disección de un chimpancé joven. El resultado de tal disección la publicó en 1699, en un tratado de anatomía comparada, titulado Orang–Outan sive homo sylvestris, or the Anatomy of a Pygmie compared with that of a Monkey, an Ape and a Man.

Sobre las similitudes y diferencias de su comparación anatómica concluyó que había 48 puntos de semejanza entre el chimpancé –Homo sylvestris, orang–outan o pigmeo, según lo denominó– y el hom-bre y 34 puntos en los que estaba más próximo a los otros “cuadrumanos”. Vale la pena constatar sus propias palabras:

“Esta es una observación verdadera, que no podemos dejar de hacer sin admiración: de los minera-les a las plantas, de las plantas a los animales, y de los animales al hombre, la transición es tan gra-dual, que hay una gran similitud tanto en la más humilde planta y algunos minerales, como entre el rango más bajo de hombres y el género alto de animales. El animal al que le he hecho la anatomía, al estar cerca de la humanidad, parece el nexo entre lo animal y lo racional… Nuestro pigmeo no es un hombre ni tampoco un simio común, sino una especie de animal intermedio; aunque sea bípedo, es del género de los cuadrumanos” (Frigolé Reixach, 1998, p. 1278).

No lo (la) distraigo más con tanta historia del pasado. Tal vez usted quiera saber más del presen-te. Tal vez le parezca más interesante saber cómo es que estas ideas han llevado al desarrollo de perspectivas evolucionistas atingentes, en forma más directa, a las ciencias sociales actuales. En eso –en parte– concordamos.

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Antes de terminar este punto, sin embargo, déjeme contarle que hoy la búsqueda de los precurso-res llega, al menos, ¡hasta Aristóteles! quien –medio en serio, medio en broma– ha sido postulado por Max Dellbruck ¡para el Nobel de Biología (póstumo) por sus contribuciones al descubrimiento del ADN! (Ridley, 2001, p. 36) ¿No será una exageración?

BUSCANDO NUEVOS PUNTOS DE PARTIDA ¿Qué significado tiene todo esto? ¿Cómo puede llevarnos a una ciencia social (en algo, al menos)

diferente? Le propongo que exploremos nuevos puntos de partida. Tal vez sea útil considerar un par de nuevas ideas.

Por ejemplo, en un libro reciente, Randy Larsen y David Buss (2005) anotan lo siguiente (siguien-do el pensamiento de Charles Darwin):

“Todos venimos de una línea larga e ininterrumpida de antepasados que cumplieron con dos ta-reas sumamente importantes: sobrevivieron hasta la edad reproductiva y se reprodujeron. Si cual-quiera de sus antepasados hubiera fallado en la reproducción, usted no estaría aquí en la actualidad para contemplar su existencia. En este sentido, todo ser humano es una historia de éxi-to evolutivo. Como descendientes de estos antepasados exitosos, llevamos con nosotros los ge-nes para los mecanismos adaptativos que condujeron a su éxito” (p. 232).

Mucho de los “nuevos” puntos de partida se encuentra aquí. Consideremos, pues, algunas de las ideas que están encerradas en esto. Le sugiero dos que discutiremos a continuación: 1. Los humanos –igual que todos los animales– para reproducirse, necesitan llegar (vivos, y oja-la, sanos) a la edad reproductiva. 2. No basta con llegar, hay que reproducirse.

Llegar vivos a la edad reproductiva En primer lugar, lo primero es cierto. Nuestros congéneres no se reproducen a los 4 ó 6 años. De-

ben llegar a –aproximadamente– 12 o más años de edad. Usted puede decir ¿qué importa eso? Yo puedo decidir no reproducirme y soy igual humano y social: vivo tranquilamente en una sociedad. Muy cierto. Pero las cosas no son tan simples al nivel de una especie. Por varios motivos.

En primer lugar, el mismo concepto de especie es importantísimo aquí. La especie –para sobrevi-vir– necesita resolver estos problemas (en realidad no es usted. Quiero decir usted no es la especie o, más bien, usted es sólo una parte de ella). Para ello, esperamos que desarrolle (la especie) estrategias, adaptaciones, o lo que sea, para cumplir esta tarea. Si no lo logra, desaparece o, lo que es lo mismo, se extingue.

Usted puede decir ¿y qué? Después de todo muchas especies se han extinguido. Tiene toda la razón. Por algunas razones algunas especies no se extinguen y otras sí. De hecho, extinguirse es de lo más “normal” ¡porque la mayoría de las especies que han aparecido por este planeta se han extinguido! Incluso más, con el calentamiento global, la polución, etc., se piensa que hasta un 30% de las especies existentes desaparecerán, sólo en los próximos 50 a 100 años (El País.com, 2007). Extinguirse es de lo más normal y nada impide que la nuestra no se extinga. Pero a algunas eso no les pasa. Y no les pasa

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porque “resuelven” estos problemas básicos. Si no lo hicieran ya estarían –hace tiempo– extintas. Re-solverlos es condición de la existencia.

En otras palabras, el futuro de nuestros descendientes (en cuanto especie) depende de sus “deci-siones reproductivas” (aunque usted no lo haga, piense que hay otros que sí lo harán o que actúan distinto a usted). Más adelante, cuando mencionemos a ciertos “actores sociales fundamentales” –los genes– veremos que lo que estamos diciendo aquí es, en realidad, una simplificación. Espere, ténga-nos paciencia.

Sigamos. De hecho, muchos niños, no llegan a la edad reproductiva vivos, por muchas razones: son abortados, muertos o son presa de enfermedades, accidentes de todo tipo, etc. Pero el criterio vale. Si no se llega a la edad reproductiva no hay reproducción natural posible (hasta que no inventemos otra cosa).

Reproducirse Segundo, hay que reproducirse (aunque nadie lo obliga). Pero reproducirse es complicado (algu-

nos “pueden”, otros y otras no). Usted tiene que buscar cómo hacerlo. Tiene que encontrar a una pareja y, al menos, copular con tal pareja. Aquí viene un punto esencial. Merece serias consideraciones.

Reproducirse es un problema social –y biológico– también. En realidad aquí se cruza lo social con lo biológico. Sepa usted que somos una especie sexuada. Usted dirá –con toda razón– que esto no es nin-gún descubrimiento. Cierto. Pero estoy convencido que todavía no dimensionamos adecuadamente lo que ello significa. Por ejemplo. ¿qué significa ser una especie sexuada? ¿qué implica ello? De hecho, ¿qué significa el concepto de especie? Es aquí donde se abre una gama de nuevas preguntas y consecuencias (“relativamente nuevas” para las ciencias sociales). Veamos algunas.

La idea de especie Cuando comenzamos a tratar ciertas cosas que parecen obvias resulta que ellas no lo son tanto.

Eso ocurre con el concepto de especie. Aunque las discusiones al respecto pueden ser muy “técnicas” conviene sentar cierta claridad al respecto. Para ello sigamos las ideas de ciertos “expertos”. En un artículo muy interesante, Arcadi Navarro (2005) señala:

“una especie está formada por un conjunto de individuos que pueden cruzarse, compartiendo por tanto un acervo génico común, al tiempo que permanecen reproductivamente aislados de otras especies. Bajo esta definición, la especiación consiste en la evolución de diferencias que impidan la reproducción entre individuos de grupos distintos” (p. 47). Para simplificar: una especie puede ser concebida como algo así como un conjunto de compatibi-

lidades y barreras reproductivas entre seres sexuados. Me explico. Si usted puede cruzarse (o copular con una hembra o un macho humano, dependiendo del caso, obviamente) y tiene, por ello, descenden-cia (hijos) y ellos son también fértiles (pueden originar humanos, por tanto) se dice que usted y ella o él (dos humanos bajo referencia) pertenecen a una misma especie. Si esto no se puede, estamos ante la presencia de dos especies. Y si eso no sucede se debe a que existe la presencia de una barrera gené-tica entre esa pareja que impide, no que no tengan, necesariamente, hijos, sino que, al menos, impida que esos hijos tengan, a su vez, descendencia.

Todo esto parece muy raro, porque usted puede copular con cualquier miembro fértil de los huma-nos actuales –que vivan en cualquier lugar de este planeta o que vivan en cualquier sociedad actual– y

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tener hijos (fértiles). En eso no hay problema. Note también que usted no necesita copular y –efectivamente– tener descendencia para ser miembro de una especie: sólo basta que posea tal compa-tibilidad, aunque no la haga efectiva. (Incluso la tiene aunque decida copular con miembros de otras especies. Como usted sabe, esto también –a veces– sucede).

Ser miembro de una especie, por tanto, no significa que usted haga efectivas todas sus potencialida-des. Pero, las tiene y eso es lo que importa. Digámoslo de otra manera: ser parte de una especie sexuada no le impide su libre albedrío. Usted decide. Pero sus decisiones importan. Le importa a su especie, desde el punto de vista de la reproducción. Como uno de sus miembros, usted porta un diseño. Los miembros de una especie portan diseños compatibles. Si los hacen efectivos es otra cosa. De hecho esos diseños son restrictivos: cuando un macho humano copula con una hembra humana, por lo general engendran huma-nos. No salen (o emergen o nacen) moscas, burros o camellos. Nacen humanos.

Hay varias cuestiones más en lo anterior. Por ejemplo, podemos preguntar ¿cuándo adquirimos esta, o estas características? ¿de dónde vienen? ¿qué significa esto para la sociabilidad “humana”? ¿qué significa ser “sexuados”? ¿de dónde viene el “sexo”, después de todo?

¿QUÉ SIGNIFICA SER “SEXUADOS”? Este “extraño” conjunto de preguntas merece mayor análisis (de hecho, ya avanzamos algo en párra-

fos anteriores). Una diferencia fundamental entre las ciencias sociales del presente siglo, respecto a los siglos anteriores –creo– gira alrededor de ellas. Y si usted cree que a la sociología no les competen o que le competen a una disciplina alejada, tal cual sería la biología, pienso –personalmente– que usted está muy equivocado (o equivocada). Trataré de mostrarle por qué.

Otra vez, cuando enfrentamos preguntas como estas nos encontramos con que lo obvio resulta sumamente complejo y oscuro. Para los humanos ser “sexuados” resulta algo bastante obvio: al desnu-darnos notamos claramente las diferencias. De hecho, ni siquiera necesitamos desnudarnos, porque en el rostro, las piernas, el habla, las nalgas, los pechos, la manera de caminar y muchas otras cosas lo notamos claramente. Es más, todos sabemos que sexo significa cópula, donde el macho penetra a la hembra y la insemina. Obvio, ¿no es cierto?

Pero, ¿por qué lo obvio no lo es tanto para quienes estudian esto? Hay varias razones. En otro ar-tículo, relativamente reciente, se explica esto. David Crews (2005), profesor de zoología en la Universi-dad de Texas, ha pasado muchos años analizando este fenómeno y concluye lo siguiente:

“Una de las características fundamentales de la vida es la sexualidad, la división en machos y hembras. Consideraciones sexuales influyen en la apariencia, la forma, el comportamiento y la constitución química de casi todos los organismos pluricelulares. Pero, aunque resulte sorpren-dente, no sabemos porqué existe el sexo” (p. 51) ¿Y si ellos no lo saben, quién lo sabe? ¿Usted lo sabe? Comienzo a responderle a de Waal: pare-

ce que los sociólogos no son los únicos confundidos, ¡los biólogos también! En torno a este extraño fenómeno, dice Crews, por supuesto que sabemos ciertas cosas. Por

ejemplo, podemos definir, las características comportamentales que distinguen a machos de hembras (entre los vertebrados, al menos).

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“Por lo que concierne al comportamiento, la divergencia obvia se evidencia en la actividad copula-dora. En general, los individuos dotados de testículos intentan la inseminación (comportamiento masculino típico), mientras que los provistos de ovarios son receptivos a la inseminación (compor-tamiento femenino típico). Machos y hembras suelen diferir en otros aspectos menos patentes: grado de actividad, regulación del peso corporal, nivel de agresión y pautas de aprendizaje” (Crews, 1994, p. 51). En síntesis, por tanto: reproducción sexuada significa que para reproducirnos tenemos que resol-

ver un problema –al menos– entre dos: un macho y una hembra. Recalco, al menos. Un problema de intento y de receptividad sexual. Y resulta que los problemas entre dos son problemas sociales. Digo, es un caso de un problema atingente a una ciencia de la sociabilidad. Ahora, son muchos dos. Quiero decir que esta división entre machos y hembras no es sólo de unos pocos dos: es de muchos dos (ma-chos y hembras) que se encuentran repartidos por todos los lugares donde se encuentre la especie. Más claro aún: la división entre machos y hembras cruza la especie: es un tema colectivo. El sexo es algo que nos involucra a todos. Todo ello puede resumirse en lo siguiente: somos sociales –al menos– porque somos sexuados.

Voy a colocar aquí una idea que será necesario redondear. En realidad somos sociales por el mismo motivo por el que existen tantas especies sociales: porque somos sexuados. Somos sociales porque portamos diseños que nos convierten en sociales. Ser sexuado es un poderoso motivo para ser sociales. Es un motivo dominante. Así –si somos sociales porque somos sexuados–, esto significa que todos los animales sexuados tienen poderosas “razones” para ser sociales. Son sociales, también, porque son sexuados. Pongo la sociabilidad a la luz de la sexualidad. Somos sociales, al menos, por-que portamos diseños –anclados en nuestra sexualidad– que nos llevan a serlo.

Adicionalmente, es fácil (y no difícil) reconocer que somos sociales porque tales diseños se en-cuentran profundamente enraizados en nuestro pasado ancestral –en un largo pasado ancestral– que (en este aspecto) podría rastrearse, al menos, hasta el primer sexuado que originó todo esto.

Es más, somos lo que somos porque tales diseños están en nuestros genes, porque son ellos los que portan tales diseños, diseños que se pierden –en un pasado remoto– hasta esos primeros organismos y sus diseños. En síntesis, somos sociales porque está en nuestros genes serlo. Porque portamos genes que nos llevan a serlo. Somos sociales porque descendemos de especies que –genéticamente– han sido desde tiempos remotos, sociales, al menos, por este mismo motivo esencial.

Somos, por tanto, el presente de ese largo pasado. Y por todo ello –y por ellos– es que somos so-ciales. ¿Es tan difícil asumir esto? Sinceramente, no lo creo, es bastante simple. Le pido que lo piense y me responda. Se lo pido a las ciencias sociales del siglo XXI, se lo pido a todos ustedes. Dígame –si me equivoco– que me equivoco. Ponga usted también las cosas en el camino correcto.

Si lo anterior tiene sentido (y espero que así sea) esto quiere decir también que fue la naturaleza (no la modernidad, ni la antigüedad, ni los medios de comunicación, ni el capitalismo, el socialismo, los estados modernos o del pasado, la moral, o la “cultura”) lo que nos hizo “sociales”. Somos sociales por el mismo motivo por el cual hay muchas especies que son sociales: porque –al menos para reproducir-nos– usted tiene (como los pájaros, las ratas, los burros, las iguanas, los lagartos, el sapito partero, las moscas y tantos otros) que resolver un problema social crucial: reproducirse. En realidad, como todas las especies sexuadas (y son muchas).

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Estoy convencido que no hemos ponderado suficientemente esto, aún. De hecho, es conveniente re-calcar que estos problemas no son “de dos”: son problemas de la especie, de todas las especies sexua-das. Involucran a “todos” sus miembros. Hay que fijarse en los diseños. Todos portamos tales diseños sociales ancestrales. Están involucrados poderosamente en (o con) nuestro ser.

Desde estos “nuevos” puntos de vista hay tanto que reconsiderar. Lo haremos gradualmente. Por ejemplo, eso significa, adicionalmente, que hay que ponderar problemas que son comunes (comunes a los seres sexuados). Hay que enfrentar esa parte de nuestra naturaleza social. La reproducción no es trivial. Tal vez sea por ello que –en la naturaleza– se encuentran una gama increíble de “soluciones” y “diseños” al respecto. Pero hay muchas cosas más. Hay más complejidades todavía.

AL PRINCIPIO, TODAS ÍBAMOS A SER HEMBRAS

Para complicar aún más las cosas, tampoco es claro qué es ser macho y qué es ser hembra. Tan extraños aspectos de nuestra naturaleza sexual pueden ser vistos desde muchos ángulos. Uno de los descubrimientos más sorprendentes de los últimos años ha consistido en plantear que hay, por así decirlo, un sexo básico: el sexo femenino. ¿Por qué es básico? Dice Crews:

“En los mamíferos, los embriones comienzan con una masa de tejido sexual primordial. El que ese tejido se transforme en gónadas masculinas o femeninas depende de la activación de ciertas señales genéticas. Luego, las actividades hormonales que actúan en el embrión controlarán el sexo de los genitales. Los testículos de los machos genéticos producen concentraciones importantes de andrógenos, que inducen la formación de conductos deferentes, pene y escroto. En ausencia de andrógenos, el embrión adquiere órganos sexuales femeninos: útero, clítoris y labios vaginales” (p. 51). Si lo entiendo bien, hay algo así como un sexo básico y éste es el femenino. Si no ocurren proce-

sos de masculinización el sexo que “aparece” es el femenino. Luego, para que de un embrión diseñado para ser femenino se trasforme en masculino debe suceder algo. Ese algo hace la diferencia. Pero el proceso marca algo que es elemental: el sexo básico es el femenino. Tienen que ocurrir cosas para que de un embrión femenino nazca uno masculino. Por tanto, los machos son, o somos, básicamente, hem-bras masculinizadas.

Buscando y buscando, encontré que esta interpretación concuerda ampliamente con la que ofrece otra experta, Doreen Kimura (1992). Ella dice lo siguiente:

“En los mamíferos, hombre incluido, el organismo tiene potencial para ser macho o hembra. Si hay un cromosoma Y presente, se forman testículos, o gónadas masculinas, desarrollo que es el primer paso esencial para convertirse en macho. Si las gónadas no producen hormonas masculinas, o si por alguna razón, las hormonas no pueden actuar sobre el tejido, la forma de organismo que por defecto permanece es la hembra” (p. 78). Esto abre, de nuevo, muchas interrogantes. Se me ocurren algunas, al respecto. Por ejemplo, si

los hombres somos mujeres masculinizadas ¿cómo fue que este sexo básico “construyó” otro, una especie de “espejo de sí mismo”, pero diferente? ¿Para qué? La naturaleza tuvo que tener muy buenas razones para darse ese trabajo. Uno puede pensar, de hecho, que las hembras se perpetúan a sí mis-

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mas creando machos... etc. Esto se pone muy especulativo, dirá usted. Tiene razón. En eso –otra vez– concordamos.

Pero ya las cosas no son las mismas. Hay un sexo básico y es el femenino. Los hombres somos féminas masculinizadas. Somos, de hecho, el sexo derivado. ¿Habrán más complicaciones aún? ¿Qué otras nos depara nuestro “destino sexual”? Le propongo que sigamos nuestra excursión.

LA VIDA ES BELLA, PERO SUMAMENTE COMPLICADA: EL CASO DEL PARASITISMO DE CRÍA

Ser macho o ser hembra es una cosa (complicada). Reproducirse es otra. Aquí las especies en-frentan numerosos dilemas. Hoy sabemos que la procreación en el mundo animal está llena de interro-gantes muy interesantes. No somos los únicos complicados.

Sin ninguna intención de aburrirla –o aburrirlo– (en este segundo caso, de aburrirla-aburrirlo. Dis-culpe, ya no sé cómo decirle, o decirnos) quiero mostrarle un ejemplo sorprendente. Es el caso del parasitismo de cría, fenómeno que involucra complejas interacciones sociales no sólo entre dos miem-bros sexuados de una sola especie, sino entre seres sexuados de varias especies, sólo para reprodu-cirse. ¡Aquí sí que todo es complicado!

Considere la siguiente historia: Aparece por su comarca un individuo desconocido, que viene con su hijo. Le pide que sea usted el que se lo cuide, porque él no puede hacerlo. Usted, naturalmente, reclama por semejante abuso. Ellos se marchan. Pero, en la noche, al ir a su granero, descubre que el niño está ahí, esperando algún cobijo. Usted decide cuidarlo, junto a sus otros tres hijos. Junto a los suyos.

Pasados algunos años, el chico adoptado muere, a causa de una enfermedad. Usted cree –por supuesto– haber hecho una buena labor. Pero aquí se desata una tragedia. Descubre –con horror– que el sujeto –ese mal padre que usted odió en su momento– ha vuelto y mató a su retoño más pequeño. ¡Sí, al suyo! Es más, le exige que cuide a su nuevo pequeño. ¡Otro más! que él trae consigo, ¡pidiéndo-le nuevamente que usted se haga cargo de él! pero esta vez –como un verdadero mafioso– so pena de acabar con sus otros dos pequeños –los únicos que a usted le quedan– si no accede a tal petición.

¿Qué haría usted? ¿Decidirá cuidar a ese otro “intruso”? ¿Cumplirá el sujeto lo prometido? Si se muestra tan decidido como lo ha demostrado, ¿le convendrá mejor cumplir con lo que él desea? Y si ese mal padre le promete, además, su “protección” ante supuestas “eventualidades negativas” que nos depara la vida (por ejemplo, “protección” contra otros posibles sujetos abusivos) ¿terminará usted ac-cediendo? ¿terminará usted viviendo –finalmente– bajo las redes de una especie de “mafia siciliana”?

Aunque le parezca increíble, la vida es así… para el críalo, el cuco y las especies que ellos parasi-tan. Se trata del llamado parasitismo de cría. En efecto, estas especies de ave perdieron (no se sabe cómo ni cuándo) algo que parece esencial para cualquier especie: la capacidad para cuidar –personalmente, o en pareja– de sus huevos (o de sus crías, una vez eclosionados los huevos).

Tan sorprendente “adaptación” reproductiva no es tan rara como podría creerse. En realidad es un caso más de una gama sorprendente de adaptaciones que se encuentra en el reino animal: se ha en-contrado en más de ¡cien especies de aves! (Soler, 2005; Valenzuela, 2007).

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Todos “tenemos” que reproducirnos Los humanos no somos pájaros, dirá usted. Tiene razón. Pero si usted cree que es sencillo repro-

ducirnos es conveniente que sepa lo complejo que ello puede ser entre nosotros (y cuánto de los pro-blemas de todas las especies sexuadas los compartimos entre todos). Un poco de los nuevos descubrimientos de la psicología evolucionista abrirán –espero– nuevas preguntas y perspectivas.

Buss: lo que quieren los hombres y lo que quieren las mujeres David Buss, por ejemplo, comenzó a plantearse, hace algunos años, las siguientes preguntas. ¿Qué

quieren los hombres de las mujeres? ¿Qué buscan en ellas, en términos de sus lógicas de emparejamien-to? Y, consecuentemente, ¿qué es lo que quieren las mujeres? ¿Qué es lo que quieren de los hombres? (Buss, 1994). Y es aquí donde comenzó a configurarse una lógica esencial, aplicada ahora a los humanos: sexo por recursos. Las formas que adopta esta lógica son sorprendentes. Veamos algunas.

Lo que quieren los hombres

Los hombres, dice Buss, quieren sexo. Pero no de cualquier manera. Expresan preferencias mar-cadas. Buss comenzó a averiguar, primero en los Estados Unidos, luego en otros países –repartidos por cinco continentes–. Preguntó a los hombres de 37 culturas distintas y descubrió que lo que ellos prefieren es:

• Juventud • Belleza física • Ciertas formas corporales • Castidad y fidelidad

Lo que quieren las mujeres

Por su parte las mujeres expresan un número de preferencias de pareja diferentes:

• Capacidad económica • Posición social • Edad ligeramente mayor • Ambición y capacidad de trabajo • Formalidad y estabilidad • Inteligencia • Compatibilidad • Cierto tamaño y fuerza • Buena salud • Capacidad para el amor y el compromiso

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En este caso la lista es más larga y las preferencias más complicadas. Al parecer, lo que quieren los hombres es más simple y más claro. Lo que quieren las mujeres es más complicado.

De este modo Buss –así como todos los psicólogos evolucionistas que he analizado– están muy de acuerdo –creo– con esa fórmula fundamental que resume lo anterior: sexo por recursos. Donde ellos quieren “sexo” (y lo expresan claramente) mientras ellas (de un modo más complejo) desean “recur-sos”. Es la versión humana del “intento” y la “receptividad” que vimos anteriormente.

No deseo entenderme, en este trabajo, sobre este punto fundamental. Las perspectivas evolucio-nistas contemporáneas están sacando un enorme partido de esta lógica (Gangestad y Scheyd, 2005; Geary, Vigil y Byrd–Craven, 2004).

Sólo un botón de muestra. Se refiere a las investigaciones de Helen Fisher, de Rutgers. Una breve nota publicada recientemente por BBCMundo.com, respecto a sus investigaciones, dice así:

“al parecer, aquel consejo maternal que dice que el amor ‘debe tener cabeza’ fue confirmado por los investigadores de la Universidad de Rutgers, de Nueva Jersey, Estados Unidos, en un estudio publicado por la Sociedad de Neurociencia estadounidense. Ellos estudiaron los cerebros de 17 hombres y mujeres que se encontraban en los dulces primeros días de una relación amorosa. Las resonancias magnéticas indicaron que había un aumento en la actividad de las áreas del cerebro que tienen relación con la energía y la euforia. El estudio también encontró que, mientras que los cerebros femeninos evidenciaban respuestas más emocionales, los de los hombres mostraban actividades en áreas relacionadas con la excitación sexual. Los investigadores comenzaron el experimento mostrando fotografías de los ‘seres amados’ a cada uno de los hombres y mujeres. Después de distraerlos con varias tareas, les mostraron imágenes de personas ante las que dijeron tener sentimientos neutrales. De esta manera se descubrió que los sentimientos de amor están relacionados con una intensa actividad en el núcleo caudado derecho, y en el ventral tegmental, que tiene altos niveles de dopamina. La dopamina es una sustancia que produce sentimientos de satisfacción y placer, y en niveles elevados aumenta la energía y la motivación. Sin embargo, mujeres y hombres atienden el llamado del amor de manera diferente. Las mujeres muestran más actividad en el cuerpo del caudado, el septo y la corteza parietal posterior, que son áreas relacionadas con la recompensa, la emoción y la atención. Los hombres, en cambio, demostraron más actividad en las áreas de procesamiento visual, incluida una que está conectada con el estímulo sexual. Para la doctora Helen Fisher, quien dirigió el estudio, ‘la atracción, que es la precursora mamífera del amor, evolucionó para que los individuos buscaran a parejas para reproducirse, conservando la energía y el tiempo que se dedica al cortejo’.

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‘El circuito cerebral de las relaciones entre macho y hembra evolucionaron para permitir que los individuos permanezcan con su pareja el tiempo suficiente para completar las tareas de paterni-dad específicas de su especie’, explicó Fisher”. (BBCMundo.com, 2003). Es, como usted puede ver, esencialmente lo mismo que ya hemos dicho. Los hombres se motivan

por algo… y las mujeres, por otra. En fin, hay tanto que aprender. Sin embargo, para que se conecte con nuestras discusiones tenemos que relacionarlo con los pájaros, los primates, los mamíferos o, en general, con los vertebrados, cordados, etc. (o el resto del mundo animal). ¿Como hacerlo?

INSEMINANDO HUEVOS DONDE “NO SE DEBE” Considere usted la siguiente situación (hipotética, por supuesto): Un hombre está casado con una

mujer. Ella conoce a otro. Copula con él. Queda embarazada. No le cuenta a su marido lo que le pasó. Esconde aspectos básicos de esta historia y tiene a un niño del hombre (del otro, no de su marido). El marido cuida a ese hijo, lo quiere mucho e invierte muchos esfuerzos, recursos, tiempo, etc., en él. Pero no “es” de “él”. Es del otro hombre (quien, entre paréntesis, la mujer no ve más).

Algunos de los problemas humanos se asemejan a los problemas del críalo y la urraca. Me explico. Resulta que, en nuestra especie, también aparece el problema de los “huevos ajenos” o, más bien, del “semen ajeno”. En efecto, hoy sabemos que las mujeres (humanas) presentan cierta tendencia a la infide-lidad. Es poco, no se asuste. Estudios internacionales muestran que se acerca sólo al 10 o 20 por ciento de los nacimientos. Esto es, entre un diez a un veinte por ciento de los niños no son hijos del marido o pareja “reconocida”, “estable”, o “legal”. Y el padre no lo sabe (el marido, digo. El otro tampoco. Me refiero aquí al padre). Tal situación se asemeja –estructuralmente hablando– al caso del críalo y la urraca. Este problema (el de las infidelidades en especies monogámicas) es algo que compartimos –de nuevo– con muchas otras especies (siempre que nos consideremos como tales. Monógamos, digo).

En efecto, en un interesante artículo publicado en la página Sexovida.com el médico veterinario Rubén M. Gatti señala explícitamente que: “La monogamia prácticamente no existe en el mundo ani-mal, ni siquiera inclusive entre las especies monogámicas” (Gatti, 2007, Sexovida.com).

Agrega él dos conjuntos de observaciones sumamente atingentes a estos problemas. En primer lugar –como ya lo dijo– algunas especies que se creían monógamas no lo son tanto. Es el caso de los pingüinos y los cisnes. En segundo lugar, los datos sobre las infidelidades “humanas” concuerdan con los datos anteriores.

En los pingüinos ambos padres ayudan a empollar y luego a alimentar a las crías… Estas aves fueron muy estudiadas porque se tenían algunas dudas sobre la veracidad de la monogamia, pero ¿cómo se podría saber si las hembras eran realmente fieles a sus parejas? Esto permaneció en la os-curidad por mucho tiempo y recién se pudo resolver cuando se pudieron utilizar los estudios de ADN en las crías. Al analizar los huevos de esos nidos se observó que en términos generales el 20% de los pollitos no era hijo del macho de la pareja. (Gatti, 2007, Sexovida.com). Asimismo,

“En el año 2006 se dio a conocer un informe sobre el comportamiento de los cisnes de cuello ne-gro del Albert Park de Melbourne en Australia. Allí se observó también con estudios de ADN, que

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estas aves, (en otros tiempos signos de fidelidad y amor eterno), no lo eran tanto en la práctica, ya que 1 de cada 6 crías era hijo de un padre distinto al de la pareja oficial”. (Gatti, 2007, Sexovi-da.com)

Y respecto a los humanos Gatti señala:

“¿Y qué pasa con los humanos?… Según estudios citados por Jarred Diamond en ‘El tercer chim-pancé’, entre los humanos, los datos apuntan a que entre un 5% y un 30% de los niños nacidos en Gran Bretaña y Estados Unidos son fruto de relaciones extramatrimoniales”. (Gatti, 2007, Sexovi-da.com). En Argentina, según datos del laboratorio genético de la Facultad de Farmacia y la Fundación Fa-valoro (Clarín, diciembre 2004) el 25% de los niños, (esto surge de las estadísticas de sus análisis) son hijos de un padre biológico distinto al padre oficial”. (Gatti, 2007). De hecho, hay ejemplos (o adaptaciones) sorprendentes en el mundo animal de, digamos, “ma-

chos que ponen su semen donde no corresponde”, o de “infidelidades femeninas”, por así decirlo. Todo esto es muy delicado y, en realidad, no sé bien como se le puede “denominar” a esta situación.

Lo increíble de constatar es que todas las especies sexuadas enfrentan este problema. ¿Cuál problema, dirá usted? Pues el “cómo poner huevos (o semen) sin que otros se den cuenta” (incluso la hembra, a veces).

Pero, ¿cómo se da esto? ¿Que significa “dónde corresponde” aquí? Aunque resulta difícil explicarlo, tal vez un buen ejemplo aclare lo que ocurre. Es el caso de las iguanas con eyaculación precoz. ¡Si, igua-nas que han adoptado la eyaculación precoz para copular y reproducirse “sin que se note”! Le explico.

LAS IGUANAS MARINAS Y LA EYACULACIÓN PRECOZ

Descanse un rato porque este artículo es un tanto largo. Vaya a buscar algo para comer y su bebida favorita. Acomódese y disfrute esta historia. Es una clase. Es una cátedra de sexualidad dictada por la naturaleza, dictada por las iguanas marinas. El mediador es Martin Wikelski (hoy trabaja en Princeton). Le confieso que cuando supe de esta historia quedé estupefacto. Y busqué antecedentes. Ya los tengo y se los expongo. Lo mezclo con lo nuestro, porque creo que corresponde.

Todo sucede en las Islas Galápagos. Hay hembras y machos de varios tipos: grandes, chicos y medianos. Los machos grandes son territoriales y defienden, por tanto, su terruño. Los chicos andan por ahí, de paso. Las hembras prefieren copular con los machos grandes, territoriales (parece que se parecen a las humanas que, como Buss “descubrió”, les gusta algo parecido). Tales machos defienden ciertos territorios (rocas, cerca del mar) que acostumbran visitar las hembras. Ellas copulan sólo una vez por estación del año.

La cópula con ellos dura unos tres minutos. Los chicos también copulan, pero con enormes dificul-tades, porque los machos grandes –territoriales– los “interrumpen”, expulsan, empujan, mordisquean, etc., por lo general. Así, sólo consiguen el 5% de los apareamientos. Ellos siguen intentando, pero no pueden. Pero aquí viene la sorpresa: en ellos aparece una adaptación sensacional: tienen una especie de pre–eyaculación, que guardan en su saco escrotal (¿generada por la vista de una hembra “hermosa”

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o algo parecido?) Luego, cuando pueden, montan rápido a una hembra y, así –con su eyaculación pre-coz–, depositan en ellas un poco de esperma, antes de los tres minutos. Pues bien, examinando las cloacas de las hembras el equipo de Wikelski encontró dos tipos de semen: uno añejo y uno más nue-vo. Y ambos eran “viables”. El más añejo era el de las iguanas macho chicos. Y examinaron las cloacas de las hembras que habían durado menos de tres minutos en sus cópulas y encontraron que ¡10 de 12 tenían esperma! Y, en los machos chicos, ¡el 85% de ellos tenía esperma almacenada en sus sacos escrotales! (Wikelski, 1996).

Fíjese en ciertas semejanzas con los humanos. Notemos, al menos, las dos siguientes: la tenden-cia a la defensa y/o el control territorial, por parte del macho humano, y el tamaño (como rasgo desea-ble de pareja, por parte de las mujeres). Acudamos, de nuevo, a David Buss (1994):

“Es posible que la evolución de la preferencia de la hembra por el macho que le ofrece recursos sea la base más antigua y difundida en el reino animal de la elección femenina… en todo el mundo, los hombres adquieren, defienden, monopolizan, y controlan el territorio y las herramientas, por sólo mencionar dos recursos. Los hombres se diferencian enormemente en la cantidad de recursos que controlan, desde la pobreza de un vagabundo a la riqueza de los Trump o los Rockefeller. Los hombres difieren también ampliamente en su grado de disposición a invertir tiempo y recursos en relaciones a largo plazo. Algunos prefieren emparejarse con muchas mujeres e invertir poco en cada una; otros canalizan todos sus recursos hacia una mujer y sus hijos. A lo largo de la historia evolutiva, las mujeres han podido acumular muchos más recursos para sus hijos con un solo cónyuge que con varios compañeros sexuales temporales. El hombre pro-porciona a su esposa e hijos una cantidad de recursos sin precedentes en los primates. Por ejem-plo, las hembras de la mayor parte de las especies de primates sólo cuentan con su esfuerzo para conseguir alimento, ya que los machos no suelen compartirlos con sus compañeras. El hombre, por el contrario, proporciona comida, busca refugio, defiende el territorio y protege a los hijos. Les enseña el arte de la caza y el de la guerra y las estrategias de influencia social. Les confieren su posición y les ayudan a formar alianzas recíprocas en el futuro. Es poco probable que una mujer obtenga tales beneficios de un compañero sexual temporal. No todos los maridos potenciales son capaces de proporcionarlos, pero a lo largo de miles de generaciones, cuando algunos hombres podían proporcionar parte de ellos, las mujeres obtenían una gran ventaja eligiéndolos como com-pañeros” (pp. 46-48).

Más adelante, agrega:

“Las características físicas –cualidades atléticas, tamaño y fuerza– transmiten importante informa-ción que las mujeres emplean a la hora de elegir pareja… A veces las mujeres se enfrentan al dominio de los hombres más grandes y fuertes, lo que conduce a que sufran lesiones y a ser do-minadas sexualmente, al impedirlas elegir. No hay duda de que tal dominación se produjo con re-gularidad en épocas ancestrales. De hecho, hay estudios sobre muchos grupos de primates no humanos que revelan que el dominio físico y sexual de la hembra por parte del macho es un ele-mento recurrente de nuestra herencia de los primates. La primatóloga Bárbara Smuts vivió entre los babuinos de la sabana africana para estudiar sus patrones de apareamiento y descubrió que las hembras suelen entablar una duradera ‘amistad especial’ con los machos que les brindan pro-tección física a ellas y a sus crías. A cambio, estas hembras conceden a sus ‘amigos’ acceso

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sexual preferencial durante la época de celo. En esencia, la hembra del babuino ofrece sexo a cambio de protección. De modo análogo, la mujer con una pareja permanente se beneficia de la protección física que el hombre le brinda. El tamaño de un hombre, su fuerza y habilidad física son indicadores de solu-ciones del problema de la protección. Los datos indican que las mujeres incluyen tales indicadores en sus preferencias de pareja. En el estudio sobre el emparejamiento temporal y permanente, las mujeres estadounidenses evaluaron hasta qué punto eran deseables una serie de rasgos físicos. Las mujeres no desean como pareja permanente un hombre bajo. Por el contrario, les parece muy deseable que sea alto, fuerte y atlético. Otro grupo de mujeres estadounidenses manifiesta de forma regular su preferencia por hombres de altura media o superior a la media como cónyuges ideales. Es una constante que el hombre alto sea juzgado más deseable como novio o pareja que uno bajo o de altura media” (pp. 73-74). Como usted puede ver, en algo nos parecemos. Ahora, si ya se está volviendo “evolucionista” se

preguntará si algo de esto está en los genes, dado que tales características, a todas luces, provienen de nuestro pasado ancestral.

Pero sigamos con la eyaculación precoz. Hay muchos machos humanos que presentan esta “pa-tología” (¿o “adaptación”?). Para profundizar en este tema busqué nuevos antecedentes y ¡o sorpresa!, existen. En primer lugar hay que notar su prevalencia: en nuestra especie afecta a cerca del 30 por ciento de la población masculina a nivel mundial. Y de sus bases genéticas, ni hablar. Cito algunos párrafos de una información que apareció recientemente en la versión electrónica del periódico La Na-ción:

“La eyaculación precoz es la disfunción sexual más frecuente en los varones, incluso por encima de la disfunción eréctil. Hasta hace poco tiempo, los profesionales estaban convencidos de que la causa era de origen psicológico, pero en la actualidad los expertos barajan como un factor aún más determinante la causa biológica y genética hereditaria. ‘Existe un componente genético asociado: padres eyaculadores precoces tendrán una mayor pro-babilidad de tener hijos con el mismo problema’, sostienen los urólogos Tomás Olmedo y Cristián Palma del Hospital Clínico de la Universidad de Chile. Durante mucho tiempo los especialistas utilizaron, para tratar esta disfunción, medicamentos que retardaban la eyaculación y tratamientos sicológicos. Sin embargo, en diciembre del año 2002 apareció una publicación en el ‘Journal of Urology’ de Holanda en donde se demostraba que la eyaculación precoz es una patología neurológica hereditaria. Tras esa investigación, otros estudios han reafirmado esa tesis, aunque muchos tienen reparos sobre sus conclusiones. Pese a ello, desde entonces ha existido una especie de unanimidad entre ciertos especialistas que aseguran que tal disfunción se debe a la falta de un neurotransmisor en el sistema nervioso central llamado serotonina. Cuando el organismo tiene suficiente serotonina, el sistema nervioso está más tranquilo y lento en la respuesta refleja, en cambio cuando está muy escaso de esta hormona, se dispara. Los urólogos chilenos comparten plenamente esta tesis. ‘La eyaculación precoz sería producto de la hipersensibilidad de un receptor llamado 5HT1A, cuya activación disminuye la serotonina en la

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neurotransmisión. Por eso la terapia se basa fundamentalmente en el tratamiento farmacológico. En especial por vía oral con el uso de fármacos que se ocupan en el tratamiento de la depresión. Está demostrado que el uso agudo y crónico de estos fármacos aumenta los niveles de serotoni-na, según estudios en animales in vitro. El resultado es variable, pero tiene alrededor de un 60 a 80% de éxito cuando la terapia es adecuada y bien llevada tanto por el especialista como por el paciente’, dicen los expertos de la U. de Chile, quienes agregan que también es importante el tiempo de evolución y el tratamiento de la pareja. En Chile datos estadísticos serios no existen, pero mundialmente la tasa de prevalencia es del 30%, mientras el 75% de los hombres puede sufrirla en algún momento de su vida sexual” (Bravo, 2006).

¿Y qué sabemos sobre los “dilemas sexuales” que enfrentaron nuestros antepasados? En reali-dad, ¿cómo fue su sexualidad? Invente, si puede, una buena teoría aquí. Intente probarla. Busque da-tos. Busque un diseño. Pregúntese cómo pudo haber funcionado. Busque su pasado. Así se construye la ciencia.

En todo caso, a la iguana macho grande se le podrían ocurrir otras maneras de “defenderse”, en vez de andar a patadas y mordiscos con los machos chicos. Podría actuar sobre las iguanas hembras, tal vez… tapándoles la cloaca. En todo caso usted sabe que este es un problema con el cual el hombre (el macho humano, digo) siempre ha lidiado. En el pasado reciente inventó cinturones de castidad, guardias de palacio, eunucos, etc. La inventiva humana es muy grande, recuerde que somos dos veces “inteligentes”…

En realidad este es un verdadero y serio problema. Es aquí donde conviene considerar lo radica-les que pueden ser nuestras “soluciones”. Como ejemplo vale el excelente trabajo de Lori Heise al res-pecto. Siempre quise citar su artículo y este es un buen lugar para hacerlo. Se trata de la circuncisión femenina. En efecto, Heise (1990) nos informa que en ciertos lugares de África se encuentra sumamen-te extendida esta práctica. Ella se realiza de tres maneras:

“Existen tres tipos de circuncisión femenina. La forma más leve es la llamada ‘sunna’, en la cual se saca el prepucio o piel del clítoris siendo ésta la más análoga a la circuncisión masculina. Una forma más radical, conocida como ‘excisión’, remueve el clítoris totalmente y parte de los labios menores. Y en la forma más severa, la ‘infibulación’, se retira el clítoris, los labios menores y mayores, y los lados de la vulva se cosen para unirlos, usualmente con catgut (cuerda de tripa). Las piernas de la niña son amarradas juntas y debe estar acostada inmóvil hasta que la herida sane. Así queda cerrada la vagi-na dejando sólo una pequeña abertura para la orina y la menstruación”.

Desde luego, “Las complicaciones médicas producidas por esta circuncisión son graves. Los riesgos inmediatos son las hemorragias, el tétano y el envenenamiento de la sangre debido a la utilización de instru-mentos infectados y primitivos como los cuchillos, navajas de afeitar y pedazos de vidrio. También puede dañar los órganos adyacentes y provocar un estado de shock por el dolor de la operación, que se hace sin anestesia. Frecuentemente, estas operaciones causan la muerte. Los efectos a largo plazo causan infecciones urinarias crónicas, infecciones pélvicas que pueden causar esterili-dad, relaciones sexuales con dolor y cicatrices que conllevan el rasgamiento de tejidos o hemo-rragia durante el parto. De hecho, la mujer a quien se le ha hecho una infibulación debe reabrir su vagina en vísperas de su matrimonio para hacer posible las relaciones sexuales. Y para poder te-

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ner un hijo, hay que hacerle más aberturas. Niños nacidos de madres con infibulación mueren con frecuencia o sufren por falta de oxígeno debido a un parto largo y obstruido” (pp. 10–11).

Heise nos informa que, sólo en África, ¡más de 80 millones de mujeres han sido “operadas”! Y es-

to se practica, además, en el sur de la península Arábiga, en grupos musulmanes de Malasia y en la isla de Java.

Toda esta zona es un mosaico de culturas humanas. Allí se vive la sexualidad de muchas formas. Ellos, al igual que todos nosotros, viven también los dilemas de la sexualidad. Y ello configura profun-damente –al igual que en todas partes, aunque no de la misma manera, felizmente– sus sociedades, sus vidas sociales y sus dramas. Se lo repito: el sexo no es trivial.

Si usted tiene su clítoris intacto sepa, desde ya, cuánta cultura, cuántas dificultades y cuántos pro-blemas de nuestra evolución –sólo de la evolución humana– pasan por él. Hay muchos más misterios ahí. Uno de ellos es el orgasmo femenino. Tampoco los biólogos saben su porqué (Zuk, 2006). La tarea de la síntesis

No la (lo, o la–lo) aburro más con tanta historia difícil. Ha llegado el momento de cerrar estas lí-neas, estableciendo ciertas conclusiones. Algo podremos hacer.

En síntesis, es difícil ser animal… es difícil sobrevivir como para llegar a copular… y aún así –aunque podamos hacerlo– nadie asegura… bueno. La vida está llena de sorpresas y misterios. Pero poco saco con confundirlas a ustedes. Tal vez sea mejor realizar un trabajo más positivo. ¿Qué tipo de conclusiones podemos extraer de todo esto? Varias, a mi juicio. Veamos.

Una de ellas se refiere a la “conciencia”. Creo que usted tiene un problema con la conciencia. Creo que todos tenemos un problema con la conciencia. Desde hace muchos siglos que nos venimos preguntando por ella. Hemos puesto en ella gran parte de nuestro ser. En la conciencia y en la razón. Sin embargo, considerar nuestra naturaleza social desde nuestra naturaleza sexuada impacta, también, sobre ciertas consideraciones relativas a la conciencia (y a los sentimientos también).

Me explico. Considere usted la siguiente situación (o caso ilustrativo). Se trata de la mosca escorpión (scorpion–fly). Esta es una especie donde copulan, como es habitual, los machos con las hembras.

El asunto es más o menos así. Para atraer a las hembras el macho, o caza algún insecto (ojalá grande), o le ofrece una especie de saliva, llamada “papilla nupcial”. Si la hembra acepta tales “regalos” ellos copulan. Se sabe que la competencia entre los machos es bastante fiera. Los machos poco efecti-vos (con los “regalos”) intentan copular a la fuerza (sin ofrecer nada). Lo increíble de todo esto es que en esos casos el macho recurre a una “artimaña”: atrapa a la hembra –con una especie de gancho que posee en su abdomen– para “obligarla” a copular. Es decir, ¡la viola! Quienes han estudiado este fenó-meno saben que la existencia de este gancho sólo se utiliza para lo anterior, es decir, para violar: no cumple ninguna otra “función” (Thornhill, 1997). Todos los machos disponen –para esto, al parecer– de una especie de órgano puntiagudo (notal organ) cuya única utilidad es esa: violar.

Un biólogo señala, al respecto, que: “Las hembras muestran preferencia por machos que ofrecen comidas nupciales (nupcial meals)” y agrega que, “el emparejamiento (la cópula) puede durar varias horas” (Cole, 2007).

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Se ha observado, en realidad, que la duración de la cópula depende del tamaño de la presa, pues ella copula mientras come (por ello “conviene”, al parecer que sean presas grandes). ¡Esto sí que es sexo por recursos!

Tan sorprendente “adaptación” nos genera problemas “de conciencia” a nosotros, los humanos. ¿Cuáles problemas, dirá usted? Permítame sugerirle algunos con los cuales cierro esta parte de mis conclusiones:

El hombre también viola. Pero el hombre y la mosca son muy diferentes. En cuerpo, cerebro, sen-timientos, cogniciones, etc., somos, obviamente, muy distintos. Pero en lo básico nos parecemos: en ambas especies existe la violación. Es un problema sexual compartido. Sin embargo, a menos que usted piense diferente, podrá concluir conmigo que la mosca tiene un cerebro diminuto, sólo un par de alas, un cuerpo también diminuto, probablemente nada de “conciencia” (si es que tiene una “psiquis”, sería muy elemental), y sin embargo, viola.

En conclusión, hay que ponderar el papel de la “conciencia” en todo esto, pues para violar (un comportamiento complejo y sofisticado) no es necesario tener una “conciencia” sofisticada. Puede con-cluir conmigo, entonces, que para violar no es necesario “tener conciencia”: ¡basta un cerebro diminuto, un par de alas, unos ojos grandes y un gancho puntiagudo!

Quiero decir que, de hecho, para violar, no se necesita tener, lamentablemente, instrumentos evolucio-nistas sofisticados. Genes e instintos sí. La mosca (y muchos otros animales) lo comprueban. Eso no justifica tal comportamiento. Pero permite –al menos– preguntarse si un comportamiento que, como ya revisé en un trabajo anterior (Varela, 2006), se encuentra tan extendido en los humanos puede tener genes e instintos asociados. Eso puede ayudar a explicar y, por tanto, a facilitar su intervención.

Si lo anterior es cierto, también esto se aplica a los sentimientos. Para copular, tampoco son ne-cesarios los sentimientos. Lo que quiero decir, en general, (no se asuste) es que –en ciertos niveles elementales de la naturaleza sexuada de la vida animal– no es necesario postular conciencias o cere-bros sofisticados para comprender cómo son o cómo funcionan las cosas. Sí hace necesario observar con detenimiento los genes y los instintos que hacen posible esto.

Por ello, quiero que usted comprenda el sentido de mi frase final: los genes y los instintos intervie-nen en todas las formas de la vida social. La permiten, la facilitan. ¿Cómo y porqué lo hacen? Tendre-mos que averiguarlo. En ellos y en nosotros. Pero de lo que no cabe ya ninguna duda es que los instintos funcionan, en todos los niveles de la vida. Y nos hacen semejantes a todos ellos. Incluso (o sobretodo) en los aspectos más oscuros de nuestra humanidad. Es un paso. Es un gran paso. No para justificarnos, sino para comprendernos. La intervención tendrá que tomarlo en cuenta, pues, si existen poderosas razones para hacerlo, también habrán –creo– poderosas razones para reconocernos e inter-venirnos, llegado el caso.

No me he olvidado de Frans de Waal. Como usted puede ver, amigo de Waal, algunos pensamos diferente. Aunque en los asuntos humanos estemos –junto a tantos otros– en algo, al menos, igualmen-te confundidos. Déjeme decirle, sin embargo, que yo creo que las confusiones se aclararán. Tengo fe en ello. Sabremos reconocer el enorme papel que en nosotros –así como en todo el fenómeno de la vida– tienen, indudablemente, los genes y sus compañeros inseparables, los instintos. Y si hoy, la in-mensa mayoría de los científicos sociales piensa que esto no es así –que los genes y los instintos poco o nada tienen que ver con nuestra sociabilidad– déjeme responderle lo que pienso: Da lo mismo. Da exactamente lo mismo que lo piensen así. Porque la ciencia no se hace para satisfacerlos a ellos, a

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usted o a mí. La ciencia –estoy firmemente convencido– es sólo la honesta búsqueda de la verdad. Le guste o no. Nos guste o no. Mucho menos es un discurso que inventamos para satisfacer nuestras fantasías. Es, sobre todo ello, un instrumento poderoso para buscar y encontrar esa verdad. Este donde este. Y una ciencia de la sociabilidad no se libra, en nada, de lo anterior. Y si estos planteamientos duelen, pues, que duelan. Solo así habrá verdadero aprendizaje.

Seguramente esto tendrá algunas consecuencias sobre nuestros clásicos. Es probable que –si no es un terremoto– al menos veamos algunos movimientos. Y probablemente ellos afecten a la galería de nuestros famosos. Le pido que seamos cuidadosos. No vaya a ocurrir que, luego de tantos movimientos sísmicos insospechados, un ayudante de investigación –algo distraído– coloque, presidiendo la galería de nuestros clásicos, ¡el retrato de un ornitólogo desconocido!

Concluyo –al fin– con una reflexión, que espero comparta conmigo. Hay que aceitar el péndulo de la sociología para que se pueda desplazar hacia los componentes innatos e instintivos que subyacen en el comportamiento humano. Así, las explicaciones sociológicas del futuro –y, ojala, de todas las ciencias del hombre– dispondrán de un margen mucho más amplio donde desenvolverse. Considerarán ambos aspectos –lo innato y lo aprendido– de un modo renovado y –a mi juicio– mucho más valioso, útil y necesario. Le daremos a cada cual lo que le corresponde. A ambos, sin exclusión. Abramos, pues, las puertas y las ventanas de nuestra morada para que entre aire fresco. Que entre el pasado. El pro-fundo pasado. No puede haber pérdida en ello. Sólo pura ganancia.

Para terminar necesito inventar una buena historia. Con un lugar apropiado. Esta vez, es el ferro-carril subterráneo de la ciudad donde trabajo, tarde en la noche, después de finalizar una de mis cáte-dras.

Hace bastante frío y llueve. Entro al “Metro” y –a esa hora– se encuentra atestado de hombres y mujeres jóvenes, regresando –creo– a sus hogares. Se percibe un cierto aroma a alcohol… Conversan y ríen animadamente. Miro a la derecha y una de ellas se funde en un abrazo y un caluroso beso con uno de ellos. Otros observan, discretamente… Miro hacia la izquierda y la escena se repite… más allá también. Pienso en lo que eso significa y en lo que vendrá después. Sonrío. No hay duda, al menos por ahora, que nos salvamos de la extinción. ¿Por qué? Simplemente porque ellos –los instintos– están ahí, haciendo su trabajo. Como tantas otras veces, en nuestro pasado ancestral. Y usted podrá concluir doblemente conmigo –si me ha seguido con paciencia hasta aquí– que, sin duda, saben hacer su traba-jo, pues funcionan. Así, pues, los instintos funcionan. El sexo es básico.

* Dedico este trabajo a todos los que copularon por mí, y por usted también. Por todos nosotros. Y por todos los que nos acompañan en la aventura de la vida. Por los que lo harán. Por quienes llevaron y llevarán nuestra herencia, nuestra sociabilidad, nuestros genes –si se puede– a algo que se parece a la eternidad.

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Universidad Central

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