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Call of the Forgotten # 1

JULIE KAGAWA

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Moderadoras:

Rodonithe – Shuk

Traductoras:

Rodonithe

Robmary

sisabel1320

Lyricalgirl

Kat880

maka.maki

milu1054

ctt

Correctoras:

Aranoi

Cindy Suarez

mayelie

Xiamara

Lover_killer

Moonse

LuciiTamy

Recopilación y Revisión: Connie

Diseño: Sisabel1320

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Queridos lectores,

Bueno, aquí estamos marcando el comienzo de una nueva aventura entre

los fey, sólo que esta vez, la antorcha ha sido pasada. Siendo tomada por

Ethan Chase, el hermano menor de Meghan, varios años después de que él

viera a su hermana desaparecer en el Nuncajamás por última vez.

Escribir un libro con Ethan como protagonista era un hecho reconocido.

Él fue secuestrado a una edad joven y robado dentro del nunca jamás. Él

tiene la vista. Era, en cierto modo, el catalizador para toda la saga The

Iron Fey. La Historia de Meghan podría haber terminado, pero para su

familia, y en especial para el hermano que ella dejó atrás, la vida mortal

continúa. ¿Cómo sería, crecer con la vista, ser capaz de ver a los fey, y

que ellos sean consientes de ti, también?

Los lectores probablemente querrán saber si los personajes de los libros

anteriores harán acto de presencia. Mientras que la respuesta a esa

pregunta es "sí" -habrá varias actuaciones de todos sus viejos personajes

favoritos- quiero recordarles gentilmente a todos que esta es la historia de

Ethan. Que él es el protagonista, el héroe, y él no puede contar su historia

si es mayor, los personajes más poderosos estarán entrando para ayudarlo

a en cada esquina. Por supuesto, va a ver a su hermana de nuevo, y por

supuesto, cierta bola de pelo despreocupada estará ahí para guiarlo a

través del Nuncajamás, pero hay que dar paso a un nuevo elenco y darles

su oportunidad de brillar. Mi esperanza es que Ethan Chase y compañía

ganarán un lugar en el corazón del lector tanto como Meghan, Ash, Puck,

Grim, y todos los demás.

¡Adelante hacia una nueva aventura! gracias por venir en este viaje

conmigo.

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Sinopsis

Parte I

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Parte II

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Parte III

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Epílogo

The Iron Traitor

Sobre la Autora

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No los mires. Nunca les dejes saber que puedes verlos.

Esa es la regla inquebrantable de Ethan Chase. Hasta que las hadas que evita a

toda costa ―incluyendo su reputación― empiezan a desaparecer y Ethan es

atacado. Ahora deberá cambiar las reglas para proteger a su familia. Para salvar

una chica de la que nunca pensó se atrevería a enamorar.

Ethan pensó que se había protegido del mundo de su hermana, el mundo de las

hadas. Su anterior encuentro con el Reino de Hierro lo dejó sin más que miedo

y disgusto por el mundo que Meghan Chase ha hecho su hogar, una tierra de

mitos y gatos que hablan, de magia y de enemigos tentadores. Pero cuando el

destino viene por Ethan, no hay lugar donde esconderse de un peligro olvidado

hace mucho, mucho tiempo.

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Chico Nuevo

Traducido por Rodonithe Corregido por aranoi

Mi nombre es Ethan Chase.

Y dudo que vaya a vivir para ver mi décimo octavo cumpleaños.

Y ese no soy yo siendo dramático, es solo lo que es. Solo desearía no haber

involucrado a tanta gente en este desastre. Ellos no tendrían que haber sufrido

por mi culpa. Especialmente< ella. Dios, si pudiera regresar cualquier parte de

mi vida, nunca le hubiera mostrado a ella mi mundo, el mundo oculto

alrededor de nosotros. Sabía que no debí dejarla entrar. Una vez que los ves,

Ellos nunca te dejaran solo. Ellos nunca te dejaran ir. Quizá si hubiese sido más

fuerte, ella no estaría aquí conmigo mientras nuestros segundos vivos se

alejaban, esperando para morir.

Todo empezó el día en que fui transferido a una nueva escuela. De nuevo.

* * *

El reloj despertador sonó a las 6:00 a.m., pero había estado despierto por una

hora, preparándome para otro día en mi extraña, jodida vida. Desearía ser uno

de esos tipos que al levantarse, se pone una camisa y ya está listo para salir,

pero lamentablemente, mi vida no es tan normal. Por ejemplo, hoy había

llenado mis bolsillos de mi mochila con carne seca Saint John’s y un bote de sal

con mis lápices y cuadernos. También metí tres clavos en los tacones de las

nuevas botas que mamá había comprado para mí este semestre. Usaba una

cadena de hierro debajo de mi camisa, y solo el último verano había perforado

mis orejas con aretes de metal. Originalmente, tenía un anillo de labio y una

barra en la ceja, también, pero papá los había lanzado en un ataque al techo

cuando llegue a casa así, y los aretes eran la única cosa que me habían

permitido conservar.

Suspirando, me echó un vistazo rápido a mí mismo en el espejo, asegurándome

de parecer lo más inabordable posible. A veces, veía a mamá mirándome con

tristeza, como si se preguntara a dónde se fue su pequeño niño. Solía tener

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cabello marrón rizado como papá, hasta que tomé un par de tijeras y lo corté

irregularmente, en picos desiguales. Tenía los ojos azules brillantes como mamá

y, al parecer, como mi hermana. Pero con el paso de los años, mis ojos se

volvieron más oscuros, cambiando a un humeante-azul-gris, para las constantes

bromas de papá. Nunca solía dormir con un cuchillo bajo mi almohada, sal

alrededor de mis ventanas, y una herradura sobre mi puerta. Nunca había sido

"inquietante" y "hostil" e "imposible". Solía sonreír más, y reír. Raramente lo

hago ahora.

Sé que mamá se preocupa de mí. Papá dice que la normal rebeldía adolescente,

que estoy pasando por una “fase”, y que voy a superarla. Lo siento, pap{. Pero

mi vida está lejos de ser normal. Y la estoy tratando de la única manera que sé

cómo hacerlo.

―¿Ethan? ―La voz de mamá traspasa la habitación del otro lado de la puerta,

suave y vacilante―. Son más de las seis. ¿Estás despierto?

―Estoy despierto. ―Agarro mi mochila y la hago girar sobre mi camisa blanca,

que estaba al revés, la etiqueta asomándose desde el cuello. Otra pequeña

peculiaridad a la que mis padres se han acostumbrado―. Ahora salgo.

Tomando mis llaves, salgo de mi habitación con la sensación de familiar

resignación y miedo dentro de mí. Bien, entonces. Vamos a hacer que este día

termine.

Tengo una familia extraña.

Nunca lo sabrías solo al mirarnos. Lucimos perfectamente normal, una buena

familia americana viviendo en un lindo suburbano vecindario, con lindas calles

limpias y buenos vecinos a los lados. Diez años atrás, vivíamos en un pantano

criando cerdos. Diez años atrás éramos pobres, sucios, y éramos felices. Eso era

antes de mudarnos a la ciudad, antes de reunirnos con la civilización de nuevo.

A mi papá no le gustaba al principio, había pasado toda su vida como granjero.

Fue difícil para él ajustarse, pero lo hizo eventualmente. Mamá finalmente lo

convenció que necesitábamos acercarnos a las personas, que yo necesitaba

acercarme a las personas, que el constante aislamiento era malo para mí. Eso fue

lo que le dijo a mi padre, pero yo sabía la verdadera razón. Ella tenía miedo. Les

tenía miedo a Ellos, que Ellos pudieran llevarme otra vez, que sería secuestrado

por las hadas y llevado al Nuncajamás.

Sí, te dije que mi familia era rara. Y eso no es lo peor.

En alguna parte allí afuera, tengo una hermana. Una media hermana que no he

visto en años, y no porque ella este ocupada o casada o al otro lado del océano

en algún otro país.

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No, es porque es una reina. Una reina de las hadas, una de Ellos, y nunca podrá

volver a casa.

Dime que eso no es jodido.

Por supuesto, nunca se lo puedo decir a nadie. Para los seres humanos

normales, el mundo fey está oculto, un espejismo e invisible. La mayoría de la

gente no ve a un duende cuando pasea por arriba y te muerde la nariz. Hay

muy pocos mortales con la maldición de la Vista, quienes pueden ver a las

hadas acechando desde rincones oscuros y debajo de las camas. Quien conoce

esa escalofriante sensación de ser observado no es solo su imaginación, y los

ruidos en el sótano o en el ático no es realmente solo la casa.

Afortunadamente para mí. Sucede que yo soy uno de ellos.

Mis padres se preocupan, por supuesto, sobre todo mamá. La gente ya piensa

que soy raro, peligroso, tal vez estoy un poco loco. El ver las hadas en todas

partes te hace eso. Porque si los fey saben que puedes verlos, harán que tu vida

sea como en el infierno. El año pasado, fui botado de la escuela por un incendio

en la biblioteca. ¿Qué podía decirles? ¿Soy inocente porque estaba tratando de

escapar de un enojado Redcap que me siguió desde la calle? Y esa no fue la

primera vez que la Visión me había metido en problemas. Yo era el "chico

malo", del que los profesores hablaban en voz baja, el chico tranquilo, peligroso

a quien todos esperaban que terminara en el noticiero de la noche por un

crimen horrible, espantoso. A veces, era exasperante. En realidad no me

importaba lo que pensaran de mí, pero era difícil para mamá, así que traté de

ser bueno, aunque fuese inútil.

Este semestre, tendría que ir a una nueva escuela, en una nueva locación. Un

lugar que podría "empezar limpio", pero no importaría. Mientras viera a los fey,

nunca me dejarían en paz. Lo único que podía hacer era protegerme y proteger

a mi familia, y esperar que no terminara lastimando a nadie.

Mamá estaba en la mesa de la cocina cuando salí, esperándome. Papá no estaba

cerca. Trabajaba en el turno de noche de UPS1 y muchas veces se dormía hasta

la media tarde. Por lo general, lo veía sólo en la cena y los fines de semana. Eso

no quiere decir que estaba felizmente inconsciente cuando llegó a mi vida,

mamá me conocía mejor, pero mi padre no tenía ningún problema repartiendo

castigos si pensaba que estaba aflojando, o si mamá se quejaba. Había sacado

una D en ciencias hace dos años, y fue la última mala nota que he recibido.

1UPS: compañía de transporte de paquetes.

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―Gran día ―me saludó mamá mientras arrojé la mochila sobre el mostrador y

abrí la nevera, alcanzando el zumo de naranja―. ¿Estás seguro de que sabes el

camino a tu nueva escuela?

Asentí con la cabeza.

―Lo tengo en el GPS de mi teléfono. No está tan lejos. Voy a estar bien.

Ella vaciló. Sabía que no quería que condujera allí solo, a pesar de que había

trabajado mi trasero en ahorrar para un auto. La oxidada, gris-verde pickup

estacionada junto al camión de mi padre en el camino de entrada representa un

verano entero de trabajar en hamburgueserías, lavar platos, limpiar bebidas y

alimentos derramados y vómito. Representaba semanas de pasar mi tiempo

trabajando hasta tarde, mirando a los otros chicos de mi edad, saliendo,

besando chicas, gastando el dinero como si cayera del cielo. Me había ganado

esa camioneta y ciertamente no iba a tomar el maldito bus escolar.

Pero mamá estaba mirándome con una triste, casi desesperanzada mirada en su

rostro, suspire y murmure:

―¿Quieres que te llame cuando llegue allí?

―No, cariño. ―Mamá suspiro, dejándolo ir―. Está bien, no tienes que hacer

eso. Solo... por favor ten cuidado.

Oí las in pronunciadas palabras en su voz. Ten cuidado de Ellos. No atraigas su

atención, No dejes que Ellos te metan en problemas. Trata de quedarte en esta escuela

esta vez.

―Lo haré

Me miró por un momento más, luego dejo un beso rápido en mi mejilla y se fue

a la sala, pretendiendo estar ocupada. Vacié mi jugo, me serví otro vaso y abrí la

nevera para regresar el contenedor.

Mientras cerraba la puerta, se deslizó un imán suelto y cayó al suelo, y la nota

que sostenía cayó al piso. Demostración de Kali. Sáb, leí. Lo levante, y me sentí un

poco nervioso. Había comenzado a tomar Kali, un arte marcial Filipino, hace

años atrás, para mejor protección de mí mismo hacia las cosas que estaban por

allí afuera. Me sentí atraído por el Kali porque no solo te enseña cómo

defenderte a ti mismo con las manos vacías, sino que también te enseñaban con

palos, cuchillos y espadas. Y en un mundo en donde duendes armados con

dagas y la nobleza manejaba espadas, quería estar listo para cualquier cosa. Esta

semana, nuestra clase estaba realizando una presentación en un torneo de artes

marciales, y yo era parte del espectáculo.

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Si podía permanecer sin problemas el tiempo suficiente, de todas formas.

Conmigo, siempre era más difícil de lo que parecía.

* * *

Empezar en una nueva escuela a la mitad del semestre apesta.

Debería saberlo. Había hecho esto antes. La lucha por encontrar tu casillero, las

miradas curiosas en los pasillos, el paseo de la vergüenza a tu escritorio en un

nuevo salón de clases, veinte pares de ojos siguiéndote por el pasillo.

Tal vez la tercera es la vencida, pensé malhumorado, cayendo en mi asiento, que,

por suerte, estaba lejos en la esquina. Sentí el calor de dos docenas de miradas

en la parte superior de mi cabeza e hizo caso omiso a todas. Quizás esta vez

pueda cumplir un semestre sin ser expulsado. Un año más, solo dame un año y luego

soy libre. Al menos, el maestro no me puso de pie en el frente del salón e hizo

que me presentara a todos; eso hubiera sido incómodo. Por mi vida, que no

podía entender por qué pensaban que tal humillación era necesaria. Ya era

bastante difícil encajar sin tener un foco encendido el primer día.

No es que estuviera haciendo eso de “encajar”.

Seguía sintiendo las miradas curiosas dirigidas a mi rincón y me concentré en

no mirar hacia arriba, no hacer contacto visual con nadie. Oí gente susurrando y

me encorve aún más, estudiando la contraportada de mi libro de inglés.

Algo aterrizó en mi escritorio: una media hoja de papel de cuaderno, doblado

en un cuadrado. No miré hacia arriba, sin querer saber quién la había lanzado

hacia mí. Deslizándolo debajo de la mesa, lo abrí en mi regazo y miré hacia

abajo.

¿Eres el chico que quemó su escuela?, leí en la letra desordenada.

Suspirando, estrujé la nota en mi puño. Así que ya habían oído los rumores.

Perfecto. Al parecer, había estado en el periódico local: un matón juvenil fue

visto huyendo de la escena del crimen. Pero debido a que nadie había sido

testigo de verme prender la biblioteca en llamas, no fui enviado a la cárcel.

Apenas.

Cogí risitas y susurros en algún lugar a mi derecha, y otro pedazo de papel

golpeo mi brazo. Molesto, iba a botarla a la basura sin leerla en esta ocasión,

pero la curiosidad pudo más que yo, y la miré rápidamente.

¿De verdad apuñalaste a ese chico en el reformatorio?

―Sr. Chase.

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La Srta. Singer estaba acechando por el pasillo hacia mí, con una expresión

grave en el rostro dándole un aspecto apretado detrás de sus gafas. O tal vez

eso era sólo el moño negro, apretado tirando de su piel, haciendo que sus ojos

se estrecharan. Sus pulseras tintinearon cuando me tendió la mano y movió sus

dedos hacia mí. Su tono era sin sentido.

―Déjame tenerla, Sr. Chase.

Levanté la nota en dos dedos, sin mirarla. Ella me la arrebató de las manos.

Después de un momento, murmuró:

―Veme después de clase.

Maldita sea. Treinta minutos después de un nuevo semestre y ya estaba en

problemas. Esto no presagiaba nada bueno para el resto del año. Me dejé caer

más lejos, encorvando los hombros contra todas las miradas indiscretas,

mientas la Srta. Singer regresó al frente y continuó la lección.

* * *

Me quedé en mi asiento después de que la clase se había ido, escuchando los

sonidos de sillas raspando y cuerpos arrastrando los pies, mochilas que se

lanzaron sobre los hombros. Las voces subieron a mi alrededor, los estudiantes

hablando y riéndose entre sí, cotilleando en sus propios pequeños grupos. A

medida que comenzaron a salir, por fin levanté la mirada, dejando que mis ojos

vagasen por los pocos que aún perduraban. Un muchacho rubio con gafas se

situó en el escritorio de la señorita Singer, destellando calma mientras

escuchaba con diversión. Desde la ansiosa, mirada de perrito en sus ojos, estaba

claro que o estaba sufriendo de enamoramiento importante o concursando para

ser la mascota de la profesora.

Un grupo de niñas de pie junto a la puerta, agrupadas como palomas,

murmurando y riendo. Vi a varios de los chicos mirándolas, y ellas de vuelta,

con la esperanza de atraer su atención, sólo para ser decepcionados. Aspiré con

suavidad. Buena suerte con eso. Al menos tres de las chicas eran rubias, delgadas

y hermosas, y llevaban faldas cortas que daban una fantástica vista de sus

piernas largas y bronceadas. Esto era obviamente el equipo de porristas de la

escuela, y chicos como yo ―o cualquiera que no fuese un atleta o rico― no

tenían oportunidad.

Y luego, una de las chicas se volvió y miró directamente hacia mí.

Aparté la mirada, esperando que nadie se diera cuenta. Las porristas, había

descubierto, usualmente salían con grandes, protectores estrellas de fútbol cuya

política era puño primero, preguntas después. No quería encontrarme a mí

mismo presionado contra mi casillero o en una cabina del baño en mi primer

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día, a punto de conseguir que aplasten mi cara, porque tuve la osadía de ver a

la novia del quarterback. Oí más susurros, dedos imaginarios apuntándome, y

un coro de chillidos y jadeos sorprendidos llegando a mi rincón.

―Ella realmente va a hacerlo ―susurró alguien, y luego oí unos suaves pasos

por la habitación. Una de las chicas se había separado de la manada y se

acercaba. Maravilloso.

Vete, pensé, desplazándome más hacia la pared. No tengo nada que quieras o que

necesites. No estoy aquí para que puedas probar que no tienes miedo del duro chico

nuevo, y no quiero meterme en una pelea con tu cabeza hueca novio. Déjame solo.

―Hola.

Resignado, me volví y miré la cara de la chica.

Era más baja que las otras, más alegre y linda que elegante y hermosa. Tenía el

cabello largo y recto y era negro como la tinta, aunque había teñido unos

mechones alrededor de su cara de un brillante zafiro. Vestía zapatillas y jeans

oscuros, lo suficientemente apretados para abrazar sus piernas delgadas, pero

lucía como si se lo hubiera propuesto. Cálidos ojos marrones miraron hacia mí,

de pie, con las manos entrelazadas detrás de ella, cambiando de pie, como si

fuera imposible que se quedara quieta.

―Lamento lo de la nota ―continuó ella, mientras miraba de nuevo a sus ojos

con recelo―. Le dije a Regan que no lo hiciera, la Srta. Singer tiene ojos de

halcón. No queríamos meterte en problemas. ―Ella sonrió, y se iluminó la

habitación. Mi corazón se hundió, no quería que se iluminara la habitación. No

quería notar nada de esta chica, especialmente el hecho de que era muy

atractiva―. Soy Kenzie. Bueno, Mackenzie es mi nombre completo, pero todo el

mundo me llama Kenzie. No me llames Mac o te pego.

Detrás de ella, el resto de las chicas se quedaron boquiabiertas y se susurraron

las unas a las otras, echándonos miradas furtivas. De repente me sentí como

una especie en exhibición en el zoológico. El resentimiento a fuego lento. Sólo

era una curiosidad para ellas, el peligroso chico nuevo al que se quedaban

mirando y chismorreando.

―¿Y... tu eres? ―preguntó Kenzie.

Aparté la vista.

―No interesado.

―Está bien. Wow. ―Sonaba sorprendida, pero no enojado, no aún―. Eso no

es... lo que esperaba.

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―Acostúmbrate. ―Interiormente, me encogí ante el sonido de mi propia voz.

Estaba siendo un idiota, y estaba completamente consciente de ello. También

era plenamente consciente de que estaba matando cualquier esperanza de ser

aceptado en este lugar. No le hablabas de esta manera a una linda, popular

animadora sin convertirte en un paria social. Volvería con sus amigas, y

chismosearían, y más rumores serían esparcidos, y sería un rechazado por el

resto del año.

Bien, pensé, tratando de convencerme a mí mismo. Eso es lo que quieres. Nadie

saldrá herido de esta manera. Todo el mundo podrá dejarme solo.

Excepto... que la chica no se iba. Por el rabillo de mi ojo, la vi enderezarse y

cruzar los brazos, aún con esa sonrisa torcida en su rostro.

―No hay necesidad de ser desagradable ―dijo, parecía indiferente a mi

agresividad―. No estoy pidiendo una cita, chico rudo, sólo tu nombre.

¿Por qué seguía hablándome? ¿No estaba siendo claro? No quería hablar. No

quería responder sus preguntas. Cuanto más hablaba con alguien, mayor sería

la posibilidad de que se diera cuenta, y entonces la pesadilla comenzaría de

nuevo.

―Es Ethan ―murmuré, todavía mirando a la pared. Forcé las siguientes

palabras―. Ahora piérdete.

―Huh. Bueno, no somos hostiles. ―Mis palabras no estaban teniendo el efecto

que quería. En vez alejarla, parecía casi... emocionada. ¿Qué demonios? Me

resistí a la tentación de echarle un vistazo, aunque todavía sentía esa sonrisa,

dirigida a mí―. Sólo estaba tratando de ser agradable, viendo que es tu primer

día y todo. ¿Eres así con todos los que conoces?

―Srta. St. James. ―La voz de nuestra profesora corto a través de la habitación.

Kenzie se dio la vuelta y tome un vistazo a ella―. Necesito hablar con el Sr.

Chase, ―continuó la señorita Singer, sonriéndole a Kenzie―. Vaya a su

siguiente clase, por favor.

Kenzie asintió.

―Claro, señorita Singer. ―Mirando hacia atrás, me vio mirándola y sonrió

antes de que pudiera apartar la mirada―. Nos vemos por ahí, chico rudo.

La vi rebotar de nuevo a sus amigas, quienes la rodearon, riendo y susurrando.

Dando nada sutiles miradas hacia mí, se fueron a través de la puerta que daba

al pasillo, y me dejaron a solas con la profesora.

―Ven aquí, Sr. Chase, si quieres. No me dan ganas de gritarle sobre el aula.

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Me levanté y caminé por el pasillo encorvándome en una mesa de primera fila.

Los fuertes ojos negros de la Srta. Singer me miraban por encima de sus gafas

antes de que lanzara una conferencia sobre su política de no tolerancia a las

bromas, y cómo entendía mi situación, y cómo podía hacer algo con mi vida si

solo me concentraba. Como si eso fuese todo lo que hubiera.

Gracias, pero debería guardar su aliento. He oído todo esto antes. Qué difícil debe ser,

mudarse a una nueva escuela, empezar de nuevo. Qué tan mala mi vida en casa debe

ser. No actúes como si supieras lo que estoy pasando. Usted no me conoce. No sabe nada

de mi vida. Nadie lo hace.

Si hubiera algo de ello, nadie lo haría jamás.

* * *

Pase mis próximas dos clases de la misma manera; haciendo caso omiso de todo

el mundo a mi alrededor. Cuando llego la hora del almuerzo, vi a los

estudiantes caminar por el pasillo hacia la cafetería, me volví y fui en la

dirección opuesta.

Mis compañeros de clase estaban empezando a llegar a mí. Quería irme, lejos

de los grupos y sus miradas curiosas. No quería verme atrapado en una mesa,

temiendo que alguien se acercase y “hablara”. Nadie lo haría por ser amable,

estaba bastante seguro. Por ahora, esa chica y sus amigas habían difundida la

historia de nuestro primer encuentro por toda la escuela, quizá embelleciendo

algunas cosas, por ejemplo cómo la llame por feos nombres pero de alguna

manera me enamoré de ella al mismo tiempo. De todos modos, no quería tratar

con sus novios enojados e indignantes preguntas. Quería que me dejaran en

paz.

Doblé una esquina a otro pasillo, en busca de una parte aislada de la escuela

donde pudiese comer en paz, y me encontré con la misma cosa que estaba

tratando de evitar.

Un muchacho estaba de espaldas contra los casilleros, sus delgados hombros

encorvados, con expresión hosca y atrapada. De pie frente a él había dos chicos

más grandes, de hombros anchos y gruesos cuellos, mirando de reojo hacia

abajo al chico que habían puesto contra la pared. Por un segundo, pensé que el

chico tenía agallas. Entonces él me miró, suplicando en silencio, a través de una

mata de cabello pajizo, vi un destello de ojos de color naranja y dos orejas

puntiagudas que sobresalían de su cabeza.

Juré. En silencio, usando una palabra por la que mamá me arrancaría la cabeza.

Esos dos idiotas no tenían idea de lo que estaban haciendo. No podían ver lo

que era realmente, por supuesto. El “humano” al que habían acorralado era uno

de Ellos, uno de los fey, o al menos parte fey. El término mestizo atravesó mi

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mente, y apreté mi puño alrededor de mi bolsa del almuerzo. ¿Por qué? ¿Por

qué nunca podía estar libre de ellos? ¿Por qué tenían que seguirme a cada paso

de mi vida?

―No mientas, fenómeno ―dijo uno de los deportistas, empujando el hombro

del chico de nuevo a los casilleros. Tenía el cabello corto, rubio y era un poco

más pequeño que su compañero de cuello de toro, pero no por mucho―. Regan

te vio merodeando alrededor de mi carro ayer. ¿Crees que fue gracioso que casi

me saliera de la carretera? ¿Huh? ―Lo empujó otra vez, haciendo un ruido

hueco contra los casilleros―. Esa serpiente no se arrastró allí por sí misma.

―¡Yo no lo hice! ―protestó el mestizo, estremeciéndose por el golpe. Cogí un

destello de colmillos puntiagudos cuando abrió la boca, pero, por supuesto, los

dos deportistas no podían verlo―. Brian, te juro que no fui yo.

―¿Sí? ¿Entonces, estas llamando a Regan mentirosa? ―preguntó el más

pequeño, y luego se volvió hacia su amigo―. Creo que el fenómeno acaba de

llamar a Regan mentirosa, ¿has oído eso, Tony? ―Tony frunció el ceño e hizo

crujir los nudillos, y Brian se volvió hacia el mestizo―. Eso no fue muy

inteligente de tu parte, perdedor. ¿Por qué no vamos a hacerle una visita al

cuarto de baño? Puedes reencontrarte con el Sr. Baño.

Oh, genial. No necesitaba esto. Debería darme vuelta y marcharme. Él es parte

hada, pensaba mi mente racional. Mézclate en esto, y atraerás su atención de seguro.

El mestizo se encogió, luciendo miserable pero resignado. Como si estuviera

acostumbrado a este tipo de tratamiento. Suspiré. Y procedí a hacer algo

estúpido.

―Bueno, me alegro de que este lugar tenga los mismos imbéciles con cara de

gorila como en mi vieja escuela ―dije, sin moverme de donde estaba. Se

volvieron hacia mí, con los ojos muy abiertos, y me sonrieron―. ¿Qué te pasa,

papi no te dio suficiente este mes, así que tienes que golpear a los perdedores y

los fenómenos? ¿La práctica no les da suficiente tiempo de maltrato?

―¿Quién diablos eres? ―El atleta menor, Brian, dio un paso amenazador hacia

adelante, encontrándose con mi cara. Le devolví la mirada, todavía

sonriendo―. ¿Este es tu novio, entonces? ―Alzó la voz―. ¿Acaso deseas morir,

maricón?

Ahora, por supuesto, estábamos empezando a llamar la atención. Los

estudiantes que habían evitado vernos y fingir no ver al trío contra el casillero

comenzaron a venir, como si sintieran la violencia en el aire. Murmullos de

"pelea" recorrieron a la multitud, ganando velocidad, hasta que se sintió como

si toda la escuela estuviera viendo este pequeño drama comenzar en el medio

de la sala. El chico con el que se habían estado metiendo, el mestizo, me dio una

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mirada temerosa, se disculpó y se escabulló, desapareciendo entre la multitud.

De nada, pensé, resistiendo el impulso de rodar los ojos. Bueno, había entrado

en este montón de mierda, podría ir por todas.

―Chico nuevo ―gruñó el compañero de Brian, alejándose de los casilleros,

alzándose detrás del otro―. El de Southside.

―Oh, sí. ―Brian miró a su amigo, y luego a mí. Su labio se curvó con desdén―.

Tú eres ese chico que apuñalo a su compañero de celda en un reformatorio

―continuó, alzando la voz para el beneficio de la gente―. Después de

prenderle fuego a la escuela y tirarle un cuchillo al maestro.

Levanté una ceja. ¿En serio? Eso era nuevo.

Exclamaciones y murmullos escandalizados pasaron por los estudiantes,

ganando velocidad como la pólvora. Esto estaría sobre toda la escuela mañana.

Me pregunté cuántos crímenes más podrían añadir a mi ya larga lista

imaginaria.

―¿Crees que eres fuerte, maricón? ―Alentado por la multitud, Brian se acercó

más, empujándome, con una sonrisa malvada en su rostro―. Así que eres un

pirómano y un criminal, gran problema. ¿Crees que te tengo miedo?

Al menos uno más.

Me enderecé, estando a la altura con mi oponente.

―Pirómano, ¿eh? ―dije, igualando su desprecio con mi propia voz―. Y yo que

pensaba que eras tan estúpido como parecías. ¿Aprendiste esa gran palabra en

inglés hoy?

Su rostro se desencajo, y se giró hacia mí. Estábamos muy cerca, así que fue un

gancho de derecha desagradable, viniendo directamente a mi mandíbula. Me

metí debajo de él y le empuje el brazo mientras el puño pasaba, empujándolo

contra la pared. Gritos y aplausos aumentaron alrededor de nosotros mientras

Brian se volvió y giró furiosamente hacia mí por segunda vez. Me retorcí lejos,

manteniendo los puños cerca de mis mejillas, al estilo boxeador, para

defenderme.

―¡Suficiente!

Los maestros aparecieron de la nada, tirando de nosotros lejos. Brian maldijo y

luchó para llegar a mí, tratando de empujar al profesor, pero me deje ser tirado

a un lado. El que me agarró mantuvo un férreo control de mi cuello, como si

pudiera liberarme y lanzar un golpe contra él.

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―A la oficina del director, Kingston ―ordenó el maestro, señalando a Brian por

el pasillo―. Muévete. ―Él miró hacia mí―. Tú también, chico nuevo. Y será

mejor rezar para que no tengas un cuchillo escondido en algún lugar, o serás

suspendido antes de que puedas siquiera pestañear.

A medida que me arrastraba a la oficina del director, vi al mitad hada

mirándome desde la multitud. Sus ojos color naranja, solemnes y sombríos,

nunca dejaron los míos, hasta que fui arrastrado por una esquina y lo perdí de

vista.

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Mestizo

Traducido por Rodonithe Corregido por aranoi

Me dejé caer en la silla en la oficina del director, con los brazos cruzados,

esperando que el hombre al otro lado de la mesa nos notase. En el letrero de oro

en la superficie de caoba se leía Richard S. Hill, Director, aunque el dueño del

letrero no nos dio más que una mirada cuando nos hizo entrar, estaba sentado

con los ojos pegados a la pantalla de la computadora, un hombre pequeño,

calvo, de nariz aguileña y cejas muy estrechas, reducido en un ceño fruncido.

Su boca se frunció mientras observaba la pantalla, por lo que nosotros

esperamos.

Después de un minuto o dos, el atleta en la silla contigua a la mía dejó escapar

un suspiro de impaciencia.

―Así que, uh, ¿no me necesitas más? ―preguntó, inclinándose hacia adelante

como si se dispusiera a pararse―. Me puedo ir ahora, ¿no?

―Kingston ―dijo el director, por fin levantando la vista. Él parpadeó ante

Brian, luego frunció el ceño de nuevo―. Hay un gran partido este fin de

semana, ¿no? Sí, puedes irte. Eso sí, no te metas en más problemas. No quiero

oír hablar de peleas en los pasillos, ¿entiendes?

―Por supuesto, Sr. Hill. ―Brian se levantó, me dio una mueca triunfante, y

salió contoneándose de la oficina.

Oh, eso es justo. El idiota fue quien lanzó el primer golpe, pero no queremos poner en

peligro la oportunidad del equipo de ganar el juego, ¿verdad? Esperé a que el director

se fijara en mí, pero había vuelto a leer lo que estaba en la computadora.

Echándome hacia atrás, crucé las piernas y miré con nostalgia la puerta. El tictac

del reloj llenaba la pequeña habitación, y los estudiantes se detuvieron para

mirarme a través de la ventana de la puerta antes de seguir adelante.

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―Tienes un muy grande archivo, Sr. Chase ―dijo Hill finalmente sin levantar

la vista.

Contuve una mueca de dolor.

―Peleas, absentismo escolar, armas ocultas, incendio premeditado. ―Él

empujó su silla hacia atrás, y esos duros ojos negros finalmente se asentaron en

mí―. ¿Hay algo que le gustaría añadir? ¿Cómo agredir al mariscal de campo

estrella de la escuela el primer día? El padre del Sr. Kingston es parte de la junta

escolar, en caso de que no se diera cuenta.

―Yo no empecé la pelea ―murmuré―. Él fue quien se volvió hacia mí.

―¿Ah, sí? ¿Usted solo estaba metido en sus asuntos, entonces? ―Los rizados

labios amarillentos del director dieron una débil sonrisa―. ¿Se volvió a usted

de la nada?

Lo miré a los ojos.

―Él y su compañero de fútbol estaban a punto de meter la cabeza de un chico

al inodoro. Los paré antes de que pudieran. El idiota no me aprecio por arruinar

su diversión, por lo que intentó romperme la cara. ―Me encogí de hombros―.

Lo siento si me gusta mi cara tal cual es.

―Su actitud no es motivo de orgullo, Sr. Chase ―dijo Hill, frunciendo el

ceño―. Y usted debería haber acudido a un profesor para ocuparse de él. Estás

en hielo muy delgado, ya sabes. ―Dobló las manos pálidas en su escritorio y se

inclinó hacia delante―. Ya que es tu primer día aquí, voy a dejarte ir con una

advertencia esta vez. Pero voy a ser claro, Sr. Chase. Párate en esta línea de

nuevo, y no voy a ser tan indulgente. ¿Entiendes?

Me encogí de hombros.

―Lo que sea.

Sus ojos brillaron.

―¿Crees que eres especial, Sr. Chase? ―Una nota de desprecio había entrado

en su voz ahora―. ¿Crees que eres el único “joven con problemas” que se ha

sentado en esta oficina? He visto su tipo antes y todos van de la misma manera,

directamente a la cárcel, o las calles, o muertos en la cuneta en alguna parte. Si

ese es el camino que deseas, entonces, por supuesto, sigue por ese camino.

Abandona los estudios. Obtén un trabajo sin futuro en alguna parte. Pero no

desperdicies el tiempo de esta escuela tratando de educarte. Y no arrastres a los

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que van a alguna parte contigo. ―Sacudió la cabeza hacia la puerta―. Ahora

sal de mi oficina. Y no dejes que te vea aquí otra vez.

Echando humo, me enderecé y me deslicé por la puerta.

Los pasillos estaban vacíos, todo el mundo estaba de vuelta en sus aulas, bien

en el estupor post almuerzo, contando los minutos hasta la campana final. Por

un momento, pensé en volver a casa, dejando esta excusa lamentable de una

nueva escuela y un inicio limpio, y simplemente aceptar el hecho de que nunca

iba a encajar y ser normal. Nadie nunca me daría la oportunidad.

Pero no podía ir a casa, porque mamá estaría allí. No diría nada, pero me

miraría con esa triste expresión culpable, decepcionada, porque quiere tanto

que tenga éxito, ser normal. Ella tiene la esperanza de que esta vez las cosas

salgan bien. Si me iba a casa temprano, sin importar la razón, mamá me diría

que podría intentarlo de nuevo mañana, y luego probablemente se encerraría

en su cuarto y lloraría un poco.

No podía enfrentar eso. Sería peor que la conferencia que papá me daría si se

enterase que me salté la clase. Además, él había sido muy aficionado a la vara

últimamente, y no quería arriesgarme a otra.

Es sólo un par de horas más, me dije a regañadientes y emprendí el regreso a

clases, que sería trigonometría por ahora, la alegría de alegrías. ¿Por qué en

cada plan de estudios deciden enseñar matemáticas después del almuerzo,

cuando todo el mundo estaba medio dormido? Puedes sobrevivir un par de horas

más. ¿Qué más puede pasar, de todas formas?

Debería haberlo sabido mejor.

Al doblar una esquina, tuve esa sensación de frío, punzante en la parte

posterior de mi cuello, la que siempre me decía que estaba siendo vigilado.

Normalmente, lo hubiera ignorado, pero en ese momento, estaba enojado y

menos enfocado de lo habitual. Me volví, mirando detrás de mí.

El mestizo se encontraba al final del pasillo al lado de la entrada del baño,

mirándome desde el marco. Sus ojos brillaban naranjas, y las puntas de las

orejas peludas se movieron en mi dirección.

Algo flotaba a su lado, algo pequeño y humanoide, con el zumbido de alas de

libélula y oscura piel verde. Parpadeó sus enormes ojos negros en mí, me

enseñó los dientes en una mueca afilada, luego se deslizo en el aire, volando

hacia arriba a los azulejos del techo.

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Antes de que pudiera detenerme, mi mirada la siguió. La piskie parpadeó,

sorprendida, y me di cuenta de mi desliz.

Furioso, arranqué mi mirada hacia abajo, pero ya era demasiado tarde. Maldita

sea. Estúpido, estúpido error, Ethan. Los ojos del mestizo se agrandaron mientras

miraba de mí a la piskie, con la boca abierta. Él lo sabía. Él sabía que podía

verlos.

Y ahora, eran conscientes, también.

* * *

Me las arreglé para evitar al mestizo al ir a clase. Cuando sonó la última

campana, agarré mi mochila y corrí hacia la puerta, manteniendo la cabeza baja

y la esperanza de una salida rápida.

Desafortunadamente, él me siguió hasta el estacionamiento.

―Hey ―dijo él, cayendo a caminar junto a mí mientras cruzábamos el lote. No

le hice caso y seguí, manteniendo mi mirada hacia el frente. Él trotó tenazmente

para mantener el ritmo―. Escucha, quería darte las gracias. Por lo que hiciste

allí. Gracias por intervenir, te debo una. ―Hizo una pausa, como si esperara

que yo dijera algo. Cuando no lo hice, agregó―: Soy Todd, por cierto.

―Lo que sea ―murmuré, sin mirarlo a los ojos. Frunció el ceño como si

estuviera desconcertado por mi reacción, y yo mantuve mi expresión en blanco

y antipática. Sólo porque te salve del atleta y su matón no significa que seamos amigos

ahora. Vi a tu pequeña amiga. Estás jugando con fuego, y no quiero tener nada que ver

con ello. Vete. Todd vaciló, y luego me siguió en silencio durante unos pocos

pasos, pero no se fue.

―Uh, así que ―continuó, bajando la voz cuando nos acercamos al final del lote.

Había estacionado mi camioneta los más lejos que pude de los Mustangs y

Camaros de mis compañeros, deseando que pasara desapercibida, también―.

¿Desde cuándo los puedes ver?

Mis tripas se retorcieron. Por lo menos no dijo hadas o feys, porque decir su

nombre en voz alta era una manera segura de atraer su atención. Si eso era

deliberado o ignorando por su parte, no estaba seguro.

―No sé de lo que estás hablando ―le dije con frialdad.

―¡Sí, lo sabes! ―Dio un paso delante de mí, con el ceño fruncido, y tuve que

parar―. Sabes lo que soy ―insistió, toda sutileza yéndose. Había un dejo de

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desesperación en sus ojos cuando se inclinó hacia adelante, suplicante―. Yo te

vi, y Thistle te atrapo mirándola, también. Sé que los puedes ver, y puedes ver

cómo soy realmente. Así que no te hagas el tonto, ¿de acuerdo? Lo sé. Los dos

lo hacemos.

Bueno, este chico me estaba fastidiando. Peor aún, cuanto más hablaba con él,

m{s atención atraería de Ellos. Sus pequeños “amigos” probablemente estaban

mirándonos ahora mismo, y eso me asustó. Sea lo que fuese que el mestizo

quería de mí, tenía que terminar.

Me burle de él, mi voz fea.

―Wow, eres un bicho raro. No es de extrañar que Kingston se meta contigo.

¿No tomaste tus píldoras de la felicidad esta mañana? ―La ira y traición brilló

en los ojos anaranjados de Todd, haciéndome sentir como un culo, pero

mantuve mi voz burlona―. Sí, me encantaría quedarme a charlar contigo y tus

amigos imaginarios, pero tengo cosas que hacer en el mundo real. ¿Por qué no

vas a ver si puedes encontrar un unicornio o algo así?

Su rostro se ensombreció aún más. Me empujé delante de él y seguí adelante,

esperando que no me siguiera. Esta vez, no lo hizo. Pero no había dado ni tres

pasos cuando sus siguientes palabras me detuvieron en seco.

―Thistle sabe lo de tu hermana.

Me quedé inmóvil, cada músculo de mi cuerpo se enrollo mientras se daba

vuelta mi estómago.

―Sí, pensé que podrías estar interesado en eso. ―La voz de Todd tenía una

nota tranquila de triunfo―. Ella la ha visto, en el Nuncajamás. Meghan Chase,

la Reina de Hierro.

Giré y agarré la pechera de su camisa, tirando de él hacia delante de sus pies.

―¿Quién más lo sabe? ―le susurré mientras Todd se encogió, aplanado sus

orejas―. ¿Quién ha oído hablar de mí? ¿Quién sabe que estoy aquí?

―¡No lo sé! ―Asustado Todd levantó las manos y sus uñas cortas brillaron en

la luz del sol―. Thistle es difícil de entender a veces, ¿sabes? Todo lo que dijo

fue que ella sabía quién eras, el hermano de la Reina de Hierro.

―Si le dices a alguien... ―Apreté el puño, resistiendo el impulso de agitarlo―.

Si le dices a cualquiera de ellos, te juro<

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―¡No lo hare! ―exclamó Todd, y me di cuenta entonces, como me veía,

mostrando mis dientes, con los ojos salvajes y locos. Tomando una respiración

profunda, me obligué a calmarme. Todd se relajó, sacudiendo la cabeza―. Por

Dios, tómalo con calma, hombre. Además, que Ellos sepan quién eres, no es el

fin del mundo.

Me burlé y lo empujé hacia atrás.

―Debes estar muy protegido, entonces.

―Fui adoptado ―replicó Todd retrocediendo, abrazándose a sí mismo―. ¿Qué

tan fácil crees que ha sido, pretender ser humano cuando mis padres no saben

lo que soy? Aquí nadie me entiende, nadie tiene idea de lo que puedo hacer.

Siguen pisoteándome y empujándome.

―Así que pusiste una serpiente en el auto de Kingston. ―Sacudí la cabeza con

disgusto―. Debí dejar que metieran tu cabeza en el inodoro esta tarde.

Todd resopló y enderezó la parte delantera de su camisa.

―Kingston es un idiota ―dijo, como si eso justificara todo―. Piensa que es

propietario de la escuela y tiene a los maestros y al director en el bolsillo. Cree

que es intocable. ―Él sonrió, sus ojos de color naranja brillantes―. A veces me

gustaría recordarle que no lo es.

Suspiré. Bueno, que te sirva de lección, Ethan. Esto es lo que pasa cuando te involucras

con Ellos. Incluso los mitad hada no pueden evitar hacerles travesuras a los seres

humanos cada vez que pueden.

―El Pueblo Invisible son los únicos que me entienden ―continuó Todd, como

si tratara de convencerme―. Ellos saben lo que estoy pasando. Están más que

dispuestos a ayudar. ―Su sonrisa se hizo más amplia, más amenazadora―. De

hecho, Thistle y sus amigos están haciendo la vida de ese idiota muy

desagradable en este momento.

Un escalofrío se deslizó por mi espalda.

―¿Qué les prometiste?

Él parpadeó.

―¿Qué?

―Ellos nunca hacen nada gratis. ―Di un paso adelante, y él se echó hacia

atrás―. ¿Qué les prometiste? ¿Qué se llevaron?

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―¿Qué importa? ―El mestizo se encogió de hombros―. El idiota se lo merecía.

Además, que daño pueden hacer dos piskies y un boggart?

Cerré los ojos. Oh, hombre, no tienes ni idea en lo que te has metido.

―Escucha ―le dije, abriendo mis ojos―. Cualquier promesa que hayas hecho,

cualquier contrato que haya acordado, detenlo. No puedes confiar en ellos. Te

van a usar, porque es su naturaleza. Es lo que hacen. ―Todd levantó una ceja

incrédula, y me froté el cuero cabelludo ante su ignorancia. ¿Cómo había

sobrevivido tanto tiempo y no aprender algo?―. Nunca haga un contrato con

Ellos. Esa es la primera regla y la más importante. Nunca es como te lo

imaginas, y una vez que hayas accedido a algo, estás atrapado. Nunca podrás

renunciar, sin importar lo que pidan a cambio.

Todd aún no parecía muy convencido.

―¿Quién te hizo el experto en todas las cosas de hada? ―desafió, e hice una

mueca cuando él finalmente dijo la palabra―. Eres humano, no entiendes cómo

es. Sí hice algunos tratos, prometí algunas cosas. ¿Qué es eso para ti?

―Nada. ―Di un paso atrás―. Simplemente no me arrastres a cualquier

desastre que estés creando. No quiero tener nada que ver con Ellos, o contigo,

¿entiendes? Sería feliz si nunca los volviera a ver. ―Y sin esperar respuesta, me

volví, abrí la puerta de mi camioneta y la cerré de golpe detrás de mí.

Encendiendo el motor, aceleré fuera del estacionamiento, haciendo caso omiso

de la figura desolada del mestizo a medida que se hacía más y más pequeño en

mi espejo retrovisor.

* * *

―¿Cómo estuvo la escuela? ―preguntó mamá mientras se golpeaba la puerta y

tiraba mi mochila sobre la mesa.

―Bien ―murmuré, haciendo una línea recta hacia la nevera. Ella dio un paso a

un lado con un suspiro, sabiendo que era inútil hablar conmigo cuando me

estaba muriendo de hambre. Encontré la pizza sobrante de la noche anterior y

empujé dos rebanadas en el horno microondas, mientras que mordía una

tercera fría. Treinta segundos más tarde, estaba a punto de llevar mi plato a mi

cuarto cuando mamá se puso delante de mí.

―Recibí una llamada de la oficina del director esta tarde.

Mis hombros se hundieron.

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―¿Sí?

Mamá hizo un gesto con firmeza a la mesa, y me dejé caer en una silla, mi

apetito se había ido. Se sentó frente a mí, con los ojos entornados y con

problemas.

―¿Cualquier cosa que quieras decirme?

Me froté los ojos. No serviría tratar de ocultarlo, ella probablemente ya sabía, o

al menos sabía lo que Hill le dijo.

―Me metí en una pelea.

―Oh, Ethan. ―La decepción en su voz me apuñalo como mil agujas

diminutas―. ¿En tu primer día?

No fue mi culpa, quería decirle. Pero había usado esa excusa tantas veces antes,

que parecía vacía. Cualquier excusa parecía vacía ahora. Me encogí de hombros

y me encorvé más en mi asiento, sin mirarla a los ojos.

―¿Eran... eran Ellos?

Eso me sorprendió. Mamá casi nunca hablaba de las hadas, probablemente por

las mismas razones que yo; pensaba que podría atraer su atención. Ella prefería

cerrar los ojos y pretender que no existían, que no estaban ahí, mirándonos. Fue

una de las razones por las que nunca hablé abiertamente con ella sobre mis

problemas. Solo la hacían estar más atemorizada.

Dudé, preguntándome si debía hablarle del mestizo y sus amigos invisibles que

acechan en los pasillos. Pero si mamá se enteraba de ellos, podría sacarme de la

escuela. Y por mucho que odiaba ir a clases, no quería pasar por toda la cosa de

“empezar de nuevo” una vez m{s.

―No ―dije, jugueteando con el borde de mi plato―. Sólo dos imbéciles que

necesitan una lección de modales.

Mamá dio uno de sus frustrados, gemidos de desaprobación.

―Ethan ―dijo con una voz más aguda―. No es tu lugar. Ya hemos pasado por

esto.

―Lo sé.

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―Si sigues así, serás expulsado de nuevo. Y yo no sé a dónde poder enviarte

después de eso. No sé... ―Mam{ respiró temblorosa, y se cubrió los ojos con la

mano.

Ahora me sentía como un culo completo.

―Lo siento ―le dije en voz baja―. Voy a< esforzarme m{s.

Ella asintió sin levantar la vista.

―No le voy a decir a tu padre, esta vez ―murmuró con voz cansada―. No

comas mucha pizza o te quitara el apetito para la cena.

De pie, me enganché mi mochila sobre un hombro y llevé el palto a mi

habitación, haciendo que la puerta se cerrase detrás de mí.

Me hundí en mi escritorio, me comí mi pizza a medias mientras encendía mi

laptop. El episodio con Kingston, por no hablar de la charla con el mestizo, me

puso nervioso. Fui a YouTube y observé videos de estudiantes practicando kali,

tratando de seleccionar los puntos débiles de sus ataques, haciendo agujeros en

su defensa. Luego, para mantenerme ocupado, agarré mis palos de mimbre de

la pared y practiqué algunos patrones en el medio de mi cuarto, mirando a los

objetivos imaginarios con cara de Brian Kingston, teniendo cuidado de no

golpear las paredes o el techo. Había hecho un par de agujeros en los paneles de

yeso ya, por accidente, por supuesto, antes de que papá hiciera la regla de que

toda práctica debería hacerse al aire libre o en el dojo. Pero era mucho mejor

ahora, y lo que él no sabía no le haría daño.

Cuando estaba terminando un patrón, vi un destello de movimiento con el

rabillo del ojo y me volví. Algo negro y afilado, como una araña gigante con

enormes orejas, se agacho en la parte exterior del alféizar de la ventana,

mirándome. Sus ojos brillaban color verde eléctrico en la oscuridad reinante.

Gruñí una maldición y empecé a avanzar, pero cuando la criatura se dio cuenta

de que lo había visto, dejó escapar un alarmado zumbido y parpadeó fuera de

la vista. Tiré hacia arriba la ventana, me asomé a la oscuridad, en busca de la

escabullida molestia, pero ya no estaba.

―Malditos gremlins ―murmuré. Dando un paso atrás, revisé con la mirada

alrededor de mi habitación, asegurándome de que todo estuviera en su lugar.

Revisé mis luces, mi reloj, mi equipo, todos seguían funcionando, para mi

alivio. La última vez que un gremlin había estado en mi habitación, tenía un

cortocircuito en mi laptop, y tuve que gastar mi propio dinero para arreglarlo.

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Los gremlins eran un tipo especial de hada. Eran feys de hierro, lo que

significaba todas mis precauciones y protecciones del mundo Faery no

funcionaban con ellos. El hierro no los molestaba, las barreras de sal no los

mantenían fuera, y las herraduras sobre las puertas y ventanas no hacían nada.

Estaban tan acostumbrados al mundo de los humanos, mezclados con el metal

y la ciencia y la tecnología, que los viejos encantos y rituales de protección eran

demasiado antiguos para afectarles en lo absoluto. Rara vez tenía problemas

con los feys de hierro, pero estaban en todas partes. Supuse que incluso la Reina

de Hierro no podía seguirles la pista a todos ellos.

La Reina de Hierro. Un nudo se formó en mi estómago. Cerré la ventana, puse

mis palos lejos y me dejé caer en la silla de la computadora. Durante varios

minutos, miré el cajón más alto de mi escritorio, sabiendo lo que estaba dentro.

Me preguntaba si debería atormentarme aún más al sacarla.

Meghan. ¿Siquiera piensas en nosotros ya? Había visto a mi media hermana sólo

unas pocas veces desde que había desaparecido de nuestro mundo hace casi

doce años. Ella nunca se quedaba mucho tiempo, sólo un par de horas para ver

que todo el mundo estaba bien, y entonces se iba de nuevo. Antes de mudarnos,

por lo menos podía verla para mi cumpleaños y días festivos. A medida que fui

creciendo, las visitas fueron cada vez menos. Eventualmente, desapareció por

completo.

Inclinándome hacia delante, abrí la gaveta. Mi hermana perdida hace mucho

tiempo atrás era otro tema tabú en este hogar. Si siquiera pronunciaba su

nombre, mamá se deprimía durante una semana. Oficialmente, mi hermana

había muerto. Meghan no era parte de este mundo nunca más, era uno de Ellos,

y tuvimos que fingir que no existía.

Pero ese mestizo sabía de ella. Eso podría ser un problema. Como si necesitara

más, como si ser un delincuente, melancólico, no-deje-a-tu-hija-salir-con-este-

criminal no fuera suficiente, ahora alguien sabía de mi conexión con el mundo

de las hadas.

Ajuste mi mandíbula, cerré la gaveta y salí de la habitación, mis pensamientos

arremolinándose en un hosco caos, un lío. Yo era un ser humano, y Meghan se

había ido. No importa lo que algún hada mestizo haya dicho, no pertenecía a

ese mundo. Iba a quedarme de este lado del velo y no preocuparme de lo que

ocurría en Faery.

No importa lo mucho que trataran de arrastrarme allí.

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Faeries en la Bolsa de Deporte

Traducido por Rodonithe Corregido por aranoi

Día dos.

De purgatorio.

Mi “pelea” con el mariscal de campo de la escuela y mi discusión en la oficina

del director no habían pasado desapercibido, por supuesto. Mis compañeros se

me quedaban mirando en los pasillos, susurrando a sus amigos, murmurando

en matices bajos. Se asustaban de mí como si tuviera la peste. Los maestros me

dieron el mal de ojo, como si estuvieran preocupados de que pudiera golpear a

alguien en la cabeza o sacar un cuchillo, tal vez. No me importaba. Tal vez el

director Hill les había dicho lo que había pasado en su oficina, tal vez les había

dicho que era una causa perdida, porque mientras mantuve la cabeza baja, me

ignoraron.

A excepción de la señorita Singer, que realmente me llamó varias veces durante

la clase, asegurándose de que todavía estaba prestando atención. Respondí a

sus preguntas acerca de Don Quijote monótonamente, con la esperanza de que

fuera lo suficiente para mantenerla fuera de mi espalda. Ella parecía

agradablemente sorprendida de que hubiese leído la tarea una noche antes, a

pesar de estar un poco distraído por los pensamientos de gremlins acechando

alrededor de mi laptop. Aparentemente satisfecha de que pudiera escuchar y

mirar por la ventana, al mismo tiempo, la señorita Singer finalmente me dejo en

paz, volví nuevo a pensar en paz.

Al menos Kingston y su lacayo estaban ausentes hoy, aunque me di cuenta que

Todd estaba en una de mis clases, luciendo un aire de satisfacción. Él no dejaba

de mirar al escritorio vacío del mariscal de campo, sonriendo y asintiendo para

sí mismo. Hizo que me pusiera nervioso, pero juré no involucrarme. Si el

mestizo quería joder con los notoriamente volubles seres justos, no iba a estar

allí cuando se quemase.

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Cuando sonó la última campana, recogí mi mochila y salí corriendo, con la

esperanza de evadir una repetición del día anterior. Vi como Todd salía por la

puerta, mirándome como si quisiera hablar, pero rápidamente me perdí en el

pasillo lleno de gente.

En mi casillero, metí mis libros y tareas en mi mochila, cerré la puerta y me

encontré cara a cara con Kenzie St. James.

―Hola, chico rudo.

Oh, no. ¿Qué es lo que quiere? Probablemente arrancarme una nueva sobre la

pelea, y si ella estaba en el equipo de porristas, Kingston era probablemente su

novio. Dependiendo del rumor que había oído, había bien golpeado al mariscal

de campo o lo había amenazado en el pasillo y había conseguido mi culo

pateado antes de que los profesores nos separaran. Ninguna historia era

halagadora, y me estaba preguntando si alguien me daría una mierda por ella.

Solo que no había esperado que fuese ella.

Me volví para salir, pero ella suavemente se movió para bloquear mi camino.

―¡Sólo un segundo! ―insistió, plantándose delante de mí―. Quiero hablar

contigo.

La fulminé con la mirada, una mirada fría y hostil que había dado que pensar a

los Redcaps y hacer que un par de spriggans retrocedieran. Kenzie no se movió,

su postura decidida a no titubear. Me dejé caer en la derrota.

―¿Qué? ―gruñí―. ¿Vienes a advertirme que deje a tu novio en paz si sé lo que

es bueno para mí?

Ella frunció el ceño.

―¿Novio?

―El mariscal de campo.

―Oh. ―Ella resopló, arrugando la nariz. Fue algo lindo―. Brian no es mi

novio.

―¿No? ―Eso fue sorprendente. Había estado tan seguro de que iba a

preguntarme acerca de la pelea, tal vez amenazar con hacerme algo si hería a la

preciosa estrella del fútbol. ¿Por qué más esta chica hubiese querido hablar

conmigo?

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Kenzie se aprovechó de mi sorpresa y dio un paso más cerca. Tragué saliva y

me resistí a la tentación de dar un paso atrás. Kenzie era más baja que yo por

varios centímetros, pero ese hecho parecía completamente perdido para ella.

―No te preocupes, chico rudo. No tengo un novio esperando a pegarte en el

baño. ―Sus ojos brillaban―. Si eso pasara, yo misma lo haría.

No dudo que lo intentaría.

―¿Qué quieres? ―le pregunté de nuevo, cada vez más perplejo por esta

extraño, chica alegre.

―Soy la editora del periódico escolar ―anunció, como si fuera la cosa más

natural del mundo―. Y estaba esperando que me hicieras un favor. Cada

semestre, entrevisto a los nuevos estudiantes que iniciaron tarde, ya sabes, para

que la gente pueda llegar a conocerlos mejor. Me encantaría hacerte una

entrevista, si estás listo para ello.

Por segunda vez en treinta segundos, me quedé embobado.

―¿Tú eres editor?

―Bueno, más un reportero, en verdad. Pero como todos los demás, aborrecen la

parte técnica, hago la edición, también.

―¿Para el periódico?

―Eso es donde generalmente los periodistas informan, sí.

―Pero... yo pensé... ―Me di una sacudida mental, recogiendo mis dispersos

pensamientos―. Te vi con el equipo de porristas ―le dije, y era casi una

acusación. Las delgadas cejas de Kenzie se levantaron.

―Y, ¿qué? ¿Pensaste que era una porrista? ―Ella se encogió de hombros―. No

es lo mío, pero gracias por pensar así. Las alturas y yo no nos llevamos

realmente muy bien, y apenas puedo caminar por el piso del gimnasio sin caer

y lastimarme a mí misma. Además, tendría que teñirme el cabello rubio, y eso

sería sólo matar los extremos.

No sabía si hablaba en serio o en broma, pero no podía quedarme.

―Mira, tengo que estar en algún lugar pronto ―le dije, lo cual no era una

mentira, tengo clase esta noche con mi instructor de kali, Guro Javier, y si llego

tarde tendré que hacer cincuenta flexiones y cien poses suicidas, si se siente

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generoso. Guro era serio respecto a la puntualidad―. ¿Podemos hablar más

tarde?

―¿Me darás esa entrevista?

―Bueno, sí, ¡está bien! ―Levanté una mano en señal de frustración―. Si eso te

saca de mi espalda, está bien.

Ella estaba radiante.

―¿Cuándo?

―No me importa.

Eso no la molesto. Nada lo hacía, al parecer. Nunca había conocido a alguien

que podría ser tan implacablemente alegre ante tan flagrante intento de idiota.

―Bueno, ¿tienes un número de teléfono? ―continuó, sonando

sospechosamente divertida―. O, podría darte el mío, si quieres. Por supuesto,

eso significa que realmente deberías de llamarme.... ―Ella me dio una mirada

dudosa, luego negó con la cabeza―. Hmm, no importa, sólo dame el tuyo. Algo

me dice que podría tatuarte mi número en la frente y no te acordarías de llamar.

―Lo que sea.

Mientras escribía los dígitos en un trozo de papel, no pude dejar de pensar en lo

extraño que era, darle mi número de teléfono a una chica linda. Nunca había

hecho esto antes y probablemente nunca volvería a hacerlo. Si Kingston lo

sabía, si incluso me viera hablando con ella, novia o no, probablemente iba a

tratar de darme una conmoción cerebral.

Kenzie se paró a mi lado y se puso de puntillas para mirar por encima de mi

hombro. Hilos blandos y suaves de su cabello me rozaron el brazo, haciendo

que mi piel picase y mi corazón se acelerara. Atrapé un toque de manzana o de

menta o algún tipo de fragancia dulce, y por un segundo olvidé lo que estaba

escribiendo.

―Um. ―Ella se inclinó aún más cerca, un delgado dedo apuntando a los

garabatos negros desordenados en el papel―. ¿Ese es un seis un cero?

―Es un seis ―jadeé, y di un paso atrás, poniendo distancia entre nosotros.

Maldita sea, mi corazón todavía estaba latiendo con fuerza. ¿Qué demonios era

eso?

Le entregué el papel.

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―¿Puedo irme ahora?

Ella se lo metió en el bolsillo de los pantalones vaqueros con otra sonrisa,

aunque sólo por un momento, pareció decepcionada.

―No dejes que te detenga, tipo rudo. Te llamaré más tarde esta noche, ¿de

acuerdo?

Sin responder, la rodeé, y esta vez, me dejó ir.

* * *

Kali fue brutal. Con el torneo a menos de una semana, Guro Javier era un

fanático de asegurarse que no daríamos nada menos que lo mejor.

―Mantén los palos en movimiento, Ethan ―llamó Guro, mirándome y a mi

compañero de entrenamiento, estudiándonos uno al otro, un palo en cada

mano. Asentí con la cabeza y le di vueltas a mis palos, manteniendo el patrón

de la búsqueda de agujeros en la guardia de mi oponente. Llevábamos una

armadura ligera acolchada y un casco para que los palos no nos dejaran feas,

palpitantes ronchas sobre la piel desnuda y realmente podríamos golpear al

oponente sin herirlo gravemente. Eso no quiere decir que no volvía a casa con

un bonito moretón de vez en cuando, “insignias de coraje” como Guro los

llamaba.

Mi compañero de entrenamiento se abalanzó. Me incliné hacia un lado,

bloqueando su ataque con un palo mientras aterrizaba tres golpes rápidos sobre

su casco con el otro.

―¡Bien! ―dijo Guro, cerrando la ronda―. Ethan, cuida tus palos. No los dejes

quietos, mantenlos en movimiento, mantenlos fluyendo, siempre. Chris, el

ángulo de salida la próxima vez, no solo retrocedas y lo dejes golpearte.

―Sí, Guro ―dijimos los dos, y nos inclinamos ante sí, terminando el encuentro.

Regresando a la esquina, me arranqué el casco y dejé que el aire fresco golpeara

mi cara. Llámame violento y agresivo, pero me encantaba esto. Los palos

intermitentes, la adrenalina corriendo, la grieta sólidas de tu arma al golpear un

punto vital en la armadura de alguien... no había prisa en el mundo. Mientras

estaba aquí, era sólo un estudiante, el aprendiz de Guro Javier. Kali era el único

lugar donde podía olvidarme de mi vida y de la escuela y las constantes

miradas, y ser yo mismo.

Por no hablar, de que golpear a alguien con palos era una manera

impresionante para aliviar mi acumulada agresión.

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―Buena clase, todo el mundo ―llamó Guro, haciendo un gesto a nosotros en la

parte delantera de la sala. Nos inclinamos a nuestro instructor, poniendo un

palo en el corazón y el otro en la frente, mientras continuaba―. Recuerden, que

el torneo es este sábado. Aquellos que participan en las demostraciones, me

gustaría que llegaran temprano para que puedan practicar y repasar las formas

y patrones. Además, Ethan ―me miró―, tengo que hablar contigo antes de

salir. Clase pueden irse. ―Dio una palmada, y el resto del grupo comenzó a

dispersarse, hablando con entusiasmo sobre el torneo y otras cosas relacionadas

con el kali. Me quité la armadura, poniéndola cuidadosamente sobre las esteras

y esperé.

Guro hizo un gesto, y lo seguí hasta la esquina, recogiendo sus guantes de

boxeo y los palos de ratán adicionales esparcidos cerca de la pared. Después de

apilarlos ordenadamente en los estantes de la esquina, me volví para encontrar

a Guro viéndome con una expresión solemne.

Guro Javier no era un tipo grande, de hecho, le llevaba uno o dos centímetros

en mis pies descalzos, y yo no era muy alto. Estaba bastante en forma, no tan

grande como un apoyador, pero funcionaba bien; Guro era todo nervio y

músculo magro, y la persona más graciosa que jamás había visto en mi vida.

Incluso en la práctica o calentamiento, se veía como un bailarín, haciendo girar

sus armas con una velocidad que todavía no había dominado y temía que

nunca lo haría. Y él podía atacar como una cobra, un minuto estaba de pie

frente a ti mostrándote una técnica, y al siguiente, estabas en el suelo,

parpadeando y preguntándote cómo llegaste allí.

La edad de Guro era difícil de decir, tenía mechones de plata por el cabello

corto y negro, y marcas de risa alrededor de los ojos y la boca. Él me empujó

duro, más duro que los demás, perforándome con patrones, insistiendo que

tenía una técnica casi perfecta antes de mudarme. No es que tuviera favoritos,

pero creo que se dio cuenta de que quería esto más que nadie, necesitaba esto

más que los otros estudiantes. Esto era más que un hobby para mí. Estas eran

habilidades que algún día podrían salvar mi vida.

―¿Cómo es tu nueva escuela ―preguntó Guro de una forma de materia-y-

hecho. Empecé a encogerme de hombros, pero me sorprendí a mí mismo. He

tratado muy duro para no volver a caer en los viejos hábitos hoscos con mi

instructor. Le debía más que un encogimiento de hombros y una respuesta de

una sola sílaba.

―Está bien, Guro.

―¿Llevándote bien con tus profesores?

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―Tratando.

―Hmm. ―Guro ociosamente recogió un palo y lo hizo girar en el aire, aunque

sus ojos permanecían distantes.

Él seguido hacia girar el palo cuando tenía que pensar, demostrar una técnica, o

incluso hablarnos. Era un hábito, supuse; no creía que siquiera se diera cuenta

de que lo estaba haciendo.

―He hablado con tu madre ―continuó Guro con calma, y se me retorció el

estómago―. Le pedí que me mantuviera informado de tu progreso en la nueva

escuela. Está preocupada por ti, y no puedo decir que me gusta lo que he oído.

―El palo girando se paró por un momento, y me miró directamente a los

ojos―. No enseño kali para la violencia, Ethan. Si me entero de que has estado

en más peleas, o que tus calificaciones están bajando, sabré que necesitas

concentrarte más en la escuela que en las prácticas de kali. Estarás fuera de la

demostración, ¿está claro?

Contuve el aliento. Genial. Muchas gracias, mamá.

―Sí, Guro.

Él asintió con la cabeza.

―Eres un buen estudiante, Ethan. Quiero que tengas éxito en otros lugares

también, ¿sí? Kali no lo es todo.

―Lo sé, Guro.

El palo empezó su patrón de giros de nuevo, y Guro asintió con la cabeza en

despido.

―Entonces te veré el sábado. Recuerde, ¡treinta minutos antes, por lo menos!

Hice una reverencia y me retiré a los vestuarios.

Mi teléfono parpadeó cuando lo saqué, indicando un nuevo mensaje, aunque

no reconocí el número. Desconcertado, revisé el correo de voz y fui recibido por

una voz familiar, demasiado alegre.

―Hey, chico rudo, no te olvides que me debes una entrevista. Llámame esta noche, ya

sabes, cuando hayas terminado de robar bancos y robar carros. ¡Hablamos más tarde!

Gemí. Me había olvidado de ella. Metí el teléfono en mi bolsa, me la eché al

hombro y estaba a punto de salir cuando las luces parpadearon y se apagaron.

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Oh, genial. Probablemente Redding, tratando de asustarme de nuevo. Rodando los

ojos, esperé, escuchando por pisadas y risas. Chris Redding, mi compañero de

entrenamiento, se creía un bromista y le gustaba dirigirse a las personas que le

pateaban el culo en la práctica. Por lo general, ese era yo.

Contuve el aliento, permaneciendo inmóvil y alerta. A medida que el silencio se

prolongó, el fastidio se volvió inquietud. El interruptor de la luz estaba al lado

de la puerta, podía ver por un hueco los pasillos, y no había ni un pie allí.

Estaba en el vestuario solo.

Con cuidado, deslicé mi bolsa de mi hombro, la abrí y saqué un palo de Ratán2,

por si acaso. Bordeando adelante, el palo extendido delante de mí, miré

alrededor de la fila de los casilleros. No estaba de humor para ello. Si Redding

iba saltar y gritar "rah", le iba a poner un palo en la cabeza, y me disculparía

después.

Había un suave zumbido, en algún lugar por encima. Miré hacia arriba

mientras algo pequeño se cayó, medio revoloteando desde el techo, justo en mi

cara. Salté hacia atrás, y lo dejó caer al suelo, retorciéndose como un pájaro

aturdido.

Me acerqué, listo para golpearlo si se abalanzaba hacia mí de nuevo. La cosa se

agito débilmente mientras yacía en el cemento, lucía como una avispa gigante o

una araña con alas. Por lo que podía decir, era verde y larga con dos alas

transparentes arrugadas sobre su espalda. Di un paso adelante y le di un

empujón con el final del palo. Eso golpeo débilmente el ratán con un brazo

largo y delgado.

¿Una piskie? ¿Qué está haciendo aquí? Como eran los fey, las piskies eran

generalmente bastante inofensivas, a pesar de que podían jugar malas pasadas

si las insultabas o aburrías. Y, pequeñas o no, todavía eran fey. Tuve la

tentación de empujarla debajo del banco como una araña muerta y seguirme a

mi camioneta, cuando levantó la cara del suelo y me miró con sus enormes ojos

asustados.

Era Thistle, la amiga de Todd. Al menos, pensaba que era la misma hada, todas

las piskies se parecían demasiado para mí. Pero me pareció reconocer el rostro

puntiagudo, y el cabello de diente de león amarillo. Su boca se movió, y se abría

grande, y sus alas zumbaban débilmente, pero parecía demasiado débil para

levantarse.

2 Rattan ó Ratán: Bastón o palo de madera de de unos 70 cm de largo y una pulgada de

diámetro utilizado en el arte del Kali.

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Frunciendo el ceño me agaché para verla mejor, manteniendo mi palo en caso

de que sólo estuviera fingiendo.

―¿Cómo has entrado aquí? ―murmuré, pinchándola suavemente con el palo.

Dio un manotazo al final, pero no se movió desde el suelo―. ¿Me estabas

siguiendo?

Dio un zumbido confuso y se desplomó, al parecer agotada, y vacile, sin saber

qué hacer. Claramente estaba en problemas, pero ayudar a un fey era contra las

reglas por las que me había regido desde hace años.

No atraigas la atención a ti mismo. No interactúes con el pueblo Fey. Nunca

hagas un contrato, y nunca aceptes su ayuda. La cosa más inteligente que

podrías hacer es seguir adelante y no mirar atrás.

Aun así, si ayudaba esta única vez, la piskie estaría en deuda, y podía pensar

ciertas cosas que podría pedir a cambio. Podría ordenarle que me dejara solo. O

que dejara a Todd solo. O abandonar cualquier pedido que el mestizo le haya

pedido hacer.

O, mejor aún, podría pedirle que no le dijera a nadie sobre mi hermana y mi

conexión con ella.

Esto es estúpido, me dije a mí mismo, aún mirando a la piskie agarrándose de mi

palo, tratando de jalarse hacia arriba con ayuda del palo. Sabes que las hadas

manejan y manipulan todo a su favor, incluso si te deben algo. Esto va a terminar mal.

Oh, bueno. ¿Cuándo he sido conocido por hacer algo inteligente?

Con un suspiro, me agaché y recogí a la piskie por las alas, levantándola frente

a mí. Se balanceó sin fuerzas, medio delirante, aunque por qué no tenía idea.

¿Era yo o el hada lucía casi< transparente? No solo sus alas; ella parpadeaba

dentro y fuera de foco como una borrosa foto de una cámara.

Y luego vi algo, detrás de la forma transparente de la piskie, confundiéndose

con la oscuridad al final del corredor de los casilleros. Algo pálido y como un

fantasma, con largo cabello flotando alrededor como la niebla.

―¿Ethan?

La voz de Guro resonó en el vestuario, y la cosa desapareció. Rápidamente, abrí

la cremallera de mi bolsa y metí a la piskie mientras mi instructor aparecía en el

umbral. Entrecerró los ojos cuando me vio.

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―¿Está todo bien? ―preguntó mientras levantaba la bolsa y daba un paso

adelante. Y, ¿fue mi imaginación, o miró a la esquina donde ese espeluznante

fantasma estaba?―. Me pareció oír algo. Chris no se estaba escondiendo en la

esquina listo para saltar, ¿verdad?

―No, Guro. Está bien.

Esperé a que se moviera de la puerta, así no tendría que pasar junto a él con mi

bolsa. Mi corazón latía con fuerza, y el pelo en la parte de atrás de mi cuello se

puso de pie. Algo todavía estaba en la habitación conmigo, podía sentir que nos

miraba, sus ojos fríos en mi espalda.

Los ojos de Guro se posaron en la esquina otra vez, estrechándose.

―Ethan ―dijo en voz baja―, mi abuelo era un Mang-huhula, sabes lo que eso

significa, ¿no?

Asentí con la cabeza, tratando de no parecer impaciente. Los Mang-huhula eran

líderes espirituales de la tribu, un chamán o adivino o algo. Guro era un Tuhon,

alguien que transmite su cultura y prácticas, que mantienen vivas las

tradiciones. Nos había dicho esto antes, y no sabía por qué me estaba

recordando esto ahora.

―Mi abuelo era un hombre sabio ―continuó Guro, sosteniendo mi mirada―.

Él me dijo que no solo confiara en mis ojos. Que la verdadera vista, algunas

veces es poner tu fe en cosas invisibles. Había que creer en lo que nadie más

estaba dispuesto a creer. ¿Entiendes lo que digo?

Oí un suave deslizar detrás de mí, como paño húmedo sobre cemento, y se

arrastró sobre mi piel. Tomó toda mi fuerza de voluntad para no sacar el palo y

girar alrededor.

―Creo que sí, Guro.

Guro se detuvo un momento y luego dio un paso atrás, luciendo levemente

decepcionado. Obviamente, había pasado por alto algo, o podía decir que

estaba realmente distraído. Pero lo único que dijo fue:

―Si necesitas ayuda, Ethan, todo lo que tienes que hacer es preguntar. Si estás

en problemas, puedes venir a mí. Para cualquier cosa, no importa lo pequeño o

lo loco que podría parecer. Recuerda eso.

La cosa, o lo que fuera, se deslizó más cerca. Asentí con la cabeza, tratando de

no inquietarme.

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―Lo haré, Guro.

―Vamos, entonces. ―Guro se hizo a un lado, asintiendo―. Vete a tu casa. Nos

vemos en el torneo.

Huí de la habitación, obligándome a no mirar hacia atrás. Y no me detuve hasta

que llegué a mi camioneta.

* * *

Mi teléfono sonó tan pronto como estaba en casa.

Después de cerrar la puerta de mi dormitorio, dejé caer mi bolsa de deporte en

la cama, escuchando el zumbido de las alas en algún lugar en su interior.

Parecía que la piskie todavía estaba viva, aunque probablemente no estaba muy

emocionada por haber sido comprimida en una bolsa con pantalones cortos

usados y sudorosas camisetas. Sonriendo ante la idea, revisé el teléfono. El

mismo número desconocido. Suspiré y lo acerqué a mi oído.

―Dios, eres persistente ―le dije a la chica y oí una risa ahogada en el otro

extremo.

―Es una habilidad de reportera ―contestó ella―. Si cada reportero se quedara

asustado por una amenaza o secuestro o muerte, no habría ninguna noticia en

absoluto. Tienen que enfrentarse a mucho para conseguir sus historias.

Considérate una práctica para el mundo real.

―Estoy muy honrado ―dije sin expresión. Ella rió.

―Así que, de todos modos, ¿estás libre mañana? Digo, ¿después de la escuela?

Nos podemos encontrar en la biblioteca y me puedes dar la entrevista.

―¿Por qué? ―Fruncí el ceño mirando el teléfono, ignorando el zumbido

enojado saliendo de mi bolsa de deporte―. Sólo pregúntame ahora y

terminemos con esto.

―Oh, no, nunca hago entrevistas por teléfono si puedo evitarlo. ―El zumbido

se hizo más fuerte, y mi bolso comenzó a temblar. Le di un golpe, y chilló con

indignación―. Las entrevistas telefónicas son demasiado impersonales

―continuó Kenzie, ajena a mi ridícula pelea con la bolsa de gimnasio―. Quiero

ver a la persona que estoy entrevistando, realmente ver sus reacciones, echar un

vistazo a sus pensamientos y sentimientos. No puedo hacer eso por teléfono.

Por lo tanto, mañana en la biblioteca, ¿de acuerdo? Después de la última clase.

¿Estarás allí?

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Una sesión a solas con Kenzie. Mi corazón latió más rápido ante la idea, y yo

fríamente lo pisoteé. Sí, Kenzie era linda, inteligente, popular y muy atractiva.

Habría que estar ciego para no verlo. Era también obscenamente rica, o su

familia lo era, de todos modos. Los pocos rumores que había oído decían que su

padre era dueño de tres mansiones y un jet privado y Kenzie sólo iba a la

escuela pública porque ella quería. Incluso si yo estaba en cualquier lugar cerca

de lo normal, Mackenzie St. James estaba fuera de mi alcance.

Y era mejor así. No podía permitirme sentirme cómodo con esta chica, bajar mi

guardia por un instante. Al segundo que dejaba que las personas se acercasen a

mí, los fey los harían sus objetivos. Y no dejaría que eso pasara nunca más.

Mi bolso realmente saltó unos cinco centímetros de la cama, aterrizando con un

golpe en el colchón. Hice una mueca y lo arrastré de vuelta antes de que

pudiera saltar al suelo.

―Claro ―le dije distraídamente, no pensando en ella realmente―. Lo que sea.

Voy a estar allí.

―¡Asombroso! ―Podía sentir la sonrisa de Kenzie―. Gracias, chico rudo. Nos

vemos mañana.

Colgué.

Fuera, los relámpagos parpadeaban a través de la ventana, mostrando que una

tormenta estaba en camino. Agarrando mi palo, me preparé y abrí la cremallera

de la bolsa de deporte con un movimiento rápido, liberando una ola de mal olor

y una piskie furiosa zumbando en mi habitación.

No es sorprendente que el hada se dirigiera directo a la ventana, pero se desvió

cuando se dio cuenta de la línea de sal derramada a lo largo del alféizar. Se

lanzó hacia la puerta, pero una herradura de hierro estaba colgada sobre el

marco y una bobina de alambre de metal había sido enrollada sobre el pomo de

la puerta. Zumbó por todo el techo como una avispa frenética, a continuación,

finalmente viajo hacia la cabecera de la cama, posándose en un poste. Cruzando

sus brazos, me dio una molesta, mirada expectante.

Sonreí con maldad.

―¿Te sientes mejor, verdad? No vas a salir de aquí hasta que yo lo diga, así que

siéntate y relájate. ―Las alas de la piskie vibraron, y me aleje con el palo,

dispuesto a aplastarla si decidiera arrojarme una bomba―. Salvé tu vida allí

―le recordé al hada―. Así que creo que me debes algo. Eso es como

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generalmente funcionan las cosas. Me debes una deuda de vida, y estoy

cobrándola en este momento.

Se erizó pero cruzó las piernas y se sentó en el poste, luciendo malhumorada.

Relajé mi guardia, pero sólo un poco.

―Apesta estar en el final de una ganga, ¿no? ―Sonreí, disfrutando mi posición,

y me eché hacia atrás contra el escritorio.

La piskie me miró, levantó un brazo en un gesto de impaciencia que claramente

decía: ¿Y bien? Adelante con ello, entonces. Aún teniéndola en la mira, crucé mi

cuarto y cerré la puerta, más para mantener a mis curiosos padres fuera de la

molesta hada. Deuda de vida o no, solo podía imaginarme los problemas que la

piskie causaría en caso de que lograra escapar al resto de la casa.

―Thistle, ¿verdad? ―le pregunté, volviendo al escritorio. La cabeza de la piskie

se balanceo una vez en afirmación. Me pregunté si debía preguntar por Meghan

pero decidí no hacerlo. Las piskies, como había descubierto, eran notoriamente

difíciles de entender y tenían la capacidad de atención de un mosquito. Largas e

interminables conversaciones con ellas eran prácticamente imposibles, ya que

tendían a olvidar la pregunta tan pronto como la contestaban.

―¿Conoces a Todd, entonces?

La piskie zumbo y asintió.

―¿Qué has hecho por él recientemente?

El resultado fue un confuso y agudo lío de palabras y frases, pronunciadas con

tanta rapidez que hizo que mi cabeza girara. Era como escuchar a una ardilla

velozmente.

―¡Está bien, ya basta! ―dije, levantando mis manos―. No estaba pensando.

―Respuestas de sí o no, Ethan ¿recuerdas? La piskie me dio un ceño confundido,

pero lo ignoré y continúe―. Así que, ¿me estabas siguiendo hoy?

Otro gesto de asentimiento.

―¿Por qué<?

La piskie dio un chillido de terror y zumbó frenéticamente por la habitación,

casi golpeándome, ya que voló alrededor de las paredes. Me agaché, cubriendo

mi cabeza, ya que volaba a través del cuarto, balbuceando en su voz aguda y

chirriante.

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―¡Está bien, está bien! ¡Cálmate! No te pregunté. ―Finalmente se cernió en un

rincón, temblando, con los ojos saltando de su cráneo. Le miré con recelo.

Huh. Eso fue... interesante.

―¿Qué fue todo eso? ―exigí. La piskie zumbó y se abrazó a sí misma, las alas

temblando―. Algo estaba tras de ti esta noche, ¿no? Esa cosa en el vestuario,

era la que te perseguía. ¿Molestaste a un hada de Hierro, entonces? ―Las hadas

de la corte de la Reina de Hierro eran las únicas criaturas en las que podía

pensar para que provocaran tal reacción. No sabía cómo era en el Nuncajamás,

pero aquí, las antiguas hadas y las hadas de Hierro no se llevaban muy bien.

Generalmente los dos grupos se evitaban mutuamente, pretendiendo que no

existían. Pero las hadas eran inconstantes y destructivas y violentas, y la lucha

todavía estallaba entre ellos, por lo que generalmente terminaba fatal.

Pero la piskie sacudió su cabeza, chillando y agitando sus delgados brazos.

Fruncí el ceño.

―No fue un hada de Hierro ―adiviné, y sacudió la cabeza otra vez, con

fuerza―. ¿Qué era eso?

―¿Ethan? ―Hubo un golpe, y la voz de mi padre entró por la puerta―. ¿Estás

ahí? ¿Con quién estás hablando?

Hice una mueca. A diferencia de mamá, papá no tenía ningún problema

invadiendo mi espacio personal. Si fuera por él, ni siquiera tendría una puerta.

―¡En el teléfono, papá! ―grité de regreso.

―Oh. Bueno, la cena está lista. Dile a tu amigo que te devuelva la llamada, ¿de

acuerdo?

Solté un gruñido y oí sus pasos retroceder por el pasillo. La piskie todavía

flotaba en el rincón, observándome con grandes ojos negros. Estaba

aterrorizada, y aunque era un hada y probablemente había jugado un millón de

sucias bromas a inocentes humanos, de repente me sentí como un matón.

Suspiré.

―¿Sabes qué? ―le dije, levantando la ventana―. Olvídalo. Esto fue estúpido de

mi parte. No quiero involucrarme con ninguno de ustedes, deuda de vida o no.

―Barrí la sal, destrabe la ventana y la abrí, dejando entrar una ráfaga de frío, de

aire con olor a lluvia―. Fuera de aquí ―le dije a la piskie, que parpadeó en

asombro―. ¿Quieres pagármelo? Cualquier cosa que estés haciendo para ese

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mestizo, basta. No quiero que estés alrededor de él, o de mí, nunca más. Ahora

piérdete.

Sacudí mi cabeza hacia la ventana, y la piskie no dudó. Paso por delante de mi

cabeza, pareciendo ir directamente a través de marco, y desapareciendo en la

noche.

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Un Inesperado Visitante

Traducido por Robmary Corregido por aranoi

Las tormentas siempre me hacen ponerme temperamental. Más que

normalmente, de todos modos.

No sé por qué, quizás porque me hacen recordar mi infancia en los pantanos.

Habíamos tenido mucha lluvia en nuestra pequeña granja, y de alguna manera

el tamborileo de la lluvia en el techo de hojalata siempre me pone a dormir. O

quizás porque, cuando era muy pequeño, me arrastraba a gatas de mi cama

hasta el cuarto de mi hermana, y ella me sostenía mientras los truenos

retumbaban y me contaba historias hasta que me quedaba dormido.

No quería recordar esos días. Solo me recordaban que ella ya no estaba más

aquí, y no lo estaría nunca más.

Cargué el último plato dentro del lavavajillas y lo pateé para que se cerrara, un

trueno afuera hizo que las luces parpadearan. Con suerte, la luz no se iría.

Llámame paranoico, pero ir tropezando por ahí en la oscuridad con nada más

que una vela me hicieron creer que el Fey estaba al acecho en las sombrías

esquinas y en los oscuros baños, esperando para atacar.

Terminé de limpiar la mesa, caminé hasta la sala de estar y me lancé sobre el

sofá. Papá se acababa de ir al trabajo y mamá estaba en el piso de arriba, así que

la casa estaba muy callada aún, encendí la televisión y subí el volumen para

acallar la tormenta.

El timbre de la puerta sonó.

Lo ignoré. No era para mí, eso era seguro. Yo no tenía amigos; nadie nunca

venía a mi casa a pasar el rato, con el raro y no amigable fenómeno. Lo más

probable es que sea nuestra vecina, la Sra. Tully, que era amiga de mamá y le

gustaba mirarme a través de las rendijas de sus persianas venecianas. Como si

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estuviera asustada de que lanzaría huevos a su casa o patearía a su fastidioso

perrito. A ella le gustaba darle consejos a mamá acerca de qué hacer conmigo,

alegando que conocía un par de buenas escuelas militares que me enderezarían

de inmediato. Probablemente, ella estaba acurrucada en el umbral de nuestra

puerta con una sombrilla y un bolsito con velas extra, usando la tormenta como

una excusa para venir y charlar, probablemente acerca de mí. Resoplé. Mamá

era muy buena persona como para decirle que se vaya a tomar un paseo, pero

no estaba muy convencido. Ella podría quedarse ahí fuera, por lo que a mí

respecta.

El timbre de la puerta sonó de nuevo, y sonó más duro esta vez, más insistente.

―¡Ethan! ―llamó mamá desde algún sitio del piso de arriba, su voz fue

fuerte―. ¿Podrías encargarte de abrir la puerta por favor? ¡No dejes a quién

quiera que sea parado ahí fuera en la lluvia!

Suspirando, me levanté del sofá y fui hasta la puerta, esperando ver a una

rechoncha mujer mirándome con una mirada de desaprobación tan pronto

como abriera la puerta. No era la Sra. Tully, sin embargo.

Era Todd.

Al principio, no lo reconocí. Tenía una enorme chaqueta de camuflaje que era

dos tallas más grandes, y la capucha caía precisamente sobre sus ojos. Cuando

levantó una mano y empujó la capucha hacia atrás, la luz del porche captó sus

pupilas y las hicieron de un brillante naranja. Su cabello y sus lanudas orejas

estaban empapados, y él se veía más pequeño que normalmente, acurrucado en

ese enorme abrigo. Una bicicleta estaba echada en el césped justo detrás de él

con las ruedas girando en la lluvia.

―Oh, Dios, ésta es la casa correcta. ―Todd me sonrió con sus dientes caninos

resplandeciendo en la tenue luz. Una piskie de piel violeta se asomó fuera de su

capucha, parpadeando con sus grandes ojos negros, retrocedí―. Hola Ethan

―dijo el mestizo animadamente, mirando más allá de mí dentro de la casa―.

Terrible tiempo, ¿cierto? Eh, ¿Puedo pasar?

Instantáneamente le cerré la puerta en la cara, dejándola no más que unos

cuantos centímetros abierta, fulminándolo con la mirada a través de la grieta.

―¿Qué estás haciendo aquí? ―siseé. El aplanó sus orejas por mi tono de voz,

luciendo asustado ahora.

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―Necesito hablar contigo ―susurró, mirando atrás sobre su hombro―. Es

importante, y tú eres el único que quizás puede ayudar. Por favor, tienes que

dejarme entrar.

―De ninguna manera. ―Puse firmemente un pie en el borde de la puerta,

negándome a ceder un centímetro tan pronto él avanzara hacia adelante―. Si

tienes problemas con Ellos, ese es tú problema por dejarte envolver. Te lo dije

antes: No quiero tener nada que ver con eso. ―Miré a la piskie que se agazapó

debajo de la capucha de Todd, mirándolo cuidadosamente―. Piérdanse. Vayan

a casa.

―No puedo. ―Todd se inclinó frenéticamente con los ojos muy abiertos―. No

puedo ir a casa porque Ellos están esperando por mí.

―¿Quiénes?

―¡No lo sé! Esas raras y horripilantes cosas fantasmagóricas. Han estado

flotando alrededor de mi casa desde ayer, mirándome y cada vez se acercan

más

Un escalofrío recorrió mi estómago. Miré detrás de él hacia las mojadas calles

buscando destellos de movimiento, sombras de cosas, pero no había.

―¿Qué hiciste? ―gruñí. Mirando al medio-phouka que se encogió.

―¡No lo sé! ―Todd hizo un desesperado e impotente gesto y su amiga piskie

chilló―. Nunca antes había visto este tipo de Fey antes. Pero ellos siguen

persiguiéndome, observándome. Creo que ellos están detrás de nosotros

―continuó señalando al Fey en el hombro de Todd―. Violeta y Bettle están

aterrorizadas, y no puedo encontrar a Thistle en ninguna parte

―¿Entonces viniste aquí a meter a mi familia en esto? ¿Estás loco?

―¿Ethan? ―Mamá apareció detrás de mí, mirando sobre mi hombro―. ¿Con

quién estás hablando?

―¡Con nadie! ―Pero era muy tarde; ya ella lo había visto.

Mirando tras de mí Todd dio una tímida sonrisa y agitó la mano, haciendo un

ademán.

―Um, hola, mamá de Ethan ―saludó, repentinamente encantador y

educado―. Soy Todd. Se suponía que Ethan y yo íbamos a intercambiar

apuntes esta noche. Pero quedé atrapado en la lluvia de camino aquí. No es

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nada, suelo correr en la bicicleta a través del pueblo. En la lluvia. Y en el frío.

―Hizo un ruido con la nariz y miró melancólicamente a su bicicleta, tirada en

el lodo detrás de él―. Disculpa por molestarte ―dijo mirando hacia arriba con

los más patéticos ojos de cachorrito que jamás había visto―. Es tarde, supongo

que debo irme a casa ahora<

―¿Qué, con este clima? No, Todd capturarás tu muerte. ―Mamá me quitó de la

entrada en hizo un ademán al medio-phouka en los escalones―. Ven adentro y

sécate, al menos. ¿Saben tus padres en dónde estás?

―Gracias ―sonrió Todd mientras se escabulló por el umbral. Cerré

fuertemente mis puños para detenerme a mí mismo de empujarlo de regreso a

la lluvia―. Y sí, está bien. Le dije a mi mamá que iba a estar de visita en la casa

de un amigo.

―Bueno, si la lluvia no cede, eres más que bienvenido a quedarte a pasar la

noche ―dijo mamá sellando mi destino―. Ethan tiene un saco de dormir que

puede prestarte, y te puedes ir con él mañana a la escuela en su camioneta.

―Ella fijó en mí una severa mirada que prometía horribles repercusiones si no

era agradable con Todd―. No te importa, ¿o sí?

Suspiré.

―Como sea. ―Mirando a Todd que parecía muy contento, me di la vuelta y le

hice un ademán para que me siguiera―. Ven, entonces. Te daré ese saco de

dormir.

Él me siguió hasta mi habitación, mirando ansiosamente alrededor mientras

atravesó el marco de la puerta. Eso cambió cuando cerré la puerta de un

portazo, haciéndolo saltar, y me giré para mirarlo.

―Está bien ―gruñí, caminando hacia él, haciéndolo retroceder hasta la

pared―. Comienza a hablar. ¿Qué es tan jodidamente importante que tuviste

que venir aquí y arrastrar a mi familia en cualquiera que sea el desastre que

hayas creado?

―Ethan, espera. ―Todd levantó sus manos en forma de garra―. Tú tenías

razón, ¿Está bien? No debí haber estado jodiendo alrededor con el Fey, pero es

muy tarde para ir atr{s y deshacer< lo que sea que hice.

―¿Qué hiciste?

―Te lo dije, no lo sé. ―El mestizo mostró sus dientes caninos en señal de

frustración―. Pequeñeces, nada que no haya hecho antes. Pequeños contratos

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con Thistle, Violeta y Beetle para ayudar con algunos de mis trucos, pero es

todo. Pero creo que algo más grande nos notó, y ahora creo que estoy en un

verdadero problema.

―¿Qué quieres que haga al respecto?

―Yo solo< ―Todd se detuvo, frunciendo el ceño―. Espera un minuto

―murmuró, y empujó su capucha hacia atrás. Ésta se deslizó mostrándose

vacía―. Violeta, ¿a dónde se ha ido? ―dijo Todd, quitándose el abrigo y

sacudiéndolo―. Ella estaba aquí hace unos minutos.

Le sonreí de manera burlona.

―¿Tú piskie amiga? Sí, lo siento, ella no pudo traspasar la mirilla en la puerta

principal. Ningún hada puede pasar por el umbral de la puerta sin mi permiso,

y yo no iba a dejar a esa cosa libre en mi casa. No funciona con los mestizos,

lastimosamente.

Él miró hacia arriba, con los ojos muy abiertos.

―¿Ella aún está afuera?

Un golpecito vino de la ventana, donde una nueva línea de sal había sido

vertida a través del alféizar de la ventana. La chorreante piskie mojada nos miró

fijamente a través del vidrio, sus pequeños rasgos mostraban un semblante

serio. Le sonreí engreídamente.

―Lo sabía ―suspiró Todd, dejó caer su mojada chaqueta encima de una silla―.

Sabía que tú eras la persona correcta a la cual acudir.

Lo miré.

―¿De qué estás hablando?

―Solo< ―Miró a la piskie de nuevo. Ella presionó su cara en el vidrio, y él

tragó saliva―. Amigo, ¿puedo?< eh< ¿puedo dejarla entrar? Estoy asustado

de que esas cosas aún estén ahí fuera.

―Si me niego, ¿seguirás molestándome hasta que diga que sí?

―M{s o menos, sí.

Enojado, quité la sal de la ventana y la abrí dejando que la piskie pasara a través

con un zumbido de alas y aire húmedo. Dos hadas en mi cuarto en una misma

noche; esto se estaba convirtiendo en una pesadilla.

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―No toques nada. ―La fulminé con la mirada mientras se colocaba sobre el

hombro de Todd resoplando―. Tengo una antigua jaula de hierro, puedes

quedarte en ella si no en todo caso desaparece.

La piskie hizo molestos zumbidos, señalándome y moviendo sus brazos.

―¡Lo sé, lo sé! Pero él es el hermano de la Reina de Hierro. Él es el único en el

que pude pensar.

Mi corazón se sacudió violentamente a la mención de la Reina de Hierro, y

estreché mis ojos.

―¿Qué fue eso?

―Tienes que ayudarnos ―exclamó Todd, inconsciente de mi ira repentina―.

Estas cosas están detrás de mí, y no se ven nada amigables. Tú eres el hermano

de la Reina de Hierro, y sabes cómo ahuyentar a las hadas. Dame algo para

mantenerlos alejados de mí. Los conjuros comunes están ayudando, pero no

creo que sean lo suficientemente fuertes. Necesito algo más poderoso. ―Se

inclinó hacia adelante, con las orejas tiesas y los ojos ansiosos―. Tú sabes cómo

mantenerlos alejados, ¿cierto? Debes saberlo, has estado haciéndolo durante

toda tu vida. Muéstrame cómo.

―Olvídalo. ―Lo fulminé con la mirada, y sus orejas se marchitaron―. ¿Qué

pasa si te doy todos mis secretos? Tú solo los usarías para promover tus

estúpidos trucos. Yo no revelo todo solo pare tenerlo pateándome el trasero

luego. ―Sus orejas se cayeron aún más, y yo crucé los brazos―. Además, ¿qué

hay de tus pequeños amigos?, los conjuros que sé son para todos las hadas, no

sólo para unos pocos. ¿Qué pasa con ellos?

―Podemos conseguir algo alrededor de eso ―dijo Todd rápidamente―. Los

haremos funcionar, de alguna manera. Ethan por favor. Estoy aquí

desesperado. ¿Qué quieres de mí? ―Él avanzó un poco―. Lánzame una

indirecta. Un consejo. Una nota escrita en una galleta de la fortuna, trataré lo

que sea. Dímelo esta vez, y te prometo que te dejaré en paz después de esto.

Levanté una ceja.

―¿Y tus amigos?

―Me aseguraré de que te dejen en paz.

Suspiré. Esto probablemente era monumentalmente estúpido, pero sabía lo que

era sentirse atrapado, sin tener a nadie a quién acudir.

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―Está bien ―dije desganadamente―. Ayudaré. Pero quiero tu palabra de que

detendrás todos los pactos y contratos después de hoy. Si hago esto, no hay más

“ayuda” de Los Buenos Vecinos, ¿entendido?

La piskie zumbaba con tristeza, pero Todd asintió sin titubear.

―¡Trato hecho! Es decir< Sí, lo prometo.

―¿No más contratos o pactos?

―No más contratos o pactos. ―Suspiró e hizo un gesto de impaciencia con una

garra―. Ahora, ¿podemos por favor encargarnos de esto?

Tenía muchísimas dudas acerca de que él pudiera mantener esa promesa, los

medio fey no eran dependientes de sus promesas de la manera en que lo eran

los fey completos. Pero, ¿qué más podía hacer? Él necesitaba mi ayuda, y si algo

estaba detrás de él no podía quedarme de brazos cruzados y no hacer nada.

Restregando mis ojos, fui a mi escritorio, abrí el cajón y saqué un viejo diario de

cuero de debajo de una pila de papeles. Después de vacilar por un momento,

caminé y lo lancé sobre mi cama.

Todd parpadeó.

―¿Qué es eso?

―Toda mi investigación sobre los Buenos Vecinos ―dije sacando un block de

notas medio vacío de mi estantería de libros―. Si se lo mencionas a alguien,

patearé tu trasero. ―Le lancé el block de notas y él lo agarró con torpeza―.

Toma notas. Te diré lo que necesitas saber, pero dependerá de ti llevarlo a cabo.

Nos quedamos allí el resto de la noche, él sentado sobre mi cama garabateando

furiosamente, y yo reclinando contra mi escritorio leyendo conjuros,

encantamientos y recetas del diario. Repasé los conjuros comunes, como la sal,

el hierro y vestir las ropas al revés. Repasamos sobre las cosas que pudiesen

atraer a las hadas hacia la casa: bebés, cosas brillantes y muchas cantidades de

azúcar y miel. Discutimos brevemente acerca del más poderoso conjuro en el

libro, un círculo de hongos venenosos que crecería alrededor de la casa y hace

todo lo que esté dentro invisible para las hadas. Pero ese encantamiento era

extremadamente complicado, requería raros e imposibles ingredientes y solo

podría ser llevado a cabo de manera segura por un druida o una bruja en una

noche de luna menguante. Puesto que no conocía a ninguna de las brujas

locales, y tenía un empolvado cuerno de unicornio por ahí, no íbamos a realizar

ese encantamiento en un futuro cercano. Sin embargo, le dije a un decepcionado

Todd, podrías poner una cerca de hierro forjado alrededor de tu casa con menos

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esfuerzo que un anillo de hongos venenosos, y haría más o menos el mismo

trabajo ahuyentando a las hadas.

―Entonces ―Todd aventuró después de un par de horas de esto. Sentí que él se

estaba aburriendo y me maravillé de que el mitad-phouka había durado tanto

tiempo―. Ya es suficiente charla acerca de las hadas. De lo que hablan en la

escuela es que fuiste un total idiota con Mackenzie St. James

Levanté la mirada del diario, en donde estaba haciendo pequeñas correcciones a

un encantamiento usando hierba cana y muérdago.

―Sí, ¿y qué?

―Amigo, tienes que tener más cuidado con esa chica. ―Todd bajó su bolígrafo

y me miró fijamente con serios ojos naranja. La piskie revoloteó de la cima de

mi estantería de libros para aterrizar en el hombro de Todd―. El año pasado,

un chico la estaba rondando, tratando de que saliera con él. No la dejaba en paz

aun cuando lo rechazaba. ―Sacudió su peluda cabeza―. El equipo entero de

futbol lo llevó detr{s de las gradas para tener “una conversación” acerca de

Kenzie. El pobre bastardo no volvió a mirarla después de eso.

―No estoy interesado en Kenzie St. James ―dije rotundamente

―Me alegra oír eso. ―Todd contestó―. Porque Kenzie está fuera de los límites.

Y no solo para personas como tú y yo. Todos en la escuela lo saben. Tú no la

molestas, no inicias rumores sobre ella, no rondas a su alrededor, no te haces a

ti mismo indeseado, o el Escuadrón de Estúpidos Agresivos vendrá y dejará una

impresión de tu rostro grabada en la pared.

―Aparentemente es un poco drástico ―barboteé, intrigado a pesar de mí

mismo―. Que, ¿tuvo ella un asqueroso rompimiento con uno de los idiotas, y

ahora no quiere que nadie más esté con ella?

―No. ―Todd sacudió su cabeza―. Kenzie nunca tuvo un novio. Ni una vez.

¿Por qué es eso, te preguntas? Es preciosa, inteligentes, y todo el mundo dice

que su papá está cargado. Pero ella nunca sale con nadie. ¿Por qué?

―Porque la gente no quiere sus cabezas golpeadas por gorilas cargados de

testosterona ―supuse, rodando mis ojos.

Pero Todd sacudió su cabeza.

―No, no creo que eso sea todo ―dijo, frunciendo el ceño a mi bufido de

incredulidad―. Es decir, piensa sobre eso Amigo. ¿Si Kenzie quisiera un novio,

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piensas que cualquiera, incluso la herramienta principal Kingston, sería capaz

de detenerla?

No, pensé, no podría. Nadie podría. Tenía el definido sentimiento de que si

Kenzie quisiera algo, lo obtendría. Ella había sonsacado una entrevista de mí,

eso estaba diciendo algo. La chica solo no tomaría un no por respuesta.

―Eso hace que te preguntes ―meditó Todd―. ¿Una hermosa chica como esa,

sin novio y no est{ interesada en ningún chico? Piensas que ella podría ser<

―No me importa ―interrumpí, presionando mis pensamientos acerca de

Mackenzie St. James a la parte de atrás de mi mente. No podía pensar en ella.

Porque incluso si Kenzie era hermosa y amable y me había tratado como un

humano decente desde un principio, incluso aunque fui un total idiota con ella,

no podría permitirme traer a alguien más a mi peligroso y jodido mundo. Había

pasado la noche enseñando encantamientos anti-videntes a una piskie y a un

medio-phouka; esa era una muy buena indicación de cuán enredada estaba mi

vida.

El estruendo de un trueno afuera hizo estremecer el techo e hizo las luces

parpadear justo cuando había un golpeteo en la puerta y mamá asomó su

cabeza dentro. Rápidamente lancé el diario cerrado, y Todd arrebató la libreta

de notas de donde la había puesto en la cama, escondiendo su contenido tan

pronto como ella nos miró.

―¿Qué están haciendo chicos? ―preguntó mamá, sonriéndole a Todd, quien le

sonrió de vuelta. Le di un vistazo cercano a su piskie, asegurándome de que no

se hubiera salido por la grieta al resto de la casa―. ¿Está todo bien?

―Estamos bien, mamá ―dije rápidamente, deseando que cerrara la puerta. Ella

me frunció el ceño, después se volvió hacia mi indeseado invitado.

―Todd, parece que la tormenta durará toda la noche. Mi esposo está en el

trabajo, entonces no puede llevarte a casa, y no te voy a mandar ahí fuera con

este clima. Parece que tendrás que quedarte aquí esta noche. ―Él lucía aliviado,

y yo suprimí un gemido―. Asegúrate de llamar a tus padres para que sepan en

dónde estás, ¿está bien?

―Lo haré, Sra. Chase.

―¿Ya te dio Ethan el saco de dormir?

―Todavía no. ―Todd me sonrió irónicamente―. Pero estaba a punto de

hacerlo, ¿cierto, Ethan?

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Le lancé dagas con la mirada.

―Seguro

―Bien, Los veré mañana en la mañana, entonces. Y, ¿Ethan?

―¿Sí?

Ella me dio una severa mirada que decía: sé amable o tu padre se enterará de esto.

―Aún es una noche antes de la escuela. Luces fuera dentro de poco, ¿bien?

―Está bien.

La puerta se cerró con un clic, y Todd me miró con los ojos muy abiertos.

―Wow, y pensaba que mis padres eran estrictos. No había oído “luces fuera”

desde que tenía diez. ¿Tienes un toque de queda, también? ―Le di una mirada

entrecerrada, retándolo a seguir adelante, y él se retorció―. Mm, ¿dónde está el

baño, de nuevo?

Me elevé, saqué un saco de dormir de mi closet, y lancé una almohada extra

sobre el piso.

―El cuarto de baño está abajo por el salón a la derecha ―barboteé, regresando

a mi escritorio―. Solo sé callado. Mi papá llega a casa tarde y quizás

enloquezca si no sabe nada sobre ti. Y la piskie se queda aquí. No dejará esta

habitación, ¿entendido?

―Seguro, amigo. ―Todd cerró el block de notas, lo enrolló y lo colocó en su

bolsillo trasero―. Trataré alguno de estos cuando esté en casa, para ver si

alguno funciona. Hey, Ethan, gracias por hacer esto. Te lo debo.

―Lo que sea. ―Le di la espalda y abrí mi laptop―. No me debes nada

―barboteé mientras él comenzaba a salir de la habitación―. De hecho, puedes

agradecérmelo no mencionándoselo a alguien, nunca.

Todd se detuvo en el pasillo. Lucía como si quisiera decir algo, pero como no

levanté la mirada, se giró y se fue silenciosamente, la puerta hizo clic al cerrase

tras él.

Suspiré y conecté mis auriculares a la computadora, colocándolos sobre mi

cabeza. A pesar de la insistencia de mamá de ir a la cama pronto, dormir no iba

a ser agradable. No con una piskie y un mitad-phouka compartiendo mi

habitación hoy; despertaré con mi cabeza pegada al soporte de la cama, o

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encontraré mi computadora pegada en el techo, o algo como eso. Le disparé

una mirada a la piskie sentada en mi estantería de libros, con las piernas

colgando por un lado, y ella me miró de vuelta, mostrando sus pequeños

dientes afilados en mi dirección.

Definitivamente no habrá descanso para Ethan esta noche. Al menos tenía café

y transmisión en vivo para hacerme compañía.

―Oh, genial, ¿te gusta Firefly? ―Todd regresó a la habitación, mirando sobre

mi hombro a la pantalla de la computadora. Agarrando un taburete, se sentó a

mi lado inconsciente de mi cautelosa mirada―. Hombre, ¿no apestó cuando fue

cancelada? Seriamente pensé en enviar a Thistle con alguna de sus amigas a

desgraciar FOX hasta que la pusieran de nuevo. ―Palmeó su cabeza, indicando

mis auriculares―. Amigo, súbele. Este es mi episodio favorito. Ellos debieron

solo quedarse con las series de televisión y no molestarse con esa horrible

película.

Bajé mis auriculares.

―¿De qué estás hablando? Serenity era grandiosa. Ellos la necesitaron para

empatar todos los finales perdidos, como qué pasó con River y Simon.

―Sí, después de matar a todos eso fue importante ―se burló Todd rodando sus

ojos―. Ya es bastante malo que ofrecieran al predicador, amigo. Una vez que

Wash murió, yo estaba hecho.

―Eso fue brillante ―alegué―. Eso te hace quedar asombrado y pensar, hey, si

Wash no hubiese muerto, nadie se hubiera salvado.

―Como sea, hombre. Probablemente celebraste cuando Anya murió en Buffy,

también.

Sonreí, pero me sorprendí a mí mismo. ¿Qué estaba pasando aquí? No

necesitaba esto. No necesitaba alguien con quién reír y bromear y discutir los

puntos más finos de los filmes Whedon conmigo. Los amigos hacen ese tipo de

cosas. Todd no era mi amigo. Más importante, yo no era amigo de nadie. Yo era

alguien que debía ser evadido a toda costa. Incluso alguien como Todd estaba

en riesgo si no mantenía mi distancia. Sin mencionar el dolor que él podría

causarme.

―Bien. ―Quitándome los auriculares, los coloqué sobre el escritorio delante

del mestizo, sin quitar mi mano―. Noquéate a ti mismo. Pero recuerda<

―Todd alcanzó los auriculares, y yo los quité―. Después de esta noche, hemos

acabado. Tú no me diriges la palabra, no me buscas, y definitivamente no te

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apareces en mi puerta principal. Cuando lleguemos a la escuela te iras por tu

camino y yo iré por el mío.

―Sí. ―La voz de Todd, aunque hosca, era resignada―. Entendido.

Me levanté y el frunció el ceño, colocando los auriculares sobre sus peludas

orejas.

―¿A dónde vas?

―A hacer algo de café. ―Le lancé una mirada a la piskie, ahora en el alféizar de

mi ventana, mirando afuera a la lluvia, y resignándome a lo inevitable―.

¿Quieres algo?

―Ugh, usualmente eso sería un “no” ―Todd barboteó, halando su cara.

Siguiendo mi mirada hacia la ventana, sus orejas se aplanaron―. Pero, sí, ve y

tr{eme una taza. Extra fuerte< negro< como sea. ―Él tembló mientras miraba

la tormenta cayendo detrás del vidrio―. No creo que ninguno de nosotros

pueda dormir mucho esta noche.

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El Fey Fantasma

Traducido por Sisabel1320 Corregido por Cindy Suarez

―Uh-oh ―murmuró Todd desde el asiento de pasajero de mi camioneta―.

Parece que Kingston está de vuelta.

Le di una mirada cansada al Camaro rojo mientras cruzábamos pasando en el

estacionamiento, sin molestarme en pensar en lo que Todd podría estar

suponiendo. Demonios, estaba cansado. Me mantuve levantado toda la noche

mientras Todd veía reposiciones de Ángel and Firefly, escuchando al mestizo

comentando y bebiendo tazas de café para mantenerme despierto, no estaba en

mi lista de cosas favoritas para hacer. Al menos uno de nosotros había tenido

unas pocas horas de sueño. Todd se había acurrucado finalmente en el saco de

dormir y empezó a roncar, pero la piskie y yo nos habíamos dado malas

miradas el uno al otro hasta el amanecer.

Hoy iba a apestar, en grande.

Todd abrió la puerta y saltó de la camioneta casi antes de apagar el motor.

―Así que, uh, supongo que te veré alrededor ―dijo, alejándose de mí―.

Gracias de nuevo por lo de anoche. Voy a comenzar a poner en marcha esto tan

pronto como llegue a casa.

Lo que sea, quería decirle, pero sólo bostecé en su lugar. Todd vaciló, como si

estuviera debatiendo si debía o no decirme algo. Él hizo una mueca.

―Además, es posible que desees evitar a Kingston hoy, hombre. Quiero decir,

como la peste. Sólo es una advertencia amistosa.

Le di una mirada cautelosa. No es que tuviera ninguna intención de hablar con

Kingston, alguna vez, pero...

―¿Por qué?

Él movió los pies.

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―Oh, sólo... porque. Nos vemos, Ethan. ―Y él se fue, saltando sobre el

estacionamiento, su enorme abrigo ondeando detrás de él. Me quedé mirando

fijamente después de él, luego sacudí mi cabeza.

¿Por qué tengo la sensación de que he sido apaleado?

* * *

Sí, el mestizo definitivamente había estado ocultando algo, porque Kingston

estaba fuera por sangre. No me había dado cuenta, salvo cuando él hizo un

punto para mirarme a través de toda la clase, siguiéndome por el pasillo,

haciendo crujir sus nudillos y murmurando:

―Estás muerto, fenómeno ―hacia mí por el corredor. No sé cuál era su

problema. Él todavía no podía estar enfadado por eso de luchar en el pasillo, si

es que eso se podía llamar una lucha. Tal vez estaba enojado porque no había

llegado a tocar mis dientes. Ignoré sus amenazas nada sutiles e hice un punto

de no mirar hacia él, prometiendo que la próxima vez que me encontrara con

Todd, íbamos a tener una charla.

Aparte de mirarme, Kingston me dejó solo en los pasillos de ida y vuelta a

clases.

Pero esperaba que él intentara algo durante el almuerzo, así que encontré un

rincón escondido en la biblioteca donde poder comer en paz. No tenía miedo de

la estrella de fútbol y sus gorilas, pero quería ir a esa maldita demostración, y

ellos no lo iban a arruinar por hacer que me expulsaran.

La biblioteca estaba oscura y olía a polvo y viejas páginas. Un cartel de No

Comer o Beber estaba pegado al frente de la recepción, pero mi sándwich relleno

estaba debajo de mi chaqueta, deslicé mi lata de refresco dentro de mi bolsillo, y

me retiré a la parte posterior. La bibliotecaria me miraba mientras caminaba

pasando su escritorio, sus ojos de halcón brillaban detrás de sus gafas, pero no

me detuvo.

Abriendo mi refresco, asegurándome de que no silbara, me dejé caer en el suelo

entre los pasillos M-N y O-P con un suspiro de alivio.

Apoyado contra la pared, miré a través de las grietas en los libros, observando a

los estudiantes que se movían por los pasillos laberínticos. Una chica vino por

mi pasillo una vez, libro en mano, y se detuvo abruptamente, parpadeando. Me

miró fríamente y se retiró sin una palabra.

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Bueno, mi vida había llegado a un cierto nuevo punto más bajo. Escondido en la

biblioteca para que el mariscal de campo estrella no intentara meter mi cabeza a

través de una pared o poner su puño entre mis dientes. Devolver el favor, y ser

expulsado. Malhumorado, terminé lo último de mi sándwich y miré mi reloj.

Todavía treinta y cinco minutos para clases. Inquieto, saqué un libro de la

estantería junto a mí y leí por encima de el: La historia de la fabricación de los

quesos y quesos. Que fascinante.

Mientras lo ponía de vuelta, mis pensamientos fueron hacia Kenzie. Se suponía

que debía encontrarme con ella aquí después de la escuela para esa estúpida

entrevista. Me preguntaba qué iba a hacer, que era lo que ella quería saber. ¿Por

qué incluso me escogió, después de que había dejado perfectamente claro que

no quería tener nada que ver con ella?

Solté un bufido. Tal vez esa fue la razón.

A ella le gustaba un desafío. O tal vez estaba intrigada por alguien que no

estaba tropezando sobre sí mismo para hablar con ella. Si crees lo que Todd

dijo, Mackenzie St. James probablemente tenía todo a su mano en bandeja de

plata.

Deja de pensar en ella, Ethan. No importa qué, a partir de hoy vas a volver a ignorarla,

lo mismo que con todos los demás.

Se oyó un zumbido en algún lugar por encima de mi cabeza, el suave aleteo de

alas, y todos mis sentidos se pusieron rígidamente alerta.

Casualmente, agarré el libro de nuevo y pretendí hojearlo, mientras escuchaba

el hada encima de los estantes. Si la piskie intentaba algo, sería aplastada como

una araña gigante debajo de La historia de la fabricación de los quesos y quesos.

La piskie chirrió en su excitada, aguda voz, sus alas zumbando. Tuve la

tentación de mirar hacia arriba para ver si era la piskie que había rescatado en el

vestuario o la pequeña amiga púrpura de Todd. Si bien cualquiera de las dos

estuviera de vuelta para torturarme después de que acabara de salvar sus

miserables vidas y diera la cara por el mestizo, iba a estar realmente molesto.

―¡Ahí estás!

Un cuerpo apareció en el extremo del pasillo, ojos de color naranja brillantes en

la luz tenue. Reprimí un gemido cuando el mestizo se metió en el pasillo,

jadeando. Sus orejas estaban presionadas a su cráneo, y sus colmillos estaban

desnudos cuando se dejó caer a mi lado.

―He estado buscándote por todas partes ―susurró, mirando a través de los

libros, con ojos salvajes―. Mira, tienes que ayudarme. ¡Todavía están detrás de

nosotros!

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―¿Ayudarte? ―Lo fulminé con la mirada, y él retrocedió―. Ya he ayudado

mucho más de lo que debería. Juraste que me dejarías en paz después de esto.

¿Qué pasó con eso? ―Todd comenzó a replicar, y yo levanté mi mano―. No,

olvida esa pregunta. Permíteme hacer otra. ¿Por qué Kingston quiere golpear

mi cabeza hoy?

Él jugueteó con el final de su manga.

―Amigo... tienes que entender... esto fue antes de conocerte. Antes de darme

cuenta que algo estaba detrás de mí. Si hubiera sabido que estaría pidiendo tu

ayuda< No puedes estar enojado conmigo, ¿de acuerdo?

Esperé, dejando que el silencio se estrechara. Todd hizo una mueca.

―Está bien, así que... uh... podría haberle pedido a Thistle hacerle pagar de

vuelta por lo que hizo, pero asegurándose de que no lo conectara a mí; ella puso

algo en sus pantalones cortos que... er... le hizo hincharse y picar como loco. Es

por eso que él no estaba aquí ayer. Pero, el problema es, que él cree saber quién

lo hizo.

―Y él piensa que fui yo. ―Gimiendo, incliné mi cabeza hacia atrás y golpeé

contra la pared. Así que esa es la razón por la que el mariscal de campo estaba

en pie de guerra. Levanté mi cabeza y lo miré―. Dame una buena razón por la

que no debería patearte el culo ahora mismo.

―Amigo, ¡ya están aquí! ―Todd se inclinó de nuevo hacia delante,

aparentemente estaba demasiado asustado para tomar mi amenaza en serio―.

¡Los he visto, mirando por las ventanas, mirando hacia mí! ¡No puedo ir a casa

mientras están ahí fuera! Sólo están esperando a que salga.

―¿Qué quieres que haga? ―le pregunté.

―¡Haz que se vayan! Diles que me dejen en paz. ―Agarró mi manga―. ¡Tú

eres el hermano de la Reina de Hierro! Tienes que hacer algo.

―No, no lo creo. ¡Y baja la voz! ―Me paré y lo fulminé con la mirada―. Este es

tu lío. Te lo dije antes, no quiero tener nada que ver con ellos, y tus amigos me

han causado más que problemas desde el día que llegué aquí. Di un paso frente

a Kingston por ti, dejé a un piskie y un medio phouka en mi habitación la noche

anterior, y mira dónde me tienen. Eso es lo que pasa por estarme jugando el

cuello.

Todd se marchito, mirando con aspecto aturdido y traicionado, pero yo estaba

demasiado enojado para notarlo.

―Te lo dije antes ―gruñí, dando marcha atrás en el pasillo―, hemos

terminado. Aléjate de mí, ¿me oyes? No te quiero a ti o a tus amigos a mí

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alrededor, mi casa, mi familia, mi camioneta, cualquier cosa. Te he ayudado

tanto como me fue posible. Ahora vete. Yo. Solo.

Sin esperar una respuesta, di media vuelta y me alejé, explorando el espacio por

las cosas invisibles que podían estar al acecho en las esquinas, listo para saltar.

Si las hadas estaban merodeando por la escuela como Todd dijo, tendría que

subir la apuesta en algunas de mis salas de protección, tanto para mi camioneta

y mi persona. Además, si Kingston estaba dispuesto a poner mi cabeza a través

de una caseta de baño, probablemente debería regresar a clase y pasar

desapercibido hasta que él y la escuadra de gorilas se hayan enfriado un poco.

Al acercarme al escritorio del bibliotecario, sin embargo, un sollozo débil,

apagado vino de uno de los pasillos detrás de mí, y me detuve.

Maldita sea. Cerré mis ojos y vacilé, debatiéndome entre la ira y la culpa. Sabía

lo que era ser perseguido por las hadas. Sabía el miedo, la desesperación

cuando se trata de las hadas que pretenden hacerte daño.

Cuando te das cuenta de que sólo eres tú contra ellos y nadie puede ayudarte.

Cuando te das cuenta de que ellos lo saben, también.

Girando sobre el talón, regresé al aislado pasillo, maldiciéndome a mí mismo

por implicarme una vez más. Encontré a Todd sentado donde lo había dejado,

acurrucado en el pasillo viéndose miserable, el piskie agazapado en su hombro.

Ambos levantaron la vista cuando me acerqué, y Todd parpadeó, orejas

peludas levantándose con esperanza.

―Te voy a llevar a casa ―le dije, mirando su cara iluminarse con alivio―.

Último favor, ¿de acuerdo? Tú tienes lo que se necesita para mantenerlos lejos

de ti, sólo tienes que seguir las instrucciones que te voy a dar y estarás bien. No

me des las gracias ―le dije mientras abría su boca―. Nos vemos aquí después

de clase. Tengo esta entrevista con la reportera escolar que tengo que hacer

primero, pero no debería tomar mucho tiempo. Nos iremos cuando haya

terminado.

―¿Reportera escolar? ―La sonrisa de Todd cambió a una desagradable mueca

en el espacio de un parpadeo―. ¿Te refieres a St. James? Así que, ella también

te tiene envuelto alrededor de su dedo meñique, ¿eh? Eso no lo esperaba.

―¿Quieres ir a casa?

―Lo siento. ―La sonrisa se desvaneció tan rápido como había llegado―. Voy a

estar aquí. De hecho, creo que Violeta y yo sólo vamos a estar aquí hasta que las

clases hayan terminado. Tú ve a esa cosa tuya de la entrevista. Vamos a estar

cerca, probablemente escondidos debajo de una mesa o algo.

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Hice una nota mental para comprobar bajo la mesa antes de hacer cualquier

entrevista esa tarde, y me fui sin decir nada más.

Esta vez no miré atrás.

Malditas hadas. ¿Por qué no se van y me dejan en paz? O a Todd, para el caso,

¿Por qué ellos le hacen la vida miserable a cualquier persona atrapada en su

retorcida mira?, Humano, mestizo, joven, viejo, no tenía importancia. Yo no

estaba más seguro hoy de lo que había estado trece años atrás, sólo un poco más

paranoico y hostil.

¿Esto siempre iba a ser así, mirando constantemente por encima de mi hombro,

estar solo para que nadie más resultara herido? ¿Estaría alguna vez libre de

Ellos?

Cuando salí por la puerta de la biblioteca, mis pensamientos siguieron en la

conversación con el mestizo, algo me agarró el hombro y me estrelló contra la

pared.

Mi cabeza golpeó contra el cemento con un doloroso crujido, expulsando el aire

de mis pulmones.

Estrellas bailaron a través de mi visión por un segundo, y las parpadeé lejos.

Kingston miró hacia mí, un puño en el cuello de mi camisa, sujetándome a la

pared. Dos de sus secuaces se situaron en sus hombros, flanqueándolo como

perros de ataque gruñendo.

―Eh, imbécil. ―El caliente aliento de Kingston azotaba mi cara mientras se

inclinaba cerca, oliendo a humo y hierbabuena―. Creo que nosotros

necesitamos tener una pequeña charla.

La demostración, Ethan. Mantenlo presente.

―¿Qué quieres? ―gruñí, obligándome a mí mismo a no moverme, para no

disparar mi brazo a su cuello, torcer su cabeza y conducir mi rodilla dentro de

su fea boca. O agarrar la mano en mi cuello, girar alrededor, y golpear su

grueso rostro en la pared. Tantas opciones, pero me contuve todavía, sin mirar

sus ojos―. No he hecho nada.

―¡Cállate! ―Apretó con más fuerza, presionándome más fuerte contra el

concreto―. Sé que fuiste tú. No me preguntes cómo, pero lo sé. Pero ya

llegaremos a eso en un minuto. ―Acercó su cara a la mía, sus labios curvándose

en una sonrisa sombría―. He oído que has estado hablando con Mackenzie.

Tiene que estar bromeando. Todo este tiempo que he estado diciendo "desaparece", ¿y

esto todavía sucede?

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―¿Y qué? ―desafié estúpidamente, haciendo que Kingston estrechara sus

ojos―. ¿Qué vas a hacer, orinar en su casillero para que todos sepan que ella

está fuera de los límites?

Kingston no sonrió. Su puño libre se apretó, y lo seguí muy de cerca en caso de

que fuera como un rayo a mi cara.

―Ella está fuera de tu alcance ―dijo, hablando muy en serio ahora―. Y a

menos que quieras que haga de modo que toda la comida te entre a través de

una pajita, podrías recordarlo. No hables con ella, no te cuelgues alrededor de

ella, ni siquiera la mires. Simplemente olvida que alguna vez oíste su nombre,

¿entendido?

Me encantaría, pensé con amargura. Si la chica me dejara en paz. Pero al

mismo tiempo, algo en mí se enfadó con la idea de nunca hablar con Kenzie de

nuevo.

Tal vez no respondo bien a las amenazas, tal vez sin que lo supiera las

desconocidas hadas de Todd me habían estimulado para una pelea, pero me

enderecé, miré a Brian Kingston directo a los ojos y dije:

―Vete a la mierda.

Él se tensó, y sus dos amigos se inflaron detrás de él, como toros furiosos.

―Está bien, fenómeno ―dijo Kingston, y esa sonrisa malvada llegó

arrastrándose de vuelta―. Si así es como lo deseas. Bien. Todavía te debo por

hacer que faltara a la práctica de ayer. Y ahora, estoy dispuesto a hacerte

suplicar. ―La presión sobre mi hombro se apretó, empujándome hacia el

suelo―. De rodillas, fenómeno. Así es como te gusta, ¿no?

―¡Hey!

Una voz clara y alta resonó en el pasillo, un segundo antes de que yo hubiera

explotado, demostración o no. Mackenzie St. James llegó sigilosamente hacia

nosotros, una pila de libros bajo un brazo, su pequeña forma apretada con furia.

―Deja que se vaya, Brian ―exigió, marchando hacia el sobresaltado mariscal

de campo, un gatito erizado debajo de un Rottweiler―. ¿Cuál demonios es tu

problema? ¡Déjalo en paz!

―Oh, hey, Mackenzie. ―Brian sonrió hacia ella, mirándose casi avergonzado.

Poniendo sus ojos en los de su oponente, pensé. Estúpido movimiento―. Qué

coincidencia. Nosotros justo estábamos hablándole de ti a nuestro mutuo

amigo, aquí. ―Él me empujó contra la pared otra vez, y luché contra una

reacción instintiva para romperle bruscamente su codo―. Él prometía ser

mucho más agradable contigo en el futuro, no es eso correcto, ¿fenómeno?

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―¡Brian!

―Está bien, está bien. ―Kingston levantó sus manos y se apartó, y sus

amigotes hicieron lo mismo―. Tómalo con calma, Mac, nosotros solo estábamos

bromeando alrededor. ―Se volvió para burlarse de mí, y yo le devolví la

mirada, desafiándolo a dar un paso adelante, para agarrarme de nuevo―.

Tienes suerte, fenómeno ―dijo él, retrocediendo―. Recuerda lo que te dije. No

siempre tendrás una pequeña chica alrededor para protegerte. ―Sus amigos

rieron, y él guiñó un ojo a Kenzie, quien rodó los ojos―. Nos veremos por ahí,

muy pronto.

―Idiota ―murmuró Kenzie, mientras ellos paseaban tranquilamente por el

pasillo, riendo alto y chocándose entre sí―. No sé que ve Regan en él. ―Ella

negó con la cabeza y se volvió hacia mí―. ¿Estás bien?

Avergonzado, echando humo, le fruncí el ceño.

―Yo podría haberlo manejado ―le espeté, deseando poder asentar mi puño a

través de una pared o en la cara de alguien―. Tú no tenías que interferir.

―Lo sé, chico rudo. ―Ella me dio una media sonrisa, y yo no estaba seguro de

si estaba siendo seria―. Pero Regan es amante de los grandes cabeza de

músculo, y yo no quería que tú lo golpearas demasiado.

Miré en la dirección que los idiotas deportistas se habían ido, apretando mis

puños mientras luchaba por controlar mis furiosas emociones y el impulso de

salir por el pasillo y plantar la cara de Kingston en el suelo. ¿Por qué yo? Quería

descargarlo sobre ella. ¿Por qué no me dejas solo? ¿Y por qué tienes al equipo de

fútbol entero listo para romper a alguien a la mitad por mirarte raro?

―De todos modos ―continuó Kenzie―. Todavía sigue en pie la entrevista,

¿verdad? Estás pensando en presentarte, espero. Me estoy muriendo por saber

lo que pasa en esa melancólica cabeza tuya.

―No soy melancólico.

Ella soltó un bufido.

―Chico rudo, si ser melancólico fuera un deporte, tendrías medallas de oro con

rostros ceñudos recubriendo las paredes de tu cuarto.

―Lo que sea.

Kenzie rió. Pasando por delante de mí, abrió la puerta de la biblioteca, haciendo

una pausa en el marco.

―Nos vemos en un par de horas, Ethan.

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Me encogí de hombros.

―Te esperare, chico rudo. Prométeme que no te escurrirás u olvidarás

convenientemente.

―Sí. ―Solté un suspiro mientras ella sonreía, y la puerta se cerró―. Voy a estar

allí.

* * *

No fui.

No es que no lo intentara. A pesar del incidente en el pasillo, o quizás debido a

ello, no iba a permitir que nadie me dijera con quién podía o no podía pasar el

rato.

Como he dicho, no respondo bien a las amenazas, y si era honesto conmigo

mismo, estaba más que un poco curioso sobre Mackenzie St. James.

Así que después de la última campana, recogí mis cosas, asegurándome de que

el pasillo estuviera despejado de Kingston y sus matones, y me dirigí hacia la

biblioteca.

A mitad de camino hacia allí, me di cuenta de que estaba siendo seguido.

Los pasillos estaban casi vacíos mientras iba por la cafetería. Los pocos cuerpos

que pasaba se iban por otro camino, muchos para el estacionamiento y los

vehículos que los llevarían a casa. Pero mientras iba caminando a través de los

silenciosos pasillos, tenía esa extraña comezón en la parte de atrás de mi cuello,

que me dijo que no estaba solo.

Casualmente, me detuve en una fuente de agua, agachándome para tomar una

rápida bebida. Pero mi mirada se deslizó a un lado, explorando el pasillo.

Hubo un destello de color blanco en el borde de mi visión, como algo que se

deslizaba en torno a una esquina y se detuvo en las sombras, observando.

Mi estómago se tensó, pero me forcé a enderezarme y caminar por el pasillo

como si no pasara nada. Podía sentir la presencia en mi espalda siguiéndome, y

mi corazón empezó a latir con un ruido sordo en mi pecho. ¿Sería la misma

criatura, la que había visto en el vestuario esa noche, cuando la piskie me

encontró? ¿Qué era? Un hada, estaba seguro, pero nunca había visto este tipo

antes, todo pálido y transparente, casi fantasmal. ¿Una bean sidhe3, tal vez?

3Banshees ó Bean Sidhes: Espíritus femeninos que anuncian con sus gemidos la muerte cercana

de alguien. Son consideradas hadas y mensajeras del otro mundo, también son llamadas almas

en pena.

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Pero las bean sidhes usualmente anunciaban su presencia con gritos

espeluznantes y gemidos, no se arrastraban silenciosamente detrás de alguien

por un corredor oscuro, con cuidado para permanecer fuera de vista. Y

ciertamente no estaba a punto de morir.

Tenía la esperanza.

¿Qué quieren de mí? Me detuve en la puerta de la biblioteca, agarrando la

manilla pero no tirando para abrirla. A través de la pequeña ventana

rectangular, vi el escritorio de recepción, la cabeza gris de la bibliotecaria se

inclinaba sobre la computadora. Kenzie estaría allí, en alguna parte, esperando

por mí. Y Todd.

Había prometido encontrarme con ambos, y odiaba romper mi palabra.

Un recuerdo destelló: uno de mí mismo, huyendo de los redcaps, refugiándome

en la biblioteca. Sacando un cuchillo mientras me agachaba entre los pasillos,

esperando. Las sádicas hadas prendiéndole fuego a la pared de libros para

sofocarme y que así saliera. Me escapé, pero mi prisa por salir fue tomada como

que estaba huyendo de la escena del crimen, lo que llevo a mi expulsión de la

escuela.

Respiré tranquilo, haciendo una pausa en el marco de la puerta, ira y miedo

difundiéndose a través de mi estómago. No, no podía hacer esto. Si entraba, si

Ellos me veían hablando con Kenzie, podrían utilizarla para llegar a mí. No

sabía lo que querían, pero no iba a poner a otra persona en mi peligrosa,

desordenada vida. No otra vez.

Soltando la manilla, me alejé y continué por el pasillo. Sentí la cosa

siguiéndome, y cuando me di vuelta en la esquina, me pareció oír la puerta de

la biblioteca rechinar abierta. No miré hacia atrás.

Salí al estacionamiento, pero no me detuve allí. Entrando a mi camioneta y

conduciendo a casa podría perderlos, pero no me daría ninguna respuesta en

cuanto a por qué me estaban siguiendo. En cambio, me pasé las filas de

automóviles, pasando por encima de la acera, y continué hacia el campo de

fútbol.

Por suerte, hoy estaba vacío. Sin práctica, sin entrenadores gritando, sin

deportistas blindados golpeándose entre sí. Si Kingston y sus amigos me vieran

paseando casualmente a través de su territorio en un muy descarado

espectáculo de Vete a la mierda, Kingston, ¿qué vas a hacer al respecto?, tratarían de

enterrarme aquí. Me pregunté si alguien más podía verme, y si lo hicieran,

¿tendrían que decirle al mariscal de campo que estaba meando en sentido

figurado en su territorio? Sonreí ante la idea, levemente tentado a detenerme y

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hacerlo literal, también. Pero tenía cosas más importantes que resolver, y un

concurso de meadas con Kingston no era una de ellas.

Detrás de las gradas, me detuve. Una valla separaba el campo de una línea de

árboles en el otro lado, así que era fresco y sombreado aquí. Desearía tener mi

cuchillo.

Algo afilado, metálico y letal entre mí y lo que sea que estaba viniendo en mi

camino. Pero había sido atrapado con un cuchillo antes, y me había metido en

un buen lío, así que lo había dejado en casa.

Poniéndome de espaldas a la valla, esperé.

Algo paso alrededor de las gradas, o mejor dicho, brillaba en torno a las gradas,

apenas visible bajo el sol.

Y a pesar de que la tarde caía brillante, con luz solar suficiente para derretir

lejos el frío, de repente sentí frío.

Aturdido. Al igual que mis pensamientos y emociones fueron desapareciendo

poco a poco, dejando detrás una cáscara vacía.

Temblando, miré fríamente hacia la cosa flotando a unos metros de distancia.

No se parecía a cualquier hada que hubiera visto antes. No era una ninfa, un

sidhe, un boggart, una dríada, nada que reconociera. Por no decir que era un

experto en los diferentes tipos de hadas, pero había visto más que la mayoría de

la gente, y este era simplemente... Raro.

Era más bajo que yo por casi treinta centímetros y tan delgado que no parecía

posible que sus piernas pudieran sostenerlo. De hecho, sus piernas terminaban

en afiladas-agujas puntiagudas, así que parecía como si estuviera caminando en

palillos en lugar de pies. Su rostro era como una delgada hacha, y sus dedos

eran esos mismos puntos finos, como si pudiera clavar una uña a través de tu

cráneo. Los esqueletos de lo que solían ser alas sobresalían de sus hombros

huesudos, rotos y destrozados, y se cernía a unos pocos centímetros del suelo,

como si la propia tierra no quisiera tocarlo.

Por unos segundos, solo nos miramos el uno al otro.

―Está bien ―dije con una voz uniforme, mientras el escalofriante fey flotaba

allí, sin dejar de mirarme―. Me has seguido hasta aquí, obviamente querías

verme. ¿Qué demonios quieres?

Sus ojos, enormes y multifacéticos como un insecto, parpadearon lentamente.

Me vi a mí mismo reflejado un centenar de veces en su mirada. Su boca abierta

de cuchilla, resoplo:

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―Traigo una advertencia, Ethan Chase

Resistí el impulso de encogerme. Había algo muy... malo... sobre esta criatura. Él no

pertenece a éste lugar, el mundo real. Las hadas que había visto, incluso los feys

de Hierro, seguían siendo una parte de la realidad, deslizándose adelante y

atrás entre este reino y el Nuncajamás. Ésta cosa... era como si su cuerpo

estuviera fuera de sintonía con el resto del mundo, la forma en que parpadeaba

y se desdibujaba, como si no estuviera allí. No era bastante sólida.

El hada levantó un largo dedo huesudo y me señaló.

―No interfieras ―susurró―. No te involucres en lo que pronto sucederá a tu

alrededor. Esta no es tu lucha. Nosotros no buscamos ningún problema con la

Corte de Hierro. Pero si te metes en nuestros asuntos, humano, pondrás a tus

seres queridos en riesgo.

―¿Sus asuntos? ¿Qué eres? ―Mi voz salió más áspera y estridente de lo que

quería―. Supongo que no eres de la Corte Seelie o Unseelie.

La boca hendida del hada podría haberse torcido en una sonrisa.

―No somos nada. Somos olvidados. Nadie recuerda nuestros nombres, que

alguna vez existimos. Tú debes hacer lo mismo, humano.

―Uh-huh. Así que, tú haces un punto para asegurarte de que yo sepa que estás

ahí, de perseguirme y amenazar a mi familia, para decirme que debo olvidarme

de ti.

El hada retrocedió un paso, volando sobre el suelo.

―Una advertencia ―dijo de nuevo y tiró algo a mis pies, algo pequeño y

gris―. Esto es lo que pasa a los que interfieren ―susurró―. Nuestro regreso

solo ha comenzado.

Me puse en cuclillas, manteniendo un ojo cauteloso sobre el hada, y eché un

vistazo a lo que había en el suelo.

Una piskie. La misma que había visto antes ese día con Todd, estaba seguro de

ello. Pero su piel era de un opaco, gris descolorido, como si todo el color

hubiera sido succionado fuera de ella. Suavemente, me agaché y la recogí,

sosteniéndola en mi palma. Se dio la vuelta y parpadeó, enormes ojos vacíos y

fijos. Todavía estaba viva, pero mientras la miraba, el pequeño cuerpo del hada

se agito y luego... voló lejos.

Como la niebla en la brisa. Dejando atrás nada en absoluto.

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Mi interior se sentía frío. Había visto morir a las hadas, se convertían en hojas,

ramas, flores, insectos, tierra, y algunas veces solo se limitaban a desaparecer.

Pero nunca así.

―¿Qué has hecho con ella? ―exigí, poniéndome de nuevo de pie.

La cosa no respondió. Él brillaba otra vez, poniéndose transparente, como si

también, estuviera en peligro de volar lejos en el viento.

Levantando sus manos, miró a sus dedos, observando cómo parpadeaban como

un canal de televisión malo.

―No es suficiente ―susurró él, sacudiendo su cabeza―. Nunca es suficiente.

Sin embargo, es algo. Que tú puedas verme, hablar conmigo. Eso es un

comienzo. Tal vez el mestizo sea más fuerte. ―Él floto hacia atrás―. Estaremos

observándote, Ethan Chase ―advirtió, y se volvió de repente, como si

vislumbrara algo a un lado―. Tú no quieres incluso más gente lastimada por tu

culpa.

¿Más gente? Oh, no, pensé, cuando me di cuenta de lo que el hada estaba

insinuando. La muerte de Thistle, mencionó al "mestizo". Todd.

―¡Hey! ―espeté, caminando hacia adelante―. ¡Alto allí! ¿Qué eres tú?

El hada sonrió, ondulándose en la luz del sol y se alejó, encima de la valla y

fuera de vista. Lo habría perseguido, pero el sonido de movimiento detrás de

las gradas me llamó la atención, y me volví.

Kenzie estaba junto a los bancos, un bloc de notas en una mano, mirándome

fijamente. Por la expresión de su rostro, había escuchado cada palabra.

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Desvanecido

Traducido por Lyricalgirl Corregido por Cindy Suarez

Ignoré a Kenzie y caminé a zancadas a través del campo de fútbol, sin mirar

atrás.

―¡Ey! ―gritó Kenzie, luchando por seguirme.

Mi cabeza estaba dando vueltas.

Todd estaba en lo correcto, susurró. Algo iba por él. Maldita sea, ¿qué era esa cosa?

Nunca antes había visto algo como eso.

Sentía una opresión en el pecho. Estaba sucediendo de nuevo. Sin importar lo

que fuera esa cosa, las malditas hadas estaban ahí afuera con la intención de

arruinar mi vida y lastimar a los que estaban a mi alrededor. Tenía que

encontrar a Todd, advertirle. Tan solo esperaba que él estuviera bien; el mitad

hada podía ser molesto e ignorante, pero no debería tener que sufrir por mi

culpa.

―¡Ethan! ¡Tan solo un segundo! ¿Podrías por favor esperarme? ―Kenzie se

apresuró mientras alcanzábamos el final del campo, bloqueando mi camino―.

¿Podrías decirme qué está pasando? Escuché voces pero no vi a nadie más.

¿Estaba alguien amenazándote? ―Sus ojos se entrecerraron―. No estás metido

en nada ilegal, ¿verdad?

―Kenzie, sal de aquí ―espeté. La espeluznante hada podía todavía estar

viéndonos. O acercándose más a Todd. Tenía que alejarme de ella ahora―.

Simplemente déjame solo, ¿está bien? No voy a hacer esa tonta entrevista. No

me importa en lo más mínimo lo que tú, ésta escuela o quién sea piense de mí.

Pon eso en tú artículo.

Sus ojos destellaron.

―El estacionamiento está en la otra dirección, chico duro. ¿A dónde estás

yendo?

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―A ningún lugar.

―Entonces no te molestará si te acompaño.

―No vas a venir.

―¿Por qué no?

Maldije. Ella no se movió y mi sentido de urgencia llameo.

―No tengo tiempo para esto ―gruñí, y la rocé al pasar a su lado, corriendo a

toda velocidad por el pasillo hacia la biblioteca.

La chica me siguió, por supuesto, pero ya no estaba pensando en ella. Si el hada

fenómeno se acercaba a Todd, si le hacía algo como le había hecho a la piskie,

sería mi culpa. Nuevamente.

La bibliotecaria me lanzó una mirada diabólica cuando entré de sopetón a

través de las puertas de la biblioteca, seguido de cerca por la chica.

―Disminuyan el paso ustedes dos ―ladró ella mientras pasábamos por el

escritorio. Kenzie murmuró una disculpa, pero yo la ignoré, andando a

zancadas por las estanterías, buscando al mestizo. Vacío, vacío, una pareja

besuqueándose en la sección histórica, vacío. Mi inquietud aumentó. ¿Dónde

estaba?

―¿Qué estamos buscando? ―susurró Kenzie a mi espalda.

Me giré, preparado para decirle que se perdiera, aunque fuera inútil, cuando

algo debajo de la ventana atrapó mi mirada.

La chaqueta de Todd. Tirada en un montón arrugado debajo de la repisa de la

ventana. La miré fijamente, intentando encontrar una explicación de por qué la

dejaría atrás. Tal vez simplemente la olvidó. Tal vez alguien se la había robado

como una broma y la había dejado tirada aquí. Una briza fría susurró a través

de la ventana, despeinando mis ropas y cabello. Era la única ventana abierta en

la habitación.

Kenzie siguió mi mirada e hizo una mueca, caminó hacia delante y levantó la

chaqueta. Mientras lo hacía, algo blanco cayó de un bolsillo y revoloteó hacia el

suelo.

Una nota, escrita en una hoja arrancada de papel. Me abalancé para tomarla,

pero Kenzie ya la había agarrado.

―Hey ―dije afiladamente, tendiendo una mano―. Dame eso.

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Ella me esquivó, sosteniendo el papel fuera de alcance. Desafío brillaba en sus

ojos

―No veo tu nombre en ella.

―Era para mí ―insistí, adelantándome hacia ella. Ella brincó lejos poniendo

una mesa larga entre nosotros y mi temperamento flameó―. Maldita sea, no

estoy jugando éste juego ―gruñí, manteniendo mi voz baja para que la

bibliotecaria no viniera por nosotros―. Dámela, ahora.

Kenzie frunció el ceño.

―¿Por qué tan reservado, chico duro? ―respondió ella, moviéndose con

destreza a través de la mesa, manteniendo la misma distancia entre nosotros―.

¿Son éstas coordenadas para una venta de drogas o algo?

―¿Qué? ―Intenté agarrarla, pero se deslizó fuera de alcance―. Por supuesto

que no. No estoy metido en esa mierda.

―¿Una carta de un admirador secreto, entonces?

―No ―le dije con brusquedad y me paré al borde de la mesa. Esto era ridículo.

¿Estábamos de vuelta en tercer grado? La observé por encima de la mesa,

juzgando la distancia que había entre nosotros―. No es una carta de amor ―le

dije, enfureciéndome silenciosamente―. Ni siquiera es de una chica.

―¿Estás seguro?

―Sí.

―Entonces no te molestará si la leo ―dijo ella y abrió la nota.

Tan pronto dejó de prestarme atención, salté por encima de la mesa y me

deslicé por su superficie, tomando su brazo mientras aterrizaba en el otro lado.

Ella soltó un corto grito en sorpresa y trató de alejarse de mi agarre, sin éxito. Su

muñeca era delgada y delicada, y encajaba fácilmente en mi agarre.

Por un segundo, nos miramos al otro furiosamente. Podía ver mi ceñudo y

furioso reflejo en sus ojos. Kenzie me mantuvo la mirada, una pequeña sonrisa

de suficiencia en sus labios, como si éste nuevo predicamento la divirtiera.

―¿Ahora qué, chico duro? ―Ella levantó una delgada ceja. Y por alguna razón

mi corazón comenzó a latir más rápido debajo de esa mirada.

Deliberadamente, me estiré y le quité el papel de los dedos. Liberándola, le di

mi espalda a la chica, escaneando la nota. Era corta, desprolija y confirmaba mis

peores sospechas.

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¡Están aquí! Tengo que correr. Si encuentras esto, diles a mis padres que no se

preocupen. Perdón hombre, no quise meterte en esto.

Todd.

Arrugué la nota y la metí en el bolsillo de mis jeans. ¿Qué esperaba que hiciera

ahora? ¿Ir donde sus padres y decirles que un montón de hadas invisibles lo

habían raptado? Sin duda me echarían en un manicomio.

Sentí los ojos de Kenzie sobre mi espalda y me pregunté cuánto de la nota había

llegado a ver. ¿Había leído algo en ese pequeño segundo que me tomó pasar

por sobre la mesa?

―Suena como si tu amigo estuviera en problemas ―murmuró Kenzie. Bueno,

eso respondía esa pregunta. Toda la nota aparentemente.

―Él no es mi amigo ―respondí, sin darme la vuelta―. Y no deberías meterte

en esto. No tiene nada que ver contigo.

―¿Cómo qué no? ―respondió ella ―. Si alguien está en problemas, tenemos

que hacer algo. ¿Quién está detrás de él? ¿Por qué simplemente no va a la

policía?

―La policía no puede ayudar. ―Finalmente me giré para estar frente a ella―.

No en esto. Además, ¿qué les dirías? Ni siquiera sabemos qué está pasando.

Todo lo que tenemos es una nota.

―Bueno, ¿no deberíamos aunque sea ver si llegó sano y salvo a casa?

Suspiré, masajeando mi nuca

―No sé dónde vive ―dije, sintiéndome ligeramente culpable de saber tan

poco―. No tengo su número de teléfono. Ni siquiera sé su apellido.

Pero Kenzie suspiró.

―Chicos ―murmuró y sacó su celular―. Su apellido es Wyndham, creo. Todd

Wyndham. Tiene un par de clases conmigo. ―Ella jugueteó con su celular sin

mirarme―. Espera un segundo. Lo voy a buscar en Google.

Traté de quedarme calmado mientras ella lo buscaba aunque no podía parar de

escanear la habitación por enemigos escondidos. ¿Qué eran esos transparentes y

fantasmales duendes, y porque no los había visto antes? ¿Qué querían de Todd?

Recordé el cuerpo inmóvil de la piskie, una vacía y muerta cascara antes de

desaparecer, y temblé.

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Fueran lo que fueran, eran peligrosos, y necesitaba encontrar al medio-hada

antes de que ellos hicieran lo mismo con él. Se lo debía por no estar ahí como

había prometido.

―Lo tengo ―anunció Kenzie―. O al menos, tengo el número de su casa.

―Levantando la mirada de su celular, me miró y levantó una ceja―. Así que,

¿quieres llamarlos o debería hacerlo yo?

Saqué mi celular

―Yo lo hago ―dije, temiendo la tarea pero sabiendo que debía terminar lo que

había comenzado.

Ella recitó una tira de número y los tecleé en mi celular. Poniéndolo contra mi

oído, lo escuché timbrar una, dos, y entonces una tercera vez y alguien atendió.

―Residencia Wyndham ―fue dicho en voz de mujer. Tragué.

―Em, sí. Soy un<. Amigo de Todd ―dije con voz vacilante―. ¿Está él en casa?

―No, todavía no volvió de la escuela ―continuó la voz del otro lado―.

¿Quieres que le dé algún mensaje?

―Ah, no. Estaba< em< esperando encontrarlo m{s tarde hoy para< pasar el

rato. ―Hice una mueca al escuchar cuán patético sonaba, y Kenzie soltó una

risita. Le hice mala cara―. ¿Sabe el número de su celular? ―agregué como un

reparo.

―Sí, tengo su número. ―Ahora la voz de la mujer sonaba con sospecha―. ¿Por

qué quieres saberlo? ¿Quién es? ―continúo ella afiladamente, y yo volví a hacer

una mueca―. ¿Eres uno de esos chicos de los que sigue hablando? ¿Crees que

no me doy cuenta cuando llega a casa con moretones y los ojos negros? ¿Te

parece gracioso, molestar a alguien más pequeño que tú? ¿Cuál es tu nombre?

Me vi tentado a colgar, pero eso me haría parecer todavía más sospechoso, y no

me llevaría más cerca a Todd. Me preguntaba si él siquiera le había dicho que

iba a pasar la noche en mi casa.

―Mi nombre es Ethan Chase ―dije en lo que esperaba que fuera una tranquila

y razonable voz―. Simplemente soy< un amigo. Todd se quedó anoche en mi

casa, durante la tormenta.

―Oh. ―No podía adivinar si la madre de Todd estaba calmada o no, pero

luego de un momento, suspiró―. Entonces lo siento. Todd no tiene muchos

amigos, ninguno que haya llamado a casa, de todas formas. No quise hablarte

de mal modo, Ethan.

―Está bien ―murmuré, avergonzado. Estoy acostumbrado.

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―Un momento ―continuó ella, y su voz se volvió más lejana mientras bajaba el

teléfono―. Tengo su número en el refrigerador. Solo un segundo.

Un minuto después, le agradecí a la madre de Todd y colgué, aliviado de haber

terminado con ello.

―¿Bueno? ―preguntó Kenzie, mirándome expectativamente―. ¿Lo

conseguiste?

―Sí.

Ella esperó un momento más, luego saltó impacientemente.

―¿Vas a llamarlo, entonces?

―Estoy llegando. ―Verdaderamente, no quería. ¿Y qué si él estaba

perfectamente bien y la nota era solo una broma, venganza por algún desprecio

imaginario? ¿Qué si estaba camino a casa, riéndose de cómo le había hecho una

buena broma al humano estúpido? Todd era medio-pouka, un hada notoria por

su naturaleza traviesa y su amor al caos.

Esto podría ser solo una broma elaborada y si lo llamaba, él reiría último.

En mi interior, sin embargo, sabía que esas eran solo excusas. No había

imaginado a esa espeluznante hada o a la piskie muerta. Todd no estaba

pretendiendo estar aterrorizado. Algo estaba pasando, algo malo, y él estaba en

el medio de ello.

Y no quería que me arrastrara con él.

Demasiado tarde ahora, supongo. Presionando el número de Todd, puse el celular

contra mi oreja y aguanté la respiración.

Un tono.

Dos tonos.

Tr<

El teléfono directamente se cortó, muriéndose sin mandarme a casilla de

mensajes. Un segundo después el tono de llamada sonó en mi oreja.

―¿Qué pasó? ―pregunto Kenzie mientras bajaba mi mano―. ¿Todd está bien?

―No ―murmuré, mirando hacia abajo al teléfono, y al botón de finalización de

la llamada en la parte más baja de la pantalla―. No, no lo está.

* * *

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Volví a casa luego de eso, habiendo convencido a Kenzie de que no había nada

que pudiéramos hacer por Todd en ese momento. Ella fue testaruda, negándose

a creerme, queriendo llamar a la policía. Le dije que no saltara a conclusiones ya

que no sabíamos exactamente qué estaba pasando. Todd podría haber apagado

su teléfono. Podría estar de camino a casa y simplemente haber llegado tarde.

No teníamos suficiente evidencia para llamar a las autoridades. Eventualmente,

la convencí, pero tenía el presentimiento de que no dejaría ese tema tranquilo

por mucho tiempo. Solo esperaba que no hiciera nada que atrajera Su atención.

Que estuviera a mi alrededor era lo suficientemente malo.

De vuelta en casa, fui directo a mi habitación, cerrando con llave la puerta

detrás de mí. Sentándome en mi escritorio, abrí el primero cajón, estiré mi mano

hasta el fondo y saqué el largo y delgado sobre que había dentro.

Recostándome de vuelta contra la silla, lo mire fijamente por un largo tiempo.

El papel estaba arrugado y quebradizo, amarillento por el tiempo y olía a

periódicos viejos. Tenía una palabra escrita a lo largo del frente: Ethan. Mi

nombre, en la letra de mi hermana.

Dándole vuelta, lo abrí en el frente y saqué la carta de adentro. La había leído

millones de veces antes y me sabía de memoria cada palabra, pero escaneé la

nota una vez más, un nudo amargo formándose en mi garganta.

Ethan,

He comenzado ésta carta un millón de veces, deseando saber las palabras

correctas para decir, pero supongo que simplemente seré franca y lo diré.

Probablemente no me verás de nuevo. Desearía poder estar allí para ti y

mamá, hasta para Luke, pero tengo otras responsabilidades ahora, todo un

reino que me necesita. Estás creciendo tan rápido, cada vez que te veo estás

más alto y más fuerte. Olvido a veces que el tiempo se mueve de manera

diferente en este mundo. Y mi corazón se rompe cada vez que vengo a casa y

veo que he perdido tanto de tu vida. Por favor, debes saber que siempre

estarás en mis pensamientos, pero es mejor que vivamos nuestras propias

vidas ahora. Tengo enemigos aquí, y la última cosa que quiero es que tú y

mamá estén en peligro por mi culpa.

Así que esto es el adiós.

Te estaré observando de tiempo en tiempo, y haré todo lo que esté en mi

poder para asegurarme de que tú, mamá y Luke puedan vivir cómodamente.

Pero por favor, Ethan, por el amor de todo lo que es sagrado, no intentes

encontrarme. Mi mundo es demasiado peligroso; tú de todas las personas

deberías saberlo. Mantente alejado de Ellos e intenta tener una vida normal.

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Si hay una emergencia y debes verme absolutamente, incluí un tótem que te

llevará a Nuncajamás, a alguien que puede ayudarte. Para utilizarlo, debes

apretar una gota de tu sangre contra la superficie y tirarlo en un lugar que

tenga agua en estado de calma. Pero solo puede ser utilizado una vez, y

luego de eso, el favor está cumplido. Así que debes utilizarlo sabiamente.

Te amo, hermanito. Cuida de mamá por mí.

Meghan.

Cerré la carta, la puse en el escritorio y di vuelta el sobre. Una pequeña moneda

de cobre rodo en mi mano abierta y cerré mis dedos a su alrededor, pensando.

¿Quería meter a mi hermana en esto? ¿Meghan Chase, la Reina de los fey de

Hierro? ¿Cuántos años habían pasado desde que la había visto? ¿Le importaba?

Me dolía la garganta. Empujándome en una posición de pie, tiré la moneda

sobre el escritorio y tire la carta de vuelta en el cajón cerrándolo.

No, no iba a ir llorando a Meghan, ni por esto ni por nada. Meghan nos había

abandonado, ya no era parte de nuestra familia. Me preocupaba que ella fuera

un Hada totalmente. Y había tenido demasiado tormento Fey para que me

durara varias vidas. Podía manejar esto solo.

Aún si significaba que tenía que hacer algo estúpido, algo que juré que nunca

haría.

Iba a tener que contactar con las hadas.

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El Parque Vacío

Traducido por Kat880 Corregido por Cindy Suarez

A las 11.35 p.m., mi alarma se apagó. Le di un golpe silencioso y salí de la cama,

ya vestido, arrebatando mi mochila del suelo. Arrastrándome silenciosamente

por el pasillo, revisé para ver si la luz de mamá estaba apagada; a veces se

quedaba en pie hasta tarde, esperando porque papá volviera a casa. Pero ésta

noche, la grieta bajo su puerta estaba oscura, y continué mi callada excursión de

la puerta de enfrente a la entrada de coches.

No pude tomar mi camioneta. Papá estaría en casa después, y sabría que me fui

si veía que mi camioneta faltaba. Escapándome en medio de la noche era

altamente mal visto y tendía a resultar en castigos, destierro de lecturas y

tecnología. Así que saqué mi vieja bicicleta de la cochera, revisé que las llantas

estuvieran aún infladas y caminé abajo hacia la acera.

En el cielo, una delgada luna creciente me sonrió detrás de espirales desiguales

de nubes, y una fría brisa de otoño se deslizó justo a través de mi chaqueta,

haciéndome estremecer. Esa persistente, cínica parte de mí dudaba, reacia a

tomar parte en ésta locura. ¿Por qué te estás metiendo?, susurró. ¿Qué es el medio-

hada para ti, de todas formas? ¿Estás dispuesto a lidiar directamente con el fey por él?

Pero no era solamente Todd ahora, algo extraño estaba sucediendo en Faery, y

tenía el presentimiento que se iba a poner peor. Necesitaba saber qué iba a

suceder y cómo podría defenderme del fantasma-fey transparente que chupaba

la vida de sus víctimas. No quería quedarme en la oscuridad, no con esas cosas

ahí afuera.

Además, el Sr. Hada Horripilante me había amenazado no solo a mí sino a mi

familia. Y eso me encabronaba. Estaba aburrido de correr y esconderme.

Cerrando mis ojos, esperando que me dejaran en paz no estaba funcionando.

Dudaba que alguna vez lo hubiera hecho.

Saltando a mi bicicleta, comencé a pedalear hacia el único lugar que siempre

había evitado hasta ahora. Un lugar que, esperaba, tuviera algunas respuestas.

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Si la maldita hada me quería como enemigo, adelante. Sería su peor pesadilla.

* * *

Incluso en gigantes ciudades pobladas, donde los edificios de acero, autos y

concreto dominaban todo, siempre podías encontrar a los Fey en el parque.

No tenía que ser un gran parque. Sólo un área de tierra natural, con un par de

árboles y arbustos dispersos, quizás un pequeño estanque, y eso es todo lo que

ellos necesitan. Me han dicho que Central Park en Nueva York tiene cientos,

quizás miles de hadas viviendo ahí, y varios caminos al Nuncajamás, todo

dentro de su bien cuidado perímetro. El pequeño parque a cinco kilómetros y

medio de mi casa tenía alrededor de una docena de Fey de variedad común,

piskies, goblins, ninfas, y ningún camino que conociera.

Estacioné mi bicicleta contra un viejo árbol cerca de la entrada y miré alrededor.

No había mucho de un parque, realmente. Había un banco de picnic con un

conjunto de barras de mono y un viejo tobogán, y un polvoriento foso para el

fuego que no había sido usado en años. Al menos, no por humanos. Pero los

árboles aquí eran viejos, cosas antiguas, enormes robles y sauces que se mecían,

y si miras muy duro entre las ramas, a veces captas parpadeos de movimientos

no pertenecientes a los pájaros o ardillas.

Dejando la bicicleta, caminé al borde del hoyo para fuegos y miré hacia abajo.

Las cenizas estaban frías y grises, días o semanas de antigüedad, pero había

visto dos goblins en este hoyo varias semanas atrás, asando algún tipo de carne

sobre el fuego. Y había varios piskies y ninfas viviendo en los robles, a su vez.

Las hadas locales quizás no sabían nada sobre sus horripilantes, transparentes

primos, pero no heriría preguntar.

Agachándome, recogí una roca lisa, le quité el polvo, y la puse en el centro del

hoyo para el fuego. Escarbando a través de mi mochila, saqué una botella de

miel, me puse de pie y rocié el sirope dorado en las piedras. La miel era como la

ambrosía para las hadas: no podían resistir esa cosa.

Tapando la botella, la arrojé dentro de mi mochila y esperé.

Varios minutos pasaron, lo que era una sorpresa para mí. Sabía que las hadas

frecuentaban ésta área. Estaba esperando que al menos un par de goblins o

piskies aparecieran. Pero la noche era tranquila, las sombras vacías hasta que

hubo un suave susurro detrás de mí, el siseo de algo moviéndose sobre el

césped.

―No los encontrarás de esa forma, Ethan Chase.

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Me giré, calmadamente. Regla número dos: No mostrar miedo cuando tratas con el

pueblo Fey. Pude haber recogido mis palos, y con toda honestidad realmente

quería, pero quizás eso sería tomado como un signo de nerviosismo o malestar.

Una alta, y delgada figura estaba de pie debajo de los sauces llorones,

observándome a través de las cortinas de encaje. Mientras esperaba, una esbelta

mano separo las colgantes ramas y el hada se puso de pie en la apertura.

Era una dríade y el sauce llorón era probablemente su árbol, ella tenía el mismo

largo cabello verde y la rugosa corteza como piel. Era increíblemente alta y

delgada, y se balanceaba suavemente en sus pies, como una rama en el viento.

Me observó con sus grandes ojos negros, su largo cabello envolvía su cuerpo, y

lentamente sacudió su cabeza.

―Ellos no vendrán ―susurró tristemente, mirando hacia el remolino de miel a

mis pies―. Ellos no han estado aquí por muchas noches. Al comienzo, eran sólo

uno o dos que estaban desaparecidos. Pero ahora ―hizo un gesto al parque

vacío―, ahora no queda ninguno. Todos se han ido. Soy la última.

Fruncí el ceño.

―¿Qué quieres decir, con que eres la última? ¿Dónde están los otros?

―Observé alrededor del parque, explorando la oscuridad y sombras, viendo

nada―. ¿Qué diablos está sucediendo?

Ella se acercó, balanceándose despacio. Estuve tentado a retroceder pero me

mantuve firme.

La dríade inclinó su cabeza hacia un lado, su cabello de encaje atrapando el

resplandor de la luna como si cayera.

Una grande mariposa nocturna voló desde la cortina y revoloteó lejos hacia las

sombras.

―Tú tienes preguntas ―dijo la dríade, parpadeando lentamente―. Puedo

decirte los que deseas saber, pero debes hacer algo por mí a cambio.

―Oh, no. ―Entonces di un paso hacia atrás, cruzando mis brazos y

observándola―. De ninguna manera. Sin negocio no hay contrato. Encuentra a

alguien más para hacer tu trabajo sucio.

―Por favor, Ethan Chase. ―La dríade levantó una increíblemente esbelta

mano, moteada y áspera como el tronco del árbol―. Como favor, entonces.

Debes ir donde la Reina de Hierro por nosotros. Infórmale nuestro destino. Sé

nuestra voz. Ella te escuchará.

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―¿Encontrar a Meghan? ―Pensé en la moneda abandonada en mi escritorio y

sacudí mi cabeza―. Esperas que vaya al Nuncajamás ―dije, y mi estómago se

revolvió sólo de pensarlo. Los recuerdos me llegaron, oscuros y aterradores, y

los empujé de vuelta―. Ir a Faery. Con Mab y Titania y el resto de esos locos.

―Curvé mi boca en una burla―. Olvídalo. Ése es el último lugar en dónde

pondría un pie.

―Debes. ―La dríade retorció sus manos, suplicando―. Las Cortes no saben lo

que está sucediendo, no les importa. El bienestar de un par de mestizos y

exiliados no les concierne. Pero tú< tú eres medio hermano de la Reina de

Hierro, ella te escuchar{. Si no lo haces< ―La dríade tembló, como una hoja en

una tormenta―. Entonces me temo que estaremos todos perdidos.

―Mira. ―Pasé una mano a través de mi cabello―. Sólo estoy tratando de

descubrir qué le sucedió a un amigo. Todd Wyndham. Él es mestizo, y pienso

que est{ en problemas. ―La expresión suplicante de la dríade no cambió, y yo

suspiré―. No puedo prometer ayudarte ―murmuré―. Tengo mis propios

problemas de que preocuparme. Pero< ―Dudé, difícilmente creyendo que

estuviera diciendo esto―. Pero si puedes darme cualquier información sobre mi

amigo, luego trataré de enviar un mensaje a mi hermana. ¡Aún no estoy

prometiendo nada! ―añadí rápidamente mientras la dríade dio un respingo―.

Pero si veo a la Reina de Hierro en cualquier momento en el futuro cercano, le

diré. Eso es lo mejor que puedo ofrecer.

La dríade asintió.

―Eso tendrá que servir ―susurró, encogiéndose. Cerró sus ojos mientras una

briza silbó a través del parque, ondeando su cabello y haciendo suspirar a las

hojas alrededor de nosotros―. Más de nosotros han desaparecido ―suspiró―.

Más desaparecen con cada aliento. Y ellos están cada vez más cerca.

―¿Quiénes son ellos?

―No lo sé ―la hada abrió sus ojos, luciendo aterrada―. No lo sé, ni tampoco

ninguno de mis compañeros. Ni siquiera el viento sabe sus nombres. O si lo

sabe, se rehúsa a decírmelos.

―¿Dónde puedo encontrar a Todd?

―¿A tú amigo? ¿El mestizo? ―La dríade retrocedió un paso, luciendo

distraída―. No lo sé ―admitió, y yo estreché mi mirada―. No puedo decírtelo

ahora, pero pondré su nombre en el viento y veré qué puede aparecer. ―Miró

hacia mí, su cabello cayendo en sus ojos, escondiendo la mitad de su rostro―.

Regresa mañana en la noche, Ethan Chase. Tendré respuestas para ti, entonces.

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Mañana en la noche. Mañana era la demostración, el evento para el que me

había estado entrenando todo el mes. No podía faltar a eso, incluso por Todd.

Guro me mataría.

Suspiré. Mañana iba a ser un largo día.

―Está bien ―dije, caminando hacia mi bicicleta―. Estaré aquí, probablemente

en algún tiempo luego de la medianoche. Y luego tú podrás decirme qué

diablos está sucediendo.

La dríade no dijo nada, observándome ir con ojos negros sin parpadear.

Mientras yo tiraba mi bicicleta fuera del terreno y comenzaba a ir por el camino,

esperando ganarle a mi papá en la llegada a casa, no podía quitarme la

escalofriante sospecha que no la vería otra vez.

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La Demostración

Traducido por maka.maki y Rodonithe Corregido por mayelie

El día siguiente era sábado, pero en vez de dormir como una persona normal,

me desperté temprano y estaba en el patio trasero, balanceando mi ratán por el

aire, golpeando el muñeco de neumático que coloqué en la esquina. No necesito

la práctica, pero pegarle a algo era una buena manera de enfocarme, para

olvidar lo extraño de la noche anterior, aunque todavía no podía evitar la

sensación extraña cuando me acordé de la última advertencia de la dríada.

Más de nosotros han desaparecido. Más se desvanecen con cada respiración. Y están

cada vez más cerca.

―¡Ethan!

La voz de papá, entró por el chasquido rítmico de madera contra la goma, y me

volví a encontrarlo observándome con ojos legañosos desde el patio. Vestía una

bata gris arrugada, su cara estaba canosa y sin afeitar y no parecía contento.

―Lo siento, papá. ―Bajé los palos, jadeando―. ¿Te he despertado?

Negó con la cabeza, luego dio un paso a un lado cuando dos agentes de policía

entraron en el patio. Mi corazón y mi estómago dieron un vuelco violento y

traté de pensar en los crímenes que pude haber cometido sin darme cuenta, o

cualquier cosa por la que el fey podría haberme culpado.

―¿Ethan?, ―preguntó uno de ellos, mientras papá miraban sombríamente y

mamá apareció en el marco de la puerta, con las manos sobre su boca―. ¿Eres

Ethan Chase?

―Sí. ―Mantuve mis brazos a los lados, mis palos perfectamente quietos,

aunque mi corazón iba a mil por hora. La idea repentina de ser detenido, ser

esposado en mi propio patio trasero en frente de mis padres horrorizados, casi

me enfermaba. Tragué saliva para mantener la voz firme―. ¿Qué quieren?

―¿Conoces a un chico llamado Todd Wyndham?

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Me relajé, de pronto consciente de qué iba esto. Mi corazón aún latía, pero

mantuve un tono ligero, frívolo, y me encogí de hombros.

―Sí, está en algunas de mis clases en la escuela.

―Usted llamó a su casa ayer por la tarde, ¿verdad? ―El policía siguió, y

cuando asentí, agregó―: ¿Y pasó la noche en su casa el día anterior?

―Sí. ―Fingí confusión, mirando hacia atrás y adelante entre ellos―. ¿Por qué?

¿Qué está pasando?

Los policías intercambiaron una mirada.

―Está desaparecido ―dijo uno de ellos, y levanté las cejas en falsa sorpresa―.

Su madre dijo que no fue a casa ayer por la noche y que había recibido una

llamada de Ethan Chase, un chico de su escuela, en la tarde antes de su

desaparición. ―Su mirada parpadeó a los palos en mi mano, y luego una de

vuelta a mí, entornando los ojos ligeramente―. ¿No sabes nada acerca de su

paradero, Ethan?

Me obligué a mantener la calma, moviendo la cabeza.

―No, no lo he visto desde ayer. Lo siento.

Estaba bastante claro que no me creyó, porque su boca se apretó, y habló lenta y

deliberadamente.

―¿No tienes ni idea de lo que estaba haciendo ayer, ni idea de dónde podría

haber ido? ―Cuando yo vacilaba, su voz se hizo más amigable, animando―.

Cualquier información sería útil para nosotros, Ethan.

―Te lo dije ―le dije, más firme en esta ocasión―. No sé nada.

Dio un pequeño bufido molesto, como si yo estuviera siendo deliberadamente

evasivo, lo que estaba siendo, pero no por las razones que pensaba.

―Ethan, te das cuenta de que sólo estamos tratando de ayudar, ¿no es así? No

estás protegiendo a nadie si ocultas información de nuestra parte.

―Creo que eso es suficiente. ―Papá de repente entró en el patio, albornoz y

todo, mirando a los policías―. Oficiales, su preocupación es apreciada, pero

creo que mi hijo le ha dicho todo lo que sabe. ―Parpadeé a papá en estado de

shock cuando llegó a mi lado, sonriendo, pero firme―. Si encontramos algo,

nos aseguraremos de llamarles.

―Señor, no parece entender<

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―Lo entiendo muy bien, oficiales ―dijo papá, su amable sonrisa nunca

vacilante―. Sin embargo, Ethan ya le ha dado su respuesta. Gracias por venir.

Se veían irritados, pero mi padre no era un hombre pequeño y tenía la postura

que pudiera ser comparada con la de un toro muy amable, pero obstinado, no

iban a conseguir que se moviera una vez que había tomado una decisión.

Después de una larga pausa, como si esperaran que tal vez confiese en el último

segundo, los oficiales dieron gestos cortantes y se alejaron. Murmurando

"señora" corteses a mamá, pasaron por su lado y ella los siguió, asumí a la

puerta principal.

Papá esperó unos segundos después de que la puerta trasera se cerró antes de

volverse a mí.

―Todd Wyndham es el chico que vino la otra noche. ¿Algo que quieras

decirme, hijo?

Negué con la cabeza, sin mirarlo.

―No ―murmuré, sintiéndome mal por mentir, especialmente después de que

se librara de los policías por mí―. Te juro que no sé nada.

―Umm. ―Papá me dio una mirada indescifrable, entonces fue de nuevo a la

casa. Pero mamá apareció en la puerta de nuevo, mirándome. Vi el miedo en su

rostro, la decepción. Ella sabía que estaba mintiendo.

Ella vaciló un momento más, como si estuviera esperando que confesara, que le

dijera algo diferente. Pero, ¿qué podía decir? ¿Que el chico que había pasado la

noche con nosotros era parte hada, y esta nueva raza espeluznante de hadas

estaban tras él por alguna razón? No podía arrastrarla dentro de esto, se daría la

vuelta con seguridad, pensando que sería el siguiente. No había nada que

ninguno de ellos pudiera hacer para ayudar. Por lo tanto, desvié mi mirada, y

después de una pausa larga y dolorosamente incómoda, se deslizó dentro,

cerrando la puerta detrás de ella.

Hice una mueca. Genial, ahora ambos estaban enojados conmigo. Suspirando,

cambié mi ratán a un lado y entré. Me hubiera gustado golpear el muñeco de

neumático un poco más de tiempo, pero manteniendo un perfil bajo parecía una

buena idea ahora. La última cosa que quería era una sesión de interrogatorio

intensivo donde ambos harían preguntas que no podía responder.

Mamá y papá estaban hablando en la cocina, probablemente de mí, así que me

metí en mi habitación y cerré la puerta con suavidad.

Mi teléfono estaba en la esquina de mi escritorio. Por un segundo, pensé en

llamar a Kenzie. Me preguntaba lo que estaba haciendo ahora, si la policía se

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había presentado en su puerta, preguntando por un compañero de clase

desaparecido. Me pregunté si ella estaba preocupada por él... o por mí.

¿Qué? ¿Por qué iba a preocuparse por ti, psicópata? Has sido más que un imbécil con

ella y además, no te importa, ¿recuerdas?

Ahora enojado, fui hacia la cama y me dejé caer sobre ella, lanzando un brazo

encima de mi cara. Tenía que dejar de pensar en ella, pero mi cerebro no estaba

siendo cooperativo esta mañana. En lugar de centrarse en la demostración, el

mestizo desaparecido y el hada espeluznante que venía por los dos, mis

pensamientos seguían volviendo a Kenzie St. James. La idea de llamarla, sólo

para ver si se encontraba bien, se hizo cada vez más tentadora, hasta que me

levanté de un salto y me dirigí a la sala de estar, moviéndome de un tirón hacia

la televisión para ahogar mis pensamientos traidores.

* * *

El día transcurrió en un torbellino de viejas películas de acción y comerciales.

No me moví del sofá, con miedo de que si iba a mi habitación, volteara a ver mi

teléfono sin parpadear y sabría que Kenzie no había llamado. O peor aún, lo

que tenía, y estaría tentado a devolverle la llamada. Tirado en el sofá, los restos

de bolsas de papas, platos sucios y latas de refrescos vacías me rodeaban, hasta

la tarde cuando mamá hizo un comentario exasperante acerca de cerebros

podridos y golpes en troncos o algo así y me ordenó que hiciera otra cosa.

Apagué de un tirón la televisión, me senté, pensando. Todavía tenía un par de

horas hasta la demostración. Paseando a mi habitación, me di cuenta de nuevo

del teléfono en la esquina de la mesa. Nada. No hay llamadas perdidas,

mensajes de texto, nada. No sabía si sentirme aliviado o decepcionado.

Al llegar hasta él, sin embargo, sonó. Sin ver quién llamaba, lo tomé y lo puse a

mi oído.

―¿Hola?

―¿Ethan? ―La voz en el otro extremo no era Kenzie, como esperaba, a pesar de

que resultaba vagamente familiar―. ¿Eres Ethan Chase?

―¿Sí?

―Verás... soy la señora Wyndham, la madre de Todd.

Mi corazón dio un vuelco. Tragué saliva y agarré el teléfono con fuerza,

mientras la voz en el otro extremo continuó.

―Sé que la policía ya ha hablado contigo ―dijo con la voz quebrada y

entrecortada―, pero yo... quería preguntarte por mi cuenta. Dices que eres

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amigo de Todd... ¿sabes lo que pudo haberle pasado? Por favor, estoy

desesperada. Sólo quiero a mi hijo en casa.

Su voz se quebró al final, y yo cerré los ojos.

―Señora Wyndham, siento lo de Todd ―dije, sintiéndome como un idiota.

Peor que un idiota, como un fracaso total y absoluto, porque había

decepcionado a otra persona, porque no pude protegerlos de las hadas―. Pero

realmente no sé dónde está. La última vez que hablamos fue ayer en la escuela,

antes de hablar con usted, se lo juro. ―Ella dio un pequeño sollozo, haciendo

que mis entrañas se apretaran―. Lo siento mucho ―le dije otra vez, sabiendo lo

inútil que sonaba―. Me gustaría poder dar mejores noticias.

Dio un suspiro tembloroso.

―Muy bien, gracias, Ethan. Lamento haberte molestado. ―Esnifó y pareció a

punto de decir adiós, pero vaciló―. Si... si lo ves ―prosiguió―, o si encuentras

cualquier información en absoluto... ¿me lo harás saber? ¿Por favor?

―Sí ―le susurré―. Si lo veo, me aseguraré de que llegue a casa, se lo prometo.

Después de colgar, me paseaba por la habitación, sin saber qué hacer. Intenté

navegar en línea, ver YouTube, revisar varias tiendas de armas, sólo para

mantenerme distraído, pero no ayudada. No podía dejar de pensar en Todd y

Kenzie, atrapados en los juegos retorcidos de las hadas. Y fue en parte culpa

mía. Todd había estado jugando un juego peligroso y Kenzie era demasiado

terca para saber cuándo retroceder, pero el denominador común era yo.

Ahora, uno de ellos se había ido y otra familia fue destrozada. Al igual que la

última vez.

Recogiendo mi teléfono, me lo metí en el bolsillo de los vaqueros y tomé mis

llaves del mostrador. Agarrando mi bolsa de gimnasio del suelo, comencé a

salir. Bien podría ir a la demostración ahora, era mejor que quedarse aquí,

volviéndome loco.

La moneda de plata sobre la mesa brillaba y me detuve. Deslizándola en mi

palma, me quedé mirándola, preguntándome dónde estaba Meghan, lo que

estaba haciendo. ¿Alguna vez pensaba en mí? ¿Estaría disgustada si supiera

cómo resulté?

―Ethan. ―La voz de mamá se hizo eco desde la cocina―. Tu cosa de karate es

esta noche, ¿no es así? ¿Quieres algo de comer antes de ir?

Metí la moneda en mi bolsillo con las llaves y salí de la habitación.

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―Kali, mam{, no karate ―le dije, entrando en la cocina―. Y no, voy a tomar

algo de camino. No esperes por mí.

―El toque de queda todavía es a las once, Ethan.

La irritación estalló.

―Sí, lo sé ―dije―. Ha sido así durante cinco años. ¿Por qué iba a cambiar

ahora? No es como si fuera lo suficientemente mayor como para tomar mis

propias decisiones. ―Antes de que pudiera decir nada pasé junto a ella y me

dirigí afuera―. Y, sí, voy a llamar si voy a llegar tarde ―dije por encima del

hombro.

Podía sentir la mirada medio enojada medio preocupada de mamá sobre mi

espalda cuando cerré la puerta, asegurándome de golpearla cuando salí.

Estúpido de mí. Si hubiera sabido lo que iba a suceder en la demostración esa

noche, hubiera dicho algo mucho diferente.

* * *

El edificio ya estaba lleno de gente cuando llegué. Se habían llevado a cabo

torneos durante toda la tarde, y gritos ki-yas y el arrastrar de los pies descalzos

sobre esteras resonaban en la sala cuando entré. Los chicos en su gis blanco

atado con cintas de colores diferentes lanzaron puñetazos y patadas en arenas

grabadas, por lo que parece, era el turno de los estudiantes del kempo en las

colchonetas.

Vi a Guro Javier y me dirigí hasta él, caminando entre los estudiantes y

espectadores, apretando los dientes cuando alguien, un chico grande con un

cinturón de color púrpura me dio un codazo en las costillas. Lo miré, y él

sonrió, como diciéndome que me atreviera a intentar algo. Como si fuera a

empezar una pelea con el mocoso frente a doscientos padres y una docena de

maestros de diferentes artes. Ignorando su sonrisa de satisfacción, continué a lo

largo de la pared y me puso al lado de mi guro en la esquina. Estaba viendo el

torneo con el interés individual y me dio una leve sonrisa mientras me acercaba.

―Es muy temprano, Ethan.

Me encogí de hombros con impotencia.

―No podía estar lejos.

―¿Estás listo? ―Guro se volvió hacia mí―. Nuestra demostración es después

de que la de los estudiantes del kempo termine. Ah, y Sean se torció el tobillo

anoche, por lo que vas a hacer la demostración en vivo de armas.

Sentí un pequeño estremecimiento nervioso.

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―¿En serio?

―¿Necesitas practicar?

―No, voy a estar bien. ―Pensé en las pocas veces que había manejado las

espadas reales de Guro, que eran hojas cortas, de un solo filo similar a un

machete. Eran un poco más cortas que mi ratán, con gran nitidez y tan mortal

como parecían. Habían estado en la familia de Guro por generaciones y yo

estaba un poco asombrado de que estaría esgrimiéndolas esta noche.

Guro asintió.

―Anda, prepárate ―dijo, mirando mis jeans agujereados y camiseta―.

Calienta un poco si quieres. Deberíamos comenzar en una hora.

Me retiré a los vestuarios, me puse los pantalones negros holgados y una

camisa blanca, y saqué con cuidado la cartera, las llaves y el teléfono,

dejándolos en el bolsillo lateral de mi bolsa del gimnasio. Cuando saqué mi

teléfono, algo brillante cayó al suelo, golpeándolo con un ping.

El símbolo de plata. Me había olvidado de eso. Me quedé mirando la cosa,

preguntándome si debía meterlo en el bolso o simplemente dejarlo en el suelo.

Aun así, era mi última conexión con mi hermana y aunque Meghan no se

preocupaba por mí, yo no quería perderlo por el momento. Lo tomé y lo puse

en mi bolsillo.

Me estiré un poco, practiqué varios patrones con las manos vacías,

asegurándome de que sabía lo que estaba haciendo, entonces me dirigí a ver el

torneo. Los otros estudiantes de kali comenzaban a llegar, pasando por mi lado

con breves movimientos de cabeza y saludos antes de acudir alrededor de

Guro, pero no tenía ganas de socializar. En cambio, encontré una esquina

aislada detrás de las filas de sillas y me apoyé en ella con los brazos cruzados,

estudiando los encuentros.

―¿Ethan?

La voz familiar me tomó por sorpresa. Sacudí mi cabeza mientras Kenzie se

deslizó a través de la multitud y fue hacia mí, con un cuaderno en una mano y

una cámara alrededor de su cuello. Un pequeño escalofrío me atravesó, pero

rápidamente lo aplasté.

―Hey ―saludó, y me dio una sonrisa amable, pero desconcertada―. No

esperaba verte. ¿Qué estás haciendo aquí?

―¿Qué estás haciendo tú aquí? ―respondí, como si no fuera obvio.

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―Oh, ya sabes. ―Ella levantó la cámara―. Cosas del periódico escolar. Un par

de chicos de nuestra clase toman lecciones aquí y estoy cubriendo el torneo.

¿Qué hay de ti? ―Sus ojos se iluminaron―. ¿Estás en el torneo? ¿Realmente

voy a conseguir verte pelear?

―No voy a pelear.

―Pero tomas alguna clase, ¿no? ¿Kempo? ¿Jujitsu?

―Kali.

―¿Qué es eso?

Suspiré.

―Un estilo de lucha filipino con palos y cuchillos. Lo verás en pocos minutos.

―Oh. ―Kenzie meditó y luego dio un paso hacia delante, mirándome con ojos

marrones observadores. Tragué la repentina sequedad en mi garganta y me

incliné, sintiendo la pared contra mi espalda, previniendo mi escape―. Bueno,

eres una caja de sorpresas, ¿verdad, Ethan Chase? ―pensó con una pequeña

sonrisa, inclinando la cabeza hacia mí―. Me preguntó qué otros secretos se

esconden en esa tonta cabeza tuya.

Me obligué a no moverme, manteniendo mi voz ligera y despreocupada.

―¿Es por eso sigues dando vueltas? ¿Eres curiosa? ―Sonreí y sacudí la

cabeza―. Te decepcionaras. Mi vida no es tan emocionante.

Recibí una mirada dudosa, y ella dio un paso más, mirándome a los ojos como

si pudiera ver la verdad en ellos. Mi estómago se retorció mientras se inclinaba.

―Uh-huh. ¿Entonces, mantienes tu distancia de todos, tomas clases de artes

marciales secretas, y fuiste expulsado de tu última escuela porque la biblioteca

misteriosamente se incendió contigo dentro, y me estás diciendo que tu vida no

es tan emocionante?

Me moví inquieto. La chica era perspicaz, le cedo eso. Por desgracia, ahora

estaba pisando muy cerca de la "apasionante verdad" de una parte de mi vida,

lo que significaba que iba a tener que mentir, fingir ignorancia o tirar de la

tarjeta de idiota que la alejara. Y en este momento, no tenía en mí algo para ser

un imbécil.

Encontrándome con su mirada, me encogí de hombros y le ofrecí una débil

sonrisa.

―Bueno, no puedo decirte todos mis secretos, ¿verdad? Arruinaría mi imagen.

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Ella resopló, sacudiendo su flequillo.

―Oh, est{ bien. Sé misterioso y melancólico. Todavía me debes una entrevista,

sabes. ―Una mirada malvada cruzó su cara entonces, y levantó su cuaderno―.

De hecho, ya que no estás haciendo nada en estos momentos, ¿te importaría

responder a algunas preguntas?

―Ethan

Extrañamente aliviado y decepcionado al mismo tiempo, miré hacia arriba para

ver a Guro llamándome. El resto de mis compañeros de clase se habían reunido

y estaban dando vueltas nerviosamente. Parecía que los partidos de kempo

habían terminado.

Buenos reflejos, Guro, pensé, y no sabía si estaba hablando en serio o si era

sarcástico. Apartándome de la pared, me volví hacia Kenzie, encogiéndome de

hombros impotente.

―Me tengo que ir ―le dije―. Lo siento.

―Bien ―llamó―. Pero voy a conseguir esa entrevista, ¡chico rudo! Te veré

después de tu cosa.

Guro levantó una ceja mientras me escurría, pero no preguntó quién era la chica

o lo que había estado haciendo. Nunca se metía en nuestras vidas personales,

por lo que estaba agradecido.

―Ya casi estamos terminando ―dijo, y me dio un par de hojas cortas, sus

bordes de metal reluciente bajo las luces fluorescentes. No eran las espadas de

Guro; éstas eran diferentes, un poco más, tal vez, pero las hojas no eran tan

curvas. Habían sido diseñadas de forma ligera, controlando el peso y el

equilibrio, y les di un giro de práctica. Aunque parezca extraño, sentí que se

habían hecho especialmente para mí.

Miré inquisitivamente a Guro, y él asintió con aprobación.

―Las afilé esta mañana, así que ten cuidado ―fue todo lo que dijo, y yo

retrocedí, tomando mi lugar a lo largo de la pared.

Las esteras finalmente se despejaron, y una voz crujió por el intercomunicador,

la introducción de Guro Javier y su clase de estudiantes de kali. Había un

puñado de aplausos, y todos nos fuimos a las esteras para inclinarnos mientras

Guro habló sobre el origen de Kali, lo que significa, y cómo se utiliza. Podía

sentir la aburrida impaciencia de los otros estudiantes a lo largo de la pared,

que no querían ver una demostración, que querían seguir con el torneo. Sostuve

mi cabeza en alto y mantuve mi mirada hacia el frente. No estaba haciendo esto

por ellos.

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Hubo un breve rayo de luz a lo largo de un lado de la habitación: un flash de

una cámara. Reprimí un gemido, sabiendo exactamente quién estaba tomando

fotos de mí. Maravilloso. Si mi foto terminaba en el periódico de la escuela, si la

gente de repente sabía que estudiaba un arte marcial, me vería acosado sin

tregua, la gente haría fila para tomar una foto del "Karate Kid". Maldije a la

reportera entrometida en voz baja, preguntándome si podía separarla de la

cámara el tiempo suficiente para eliminar las imágenes.

La demostración comenzó con un par de los alumnos principiantes que hacen

un modelo conocido como el Cielo Seis, y golpean sus palos de ratán resonando

con estrépito por toda la habitación. Vi a Kenzie tomar unas cuantas fotos

mientras daban vueltas por las esteras. A continuación, los alumnos más

avanzados demostraron algunos desarmes, desmontajes, y combate de estilo

libre. Guro los rodeó, explicando lo que estaban haciendo, cómo lo practicamos,

y cómo se podría aplicar a la vida real.

Luego fue mi turno.

―Por supuesto ―dijo Guro mientras entraba en las alfombras, sujetando las

espadas a los lados―, los palos de Kali, son sustitutos de las hojas reales.

Practicamos con palos, pero todo lo que hacemos puede ser transferido a

cuchillas, cuchillos o manos vacías. Como Ethan les demostrará. Esta es una

técnica avanzada ―advirtió, mientras me paraba a través de él, de pie a unos

metros de distancia―. No intenten esto en casa.

Me incliné hacia él y el público. Levantó un palo de ratán, lo hizo girar una vez,

y de repente se tiró hacia mí. Le respondí al instante, azotando las hojas en el

aire, contándolo en tres partes. El público se quedó sin aliento, sentado erguido

en su silla, y sonreí.

Sí, son espadas reales.

Guro asintió con la cabeza y se alejó. Yo medio cerré los ojos y llevé a mis

espadas en posición, una levantada verticalmente sobre un hombro, la otra

escondida contra mis costillas. En equilibrio sobre las puntas de los pies, dejé mi

mente a la deriva, olvidándome de la audiencia y los espectadores y mis

compañeros viendo a lo largo de la pared. Exhalé lentamente y dejé que mi

mente se quedara en blanco.

La música empezó, tecleando un ritmo por los altavoces, y empecé a moverme.

Empecé poco a poco al principio, ambas armas girando a mi alrededor,

deslizándose de un movimiento a otro. No pienses en lo que estás haciendo, sólo

muévete, fluye. Yo bailaba alrededor de la pista, lanzando unos cuantos saltos y

patadas en el patrón porque podía, al compás de la música. Como los tambores

aceleraron, golpeando a un ritmo frenético, me movía más rápido, más rápido,

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sacando las hojas alrededor de mi cuerpo, hasta que pude sentir el viento de su

paso, oír el zumbido vicioso, ya que cortaba el aire a mi alrededor.

Alguien gritó en la audiencia, pero apenas los oí. La gente viendo no importaba;

nada importaba excepto las espadas en mis manos y el movimiento que fluía en

el baile. La espada destelló un brillo plateado en la penumbra, fluido y flexible,

casi líquido. No había forma de bloquearlo o detenerlo, de esquivarlo o pararlo

en el baile era todas estas cosas, y ninguna, todas a la vez. Me empujó más duro

de lo que nunca había hecho antes, hasta que no podía decir dónde terminaban

las espadas y dónde comenzaban los brazos, hasta que tuve un arma en el

centro del suelo, y nadie podía tocarme.

Con una floritura final, me di la vuelta, poniendo fin a la demostración en una

rodilla, las hojas de nuevo en su posición inicial. Por un instante después de

haber terminado, se hizo un silencio absoluto. Entonces, como una prensa

rompiéndose, un rugido de aplausos me invadió, mezclado con silbidos y sillas

raspando mientras las personas se levantaban. Me levanté e incliné ante el

público, luego a mi maestro, que me hizo un gesto orgulloso. Él entendió. Esta

no era sólo una demostración para mí, era algo en lo que yo había trabajado,

entrenado, y finalmente realizado, sin meterme en problemas o herir a nadie en

el proceso. Yo había hecho algo correcto para un cambio.

Miré hacia arriba y me encontré con los ojos de Kenzie en el otro lado de las

esteras. Ella estaba sonriendo y aplaudiendo frenéticamente, su cuaderno en el

suelo a su lado, y le devolví la sonrisa.

―Fue increíble ―dijo, caminando alrededor del borde de la alfombra, cuando

me bajé del piso, respirando con dificultad―. No tenía idea de que podías

hacer... eso. Enhorabuena, eres un chico duro certificado.

Sentí un cálido resplandor de... algo, en el fondo.

―Gracias ―dije, deslizando con cuidado las hojas de nuevo en sus vainas antes

de colocarlas con cuidado encima de la bolsa de Guro. Era difícil renunciar a

ellas, quería seguir practicando, sintiendo su peso ideal mientras bailaban en el

aire. Había visto la práctica de Guro con sus propias hojas, y se veía tan natural

con ellas, como si fueran extensiones de sus brazos. Me preguntaba si había

tenido el mismo aspecto en la pista, los bordes brillantes viniendo tan cerca de

mi cuerpo, pero nunca tocándolo. Me pregunto si alguna vez Guro iba a

dejarme entrenar con ellas de nuevo.

Nuestro instructor había llamado el último estudiante para demostrar técnicas

de cuchillo con él, y tenía toda la atención del público ahora. Mientras tanto,

tomé varias miradas apreciativas dirigidas a Kenzie de mis compañeros de kali

y me sentí enfurecer.

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―Vamos ―dije, dando un paso lejos de los demás antes de que Chris pudiera

entrar y presentarse―. Necesito un refresco. ¿Quieres uno?

Ella asintió con entusiasmo. Juntos, nos deslizamos a través de la multitud, a las

puertas, y en el pasillo, dejando el ruido y el alboroto detrás.

Puse dos dólares en la máquina expendedora en el extremo de la sala, eligiendo

una Pepsi para mí, y un Mountain Dew, a petición de Kenzie. Ella sonrió

agradecida mientras se lo pasaba, y se apoyó en la pared del pasillo,

disfrutando del silencio.

―Entonces ―Kenzie aventuró tras varios segundos. Me dio una mirada de

reojo―. ¿Predispuesto a responder algunas preguntas ahora?

Toqué la parte posterior de mi cabeza contra la pared.

―Claro ―murmuré, cerrando los ojos. La chica no me dejaría en paz hasta que

termináramos con esto de una vez―. Hagámoslo. Aunque te prometo que vas a

estar decepcionada por lo aburrido que en realidad es mi vida.

―De alguna manera lo dudo. ―La voz de Kenzie había cambiado. No estaba

clara, ahora, era casi nerviosa. Fruncí el ceño, escuchando el mover de un tirón

de papel de cuaderno, y luego una respiración tranquila, como si estuviera

preparándose para algo―. Primera pregunta, entonces. ¿Cuánto tiempo has

estado tomando kali?

―Desde que tenía doce años ―le dije sin moverme―. Eso es... casi... cinco

años. ―Por Dios, ¿había pasado tanto tiempo? Me acordé de mi primera clase

como un chico tímido y tranquilo, sosteniendo el palo de ratán como si fuera

una serpiente venenosa, y los ojos penetrantes de Guro, evaluándome.

―Está bien. Genial. Segunda pregunta. ―Kenzie vaciló, y luego dijo con voz

tranquila y clara―: ¿Qué es, exactamente, “encargarte de las hadas”?

Mis ojos se abrieron de golpe, y sacudí la cabeza en alto, golpeándola contra la

pared otra vez. Mi refresco medio vacío se cayó de mis dedos y choco contra el

suelo, disparándose a todas partes. Kenzie parpadeó y dio un paso atrás

mientras la miraba boquiabierto, sin poder creer lo que acababa de oír.

―¿Qué? ―Me ahogué, antes de que me lo pensara mejor, antes que las murallas

defensivas llegaran a cerrarse de golpe.

―Ya me has oído. ―Kenzie me miró fijamente, observando mi reacción―.

Hadas. ¿Qué sabes acerca de ellas? ¿Cuál es tu interés en las hadas?

Mi mente daba vueltas. Hadas. Fey. Ella lo sabía. ¿Cómo lo sabía?, no tenía ni

idea. Pero no podía continuar con esta línea de preguntas. Esto tenía que

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terminar, ahora. Todd ya estaba en problemas a causa de ellos. Él podría

haberse ido. Lo último que quería era que Mackenzie St. James desapareciera de

la faz de la tierra por mi causa. Y si tenía que ser desagradable y cruel, que así

sea. Era la mejor alternativa.

Dibujándome a mí mismo, me burlé de ella, con la voz repentinamente fea,

aborrecible.

―Wow, lo que te fumaste la última noche, debía haber sido bueno. ―Acomodé

mi labio en una mueca―. ¿Te estás escuchando a ti misma? ¿Qué tipo de jodida

pregunta es esa?

Los ojos de Kenzie se endurecieron. Moviéndose de un tirón varias páginas,

donde sostuvo la libreta frente a mí, donde las palabras glamour, Unseelie y

Cortes Seelie estaban subrayadas en rojo. Me acordé cuando estuve de pie detrás

de las gradas cuando me enfrenté a esa espeluznante hada transparente. Mi

estómago se quedó helado.

―Soy periodista ―dijo Kenzie, mientras trataba de envolver mi cabeza

alrededor de esto―. Te oí hablar con alguien el día que Todd desapareció. No

fue difícil encontrar la información. ―Cerró el cuaderno y miró hacia arriba,

desafiante―. Los Changelings, hadas, la víspera de Todos-Santos, Las Cortes de

Verano e Invierno, los Buenos Vecinos. Aprendí mucho. Y cuando llamé a la

casa de Todd esta tarde, todavía no estaba allí. ―Se apartó el cabello hacia atrás

y me dio una mirada de preocupación―. ¿Qué está pasando, Ethan? ¿Están tú y

Todd en algún tipo de culto pagano? En realidad no crees en las hadas, ¿verdad?

Me obligué a mantener la calma. Al menos Kenzie estaba reaccionando como

una persona normal debe reaccionar, con incredulidad y preocupación. Por

supuesto que ella no creía en las hadas. Tal vez podría asustarla lejos de mí para

siempre.

―Sí ―le sonreí, cruzando los brazos―. Eso es exactamente correcto. Estoy en

un culto, y sacrifico cabras bajo la luna llena y bebo la sangre de las vírgenes y

bebés cada mes. ―Ella arrugó la nariz, y yo di un amenazador paso adelante―.

Es muy divertido, sobre todo cuando llevamos el crack y la tabla de Ouija.

¿Quieres unirte?

―Muy divertido, chico rudo. ―Me había olvidado de que Kenzie no se asusta

fácilmente. Me devolvió la mirada, terca e inamovible como una pared―. ¿Qué

está pasando en realidad? ¿Estás en algún tipo de problemas?

―¿Qué pasa si lo estoy? ―desafié― ¿Qué vas a hacer al respecto? ¿Crees que

me puedes salvar? ¿Piensas que puede publicar una de tus pequeñas historias y

todo va a estar bien? Despierta, señorita Molesta Reportera. El mundo no es así.

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―Deja de ser un imbécil, Ethan ―dijo Kenzie bruscamente, entrecerrando los

ojos―. Tú no eres realmente así, y no eres tan malo como crees que eres. Sólo

estoy tratando de ayudar.

―Nadie me puede ayudar. ―De repente, estaba cansado. Estaba cansado de

luchar, cansado de forzarme a ser alguien que no era.

No quería hacerle daño, pero si seguía por ese camino, sólo se daría prisa a caer

de cabeza en un mundo que haría todo lo posible para destrozarla. Y no podía

dejar que eso pasara. No otra vez.

―Mira. ―Suspiré, cayendo contra la pared―. No puedo explicarlo. Sólo...

déjame en paz, ¿de acuerdo? Por favor. No tienes ni idea de en lo que te estás

metiendo.

―Ethan

―Deja de hacer preguntas ―dije en voz baja, apartándome. Sus ojos me

siguieron, confundidos y tristes, y yo endurecí mi voz―. Deja de hacer

preguntas, y mantente lo más lejos posible de mí. O sólo vas a conseguir salir

herida.

―Un consejo que deberías haber seguido por ti mismo, Ethan Chase ―susurró

una voz en la oscuridad.

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El Token al Nuncajamás

Traducido por Rodonithe Corregido por mayelie

Estaban aquí.

Los aterradores, trasparentes fey, flotando a unos cuantos centímetros del suelo

de baldosas, a la deriva hacía nosotros por el pasillo. Sólo que ahora había un

montón de ellos, llenando el pasillo, sus dedos huesudos y alas rotas haciendo

suaves chasquidos a medida que se acercaban.

―Te advertimos ―susurró uno, mirándome con brillantes ojos negros―, te

dijimos que nos olvidaras, que no hicieras preguntas, que no interfieras. Fuiste

advertido, y decidiste ignorarnos. Ahora, tú y tu amigo desaparecerán. Nadie

pondrá en peligro el regreso de nuestra señora, ni siquiera el familiar mortal de

la Reina de Hierro.

―¿Ethan? ―Kenzie me dio una mirada de preocupación, pero no podía apartar

mis ojos de las hadas fantasmales, arrastrándose hacia nosotros. Miró hacia

atrás por el pasillo y se volvió para mirarme de nuevo―. ¿Qué estas mirando?

Estás empezando a asustarme.

Retrocediendo, tome la muñeca de Kenzie, ignorando su grito asustado y huí de

vuelta a la habitación principal.

―¡Hey! ―Ella trató de dar un tirón libre mientras yo golpeaba por las puertas,

casi derribando a tres estudiantes en el proceso―. ¡Ay! ¿Qué demonios estás

haciendo? ¡Déjame!

Estábamos empezando a llamar la atención, a pesar del ruido de la batalla y el

combate, e hice que varios padres me dieran el mal de ojo. Jalé a Kenzie al

rincón donde había dejado mi bolsa y la solté, observando la puerta por la que

acabábamos de pasar. Ella me miró, frotándose la muñeca.

―La próxima vez, una pequeña advertencia sería muy amable. ―Cuando no

respondí, frunció el ceño y dejó caer su muñeca―. ¿Estás bien? Te ves como si

estuvieras a punto de vomitar. ¿Qué está pasando?

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Los fey espeluznantes flotaban en el marco de la puerta, levantándose sobre la

multitud como esqueléticos fantasmas, sus ojos negros exploraron la planta.

Nadie los vio, por supuesto. Ellos parpadearon, desapareciendo de la vista un

segundo antes, mientras uno, puso sus ojos negros directamente hacia mí.

Susurré una maldición.

―Kenzie ―murmuré, mientras las hadas comenzaron a flotar hacia nosotros―.

Tenemos que salir de aquí. ¿Confiaras en mí, sólo por esta vez, sin hacer

ninguna pregunta? ―Ella abrió la boca para protestar, y me volví hacia ella

frenéticamente―. ¡Por favor!

Su mandíbula se cerró de golpe. Ya fuera porque vio algo en mi cara o algo

más, asintió con la cabeza.

―Guía el camino.

Colgándome mi bolso, huí a lo largo de la pared con Kenzie justo detrás de mí,

zigzagueando entre los estudiantes y viendo a los padres, hasta que llegamos a

la parte de atrás del dojo. La puerta estaba ligeramente entreabierta, quedaba

abierta para dejar entrar el aire fresco del otoño, y me abalancé hacia ella.

Justo cuando golpeé la barra metálica, empujándola abierta, algo golpeó mi

brazo, enviando un dolor ardiente a mi hombro. Ahogué un grito y me

tambaleé por la escalera, arrastrando a Kenzie conmigo, viendo la cara del hada

mirándome desde detrás de la puerta.

―Ethan ―jadeó Kenzie mientras la empujaba a través de la parte trasera. Había

llovido de nuevo, y el pavimento olía a asfalto mojado. Los charcos centelleaban

bajo las farolas, alrededor de las grietas y baches, y caminamos a través del

agua negra y resbalosa.

―¡Ethan! ―llamó Kenzie de nuevo. Parecía frenética, pero todos mis

pensamientos estaban en llegar a mi camioneta en el frente―. ¡Oh, Dios mío!

Espera un segundo. ¡Mira a tu brazo!

Miré hacia atrás y mi piel se hundió. Cuando el hada me había golpeado, la

manga de mi camisa entera estaba empapada con rojo. Empujé la manga,

revelando tres barras largas y vivas a través de mis tríceps. La sangre empezaba

a correr por mi brazo.

―¿Qué diablos? ―jadeó Kenzie, mientras el dolor de repente golpeaba como

un cuchillo caliente sobre la piel. Apreté los dientes y puse la mano sobre la

herida―. Algo rompió la piel de tu brazo. Tienes que ir al hospital. Ahora.

―Ella llegó a mí, poniendo una mano en mi hombro lesionado―. Dame tu

bolsa.

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―No ―dije con voz {spera, retrocediendo. Estaban bajando las escaleras ahora,

sus delgadas piernas saltando sobre los charcos. Uno de ellos me miró y levantó

una garra delgada, llevando la sangre a la ranura de su boca, lamiendo la

sangre con una lengua pálida, como de gusano.

Oí el sonido de algo moviéndose ondulante detrás de nosotros, y me volví para

ver a más de ellos flotando alrededor de la esquina del edificio, extendiéndose y

atrapándonos entre ellos.

Mi estómago se sentía apretado. ¿Esto era lo que le había sucedido a Todd,

rodeado por todos lados por espeluznante feys transparentes, rasgándolo con

sus dedos como agujas largas?

Me estremecí, tratando de mantener la calma. Mis palos de ratán estaban en mi

bolso, armas débiles contra tantos, pero tenía que hacer algo.

Por un momento, vi un reflejo de mí mismo en el charco a mis pies, mi rostro

sombrío y los ojos hundidos. Había una mancha oscura en mi mejilla, mi propia

sangre, desde donde me froté la cara después de tocar la herida....

Espera. Sangre. Agua estancada.

El fey se movió más cerca. Metí la mano en mi bolsillo, y mis dedos

ensangrentados se cerraron alrededor de la moneda de plata. Sacándola,

enfrente a Kenzie, quien me dio una preocupada, mirada desconcertada,

todavía estaba insistiendo en ir a un médico.

―Kenzie ―dije, tomándole de la mano, mientras las pisadas a nuestro

alrededor sonaban muy fuerte en mis oídos―, ¿crees en las hadas?

―¿Qué? ―Ella me miró parpadeando, luciendo confundida y enojada por

haber traído a colación algo tan ridículo―. Por supuesto que< no. Claro que

no, eso es una locura.

Cerré los ojos.

―Entonces, lo siento ―susurré―. No quería hacer esto. Pero trata de no

enloquecer cuando que lleguemos allí.

―¿Llegar a< dónde?

El círculo de hadas zumbo y fluyó hacia nosotros, garras llegando, bocas

abriéndose. Rezando porque esto funcionara, tomé la mano de Kenzie en un

férreo agarre y arrojé el token en el charco a mis pies.

Un destello de luz blanca cegadora, una onda de energía sin sonido. Sentí mi

estómago meterse de adentro hacia afuera, la tierra girando bajo mis pies, y

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contuve el aliento. Los locos silbidos y siseos de los fey trasparentes

desaparecieron, y de repente estaba cayendo.

* * *

Golpeé el suelo con mi estómago, mordiendo mi labio mientras la bolsa de

deporte caía sobre mi hombro y envió una llamarada de dolor por mi brazo. A

mi lado, oí el grito jadeante de Kenzie cuando golpeó la tierra y se quedó allí,

jadeando.

―¿Qué... qué demonios? ―jadeó, y oí su lucha por levantarse―. ¿Qué ha

pasado? ¿Dónde estamos?

―Bueno, bueno ―respondió una voz fresca y divertida de algún lugar por

encima de nosotros―. Y aquí estamos otra vez. Ethan Chase, tu familia tiene

una habilidad especial para meterse en problemas.

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La Cueva del Cait Sith

Traducido por Rodonithe Corregido por mayelie

Me puse de pie, empujando la bolsa. El movimiento envió una ola de agonía

por mi espalda y hombros.

Apretando la mandíbula, giré en mis pies y busqué el origen de la elusiva voz.

Estábamos en una especie de cueva con piso de arena y una pequeña piscina

cerca a la parte de atrás. A través de las paredes, enormes lámparas colgaban

con poca luz. Delgadas farolas, como verdes y azules luciérnagas, volaban sobre

la piscina, tirando destellos de luz sobre la caverna, pero no podía ver a nadie

más que Kenzie y yo.

―¿Quién está ahí? ―preguntó Kenzie, en una voz más demandante de lo que

hubiera esperado―. ¿Dónde estás? Muéstrate.

―Como siempre, ustedes los mortales no tienen la funcional habilidad de ver lo

que está en frente de sus rostros ―continuó la voz en un tono aburrido, y oí o

pensé haber oído un maullido―. Muy bien, humanos. Aquí arriba, si pudieran.

Hubo un destello de movimiento sobre la pared. Lo seguí hasta lo alto de una

repisa rocosa a quine metros sobre el suelo. Por un momento, la repisa parecía

vacía. Entonces dos brillantes ojos amarillos parpadearon a la existencia, y un

segundo más tarde un largo gato gris sentado allí con la cola enrollada sobre sí,

mirándonos con altivez.

―Aquí ―suspiró, sonando excepcionalmente aburrido, como si hubiéramos

tenido toda una entera conversación antes―. ¿Me ven ahora?

Una memoria parpadeo a la vida, la imagen de una torre de metal, temblando

alrededor de nosotros, y un peludo gato gris dejándonos en busca de seguridad.

Un nombre flotaba en el fondo de mi mente, eludiéndome por el momento,

pero la imagen de un gato con ojos dorados estaba clara. Por supuesto, no había

cambiado ni un poco.

Kenzie dio dos vacilantes pasos atrás, mirando al felino con desconfianza

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―Bi...bien ―respiró, sacudiendo su cabeza lentamente―. Un gato. Un gato que

puede hablar. ¿Me estoy volviendo loca? ―Me miró―. ¿O tú metiste algo en mi

bebida en el torneo? Uno u otro.

―Cuán predecible. ―El gato suspiró de nuevo y levantó su pata al aire para

lamérsela―. Creo que no hay nada mal con tus ojos u oídos, humano. Mi

afirmación previa todavía se mantiene.

Lo miré.

―Déjala, gato ―dije―. Nunca ha visto a una de los tuyos antes, déjala en paz si

vas a quedarte. ―Mi brazo palpitaba, y me senté en una roca cercana―.

Demonios, no sé por qué estoy aquí. ¿Por qué estoy aquí? Estaba deseando

jamás ver este lugar de nuevo.

―Por favor ―dijo el gato en esa molesta voz de superioridad, mirándome de

pies a cabeza―. ¿Por qué siquiera estas sorprendido, humano? Tú apellido es

Chase, después de todo. Estaba esperando tu llegada en cualquier momento.

―Sorbió la nariz y miró a Kenzie, quien aún seguía mirándolo con la boca

abierta―. Salvo a la chica, claro. Pero estoy seguro que podremos trabajar con

ello. Primero lo primero, de todas formas. ―Sus ojos dorados volaron hacia

mí―. Estas derramando sangre por todas partes, humano. Además deberías de

tratar de detenerlo. No queremos ser atacados por algo asqueroso, ¿o sí?

Exhalé fuertemente, bueno aquí estaba, en el Nuncajamás. Sin nada más que

hacer salvo tratar de sacarnos de aquí tan rápido como pudiera. Tirando de mi

bolsa, la tome y la abrí revolviéndola con una sola mano, mordiéndome el labio

mientras el dolor rasgaba en mi hombro. La sangre todavía emanaba

lentamente por mi brazo, y el lado izquierdo de mi camisa estaba salpicado de

rojo.

―Aquí ―Kenzie repentinamente se arrodilló frente a mí, deteniendo mi

mano―. No te hagas daño. Déjame hacerlo. ―Quitándose su cámara, empezó a

buscar a través de la bolsa―. Hay una gasa por aquí, ¿verdad?

―Yo puedo hacerlo ―le dije rápidamente, sin querer que viera mis viejas ropas

y malolientes pertenencias. Me adelante, pero ella me dio una mirada feroz que

me sentó con una mueca, dejándola a ella. Apretando su mandíbula, revolvió

alrededor, apartando palos de ratán y camisetas viejas, sacando un trapo y el

rollo de gasa para las lesiones deportivas. Sus labios se presionaron en una línea

delgada, sus ojos, duros y decididos como si fuera a hacerse cargo de este

problema poco antes de enfrentar nada más. Por un segundo, me senté con un

extraño destello de orgullo. Ella estaba tomando las cosas muy bien.

―Quítate la camisa.

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Parpadeé, sintiendo el calor de mi cara.

― Uh. ¿Qué?

―Tu camisa, chico rudo. ―Ella hizo un gesto a mi camisa salpicada de

sangre―. No creo que la vayas a querer después de esto, de todos modos.

Fuera.

Sus palabras eran casi demasiado frívolas, como alguien que fuerza una sonrisa

después de una tragedia horrible. Dudé, más por la preocupación que por la

vergüenza, aunque tenía eso.

―¿Estás segura de que estás bien con esto?

―Oh, haz lo que ella diga, humano. ―El gato golpeó su cola―. De lo contrario

vamos a estar aquí toda la noche.

Con cautela, me aflojé la camisa y tiré el trapo ensangrentado a un lado. Kenzie

empapo el paño en el charco, lo escurrió y se agachó detrás de mí en la arena.

Por un momento, dudé, y me tensé de repente sintiéndome muy expuesto,

medio desnudo y sangrando en frente de una chica extraña y un gato que habla.

Entonces sus dedos frescos y suaves rozaron mi piel, y mi estómago se convirtió

en un pretzel.

―Dios, Ethan. ―Ella puso una palma contra mi hombro suavemente,

inclinándose para examinar las heridas por mi brazo. Cerré los ojos,

obligándome a relajarme―. Estas son desagradables. ¿Qué demonios fue tras

de ti, un demonio puma?

Aspiré una respiración entrecortada. Tragué el aliento.

―No me creerías si te lo dijera

―Oh, estoy dispuesta a creer cualquier cosa en este momento. ―Ella presionó

las marcas de garras, y yo apreté la mandíbula.

Ambos estábamos en silencio mientras limpiaba la sangre de mi hombro y

enrollaba la gaza alrededor de mi hombro. Podía sentir que Kenzie estaba aún

mareada por toda la situación. Pero sus dedos eran gentiles y seguros, y yo me

retorcía cada vez que tocaba mi piel, dejándome la piel de gallina detrás.

―Listo ―dijo, limpiándose el polvo de sus rodillas mientras se paraba.― Eso

debería funcionar. Esas sesiones de primeros auxilios en la clase de la Sra. Peter

sirvieron, al menos.

―Gracias ―murmuré. Ella me dio una tímida sonrisa.

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―Descuida. ―Ella me miro mientras yo buscaba en mi bosa y sacaba una

camiseta, poniéndomela mientras hacía una mueca―. Ahora, antes de que

comience a gritar, podría alguien, tú o el gato hablante o una maldita cabra

voladora, no me importa, por favor díganme, ¿qué infiernos está pasando?

―¿Por qué los mortales son tan aburridos? ―preguntó el gato, aterrizando en

el piso arenoso sin sonido. Caminando entre nosotros, trepó hasta una roca

plana y nos observó a ambos críticamente, moviendo su cola, antes de que su

mirada se posara en la chica―. Muy bien, seré la voz de la razón y la cordura

de nuevo. Escucha atentamente, humano, porque solo explicaré esto una vez.

―Se sentó con un resoplido, doblando su cola alrededor de sus pies―. Estas en

el Nuncajamás, el hogar de los fey. O como ustedes los mortales insisten en

llamarlos, hadas. Sí, las hadas son reales ―agregó en su tono aburrido, mientras

Kenzie tomaba aire para hablar―. No, los mortales normalmente no pueden

vernos en el mundo real. Por favor guarde todas las preguntas innecesarias

hasta que haya terminado.

»Estas aquí ―continuó, dándome una mirada de reojo―, porque Ethan Chase,

al parecer, no puede permanecer alejado de los problemas con los feys y ha

utilizado un token para traerlos a ambos al Nuncajamás. Más importante, a mi

casa, una de ellas, de todos modos. Lo cual me hacer preguntar... ―El gato

parpadeó y me miró a mí ahora, estrechando sus ojos―. ¿Por qué estás aquí,

humano? El token tenía que ser utilizado sólo en las más extremas

circunstancias. Por tus heridas, me imagino que algo te estaba persiguiendo,

pero, ¿por qué arrastrar a la chica a esto, también?

―No tenía otra opción ―le dije, evitando los ojos de Kenzie―. Ellos fueron tras

ella, también.

―¿Ellos? ―preguntó Kenzie.

Froté mi mano buena sobre mi cara.

―Hay algo allá afuera ―le dije al gato―. Algo diferente, una especie de fey que

nunca he visto antes. Están matando exiliados y mestizos, y tomaron a uno de

mis amigos, un medio-phouka llamado Todd Wyndham. Cuando traté de

averiguar más...

―Ellos vinieron a silenciarte ―concluyó solemnemente el gato.

―Sí. Justo a la intemperie. Frente a un par de cientos de personas. ―Sentí la

mirada de Kenzie sobre mí y la ignoré―. Entonces ―le dije al gato―, ¿sabes lo

que está pasando?

El gato retorció una oreja.

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―Tal vez ―pensó, dándome una mirada aburrida y seria a la vez―. Ha habido

extraños rumores que rodean al Wyldwood. Me tienen curioso. ―Bostezó y

casualmente se pasó la lengua por una pata―. Creo que es hora de hacerle una

visita a la Reina de Hierro.

Me puse de pie.

―No ―dije un poco demasiado enérgicamente, aunque el gato ni siquiera

levantó la vista de su pata―. No puedo ir a Meghan. ¡Tengo que ir a casa!

Tengo que encontrar a Todd y ver si mi familia está bien. Van a enloquecer si no

vuelvo pronto. ―Me acordé de lo que dijo Meghan acerca del tiempo en el

Nuncajamás y gemí―. Dios, probablemente se están volviendo locos ahora

mismo.

―La Reina de Hierro necesita ser informada de que estás aquí ―dijo el gato,

con calma frotando la pata sobre sus bigotes―. Ese era el favor, si alguna vez

utilizabas ese token, te llevaría a ella. Además, creo que ella estará más

interesada en lo que le está sucediendo al mundo de los mortales, y este nuevo

tipo de hadas. Creo que una de las Cortes necesita saber acerca de esto, ¿no te

parece?

―¿No puedes llevar a casa por lo menos a Kenzie?

―Ese no era el trato, humano. ―El gato finalmente me miró sin pestañear―. Y

si fuera tú, lo pensaría largo y tendido sobre enviarla sola de nuevo. Si estas

criaturas todavía están por ahí, podrían estar esperando que volvieras.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Eché un vistazo a Kenzie y la encontré

viéndose completamente perdida mientras miraba a mí y al gato y viceversa.

―No tengo ni idea de lo que está pasando aquí ―dijo intentando la mayor

naturalidad, aunque sus ojos estaban un poco acristalados―. Sólo espero que

cuando me despierte, no esté en una habitación acolchada con un buen hombre

en un traje blanco que este alimentándome con píldoras.

Suspiré, sintiendo mi vida desentrañarse aún más. Lo siento, Kenzie, pensé,

mientras ella se abrazaba y miraba al frente. No quería arrastrarte a esto, y este es el

último lugar en donde quería estar. Pero este gato tiene razón, no puedo enviarte de

vuelta sola, no con esas cosas por ahí. Ellos ya tienen a Todd, y no dejaré que te atrapen

a ti, también.

―Está bien ―le espeté, mirando al felino―. Vamos a ir a ver a Meghan y

terminar con esto. Pero no me quedaré. Tengo que ir a casa. Tengo un amigo

que está en problemas, y tengo que encontrarlo. Ni siquiera Meghan puede

ayudarme con eso.

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El gato estornudó varias veces, doblando sus bigotes de risa. No vi lo que era

tan gracioso.

―Esto debería ser más divertido ―dijo, saltando hacia abajo desde la roca―.

Les sugiero que permanezcan aquí por la noche ―continuó mientras se alejaba

por la arena―. Nada te hará daño en este lugar, y yo no estoy de humor para

llevar a humanos heridos por todo el Wyldwood en la oscuridad. Vamos a

empezar el viaje al Reino de Hierro en la mañana.

―¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar? ―le pregunté, pero no hubo respuesta.

Frunciendo el ceño, miré alrededor de la cueva. El gato se había ido.

Oh, sí, pensé, recordando algo, entonces, desde hace mucho tiempo. Grimalkin.

Él hace eso.

* * *

Kenzie aún lucía extrañamente tranquila cuando me senté y empecé a buscar en

mi bolsa, haciendo un balance de lo que tenía. Palos de ratán, ropa extra, agua

embotellada, una caja aplastada de barras de energía, un contenedor de

aspirinas y un par de cosas pequeñas, secretas que tenía a mano para las plagas

de la variedad invisible. Me pregunté si mis pequeños encantos funcionarían en

el Nuncajamás, el territorio de los Fey. Lo descubriría muy pronto.

Sacudí cuatro analgésicos en mi palma y los arroje hacia atrás, tragándolos con

una mueca, luego deslicé la botella en mi bolsillo. Mi hombro todavía me dolía,

pero a pesar de todo, parecía no ser nada más que una herida superficial. Sólo

esperaba que el extraño, espeluznante fey no tuviera garras venenosas.

―Aquí ―murmuré, sacando una barra de energía ligeramente aplastada,

ofreciéndosela a la muchacha sentada frente a mí. Ella parpadeó y me miró sin

comprender―. Probablemente deberíamos comer algo. No quieres tomar nada

de lo que te ofrezcan aquí. Ni hay comida, bebidas, regalos, nada, ¿entiendes?

Ah, y nunca estés de acuerdo en hacerle algún favor a alguien, o hacer

cualquier tipo de acuerdo o decir “gracias”. ―Ella siguió viéndome sin

expresión, y fruncí el ceño―. Oye, ¿me estás escuchando? Esto es importante.

Genial, ella está en shock. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? La miré fijamente,

deseando que nunca la hubiera jalado a esto, deseando que los dos pudiéramos

irnos a casa. Estaba preocupado por mis padres, ¿qué dirían cuando

encontraras que otro de sus niños había desaparecido de la faz de la tierra? No

soy Meghan, prometí, sin saber si era a mamá, a Kenzie o a mí mismo. Nos llevare

a casa, juro que lo haré.

La chica seguía sin responder, y mover la barra de energía hacia ella no me

llevaba a ninguna parte. Suspiré.

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―Kenzie ―dije, más firme esta vez, inclinándome hacia adelante sobre la

bolsa―. ¡Mackenzie. Hey.

Ella saltó cuando me acerqué directo a su cara y la agarré del brazo, tirándose

hacia atrás con una mirada de asombro. Dejé que se fuera, y ella parpadeó con

rapidez, como si saliera de un trance.

―¿Estás bien? ―le pregunté, sentándome atrás, mirándola con cautela. Ella me

miró por un incómodo momento, luego tomó una respiración profunda.

―Sí ―susurró finalmente, haciendo que me hundiera en alivio―. Sí, estoy bien.

Estoy bien. Eso creo. ―Ella miró alrededor de la cueva, como asegurándose de

que todavía estaba allí―. El Nuncajam{s ―murmuró, casi para sí misma―.

Estoy en el Nuncajamás. Estoy en la maldita Tierra de las hadas.

La observé con atención, preguntándome qué haría si comenzaba a gritar. Pero

entonces, sentado en la cueva, en el centro del Nuncajamás, Kenzie hizo algo

completamente inesperado.

Ella sonrió.

No era grande o evidente. Sólo una débil sonrisa, secreta, un destello de

emoción cruzó su rostro, como si esto fuera algo que había estado esperando

toda su vida, sólo que no lo sabía. Se me pusieron los pelos de punta en la parte

posterior de mi cuello. Los seres humanos normales no reaccionan bien al ser

llevados a un lugar imaginario con criaturas que sólo existían en los cuentos de

hadas. Estaba esperando miedo, ira, racionalización. Los ojos de Kenzie casi

brillaban con anticipación.

Me puso muy nervioso.

―Entonces ―dijo alegremente, volviéndose hacia mí―, cuéntame acerca de

este lugar.

Le di una mirada cautelosa.

―Te das cuenta de que estamos en el Nuncajamás, hogar de los Fey. ¿Hadas?

¿Wee Folk? ¿Leprechauns y duendes y Tinkerbell? ―Le tendí la barra de

comida de nuevo, mirando su reacción―. ¿Esta no es tu señal para empezar a

explicar cómo las hadas no existen?

―Bueno, soy una periodista ―dijo Kenzie, aceptando la barra de comida y

jugueteando con una esquina―. Tengo que enfrentarme a los hechos. Y se me

ocurre que una de dos cosas está sucediendo ahora mismo. Una de ellas, que

deslizaste algo en mi vaso en el dojo, y estoy teniendo un sueño muy demente.

Y si ese es el caso, me despertaré pronto y tú irás a la cárcel y nunca nos

veremos otra vez.

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Hice una mueca.

―O dos... ―Ella respiró hondo y miró alrededor de la caverna―. Esto...

realmente está sucediendo. Es algo tonto decir que un gato hablando no existe

cuando él está sentado justo allí discutiendo contigo.

Me mantuve en silencio, masticando la granola. No me puedo quejar de su

razonamiento, aunque era todavía mucho más pragmático y lógico de lo que

esperaba. Sin embargo, algo acerca de su reacción no se sentía bien. Tal vez era

su completa falta de miedo y escepticismo, como si deseara desesperadamente

creer que esto realmente estaba sucediendo. Como si no le importara en

absoluto dejar atrás lo que era verdadero y sano y normal.

―De todos modos ―continuó Kenzie, mirando hacia mí―, has estado aquí

antes, ¿verdad? Por la forma en la que el gato estaba hablando contigo, era

como si se conocieran.

Me encogí de hombros.

―Sí ―dije, mirando al suelo entre las rodillas. Recuerdos, los malos recuerdos

que

he intentado olvidar, lleno de colmillos y garras, hurgando en mí. Ojos

brillantes y chillones, risas mecánicas. Acostado en la oscuridad total, el hedor a

óxido y el hierro obstruyendo mi nariz, esperando a que mi hermana viniera―.

Pero fue hace mucho tiempo ―murmuré, empujando esos pensamientos,

encerrándolos en el último rincón de mi mente―. Apenas lo recuerdo.

―¿Cuánto tiempo has sido capaz de ver...um... a las hadas?

Lancé una mirada hacia ella. Estaba sentada con las rodillas pegadas al pecho,

apoyada en una roca, mirándome gravemente. Los hongos fluorescentes en las

paredes desprendían un efecto de luz negra, haciendo que el color azul en su

cabello tuviera un brillante resplandor de neón. Me sorprendí a mí mismo

mirándola fijamente y baje la mirada al suelo otra vez.

―Toda mi vida. ―Me encorvé un poco más―. No puedo recordar un momento

en que no las haya visto, cuando no lo hacía, sabía que estaban allí.

―¿Pueden tus padres<?

―No. ―Salió un poco más agudo de lo que había previsto―. Nadie en mi

familia puede verlas. Sólo yo.

Excepto mi hermana, por supuesto. Pero no quería hablar de ella.

―Hmm. ―Kenzie descansó la barbilla en las rodillas―. Bueno, esto explica

muchas cosas sobre ti. Los secretos, la paranoia, la rareza en el torneo. ―Mi cara

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se calentó, pero Kenzie no parecía darse cuenta―. Entonces, ¿cu{ntas<

hadas< est{n ahí afuera en el mundo real?

―¿Seguro que quieres saberlo? ―desafié, sonriendo amargamente―. Podrías

terminar como yo, medio paranoico, mirando en las esquinas y ventanas por

cosas que no están allí. Hay una razón de que nadie hable de las hadas, y no

sólo porque llama su atención. Debido a que la gente normal, los que no pueden

verlos, te etiquetarán como un extraño o loco o fenómeno, y, o bien te tratan como

si tuvieras la peste o querrán tirarte en una celda.

―Nunca pensé en ti de esa manera ―dijo Kenzie en voz baja.

La ira ardía repentinamente. A mí, por arrastrarla en esto. A Kenzie, por ser

demasiada condenadamente terca para dejarme en paz, por negarse a

permanecer lejos y no odiarme como cualquier persona normal, sana, lo haría.

Y a mí, de nuevo, por permitirle acercarse, por querer estar cerca de alguien.

Había bajado la guardia un poco, y ahora mira dónde estábamos.

―Bueno, tal vez deberías hacerlo ―le dije, parándome y mirando hacia ella―.

Porque ahora estas atascada aquí conmigo. Y realmente no sé si vamos a lograr

salir de aquí con vida.

―¿A dónde vas? ―preguntó Kenzie mientras me alejaba hacia la boca de la

cueva. Haciendo caso omiso de ella, esperando que no quisiera venir en pos de

mí, me dirigí a la entrada, a un metro más o menos desde el borde de la cueva,

para que pudiera ver Faery por mí mismo.

Mirando en la oscuridad, me estremecí. El Wyldwood se extendía ante mí,

enredado y siniestro en las sombras. No podía ver el cielo a través del dosel de

hojas y ramas, pero podía ver destellos de movimiento muy, muy arriba, luces o

criaturas flotando entre los árboles.

―¿Vas a alguna parte? ―dijo una voz por encima de mi cabeza. Grimalkin se

sentó en una maraña de raíces que se enroscaban perezosamente desde el techo.

Sus enormes ojos parecían flotar en la oscuridad.

―No ―dije entre dientes, dándole una mirada cautelosa. Grimalkin había

ayudado a mi hermana en el pasado, pero no lo conocía bien, y él todavía era

un fey. Las hadas nunca hacían nada gratis, y su acuerdo para guiarnos a través

del Wyldwood al Reino de Hierro era sólo parte del trato.

―Bien. No me gustaría que te comieran incluso antes de empezar ―ronroneó,

rastrillando sus garras en la madera―. Parece que tienes la misma temeridad

que tu hermana, siempre corriendo a los problemas sin pensar en ellos.

―No me compares con Meghan ―dije, entrecerrando los ojos―. No soy como

ella.

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―Así es. Ella, al menos, tenía una personalidad agradable.

―No estoy aquí para hacer amigos. ―El gato sacaba un molesto infierno fuera

de mí, pero me negué a dejar que lo viera―. Esta no es una reunión. Sólo quiero

llegar al Reino de Hierro, hablar con Meghan y volver a casa. ―Todd aún está

allí, contando conmigo

El gato se estiró perezosamente en la rama.

―Desea lo que quieras, humano ―dijo con un saber, medio levantando la

mirada―. Con tu familia, he encontrado que nunca nada es tan fácil como

parece.

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Dentro del Wyldwood

Traducido por Sisabel1320 Corregido por mayelie

No pensé que me volvería a dormir, pero debí haberme quedado dormido

porque lo siguiente que supe era que estaba despertando en el suelo arenoso de

la cueva, y mi hombro me estaba matando.

Saqué las aspirinas, solo quedaban otras tres píldoras, gruñí hacia abajo con una

mueca y miré alrededor buscando a Kenzie y a Grimalkin.

Como era de esperar, el gato estaba en ninguna parte a la vista, pero una tenue

luz gris se filtraba desde la boca de la cueva, y los entusiastas hongos a lo largo

de las paredes se habían atenuado, pareciendo hongos comunes ahora. Me

preguntaba cuánto tiempo había pasado, si un año ya había volado en el

mundo mortal y mis padres habían abandonado toda esperanza de volver a

verme de nuevo.

Haciendo una mueca, luché por ponerme derecho, maldiciéndome a mí mismo

por quedarme dormido. Cualquier cosa podría haber ocurrido mientras yo

había estado fuera: algo podría haber entrado a escondidas y atacarme, robado

mi bolso, convencido a Kenzie para seguir por un túnel oscuro. ¿Dónde estaba,

de todos modos? Ella no sabía nada de las hadas, lo peligrosos que pueden ser.

Era demasiado confiada, y nada en este mundo podría agarrarla, masticarla y

escupirla de nuevo.

Me volví, buscando frenéticamente, hasta que la vi sentada con las piernas

cruzadas cerca de la entrada.

Hablando con Grimalkin.

Oh, genial. Me apresuré, con la esperanza de que ella no hubiera prometido

nada de qué arrepentirse al gato, o que se arrepintiera más tarde.

―Kenzie ―dije mientras me barría―. ¿Qué estás haciendo? ¿Sobre qué están

hablando?

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Ella me miró, sonriendo, y Grimalkin bostezó mientras se inclinaba para

lamer sus patas.

―Oh, estás despierto ―dijo ella ―. Grimalkin solo me estaba contando un poco

sobre el Nuncajamás. Es fascinante. ¿Sabías que hay toda una enorme ciudad en

el fondo del océano que se extiende por kilómetros? ¿O que el río de los sueños

supuestamente corre hacia el fin del mundo antes de caer por el borde?

―No quiero saber ―le dije―, o quiero estar aquí más tiempo del que

tengamos, así que no creo que nos vayamos a quedar para un tour. Sólo quiero

ir al Reino de Hierro, hablar con Meghan, y volver a casa. ¿Caminando qué tan

lejos está, gato?

Grimalkin olió.

―Tu amiga es mejor compañía que tú ―afirmó, restregándose la pata en su

cabeza―. Y si estás tan ansioso por llegar al Reino de Hierro, nosotros vamos a

salir cuando estés listo. Sin embargo ―dijo, mirando hacia arriba a mí,

encrespando su cola―, ¿estás absolutamente seguro de que tienes todo lo que

necesitas, humano? No vamos a volver a este lugar, si dejaste algo atrás.

Caminé de regreso por mi bolsa del gimnasio, preguntándome qué dejar. No

podría llevar la bolsa entera, eso era obvio. Era voluminosa y pesada, y no iba a

cargar con la bolsa a través del Nuncajamás si no tenía que hacerlo. Además, mi

brazo todavía dolía como el infierno, por lo que no llevaría alguna cosa mucho

más grande que un palo.

Saqué mi ratán, la gasa, dos botellas de agua, y las tres últimas barras

energéticas, luego busqué en el bolsillo lateral una cosa más. Kenzie se acercó y

se arrodilló en el otro lado, mirando con curiosidad.

―¿Qué estás buscando?

―Esto ―murmuré, y saqué una llave grande, un poco oxidada, algo que había

encontrado semienterrado en el pantano cuando era un niño. Era antigua,

voluminosa y de hierro puro. La había guardado como un amuleto de la suerte

y un elemento de disuasión faery desde entonces―. Aquí ―le dije,

sosteniéndola hacia ella. Colgaba de una cuerda vieja, girando perezosamente

entre nosotros. Había querido ponerle una cadena pero seguí postergándolo―.

Mantén esto cerca ―le dije mientras miraba con curiosidad―. El hierro es la

mejor protección que puedes tener en contra de las criaturas que viven aquí. Es

veneno para ellos, ni siquiera pueden tocarlo sin ser quemados. No va a

mantenerlos alejados completamente, pero puede ser que piensen dos veces

antes de morder tu cabeza si lo huelen alrededor de tu cuello.

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Ella arrugó la nariz, ya sea por la idea de tener que usar una vieja y oxidada

llave o de tener la cabeza mordida, no lo sabía.

―¿Qué hay de ti? ―preguntó.

Metí la mano en mi camiseta y saqué la cruz de hierro en la cadena.

―Ya tengo uno. Aquí. ―Agite la llave hacia ella―. Tómala.

Ella alargó la mano y mis dedos rozaron los de ella mientras se cerraban

alrededor del amuleto, enviando una oleada de calor a mi brazo. Me sacudí y

casi dejó caer la llave, pero ella no se echó atrás, su toque persistente en mí,

mirándome a través de nuestras manos unidas.

―Lo siento, Ethan.

Parpadeé y rápidamente tiré de mi mano hacia atrás, frunciendo el ceño en

confusión. Mi corazón estaba golpeando de nuevo, pero lo ignoré.

―¿Por qué?

―Por no creerte en el torneo. ―Ella enlazo la pesada llave alrededor de su

cuello, donde tintineaba suavemente contra la cámara―. Pensé que podrías

estar en algo peligroso e ilegal, y Todd se había metido en problemas por ello.

Y que las cosas de las hadas eran una tapadera para otra cosa. Nunca pensé que

podría ser real. ―Su mirada solemne se encontró con la mía a través de la bolsa

de gimnasio―. Ellos estaban en el torneo, ¿no es así? ―preguntó―. Las hadas

que agarraron a Todd. Eso es lo que nos estaba persiguiendo, y tú estabas

intentando sacarnos. ―Su mirada se desvió hacia mi brazo vendado, y frunció

el ceño―. Lo siento por eso.

Empecé a contestar, pero Kenzie se levantó rápidamente y se quitó el polvo,

como si no quisiera una respuesta.

―Vamos ―dijo con una voz demasiado alegre―. Deberíamos ponernos en

marcha. Grim nos está dando mal ojo.

Ella empezó a alejarse, pero se detuvo muy brevemente, sus dedos tocando mi

hombro al pasar.

―También... gracias por salvarme la vida.

Me senté un momento, escuchando los pasos de Kenzie en silencio sobre la

arena. ¿Qué ha pasado aquí? Kenzie no tenía nada de qué disculparse. No fue

culpa de ella que estuviéramos aquí, atrapados en el Nuncajamás por quién

sabe cuánto tiempo, que un grupo de hadas fantasmas homicidas estuvieran

detrás de nosotros. Su vida había sido bastante normal antes de que yo llegara.

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En todo caso, debería odiarme por arrastrarla en este lío. Sin duda, yo me

odiaba.

Mi hombro todavía picaba donde ella me había tocado.

Un bostezo extremadamente fuerte provino de la boca de la cueva.

―¿Vamos a empezar esta expedición en algún momento del próximo siglo?

―llamo Grimalkin, ojos dorados parpadeando con molestia―. Para alguien que

tiene tanta prisa por salir, sin duda te estás tomando tu tiempo.

Me levanté, arrebatando desde el suelo mis palos de ratán y el agua, y me dirigí

hacia la entrada de la cueva, dejando la bolsa atrás, junto con mi ropa sucia y

equipo, tendría que permanecer en Faery. Esperaba que no apestara demasiado

la casa de Grimalkin.

―Por fin ―suspiró el gato mientras yo salía. Se puso de pie, agitando la cola, y

se acercó a la boca de la cueva, mirando más allá del Wyldwood―. ¿Listos,

humanos?

―Hey, Grimalkin. ―De pronto Kenzie saco su cámara―. Sonríe.

El gato bufó.

―Ese juguete tonto no funcionara aquí, mortal ―dijo mientras Kenzie pulsaba

el botón y descubrió que no pasó nada. Frunciendo el ceño, ella lo echó hacia

atrás para mirarlo, y Grimalkin olfateó―. La tecnología humana no tiene lugar

en el Nuncajamás ―afirmó―. ¿Por qué crees que no hay fotos de dragones y

duendes flotando sobre el mundo mortal? El fey no tiene una buena fotografía.

Nosotros no fotografiamos a todos. Magia y tecnología no pueden existir juntas,

excepto tal vez en el Reino de Hierro. Y aun allí, su pura tecnología humana no

funciona como se espera. El Reino de Hierro, a pesar de su avance, sigue siendo

una parte del Nuncajamás.

―Bueno, dispara. ―Kenzie suspiró y dejó caer la cámara―. Tenía la esperanza

de escribir un libro llamado “Mi viaje a Faery”. Ahora, ¿cómo voy a

convencerme de que no estoy completamente loca?

Grimalkin estornudó con risas y dio la vuelta.

―Yo no me preocuparía por eso, mortal. Nadie sale del Nuncajamás

completamente cuerdo.

* * *

La entrada de la cueva se desvaneció tan pronto como la cruzamos por

completo, cambiando a una pared sólida de piedra cuando miramos hacia atrás.

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Kenzie saltó, luego extendió la mano para empujar la roca, una mirada de

asombro e incredulidad cruzo su cara.

―Es mejor acostumbrarse a ese tipo de cosas ―le dije mientras se volvía de

nuevo hacia delante, luciendo un poco aturdida―. Nada tiene sentido por aquí.

―Estoy empezando a ver eso ―murmuró ella mientras caminábamos por la

ladera rocosa después de Grimalkin. El gato troto rápidamente por delante, sin

frenar ni mirar hacia atrás para ver si todavía estábamos allí, y nosotros

teníamos que luchar para mantener el ritmo. Me preguntaba si Meghan había

tenido este mismo problema cuando llegó por primera vez al Nuncajamás.

Meghan.

Aleteos de nervios y emoción, golpearon mi estómago, y firmemente los empujé

hacia abajo. Iba a ver a mi hermana, la Reina de las hadas de Hierro. ¿Se

acordará de mí? ¿Estará enojada de que haya venido aquí, después de que me

había dicho que no la buscara? Tal vez no quería verme en absoluto. Tal vez se

alegraba de liberarse de sus lazos humanos.

Ese pensamiento envió un escalofrío a través de mí.

¿Ella incluso será la misma Meghan que recuerdo? Tengo tantos recuerdos de

ella, y siempre era la misma: la constante hermana mayor, que me cuidaba.

Cuando lleguemos al Reino de Hierro, ¿me encontraría con que la Reina de

Hierro era tan loca y cruel como Mab, o voluble y celosa como Titania? No

conozco a las reinas fey, por supuesto, pero las historias de las que había oído

hablar me han dicho todo lo que necesitaba saber. Que debía estar lejos, muy

lejos de las dos.

―¿Qué edad tenías la primera vez que viniste aquí?

Kenzie dijo la pregunta mientras Grimalkin se desvanecía en la maleza gris

oscura. Alarmado, lo miré fijamente entre los árboles hasta que lo vi de nuevo y

me apresuré a alcanzarlo. Excepto que hizo la misma maldita cosa un minuto

después, gruñí una maldición, escaneando los arbustos.

Al ver una espesa cola, me apresuré hacia delante, Kenzie caminaba

obstinadamente a mi lado. Guardé silencio, esperando que hiciera olvidar a

Kenzie su pregunta. No hubo suerte.

―¿Ethan? ¿Me has oído? ¿Cuántos años tenías la última vez que viniste a este

lugar?

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―No quiero hablar sobre eso ―le dije secamente, esquivando un arbusto con

vividas espinas azules. Kenzie salió hábilmente alrededor de él, manteniendo el

ritmo conmigo.

―¿Por qué?

―Porque. ―Busqué al gato, haciendo caso omiso de su mirada y tratando de

aferrarme a mi temperamento―. No es de tu incumbencia.

―Noticia de última hora, Ethan, estoy atascada en Faeryland al igual que tú. Yo

creo que eso lo hace de mi incumbencia.

―¡Tenía cuatro años! ―solté, volviéndome para mirarla. Kenzie parpadeó―. El

hada me tomo de mi casa cuando yo tenía cuatro años y me utilizó como

carnada así mi hermana vendría a rescatarme. Me metieron en una jaula y me

golpearon hasta que grité, y cuando ella por fin llegó, se la llevaron y la

convirtieron en uno de ellos. ¡Tengo que fingir que no tengo una hermana, que

no veo nada raro o extraño o antinatural, que mis padres no están aterrorizados

de dejarme hacer nada porque tienen miedo de que un hada me vaya a robar

otra vez! Así que, perdóname por no querer hablar de mí o de mi jodida vida.

Es considerado un poco doloroso el tema, ¿de acuerdo?

―Oh, Ethan. ―La mirada de Kenzie era horrorizada y simpática, que no era lo

que yo esperaba―. Lo siento mucho.

―Olvídalo. ―Avergonzado, me volví lejos, agitado―. Es sólo que... nunca le he

contado a nadie, ni siquiera a mis padres. Y estar de vuelta aquí ―hice un gesto

a los árboles alrededor de nosotros―, me está haciendo recordar todo lo que

odiaba de este lugar, acerca de ellos. Juré que nunca volvería. Pero, aquí estoy

y... ―Exhalando, pateé una piedra en la maleza, lo que la hizo sonar

ruidosamente―. Y me las arreglé para traerte, también.

Al igual que Samantha.

―Humanos. ―Grimalkin apareció arriba en las ramas de un árbol―. Ustedes

están haciendo demasiado ruido, y esto no es un lugar seguro para hacerlo. A

menos que deseen atraer la atención de todas las criaturas hambrientas de la

zona, les sugiero intentar continuar en silencio. ―Él olisqueo y nos consideró

sin esperanza―. Dales tu mejor golpe por lo menos, ¿eh?

* * *

Caminamos por el resto de la tarde.

Al menos, eso creíamos. Era difícil decir la hora en el crepúsculo gris sin fin del

Wyldwood. Mi reloj, por supuesto, se detuvo, y nuestros teléfonos estaban

muertos, por lo que nos arrastramos lo mejor que pudimos por varias horas

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detrás de Grimalkin en la tierra misteriosa, la peligrosa tierra de las hadas que

se cernía a nuestro alrededor. Sombras se movían entre los árboles,

manteniéndose fuera de vista. Las ramas crujían, y se oían pasos arrastrando los

pies a través de las hojas, aunque nunca vi nada. A veces me pareció oír voces

en el viento, cantando o susurrando mi nombre.

Los colores del Wyldwood eran extraños y poco naturales, todo era gris y

turbio, pero luego pasamos un solo árbol que era de un verde intenso,

venenoso, o un arbusto con bayas púrpuras que colgaban enormes de las ramas.

Excepto por unos pocos piskies curiosos y una esperanzada brizna, no vi

ninguna hada, lo que me hizo estar aliviado y nervioso al mismo tiempo. Fue

como saber de un oso pardo que estaba acechando a través de los bosques, pero

sólo tú podías verlo. Sabía que estaban allí afuera. No sabía si estaba contento

de que se estaban quedando fuera de vista, o si preferiría que intentaran algo

ahora y acabar con esto de una vez.

―Cuidado por aquí ―advirtió Grimalkin. Caminamos a través de un pedazo

de gruesas zarzas negras con espinas, mientras mi mano lucía brillante y de

aspecto malvado―. No quites tus ojos del camino. Presta atención a lo que está

sucediendo en tus pies.

Había huesos colgados en las ramas y cubriendo el suelo en la base de los

arbustos, algunos pequeños, otros no. Kenzie se estremeció cada vez que

pasamos por uno, apretando la llave en torno a su cuello, pero siguió al gato a

través de las ramas sin decir una palabra.

Hasta que una vid serpenteo alrededor de su tobillo.

Ella se lanzó hacia adelante con un grito, directo hacia un pedazo de espinas

desagradables. Yo la agarré antes de que pudiera quedar atravesada por las

puntas. Ella jadeó y se aferró a mi camiseta mientras que la ofendida vid se

deslizaba de nuevo en la maleza.

―¿Estás bien? ―le pregunté. Podía sentirla temblando en contra de mí, su

corazón latiendo contra mis costillas. Se sentía... bueno... para abrazarla así. Su

pequeño cuerpo se adaptaba perfectamente contra el mío.

Con un sobresalto, me di cuenta de lo que estaba haciendo y la solté

rápidamente, retrocediendo.

Kenzie parpadeó, tratando de procesar lo que había sucedido, y luego miró

hacia abajo al arbusto.

―Es... la rama... trató de hacerme tropezar, ¿no lo hizo? ―dijo en tono incrédulo

e indignado a la vez―. Vaya, ni siquiera las plantas con vida son amables. ¿Qué

le he hecho yo a ella?

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Nos bajamos del zarzal, y miré alrededor por Grimalkin. Había desaparecido

una vez más, y miré fijamente a los árboles en busca de él.

―Aquí hay un consejo ―le dije a Kenzie, entrecerrando los ojos mientras me

asomaba en la maleza y las sombras―. Y podría salvarte la vida. Simplemente

asume que todo lo que hay aquí, plantas, animales, insectos, hongos, lo que sea,

están tratando de hacerte daño.

―Bueno, eso no es muy agradable de ellos. Ni siquiera me conocen.

―Si no vas a tomar esto en serio<

―Ethan, ¡Fui casi atravesada por un sanguinario arbusto asesino! Creo que me

estoy tomando esto bastante bien, teniéndolo en cuenta.

Eché un vistazo a su vez.

―Lo que sea. Sólo recuerda, no hay nada en el Nuncajamás que sea amigable

para los seres humanos. Aunque las hadas parecen amables, todos tienen

motivos ocultos. Ni siquiera el gato está haciendo esto de forma gratuita. Y si no

pueden conseguir lo que quieren, lo van a tomar de todos modos o tratar de

matarte. No se puede confiar en las hadas, nunca. Pretenden ser tu amigo y te

apuñalan por detrás cuando sea más conveniente, no porque sean un tanto

rencorosos u odiosos, sino porque es su naturaleza. Es tal y como son ellos.

―Debes odiarlos mucho ―Kenzie dijo en voz baja.

Me encogí de hombros, repentinamente consciente de mí mismo.

―¿No has visto lo que soy? No es sin motivo, confía en mí. ―Hablando de eso,

Grimalkin aún no había aparecido―. ¿Dónde está el estúpido gato?

―murmuré, empezando a ponerme nervioso y un poco loco―. Si se ha ido y

nos ha dejado<

Una rama crujió en algún lugar del bosque detrás de nosotros. Los dos nos

congelamos, y Kenzie miró con recelo.

―Eso sonó un poco demasiado grande para un gato...

Otra rama se rompió, más cerca que la anterior. Algo se avecinaba. Algo

grande y rápido.

―¡Humanos! ―De la nada hizo eco la voz de Grimalkin, a pesar de la urgencia

que era evidente―. ¡Corran! ¡Ahora!

Kenzie saltó. Me tensé, agarrando mis armas. Antes de que pudiera pensar en

moverme, los arbustos se abrieron y una enorme criatura reptil salió

despejando las zarzas.

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Al principio, pensé que era una serpiente gigante, ya que el escamoso cuerpo

verde tenía cerca de sesenta metros de largo. Pero su cabeza era más de dragón

que de serpiente, y sacó dos cortos antebrazos con garras de sus lados, sólo

detrás de las cuchillas de sus hombros. Levantó la cabeza, y una pálida lengua

bífida golpeo el aire, antes de que se alzara con un siseo, dejando al descubierto

una boca llena de dientes como agujas.

Kenzie se quedó sin aliento, y se disparó hacia los árboles mientras el monstruo

se abalanzaba, apenas fallando. El chasquido de su mandíbula se hizo eco

horriblemente en mis oídos. Corrimos, cruzando alrededor de los árboles,

arrancando a través de zarzas y maleza, escuchando el crujido de las ramas y

ramitas que seguía pisando nuestros talones ya que nos seguía.

Me eché hacia un lado detrás de un grueso tronco, tirando a Kenzie detrás de

mí, y levanté mis palos cuando la cabeza del monstruo se deslizó alrededor,

su lengua bífida saboreando el aire. Cuando se volvió, lleve el ratán hacia abajo

a través de su hocico tan duro como pude, golpeando en la elástica nariz tres

veces antes de que siseara y retrocediera con velocidad cegadora. A medida

que se alejaba, vi un lugar donde pudimos estar de pie y tiré de Kenzie hacia él.

―¿Qué es esa cosa? ―exclamó Kenzie mientras la precipitaba hacia un grupo

de árboles, sus troncos adultos se cerraban entre sí para formar una jaula

protectora alrededor de nosotros. Tan pronto como nos apiñamos dentro, la

cabeza del monstruo apareció entre una grieta, chasqueando sus mandíbulas

estrechas hacia mí. La golpeé al otro lado de la cabeza con mis palos, y se retiró

con un chirrido. Vi su cuerpo escamoso a través del círculo de árboles,

enrollándose alrededor de nosotros como una serpiente con un ratón, y luché

por mantener la calma.

―Kenzie ―jadeé, tratando de seguir la cabeza a través de las ramas. Mis

brazos temblaban y me centré en permanecer suelto, sosteniendo mis palos

delante de mí―. Quédate en el centro lo más que puedas. No te acerques al

borde de los árboles.

La cosa se abalanzó de nuevo, serpenteando a través de los troncos,

chasqueando hacia mí. Afortunadamente, su cuerpo era un poco demasiado

grande para maniobrar a toda velocidad, y yo era capaz de esquivarlo, como

pude le hice grietas en el cráneo. Silbando, se echó hacia atrás, tratando desde

un ángulo diferente, más alto. Me agaché, apuñalándolo en la garganta,

deseando tener un cuchillo o una navaja en lugar de palos de madera. Dio un

gorgoteo enojado y se echó atrás, mirándome maliciosamente a través de los

troncos.

―Ethan ―gritó Kenzie, mientras el monstruo se precipitó nuevamente cerca―,

¡detrás de ti!

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Antes de que pudiera volverme, una pesada espiral serpenteó alrededor de mi

cintura, golpeándome de regreso en un tronco del árbol, sujetándome allí.

Luché, maldiciéndome a mí mismo por centrarme únicamente en la cabeza del

monstruo en lugar de en toda la criatura. Mi brazo derecho estaba clavado a mi

lado, y levanté el izquierdo mientras la cabeza serpenteaba a través de los

árboles y se venía hacia mí de nuevo.

Cronometré con cuidado, y lo apuñalé con la punta, metiéndolo dentro de la

ranura de su ojo amarillo.

Chillando, el monstruo retrocedió.

Con un siseo, apretó su espiral alrededor de mi pecho, cortándome la

respiración. Di un grito ahogado por aliento, golpeando el final de mi ratán en

el cuerpo del monstruo, tratando de liberarme.

Sólo se apretó más fuerte, haciendo que mis costillas crujieran dolorosamente.

Mis pulmones ardían, y mi visión comenzó a oscurecerse, un túnel de brumosa

luz que empezaba a encogerse. La cabeza de la criatura estaba más cerca,

chasqueó fuera su lengua para rozar mi frente, pero yo no tenía la fuerza para

levantar mi arma.

Y luego, Kenzie se acercó y sacó la llave de hierro cortando hacia abajo a través

del ojo lastimado del monstruo.

Al instante, las espirales se aflojaron mientras el monstruo se cabreo, esta vez

chillando.

Jadeando, me caí de rodillas, mientras él se retorcía y golpeaba, raspando el

lado de su cara contra el tronco, rompiendo ramas y árboles. Agitando la espiral

golpeó a Kenzie, lanzándola varios metros hacia atrás. La oí jadear mientras

cayó al suelo, y yo traté de ponerme derecho, pero el suelo estaba todavía

girando y me caí de rodillas otra vez.

Maldiciendo, me esforzaba por levantarme, para ponerme entre Kenzie y la

serpiente en caso de que se volviera hacia ella. Sin embargo, la llave de hierro

en su cara parecía haber matado su apetito por los humanos. Con un grito final,

el monstruo se deslizó. Lo vi desaparecer en la maleza, hundiéndome en alivio.

―¿Estás bien? ―Kenzie cayó a mi lado, poniendo una mano delgada en mi

brazo. Pude sentir que temblaba. Asentí con la cabeza, todavía tratando de

aspirar el aire en mis pulmones ardientes, sintiendo como si hubieran sido

aplastados por un estante.

―Estoy bien ―jadeé, tirando de mí mismo para ponerme de pie.

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Kenzie se levantó, quitando el polvo fuera de sí misma, y me miró con creciente

asombro. Esa cosa me tenía entre las cuerdas, a pocos segundos de ser tragado

como un ratón grande. Si ella no hubiera estado allí, yo estaría muerto ahora

mismo.

―Kenzie, yo... ―dudé, agradecido, avergonzado y enojado al mismo tiempo―.

Gracias.

―Oh, no hay problema ―respondió Kenzie con una inestable sonrisa, aunque

su voz temblaba―. Siempre feliz de ayudar con cualquier cuestión de

monstruosas serpientes gigantes que aparezcan.

Sentí un tirón extraño en algún lugar de mi estómago, y la repentina locura

urgente de tirar de ella para asegurarme de que aún estábamos ambos con vida.

Incómodo, me retiré un paso.

―Lamento lo de tu cámara ―murmuré.

―¿Eh? Oh. ―Ella sujetó el dispositivo, ahora muy roto por la caída, y dio un

suspiro dramático―. Bueno, no estaba trabajando de todos modos. Además...

― Extendió su mano y apretó suavemente mi brazo―. Yo te debía una.

Tenía la boca seca de nuevo.

―Voy a reemplazarla. Una vez que regresemos al mundo real.

―No te preocupes, chico rudo. ―Kenzie agitó la mano―. Es sólo una cámara.

Y creo que sobrevivir a un ataque de un enorme monstruo serpiente era más

importante.

―Lindwurm ―dijo una voz por encima de nuestras cabezas, y Grimalkin

apareció en las ramas, mirando hacia abajo a nosotros―. Eso ―dijo

imperiosamente―, fue un Lindwurm, y uno bastante joven por cierto. Un

adulto te habría dado muchos más problemas. ―Movió la cola y se dejó caer al

suelo, frunciendo la nariz cuando nos miró―. Puede que también haya otros

más, así que sugiero mantenernos en movimiento.

Miré al gato mientras maniobrábamos a través de los árboles de nuevo,

haciendo una mueca cuando mis costillas magulladas punzaban.

―¿No pudiste advertirnos antes?

―Lo intenté ―respondió Grimalkin con una olida―. Pero estabas demasiado

ocupado discutiendo sobre vegetación hostil y cómo las hadas son totalmente

indignas de confianza. Yo prácticamente tenía que gritar para llamar su

atención. ―Miró por encima del hombro con un claro “Te lo dije” en su

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expresión―. La próxima vez, cuando sugiera que se muevan en silencio a

través de una parte peligrosa del Nuncajamás, tal vez me van a escuchar.

―Huh ―murmuró Kenzie, caminando a lo largo de mi lado―. Ya sabes, si

todos los gatos son como él, estoy un poco contenta de que no hablen.

―Que tú sepas, humano, ―Grimalkin regresó misteriosamente, y continuó más

profundo en el Wyldwood.

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La Frontera

Traducido por Sisabel1320 Corregido por Xiamara

―El Reino de Hierro no est{ lejos, ahora.

Miré hacia arriba de donde estaba sentado en un tronco caído, caliente,

sudoroso y adolorido aún de la reciente batalla. Kenzie se desplomó a mi lado,

apoyándose en mi hombro, por lo que era difícil concentrarse en lo que el gato

estaba diciendo. No me importaba el contacto, ella estaba agotada y

probablemente tan adolorida, pero yo no estaba acostumbrado a tener a nadie

tan cerca, tocándome, y era... una distracción. No sé cuánto tiempo habíamos

estado caminando, pero se sentía como si las horas fueron extendidas sólo por

despecho.

El Wyldwood no había cambiado, seguía tan oscuro, turbio e interminable

como lo había sido al principio. Ni siquiera sabía si caminábamos en círculos.

Desde la lucha contra la cosa Lindwurm, había visto un espíritu del bosque,

más varios piskies y un único goblin que podría habernos dado problemas si

hubiera estado con su grupo. El corto y verrugoso fey había sonreído

malvadamente mientras trataba de bloquear nuestro camino, pero saqué mis

armas, Kenzie estaba a mi lado, mirando, y el goblin de repente decidió que

tenía otros lugares para estar. Una quimera nos arrastró varios kilómetros,

tratando de captar nuestra atención por lo que pudimos habernos perdido, pero

le dije a Kenzie que hiciéramos caso omiso de la bola de luz flotando, y al

tiempo se había dado por vencida.

Rompí la última barra de energía partiéndola por la mitad y entregándole la

mayor parte a Kenzie, que estaba sentada y la tomó con un murmullo de

agradecimiento.

―¿Qué tan lejos? ―le pregunté a Grimalkin, mordiendo mi mitad. El gato

comenzó a cepillar su cola, ignorándome. Resistí la tentación de lanzarle una

roca.

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Eché un vistazo a Kenzie. Ella se sentó encorvada hacia delante, con los

antebrazos apoyados en sus rodillas, masticando metódicamente. Había

círculos bajo sus ojos y una veta de barro por su mejilla, pero no se había

quejado ni una vez a través de todo el camino. De hecho, había estado muy

callada desde la lucha con el Lindwurm.

Me vio observándola y logro una sonrisa cansada, chocando su hombro contra

el mío.

―Así que, ya casi estamos allí, ¿eh? ―dijo, rozando un mechón de cabello con

su cara―. Espero que sea menos... boscoso que este lugar. ¿Sabes mucho sobre

esto?

―Desafortunadamente ―murmuré. La torre de Machina, los gremlins, los

caballeros de hierro, el austero maldito páramo. Lo recordé todo como si fuera

ayer―. No es tan boscoso, pero el Reino de Hierro no es agradable, tampoco. Es

el lugar donde los feys de hierro viven.

―Mira, ahí es donde estoy confundida ―dijo Kenzie, cambiando hacia mí―.

Por todo lo que he investigado, dijiste que las hadas son alérgicas al hierro.

―Elevó la llave de hierro―. Es por eso que esta cosa funcionó tan bien, ¿no?

―Sí ―le dije―. Y lo son. Por lo menos, las hadas normales. Pero los feys de

Hierro son diferentes. Los feys, el Nuncajamás entero, en realidad, vienen de

nosotros, de nuestros sueños y la imaginación, tan cursi como suena. Las hadas

tradicionales son las primeras sobre las que lees en los mitos antiguos,

Shakespeare y los hermanos Grimm, por ejemplo. Pero, durante los últimos

cien años más o menos, hemos ido... er... soñando con otras cosas. Por lo tanto,

los feys de Hierro son un poco más modernos.

―¿Modernos?

―Ya ver{s cuando lleguemos.

―Huh ―dijo Kenzie, consider{ndolo―. ¿Y tú dijiste que el lugar está

gobernado por una reina?

―Sí ―dije r{pidamente poniéndome de pie―. La Reina de Hierro.

―¿Alguna idea de qué es ella? ―Kenzie se levantó, también, sin darse cuenta

de mi cara ardiente―. He leído acerca de la reina Mab y Titania, por supuesto,

pero nunca he oído hablar de La Reina de Hierro.

―No sé ―mentí y me acerque a Grimalkin, que observaba con divertidos ojos

dorados, la insinuación de una sonrisa en su rostro bigotudo. Le lancé una

mirada de advertencia al felino, esperando que se mantuviera en silencio―.

Vamos, gato. Cuanto antes lleguemos allí, más pronto podremos salir.

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Empezamos de nuevo, abriéndonos paso a través de los árboles, siguiendo al

aparentemente incansable cait sith mientras se deslizaba a través de la maleza.

Kenzie caminaba a mi lado, sus ojos cansados y sin brillo, sin apenas levantar la

mirada del suelo. Un hada diminuta con un sombrero de hongo se asomó hacia

nosotros desde una rama cercana, pero ni siquiera miró hacia allí una segunda

vez. O bien la abrumadora rareza del Nuncajamás la había conducido a una

especie de aceptación entumecida o estaba demasiado cansada para dar una

mierda.

Los bosques enmarañados comenzaron a diluirse cuando el gris crepuscular fue

finalmente desapareciendo, dando paso a la noche. Luciérnagas o luces de

hadas comenzaron a aparecer entre los árboles, parpadeo amarillo, azul y

verde.

Grimalkin se detuvo en la base de un alto árbol negro y se volvió hacia

nosotros. Fruncí el ceño mientras él daba un manotazo a una luz azul, lo que

hizo que subiera al bosque con un zumbido.

―¿Por qué nos detenemos? ¿No deberíamos salir del Wyldwood antes de que

caiga la noche y las cosas realmente desagradables empiecen a salir?

―No sabes dónde est{s, ¿verdad? ―ronroneó Grimalkin. Le di una mirada

irritada, y bostezó―. Por supuesto que no. Esto ―dijo él, agitando su cola

l{nguidamente―, es la frontera del Reino de Hierro. Tú est{s en el borde

mismo del territorio de la Reina de Hierro.

―¿Qué? ¿Aquí mismo? ―Miré alrededor, pero no podía ver nada inusual. Sólo

bosques negros y unas pocas luces parpadeantes―. ¿Cómo puedes decirlo? No

hay nada aquí.

―Un momento ―reflexionó el gato, una petulante sonrisa en su voz―. No

debe tardar.

Suspiré.

―No tengo tiempo para...

Me interrumpí, cuando el árbol detrás de Grimalkin parpadeó, luego ardió con

luz. Kenzie jadeó cuando estallaron las luces de neón a lo largo de las ramas,

como las bombillas de Navidad o los árboles de fibra de vidrio en las tiendas

por departamento. No había cables de extensión o cuerdas, las bombillas

estaban creciendo directamente en las ramas. A medida que el árbol se iluminó,

un enjambre de luciérnagas multicolores subieron en espiral hacia arriba de las

hojas y se dispersaron a todas partes del bosque, flotando a nuestro alrededor

como fuegos artificiales callejeros.

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Parpadeé, deslumbrado por la exhibición.

A nuestro alrededor, los árboles resplandecían en plata; troncos, hojas, ramas y

ramitas brillando como si estuvieran hechas de metal pulido.

Ellos reflejaban las luces a la deriva y convertían el bosque en una galaxia de

remolinos de estrellas.

―Ethan ―susurró Kenzie, mirando paralizada a su brazo. Un pequeño insecto

verde estaba posado en su muñeca, parpadeando de forma errática. Su frágil

cuerpo brillaba con luz propia, metálico y brillante, antes de que zumbaran

delicadas alas transparentes y relampagueara lejos en el bosque.

Kenzie levantó la mano, y varias luces más pequeñas se cernieron a su

alrededor, aterrizando en sus dedos y haciéndolos brillar.

Por un segundo, no podía apartar la mirada. Mis latidos aumentaban, y mi boca

estaba de repente seca, mirando a la chica en el centro de la nube titilante,

sonriendo mientras las pequeñas luces aterrizaban en su cabello o se posaban

en su brazo.

Ella era hermosa.

―Est{ bien ―dije entre dientes, apartando mi mirada antes de que se diera

cuenta que la estaba observando―. Puedo admitir que esto es muy genial.

Grimalkin sorbió.

―Estoy tan contento de que lo apruebes ―dijo. Le fruncí el ceño a través de las

luces arremolinándose, moviendo lejos varios bichos que se amontonaban

alrededor de mi cara.

No se me ocurrió que estábamos por nuestra cuenta, ahora. Al igual que el resto

de las hadas normales, Grimalkin no podía poner un pie en el Reino de Hierro.

El Reino de Meghan todavía era mortal para el resto del Nuncajamás, sólo los

feys de Hierro podrían vivir allí sin envenenarse a sí mismos. Grimalkin estaba

mostrándonos la frontera porque planeaba dejarnos aquí.

―¿Qué tan lejos estamos de la Reina de Hierro desde aquí? ―pregunté.

El gato tiró un bicho de su cola.

―Todavía a unos días a pie. No te preocupes, sin embargo. M{s all{ de esta

subida hay un lugar que te llevará a Mag Tuiredh, el sitio de la Corte de Hierro,

mucho más rápido de lo que los humanos pueden caminar.

―Supongo que aquí es donde te vas ―dije.

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―No seas ridículo, humano. ―El gato bostezó y se puso de pie―. Por supuesto

que voy contigo. Además eres muy divertido, el favor dice que te vea todo el

camino hasta Mag Tuiredh y me deshaga de ti a los pies de la Reina de Hierro.

Después de eso, tú te conviertes en su problema, pero veré que llegues allí,

primero.

―Tú no puedes entrar en el Reino de Hierro. Te matar{.

Grimalkin me dio una mirada aburrida, se volvió y se marchó. Más allá de la

frontera y dentro del Reino de Hierro.

Corrí tras él, Kenzie sobre mis talones.

―Espera ―le dije alcanz{ndolo, frunciendo el ceño―. Sé que el Reino de Hierro

es mortal para un fey normal. ¿Cómo estás tú aquí?

Grimalkin hizo una pausa, mirando por encima de su hombro con entusiasmo,

brillantes ojos entrecerrados. Su cola se agitaba perezosamente.

―Hay cosas acerca de este mundo que no te das cuenta, humano ―ronroneó

él―. Los acontecimientos que tuvieron lugar años atrás, cuando la Reina de

Hierro ascendió al poder, aún forman este mundo de hoy. Tú no sabes tanto

como crees. Adem{s... ―Él parpadeó, levantando la cabeza imperiosamente―.

Soy un gato.

Y ese fue el final.

Las luciérnagas continuaron iluminando el bosque mientras nosotros

caminábamos en él, parpadeando a través de hojas y ramas, brillando frente a

los troncos. Árboles con bombillas de luz parpadeantes iluminaban el camino a

donde nos llevaba Grimalkin. Kenzie se mantenía mirándolos, el asombro y la

incredulidad de vuelta en su cara.

―Esto... es imposible ―murmuró ella una vez, rozando sus dedos sobre un

reluciente tronco. Pequeñas bombillas incandescentes brotando por encima

como racimos de luces de Navidad. Farolas creciendo de la nada de la tierra,

iluminaban la ruta―. ¿Cómo... cómo puede ser esto real?

―Este es el Reino de Hierro ―le dije―. Todavía es Faery, sólo con un sabor

diferente de locura.

Antes de que ella pudiera contestar, los árboles se alejaron +, y nos encontramos

en la parte superior de una pendiente, mirando las luces de un pequeño pueblo

en el borde de un enorme lago. Se veía como una especie de pueblo gitano o un

carnaval, todo iluminado con antorchas y cadenas de luces de colores. Chozas

con techos de paja de pie en los puestos que surgen del agua, y puentes de

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madera atravesando entre los espacios. Criaturas de todas las formas y tamaños

recorrían las pasarelas sobre el agua.

En el borde del pueblo, un ferrocarril se arqueo encima del lago,

desapareciendo en un punto de algún lugar en el horizonte.

―¿Qué es este lugar? ―murmuré, mientras Kenzie se apretó contra mi espalda,

mirando por encima de mi hombro. Grimalkin se sentó y enrosco su cola sobre

sus patas.

―Este es un pueblo fronterizo, uno de los muchos a lo largo del borde del

Reino de Hierro. Me olvidé de su nombre exacto, si es que tiene uno. Muchos

feys de Hierro se reúnen aquí por una razón. ―Levantó una pata trasera y se

rascó una oreja―. ¿Ves el ferrocarril, humano?

―¿Qué pasa con él?

―Eso te llevará directamente a Mag Tuiredh, el sitio de la Corte de Hierro y la

sede del poder de la Reina de Hierro. No cuesta nada abordarlo, y cualquier

persona puede utilizarlo. El ferrocarril fue una de las primeras mejoras que la

reina hizo cuando tomó el trono. Deseaba que todos tuvieran una forma segura

de viajar a Mag Tuiredh desde cualquier lugar del Reino de Hierro.

―¿Vamos all{ abajo? ―preguntó Kenzie, sus ojos estaban grandes mientras

miraba a las criaturas vagando sobre los puentes.

Grimalkin olfateó.

―¿Ves otra manera de llegar al ferrocarril, humana?

―Pero... ¿qué pasa con las hadas?

―Dudo que los molesten ―respondió el gato, indiferente―. Ellos ven muchos

viajeros a través de esta parte de la ciudad. No hablen con nadie, suban al tren,

y van a estar bien. ―Levantó una pata trasera para rascarse su oreja―. Ahí es

donde me reuniré con ustedes, cuando finalmente decidan aparecer.

―¿No vienes?

Grimalkin curvó sus bigotes en disgusto.

―Fuera de Mag Tuiredh, trato de evitar el contacto con los habitantes del Reino

de Hierro ―dijo con una voz sublime―. Se evitan aburridas e innecesarias

preguntas. Además, no puedo sostener tus manos durante todo el camino a la

Reina de Hierro. ―Sorbió y se puso de pie, agitando su cola―. El tren llegará

pronto. Traten de no perderlo, humanos.

Sin decir una palabra, desapareció.

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Kenzie suspiró y murmuró algo sobre felinos imposibles. Y me di cuenta, de

repente, que se veía muy pálida y cansada en la luz de la luna. Había sombras

bajo sus ojos, y sus mejillas parecían hundidas, gastadas. Su normal energía

ilimitada parecía haberla abandonado mientras se frotaba el brazo y miraba

hacia abajo la pendiente, temblando en la brisa fría.

―Entonces ―dijo, volviéndose hacia mí. Incluso su sonrisa parecía cansada

mientras permanecía de pie en el borde de la pendiente, el viento le alborotaba

el cabello―. Entrar directamente dentro del espeluznante pueblo Faery, hablar

con el espeluznante conductor fey y abordar el espeluznante tren fey, porque

un gato que habla nos lo dijo.

―¿Est{s bien? ―le pregunté―. No te ves tan bien.

―Sólo cansada. Venga, v{monos ya. ―Retrocedió un paso, evitando mis ojos,

pero cuando se volvió, vi algo en la luz de la luna que me hizo un nudo en el

estómago.

―¡Kenzie, espera! ―Caminando hacia adelante, la agarré del brazo con tanta

suavidad como pude. Ella intentó retorcerse de mi agarre, pero retiré su manga

para revelar una enorme franja púrpura, que se extendía desde el hombro casi

hasta el codo. Una oscura, triste mancha estropeaba su piel que por lo demás

era impecable.

Contuve el aliento horrorizado.

―¿Cu{ndo conseguiste esto? ―exigí, enojado porque no me había dicho, y

porque yo no me había dado cuenta de ello hasta ahora―. ¿Qué pasó?

―Est{ bien, Ethan. ―Ella tiró su brazo de regreso y tiró de su manga hacia

abajo―. No es nada. Lo conseguí cuando estábamos luchando contra el

Lindwurm.

―¿Por qué no dijiste nada?

―¡Porque no es gran cosa! ―Kenzie se encogió de hombros―. Ethan, confía en

mí, estoy bien. Me hago moretones con facilidad, eso es todo. ―Pero no me

miró cuando lo dijo―. Los consigo todo el tiempo, ¿ahora podemos ir por

favor? Como dijo Grim, no queremos perder el tren.

―Kenzie... ―Pero ella ya se había ido, bajando por la pendiente sin mirar atr{s,

caminando alegremente hacia las luces y el ferrocarril y al pueblo de los feys de

Hierro. Dejé escapar un suspiro de frustración y me apresuré a alcanzarla.

Después de caminar por la ladera, entramos en el pueblo. Kenzie miró a su

alrededor con asombro, su cansancio olvidado, mientras que yo agarraba mi

ratán y lo tensaba cada vez que algo se acercaba.

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Feys de Hierro nos rodeaban, raro, loco y de pesadilla. Criaturas hechas

enteramente de alambre retorcido. Una figura bien vestida en un sombrero de

copa, sosteniendo la correa de un sabueso mecánico de relojería. Una anciana

con el cuerpo hundido de una araña gigante pasó, sus patas metálicas eran

agujas pinchando sobre la madera. Kenzie soltó un chillido y me apretó la

mano, casi aplastando mis dedos, hasta que la araña había desaparecido.

Nos estaban contemplando. A pesar de lo que Grimalkin dijo, los feys de Hierro

estaban tomando nota de nosotros, ¿y por qué no? No todos los días, dos

personas paseaban por su pueblo, mortales buscando decididamente a un fey.

Por extraño que parezca, nadie trató de detenernos mientras maniobrábamos

sobre los puentes ondulantes y pasarelas, pasando las chozas y mirando raras

tiendas, tenía la sensación de brillantes ojos fey en mi espalda.

Hasta que llegamos a una gran cubierta circular donde varias pasarelas

convergían. Podía ver el ferrocarril en el borde del pueblo, extendiéndose a lo

largo del lago. Pero mientras nosotros nos dirigíamos hacia él, una figura

encorvada vestida con harapos de repente se acercó y agarró la muñeca de

Kenzie cuando ella pasaba, haciendo que gritara.

Giré, azotando mi ratán hacia abajo, golpeando el brazo que la tenía sujeta, y el

hada la soltó con un grito ronco. Sacudiendo sus dedos, se arrastró de nuevo

hacia delante, y yo empujé a Kenzie detrás de mí, enfrentando al hada con mis

palos elevados.

―Humanos ―susurró, y varios tornillos oxidados se retiraron de sus harapos

en un círculo―. Los humanos tienen algo para mí, ¿no? ¿Un reloj de bolsillo?

¿Un bonito teléfono? ―Él levantó la cabeza, dejando al descubierto un rostro

elaborado con pedazos de maquinaria. Uno de sus ojos era una bombilla

incandescente, el otro la cabeza de un tornillo de cobre. Una boca hecha de

alambres nos sonrió mientras la cosa cómodamente se adelantó―. Quédate

―instó, cuando Kenzie retrocedió en estado de shock―. Quédate y comparte.

―Retrocede ―le advertí, pero una multitud estaba formándose ahora, feys que

habían estado simplemente observando antes de ir hacia adelante. Ellos nos

rodearon en la plataforma, no arremetiendo o atacando, pero nos impedían ir

más lejos.

Yo tenía un ojo puesto en ellos y en el fey máquina-chatarra, si querían luchar,

yo estaría feliz de hacerlo.

―Quédate ―instó el hada de harapos que todavía nos rodeaba, sonriendo―.

Quédate y habla. Nos ayudamos unos a otros, ¿sí?

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Un penetrante silbido rasgó el aire, atrayendo la atención de varios feys.

Momentos más tarde, un enorme tren apareció sobre el lago, arrastrando nubes

de humo, mientras traqueteaba más cerca. Voluminoso y grande, con fugas de

humo y vapor por todas partes, llegó a la estación con un rugido y un chirrido

de los engranajes oxidados antes de estremecerse y detenerse.

Varias hadas comenzaron a caminar hacia la enorme, humeante máquina,

mientras un hada de piel cobriza en un uniforme de conductor salió al frente,

moviéndose hacia adelante. La multitud se dispersó un poco, pero no lo

suficiente.

―Maldita sea, no quiero tener que luchar nuestro camino para salir ―gruñí,

manteniendo un ojo en las hadas que nos rodeaban―. Pero tenemos que llegar

a ese tren ahora. ―El hada de harapos se movió m{s cerca, como si temiera que

daríamos vuelta y correríamos―. Este no nos va a dejar ir ―dije, sintiendo mis

músculos tensarse, y me apoderé de mis armas―. Kenzie, quédate atr{s. Esto se

puede poner feo.

―Espera. ―Kenzie me agarró la manga, un segundo antes de que yo hubiera

podido lanzarme hacia adelante y romper el cráneo del fey. Apartándome a un

lado, ella dio un paso adelante y se despojó de su cámara―. Aquí ―le dijo al

fey harapiento, sosteniéndola hacia fuera―. ¿Quieres un cambio, verdad? ¿Es

esto suficiente?

El hada de hierro parpadeó, luego extendió la mano y le arrebató la cámara, sus

labios de alambre estirados en una sonrisa.

―Ooooh ―susurró él, agarr{ndola en su pecho―. Bonito. Tan generoso,

pequeño humano. ―El sacudió la c{mara experimentalmente y frunció el

ceño―. ¿Rota?

―Um... sí ―admitió Kenzie, y yo me tense, listo para intervenir con la fuerza si

la cosa lo veía como una ofensa―. Lo siento.

El hada sonrió de nuevo.

―¡Comercio bueno! ―dijo con voz ronca, colocando la c{mara en su túnica―.

Buen trato. Lo aprobamos. Suerte en sus viajes, pequeños humanos.

Con una risotada silbante, él cojeó hacia abajo a una pasarela y desapareció en

el pueblo.

La multitud empezó a dispersarse, y yo lentamente me relajé. Kenzie apartó su

cabello de regreso con una mano temblorosa y suspiró aliviada.

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―Bueno, ahí van las fotos del artículo de la semana de deportes ―dijo con

ironía―. Pero, si lo piensas bien, esa cámara ha pagado más por sí misma en la

actualidad. Sólo estoy triste de que nadie va a ver tus locas kali habilidades.

Bajé mis palos. Eso eran dos veces ahora que Kenzie pensaba rápido y había

conseguido sacarnos del apuro. Otros pocos segundos, y yo estaría en una

pelea. Con un fey. En el medio de un pueblo de feys.

No fue uno de mis momentos más inteligentes.

―¿Cómo sabías lo que quería? ―pregunté mientras nos dirigíamos hacia la

estación de nuevo. Kenzie me dio una mirada exasperada.

―En realidad, Ethan, se supone que debes saber estas cosas. A los feys les

gustan los regalos, todos los artículos de Google lo dicen. Y ya que nosotros no

teníamos ningún tarro de miel o pequeños niños, pensé que la cámara era la

mejor apuesta. ―Ella se rió y puso los ojos en blanco hacia mí―. Esto no tiene

por qué ser una lucha todo el camino hacia la Reina de Hierro, chico duro. La

próxima vez, vamos a tratar de hablar con los feys antes de sacar los palos.

Yo hubiera dicho algo, excepto que... estaba un poco sin palabras.

* * *

Abordamos el tren sin problemas, recibiendo sólo una mirada breve del

conductor, y nos dirigimos a un vagón abandonado cerca de la parte posterior.

Duros bancos de madera estaban debajo de las ventanas, pero había unos pocos

palcos privados también, y después de unos minutos de búsqueda,

encontramos uno vacío. Deslizándome detrás de Kenzie, cerré rápidamente las

puertas, encerrándonos y bajando la persiana sobre la ventana.

Kenzie se sentó en uno de los bancos, apoyada contra el cristal. Seguí su

mirada, viendo el brillante metal de los rieles que se extendían sobre las aguas

oscuras hasta que se perdían de vista.

―¿Cu{nto tiempo crees que falta antes de llegar ahí? ―preguntó Kenzie, sin

dejar de mirar por la ventana―. ¿Cómo es llamado este lugar otra vez?

―Mag Tuiredh ―le contesté, sent{ndome al lado de ella―. Y no lo sé.

Esperemos que no sea mucho tiempo.

―Con suerte ―convino Kenzie, murmurando con voz suave―. ¿Me pregunto

qué estará haciendo mi papá en estos momentos?

Con un rugido, el tren empezó a moverse, resoplando ruidosamente al

principio, luego tranquilamente mientras aumentaba la velocidad. Las luces del

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pueblo desaparecieron hasta que no podían ser vistas fuera de la ventana, pero

abajo, el lago era una extensión plateada y las estrellas brillaban por encima.

―Espero que Grimalkin lo haya hecho ―dijo Kenzie, su voz arrastrada y

agotada. Se desplazó contra la ventana, cruzando sus brazos―. ¿Crees que él

esté allí como dijo que estaría?

―¿Quién sabe? ―La vi intentar acomodarse durante unos segundos, luego se

deslizo por encima, cerrando la distancia entre nosotros―. Aquí ―ofrecí,

tirando de ella, su espalda contra mi hombro. Con todo lo que había hecho por

nosotros, lo menos que podía hacer era dejarla dormir.

Se inclinó hacia mí con un suspiro agradecido, filamentos suaves de cabello

cepillaban mi brazo.

―Yo no me preocuparía por el gato ―seguí, cambiando para darle una

posición m{s cómoda―. Si él lo hizo, él lo hizo. Si no, no hay nada que

podamos hacer al respecto.

Ella no dijo nada durante un rato, cerrando sus ojos y yo fingí mirar las sombras

fuera de la ventana, consiente de su cabeza en mi hombro, su delgada mano

sobre mi rodilla.

―Di caebab nty perna, lsento ―Kenzie murmuró sonando medio dormida.

―¿Qué?

―Dije, si te cae baba en tu pierna, lo siento ―repitió. Me reí ante eso, haciendo

que ella abriera un ojo.

―Oh, wow, el angustiado puede reír después de todo ―murmuró ella, un

rincón de su boca curvándose hacia arriba―. Tal vez deberíamos alertar a los

medios de comunicación.

Sonriendo, miré hacia abajo, dispuesto a dar una respuesta inteligente.

Y de repente, mi aliento estaba atrapado de lo cerca que estaban nuestros

rostros, sus labios a sólo algunos centímetros de los míos. Si bajaba la cabeza

solo un poco, podría besarla. Tenía su cabello rozando mi piel, filamentos

plumosos haciéndome cosquillas en el cuello, y los dedos en mi pierna eran

muy cálidos. Kenzie no se movió, continuo mirándome con una leve sonrisa.

Me pregunté si ella sabía lo que estaba haciendo, o si estaba esperando a ver lo

que yo iba a hacer.

Tragué saliva e incliné cuidadosamente mi cabeza hacia atrás, eliminando la

tentación.

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―Ve a dormir ―le dije. Ella gimió.

―Mandón. ―Pero cerró los ojos, y unos minutos m{s tarde, un suave ronquido

escapó de sus labios entreabiertos. Me crucé de brazos, apoyándome de nuevo,

y preparándome para un largo, paseo incómodo a Mag Tuiredh.

* * *

Cuando abrí los ojos, había luz, y el cielo a través de la ventana estaba moteado

con sol y nubes. Atontado, examiné el resto del vagón, preguntándome si algún

fey se había acercado sigilosamente a nosotros mientras yo estaba dormido,

pero al parecer todavía estábamos solos.

Mi cuello me dolía, y parte de mi pierna estaba adormecida. Me había quedado

dormido con la barbilla en el pecho, los brazos todavía cruzados. Empecé a

estirarme, pero me quedé helado. Kenzie estaba de alguna manera acurrucada

en el pequeño banco y estaba durmiendo con su cabeza en mi pierna.

Durante unos segundos, la observaba, el subir y bajar de su delgado cuerpo, el

sol cayendo sobre su rostro. Al verla así me llené de un sentimiento protector

feroz, un deseo casi doloroso de mantenerla a salvo. Ella murmuró algo y se

movió más cerca, y yo me agaché, cepillando el cabello de su mejilla.

Al darme cuenta de lo que estaba haciendo, saqué mi mano de regreso,

apretando los puños. Maldita sea, ¿qué me estaba pasando? No podía estar

cayendo por esta chica. Era peligroso para ambos. Cuando regresáramos al

mundo mortal, Kenzie volvería a su vieja vida y con sus viejos amigos y su

familia, y yo haría lo mismo. Ella no necesitaba alguien como yo a su alrededor,

alguien que atrae el caos y la miseria, que no puede permanecer fuera de

problemas sin importar lo mucho que lo intente.

Yo ya había arruinado la vida de una niña. No lo haría de nuevo. Incluso si

tuviera que hacer que me odiara, no le haría a Kenzie lo que le había hecho a

Sam.

―Oye ―le dije, empujando su hombro―. Despierta.

Ella gimió, encorvando los hombros contra de mi insistencia.

―Dos minutos m{s mam{. ―Estaba diciendo, pero me deslicé fuera de ella,

dejando que su cabeza golpeara a la banca―. ¡Ay! ―gritó ella, sent{ndose y

frot{ndose su cr{neo―. ¿Qué demonios, Ethan?

Asentí con la cabeza por la ventana, haciendo caso omiso de la punzada

inmediata de remordimiento.

―Estamos casi allí.

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Kenzie todavía me frunció el ceño, pero cuando miró por el cristal, sus ojos se

agrandaron.

Mag Tuiredh. La Corte de Hierro. Yo nunca había estado allí, nunca lo había

visto. Sólo había aprendido de la ciudad por historias, rumores que había oído

durante años existiendo entre los feys.

Meghan misma nunca me había dicho dónde vivía y gobernaba, aunque se lo

había preguntado incontables veces antes de que ella desapareciera. Ella no

quería que yo lo supiera, para imaginarlo, para poner ideas en mi cabeza que

podrían llevarme allí, en busca de ella.

Me lo había imaginado, por supuesto. Pero como una fea monstruosidad, las

imágenes estaban manchadas por la memoria de una austera torre negra en el

centro de un desierto maldito. La ciudad al final de las vías del tren era

totalmente diferente.

Era viejo, incluso desde esta distancia, podía verlo. Las paredes de piedra y

techos cubiertos de musgo, vides en espiral alrededor de todo.

Los árboles empujando hacia arriba a través de rocas, raíces cubiertas

enroscándose en torno a las piedras. Algunos de los edificios eran enormes,

tremendamente enormes.

No tan extensos como para parecer que fueron construidos por una raza de

gigantes.

Pero la ciudad brillaba, también. Luz de sol se reflejaba en las agujas de metal,

luces brillaban en la niebla y el vapor, ventanas de cristal tomaban a los débiles

rayos y los reflejaban de nuevo en el cielo. Me recordó a una ciudad en

construcción, con torres de metal liso elevándose entre edificios antiguos

cubiertos de vides y musgo. Y por encima de todo, brillaban agujas punzantes

en las nubes, la silueta de un enorme castillo estaba orgullosa e imponente

sobre Mag Tuiredh, como una montaña brillante.

La casa de la Reina de Hierro.

* * *

El tren llegó con un silbido, un ruido seco y metálico, traqueteando se detuvo

en la estación.

Mirando por la ventana, Entrecerré los ojos. Había muchos más feys de Hierro

aquí que en el pequeño pueblo fronterizo en el lago, una gran cantidad de

guardias y hadas en armadura. Caballeros con el símbolo de un gran árbol de

hierro en sus pechos de plata estaban en posición de firme o vagando por las

calles de dos en dos, manteniendo un ojo en la población.

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―¿Y bien? ―dijo una voz familiar desde detr{s de nosotros, y se movió a

nuestro alrededor. ―Grimalkin se sentó en el banco frente a nosotros, nos

miraba con pereza―. ¿Es que ustedes sólo van a sentarse allí hasta que el tren

empiece a moverse otra vez?

―¿A dónde vamos desde aquí? ―preguntó Kenzie, mirando por la ventana―.

Supongo que no podemos parar un taxi, ¿no?

Grimalkin suspiró.

―De esta manera ―dijo, caminando a lo largo del borde del banco antes de

caer al suelo―. Te llevaré al palacio de la Reina de Hierro.

El palacio, pensé, mientras seguíamos a Grimalkin por el pasillo hacia las

puertas delanteras. Sabía que el enorme castillo debía ser suyo. Era difícil

imaginar a Meghan viviendo en un palacio ahora. Debe ser agradable. Mejor que

una granja o una pequeña casa en las afueras, de todos modos.

Siguiendo a Grimalkin, pasamos a través de las puertas y caminamos

descendiendo en las calles brumosas de Mag Tuiredh.

Aparte de la multitud de hadas, era difícil creer que todavía estábamos en el

Nuncajamás. Mag Tuiredh me recordó un poco de la Inglaterra victoriana, la

versión punk vaporosa. Las calles estaban empedradas y alineadas con

linternas parpadeantes en tonos de azul y verde. Los carros se situaban en el

borde de las aceras, tirados por extraños caballos mecánicos de metal brillante y

engranajes de cobre. Edificios llenaban las calles estrechas, algunos pedregosos

con vides enlazadas y góticos, otros decididamente más modernos. Tubos

surcando el cielo por lo alto, fugas de vapor que goteaban poco a poco en el

suelo en cortinas de encaje. Y, por supuesto, había feys de Hierro, mirándolos

parecían como si hubieran salido directamente de una pesadilla de alquimista.

Ellos nos miraban como si nosotros fuéramos la pesadilla, los monstruos,

observando y susurrando a medida que perdía a Grimalkin a través de los

caminos de adoquines. El gato era casi invisible en la neblina y vapor que caía,

tan difícil de vislumbrar como una sombra en el Wyldwood. Mantuve un

estrecho control sobre mis armas, mirando hacia atrás a cualquier fey que me

diera una mirada divertida. Estábamos aún más visibles aquí de lo que

habíamos estado en el pueblo fronterizo. Tenía la esperanza de poder llegar a

Meghan antes de que nadie se acercara a desafiar a los dos humanos paseando

por el centro de la capital Faery.

Sí, eso no iba a suceder.

Al pasar bajo un arco de piedra, resonaron pasos metálicos y un escuadrón de

caballeros fey se acercó a bloquear nuestro camino.

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Armas desenfundadas nos rodeaban, un anillo de acero rígido, su rostro frío y

duro bajo sus cascos. Tiré de Kenzie cerca, tratando de mantenerla detrás mí,

balanceando mis armas en una postura defensiva. Grimalkin, me di cuenta,

había desaparecido, y lo maldije quedamente. Feys se reunieron detrás de los

caballeros, mirando y murmurando, mientras la tensión aumentaba y la

violencia implícita colgaba gruesa en el aire.

―Humanos. ―Un caballero dio un paso adelante, señal{ndome con su espada.

Tenía una cara afilada, orejas puntiagudas y cubiertas de pies a cabeza con

armaduras de plata. Su expresión debajo del casco abierto era decididamente

hostil―. ¿Cómo te metiste en Mag Tuiredh? ¿Por qué est{s aquí?

―Estoy aquí para ver a la Reina de Hierro ―devolví, sin bajar mis armas,

aunque no tenía ni idea de lo que podía hacer contra tantos caballeros

acorazados. No pensaba que golpearlos con un par de palos de madera gruesa

lograría penetrar el acero. Sin mencionar, que tenían muy fuertes espadas y

lanzas, todo apuntando en nuestra dirección―. No quiero problemas. Sólo

quiero hablar con Meghan. Si le dices que estoy aquí.

Un murmullo enojado pasó por las filas de feys.

―No se puede entrar en el palacio y debes solicitar una audiencia con la reina,

mortal ―dijo el caballero hinch{ndose indignado―. ¿Quién eres, para exigir

tales cosas, para hablar como si la conocieras? ―Él apuntó con su espada en mi

garganta antes de que pudiera responder―. Ahora entréguense, intrusos. Los

vamos a llevar con el Primer Lugarteniente. Él decidirá su destino.

―¡Alto! ―Ordenó una voz, y los caballeros se enderezaron de inmediato. Las

filas se abrieron, y un fey vino a través, mirando hacia ellos. En vez de

armadura, llevaba un uniforme de color negro y gris, la silueta del mismo árbol

de hierro en su hombro. Su puntiagudo cabello negro erizado como las plumas

de un puerco espín, y los cordones de neón de relámpago, vaciló y se colocó

entre ellos.

Al entrar en el círculo, él asintió con la cabeza hacia mí en una demostración

genuina de respeto, antes de volverse al caballero. Ojos violetas brillaban

cuando él lo miró.

―¿Qué significa esto?

―¡Primer Lugarteniente! ―El caballero giró bruscamente la atención mientras

que el resto de los caballeros hicieron lo mismo―. ¡Señor! Hemos detenido

estos dos intrusos mortales. Ellos estaban en camino al palacio, diciendo que

deseaban una audiencia con la Reina de Hierro. Pensamos que sería mejor si se

los llevábamos. El chico afirma conocerla<

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―¡Por supuesto que sí! ―Exclamó el hada con el ceño fruncido, y el caballero

palideció―. Sé quién es, aunque es evidente que tú no.

―¿Señor?

―Inclínense ―dijo el Primer Lugarteniente, y alzó la voz, dirigiéndose a todos

los feys que estaban viendo el pequeño espect{culo―. Todos ustedes,

¡Inclínense! ¡Inclínate ante tu príncipe!

Uh<

¡¿Qué?!

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El Príncipe de Hierro

Traducido por Sisabel1320 Corregido por Xiamara

―¿Príncipe?

Podía sentir la mirada incrédula de Kenzie como la de todos los feys que nos

rodeaban, caballeros, civiles y guardias por igual, bajaron sus cabezas y se

doblaron por la cintura o se hundieron en sus rodillas. Incluyendo el Primer

Lugarteniente, que puso un puño sobre su corazón cuando se inclinó. Quería

decirles a todos que pararan, que no se molestaran, pero ya era demasiado

tarde.

Oh, genial. Ya puedo oír las preguntas que esto va a provocar.

―Príncipe Ethan ―dijo el Lugarteniente, enderezándose de nuevo. Los

caballeros enfundaron sus armas, deslumbramiento en unos pocos, el

acorazado fey rápidamente dispersó a la multitud―. Esto es una sorpresa. Por

favor, disculpe a mis guardias. No lo estábamos esperando. ¿Has venido a ver a

tu hermana?

―¿Hermana? ―Kenzie hizo eco detrás de mí, su voz subió varias octavas.

Resistí el impulso de gemir.

―Es... Glitch, ¿no? ―le pregunté, arrastrando el nombre de mi memoria. Glitch

fue algo así como una leyenda incluso en el mundo real, el fey de Hierro

rebelde que se había unido con Meghan en la derrota del rey falso.

Lo había visto una o dos veces en el pasado, dando vueltas por la casa como un

guardaespaldas preocupado cuando Meghan fue de visita. No me importaba

tanto su presencia, era otra figura a la que odiaba, otro fey que a veces esperaba

en las sombras a que su reina regresara, que nunca llegó a la casa. Él era una

leyenda, también, más aún que Glitch, como uno de los tres que habían tomado

al rey falso y detenido la guerra. También fue el único fey normal (además de

Grimalkin, al parecer) que podía sobrevivir en el Reino de Hierro.

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Los rumores de cómo había logrado tal imposible tarea eran largos y variados,

pero la razón detrás de ella era siempre la misma.

Debido a que se había enamorado de la Reina de Hierro y haría cualquier cosa

para estar con ella.

Incluyendo llevarla lejos de su familia, pensé mientras la ira vieja y familiar se

difundía a través de mi pecho. Incluso asegurándose de que ella nunca saliera de

Faery. Es por tu culpa que ella se quedó, y es lo por tu culpa que ella se ha ido. Si no

hubiera aparecido esa noche para llevársela de nuevo, ella todavía estaría en el mundo

real.

Pero Glitch todavía estaba esperando una respuesta y probablemente no le

gustarían mis sentimientos con respecto a su jefe.

―Sí, vine a ver a Meghan ―dije, encogiéndome de hombros―. Lo siento, no

pude llamar con anticipación. Probablemente ella no sabe que estoy aquí.

Glitch asintió.

―Voy a informar a su majestad de inmediato. Si usted y su... amiga ―el

Lugarteniente fey miró a Kenzie―, vienen conmigo, los llevaré a la Reina de

Hierro.

Hizo un gesto para que lo siguiéramos, y nos llevó por los caminos de

adoquines mientras multitudes de feys de hierro se separaron para nosotros,

haciendo una reverencia a nuestro paso. Los caballeros cayeron en fila detrás de

nosotros, haciendo eco a través de las calles. Traté de hacer caso omiso de ellos

y la forma en que mi estómago se retorcía con cada paso que nos acercaba al

palacio y a la Reina de Hierro.

―Si no es mucho preguntar, señor ―continuó Glitch, mirando hacia atrás. Sus

ojos morados nos miraban con evaluadora curiosidad―. ¿Cómo cruzaron desde

el mundo de los mortales?

―Por mí ―ronroneó una conocida voz y Grimalkin apareció, caminando a lo

largo del borde de una pared de piedra. Glitch miró hacia arriba y suspiró.

―Hola de nuevo, gato ―dijo él, sin sonar completamente satisfecho―. ¿Por

qué no estoy sorprendido de ver tu participación? ¿Qué has estado tramando

últimamente?

El gato muy deliberadamente ignoro la pregunta, fingiendo estar ocupado con

las pequeñas polillas brillantes que revoloteaban en torno a las farolas. Glitch

negó con la cabeza, haciendo que su iluminado cabello parpadeara, pero se

detuvo en una esquina y levantó el brazo.

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Un caballo y un carruaje se detuvieron, ambos viéndose decididamente

mecánicos, el cuerpo del caballo estaba hecho de engranajes de cobre

cambiantes y de metal brillante. El conductor de piel verde debajo de su abrigo

negro y blanco, inclinó su sombrero de copa a nosotros. El perro mecánico

sentado junto a él golpeó una cola robusta.

Grimalkin observó el transporte desde el muro de piedra y arrugó la nariz.

―Creo que voy a encontrar mi propia manera de ir al palacio ―indicó,

parpadeando de manera aburrida mientras me miraba―. Humano, por favor

trata de no meterte en problemas en la última etapa del viaje. Mag Tuiredh no

es un lugar tan grande para perderse. No me hagas tener que venir a buscarte

de nuevo.

La espalda de Glitch se erizó.

―Voy a asegurarme de que el príncipe llegue al palacio, cat sith ―espetó en

tono indignado―. Cualquier familiar de la Reina de Hierro en Mag Tuiredh se

convierte en mi principal prioridad. Él está perfectamente a salvo aquí, te lo

aseguro.

―Oh, bueno, si tú lo dices, Lugarteniente, entonces debe ser verdad. ―Con un

resoplido, el gato desapareció, dejándose caer de la pared y desapareciendo

medio saltando.

Suspirando, Glitch abrió la puerta y asintió con la cabeza para que subiéramos a

bordo, y Kenzie lo siguió mientras el Primer Lugarteniente la ayudó a subir los

escalones, entonces cerró la puerta detrás de nosotros.

―Voy a ir adelante y encontrarme con usted en el palacio ―nos dijo a través de

la ventana, y se apartó de la acera―. La reina será informada de su llegada de

inmediato. Bienvenido a Mag Tuiredh, príncipe Ethan.

Se inclinó una vez más, y el carruaje empezó a moverse, quitando su figura de

la vista. Miré por la ventana, observando la ciudad de Mag Tuiredh

desplazarse, sentí la mirada penetrante de Kenzie en mi espalda. Lo sabía. No

pasaría mucho tiempo antes de que comenzara a hacer preguntas, y no me

equivoqué.

―¿Príncipe? ―dijo ella en voz baja, cerré mis ojos―. ¿Tú eres el príncipe de

este lugar? Nunca me lo dijiste.

Suspiré, volviendo a encontrarme con su desconcertada, acusadora mirada.

―No pensé que fuera importante.

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―¿No es importante? ―Los ojos de Kenzie estaban desorbitados, y alzó las

manos―. Ethan, eres un maldito príncipe de Faeryland, ¿y no creías que fuera

importante?

―No soy un príncipe real ―insistí―. No es como tú piensas. No soy parte de

Faery, sólo estoy... relacionado con la reina. ―Kenzie me miraba fijamente,

esperando, y me pasé los dedos por el cabello―. La Reina de Hierro... ―Suspiré

de nuevo y finalmente lo saqué―. Ella es mi media hermana, Meghan.

Su boca se abrió.

―¿Y no podrías haberlo mencionado antes?

―No, no quería hablar de eso. ―Me di la vuelta para mirar por la ventana de

nuevo. Mag Tuiredh parecía a la vez brillante y oscuro a la luz brumosa, un

reino resplandeciente de sombras y vapor, piedra y metal―. No he visto a

Meghan en años ―le dije con voz más silenciosa―. No sé más como es ella. Me

dijo que me alejara de ella, que estaba cortando mi familia entera fuera de su

vida. Viene con ser una reina fey, supongo. ―Escuché la amargura en mi voz y

me esforcé por controlarlo―. No quiero que me asocies con ellos... ―le dije a

Kenzie―. No de esa manera.

Kenzie guardó silencio durante un momento. Entonces:

―Así que... cuando fuiste secuestrado, y tu hermana fue al Nuncajamás para

rescatarte...

―Para resumir, ella se convirtió en la Reina de Hierro, sí.

―Y... tú los culpas por llevársela lejos. Es por eso que los odias.

Mi garganta se sentía sospechosamente apretada. Tragué saliva para abrirla.

―No ―gruñí, apretando el puño contra el alféizar de la ventana―. La culpo a

ella.

* * *

El palacio de la Reina de Hierro se elevó sobre el resto de los edificios de la

ciudad, una enorme estructura puntiaguda de vidrio, piedra y acero.

Banderas estampadas con el gran árbol de hierro ondeaban al viento, y el

camino hacia la puerta de entrada estaba flanqueado por enormes robles,

formando un túnel de ramas, hojas y luces. Era el más extraño castillo que había

visto alguna vez, no realmente antiguo o completamente moderno, pero estaba

atrapado en algún lugar entre los dos. Tenía torretas musgosas de piedra,

repletas con vides, pero también tenía torres de brillante cristal y acero,

captando la luz del sol mientras era apuñalada hacia el cielo. Un par de

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caballeros de hierro inclinaron sus cabezas mientras el carruaje avanzo a través

de la puerta en el patio, por lo que, al parecer nos estaban esperado.

Más allá de las puertas, el camino era un gran círculo de césped verde

sembrado con árboles de metal, las hojas y las ramas brillaban como oropel

cuando la luz era captada por ellos. Los muros de piedra del castillo se

levantaron a ambos lados, patrullados por más caballeros de hierro. Un

pequeño estanque estaba situado en el centro del patio, por lo que me pregunté

qué clase de peces nadaban por debajo de esas aguas. ¿Peces coloridos de

Hierro, tal vez? ¿Tortugas metálicas? Sonreí ante la idea.

Movimiento bajo uno de los árboles atrapó mi atención. Dos figuras

moviéndose en círculos, uno frente al otro bajo las ramas de un plateado pino,

un par de espadas sostenidas frente ellos. Uno de ellos era fácilmente

reconocible como un caballero de hierro, su armadura y enorme espada

relucían cuando se abalanzó sobre su oponente.

El otro combatiente era más pequeño, más ligero y no utilizaba ninguna

armadura mientras danzaba alrededor del caballero que era mucho más

grande. Él parecía de mi edad, con un brillante cabello plateado recogido en

una cola de caballo y una elegante hoja curva en su mano.

Y sabía cómo moverse. Largos años de ver a Guro Javier me hizo apreciar un

combatiente experto cuando vi uno. Este chico me recuerda a él: fluyendo, ágil

y con mortal precisión. El caballero se abalanzó sobre él, apuñalando a su

cabeza. Él se hizo a un lado, desarmando al caballero más rápido de lo que

pensaba, y apunto la hoja en su garganta.

Maldita sea. Él incluso podría ser más rápido que yo.

Cuando el carruaje resonó más allá de los combatientes, el muchacho tendió

una mano a su oponente y se volvió para mirarnos.

Los ojos bajo las cejas plateadas eran demasiado brillantes, una perforación de

hielo azul que hizo a mi piel erizarse. Él era un fey, y caballero, de eso estaba

seguro. No necesite ver las puntas de sus orejas puntiagudas para saberlo. Me

miró con una ligera sonrisa perpleja, hasta que el carruaje nos llevó alrededor

de una curva en el camino y él se perdió de vista.

Llegamos a las escaleras del palacio y se detuvo tambaleándose. Una pequeña

criatura con un rostro arrugado, llevando una enorme pila de basura en sus

hombros encorvados, estaba esperando con un escuadrón de caballeros

mientras el carruaje traqueteaba y gimoteó y, finalmente se calmó.

―Príncipe Ethan ―chilló mientras nosotros bajábamos del carruaje. Tenía un

acento extraño, como si el inglés no fuera su primer idioma―. Bienvenido a

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Mag Tuiredh. Mi nombre es Fix, y seré su escolta a la sala del trono. Por favor,

venga conmigo. La Reina de Hierro lo está esperando.

Mi estómago se revolvió, pero me trague mi nerviosismo y seguí a la criatura

cruzando la calle, subimos las escaleras y a través de las grandes puertas de

hierro hacia el palacio.

Las cosas se fueron al infierno a partir de ahí.

* * *

El castillo de Meghan era bastante impresionante, incluso tuve que admitirlo.

Estaba esperando que fuera viejo y un poco descuidado en el interior, pero el

interior era luminoso y alegre y muy moderno. A pesar de que tenía algunas

características extrañas que te recordaban que esto todavía era Faery, no

importa qué. El pasillo de árboles, por ejemplo, con bombillas incandescentes

iluminando el camino a través de las ramas de metal. Y los ratones de

computadora que corrían por los suelos en diminutos pies rojos, perseguidos

por los gremlins y sabuesos mecánicos. Una de las paredes estaba cubierta con

enorme latón y engranajes de cobre que, por lo que pude ver, no servía para

nada excepto para llenar el aire con ensordecedores crujidos y gemidos,

crujidos y tictacs.

Kenzie se quedó cerca de mí, ya que siguió al fey de hierro a través de los

pasillos, pero no podía dejar de mirar lo que nos rodeaba, con los ojos

desorbitados por el asombro. Me negué a ser tan cautivado, mirando a las

hadas de Hierro que nos pasaba en los pasillos, tratando de mantener un

registro de las direcciones en este lugar enorme. Fix finalmente nos condujo por

un largo, iluminado pasillo, donde Glitch se inclinó hacia mí, mientras nosotros

caminamos hacia él en el pasillo.

Un par de enormes puertas arqueadas se situaban en el final del pasillo,

flanqueadas en todos lados por caballeros con armadura.

―Esta es la habitación del trono de la reina ―nos explicó Fix mientras nos

detuvimos en la puerta―. Ella y el príncipe consorte lo están esperando. ¿Está

usted listo?

Mis palmas se sentían húmedas, mi estómago dando volteretas. Asentí con la

cabeza, y Fix empujó ambas puertas abiertas a la vez.

Una enorme habitación como una catedral nos recibió mientras atravesábamos

el marco.

Pilares decorativos, torcidos con las vides y columnas de pequeñas luces, se

dispararon hasta un techo abovedado de cristal que dejaba ver el sol y el cielo.

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Nuestros pasos resonaban en la vacía cámara mientras seguíamos al guía hacia

abajo a la franja de alfombra roja. La habitación era obviamente utilizada para

grandes reuniones, pero a excepción de mí, Kenzie y Fix, el suelo parecía vacío.

Un trono grande de metal estaba de pie en un estrado al final de la sala, y me di

cuenta de que Grimalkin estaba sentado en la esquina de un escalón,

calmadamente lamiéndose una pata. Rodando mis ojos, miré hacia arriba al

propio trono.

Y... allí estaba ella. No se sentaba en el trono, pero estaba de pie junto a él, sus

dedos descansando ligeramente sobre el brazo.

Mi hermana, Meghan Chase. La Reina de Hierro.

Ella se veía exactamente como la recordaba.

A pesar de que habían pasado años desde que la había visto por última vez, y

entonces ella había sido más alta que yo, todavía tenía el mismo largo, cabello

claro, los mismos ojos azules. Incluso llevaba unos vaqueros y una camisa

blanca, al igual que cuando había vivido en casa.

Nada había cambiado. Esta Meghan podría ser la misma chica que me había

rescatado de la torre de Machina, hace trece años.

Me dolía la garganta, y una inundación de emociones confusas hizo que mi

estómago se sintiera apretado. No sabía lo que le iba a decir a mi hermana

ahora que finalmente estaba aquí. ¿Por qué nos dejaste? ¿Por qué no volvimos a

verte más? Preguntas inútiles. Ya sabía las respuestas, por mucho que las odiara.

―Ethan. ―Su voz, tan familiar, fluyó a través de la habitación y me atrajo hacia

delante como si yo fuera un niño pequeño una vez más. Meghan me sonrió, y

los temores que tenía de que ella había cambiado, que sería una reina hada un

poco distante, desaparecieron en un instante. Caminando desde el estrado, se

acercó y, sin dudarlo, tiro de mí en un fuerte abrazo.

La presa se rompió. La abracé con fuerza, haciendo caso omiso de todos los

demás en la habitación, sin importarme lo que ellos pensaran. Esta era Meghan,

la misma Meghan que tenía que cuidarme, que había entrado en el Nuncajamás

para traerme a casa. Y a pesar de mi ira, a pesar de todos los oscuros momentos

en los que pensé que la odiaba, seguía siendo mi hermana.

Vuelve a casa, quería decirle, sabiendo que era inútil. Mamá y papá te extrañan. No

es lo mismo desde que te fuiste. Y estoy cansado de fingir que estás muerta, que no tengo

una hermana. ¿Por qué siempre los elijes en vez de a mí?

No podía decir nada de esas cosas, por supuesto. Había tratado, cuando era

más joven, de conseguir que se quedara, o que nos visitara por lo menos más a

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menudo. Nunca había funcionado, no importaba lo mucho que le rogara,

suplicara o llorara, ella siempre desaparecía de nuevo en el Nuncajamás,

dejándonos atrás. Sabía que nunca abandonaría a su reino, ni siquiera por su

familia. Ni siquiera por mí.

Meghan se echó hacia atrás, sonriendo, sosteniéndome con el brazo extendido.

Me di cuenta con una extraña emoción que yo era más alto que ella. Una

extraña sensación, la última vez que había visto a mi hermana, ella tenía varios

centímetros más que yo. Realmente había pasado mucho tiempo.

―Ethan ―dijo de nuevo, con un innegable afecto e instantáneamente me sentí

culpable por pensar lo peor de ella―. Es bueno poder verte. ―Levantó una

mano, sacudiéndome el cabello de mis ojos―. Dios, te has vuelto tan alto.

Le sostuve la mirada.

―Y tú no has cambiado nada.

La culpa cruzó su cara, sólo por un momento.

―Oh ―ella susurró―. Te sorprendería.

No sabía lo que quería decir con eso, pero mi estómago se retorció. Meghan era

inmortal ahora, me recordé. Tenía el mismo aspecto, pero quién sabía lo que

había hecho desde el momento en que había sido la Reina de Hierro.

―No importa ―continuó Meghan, su expresión cambió a preocupado

desconcierto―. ¿Por qué estás aquí, Ethan? Grim me dijo estabas en el Reino de

Hierro, que habías usado su token. ¿Hay algo mal en casa? ―Sus dedos se

apretaron en mis brazos―. ¿Est{n bien mamá y Luke?

Asentí con la cabeza.

―Están bien ―le dije, liberándome y dando un paso atrás―. Al menos, estaban

bien cuando me fui.

―¿Cuánto tiempo hace de eso?

―¿Alrededor de dos días? ¿Tiempo faery? ―Me encogí de hombros, y asentí

con la cabeza hacia la masa de piel gris en el estrado―. Pregúntale. El gato nos

tenía pisoteando todo el Wyldwood. No sabría cuánto tiempo ha pasado en el

mundo real.

―Ellos probablemente están muy preocupados. ―Meghan suspiró, y me dio

una mirada severa, luego pareció darse cuenta de Kenzie merodeando detrás de

mí. Ella parpadeó, y su frente se frunció―. Y trajiste a alguien contigo. ―Le

hizo señas a Kenzie que avanzara hacia adelante―. ¿Quién es ella?

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―Kenzie ―respondí mientras la chica dio un paso alrededor de mí y se dejó

caer en una torpe reverencia―. Mackenzie St. James. Es una de mis compañeras

de clase.

―Ya veo. ―Capté el disgusto en su voz, no dirigido a Kenzie, pero a que yo

trajera a alguien al Nuncajamás, tal vez―. ¿Y sabía algo sobre nosotros antes de

que la trajeras a este mundo?

―Sí, claro ―dije rotundamente―. Hablo de ver hadas invisibles todos los días,

a quien quiera escuchar. Eso siempre va tan bien.

Meghan ignoró el pinchazo.

―¿Está todo bien? ―le preguntó ella a Kenzie, su voz gentil―. Sé que es mucho

para asimilar. Yo estaba sobre tu edad cuando vine aquí por primera vez, y

fue... interesante, por decir menos. ―Ella le dio una sonrisa simpática―. ¿Cómo

lo estás llevando?

―Yo estoy bien, Su... eh... su majestad ―dijo Kenzie, y sacudió su pulgar en mi

dirección―. Ethan me dio una especie de curso intensivo de introducción de

todo Faery. Sigo esperando a ver si me despierto o no.

―Vamos a llevarte a casa pronto ―prometió Meghan, y se volvió hacia mí―.

Asumo que esta visita no fue sólo para decir ”hola”, Ethan, ―dijo con voz más

firme―. Ese token se suponía que era para utilizarse sólo en situaciones de

emergencia. ¿Qué está pasando?

―Ojalá lo supiera. ―Me crucé de brazos a la defensiva―. No quería venir aquí.

Hubiera sido completamente feliz de nunca ver este lugar de nuevo. ―Hice una

pausa para ver si mis palabras le afectaban. A excepción de un ligero

endurecimiento de sus ojos, su expresión seguía siendo la misma―. Pero hay

un montón de feys espeluznantes tendidos alrededor del mundo real que nunca

he visto antes, y en realidad no me dieron otra opción.

―¿Qué quieres decir con que no te dieron una elección?

―Quiero decir que secuestraron a un amigo mío, un medio-phouka, directo

desde la escuela, en plena luz del día. Y cuando traté de encontrarlo, ellos

vinieron detrás de nosotros. Kenzie y yo.

Los ojos Meghan se estrecharon, y el aire a su alrededor se quedó inmóvil, como

el cielo antes de una tormenta. De repente podía sentir el poder parpadear

alrededor de la Reina de Hierro, al igual que hilos invisibles de un rayo,

haciendo a los pelos en mi cuello levantarse. Me estremecí y di un paso atrás,

resistiendo el impulso de frotar mis brazos.

En ese instante, sabía exactamente cómo ella había cambiado.

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Sin embargo, la llamarada de energía se calmó, y la voz de Meghan se mantuvo

tranquila mientras continuó.

―Así que, viniste aquí ―continuó, mirando desde mí a Kenzie y de vuelta

nuevamente―. Para escapar de ellos.

Asentí con la cabeza temblorosa.

La Reina de Hierro me miró fijamente, pensando.

―Y tú dijiste que eran un tipo de fey que nunca habías visto antes ―preguntó,

y asentí con la cabeza otra vez―. Una especie nueva, ¿como los feys de Hierro?

―No. No como los feys de Hierro. Estas cosas son... diferentes. Es difícil de

explicar. ―Recordé aquella noche en el dojo, los fantasmas, hadas

transparentes, la forma en que habían parpadeado dentro y fuera, como si no

pudieran aferrarse a la realidad―. No sé lo que son ellos, pero creo que podrían

estar secuestrando exiliados y mestizos. ―Recordé la piskie muerta, y mi

estómago se revolvió. Todd ya podría haber desaparecido―. Una dríada me

contó que todos los feys locales están desapareciendo. Algo está pasando, pero

no sé lo que quieren. Ni siquiera sé lo que son.

―¿Y estás seguro de esto?

―Estas cosas trataron de matarme un par de días atrás. Sí, estoy seguro.

―Está bien ―dijo Meghan, volviéndose a mí―. Si dices que los has visto, te

creo. Voy a llamar a una reunión con Verano e Invierno, les diré que podría ser

un nuevo grupo de feys en aumento. Si estos feys están acabando con los

exiliados y los mestizos, podría ser sólo cuestión de tiempo antes de que ellos

empiecen a ver hacia Nuncajamás.

Ella caminó de regreso a su trono, pensando profundamente.

―Mab y Oberon serán escépticos, por supuesto ―dijo en una voz mitad

cansada, mitad exasperada―. Ellos van a querer una prueba antes de actuar en

nada.

―¿Qué pasa con Todd? ―le pregunté. Ella se volvió con una mirada de

disculpa.

―Voy a poner antenas en el reino mortal ―ofreció―, los gremlins o elfos

hackers pueden convertir cualquier cosa arriba. Pero mi primera

responsabilidad es mi reino, Ethan. Y tú.

No me gustaba hacia donde iba esto. No sonaba como si fuera a intentar

terriblemente encontrar a Todd, ¿y por qué iba a hacerlo? Ella era una reina que

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acababa de ser informada de que su reino entero pronto podía ser amenazado.

La vida de un solo mestizo no era una enorme prioridad.

Meghan miró a Kenzie, que parecía confundida pero todavía seguía adelante lo

mejor que podía.

―Voy a tener a alguien que te lleve a tu casa ―dijo ella amablemente―. Lo

siento, has tenido que pasar por todo esto. Tú debes tener en cuenta también

que el tiempo en el Nuncajamás fluye de manera diferente que el tiempo en el

reino mortal, lo que significa que probablemente has estado desaparecida desde

hace varios días.

―Correcto ―dijo Kenzie, un poco sin aliento―. Así que voy a tener que

inventar una historia realmente buena para cuando llegue a casa. No pienses

que “atrapada en el país de las hadas” va a pasar bien.

―Es mejor que la alternativa ―le dije―. Por lo menos puedes mentir y ellos te

creerán. Después de esto, mis padres no van a dejarme salir de la casa hasta que

tenga treinta.

Meghan me dio una sonrisa triste.

―Voy a enviar a alguien a explicar lo que pasó ―dijo, y mi nerviosismo

aumento―. Pero Ethan, no puedo dejarte ir casa todavía. Hasta que sepamos lo

que está pasando, tengo que pedirte que te quedes aquí, en Mag Tuiredh.

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Keirran

Traducido por milu1054 Corregido por Xiamara

―¡A la mierda eso!

Miré con furia a Meghan, sintiendo que los muros de la Corte de Hierro se

cerraban. Ella me miro tristemente, aunque su posición y la mirada de

determinación en su rostro no cambio.

―Ni lo pienses ―dije―. Olvídalo. No puedes dejarme aquí. ¡Debo regresar a

casa! Debo encontrar a Todd. Y ver si mamá y papá están bien. Lo dijiste tú

misma, ellos probablemente se están volviendo locos ahora mismo.

―Enviaré a alguien a explicar lo que está pasando ―dijo Meghan de nuevo, su

voz y su expresión inflexibles―. Iré yo misma, si debo hacerlo. Pero no puedo

mandarte a casa ahora mismo Ethan. No cuando algo allá afuera está tratando

de matarte.

―¡Estoy bien! ―protesté, sintiéndome de alguna manera como un bebé grande

de nuevo, peleando por permanecer una hora más despierto―. Maldición, no

tengo cuatro años de nuevo, Meghan. Puedo cuidarme yo solo.

La mirada de Meghan se endureció. Dando zancadas hacia mí, se extendió y

levanto mi manga revelando las asquerosas, sangrantes bandas que envolvían

mi brazo. Di un paso atrás, frunciendo el ceño, pero era demasiado tarde.

―No eres invencible como piensas, hermanito ―dijo Meghan firmemente―. Y

no pondré a mamá y Luke en esta situación de nuevo. Ellos han atravesado por

mucho. Puedo como mínimo decirles que estarás a salvo y en casa pronto. Por

favor entiende, no quiero hacerte esto, Ethan. Pero no puedes irte todavía.

―Trata de detenerme ―gruñí, y girándome, traté de salir de la habitación del

trono. Un movimiento estúpido, pero mi ira, contra mí, contra lo fey, contra el

Nuncajamás, contra todo, hizo aparecer nuevas fuerzas, y no estaba pensando

racionalmente―. Encontraré mi propio camino a casa.

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No logré salir de la habitación.

Una figura se movió fuera de las sombras en el rincón, parado en frente de la

puerta, una puntiaguda silueta contra la luz. Se movió como la misma

oscuridad, silencioso y delicado, revestido de negro, sus ojos relucieron plata

mientras bloqueaba mi salida. No lo había notado hasta ahora, pero tan pronto

como apareció, mi estómago se contrajo lleno de odio y la sangre rugió en mis

oídos. Un recuerdo parpadeo en mi mente: un lugar a la luz de la luna y

sombras, yo sentado en el sofá con Meghan y mi madre mientras la puerta

lentamente se abría, vertiendo su sombra a través del suelo. De este faery,

metiéndose en la habitación, sus ojos sólo para mi hermana. Él dijo que ya era

tiempo; hablando de negocios y promesas, y Meghan no se resistió. Ella lo

siguió fuera de la puerta y entró en la noche, y desde ese momento nada fue lo

mismo.

Tomé un profundo aliento, tratando de calmar mis manos que temblaban.

¿Cuantas noches en kali imaginaba pelear con este demonio, tomando mi puño

y destrozando su inhumanamente lindo rostro, o apuñalándolo repetidamente

con mi cuchillo? Fantasías salvajes, aunque no tendría una sola oportunidad

contra alguien como él, aún me daba cuenta. Y sabía que Meghan< se

preocupaba por él. Lo amaba, es más. Pero este era el hada responsable del

estado de nuestra triste familia rota. Si él no hubiera venido a nuestra casa esa

noche, Meghan seguiría estando en casa.

Levanté mis armas y hablé a través de mis dientes rechinando.

―Fuera. Vete al infierno. Fuera de mi camino, Ash.

El oscuro fey no se movió.

―Me odias, puedo entenderlo ―dijo Ash, su voz baja y cortante―. Pero estás

siendo irracional. Meghan solo está tratando de mantenerte a salvo.

Rabia y frustración aumentando, trece años de dolor, miedo e ira, todo

reventando de una vez.

―Tú sabes, ¡no recuerdo habérselo pedido! ―Estaba furioso, sabiendo que

estaba fuera de control pero no me importaba―. ¿Dónde estaba ella cuando

crecí, cuando no podía dormir por que escuchaba hadas fuera de mi ventana?

¿Dónde estaba ella cuando ellos me seguían al autobús escolar, cuando me

persiguieron por la biblioteca y luego la incendiaron, tratando de asesinarme?

¿O cuando arruiné la vida de una chica, porque lo maldito fey no podía

detenerse y dejarme en paz? ¿Dónde estaba ella, Ash?

―Suficiente.

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Temblé, mirando hacia atrás. La voz de Meghan había cambiado. Estaba ahora

endurecida con autoridad, y la chica que me dio la cara cuando me giré ya no

era mi hermana. La Reina de Hierro estaba plantada allí, ojos azules

parpadeando ante el aura de poder que resplandecía a su alrededor.

―Es suficiente ―dijo ella de nuevo, tranquilamente, mientras la magia

parpadeaba y moría―. Ethan, lo siento, pero ya tomé mi decisión.

Permanecerás en la Corte de Hierro hasta que encontremos qué es lo que está

sucediendo afuera. Serás un invitado en el palacio, pero por favor no trates de

irte. ―Sus hombros decayeron de cansancio―. Esperemos que podamos

resolver esto rápidamente.

―¿Mantendrás a tu propio hermano como rehén? ―discutí―. ¿Contra su

voluntad?

―Si debo hacerlo. ―Meghan no se inmutó mientras me miraba fijamente,

solemne y amenazadora―. Puedes estar enojado conmigo todo lo que quieras,

Ethan. No te voy a perder.

Me burlé, bajando mis armas.

―Es un poco tarde, hermana. Me perdiste hace mucho tiempo, cuando

decidiste dejarnos.

Ese era un golpe bajo, dirigido a lastimarla, y me arrepentí tan pronto como lo

dije. Los labios de Meghan se apretaron, pero además de eso, no respondió.

Sentí un frío afilado en mi espalda, y me di cuenta de que estaba empujando a

Ash peligrosamente, al hablar a su reina de esa manera. Mi relación con

Meghan era lo único que lo abstenía de sacar su espada y demandar una

disculpa de mi parte.

Bien, pensé. ¿Qué se siente, Ash? ¿No ser capaz de hacer nada? ¿Solo ser forzado a ver

los eventos que se desarrollan a tu alrededor? Malditamente frustrante, ¿no?

La Reina de Hierro le dio la espalda al trono.

―Grimalkin ―dijo suavemente, y el gato levanto su cabeza desde el rincón en

donde estaba enrollado, parpadeando adormilado―. ¿Serás capaz de ir a la

casa Mackenzie? Sabes el camino, ¿cierto?

Mierda. Me olvidé de Kenzie. De nuevo. Qué pensará ella de todo esto, ¿de este

macabro drama familiar, y yo empeorándolo, atacando a todos a mi alrededor?

Dios, ella debe pensar que soy un absoluto fenómeno.

Grimalkin bostezó, pero antes de que pudiera replicar, Kenzie dio un paso

hacia adelante.

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―No ―dijo ella, y Meghan dio una mirada hacia atrás en sorpresa. Yo pestañeé

hacia ella también―. Me gustaría quedarme, por favor. Si Ethan no va casa,

entonces yo no me voy, tampoco.

―Kenzie, no tienes que quedarte ―murmuré, aunque la idea de su partida me

hizo comprender cuán solo estaba realmente―. Vete a casa. Estaré bien.

Ella negó con la cabeza.

―No, es parcialmente mi culpa que estemos aquí. No iré a ningún lado hasta

que podamos irnos juntos.

Quería discutir, pero al mismo tiempo, una parte de mí quería

desesperadamente que se quedara. Esa egoísta, pequeña parte no quería estar

sola, aun entre esos que se supone eran familia. Porque, aunque Meghan era mi

hermana, seguía siendo la Reina de Hierro, siendo fey, y yo era un humano

intruso en su mundo.

Meghan asintió.

―No te forzaré ―dijo, y me molestó que Kenzie pudiera decidir y yo no―.

Quédate si lo deseas< puede ser seguro para ti estar aquí de cualquier manera.

Aunque, no estoy segura cuándo será resuelto este problema. Podrás quedarte

con nosotros por algún tiempo.

―Está bien. ―Kenzie me miró y me dio una sonrisa de valentía―. Van a ser

varios días en el mundo real, ¿no?, podría ser bueno quedarme. Probablemente

no puedo enterrarme más profundo.

Ash se movió, deslizándose en el interior de la habitación para ponerse junto a

Meghan. Noté que la miraba con preocupación, como si ella fuera la única

persona en la habitación, la única presencia que le importara. Yo podía ser un

mosquito en la pared para lo que le importaba.

―Llamé a Glitch para que envié un mensaje a las otras Cortes ―dijo―. Con el

Elysium acercándose, debemos convocar esta reunión pronto.

Meghan asintió.

―Grimalkin ―llamó, y el gato se levantó, pestañeando perezosamente―.

¿Podrías mostrarles a Ethan y a Kenzie los cuartos de invitados por favor? Los

cuartos en el ala norte del jardín deben estar vacíos. Ethan< ―Sus ojos azul

claro se fijaron en mí, aunque lucían cansados y agotados ahora―. Por ahora,

solo quédate. Por favor. Hablaremos más tarde, lo prometo.

Me encogí de hombros, sin saber qué decir, y cuando el silencio se estrechó

entre nosotros, la reina asintió como despido. Seguimos a Grimalkin fuera de la

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habitación del trono y al interior del pasillo, donde los caballeros de hierro

estaban parados a lo largo del corredor. Miré hacia atrás, hacia mi hermana

mientras las puertas comenzaban a cerrase y la vi parada en el centro de la

habitación, una mano cubriendo su rostro. Ash la alcanzo, silenciosamente la

atrajo hacia él, y en ese momento las puertas chasquearon cerradas,

ocultándolos de la vista.

Eres realmente un imbécil, ¿no? Remordimiento y rabia apuñalando en cada parte

de mí. No has visto a Meghan en años, y cuando finalmente consigues hablar con ella,

¿qué haces? La insultas y tratas de hacerla sentir culpable. Sí, eso estuvo bien, Ethan.

Alejar a la gente es la única cosa que sabes hacer, ¿no es así? ¿Me pregunto qué debe

estar pensando Kenzie de ti ahora?

Arriesgué una mirada hacia ella mientras salíamos de los pasillos de la Corte de

Hierro. Duendecillos corrían de prisa por las paredes, riendo y haciendo que las

luces titilaran, y los caballeros de hierro permanecían plantados como estatuas

de metal cada treinta metros. Pude sentir sus ojos en nosotros mientras

pasábamos, además de las miradas fijas de los gremlins y cualquier otra

criatura de Hierro en el castillo. Si quería pasar desapercibido, iba a ser

imposible.

Kenzie me miro observándola y sonrió.

―Tu hermana parece agradable ―dijo mientras un gremlin giraba por una

esquina lentamente sin mirar atrás―. No es lo que estaba esperando. No

pensaba que fuera de nuestra edad.

Me encogí de hombros, agradecido por el cambio de tema, la oportunidad de

hablar de otra cosa además de lo que había pasado en la habitación del trono.

―No lo es. Bueno, técnicamente eso no es verdad. Supongo que lo es, pero<

―Me esforcé en explicarle―. Cuando la vi por última vez, varios años atrás,

lucía exactamente igual. Ella no envejece. Ninguno de ellos lo hace. Si yo vivo

cien años más, ella seguirá sin lucir más de dieciséis.

―Oh. ―Kenzie parpadeó. Una extraña expresión cruzando su rostro, la misma

apariencia que había visto en la cueva de Grimalkin; amable y entusiasmada,

cuando debería estar incrédula y aterrorizada―. Así que, ¿qué pasa con

nosotros?, si nos quedamos en el Nuncajamás, ¿pararemos de envejecer,

también?

Estreché mis ojos, sin gustarme este repentino interés o el pensamiento de

quedarme aquí. Pero Grimalkin, se detuvo en dos puertas situadas frente a

frente en el ancho pasillo, levantó la cabeza y bostezó.

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―No hasta el punto de que sean inmortales ―explicó, mirando

perezosamente―. Los humanos en Faery envejecen, pero a una velocidad

menor. Algunas veces incontables años pasan antes de que noten una señal de

deterioro. Algunas veces permanecen como infantes por siglos, y de pronto un

día simplemente se levantan viejos y marchitos. Es diferente para cada uno.

―Él bostezó de nuevo y se lamió una pata―. Pero no, humana. Lo mortales no

pueden vivir por siempre. Nada vive para siempre, ni siquiera una criatura

inmortal.

―Y no olvides que aquí el tiempo está loco ―agregué, frunciendo el ceño ante

la contradicción, pero ignorándolo―. Puedes estar un año en Faery e ir a casa y

encontrar que han pasado veinte años, o tal vez un siglo. No queremos estar

aquí más tiempo del que debemos.

―Relájate, Ethan. No estoy sugiriendo que nos tomemos unas vacaciones en

tierra salvaje. ―La voz de Kenzie era ligera, pero su mirada estaba

repentinamente lejos―. Estaba solo<soñando.

Grimalkin olfateo.

―Bien. Ahora, estoy aburrido.

Él se detuvo, curvando su cola sobre su espalda mientras se estiraba, y trotaba

bajando por el camino. Pero cuando iba a girar la esquina l desapareció de la

vista. Vi a los guardias parados muy cerca de “la habitación de invitados”, y el

resentimiento hirvió lentamente en mí.

―Adivino que estas son nuestras habitaciones, entonces ―dije, cruzando el

pasillo y empujando una puerta abierta. Esta se abrió para revelar una gran

habitación con una cama contra un muro, una chimenea en el otro y dos

gigantescas puertas que daban paso a un balcón externo―. Sofisticado

―murmuré, permitiendo que la puerta crujiera cerr{ndose―. La mejor celda en

la que he estado encerrado.

Kenzie no respondió. Seguía parada en el mismo lugar, mirando fijamente el

corredor donde Grimalkin había desaparecido, su expresión distante. Caminé

de regreso, pero ella no me miró.

―Oye. ―La alcance afuera y le toque el codo, y ella se sobresaltó―. ¿Estás

bien?

Ella tomo aliento y asintió.

―Sí ―dijo, un poco demasiado animada―. Estoy bien, solo cansada. ―Suspiró

mientras frotaba sus ojos―. Pienso que voy a caer un rato. Despiértame cuando

anuncien la cena o algo, ¿está bien?

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―Claro.

Mientras la miraba caminar hacia su habitación, asombro y culpa pinchaban en

mí, peleando una misma batalla en mi interior. Kenzie seguía aquí. ¿Por qué

seguía aquí? Podía haber ido a casa, de vuelta a su familia y amigos y a una

vida normal. De vuelta al mundo real. En vez de eso, había decidido

permanecer en esta loca, enredada pesadilla donde nada tenía sentido. Solo

esperaba que viviera para lamentarlo.

―Ethan ―dijo Kenzie al tiempo que se daba la vuelta. Miré hacia atrás y ella

sonrió desde el centro del pasillo―. Si necesitas hablar ―dijo suavemente―,

sobre cualquier cosa< aquí estoy. Estoy dispuesta a escuchar.

Mi corazón dio un extraño vuelco. Nunca nadie me había dicho eso, no con un

conocimiento real de en dónde se estaban metiendo. Oh, Kenzie. Desearía poder.

Desearía poder… decirte todo, pero no voy a hacerte esto. Entre menos sepas sobre Ellos,

y yo, será mejor.

―¿Para ser llorón? ―Resoplé, forzando una media sonrisa―. Muy generoso de

tu parte, pero pienso que estaré bien. Además, esta es otra forma de

engatusarme para sacarme una entrevista, ¿no?

―Maldición, soy tan predecible. ―Kenzie rodó sus ojos y empujó su puerta

abierta―. Bien, si cambias de idea, la oferta sigue en pie. Solo golpea primero,

¿Está bien?

Asentí, y su puerta se balanceo al cerrarla, dejándome solo en el corredor.

Por un momento, pensé en explorar el palacio, ver cómo lucía el hogar de mi

hermana, tal vez buscar posibles rutas de escape. Pero tenía el presentimiento

de que Meghan permanecía con un ojo sobre mí. Probablemente estaba

esperando que intentara hacer algo. Capturé la impasible mirada de un

caballero de Hierro, viéndome desde el final del pasillo, escuché a los gremlins

riéndose de mí desde el techo, y más resentimiento hirvió en mí. Ella no tenía el

derecho de mantenerme aquí, especialmente después de que fue quien nos

abandonó. No tenía que decidir en mi vida.

Pero ellos estaban viéndome, un reino entero de criaturas de Hierro,

asegurándose de que no fuera a hacer nada en contra de los deseos de su reina.

No quería un paquete de gremlins tras de mí a través del palacio, listos para

correr precipitadamente para avisar a Meghan. Y en realidad, estaba agotado. Si

iba a planear algo, debía estar despierto y alerta para hacerlo.

Ignorando los zumbidos y las risitas de los gremlins, abrí mi puerta de nuevo.

Afortunadamente, no me siguieron. La habitación se veía más grande desde

adentro, las ventanas bajas y las arqueadas puertas del balcón rellenaba el aire

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con luz solar. Di un rápido vistazo afuera, confirmando que el jardín estaba a

varios pisos de altura y tendría que trepar con magia, antes de estirarme en la

cama. Mi ratán cayó a la alfombra, y lo dejé allí, seguía estando a un fácil

alcance. Poniendo mis manos detrás de mi cabeza, mire fijamente sin expresión

hacia el techo.

¿Me pregunto qué estarán haciendo mamá y papá en este momento?, pensé, mirando

las líneas indefinidas de la cubierta, formando criaturas extrañas y rostros con

miradas lascivas. Probablemente me pondrán un brazalete en mi tobillo después de

esto. Me pregunto si ya llamaron a la policía, o si mamá sospechará que estoy aquí.

Recordé las últimas palabras que le dije a mamá, llenas de frustración y rabia, y

cerré mis ojos. Demonios, debo regresar al mundo real. Meghan no se esforzará en

buscar a Todd. Soy el único que tiene una oportunidad de encontrarlo. Pero no lo

conseguiría hoy. Más allá de esta habitación los feys de Hierro de Meghan

estarían vigilando cada uno de mis movimientos. Y no conocía ningún camino

desde la Corte de Hierro hacia el mundo real. Mis ojos se volvieron pesados, y

los rostros en el techo se hicieron borrosos y flotaron en la cubierta. Cerré mis

ojos, sintiéndome relativamente a salvo por primera vez desde que había

llegado al Nuncajamás, y me dejé ir.

* * *

Un apenas audible sonido de golpeteo hizo que me levantara.

La habitación estaba oscura. Luz plateada se filtraba por las ventanas, lanzando

grandes sombras sobre el suelo. Más allá del vidrio, el cielo estaba de un azul

crepúsculo, punteado de estrellas que destellaban como diamantes. Miré

alrededor borrosamente, advirtiendo que alguien había dejado una bandeja de

comida en la mesa de la pared opuesta. La luz de la luna resplandecía en las

plateadas cubiertas. Balanceándome fuera de la cama, froté mis ojos,

preguntándome qué me había despertado. Tal vez, sólo había sido una

prolongada pesadilla, o sólo imaginé que había escuchado un golpeteo de algo

contra la ventana<

Mirando a través del cristal, mi piel hormigueo, y alcancé mi ratán del lado de

la cama. Algo estaba agazapado en la barandilla del balcón, una silueta contra

el cielo, mirándome a través del vidrio con la luz de la luna centelleando sobre

él. Está destelló sobre su plateado cabello y lanzó su sombra a través del balcón

y al interior de la habitación. Vi el brillo de dos ojos reluciendo, el destello de

sus perfectamente blancos dientes mientras sonreía hacia mí.

Era la criatura del patio, el aristócrata que había estado practicando con el

caballero esta tarde. Estaba vestido con ropa suelta de color azul y blanco, con

una correa de cuero a través de su pecho, la empuñadura de una espada

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colgaba floja tras su hombro. Intensos ojos azules brillaron en la oscuridad

mientras él miraba a través del cristal y decía hola con la mano.

Agarrando mis armas, caminé hacia las puertas del balcón y las jalé para

abrirlas, dejando entrar la brisa y el fuerte olor a metal. La criatura seguía

agazapada en la barandilla del balcón, perfectamente equilibrado, sus codos

descansando en sus rodillas y una leve sonrisa en su rostro. El viento revolvió

su cabello, revelando las puntas de sus afiladas orejas sobresaliendo de su

cabeza. Levanté mi ratán y le di una dura sonrisa.

―Déjame adivinar ―dije, atravesando la puerta corrediza sobre el balcón―.

¿Escuchaste sobre el humano en el castillo, así que decidiste venir y divertirte

un poco? ¿Tal vez darle pesadillas o poner ciempiés en la funda de su

almohada?

El hada sonrió.

―Eso no sería muy amigable de mi parte ―dijo en una sorprendentemente

suave, clara voz―. Además pensé dejarme caer aquí para presentarme. ―Se

paró, fácilmente equilibrado en la rejilla, aún sonriendo―. Pero si me

imaginabas poniéndote ciempiés en tu cama, estoy seguro de que podría

conseguir unos pocos.

―No te molestes ―gruñí hacia él, estrechando mis ojos―. ¿Qué es lo que

quieres?

―¿Eres Ethan Chase, verdad? ¿El hermano de la reina?

―¿Quién pregunta?

El hada sacudió su cabeza.

―Ellos dijeron que eras agresivo. Veo que no estaban exagerando. ―Saltó

bajando la rejilla, aterrizando silenciosamente en el porche―. Mi nombre es

Keirran, ―continuó en una solemne voz―. Y tenía la esperanza de que

pudiéramos hablar.

―No tengo nada que decirte. ―La alarma se encendió. Si esta criatura venía a

proponerme un trato, estaba más allá de no estar interesado―. Déjame

ahorrarte tiempo ―continúe, mirándolo fijamente―. Si la siguiente frase que

sale de tu boca incluye las palabras trato, negocio, contrato, favor o algo de ese

orden, puedes irte ahora. No hago tratos con tu tipo.

―¿Aun si te ofreciera una manera de salir del Reino de Hierro? ¿De volver al

mundo mortal?

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Mi corazón saltó hacia mi garganta. Volver al mundo mortal. Si podía volver a

casa… si pudiera conseguir que Kenzie volviera a casa, y encontrar a Todd… Había

logrado todo por lo que vine aquí; al alertar a Meghan sobre la amenaza de estos nuevos

fey, y dudaba que ella fuera a ponerme en su círculo interno pronto, no con su

insistencia de mantenerme “a salvo”. Tenía que volver a casa. Si este faery conocía una

manera…

Sacudiendo mi cabeza, di un paso atrás. No. Las criaturas siempre ofrecen lo

que tú más quieres, y lo empacan en un bonito, destellante paquete, y esto

siempre venía a un alto, alto precio. Un precio demasiado alto.

―No ―dije demasiado alto, firmemente desterrando toda tentación de oírlo

ahora―. Olvídalo. Como digo, no hago tratos con tu gente. Por nada. No tengo

nada que ofrecerte, así que lárgate.

―Me estás malinterpretando. ―La criatura sonrió, levantando una mano―. No

estoy aquí para negociar, o hacer un acuerdo o trato, o algo como eso.

Simplemente conozco una manera de salir del Reino de Hierro. Y me estoy

ofreciendo a guiarte, libre de carga. Ninguna obligación, en absoluto.

No confié en él. Todo lo que sabía era que lo que me estaba diciendo era una

especie de trampa, o acertijo, o juego de palabras faery.

―¿Por qué harías eso? ―pregunté cautelosamente.

Él se encogió de hombros. Luciendo perfectamente como un fey, y saltando

sobre la rejilla de nuevo.

―¿En realidad? Más que todo porque estoy aburrido, y esto luce como una

buena razón para salir de aquí, más que nada. Además. ―Él sonrió, y sus ojos

relucieron con travesura―. ¿Estás buscando un mestizo, no? Tú dijiste que los

exiliados y los mestizos están desapareciendo del reino mortal. ―Estreché mis

ojos, y él hizo un gesto de calma―. Los gremlins hablan. Yo escucho. ¿Quieres

encontrar a tu amigo? Conozco a alguien que puede ser capaz de ayudarnos.

―¿Quién?

―Lo siento. ―Keirran cruzó sus brazos, aun sonriendo―. Te lo puedo decir

sólo hasta que estés de acuerdo en venir. Podrías ir a la reina de otro modo, y

eso lo echaría a perder. ―Él saltó sobre uno de los postes, con una gracia

inhumana, y sonrió hacia mí―. No es por presumir, pero soy una especie de

experto en entrar y salir de los lugares de manera invisible. Pero si vamos a ir,

debe ser pronto. Así que, ¿cuál es tu respuesta? ¿Vendrás, o no?

Esto me seguía pareciendo una mala idea. No confiaba en él, y a pesar de lo que

él decía, ningún faery hacía nada gratis. Aunque, quién sabía cuánto tiempo le

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tomaría a Meghan descubrir qué era lo que estaba pasando, ¿cuánto tiempo

hasta que me dejara ir? Podía no tener otra oportunidad.

―Está bien ―murmuré, mirándolo―. Confiaré en ti por ahora. Pero no dejaré a

Kenzie atrás. Ella vendrá con nosotros, no importa qué digas.

―Estoy plenamente de acuerdo. ―Su sonrisa se ensanchó, y se agachó en el

poste―. Te esperaré aquí.

Caminé hacia atrás, agarrando mi otro palo de debajo de la cama, y caminé

hacia la puerta, sintiendo sus penetrantes ojos en mí todo el camino.

Medio esperaba encontrar mi puerta con llave, a pesar de las promesas de

Meghan de que era un huésped en el palacio. Pero ésta se abrió fácilmente, y

me escurrí en el obscenamente brillante pasillo, iluminado por ardientes

linternas y candelabros metálicos. Los guardias seguían allí, pretendiendo no

notarme mientras cruzaba el pasillo hacia la habitación de Kenzie.

Su puerta estaba cerrada, pero cuando estaba levantando mis nudillos para

golpear, me detuve. Más allá de la madera, podía escuchar suaves ruidos

viniendo del interior. Suaves, ahogados, ruidos de sollozos. Preocupado, bajé la

mano y giré el picaporte. Su puerta estaba medio abierta, y ésta se balanceó

lentamente hacia adentro. Kenzie se sentó en la cama con su espalda hacia mí,

su cabeza inclinada, sus delicados hombros agitándose mientras lloraba contra

la almohada agarrando su pecho. Sus cortinas estaban recogidas, excepto por

una, y un delgado hilo de luz descansaba entre la grieta de la pendiente sobre

ella. Delineando el pequeño, agitado cuerpo.

―Kenzie. ―Rápidamente, cerré la puerta y cruce la habitación, yendo a

sentarme junto a ella―. ¿Estás bien? ―pregunté, sintiéndome completamente

estúpido y torpe. Claro que no estaba bien; estaba llorando, sus ojos aún contra

la almohada. Esperaba absolutamente escucharla decir que me fuera, o que

hiciera un comentario sarcástico que merecía totalmente. Pero se limpió los ojos

y tomó aliento, tratando de componerse.

―Sí ―susurró, apresuradamente frotando una palma contra sus mejillas―. Lo

siento. Estoy bien. Solo me siento un poco abrumada, adivino. Pienso que esto

finalmente me atrapó.

Note sus llaves ahora, destellando en el colchón, y una pequeña fotografía

enmarcada en el llavero plástico. Advirtiendo su permiso, lo tomé, haciendo

que las llaves titilaran suavemente, y examiné la foto. Kenzie y una pequeña

chica de cabello oscuro de tal vez diez años sonreía hacia mí, los rostros juntos.

El brazo de Kenzie estaba un poco levantado como si hubiera estado

sosteniendo una cámara en frente de ellas.

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―Mi hermana ―explico mientras le lanzaba una mirada―. Alex. O Alexandria.

No soy la única en mi familia con un nombre complicado. ―Ella sonrió, pero

pude ver que trataba de ser valiente, para no estallar en lágrimas de nuevo―.

Realmente, es mi hermanastra. Mi madre murió hace tres años y un año

después mi padre se volvió a casar. Yo< yo siempre quise una hermana<

―Sus ojos destellaron en la oscuridad, y su voz bajó de volumen―. Se supone

que iríamos a la casa del lago el siguiente fin de semana< Pero no sé qué está

pasando con ellos ahora. No sé si ellos estarán pensando que estoy muerta, o

secuestrada o si Alex est{ esperando que vaya a casa< ―Kenzie escondió la

cara de nuevo en la almohada, amortiguando sus lloriqueos, y no pude verla

más.

Soltando las llaves, me senté tras ella y la jale hacia mis brazos. Ella se inclinó

contra mí y yo la sostuve mientras lloraba. Maldición, aquí estaba de nuevo,

pensando solo en mí. ¿Por qué tenía que pasar esto antes de que me diera

cuenta de que Kenzie tenía una familia, también? ¿Ella estaba preocupada por

ellos, mientras yo lo estaba solo por mí?

―Nunca dijiste nada ―murmuré, mientras su temblor se sosegaba, tratando de

que no sonara como una acusación―. No me dijiste que tenías una hermana.

Una pequeña risa temblorosa.

―No parecías particularmente abierto a escuchar, chico rudo ―susurró de

vuelta―. Adem{s, ¿qué podemos hacer? Tú estabas tratando de sacarnos de

aquí tan rápido como pudieras. Yo relinchando sobre mi vida en mi hogar no

iba a acelerar nada.

―¿Por qué no regresaste esta tarde? ―La jalé de vuelta para mirarla―. Meghan

ofreció llevarte a casa. Pudiste haber regresado con tu familia.

―Lo sé. ―Kenzie aspiró, limpiando sus ojos―. Y quería. Pero< vinimos aquí

juntos, y no puedo irme lejos< sin ti. ―Ella bajó su cabeza, hablando

calmadamente, casi como un susurro―. Soy completamente consciente de que

has salvado mi vida en más de una ocasión. Con todas las rarezas y gatos faery

y monstruosas serpientes sanguinarias y todo lo demás, estaría muerta si

tuviera que hacer esto por mí misma. No estaría bien que regresara sola.

Además, sigue habiendo mucho que tengo que ver aquí. ―Ella miró hacia mí y

sus ojos se emocionaron e iluminaron en las sombras de la habitación. Sus

mejillas estaban chispeadas con color, aunque siguió hablando claramente―.

Así que, ambos lograremos salir de aquí juntos, o no lo haremos. No me iré sin

ti.

Nos miramos fijamente el uno al otro. El tiempo pasaba lentamente a nuestro

alrededor, la luz de la luna nos congelaba dentro de un frío, silencioso

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portarretrato. El rostro de Kenzie continuaba destellando con lágrimas, pero no

se movió. Mi corazón martilleando, gentilmente limpié un hilo azul proveniente

de sus ojos, y ella deslizó una fría mano arriba por mi cuello, trazando con

suaves dedos la raíz de mi cabello. Temblé, no estando seguro de si me gustaba

esta extraña, desconocida sensación de torcedura en el fondo de mi estómago,

pero no quería que esto parara, tampoco.

¿Qué estás haciendo, Ethan?, una voz susurró en mi cabeza, pero la ignoré.

Kenzie estaba viéndome con sus enormes, confiables ojos cafés, solemnes y

serios ahora, esperando. Mi corazón se contrajo dolorosamente. No merecía esa

confianza; sabía que debía apartarla, alejarla antes de que esto llegara más lejos.

Un ruidoso golpe en la ventana hizo que ambos nos apartáramos.

Levantándome, miré con furia la única ventana abierta, donde una creída

cabeza plateada miraba con curiosidad. Kenzie gritó, saltando, y agarré su

brazo.

―¡Todo está bien! ―dije, mientras ella me miraba conmocionada―. Lo

conozco. Él est{ aquí< para ayudar.

―¿Ayudar? ―repitió Kenzie, mirando al chico fey, quien le decía hola con la

mano a través del cristal―. Luce más como si estuviera espiándome. ¿Qué es lo

que quiere?

―Te lo diré en un segundo.

Abrí las puertas del balcón, y Keirran se zambulló en el interior del cuarto.

―Entonces ―dijo la criatura, sonriendo mientras caminaba hacia nosotros―,

aquí estamos. Pensé que algo podría haberte pasado, pero si hubiera sabido lo

que estaba pasando, no habría interrumpido. ―Su mirada fija se deslizo a

Kenzie, y su sonrisa se ensancho―. Y tú debes ser Kenzie ―dijo, caminando a

través y tomando su mano. Pero en vez de sacudirla, el atrajo sus dedos a sus

labios, y ella se sonrojó. Me puse rígido, tentado de dar una zancada hasta él y

tirarlo lejos, pero él dejó caer la mano antes de que pudiera moverme―. Mi

nombre es Keirran ―dijo en esa suave, confidente voz, y noté que Kenzie

miraba hacia él con una mirada aturdida en su rostro―. ¿Ethan no te ha dicho

el plan todavía?

Kenzie parpadeó, luego me miró, confundida.

―¿Qué plan?

Me paré entre ellos, y el faery se retiró con una mirada ligeramente divertida.

―Nos iremos ―le dije en voz baja―, ahora. No tenemos tiempo para que

Meghan decida enviarnos a casa, tenemos que encontrar a Todd ahora. Keirran

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dice que conoce una manera de salir del Nuncajamás. Él está regresándonos al

mundo mortal.

―¿En serio? ―Kenzie disparó una mirada al fey, pero era más curiosidad que

desconfianza―. ¿Estás seguro?

La criatura se inclinó.

―Lo juro por mis orejas puntiagudas ―dijo antes de enderezarse con una

sonrisa―. Pero como dices, debemos irnos ahora. Mientras la mayoría del

castillo está durmiendo. ―Hizo un gesto hacia la ventana―. El camino no está

lejos. Sólo tenemos que conseguir que nadie nos vea. Vámonos.

Agarré mis armas, dándole a Kenzie un cabeceo reconfortante, y juntos

seguimos al faery hacia las puertas del balcón hacia la terraza. El aire de la

noche era frío, y la luna plateada se veía enorme, cerniéndose tan cerca que

podía prácticamente ver cráteres y arrugas forrando la superficie. Bajo nosotros,

el jardín estaba tranquilo, aunque la luz de la luna seguía destellando en la

armadura de varios caballeros plantados a través del perímetro.

Kenzie miro sobre la cornisa, y retrocedió rápidamente.

―Ahí hay demasiados guardias ―susurró, mirando hacia atrás hacia

Keirran―. ¿Cómo vamos a hacer para atravesar todo esto sin que nadie nos

vea?

―No tomaremos ese camino ―replicó Keirran, saltando ligeramente sobre la

rejilla. Él miro hacia el techo del palacio, hacia las agujas y torres que se

lanzaban hacia el cielo. Poniendo dos dedos en sus labios, sopló hacia afuera

silbando suavemente.

Amarrado con una cuerda desde la parte inferior de una de las torres,

desenroscado en el aire, algo bajaba hacia nosotros con un siseo apenas audible.

Keirran miro hacia atrás hacia mí y sonrió.

―Espero que no les de miedo las alturas.

* * *

Aún con una cuerda, era difícil escalar los muros del palacio de la Reina de

Hierro. Estas elevaciones, la mayoría de ellas eran de metal puro o cristal,

haciendo complicado obtener un punto de apoyo. Keirran, como era de esperar,

se movía como una ardilla o una araña, lanzándose de cornisa a cornisa con la

odiosa gracia natural de los de su tipo. Fue un tiempo difícil para mantenerme

arriba, y Kenzie se esforzaba sin habilidad, aunque ella nunca presentó queja.

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Descansamos cuando pudimos posarnos sobre estrechas estanterías que nos

daban una impresionante vista de la ciudad nocturna. Mag Tuiredh

resplandecía bajo nosotros, una reluciente alfombra de luces y esquinas

relucientes que reflejaban la luna. Incluso tuve que admitir, que el reino de

Meghan era extrañamente hermoso bajo las estrellas.

―Vamos ―dijo Keirran alentándonos desde una plataforma sobre nosotros―.

Casi llegamos.

Lanzándome a mí mismo hacia la última pared, girando y llegando sobre la

cornisa, jalé a Kenzie tras de mí. Sus brazos temblaban mientras tomaba mi

mano y se arrastraba a sí misma hacia adelante, pero tan pronto como llegó a la

cima, sus piernas fallaron y colapsó. La alcancé cuando ella se hundía contra mí,

alejándose de la orilla. Ella jadeó en mis brazos, su corazón latía de una manera

demasiado veloz, su piel pálida y fría. Envolviendo mis brazos a su alrededor,

me giré de tal forma que mi cuerpo quedara entre ella y el viento, sintiendo su

delicada figura presionando contra mí. Sus dedos se enredaron en mi camisa, y

me pregunté si podía sentir el martilleo bajo su palma.

―Lo siento ―susurró Kenzie, alejándose parada en su sitio. Ella seguía

conservando una delicada mano en mi pecho para afianzarse, un pequeño sitio

caliente en el frío.

―Creo que una carrera de escaladora de rocas no está en mi futuro.

―No tienes que hacer esto ―le dije gentilmente, y me dio una mirada de

advertencia―. Puedes quedarte aquí, y Meghan te mandará de regreso a casa<

―No me hagas empujarte de este techo, chico rudo.

Negando con mi cabeza, la seguí hasta la estrecha azotea flanqueada por un par

de torres, el viento azotando nuestro cabello y ropa. Keirran estaba plantado a

unos metros de distancia, hablando con lo que parecían tres enormes insectos

de cobre y latón. Sus “alas” lucían como las velas de un planeador, y sus largos

cuerpos de libélulas eran sostenidos por seis brillantes patas plegables en la fría

luz. Mientras mirábamos, las cabezas de las criaturas se giraron en nuestra

dirección, sus ojos enormes y multifacéticos. Ellos zumbaron suavemente.

―Estos ―dijo Keirran, sonriendo cuando se giró hacia nosotros―, son

planeadores. Ellos son la más rápida y menos complicada manera de salir de

Mag Tuiredh sin ser vistos. Ustedes sólo tienen que saber esquivar a las

patrullas aéreas, y afortunadamente, soy un experto. ―Él le rascó la cabeza a un

planeador como si éste fuera su perro favorito, y la cosa zumbó en respuesta.

Parada junto a mí, Kenzie se estremeció.

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―¿Volaremos fuera de aquí en insectos gigantes? ―preguntó, viendo a los

planeadores como si ellos pudieran abalanzarse sobre ella en cualquier

segundo.

―Sé agradable ―advirtió él―. Puedes herir sus sentimientos muy fácilmente.

―¡Maestro!

Un diferente tipo de zumbido vino a través del aire, y un segundo después,

algo pequeño, oscuro y rápido llegó hasta nosotros, brincando hacia Keirran

con un estridente alarido. Keirran hizo un gesto de dolor pero no se movió, y la

pequeña criatura encajó en su pecho, un larguirucho monstruo con orejas de

murciélago y ojos que destellaron con un verde eléctrico. Kenzie saltó y se

presionó contra mí, susurrando:

―¿Qué es eso?

―Eso es un gremlin ―respondí, y ella miró fijamente hacia mí―. Sí, eso es

exactamente lo que estás pensando. ¿Conoces esos repentinos, inexplicables

fallos técnicos cuando algo se rompe, o cuando tu computadora decide tener

una colisión? Di hola a los causantes.

―No todos ―dijo Keirran suavemente, mientras la pequeña criatura subía a

sus hombros, zumbando como loca―. Dales un poco de crédito a los insectos y

a los gusanos, también. ―Sostuvo una mano arriba―. Razor, cálmate. Di hola a

nuestros nuevos amigos.

El gremlin, ahora posado en el brazo de Keirran, se giró para mirarnos con

abrasadores ojos verdes y empezó a chispear como una mala estación de radio.

―Ellos no pueden entenderte, Razor ―dijo Keirran suavemente―. En inglés.

―Oh ―dijo el gremlin―. Bien. ―Sonrió ampliamente, desnudando una boca

llena de dientes afilados que resplandecían azul fluorescente―. Holaaaaaaa.

―Él sabe francés y gaélico, también ―dijo Keirran, mientras que Razor se reía y

rebotaba en su hombro―. Es sorprendentemente simple enseñarle a un

gremlin. La gente subestima lo que son capaces de hacer.

Antes de que pudiéramos decir algo sobre esta estrafalaria situación, Keirran

arrancó al gremlin de su hombro y lo lanzó sobre el planeador, donde se situó

en el frente y nos miró ansiosamente.

―¿Podríamos irnos ya? ―preguntó, y las alas del planeador se agitaron en

respuesta―. Los planeadores son fáciles de controlar ―continuó con absoluta

confidencia, mientras le daba una mirada que implicaba exactamente lo

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contrario―. Manéjenlas jalando sus patas fronteras y moviendo su peso de lado

a lado. Ellos básicamente hacen el resto. Solo mírame y haz lo que hago.

Él se paró en la cornisa del techo y extendió sus brazos. Instantáneamente, el

planeador se situó frente al techo y trepó por su espalda, doblando sus patas

alrededor del pecho y estómago de Keirran. Él miró fijamente hacia nosotros y

guiñó un ojo.

―Su turno.

Un grito de alarma hizo eco de algún lado bajo nosotros, haciéndome brincar.

Miré hacia abajo y vi a un vigilante en el balcón de la habitación de Kenzie,

mirando alrededor salvajemente.

―Uh-oh ―murmuró Keirran, sonando notablemente calmado―. Hemos sido

descubiertos. Si vamos a hacer esto, debemos hacerlo ahora antes de que Glitch

y el escuadrón del aire completo suban a buscarnos. Dense prisa.

Sin esperar por una respuesta, él saltó de la construcción. Kenzie jadeó,

mirando su zambullida hacia el suelo, una mancha de plateado y dorado. En

ese momento las alas del planeador entraron en la brisa, y bajaron en picado en

el aire de nuevo, rodeando la torre. Escuché el grito de regocijo del gremlin, y el

adiós de Keirran mientras se disipaba.

Mire fijamente hacia Kenzie.

―¿Podrás hacerlo? Es probable que vayamos a encontrar más peligro cuando

salgamos de aquí. ―Sus ojos destellaron, y ella negó con la cabeza.

―Te lo digo en serio ―dijo, su voz era firme―. Nos vamos juntos, o no nos

vamos. ¿Qué piensas, que estoy asustada de un par de insectos gigantes?

Me encogí de hombros. Ella lucía pálida y un poco intimidada, pero no iba a

comentar eso. Kenzie frunció el ceño y caminó hacia adelante, sus labios

presionados en esa ceñida línea de nuevo. La vi caminar a la esquina del techo,

dudando sólo un momento, y extendiendo sus manos como Keirran había

hecho. Tembló un poco cuando el planeador trepó por su espalda, pero no se

asustó, lo que era remarcable considerando que tenía un monstruoso insecto

posado en sus hombros. Mirando hacia abajo del techo, tomó un profundo

aliento y cerró sus ojos.

―Sólo es igual a la montaña Splash en Disney ―escuché que susurraba.

Entonces se lanzó a si misma al espacio vacío. Cayó en picada velozmente, y un

aullido desgarrador se liberó, rasgando de cerca el aire, pero entonces la

corriente atrapó a su planeador y ascendió en el aire junto a Keirran.

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Mi turno. Caminé hacia adelante, hacia el último planeador, pero un grito

proveniente de abajo me hizo detener.

―¡Príncipe Ethan! ―La cabeza de Glitch se asomó mientras el Lugarteniente se

arrastraba a sí mismo por la cuerda hacia arriba al techo. Su cabello chispeo

verde y purpura relampagueando mientras él levantaba su mano―. ¡Su alteza,

no! ―chilló, mientras rápidamente levantaba mis manos. El planeador se movió

lentamente y trepó por mi espalda, dolorosamente lento―. No puede irse. La

reina ordenó que permanecieras aquí. ¿Keirran te metió en esto? ¿Dónde está

él?

¿Glitch conocía a Keirran, no es así?

―No me quedaré, Glitch ―dije, dándole la espalda mientras el Lugarteniente

se acercaba hacia adelante.

El planeador me dio un molesto zumbido, apresuradamente envolviendo sus

piernas alrededor de mí mientras yo perdía el equilibrio.

―Dile a Meghan que lo siento, pero que debo irme. No puedo quedarme aquí

más tiempo.

―¡Ethan!

Me giré y me lance a mí mismo del techo, aferrándome a las piernas del

planeador mientras este se zambullía hacia el suelo. Por un segundo, pensé que

íbamos a estrellarnos precipitadamente contra el jardín inferior, pero entonces

el planeador se precipitó hacia arriba, subiendo en un perezoso arco, el viento

azotando contra mi cara. Keirran bajó a mi lado, usando su sonrisa

despreocupada, mientras los chillidos de Glitch se hacían menos audibles tras

nosotros.

―Nada mal, para tu primera vez ―dijo, cabeceando hacia Kenzie

precipitándose hacia abajo junto a nosotros. Razor se carcajeó y rebotó en su

hombro, sus enormes orejas aleteando en el aire―. Necesitamos darnos prisa

también ―dijo echando un vistazo tras nosotros―. Glitch ira directo a la reina,

y ella no va a estar feliz. Con ninguno de nosotros. Y si Ash decide

perseguirnos< ―Por primera vez una mirada de preocupación cruzó por su

rostro. Sacudió la cabeza―. La salida no está lejos, pero tendremos que cruzar

Wyldwood para llegar. Síganme.

Los planeadores eran sorprendentemente rápidos, y desde esta altura, el Reino

de Hierro se desplegaba tras nosotros, hermoso y estrafalario. Lejos bajo

nosotros, la vía férrea cortaba a través de la meseta de hierba, serpenteando

entre los monolitos que se lanzaban hacia el cielo y alrededor de burbujeantes

piscinas de lava, agitándose roja y dorada en la oscuridad. Atravesamos

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montañas de cachivaches, partes metálicas reluciendo bajo las estrellas, y

volamos sobre ciénagas en donde encallaban los relámpagos parpadeando y

trepamos sobre empalagosas piscinas de agua, cautivante y mortal. Finalmente,

planeamos sobre un familiar follaje, en donde los arboles crecían muy cerca

entre sí que lucían como una grumosa alfombra. El planeador de Keirran

descendió hasta casi tocar las cimas de las ramas.

―Por aquí ―escuché que él llamaba, y desapareció de vista, desvaneciéndose

entre las hojas. Esperando que Kenzie y yo no pudiéramos volar

precipitadamente entre las ramas, lo seguí, pasando entre el follaje hacia un

claro abierto. La oscuridad cayó sobre nosotros instantáneamente mientras la

luz de la luna y las estrellas desaparecía y la penumbra se levantaba para

reemplazarla.

Solo podía percibir el resplandor del cabello de Keirran en las sombras, bajando

en espiral, esquivando ramas, hasta que mis pies tocaron ligeramente el suelo

del bosque. Tan pronto como aterricé, el planeador desenroscó sus piernas y se

elevó a si mismo hacia la punta de una pendiente enredándose a sí mismo como

una enorme libélula.

―Bien ―dijo Keirran, mientras Kenzie aterrizaba y su planeador hacía lo

mismo, colgándose al lado de la mía―. Aquí estamos.

Unas antiguas ruinas se levantaban tras nosotros, cubiertas de enredaderas,

musgo y hongos, era casi imposible ver las rocas debajo. Enormes y torcidos

árboles crecían de las paredes y colapsaban en el techo, abundantes raíces

crecían alrededor de las rocas.

―El camino hacia el reino mortal está adentro ―explicó Keirran, mientras

Kenzie se presionaba contra mí, mirando fijamente las ruinas con asombro.

Estuve tentado de bajar y tomar su mano, pero me alegré de no haberlo hecho

cuando Keirran abruptamente desenvainó su espada con un suavemente áspero

sonido. Lo miré fijamente y levanté mis armas también, poniéndome entre ella

y el hada.

Él nos miró fijamente sobre su hombro con una ligeramente pesarosa mirada.

―Olvidé decirles algo ―dijo él, gesticulando a las ruinas―. Este lugar está

normalmente desocupado, pero está justo en medio de territorio de goblins. Así

que, podemos correr hacia unos pocos locales quienes no estarán felices de

vernos. ¿Nada que no puedas manejar, verdad?

―¿No podías decírnoslo antes? ―gruñí mientras mirábamos hacia las ruinas.

Keirran se encogió de hombros, su hoja de acero cortando un camino de brillo a

través de la oscuridad. Razor parloteó en su hombro, sólo sus ojos y sonrisa

fluorescente visibles en la penumbra.

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―Son sólo unos pocos goblins. Nada de que< Whoops. ―Él se agachó, y una

lanza voló sobre su cabeza, golpeando a un árbol próximo. Kenzie gritó, y

Razor parpadeó fuera de la vista como una imagen en una pantalla de televisor

mientras un coro de voces estridentes manaba desde atrás de las ruinas.

Brillantes ojos aparecieron en las rocas y a través de las raíces. Puntiagudos

dientes, garras y afiladas orejas destellaron en las sombras, mientras una

docena de pequeñas, malignas criaturas salían en masa de las ruinas y agitaban

sus armas hacia nosotros.

―¿Unos pocos goblins, no? ―Miré con furia hacia Keirran y retrocedí. Él sonrió

de manera poco convincente y se encogió de hombros. Los goblins comenzaron

a caminar hacia adelante, riéndose a carcajadas y golpeando el aire con sus

lanzas. Me giré rápidamente hacia Kenzie y presioné uno de mis palos en sus

manos.

―Toma esto ―le dije―. Trataré de mantenerlos fuera de nosotros, pero si

alguno consigue acercarse demasiado, golpéalo tan fuerte como puedas.

Apunta a los ojos, la nariz, cualquier parte a la que puedas dar. Sólo no

permitas que te lastimen, ¿Está bien?

Ella asintió, su rostro pálido pero determinado.

―Lecciones de tenis, no me fallen ahora. ―Comencé a girarme, pero ella agarró

mi muñeca, sosteniéndola firmemente mientras me miraba fijamente―. Sé

cuidadoso, también, Ethan. Iremos juntos a casa. ¿Está bien? Solo recuérdalo.

Apreté su mano, y me giré de regreso hacia la multitud acercándose. Keirran

esperaba por ellos calmadamente, espada en mano.

Me le uní, y él me dio una mirada de curiosidad desde la esquina de su ojo.

―Interesante ―reflexionó, sonriendo aun mientras la horda se preparaba para

atacar―. Nunca había visto a nadie pelear con goblins usando media escoba.

Resistí el impulso de golpearlo en la cabeza.

―Sólo preocúpate por ti mismo ―dije girando mi arma en un lento arco―. Y

yo haré lo mismo.

Un gran, y feo goblin repentinamente saltó sobre una roca y nos dio una mirada

maliciosa.

―Humanos ―chirrió con un destello de amarillo en sus dientes―. Estaba

pensando que olía a algo extraño. Ustedes, claro se tropezaron con el lugar

equivocado para descansar. ¿Tratando de volver a casa, no es así? ―Él soltó

una risilla recorriendo su lengua por sus dentados dientes―. Les ahorraremos

el problema.

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―No tenemos que hacer esto ―dijo Keirran amablemente, aparentemente

despreocupado sobre la horda que se acercaba―. Seguramente hay otros

viajeros que querrán abordar.

Los goblins se acercaron lentamente, y me coloqué en una postura de lucha,

sintiéndome en un casi salvaje regodeo mientras ellos se acercaban. No había

reglas ahora; no maestros, no directores o instructores que me detuvieran. Sentí

la vieja rabia levantarse, el odio hacia lo faery burbujeando hacia la superficie,

y sonreí con malicia. No había nada que me detuviera ahora; no debía

disculparme al lastimar a alguien. Podía desquitar mi ira contra los feos goblins,

sus verrugosos cráneos, y no habría consecuencias.

―¿Y perderme a tres deliciosos humanos, vagando a través de mi territorio?

―resopló el líder, negando con la cabeza―. No lo creo. ¡Comeremos bien esta

noche, chicos! ¡Me pido los hígados!

Aclamando, los goblins se dispararon hacia adelante.

Uno cargó contra mí con su lanza levantada, y yo balancee mi ratán, sintiendo

mi arma conectar bajo el mentón del goblin. Este voló hacia atrás con un

chillido, e instantáneamente corté hacia abajo, golpeando otro cráneo verde

verrugoso. Un tercer goblin corrió de prisa, apuntando su lanza arriba hacia mi

rostro. La esquivé, envolviendo mi brazo libre alrededor de la lanza, y la tiré

fuera del alcance del goblin. Tuvo medio segundo para observarme con la boca

abierta antes de golpearlo en su cabeza con su propia arma y lanzarlo lejos.

A mi lado, Keirran estaba moviéndose, también, girando y volteando como un

bailarín, su espada reluciendo en círculos mortales. Aunque no podía ver

exactamente lo que estaba haciendo, él era inhumanamente rápido. Partes de

cuerpo de goblins volaban por el aire, asquerosas y repugnantes, antes de

convertirse en lodo, caracoles u otras cosas desagradables.

Tres goblins más venían hacia mí, uno de ellos el gran duende que habló antes,

el líder. Arrastré los pies lejos, bloqueando sus ataques, batiendo mi ratán, de

una lanza a otra. El frenético repiquetear de la madera hizo eco en mis oídos

mientras yo esperaba por un despiste, una oportunidad para atacar. El tamaño

del goblin era realmente una desventaja para mí; ellos eran muy cortos, era

difícil golpearlos. La punta de una lanza atravesó mis defensas y rasgo mi

manga, haciéndome rechinar los dientes mientras me giraba lejos.

Repentinamente, Kenzie estaba tras ellos, trayendo su palo que golpeaba hacia

abajo dándole a un goblin en la cabeza. Este encontró un satisfactorio golpe, y

se desplomó como una roca. Kenzie dio un grito de triunfo, pero entonces el

líder giro con un chillido de rabia, balanceando su lanza hacia sus piernas.

Golpeó su rodilla, y ella se desmoronó en la tierra con un gemido.

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El líder fue hacia adelante, levantando su lanza, pero antes de que alguno de los

dos pudiera hacer algo, una pequeña forma negra aterrizó en su cabeza desde

ninguna parte. Razor zumbaba como una avispa furiosa, siseando y gruñendo

mientras el duende se agitaba.

―¡Goblin malo! ―gritó el gremlin, inclinándose como una sanguijuela―. No

lastimes a la linda chica, ¡malo! ―Él hundió sus dientes en la oreja del goblin, y

el líder rugió. Alcanzándolo, el líder se la arreglo para agarrar a la pequeña

criatura de Hierro, arrancándola de él, y lanzándola con desdén.

Con un gruñido pateé al goblin contra la pared, arrebatando el ratán de Kenzie

del suelo, y ataqué al líder. No vi a la otra criatura. No vi a Keirran. Olvidé todo

lo que me habían enseñado Guro sobre pelear con múltiples oponentes. Todo lo

que sabía era que esa cosa había lastimado a Kenzie, había tratado de matarla, e

iba a pagar por eso.

El goblin retrocedió de prisa bajo mi asalto, sacudiendo frenéticamente su

lanza, pero lo bloqueé desde sus garras y le lance un puñetazo entre sus orejas.

Mientras él caminaba hacia atrás, aturdido, presioné mi ventaja, sintiendo el

golpe de carne y hueso bajo mi barra. Mi ratán siseo en el aire, brazos

golpeados, dientes, rostro, cuello. El goblin cayó, rastrero, en la mugre, y yo

levanté mis armas para terminar con eso.

―¡Ethan!

La voz de Keirran me detuvo. Jadeando, detuve la paliza del duende y miré que

el resto de la tribu estaba huyendo con la caída de su líder. Keirran tenía su

arma envainada y estaba viéndome con una expresión mitad entretenida, mitad

de preocupación. Kenzie seguía sentada donde había caído, agarrando su

pierna.

―Se terminó ―dijo Keirran, cabeceando hacia el vacío bosque a nuestro

alrededor―. Ellos se fueron.

Mire hacia mis barras, y vi que mis armas, igual que mis manos, estaban

manchadas con sangre negra de goblin. Con un gemido, miré atrás hacia el

líder, lo vi enrollarse a sí mismo sobre la mugre, gimiendo entre sus sangrantes

labios, sus dientes destruidos y rotos. Tuve ganas de vomitar, y me tambalee

hacia atrás.

¿Qué hice?

El goblin gimió y se arrastró lejos, y lo dejé ir, viendo a la criatura arrastrarse a

sí misma entre los arbustos. Entre el horror y la rabia por lo que había hecho, yo

seguía sintiendo un repugnante brillo de justificación. Tal vez la próxima vez

ellos lo pensarían dos veces antes de asaltar a tres “deliciosos” humanos.

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Keirran vio también que la criatura se iba, entonces camino hacia Kenzie,

levantando una mano.

―¿Estás bien? ―preguntó, poniéndola de pie, sosteniéndola. Apreté mis puños,

queriendo caminar hacia allí y empujarlo lejos de ella. Kenzie hizo una mueca,

su rostro apretado de dolor, pero asintió.

―Sí. ―Sus mejillas estaban pálidas mientras ponía su peso en la pierna

lastimada, haciendo un gesto de dolor―. No creo que algo este roto. Aunque mi

rodilla tal vez se inflame como una sandía.

―Eres muy afortunada ―dijo Keirran, y todo rastro de entretenimiento huyo

de su voz―. Los goblins ponen veneno en la punta de sus armas. Si recibieras

una cortada< bueno, solo diré que una rodilla hinchada como sandia es mejor

que la alternativa.

Rabia y miedo seguían zumbando dentro de mí, haciéndome estúpido,

queriendo golpear algo, aunque allí no había nada con que pelear. Volví mi

rabia contra Keirran, en lugar de eso.

―¿Qué demonios está mal contigo? ―gruñí, caminando hacia adelante,

queriéndolo lo más lejano posible de Kenzie. Él se encogió, y yo balanceé mi

ratán alrededor del claro, en los montones de desintegración de duende―.

Sabías que había goblins aquí, tú sabías que tendríamos que pelear para

escapar, y seguiste trayéndonos por este camino. ¡Pudiste conseguir que nos

mataran! ¡Pudiste conseguir que mataran a Kenzie! ¿O ese era tu plan a la larga?

¿Traer a los estúpidos humanos como un anzuelo? ¿Así los duendes se

distraerían? Debí saber que nunca hay que confiar en un fey.

―¡Ethan! ―gruñó Kenzie hacia mí, pero Keirran levanto una mano.

―No, él tiene razón ―murmuró, y un destello de sorpresa se infiltró en mi

rabia―. No debí haberlos traído por este camino. Pensé que podía negociar con

los goblins. Si hubieran resultado gravemente heridos, habría sido mi culpa.

Tienes toda la razón para estar enojado. ―Girando hacia Kenzie, él se inclinó

profundamente, su mirada en el suelo entre ellos―. Perdóname Mackenzie

―dijo en una clara, calmada voz―. Dejé que mi orgullo nublara mi juicio, y tú

estás herida por mi culpa. Lo siento. Esto no pasará de nuevo.

Él sonaba sincero, y yo fruncí el ceño mientras Kenzie le aseguraba rápidamente

que todo estaba bien. ¿Qué clase de hada era él, de todos modos? Los feys no

tenían consciencia, no tenían sentimientos reales de arrepentimiento, no tenían

moral para tomar decisiones. O Keirran era una excepción o un muy buen actor.

Lo que me recordó<

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―El líder dijo que olía a tres humanos ―le dije a Keirran, quien me dio una

mirada de resignación―. Él no pensaba que tú eras un hada. Creyó que eras

humano, también.

―Sí. ―Keirran se encogió, ofreciéndome una pequeña sonrisa―. Me pasa a

menudo.

Razor apareció en su hombro con un zumbido de risa.

―Estúpidos goblins ―se jacto él, brincando arriba y abajo, haciendo que

Keirran suspirara―. Divertidos, estúpidos goblins creyendo que el maestro es

un gracioso elfo. Ja. ―Él zumbó una vez más y se sentó, sonriendo como una

piraña psicótica.

―Eres un mestizo ―adiviné, preguntándome cómo no me había dado cuenta

antes. Él no lucía como ninguna de las otras criaturas de Hierro, pero no podía

ser parte de las Cortes de Veranos o Invierno, tampoco; los feys normales no

podían entrar a la Corte de Hierro sin afectarse a sí mismas. Seguía tratando de

entender cómo lo hizo Grimalkin, pero todo sobre ese gato era un misterio. Pero

si Keirran era un mestizo, él no tenía la alergia mortal de los feys al Hierro; su

sangre humana lo protegía de los efectos nocivos de la Corte de Meghan.

―Creo que se puede decir eso. ―Keirran suspiró otra vez y vio hacia los

árboles, donde la mayoría de goblins estaban dispersos―. Más de tres cuartas

partes humanas, en realidad. No puedes culparlos por pensar que lo era

realmente.

Miré hacia él.

―¿Quién eres? ―pregunté, pero los arbustos chasquearon, y Keirran hizo un

gesto de dolor.

―Te lo diré más tarde. Vamos, salgamos de aquí. Los duendes están

regresando, probablemente con refuerzos.

Empecé a ayudar a Kenzie a levantarse, pero vi mis manos, manchadas de

sangre hasta las muñecas, y las dejé caer. Instantáneamente, Keirran tomó su

brazo, ayudándola a levantarse, y ella me dio una mirada ilegible mientras

cojeaba. Los seguí subiendo las escaleras y me agaché bajo los pasajes

derrumbados mientras chillidos hacían eco desde los árboles a nuestro

alrededor. Los sonidos se desvanecieron tan pronto como cruce el umbral, y

todo se volvió negro.

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Fantasmas de la Tierra de Hadas

Traducido por cct Corregido por Lover Killer

Salí, entrecerrando los ojos en la oscuridad, tratando de ver dónde estaba. Por

un segundo, no parecía como si hubiéramos dejado Nuncajamás en absoluto.

Los árboles nos rodeaban, silbando en el viento, pero miré más de cerca y vi

que eran árboles normales, regulares. A pocos metros de distancia, tres hilos de

alambre de púas brillaban en la luz de la luna, y más allá de los cables, una

dispersión de criaturas blancas mullidas nos miraban con curiosidad.

―¿Son esas ovejas? ―preguntó Kenzie, sonando cansada pero contenta. Razor

dio un zumbido de excitación desde el hombro de Keirran, saltado a la parte

superior del primer alambre, y precipitándose en el pasto. Las ovejas balaron en

terror y huyeron, pareciendo como nubes soplando a través del campo, y

Keirran suspiró.

―Sigo diciéndole que no lo haga. Ellos han perdido suficiente con los goblins

como están.

―¿Dónde estamos? ―le pregunté, aliviado de estar de vuelta en el mundo real

de nuevo, pero no gustándome no saber dónde estábamos. El viento era frío y

las colinas boscosas más allá de los pastos parecían seguir por siempre. Keirran

observó a Razor, zumbando feliz desde atrás de una oveja aterrorizada, y

negando con la cabeza.

―En algún lugar rural en Maryland.

―Maryland ―repetí con incredulidad.

Sonrió.

―¿Qué, crees que todos los caminos de hadas conducen a Louisiana?

Tomé aire para responder, pero me detuve. Espera. ¿Cómo sabe dónde vivo?

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―¿Y ahora a dónde? ―preguntó Kenzie, haciendo una mueca mientras se

apoyaba en un poste de la reja―. No creo que vaya a ser capaz de caminar muy

rápido con esta rodilla. Alguien podría tener que llevarme a cuestas más

adelante.

―No te preocupes. ―Keirran hizo un gesto hacia las colinas―. Hay una feria

abandonada a un par de kilómetros de aquí. Es un lugar frecuentado por las

hadas locales, la mayoría de ellos exiliados. El camino de hadas nos llevara

donde necesitemos ir.

―¿Y dónde está eso? ―le pregunté, pero Keirran había subido a la valla,

mirando por encima del alambre por Razor, todavía atormentando al rebaño de

ovejas.

―¡Razor! ―le llamó sobre los animales balando―. Ven, deja de asustar esas

pobres cosas. Vas a darles un ataque al corazón.

El gremlin lo ignoro. Yo solo podía apenas verlo en la oscuridad, su ojos verde-

electricidad y sonrisa radiante rebotando entre el rebaño. Estaba a punto de

sugerir que lo dejáramos y que nos alcanzara, cuando Kenzie se acercó a la

valla, su expresión perpleja.

―¿Dónde está? ―preguntó ella, mirando sobre el campo―. Las ovejas se están

volviendo locas, pero yo no veo a Razor en absoluto.

Oh, sí. Estábamos de vuelta en el mundo real ahora. Lo que significaba que

Kenzie no podía ver a las hadas, eran invisibles para los humanos a no ser que

hicieran un esfuerzo consciente para quitar el glamour a sí mismos. Se lo dije a

ella.

―Huh―dijo en un tono neutro, y luego miraba a los pastos de nuevo, a las

carreras de ovejas a través de la hierba como frenéticas nubes. Una expresión

desafiante cruzó su cara, y ella tomó una respiración―. ¡Razor! ―gritó,

haciendo a Keirran saltar―. ¡No! ¡Gremlin malo! ¡Deja eso en este momento!

El gremlin, sorprendentemente, miró hacia arriba de donde él estaba saltando

sobre una roca, dispersando a las ovejas a su alrededor. Él parpadeó y ladeó la

cabeza, mirando confundido. Kenzie señaló el suelo frente a ella.

―Quiero verte. Ven aquí, Razor. ¡Ahora!

Y, lo hizo. Saltando a la vista en sus pies, miró expectante, mirándose como un

chihuahua mutante esperando órdenes. Keirran parpadeó con asombro

mientras ella chasqueó los dedos y lo señaló a él, y Razor corrió por el brazo

para posarse en el hombro. Ella sonrió, dándonos a la vez una mirada de

suficiencia, y se cruzó de brazos.

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―Las clases de entrenamiento de perros ―explicó.

* * *

El camino se extendía ante nosotros a la luz de la luna, una estrecha franja de

pavimento que se tejía suavemente sobre y entre las colinas. Keirran nos

condujo en silencio, el zumbido de Razor como una melodía áspera en su

hombro. Ningún carro nos pasó, a excepción de un búho y los rebaños de

ovejas, dormitando en sus pastos, estábamos solos.

―Ojalá tuviera mi c{mara. ―Kenzie suspiró mientras una oveja con cara negra

nos observaba desde el otro lado de la carretera, parpadeando adormilada. Bufó

y se alejó al trote, y Kenzie la miraba, sonriendo―. Por otra parte, tal vez no.

Podría ser raro, explicar cómo podría tomar fotos del paisaje Maryland cuando

nunca he salido de Louisiana. ―Ella se estremeció, frotándose los brazos

mientras una brisa fría soplaba sobre el pastizal, con olor de las ovejas y la

hierba mojada.

Hubiera querido tener mi chaqueta para poder ofrecérsela.

―¿Qué vas haces? ―prosiguió Kenzie, su mirada aún vagando por los bosques

más allá de las colinas―. Cuando llegues a casa, quiero decir< Hemos estado

en Faeryland, hemos visto cosas que nadie más ha visto. ¿Qué sucede cuando

finalmente llegues a casa, sabiendo lo que sabes, que nadie más va a llegar a

entender?

―Vuelves a lo que estabas haciendo antes ―le contesté―. Uno trata de seguir

adelante con su vida y fingir que no sucedió. Va a ser más fácil para

ti―continué mientras se volvió hacia mí, con el ceño fruncido―. Tienes amigos.

Tu vida es bastante normal. Tú no eres un monstruo que puede verlos en todas

partes a donde vayas. Simplemente tratar de olvidarlo. Olvida las hadas, olvida

Nuncajamás, olvida todo lo raro o extraño o antinatural. Con el tiempo, las

pesadillas se detendrán e incluso podrías convencerte de que todo lo que viste

fue un mal sueño. Esa es la manera más fácil.

―Hey, chico duro, tu amargura se está mostrando. ―Kenzie me dio una

mirada exasperada―. No quiero olvidar. Sólo enterrar la cabeza en la arena no

va a cambiar nada. Todavía estarán por ahí, aun si creo en ellos o no. No puedo

pretender que nunca sucedió.

―Pero no volverás a verlos―le dije―. Y eso va a hacerte paranoica o volverte

completamente loca.

―Voy a seguir siendo capaz de hablar contigo, sin embargo, ¿no?

Suspiré, no quería decirlo, pero sabía que tenía que hacerlo.

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―No, no lo har{s.

―¿Por qué?

―Porque mi vida es demasiado jodida para arrastrarte a ella.

―¿Por qué no me dejas decidir qué es lo mejor para mi vida ―dijo Kenzie

suavemente, sin ser muy capaz de ocultar su enojo, el primero que había he

oído de ella―, y de quien quiero ser amiga?

―¿Qué crees que va a pasar una vez que nos vayamos a casa? ―le pregunté, no

sosteniendo su mirada―. ¿Crees que puedo ser normal y pasar el tiempo

contigo y tus amigos, simplemente así? ¿Crees que tus padres y tus maestros

querrán que estés alrededor de alguien como yo?

―No ―dijo Kenzie igual de bajo y con voz tranquila―. No lo harán. ¿Y sabes

qué? No me importa. Debido a que no te han visto como yo. No han visto

Nuncajamás, o las hadas, o la Reina de Hierro, y ellos no van a llegar a

entender. Yo no lo entendería. ―Hizo una pausa, como si luchara con sus

siguientes palabras―. La primera vez que te vi ―dijo ella, empujando el

flequillo de sus ojos―, cuando primero hablamos, pensaba que eras de la

crianza, poco amigable, hostil, um... ―Hizo una pausa.

―Un idiota ―terminé por ella.

―Bueno, sí ―admitió Kenzie lentamente―. Un idiota muy guapo, podría

añadir, pero un enorme, colosal megaidiota nada menos. ―Ella me dio una

rápida mirada para ver cómo estaba tomando esto. Me encogí de hombros.

No voy a discutir con eso.

Y luego, un segundo más tarde:

¿Ella pensó que yo era guapo?

―Al principio, sólo quería saber qué estabas pensando. ―Kenzie hizo hacia

atrás su cabello, las hebras de color azul y negro revoloteando alrededor de su

cara―. Fue más un reto, supongo, para conseguir que me vieras, hablaras

conmigo. Tú eras el único que, en mucho tiempo de todos modos, que me hablo

como una persona real, que me trató como todo el mundo. Mis amigos, mi

familia, incluso mis profesores, todos ellos andan de puntillas alrededor de mí

como si estuviera hecha de cristal. Ellos nunca dicen lo que realmente están

pensando si sienten que me podría molestar. ―Suspiró, mirando a los

campos―. Nadie es real conmigo ya, y estoy harta y cansada de eso.

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Yo contuve la respiración, de repente consciente de que estaba muy cerca de esa

cosa oscura que Kenzie escondía de mí. Pisa suavemente, Ethan. No suenes

demasiado ansioso o ella podría cambiar de opinión.

―¿Por qué eso? ―le pregunté, tratando de mantener mi voz ligera, como si no

me importara. Mal movimiento.

―Um, gracias a mi padre ―dijo Kenzie rápidamente, y juré en voz baja,

sabiendo que había metido la pata―. Él es abogado, un pez gordo y todos están

aterrorizados de él, por lo que andan con cuidado alrededor de mí, también.

Como sea. ―Ella se encogió de hombros―. No quiero hablar de mi padre.

Hablábamos de ti.

―El enorme, colosal megaidiota ―le recordé.

―Exactamente. No sé si te das cuenta de esto, Ethan, pero tú eres un tipo bien

parecido. La gente va a notarlo, tu reputación de chico malo o no. ―Le di una

dudosa mirada, y ella asintió con la cabeza―. Lo digo en serio. No viste la

manera en que Regan y los demás te estaban mirando la primera vez que

entraste en el aula. Chelsea hasta me reto a ir y preguntarte si tenías novia.

―Una comisura de su boca se curvó en una sonrisa irónica―. Estoy segura de

que recuerdas cómo terminó eso.

Hice una mueca y miré hacia otro lado. Sí, era un imbécil total, ¿no es así? Créeme,

si pudiera recuperar todo lo que dije, lo haría. Pero eso no detendría a las hadas.

―Pero entonces, llegamos a Nuncajam{s ―continuó Kenzie, mirando a unos

pocos metros hacia la carretera, donde la forma brillante de Keirran se deslizó

por la acera―. Y las cosas empezaron a tener mucho más sentido. Debe ser

difícil, ver todas estas cosas, sabiendo que están por ahí, y no ser capaz de

hablar sobre eso con cualquier persona. Debe ser solitario.

Muy suavemente, tomó mi mano, enviando un eléctrico hormigueo por mi

brazo y mi aliento atrapado.

―Pero me tienes ahora ―dijo casi en un susurro―. Puedes hablar conmigo...

acerca de ellos. Y no te voy a molestar ni hacerte burla o llamarte loco, y no

tienes que preocuparte por asustarme. Quiero saber todo lo que pueda. Quiero

saber sobre las hadas y Mag Tuiredh y Nuncajamás, y tú eres mi única conexión

con ellos ahora. ―Su voz creció desafiante―. Así que, si crees que puedes

hacerme desaparecer de tu vida, chico duro, y que voy a mantenerme apartada,

entonces no me conoces en absoluto. Puedo ser tan terca como tú.

―No lo hagas. ―No podía mirarla, no podía hacer frente a la sinceridad en su

voz tranquila. Miedo se agito, el conocimiento de que ella sólo estaba

poniéndose en peligro cuanto más tiempo se quedara conmigo―. No hay

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ninguna conexión, Kenzie―dije, tirando de mi mano de la de ella―. Y no voy a

estar diciendo nada acerca de las hadas. Ni ahora, ni nunca. Sólo olvida que

alguna vez los viste, y déjame solo.

Su aturdido silencio herido corroyó en mí, y suspiré, metiendo mis dedos a

través de mi cabello.

―¿Crees que quiero seguir alejando a la gente? ―le pregunte en voz baja―. No

disfruto ser el bicho raro, el que todo el mundo evita. Realmente, realmente no

me complazco en ser un completo idiota. ―Mi voz cayó aún más bajo―.

Especialmente con personas como tú.

―Entonces, ¿por qué hacerlo?

―¡Debido a que las personas que se acercan a mí consiguen salir dañadas! ―le

espeté, finalmente girando a encararla. Ella parpadeó, y el recuerdo de otra

chica nado en mi cabeza, cola de caballo roja flotando detrás de ella, un chorro

de pecas en su nariz―. Cada vez ―continué con una voz más suave―. No

puedo detenerlo. No puedo evitar que Ellos me sigan. Si es sólo yo al que las

hadas recogen, estoy bien con eso. Pero alguien más siempre paga por mí.

Alguien más siempre se hace daño en mi lugar. ―Apartando mi mirada de la

de ella, hacia los campos―. ―Prefiero estar solo ―dije―, que tener que verlo

otra vez.

―¿Otra vez?

―Hey ―llamo Keirran desde algún lugar adelante―. Ya estamos aquí.

Agradecido por la interrupción, me apresuré a donde el hada nos esperaba

debajo de las ramas de un gran pino por el lado de la carretera. Caminando a

través de las malas hierbas, seguí la mirada de Keirran donde la parte superior

de una rueda de la fortuna, amarilla y manchada de óxido, se asomaba por

encima de los árboles lejanos. Luces parpadeaban a través de las ramas.

―Vamos ―animó Keirran, sonando ansioso, y corrió hacia adelante. Nosotros

le seguimos, arrastrándonos bajo las ramas, a través de la hierba a la altura de la

rodilla y a través de un estacionamiento vacío lleno de maleza. Pasando una

valla de madera cubierta de enredaderas y hiedra, los árboles caídos, y

estábamos mirando los restos de un parque de atracciones abandonado.

Aunque el parque parecía vacío, linternas y luces de antorchas parpadeaban de

forma errática, iluminando el camino entre las cabinas vacías, algunos todavía

con formas de animales de peluche cubiertos con moho. Un carro de palomitas

de maíz volcado en la maleza a pocos metros de distancia, el vidrio roto, las

entrañas limpias recogidas por los carroñeros. Pasamos los coches chocones,

que estaban vacíos y silenciosos en sus pistas, y caminamos bajo un paseo de

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columpio, las cadenas crujían suavemente en el viento. El carrusel puesto en la

distancia, pelado y oxidado, decenas de alguna vez coloridos caballos ahora

descamándose con la edad y el tiempo.

Keirran se apresuró hasta detenerse frente a una oscura cabina en forma de

pastel, con la cara seria.

―Algo está mal―murmuró, girando lentamente―. Este lugar debería estar

repleto de exiliados. Se supone que hay un mercado goblin aquí todo el año.

¿Dónde está todo el mundo?

―Parece que tu amigo podría no estar aquí ―le dije, cambiando mis palos de

una mano a otra, por si había problemas. Él no parecía escucharme y de repente

rompió en una carrera que lo llevó entre los pasillos intermedios. Kenzie y yo

corrimos tras él.

―¡Annwyl! ―gritó, corriendo hasta un puesto que en un momento había

presentado un juego de baloncesto, ya que varias redes colgaban de la pared del

fondo. La cabina estaba oscura y vacía, aunque flores estaban por todas partes

en el interior, los tallos secos y pétalos revoloteando por encima del mostrador.

―Annwyl ―Keirran dijo de nuevo, saltando fácilmente sobre la pared hacia

dentro en la cabina―. ¿Estás aquí? ¿Dónde estás?

Nadie le respondió. Respirando con dificultad, el hada miró alrededor de la

plaza vacía un momento, luego se volvió y dio con un puño en el mostrador,

haciendo agitar toda la estructura. Razor chilló, y Kenzie y yo lo miramos.

―Se fue ―susurró, inclinando la cabeza, ya que el gremlin sonaba preocupado

y acariciaba su cuello―. ¿Dónde está ella? ¿Dónde está todo el mundo? ¿Están

todos con ella?

―¿Qué está pasando? ―Me apoyé en la repisa, cepillado lejos pétalos y hojas.

Estaban podridas, un olor dulzón, y yo traté de no respirarlo―. ¿Quién está con

ella? ¿Quién es Annwyl? ¿Por qué<?

Mi voz se apagó, mi sangre se congelo. ¿Fue mi imaginación o había visto un

brillo blanco flotando entre las cabinas más abajo en el pasillo?

Cuidadosamente, me enderece, agarrando mis armas, mi piel comenzando a

picar con piel de gallina.

―Keirran, tenemos que salir de aquí ahora.

Él me miró con cautela, agarrando su arma. Y entonces, algo se deslizó de los

puestos en el camino polvoriento, y ambos nos congelamos.

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Al principio, parecía un gato gigante. Tenía un elegante y musculoso cuerpo,

piel corta y una cola larga y delgada que azotó sus cuartos traseros. Pero

cuando volvió la cabeza, su rostro no era de un gato, sino una mujer vieja y

arrugada, su cabello colgando lánguidamente alrededor de su cuello, sus ojos

pequeños, brillantes y crueles. Se volvió hacia nosotros, y me escondí detrás de

la cabina, jalando a Kenzie abajo conmigo, mientras Keirran desaparecía detrás

del mostrador. Vi que la patas delanteras de la cosa-gato eran en realidad unas

manos huesudas con uñas largas y torcidas, pero lo peor de todo, su cuerpo

brillaba y parpadeaba en el aire como las olas de calor. Al igual que el

espeluznante hada que nos había perseguido a mí y a Kenzie hacia

Nuncajamás. Excepto que éste parecía un poco más sólido que los otros. No tan

transparente.

De repente tuvo la sospecha de lo que les había sucedido a los exiliados.

Keirran se apretó a través de una grieta en las paredes de tela y se agachó junto

a nosotros.

―¿Qué es eso? ―susurró, agarrando su espada―. Nunca he visto nada igual

antes.

―Yo lo he hecho. ―Me asomé por la esquina. El gato-cosa estaba dando

círculos lentamente, como si supiera que algo estaba allí, pero no podía verlo―.

Algo similar tomó a mi amigo y nos persiguió a nosotros< ―Señalé a Kenzie y

a mí< hacía Nuncajamás. Creo que son los que han secuestrado a exiliados y

mestizos.

La mirada de Keirran se oscureció, y de repente parecía muy peligroso, sus ojos

brillando con una luz helada mientras se levantaba lentamente.

―Entonces tal vez deberíamos hacer que no dañen a nadie más.

―¿Estás seguro de que es una buena idea?

―Ethan. ―Kenzie me apretó el brazo, pareciendo asustado, pero tratando de

no dejar que se viera―. No lo veo ―susurró―. No veo nada.

―Sin embargo, los niños pequeños pueden―susurró una voz detrás de

nosotros, y otra criatura-gato estaba en la oscuridad entre los puestos.

Me puse de pie, tirando de Kenzie conmigo. La cara arrugada del gato-hada

incrementándose en una sonrisa, mostrando fuertes dientes de felino.

―Pequeños seres humanos ―ronroneó, mientras que la otra hada dio la vuelta

en la esquina, encajonándonos. Me estremecí cuando el aire alrededor de

nosotros se hizo más frío―. Tú puedes vernos y escucharnos. Qué alentador.

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―¿Quién eres tú? ―Keirran exigió, y levantó su espada, apuntando a la cosa-

gato más cercana. Sobre su hombro, Razor gruñó y zumbo a las hadas,

enseñando los dientes―. ¿Qué le hiciste a los exiliados aquí?

El gato-hada silbó y se echó hacia atrás a la vista de las armas de hierro.

―No es humano ―dijo con voz {spera a la otra detrás de nosotros―. El

brillante es totalmente no humano. Puedo sentir su glamour. Él es fuerte. ―Ella

gruñó, dando un paso adelante―. Debemos llevarlo a la señora.

Alcé los palos y me eché hacia atrás, más cerca de Keirran, atrapando a Kenzie

entre nosotros. Ella miraba a su alrededor salvajemente, tratando de ver las

amenazas invisibles, pero era obvio que ni siquiera los escuchaba.

La segunda criatura-gato parpadeó lentamente, corriendo su lengua por la

delgada boca.

―Sí ―estuvo de acuerdo, doblando sus uñas―. Nosotros llevaremos al mestizo

a la señora, pero sería una pena desperdiciar todo ese hermoso glamour. Tal vez

nosotros deberíamos de tomar un poco.

Abrió la boca, que se extendió increíblemente amplia, un enorme agujero en su

cara arrugada. Sentí una ola que nos rodeaba, una sensación de tirón, como si el

gato-hada estuviera chupando el aire en sí mismo. Me preparé para algo

desagradable, presionándome cerca de Kenzie, pero a excepción de un leve

sentimiento de lentitud, no pasó nada.

Pero Keirran se tambaleó y cayó sobre una rodilla, poniendo una mano en la

cabina para sostenerse. Mientras lo miraba, parecía desvanecerse un poco, su

brillo atenuándose, el color descolorándose de su cabello y ropa. Razor chilló y

parpadeó a la vista, entrando y saliendo como una mala estación de televisión.

La otra hada se rió, y lo miré, debatiendo entre ayudar a Keirran y proteger a la

chica.

De repente, la criatura-gato se ahogó, convulsionándose y se abalanzó de vuelta

a Keirran.

―Veneno ―gritó ella, nauseabunda y jadeante, como si quisiera soltar una bola

de pelo―. ¡Veneno! ¡Asesino! ―Dio un espasmo de nuevo, encrespándose en sí

misma mientras su cuerpo comenzó a resquebrajarse, a disolverse como azúcar

en el agua―. ¡Hierro! ―se lamentó, arañando el suelo, a sí misma, sus ojos

pequeños y brillantes salvajes―. ¡Es una abominación de Hierro! ¡Mátalo,

hermana! ¡Mátalos a todos!

Desapareció entonces, explotando en la brisa, mientras el otro gato gritaba su

furia y se abalanzó.

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Llevé a mi ratán abajo, rompiéndolo sobre el cráneo del hada, luego

deslizándome lejos para aterrizar algunos golpes sólidos sobre su hombro.

Chilló de dolor y se volvió hacia mí, ayudándome a darle a su pierna derecha.

―Entonces, ¿eres suficiente real para golpearte, después de todo. ―Sonreí.

Gruñendo, se abalanzó, arañándome, y yo la esquivé otra vez, girando hacia

afuera como Guro me había enseñado, azotando mi ratán varias veces en todo

el rostro arrugado.

Sacudiendo la cabeza, el hada se hizo para atrás, silbando con furia, con un ojo

fuertemente cerrado. Pálida, la sangre plateada caía de su boca y la mandíbula,

retorciéndose a distancia tan pronto como había tocado el suelo. Giré mis palos

y di un paso más cerca, forzándola a retroceder. Kenzie había retrocedido unos

pasos y se había agachado junto a Keirran, podía oírle preguntándole si estaba

bien, y su tranquilo aseguramiento de que estaba bien.

―Chico ―susurró el gato-hada, sus labios recogidos en una mueca de odio―,

vas a pagar por esto. Todos ustedes lo harán. Cuando regresemos, no habrá

nada que les salve de nuestra ira.

Volteándose, el gato-cosa se acercó a la oscuridad entre los puestos y

desapareció de la vista.

Di un suspiro de alivio y me volví hacia Keirran, que estaba luchando por

ponerse de pie, su mano aún en la pared de la cabina. Razor estaba enojado,

ruidos confusos sobre su hombro, marcado con las palabras: “¡Gatito malo!".

―¿Estás bien? ―le pregunté, y él asintió con la cabeza con cansancio―. ¿Qué

ha pasado ahí?

―No lo sé. ―Le dio una sonrisa de agradecimiento a Kenzie y dio un paso

hacia adelante, parándose por su cuenta―. Cuando esa cosa se volvió hacia mí,

me sentí como si toda mi fuerza, mis emociones, aun mi memoria, estaba siendo

aspirado hacia fuera. Fue horrible... ―Él se estremeció, frotando su

antebrazo―. Me siento como si hubiera piezas de mí que faltan ahora, y nunca

voy a recuperarlas.

Me acordé de la piskie muerta, la forma en la que se veía justo antes de morir,

como si todo su color se hubiera evaporado.

―Estaba drenando tu magia ―dije y Keirran asintió con la cabeza―. Por lo

tanto, estas cosas, lo que sea que son, comen el glamour de las hadas regulares,

chupan a secar hasta que no queda nada.

―Al igual que los vampiros ―propuso Kenzie―. Hadas vampiros que cazan a

su propia clase. ―Arrugó la nariz―. Eso es espeluznante. ¿Por qué harían eso?

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Negué con la cabeza.

―No tengo ni idea.

―Es algo más que eso, sin embargo ―continuó Keirran, mirando el lugar

donde el gato-hada había muerto―. Sea lo que sea, parece que siguen siendo

mortalmente alérgicos al Hierro.

―Así que no son hadas de Hierro, por lo menos.

―No. ―Keirran se estremeció y dejo caer sus manos―. Aunque no tengo ni

idea de lo que son.

―¡Keirran!

El grito resonó en las filas, haciendo que Keirran levantara su cabeza, la

esperanza quemaba en sus ojos. Un momento después, una muchacha esbelta

en un vestido de color verde y marrón dio la vuelta en una esquina y corrió

hacia nosotros. Keirran sonrió y Razor le dio un zumbido de bienvenida,

agitando los brazos.

Me puse tenso. La niña era un hada, pude verlo fácilmente. Las puntas de sus

orejas asomaban por su cabello castaño dorado, que estaba trenzado con vides y

flores y colgando varios centímetros más allá de su cintura. Tenía la gracia

natural de toda hada, esa perfecta belleza donde era tentador mirarla y

completamente olvidar comer, dormir, respirar o cualquier otra cosa.

Keirran dio un paso adelante, olvidando a Kenzie y a mí completamente, sus

ojos sólo para el hada que se acercaba a nosotros. La chica hada deteniéndose

apenada solo tocándolo, como si hubiera tenido la intención de arrojarse a sus

brazos, pero lo pensó mejor en el último momento.

―Annwyl. ―Keirran vaciló, como si, también quisiera jalarla más cerca, sólo

para decidir detenerse. Su mirada no se apartaba del hada de Verano, sin

embargo, y ella no parecía darse cuenta de los dos humanos de pie detrás de él.

Hubo un momento de incómodo silencio, sólo roto por Razor, parloteando en el

hombro de Keirran, antes de que el hada negara con la cabeza.

―No deberías estar aquí, Keirran ―dijo, con su voz melodiosa y suave, como el

agua sobre un lecho de roca―. Vas a conseguir estar en problemas. ¿Por qué

has venido?

―Me enteré de lo que estaba ocurriendo en el reino de los mortales

―respondió Keirran, dando un paso hacia adelante y tomando su mano―. Oí

el rumor de que algo estaba por aquí, matando a los exiliados y mestizos. ―Su

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otra mano se levantó como para rozar su mejilla―. Tenía que venir a verte, para

asegurarme de que estabas bien.

Annwyl vaciló. Anhelo se mostró en su rostro, pero dio un paso atrás antes de

que Keirran pudiera tocarla. Los ojos de él se cerraron, brevemente y dejó caer

su brazo.

―No deberías estar aquí ―insistió la chica―. No es seguro, especialmente

ahora. Hay... criaturas.

―Los vimos ―respondió Keirran y Annwyl le dirigió una mirada asustada. Su

mirada se endurecido, sus ojos azul hielo brillando peligrosamente―. Esas

cosas ―continuó―. ¿Está ella consciente de ellos? ¿Es por eso que el mercado se

ha disuelto?

La chica hada asintió.

―Ella sabe que est{s aquí ―respondió en su suave y ondulante voz―. Ella te

está esperando. Se supone que te debo llevar a ella. Pero...

Su mirada se deslizó por último a la mía, y sus grandes ojos verde musgo se

agrandaron.

―¿Trajiste mortales aquí? ―preguntó ella, sonando confusa―. ¿Quién...?

―Ah. Sí, ¿dónde están mis modales? ―Keirran miró hacia atrás, como si

acabara de acordarse de nosotros―. Lo siento. Ethan, ella es Annwyl, ex

miembro de la Corte de Verano. Annwyl, permíteme presentarte a... Ethan

Chase.

El hada se quedó sin aliento.

―¿Chase? ¿El hermano de la reina?

―Sí ―dijo Keirran, y asintió a Kenzie―. Además, Kenzie St. James. Ambos

amigos míos.

Eché un vistazo a Keirran, sorprendido por la manera informal que soltó la

palabra amigos. Nos acababa de conocer y éramos prácticamente extraños, pero

Keirran actuaba como si nos hubiera conocido por mucho más tiempo. Pero eso

era una locura; nunca lo había visto antes de esta noche.

Solemnemente, el hada de Verano se hizo hacia atrás y se dejó caer en una

profunda reverencia, dirigida a mí, me di cuenta.

―No ―le murmuré, agitando la mano―. No soy un príncipe. No tienes que

hacer eso conmigo.

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Annwyl parpadeó sus grandes ojos verde musgo.

―Pero... lo eres ―dijo con su ondulante voz―. Eres el hermano de la reina.

Incluso si no eres uno de nosotros<

―Dije que est{ bien. ―En pocas palabras, me pregunté qué pasaría si todas las

hadas supieran quién era yo. ¿Me tratarían con respeto y me dejarían solo? ¿O

mi vida sería aún más caótica y peligrosa, ya que me verían como un punto

débil que podría ser explotado? Tenía la sensación de que sería lo segundo―.

No soy nadie especial ―le dije a la chica de Verano, que todavía se veía poco

convencida―. No me trates diferente de cómo tratas a Keirran.

No podía estar seguro, pero estaba casi seguro que Keirran escondió una

pequeña sonrisa detrás del cabello de Annwyl. La chica de Verano parpadeó

otra vez, y parecía a punto de decir algo, cuando Kenzie habló.

―¿Um, Ethan? Siento ser una humana normal y todo, pero... ¿a quién le

estamos hablando?

Se rió Keirran.

―Oh, claro. ―Para Annwyl, dijo―: Me temo que Mackenzie no puede verte

ahora mismo. Ella sólo es humana.

―¿Qué? ―Annwyl miró a Kenzie, y sus ojos se abrieron como platos―. Oh,

por supuesto. Por favor, perdóname. ―Un escalofrío recorrió el aire a su

alrededor, y Kenzie salto mientras la joven hada se materializó delante de

nosotros―. ¿Está mejor?

Kenzie suspiró.

―Nunca me acostumbraré.

El hada de Verano sonrió, pero entonces sus ojos se oscurecieron y se echó hacia

atrás.

―Vamos ―le instó, mirando alrededor de los terrenos de la feria―. No

podemos quedarnos aquí. Es muy peligroso. ―Su mirada recorrió los pasillos

como un ciervo asustado―. Se supone que debo llevarlos a la señora. Por aquí.

Seguimos a Annwyl a través del muerto parque de atracciones, a través del

espacio en silencio, más allá de la rueda de la fortuna, crujiendo suavemente en

el viento, hasta que llegamos a la Casa de los Espejos a la sombra de una

montaña rusa. Al pasar por extraños reflejos distorsionados de nosotros,

gordos, bajos, altos con los brazos como gorila, finalmente llegamos a un

estrecho espejo en un rincón oscuro y Annwyl miro hacia atrás a Keirran.

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―Está un poco... lleno de gente ―advirtió, contemplándonos a mí y Kenzie―.

Nadie quiere estar en este lado del velo, no con esas cosas por ahí. ―Se

estremeció, y vi a Keirran hacer una mueca de dolor, también―. Advertencia

justa ―continuó, viendo a Keirran con afecto innegable―. La señora está un

poco... de mal humor estos días. Podría no apreciar que aparezcas ahora,

especialmente con dos humanos.

―Voy a correr el riesgo ―dijo Keirran suavemente, sosteniendo su mirada.

Annwyl le sonrió, a continuación puso la mano en el espejo frente a nosotros.

Brillaba, creciendo aún más distorsionado, y la chica hada atravesó el vidrio,

desapareciendo de la vista.

Keirran nos miró y sonrió.

―Después de ustedes.

Tomando la mano de Kenzie, entramos por el cristal cambiante, y el mundo real

se desvaneció detrás de nosotros una vez más.

* * *

Nosotros entramos por la puerta de un oscuro, cuarto subterráneo, un sótano

tal vez, o incluso un calabozo. La chica de Verano nos hizo una seña para seguir

adelante, por los pasillos oscuros. Antorchas parpadeaban en soportes mientras

seguíamos a Annwyl abajo por los corredores húmedos y gárgolas nos miraba

desde columnas de piedra, burlándose mientras pasábamos.

Hadas también caminaban estas salas: boggarts y bogies y una pareja de

globins, las hadas prefieren el frío, humedad y sombras, evitando la luz. Nos

miraban con una curiosidad hambrienta y Kenzie les regresaba la mirada, capaz

de poder ver ahora que estábamos de vuelta en Faery. Ellos mantenían su

distancia, sin embargo, y subimos por una escalera de madera larga, donde un

par de puertas color carmesí se encaramaban en la parte superior. Annwyl las

empujo para abrirlas.

El ruido y la luz inundaron la escalera. Las puertas se abrieron a un enorme,

recibidor de paredes rojas, y el vestíbulo estaba lleno de hadas.

Hadas paradas o sentadas en el suelo de moqueta, hablando en murmullos.

Goblins murmuraban entre sí, agrupados en pequeños grupos, mirando a su

alrededor con cautela. Brownies, sátiros y piskies se cernían a través de la

habitación, pareciendo perdidos. Una pareja de redcaps de pie en un rincón,

dejando al descubierto sus colmillos al que se acercara demasiado. Uno de ellos

se fijó en mí y dio un codazo a su compañero, señalando con la barbilla en

nuestra dirección. El otro sonrió, pasándose una lengua pálida por los dientes, y

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yo los miré fríamente de vuelta, retándolos a intentar algo. El redcap se burló,

hizo un gesto grosero, y volvió a amenazar la multitud.

Más hadas se agrupaban a lo largo de las paredes, algunos de ellos montando

guardia en las mesas y cajas de cosas raras. En una esquina, un hada en un

manto blanco levantando un soporte de máscaras de plumas, mientras que

cerca de la chimenea, una bruja torcida arrancó una brocheta de ratones de las

llamas y lo puso, todavía humeante, junto a un plato de ranas y lo que parecía

como un gato cocinado. El olor de la piel quemada derivó hacia mí a través de

la habitación, y Kenzie hizo un pequeño ruido de náuseas.

Pero aún con todo lo extraño, sobrenatural y hadas peligrosas en la habitación,

había solo algo que realmente importaba.

En el centro de todo el caos, con una varilla de cigarrillo en una mano y una

mirada irritada en su rostro, estaba el hada más sorprendente que había visto

alguna vez. Cabello de color cobre-oro flotaba a su alrededor como una melena

y un vestido abrazaba su cuerpo delgado, la larga abertura en el lado mostraba

las piernas increíblemente agraciadas. Era alta, real y, obviamente, molesta,

porque seguía frunciendo los labios y soplando una cortina de humo azul a los

lobos gruñendo que se arrancaban pedazos unos a otros a medida que pasaban

por el aire. Un enano de barba negra parado por debajo de su mirada, una caja

de madera puesta a su lado. La caja había sido cubierta con un paño oscuro,

gruñidos y ruidos silbantes llegaron desde dentro, mientras se movía hacia

atrás y adelante.

―No me importa si el animal ya estaba pagado, querido. ―La voz alta y clara

del hada resonó entre la multitud―. Tú no puedes mantener esa cosa aquí.

―Su tono era hipnótico, exasperada como estaba―. No voy a tener a mis

mascotas humanas convertidas en piedra porque la duquesa de espinas tiene

un deseo natural por los huevos de áspides.

―Por favor. ―El enano levantó sus gruesas manos, suplicante―. Leanansidhe,

por favor, sé razonable.

Aspiré una bocanada de aire, y mi sangre se heló.

¿Leanansidhe? ¿Leanansidhe, la maldita Reina Exiliada? Le dirigí una penetrante

mirada a Keirran, quien ofreció una débil sonrisa. Todo el mundo en Faery

sabía quién era Leanansidhe, yo incluido. Meghan había mencionado su

nombre un par de veces, pero más allá de eso, no se puede conocer a un hada

exiliada que no haya oído hablar de la peligrosa Musa oscura y no se asuste de

ella.

―Sal de mi casa, Feddic. ―La Reina Exiliada señaló la puerta por la que

estábamos entrando―. No me importa lo que hagas con eso, pero quiero que se

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vaya. ¿O deseas ser excluido de mi casa permanentemente? ¿Te arriesgas con el

monstruo chupador de vida en el mundo real?

―¡No! ―El enano se echó hacia atrás, con los ojos abiertos―. Voy a... Voy a

deshacerme de él, Leanansidhe ―tartamudeó―. Justo ahora.

―Asegúrate de que lo haces, mascota. ―Leanansidhe frunció los labios,

chupando la flauta de su cigarrillo. Suspiró y la imagen de un gallo de humo

salió corriendo sobre nuestras cabezas―. Si encuentro una criatura más en esta

casa convertida en piedra... ―Su voz se desvaneció, pero la mirada terrible en

sus ojos habló más que las palabras.

El enano cogió la caja silbante y cubierta y se alejó, murmurando en voz baja.

Nos hizo a un lado mientras pasaba y siguió por las escaleras sin mirar hacia

nosotros, luego desapareció en las sombras.

Leanansidhe pellizcó el puente de su nariz, luego se enderezó y miró

directamente a nosotros.

―Bien, bien ―ronroneó, sonriente en una forma que no me gustó para nada―.

Keirran, querido. Aquí estás otra vez. ¿A qué se debe el placer? ―Ella me dio

una mirada superficial antes de volver a Keirran―. Y trajiste un par de seres

humanos contigo, ya veo. ¿Más perros callejeros, querido? ―Ella sacudió su

cabeza―. Tu preocupación por los niños abandonados sin esperanza es muy

conmovedora, pero si piensas que los vas a dejar aquí, paloma, me temo que no

tengo cupo.

Keirran se inclinó.

―Leanansidhe. ―Él asintió con la cabeza, mirando a la multitud de hadas―.

Parece que tienes casa llena.

―Lo notaste, ¿verdad, mascota? ―La Reina Exiliada suspiró y se formó un

puma―. Sí, he sido reducida a manejar el Mercado de Goblins en mi propia

sala de estar, lo que hace que sea muy difícil concentrarse en otras cosas. Por no

hablar de que está volviendo a mis mascotas humanas aún más locas que de

costumbre. Pueden apenas rasguear una nota o mantener una sintonía con todo

el caos alrededor. ―Tocó con dos dedos elegantes la sien, como si tuviera un

dolor de cabeza.

Keirran parecía poco impresionado.

La Reina Exiliada olfateó.

―Por desgracia, estoy muy ocupada en este momento, mi amor, por lo que si

quieren hacer algo útil, ¿por qué no eres un buen chico y llevas un mensaje a

casa? Dile a la Reina de Hierro que algo está pasando en el mundo real, y ella

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puede desear saber acerca de esto. Si estás aquí sólo para hacerle ojitos a

Annwyl, mi querido príncipe, me temo que no tengo tiempo para ti.

¿Príncipe? Espera.

―Espera. ―Me volví muy lentamente, mirando a Keirran, ignorando a la Reina

Exiliada por el momento. Keirran hizo una mueca y no me miro―. ¿Puedes

decirlo otra vez? ―pregunté, la incredulidad haciendo un nudo en mi

estómago. Tenía la boca repentinamente seca―. Tú eres un príncipe< ¿del

Reino de Hierro? Entonces, tu... Meghan es... ―Ni siquiera pude terminar la

frase.

Por el rabillo de mi ojo, Leanansidhe se enderezo.

―Ethan Chase. ―Su voz fue baja y peligrosa, como si acabara de descubrir

quién estaba de pie en su sala de estar. No podía mirarla ahora, sin embargo. Mi

atención estaba fija en Keirran.

Él me lanzó una dolida, avergonzada mueca.

―Sí. Iba a decirte... más pronto o más tarde. Sólo que no ha habido un buen

tiempo. ―Hizo una pausa, su voz muy suave―. Lo siento... tío.

Razor soltó un agudo zumbido de risa.

―¡Tío! ―aulló, ajeno a las miradas de horror y asco que estaba recibiendo de

cada hada en la habitación―. ¡Tío, tío! ¡Tío Ethan!

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El Precio de Leanansidhe

Traducido por Sisabel1320 Corregido por Moonse

Me sentía entumecido. Y un poco enfermo.

Keirran, esta hada delante de mí, era el hijo de Ash y Meghan. ¿Cómo no lo

imaginé antes? Todo encajaba: la sangre humana, su glamour de Hierro, incluso

las expresiones familiares en su rostro. Me eran tan familiares porque las había

visto antes. En Meghan. Pude ver el parecido ahora, sus ojos, el cabello y las

características faciales, que eran todas de mi hermana.

Pero la sombra de Ash se cernía allí también, en su mandíbula, su postura, la

forma en que se movía.

Por un segundo, lo odiaba.

Antes de que cualquiera de nosotros pudiera decir nada, los feys exiliados en la

habitación ahogaron un grito y gruñeron, avanzando fuera de Keirran como si

él tuviera una enfermedad. Murmullos de: "El Príncipe de Hierro", se

extendieron entre la multitud, y el círculo de hadas parecía debatirse entre

inclinarse o huir de la habitación.

Leanansidhe nos dio a ambos una mirada extremadamente exasperada, como si

fuéramos la causa de sus dolores de cabeza y chasqueó sus dedos a nosotros.

―Annwyl, cariño. ―La Reina Exiliada uso un tono que hizo temblar a la chica

hada, y Keirran se movió protectoramente para estar a su lado―. Espera aquí,

¿lo harías, paloma? Trata de mantener las masas bajo control mientras me

ocupo de este pequeño bache. Ustedes tres. ―Ella cambió su mirada fría hacia

nosotros, con su tono no admitía discusión―. Síganme, mascotas. Y, Keirran,

mantén al miserable gremlin bajo control este tiempo, o me veré obligada a

hacer algo drástico.

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Kenzie, olvidada junto a todos nosotros, me disparó una mirada de

preocupación, y me encogí de hombros, tratando de tener un aspecto

despreocupado.

Empezamos a seguir a Leanansidhe, pero Annwyl y Keirran se quedaron

rezagados por un momento. Leanansidhe rodó sus ojos.

―En algún momento de hoy, mascotas. ―Ella suspiró, mientras Annwyl

finalmente se dio la vuelta y Keirran parecía abatido―. Aunque todavía estoy

en un estado de ánimo bastante razonable para no convertir a cualquiera en un

violonchelo.

Girando en un remolino de humo azul, la Reina Exiliada nos llevó fuera de la

habitación, bajó varios largos pasillos alfombrados de rojo, y entró en una

biblioteca. Estantes enormes de libros alineados en las paredes, y una melodía

animada nadó a través del aire, interpretada por un hombre con un violín en un

lejano rincón.

―Fuera, Charles ―anunció Leanansidhe cuando entró en la habitación, y el

humano rápidamente empacó su instrumento y huyó por otra puerta.

La Reina Exiliada giró sobre nosotros.

―¡Bien! ―exclamó, mirándome, su cabello se retorcía a su alrededor―. Ethan

Chase. Esto es una sorpresa. El hijo y el hermano de la de la Reina de Hierro

vienen a visitarnos al mismo tiempo, ¡qué ocasión! ¿Cómo está tu querida

hermana mayor, mascota? ―me preguntó ella―. ¿Supongo que has ido a verla

recientemente?

―Meghan est{ bien ―murmuré, siendo consciente de Keirran de pie allí. Ahora

que sabía que estábamos... relacionados... se sentía extraño estar hablando de

Meghan delante de él.

Analicé eso. ¿Qué es raro? Raro es tener un sobrino de la misma edad que tú. Raro es

que tu hermana tenga un hijo, y no haya hablado con su familia acerca de él. ¡Raro es

ser el tío de un maldito media-hada! Olvídate de raro, es más allá de raro que no es

gracioso.

Leanansidhe chasqueó la lengua y miró a Keirran, y una lenta sonrisa cruzó sus

labios.

―Y tu Keirran, tortuoso chico ―ronroneó―. No se lo dijiste, ¿verdad? ―Ella se

echó a reír, sacudiendo la cabeza―. Bueno, se trata de un drama familiar

inesperado, ¿no es así? Me pregunto lo que la Reina de Hierro diría si pudiera

estar aquí ahora.

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―Espera un segundo. ―La voz de Kenzie se quebró, desconcertada e

incrédula―. ¿Keirran es tu sobrino? ¿Él es el hijo de la Reina de Hierro? Pero...

¡ustedes son de la misma edad! ―Señaló salvajemente―. ¿Cómo demonios

funciona eso?

―Ah, bueno. ―Keirran se encogió de hombros, avergonzado―. ¿Recuerdas la

loca diferencia de tiempo en Faery? Eso es parte de lo mismo. Además, los feys

maduran a un ritmo más rápido que los mortales, viene con vivir en un lugar

tan peligroso como el Nuncajamás, supongo. Nosotros crecemos rápidamente

hasta que llegamos a un cierto punto, entonces solo... nos detenemos. ―Dio otra

sonrisa tímida―. Confía en mí, ustedes no son los únicos que se sorprendieron.

Fue una gran sorpresa para mamá también.

Miré a Keirran, olvidando a Kenzie y a Leanansidhe por el momento.

―¿Por qué no dijiste nada? ―exigí.

Keirran suspiró.

―¿Cómo? ―preguntó, levantando sus manos lejos de sus lados, antes de

dejarlas caer―. ¿Mientras veníamos caminando? Ah, por cierto, soy el Príncipe del

Reino de Hierro, y tu sobrino. ¡Sorpresa! ―Él se encogió de hombros otra vez, hizo

un gesto desesperado―. Hubiera sido extraño. E... incómodo. Y estoy bastante

seguro de que no te hubiera gustado nada que ver conmigo si supieras.

―¿Por qué Meghan no dijo nada? Eso es un poco una gran cosa para ocultar a

su familia.

―No lo sé, Ethan. ―Keirran sacudió la cabeza―. Ella nunca habla de ti, nunca

habla de su vida humana. Yo ni siquiera sabía que tenía otra familia hasta unos

pocos años atrás. ―Hizo una pausa y se pasó los dedos por su cabello

plateado―. Me sorprendió cuando me enteré de que la reina tenía un hermano

viviendo en el mundo mortal. Pero cuando le pregunté al respecto, me dijo que

nosotros teníamos que vivir vidas separadas, que el mezclar las dos familias

sólo traería problemas a los dos. No estuve de acuerdo, quería conocerte, pero

ella me prohibió venir y verte en absoluto.

Parecía sincero y genuino arrepentimiento, por no haber sido capaz de

presentarse. Mi enojo con él se disolvió un poco, sólo para cambiar a otro

objetivo.

Meghan, pensé furioso. ¿Cómo pudiste? ¿Cómo no nos lo dijiste? ¿Cuál era el punto?

―Cuando me enteré de que estabas en el palacio ―continuó Keirran, su rostro

serio, como si estuviera deseando que le creyera―, no podía creerlo. Tenía que

verlo por mí mismo. Pero cuando Razor me dijo lo que dijo, que algo estaba

matando a los exiliados y mestizos, sabía que tenía que llegar a Annwyl,

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asegurarme de que ella estaba a salvo. Así que pensé, dos pájaros de un tiro, ¿por

qué no? ―Él se encogió de hombros y dio una sonrisa irónica, antes de

reflexionar una vez más―. No te dije todo, y lo siento por eso. Pero tenía que

asegurarme de que tú me siguieras fuera del Reino de Hierro.

Mi cabeza aún estaba conmocionada. El hijo de Meghan. Mi sobrino. Apenas

pude envolver mi mente alrededor de ello. No sabía si debía estar indignado,

horrorizado, extático o completamente extrañado. Sabía que Iba a tener que

hablar con Meghan sobre esto, preguntar por qué sentía que era importante

mantenernos en la oscuridad. Al diablo con esto de "vivir vidas separadas",

mierda. ¡Ella tenía un hijo!, medio hada o no, no puedes mantener ese tipo de

cosas lejos de tu familia.

―Bueno ―intervino Leanansidhe con un gesto de su cigarrillo flauta―, aunque

estoy disfrutando mucho de este pequeño drama, mascotas, me que temo no

podemos sentarnos y discutir todo día. Tengo problemas más grandes que

atender. ¿Supongo que los chicos no vieron las abominaciones que están

merodeando alrededor del suelo fey?

―Lo hicimos, en realidad.

No fue Keirran quien contestó a la Reina Exiliada. Fue Kenzie. Hice una mueca

y me alejé del Príncipe de Hierro, comprometiéndome a hacer frente a esto más

tarde, cuando tuviera tiempo para pensar en ello. Ahora mismo, la Musa

Oscura había vuelto su atención en la chica que, hasta ese momento, había

estado de pie a un lado, observando el drama sin participar. A decir verdad, yo

estaba feliz por eso, era probablemente lo mejor para ella pasar desapercibida

para Leanansidhe tanto como pudiera. Pero, por supuesto, Kenzie nunca podía

permanecer en silencio por mucho tiempo.

―Nos hicieron verlos ―repitió, y la Musa Oscura parpadeó con sorpresa―.

Bueno, ellos sí ―continuó, señalando con la cabeza hacia mí y Keirran―. Yo no

podía ver nada. Pero sí sé que algo nos atacó. Ellos están matando a tu gente,

¿verdad?

―Y, ¿quién eres tú de nuevo, paloma?

―Oh, lo siento ―continuo Kenzie, a medida que Leanansidhe seguía

mirándola como si estuviera viendo a la chica por primera vez―. Soy

Mackenzie, compañera de Ethan. Tenemos suerte de que nos empujaran a

Nuncajamás juntos.

―¿Cómo... tenaz?, ―reflexionó Leanansidhe después de un momento. Y yo no

sabía si ella encontró a Kenzie divertida u ofensiva. Esperaba que fuera la

primera―. Bueno, lo que tú debes saber, querida, sí, algo allí afuera está

haciendo desaparecer exiliados. Como puedes ver el estado de mi sala de estar,

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los feys exiliados han prácticamente derribado mis paredes intentando entrar,

yo no he tenido estos problemas desde la guerra con los feys de Hierro. ―Ella

hizo una pausa y dirigió una penetrante mirada a Razor, que estaba tarareando

en el hombro de Keirran. El gremlin parecía felizmente ajeno a todo.

―¿Alguna idea de qué lo está causando? ―preguntó Kenzie, deslizándose en el

modo de reportera como si estuviera en el torneo. Si hubiera tenido un

cuaderno, lo habría abierto ahora mismo, garabateando furiosamente con su

lápiz.

Leanansidhe suspiró.

―Ideas vagas, querida. Rumores de horribles monstruos succionando el

glamour fuera de sus víctimas hasta que están como cáscaras sin vida. Nunca

he visto las horribles cosas, por supuesto, pero ha habido varias desapariciones

en la feria, así como en todo el mundo.

―¿En todo el mundo? ―interrumpí― ¿Esto realmente es tan general?

Leanansidhe me dio una mirada extraña.

―No tienes ni idea, querido ―dijo en voz baja―. Y tampoco lo hacen las

Cortes. Tu hermana permanece felizmente ignorante de la amenaza en el reino

de los mortales, y a Verano e Invierno no les importa. Pero... déjame mostrarte

algo.

Ella se dirigió a una mesa en la esquina de la sala, donde un enorme mapa del

mundo estaba desplegado a través de la madera. Puntos rojos marcaban la

superficie, algunos aislados, algunos agrupados. Había un buen número

extendido en Norteamérica, pero también un montón en Inglaterra, Irlanda y

Gran Bretaña.

Dispersos, tal vez. No era como si un área entera estuviera cubierta con rojo. Sin

embargo, no había continente sin marcar. Norteamérica, Europa, África,

Australia, Asia, Sudamérica. Todos tenían su parte marcada de puntos rojos.

―He estado siguiendo las desapariciones ―dijo Leanansidhe en el silencio

atónito―. Exiliados y mestizos por igual. Como pueden ver, queridos, es

bastante generalizado. Y cada vez que envío a alguien a investigar, no vuelve.

Se est{ volviendo< ―Leanansidhe frunció los labios―< molesto.

Yo miraba fijamente el mapa, mis dedos cerniéndose más allá de un lugar en los

Estados Unidos. Dos brillantes puntos rojos en el estado de Louisiana, cerca de

mi ciudad natal.

Todd.

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Keirran escaneó la mesa, con la expresión grave.

―¿Y las dem{s Cortes no hacen nada? ―murmuró―. ¿Mab y Oberón y Titania

no saben lo que está pasando?

―Han sido informados, cariño ―dijo Leanansidhe, agitando el cigarrillo flauta

de una manera despectiva―. Sin embargo, las Cortes de Verano y de Invierno

no creen que sea lo suficientemente importante como para intervenir. ¿Qué les

importa a ellos la vida de los exiliados y mestizos? Mientras el problema

permanezca en el reino de los mortales, ellos se contentan con no hacer nada.

―¿Por qué no se lo dijiste a Meghan? ―interrumpí― ¡Ella hubiera hecho algo!

Ella está tratando de hacer algo ahora.

Leanansidhe frunció el ceño.

―Eso puede ser cierto, mascota. Pero, lamentablemente, no tengo manera de

hacer llegar un mensaje a la Reina de Hierro sin mis informantes cayendo

muertos por la enfermedad de Hierro. Es muy difícil contactar con el Reino de

Hierro cuando nadie está dispuesto a poner un pie allí. De hecho, estaba

esperando que éste ―ella agitó su flauta en dirección a Keirran―, viniera a

husmear alrededor de Annwyl una vez más, así podría darle un mensaje para

traer de vuelta a Mag Tuiredh.

Keirran se sonrojó un poco, pero no respondió. Razor se rió en su hombro.

Miré el mapa de nuevo, mis pensamientos dando vueltas. Así que muchos se

han ido. Una parte de mí me dijo que no importaba, que las hadas finalmente

consiguieron lo que se merecían después de siglos de hacer desaparecer a los

humanos.

Pero había algo más en juego ahora. Todd seguía perdido, y me prometí

encontrarlo. Meghan estaría involucrándose pronto. Y ahora, allí estaba

Keirran.

No quería pensar en Keirran en estos momentos.

―Entonces ―dije entre dientes, sin dejar de contemplar el mapa―, vas a

necesitar a alguien que pueda investigar estas cosas, alguien que no sea un

mestizo o un exiliado, que no tenga ningún glamour que pueda ser succionado.

Alguien que sea humano.

―Exactamente, querido. ―Leanansidhe lo miró con un frío brillo en sus ojos.

Podía sentirlo en la parte trasera de mi cuello sin ni siquiera haberla visto―. Así

que... ¿tú eres voluntario, mascota?

Suspiré.

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―Sí ―dije entre dientes y me enderecé para estar frente a ella―. Lo soy. Tengo

un amigo que tengo que encontrar, pero esto se ha vuelto aún más grande. No

sé qué monstruos estén allí fuera, y no me gusta. Si estas cosas chupadoras de

glamour están tan extendidos, es sólo cuestión de tiempo antes de que todos los

exiliados se hayan ido, y entonces podrían comenzar en Nuncajamás.

Dónde está Meghan.

―Excelente cariño, excelente. ―Leanansidhe sonrió, viéndose complacida―. ¿Y

qué pasa con ustedes dos? ―preguntó, señalando a Kenzie y Keirran, en el

extremo opuesto de la mesa―. ¿Qué hará el hijo de la Reina de Hierro, ahora

que está consciente del peligro? Siempre puedes ir a casa, ya sabes, y advertir al

reino. Aunque no puedo imaginar que la Reina de Hierro estará satisfecha

cuando se entere de lo que has estado haciendo.

―Yo voy con Ethan ―dijo Keirran en voz baja―. Tengo que hacerlo. Lo que sea

que estas cosas sean, no voy a estar tranquilo mientras matan nada más que

nuestra especie, exiliados o no.

―Incluyendo a Annwyl, ¿verdad, mascota?

Keirran miro directamente a la Reina Exiliada, levantando la barbilla.

―Sobre todo ella.

―Yo voy también ―corrió a decir Kenzie, y frunció el ceño, como si adivinara

que estaba justo a punto de sugerir que se fuera a casa. Lo cual estaba, pero ella

no tenía por qué saberlo.

―Kenzie, esta no es más tu pelea.

Miré a Keirran, esperando que me apoyara en esto. Él se encogió de hombros

inútilmente.

―No tienes un interés en esto ―continúe, tratando de ser razonable―. Tú no

tienes familia o hermanos o ―miré a Keirran―, novias de qué preocuparte. Ni

siquiera conoces muy bien a Todd. Estamos más cerca del mundo de los

mortales de lo que hemos estado hasta ahora, y puedes irte a casa en cualquier

momento. ¿Por qué sigues aquí?

―¡Porque quiero estar! ―replicó ella, así fue el final de la misma. Nos miramos

el uno al otro, y alzó las manos―. Por Dios, Ethan, ya hemos hablado de esto.

Consigue meterlo en tu cabeza testaruda, ¿de acuerdo? ¿Piensas que con todo lo

que he visto, puedo irme a casa y olvidarme de todo? No estoy aquí por familia

o hermanos o amigos. ¡Estoy aquí por ti! ¡Y porque quiero ver esto! Quiero saber

lo que hay afuera.

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―Ni siquiera puedes verlos ―argumenté―. Estas cosas existen en el mundo

real, ¿te acuerdas? Tú no tienes la vista, por lo que, ¿cómo vas a ayudarnos

cuando ni siquiera sabes dónde están?

Ella frunció los labios.

―Voy a pensar en... algo.

―Yo podría ayudar con eso, cariño ―interrumpió Leanansidhe, miramos hacia

arriba, y la Reina Exiliada sonrió a Kenzie, jugueteando con la boquilla de su

cigarrillo―. Tú eres una pequeña cosa con agallas, ¿verdad, mascota? Yo soy

más bien como tú. Con toda la chusma del mercado de los globins colgando en

mi sala de estar, estoy segura de que seré capaz de encontrar algo que te

ayudará con tu inexistente vista. Sin embargo... ―Ella levantó una perfecta

manicura de uñas―. Una advertencia, mi paloma. Esta no es una simple

solicitud, ni tampoco es barata. Conceder la vista a un humano no es algo que

tomo a la ligera. Voy a tener algo de ti a cambio, si estás de acuerdo.

―¡No! ―exploté hacia Kenzie, aunque Leanansidhe parpadeó con calma,

pareciendo irritada y divertida al mismo tiempo―. Kenzie, no ―dije, dando un

paso hacia ella―. Nunca hagas un trato con un hada. El precio siempre es muy

alto.

Kenzie me miró brevemente, luego se volvió de nuevo a la Reina Exiliada, su

expresión era pensativa.

―¿De qué clase de precio estás hablando? ―preguntó en voz baja.

―¡Kenzie!

―Ethan. ―Su voz era tranquila, pero firme mientras me miraba por encima del

hombro―. Es mi decisión.

―¡Al infierno si lo es! No te dejare hacer esto.

―Ethan, querido ―ordenó Leanansidhe, y juntó sus dedos índice y pulgar―.

Silencio.

Y de repente, no podía hablar. No podía emitir ningún sonido. Mi boca se abrió,

cuerdas vocales esforzándose por decir algo, pero estaba tan mudo como la

pintura en la pared.

―Esta es mi casa ―continuó la Musa Oscura, y las luces parpadearon cuando

me miró―. Y aquí obedecerán mis reglas. Si no te gusta, mascota, te invito a

dejarla. Pero la chica y yo tenemos negocios que llevar a cabo ahora, te sentaras

y serás un buen chico, ¿verdad? No me hagas convertirte en una muy

quejumbrosa guitarra.

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Apreté los puños, con ganas de golpear algo, queriendo agarrar a Kenzie y

llevarnos a los dos fuera de allí. Pero incluso si me fuera, Leanansidhe no

dejaría ir a Kenzie, no sin completar el trato. Atacar a alguien tan poderoso

como la Reina Exiliada era una idea muy estúpida, incluso para mí. Quería

proteger a Kenzie, pero no podría hacerlo si Leanansidhe me convertía en una

guitarra. Así que sólo podía estar allí, abriendo y cerrando los puños, mientras

Kenzie se preparaba para lidiar con la Reina Exiliada.

Keirran me miraba, su mirada era de disculpa, y resistí el impulso de golpearlo

a él también.

―Ethan. ―Kenzie me miró, el horror cruzó su rostro al darse cuenta de lo que

había sucedido, y luego se volvió hacia Leanansidhe―. Lo que sea que le acabas

de hacer a él ―exigió ella erizándose―, detenlo ahora mismo.

―Oh, pish, querida. Sólo se le traba un poco la lengua por el momento. Nada

que no se recupere. Con el tiempo. ―La Reina Exiliada me hizo un gesto

desdeñoso―. Ahora, mi paloma. Creo que tenemos algunos negocios por

concluir. Tú quieres ser capaz de ver el Mundo Oculto, y yo quiero algo de ti

también. La cuestión es, ¿qué estás dispuesta a pagar?

Kenzie se me quedó mirando un momento más, luego, lentamente, se volvió

hacia la Musa Oscura.

―Supongo que no estamos hablando de dinero.

Leanansidhe rió.

―Oh, no, mi mascota. Nada tan vulgar como eso. ―Ella se paseó hacia adelante

hasta quedar a sólo un metro de distancia de Kenzie, mirando a la Reina

Exiliada cernirse sobre ella―. Hay otra cosa que me interesa.

Empecé a avanzar, pero Keirran agarró mi brazo.

―Ethan, no ―susurró mientras lo miraba, preguntándome si debería

bloquearlo con el codo hacia fuera y obligarlo a arrodillarse―. Ella va a hacer

algo malo si tratas de interferir. Lo he visto. Incluso si no es en ti, podría

desquitarse con los demás. No puedo dejar que te lastime a ti mismo... o a

Annwyl.

―Puedo sentir la energía creativa en ti, mascota ―reflexionó la Reina Exiliada,

acariciando ligeramente el cabello largo y negro de Kenzie, y Keirran tuvo que

apretar su agarre en mi brazo―. Eres una artista, ¿verdad cariño? Una forjadora

de palabras, se podría decir.

―Soy periodista ―respondió Kenzie con cautela.

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―Exactamente así es, querida ―dijo Leanansidhe, avanzando unos pasos hacia

atrás―. Tú creas música con palabras y oraciones, no con notas. Bueno, aquí

está mi trato, mi mascota, Te ofreceré un poco de mi... digamos "inspiración

divina" para una pieza muy especial que estoy dispuesta a encargarte.

―Y... ¿sobre qué quieres que escriba?

―Quiero que publiques algo sobre mí, querida ―dijo Leanansidhe, como si eso

no fuera evidente―. ¿No es un precio tan terrible, o sí, mascota? Oh, pero aquí

está el verdadero golpe, cada palabra que escribas en el papel prácticamente

cantara desde la página. Tocará a quien lo lea, de una u otra forma. Las palabras

serán tuyas, los pensamientos serán tuyos. Me limitaré a añadir un poco de

inspiración para que el trabajo sea realmente magnífico. Déjame hacer esto, y

haré que te den la capacidad de ver a las hadas.

¡Kenzie no! Yo quería gritar. Si dejas que ella haga esto, le darás un pedazo de ti

misma a Leanansidhe. Ella va a tomar un poco de tu vida a cambio de la

inspiración, ¡es como trabaja la Musa Oscura!

Kenzie vaciló, considerando.

―¿Una pieza? ―dijo al fin, cuando me di vuelta desesperadamente hacia

Keirran, agarrando su cuello―. ¿Eso es todo?

Di algo, pensé, suplicándole al hada con mi mirada. Maldita sea, Keirran, tú sabes

lo que está pasando. No puedes permitir su acuerdo sin el pleno conocimiento de lo que

está consiguiendo. ¡Di algo!

―Por supuesto, querida, ―dijo Leanansidhe―. Sólo una pequeña pieza, escrita

por ti. Con mi ayuda, por supuesto.

Por favor, articulé, y Keirran suspiró.

―Eso no es todo, Leanansidhe ―dijo, soltándome el brazo y dando un paso

adelante―. No estás diciendo todo. Ella merece saber el precio real de su

inspiración.

―Keirran, querido ―dijo Leanansidhe, una nota definida de irritación debajo

de la fachada alegre―, si pierdo este acuerdo gracias a ti, voy a ser muy infeliz.

Y cuando estoy triste, mascota, todos en mi casa no están feliz. ―Ella fulminó a

Keirran con la mirada, y las luces de las paredes parpadearon―. Te hice un

favor al traerme a la chica de Verano, querido. Recuerda eso.

Keirran dio marcha atrás, dándome una oscura mirada, pero fue suficiente.

―¿Qué quiso decir? ―preguntó Kenzie mientras la Reina Exiliada resopló con

frustración―. ¿Qué es el “Precio Real”?

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―No mucho, querida ―Leanansidhe tranquilizó, cambiando de tono cuando se

volvió a la chica―. Sólo... en los términos del contrato, te comprometes a

renunciar a un poco de tu vida para mí, a cambio de la inspiración. No mucho,

eso sí ―añadió, cuando la boca de Kenzie se abrió―. Un mes o dos, más o

menos. Por supuesto, esta es tu única esperanza de vida natural, que no cuenta

para los accidentes fatales, enfermedades u otros fallecimientos inoportunos.

Pero esa es mi oferta por la vista, mi mascota. Realmente es una de mis ofertas

más generosas. ¿Qué te parece?

No, pensé en Kenzie. Di que no. Eso es lo único que se puede decir a una oferta como

esa.

―Claro ―dijo Kenzie inmediatamente, y la miré boquiabierto―. ¿Por qué no?

¿Un mes de mi vida, a cambio de una vida de ver a las hadas? ―Ella se encogió

de hombros―. Eso no es demasiado malo, a largo plazo.

¿Qué? Aturdido, sólo podía mirar a la chica con horror. ¿Sabes lo que acabas de

hacer? ¡Tú le regalaste un mes de tu existencia a una reina hada! Dejaste acortar tu

vida por nada.

Leanansidhe parpadeó.

―Bueno ―reflexionó un momento después―. Eso fue fácil. Qué suerte para mí.

Los seres humanos que he encontrado son generalmente extraordinariamente

apegados a sus vidas. Pero, si esa es tu decisión, tenemos un trato, mi mascota.

Y te conseguiré las cosas que necesitas para obtener la vista.

Ella sonrió, terriblemente complacida consigo misma, y me miró y a Keirran. Si

veía cómo miraba fijamente estupefacto a Kenzie, no hizo ningún comentario.

―Voy a buscar a Annwyl para que les muestre sus habitaciones. Nos vemos

aquí mañana, queridos, y nosotros vamos a discutir a dónde ir. Hasta entonces,

la mansión es suya.

* * *

Mi voz finalmente regresó unas horas más tarde.

No había visto a Annwyl o Keirran por un rato, no desde que la chica de

Verano nos llevara a las habitaciones de huéspedes de Leanansidhe y

desapareciera rápidamente, diciendo que tenía trabajo que hacer. Keirran no

esperó mucho tiempo antes de seguirla por el pasillo.

Kenzie, creo, me estaba evitando, porque desapareció en su habitación y no

respondió cuando llamé a la puerta unos pocos minutos más tarde.

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Así que merodeaba por la mansión, que era enorme, vagando por sus pasillos

interminables, esperando que algún exiliado fey tratara de luchar contra mí.

Nadie lo hizo, dejándome sin ningún tipo de distracciones.

Keirran. Hijo de Meghan... y mi sobrino, inquietante como era. La situación en

conjunto era completamente jodida. Sabía que el tiempo fluye de manera

diferente en Faery, pero aun así, Keirran tenía mi edad, al igual que Meghan y

Ash...

Negué con la cabeza, apartando ese tren de pensamientos. Mi familia acababa

de conseguir un conjunto mucho más raro. Me preguntaba lo que mamá diría si

supiera de Keirran. Probablemente enloquecería.

Tal vez por eso Meghan no nos dijo nada, pensé, mirando a un fantasma agazapado

debajo de un estante bajo como una enorme araña, sin atreverse a hacer algo,

echó un vistazo hacia mí y desapareció en las sombras. Tal vez ella sabía que

mamá no sería capaz de manejarlo. Tal vez tenía miedo de lo que podría pensar... pero,

no, ¡eso no es una excusa! Todavía debería habernos dicho. Eso no es algo que se puede

encubrir con la distancia y esperar que nadie se entere.

Meghan tenía una razón para no decirnos sobre Keirran, y tratar de mantenerlo

lejos de nosotros también. ¿Qué era? Como hasta donde yo sabía, Keirran no

tenía prejuicios contra los humanos, es cortés, de voz suave y respetuosa. El

completo opuesto de mí, pensé, rodando mis ojos. Mamá absolutamente lo amaría.

Pero Meghan nunca quiso que nos encontráramos, parecía muy extraño para

ella, también. ¿Qué podría ser tan horrible para tener un hijo y mantenerlo en

secreto al resto de tu familia? ¿Por qué no nos dijo sobre Keirran?

Voces moviéndose por el corredor en alguna parte más adelante, el suave,

borroso murmullo de una conversación. Oí a Annwyl con un tono lírico a través

de un arco en el extremo de la sala, y el eco de la voz tranquila de Keirran.

Como no quería molestar... lo que sea que estaban haciendo, me volví para salir,

cuando el nombre de Kenzie se filtró a través de la conversación y llamó mi

atención.

Desconfíe ahora, me deslicé por el pasillo hasta terminar en una habitación

grande y circular llena de vegetación. Un enorme árbol se alzaba desde el

centro, extendiendo retorcidas ramas hacia el cielo, lo que era fácil, porque la

habitación no tenía techo.

La luz solar brillante pasaba inclinada a través de las hojas, manchando la

alfombra de hierba y flores silvestres que rodeaban el tronco. Aves gorjeaban

por lo alto y mariposas bailaban a través de las flores, añadiendo a la

deslumbrante variedad color y luz.

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No era real, por supuesto. La mansión de Leanansidhe, según los rumores,

existía en un lugar llamado el Between, el velo que separa el Nuncajamás del

mundo mortal.

Supuestamente, cuando se utiliza un camino de hadas, pasas brevemente por el

Between, luego al otro reino. Cómo Leanansidhe ha conseguido crear toda una

mansión en el espacio entre los mundos era algo desconcertante, simplemente

no debería preguntar sobre ello. Nadie sabía lo que fuera que la mansión

parecía, pero estaba bastante seguro de que no tenía luz solar y canto de

pájaros. Esta habitación era todo glamour de hada. Realmente una buena

ilusión, podría muy bien oler las flores silvestres, escuchar las abejas zumbando

junto a mi oreja y sentir el calor del sol, pero no era más que una ilusión. Yo no

había venido aquí para oler las flores, Estaba allí para descubrir por qué dos

hadas estaban hablando de Kenzie.

Keirran estaba sentado bajo el tronco, con una rodilla a la altura del pecho,

mirando a Annwyl que se movía con gracia a través de las flores. Cada cierto

tiempo, el hada de Verano se detenía, rozando sus dedos sobre un pétalo o

helecho, y la planta inmediatamente se enderezaba, desplegando nuevas y

brillantes hojas. Las mariposas bailaban alrededor de ella, se subían en su

cabello y ropa, como si fuera una enorme flor a la deriva a través del campo.

Me acerqué con facilidad, rodeando los bordes de la sala, manteniendo una

hilera de helechos gigantes entre los dos feys y yo. Escudriñando a través de las

hojas, sintiéndome un poco ridículo de tener que inclinarme tan bajo, me

esforcé por escuchar en la dirección del árbol.

―Leanansidhe quiere que la ceremonia se realice esta noche ―decía Annwyl,

levantando el brazo para tocar una rama que colgaba baja. La agito, y varias

hojas marchitas crecieron completas y verdes nuevamente―. Creo que sería

mejor si tú realizas el ritual, Keirran. Ella te conoce, y el muchacho podría

objetar si yo voy a cualquier parte cerca de ella.

―Lo sé. ―Exhalo Keirran, apoyando la barbilla sobre sus rodillas―. Sólo

espero que Ethan no me odie por mi participación en darle la vista a Kenzie. Es

probable que todavía se esté recuperando de esa última carga de ladrillos que

cayó sobre su cabeza.

―¿Quiere decir que eres su sobrino? ―preguntó Annwyl suavemente, y mi

estómago se retorció. Todavía no estaba acostumbrado a la idea―. Pero, sin

duda él entiende cómo funciona el tiempo en ambos mundos. Tuvo que darse

cuenta de que su hermana comenzaría su propia familia, incluso si no estaba en

el reino de los mortales, ¿no?

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―¿Cómo podría? ―murmuró Keirran―. Ella nunca se lo dijo. Ella nunca me lo

dijo. ―Suspiró de nuevo, y aunque no pude ver su cara muy bien, su tono era

sombrío, casi enojado―. Ella está ocultando algo, Annwyl. Creo que todos lo

están. Oberon, Titania, Mab, todos saben algo. Y nadie me va a decir lo que es.

―Su voz era baja, frustrado y confundido―. ¿Por qué no confían en mí?

Annwyl se volvió, dándole una extraña mirada. Repentinamente tomando una

ramita de la rama más cercana, se arrodilló delante de Keirran y levantó la vara.

―Aquí. Toma esto por un momento.

Viéndose desconcertado, Keirran lo hizo.

―Haz lo que yo estaba haciendo justo ahora ―le ordeno―. Hazla crecer.

Él frunció el ceño, pero se encogió de hombros y bajó la mirada hacia la vara

desnuda. Se estremeció, y pequeños capullos aparecieron a lo largo de la

madera, antes de desplegarse en hojas. Una mariposa flotando por debajo del

cabello de Annwyl vino a posarse en la punta.

―Ahora, m{talo ―dijo Annwyl.

Ella recibió otra mirada desconcertada, pero un segundo más tarde una

escarcha helada se apoderó de las hojas, convirtiéndolas en negro, antes que

toda la ramita se recubriera de hielo. La mariposa cayó en espiral hacia el suelo,

sin vida en un instante. Annwyl golpeo la rama con sus dedos, y la partió, una

mitad del palo giro lejos en las flores.

―¿Ves a lo que quiero llegar, Príncipe Keirran?

Él bajó la cabeza.

―Sí.

―Eres el Príncipe de Hierro ―dijo Annwyl con una voz suave―. Pero no eres

simplemente un hada de Hierro. Tienes el glamour de las tres Cortes y puedes

usarlos a la perfección, sin falta. Nadie más en Faery tiene esa capacidad, ni

siquiera La Reina de Hierro. ―Ella puso una mano en su rodilla, y él bajó la

mirada hacia ella―. Ellos te temen, Keirran. Tienen miedo de lo que puedas

llegar a ser, lo que tu existencia podría significar para ellos. Es la naturaleza de

las Cortes, por desgracia. No reaccionan bien a los cambios.

―¿Tienes miedo de mí? ―preguntó Keirran, su voz casi perdida en un suspiro

entre las hojas.

―No. ―Annwyl apartó su mano y se levantó, mirando hacia él―. No cuando

fuiste amable conmigo, y arriesgando tanto para traerme aquí. Pero sé que eres

mejor que las Cortes, Keirran. Yo sólo era una humilde sirviente para Titania,

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pero tú eres el Príncipe de Hierro. ―Ella dio un paso atrás, su voz triste pero

resuelta―. Sé cuál es mi lugar. No voy a arrastrarte al exilio conmigo.

Cuando Annwyl dio la vuelta, Keirran se levantó rápidamente, sin tocarla pero

muy cerca.

―Yo no tengo miedo del exilio ―dijo en voz baja y la chica de Verano cerró sus

ojos―. Y no me importa lo que digan las Cortes. Mis propios padres desafiaron

las leyes, y mira dónde están ahora. ―Subió su mano, acariciando suavemente

su trenza, causando que varias mariposas revolotearan hacia el cielo―. Yo haría

lo mismo por ti, si solo me dieras la oportunidad.

―No, Príncipe Keirran. ―Annwyl giró, sus ojos estaban vidriosos―. No voy a

hacer eso, no a ti. Me gustaría que las cosas fueran diferentes, pero nosotros no

podemos... las Cortes harían... lo siento.

Ella se dio la vuelta y huyó de la habitación, dejando a Keirran de pie solo en el

gran árbol. Él se pasó una mano por sus ojos, entonces deambulo hacia atrás

para apoyarse en el tronco, mirando a la nada.

Sintiéndome como un intruso que acababa de ser testigo de algo que no debería

haber sido, retrocedí hacia el pasillo. Mis sospechas se habían confirmado,

Meghan escondía algo de nosotros. Sin duda tendría que ir a hablar con ella

sobre eso, le exigiría saber porque pensaba que eso era tan importante mantener

a su familia en la oscuridad.

Sin embargo, primero tenía que encontrar a Kenzie, antes de que este ritual se

supusiera que empezara.

Ella tenía que saber lo que realmente significa tener la vista, lo que los feys le

hacen a los que pueden verlos. Si ella realmente entendiera las consecuencias,

nunca habría hecho esa oferta.

Aunque, en el fondo, sabía que era una mentira. Kenzie sabía exactamente en lo

que se estaba metiendo y optó por hacerlo de todos modos.

* * *

Por fin la encontré en la biblioteca, escondida entre los estantes altos de libros,

apoyados en la pared. Ella levantó la vista cuando entré en el pasillo, el pesado

tomo en sus manos le daba un aspecto aún más pequeño. Esa extraña sensación

retorció mi estómago otra vez, pero la ignoré.

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―Hey. ―Ella me dedicó una sonrisa vacilante, como si no estuviera segura de

si yo estaba enojado con ella o no―. ¿Tu voz ha vuelto?

―Sí. ―Salió más duro de lo que había querido, pero seguí―. Necesito hablar

contigo.

―Supongo que sí. ―Ella suspiró, empujando un mechón de cabello detrás de

su oreja. Por un momento, se quedó mirando las páginas delante de ella―.

Supongo que... quieres saber por qué estuve de acuerdo con el rato.

―¿Por qué? ―Di un paso adelante, en el espacio estrecho―. ¿Por qué piensas

que tu vida es un comercio aceptable por algo que no tiene nada que ver en

primer lugar? ―Ira parpadeó de nuevo, pero no podía decir si estaba dirigida a

Kenzie, Leanansidhe, Keirran o algo más―. Esto no es un juego, Kenzie. Tú

solamente acabas de acortar tu vida por un negocio de basura con un hada. No

creo que ella no vaya a cobrar. Ellos siempre lo hacen.

―Es un mes, Ethan. A lo sumo dos. No importa a largo plazo.

―¡Es tu vida! ―Clavé mis dedos por mi cabello, frustrado porque ella se

negaba a ver―. ¿Qué habría sido "demasiado" Kenzie? ¿Un año? ¿Dos? ¿Te

habrías convertido en su “aprendiz”? ¿Regalando pedazos disponibles de tu

vida para la inspiración? Eso es lo que ella hace, ya sabes. Y cada persona que

ayuda tarde o temprano muere. O se queda atrapado en este loco Between

mundo-casa, para entretenerla por toda la eternidad. ―Hice una pausa,

apoyando mi mano contra el estante―. No puedo ver qué pasa contigo.

Los dos nos quedamos en silencio. Kenzie vaciló, metiéndose en las páginas del

libro.

―Mira ―empezó a decir―, me doy cuenta de que sabes casi todo lo

relacionado con las hadas, pero hay cosas que no sabes sobre mí. No me gusta

hablar sobre eso porque no quiero ser una carga para nadie, pero... ―Ella se

mordió el labio, su cara estaba oprimida―. Vamos sólo digo que veo las cosas

un poco diferente que la mayoría de la gente. Quiero aprender todo lo que

pueda, quiero ver todo lo que pueda. Es por eso que quiero llegar a ser una

reportera, para viajar por el mundo, para descubrir lo que hay ahí fuera. ―Su

voz vaciló, y sus ojos estaban distantes―. Es solo que no quiero perderme nada.

Suspiré.

―Prométeme que no harás ningún otro acuerdo ―le dije, dando otro pasó

hacia ella―. No importa lo que veas, no importa lo que Ellos te ofrezcan,

promete que no estarás de acuerdo con ello.

Ella me miró por encima del borde del libro, sus ojos marrones eran solemnes.

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―No puedo hacer esa promesa ―dijo en voz baja.

―¿Por qué?

―¿Por qué te importa? ―replicó ella desafiante―. Me dijiste que te dejara solo,

que me olvidara de esto cuando regresáramos, porque tú harías lo mismo. Esas

fueron tus palabras, Ethan. Tú no me quieres cerca y no te importa.

Resople y cerré los últimos pasos. Tomando el libro de sus manos, lo cerré

rápidamente, colocándolo en el estante, y la agarré por los hombros obligándola

a mirarme. Ella se puso rígida, levantando la barbilla, mirándome con ojos

heridos.

―Me importa, ¿de acuerdo? ―le dije en voz baja―. Sé que suelo ser un

bastardo a veces, y lo siento por eso. Pero lo que sí importa... es lo que te suceda

aquí. No quiero verte lastimada a causa de Ellos. Debido a mí.

Kenzie se encontró con mi mirada y dio un paso hacia delante, tan cerca que

podía ver mi reflejo en sus ojos oscuros.

―Quiero poder verlos, Ethan ―dijo ella, firme e inquebrantable―. No tengo

miedo.

―Lo sé, eso es lo que me asusta. ―La solté, pateándome a mí mismo por haber

actuado tan toscamente, todavía renuente a dejarla ir―. Vas a tener la vista

ahora ―dije, sintiendo una aprensión propagándose a través de mis entrañas―.

Eso significa que los feys te acosaran sin descanso, con ganas de un trato, o

llegar a un acuerdo, o sólo hacer tu vida un infierno. Tú lo has visto. Sabes de lo

que son capaces de hacer.

―Sí ―estuvo Kenzie de acuerdo, y de repente tomó mi mano, enviando un

escalofrío por mi brazo―. Pero también he conversado con un gato que habla,

luché con un dragón, y observé el Reino de Hierro iluminar la noche. He visto

una reina hada, subí las torres de un enorme castillo, volado en un insecto

gigante de metal, e hice un trato con una leyenda. ¿Cuántas personas pueden

decir eso? ¿Puedes culparme por no querer dejarlo ir?

―¿Y si ellos te matan?

Ella se encogió de hombros y apartó la mirada.

―Uno no vive para siempre.

No tenía respuesta para eso. No tuve que responder a eso.

―Hey. ―Keirran apareció al final del pasillo, y ambos saltamos separándonos.

Su gremlin sonrió locamente en su hombro, la iluminación de los estantes

estaba con un resplandor blanco azulado―. ¿Qué están haciendo?

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Él me dio una media cautelosa, media esperanzada mirada, sin saber dónde

estábamos, si estábamos bien. Me encogí de hombros, sin sonreír, pero no

mirándolo a él, tampoco. Era lo mejor que podría ofrecer por ahora.

―Nada ―le dije, y asentí con la cabeza a Kenzie―. Inútilmente intentaba

convencer a la periodista obstinada de no seguir adelante con esto.

Ella soltó un bufido.

―Hola, Sr. Tetera. Conoce al Sr. Hervidor.

―Kenzie. ―Annwyl se adelantó. Llevaba el cabello suelto, cayendo por su

espalda en ondas oro-marrón, pétalos y hojas dispersas a lo largo de todo.

Keirran la observaba, su rostro estaba blanco, pero no dijo nada.

Un frasco de vidrio pequeño brillaba desde las yemas de sus dedos mientras lo

sostenía.

―Leanansidhe me dijo que te diera esto.

Apreté los puños para no ir corriendo y lanzar el frasco al piso. Kenzie extendió

su mano y lo agarro, sosteniéndolo en alto a la luz. Brillaba débilmente, la mitad

con un líquido ámbar, arrojando astillas diminutas de oro sobre la alfombra.

―Entonces ―reflexionó al cabo de un momento―, es “Salud” en este momento

y, ¡poof! ¿Voy a ser capaz de ver a los feys? ¿Es así como esto funciona?

―Todavía no ―dijo Annwyl solemnemente―. Hay un ritual involucrado. Para

obtener la vista, debes estar en el medio de un anillo de hadas a medianoche,

verter unas gotas de tu sangre en el suelo, y luego beberlo. El velo se levanta, y

podrás ver el Mundo Oculto por el resto de tu vida.

―No suena muy duro. ―Kenzie le dio al frasco una pequeña sacudida,

desprendiendo unas pocas motas negras que giraban en torno al vidrio―. ¿Qué

hay aquí?

Keirran sonrió.

―Probablemente lo mejor para ti es no saberlo ―advirtió―. En cualquier caso,

Leanansidhe tiene un camino de hadas que nos llevará a un anillo de hadas.

Hay un inconveniente, sin embargo. Cuando la luna llena brilla sobre un anillo

de hadas, los feys del lugar no pueden resistirse. Probablemente nos

encontremos con algunos de ellos, bailando bajo la luz de la luna. Ya sabes,

como se hace.

―Bueno, entonces es una buena cosa tenerlos a ustedes dos alrededor para

protegerme. ―Ella miró en mi dirección, una sombra de incertidumbre

cruzando su cara―. Vas a estar allí, ¿no?

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―Sí. ―le di una mirada resignada.

Diría que es una idea estúpida, pero no me iba a escuchar. Sólo espero que el costo valga

la pena.

―Entonces ―murmuré, mirando Keirran―. ¿Dónde está el anillo de hadas?

Él sonrió, recordándome de repente a Meghan, y mi estómago se contrajo.

―No está lejos yendo por el camino de hadas, pero probablemente es más lejos

de lo que alguna vez has estado ―dijo misteriosamente―. Este anillo en

particular es de varios miles de años, lo cual es vital para el ritual de esta noche,

mientras mayor es el anillo, mayor es la energía que contiene. Está en algún

lugar profundo de los páramos de Irlanda.

La cabeza de Kenzie se sacudió hacia arriba, Sus ojos brillando.

―¿Irlanda?

―¡Yay! ―cantó Razor, saltando arriba y abajo sobre su hombro―. ¡Ovejas!

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El Anillo de Hadas

Traducido por Sisabel1320 Corregido por Moonse

―Dense prisa, queridos ―anunció Leanansidhe, entrando en el comedor con

un silbido de tela y humo―. La hora de las brujas se acerca rápidamente, por lo

menos hacia dónde se dirigen. Y habrá luna llena esta noche, por lo que

realmente no querrán perder su ventana. ―Ella echó un vistazo hacia mí,

volviéndose en la esquina de la habitación, y suspiró―. Ethan, cariño, ¿por qué

no te sientas y comes? Estás poniendo muy nerviosos a mis brownies con todo

ese ritmo.

Peor para ellos, pensé, masticando un rollo que había tomado de la mesa del

comedor en el centro de la habitación. La mesa era enorme y estaba repleta con

suficiente comida para alimentar a un ejército, pero no podía sentarme todavía.

Keirran y Kenzie se sentaron uno frente al otro, hablando en voz baja y en

ocasiones dando una mirada preocupada cuando me paseaba a su alrededor,

mientras que Razor hacia cabriolas entre los platos, esparciendo comida y

haciendo pequeños líos. Varios redcaps, vestidos con trajes de mayordomo con

moños de color rosa, se escondían de un lado a otro, limpiando y buscando,

aunque el aspecto de lo que realmente querían era morder la cabeza del

gremlin.

Mantuve un ojo cauteloso sobre ellos cada vez que se acercaban a Kenzie,

tentado a saltar si tan solo la miraban. Me recordaron a los que me había

perseguido a la biblioteca y que le prendió fuego, lo que provocó mi expulsión.

Si hicieran algún movimiento amenazador hacia Kenzie, incluso una mirada

lasciva, iban a conseguir un costoso plato de porcelana china en la parte

posterior de su cráneo.

―Ethan ―advirtió Leanansidhe―, estás haciendo un agujero a través de mi

alfombra, querido. Siéntate. ―Ella señaló a una silla con su cigarrillo,

frunciendo los labios―. Mis esbirros no van a morder las rodillas de nadie, y no

me gustaría tener que convertirte en un arpa por el resto de la noche. Siéntate.

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Saqué una silla y me senté al lado de Kenzie, todavía mirando al mayor redcap,

el tipo con el anzuelo a través de la nariz. Él se burló y le enseñó los dientes,

pero luego Razor tiró un plato de fruta, y él salió corriendo con una maldición.

Leanansidhe alzó las manos.

―Keirran, paloma. Tu gremlin. Por favor mantenlo bajo control. ―La Reina

Exiliada se pellizcó el puente de la nariz y suspiró fuertemente―. Peor que

tener a Robin Goodfellow en mi casa ―murmuró, Kenzie aplaudió y Razor

rebotó felizmente en su regazo. Leanansidhe negó con la cabeza―. En fin,

queridos, cuando haya terminado aquí, Annwyl les mostrará el camino de

hadas. Quédense en la sala principal, y los llevará a través del sótano. Si tienes

alguna pregunta sobre el ritual, estoy segura de que ella puede responderlas

para ti.

Ante la mención del nombre de Annwyl, Keirran levantó la vista, y

Leanansidhe le sonrió.

―No soy una arpía competitiva sin alma todo el tiempo, cariño. Además,

ustedes dos me recuerdan a otro par, y me encanta la ironía.

Ella chasqueó los dedos y le entregó su cigarrillo flauta a un redcap que se

escurrió arriba.

―Ahora, me voy a encontrar con un genio de otra desaparición, así que no

esperen por mí, queridos. Ah, y, Kenzie, mascota, cuando termine el ritual,

puede que te sientas un poco rara por un momento.

―¿Rara?

―No hay nada de qué preocuparse, paloma. ―La Reina Exiliada agitó la

mano―. Simplemente es la finalización de nuestro negocio. Los veré pronto de

nuevo a los tres, pero no demasiado pronto, espero. Ella me miró directamente

a los ojos cuando dijo esto, antes de alejarse en un remolino de brillo y luces―.

¡Ciao, queridos!

Y ella se había ido.

Tan pronto como se fue, Annwyl entró en la habitación, sin mirar a ninguno de

nosotros.

―Leanansidhe me dijo que debía mostrarles el anillo de hadas esta noche

―dijo con una voz musical, mirando hacia el frente―. Podemos salir cuando

estén listos, pero el ritual se lleva a cabo a la medianoche, por lo que debemos

salir pronto.

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Hizo una pausa cuando Keirran echó hacia atrás su silla y se acercó a ella.

Tomando su mano, el príncipe la atrajo a la mesa y sacó la silla junto a la suya,

mientras que Razor se rió y saludó con la mano desde el regazo de Kenzie.

―Yo realmente no debería estar aquí ―dijo Annwyl, sentándose

cautelosamente en el asiento. Sus ojos verdes recorrieron la habitación, como si

La Reina Exiliada estuviera escondida en algún lugar, escuchándola―. Si

Leanansidhe se entera<

―Ella puede tomarla conmigo ―interrumpió Keirran, cayendo en su propia

silla―. Sólo porque tienes que estar aquí no significa que Leanansidhe deba

tratarte como a un sirviente.

Él suspiró, y por un segundo, su expresión se ensombreció.

―Lo siento. Sé que extrañas Arcadia. Desearía que hubiera otro lugar al que

pudieras ir.

―Estoy bien, Keirran. ―Annwyl le sonrió, aunque su expresión era triste―.

Evitar a Leanansidhe no es muy diferente que evitar a la reina Titania en uno de

sus estados de ánimo. Más me preocupo por ti. No quiero que accedas a todos

los favores y caprichos de Leanansidhe por mi culpa.

Keirran se quedó mirando su plato.

―Si Leanansidhe me pidiera luchar contra un dragón ―dijo con su voz

tranquila y sincera―, si eso significa mantenerte a salvo, iría a las

profundidades del Wyld y lucharía contra Tiamat misma.

―¿Hace cuánto tiempo que ustedes dos se conocen? ―preguntó Kenzie, como

amordazada silenciosamente en una taza de café. Estos dos sólo necesitaban

admitir la derrota y seguir adelante con ella.

Keirran le echó un vistazo rápido y sonrió.

―No estoy seguro ―admitió encogiéndose de hombros―. Es difícil decirlo

exactamente, especialmente en años humanos.

―Nos conocimos en el Elysium ―puntualizo Annwyl―. En víspera de pleno

verano. Cuando Oberon era anfitrión. Fui elegida para llevar a cabo un baile

para los gobernantes de las Cortes. Y cuando empecé, me di cuenta de que el

hijo de la Reina de Hierro no dejaba de mirarme todo el tiempo.

―Recuerdo ese baile ―dijo Keirran―. Estabas hermosa. Pero cuando traté de

hablar contigo, escapaste. ―Kenzie me dio una sonrisa irónica―. Nadie de

Verano o Invierno quieren hablar con el Príncipe del Reino de Hierro. Podría

envenenar su sangre o disparar vapores tóxicos de mi nariz o algo así. Annwyl

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incluso incitó a una escuela de ondinas4 sobre mí una vez cuando estaba de

visita en Arcadia. Estuve a punto de ahogarme.

Annwyl se sonrojó.

―Pero eso no te detuvo, ¿verdad?

―Así que, ¿cómo acabaste aquí? ―le pregunté. Y los ojos de Keirran se

estrecharon.

―La política de la Corte de Verano ―dijo él, frunciendo el ceño―. Uno de los

nobles menores estaba celoso de la proximidad de Annwyl a Titania, que era

una de los favoritos, así que empezó el rumor de que Annwyl era más bella y

elegante y dotada que incluso la misma Reina de Verano, y que Oberon debía

estar ciego para no verla.

Hice una mueca.

―Eso no le cayó bien, estoy seguro.

―Titania oyó hablar de él, por supuesto. ―Annwyl suspiró―. Para entonces, el

rumor se había extendido tanto que ahora no había forma de saber quién fue el

primero en decir tal cosa. La reina estaba furiosa, y aunque lo negó, ella aún

temía que le robara la atención de su marido.

―Así que ella te desterró ―murmuré―. Sí, eso suena como ella.

―¿Ella te desterró? ―repitió Kenzie, sonando indignada―. ¿Porque alguien

dijo que eras bonita? ¡Eso es totalmente injusto! ¿No puede ninguno de los otros

gobernantes hacer algo al respecto? Tú eres el Príncipe del Reino de Hierro

―dijo ella, mirando a Keirran―. ¿No podrías pedir ayuda a la Reina de Hierro?

Keirran hizo una mueca.

―Ah, no estoy muy seguro que debería estar aquí ―dijo con una media sonrisa

avergonzada, mitad desafiante―. Si las otras Cortes se enteraran que he estado

dando vueltas con la Reina Exiliada, no lo aprobarían. Tienen miedo de que

vaya a poner pensamientos traidores en mi cabeza, o usarme para derrocar a los

otros gobernantes, pero... ―Y sus ojos se endurecieron, la sombra de su padre

arrastrándose sobre él, haciéndole parecer un fey más que antes―. No me

importa lo que las Cortes dicten. Annwyl no debe sufrir porque Titania es una

arpía celosa. Así que, le pregunté a Leanansidhe si podía hacerme un favor

dejando que se quedara aquí, con el resto de los exiliados. No es lo ideal, pero

4Ondina: Ninfa de agua o espíritu del agua. Normalmente se encuentran en los estanques del

bosque y las cascadas. Tienen hermosas voces, que a veces se escuchan en el sonido del agua.

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es mejor que estar fuera en el mundo real.

―¿Por qué? ―preguntó Kenzie.

―Porque las hadas desterradas al mundo real, y no tienen forma de volver a

casa, finalmente se desvanecen en la nada ―dijo Annwyl enfáticamente―. Por

eso el exilio es tan aterrador. Separados del Nuncajamás, rodeados por el Hierro

y la tecnología y los humanos que ya no creen en la magia, poco a poco nos

perdemos, hasta que dejamos de existir en absoluto.

―Excepto las hadas de Hierro ―puntualicé, mirando de refilón a Keirran―.

Por lo tanto, no estarían en peligro.

―Bueno, eso y que yo soy parte humano ―respondió él encogiéndose de

hombros―. Tienes razón el Hierro no tiene ningún efecto en mí. Pero para un

fey de Verano... ―Miró a Annwyl, preocupación brillando en sus ojos. Ninguna

explicación fue necesaria.

La chica de Verano sorbió.

―No soy tan delicada como eso, Príncipe Keirran ―dijo Annwyl, dándole una

sonrisa irónica―. Haces que suene tan frágil como el ala de una mariposa. Vi a

los druidas realizar sus ritos bajo la luna llena mucho antes de que sus

antepasados pusieran un pie en la tierra. No será la primera vez que el viento

sople fuerte a través del mundo de los mortales. Hablando de eso ―continuó

ella, levantándose de la mesa―, deberíamos irnos. La media noche no está muy

lejos ahora, no a donde nos dirigimos. Les mostraré el camino.

* * *

Seguí a Annwyl, Keirran y Kenzie de regreso a través del enorme sótano-

calabozo de Leanansidhe, supongo, dando unos pasos atrás para mirar a las

cosas que merodeaban en las sombras. Annwyl nos había advertido que podría

hacer frío una vez que saliéramos del camino de hadas, y Kenzie llevaba

"prestado" una chaqueta de lana que era dos tallas demasiado grandes para ella.

La chica de Verano se ofreció a encontrar una para mí, alegando que

Leanansidhe tenía un montón de ropas humanas por ahí que nunca más iba a

necesitar, pero no quería meterme en más deudas con Leanansidhe de lo que

tenía que hacerlo, así que me negué. Como de costumbre, me llevé mis palos de

ratán, en caso de que surgiera algo desagradable. Comenzaban a deshilacharse

un poco, sin embargo, me encontré deseando más y más la hoja de acero sólido

que estaba en mi habitación en casa.

¿Estaba listo para esto? O, más importante, ¿estaba Kenzie lista para esto?

Siempre consideré mi vista una maldición, algo que temía y odiaba y deseaba

no tener. Me había traído nada más que problemas.

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Pero al oír a Kenzie hablar de eso, ella consideraba la vista un don, algo que

estaba dispuesta a negociar, algo que valía la pena un pequeño pedazo de su

vida. Estaba atónito, los feys eran manipuladores, poco fiables y peligrosos, eso

era algo que siempre había conocido. ¿Cómo los vemos de manera tan

diferente? ¿Y cómo voy a protegerla, una vez que se den cuenta que ella

también tiene la visión?

Espera. ¿Por qué siquiera pienso en eso? ¿Qué pasó con tu promesa de no participar?

Sentí una punzada de molestia conmigo mismo por mencionarlo, pero mis

pensamientos continuaron sin piedad. No puedes protegerla. Una vez que

encuentres a Todd y llegue a casa, volverá a su mundo, y tú volverás al tuyo. Todo el

mundo que te rodea se lastima, ¿recuerdas? La mejor protección que puedes dar a nadie

seria quedarte lo más lejos posible de ellos.

Sí, pero ahora sería diferente. Kenzie iba a tener la vista. Ella estaría aún más

fuerte en mi locura, en mi jodido mundo, y necesitaría a alguien que le mostrara

las entradas y salidas de Faery.

No te engañes, Ethan. Esa es una excusa. Lo único que quieres es verla. Admítelo, no

quieres dejarla ir.

Así que... ¿qué tal si no?

―Estamos aquí ―dijo Annwyl en voz baja, deteniéndose en un gran arco de

piedra flanqueado por antorchas que sostenían unas gárgolas―. El anillo no

está lejos. Pasando este umbral con las maderas, luego, un tramo de páramo,

con el anillo de hada en el centro de una pequeña arboleda. No debería ser

mucho. ―Ella comenzó a avanzar, pero Keirran la agarró por la muñeca.

―Annwyl espera ―dijo él, y ella se volvió―. Tal vez deberías quedarte aquí

―sugirió, mirando hacia abajo sus manos―. Nosotros podemos encontrar el

anillo por nuestra cuenta.

―Keirran...

―Si esas cosas están en algún lugar cercano<

―Estoy segura de que me protegerás. Y tampoco estoy del todo indefensa.

―Pero<

―Keirran. ―Annwyl cerró el paso, colocando una palma en la mejilla de él―.

No puedo esconderme con Leanansidhe para siempre.

Él suspiró, cubriendo su mano con la suya propia.

―Lo sé. Es solo que... me preocupas.

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Ella se liberó, le hizo un gesto hacia el arco.

―Muy bien entonces, después de ti.

Annwyl se agachó a través del arco, desapareciendo en el negro, Keirran fue

detrás de ella. Miré a Kenzie, y ella me devolvió una sonrisa.

―¿Estás absolutamente segura de que esto es lo que quieres?

Ella asintió con la cabeza.

―Estoy segura.

―Sabes que probablemente estaré alrededor de ti por el resto de tu vida ahora.

Voy a ser ese chico acosador espeluznante, siempre mirando a través de la cerca

o que te sigue por el pasillo, asegurándose de que estés bien.

―¿Ah? ―Ella se echó a reír―. ¿Eso es todo lo que toma para conseguir que te

quedes alrededor? Debí haber hecho el negocio de mi vida con las hadas antes.

Yo no veía cómo podía bromear sobre ello, pero sonreí a medias.

―Voy a ser el que lleva una máscara de hockey, entonces. Así sabrás que soy

yo.

Pasamos por el arco.

Y salimos entre dos gigantes rocas de forma rectangular colocadas en medio de

un campo abierto. Como Annwyl advirtió, el aire de este lado del camino de

hadas estaba helado. Se extendió ondulante por todo el páramo y en rodajas a

través de mi camiseta, haciendo mi piel de gallina. Sobre nosotros, el cielo

estaba claro, con una enorme luna blanca ardiendo abajo directamente sobre

nuestra cabeza, convirtiendo todo en negro y plata. Desde donde estábamos, en

lo alto de una pequeña elevación que descendía suavemente lejos en los

páramos, se podía ver a kilómetros.

―Wow. ―Suspiró Kenzie―. Ahora sí, Realmente desearía tener mi cámara.

Annwyl señaló con el dedo hacia abajo a la pendiente a un grupo de árboles, al

pie de una colina rocosa.

―El anillo est{ ahí ―dijo tranquilamente con una breve mirada hacia el cielo―.

Y la luna está a la derecha casi encima de nuestra cabeza. Tenemos que darnos

prisa. Pero recuerda ―advirtió―, cuando la luna llena brilla en un anillo de

hadas, los feys se aparecen para bailar. No vamos a estar solos.

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Empezamos bajando por la pendiente, recorriendo nuestro camino sobre las

rocas y zarzas, el viento gimió suavemente a nuestro alrededor y me hizo

temblar con más frío.

A medida que nos acercábamos a los árboles, podía oír débiles hilos de la

música en el viento, los susurros de muchas voces que se levantaban en la

canción. Mi corazón golpeó, y apreté los puños, haciendo caso omiso de las

voces y la repentina urgencia de seguirlas, una fuerza que me atraía de manera

constante hacia la mata oscura de árboles.

Movimiento brilló entre los troncos, y la canción que era un susurro creció más

clara, más insistente. Me di cuenta de que Kenzie, tenía la cabeza inclinada con

una expresión de desconcierto, como si apenas pudiera oír algo en el viento.

Temeroso de que pudiera deslizarse sin mí, atraída por la embriagadora música

de hadas, tomé su mano, atrapándola en la mía. Ella parpadeó, sorprendida,

antes de darme una sonrisa y apretar la palma de mi mano. Mantuve mi agarre

apretado en ella cuando nos deslizábamos a través del bosque, caminando hacia

la música y las luces, hasta que los árboles se abrieron y nos situaron en el

borde de un claro lleno de hadas.

Música se arremolinó alrededor del claro, oscura, inquietante e irresistible.

Tomó toda mi fuerza de voluntad para no caminar hacia el círculo de bailarines

sobrenaturales en el centro del claro. Sidhes de Verano, altos, magníficos y

elegantes, se balanceaban y bailaban a la luz de la luna, sus movimientos

hipnóticos y agraciados. Piskies y hadas se balanceaban en el aire como luces,

saliendo y titilando como enormes luciérnagas.

―Ethan ―susurró Kenzie, mirando el claro. Su voz sonaba aturdida―. Hay

algo aquí, ¿verdad? Sigo pensando que escucho música, y... ―Sus dedos se

apretaron alrededor de los míos―. Tengo muchas ganas de ir hacia aquel anillo

de allá.

Seguí su mirada. Alrededor de los bailarines, que parecían brillar en la

oscuridad, un anillo de enormes setas blancas en un círculo perfecto estaba en el

centro del claro. El anillo era enorme, casi treinta metros a través de las setas

formando un círculo completo, intacto. Las hebras de luz de la luna entraban

oblicuamente a través de las ramas, salpicando el suelo dentro del círculo, y

hasta yo podía sentir que se trataba de un lugar de magia antigua y poderosa.

―Me está llamando―susurró Kenzie, el círculo de bailarines feys de repente se

detuvo, sus ojos inhumanos estaban sobre nosotros. Sonriéndonos, nos

tendieron sus manos, y la urgencia de unirse a ellos regreso, potente y

convincente. Me tomó medidas drásticas contra mi voluntad quedarme donde

estaba, y aferré la mano de Kenzie en un apretón de muerte.

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Keirran levantó su brazo para que Razor se escurriera a una rama encima.

―Espero que no les importe que interrumpamos su baile ―murmuró―.

Esperen aquí. Voy a explicar lo que está pasando.

Lo vi caminar con seguridad hasta los Sidhes, que le esperaban con diversos

grados de curiosidad y alarma. Me di cuenta que sabían quién era. El hijo de la

Reina de Hierro, el príncipe de la Corte de Hierro, sería probablemente alguien

que recordarías, sobre todo si su glamour era esencialmente fatal para ti.

Keirran habló en voz baja con el círculo de bailarines, que levantaron la vista

hacia nosotros, sonriendo con complicidad, y se inclinaron.

Keirran entró en el círculo, se volvió y le tendió la mano.

―Est{ bien, Kenzie ―llamó―. Es casi la hora. ¿Estás lista?

Ella me dio una sonrisa valiente, soltando mi mano, y dio un paso hacia

adelante. Cruzando la línea de setas, sin ver a los bailarines que se apartaban de

ella, caminó con firmeza hacia Keirran que estaba esperando en el centro.

Comencé a seguirla, pero Annwyl me detuvo en el borde extendiendo su brazo.

―No se puede estar allí con ella.

―Por el infierno que puedo ―le respondí―. No voy a dejarla sola con ellos.

―Sólo el mortal que desea la vista se permite en el anillo ―continuó Annwyl

con calma―. De lo contrario el ritual fallará. Tu chica tiene que hacer esto por

sí misma. ―Ella sonrió, dándome una mirada tranquilizadora―. Ella va a estar

bien. Mientras Keirran esté allí, nada va a hacerle daño.

Preocupado, odiando la barrera que nos separaba ahora, estaba al borde de las

setas viendo a Kenzie caminar hasta la figura esperando en el centro del anillo.

Podría haber sido la luz de la luna, la extrañeza del entorno, o los bailarines

sobrenaturales, pero Keirran no se veía más remotamente humano. Tenía el

aspecto de un hada brillante, resplandeciente, su cabello plateado reflejando la

transmisión de luz pálida alrededor de él, sus ojos azul brillante en la

oscuridad. Apreté mi puño alrededor de mi ratán cuando Kenzie se acercó a él,

mirándose pequeña y muy mortal en comparación.

El príncipe hada sonrió y de repente sacó una daga, la hoja mortal era

intermitente en las sombras como un colmillo. Me puse tenso, pero él la sostuvo

entre ellos, apunto hacia arriba, pero luego el filo mortal se volvió hacia la chica.

―La sangre debe ser derramada por el destinatario para obtener la vista

―murmuró Annwyl cuando los labios de Keirran se movieron, probablemente

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para recitar lo mismo a Kenzie―. Para que algo sea dado, algo debe ser tomado.

Unas gotas es todo lo que se necesita.

Kenzie se detuvo un momento, y luego alcanzo con una mano la hoja. Keirran

mantuvo el arma inmóvil. La vi prepararse a sí misma, y rápidamente mover el

pulgar a lo largo del borde afilado, haciendo una mueca. Gotas de sangre

cayeron de la hoja y de su mano, brillando al reflejo de la luz. Un suspiro

colectivo atravesó el círculo de feys a su alrededor cuando las gotas carmesí

golpearon la tierra, y me estremecí.

―Ahora sólo queda una cosa ―Annwyl susurró, y hubo un destello de ámbar

cuando Kenzie tomó el frasco―. Pero cuidado ―continuó, hablando casi para sí

misma, aunque tenía la sospecha de que estaba haciendo esto por mi bien,

dejándome escuchar lo que estaba pasando―. La visión se da en ambos

sentidos. No sólo podrá ver a los feys, ellos la notaran también. Aunque trate de

ocultarlo ellos siempre saben cuya mirada puede penetrar la niebla y el

glamour, cuando se puede ver a través del velo en el corazón de Faery.

―Keirran dio un paso atrás, levantando la mano, como si la llamara adelante―.

Si está dispuesta a aceptar este mundo, para estar entre ellos y ser parte de

ninguno de ellos, completa la última tarea, y únete a nosotros.

Kenzie me devolvió la mirada, la sangre lentamente goteaba de su dedo cortado

salpicando la hierba. No sé si ella esperaba que saltara y tratara de detenerla, o

si sólo estaba comprobando mi reacción. Tal vez estaba pidiendo, esperando

por mi consentimiento, mi aprobación. Yo no podía darle eso, estaría mintiendo

si dijera que podía, pero no iba a detenerla. Ella había tomado su decisión por

sus propias razones; lo único que podía hacer era mirar y tratar de mantenerla a

salvo.

Logré un gesto pequeño, y eso fue todo lo que necesitó. Inclinó la cabeza hacia

atrás, y se llevó el frasco a los labios, y el contenido había desaparecido en un

santiamén.

Una brisa silbaba a través del claro, sacudiendo las ramas y haciendo que la

hierba se balanceara. Me pareció oír pequeñas voces susurrando en el viento, un

enredo de palabras hablando demasiado rápido para poder entender, pero se

habían ido antes de que tuviera la oportunidad de escuchar. En el centro del

anillo, Kenzie se tambaleó como si estuviera siendo golpeada por fuertes

vientos y cayó de rodillas.

Salté al otro lado de las setas, a través del grupo de feys observando, que no me

prestaron la menor atención, y me dejé caer a su lado mientras ella se arrodilló

en la hierba. Una mano agarró su corazón, jadeando. Su rostro estaba muy

pálido, y pensé que se iba a desmayar.

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―¡Kenzie! ―La atrapé mientras ella se doblaba otra vez, jadeando en

silencio―. ¿Estás bien? ¿Qué está pasando? ―Fulminé con la mirada a Keirran,

que no se había movido de donde estaba, lo señalé bruscamente―. ¡Keirran!,

¿qué está pasando? ¡Ven aquí y ayúdame!

―Est{ bien ―dijo Kenzie, agarrando mi brazo, poco a poco incorporándose.

Tomó una respiración profunda, y el color volvió a sus mejillas y labios,

aliviando mi pánico―. Estoy bien, Ethan. Estoy bien. Es solo que... no pude

alcanzar mi respiración por un segundo. ¿Qué ha pasado?

―Leanansidhe ―dijo Annwyl, uniéndose a Keirran a unos metros de distancia.

Sus miradas eran solemnes, hermosas e inhumanas bajo la luna―. La Musa

Oscura ha tomado su pago.

Terror se apoderó de mi estómago con una mano fría. Pero Kenzie no estaba

mirándome a mí o a cualquiera de nosotros, nunca más. Tenía la boca abierta en

una pequeña O, mientras lentamente se puso de pie, mirando el anillo de hadas

que nos rodeaba.

―¿Han... han estado aquí todo el tiempo? ―susurró.

Keirran le dio una pequeña sonrisa, ligeramente triste.

―Bienvenida a nuestro mundo.

Uno de los Sidhe de Verano se adelantó, alto y elegante con una capa de hojas,

dorado cabello trenzado por su espalda.

―Vamos ―dijo él, tendiéndole una larga mano―. Un mortal que ha ganado la

Vista es motivo de celebración. Uno más para vernos, uno más para

recordarnos. Esta noche, nosotros bailaremos para ti. Príncipe Keirran.... ―Él se

volvió y bajó la cabeza hasta el fey de cabello plateado frente a mí―. Con su

permiso... ―Keirran asintió solemnemente. Y la música se alzó una vez más,

temiblemente convincente, inquietante y hermosa. Los Feys empezaron a bailar,

girando alrededor de nosotros, destellos de color y extremidades graciosas. Y

de repente, Kenzie estaba en esa multitud, fuera de mi lado antes de que

pudiera detenerla, sus ojos brillaban mientras bailaba entre los feys.

Empecé a avanzar con el corazón palpitante, pero Keirran me tendió el brazo.

―Todo est{ bien ―dijo. Me volví para mirarlo, pero su rostro estaba en

calma―. Deja que tenga esto. Nada la lastimara esta noche. Te lo prometo.

Lo que dijo me derribó. Si tú eres un hada y dices la palabra promesa, estás

obligado a cumplir, no importa lo que pase. Y si no puedes mantener esa

promesa, morirías, así que era una cosa muy seria.

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No sabía si el lado humano de Keirran lo protege de esa norma en particular, o

si hablaba en serio, pero me vi obligado a relajarme y ver a Kenzie girar y girar

entre los bailarines sobrenaturales.

El resentimiento burbujeaba. Una parte de mí, gran parte, en realidad, quería

agarrar a Kenzie y tirar de ella hacia atrás, lejos de las hadas y de su mundo y

de las cosas que querían hacerle daño. No podía evitarlo. El tener la visión me

tenía atormentado toda mi vida, nada bueno podía salir de conocerlos, de poder

verlos.

Mi hermana se había aventurado en su mundo, convertido en su reina, y la

habían arrebatado de mí.

Y ahora, Kenzie era parte de ese mundo, también.

―Hey.

Me volví. Kenzie se había separado del círculo y ahora estaba detrás de mí, la

luz de la luna brillando sobre su cabello negro.

Ella había dejado caer su abrigo y parecía una especie de hada en sí misma,

elegante y ligera, sonriéndome. Contuve la respiración mientras me extendía

una mano.

―Ven a bailar ―me instó.

Di un paso atrás.

―No, gracias.

―Ethan.

―No quiero bailar con las hadas ―protesté, todavía retrocediendo―. Rompe

mi regla de “Cosas por las que mis compañeros no deben golpearme”.

Kenzie no se dejó impresionar. Rodó los ojos, me agarró la mano y tiró de mí

hacia adelante mientras yo medio me resistía.

―No estamos bailando con las hadas ―dijo, mientras yo hacía un último

intento de parar, para aferrarme a mi dignidad―. Estas bailando conmigo.

―Kenzie...

―Chico duro ―respondió ella, tirando de mí cerca. Mi corazón tartamudeó,

mirando a sus ojos―. Vive un poco. Por mí.

Suspiré en la derrota, hasta allí llego mi determinación.

Y bailé con las hadas.

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Era fácil, una vez que realmente te dejas llevar. La música fey hacía casi

imposible no perderse, solo cierras los ojos y dejas que te consuma. Todavía

mantenía una reserva pequeña de mi fuerza de voluntad mientras me

balanceaba con Kenzie, adelante y atrás en el centro del anillo, mientras que un

inhumano fey de Verano giró en torno a nosotros.

Kenzie se acercó, apoyando la cabeza en mi pecho mientras sus brazos

serpenteaban alrededor de mi cintura.

―Eres realmente bueno en esto ―murmuró, mientras los latidos de mi corazón

comenzaban un ruido sordo en su oído―. ¿Te enseñan a bailar así en kali?

Solté un bufido.

―Sólo clases con palos y cuchillos ―murmuré, tratando de ignorar la calidez

extendiéndose a través de mi estómago, lo que me hacía difícil pensar―. A

pesar de mi edad la escuela nos hizo tomar una clase de bailes de salón. Para

nuestra calificación final, tuve que usar un traje formal y bailar el vals alrededor

del gimnasio en frente de toda la escuela.

―Ouch. ―Kenzie rió.

―Eso no fue lo peor. La mitad de la clase jugó a estar enfermo ese día, y yo fui

el único de los chicos que se presentó, así que por supuesto me hicieron bailar

con todo el mundo. Mi mamá todavía tiene las fotos. ―Miré hacia abajo a la

parte superior de su cabeza―. Y si le dices a alguien sobre eso, voy a tener que

matarte.

Ella se rió de nuevo, ahogando su risa en mi camiseta. Mantuve mis manos

sobre sus delgadas caderas, sintiendo su cuerpo balancearse contra el mío.

A medida que la música misteriosa se arremolinaba en torno a nosotros, Sabía

que si algo recordaría de esta noche, sería este momento, justo ahora. Con

Kenzie a menos de un suspiro de distancia, la luz de la luna derramándose

sobre ella mientras bailaba, elegante como cualquier hada.

―¿Ethan?

―¿Sí?

Hizo una pausa, trazando el tejido a lo largo de mis costillas, sin saber lo loco

que me estaba haciendo.

―¿Qué tal la entrevista ahora?

Dejé escapar un largo suspiro.

―¿Qué es lo que quieres saber?

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―Dijiste que la gente a tu alrededor se lastima, que yo no sería la única que las

hadas lastimaron por ti ―continuó, y mi estómago cayó―. Tú... ¿Puedes

contarme qué pasó? ¿Quién fue la otra persona?

Gimiendo, cerré los ojos.

―No es algo de lo que me gusta hablar ―murmuré―. Tomó años para que las

pesadillas finalmente pararan. No le he dicho a nadie, nunca...

―Podría ayudar ―dijo Kenzie en voz baja―. Sacar las cosas de tu pecho,

quiero decir. Pero si no quieres, lo entiendo.

La abracé, escuchando la música, las hadas girando a nuestro alrededor.

Recordé ese día, el horror y el miedo de que la gente se enterara, la aplastante

culpa porque sabía que no podía decírselo a nadie. ¿Kenzie me odiaría si se lo

contara? ¿Finalmente entendería por qué mantuve mi distancia?

Tal vez era hora... de decirle a alguien. Sería un alivio, tal vez. Expresar el

secreto que ha estado colgando sobre mí por años. Para que finalmente se vaya.

Muy bien, entonces. Voy a... intentarlo.

―Fue hace unos seis años atr{s ―empecé a decir, tragando la sequedad en mi

garganta―. Nosotros, mis padres y yo, acabábamos de mudarnos desde nuestra

pequeña granja a la ciudad. Mis padres criaban cerdos, ya sabes, antes de venir

aquí. Debe ser un interesante regalito para tu entrevista. El tipo duro cuyos

padres eran criadores de cerdos.

Kenzie estaba seria, y al instante lamente el golpe cínico.

―De todos modos ―Suspiré, apretándole la mano a modo de disculpa―,

conocí a una chica, Samantha. Ella vivía en mi calle, e íbamos a la misma

escuela, por lo que nos hicimos amigos muy rápido. Yo era muy tímido en ese

entonces ―Kenzie bufó, haciéndome sonreír―, y Sam era bastante mandona, al

igual que otra persona cuyo nombre no voy a mencionar. ―Ella me pellizcó las

costillas, y me gruñó―. Así que, por lo general después terminaba siguiéndola

a donde quiera que ella quisiera ir.

―Estoy teniendo un tiempo difícil imagin{ndolo< ―murmuró Kenzie con una

leve sonrisa―. Sigo viendo a ese chico con el ceño fruncido, pisando fuerte y

mirando a todo el mundo.

―Cree lo que quieras, en realidad era bastante dócil en ese entonces. El ceño

fruncido y esas cosas fueron posteriores al incendio.

Kenzie negó con la cabeza, mechones negros rozaron mi mejilla.

―Entonces, ¿qué pasó? ―preguntó en voz baja.

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Me puse serio.

―Sam era como un caballo loco ―continúe, viendo en el fondo de mi mente a

la chica pelirroja que llevaba su sombrero de vaquero―. Su habitación estaba

llena de posters de caballos y ponis modelo. Iba a un campamento ecuestre cada

verano, y la única cosa que siempre quiso para su cumpleaños era una yegua

Apalusa. Vivíamos en las afueras, por lo que era imposible mantener un caballo

en su patio trasero, pero estaba ahorrando para uno de todos modos.

La palma de Kenzie se quedó en mi pecho, justo sobre mi corazón, que latía con

fuerza contra sus dedos.

―Y entonces, un día ―continúe tragando saliva―, estábamos en el parque, por

su cumpleaños, y este pequeño caballo negro salió vagando fuera de los

árboles. Yo sabía lo que era, por supuesto. Tenía un glamour sobre sí mismo,

por lo que Sam también lo pudo ver, y no se escapó cuando ella se acercó a él.

―¿Era un hada? ―susurró Kenzie.

―Un phouka ―murmuré oscuramente―. Y sabía lo que estaba haciendo, la

forma en que se mantuvo mirándome. Yo estaba aterrorizado. Quería salir,

regresar y encontrar a los adultos, pero Sam no quiso escucharme. Ella se

mantuvo frotando su cuello y dándole migas de pan, y la cosa actuaba tan

amable y mansa que ella estaba convencida de que era sólo un poni que había

conseguido escapar. Por supuesto, eso es lo que él quería que ella pensara.

―Phoukas ―murmuró Kenzie, su voz era pensativa―. Creo que he leído

acerca de ellos. Se disfrazan como caballos o ponis, para atraer a la gente a sus

espaldas. ―Ella dijo en una exclamación―. ¿Sam trató de montarlo?

Cerré los ojos.

―Le dije que no. ―Mi voz sonó temblorosa al final―. Le rogué que no se

montara, pero ella amenazó que lo haría, que solo debía sentarme y no

chismear. Y yo no hice nada. La vi llevarla a un banco de picnic y girar hacia

arriba como lo hacía con todos los caballos en su campamento de verano. Yo

sabía lo que era, y no la detuve. ―Un escalofrío familiar corrió por mi columna

vertebral cuando recordaba, justo antes de que Sam se subiera, el phouka volvió

la cabeza y me dio una sonrisa que era más demoníaca que cualquier cosa que

jamás había visto―. Tan pronto como ella estuvo en su espalda ―susurré―, se

había ido. Arrancó a través de los árboles, y podía oír sus gritos todo el camino.

Kenzie apretó sus dedos en mi camisa.

―Ella<

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―La encontraron más tarde en el bosque ―la interrumpí―. Tal vez a un

kilómetro de donde habíamos visto por primera vez al phouka. Todavía estaba

viva, pero... ―Me detuve, tomé un cuidadoso aliento para aclarar mi

garganta―. Pero su espalda se rompió. Estaba paralizada de la cintura para

abajo.

―Oh, Ethan.

―Sus padres se mudaron después de eso. ―Mi voz sonaba plana en mis oídos,

como la de un extraño―. Sam no recordaba el pony negro, esa es otra

peculiaridad de los feys. La memoria se desvanece, y la gente por lo general se

olvida de ellos. Nadie me culpo, por supuesto. Fue un accidente extraño, sólo...

yo sabía que no lo era. Sabía que si hubiera dicho más, discutido más, podría

haberla salvado. Sam hubiera estado enojada conmigo, pero todavía estaría

bien.

―Es<

―No digas “no es tu culpa” ―susurre ásperamente. Había una sensación de

picadura en mi garganta, y mis ojos estaban de repente borrosos. La solté, me di

la vuelta porque no quería que me viera desmoronarme―. Sabía lo que lo era

―dije―. Él fue allí por mí, no por Sam. Podría haberle impedido físicamente

que ella subiera, pero no lo hice, porque tenía miedo de que se molestara. Todos

sus sueños eran montar su propio caballo y competir en los rodeos, ella lo

perdió todo. Porque yo estaba demasiado asustado para hacer cualquier cosa.

Kenzie guardó silencio, aunque podía sentir que me miraba. A nuestro

alrededor, las hadas bailaban y giraban a la luz de la luna, elegantes e

hipnóticas, pero no pude ver más su belleza. Todo lo que podía ver era a Sam,

la forma en que se echaba a reír, la forma en que rebotaba de un lugar a otro, sin

estarse quieta. Ella nunca correría otra vez, o hacer senderismo por el bosque, o

montar sus amados caballos. Por mi culpa.

―Por eso no puedo dejar que nadie esté cerca ―dije con voz ronca―. Si Sam

me enseñó algo, es que no me puedo permitir tener amigos. No puedo correr

ese riesgo. No me importa si los feys vienen en pos de mí porque los he

esquivado toda mi vida. Sin embargo, Ellos no están satisfechos con

simplemente hacerme daño. Se irán después tras alguien que me importa. Eso

es lo que hacen. Y no puedo detenerlos. No puedo proteger a nadie más que a

mí mismo y a mi familia, por lo que es mejor si la gente me deja en paz. Nadie

se hará daño de esa manera.

―Excepto tú.

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―Sí. ―Suspiré, frotando una mano sobre mi cara―. Sólo yo puedo manejar

eso.

Una pesadez se extendía a través de mí, reuniéndose en mi pecho, ese mismo

sentimiento de desesperación impotente, el conocimiento de que no podía hacer

nada, no realmente. Que sólo podía ver cómo las personas alrededor de mí, se

convertían en víctimas.

―Pero, ahora... tú estás aquí. Y...

Sus brazos se deslizaron desde detrás alrededor de mi cintura, haciendo que mi

corazón saltara. Solté un fuerte aliento mientras ella apretó su mejilla contra mi

espalda.

―Y tienes miedo de que vaya a terminar como Sam, susurró.

―Kenzie, si algo te pasa por mí<

―Basta. ―Ella me dio una pequeña sacudida―. Ethan, no se puede controlar lo

que hacen ―dijo con firmeza―. Deja de culparte a ti mismo. Las hadas juegan

trucos sucios y los seguirán jugando tanto si puedes verlos como si no. Los feys

tienen siempre atormentados a los humanos, ¿no es eso lo que me dijiste?

―Sí, pero<

―No hay peros. ―Ella me sacudió de nuevo, su voz era firme―. Tú no hiciste

subir a esa chica en el phouka. Intentaste advertirle. Ethan, tú eras un niño

pequeño mirando un hada. No hiciste nada malo.

―¿Qué hay de ti? ―Mi voz salió ronca, entrecortada―. Te metí en este lío. No

estarías aquí si no hubiera<

―Estoy aquí porque quiero estar ―dijo Kenzie con esa voz suave y calmada―.

Tú mismo lo has dicho, podría haber ido a casa en cualquier momento que

quisiera. Pero me quedé. Y tú no irás culpándote por el resto de tu vida. No

ahora. Porque no importa lo que pienses, no me importa cuánto digas que

quieres estar solo, que es mejor para todos si mantienes la distancia, no puedes

pasar por todo esto por ti mismo. ―Apretó sus brazos alrededor de mí, su voz

cayendo a un murmuro―. Me voy a quedar. Estoy aquí, y no iré a ninguna

parte.

No pude decir nada por unos pocos segundos, porque estaba bastante seguro

de que si abría mi boca me vendría abajo.

Kenzie no dijo nada, tampoco, y nos quedamos allí por un rato, con sus brazos

envuelto alrededor de mi cintura, su cuerpo delgado contra el mío. Los feys

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bailaban y giraban, sus patrones misteriosos alrededor de nosotros, pero eran

como un espejismo distante ahora. La única cosa real era la chica detrás de mí.

Poco a poco, me volví en sus brazos. Miró hacia mí, sus dedos todavía estaban

contra la parte baja de mi espalda, sosteniéndome cautivo.

De repente estaba seguro de que no quería moverme, que estaría contento con

permanecer así, atrapado en el medio de un anillo de hadas, hasta que saliera el

sol y las hadas desaparecieran, llevando su música y glamour con ellos.

Mientras ella estuviera allí.

Puse mi mano en su cabello, moviendo el pulgar sobre su mejilla, y ella cerró

los ojos.

Mi corazón latía con fuerza, y una pequeña voz interior me estaba advirtiendo

de no hacerlo, de no acercarme. Si lo hiciera, Ellos sólo le harían daño, haría de

ella un objetivo, la utilizarían para llegar a mí. Pero no podía luchar contra esto

más, y ya estaba cansado de intentarlo. Kenzie había sido lo suficientemente

valiente para estar conmigo en contra de las hadas y no se había ido de mi lado

ni una vez. Tal vez era hora de dejar de vivir con miedo... y solo vivir.

Ahuecando su cara con mi otra mano, bajé la cabeza...

Y mis nervios alterados me daban una advertencia, El frío se extendió por la

parte de atrás de mi cuello y debajo de mi espina dorsal. Traté de no escuchar,

pero los años de paranoia vigilante, desarrollaron un sexto sentido casi

antinatural que me dijo que estaba siendo observado, No podía ignorarlo tan

fácilmente.

Gruñendo una maldición, levanté la cabeza y escaneé el claro, tratando de ver

más allá de los bailarines sobrenaturales, hacia las sombras de los árboles.

Desde el borde del bosque, en lo alto de las ramas por encima del remolino fey,

un par de familiares ojos dorados brillaban en la oscuridad, mirándonos.

Parpadeé, y los ojos desaparecieron.

Juré de nuevo, maldiciendo el inoportuno momento. Kenzie abrió los ojos y

levantó la cabeza, volviéndose para mirar al ahora vacío punto.

―¿Has visto algo?

Suspiré.

―Sí. ―De mala gana me eché hacia atrás, decidido a terminar lo que había

empezado más tarde. Kenzie parecía decepcionada, pero me dejó ir―. Debemos

irnos, antes de que él encuentre a los otros. ―Tomando su mano, caminé fuera

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del anillo, a través de filas de hadas. Justo dentro de la línea de árboles, Annwyl

y Keirran esperaban en el borde de las sombras, de espaldas a nosotros.

―¡Keirran! ―le dije, echando a correr, Kenzie corrió también para mantener el

paso. Keirran no se movió, y le tocó el hombro cuando me detuve a su lado―.

Hey, tenemos compañía< oh.

―Así que me alegro de verte, humano ―ronroneo una voz desde una rama

encima. Grimalkin resoplo, mirando a Keirran, y sonrió―. Qué divertido que

ambos estén aquí. La Reina no está del todo feliz con cualquiera de ustedes.

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El Fey de Central Park

Traducido por Sisabel1320 Corregido por Moonse

Keirran se estremeció visiblemente.

―¿Qué estás haciendo aquí, gato? ―demande, y Grimalkin dirigió una lenta,

aburrida mirada hacia mí―. Si estás aquí para llevarnos de vuelta a Meghan,

puedes olvidarlo. Nosotros no vamos a ninguna parte.

El bostezó, sentándose para rascarse una oreja.

―Como si no tuviera nada mejor que hacer que jugar a la niñera de un par de

mortales rebeldes. ―Resopló―. No, la Reina de Hierro simplemente me pidió

que te encontrara, para ver si todavía estabas con vida. Y para asegurarse de

que no pasearas en la guarida de un dragón o cayeras en un agujero oscuro,

como ustedes los humanos son tan propensos a hacer.

―Así que ella te envió para que nos cuides. ―Crucé los brazos―. Nosotros no

necesitamos de tu ayuda. Lo estamos haciendo bien por nuestra cuenta.

―¿Ah, sí? ―Grimalkin curvó sus bigotes hacia mí―. ¿Y a dónde vas a ir

después de esto, humano? ¿De vuelta con Leanansidhe? Ya he estado allí, y ella

te dirá lo mismo que yo estoy a punto de decirte. ―Él volvió a bostezar y se

estiro en la rama, arqueando la cola sobre su espalda, haciéndonos esperar.

Volviendo a sentarse, levantó una pata y le dio unas cuantas lamidas lentas.

Golpeé mis dedos impacientemente en mi brazo. De las pocas historias que

Meghan me había contado acerca de Cait Sith, había pensado que podría estar

exagerando. Ahora sabía que no lo estaba.

―Leanansidhe tiene una ventaja, ella desea que hagas un seguimiento

―anunció por fin, cuando estaba casi listo para lanzarle una piedra―. Ha

habido un gran número de desapariciones alrededor de Central Park en Nueva

York. Ella piensa que sería prudente buscar en la zona, ver lo que puede

aparecer. Si eres capaz de girar encima de cualquier cosa.

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―¿Nueva York? ―Kenzie frunció el ceño―. ¿Por qué allí? Pensé que Nueva

York sería un lugar que los feys evitarían, ya sabes, porque está tan lleno de

gente y, um... Hierro y...

―En efecto ―dijo el gato, asintiendo con la cabeza―. Sin embargo, Central

Park tiene una de las mayores poblaciones de exiliados fey en el mundo.

Muchos mestizos también provienen de esa zona. Es un pequeño oasis en

medio de una vasta población de seres humanos. Además, hay más caminos de

hadas hacia y desde Central Park de lo que nunca adivinarías.

―Entonces, ¿cómo se supone que vamos a llegar a Nueva York desde Irlanda?

Grimalkin suspiró.

―Uno pensaría que no tendría que explicar cómo funciona esto a los mortales,

una y otra y otra vez ―reflexionó―. No te preocupes, humano. Leanansidhe y

yo ya hemos hablado de ello. Te llevare allí, y entonces puedes debatirte sin

rumbo al contenido de su corazón.

Razor interrumpió repentinamente sobre el hombro de Keirran con un silbido,

mirando a Grimalkin.

―Gatito malo ―gritó él, haciendo a Keirran estremecerse y sacudir la cabeza

hacia un lado―. ¡Malo, malo, gatito astuto! ¡Morder su cola! ¡Tirar de sus dedos

hacia fuera! ¡Quemar, quemar! ―Saltó furiosamente en el hombro de Keirran y

el príncipe puso una mano sobre su cabeza para detenerlo.

―¿Qué pasa con la reina? ―le pregunté sobre los silbidos ahogados de Razor y

los ocasionales “gatitos malos”―. ¿Ella no quiere que regreses a la Corte de

Hierro?

―La reina me pidió que te encontrara, y lo hice. ―Grimalkin se rascó una oreja,

sin preocuparse ni un poco por el furioso gremlin amenazando con prenderle

fuego―. Más allá de eso, me temo que no puedo esperar arrastrarte de vuelta si

no deseas ir. Aunque... el príncipe consorte mencionó la frase, tirar la llave, en

un momento dado.

No podía estar seguro, pero me pareció ver que Keirran tragó. Razor dio un

zumbido que sonaba casi preocupado.

―Así que, si han terminado de hacer preguntas inútiles... ―Grimalkin saltó a

una rama más baja, moviendo la cola y mirándonos con diversión―. Y si

ustedes ya terminaron completamente de bailar bajo la luna, te llevare a tu

destino. Vamos a tener que recortar a través del sótano de Leanansidhe, pero

ella tiene varios caminos de hadas a Nueva York debido a la cantidad de

negocios que lleva a cabo allí. Y no se complace exactamente con todas las

desapariciones en su ciudad favorita, así que sugiero que te des prisa.

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―¿Ahora mismo?

―No veo el punto en repetírtelo, humano ―dijo Grimalkin con una mirada

desdeñosa hacia mí―. Síganme o no. No hace ninguna diferencia para mí.

* * *

Nunca había estado en la ciudad de Nueva York o en Central Park, a pesar de

que había visto imágenes de ambos en línea. Como se veía desde arriba, el

parque era bastante sorprendente: una enorme franja, perfectamente

rectangular de naturaleza rodeada de edificios, carreteras, rascacielos y

millones de personas. Tenía bosques, prados, incluso un par de enormes lagos,

directamente en el centro de una de las ciudades más grandes del mundo.

Bastante impresionante.

No era de extrañar que fuera un refugio para las hadas.

Era temprano en el crepúsculo cuando pasamos por otro arco en la mazmorra

de Leanansidhe y salimos debajo de un puente de piedra áspera, rodeado de

árboles. Al principio, era difícil creer que estábamos en el corazón de una

ciudad de millones.

Todo parecía tranquilo y silencioso, con la puesta de sol en el oeste y el canto de

los pájaros aún en las ramas. Unos segundos más tarde, sin embargo, quedo

claro que no estaba desierto. Los páramos irlandeses habían sido

completamente silenciosos, pararse en un lugar el tiempo suficiente, y se sentía

como si fueras la única persona en el mundo entero.

Aquí, sin embargo, el aire tenía la silenciosa quietud de la noche que se

acercaba, aún se podían captar los débiles sonidos de bocinas y el tráfico de la

calle, filtrándose a través de los árboles.

―Está bien ―dije, mirando a Grimalkin, que se pavoneaba cerca de un tronco y

saltó sobre él―. Estamos aquí. ¿Y ahora qué?

El gato se sentó y se lamió el rocío de su pata.

―Eso depende de ti, humano ―afirmó con calma―. No puedo mirar por

encima de tu hombro a cada paso del camino. Te he traído a tu destino, qué

harás a continuación no es asunto mío. ―Él pasó la pata sobre sus orejas y se

lamió los bigotes antes de continuar―. De acuerdo con Leanansidhe, ha habido

varias desapariciones en Central Park. Entonces estás en el lugar correcto para

empezar a buscar... lo que sea que estás buscando.

―Te das cuenta de que Central Park es de más de ochocientos acres. ¿Cómo se

supone que vamos a encontrar algo?

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―Por supuesto que no de pie y quejándote alrededor de mí. ―Grimalkin

bostezó y se estiro, su crespa cola sobre su espalda―. Tengo asuntos que

atender ―afirmó, saltando fuera del tronco―. Así que aquí es donde nos

separamos. Si encuentras algo, regresa a este puente que te llevará de vuelta a

Leanansidhe. Trata de no perderte, humano. Se está convirtiendo bastante

tedioso cazarte.

Con un movimiento de su espesa cola, Grimalkin se alejó al trote, saltó un

terraplén, y desapareció entre la maleza.

Miré a Kenzie y a los demás.

―¿Alguna idea? Aparte de deambular por un gigantesco-culo parque sin una

pista, de qué es esto.

Sorprendentemente, fue Annwyl quien habló.

―Recuerdo venir aquí un par de veces en el pasado ―dijo―. Hay varios

lugares que son puntos calientes para los feys locales. Podríamos empezar por

ahí.

―Lo suficientemente bueno. ―Asentí e indiqué el sendero―. Muéstrame el

camino.

Sí, Central Park era enorme, todo un mundo en sí mismo, al parecer. Seguimos

a Annwyl por senderos sinuosos del bosque, por caminos de cemento más

anchos bordeados por árboles, a través de un gran césped plano que todavía

tenía gente pululando alrededor, lanzando balones de fútbol o acostados juntos

en mantas, mirando las estrellas.

―Es extraño ―murmuró Annwyl mientras cruzábamos el gigantesco campo,

pasando a una pareja besándose en una colcha―. Siempre hay unos pocos de

nosotros en el césped durante el crepúsculo, es uno de nuestros lugares

favoritos de baile. Pero este lugar se siente completamente vacío. ―Una brisa

susurró a través del césped y ella se estremeció, abrazándose a sí misma.

Keirran puso sus manos sobre sus hombros―. Tengo miedo de lo que

podríamos encontrar aquí.

―No hemos encontrado nada, Annwyl ―dijo Keirran, y ella asintió con la

cabeza.

―Lo sé.

Continuamos más allá del césped, caminando por un espacio grande, al aire

libre en la orilla de un lago. Una estatua de dos amantes abrazados sentados a

las afueras del teatro, juntos por todos los tiempos. Una vez más, Annwyl se

detuvo, mirando la estructura como si esperara ver a alguien allí.

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―Shakespeare en el parque. ―Ella suspiro en tono melancólico―. Vi El Sueño

de una Noche de Verano aquí una vez. Fue increíble, el velo fue lo más delgado

que había visto a ese punto. Así que muchos humanos estaban a punto de creer

en nosotros. ―Ella sacudió la cabeza, su cara oscura―. Algo está muy mal. No

hemos visto ni un solo exiliado, mestizo o cualquiera. ¿Qué ha ocurrido aquí?

―Tenemos que seguir buscando ―dijo Kenzie―. Tiene que haber alguien que

sepa lo que está pasando. ¿Hay algún otro lugar donde podríamos buscar?

Annwyl asintió.

―Un lugar más ―murmuró―. Y si no encontramos a nadie allí, entonces no

hay nada que encontrar. Síganme.

Ella nos llevó por otro camino que se convirtió en un sendero rocoso y sinuoso a

través de un tranquilo paisaje de flores y plantas. Barandillas de madera rústica

y bancos se alineaban en la ruta, y algunas flores que florecían tarde todavía

sobresalían de la vegetación. Pintoresco fue la palabra que me vino a la mente

mientras perdíamos a Annwyl a través de los exuberantes jardines. Pintoresco e

inusual, aunque no dije en voz alta mi opinión. Keirran y Annwyl eran hadas y

Kenzie era una chica, por lo que estaba bien para ellos que se fijen en esas cosas.

Como miembro portador de una tarjeta del club chico, no iba a comentar sobre

los arreglos florales.

―¿Dónde estamos? ―le pregunté en su lugar―. ¿Qué es este lugar?

Annwyl se detuvo al pie de un árbol, cercado por una verja de madera y en

plena floración a pesar del clima frío.

―Esto ―dijo ella, mirando las ramas―, es el Jardín de Shakespeare. El humano

más famoso de nuestro mundo. Venimos a este lugar para rendir homenaje al

gran bardo, el mortal que abrió las mentes de las personas de nuevo a la magia.

Quién hizo que los humanos nos recordaran una vez más. ―Ella alargo la mano

hacia el árbol y tocó suavemente una hoja marchita con su dedo. La rama se

estremeció y la hoja se desenroscó, verde y viva de nuevo―. El hecho de que

este vacío, que no haya nadie aquí, es aterrador.

Estiré mi cuello para mirar hacia arriba en el árbol.

Estaba vacío, a excepción de un solitario pájaro negro cerca de las ramas más

altas, acicalando sus plumas. Annwyl tenía razón, era extraño que no nos

hubiéramos topado con ningún fey, especialmente en un lugar como este.

Central Park tenía todo lo que podían pedir: arte e imaginación, enormes franjas

de naturaleza, una fuente inagotable de glamour de todos los humanos que

pasaban. Este lugar debería estar lleno de hadas.

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―¿No hay otros lugares que podríamos comprobar? ―preguntó Kenzie―.

¿Otros... que frecuenten las hadas?

―Sí ―dijo Annwyl, pero ella no parecía confiada―. Hay otros lugares. Sheep

Meadow<

―¡Ovejas! ―zumbó Razor.

―Tavern on the Green y Strawberry Fields. Pero si no nos hemos encontrado

con nadie a estas alturas, dudo que vayamos a tener mucha suerte.

―Bueno, no podemos renunciar ―insistió Kenzie―. Es un gran parque. Tiene

que haber otros lugares en los que podamos<

Un grito rompió el silencio, causando que todos nos estremeciéramos. Era débil,

haciendo eco a través de los árboles, pero unos segundos más tarde llego otra

vez, desesperado y aterrorizado.

Keirran sacó su espada.

―¡Vamos!

Cargamos hacia abajo por el sendero, siguiendo el eco del grito, con la

esperanza de que íbamos en la dirección correcta. Al salir del Jardín de

Shakespeare, el camino se dividió ante nosotros, y me detuve un segundo,

jadeando y mirando alrededor. Sólo podía ver la parte superior de la sala a la

izquierda, pero justo delante de nosotros...

―¿Eso es... un castillo? ―le pregunté, mirando las torres de piedra que se

levantaban sobre los árboles.

―Belvedere Castle ―dijo Annwyl, que venía detrás de mí―. No es realmente

un castillo, tampoco, es más un observatorio y lugar de interés turístico.

―¿Es por eso que es tan pequeño?

―¡Mira! ―Kenzie jadeó, agarrando mi brazo y señalando a las torres.

Figuras fantasmales, blancas y pálidas a la luz de la luna, invadieron la parte

superior del castillo de piedra, arrastrándose por las paredes como hormigas.

Otro grito resonó, y una pequeña figura oscura apareció en medio del enjambre,

luchando en lo alto de la torre.

―¡Rápido! ―ordenó Keirran y se fue, el resto de nosotros siguiéndolo cerca.

Al llegar al pie de la escalinata del castillo, me di la vuelta, deteniendo a Kenzie

de seguirme arriba.

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―Quédate aquí ―le dije, mientras ella tomaba un aliento para protestar―.

¡Kenzie, no puedes lanzarte allí arriba! Hay demasiados de ellos, y tú no tienes

nada con que pelear.

―A la mierda eso ―replicó Kenzie y agarró un palo ratán de mi mano―.

Ahora lo hago.

―Ethan ―llamó Keirran antes de que pudiera discutir. El príncipe hada estaba

a pocos pasos arriba, mirando a lo alto de la escalera―. ¡Ya vienen!

Hadas fantasmales pululaban por las paredes y se lanzaban escaleras abajo

hacia nosotros. Eran pequeñas hadas, gnomos o duendes de tamaño, pero sus

manos eran enormes, dos veces más grandes que la mía. Al acercarse, vi que no

tenían bocas, sólo dos gigantes ojos saltones y un par de ranuras para la nariz.

Ellos bajaron de las paredes, arrastrándose hacia abajo como lagartos o arañas,

y fluyeron silenciosamente por las escaleras hacia nosotros.

A la cabeza de nuestro grupo, Keirran levantó su mano, sus ojos medio

cerrados en concentración. Por un segundo, el aire a su alrededor se volvió frío,

y luego extendió su brazo hacia el fey que se acercaba.

Fragmentos de hielo volaron delante de él en un arco feroz, rasgando en el

enjambre como una explosión de metralla. Con los ojos abiertos, varios de ellos

se sacudieron, retorcidos en niebla y desaparecieron.

Maldición. ¿Dónde he visto esto antes?

Blandiendo su arma, Keirran arremetió por las escaleras conmigo detrás de él.

Los malvados, gnomos sin boca se escabulleron hacia nosotros, ojos duros y

furiosos, levantando sus manos mientras se abalanzaban. Uno de ellos agarro

mi brazo mientras me tiró hacia atrás. Su palma abriéndose hacia arriba o más

bien, una enorme boca, con dientes alineados se abrió sobre su palma, silbando

y masticando, cuando me jale.

―¡Aagh! ―grité, golpeando el gnomo lejos―. ¡Eso no es genial Keirran!

―Lo vi. ―La espada de Keirran brilló, y un brazo fue a toda velocidad lejos, la

boca chillando. El fey fantasmal presionado, levantando sus horribles manos.

Rodeadas por diminutos dientes rechinantes, Keirran se mantuvo firme,

cortando en cualquier hada que se acercara demasiado―. ¿Los demás están

bien? ―jadeó sin mirar atrás.

Dispuse un segundo vistazo dividido en Kenzie y Annwyl. Keirran y yo

bloqueábamos la mitad inferior de la escalera, por lo que los gnomos se

centraron en nosotros, pero Kenzie se paró frente a Annwyl, levantando su palo

de ratán para defender a la chica de Verano si era necesario.

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Casi perdí el gnomo que esquivo la guardia de Keirran y saltó hacia mí, ambas

manos apuntando a mi garganta. Me tambaleé hacia atrás, levantando mi palo,

pero una vid golpeó repentinamente sobre la barandilla de la escalera y se

enrolló alrededor del hada en el aire, lanzándolo lejos.

Miré hacia atrás y vi a Annwyl, una mano extendida, las plantas alrededor de

ella se retorcían furiosamente. Asentí con la cabeza en agradecimiento y me

arrojé hacia adelante para unirme a Keirran.

Poco a poco, nos abrimos paso por las escaleras hasta llegar al patio que se abría

en la base de las torres. Los feos gnomos se replegaron, deslizándose hacia

nosotros con sus manos dentadas mientras seguíamos adelante. Uno de ellos

logró aferrarse a mi cinturón, sentí los dientes afilados cortando a través de mi

piel tan fácilmente como si fuera papel antes de que le rompiera la empuñadura

de mi arma en su cabeza con una maldición.

Nos abrimos paso a través de la terraza, luchando contra los gnomos que

pululaban de todas direcciones, hasta que quedamos a la sombra del propio

castillo en miniatura. Kenzie y Annwyl se quedaron atrás en la parte superior

de las escaleras, Annwyl uso la magia de Verano para asfixiar y enredar a sus

oponentes, mientras que Kenzie los golpeaba con su palo una vez que estaban

atrapados.

Pero seguían llegando más, escalando las paredes, apresurándose con los

brazos en alto. Un grito detrás de nosotros me hizo mirar hacia atrás. Varios

gnomos formaban un amplio círculo alrededor de Kenzie y Annwyl. No

estaban atacando, pero las manos de las hadas se estiraron hacia la chica de

Verano, las horribles bocas se abrieron. Annwyl había caído a sus manos y

rodillas, su esbelta forma deshilachándose en los bordes como si estuviera

hecha de niebla y el viento le soplara lejos. Kenzie se precipito hacia delante y

giró hacia un gnomo, golpeándolo en el hombro. Él se volvió con un silbido y

agarró el palo con ambas manos. Había una grieta astillada, y el ratán se

destrozó, rompiéndolo en pedazos, cuando los dientes del hada trabajaron

brevemente en la madera.

―¡Annwyl! ―Keirran se volvió, corriendo hacia delante para defender a la

chica de Verano y a Kenzie, y en ese momento de distracción una arrugada,

retorcida mano se posó en mi brazo.

Afilados dientes se hundieron en mi muñeca, y yo grité, agitando el brazo para

desplazarlo, pero la cosa se aferró a mí como una lapa, mordiendo y

masticando. Apretando los dientes, me golpeé el brazo contra la pared varias

veces, ignorando el estallido de agonía con cada golpe, y el gnomo finalmente

cayó.

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Los gnomos siguieron adelante, sintiendo la sangre. Mi muñeca y el antebrazo

estaban empapados de rojo y sentía como si mi brazo hubiera quedado

atrapado en una picadora de carne. Cuando me tambaleé hacia atrás, medio

ciego por el dolor, un gran cuervo voló y aterrizó en la pared frente a mí. Y, tal

vez fuera por el delirio del dolor y la pérdida de sangre, pero estaba casi seguro

de que me guiño un ojo.

Hubo un estallido de frío desde la dirección de Keirran, y el pájaro despegó.

Varios gritos de dolor demostraron que el Príncipe de Hierro estaba tomando

venganza por el hada de Verano, pero eso realmente no me ayudaba, apoyado

contra una pared, chorreando sangre sobre todas las losas. Me preparé cuando

el enjambre se tensó para atacar.

―Tú realmente encuentras a las personas más extrañas en Nueva York ―dijo

una nueva voz en algún lugar por encima.

Miré hacia arriba. Una delgada figura estaba encima de una de las torres, brazos

cruzados, mirando abajo con una sonrisa. Sacudió la cabeza, desplazando

varias plumas de su cabello carmesí, dándome un segundo vistazo de sus orejas

puntiagudas.

―Por ejemplo ―continuó, todavía sonriendo ampliamente―, te ves exactamente

igual que el hermano de una buena amiga mía. Quiero decir, ¿cuáles son las

probabilidades? Por supuesto, se supone que estés seguro en casa en Louisiana,

así que no tengo ni idea de lo que estás haciendo en Nueva York. Oh, bueno.

Los gnomos se arremolinaban, silbando y confundidos, mirando de mí al

intruso y viceversa. Sintiendo que él era la amenaza más grande, comenzaron a

dirigirse hacia la torre, levantando sus manos para enredarse con él.

―huh, eso es un poco inquietante. Apuesto a que ninguno de ustedes tiene

mascotas, ¿verdad?

Una daga salió volando por los aires desde su dirección, golpeando a un

gnomo mientras corría hacia delante, convirtiéndolo en niebla. Un segundo

después, el extraño aterrizó junto a mí, sin dejar de sonreír, sacando una

segunda daga de su cinturón.

―Hola, Ethan Chase ―dijo, viéndose tan petulante e irreverente como lo

recordaba―. Qué extraño encontrarte aquí.

El grupo levantó sus brazos otra vez, bocas abriéndose, y sentí ese extraño, tirón

lento. El hada a mi lado resopló.

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―No lo creo ―se burló, y se lanzó en medio de ellos.

Empujándome a mí mismo de la pared, empecé a seguirlo, pero él en realidad

no necesitaba mucha ayudar. Incluso con los gnomos succionando su glamour,

bailó y se volvió entre ellos sin ningún problema, su daga cortando un camino

brumoso a través de sus filas.

―¡Oy, humano, ve a ayudar a tus amigos! ―gritó él, esquivando cuando un

gnomo piraña saltó hacia él―. ¡Yo puedo terminar aquí!

Asentí con la cabeza y corrí hasta el pie de las escaleras donde Keirran se echó

hacia atrás, interponiéndose entre los gnomos, Annwyl y Kenzie, sus ojos

brillaban tratando de que nada se acercara. Annwyl se desplomó contra el

suelo, y Kenzie se puso protectoramente a su lado, todavía con la mitad rota del

ratán. Algunos gnomos los rodearon con los brazos extendidos y mirando a

Keirran, uno estaba doblado a unos metros de distancia como si estuviera

enfermo.

Saltando de la escalera, caí detrás de una de las hadas con un grito, estrellando

mi palo hacia abajo sobre su cráneo. Cayó como una piedra, desvaneciéndose

en la nada, y rápidamente me hice a un lado, pateando a otro en la cabeza,

arrojándolo lejos.

Silbando, el resto del grupo se dispersó. Chillando y farfullando a través de sus

desagradables manos-bocas, se escabulleron en los arbustos y las paredes,

dejándonos solos al pie de las escaleras.

Jadeando, miré hacia los demás.

―¿Todo el mundo está bien?

Keirran no estaba escuchando. Tan pronto como los gnomos se habían ido,

enfundó su arma e inmediatamente se dirigió hacia Annwyl, dejándose caer a

su lado. Los oí hablando en bajos murmullos, la voz de Keirran se oía

preocupada preguntándole si se encontraba bien, la chica de Verano insistiendo

en que estaba bien. Suspiré y me volví hacia Kenzie; ellos probablemente

estarían inaccesibles por un tiempo.

Kenzie se acercó tímidamente, la mitad rota del ratán en su mano.

―Lo siento ―dijo ella, sosteniendo el arma en ruinas con un gesto de

impotencia―. Es... uh... Tuvo una muerte noble. Sólo puedo esperar que le

dejara a esa cosa una astilla en su lengua malvada.

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Tomé el palo roto de su mano, arrojándolo en los arbustos, y la atraje en un

abrazo breve, con un solo brazo.

―Mejor el palo que tú ―murmuré, sintiendo sus rápidos latidos, sus brazos

rodearon mi cintura para aferrarse a mí―. ¿Estás bien?

Ella asintió con la cabeza.

―Ellos le estaban haciendo algo a Annwyl. Cuando Keirran llegó brincando. Él

mató a varios, pero dio marcha atrás y empezó a hacer esa cosa espeluznante

con sus manos, y Annwyl... ―Ella se estremeció, mirando atrás hacia el hada

con preocupación―. Fue bueno que vinieras y los echaras fuera. Annwyl no

tenía buen aspecto... y ¡estás sangrando otra vez!

―Sí. ―Apreté los dientes mientras ella se alejaba y tomó suavemente mi brazo.

―Uno de ellos confundió mi brazo con el palo. ¡Ay! ―Me estremecí cuando ella

echó hacia atrás la manga desgarrada, dejando al descubierto un lío de sangre y

piel en rodajas―. Puedes agradecerle a Keirran por esto ―murmuré mientras

Kenzie me daba una horrorizada mirada de disculpa―. Él se fue en picada para

rescatar a su novia y me dejó solo con una media docena de feys pirañas.

Y hablando de picada...

―Hey ―dijo una voz familiar, ligeramente molesta en la parte superior de las

escaleras―. No a la lluvia en su pequeña reunión o algo, pero, ¿no se te olvidó

algo ahí atrás? Algo como, oh, no lo sé... ¿yo?

Oí un grito de Annwyl cuando el hada pelirrojo llegó paseando por las

escaleras, sus labios tiraron en una sonrisa.

―¿Me recuerdas? ―dijo el, saltando el último escalón hacia nosotros, sin dejar

de sonreír. Kenzie lo miró con curiosidad, pero él miró más allá de ella a

Keirran y Annwyl―. ¡Oh, bueno, y el pequeño príncipe está aquí, también! ¡El

mundo es un pañuelo! ¿Y qué, si se puede preguntar, estás haciendo tú aquí con

el hermano de la reina?

―¿Qué estás haciendo aquí? ―gruñí, mientras Keirran y Annwyl finalmente se

unieron a nosotros.

Keirran tenía una amplia sonrisa de alivio, y la otra hada le devolvió la sonrisa;

obviamente, se conocían. Annwyl, por otro lado, se veía ligeramente

deslumbrada. Supongo que no se le podía culpar, considerando quién era este.

―¿Yo? ―El hada entrelazó sus manos detrás de su cabeza―. Se suponía que

debía cumplir con cierta bola de pelos odiosa cerca del Jardín de Shakespeare,

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pero entonces oí un escándalo, así que decidí investigar. ―Negó con la cabeza,

dándome una mirada perpleja―. Por Dios, no eres más que problemas como tu

hermana, ¿lo sabías? Debe ser cosa de familia.

―Um, perdón ―dijo Kenzie, y la miramos fijamente―. Lo siento ―continuó,

mirándonos a cada uno de nosotros―, pero ¿todos se conocen? Y si lo hacen,

¿te importaría permitirme entrar en el secreto?

El gran bromista me sonrió.

―¿Quieres decirle? ¿O qué?

No le hice caso.

―Kenzie ―suspiré―, este es Robin Goodfellow, un amigo de mi hermana.

―Sus ojos se abrieron, y yo asentí con la cabeza―. Es posible que lo conozcas

mejor como<

―Puck ―terminó ella por mí en un susurro. Lo miraba ahora, temor y asombro

escrito en su rostro―. ¿Puck, como El Sueño de una Noche de Verano? ¿Pociones

de amor y Nick Bottom y cabezas de burro? ¿Ese Puck?

―El primero y el único. ―Puck sonrió. Sacando un pañuelo verde de su

bolsillo, lo arrugó y lo tiró en mi dirección. Lo atrape con mi mano buena―.

Aquí. Parece que esas cosas masticaron bastante bien en ti. Envuelve eso, y

entonces alguien puede decirme qué diablos está pasando aquí.

―Eso es lo que estábamos tratando de averiguar ―explicó Keirran, mientras

Kenzie tomó el pañuelo y comenzó a envolver mi muñeca destrozada.

Los cortes no eran profundos, pero eran extremadamente dolorosos. Maldita

hada piraña. Apreté los dientes y aguante, mientras Keirran continuó.

―Leanansidhe nos envió aquí para ver lo que estaba sucediendo con los

exiliados y mestizos. Estábamos tratando de encontrarlos cuando apareciste.

Razor bruscamente le guiñó un ojo a la su vista sobre el hombro de Keirran.

Viendo a Puck, el gremlin dio un gorjeo que no fue muy acogedor, haciendo a

Puck arrugar la nariz.

―Oh, hey, sierra zumbadora. ¿Aún dando vueltas, cierto? ―Suspiró―. Por lo

tanto, vamos a ver si lo entiendo. ¿La espeluznante Musa Oscura ha conseguido

que pisoteen todo Central Park en alguna especie de loca misión secreta, y ella

no me dijo nada al respecto? Bueno, estoy un poco herido. ―Cruzando sus

brazos, nos dio a Keirran y a mí una mirada escudriñadora, y sus ojos verdes se

estrecharon considerablemente―. ¿Cómo hicieron los dos para involucrarse en

esto, de todos modos?

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Algo en su voz hizo que los pelos a lo largo de mi brazo se erizaran. Keirran y

yo. No Kenzie o Annwyl; él ni siquiera las miraba. Puck sabía algo. Al igual que

Meghan. Era como si se hubiera confirmado que Keirran y yo se suponía que

nunca debíamos conocernos, que vernos juntos era definitivamente una cosa

mala.

No podía pensar en eso ahora, sin embargo. Puck ciertamente no iba a decir

nada.

―Mi amigo Todd fue secuestrado ―le dije, y él arqueó una ceja―. Él es un

mestizo, y fue tomado por el mismo tipo de criaturas que succionan el glamour

de un fey normal.

―Así que eso es lo que estaban haciendo. Ugh. ―Puck tembló exageradamente

y cepilló sus brazos―. Repugnantes y espeluznantes cosas. Me siento muy

violado en este momento. ―Se sacudió, y luego frunció el ceño hacia mí―. Así

que, ¿tú sólo decidiste ir a buscarlo? ¿Así de fácil? ¿Sin decirle nada a nadie

sobre ello? Wow, eres igual que tú hermana.

―Teníamos que hacer algo, Puck ―interrumpió Keirran―. Exiliados y

mestizos de todo el mundo están desapareciendo. Y estos... devoradores de

glamour... están haciendo que desaparezcan. Verano e Invierno no ofrecieron

ninguna ayuda. Podría ir con Oberon, pero no me va a escuchar.

Kenzie terminó de envolver mi brazo, atándolo tan suavemente como pudo.

Asentí en agradecimiento y me volví hacia el hada de Verano.

―Pero él te escuchará a ti ―le dije a Puck―. Alguien tiene que decirle a las

Cortes sobre esto.

―¿Y tú crees que yo debería ser el recadero? ―Puck se cruzó de brazos―. ¿Qué

es lo que parezco, una paloma mensajera? ¿Qué hay de ti? ¿Qué están

planeando los cuatro? ―Él nos miró a todos, especialmente a Keirran, y

sonrió―. Sea lo que sea, creo que debería quedarme alrededor por ello.

―¿Qué pasa con Grimalkin?

―¿Bolita? ―resopló Puck―. Él probablemente se ajuste a toda esta cosa. Si

quiere verme, me encontrara. Además, esto suena mucho más emocionante.

―Hemos conseguido esto.

―¿En serio? Tu brazo lo ve de otro modo, chico. ¿Qué diría Meghan si supiera

que estabas aquí? Los dos ―añadió, mirando a Keirran.

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―Vamos a estar bien ―insistí―. No necesito la ayuda de Meghan. He

sobrevivido sin ella durante años. Ella nunca se preocupó de mantenerme

vigilado hasta ahora.

Puck entrecerró sus ojos en ranuras brillantes, luciendo más peligroso ahora, y

rápidamente cambié de táctica.

―Y nosotros solo estamos volviendo con Leanansidhe, para hacerle saber lo

que encontramos. Aquí no hay nada, de todos modos.

―Sin embargo, las Cortes tienen que saber lo que está pasando ―agrego

Keirran―. Tú sentiste lo que esas cosas estaban haciendo. ¿Cuánto tiempo

pasara antes de que maten a todos los exiliados en el mundo real y empiecen

mirando a Nuncajamás?

―Tienes que ir con ellos ―le dije―. Tú debes hacerles saber lo que está

pasando. Si le dices a Oberon<

―Puede que no me escuche, tampoco. ―Puck suspiró, rascándose la parte

posterior de su cuello―. Pero... veo tu punto. Bien, entonces. ―Él dejó escapar

un ruidoso suspiro―. Parece que la siguiente parada en mi lista es Arcadia.

―Esa sonrisa se arrastró de nuevo, ansiosa y maliciosa―. Creo que es hora de

que me vaya a casa. Titania va a estar muy feliz de verme.

Ante la mención de Titania, Annwyl se estremeció y se abrazó a sí misma. El

anhelo en el rostro de la chica de Verano era evidente, era obvio que quería

volver a casa, de vuelta a la Corte de Verano. Keirran no la tocó, pero se inclinó

y le susurró algo al oído, y ella le sonrió agradecida.

Ellos no vieron la forma en que Puck se quedó mirándolos, sus ojos entornados

y con problemas, una sombra oscureció su rostro. Ellos no vieron la forma en

que su mirada se estrechó, con su boca fija en una sombría línea. Esto causó que

un escalofrío resbalara por mi espalda, pero antes de que pudiera decir algo, el

bromista de Verano bostezó ruidosamente y se estiró, levantando sus largas

extremidades por encima de su cabeza, y la mirada de miedo en su rostro

desapareció.

―Bueno ―murmuro él, quitándose el polvo de las manos―, Creo que me voy a

la Corte de Verano, entonces. ¿Estás seguro de que ustedes cuatro no necesitan

ningún tipo de ayuda? Me siento un poco al margen de la acción.

―Vamos a estar bien, Puck ―dijo Keirran―. Si ves a mis padres, diles que lo

siento, pero tenía que ir.

Puck hizo una mueca.

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―Sí, eso va a ir tan bien para mí ―murmuró―. Ya puedo escuchar lo que el

chico hielo va a decir sobre esto. ―Sacudiendo la cabeza, retrocedió, hojas y

polvo comenzaron a girar a su alrededor―. Ustedes dos me recuerdan a cierto

par. ―Él sonrió, mirando de Keirran a mí―. Tal vez por eso me caes tan bien.

Así que ten cuidado, ¿de acuerdo? Si te metes en problemas, probablemente

voy a ser culpado por ello.

El torbellino de polvo y hojas se batieron en un frenesí, y Puck se retorció en sí

mismo, cada vez más pequeño y más oscuro, hasta que un gran cuervo negro se

levantó del ciclón y batió lejos sobre los árboles.

―Wow ―murmuró Kenzie, extrañamente silenciosa hasta ahora―. Realmente

conocí a Robin Goodfellow.

―Sí ―dije, sosteniendo mí brazo. Mi muñeca dolía como el infierno, y la

mención de mi hermana me estaba poniendo de mal humor―. Es mucho menos

insoportable en las obras de teatro.

Por alguna razón, Razor lo encontró divertido y se rió a carcajadas, saltando

arriba y abajo en la espalda de Keirran.

El príncipe suspiró.

―No va a volver a Arcadia ―dijo sombríamente, mirando el lugar donde el

cuervo había desaparecido―. No de inmediato. Irá a Mag Tuiredh, o, por lo

menos tratara de transmitir un mensaje allí. Él volverá para decirles a mis

padres dónde estamos.

―Genial ―murmuré―. Así que no tenemos mucho tiempo, hagamos lo que

hagamos.

Keirran negó con la cabeza.

―¿Y ahora qué? ―preguntó él ―. ¿Debemos volver con Leanansidhe y decirle

que el parque es básicamente una zona muerta?

―Mi voto es sí ―le dije. Cambié mi brazo a una posición más cómoda,

apretando los dientes cuando el dolor atravesó mi muñeca―. Si nos

encontramos con más de esas cosas, no voy a ser capaz de luchar muy bien.

―¿Regresamos al puente, entonces?

―Espera ―dijo Kenzie repentinamente. Estaba mirando hacia el castillo, su

mirada se volvió hacia una de las torres, oscura y brumosa a la luz de luna―.

Me pareció ver que algo se movía.

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Me volví, siguiendo su mirada, justo cuando una cabeza sobresalía de una de

las plataformas de observación, mirando a su alrededor salvajemente. Sus ojos

brillaban de color naranja en las sombras.

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Bajando las Espadas

Traducido por Sisabel1320 Corregido por Moonse

―Todd ―llamé, corriendo hacia adelante.

La figura oscura sacudió su cabeza hacia mí, abriendo mucho los ojos. Salté

hacia arriba de los escalones, subiéndolos de dos en dos, los otros siguiéndome

de cerca.

―¡Hey! ―grité, cuando la oscura figura pasó sobre el borde de la pared,

aterrizando en el piso con un gruñido―. ¡Todd, espera!

Me puse en un arranque de velocidad, pero la figura corrió por el patio, saltó

sobre el borde y cayó en picada en el fondo del estanque con un chapoteo.

―Annwyl ―dijo Keirran cuando llegamos al punto donde el mestizo se fue por

arriba. Él estaba nadando por la orilla del estanque, alejándose rápidamente―.

¿Podrías detenerlo?

La chica de Verano asintió. Esperando hasta que el mestizo llegó a la orilla,

inmediatamente arrojo fuera una mano, y espirales de vegetación brotaron de la

tierra que serpenteaba en torno a él. Hubo un grito de miedo y consternación y

el sonido de la naturaleza salvaje mientras Annwyl continuaba envolviéndolo

en viñas.

―Lo tengo ―murmuró Keirran, y saltó sobre la pared. Se agazapó allí una

fracción de segundo, equilibrándose con gracia en el borde, y luego se dejó caer

el largo camino hacia abajo al suelo, aterrizando sobre un trozo de sólida tierra

debajo de nosotros con la ligereza de un gato.

Enfundando su espada, empezó a cruzar el estanque.

Fruncí el ceño a la parte posterior de su cabeza, como yo, que soy un simple

mortal, tuve que volver sobre mis pasos de regreso por las escaleras y alrededor

del estanque. Kenzie siguiéndome. Cuando llegamos al lugar el mestizo estaba

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atrapado, Keirran se encontraba a pocos metros de la masa de vegetación

retorciéndose, con las manos extendidas, mientras trataba de calmarlo.

―Cálmate, ahí. ―La suave voz de Keirran flotó sobre las rocas―. No voy a

hacerte daño.

El mestizo respondió aullando y deslizando hacia él una mano con punta de

garra. Keirran lo esquivó fácilmente. Vi sus ojos medio cerrados en

concentración y sentí un pulso lento de magia extendiéndose hacia fuera de

donde él se encontraba, volviendo espeso el aire, haciéndome sentir débil y

somnoliento. La lucha salvaje del mestizo se desaceleró, luego se calmó, hasta

que un fuerte ronquido provino del trozo de vegetación.

Keirran miró casi con aire de culpabilidad mientras me unía a él, mirando a la

maraña de enredaderas, malas hierbas, flores y mestizo.

―Él estaba haciéndose daño a sí mismo ―murmuró, dando un paso atrás

cuando me arrodillé al lado de la inconsciente forma―. Pensé que esta era la

manera más fácil de calmarlo.

―No hay problema ―murmuré, utilizando mi mano sana para quitar la

maraña de enredaderas. Un rostro emergió de la vegetación, un rostro mayor,

barbudo, con colmillos cortos curvándose en su mandíbula. Me dejé caer―. No

es Todd, ―dije, en pie nuevamente. Decepción brilló, lo cual me sorprendió.

¿Qué había estado esperando? La última ubicación conocida de Todd era

Louisiana. No había razón para que él se presentara en Nueva York.

Kenzie se inclinó sobre mi hombro.

―No es Todd ―estuvo de acuerdo, parpadeando hacia el espeso rostro

barbudo, dientes amarillos contundentes asomando de su mandíbula―. ¿Qué

es él, entonces?

―Medio-trol ―agregó Keirran―. Sin hogar, por lo que se ve. Él probablemente

hizo parte de Central Park su territorio.

Me quedé mirando al medio-trol, molesto de que no era Todd, y fruncí el ceño.

―Entonces, ¿qué hacemos con él?

―Espera ―dijo Kenzie, dando un paso a mi alrededor. Arrodillándose, empujó

a un lado las malas hierbas y enredaderas, gruñendo en concentración, hasta

que emergió con un pequeño objeto cuadrado en su mano―. Billetera ―dijo,

agitándola hacia nosotros, antes de darle la vuelta abriéndola y entrecerrando

los ojos en ella―. Rayos, está demasiado oscuro para ver nada. ¿Alguien tiene

una mini luz?

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Keirran hizo un gesto. Un pequeño globo de fuego sin calor apareció por

encima, haciéndola saltar.

―Oh, bueno, eso es práctico ―dijo ella con una sonrisa irónica―. Apuesto a

que eres la diversión en viajes de campamento.

El príncipe sonrió débilmente.

―También puedo abrir latas y hacer las bebidas frías.

―¿Qué dice la licencia? ―le pregunté, tratando de no parecer impaciente―.

¿Quién es este tipo?

Kenzie miró la tarjeta.

―Thomas Bend ―leyó, sosteniendo la licencia de conducir bajo la pulsante luz

fey―. Él es de... Ohio.

Todos nos miramos fijamente.

―Entonces, ¿qué diablos está haciendo aquí? ―murmuré.

* * *

―Oh, han vuelto, queridos ―dijo Leanansidhe, sonando ligeramente

resignada―. ¿Y qué, puedo preguntar, es eso?

―Lo encontramos en el parque ―le dije, mientras Thomas el medio-trol

tropezó detrás de nosotros, arrojando barro y hojas y boquiabierto a su

alrededor. Después de despertarse, parecía haberse calmado, permaneciendo

pasivo y tranquilo cuando hablamos con él. Nos siguió hasta aquí sin

quejarse―. Él no es de Nueva York. Pensamos que podría ser uno de los suyos.

―No es mío, queridos. ―Leanansidhe arrugó la nariz cuando el troll parpadeó

hacia ella, ojos de color naranja grandes y redondos―. Y, ¿por qué sentiste la

necesidad de traer a la criatura aquí, mascota? Podrías haberle preguntado tú

mismo y salvar a mis pobres alfombras.

―Dama ―susurró el medio-troll, encogiéndose de vuelta a la Reina Exiliada―.

Dama. Gran Oscuridad. Dama.

―Eso es todo lo que va a decir ―dijo Kenzie, mirando preocupada hacia atrás

al troll―. Nosotros intentamos hablar con él. No recuerda nada. Ni siquiera

creo que sepa quién es él.

―Estaba siendo perseguido a través de Central Park por nuestros fantasmales

amigos ―añadió Keirran, sonando sombrío y protector. Él no había dejado a

Annwyl fuera de su vista durante todo el camino de regreso a Leanansidhe, y

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ahora se interponía entre ella y Leanansidhe, observando tanto a la Reina

Exiliada y al medio-troll. Razor se asomaba por debajo de la parte posterior de

su cuello, murmurando tonterías―. Nosotros luchamos contra ellos en el

campo con la ayuda de Goodfellow, pero no vimos a nadie allí.

―¿Goodfellow? ―La Reina Exiliada hizo una mueca―. Ah, así que eso es de lo

que Grimalkin estaba hablando, criatura tortuosa. ¿Dónde está nuestro querido

Puck ahora?

―Él volvió a la Corte Seelie para advertir a Oberon.

―Bueno, eso es algo, por lo menos. ―Leanansidhe considero al mestizo con

frío desinterés―. ¿Y qué hay de los lugareños del parque, queridos? ―preguntó

sin mirar hacia arriba―. ¿Ellos mencionaron algo acerca de damas y lugares

oscuros?

―No había otros ―le dije, y ella me miró y luego levantó las cejas

sorprendida―. Él es el único que encontramos.

―El parque es una zona muerta ―dijo Annwyl. Pude ver que ella estaba

temblando―. Todos se han ido. No queda nadie. Sólo esos horribles comedores

de glamour. Creo... creo que ellos mataron a todos.

Comedores de glamour. El término era contagioso, sin embargo, era un buen

nombre para ellos.

Ellos no me podrían afectar a mí o a Kenzie de esa manera, porque nosotros no

tenemos magia. Y Keirran es el hijo de la Reina de Hierro, su glamour es veneno

para ellos. Pero todos los demás, incluyendo a Annwyl, los exiliados y el resto

de Verano y de Invierno, estaban en riesgo.

De repente me pregunté lo que ellos podían hacerle a los mestizos. Tal vez no

podrían hacerlos desaparecer como a un fey regular; quizás el lado humano de

un mestizo les impedía dejar de existir. Pero, ¿que podría hacerles drenar su

magia de ellos? Miré a Thomas, de pie tristemente en el centro de la habitación,

ojos vacíos de razón, y sentí que mi piel se erizaba.

Leanansidhe debió haber estado pensando en lo mismo.

―Esto ―dijo ella, con voz fría y espeluznante―, es inaceptable. Queridos...

―Se volvió hacia nosotros―. Es necesario que regresen, mascotas. Ahora

mismo. Vuelvan al parque y encuentren lo que está haciendo esto. No voy a

permanecer impasible mientras mis exiliados y mestizos son asesinados directo

en campo abierto.

―¿Volver? ―Fruncí el ceño a ella―. ¿Por qué? No hay nada allí. El parque está

completamente muerto de feys.

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―Ethan, querido. ―La Reina Exiliada me miró con espeluznantes ojos

azules―. Tú no estás pensando, paloma. El mestizo que encontraste ―miró a

Thomas, ahora sentado como un bulto aturdido en la alfombra―, no es de

Nueva York. Es evidente que fue llevado a Central Park. El parque está vacío,

pero muchos mestizos no pueden simplemente desaparecer en el aire. Y los feys

normales se han ido. ¿Dónde se fueron todos, mascota? Ciertamente no

vinieron a mí, y hasta donde yo sé, nadie los ha visto en el mundo de los

mortales.

No sabía a lo que ella quería llegar, pero Kenzie habló, como si acabara de

descubrirlo.

―Algo está ahí ―adivino ella―. Hay algo en el parque.

Leanansidhe le sonrió.

―Sabía que me agradabas por una razón, querida.

―Los comedores de glamour podrían tener una guarida en Central Park

―añadió Keirran, asintiendo sombríamente―. Es por eso que no hay más feys

allí. Pero, ¿dónde podrían estar? Uno pensaría que una población tan grande de

exiliados y mestizos se daría cuenta de un grupo de hadas extrañas dando

vueltas alrededor.

―No lo sé, queridos ―dijo Leanansidhe, tirando fuera de su cigarrillo flauta de

la nada―. Pero creo que esto es algo que deberías saber. Más pronto que tarde.

―¿Por qué no vienes con nosotros? ―preguntó Keirran―. Tú no has sido

desterrada del reino de los mortales, Leanansidhe. Tú podrías ver lo que está

pasando por ti misma.

Leanansidhe lo miró como si él justamente acabara de decir que el cielo era

verde.

―¿Yo, querido? Me gustaría, pero me temo que la notable chusma Goblin haría

bastante desorden mientras me voy. Lamentablemente, no puedo ir con

desgana a través de todo el país cada vez que me da la gana, mascotas, tengo

obligaciones aquí que hacen que sea imposible. ―Ella me miró y arrugó la

nariz―. Ethan, cariño, estas chorreando sangre por todas partes de mis

alfombras limpias. Alguien debe hacerse cargo de eso.

Ella chasqueó sus dedos, y un par de gnomos aparecieron, haciéndome señas.

Me tensé, recordando la criatura piraña-palma, pero también sabía que muchos

gnomos eran curanderos entre las hadas. Deje que me llevaran a otra habitación

y, mientras que los gnomos se preocupaban por mi brazo, consideré nuestro

siguiente curso de acción.

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Regresar al parque, había dicho Leanansidhe. Volver al lugar donde un grupo

de espeluznantes y transparentes, hadas succionadoras de glamour esperaban

por nosotros, tal vez un conjunto de ellos. Kenzie tenía razón, había algo ahí,

acechando en ese parque, sin ser visto y desconocido para los feys y humanos

por igual. La Dama, Thomas había murmurado. La dama y la gran oscuridad.

¿Qué diablos quería decir con eso?

La puerta se abrió, y Kenzie entró en la habitación, esquivando al gnomo que

caminaba con un trapo ensangrentado.

―Leanansidhe mantendrá aquí a Thomas por ahora ―dijo, sentándose en el

banquillo al lado del mío―. Quiere esperar a ver si él recupera algo de su

memoria, ver si puede recordar lo que le pasó. ¿Cómo está tú brazo?

Lo levanté, atrayendo una molesta reprimenda del gnomo. Ellos habían puesto

algún tipo de ungüento maloliente sobre la herida y envolvieron firmemente

con vendas por lo que ya no dolía, sólo estaba entumecido.

―Viviré.

―Sí, lo harás ―murmuró el gnomo con una mirada furiosa de advertencia a

mí―. Aunque tienes suerte de que no llegó a tu mano, podrías haber perdido

algunos dedos. No se moleste con los vendajes, señor Chase. ―Recogiendo los

suministros, me dio una última mirada y caminó fuera con su compañero,

dejando que la puerta se cerrara tras ellos.

Kenzie se acercó y suavemente envolvió su mano alrededor de la mía. Me

quedé mirando nuestros dedos entrelazados, pensamientos oscuros rebotaron

alrededor de mi cabeza. Esto se estaba poniendo peligroso. No, olvida eso, esto

ya era peligroso, más que nunca. Personas estaban muriendo, desvaneciéndose

de la existencia. La mortal, nueva generación de feys iba en aumento, matando

a sus víctimas por drenar su glamour, su esencia misma. Los mestizos estaban

desapareciendo, justo de las calles, de sus hogares y escuelas. Y estaba otra cosa.

Algo oscuro y siniestro, escondido en algún lugar de ese parque, esperando.

La gran oscuridad. La Dama.

Me sentía perdido, abrumado. Como si fuera una pequeña mota de madera a la

deriva, flotando en un inmenso océano, esperando que algo me tragara entero.

No estaba preparado para esto. No quería dejarme enredar en esta locura de

hada.

¿Qué es lo que ellos quieren de mí? No es mi hermana, medio-fey y poderosa,

con el famoso Robin Goodfellow y el hijo de Mab a mi lado. Yo sólo soy un

humano, un humano frente a toda una raza de salvajes, hadas peligrosas. Y,

como de costumbre, iba a poner a más gente en peligro.

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Kenzie pasó sus dedos sobre mi piel, enviando un hormigueo por mi brazo.

―Supongo que no hay alguna manera de poder convencerte para que te quedes

atrás ―murmuré, ya sabiendo la respuesta.

―Nop ―dijo Kenzie con forzada alegría. Miré hacia arriba, y me dio una

sonrisa feroz―. Ni siquiera lo pienses, Ethan. Tú necesitarás a alguien que

cuide tu espalda. Que se asegure de que no seas mordido por las más

desagradables hadas con dientes afilados. No gané la vista sólo para sentarme y

no hacer nada.

Suspiré.

―Lo sé. Pero no tengo nada más para protegerte. O a mí, para el caso. ―Con

cautela, apreté mi puño, haciendo una mueca ante las agujas de dolor que

disparó hacia mi brazo―. Si vamos a ir a buscar este nido, no quiero un palo.

No es suficiente. Quiero mi cuchillo o algo filoso entre yo y ésas hadas. No

podré retenerlos con ellos por más tiempo.

Un frío temor de repente se apoderó de mí. Esto no era un juego perverso, yo

jugando a mantener lejos a un redcap abigarrado en la biblioteca, o tratando de

evitar ser golpeado por los matones de Kingston. Estos fey, lo que sea que ellos

fueran, eran asesinos salvajes y retorcidos.

No habría ningún razonamiento con ellos, sin peticiones de favores o tratos. Era

matar o ser destrozado en sí mismo.

Creo que me estremecí, porque Kenzie avanzó más y se inclinó hacia mí,

apoyando su cabeza en mi hombro.

―Necesitamos un plan ―dijo calmadamente―. Una estrategia de algún tipo.

No me gusta la idea de volver corriendo sin tener ninguna pista de hacia dónde

ir. Si supiéramos dónde está la guarida... ―Hizo una pausa, mientras yo cerraba

mis ojos y me empapaba en su calor―. Desearía tener una computadora

―dijo―. Entonces, podría al menos investigar Central Park, tratar de averiguar

lo que ésta “gran oscuridad” es. ¿Supongo que Leanansidhe no tiene ninguna

laptop por ahí?

―No es una casualidad ―murmuré―. Y mi teléfono está muerto. Lo comprobé

de nuevo en el mundo real.

―Yo también. ―Ella suspiró y tocó con su dedo mi rodilla, pensando―.

¿Podríamos... tal vez... ir a casa? ―preguntó con voz vacilante―. No para

quedarnos ―agregó rápidamente―. Puedo comprobar algunas cosas en línea, y

tú podrías tomar tus armas o lo que sea que necesites. Nuestros padres no

tendrían que saber. ―Ella resopló y un borde de amargura se deslizó en su

voz―. Mi papá incluso podría no haberse dado cuenta de que me he ido.

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Pensé en ello.

―No lo sé ―admití al final―. No me gusta la idea de volver a casa y tener ésas

cosas siguiéndome. O esperando por mí. Y no quiero arrastrar a tu familia en

ello, tampoco.

―Vamos a tener que hacer algo, Ethan. ―La voz de Kenzie era suave, y sus

dedos rozaron tiernamente el vendaje en mi muñeca―. Están de algún modo

sobre nuestras cabezas. Nosotros necesitaremos toda la ayuda que podamos

conseguir.

―Sí. ―Frustración se levantó, y resistí el impulso de arremeter, de gruñir a

algo. Ahora mismo, la única persona alrededor era Kenzie, y no iba a sacar mi

miedo e ira sobre ella. Desearía que hubiera alguien a quien pudiera ir, algún

adulto lo entendería.

Nunca quise ser al que todo el mundo recurría por dirección. Keirran no estaba

allí, este era mi reclamo. ¿Cómo era posible que todo descansara sobre mí?

Espera. Tal vez había alguien a quién podía preguntar. Me acordé de su cara en

el vestuario, la forma en que había mirado a su alrededor como si supiera que

había algo allí. Recordé sus palabras. Si necesitas ayuda, Ethan, todo lo que tienes

que hacer es preguntar. Si estás en problemas, puedes venir a mí. Para cualquier cosa,

no importa cuán pequeño o loco podría parecer. Recuerda eso.

Guro. Guro podría ser el único que entendería. Él creía en las cosas invisibles,

las criaturas que no podrías ver a simple vista. Eso es lo que él había estado

tratando de decirme en el vestuario.

Su abuelo era un Mang-huhula, un líder espiritual. Los espíritus de las hadas no

eran un salto tan grande, ¿no?

Por supuesto, podría estar poniendo demasiado en ello. Él podría pensar que

finalmente me volví loco y llamaría a las personas de las batas blancas.

―¿Qué estás meditando? ―murmuró Kenzie, su suave aliento en mi mejilla.

Apreté su mano y me levanté, tirando de ella conmigo.

―Creo ―comencé, esperando que los demás estuvieran bien con un desvío―,

que voy a tener que pedirle a Leanansidhe un último favor.

* * *

Ella no estaba del todo contenta con la idea de nosotros corriendo a Louisiana

otra vez.

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―¿Cómo voy a saber que ustedes sólo no decidirán regresar a casa, queridos?

―dijo la Musa Oscuro, dándome una mirada penetrante―. Es posible que vean

su antiguo vecindario, sientan nostalgia, regresen con sus familias, y me dejen

desamparada. Eso no funcionaría para mí, mascotas.

―No voy a huir ―le dije, cruzando mis brazos―. No voy a llevar ésas cosas

directo a mi casa. Además, ellos ya podrían estar colgando alrededor de mi

vecindario, buscándome. Voy a regresar. Te lo juro, no daré marcha atrás hasta

terminar esto, de una manera u otra.

Leanansidhe levantó una delgada ceja, y me di cuenta de que acababa de

invocar uno de los votos sagrados de los Faery. Maldición. Bueno, yo estaba en

ello a largo plazo, ahora. No es que no podría haber roto mi promesa si quería,

era humano y no estaba obligado por sus juegos de palabras complejas, pero

hacer un juramento así, frente a una reina hada nada menos, diría que sería

mejor llevarlo a cabo o cosas desagradables podrían suceder. Los fey tomaban

esos votos en serio.

―Muy bien, querido. ―Leanansidhe suspiró―. Todavía no veo el punto de

esta ridícula misión secundaria, pero haz lo que debas. Desde que Grimalkin ya

no está alrededor, voy a tener que encontrar a alguien más para que te lleve a

casa. ¿Cuándo deseas salir?

―Tan pronto como Keirran se nos una.

―Estoy aquí ―dijo una voz tranquila desde el pasillo, y el príncipe de Hierro

entro en la habitación. Él parecía cansado, más solemne de lo habitual, con

sombras agazapadas bajo sus ojos que no habían estado allí antes. Annwyl no

estaba con él―. ¿A dónde vamos? ―preguntó, mirando de mí a Kenzie y

viceversa―. ¿Regresaremos al parque ya?

―Todavía no. ―Levanté mi único palo de ratán―. Si vamos a entrar en la

guarida o nido o lo que sea de esta Dama, voy a necesitar un arma mejor. Creo

que puedo convencer a mi maestro de kali para que me preste uno de los suyos.

Él tiene toda una colección de cuchillos y espadas cortas.

Y quiero hablar con Guro una vez más, hacerle saber lo que está pasando, que yo

simplemente no he abandonado los estudios. Le debo eso, por lo menos. Y tal vez él

pueda decirles a mis padres que estoy bien. Por ahora, al menos.

Keirran asintió.

―Muy bien ―dijo.

―¿Dónde está Annwyl? ―preguntó Kenzie ―. ¿Esta ella bien?

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―Ella está bien. La lucha con los comedores de glamour tomó más de ella de lo

que nos dimos cuenta al principio. Está durmiendo ahora mismo. Razor está

con ella, él vendrá a mí cuando se despierte.

―¿Quieres esperar por ella? ―le preguntó Kenzie ―. No nos importa, si

quieres dejarla dormir un poco.

―No. ―Keirran negó con la cabeza―. Estoy listo. Vamos.

Lo observé, la forma en que miró hacia atrás nerviosamente, como si temiera

que Annwyl pudiera venir a través de la puerta en cualquier momento.

―Ella no sabe que nos vamos ―supuse, entrecerrando mis ojos―. Te estás

yendo sin ella.

Keirran pasó una mano culpable a través de su flequillo.

―Tú viste lo que ellos le hicieron ―dijo con gravedad―. De todos nosotros,

ella es la primera en mayor peligro. No puedo correr ese riesgo de nuevo.

Estará más segura aquí.

Kenzie negó con la cabeza.

―¿Así que sólo estas dejándola atrás? Ella va a estar enojada. ―Poniendo sus

manos en sus caderas, lo fulminó con la mirada, y él no encontró sus ojos―. Sé

que yo te patearía el culo si hicieras ese truco conmigo. Honestamente, ¿por qué

los chicos siempre piensan que saben lo que es mejor para nosotras? ¿Por qué

ellos no pueden hablar?

―A menudo me he preguntado lo mismo, querida. ―Suspiró Leanansidhe―.

Es uno de los misterios del universo, confía en mí. Pero necesito una respuesta,

mascotas, entonces sabría si llamar o no a un guía. ¿Están ustedes tres

esperando a la chica de Verano, o se van sin ella?

Miré a Keirran, cuestionando. Él vaciló, mirando hacia la puerta con ojos

atormentados. Vi la indecisión en su rostro, antes de que negara con la cabeza y

se alejara.

―No ―dijo, ignorando el molesto resoplido de Kenzie―. Quiero que ella este

segura. Prefiero que esté enojada conmigo antes que perderla con esos

monstruos. Vamos.

* * *

Le tomó casi toda la noche. La piskie guía de Leanansidhe conocía un solo

camino de hadas a mi ciudad natal, la casa de Guro estaba todavía lejos por la

ciudad donde salimos, y tuvimos que llamar a un taxi para que nos llevara el

resto del camino.

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Durante el viaje de media hora en taxi, Kenzie durmió en mi hombro,

dibujando una sonrisa de complicidad en ambos, Keirran y el conductor. No me

importaba el viaje, aunque me encontré pensando que me hubiese gustado que

Grimalkin estuviera aquí, él nos habría encontrado un camino más rápido, más

fácil a la casa de Guro, antes de que yo mismo me sorprendiera.

Whoa, ¿cuándo empezaste a confiar en las hadas, Ethan? Eso no puede pasar, no ahora,

ni nunca.

Con cuidado de no molestar a Kenzie, crucé mis brazos y miré por la ventana,

observando los destellos de las farolas. Y traté de convencerme de que todavía

no quería tener nada que ver con el Faery. Tan pronto como este negocio con los

comedores de glamour estuviera hecho, así sería.

De alguna manera, sabía que no iba a ser así de simple.

El taxi finalmente se detuvo en la casa de Guro a primera hora de la mañana. Le

pagué al conductor con lo último de mi dinero, luego miré hacia la entrada de

la limpia casa de ladrillo incorporándose encima.

Espero que Guro sea un madrugador.

Llamé a la puerta principal, e inmediatamente un perro comenzó a ladrar desde

el interior, hice una mueca de dolor. Varios segundos después, la puerta se

abrió, y el rostro de Guro me miró a través de la entrada. Un gran labrador

amarillo se asomó desde detrás de sus piernas, moviendo la cola.

―¿Ethan?

―Hey, Guro. ―Le di una sonrisa avergonzada―. Siento que sea tan temprano.

Espero no haberte despertado.

Antes de que pudiera preguntarle para entrar, la puerta mosquitera se abrió y

Guro nos hizo señas al interior.

―Adelante ―dijo con voz firme que acelero mi corazón―. Rápido, antes de

que alguien te vea.

Nos amontonamos a través de la puerta. El interior de su casa, parecía bastante

normal, aunque no sabía lo que me esperaba.

¿Esteras en el suelo y cuchillos en las paredes, tal vez? Lo seguimos a través de

la cocina a la sala, donde un viejo perro de aspecto desaliñado nos dio una

mirada aburrida desde el sofá y no se molestó en levantarse.

―Siéntense, por favor. ―Guro se volvió hacia mí, señalando el sofá, y todos

cuidadosamente nos sentamos en el borde. Kenzie se sentó al lado del viejo

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perro e inmediatamente comenzó a rascarle el cuello. Guro la observó un

momento y luego su oscura mirada se movió de nuevo a mí.

―¿No has estado en casa todavía?

―Yo... ―Sorprendido por la pregunta, sacudí mi cabeza―. No, Guro. ¿Cómo lo

has<?

―Las noticias, Ethan. Tú has estado en las noticias.

Me sacudí. Kenzie miro hacia él con un pequeño jadeo.

Guro asintió con gravedad.

―Tú, la chica y otro chico ―continuó, mientras una sensación de malestar se

instaló en mi estómago―. Todos se desaparecieron de un día para otro. La

policía ha estado buscando durante días. No se usted ―le hizo una seña a

Keirran―, pero sólo puedo asumir que eres parte de esto, sea lo que sea.

Keirran inclinó la cabeza respetuosamente.

―Yo soy sólo un amigo ―dijo―. Sólo estoy aquí para ayudar a Ethan y Kenzie.

No preste atención en mí.

Guro lo miró con extrañeza. Sus ojos se oscurecieron, y por un segundo, casi me

pareció que podía ver a través del glamour, a través del velo y del disfraz de

humano de Keirran, al hada debajo.

―¿Quién estaba en la puerta, querido?

Una mujer entró en la habitación, de cabello y ojos oscuros, parpadeando hacia

nosotros en shock. Una niña pequeña de tal vez seis nos miró desde sus brazos.

―Estas... ―Ella se quedó sin aliento, llevándose una mano a su boca―. ¿No son

estos los niños que estaban en la televisión? ¿No deberíamos llamar a la policía?

Le di a Guro una suplicante mirada desesperada, y él suspiró.

―María. ―Él sonrió y se acercó a su esposa―. Lo siento. ¿Podrías entretener a

nuestros huéspedes por un momento? Necesito hablar con mi alumno a solas.

―Ella lo miró fijamente, y él le tomó la mano―. Te lo explicaré todo más tarde.

La mujer miró de Guro a nosotros y viceversa, antes de que ella asintiera con

rigidez.

―Por supuesto ―dijo con una voz severamente alegre, como si estuviera

tratando de aceptar toda la extraña situación. Me sentí mal por ella; no todos los

días tres chicos extraños llegaban a su puerta, dos de los cuales eran buscados

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por la policía. Pero sonrió y les tendió una mano―. Nosotros podemos

sentarnos en la cocina hasta que su amigo termine aquí.

Kenzie y Keirran me miraron. Asentí con la cabeza y se levantaron, siguiendo a

la mujer por el pasillo. La oí preguntar si querían algo de comer, si no habían

desayunado todavía. Ambos perros saltaron hacia arriba y perdí a Kenzie

mientras salía de la habitación, y yo me quedaba solo con mi maestro.

Guro se acercó y se sentó en la silla frente a mí. Él no hizo preguntas. No exigió

saber dónde había estado, o lo que estaba haciendo. Él sólo se limitó a esperar.

Tomé una respiración profunda.

―Estoy en problemas, Guro.

―Eso pensé ―dijo Guro en una tranquila, no acusatoria voz―. ¿Qué ha

pasado? Empieza desde el principio.

―Yo... ni siquiera estoy seguro de poder explicarlo. ―Me pasé las manos por el

cabello, tratando de ordenar mis pensamientos. ¿Por qué había venido? ¿Pensé

que Guro me creería si empezaba a hablar de hadas invisibles?―. ¿Te acuerdas

de lo que dijiste en el vestuario esa noche? ¿Acerca de no confiar en lo que te

dicen tus ojos? ―Hice una pausa para ver su reacción, pero no conseguí mucho,

sino que simplemente asintió con la cabeza para seguir adelante―. Bueno...

algo estaba detrás de mí. Algo que nadie más puede ver. Cosas invisibles.

―¿Qué tipo de cosas invisibles?

Dudé, reacio a utilizar la palabra hada, sabiendo lo loco que sonaría.

―Algunas personas los llaman El pueblo gentil. Los nobles. Los buenos

vecinos.

Guro no reacciono, y sentí que mi corazón se hundía.

―Sé que suena loco, pero siempre he sido capaz de verlos, desde que era un

niño pequeño. Y Ellos saben que puedo verlos, también. Ellos han estado detrás

de mí todo este tiempo, y no creo que pueda huirles más.

Guro se quedó en silencio un momento. Luego dijo, en voz muy baja:

―¿Tiene esto algo que ver con lo que sucedió en el torneo?

Miré hacia arriba, una pequeña fuente de esperanza quemo en mi pecho. Guro

no sonrió.

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―Tú estabas siendo perseguido, ¿no es así? ―preguntó él solemnemente―. Yo

te vi. A los dos, a ti y a la chica. Te vi correr por la puerta de atrás, y vi que algo

te atacó justo cuando fuiste afuera.

―Cómo<

―Tu sangre estaba en el marco de la puerta. ―La voz de Guro era grave, y oí la

preocupación detrás de ella―. Que, en todo caso, me dijo, que lo que yo había

visto era real. Te seguí, pero para el momento en que llegué a la parte trasera,

ambos se habían ido.

Yo contuve la respiración.

―Mi abuelo, el Mang-huhula que me entrenó, solía contarme historias de

espíritus, criaturas invisibles al ojo humano. Él dijo que hay todo un mundo

desconocido que existe a nuestro alrededor, al lado del otro, y nadie sabe que

está ahí. A excepción de unos pocos. Unos muy pocos raros, que pueden ver lo

que nadie más puede hacerlo. Y los espíritus de este mundo pueden ser útiles o

perjudiciales, amables o malos, pero, sobre todo, los que ven el mundo invisible

son constantemente atrapados por ello. Ellos siempre van a caminar entre dos

vidas, y tienen que encontrar una manera de equilibrar las dos.

―¿Alguna vez tienen éxito? ―le pregunté con amargura.

―A veces. ―La voz de Guro no cambio―. Pero ellos a menudo tienen ayuda.

Si son capaces de aceptarla.

Me mordí el labio, tratando de poner mis pensamientos en palabras.

―No sé qué hacer, Guro ―dije por fin―. He estado tratando de mantenerme

alejado de todo esto, no quería involucrarme. Pero ellos están amenazando a

mis amigos y familia ahora. Voy a tener que luchar contra ellos, o nunca me

dejaran en paz. Yo sólo... Tengo miedo de lo que van a hacerle a mi familia si no

hago algo.

Guro no dijo nada por un momento. Luego se levantó y salió de la habitación

por varios minutos, mientras yo estaba sentado en el sofá preguntándome si él

estaba llamando a la policía.

Si mi historia era todavía demasiado loca para él aceptarla, a pesar de su

aparente creencia en "el mundo invisible". Me preguntaba si debería encontrar a

Kenzie y a Keirran y simplemente salir, cuando él reapareció sosteniendo una

caja de madera; colocándola con reverencia en la mesa entre nosotros, me miró

con una expresión seria.

―¿Recuerdas cuando te dije que no enseño kali para la violencia? ―preguntó.

Yo asentí con la cabeza―. ¿Qué es lo que enseño?

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―Autodefensa ―recité. Guro asintió con la cabeza hacia mí para que siguiera

adelante―. Para transmitir la cultura. Para asegurarse de que los conocimientos

no se desvanezcan.

Guro seguía esperando. Mis respuestas eran correctas, pero todavía no estaba

diciendo lo que él quería.

―¿Y?

Me devané los sesos durante unos segundos, antes de conseguirlo.

―Para proteger a tu familia ―le dije en voz baja―. Para defender a los que te

importan.

Guro sonrió. Inclinándose hacia adelante, movió los pestillos de la caja y retiro

la parte superior.

Di una respiración lenta. Las espadas yacían allí en el fieltro verde, enclavadas

en sus fundas de cuero. Las mismas cuchillas que había utilizado en el torneo.

La mirada de Guro brilló hacia mí.

―Estos son tuyos ―explicó―. Yo los había hecho unos pocos años después de

que te unieras a la clase. Tuve la sensación de que podrías necesitarlos algún

día. ―Sonrió ante mi asombro―. Ellos no tienen historia, todavía. Eso

dependerá de ti. Y algún día, con suerte, se los podrás pasar a tu hijo.

Desabroché las espadas y las recogí en una nube de aturdimiento. Podía sentir

el equilibrio, la nitidez letal de los bordes, y agarré la empuñadura con fuerza.

Les di un giro de práctica, escuchando el leve zumbido de las cuchillas

cortando a través del aire.

Todavía estaban perfectamente equilibradas, encajaban en mis manos como si

hubieran estado esperando por mí todo el tiempo. No pude evitar sonreír al ver

mi reflejo en la superficie pulida de las armas.

Bien, ahora estaba listo para enfrentar lo que sea que esos bastardos chupadores

de glamour podrían lanzar en mí.

―Una cosa más. ―Guro metió la mano en la caja y sacó un pequeño disco de

metal colgando de una tira de cuero.

Un triángulo estaba grabado en el centro del disco, y entre las líneas había un

extraño símbolo que no reconocí.

―Para la protección ―dijo Guro, sosteniéndolo en alto―. Esto mantuvo a mi

abuelo seguro, y a su padre antes de él. Te protegerá a ti ahora, también.

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Guro envolvió el amuleto alrededor de mi cuello.

Estaba sorprendentemente pesado, el metal chocó contra mi cruz de hierro

cuando lo metí dentro de mi camiseta.

―Gracias ―murmuré.

―Lo que sea que tengas que hacer frente, Ethan, no tienes que hacerlo solo.

Avergonzado ahora, miré hacia abajo. Guro pareció darse cuenta de mi

inquietud, porque él se alejó, hacia el pasillo.

―Ven. Vamos a ver en que andan tus amigos.

* * *

Keirran estaba en la cocina, sentado en la barra con los codos apoyados en la

superficie de granito, una taza de algo caliente estaba cerca de su codo. La

pequeña niña se sentaba junto a él, garabateando en una hoja de papel con un

creyón y el medio-hada, El príncipe del Reino de Hierro, parecía

completamente intrigado por ella.

―¿Una... lamia? ―preguntó él mientras me puse detrás de él, mirando por

encima de su hombro. Una cosa en cuclillas, de cuatro patas con dos cabezas

estaba en medio de una gran cantidad de dibujos de crayón, claramente

irreconocible. La niña le frunció el ceño.

―Un poni, tonto.

―Oh, por supuesto. Que tonto soy. ¿Qué más podrías dibujar?

―Hey ―murmuré, cuando la niña resopló y empezó a garabatear de nuevo―.

¿Dónde está Kenzie?

―En la oficina ―respondió Keirran, mirando hacia mí―. Preguntó si podía

usar la computadora durante un tiempo. Creo que está investigando el parque.

Deberías ir a ver cómo está.

Sonreí.

―¿Estarás bien aquí?

―¡Ahí! ―anunció la chica, enderezándose triunfante―. ¿Qué es eso?

Keirran sonrió y me despidió. Salí de la cocina, asintiendo cortésmente a la

esposa de Guro mientras caminaba por el pasillo, escuchando conjeturas sin

esperanza de Keirran de dragones y mantícoras desvaneciéndose detrás de mí.

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Encontré a Kenzie en una pequeña oficina, sentada en un escritorio en la

esquina, los dos perros se acurrucaban alrededor de su silla. El labrador más

joven levantó la cabeza y golpeó su cola, pero Kenzie y el viejo perro no se

movieron. Sus ojos estaban pegados a la pantalla de la computadora, una mano

en el mouse mientras lo deslizaba sobre el escritorio. Soltándolo, tecleó algo

rápidamente, sus delgados dedos volaron sobre el teclado, antes de oprimir

enter. La imagen actual se desvaneció y otra tomó su lugar. El labrador se

incorporó y puso su gran cabeza sobre sus rodillas, observándola. La mirada de

ella no se apartó de la pantalla de la computadora, pero se detuvo para rascarle

las orejas. Él gimió y jadeó contra su pierna.

Me acomodé en la habitación. Metiendo la mano en mi camiseta, retire el

amuleto de Guro, tirando de él por encima de mi cabeza. Caminando detrás de

Kenzie, lo envolví suavemente alrededor de su cuello. Ella se sacudió,

sorprendida.

―¿Ethan? Por Dios, no te escuché entrar. Haz un poco de ruido la próxima vez.

―Miró el extraño artilugio que colgaba delante de ella―. ¿Qué es esto?

―Un amuleto de protección. Guro me lo dio, pero quiero que tú lo tengas.

―¿Estás seguro?

―Sí. ―Sentí el peso de las espadas en mi cintura―. Ya tengo lo que necesito.

Mirando más allá de ella a la pantalla de la computadora, me incliné hacia

delante, sujetándome en el escritorio y la silla.

―¿Qué estás buscando?

Ella se volvió hacia la pantalla.

―Bueno, quería ver si había un lugar en Central Park que podría ser la guarida.

Thomas dijo algo acerca de una "gran oscuridad", así que me preguntaba si tal

vez se refería a un subterráneo o algo por el estilo. Hice un poco de

investigación, ―Ella desplazo el mouse sobre un enlace e hizo clic―, y me

encontré con algo muy interesante. Mira esto.

Miré a la pantalla.

―¿Hay una cueva? ¿En Central Park?

―En algún lugar de la sección llamada el Ramble. ―Kenzie se desplazó por el

sitio―. No mucha gente sabe acerca de él, y fue clausurado hace mucho tiempo,

pero sí... hay una cueva en Central Park.

De repente, los perros levantaron la cabeza y gruñeron, largo y bajo. Kenzie y

yo nos tensamos, pero ninguno de ellos nos estaba mirando a nosotros. Al

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instante, salieron corriendo de la habitación, ladrando como locos, garras

arañando el suelo. En la cocina, la niña gritó.

Salimos corriendo de la habitación. Keirran estaba de pie, delante de la niña,

mientras que la esposa de Guro le gritó algo sobre el escándalo de los perros

ladrando.

Ambos animales estaban en frente del refrigerador, enloquecidos. El labrador

más joven saltaba por la puerta, mientras ladraba y aullaba, tratando de llegar a

algo en la parte superior.

Un par de eléctricos ojos verdes miraban hacia abajo desde la parte superior del

refrigerador, y una larguirucha forma negra silbó a los dos perros de abajo.

―¡No! ¡Perros malos! ¡Malos! ¡Fuera! ― zumbaba él y Keirran se adelantó.

―¡Razor! ¿Qué estás haciendo aquí?

―Amo ―aulló el gremlin, agitando sus largos brazos desesperadamente―.

¡Ayuda Amo!

Me estremecí. Esta era la última cosa que hubiera querido, arrastrar a Guro y su

familia en esta locura. Teníamos que salir de aquí antes de que fuera más lejos.

Agarrando el brazo de Keirran, tiré de él hacia la puerta.

―Nos vamos ―le espeté cuando se volvió hacia mí con sorpresa―. ¡Ahora

mismo! Dile a tu gremlin que nos siga. Guro ―dije cuando mi instructor

apareció en la puerta, frunciendo el ceño ante una raqueta―. Me tengo que ir.

Gracias por todo, pero no podemos quedarnos aquí más tiempo.

―Ethan ―llamó Guro mientras empujaba a Keirran hacia la salida. Miré hacia

atrás con cautela, esperando que él no insistiera en que nos quedáramos―. Ve a

casa pronto, ¿me oyes? ―dijo Guro con voz firme―. No voy a notificar a las

autoridades, aún no. Pero al menos deja que tus padres sepan que estás bien.

―Lo haré ―le prometí y me apresuré afuera con los demás.

Corrimos a través de la calle, esquivando entre dos casas, y saliendo en un

terreno abandonado ahogado por malas hierbas. Un enorme roble, sus ramas

colgantes cubiertas de musgo, surgían entre la niebla, y nos detuvimos bajo las

irregulares cortinas.

―¿Dónde está Razor? ―preguntó Kenzie, justo cuando el gremlin corrió y saltó

sobre Keirran, farfullando frenéticamente. El Príncipe de Hierro hizo una

mueca cuando Razor escarbó sobre él, zumbando y tirando de su camisa.

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―¡Ouch! Razor. ―Keirran agarro al gremlin alejándolo y lo sostuvo con el

brazo extendido―. ¿Qué está pasando? Pensé que te dije que te quedaras con

Annwyl.

―¡Razor hizo! ―gritó el gremlin, tirando de sus orejas―. ¡Razor se quedó!

¡Bonita chica elfo no lo hizo! ¡Bonita chica elfo fue, quería encontrar Amo!

―¿Annwyl? ―Bruscamente, Keirran lo dejó ir. Razor resonó fuera de vista y

apareció en el árbol cercano, todavía parloteando, pero sin ningún sentido

ahora―. ¿Ella se fue? ¿Dónde? ―El gremlin zumbó frenéticamente, agitando

los brazos, y Keirran frunció el ceño―. Razor, más despacio. No puedo

entenderte. ¿Dónde está ahora?

―Ella está con la Dama, pequeño niño.

Nos giramos. Una parte de la niebla parecía separarse del resto, deslizándose

hacia nosotros, siendo considerable. El gato-cosa con el rostro de la anciana se

levantó de la niebla, los labios arrugados tirando en una sonrisa malévola.

Detrás de ella, dos hadas más aparecieron, las cosas finas de ojos saltones que

nos habían perseguido a Kenzie y a mí a Nuncajamás. El chirrido de las armas

saliendo estremeció a través del aire brumoso.

La criatura-gato siseó, dejando al descubierto sus dientes amarillos.

―Golpéame, y la chica de Verano morirá ―advirtió ella ―. El monstruo de

Hierro dice la verdad. La vimos cuando entró en el mundo real otra vez, en

busca de ti. Observamos, y cuando ella estaba lejos del Between, nos la

llevamos. Ella está con la Dama ahora. Y si perezco, el hada de Verano se

convertirá en una merienda para el resto de mi familia. Todo depende de ti.

Keirran palideció y bajó su arma. El hada sonrió.

―Eso es, muchacho. ¿Me recuerdas? Te vi, después de matar a mi hermana con

tu peligroso veneno glamour. Te vi a ti y a tu preciosa chica de Verano llevar a

los humanos a la Reina Exiliada. ―Ella curvó su marchito labio―. ¡Bah! Reina

Exiliada. Ella no es más reina verdadera que la babosa hinchada de Titania,

sentada en su trono, alimentando su fama mal adquirida. Nuestra Dama

destruirá estos conceptos tontos de las Cortes de Verano y de Invierno.

―No me preocupo por Titania ―dijo Keirran, dando un paso adelante―.

¿Dónde está Annwyl? ¿Qué has hecho con ella?

El gato-hada sonrió de nuevo.

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―Por ahora, ella está a salvo. Cuando la llevamos, nuestra Dama dio órdenes

específicas de que no sería dañada. Cuánto tiempo permanezca de esa manera

dependerá de ti.

Vi subir los hombros de Keirran mientras tomaba una profunda respiración.

―¿Qué quieren de nosotros? ―preguntó.

―¿De los mortales? Nada. ―El gato-cosa apenas nos miró a Kenzie y a mí,

dando un resoplido desdeñoso―. Ellos son humanos. El chico puede tener la

vista, pero nuestra Dama no está interesada en los humanos. Ellos no tienen

ninguna utilidad para ella. Te quiere a ti, uno brillante. Ella sintió tu extraño

glamour mientras estaban en el parque, la magia de Verano, Invierno y de

Hierro. Ella nunca ha sentido algo así antes. ―El hada le enseño sus colmillos

amarillos en una sonrisa amenazadora―. Ven con nosotros a reunirte con la

Dama, y la chica de Verano vivirá. De lo contrario, vamos a alimentarnos de su

glamour, aspirar su esencia, y vaciar sus recuerdos hasta que no quede nada.

Los brazos de Keirran temblaban mientras apretaba los puños.

―¿Me lo prometes? ―dijo con firmeza―. ¿Me prometes no hacerle daño, si voy

contigo a ver a esta señora?

―¡Keirran! ―exploté bruscamente, dando un paso hacia él―. ¡No! ¿Qué estás

haciendo?

Él se volvió hacia mí, una mirada desesperada en sus ojos brillantes.

―Tengo que ―susurró―. Tengo que hacer esto, Ethan. Tú harías lo mismo si se

tratara de Kenzie.

Maldita sea, también lo haría. Y Keirran haría cualquier cosa por Annwyl, lo

había demostrado ya. Pero no podía dejarlo marchar felizmente a su

destrucción. Incluso si él era parte fey, todavía seguía siendo de la familia.

―Vas a hacer que te maten ―argumenté―. Nosotros ni siquiera sabemos si

realmente se la llevaron. Podrían estar mintiendo para conseguir que fueras con

ellos.

―¿Mintiendo? ―El gato-cosa gruño, sonando indignada y ofendida―. Somos

fey. La humanidad se ha olvidado de nosotros, las Cortes nos han abandonado,

pero seguimos siendo una parte tan importante de Faery como Verano e

Invierno. Nosotros no mentimos. Y la chica de Verano no va a sobrevivir la

noche si no vuelves con nosotros, ahora. Esa es una promesa. Así que, ¿qué

harás, muchacho?

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―Está bien ―dijo Keirran, girando hacia atrás―. Sí. Tienes un acuerdo. Iré

contigo, si juras no hacer daño a mis amigos cuando nos vayamos. Prométeme

eso, por lo menos.

El gato-hada olfateó.

―Como quieras.

―Keirran<

No miró hacia mí.

―Todo depende de ti, ahora ―susurró, y envainó su espada―. Encuéntralos.

Sálvalos a todos.

Razor zumbo frenéticamente y saltó del árbol, aterrizando en el hombro de

Keirran.

―¡No! ―le gritó, tirando de su cuello, como si pudiera llevárselo lejos―. ¡No

salir, Amo! ¡No!

―Razor, quédate con Kenzie ―murmuró Keirran, y el gremlin negó con la

cabeza, sus enormes orejas ondeando, sintiéndose desorientado.

La voz de Keirran endureció.

―Ve ―le ordenó, y Razor se encogió por el fuerte tono―. ¡Ahora!

Con un gemido suave, el gremlin desapareció. Reapareciendo en el hombro de

Kenzie; él enterró su rostro en su cabello y aulló.

Keirran no le hizo caso. Enderezando sus hombros, caminó con firmeza hacia el

trío de comedores de glamour, hasta que estaba a pocos metros de distancia. Me

di cuenta de que las dos delgadas hadas flotaban un espacio lejos de él mientras

se acercaba, como si temieran que alcanzarían accidentalmente su mortal

glamour de hierro.

―Vamos ―le oí decir―. Estoy seguro de que la Dama está esperando.

Haz algo, me insté a mí mismo. No te quedes ahí y ver que se vaya. Pensé en correr

tras los comedores de glamour y rebanarlos a todos hacia la nada, pero si

Annwyl moría a causa de ello, Keirran nunca me lo perdonaría.

Apretando los puños, sólo podía ver como los feys se retiraban, una de las

hadas delgadas pasaba recortando la niebla detrás de ellos. Se abrió como una

cortina, revelando la oscuridad más allá del agujero. Oscuridad, y nada más.

―No nos sigan, humanos ―silbó el gato-hada entre dientes y se dirigió a través

del agujero en la niebla, moviendo la cola detrás de ella. La delgada fey sacudió

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sus garras hacia Keirran, y él dio un paso a través del agujero sin mirar atrás,

desapareciendo en la oscuridad.

Los dos feys señalaron hacia nosotros en silencio, amenazantes, luego

rápidamente desaparecieron tras él. La niebla se hizo de nuevo hacia delante, la

brecha cerrada en la realidad, y nos quedamos solos en la niebla.

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Los Olvidados

Traducido por ctt Corregido por aranoi

Grandioso. ¿Y ahora qué?

Oí a Kenzie tratando de calmar a Razor mientras yo miraba a un punto desde el

cual los comedores de glamor y el príncipe de Hierro habían desaparecido un

momento antes. ¿Cómo fueron capaces de crear un camino de hadas justo

aquí? Como yo lo entendía, sólo los gobernantes de Faery, Oberon, Mab,

Titania, o alguien del mismo poder podrían crear las rutas dentro y fuera de

Nuncajamás. Incluso los fey no pueden solo deslizarse hacia atrás y adelante

entre mundos como ellos quieran, tenían que encontrar un camino de hadas.

A menos que alguien de extremo poder creara un camino de hadas para ellos,

sabiendo que nosotros estaríamos aquí.

A menos que lo que sea que estaba escondido en Central Park pudiera rivalizar

con Oberon o Mab.

Ese fue un pensamiento aterrador.

Kenzie finalmente logró llegar a Razor para que dejara de lamentarse. Él se

sentó sobre sus hombros, orejas caídas, luciendo miserable. Ella suspiró y se

volvió hacia mí.

―¿Dónde vamos ahora? ¿Cómo podemos llegar a Central Park desde aquí?

―No lo sé ―le dije, luchando contra mi frustración―. Tenemos que encontrar

un camino de hadas, pero no sé dónde estaría alguno situado. Nunca rastreaba

los caminos en Faery. E incluso si nos encontramos uno, humanos no pueden

abrirlos por sí mismos.

Razor de repente olfateó, levantando la cabeza.

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―Razor sabe ―cantaban, parpadeando sus enormes ojos verdes―. Razor

encuentra camino de hadas, abre camino de hadas. Camino de hadas a Dama

que da miedo Musa. Razor sabe.

―¿Dónde? ―preguntó Kenzie, tirando del gremlin de su hombro,

sosteniéndolo en ambas manos―. Razor, ¿dónde? ―Él zumbaba y se retorcía

en su apretón.

―Parque ―dijo, y ella frunció el ceño. Él me señaló a mí―. Parque cerca de

divertida casa de chico. Lleva a casa de señora que da miedo.

―¿Qué? ―lo miré―. ¿Por qué hay un camino de hadas a Leanansidhe tan cerca

de mi casa? ¿Estaba enviando a sus secuaces para espiarme a mí también?

Él tiró de las orejas.

―¡Amo pidió! ―gimió él, mostrando sus dientes―. Amo pidió a señora que da

miedo hacer camino de hadas.

Lo miré, mi enojo desapareciendo. Keirran. Keirran había tenido a Leanansidhe

creando un camino de hadas cerca de donde yo vivía. ¿Por qué?

Tal vez él tenía curiosidad. Tal vez quería ver el otro lado de su familia, el lado

humano. Tal vez estaba esperando conocernos un día, pero tenía miedo de

revelarse a sí mismo. Nunca lo había visto alrededor, pero tal vez hubiera

estado allí, oculto y en silencio, mirándonos. De repente, me pregunté si había

estado solo en la Corte de Hierro, si alguna vez se sintió fuera de lugar, un

príncipe mitad humano rodeado de hadas.

Otro pensamiento vino a mí, la memoria de un gremlin mirando en mi ventana

del dormitorio. ¿Podría haber sido Razor todo este tiempo? ¿Haber estado

Keirran enviando a su mascota a espiarme, ya que no podía venir él mismo?

Tendría que preguntarle acerca de eso, si lo rescatábamos de la Dama. Cuando

lo rescatemos. No me permití pensar que no podríamos hacerlo.

―Conozco ese parque ―le dije a Kenzie, mientras Razor se revolvía en su

hombro de nuevo―. Vamos.

* * *

Otro paseo en taxi, Kenzie pago por ello esta vez, ya que yo estaba sin efectivo y

pronto estuvimos de pie en un familiar vecindario en el borde del parque

donde hace poco había hablado con la dríada. Parecía como si fuera hace

mucho tiempo ahora. El sol había quemado lo último de la niebla, y la gente

empezaba a moverse dentro de sus hogares. Yo miraba hacia el final de la calle.

A sólo unas cuadras de mí estaba mi casa, donde mamá se está preparando

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para el trabajo y mi padre aún estaría durmiendo. Tan cerca. ¿Estaban

pensando en mí ahora? ¿Se preocupaban?

―Ethan. ―Kenzie tocó mi codo―. ¿Estás bien?

―Sí ―murmuré, alejándome de la dirección de mi casa. No podía pensar en

casa, todavía no―. Lo siento, estoy bien. Dile a tu gremlin que nos muestre el

camino de las hadas.

Razor zumbaba con indignación pero saltó del hombro de Kenzie y corrió hacia

el tobogán de niños. Saltando por la barandilla, él farfulló y señaló

frenéticamente el espacio de debajo de los escalones.

―¡Camino de hadas aquí! ―chilló él, mirando a Kenzie por su aprobación―.

Camino de hadas a la casa de la señora que da miedo aquí! ¿Razor hecho bien?

Mientras Kenzie le aseguraba que lo hizo muy bien, yo negué con la cabeza

todavía sorprendido de que un camino de hadas de la infame Reina Exiliada

había estado tan cerca. Pero no podíamos perder tiempo. Todd, Annwyl y

Keirran ahora estaban allí fuera, con la Dama, y cada segundo era costoso.

Tomando la mano de Kenzie, sorteamos debajo del tobogán y entramos en el

Between una vez más.

El camino de hadas no nos dejó en el sótano de Leanansidhe esta vez. Más

bien, cuando salimos de la blancura fría entre mundos, aparecimos en un

armario que llevaba a una habitación vacía. Sentí un momento de mareo

mientras pasamos por el marco, y me pregunté si todo este frecuente salto en

caminos de hadas era peligroso para nuestra salud.

La habitación en la que entramos era simple: una cama deshecha, una mesita de

noche, un escritorio en la esquina. Todo en tonos de blanco o gris. Lo único de

color en la habitación era un florero de flores silvestres en la esquina del

escritorio, obra de Annwyl, probablemente. Razor vibró tristemente cuando

entramos, y sus orejas se cayeron.

―La habitación del Amo ―sollozó él. Kenzie extendió la mano y le acarició la

cabeza.

Voces y música derivaban por el pasillo cuando abrí la puerta. No canto; sólo

notas suaves jugado al azar, apenas amortiguando una conversación. Mientras

nos aventuramos por el pasillo, las voces y notas se hicieron más fuertes, hasta

que llegamos a un par de puertas dobles que conducían a un cuarto musical con

alfombra roja. Un piano enorme puesto en el centro de la habitación, rodeado

por varios instrumentos en las paredes y el piso, muchos vibrando suavemente.

Un arpa puesta en una esquina, las cuerdas zumbando, aunque no había nadie

para tocarla. Un laúd sonaba una tonada tranquila en la pared del fondo, y una

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pandereta respondía, haciéndose sonar suavemente. Por un momento, me

pareció que los instrumentos estaban hablando uno con otro, como si fueran

sensibles y vivos, que era más que un poco inquietante.

Entonces Leanansidhe levantó la vista de un sofá, y Grimalkin se volvió hacia

nosotros con grandes ojos dorados.

―Ethan, cariño, ¡estás ahí! ―La Reina Exiliada se levantó en un aleteo de tela y

el humo azul, llamándonos a la habitación con su flauta cigarrillo―. Has

llegado justo a tiempo, mascota. Grimalkin y yo estábamos hablando de ti.

―Ella parpadeó mientras Kenzie y yo entramos por la puerta, luego miró hacia

el pasillo vacío―. Um, ¿dónde está el príncipe, queridos?

―Ellos lo tienen ―le dije, y Leanansidhe apretó los labios peligrosamente―.

Nos recibieron fuera de la casa de Guro y querían que Keirran volviera con ellos

para ver a la Dama.

―¿Y no lo detuviste, mascota?

―No podía. Los comedores de glamor secuestraron a Annwyl y amenazaron

con matarla si Keirran no hacía lo que le dijeron.

―Ya veo. ―Leanansidhe suspiró, y un perro de caza de humo se fue galopando

lejos sobre nuestras cabezas―. Sabía que tomar a esa chica era un error. Bueno,

esto pone un gran freno a nuestros planes, ¿no es cierto, querido? ¿Cómo vas a

intentar arreglar este pequeño lío? Sugiero empezar pronto, antes de que la

Reina de Hierro se entere de que su querido hijo está desaparecido. Eso no

augura nada bueno para ninguno de nosotros, ¿verdad, paloma?

―Lo voy a encontrar ―le dije, apretando el puño en torno a la empuñadura de

una espada―. Sabemos dónde están ahora.

―¿Oh? ―Levantó la Reina Exiliada una ceja―. Comparte, cariño.

―Los comedores de glamor dijeron algo del Between. ―Yo veía como la otra

ceja de Leanansidhe se arqueó en sorpresa―. Tal vez tú no eres la única que

sabe cómo construir una guarida en el espacio entre Faery y el reino mortal. Si

puedes hacerlo, otros deberían de ser capaz de hacerlo, ¿verdad?

―Técnicamente, sí, querido. ―La voz de Leanansidhe era dura, obviamente no

le gustaba la idea de que ella no era la única en pensar en ello―. Pero el

Between es un plano muy fino de la existencia, una cortina superpuesta de

ambos reinos se podría decir. Para que cualquier cosa sobreviva aquí, debe

tener un ancla en el mundo real. De lo contrario, una persona puede vagar por

el Between para siempre.

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―Hay una cueva en el Parque Central ―interrumpió Kenzie, dando un paso a

mi lado―. Es una pequeña cueva, y ha sido sellada desde hace años, pero

apuesto a que no es un problema para las hadas, ¿no? Si existe en el mundo

real, podría ser una entrada al Between.

―Bien hecho, mascota. Eso podría muy bien ser su entrada. ―La Reina Exiliada

dio a Kenzie una sonrisa de aprobación―. Por supuesto, espacio no es un

problema aquí, como ustedes pueden haber notado. Esta “pequeña cueva” en

el mundo real podría ser una enorme caverna en el Between, o un sistema de

túneles que corre por kilómetros.

Un enorme mundo oculto, justo debajo de Central Park. Hablando acerca de

espeluznante.

―Ahí es dónde vamos, entonces ―le dije―. Keirran, Annwyl y Todd deben

estar abajo en alguna parte. ―Me volví a la chica―. Kenzie, vamos. Cuanto más

tiempo estamos por aquí, más difícil será encontrarlos.

En el banco del piano, Grimalkin bostezó y se sentó.

―Antes de salir corriendo a lo desconocido ―reflexionó, con respecto a

nosotros perezosamente―, tal vez te gustaría saber lo que está en tu contra.

―Sé a lo que nos enfrentamos, gato.

―Ah, ¿sí? El estratega inteligente siempre aprende lo más que pueda acerca de

su oposición. ―Olfateó y Grimalkin examinó una pata, dándole una lamida―.

Pero, por supuesto, si tú deseas ir cargando sin un plan, envía mis saludos al

Príncipe de Hierro cuando está inevitablemente descubierto.

―Grimalkin y yo hemos estado discutiendo de dónde estos comedores de

glamour podrían provenir ―dijo Leanansidhe mientras yo miraba al gato. Se

rascó detrás de la oreja y me ignoró―. No son hadas de Hierro, por lo que

todavía tienen nuestras alergias mortales al Hierro y a la tecnología. Así que es

lógico pensar que, en un punto, que eran como nosotros. Sin embargo, no he

sido capaz de reconocer a ninguno uno de ellos, ¿y tú, querido?

―No ―le dije―. Nunca los había visto antes.

―Precisamente. ―Grimalkin se levantó, y saltó del banquillo al sofá,

pasándonos con frialdad. Parpadeó una vez, se sentó, doblando su cola

alrededor de sus patas mientras se ponía cómodo. Después de un momento,

habló, su voz grave y solemne―. ¿Sabes lo que pasa con las hadas a quien nadie

recuerda ya, humano?

¿Hadas quien nadie recuerda nunca más? Negué con la cabeza.

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―No. ¿Debería?

―Desaparecen ―continuó Grimalkin, haciendo caso omiso de mi pregunta―.

Uno podría decir: que “fallan” de existir, mucho como los exiliados hacen

cuando son desterrados del reino mortal. No sólo hadas individuales, sin

embargo. Razas enteras pueden desaparecer y desvanecerse en el olvido,

porque nadie cuenta sus historias, nadie se acuerda de sus nombres, o cómo

lucían. Hay rumores de un lugar, en los rincones más oscuros de Nuncajamás,

donde estas hadas van a morir, poco a poco deslizándose de la existencia, hasta

que simplemente ya no están allí. Desaparecen. No recordados. Olvidados.

Un escalofrío se deslizó por mi espalda.

Estamos olvidados, me había silbado el hada espeluznante, parecía hace tanto

tiempo. Nadie recuerda nuestros nombres, por lo que ya no existimos.

―Muy bien, muy bien. Sabemos lo que son ―dije―. Eso no explica realmente

por qué ellos están chupando el glamour de las hadas normales y los mestizos.

Grimalkin bostezó.

―Por supuesto que sí, humano ―indicó, como si fuera obvio―. Debido a que

ellos no tienen nada suyo. Glamour, los sueños y la imaginación de los

mortales, es lo que nos mantiene vivos. Incluso los mestizos tienen un poco de

magia en su interior. Pero estas criaturas han sido olvidados durante tanto

tiempo, la única forma para que existan en el mundo real es robándoselo a los

demás. Pero es sólo temporal. Para existir realmente, vivir sin miedo, tienen que

ser recordados de nuevo. De lo contrario, corren el riesgo de desaparecer una

vez más.

―Pero... ―Kenzie frunció el ceño, mientras que Razor murmuró con poco

entusiasmo “Gatito malo” desde su hombro―< ¿cómo pueden ser recordados,

cuando nadie sabe lo que son?

―Eso ―dijo Grimalkin, mientras trataba de envolver mi cerebro alrededor de

todo esto―, es una muy buena pregunta.

―No importa. ―Me sacudí y me volví a Leanansidhe, que levantó una ceja y

sopló su flauta cigarrillo―. Voy a volver por Keirran, Todd y los otros, no

importa lo que son estas cosas. Necesitamos un camino de hadas a Central Park

justo ahora. ―Ella entrecerró los ojos a mi tono exigente, pero no di marcha

atrás―. Tenemos que darnos prisa. Keirran podría no tener mucho de tiempo.

Grimalkin se deslizó de la cama, paseando por delante de nosotros, con la cola

en el aire.

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―Por aquí, seres humanos ―reflexionó, haciendo caso omiso de Razor, que

silbó y le escupió desde el hombro de Kenzie―. Los llevaré a Central Park. Una

vez más.

―¿Vas a venir con nosotros esta vez? ―preguntó Kenzie, y el gato soltó un

bufido.

―No soy un guía turístico, humana ―dijo, mirando por encima de su

hombro―. Debería de volver a Nuncajam{s en breve, y el camino de hadas que

desean utilizar resulta estar en mi camino. No voy apresurado a Central Park

por una legión de criaturas empeñada en chupar glamur. Tú tendrás que hacer

tu forcejeo sin mí.

―Sí, eso me rompe el corazón ―le devolví.

Grimalkin pretendió no escuchar. Con un movimiento de su cola, se volvió y

salió trotando de la habitación, con la cabeza bien alta. Leanansidhe me dio una

mirada divertida.

―Un pequeño consejo, querido ―dijo, mientras comenzamos a salir―. A

menos que quieran encontrarse ustedes mismos en la guarida de un dragón o

en el lado equivocado del negocio de una bruja, nunca es una buena idea

molestar al gato.

―Correcto ―murmuré―. Voy a tratar de recordar eso cuando no estamos

luchando por nuestras vidas.

―Gatito malo ―coincidió Razor, mientras nos apresurábamos a alcanzar a

Grimalkin.

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La Gran Oscuridad

Traducido por ctt Corregido por aranoi

Una vez más, entramos por el camino de hadas en Central Park, sintiendo el

familiar hormigueo a medida que pasábamos a través de la barrera. Era de

noche ahora, y faroles de las calles brillaban a lo largo del camino, aunque no

estaba muy oscuro. Las luces de los alrededores de la ciudad iluminaban el

cielo, brillando con una niebla artificial y haciendo imposible ver las estrellas.

Miré a Kenzie.

―¿Dónde vamos ahora?

―Um. ―Ella miró alrededor, entrecerrando sus ojos―. El Ramble se encuentra

al sur de Belvedere Castle, donde encontramos a Thomas, así que... por ese

camino, creo.

Comenzamos pasando senderos familiares y puntos de referencia, aunque todo

parecía extraño en la noche. Pasamos Belvedere Castle y seguimos caminando,

hasta que la tierra alrededor de nosotros crecía muy boscosa, con sólo pequeños

senderos serpenteantes que nos llevaban a través de los árboles.

―¿Dónde está la cueva? ―pregunté, manteniendo mis ojos fijos en el bosque,

en busca de brillantes cosas fantasmales en movimiento a través de la

oscuridad.

―No pude encontrar ninguna de las imágenes, pero encontré un artículo que

decía que está cerca de una pequeña entrada en el lado oeste del lago ―fue la

respuesta―. En realidad, es sólo una muy pequeña cueva. Más como una gruta,

en realidad.

―Es la mejor pista que tenemos ahora mismo ―respondí―. ¿Y has oído lo que

Leanansidhe dijo. Si estas cosas olvidadas tienen una guarida en el Between, el

tamaño no es la cuestión. Sólo necesitan una entrada desde el mundo real.

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Kenzie se quedó en silencio unos minutos, antes de murmurar:

―¿Crees que Keirran est{ bien?

Hombre, eso espero. ¿Qué haría Meghan si algo le ha pasado? ¿Qué haría Ash? Ese

fue un pensamiento aterrador.

―Estoy seguro de que estará bien ―le dije a Kenzie, oblig{ndome a creerlo―.

Ellos no pueden drenar su glamur sin envenenarse a sí mismos, y no habrían

pasado por todos los problemas del secuestro de Annwyl si lo quería muerto.

―Tal vez lo quieren como rehén ―continuó Kenzie, frunciendo el ceño

pensativamente―. Para llegar a la Reina de Hierro para que haga lo que ellos

quieren. O no hacer nada cuando ellos finalmente hagan su movimiento.

Maldita sea, no había pensado en eso.

―Nosotros lo encontraremos ―gruñí, apretando los puños―. Todos ellos.

―No iba a permitir que cualquier persona más se viera involucrada en este lío.

No iba a tener a toda mi familia manipulada por estas cosas. Aun si tuviera que

mirar debajo de cada roca y arbusto en el parque entero, no me iré sin Keirran,

Annwyl o Todd. Esto iba a terminar esta noche.

Los senderos a través de los bosques del Ramble se hicieron aún más retorcidos.

Los árboles crecían más cerca, cerrando el paso a la luz, hasta que estábamos

caminando a través de la sombra y cerca de la oscuridad. Era muy tranquilo en

esta sección del parque, los sonidos de la ciudad amortiguados por los árboles,

hasta podrías casi imaginar que estabas perdido en este enorme, extenso bosque

a cientos de kilómetros de todo.

―¿Ethan? ―murmuró Kenzie después de unos pocos minutos de caminata

silenciosa.

―¿Sí?

―¿Nunca te asustas?

La miré para ver si estaba hablando en serio.

―¿Est{s bromeando? ―pregunté, mientras sus solemnes ojos castaños se

encontraron con los míos―. ¿No crees que tenga miedo en este momento? ¿Que

marchar a un nido de hadas sanguinarias no se me asusta un poco?

Ella bufó, dándome una mirada irónica.

―Podrías haberme engañado, tipo duro.

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Muy bien, me gustaría darle eso. Había hecho la cosa de todo "bastardo

espinoso" durante tanto tiempo, que no sabía lo que era real ya.

―¿Quieres saber la verdad? ―Suspiré, mirando hacia adelante en los árboles―.

He tenido miedo casi toda mi vida. Pero una de las primeras reglas que aprendí

es que nunca debes demostrarlo. De lo contrario, sólo te atormentan más. ―

Con una risa amarga, dejé caer mi cabeza―. Lo siento, probablemente estas

enferma de escucharme gimotear acerca de las hadas.

Kenzie no respondió, pero un momento después, su mano se deslizó en la mía.

Metí mis dedos alrededor de los de ella, apretando suavemente, mientras nos

aventuramos más lejos en la enmarañada oscuridad del Ramble.

Razor de repente dejó escapar un silbido en el hombro de Kenzie.

―Malas hadas vienen ―dijo, aplanando sus enormes orejas. Kenzie y yo

intercambiamos una mirada de preocupación, y mi pulso empezó a latir bajo mi

piel. Esta era. La guarida estaba cerca.

―¿Cuántos? ―susurró Kenzie, y Razor siseó de nuevo.

―Muchos. ¡Vienen pronto!

La quité del camino.

―¡Escóndete!

Nos escondimos detrás de un árbol mientras una horda de Olvidados se deslizó

fuera de los bosques, sin hacer ruido mientras flotaban sobre una colina. Eran

hadas delgadas, puntiagudas, los mismas que nos habían amenazado a mí y a

Kenzie, los que me había dado la cicatriz en mi hombro. Fluían alrededor de los

árboles como espectros y continuaban hacia el parque, tal vez a la caza de sus

parientes normales.

Kenzie y yo nos acurrucamos cerca del tronco del árbol mientras los Olvidados

nos dejaban ligeramente por detrás como fantasmas, sin ver. La abrace más

cerca, y su corazón latía con fuerza contra mi pecho, pero ninguna de las hadas

miró en nuestra dirección. Tal vez realmente no nos tomaron en cuenta, tal vez

dos humanos en el parque por la noche no era motivo de atención. Ellos estaban

a la caza de exiliados y mestizos, después de todo. Nosotros éramos sólo otra

pareja humana, por todo lo que ellos sabían. Mantuve mi cabeza y mi cuerpo

presionado cerca de Kenzie, como si estuviéramos saliendo, mientras las hadas

volaban sin un segundo vistazo.

Entonces Razor siseó a un Olvidado que paso incómodamente cerca.

La cosa se detuvo. Se volvió. Sentí sus ojos fríos asentándose en mí.

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―Ethan Chase ―susurró―. Te veo allí.

Maldita sea. Bueno, aquí vamos.

Salté fuera de Kenzie y desenvainé mi espada mientras el Olvidado dio un grito

desgarrador y se abalanzó, atacándome con garras largas como agujas.

Respondí el golpe con un ataque hacia arriba, y el filo de mi arma corto a través

de la frágil extremidad como si fuera una ramita, cortándola. El Olvidado

aullaba mientras su brazo se disolvió en niebla y se lanzó hacia atrás, agitando

violentamente el otro. Yo esquive los golpes frenéticos, acercándome, y rasgue

mi hoja a través del delgado cuerpo, cortándolo por la mitad. El hada se

dividió, deshilachándose en hebras de niebla y desapareció.

Oh, sí. Definitivamente mejor que palos de madera.

Un sonido de lamentos tomó mi atención. La horda de Olvidados regresaba,

negros ojos de insecto ardiendo de furia, la boca abierta en alarma. Aullando en

sus voces misteriosas, que se deslizaban entre los árboles, garras elevándose a

mí para despedazar. Yo aferre mis espadas y giré para enfrentarlos.

―Kenzie, ¡quédate atrás! ―le grité, mientras la primer hada me alcanzó,

rasgando sus garras en mi cara. Golpeé su brazo lejos con una espada y lo corté

con la otra, cortando a través del delgado cuello. Dos más vinieron justo a

través del hada disuelta, agarrándome, y yo los esquivé dejándolos pasar

mientras azotaba la espada en la parte posterior de sus cabezas. Dando vuelta,

ataque con la segunda hoja, agarrando otro corriendo por detrás. Entonces, el

resto de la horda se cerró y todo se fundió en el caos, gritos, garras acechando,

espadas girando, hasta que fui consciente de nada más excepto de mi próximo

oponente y las navajas en mis manos. Garras me rasgaron a través de la ropa,

rastrillando mi piel, pero yo apenas registre el dolor. No sabía cuántos

Olvidados había destruido, sólo reaccioné, y el aire creció brumoso con la

niebla.

―¡Basta!

La nueva voz raspó a través de las filas de los Olvidados, y las hadas se hicieron

hacia atrás, mirándome con odio muy negro. Yo me pare allí, jadeando, la

sangre corría por mis brazos de innumerables cortes superficiales. La vieja

mujer con el cuerpo de gato se puso a unos pocos metros de distancia,

flanqueada por más delgados Olvidados, observando la carnicería con fríos ojos

entrecerrados.

―¿Otra vez tú? ―escupió hacia mí, dejando al descubierto unos dentados

colmillos amarillos―. No deberías estar aquí, Ethan Chase. Nosotros te dijimos

que te quedaras fuera de nuestros asuntos. ¿Cómo encontraste este lugar?

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Señalé mi espada contra ella.

―Estoy aquí por mis amigos. Keirran, Annwyl y Todd. Déjalos que se vayan,

ahora mismo.

Ella siseó una carcajada.

―Tú no estás en posición de dar órdenes, chico. Eres sólo un ser humano, hay

muchos más de nosotros de lo que piensas. No, la Dama va a decidir qué hacer

contigo. Con el hijo y hermano de la Reina de Hierro, las Cortes no se atreverán

en contra de nosotros.

Mis manos estaban temblando, pero agarre fuerte el mango de mis espadas y di

un paso más cerca, causando que varios Olvidados se hicieran para atrás.

―No me iré sin mis amigos. Si tengo que tallar un camino a través de cada uno

de ustedes hasta la propia Dama, los voy a sacar de aquí ―girando mis

espadas, le di al hada-gato una sonrisa malvada―. Me pregunto qué tan

resistente es su Dama a las armas de Hierro.

Pero el antiguo Olvidado simplemente sonrió.

―Me preocuparía más acerca de tus propios amigos, muchacho.

Un grito sacudió mi atención alrededor. Hubo una pelea corta, y dos Olvidados

arrastraban a Kenzie por detrás de un árbol. Ella gruñó y les dio una patada,

pero el hada larguirucha siseó y hundió sus garras en sus brazos, haciéndola

sangrar. Jadeando, ella se estremeció, y uno de ellos le agarró el cabello, tirando

su cabeza hacia atrás.

Yo empecé a avanzar, pero el hada-gato se puso entre nosotros con un gruñido.

―No des otro paso, pequeño humano ―advirtió mientras yo levantaba mis

armas―. O vamos a cortarla de oreja a oreja. ―Uno de las larguiruchas hadas

levantó un dedo delgado y puntiagudo hacia la garganta de Kenzie, y me quedé

helado.

Razor de repente aterrizó en la cabeza del hada-gato, silbando y mostrando los

dientes.

―¡Gatito malo! ―gritó él, y la Olvidada aulló―. ¡Gatito malo, no lastima niña

bonita!

Él golpeó la cabeza del hada con los puños, y la criatura-gato rugió.

Alcanzándolo, arrancó el gremlin de su cuello y lo estrelló contra el suelo,

aplastando su pequeño cuerpo entre sus dedos huesudos. Razor gritó, un grito

agudo, doloroso, y de la mano de la Olvidada comenzó salir humo.

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Con un chillido, el hada-gato arrojó al gremlin lejos como si estuviera en llamas,

agitando sus dedos como si se hubiera quemado.

―¡Miserable, hada de Hierro miserable! ―exclamó ella, mientras miraba el

lugar donde Razor había caído. Pude ver su pequeño cuerpo, derrumbado

debajo de un arbusto, sus ojos brillaban débilmente.

Antes de que se apagaran.

¡No! Me volteé hacia el hada-gato, pero ella siseó una orden, y los dos

Olvidados agarraron a Kenzie obligándola a ponerse de rodillas con un jadeo.

―Voy a darte una oportunidad de rendirte, humano ―gruñó la cosa-gato,

mientras el resto de la horda se cerraba, rode{ndonos―. Tira tus horribles

armas de hierro ahora, o la sangre de la chica estará en tus manos. La Dama

decidirá qué hacer con ustedes dos.

Me dejé caer, la desesperación y el fracaso haciendo mis brazos pesados. Maldita

sea, no podía salvar a nadie. Keirran, Todd, incluso Razor. Lo siento, todo el mundo.

El hada-gato esperó un momento más, me miraba con los ojos llenos de odio,

antes de recurrir a los Olvidados que agarraban a Kenzie.

―Mátenla ―ordenó, y mi corazón dio un vuelco―. Corten su garganta.

―¡No! Tú ganas, ¿de acuerdo? ―Cambié mis espadas a dos manos, las arrojé

lejos, entre los árboles. Brillaron durante un breve segundo, capturando la luz

de la luna, antes de caer en la sombra y perderse de vista.

―Un acierto ―susurró la criatura-gato, y asintió con la cabeza a las hadas que

sujetaban a la chica. La arrastraron hacia arriba y la empujaron hacia delante,

mientras el resto de los Olvidados se cerraban. Ella tropezó, y la tomé antes de

que pudiera caer. Su corazón estaba corriendo, y me abrazó con fuerza,

sintiendo su temblar contra mí.

―¿Estás bien? ―susurré.

―Sí ―respondió ella, mientras los Olvidados hacían un círculo apretado

alrededor de nosotros, encerrándonos―. Estoy bien. Pero si me vuelven a tocar,

voy a romper una de sus estúpidas patas puntiagudas y apuñalarla con ella.

Chistes de nuevo. Kenzie era valiente porque estaba aterrorizada. Como si no

pudiera ver el destello brillante en sus ojos, la forma en que se volvió hacia el

lugar donde Razor había caído, arrugado e inmóvil. Lo siento, quería decirle.

Este es mi culpa. Nunca debí haberte traído aquí.

El círculo de Olvidados comenzó a desplazarse hacia adelante, empujándonos

con sus garras huesudas, forzándonos a movernos. Miré hacia atrás una vez, a

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las sombras que sujetaban el cuerpo inerte del gremlin, antes de ser conducidos

hacia los árboles.

* * *

Los Olvidados nos guiaron a través del bosque, por un camino sinuoso que se

parecía a cualquier otro camino en El Ramble, y más profundo en el bosque. No

caminamos lejos. El camino estrecho de cemento nos llevó a través de un

barranco de densas rocas y arbustos, hasta que llegamos a una extraña piedra

en forma de arco situada entre dos altos afloramientos. El muro estaba hecho de

bloques de piedra en bruto y era de unos buenos seis o más metros de altura. El

arco estrecho situado en medio era de sólo uno con cincuenta o de un metro con

ochenta de ancho, apenas lo suficientemente ancho para que dos personas

pasaran a través de lado a lado.

Estaba custodiado también por otro Olvidado, una criatura alta y esquelética

que parecía un cruce entre un humano y un buitre. Se puso en cuclillas encima

de la pared, erizado de plumas negras, y su cabeza era un esqueleto de un

pájaro gigante con las cuencas de los ojos de un llameante verde. Garras largas

se juntaban en su pecho, como un enorme pájaro de presa, e incluso encorvado

era casi de tres metros de altura. Kenzie se echó atrás con un jadeo, y la criatura-

gato se burló de ella.

―No te preocupes, chica ―dijo, mientras nos acercábamos al arco sin que la

gigante criatura p{jaro nos tomara en cuenta―. No se molesta con seres

humanos. Sólo hadas. Puede ver la ubicación a kilómetros de distancia de una

sola hada. Ahora que el parque está prácticamente vacío, vamos a tener que

buscar más lejos de nuevo. La Dama es cada vez más fuerte, pero todavía

requiere glamour. Debemos acceder a sus deseos.

―¿No crees que las Cortes se darán cuenta de lo que está pasando? ―le exigí,

mirando a los Olvidados que me golpearon en la espalda cuando me detuve a

mirar la criatura enorme―. ¿No crees que se podría dar cuenta de la

desaparición de tantas hadas?

El gato-hada se echó a reír.

―Ellos no llegaran tan lejos ―Rió ella mientras seguíamos hacia abajo en el

camino, hacia el arco y su monstruoso guardi{n―. Las Cortes de Verano e

Invierno no se preocupan por los desterrados de este lado del Velo. Y unos

pocos mestizos están sin duda por debajo de su notificación. Mientras que no se

moleste a las hadas en Nuncajamás, ellos no tienen ni idea de lo que ocurre en

el mundo real. El único factor desconocido es la nueva Corte de Hierro y su

reina mitad humana. ―Ella me sonrió, mostrando unos dientes amarillos―.

Pero ahora, tenemos al brillante. Y a ti.

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Habíamos llegado a la abertura en la pared, directamente debajo de la enorme

criatura ave encaramada encima de la cabeza. Más allá del arco, podía ver el

camino sinuoso a la distancia, continuando entre varias grandes rocas y fuera

de la vista. Pero mientras los primeros de los Olvidados pasaron por el arco, el

aire brilló alrededor de ellos, y desaparecieron.

Me detuve, causando que un montón de Olvidados silbaran con impaciencia y

me empujaron de nuevo, pero no me moví.

―¿A dónde lleva esto? ―le pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

El gato-hada hizo un gesto, y los Olvidados se cerraron, asegurándose de que

no pudiéramos retroceder.

―Tu Musa Oscura no es la única que puede moverse a través del Between, niño

pequeño. Nuestra Dama sabía acerca de los espacios entre Nuncajamás y el

mundo real mucho antes de que Leanansidhe pensara hacerse cargo de las

Cortes. La cueva aquí en el parque es sólo el ancla que existe en el mismo lugar,

pero lo hemos formado a nuestro gusto. Esta no es la única entrada, tampoco.

Nosotros tenemos docenas de túneles en funcionamiento en todo el parque, por

lo que podemos aparecer en cualquier lugar, en cualquier momento. Las hadas

tontas que vivieron aquí ni siquiera sabían lo que estaba pasando hasta que ya

era demasiado tarde. Pero ya basta de hablar. La Dama está esperando.

Muévanse.

Ella hizo un gesto, y el hada detrás de nosotros clavó una larga garra en mis

costillas. Gruñí de dolor y pase por el arco con Kenzie detrás de mí.

A medida que la oscuridad aclaraba y mis ojos se ajustaban a la oscuridad, miré

a mi alrededor con asombro. Estábamos en una enorme cueva, el techo en

espiral hacia arriba hasta que apenas podía distinguir un pequeño círculo

nebuloso directamente sobre la cabeza. Ese era el verdadero mundo, allá arriba,

más allá de nuestro alcance. Aquí abajo, se veía como un enorme nido de

hormigas o termitas, con túneles que serpenteaban en todas las direcciones,

repisas a lo largo de las paredes y puentes que atraviesan los golfos entre sí. Las

paredes y el suelo de la cueva estaban manchados con miles de brillantes

cristales, y arrojaban una extraña palidez, y luminancia en los cientos de

Olvidados que vagaban por la caverna. Excepto por las delgadas hadas y los

enanos con manos asesinas, no reconocí a ninguno de estas hadas.

Los Olvidados nos guiaron a través de la cámara, por un túnel largo y sinuoso

con fósiles y huesos que sobresalían de las paredes. Más pasadizos y corredores

aparecían en todas direcciones, blanqueados esqueletos que nos miraban desde

la piedra: lagartos, pájaros, insectos gigantes. Vi el fósil de lo que parecía ser

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una serpiente alada, enrollada alrededor de una columna enorme, y me

preguntaba qué parte de la cueva era real y cuánto estaba en el Between.

Caminamos a través de un largo y estrecho túnel, bajo la caja torácica de una

bestia gigante, y entramos en otra caverna. Aquí el suelo estaba salpicado de

agujeros grandes, y arriba, el techo brillaba con miles de pequeños cristales,

viéndose como el cielo nocturno. Un hada corpulenta con un brazo extra

creciendo directamente de su pecho hacía guardia en la entrada, y nos miró

críticamente mientras nos acercamos.

―¿Eh, estamos trayendo seres humanos aquí abajo ahora? ―Él me miró con

redondos ojos negros y un labio curvado―. Esto tiene la vista, pero no más

glamour que las rocas en el suelo. Y el resto de la parcela se ha utilizado por

completo. ¿Para qué los necesitamos?

―Eso no es asunto tuyo ―le espetó el gato-hada, azotando su cola contra sus

flancos―. No estás aquí para hacer preguntas o tratar de ser inteligente. Sólo

asegúrate de que no se escapen.

El corpulento hada resopló. Alejándose, utilizó su mano extra para agarrar una

larga escalera de madera apoyada contra la pared, luego la dejó caer en un

hoyo.

―Baja ahí, mortal. ―Con un golpe a las costillas me empujó hacia adelante. Me

acerqué al borde y miré hacia abajo. La escalera cayó a la distancia en lo negro,

y los lados del agujero eran empinados y suaves. Me quedé mirando duro en la

oscuridad, pero no pude ver el fondo.

Con miedo de que si me quedara allí mucho más tiempo, conseguiría que me

metieran por la fuerza en el pozo negro, empecé a bajar la escalera. Mis pasos

hacían eco fuertemente contra la madera, y con cada paso, la oscuridad se

espesaba, hasta que apenas podía ver los peldaños por delante de mí.

Espero que no haya algo malo aquí abajo, pensé, entonces inmediatamente deseé no

haberlo hecho.

Mis zapatos finalmente golpearon el suelo arenoso, y retrocedí cuidadosamente

lejos de la escalera, mientras Kenzie bajaba, también. Tan pronto como ella

golpeó la parte inferior, la escalera subió por la pared y desapareció a través de

la apertura, lo que nos dejó en la oscuridad.

Miré alrededor, esperando que mis ojos se ajustaran. Nos paramos en el centro

de una gran cámara, las paredes hechas de lisa piedra perfecta. Sin asideros, sin

grietas o cornisas, simple y llana incluso la roca. Por encima de nosotros,

apenas podía distinguir los círculos gris brumoso que eran los agujeros en el

piso de antes. El suelo estaba cubierto de pálida arena, con trozos de basura

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esparcidos aquí y allá, el envoltorio de una barra de granola o un núcleo de una

manzana masticada. Algo había estado aquí recientemente, por el aspecto de la

misma.

Y entonces, un movimiento en la esquina de la habitación hizo que mi corazón

dejara de latir. Mis pensamientos anteriores eran correctos. Algo todavía estaba

aquí con nosotros. Muchas cosas. Y estaban cada vez más cerca.

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La Confesión de Kenzie

Traducido por Rodonithe Corregido por LuciiTamy

Agarrando a Kenzie, la tiré detrás de mí, retrocediendo mientras varios cuerpos

arrastraban los pies en el rayo de la luz brumosa.

Humanos. Todos ellos. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres. El más joven

probablemente no tenía más de trece años, y el más viejo tenía barba gris hasta

el pecho. Había cerca de dos docenas de ellos, todos harapientos y de sucio

aspecto, como si no se hubieran bañado ni comido en mucho tiempo.

Mirándolos, mis nervios se erizaron. Había algo en este grupo que estaba... mal.

Claro, estaban harapientos y sucios, y probablemente habían sido cautivos de

los Olvidados desde hace un tiempo, pero no se adelantaron a recibirnos, o

preguntar quiénes éramos. Sus caras estaban en blanco, sus características

holgadas, y nos miraron de nuevo sin ninguna emoción en sus ojos, ni una

chispa de ira o miedo ni nada. Era como mirar a un rebaño de ovejas curiosas,

pasivas.

Aun así, había un montón de ellos, y me puso tenso, listo para pelear si nos

atacaban. Pero los seres humanos, después de una mirada un tanto

decepcionada, como si estuvieran esperando que fuéramos comida, dieron la

vuelta y se arrastraron de vuelta a la oscuridad.

Di un paso hacia adelante.

―¡Hey, esperen! ―les dije, el eco rebotando alrededor del hoyo. Los humanos

no respondieron, y yo levanté la voz―. ¡Sólo un segundo! ¡Esperen!

Alguno de ellos se volvió, mirándome sin expresión, pero al menos era algo.

―Estoy buscando a un amigo mío ―continué, mirando m{s all{ de sus formas

irregulares, tratando de mirar hacia las sombras―. Su nombre es Todd

Wyndham. ¿Hay alguien con ese nombre aquí abajo? Es más o menos de mi

edad, cabello rubio y corto.

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Los seres humanos se quedaron en silencio, y suspiré, con frustración y

desesperanza que amenazaba con asfixiarme. El fin de la carretera, al parecer.

Nos quedaríamos atrapados aquí, atrapados por los Olvidados y rodeados por

locos humanos, con ninguna esperanza de rescatar a Keirran o Annwyl. Y Todd

no estaba todavía por ningún lado.

Hubo un destello entonces, en algún lugar de la oscuridad, y un momento más

tarde, un hombre se abrió paso delante de la multitud. Era de mi edad, pequeño

y delgado, con el pelo rubio y desaliñado...

Una sacudida recorrió mi columna vertebral.

Era Todd. Pero él era humano. Las orejas peludas se habían ido, al igual que las

garras y los colmillos y los profundos ojos color naranja. Todavía era Todd

Wynham, no había duda de eso, aún llevaba la misma ropa que cuando lo vi

por última vez, a pesar de que estaba sucio y harapiento ahora. Pero el cambio

era tan drástico que me tomó unos pocos segundos aceptar que se trataba de la

misma persona. Sólo podía mirarlo con incredulidad. A excepción de la

suciedad y la extraña mirada vacía en su rostro, Todd parecía completamente

mortal, sin rastro de la sangre Faery corriendo a través de él hace una semana.

―¿Todd? ―dijo Kenzie aliviada caminando hacia adelante, extendiendo su

mano. Todd la miraba con ojos de color avellana en blanco y no se movió―.

¡Eres tú! ¡Estás bien! Oh, gracias a Dios. Ellos no te hicieron daño, ¿verdad?

Apreté los puños. Ella no lo sabía. Ella no podía comprender lo que había

sucedido. Kenzie sólo había visto a Todd como un ser humano antes, no sabía

que algo iba mal. Pero yo lo sabía. Y a fuego lento la rabia comenzó a arder en

mi interior. Bueno, querías saber qué pasa con los mestizos cuando su glamour se

agotaba, Ethan. Ahí está tu respuesta. Todos estos seres humanos fueron medio-hada

una vez, antes de que los Olvidados se llevaran su magia.

Todd parpadeó lentamente.

―¿Quién eres tú? ―preguntó en un tono monótono, y me estremecí. Incluso su

voz sonaba mal. Plana y hueca, como todo de lo que se le había despojado, sin

dejar atrás las emociones. Recordé al ansioso, desafiante mestizo de antes;

comparándolo con aquel desconocido me hizo sentir desesperadamente

enfermo.

―Tú me conoces ―dijo Kenzie, caminando hacia él―. Kenzie. Mackenzie, de la

escuela. Ethan está aquí, también. Hemos estado buscándote por todos lados.

―No te conozco ―dijo Todd en esa misma voz vacía, escalofriante―. No me

acuerdo de él, o de la escuela ni nada. No me acuerdo de nada, salvo este

agujero. Pero... ―Él miró hacia otro lado, hacia la oscuridad, con la frente

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fruncida―. Pero... siento como si tuviera que recordar algo. Algo importante.

Creo... creo que he perdido algo. ―Una expresión angustiada cruzó por su cara,

sólo por un momento, antes de que se alisara de nuevo―. O tal vez no

―continuó con un encogimiento de hombros―. No puedo recordarlo. No debe

haber sido muy importante.

Estaba temblando de furia, y respiré profundamente para calmarme. Bastardos,

pensé, lleno de un odio súbito y ardiente. Matar hadas es una cosa. ¿Pero esto?

Miré a Todd, el rostro flojo, el hueco en sus ojos, y resistí el impulso de golpear

la pared. Esto era peor que matar. Fue despojado de todo lo que le hacía lo que era,

tomaron algo que no lo podían devolver... y lo dejaban así. Para mantenerlos con vida.

No voy a dejar que se salgan con eso.

―¿Qué hay de tus padres? ―continuó Kenzie, todavía tratando de engatusar a

una respuesta del una vez mitad-hada―. ¿No te acuerdas de ellos? ¿O alguno

de tus maestros?

―No ―fue la respuesta plana, y Todd se apartó, sus ojos se nublaron más, en la

oscuridad―. No te conozco ―susurró―. Vete.

―Todd< ―intentó Kenzie de nuevo, pero el hombre se apartó de ella,

acurrucándose hacia abajo contra la pared, enterrando el rostro entre las

rodillas.

―Déjame en paz.

Ella trató de persuadirlo a hablar otra vez, haciéndole preguntas sobre su casa,

la escuela, cómo llegó a estar allí, contándole nuestras propias aventuras. Pero

se encontró con un muro de silencio. Todd ni siquiera miró hacia arriba de sus

rodillas. Parecía decidido a fingir que no existía, y después de unos minutos de

verlo y no conseguir nada, me alejé, con la necesidad de moverme antes de

empezar a sacudirlo. La voz obstinadamente alegre de Kenzie me siguió

mientras acechaba en las sombras, y se la dejé a él, y si alguien podía

persuadirlo para hablar, era ella.

Tejiendo a través de formas encorvadas de los seres humanos indiferentes,

vagué por el perímetro, en busca de cualquier cosa que podría haber perdido.

Cualquier cosa que nos permitiera escapar. Nada. Sólo empinadas, paredes lisas

y arena. Estábamos bien y verdaderamente atrapados aquí abajo.

Poniendo mi espalda contra la pared, me deslicé hasta el suelo, sintiendo la fría

arena a través de mis vaqueros. Me preguntaba lo que mis padres estaban

haciendo en estos momentos. Me pregunté cuánto tiempo los Olvidados nos

mantendrían aquí abajo. ¿Semanas? ¿Meses? Si finalmente nos dejaban ir,

¿podríamos volver al reino mortal para encontrar que habíamos desaparecido

durante veinte años, y todo el mundo nos habría dado por muertos?

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O, ¿simplemente nos matarían y dejarían que nuestros huesos se pudrieran en

este agujero, roídos por un grupo de ex mestizos?

Kenzie se unió a mí, con aspecto cansado y pálido. Marcas purpúreas rayaban

su brazo en donde el Olvidado la había agarrado, sus ojos estaban apagados

por el cansancio. La ira se encendió, pero fue amortiguado por el sentimiento de

desesperanza que se aferraban en todo en este lugar. Ella me dio una sonrisa

valiente mientras se acercó, pero podía ver su máscara cayéndose, rompiéndose

en pedazos a su alrededor.

―¿Paso algo? ―le pregunté, y ella negó con la cabeza.

―No. Voy a intentarlo de nuevo dentro de un rato, cuando haya tenido la

oportunidad de pensar en ello. Creo que presionándolo más sólo lo hare

retroceder m{s. ―Ella se deslizó a mi lado, mirando hacia la oscuridad. Sentí el

calor de su pequeño cuerpo contra el mío, y un deseo casi doloroso de llegar a

ella, para atraerla hacia mí. Pero mi propio miedo me contuvo. Les había

fallado. Una vez más. No sólo a Kenzie, sino a Todd, Keirran, Annwyl, a todos.

Ojalá hubiera sido más fuerte. Podría haber mantenido a salvo a todos a mi

alrededor.

Pero, sobre todo, deseaba que Kenzie no tuviera que estar aquí. Que nunca le

hubiera mostrado mi mundo. Daría cualquier cosa para salir de esto.

―¿Cu{nto tiempo crees que nos van a mantener aquí? ―susurró Kenzie

después de un par de compases de silencio.

―No lo sé ―murmuré, sintiendo que el peso de mi pecho se hacía m{s

grandes. Kenzie se frotó los brazos, corriendo sus dedos sobre los moretones en

la piel, haciendo que mi estómago girara.

―Nosotros... vamos a ir a casa, ¿verdad?

―Sí. ―Me di media vuelta, forzando una sonrisa―. Sí, no te preocupes, vamos

a salir de aquí, y estarás en casa antes de que te des cuenta. Tu hermana estará

esperando por ti, y tu papá probablemente gritará que ha pasado tanto tiempo,

pero van a estar a la vez aliviados de que hayas vuelto. Y podrás llamarme a mi

casa y mantenerme actualizado sobre todo lo que sucede en la escuela, porque

mis padres probablemente me castigaran hasta que tenga cuarenta.

Era una mentira amable, y los dos lo sabíamos, pero no podía decirle la verdad.

No sabía si lograríamos llegar a casa, nadie sabía dónde estábamos, y justo

encima de nuestras cabezas estaba esperando una legión de salvajes fey

desesperados y su Dama misteriosa. Keirran se había ido, Annwyl estaba

perdida, y la persona por la que había venido para encontrar era una cáscara

vacía de sí mismo. Había tocado fondo y la había arrastrado conmigo, pero no

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podía decirle que toda esperanza se había ido. A pesar de que no tenía nada de

mí mismo.

Así que mentí. Le dije que la llevaría a casa, y Kenzie me devolvió una pequeña

sonrisa, como si realmente lo creyera. Pero entonces se estremeció y cayó la

máscara. Llevando las rodillas al pecho, envolvió sus brazos alrededor de ellas

y cerró los ojos.

―Tengo miedo ―admitió en un susurro. Y no pude aguantar más.

Alargue la mano y la puse entre mis piernas y la envolví en mis brazos. Ella se

aferró a mí con los puños apretados en mi camisa, y se dobló sobre mi pecho,

sintiendo nuestros corazones latir juntos.

―Lo siento ―le susurré en su cabello―. Quería protegerte de todo esto.

―Lo sé ―susurró ella―. Y sé que est{s pensando que esto es tú culpa de

alguna manera, pero no lo es. ―Su mano se deslizó hasta mi cara, presionando

suavemente contra mi mejilla, y yo cerré los ojos―. Ethan, eres un tipo dulce,

exasperante, increíble, y creo que... podría estar enamorándome de ti. Pero hay

cosas en mi vida de las que no me puedes proteger.

Se me cortó la respiración. Sentí tartamudear mi corazón, y luego correr, un

poco más rápido que antes. Kenzie se encorvó de hombros, enterrando su cara

en mi camisa, de pronto avergonzada. Quería decirle que no tenía nada que

temer, que no podía permanecer lejos de ella si lo intentara, que había

conseguido de alguna manera pasar más allá de toda mi mierda, las paredes, la

ira, el miedo constante, culpa y baja autoestima, y a pesar de todo lo que había

hecho para alejarla y hacer que me odiara, no podía imaginar mi vida sin ella.

Me hubiera gustado saber cómo decirle lo mismo. En cambio, la abracé y alisé el

cabello, escuchando nuestras respiraciones mezclarse juntas. Ella permaneció en

silencio un largo rato, con una mano alrededor de mi cuello, la otra dibujando

patrones alrededor de mi camisa.

―Ethan ―murmuró, todavía sin mirarme―. Si<. Cuando< lleguemos a casa<

¿qué va a pasar, con nosotros?

―No lo sé ―le dije con sinceridad―. Supongo... que en su mayoría depende de

ti.

―¿De mí?

Asentí con la cabeza.

―Has visto mi vida. Ya has visto cómo es de jodida. Qué tan peligroso puede

ser. No obligaría a nadie, pero... ―me interrumpí, cerrando los ojos, apretando

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mi frente contra la suya―. Pero no puedo estar lejos de ti nunca m{s. Ni

siquiera voy a intentarlo. Si me quieres cerca, voy a estar allí.

―¿Por cu{nto tiempo? ―fueron sus palabras el más leve susurro. Si no

hubiéramos estado tan cerca, no las habría oído. Herido, la miré, y ella me miró,

con los ojos anchos por la expresión de mi cara―. ¡Oh, no! Lo siento, Ethan. Eso

no era para ti. Yo sólo... ―Ella suspiró, colgado la cabeza, apretando los puños

en mi camisa―. Muy bien ―susurró―. Basta ya de esto, Kenzie. Antes de que

esto vaya m{s all{. ―Ella asintió para sus adentros y miró hacia arriba, de

frente a mí por completo―. Creo que es hora de que sepas.

Esperé, conteniendo la respiración. Los secretos, lo que quieras decir, lo que habías

estado ocultando, no tiene importancia. No para mí. Mi vida entera era una gran

mentira, y yo tenía más secretos de los que una persona debía tener en vida.

Nada de lo que dijera podría asustarme o sorprenderme para que me apartase

de ella.

Pero todavía quedaba esa pequeña sensación de incomodidad, esa cosa oscura

y ominosa que Kenzie había estado ocultando desde que nos conocimos. Sabía

que algunos secretos no estaban destinados a ser compartidos, que el

conocimiento de ellos podría cambiar la perspectiva de una persona para

siempre. Sospechaba que esto podría ser una de esas veces. Así que esperé,

mientras el silencio se extendía entre nosotros, mientras Kenzie recogió sus

pensamientos. Por último, se echó el cabello hacia atrás, todavía sin mirarme, y

respiró hondo.

―¿Recuerdas... cuando me preguntaste por qué cambiaría un pedazo de mi

vida por la vista con Leanansidhe? ―comenzó con voz entrecortada―. Cuando

hice ese trato para conseguir la Visión. ¿Recuerdas lo que te dije?

Asentí con la cabeza, aunque todavía no estaba mirándome.

―Que nadie vive para siempre.

Kenzie se estremeció.

―Mi madre murió hace tres años ―dijo ella, cruzando los brazos

protectoramente contra su pecho―. Fue un accidente de carro< no había nada

que pudieran hacer. Pero recuerdo que cuando era pequeña, hablábamos

siempre de viajar por el mundo. Ella dijo que cuando me hiciera mayor, íbamos

a ver las pirámides juntas, o la Gran Muralla o la Torre Eiffel. Solía mostrarme

revistas de viajes y folletos, y planeábamos nuestro viaje. A veces, en barco o en

tren o incluso en globo de aire caliente. Y yo creí. Cada verano, le pregunté si

este era el año en que iríamos. ―Ella sorbió, y una nota amarga se deslizó en su

voz―. Nunca fuimos, pero pap{ juró que cuando no estuviera tan ocupado,

cuando el trabajo se desacelerara un poco, todos tomaríamos ese viaje juntos.

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Pero después de su muerte ―continuó Kenzie en voz baja, y pasó una mano

por los ojos―. Ella murió, y nunca tuve la oportunidad de ver a Egipto, o París

o cualquiera de los lugares que queríamos ver. Y siempre he pensado que era

tan triste, que era un desperdicio. Todos esos sueños, todos esos planes que

teníamos, que nunca llegaríamos a realizar.

―Lo siento, Kenzie.

Hizo una pausa, respirando para recobrar la compostura, su voz cada vez más

fuerte cuando volvió a hablar.

―Después, pensé que tal vez mi padre y yo podríamos... hacer ese viaje juntos,

en su honor, ¿sabes? Él estaba tan devastado cuando se enteró. Pensé que si

podíamos ir a algún lugar, sólo los dos, él recordaría todos los buenos

momentos. Y yo quería recordarle que todavía me tenía, a pesar de que mamá

se había ido.

Me acordé de la forma que Kenzie había hablado de su padre antes, la ira y la

amargura que había mostrado, y mi estómago se retorció. De alguna manera,

sabía que no había ocurrido.

―Pero, mi pap{... ―Kenzie negó con la cabeza, sus ojos oscuros―. Cuando

mamá murió, como que... se olvidó de mí. Nunca me hablaba, si podía evitarlo,

y sólo... se lanzó a su puesto de trabajo. Comenzó a trabajar más y más en la

oficina, sólo para que no tuviera que volver a casa. Al principio, pensé que era

porque extrañaba a mamá mucho, pero eso no era todo. Era yo. No quería

verme. ―Ante mi mirada furiosa, ella se encogió de hombros―. Tal vez le

recordaba mucho a mamá. O tal vez sólo estaba distanciándose, en caso de que

me perdiera, también. Me gustaría tratar de hablar con él, realmente lo echó de

menos a veces, pero él sólo me da un fajo de billetes y luego se encierra en su

oficina para beber. ―Sus ojos brillaban―. No quiero dinero. Quería que alguien

hablara conmigo, que me escuchara. Quería que fuera un padre.

La ira ardía. Y la culpa. Pensé en mi familia, en cómo había perdido a Meghan

hace tantos años, y cómo mis padres se aferraron a mí, incluso con más fuerza,

por miedo a que me pasara lo mismo. No me podía imaginar que me ignoraran

u olvidándose que existía, en caso de que un día se despertasen y encontraran

que me había ido. Ellos fueron paranoicos y sobreprotectores, pero era

infinitamente mejor que la otra alternativa. ¿Qué pasaba con el padre de

Kenzie? ¿Cómo podía ignorar a su única hija, sobre todo después de que

acababa de perder a su madre?

―Esto es una locura ―murmuré―. Lo siento, Kenzie. Tu padre suena como un

completo idiota. No debiste haber pasado por todo esto sola.―Ella no dijo

nada, y se frotó los brazos, tratando de llegar a mirarme, manteniendo mi voz

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suave―. ¿Así qué haces todas esas cosas locas porque no quieres acabar como

tu mamá?

―No. ―Kenzie encogió de hombros, mirando a lo lejos, y sus ojos brillaban―.

Bueno, en parte es por ello, pero... ―Se detuvo de nuevo y continuó, incluso

m{s suave que antes―. Cuando mi padre se volvió a casar, las cosas se

pusieron un poco mejor. Yo tenía una hermanastra, Alexandria, por lo menos

no estaba atrapada en una casa grande y vacía todo el día, sola. Pero papá

seguía trabajando todo el tiempo, y las noches que estaba en casa, estaba tan

ocupado con su nueva esposa y Alex, no me prestaba mucha atención a mí.

Ella se encogió de hombros, como si lo hubiera superado y no necesitara

ninguna simpatía, pero todavía estaba furioso hacia su padre.

―Entonces, hace aproximadamente un año ―continuó el Kenzie―, me empecé

a enfermar. Náuseas, mareos repentinos, cosas así. Papá no se dio cuenta, por

supuesto. En realidad, nadie lo hizo... hasta que me desmayé en medio de una

clase. En historia. Lo recuerdo porque le suplique a la enfermera escolar que no

llamara a mi papá. Sabía que iba a estar enojado si tenía que venir a recogerme

en el medio de una jornada laboral ―resopló Kenzie, con los ojos y la voz

amarga mientras miraba al suelo―. Me derrumbé sólo al recoger mis libros, y la

enfermera de la maldita escuela tuvo que decirle que me llevara a un médico. Y él

todavía está enojado por ello. Como si me enfermara a propósito, como si

pensara que todas las pruebas y tratamientos y citas médicas eran una forma de

llamar la atención.

Algo frío se instaló en mi estómago, mientras muchas cosas pequeñas se

acomodaban. Los moretones. El proteccionismo de sus amigos en la escuela. Su

intrepidez y el deseo ardiente de ver todo lo que podía. La oscuridad flotaba

entre nosotros ahora, volviéndome la sangre hielo cuando finalmente lo

descubrí.

―Est{s enferma ahora, ¿no es cierto? ―susurré―. Algo grave.

―Sí. ―Ella miró hacia abajo, jugueteando con mi camisa, y dio un suspiro

tembloroso―. Ethan... tengo leucemia.

Las palabras se desvanecieron en un susurro al final, y se detuvieron en ella,

pero cuando continuó su voz era calmada y tranquila.

―Los médicos no me dicen mucho, pero he hecho un poco de investigación, y

la tasa de supervivencia para el tipo que tengo, con el tratamiento y la

quimioterapia y todo, se trata de un cuarenta por ciento. Y eso si puedo pasar a

través de los primeros cinco años.

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Me sentía como si alguien me hubiera perforado un agujero en el estómago,

agarrar mi interior y ponérmelo de nuevo. Mire a Kenzie con horror, incapaz de

recuperar el aliento. Leucemia. Cáncer. Kenzie tenía...

―Así pues, ahora sabes la verdadera razón por la que quería la Visión. Porque

quería ver a las hadas. ―Por fin me miró, una de las esquinas de sus labios se

curvaron en una sonrisa amarga―. ¿Ese mes que cambié a Leanansidhe? Eso no

es nada. Probablemente no viviré para ver mis treinta.

Quería hacer algo, cualquier cosa. Quería saltar y golpear las paredes, gritar mi

frustración y la injusticia de todo. ¿Por qué ella? ¿Por qué tenía que ser Kenzie?

Era valiente, bondadosa, tenaz y absolutamente perfecto. No estaba bien.

―Deberías haberte ido ―dije finalmente ahogado―. No deberías estar aquí

conmigo, no cuando podrías... ―Ni siquiera pude conseguir la palabra fuera de

mis labios. El pensamiento repentino de que este pozo oscuro podría ser el

último lugar que pudiera ver casi me enfermó―. Kenzie, deberías estar con tu

familia ―gemí en la desesperación―. ¿Por qué te quedaste conmigo? Deberías

haberte ido a casa.

Los ojos de Kenzie brillaron.

―¿Para qué? ―espetó, haciendo un gesto brusco―. ¿Volver a mi padre, que

incluso no puede ni mirarme? ¿Volver a una casa vacía, donde todo el mundo

anda a tu alrededor de puntillas y susurran cosas que no creen que puedes oír?

¿Para que los médicos que no me digan nada, que me traten como si no tuviera

ni idea de lo que está pasando? ¿No has estado escuchando, Ethan? ¿Para qué

tengo que volver?

―Estarías segura

―Segura ―se burló―. No tengo tiempo para estar a salvo. Quiero vivir. Quiero

viajar por el mundo. Ver las cosas que nadie más puede. Hacer puenting5 y

paracaidismo y todas esas cosas locas. Si estoy viviendo tiempo prestado,

quiero aprovecharlo al máximo. Y me mostraste este mundo totalmente

distinto, con dragones y magia y reinas y gatos que hablan. ¿Cómo iba a dejarlo

pasar?

No podía responder, sobre todo porque mi garganta se sentía sospechosamente

apretada. Kenzie alargó tanto los brazos y entrelazó las manos detrás de mi

cabeza, mirándome. Sus ojos eran tiernos mientras se inclinaba.

5Puenting (En inglés bungee jumping o bungy jumping): actividad en la cual una persona se lanza

desde una altura, generalmente cientos de metros, con uno de los puntos de la cuerda elástica

atada a su cuerpo o tobillo, y el otro extremo sujetado al punto de partida del salto.

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―Ethan, esta enfermedad, esta cosa dentro de mí... he hecho las paces con ella.

Pase lo que pase, no puedo evitarlo. Pero hay cosas que quiero hacer antes de

morir, toda una lista que sé que probablemente no terminaré, pero estoy segura

de que, infiernos, voy a tratar. “Ver a los Fey” no estaba en la lista, pero “ir a

algún lugar que nadie ha visto antes” lo est{. Así como “tener mi primer

beso”―. Ella agachó la cabeza, mientras se sonrojaba―. Por supuesto, nunca ha

habido un chico que haya querido que me bese ―susurró ella, mordiéndose el

labio―, hasta que te conocí.

Yo todavía estaba recuperándome de sus últimas palabras, por lo que la

admisión envió otra sacudida a través de mi estómago, girándolo de adentro

hacia afuera. Que esta extraña chica, esta obstinada, desafiante, alegre chica que

luchó y negocio con la reina hada y se enfrentaba a su propia mortalidad todos

los días, que incluso me siguió hasta Faery y no se iba de mi lado, incluso

cuando le ofrecieron un camino a casa, esta valiente chica desinteresada,

increíble, quería que la besara.

Maldita sea. ¿Estaba en lo profundo, verdad?

Sí, y no me importa.

Kenzie seguía mirando al suelo, y me di cuenta de que no le había respondido,

aún estaba recuperándome de ser cegado por mis propias emociones.

―Pero entiendo si no quieres ―prosiguió en una alegre forzada voz, dejando

caer los brazos―. No es justo para ti, involucrarte con alguien como yo. Fue

estúpido de mi parte decir algo ―habló r{pidamente, tratando de convencerse

a sí misma, y me sacó de mi trance―. No sé cu{nto tiempo voy a tener, y,

¿quién quiere pasar por esto? Simplemente va a terminar rompiendo nuestros

corazones. Por lo tanto, si no quieres empezar nada, eso está bien, lo entiendo.

Yo sólo<

La besé, parando sus argumentos. Ella hizo un pequeño ruido de sorpresa antes

de que se relajara en mí con un suspiro. Sus manos se ataron alrededor de mi

cuello y las mías se deslizaron en su cabello, hasta la parte baja de su espalda,

sosteniéndonos juntos. No más ilusiones, no ocultando más de mí mismo.

Necesitaba esta chica, necesitaba su risa e intrepidez, la forma en que me seguía

empujando, negándose a dejarse intimidar. Mantenía a la gente en plena

competencia durante tanto tiempo, con miedo de lo que les pudieran hacer si se

me acercaban, pero no podía hacer eso más. No con ella.

Parecía un largo tiempo antes de que finalmente nos retiráramos. Los sonidos

aleatorios de los primeros mestizos hicieron eco, el pozo aún estaba oscuro, frío

y no escalable, pero yo ya no estaba contento con sentarme aquí y aceptar

nuestro destino. Todo era diferente. Tenía algo por qué luchar, una razón real

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para llegar a casa. Kenzie no dijo nada inmediatamente después. Ella parpadeó

y se veía un poco aturdida cuando me retiré. No podía dejar de sonreír.

―Oh, wow ―bromeé en voz baja―. ¿He dejado muda a Mackenzie St. James?

Ella soltó un bufido.

―Difícilmente, pero te invito a intentarlo de nuevo.

Sonriendo, la atraje hacia mí para otro beso. Se movió para que sus rodillas se

enrollaran en mi cintura y enterró sus manos en mi cabello, sosteniendo mi

cabeza. Envolví mis brazos alrededor de la parte baja de la espalda y dejé que la

sensación de sus labios me llevara.

Esta vez, Kenzie fue quien se echó hacia atrás, todo rastro de diversión se había

ido mientras me miraba, con la reflexión destellando detrás de los ojos.

―Prométeme que no vas a desaparecer cuando lleguemos a casa, chico rudo,

―susurró, y, aunque su tono era ligero, su mirada era solemne―. Me gusta este

Ethan. No quiero que regreses a ser el que eras en el torneo una vez que

estemos seguros.

―No puedo prometer que nunca lo volver{s a ver ―le dije―. Los fey todavía

irán tras de mí, no importa lo que haga. Pero no iré a ninguna parte.

―Acercándome, le aparte el cabello de sus ojos, sonriendo con pesar―. Todavía

no estoy seguro de cómo va a funcionar cuando lleguemos a casa, pero quiero

estar contigo. Si quieres que sea tu novio e ir a fiestas y pasar el rato con tus

amigos descerebrados... lo intentaré. No soy el mejor en ser normal, pero voy a

darle una oportunidad.

―¿En serio? ―Ella sonrió, y sus ojos brillaban―. Tú... tú no est{s diciendo eso

porque sientes pena por mí, ¿verdad? No quiero que la culpa te haga hacer las

cosas, sólo porque estoy enferma.

No, Mackenzie. Me enamoré de ti mucho antes de eso, solo que no lo sabía.

―Voy a demostrártelo, entonces ―le dije, pasando mis manos por su espalda,

atrayéndola m{s cerca―. Una vez que salgamos de aquí, voy a mostrarte que

nada ha cambiado. ―Y todo ha cambiado―. ¿Trato?

Ella asintió con la cabeza, y una lágrima se extendió finalmente, corriendo por

su mejilla. La aparte con mi pulgar.

―Trato ―susurró, cuando llegué a besarla una vez m{s―. Pero, um... ¿Ethan?

―¿Sí?

―Creo que algo nos est{ mirando.

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El Escape

Traducido por Sisabel1320 Corregido por LuciiTamy

Con cautela, miré hacia arriba, justo cuando algo brillante cayó del techo,

parpadeando brevemente al chocar contra el suelo a unos metros de distancia.

Desconcertado, solté a Kenzie y me levanté, entrecerrando los ojos mientras

caminaba. Cuando pude ver claramente en la oscuridad, mi corazón se detuvo.

Mis espadas. O una de ellas, en cualquier caso.

De pie en un primer punto en la arena. Incrédulo, la recogí y me pregunté

cómo había llegado hasta allí.

Se oyó un zumbido familiar en la pared por encima. Mi corazón saltó, miré

hacia arriba para notar un par de ojos verdes brillantes, petulantes.

Razor me sonrió, con los dientes de un azul-blanco de media luna en la

oscuridad. Un larguirucho brazo todavía sujetaba mi segunda hoja.

―¡Te encontré! ―zumbó él.

Kenzie se quedó sin aliento, y el gremlin rió, sacudiendo la espada. La lanzo por

el aire en un elegante arco y aterrizó con la empuñadura a mis pies.

Escabulléndose a lo largo de la pared, el gremlin se lanzó hacia Kenzie,

aterrizando en sus brazos con un grito jubiloso.

―¡Te encontré! ―exclamó él de nuevo, mientras ella rápidamente lo hizo callar.

Sonrió, pero bajó la voz en un susurro est{tico―. ¡Te encontré! ¡Razor ayuda!

Mira, ¿ves? Razor trajo espadas caídas al chico tonto.

―Razor, ¿est{s bien? ―le preguntó Kenzie, sosteniéndolo con el brazo

extendido para mirarlo de cerca. Una de sus orejas estaba rota, colgando

l{nguidamente en un {ngulo, pero aparte de eso, parecía estar bien―. Ese

Olvidado te dio bastante duro ―reflexionó ella, tocando la oreja lastimada―.

¿Estás herido?

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―¡Gatito malo! ―gruñó Razor, moviendo la cabeza como si estuviera

espantando una mosca―. ¡Malvado, solapado y desagradable gato! Chico

debería recortar fuera su nariz, sí. Atarlo en una roca hasta la cola y tirar al

gatito en el lago. ¡Contempla al gatito hundirse, ja!

―Parece que él est{ bien ―le dije, enfundando mi segunda hoja. Alivio y

esperanza se propagaron a través de mí. Ahora que estaba armado de nuevo, el

futuro parecía mucho menos sombrío. Nosotros en realidad podríamos salir de

aquí―. Razor, ¿llegaste a ver a Keirran en algún lugar? ¿O Annwyl?

Antes de que pudiera responder, un movimiento arrastrado en lo alto nos

silenció, y nos presionamos contra la pared, mirando hacia arriba. Un momento

después, la voz de la anciana flotó hacia abajo en el agujero.

―Ethan Chase. La Dama le ver{ ahora.

Kenzie se estremeció y se apretó, sujetando mi mano, cuando el brillo de los

ojos del gato-hada apareció sobre la boca de la fosa.

―¿Me han oído, humanos? ―llamó en tono impaciente―. Cuando bajemos los

escalones, sólo el chico Chase subirá. Él será escoltado hasta la Dama. Cualquier

persona que lo siga será echada de regreso al agujero, sin una escalera. Así que

no intenten cualquier cosa.

Su cara arrugada se dividió en una sonrisa maligna, y desapareció. Me volví

hacia Kenzie.

―Cuando suba por ahí ―dije en voz baja―, ¿pueden tú y Razor darme una

distracción? ―Miré a Razor, escondido en su largo cabello negro, y luego de

nuevo a la chica―. Sólo necesito unos segundos. ¿Crees que pueden hacer eso?

Ella se veía pálida pero decidida.

―Claro ―susurró―. No hay problema. Las distracciones son nuestra

especialidad, correcto, ¿Razor?

El gremlin se asomó por la cortina de su cabello y le dio un zumbido silencioso.

Yo

aparté un mechón de sus ojos, tratando de sonar calmado.

―Espera hasta que esté casi arriba ―le dije, sin meterme mi camisa, tirando del

dobladillo sobre las empuñaduras de las espadas―. Entonces, haz lo que tengas

que hacer. Nada peligroso, sólo asegúrense de que estén sin mirarme cuando

suba. Además, aquí. ―Saque fuera una espada, funda y todo y se la entregué a

ella―. En caso de que esto no salga según lo planeado, esto te dar{ una

oportunidad de pelear.

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―Ethan.

Tome su mano, luchando contra el impulso de atraerla hacia mí.

―Vamos a salir de aquí, ahora.

Con un sonido chirriante, la escalera se dejó caer en el hoyo. Apreté el brazo de

Kenzie y di un paso hacia adelante, caminando a través de la arena a la pared

opuesta. Vi a Todd acurrucado en un rincón, con la cabeza enterrada en las

rodillas, ni siquiera mirando a la escalera, y apreté los puños. Maldita sea, lo que

ellos te hicieron fue imperdonable. Incluso si no se puede arreglar eso, voy a llevarte a

casa, te lo juro. Voy a llevarnos a todos nosotros a casa.

Mis pasos resonaban fuerte contra los peldaños mientras empezaba a subir,

haciéndose eco de mi corazón golpeando.

Seis pasos de la parte superior, pude ver al corpulento Olvidado de tres brazos,

bostezando mientras tenía la mirada perdida en la distancia.

Cuatro pasos de la parte superior, pude ver la viejo gato-hada y un par de

insectos fey, uno sostenía un rollo de cuerda en sus largas garras.

Otros dos aguardaban en la entrada, flotando a unos cuantos centímetros por

encima del suelo.

A dos pasos de arriba, Razor abruptamente se dejó caer en la cabeza del hada

de tres brazos.

―¡GATITO MALO! ―gritó con sus pulmones desde arriba, haciendo que todos

en la sala saltaran en shock. El Olvidado de tres brazos dio un grito y golpeó a

la cosa en la cabeza, pero Razor salto justo a tiempo, y la enorme hada golpeó

su propio cráneo con fuerza suficiente para hacerlo retroceder un paso.

Saqué mi espada y salté fuera del hoyo, la hoja parpadeando. Corté a través de

un larguirucho cuerpo, esquivé el segundo mientras se inclinaba hacia mí, y le

corté el cuello.

Ambos se disolvieron en niebla, y me fui hacia el viejo gato-hada, con la

intención de cortar esa mala sonrisa de su rostro marchito. Ella siseó y saltó

lejos, aterrizando detrás de los dos guardias en la boca del túnel.

―¡Deténganlo! ―escupió, y los Olvidados se acercaron a mí, incluyendo el

enorme hada de tres brazos, un garrote apretado en su tercera mano. Esquivé el

primer golpe, pero levanto sus feroces garras, oblig{ndome a retroceder―. ¡No

puedes escapar, Ethan Chase! ―dijo el gato-hada triunfante, mientras luchaba

para evitar ser rodeado. El garrote se agitaba por encima de mi cabeza y se

estrelló contra la pared, bañ{ndome con rocas―. Ríndete, y nosotros te

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llevaremos a la Dama. Tu muerte podría ser dolorosa si no te rindes<

¡Aaaaaagh!

Su advertencia se fundió en un aullido de dolor cuando Razor cayó detrás de

ella, la agarró de la flaca cola, y mordió con fuerza. El gato-hada giro,

arañándolo, y perdí a ambos mientras tres hadas se apiñaban.

Luchando contra los olvidados, vi tirar a Kenzie de sí misma fuera de la fosa,

con la espada en la mano. Sus ojos brillaban cuando salió por detrás de una

descomunal hada y se volvió golpeándolo ferozmente en la parte posterior de

sus rodillas. Gritando de dolor, el Olvidado tropezó, se tambaleó hacia atrás, y

cayó. Kenzie lo esquivó a un lado cuando la enorme hada se dejó caer en el

hoyo con un aullido.

Cortando a través de los dos últimos guardias, me abalancé hacia donde el gato

estaba retorciendo y arañando el aire detrás de ella, tratando de alcanzar al

gremlin tenazmente aferrado a su cola. Ella levantó la vista cuando entré, hizo

un último intento de huir, pero mi espada destelló hacia abajo a través de su

cuello y ella estalló en niebla.

Jadeando, bajé mi espada, tropezando de nuevo cuando Razor parpadeó,

sonriendo mientras lo que había sido el gato-hada se agitó en el suelo y se

evaporó.

―Gatito malo ―zumbó, que sonó en tono petulante mientras miraba hacia

mí―. No m{s gatito malo. ¡Ja!

Sonreí, girándome a Kenzie, pero entonces mi corazón se paralizo y empecé a

gritar una advertencia.

El corpulento olvidado que ella había lanzado en el hoyo había arañado de

algún modo su forma de nuevo, se cernió detrás de ella con su garrote

levantado. En la expresión de mi cara, ella se dio cuenta de lo que estaba

sucediendo y comenzó a darse la vuelta, levantando sus brazos, pero el garrote

barrio hacia abajo y yo sabía que iba a llegar demasiado tarde.

Y entonces... no sé qué pasó. Una sombra oscura sin rasgos surgió,

aparentemente de la nada entre Kenzie y el gran olvidado. Una espada destelló,

y el golpe que probablemente le habría aplastado su cráneo, golpeó su hombro

en su lugar. El impacto fue aún suficiente para derribarla a un lado, y ella se

arrugó contra la pared, jadeando en dolor, mientras la sombra se desvaneció tan

pronto como apareció.

Ira me cegó. Corriendo hacia adelante, salté al Olvidado con un grito,

cortándolo con furia. Él gritó e intento golpearme con su garrote en mi cabeza,

pero me encontré golpeándolo con mi espada, cortándole el brazo desde de su

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pecho. Aullando de dolor, el hada recurrió a golpearme con sus enormes puños.

Lo esquivé de nuevo, arrebatando del suelo la espada caída y me acerqué para

encontrarme con el furioso Olvidado. Esquivando los salvajes balanceos, me

lancé más allá del guardia y hundí ambas cuchillas en su pecho con un gruñido.

El Olvidado se desvaneció en niebla, todavía gritando maldiciones. Sin dar un

segundo vistazo, corrí a través de su cuerpo disolviéndose hacia el lado lejano

de la pared. Kenzie estaba luchando por ponerse derecha, haciendo muecas,

sosteniendo su brazo con una mano.

Razor saltaba cerca arriba y abajo, con un zumbido de alarma.

―¡Kenzie! ―Llegué a ella, tomé su brazo y muy suavemente palpé a lo largo de

la extremidad, comprobando si había bultos o huesos rotos.

Milagrosamente todo parecía intacto, a pesar del enorme moretón verde que ya

empezaba a deslizarse hacia abajo en su hombro. Placa de coraje, Guro la hubiera

llamado. Él habría estado orgulloso.

―Nada est{ roto ―murmuré aliviado, y levanté la mirada hacia ella―. ¿Est{s

bien?

Ella hizo una mueca.

―Bueno, considerando que hoy he sido apuñalada, empujada, golpeada y

amenazada con tener mi garganta abierta y cortada, supongo que no puedo

quejarme. ―Su frente se frunció, y miró alrededor de la cueva―. Adem{s, me

pareció que era... ¿Has visto...?

Asentí con la cabeza, recordando la sombra que había aparecido, desviando el

golpe mortal, y desapareciendo con la misma rapidez. Había sucedido tan

rápido, si Kenzie no lo hubiera mencionado también, podría haber pensado que

estaba viendo cosas.

―Oh, bueno. Pensé que estaba teniendo alguna extraña alucinación cercana a la

muerte o algo. ―Kenzie miro al lugar donde el enorme Olvidado había muerto

y se estremeció―. ¿Alguna idea de lo que acaba de pasar ahí?

―No tengo idea ―murmuré―. Pero probablemente salvó tu vida. Eso es todo

lo que me importa.

―Tal vez para ti ―dijo Kenzie, arrugando la nariz―. Pero si voy a tener algún

tipo de oscuro ángel de la guarda colgando a mi alrededor, como que quiero

saber por qué. En caso de que esté en la ducha o algo.

―¿Kenzie?

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Una tenue y familiar voz surgió desde la oscuridad antes de que yo pudiera

responder. Los dos dimos un salto y miramos alrededor salvajemente.

―¿Ethan? ¿Est{s ahí?

―¿Annwyl? ―Kenzie miró alrededor, mientras Razor saltó a su hombro―.

¿Dónde estás?

―Aquí ―vino la respuesta débil, como amortiguada por las paredes. Me asomé

a lo largo del borde de la cueva y vi una puerta de madera en el otro extremo de

la habitación, casi oculta en la sombra. Una gruesa viga de madera la cerraba.

Corriendo hasta allí, empujamos la pesada viga fuera del camino y tiramos de

la puerta. Se abrió de mala gana, crujiendo en protesta, y dimos un paso

atravesándolo.

Kenzie ahogo un grito. Más allá la habitación estaba llena de jaulas, bronce o

cobre por el aspecto que tenían, que colgaban del techo por gruesas cadenas.

Ellas crujieron mientras se balanceaban yendo y viniendo, estrechas, celdas

cilíndricas que apenas daban espacio suficiente para girar alrededor. Todas

estaban vacías, excepto una.

Annwyl estaba acurrucada en una de las jaulas, con las rodillas contra el pecho

y sus brazos alrededor de ellas. En la oscuridad de la habitación, iluminada sólo

por una única vacilante antorcha en la pared del fondo, se veía pálida y enferma

y miserable cuando levantó la cabeza, con los ojos muy abiertos.

―Ethan ―susurró ella con un temblor en su voz―. Kenzie. Est{n aquí.

¿Cómo... cómo me han encontrado?

―Te diré m{s tarde ―dijo Kenzie, mirando furiosa mientras agarraba los

barrotes que las separaba. Razor zumbo con furia y saltó a la cima de la jaula,

haciendo sonar el armazón―. Por ahora, vamos a salir de aquí. ¿Dónde est{n

las llaves?

Annwyl asintió con la cabeza a un puesto donde un anillo de llaves de bronce

colgaba de una percha de madera.

Después de abrir la jaula, ayudamos a Annwyl a bajar. La chica de Verano

tropezó ligeramente mientras salía de la jaula, apoyándose en mí por soporte. El

Olvidado probablemente había agotado la mayor parte de su glamour; se sentía

tan delgada y frágil como un manojo de ramitas.

―¿Hay otros? ―le dije mientras ella respiraba profundamente varias veces,

como si respirara aire limpio por primera vez. Annwyl se estremeció

violentamente y negó con la cabeza.

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―No ―susurró―. Sólo yo. ―Se volvió y asintió con la cabeza a las jaulas

vacías, colgando de sus cadenas―. Cuando me trajeron por primera vez aquí,

había algunos otros cautivos. Feys exiliados como yo. Un sátiro y un par de

ninfas de madera. Un goblin. Pero... pero luego se los llevaron los guardias. Y

nunca volvieron. Yo estaba segura de que era sólo cuestión de tiempo antes de

que yo... fuera llevada a ella, también.

―La Dama ―murmuré oscuramente. Annwyl se estremeció de nuevo.

―Ella... ella se los come ―susurró, cerrando los ojos―. Ella drena su glamour,

lo succiona dentro de sí misma, al igual que sus seguidores, hasta que no queda

nada. Ese es el por qué tantos exiliados se han ido. Ella necesita un suministro

constante de magia para ponerse fuerte de nuevo, al menos eso es lo que sus

seguidores me dijeron. Así que ellos salen fuera todas las noches, capturan

exiliados y mestizos, y los arrastran de regreso aquí para ella.

―¿Dónde est{ Keirran? ―le pregunté, sosteniéndola con el brazo extendido―.

¿Lo has visto?

Ella negó con la cabeza frenéticamente.

―Él... esta con ella ―dijo al borde de las l{grimas―. Estoy muy preocupada...

¿y si le ha hecho algo? ―Se cubrió el rostro con una mano―. ¿Qué voy a hacer

si él se ha ido?

―¡Amo! ―Encaramándose en el hombro de Kenzie nuevamente, Razor hizo

eco de su miseria, tirando de sus orejas―. ¡Amo se ha ido!

Suspiré, tratando de pensar por encima del llanto del gremlin.

―Muy bien ―murmuré, y me volví a Kenzie―. Tenemos que sacar a Todd y a

los demás de aquí. ¿Recuerdas el camino por el que nos trajeron?

Ella hizo una mueca, tratando de callar al pequeño fey de Hierro.

―Apenas. Pero la cueva est{ infestada con Olvidados. Tendremos que pelear

nuestro camino afuera.

Annwyl se enderezó, tomando un profundo aliento.

―Espera ―dijo ella, pareciendo componerse a sí misma, su voz cada vez más

fuerte―. Hay otro camino. Puedo sentir que el camino de hadas se encuentra en

este lugar, y desemboca debajo de un puente en el mundo mortal. No está lejos

de aquí.

―¿Puedes llevarnos a todos allí? ¿Y abrirlo?

―Sí. ―Annwyl asintió y sus ojos brillaban―. Pero no me iré sin Keirran.

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―Lo sé. Vamos. ―La llevé fuera de la habitación, de nuevo a la cámara que

contenía el agujero gigante. Arrastrando la escalera de la pared, la dejé caer

dentro del agujero.

―Est{ bien ―murmuré, mirando hacia la oscuridad. Susurros y un flujo de

pasos arrastrando los pies fuera del hoyo―. Esperen aquí ―le dije a Kenzie y

Annwyl―. Voy a estar de vuelta, esperemos que con un montón de gente loca.

―Espera ―dijo Kenzie, deteniéndome―. Yo debería ir ―dijo, y levantó una

mano mientras yo protestaba―. Ethan, si algo viene a esta habitación, no voy a

ser capaz de detenerlo. Tú eres el que tiene las locas habilidades con la espada.

Además, tú no eres la presencia más reconfortante para llevar un montón de

asustada, gente loca a salvo. Si ellos empiezan a llorar, tú simplemente no

puedes tronar tus nudillos y amenazarlos para conseguir que se muevan.

Fruncí el ceño.

―No usaría mis puños. La espada es mucho más amenazante.

Ella rodo los ojos y me entregó al gremlin, que corrió a mi hombro.

―Sólo hacen guardia. Voy a empezar a enviarlos para arriba.

Unos minutos más tarde, un grupo de harapientos, humanos de aspecto

aturdido se agruparon en el túnel, murmullos y susurros provenían de ellos.

Todd estaba entre ellos. Él miró alrededor de la caverna con una expresión en

blanco que puso mi piel de gallina. Esperaba que cuando él saliera de aquí

volvería a la normalidad. Nadie veía a Annwyl o a Razor, o parecía darse

cuenta de ellos. Estaban como ovejas, pasivos y torpes, esperando que algo

sucediera. Annwyl los miró a todos y se estremeció.

―Qué horror ―susurró, frotando sus brazos―. Ellos se sienten tan... vacíos.

―Vacío ―zumbo Razor―. Vacío, vacío, vacío.

―¿Estos son todos? ―pregunté cuando Kenzie se arrastró de nuevo hasta la

escalera. Asintió mientras Razor regreso con ella―. Muy bien, todos

permanezcan juntos. Esto va a ser interesante.

Tirando de mis armas, caminé al borde del túnel, donde se dividía en dos

direcciones, y miré con atención. Sin Olvidados, no todavía.

―Ethan. ―Kenzie y Annwyl se unieron a mí en el borde, el grupo las siguió en

silencio. Annwyl agarró mi brazo―. Yo no me voy. No sin él.

―Lo sé. No te preocupes. ―Sacudí sus dedos, luego me volví y le entregué una

espada a Kenzie―. S{calos de aquí ―le dije―. Toma a Annwyl, llega a la

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salida, y no mires atrás. Si algo intenta detenerte, haz lo que sea que puedas

para no ser atrapada de nuevo.

―¿Qué hay de ti?

Suspiré, mirando abajo hacia el túnel.

―Voy a regresar por Keirran.

Ella parpadeó.

―¿Solo? Tú ni siquiera sabes dónde est{ él.

―Sí, lo sé ―rastrillé una mano a través de mi cabello, y me enfrenté a la

oscuridad, decidido a no tener miedo―. Él va a estar con la Dama.

Dondequiera que ella esté, lo encontraré también a él.

―¿Amo? ―Razor se animó, ojos flameando con esperanza―. ¿Razor ir?

¿Encontrar Amo?

―No, te quedas, Razor. Protege a Kenzie. ―El gremlin zumbo triste pero

asintió con la cabeza.

Susurros oscuros hicieron eco detrás de nosotros. El grupo de antiguos mestizos

estaban agitándose nerviosamente, murmurando "la Dama", una y otra vez,

como un canto. Esto hizo que mi estómago se revolviera por los nervios.

―Aquí, entonces. ―Kenzie me entregó de nuevo la espada―. Tómala. No la

necesitare en estos momentos.

―Pero<

―Ethan, confía en mí, si algo nos encuentra, no vamos a estar peleando, vamos

a estar corriendo. Si vas a regresar, vas a necesitarla más que yo.

―Voy a ir contigo ―dijo Annwyl.

―No ―mi voz sonó aguda―. Kenzie te necesita para abrir el camino de hadas

cuando lleguen allí. No funciona para humanos. Además, si algo te sucede, si

te atrapan o amenazan de alguna manera, Keirran no tratará de escapar. Él sólo

vendrá conmigo si sabe que estás a salvo.

―Quiero ayudar. No voy a abandonarlo<

―Maldita sea, si tú lo quieres, ¡lo mejor que puedes hacer es irte! ―solté,

dándole vueltas. Ella parpadeó y se echó hacia atrás―. ¡Keirran está aquí por tu

culpa! Eso es lo que nos metió en este lío en primer lugar. ―La miré fijamente, y

el hada bajó su mirada. Con un suspiro, bajé mi voz―. Annwyl, tienes que

confiar en mí. No voy a volver sin él, te lo prometo.

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Ella luchó un momento más, luego asintió con la cabeza.

―Te voy a hacer mantener esa promesa, humano ―murmuró al fin.

Kenzie de repente me tomó del brazo.

―Lo haré, también ―susurró mientras yo miraba sus ojos. Ella sonrió

débilmente, tratando de ocultar su miedo, y me apretó la mano―. Así que ser{

mejor que vuelvas, chico duro. Tienes una promesa que mantener, ¿recuerdas?

El impulso de besarla entonces era casi insoportable. Suavemente, ahueque su

mejilla, tratando de transmitir mi promesa, lo que sentía, sin palabras. Kenzie

puso su mano sobre la mía y cerró los ojos.

―Ten cuidado ―susurró.

Asentí.

―Tú también.

Al abrir los ojos, ella me soltó y dio un paso atrás.

―Vamos a estar en Belvedere Castle ―dijo ella, con sus ojos sospechosamente

brillantes―. Así que nos reuniremos allí cuando encuentres a Keirran.

Estaremos esperándolos a los dos.

Todd habló entonces, su voz resonaba plana sobre el resto.

―Si est{s buscando a la Dama, ella est{ en el último piso ―afirmó―. Ahí es de

donde solían venir los gritos.

Un escalofrío me recorrió. Dando a Kenzie y los demás una última mirada, me

volví, agarrando mis armas y desapareciendo en el túnel.

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La Dama

Traducido por Sisabel1320

Corregido por LuciiTamy

Me abrí paso a través de la oscuridad del agujero de los Olvidados,

manteniéndome en las sombras, presionado contra las rocas o detrás de los

cantos rodados. En una cueva real, no con luz artificial, sería imposible ver tu

mano delante de tu cara. Aquí, en el Between, la cueva brillaba con cristales

luminosos y setas, esparcidos en las paredes y en el techo. Musgo y helechos

coloridos creciendo alrededor de un estanque verde claro en el centro de la

caverna principal, donde una pequeña cascada corría desde arriba en la

oscuridad.

Un flujo de Olvidados a través de los túneles, pálidos y trémulos contra la

oscuridad, aunque no eran tantos como me temía en primer lugar. Tal vez la

mayoría de ellos estaban fuera cazando, ya que tenían que alimentarse

regularmente del glamour de un fey para vivir.

Algunos no eran más que sombras transparentes, mientras que otros parecían

mucho más sólidos, incluso ganando un poco de color otra vez. Me di cuenta de

que el hada menos "real" estaba vagando alrededor como en un sueño, como si

no pudiera recordar lo que estaba haciendo. Casi corrí directo hacia una

criatura serpiente con múltiples brazos que salía de un túnel, me lance detrás de

una estalactita para evitarlo, haciendo mucho ruido. El hada miró hacia mi

escondite por unos pocos segundos, parpadeando, luego pareció perder interés

y se deslizó hacia abajo a otro pasillo. Con un suspiro de alivio, continué.

Abrazando las paredes, poco a poco hice mi camino a través de las cavernas y

túneles, buscando a Keirran y a la Dama. Esperaba que Kenzie y Annwyl

pudieran llevar a los otros fuera, y esperaba que estuvieran a salvo. No puedo

preocuparme por ellos ahora. Si esta Dama era tan poderosa como me temía, la

Reina de los Olvidados, sospechaba, entonces tenía más que suficiente para

preocuparme por mí mismo.

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Pasando otro brillante grupo, un arco de piedra se levantó de la pared y el

suelo, antorchas azules encendidas en cada lado. Lucía bastante oficial, como la

entrada de la cámara de una reina, tal vez.

Agarrando mis armas, tomé un profundo respiro y caminé bajo el arco.

El túnel más allá de la puerta era sinuoso pero corto, y pronto un débil

resplandor flotaba en el final. Me arrastré hacia adelante, permaneciendo en las

sombras, y miré furtivamente dentro de la sala del trono de la Dama.

La caverna a través del arco no era enorme, a pesar de que brillaba con miles de

cristales de color azul, verde y amarillo, algunos diminutos, algunos tan

grandes como yo, que sobresalían de las paredes y el piso. Varias columnas de

piedra maciza, entrelazadas con los esqueletos de dragones y otros monstruos,

se alineaban en la forma de un trono de cristal cerca del final de la sala.

Sentada en el trono, flanqueada por caballeros inmóviles con armaduras de

hueso, estaba una mujer.

Mi respiración se cortó. La Dama de los Olvidados no era monstruosa, o de

aspecto cruel o una terrible reina loca sollozando demencia.

Ella era hermosa.

Durante unos segundos, no pude dejar de mirarla, ni siquiera podía apartar mis

ojos de ella.

Al igual que el resto de los Olvidados, la Dama estaba pálida, pero un poco de

color teñía sus mejillas y labios carnosos, y sus ojos eran de un llamativo azul

cristal, a pesar de que cambiaban de color en la tenue luz, desde azul a verde y

a ámbar y viceversa. Su largo cabello era incoloro, retorciéndose lejos en la

niebla en los extremos, como si todavía no estuviera muy sólido. Vestía una

ondulante túnica con cuello alto, y el rostro en el interior era joven, perfecto y

dolorosamente triste.

Por un momento de locura, mi cerebro se cerró, y me pregunté si todo esto

estaba mal. Tal vez la Dama era una prisionera de los Olvidados, también, tal

vez no tenía nada que ver con las desapariciones y asesinatos y el horrible

destino de los mestizos.

Pero entonces vi las alas, o mejor dicho, los huesos rotos de lo que habían sido

alas, alzadas desde sus hombros para enmarcar la silla. Al igual que el otro

Olvidado. Sus ojos cambiaron de verde a negro puro, y la vi llevar una delgada

mano blanca a una figura de pie a los pies del trono.

―Keirran ―susurré. El príncipe de Hierro no se veía nada perjudicado por el

desgaste, sin obligación y libre, mientras tomaba la mano que le ofrecía y se

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acercaba más a la Dama. Ella pasó sus largos dedos por su cabello plateado, y él

no se movió, estando de pie hizo una reverencia con su cabeza. Vi sus labios

moverse, y él podría haber dicho algo, pero sus voces eran demasiado suaves

para escuchar.

Ira llameo, y apreté mis puños alrededor de mis espadas. Keirran estaba

todavía armado, pude ver la espada en su espalda, pero él no haría nada que

pusiera en peligro a Annwyl. ¿Qué tan fuerte era la Dama? Si yo irrumpiera

ahora, ¿podríamos pelear nuestra salida? Conté cuatro guardias que rodeaban

el trono, con ojos brillando verde bajo sus cascos óseos. Ellos parecían bastante

resistentes, pero era posible que nosotros pudiéramos hacerlos caer juntos. Si

tan sólo pudiera llamar su atención...

Un segundo más tarde, sin embargo, no importaba.

La Dama de repente dejó de hablar con Keirran. Levantó la cabeza, miró

hacia mí, todavía oculto en las sombras. La vi levantar las cejas con sorpresa, y

luego sonrió.

―Hola, Ethan Chase ―su voz era clara y suave, y su sonrisa era

desgarradora―. Bienvenido a mi reino.

Maldita sea. Irrumpí desde mi escondite, mientras Keirran dio la vuelta, sus ojos

muy abiertos en shock.

―Ethan ―exclamó mientras yo caminaba adelante, mis hojas sujetas a mi lado.

Los guardias comenzaron a avanzar, pero la Dama levantó una mano, y se

detuvieron―. ¿Qué haces aquí?

―¿Qué crees que estoy haciendo aquí? ―dije bruscamente―. He venido a

sacarte de aquí. Puedes relajarte, Annwyl está a salvo. ―Me encontré con la

mirada de la Dama―. Lo mismo ocurre con Todd y todos los demás mestizos

que secuestraste. Y tú no le harás daño a nadie más, lo juro.

No esperaba una respuesta. Esperaba que Keirran girara alrededor, sacara su

espada, y todo el infierno se desatará mientras nosotros adelantábamos una

rápida retirada hacia la salida. Pero Keirran no se movió, y las siguientes

palabras habladas no eran suyas.

―¿Qué quieres decir, Ethan Chase? ―La voz de la Dama me sorprendió,

realmente confundida y en shock, tratando de entender―. Dime, ¿cómo yo he

lastimado a tus amigos?

―Es una broma, ¿verdad? ―Me detuve a unos pocos metros de los pies del

trono, mirando hacia ella. Keirran, rígido a su lado, miraba con recelo. Me

preguntaba cuándo iba a apartarse, en caso de que tuviéramos que luchar

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nuestra salida. Esos caballeros de hueso en cada esquina del trono parecían

bastantes fuertes.

―Te voy a dar un resumen, entonces ―le dije a la Reina de los Olvidados, que

ladeó su cabeza hacia mí―. Tú secuestraste a mi amigo Todd desde su casa y lo

arrastraste aquí. Secuestraste a Annwyl para forzar a Keirran a venir a ti. Has

matado quién sabe cuántos exiliados, y, oh, sí... volviste mortales a todos los

mestizos por succionar su glamour. ¿Qué te parece mal, entonces?

―Los mestizos no debían ser dañados ―dijo la Dama en calma, con voz

razonable―. Nosotros no matamos si no hay necesidad. Eventualmente, ellos

eran regresados a sus hogares. En cuanto a perder su "calidad de fey", ahora

que son mortales, el mundo oculto nunca los molestara de nuevo. Pueden vivir

vidas más felices y más seguras ahora que son normales. ¿Tú no estarías de

acuerdo en que es la mejor opción, Ethan Chase? ¿Tú, que has sido atormentado

por los feys toda tu vida? Seguramente tú entenderás.

―Yo... Eso es... eso no es una excusa.

―¿No lo es? ―La Dama me dio una suave sonrisa―. Ellos son más felices

ahora, o lo serán, una vez que regresen a casa. No más pesadillas acerca de las

hadas. No más miedo de lo que los "pura-sangre" podrían hacerles. ―Ella

inclinó su cabeza otra vez, comprensiva―. ¿No te gustaría ser normal?

―¿Qué pasa con los exiliados ―le respondí, decidido a no darle la ventaja en

este extraño debate. Maldita sea, ni siquiera debería tener que discutir sobre esto.

Keirran, ¿qué demonios estás haciendo?―. No hay duda de lo que le hiciste a ellos

―continué―. No me puedes decir que son felices estando muertos.

―No. ―La Dama cerró los ojos un instante―. Lamentablemente, no puedo. No

hay excusa para ello, y me rompe el corazón, lo que debemos hacer a nuestros

antiguos hermanos para sobrevivir.

Un pequeño movimiento de Keirran, sólo una mínima contracción de su

mandíbula. Bueno, al menos eso es algo. Sigo sin saber qué crees que estás haciendo,

Príncipe. A menos que ella tenga una deuda o un glamour en ti. De alguna manera, lo

dudaba. El príncipe de Hierro se veía bien cuando entré por primera vez, él

todavía estaba actuando por voluntad propia.

―Pero ―continuó la Dama―, nuestra supervivencia está en juego aquí. Yo

hago lo que tengo que hacer para asegurar que mi pueblo no se desvanecerá de

nuevo. Si hubiera otra manera de vivir, para existir, con mucho gusto la

aceptaría. Como tal, nosotros sólo nos alimentamos de los exiliados, los que han

sido desterrados al reino de los mortales. El hecho de que ellos se desvanecerán

con el tiempo es un pequeño consuelo para lo que debemos hacer, pero

nosotros debemos tomar nuestra comodidad en lo que podamos.

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Finalmente miré a Keirran.

―Y tú. ¿Estás de acuerdo con todo esto?

Keirran inclinó la cabeza y no encontró mi mirada. La Dama se acercó y

tocó la parte de atrás de su cuello.

―Keirran entiende nuestra situación ―susurró ella mientras yo miraba

fijamente, incrédulo―. Él sabe que debe proteger a mi pueblo de la inexistencia.

La humanidad ha sido cruel y se ha olvidado de nosotros, al igual que las

Cortes de Faery. Nosotros acabamos de regresar al mundo de nuevo. ¿Cómo

podemos volver a la nada?

Negué con mi cabeza, incrédulo.

―Odio tener que decírtelo, pero le prometí a alguien que no me iría sin el

príncipe de Hierro, allí ―apunté una espada a Keirran, que levantó la cabeza y

finalmente me miró. Yo le devolví la mirada―. Y voy a mantener mi promesa,

incluso si tengo que romperle ambas piernas y llevármelo fuera yo mismo.

―Entonces, lo siento, Ethan Chase. ―La Dama se echó hacia atrás, mirándome

con tristeza―. Deseaba que nosotros pudiéramos haber llegado a un acuerdo.

Pero no puedo permitir que regreses a la Reina de Hierro con nuestra ubicación.

Por favor comprende, lo hago sólo para proteger a mi gente.

La Fama levantó su mano, y los caballeros de hueso de pronto se lanzaron hacia

delante, sacando sus espadas mientras lo hacían. Sus armas eran de color blanco

puro y dentadas en un extremo, como un diente gigante de Razor.

Me encontré con el primer guerrero que venía sobre mí, golpeando a un lado su

espada y moviendo instantáneamente mi segunda hoja en su cabeza. Ocurrió en

el espacio de un parpadeo, pero el hada la esquivó, a la espada le faltó una

pulgada.

Maldita sea, son rápidos. Otro cortó hacia mí desde un lado, y apenas lo esquivé,

sintiendo el borde dentado de la espada capturando mi camisa. Desviando otro

golpe, inmediatamente tuve que apartarme bruscamente mientras los otros me

rodeaban, sin darme tiempo a cualquier contraataque. Ellos me empujaron

hacia una esquina, defendiéndome desesperadamente de puñaladas

cegadoramente rápidas y estocadas. Demasiados. Había muchos de ellos, y eran

buenos.

―¡Keirran! ―grité, agachándome detrás de una columna―. ¿Un poco de

ayuda?

Los caballeros lentamente me seguían alrededor del pilar, y a través de un corto

respiro, vi que el príncipe de Hierro seguía de pie junto al trono, mirando. Su

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rostro estaba en blanco, sin mostrar emoción en su cara o en los ojos cuando los

caballeros se cernían sobre mí otra vez. Miedo se apoderó de mi corazón con

garras heladas. Incluso después de todo, todavía creía que él regresaría hacia mí

cuando lo necesitara.

―¡Keirran! ―grité de nuevo, esquivando cuando la espada del caballero se

estrelló contra la columna, rociándome con arena―. Maldita sea, ¿qué estás

haciendo? Annwyl está a salvo, ¡ayúdame!

Él no se movió, a pesar de que una expresión torturada cruzó brevemente su

rostro.

Aturdido y abruptamente furioso, me di la vuelta, pasando dentro de la

cubierta protectora de un caballero mientras él me cortaba, y arremetía

profundo. Mi hoja finalmente atravesó el pecho blindado, punzó entre las

ranuras de las costillas y se hundió profundamente.

El guerrero se convulsionó, se tambaleó lejos, y se convirtió en niebla.

Pero mi imprudente movimiento me había dejado descubierto por atrás, y no

era capaz de esquivar lo suficientemente rápido mientras otra espada

descendía, mirando mi pierna. Por un segundo, no me dolió. Pero a medida que

retrocedía, la sangre floreció en mis jeans, y luego el dolor me golpeó con una

inundación paralizante. Tropecé, apretando los dientes. Los tres caballeros

restantes seguían sin descanso, espadas levantadas. Al mismo tiempo, Keirran

se puso junto al trono, sin moverse, mientras los remotos ojos azules de la

Dama me siguieron por encima de su cabeza.

No puedo creer que él vaya a estar de pie allí y verme morir. Jadeante, me

defendí desesperadamente de un nuevo asalto de los tres caballeros, pero una

hoja me golpeó a través de mi brazo, haciendo que dejara caer una de mis

espadas.

Lo ataque y me anoté un hit a lo largo de la mandíbula del caballero, y se

tambaleó lejos en dolor, pero luego otro giró violentamente en mi cabeza, y

sabía que no sería capaz de evitar este completamente.

Levanté mi espada, y la hoja del caballero chocó contra ella y mi brazo,

golpeándome a un lado. La pierna me dolía arrugada debajo de mí, y sentí que

la hoja era arrancada de mis manos, resbalando a través del suelo. Aturdido,

miré hacia arriba para ver a los caballeros que se cernían sobre mí, espadas en

alto para el golpe mortal.

Esto es todo, entonces. Lo siento, Kenzie. Quería estar contigo, pero al menos estas a

salvo ahora. Eso es todo lo que importa.

La hoja brilló hacia abajo. Cerré los ojos.

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El chirrido de las armas sonó directamente por encima, haciendo a mi cabello

levantarse. Por un segundo, contuve el aliento, preguntándome cuándo

golpearía el dolor, me preguntaba si ya estaría muerto. Cuando nada pasó abrí

los ojos.

Keirran se arrodillaba delante de mí, brazo en alto, bloqueando la espada del

caballero con la suya.

La expresión en su rostro era de siniestra determinación. De pie, arrojo al

caballero y miró a los otros, quienes dieron un paso atrás, pero no bajaron las

armas. Sin mirar en mi dirección pero aún manteniéndose entre los caballeros y

yo, se volvió hacia el trono.

―Este no es el camino, mi señora ―llamó él. Maldiciéndolo mentalmente, me

esforcé en sentarme, luchando contra el dolor arañando mis brazos, piernas,

hombros, en todas partes realmente.

Keirran me dio una rápida mirada, como asegurándose de que todo estuviera

bien, aún con vida, y se volvió hacia la Reina de los Olvidados de nuevo.

―Simpatizo con su grave situación, lo hago. Pero no puedo permitir que dañe a

mi familia. Matar al hermano de la Reina de Hierro sólo le hará daño a su causa,

y traerá la ira de todas las Cortes sobre usted y sus seguidores. Por favor, que se

vaya. Déjenos ir a ambos.

La Dama lo miró fijamente, y luego levantó su mano otra vez. Al instante, los

caballeros de hueso retrocedieron, enfundando sus armas y regresando a su

lado.

Keirran todavía no me miro cuando envainó su propia espada e hizo una leve

reverencia.

―Tomaremos nuestro permiso, ahora ―dijo, y aunque su voz era cortés, no era

una pregunta o una solicitud―. Voy a pensar en lo que dijo, pero le pido que no

intente detenernos.

La Dama no contestó, y Keirran finalmente se inclinó, poniendo mi brazo

alrededor de sus hombros. Tuve la tentación de empujarlo, pero no sabía si mi

pierna se sostendría. Además, la habitación parecía estar girando.

―Que amable de tu parte que finalmente intervinieras ―gruñí, mientras nos

ponía a ambos de pie. El dolor estalló, y apreté mis dientes, mirándolo―. Eso

fue un cambio de corazón en el final, ¿o solo estabas a la espera del último

momento dramático?

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―Lo siento ―murmuró Keirran, estabilizándonos cuando tropecé―. Estaba

esperando... no tener que llegar a esto. ―él suspiró y me dio una mirada

seria―. Annwyl. ¿Ella está bien? ¿Está segura?

―Ya te dije que ella estaba bien. ―Mi pierna palpitaba, haciendo que mi

temperamento llameara―. ¡No gracias a ti! ¿Qué diablos está mal contigo,

Keirran? Pensé que te importaba Annwyl, ¿o no te importó que la dejaran en

una jaula, sola, mientras tú estabas aquí tomando el té con la Dama o lo que sea

que estabas haciendo?

Keirran palideció.

―Annwyl ―susurró él, cerrando los ojos―. Lo siento. Perdóname, no sabía....

―abriendo los ojos, me dio una mirada suplicante―. Ellos no me dejaban verla.

No sabía dónde estaba. Me dijeron que la matarían si no cooperaba.

―Bueno, desde luego que lo harían ―le disparé de nuevo, y lo empujé hacia

una de mis armas caídas―. No dejes mis espadas. Las quiero en caso de que su

maravillosa Dama decida traicionarnos.

―Ella no haría eso ―dijo Keirran, arrastrándome y arrodillándose para recoger

mi espada―. Es más honorable de lo que tú piensas. Sólo tienes que entender lo

que ha pasado con ella, lo que está tratando de lograr.

Le arrebaté el arma y lo fulminé con la mirada.

―¿De qué lado estás, de todos modos?

Esa mirada torturada cruzó su cara de nuevo.

―Ethan, por favor...

―No importa ―murmuré, haciendo una mueca cuando mi pierna comenzó a

palpitar―. Vamos a salir de aquí, mientras todavía pueda salir.

Empezamos a caminar a través del suelo de nuevo, pero no habíamos ido muy

lejos cuando la voz de la Dama sonó de nuevo.

―Príncipe Keirran ―llamó―. Espere, por favor. Una cosa más.

Keirran hizo una pausa, pero no miro hacia atrás.

―Los asesinatos pueden parar ―continúo la Dama con voz tranquila pero

seria―. No más exiliados se sacrificarán para mantenernos vivos, y no

tomaremos más mestizos. Puedo pedir a mi pueblo que haga eso, si es lo que

quieres.

―Sí ―dijo Keirran inmediatamente, aún sin mirar atrás―. Lo es.

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―Sin embargo ―continuó la Dama―, si hago esto, tienes que venir y hablar

conmigo de nuevo. Un día, pronto voy a llamar por ti, y tienes que venir a mí,

por tu propio libre albedrío. No como un prisionero, sino como un invitado.

Como un igual. ¿Me darías eso, al menos?

―Keirran ―murmuré mientras hacía una pausa―. No la escuches. Ella sólo te

quiere bajo su dedo otra vez porque eres el hijo de la Reina de Hierro. Sabes que

los tratos con las hadas nunca salen bien.

Él no respondió, mirando al frente, a la nada.

―¿Príncipe de Hierro? ―La voz de la Dama era baja y tranquilizadora―. ¿Cuál

es tu respuesta?

―Keirran... ―le advertí.

Sus ojos se endurecieron.

―De acuerdo ―dijo de regreso―. Tienes mi palabra.

Quería darle un puñetazo.

* * *

―Maldita sea, ¿qué está mal contigo? ―Yo hervía cuando salimos de la

habitación de la reina―. ¿Has olvidado lo que ha hecho? ¿Por casualidad has

visto a todos los mestizos que está secuestrando? ¿Viste lo que les hicieron,

succionando toda su magia por lo que son sólo cáscaras de lo que eran? ¿Has

olvidado todos los exiliados que han matado, sólo para mantenerse con vida?

―Él no contestó, y entrecerré mis ojos―. Annwyl podría haber sido uno de

ellos, ¿o estás tan enamorado de tu nueva amiga que te olvidaste de ella

también?

Lo último fue un golpe bajo, pero quería hacerlo enojar, conseguir que

discutiera conmigo. O por lo menos para confirmar que él no había olvidado las

atrocidades cometidas aquí o lo que había venido a hacer. Pero sus ojos azules

sólo se hicieron más fríos, aunque su voz se mantuvo en calma.

―No esperaría que un humano entendiera.

―Entonces explícamelo ―le dije con los dientes apretados, aunque oírme

decirlo envió un escalofrío por mi columna vertebral.

―No estoy de acuerdo con sus métodos ―dijo Keirran mientras dos gnomos

palmas-pirañas se hicieron a un lado por nosotros, inclinándose ante Keirran―.

Pero ella sólo está tratando de lograr lo que todo buen gobernante quiere, la

supervivencia de su gente. No sabes lo horrible que es para los exiliados, para

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todos ellos, hacer frente a la nada. Perdiendo pedazos de sí mismos todos los

días, hasta que dejan de existir.

―¿Y el daño que ha causado para que su pueblo pueda sobrevivir?

―Eso estuvo mal ―coincidió Keirran, frunciendo el ceño―. Otros no hubieran

tenido que morir. Pero los Olvidados sólo están tratando de vivir y no

desaparecer, al igual que los exiliados. Al igual que todo el mundo en Faery.

Él suspiró y se volvió por un túnel lateral lleno de cristales y fragmentos de

hueso. Pero mientras más caminábamos, las gemas y esqueletos desaparecían,

hasta que el suelo era solo de roca normal bajo nuestros pies. Más adelante,

pude ver el final del túnel y un pequeño camino pavimentado que cortaba a

través de los árboles. Las sombras de la caverna desaparecieron.

―Tiene que haber una manera para que puedan sobrevivir sin lastimar a nadie

―murmuró Keirran por fin. Lo miré y frunció el ceño.

―¿Y si no la hay?

―Entonces, todos vamos a tener que elegir un lado.

* * *

Salimos de la cueva de los Olvidados y entramos en el mundo real debajo de un

puente de piedra, emergiendo en Central Park de nuevo. No sabía cuánto

tiempo había estado en el Between, pero el cielo sobre nuestras cabezas brillaba

con estrellas, aunque el aire mantenía un silencio que decía que era cerca de la

madrugada.

Keirran me arrastró hasta un banco verde en un lado de la pista, y me deje caer

sobre él con un gemido.

El príncipe rondaba ansiosamente en el borde del camino.

―¿Cómo está la pierna? ―preguntó, sonando ligeramente culpable. No lo

suficientemente culpable, pensé con amargura. Me toqué la herida he hice una

mueca.

―Duele como el infierno ―murmuré―. Pero al menos el sangrado ha

disminuido.

Quitándome mi cinturón, lo envolví varias veces alrededor de mi pierna para

hacer un duro vendaje, apretando mi mandíbula mientras lo ceñía firmemente.

La herida en mi brazo seguía rezumando lentamente, pero tendría que cuidar

de ella después.

―¿Dónde vamos ahora? ―preguntó Keirran.

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―Belvedere Castle ―le contesté, esperando desesperadamente que Kenzie y los

demás ya estuvieran allí, esperando por nosotros―. Quedamos en encontrarnos

allí, cuando todo esto terminara.

Keirran miró a su alrededor los densos bosques y suspiró.

―¿Alguna idea de qué dirección podría ser?

―No realmente ―oprimí fuera y lo fulminé con la mirada―. Tú eres el que

tiene sangre de hada. ¿No se supone que tienes algún sentido innato para la

orientación?

―No soy una brújula ―dijo Keirran suavemente, sin dejar de mirar por el

bosque. Finalmente, se encogió de hombros―. Bueno, creo que vamos a elegir

un camino y esperar lo mejor. ¿Puedes caminar?

A pesar de mi ira, sentí una punzada diminuta de alivio. Él estaba empezando a

sonar como su viejo yo de nuevo. Tal vez todas las locuras en el salón del trono

de la Dama fueron porque había estado bajo su glamour, después de todo.

―Voy a estar bien ―murmuré, luchando con mis pies―. Pero voy a tener que

decirle a Kenzie que no eres realmente útil en absoluto en viajes de

campamento.

Él se echó a reír, y parecía aliviado, también.

―Asegúrate de decírselo gentilmente ―dijo, y tomó mi peso de nuevo.

Quince minutos más tarde, todavía no tenía idea de dónde íbamos. Estábamos

vagando por un sendero sinuoso, estrecho, esperando que nos llevara a algún

lugar familiar, cuando Keirran se detuvo repentinamente.

Una mirada de preocupación cruzó su rostro, y yo miré alrededor con cautela,

preguntándome si debería sacar mis espadas. Por supuesto, esto sería muy

incómodo mientras luchaba brincando sobre una pierna o inclinado contra

Keirran. Tenía la esperanza de que nuestra lucha fuera de noche.

―¿Qué es? ―pregunté. Keirran suspiró.

―Ya están aquí.

―¿Qué? ¿Quién?

―¡Amo!

Un gemido familiar traspaso la noche, y Keirran hizo una mueca, afirmándose,

cuando Razor se abalanzó sobre su pecho.

Escarbando hasta sus hombros, el gremlin farfullaba y rebotaba con alegría.

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―¡Amo, Amo! ¡Amo seguro!

―Hey, Razor. ―Keirran sonrió, estremeciéndose sin poder hacer nada mientras

el gremlin seguía rebotando en él―. Sí, también estoy feliz de verte. ¿La Corte

esta atrás?

Le fruncí el ceño.

―¿Corte?

Salieron desde todos los árboles a nuestro alrededor, docenas de caballeros

sidhe en brillantes armaduras, el símbolo de un gran árbol de Hierro en sus

corazas. Ellos se deslizaron fuera de los bosques, sorprendentemente silenciosos

para un ejército con armadura de plata, hasta que formaron un brillante

semicírculo alrededor de nosotros. Liderándolos a todos había un par de caras

conocidas: un hada oscura vestida toda de negro, con ojos de plata, y una

sonriente cabeza pelirroja.

Keirran se tensó a mi lado.

―Bien, bien ―anunció Puck, sonriendo mientras Ash y él se acercaron lado a

lado―. Mira quién es. Ves, chico de hielo, te dije que estarían aquí.

La brillante mirada de Ash estaba dirigida hacia Keirran, que rápidamente bajó

la cabeza, pero, para su crédito, no se encogió o retrocedió.

Tiene agallas, tuve que admitir, frente a esa mirada helada.

―¿Están bien los dos? ―por el tono de Ash, no podría decir si estaba aliviado,

secretamente divertido o completamente furioso.

Su mirada se apoderó de mí, evaluándome silenciosamente, y sus ojos se

estrecharon.

―Ethan, estas mal herido. ¿Qué paso?

―Estoy bien. ―Una débil afirmación, lo sabía, mientras mi camisa y la mitad

de mi pantalón estaban cubiertos de sangre. A mi lado, Keirran estaba rígido e

inmóvil. Razor dio un preocupado zumbido en su cuello. ¿Cuál es el problema?,

pensé. ¿Teme que le diga a su papá que casi me dejo ser ensartado hasta la muerte?―.

Me metí en una pelea con unos pocos guardias. ―Me encogí de hombros, luego

hice una mueca cuando el movimiento rasgó la herida seca en mi hombro―.

Resulta que la lucha contra múltiples oponentes en armadura no es una idea

muy inteligente.

―¿Eso crees? ―Puck se adelantó, ahuyentando lejos a Keirran y dirigiéndome a

una roca cercana―. Siéntate. Por Dios, chico, ¿parezco una enfermera? ¿Por qué

cuando te veo siempre estás sangrado? Eres peor que el chico de hielo.

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Ash ignoró ese comentario mientras Puck rápidamente comenzaba a atar

vendajes alrededor de mis variados cortes y heridas, sin ser particularmente

suave.

―¿Dónde están ellos? ―demandó el hada oscura.

Apreté los dientes cuando Puck le dio un tirón a la tela alrededor de mi brazo.

―Hay un camino de hadas debajo de un puente que te llevará a su guarida

―dije, señalando hacia abajo el camino―. Tendría cuidado, sin embargo. Hay

muchos de ellos corriendo alrededor.

―No los lastimen ―estalló Keirran, y todos, incluso Razor, lo miraron con

sorpresa―. No son peligrosos ―defendió, mientras yo le di una mirada de Tu-

estas-Loco. Él me ignoró―. Ellos sólo están... equivocados.

Puck resopló, levantando la vista de mi hombro.

―Lo siento, pero ¿estamos hablando de las mismas hadas un poco

espeluznantes que trataron de matarnos en lo alto del castillo esa noche?,

gnomos malvados, con manos dentadas, que intentaron chupar el glamour de

todo el mundo, ¿me suena de algo? ―Él se puso de pie, limpiando sus manos, y

me puso de pie, con cautela poniendo el peso sobre la pierna, que estaba solo

entumecida ahora, lo que hizo que me preguntara lo que Puck le había hecho.

¿Magia, glamour o algo más? Fuera lo que fuese, no estaba quejándome.

―Los asesinatos se detendrán ―insistió Keirran ―. La reina me prometió que

ellos se detendrían.

―¿Ellos tienen una reina? ―la voz de Ash se había vuelto suave y letal, e

incluso Puck lucía preocupado. Keirran tomo una fuerte respiración, dándose

cuenta de su error.

―Huh, otra reina ―reflexionó Puck, una sonrisa maligna cruzó su rostro―. Tal

vez nosotros deberíamos pasarnos por allí y presentarnos, chico de hielo. Hacer

el conjunto, hey, estábamos por el barrio, y solo nos preguntábamos si tenían

algún plan para llevar a cabo sobre el Nuncajamás. Tendremos una cesta de

frutas.

―Padre, por favor ―Keirran contemplo a Ash―. Que se vayan. Ellos sólo están

tratando de sobrevivir.

El hada oscura miró un momento hacia abajo a Keirran, luego sacudió la

cabeza.

―Nosotros no vinimos aquí para iniciar una guerra ―dijo, y Keirran se

relajó―. Hemos venido aquí por ti y Ethan. Las Cortes tendrán que decidir qué

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hacer con la aparición de otra reina. En este momento, vamos a sacarlos a

ambos de aquí. Y, Keirran ―miró a su hijo, que se estremeció bajo esa mirada

helada―, esto no ha terminado. La reina estará esperando por ti cuando

lleguemos a casa. Espero que tengas una buena explicación.

Meghan, pensé mientras Keirran y Puck llevaban mi peso de nuevo, y

empezamos cojeando por el camino. Preguntas se arremolinaron, todas

centradas en ella y Keirran. Necesitaba hablar con mi hermana, no sólo para

preguntar sobre mi sobrino y el "otro" lado de mi familia, también para hacerle

saber que no comprendo. Sabía por qué ella nos dejó hace tiempo atrás. O por

lo menos, estaba empezando a saber.

No podía hablar con ella ahora, pero lo haría, pronto. Keirran era mi camino de

regreso a Faery, de vuelta a mi hermana, porque ahora que nos conocimos,

estaba bastante seguro de que ni siquiera la misma Reina de Hierro podría

mantenerlo alejado.

―Ah. ―Puck suspiró, sacudiendo su cabeza mientras nos dirigíamos hacia el

bosque―. Esto trae recuerdos. ―Él miró por encima de su hombro y sonrió―.

¿No te recuerdan a un par?, chico de hielo, ¿en camino de regreso cu{ndo<?

Ash soltó un bufido.

―No me lo recuerdes.

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Traducido por Rodonithe Corregido por LuciiTamy

Belvedere Castle parecía misterioso y extraño bajo la luz de la luna, con

caballeros armados que montaban guardia a lo largo de la parte superior y la

bandera de la Reina de Hierro ondeando al viento. Era como si hubiéramos

entrado a través del tiempo en la corte del Rey Arturo o algo así. Pero el

pequeño grupo de humanos agrupados en el balcón como que arruinaron esa

imagen, aunque era obvio que no podían ver a los caballeros sobrenaturales

pululando alrededor. De vez en cuando uno rompía el grupo y caminaba hacia

las escaleras, pero cuando llegaba al final daba vuelta y paseaba de nuevo, con

una mirada aturdida en su rostro. Eso quiere decir, que una barrera glamour

había sido colocada sobre el castillo, lo que les impedía ir a alguna parte.

Probablemente fuera una buena idea, para los antiguos mestizos que ni siquiera

sabían quiénes eran y no sobrevivirían por mucho tiempo, ahí por su cuenta.

Aun así, era la magia de los fey, reprimiendo la voluntad de los seres humanos

normales, manteniéndolos atrapados, lo que hizo poner mi piel de gallina.

―¿Qué pasará con los mestizos, ahora que son humanos? ―pregunté mientras

nos acercamos al primer tramo de escaleras, caballeros inclinándose ante

nosotros a cada lado.

Ash negó con la cabeza.

―No lo sé. ―Mirando hacia arriba en la parte superior de las escaleras,

entrecerró los ojos―. Algunos de ellos probablemente son de Leanansidhe, por

lo que podría llevarlos de vuelta, a ver si recuperan sus recuerdos. Los de más

allá... ―Se encogió de hombros―. Algunos de ellos pueden haber sido

reportado como desaparecidos. Dejaremos que las autoridades humanas sepan

que están aquí. Su propia ley tendrá que hacerse cargo de ellos ahora.

―Uno de ellos es un amigo nuestro ―le dije―. Él ha estado desaparecido

durante varios días. Tenemos que llevarlo de vuelta a Louisiana con nosotros.

Ash asintió.

―Me aseguraré de que llegue a casa.

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Keirran se detuvo al pie de la escalera, conteniendo su aliento. Apretó los

dientes mientras miraba mi pierna, y luego siguió su mirada hasta donde

Annwyl estaba en lo alto de la escalera, esperando por él.

Suspiré y puse mi brazo en sus hombros.

―Vamos ―le dije, rodando mis ojos, y al instante saltó por las escaleras,

llevándolos a los tres a la vez, hasta que llegó a la cima. Sin importarle Ash,

Puck o cualquiera de los caballeros que lo rodeaban, tomó a la chica de Verano

en sus brazos y la besó profundamente, mientras que Razor farfulló de alegría,

sonriendo con su sonrisa maníaca a los dos.

Puck lanzó una mirada a Ash, sus ojos verdes solemne.

―Te lo dije, chico de hielo. El chico tuyo es todo un problema. Y eso que viene

de mí.

Ash se pasó una mano por la cara.

―Leanansidhe ―murmuró, y sacudió la cabeza―. Así que ahí es donde ha

estado desapareciendo. ―Él suspiró, y su mirada de plata se redujo―. Los tres

vamos a tener que tener una charla.

¿Dónde está Kenzie?, pensé, mirando por la escalera. Si Annwyl y los antiguos

mestizos estaban a salvo, ella tenía que estar aquí, también. Pero no la vi cerca

de la parte superior de las escaleras con Keirran y Annwyl, o en el grupo de

personas deambulando por el balcón. Sentí un pinchazo de dolor, al ver que no

estaba allí para saludarme y traté de ignorarlo. Ella debía tener sus razones.

Aunque se podría pensar que conmigo aquí parado sangrando por todo el lugar

merecería algún tipo de reacción.

―Mi señor. ―Glitch de repente apareció de entre los árboles, con otro

escuadrón de caballeros detrás de él. Un rayo en el cabello brillaba púrpura

mientras se inclinaba―. Hemos encontrado una segunda entrada a la guarida

de las misteriosas hadas ―dijo solemnemente, y Ash asintió―. Sin embargo, la

cueva estaba vacía cuando investigamos. Allí se evidencian otros caminos de

hadas, que lleva desde varios puntos del parque, pero nada quedaba de los

propios habitantes. Ellos limpiaron muy bien.

Miré a Ash, con el ceño fruncido.

―Había un segundo equipo, viniendo de otra dirección ―supuse. Él me

ignoró, dando Glitch una breve inclinación de cabeza.

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―Buen trabajo. Aunque si han huido, no hay nada qué hacer sino esperar a que

se muestren. Regresa a Mag Tuiredh e informarle a la reina. Dile que volveré en

breve con Keirran.

―Sí, señor. ―Glitch se inclinó, tomó sus caballeros, y desapareció en la

oscuridad.

―Supongo que es nuestra señal, también ―dijo Puck, alejándose de mí―.

¿Regresaré a Arcadia, entonces?

―Todavía no. ―Ash volvió a mirar hacia el bosque, con los ojos solemnes―.

Quiero hacer un recorrido más, una última búsqueda alrededor de la cueva, por

si acaso nos perdimos algo. ―Él miró por encima del hombro, sonriendo―. ¿Te

importaría unirte a mí, Goodfellow?

―Oh, chico de hielo. ¿Un paseo a la luz de la luna contigo? ¿Siquiera tuviste

que preguntar?

―Ethan ―dijo Ash, mientras Puck me dio un amistoso golpe en mi brazo y se

acercó a los árboles―, vamos a volver en unos pocos minutos. Dile a Keirran

que si aún piensa en moverse de este lugar, voy a congelarle las piernas al suelo

de su habitación. ―Sus ojos brillaron plata, y yo no dudé de su amenaza―.

Además... ―Él suspiró, mirando por encima de mi hombro―. Hazle saber que

la chica de Verano probablemente no debería estar aquí cuando volvamos. Ella

ha pasado por mucho.

Sorprendido, asentí. Eh. Supongo que no eres un bastardo sin corazón por completo,

después de todo, pensé de mala gana, mientras el hada oscura se volvió y se

fundió en el bosque con Puck. No creo que seas el tipo que mira hacia otro lado.

Recordándome a mí mismo, me reí. Todavía no me gustas, sin embargo. Todavía

puedes caer muerto en cualquier momento.

―No van a encontrar nada ―declaró Keirran, a pocos pasos de distancia, y me

volví. El príncipe de Hierro se puso de pie detrás de Annwyl con sus brazos

alrededor de su cintura, mirando por encima del hombro. Sus ojos eran oscuros

mientras miraba al bosque―. La Dama habrá tomado sus seguidores y huyó a

otra parte de Between. Tal vez nunca volverá a resurgir. Tal vez nunca vamos a

verla de nuevo.

―Eso espero ―suspiró Annwyl y Razor susurró en acuerdo. Pero Keirran

siguió mirando hacia los árboles, como si esperaba que la Dama saliera de las

sombras y lo llamará.

Y, un día, lo hará.

―¿Dónde está Kenzie? ―pregunté, agarrando la barandilla mientras cojeaba

por las escaleras, empujando los pensamientos oscuros de mi cabeza por ahora.

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Keirran y Annwyl se apresuraron a ayudar, pero los despedí con un gesto de

manos―. No la veo con alguno de los seres humanos ―continué, marchando

tenazmente hacia adelante, subiendo las escaleras―. ¿Está bien?

―Está hablando con uno de los mestizos ―dijo Annwyl―. ¿Todd? El humano

más pequeño. Creo que estaba tratando que la recordara, al menos un poco.

Estaba llorando cuando los vi por última vez.

Asentí con la cabeza y corrí hacia la parte superior, empujándome a mí mismo

para ir más rápido, pero mi pierna estaba empezando a palpitar de nuevo.

Mientras corría por las escaleras, oí a Annwyl y Keirran, sus voces a la deriva

detrás de mí.

―Creo que debería irme también ―dijo Annwyl―. Mientras todavía se pueda,

si Leanansidhe incluso me quiere de vuelta. ―Su voz se hizo m{s suave,

asustada―. No sé qué va a pasar con nosotros, Keirran. Todo el mundo vio...

―No me importa. ―La voz de Keirran era obstinadamente calma―. ¡Que me

exilien si quieren! No voy a echarme abajo ahora. Le rogaré a Leanansidhe tu

regreso, si es eso lo que necesitas. ―Una nota determinada y oscura se deslizó

en sus palabras―. No voy a ver que te desvanezcas en la nada ―juró en voz

baja―. Tiene que haber una manera. Voy a encontrar una manera.

Los dejé abrazados en el medio de las escaleras, llegué a la terraza, donde el

grupo de los seres humanos estaban caminando sin rumbo, mirando como si

fueran sonámbulos. Empujé mi camino a través de la multitud, descubriendo

un par de figuras sentadas junto a la pared, uno encorvado con la cabeza

enterrada en las rodillas, el otro agachado junto a él, una mano delgada en el

hombro.

Kenzie levantó la vista y sus ojos se abrieron cuando me vio. Inclinándose cerca

de Todd, susurró algo en su oído, y él asintió con la cabeza sin levantar la

cabeza. De pie, caminó a través del balcón, esquivó a los humanos que se

barajan en frente de ella, y luego estábamos cara a cara.

―Oh, Ethan ―susurró, medio aliviada, medio horrorizada. Sus ojos se posaron

en mi rostro, la sangre rayando mi brazo, salpicado en mi camisa y pantalones

vaqueros. Parecía como si quisiera abrazarme, pero tenía miedo de hacerme

daño. Le di una sonrisa cansada―. ¿Estás bien?

―Sí. ―Di un paso hacia ella, por lo que sólo un soplo nos separaba―. Estoy lo

suficientemente bien para hacer esto.

Y la tomé en brazos.

Sus brazos me rodearon al instante, abrazándome de nuevo. Cerré los ojos y me

abrazó con fuerza, sintiendo su delgado cuerpo apretado contra el mío. Se

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aferró a mí con fuerza, como si algo fuera a llevarme, y me relajé contra ella,

sintiendo más que alivio. Estaba vivo, Todd estaba a salvo, y todo el mundo que

me importaba estaba bien.

Eso era suficiente por ahora.

Finalmente se retiró, mirando hacia mí, trazando un corte superficial en la

mejilla.

―Hola, chico rudo ―susurró―. Parece que lo hiciste.

Sonreí. Tomando su mano, me la llevé a la barandilla, donde la pared se cayó

lejos y pude ver el estanque, el bosque y la mayor parte del parque se extendía

ante nosotros. Giré mi cabeza hacia el bulto acurrucado en la esquina opuesta.

―¿Cómo está?

―Todd. ―Suspiró, sacudiendo la cabeza―. Aún no me recuerda. O a nuestra

escuela. O cualquiera de sus amigos. Sin embargo, dijo que recuerda a una

mujer, muy vagamente. Su madre, espero. Él comenzó a llorar después de eso,

por lo que no podía conseguir mucho más de él. ―Ella se apoyó en la

barandilla, poniendo los brazos en el alféizar―. Espero que pueda volver a la

normalidad.

―Yo también ―dije, aunque lo dudaba seriamente. ¿Cómo puedes ser normal

otra vez cuando un enorme pedazo de ti ha sido llevado lejos? ¿Había incluso

una cura, un remedio, algo que podría restaurar el glamour de una criatura,

una vez que se ha perdido?

De repente me di cuenta de la ironía: aquí estaba yo, deseando poder darle a

alguien de nuevo su magia, devolverlo al mundo de las hadas, cuando hace

unos días no quería tener nada que ver con las hadas.

¿Cuándo pude haber cambiado tanto?

Kenzie suspiró de nuevo, mirando por encima del estanque. La luz de la luna se

reflejaba en su cabello, destacando su delgado cuerpo, lanzando una luz

nebulosa a su alrededor. Y lo sabía. Sabía exactamente cuándo había cambiado.

Todo comenzó el día en que la conocí.

―Seguro que ha sido una semana de locos ―murmuró, apoyando la barbilla en

la parte posterior de sus manos―. Ser secuestrada, siendo perseguida en torno

al Nuncajamás, Feys, Olvidados y gatos que hablan. Las cosas parecerán muy

aburridas cuando regresemos a casa. ―Ella gimió, ocultando su rostro en sus

brazos―. Dios, vamos a estar en muuuuuuuuuuuchos problemas cuando

regresemos.

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Di un paso atrás, poniendo mis manos en su cintura.

―Sí ―estuve de acuerdo, haciéndola gemir de nuevo―. Pero, no pensemos en

eso ahora. ―Habría tiempo de sobra para preocuparse por los problemas en

que estábamos, los Olvidados, la Dama, la enfermedad de Kenzie y la promesa

de Keirran. En este momento, no quería pensar en ellos. La única cosa en mi

mente era una promesa mía.

Envolví mis brazos alrededor de la cintura de Kenzie y llevé mis labios a su

oreja.

―¿Recuerdas lo que prometí? ―murmuré―. ¿Abajo en la cueva?

Ella se congeló por un segundo y luego se volvió lentamente, con los ojos muy

abiertos y luminosos en el claro de luna. Sonriendo, la atraje hacia mí,

deslizando un brazo alrededor de su cintura, la otra corriéndola hasta el cuello.

Bajé la cabeza sus ojos se cerraron. Y en el balcón bajo las estrellas, frente a

todos los que puedan estar observando, la besé.

Y por primera vez, no tenía miedo.

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(Call of the Forgotten #2)

En el mundo real, cuando te desvaneces

en el aire por una semana, las personas

tienden a notarlo.

Después de su inesperado viaje a las

tierras fey, Ethan Chase solo quiere

volver a la normalidad. Bueno, lo tan

"normal" como puedes ser cuando ves

hadas todos los días de tu vida. De

repente el granjero solitario con mala

reputación tiene algo con que tratar -

su novia Kenzie-. No importa si le fue

prohibido volver a verla de nuevo.

Pero cuando tu nombre es Ethan

Chase y tu hermana es una de las más poderosas hadas en el

Nuncajamás, lo "normal" no es lo que todos conocemos. Para el

sobrino de Ethan, Keirran, quien esta desaparecido, y tal vez a

punto de hacer algo impensable en nombre de salvar a su propio

amor. Algo que destruirá el mundo humano y el de las hadas para

siempre, y levantara a una raza de peligrosos Feys conocidos como

los Olvidados.

Mientras los destinos de Ethan y Keirran se entretejen y Keirran es

absorbido por la oscuridad, la siguiente elección de Ethan podría

decidir el destino de todos ellos.

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Julie Kagawa

Soy una escritora y autora de la Saga para jóvenes adultos The Iron

fey, comenzando con The Iron King. Amo los libros, el anime, el

sushi, escribir y los videojuegos. (En ocasiones, los personajes de mi

libro secuestran mi ordenador y hacen una aparición, pero no me

hago responsable de nada de lo que dicen.)

http://www.juliekagawa.com/

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