collar de perlas - rulfo, etchegaray, córdoba, michela, espinosa
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Voumen de narrativa con trabajos del taller literario que coordina Mercedes EspinosaTRANSCRIPT
Colección
En la atmósfera(narrativa)
El mensú edicioneswww.elmensuediciones.com.ar
Editor . Darío FalconiDiseño de tapa . Robinson Ríos
Diseño de interiores . Darío FalconiLogo editorial . Santiago Gallardo
El collage digital que ilustra las narraciones de Francisca María Córdobaes una gentileza de Mónica Poggetto.
© 2011 Rosa Michela, Griselda Rulfo, Juana Echegaray y Francisca María Córdoba.© 2011 Mercedes Espinosa, Peretti.© 2011 El Mensú ediciones.
Queda hecho el Depósito que establece la Ley 11.723www.elmensuediciones.com.ar / http://elmensu.blogspot.com
[email protected](0353) 4549453 — (0353) 154201252
ISBN 978-987-27570-2-11ª edición. Tirada: 130 ejemplares
Libro de edición villamariense (Argentina).
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Contacto con las autoras:
Collar de perlas / Griselda María Catalina Rulfo ... [et.al.] ; coordinado por Mercedes Espinosa. - 1a ed. - Villa María : El Mensú Ediciones, 2012. 120 p. ; 21x15 cm. - (En la atmósfera; 5) ISBN 978-987-27570-2-1
1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Rulfo, Griselda María Catalina II. Espinosa, Mercedes, coord. CDD A863
Fecha de catalogación: 11/12/2011
COLLAR DE PERLAS
El mensú . en la atmósfera . 05
Una experiencia que dio origen a estas páginas. Dejando que las palabras nazcan a través de lo que
se ve, toca, oye, huele o saborea.
Collar de perlas
Taller Literario de NarrativaMercedes Espinosa, Peretti
(Coordinadora)
Rosa MichelaGriselda Rulfo
Juana EchegarayFrancisca María Córdoba
9Collar de perlas
. Presentación .
Como si fuera un collar de perlas al que se le hubieran
desprendido sus cuentas color luna, cuatro mujeres desgranan sus
historias, nos prestan su magia.
Ellas son, Rosa Michela, Griselda Rulfo, Juana Echegaray,
Francisca María Córdoba, integrantes del Taller Literario de
Narrativa, coordinado por Mercedes Espinosa, Peretti en Villa María.
Abrimos sus puertas y nos asomamos.
Los veintidos “perlas cuentos” que integran esta antología
llamada “Collar de Perlas” nos sirven de preludio y a su vez nos
lleva a introducirnos en el Taller para contar cómo se trabaja las
palabras al explorar nuevas posibilidades y alternativas que se
manifestaron en ese espíritu crítico y curioso compartiendo con
los demás los trabajos transformados en cuentos, narraciones y
también reflexiones.
La lectura hace a una producción escrita, si no se lee las
palabras se agotan; de un pozo agotado no se puede beber. Así
10 Collar de perlas
es de fundamental la buena literatura ya sea tradicional, clásica,
moderna o posmoderna. Siguiendo muy de cerca los estilos y las
innovaciones de muchos de esos autores a través de sus cuentos y
novelas que sirvieron de modelo y también de disparadores de un
recuerdo, una vivencia que nos rozó alguna vez dejando una huella
muy clara en nosotros.
Nos detuvimos especialmente en la literatura escrita por
mujeres. El nuevo relato, el que se anima a transgredir. Nombres
como el de Clarice Lispector, Gioconda Belli, Ana María Bovo, Pilar
Mañas, Esther Cros, Ángeles Mastreta, Ana María Shua, Isabel
Allende, Andrea Maturana, son algunas de las que enriquecieron los
escritos.
Por eso todo cuenta, todo sirve para sumergirse y contar una
historia. El tono empleado es de suma importancia. A veces se apela
a uno gris y triste o a uno vulgar, cotidiano, trágico, humorístico,
grave, raro. Y ahí, el animarse a los finales diferentes, inesperados,
se presenta como una posibilidad. Para sorprender al lector, porque
es lo inverso de lo que quizás pudiéramos pensar. Allí reside la
magia de la narrativa. Encontrar el camino o los caminos que lleven
a lo único y original. ¿Qué es difícil? Sí, no lo duden, pero todo se
logra empezando por una punta, como decía mi mamá.
Es cuestión de empezar. Al principio serán seis líneas, en
donde seguro, escribiremos algo de lo que nos pasa. Emociones
trasladadas al papel. Hasta que poco a poco se suman las
descripciones, personajes, escenas, conflictos. Nos metemos en la
piel del protagonista, vivimos sus emociones. La realidad supera
la ficción porque los problemas están seguramente al alcance de
11Collar de perlas
la mano, muchas veces vislumbrados un día en blanco, una tarde
cualquiera o en una siesta de verano.
En ocasiones ese protagonista o personaje se nos escapa
y es natural retomar el hilo conductor de los hechos. Entonces
reflexionamos sobre lo escrito. Empezamos a ver otras facetas y
surgen las dudas. Nos parece que no es original. Le atribuimos
defectos. No nos convence. Sin embargo, en otros ejercicios, la
historia surge de un tirón, estaba ahí agazapada, como quien dice
a la vuelta de la esquina. Pero, surgen las disculpas, “yo lo hice, no sé
cómo”, “no me fijo en los errores, ni en las comas, ni en los puntos”.
Sólo se me da”. Pura intuición, espontaneidad, envidiable condición
del escritor que en todo taller es prioritaria.
Justo ahí es donde comienza la reflexión y el aprendizaje. La
introducción a un aspecto significativo de una narración acerca
de personajes, protagonistas, espacio, tiempo. Ya que se agregan
ciertas especificaciones acerca del hecho principal, otros elementos
referidos al tiempo, digresiones varias sobre objetos, descripciones
y sugerencias sobre gestos y actitudes. Pensamientos o sentimientos
de los personajes que van conformando dicha narración.
Los disparadores sirven para mover los hilos de los
recuerdos, lo vivido y lo observado escondidos en el laberinto de
nuestro cerebro, pero de tanto en tanto, asomados incrédulos de
tanto olvido. Son ideas, ejercicios o actividades que le sirven a la
imaginación para crear sus narraciones, sin dejar de lado la teoría
que permitirá reflexionar sobre la propia producción.
Aquí presentamos algunos de esos disparadores apuntados
a la creación del escritor.
12 Collar de perlas
Heren cia
a) ¿qué se puede heredar? ¿qué es lo más preciado?
b) Heredamos una familia — un secreto — una joroba — la mala
suerte — la torpeza — una nariz de una determinada forma — la
inclinación a tocar música — a pintar – un mal carácter — un objeto
que no queremos.
Entonces, a escribir un texto que proyecte una sensación de
confusión o desorden.
Receta de co cin a
¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Quién? Puede ser protagonizado por
un aprendiz de chef pasando por una abuela, una navidad, un
encuentro, un brindis, un conflicto.
¿Qué ritmo le prestamos? Suena como en poesía, pero se
logra utilizando frases cortas y largas. El escritor Cortázar las
utilizaba a menudo.
Al yo protagonista o al personaje se le fue el tiempo. Es muy
lento y no lo puede alcanzar, esto da lugar a frases cortas, seguidas
de frases largas, se estiran y otras se acortan. Todo depende de
cómo barajemos.
Departamentos en venta
Primero demolieron el frente. Dejando al descubierto las altas
habitaciones todavía pintadas de azul y otras con un empapelado
del que quedaban girones de una época de esplendor despegado.
13Collar de perlas
Pusieron una valla de metal. Después llegó la excavadora y luego
colocaron un cartel con la imagen de los cinco departamentos que
tendría el edificio.
Lo raro era la frase en el cartel: “Ilusiones en venta. Cómodas
cuotas y cómodos balcones”.
Caracte rística de los pe rso n ajes
Son varios, algunos afectados por el nervio ciático, otro
nervioso, de mal humor, trastornos digestivos, irritabilidad, miedos,
dolor de cabeza, falta de apetito, depresión.
Relacionarlos a nivel social, familiar o laboral es un desafío.
Puede ser en un velorio, o en una comida aniversario del club social,
o en un reencuentro de alumnos nivel primario.
In s pírate en un a can ció n
“Ansiedad de tener tus encantos”.En un prospecto adjunto a un medicamento.No tomar este medicamento sin prescripción médica, ni
suspender bruscamente. Puede ocasionar efecto rebote y aumentar la ansiedad.
En el Taller Literario de Narrativa, esos disparadores son sólo sugerencias, sirven para que las inquietudes literarias de muchos no se pierdan en el olvido. También para rescatar ese duende imaginario que todos llevamos en lo más profundo y luego volcarlo
en palabras para acercarlo al lector.
14 Collar de perlas
Escribir con una finalidad estética utilizando “esa palabra que
despierta mil imágenes”, exacta en su definición pero también bella
en su expresión.
Cuatro mujeres, cuatro escritoras nos cuentan. Buscaron
dentro de sí mismas y nos regalaron un pedacito de su alma. Cada
una tiene su estilo, pero algo en común, sus ansias de comunicarse,
de dar a conocer algo tan preciado como es la originalidad dada
a sus historias.
Mercedes Espinosa, Peretti
Para Carlos y Félix,Los hombres de mi vida.
Agradezco a María Eugenia Veraque fotografió y diseñó la cubierta;
me dio su tiempo y su amor.
ROSA MICHELA
19Collar de perlas
. COLLAR DE PERLAS .
Ana había muerto hacía dos semanas. Olivia se enteró
por una nota que los abogados, encargados del testamento, le
hicieron llegar. Allí le decían que siendo familiar directo de la difunta
heredaba todos sus bienes.
Ana Enriqueta Jordán era hermana de su abuela paterna.
Olivia no la conocía, la familia raramente hablaba de ella... Cuando
llegó al departamento, ya estaba vacío. Olivia había contratado una
empresa que evaluó y vendió todo objeto de valor. La propiedad
misma estaba vendida. Sus pasos resonaban en el piso… Sólo
quedaban las marcas de los cuadros en las paredes y el lugar
donde habían estado los muebles. Una extraña sensación de
tristeza la fue invadiendo, ¿esto es todo lo que queda de una vida?
En la cocina había una puerta que daba a un lugar pequeño
que desembocaba en el ascensor de servicio, allí habían dejado
dos canastos con papeles y objetos para tirar. Le llamó la atención
un cuaderno de tapas duras. Un común cuaderno escolar, con
20 Rosa Michela
sólo abrirlo supo que era un diario. Miró la fecha y arrancaba el
cuatro de diciembre de mil novecientos cincuenta y dos, al hojearlo
comprobó que allí guardados había años de aconteceres. Lo puso
en su bolso y se fue.
Todo ese día con su noche no pudo apartar los ojos ni la
mente de la historia que contaba el cuaderno de Ana.
Hablaba de un amor, hablaba de Sebastián, romántico,
apasionado, bohemio.
Hablaba de noches de pasión. De días eternos sin él. Hablaba
de un amor prohibido, de un hombre ajeno, que pertenecía a otra,
así decía “pertenecía”. De celos. De noches pasadas en la terraza
bailando con las sombras leves que proyectaba la luna creciente.
Hablaba también del rechazo de su familia, Sebastián no
sólo era casado pertenecía a otro mundo. No tenía linaje ni dinero,
solamente tenía su sonrisa blanca y su mirada burlona.
Bruscamente el diario se interrumpe. No había nada más, una
nota, nada. Ni el eco de pensamientos o recuerdos o rencores. Nada.
Tres días después, en la escribanía donde se concretó la
venta del departamento, cuando todo hubo acabado uno de los
abogados le pidió que la acompañara a su oficina
Allí le dijo que en los últimos años su abuela Matilde visitaba
a Ana y que siempre le hablaba de ella, de su carrera de su vida.
Pocos días antes de su muerte le pidió le diera algo que para ella
era muy especial. Le entregó un estuche ovalado de gamuza. Dentro
21Collar de perlas
había un collar de perlas y una nota, donde le pedía que fuera feliz
y que no permitiera que nadie se lo impidiera. Era la letra del diario.
Fue sólo al llegar a su casa cuando sacó el collar del estuche
vio que en el reverso del broche estaban grabadas las iniciales
entrelazadas. A y S.
22 Rosa Michela
. EL PUEBLO QUEDÓ DEVASTA DO .
La sequía golpeaba el remoto lugar habitado por un puñado
de campesinos. Las nubes estaban ausentes, un sol abrazador
devoraba el poco verde que se veía en algunos lugares.
Mateo traía las cabras desde el cerro. Era un hombre
flaco, oscuro, arrastraba los pies resquebrajados y tenía los ojos
ardiendo por el hambre y la sed Mientras el sol se escondía divisó
por el camino la silueta de un jinete… Al acercarse reconoció a un
gendarme, estaba armado y se lo notaba molesto. —¿Has visto a un
hombre blanco en estos días?
Mateo pensó en el misionero que les traía azúcar, yerba y a
veces cigarros. –No, le dijo al soldado, no vi a nadie. ¿Ha hecho algo
malo a matado a alguien?
Eso no te importa avisá si lo ves, no lo andés escondiendo
porque vas a pagar vos, entendiste? —Sí señor —contestó Mateo sin
mirarlo.
Cuando el jinete se perdió en el horizonte empezó a soplar
el viento que arrastró a los truenos multiplicados por el eco en los
23Collar de perlas
cerros. Y empezaron a caer gotas como monedas de polvo hasta
que la lluvia generosa fue llenando los huecos y lavando las piedras.
Mateo dejó que el agua le mojara la cara... Despacito se
metió en el rancho y sin mirar al hombre acuclillado detrás de la
puerta le dijo –Oyó don, lo andan buscando, tiene que irse, la noche
es buena escondedora y el agua borra las huellas.
24 Rosa Michela
. CON LA PEQUEÑA LUZ DEL AMANECER .
(in s pirado en cuento de Carlos Ve ra)
Francisco Catalino Páez conocido también como Pancho se
despertó antes que aclarara. Se mojó la cara y el pelo. Se enjuagó
la boca, salió de la tapera donde estaba oculto. Sobre el murmullo
del río oyó el chapalear de los remos, notó o vio que los juncos de
la orilla se movían, se mantuvo inmóvil como una piedra. Necesitaba
luz un poco más de luz para estar seguro que lo que oía no era
producto de su imaginación. De pronto en un vislumbre vio la cabeza
de un hombre. Era Antonio, el miedo lo hacía ser cauteloso…
Sabía que si Francisco lo primereaba no tendría escapatoria.
Se lo había jurado, estaba armado y no le temblaría el pulso, la
muerte del muchacho estaba pendiente. Antonio no quería hablar
pero lo golpearon lo patearon hasta que cantó.
Amanecía, la claridad crecía lentamente, Pancho ya no tuvo
dudas, por entre las totoras vio al tipo que entregó al muchacho.
Acomodó la carabina, ahora veía claramente desde su lugar los
movimientos del otro.
25Collar de perlas
Fue un disparo limpio. Entre los ojos. Casi no hubo ruido ni
gritos. Nada.
Al rato Pancho se acercó y vio que estaba muerto lo empujó
con el pie, el cuerpo sin vida cayó al río, allí era caudaloso y de
corriente rápida.
Arrastró la canoa y la fue haciendo leña trabajosamente.
Madera dura buena para calentarse por las noches. Tal vez hoy
atrapara una nutria o un conejo.
Sentía el alma en paz su hijo estaba vengado. Ojala que
ahora se calmara el dolor.
26 Rosa Michela
. MONSTRUOS .
María Eleuteria del Corazón de Jesús llevaba veinte años
encerrada en su casa, envenenada con su propio veneno. Estaba
enojada con su padre porque una vez le dijo que hubiera preferido
un hijo varón. Estaba enojada con su hermano ya que siendo hombre
le quitaba lo que hubiera sido suyo. Estaba enojada con los hombres
que no la amaron negándose a aceptar que era la culpable del
rechazo. Estaba enojada con esa vida tan larga que no terminaba
nunca. Hubiera querido morir tantos años atrás, no recordaba
cuántos.
Estaba llena de autocompasión y no se permitía aceptar que
su vida era sólo una vida más, igual a cientos de vidas.
En sus desvaríos inventó criaturas monstruosas que la
acosaban día y noche. Una mano la despertaba rozándole la
espalda. Cuando soplaba el viento oía voces susurrando amenazas.
Alguien cambiaba de lugar las tijeras, las llaves.
27Collar de perlas
Había un cancerbero con su cabellera de serpientes
acechando la puerta y durante días enteros no salía de casa por
no enfrentarlo.
Su vida era miserable, comía poco y mal, de vez en cuando
caía en su patio la pelota de los chicos que pateaban en el baldío.
Ella invariablemente la devolvía destrozada por el cuchillo de la
cocina.
Una tarde una anciana llamó a su puerta sólo quería
acompañarla, preguntarle si necesitaba algo, no se dignó
contestarle la despidió rabiosamente.
Esa noche los monstruos no le permitieron dormir. En la
oscuridad de su cuarto unos ojos malignos la espiaban, las voces
del viento gritaban. Los perros aullaban convocando desgracias.
No tenía fe, ni amigos. No amaba a nadie, llevaba veinte años
encerrada en su casa revolcándose en la miseria de una vida sin
amor. Con criaturas horrendas creadas por su mente enferma. Tanta
soledad no tenía salida.
María Eleuteria del Corazón de Jesús era su propio monstruo.
Dentro de ella habitaba un espíritu maligno aunque el nombre
elegido por su madre dijera lo contrario.
28 Rosa Michela
. TRASLA DO .
En avenida Colón y Alberdi vive Don Eusebio Castilla, es un
barrio de casas bajas con jardines y veredas arboladas. Verjas y
ventanas generosas.
La casa tiene tres dormitorios. Una cocina amplia. Un ventanal
sobre la mesada que mira el patio, tiempo atrás poblado de flores.
Una huerta y árboles frutales. Hoy los vidrios se ven descuidados y
los pisos sin brillo. Es que no podés seguir viviendo solo papá, con la
inseguridad y sin teléfono es un peligro, aceptalo viejo a tu edad vas
a estar mejor en un geriátrico. No en cualquiera claro en uno que te
guste. El viejo no decía ni que sí ni que no. Resistía.
Se resistía a dejar la casa donde vivía desde hacía no me
acuerdo bien pero Antonio era chiquito cuando la compramos.
Malenita nació tres años después, de eso me acuerdo bien.
De alguna manera el viejo resistía. Hasta que ocurrió lo de la
ventana.
29Collar de perlas
Le gustaba mirar la calle ver la lluvia los autos que pasaban
raudos salpicando agua y barro. Los ojos se quedaban prendidos
afuera, una vez él perteneció a ese mundo. Correr para ganar lo
necesario para la familia. Las cosas cambian, hoy todo es lento para
él, si tuviera que apurarse no podría. Piensa y sonríe sin alegría.
Sonríe con bronca no le gusta ser viejo, quedarse sentado a esperar
la muerte. Estar solo. Casi siempre solo.
Entonces ocurrió. Un atardecer ventoso y frío se sintió
observado. En un principio era una sombra. Con los días tenía ojos
y actitud amenazante. Se quedaba mirando su casa mucho tiempo,
el suficiente para asustarlo, Le contó a Antonio, viene casi todos
los días y se queda parado mirándome, te juro hijo que da miedo.
Cierro con llave bajo la persiana y ya no puede verme pero sé que
está acechándome.
La sombra en la vereda fue ocupando todas sus horas. No
podía dormir, dejó de comer hasta que enfermó…
Don Eusebio está listo esperando que pasen a buscarlo. Sus
hijos encontraron un lugar, te va a gustar papá tiene jardín, hay
gente de tu edad para conversar iremos a verte todas las semanas
lo prometo.
En dos bolsos medianos de lona caben sus cosas. El viejo
de pie observa la habitación donde vivió tanto tiempo. Sus pies
clavados en el piso no quieren irse. ¿Qué es una habitación? Cuatro
paredes y un techo? Sólo eso, en ese cuarto nació su hija, murió su
30 Rosa Michela
mujer. Y la vida que transcurrió adentro? Y las risas y los llantos y los
sueños? Dónde se fueron.
Y la sombra en la vereda habrá sido real o sólo un espejismo
que inventa la soledad?
El viejo comprende que está confundido y que tiene ganas de
llorar. Llorar hasta que lo ojos se le caigan.
31Collar de perlas
. AUSENCIA .
Hacía dos años que Margarita se había ido a conversar con
los ángeles, a veces en la noche la escuchaba caminar por el piso
de madera del almacén.
Gregorio se había enamorado de su mujer desde la primera
vez que la vio. Era un hombre hosco de carácter encrespado. Pero
Margarita le suavizaba la voz y la mirada, por eso cuando murió se
sintió como si le faltara el aire.
Sus padres eran inmigrantes, él nació en la terrible travesía
oceánica, los barcos resultaron precarios para los sin trabajo recién
venidos de la guerra. Nada en su vida fue fácil. Apenas aprendió a
leer y hacer cuentas para el almacén donde trabajaba su padre
que había empezado como peón de otro italiano. El negocio estaba
instalado en una ochava que hacían la calle de los Mártires y la
Plaza de las carretas.
Gregorio llevaba las cuentas, barría y repartía mercadería en
un canasto casi tan grande como él. La vida lo endureció, aprendió
a llevar los libros y controlar a los proveedores. La naturaleza
32 Rosa Michela
fue mezquina, flaco como un quijote de nariz prominente. Sólo su
boca era carnosa y sensual. A pesar de su aspecto desgarbado
tenía éxito con las mujeres. Pero era difícil de domesticar y se les
escapaba cuando creían que lo tenían amansado.
Margarita iba todos los días al almacén, casi una niña. Casi.
Decía que le gustaba el olor del jabón, del pan y las especias,
lo que más le encantaba era el olor de la lavandina porque eso
aseguraba que la limpieza fuese perfecta.
Cuando Gregorio quiso acordar estaba fregando con
entusiasmo toda la bodega sólo por verla sonreír...
Los padres de ella no veían con entusiasmo la relación de su
hija, criada para alguien mejor que aquel hombre pobretón y sin
modales. Pero el amor barrió con todos los obstáculos.
La boda fue en un día luminoso con campanas, cura y flores.
Con tal de tener a su Margarita con él, Gregorio cerró los ojos y
se tragó con hidalguía la mirada socarrona del Padre Anselmo,
enemigo político que disfrutó viéndolo sudar en la ceremonia.
Después vinieron tiempos de amor y progreso. El almacén
se fue agrandando. Llegaron dos hijos. Siempre estuvieron juntos
excepto cuando Gregorio viajaba a la capital por negocios. Desde
allá le escribía cartas apasionadas.
Margarita lo había convertido en poeta.
Ahora estaba sólo de ella. No lo quería aceptar porque
sentía que le faltaba una parte de su cuerpo. Una noche la soñó
lejana. Casi invisible. Perdida para siempre. Entonces pudo llorar sin
consuelo ni pudor.
33Collar de perlas
Nunca había creído en el más allá, pero ahora no sabía que
pensar. ¿Y, si fuera cierto? Si realmente hubiera otra vida? En su
desolación decidió creer que sí. Que su Margarita lo esperaba en
algún lugar. Fue entonces que empezó a escribir las cartas. Primero
con dolor, luego con amor, sólo amor.
Varios años después de la muerte de Gregorio su hijo
mayor las encontró, ciento veintidós cartas escritas en papel azul
guardadas en un costurero antiguo junto a hilos de colores.
34 Rosa Michela
. LAS MARGARITAS .
“Las Margaritas” era un lugar remoto, un caserío metido
entre montañas y valles. Lo habitaban diez familias, casi todas
emparentadas por bodas, amores fugaces o rencores eternos.
La vida era cómoda, simple. Las estaciones se sucedían, los
cometas pasaban y su cabellera sembraba de luces el lugar.
Un día entre otros días llegó una mujer. Vino en un automóvil
azul y la bocina espantó los patos y alborotó a los perros, traía unos
papeles con sellos y firmas donde se decía que ella Leopoldina
Ángela del Corral era la dueña de toda esa tierra ahora ocupada
por gente sin ningún derecho de estar allí. Que yo pagué buen
dinero para hacer en este lugar lo que se me antoje, y se me antoja
construir un hotel con piscina y jardines colgantes como los que
había en Babilonia.
Al principio la gente pensó que estaba loca, sobre todo
cuando dijo que iba a colgar los jardines pero con los días fueron
llegando personas, camiones y máquinas que empezaron a cavar.
35Collar de perlas
José, dueño del almacén se animó a decir que no, que no me voy,
que esta casa fue de mi padre y antes de mi abuelo. Otros dijeron
lo mismo. Todos empezaron a protestar y a decir que se quedarían
allí porqué así había sido siempre.
Leopoldina se fue en su reluciente automóvil y las máquinas
se detuvieron. Todos suspiraron aliviados y se felicitaron por haber
tenido el valor de protestar. El alivio duró poco, la mujer volvió con
jueces, abogados y policías.
El juez les explicó que la señora era la legítima dueña. Había
comprado a la provincia tierras fiscales, que ahora eran suyas,
y había decidido hacer un hotel. La vista era espléndida, haría
caminos, dijo también a los habitantes del lugar que tenían un plazo
de sesenta días para irse. Podrían llevarse todo lo que pudieran
cargar, las casas serían usadas por los obreros de la construcción.
El desconcierto los enmudeció, no podían comprender. Viendo
su asombro el juez preguntó si alguien tenía una escritura, algo que
probara que eran los dueños de la tierra. No tenían nada, nunca hizo
falta. Hubo llantos, alguien explicó que el maíz estaba pronto para
ser cosechado, que las calabazas eran enormes y amarillas como
nunca antes pero de nada sirvió. Tenían que abandonar su lugar,
sembrado con luces desprendidas de las caudas de los cometas.
Tenían que irse ¿Dónde?
Lentamente fueron emigrando, dispersándose, dejaron de
ser una grey, se convirtieron en personas desesperadas tratando
de encontrar un lugar. Cualquier lugar. Cualquier lugar en el mundo
donde morir.
36 Rosa Michela
El hotel se inauguró con música y brillo. Reyes y embajadores
vienen a admirar las noches claras y los ríos transparentes.
Doña Leopoldina Ángela del Corral es dueña de todo, hotel,
montañas, valles y ríos. Las estaciones se suceden, los cometas
siguen pasando pero ya no siembran de estrellas aquel lugar que
una vez se llamó Las Margaritas.
37Collar de perlas
. A PARIENCIA .
Sólo después de casi dos meses que Don Enrique había muerto,
se nos ocurrió limpiar el sucucho donde vivió. Allí encontramos
en una valija de cartón una buena cantidad de papeles. Algunos
escritos en alemán que no pudimos descifrar, recortes de diarios y
la fotografía casi borrada de una mujer con un niño de la mano.
Había sido un hombre hosco, no hablaba y cuando lo hacía
farfullaba un castellano casi incomprensible, caminaba con dificultad,
un tiro le había destrozado la cadera. Por los papeles supimos que
había llegado a Buenos Aires escapado de la guerra casi al final,
que perteneció al nazismo y pudo salir antes que le echaran el
guante, vivía con miedo y pienso que acorralado por las culpas si
es que se sentía culpable.
Llegó a Rosario y empezó a trabajar como peón de patio con
una gente que traía del puerto bobinas de papel para el diario La
Capital, era trabajador, honesto y poco a poco se fue ganando la
confianza. Nunca hablaba de su pasado y no intervenía en la charla
38 Rosa Michela
con los demás. Los ruidos fuertes lo angustiaban, los gritos lo ponían
loco y se encerraba en su pieza, todos decían que era un loco de la
guerra pero buena gente.
Un martes de agosto frío y húmedo lo encontraron muerto en
el patio de los camiones, le habían puesto un tiro en la frente justo
entre los ojos, la policía dijo que fue un intento de robo. Lo cierto es,
que alguien lo reconoció, alguien que como él había llegado hacía
bastante ya, huyendo de la guerra, sólo que le había tocado estar
del otro lado de la alambrada.
Hay recuerdos que no se borran rostros que no se olvidan ni
se confunden jamás, quedan impresos a fuego en la mente y el alma.
El asesinato nunca se aclaró, pero fue una muerte piadosa y rápida,
otros no habían tenido la misma suerte.
Lo sucedido intrigó a todos los que lo conocimos; los papeles
nos dieron un pequeño indicio, pero ya no tenía importancia, estaba
frente a un Juez del que no podría escapar. Tal vez encontrara la
piedad que le permitiera descansar en paz.
A Teresita Mauropor toda una vida de recuerdos.
GRISELDA RULFO
43Collar de perlas
. AMOR ETERNO .
Una rosa se erguía solitaria. Las enredaderas desvanecidas
junto a la luz solar murmuraban penumbra y abandono.
El camino enroscado entre algarrobos, álamos amarillentos,
siempre verdes, arbustos, saluda a una patrulla de hormigas en
pleno ataque, a arañas y mariposas, pájaros olvidados y alguna
que otra vaquita de San Antonio contemplando la eterna vigencia
del tiempo que no avanza.
Cuando la tarde se estira en su agonía, la melodía se cuela
entre cortinas y persianas.
Mylene danza. La noche enlaza su cintura; túnica plena de
osadías. La sonrisa se curva en su rostro. Es feliz en el aislamiento de
los salones, entre muebles polvorientos y caireles. Felicidad plena
porque el amado vive en ella, ya alejados de ese mundo que la
acosa con vértigos y estridencias.
Los recuerdos se agolpan. Aquella tarde él llamó a la puerta.
Después fueron una seguidilla de días, una y otra vez, trayendo un
44 Griselda Rulfo
ramo de flores blancas. En un primer momento las dejó y se fue. Pero
los siguientes trajeron palabras, tiempos compartidos y más flores.
Lo hizo pasar, le sirvió te y la tarta de manzanas que a él más
le gustó. Escucharon música, leyeron poesías, contaron y escribieron
historias. Dibujaron con sus cuerpos ese vals para ellos interminable.
Él le habla de su vida, de cuánto ama su trabajo, de las
ilusiones albergadas. Ella baja los ojos y siente latir el corazón de
tanto amor. ¡Qué felicidad tan grande la suya! Es el hombre soñado.
Por eso vivirían juntos por siempre en la mansión de fines de siglo.
No necesitarían a nadie, se tendrían ambos.
Un suspiro extenso la acompaña mientras baja las escalinatas.
En la humedad del sótano oscuro, entre el fétido aroma a flores
podridas de todos colores, él yace.
Su amado cadete de la floristería, aquél que cada tarde
llamaba a la puerta para entregar el ramo encargado por ella
misma. Sí, ese hombre al que entregó el corazón y la vida, un ingrato
con mujer e hijos. ¿Cómo no lo supo?
Al lado del esqueleto amarrado al sillón aún se puede leer en
un trozo de diario de la época: “JOVEN CADETE DESAPARECIDO…”
Ella se sienta a su lado, en la mecedora. Una nube de polvo
escribe palabras de amor.
45Collar de perlas
¿LO SABES?
¿Sabes? Nunca me animé a decirlo en voz alta. Nunca te lo
dije (y a veces ni a mi misma).
Todo comenzó esa tarde que el destemple de tu voz me llenó
de angustia. Los agudos de tu garganta lujuriosa azotaron mi piel,
se metieron en los recovecos de mi cuerpo y sentí mi cabeza y el
ánimo estallar.
Y siguió después con tus balbuceos y el vaivén de tu cuerpo
desvencijado y mustio. Pero te prefiero así, lastimera y desorientada,
porque reverdece cierta ternura que permite la lástima, la compasión
y algo de incomprendida certeza de que lo nuestro no era bueno ni
para vos ni para mí.
El tiempo desmembró las distancias; a veces pálido como la
esperanza, otros rojo como una lengua de ira. Fue costumbre, tedio,
menos resolución, hastío blasfemado.
Hasta ese día en el que, con los pelos electrizados y los brazos
enrojecidos de tus uñas implacables en cantata auto punitiva te
46 Griselda Rulfo
abalanzaste, con los ojos sellados de locura e ignominia. Y esa voz
casi aullido, casi ulular, me colmó de repugnancia más que de dolor.
Por eso corrí, di un portazo, llegué al lago, allí donde el
atardecer enrojece el agua con el pastizal llameando. No me
quedé quieta, atravesé el parque donde los caballos corren hasta
embravecer a la luna. Me detuve en seco. Y allí lo supe. Por eso te lo
digo ahora.
¿Lo sabes, verdad? ¿Sabes que te odio?
47Collar de perlas
. CHOCOLATE .
Al girar por Rivadavia la vida se abalanza hacia mi pecho,
en forma de colores rojos, sienas, verdes, azules profundos, que
no terminan de armar el rompecabezas. Ese fragmento triangular
magenta debiera cerrar la torre de Núremberg pero se mueve
inquieto y salta de uno a otro cuento. Ya que las imágenes sin planos
ni lógica me llenan de dudas que no puedo resolver.
Ése es el lugar. La certidumbre emerge en náusea ácida. Me
apoyo contra la pared y cuento con los ojos cerrados: uno, dos, tres.
Puedo hacer desaparecer ese mundo de colores y desacelero el
pulso. Respiro hondo. Tan hondo que me alcanza e invade el olor
penetrante. Una mezcla de orines y hediondez que me obliga a
contraer el estómago mientras la angustia se hace un nudo en mi
cuerpo.
A medida que me aproximo al vacilante cartel luminoso el
dolor se vuelve agudo y el recuerdo se hace vívido. Por eso lloro
como ese niño que fui.
48 Griselda Rulfo
Agitado aún por el recuerdo, llego al bar. Me desplomo en la
silla de la mesa del rincón oscuro.
—Un café.
El café calma el silencio y el bombón de chocolate que
debiera endulzar mi presente sólo evoca la tristeza de aquellas
tardes de obscena vanidad. Aquellas tardes donde el hambre
obligaba a masticar con furia un chocolate guardado en el bolsillo
del abusador de manos voraces.
Con la misma furia que hoy destruye el bombón que acompaña
al café en ese bar, de una tarde de otoño, cuarenta años después.
49Collar de perlas
. EL ROSENDO.
Aceitó el trabuco naranjero, repasó las muescas que
indicaban la media docena de muertos en las grescas de tardes
de pulpería.
Esa tarde tenía una importante tarea que cumplir y estaba
solo. Para eso es mejor estar solo. Se acomodó el chiripá, las botas
gastadas y acomodó las espuelas. El Morado se dejó ensillar
mansamente.
A lo lejos se veían los nubarrones anunciadores de una
tormenta fea. —¡La pucha! (pensó el Rosendo Páez). Debía apurase.
La gran ciudad hervía aquella tarde de agosto de 1873. Aún
quedaban los últimos provincianos que habían venido para los
festejos en homenaje al General san Martín.
Alrededor de la Plaza de Mayo, punto central de donde salían
los tranvías hacia los extremos de la capital porteña un gentío se
agolpaba esperando la hora en que el presidente pronunciaría
su discurso. Cada vez que un tranvía se detenía una bocanada
50 Griselda Rulfo
parlanchina saltaba al centro de la plaza: niños, padres, abuelos,
vecinos. Nadie quería perderse el acontecimiento.
Los vendedores ambulantes anunciaban su mercancía en
medio del gentío y los canillitas – para no ser menos – anunciaban
las últimas noticias del diario “La Pluma y la Palabra”.
—¡Último momento, “sesenta y cinco maestras
norteamericanas llegan de Estados Unidos” para enseñar en las
mejores escuelas de Buenos Aires.
A medida que la luz diurna se apagaba, los faroles
comenzaron a titilar. Bajo esa tenue luz uno que otro esperante
alcanzaba apenas a descifrar las noticias del día.
“Inauguración del tramo de vía férrea de Córdoba a
Rosario”.
“Los cordobeses más cerca de las estrellas por el
Observatorio Astronómico”
La caldera ciudadana hervía de colores, voces y gentío.
El Rosendo escuchó las sirenas de los barcos del puerto que
llevaban a los pitucos a la Europa, a esa manga de oligarcas. ¡Esa
noche sabrán de lo que es capaz el gauchaje, gringos ladrones!
Y ese Presidente que quiere robarles su identidad provinciana,
vendido. Ya verían.
Apura el paso del Morado, no quiere llegar tarde. Atraviesa
los vericuetos misteriosos de las callecitas de Buenos Aires, en
dirección a su propósito.
Con decisión y altivez el mandatario en el centro de la atención,
a través de un megáfono, deja oír su voz potente anunciando la
51Collar de perlas
creación de escuelas y el alambrado de los campos. La multitud
aplaudía y se inquietaba.
Los terratenientes, la flor y nata de la sociedad argentina,
refugiados contra las galerías que rodean la plaza, esperan el
resultado de lo urdido en su reunión secreta.
Baja del caballo para subir al escenario. En él se rendirá
homenaje al hombre de la tierra, con palabras y flores nada más.
Bajo el poncho raído la mano en el trabuco no tiembla. Un
fogonazo atraviesa el espacio en dirección al corazón en el preciso
instante en que el presidente gira su cabeza y su cuerpo para
buscar sobre la mesa el regalo que recibirá el Rosendo. El estallido
del trabuco se confunde con el estallido de las voces. No alcanza
su objetivo.
Una lágrima de furia le rompe el corazón.
52 Griselda Rulfo
. EL TÍO MECO .
La vieja volanta encopetada de años coquetea con los
surcos del campo recién arado. Los saltos desparraman gemidos
aceitosos en esa siesta de enero que rellena las ideas y la piel de
ardores.
El tío Meco azuza a la yegua manchada para que apure el
paso. Los ojos saliéndose de las órbitas enloquecidas de vapor, la
nariz inflamada, el pelo enroscado y revuelto. A puro grito quiebra
el silencio y la paz “chicha” que se estira en el campo del patrón.
Hacia allá van, hacia adelante, pero aún nada se ve.
La mujer aprieta contra el cuerpo asombrado ese temblor
envuelto entre sábanas húmedas de fiebre. Acurrucada, la cara
roja de la tensión, llora desconsoladamente acunada por el ruido
de las altas ruedas de madera. Humedece los labios secos y
resquebrajados de Tobías.
—¡Apúrate, apúrate!
53Collar de perlas
Meco, como un centauro gigantesco, de pie en la volanta
centellea el látigo en el aire, su voz es una daga. El animal babea
por el trajín, los cascos y los arneses repliegan los sonidos cuando
las ruedas se hacen voces.
¿Qué hacer? Es en vano esa carrera sin fronteras que no lleva
a ningún lado porque los tiempos se recortan.
A lo lejos la silueta del rancho fragmenta el horizonte. La loca
carrera y la ansiedad avivan sus deseos de beber. Le tiemblan
las manos y el sudor en las palmas es indicio de largo tiempo de
abstinencia. No aguanta más. Y hacia allá enfila. Es tal la costumbre
de hacer un alto en el boliche que al llegar los caballos se detienen
y Meco salta, corre presuroso hacia el interior de la vivienda por su
ginebra cotidiana.
Ella mece al bebé, repite el rito de las últimas horas mientras
lo espera. El tiempo pasa, el silencio es cada vez más hosco. Grita.
Una hora después, el cuerpo de Meco se aplasta contra el
suelo empujado por un hombre fornido que vocifera. Apenas puede
levantar la cabeza del suelo envuelto en la aridez de su propio
vómito, nacido de ginebras y sangrías.
Sobre la volanta la mujer tiembla de impotencia ante la
historia repetida. Un suspiro agoniza. Una lágrima muda cae sobre
la palidez del niño.
54 Griselda Rulfo
. BREVES .
Un o
En el jardín Matra Medu aterrorizada, emite un sonido tan
extraño que le produce pánico y la hace aplastar contra la pared.
A su vez en la vereda, Garsipail el linyera, hizo lo mismo, retrocedió
con un chillido pavoroso.
Mientras los animo con mi pluma sonrío, son sólo dos seres en
dos mundos diferentes mirándose a través de sus temores. Ambos
sucumbieron y están allí, en la misma línea, separados por una
puerta. A la mañana el recolector de residuos levanta la basura del
jardín y de la calle. Las dos figuras se unen al fin.
Dos
Es indispensable responder a ese enigma. Estoy segura que
Nicodemo no conoce la respuesta. Tampoco Sorolla ni Akurista.
Ya sé cuándo llegará el día: cuando en el centro una flecha de
nomeolvides se clave en el corazón de Ulises. Cuando la sirena
55Collar de perlas
silbe su esperanza en el remolino de grises. Cuando la voz alcance
el silencio. Ese día, justo ese día, subiré a jugar Rayuela en la Vía
Láctea.
Tre s
Muy curioso. Lo es. Se necesita un recorrido barroco para
esclarecer el robo del siglo en esa población de cincuenta almas.
¿Quién le robó el piano a la señora? Ambos detectives de la Fiscalía,
el gordo Osiris y el flaco Némesis ya revisaron cada vivienda del
lugar sin resultado alguno. Ni una tecla siquiera. Es por eso que
quejosos improperios y gritos destemplados desplazan los sonidos
del atardecer. Sin darse cuenta que bajo el sol que declina y la luz
de la luna la sombra de un piano de cola se mece sostenido por
cientos de luciérnagas que atraparon el sonido con su luz.
Cuatro
En el patio marrón con macetas marrones se destaca una
estatua marrón oscura. Acompaña el conjunto mesa y mantelería,
platos y cubiertos en degradé de ocres, sienas y tostados. Los ya
marrones pollos al espiedo crujen esperanzas de sabor.
El único invitado se pregunta ¿por qué no hay azules en ese
tornasol de marrones?
Sencillo, porque el rey de Marronia escribió de puño y letra
un Edicto prohibiendo CUALQUIER COLOR FORÁNEO. No hay misterio.
Sólo poder.
56 Griselda Rulfo
Cin co
La mano se escondió en el bolsillo. Los dedos rascaron la
ingle. La ingle se emocionó. La mano erotizada no dejó entrever su
estado y se adormeció. El brazo preocupado quiso saber ¿adónde
se me fue la mano?¡Eso no se dice!¡¡Mano chancha!!
57Collar de perlas
. EL CAMINANTE DEL DÉCIMO “A” .
Todavía no sabía a quién pertenecían los pasos que cada
atardecer recorrían el piso de arriba rítmicamente. Pero el sonido
penetrante le proporcionó la primera pista, eran –sin duda– pasos
de mujer y joven, por la energía del golpe.
Esperaba por ellos sin saber que un par de ojos, desde la
ventana baja del segundo piso del edifico enfrentado al suyo lo
vigilaban mientras escuchaba.
La sala estaba cubierta de una alfombra mullida que silenciaba
sus propios pasos tratando de seguir los de su ¿vecina? de arriba.
Una gran biblioteca distraía su atención con el recuerdo de historias
leídas. Entonces el hoy se borraba y dejaba lugar a la evocación.
Miró el reloj. Debían ser ya las 20 porque los pasos cesaron.
No era exagerada su presunción. Siempre a las 20 se detenían.
Como la primera tarde que tomó conciencia de ello la falta
del sonido familiar lo obligó a mirar el reloj. Precisó el instante y se
asomó a la ventana mirando hacia arriba. Vio un balcón cubierto
58 Griselda Rulfo
de macetones apretujados de flores, contrastando con el día gris
– azul – siena.
Mientras observaba creyó ser observado. Giró rápidamente
la cabeza y apenas visualizó una cortina moviéndose. Como era
habitual su paranoia se tradujo en un nervioso estrechar de dedos,
ya húmedos por la adrenalina y tuvo una desesperada actitud de
huída.
Sin embargo continuó allí, sin atinar a nada, preocupado, con
un interrogante silencioso. Como siempre los temores lo anulaban.
El tiempo no tuvo medida pero debió pasar rápidamente.
Retornó a las sombras amigas, confundiéndose tras la pesada
cortina cuando algo atrajo su atención. Los pasos, ¿qué pasaba
con ellos? Habían cambiado el ritmo y ya no estaban solos. Otros,
más pesados, casi arrastrándose, seguían a los habituales, se
detenían y luego continuaban. ¿Los enfrentaba? ¿Los perseguía?
¿Eran sigilosos?
No supo responder; le pareció escuchar un ruido ahogado a
continuación de un sonido que no pudo explicar.
¿Qué hacer? Nadie caminaba ya. El silencio era tan pesado
que parecía estallar en voces y señales.
Se decidió de inmediato, alcanzó a tomar el bastón y se
encaminó escaleras arriba subiendo los peldaños de dos en dos. Al
doblar el ángulo del rellano vio una sombra escurrirse más arriba,
hacia la azotea. Titubeó, no supo si perseguirla o entrar por la
puerta entreabierta del Décimo “A”, de donde salía una tenue luz.
Siguió la persecución, llegó jadeante al último piso, siempre
había una puerta entornándose entre él y la sombra. Al salir a la
59Collar de perlas
terraza sintió el golpe del viento sobre el rostro. Se detuvo. En su
instintivo seguimiento no tuvo en cuenta la posibilidad de un enemigo
armado.
Oculto entre chimeneas y torres, casi sin respirar, acostumbró
sus ojos a la penumbra. Nada, sólo silencio y quietud. Esperó. Casi no
se atrevía a respirar. Cuando la penumbra le fue familiar notó que
estaba solo.
Permaneció quieto aún un tiempo antes de dirigirse al borde
del edificio y mirar hacia abajo. Un escalofrío cosquilleó en su
espalda de sólo pensar en ser lanzado hacia ese minúsculo mundo
que se agitaba allá abajo.
Volvió sobre sus pasos. Desanduvo el camino escalón tras
escalón mirando de reojo los números indicadores de los pisos
hasta llegar al décimo.
La puerta del “A” seguía entreabierta y el mismo hilo de luz lo
atraía como un imán.
Entró como una tromba con el bastón en alto para defenderse.
El departamento abandonado con una nube de telarañas entre sus
columnas lo paralizó. Una rata paseó su dinastía por el grisáceo
piso cubierto de polvo. Una astilla de la ventana derruida golpeaba
metódicamente contra un biombo japonés descolorido por los años.
Un gigantesco reloj de pared enmudecido en su soledad marcaba
las veinte horas.
Cuando el péndulo reinició su movimiento la puerta se cerró
estrepitosamente y de la sombra proyectada en la pared brotó una
dantesca carcajada que lo obligó a caminar sin detenerse, una y
otra vez.
60 Griselda Rulfo
Abajo, en el noveno “A”, un departamento vacío repite el eco de
los pasos familiares. Mientras más abajo yace el cuerpo destrozado
lanzado minutos antes, al pequeñísimo mundo vislumbrado desde lo
alto del edificio.
A mis tres hijos y a sus amores,
gracias por estar corazón a corazón.
A mis tres pequeños amores, que huelen a luna
Camila Belén, María José y Emma Luz
por el cariño y las cosas lindas que compartimos.
JUANA ECHEGARAY
65Collar de perlas
. CASA DE ALQUILER SANTOPOLO .
1
Yo aquí y ella allá en frente mío, Allí está, malicienta, opaca,
con vida añeja y descolorida. La miro parado desde el centro de
la plaza de mi ciudad que no hace mucho tiempo fue un pueblo, un
gran pueblo, SANTOPOLO. Ahora parece una maceta, húmeda y sin
los colores de entonces.
Allí está, entre medio de aquellos colosos, que parecen
sostenerla colgada como un yoyó. Es la casa de Don MARCOS
DE SANTOPOLO y su señora esposa Doña MARÍA ENCARNACIÓN
MIRANDA de DE SANTOPOLO, mis abuelos maternos. Está ubicada
sobre la calle ESPINATTI al 126, entre SAN JOSÉ Y ALQUINTA, frente a
la calle principal y de cara a la Catedral. La primera casa de alquiler,
una novedad para ese entonces. La construyeron, pensando más
que en la necesidad económica, en la necesidad de dar que hablar
a la chusma. Mi abuelo que hacía de dueño y señor del pueblo que
66 Juana Echegaray
llevaba su nombre, pero no por ser su fundador, sino por la mera
casualidad de tener el mismo apellido de aquel que había muerto
años atrás, sin dejar beneficiario alguno. Por desgracia tomó riendas
en el asunto adjudicándose lo ajeno. Allí nací, crecí y no reproduje
por vagancia.
Mi abuelo un miserable, y doña MARÍA (porque no se dejaba
decir abuela) una déspota, mi padre y… ahí, viviendo a cuesta de
todos huidizo como rata y silencioso como el silencio, o sea era la
nada, mi madre pobre santa, que DIOS la tenga en su gloria, bien
al ladito de ÉL, y que no le deje acercar a ninguno de estos. Ella
fue la única realmente ¨GENTE¨, si con mayúscula. Querida por
todos, fue LA MAESTRA del pueblo, con mayúscula también, había
estudiado en la ciudad de SANTA FE DE LA VERA CRUZ, solo porque
su señor padre quería presumir con un título colgado en la entrada
del comedor, bien visible con un marco más grande que el mismo
cartón, que parecía más bien una estampilla de correo que un título
de docente, donde decía Señorita MARÍA JOSEFINA DE SANTOPOLO
MIRANDA, ¡claro, cómo no iba a figurar el apellido de la madre!
¡Imagínense!
Conoció a mi padre en SANTA FE DE LA VERA CRUZ,
enamoradísima de aquella nada, se casaron, yo no sé cómo, ni
puedo imaginármelo, con toda la contra de esos dos figurines.
En realidad siempre pienso, cómo y de donde salí yo para
nacer tan sanito, bueno e inteligente. ¡Tan lindo muchacho! Je je je,
decían las chusmas del pueblo, que revoloteaban alrededor mío,
cargosas como moscas con sus mosquitas muertas por detrás.
67Collar de perlas
2
En fin, mi vida transcurrió entre baches y cortadas, con esta familia tan agraciada que me tocó por arte de la gracia divina. Como habíamos quedado, yo en el centro de la plaza y ella en frente mío, veo en el 2º piso, departamento 3º, apoyado en el marco de la ventana desteñida, a MARTÍN el abuelo de LUIS, sordo (cuando le conviene) como tapia de cemento. Otro que nunca quiso que lo llamaran por su título, decía que lo hacía longevo. ¡¡pero qué pavada!! El LUIS mi amigo de la infancia y su familia se habían ido a vivir a SANTA FE DE LA VERA CRUZ (da importancia decirlo de esa manera) y al pobre viejo hicieron como si lo olvidaran, en ese caso
nunca más se acordaron de él.
Me saluda con el pañuelo que alguna vez fue blanco y ahora
negro, lleno de mocos. Sonríe con la boca vacía de dientes, pero
¡¡cómo come, no sé adónde le cabe todo, si es un esqueleto su
cuerpo, creo que le cuento las costillas y seguro que le falta alguna,
sino es que se la comió!! Quizás en algunos de esos días que me
olvidaba llevarle algo de alimento, porque desde el abandono yo
lo cuido.
El viejo MARTÍN, nunca hizo mucho en su vida, más bien poco
y nada, garroneaba de donde podía ¡¡con un arte!! Que hasta mi
abuelo se asombraba, mirá que era bueno mi abuelo para esas
tránsfugadas. Toda su vida se varió de un lado a otro, quizás para
que no le cobraran las deudas. Y aquí estamos, con un viejo que no
paga el alquiler, que le doy de comer, pago la luz, gas, expensas, al
teléfono se lo saqué, porque encima tenía esa pretensión. O sea que
sigue viviendo de arriba. Su vida es y será siempre por el resto de
sus días, una línea recta.
68 Juana Echegaray
3
En el 2º piso, departamento 2º, se los ve a la YOLANDA y al
EDUARDO, los administrativos, sentados delante de la ventana en
unas sillas que no saben lo que son,(también sus patas soportan
arriba de 100 kilos cada una, toditos los días del año) ante la mesa
de la cocina, verde de manchas de mate. Consumidores compulsivos
de la yerba, creo que son accionistas mayoritarios de los yerbatales
de MISIONES y también de la tabacaleras de SAN MIGUEL DE
TUCUMÁN, no saben lo que fuman estos desgraciados, si hasta una
noche vinieron los bomberos llamados por los vecinos creyendo que
se estaba incendiando el departamento, no se veía nada y salía una
humarada negra que daba pánico. Esa noche creí que me quedaba
sin casa de alquiler.
Viven apalomados desde no sé cuantos años, sin hijos que
alimentar y educar (cosa que les sería imposible a ellos, ya que son
la burrería andante). La YOLANDA tiene una risa que hace volar
a las palomas del tejado, y hasta le da envidia a los deprimidos.
Gruesa, con unas lolas del tamaño de las cacerolas del puchero,
unas gambas que las maneja tan bien para bailar, da gusto mirarlas,
como así también las nalgas pulposas y apetecibles. Con razón que
el EDUARDO está siempre contento.
El EDUARDO. ¡Ja, otro elemento del edificio! Sus manos son
tan blancas y suaves que hasta parecen enfermas, seguramente su
lomo también es blanco de virgen que es.
Según cuentan las malas lenguas, este bicho fue fiolo desde
chiquitito y la pobre de la YOLANDA lo tiene que cargar ahora. En
69Collar de perlas
realidad ella es la que hace todo el trabajo administrativo, bueno lo
que se dice todo, todito no, porque no hacen nada más que tomar
mate, fumar y estar delante de la ventana día y noche. ¡¡ No saben
ustedes lo que conocen del pueblo, ni la biblioteca popular tiene
tantos informes ciudadanos!! Son la DGI calzada en cuatro patas.
Pero a todo esto, no les cobro el alquiler, más bien le pago su cargo
administrativo con el importe del mismo.
El departamento al lado de la YOLANDA y el EDUARDO, el 3º
está desocupado, creo que allí habitan fantasmas, no hay forma de
alquilarlo.
Pero esa es otra historia…
4
Veo salir por la puerta del frente a la ELSA ¡¡Pero qué mujer
ésa!! Toda desprolija, en chancleta con las uñas de los pies negras
de sucias y largas, creo que las usa como defensa personal. El
vestido chingado, con la melena de color yema de huevos del
campo y las uñas de las manos parecen el desgarro de una película
de FRANKESTEIN, rojo sangre apasionado, como su corazón. Según
dicen las malas lenguas, no usó bombacha en su vida y claro no
tenía tanto tiempo para ponérselas. ¡ Con tanto trabajo nocturno!.
Por detrás, como perrito faldero la sigue el TOÑI, mamado como
siempre, es la ocupación que más tiempo acompañó su vida, el
dice que no la abandonará mientras viva ( el idiota le dicen) porque
fue lo que más feliz lo hizo. La KEFRE, ésta recién llega a su casa
70 Juana Echegaray
(conste que ahora son las 11,30 horas de la mañana), con una curda
que no sé si embocará la puerta para entrar, ni hablar de subir
las escaleras, no sé si les dije que viven todos juntos en el 1º piso,
departamento 3º debajo del desocupado. La KEFRE, es la hija de
los personajes anteriores que detallé. ¡Lindo valor la piba! Cuando
te descuidás, te hace padre como goma y tiene una lengua que
parece combo con la YOLANDA.
AHHHHHHHH me estaba olvidando del TONI, el hijo de la ELSA,
creo que no es del TOÑI, por las dudas cuando lo anotó le sacó la Ñ.
Todos éstos son los OKUPAS del edificio, para variar las categorías.
Una noche negra y fría, porque era invierno, pero no los fríos de
ahora, sino los que realmente eran de antes, venía la ELSA con el
TONI en los brazos, envuelto en algo que parecía una pañoleta y la
chinita, la KEFRE agarrada de la pollera de su madre, con los ojitos
saltones y los labios morados, descalza y la nariz llena de mocos. La
escena era patética.
Cuando acepté darles abrigo, comida y un lugar donde
dormir, quien apareció, adivinen el TOÑI. Y desde ese tiempo se
quedaron en el departamento 3º del 1º piso, como yo los alquilo todo
amueblado, no tenían más que acomodar las osamentas. Pobres, me
dio tanta lástima ver a una madre con sus hijos tan desprotegida,
por el que no sentí nada fue por el TOÑI, pero como venía en el
mismo paquete, entró nomás.
Otro alquiler menos.
71Collar de perlas
5
En el departamento 2º del 1º piso, allí nací yo, tan pequeñito,
languilucho (apodo que me acompañó hasta la adolescencia,
después de los quince años me hice fortachón y provocaba miedo
a los del barrio). Mi madre una mujer sensible, era la dulzura
personificada, delgada y muy elegante, hacía lo imposible por
engordarme, sus tortas eran famosas para mis amigos, yo era el
inapetente y no las probaba nunca, pobre, ella con tanto esmero
que las hacía, y a propósito llamaba a los otros a tomar la leche, a
ver si en compañía comía algo. Siempre me tenía impecable, lustroso,
el cabello peinado con raya al medio, que era el hazmerreír de los
otros, así que cuando bajaba por las escaleras, hacía un revoltijo
en la cabeza y salía a la calle como los chicos PUNK de ahora.
Imagínense a mi madre desde la ventana verme así de desprolijo,
pero como ella no levantaba la voz, el reto lo recibía cuando
regresaba. Un día me regaló un perro, después de tanto rogar
y rogar, apareció el señor nadie, mi padre, con una caja (que no
sé cómo no se le cayó de las manos) con el moño azul colgando
y la tarjeta a mi nombre PARA NUESTRO AMADO HIJO SEBASTIÁN,
CON CARIÑO. TUS PADRES. Parecía más bien una tarjeta mortuoria
y encima se anotó un poroto con el regalo, seguro esa fue una
dedicatoria de él, mi madre hubiera puesto algo más emotivo, más
de su estilo, pobre mi madre querida, era quien pagaba el regalo y
todas mis necesidades.
72 Juana Echegaray
En fin, el entusiasmo del TOBI, mi perro duró el canto del gallo,
ello lo adoptó ante mi falta de cuidados y cariños, tanto que se hizo
faldero, para mi gusto, demasiado mariconazo.
Me encantaba estar con mi madre, le gustaba cantar y tocar
el piano, recitar poemas de NERUDA y bailar por el comedor los
valses vieneses, que me hacía girar con ella, nos reíamos y yo le
pisaba torpemente esos pies tan delicados, aunque esto lo permitía
solo cuando sabía que no había moros a la vista, para no caer en la
cargada. El departamento es agradable y codiciado por todos los
que alguna vez venían a alquilar alguno de ellos, pero no imposible,
si nadie se quería ir, estaban como pegados con cemento. Adonde
van a conseguir un alquiler tan barato. JAMÁS de los jamases
alquilaría la casa que habitó mi madre, aunque me corran los galgos.
Por otra parte, no falta mucho.
6
La familia GARCÍA, si había ciudadanos más exóticos en
la ciudad, esos me tocaron a mí, para variar. El padre del señor
GARCÍA fue peluquero, el abuelo también, el bisabuelo adivinen
siiiiiiiiiiiii también lo fue y supongo que toda la rama genealógica
tuvieron esa genial profesión. Cuando los señores GARCÍA, se
casaron, mi madre les alquiló el departamento 1º del 1º piso, bien
al lado del que yo nací, para ese entonces tenía cinco años y fui
la rata de experimentos de estos aprendices, mi mamá decía que
era una joyita con el corte, pero a mí nadie me saca de la cabeza
73Collar de perlas
que a partir de ese día, el puercoespín que tengo arriba mío se
los debo a ellos. Siempre vistieron esas ropas hipis, con pañuelos
enroscados en sus cabezas y los ojos tenías que adivinar adonde
estarían, ya sea para conversar con ellos, como para saber si
estaban mirándote. Los GARCÍAS tuvieron cinco GARCIITAS, todas
ratitas de experimentos, cada corte de moda lo probaban en
esas pobres cabezas, (mirá vos, jamás tocaban las de ellos, que
lucían las melenas debajo de la cintura, aunque él se hace la colita,
el muyyyyyyyyyyyy…) a veces no se sabía de qué origen eran las
nacionalidades de esas pobres niñitas, sobre todo en la mayorcita,
que no había corte que le quedara pasable. Los vecinos de la
cuadra concurrían y concurren todavía a dicha peluquería de origen
dudoso y, a pesar de salir con cara de traste que es tan evidente,
y así de porfiados vuelven al mes siguiente. No es para menos, si
los desfiguran a estos ilusos, sobre todo a las mujeres que urracas
parecen y ellas lucen como si fueran la princesa LAIDY DEE. ¡Si en
esta vida hay que ver cada cosa!
En fin, son los que me pagan el alquiler rigurosamente, bah
para que voy a hacerme el exquisito ¡¡SON LOS ÚNICOS!!
7
Y ahora yo, que vivo apenas empujo la puerta de entrada, en
el entrepiso. Subo cinco escalones y llego a mi departamento, me
mudé allí hace como diez años, cuando JESÚS el portero y su señora
esposa la JESUSA como la llamábamos con mis amigos, se mudaron
74 Juana Echegaray
con su hijo, el atorrante del ANTONITO a la provincia de ENTRE RÍOS.
Ese buen día sentí la necesidad de independizarme y mi madrecita
que siempre me daba con todos los gustos, me permitió hacerlo
como regalo de los dieciocho años. ¡Lo que no dijeron las chusmas!,
que yo era tan vago como mi padre, que mi madre me daba más
de lo que merecía, que ya no era tan lindo muchacho, que no era
buen estudiante, que era un hipi mugriento y charlatán. ¡Pero hay que
sentir a la gente envidiosa, sólo porque voy a ser el único dueño
de este edificio! Reconozco que extraño a mi mamá, ella que me
inculcó la higiene, la prolijidad, la tolerancia y el buen humor. Pero,
se ve que no supe meterme esos buenos consejos en la sesera. Mi
departamento es grande, a la entrada está la cucha del TOBI, está
tan viejo el pobre, que ya arrastra las patas y tengo que llevarlo
en upa para que haga sus necesidades, claro que el lugar no está
muy aseado que digamos, total cuando me tiro una canita al aire,
como dicen por allí, voy al 1º piso departamento 2º y a otra cosa
mariposa.
De vez en cuando lo hago bajar a limpiar la covacha al LUIS,
no mi amigo de la infancia, sino al pianista que vive en el altillo.
8
Las ratas, ya colmaron mi paciencia y los reclamos de la
vecindad, además de los avisos municipales de clausurar el edificio
de alquiler. Conviven debajo de mi departamento y ya somos como
chanchos amigos. En realidad no hacen nada, si aquí no hay ni para
75Collar de perlas
comer, por eso tienen que salir a rebuscárselas por ahí. Es lógico
que no voy a estar diciéndoles adonde deben concurrir, que se las
arreglen como puedan, ellas son una multitud y yo con esas nunca
me llevé de acuerdo. Se las siente subir y bajar por las cañerías, los
techos, hacen zig—zag en los pisos, si hasta pegan cada patinazo
cuando sienten alguien pasar, que es para filmarlas y ni hablar de
dejar sobras de comidas o lo que sea, hasta se tragan los libros,
se ve que les gusta mucho estudiar. Y bueno que hagan su vida, son
libres y a la libertad no hay que ponerle cadenas, lo único que les
pido es que mantengan limpia la entrada y que no molesten a la
gente. Que me perdone la vecindad y la Municipalidad, pero yo más
no puedo hacer.
9
Del altillo se sienten las notas del piano, que toca LUIS, pero
no se la crean, es un proyecto de pianista, mi madre al ver que yo no
lo usaría en mi callosa vida, le regaló el piano a este personaje que
cayó en mi casa como pera podrida. Flaco, desgarbado, muerto de
hambre y harapiento, más cualidades para ablandarle el corazón
a mi madrecita querida no podía tener. El flaco se hizo querer por
todos, hasta yo llegué a sentir algo de afecto por él, a pesar de
los celos que me produjeron su llegada. Mi madre lo idolatraba, no
hacía más que hablar de él, reírse con él, en realidad él fue quien
le levantó el autoestima, que para ese entonces ya era huérfana y
viuda por la gracia divina. El flaco LUIS, caradura lindo que se da el
76 Juana Echegaray
lujo de decir que es profesor de música, si hasta se hizo hacer un
título a nombre del Señor don LUIS ANTONIO DELARROCHE MENDÍA.
PROFESOR DE MÚSICA DE LA UNIVERSIDAD DE LA PLATA. JAJAJA que
tal pascual, si hay gente con cara y mejilla para cualquier cosa.
¡Qué calidad que tiene el flaco! Las chinitas del barrio, esas moscas
cargosas se disputan los mejores horarios para que les enseñe. Él
es todo un señor. Su vida siempre fue un misterio, jamás supimos algo
turbio de él, ni siquiera la YOLANDA que todo lo sabe, o la buscona
de la KEFRE, que no hace más subidas y bajadas al altillo, porque
tiene muchas horas ocupadas en su trabajito.
Aunque siempre sospeché que a mi madrecita le contaba
muchos secretos. Ahora que lo pienso, ¿mi madre, habrá tenido algún
secreto con él? ¡¡ Pero claro, ahora caigo!! Con razón que siempre
me mira con esa cara de alpargata seca, que no paga el alquiler o
lo hace cuando le viene en gana. ¡¡Que voy y le arranco los dientes y
se los doy a comer a las ratas!! Pero no, él no haría algo así, si somos
amigos. Por algo será ¿o no?
10
Y allí, en el tejado están las palomas, el último orejón del tarro,
ya al amanecer empiezan a moverse. Es un palomar infernal, debe
haber ciento por no exagerar, no sé cómo hará el palomo agraciado
con semejante batifondo. Todo el día se siente el revoloteo y los
palominos se pasan pidiendo comida y ellas las buchonas vuelan a
buscarles alimentos para que se callen. Todo el frente de la casa
77Collar de perlas
está rociado por sus excrementos, si hasta parece una catarata
espumosa, es un asco, que quieren que les diga y no solo eso,
también tapan las cañerías, los desagües fluviales, hacen nido en
cualquier hueco que encuentran.
La paloma es el signo de la paz, pero muchas son signo de...
MIERDA. Y todavía estoy aquí en el centro de la plaza, mirando la
fachada de la casa de alquiler, que está suspendida como si fuera
un yo—yo entre esos dos colosos que son los edificios modernos.
Única herencia que los amados abuelos maternos le dejaron a mi
madre y por supuesto a su más adorado y único nieto ¡yo!
El único ingreso monetario que me sustenta. O sea que trabajar
sería un desatino. Sí, aprovecho al máximo la casa de alquiler que
ya perdió su belleza y su señorío y encima está desteñida por
añadidura.
11
Y aquí sigo yo, adentro de mis pantalones sucios, con unas
zapatillas que alguna vez tuvieron puntera. Lo que sucede es que
a mí nunca me gustó presumir con eso de las marcas de ropas
o calzados. Reservo la plata para los puchos y para la yerba (el
mate es mi principal alimento, tiene muchas propiedades, según las
viejas del barrio). Como yo no soy bocina, tampoco hablo mal de
los vecinos, como hacen la KEFRE y la YOLANDA, eso es de mujeres,
yo escucho, como para tener referencias para alguna que otra
conversación.
78 Juana Echegaray
Estoy muy cansado de renegar por los alquileres, desgasta el
cerebro, y eso que el mío es estrecho pero muy bien cuidadito.
Espero, ahora sentado en el banco del centro de la plaza,
que la Municipalidad no me clausure otra vez la casa de alquiler,
mi existencia se iría a la bancarrota, sería mi perdición si a esta
altura tuviera que trabajar en otra cosa. En fin, la realidad supera
los hechos. De cualquier manera he sido feliz toda mi vida, viviendo
en la calle ESPINATTI al 126, entre SAN JOSÉ y ALQUINTA, frente a la
plaza principal y de cara a la CATEDRAL, en la “CASA DE ALQUILER
SANTOPOLO”.
79Collar de perlas
. NIEBLA EN LA CARRETERA .
Escondida tras los matorrales, cuidando de no rasgar el
abrigo transparente, observo atentamente al caballero que camina
por la carretera solitaria. Se acerca muy cauteloso, mirando a
todos lados, a pesar de la oscuridad, hacia el lugar donde estoy
agazapada.
Pasa muy cerca de mí, y admiro su buen porte, quizás sea un
aristocrático. Raro que se dirija caminando –pienso– entonces dejo
que se aleje unos pasos, y sigilosa salgo de mi escondite, tímidamente
me acerco tocándole apenas el hombro derecho. Fantasmagórica
fue la imagen que se dibujó en su rostro, transformada en máscara
de terror, descompuesta y pálida, su respiración agitada se hizo
dificultosa, hasta que por fin su corazón comenzó a latir con cierta
normalidad, entonces le vi nuevamente volverle el color a pesar de
la oscuridad del lugar.
Pasado el momento, me animé a preguntar.
—¿Se dirige usted a Londres por casualidad?
80 Juana Echegaray
—¿Pero qué hace esta mujer, a tan altas horas de la noche y
en esta carretera? —se preguntó el desconocido.
—¡Me oye usted! –repito ansiosa.
—¡Sí!, sí, éste es el camino. Mi nombre es Marcus –dijo
extendiéndome la mano enfundada en guantes de cuero, que me
resultaron ásperos al contacto.
—¿Y usted cómo se llama?
—No, no puedo… no puedo decirlo, he olvidado mi nombre.
Pero sé que una amiga vive allá en Londres. ¿Puedo confiar en
usted, puede llevarme en el coche hasta allá?
Sus ojos me miraron raro, su boca hizo una mueca que no sé
explicar. Traté de aclarárselo un poco más.
—Quiero ir a Londres, antes que mi cuerpo etéreo se esfume
en la noche. ¡Qué lástima, presiento lo peor, ya es tarde! Mi cuerpo
volátil está dentro del transparente árbol azul.
Lo veo mirando desconcertado de un lado a otro de la
carretera. Menea la cabeza y se va lentamente cubierto por la
espesa neblina de Londres. ¿Habrá sido el amor, ese amor pasajero
que siempre quise encontrar? Su nombre es Marcus. El mío… hace
tanto tiempo que no lo recuerdo, no sé si alguna vez tuve alguno.
Pienso que no. ¡Pero él se llama Marcus!
Y su figura va esfumándose al borde de otra neblina.
81Collar de perlas
. EL PRESTIGIO DE SU REPUTACIÓN .
Eliseo fue el ser más ruin, tacaño y miserable que podía un ser
humano. Vivía sobre la calle Azopardo al 1500 en la casona vieja
con llamador de bronce sobre las puertas.
Nunca visitado por parientes o amigos, deslizaba su burda
existencia entre el olor de viejos billetes y el agrio mezquino de su
vida solitaria.
Nunca quiso formar una familia propia, todo, todo su empeño
era para hacer una fortuna. Como habrá sido de tacaño que le
negó la posibilidad nada menos que a Dios de llevarle su alma el
día que falleció.
En un cajón barato municipal de rústico pino que su familia a
pesar de todo se apiadó en conseguirle ya que ninguno ponía un
centavo por él, descansaban los restos de Eliseo.
En la sala municipal, iluminada escasamente con candelabros
de velas mortecinas, algunas flores cortadas de jardín y un Cristo
doliente, se encontraban algunos de sus familiares sentados en
sillas esqueléticas o en viejos sillones arañados por el tiempo.
82 Juana Echegaray
Mientras tanto, el alma de Eliseo se paseaba entre ellos
observándolos y regocijándose de sus males, preguntándose el
porqué de su presencia en el velorio, si nunca fue aceptado como
familiar.
Sentada al lado del ventanal, se encontraba Eloísa su prima
hermana la menos agraciada de doce hermanos, que sufría de
insomnio. En su rostro se notaban las noches ambulantes en las que
recorría la larga galería de su casa como alma en pena, las ojeras
le llegaban hasta una barbilla sembrada de pelos, a su lado la tía
Antonieta, hermana de su madre, flaca como un espárrago mojado
consumida por el cansancio del duro trabajo del tambo y el cuidado
de diez nietos que vivían a su costa.
No faltó sin embargo su primo Amadeo, toda su vida fue el
más despistado y porfiado de la familia. Una vez al volver a su casa
de madrugada, con algunas copas de más y enfiestado, enfiló la
cuadra al revés y se dirigió hacia la penitenciaría, porfiándole a los
guardias que era su casa, hasta que al fin lo dejaron pasar la noche
en el calabozo o cuando salía del trabajo y tomaba el número de
colectivo equivocado y terminaba en otro barrio, pero ahora el
pobre sufría de Alzheimer, y al acercarse al cajón preguntando
quien era el finado, lo confundió con un tío militar y le hizo la venia
El alma de Eliseo, si el alma tiene una sonrisa, apareció en
ese momento.
Apoyado en el marco de la puerta con las manos ocupadas
de golosinas, reacio a entrar a verlo estaba Eustaquio su primo, él
sí que vivió bien toda su vida, de padres ricos, eran de lo mejor de
la alta sociedad, pero ahora su lomo virgen estaba atacado de
83Collar de perlas
ansiedad y angustia lo que le hacía comer sin parar y aumentar de
peso llevándolo a los doscientos kilos.
Tampoco faltó su sobrino Lisandro, quizás el preferido de
él, por ser uno de los suyos el que más amarrocó dinero fácil en la
timba y además era mujeriego. El porte de príncipe y la audacia
de un gavilán. El alma de Eliseo ve como éste al arrimarse al cajón
fisgonea como para sacar alguna tajada, preguntando sobre la
posible herencia.
Ni pensar que faltaría su hermana Aída, la llorona de la familia
en todos los velorios.
Llega del brazo de Anastasia su hija menor, la niña atacada
de dolor de cabeza, quien vive en una irritabilidad permanente,
que sólo acercarse a ella, se lo trasmite a uno, una especie de
electricidad y malestar.
En resumen esta es parte de la familia o los buitres al acecho,
sobre la que Eliseo pasea contento su alma, sacando sus inmundicias
al aire, ya que lo acusaron siempre de ser el familiar más tacaño,
ruin y miserable y sólo porque poseía el don y el valor de ser el
prestamista del pueblo.
84 Juana Echegaray
. EL BASÍLICO .
Aníbal lanzó con toda la furia contenida, el bollo de papel al
cesto de basura que tenía al lado del escritorio.
Era quizás la hoja décima que arrojaba, se sentía frustrado,
no sabía cómo comenzar la carta que pretendía enviar nada menos
que a su suegra, ese basilisco que justamente le tocó en su suerte,
a él… nada menos que a él, pero si todo el mundo decía que era
un “pan de Dios” además lo alababan diciendo “la suerte que tuvo
esa niña en encontrarlo, con semejante madre en desgracia que le
tocó”.
Para su alegría, la suegra en cuestión había realizado un viaje
al extranjero, con la dicha que encontró a un señor que la sedujo lo
bastante como para que ella se tomara un avión e instalara su casa
bien lejos de acá, ahí en Moscú, encima tiene la suerte de vivir en
zona de monarquías, con lo nariz parada que es.
Pero siguiendo con la cuestión debía escribir la nota antes de
que Laurita se levantara para no herir su susceptibilidad, después
de todo es su madre.
85Collar de perlas
Evaluada suegra:
Como usted siempre quería ser el centro de atención en
toda ocasión y lugar, le comunico que ahora sin su presencia, nos
podemos ocupar más de nosotros mismos y lo mejor de nuestra
pareja, tenemos la alegría de charlar y contarnos absolutamente
todo sin que nos interrumpan y rocíen ajenjo a la conversación, comer
lo que nos plazca con o sin colesterol, tomar mate placenteramente,
cosa que a usted tantas náuseas le producía vernos.
Hacer el amor cuantas veces lo deseemos y en cualquier
lugar y no tener estipulados los días como el sábado por la tarde
cuando salía con sus amigas o los martes y jueves de veinte y treinta
a veintiuna y treinta cuando concurría a yoga y sobre todo no sentir
los fastidiosos golpecitos en la pared de los dormitorios que nos
separaban cuando nuestros cuerpos nos reclamaban caricias, pues
usted se desvela y para colmo de males deambulaba por la casa
abriendo y cerrando puertas como si fuera de día.
Demás está decir que para mí fue una prueba de fuego
convivir con alguien como usted. Realmente que mis amigos me
llamen ¨el magistrado de la paciencia¨ no me asombra, pues ésta
traspuso muchos límites pero considerando lo importante que es
para mí amar a una mujer como Laurita, el gran amor de mi vida,
creo merecer este respiro y ruego a DIOS y a la virgen y a todos
los santos y al bueno del ruso que la sostenga y proteja entre sus
brazos por el resto de sus días (los días suyos, suegra por supuesto).
86 Juana Echegaray
Como está clavada usted como un estilete en mi corazón y un
cristiano no debe maldecir, mi buen tino me obliga ir a dormir con la
mente en paz.
En resumen, he logrado lo propuesto, el esfuerzo valió la pena.
Su único y paciente yerno.
Hizo un bollo la carta tirándola y embocándola al cesto, se
levantó despacio mirando por la sala. Desde todos los ángulos, la
foto de aquel retrato lo miraba con sorna. ¿Por qué negarlo? El
basilisco de su suegra lo seguiría molestando aunque sea a través
del vidrio de aquel porta retrato.
“El amor no tiene edad. Siempre está naciendo”.
A mi familia, a mis amigos y a mis compañeros.
FRANCISCA MARÍA CÓRDOBA
91Collar de perlas
. POBRES PERO FUERTES .
Ruinas, soledad. El viento mañero para arrear nubes, lleva
y trae ecos de puertas batidas en monótono vaivén. Zumbido de
moscas, crujir de maderas, suspiros del viento. El arriero pasa por
ese sendero, sólo a veces, le arisquea; tuerce el ala del sombrero
como para no ver la tristeza agorera que se desliza a su izquierda,
mientras apura el tranco del overo.
Dicen que en los atardeceres, los susurros se escapan por
entre las vigas raídas del techo y vuelan para convertirse en
gemidos. La sensación de aislamiento no mete miedo al hombre,
pero penetra como la helada del sur, perfora la osamenta; una
angustia invasora va recorriendo la espalda hasta la nuca, se fi ja
en la garganta y comprime el pecho.
El j inete fi ja su mirada en el suelo; ha entrado en la zona
del antiguo Camino Real, olvidado, perdido su nombre entre los
libros de Historia, polvorienta realidad hendiendo el paraje donde
algunas cabras hacen crujir el suelo, arisco para el verdeo: “Es que
casi nunca llueve. San Pedro se ha olviao’e nootros” dicen los viejos
92 Francisca María Córdoba
mirando bizquear a los animales en su intento de buscar comida
entre las piedras, guardadoras de algunos brotes milagrosos.
El calor sofoca; las chicharras presagian una noche infernal
aturdiendo desde las talas del monte. Ni una nube en el cielo; poco
movimiento en el puñado de casuchas en donde empieza y termina
el pueblo. Todo es lento, despacioso. Los patios hierven a esta hora
en que la tierra ha succionado el fuego de la tarde.
La Mabel saca un fuentón con la ropa del Antonio recién
lavada; lo apoya bajo sus pechos, flácidos de tanto amamantar:
blanco alivio para la sed de sus hijos.
En su bicicleta, mitad caño, mitad alambre, la Tomasita
pasa pedaleando con fuerzas; detrás y atado con piolines al
guardabarros, un carrito destartalado la sigue, fiel a su oficio de
transportar leñita, esas patas de arañas que alimentarán el fogón
donde la mamá hará el puchero o calentará el agua para el mate
verdadero, maná de los pobres. Con la mano saluda a los Medina,
doblados sobre el surco esquivo para dar vida.
Más allá, el Oscar y la Pralinda, su tía, encierran dos vacas
para el ordeñe. El muchacho, rápido salta la empalizada y se
acerca a una mesita que bajo un chañar sostiene un cuaderno de
tapas mugrientas, donde garabatea, hoja a hoja cada atardecer,
historias que le ayudan a olvidas otras viejas historias.
En su casa, mitad adobe, otra parte chapas y ladrillos bayos,
don Zoilo relampaguea los ojos retintos cuando oye al arriero:
su silbido es único como el paso irregular de su caballo. Ni bien
desmonta, el viejo le ofrece un amargo. Pocas palabras entre
ellos. Nunca supo con certeza su nombre, ni su edad, ni de donde
93Collar de perlas
viene, ni a donde va, sólo que cuando el arreo se pone flojo allá,
en el sur, se convierte en su temporaria compañía.
El día se desmaya sobre ellos, se enreda en la cañas del alero,
bosteza algún remolino engañoso de tormenta, se desparrama
por el campo; está cansado. Tanta sed, tanto calor. “¿Ta bueno
el camino? Pregunta el cebador “Mas o meno. Hay guadales…”
responde el hombre de a caballo entre sorbo y sorbo. “La pucha y
no quiere llover…” Miran al cielo a través de la enramada.
Sólo el oeste rojizo, como siempre. “Refrésquese, don, hay
un poco de’agua, entuavía en el tacho”. “Ta bien, se agradece”
el visitante desensilla el caballo que olfateando el aire corre a la
aguada, casi un tazón cuarteado por la sequía.
Pocas palabras, no sea que se seque el garguero. El viejo
sabe que el hombre ha pasado por la tapera achatada en su
mortaja de campanillas azulmoradas, y que todavía le dura el
estremecimiento. Algunos se santiguan, otros apuran el tranco.
Pero de eso no se habla, para qué remover lo pasado.
El suceso dio para agotar conjeturas y habladuría. Fue en el
tiempo en que las tuscas florecían apurando la vida del monte. El
pobrerío, sabía divertirse sobretodo en esa época. Dicen que los
sanavirones eran bailarines de alma. Tal vez de ellos les venían
esas ganas de moverse al compás de la música: dos violines, una
guitarra y para los valcesitos, un acordeón. No paraban de sonar
hasta el amanecer, cuando pateando terrones y alguno que otro
sapo, regresaban a la única realidad que les había tocado en
suerte.
94 Francisca María Córdoba
El Polo llegado hacía un tiempo con un arreo de mulas,
andaba querendón y la Miguelina, con sus trece recién cumplidos,
había inquietado al hombre. Hacía tiempo que la venía viendo en
el almacén del Turco, entre bolsas de maíz y harina. Con la bolsita
de arpillera en la mano colgando, provocaba sin querer con ese
balanceo inconsciente que le impulsaba desde lo más profundo
de su adolescencia perturbadora ¡Linda la chinita! Los pechos
enhiestos bajo la blusa desteñida y las patitas largas, finas que
sostenían dos caderas en pleno proceso de moldura, como sandías
maduras, cuando en enero, ofrecen voluptuosas sus cáscaras
torneadas anticipo de una pulpa chorreante, roja, fresca... , así la
pensaba el Polo entre pitada y pitada de un armado.
Miradas van, miradas vienen, encuentros casuales; se
fueron acercando. Primero los hombros en un juego casi de
chicos, te pecho, me pechás. Después el roce de los dedos, diez
brazas de pasión que se entrelazaban hasta volverlos ciegos,
sordos, ausentes de su propia sordidez cotidiana. Ellos estaban
descubriendo su propio paraíso.
Los muchachos de los Medina, primos de la chinita, se
habían acercado al hombre y lo habían advertido: “A la Miguelina
ni la tocás, ¿Entendí?”. Pero ahora, meses después, caminaban
en medio de la madrugada, de la mano, sin querer avanzar. Era
difícil estar juntos; cientos de ojos los vigilaban como lechuzones
expectantes y agoreros.
De pronto vieron el atajo, el que lleva atrás de los montes
de tintitacos, alfilerillos, cardones; ahí por donde dicen que corre
el arroyo de agüita limpia y fresca. “Te voy a llevar, mi alma, a
95Collar de perlas
donde el agua te enjuague los piececitos, así jugás a salpicarme”
le había prometido el hombre del sur, una tarde en que el calor y
la sed hacían jadear a perros, gallinas y hombres por igual. Allá
iban, dando zancadas, enganchándose las ropas con las barbas
de tigres, implacables. Corrieron, desesperados hacia la libertad,
ellos, amantes perseguidos prejuzgados; no podía escapárseles
esta oportunidad.
Cuando las gallinas empezaban a picotear los maíces que
le echaba al boleo la Nora, medio dormida aún, porque había
pasado la noche en vela esperando a su única hija, la Miguelina,
el rumor empezó a correr. Del almacén del Turco al boliche del
Isidro, pasando por el campito de la Pralinda: el Polo no estaba
durmiendo bajo la enramada del rancho abandonado y la chinita
se perdió de la vista cuando volvían del bailongo… y con trece
años decían.
El entonces jefe del destacamento policial fue advertido
de la novedad. “Hay que buscarlos” suplicaba la madre, dando
por hecho que habían desaparecido juntos. “No vaia a ser que la
deje premiada…la desgracia nos caerá encima” gemía la abuela
masticando las palabras junto al tabaco embabado. Don Dalmacio,
el padre de la chinita en cuestión, sacudía su borrachera de la
noche anterior filosofando apoyado en el alambrado divisorio:
“Qué le puede ver un hombre a la Miguelina, no tiene tetas, ni
cabras para arriar, apenas sabe amasar el pan ¿Cómo le va a
parir hi jos y los va a mantener? Escupía así en su semi inconsciencia
mañanera el valor intrínseco de la mujer ligada a lo animal, lógica
de esos pagos olvidados de la mano de Dios.
96 Francisca María Córdoba
El Zoilo, recién nombrado jefe del destacamento por
benevolencia del último diputado provincial, que acertó pasar por
ahí, camino a su desmonte, los rastreó a caballo durante varios
días, pero nada. Al tercero le pidió ayuda al Benjamín, chango
medio mal nacido, como esos críos endebles que aparecen cada
tanto en una camada de parición. Algo rengo, bizco pero fuerte,
seguidor, como perro de arriero. Montó su petizo y ya la partida
salió más confiada, con víveres, algunas mantas, el machete para
cortar churquis y hasta la escopeta, previamente acondicionada.
Sólo calor, sol, tierra, médanos, sed… algunos buitres,
presagios de carroña, revoloteando el cielo, las mocas olfateando
la muerte… y el viento soplando su aliento a mistoles. Una noche,
hubo un giro del poco airecito que soplaba y se oyó un aire de
vidalita que refrescó los oídos y paralizó los corazones. Se
quedaron tras los médanos que empezaban a formarse tras los
arbustos achaparrados y opacos, y escucharon
Las penitas que yo siento
Vidalita
Son penitas de amor…
Amargaditas lo mismo
Vidalita
Que las hojitas del molle
Vidalita
Ahí deberían estar; quién si no cantaría una vidala parte
del sureño. Se acercaron y los vieron. El hombre acariciaba ese
97Collar de perlas
cuerpo ideal, de madera torneada con la perfección de ninguna
cadera y cintura humana; a cambio el sonido casi sublime de
la caja inundaba la escena; angelical el rostro de la chinita se
apoyaba en el apero. “¡Alto! ¡No se muevan! ¡Es la ley!” tronó la
voz del Zoilo, amilicada después de dos años de profesión.
No reaccionaron los amantes. Se abrazaron; una bandada
de murciélagos se despegó del techo con el retumbar del
escopetazo al aire que nervioso disparó el Benjamín. Se dejaron
llevar: él esposado tras el caballo del jefe; la china enancada en
el petizo del asistente.
Una pieza mugrosa le sirvió de calabozo al Polo: “Hasta
que se caratule el delito, si es que lo hay…” murmuró la autoridad,
tan serio como las circunstancias se lo imponían. La menor, como
ahora la designaban en la causa, chorreaba su desencanto, no su
vergüenza por los pelos, duros por la sequía y la falta de agua
dulce. Espinas como de garabato macho eran la mirada de su
madre y abuela; los hermanitos husmeaban desde atrás de la
cortina, única puerta de la vivienda, con los dedos en la nariz,
silenciosos, como todos: no preguntas, no consuelo, no reproches.
Ese silencio era un anticipo de su inexorable destino de paria
social. El exilio ya estaba decretado.
El Polo, entre uno y otro cigarrillo, cortesía del ayudante
patizambo que lo miraba con admiración, maquinaba una salida
“¡Juna gran pucha! A mí no me van a encerrar por una china
alzada…” se decía. Entre pensamiento y hecho privó lo último y
una noche coincidiendo con un incendio inesperado, devastador,
el hombre de a caballo desapareció.
98 Francisca María Córdoba
La imaginación del pueblo, ese pensamiento mágico que
enriquece a los desesperados, fue transformando el hecho en una
sarta de versiones alimentadas por el tedio, el calor, la inanidad
del tiempo. Nunca fueron aclaradas de las causas del incendio
ni el destino del Polo, pero sí se comprobaba día a día el de la
Miguelina, consumida en lágrimas que caían sobre el patio de su
casa cuando salía a tender la ropa. Ella, entre tanto, se mimetizó
con la tierra yerma: no pudo amamantar, su vientre se contrajo,
perdió su fruto y se quedó tan estéril como el potrero del fondo.
Esa pasión prohibida por sucia y pecaminosa provocó más
de una procesión con la Virgen del Rosario, llevada en andas: “no
vaya a ser que la virgencita nos castigue por tanta inmundicia”. El
tiempo, que todo lo borra o lo atempera llevó a los jóvenes: “pa’la
ciudad, sólo vamos quedando los viejos y las raíces” recitaba
doña Eloísa la dueña del campito más próspero de la zona. “Ahora
lo único que pinta es la necesidá” sentenciaba.
Todas las vidas estaban signadas por la sequía, esa que las
marca desde el vientre fecundado en horas de tedio y rabia por
sobrevivir a la nada. A esa pobreza, “aliada y cómplice de la falta
de agua que siempre, la muy ladina, se desvía para el sur ande
tienen siempre el surco abierto y más ahora con la siembra directa
que le dicen”. El que hablaba así era un maestro sancionado en la
capital de la provincia por no se sabrá nunca qué irregularidad y
que había ido a parar con sus pocos bártulos a la escuelita rural,
inaugurada hacía cuatro años.
¿No quiere llover, don Zoilo? Pregunta el arriero barbudo, un
ojo tapado con un parche, una mano enguantada, acomodándose
99Collar de perlas
sobre el apero dispuesto a dormir a cielo abierto. Entre sorbo
y sorbo el Zooilo lo mira de reojo “Ansí es, cosas del destino
y pa’colmo de males, la sequía nos dejó pelados y solos, pero
aunque pobres somos fuertes, usté lo sabe bien, don ¿noe cierto?
El arriero parece no escuchar, mira fi jo el cielo, cápsula invertida
que promete pero no cumple. Tampoco él pudo cumplirle a la
chinita, la que se apergamina en un oscuro rincón del rancho; sola,
con algunas cabritas; “agüita para tus piececitos”, murmura; pero
sabe que si la encuentra, ella no lo reconocerá, tantas temporadas
volviendo, para nada, para engañarse.
La impiedad del tiempo los ha tocado. Ahora lo único que
pinta es la necesidad de agua, de agua, de agua., Tatita Dios para
que se moje los piececitos cuando salga a buscar las cabras.
100 Francisca María Córdoba
. FAVORES CONCEDIDOS .
La pared chorrea flores lilas, erguidas, signos de súplicas
imposibles. El silencio taconea entre las paredes ocres del pasaje.
Ella, menuda, morena, aprieta su bolsito de lona contra su cuerpo
envuelto en el vestido de confección casera. Apresura el andar;
la cabeza semigacha así acostumbrada por la génesis de años
de servidumbre y acatamiento, la mirada, en un cíclico movimiento
derecha e izquierda que une imágenes con recuerdos.
Aquella vez, Santa Rita había sido egoísta con ella. Tanto le
había pedido por su Damián, lejano y primer amor perdido en una
guerra corta, sucia, impensada. ¿Habría escrito algunos versos en
la trinchera fría?. Se lo había prometido pero a ella no le llegaron,
como tampoco su cuerpo. Ahora, casi desesperanzada, se había
propuesto insistirle a la Santa y le llevaría algunas ramas florecidas
que colgaban desde el muro. Tal vez con la ofrenda le apareciera
algún gesto de piedad para con ella; y salta, una, tres, cuatro veces
hasta cortar dos ramitas índigas con espinas y hojas (¿serían el
sufrimiento y la esperanza que debía transitar todavía?).
101Collar de perlas
Llega al extremo del veredón de baldosas y gira hacia la
derecha, hacia la dirección de donde oía un rumor de coros, hacia
la iglesia tras la cual se refugian las carmelitas y piensa. Ese punto
de clausura en medio de la vorágine ciudadana que se iba en el
alto queda como un códice apretujado en una biblioteca. La calle
en esa hora incierta se ha transformado en un espacio abadiado;
abre la puerta de dos hojas, batiente chillona y un soplo de vacía y
helada religiosidad le estremece la cara. Camina desorientada en
la penumbra hasta encontrar, en un altarcito lateral, la imagen. No
se arrodilla; casi con un poco practicado orgullo, ella habla con la
mujer que la mira desde lo alto con ojos de cera fría. ¡Acordate de
mí santita, tan solita de amor!
Perdón, se me ha caído una hojas del libro, ¿me permite?
Está junto a su bolso. La muchacha gira la cabeza y ve al hombre,
vestido de oscuro, ve sus botas negras apuntándola, rígidas y
brillantes. Creo que se despegaron, continua él, ahora tendré que
encontrar el número de cada página, ¿me ayuda? Embobada por
la voz, grave, con ecos, como si saliera de un pozo, lo sigue hacia
una hilera de bancos. Se sientas; no puede hablar, sólo monosílabas
se le escapan y rebotan entre las columnas de la nave principal,
soporte majestuosos de un cielo de vitrales que se afantasmaban
con las luces del ocaso.
El tiempo es agua y arena filtrando las palabras. Me
llamo Alejo, soy escritor. Yo soy Sabina. Vengo a la biblioteca
del convento a buscar información. ¿Usted? Entré a retarla a la
santita…se ha olvidado de mí. El que olvida algo, siempre lo tiene
en el recuerdo. ¿Cómo, no entiendo? Pregunta ella. Porque se
102 Francisca María Córdoba
acuerda de lo olvidado, le contesta con una sonrisa que abarca
toda la femineidad de la devota, hasta estremecerla.
Ahora caminan, salen del templo olicudo a incienso y la
noche les echa un aliento mientras bosteza su aburrimiento. No
ven gente que camine con ese apuro robotizado de la vuelta a
casa. Hay sombras fugaces, ecos de cascos equinos entre las
calles que atraviesan. Sin proponérselo, se toman de las manos,
empujan el paso por el declive de la buenos Aires, pasan por el
Buen Pastor, cruzan la avenida y se internan en la majestuosidad
de Nueva Córdoba.
La ciudad es otra con Alejo; su andar sin rumbo se
interrumpe ante una reja increíblemente trabajada; el hombre la
abre con una llave que extrae de su bolsillo; desde los balcones
figuras con fauces y ojos amenazantes los observan son voces de
conciencias centenarias. Necesitamos un tiempo para nosotros, le
susurra el hombre ahora demasiado cerca de ella. Estremecida,
con los ojos acuosos de tantos sentimientos acallados, Sabina solo
atina a mirarlo.
Una cama, adoselada, con sábanas grises de satén recibe
la pasión inmediata de la pareja; desflora en el lecho su virtud
más preciada. No hay palabras, tampoco se pregunta cómo había
llegado hasta ese punto límite, tan esperado, donde el goce afloja
sus músculos para dejar hacer al hombre que ha transformado
las palabras en caricias voluptuosas que resbalan exploratorias
por su dormidez virginal. Algunas lágrimas absurdas, impensadas
resbalan hacia los almohadones de seda.
103Collar de perlas
Por una claraboya de vidrios multicolores se filtra una
luz agónica que se combina pendularmente con un resplandor
naranja en una sucesión de tiempo indefinido. Es la única referencia
de otra dimensión existente fuera de ese espacio de paroxismo
impensado.
Cuando el jadeo da paso a la quietud, juntos recorren la
casa. La cocina es tan amplia como donde trabaja; una vajilla
de blancos espasmódicos refleja la luz de las lámparas, ahora
encendidas, desde el aparador de algarrobo (¿cómo estará
el algarrobo que aliviaba las siestas cuando el viento del
norte asalinaba su piel y los ojos de la abuela?) Ojos de cobre
pendientes de las paredes azulejadas, los observan enrojecidos
por el fuego avivado en la cocina de hierro. Ellos son uno, con las
tazas humeantes entre sus miradas que se anublan por el vapor;
él la observa con ojos casi transparentes, como lagunas abisales,
con calor inacabable. En las salas con maderas, tapices, caireles,
aprende a jugar al billar y a echarse laxa sobre las alfombras;
conoce la tibieza de los leños encendidos (¿podrá la abuela
cortar esos troncos de colquiyuyo cuando la apura el frío?). Las
caricias la vuelven de ese lapsus de su memoria y envuelta en
bata de espuma, enlazaba y desenlazaba su pudor de cortesana
enamorada; Alejo es un sólido cuerpo que no pesa sobre ella y
transpira aroma a hojarasca húmeda entre sus brazos.
Unas campanadas, nunca oídas, le sobresaltan de su
duermevela; casi aturdida mira el reloj de pie que parece renacer
entre dos columnas; ahora ella ve el sol entrar por las hendijas de
104 Francisca María Córdoba
los ventanales cerrados. Oye golpes y voces que se acercan a la
casa. Palpa la ausencia de su hombre que ya no está a su lado.
Lo busca por la casa, lo llama; torpemente busca su ropa, recorre
pasillo, salas, salones, salitas y el baño con los espejos empañados,
con moho y dos estatuas gigantes, tiesas, balanceándose por
décadas sobre la bañera. Solo silencio. Soledad. Ecos.
Encuentra su vestidito, calza las sandalias gastadas, arregla
su pelo con una hebilla de hueso y con el bolsito en la mano
dirige sus pies hacia lo que cree la salida. Una llamarada de luz
la sorprende junto con un grupo de obreros que abren el portón
principal. Pasan la rozan, no la ven. Disponen, se ríen. Bueno, acá
vamos, don Alejo Guzmán y v Cabrera ¡por fin! Alardea uno de
ellos con planos bajo el brazo. Otro, el de la notebook le hace
un guiño casi obsceno y contesta ¡A demoler! Se acabaron las
amantes viejo zorro. Los inversores no esperan más.
Como huyen de la luz mala en su Tuscal energiza su paso
aunque ahora es una corriente helada que la observa, la subsiona,
no hacia las colinas sino hacia la agónica casona que, pronto, una
topadora saciará con ella su avidez de paredes con sabor a
flores francesas en sus empapelados casi corre hasta alcanzar
la Cañada. Una lluvia amarilla de tipas en flor baña su cuerpo; se
siente purificada aunque satisfecha de su tiempo de lujuria.
Al llegar a su cuartito del Güemes intenta sacar la llave del
bolso, su mano de costurera encuentra una flor de Santa Rita,
ajada, sabe entonces que ha perdido para siempre al hombre que
la bondad de la Santa le había regalado por un instante eternizado.
Agradecida, le enciende una vela.
105Collar de perlas
. DE POEMAS Y DE SANGRE .
Es agosto. La noche blanquea su helada por el faldeo del
cerro de las Carretas. Una masa de hombres y mujeres que
mantiene ocupados a los realistas sueña con la independencia,
palabra abstracta todavía para ellos. Ese grupo de cuerpos, puro
instinto, sin planes preconcebidos, arremete contra el invasor de
las milagrosas batallas con un deseo casi ancestral de conservar
la tierra. La mujer se acerca al cholo, alto, fuerte, musculoso;
lo abraza con pasión y temor de no ser amada. El joven, con la
mirada fi ja en un punto intangible, modula la voz e hilvana versos
casi premonitorios de tragedia:
Huañuyta maska riscan Voy en busca de la muerte
Auckanckancu, pucrancura Nuestros enemigos
Jamu llanckancu, pucrancura Ya vendrán
Jalatatajmin Levantando sus campamentos.
106 Francisca María Córdoba
De pronto, un resplandor; los realistas caen sobre ellos.
Son como llamas sobre caldenes secos. Pedro Artamechi, indio
despechado, sobornado, guió a los hombres del coronel Benavente
por un sendero invisible en medio de la noche. La confusión
espanta, el coraje los reagrupa. Una bocanada ardida da en la
cara de la mujer y sus oquedades, oscuras de llanto, se secan
aún más en su rostro. Con su vientre que le pesa demasiado para
seguir en la lucha, busca refugio tras esas piedras, verdaderos
aludes de muerte, que hacen caer los dueños del suelo desde la
altura del cerro, arrastrando la arrogancia de los godos. El fuego
de fusiles recalentados, el chasquido de las huarakas en reboleo
incesante y el silbo de las flechas se entreveran con el ardor de
los cuerpos, algunos gimientes, otros, casi inhumanizados ante el
japapeo quechua que los energiza. La mujer, espantada, ve a su
joven indio, lugarteniente de los Padilla, multiplicarse en la lucha. Es
vuelo mortífero desmenuzado en el entrevero de sangre. Cerca,
siempre cerca de él, la otra, Juana Azurduy, j inete invencible se
defiende como puma cercado. Juntos tejen una leyenda con hilos
de sangre, valor y poesías, juntos están en el punto exacto en el
que un impiadoso descuido es el comienzo de la muerte.
La mujer, agazapada, aprieta con las manos su cavidad
fecundada, apoya la cabeza sobre la roca sostenedora y piensa…
Antes no fueron lanzas ni flechas las que se cruzaron; fueron tus
ojos, charcos de luna, con los míos, y nos enredamos en el moteo
de luz y sombra que hamacaban la ramas piadosas de un cebil.
107Collar de perlas
Ñahuyquicuna ppallallaj ckoillor Tus ojos, titilando cual estrellas
Llippipipispa En la noche oscura
Laccaytutapi, hillapa jina Fueron el relámpago
Musppachihuancu. Que me hicieron delirar
Dulce aloja derramada por tu boca, ¿acaso eran para mí
tus versos aquella noche? El cielo fue un pozo invertido, lleno de
estrellas sobre mi vientre; vi soles y soles girando; sentí el crujir de
mis entrañas, ahora nutridas por tu corriente tibia. Pero la otra, con
su voz de guerrera, descuajó la oscuridad con su orden de ayuda:
¡ Juan, te necesito! ¡Mi Manuel ha caído prisionero! Y ahí salieron
al galope, con más caballos que hombres para confundir a los
realistas. Se acollararon con la noche, la sorpresa y los fuegos
avizores que desde las montañas indicaban el camino de los
maturrangos, que cansados y borrachos no los esperaban. Aquella
vez volvieron con el marido y hubo festejo en la montonera. La voz
de mi Juan parecía endulzarse en sus versos como se convertía en
alarido aterrador cuando, con los dientes apretados, arremetía en
las batallas con un odio encendido hacia el español. Decían, por
ahí, que su padre habría sido un potosino aristocrático, bastardo
del rey de España, que amancebó a una descendiente del inca
Huascar para luego abandonarla con un hijo y en la mayor de las
miserias.
Otro alarido quiebra el hedor a muerte, a tierra, a sudor de
caballos. ¡Mi Juan, mi Juan! ¡Nooo! Los lamentos mezclan palabras
108 Francisca María Córdoba
entrecortadas. ¿Por qué te pusiste en el camino? Era para la
otra el lanzazo. ¿Por qué? ¡Cómo vomita sangre tu pecho!.. . ¡Oh,
tan amado!.. .Te arrastran… ¿Dónde te llevan? Te alejan de mí…
tierra infestada de odio y de venganzas, ¡Te maldigo!. No crecerá
nuestro hijo acá, será noble y bello como vos mi alma, pero estará
en el verde, en donde el cielo se cae sobre el campo… en la paz.
El grito de la que va a parir salpica de rojos la quebrada. Las
nubes, espumas congeladas, bajan piadosas y se ofrecen como
pañales al guagüita. Luego, otra vez, la marcha de esos indios,
mestizos y criollos, impulsados por un mandato casi genético de
proteger las fronteras de la Patria recién nacida. Pero la procesión
de valientes se va agotando a medida que avanza hacia el sur.
Algunas derrotas y la multiplicación de caudillos, la va atomizando.
La mujer es una más de las que cocina para los hombres, duerme
acurrucada al rescoldo del vivaque, cría a su hijo y protege a unos
perros flacos y seguidores. A veces, sueña.
Casi sin darse cuenta, arrastrando su destino incierto, llega
al verde, el de los olores a cebadilla, a ganado, a tierra mojada; la
de los hombres con botas y palabras persuasivas que construyen
de otro modo a la Patria. Su chango ya ha aprendido a pialar,
pinta como enderezador en el día a día y puede cuerpear al
potro más arisco. Déjelo no más, doña. Don Juan Manuel recibe a
tuitos por igual. Va a ser un agregado más en la estancia. El arriero
se compadece del muchacho, la madre cede para abreviarle su
destino de bastardo que empezó aquella noche de agosto. Ahora,
con un fuentón apoyado en la cadera, repleto de ropa con olor
a sudores, va al piletón del fondo. Los peones desde la cocina, le
109Collar de perlas
ofrecen un mate; no lo acepta. Arisquea el afecto y la confianza
desde que es la lavandera del capataz; desde que otra vez está
sola con una tos persistente como única compañía. Comienza a
ablandar el jabón que se espuma entre sus brazos y sube en
burbujas silenciosas hacia su pelo entrecano. Ve en ellas toda su
vida en escenas redondeadas, transparentes. Oye el viento del
norte colarse entre las hendijas del cuartucho; trae balidos de
guacho y olor a tierra; su tos, hi ja de una espalda mordida por la
helada de años, hace eco en los latones de agua y se mezcla con
un susurro de versos que un aliento audible irrumpe la parálisis de
sus sentidos amortajados.
Causayninchajta quipuycuckanchej Nuestras vidas enlazamos
Manam huañuypis Y ni la muerte
Tracahuasunchu. Huiñay—Huiñaypaj Nos separará. En la Eternidad
Ujllamin casun. Uno solo seremos
Extraviada en la certeza del engaño que tramaron sus celos,
las manos tratan de alcanzar la figura de traslúcida gelatina; el
lugarteniente de los Padilla, Juan Huallparrimachi, ha venido, está
ahí. Un dedo adiosado se extiende hacia la mujer; un cielo de
Patria recreada por los muertos anónimos de independencia, los
espera.
111Collar de perlas
LAS AUTORAS
ROSA MICHELA
Vive en Villa María. Córdoba. Fue narradora del Grupo Cuento
Azul perteneciente al PEUAM. Egresada de la Dante Alighieri.
Incursionó en pintura en el taller de Ana M. Bertoloti. Algunos de sus
textos fueron publicados en Diez Cuentos con Alas 1 y 2, auspiciados
por la Universidad Nacional de Villa María. Integró el Taller Literario
de Marta Parodi . Actualmente asiste al Taller Literario de Narrativa
coordinado por Mercedes Espinosa, Peretti.
GRISELDA RULFO
Vive en Villa María, provincia de Córdoba. Es profesora
de Educación Física y Psicopedagogía. Tiene estudios cursados
sin finalizar en Metodología de la Investigación Educativa, Letras
Modernas y Arquitectura. Se desempeñó como docente en los
niveles primario, secundario y terciario en diversas instituciones
educativas. Asistió al taller literario dirigido por Marta Parodi, y de
Poesía de Susana Zazetti. Actualmente asiste al Taller Literario de
Narrativa coordinado por Mercedes Espinosa Peretti..
112 Collar de perlas
JUANA ADELMA ECHEGARAY
Nació en la ciudad de Villa María, Córdoba el 16 de Noviembre
de 1952. Maestra en Cerámica de la Escuela de Bellas Artes. Estudia
Italiano e Inglés. Además estudia pintura en óleos. Alumna del Taller
Literario de la profesora Mercedes Espinosa, Peretti. Tiene tres hijos
y es abuela orgullosa de tres nietas.
FRANCISCA MARÍA CÓRDOBA
Nació en Villa María, provincia de Córdoba; tiene tres hijos y
cinco nietos. Es Maestra Normal y Profesora de Lengua y Literatura.
Ejerció la docencia por más de treinta años en los niveles primario y
secundario en Centros Educativos de su ciudad natal y Villa Nueva.
Ha asistido a talleres literarios dictados por el Licenciado Fabián
Mosello y la Licenciada Dolly Pagani. Actualmente concurre al
Taller Literario de Narrativa de la Licenciada Mercedes Espinosa ,
Peretti. Participó como narradora en el Segundo Encuentro Nacional
de Cuentacuentos en Alta Gracia (Cba) en 2002 representando
al taller de narradores del PEUAM. También narró en diversas
presentaciones en salas de Villa María con el grupo de narradores
del grupo antes mencionado. En la 37º Feria del Libro de Buenos
Aires 2011, leyó poemas en el ciclo “Villa María y sus poetas”. Recibió
en el género poesía el primer premio en el concurso “Termina el
año haciendo versos” organizado por el I.P.E.M. Nº 180 “Rafael
113Collar de perlas
Obligado” de Ticino (Cba) en 2008 y la Mención de Honor en el
Concurso Nacional de Literatura “Primo Beletti” organizado por la
S.A.D.E. (filial Villa María), la Universidad Popular de Villa María y el
C.A.S. de esta ciudad – 2009. En el género narración ha obtenido
el primer premio en el concurso premio de Literatura para mujeres
“Rosa Tejeda Vásquez de Theaux” 2010. Sus poesías y cuentos han
sido publicadas en libros junto a otros escritores de Villa María y la
región: “Siempre en el mismo río” y Antología Literaria 2010, ambos
publicados por la S.A.D.E. filial Villa María.
MERCEDES ESPINOSA, PERETTI
Vive en Villa María, Córdoba. Es profesora de Lengua y
Literatura. Licenciada en Letras. Ejerció la docencia, en los niveles
primario, secundario y terciario en establecimientos de Villa María y
también de Arroyo Cabral. Tiene publicados “El barrio que nos tocó
en suerte”, “El agua un valor social” y “Amigos del Bonsái y Flora
Nativa”. Publicó distintos ensayos literarios y de educación, como
también fotonovelas presentados en el II y III Congreso Nacional
e Internacional de Educación. Además el ensayo “Aproximación
a lo Fantástico en las Pruebas del Caos” en homenaje a Enrique
Anderson Imbert. Ponencia realizada en XIX Simposio Internacional
de literatura en Lima, Perú. Es coordinadora de Talleres Literarios de
narrativa para niños y adultos.
Ordendel libro
COLLAR DE PERLAS
Presentación por MERCEDES ESPINOSA, PERETTI ............................................................... 9
ROSA MICHELA
Collar de perlas ....................................................................................................................................................... 19
El pueblo quedó devastado .......................................................................................................................... 22
Con la pequeña luz del amanecer .................................................................................................... 24
Monstruos ....................................................................................................................................................................... 26
Traslado ............................................................................................................................................................................ 28
Ausencia ........................................................................................................................................................................ 31
Las margaritas ........................................................................................................................................................... 34
Apariencia .................................................................................................................................................................... 37
GRISELDA RULFO
Amor eterno ............................................................................................................................................................... 43
Lo sabes ........................................................................................................................................................................... 45
Chocolate ....................................................................................................................................................................... 47
El Rosendo ................................................................................................................................................................. 49
El Tío Meco ................................................................................................................................................................... 52
Breves ................................................................................................................................................................................ 54
El caminante del décimo “A” ..................................................................................................................... 57
JUANA ECHEGARAY
Casa de alquiler Santopolo ........................................................................................................................... 65
Niebla en la carretera ......................................................................................................................................... 79
El prestigio de su reputación ........................................................................................................................ 81
El Basílico ........................................................................................................................................................................ 84
FRANCISCA MARÍA CÓRDOBA
Pobres pero fuertes .............................................................................................................................................. 91
Favores concedidos ............................................................................................................................................. 100
De poemas y de sangre ................................................................................................................................. 105
Las autoras .................................................................................................................................................................... 111
Las cuentas de Collar de perlasse terminaron de ensamblar
en el mes de diciembre de 2011,por orden de EL MENSÚ ediciones enGráfica del Sur, Manuel Lucero 67,
Córdoba, República Argentina.