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La democracia:
de una crisis a
otraEdicin y traduccin de Vctor Eremita
MARCEL GAUCHET
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LA DEMOCRACIA:
DE UNA CRISIS A OTRA
Marcel Gauchet
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Este texto es fruto de una conferencia impartida en el Liceo David dAngers,
en Angers, el 8 de junio de 2006, invitado por la Socit Angevine de
Philosophie.
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NDICE
Prefacio
IntroduccinQu crisis?
La autonoma moderna
El hecho liberal
La primera crisis de la democracia
La sntesis liberal-democrtica
La expansin de la autonoma
La democracia de los derechos humanos
Una democracia mnima
Una crisis de cimientos
Hacia la recomposicin
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PREFACIO
Este pequeo libro resume de manera sinttica la sustancia de los anlisis
desarrollados en los cuatro volmenes de Lavnement de la dmocratie, cuyos dos
primeros volmenes acaban de ser publicados en la editorial Gallimard (La
Rvolution moderne y La Crise du libralisme, 1880-1914).
Sita la actual crisis de la democracia en el marco de una primera crisis de
crecimiento de la misma al comienzo del siglo XX, y que culmin en los asaltos
del totalitarismo durante los aos 30. Mientras que las reformas y la excepcional
expansin tras 1945 permitieron superar dicha situacin y dar pie a la
estabilizacin de nuestros regmenes, a juicio del autor hemos entrado, a partirde los aos 70, en un nuevo ciclo crtico. De este modo, Marcel Gauchet sugiere
que en las circunstancias actuales acontece algo as como una segunda crisis de
crecimiento de la democracia, directamente relacionada con el proceso de
profundizacin de los principios democrticos que ocasiona, fruto de la ruptura
de los equilibrios establecidos entre la poltica, el derecho y la historia, un
fenmeno totalmente nuevo: el hecho de que la democracia resulte
ingobernable en nombre de la democracia la democracia contra s misma-.
Este anlisis en profundidad de la situacin de la democracia no slo est
destinada a aclarar a los ciudadanos. Es el medio para esclarecer desde su
interior la composicin de este rgimen mixto de un tipo indito que es en
verdad la democracia de los Modernos.
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INTRODUCCIN
Las siguientes reflexiones son fruto de un ejercicio peligroso pero
indispensable: el esclarecimiento de la coyuntura histrica en la que estamosinmersos, la orientacin en la oscuridad del tiempo futuro en trance de estar
gestndose. Tienen por objeto caracterizar la situacin de crisis que actualmente
sufren las democracias. A tal fin, pretenden poner en perspectiva esta situacin
actual tomando como punto de referencia una situacin previa de crisis de la
democracia, de tal forma que el paralelismo permita destacar los rasgos
originales de nuestra situacin sobre el fondo de las notas comunes a ambas
crisis.
No es este el lugar para examinar las dificultades que un planteamiento de
esta naturaleza plantea, pues son patentes; me limitar a insistir sobre su
necesidad, una necesidad que a mi parecer no es suficientemente sentida.
Cmo avanzar sin saber dnde estamos? Cmo actuar si no analizamos el
movimiento que nos arrastra? Por grandes que sean los riesgos de una empresa
de esta ndole, no podemos por menos que acometerlos. Por lo dems, resultaigualmente cierto que habitualmente uno se entrega a ellos a pesar suyo, de
manera subrepticia y vergonzosa, como si el hecho de abandonarnos a la queja,
casi sin saberlo, nos previniese contra dichos peligros. Nosotros, por contra,
acometeremos esta empresa conscientes plenamente tanto de sus lmites como
de la imposibilidad de superarlos.
La ambicin de la empresa no es slo cvica, esto es, no slo pretende
alertar a los ciudadanos; tambin es de ndole filosfica en tanto en cuantopostula que el anlisis de esta situacin abre paso a una comprensin ms
profunda de la democracia. As sucedi en el pasado con ocasin del anlisis de
los fenmenos totalitarios, sntomas principales de la primera gran crisis de las
democracias. Dichos estudios dieron pie a una comprensin renovada, por
contraste, del fenmeno democrtico. Algo parejo sucede en la nueva
circunstancia, esencialmente diferente de la precedente, y cuyo
desenvolvimiento arrastra hoy en da a las democracias. Dicha circunstancia
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pone de manifiesto, a poco que sepamos descifrarla, dimensiones de la libertad
de los modernos cuya relevancia habamos captado hasta la fecha de manera
muy imperfecta.
Mi argumentacin se organizar en torno a tres tesis:
1. Nos encontramos ante una crisis de creencia en la democracia, una crisis
de creencia que no es la primera en su gnero sino la segunda.
2. Esta crisis presenta como nota especfica el hecho de que se traduce en la
autodestruccin de los fundamentos de la democracia.
3. Esta crisis corresponde a una crisis de composicin del rgimen mixto en
que fundamentalmente consiste la democracia liberal de los modernos.
QU CRISIS?
A qu nos referimos cuando hablamos de una crisis de creencia en la
democracia?
La nocin no es evidente de suyo, cosa de lo cual soy consciente. Puede
parecer una imagen mediocre, una analoga vaga, en el mejor de los casos, fruto
de la asociacin del sentido vago de la tan manida palabra crisis con lo
inadecuado del trmino creencia.
Es cierto que la invocacin permanente, desmesurada, del vocablo crisis
ha embotado de manera considerable su alcance. Qu no est en crisis? El uso
del trmino crisis apenas es otra cosa que una manera perezosa de poner
nombre a unos cambios cuyo sentido se nos escapa. Por aadidura, su
aplicacin a la democracia presenta una dificultad particular, puesto que la
democracia es por definicin el rgimen en el que se suceden, sin solucin de
continuidad, el desacuerdo, la protesta y la puesta en entredicho de las
situaciones fcticas. Dnde comienza o se pone trmino a la crisis fruto de la
oposicin de opiniones, del antagonismo de los intereses, de la inestabilidad de
los poderes electos, de la protesta de los representados o de la reivindicacin de
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independencia de los individuos con relacin al orden colectivo, cosas todas
ellas inherentes al funcionamiento de un sistema de libertad? No hay que ser
muy hbil para acabar argumentando que la nocin puede darse por
desterrada, puesto que la pretendida crisis es, de hecho, el estado habitual de lademocracia.
Estos obstculos, ciertamente muy reales, no deben constituir sino una
invitacin suplementaria al rigor. Necesitamos un concepto para aprehender los
desequilibrios que pueden afectar al funcionamiento, esto es, a la existencia de
esas organizaciones por esencia inestables que son las reuniones humanas: su
propiedad ontolgica no es otra que ser estructuras segn la multiplicidad y la
contradiccin. No encontramos un trmino alternativo a este de crisis que
pueda desempear dicha funcin. Supuesto esto, no se trata sino de justificar su
uso en cada caso, en funcin de la gravedad de la perturbacin existente de
facto y del carcter intrnseco de los factores operativos. Se puede hablar de una
crisis de la democracia, por tomar nuestro problema como ejemplo, cuando
una fraccin importante de los ciudadanos llega a rechazar el principio de sus
instituciones y apoya a partidos combativos que ambicionan establecer un
rgimen alternativo, como sucedi en la poca de los totalitarismos. El
problema no radicara en la inteleccin de un supuesto estado normal de la
democracia a fin de acomodarse al mismo. Se tratara, por contra, de
desentraar las frustraciones y demoras suscitadas por el desenvolvimiento del
universo democrtico, y que cristalizaron, en un momento dado, en esos
proyectos de ruptura.
Es posible que alguien me conteste: tal vez sea as, pero cmo hablarentonces de crisis hoy en da, cuando semejantes fuerzas adversas ya no
existen, cuando la democracia ya no tiene enemigos dentro de s, o incluso
cuando la adhesin a su principio es la nota distintiva del espritu de nuestro
tiempo? Este es el momento propicio para refinar nuestro concepto de crisis,
que no se confunde ni con la presencia paralizante de oposiciones abiertas, ni
con la existencia de simples disfunciones. El hecho de que la democracia ya no
tenga enemigos declarados no impide que sea vea agitada por una adversidad
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ntima, ignorada como tal, pero no menos temible en sus efectos. El hecho de
que ya nadie se proponga derribar la democracia no empece para que se vea
amenazada insidiosamente con la prdida de su efectividad. Ms an: si su
existencia queda fuera del alcance de la crtica, la forma en que sus actores lacomprenden tiende a disolver las bases sobre las que reposa su funcionamiento.
Aunque parezca imposible, crisis, haberla la hay, en el rigor del trmino, en el
sentido de una puesta en cuestin de la realidad de la democracia desde dentro,
a partir de los datos mismos que presiden su marcha. Lo que sucede es que la
naturaleza del proceso es completamente ms sutil que los asaltos del pasado,
de igual modo que sus resortes son ms difciles de identificar.
Por qu, a fecha de hoy, hablamos de manera ms precisa de crisis de
creencia, expresin analgica, convengo en ello, cuyas connotaciones pueden
dar pie a que parezca que se flirtea peligrosamente con una vieja teora del
organismo social que ya no es de recibo? Aun a riesgo de tal -un riesgo por
otra parte fcil de descartar-, me parece que la imagen tiene la virtud de captar
la atencin sobre el tipo de historicidad en el que nos encontramos. No se trata
en este caso de vicisitudes de la democracia a travs del tiempo, de su historia
externa; se trata de su historia interna, de la afirmacin progresiva de su
principio, del despliegue de su frmula, de su desenvolvimiento en una
palabra. Desenvolvimiento que no tiene nada que ver con el crecimiento de un
organismo, as entendido, sino que procede de un proceso endgeno de
expansin y de explicacin cuya dinmica es imprescindible que captemos. En
ausencia de una palabra propia en el registro social, el trmino crecimiento
me parece que aporta una aproximacin aceptable. Las trasformaciones de lademocracia proceden de algo as como un crecimiento, y este crecimiento,
precisamente porque no es de naturaleza orgnica, entraa llegado el caso
desequilibrios profundos que ponen en peligro su existencia, por una razn u
otra.
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LA AUTONOMA MODERNA
Esta esencia dinmica del fenmeno democrtico slo es plenamente
inteligible si la referimos a su origen. La democracia de los modernos no secomprende, en ltima instancia, sino como la expresin de la salida de la
religin, es decir, del paso de una estructuracin heternoma del corpus
humano-social a una organizacin autnoma1. Ella representa, para ser ms
precisos, la formalizacin poltica de la autonoma del corpus humano-social.
Tal es la definicin ms global y exacta que podemos dar de democracia. Salvo
que dicha autonoma no sea ms que una idea abstracta que uno pudiese
considerar como adquirida de una vez por todas. La autonoma es una manerade ser de lo ms concreta que se forma y se afirma a lo largo de la duracin
temporal, al mismo tiempo que se opera el desgarramiento multisecular de la
estructuracin religiosa del mundo. Las cosas seran simples si la autonoma no
fuese ms que un principio; pero ella constituye, de manera ms fundamental,
un modo de despliegue del ser-con-otros. El proceso de salida de la religin es
un proceso de materializacin de la autonoma que pasa por la reforma del
conjunto de los mecanismos organizadores de las comunidades humanas. De
ah que el curso de esta aventura se vea jalonado de sorpresas de manera
permanente. Conocemos los principios de memoria, pero los rostros efectivos
que acaban tomando no cesan de desconcertarnos. Por este mismo motivo, los
problemas relacionados con el dominio de los instrumentos de nuestra libertad
se nos plantean de manera regular al final de este camino. La paradoja radica en
que las encarnaciones de la autonoma amenazan constantemente con escaparde nuestras manos.
As pues, es menester que volvamos nuestra atencin a este movimiento
de concretizacin a fin de que podamos calibrar las dificultades que encuentra
el avance de la democracia a lo largo de su recorrido. El paso previo consiste en
1Vid. a este respecto las siguientes obras de Marcel Gauchet:El desencantamiento del mundo, Trotta, Madrid, 2005;Lo religioso despus de la religin, Anthropos, Barcelona, 2007; Un monde dsenchant?, Les ditions de lAtelier,Pars, 2004. [N. del T.]
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comprender lo que significa en la prctica la autonoma como manera de ser de
las comunidades humanas.
Resumiendo cinco siglos en algunas frases, esta materializacin de la
autonoma -concomitante a la salida de la religin- se ha efectuado en tresoleadas; se ha formalizado en tres vectores sucesivos: lo poltico, el derecho y la
historia.
La materializacin de la autonoma se traduce, en primer lugar, en el
advenimiento de un nuevo tipo de poder, que sustituye al antiguo poder
mediador por el que se operaba la conjuncin entre lo de aqu abajo y lo de ms
all, la sujecin del orden humano a su fundamento trascendente. Este nuevo
poder recibe el nombre de Estado, y su originalidad radica en funcionar,
siempre y en todo caso, como aqul elemento que opera la escisin entre el cielo
y la tierra, siendo el responsable de la inmanencia de las razones que presiden
la organizacin del cuerpo poltico. La esencia de la poltica moderna reside en
la existencia de este condensador de la autosuficiencia del aqu-abajo.
En segundo lugar, el proceso de la salida de la religin se debe a la
invencin de un nuevo tipo de vnculo entre los seres, con arreglo a la
configuracin de un nuevo principio de legitimidad en el seno del cuerpo
poltico. La jerarqua que vincula los seres sobre la base de su desigualdad, de
su diferencia por naturaleza, refractando a todos los niveles del cuerpo social la
relacin de dependencia de lo natural con relacin a lo sobrenatural, es
sustituida por este nuevo vnculo basado en la igualdad de derechos entre los
individuos y el contrato firmado entre ellos en base a su igual libertad de
origen. Esta redefinicin del soporte de las relaciones entre los seres se enmarcaad intra de una trasformacin ms amplia de los fundamentos del derecho en
general. La fuente del derecho estaba en Dios; posteriormente se desliza hacia la
naturaleza y, de manera ms precisa, hacia el estado de naturaleza, hacia el
derecho que originariamente ostentan los individuos: el hecho de su
independencia primordial. La legitimidad de la autoridad pblica y de la
organizacin del cuerpo poltico deja de ser trascendente. Dicha legitimidad ya
slo puede emanar del acuerdo permanente entre los individuos que componen
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el cuerpo poltico y que ponen en comn, contractualmente, los derechos de los
que cada uno dispone en propio o de suyo. Esta y no otra es la revolucin de
origen y la naturaleza del derecho que ha hecho del derecho moderno -
convertido por esencia en derecho de los individuos- un vector de laautonoma.
En tercer lugar, el proceso de salida de la religin ha acontecido,
finalmente, debido a la inversin de la orientacin temporal de la actividad
colectiva. A contrapelo de la obediencia incondicional al pasado fundador y de
la dependencia respecto a la tradicin, la historicidad de los modernos proyecta
a la humanidad hacia delante en aras de la invencin de su futuro. Este tipo de
historicidad sustituye la autoridad del origen, fuente del orden inmutable
llamado a reinar entre los hombres, por la auto-constitucin del mundo
humano en el transcurso temporal, orientado hacia el futuro. Es lo que
podemos denominar la orientacin histrica, tercer vector de la autonoma
humana, puesto que a travs de ella la humanidad acaba por producirse
deliberadamente a s misma en el tiempo.
La historia de la modernidad es, en el sentido ms profundo del trmino,
la historia del despliegue sucesivo y de la conjugacin progresiva de estos tres
vectores de la autonoma. Evidentemente, no se trata en ninguno de estos tres
aspectos de un surgimiento instantneo, sino de una expresin que toma
cuerpo poco a poco, de una lenta expansin que desplaza y hace aicos poco a
poco los mecanismos poderosamente constituidos por la estructuracin
heternoma. Vemos as como la lgica inmanente del Estado se abre paso sobre
la base de la lgica de la monarqua sagrada a la que estuvo asociada desde unprincipio, hasta que la abstraccin de la cosa pblica acab por destronar la
personificacin real del poder. Poco a poco, de manera semejante, la
redefinicin del derecho en el seno del cuerpo poltico sobre la base de los
derechos individuales revela su alcance democrtico. La libertad del estado de
naturaleza no puede acabar sino imponindose en el estado de sociedad. De
igual modo, la orientacin histrica se hace cada vez ms profunda con el
discurrir progresivo de un basculamiento cada vez ms pronunciado hacia el
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futuro y de una extensin de la accin determinada por su perspectiva. Es lo
que comnmente denominamos la aceleracin de la historia, expresin poco
acertada de cara a una percepcin ajustada de las cosas. Existe por tanto un
crecimiento, en el sentido de una expresin dilatada sin cesar de estas nuevasarticulaciones de la experiencia colectiva, a medida que se afloja la opresin del
antiguo modelo de organizacin segn el poder de los dioses, la autoridad del
todo y la dependencia con relacin al pasado.
Desde un principio, este inventario dinmico de componentes de la
modernidad comprendido como materializacin de la autonoma hace patente
aquello que fundamentalmente va a diferenciar la democracia de los Modernos
de la democracia de los Antiguos. La democracia de los Modernos est
suspendida de tres nociones preliminares o dimensiones ajenas al poder en
comn de la ciudad antigua: ella se sirve del subterfugio del Estado; reposa
sobre el derecho universal de los individuos; se proyecta en la auto-produccin
colectiva. Tres nociones preliminares o dimensiones que aaden una gama de
problemas inditos con relacin a los que conocieron los Antiguos.
El desarrollo y los problemas de la democracia moderna deben ser
analizados a la luz del establecimiento de estos tres vectores. Estos problemas
se reducen desde el principio a la cuestin del gobierno de la autonoma o, si se
prefiere, del dominio de los vectores de la autonoma. El Estado procura a la
comunidad humana los medios para su autonoma; hace falta todava que los
sepa utilizar, los domine y no se deje conducir por ellos. El individuo de
derecho da cuerpo al fundamento autnomo de la comunidad humana; hace
falta todava construir el poder correspondiente a esa libertad contractual de losindividuos, contra la dispersin y la disolucin del poder comn que ella puede
entraar. Entre el retorno tirnico de la libertad de los Antiguos y la impotencia
anrquica de las libertades privadas, la va es estrecha. La historia, en fin de
cuentas, la orientacin histrica, hace de la autonoma algo ms que la
capacidad de darse su propia ley. Ella la eleva al rango de constitucin concreta
de s misma. Hace falta todava gobernar esta produccin de s mismo, que
puede desembocar en el ms enloquecedor de los desposeimientos. Hacerse a s
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mismo ignorando lo que se hace, no supone esto acaso el smmum de la
alienacin, del hacerse extrao a s mismo? Ahora bien, este es el peligro que
corre una humanidad lanzada a la conquista del futuro: corre el riesgo de
perderse.En la prctica, los problemas actuales de la democracia de los modernos se
reducen principalmente al ajustamiento, a la articulacin o a la combinacin de
estas tres dinmicas de la autonoma: poltica, jurdica e histrica. Una tarea
erizada de dificultades, pues estas tres dimensiones definen cada una de ellas
una visin autosuficiente de la condicin colectiva y tienden a funcionar por su
propia cuenta, excluyendo a las otras. Esta es la razn por la que al principio de
estas lneas evocaba el renacimiento del problema del rgimen mixto. Dicho
problema se plantea en trminos que no tienen nada que ver con los de la
mezcolanza y equilibrio entre la monarqua, la aristocracia y la democracia,
problema, como se sabe, liquidado en la edad moderna debido a la irrupcin
del rgimen contractualista y la composicin del cuerpo poltico a partir del
derecho de los individuos. Ello no impide que la democracia moderna sea un
rgimen mixto, cuya vida gira en torno a la conjugacin ms que problematica
de sus componentes. Nada hay ms laborioso que mantener unidos y procurar
que marchen de concierto estos tres ingredientes: los imperativos de la forma
poltica, las exigencias del individuo de derecho y las necesidades de la auto-
produccin futurista. La discordia es ms comn que la armona. He aqu el
dilema y el foco de tensin permanente de nuestros regmenes.
EL HECHO LIBERAL
Entre estos tres vectores de la autonoma, el ms espectacular en base a su
poder de arrastre es el tercero y ltimo en acontecer: la orientacin histrica. A
l se deben los cambios ms rpidos e inmediatamente sensibles, puesto que su
naturaleza no es otra que la valoracin del cambio. La orientacin histrica se
instala entre 1750 y 1850, desde la apertura de la perspectiva del progreso hasta
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la toma del poder por las consecuencias que se derivan de la revolucin
industrial. En funcin de dicha orientacin se establece la dimensin de
nuestros regmenes que nos es ms familiar, su dimensin liberal.
Es posible, ciertamente, concebir la democracia sobre la nica base delderecho. Los principios del derecho de los modernos, tal como quedan
circunscritos desde su origen, bastan para dar una definicin completa de la
misma. La fuerza de las revoluciones del derecho natural a finales del siglo
XVIII, en Estados Unidos y Francia, dan pie a ello, unas revoluciones con las
que nuestros regmenes mantienen un vnculo genealgico directo. No
obstante, esta perspectiva resulta en parte engaosa, en la medida en que
enmascara el trabajo de reinterpretacin del derecho natural a la luz de la
historia que ha presidido la formacin de los regmenes representativos tal
como los conocemos. La orientacin histrica es la que ha conferido su sello
especfico a la organizacin poltica liberal que practicamos.
El balanceo hacia el futuro entraa, en efecto, una reorganizacin
completa de la ordenacin de las sociedades. Dicha reorganizacin trae consigo,
en primer lugar, un descubrimiento de la sociedad en tanto que asiento de la
dinmica colectiva y fuente del cambio; en segundo lugar, legitima tal cosa
llevando a cabo la emancipacin de la sociedad civil respecto al Estado; y en
tercer lugar conduce a la locura una inversin de signo en las relaciones entre el
poder y la sociedad. El punto de vista de la auto-constitucin de la humanidad
en el tiempo se revela portador de una poltica de la libertad. El primer artculo
de esta poltica es que hay que dejar libre a la sociedad en tanto en cuanto ella
constituye el verdadero motor de la historia. El segundo afirma que es menesterdejar libres a los individuos, por los mismos motivos, ad intra de la sociedad, en
tanto que actores de la historia. El poder, en un marco tal, ya no puede ser
considerado como la causa de la sociedad, como la instancia encargada de
hacerla existir mediante su ordenacin, ya sea a travs de la refraccin de un
orden trascendente o bien a ttulo de administracin de sus necesidades
internas. El poder es considerado como efecto de la sociedad. El poder ha sido
segregado por la sociedad y no tiene otro papel que cumplir las misiones que
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ella le encomiende. En una palabra, su sentido no es otro que representarla. Una
tarea de representacin cuyo desempeo ser mejor por parte del poder en la
medida en que la sociedad sea explcitamente reconocida y el poder sea
designado de manera ms libre por la colectividad.Propongo denominar inversin liberal a esta redefinicin de las relaciones
entre poder y sociedad que da origen al gobierno representativo en su sentido
moderno. En este caso ya no se trata de asociar la mejor parte del cuerpo social
al poder, como suceda en la representacin medieval; de lo que se trata en este
caso es de trasformar el poder en expresin de la sociedad, en la medida en que
esta ltima constituye el centro de la creacin colectiva.
Del mismo modo, propongo calificar como hecho liberal a este
reconocimiento prctico de la independencia de la sociedad civil y de la
iniciativa de los actores de la sociedad civil, o, para darle una formulacin que
resalta de entrada su carcter revolucionario, a este reconocimiento de la
prioridad y primaca de la sociedad civil sobre el gobierno poltico un
reconocimiento que supone como consecuencia la admisin de la esencia
representativa de la legitimidad poltica-. Slo la justa traduccin de las
necesidades de la sociedad puede dar pie a un gobierno legtimo, sea cual sea
su forma institucional.
Decimos que es un hecho porque, independientemente de la ideologa
liberal, esta primaca de la sociedad constituye objetivamente la articulacin
central de la sociedad de la historia. Entendemos por tal la sociedad que no slo
se comprende como histrica, sino que se organiza como histrica. La ideologa
liberal no es ms que una lectura entre otras posibles de este hecho y de losresultados polticos que conlleva.
Dicho de otro modo: nuestras sociedades estn dotadas de una estructura
liberal en funcin de su orientacin histrica, de su prosecucin de la autonoma
por medio de su trabajo de trasformacin y de produccin por s mismas.
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LA PRIMERA CRISIS DE LA DEMOCRACIA
Bajo el signo liberal, la democracia entra poco a poco en las sociedades
europeas a lo largo del siglo XIX, segn un proceso que puede resumirse en laextensin democrtica del gobierno representativo gracias al sufragio universal.
El gobierno representativo se apropia en un principio de una versin elitista,
reservando el desempeo del inters colectivo a la deliberacin de los ms
responsables y clarividentes. Pero, puesto que a partir de sus propias premisas,
el rgimen liberal est avocado segn la historia a desarrollarse en forma de
liberalismo democrtico, sguese de aqu que cada actor acaba por ser
reconocido como el mejor juez de sus intereses y que la representacin esjuzgada tanto ms eficaz cuanto mayor es el nmero de actores de la historia
comn. Esta democratizacin irresistible de los regmenes representativos es la
que efectivamente va a triunfar en torno a 1900.
Al mismo tiempo, este advenimiento del gobierno liberal-democrtico va
a venir acompaado de una crisis que puede ser reconocida como la primera
crisis de crecimiento de la democracia, con los caracteres distintivos que
dimanan del hecho de que se trata de una crisis de implantacin. Dicha crisis se
incuba y se perfila a lo largo del periodo-bisagra que va de 1880 a 1914, y
acabar explotando poco despus de la primera guerra mundial para culminar
en los aos 30.
Se trata de una crisis de crecimiento puesto que, por una parte, la
legitimidad democrtica pasa a formar parte de los hechos e impone el reinado
de las masas, mientras que, por otra, este avance terico de la autonoma,garantizada por el poder segn el sufragio universal, lejos de desembocar en un
auto-gobierno efectivo, conduce a una prdida de dominio colectivo. El
rgimen parlamentario se revela a la vez falaz e impotente; la sociedad, agitada
por la divisin del trabajo y el antagonismo de las clases, da la impresin de
dislocarse; el cambio histrico, al mismo tiempo que se generaliza, se acelera, se
amplifica y se sustrae a todo control. De este modo, en el preciso momento en
que los hombres no pueden ignorar que hacen la historia, se ven forzados a
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confesar que desconocen la historia que hacen. No han ganado su completa
libertad de actores ms que para caer en el caos y la impotencia de unos frente a
otros. La duda deja insinuar que la salida de la religin podra haber dado
origen a una sociedad insostenible.Los dos grandes fenmenos polticos del siglo XX -la irrupcin de los
totalitarismos y la formacin de las democracias liberales- deben ser
comprendidos a la luz de esta inmensa crisis a la que intentan dar respuesta.
La alternativa, si la formulamos como una eleccin clara que ciertamente
no tuvo lugar, es la siguiente: o bien reconquistar y construir el poder
democrtico como poder de auto-gobierno, en el marco de la sociedad de la
historia y de sus articulaciones liberales; o bien romper con las articulaciones
liberales para encontrar de nuevo el dominio del destino colectivo, el poder
sobre s mismo que es incompatible con esos fermentos de desorganizacin y
anarqua que son la libertad de la sociedad civil y la libertad de los individuos
en el seno de la misma.
A la apertura hacia el futuro, los totalitarismos oponen el establecimiento
de un rgimen definitivo; sustituyen las vacilaciones asociadas a la
representacin de la sociedad por la restauracin del primado ordenador de lo
poltico; en lugar de la desvinculacin entre los individuos, instalan la
compacidad de las masas o de la comunidad del pueblo. En realidad, regresan,
o intentan regresar, en un lenguaje laico, a la sociedad religiosa, a su coherencia
y a la convergencia de sus partes. Seal de ello es que su modelo permaneca
slidamente implantado en las mentes, pese a su repudio oficial, y continuaba
imprimiendo la marcha de las colectividades de manera suficiente,presentndose como un recurso en caso de necesidad.
La historia de la lucha entre las dos opciones es archiconocida, pero logra
una nueva comprensin una vez resituada bajo esta perspectiva. Los
totalitarismos tensarn la cuerda en los aos 30, hasta el punto de hacer pensar
en un tiempo en que la era liberal burguesa tocaba a su fin, desbordada como
estaba tanto por su izquierda como por su derecha. Posteriormente, tras 1945,
las democracias liberales supieron transformarse de manera lo suficientemente
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profunda como para superar estos males que, sin ningn motivo, se haba
credo que eran incurables. Tiene lugar de este modo, durante una treintena de
aos que dan pie a su vez a un crecimiento excepcional, una fase de reforma y
de consolidacin de los regmenes liberales democratizados por el sufragiouniversal que dar origen a las democracias liberales tal como hoy las conocemos.
Una fase de reforzamiento y de estabilizacin que acabar permitiendo que la
democracia triunfe sobre los restos de sus viejos adversarios reaccionarios y
revolucionarios. En 1974 comienza a desencadenarse, con la revolucin de los
claveles en Portugal, lo que los politlogoshan denominado la tercera ola de
democratizacin2. Dicha ola ser fatal para las dictaduras que perpetuaban las
secuelas de los fascismos en el sur de Europa, antes de alcanzar Amrica Latina,
y tras culminar en la cada de los regmenes que se adscriban al socialismo
real.
Pero de manera paralela a esta expansin mundial, y poco despus de la
misma fecha, los regmenes de la democracia liberal estabilizada entran en una
fase de trasformaciones internas considerables, trasformaciones que participan
del movimiento general, puesto que corresponden a una penetracin y a un
ahondamiento suplementarios de espritu democrtico. Una vez ms hemos
tenido ocasin de verificarlos, pese a que el avance de la democracia no se
produce en ningn caso sin que ello entrae dificultades para la propia
democracia. Esta metamorfosis va a desembocar a lo largo de los aos 90, una
vez consumado el triunfo de la democracia, una vez que ella se ha impuesto
como el horizonte insuperable de nuestro tiempo y el nico rgimen legtimo
imaginable, en una segunda crisis de crecimiento, semejante en su principio a laprimera, pero muy diferente en sus expresiones. Esta similitud entre ambas as
como sus diferencias es lo que ahora nos queda por clarificar.
2 Samuel Huntington, The Third Wave. Democratization in the Late Twentieh Centuary, Norma, University ofOklahoma Press, 1991. (La primera ola discurre, segn Hungtinton, de 1918 a 1926, y la segunda de 1943 a 1962.Ambas podran quedar limitadas en funcin de los cambios de rgimen consecutivos a las dos guerras mundiales).
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LA SNTESIS LIBERAL-DEMOCRTICA
Esta elucidacin supone como condicin previa que tengamos una idea
clara del punto de partida, es decir, de las reformas que han producido laestabilizacin de la frmula de las democracias liberales tras 1945. Su unidad de
conjunto constituye una respuesta sistemtica a la crisis de los regmenes
liberales de la que haba surgido la ola totalitaria. Centrndonos en lo esencial,
estas reformas representan una inyeccin de poder democrtico en la sociedad
liberal. Ello fue as, cosa que habra que mostrar en detalle, gracias a un sutil
entrelazamiento del derecho con lo poltico y lo social-histrico. Tal cosa se
presenta, en trminos de rgimen, como una combinacin del rgimen liberal ydel rgimen democrtico, que reposa sobre un caamazo sabio y complejo que
entrelaza los tres elementos de la modernidad autnoma. Esta es la razn que
nos ha llevado a hablar de la sntesis liberal-democrtica como forma de
nuestro rgimen mixto.
Estas reformas se han desplegado en tres direcciones principales. Me
limitar a recordar su inspiracin general, a fin de resaltar lo que est en juego
en cada caso.
1. Han sido, en primer lugar, reformas polticas cuyo fin era dar respuesta
a la impotencia parlamentaria y a la mala representacin, en particular a travs
de una reevaluacin del papel del poder ejecutivo en el seno del rgimen
representativo. l es, en fin de cuentas, el que mejor cumple esta funcin
enigmtica que constituye la representacin. Al poner en primer trmino el
poder ejecutivo, no slo se incrementa la eficacia del poder pblico; tambin seprocura a los ciudadanos la posibilidad de reconocerse mejor en su accin.
2. En segundo lugar, se han materializado a continuacin en una serie de
reformas administrativas que han puesto en pie, con un aparato de servicios
pblicos, un aparato de regulacin y previsin destinado a remediar el pilotaje
a ciegas y desarmado ante la anarqua de los mercados que constituan el lote
de los Estados liberales. Estos ltimos podrn contar en lo sucesivo con
poderosos medios de conocimiento de la sociedad, de organizacin de la
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existencia colectiva y de conduccin de su proceso de trasformacin. El cambio
de innumerables principios resulta inteligible y dominable desde el punto de
vista de la comunidad poltica.
3. Por ltimo, han consistido este es su aspecto ms conocido- enreformas sociales que podemos resumir bajo el captulo de la edificacin de los
Estados-providencia. La maniobra tiene un doble sentido: el Estado social no es
slo un instrumento de proteccin de la independencia real de los individuos
contra los riegos de la naturaleza que los amenazan (la enfermedad, el paro, la
vejez, la indigencia); l es igualmente un instrumento de incautacin de la
sociedad en su conjunto y de dominio de su orden desde el punto de vista de la
justicia. No pretende realizar de manera instantnea la sociedad justa, pero
propone un marco que permite debatir sobre ella de manera operativa.
El resultado de conjunto de estas vastas trasformaciones es, por una parte,
un maridaje de la dinmica histrica con un poder renovado del Estado y, por
otra, un derecho de los individuos redefinido en su espesura concreta. La
libertad liberal es respetada. Incluso ampliada dados los medios puestos a
disposicin tanto de las libertades personales como de la libertad de invencin
y de auto-constitucin de las sociedades civiles. Pero la libertad liberal es
provista esta vez de una expresin poltica capaz de dar cuerpo al gobierno de
s de la comunidad histrica de este modo reconocida en su fuerza creadora. La
libertad liberal queda verdaderamente elevada a libertad democrtica. Del
liberalismo democratizado, hemos pasado a la democracia liberal en la plenitud
del trmino.
El hecho es que estas grandes reformas operadas tras la segunda guerramundial se han mostrado sumamente eficaces, a medio plazo, para obtener el
asentimiento de las poblaciones. Han desarmado poco a poco los temores y
rechazos que durante un tiempo, particularmente durante la gran tormenta de
los aos 30, parecan que iban a hacer naufragar a los regmenes liberales,
condenados por lo que pareca ser una debilidad irremediable. Dichas reformas
han determinado una adhesin a la democracia bastante profunda para
caminar, a partir de mediados de los 70, en medio de una grave crisis
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econmica. La crisis consecutiva al crac de 1929 haba exasperado las protestas
revolucionarias; la crisis consecutiva al conflicto petrolfero de 1973 estar
marcada por el abandono de las esperanzas revolucionarias y el descrdito de
las promesas totalitarias.
LA EXPANSIN DE LA AUTONOMA
Ms all del mal funcionamiento de los mecanismos econmicos, esta
crisis va a revelarse, poco a poco, como la seal de un cambio de mundo, aqu
comprendido en la acepcin literal del trmino, un cambio de geografa
mundial, un cambio de base material de nuestras sociedades, del capitalismo,de la industria y del sistema tcnico. De la esfera econmica, el cambio va a
extenderse a la esfera poltica. El espritu de las medidas de regulacin y
liberacin adoptadas para relanzar el crecimiento va a penetrar en el dominio
de las instituciones pblicas, con poderosos efectos. El equilibrio de la sntesis
entre dimensin democrtica y dimensin liberal, mal que bien logrado al
comienzo de los aos 70, se va a romper en beneficio de una hegemona
renovada de la dimensin liberal.
Este renacimiento tanto prctico como ideolgico del liberalismo, tras una
larga fase de eclipse, resulta el aspecto ms visible de la trasformacin del
paisaje colectivo en el ltimo periodo. Pero la significacin del fenmeno es
mucho ms profunda. La inflexin ideolgica slo es el aspecto manifiesto de
una mutacin de conjunto que tiene su origen en una reactivacin del proceso de
salida de la religin. Slo bajo esta luz podemos reconocer todas sus dimensiones.El desgarramiento de la estructuracin religiosa estaba lejos de darse por
acabado. Poda parecer que se haba consumado desde el punto de vista de las
reglas explcitas que gobiernan la actividad colectiva, pero no lo estaba desde el
punto de vista de los mecanismos efectivos y de los supuestos tcitos de la vida
en sociedad. Esta reserva oculta era la que haban explotado las religiosidades
totalitarias. Ahora bien, los resultados espectaculares en materia de
concretizacin de la autonoma obtenidos gracias a la fase de consolidacin que
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va desde 1945 a 1975 han creado las condiciones para un paso suplementario.
Han puesto las bases y acumulado los medios para una nueva fase de
expansin de la organizacin segn la autonoma. Esta se traduce en nuevos
desarrollos de sus tres vectores, desarrollos que echan a perder lascombinaciones y los compromisos que con anterioridad se haban establecidos
entre ellos. Uno de los vectores, el del derecho, parece predominar sobre los
otros y dictar su ley de manera hegemnica. Esto es en parte un efecto ptico.
En realidad, se produce una profundizacin simultnea de lo poltica, del
derecho y de la historia. Pero el estatuto y el aspecto que su profundizacin
confiere a lo poltica y a la historia quedan, por as decirlo, ocultos a la vista. El
Estado-nacin es ms estructurante que nunca, salvo que lo es bajo un modo
infra-estructural, y teniendo como fondo el desvanecimiento de la trascendencia
imperativa que le proporcionaba la estructuracin religiosa, de tal modo que el
retroceso en sus atribuciones anteriores aparece como un fracaso, aunque de
hecho, si ha dejado de ordenar la economa es porque previamente le ha servido
de apoyo. Pero es as: conforme su papel resulta ms importante, menos
manifiesto es. Nunca, igualmente, el sentimiento de aceleracin de la historia ha
sido tan generalizado, y con toda la razn, por poco adecuada que sea la
expresin. La amplificacin de la accin histrica es sin duda destacable. Salvo
que este ahondamiento de la orientacin productiva hacia el futuro tiene como
resultado el hacrnoslo irrepresentable, ocultndonos el pasado. Nos encierra
en un perpetuo presente, haciendo aicos los vnculos que unen los tiempos.
Cuando la orientacin histrica manda en un grado tal, todo pasa como si la
historia ya no existiese. Slo el elemento del derecho perdura en el paisajecolectivo. l, en cambio, ocupa la primera fila con soberbia. Su visibilidad le
confiere una preponderancia inusitada. El derecho es la instancia dominadora
de la configuracin actual. l da su color poltico a la ofensiva liberal, al poner
el acento en el ejercicio de los derechos del individuo no menos que en las
facultades de iniciativa de la sociedad civil. Podemos discutir largo rato a fin de
saber qu fuerza de las que dan forma a nuestro mundo tiene, finalmente,
mayor preponderancia: las libertades econmicas o la poltica de los derechos
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humanos. Basta, para nuestro propsito presente, con observar su mutua
solidaridad.
Una de las expresiones ms patentes del cambio de direccin con relacin
al gran periodo de organizacin de post-guerra ha sido, en efecto, elresurgimiento de los procesos de individualizacin. Si en el pasado la cuestin
no era otra que la de las masas y las clases, de tal modo que el individuo era
aprehendido a travs de su grupo, en la actualidad la sociedad de masas ha
sido subvertida desde dentro por un individualismo de masa, separando al
individuo de sus pertenencias. El fenmeno ilustra la forma en que la
discontinuidad del nuevo periodo se sita en continuidad con el periodo
anterior. Esta disociacin generalizada hubiese sido inconcebible sin el inmenso
trabajo de construccin del individuo concreto llevado a cabo por el Estado
social. Ella es la heredera directa de sus disposiciones protectoras y
promocionales. Pero acaba por infligirle una torsin que conduce a una va muy
diferente, al devolverle toda su preponderancia al individuo abstracto sobre la
base de los logros del individuo concreto. La conquista de los derechos reales se
prolonga en rehabilitacin de los derechos que se dicen formales y en
reactivacin de las demandas formuladas en su nombre.
La consagracin del movimiento, en esta lnea, supondr la entronizacin
majestuosa del individuo de derecho y de los derechos humanos a lo largo de
los aos 80. Podemos establecer a su vez una fecha histrica que proporciona
un soporte simblico a este coronamiento. 1989 quedar para la historia como la
confirmacin irnica del carcter insuperable de los logros de la revolucin
burguesa, dos siglos despus, a la luz de la cada de aquello que pretenda sersu superacin. Ello no quiere decir, naturalmente, que no haya pasado nada
significativo a lo largo de esos dos siglos, ni que este ser de derecho que retorna
a la escena pblica sea el mismo que el ciudadano de 1789. Dista mucho de tal
cosa. Nuestro problema consiste precisamente en comprender cmo el camino
recorrido cambia las condiciones de funcionamiento de la democracia al punto
de hacer de su soporte natural la fuente de sus problemas.
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LA DEMOCRACIA DE LOS DERECHOS HUMANOS
El alcance histrico de este coronamiento no podra ser subrayado de
manera suficiente. Gracias a este retorno del individuo de derecho, lademocracia se convierte de veras en aquello que verdaderamente jams haba
sido, fuera de la tentativa inaugural y breve de la Revolucin francesa: una
democracia de los derechos humanos. La Revolucin francesa, ciertamente, los
reclamaba remotamente, se empeaba en preservarlos pero negativamente, en
tanto que garantas personales, en la esfera judicial. Pero si una cosa estaba
clara a este respecto, desde el surgimiento de la historia, en el siglo XIX, es que
dada su abstraccin propia de otra poca representaban principios tanvenerables como inoperantes. Se daba por supuesto como algo ya logrado que
la accin poltica deba tomar como gua el conocimiento concreto de la
sociedad y de sus dinmicas, si es que dicha accin quera ser eficaz. El avance
de los derechos personales bajo forma de derechos sociales en el seno del
Estado providencia supona, a este respecto, la ms convincente de las
ilustraciones. Es con relacin a este eclipse de dos siglos que es menester
apreciar el alcance del resurgimiento del que acabamos de ser testigos. La
democracia se remite a la escuela de sus fundamentos para procurarles esta vez
una traduccin positiva. La condicin de posibilidad de esta reapropiacin es el
cambio de estatuto de los derechos humanos, que lentamente los ha trado del
cielo de lo ideal a la tierra de lo practicable, al hilo de una historia soterrada,
cuya apertura al gran da representa una fecha sealada en la larga historia del
derecho natural. Todo trascurre como si la ficcin del estado de naturalezahubiese devenido realidad, como si la norma primordial definida segn el
tiempo previo a la sociedad no fuese ya sino una con el estado social. Nada
obstaculiza, por tanto, que los derechos detentados por el hombre en virtud de
su naturaleza prevalezcan y se apliquen sin encontrar ya obstculo alguno. Se
conciben no slo para orientar la accin colectiva, sino tambin para
determinarla.
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Tal es el origen del enigmtico retorno de la Democracia contra s misma3,
como he propuesto que se denomine a este fenmeno, un fenmeno que la hace
regresar al mismo tiempo que progresa, que la vaca de su sustancia en medio
de su ahondamiento. Los efectos polticos de esta entente jurdica renovadorade la democracia son considerables. La nocin de Estado de derecho adquiere
en esta coyuntura un relieve que supera con creces la acepcin tcnica en la que
estaba acantonada. Ella tiende a confundirse con la idea misma de la
democracia, asimilada a la salvaguarda de las libertades privadas y al respeto
de los procedimientos que presiden su expresin pblica. De forma reveladora,
la comprensin espontnea de la palabra democracia ha cambiado. En su
empleo cotidiano, recubre otra cosa distinta a lo que se supona. Anteriormente,
designaba el poder colectivo, la capacidad de autogobierno. Pero ya slo remite
a las libertades personales. Se juzga que transita por el camino y en el sentido
de la democracia todo aquel que aumenta el papel y el rango de las
prerrogativas individuales. Una visin liberal de la democracia ha suplantado
su nocin clsica. La piedra de toque en esta materia ya no es la soberana del
pueblo, sino la soberana del individuo, definido por la posibilidad ltima de
hacer fracasar, si es preciso, el poder colectivo. De donde se sigue, poco a poco,
que la promocin del derecho democrtico entraa la incapacitacin poltica de
la democracia. En una palabra, cuanto mejor reina la democracia, menos
gobierna.
Si pretendemos dar cuenta en detalle de los efectos de esta contradiccin
interna podemos escalonarlos en dos niveles. De manera superficial, dichos
efectos se manifiestan en forma de una auto-restriccin del dominio poltico dela democracia. De manera ms profunda, dichos efectos se traducen en una
puesta en entredicho de las bases sobre las que reposa su ejercicio.
3Marcel Gauchet,La democracia contra s misma, Homo Sapiens, Santa Fe, 2004. [N. del T.]
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UNA DEMOCRACIA MNIMA
El eclipse de la soberana popular en beneficio de la soberana del
individuo impulsa de hecho, de manera inexorable, hacia una democraciamnima. No se trata de oponer de manera ingenua ambas nociones. Ellas estn
vinculadas por una articulacin sutil que constituye la piedra angular de
nuestros regmenes y que justifica el uso del trmino democracia liberal en el
sentido riguroso de la expresin. Esta, como su nombre indica, comporta dos
aspectos asociados y distintos: la democracia liberal, por una parte, descansa
sobre los derechos fundamentales de las personas y las libertades pblicas que
las prolongan y, por otra, consiste en el ejercicio del poder colectivo, es decir, enla conversin de las libertades individuales en autogobierno por parte de todos.
Gobierno que no puede ejercerse ms que mediante el estricto respeto de dichas
libertades, puesto que se concibe para expresarlas, pero que representa un
poder distinto y superior en el que las libertades individuales encuentran su
cumplimiento, puesto que en l no slo acceden a la dignidad de partes del
todo, sino tambin a la responsabilidad del destino comn. El problema
constitutivo y permanente de la democracia liberal consiste en asegurar la
hibridacin equilibrada de estos dos rdenes de exigencias. Esta segunda
dimensin del poder de todos es la que se halla como desdibujada en beneficio
de la primera, la libertad de cada uno. Ya no es comprendida como una
extensin necesaria de la disposicin de s, a no ser bajo el ngulo de la
proteccin que es capaz de garantizarle (de ah que la ampliacin de la
demanda dirigida al Estado social pueda ir acompaada de la reduccin de lasprerrogativas polticas reconocidas a los gobiernos). Por lo dems, la ambicin
de dominar y conducir al conjunto tiende a ser rechazada por su ndole exterior
y autoritaria. El mandato general de la ley misma acaba siendo la figura
enemiga de la irreductibilidad de los derechos. Todo sucede como si fuese
necesario el menor poder social posible a fin de obtener el mximo de libertad
individual.
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La inflexin no es ningn lugar tan sensible como en Francia, puesto que
la Repblica se enraza en torno a un ideal particularmente exigente con
relacin a la soberana colectiva. l es fruto, por una parte, de la herencia de
una gran tradicin de autoridad estatal y, por otra, de la confrontacin con laIglesia catlica, que le ha llevado a desarrollar una visin maximalista de la
autonoma democrtica, frente al renuevo teocrtico. De l se deriva una
separacin jerrquica particularmente pronunciada entre la esfera de la
ciudadana pblica y la esfera de la independencia privada. De este modo, el
balanceo que nos ha hecho pasar de una democracia de lo pblico a una
democracia de lo privado se ha hecho sentir de manera ms aguda que en otras
partes. La inversin de la prioridad que sita la esfera pblica en dependencia
de la esfera privada, retirndole su preeminencia de principio, es vivida como
desestabilizadora con relacin a una representacin de la poltica
poderosamente arraigada.
El nuevo ideal operativo de la democracia, que no necesita ser explicitado
para funcionar, se resume en la coexistencia procedimental de los derechos.
Cmo asegurar la co-posibilidad reglada de las independencias privadas, de
tal modo que sean capaces de contar igualmente en el mecanismo de la decisin
pblica? He aqu la cuestin. Ahora bien, ms derechos para cada uno, en un
contexto semejante, significa menos poder para todos. Y si slo se quiere,
rigurosamente, la plenitud de los derechos de cada uno, ya no existe al punto
ningn poder de todos. La posibilidad misma de semejante cosa, con lo que ella
implica de consideracin del todo por uno mismo, socava toda construccin. La
comunidad poltica deja de gobernarse. Se convierte, en sentido estricto, en unasociedad poltica de mercado. Entendemos por tal, no una sociedad en la que los
mercados econmicos dominan las opciones polticas, sino una sociedad cuyo
funcionamiento poltico mismo adopta de la economa el modelo general del
mercado, de tal manera que su forma de conjunto se presenta como la
resultante de iniciativas y de reivindicaciones de diferentes actores, al trmino
de un proceso de agregacin auto-regulada. De ello se sigue un metamorfosis
de la funcin de los gobiernos. Ellos slo estn ah para velar por la
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preservacin de las reglas del juego y para asegurar la buena marcha del
proceso. Les compete operar los arbitrajes y facilitar los compromisos exigidos
por la dinmica del pluralismo de intereses, convicciones e identidades. Este
desplazamiento con relacin a la idea clsica de gobierno es el que se aprecia enel trmino gobernacin, muy en boga. Tras la modestia de la que hace gala, se
esconde una gran ambicin, la de una poltica sin poder, nada menos. Una
ambicin por la que se dice adis de manera no menos considerable, pero no
asumida del todo, a lo que el poder permite, a saber, la hechura en el tiempo de
la comunidad humana mediante la reflexin y la voluntad.
En realidad, como el poder no desaparece a voluntad, como existe siempre
un gobierno -pese a estar limitado y acotado en su poder directriz-, y como por
otra parte los individuos y los grupos de la sociedad civil no se tienen en cuenta
ms que a s mismos y a sus preocupaciones propias, abandonando el punto de
vista del conjunto, reducido a una coordinacin funcional, al personal de la
casta poltica, de ello resulta una oligarquizacin creciente de nuestros regmenes.
A primera vista, el creciente proceso de oligarquizacin resulta paradjico
puesto que se desarrolla en medio de una efervescencia de protestas alimentada
por la inagotable defensa e ilustracin de causas particulares. El encerrarse en
uno mismo no implica en ningn caso la pasividad frente a las autoridades,
sino que por contra es en s mismo y de manera originaria reivindicativo. Va
estructuralmente a la par de la reclamacin de un lugar legtimo para la
particularidad que se defiende en el seno de ese conjunto cuyo destino se deja
en manos de las lites dirigentes. El activismo se sita ad intra de la renuncia.
Esta es la razn por la que, a fin de cuentas, esta movilizacin permanente, lejosde amenazar a la oligarqua reinante, no cesa de confortar su posicin, ms all
de trabas circunstanciales. Ello no significa que las lites en cuestin tengan a su
vez un plan de conjunto a su disposicin. Ms all de que sus decisiones tengan
lugar, acumulativamente, en un contexto de mundializacin, lo que les sirve de
gua es la solidaridad con sus iguales y el consenso tcnico alcanzado. Es la otra
parte de la gobernacin, la convergencia de las opciones a esquela internacional
guardada en secreto por la connivencia de los crculos de gobernantes. De
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suerte que este cosmos de sociedades que uno creera ingobernables se revela
bastante firmemente gobernado, en resumidas cuentas. Est completamente
dirigido por un manojo de opciones que comprometen la forma de conjunto de
las comunidades polticas y su futuro, pero cuyo aspecto esencial escapa a ladeliberacin pblica as como a la imputacin de responsabilidades. De ah el
sentimiento generalizado de desposesin que asedia a la democracia de
derechos. Su mecanismo ahonda la fosa entre las lites y los pueblos; erosiona
de manera inexorable la confianza de los pueblos en las oligarquas a las que
dicho mecanismo los empuja a ponerse en sus manos. Pero las reacciones
populistas que a su vez suscita no hacen sino reforzar la situacin que aquellas
denuncian. La democracia mnima es una democracia inquieta y descontenta
consigo misma debido a que se encuentra encerrada en un crculo que la priva
de los medios que posibiliten su correccin.
He aqu pues cmo una profundizacin innegable de la democracia puede
saldarse con su vaciamiento.
UNA CRISIS DE CIMIENTOS
Eso no es todo. Existe un segundo nivel de problemas para las
democracias, todava ms profundo, que atae no tanto a su mecanismo interno
como a su marco de ejercicio. Es a este respecto que la nocin de democracia
contra s misma cobra su sentido completo.
En ciertos aspectos, es lcito pensar que somos testigos de un proceso decorrosin de las bases del funcionamiento de la democracia. Ms all de la auto-
restriccin que ella se inflige, la democracia es vctima de una dulce
autodestruccin que deja su principio intacto, pero que tiende a privarla de su
efectividad.
El universalismo fundacional que est en la base de la democracia la lleva,
en efecto, a disociarse del marco histrico y poltico ad intra del cual se ha
forjado el Estado-nacin, para ser ms breve-, pero de manera ms general de
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cualquier marco de ejercicio, limitado por definicin. La lgica del derecho le
incita a que rehse reconocer una inscripcin en el espacio, cuyos lmites
suponen una injuria para la universalidad de los principios de los que ella se
vale. De igual modo recusa ella, en la misma lnea, la insercin en una historia,que la situara en dependencia de una particularidad no menos insoportable. La
democracia se ve abocada, dicho de otro modo, a no poder asumir las
condiciones que le han dado origen. Rechaza categricamente, en ltima
instancia, la idea de que haya podido nacer. Acaba por considerarse como una
evidencia natural con relacin a la cual la geografa y la historia son un
escndalo incomprensible. Cmo es que ella no ha prevalecido desde siempre
y por todas partes? El pasado humano y su diversidad de civilizaciones quedan
remitidos a la uniformidad de una barbarie sin inters a fuer de resultar
ininteligible. Este desarraigo hace que la democracia viva en realidad sobre la
herencia de una genealoga de la que no quiere saber nada, y cuyos logros no se
preocupa en trasmitir.
De la misma manera, y con efectos todava mucho ms directos, la
democracia ha llegado a abandonar el instrumento capaz de hacer realidad las
opciones colectivas. Todo espacio de poder le resulta sospechoso frente a la idea
de derecho a la que ella procura conformarse. Paradoja suprema: ella se hace
antipoltica. Histricamente, las democracias modernas se han constituido sobe
la base de la apropiacin del poder pblico por parte de los miembros del
cuerpo poltico. Ellas han supuesto la formacin de un Estado indito en su
tipo, en el que la comunidad de ciudadanos poda reconocerse y proyectarse, y
en el que poda poner a su servicio el poder legtimo. Su nuevo ideal consiste enneutralizar el poder sea cual fuere, de manera que la soberana de los
individuos quede al abrigo de todo perjuicio. Ah radica la razn profunda del
estremecimiento de los Estados y del principio de su autoridad en la
democracia actual. Todo ello va mucho ms all del mero retroceso de sus
atribuciones econmicas. Tiene que ver con la interferencia de su naturaleza y
papel en el espritu de los pueblos. La verdad es que ya no se comprende su
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funcin de vectores operativos del gobierno en comn. Su accin est afectada
de una ilegitimidad difusa por una sospecha estructural arbitraria.
La democracia de los derechos humanos se ve abocada de este modo, por
una propensin poderosa, a rechazar los instrumentos prcticos de los quenecesita para poder ser efectiva. De ah el descubrimiento doloroso de la
impotencia pblica sobre la que descansa permanentemente. Es, de hecho, esta
impotencia la que le da origen. Sin duda, dicha impotencia procede, por una
parte, de factores externos: depende, en cierto modo, de las tan famosas
presiones externas. Pero, en la mayor parte de los casos, procede de factores
internos. La idea que la democracia se hace de s misma le impide admitir los
medios de su concretizacin: la condena a la evasin en lo virtual.
De este modo, la presente crisis de la democracia merece el nombre de
crisis de los cimientos de la democracia. Una crisis de cimientos cuyo nudo no es
otro que la puesta al frente de los fundamentos de derecho de la democracia.
Fundamentos jurdicos contra cimientos histricos y polticos: tal es la lucha
intestina singular que hace problemtico, de nuevo, el rgimen de la libertad al
convertir la autonoma en algo imposible de gobernar. El desarrollo y
profundizacin de la estructuracin autnoma del mundo humano-social ha
engendrado una democracia de los derechos humanos que, en su
funcionamiento actual, tiende a negar, es decir, a disolver sus condiciones
prcticas de ejercicio. As es como me parece que debe se comprendido el
origen del misterioso marasmo que afecta a nuestros regmenes, divididos
como estn entre una certeza nueva sobre los principios que los deben guiar y
una incertidumbre indita en cuanto a su puesta por obra.Pero vista desde la perspectiva de la amplia duracin del devenir
moderno, la crisis todava puede ser analizada en otros trminos. Ella se
presenta de manera tpica como un problema de composicin entre los
elementos que integran las sociedades tras la salida de la religin, entre los tres
vectores de la autonoma. Se trata de una crisis de nuestro rgimen mixto. El
ltimo avance de la revolucin moderna ha propulsado el derecho, que ha
acabado por adoptar una posicin dominadora y motriz, descalificando la
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poltica y haciendo sombra a lo social-histrico -lo poltico, en ausencia de lo
cual el derecho resulta un ideal sin cuerpo, y lo social-histrico que sin su
control provoca que el derecho reine ignorando sus efectos reales-. De ah las
contradicciones permanentes que dan lazada a este unilateralismo. Pues lo quela ptica dominante no tiene en cuenta no por ello existe en menor medida, no
dejando de ser comprendido, en este caso de manera inconsciente, por aquellos
que nada quieren saber de l. Los zelotes ms encarnecidos del derecho no
cesan de apelar, muy a su pesar, a esa poltica de la que, por otra parte, aspiran
a liberarse. De igual modo, se ven obligados a constatar que las normas cuyo
sentido creen conocer adquieren, de manera eventual, un alcance totalmente
imprevisto a la luz del desarrollo social efectivo en que se inscriben. Hablando
de manera ms concreta, y con el derecho como bandera, la economa es la que
impone su ley, no sin influir en la imagen de los poderes y libertades del
individuo. Estas discordancias constantes hacen que arraigue el sentimiento de
una sociedad condenada a ignorarse, de un colectivo que se sustrae a toda
consideracin y de una democracia imposible, en ltima instancia, en el sentido
pleno del trmino. Cmo esta comunidad poltica indmita a fuer de estar
atrada en sentidos diferentes por solicitaciones incompatibles, suponiendo que
tal comunidad poltica exista todava, podra ser capaz de una opcin de
conjunto cualquiera? Ello nos conduce a la idea de una democracia mnima
pero por otro camino: en este universo decididamente sustrado a nuestro
control, la proteccin de las libertades del individuo privado es la nica
acepcin que con plausibilidad puede conservar la idea democrtica. El
escepticismo con relacin al poder colectivo va a dar al dogmatismo por lo quese refiere a la legitimidad exclusiva de las prerrogativas personales.
HACIA LA RECOMPOSICIN
El inters de la perspectiva que nos ocupa radica en hacer resaltar la
inestabilidad fundamental de la configuracin actual. Ella pone en evidencia la
amplitud de las contradicciones planteadas por aquello que slo deber ser
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considerado como una tendencia dominante, una tendencia que no supone ni el
todo de la realidad de nuestras sociedades, ni la nica tendencia operativa en su
seno. La hegemona unilateral del elemento del derecho no constituye la ltima
palabra de la historia. Ella es un momento del recorrido de la sociedadautnoma, un momento de desequilibrio que apela al restablecimiento de un
equilibrio entre los tres elementos que deben marchar de consuno a fin de que
una democracia coherente funcione. Los trminos del problema que se nos
plantea, con las miras puestas en encontrar una salida a la presente crisis, son
claros. Se reducen a la posibilidad de negociar un compromiso, con las
limitaciones recprocas que ello supone, entre la lgica del individuo de
derecho, la dinmica social-histrica y la forma poltica del Estado-nacin
(forma a propsito de la cual podemos captar rpidamente su profunda
metamorfosis en el medio europeo, metamorfosis que va del acontecimiento de
una federacin de Estados-nacin a su desaparicin).
Huelga que insistamos en los mrgenes de maniobra conquistados por los
individuos. De igual modo, la emancipacin de las sociedades civiles (y de las
sociedades econmicas en su seno) es en gran parte irreversible. En fin de
cuentas, no disponemos de otros fundamentos que no sean los derechos
humanos. No se trata de criticar los derechos humanos, ni tampoco, por lo
dems, el individualismo. Se trata de aclararlos. De lo que se trata es de mostrar
a los individuos que su libertad no adquiere su sentido verdadero ms que en el
marco de un gobierno en comn bien comprendido en sus bases y condiciones.
Ello supone inscribirlo en un orden poltico asumido como tal, as como situar
la maestra refleja de la historia en el centro de la deliberacin pblica.No es necesario buscar muy lejos el motor capaz de ocasionar semejante
evolucin. l habita en las frustraciones intensas que la situacin actual supone
para los individuos que supuestamente son los grandes beneficiarios. A santo
de qu verse entronizado actor soberano, si es para ignorar su propia identidad,
tal como la historia la ha modelado, y ser de nuevo bamboleado por un futuro
cuya direccin ya no se comprende y, de resultas de ello, tampoco los medios
que permitan su reorientacin. La impotencia colectiva es difcil de vivir,
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incluso para los ms furiosos individualistas, sobre todo para ellos, tal vez, al
final, cuando a ello se aade por aadidura la desposesin ntima. La paradoja
de una libertad sin poder es insostenible en un ltimo trmino. Slo puede
reconducir ms temprano o ms tarde a la idea de que nicamente el gobiernoen comn da su sentido completo a la independencia individual.
A estos factores de movilizacin subjetiva que dependen de las
contradicciones puramente internas del juego democrtico actual hay que
aadir, entendmoslo bien, los desafos objetivos a los que se enfrentan nuestras
sociedades y que se encargarn de dar un contenido urgente a la exigencia de
dominio colectivo. Basta con que evoquemos el muro ecolgico hacia el que nos
lleva la aceleracin del movimiento de la economa para hacer sentir las
revisiones desgarradoras que se perfilan con relacin a la fe actualmente
dominante en la magia de las regulaciones automticas. A decir verdad, la
coaccin ecolgica, con lo que ella significa de obligacin de producir la
naturaleza, no supone sino la ilustracin ms evidente de una coaccin general
en la que el conjunto de condiciones de nuestra existencia que consideramos
como dadas van a tener que ser queridas. Una situacin en la que no ser
suficiente ninguno de los recursos de la inteligencia y del poder colectivo.
Otras tantas razones me parecen que justifican un pesimismo a corto plazo
y un optimismo a largo plazo, si me permiten que retome una frmula que a
continuacin he de precisar. A corto plazo, lo ms probable, en el estadio en el
que nos encontramos, es que la crisis se agrave. Nos encontramos al final de la
descomposicin de los antiguos equilibrios y del arranque de los nuevos
factores. A largo plazo, en cambio, existen slidos motivos para pensar que lapresente crisis de crecimiento es susceptible de ser superada. No slo el ejemplo
del pasado es ilustrativo en este sentido, sino que existen signos numerosos de
que el trabajo de recomposicin est ya en marcha, aunque todava de manera
embrionaria.
Podemos estimar de manera razonablemente fundada que la democracia
del ao 2000 es superior a la del ao 1900. No me parece irracional creer que la
democracia del ao 2100 puede ser una democracia sustancialmente ms
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perfeccionada que la que nosotros conocemos. Nos toca a nosotros trabajar por
ello.