educadores y educación para la democracia: trascendiendo ...€¦ · profunda en la educación; y...
TRANSCRIPT
Educadores y educación para la democracia: Trascendiendo una democracia “delgada”
Vol 1, No. 2Junio, 2008
Documento disponible en:www.ried-ijed.org ISSN: 1941-1799
147ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
Introduction
¿Qué es la democracia, cómo la entendemos y
cómo se la enseña en las escuelas? Esta pregunta
– que contiene tres componentes distintos pero
inextricablemente ligados – es central por varios
motivos. La democracia se ha vuelto un tema
cada vez más prominente en virtud de fenómenos
internacionales y transnacionales tan evidentes como
las guerras y los conflictos militares, el incremento en
la conciencia del impacto de la degradación ambiental,
una globalización que aún no mejora la calidad de
vida para amplios sectores de la sociedad alrededor
del globo y la pregunta fundamental por los derechos
humanos, (McLaren, 2007). Mientras tanto, si se
consideran las obvias conexiones entre lo que ocurre
a nivel internacional y el impacto local resultante
Resumen¿Están nuestros sistemas educativos promoviendo, apoyando y cultivando una experiencia democrática para los
estudiantes? El debate sobre la democracia en la educación podría caracterizarse en términos de una democracia
representativa versus una participativa, siendo que la primera enfatiza los procesos electorales (delgada) mientras
que la segunda se enfoca en la participación crítica y la justicia social (gruesa). Este artículo presenta un estudio
sobre estudiantes de una Facultad de Educación (formadora de docentes) en los Estados Unidos, en el que se
resaltan tres temas centrales: 1) la predisposición de los estudiantes universitarios para entender la democracia
y la política superficialmente; 2) el potencial para que los docentes universitarios practiquen la democracia más
profunda en la educación; y 3) la importancia de entender el poder y la diferencia social en relación con la
democracia. Esta investigación conduce al desarrollo de un marco de referencia para conceptualizar la democracia
en la educación, en el que se destaca en particular lo que los educadores pueden hacer para volverse más
conscientes, críticos, y participativos.
(Hoffman, 2006) es importante preguntarse qué
es lo que se enseña, aprende y experimenta en las
escuelas. ¿Logran nuestros sistemas educacionales
incentivar, apoyar y cultivar experiencias democráticas
para los estudiantes? (Banks et al., 2005; CIRCLE,
2003) ¿Cómo participan críticamente los estudiantes
enla democracia durante sus años de formación?
(Westheimer & Kahne, 2004).
El énfasis neoliberal en el Mercado ha logrado
desplazar a la periferia al debate acerca de la
justicia social en la democracia (Hill, 2003). A la luz
del neoliberalismo, que prioriza las transacciones
económicas, la privatización y la disminución del
gasto público en instituciones sociales claves como
la educación1, ¿qué se puede lograr en las escuelas
para desafiar efectivamente las relaciones asimétricas
Educadores y educación para la democracia: Trascendiendo una democracia “delgada”
Dr. Paul CarrAssistant Professor
Beeghly College of EducationYoungstown State University.
Youngstown, OH 44555-0001
(Tel) 330 941-2231 (Fax) 330 941-3034
148ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
de poder que marginalizan y desprotegen a la que
posiblemente es la mayoría de la población? (Portelli
& Solomon, 2001; Torres, 2005). En último término,
la cuestión de la formación política – especialmente la
habilidad para detectar relaciones de poder asimétricas
– se vuelve central para comprender la relación entre
la educación y la democracia (Schugurensky, 2000;
2003; Freire, 1970). En este artículo presentamos
– como factor relevante para entender el rol de
la democracia en la educación – la posibilidad de
desarrollar una pedagogía crítica que enfatice la
participación política y la relevancia de la experiencia
y el contexto social, como un medio para alcanzar
la formación política. (Freire, 1970, 1998; McLaren,
2007; Wink, 2005; Kincheloe & Weil, 2004).
Las discusiones acerca de la democracia a
menudo se convierten en perogrulladas acerca de
que ‘es naturalmente deseable’ y, como corolario,
que todo aquello que no es democrático se considera
virtualmente irrelevante. Sin embargo, es aparente
que no existe una definición universal de democracia
(Karumanchery and Portelli, 2005) y, más aún,
que mucha gente posee sólo una conceptualización
superficial de lo que es – o debería ser – la democracia
(Gandin & Apple, 2005). Por lo tanto la oposición entre
una noción de democracia delgada y una gruesa nos
permite conceptualizar la visible tensión entre los
rasgos superficiales que a menudo se asocian a la
democracia y, por otra parte, la estructura fundamental
que permite aprehender el sentido más profundo del
término. (Gandin & Apple, 2005)2. El debate también
podría caracterizarse en términos de democracia
representativa versus democracia participativa,
estando el énfasis de la primera puesto en los
procesos electorales (delgada), y el de la segunda en
la participación crítica y la justicia social (gruesa). Por
lo tanto, un examen de la democracia en la educación
debe incluir el contexto educacional, especialmente
dado la arquitectura neoliberal que enmarca la mayoría
de las reformas educativas contemporáneas. (Torres,
2005). Como señalan Karumanchery y Portelli (2005),
la globalización – pese a la “metanarrativa” típica – no
es ni apolítica (neutral) ni equitativa, y es altamente
cuestionable en cuanto a cómo refleja efectivamente
la dimensión humana en la comercialización de la
educación.
Este artículo da cuenta de un estudio realizado
con estudiantes de la Facultad de Educación de una
universidad del Medio-oeste de los Estados Unidos.
Tres temas sobresalen en la investigación: 1) la
predisposición para entender la democracia y la
política en un sentido delgado entre los estudiantes
universitarios; 2) el potencial para que los profesores
universitarios hagan democracia en la educación y 3)
la importancia de entender el poder y la diferencia en
relación con la democracia.
En un artículo anterior (Carr, 2007), expuse y
critiqué cómo los participantes del estudio entendían
la democracia en los niveles social, político y
educativo. También intenté exponer las ventajas de la
participación activa en la educación democrática. En
este artículo amplío la investigación con el desarrollo
de un marco para conceptualizar la democracia
en la educación, resaltando en particular aquello
que los educadores pueden hacer para volverse
más conscientes y participativos críticamente. El
artículo también presta mayor atención a la noción
de cómo hacer democracia, y cómo esta se vincula
inextricablemente a una interpretación política y
cultural de la ciudadanía.
Por lo tanto, esta investigación pretende
determinar cómo se comprometen con la democracia
en la educación los educadores (estudiantes de
postgrado)3 y los futuros profesores (estudiantes
de pregrado). El foco está puesto en el rol que
la pedagogía crítica puede jugar para hacer más
democrática la educación y la experiencia educativa.
En vista de esto, es importante enfatizar la distinción
entre cómo está representada la democracia en las
mentes de los participantes de la investigación y cómo
podría verse en un marco pedagógico más crítico y
político. Como plantean Stevick y Levinson (2007,
149ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
p.6), “Un énfasis en la cultura también permite un
desplazamiento desde preguntas normativas del tipo
‘¿Es efectiva esta práctica pedagógica?’ a preguntas
más interpretativas como ‘¿Qué significa esta práctica
para quienes participan de ella?’”. En resumen, al
tiempo que se hará una revisión crítica de las visiones
y experiencias de los participantes en este estudio,
se empleará un enfoque pedagógico crítico que vaya
más allá de un simple análisis normativo acerca de si
apoyan o no a la democracia, para sugerir estrategias,
conceptos y temas que puedan informar un marco de
referencia dirigido a cultivar una democracia gruesa.
Stevick y Levinson (2007) resumen así la
dimensión cultural de la búsqueda de la democracia
en la educación:
La democracia no es un sistema abstracto que
se pueda arrojar a cualquier nuevo contexto
esperando que funcione, ni un conjunto de
disposiciones institucionales que puedan
evaluarse satisfactoriamente examinando un
diagrama en un documento. La democracia es
producto de la interacción;la interacción entre
un sistema y sus instituciones con el contexto
cultural y las personas que has hacen reales. Las
instituciones y las prácticas están empapadas
de cultura. Y también lo están las escuelas, las
prácticas educativas y los debates que las rodean (p. 2).
En un momento en que el patriotismo parece
haber desplazado a la participación crítica (Westheimer,
2006) como el rasgo clave en la enseñanza de y
para la democracia, es interesante destacar que se
han realizado pocos estudios acerca de la ideología,
afiliación y predisposición de quienes están encargados
de diseñar la agenda de la democracia en las escuelas.
Sin embargo, se cuenta con el importante trabajo
conceptual realizado por Parker (2003), Avery (2002;
2003), y Banks et al. (2005) así como con algunos
trabajos empíricos pioneros desde una perspectiva
comparada (Torney-Purta, Kland Richardson, & Henry
Barber, 2005; Torney-Purta, & Vermeer, 2004) que
buscan identificar y proponer estrategias que expandan
el conocimiento y la participación cívica. Existe una
amplia literatura sobre el tema de la ciudadanía y la
educación ciudadana (e.g. Sears & Hughes, 2006)
que incorpora, en distintos grados, algunos de los
supuestos esenciales que constituyen la base de la
democracia en la educación y la educación democrática,
pero aún se requiere explorar la dimensión política
de la pedagogía y la participación crítica de quienes
enseñan en las escuelas en relación con su apego a
la democracia (Parker, 2003; Westheimer & Kahne,
2004).
Una hipótesis general que orienta este trabajo
es, entonces, que a menos que los profesores mismos
estén sólidamente comprometidos con la democracia,
el aporte de un trabajo progresivo en educación
democrática que se adelante en las escuelas y salas
de clases – con la experiencia que esto genere para
los estudiantes – se verá fuertemente debilitado. Si
bien muchos factores participan de la formulación
y encuadre de la democracia en las escuelas, los
profesores juegan un rol muy claro e importante a la
hora de cultivar y moldear la experiencia educativa
de los estudiantes en relación con sus actitudes,
conductas, ideologías y compromisos –presentes y
futuros – en torno a la democracia. El énfasis en la
formación política y el aprendizaje crítico es, por lo
tanto, un enfoque clave de la discusión.
Metodología del estudio
La investigación que presentamos busca aportar
complejidad al análisis de cómo los educadores
perciben, se aproximan y experimentan la democracia
en la educación. Los resultados presentados tratan
específicamente con una muestra de estudiantes de
Educación de una universidad del Medio-oeste de
los Estados Unidos. Ésta atiende a una población
compuesta en su mayor parte por estudiantes
blancos de los suburbios de una gran área urbana
que viajan diariamente a la universidad, si bien
ésta se encuentra ubicada en un núcleo urbano
150ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
mayoritariamente afroamericano. Sólo un 15% de los
estudiantes de la Universidad son afroamericanos y
dicha proporción se reduce a un 10% en el caso de la
Facultad de Educación. La mayoría de los estudiantes
vienen de la misma región donde ésta se ubica, o sus
proximidades, y de un total de 13.000 alumnos, sólo
alrededor de 150 son extranjeros. La mayor parte de
los alumnos tienen orígenes de clase obrera y son los
primeros en sus familias en asistir a la universidad.
Aproximadamente un 90% de los estudiantes cursa
programas de pregrado.
La Facultad de Educación tiene cerca de 1.300
alumnos, quienes deben completar cuatro años de
estudios además de una práctica de enseñanza y
sus exámenes de certificación. La Facultad sigue
las directrices del Consejo Nacional de Acreditación
de Educación de Profesores (National Council for
Accreditation of Teacher Education, NCATE), institución
que a su vez la acredita. Es importante enfatizar que
esta Facultad de Educación no es distinta de otras
en los Estados Unidos en cuanto a que el número
prescrito de cursos, la práctica, los exámenes de
ingreso y egreso y el diseño general del programa de
pregrado no tienen un foco particular en la justicia
social o un entendimiento crítico de la democracia o
de la participación en ella. Aunque se hace referencia
a la diversidad, tal como lo prescriben los estándares
del NCATE, y se la trata – en distintos grados de
profundidad – en dos de los 20 cursos obligatorios
de pregrado, existe la creciente preocupación en la
Facultad de que no se le esté dedicando la atención
que requiere al compromiso sostenido y significativo
con la diversidad y la justicia social.4
El instrumento de investigación para este
estudio es un cuestionario detallado que contiene
aproximadamente 25 preguntas, y que fue distribuido
a 400 estudiantes a fines de 2005 (véase Carr, 2007,
para el instrumento de investigación). Las preguntas
incluidas buscaban respuestas cuantitativas en escala
de Likert así como respuestas abiertas de carácter
cualitativo. En este artículo abordaremos sólo el
análisis cualitativo. El cuestionario no proporcionaba
definiciones de términos como democracia, ciudadanía
y justicia social a los participantes, sino que pedía que
ellos mismos los definieran. El objetivo era esclarecer
las percepciones, experiencias y perspectivas de los
participantes en relación con la democracia, sin juzgar
el nivel de sofisticación que demostraban a través de
sus respuestas.
La muestra incluyó a 129 estudiantes, en su
mayor parte de pregrado, con el doble de mujeres
que hombres, la mayoría de los cuales tenían
menos de 22 años y sólo un pequeño porcentaje no
era blanco. Para poder describir sucintamente los
comentarios narrativos y asociarlos de forma clara a
los participantes, se emplea el siguiente sistema: un
número para cada participante (hasta el 129), seguido
por el nivel de educación (pregrado [U] o postgrado
[G]), el género ([M] y [F]) seguido por un identificador
de origen racial (Blanco [W], Afroamericano, [A], y
otro [O]), seguido por la edad (menos de 22 [1], 22-
25 [2], 26-30 [3], 31-40 [4], 41-50 [5], y 51+ [6]).
Por ejemplo, (81/U/F/W/1) indicaría a la participante
81, que es una mujer blanca de pregrado con menos
de 22 años de edad.
Siguiendo a Merriam (1998), desarrollé un
marco teórico para el estudio buscando identificar las
carencias en el conocimiento sobre el área, generar
nuevo conocimiento y acotar la orientación del
enfoque específico de mi investigación. Al examinar
la literatura existente, descubrí que la participación
y la formación política de los educadores es un
tema que no ha sido plenamente explorado pero
que podría conducir a importantes descubrimientos
en torno a cómo pueden enseñarse la democracia
y la educación para la democracia. Si bien el grupo
muestral – estudiantes de la Facultad de Educación de
esta universidad en particular – no estaba obligado a
participar en el estudio, hay un elemento intencional
en la metodología, pues la muestra ya estaba acotada
(Merriam, 1998, pp.61-62). La construcción del
cuestionario fue probada con un un pequeño grupo
151ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
de colegas y estudianes de la Facultad de Educación
para verificar el nivel de comprensión y la validez de
las preguntas. Se intentó evitar el uso de terminología
y preguntas ambiguas que pudiesen causar confusión,
a la vez que se introdujo una serie de preguntas que
posibilitaban a los encuestados traslapar, reafirmar y
en algunos casos incluso contradecir sus respuestas
previas, lo que en último término fortaleció el análisis
de los datos (Merriam, 1998; Berg, 2007). En los casos
en que los participantes se mostraban dubitativos o
menos seguros en sus respuestas, registré la potencial
ambivalencia y busqué evaluar la fuerza de tales
afirmaciones con la ayuda de las respuestas de otros
participantes.
Tras recibir los cuestionarios completados, todas
las respuestas – cualitativas y cuantitativas – fueron
ingresadas al software Excel. La fase de análisis de
datos incluyó la revisión de los puntajes cuantitativos
de cada pregunta, para luego desglosarlos por género,
edad, raza y estudios (pregrado o postgrado). A
partir de este punto, se leyeron todas las respuestas
a las preguntas abiertas, con el fin de codificar y
triangular algunos de los temas más salientes. Para
complementar el enfoque de Berg (2007) respecto
a la triangulación, revisé las respuestas abiertas a
diversas preguntas para poder establecer vínculos
con temas específicos. Un tema ganaba prominencia
dependiendo de la frecuencia e intensidad con que los
participantes elaboraran sobre puntos que pudieran
ser agrupados en la misma categoría. A lo largo del
análisis del contenido, evalué las respuestas para
determinar de qué forma encajaban en relación con
los interrogantes de la investigación y el marco teórico
presentado en la primera sección del artículo.
Hallazgos de la investigación
Esta investigación plantea gran cantidad de
inquietudes y oportunidades para la educación
democrática y la educación para la democracia. Es
necesario advertir que este estudio se refiere a un
contexto específico (la universidad en cuestión), y que,
por lo tanto, el valor de toda generalización que pueda
realizarse es limitado. Sin embargo, es relevante el
que otros estudios (CIRCLE, 2003) hayan resaltado
problemas nacionales en la enseñanza de y para la
democracia que no son incompatibles con los que aquí
identificamos.5
Cada uno de los temas principales de la
investigación mencionados anteriormente se explora a
continuación, ilustrados, en algunos casos, a través de
los comentarios narrativos de los participantes junto
con un análisis interpretativo. Anteriormente (Carr,
2007), he presentado una selección más amplia de
los comentarios de los participantes, lo que permite
que este artículo se enfoque de forma más crítica en el
análisis de la prominencia de las respuestas claves y
en el desarrollo de una interpretación y de un modelo
para contextualizar la relación que los estudiantes-
educadores tienen con la democracia.
Primer Tema: Democracia “delgada”
El acto de votar parece ocupar una mayor
porción del escenario cultural de los Estados Unidos
que del de otros países, especialmente al tomar
en cuenta la popularidad de las expresiones que
lacónicamente señalan que “quien no vota, no tiene
derecho a quejarse.”
A veces voto, pero le presto muy poca atención a
la política. (86/Pre/M/B/3)
El único rol activo que juego en la democracia es
que estoy de acuerdo con sus ideas y voto- pero
no voy a convenciones ni escucho a los oradores
acerca de este tema. (44/Pre/F/B/2)
Sólo me involucro con la democracia cuando me
voto el día de elecciones. Aparte de eso, no le
presto mucha atención a la política. (74/Pre/M/
B/1)
Voto, pero aparte de eso sólo me mantengo
informado. (108/Pre/F/B/1)
152ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
Y sin embargo las tasas de participación electoral
de los Estados Unidos son particularmente bajas en
comparación con las de otros países desarrollados
(Cook, 2004). Aunque muchos participantes consideran
que las elecciones son un componente central de la
política, el gobierno y la democracia, está claro que
un gran número de ellos las considera además la
piedra angular y el elemento constitutivo que define
la democracia.
La escuela me preparó para hacer lo correcto,
votar y trabajar duro. (14/Pre/F/B/1)
Mi escuela me enseñó las responsabilidades de un
buen ciudadano. La mejor forma de ser un buen
ciudadano es votar cada 4 años por la persona
que creemos que será la mejor para este país.
(74/Pre/M/B/1)W/1)
Leímos libros acerca de la constitución y reglas
sobre la bandera. Pero principalmente nos
incentivaron a votar. (126/Pre/F/B/1)
Del mismo modo en que ciertos estudios (CIRCLE,
2003) indican que los estudiantes participan más ahora
que en el pasado, al tiempo que se encuentran más
alienados del sistema electoral formal, los comentarios
anteriores parecen ser compatibles con la tendencia
de los jóvenes de los Estados Unidos. Aunque el votar
por sí solo es un débil indicador de la participación
en la democracia, es relevante preguntarse por el
impacto de las actitudes previamente ilustradas en
las responsabilidades futuras como docentes. ¿Podrán
los actuales y futuros educadores ser promotores
comprometidos en la enseñanza de los procesos,
estructuras, conceptos y temas de la democracia si se
sienten, en cierto modo, desconectados o ambivalentes
con respecto a la democracia formal?
Muchos de los encuestados enfatizaron su
ambivalencia con respecto a la política, lo que plantea
interrogantes acerca de cómo interpretan el concepto
y cómo se discute éste en las escuelas. Como se
indicó anteriormente en este artículo, la educación es
una empresa política (McLaren, 2007) y, por lo tanto,
los educadores deben estar preparados para facilitar
el debate de temas políticos en el salón de clases
(Agostinone-Wilson, 2005). La democracia deliberativa
es a una importante capacidad, disposición y concepto,
que requiere ser cultivada.
Otro hilo conductor clave que aparece al definir el
comportamiento y las experiencias de los participantes
es que en un número significativo de ellos se observa,
por una parte, una reticencia a comprometerse con la
democracia y la política y, por la otra, un sentimiento
aún más profundo de exclusión y apatía (Gandin &
Apple, 2005).
Veo las noticias pero nunca les presto atención
verdaderamente (37/Pre/F/B/1)
No estoy muy involucrado. No soy gran fanático
de la política. (41/Pre/F/B/1)
Podría ser más activo si expresara mis
preocupaciones, pero no tengo tiempo para eso.
(17/Pre/F/B/1)
Este sentimiento dificultaría claramente la
preparación de clases, actividades y programas para
fomentar la participación crítica en la democracia en
y para el salón de clases (Banks et al., 2005). ¿Pero
qué hay detrás de estos sentimientos? ¿Es ésta una
expresión de una exclusión de clase social frente a las
decisiones más amplias que se dan en el nivel macro,
que parecen tomarse pese a la visible alienación
pública? Este desinterés entre los futuros y actuales
educadores es desconcertante puesto que sólo sirve
para reforzar la percepción de que la educación es,
o más bien debiera ser, apolítica. Agostinone-Wilson
(2005) discute la “amenaza de la neutralidad” en la
educación, enfatizando que los programas de formación
de docentes deben aludir directa e indirectamente a
una gama de conceptos, aproximaciones y perspectivas
que juntas sirvan para reforzar el diálogo crítico. Este
153ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
desinterés por la política puede estar revelando en
último término una reticencia y resistencia a lidiar con
los temas esenciales del poder, la identidad y la justicia
social;, tal desinterés puede eventualmente orientarse
sin dificultad con los redobles del patriotismo.
Segundo Tema: El potencial de ‘hacer’ democracia
en la educación
Para muchos de los participantes, su experiencia
escolar formal no había tenido más que una influencia
limitada – en el mejor de los casos – en el carácter
democrático de sus actitudes. Con reflexión y
análisis crítico es posible que los participantes
lleguen a reevaluar su experiencia educativa en un
tono más positivo, pero parece ser que la juventud
de los participantes indica que tal reelaboración no
ha ocurrido aún (Parker, 2003). Sin embargo, se
espera que la experiencia universitaria ayude a los
participantes a plantearse cuestiones importantes
sobre la democracia y la justicia social, para que lo
que enseñen en el futuro refleje en forma más plena
y efectiva la multitud de aspectos e inquietudes que
el tema permite (Torney-Purta, Kland Richardson, &
Henry Barber, 2005).
La experiencia educativa de los actuales y futuros
educadores es extremadamente importante, si se
considera el enorme poder de las repercusiones
que tendrán lugar en sus estudiantes en el salón
de clases. Torney-Purta, Kland Richardson, & Henry
Barber, 2005, en su estudio internacional pionero
sobre la experiencia educativa de los maestros y su
confianza en el conocimiento cívico de los estudiantes,
descubrieron que:
El contexto de un país – que incluye tanto la
historia de su sistema político como el grado de
consistencia que existe entre la formación de
los profesores, las creencias del público y las
políticas curriculares que rigen sobre la educación
- son componentes importantes que definen
la efectividad de los programas educativos
diseñados para incrementar el conocimiento
temático y pedagógico de los docentes (así como
su confianza al enseñar temas relacionados con
la cívica) (p. 49).
En consecuencia, un acercamiento más explícito
a la enseñanza de la educación democrática (Banks et
al, 2005), especialmente uno que asuma el debate en
torno a la justicia social, sería beneficioso tanto para
los docentes como para los estudiantes. Sin duda,
existe preocupación con respecto a abordar temas
controversiales, pero esto también puede aprenderse y
cultivarse para que sea beneficioso para los estudiantes
(Hess, 2004; Parker 2003). A través del proceso de
aprendizaje los estudiantes pueden involucrarse en el
debate de temas polémicos y conflictivos.
Cuando fueron consultados acerca de la
democracia y la experiencia democrática durante su
educación primaria y secundaria, un tema común que
emergió entre los participantes es el sentimiento de
que los mismos docentes socavaban sus esfuerzos
por participar democráticamente. Esto podría resultar
significativo para determinar el posterior grado de
desarrollo y aprecio que los estudiantes de la Facultad
de Educación sienten hacia hacer democracia en la
educación. En otras palabras, si ellos no experimentaron
una democracia significativa en su educación, podrían
considerarla algo periférico frente a los contenidos del
currículo, lo que podría también incluir la creencia de
que la educación no tiene que ver con la ciudadanía y
la justicia social ni debe pretender establecer vínculos
- formales o informales - con la democracia (Guttman,
1999). En este sentido, como enfatiza la pedagogía
crítica, el contexto para la enseñanza y el aprendizaje
es tan relevante como su contenido.
En medio del intenso enfoque en los estándares y
la rendición de cuentas de la era neoliberal (Hursh &
Martina, 2003), ¿consideran los participantes de este
estudio que están envueltos en una compleja trama
de consecuencias normativas? En otras palabras,
¿reconocerán que las propias experiencias que, pese
154ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
a sus aspectos negativos, los motivaron a volverse
profesores, pueden también incentivarlos a estar
más atentos a las necesidades de sus alumnos en
términos de participación crítica? Extrapolando desde
este punto, ¿tendrán estos educadores actuales y
futuros un mayor compromiso con la democracia y
la justicia social justamente debido a la ausencia de
tal enfoque en su propia experiencia educativa? Esto
presupone la posesión de los conocimientos así como
de la capacidad y el interés para hacerlo, pero esa
motivación central puede salir a la luz si se la cultiva
mediante el programa de educación de docentes.
(Torney-Purta, Kland Richardson, & Henry Barber, 2005).
Una minoría de los participantes declaró haber
tenido una experiencia democrática favorable, basada
en el apoyo y la motivación de sus maestros. Sin
embargo, una vez más, identificaron el votar y las
elecciones como la base de su participación. Deberían
conducirse más investigaciones en esta área, para
determinar que disposiciones particulares apuntalan
la labor de los docentes progresivos. Como se indicó
previamente en este artículo, desde el punto de vista
de la pedagogía crítica es relevante establecer la
conexión entre el trabajo político y la justicia social en
la enseñanza y el aprendizaje (Portelli & Solomon, 2001).
Es alentador notar que algunos de los futuros
y actuales maestros ya están predispuestos a
involucrarse activamente en la educación democrática.
Los comentarios presentados, no obstante, se inclinan
más hacia la interpretación delgada que gruesa
de democracia. Como señalan Torney-Purta, Kland
Richardson & Henry Barber (2005), “la preparación
inicial y el posterior desarrollo de los docentes influye
en el conocimiento cívico de los alumnos,” (p. 50),
lo cual podría sentar las bases para un currículo
progresivo y culturalmente relevante de formación
para maestros.
Un tema común entre las experiencias democráticas
favorables que algunos de los participantes señalaron
se relaciona con una clase particular en la secundaria
relacionada con el gobierno, con un marcado énfasis
en las elecciones. Una minoría de los participantes
destacó cómo esta clase facilitó un pensamiento
avanzado sobre temas a los que antes no habían
estado expuestos. Pareciera que la cultura escolar, en
general, no reforzaba el aprendizaje que tenía lugar
en las clases dedicadas específicamente al gobierno.
En el reporte CIRCLE (2003), La Misión Cívica de
las Escuelas, uno de los recuentos preeminentes del
estado de la educación cívica, enfatiza lo siguiente:
No sugerimos renovar las clases de educación
cívica estereotípicas. Para algunos, las “clases de
cívica” traen a la mente la imagen de un profesor
instruyendo a sus estudiantes sobre las minucias
del procedimiento legislativo federal o las leyes
electorales sin incentivarlos a enfrentarse
con temas públicos cruciales, los principios
subyacentes y las maneras en que pueden
participar en el gobierno local y la sociedad
civil. Aunque no existe evidencia de que ése sea
enfóquela práctica estándar en las escuelas de hoy,
es importante recalcar que enseñar solamente
datos mecánicamente acerca de áridos procesos
difícilmente beneficiará a los estudiantes y podría
incluso alienarlos de toda forma de participación
política, incluida la votación (p 20).
Por lo tanto, si bien algunos participantes del
estudio se beneficiaron de sus clases de “Gobierno”
o “Educación Cívica”, es posible que otros hayan
visto esa experiencia singular como la totalidad de
su experiencia democrática en la escuela. El riesgo
está en que tanto los maestros como los estudiantes
podrían caer en la falsa creencia de que la democracia
puede y debiera ser enseñada en una sola clase, y
que no es un fenómeno y un tema dinámico, crítico ni
interdisciplinario.
La manera en que los participantes veían la
educación de y para la democracia, realzó una
preocupación común por que el acto de discutir acerca
155ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
de la democracia, en sí misma, pudiera ser percibido
como adoctrinamiento (Sears & Hughes, 2006). Ésta
no parecía ser una preocupación cualificada en función
de distintos niveles de acercamiento, contenido
y contexto; más bien, parecía reflejar la noción de
que hablar de democracia en la sala de clases podría
traer problemas y eventualmente ser percibido como
antipatriótico (Westheimer, 2006). Tal actitud podría
estar reflejando la actual incomodidad pública frente a
la interrogación crítica de las acciones del gobierno de
los Estados Unidos y su rol hegemónico en el mundo
(Hoffman, 2006).
Esta equivocación frente a que es mejor no decir
nada que entrar en debate, resulta perturbadora.
Existe amplia evidencia de que preparar y facilitar el
diálogo, especialmente sobre temas polémicos, puede
ser de gran beneficio para el ambiente escolar, sobre
todo para los estudiantes (CIRCLE, 2003; Hess 2004;
Parker, 2003). Los educadores deben desarrollar
las habilidades y competencias necesarias para
sentirse cómodos al tratar temas controversiales,
y a la vez permitir que los estudiantes participen
deliberativamente del debate. Aún así, como señala
Agostinone-Wilson (2005) la propensión a buscar el
“equilibrio” en todos los temas ha dejado una carencia
en el proceso de aprendizaje crítico de los estudiantes.
Por ejemplo, ¿cuál sería el equilibrio de discutir los pros
y contras de la violación, el genocidio o el incesto? Y
ciertamente hay muchas perspectivas posibles, pero
esto no quiere decir que el debate debiera estar
limitado a la rígida estructura Republicana/Demócrata,
en la que se ignoran una variedad de perspectivas
inteligentes y diversas en nombre del “equilibrio”.6
Un grupo menor de los participantes en
este estudio creían que la enseñanza de y para la
democracia es primordial, y que debiera ser enfatizada
por todos los docentes. Hay un reconocimiento a que
son los maestros quienes se encuentran en mejor
posición para informar, clarificar y moldear los valores
democráticos de los estudiantes (Parker, 2003).
Sí, los profesores [debieran enseñar acerca
de la democracia], después de los padres son
la 1º influencia de un niño y tienen grandes
oportunidades para transmitirle estos valores
democráticos a los alumnos. (122/Pre/M/B/1)
Sí, creo que los docentes pueden modelar la
democracia cada día. Desde la forma en que se
hace la clase, ... las reglas en el salón de clases,
las tareas, todos debieran poder opinar en estas
decisiones. No pertenezco al “mundo” de los
alumnos; necesito “dialogar” con ellos para poder
orientarme. (124/Pre/F/B/5)
Sí, el depto. de estudios sociales debería [enseñar
sobre la democracia]. Son capaces de presentar
sus opiniones. (14/Pre/F/B/1)
Ellos [los maestros] deberían [enseñar sobre
la democracia] porque es importante y sí, los
maestros pueden formar valores democráticos en
los estudiantes. (90/Pre/F/B/2)
No queda claro si estos futuros profesores están
preparados para enfrentarse a la cultura institucional
conservadora de las escuelas, en la cual deberán
educar y motivar a los estudiantes. Después de todo,
la mayoría de los participantes del estudio confirmaron
que la escuela fue un lugar inhóspito para ellos como
estudiantes en relación a la educación democrática.
En concordancia con la noción de que la
democracia es fundamentalmente equivalente con
las elecciones, muchos de los participantes que
se mostraron favorables a enseñar acerca de la
democracia, creían que el énfasis principal – si es que
no el absoluto – debiera estar puesto en enseñar acerca
de las elecciones. Esta interpretación limitada, delgada
de la democracia podría llevar a los estudiantes a la
falsa creencia de que, fuera de votar, existen pocas
acciones que pueden tomarse para darle forma a la
democracia (Gandin & Apple, 2005).
156ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
Sí [los profesores deberían enseñar acerca de
la democracia], presentando información acerca
de los distintos aspectos de las elecciones y de
cómo los asuntos federales nos afectan a nivel
personal. (42/Pre/F/B/1)
Hacer que los niños voten es muy importante.
(68/U/M/A/2)
Creo que ellos [los maestros] deberían [enseñar
acerca de la democracia], cuando a ese estudiante
le llegue el turno de votar estará un poco más
informado. (91/Pre/M/A/1)
Un matiz interesante en las respuestas acerca
de la enseñanza sobre la democracia fue el interés
por enseñar también acerca de la ciudadanía, a
la que un pequeño número de los participantes
consideraron en estrecha relación con la democracia.
Al discutir en torno a la ciudadanía un porcentaje de
los participantes destacó la votación y los derechos.
En cuanto a la enseñanza de la ciudadanía, algunos
comentarios ligaban directamente la acción y el
aprendizaje por imitación con el logro de resultados
positivos, lo que se apartaba un tanto del fuerte foco
puesto sobre las elecciones al hablar de la democracia.
Esto podría deberse, en parte, a la percepción de que
la ciudadanía tiene que ver más directamente con ser
un “buen ciudadano” y el servicio comunitario que la
democracia, la cual parece tener una connotación más
específicamente “política” o electoral.
Tercer Tema: Comprendiendo el poder y la
diferencia
Cuando se les pregunta acerca de la justicia social,
muchos de los encuestados se refirieron a la raza, la
cual consideraban que ya no era un tema significativo
para ellos. Aún así las reacciones variaron grandemente
entre los estudiantes blancos y los pertenecientes a
minorías raciales, lo que trae a la memoria el trabajo
que llevé a cabo hace una década con docentes blancos
y pertenecientes a minorías raciales en Toronto (Carr
& Klassen, 1997). Al parecer, existe cierta ambigüedad
en torno al concepto de justicia social. Cuando no se
considera la raza como parte de un proyecto de justicia
social, y hay una negación consecuente de las formas
de intersección de la identidad y la marginalización
(Dei, Karumanchery & Karumanchery-Luik, 2004),
la educación para la formación política se torna un
desafío aún mayor (Freire, 1970).
Como han indicado Carr & Lund (2007), el ser
blanco, especialmente bajo la forma del poder
y privilegios de los blancos, es un componente
fundamental de la configuración racial de los países
desarrollados y se encuentra particularmente arraigado
en el escenario cultural de los Estados Unidos. El que
no se le conceda importancia a la prominencia de la
raza, especialmente por parte de profesores blancos
que se enfrentan cada día a salones de clases más
diversos racial, cultural y étnicamente, es un giro
potencialmente riesgoso para los programas de
educación de maestros, los sistemas educativos y
las autoridades locales y nacionales encargadas de
tomar las decisiones en ésta área. El estudio acerca
de lo que implica ser blanco (Carr & Lund, 2007)
despierta una serie de temáticas que rápidamente
nos llevan a la aparentemente insoluble noción de
que los blancos no son completamente parte de
las desigualdades socioculturales, económicas y
políticas contemporáneas. El tema del poder, por
lo tanto, destaca por qué la enseñanza sobre la
democracia debe también incluir un debate serio y
sostenido acerca de cómo y por qué las decisiones
y estructuras - especialmente las concernientes a la
raza - se desarrollan de la forma en que lo hacen. En
último término el debate podría conducir a preguntas
fundamentales acerca de cómo es posible que en una
democracia puedan existan la indigencia, la pobreza,
el racismo, el sexismo, la violencia, la corrupción y
la guerra. La conclusión alcanzada en tal debate será
menos importante que la participación reflexiva que genere.
157ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
Como puede apreciarse en los siguientes
comentarios, algunos de los estudiantes de postgrado
o pertenecientes a minorías étnicas recalcan de
manera más matizada y explícita el vínculo entre
democracia y justicia social. Esto se relaciona con las
experiencias de vida de los participantes, quienes se
sienten más cómodos reconociendo y reaccionando
ante las injusticias en el interior de la sociedad. El
poder y los privilegios inherentes al ser blanco son
relevantes, pues la comprensión de este concepto
es esencial para enseñar acerca de y para la justicia
social (Carr & Lund, 2007).
En los Estados Unidos, el racismo - un
constructo social - se emplea para justificar o
racionalizar la distribución de los recursos de
acuerdo a la voluntad de quienes controlan la
mayor parte de los recursos. A muchos se les
engaña para creer que porque se parecen a
quienes tienen el control, tales decisiones los
benefician o los incluyen (129/Post/M/A/5)
Tener los mismos derechos es esencial para la
democracia, y el racismo es una violación de
nuestra igualdad de derechos (12/Post/F/B/2)
Creo que antes tendremos una presidenta que un
presidente negro (47/Pre/M/B/1)
Ignorar la pregunta acerca de la construcción social
de la identidad, especialmente en términos de raza,
puede conducir a un incremento de los estereotipos
cuando se le suma una falta de diálogo intercultural.
El hecho de que gran parte de la sociedad continúe
estando dividida en segmentos raciales vuelve aún más
imperativo el llamado a un trabajo crítico de justicia
social en los programas de formación docente. Como
se señala en el informe CIRCLE (2003), se requiere
invertir más recursos, energía, tiempo y dedicación
para conseguir una “pedagogía y administración que
ejemplifiquen la democracia” (p. 31). La democracia
no puede estar desligada de la justicia social si se
persigue una interpretación gruesa, un aprendizaje
para una experiencia participativa y un involucramiento
crítico por parte de maestros y estudiantes.
Un punto que tuvo resonancia en varios
participantes es que en el sistema político de los
Estados Unidos existe una considerable injusticia
basada en la clase social. Muchos participantes no
establecieron una conexión neutral entre la exclusión
basada en la raza y en la clase social, lo que, en efecto,
minimiza la interseccionalidad de la identidad (Dei,
Karumanchery & Karumanchery-Luik, 2004). En otras
palabras, la marginalización puede ocurrir en distintos
niveles, en una gama de contextos y la reticencia a
prestar atención a la raza es apoyada por la ideología
del mérito, el individualismo, y la “irrelevancia del
color” que los blancos suelen personificar (Carr &
Lund, 2007).
Los ricos siempre parecen tener más que los
pobres en lo que se refiere a la política y los
derechos. (17/Pre/F/B/1)
Mientras más importante o incluso “rica” es una
persona, más puede salirse con la suya en cosas
que una persona promedio no puede. (35/Pre/
M/B/1)
Algunas leyes están sesgadas para favorecer a
la gente. Los que tienen poder hacen las leyes
para que sean quienes más ganen con ellas. (71/
Pre/F/B/2)
Los estudiantes blancos de clase obrera tienen
experiencia directa con las desventajas sociales
y de clase, pero el vínculo común con otras
formas de marginalización—en otras palabras, la
interseccionalidad de la identidad—no es claramente
percibido o comprendido. La internalización del ser
blanco, una vez más, puede jugar un rol nefasto en la
perpetuación de la reproducción de relaciones sociales
asimétricas en la educación, inhibiendo la revisión y
evaluación de los asuntos críticos necesarios para
158ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
involucrar y transformar a la sociedad (Carr & Lund, 2007).
Discusión
La investigación presentada nos alienta a
reflexionar acerca de cómo debe abordarse la
democracia en las escuelas. Puede argumentarse que
la educación debiera apoyar y sostener la democracia,
pero ante el actual sesgo neoliberal en favor de la
evaluación, los estándares y la rendición de cuentas –
los cuales usualmente no consideran las preocupaciones
en torno a la democracia y la justicia social – no
existe acuerdo en torno a las aplicaciones prácticas
y filosóficas de la educación para la democracia.
Existen, por lo tanto, inquietudes obvias en torno a
cómo entienden la democracia los educadores, cómo
la enseñan y cómo apoyan los sistemas escolares tal
compromiso con la democracia. Evidentemente, esto
se relaciona con un nivel de formación política que
posibilite una comprensión gruesa de la democracia,
en lugar de una delgada. Stevick and Levinson (2007)
relacionan el debate en torno a la democracia con una
noción gruesa de ciudadanía democrática:
La pregunta por el “tipo de conocimientos que
se requieren”, no es sólo una pregunta para
investigadores sino también una pregunta para
la educación de ciudadanos en todas partes del
mundo. Así como las elecciones libres, justas,
abiertas, regulares y competitivas representan
una concepción mínima de la democracia,
una concepción mínima de la ciudadanía
responsable requiere “la capacidad de tomar
decisiones informadas, razonables, deliberativas
y libres frente a las elecciones públicas y los
debates álgidos de políticas públicas” (Patrick,
2002,p.17).
Por lo tanto, el tema general de las relaciones
(asimétricas) de poder, debe ser entendido para poder
hacer democracia. Se requiere una aproximación
pedagógica crítica, como la defendida por Freire (1970),
Kincheloe (1993), y McLaren (2007), para hacerse
cargo de los principales temas, preguntas e inquietudes
relativas a la democracia, entre ellas la pobreza, el
racismo y otras desigualdades, la distribución de
los recursos, los procesos de toma de decisiones y
de reparto del poder y la participación colectiva. Los
programas de formación de docentes deberían abordar
activamente temáticas controversiales y conflictivas
como una manera de preparar a los actuales y futuros
maestros para su trabajo en el salón de clases (Banks
et al., 2005).
Kincheloe (1993) ha justificado exhaustivamente
la necesidad de que los docentes se involucren más
críticamente en su propio aprendizaje y enseñanza y
que regresen al centro de sus prácticas al pensamiento
crítico, evitando caer en la práctica habitual de
enfocarse excesivamente en los contenidos y planes
de estudio. Esto requerirá, agrega Kincheloe, un
reconocimiento formal e informal de la naturaleza
política de la educación y un distanciamiento de la
mitología meritocrática tan prominente en el discurso
neoliberal. En otra publicación Kincheloe & Weil (2004)
argumentan que para lograr que el pensamiento crítico
se integre y sea más valorado en la educación, deben
traerse a la luz “perspectivas no tomadas en cuenta
anteriormente como la sociocognición, asuntos de
economía política, teoría de la complejidad, y nociones
teóricas críticas de epistemología y teoría del poder”.
Tal vez, yendo contra la corriente de sus propias
experiencias educativas, en las que las influencias
culturales promueven el patriotismo (Westheimer,
2006) y se evita el debate crítico (Agostinone-
Wilson, 2005), los educadores de maestros deben
trabajar diligentemente por derribar el mito de que la
democracia y la justicia social son temas secundarios,
reservados para los maestros de estudios sociales.
Una aproximación más global en la comprensión de
estos amplios conceptos conllevará un aprendizaje y
enseñanza mejores y más comprometidos (Parker, 2003).
Ryan (2006), al tratar el tema de la educación
inclusiva y las prácticas de inclusión en los ambientes
escolares urbanos advierte que los meros intentos por
aparentar el cambio, insertando a actores de diversos
159ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
orígenes en la mezcla, terminarán por fracasar.
La solución es que debe cambiarse el juego
mismo—el sistema. Éste no sólo debe reconocer
las contribuciones de los participantes regulares o
tradicionales, sino también lo que otros tienen para
ofrecer. La inclusión significativa implica mucho
más que administrar problemas específicos; sólo
podrá ser alcanzada si se modifican los rasgos
estructurales inherentes a un sistema que ya es
injusto. Lograr esto no sólo involucra permitir
el acceso a todos, sino además que quienes
ingresen puedan moldear el juego de tal forma
que puedan contribuir y beneficiarse de él, como
todos los demás. Debe empoderarse a los nuevos
jugadores para que desarrollen la confianza y
las destrezas para controlar su participación, su
contribución y sus propias vidas (p.24).
Por tanto, el tema del poder es decisivo para
determinar quiénes triunfarán, cómo serán tomadas
las decisiones y qué forma adoptará la experiencia
educativa. Dei, Karumanchery & Karumanchery-
Luik (2004) al hablar acerca de las relaciones de
poder asimétricas que enmarcan el macro y el
microcontexto de estudiantes, educadores, padres
y otros interlocutores, instan a los educadores a
preocuparse por cómo y por qué fracasan los grupos
marginalizados en la educación pública. Uno de los
mensajes de este artículo es que los estudiantes
blancos deben exponerse a experiencias diversas y
auténticas, lo que los ayudará a comprender mejor y
actuar más efectivamente con cuerpos estudiantiles
heterogéneos.
Campbell (2000, p. 205) ha señalado que existen
diversas formas de enseñar para la democracia:
1) enseñar “acerca de las responsabilidades
cívicas, el proceso eleccionario, y la Constitución
de los Estados Unidos”; 2) “emplear estrategias de
participación social…”; 3) “promover la democracia
en la sala de clases mediante el desarrollo en los
estudiantes de una orientación hacia la justicia, la
equidad y el respeto mutuo …”; 4) “enseñar a los
estudiantes cómo trabajar juntos para resolver
problemas y alcanzar objetivos.”.
El espectro de prácticas democráticas, por
lo tanto, implica un proceso así como también un
esfuerzo explícito y sistemático por inculcar valores
democráticos. Frenar este proceso en el primer paso
– formal y limitado – de transmisión de la información
es equivalente a la noción de Freire de “educación
bancaria”, la cual institucionaliza un acercamiento
pasivo y neutro ala democracia, contrarrestando
todo involucramiento progresivo. Los resultados del
estudio que presentamos permiten concluir que se
requieren mayor energía y énfasis en los programas
de formación profesoral si se quiere preparar a los
actuales y futuros maestros para sentirse cómodos
al desarrollar valores democráticos y al ayudar a los
estudiantes a participar críticamente en la democracia
(CIRCLE, 2003).
Galston (2003) establece un nexo entre la educación
cívica y la participación política, argumentando que
las escuelas deben enfocarse más en habilidades
democráticas y de ciudadanía básicas para familiarizar
a los jóvenes con el aparato democrático formal de la
sociedad. A su vez, Westheimer y Kahne (2004) han
documentado cómo las escuelas hacen democracia,
concluyendo que existen varias aproximaciones
(como el aprendizaje y servicio, por ejemplo) que
difícilmente tendrán un impacto significativo si no
se introduce una interpretación más explícitamente
política. Dada la evidencia en éste y otros estudios
(Holm & Farber, 2002) de que los educadores de los
Estados Unidos tienen usualmente una noción débil
o delgada de la influencia y el legado de los Estados
Unidos en el panorama mundial, deben plantearse
serias preguntas en torno al significado de la formación
política en la educación. Con vistas a este fin, Banks
et al. (2005) defienden – en un documento formativo
en el que se delinean los principios y conceptos para
“educar a los ciudadanos en una era global” – un
160ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
enfoque revigorizado en la educación democrática,
con mayor énfasis en la diversidad y las conexiones
internacionales. La importancia de una educación
internacional y comparativa es uno de los hallazgos más
importantes de esta investigación como se evidencia
también en el informe CIRCLE (2003), puesto que
un conocimiento limitado y una pobre exposición al
mundo externo pueden conducir al aislamiento, y a
un estilo de pensamiento autorreferente que vaya en
contra de los tipos de acción necesarios para enfrentar
los temas globales mencionados en la introducción,
como la guerra, el medio ambiente, la inmigración, las
enfermedades y la pobreza.
Conclusión
Con base en los resultados de éste estudio sobre
la democracia en la educación, se hace evidente un
gran número de áreas que podrían beneficiarse de un
estudio más minucioso. A continuación presentamos
algunas de las preguntas que podrían formar la base
para un marco conceptual enfocado en la formación
política, la participación crítica y una democracia
gruesa que considere plenamente la justicia social.
a. Currículo educativo
i. ¿Qué se le pide explícitamente a maestros
y estudiantes, mediante el currículo y otros
documentos oficiales, con respecto a la
democracia, la ciudadanía y la justicia social?
ii. ¿Quién está involucrado en el desarrollo formal
e informal de los currículos escolares?
iii. ¿Cuál es la mejor manera de enfrentar y rectificar
el mito de que los estudios sociales son la única
área en la que puede explorarse la política?
b. Preparación de los docentes
i. ¿Cómo están preparados los educadores para
entender e interactuar con la democracia?
ii. ¿Qué clases de apoyo continuo reciben los
maestros para realizar una labor crítica?
iii. ¿Cómo se evalúa a los profesores para garantizar
que sean capaces de involucrarse de forma
efectiva con la democracia?
c. Cultura Institucional
i. ¿De qué maneras apoyan, cultivan y demuestran
los sistemas educativos el liderazgo para la
democracia en educación?
ii. ¿Qué se hace o debería hacerse para promover
una cultura democrática en las escuelas?
iii. ¿Cómo se definen, articulan y financian los
temas macro y cuál es el vínculo con la justicia
social al interior de la cultura institucional de los
sistemas educativos?
d. Rendición de Cuentas
i. ¿Qué acciones de liderazgo se han dispuesto
para asegurar la obtención de políticas, prácticas
y resultados democráticos?
ii. ¿Cómo se conectan los estándares académicos
con la democracia, la ciudadanía y la justicia
social?
iii.¿Cómo se evalúan los procesos de toma de
decisiones para garantizar que la justicia social
sea una preocupación auténtica en las escuelas
y no un mero requisito burocrático?
e. Participación Cívica
i. ¿Cómo deberían los estudiantes involucrarse con
la democracia en la escuela?
ii. ¿Qué debe hacerse para forjar un vínculo más
fuerte entre los ciudadanos de Estados Unidos y
las comunidades y los asuntos internacionales?
¿Cómo debería el currículo formal reconocer la
importancia de la participación cívica?
iii. How should the formal curriculum recognize
161ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
the importance of civic engagement?
f. Educación Política
i. ¿Cómo pueden los maestros abordar temas
polémicos sin el miedo a que se les tache de
antipatriotas?
ii. ¿Qué se puede hacer para introducir a los alumnos
a la complejidad de la política, incluyendo la
problematización del proceso electoral?
iii. ¿Qué estrategias, medidas, actividades y
experiencias debieran incorporarse en la
experiencia educativa formal e informal para
apoyar e integrar la educación y la formación
política en las escuelas?
En suma, para involucrar críticamente a los
estudiantes con, y en torno a, la democracia en las
escuelas, los educadores deben sentir apoyo para
hacerlo tanto en su formación universitaria como en
los contextos institucionales en los que se desempeñen
como profesores. Lo que parece fundamental aquí, como
testifica la investigación presentada, es la necesidad de
articular la participación con y una conceptualización
crítica de la democracia. Una perspectiva típicamente
delgada de la democracia aparece arraigada, en gran
medida a partir de la experiencia en las escuelas y
también de las experiencias formativas de vida. Una
consideración importante para desarrollar valores
democráticos críticos en la escuela, por lo tanto, es
saber cómo conciben, construyen y experimentan la
democracia los educadores, ya que esto influirá en lo
que hagan en la sala de clases y en el interior de la
cultura escolar.
Desde una perspectiva pedagógica crítica,
empezando con el trabajo seminal de Paulo Freire
Pedagogía de los Oprimidos (1970), se presentan
varios temas centrales, los que en conjunto articulan
una comprensión de la gravedad del problema de
la marginalización, la exclusión y las relaciones de
poder asimétricas. Freire se refiere al nexo directo
entre humanización y deshumanización, así como
entre opresores y oprimidos; retrata el “concepto de
educación bancaria como un instrumento de opresión”,
y aboga en cambio por un proceso de liberación y
de conciencia crítica (conscientização) en y desde la
educación, y la importancia fundamental de la cultura
en el moldeamiento de la experiencia educativa y
política. La noción de que la educación puede ser una
fuerza liberadora, una que desafía la fórmula mundana
de entrenar a los jóvenes o simplemente prepararlos
para la sociedad, caracteriza el revolucionario enfoque
de Freire frente a la educación. A su vez, Giroux
(1988, 1993) ve el potencial de una “pedagogía
emancipatoria” en torno a una nueva forma de
particiáción y formación política, construidos sobre la
base política de la educación moldeada por Freire. En
contraste con las reformas educativas actuales que
privilegian la estandarización, la homogeneidad, las
pruebas, la competencia y una irrupción del mundo de
los negocios en el salón de clases (Hill, 2003; Hursh
& Martina, 2003), la filosofía crítica de Freire (1970)
propone un replanteamiento orgánico de la identidad
de los estudiantes y una legitimización de los cimientos
que sus experiencias vitales proporcionan.
El estudio presentado en este artículo plantea
inquietudes en torno al grado en que los educadores
pueden y, en efecto, exploran la democracia,
particularmente en relación con involucrar a los
estudiantes en actividades democráticas críticas y
significativas. Las implicaciones de alcanzar y promover
la formación política en las escuelas son múltiples.
Mediante la práctica de la pedagogía crítica, debe
emprenderse una evaluación crítica de la ideología y
aceptación cultural del neoliberalismo en la educación,
para evitar los efectos perjudiciales de una falta de
democracia en las escuelas. Como sugiere nuestro
marco de referencia, adoptar una posición crítica
con respecto a la comprensión y construcción de la
democracia en la educación ayudará a los educadores
a abarcar temas complejos y, posiblemente, a
transformar la educación.
162ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
Agradecimientos
Aprecio profundamente el aporte de los revisores anónimos y los editores y agradezco sus valiosos comentarios.
Algunos de los hallazgos presentados en este artículo ya habían sido reportados en Carr (2007), “Experimentando
la democracia a través del neoliberalismo: El rol de la justicia social en la educación”. Journal of Critical Education
Policy Studies, y, en menor medida, también en Carr (2006).
Notes
1 Hill (2003) argumenta que el neoliberalismo está asfixiando velozmente la democracia en la educación
mediante la comercialización forzada de la educación, lo que incluye:
1. un Plan de Negocios para la Educación: se centra en la producción social de la fuerza de trabajo (la
capacidad para trabajar de la gente) para las empresas capitalistas,
2. un Plan de Negocios en la Educación: se centra en “liberar” a las empresas para que puedan ganar
dinero a costa de la educación,
3.un Plan de Negocios Educativos: este es un plan para que los negocios educativos británicos y
norteamericanos se beneficien de las actividades internacionales de privatización (p. 2).
2 La noción de democracia gruesa y delgada ha sido tomada de Gandin & Apple (2005), quienes construyeron
sobre el trabajo seminal de Benjamin Barber (1984). Barber plantea preguntas cruciales en torno a la
prominencia de la democracia liberal, incluyendo la tensión entre el individualismo y los derechos de todos
los ciudadanos.
3 Para aclarar este punto, en el estado en el que se llevó a cabo la investigación se exige a los profesores
tengan una Mastría en educación, lo que garantiza su re-certificación.
4 Si bien puede que algunos profesores universitarios integren una aproximación crítica a tales temas,
incluso aunque no estén formalmente articulados en el programa oficial, éste es un componente adicional
y no obligatorio del proceso de enseñanza y aprendizaje. Sin embargo, éste es un asunto enérgicamente
discutido en la literatura acerca de la formación de docentes, como lo demuestra el enfoque pedagógico
crítico propuesto por Kincheloe (2008), que presenta una conexión más explícita con la naturaleza política
de la educación. Por lo tanto, el análisis de los resultados de este estudio debe considerar cómo el programa
de formación de docentes contribuye o no a reafirmar la relación con una democracia gruesa.
5 Una salvedad importante es que mi interés está mayormente puesto en el potencial de una formación
política crítica, antes que en el contenido pedagógico mismo que los educadores empleen.
6 Comúnmente se acepta que los dos partidos políticos principales (Republicanos y Demócratas), que parecen
asemejarse entre sí en muchos aspectos, abarcan el espectro complete de perspectivas políticas de la
vida política norteamericana. Rara vez hay tiempo o espacio para otros partidos durante las campañas
políticas, tanto en las noticias como en la vida pública. Examinar este fenómeno de forma crítica sería un
buen paso inicial para los educadores en la sala de clases. ¿Pueden existir otras formas de democracia que
no sean análogas al modelo norteamericano? Así, la noción de formación política y la capacidad de abarcar
sólidamente el contexto internacional deben ser parte fundamental del proceso de educación de profesores.
163ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
Referencias
Agostinone-Wilson, F. (2005). Fair and balanced to death: Confronting the cult of neutrality in the teacher education
classroom, Journal for Critical Education Policy Studies, 3(1). http://www.jceps.com/?pageID=article&articleID=
37
Apple, M. (1996) The Hidden curriculum and the nature of conflict. En W.C. Parker (ed.), Educating the democratic
mind (pp.173-199). Albany, N.Y.: State University of New York Press.
Avery, P.G. (2003). Using research about civic education to improve courses in the methods of teaching social
studies. En Patrick, J.J., Hamot, G.E., & Leming, R.S. (Eds.). Civic learning in teacher education: International
perspectives on education for democracy in the preparation of teachers (pp. 45-65). Bloomington, IN: ERIC
Clearinghouse for Social Studies/Social Science Education.
Avery, P.G. (2002). Political tolerance, democracy, and adolescents. In Parker, W. C. (Ed). Education for democracy:
Contexts, curricula, assessments (pp. 113-130). Greenwich, CT: Information Age Publishing.
Banks, J. et al. (2005). Democracy and diversity: Principles and concepts for educating citizens in a global age.
Seattle: Center for Multicultural Education Publications.
Barber, Benjamin R. (1984). Strong democracy: Participatory politics for a new age. Berkeley, CA: University of
California Press.
Berg, B. (2007). Qualitative research methods for the social sciences. Boston: Allyn and Bacon.
Campbell, D. (2000). Choosing democracy: A practical guide to multicultural education. Upper-Saddle River, New
Jersey: Pearson Education.
Carr, P. (2006). Democracy in the classroom?, Academic Exchange Quarterly, 10(2).
Carr, P. (2007). Experiencing democracy through neo-liberalism: The role of social justice in education, Journal of
Critical Education Policy Studies, 5(2). http://www.jceps.com/index.php?pageID=article&articleID=104
Carr, P. & Klassen, T. (1997). Different perceptions of race in education: Racial minority and White teachers,
Canadian Journal of Education, 1(Winter):68-81. http://www.csse.ca/CJE/Articles/FullText/CJE22-1/CJE22-
1-Carr.pdf
Carr, P. & Lund, D. (2007). The Great White north? Exploring Whiteness, privilege and identity in education.
Rotterdam: Sense Publishers.
CIRCLE (Center for Information and Research on Civic Learning and Engagement). (2003). The Civic mission of
schools. New York: Carnegie Corporation.http://www.civicmissionofschools.org/campaign/cms_report.html
164ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
Cook, S. A. (2004). Learning to be a full Canadian citizen: youth, elections, and ignorance, Canadian Issues
Magazine, September, 1-6.
Dei, G., Karumanchery, L. & Karumanchery-Luik, N. (2004). Playing the race card: Exposing white power
and privilege. New York: Peter Lang.
Freire, P. (1998). Pedagogy of freedom: Ethics, democracy, and civic courage. USA: Rowman & Littlefield.
Freire, P. (1970). Pedagogy of the oppressed. New York: Continuum.
Galston, W. (2003). Civic Education and Political Participation, Phi Delta Kappan, 85(1), 29-33.
Gandin, L. A. & Apple, M. (2005). Thin versus thick democracy in education: Porto Alegre and the creation of
alternatives to neo-liberalism, International Studies in Sociology of Education, 12(2), 99-116.
Giroux, H. (1988). Literacy and the pedagogy of voice and political empowerment, Educational Theory, 38, 1, 61-75.
Giroux, H. (1993). Paulo Freire and the politics of postcolonialism. En McLaren, P. & Leonard, P. (eds.), Paulo Freire:
A critical encounter (pp.177-188). New York: Routledge.
Guttman, A. (1999) Democratic education. Princeton, N.J.: Princeton University Press.
Hill, D. (2003). Global neo-liberalism, the deformation of education and resistance, Journal for Critical Education
Policy Studies,1, 1. www.jceps.com/?pageID=article&articleID=7 .
Hess, D. (2004). Discussion in social studies: Is it worth the trouble?, Social Education, 68(2), 151-155.
Hoffman, S. (2006). The Foreign policy the US needs, The New York Review of Books, August 10, 2006, LIII, 13, 60-64.
Holm, G. & Farber, P. (2002). Teaching in the dark: The geopolitical knowledge and global awareness of the next
generation of American teachers, International Studies in Sociology of Education, 12(2), 129-144.
Hursh, D. & Martina, C. (2003). Neoliberalism and schooling in the U.S.: How state and federal government
education policies perpetuate inequality, Journal of Critical Education Policy Studies, 1, 2. www.jceps.com
/?pageID=article&articleID=12 .
Karumanchery, L. L. and Portelli, J. (2005). Democratic Values in Bureaucratic Structures: Interrogating the
Essential Tensions. En Bascia, N. et al. (eds), International Handbook of Educational Policy (pp. 329-349).
New York: Springer.
Kincheloe, J. (1993). Toward a critical politics of teacher thinking: mapping the postmodern. Westport, CT:
Greewood Publishing Group.
165ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
Kincheloe, J. (2008). Critical pedagogy primer. New York: Peter Lang Publishing.
Kincheloe, J. & Weil, D. (2004).Critical thinking and learning: An encyclopedia for parents and teachers. Westport,
CT: Greewood Publishing Group.
McLaren, P. (2007). Life in schools: An introduction to critical pedagogy and the foundations of education. Boston:
Allyn and Bacon.
Merriam, S. (1998). Qualitative research and case study applications in education. San Francisco: Jossey-Bass.
Parker, W. (2003). Teaching democracy: Unity and diversity in public life. New York: Teachers College Press.
Patrick, John J. (2002). Improving Civic Education in Schools. ERIC Digest (ERIC Identifier: ED470039). ERIC
Clearinghouse for Social Studies/Social Science Education Bloomington IN. http://www.ericdigests.
org/2003-3/civic.htm
Portelli, J. and Solomon, P. (2001). The erosion of democracy in education: from critique to possibilities. Calgary:
Detselig Enterprises Ltd..
Ryan, J. (2006). Inclusive Leadership. Toronto: Jossey-Bass.
Schugurensky, D. (2000). Citizenship learning and democratic engagement: Political capital revisited. http://www.
edst.educ.ubc.ca/aerc/2000/schugurenskyd1-web.htm .
Schugurensky, D. (2003). Civic participation – on active citizenship, social capital and public policy, Canadian
Diversity, 2(1), 10-12.
Sears, A. & Hughes, A. (2006). Citizenship: Education or indoctrination?, Citizenship and Teacher Education, 2, 1, 3-17.
Stevick, E. D. and Levinson, B. A. U. (2007). Introduction: Cultural context and diversity in the study of democratic
citizenship education. En Stevick, E. D. and Levinson, B. A. (eds.), Reimagining Civic Education: How Diverse
Societies Form Democratic Citizens (pp. 1-14). Lanham, MD: Rowman & Littlefield Publishers
Torney-Purta, J., Kland Richardson, W., & Henry Barber, C. (2005). Teachers’ educational experience and confidence
in relation to students’ civic knowledge across countries. Citized, 1(1), 32-57. http://www.citized.info/
index.asp?strand=6&r_menu=prev-v1-n1
Torney-Purta, J. & Vermeer S. (2004). Developing citizenship competencies from kindergarten through grade 12.
Denver, CO: Education Commission of the States.
Torres, C. (2005). No Child Left Behind: A Brainchild of neoliberalism and American politics, NewPolitics, X, 2.
http://www.wpunj.edu/newpol/issue38/torres38.htm
166ISSN: 1941-1799
Educadores y educación para la democracia: trascendiendo una democracia “frágil”
Vincent, C. (2003) Social justice, education and identity. London: RoutledgeFalmer.
Westheimer, J. (2006). Patriotism and education: An introduction, Phi Delta Kappan, 87, 8, 569-572.
Westheimer, J. & Kahne, J. (2004).What kind of citizen?: the politics of educating for democracy, American
Educational Research Journal, 41(2), 237-269.
Wink, J. (2005). Critical pedagogy: Notes from the real world. Boston: Pearson Education, Inc.