el misterio sacramental

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El misterio sacramental Prof. Aldrich - Taiwan La confirmación es el segundo sacramento de la iniciación. Sin embargo, en la mayor parte de los tratados de teología sacramental se habla menos de la confirmación que del bautismo. A pesar de su poder e importancia, en varias ocasiones la teología ha descuidado este sacramento. 3.2. Institución y existencia de la confirmación La confirmación contiene dos acciones rituales: una imposición de las manos y una unción con aceite perfumado, que recibe el nombre de crisma, durante las cuales se pronuncian palabras significativas. Intentaremos examinar a continuación la existencia de este rito según las Escrituras, los Padres y la enseñanza de la Iglesia. 3.2.1. Las Escrituras Ya en el Antiguo Testamento se hallan algunas prefiguraciones de la confirmación. Desde muy antiguo, se usaban las manos para invocar una bendición sobre individuos especialmente escogidos (Gn 48,13-16) y también para designar a quien debía desempeñar un papel especial (Nm 8,10). La unción con aceite, en particular con aceite perfumado, es uno de los ritos de celebración gozosa de la Antigua Alianza (Mi 6,6), que no sólo contiene prefiguraciones sino también profecías de una efusión futura del Espíritu Santo, como la de Joel: "Después de esto yo derramaré mi espíritu sobre todo mortal y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros ancianos tendrán sueños, vuestros jóvenes verán visiones" (Jl 3,1). El profeta Isaías anunció un don futuro del Espíritu Santo: "Derramaré aguas sobre el sediento suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu linaje, mi bendición sobre cuanto de ti nazca" (Is 44,3). En el Nuevo Testamento, Cristo cumplió su misión en el poder del Espíritu (Mc 1,10) y proclamó: "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,17-21). Cristo prometió el Espíritu Santo a sus Apóstoles para que pudieran atestiguarlo sin temor (Lc 12,12; cfr. Jn 14-15). Después de su resurrección,

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Page 1: El Misterio Sacramental

El misterio sacramental Prof. Aldrich - Taiwan

La confirmación es el segundo sacramento de la iniciación. Sin embargo, en la mayor parte de los tratados de teología sacramental se habla menos de la confirmación que del bautismo. A pesar de su poder e importancia, en varias ocasiones la teología ha descuidado este sacramento.

3.2. Institución y existencia de la confirmación

La confirmación contiene dos acciones rituales: una imposición de las manos y una unción con aceite perfumado, que recibe el nombre de crisma, durante las cuales se pronuncian palabras significativas. Intentaremos examinar a continuación la existencia de este rito según las Escrituras, los Padres y la enseñanza de la Iglesia.

3.2.1. Las Escrituras

Ya en el Antiguo Testamento se hallan algunas prefiguraciones de la confirmación. Desde muy antiguo, se usaban las manos para invocar una bendición sobre individuos especialmente escogidos (Gn 48,13-16) y también para designar a quien debía desempeñar un papel especial (Nm 8,10). La unción con aceite, en particular con aceite perfumado, es uno de los ritos de celebración gozosa de la Antigua Alianza (Mi 6,6), que no sólo contiene prefiguraciones sino también profecías de una efusión futura del Espíritu Santo, como la de Joel: "Después de esto yo derramaré mi espíritu sobre todo mortal y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros ancianos tendrán sueños, vuestros jóvenes verán visiones" (Jl 3,1). El profeta Isaías anunció un don futuro del Espíritu Santo: "Derramaré aguas sobre el sediento suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu linaje, mi bendición sobre cuanto de ti nazca" (Is 44,3).

En el Nuevo Testamento, Cristo cumplió su misión en el poder del Espíritu (Mc 1,10) y proclamó: "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,17-21). Cristo prometió el Espíritu Santo a sus Apóstoles para que pudieran atestiguarlo sin temor (Lc 12,12; cfr. Jn 14-15). Después de su resurrección, Cristo volvió a prometer el Espíritu Santo: "Recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis mis testigos" (Hch 1,8; cfr. Lc24,49). Las promesas de Cristo se cumplieron el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo bajó con su poder sobre Nuestra Señora y los Apóstoles. Los primeros fieles fueron bautizados y recibieron el Espíritu Santo (Hch 2,38). Para hablar del bautismo de Jesús se utiliza la terminología de la unción, que describe que fue bautizado por el Espíritu Santo (Hch 10,38) y, de la misma manera describe su Filiación divina (Hb 1,9). Además, la misma expresión se aplica para afirmar que los cristianos comparten, por medio de Cristo, el don mesiánico del Espíritu (1 Jn 2,20-27). Los Hechos de los Apóstoles describen un rito que implica un don del Espíritu Santo vinculado con el bautismo, pero distinto de él, y que consiste en la imposición de las manos: "Al enterarse los Apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Éstos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo" (Hch 8,14-17). Alrededor de treinta años después, san Pablo celebró el mismo rito en Éfeso

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(Hch 19,1-8). La Epístola a los Hebreos menciona una imposición de las manos distinta del bautismo (Hb 6,2).

De lo anterior se desprende que el rito celebrado por los apóstoles Pedro y Juan tiene todas las características de un sacramento. Se celebraba con un signo tangible, es decir, la imposición de las manos. El rito producía la gracia (Hch 8,18) y era distinto del bautismo. Había sido instituido permanentemente por Cristo. Puesto que el Señor había prometido impartir el Espíritu Santo a todos los fieles, se debe suponer que dejara claras instrucciones sobre cómo comunicar ese don. Como los Apóstoles se consideraban simplemente como ministros de Cristo y siervos de los misterios divinos (1 Co 4,1) y no sus inventores, esta acción sagrada debe haber sido instituida por Cristo mismo, mientras que los Apóstoles sólo administraban ese rito del don del Espíritu Santo. Nada sabemos del momento exacto en que el Señor instituyó la confirmación. Algunos teólogos afirman que lo hizo antes de su resurrección, otros que lo hizo después. Algunos estudiosos suponen que Cristo instituyó la confirmación durante la última cena, cuando pronunció el largo discurso sobre el Espíritu Santo (Jn 16,5-15). Algunos teólogos han afirmado que el sacramento fue por Cristo prefigurado al imponer las manos a los niños (Mt 19,13), mientras que durante la última cena lo fundó de manera más clara, ordenándoles a los Apóstoles que lo administraran después de Pentecostés.

3.2.2. Los Padres de la Iglesia

Las más antiguas liturgias cristianas de la iniciación contenían una imposición de las manos y una unción posbautismales, pero no siempre queda claro si se trata de un sacramento distinto del bautismo. Aún hoy, en el rito actual del bautismo de los niños, existe una unción posbautismal con crisma, que prefigura la confirmación futura. Dicha unción, vestigio de la confirmación que ha quedado del rito de la iniciación de los adultos, cuando los tres sacramentos de la iniciación se administraban conjuntamente, se aplica con la siguiente oración: "Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, te ha librado del pecado, te ha dado un nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu Santo y te ha acogido en su pueblo santo. Ahora te unge con el crisma de la salvación. Así como Cristo fue ungido, Sacerdote, Profeta y Rey, vivid siempre como miembros de su cuerpo, participando de la vida eterna". De todos modos, la distinción entre los dos sacramentos ya había sido aclarada en tiempos de san Hipólito: su tratado sobre la Tradición apostólica, escrito alrededor de 215, describe el rito romano de la iniciación, en el que se administraban dos unciones posbautismales. Después del bautismo, los candidatos salían de la fuente y a continuación eran ungidos con el óleo de acción de gracias por los sacerdotes, quienes pronunciaban las siguientes palabras: "Te unjo con el santo aceite en el Nombre de Jesucristo". La segunda unción, que se hacía luego con aceite consagrado, parece ser claramente la confirmación. Cuando todos se habían secado y vestido, entraban en la Iglesia, donde el obispo imponía las manos a los candidatos, rezando sobre ellos. Luego derramaba el aceite consagrado sobre cada candidato, imponiéndole la mano sobre la cabeza y recitando la fórmula: "Te unjo con el santo óleo en Dios Padre Todopoderoso y Cristo Jesús y el Espíritu Santo". Luego el obispo sellaba a cada candidato en la frente y le daba el ósculo de paz. Según esta descripción muy clara, el rito de la confirmación era muy semejante al actual. Tertuliano menciona tres fases distintas del rito de la iniciación cristiana, lo cual implica que consideraba la confirmación como un sacramento independiente: "La carne es lavada para que el alma quede inmaculada: la carne es ungida para que el alma esté consagrada; la carne es signada con la cruz para que el alma esté protegida; la carne es

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cubierta por la imposición de las manos para que el alma sea iluminada por el Espíritu; la carne se alimenta del Cuerpo y Sangre de Cristo para que el alma quede saciada de Dios".

Hacia la mitad del siglo IV, en el oriente cristiano, san Cirilo de Jerusalén explicaba el sacramento de la confirmación en sus homilías catequéticas: "Y como Cristo fue verdaderamente crucificado y sepultado y resucitado, por medio del bautismo, por una suerte de semejanza, habéis sido juzgados dignos de ser crucificados, sepultados y nuevamente resucitados con Él, y lo mismo sucede con la unción. Él fue ungido con el aceite espiritual de la fiesta (...) porque es el autor de la alegría espiritual. Vosotros habéis sido ungidos con una unción, habiendo sido convertidos en compañeros y socios de Cristo". En occidente, a fines del siglo IV, san Ambrosio hace referencia a la confirmación al tratar los sacramentos de la iniciación: "Luego, después del bautismo, te presentaste ante el obispo. Medita sobre la unción que siguió. ¿No es acaso David quien dice: "Como ungüento fino en la cabeza, que va bajando por la barba, que baja por la barba de Aarón" (...) Has recibido el sello espiritual (...) Dios Padre te ha sellado, Cristo te ha confirmado y el Espíritu te ha dado la primicia en tu corazón".

Más adelante, el desarrollo teológico de la confirmación se debió en gran medida al influjo de las ideas de Fausto, primero abad de Lérins y luego obispo de Riez (en el sur de Francia), en la segunda mitad del siglo V. Una de sus homilías tuvo gran influencia durante la Edad Media en la teología sacramental de la confirmación. En ella, proponía la idea de que la confirmación concedía al cristiano las armas para convertirse en soldado de Cristo:

"Las prácticas militares exigen que el comandante al recibir bajo su mando a un nuevo soldado, no sólo le imponga su marca, sino que también le entregue las armas adecuadas para luchar (...) De la misma manera, el Espíritu Santo, que descendió a las aguas bautismales llevando consigo la salvación, ha dado en la pila todo lo que se necesario para la inocencia; en la confirmación, el Espíritu concede un aumento de gracia, porque los que sobreviven en este mundo, a través de las distintas etapas de la existencia, tienen que caminar en medio de peligros y enemigos invisibiles. En el bautismo volvemos a nacer a la vida; después del bautismo somos confirmados para la lucha".

Luego, en el siglo IX, Rábano Mauro, arzobispo de Maguncia, dice que los cristianos reciben dos unciones en el bautismo. La primera unción era la que el sacerdote hacía sobre la cabeza del candidato, la segunda, la que signaba el obispo en la frente. La primera unción indica la bajada del Espíritu Santo para consagrar una morada digna de Dios, mientras que la segunda confiere al hombre la gracia septenaria de ese mismo Espíritu Santo, junto con la plenitud de la santidad. En la segunda unción, es decir, la confirmación, el Espíritu Santo baja sobre el cristiano para colmarlo de dones celestiales y fortificarlo con su gracia de manera que pueda llevar el nombre de Cristo, sin temor, ante los reyes y los señores de este mundo, para que lo proclame con valor.

También el Doctor Angélico ha elaborado estas ideas sobre la confirmación. Consideraba que ésta era una "suerte de crecimiento espiritual que lleva al hombre a la edad espiritual perfecta". En otras palabras, santo Tomás definía la confirmación como el "sacramento de la plenitud del Espíritu Santo".

3.2.3. La enseñanza de la Iglesia

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La palabra confirmación fue usada por primera vez en el concilio de Riez de 439. El Concilio de Florencia, mil años después, definió la confirmación como un sacramento en el cual el Espíritu Santo es "dado para fortalecer". El Concilio de Trento afirmó, en contra de los Reformadores, que la confirmación es verdaderamente un sacramento. El decreto tridentino sobre los sacramentos en general enseñaba que la confirmación fue instituida por Cristo, oponiéndose a la Confesión luterana de Augsburgo, para la cual la confirmación era tan sólo una institución apostólica. Más tarde, a principios del siglo XX, los modernistas asumieron una posición aun más extrema que los Reformadores, negando Apóstoles utilizaran el rito de la confirmación, y, por otro lado, afirmando que "la distinción formal entre los dos sacramentos, bautismo y confirmación, no tiene relación alguna con la historia del cristianismo primitivo". En 1971, Pablo VI subrayó que después de Pentecostés, los apóstoles, "cumpliendo con la voluntad de Cristo, confirieron el don del Espíritu Santo a los recién bautizados por medio de la imposición de las manos, para completar la gracia del bautismo". Pablo VI dejó asentado que "esta imposición de las manos es justamente reconocida por la tradición católica como el principio del sacramento de la confirmación". Estas afirmaciones enseñan que el sacramento de la confirmación ha sido instituido divinamente por Cristo.

3.3. Los signos externos

3.3.1. La materia

La materia de la confirmación ha conocido una evolución histórica en los distintos ritos en oriente y occidente. Se piensa que, en tiempos de los Hechos de los Apóstoles, la confirmación era impartida por medio de la imposición de las manos y la oración (véase, por ejemplo, Hch 19,1-7). Sin embargo, aparece implícita la idea de unción sagrada en el concepto neotestamentario del don del Espíritu, y así lo indicaba san Juan: "Y en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas -y es verdadera y no mentirosa- según os enseñó, permaneced en él" (1 Jn 2,27). En algunos casos, a lo largo del primer siglo de vida de la Iglesia, el rito de la confirmación está tan estrechamente vinculado a las ceremonias finales del bautismo que es difícil distinguir cuál es la esencia de la confirmación.

En el rito romano más antiguo, el de Hipólito, que se remonta a la primera mitad del siglo III, la confirmación era administrada de la siguiente manera: después del bautismo, cuando los candidatos se habían secado y vuelto a vestir sus ropas, entraban en la Iglesia y allí el obispo les imponía las manos con una oración. Luego, el obispo los ungía con óleo santo sobre la cabeza, diciendo: "Te unjo con el aceite santo del Padre Todopoderoso, en Jesucristo y en el Espíritu Santo". Es decir que se usaban tanto la unción como la imposición de las manos. En las liturgias latinas más tardías, la unción con el crisma yla imposición de las manos se encuentran siempre en todos los ritos. En cambio, en las liturgias orientales de los ritos bizantino, armenio ortodoxo, siroantioqueno sólo se usa la crismación. Por otra parte, la liturgia caldeo-nestoriana tiene sólo la imposición de la manos. Los ritos coptos y etíopes presentan la crismación junto con la imposición de las manos. En occidente, en los ritos latinos, la unción fue cobrando mayor importancia desde el siglo V. Luego, después del siglo XIII, la unción fue adquiriendo mayor importancia, sin desplazar la imposición de las manos. El Papa Inocencio III consideraba la unción como una expresión de la imposición de las manos. El primer Concilio de Lión y el Concilio de Florencia redujeron la imposición de las

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manos a la unción de la frente del candidato, mientras que el Concilio de Trento soslayó lado la cuestión. De ahí que surgiera la idea de que la imposición de las manos estuviera incluida en el simbolismo de la signación con el crisma en la frente. A pesar de que el Papa Benedicto XIV (1740-1758) determinara que la materia del sacramento es la unción, volvió a destacar la imposición de las manos como un elemento ritual independiente. En la Iglesia ortodoxa actual, la imposición de las manos tiende a perder su importancia.

Hay distintas interpretaciones de la relación entre imposición de las manos y unción con el crisma. Algunos consideran que la imposición de las manos mencionada por los Hechos de los Apóstoles se transformó en unción. Según otros, ya en los Hechos de los Apóstoles se usaban tanto la crismación, aunque, simplemente, no se la mencionara, como la imposición de las manos.

De todas maneras, al reformar el rito, el Papa Pablo VI aclaró definitvamente, para la reflexión futura, la materia del sacramento de la confirmación: "Por ese motivo, para que la revisión del rito de la confirmación pueda incluir adecuadamente también la esencia del rito sacramental establecemos y decretamos, por nuestra suprema autoridad, que en la Iglesia latina se ha de observar lo siguiente en el futuro. El sacramento de la confirmación es conferido por la unción del santo crisma en la frente, hecha imponiendo la mano, y con estas palabras: "Accipe signaculum doni Spiritus Sancti" (Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo)". La definición de Pablo VI se aplica a la Iglesia latina. El documento aclara también que la imposición de las manos, con la oración prescrita antes de la unción, no forma parte de la esencia del sacramento y, por lo tanto, no se requiere para la validez, pero "debe ser valorada" porque contribuye a la perfección total del rito y a una comprensión más profunda del sacramento. Pablo VI especifica también que la extensión de las manos sobre el conjunto de candidatos antes de la unción es distinta de la imposición de las manos con la cual se impone la unción en la frente de cada candidato. Recientemente, se ha publicado otra aclaración que dice que es suficiente que, durante el gesto de la confirmación, el ministro aplique el crisma con el pulgar, sin necesidad de que imponga, al mismo tiempo, la mano sobre la cabeza del candidato. En general, en la preparación del crisma se utiliza aceite de oliva mezclado con perfume, que luego será bendecido por el obispo el jueves santo en la misa del crisma. Se pueden usar aceites vegetales distintos del de oliva, pero no se admite el uso de aceites minerales o animales como materia remota del sacramento de la confirmación.

3.3.2. Forma

También la forma de la confirmación, es decir, la oración que acompaña la materia, ha sido expresada de muchas maneras a lo largo de la historia. Las Escrituras hablan sólo de una oración que acompañaba la imposición de las manos (Hch 8,15). Algunos Padres, como Tertuliano y san Cipriano, describen la administración del sacramento como una crismación acompañada de una invocación del Espíritu Santo. San Ambrosio y san Agustín consideraban importante la invocación del Espíritu Santo con su septenario de dones. En la Iglesia oriental, desde el siglo IV se usa una fórmula simple, que contiene la expresión "don del sello del Espíritu Santo". La misma expresión se difundió también en occidente hasta el siglo X, pero durante la Edad Media fueron apareciendo distintas variaciones; luego, en el siglo XII, fue obligatoria la formulación: "Te signo con el signo de la Cruz y te confirmo con el crisma de la salvación. En el

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Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Dicha fórmula tuvo vigencia hasta 1971, cuando el Papa Pablo VI renovó el rito dela confirmación con una fórmula nueva: "N., recibe por esta señal el don del Espíritu Santo". El nombre del candidato, mencionado en el rito, es el que ha recibido en el bautismo o, también, un nombre nuevo escogido para la confirmación. La fórmula nueva se parece a la antigua fórmula del rito bizantino, que evoca el don de la Persona del Espíritu Santo en el día de Pentecostés (Hch 2,1-4. 38). El rito siromalabar adopta la fórmula "Crisma del don del Espíritu Santo", mientras que el rito caldeo dice "Sé perfecto en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". El rito copto etiópico usa la fórmula "Unción de la gracia del Espíritu Santo". En todos estos casos, es significativo el hecho de que las fórmulas expresen, directa o indirectamente, el doble efecto de la gracia, es decir, el carácter y la gracia.

3.6. Los efectos

El sacramento de la confirmación completa el sacramento del bautismo, puesto que confiere una gracia que supera la que ha sido recibida en el bautismo e imparte un nuevo carácter sacramental. Perfecciona lo que ha sido dado en el bautismo; pero, a su vez, el bautismo y la confirmación son completados por la eucaristía. El carácter de la confirmación se vincula con la naturaleza específica del sacramento. Comparando la naturaleza del carácter sacramental del bautismo, la confirmación y el orden sagrado se puede entender lo que agrega la confirmación. El bautismo confiere al cristiano su unión con Cristo y con Su Iglesia. La confirmación asigna al bautizado una misión en la Iglesia, en calidad de fiel laico. La ordenación al presbiterado y al episcopado implica participación en el papel de Cristo como mediador entre Dios y el hombre. Más precisamente, el carácter que se recibe en la confirmación confía al individuo la naturaleza pública de su ser cristiano. Mientras el bautismo se concentra más en la vida individual de un miembro de la Iglesia, la confirmación destaca el aspecto comunitario. Este hecho explica, en parte, por qué el sacramento está vinculado con el crecimiento hacia la madurez del cristiano. De ese crecimiento forman parte el esfuerzo por hacer el bien y la lucha contra el mal, y explica la analogía según la cual el cristiano confirmado es un soldado de Cristo. La confirmación confiere a quien la recibe el poder de proclamar públicamente la fe cristiana con palabras y obras.

El carácter sacramental otorgado en la confirmación es el fundamento del crecimiento en la vida divina, entendida como una unión más estrecha con Cristo, y una habitación más profunda del Espíritu Santo, en una filiación adoptiva más íntima con Dios Padre. Sin embargo, es necesario destacar que el Espíritu Santo no es dado por primera vez en la confirmación, sino que ha sido otorgado antes en el bautismo. Por su parte, la confirmación coloca el sello sobre el bautismo así como la Pentecostés completa la Pascua. El crisma simboliza la efusión del Espíritu Santo que procede del Padre y el Hijo. La oración que precede a la confirmación menciona el septenario de los dones que serán otorgados al candidato, el espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y respeto, espíritu de estupor y temor ante la presencia de Dios. Ya el profeta Isaías enumeraba estos dones (Is 11,2). El espíritu de sabiduría hace al cristiano capaz de meditar sobre las verdades eternas, según las cuales ha de juzgar todo, de desear la salvación y los medios necesarios para obtenerla y de deleitarse en las cosas de Dios. La inteligencia es el poder para penetrar el sentido más profundo de las verdades de la revelación y también de enseñar a los demás esas verdades. El consejo es el poder de decidir con prudencia lo que se refiere a Dios y la salvación, incluyendo

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también una voluntad fortificada para elegir lo mejor. El don del coraje o fortaleza ofrece al cristiano el poder de poseer la firmeza de espíritu en la profesión de fe y en la perseverancia en la vida con Cristo. Implica fuerza en la adversidad, en las luchas con el mundo, la carne y el diablo. El don de ciencia hace que el individuo confirmado considere y use lo temporal a la luz de la vida eterna. El respeto, o piedad, es el don que dispone a la persona a servir a Dios, Trinidad santísima, con amor tierno y devoción y a poner en práctica lo que enseña la Iglesia. El don de estupor y temor ante la presencia de Dios (o temor del Señor) hace que el cristiano tenga el respeto debido ante la majestad y soberanía de Dios, no sólo en el ámbito religioso sino en todos los aspectos de la vida, recordando que Dios está presente en todo lugar.

La confirmación es importante para la salvación y, aunque no sea absolutamente necesaria como el bautismo, es necesario tomar medidas adecuadas para que este valioso medio de salvación esté al alcance de todos. Durante el periodo carolingio, algunos teólogos afirmaban que el sacramento incrementaría la felicidad celestial después de la muerte. Santo Tomás sostenía que, si el bautismo es necesario para la salvación, puesto que sin él no hay salvación, de la misma manera la confirmación es necesaria para la perfección de la salvación. Quienes, dedeñosamente, soslayan el sacramento de la confirmación ponen en peligro su salvación. También la praxis de la Iglesia destaca la importancia salvífica de este sacramento, al conferir la confirmación a un niño que no ha llegado aún a la edad de razón y corre peligro de muerte, para que "no sea privado del beneficio de este sacramento".