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EL DOLOR UNZVEBSAL

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SElLltSTIAN FAURE

F. SEMPERE. - EDITOR

PINTOR sOaOLLA. 30 y alVALENCIA.

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Imprenta de ELPUEBLO.-Pascl1al y Genls, 3; Valencia..

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EL :DOLOR UNIV.ERSAL

CAPITULO V

CAUSAS DEL DOLOR UNIVERSAL

.cAUSAS SEGUNDAS Y DiVERSAS: INSl'l1'UClONES ROCIAI.ES

(CONTINUACIÓN). LA INIQUIDAD .POLÍTICA

1

Consideraciones ,q enerales

La iniquidad politica se resume en la palabra: «Gobierno»y en la fórmula: «todos ohedecen á unos cuantos». Hela­CÍonescroIlológicas de la propiedad y del poder. Orígenesde éste. Su historia en Francia.

Así como la iniqu.idall econ6l:nica se traduce onuna expresión sencilla: «la,propiedad 'individual»,lo mismo puede resumir~,e la iniquidad política enuna sola palabra: «Gobierno». La gran inju¡;¡ticia«propiedad» es la que hasta ahora y en todos lospuntos del globo ha provocado más imprecMiones,porque, por una parte, las necesidades delgo son las que en forma más violenta y i'Il.VS uni­versall'eclaman satidacción; porque, por otra, latiranía propietaria produce las desigualdades másirritantes, las más crueles y más difbiles de ocul­tar bajo una máscara cualquiera.

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6 SEBASTIÁN FAUl\.E

Pero no por haberse denunciado con menoS'estrépito, P:)l' provocar menos iras, deja de ser lapolítica. indicada causa de males tan crueles, detan profundos sufrimientos. Grande es la falta dela, multitud que se deja despojar por un puñado dericos; no menos grande el error de la masa que sedeja domiu31' por una bandada de déspotas.

A esta fÓrmula econ6mica, cuyas consecuen-cias tel'ribler'; acabo de exponer: «todo perten.ece á,

't··.¡.unos cuanton" c.'onviene añadir esta: «todos obe­.'decen a unos cuantos»; resta dar á conocer sus!, eplorables resultados.

No son los orígenes del poder más respetables:que los de privada. Mucho se ha discu­tido y mucho se argumenta toda.vía sobre el puntode saber bajo qué forma económica 6 política hizola autoridad su p"imera nparieión en las sociedadeghnmanas. La cuestiÓn alÍn está pendiente. Afirmanunos que, de la f~uel'rlt eon IORanimaleB feroces ycon los ot.rOR g'l'OpOS, sUl'giÓ en cada. tribu 6 colo­nia la autoridad absoluta que los más fum·tos 6 log,m:ís expertos se atribuyeron lKljO el nombre dejofes; qne la conquista, haciendo caer bajo el podertiránico de estos primeros amos los puehlos derro-·tados y los territoriofJ ocupados por ella, dichosguerreros vietoriosos se ahrogaron. el derecho dehacer trabajar á los vencido¡, y de confisear, á lapar que sus tierras, el producto de su trabajo; quepor lo tanto, y porque nadie pens6 en disputarlas elprovecho, aquellos amos, con la. complicidad delegisladores y l'!ucerdotes, fortalecieron poco á poco,su supromacía y consolidaron la.s bases de sususnrpaciones con leyes y preceptos religiosos.

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()tros enseñan que la propiedad individual sermllonta :i orígenes más antiguos que el poderj quenn primitivo': Tiompos los hombres fueron primera­IUtH1tn cazadores y pescadores, pastores y agricul­101\\1:3;q\lO L.tb guen'as propiamente dichas de h.'i·­bu á tribu no tuvieron otra causa que el estado dep,'opil'dad más 6 menos granae de las tribusV.H~mllf:l, no teniendo en aquellas lejanas edades01,1'0 obloto la guerra que desposeer al más débil y1'(\(IIII~lrlO :'i esclavitud; que este desarraUo del cul-­t.1vo 110 pod ría compaginarse con la ausencia de lapropwdad pri vada; 1uO ésta ha debido necesal'ia­11Itll1te preecder al poder. engendrado en seguida,á fin de tener en él un protector, una tlefeniila, unapoyo contra hlf3 reivindicaciones liJUscitadm1 pOI' la(~odiciade un vecino. Pero no creo que ni unos niotros hayan presentado en apoyo de lo que dicenpruebas decisívalil, hechos indiscutibles.

¿,Fué el derecho de mandar el que precedió yt.1·:~joconsigo el de poseer, 6 bicll fué este de po­:wer eL que precediÓ al de mandar y 10 tl'ajo'? ¿La,aut.oridad se afirmó antes sobre las cosas y despuéswolJl'I~ los individuos, 6 sucedió lo contrario'? No med(\(~J(liré categÓricamente respecto á este hechoh.iHt6rieo, en mi opini6n condenado á permanecer,1101' ra\t.a de documentos precisos, envuelto en lalllonrlidnmbre; pero sólo tiene una importallcill. se­011nd !ll'ia _ Lo q¡le importa ebservar es lo que resul­III do! oxarnlHl minucioso de lo que ha sido en otrotil'llll po.y de lo que es en nuestra época; que tras lar·­I{ll HMi/\ d/\ sig-Ioa el poder y la propiedad marchane1.\ fl'lllltn, (~ou801idando el uno á la otra; que elorl¡{11!l del primero se parece tanto al de la prime-

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8 SEBASTIÁN FAURE

ra, que se confunden, y que esas dos formas de laautorid.ud pareee que han marchado siempre jun··tas; que se juzga imposible hacer daño á. la unasin b.stimar á la otra; que están hoy tan sólida­mente enlazadas, que la suerte de una está. indiso­lublemente unida á la de la otra. Tan estrecho esel lazo, que se le encuentra hasta en las diversastransformacione::¡ J modos de ser del poder y lapropiedad. Hablando solamente de Francia, la his­toria del acaparamiento gubernamental pU6de delmismo modo que la de la extensi6n de la riqueza,reducirse á las tres fases siguientes:

Antes de 1789: guerra, violencia, rapiña. su­perstici6n relir;iosa, captación de cerebros.-Es laopiníÓJl de Guízot: «Es imposible, dice, d(~jar dereconocer que la fuerza ha manchado la cuna detodos los poderes del mundo, cualquiera que fuesasu naturaleza y su forma.»

Durantf\ el período revolucionario: desposeí ..miento de la nobleza y el clero, decadeneia de lamonarquía en bonof-ieio de la clase burguesa. Des­pués de esa époea, salvo alp;nnos rnovÍmientos quecon iutl',rmitoneia non volvían al antiguo légimen,un tantomodo.l'niz:Hlo:-;, la exploh-lCión de la igno­rancia cuidado:mIlJentn f~o~,tenjdaen el esphitu po­pular por hábilei3 SOhHrnas. No entra en el plan deeste estudio n:;,¡duque Ino detenga en las dos pri­morDíl f:~';es. Esto no OBun ensayo de histúl'ia, sinode filo".ufía. En cambio, para dar á conocer el en­cadeDamielllto que existe entre la iniquidad políti­ca y la desdicha universal, debo dirigir esta inves­tiga.ción sobre las cond.iciones en que se ejerce elpoder en nuestru época.

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En mi sentir esta cuestión es casi desconocida,ó mejor dicho, mal comprendida; pues si los econe­miHtas de oficio se han ingeniado para complicar108 problemas tan sencillos en el fondo y tan cla­ros como los concernientes á la propiedad, los po­líticos se han dedicado á embrollar y oscurecer losque tocan al poder gubernamental.

Pululan los prejuicios, basándose más ó múnogen malas inteligencias, en interpretaciones f¡},hms,en un desconocimiento completo de lo que es esaUla<jlIinaria, tan complicada en apariel1caa: un go­bierno; no digo una monarquía absoluta 6 consti­tucional; un imperio ó una república, un /lobiernoá secas, es decir, cualquiera que se3, y se~mlasque fuesen su forma y etiqueta, sus ]l'r1:ru;ipios 11

su personal.

1I

El mecanismo gube1'namentaZ

La idea de gobierno impliea idea de Dereeho y de Fuerza.Lazo necesario y eOllst,'llLe de esas Le" idens. Resulllcnllisl.6rieo: Derecho de la fuerza hruta; Derecho Glivino;J}l\recho humano.

La idea de gobierno encierra necesariamellto1ns dos ideas siguientes: D<Jrecho, Fuerza.

A la id.ea de tiereeho coues[)ouden las consido­l'aeiones de toda especie que se concedan al títulot:on que se gobierna, á la basfl ~Hl que reposa laautoridad, al principio en nombre d.tÚ cUlJ.i se dictala ley.

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lO SEBASTIÁN FAURB

A la idea de fuerza va unido todo lo que ase­gura el respeto de la ley, su extricta sujeción, su.sanción si es violada, su defensa si está amena­zada

Cuanto tiende á'una ú otra de estas ideas defuerz¡¡, 6 derecho, se 8g:rupa alrededor de este ceu~·tro: el gobierno,

Es imposible, en efecto, concebir un sistema,de gobierno sin tonel' en el instante la idea de unaregla de condueta impuesta á todos los seres sobre10$ que extiend," su poder; y no in.:wgillar esa re-,gla de conducta- -sea, por lo demás, como fuere~buena 6 ó inicua, racional 6 falsa, in-·dulgente 6 pensar al propio tiempo enla necesidad de garantizar, por todos los mediosposibles, la observancia de la regla por aquellos áquienes se aplica. El hecho es tan evidente, queno insisto más en él.

Así, pues, históricamente, la idea del dere~'eho y de la fuerza cill'aeterística de todo gobierno1se ha modifieado en el mirHl10 sentido é igual me­dida que la de gobierno; tan cierto es, que hablarde aquéllos es hablar de (iste, Eiendo absolutamen­te imposible separar un átomo de esa mole.

El gobiern.o tuvo por baso en su origen lafuerza bruta; el derecho es necesariamente el delmás fnerte, y confundiéndose así la fuerza y el de­recho, ésta es obedecida como aquél. Muy poco ónada de aparato jurídico. Por la brutalidad expe­ditiva de los músculos y de las armas es como secortan las diferencias, se reprimen los delitos y secastigan las rebeliones contra la autoridad sobera­na. Más tarde, cuando los espíritus se hubieron

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impregnad.o de religiosidad; cuando las cosmogo­rías espírituales pel"8uadieron al hombre de que es­taba en manos del creador como débil caña que sucólera pod.ía romper sin esfuerzo; cuando en laidea de Dios creador vino á ingertarse la de Diosl·evalado de los debtino humanos indicando el ca­

mino que He ha de 130¡;ruir; cuando, por fin, la reli­gión Cl'idtl;:w.a 813aclanató en la mayor parte delmundo eivilizado, doblando las cabezas bajo elmismo angLna y la;~ conciencias baj o los mismosmandami'':!HtOiJ salidos de Dios y manifestados tiMc,isés en medio de los relámpagos del Sinaí,aquel día el derecho de la fuerza bruta fué reem­plazado por el dt,recho divino. Entonces el gobier­no es la ddegación en ser~s pertenecienteB á unaraza escogid<:l, raza de criaturas marcadas por Diosmismo con el sello del Tloier de los señores, dadospor la Providencia á los pueblos para que les sir­van de pa~tores y guías. Sus 6rdenes, sus pres­Cl'ipeiones, SlUl prohlbiciones inspiradas por el mis­mo rvf ,!larca Eterno, deben en todas partes y portodos ser rmmetadas. QllÚm quiera que desconozcaese d'<,echo di~esencia divina, se expone en vicia álos castigos más duros, justa pena de la falta co­metida; y si 13 j Ilsticia se los ahorra, el juez su­premo. a¡,te t,l qne comparecerán un día todos losmarta [PS, id condenará á suplicios eternos de losque III el má", pequeño puede imaginarse.

A este COlJcnpto particular del Derecho, co­rresponde un pstado de alma especial formado damiedo, de 8nmi~ión y haHta de amor; en todo caso,de fatalídild j·(3',l¡gnada. El Derecho es consentido yaceptado. E~ la época en que el poder de los Gran-

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des reviste aspecto majestuoso y se envuelve elcierto misterio. Los soberanos son seres sobrenah,­ralm1 con cier.ta aureola de Divinidad. Los indivl­

duos les pertenecen como sus riquezas. Por encimll,de sus cabezas coronadas y dominándolos desdela distancia que le aproxima al Altísimo, el suce­sor de San Pedro distribuye en la ciudad eternasus bendiciones ó sus anatemas; su voz de truenohiela de espanto y á sus órdenes se inclinan lasmás altivas frentes. El legislador y el sabio S6confunden entonces con el preceptor y el confesorde los príncipes.

La Iglesia omnipotente habla al oído á los mo­narcas, y bajo la inspiraeión de SUH ministros, queocupan á veces en lo profano el rango más eleva­do, se elabora el Derecho y se formula. la ley. LaFuerza misma reviste un cadcter religioso; susmúsculos llevan sotana; los tri l)11Val~\s se compo­nen de frailes; el crimon m~h~ abominable es lahereg-ía ó el cisma; lSH se encienden yarden para el temerario que niega ó duda.

Gobierno, Derecho, Fuerza, todo tiene origeny ah'ac¡-,ivos sobrenatlJi'ah·s, todo desciende deleielo, todo tiene una misión que viene de lo alto.Mas para que tal estado de COSl1$ se sostenga elmayor tiempo posible, preeiso es qne la Iuis­ma no sea discutida; está, por taJlto, j'lgurosa-mente prohibid.o rdL;xionar, c)'¡",;waJ'. Laduda, la misma duda es una g'1'ílve. Toda ob-jeción está mal vista; tod~l.afirlmieión eontl'atÍa álas Santas Escrituras es perseguida, toda refuta­ción condenada, y el tormento no pjj¡,rece castigobastante para el audaz que osa alzarse contra los

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textos ó la doctrina. Pero á pesar de todo, el espí­ritu humano busca su camino; su necesidad in·­veIlcible de saber le impulsa á profundizar losproblemas; sus aspiraciones naturales hacia lo de­mostrable y lo cognoscible le incitan de modo irre~sistiblo al estudio del «cómo» y el «por qué»; pocoá poco los conocimientos se desarrollan; la materiaconsiente en dejarse conocer; compréndese unasnrw do fenómenos aún inexplicables; al recorrerlog dm;iel'tos df.,l ogpacio con su aparato de investi-­g8.(~j6n, los sabios )10 hallan por ninguna parte elalma inn\ort.aJ" el dato naturalista se determina; elespírihJ fl1o'1Mico interviene; el descubrimiento de.la imprenta, la multiplic:J.eión de los libros y laf,xt¡:msión de k, Ea vu]rcniza rá'oidamerlte laidea nueva; en fin, un m~)Vimi(jnto deopinión tan qu.e se lleva el mundo br!.fSil.d.oen el Derecho di vino.

Entunces aparece la tercera forma del Del'eeho;le llamaré el Dé1recho humano en contraposicién al(pIe le ha precc' ido. Este no viene de arriba, sinode abajo; no desciende del cielo, surge de la tie­rra; no procede de Dios, emana de los hombres. Elsor humano no es ya un muñeco cuyos hilos tiene(11 Todopoderoso; es un ser libre, pensante, de ra­z/lll, al que pertenecen el derecho y el poder dolija¡' SIlS propios destinos y de determinar las con­dwionm; en que le place vivir en sociedad. El go­bi(\rno no está ya en manos de los representantesde Dios en la tierra; toca á los representantes delpueblo. Por consiguiente, la soberanía está recono­eida y proclamada; no sufre ya leyes dictadas pOI"01 capricho de un déspota, ó la voluntad de un

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tirano. Confecciona por sí misma las leyes que hande regirla; de acuerdo con sus semejantes, discutela ley y ésta no es ejecutoria, sino habiendo sidoelaborada en común y consentida por todos. ElDerecho es la expresión sincera, formal é indepen­diente de la voluntad nacional reunida en un seriede códigos y regbmentos hechos por todos, apli­(!ables á. todos. Tal es el nuevo eoncepto d.elDerecho.

La Fllerza sigue naturahente una evoluciónparalela,. No reside ya en una turba de mercena­rios, satélites del más fuerto, como en 108 antiguostiempos; no se muegtra bajo la forma de una SJ.rt­ción ultravital, ni tampoco por medio de tribuna­les de inquisidores secundados por el brazo secuha,como en la edad media. Se afirma bajo la especiey apariencias de una magistratura nacional, deuna policía y fuerza de orden público nacionales,de un ejército nacional, de prisiones nacionales, deguillotina, horca ó g'arrote nacional, de modo queempleados de las pm,iones, soldados, gendarmes,polizontes, verdugos y magistrados tienen un ca­]ácter tan democrático como el Derecho y el Go­bierno mismos. La soheranía, como se ve, tambiénha cambiado de lugar. Teniendo en su origen uncarácter puramente personal, se fija en quien porm elevada estatura, fuerza hercúlea .Y probadacrueldad puede imponerse á los otros; bajo la in­i1uencia preponderante de la idea religiosa, encár­nase en una casta que comprende á los que Diosmarca con su sello. En nuestros días ha perdido sucarácter de privilegio y abarca la universalidad delos humanos. El guerrero, el noble, el ciudadano,

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t~l es la trilogía soberana en el orden crúno16­gICO.

y ahora que, apoyándome en la raz6n y lahistoria, he demostrado el lazo inrompible que1l1lQ la idea de Del'ccho y de Fuerza á la de Go­hil'rno; ya que he establecido, creo que irrefuta­blcmente, que todo Gobierno, sea el que quiera,antjf~uo, moderno 6 dem6cratico, no puede exililtil'Rin un Derecho que lo iustifique y sin una fuerzaqno lo de/ienda, quiero hacer ver lo que hay quepensar dol Derecho mismo y de la fuerza que lo;.(~ompaiia.

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SEBASTIÁN llAUllE

III

Bl derecho contemporáneo

Á.-TEORÍA.

Las diversas formas de (iobierno se resumen en dos tipos:monarquía y repÚblica. Falsedad de la libertad política.Esta libertad, lo mismo que la sobel'anía popular, es acu­mulada por el sistema de delegación ó representación.Delegar su poder es perderlo. Respuesta á diversos sofis­mas, cuyo objeto es hacer creer que la delegación no esincompatible con el ejercicio de la soberanía individual.Identificación irrealizable entre los sentimientos é ideasdel mandatario y los mandantes. Tal acuerdo ideal sólopuede existir en el terreno de las ciencias exactas y posi­tivas. No pnede rea1i7.urse la unanimidad de opinionessobre las Cllesl,ioncs q ne nn diputado ei:lel llamado á re­solver. El dcredlO rnod'~nlO no es, puos, más que un en­gariO infamo. No plldillll¡]O el DllrO(~hoaetual emanar detodos, be reputa que rCHido (~1I el mayor nÚmero. El ma­yor nÚmero no representa ni la deucia, ni la verdad. El

G'Jrecl1o y lajui:llicia estún casi siempre del lado de laminoría. Lo q ne hay que pensa r de la igualdad ante laley. Todas las lOYI,s e::;I,;¡nhechas en beneficio de una co­lectividad limitada. Tiunen por objeto la salvaguardiadel capit.al y del (iohierno. En todo caso esta sería laigualdad en la servidumbre. Toda ley tiene un carácter

necesariamente 0j>res.ivo. Incompatibilidad de la ley ydel Derecho uatura . Diferelleias esenciales entre las leye.naturales y las leyes codilic,\das, completamente art,ificia­les. Necesidad de la ignorancia de las masas populares •.

Las formas todas de gobierno pueden reducirse" dos tipos fundamentales: el tipo monárquico y elrepublicano. Lo que caracteriza al primero es elpoder personal confiriendo á. un individuo la fa­cultad de hacer la ley y de imponerla á todos sus

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~Úbditos, Cuando una nación llega á cierto gradod~ desal'l'ollo y el pensamiento sacude alguno desus yugos, el poder absoluto del principio reinantese atempCl'R al del pueblo y se conced~ á éste unaparte de la Bobel'anía, mas no dejan de quedar áfavor del múnarca prerrogativas que le aseguranla supl'emaeía.

Lo que distingue al segundo, es el reemplaza­miento del poder personal por una 6 varias asam ..bIcna deliberantes, compuestas de delegados de lanación, f'epresentando él la síntesis de las aspira­eioncs de un país. Es la sustitución por la sobera­nía popular, es decir, por la de todos y cada uno,d!1la flobel'anÍa de uno solo, ó la oligarquía. Losparlamentos y los mandatarios del pueblo enterotienen por misión hacer las leyes, y, por medio del, .. "

gODlerno, asegurar su 6]eCUclOn.Teóricamente, este régimen representativo co­

rresponde á la idea de un cuerpo social gobernán­dose á sí mismo, sin la ingerencia de una voluntadajena 6 la de sus miembros, siendo cada individuollamado á dar su opinión sobre toda regla de con­ducta, no teniendo que sufrir la voluntad de na­die, quedando en libertad de guiarse siguiendo lasaspiraciones propias de su entendimiento y su con­ciencia, no someti.él1dose, en suma, más que á lolJUO In pIngo aceptar porque lo reconoció justo yI'llzonuhle, conservando la posibilidad de reparar',ma errores, de buscar lo mejor, de anular una re­solución anterior, de derogar una ley defectuosa,de modifiear la Constituci6n.

A primera vista, y, sobre todo, comparándolo(Ion la arbitrarieda.d de los régimenes monárqui-

TOMO II 2

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SEBASTIÁN FAURIlf¡

cos, seduce este sistema gubernamental, Así seexplica sin trabajo la especie de fascinación queprodujeron, y producen aún, estas palabras mági­cas: soberanía del pueblo, representación nacional,SUfl'3giouniversal, república. Pero lo que sucederespecto á la libertad. econ6mica, de la que másarriha he hablado, se reproduce fielmente á prop6­sito de la libertad política. La constitución repu­blicana dice á todo ciudadano: «En adelante ereslibre, enteramente libre; la ley ha proclamado lalibertad integral y la igualdad de tQdos los seres,ya no perteneces al rey, ya :no estás obligado áinclinarte ante sus caprichos, sufrir sus mandatos,pagar su lujo; aquella soberanía que hasta hoy haejercido sin traba, la poseerás tú en lo sucesivo yla transmitirás á tus descedientes. A contar de estedía no dependes más que de tí mismo; no eres ser­vidor de nadie. ¡Anda, eres libre!»

Desgraciadamente esta libeetad ha sufrido lamisma suerte que todas las que dicta la ley; apeo.

nas reconocida y proclamada, ha sido escamoteadapor un hábil subterfugio que tuvo por efecto anu-·larla completamente.

Véase, si no, lo que añade la Constituci6n re·publicana: d?esidiendo el derecho social en el con­junto de seres humanos que forman un grupo na­cional, la ley será la emanaci6n sintética de lavoluntad popular; mas como para formularla esimposible reunir en un solo punto á todos los ciu­dadanos de una naci6n, traedos á tomar parte enuna deliberación pública y universal, consagrarcon sus sufragios una decisión general, los indivi­duos deberán entenderse en cada región para e16-

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gil' los delegados encargados de repl'esentarles enel seno de la asamblea soberana, de hacer preva­locer en su desidm'ata, de tomar en su nombreparte en las deliberaciones, de expresar en sus Yo­tos la voluntad de sus electores. Así es CJJIDO la so­

beranía individual, no pudiendo ejercerse directa­mente, se practicará por la vía de la delegación.»

De esta vez se había fundado el gobierno re­presentativo, De esta vez también la soberanía po­pular quedaba por los s~elos y violada la libertad·di;] (~illdadalio . .Este punto especial reclama unal\xp]j(',aeión. Es del todo evidente que la represen­tación es y no puede ser más que la negacióneompleta de la soberanía individual, un escamoteomás ó menos hábil de la voluntad nacionaL Quiendelega en otro su soberanía, 88 despoja de ella.No se puede confiar á ninguno la mhnón de fabri­car leyes, cómo no S0 puede á la vez dar J conser­var un objeto. El que nombra un mandatario conla misión bien marcada de concertarse con otros

mandatarios, al efecto de legislar, contrae por suhonor y de antemano el compromiso de someterseá la voluntad de esos legisladores y abdica ipso(ado todo derecho á sublevarse. Luego cesa de serIihre, y de buen 6 mal grado vuelve á ser esclavo.1';Hto es la servidumbre consentida, querida, bus­(~adu. Entre la soberanía del pueblo y la represen­I.ll(~iÚnde esa soberanía hay incompatibilidad ab­Holuta. «¡,No hay contradicci6n, dIce Pl'oudhon,('11 tre todos estos térmiQos: gobierno, repl'esenta­(~iÚn,interés, libertades y relaciones, ete.?» Y aña­de: «Desde cualquier punto de vista el representan­1, do llls libertades' y de los intereses está en con-

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tradicción con la libertad, en sublevación contralos intereses; la única conformidad que expresa es,la de la servidumbre común.»

En dos palabras ha expresado Elíseo Reclus laidea qne degarrollo: «Delegar su poder es perder­lo.» Sí, es pardado; es decide á aquel en quien sedelega: «Confío á usted el cllidado de pensar, dediscutir, de votar y de obrar por mí. Me entregoá usted en absoluto. Lo que diga usted estará biendicho, lo que haga estará bien he~ho, y lo consi­deraré como dicho y hecho por mí. Mi pensamien­to se expresará por boca de usted y su voto con­firmará mi voluntad,» Y el mismo escritor añade:«¡Votar es envilecerse!» Frase tan justa como her­mosa. Pero se os dice que ya no sois menores, sereconoce vuestra mayor edad con todos los dere­chos que trae consigo, el de consideraros al igualde todos y cada uno, el de tomar parte librementeen las diE'cusiones que tienen por objeto buscar elmedio mejor de vivir dichosos en sociedad, el deeuidar vosotros mismos vuestros intereses, de re­Ristir contra quien quiera invadir vuestras atribu­ciones de hombres librlls, el de desarrollar vues­tras facultades en todos 8entidos, el de vivir ávuestro modo y arreglar vuestra existencia segúnos plazca.

y he aquí que, por una superchería sutilísima,<;.3 viene á proponeros, ni mris ni menos, que os pri­v3is voluntariamente de todos esos del'l~::h{¡stantotiempo disputados y tan costosamente adquiridos;viéne~e á invitaras á que os deRpojéis en favor deotro del cuidado de estudiar J decidir lo que estámás couforme con vuestros intereses, lo que res-

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EL DOLOR UNIYlmSAL 21

ponde mej1>r á vuestras necesidades, lo. que conmás certeza. contribuyo á vuestra febci4ad, lo quemejor garantiza. el uso. de vue::"tras facultades; seviene á exho.rtaros que pongáit> on u¡:¡nos do un ter­cero el cuidado de evanto os cOIlci<:nl{~~ de vuestramujer, de vuer>tros hijos, de VUéstWfl bíen¡js. Puesbieu; si tenéis la, debilidad de escuchar tali;s exhor­taciones, de acomodaro.s con tan falsos consejos,de prestaros á tan pérfida mistificaeiÓu; si tenéis lacobardía de prestaros á de8emp":Úar un papel entan indigna comedia, os envilecéis; dejáis de seruna persona libre, o.Ssumís vo.luntariamente en laesclavitud, y tendréis meno.s valo.r pa.ra ro.mperlas cadenas y acabar co.n el dolor de las .heridasque o.Shagan, porque las hahréis forjado y tendidolos brazos para que os las hagan.

Acaso esta consideración de orden puramnutcfilosófico no. impresione á los espíritus materialesde hoy; pero es un punto i:I\pol'tante en demasíap~na no dejar el trabajo. de roflJ)xionar sobre él, yasienta una vel'dad tan sencilla, que, para necesi· ..tar demostración, es preciso que la costumbre de)

f.lagarse de palabras y de aceptar sin comprenderas expresiones V8-eías de sentido, haya echado ennuostras generaciones raices poderosas.

Sé que sobre este punto son numerosos los in­tentos de refutar. Uno de lo.S más en boga es el'1ue consiste en pretender que el mandatario, lejos(le ser el amo que uno se da, es sólo una especiede ornh9jador á eapensas del pueblo rey; que el.,llIgi(lo, debiendo sacar sus inspiraciones del grupo.¡Il(\ lo (~ligú, no es más q!le uno que lleva la pala­Íirn; que la senda que ha de recorrer le está trazada.

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extrictamede por sus poderdantes y no tiene quehacer más que marchar resueltamente, y comoabriendo camIllO facilítando así el paso de los quele mgu0u; que no es S11 voluntad la que va á ex­presar en el parlamento, ni sus i 1tel'eSes los queva á defender, sino la voluntad y lag intereses desus electores; y los que llegan á lo último, no te-omen afirmar qne el diputado no es, en realidad"más que el crIado de los que lo han elegido.

Con un sencillo dilema responderé á tales pre­tensiones. Una de dos: si el elegido es quien S6·

somete á la voluntad del elector, deja de pensarcon su propio cerebro, de ver con sus ojos, de oircon sus oídos, de razonar conforme á su interés,para razonar, ver, oír, pensar con el interés, losojos, los oídos y el cerebro de sus electores. En talcaso no es libre y se ve oblil2,"~:doá decir lo que nopiensa~ á sacrificar sus intereses á los de otro, ávotar, en caso neces:l1'io, contra su conciencia. La.soberanía individual resulta violada en él.

Si, por el contrario, sin tener en cuenta. á losque lo han nombl'ado más que para conservar su.puesto y asegurar su reelección, el representanteno se preocupa más que de sus propios intereses¡ohm conforme á sus miras particulare..~, toma supro-pia razón por guía, se inspira solamente en sucORciencia, entoD.ceil, los que le han delegado de­jan á su vez de ser libres. Tienen el recurso ulte­rior de abandonar al eLegido, pero ta;mbién el de­ber inmediato de someterse á las leyes q1l8 aquélhace, aunque hieran sus intereses 6 su indepen­dencia.

No necesito hacer notar flue de es1e segundo>'

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EL DOLaR UNIVERSAl,

modo es comO'las cosas pasan siempre. Pel'o parami razonamiento san indiferentes el unO'y elO'tro.En ambos casos hay individuO's que mandan 7l

otros O'bligados á obedecer; que seaR éstes ó aque­llas, la cosa impodll poco; no por eso resnltamenO'scierta que, para el mayO'r ó menor número"se suprime la soberanía .

•••'" .

PerO'puede, y debe suceder, se dirá" que el de­legadO' esté en constan~e comunicación de ideas éintereses con sus cO'mitentes; cuandO' as.í ocurre,identificándose con la del primera la voluntad delos últimos, ningunO' tiene que someterse á llna de~eisión que repugne á sus interese&.

Contesto: Por cuatrO' I1wtivos lo menos, nopuede existir esa absoluta inteligencia.

1.0 Porque el n.úmero de los que forman unmismo colegio electoral es demasiado grande paraque tonos los que componen esa multitud hetero­g6uea en el seno de la cual se agitan, á la par queil1tere;~esde orden general y comunes, muchos iu­tllreaes particulares casi siempre 0PU6..."\tos, puedenrUI'HWr un tod.o compacto, un.ido, idéntico á símiHmo en sus distintos puntos. Es materialmenteimposible qne una masa más 6 menos grande deporsonalil, t.eniendo cada cual su naturaleza, sut(~mp(~rameIlto, BU carácter, sus afinidades, sus~~Ul:lt08,Plleda w~ntir, pensar, querer del mismomodo y (~on igual intensidad. Aunque la mi-smaIIItt\llH~dlld Ht~hallase, por casualidad fabulosa, en.t,OdOK KIlIii iudi vidllOs, ll('¡gando á compensarse sus

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24 SEBASTIÁN F AUR E

equivalencias, se diferenciarían, sin embargo, enel anMisis al por menor, teniendo éste más senti­miento que ra~6n, aquél más raz6n que senti­miento.

2.() Este acuerdo perfecto podría tal vez obte­narse en un punto, uno solo, claramente circuns­crito, escrupulosamente determinado. ¿Pero quiénse atrevería á pretender, ni aun á pensar, qi18 talacuerdo pueda darse sobre cuestiones tan mmucio­sas, y á veoo.s taJa. extrañas las unas á las otras,que un mandatario tiene que resolver y sobre lasque debe decidir'?

3.° Aunque fuese completa y absoluta e8ainteligencia entre el representante y sus electoressobre todas las cuestiones en el momento de la.elección, seguro es que no sería duradera y que notardarían en estallar divergencias en la manera dover. Pues si puede admitirse-cofla que ya es in­compatible con la variedad y el contraste de lesorganismos-que el sentir, el querer, el pensar,lean en un momento dado, y sobre multimd d.e

puntos, absolutamente idénticos en todos los miem··bros de un-a aglomeración humana, sería absurdocreer que fenómeno tal pueda ser más que un eaweminentemente efímero. Muchas im'pl'e,,~im't'¡jycircunstancias vienen á modifiear á cada . bnuestros deseoB; no sÓlo varían llanta lo infinito,según el individuo, dichas impresiones y circuns­tancias, sino que además la mii:H1.W cifcurH~h.,1:lciay la misma sensaci6n inflIyan de diverso modo yal mismo tiempo en varías pE'l'BOnaS, y en unamisma, en tiempos distintos, pasan de diversamanera.

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4. o . ¿Se ha hallado nunca, en :fin, diez perso­nas q11(1 fisio16gicamente presenten una continuaidentidad de formas, de rasgos, de 8sb,l.tura, defuerza, para creer que esa identida.d pJrsistentese halle con más faoilidad en el mundo moral queforma las ideas y los sentimientos'?

** *

i,Pl100e a.lmenos esperar3e ese aouerdo ideal delas comitentes entre sí par un lado, y entre los.electores J su agente de negocios por el otro'?Acabo de demostrar que tal esperanza es utópica,que ese sueño es irrealizable. Pero como sobr8este dato erróneo se ha cOllstmído el sistema re­presentativo apoyándose en la soberanía del pue­blo, hallando su expre8i6n en el sufra.gio universal,quiero insistir para que, sobre el l'listema mismo,sobre su valor desde el punto de vista racional,no quede duda alguna.

La inteligencia puede :realizarse entre loshombres completa, defiúitiva y razonada; es cier­to; pero sÓlo en las cuestiones de orden científicojy aun en el vasto campo de la ciencia, los conoci­mientos eXlletos son los únicos que,por su cal'áetel' de cerb~za :,¡b~;oJutamente demos­trable, pneden agi'Upal' ell tomo suyo conviccio­nes unánimes. Es sencillamente lo que sucede.«Dos y dos son cuatro; la tierra da vueltas; loscuerpos lanzado;; al espaeio se mueven en él ca­yendo <5ascendiendo segÚn s,oan más ó menosd(~nsos que el aire; todo animal, el hombre inclu­sive, necesita alimentos. Todo ser orgánico es pe­reced(~ro.»

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26 SBBAsnÁN FAURE

Hay en esto una serie de proposiciones quepueden multiplicarse indefinidamente y que ennadie piensa seriamente en confirmar13s. ¿Se h3,necesitado, para que tales verdades cuenten con laadhesión de todos, que una delegación de matemá·ticos, de ñsicos, de fisi61ogos se reuniera y formu­lara esas proposici/)ones? ioQui6nha pensado jamásen confeccionar un código con los asertm, siguien­tes: «dos veces tr"1 Bon seis; el sol es cálido y lu­minoso; el calor dilata les cuerpos, el frío los cO'n­trae; el agua es un compuesto de idrógeno y oxí­geno condensados; el hombre ve porque tieneiojos, oye porque tiene oídos; el agua de la mar essalada; un palo tiene d{;)Sextremos, ate., ate.?». 00

¿Hase hallado jamás á uno que proponga elcastigo de tnda persona que ose decir que un palono tiene más que un extremo, que el agua delmar es azucarada, que el hombre ve gracialil á suestómago y oye gracias á sus cabellos?

Seguramente que no; ¿.y por qué'? Porque antetodo la realidad de los hecho~ está demostrada demanera tan decisiva. que no puede alzare6 discu­sión ninguna. sobre ella; porque además cualquieraque sostuviese que 'm palo tiene tres extremos óno tiene más que uno, seria considerado como in­sena.to, y nO'es este lugar de reprimir la 10clNa.

La unanimidad de convicciones, sólo en estacategoría de cuestiones puede realizarse; };lQ seproduce ni puede producirse en 1M; que es llama­do á resolver un. representante del pueblo.

No ignorO' que algunos encontrarán tal vezociosa esta disertacién, y exdamarán al leer (!>sta~,páginas: «Pero todo eso es sahido, archisabido }'

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EL DOLOB. UNIVERSAL 27

nadie ha pensado en decir lo contrario.» Perfec~tamente; pues entonces vamos á la conclusión: Siestá admitido lU1iv81'salmenteque na hay un solopunto sometido á las asambleas legislativas sobreque todos estén de acuerdo, ni uno solo que no délugar á mil opmiones diversas y contrarias, ¿cuáles, pues, el verdadero valor de ese De?'ec/w quetiene sus raíces en la voluntad del individuo pro­clamado librtl y cuya expresión condensada en laley no sería, por decirlo así, más que al Verbouniversal'?

Puede esa legislación ser obra de algunos óde muchos; pUede reflejar las tendencias de unafracción más ó menos numerosa del país; puedeasegurar el ejercicio de mayor Ó menor eantidadde derechos é intereses; pero puesto que no res·,ponda á los derechos, á los intereses y á las ten­dencias de todos, absolutamente todos, es evi­dente que lastima algunos intereses, que violaalgunos dereeh,)s, que desvía algunas tendencias.

¿D6ndt\ está, os p!·egunto, la soberanía de esosdesconocidos, de esos no escucltados, de todos esosen contra de 1(18 cuales el Código se declara'? ¿Noestán autorizados para decirse oprimidos y forza­dos'? ¿Quién puede St)stener que son libres'?

Lo repito por úliima vez: si la leyes la resul~tante de Bentimientos é ideas unánimes, es inútilcomo inÚtil es la representación nacional encarga­da de formularla en tAxtQj¡\ precisos; si, por el con­trario, no está eonforme más que con los senti­mientos y las ideas de una parte-grande ó pe­queña, eso importa. poco-de aquellos á quienesrige, los sentimientos y las ideas de los otros se

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28 ·SEBASTIÁN FA URE

desconocen; vénse éstos restringidos á sufrir unavoluntad que no es la suya; son siervos, esclavos.La soberanía nacional y la libertad individual sonvioladas en ellos; por consigniente, el Derechomoderno está atacado en sus principios, minadopor su base; no queda de él más que un odioso en­gaño. Imposible salir de esto.

***

Mas el ingenio de los que nos dirigen es fértilgil sutilezas.

Sabiendo que la unanimidad de las voluntadeses un hermoso sueño destinado á vivir siempre enla región de las utopias seductivas, persuadido queel «quot ca]J1:ta, tat sensus» no halla en ningunaparte aplicación tan justa como en las cuestionespolíticas, el Derecho contemporáneo, renunciandoá ser la emanación de la voluntad de todos, se con­tenta con ser expresión de la del ma;/jor número.

No es ya el pueblo gob(~rnándose á sí mismo,.concertándose delibeI'ando y poniéndose de acuerdosobre tal punto controvertido; es la m('yor'ía dic­tando la ley á la mirwría en el seno de la naci6n;son cien individuos imponiendo su voluntad á no­venta y nueve conciudadanos. (1) Es la separaciónfatal de la sociedad en dos clases: la que manda yla que obedece.

Las mismas causas producen siempre los mis­mos efectos; la autorIdad económica (propiedad in­dividual) divide á la humanidad en dos partes: los

(1) Se sabe, por ejemplo, que la Constitución de 1875­'Iue nos rige hace 20 años, obtuvo un solo voto de mayoría·

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ricos y los pobres; la autoridad política (gobierno)alcanza el mismo resultado: de un lado los opreso­res, la mayoría; de otro, los oprimidos, la minoría.

El Derecho de las mayorías, el Derecho del mi·mero, tal es el principio. Más adela,nta haré ver'que este principio mÚmw tampoco es respetado enla práctica y su aplicación da por resultado preci­samente la inversión de los dos términos. Proba­

ráse también que nos hallamos presos en l,ma apretada red de contradicciones, de sofismas y de men­tiras; mas puesto que tales consideraciones sólo serefieren al modo de poner en práctica el régimenrepresenta ti vo y que al presente estudio el sistemadesde el punto de vista te6rico é intrínseco, con­viene suponer que el gobierno representativo esrealmente el de la mayoría y examinar lo que val€';,como tal.

***

¿Qué representa el mayor número'?¿Representa la ciencia y puede esperarse qUé

del lado de los más se encuentran el saber J laverdad'? ¿Se necesita contestar detenidamente pre­gunta semejante'? ¿No sabe todo el mundo que el

pauperismo econó,mico entraña el pauperismo inte­lcetual? ¿Qué la instl'ucei6n-no hablo de la que sereduce á enseñar á los niños á leer, escribir y con­tar, flino de la que enseña al hombre lo que debesaber en la vida-no se sabe, repito, que esa ins-

l':trucciónque ilustra al hombre acerca de la reali­

ad de laH (~osas, disipa sus prejuicios, le permite

•~iscernir lo jUl'to, apreciar lo bello, contrastar laI~erdad, no equivocarse respecto á sus derechos~

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sus intereses y sus deberes, no se concede sinocon avarienta l>arsimonia? Esa enseñanza, la ver­dadera, la sola en el fond.o, que sería útil respectoá lo que aquí discuto, no está en la Universidadque la extiende por las escuelas !Jl'imal'ias, secun~darias ó superiores. Parece, por el contI'2,rio, que

,los profesores, encerrados como están en un pro­grama de estudios con tendencias retrÓgradas yarmados de autores clásicos cuya dochina no seaparta de los conceptos debida,mente antorJzadot'lpor el gobierno, toman á empeño acomodar las in­teligencias y corazones cuyo cultivo se les confía,á las ideas y sentimientos que un pasado de su­perstici6n é ignorancia legó á nuestras generacio­nes. Parece haberse dado una consigna para quede lo alto de los púlpitos religiof\os y civiles, y delabios del profesor como de los del cura. caigancon la autoridad que la imaginación popular da áiodo lo que vieM dnl poder tel'l'ohtN) Ó sobnmatu­1'al, afirmaciones l~rrónea¡:¡, raZOll:irlllontos á prioride falsas doctrinas, de tesis SUpuRstas.

y si por casualidad so encuentra un espírituvaliente, una conciencia recta, un carácter varo­nil, una voluntad enérgica para oponer la verdadá la mentira, la realidad á la apariencia, se haceque se denuncie en seguida al animoso clarividen··te como peligroso perturllador, que se condenensin examen sus ideas por subversivas, 6 se urdecontra él la conspiración del silencio Su voz es el«vox clamantÚ in deserto.» ¿Qué puede el aposto­lado de ese réprobo contra la propaganda de cienmil bocas de doctores oficiales y patrocinados, queHevan sotanas, levitas ó gabanes'?

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EL DOLOR UNIVERSAL Dl

Así es que el mayor número no podría l6gica­mente, en el estado actual de los espíritus, repre­sentar la ciencia y la verdad. Los ignorantes secuentan por legiones, los instruídcs sólo componenuna ínfima mayoría. Las mismas nociones elemen­tales 138 niegan á la inmensa mayoría de los hom­bres, y el entendimiento de los que las poseen0siá tan cuidadosamente provisto de razonamientos{~~l'pciosos,de pérfidos prej uicios, que les es muydifícil á. los primeros distinguir tras ese velo laverdad, y, desde el punto de vista social, de­ducir las consecuencias justas de sus conoci­mientos.

***

«¿Cómo se concibe, exclama Lamennais, quepor mayoría d(~votos se determine lo verdadero yJo falso, lo justo y lo injusto?»

Extraño punto de partida, en efecto, es la arre­,~jaci6n de una idea como esta, que descansa sobreeste hecho: que, sometida á una colectividad, pasapor artículo de fe una proposición, no porque sehaya aducido en su favor un cúmulo de argumen­INl, sino porque han querido adherirse á ella t1'8S­~liontos individuos contra cinco.

Esj nsta, es verdadera una cosa, no porque lamayoría lo proclame, sino porque lo ef3en sí; J,ui I~¡;j nj IlHta Ó falsa, la adhesión de una mayoría dei~llol'au tllH 6 illtnresados no log·rará hacerla menoS

fulllll., Ó lTllIllOH injuKta. Si, por (";jemplo, digo: «Di0.sno ox iHtll» ;,florá exacto esto :l8erto porque de mIl(luinien tUH pl-'1'SOnaS,mil so hayan declarado en su

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32 SEBAsnÁN FAURB

favor'? No, si no está conforme con la verdad, cual·quiera que sea el número de votos en pro 6 encontra.

Si digo: «el acto de prostituirse es mora!»,¿esta opinión será ó no justa, según que obtengala mayoría 6 la minoría de los sufragios'?

La misma unanimidad de sufragios, ¿puede en{ciertos casos ser un criterio? ¿El consensus.9!!!c~nium,tifme más carácter que el de probabilidad,) no puede, en multitud de cuestiones, extraviarse'el asentimiento universal'?

No; la unanimidad nada significa en punto ácertidumbre. Pues bien; tomad, sea la que fuera,una de las cuestiones planteadas al cuerpo electo­ral, cualquiera de los proyectos de ley sometidosá las asambleas legislativas. No hay uno que nodé motivo á réplicas, interpretaciones 6 votos con­tradictorios. ¿Y porque la mayoría haya adoptadotal cuestión 6 tal proyecto de ley, ha de estarconforme con la verdad y la justicia? ¡Qué locura!¡Locura desde el punto de vÚ:;ta filosófico! ¡Errordesde el punto de vista de la historia!

Tómese el trabajo de hojear esto y se encon­trará casi en todas las p{¡ginas la prueba de talerror. Se verá que, como todo, la verdad ha a'an-·zado por desarrollos sucesivoR; que el progreso haseguido á través de mil dificultades, mil ¡esis­tencias y precauciones mil; que la verdad, en­trevista. á los comienzos por algunos clarividen·­tes, ha sido combatida con rabia feroz por todosaquellos cuyas creencias hería 6 cuyos intereseslastimaba. Estos, los ricos y directores, formansiempre salvsje coalici6n contra ella" y no ha~y

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EL VOLOR UNIVERSAL 3;;

clase de calumnia y de tort.ura que no se hayapuesto en juego para acobardada ó vencerla.

No sé quién ha dicho: «Todo pl'ogreso es lanegaciÓn del punto de partida.» Tal afirmación nojustifica, pero explica esa guerra encarnizada queel poder espiritual ó temporal hizo siempre al pen·samiento en busca del progreso y de nuevos hori­zontes.

En ••L' Egale de l' !wmrne», E. de Girardínescribe: «Parece que sólo el error debería tenerenemigm3 y que la verdad no debiera contar sinocon amigos. Pues sucede lo contrario. Los que mi­litan en el error son tan numerosos como escasoslos que militan en la justicia. Y esto se explica:La verdad aisla. Para defenderla uno contra mi­llones de sordos y de ciegos, arr:lí~trando su igno­rancia, su intolerancia, y á riesgo de pa;;;al' porloco, con peligro de su fortuna y d.e su libertad,con peligro de su vida misma, se necesita valor,es preciso la audacia.

Leo en Helvetius: (¿Qué es una verdad nU8va'?Un nuevo medio de acrecentar ó asegurar la feli­cidad de los pueblos. ¿Qué resulta de esta defini­eiGn'? Que la verdad no puede ser dañosa. ¿Unautor descubre algo con esto'?¿Ouáles son los ene­migos'?

], o Los que contradice.2. o Los envidiosos de su reputación.¡to A(luellos cuyos intereses son contrarios al

interés púhlico.»Faye declara que «no son los contemporáneos

los que aceptan la verdad, sino sus sucesores.»m autor, no tan conocido como debiera, de la

'1'0110 11 3

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34 t:iElIAsnÁN FA URE

ciencia social, el fundador del socialismo racional,Colins, tiene la idea de que «cuanto más universalresuna opinión más estúpida 08.><.

Nada más fácil de concebir. Una idea nuevanunca se abre rápidamente camino en la opini6n pú­blica. Antes de ganar las intebgencias, fuerza esque pueda ser propagada, discutida. Pero como todaidea provechosa á la masa dirigida, es perjudicialá la minoría directora, se esquiva naturalmente dela malquerencia de ésta, que emplea para comba­tida, ahogarla é impedir que se extienda, decuantos medios dispone: poder, influencia, riqueza,itmseñanza, prensa.

La infatigable propaganda del pensador hacepor fin que un grupo comparta sus convicciones.Eisa grupo crece poco á poco. Ya no es una bocasala la que proclama la idea nueva; hay diez, luegociento, luego mil. Se fundan efre.E1oil, se organi­zan clubs, la propaganda se multiplica; lenta,pero seguramAnte, se produce la evolución y porfin triunfa la idea nueva. Entonces 1:10 vulgarizac.on prodigiosa rapidez. Es la lava que durantelargos años ha rugido sordamente en el fondo ,lelvolcán, que ha causado convulsiones más 6 menosfrecuentes y vigorosas, y que, saliendo al fin delcráter, vomita su fuego alrededor.

Agassiz dice, que «cuantas veces se produceen las cieneias un hecho nuevo y sorprendente, 1&13

gentes dicen por de pronto: «eso no es vl\rdad»;después: «es contrario á la rebgi6n, al orden» ypor fin: «¡hace mucho tiempo lo sabía todo elmundol»

¿No es muy cierto'?

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EL DOLOR UNIVERSAL 35

Hasta puede decirse que cualquier idea pasapor tres fases principales: la fase ridícula; todosexclaman: «eso es insensato, eso no tiene pies r:.icabeza»; la del examen y la crítica: «no obstante,puede que haya en eso algo de bueno y de cierto»;en fin, la del triunfo: «hace mucho tiempo quecomprendí todo eso y que vengo luchando paraque se acepte.»

Lo malo es, por lo menos en lo que á la políticarespecta, que es de lo que aquí se trata, que cuando.una idea ha concluido por conquistar los cerebrosy los corazones, ya no está conforme con el pro- [.greso, que avanza sin cesar. Una idea empuja á la :otra, y es de notar que la que más adhesiones 1'6- .une se refiere casi siempre-podda 8up'jmE'so elcasi-á un estado social antiguo que no 130 adaptaya á las exigencias del desarrollo nuevo, DO res­ponde á las tendencias del momento y no cuadraya con las necesidades de la época.

La idea que surge del nuevo estado de cosasno agmpa en torno suyo más que un corto núme­ro de adictos, y cuando emprende la lucha, ve in­variablemente alzarse contra ella los satisfechos,coligados para hacerle la guerra sostenidos porlos doctrinarlOs, los interesados ó los inconscien­tes.

Así en toda época de la historia humana, deLas dos ideas, esta es la que se acerca más á laverdad, esta la que se conforma mejor al desenvol,vimiento, al progreso que por la fuerza de las co­sas se encuentra en minoría.

Oomo se ve, el juicio de la historia se halla deacuerdo con la lógica más sencilla para condenar

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136 SEBU'rIÁN FAURE

la ley del número en nombre del progreso, lo mis-,mo que en el de la ciencia, del sentido común, dela justicia, y para proclamar que, por el contrario,del lado de los menos es donde hay que buscar laverdad y el progres(l, La ley del número es la leyde la fuerza bruta, estúpida, ciega, incomprensi­ble, incoherente y mudable.

Que trescientos un individuos formen mayoríaen una cámara cualquiera y voten una ley. Quealgún tiempo después, sin más razón que la muer~te, la enfermedad, la ausencia 6 la venalidad deuno de esos honorables, la minoría se convierta enmayoría, y lo que era justo ayer deja de serIo hoy,mientras lo que era injusto se convierta en equita­tivo. (1)

¿Y ante un sufragio que llega á tales absurdos,ha de inclinarse mi raz6n? ¡,En Código hecho así,he de buscar un guía'? ¿De una ley así fabricada,debo, sin quejarme, aguantar la sanción'? ¿No ha­bría motivo para soltar la carcajada, si se tratasede asunto menos grave'?

** *

Para imponer este IJereclw democrático, estaley de la mayoría, se ha recurrido al respeto á lasconciencias de borregos; á un argumento que gra­cias á un falso concepto de la igualdad, á un err6~neo sentimiento de la libertad, parece perentorio.

(1) Los periódicos nos enseñau que muchas veces losparlamentos han cambiado así de juicio, y que esos cambiosen la mayoría se han producido de un mes á otro, de uno áotro día, y á veces en la misma sesión, entre dos escruti­nios.

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BL DOLOR UNIVERSAL 31

He aquí el argumento: «¿,De qué os quejáis,-ciudadanos, que vivís en el XIX? Desie hace cienaños han desaparecido la Cartas y están abolidoslos privilegios. No es, como en otro tiempo, la leyconfeccionada por unos cuantos, en beneficio pro­pio y perjuicio del pueblo. Estamos muy lejos deltiempo en que la legislación no tenía más que unobjeto: el de asegurar, por el respeto de las multi­tudes, las prerrogativas de las castas superiores.Está ya h~os la época en que los grandes se reíandel Código y se colocaban por encima de la ley,sirviéndose do ella sólo para explotar á los peque­rios. Hoy la ley se hace por todos y es á todos apli­~able. Concede su protección sin distinción algunade rango social, pero hiere indil3tintamente al que1'30 subleva contra ella. Cualquier ser puede colo­(:arse bajo su égida; pero también su espada alcan­za á todog los pechos, al de los poderosos como alde los débiles. Pues al propio tiempo que ha reco­nocido la libertad de todos, el derecho contemporá­neo ha proclamado la igualdad de todos 3,n te la ley.»

Esta pretendida igualdad ante la ley, es puraIJÍpocresía. Lo probaré sin trabajo.

Afirmo, con autoridades numerosas, que la LeyIm(;OI'U, hoy como en otro tiempo, está hecha enbl'llofieio exclusivo de algunos privilegiados y eneontrll do los d(1más.

VIlJIlIl algnnas citas:G LOR P;¡.¡tudostouos están divididos en dos par­

tos: lit <1111 pu(\['lo que no quiere ser gobernado por108 R"rulldolly la de éstos que quiere dar la ley alptwhlo y retlluerlo en la opresión.» .

)':stas líneas datan de cuatro siglos casI. Há-.J

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llanse en el libro del celebérrimo florentino Ma­

quiavelo, El Príncipe. ¿No son tan exactas hoycomo en el año 1500'?

«En los paítws cultos, dice el autor de L' lis-·qpr'it, (Discurso 1) el arte de la legislación no haconsistido en mnchos casos más que en hacer COIl-­tribuir una infinidad de hombres' á la felicidad deun corto nÚmero; en tener, como efecto de esto, á\

la multitmi en la opresión, y en viol.ar respecto áella los derechos todos de la humanidad.»

TUl'got-un ministro nada menos-uo teme

)VdeciI', que «en todas partes los más fuertes han.Uhecho las leyes y han oprimido á los débiles.»Necker-otro ministro-no afirma menos, y es

launmás preciso: «Fijándose en la propiedad y lorelacionado con ,ella, asalta Ulla idea gen~ral.que

eerece prófundlzarse: la de quo todas las mstItu­¡piones Bociales han sido hechas por los l)ropietarios.

~~pantlj, al ver el código de las leyes, no descu­Rnil' por todos lados en él más que el testimonio de¡estlJ!,v:l'dad. Diríase que un corto nÚmero de hom­,\bl'es, después de haberse repartido la tierra, han.heeho leyes d.e unión y garantía contra la muIti-·'.tuc!, corno hubieran construído albergne en losAbor~que¡~para defenderse de las fieras.» Un Ned:er

Imef'll'OS días no tendrá que cambiar una líneaDI una palabra de tal afirmaciÓn.

Jmm .hcobo Rousseau se expresa así, con su.,vigor y clíAridad habituales: «El espíritu llniul'­

'~sal de las leyes de todos los países, es favoreceruísiempre al fuerte contra el débil y al que tiene

\!tcoDtl'a el que no tiene nada. Este inconvenientf¡les ineimitable y sin excepción.»

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EL DOLOR UNIVERSAL 39

Bentham, bajo otra forma" reproduce el pensa­miento de Necker: «No puedo conta?, para el goced.e lo que miro como mío, sino con la promesa dela ley que me lo garantiza. La propiedad y la ley

i han nacido juntas. Antes de las leyes no había

pi'opiedad; quitad las leyes y toda propiedad -,)i acata.» ?

.i :\ El economista Sismondi reconoce «que la ma·-yor parte del coste del establecimiento social, sedestina á defend.er á los ricos contra los pobres.»

En su li/we du Peuple, dice Lamennais: «Loque plugo ordenar á los amos se llamó ley, y lasleyes, en su mayoría, no han sido más que medi­das de interés privado, medios de aumentar y deperpetuar el dominio, y el abuso del dominio delnúmero menor sobre el más grande.» ..

«Demc\síado se ve, deda,ra Mr. Leon Fauchel',que los propietarios han hecho la ley y que la hanhecho en. su solo interés.»

En la Historia de la pTopiedad en Occidente,de Laboulaye, u.n jurisconsulto distíng'uido, en~cueIltro: «Las leyes, no prote(siendo más que laprop;edad, la hacon nacer. El derecho de propie­dad, no es natural, sino social.»

V éase, por fin, la opinión original del c¿lebl'Hcl'iminalisla itahano I,ombroso: «La obra entera de

la loy no es más que un mecanismo en favol' deIIbOI.~·ados y magistrados.»

** *

PoQ.ría multiplicar tales citas. ¿Pero :-),q1l6'?

POI' poco trabajO que quiera tomurse en hojear 108

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SEBASTIÁN FAURE

C6d.ig0\3,cualquiera advertirá en seguida que, decien leyes, hay sesenta y tres que conciernen á lapropiedad, veinticinco que se relacionan con lagestión gubernamental, y s610 una docena quetienden á la seguridad de las personas.

Por tanto, es evidente que las 88 leyes de las100 que tienen por objeto la salvaguardia de losdereJhos de 1~~~,21Ú!'l.~M~ªy del gobierno, no pue­den ser y no son'beneiiciables sino para los pro­pietarios y los gobel'nant.(¡s. ¿Se habrían por fortu­na dictado en favor de los que nada tienen lasleyes contra el robo, la estafa, el cohecho, la men­dicidad y la vagancia? ¿Apl'Ovechan por ventura ák>s simples ciudadanos esas leyes que reprimen losinsultos á los m3gistrados, los ultr<ljes á los agen­tes, las conElpiraciones contra la seguridad del Es­tado, las excItaciones á la T6helión, ete., ete?

Tan sencilla eODsideración basta para probar,que las nueve décimas partes de nuestras leyestienen por único destino la defensa del poq!itgu­b~!lla!l1~gta)existente y la de la propiedad indivi­dual. Herm08a igualdad, por cierto, la que ponefrente á una misma ley d,os ciudadanos, de losque uno es protegido por ella, mientras el otrosólo es Hamado á conocer de la misma el «duralex, sed lez.»

En vano se me dirá que el que conJecciona laley está, como yo, obligado á someterse á ella yque eso pr¡>r,isament,,; cOIIi.:,tituye la igualdad de quese trata. ¿Qué me importa que en vez de decirme:«Haz esto, 110 hagas ego;» el legislador me diga:<dill'gamos esto; no hagamos eso," puesto que selrata, en suma, de hacer lo que le aprovecha y me

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perjudica, lo que le agrada y me disgusta, y decumplir su voluntad y no la mía'?

Si ó no; su sumisión, su servidumbre, si lahay en esto, ¿impide la mía'? No; pero en tantoque la suya es voluntaria, la mía es obliga.toria; yesa diferencia, y esta diferencia esencial bastapara romper la aparente igualdad que se pretendeestablecer entre él y yo. Adem:¡:;;, aunque esaigualdad existiera realmente, en la practIca, porel modo escandaloso con que la ley se aplica poruna magistratura forzosamente parcial-pues quees hUID}ma resultaría una añagaza.

Podría alegar aquí una requisitoria contunden­te contra esa repugnante aphcaci6n de la ley. Perome bastará con recordar las iniquidades, presentesen la memoria de todoR; las lentitudes 1udicialesinconcebibles y las precipitaciones imperdonables;los autos de libertad incomprensihles y las deten­ciones arbitrarias; los no lta lugar pasmosos ylos procesamientos injastificados; las absolucionesirrisorias y las condena.s il'l'ibmtes. Inútil es pre­guntar por qué tanta indulgencia y atención poruna parte y tanta rudeza y severidad por otra.La (',\ilsicay antigua comparaci6n de la tela denraÚa CJnodt'.Ía pasar al moscardÓn y detiene á lasHlO"1(~aK fl"CJueñas, es Y será siempre justa. LosHllIi.;íHf:rado8 son á la vez intérpretes y guardado­rllH uo la ky. Ei'ta es suave para los am0S, los 1'i­eOH y lo!'! q1\l\ dirig'OD; dura para los I!lervidores, losIH)brnt-( .Y IOI-!dirigidos. ¿.No I'S forzo8o qne los jue­(~MlHOilll'.piron (l1l listo heeho, qne conocen tanhi.m, .Y (\1'1 (~r(\Íhl(\ qUIJ esos 8oñores puedan olvidar(1110 la ll!tl"a J.uata y el esp¿ritn vivifica?

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1. 42 SEBAsnÁN J;'AURE

La loy no se J¿a !u:c1w para todos, puesto queen realidad es en favor de unos cuantos, contralos otros; tampoco es aplicable á todos, al menosigualmente, puesto que es, según las personas ypor la misma infracci6n, aplicada á éstos con ex­trernada blandura, y á aquellos con rigidez impla­cable.

No soy, en verdad, admirador del pasado, yaborrezco profundamente los régimenes caídos;pero no pueclo menos de hallar extravío en lmes­tro::; feroces demagogos que, después de h¡¡.ber pro­ferido diatribas violentas contra la ley monárquica 1

dechJ..man períodos pomposos sobre la ley republi­cana.

Porque si hay un hecho difícil de negar? es eLde que estamos regidos por una legiBlHci6n quedesde hace siglos no se ha modificado sensible ~mente. La fB.Óhada del monumento aCaBO esté li­geramente adornada; pero á esto se limitan tod&$las transformaciones.

Son las mismas las leyes sobre la. propiedad, laautoridad y la seguridad de las personas; las 1'8-·voluciones han soplado sobre nuestros antiguosC6digos; el polvo apenas se ha removido; el edifi··cio viE'jo es hoy lo que era bajo los reyes. Si hoy,pues, el código vale, valía hace cien añoí~;pero siera opresivo hace un siglol no ha podido dejarde serIo, puesto que no se h:l movido.

** *

Opresiva es la ley, y añado que no puede dejarde aerlo.

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Una cosa que jamás deja de sumergirme enconfusión extraña, es la seguridad con que hom­

bres graves y que parece que han estudIado, nosdicen qne la ley se ha hecho para asegurar nues­tras libertades. Aún se comprendería tan extrordi­narío lenguaje en boca de un niño, de un pobre deespíritu Ó de un ignorante limitándose á repetir loque se le ha enseñado. Pero en boca de personasilustradas y que tienen la costumbre de pensar,semejante aserto es inexplicable.

y no obstante esa misión de garantizar laslibertades, hasta tal punto es por la generalidadatribuída al gobierno, y no á ley, que cualquierpersona que cree deber quejarse de algo 6 de ál­guíen, no ve otro remedio en su situación que laintervención del poder: ({debería hacerse una leysobre este punto, dice esa persona; el gobierno TIO

debe tolerarIo; debería exigir esto ó aquello.» Laley ha pasado en el cerebro de mucha gente al es­tado de providencia terrestre. En la cabeza rellenade prej l1iciosde ciertas gentes, el gobierno es comonn protector natural cuya lÍnica misión es velarpor qUi:) nada les faite, no se les haga daño alguno,y todos sus derechos sean escrupulosamente res­petnclo:, .

No (~roo que pueda im3ginarse una concepciónmÚK Opll!'~\ta á la realida.d de los hechos. El go­biMlIO 110 d\lhe1'Ía desempeñar otro papel que el dev.'ltu· pOI' (111(1 no nos falte nada, lo que supondríaqlll\ t.il1l1t\ mndinsde darnos algo, y que, por tanto,pl"Odll('(I; simulo, por el contral'io, nosotros los queI.tIJlfllllOK <¡1l11 ¡Iflnar sus C;'j:.1S y mantener sus em-­1IIIIado:-;. Nada nos da ni puede darnos, y, en carn-

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tio, exig'tj (le nosotros lo que necesita. En cuantoá nuest1'Oi:lderechos, á nuestras libertades, la ver­dad es que no hay una sola ley, ni en las llamadasde libertad, que se haya hecho para atenderlos, ni:siquiera para garantizarlos.

Toda leyes, por su naturaleza, restrictiva. Sóloencierra de hecho, aun bajo los aspeetos más libe­rales, prohibiciones, interd.ictos. L':Jjosde sUP1'imirla~ trabas, sólo alcanza á creadas y sostenerlas.

Un derecho, para afirmarse y ejercerse, no ne­cesita. apoyarse en su texto. No es, ni puede ser laley quien confiera á un individuo el derecho depensar, de a!lIociarsecon otros, de comer, de amar,de aatibÍacer cualquiera de sus necesidades. Todanecesidad sentida lleva en sí el derecho de ser sa­tisfecha.

El oombio de ideas con sus semejantes, sea'por la palabra Ó por la escritura, asoeiarse conotros para un placer 6 un trabajo, praeticar tal 6:cual religión ó no profesar ningnna, unirso á unapersona de sexo diferente por una hora 6 parasiempre, todos estos derechos son imprescriptibles,porque emanan de necesidades iDhel"entes á la na­turaleza humana. Fuera del que las feiente, nadietien.e la fae.ultad de limitarlas Ó reglamentarIas.Cualquier obstáculo á su lihre y completa satisfac­ción no puede ser más que un abuso de la fuerza.El único papel de la leyes, díg'ase lo que se quie­l"a, el de legitimar y perpetua! tal 3huso, pues quesólo sabe restringir, trabar, reglamentar 6 pro­hibir.

No h;ay que ir muy lejol3 para encontrar la.prueba d~ le que expongo. EncuéIl;Írase en la ley

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misma. Un axioma de jurisprudencia nos enseña«que todo lo que no está prohibido por la ley, espermitido». El simple sentido común debería sacarpor consecuencia, que para gozar de una libertadcualquiera, basta con que la ley sea muda; y que,por el contrario, si ésta se declara, aun cuando allegislador le plazca califi(~ar1ade «ley de libertad»,se dirige en el sentido de la restricción.

Ejemplos: la libertad de reunión. Para queexista, bastará con borrar de un plumazo el códi­go <¡norog-lamenta la materia. Nadie entonces se­ría lIloloEltado en el pjercicio de ese derecho de re­uniÓn, no pudiendo la autoridad apoyarse, parapersf'g'uirIa, en nirgÚn texto. la libertad de aso­ciación: para que fuese real, bastaría con que to­das las leyes que rigen la asocia.ci6n.fuesen pura ysimplemente deregldas. Siendo el legislador en­tonces impotente para buscar en el c6digo una pe­nalidad cualquiera, no habría ya asociaciones ilí­citas, y los intoresados podrían agruparse libre­mente sin, tener en cuenta más que el objeto quese propmneran.

Mrentras, por el contrario, la gente se concreteti demoler aquí para reconstruir allá, á borrar unt('xto para reemplazado por otro, éste contendráfOl'zo~amenteprohibiciones, dictará penas, y la li­IH\rtadasí aclamada será un engaño, como ]0 serála llueva legislación teniendo por objeto ineludible1'(·"tllbl(~Cf\r bajo nueva forma, enmascarar con unTllWVo artículo del código, la opresión que se estáobligado á hacer que desaparezca.

Para comprender todo esto, digámoslo una vezmáli, bastaría con el sentido común; pero eso sería

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muy sencillo, y los metafísicos de la política secomplacen en embrollar las cosas más claras, á finde obscurecer los cerebros que les interesa tm:~erencadenados, porque es el medio más seguro de~g8.l'rotar las voluntades y las conciencias.

** *

Vése, por lo que precede, que el objeto de la16Y no es depurar ni garantizar los derechos natu­rales del individuo, sino que 108 viola forzosamente,y que, por tanto, existe antimonía eonstante yfatal entre el derecho natural y la ley.

Eu ~mobrita mae/3tra, Las ruinas, Volney haexplicado perfectamente que hasta su tiempo laley no había sido más que el robo perpetuo delderecho natural; mar5 se engañÓ al pensar que era.susceptible de convertirse en expresión de ese de-­recho. Esto al menos os lo que resulta de la opi­nión que desarrollo; :i saber: que las buenas leyesescritas se conocen por la similitud que tienen conjas leyes naturales.

No hay empero semejanza alguna entre lasprimeras y las segunda8. Las leyes da la gravedad,(le la atracción, de la afinidad química, de la evo­lución, han existido en todos los tiempos. No hansido hechas por los hombres, sino solamente aes­eubiertas y formul::.das. Están por sí mismas, in­de)f:.mdientemente de la interpretación que se lesha dado, en el tiempo y el espacio; en una palabra,son porque son; y si la aguja imantada, por ejem­plo, se dirige normalmente hacia el mismo puntodel horizonte, no es porque el oficial de marina

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que la consulta se lo ordene, ni tampoco por per­mitir al navegante que halle rumbo á través de lainmensidad de las líquidas llanuras, sino única­mente porque está en su naturaleza el tomar aque­lla dirección. Tal género de leyes, que la ciencia hadescubierto por una experimentación constante yque por inducción ha formulado, constituye lo que;;0 llama las leyes naturales. No hay necesidad al­guna de codificadasj son á la par inmutables éinviolables. Su infracción constituiría un milagro,y en nuestros días, sabido es que, si hay aúnmultitud do misterios que el talento humano no ha.penetrado, el mil[\gro ni existe ni puede existir.

Otra cosa son las leyes artificiales, es decir,fabricadas por los hombres y formuladas en textos!>recisos, resumidas en libros que se llaman códi­;.;-os.Son éstas tan versátile8 eumo los legisladores.Y, ade:l'3.s, circunstanciales forzosamente, porqueso adaptan á una materia perpotuamente ondulan­In, porque rigen intereses inmediatos que se mo­,Iifiean con los individuos, los grupos y los des­:Il'rollot'l de la humanidad. No hay por t3..nto una,,.,la li~Yque no haya f'Jido objeto dtl l;:¡,l'g¡:¡> HerÍe de'.lodiiieaciones, ni una hay que 110 sea pura modi­lil"ación de la de ayer, ni una para maliana que no:ua forzosamente la negativa de la de hoy. Esta esla causa d" que, filosóncamonte, el valor de tod¡tS!'>'g-islacioncs humanas esté amennzado do(~f)mp[e~a. Por esta razón, al contrario de la leyIlutural, la ley 31,tificial codificada es violada cons­tnntnmnute y no pc)(lría existir sin la represióneorrelativaj y por tal motivo, mientras que la pri­mera existe, abstracción hecha de todo legislador,

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la segunda lo necesita; por eso, en fin, sea el que;sea ellegisladol' y sea ley la que fuere, ésta carecede valor desde el punto de vista racional y no tienecarácter alg'uno de obligación para el ciudadano.

Redactado por uno solo, por algunos, por lamayoría y hasta por todos, el código no es enrealidad más que un documento falso desde el pri­mero al último párrafo y al que no se debe respetoni obediencia, porque sólo es expresión de la fuer­za enmascarada hoy con el sofisma de esa fuerzaridícula, ciega, incoherente y feroz: la fuerza delnúmero.

Por todas pa.rtes que se mire, la ley sólo apare­ce como una consecuencia: resulta forzosamentede la idea de propiedad y gobierno. Suprimida lapropiedad individual, las leyes que se relacionancon tal principio no tienen razón de ser. Supl'!.mi­do el gobierno, cuantos textos se relacionen coneste agente artificial, resultan inútiles.

Por consecuencia, para que la legalidad tengacarácter respetable y legítimo, preciso es ad:nitirde antemano que ese mismo carscter corresponde álas instituciones económicas y políticas. Condenará aquélla, es condenar á éstas.

En fin, á los que, á pesar de las precedentesconsideraciones, persistieran en querer justificar elderecho contemporáneo con su indispensable coro­lario, la legislación, responderé á riel"go de parecerceloso de un primer ministro, (M. Charles Dupuy,que en su discurso de Tolosa encerró el Rocialismoen un dilema que se recuerda aún). O vuestrasleyes son buenas y justas, en cuyo caso no hayque tocar á ellas y 'Vuestras asambleas legislativas

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son por completo inútiles; 6 vuestras leyes no sonjustas ni buenas, en este otro caso, ¿queréis de­eirme en nombre quién Ó de qué tenéis 'la pre­t'Jnsi6n de imponerlas y querer que se las respete?

¿Es claro esto'?*

**

Acabo de explicar lo que es el derecho contem­pol':'intw; hH mostrado sus orígenes, su principio;"tI !:('Ilalado en él las causas redhibitorias; hAsepod idu ver que toma de los derechos que en la his­toria lo han precedido todos sus inconvenientes,mIS peligl'os, sus vicios; que la legislación que ded omana pone la mano en todas las libertades y esla negnción de los derechos individuales; es la or­g'unización de la opresión, la aparente justificacióndo las servidumbres; se ha podido comprender que(h~un extremo al otro, heeha en favor de los queT0ti¡men el poder y la riqueza la ley, pata llegará cubrir las apariencias é imponer el respeto y elt',1InOl', vése obligada á guarecerse tras un planingeniosísimo de hipocresías sutiles. Esos feti­dlOK que en su estúpida ignorancia adoran lossal va]cs, fetiches encerrados cuidadosamente enlos templos, rodeados de misterios y cuyo accesoostá prohibido á los profanos, inspiran á los crédu­los llU espanto ridículo, una fe grotesca. La mnlti·tlld los at¡Oibuye cuanto puede ocurrir de prove­dumo y sllceder de perjudicial. Sólo los iniciadosHabnD 10 1)110 dnhe pensarse de 108 fetiches y losfotichiHtas. AKÍ, pue~, nunca serán bastantes pro·<lllucioneHlas que se tomen para ocultar tales arca·nos á la indiscreción que podría desvanecer el te.-

TOMO n 4

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mor, quitar el respeto y acabar con la sumisión.Bien lo había advertido Voltaire cuando escri­

bía: «Paréceme esencial el que haya mendigosignorantes ... Cuando el populacho se mete á razo­nar, todo está perdido.»

Lamennais exclama: «Te quejas de no cultivartu espíritu, desarrollar tu inteligencia, y tus do­minado1'6s dicen: «¡Así está bien! Es preciso queesté embrutecIdo para ser gobel'uable. l~

El economista Miguel Chevaliel' confiesa quenuestra Francia sería ingobernable, si los campe­sinos hubiesen disfrutado las mismas enseñanzasque una parte de los obreros.»

IJa opini6n del célebre fundador de la EscuelaFisiológica, el doctor Brt.\ussais, es la misma: «Laignoraucia es necesaria en las masas, y bajo lainfluencia de la veneración es como han sido ex­plotadas las masas desde la infancia de la huma­nidad.»

¡Pues bien! Un derecho que descansa sobreabsurd.os, que se cuhre de un velo mi~terioso, quenecesita la ignorancia de los que está llamado áregir, ese derecho no es ni respetable ni respe­tado.

«La autoridad que se despl'cci3, pronto ea desa­fiada», según justa expresión del coItde di') S¡~€;ur_N . , . 1 1 c' ,~ o qmf!,o uecu' otra. cosa e gonera AtV}~Jguac aLafil'llilll' que «no podrá vi vil' CluLrpáer go bierHoque permita se discutan sus priucípios», y JocéFab!'o tiene razón al pensar que la «legalidad novale sino mientras tiene por base la justici a. )

Pues sabemos al presente que no descansa ni6nla justicia, ni en la razón, ni en la verdad, ni en

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el der~cho natural, el lector puede sacar la c-onse­cuenma.

B_-PR"(CTICA

La ley de las mayorías term.inB.en la pr5ctica en laley de la ~minorías: cifra:> que prueban ebta verdad. El sistem aparlamentario trae fatalmente la vueJb al Cesarismo J alpoder personal. Espectáculo de un pa ís en la epidemiade elecciones: Comités, agentes, mufliclores clectorales,

manifiestos y profesiones de fe, aduJ¡lclone" al sufragiouniversal, expediciones, promesas J bajezas del candi·­dato, campafla odiosa de ardides y calumnias contra losadversarios. Después de las elecciones; el sistema repre­sentativo tlene por rasgos distintivo: el ahsolutismo, lairresponsabilidad, la incompetencia, la esterilidad, la co­rrupción. Monografía del elector. La escrutiniornanía.

Se ha visto lo que es el derecho contemporá­neo; se trata ahora de ver cómo se practica, cómofunciona.

Es del todo lógico que un derecho tan esencial­mente vicioso y falso dé origtm á una práctica másviciosa todavía. No puede esperarse que en el te­freno de los hechos se echen á un lado los inconve­nientes del principio; y si d<-iscendemosde las al­turas dr, una discusión, tal vez un poco abstracta,no nos costará trabajo darDos cuenta de que esosinconvenientes no hacen más que acenturse en lapráctica y engendrar una situaCIón social lamen­table.

Lo que anto todo choca en el examen de la. ma- .1'10ra de funcionar de la ley de las mayorías, es que¡/c(Ja, por el contrario, lutsta la lel! de las mi­'Jwrías.

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El sufragio universal, que es la base de mles­tro sistema democrático, es también uno de tantosengañor como se hallan en el estudio del derechocontemporáneo. Nada, en efecto, menos universalque esa nacíonal consulta. No son admitidas á to­mar parteenlavotaci6n: lasmujel'cs, cualesquieraque sea su edad y condición social; los niños ylOAióvenes hasta los 21 años; todos los que de 21á 25 años estén bajo el régimen militar; los queestán por sentencia privados de sus derechos polí­ticos 6 condenados á una pena que lleva en sí di­cha privación; todos esos, más numerosos cada díay que llamaré los 1)agabundos del salario, porque,obligados á trabajar en diferentes sitios, hoy aquí,allí mañana, no pueden alcanzar en niguna parteel tiempo de r~sidencia prescrito por la ley, y,por tanto, no figuran en ninguna lista eli'ctoral.

Teniendo en cuenta estas primeras "liroinacio­nes estipuladas formalmente por la ley, vése quelas tres cuartas partes de la población de Franciasufren la nulidad 6 caducidad del derecho electo­raL En las listas electorales figuran en Agostode 1893, 10.64:3.212 individuoH. Esto bastaríapara afirmar que el sufragio universal es lo másrestringido que hay, y que (da soberanía del pue­blo» es una expresión vacía de sentido de esas quese echan como pasto á las multitudes.

¿Esto es todo'? ¿Puede sostenerse al menos que613 realmente ese total de 10 millones de indivi­duos quien gobierna'?

Sabemos que el acuerdo unánime no puederealizarse, ni sobre programas que condensen lasaspiraciones, ni sobre los candidatos que represen~·

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tan cada programa. Hay por este hecho una dobleeliminación que prever: primero, la de todos loselectores que s:lhman una cosa que no sale triun­fante de las urnas; después la de los votantes que,en cada partido, cuando hay con él varios candi­datos en compentencia, dan sus votos á los que noresultan elegidos. Es evidente que ni los unos nilos otros tienen el mandatario de fiU el6Cúi6n, y síderecho á decir que no están repl'e~H3rd:ados,puestoqU<lno lo son por quien les place. Otl'OS, en fin,80a porque sepan á qué á atenerse respecto á loque vaie el parlamentarismo, sea pOI' cualquierotro motivo: indolencia, viajes, enfermedades,falta de candidato, etc., que renuncian voluntaria­mente sus derechos electorales.

En una palabra, si se suma el número de vo­tos obtenidús por el conjunto de candidatos elec­tos, se alcanza una suma que no pasa en total de(nutro millones, lo que permite decir, que esoscuatro millones de nersonas hacen triunfar su ma­nera de ver, sus planes, sus tendencias, 6 mejor<lidIO, sus intereses, en oposición con los de losotros !!Ieismillones de electores; que esos cuatromillones de electores (1por 10 próximamente) danlo. lf\Y :'t todos los demás habitantes de Francia. HeIlll11i, pIlOH, lo que resulta de la Constituci6n lla­llllld 11llaoioD al.

I'ero si (11 pueblo nombra sus representantes­en las condieiollos que sabemos-son los últimos108 qne huenu ¡;olos las leye~ y han de ocuparse en1o" inttHotws do todos. Luego, no hay en el Parla­In<mto rnál:l unanimidad qne en el país; vuelveáoncontral'se allí reunida la misma mescolanza de

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sentimientos y de ideas; hay, en pequeño, las mis­mas competencias, las mismas divergencias, 1&8mismas hostilidades.

A unque tenga mil veces raz6n la minoría alchocar con la mayoría, nada puede contra ésta. Alcontrario, las medidas y los proyectos de ley apo­yados por la segunda, llevan ganada de antemanola partIda; en esto, eomo en todo, el número, aun ..•que no tenga razón, vence á la oposición que se lehace.

Pero hay más; la mayoría, á su vez, marchabajo la direcci6n de cierto número de jefes de fila,!menos habladores, diplomáticos de pasillo ó zorrosVIejos del parlamentarismo; se entrega á la direc­ci6n de esos hábiles, antiguos ministros, miembrosdel Consejo al presente ó futuros propietarios decarteras que, en número de 20, 256 30-siempre108 rnismos durante muchos años-forman el go­bierno.

Tal puñado de ministrables sufre á su vez lainflueneia poderosa de una de esas personalidadesahsorbentes, ruidosas, populares, audaces 6 supe­riores, que reinan sobre sus colegas, un Gambeita,un Fe).'!"y, un Constans, un Dupuy.

Volv¡:¡mos á la demostraciÓn. Es tan curiosaque merece la pena de seguirla.

De cerca de 40 millones de individuos, s610 10millones son consultados; de 10 millones de elec­tores, 4 millones, á lo sumo, tienen la representa­c.i6n que les gusta; de estos 4 millones, la terceraparte lo menos tiene por represeutl;tnte!! individ uosdf) h miuol'Ía cuyas proposiciones, por poco opues­tas que sean á las de la mayoría, son implacable-o

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mente rechazadas; de suerte, que si esa terceraparte de electores está representada en la Cámara,el resultado es igual que si no lo estuviera.

(Aquí inserta el autor de esta obra un estadoque, por ref0rirse únicamente á los distritos elec­torales de Francia, creemcs poder supimir, dandoflóloel resumen, que basta á probar el aserto delautor.) He aquí lo que resulta del referido estado:

Los diputados que forman la mayoría, son losqlJC tienen cierta probabilidad de realizar las diver­f'afl partes del programa para que han sido manda­dos. Los votos que se les han dado forman próxima­mente un total de 2.200.000. Estos dos millonesdomientos mil eledores, son, en realidad, los úni­cos que están representados en el Parlamento, pue.que, lo repito, los que concedieron su preferenciaá los candidatos de oposición, condenados de ante­manoá la impotencia, de hecho han ad.elantado lomismo que si carecieran de toda representación.Luego si establezco la proporci6n entre esos elec­tores favorecidos, 6 sea 2.200.000 con relación'la pohlación d~ la Francia entera ósea 38 813.192,resulta el 5,71 por ciento.

Lo que sig'nifica claramente que 2.200.000eloeloros dan la ley á 38.843.192 individuol:!; qued~ eiru porsonas, seis solamente están representa­das, mientras las otras noventa y cuatro no loestÚn.

Cuando se prescinde de frases sonoras y S6promlrtt darso cuenta exacta de la realidad de lascosaa que tale~ redundancias expresan, he aquí lo(1uo lOIlmÍJIlIlros demuestran con su elocuenciabrutal. De cien personas, noventa y cuatro obeda-

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cen á seis. ¡Esta es la libertad, esta es la igual­dad! De cien personas, noventa y cuatro no es­tán reprel:lelltadas. ¡Esta es la representación na­cional.'

***Pero hay más. En lo que concierne á los

2200.000 electores representados realmente, susintereses, confiados á cerca de trescientos manda­tarios, est~n. como éstos, á discreción .dd Consejode ministros, que á su vez está á llil'Jl'ced de unhombre de E1'tado de quien h*H~enarLO la Ú!fbulll­cia ó la popularidad. E! })r,sidente del 0ons!jo deministros se impone á todo el CODSl'jn, el ministe­rio se impone á la mayoría parlarw-'utaria, la ma­yoría parlamentaria se Impone á la at-'amhlea, laasamhJt>8. al cuerpo electoral, y el cu"rpo elector2:11al país. QIl6 se parta de ~m·jba ó d(1 abjo, se vayadol pueblo al gobiorno ó del gvLi0l'IlO al pueblo, elresult:Hio no varía.

¿.Q,¡ién hubi~H'a ioo:Jg-iIHHlo nunca qne la fun­ci6n de la ley del m;'ytH' IllÍlltHI'O al(~anzase eltriunfo del menor'? ¿.Qllléu blIbll1ra podido creerque el gobierno de todm; por torJnR hn hiera podidotraer la vuelta del Cos:lritiíll(,'? (}) Cosa extraña,en verdad, y sobre la que nUl.lca l8e meditará lobastante.

(1) ¡Y luego se asombran que con semejante sistema deCe ,.:arisno latente, y bajo el impulso de dpterrnilJ<Jdas cir­cunsLancias, sean todopoderosos los C\venllll'eros! Es, por elcontrario, lo más lógico. Así, pues, lo ¡¡ne pueda seflUlarsedesrie Juego como re:su !tildo pl'áctieo de! pill'!a ment<ll'ismo, esla tiranía de las minorías y la vuelta del odiado Cesarismo:lo contrario exactamente de lo que tiene la pretensiólt!le Qltrnos.

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Se ha apelado á la revoluci6n, se han vertidoolas de sangre, se han sembrado de cadávereí::1 lasciudades y los campos para rumper con el poderpersonal, para trasladar la sobel'anía, para arran­cársela á unos cuantos y eonfiársela al pueblo; ytras cien años de nuevo régimen, dOi6pués de m.e­dio siglo de sufr3gio uuiv(;rb31, Uégase á patenti­zar qUí>, aun cuando por diferente eaillmo, se ha lo­grado el mismo fin, que no ge ha modi:leado nada,que hay que rechazado todo, que el Pddul' perso­Dal se ha res;aurado bajo una forma tanto máspeligrosa cuanto que está más hábilmente disimu­lada.

y mientras se enseña á cmmm ta millones de

fl'anCf\SeS y francB.f;,as que la tir:l:uÍa cayó con laeabf'za del hijo de San -Luis; que el despotismo yla arbitrnriedad de los tien:rp(¡?~ uH,nc'uquicos han{l<jado el puesto. á la lib3rtad y j n¡¿;ticia conver­lida8 en herencia del pueblo; mi:mt1'3S se les dice{JlH~ han de,>;:aparecido las C~18tHB, que han sido abo­lidas las clases, que con la Rplhhca, inquebran­lable en lo sucesivo, fundad:; en el amor espontá­n!~odo los unos, la adhesion interesada de los otros.Y nI rf\~ppto de todos, no hay más que dejar ~lP:llí' 1I dIO (lueño de sus destlUos, marchar haCIaUIl ¡d('nl F,iernpre más elevado, de libertad más11 u lIlallll , dn más ancha justicia, por consecuencia<In ('Mil pnrfidia que es el r&sgo distintivo de laselaM/\H(Ilro(~j(lrn}1,'y g-raciasá m~aeonfianza cándida11UO nR (~al"adnr'btí(~ade laR rnultllud"/3, la opresi6nIli:'lK rWH:,da, 1lI{i1-l 1;O¡'tllosa, nds vil que nunca,eOlltinÚ,1 ¡.,o(~avando eOIl su potente garra el pechoy el eorazón delas masas popul~res.

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No conozcodemostraci6n más vigorosa,roáe;irrefutable que esta prueba-por el ltec1w-(h~esa verdad conmovedora que la historia confirmay q110 quisiera inscribir con caracteres de fuego:«¡(~ue venga de Dios {, de los hombres, de arribaó de abajo, de la usurpación 6 de la delegación,que se ejerza por uno 6 por quinientos, por unmonarca 6 por una asamblea; que revista la formaoligál'ql1icaódemocrática; que lleve la etiquetamonárquica ó republicana; que tenga el torso des­nudo de la fuerza brutal y guerrera, ó que lasarmas la cedan á la toga; (1) el gobierno, cual­quiera que sea, ha sido y será siempre: para unos,el derecho de mandar; para todos los demás laobligaci6n de obedecer!»

•••**

¿Habéis asistido á un espectáculo más nausea.bundo que el de este país en epidemia de elec-

• '2CIones.Por todas partes se forman comités electorales­

El número de gentes que se ocupan en los intere­ses públicos, es de pronto en extremo importantí­simo. El tend~ro de la esquina, el salchichero doenfrente y el tabernero de alIado se convierten depronto en grandes electores. Nadie hubiese creÍ\loque esos comerciantas en quiebra de jamones y (lesardinas estuvieran tan al tanto de las necesidadesnacionales y locales. Hay que verIos, hinchadoscon su importancia efímera, hacer de personajescon aplomo imperturbable. En caso necesario, se.

1) Cedtvntum. Ú!!'"

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hacen diplomáticos para tramar sus intrigas en 108comités que vacilan y dar fil!l á convenciones ven­tajo~as. Tienen en su romana la paz y la gu.erra;la paz para los que se adhieren á su pequeña ligaj.la guerra contra los recalcitrantes que les disputanel honor de conducir el pueblo á la victQria.

En verano como en invierno, cuando el termó­metro marca 40 grados sobre cero ó 15 bajo cero,lag elecciones son la primavera de los periódicos.TI~lpais se cubre de hojas cuya caída seña.la el findel período electoral.

E3 también asimismo la época de las generosi­dades: al entrar en los cafés, al penetrar en losdomicilios, y deslizándose por todas partes, losagentes electorales abren sus manos llenas de pro­mesas, de regalillos-los pequeños regalo111sostie­nen la: amistad-y ahuecand.o la voz cuando estánen público, bajándola cuando hablan cara á caraá un diapasón misterioso, refieren con emoción loque su futuro diputado propónese hacer en favorde todos y cada cual.

Mil oficios nacen de esta bendita época: el ala­bardl3ro de anchas manos, que. aplaude bien, queacentÚa con frenéticas palmadas las frastlS de sucandidato; el que aclama, de voz sonora, perso­naje ftlldoso, albo:rotad0f y audaz en favor denql1el cuya suerte sigue; el que silba, pa¡rado paraabogar la voz del adversario; el comparsa queHigue al futuro legililladQ~,se halla siempre á. supal'lo, lanza entu8Ja8ta.e ¡viva Fulano!, prepara laexpontttnea oTaci6n, d~seDgancha los caballos delcoche del cantiidato y tiene siempre dispuestos loshombros para llevar en triunfo á. la esperanza del

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país; en fin, todo el que está dispuesto á vendersepara un oficio cualquiera, sea ó no sucio, pr~cede,acompúña y sigue al que en tal comedia hace elprimer papel.

Ha comenzado el candidato dejándose rogar ...por fórmula, es claro, y como esas gentes quecreen de buena educación no aceptar de prontouna invitación á comer, por mucha gana que ten­gan. «Pero después de haber rogado al comité queeligiera á otro más digno y apto, ha debido some­terse al mandato. Se ha apelado á su valor, á suenergía; no ha creído tener derecho á rehusar elauxilio de su nombre al partido á q \le se honrapertenecer ... y ha concluído por sacrificarse,» Estoes lo que dice el señor y confirma su comité.

Nunca hubiese creído que hubiera en nuestrainfortunada República tantos hombres abnegados,competentes, convencidos, enérgicos, sabiéndolotodo y para todo aptos.

Los que lanzan la candidatura de M. Tartem­pion nos lo aseguran, y me pregunto cómo se po­dría dejar de creer la palabra de un matador decerdos, de un vendedor de mostaza, de un comer­ciante de limonada, cuando se han dignado reunir­se para dar á luz un manifiesto y I'I\eomendar unindividuo al sufragio universal. ¡Oh, cómo se veéste halagado, ensalzado, mimado, inc(\Dsado du­rante unas semaú!l.s! ¡Obrero que por 50 SOllStra­bajas de la mañana h~&ta la noche, tú no creías~ue el mundo entero, fiias 106 ojos en tí, esperabacon ansia tu veredicto soberano! Y. DOobstante,nada hay más cierto. Tú no sabías qíle el porvenirde la patria y de la República estuviese en tus

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manos callosas, y, sin embargo, nada más exaeto.No imaginabas que fuera tan fácil, con sólo ir álas urnas-¡nada de abstención sobre todol-me­jorar tu triste suerte; y, sin embargo, nada másconforme conla realidad. Una vez más el candida-­to, su comité, sus periódicos, sus muñidores, SUB

amigos te lo afirman. ¿Podrás vacilar en creerlo'?Sí, eres soberano, porque tu veledicto es el queaseg-ura el trmnfo de un tal y la derrota de susadvol',;uIios; tú eres el que dispensa el poder, túquíOIl h llCle y deshace los seiscientos monarcas Ha·mudo/:!á g-ollernamos; tú, cuya investidura puedearrancar del taller á un simple trabajador y hacer­le igual á los más podorosos. ¿Pero has pensado.bien que esa soberanía de que tanto te hablan,dura precisamente lo que duran las rosas, menosaún, nn minuto cada cuatro años, el tiempo quetardas en echar tu nombre en la urna'? ¿Haspensado, en fin, que todas tus funeiones de su­berano se limitan á abdicar un poder que jamáshas ejercido, en favor de un tercero que ten­drás que aguantar durante cuatro años y del queno podrás librarte sino para pasar bajo el yugo deotro'?

Mientras las paredes se tapizan con cartelesmulticolores en que se ponen al lado del nombrefla.mante del mendigo de votos, halagiieñas pro­mesal:l,.i uramentos solemnes un programa seduc­tor y un llamamiento desesperado; mientras losbuzones 8e llenan con montones de papel, prl\gra­mas, manifio~tO!l,convocatorias, papeletas, etcéte­ra, baetautel á dar trabajo meses y meses á lasfábricas de AngulemR, el aspirante á diputado pa-

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,sea su faz ri¡meña y su aire cauteloso y modesto?por las ciudades y los campos. Conoce á todo el

mundo, estrecha la mallO del campesino más in­significante, halaga al obrero más pobre, distribu­ye galanterías entre las mujerel, sonrisas entrelas jóvenes, bombones áloe niños, medicamentosá los enfermos y terrones de azúcar á los anima­les. Prodiga las promesas: condecoración, admi­nistración general, 6 protección á los electores in­fluyentes; plaza de guarda de campo, estanco órecomendación á los otros. La más pequoña aldeatendrá su ferrocarril, sus caminos vecinales, sucasa-escuela, su administración de correos y telé­grafos. «Es una vergiíenza que todavía no se hayapensado en ello.» Pero por su cuenta corre y mu­cho más aún. Ya s(:}verá, ya se verá: el oro co­rrerá á mares por la regi6n, todos harán fortuna y

serán felices. El pueblo lo es todo; el amo, el queda el poder; él, el candidato, sólo quiere ser elservidor y el amigo de sus electores. No se veráen él á un ingrato.

P6nense á contribución las cuadras, las taber­nas, las escuelas, los salones de baile, de concier­tos, los teatros. El futuro diputado, que se haaprendido de memoria su discurso, revisado y co­rregido á veces según el medio, asombra á susoyentes con sus brillantes improvisaciones. Lassecciones se preparan de antemano y se reclutansus individuos entre los amigos del orador; com­padres diaeminados por la sala hacen al candidatopreguntas ya eonvenidas, y dan á los periódicosl'elatosconteniendo las alabanzas del gran hom­-bre, y con c6mica seguridad predicen que el

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nombre de su favorito saldrá. triunfante de lasurnas.

** *

Se han verificado las elecciones; el ParlamentoeBtli reunido. Veamos qué se hace en él, qué puedehacerse, oómo se portan los amos que se ha dado01 sufrap;io universal, y á lo que llega en la prác­tica el régimen representantivo.

1410ga el absolutismo á la irresponsabilidad, áIn inoompetenoia, á la esterilidad, á la corrupción.

<d~ne (\1 gobiorno parlamentario es absoluto, es.,osa incuntestable. Cuando se ha votado una leypromulgada en forma ¿,quién tiene poder para opo­lIarse á que sea registrada, 6 para hacerla ohjetoel,} advertencias Ó motivo de negativa de subsidios?J.;80, ni pensarlo.»

Cierto es que no hay poder capaz de elevarsepor cima de la voluntad de nuestros parlamentos;y menos de destruirla. Lo que la voluntad nacio­nal ha decidido está bien, debida y definitivamen­to re$uelto. Es verdad que algunos oradores deopo.ioiÓn tendrán el recurso de hacer escuchar,on reuniÓn privada, tímidas protestas; mas tendránbuen ouidado, al desprestigiar la ley nueva, denooDllejllrá l:lUB oyentes que la acaten.

gil verdad que, en pública reunión, podrá dar~

fl10 al lujo de pronunciar discursos virulentos y davutu' UUI\ orden del dia «por la cual los ciudada-k no. reunidos en un circo 6 un teatro, enviarán al! Parlamento la expreei6n de su más profundo des--

L tfll r'.....••io, fu'ligarán con la mayor.n ergía la aSa'])- .,.a podriday v.ndida que nos gobierna, prol••.•

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tarán con indignación contra los infames actos de,un Parlamento de lacayos», (1) pero en ningunode esos valientes discursos se hallará que tenga elvaJor de predicar la insurrección contra la ley exe­crada.

y si se hallan ciudadanos más enérgicos y con­secuentes que quieren oponerse á dicha ley y re­currir á la última ratio, tendrán contra sí, no sóloal gobierno con su policía, sus gendarmes, SU!; fu­siles y sus cañones, sino hasta los que la vísperaproponían y votaban órdenes del día, de censura,de desprecio, y que, ¡oh vergiienza! se apresuraná proponer y votar nuevas órdenes del día, de cen­sura, de desprecio, pero esta vez contra los valien­tes armados para la defensa de los ultrajados de­rechos.

Hoy se ve que, de todos los sistemas guberna­mentales, el mejor, no ya para los simples eiuda-­danos, sino para los mismos gobernantes, es el ré­gimen representativo. Así es que después de habercombatido vigorosamente y por mucho tiempo lainstauración del sufragio universal-completameIl~te indispensable, desde el punto de vista teórico,á dicho régimen-los mismos gobernantes se hanconvertido en sus abogados más ardientes y pro-­curan que se practique lo más completamente po­sible.

Este es, en efecto, el único sistema que permi

(1) Esta orden del día es clásica, dígámoslo así. Leed eírelato de lo que pasa en cualquier mitm de indignación 6censura, y podéis estar seguros de ver que concluye con unaorden del día como esta, casi textualmente. Diríase que hayun cliché y que los periódicos pueden reproducirlo sin mie­do de cometer un error.

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te dominar á las turbas haciéndolas creer que per­manecen siendo soberanas; poner los gril os á losforzados persuadiéndoles al propio tiempo de queandan libremente, de que esas trabas no les mo­lestan, y hasta de que son útiles.

Antes, millones de hombres nacían esclavos yno tenían en el corazón más que una pasi6n única:el odio á la servidumbl.'e, el amor á la libertad; sóloaspiraban á libertarse; y joh qué irrisión!, en estesiglo todos los hombres nacen libres y parece queno tienen más que una pasión en el pecho, el amorá la esclavituri; tan grande es el ardor con que seprocuran amos. No les basta con ser apaleados;suministran las varas, se despojan del derecho ypierden el valor de sublevarse. (1)

(1) No exagero nada este resultado práctico de la sobera­nia teórica del pueblo. Ejemplo: de algunos años acá y, sobretodo, en estos últimos tiempos, hanse proQucido escándalosvergonzosos. Hace veinte arlOs, diez acaso, París y las gran­des capitales de provincia se hubieran sublevado. El descon­tento se hubiera traducido en motines y probablemente enun movimiento insurreccional formidable.

En 1893, la prensa ha podido remover el lodo durantemeses, en el que se revolcabul1 ministros, senadores y dipu~tados; se han verlido torrentes de tinta, pero ni una gota desangre; los habladores de la política han discurridl á sumanera; el pueblo no ha. hecho hablar á la pólvora. Todo seha reducido á una batalla electoral, cuyo resultado ha sidola rehabilitación de los personajes comprometidos y el des­pojo de los denunciadores de miÍs viso.

OLroejemp o: La Petite Republique Franeaise, órgano ofi­cial del socialismo sin adjetivo, afirma que el número deso~cialistas en Francia, á la fecha del 20 de Agosto de 1893, seelevaba á cerca de 700,000 Esta suma me parece exagerada,

pero la acepto como exacta. Pero, como á los socialist.as seles reconoce por esLas dos características: l."El odio á lo quellaman el régimen burgués; 2.° la sencillez de su progr'amaeconómico, que descansa todo entero, por una parte en laexpropiación política y económica de la clase poseedora, y

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La insurrección proclamada en otros tiemposcomo el más imprescindible de los derechos y elmás santo de los deberes, es considérada como uncrimen, menos acaso por las personas cuyo poderrompe~ía, que por los esclavos que conseguiríaemanClpar.

Las asambleas hacen política, y la política esla ingerencia del Estado en las manifestaciones to­das de la. vida social, en todas las relaciones de losindividuos y de las colectividades que forman lanación.

«Hoy, escribe E. de Laveleye, el individuoestá perdido en el seno de la nación, idea abstrac­ta Que entre la mayor parte de nosotros no se rea­liza más que bajo la del recaudador que reclama elimpuesto yla recluta que impone el servicio mili­tar.» Léese en Les Paroles de un Revolté, de Pe­dro Kropotkine: <IElgobierno representativo, re­cibido con grandes esperanzas, se ha convertidoen todas partes en un simple instrumento de in-

por otra en la socialización de los instrumentos de produc­ción.Pero como son setecicntos mil, según ellos, vllelvo árepetir que no sé si se exagera,-si tomo esa suma que ellosnos dan con orgullo, y si me pregunto por qué siendo tannumerosos v-una de sus bravatas sin duda-esLando tanpoderosamente oagani:mdos,-no se levantan contra una or·ganización social incompatible con sus ideales; si me pregun­to por qué esos cientos de miles de siervos y de explotadosno son capaces delas cóleras magníficas de sus ascendientesde 1831, 1848 Y 1871, no encuentro á tal pregunta ~ás queesta respuesta: el ardor de esos asalariados en elegir repre­sentantes, les hace perder de vista la necesidad de desemba­razarse de sus amos; y loa que dirigen con la complicidadde los jefes socialistas, han encontrado en el sufragio uni­versal el medio de ahogar el espíritu revolucionario y ase­gurar su absolutismo.

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t:·jgas, de enriquecimiento personal ó de traba ála lllíciativa popular y al desarrollo ulterior.

«Ya no son los curas y los nobles, sino UIlOS

cuantos abogados politicastros los que predominan¡en cuyo favor trabajan, con ó sin compensación,las gentes honradas y las malas gentes.» Esto,lice Lombroso. Y Spencer se expresa en estos tér­minos: «La gran superstici6n de la política deotros tiempo!! era el derecho di vino de los reyes ...La gran superstición de la política de hoyes el i

derecho divino de los parlamentos.»Creo además que la autoridad de las asambleas\

es tanto más absoluta cuanto que, si en nuestros tdías se encuentran muy pocas personas que quie­ran ser gobernadas, expresando claramente suopinión sobre este punto, no deja de ocurrir quetodo el mundo se deja dominar, porque cada cual"'epersuade de que con su papeleta electoral se,:)biema á sí mismo y por ende no obedece á na-ie, pues que se obedece á sí mismo.

** *

Tal poder absoluto no ofrece peligro alguno(ura los que ejercen. En tanto que en las Cama­í'ag las asambleas s610 tienen existencia efímera,la de una legislatura, y los ministerios una vidamás corta aÚn, si se compara la rapidez con que,,;e,suceden ministerios y parlamentos con la lenti­tud que lleva consigo ell'eglamento, con las difi­eultades con que tropieza el menor proyecto de leylUtes de llegar á puerto, con las peregrinaciones

"1 ue tiene que realizar toda proposición de una 00-

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misión á otra, desde la primera á la segunda lec­tura, d~l palacio Borbón al Luxemburgo, no sor­prende ver que los ministros habían puesto undía á la nación bajo el yugo de una lE'Ycualquie­ra, desaparecen en el momento en que aquellaley-que sigue-comienza á provocar el descon-·tento.

y después, ¿sobre quién ha de recaer la res.,.ponsabilidad efectiva'? ¿Sobre los ministros'? Res­ponderán que no son más que los servidores detParlamento. ¿Sobre una de las dosasamblas'? Estaechará la culpa á la otra. ¿Sobre la minoría'? Obje­tará que es impotente. ¿Sobre la mayoría'? Diráque obedece al país. Más fácil creo que sería en­contrar un alfiler en un campo, que en el Parla­mento una responsabilidad personal. Además,todo lo que tenía de llano y atento cuando erasencillamente candidato, tiene el elegido de inso­lente, y con sorprendente desahogo se desentiendede toda responsabilidad y hasta de toda explica-­ción de su conducta.

Espero que ninguno de mis lectores me acnsa­rá de afeoto á los régimenes pa,aados; pero á falta,de una responsabilidad que se pierde en el océano

parlamentario hasta el punto de que no podría ha­llarse una sola gota de ella, es lícito preguntar si,desde el punto de vista puramente particular, noes preferible una monarquía 6 un imperio autocrá-­tico. Entonces hayal menos un responsable, el reyó el emperador. Este es un hombre: tiene un cere­bro, un corazón, un pecho; puede eaclarecerse 811

cerebro, puede hallarse el camino de su corazón, y'Silos argumentos no le convencen, si las-lágrimas-

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3' las súplicas no le conmueven, si la raz6n y elsentirniente nada logran en él, pueden intervenirel temor y la amenaza. La raza de los Ravaillac,de los Orsini, de los Nobiling no está muerta. Unpuñal atraviesa el pocho de un príncipe, una balad.e revólver agujerea el corazón de un rey, unabomba hace volar con estrépito el craneo de unemperador.

¡Id a buscar en una multitud de irresponsables,un peeho, un cerebro, un corazón! ¡M á despertar500 eonciencias dormidas, á conmover 500 cora­zones de mármol!

A8í es que las asambleas se han distinguidosiempre por la ferocidad de las represiones á. quehan presidido. El verdugo Cavaignac y el asesinoGallife.t fueron altamente ensalzados por las asam·bleas republicanas, y nunca hubo represión mássangrienta que la que en 1871 convirtió á Paríseu matadero gigantesco .

•• *

IY si ese poder absoluto é irresponsable fueseal menos eompetellte! Pero la incompetencia nodoja de ser, lo mismo que en el absolutismo lairl'm~ponsabilidad, uno de los caracteres esencialesdell'égiml>n parlamentario.

Sabido es que la mayor parte de nuestros .ho~norables no hacen gran competencia á las águilas,,Y entre ollos so oucuentran algunos cuyo plumajeproduce ef(~cto á cierta distancia, pero que casi

4iempre son grajos eon plumas de payo real.No pllede asegurarse que en la asamblea de

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legisladores nonaya algún hombre de saber y va­ler: neg'arlo sería exagelar; pero hay .que conveniren que son muy pocos; y respecto á ellos no estoymuy distante en pensar, como Montesquieu, que<das cabezas de los hombres más grandes se achi­can cuando se reunen, y allí donde hay más cuer­dos, es también donde hay menos cordura.»

¿El mismo cuerpo electoral, qué competenciatiene'? ¿Puede guiarse y pensar lo que debe haceren medio de los programas que le solicitan'? ¿Puedeponerse al corriente de las mil cuesti1mes, unassencinas, la mayor parte muy complejas, que lesometen'? ¿,Qué medios tiene de hacer una elecciónjuiciosa'? (1)

¿Creéis, por lo demás, que un hombre de ver­daderavalía consienta en descender al papel decandidato, de mendigo de votos'? Los hay, y nod-ejade ser asombroso que consientan en remar ensemejante galera. Puede apostarse noventa. y nue··ve contra ciento, que á estos últimos les dejaránentregados á sus estudios, y que el sufragio uni­versal preferirá á ellos un médico sin clientela, unabogado sin pleitos, un periodista sin talento, un«niño de su papá» sin sesos, má.s claro, una deesas medianías que van á engrosar la turba delParlamento.

En un libro recientemente publicado (2) Juan

(1) He aquí la opinión de Mr. Manjan en Germinal:.Está visto y juzgado 10 que da de sí ese famoso escrutiniode las circunscripciones. Es el triunfo de Tartempion; Tar­tempion, hombre de Estado, sobrino degenerado de JoséPrudhomme, coleccionador de papelitos grasientos; Tartem-·

, l)ión, que remueve el lado en vez de remover ideas.(2) La Societé mourante et l' .Anarckie, p. l:l2 Y 83.

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Grove explica muy bien el por qué del triunfo de'la mesocracia: «Todo ingenio original que sólo seocupa de la realización de su ideal, no tiene másremedio que ofender á todos los que-y son muynumerosos-siguen las leyes de la santa rutina;todos gritarán ¡fuera el imbécil! Quien busca laverdad y quiere hacerla prevalecer, no tiene tiem­po de descender á mezquinas intrigas de bastido­res. Será derrotado seguramente en la lid electo­

ral por el que, no teniendo ninguna idea original,aceptando las admitidas por la mayoría, le costarámenos trabajo ocultar las uñas que no tiene, demodo que no arañe á nadie. Para contentar á todoel mundo hay que desembarazar la línea media delas ideas adoptadas de todas las nuevas y origina­les, y aquella por lo tanto se encontrará vacía ymediocre. Esto es todo el sufragio: una sonora

piel de asno, qU6 no lanza sonidos más que bajolos golpes de los que quieren hacerle hablar.»«La.Cámara, dice Spencer, es siempre inferior

al término medio del país, no s610 como concienciasino como inteligencia también. Un país inteligen­te se empequeñece en su representación. Si hubie­ra hecho voto de estar representado por bobos, ,nooligiría con más acierto.

G, de Greef se expresa no menos categórica~. mente: (1) «La política es con mucha frecuencia,, el refugIO de todas las nulidades.» Y además: (2)

«Casi todos los hombres políticos son empíricos;

no conooen de las COSBS más que las aparienciasluperfioiales, no tienen otra ciencia que la de 80S•.•l. ------- ... --

•':¡ fil) In{,.odtletion Á la Sociologu, t. 1, p. 39."1\ f.l) U~a,p. 217.,,:

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tenerse en equilibrio sobre la superficie resbaladi­za y móvil de los fenómenos sociales superiores,porque imaginan dirigir los destinos de sus seme­jantes, que, á su vez, se figuran do buena fe quereciben su impulso.»

Lo que en parte puede consolarnos de la me­dianía intelectual de nuestras asambleas, es elpensar que, aunque estuviesen íntegramente com­puestas de lo que el saber, la experiencia, el ta­lento, el genio mismo pueden producir de mejor,no sería menor la incompetencia parlamentaria.

y he aquí por qué: el legislador es omnipoten­te; preciso eSl pues, que sea omnisciente: no debedesconocer ninguna cuestión. Debiendo pronun­ciarse, una á una, sobre todas las que son basede las discusiones parlamentarias, forzoso es, si noquiere votar á ciegas, si tiene empeño en obrarcon pleno conocimiento del asunto, que sea mari­no, guerrero, hacendista, diplomático, economista,ingeniero, matemático, higienista, jurisconsulto,etcétera, etc. Pero como ningún cerebro humanoe:;;enciclopédico, sucederá quo de diez veces, lasnueve el legislador se decidirá sin saber por quéy se engañará por lo tanto.

En un folletito muy bien hecho, dice Kropot­kinp: «¿No es absurdo tomar del seno de la pobla­ción un número determinado de hombres y con­flarles el cuidado de todos los negocios públicos,diciéndoles: Ocupáos en esto; descargamossobrf)vosotros la faena; á vosotros toca hacer la leysobre todos los asuntos?»

** ,*

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Hasta suponiendo que el Parlamento lo com­pusieran las eminencias intelectuales y las cues­tiones se clasificaran de modo que caaa uno pudie­1'8. llegar á estudiadas y á. resol verIas competen te­mente, no le iría mejor al gobierno representativo,porque el cuarto carácter distintivo de los Parla­mentos, es la impotencia,

Confieso que esto no me disgusta, pues sabien­do que las a~lambleas tienen el único papel de le­gislar, y convencido de que ley alguna puede serJusta y fcvorable para la felicIdad universal, debofiacar en consecuencia que de los Parlamentos nopuede venir nada de bueno y que, por consiguien­te, es preferible que no puedan hacer nada. Poresta razón, confieso que me gustan más los dipu­:tados de veraneo que en la Cámara. Sé, por 10menos, que en el primer caso no añadirán nada áia obra nefasta de la legislación.

Pero no se trata de mis conveniencias particu­lares; poco importa que yo me regocije ó me en­tristezca. Lo que hay que estudiar es esto. Oid estahistoria digna de un fabulista:

.Jugueteando un día en un bosque cercano á sualdea, dos niños, vieron uno de esos anímalitos depelo rojo perteneciente á la familia de los roedo­res que se llama una ardilla. Recorría un árbol co­losal con uua agilidad, una gracia y una seguri­dad maravillosas. Admirados, al principio, nues­

tro'! jóvenes espectadores, pensaron en la alegríaque les causaI'Ía la captura de un acróbata tan se­ductor, y buscaron el medio de atraparlo. Consi­g'uiéronlo, al fin, no sin muchas dificultades y nosin que los dientes del pequeño cuadrúpedo dejar.·

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ran de introducirse muchas veces en sus rosadas,carnes. Mas es el caso que, prisionero ya, dej6 elanimal de entregarse á los brincos que tanto ha­bían asombrado á sus carceleros; no más voltere­tas, no más saltos peligrosos. Sin embargo, esta­ba sano y salvo; ningún miembro tenía lesionado;hasta estaba poseído todavía de esa necesidad demoverse que caracteriza á sus iguales; pero ¡ay!le faltaban su bosque y su árbol, y con todo suardor sólo lograba patear en un sitio, imprimiendoá su jaula circular un movimiento de rotación.

Furiosos y descorazonados, los niños creyeronque el cuadrúpedo se burlaba de ellos; regresaronal bosque, devolvieron la libertad al prisionero,.que la aprovechó, sin más tardar, para ejecutar'una serie de esfuerzos de agilidad asombrosos.

¿No había duda, verdad? El animal se había,burlado de ellos. Con otro serían más dichosos. Lamisma. historia se repiti6 diez, veinte veces, hastaque los niños comprendieron que la arclilla cautivano podía satisfacer las esperanzas que habían ins­pirado; que su ligereza y agilidad no podían ejer­citar,se más que en el medio conveniente: el bosque.

Pues bien; he aquí en tres palabras la moralde la fábula: los niños son los electores; la ardillaes el candidato; el bosque es el medio popular; lajaula es el palacio del Parlamento. Volteando por·el bosque de los abusos, el candidato, bajo la mi­rada atónita de los crédulos y los ignorantes, saltade una á otra reforma, pasa de un mal á un biencon una gracia, una ligereza y agilidad increíbles.

¡Oh si pudiéramos, dice el pueblo, hacer de élnuestro diputado!

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y lo logra; más he aquí que el diputado no so'encuentra á sus anchas en la morada -nueva; tro-­pieza con_dificultades imprevistas, con impedimen­tos de toda especie. Pierden poco á poco sus miem­bros su antigua elasticidad, sus músculos el vigor.Allí está él también condenado al abatimiento,pateando sobre su puesto.

El niño pueblo se enfada: «¡Se burla de nos­otros!» Cansado de aquel candidato ardilla vuelveá la selva-va siempre cada cuatro años-y hacenueva elección.

Desde hará pronto medio siglo, se renueva sincesar esta comedia lamentable; el dos, el diez, elveintiún diputado, han defraudado las esperanzas­del pueblo lo mismo que el primero. Y no puedeser de otro modo.

Ese niño grande, el sufragio universal, comien­za á pensar si es víctima de una gran mistifica­ción. ¿Cuándo llegará á comprender que la faltaestá en el medio parlamentario, verdadera jaulaque rompe brazos y piernas á los que vuelan me­jor, á las más varoniles en~rgías? ¿,Cuándo com­prenderá claramente que Asamblea legislativa essinónimo de impotencia, de esterilidad?

Para adquirir de una vez para siempre esa con­vicción, basta seguir, como e~pectador desintere­sado, eso que enfáticamente se llama l\)s «trabajosparla:nentarios»; convencerse de la insignificanciade las discusiones desde la tribuna, enfrente á lasopiniones expuestas de antemano en el seno de losgrupos, tomando partido por ó en contra el minis­terio; basta estar un poco al tanto de lo que lamisma gente del oficio llama bizantinismo de las

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asambleas ó chinerías legislativas; es suficiente,en fin, saber que los polítiCos hallan siempre ra­zones excelentes para no hacer nada; los de la mi­noría lamentándose de la obstrucción sistt:imática<dela mayoría, y los de la mayoría echando sobrela minoría todas las faltas. "

Sin ironía afirmo que esas razones son e'1/celen­tes porque son profundamente justas, lo que vuel­ve á decir· que el sistema mismo no vale nada;pues que, como en todo parlamento hay forzosa­,mente una minoría y dos partidos en lucha, el delgobierno y el de la oposición, la impotencia queresulta es inherente al funcionamiento del régimenparlamentario.

***

En fin, á todos esos vicios inseparables de lal'epreseutacÍón nacional, viene á juntarse la 00­l'l'upción, especie de coronamiento del edificio.

Sobre este punto la opinión está hecha en elmundo entero. En accesos de franqueza, los mis­mos legisladores han dicho que la corrupción reinacomo soberana en las asambleas electivas. Los mi­nisterios, los salones de sesiones y los pasillos tie­nen oídos; por desgracia, según se dice, les faltala lengua, y es lástima, porque podrían contarnos'muchísimo, de chanchull{¡s, combinaciones y ca­bildeos en que zozobra la conciencia de los elegi­dos.

He dicho, á prop6sito de la incompetencia delos parlamentos, que es muy difícil encontrar enlas asambleas por elección hombres de verdadeTavalía; afirmo que se ltls puede recorrer en todos

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~entidos sin hallar en ellas una probidad real. Unhombre resuelto á conservarse verdaderamentedigno y puro, no tendría más que un medio deresistir al contllgio: la fuga.

Ahí están quinientos ó seiscientos hombres áquienes se trasfieren todos los asuntos del Estado.Disponen de un presupuesto de cerca de cuatromil millones; las causas más pequeñas comparecená su presencia. Su papel es el de inmiscuirse entodas las cuestiones que interesan á cuarenta mi­llones de individuos. Tienen en su mano un poderabsoluto; son los dispensadores de todas las pre­bendas, de los favores todos; peticiones, reclama­ciones, demandas no tienen pr9habilidad de sertomadas en consideración si no llevan su firma;viven en una atmósfera de favoritismo y vanidad;están expuestos á todas las seducciones del poder.Bajo sus ojos las alianzas se pactan, se hacen los·tratos, circulan las ofertas y los requerimientos,f6rmanse grupos, surgen rivalidades, estall:m com­petencias, se urden complots; ¿y se comprende queun hombre puede impunemente exponerse á seme­jante contacto?

Igual sería admitir que se puede vivir en me­dio de los apestados sin adquirir el mal, que sepuede estar impregnado de femoly oler á patchoulí,sumergirse en el agua sin mojarse, y sin quemar-·se arrojarse al fuego.

***

M. Laisant, muy familiarizado con los mane­jos parlamentarios, ha hecho en su libro L' anar-

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.cMe bourgeoise un cuadro sorprendente de esa co­rrupción de las asambleas.

El periódico Les lJébats, nada sospechoso deideas subversivas, publicaba hace poco las siguien­tes líneas: «Muchos diputados no viven de su in­demnizaci6n parlamentaril:l ni de sus rentas, ni delproducto de ninguna profesión clasificada. peroexplotan su influencia como se explota un negocio.de comercio.»

En Le Matin, M. Julio Simón, que ha pasado<entrelos elegidos gran parte de su vida, escribetextualmente respecto á los diputados: ((Todosesos~bonados de la taberna arrastran coche, mandanconstruir hoteles y son ministros. Los empleos queles pr()ducen, son los que no toman para sí. Este.:no hace gestiones, sino por dinero contante; aquél,cuando ha colocado á su favorito, tiene una partedél sueldo del destino.»

En fin, más recientemente aún, en Julio de1893, Le Journal publicó con la firma del poetaacadémico Francisco Ooppée un valiente artículodel que extraigo esta perla: «No digo que no hayaen la cámara algunos hombres francos y desinte­resados. Para contarlos por los dedos no tendréissiquiera necesidad de abrir las dos manos. (1)

(1) Al día siguiente de su derrota electoral, M. Paul de,Cassagnac, escribía en l' A~ltOTité hablando del fracaso: «Estome ha producido el efecto de sacarme un diente que me do­liera. A la extracción, dolorosa al príncipio, ha seguido unbienestar inmenso. Se siente uno mejor al no estar en esacaverna con una i7.quierda d'c bandidos y una derecha en qlielos valientcs son muy raros. ,

No veo eon cláridadiqué política útil habría podido hacer,{~olocado,C0l110 durante la últimalegislatura, entre una de­.fecha que no quiere marchar y una izquierda que marcha

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Coppéa tiene razón; no hay en la Cámara diezhombres con franqueza y desinterés: unos quierendinero, otros el poder,-casi todos lo uno y lo otro-y todos entran en combinaciones más ó menosobscuras y siguen un camino más 6 menos tortuosopara alcanzar lo que desean. Algunos saben darseun aire que engaña y logran mucho tiempo pasarpor modelos de rectitud y lealtad, hasta que el me­Jor día se sabe que los más puros, ó que pasan portales, no están limpios de mancha.

Sa necesita el cañonazo de un Panamá, paraprovocar de cuando en cuando un escándalo gordoy levantar la opini6n públicaj más la opiniónpública se indignaría si se la pusiera al co­rriente de las infamias de menos importancia quesalpican á toda Rora á personajes de segundafila.

No se da un destino, no se adjudica nada, nose hace una contrata, no se forma un grupo, no seconstituye un ministerio, no se funda un peri6di­co político, no se decide una campaña, no se veri­fica una votación sin que por bajo intervenga al-

sobre vosotros. Y ad.emás ser colega de todos esos novatosmás 6 menos grotescos, más ó menos extravagantes, entre losque se alza la cabeza rutinante del bandido Wilson, no tienenada de halagueño. Hay más honra en contarse entre losque están fuera, que enfre los que están dentro.»

Sin duda, á pesar del cuidado que se toma en parecerconsolad~) de su derrota, M. de Cassagnac exhala su malhumor y ya veréis cómo aprovecha la primera ocasión devolver á ser colega de todos esos biJ,ndidos; mas no por estodeja de ser interesante el recoger estas cuantas líneas muysignificativas, y con poco trabajo podríase adquirir así unacolección tan completa como variada de tesUmonios impor­tantes, la que 'se podría llamar: Nuestros hombres de Estadopintados por si mismos.

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glÍn comercio infame, sin que alguna conciencia}p.,¡<amentariacapitule.

«Esa podredumbre de asamblea»-la palabraes casi clásies.-no es peculíar de un país; el malroe á todas las naciones; no es especial de una for~ma de gobierno; á ninguna perdona. Así puedeDotarse el gran papel que, por lo menos, en pro­gramas y profesIOnes de fe, ha hecho la honradezun las últimas elecciones legislativas. ,

Antiguamente no se hablaba de ella; despuésno preocupaba á nadie; hoy parece que sea la pri­mera, la única cualida.d que hay que exigir al can*didato.

El hecho es característico y merece una men­ción particular.

Estos cinco factores: absolutismo, irresponsa­bilidad, incompetencia, esterilidad, corrupci(,n,constituyendo el medio parlamentario, ninguno delos que viven en él se sustrae á S11 influencia. EnJo que toca á cada elegido, tan pronto es unocomo otro de esos cinco factores el que lo arrastra.Este es más autoritario, aquél más incompetente ymás corrompido el otro; pero la suma da el mismoresultado: un ser ambicioso, dominante, presumi­do, mediocre, venal.

•• •

Así me explico que uno se pregunte, con elbrillante puhlicista Octavio Mirbeau, cómo haytodavía gente que vote y tome en serio la sobera­nía del pueblo.

«Una cosa me asombra prodigiosamente, escri~

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\'0 Mirbeau en Le Fígaro de 28 de Noviembre de1888, que en el momento científico en que escribo,después de las experiencias innumerables, despuésde los escándalos diarios, pueda existir en nuestraquerida Francia (como ellos dicen en la comisi6nde presupuestos) un solo elector, ese animal irra­cional, inorgánico, alucinado, que consienta enabandonar sus quehaceres, sus sueños 6 goces,para votar á cualquiera ó cualquier cosa. Cuandoso reflexiona un solo instante sobre este fenómenol'lorpr(Jnd(mto¿no hay para transtornar á los fi16so­fos mÚH sutiles y confundir la razól¡'{¿Dónde estánolllalzac que nos dé la fisiología del elector moder­no, y el Chatcot que nos explique la anatomía ylas condiciones mentales de ese demente incura·­ble'?Los aguardamos.

»Comprendo que un petardista encuentre siem­pre accionistas, la censura defensores, la ópera có-·mica dilletantis, El Constitucional suscriptores,M. Carnot pintores que celebren su entrada triun­fal eu una ciudad del Languedoc; comprendo áM. Chantavoine obstinándose en buscar consonan­1,IlH; lo comprendo todo. Pero que un diputado, unl.Mlador, un presidente de la República, ó quienc¡ ni(wa que sea entre los farsantes que reclamanUIla funciÓn electiva cualquiera, encuentre un elec­tor, el ser no soñado, el mártir inconcebible que osIllimente con su pan, os enriquezca con su dinero,••in más perspectiva que la de recibir, á cambio deHUl'l prodigalidades, pescozones en la -nuca 6 punta­pi(Ssen el trasero, cuando no un tiro en el pecho.fUl v()rdad que eso sobrepuja las nociones ya bas­tante pesimistas que me había formado hasta ahora

~MOU 6

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de la necedad h amana en general, y de la france­sa en particular; nuestra querida é inmortal nece­dad, ¡oh cf¿auvin!

.Entiéndase bien que aquí hablo del electorprevenido, teórico, del que se imagina, ¡pobrediablo!, realizar un acto de ciudadano libre, esta­blecer su soberanía, expresar sus opiniones, impo­n~r-ioh locura admirable y turbadora!-los pro­gramas políticos, las reivindicaciones sociales; yen modo alguno del elector «que la conoce» y queReburla de ella, del que no ve en los resultadosde «su omnipotencia» más que una francachelacon salchicha monárquica ó con vino republicano.La soberanía de éste consiste en emborracharse áeosta del sufragio universal, y está en lo cierto,porque es lo único que le importa y no se cuida demás. Sabe lo que hace; ¿pero y los otros?

»¡Ah! Si, los otros, los austeros, el pueblo so­berano, los que sienten que la embriaguez lesasalta cuando se contemplan y se dicen: ((¡Soyelector! Nada se hace sin mí. Soy la base de la so­ciedad moderna. Por mi voluntad hace Floquet lasleyes á que están sujetos treinta y seis millonesde hombres, y Baudry d'Asson lo mismo, y Pie­rre Alype igualmente.» ¿Cómo hay todavía genteasí? ¿Cómo por tercos, por vanidosos, por parodó­gicos que sean, no están hace tiempo desenga­ñados y avergonzados de su obra'? ¿Cómo puedesuceder que se encuentre en ninguna parte, ni aunen el fondo de la Gran Bretaña, ni en las cavernasinaccesibles de los Cévennes y de los Pirineos unpobre hombre tan estúpido, bastante insensato,bastante ciego ante lo que salta á la vista, ba8tan-

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te sordo á lo que se dice, para votar esto, aquello,lo otro, sin que nadie le obligue áello, sin que sele paguE<6 se le satisfaga'?

¿A qué sentimiento extraño, á qué misteriosasugestión puede obedecer ese bípedo pensante, do·tado de voluntad según pretende y que va orgu­lloso con su derecho seguro de que cumple un de·ber, á depositar en una urna electoral cualquierauna papeleta, sea cualquiera también el nombreen ella escrito'? ¿Qué puede decirse asimismo quejustifique ó explique siquiera ese acto extravagan­te'? ¿Qué es lo que espera'? Porque, en fin, paraconsentir en imponerse amos ominosos que loabrumen y se lo coman, preciso es que se diga queespera algo extraordinario que no sospechamosnosotros. Es necesario que, por extravíos cerebra­les poderosos, las ideas del diputado concuerdenen él con las ideas de ciencia, de justicia, de abne­gación, de trabajo y de probidad; es preciso queen los solos nombres de Barba y de Baihaut, nomenos que en los de Rouvier y de Wilson, descu­hra una magia especial, y que vea á través de un~nube fiorecer y abrirse en Vergoin y en Hubbardlas promesas de felicidad futura é inmediato alivio.y esto es lo que verdaderamente espanta. Nada lep.irvede lección, ni las comedias más burlescas,ni las horribles tragedias.

Vése, sin embargo, en los largos siglos que elmundo dura y que las sociedades se desenvuelven

y suceden semejantes las unas á las otras, unhecho único que domina todas las historias: la pro­teoción á los grandes, el abatimiento"á los peque-­dos. No puede llegar á comprender el elector que

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hay más que una razón de s~r histórica: la de pa-­gar un montón de cosas que no aisfrutará jamás yla de morir por combinaciones políticas que no leimportan.

Il¿Qué más le da que sea Pedro ó Juan el quele pida el dinero y tome su vida, pues que estáobligado á despojarse del uno y á dar la otra'?¡Pues no! Entre sus ladrones y sus verdugos, tie­ne preferencias y vota por los más rap'tces y losmás feroces. Votó ayer, votará mañana y votarásiempre. Los carneros van al matadero y nada di­cen, y nada esperan, pero, al menos, no votan porel carnicero que los ha de matar ni por el burguésque ha de comérselos. Más bestia que las bestias,más borrego que los borregos, el elector nombrasu carnicero y elige su burgués. Ha hecho revo-·luciones para conquistar este derecho.»

•••••Así hay mucha gente que hace millares de

oosas-y á veces de la mayor importancia-única­

mente porque están consagradas por el uso, porquese hacen en torno suyo, porque le impulsan á ello,por el contagio del ejemplo, sin razonamiento, sinreflexión.

Tengo un amigo que se ha casado por la leycuatro veces. Sus cuatro esposas lo han hecho des­graciado y ellas no han sido más felices. La muertelo ha librado de dos y de las otras dos el divorcio.Durante-veinte oños, y gracias á la vida conyugal,su existencia sólo ha sido una serie de decepciones,disputas, contrariedades y desesperaciones. Tienecuarenta y cinco años, buena posición y salud vi-

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gorosa. ¿Se creería que los cuatro ensayos le hanenseñado á desconfiar del matrimonio y convenci­do de. que no sirve para vivir en familia? Pues nadade eso. No s610deja de reconocer que la vida encomún reclama, por lo menos, concesiones recípro­cas y que en ella hay por lo común más sacrificios~ue satisfacciones, sino que está persuadido de quela felicidad no se halla más que en el matrimonio,

y que sin esposa no podría ser dichoso. Ahorabusca la quinta. Está atacado de matrimonia1'ia.Seguro estoy de que las lecciones nuevas no ha­rán que se enmiende y de que morirá impeni­tente.

Tal es, sin duda, el «estado de alma» de losinfelices atacados de lo que M. Agathon de Potter,un socialista nacional de gran valía, llama el mor­bus dernocráticus, y á lo que yo llamaré, para quese me comprenda mejor, la escrutinivrnanía. Diezveces han tenido mala mano, diez veces han sidodescaradamente eng:nlados, y corren la once enbusca de ese ser fantástico é imposible: un buenrepresentante, mientras el cuerpo electoral se lan­za á la conquista de esa tierra que no se puededescubrir: un buen gobierno.

Sin embargo, la escrutiniornanía comienza ádisminuir. Como todas las religiones, esa se va. Elfervor deja poco á poco el puesto á la indiferencia;pronto á ésta sucederá la hostilidad.

Se ha querido, bajo la forma de una leyLetellier (1) restablecer la inquisición en favor del

(1) M. Letellier, exdiputado de la Argelia, depositó re­dcntemente un proyecto de la ley que tendía á hacer obliga­todo el voto. y á castigar al que no vota.

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ídolo, No se conseguirá atraer á lil8 templos lamultitud indiferente y excéptica. (1) Tal l.royecto,y el favor con que ha sido acogido por cierta so­ciedad, prueban claramente que se deserta de lasurnas.

Sólo una cosa podría atraer nuevamente á ellalas masas desengañadas; la de establecer, conhechos, su inutilidad. Pero la cuadratura no se hademostrado, y queda por descubrir el movimientoCQntinuo. Pues la solución de ambos problemas el?)tan fácil como probar la excelencia del sistemarepresentativo.

(1) La proporción de las abstenciones aumenta sin cesar ..Eh 1885, era de 22,49 por ciento; en ]889, de 10.643.212 elec­tores inscritos, 7.383.286 electores votaron. El número de losque se abstuvieron se eleva, pues, á 3,259.926, lo que da unáproporción de 31 PO{' 100. En 1889no hubo más que 2.438.47'7de abstenciones. El aumento fué de 821.44.9en cuatro años, 6­

sea más de dosciealos mil por año.Pormenor digno de observarse: este promedio de 31 por

100 de abstenciones ha sido soprepujado en cuantos departa­mentos contienen grandes aglomeraciones y pasan por másavanzados: en el Ródano, llegó á 42 por 100; en el Loira., á45 por 100, y en las Hocas de Ródano, a 46 por 100.

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IV

La fuerza

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Necesidad de la fuerza para reprimir ia insurrecci6n. Dosclases de insurrecciÓn: la individual y la colectiva. Con­tra la primera: magistratura, policía, gendarmería, siste­ma penitenciario. Fisiología del magistrado. El derechode juzgar y de condenar. COl}trala segunda: los ejércitospermanentes para velar por la integridad de las fronteras,Superioridad en este punto de la nación armada. Cómo seeducan las generaciones jóvenes en la religión de la pa­tria y el odio al extranjero. Disciplina embrutecedora.Verdadero papel del soldado. Impotencia de los ejércitospermanlmtes para la sal vaguardia de la integridad de lasfronteras. Sllperioridad en eote punto de la nación arma­da. Cómo se edllca á las nuevas generaciones en la reli­gión de la patria y el odio al extrallj era. Los horrores dela guerra. El coste de la gloria. La política no es más queuna serie de mentiras é hipocresías.

Quien dic~ ley, dice delincuente. Quien dicedelincuente, dice polizonte 6 gendarme, magistra­do que condena, carcelero que encierra ó verdugoque ejecuGa. Et conjunto entero noforma más queuno.

Admitir la ley sin admitir gendarmería, policíay administración de justicia, sería sencillamenteuna locura. El legislador llama imperativamentela represión, pues la ley tiene un carácter de obli­g-ación social que no podría existir sin una san- .ción correspondiente; y, como dice Voltaire, «un

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poder que no está fundado sobre la fuerza, no esnada por sí mismo». Por eso nunca se representaá la ley sin la espada simbólica pronta áherir ácualquiera que contra ella se levante.

La insurrección contra la ley ruede revestirdos formas: la forma individual y la forma colecti­va. La primera es constante, la segunda acci­dental.

Impulsado por la codicia, la envidia ó la ven­ganza, un hombre mata á otro. Bajo el aeceso decólera violenta causada por un abuso de poder,uha negativa de justicia ó el hambre, parte de lapoblación se subleva: el hecho es colectivo.

La policía y la gendarmería bastan general­mente para buscar y detener al individuo; perocuando la insurrección reviste cierto carácter,ahí está el ejército para sostener á gendarmes 6polizontes, que solos serían arrollados.

** '"

Este ensayo de filosofía libertaria no consienteun examen detenido del organismo judicial. Sabidoes con qué brutalidad obra la policía cuando agarrapor el cuello á un miserable ó á un trabajador;nadie ignora las atenciones, las deferencias quetiene con el comerciante sospechoso, el petardistade alta sociedad ó el político venal. La magistratu­ra sigue el ejemplo, y se muestra tan indulgentey cortés con los personajes importantes ó ricos queá veces le encomiendan, como gro~era é implacable-conlos pobres diablos, que llevan en bandadas á labarra. Hombres son, no obstante, los magistrados,

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los polizontes y los gendarmesj pero el oficio hace'al individuo, y es natural qne se inspiren en lastendencias de la ley los que están encargados dehacerla respetar.

El magistrado puede ser un excelente padre de.familia, un amigo seguro y delicado y hasta en lavida privada un hombre dulce y benévolo; en elmomento que se sienta en el sillón y entra en fun­ciones, está desconocido por completo. En su des­pacho el juez de instrucción tiende lazos al infor­tunado á quien interroga y al que, por cansancio,temor 6 promesa, arranca la confesión de nna faltaque el infeliz no ha cometido, ó se ni~ga á dar fe ásus negativas indignadas, y el instructor está ápunto de lanzar un grito de triunfo cuando cree ha­ber alcanzado presunciones de culpabilidad. Hom­bre, se regocijaría haciendo c·:mstar la inocencia;ID3gistrado, se siente feliz por lo contrario, y le de­solaría el que un presunto delincuente llegara ájus­tificarse. En el sitial, el único deseo del presidentees el de brillar á costa del acusado, de hacerle caer{"nlas emboscadas de un interrogatorio hábilmentedirigido, de prosegllÍr la obra tan bien comenzadapor su colega el juez instructor, y de entregadeabatido, mudo, sin energía para defenderse, alministerio público, que dará la última mano. Este

con solemnidad grotesca y voz que quiere parecerconmovida, con ayuda de los moldes viejos quedesde ... siempre se lucen en los pretorios, se en­carniza en la víctima abatida por las ansias de laprevención, turbada por el aparato judicial, y:miquilada por el interrogatorio y las declaracio­nes. Oada palabra pro~unciada por el acusador es

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. un iusulto, un ultraje, una exageraci6n, unamentira.

¡Qué suplicio tan horrible! El acusado se sien­te perdido, los oídos le zumban, apenas late su co­razón, sus ojos se enturbian y sus oídos no oyen.

y el ministerio público desnaturaliza sus me­nores palabras, falsea sus actos más pequeños. Elpatíbulo le espera y el verdugo lo ejecuta, peroese hombre que habla en nombre de la ley violada,de la humanidad escarIlecida, es quien le habráarrojado en manos del verdugo, precipitado bajola cuchilla de la guillotina.

¡La Humanidad, la Sociedad, la Ley! Los hom­bres graves hablan de ellas mucho, pero sólo unacosa les preocupa: su carrera: una sola les apasio­na: el ascenso. Como el guerrero que camina so­bre la sangre y á quien embriaga la victoria­porque le asegura el primer puesto --hasta el pun­to de hacerle olvidar á los heridos que rugen dedelor, á los que gimen agonizantes y á los monto­nes de cadáveres que cubren el campo de batalla,el magistrado considera una absolución como unaderrota, una condena como un triunfo, y del nú­

moro de meses de prisi6n ó de años de presidio queha obtenido, de la cantidad de cabezas que hahecho rodar al cesto sangriento, es de lo que de­pende su porvenir.

¡Oh qué profesi6n tan cruel la de proveedor delas cárceles! Esos seres que ven culpables en to­das partes buscando criminales obstinadamente,quepasan la vida viendo en toda cabeza de acusa­do la de un amante que ofrecer á los labios san­guinolentos de la siniestra viuda, ¿esos seres tam.-

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bién son hombres? ¿Se preguntan, se han pregun­tado jamás de dónde les viene esa audacia deerigirse en jueces de los demás? Explícase que enotlOS tiempos, cuando la justicia terrenal no eramás que una copia de la justicia celeste, cuandoloa palacios de la justicia eran 13610 las antecáma­ras de la corte en que reinaba el juez supremo,pudiesen algunos hombres creerse seres aparte do­tados de gracias espirituales, colmados de favoresdivinos y pensando llevar en sí una parte de la in­falibilidad eterna. Pero en nuestra época de libreexamen y de crítica científica, cuando está bien yclaramente establecido que todos los hombres es­tamos formados del mismo barro y sujetos á lasmismas miserias, á las mismas faltas, ¿puede ima­ginarse que los mortales tengan la jactancia deasumir con la calma de la reflexión y la sangrefría del razonamiento, la misión terrible de distri­buir la justicia, la abrumadora responsabilidad deprivar á un ser de su libertad 6 de su uida?

¡Cómo! Cuando se trata de nosotros mismos ylas más de las veces no podemos discernir bajo quéimpulso obramos; y se nos escapa el COB:Cursodecircunstancias que nos ha decidido; y el lazo, difí­cil de coger, que ha unido al punto micial el sen-­timiento decisivo 6 la impresión final permanecedesconocido para nosotros; y una palabra, una mi­rada, un suspiro, una nonada, hubiera bastadopara que hiciésemos lo contrario de lo que hemoshecho, ¿hay hombl'es que friamente se atribuyenel papel de ver claro en nuestros organismos, cuan­do en ellos reina la obscuridad? ¡Cómo! Cada sertiene un sistema nervioso, una imaginación un

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pensamiento, un temperamento, sangre, músculossuyos, sólo suyos, ¿y otro se introducirá, comomalhechor en ese yo especialísimoj por medio dela llave falsa que lleva el nombre de justicia, ytres años, tres meses ó tres días después se com­prometerá á reconstituir esa personalidad que cam­bia eternamente, á hacer revivir el instante pasa­do, á crear de nuevo las circunstancias del todoidénticas y á aplicar en seguida á ese ser aut6no­mo una regla general, fija, absoluta'?

¡Justicierus, justicieros! Os atribuís un poderque nada justifica, una infalibilidad que nos haotorgado la naturaleza, una clarividencia que osniega vuestra condición de hombres, y que losprivilegios de estado no podrán concederos. ¿Sa­béis de qué incitaciones ha sido objeto ese hombre,de qué influencias juguete, qué impresiones ha re­cibido, qué ejemplos ha tenido á la vista, de quémúltiples circunstancias es fruto su indescifrablepersonalidad'? ¿Lo sabéis, podéis saberlo'? No.

La única cosa que os llama la atenci6n es elacto que ha cometido, el perjuicio material que hacausado al poseedor del objdo robado. Lo único{PUl podéis hacer es tener un Código, un libro re­da ~tadopor los que poseen y hecho para defender:::tu usurpaciones contra reivindicaciones de losctemos despojados, yaplicarle su contenido. Nonos habléis ya de probidad, de deber, de virtud,de jm1Jcia; no sois más que los intérpretes de unalegislación bipócrita, inmoral, y vuestras funcio­nes mel't',cen la misma consideración y respeto quemerecen el poder y la riqueza de que sois servido­le3 retrihuídos ..

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Vuestra justicia no es más que una tragedia.espantosa, Hacéis vuestros papeles con más ó me­nos arte. Tragedia forzada, lo reconozco, papelesobligatorios, lo confieso, y he aquí por qué, cual­quiera que sea el artista., el desenlace es el mismo.Dejo á otros el cuidado de silbar á los actores y depedir que se cambien; yo silbo la obra y digo áquien quiera oido: La ley implica un aparato re­presivo; todo gobierno necesita la ley; la repre­sión divide á la sociedad en dos categorías de per­ROnaq,las que prenden y las que son presas, lasque j 'lzg-;m .y las que son juzgadas, las que encar­celan y las qlW son encarceladas; cualesquiera quesean 1M que prenden, juzgan y encierran, así 86oligierauentre las más dulces, las má-s indulgen­tes y más jUEitas,continuarán sembrando á su al­¡'(~dedo:rlas lágrimas y la vergiienza, pues que suÚnica razón de ser es la de arrestar á la gente,condenada y vigilar á los presos. La depuraci6ntie la magistratura, la elección de los jueces por elpueblo mismo, h, reorganización de la policía, lasr(\comendaciones hechas á los gendarmes ó á losompleados de penales, todo será eompletam8nt~irllítil. Tribunales, priHiones y cuantos de eso vivenH(I han hechu para pegar y hacer sufrir. Por sua­vemente que se apoye el dedo en el gatillo delfusil, euando el tiro sale y va bien dirigido, labala mata.

La l'efH'Csión es el fusil, la leyes la bala, el(~()uden?does la víctirnu. Poco importa, por tantotquién sea el que oprime el gatillo.

***

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Pero en algunas épocas ocurre que la subleva­eión se hace colectiva. Cuando echa á la vía pú­blica millares de ciudadanos, cuando la c6lera rugeen los pechos, cuando el obrero deserta del taller

para iuvadir la calle, cuando el trabajador deja laherramienta para empuñar las armas, los prqfesio­nales de la represión son insuficientes. A esas olasairadas que se alzan con estrépito y baten las rocassobre las que se asientan los ministerios, prefectu­ras, alcaldías y palacios de los poderosos, hay queoponer' U.ndique más resistente.

Ese dique hállalo el Gobierno en los quinientosmil s01dados que recluta en nombre de la defensanacional.

Todos los años se arranca de sus campos, dó'Sus amores, de sus faenas, de sus hogares, á dos­cientos mil jóvenes; enciérraseles durante tres añosen traje de soldado; se les somete á una disciplinade hierro; condénaseles á una vida que envilece;se rompe en ellos los resortes todos de la iniciati­va; se les enseña á obedecer ciegamente á los quellevan galones, sin discutir sus órdenes nunca. Eldeber del soldado consiste en marchar cuando sele dice. marcl¿a, en pegar cuando se le dice pega,en matar cuando se le dice mata, sin inquietarsenunca por saber dónde va, á quién pega, á quiénmata.

El regimiento es el noviciado por excelenciade la obediencia pasiva, la escnela de la servidum­bre ciega.

El hombre tiene que ahogar allí las exhube­rancias de la juventud compasiva, las emocioMstodas de la vida sentimental; debe convertirse en

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una máquina de ametrallar ó dejarse ametrallar.¿Sería necesario obtener de esos quinientos milhombres tal grado de servidumbre, si sólo tu vie­ran que marchar sobre el enemigo extranjero ydefender la integridad de las fronteras?

Sabido es, por el contrario, que los mejoressoldados son aquellos que anima el aliento de lalibertad 6 la pasión patriótica.

Mas se necesita que sean reducidos á tal esta­do de inconsciencia para meter los cartuchos en susfusiles, las bombas en sus cañones, los días demotín, en que se les da la orden de disparar sobrela turba de sus conciudadanos; fuerza es que, me­diante el ejercicio de una pasividad gradual, se]Plgan incapaces de la menor tentativa de protes­ta, cuando los días de huelga se les ordene ap}as­tar con las herraduras de sus caballos el estómagohambriento de sus compañeros de taller ó de abrircon su sable el pecho de sus madres, de sus pa­dres, de sus hermanos 6 de sus hermanas, culpa­bles de advertir que se mueren de hambre. 6 qllerevientan de trabajo ..

Fuerza es que ya no se acuerden de que ayerestaban en la fábrica 6 en el campo, y que allívolverán mañana; preciso es que en su manía deobediencia ciega, no reconozcan más el seno quolos amamantó, elpadre que los mantuvo. Federicoel Grand.e tenía costumbre de decir: «Si mis sol·dados comienzan á pensar, ninguno permaneceráen las filas. ~

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El presupuesto crece de año en año. A los que!Sequejan de la marcha ascendente del impuesto,se les contesta: «La herida sangrienta de la patriano está cicatrizada todavía, los hijos de la genera­ción nueva han sido concebidos en el dolor de lainvasi6n, en el deshonor de la derrota. Cargas pe­sadas datan de aquel año terrible y también rudosdeberes. Es una de las esperanzas que debe conce­bir toda alma noble, la del desquite que no nosestá prohibido preparar. Para levantar nuestrasfortalezas desmanteladas, para proseguir la obra dereed ificaci6n nacional y reconquistar el puesto quela Francia debe ocupar en el mundo; para perfec­cionar nuestro material de guerra y ponemos alfrente de un armamento invencible, es para lo quedesde hace veinte años se impone nuestro país sa­crificios excesivos. ¿Debemos permanecer desar­mados enfrente de Europa formidable y deAlema­Dia que nos acecha'? Por el honor de la patria espor lo que los presupuestos de guerra alcanzan tanelevaoas sumas, 11

y he aquí que, turbando el recogimiento deuna naci6n que se consagra á reponer sus fuerzaspara recanquistar las provincias que le fllerr)llanebatadas, 1esuena el estampido de la fusilería.El formidable ruido resuena por los llanos y losmontes; los ojos se dirigen á las gargantas de losVosgos. ¿,Es que va á comenzar la lucha horrible,implacable'? ¿Es esa la señal? ¿Ese extertor se exha­la de pechos extranjeros? ¿Esa sangre se escapa dela carne rasgada del alemán~

...iEsa sangre roja y generosa es la de los pro­4-arios franceses, muertos por otros proletarios

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franceses convertidos en soldados; ese extertor saledel pecho de una muchacha de 17 años, MaríaBlondeau, francesa también, que llevaba en su dé­bil mano un arma terrible, una rama de muérda­go, y que, ignorante del peligro que corría, haservido de blanco á la primera bala del fusil Lebal!

¿Será para eso, para responder con la metrallaá reivindicaciones populares; será para oponer loshijos á los padres, los hermanos á los hermanos;oerá, pues, para armar una parte de la nación con­tra la que sufre y procura sacudir el yugo de losdirectores que lo explotan y esclavizan; será parareprimir las manifestaciones, las huelgas, las aso­nadas, los motines, las insurrecciones en que loshombres libres y animosos exponen su libertad ysu vida, será por eso, para lo que se ha hecho elejército'? ¿Será para eso, para lo que se alza elcuartel enfrente de la fábrica y toda aglomeraciónobrera de alguna importancia está provista deguarnición'? .

Sí, para eso es, no lo dudéis; tanto, por lo me­nos, como para la defensa del territorio. En una

proclama al ejército de los Alpes, proclama que seha hceho célebre, el general Changarnier dijo estaspalabras: «Los ejércitos modernos tienen por mi­sión, más que la defensa de las fronteras, la de­fensa del orden contra los revoltosos del interior.»

¡Mentira! El patriotismo, como los demás sen­timientos fingidos que caracterizan á. nuestraépoca, es un pretexto para todas las institucionesque declinan.

¿Han protegido el territorio en 1814, en 1815,en 1870, los ejércitos permanentes'? ¿Los que re-

I TOMO n 7

'l

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chazaron al invasor Ó llevaron á lejanas tierras labandera de Francia, no fueron ejércitos improvi­sados y hechos con levas en masa'?

¿Suiza y Bélgica, tendrían necesidad de ejérci­tos permanentes, si sólo se tratara de asegurar laintegridad de sus fronteras no amenazadas, ó de-proteger su territorio, cuya neutralidad es, desdehace tiempo, formalmente reconocida y respetadaescrupulosamente'?

¿No salta á la vista que bajo el aspecto pura-mente nacional estaría la patria mucho mejor

,guardada, si todo ciudadano armado é incorporadoen las milicias nacionales, se ejercitase periódica­mente y estuviese el territorio cubierto de innu­merables y resueltos defensores'?

Nada comparable al candor de esas escuelaspolíti3as que, imaginando ó fingiendo creer que losejércitos están destinados únicamente á combatiral enemigo exteriúr, reclaman cándidamente haceaños, la abolición de los ejércitos permanentes y elarmamento general del pueblo. Pueden esos cán­didos reclamar en todos los tonos la supresión delos ejércitos permanentes y la creación de miliciasnacionales; no conseguirán ni lo uno ni lo otro;porque hay que persuadirse de que el ejército esindispensable, no sólo á la patria para defenderse,sino también, y sobre todo, al gobierno para susostén. Si en vez de estar en el aprisco como losrebaños y en los estrechos límites trazados por elsable del conquistador, los pueblos, no divididosya por vanas querellas, por rivalidades creadas áca-pricho, por odios cuidadosamente sostenidos ydesarrollados por las clases directoras, daríanse

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pronto la mano por encima de los ríos y los mon­tes y se librarían de los dueños que los hacen des­graciados: caerían los cetros de las débiles manosque los empuñan; rodarían. por tierra las coronas;los tronús se derrumbarían pulverizados; se hundi­rían las dinastías; las repúblicas oligárquicas vol­verían á la nada, y las barreras de pueblo á pueblosuprimidas, libre de sus amos la humanidad y re­conciliada definitivamente, marcharía confiada yunida hacia la tierra prometida de la felicidad, no:teniendo más que una patria: la tierra; un culto;la libertad; un objetivo: la felicidad universal.

A fines del siglo XVIII, un pensador ilustre,Don Deschamps, (1) decía ya: «Se habla hacetiempo de paz universal, yeso sería inevitable sifuese posible que los príncipes no tuvieran quetemer más que á los vecinos; pero tienen que te­mer á sus propios sÚbditos; luego siendo así, lesllacen faita tropas que manten,r¡an á sus súbditosen la obediencia, pero sin queparezcan sostenidaspara este objeto».

Todo el mundo comprende, en efecto, que siel gobierno tuviese la fl'anqueza de usar este len­guaje: «Mozos de 21 años; vais por tres años ádejar todo lo que amáis, á renuneiará lo que oshace vivir, á ser soldados, á recibir un pré de men­dig-os, á hacer ejercicios de idiotas, á tener malaalimentación, y todo esto por disparar sin piedadcontra los que habéis dejado en los campos ó en eltaller, si se les ocurre reclamar con alguna vivezael derecho de vivir mejor y estar menos extenua-

(1) Le Susteme.

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dos por el trabajo», raros serían los que se dejaranengañar por semejante cinismo y sería muy difí-­cil eucontrar un medio de persuadidos Ú obli­gal·les.

Por tanto, había que recurrir á un procedi­miento digno de Maquiavelo. Ese procedi:nientoes sabido:

Se siembra. en los corazones una admiraci6nestúpida por todo 10 que es nacional, UD amor ex­cesivo á la patria, y, sobre todo, un odio profundoal extranjero. Se enseña al niño que del lado deacá de la frontera todo es hermoso, justo, honra­do, inteligente, generoso, bueno, mientras que de]lado de allá todo es malo, estúpido, egoísta, des-­honroso, injusto y feo.

. Se les dice que el extranjero alberga contraellos sentimientos de repulsión tan sólo y no pien.sa más que en hacerles todo el daño posible. Si esverdad que el amor llama al amor, más verdad esaún tal vez que el odio provoca alodio; poco ápoco, sin saber por qué, el adolescente comienza áo.etestar seres que no conoce, que nunca ha visto,que ningún malla han hecho.

El amor á la gloria, una vanidad necia, un ín­fatuamiento nacional ridículo, las fiestas patri6ti~cas, las lecturas, los espectáculos, las canciones,las músicas militares, las revistas, las paradas, losdesfiles, los tambores y los clarines, las sociedadesde gimnasia y de tiro y los batallones escolaresjhacen el resto.

y á los veintiún años, el mozo se convierte enlIn jacobino que ruge já IJeTlín!, execra á lossucios prusianos y aplaude al barítono que canta

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la romanza e'ese un oisea'u qui t1ient de F,'ance,,se llena de cintas el día del sorteo y se entusiasmaante una declaración de guerra que arrojará á unoscontra otros en espantoso choque, choque mons­truoso de millones de hombres que no tienen paraasesinarse mutu.amente más que las diferenciasque resultan de su conformación, de su lenguaje,del color de sus cabellos, y que, para unirs(3 yamarse, sólo necesitarían tener en cuenta la ex­plotaeión común de que son víctimas, examinarsus idénticos sufrimientos.

** *

Si me niego á creer en el patriotismo :::uidosode los que, como algunos personajes muy conoci­dos, hacen de él un reclamo, una industria; en elde los gobernantes que lanzan á la frontera los de·lirios del jacobinismo mientras que su grandezalos retiene en la orilla; de los patronos que explo­tan á extranjeros con prefereneia á los nacionales'porque aquéllos cuestan un poco menos; de 10sco­mel'ciantes que venden como productos francesesimp0l'tadas; de los banqueros que noven en !.a gn!:):'I'a más que las múltiples operacio­nes á qne da lugar; d.e los oficiales cuya carrerafavorec611lH8 eampañas, reconozco que hay faná­ticos á quimHis electriza alodio al· extranjero yque son vietimas de esa mistificaci6n espantosa.

E",tof'í úitimos son ¡ay! numerosos todavía. Sebaten eomo héroes, soportan sin quejarse fatigasy privll.cÍones, se exponen estoicamente á los peli­gros de la lucha. De ellos eS de quien Alfonso

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Kal'l' dijo en Bajo los tilos: «Llegado á la edad del,,0[,v1ciomilitar, hay que someterse á las órdenesmmotivadas de un groselo Ó un ignorante; hayque admitir que lo que hay de más grande y no­ble es renunciar á la voluntad para hacerse instru­rnento pasivo de la voluntl:!.dde otro, dar sablazosy hace1' que se los den, sufrir el hambre, la sed,la lluvia, el frío, dejarse mutilar sin saber nuncapor qué, sin más compensación que um¡, copa deaguardiente el día de la batalla, Ja promesa deuna cosa impalpable y ficticia, que da 6 niega ungacetillero en su cuarto bien caliente: la gloria, lainmortalidad después de la muerte. Un tiro le al­canza, el hombre herido cae, sus camaradas lo re­matan -pasando por encima de él, se le entierramedio vivo, y entonces ellibl'o de la inmortalidad,sus camaradas, sus padres lo olvidan, y aquol porquien ha dado su dicha, BUS sufrimientos, su vida,no lo ha conocido nunca. En fin, algunos añosdespués se va á buscar sus huesos blanqueados, sehace de ellos neg-ro de ma}fil y betún inglés paradar lustre á las botas del general,»

Oamilo Flammarión estima en 1.200 millonesel número de las víctimas de la guerra desde elcomienzo del período histórico Asiático' Europeo, 6sea cerca de cuarenta millones de hombre$ por si~glo, mil ciento por día, casi un par por minuto.«y si por casualidad, dice, el cuchillo se detieneun día, dos mil doscientos condenados esperan suturno al día siguiente.» Los que quieran saber loque cuesta la gloria de un Napole6n, que tuvo,Waterloo y la invasión, no tiene más que leer unamemoria reciente de M.Federico Passy. Allí verán

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que los diez añoH del primer Imperio quitaron áFrancia 1.750.000 hombres y á Europa cuatro ve­ces más. El mismo autor les enseñará que las lo­curas patrióticas de¡¡:decomienzos del siglo se va­lúan en trescientos mil millones de francos traga­dos por un río de sangre que arrastró veintemillones de hombres asesinados. En pie de paz,los ejércitos europeos se elevan á 3.600.000 hom­bres; en pie de guerra, s610en las cinco grandespotencias, á 21.000.000.

Ouatro mil cuatrocientos noventa y seis millo­nes, trescientos mil francos fíjanse todos los añosen los presupuestos de guerra y marina de lascinco grandes potoncias continentales de Euro­pa (1). En favor de estas cifras aterradoras, losmás ardientes partidarios del ejército y el patrio­tismo sGlo saben aducir malas razones envueltasen un pedazo de tela tricolor y rodeada de frases

(1) L' Economiste E1wopéen (Septiembre 1RB;]) publica conla firma de su director M. Edmundo Théry las eanl.idades si­guientes:

Gastos totales (Guer'ra y .M(~rina) en millones de francos. Año1892-1893.

Francia ........••..•....• 890.0Rusia .............•..... 1107.1Alemania t:22Austria-Hungría ....•..•.... 421.4Italia .............•••. " 855.1Inglaterra ....••....••.•.• 832.0Bélgica ....•...•••.••..•• 'J7.0Espafla .......••.•..•.• " 180.3Holanda .•..........•...• 75.3Suiza .....•..•.•.••••... 36.7

Tetal.. .....•••.. 5257.6

ó eea cinco mil d~scientos cineuenta y siete millones seis­eillntos mil francos para esas diez potenciíls.

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rimbombantes y hueras sobre el peligro nacional,el honor de la patria., el des<¡uite, la gloria y otraslilailas.

¿La gloria, pues, cC>nsisteen vencer á un ene­migo más débil 6 peor armado'? ¿El honor consis­tirá en sembrar la muerte, derramar sangre, hacer'viudas y huérfanos, devastar, saquear, robar unpaís vencido'?

¡Triste honor! ¡Triste gloria! Madres que os in­clináis ansiosas sobre la cuna de vuestros hijos;vosotras que con ternura tanta guiáis sus prime­ros pasos; vosotras que con todo el amor de vues­tro coraz6n seguís el curso de su desarrollo; voso­tras que, felices y orgullosas, os paseáis delbrazo de aquel muchachote, para' vosotras el másguapo, el más inteligente y el mejor de todos ...Sien nombre de la afrenta hecha á un embajadorpor un territorio disputado, un incidente diplomá-

Para llegar á la evaluación apr.oximada de 1.0 que cuestala paz armada en Eurapa, habría que tener también en cuen-

la inacción desde el punta de vista agrícala á que estáacandenad.os cerca de cuatra millanes de saldadas y p.or estehecho triplicar la suma y elevada á quince mil millanes. Ha­bría además que calcular el valar de la primera materia y detadael trabaja que se evapara en las arsenales, elmaterial deguerra, las fuertes y murallas, etc., etc.; material y trabajoque padrían cansagrarse á famentar la vida y el bienestar yque tienen p.or .objeta la destrucción y la muerte.

Crea que se puede, sin exageración, calcular que, poreste lada, Eurapa se priva de un valar igual á la suma de15.000 millones.

Treinta mil millones, pues, es en realidad la que cuestaanualmente á Europa la lacura patriótica. Treinta mil mi­llanes que repartidos entre 336.380.000 habitantes, dan ácada uno cerca de mil francas al aña.

¡Cuántas lágrimas enjugadas, cuántas miserias evitadas,cuántas vidas, qué aharro de vidas!

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tico, ó en virtud de una combinación gubername.l.l.­tal que no se os alcanza, la patria arranca devuestros brazos ese hijo adorado y la guerra ospriva de él para siempre, la alegría del triunfo yla gloria que reflejará sobre los «héroes muertospor la patria» ¿calmará vu~stro dolor, cerrará laabierta llaga que en vuestro pecho hizo la bala quehirió á vuestro hij o?

y vosotros, ancianos, que le habéis. educado ynutrido, que os habéis impuesto mil sacrificiospara ahorrarle las luchas penosas de un comienzopobre de la vida, vosotros que os sentís revivir yrejuvenecer en él, decid, padres, ¿qué pensáis deese honor nacional que os roba el consuelo y laah'gría de la vejez? Ya no estará aquí para cerrarvuestros ojos; hace ya mucho que allá, muy lejos,confundidos con las de millares de jóvenes comoél, sus huesos blanquearán elUano ...

Viejos que lloran á sus hijos, esposas sumergi­das en la aflicción de la viudez, novias que no seunirán jamás al elegido de su corazón, niños sinpadre, genol'aciones diezmadas, amontonadas rui­nas, millones derrochados, torrentes de sangre ylágr'imas, esto es lo que consigue el furor patrióti­el', nacido de la necesidad en que se encuentranlo,~,gobiernos de coger lo más vigoroso y sano dela naeit'll para defender la::! instituciones contrall\E\irmItitudes á quienes asesinan.

C~~llectorcomprenderá que no estaría aquí en,su lugar un estudio compl~to sobre.El patriotis­mo. He tenido que limitarme á sacar de esta cues­tión importante nada más que lo que directamentese relaciona con mi objeto. He demostrado: 1.006-

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mo el militarismo, nacido en apariencia del patric­tismo, es una ins~ituci6n que necesita la máquinagubernamental, al tener que defenderse contra lassublevaciones populares. 2.° De que mÚltiples yhorribles sufrimientos es causa el patriotismo.

Para un crítica completa del patriotismo reco­miendo al lector la defensa que presenté el 23 deNovienlbre de 1892, ante el tribunal de las Bocasdel R6dano, que me absolvió. Dicha defensa puedotitularse: El patriotismo en los tribunales.)

***

La iniquidad política es un tejido de mentira~:mentira el derecho de gobernar á los hombres;mentira el origen del derecho contero poráneo;mentiras el fin y objeto de la ley; mentira la igual­aal antG la. ley; mentira la libertad política delciudadano; mentira el régimen representativo;mentira la soberanía del pueblo; mentira la ley delas mayorías; mentira las promesas de los candi­'datos; mentira la competencia, el liberalismo y la.honradez de los elegidos; mentira la imparcialidadde la magistratura; mentira la misión de los ejér-­citos; mentira. el patriotismo.

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CAPITULO VI

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CAUSA DEL DOLOR UNIVEHgAL

CAUSAS SECUNDARIAS Y DIVERSAS: LAS INSTITUCIONES,

SOCIALES (continuación): LA INIQUlDAD SOCL\.L

J

Introducción á la moral social contem)JOránea

I~scuela religiosa; escuela metafísica; escuela altruista. S::;scaracteres comunes y respectivos

]:8 impo~libleque la iniquidad moral no ocupelugar al lado de las precedentes iniquidades, eco­nómica y política. Entre las instituciones todas deuna sociedad existe paridad tan estrecha que, par­tiendo del conjunto, se puede estar seguro de en­contrar en él detallados los menores defectos ycualidades, y partiendo del detalle, encontrar losdefectos y cualidades del conjunto.

Hemos visto que bajo el nombre de propiedadindividual, la organización económica lleva en siuna reglamentación asesina y da por resultado unpauperismo espantoso. Sabemos igualmente que",

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bajo el nombre de gobierno, la organización polí­tica descansa sobre una interpretación hipócritadel derecho humano, necesita una gerarquía abru­madora y lleva á la sociedad á un abismo de su­frimiento y servidumbre.

Réstanos estudiar lo que pasa en lo moral, yespero que me costará gran trabajo demostrar queesta última iniquidad reduce á los hombres, bajoel nombre del Deber, á situación no menos lamen­table que la que le crean las instituciones políticasy económicas.

** *

Sin pretender dar aquí un curso de étiea-yahe dicho que me propongo dar fin á ese trabajo al­.gún día,-creo indispensable decir algunas pala­bras de las diversas escuelas que se disputan elhonor de dirigir nuestras conciencias.

Son aquéllas numerosas, pero inspirándose enun punto de partida, pueden resumirse todas enlas cuatro siguientes:

-La primera tiene por base, el amor de Dios: esla escuela religiosa; la segunda, el amor del bienen sí: es la escuela metafísica; la tercera, el amordel prójimo: es la escuela altruista; la cuarta elamor de sí mismo: es la escuela utiEtaria. Paralos creyentes de la moral religiosa, el bien consis­te en conformarse con la voluntad de Dios; paralos que se atienen á la moral metafísica, la virtud-consiste en amar el bien por él mismo; para losadeptos á la moral de abnegación ó altruista, eldeber consiste en consagrarse á hacer la felicidad,de sus semejantes; en fin, para los partidarios de

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la moral utilitaria ó egoísta, el bien consiste enbuscar su propia felicidad.

Todo 1,)que es conforme á la ley de Dios, es elbien; todo lo que le es contrario, el mal: esto paralos creyentes. Todo acto determinado por el amordel bien, de la jnsticia, sin esperanza de recom­pensa, sin temor de castigo, sino únicamente por­que la conciencia lo reconoce bueno y justo, todoacto de este génel"o es virtuoso; toda acci6n con­traria es criminal; esto para los metafísicos. Todolo que tiene por objeto 6 por resultado la felicidadde otro, hasta y sobre todo, en detrimento del queobra, es virtud; todo lo que perjudica á otro, es,xricio; esto para los partidarios de la moral altruis-

/ta. En fin, es bueno todo lo que contribuye albienest:a,r, al placer, al goce, á la felicidad del in­dividuo que obra; es malo lo que encierra para éluna fatiga ó un sufrimiento; esto para los utilita­rios. Conviene hacer en seguida una triple obser­vación: la primera es que la moral religiosa y lametafísica se basan forzosamente en abstracciones,mientras que las otras dos tiAnen la ventaja dereferirse á realidades tangibles, palpables, vivas;de ahí un carácter común á las dos primeras éticas;la inmaterialidad de su criterio; y así también uncarácter común á las dos últimas: la materialidadde su base.

La segunda observación que hacer, es la deque, hablando en nombre de Dios, de la virtud ydel prójimo, las escuelas religiosa, metafísica yal­truista no hablan más que de deberes y se confun­den inevitablemente en una especie de código mo­l'al, en tanto que, inspirándose en la sola satisfac-

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cién del yo, la escuela utilitaria no proclama,digámoslo así, más que la existencia de derechos,no teniendo el individuo que inspirarse para su re­gla de conducta más que en sus apetitos, sus ne­cesidades, sus pasiones y en la satisfacción de unos.yotras.

En fin, para las tres primeras escuelas, la re­gla de las acciones emana de un objeto tomado defuera del sujeto; para la última, objeto y sujeto seconfunden de suerte, que el sujeto no dependemás que de sí mismo, no tiene que consultar másque á su propia personalidad. Así, pucs, sólo 1:;

moral utilitaria no tiene carácter alguno de obligación.

No descubriré las sutilezas con cuyo auxili{) lOEmoralistas de la religión han procmado conciliarlas ideas incompatibles de Dios y de libertad hu·­mana. No mencionaré los esfuerzos seculares in­tentados por los metafísicos con objeto de armoni-­zar 01 amor de no se sabe qué bien por ese bienmismo, con el de sí propio y el del pr6jimo. NoindiclJ,ré tampoco los innuillNables sofismas usadospor los partidarios de la moral altruista, paraprobar que el amor al prójimo es á la vez el senti­miento más grato á Dios, la tendencia más confor­me con la idea de la virtud imanente y absoluta yla vía que más seguramente conduce á la felicidad.,es decir, .al amor de sí mismo.

En fin, no me ocuparé, al menos por ahora, enmostrar de qué modo la moral egoísta, muy lejosde excluir el amor al prójimo, se liga con la moralaltruista. Repito que tal estudio, que exigiría unvolumen entero, no estaría aquí en su lugar.

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No tengo por qué inquietarme actualmente delvalor intrínseco de las diferentes éticas, ni quededieaf cien páginas á un estudio comparativo; loque sí haré es mdicar en qué manantial se alimen­ta la moral social contemporánea, y. hecho esto,mostrar los resultados que produce, con relación ámi asunto: el dolor universal.

II

La moral social contemporáneaA. - sus RELACIONES CON LAS MORALES PRECITAIE S

No emana directamente de ninguna de las escuelas prec()­dentes: tien() punto:, de contaelo con todas. --Sus relacio­ne8 con la mural reJigiusa.-Sus afinidades con la escuelametafísiea.·· ....ConsecLlencias de la moral altruista en nues­tra época; su falsedad; su impotencia frente al ant.agonis­mo de los int.ereses individwdes.-Lo que hay que pensarde la caridad. E"posición, justiJ,icc\ción é historia de lamoral ut.ilital'la.-Su plllltO de unión con la moral al­truista.-Su filosofía.-Su ideal.

Difícil sería ligar la moral social contempor;¡nea con cualquiera de las cuatro que acabo de enu­merar: pues si en ninguna excluBivamente se inc;­pira, toma algo de cada una de ellas.

Sin duda que no estamos ya en los tiempos enque el amor de Dios, la obediencia á su voluntadsoberana, eran reputados como la única regla deconducta indiscutible.

En nuestros días, la indiferencia religiosa ha

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penetrado en todos loa corazones; de tal modo elcxcepticismo ha saturado los cerebros que, oficial­mente al menos, la moral no puede apoyarse entan frágiles creencias.

Obsérvase no obstante Que si Cristo ha desapa­i'ocido de la mayor parte de las escuelas, permane­el'¡ en los juzgados, como si fuera el símbolo de lajusticia y como si ésta debiera continuar haciéndo­Be á la sombra de la cruz. Se notará también quelos testigos juran «ante Dios», y que el juramentoeonstituye asimismo un verdadero acto de fe. Seadvierte además que la nación S~ ha llamado Mjamayor de la I,qlesia, ha estado tanto tiempo y tanprofundamente cristia,rdzada, que para muchaspersonas todavía, el Decálogo contiene el resumende todos los deberes y sintetiza admirablemente lamoral.

Añado que en la moral contemporánea vuelve:á encontrarse uno de los rasgos distintivos de lamoral religiosa: las religiones todas, teniendo encuenta, consciente Ó ineocscientemente, esa ten­dencia irresistible de la llUmanidad hacia la dichay su invencible aversión al sufrimiento, han atri­buído al respeto Ó la infracciÓn de la ley religiosaun paraíso de recompensas 6 un infierno de casti­gos; la felicidad eterna é inefable para los que vi­van con arreglo á los preceptos de la rellgión; eltormento sin fin é indescriptible para los que fal­ten á ellos.

La moral de hoy encierra en los límites de laexistencia humana sus promesas y sus amenazas;pero-y me apresuro á 3ñadir que no podría serde otro modo con una ética que se impone por au-

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toridad al individuo, sin lo cual no habría motivopara conformarse con ella-no por eso deja de ser,como su antecesora, una moral de comerciante.La virtud practicada así, no teniend>o otro móvilque el temor al castigo 6 la esperanza de la recom­pensa, se limita á un simple cálculo aritmético, Elvirtuoso es un ser que sabe colocar bien el capitalde sus buenasaccíones; es un buen especulador,un matemático hábil, y nada más.

No digo que no sea humano el obrar movidopor la remuneración, porque kmno sum, y sé porexperiencia que el atractivo de un placer ó el te­mor de una pena puede Únicamente impulsarnos áhacer esto 6 apartamos de aquello. Quiero decirsimplemente que no sé qué pito toca en esto lavirtud.

Desde este punto de vista el individuo, sea elque sea, torpe ó listo, inteligente ó tonto, moral­mente es neutro.

Completamente distinta, mucho más elevada,cien veces más noble es la moral metafísica, poreostumbre llamada estoica y de la que Zénon fuéfundador ilustre. A tt'avés de las variantes que la!Jan hecho caer alternativamente en la moral reli­giosa y altruista, segÚn los tiempos1 el lugar y laliJosofía-y de los discípulos de Zénon á los de Ma­uuel Kant -ha conservado muy clara su afirmacióndistintiva é intacta su tendencia hacia el amor dell,ien absoluto.

«El ser moral debe amar la virtud, no por laTOMO II 8

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felicidad que en esta vida 6 en otra pueda traerconsigo, sino por sí misma; únicamente porque lojusto es sólo el bien, lo injusto sólo el mal. El pla­cer y el dolor no son nada, y todo lo que no esbien ni mal, debe ser absolutamente indiferente alhombre virtuoso.

Esta es la doctrina. Nuestro siglo de críticacientífica y observación experimental, nuestro si­glo de realismo positivo, ha roto el ídolo á quien,por lo demás, los metafísicos no habrían logradonunca dar seria consistencia. Esas nebulosidadesencerradas en el cerebro de pensadores especulandosobre el absoluto, se han disipado al paso de lasinvestigaciones en épocas recientes, que han de­mostrado que nada hay absoluto; que el absoluto,creación platónica del idealismo cerebral, no exis­te, no puede existir.

No deja de haber una escuela, sin contar algu­nas personas influyentes, que continúen apoyándo­se en ese postulado del bien absoluto para predi­carnos la práctica de la virtud sin recompensa. nimás satisfacción que la de justo y moral. Y en­cuéntranse también muchas personas que, presade las alucinaciones causadas por aparentes subli­midades de ese id(~al, se privan del placer y se im­ponen penas sin más mot.ivo conocido y declaradoque el respeto de principios injustificab1es, de debe­res ilusorios, de dignidad ficticia, de honor imagi­nario.

'"**

La moral altruista me parece una exageraClondel principio esencialmente humano: «No hagas á

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'Útrolo que no quieras que hagan contigo. Haz átu prójimo lo que quisieras que hicieran contigo.»

La principal, la lÍnica preocupación del altruis­ta debe ser el bien ajeno, así para trabajar por éstetenga que comprometer el suyo propio. El precop­to es doble. El primero, una prohibici6n: «no ha­,cer mal á otro»; el segundo un mandato: «hacerletodo el bien que para sí mismo se desee.»

Confieso que mi corazón se siente atraído haciaese concepto tan alto de la moral; pero mi razónlo rechaza enérgicamente porque su origen es falsoy ¿quién lo creería'? infaustas son sus consecuen­eias actuales.

He dicho que el punto de esta ética es el amoral prójimo con preferencia á todo otro, lo que su­pone como corolario, que el bien ajeno debe finpor todos considerad.o más precioso que el propio yserIe preferido.

Luego, admitir que el bien de mis semejanteges preferible al mío, es también reconocer que eisujeto es superior y tacharme de inferioridad.Cierto es que á esta inferioridad enfrente á mí mis­mo, corresponde una equivalente superioridad en··frente á los otros, y que así puede restablec8rsfi laigualdad de todos y de cada uno.

Gracias á un raZOna"lliento de este género 11:16

invita la escuela altruista á sacrificarme, si hay ne­cesidad, por la felicidad de otrQ, asegurándomeque, debiendo éste á su vez inmolarse por mi pro­pía dicha, no sólo nalla pierdo en este cambio deprocedimiento, sino que puedo ganado todo. ¿Masqué pensar entonces de ese amor al prójimo que en~l fondo sólo estaría inspirado por el amor á sí

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mismo'? Y siendo así, ¿no está mal que se adorneesa moral con el calificativo de altruista'? ¿y no lecuadraría mejor el epíteto contrario? Y si no esasí, es decir, si no debo tener en cuenta más quela felicidad. de mis semejantes, consagrarme á ellatodo entero y hacer en su bien el sacrificio delmío, sin que en tal conducta entre la certeza, 6,por lo menos, la esperanza de que puedo contar conla. reprocidad por parte del prójimo, hay que con­fesar que se me propone un trato leonino y noven­ta probabilidades entre ciento de que yo no con­sienta en poner mi firma. en tan extraño contrato.Esto es lo que sucede.

El grito de amor y paz ha podido repetir du­rante siglos; ¡lJiligite vos invicem! (Amáos losunos á los otros); los hombres han permaneeidosordos al consejo; continúan riñendo, calumniándo­se, perjudicándose y luchando unos contra otros.

Hay que tener el valor de reconocer que el malsería para aquellos que en nuestra sociedad bata­lladora y exÓtica se les ocurriera adaptar su acti­tud á las reglas de la escuela altruista. Su vidasería una renuncia completa, una abnegación cons­tante, un verdadero martirio. Los solos commg-l'a­dos á sacrificarse en el eeno de una sociedad indi­ferente, desdeñosa de sus tormentos 'Voluntarios,no tardarían en reconocer la patente ef'terilidad desus esfuerzos y renunciar á ellos cuel'damente.

Una de las formas má.s vulgares del altruismoen nuestra época. es la c3J:idad, y á menudo ésta.no es más que un cálculo cínico ó una hipocresíaabominable. Cálculo en los que, millonarios, d.ancien céntimos para guardarse mil francos y calmar

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Masjustas iras que puede excitar en los pobres la~nsolente ostentación de su lujo; cálculo en los que,,con algunas limosnas hechas ostensiblemente, ad­cluieren á poco precio una reputación inmerecidade caritativos y se rodean de la aureola de la bon­d.ad; cálculo en los que, durante los rigores del in­'fÍerno salen de sus calientes moradas cubiertos depieles y en cómodos carruajes llegan á un sitio derecreo donde se divierten, gozan, bailan hasta la ma­ñana, dando á su afición, al juego, á la coquetería,á la polka, una apariencia de piedad por los desgra­ciados que no tienen donde reclinar la cabeza Y'álos que se guardan bien de ofrecer un asilo; cálculotambién en los que, cristianos Ó masones, practi­can la caridad, uno de los más firmes sostenes desu influencia; cálculo, en fin, en los que, con latapadera de un montón de obras de beneficencia yde socorro, recogen seres sin albergue, sin traba­J0, sin alimento, les dan pan y guarida á cambiode un trabajo á veces excesivo, y bajo la máscarade honrosa fila.ntropía, realizan también gananciassobre las espaldas encorvadas ya por los martiriosde la existencia.

Hlpocresía aborrecible, esa caridad oficial ypública que, por medio de asilos para la noche, decasas de beneficencia, de socorros extraordinarios,de obras de toda clase, patrocinadas, subvenciona­,das y vigiladas por el Estado, arranca de la víapública á la turba desarrapada yhumbrienta, ladeja aband.onada y la empuia suavemente á una.resignación que deprime, mientras que la miseriala hubiera probablemente impulsado.á la subleva­lción y el pi1l8je.

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Otra forma del altruísmo es el amor á muchas'colectividades más ó menos extensas: familia, mu­nicipIO, patria, en cuyo nombre se exige del indioviduo ahogado, perdido en esas masas, obligacio­nes, esfuerzos, sacrificios que por la patria, pongopor caso, llegan hasta el sacrificio del más pre­cioso bien, de aquel cuya pérdida es irreparable:la vida .

•••• •••

Poco diré de la moral utilitaria: es el productodirecto de la filosofía de Ii:picuro. Esta filosofía tancalumniada, no deja por eso de ser la única verda­deramente racional, francamente humana y real­mente fecunda. Es racional, no sÓlo porque no caeen los errores de los éticos anteriores, Jo mismodesde el punto de vif.l,tacomo del objeto, sino tam­bién porque toma por substratwn la ¡ínica realidadde que no nos es pMmitido dudal'; díeho substra­tum, que para cada SeL' es el ego, el yo, es el sEmismo. Y es francamente humana, porque se ins··pira en un conocimiento perfecto de la humanidad~porque parte de una prueba que jamás eugatia, yque á pesar de las manifostaeiones diversas, y áveces hasta opuestas, á que da origen, á pesar deltiempo y del espacio, puede adv61'til'se por doquie­rl1 idéntica constantemente á sí misma, y que es.por tanto, inherente al ser humano, comprobaciónque cada cual puede hacer en sí mismo. En la na­turaleza humana está el buscar la dicha y huÍr dela adversidad. ~

Es realmente fecunda, porque el adoptarla con-

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duce necesariamente al respeto y al amor al próji­mo, por razón de este razonamiento sencillo: Paratodo individuo, el bien consiste en buscar cuantole lleva á la dicha, en alejarse de todo lo que lehace desgraciado, como es sabido; pero es vivien­do el individuo en sociedad, viendo su ventura enla desdicha de los otros, y obligado para ser felizá atentar al derecho igual de sus semejantes.

Esto, por tanto, sucsderá todo el tiempo enque los intereses individuales sean opuestos á losdel otro, todo el tiempo que el placer del uno serealice á costa del disgusto del otro. Nacida de lafecunda unión de la naturaleza y la razón, la :no­ral utilitaria invita actualmente á todos los hom­bres á buscar una organización social en cuyo senolos intereses de cada uno se concilien con los detodos, por supresión de las causas artificiales dediscordia social; y no 15610 no pueda hallar su feli­cidad en la desgracia ajena, sino que además elplacer de cada cual esté indisolublemente ligadoal de todos, y el sufrimiento impuesto sólo á unosea sentido por todos, gracias al libre funcionar dela solidaridad del dolor y del contento. En una pa­labra, conseguir primero que el placer de cual­quiera no tenga nunca por resultado el dolor deotro, 6 muchos otros, h6 aquí el primer punto;después llegar á tan estrecha unión de interesessolidarios, que penas y dichas sean comunes á to­dos, y cada cual se vea así naturalmente inclina­do á hallar su felicidad en la-de los otros; tal es elsegundo punto.

La realización de estas dos condiciones, la unanegativa, positiva la otra, teniendo por objeto la.

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primera evitar todas las lágrimas, logrando la se­gunda multiplicar como el eco, la risa de uno solo,he aquí el ideal de la ética utilitaria. Ved aquípuesta en práctica esta hermosa definición deLeibnitz: «La virtud es el arte de hacerse feliz conla felicidad de los otros.»

Esto es, como se ve, la fusi6n de las des mora­les: egoísta y altruista; pero sin que se exija departe del individuo la ren.uncia más pequeña, sinque el utilitario tenga que hacer, sobre el sacrifi­cio del otro, el holocausto de su propia felicidad.Tal recon~iliaci6n definitiva de los intereses detodos y cada uno, es el punto de unión natural dela felicidad individual y la colectiva.

Es, si se quiere, la solución del problema tanprofundamente sondado por los altruístas: la feli­cidad del individuo hallada buscando la felicidadajena; pero, diferencia fundamental, con este pun··to de partida egoísta: «el bien consiste en hacersefeliz uno mismo~ en lugar de este otro: «el bienconsiste en hacer dichosos á sus semejantes.»

No creo que se podría concebir una filosofíamás dulce, más verdadera, más profundamentehumana, más generosa, más alta; no podría ima­~inarse una moral más pura. Y, sin embargo, noha habido en el pasado ni hay en el presente otraque haya tenido tantos asaltos que sostener, ea-­lumnias que refutar, excomuniones que sufrir, ata­ques que rechazar.

y es ya muy antigua esta moral del interésprofesada por Epicuro, desarrollada, sistematizaday vulgal'izada por los discípulos y continuadoresde aquel hombre ilustre entre todos los de la anti-

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,guedad. Esa filosofía que tiene la franqueza y laaudacia de proclamar á la faz de retóricos y peda­gogos de la moral religiosa y de la filosofía histó­rica, que el único bien es el placer, la voluptuosi­dad, el goce, la dicha, ha sido durante muchossiglos objeto de los sarcasmos é injurias de teólo­gos y metafísicos coligados.

Hasta parecía que se había eclipsado, por de­cirIo así, arrastrando lo poco que restaba de la per­sonalidad humana, absorbida por las ag-uastorren­cialos del cristianismo mortificante. Mas una ideatan profundamente justa puede ser momentánea­mente eclipsada, mas no desaparece jamás porcompleto, y reaparece en el curso de los siglos connuevo vigor y brillando con esplendor más vivo.

Oon el Henacimiento, con el espíritu de exa­men y libertad, recobran su fuerza las ideas deEpicuro. El epkmrismo se ve en los Essais deMoutaigne, estalla con la risa de Ua'belais, hallasu mártir en Vanini.

Hobbes y Gassendi volvieron á poner en altodefinitivamente la moral d.el placer. «El bien, diceHobbes, es lo que d{;lseamos;el mal, es aquello deque huimos. Todo lo bueno, lo es sólo en relacióná alguien ó á alguna cosa; nada hay absolutamen­te bueno», es la respuesta dada por el epicurismodel siglo XVII al estoicismo de la época. Y añade:«¿Es natural preferir lo que es bueno con referan­(jia á los otros, á lo que es bueno con referencia á.sí mismo'? La filosofía utilitaria contesta negativa­mente, y afirma que ló bueno es lo que cada cualencuentra bueno con relación á sí mismo.)

Las Máximas de la Rochefoucauld no son más

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que una paráfrasis muy habilidosa y muy juiciosacon frecuencia, de la moral del interés. iSpinozafué el metafísico del utilitarismo (1). Intentó sin­tetizar el epicurismo, el estoicismo, el misticismoy el naturalismo en la idea de la raz6n, compren­diendo la necesidad eterna que son la naturaleza,ó Dios, y hallando en su conocimiento la suprem3.felicidad. En sus dos obras principales De l' Eprity De l' Homme, de las que 13 primera tuvo unéxito enorme, Helvetius nos lleva á los preceptosde la moral utilitaria. Prueba con lujo de porme­Dores verdaderamente extraordinarios, con vigor'y claridad poco comunes, que es el interés el mó­vil único de todas las acciones humanas.

Con la Mettrie, d'Alembert, d'Holbach, SaintLambert y Volney, vése marchando bajo la ban­dera de la moral utílitaria á los pensadores másgrandes del siglo XVII. Pero puede decirse conM. Guyau (2) que «todo el siglo dieciocho, excep­tuados Rousseau y Montesquieu, veíase arrastradopor preferencias inevitahles hacia ese principiomoral. Y es curioso ver el acuerdo casi universalsobre este punto.»

En nuestra época, la filosofía utilitaria ha en­contrado en la escuela inglesa sus discípulos másnumerosos y sus apóstoles más ilu.strados. Ben­tham, el verdadero fundador de esa escuela queejerció en el mundo entero preponderante infiuen-

(1) Léase respecto á este punto la obra rica en documen ..tos y premiada por la Academ.ia de ciencias morales y polí­ticas, dp.Marc Gu:yan: La morale d'Epicure et .ses rapports:avec les doctrines contemporaines.

(~) La morale d'Rpicure, p. 276.

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cia, dió á la moral del interés su más firme asien~"to. Restauró los sistemas de Epicuro, de Hobbes,de Helvetius, los sistematizó con arte prestigioso,y creó un importante movimiento intelectual.

Owan, Mackinto;:ohy James Mill s610 tuvieronsecundaria notorie(iad; pero con Stuart Mill adqui­rió un vuelo asomhroso. En sus numerosas obrasse consagr6: l. o á limpiar el principio de algunasobscuridados primitivas; 2.0 á clasificar en ciertomodo los placeres, dividiéndolo;:;en superiores é in-oferiores; :3.0 á probar que el medio más seguro dellegar á la felicidad propia, no es el hacerla el ob­jeto directo de la existencia, sino buscarla fuera;por ejemplo: en la felicidad ajena 6 en el mejo­ramiento de la condición humana (1); 4.° enestablecer que la moral del interés llega á conci­liarse con el amor al prójimo; 5.0 en aplicar á las;ciencias morales el método positivista.

Grote, Bain, LeWflS Sidgwick nos llevan hastaal inmortal naturalista Carlos Darwin, que hizo encierto modo la génesis de los sentimientos mora­les y determinó pOI' qué evoluciones el instinto so-­cial de los animal.e", tiende á. transformarse en sen­timiento moral, y al filósofo economisma HerbertSpencer. Este últim,o, de acuerdo con Darwin,aplica á la moral utilitaria la teoría de la evolu­ción del transformismo.

Con esos dos maestros, los esfuerzos, hasta en­tonces insuficientes, intentados en pro de la fusi6nde las dos morales, la de la abnegación y la delinterés, hallaron sólido punto de apoyo en la doc-

(1) Séuart :Mill. Memoi'fes, Chap. V.

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trina de la transformación de los sentimientosegoístas en sen timien tos, altruístas. (1)

Cuando se acabe el cambio que á nuestra vistase opera, y todo hombre una en su coraz6n á unamor activo por la libertad sentimientos activos desimpatía para sus semejantes, entonces los límitesá la individualidad, que t.odavía subsistan, trabaslegales 6 violencias privadas, desaparecerán; á na­die le será impedido el desarrollarse, porque al parque sostenga sus propios derechos, cada cual res­petará los derechos do los otros. No impondrá yala ley restricciones ni cargas; serían ya á la vezinútiles é imposihles. Entonces, por primera vezen la historia do! mundo, habrá sér cuya persona­lidad podrá desplegarse en todas las direcciones.La moralidad, la individualidad perfecta y la vidaperfecta se verán á la par realizadas en el hombrodefinitivo.

B.m~ ES'ffl.l)O CAÓTICO HE LA MORAL CONTEMPORÁNEA

Estado de alma de la lllu(:hedumbre. Desorientación de lasciencias. Debilidad, desaliento, casancio general.

l\IIe detengo en esta visión mágica del homb!:"completamente feliz en medio de sus sernt~antestambién felices, y pido perdón al lector de h3obor1eentretenido tanto tiempo con la moral utilitaria, ápesar de mi anterior propÓsito de no hacerlo.

Por o,1'a parte, es esta ética tan mal compren­dida, y por lo comÚn apreciada de tan diversomodo, que esta exposici6n, aunque imperfecta, era

(1) H. Spencer. Social Statics. p. 479.

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indispensable para la inteligencia de lQ que vienedespués.

He dicho más arriba que la moral social con­temporánea, sin haber conservado la tradición purade ninguna de las cuatro escuelas cuyas doctrinasacabo de bosquejar, es una especie de amalgamaen que entran los elementos confundidos de todasellas.

En esto no hay nada de extraordinario; nuestraépoca atraviesa, bajo todos los aspectos, y bajoeste tal vez de manera más marcada, una fase d.etransacción que parece ser decisiva.

Mientras el hombre se ensaya en libertarsedeprejuicios del pasado; mientras que adquiere

coneiencia cada vez más clara de la vida indivi­dual y social; mientras que lenta, pero segu.ramen­te, se endereza su espinazo doblado mucho tiempobajo una carga de deberes acumulados á caprichosobre su pobre esqueleto; mientras que, en fin, fa­tigado de verse ensordecido por los clamores inte-­resados de los que habla,u sin cesar de obligacionesy trabas, afirma su voluntad de hacer valer susderechos, la jauría continúa ladrando en tornosuyo" Cacofonía que aturde, concierto de zumbi--·dos en medio del cual es imposible darse cuentade nada. Oid:

«Cree en Dios; ámale y respeta su ley sobera­na.-Dios no existe, es una ficción hija de la ig­norancia y el temor, sostenida y desarrollada porlos intrigantes y los explotadores, para oprimirteyesclavizarte mejor.»-«Escucha los consejos dela Virtud, de la .Justicia. Sólo la Virtud es amable,s610 ante la Justicia debe inclinarse el hombre-

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126 SEBASTIÁN FAURE

Virtud y Justicia no son más que verba et 'Voces;

son productos de los extracto res de la quinta esen­cia, de cerebros enfermos y de imaginaciones en,delirio. Aleja de tí á esos austeros de fraseologíahueca, fría y enfática.»

«N:) pienses más que en el pr(,jimo; que todostus esfuerzos tiendan á hacerle bien; la abnegaciónes necesaria, es la más beila de las virtudes, es lavirtud madre; la felicidad está en el sacrificio.­Mira, mira á tu alrededor. Esos seres sem.ejantesen todo á tí, que gozan viendo tus desgracias, seregocijan con tu llanto y revientan de envidia anteel espectáculo de tu felicidad; esos seres que des­pués de haberte arrojado al suelo, pasan sobre tuvientre para llegar más pronto á la riqueza y loshonores; ¿no sería una locura que te sacrificasespor su felicidad'?»

-((La conciencia es todo. ¡Bah!, qué importael desdén de los pedantes, el chismorreo de los im­béciles, las calumnias de los envidiosos, los vejá­menes de los santurrones, la persecución de los'que mand,m, las excomunloueEl de los fanáticos,las sentencias de los sectarios? La satisfacción deldeber cumplido, el ter,timonio íntimo de la con­ciencia; esa es la felicidad. La 1Ínica que no enga­ña.»-(¿El Deber? ¿La Conciencia? ¿Del dónde sa­len esos aparecidos'? ¿Dónde yace <elldeber? ¿J~n·dónde se halla la conciencia? ¿De dónde proviene,el primero'? ¿Cómo esta formada la segunda? ¡Des­,graciados! Siglos hace que os inclináis ante esasmágicas palabras; deber, conciencia, y nunca oshan respondido claramente.»

-((Nada de religiones, de dogmas, de diserta-

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ciones sobre la virtud pura de toda mezcla. ¡La ley,sólo la ley debe servirte de regla de conductal Deella aprenderás lo que debes evitar, ella te marca­rá la conducta que has de seguir.-Vuelve la es­palda al legislador. La leyes injusta y se ha he­cho solamente para consagrar, legitimar y ampa­lar las usurpaciones de los ricos, las iniquidadesde los grandes.»

-«Hombre. Hace veinte lustro s se reconocióese deber sin recordarte la existencia de los dere­chos que la Naturaleza te ha. conferido. Se te hadicho que importa ante todo tra.bajar por tu propiafelicidad, que el fin del ser es la dicha y que elbien consiste en el logro de ese fin; se te })a dichoque la esclavitud es un mal y la servidumbre unaverguenza. Estás hecho para la libertad, y el pla­cer; aprende á emanciparte de toda tutela enojosa,de toda deshonrosa autoridad. Busca tu goce, tusatisfacción. Gozar, ser feliz, es vivir y vivir ple­namente; este es tu derecho y sería tu deber si S0pudiera admitir que existe para tí. Hombro, no desoído á esos detestables consejos del egoísmo. Vivirpara gozar, es rebajarse al rango de la bestia, e8'1Jolver á la animalidad primitiva, es perder todadignidad, es convertirse en esclavo de los instintosmás viles, de las más vergonzosas pasiones.»

Tales son, y con éstos muchos otros, los C01l­

trarios llamamientos que se cruzan en el aire soli­citando á los humanos y tirando de ellos en todossentidos, aquí bajo la forma de consejo, allí bajola de m:mdato, ora con voz dulce é insinuantecomo una suplicación, ora con tono agrio y rudocomo una orden categórica.

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Si por casualidad habéis estado en las ferias deTr6ne 6 de Neuilly, dOfgarrados los oídos por lostambores, organillos, silbatos y golpes de bombometiendo ruido para atraer á los bobalicones, fijoslos ojos en las exhibiciones, en los animales ex­puestos, en los juegos de manos de los saltimban­quis, en la sonrisa llamativa de bailarinas conmalla ligera y las pinturas chillonas repre:3entandnuna mujer gigante; un monstruo, un fenómeno in­creíble ó una lucha sin piedad; la boca ahiertaante las tonterías de los payasos; las promeg¡w ha­lagueñas de los charlatanes, ¿no habéis visto sobreel gentío divertido, atraído, seducido, incrédulo ódesengañado, flotar una curiosa indecisión que lolleva sucesivamente á la tela de las tablas de cada.barraca'? i,No habéis visto ante las mallas, la mus­culatura, las orquestas, las farsas que lASprometenun placer inaudito, un espectáculo ineomparable,preguntarse esos millares de personas por dóndecomenzarán á circular, sin poder decidirse en me­dio del torbellino de polvo que levanta.n, m!lguJla~dos por los codazos y heridos los pies por las pisa­das de los torpes'?

Pues es exactamente lo que pa.sa en nuestraépoca, por causa mucho más importante. Porquesi es tan distinto el lenguaje de los moralistas, sicontrastan escuela con escuela, hay un punto almenos en que todos se entienden á maravilla: fmque el fin de la moral es la felicidad. Los adeptosde la moral religiosa la colocan más allá de latumba y nos invitan á amar el 13l1frimientoen estavida perecedera, convocándonos para una beatitudsin fin, justa. compensaci6n de los dolores tan va-

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lientemente aceptados aquí abajo. Las afirmacio­nes de otras morales varían en la manera de conce­bir la felicidad, en la forma que reviste, el sitioen que se encuentra y el camino que á ella con­duce; pero todas, absolutamente todas, proclamanque es el fin del individuo.

¿Está esa felilicidad á la derecha ó á la izquier­da, en el cielo ó en la tierra, en esta vida 6 en laotra, en el amor de Dios 6 en el del pr6jimo, en eldesinterés ó en el interés, en la expansión sin fre­no 6 la represión de los apetitos y pasiones? Estascuestiones de extremada importancia están lejosde haber sido dilucidadas. El espíritu humanoanda á tient.as perdido aun en las obscuridades dela ignorancia anterior; si comienza á desconfiar delas ilusiones engañosas del misticismo, si no sesiente ya sostenido por el espiritualismo de anta­ño, tiembla de confiarse al realismo materialista.Perdida en tan sombrío dédalo, mira con ansia álas profundidades del laberinto sin poder descubrirla salida, sin conseguir hallar la ruta que guíe suspasos vacilantes hacia los esplendores de la luz.Pasa sucesivamente de la más viva esperanza á lamayor desesperaci6n, del valor invencible al mor­tal a,hatimiento, del ciego fanatismo de la fe al ex­cepticismo completo, del vigor indomable á la de­bilidad de la agonía.

Las conciencias humanas de nuestros días sonsemejantes á esas hl)jas secas y amarillas que elotoño arrancó á los gigantes de la selva y de queestá alfombrado el suelo. Se vela el sol, las nubesse amontonan en el horizonte, el viento sopla enviolentas ráfagas, cae en abundancia la lluvia, la

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"""·"","","ULl"'""I~IlII~"~"_",,""_''''''''" __ ••o •• - •

SEBASTIÁN FAURE

naturaleza parece furiosa, los elementos ebrios derabia se entregan á terrorífico combate; el fuego,el aire y el agua ruedan mezclados con estruendoenorme. ¡Pobres hojas estrechándose temerosasllnas á otras, viendo un obstáculo donde creen en­contrar un asilo! El huracán las desalo;a en breve,y helas ahí flotando dispersas, lanzadas de todoslados, separadas, arrugadas, rotas, manchadas, in­formes ...

¿No está aquí la conmovedora imagen de nues­tra época revuelta'? El viento de las revolucionessacude fuertemente los árboles seculares, religión,familia, patria, propiedad, á los que se han adhe­rido, como hojas, las conciencias humanas. Las lu­chas de los partidos, las rivalidades de clase, losodios de las naciones, los antagonismos de los gru­pos, las divisiones en las familias, los conflictos¡ndividuales anuncian la tormenta próxima. Lasconciencias timoratas se agarran desesperadamen­te á las ramas que tiemblan de vejez; por millonesvénse arrebatadas violentamente en torbellino, alson de la discordante orquesta de los vientos des­encadenados. Hugo ya la tormenta, sembrando elterror y amontonando ruinas á su paso. ¿Dónde estáese espacio azul hacia el que, atravesando el veloque cubre el porvenir á nuestra vista turbada, sedirigirán las almas'? ¿Dónde el rayo de sol que hade fundir las nieves del odio y poner en los cora­zones el calor vivificante de la paz y el amor'?

¿No es esta desorientación de la conciencia yesta angustiosa hostilidad de los corazones lo quecaracteriza á nuestra generación'? Esa perturba­eión de los cerebros, esas locuras del pensar, ese

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'abatimiento de las voluntades, prodúcense siem­pre en los períodos de transición, cuando la huma­nidad se halla en los confines de un mundo que seva y de otro que aparece: es como la hora matinalen que el alba empieza á dibujar vagamente sobreun fondo obscuro todavía los objetos aun mal ilu­minados.

C.-INTRUSION DE LA LEY

La le.'f, b:lse de apreciación de la moralidad de las acciones.-1'f'(I!nllgarnicl1!.o de la legislación en el dominio tísico.-La d('¡;¡(,ióu erigida en virtud política.-Servidumbremoral.-Tipo que engendra este sistema.

Pues la moral contemporánea es confusa, in­extricable y contradictorIa, hecha para extraviarla razón y obscurecer la conciencia, esta moralsocial, salida de una excepci6n bastarda, quisiera-cosa imposible-doblegar al individuo con eldeber y la violencia haciendo que respeta su li­bertad, es impotente para guiar las inteligencias,fortificar los corazones, purificar los sentimientos,impulsar á la humanidad hacia el bien, hacia la fe­licidad.

Para estar tranquilo, el espíritu necesita saberá dónde va; para ser sinceros, profundos y ardien­tes, los sentimientos tienen que conocer los obje­tos á que se adhieren; en fin, para ser viriles ytenaces, es preciso que los actos de la voluntadHurjan de ideas bien determinadas, de bien clarasconcepciones. La antorcha del pensamiento no pro­yecta sus rayos bienhechores si no es la razón

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quien la lleva. La llama genel'osa y fecunda 13610

brilla en los corazones cuando la pasión ha sabidoencenderla.

Pero todo conspira para ahogar la pasi(,n, apa­gar la llama, pervertir la razón y romper la antor­cha, y así la humanidad es presa de un desalientosin límites, de una postración indescriptible. Nosólo nadie viene á comunicarle el impulso salva­dor, sino que parece incapaz de obedecer á él, siéste se produjera.

No cree ya en Dios, ni él creerá jamás; nocuenta con las felicidades eternas ni teme las in-,fernaJes torturas. En el seno del dolor, que ha ve­nido á convertirse como en la razón de ser de lavida misma, se pregunta si la felicidad existe, sise ha hecho para ella, si no le está prohibido elesperarla, viviendo vagabunda, sin orientación, enregiones que no dan asilo á la raz6n y destrozadoslos pies por los montones de prejuicios, de errores,de. absurdos, de contradicciones obstruyen su ca­mmo.

¿Cuántos y dónde están hoy los que 138 inquie­tan y se interrogan por saber si obran bien 6 mal,si tienen 6 no raz6n para hacer 6 no hacer tal ócual acto'? Casi la totalidad vive sin objeto, sinideal, sin más deseo que engullir, amontonar di­nero y elevarse sobre la multitud para domesticar­la. Y las pocas individualidades conscientes yreflexivas que se recogen en sí mismas para dis­cernir el motivo y objeto de sus actos, s610 en­cuentran á veces el vacío.

Nuestros moralistas han procurado llenar estevacío y no han hallado nada mejor que ... la ley,

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como criterio de la moralidad; la ley, cuyos oríge­nes, razón, deseo y tendencias he mostrado másarriba.

El legislador es el que, cubierto con la piel del.moralista, se abroga el derecho de dirigir nuestras<conciencias. Dícese él: «Pues que legislo sobreesto y lo otro, ¿por qué no legislar sobre la moral'?Codifico cuanto concierne á las necesidades físicasé intelectuales de los ciudadanos, ¿por qué razón nohe de codificar todo lo que se lefiera á 1:3,snecesi­éluclesmoralet>'?Tongo autoridlJl.dplena sobre el sérmaterial por la propiedad, plena autoridad sobre elsér cerebral por el gobierno, ¿por qué no he de te­ner autoridad también sobro el sér físico'?Regla­mento los apetitos y las aspiraciones, ¿por qué no1053 asentimientos y las pasiones afectivas'? He re­ducido á servidumbres vumtres y cerebros, ¿nodebo esclavizar los corazones'?

Esta consecuencia natural de las codificacionesprimeras era indispenslóI.bley tiene para las clasesdirectoras una doble venbja: se apoderan del indi­viduo entero de los pies á la cabeza, de suerte quenada queda libre de su acci6n dominadora, y mo­delando por el Código las conciencias, los verdu­gos hallan en sus propíuB vÍctimaf! cómplices desus usurpaciones. El prolongar la legislación hastael orden moral, es asegurar el respeto á la ley demanera menos costosa, menos brutal para todos yacaso más segul'& para el mayor número. Es asícomo un gendarme espiritual puesto al lado decada individuo para impedide que infrinja la ley,.á la vez que la Pandora temporal se encarga dedetenl'Jr al que roba; es la salvaguardia antes y

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después de la ley, es decir, de la fortuna de los ri-,cos, de la autoridad de los gobiernos.

Robar no es ya s610un atentado contra las le.,yes del país, es un acto penable por el Código; el'

además una acción vil, vergonzosa, inmoral, des­honrosa, culpable. Conspirar contra el poder esta­blecido no es sólo un hecho reprimido por los tri~·bunales, es además una mala acción afeada por laconciencia pública, repudiada por la sana moral, Y'que pone á su autor fuera del número de las bue­nas gentes, de las personas honradas.

y no es esto todo: la ley nos prescribe de quémodo es bueno el amar y de qué modo es malo;estipula la forma bajo la cual la calumnia llamadadifamación es penable y culpable por ende, é indi­ca á las lenguas venenosas y á las plmnas agresi-·vas la manera de atacar sin riesgo la reputaciónde un enemigo. Invita á los ciudadanos, en nom­bre del interés general, á denunciar á los que co­meten actos penados por el Código. Por la voz desus magistrados, cubre de elogios públicos á losdelatores que van á testificar ante el tribunal, con·virtiendo así en una nación de espías una raza deorigen caballeresco, y pOI' medio tal, á los dosgendarmes de que 1.e hablado, en millones de ca-·pataces de presidio.

El individuo no necesita corazón, ni juicio, nisentido común; para apreciar un acto no consultani á la razón ni á la justicia; pregunta al Código.Un voluminoso infoho es su conciencia. Halla mo­ral que un agiotista gane cincuenta millones enuna. jugada de Bolsa que arruina mil familias, perose indigna contra el descamisado que roba 250 grao

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mos de pan á un panadero; se pasma ante un in-­dustrial que acumula rápidamente una riquezahaciendo trabajar á mil obreros doce horas al díapor dos francos sesenta céntimos, pero truena so­lemnemente contra aquéllos si amenazan declarar­se en huelga para obtener un pequeño aumento dejornal; aplaude á rabiar al ministro que restablece«el orden» mandando ametrallar mil personas,pero pierde el color durante cuarenta y ocho ho­ras si un periódico le dice que han intentado ven­garse de un handido coronado ó de un explotador;sonríe complaciente ante las calaveradas del jovenburgués que ha seducido á una linda obrera, perose llena de virtuoso desprecio para aquella muc1ta­cIta perdida.

Este tipo, que abunda, no siente nada, no quie­re nada, no piensa nada, no comprenda nada, nodesea nada, no aspira á nada; !lO conoce más queuna cosa: la Ley. Lo que ella prohibe es el mal,lo que no prohibe es bueno, lo que orilana es su­blime. Y yo os digo que este sér ya no es un hom­bre, es un C6digo ambulante, durmi.ente, parlante,que come, que bebe, que orina.

D.-MÉTODO DE.MORALIZACIÓN SOCIAL

Pregúntase uno cómo puede el individuo llegará grado tal de abdicación; por medio de qué gIm­nasia particular llega á desarticularse tan por com­pleto que no conserva ya ninguna forma humana;por qué serie de atracciones sucesivas le es posi­ble, no razonar ya con juicio, no sentir con sus

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nervios, no amar con su coraz6n. Esto es lo quevoy á in tentar analizar.

Explíease sin grandes esfu0nos que, al par que

proclaman la legitimidad del amor á sí mismo ybuscan ~01placer en conformidad con la Naturaleza,los que persisten en su manía de roghJm(mtaci6n:tÍ todo trance, por Uila de e",as perfidias cuyo se­creto poseen y que recuerda sus procedimientospolíticos y ecollémicos, se hayan dedicado á des­vial', contrariar y 1'0gh'ingir el amor á sí mismo Jal bieneetal' que hubiera tenido por efecto empujará los desheredados al asalto del capital y á los ciu­dadanos á la abolición ó la conquista del poder;pero también se comprende la impotencia de laley 801a ante tan formidable faena.

Sabida es la inutilidad de la represión, y el le­gislador moralista no tiene más que una confianzamuy relativa en la eficacia de los medios de quedispone. Conoce el vigor formidable de las pasionesy deseos, pero no ignora que por un métoclo prac­ticado sabiamt.mte, ese poder puede disminuirsegradualmente, ó ser aniquilado por completo, yposee el secreto de los resortes que hay que tocarpara atenuar progresivamente la frecuencia y laenergía de las sublevaciones de la carne y del es­piritlL Ha encontrado y desarrollado hábilmenteen el medio social agentes que le facilitan á mara­villa la misión que se ha dado: vencer las supre­mas resistencias de la Naturaleza, debilitar susapetitos, prevenir sus rebeliones, enfrenar sus pa­siones, para, por fin, hacer del individuo un sérdespojado de toda independencia, de toda voluntadpersonal.

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Dichos agentes son numerosos; 13610 cita'é cua­tro, que considero los más importantes: la religión,la familia, la educación, la opinión pública.

l.o LA RELIGI6N

Predisposición de la infancia á la tendencia rsJigios;a.-Prímeras impresiones; su tenacidad.-Compresión de lacarne y del espiritu.-Resignación y docilidad á los in­sondables designios de la Providencia.

Ratas cuantas consid.eraciones relativas á la in­fluencia religiosa en la familia educativa, no cons­tituyen un estudio acorca de la familia, la religión,la educación y la opinión pÚbliea desde el puntode vista general. 'l'iemm por Único objeto mostrarcómo se conciertan estas fuerzas distintas paraobrar é influir sobre el sér moral, comprimido, re­ducido, ponel'lo y retenerlo en servidumbre, cosastodas que, teniendo por resultado tiranizarlo sintregua, le privan de la verdadera felieidad, queconsiste, como se ha visto en el capítulo primero,en la facultad., en to(lo individuo, de satisfacer li­bremente todas las necesidades: físicas, intelectua­les, morales.

Por un desconocimiento de los más sencillosfenómenos, por su turbulenta curiosidad, por suamor á lo maravilloso, el niño recuerda las prime­ras razas; el mismo asombro tímido y temerario ála vez ante el espectáculo de las transformacionesincósantes de la Naturaleza; la misma necesidadde cm,ber, de comprender, de penettar el secretodel r:uándo, del por qué, del cómo; la misma ten­deneia, ante lo inexplicado, de hacer intervenir unactor sobrenatural.

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Así esa flor en capullo está admirablementedíspIJ8sta á recoger el rocío de los dogmas religio­so~. No se ha dejado de advertir que es tan fácila traer las inteligencias infantiles á las ilusiones dela f~l,como costoso conquistar inteligencias culti­vadas ó imaginaciones positivas, y con arte infini­to es como el cristianismo en nuestro país ha sal¡i­-do aprovechar esta observación juiciosa.

Con la figura interesante del niño Josús, la su­misión llena deconfilmza del Dios aprend.iz, la al­tiva y escasa asiduidad. al trabajo del hombre­Dios, el infatigable apostolado del Cristo y (le susapóstoles elegidoa entre los plebeyos más obscuros;con la sorprendente epopeya de los milagros sem­brados en su camino, enfermos curados, impedi­dos recobrando su vigor, muertos vueltos á la vida,la pesca milagrosa, la multiplicación de los peces~el andar sobre el Océano tempestuoso; con la sen­cillez do sus parábolas- y la impresión atractiva desu lenguaje simbólico; con las peripecias conmo­vedoras de ese drama interesantí!,1Ímo que terminaen el Gólgota tras un juicio inicuo, tortUl':aS sin.nombre y humillaciones infames; con la grandiosaimagen del Hijo de Dios, Dios él mismo, saliendode la tumba y subieuflo al cielo Ii'(mtatse á ladiestra del Padre; con la cruz imponente ligandola tierra con el cielo y extendiolldo los brazoscomo para reunir los habitantes de toda la tierraá los pies del divino crucifieado; con sus llama--·mientos conmovedores á los hu..mildes y los peque­ños, sus fulgu.rdntes amenazas contra los farise~,108 poderosos y les ricos, en fin, con su espantosapesadilla del infierno eterno reservado á los malos:

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y su radiante visión de una eterna y parauls13ca.[}eatituJ reservada á los justos, la l{:}y{mda del Na­zareno y la doctrina bíblica están bien hechas paracaptarse los cerebros débiles, las imaginacionespcé:icas, las voluntades flojas.

Mas es preciso expiar los primeros balbuceosdel niño, tomar su manita, guiar sus primeros pa­sos y recoger los primeros destellos de su razónvacilante. «Cierra los ojos, niño querido~ tu angelglardián velará por tí. Mañana cuando te despier­te·,,; 1.:'1 HoltJ'oir;i el niño Jesúf:l.» Aeí habla la jovenmadre) que se aeuerda, confusamente á veces, delag recomondaciunes qne oía en su camita, y se3rec obligada á transmitidas al querubín que dió áluz.

Crece el niño y la alegría 6 el llanto de Jesúgy del augel de la guarda forman parte del bagajeque las madres arrastran consigo al mismo tiempoque los búmbones y las azotainas que prometen Ó

distribuyen para castigar ó premiar.Vi0men luego 106 rezo~), el catecismo, 11lscere­

monias en el templo; después la primera comunión-el día más hermoso de la vida, según los padreseri.r:;tianos-y en todos los acontecimientos quemarcan la existencia, nacimiento, matrimonio, ómuerte, la. Iglesia interviene para bautizar, unir Ó

enterrar. Así, lo primero que el niño aprende árecitar es una oración; demasiado jÓvenes paraeompl'onder, el muchachuelo y la chlquilla se ha­bitúan á la función casi mecánica de creer; el pe­queño sér se satura progresivamente de religiosi­dad; todo desarrollo intelectual ó fisico correspon­de eon una penetn~ción mas profuuda de la fe; en

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todo momento decisivo entra en la Iglesia, y loscantos sagrados, la música imponente del órgano,el perfume del incienso, el aspecto majestuoso delas bóvedas ojivales, el deslumbrante altar dondebrillan con profuai6n los cirios, la sombra discretaque combate débilmente la luz del día filtrándose:i través de los artli3tÍcos vidrios, esas ceremoniasque en cada época marcada de la vida y de la exis­tencia de los que le rodean, impresionan su cora·zón emocionado, su turbado espíritu, y lo llevaná los pies del Creador de los mundos, acabandopor envolver sus ideas y sus sentimientos en unvelo místico, q1ll3 por más esfuerzos que haga leserá imposible desgarrar en adelante. Lleva yguarda en su pensamiento el recuerdo de las mú­sicas suaves, de los celestiales perfumes, de lascabezas inclinadas bajo la mano que bendice delministro de Dios, de las turbas arrodilladas yabis­madas en el Altísimo, de las emociones vagas, in­definibles, y, no obstante, profundamente conmo­vedoras, de visiones radiantes imposibles de olvi­dar. Las más de las veces esas primeras impresionesdejan profundas huellas que no se borran comple­tamente jamás; y si la bulliciosa impetuosidad dela juventud, y el poder fugaz de las pasiones de lavirilidad parece que borran, en ocasiones, sus ves­tigios, reaparecen casi siempre en la edad madura;son tales impresiones como esos surcos trazados enun campo que desaparecen bajo las :aguas de unalluvia tOl'rencial, y que pasado el chubasco pare­cen alÍn más hondos.

Siéntese el creyente muy pequeño bajo la mi­:rada del Todopoderoso que guía los astros en su

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curso, gobierna los elementos y dispone á su an­tojo de la salud y de la muerte. ¡Qué poca cosa leparece la vida! Un paso rápido, menos de un se­gundo, y de ese segundo dependen una eternidadde penas ó de dichas inefables. ¿De qué serviríareflexionar, inquirir, saber, luchar, combatir, re­belarse'? ¿Es eso indispensable para la salvación desu alma'? ¿De qué le serviría ganar el universo, siperdía aquélla'? El amor, la amistad, el placer, ladicha, el mundo, no son nada; sólo una cosa im­parta: g-anar el cielo agradando á Dios, ajustandoSil vida á la moral evangélica.

Poro Ósta, j,q 11() ensena al hombre'? ¿Le invita áutilizar, para exelarnccr los problemas de la vida,las facultades maravillosas que nI Creador le con­(:edió'?¿Le exhorta á dar libre curso á nobles y ge­nerosas aspiraciones que Dios puso en él'?¿Le in­cita á dejar que se abra libremente esa magnífical10r de la pasi6n que el sé!' Supremo sembró enabundancia en el jardín de su coraz6n'? Lejos deeso, no deja de repetirle estas palabras deseonso­ladoras: «Haz guerra implaeable á tus pasiones,impide á tu pensamiento profundizal' los prohle­mas del pl'íncipio y fin de las cosas. Dios sólo pue­de y debe ser el atta y laome.qa. Aplasta las as­piracioues todas que no se dirijan á Dios y puedanalejurte de él. Este despojo perecedero que cubretu alma inmortal es tu enemigo perpetuo: sometetu cuerpo al ayuno y la mortificación; no tengaspiedad para tu carne.» Compresión, abstinencia,maceraci6n: aquí está toda la moral evangélica.La vida para el cristiano debe ser una renunciaconstante, un sacrificio de todos los minutos. Los

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,sentimientos más naturales sonle imputados comofaltas, las aspiraciones más legítimas deben sersofocadas, las más irresistibles necesidades com­primidas, y él mérito consiste en matar las pasio­nes más sanas y fecundas.

En nombre de un Dios bueno y misericordioso,que por serIo debía regocijarse con la felicidad desus criaturas y afligirse con sus infortunios, secondena á millones de personas á un martirio quesólo tiene fin con la vida.

Cuando todo murmura á su oído palabras deamor, la joven doncella se acusa de los sueños quese deslizan en su pecho henchido de ternura; seruboriza como de una falta grave de la emoci6nque ha hecho nacer y que ella siente; (1) el ado­lescente mira como contrarias á la pureza las su­blevaciones involuntarias, la virilidad que se des­pierta. Millares de mozos ardientes cuya sangrearrastra el deseo, adquieren votes que les liganhasta la tumba, mientras las vírgenes, converti­das en esposas castas del Señor, juran solemne­mente d(~jardormir por siempre en su cuerpo lafecundidnd de que la naturaleza ha dotado á lamujer para las cosechas maternales.

y unos y otras, vistiendo un traje que testifi­ca los compromisos contraídos, arrancan de su co­razón los sentimientos que los ligaban á la tierra,cubren sus cuerpos de cílicios, martirizan sus car-

(1) «El cristianismo ha confundido demasiado la casti­dad con la pureza. La pureza verdadera es la del amor... Uneunuco ó un seminarista puede no tener nada de casto; lasonrisa de una novia puede ser infinitamente más virginalque una monja.» Marc Gullau. L'Irr¿ligion de l'aWDenir,pá­.gina 256.

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neíl con las correas de las disciplinas é imponená sus estómagos frecuentes y prolongados ayu­nos. (1)

Pero no basta con que al corazón del cristia­no se vede todo afecto puramente terrestre; no essuficiente que la carne sea domada; es necesariotambién, y sobre todo, que su inteligencia seguarde muy bien de contrastar, de discutir, deI~xaminar, de comparar. Es preciso que se rodeeflU ponsamiento de altos muros que no traspase; esfuerza que sus ojos se velen ante todo lo que no":0ael melo, que sus oídos se cierren á todas lasvoces qne no emanen de Dios; es preciso que pros­per'idados 6 infOi'tunios se acepten como venidos de!a Providencia. con sentimiento de gratitud igual,siendo bendiciones y pruebas el testimonio de pa­ternal solicitud de la divinidad; fuerza es, en fin,que la injusticia humana lo encuentre siempre re­<,ignadoy sumiso, pues que todas las cosas vienende lo alto y nadie puede conocer los misteriosos de­signios de Dios respecto á sus humildes criaturas.

2. o LA FAMILIÁ.

que es la familia jurídica.-Venalidad matrimonial.­Los muLrímonios de conveniencia y de inclin~ción.-Lavida común mata la pasión.-Eoclavitud, celos é hipocre­:'Ía en el m;¡trímonio.-:-Suf'rimiento de los hij os; ou de­pendenl~i<tabsolllta.-Deberes, responsabilidades, cargasy sujeciones en la familia.

Tiene el individuo sed de afecto; el aislamiento

(1) En Francia, ciento treinta mil per~OIlilode los dos;¡lXOSestán oblig3das al celibato por la vidil rolig·íoC;il.Doc­

1m' Lagneau, Remarq'ues demo/!I'aj!ltiq1~'s sur le crftiúat enfi'ra:nce.

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le contraría. El sér más frío en apariencia, queparece indiferente á todo lo que no es él mismo,experimenta la necesidad de adherirse, de amar.En medio de las aglomeraciones humanas máscompactas, cada cual, á causa del antagonismo delos intereses en juego, se siente como sumido ensoledad penosa é irresistible mente inclinado á agru­parse. A este impulso, nacido sin duda de una ten­dencia natural á la sociabilidad y constantementedesarrollada á través de las generaciones, viene ájuntarse esa necesidad instintiva de aproximaciónsexual que asegura la reproducci6n de la especie.No creo equivocarme al atribuir ti est::1Sdos cir­cunstancias los primeros grupos de familias.

Estas, organizaciones minúsculas en el seno dela organización general, han pasado por todas lagfases, atravesó la última, y la familia de hoy re­produce en pequeño, infinitamente pequeño, la so-­ciedad entera. La. filosofía encuentra en ésta losrasgos distintivos de aquélla y ve como la fotografía en miniatura del medio social y de las ins­tituciones que de él se derivan. Es el mismo falsoindividualismo extendiéndose en la pequeña aso­ciación de intereses que constituyen el padre, la,madre y los hijos; es la misma avidez de lucro, elmismo cuidado de encerrar en los límites del yofamiliar, convertido en una especie de patria chi-­ea, las afecciones, los arranques de generosidad ylos esfuerzos de todos los miembros del grupo; esla. idea del gobierno~provisio:ual encarnándose enla persona del jefe (le familia y confiriéndole dere..chos ilimitados casi; es el contrato de matrimonioreflejando el contrato social completo y estipulan-,

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do los deberes, los derechos de las cónyuges y susherederos; es ese espíritu de familia estrecho ymezquino, especie de solidaridad exigua que re­cuerda el espíritu de cuerpo ó el patriotismo decampanario; es, en el seno mismo de la familia,las envidias, las rivalidades, los odios, los dramasque deshonran y ensangrientan la historia huma­1:.80; tan cierto es que las mismas causas producensiempre los mismos efectos y que la misma orga­nización da los mismos resultados.

Para los n¡(t8, la familia es como una especiede arca de NlHi (,n que la blanca paloma de nues­tras ternuras .Y nllostras felicidades encuentradonde dar reposo :'í sus alas inmaculadas; y cuan­do anuncio que nuestra instituciÓn de la familia,lejos de ser arca protectora destina.da á recibirtodo lo que escupe el dilnvio universal, contribuye,por el contrario, á precipitar el naufrag'io ddlnitivode todas nuestras alegrías. no ignoro que se me vaá acusar de detractor sistemático.

Sin embargo, no ha'y nada de eso. La familia,por común acuerdo colocada por encima de lascontroversias de los partidos políticos y de las sec­tas religiosas, se ap3,rece á la multitud como unacosa santa que el respeto debe sustraer á todo exa­men y á toda crítica; así no es discutida nunca;mas por poco que el lector quiera sustraerse unmomento á esa especie de fascinación inconscienté,por poco que consienta ~n cerrar monmetáneamen­te su corazón á la sngesti6n de un sentimenta­lismo irreflexivo; por poco que abdique de sus pre­juicios en la materia-y espero que será capaz detal esfuerzo-quiero creer que verá en ese rodaje

TOMO II 10

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fatal que no nos suelta un minuto desde la cunaal sepulcro, la causa de muchos males, de muchossufrimientos.

Porque la familia no es la reunión voluntariay siempre transitoria de seres que agrupa la sim­patía y cuyos corazones se han el('gido espontá­neamente; es una asociación obligatoria y perpe­tua hija de azares ciegos del nacimiento y de lascombinaciones del interés.

En nuestras civilizaciones monogámicas, la fa­milia está constituíd,a por un hombre, una mujery los hijos nacidos de su unión; y en nuestra épo­ca ti~ne por prefacio (l) indispensable el matri­momo.

¿Es éste la consecuencia de atracciones recípro­cas que han echado á dos seres uno en brazos delotro'? ¿Es la de un movimiento espontáneo nacidode la misteriosa ley de atracción de los sexos entresí, atrf;¡.cciÓny movimiento que, sacando de la pose­sión elementos nuevos de pasi6n y deseo, tr:!.jeronprimero una serie de relaciones, después una uni6nestable, permanente y libremente consentida?

(1) No me refiero aquí más que á las familias constituí dasen conformidad con la ley, no solo porque son más numerosasque los irregulares, si que también porque en un estudiosoeiológico no puedo considerar una institución sino bajo laforma que reviste social y legalmente. No obstante, me im­porta hacer notar que, en mi sentir, resullan los mismos in­convenientes en las uniones ilegales. Estas no son en defini­tiva más que matrimonios verdaderos II los que falta la san­ción civil y religiosa; porque la eohabitación, la comunidadde intereses, los hábitos arraigados y sobre todo el nacimien­to de los hijos, por los deberes y las responsabilidades queimpone al padre y la madre, crean á la larga, entre éstos,lazos morales tan fuertes como las cadenas forjadas por laley ó la. Iglesia.

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Todo el mundo sabe que el matrimonio no es,en la mayor parte de los casos, más que una aso­ciación de intereses en que el amor no tiene la me­nor parte. Con frecuencia el matrimonio se pro­yecta y á veces se decide en principio antes deque los futuros esposos se hayan encontrado unasola vez. No se ba consultado á los interesados,pero estando de acuerdo en situación de fort.una,conveniencias sociales y prejuicios mundanos,siempre se estará á tiempo de obtener Ó de arran­car, en caso necesario, el consentimiento de losfuturos cónyuges.

Ellibct'tiulI que ha dejado en las zarzas del ca­mino el vellón de sus ternuras; el mujeriego gas­tado, viejo antes de tiempo, se casa para lograr unfin, para acomodarse; ~quiénBabepara qué'?, acasotambién con la excitante esperanza de hallar denuevo alguna emoci6n dormida, algÚn estímulovoluptuoso en el cándido abandono, la turbada cu­riosidad y el pasmo encantador de una virgen dediecisiete años que él iniciará en la vibración deli­rante de los sentidos. Otros, muchos, toman mujerjoven 6 vieja, fea ó bonita, inteligente ó tonta,pura 6 viciada para con su dote comprar un bu­fet(j, un destino, una botica, hacerse industriales ócomerciantes, elercer la medicina 6 la elocuencia.

La joven soltera, cuidadosamente alejada detodo lo que pudiera instruirla de las exigenciasque trae en sí la intimidad conyugal, no ve, porlo común, en el :natrimonio más que un medio demojar los labios golosos en la copa del amor, yenel marido sólo un adorador perpetuo, lleno deatenciones, un súbdito de quien S61'á la 80berana

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y cuya UnIca ocupación consistirá en sufrir suscaprichos y se adelantará á sus deseos. Si es po­bre, pero inteligente, bonita y distinguida, se ledará. á entender que sus prendas bien valen undote y que no teniéndolo debe guardarse de conce­der tantos encantos ... y lo demás, á esos jóveneshermosos, inteligent€e, pero pobres como ella, ha­cia los que le llevan sus aspiraciones; que siendo elmatrimonio el acto más importante de la vida, nolleva en sí pasión y mimos; y poco á poco se lehará ver como un contrato aperg'aminado en quelas cláusulas son todo y la forma muy poco ó nada.

En los casamientos de obreros hace el notariomenor papel, porque los dos esposos no suelenaportar nada; pero el móvil de la unión es idénticoen el fondo; el obrero que tiene un buen oficio y

la obrera iue gana buen jornal son casi los únicosá quienes es es dado elegir; los otros se apareancomo pueden. Podría reforzarse esta verdad dieien­do que, hasta tratándose de un matrimonio pOl'cariño, no hay una muchacha que consintiera encasarse si no tuviese de antemano la seguridad deque su marido satisfará sus necesidades.

Así, de diez veces nueve, el matrimonio no es,propiamente hablando, más que una forma espe­cial y respetada de la prostitución (1), pues queen lugar de darse sin consideraciones, sin cálculos,sin doble idea, siguiendo el impulso natural de

(1) Toda alianza de hombre y mujer por una situaciónmaterial ú otras ventajas, es prostitución; poco importa ql1eesta alianza se haga con el concurso de un empleado del Es­tado civil, de un sacerdote ó sólo de una acomodadora deteatro. Max Nordau, Mentiras convencionales.

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afinidades instintivas, cada uno de los c6nyugescompara lo que vende con lo que compra, y noconsiente en dar sino á condici6n de recibir.

** *

Verdad es que, aunque fuera la simple legisla-eión de un idilio comenzado y seguido en virtuddel amor úr:icamente, no tendría el matrimoniomenos infaustas consecuencias.

Que sea por conveniencia ó por inclinación,más tarde 6 más temprano, síguenle desilusionesHenas de amargura, pesares acerbos. Los matri­monios de conveniencia constituyen una verdaderalocura unida á una inmoralidad patente, y los mis­mos matrimonios por amor no son menos locos yculpables, pues éstos como aquéllos consagrancompromisos insensato"!, en contradicción absoluta-connuestra naturaleza mudable, inconstante, ca­prichosa.

No se puede responder del coraz6n como no sepuede responder de la salud. Nuestro yo se trans­forma sin cesar; nunca somos idénticos á nosotrosmismos; cada año, cada día, cada minuto lleva ánuestra individualidad imperceptibles pero realesmodificaciones, ¿y no estaría fuera de raz6n garan­tizar seriamente la fijeza de nuestros sentimientos,que, despué3 de todo, no son más que manifesta­eiones especiales de esta individualidad mudable?(1) No puede haber por el contrario, un sentimien-

(l) Véase cómo define Lamartine el corazón humano:« 11 n instrumento que no tiene el mismo número ni la mis­lila clase de cuerdas en I.Odoslos pechos y en el que pueden

.hallarse eternamente notas nuevas 1ue añadir á la gama in­,1initade sentimientos y cánticos de a creación.»

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to más versátil que el amor; y si es verdad qU6nos domina durante largos años, no es menoscierto que S11 objeto varía con frecuencia.

La natursleza no sabría pleg:use á las rígidasfxigencias de un contrato de larga duración. Lanovedad, atractiva siempre, nos seduce con lo des·­conocido, lleno de seductoras promesas. Se amatoda la vida, el tiempo blanquea la cabeza, sea~laran los cabellos, se arruga la cara y el corazónpermanece joven; no lo niego; pero no se ama álos treinta con la poesía y los liriBIDosontusiastasde los veinte años; no se ama. á los cincuenta conel Ímpetu apasionado de 10B treinta. y cinco. Laflor divina del amor perfuma toda nuestra existen­cia, no cl~be duda; pero no son los rayos de lasrrism3s pupilas las que la abren y es muy raroque sean los dedos queridos de la misma encanta­dora los que la cojan cada vez que brota. Nadamata el amor más seguramente que el matrimo­nio. La certeza de la posesión por una parte, y porotrh la obligación de la vida común, lo envenenanmuy pronto.

El deseo no se alimenta más que de la varie­dad y la pasión s610vive del deseo, Pero el matri­monio es para el deseo algo como una condena ámuerte; lo despoetiza y monotom'za todo. Las pal~pitaciones del corazón en las primeras citas sonreemplazadas para la mujer casada por el temor dedejar quemar el asado y para el marido por el te­mor de llegar tarde y el fastidio de dejar á losamig-os del café ó de otro sitio.

Entre esposos las conversaciones recaen faltasde encanto sobre los criados, los negocios, el

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CU\l'to, los niños, las compras, las cuentas quehbY que pagar, lo que hay que hacer. La mu­jer, como si ya no necesitase agradar, se descuiday pierde en su casa esa sal y pimienta de la coque··tería natural que tan bien sienta á los encantosfemeninos; el marido, no teniendo ya que ocultarsus cuidados, no disimula su mal humor, y de no­vio galante y atento se convierte en marido brus­co y huraño; y si por la tarde el señor se acuerdaaún alguna .vez de los juramentos de amor que enotro tiempo salían á borbotones de sus labios tier­nos, arditmtes, sedientos de besos, recita sin fer­vor su plegaria, á la que se une la señora comomujer que tiene el deber de prestarse á lo que deella puede exigirse. La indiferencia primero, lasaciedad después, el disgusto, en fin, se desliza ensus frases, besos, caricias y ;;¡brazos, á las mismashoras y en el mismo escenario.

Los actores del matrimonio lo advierten, y sin­tiendo cada cual que ya no ama, comienza á pen­sar que podría también Ber ya, menos amado. Na­cen las desconfianzas, toman parte los COl081recri­minando los menores retrasos, las salidas máscortas, los actos más insignificantes, las palabrasmás anodinas, las bromas más inocentes, las rela­ciones más naturales; porque el marido no sólo hajurado amar á la misma mujer, sino que ha renun­ciado al derecho de desear las otras que su matri­monio ha sumido en una especie de viudez, puestoque ha muerto para ellas; la mujer, no sólo haprowetido darse siempre al mismo hombre, ha ad­quirido también el compromiso de negarse á losdemás para los que no deben existir sus encantos.

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La vida común se convierte en una perpetua men­tira, en una hipocresía sin fin; es preciso rivalizaren astucia y artería para engañarse mutuament~,reir cuando el corazón está angustiado, parecertriste cuando la esperanza de una cita próximahace resonar en el oído músicas alogres, y aparen­tar ante la gente frialdad para e18(,r amado y avi­var la ternura hacia el indiferente.

Sienten entonces los desgraciados todo el pesode las cadenas que se han echado encima. (1)Comprend(m que la vida dichosa ha concluídopara ellos, que la salvación sería separarse; peromil lazos los atan uno á otro: el interés, los pa­rientes, las consideraciones, los hijos. ¡Los hijossobrt) todo!

***

Y, sin embargo, también éstos sufren por lafamilia. En la edad de la turbulencia, de los locosaturdimientos, de los caprichos y las niñadas,vénse obligados á someterse á una especie de dis­ciplina que varía según las tradiriones de familia,el carácter de los padres, el estado de fortuna yotras mil circunstancias, que no dejan de ocasio­nar en esa pequaña sociedad grandes decepcionesy grandes pesares.

A los doce años métese al niño en el colegio 6de aprendiz, según haya nacido rico ó pobre. Co­locado en una ú otra parte, sin que se tengan en

(1) «Si la monogamía hace á una persona esclava de otra'es la más monstruosa de las iniquidades.» Julio ThornasP1'Íncipes de JIMlosoJillie 'rn orale.

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cuenta sus gastos, sus aptitudes, ni aun sus fuer­zas, ha de someterse á un reglamento de escuela óde taller; es preciso que adquiera hábitos de sumi­sión y regularidad que hieran sus instintos inven­cibles de libertad; es necesario que durante largashoras permanezca inmúvil ante un mostrador Ó

una máquina, él, cuyos miembros tienen sed delocomoción.

No teniendo, no pudiendo tener nada suyo, nodisponiendo de sus propias facultades sino comoles place á aquellos de quienes depende, lanzado ála. sociedad sin otros recursos que los que saca desu familia, el adolescente está á merced de sus pa­dres, á quienes debe, al par del más profundo res­peto, la más ciega obediencia.

Sistema tal de autoridad que le coloca en de­pendencia absoluta, produce muchos y desastrososresultados. Sólo citaré dos: primero, que acostum­brándose el adolescente á seguir sin examen el ca­mino que se le traza, á hacer, sin discutirlo. loque se le manda, á emplear sus aptitudes en elsentido que se le indica, á desarrollar sus faculta­des del modo que se le ordena, pierde por comple­to la iniciativa á la vez que la voluntad. No sabeni pensar ni querer, ni lo necesita pensando y que­riendo por él su familia. Cuando tenga que guiar­se él mismo, que tomar una resolución y ejecutar­la, será completamente incapaz de ello; al faltarlesu punto de apoyo, será juguete del primer intri­gante que se presente y permanecerá siempre enla imposibilidad de conducirse rectamente.

El segundo resultado de tal sistema de educa­ción de familia, es el poner fata1m.ente al nirío en

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la pendiente de la hipocresía. Véase cómo: obliga­do á menudo á hacer lo que le disgustal á renun­ciar á lo que le conviene, el niño consagra unaparte de sus facultades imaginativas á buscar elmedio de combatir el obstáculo y gasta lo mejorde su energía en vencerlo; su ingenio se esfuerza,en despistar la vigilancia paternal Ó maternal; seesfuerza su mente para apartar sus intenciones ysus actos de la atención de sus padres. Lo consi­gue casi siempre en más ó en menos, pues no secastra nunca por completo á la naturaleza; perocomo no puede pensar y obrar á la luz del día,vése obligado á ocultarse y adquiere insensible ..mente la costumbre repugnante de la mentira, delengaño; sintiéndose obligado á mentir y á ser hi­pócrita, no halla reproche alguno en su. concien­cia, ni protesta ninguna, y concluye por mirarcomo la cosa más natural el disimulo, puesto quele es necesario.

Un día la adolescencia cede el puesto á la ju­ventud. Es la edad en que florecen los amores. Lospadres no se acostumbran á que crezcan sus hijos~6 mejor dicho, el crecimiento físico y desarrollomoral se efectúan á sus ojos sin que lo noten, di­gámoslo así. Para ellos, la muchacha de dieciochoaños juega aún á las muñecas y casi se sorpren­den de no verla ya con sus falditas cortas; el mozode veinte años sigue siendo el rapaz alborotador,aturdido y Clindido que juega al marro .y hay quevigilar sus imprudencias.

No obstante, el pájaro está impaciente por en­sayar sus alas; tiene prisa de desplegarlas en esosespacios inmensos que se abren ante él y que as-

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pira á recorrer con ávida curiosidad. Comienza ;\encontrar muy estrecha la jaula de la familia; sehiere con los alambres que lo detienen cautivo;maldice su prisión, y si no fuera por el respeto yel afecto que le inspiran sus carceleros, los malde­ciría también.

Todo le parece á la juventud preferible á la tu­tela familiar, porque todo aparece á sus ojos conlos hermosos colores de la libertad. Se siente malen aquel cuadro estrecho cuyos contornos bienmarcados parecen decir á su sed de lo desconocido,~e novedad, de independencia: .no irás más le­JOS.»

Casarse, crear una familia; el solo pensamien­to le embriaga, menos por los goces que de elloespera que por las trabas numerosas á que se sus­trae. Y no es esta URa de las consideraciones quepesan menos en la prontitud con que la gente jo­ven se casa sin conocerse bien y con frecuenciasin amarsa. Hay por lo demás que cOl1sultar á lospadres, obtener su consentimiento, y si no halla·mos escand~llosamente abusiva semejante intrusiónen acto tan importante para cuya realizaci6n úni­eamente la conveniencia de los interesados debe8e1' decisiva, es porque, habituados hace siglos átal espectáculo, pasamos por esa iniquidad comop.Ol' ~antas otras del mismo género, sin advertirlosIqmera .

•**El individuo no sale de una prisi6n sino para

entrar en otra; s610sacude el yugo paternal para

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ponerse el conyugal y empezar de nuevo otra odio­sa servidumbre. No deja el círculo de familia sinopara formar otro que le sujetará tanto como elprimero, aunque en diverso sentido.

Hijo, esposo y padre; hija, esposa y madre, las()tapas se suceden, los papeles cambian, pero elresultado es el mismo; una c8,rga permanente dedeberes, de responsabilidades, de sujeciones. Nohago aquí el proceso de los padres, ni de los hijos,ni de los esposos. Los hay, lo sé, qne no encuen­tran en la familia más que alegrías, consuelos yternura; pero esa dicha no proviene de los víncu­los de la sangre ni de la organización de la familiamisma; es el producto de circunstancias y encuen­tros que han de atribuirse á los individuos mis­mos, y que existen, no merced á la familia, sinoá pesar de ella. Por lo demás este es un caso ex­cepcional; lo cierto es que la inmensa mayoría delos humanos sufre por esa instituci6n; la verdades que oprime al ser en todas las edades de suexistencia, desde los primeros pasos de la infanciahasta la hora postrera sin dejade un instante dereposo; que mata en él la fuerza de iniciativa,acaba con la espontaneidad y exige una especiede renuncia continua; la verdad es, en fiu, que si,con toda espontaneidad se quiere mirar tras el velopoético con que moralistas y sentimentalistas cu­bren la familia, v6nse allí seres livianos, egoístas,t:odiciosos, hipócritas, serviles y desgraciados.

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3.o LA EDUCACIÓN

Crítica de nuestro sistema educativo; consigue formar pOI.'"

una parte tiranos y esclavos por otra.-Falsedades yerrores de nuestro método pedagógico.-Deplorables re­sulLados de tales procedimientos de enseñanza.

Se está generalmente inclinado á establecer en­tre la educación y la instrucción una distinciónmarcada. A la primera, se dice, corresponde elcuidado de formar los sentimientos, las maneras ylas costumbres; á la segunda el de formar las ideas;la una tendrá. por campo de experimentación elcoraz6n, la otra el cerebro.

Esta distinción no existe, en efecto; no s6loporque en el mismo individuo la conciencia no seabstrae del intelecto, sino además y sobre todo,porque si, como dice Moleschot: «Nada hay ennuestro entendimiento que no haya entrado en élpor la puerta de los sentidos» (1), nada hay tam­poco en nuestro corazón que no haya ontrado porla puerta de nuestro entendimiento. Los senti­mientos no son, en efecto, más que la concienciareí1ejada y el reflejo habitual de las ideas que pue­blan nuestra inteligencia.

Por esto he creído preferible no conformarmecon esta distinción y he comprendido en el sGIotérmino educación, lo mismo lo que se refiere ála instrucción que lo tocante á la educación pro­piamente dicha (2).

(1) Nikil est in intellectu quod non f'uc1'it in sen"~u.(2) El lector encontrará en mi Fel-icidad uuiccrsal un plan

de educación y de instrucción, eontcuicndo mis opinionessobre este punto en extremo importan Le.Bepito que aquí notengo en cuenta más que los vicios de la educadón modemay las consecuencias que de ella se desprenden.

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Entendida así la educación, debe propl.nerse:por una parte oombatir el desarrollo de tendenciasperjudiciales al individuo y la especie, por otraparte favorecer el "de las tendencias contrarias.Cualquier otro sistema no podría desde el puntode vista social encontrar la más pequeña justifica­ción.

Por tanto, estudiar la naturaleza humana, es­piar las aptitudes del niño, examinar el partidoque puede sacarse de ellas, atenuar illgémiosamen­te el esfuerzo y la frecuencia de los malos impulsosá que pueda inclinarse, arrancar de su cabecita lasideas falsas para introducir en ella sanos conceptos;extirpar de su joven corazón los malos sentimien­tos y arroj al' en él con profusi6n la semilla de losbuenos, fortifiear con método amplio y sencillo larectitud de su juicio y su conciencia, tal debe será mi juicio el objetivo entero y único de la edu~caci6n.

¿Mas quién se atrevería á suponer que nuestrométodo educativo se inspira en esta manera dever, y, sobre todo, que está conforme con ella'? (1)¡Tlénese en cu.enta lo bastante la debilidad 6 elvigdr físico del niño'? ¿Su naturaleza su tempera­mento, su carácter'? ¿Se procura provocar la libremanifestación de esas tendencias particulares'? ¿Sebuscan los medios de descubrir primero, de favore­cer en seguida esas aptitudes'? ¿Se vela porque no

(1) «¿No consistp toda la educación en llenar de prejui­cios á los niños? Los prej llicios r¡llese imponen á nuestroshijos en las escuelas y otros sitios contradicen su modo defielltir. De ahí su malestar.» Mauricio Barrés. Vennemi destoís, págs. 5 y 6.

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dé su ~erebroasilo á los prejuicios que lo asedian?¿Se cuida de que no se deslicen en su conciencialos malos sentimientos de egoísmo, de dominio, decodicia, de envidia, de ()dio'~

Este cultivo cuidadoso de la juventud, quedotaría á la humanidad de :flores perfumadas, desabrosos frutos, parece ignorado por nuestros 1101'­

ticultores oficiales, 6 que, por lo menos, les pre­ocupa. mUJ poco. Lo importante hoy no es habituará la infancia á la franqueza, hacerle amar la ver­dad, desarrollar las tendencias á lo digno, acos­tumbrada á mirarse como una unidad igual á todaslas que forman el gran to(lo humano, impulsadapara ensanchar el CÍrculo de sus simpatíag, favo­recer la irradiación del espíritu de solidaridad, C0­municarle los fecundos impulsos hacia la bondaduniversal, hacia el amor espontáneo, avivar enella la iniciativa y la originalidad, estimular susgustos artísticos ó ejercitar su curiosidad intelec­tual.

¡No, no! ¿Para qué tales impulsos'? ¡Estaríabien ver á los jóven.es distraerse perdiendo de vistalos cui,iados del porvenir, soñando con la armoníauniversal, la igualdad Ó la estética! Los padr'3s defamilia no oyen por ese lado; no quieren que sushijos sean soñadores, utopistas. Exigen que antetodo se les haga hombres prácticos, serios y aptospara seguir la carrera que se les indique. Lo queante todo y sobre todo importa es lleg,u. El éxitoda dignidad, virtud, inteligencia, talento, y sirvepara todo.

Si la buena voluntad del que edu(~a favorecelos secretos deseos del j<Jven, no podrá resistir mu-

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cho tiempo ante la terquedad del padre, pues am­bos dependen de él, porque paga.

Elevar á la juventud, iniciarla en las cosas dela vida, enseñarle las primeras nociones de In

ciencia, es un oficio. El que vende instrucción esun simple comerciante y su situación exige queno tenga en su tienda más que los géneros que2graden al cliente. Este va á comprar los medioE'de lograr su objeto, de hacer su camino; si no srlos dan se quejará. ¡Lograr su objeto!, es decir)intrigar para obtener los mejores empleos, pres­tarse á todo aquello de que se espera sacar partidopara medrar. ¡Hacer su camino!, es decir, ganardinero, salir de la obscuridad y sentarse en gradHl'1elevadas del anfiteatro social.

He aquí el fin. ¿Lo alcanzará aquel cuyo espí­ritu elevado, desdeñando las adulaciones de losunos y las maldades de los otros, esté habituado ácernerse en las esferas serenas de la intelectuali­dad pura? ¿Lo alcanzará el que con la concienciafirme y recta, no sepa descender á viles tratos demercader, ni á compromisos en que se pierde ladignidad? ¿Lo alcanzará aquel cuyo pecho, abiertoauchamente á la piedad, á la generosidad, no sepa.contener sus desprecios, ni sus indignaciones, nisus protestas?

Para obtener la respuesta, basta eon echar unamirada á los que han medrado, á los advenedizos.Son los frutos directos de la educación contempo­ránea. Para saber qué principios se les ha inculca­do, qué costumbres se les ha transmitido, qué sen­timientos se les ha inspirado, qué opiniones se lesha hecho compartir, no hay más que ver cómo

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han vivido, lo que han dicho, lo que han hecho,los medios que han empleado, qué camino han se­guido.

¡Ahí están los ejemplos que se presentan á losjóvenes! Esos son los modelos que se les excita áimitar: seres sin conciencia ni moralidad, dispues­tos á. servil' todas las causas, no teniendo másmira que la riqueza ó el poder; prontos á. inmolarsin vacilación el mundo entero á su orgullo ó subienestar; inclinándose sólo ante el éxito; llenosde insolencia para aquellos á quienes dominan consu dinero 6 su posición; pródigos de servir defe­rencia para aquollos de quienes tienen algo quetemer 6 esperar; corazones ~~ecos,cráneos exiguos;;¡bogados, empleados, ofic:iales, diroctores, estándestinados á disputarse la heg(lmonía de la rique­za y el poder. Prop6nese la educación armarIospara la lucha y los hace feroces y dé3potas, lesquit::!. todo sentimiento de piedad estéril ó peli­¡~(,Ofla,les enseña á subir sobre las espaldas de losqtW rUEldan para dominar mejor, excita su ambi­l:Í6n hasta el paroxi~.lmo, adula su vanidad y crea(~oncienciascínicas y cobardes.

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Esai1l costumbres deplorables, esos resultadosfllCios es lo que alcanza la brillante educación quewm lal'gl1eza se da á los privilegiados de la cuna.

EHOS niñJs mecidos en cunas cubiertas de en-'

cnj''fl; esos jóvenes, futuros negociantes, illdus­tnales¡ magistrados, b,.llqueros, médicos, unen ásu vanidad repugnante la idea de que la sangre

TOMO n 11

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que corre por sus venas es más noble, más precia­da y más pura que la que circula bajo la piel delhombre del pueblo.

No hay, pues, que asombl's,rse de que esos fru­tos de un cultivo falso intelectual y moral traiganlos vicios de que adolecen. Sería extraño que hom­bres de esta suerte educados fueran compasivos,generosos, animados por el impulso de la solidari­dad, enamorados de la igualdad social ó capacesde servir una causa con desinterés y convicción.

Han sido hechos para mandar; lo saben, se lodicen, y lo creen; los amos no pueden ser igualesá los servidores, ni los gobernantes á los goberna­dos. La cabeza que no se inclina es la de un rebel­d", la de un mal ciudadano, de un malhechor, deun criminal.

La multitud de los que el nacimiento ha des­trozado, ha nacido para doblar la rodilla; los obre­ros han venido al mundo para producir siempre yno poseer nunca; (1) ellos, los ricos están predes­tinados á percibir la totalidad de las rentas, delos beneficios, de los productos y á transmitir ásus ociosos descendientes los derechos que ellosmismos gozan durante su vida; y como tal estado

(1) «Entre el burgués por un lado, el campesino y elobrero por otro, hay un abismo. El burgués no siente que}¡aya nada común entre el proletario y él. Es cosa convenidaconsiderar, mirar al proletario como una máquina alquila­da, de que uno se sirve pagándola puntualmente mientras senecesita. Del mismo modo, á los ojos de gran número de pro­pietarios, es un enemigo cuya superioridad sólo se aceptaporque es el mús fuerte. Hay hombres justapnestos; no hayun sentimiento común como no sea el odio, en el réginlCn áque está. sujeto el obrero.» Esto dice un burgués muy bur­gués; el economista Miguel Cltevalier.

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<de cosas es favorabilísimo á sus intereses, á susplaceres, á su orgullo natural, es natural tambiénque se habitúen sin trabajo á Cl'aerIo así, tratandocomo provocador de desorden á quien piense yhable en sentido contrario.

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Pero si es preciso que la educaci6n los acoracecontra las «calaveradas 6 corazonadas» que pue­dan comprometer su prestigio Ó su riqueza, no esmenos indispensahle que les facilite la tarea, pre­parándoles un rebaño de tlóciles esclavos.

Por eso se inculca á los pobres el amor al tra­bajo, la resignación en la miseria, el respeto á lapropiedad, y al pueblo la admiración á los podero­sos, el culto á los grandes hombres, la obedienciaá la ley, la sumisión á los representantes de laautoridad. Se embuten los cerebros de prejuicioí1,se rellenan las conciencias de deberes.

«La propiedad es el fruto del trabajo, de la in­teligencia, de la economía. Es necesario un go­bierno para asegurar á los ciudadanos el ejerciciode sus libertades, hacer que reine la justicia, esta­blecer el equilibrio entre los derechos de todos,impedir conflictos, prevenir y castigar los críme­nes, proteger á los débiles contra los fuertes, á lospequeños contra los grandes, á los pobres contralos ricos. La patria es el patrimonio común: morirpor ella es un deber sagrado, una gloria y una di­cha. El capital es como un Dios que tiene derechoá culto. Robar es acto deshonroso, algo así comoun sacrilegio. ¡Los ricos son los bienhechores de

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la humanidad! Si no tuvieran la generosidad de,hacer trabajar á los pobres diaMo<s,¿,cómoviviríanéstos'? Por lo demás, preciso es que haya pobres yricos; siempre los ha habido y los habrá siempre;etcétera.»

Tal es el rosario que se les hace :recitar á losniños de las clases trabajadoras, que acaban porenjaretarl0 maquinalmente, hastt. el punto que lle­gan á dar fe á semejantes absurdos.

Los que vivan en las ciudades dichosas delporvenir, creerán difícilmente que hayan podidoprevalecer tan tristes aberraciones en gentes quevivían en el siglo d.el vapor y la electricidad. Ys610 cesará su asombro si hallan en los librotesviejos de sus bibliotecas y en las obras antiguasde sus museos la. prueba de que la literatura, lapoesía, el teatro, la prensa, la pintura, la escritu­ra, en una palabra, el pensamiento humano bajotodas sus formas, estaba en aquella época imprfg­n~do de los mismos prejuicios, embebido en losmIsmos errores.

Tendrán entonces la clave del misterio y com­prenderán que, sitiada la infancia para la sabiacoalici6n de fuerzas talesl capitulara la concienciade las multitudes; se explicarán que educación tanfunesta, sostenida por la com.plicidad de todos loselementos intelectuales, imaginativos y estéticos,haya extraviado los espíritus hasta un punto queá primera vista parece inverosímil; concebirán, enfin, que, d.ada la división de la sociedad en dos cla­ses con intereses antagónicos, los amos y los es­clavos, la educación no puede dar por resultadomás que preparar de un lado tiranos sin corazón Y'

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'Sil! escrúpulos, de otro servidores resignados y su­fUlSOS.

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No vale más nuestro sistema pedagógico, y;"stá por añadidura juzgado por los mismos que sededican á la enseñanza. Cuando place á la natura­)aza dar el espectáculo de una indecible variedad·en la conformación cerebral de los seres humanos,-almétodo pedagógico sueña con un carácte.r deses­perante. de uniformidad. El programa de estudios,ordenado por 81 conjunto, no debe tener en cuentalas aptitudes, las tendencias, el temperamento decada cu.al; es u.na talla de la que ningÚn discípulodebe pasar. Por lo tanto, las I'acultades más gran­des quedan con frecuencia baldías, la.smás hermo­sas aptitudes privadas de su normal desarrollo,cuando unas y otras no son aniquiladas por com­pleto.

La originalidad, esa flor tan bella y delicada,"e aja insensiblemente hasta quedar del todo mar­ehita. No contribuyen poco nuestros procedimien­tos respecto á exámenes y cursos á resultado tandeplorable. Están hechos de tal manera los pro­~rrama.s,en conformidad, por lo demás, con el mis­mo método peclag6gico, que en casi la totalidad delos ramos de Ilueskos conocimientos científicos yliterarios, el sentimiento, la Imaginación y el ra­zonamiento S8 sacrifican á esta facultad casi me­cánica: la memoria.

Así los mejores discípulos, los más fuertes, los'lue sobresalen en las clases, brillan en la distri-

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buci6n de premios y triunfan en los exámenes J'concursos, son invariablemente los mejor dotadof!de la facultad citada. Es ésta cier1amente un don

precioso y hallo bien que se quiera ejercitar yacrecentarJaj mas es de temer que, al consagrarkdemasiados cuidados, se desdeñen facultades tanindispensables, por lo menos, y cuyo desarrollo eF.~neeesario á la salud de la mente.

Esto es, en efecto, lo que sucede, y nadie seasombrará si afirmo que la mayoría de nuestroS'bachilleres y laureados no son más q 11e notablespapagayos que hal.t aprendido á recitar bien, si­guiendo el método universitario, cierto nÚmero deelásicos, 6 aut6matas ingeniosos montados por unhábil mecánico, al efecto de tr3zar sobre un cuadrO'negro tal figura geométrica ó tal fÓrmula matemá­tica, de traducir tal pasaje de Tácito 6 tal trozo de«Atbalie» ó del «Arte poético.»

Sacad á esos aut6matas de los tours de forceque les han enseñado, á esos papaf~ayos de las can­tatas que les han repetido, y quedan. incapaces dehacer nada por sí mismos. Para que esos jóvenes,que, sin embargo, han concluído sus estudios,contesten bien á una pregunta ó resuelvan un pro­blema, es necesario que la pregunta 6 el problemasean expuestos en los mismos términos que les sonfamiliares merced á la nemotecnia de nuestros co-·legios é institutos.

Fuera de los caminos que han recorrido IDlIveces no saben dar un paso, y si se separan de ello~1les es imposible volver á encontrar la vía. Basta,pues, con que una cuesti6n se les presente baj(Juna forma nueva, para verIos completamente des-·

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mcmoriados. La memoria se les muestra bajo unt•.nl,ecto determinado, y, su juicio, menos eJercita­do, no es apto para hacérsela reconocer bajo otravestidura, porque no están acostumbrados á com­pal'a.r, á discurrir, á razonar.

Para nuestros escolares la historia no es másque un registro brutal de hechos y datos sin máscohesión que el orden cronológico; pero na.diepiensa en mostrar á los niños el grandioso y nece­sario encadenamiento de esos hechos ni de deducirla filosofía de ellos, refundiendo en una idea gene­rallafiliacióu de los siglos.

La geografía se limita á marcar, en un lienzopintado, mares, cOlltinente>~,ríos, montaiías, ciuda­deB1 ¿pero quién piensa en hacer viajar á la imagi­naeión de los jóvenes por las inmensidades delOcéano, en llevar su curiosidad. inquieta á travésde 10f3 accidentes que presenta la corteza terres­tre'? ¡,Qu.ién piensa, sobra todo, en hablarle de la fa­tal cO'l'l'Ellaeión existente entre la eonfigmación to­pográfica de una región, su clima, sus productos,y las costumbres, las facultades J las tendenciasde la población que la habita'?

La química, salvo rarísimas exc€lpciones, no esmás que una nomenclatura bárbara incapaz deguiar al adolescente al fondo de las afinidades, delas combinaciones, de los anfllisis y de los siste­mas que harían tan atractivo el estudio de estaciencia fundamental.

La física 13610 es una seca sucesión de leyes yde fórmulas incapaces de sugerir á. los niños laidea d~ sus aplicaciones maravillosas.

La historia natural, ese estudio de la flora, que

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apasiona, llega hasta una especie de cat61ogo fríoy sin comentarios.

Nada, hasta el estudio d.elas letras presentan-­do á. la imaginaci6n de los jÓvenes los rasgos doHornero ó de Eurípides, de Virgilio ó de Cicerón,de Bossuet ó de BOlleau, que no sea una fría de­cepci6n para los tiernos amantes de la poesía, dela elocuencia 6 de la literatura. En las clases uni­versitarias, como en los colegios libres, nada, ab­solutamente nada se hace para prestar á los pri­meros elementos del arte y de la ciencia ego saborexcitante que les falta; nada para dar libre vueloal deseo de saber que roe á menudo las inteligen­cias nacientes; nada para favorecer las indiscrecio­nes naturales que son casi siempre señal de lasimaginaciones en trabajo; nada, en fin, que Pl'O­voque 6 desarrolle los gustos del estudio.

Bajo la mirada del profesor rígido y austero,las colonias interminables de discípulos siguen sinafán, sin placer, el largo camino que conduce 1)1

término del viaje. Cualquiera escapada por los sen­deros vecinos, tan floridos, tan pintorescos, es unapérdida de tiempo que compromete el éxito, al re­tardado; y los niños se arrastran penosamente poraquel camino, sudorosos, despeados, esforzándose,sin embargo, en ocultar el padecimiento de todosu tierno ser, y avanzan únicamente por no que­darse en el camino, por miedo al recargo de lec­ci6n, encierros y malas notas.

Incapaces de inspirar al escolar el amor al ss­tudio haciéndoselo agradable, el desdichado maes­tro se ve en la necesidad de ser riguroso contra esedisgusto que lleva fatalmente á la pereza; así el

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legislador 1 comenzando por h&.cer impracticable elbien, se arma de cárceles y presidios, en la espe­ranza imposible de impedir el mal.

En fin, so pretexto de emulación, siémbranse,como á intento, rivalidades, COln petencias; habi­túanse los corazones al espectáculo de la desigual­dad; cada uno sueña con el primer puesto, con ob­tener premio; pincha á los unos la vanidad, torturala envidill á los otros: son los primeros «el orgulloy la dicha» de padres y maestros, y son los segun­dos, su «verguenza y desesperación». El colegioaparece, aSl, como la copia de un palenque socialcon su humillante competencia. Se agitan y cho­can las pasiones en esa pequeña sociedad en qU6los favolecid.os vénse queridos é inccnsados, mien­tras los otros tropiezan con el desdén y la malevo­lencia.

Tal es la cosecha, en verde; i,qué podrá pro­ducir' en gavillas'?

4.o LA OP,NIÓN PÚBLICA.

Omnipotencia «del qué dirám.-l'iranía y crueldad de laopinión pública.-Papel vergonzoso de la prensa al ser­vicio de politieos y agiotistas financierol!l.

Seré breve en lo que toca á la op-inión Plíblieay su influencia deletérea.

Mientras las tres primeras fuerzas obran sobretoda la. infancia, la última causa sus 6etrago8 es­pecialmente sobre el ser llegado á su completo des­arrollado.

¿Quién podrá hallar nunca lenguaje bastantetmérgico para tratar como se merece á esa execra-

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ble y casi omnipotente influencia'? ¿Quién podrácontar en términos bastante expresivos las bajeZ,,.Llas villanias, las cobardías que engendra el micd(«al qué dirán»? ¿Quién describirá conveniente­mente la intensidad de la sujeción. que la opiniónpÚblica hace pesar sobre los sentimientos .Y los ac­tos de les individuos'?

El señor todo el mundo resume todas las ridj-·

culaces, todas las hipocresías, todos log prcjuicio8',y ese resumen, lejos de atenuar las feald.ades, laEexu€;iera, merced á que las responsabilidades se di­semlnan.

Lo que un particular no se atrevería á decir"lo que se avergonzaría de hacer, la multitud in­consciente, segura de la impunidad, pues que la.admiración ó el desprecio vienen de ella, no temehacerlo ó decirlo.

El contagio del ejemplo es tan poderoso y tanpequeña la fuerza de resistencia delíndividuo, quela omnipotencia de la gritería aparece domin~HJ dotoda protesta.

Tan poderosa es, en efecto, esa opini6n, queen veinticuatro horas puede elevar á. un homhre al

la Gumbre dela grandeza, 6 precipit:lrlo en el abis­mo de la desgracia; hacer las reputaciones más en­vidia.bIas, ó sumir en el más irremediable des­crédito.

Tan llena de indulgencia está para los misera­bles que la saben adular y de ferocidad para losvalientes que la desafían, que sería imposible ase­gurar si produce más cobardes su crueld.ad, ó subenevolencia más cortesanos.

¿Y de dónde sa~ará el valor para resistir el

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mi'do al ridículo, el temor al descrédito, aquél:(~nyuconciencia busca por todas partes un puntod0 :1poyo sin podel'lo encontrar<?En la ru.ina morallllI") desholll':.l. nuestra. época, y cuyas causas me heesforzado en soñalar, la conciencia no es más queun resto arrancado por la tormenta y que arrastra(~ltorrente irnsistible de la opinión.

¿.Noh1.1, aprendido el o.i11.0 ti altuUar con los lo-oI)os: ¿:--Joestá por tanto, . á no tener .pi­ni6I1,á aplaudir las iniqnidade¡3 cuando es la masala culpable y de ello se gloría?

'"* '"

Sólo un poder habría que pudiera resiBtir yhasta vencer: la prensa. Desengc1Úar á las masas1san6ar su juicio, elevar su pensamiento, arrancar­las los entusiasmos funestos, preserva,das de arre­batos il"reflexivos, ponerlas en guardia contra losjuicios prematuros, hacerla ver los torcidos prop6­sitos, los planes nada honrados, los designios per­versos ... iOh qué noble empleo, qué misión tan fe­cunda podría darse la prensa! Para eso preciso se­ría que fuera independ.iente, lo que en estostiempos de capitalismo y gobierno, es imposible.

El que maneja la pluma pued.e comparar suprofesión á la del sacerdote y su papel á un apes­tolado, pero no hay que esperar que tome nuncaen. serio sus propias palabras. Su periódico es unafábrica en la que se construyen 6 del3hacen losministerios, en la que se atacan ó se sostienen lassituaciones, las operaciones financieras. La Políticay la Bolsa; eso es la prensa entera.

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y si á veces ocurre que un pensador, devoradopor el afán de proselitismo, entra en la redacciónde un gran diario con la esperanza 'de llevar á élsus aspiraciones, sus proyectos, sus simpatías ySUtil odios y lanzados así á los cuatro puntos car­dinales, pronto toca las d~cepciones y los desde­nes. ¿Es que la pl'ens;l. se. ha hecho para sostenerideas generosas y su líuea de conducta de acuerdocon ésta'? Pues si ha pensado que el periodista debeser un luchador convencido, se ha equivocado porcompleto. Este es un hombre que sabe escribirbien 6 mal y que prefiere escribir, como medio de-vida, un artículo, á redactar una carta comercialó administrativa; ni más ni me.nos.

Un periódico es un reclam0 político ó una em­presa de publicidad financiera; es, por tanto, pre­,ciso sostener en él la política que más produce ylas especulaciones que pagan mejor. Intrigas, no­ticias falsas, complots, calumnias, campañas de di­famación ó de elogio, tales son los medios que seemplean. El honor, la probidad, la justicia, laverdad, todo esto no llena la caja ni se descuentaen casa del banquero.

En resumen: la prensa es el instrumento ma­ravilloso de explotación entre los dedos engarabi­tados de los ladrones, de envilecimiento entre la8manos de los que mandan, de los jefes de partido,de los grupos políticos que se disputan el poder.El periódico no reforma la opinión, la hace. Esmás que el cómplice de las torpezas, los crímenes:r las bajezas de aquél; es su instigador, el autorprincipal. j

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III

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Consecuencia de la iniquidad moral.l.:1 iqllilamiento (;O!H pleLodel individuo y de la colectiviiadc

--Opresión dulo['osa.-Guena inicua á las pasiones.­Causas de esa gllerl'U.-SufrimienLo universal.

Vemos que, co::nonuestra organización econ6­;;;,iea y política, nuestras instituciones morales, portrabajo incesante de opresi6n lenta y dolorosa,!legan al completo aniquilamiento del individuo yia colectividad. Desde la más t.ierna infancia so­rnetida á las influencias combinadas de la legisla­eión, de la idea religiosa, de la familia y de laopinión pública, la personalidad humana se des­poja poco á poco de sus más notables atributos; seopera gradualmente una mutilación espantosa. "

Tropezando sin cesar con reglamentaciones det.odaclase, la naturaleza lal'Jtiulada cae en un des­Iallecimiento progresivo, y las pasiones contraria­das pierden ese fuego, único que engendra las co­Ims sublimes, esa espontaneidad que únicamenteeornunican el ardor y la constancia. Los prejuic:osmás estúpidos dan formidable asalto al pensamien­ta, y, mal defendido, el pensamiento sucumbe.«Cuando los hombres, dice Hobbes, han asentido

nna vez á opinio~s falsas y las han registrado en/iU mente, es tan"'rmposible hablarles de un modointeligible, como escribir de modo que se lea enun papel lleno ya de revueltas líneas.» Parece que

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nuestros moralistas con patente se hayan impuestola tarea de no dejar un solo instante al individuo:hacer lo que le plazca, ceder á las solicitudes desus apetitos naturales, á los llamamientos de susnecesidades. Que se examine cada cual y eche entorno suyo la mirada; verá. que por la contrariedadque sufre la elección de carrera y el profundo des­precio que reina hacia el discernimiento de las ap'titudes y predisposiciones, nadie, ó muy pocos,se encuentran en el puesto que naturalmonte de­bían ocupar.

La moral entera-la ciencia del bien y delmal, de lo bueno y lo malo, de lo útil y perjudi­cial, de la felicidad y la desgracia-se condensaen una serie terriblemente larga de cargas, deobligaciones, de mandatos y prohibiciones queconstantemente contrarían las pasionos, hasta qUH

á la larga queden suprimidas en más 6 en menos.«Destruid en Ull húmbre la pasi6n que le ani­

ma; en el mismo instante le priváis de todas susluces; parece que la cabellera de Sansón es en estecaso emblema de las pasiones. ¿Es cortada esa ca­bellera'? Sansón no es más que un hombre común.La ausencia total de las pasiones, si pudiera exis­tir, produciría en nosotros el embrutecimientoperfecto; cuanto menos apasionado se esté, más seaproxima uno á ese término. Las pasiones son,en efecto, el fuego celeste que vivifiea el mundomoral; á las pasiones es á quienes deben las cien­cias y las artes sus descubrimienttl y el alma suelevación.» (1)

(1) Elvétius. De l'Esprit. Discurso III, cap. 8

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Soy completamente de la opini6n de Helvecio.Las pasiones hacen la vida, la verdadera; movida,alegre, sana, fecunda. Sin ellas la humanidad searrastra miserablemente en la baja medianía, in­eapaz de alzar el vuelo. Las épocas más hermosashan sido las má,gapasionadas: el amor el odio, elespíritu de independencia y de justicia, el senti­miento de lo bello y lo verdadero, han hecho porsí solos lag grandiosas epopeyas.

Ojéese la historia; elíjase en ella un hechogrande, sea el que fuere, generoso, heroico; t6­mese al azar el nombre de uno de esos hombres'lue se han señalado por un servicio prcl/ltado á lahumanidad, que han ilustrado una época, encar­uado una ciencia, personificado un arte, y puededarse por cierto, no 0010que á ese hombre lo ani­mó la pasión del arte, de la ciencia, de la humani­dad, sino que además el soplo ardiente de aquellaste inspiró sus actos y sus obras.

E" sin embargo, tí ese sol de todas las luces,i ese foco de todos los fuegos, al que la moral so­cial contemporánea denuncia como supremo mal yse dedica á ahog';ll'lo bajo un diluvio de palabrasaufáticas y vacías: virtud, deber, honor, concien­eia; especie de moneda falsa que nuestro atavismoreligioso y las exa,r¡eraciones espirituales de uues···tra educacion nos hacen admitir sin comprobar supeso y su valor.

Sé que no persigue abiertamente ese objeto;no tiene esa franqueza; se limita á preconizar unaprudente compresión de los apetitos y las aspira­ciones; mas esto no le impide llegar en la prácticaá servidumbre tal de instintos y pasiones, que, re-

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ducidas las últimas á la peor de las escla'Vitudes~nQ tienen fuerza para tomar libre curso •

•••••

«El hombre es lo que es; sus pasiones son. taneternas como legítimas; se trata sólo de saber em­plearlas en su propio bienestar ó en el bienestargeneral.» (1)

No desconocen esta verdad los legisladores ymoralistas. Pero ¿cuál sería su papel y qué queda­ría de los sistemas de opresión económica y políti­ca, si se creyera, que el hombre puede legítima­mente comer cuando tiene hambre, beber cuandotiene sed, trabajar cuando le place, descansarcuando guste, amar cuando le conviene, en unapalabra, seguir la inclinación de sus necesidadesy sus pasiones, y que todo progreso consiste enestablecer un medio social adaptado á este fin, detal modo que los movimientos de cada. cual se ar­monicen con los de sus semejantes en lugar decombatirlos'?

~No es más cómodo, y sobre todo más venta­joso, moralistas inmorales, mantener en pie loserrores del pasado, y decir que, siendo el hombreperezoso naturalmente, el cebo de la propiedad esun estímulo necesario sin el cual permanecería enla miseria más absoluta'? ¿No vale más afirrruH qnela perversidad natural del individuo necesita g"en­darmes, tribunales y presidios, sin lo cual se llml­tiplicarían las atrocid.ades y los crímenes?

(1) Estas líneas son de FourÍer.

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No dejáis de advertir que log que trabajan sonlos que permanecen en la miseria; sabéis perfecta­mente qua todos vuestros sistemas coercitivos y derepresión no impiden una mala acción y provocanmuchísimas; pero vuestra moral no se preocupapor eso; so encuentra á gusto en el seno de esaorganización que confiere á unos cuantos todoslos derechos y sujeta á los demás bajo el JJeber,porque os contáis en el número de los prime-oros, y comprendéis que vuestros privilegios de­ben flU existoncia solamente al respeto, á la su­misi6n, á la l'usignación inconsciente de la mul­titud..

y miontras que la moral no tiene razón de serBino He propone hacer feliz á la humanidad, voso­tros la habéis hecho el instrumento por excelenciadel dolor universal, de la inmolación sin medida.ni freno. Abrid los ojos y contemplad vuestraobra, vosotros los que hacéis oficio el moralizar ávuestros semejantes.

El ser á quien la naturaleza dota de voluntad,de energía, de independencia, de simpatía, de con­fiado abandono, de impulsos, de aspiraciones, deinstintos, de pasiones, vosotros os dedicáis á des­pojarlo uno á uno de todos sus atributos é inger­táis en él otro ser puramente artificial, pusilánime,bajo, incapaz de pensar alto, de querer virilmente,no viendo en sus semejantes más que enemigos,alterando la verdad sin escrúpulo, insolente conlos de abajo, servil con los de arriba, desconfian­do de sus aspiraciones, de sus impulsos, sin entu­siasmos, sin ardor, sin convicción, un ser en quetodas laR pasiones, sirviéndome tia las palabras de

'fOMO Xl 12

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Rochefoucauld, «se pierden en el vil interés comolos ríos en 01 Océano».

En ose perpetuo ¿quien vive? respecto á sussensaciones, sus ideas, sus sentimiento!!, StUl de­seos, ¿quién puedo disfrutar la paz dei {fil~~ón'?¿,Quién puede gozar esa dulce y tranquila Stlt'eIi.l­dad que 13610 da la calma de la conciencia J qtleno puede conocer el estado de alma inquieto, 2gi­tado, ansioso de nuestra época? Los moralistv..stra­tan á la pasión como á un perro amarrado á la ca­dena, y el perro muerde, enfurecido por la cadena.que le imponen.

Las pasiones son como esos ríos que arrastransus ondas abundantes y rápidas; es peligroso que­rer cegar el cauce que se han abierto. Bajo el es­fuerzo de las aguas acumuladas, prodúeense grie­tas; se opera un trabajo lento de di¡lgl'egación, ycuando con mugidos de tempeEtad se lleva el ríoel dique impotente, sus líquidas montaña.s, quehubií:íran regado y fertilizado las tierra" vecinas,inundan la llanura, lo arrebatan todo á su paso,arrastran casas, cosechas, ganados y personas ysiembran la muerte y la desolación allí donde, E-­bres en su curso natural, hubieran hecho brotar laabundancia y la vida.

Moralistas; los crímenes, las monstruosidades,son el desquite brutal de las pasiones que queréisencauzar y hacéis fatal su terrible desbordamiento.

j Reflexionad!

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CAPITULO VII

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CAUSA DEL DOLOR UNIVERSAL

,JAUSA ÚNlOA y PRIMERA.-EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD

1

Hay una causa única

Ojeada pura recapitular.-Lo que he llamado la iniquidadeconómica, política, moral.-Relación de causa á afectoentre las instituciones y el dolor universal.-Falta de ló­gica de los que atribuyen el sufrimiento social á las insti­tuciones y no quieren que se toql\en á éstas más quepara hacer modificaeiones insignificantes -Error de losmoralistas, de los políticos y de los economistas. -..De dón­de viene ese enor.-Es necesario una transformación so­cial; las instituciones no son más que causas derivadasde un principio, única causa primera.-Acuerdo delmundo socialista en este punto y en la necesidad de aca­bar con la organización actual.

Llegado á este punto culminante de mi demos­I.racion, estimo que no será superfluo echar unamirada al camino recorrido. Esta mirada guiará.D.ueetrospasos hacia el manantial envenenado quevierte en la humanidad el sufrimiento y cuya in­vestigación es el objeto de este volumen.

Las fuerzas todas del individuo he dicho quetienden á la felicidad, y tal proposición es axiomá-

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tica y reconocida tan formalmente por todos, que­no he vacilado en tomarla por punto de partida.He añadido que el problema cOIHlisteen establecerun medio social que asegUi'(1á cada individuo tod:;)la cantidad de felicidad adecuada en cada época aldesarrollo progresivo de la hum_anidad. Estimúademás que es un modo de plantear los términos dela cuestión á resolver, que los haga aceptablespara todos.

He estudiado, pues, nuestra época, y he tenidoel disgusto de comprobar que nuofltras civilizacio­nes dan el espectáculo del dolor universal; que enparte alguna se hallan la paz; el bien y la alegría,

Las causas todas á que tal estado de cosas f-Jeatribuye, pueden relacionarse con una de las tref:~siguientes: la naturaleza, el indi viduo, la organi­zación social; y yo he obrado por eliminación Jhecho justicia ante todo, en el proceso que se ins-­truye, á la naturaleza y al individuo.

No es la naturaleza la que en nuestra épocllpuede ser tachada de avaricia; el mal no provienede una pretendida insuficiencia. Esta no existe, ysi existiera, nada sería más fácil que conjurarla,graciag á los magníficos progresos realizados enlas ciencias aplicadas á la agricultura y á la in­dustria.

No, no es eso que se da en llamar incurableperversidad del ser lo que condena ti éste á irremi­sible desgracia, pues que esa depravación, esen­cialmente variable, pro,r¡resíble ó reductible segúnla época y el lugar, no es más que la resultantede condiciones é influencias externas, y, por tanto,no puede racionalmente tomarse como causa inicial,

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Quedan -las instituciones sociales. RecurriendoAuna. clasificación que tiene, lo reconozco, el in­(',onveniente de ser artificial-porque se produce enel seno de dichas instituciones tal enredo de accio­nes y reacciones que es imposible separar las unasde las otras-pero que tiene la ventaja de ser usualy clásica, he estudiado sucesivamente los fenó­menos social~~ de orden económico, politico ymorll1

La apropíaci6n individual del suelo, del sub­lSuelo,de los instrumentos de trabajo y de los pro­ductos, pone en manos de algunos privilegiados,detentadol'es de todas las riquezas, capitales y va­lores de todas clases, acumulados por los esfuerzossucesivos de generaciones pasadas y el trabajo delos productores modernos; engendra una clase deasalariados en dependencia absoluta de la claseque da el salario; crea una división del trabajo yun sistema de concurrencia, llenos de consecuen­cias asesinas; da origen á un comercio ladrón. yenvenenado!'; llega á una concentración capitalistaformidable cayo resultado es condensar la riquezaen manos cada vez menos numerosas y entregar ála multitud una miseria espantosa; esto es á lo quehe llamado la iniquidad econ6mica.

El régimen gubernamental: monarquía 6 repú­blica, derecho de la fuerza, derecho divino, dere­cho humano, produce fatalmente la división de lasociedad en dos categorías opuestas, los amos y losoesclavo13;la delegaci6n es incompatible con la 80-

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Mranía del ciudadano; la ley de las mayorías esáDBurda.; la legislación llega forzosamente á la ser-:vidumb1'8 de todos á quienes se dirige; el régimendel mayor número lleva al dominio de una peque­ña minoría y constituye la vuelta al cesarismo; elespectáculo de un país padeciendo elecciones, des­corazona; el gobierno representativo es sinónimode absolutismo, de irresponsabilidad, de incompe­tencia, de cflterilidad, de c01'l'upeiÓn; el poder, eua',lesquiara que sean sus formas y 1m3 calificativos,se apoya fatalmente en la fuorza p::na reprimir lainsurrección individual y colectiva J en un apara­to abrumador de tribunales, policía, gendarmel'ía,cárceles, ejércitos permanentes; el Estado disponesin contradicci6n de la libertad, y ti veces, conpretexto de patriotismo, de la vida de los ciudada~nOS; he aquí lo que he llamado iniquidad política.

La ética contemporánea, incoherente, incapazde ilustrar los espíritus y de guiar las conciencias,buscando un camino, sin poderlo encontrar, enmedio de las afirmaciones contradictorias de mo­rales diversas, obligada á recurrir á la legislaciónpara formular la norma de lBS actos, amalgamán­dose con la idea religiosa, la institución de la fa­milia, la educación y la opinión pÚblica para en­cerrar al individuo como en un círculo estrecho,contrariando las expansiones humanas en vez defavorecerlas y ahogando las pasiones y los apeti­tos bajo el peso de trabas y oblig'acioues, aterran­do el corazón con prejuicios, tiranizando los cere­bros, domando la carne y convirtiendo la existen­cia en una sarie no interrumpida de deberes; estoes lo que he calificado de iniqnidad moral.

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Es muy general convenir en reconocer la rela­ción de la causa con el efecto que existe entre estatriple forma de la. iniquidad social, económicaj po­lítica y moral, y el sufrimiento humano. La opi­nión de que ésta es efecto de aquélla, ha adquiridopor esta razón derecho de ciudadanía en el espíritude muchas personas, y entre todos los que estudianatentamente la cuestión social, ninguno piensa ennegar esta relación.

Sin embargo, esta última aparece con diferen­tes aspectos. Cuando parece que existe acuerdo so­bre este primer punto: «la organización social­imperfecta, según unos, esencialmente mala segúnotros-es el origen de los males que afligen á lahumanidad», surge la más grande discordancia. deopiniones 8.cercu de todaEl las cnestiones que se ori­ginan naturalmente de la propoBici6n establecida.

El segundo volumen do mi Filosbfía libe?'tariatiene por objeto estudiar minuciosamente estasdiferentes opiniones. 1,,103 limitaré, pues, á enume­rarlas aquí y á indicar mi convicción personal concuyo apoyo hal'é mis demostraciones.

***

Desde luego aparece la muchedumbre de seressuperficiales, presuntuosos charlatanes cuyo espí­ritu perezoso y rutinario no se impone jamás elesfuerzo de profundizar un problema que ofrecealguna aridez.

Entiendo por taleE-Y son muchos-á los que,reconociendo que nuestras instituciones son defec­tuosas y necesitan una transformación notable,

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pretenden despoj arIas de todo lo nocivo con sim­ples modificaciones de detalle, pero se abstienende poner la mano sacrílega sobre esas mismas ins­tituciones cuya necesidad social afirman, sin po­derla demostrar.

He aquÍ, por ejemplo, al moralista que re~ol'reel mundo declamando con indignaciÓn contra laindiferencia religiosa, contra la educ~;ei6n, contrala relaj ación de costumbres y el dominio de las pa­siones, maldiciendo de las afirmaciones de la cien­cia materialista y deplorando el decaimient0 de lasconciencias. Grita: «sed sinceros, desintflresados,buenos y compasivos» á seres que por la conspira­ción de t0das esas circunstancias tienen que serfalsos, ambiciosos, perversos y egoístas. Va predi­cando una moral imposible de practicar y aun dejUl,tificar. Pero atreveos á hacer la más leve obje­ción sobre la legitimidad de esta moral, sobre elfundamento de estas instituciones: la religión, lafamilia, el gobierno, la propiedad, la patria quesegún él son sagradas y que trata sencillamente depurificadas sin preguntarse si SOIl. susceptibles deello, y este hombre que exhorta á sus hermanos ála tolerancia y al amor, os declarará guerra inpla­cable en la cual la calumnia competirá con la per­versidad.

He aquí ahora al legislador: éste se digna re­conocer que su obra no es perfecta, pero la consi­dera perfectible y que, tal cual es, merece todoslos respetos y tiene derecho á todas las sumisiones.Coloca la ley ,por encima del derecho de insurrec­ción y el sufragio universal al abrigo de las discu­siones y de las rivalidades de partido. «El gobier-

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no-dice-es tan indispensable, que se necesitaser criminal 6 loco para combatir este principio.»

Si pedís á este político legislador que establez­ca por otro medio que el derecho de la fuerza, elcarácter de obligación y sanción de la ley; si leexigís que os diga lo que esa gran palabra «go­bierno» tiene de común con la razón, la justicia,la ciencia y el progreso; si le preguntáis acerca dela utilidad efectiva de ese resorte social que sellama gobierno, os volverá la espalda con despre­cio y arrojará sobre el atrevido la trahilla de S1lS

polizontes, sin duda para demostrar la utilidad deéstos, al menos para él.

He aquí, en fin, al economista, al discípulo deJ. B. Say, de los 13astiat y Loroy-Boauliou. Desdehace tiempo proclama que todo va perfectamentebajo el bienhechor régimen del liberalismo econó­mico. Pero la experiencia ha revelado los defectosde esa armadura. Es preciso reconocer que elPactolo cuyo hipócrita delad hacer, dejad pasar,de la escuela, debía enriquecer álas clases traba­jadoras, no derrama tlOb1'8ellas más que aguas ce­llflg'osas; y hoy (:wt3 buen apóstol lleva su condes­eendm:lCia hasta confesar que falta alflo que ¡tacerpara atenuar los rigores del sistema.

Con todo, tranquilícense los señores capitalis­tas, propietarios y patronos: el derecho de conser­var y acrecentar su ha,ber no les será arrebatado.:Este derecho e.:; un principio natural, imprescripti­ble, indispensable: es el corolario del principio delibertad, fuera del cual s610es posible el sufrimien­to y la pobreza. Todo debe reducirse á casi nada:una ligera reducción de las horas de tl'ab3jo, cuyos

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efectos se compensará.n por una explotaci6n perfec­cionada; un insignificante aumento desalarío, com­pensado por un alza equivalente en los precioB. delos productos; un impuesto sobre el capital ó lasutilidadCfl, que los capitalistas se limitarán á darcomo anticipo y del que sab¡'án reemholsal'st1; cajasde 80e01'rOt5y ahorros que alimentarán las retencio­nes los obreros y los descuentos voluntarios delos Íft\bajadores.

Est:lB gentes no quieren ir más lejos, y aunaparentan asustarse de su propia aud.acia. En cuan·to á discutir con ellos sobre el principio mim:no dela pl'opiedad individual, del salario, no hay ni quepensar seriamente en ello.

** :11

Se comprende sin trabajo lo il6gico del razona­miento, que es éste: «de las instituciones soci:\:iJesproviene el dolor universal; el objeto es conjuraréste; sin embargo, no es necesario tocar á aqué­llas: basta con saber sacar de ellas el nartido me-nos malo posible.» '-

Esto no es más que imbecilidad en uuoz, malafe en otros, cobardía en los últimos y las trescosas en la mayor parte. Imbecilidad, porque esll.eciopensar en suprimir el efecto conservando lacausa; mala fe, porque reconocido el absurdo noes lícito erigirse en su defensor; cobardía, porquela hay en retroceder ante las consecuencias finalesde una prueba tan formal.

Indudablemente no á. todos es dado desprender­se fácilmente de los mil prejuicios que desfigllran

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el verdadero carácter de nuestras instituciones

ooeialeg; pero una vez conocido que á estas debeatribuirse 01 infortunio que sufrimos, es una pue­rilirltl.d pensar siquiera 6 pretender convertir enhemdicioso lo que en sí es nocivo cuando menos.Que se mejore lo bueno, puede ser; pero lo malo noputlde convertirse en bueno: hay que suprimido.

De igual modo confieso que se necesita unagran sinceridad por parte de los favorecidos-rela­tivamente y bn la apariencia - por nuestra organi­zación social, para reconocer que ésta es dañosay que los !JF.lfuerzos¡le los reformadores deben en­caminarse á una completa transformación, ¿perono es un acto de mala fe erigirse en defensor deuna causa á fmbiendas de que es mala?

Heconozco, en fin, que se necesita cierto valorpara declarar guerra á im,titucioDos apoyadas enla antoridacl de los siglos, on el prestigio de loss6i'vicios, reales ó ficticios, prestados á los progre­sos anteriol'el'3; en el re.spoto de la multitud, en laadhesión de todos los favorecidos y en el imponen­te aparato de una fuen;a colosal. ¿,Poro acaso con­siste el valor en luchar con el débil? ¿No es, porel contrario, medida de la bravura la diferenciaentre las fuerzas en oposición?

Apocamiento, degradación y pobreza de espíri­tu: tal es el caso de esas almas sensibles que en-·cuentran acentos patéticos para deplorar las des­gracias sociales, que á veces condenan la injusticiay la desigualdad, pero cuyo papel se reduce á unatímida protesta, á la esperanza de un mejorl'l,mien­to problemático, ó á una lamentación resignada:porque no tienen el valor de denunciar y combatir

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la causa de esas desgracias sociales, de e.~ injusti-~ia, de esa desigualdad. -

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Afortunadamente disminuye de día en día elnúmero de estos seres superficiales, inconsecuen.tesy cobardes. El estudio, la reflexión, la discusión ytambién el espectáculo de la misma sociedad, su­gieren la idea cada vez más precisa que el mal esmás profundo de lo que parece á primera vista yque reconoce causas más generales.

Todos los que se jactan de socialistas, no du­dan en reconocer que no hay medio de reparar eledificio social: que practicar un agujero por aquí,hacer escalera de servicio por a.llí, facilitar el airey la luz por otro lado, no evita que la humanidadse encuentre mal alojada; que es necesario levan­tar el edificio sobre bases absolutamente diferentesy construirle con sujeción á un plan enteramentenuevo.

y es que los socialistas (1) conocen bien que.nuestl'as instituciunes llevan en sí mismaR el ger­men de todas las aflicciones hl1lnam;;.s,de las queson causa inmediata, y que sería locura quererextirpar las raices.

(1) 1j;nnuestros días todo el mundo e:;, Ó al menos sellama sodalista. Si antes, hasta hace poco, este epíteto seconsideraba como injurioso, hoy alardea de merecerlo elconservador recaJ eitrallte.

Bien entendido, que tomo este calificativo en el sentidode «partidario de la social1:zación de los medios de prod uc­eión». Los otros, no obstante sus fanfarronadas interesadas,!la son en el fondo más que conservadores vergollzantes,burgneses degenerados en socialistas.

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No hacen competencia á los predicadores de la,probidad, la virtud, el honor, en perder el tiempoqueriendo moralizar las masas defendiendo el or­ganismo social que engendra el robo, la prostitu<ción, el mal, el crimen, porque no ignoran quosiendo el individuo la imagen microsc6pica de lasinstituciones en cuyo seno vive, seguirá siendo lomismo mientras aquellas le dominen, sin que pue­dan modificarle sensiblemente los argumentos máselocuentes.

Los adversarios de la sociedad del dinero noincurren en la pueriliclad de soñar con una impo­sible armonía entre capitalistas y proletarios, en-,tre obreros ;r patronos; el dualismo de los respoe­hvos intereses estEYI'ilizatoda tentativa. Conocenque los prinoel'os son fatalmente explotadores; lossegundcf1 fLf.tí:Jlmenteexplotados.

En fin, penetrados de la verdad de que el hom­bre no es sino lo que le hace ser la person.al fun­ción que ejerce en la gerarquía social, achacan áesta última, y no á los individuos, las injusticiasque se cometen y las atrocidades que se perpe­tran.

Da estas diversas consideraciones infieren los\ socialistas que el contrato s{lcialcontiene cláusulas" soberanamente inicuas, que su carácter draconiano

le tacha de nulidad, que de él s610 puede salir mi-­seria y opresi6n, y que, por consecuencia, hayQue ra",gar este pacto.

***

No puede ocultarse que esta convicción gana

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rada día terreno, y el número de convencidos dela necesidad de una transformación tan fundamen­[,alsería ya suficiente para poner en práctica estaindispemublo refundiei6n social, si la unión reina­se entre ellos. Del"graciadamonte, esta inteligonciatan desetble no existe; y añado que no puede exis­tir. He aquí por qué:

Cuando los hombres se proponen un objeto y~as divergencias entre ellos sólo se refieren á lospuntos de vista y á los medios, el acuordo es á ve­ces obra laboriosa y difícil, pero siempre posible,y se logra frecuentemente con la ayuda de ciertascircunstancias imnrevistas ó buscadas. Mas cuandoesta divergencia proviene de lo diverso del puntode partida y del objeto, no puede producirse launión, púrque no tiene base en qué sostene.rse.

Imaginad unos cuantos hombres dispuestos áefectuar un mismo viaje, es decir, saliendo delmismo punto y pl'oponiéudose llegar 301 mismo si­tio: podr[\D ;surgir discusiones acerca de la hora desalida, del itinerario, del medio de tran:~porte,pero es de esperar que acaben por ponerse deacuerdo en estas diversas cuestiones y hacer elviaje juntos. ,..

Al paso que si suponéis viajeros que no tienen ).1

el mismo punto de partida ni de llegada, sino queviajan en sentido inverso, es de toda evidencia queno llegar{¡n á caminar por una misma vía.

Asi, en el gran movimiento socialista que ca­racteriza nuestro fin de siglo, las divergencias so­bre el punto de vista son numerosas, unas de pocaimportancia, pero otras fundamentales.

Las últimas han dado origen á partidos bien

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distintos, en ahsQluta oposici6n, sin la menor afi­nidad real y estable, á pesar de las exteriorúladesqu~ durante algunos arios les han hecho parecerse'Jhl.dlO y aun hoy mismo les hacen confundirse, ádespecho de las solemnes aunque estériles exco­muniones recien.tes. (1)

Los dos partidos corresponden á dos corrientes'"i;uétricamente opuestas: la corriente liberal óan&l'quista, y la autoritaria entre las cuales esperfectamente irrealizable toda conciliación, in­comp'c\tibilidad cuyo origen señalaré en seguida.

Cuanto i las diYor~encias de detalle, han lle­vado al sono del partido autoritario querellas-que­rellas de personalidades que, disputándose el honorde dirigir el partido haciondo p(lsar sobre él comoá modo de una dictadura, han formado muchasiglep,ias aparte en las cuales cada uno de esos Pon­tífices oficia á su gusto-pero disputas que noimpiden inteligencias momentáneas á veces, gue­/'ras en que se hace á menudo armisticios, y quepueden terminar-si los leadeJ's deponen su orgu­llo-por un favorable tratado de paz,

Por el centrario entre los autoritarios y los linbel'aIes, la conciliación es imposible. Las hostili­dades irán en aumento y s610 terminarán con lamulación definitiva de una de las partes belige­rantes.

Aquí, no sólo hay divergencias en el punto devista, en la tendencia y en el ideal, sino oposición

(1) Es sabido que la mayor parte de losiiltimos congre­<os y manifiestos colectivistas han repudiado toda tendenciaanárquica. Precaución superflua, porque hace ya muchos;II¡OS que los anarquistas han estigmatizado el sistema y los

• > r'ocedimien tos colecti vistas.

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y ésta lleva necesariamente el antagonismo en lo/!:procedimientos y en la táctica.

Por espacio de mucho tiempo, los dos partidoshan estado reducidos á un puñado de hombres, áuna acción insignificante, á un proselitismo quellamaré preparatorio, porque 8610 tenía por objetoreclutar combatientes, incorporarlos á las fijas,movilizarlos, y este dualismo ha. estad.osólo laton­te. Ptlro desde el día en que los batallones forma­dos contra la vieja sociedad burguesa, completos ypreparados, han empeñado la lucha terrible, im­

placable, sangrienh., fj conflicto ha estallado entrelos socialistas autorita1'Íos y dóciles y los socialis­tas líbertadores é indisciplinables.

No podía suceder otra cosa. Estos elementos noestaban formados. para. marchar de acuerdo.

¿Por qué'? Voy á procurar demostrado sencilla­mente y con claridad.

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LOS SOCIALISTAs NO SE ENTIENDEN ENTRE sí S&BRE tiVERDADERA, LA ÚNICÁ, LA PRIMERA CAUSÁ DÉ TODOSLOS MALES SOCIÁLES.

¡,Cuál es esta causa única?División en el seno del socialismo.-Dos corrientes absolu­

tamente opuestas: la corriente autoritaria y la liberal.­Origou verdafkro de nsta división fa tal.-Desacuerdo so­bre la callsa Única del dolor univMsal.-El sOI;ialismoautoriiario 1)¡'(;ti)lldn q ¡w os la l)l'opiodad ind ivid wd ,-Elsocialismo lilwral alir'ma '1110os ,;1 pl'incipiodoallto('idad.-Los autoritario;.; se e'fuiV(Wall; C/lIllO.Y pOI' '1uÓ.·_-1,os li­berales tienen razólL--U';Jllo:,Lral,il)r¡ :mlJil'lIdo do lm:efec­tos á las causas v descendiendo <lclas causas á los efectos.-Prueba concluyente y decisiva.

De esto proviene la lucha. Unos y otros reco­nocen espontáneamente que esta caUi~aes la orga­'aizaciún social; pero éste es un término en extre­mo vt\go; hay cien ma.neras-á. veces contradicto­rias-de comprenderlo, y cuando se sale de lageneralidad del término, surge el desacuerdo.

Cuando el naturalista, para estudiar mejor elorganismo de un animal, e~_:aminacada parte ais­ladamente-como si pudiera estar separada deltodo-el fenómeno s610 puede producirse con ayu­da de -una abstracci6n que s610 existe en el pensa­miento del operador, pero que carece de realidadsensible. Por procedimiento semejante he podidoanalizar sucesivamente nuestras diversas institu­ciones sociales; pero el hecho es que las unas y

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las otras forman parte de un todo homogéneo, delcual es i1Y~posible separal' sus elementos de otromodo que por el entendimiento.

Si las instituciones económicas pesan princi­pal y directamente sobre las necesidades materia­les del individuo; si las políticas dc;anzan espe­cialmente á las necesidades intelectuales; si lasmorales af6ctan más pUl'ticularmen te á sus necesi­dades espirituales, el indisoluble lazo que une to­das estas necesidades en el ser social, se encuen­tra en sus diversas instituciones. Así es que, en elfondo, y á pesar de esos adjetivos de distinción:económica, política y moral, la iniquidad es una,como el individuo es uno.

El mecanismo social es extremadamente com­

plejo. Puede compararse á un colosal taller conlas máquinas más diversas y los más variadosproductos. Aquí se trabaja el hierro, allí la made­ra, en otra parte los tejidos. Formidables ruedasunidas por millares de correas, tubos, ejes, cilin­dros, engranajes; una multitud de mecanismos co­munican el movimiento á. estos últimos. Cada ar­

tificio aparece distinto, separado, :y, sin embargo,todo encadena. La fuerza motriz es una y distri­huye la vida á todos esos trabajadores mecánicos.Que estalle el motor y se producirá el silencio y lainmovilidad.

Distraído por la variedad del espectáculo que ásu vista se ofrece, perdido en la nube de polvo yde humo que le rodea, el visitante olvida fácilmen·te, en aquella inquieta complejidad, que todosaquellos aparatos obedecen á la misma fuerza.Pero que salga de allí, que escale la montaña

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próxima, y allí, dominando todo el conjunto, que­dará impresionado por aquella unidad admirabledentro de una variedad cuyas maravillas le habrándesl um brad:o.

De igual modo, para examinar bien el inmen­a<>laboratoI'io d0nde se prepara el sufrimionto hu­mano, es preciso que el pensador se eleve, se alejedel ruido, se aisle y se recoja en sí mismo despuésde haber visto y examinado.

Miradas dm'ldelo alto y eu conjunto, las cosasse simplifican admirablemente. Entonces el filóso­fo adquiere la certidumbre de que la organiz!l.ciónde una sociedad no es más que el necesario de.sen­volvimiento de un principio, la realizaciÓn, on eldominio de los hoch(,g HoeÚdes, de una idea madre;que sobre esta única hase dOíJl~ansanlas diversasinstituciones y de ella dependon en todo y portodo; que este principio generador es á las institu­ciones sociales 10 que la fueeza motriz á los diver­sos telares de un taller, 10 que el principio vitál álos órganos del animal; en una palabra, que él ysólo él las anima, las desenvuelve, las pone en mo­vimionto, en actividad, que es su razón de ser, ysin él se pulverizarían.

'""'*

Observador y dotado de una lógica penetrante,el partido socialista ha comprendido esta verdad yha podido confirmar que las instituciones de tod,aclase, económicas, políticas, morales, no son enrealidad, con relación al sufrimiento universal,más que r;ausas derivadas; que es preciso buscar

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la. Ca1,lSaprimera de esta organizaci6n; que sub-­sist¡endo esta causa, toda la extructura social con·,sarvará el sello de los mismos vicios; que el únicomedio de remediar el mal es denunciar su origeny atacado resueltamente.

Al elemento socialista autorital''{'o ve este ori­,r¡enen el principio de «la propiedad indiv/d'ual»;el elemento liberal lo descubre en el «principio dede autoridad».

Mi convicción es que esta opinión es fundada.Voy á indicar desde luego dónde radica el error, yen soguida justificaré mi apreciación.

Esta es una cuestión de primer orden, porquede su solución depende todo el problema. Repetirélos términos de éste: «La humanidad sufre y estáagobiada por el dolor. ¿Cuál es el origen de estacorriente de infortunio'? La propiedad inrlividual,porq 116 hace «ricos á unos ,y pob1'e8á otros» 1 dicenlos socialistas autoritarios. Y los liberales l'espon­den: «Es la autoridad, porque engendra todas laf3servidumbres, se opone á la libre satifJacci6n detodas las nooesidades, físicas~ intelectuales y mo-·orales, satisfacción que constituye para cada indi­viduo la felicidad, toda la felicidad.»

Tales son las dos respuestas; veamos cuál es laexacta; examinemos quién se equivoca, quién tie­D.e razón.

'"'" '"

A pesar de las obscuridades con que parece setrata de envolver esta cuestión, es fácil exclare­cerIa. La causa real, primera, única de la adversi-

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dad, se reconoce por el carácter de universalidadQU'6 debe necesariamente revestir. Toda causa queno lleve este rasgo distintivo debe ser rechazada;sólo deberá ser aceptada como tal, la que ofrezcaeste signo de reconocimiento.

Mas ¿cómo distinguir este carácter de univer­salidad? Sometiendo la supuesta catisa á las dospruebas siguientes:

1.a Examinar si todos los sufzimientús huma­mos se relacionan C011 esta causa y multiplicar lasexperiencias en lo físico, en lo intelectual y en lomoral, para llegar á la certeza, elevándose del ifec­to á la causa.

2.a Comprobar el resultado de esta primeraprueba por la inversa, es decir, bajando rk la cau­sa al efecto. Nada más sencillo ni más conclu­yente.

W Admitido este criterio-me parece imposiblerefutarlo-hagamos el experimento con la propie­dad individual.

L-l experiencia demuestra que la forma ac­tual de la propicdad--lo que he llamado iniquidad8conómÍca ---origina las desigualdades más nota­Mes, competencias innumerables, el espantoso pau­pel'ismo. He enumerado y descrito estas llagas so­ciales, por si al lector se le ocurre censurarme porhaber ocultado algo de esas torturas. Ya he tenido·Q3asiónde decir que, conocida la cadena que for­man las diversas instituciones sociales, se encuen­tra fácilmente en cada una de ellas el signo carac­terístico de todas las demás. Así, no tengo dificul­tad en reconocer que nuestro sistema de «todo,pertenece á unos cuantos», gravita direeta é indi- ;

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rectamente con enorme pesadumbre sobre los d-es­tinos individuales. ¿Pero se puede sostener que elsufrimiento lo determina la aplicación de esta úni-·ea fórmula'?

Si el individuo no tiene que satidacer más quenecesidades económicas, si para ser y sent.irse fe­liz le bast.a tener buena mesa y buen vestido, si elplacer se limita á los goces materiales, se puedecontestar sin temor afirmativamente.

Todo es sin disputa felicidad; una parte de fe­licidad, no lo niego; pero no toda J.afelicidad.

¿Es que el hombre es sólo estÓmago'? ¿No esun conjunto de sentidos que gozan ó sufren'? ¿Egdichoso sólo pOl' comer cuando tiene hambre, be-,ber si tiene sed, descansar cuando está fatigado,dormir cuando tiene sueño, y... amar cuando llegael caso'?El ser social del siglo XIX recorre, para­lelamente á estas necesidades de nutrición, <leves·"tido, de habitación, de reproducción, toda la esea·,la de las necesidades cerebrales y afectivas: pien-­sa, sabe, quiere, tiene aspiraciones, simpatías yafectos.

Si la supresión del trabajo excesivo, de la ex­cesiva privación y de la inseguridad del manañabastan para el goce de la vida, como parece que locreen los enemigos de la propiedad individual,¿c6mo se expliea. que no sean enteramente feliceslos que, viviendo en la opulencia y al abrigo de losgolpes de la suerte, pueden satisfacer todas lasnecesidades de la nutrición, de los sentidos, de la,comodidad y del lujo?

Sin embargo, estos seres privilegiados conocentambién el dolor. Ignoran las angustias del hamo.

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bX'Cl, del frío, de la fatiga, es verdad; pero sonpresa de las garras de la envidia, de las decepcio­nes, de la ambición, de las inquietudes de la con­ciencia, de las mordeduras de la vanidad, de latiranía del «qué se dirh, de las obligaciones de lafamilia, de las exigrancias del mundo; se agitan enel desaliento, en el disgusto, en la indignaeión.Véase, pues, que, acerca del primer punto, la pro­piedad individual no puede ser considerada comocausa primera y única.

'"'" '"

Es verdad que los dialécticos :mticapitalistasno se detienen pOl' tan. FOCO. Contestan f}lH\ OflOS

de quienes acabo (le hablar no sufren directamentepor la organización económica, sino, antes al con-­tral'io, obtienen de ella beneficio; pero que pade­cen indirectamente, porque esa organizaci6n ori­gina y necesita las instituciones políticas y mora­les de que se qUt~an y qne arrojan tantas sombrasen su lum.ino8a existencia.

Ahora bien; si s~ admite esta hipótesis,-em­pleo la palabra hipótesis porque esta afirmaci6n noha sido demostrada ni siquiera históricamente­basta examinar si s610 la transformaci6n de la 01'·

ganización económica es suficiente para hacer des­aparecer los sufrimientos de que se trata. Si así es,la propiedad individual será realmente la causaprimera y única de todos los males, puest\) que, sise suprime, se conjura el sufrimiento universaLEn caso contrario, la causa será. otra.

Este es precisamente el segundo caso de midemostraci6n.

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Luego los socialistas tque denuncian la propie­dad illdividual como la única causa dei dol()r social,son partidarios de la autoridad, y n.o piensan deningún modo romper todas las trabas. Consideran­do necesaria la reglamentación. se proponen, unavez conquistado el poder, ponerlo al servicio de susistema y ree:tablecer bajo el eufemismo de «admi­nistración de las cosas» un sistema de statu quo­el cuarto Estado, el Estado socialista, el Estadoobrero-cuya. misión es la gerencia de la riqueza.social, y para ella elaborar leyes, adoptar disposi­ciones de orden general, y, por consecuencia, ha­cedas respetar.

Quiérase 6 no se quiera, esta concepción parti­cular de una sociedad socialista es la continuación.de nuestro sistema gubernamental; porque parahallarse en condiciones de asegurar la ejecución deuna decisi6n cualquiera, y, á fortiori, de un con­junto de decisiones simultáneas y decisivas, com­prendiendo la totalidad de las manifestaciones dela vida individual y colectiva, es indispensable elempleo de la fuerza. El sostenimiento fatal de estaformidable máquina repl'esivl1 exige policía, tribu­nales y cárceles: esta es la perpetuidad obligadade esa gerarquia que empieza por el poder supre­mo y termina en el funcionario más humilde: es,en una palabra, la supresión dolol'Osa de todas lasnecesidades intelectuales y físicas, para que losindividuos no caigan eula tentación de infringirla regla. ¿Serán felices los que comparecen antelos tribunales y están detenidos más ó menos tiem­po en las modernas Bastillas, 6 condenados por lostribunales autoritarios á los trabajos más duros'?

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¿Serían menos violentas las rivalidades quehoy, con su cortejo de odios, rencores, envidias,calumnias, servilismo, adulación, cuando, cerradoel campo comercial, industrial y econ6mico, secombatiese por los primeros puestos de la gerar­quía. administrativa?

¿Sería más fácil que en nuestros días la satis­facción de todas las necesidades, es decir, gozar ladicha, al individuo cuyos apetitos estuvieran quizáincesantemente previstos, reglamentados y me­didos'?

¿Se concibe fácilmente una sociedad sin la pro-:­piedad individual, y con todas las consecuenciasde ésta, las instituciones políticas y morales denuestra época'?

La transformaci6n de la organizaci6n propieta­ria, no llevaría consigo la supresi6n d~ las iniqui-.dades políticas y morales. Los que son víctimasdel principio «todos obedecen á, algunos», conti­nuarían siendo torturados. Así, pues, los socialil3­tas autoritarios se equivocan una vez más.

En una obra admirablemente documentada,Emilio de Lavele'y-una de sus autoridades- es­tudiando La propiedad y sus formas primitivas,demuestra que la a.propiación privada es de fecharelativamente reciente, y que en todo caso ha sido,en todos los países, precedida de una apropiaciónmás ó menos en común.

Si fuese exacto que el mal social proviene deque todo sea de alf/tmos, habría que concluir quelos pueblos primitivos debieron conocer la vida di­chosa; pero la historia, la tradición y la cienciaprueban que no fué así.

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El error de 108 sociali",tas autoritarios descansaen este hecho que abruma al mayor número yoprime las necesIdades más universales y más ur­gentes; la iniquidad económica: no ven más quepor este aspecto la cuestión estudiando la relacióndo aquella con las otras dos, comprobandl)su evi­dente ingerencia en. los dominios de la política yla moral, y la toman como punto de partida de to­dos los sufrimientos.

/) A ello ha contribuído la decisiva influencia de

[la escuela socialista alemana y de los escritos deKarl Marx, considerados como el Evangelio del\ partido, aunque no los hayan leído el cincuenta.. por mil, ni de éstos 106 hayan comprendido cinco.

Concluyo diciendo que los socialÍsta,s autorita­rios se engañan: considerando la propiedad indivi­dual como la única causa. del dolor universal, hantomadQ la parte por el tQdo.

Examinemos ahora la respuesta de los liberalesque acusan á la autoridad de todos los males, yprocedam.es de igual manera que respecto de la.propiedad privada .

•••

""*

Abro aquí un largo paréntesis, porque creo ne­ctlsario decir 1 como VGltaire: «definamos», para

, saber de qué hablamos.Considerada la autoridad como principio de laorganización social, no corresponde solamente á laidea de gobierno. Es evidente que debe ser consi­derada aquí en su acepci6n más lata y como con­secuencia en sus resultados más diversos.

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El sistema gubernamental no es más que unamodalidad particular de la autoridad, como la pro­piedad privada es otra, como también la moralobligatoria. Propiedad, gobierno, moral; tales son,desde el punto de vista social, las tres grandesmanifestaciones del principio de autoridad. Este~;eejercita más principalmente sobre las necesida­des materiales del individuo bajo la forma de «pro­piedad individua!», más especialmente sobre lasnecesidades intelectuales bajo la forma «Estado»y más directamente sobre sus necesidades espiri­tuales bajo la forma «moral».

Son los dedos de hierro de una misma mano:tan pronto es uno como otro el que penetra en lasmartirizadas carnes de la pobre humanidad, ata­eando por su turno el estÓm:¡go, la cabeza yelcoraz6n. La propiedad tiraniza el vientre, el go­b~ern? oprime la cabeza, la moral agrama la con­CIenCIa.

La autoridad es .la servidumbre, la opresiónpara el cuerpo social; no la servidumbr~ parcialcomo la. que puede resultar de la iniquidad econó­mica s;hmonte, sino total, absoluta, permanente;la que se apodera del individuo entero en la cuna,le sigue por todas partes sin dejarle un momento­de l'egpiro, sustituyendo á su voluntad una volun­tad extr8ña, haciendo que no se pertenezca y arre­batándole toda esperanza de emancipación. Es lamanía, y-preciso es l'eeonocerlo-la necesidad,una vez admitido el principio~ de reglamentarIotodo, de señalar en todo lo permitido y lo ilícito,de proteger 10 que está autorizado, de condenar loque está prohibido y exigir lo que está prescrito~

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La propiedad no es de hecho más que la auto­ridad sobre las cosas, es decir, el poder disponer-

Jus ulendi el aóntendi;-el gobierno y la éticaobligatoria no son otra cosa én realidad que la au­toridad sobre las personas, es decir, el poder dedisponer soberanamente, de usar y de abusar.

¿No dispone soberanament() d.el individuo elEstado que lo hace simultánea 6 sucesivamenteciudadano, contribuyente y soldado? ¿No disponearbitrariamente (le la conciencia esa moral quedicta á cada uno lo que debe hacer ó evitar, inci­tando á los ambiciosos con sus promesas, y asus­tando á los débiles con sus amenazas?

Entiéndase bien; la autoridad, concebida así,,es un principio absolutamente independiente­desde nuestro punto de vista-de las personalida­des que la representan.

Que éstas sean religiosas 6 ateas, republicanasÓ monárquicas, oportunistas, radicales ó socialis­tas, la autoridad puede cambiar de manos constan­temente, pero permanece idéntica á sí misma. Eslo que es; sus consecuencias son las que son, siem­yre y lo mismo.

Que lluestros monumentos 6 nuestros actos pú­blicos lleven al frente, Irnper'ío franl'és ó Reptli,­blica Francesa, nada importa como resultado. Elgran error de nuestra democracia consiste en creerque basta cambiar los hombres para transformarlas instituciones ó suprimir sus violencias.

Un ~jemplo escog1do entre mil. ¿Qué no se ¿cijocontra Mr. Oonstans cuando el sacrificio de Four­mies? Oomprendo y participo de la cólera é indig­nación que se levantaron contra el abominable

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atentado en una parte de la naci6n. Pero mientrasqne la exageración de los más se dirigía contra elministro del Interior y pedía su destituci6n, lamía se dirigía contra el principio social de autori­dad que necesita un orden basado en la fuerza, un.ministro del Interior encargado de mantener esteorden y un ejército ad ¡lOCo

Colocad á quien queráis en el ministerio delInterior. El que eligierais sería necesariamentecomo Constans; hubiera dado las instruccionesque reclamara la situación, hubiese movilizado lastl'opas y el orden se hubiera restablecido á todacosta. Cualquier rni1Ústro del Interior qae no ltu­hiera procedido así habría faltado ri su deúer.

No se olvidó decir que estos procedirniflltos re­cordaban los del imperio y nos volvían á los peorestiempos de aq1iel régimen. Era verdad; pero debíareconocerse que los procedimientos de la autoridadsonfatalmente los mismos, que todos los sistemasse parecen forzosa?1'tente, y que, necesariamente,por el principio de autoridad habrá: de una parto,quien mande, y de otra, quien deba someterse. (1)

'"* *

Se puede volver ahora la vista hacia cualquierpunto del infierno social, examinar el caso de cual-

1. ------

(1) Huego al lector que observe que no pretendo de nin­gÚn modo erigirme en abogado de Mr. Con~L¡¡I\S, y ll1uehomenos ju~tificar su conduela, porque nadie le obligaba;l serministro del Interior, y esto es lo que constituye su culpabi­lidad personal. Demue~Lro sencillamnnLe que en aquel dolo­roso sueeso, todo fué rigurosamente lógico, que aquel fusila­miento i'llé la reproducción de los que lo habian precedido,y la consecuencia que debe deducirse es que el solo medio de

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quier víctima, y en todas partes y en todo se veráel sello de la autoridad: Propiedad, Estado ó Moral.

¿De dónde procede tanto sufrimiento'? De unanecesidad privada de satisfacción. ¿De dónde vieneesta privación? De una ley, de un reglamento, deuna amenaza, de una presión material ó moral.¿De dónde nace esta presión material 6 moral'? Dela autoridad. Esto es tan sencillo como dos y dosson cuatro; pero-dice Grove-«el concepto mássencillo de una cosa es á veces lo líltimo que seimpone á la razón.»

Un ser tiene hl)"mbre; los frutos cuelgan de los:árboles; montaIías de comestibles llenan los alma­cenes de la ciudad. Sin embargo, él no come, ¿Porqué'? Porque BU conciencia le dice que esos frutosyesos comestibles no le pertenecen y haría malen apropiárselos: presión moral; ó bien. porque eltemor al agente de polícía, al juez, á la cárcel sesobrepone á la necesidad de alimentarse: coacciónmaterial.

Un ciudadano conoce toda la dureza de la leyque durante tres años le encierra en ~lcuartel; sinembargo, presta su servicio militar. ¿Por qué'?Porque se le ha enseñado que todo hombre útildebe aprender el oficio de soldado para contribuirá la seguridad ó al engrandecimiento de lo que sell~ma patria; presión moral; 6 bien porque los con-

evitar casos semejantes en el porvenir, es renuneiar á lafuerza armada, á los ministros del Interior, al orden ])or elfusil, á la autoridad, con cualquier nombre que se la desig­ne. Habrá casos iguales mientras haya un ministro del Inte­rior, un orden sucial garantizado por la fuerza, y mientrasque nuestras instituciones descansen en el principio de au-toridad. Esta es la verdad. ' I¡

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EL DOLOR UNIVERSAL 207

¡¡ajosde guerra aplican un código de feroz severi­dad á todo culpable de insubordinación 6 de de­serci6n: coacción material.

Presa del loco deseo de entregarse el uno á laotra, dos jóvenes se niegan tal ventura. ¿Por qué'?Porque á pesar de los eloeuel1tes llamamientos dela naturaleza ardiente, piensan que sería contrarioallwnar el Pl'escindir del matrimonio: coacciónmoral; 6 bien porque, negado el consentimientopaterno, no se quiere unirlos: coacción material.

¿Por qué hay prostitución'? Porque pobres cria­das se ven forzadas por el interés Ó la necesidad ácomerciar mm su cuerpo. ¿Por qué hay celos? Por­que metemos en las CORas del amor la idea de du­Tación, de ohligación, de propiedad, de contrato, deDxclusivismo. ¿Por qué hay hipocresía? Porque senos impulsa á disimular nuestros actos y senti­mientos que están en contradicción con la reglaostablecida.

¿Por qué hay codicia'? Porque para procurarse01 objeto más indispensable, como el más super­Huo, se necesita dinero; porque la riqueza. otorgatodos los méritos y todos los quita la pobreza.

¿Por qué hay guerra'? Porque se educa á. lospueblos en el odio mutuo, porque obedecen á los·gue los guían y ohligan á degollarse mutuamente.¿Por qué hay prisiones'? Porque hay leyes, porqueson com,tantemente violadas y porque toda viola­ción de las leyes necesita reprensión. ¿'por quéexiste el crimen? Porque la pasión en extremocomprimida se satisface á toda costa, lo mismo porel homicidio que por el asesinato. Es el desquitede la naturaleza ultrajada.

J

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208 SEBASTIÁN FAURE

¿Por qué la humillación de todo un pueblo antenn tirano coronado ó un aventurero de la políticaó del ejército? Porque de tal modo se ha infundidoen nuestras venas el respeto estúpido á la fuerza,

que la sufrimos cuando se muestra en la persona.de un gendarme ó de un comisario de policía y laaclamamos cuando se manifiesta bajo la forma deun monarca, de un ministro ó de un general.

'"••••

Podría multiplicar infinitamente las preguntas,evocar los muertos todos, interrogar á todos losvivos, preguntarles por qué han padecido, y todoscontestarían con un por qué, que se relaciona conun escrúpulo, con un deber, una oblígaci6n, unanecesidad, una bajeza.

Desafío á cualquiera á descubrir un solo dolorque no proceda de una ley ó de un prejuicio, queno se relacione con un tirano cualquiera, que noresponda á una restricción, en una palabra, que nopueda en resumidas cuentas condensarse de estemodo: «No hago lo que me place, estoy obligadoá hacer lo que me conviene.» La sociedad semejaá un inmenso presidio. Los que en él viven tienenlos miembros rotos por las cadenas, entumecidCH'1por las ligaduras. Están como aprensados en unode esos instrumentos de tortura que se usaban enotros tiempos. Encerrado el cuerpo en él, acercán­~e alternativamente las piezas del aparato, apre­tando ya la cabeza, ya los pies. El tormento su­frido, sea el que fu.ere, viene del instrumento detortura..

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EL DOLOR UNIVERSAL 209

Así cuando veo pueblos enteros cesar en susincesantes gemidos sólo para pedir leyes nuevas,parécenme condenados al tormento que suplican alverdugo se muestre dulce y compasivo, Ó conjúran­le á que apriete algo menos el est6rnagJ, aunquese desquite en las piernas y el cráneo. ¡IniMJllsatos,pedís leyes como sí éstas escasearan! ¿Ignoráis quede cien 8.ños acá vuestros amos han confeccionadomás de doscientas rnilleyes, decretos y ordenanzas,dos mil anualmentc~, más de cinco por día'? (1) Co­tejadlas todas, tomadlas una á una y no encontra­réis ninguna que no hiera á alguno de vosotros.

El sino de la ley, cualquiera que sea, es llevarel dolor consigo; y si en todas partes se sufre, esporque la legiBlaci6n lo ha invadido todo, todo loha reglamentado, lo ha codificado todo. Ha dado ácada cosa un aspecto met6dico y obligatorio quequita. cualquier otro atractivo que puedan tener, y

(1) Desde el decreto famoso del 4-II Agosto 1789 procla­mando á Luis XVI restaurador de la libertad fr'ancesa, (!) has­ta el decreto de 22 pradial año 1I (21 Mayo 1793 constituyen~do el tribunal revolucionario, se dieron 1.219 órdenes delgobierno, ó sea un término medio anual de 300. Del 13 de:Mayo de 1793 al fin de la primera república, el total de leyesy decretos fué de 8.615 término medio anual 718). El primerimperio dió 10.572 leyes, senatus-consultos y decretos (tér­mino medio anual 1.057).

Las leyes y ordenanzas publicadas en el reinado deLuis XVIlIfueron en número de 18.6,18 (2.072 por allo).

Bajo Carlos X las leyes y ordenanzas akan~aron la sumade 15.810 (el término me(lio anual llegó (¡ :¿.G:l:l). Bajo LuisFelipe se p' bliearon :n.19·¿ órdenes ofici,des (1.6rmi n ° medioanual 2.066). Bajo la segunda repÚhlica, aparecieron en elMoniteur 1238G decretos, ó soa 2.:177 f}()l' aii.o.

El segundo imperio dió 45.5RD, tÓnnillo medio, 2.f>il3. Enfin, desde e11 de Septiembre de 1870 Iwsta el :n de Dieiem­bre de 1892, la tercera república ha dado 58.854 leyes ó de­cretos, lo que hace llegar á 2.675 el término medio anual.

TOldO II 14

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210 BEBAS TIÁN FAURE

aumenta el desagrado cuando por añadidura sonpenables. ¿Ignoráis que, como dijo Rousseau,«siempre eS08 nombres especiosos de justicia y desubordinación sirvieron de instrumento á la violen­cia y de arma á la impunidad?»

¿Pedís más buena fe, más equidad en el con­trato social? Pues hace más de un siglo que escri­bió Condorcet: «¿Cuál es el hábito vicioso, el usocontrario á la huena fe, el cri:nen, en UDapalabra,cuyo origen, la causa primera, no pueda mostrar­se en la legislación, en las leyes, en las preocupa­ciones?»

¡Leyes nuevas! Pero ¡desgraciados! ¿no pensáis

que estas nuevas leyes engendrarán nuevas in­fracciones y ésta, nuevos encarcelamientos? Esqui­r6s lo ha dicho. (1) «No se conquistará la libertadmientras las cárceles estén en pie.» Habrá quedestruirlas y arrojar la llave al abismo, si se quie­re que no seau el receptáculo de los dolores delpueblo. No digáis que es tanto peor para los queno respetan la ley y provocan la severidad de lostribunales. La cárcel es una amenaza para todos.Nadie puede aSI3gurar que él no se conducirá demodo que la merezca. Compadezco al que puedamirar una cárcel y decir: «no estaré nunca ence­rrado dentro de sus muros», porque, quien asíhable, no puede tener dignidad, ni pasión, ni en­tusiasmo, ni convicción.

En el orden económico, como en el político ymoral, no hay aflicción que no provenga directa­mente de una servidumbre, que no sea, por conse-

(1) Los Mártires de la libertad, pág. 237

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EL DOLOR UNJVEHSAL 211

cuencia, el hech) del principio de autoridad. Estoen cuanto al primer punto. El análisis es conclu­yente si se va de los efectos á la causa. Fáltanosintentar la prueba en sentido inverso, es decir,procediendo de la causa á los efectoa.

***

Esta prueba no es en realidad más que la com­probación de la prueba precedente. Cuando, algu­nas páginas antes, hemos comprobado que la pro­piedad individual no es la causa única do todas lasadversidades, hemos reconocido que la desapari­oión de esta iniq uidad no llevaría aparejada la delas otras.

En lo que concierne á la autoridad, si se admi­te qne tOGOS los padecimientos de la vida indivi­dual y social se relacionan con aquélla, una vezdestruída, todo será arrebatado por el soplo de lalibertad. Que desaparezca el principio de autori­dad, y en seguida desaparecen todas las leyes,convenciones, reglamentos y prejuicios que mar ti­rizan dentro de la sociedad moderna la personali­dad humana. Las pasiones dejan de ser contraria­das y encuentran abierto ante ellas el horizonteinfinito de Sanas satisfacciones; los apetitos tienenlibre curso; las facultades, cultivadas racionalrnen··te, sa desenvuelven normalmente; las necP/3idadesencuéintran en el gran Todo material, intelectualy efectivo la satisfacción deseada; las atraccionesy las repulsiones se clasifican, circulan fácilmente,asociándose aquí y disgregándose allá.

Los grupos se forman, se clasifican, se federan

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21~ A8BBAsnÁN lI'Á.URE

sin más lazo que el interés general, estrecha é in­disolublemente unido con los intereses particula-"res; la humanidad ocupa su sitio en la naturaleza,combinando armoniosamente hombres y cosas, si­guiendo únicamente los principios de fuerza y mo­vimiento sin más trabas que las peculiares de cadaser, de cada estado, de cada edad.

Un individuo tiene hambre y come, porque tie­me conciencia de que el derecho á alimentarse nose le puede negar: nada de presión moral; porqueno existiendo el arbitrario principio de lo tuyo y lo"mío, no tiene que temer á los jueces: nada de pre­sión material.

Dos jóvenes se aman y ceden sin escrúpulo álos deseos que les impulsan á los goces del ame,r.¿Por qué'? Porque no temen los reproches de unaconciencia timorata. hasta la bestialidad, ni el des­crédito público, ni las condecuencias de un mo­mento de voluptuosidad; porque saben que elplacer es bueno en sí mismo y que llega á conveltirse en virtud cuando al procurárselo se lo propor­ciona á otro ser: nada de presión moral; y porque,no estando sometidos á ninguna autoridad ni áninguna ley, no puede ser más natural el disponerde sí mismos como les place: nada de presión ma­terial.

Es imposible imaginar que uno solo de los in­fortunios señalados en este libro pueda subsistiruna vez suprimido el principio de autoridad. Enuna sociedad privada de las leyes que atribuyen álos unos la riqueza y dejan en la miseria á losotros, despojada de la fuerza que sanciona el aca­paramiento de los primeros y la miseria de los se-

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EL DOLO" tu•.•VERSAL 213

gundos, ¿se puede concebIr que haya quien carez­ca de lo necesario para que los demás vivan en la<opulencia'?No lo creo.

¿Puede imaginarse que existan amos para man­dar y esclavos para obedecer en una sociedad sinel mecanismo tiránico de las monarquías, de lasrepúblicas parlamentarias, del Estado, y por con­siguiente, de tribunales, cárceles y cuartelesYNada de eso.

¿Puede, en fin, suponerse en una sociedad quetiene por norma el principio ltago lo que q?~ierodel inmortal Rabelais, la existencia de seres quederrochan sus energías en domar la naturaleza, encastigar sus pasiones, en resistir las inclinacionesde la carne, viviendo en las inquietudes de unaconciencia aterrada, en las iurhulencias del pen­samiento, en el deseo de inquirir y saber'? Eviden­temente no .

•••**

¿Y la prostituci6n'? ¿Y el robo'?¿Y la violencia'?¿Y la guerra'? ¿Y la sed de mando'? ¿No es ciertoque todos estos males de nuestra época mercantilJ' gerárquica desaparecerán más pronto Ó más tar­de cuando no encuentren terreno para aclimatarse'?

¿Se prostituiría la mujer si no tuviera interésen venderse, y si no hubiera ley, ni familia, niopinión pública, ni educaci6n, ni moral que le ceu­surasen el entrE gar su amor'?

¿Para qué había de robar el que no tuviera másque ton:Ulf lo que necesitara'? Y si por ventura al­,guiep. arrebatase una cosa de uso de otro, ¿qué

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214 SBBASTIÁN PADRE

daño haría á este último, que podía reemplazar elobjeto sustraído con mucho menos trabajo que lecuesta hoy acudir al comisario de policía, declararante el juez y probar en justicia?

¿Qué razón de ser tendría la guerra no exis­tiendo esas aglomeraciones más ó menos extensas,llamadas patria, viviendo bajo el mismo gobiernoy las mismas leyes, y habiendo desaparecido losgobiernos y los legisladores con la autoridad quelos creÓ? Entonces no habría más que una sola pa-­tria: el Universo; y Francia, Alemania, IDglat(~­rra, Husia, Estados Unidos, S(3rÍpnsimples expre-·siones geográficas representativas d(~una -parte delplaneta, como París, Lyon, MaT'sella, Burdeamcson hoy expresiones geográficas que sirven paradesignar puntot3 especiales en Francia.

¿Para qué la hipocresía, cuando la verdad notuviera nada que perder ni nada que ganar el en­gaño?

¿Para qué la rapacidad, cuando los hilletes deBanco, las acciones y obligaciones de crédito noselÍan más que vulgares pedazos de papel, y noteniendo razón de ser el comercio, no se necesita­ría dinero para procurarse las cosas útiles ó agra-dables? .

¿Qué significaría la sed de mando entre hom­bres libres de los que ninguno querría obedecer, yen una sociedad en que habrían quedado rotas parasiempre todas las ruedas del mecanis:I:w gerárqui­co? La ambición de mando no tendría tampoco 1'a-·zón de ser .

•*.

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Todavía pudiera llenar páginas y páginas coninterrogaciones de este género. Y todas las res­puestas serían idénticas.

La propiedad individual en sí misma no es másque una fic0ión. Sólo llega á ser realidad, ¡realidaddolorosa! apoyándose en la legislación que esta­blece las condiciones con las cuales es permitidoacaparar una parte del haber común, aprovecharsede ella, y en la fuerza armada puesta al serviciode esta legislaci6n favorable á los ricos.

Intrínsecamente, la moral sólo es un mito, y ápesar de los dogmas relig'iosos, de la familia, de laeducaci6n, sería bien débil su poder sobre las con­ciencias, si toda transgresi6n del deber no fuesecastigada por el legislador y juzgada severamentepor la opinión pública.

Nada hay de real, de tangible en las frases C[~­pital, gobierno, moral, más que el principio quelas anima y fortifica; el principio de autoridad,que se traduce por obligacionee y trabas que fuer­zan á los individuos y á los grupos á abstenerse dohacer lo que les conviene.

Las dos pruebas á que hemos sometido el prin­cipio de autoridad se corrohoran mutua y plena-­mente. De la primera se desprende que todas lasaflicciones humanas se refieren directamente á unacualquiera de las aplicaciones sociales del princi­pie de autoridad. De la segunda resulta que, aban­donado este principi!), todas las trabas desapare­cen, y con ellas el dolor universal.

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216 SEBASl'iÁN FAURH

Insistiré, resumiendo esta demostraci6n.A.-JJe los efectos á la causa. El hombre es un

compuesto de necesidades extremadamente vl:lria­das. El dolor no es más que la represión de estasnecesidades. Se concibe fácilmente que la causainmediata de esta represión-alcanzando una partecualquiera del individuo, estómago, cabeza Ó co;razón, órganos correspondientes á las necesidadetlma.teriales, intelectuales 6 morales-es cualquierade nuestras instituciones sociales. A pesar de lacomplicidad de sus órganos, es uno, y se infiereque, á debpecho de la variedad correlativa de susinBtituciones, el snpel'orga::lismo social podía bienser igualmente uno. Busco dóu¡le se puede encon­trar esta unidad, y la desc"abro en un principio,en un punto, en una base: la autoridad.

B.-De la causa á los ifectos. Invertiré mis ob­servaciones. Afirmo que el principio de autoridadlleva consigo organismos, «manifestaciones» queéstos, causas derivadas, se afirman por «suborga­nismos» que actúan directamente sobre el pacien­te: el individuo.

Inducción primero y deducción en seguida: losdOBmétodos conducen el mismo resultado conclu­yente, decisivo, irrefutable; la autoridad, causaúnica y primera del dolor 'universal.

¡El principio de autoridadl Tal es el virus queenvenena todas las instituciones, tod.as las relacio­nes humanas, todas las relaciones sociales.

He aquí, para emplear el lenguaje del día, elmicrobio que engendra todas las enfermedades deque agoniza nuestra generación.

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EL DOLOR UNIVERSAL

In

217

El pn;ncipio de autoridadC:.Fldro alegórico.-El dolor no se suprimirá mientras exista

un solo artículo de la tey.-Objeción y último argumento:la felicidad y la autoridad son dos términos que se ex­cluyen.-Es preciso optar por uno ó por otro.-Filosofíade la historia: la evolución se realiza en el sentido de lalibertad contra la autoridad.--Rl hombre se ha emanci­pado del yugo de la naturaleza y de la ignorancia.-¿Nosabrá emancil)arSe socialmente?-Las corrientes son fa­vorables á la libertad.-Armonía entre la teoría y los he­chos.-El prin.cipio de autoridad debe desaparecer total­mente de la sociedad..-Con él se desvanecerá el doloruniversal.

Hemos encontrado por fin esta causa única ypl'imera. Me complazco en pensar que el lector im­parcial ha adquirido la convicción sobre este punto.

Esta verdad, que no tengo la pretensi6n de ha­bor descubierto, que muchos la han conocido antesque yo, pero á cuya demostración he creído indis­pensable consagrar este volumen, porque proyectauna gran claridad sobre el estudio de la cuesti6nsocial, porque con su sola luz puede iluminarse elporvenir, quisiera que estuviese presente de conti­nuo en forma sencilla ante el pensamiento de loshombres que luchan por un mundo de paz, deamor, de armonía y de felicidad.

He aquí un cuadro alegórico que espero lleneeste objeto.

El tronco del árbol representa el principio dea ut01'idad, punto de partida de todas las institu­eiones. Da origen á tres principales troncos que

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21 8 SEBAsnÁN FAURE

representan las tres grandes iniquidades: econ6mIea, política y moral. De estas ramificaciones im-­portantes brotan las ramas secundarias.

La «Propiedad individual». El salario, la divi­sión del trabajo, el comercio, la sofisticación, lacon:mrreucia, la centralización capitalista, el agic ..1r'j',. ramas cuyas hojas y frutos se llaman (xplo­taeióu, quiebra, miseria, prostitución, vagancia,mendicidad, robo, suicidio, despoblación.

Del tronco «Gobierno»: el parlamentarismo, lalegislación, el funcionarismo, la magistratura, lapolicía, la gendal'mería, las cárceles, el militaris-·mo; y como hojas y frutos: la opresión, la mentira,la corrupción, la injusticia, el odio, la guerra y lainsurrección.

Del tronco «Moral»: la religión, la familia, laeducación, la enseñanza, la opini6n pública, laprensa, teniendo por flores y frutos los prejuicios,la hipocresía, los celos, los crímenes.

Toda esta frondosidad inextricable-tan grandees el cruzamiento de los troncos y el enlace de lasramas-y en la que he arrojado alguna luz parahacerla visible, es el dolor universal.

Nada se conseguiría con podar por un lado,cortar por otro; el árbol fatal ganaría en robustez:sería inútil hacer caer el hacha sobre algunas par­tes del árbol: la savia emponzoñada se repartiríamás vigorosa en las ramas restantes.

La segnr del podador debe alcanzar al troncomismo para derribar al gigante; debe penetrarhasta las profundidades del suelo para arrojar las \las raíces al fuego, á fin de que desaparezca parasiempre ese coloso vegetal á. cuya sombra hace

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tantos siglos se han extinguido las generaciones ypel'tlcido nuestra raza.

** ..•

Ell3gid un hombre al azar, ciento, mil: ricos ypobres, patronos y obreros, propietarios y comer~ciantes. No encontraréis uno 13610que no tengaque quejal'se de una ley, de un reglamento, deuna costumbre, de un abuso: no habrá uno queno se considere víctima de alguien ó de alguna(lOBa; no habl'á uno que no diga que la legislacióndebe reformarse en tal ó cual punto.-DICho estáque esta parte de la leg'islación de que cada cual136 queja, es precisamente la que más lesiona susintÚl'0SeS personales. -Cada uno reclama Única­mente en el sentido que á él le interesa, primasibi el¿a/itas, y procura desembarazarse de lo quele estorba.

La filosofía, que sabe que la organización so­cial no es más que una síntesis de las condicionesiJolíticas, ee.onómicas y morales, deduce de estehecho la conclusión siguiente: que no debiendo so­lamente ser resuelto el problema social por unoscuantos, ni aun por el mayor número, sino por to­dos, no debe cuidarse únicamen.te de lo que lasti­ma á un individuo, á una corForación, á una co­lectividad; que si en el Código no existe máa ql~eun s610 artículo que se oponga á la felicidad deuno, es necesario suprimir la legislación entera:esto hecho, desembarazado cada cual de lo que leoprime, vivirá á su gusto, es decir, conocerá la fe-­licidad.

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~20 i'EBAS'l'IÁN FA URE

¡La felicidad! ¿No es éste el objeto incesantede todos los movimientos humanos?

Pensar, comer, dormir, moverse, luchar, odiar,amar, las mil manifestaciones de la vida, tienenpor punto de partida huir de un padecimiento óbuscar un placer, emanan de un apetito diario; y lafelicidad, á través de las múltiples formas que re­viste, no es por otra parte más que la satisfacci6nde una necesidad que afecta á nuestro yo.

Para l\)s ojos, el placer consiste en la contem­plación de un espectáculo atrayente; para el oído,,escuchar una suave armonía; para el olfato, respi­rar un sutil y delicado perfume; para el paladar,beber un licor refrigerante; para el estómago, ab­,sorber alimentos sanos y bien preparliuos; para losmiembros fatigados, un reposo reparador; para lainteligencia, adquirir un conocimiento y examinaruna idea por todos sus aspectos; para el cerebro,coordinar las ideas clasificadas y formar un pensa­miento, una opinión, una doctrina; para la imagi­nación, soñar evocando la sensación de la realidad;para el corazón desnudo de afectos, seguir las in­clinaciones naturales instintivas.

y la materia organizada que constituye elhombre, dotada de calor, de electricidad, de movi­miento, ne experimenta sensaciones de bienestarsino cuando cada molécula se mueve á su gustoen el sentido que le es propio, cuando cada parce­la del ser ejerce libremente la función para que hasido formada. E'n eso está la alegría de vivir, no,en otra cosa. Todo lo demás no es mús que mace­ración de la carne ó del espíritu, y, por consecuen­.cia, sufl'imiento físico ó dolor moral.

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EL DOLOR UNIVHRSAL 221

Tan verdad es esto, que si á una criatura quetiene hambre, sed ó sueño le prohibo comer, be­ber 6 dormir; si condeno á la inmovilidad á unhombre deseoso de moverse, se considera á éstecon raz6n como mi víctima y soy con justicia ta­chado de verdugo. Víctima, porque se le impidehacer lo que le place; víctima, porque la voluntadde otro sustituye á la suya; víctima, es decir, in­feliz, porque es esclavo.

Felicidad 11libertad son en cierto modo sinó­'nimos, pues para ser diclwso es indispensable ysuficiente ser libre.

Es del todo evidente que, siendo el individuo8nterior á la sociedad-pues ésta es el nÚmero yaquélla unidad-la felicidad social 6 colectiva 8$­.~rá matemáticamente determinada por la felicidadindividual; y para qlie la alegría brille en el senode una colectividad humana, es preciso que broteen cada personalidad.

No se han constituído y aglomerado los huma­nos en sociedad, siuo impulsados por la necesidad4le combatir las plagas naturales, de unirse paraproducir más y más pronto, (le practicar esa ten­dencia invencible á la sociabilidad que es el puntoaepartida de toda agregación; en un.apalabra, parasacar partido de la tal aaociaci6n.

Así, pues, normal, racional, es un organismoen cuyo seno, lejos de empequeñecerse y sacrifi­carse el ser humano, se desarrolla y agranda suparte de felicidad. Ilógico, por el contrario, inco­herente, criminal, es la organización que en todomomento atenta á la dicha de sus miembros y dis­minuye su parte de felicidad.

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222 SEBASTIÁN PAURE

De suerte que, si nuestno espíritu puede con­cebir una libertad ilimitada (si algo absoluto exis­te), se podrá igualmente concebir una felicidadsin límites.

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«¡Vmr á su gusto! se exclamará; no concebirórdenes de nadie, no inciinarse ante ningún tirano,no sufrir ningÚn yugo, no conocer ninguna de lastrabas que el despotismo opone al desarrollo natu­ral, abandonarse á la dulce 6 rápida pendiente desus pssiones, seguir tras la voz del deseo, aventu­rarse sin escrúpulo ni temor por senderos floridosdel capricho de la fontasía, hacer lo que gusta, loque conviene, lo que da placer, y, por tanto, sen­tirse más fuerte con el mismo vigor de todas suspa.siones, más digno por el mismo esplendor de to­das sus facultades desplegadas, mejor por el mis-

. mo refinamiento de sus sentimientos afectivos,más responsable por la espontaneidad de los actosrealizados! ... Sí, cierto; eso sería la felicidad en laslgnificación más elevada de esa expresión tan su­blime. ¡Pero no puede ser!»

No lo niego: nuestra actual organización, que~ntera descansa en la supremacía de unos y la su­misión de otros, no puede admitir soluci6n'3eme­jante.

Es del todo exacto que en una sociedad com­puesta de capitalistas y proletarios, de holgazanesopulentos y de productores pobres, de gobernantesy gobernados, esa integral independencia no es 'realizable.

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EL nOLOR UNIVnRSAL 223

Pero tal objeción-irrefutable mientras se estéacantonado en una sociedad autoritaria-es laprueba más clara y sencilla de que autoridad y fe­licidad son términos que representan dos órdenesde ideas y hechos que no pueden conciliarse, quetoda amalgama entre ellos es imposible por la in­compatibilidad de sus caracteres respectivos, quehay que decidirse por uno ó por otro, pero que nose puede optar por uno sino renunciando definiti­vamente al otro. Estar con la autoridad y el doloruniversal contra la libertad y la felicidad de todos,6 bien con la libertad y la felicidad universal con­tra la autoridad y el dolor de todos; tal es la defi­nitiva.

jA elegir!:le

* *

Do tiempQ inmemorial la humanidad ha hechosu elecci6n, la evoluci6n mediante. Inconsciente­mente al principio, de modo más razonado des­pués, se ha pronunciado contra el principio de au­toridad, es decir, contra la esclavitud, contra ladesgracia, y en favor de la libertad, que esla vidafeliz.

Se comprende que las primeras muestras de laraza humana que aparecieron en el globo, debie­ron estar sometidas á toda clase de servidumbres.Salido apenas de la animalidad, débil y groseroesbozo del hombre de las civilizaciones avanzadas,el sér primitivo se hall6 en dependencia absolutade la naturaleza. Expuestos á la intemperie, al fu­rory á los caprichos de los elementos, incapacesde orientarse á .Jravés de infranqueables espesuras

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224 SEBASTIÁN FAURE

en las regiones vírgenes; detenidos á cada pasopor las aguas ó los montes; luchando á veces cuer­po á cuerpo con las fieras; sin otro alimento que elque conseguían procurarse en la caza 6 la pesca, ámenudo peligrosas y fatigosas siempre; víctimasde enfermedades y plagas, nuestros primeros as­cendientes debieron conocer todos los horrores deuna existencia pasada en defenderse contra fuer­zas ciegas, irresistibles, misteriosas. Terror perpe­tuo, punzadas del hambre, quemaduraB de la sed,mordiscos del frío, ignorancia completa; tal fué ellote de la humanidad en su infancia.

En lo que se ha llamado el estado natural, lalibertad primitiva fué en realidad una esclavitudespantosa. Esclavitud material respecto á la natu­raleza, esclavitud intelectual respecto á la ciencia,el sér entero est,uvo en esclavitud completa. Peropoco á poco, con lentitud que en nuestro siglo derapidez no puede formarse" clara idea, las ligadu­ras se aflojaron. Con tenacidad increíbl{~el hom­bre midió sus fuerzas con la naturaleza y se lamultiplicaron los primeros ensayos. Animado por.algunos éxitos y provisto de a.lgunos ÚtiloH rudi­mentarios, el g-énero humano se dedicó 3. utiliz:)rlos productos naturales y busc6 el modo de asegu­rar la producci6n regular. Dejó de ser la vida unaperegrinaci6n perpetua y dolorosa á tr::¡;vég de losespacios inexplol'aclos. Formároll!'8 3grupacionei\se fundó un lenguaje, cambilí.ronse ideas y se es­tablecieron relaciones. Se dosprendió el cerebropoco á poco de su espesor original y penetraron enél algunos fulgores que contenían en potencia lasclaridades futuras.

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EL DOLOR UN1VERSAL 225

Sin plan preconcebido, sin método premedit a­do, por sólo la fuerza de las cosas, por el jwgoúnicamente de 6rganos cada vez más ej&rcitados,se desarrollaron las facultades.

** :11

Pero mientras el hombre se sustraía insensi­blemente á la tiranía de la naturaleza, el despotis­mo del hombre sobre el hombre hacía su aparición.Esto no fué s610la guerra del individuo contra lasfuerzas coligadas del Universo; fué además la. lu­cha de los individuos entre sí, de las colectivida­des entre ellas. Pueblos enteros fueron condenados.á la esclavitud; castas y clases dividieron á la hu­manidad, las unas despojando, oprimiendo lasotras. La servidumbre social vino á juntarse á.lasservidumbres anteriores y sería difícil decir si lasventajas que la humanidad obtiene del globo y loaprogresos que realiza en el dominio científico,compensan los inconvenientes de este nuevo esta­do de cosas.

No tengo para qué relatar extensamente losesfuerzos hechos, las conquistas alcanzadas, losdesarrollos admirables del espíritu humano. Otroshan dado cuenta, mejor que yo podría hacerlo, ycon la competencia que me falta, de las peripeciasasombrosas de esa lucha secular del hombre con­tra todo lo que antiguamente le abrumaba. Hoy,ya lo hemos visto en el curso de esta obra, lascondiciones respectivas de la humanidad y delplaneta se hallan invertidas; ya no es éste el quedomina, sino la otra. El suelo está cultivado, el

¡ sub suelo entrega sus riquezas, las fuerzas natura-TOMO II 15

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226 SEBASTIÁN FA URE

les son utilizadas, vencidos los males, atenuadoslos 8xtragos de la epidemia, conjuradas en partelas plagas, domesticlldos los eh'Jmentos, dominadala materia y el hombre no es ya juguete del Uni­verso. Ha puesto sobre éste su pie vencedor y S8ba asegurado para siempre el primero y mejorpuesto; la esclavitud material 6 la ignorancia so­cial sólo es ya un triste reeuerdo y 108 dolores queengendró la ignorancia de nuestros ascendientesson desde hoy parte de la historia del pasado.

Queda la sujeción social. Tras la doble victo­ria que acabo de recordar, se dirá: ¿No ha de po·der el hombre librarse del hombre después de ha­ber roto las cadenas que la natlJraleza había fOI~a­do para él'?¿No podrá desembarazarse de las trabasartificiales que la fuerza le impone y su ignoran­cia consiente'? Sí; pero ¡cuánta lucha, sin embar­~o, cuánto heroísmo, qué de sangre vertida, quédo existencias sacrificadas por esta sola palabra:«Libertad»!

Tendencia instintiva primero, aspiración vagadespués, impulso claro, preciso y formidable ennuestros días, el amor á la libertad ha hecho des­d13 muchos años atrás latir millares de corazonesy armarse mil1a~es de brazos. Tan grande es lafuerza de expansión y resistencia del espíritu delibertad, que se ha crecido con las opresiones, ysu sed de independencia ha aumentado en igualproporción que el amor al dominio entre los amos.

La historia, no esa comedia en que monarcas,ministros y grandes capitanes son los únicos acto­res, sino ese drama de interés profundo que relatala vida de los pueblos, sus aspiraciones, sus levan- ¡

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EL DOLOR UNIVERSAL

tamientos, la historia, repito, no es más que la lu­cha secular del principio de libertad contra el prin­cipio de autoridad.

En la naturaleza de la última está procurar, nosólo guardar las posiciones adquiridas, sino con­quistar otras nuevas; esta tendencia. está igual­mente en la naturaleza de la libertad; y como el-dominio de la una no puede extenderse sino á'costa de la otra, la esencia misma de los dos prin­cipios diametralmente opuestos es reñir perpetuocomhate.

Por tanto, toda la vida humana, desde la anti­giíedad hasta, nuestros días, se contiene en los dostérminos siguientes: eliminación progresiva ¿elprincipio de autoridad; afirmaci6n gradual y co­ITespondiente del principio de libertad. Cada con­quista de ésta es una derrota de aquélla.

'"ole *

El grito inmenso de ¡Libertad! ¡Libertad! so­nará á través de las edades. Todas las protestas,todas las reivindicaciones, las revoluciones todas,responden á ese santo y seña. Leed la profesi6n defe de todos l(¡s candidatos, recorI'ed el programade todos los partidos políticos; no hallaréis un ma­nifiesto que no pida más libertad, ni un políticoque no se declare partidario del principio liber­tador.

Es que todo el mundo siente y sabe que sin li­bertad no hay felicidad; que, como dice L' Ropital: '{(¡Perder la libertad! ¿Tras ella, qué queda queperder? ¡La libertad es la vida, la esclavitud es la

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228 SBBASTiÁN lI'AUBE

muerte!»; que, según la hermosa frase de Prou­hdon: ((Laperfecci6n económica está en la indepen­dencia absoluta de los trabajadores, lo mismo quela perfección política está en la independencia ab­soluta del ciudadano.» Para que fuese completa;Proudhon debiera haber añadido que la perfecciónmoral está en la independencia absoluta de lasconciencias de8ligadas de todo prejuicio, de tododogma.

¿No ha dicho Emilio Girardín: «En el porve­nir. el progreso será estrechar más y más el círcu­lo de las leyes positivas, y, por el contrario, en­sanchar más y más el de 13M leyes naturales. Todaley natural es un principio que se realiza por laprecisi6n de sus consecuencias. Toda ley positivaes un expediente que se delata con sus complica­ciones'?»

«No se eleva á las almas sin libertarlas», diceGuizot en un arranque de franqueza.

En lenguaje de dulce poesía, Marc Guyau pre­dijo el triunfo pr6ximo de la libertad: «En el por­venir el hombre tomará cada vez más horror á losrefugios construídos de antemano y á las jaulasmuy cerradas. Si alguno de nosotros siente. la ne­cesidad de un nido donde poner su egperanza, élmismo lo construirá pajita á pajita, al aire libre1dejándolo cuando se canse de él para volver áhacerla á cada primavera, cada renovación de supensamiento.»

Guillermo de Greef se expresa así: «El princi­pio hoy no es ya discutible: la sociedad no tie­ne más que órganos y funciones; no debe teneramos.»

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«La tendencia práctica del materialismo, dice01 autor eminente de L' !wmme seton la science, estan sencilla, tan clara como su teoría; y todo suprograma para el porvenir del hombre y de la hu­manidad, puede expresarse en unas cuantas pala­bras conteniendo Cuanto se debe teórica y prácti­camente reivindicar para el porvenir. Hélas aquí:Libertad, instrucción y bienestar para todos.»

Extraño es hallar las líneas siguientes con lafirma de un escritor que fué diputado, es decir,fabricante de leyes, y que lo sería aún si los elec­tores de Neuilly lo hubieran querido; pero los polí­ticos, como la política, están llenos de contradic­ciones: «Ningnna dependencia, escribe M. Barrés,una vida cómoda, armonía completa con los ~le­mentos, con los otros hombres y con nuestro pro­pio ideal; tal es el deseo que me agita, y satisfa­cerlo es toda mi convicciÓn.»

Véase, en fin, cómo se expresa uno de los sa­bios más estimados, M. Letourneau, en L' Evolu­tion politique: «Desde el punto de vista socio16gi­co, lo que particularmente interesa en las repúbli­cas de hormigas y abejas, la perfecta conservacióndel orden somal, es una anarquía completa. Nadade gobierno; nadie obedece á. nadie, y, sin embar­go, todo el mundo cumple sus deberes cívicos concelo infatigable; el egoismo parece que no se cono­ce y está reemplazado por amplio amor social.»

'** *

Basta de citas. Lo que hay que retener de es­tos extractos, es que de la opinión de multitud de

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pensadores, igual que de la comprobación de loshechos, resulta que la evolución se produce en elcltmtidode la libertad.

Hay aquí una verdad, trivial hasta cierto pun­to; tan evidente es por sí misma; la de que nadiepuede suponer que la humanidad puede mareharhacia la esclavitud. No he insistido sobre estepunto más que para mostrar el acuerdo existante

entre la teoría y 10fl hechos, y probar que, si unestudio imparcial y minucioso del !úrganismo 150-"

cial nos lleva á reconocer que el principio de au­toridad es la única causa del sufrimiento que nos:tortura, la humanidad ha comprendido, hace ya.mucho tiempo, inconscientemente y á veces sinque siquiera lo parezca, que el sufrimiento vienede allí; pues que hace muchos:miles de años buscael modo de libertarse, y no deja de combatir lasdiversas trabas que la sujetan.

En el terreno natural y cósmico nunca serácompleta la eliminación de la servidumbre; desdeeste punto d~ vista, pues, la libertad humana r.oexistirá jamás en el estado absoluto. Se trata sim­plemente de reducir á su mínimum la servidumbreé impulsar la emancipaci6n á su máximum. Peroel dominio del hombre sobre el hombre, la explo­tacién del hombre por el hombre, en una palabra,la esclavitud social, de orden enteramente artifi­cial y transitorio, puede y debe ser completamenteabolida. Nada de f-elicidad en perspectiva sin eseprevio «J:}elendaCarthago.» Lo que n-o seo. la li­bertad socia.l conquistada por la. abolición de la .autoridad social, es la miseria, la opresión, la con­trariedad, el dolor, sin remedio posible. Desde

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este punto de vista, la eliminación completa delprincipio de autoridad por una parte; la afirma­ción integral de la libertad por otra, ¡lte aquí elideal!

Este es al mismo tiempo el término fatal de laevolución á que asistimos, término al que vamoscon rapidez vertiginosa. El espíritu de indepen­dencia no es hoy más que una aspiración nebu10sahacia. un derecho platónico; ya no se ignora queel ejercicio de la libertad es incompatible con el dela. autoridad. Mientras los sedientos de poder, losinconscientes y los miedosos, á quienes enloque­cen lOS síntomas de la próxima der1composiciónso­cial, piensan en dar al Estado la llave de todo, lade los intereses económicos como la de los asuntospolíticos, fórmase, con un vigor que presagia los.futtl.l'oSsucesos, una humanidad cada vez más nu­merosa, entendida, resuelta y consciente, decididaá dejar al Estado las menos llaves posibles y hastaá !~upl'imirlopara que no teng-d.ninguna.

Los que las vicísitudes presentes suman en la:Admiraciónal pasado, J;kO cesan de repetir que lapropiedad privada, el gobi<lrno, la religión, la fa­milia, la patria han prestado á la humanidad losservicios más grandes; á creorl08, esos principiosy esas instituciones dieron origen á todos los pI'O­gl'8s0S realizados.

Im¡:}Ortapoco que tal opiniG:c.sea exacta 6 erró­nea. ¿Deberían, so pretexto de que los zapatitosresguardaron los diminutos pies del niÚo, aprisio­nar los del hombre con el mismo calzado?

La ob.,;orvaciÓn,estableco que evoluciona todo,Propiedad, gobierno, patria, familia y las iustitu-

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SgBASTIÁN FAURE

cionea que pasaron, tuvieron su día en la histOI>ia.Adaptad.as ;;Jl desarrollo de entonces existieron ydebieron existir necesariamente. ¿Pero es esto unarazón para que estén conformes con los adelantosde hoy'? El traje que viBte un niño, no puede 11e­varlN un adulto.

Ese niIío fué la humanidad: tendía instintiva­mente á la libertad. Hoyes adulto. ¿Deberá llevaraún, y siempre, mantillas y paIlales, de que lefueron útiles en otro tiempo? Sus carnes son du­ras, sus miembros robustos, fuertes sus músculos;quiere andar sola, ir adonde le plazca, moversesegún su fantasía. No quiere amo ya: no más ti­rano. (1)

Quiere hacer su voluntad, nada más que suvoluntad, su voluntad completa. Desbordado depasi6n el pecho, llena la cabeza de entusiasmo ra­zonado, perdida la mirada en la contemplación deesplendores que entrevé, se dirige irresistible ha­cia la tierra ptometida donde cada cual podrá viviren la paz de su corazón y su conciencia, amante yamado, sin opresiÓn y sin odio, sin envidias, sintrabas, con la radiaciÓn bien.hechora de las pasio­nes satisfechas, con el afinamiento vigoroso de fa-

(1) En cuanto á esos que invocan la justicia y declaranque propiedad individual y gobierno son dos cosas justas,hasta para reducirlos al silencio suplicarJes que tengan labondad de explicar~e claramente l'espedo á ese carácter dejusticia que benévolamcnte atribuyen ádichas instituciones .

.Puede por el contrario establecerse, que lo favorable á lafelicidad universal, siendo Jt¡sto sólo, es materia social; y queesos principios de propiedad privada y de gobierno, aunqueen el pasado hayan estado mil veces conformes con las re­glas de justicia, dejan de estarlo al presente, por ser hoy fa­talmente perjudiciales á la felicidad universal.

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EL DOLOR UNIVERSAL 233

cuItades duplicadas, en la expansión fecunda deoriginalidades y caprichos, con las suaves cariciasde los sueños y las aspiraciones hacia lo sublimey el ideal, apaciguados los sentidos por las fiestasde la carne rehabilitada, ensanchado el cerebropor la ciencia fortificante, arrullado el oído por lavibración armónica de las cosas, el corazón hen­chido de amor al prójimo.

FIN

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lfiDICE

Págs.

Capítulo V: Causas del dolor uníversal.­

Causas segundas y diversas: Institucio­nes sociales (continuación).-La iniqui­dad política.

Capítulo VI: Causas del dolor uníversal.­Causas secundarias y diversas: Las ins­tituciones sociales (continuación) .-Lainiquidad social. ..•.•. 107

Capitulo VII: Causa del dolor universal.­

Cau¡;a única y primera. - El principiode autoridad .....•. 179

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~nsa <lErlitorial ~tmptrtPi n túr So ro lJa, 3 O Y 32. - Val e n eia

CATÁLOGO GENERAL

OBRAS DE AUTORES 11 USTRES

Pesetas

HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA, por

J. Michelet, ilustrada con más de

1.000 grabados, encua.dernada con

gran lujo. Traducción y pr6logo de

Vicente Blasco Ibáñez; (tres tomos) .. 30

LA CONQUISTA DEL PAN, por P. Kropotkine;

(un tomo) 1

PALABRAS DE UN ItEIIELDE, por P. Kropotki-

ne; (un tomo) 1LA MANCEBÍA, (La Maison Tellier), por

Guy de Maupassant; (un tomo) .•. 1

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Pesetas

EL HORLA,por Guy de Maupass:mt; (un

tomo) 1SEBASTIÁNRocH, (La educación jesuítica),

por Octavio Mirbeau; (un tomo) ... 1LA MUERTEDELOSDIOSES,(La novela de.J u­

liano el Apóstata); por Dimitry de Me­

rejkowski. Traducción y prólogo de

Luis Morote; (dos tomos) ..•.• 2EVOLUCIÓNy REVOLUCIÓN,por Elíseo Re­

clus; (un tomo) ..... 1LAS FLORES RoJAS, por Rodrigo Soriano;

(un tomo) 1LA CORTESANADE ALEJANDRÍA(TAIS), por

i Anatolio France; (un tomo) .... 1.~ EL DOLORUNIVERSÁL,por Sebastián Fau-

re, (dos tomos) 2

ARROZy TARTANA,por Vicente Blasco lbá-

ñez; (3.a edición), (dos tomos) .... 3

FLORDE MAYO,por Vicente Blasco 1báñez;

(un tomo) ......••.. l' 50

LA BARRACA,por Vicente Blasco 1báñez;

(un tomo) 2

ENTRENARANJOS,por Vicente Blasco 1M·

ñez; (4.& edición), (un tomo) .... 3

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Pesetas

CUENTOS VALENCIANOS, por Vicente Blasco

Ibáñez; (2.11 edici6n), (un tomo) ... 2

LA CONDENADA, por Vicente Blasco Ibáñez;

(un tomo) .........• 2

PARÍS, por Vicente Blascolbáñez; (2.11 edi­ción en prensa) ..

EN EL PAísDEL ARTE, por Vicente Blasco

Ibáñez; (un tomo) , 1'50

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