frederich, schiller - don carlos

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  • 8/14/2019 Frederich, Schiller - Don Carlos

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    Don CarlosFrederich Schiller

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    PERSONAJES

    FELIPE II, Rey de Espaa.

    ISABEL DE VALOIS, su esposa.

    EL PRNCIPE CARLOS. ALEJANDRO FARNESIO, Prncipe de Parma, sobrino del Rey.

    LA INFANTA CLARA-EUGENIA, nia de 3 aos.

    LA DUQUESA DE OLIVARES, gran dama de la corte.

    LA MARQUESA DE MONDJAR.

    LA PRINCESA DE BOLI.

    LA CONDESA DE FUENTES.

    EL MARQUS DE POSA, caballero de Malta.

    EL DUQUE DE ALBA, EL CONDE DE LERMA, EL DUQUE DE FERIA, ELDUQUE DE MEDINASIDONIA. D. RAMN DE TAXIS, Grandes de Espaa.

    DOMINGO, confesor.

    EL GRAN INQUISIDOR del Reino.

    EL PRIOR de una Cartuja.

    UN PAJE de la Reina.

    D. LUIS MERCADO, mdico de la Reina.

    DAMAS, GRANDES DE ESPAA, PAJES, OFICIALES y otras personasque no hablan.

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    Prncipe! -exclama- e intenta arrojarse de lo alto del balcn.- No,- leresponden.- Es el Rey!... Entonces, -dice ella serenandose,- que llamen alos mdicos. (Pausa.) Quedis pensativo?

    CARLOS.- Me sorprende descubrir en el confesor del Rey tantaligereza, y or de su boca el relato de tan ingeniosas historias. (Con acento

    grave y sombro.) Siempre o decir, sin embargo, que los que espan losactos ajenos y refieren lo que ven, han causado al mundo mayor nmerode males, que el veneno y el pual en manos del asesino. Podisahorraros este trabajo... Si esperis las gracias, acudid al Rey.

    DOMINGO.- Obris, Alteza, perfectamente mostrndoos circunspectocon los hombres, pero aprended a distinguir entre ellos y no rechacis alamigo con el hipcrita; con respecto a vos, la ms sana intencin me gua.

    CARLOS.- En tal caso, que no la observe mi padre, pues de otromodo, qu sera de vuestro cardenalato?

    DOMINGO.- Cmo!... Qu queris decirme?

    CARLOS.- Qu!... No os ha prometido el primer birrete cuyaprovisin corresponda a Espaa?

    DOMINGO.- Prncipe, os burlis de m?CARLOS.- Dios me libre de burlarme del hombre que puede, a

    voluntad, condenar o prometer la salvacin a mi padre.DOMINGO.- No intentar, Prncipe, penetrar el augusto secreto de

    vuestra pena, mas s ruego a V. A. que advierta que la Iglesia ofrece a lasconciencias perturbadas asilo inviolable, aun para los mismos reyes, ydonde los crmenes quedan sepultados bajo el sello del sacramento.Sabis ya cul es mi intencin, y bastante he dicho.

    CARLOS.- No, lejos de m la idea de exponer al depositario asemejante tentacin.

    DOMINGO.- Prncipe, esta desconfianza... Desconocis a vuestro msfiel servidor.

    CARLOS.- Pues bien; no os ocupis ms de m. Sois un santo varn,el mundo lo sabe; pero si he de hablar con franqueza, me parecis muyagobiado de trabajo. Para llegar al solio pontificio, vuestro camino es muylargo, reverendo padre, y la mucha ciencia podra seros embarazosa.Decdselo al Rey, que os enva aqu.

    DOMINGO.- Qu me enva aqu?

    CARLOS.- Lo he dicho ya. Oh! Harto s que la traicin me sigue en lacorte; s que cien ojos estn pagados para observarme: s que el reyFelipe vendera su hijo nico al ltimo de sus criados; que cada slaba quese sorprende en mis labios es pagada a mayor precio del que obtuvonunca una noble accin; s... Silencio!... Ni una palabra ms. Mi coraznansa explayarse y harto he dicho ya.

    DOMINGO.- El Rey ha decidido estar de vuelta en Madrid antes deesta misma noche, y ya la corte se rene... Tengo el honor, Prncipe...

    CARLOS.- Bien; ya os sigo. (Domingo sale despus de un momentode silencio.)- Padre digno de piedad, cun digno de piedad es tu hijo! Tu

    corazn mana sangre, mordido por envenenada sospecha... Tu desdichada

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    curiosidad te precipita en busca del terrible descubrimiento, y cuando loconozcas, te revolvers furioso contra l.

    Escena IICARLOS. - El MARQUS DE POSA.

    CARLOS.- Quin llega?... Qu veo! Oh! Mi buena suerte... MiRodrigo...

    MARQUS.- Mi Carlos!CARLOS.- Es posible?... Es verdad?... Eres t?... Oh! S; eres t.

    Te oprimo contra mi pecho, y siento palpitar el tuyo con fuerza... Desdeahora va a renacer la dicha, mi alma enferma halla su curacin en esteabrazo... Descanso, al fin, en los brazos de mi Rodrigo...

    MARQUS.- Enferma!... Enferma vuestra alma?... Qu dicha es laque renace..., qu desventura la que cesa?... Me sorprende vuestrolenguaje...

    CARLOS.- Y quin te trae de Bruselas, en momento taninesperado?... A quin debo esta sorpresa..., a quin? Vuelvo apreguntar... Perdname, Providencia divina, perdona esa blasfemia a laembriaguez de mi jbilo... Pues, a quin puedo deberlo, sino a ti? Diosde bondad! Sabas que faltaba a Carlos un ngel y le envas ste, ypregunto todava.

    MARQUS.- Perdn a mi vez, querido Prncipe, si respondo

    consternado a tan ardientes arrebatos. No esperaba hallar as al hijo deFelipe; extrao rubor inflama vuestra mejilla...; febril movimiento agitavuestros labios. No veo en vos al mancebo de corazn de len, al cual meenva un pueblo oprimido pero heroico; porque no es Rodrigo quien veisaqu, no es el compaero de infancia de Carlos, sino el diputado de lahumanidad entera, quien os oprime entre sus brazos, y las provincias deFlandes lloran sobre vuestro pecho, y os conjuran solemnemente para quelas libertis. Ay de esta querida comarca si Alba, el atroz verdugo alservicio del fanatismo, se presenta ante Bruselas armado de las leyesespaolas! En el glorioso nieto de Carlos quinto se funda la ltima

    esperanza de estos nobles pases; sucumbirn, si su corazn generoso hacesado de latir por la humanidad.CARLOS.- Pues sucumbirn.MARQUS.- Desdichado de m... Qu es lo que oigo?CARLOS.- Hablas de tiempos harto lejanos. Tambin mi fantasa se

    fingi un Carlos, cuyo rostro se inflamara al nombre de libertad..., peroduerme sepultado, hace mucho tiempo. No ves en tu presencia al que sedespidi de ti en Alcal, que en su dulce embriaguez esper ser de Espaael creador de una nueva edad de oro... Ah! Pensamientos de nio, perocun divinos!... Estos sueos han pasado...

    MARQUS.- Estos sueos, Prncipe?... No eran ms que sueos?...

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    CARLOS.- Djame llorar, djame derramar sobre tu corazn lgrimasardientes... Oh! Mi nico amigo..., a nadie poseo en este vasto mundo, anadie, a nadie... Por lejos que extiendan sus fronteras los dominios de mipadre, por lejos que lleven nuestras naves sus pabellones, no existe param un sitio, uno solo, sino ste donde pueda dar rienda suelta a mis

    lgrimas. Oh Rodrigo!... Por cuanto esperamos alcanzar un da en el cielo,no me alejes de tu lado. (El Marqus se inclina hacia l, con mudaemocin.) Figrate que soy un hurfano que recogiste al pie del trono,llevado de la compasin... Ignoro que sea un padre: soy un hijo de rey.Ah!... Si es verdad, como me lo dice mi corazn, que para comprendermete hallaste entre millones de hombres; si es verdad que la naturaleza hareproducido en m tu semejante, y que en la aurora de la vida las fibrasdelicadas de nuestras almas se movieron al mismo impulso; si una lgrimaque me alivia, es para ti ms preciosa que el favor de mi padre...

    MARQUS.- Oh!... Ms que el mundo entero...

    CARLOS.- Tanto he descendido, tan miserable es ahora mi condicin,que he de recordarte los primeros aos de mi infancia y la deuda pormucho tiempo olvidada que contrajiste conmigo cuando vestas la blusade marinero. Cuando fraternalmente unidos, sentimos crecer al parnuestra impetuosa naturaleza, otra pena no tena que la de ver mi talentoeclipsado por el tuyo. Por fin, decid amarte sin medida, no sintindomecon fuerzas para igualarte. Te importun, primero, con mis caricias y miafecto de hermano: tu corazn altivo las reciba con frialdad. Cuntasveces, sin que t lo advirtieras jams, vea, junto a ti y con gruesas yardientes lgrimas, cmo abrazabas a otros nios de condicin inferior!-Por qu slo a ellos?- Exclamaba yo con tristeza!... No siento yo la

    misma afeccin?... Pero t, t te postrabas de hinojos con fra gravedaddelante de m, y decas: Esto se debe al hijo del Rey.

    MARQUS.- Oh, Prncipe!... Haced punto a estos relatos de lainfancia que me llenan de confusin.

    CARLOS.- No haba merecido esto de ti; podas despreciar, rasgar micorazn, pero no alejarle de ti. Tres veces rechazaste al Prncipe, y otrastantas acudi a implorar tu afecto y te forz a aceptar el suyo. Logr unaccidente, lo que Carlos no haba logrado... Ocurri un da en nuestrosjuegos, que tu volante dio en el ojo de la Reina de Bohemia mi ta, y comoella creyera que el golpe haba sido premeditado, quejose al Rey,

    deshecha en lgrimas. Todos los jvenes de Palacio fueron obligados acomparecer para denunciar al culpable, a quien el Rey quera imponerejemplar castigo, aunque fuera su propio hijo. Yo te vi temblando en unrincn, y entonces me adelant, y me arroj a los pies del Rey... Yo soy, yosoy el culpable... Vngate en tu hijo.

    MARQUS.- Ah, Prncipe! Qu me recordis?CARLOS.- El Rey cumpli su palabra en presencia de la corte,

    hondamente movida a compasin; su Carlos fue castigado como unesclavo. Te miraba y no lloraba...; rechinaban mis dientes de dolor, perono lloraba; corra mi sangre real, vergonzosamente vertida a fuerza de

    impos azotes, pero no lloraba. En esto, te acercas sollozando; te arrojas a

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    mis pies... S, exclamas; venciste mi orgullo!... Yo te recompensarcuando sers rey.

    MARQUS.- Y lo har, Carlos. (Le tiende la mano.) El hombre renuevael juramento del nio, y lo cumplir; quizs ha llegado la hora.

    CARLOS.- Ahora, ahora; no se ha hecho esperar; ha llegado ya, hallegado el tiempo en que puedes pagar tu deuda. Necesito una vivaafeccin; horrible secreto devora mi alma, y es fuerza aliviarme de l...Quiero leer mi sentencia de muerte en tu plido semblante... Escucha...,tiembla..., mas no pronuncies una sola palabra... Amo a mi madre!

    MARQUS.- Oh, Dios mo!CARLOS.- No; no quiero contemplaciones. Habla; di que no existe

    una desgracia mayor en el ancho mundo... Habla... Adivino cunto puedesdecir... El hijo ama a su madre los principios sociales, el orden de lanaturaleza, las leyes de Roma, todo condena esta pasin. Mis deseoslastiman hondamente los derechos de mi padre, lo siento... pero amo. Esta

    senda slo conduce a la locura o al cadalso... Amo... Amo sin esperanza,criminalmente, con las angustias de la muerte, a riesgo de mi vida; lo veo,pero amo.

    MARQUS.- Conoce la Reina esta pasin?CARLOS.- Poda descubrrsela? Es la esposa de Felipe, es la Reina y

    nos hallamos en Espaa... Vigilada por los celos de mi padre, cercada porel ceremonial de Palacio, cmo aproximarme a ella sin testigos? Ochomeses han trascurrido, ocho meses de infernales angustias, desde el daen que el Rey me llam aqu, y me veo condenado a verla diariamente,mudo como un sepulcro. Durante estos ocho meses de infierno, Rodrigo,

    desde que este fuego devora mi alma, mil veces el terrible secreto vagpor mis labios, y el terror y la vergenza lo han sepultado en mi corazn.Ah, Rodrigo!... Un instante..., slo un instante con ella.

    MARQUS.- Y vuestro padre, Prncipe?CARLOS.- Desdichado! Por qu me lo recuerdas? Hblame de todos

    los terrores de la conciencia, pero no me hables de mi padre.MARQUS.- Le aborrecis?CARLOS.- No... Oh, no; no aborrezco a mi padre, pero el terror y la

    ansiedad del delincuente se apoderan de m al or este nombre!.. No esma la culpa, si mi educacin de esclavo sofoc en mi pecho el dulce

    germen del amor. Seis aos contaba cuando se ofreci a mis ojos, por vezprimera, el hombre temible que llaman mi padre. Era una maana en queacababa de firmar, una tras otra, cuatro sentencias de muerte. Desdeaquel da, slo volva a verle siempre que me anunciaban el castigo dealgunos delitos... Oh, Dios mo!... Mi lenguaje amarga; dejemos esteasunto.

    MARQUS.- No, Prncipe; forzoso es que ahora me abris vuestrocorazn; las palabras alivian el nimo gravemente oprimido...

    CARLOS.- Cuntas veces, luchando conmigo mismo mientras misguardias dorman, ca de hinojos y baado en lgrimas ante la imagen de

    la Virgen!... Suplicbala que me infundiera el amor filial, pero melevantaba sin haber sido odo... Ah, Rodrigo! Explcame este raro enigma

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    de la Providencia: Por qu entre mil, me concedi este padre? Y a l porqu le dio ste, entre mil hijos mejores? No form la naturaleza dos seresms incompatibles. Como pudo unir esos dos puntos extremos de la razahumana, l y yo? Cmo pudo imponernos tan sagrado lazo? Suerteespantosa! Por qu ha acaecido esto? Por qu dos hombres que se

    evitan sin cesar, se encuentran con horror impulsados por el mismodeseo? He aqu, dos astros enemigos que en la carrera del tiempo chocanuna sola vez en su curso, se rompen en pedazos y se alejan uno de otropor toda la eternidad.

    MARQUS.- Presiento un instante desastroso.CARLOS.- Tambin yo. Como las furias del abismo, me persiguen

    espantables sueos, y mi espritu lucha en el seno de la duda conproyectos horribles. El fatal poder de la cavilacin me conduce por unlaberinto de sofismas, hasta que al fin detiene mis pasos, al borde delabismo entreabierto. Oh, Rodrigo!... Si un da olvidase que era mi padre,

    Rodrigo... La palidez mortal de tu rostro me anuncia que me comprendes...Si llegase a olvidar que era mi padre, qu sera el Rey para m?MARQUS. (Despus de un momento de silencio.)- Osar dirigir una

    splica a mi Carlos? Cualquiera que sea vuestro propsito, prometedmeque nada realizaris sin vuestro amigo... Me lo prometis?

    CARLOS.- Cuanto tu amistad me exija; me arrojo sin reserva en tusbrazos.

    MARQUS.- Dicen que el Rey vuelve a la capital; en Aranjuez podrishablar a la Reina, si tal es vuestro deseo. La tranquilidad del sitio, y lamayor libertad que en el campo se goza, lo favorecen.

    CARLOS.- Esta era tambin mi esperanza, pero por desgracia hasalido fallida.MARQUS.- No del todo, porque voy a presentarme a ella al instante.

    Si en Espaa es la misma que en la corte de Enrique, hallar franqueadosu corazn; podr leer en sus ojos alguna esperanza para Carlos?, laencontrar dispuesta a tal entrevista?, podremos alejar de su lado a lasdamas?

    CARLOS.- Casi todas me son adictas y en particular la de Mondjarque me he atrado, protegiendo a su hijo, que me sirve de paje.

    MARQUS.- Tanto mejor; quedaos cerca de aqu, Prncipe, para salir a

    la primera seal que os haga.CARLOS.- S, s; esto har. Slo te ruego que te apresures.MARQUS.- No perder un solo instante; Prncipe, hasta luego.

    (Ambos salen por opuesto lado.)

    Escena IIILa corte de la Reina en Aranjuez. Sitio campestre, cruzado por un

    camino que conduce a la habitacin de la Reina.LA REINA, - la DUQUESA DE OLIVARES, - la PRINCESA DE BOLI, - la

    MARQUESA DE MONDEJAR, llegan por el camino.

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    LA REINA. (A la Marquesa.)- Marquesa, os deseo junto a m. Laalegra de la Princesa me excita desde esta maana... Observad queapenas puede ocultar el jbilo que le causa dejar el campo.

    PRINCESA.- No me es posible negar a la Reina que ser para m ungran gozo ver de nuevo a Madrid.

    MONDJAR.- No siente lo mismo V. M.? Tanta ser la pena que lecause salir de Aranjuez?

    REINA.- Sentir al menos abandonar este bello sitio, porque me halloen l como en mi centro, y es para m la morada predilecta. Hallo aqu lanaturaleza de mi tierra natal, que hizo las delicias de mi juventud y los juegos de mi infancia, y el ambiente de mi Francia querida. No mereprochis esta predileccin; la patria tiene siempre mil atractivos anuestros ojos.

    PRINCESA.- Pero cun solitario es este lugar; qu aspecto tan tristey muerto! Se dira que nos hallamos en la Trapa.

    REINA.- A m, por el contrario, me parece muerto Madrid... Pero qudice a esto la Duquesa?

    OLIVARES.- Mi opinin es, seora, que desde que hay reyes enEspaa, ha sido siempre costumbre pasar un mes aqu, otro en el Pardo, yel invierno en la corte.

    REINA. -S, Duquesa, ya sabis que con vos no discuto jams.MONDJAR.- Y qu animacin la de Madrid muy en breve! Ya se ha

    dispuesto la Plaza Mayor para una corrida de toros y se nos ha prometidoun auto de fe.

    REINA.- Prometido!... Mi bondadosa amiga es la que habla as?

    MONDJAR.- Y por qu no?... Son herejes los que vemos quemar...REINA.- Supongo que la Princesa de boli opina de otro modo.PRINCESA.- Yo?... Ruego a V. M. que no me tenga por menos buena

    cristiana que la Marquesa de Mondjar.REINA.- Dios mo!... Olvidaba dnde me hallo!... Hablemos de otra

    cosa... Hablbamos, segn creo, del campo.... Este mes me ha parecidoextrordinariamente breve; esperaba divertirme mucho, mucho, y no hasido como esperaba... Suceder lo mismo con cada esperanza? No puedoatinar, sin embargo, con el deseo que no he visto satisfecho.

    OLIVARES.- Princesa de boli, no nos habis dicho todava si Gmezpuede esperar, ni si podremos saludaros como su prometida.

    REINA.- Mil gracias, Duquesa, por haberme recordado este asunto. (Ala Princesa.) Me han rogado que os hablara en su favor, pero cmohacerlo si el hombre que quisiera ceder en recompensa a mi cara Princesade boli, debe ser digno de ella?

    OLIVARES.- Lo es, seora; es un hombre respetable, conocido denuestro augusto soberano, y honrado con su favor.

    REINA.- Lo cual har, sin duda, su felicidad... pero quisiramos sabersi es capaz de amar y si merece ser amado... Princesa, os lo pregunto...

    PRINCESA. (Permanece silenciosa y confusa, con los ojos clavados enel suelo; por fin cae a los pies de la Reina.)- Oh Reina clemente! Tened

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    piedad de m, no me dejis en nombre del cielo; no permitis que seasacrificada...

    REINA.- Sacrificada!... Esto me basta: alzad. Penosa suerte la de lamujer sacrificada; os creo; alzad... Hace mucho que rechazis las ofertasdel Conde?

    PRINCESA. (Levantndose.)- Muchos meses; el prncipe Carlos sehallaba todava en la Universidad.

    REINA. (Sorprendida, y con mirada penetrante.)- Y habisexaminado los motivos que tenais para hacerlo?

    PRINCESA.- Esta unin no puede realizarse, seora, no..., por milmotivos...

    REINA. (Con mucha gravedad.)- Ms de uno es ya demasiado si nopuede agradaros... Basta para m; no hablemos ms de ello... (A las otrasdamas.) Hoy no he visto todava a la Infanta, mi hija; Marquesa,tradmela...

    OLIVARES. (Mira su reloj.)- No es la hora todava, seora...REINA.- No es la hora de que se me permita ser madre?... Triste

    cosa es; pero no olvidis recordrmelo cuando suene la hora... (Un pajeentra y habla en voz baja a la de Olivares, que se acerca a la Reina.)

    OLIVARES.- Seora, el Marqus de Posa.REINA.- De Posa?OLIVARES.- Llega de Francia y los Pases-Bajos, y solicita el favor de

    poner en manos de V. M. las cartas que trae de la Reina madre.REINA.- Es permitido esto?

    OLIVARES. (Reflexionando.)- En mis instrucciones no se halla previstoel caso particular de que un grande de Espaa, llegado de una corteextranjera, venga a presentar unas cartas a la Reina en sus jardines.

    REINA.- Quiero recibirle, pues, a mi riesgo.OLIVARES.- Pero V. M. permitir que me aleje durante la audiencia.REINA.- Haced lo que gustis, Duquesa.

    Escena IVLa REINA. - La PRINCESA. - La de MONDJAR. - El MARQUS DE POSA.

    REINA.- Bienvenido seis, caballero, a tierra de Espaa...MARQUS.- Jams la llam mi patria con ms legtimo orgullo...REINA. (A las dos damas.)- El Marqus de Posa que, en el torneo de

    Reims, rompi una lanza con mi padre, e hizo triunfar por tres veces midivisa. El primer hombre de su nacin que me dio a comprender cuntagloria alcanzaba con ser reina de Espaa. (Dirigindose al Marqus.)Cuando nos vimos por ltima vez en el Louvre, caballero, no presumisteis,sin duda, que un da me verais en Castilla.

    MARQUS.- No, seora; no presum entonces que Francia nosconcediera lo nico que podamos envidiarle.

    REINA.- Orgulloso espaol, lo nico?, y esto decs a una hija de lacasa de Valois?

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    MARQUS.- Oso decirlo, seora, porque ahora sois nuestra.REINA.- Dicen que vuestros viajes os han conducido a Francia... Qu

    me trais de mi venerable madre y de mis queridos hermanos?MARQUS. (Presentndole las cartas.)- Hall enferma a vuestra

    madre, desligada de toda felicidad terrena, si no es la de ver dichosa a suhija en el trono espaol.

    REINA.- No he de serlo a mi vez, sabiendo que acompaa mirecuerdo a tan caros parientes? No han de hacerme dichosa tan dulcesmemorias? Habis visitado muchas capitales, caballero, habis vistomuchos pases y observado diversas costumbres, y dcenme, sin embargo,que ahora resolvis vivir para vos, en vuestra patria, ms feliz prncipe envuestro tranquilo palacio, que el rey Felipe en su trono... Hombre libre...Filsofo... Dudo mucho que Madrid os complazca... Se goza en Madrid deuna tranquilidad...

    MARQUS.- Dicha que no posee el resto de Europa.

    REINA.- A lo que se dice, pues por mi parte he perdido hasta elrecuerdo de lo que pasa en el mundo. (A la Princesa.) Me parece, Princesa,que veo all un jacinto... Hacedme el favor de trarmelo. (La Princesa va adonde le indica la Reina; sta, en voz baja, al Marqus.) O yo me engao,caballero, o vuestra llegada ha colmado de gozo a ms de uno...

    MARQUS.- Hall sumido en la tristeza a quien una sola cosa podraalegrar en este mundo. (La Princesa vuelve con la flor.)

    PRINCESA.- Puesto que este caballero visit tantos pases,forzosamente traer algo que contarnos digno de inters.

    MARQUS.- Es sabido que uno de los deberes de los caballeros es

    buscar las aventuras... El ms sagrado de todos, defender a las damas.MONDJAR.- Contra los gigantes? En el da no existen ya...MARQUS.- La violencia es siempre para el dbil un gigante...REINA.- Tiene razn el Marqus; existen todava los gigantes, pero no

    existen ya los caballeros...MARQUS. - ltimamente, a mi vuelta de Npoles, fui testigo de una

    conmovedora historia que hice ma como legado de la amistad, y sinotemiera fatigar a la Reina...

    REINA.- Podra titubear un instante? La Princesa no rehsa nada asu curiosidad, y por mi parte gusto tambin de las aventuras.

    MARQUS.- Dos nobles familias de la Mirndola, fatigadas de sumutua envidia y largas enemistades, que heredaron por algunos siglosdesde la poca de los Gelfos y Gibelinos, resolvieron hacer las paces parasiempre, contrayendo lazos de parentesco. Fernando, sobrino delpoderoso Pedro, y la divina Matilde, hija de Colonna, fueron los elegidospara formar el lazo de esta unin. Nunca hasta entonces la naturalezahaba formado dos nobles corazones ms propios el uno para el otro, ni elmundo aplaudi jams eleccin ms acertada. Fernando, slo por retratohaba adorado a su amante; cunto tema que la realidad desmintiera lacopia! Porque en su ardiente amor, apenas osaba creer que tal realidad

    pudiese existir. Detenido por sus estudios en Padua... Con quimpaciencia esperaba el feliz momento de balbucear al pie de Matilde la

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    primera declaracin de amor! (Crece la atencin de la Reina. El Marqus,despus de breve pausa contina su relato que dirige a la Princesa deboli, en cuanto lo permite la presencia de la Reina.) En esto enviudaPedro. Con el ardor de su pasada juventud, presta odos a la fama quecelebra por donde quiera la belleza de Matilde; acude, mira, ama, y esta

    nueva pasin sofoca en su nimo el dbil acento del parentesco. El topide la mano de la prometida de su sobrino y la lleva al altar.REINA.- Y qu hace Fernando?MARQUS.- Ignorante de tan terrible mudanza, vuela ebrio de

    impaciencia y en alas del amor a la Mirndola; su veloz caballo llega a lapuerta de la ciudad, entrada la noche. Hiere su odo el rumorextraordinario del baile y la msica, que resuena en el iluminado palacio.Con paso vacilante y sobrecogido de terror, vedle, desconocido de todos,en la sala de bodas, donde entre alegres convidados, halla a Pedro junto aun ngel de belleza; un ngel que Fernando conoce, que no so jams

    tan radiante de hermosura. De una sola ojeada comprende cunto era elvalor de lo que posea, de lo que acaba de perder para siempre.PRINCESA.- Desgraciado!REINA.- As termina la historia, caballero, as termina sin duda.MARQUS.- No del todo.REINA.- Habais dicho que Fernando era vuestro amigo.MARQUS.- Y el ms querido de mi alma.PRINCESA.- Continuad vuestro relato, caballero.MARQUS.- Es muy triste, y este recuerdo renueva mi dolor; permitid

    que lo d por terminado. (Silencio general.)

    REINA. (A la Princesa.)- Me ser permitido, por fin, besar a mi hija?...Princesa, tradmela. (La Princesa sale. El Marqus hace una sea a unpaje que espera en el fondo y desaparece luego. La Reina abre las cartasque el Marqus le ha entregado, y parece sorprendida; entre tanto elMarqus habla en voz baja y con precipitacin a la Marquesa de Mondjar.La Reina despus de haber ledo las cartas, dirige al Marqus una miradapenetrante.) Nada nos habis dicho de Matilde; tal vez ignora cuntopadece Fernando.

    MARQUS.- Nadie ha sondeado an el corazn de Matilde... Un almagrande sufre en silencio.

    REINA.- Por qu miris en torno vuestro?... Qu buscis?MARQUS.- Estaba pensando cun dichoso sera en mi lugar, alguien

    que no me atrevo a nombraros.REINA.- Quin tiene la culpa?MARQUS. (Con viveza.)- Cmo!... Puedo interpretar estas palabras

    conforme a mi deseo?... Sera perdonada su presencia en este instante?REINA. (Sobresaltada.)- En este instante... Marqus..., en este

    instante!... Qu queris decirme?MARQUS.- Osara esperar..., osara esperar...

    REINA. (Con sobresalto creciente.)- Me asustis, Marqus... l nointentar...

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    MARQUS.- Vedle aqu.

    Escena VLa REINA. - CARLOSEl Marqus de Posa y la Marquesa de Mondjar se retiran hacia el fondo.

    CARLOS. (Arrojndose a los pies de la Reina.)- Lleg por fin elinstante de que Carlos se atreva a estrechar esta mano querida.

    REINA.- Qu paso habis dado!... Qu temeraria y culpablesorpresa! Alzad; nos miran; muy cerca de m se halla mi squito.

    CARLOS.- No me levantar; quiero permanecer eternamente dehinojos, y por arte de encantamiento echar races en esta posicin.

    REINA.- Insensato!.. A qu osada os conduce mi indulgencia!...Cmo... Ignoris que este lenguaje temerario se dirige a una Reina, a una

    madre; ignoris que yo misma debo decir al Rey...CARLOS.- Y que yo he de morir? Arrstrenme de aqu para elcadalso. Un momento de dicha en el paraso no se paga con la vida!

    REINA.- Y vuestra Reina?CARLOS. (Se levanta.)- Dios mo!... Me retiro... Os dejo... Debo

    hacerlo, puesto que lo exigs... Madre ma! Madre ma! Cmo jugisconmigo! De una sea, de una mirada, de una palabra de vuestros labiosdepende mi vida o mi muerte... Qu ms puede ocurrir? Qu habr bajoel sol para sacrificar a vuestro amor, si as lo deseis?

    REINA.- Salid!

    CARLOS.- Oh, Dios!REINA.- Es lo nico que os pido con llanto en los ojos; salid, antes

    que mis damas, mis carceleros me sorprendan con vos, y lleven la noticiaa odos del Rey...

    CARLOS.- Aguardo mi destino, ya sea la vida, ya la muerte. Puesqu?... Habr concentrado todas mis esperanzas en este nico instantepara que infundado temor me arrebate la realizacin de mi intento? No,Reina. Cien vueltas, mil vueltas puede dar el mundo sobre su eje, antesque la suerte me conceda de nuevo este favor.

    REINA.- Que por toda la eternidad no debe repetirse... Desdichado!

    Qu pretendis de m?CARLOS.- Oh, Reina!... Pongo a Dios por testigo que he luchado, he

    luchado como ningn otro mortal. Y en vano, Reina!... Cae aniquilada miheroica fortaleza: sucumbo.

    REINA.- Ni una palabra ms... en nombre de mi esposo.CARLOS.- A la faz del mundo me pertenecais; dos grandes reinos me

    concedan vuestra mano; el cielo y la tierra consentan nuestra unin, yFelipe, Felipe os arrebata de mis brazos.

    REINA.- Es vuestro padre.CARLOS.- Es vuestro esposo.

    REINA.- l os conceder por herencia el mayor imperio del mundo.CARLOS.- Y a vos por madre.

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    REINA.- Dios mo... Deliris!CARLOS.- Conoce al menos el valor del tesoro que posee?... Posee

    un corazn capaz de apreciar el vuestro? No quiero lamentarme. No;quiero olvidar la inefable dicha que hubiera gustado con vos, si l almenos es dichoso. Pero no lo es; no lo es. He aqu la causa de mi infernal

    tormento. No lo es, ni lo ser jams... Me han arrebatado mi paraso paraanonadarlo en los brazos de Felipe.

    REINA.- Horrible idea!CARLOS.- Ah! S quin ha realizado esta unin; s cmo puede

    amar Felipe y cmo ha intentado hacerse amar... Qu representis eneste reino?... Oid... Sois regente? No... Si lo fuerais, cmo el Duquepodra cometer sus crmenes?... Cmo Flandes pagara con sangre suscreencias?Sois la esposa de Felipe? Imposible; no puedo creerlo. Laesposa posee el corazn del esposo, y a quin pertenece el suyo? Si enun acceso de fiebre se siente enternecido, acaso no pide perdn de ello a

    su cetro y a sus canas?REINA.- Y quin os ha dicho que unida a Felipe, mi suerte sea digna

    de compasin?CARLOS- Mi corazn, que siente enajenado cunto junto a vos sera

    digno de envidia.REINA.- Joven presuntuoso! Si el mo me dijera lo contrario; si la

    respetuosa ternura de Felipe, y el mudo lenguaje de su amor, meconmovieran ms que la voz temeraria de su orgulloso hijo; si la reflexivaestima de un anciano...

    CARLOS.- Esto es otra cosa... En este caso perdonadme. Ignoraba,

    seora, que amarais al Rey.REINA.- Honrarle es mi deber y mi satisfaccin.CARLOS.- Vos no habis amado nunca.REINA.- No amo ya...CARLOS.- Porque as lo ordenan vuestro corazn y vuestro

    juramento.REINA.- Dejadme, Prncipe, y no entablis otra vez semejantes

    conversaciones.CARLOS.- Porque as lo ordenan vuestro corazn y vuestro

    juramento.REINA.- Decid mi deber... Desgraciado! Por qu intentar el triste

    examen de una suerte, a la cual ambos debemos resignarnos...CARLOS.- Ambos debemos..., ambos debemos.REINA.- Cmo!... Qu significa este tono solemne?CARLOS.- Que Carlos no se resigna a abdicar su voluntad en aras del

    deber; que Carlos no se resigna a ser el hombre ms desgraciado de sureino, cuando bastara un trastorno en las leyes para que fuera el msfeliz.

    REINA.- Os habr comprendido?... Esperis todava? Os atrevis a

    esperar, cuando todo, todo se ha perdido?CARLOS.- Nada doy por perdido sino los muertos...

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    REINA.- Esperis... de m..., de vuestra madre? (Clava en l la miradalargo rato y con dignidad.) Y porqu no? Oh! El Rey nuevamente elegidopuede hacer ms todava; puede destruir con el fuego las disposiciones desu predecesor, y derribar sus retratos; puede... Quin se lo impedira?...Arrancar al reposo del Escorial el esqueleto del muerto, arrastrarlo a la faz

    del sol, aventar sus profanadas cenizas, y en fin, para terminardignamente...CARLOS.- Por el cielo! No acabis...REINA.- Y en fin, casarse con su madre!...CARLOS.- Hijo maldito! (Queda un momento inmvil y en silencio.)

    Todo termin, desde ahora; todo termin; veo con claridad y evidencia loque deba ignorar para siempre. Os he perdido, perdido, perdido parasiempre. Mi suerte est echada... Os he perdido... Esta idea es para m uninfierno... Sois de otro...; aqu est el infierno... Oh desdicha!... No puedosoportarla y mis nervios van a estallar!

    REINA.- Oh!... Querido Carlos, digno de piedad! Siento en m eldolor inefable que ruge en vuestro pecho! Dolor infinito, como vuestroamor; infinita ser tambin la gloria de vencerlo. Conquistadla, jovenhroe. El premio de tan rudo, de tan noble combate, es digno de quienguarda en su nimo la virtud de tan esclarecidos progenitores. Valor,noble Prncipe! El nieto de Carlos quinto comienza su valerosa lucha, en elpunto en que los hijos de los hombres sucumben a la fatiga.

    CARLOS.- Es tarde, Dios mo!... Es tarde!REINA.- Tarde para ser hombre?... Oh, Carlos... Cun grande es

    nuestra fortaleza, cuando rompe el propio corazn con sus fuerzas! La

    providencia os coloc muy alto, por encima, Prncipe! de millones desemejantes vuestros, y en su parcialidad por su predilecto, le concedi loque a otros tomaba, y millones de hombres se preguntan: Mereca acasoste, ser ms que nosotros desde el seno de su madre? Id y justificad estapredileccin del cielo, hacindoos digno de marchar a la cabeza delmundo; sacrificad lo que nadie sacrificara.

    CARLOS.- Y acaso lo puedo? Para conquistaros, me sentira confuerzas de gigante, y me faltan para perderos.

    REINA.- Confesad, Carlos, que la arrogancia, la amargura y el orgulloexcitan en parte los deseos que con exaltacin os impulsan hacia vuestramadre. El amor, este corazn que prdigo me sacrificis, se deben a losreinos que gobernaris un da. Ved como disipis los bienes confiados avuestra proteccin. El amor es vuestro primer deber. Hasta ahora, seextravi hacia vuestra madre; guiadle de nuevo hacia vuestros futurosreinos, y suceda a los tormentos de la conciencia, el placer de asemejarsea los dioses. Isabel fue vuestro primer amor; sea Espaa el segundo; cedoa esta sagrada afeccin.

    CARLOS. (Dominado por su emocin, se arroja a sus pies.)- Cungrande sois, celeste criatura! Oh! S; quiero hacer cuanto deseis...,quiero que sea as... (Se levanta.) En manos de Dios todopoderoso... os juro... Oh, cielo!... Os juro un eterno..., no eterno olvido, pero s eterno

    silencio.

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    mujeres en Espaa, y un testigo ocular es mejor salvaguardia que supropia virtud? Ahora excusadme, seor, si no estoy acostumbrada a quese despidan de m con lgrimas en los ojos, las que con gusto me hanservido... Marquesa de Mondjar (toma su cinturn y lo entrega a laMarquesa), habis disgustado al Rey, pero no a m; aceptad este presente

    como recuerdo de mi favor, y desde este momento... abandonad el reino...Slo en Espaa se os dir culpable; en mi querida Francia todos secomplacern en enjugar tales lgrimas. Oh! Sin duda es fuerzarecordrmela siempre. (Se apoya en la de Olivares y oculta su rostro.) Enmi querida Francia no pasaba esto.

    REY. (Algo conmovido.)- Un reproche de mi amor puede afligiros detal modo? Una sola palabra que puso en mis labios la ms tierna solicitud!(Dirigindose a los grandes.) Ved en torno mo a los vasallos de mi trono;decid si nunca se rinden mis ojos al sueo antes de examinar qu ocurreen el corazn de mis pueblos, en las ms apartadas regiones. Y habr decuidar ms de mi trono que de la esposa de mi corazn? Mi espada y elDuque de Alba responden de mis pueblos, pero slo estos ojos meresponden del amor de mi esposa.

    REINA.- Seor, si os he ofendido!...REY.- Soy llamado el hombre ms rico del orbe cristiano, el sol no se

    pone en mis dominios. Pero cuanto poseo, otro lo posey antes que yo yotros lo poseern despus; cuanto pertenece al Rey, lo debe a la fortuna,pero Isabel es de Felipe, y por este lado soy mortal.

    REINA.- Temis, seor?...REY.- No temo todava mis canas. Si empezara a temer, cesara de

    temer. (Dirigindose a los grandes.) Cuento los grandes de mi reino...Falta el primero. Dnde est Carlos, mi hijo? (Nadie contesta.) El jovenCarlos empieza a causarme alguna inquietud. Desde que lleg de Alcal,evita mi presencia; su sangre es ardiente; por qu fra su mirada ysolemne su aspecto? Fijad en l vuestra atencin; os lo recomiendo.

    ALBA.- Cuido de l. Mientras lata mi corazn bajo este peto, Felipepuede dormir tranquilo; del modo que el ngel de Dios a la puerta delParaso, vela el Duque de Alba al pie del trono.

    LERMA.- No s si deba contradecir, bien que humildemente, al Reyms cuerdo que ha existido jams, pero venero demasiado la majestad demi Rey para juzgar a su hijo con tal prontitud y rigor. Algo temo de lasangre ardiente de Carlos, pero nada de su corazn.

    REY.- Conde de Lerma, vuestro lenguaje lisonjea al padre, pero elDuque defiende al Rey. No se hable ms de este asunto. (Dirigindose asu squito.) Ahora vuelvo apresuradamente a Madrid, donde me llamanmis deberes de soberano. El contagio de la hereja invade mis pueblos ycunde la rebelin en los Pases-Bajos; el tiempo apremia. Un castigoejemplar y terrible debe convertir a los extraviados, y maana cumplir elgran juramento que prestaron todos los reyes de la cristiandad. Lasangrienta ejecucin ser sin ejemplo; convoco solemnemente apresenciarla a toda la corte. (Se lleva a la Reina. Los dems le siguen.)

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    Escena VIIDon CARLOS con algunas cartas en la mano. - El MARQUS DE POSA:

    entran por el lado opuesto.CARLOS.- Estoy decidido: slvese Flandes. Me basta que ella lo

    quiera.MARQUS.- No hay instante que perder. Dicen que el Duque de Alba

    se halla ya en el gabinete, nombrado gobernador.CARLOS.- Maana pido una audiencia a mi padre, y solicito para m

    este cargo; primera demanda que me atrevo a dirigirle y que no puederehusar. No se ofrecer mejor pretexto para alejarme de Madrid, dondesiente que me halle mucho tiempo ha. Y espero algo ms todava,Rodrigo... Debo confesrtelo... Tal vez al vernos frente a frente podrcongraciarme con l... Quiero ver si le mueve la voz de la naturaleza, queno ha odo todava en mis labios.

    MARQUS.- Por fin encuentro a mi Carlos, por fin volvis en vos.

    Escena VIIIDichos. - El CONDE DE LERMA.

    LERMA.- El Rey sale inmediatamente de Aranjuez. He recibido laorden.

    CARLOS.- Bien, Conde; sigo al Rey.MARQUS. (Hace que se separa y con ceremonia.)- V. A. no tiene

    ms que mandarme?

    CARLOS.- Nada ms, caballero; os deseo feliz llegada a Madrid. Medaris otro rato ms noticias de Flandes. (A Lerma que aguarda.) Os sigo.(El conde sale.)

    Escena IXCARLOS. - El MARQUS.

    CARLOS.- Te he comprendido y te doy las gracias pero slo lapresencia de un tercero excusa este respeto. No somos dos hermanos?Deseo que desde ahora cese entre nosotros esta comedia de la jerarqua.

    Figrate que nos hemos encontrado en un baile de mscaras, tdisfrazado de esclavo, yo envuelto por capricho en un manto de prpura.Mientras dura la farsa, respetmosla con cmica gravedad, por no llamarla atencin de la aturdida muchedumbre, pero a travs de su disfraz,Carlos te hace una sea, le estrechas la mano, y nos comprendemos.

    MARQUS.- Sueo fascinador!... No se disipar jams? Mi Carlosest bastante seguro de s mismo para arrostrar las seducciones de suilimitada soberana? Porque debo recordaros que llegar para vosmomento solemne en que esta alma heroica ser sometida a duraspruebas!... Muere Felipe, y hereda Carlos el ms vasto imperio de lacristiandad, un espacio inmenso le separa de los mortales. Ayer hombre,hoy dios. No tiene ya ninguna flaqueza. Los deberes eternos callan ante l.La humanidad que resuena como una gran palabra en su odo,

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    vendindose al dolo, se arrastra a sus plantas. Se extingue su compasiny se enerva su virtud en brazos de la voluptuosidad. El Per le enva oropara sus locuras, y la corte pone demonios a su servicio. Durmeseembriagado bajo el cielo que sus esclavos han tendido hbilmente sobresu cabeza, y dura su divinidad lo que su sueo. Ay del insensato que

    movido a compasin le despierte!... Qu har Rodrigo? La amistad essincera y audaz; la majestad debilitada no soporta su terrible claridadcomo no soportaris la arrogancia del ciudadano, tampoco yo el orgullodel Prncipe.

    CARLOS.- Tu pintura del monarca es exacta y terrible; s..., te creo...,pero slo la voluptuosidad abre la puerta al vicio. Tengo veinte y tres aosy soy puro. Cuntos millares de seres han disipado locamente en orgas, lamejor parte de la inteligencia, la fuerza viril, lo he conservado para elfuturo soberano, y si las mujeres no pudieron, quin podr arrojarte de micorazn?

    MARQUS.- Y podra amaros profundamente, Carlos, si debiesetemeros?CARLOS.- Nunca llegar este caso. Tienes necesidad de m?

    Sientes alguna pasin de las que mendigan junto al trono? Puedeseducirte el oro cuando eres ms rico como vasallo, que no lo ser yonunca como rey? Codicias honores, si joven aun te he visto colmado deellos y los desdeaste?... Quin de ambos ser el acreedor o el deudor?...Callas; tiemblas ante esta prueba?... Ests seguro de ti mismo?

    MARQUS.- Pues bien; cedo; he aqu mi mano.CARLOS.- Ma es.

    MARQUS.- Para siempre, en el ms lato sentido de la palabra.CARLOS.- Tan fiel y ardiente para el futuro rey, como hoy para elPrncipe!...

    MARQUS.- Os lo juro...CARLOS.- Si la sierpe de la lisonja se enrosca a mi corazn indefenso;

    si estos ojos olvidan las lgrimas en otro tiempo vertidas; si mi odo secierra a la queja, intrpido custodio de mi virtud, acudirs a fortalecerme,a recordar a mi genio su nombre venerando?

    MARQUS.- S.CARLOS.- Una splica an; trtame de t; envidi siempre a tus

    iguales este privilegio de la confianza, y esta palabra fraternal hechiza micorazn y mi odo con el dulce sentimiento de la igualdad. Supongo lo quevas a decir; esto para ti es una bagatela, mas para m, hijo de rey, esmucho. Quieres ser mi hermano?

    MARQUS.- Tu hermano.CARLOS.- Ahora ya no temo nada en Palacio; mi brazo en el tuyo

    desafo a mi siglo.

    Acto IIEl Palacio Real de Madrid

    Escena Primera

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    El REY FELIPE, sentado en su trono. - El DUQUE DE ALBA, a algunadistancia del Rey y cubierto.- CARLOS.

    CARLOS.- El Estado es antes que yo. Carlos cede el paso al ministro,que habla en nombre de Espaa... Yo soy el hijo de la casa. (Se retirahaciendo una reverencia.)

    REY.- El Duque aguarda, y el Prncipe puede hablar.CARLOS. (Dirigindose al Duque.)- Debo, pues, a vuestra

    magnanimidad el favor de hablar al Rey. Harto sabis que un hijo puedehallarse en el caso de confiar a su padre algo que un tercero no debe or, ycomo no he de quitaros al Rey, slo pido que me dejis con mi padre poreste momento.

    REY.- El Duque se halla aqu en calidad de amigo mo.CARLOS.- He merecido, por mi parte, considerarle tambin como

    tal?REY.- Obrarais cuerdamente merecindolo, pues no gusto de los

    hijos que pretenden elegir mejor sus amigos que su padre.CARLOS.- No s cmo la caballeresca altivez del Duque de Alba

    puede soportar semejante escena. Por vida ma! Ni por una coronaquisiera representar este papel de importuno que se interpone entre elpadre y el hijo sin ser llamado, y aqu se planta, conociendo su nulidad.

    REY. (Se levanta y dirige a su hijo una mirada de clera.)- Salid,Duque. (ste se va por donde ha entrado el Prncipe, pero el Rey le indicaotra puerta.) No... En el gabinete, hasta que yo os llame.

    Escena IIEl REY. - CARLOS.

    CARLOS. (Se dirige al Rey y se precipita a sus plantas vivamenteconmovido.)- Padre mo! Recobro a mi padre; mil gracias por semejantefavor! Vuestra mano... padre mo! Oh, da de ventura! Mucho tiempo haque se rehusaba al hijo tan dulce beso! Por qu padre mo, me habisalejado por tanto tiempo de vuestro corazn? Qu hice para ello?

    REY.- Prncipe, debieras ignorar semejantes artificios. Excsalos,porque no gusto de ellos.

    CARLOS. (Levantandose.)- Lo esperaba; parceme or a vuestroscortesanos. Por el cielo, padre mo! No siempre dice verdad un sacerdote,ni las hechuras de un sacerdote. Mi corazn no est pervertido, padre mo:en el ardor de mi sangre consiste toda mi maldad, y mi juventud es mipecado. No estoy pervertido, creedlo, y aunque los impulsos violentos demi corazn hacen traicin a mi naturaleza, mi corazn es bueno.

    REY.- S que tu corazn es puro como tu plegaria.CARLOS.- Ahora o nunca; estamos solos; ha desaparecido entre el

    padre y el hijo el antemural de la etiqueta. Ahora o nunca. Celeste rayo deesperanza brilla en el fondo de mi alma, henchida de suavepresentimiento, y el cielo entero con sus coros de ngeles se inclina sobre

    m... El mismo Dios tres veces santo contempla gozoso esta augusta yconmovedora escena... Reconcilimonos, padre mo! (Cae a sus pies.)

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    REY.- Djame; levntate!CARLOS.- Reconcilimonos!REY. (Desembarazndose de l.)- Esta comedia va parecindome

    harto insolente...CARLOS.- Una insolencia, el amor de vuestro hijo!REY.- Lgrimas!... Indigno espectculo!... Sal de mi presencia...CARLOS.- Hoy o nunca... Reconciliacin, padre mo!REY.- Sal de mi presencia! Volvieras de un combate cubierto de

    humillacin, mis brazos se abriran para recibirte; pero en semejanteestado te rechazo. Slo la mancha de una vileza puede lavarse en tanvergonzosa fuente; quien no se avergenza del arrepentimiento, jams loexcusar.

    CARLOS.- Pero qu hombre es este? Cmo pudo extraviarse entrelos dems, este ser extrao a la humanidad? El eterno testimonio de la

    humanidad son las lgrimas; l tiene los ojos enjutos. En verdad que no eshijo de mujer... Oh! Mientras es tiempo todava, dejad que vuestros ojosaprendan a verter lgrimas, si no queris invocarlas en vano, en unmomento cruel.

    REY.- Crees por ventura que con tan bellas frases, hars bambolearla penosa duda de tu padre?

    CARLOS.- La duda? Si quiero anonadarla; si quiero hacer mo tucorazn de padre, con toda la fuerza de mi alma, hasta destruir la duda,muro de granito. Qu son los que me han arrebatado la gracia de mipadre? Qu ha podido ofrecerle el monje a cambio de su hijo? Qucompensacin le da Alba, por una vida sin hijo? Acaso deseis ser

    amado? Brota de mi corazn corriente de amor ms viva y fresca, que enestas siniestras y perturbadas almas, abiertas slo al oro de Felipe.

    REY.- Detente, temerario. Te atreves a injuriar a mis servidorespredilectos, que debes honrar...

    CARLOS.- Nunca!... Conozco cunto puedo. Lo que hace el de Alba,Carlos es capaz de hacerlo, y aun ms. Qu le importa a un mercenario,el reino que no ser jams suyo? Qu le importa que encanezcanvuestros cabellos? Vuestro Carlos os hubiera amado... Me aterroriza laidea de hallarme solo, aislado en el trono.

    REY. (Conmovido por estas palabras, queda pensativo y

    ensimismado; despus de un instante de silencio.)- Estoy solo!CARLOS. (Con vivacidad y calor, acercndose a l.)- Lo estuvisteis.

    Cese vuestro desdn y os amar como un nio, os amar con ardor; sloos pido que cesis de aborrecerme. Cun dulce y seductor ha de ser,sentirse honrado por un alma noble, saber que nuestro jbilo anima otrosemblante, que nuestra ansiedad agita otro pecho, que nuestras penasbaan en lgrimas otros ojos! Cunta gloria para un padre en recorrer denuevo la florida senda de la juventud, del brazo de su amado hijo, y enrenovar con l el sueo de la vida! Tierna y grande tarea la deinmortalizarse por la virtud de un hijo, y derramar el bien a travs de los

    siglos. Sembrar lo que un hijo cosechar; recoger lo que puede serleprovechoso; presentir la grandeza de su reconocimiento y gratitud. Ah,

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    padre mo! Vuestros monjes, harto prudentes, callan sobre este parasoterrenal!

    REY. (Con alguna emocin.)- Oh, hijo mo! Hijo mo! T mismopronuncias tu sentencia, cuando pintas con tan encantadoras frases unafelicidad que nunca me has concedido...

    CARLOS.- Jzguelo Dios! Vos mismo me habis alejado de vuestrocorazn y de vuestro gobierno, y hasta ahora con visible injusticia. Pues,qu he sido yo en Espaa, prncipe heredero de Espaa, sino unextranjero, un prisionero en esta tierra de la cual ser un da soberano?Cuntas veces, padre mo, baj los ojos de vergenza, recibiendo lasnoticias del palacio de Aranjuez por boca de los embajadores extranjeros oleyendo las gacetas!

    REY.- An hierve en tus venas la sangre ardiente de la juventud, yslo sabras destruir.

    CARLOS.- Pues bien, padre mo; ocupadme en destruir, puesto que

    mi sangre hierve... Tengo ya veinte y tres aos, y an no hice nada para lainmortalidad. Despierto y conozco cuanto puedo. Mi vocacin para reinarme arranca de mi sueo como un acreedor, y el tiempo perdido pesasobre m como deuda sagrada. Lleg para m el solemne momento en quedebo dar cuenta de tan precioso depsito. La historia del mundo, y la famade mis abuelos, y la sonora trompeta de la gloria me llaman. Lleg para mel instante de franquear las gloriosas fronteras del honor. Puedo formularla splica que me ha conducido aqu?

    REY.- Todava una splica? Habla.CARLOS.- Cunde la sublevacin en Brabante a un punto que aterra, y

    la contumacia de los rebeldes exige sabia y vigorosa resistencia. Paradominarlos, el Duque, investido por su Rey de poder absoluto, debe llevara Flandes su ejrcito. Gloriosa misin que contendra a vuestro hijo paraconducirle al templo de la gloria! Confiadme, oh Rey! Confiadme esteejrcito. Cuento con la adhesin de los flamencos, y respondo con mi vidade su fidelidad.

    REY.- Hablas como un soador. Esta empresa requiere un hombre yno un nio...

    CARLOS.- Requiere un hombre, padre mo, y precisamente el de Albano lo ha sido nunca.

    REY.- Slo por el terror puede dominarse la revuelta; la clemenciasera locura... Tu alma es dbil, hijo mo, y el Duque en cambio es temido.Renuncia a tu pretensin.

    CARLOS.- Enviadme a Flandes con el ejrcito; confiad en esta almadbil. Al solo nombre del hijo de Rey precediendo a nuestras banderas,ser conquistado un pas que slo sabrn devastar los verdugos del Duquede Alba. Os lo pido de rodillas; es la primera gracia que os suplico, padremo; confiadme Flandes.

    REY. (Clavando en su hijo una mirada penetrante.)- Y confiar alpropio tiempo mi mejor ejrcito a tu ambicin, el pual al asesino!

    CARLOS.- Oh, Dios!... No he adelantado un paso! Este es el fruto detan solemne instante, por tanto tiempo deseado. (Despus de un

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    momento de reflexin y con tono solemne pero suave.) Respondedme conms dulzura, y no me alejis as de vuestro lado: sentira dejaros despusde tan tristes palabras, y con el corazn oprimido. Tratadme con msbondad; os expongo mi ms apremiante deseo, mi ltima tentativa,tentativa que inspira la desesperacin. Porque no puedo, no puedo

    soportar con mi firmeza humana, que me lo rehusis todo, absolutamentetodo. Os dejo ahora sin haber sido comprendido; engaado en mis carosproyectos. Vuestro Duque de Alba y vuestro Domingo reinarnvictoriosamente, despus que vuestro hijo ha llorado, hundida la frente enel polvo. All estaba la temblorosa turba de los cortesanos, y de losgrandes, y el plido cortejo de los monjes, cuando me habis concedidosolemnemente esta audiencia; no me humildes, no me hirismortalmente, padre mo; no me sacarifiquis de un modo ignominioso a laturba insolente de la corte. No se diga que mientras los extraos rebosanen favores, nada puede obtener Carlos con sus splicas. Probad quequeris honrarme envindome a Flandes con el ejrcito.

    REY.- No repitas estas palabras, si temes mi clera.CARLOS.- La arrostro repitiendo mi splica por tercera vez.

    Confiadme Flandes. Debo abandonar Espaa; me es forzoso; porquecontinuar aqu es respirar bajo la mano del verdugo. El cielo de Madridoprime mi nimo como la idea de un asesinato, y slo un pronto cambiode clima podra curarme. Si me queris salvar, enviadme a Flandes sinprdida de tiempo.

    REY. (Con afectada confianza.)- Los enfermos como t, hijo mo,exigen solcitos cuidados, y deben permanecer bajo la vigilancia delmdico. Seguirs en Espaa y el Duque ir a Flandes.

    CARLOS. (Fuera de s.)- Ahora, protegedme, ngeles mos!REY.- Detente... Qu significa la expresin de tu rostro?CARLOS. (Con voz temblorosa.)- Padre mo! Esta decisin es

    irrevocable?REY.- Parte del Rey.CARLOS.- He cumplido con mi deber. (Vase vivamente agitado.)

    Escena III

    El REY queda abismado durante algunos instantes en profundameditacin: por fin da algunos pasos hacia el saln. - ALBA se acercaturbado.

    REY.- Disponeos a salir para Bruselas a la primera orden.ALBA.- Todo est dispuesto, seor.REY.- Vuestros plenos poderes estn ya sellados en mi gabinete.

    Despedos de la Reina, y antes de partir, presentaos al Prncipe.ALBA.- Le he visto salir de aqu como un furioso. V. M. me parece

    tambin fuera de s, y profundamente conmovido. Tal vez el tema de estaconversacin...

    REY. (Paseando a lo largo de la sala.)- El tema era el Duque de Alba.(El Rey se detiene y fija en l una mirada sombra.) Puedo saber sin

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    sorprenderme que Carlos odia a mis cortesanos, pero advierto con penaque los desprecia. (Alba palidece e intenta hablar.) Ahora, ni una palabra.Os permito reconciliaros con el Prncipe.

    ALBA.- Seor.REY.- Decidme: Quin fue el primero que me habl de los siniestros

    proyectos de mi hijo? Os escuch entonces sin orle a l. Quiero aquilatarlas pruebas, Duque. Desde hoy, Carlos vivir ms cerca de mi trono. Salid.(El Rey se retira a su gabinete. El Duque se va por otra puerta.)

    Escena IVAntesala de la habitacin de la REINA. - D. CARLOS entra por la puerta

    del centro conversando con un PAJE; los cortesanos se dispersan por lashabitaciones contiguas.

    CARLOS.- Una carta para m? Y para qu esta llave? Y ambasremitidas con tal misterio! Acrcate. De dnde has sacado esto?

    PAJE.- Por lo que he visto, la dama prefiere que se adivine quin es,antes que ser nombrada.

    CARLOS.- La dama? (Observa con ms detencin al Paje.) Qu!Cmo! Quin eres t, pues?

    PAJE.- Un paje de S. M. la Reina.CARLOS. (Asustado va a l, y le pone la mano en los labios.)- Eres

    muerto! Detente! S lo bastante. (Rompe vivamente el sobre y se dirige aun rincn de la sala para leer la carta. Durante este intervalo, el Duque deAlba pasa sin que el Prncipe le vea y entra en la habitacin de la Reina.Carlos tiembla y palidece, y se ruboriza a la vez. Despus de haber ledo,sigue silencioso por algn tiempo, fijos los ojos en la carta. Despusvuelve a dirigirse al paje.) Ella misma te ha dado esta carta?

    PAJE.- Por su propia mano.CARLOS.- Ella misma te ha dado esta carta? Oh, no me engaes!...

    No he visto an una lnea de su puo, y me ver obligado a creerlo, sipuedes jurarlo. Si mientes, confisalo con franqueza y no me engaes.

    PAJE.- Engaaros a vos!CARLOS. (Mira de nuevo la carta, despus contempla al paje dudoso;

    despus de haber dado una vuelta por la sala.)- Viven todava tus padres,verdad? Tu padre sirve al Rey? Es hijo de aqu?

    PAJE.- Fue muerto en San Quintn, siendo coronel de caballera delDuque de Saboya. Se llamaba Alfonso, y era conde de Henares.

    CARLOS. (Le toma la mano y fija en l una mirada expresiva.)- ElRey te ha entregado esta carta!

    PAJE. (Inmutado.) Prncipe, acaso he merecido esta sospecha?CARLOS. (Lee.) Esta llave abre las habitaciones que hay detrs del

    pabelln de la Reina. La ms retirada de todas est junto a un gabinetedonde no ha penetrado jams un espa; all, el amor puede expresar con

    toda libertad cuanto hasta ahora ha confiado a simples seas. El tmidoamante ser odo, y recompensada la modesta paciencia. (Como si

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    despertara de un letargo.) No sueo, no deliro... Es realmente sta mimano derecha, y sta, mi espada!... Y estas son palabras escritas!... Esverdad? Es realidad!... Soy amado..., lo soy... S..., soy amado... (Se paseaagitado a lo largo de la sala, sin aliento y con los brazos extendidos.)

    PAJE.- Venid, Prncipe; yo os guiar.

    CARLOS.- Dejadme antes volver en m. Conmueve an todo mi serel estremecimiento de la dicha! Poda concebir tan osada esperanza?Poda ni siquiera soarla? Dnde hallar el hombre que se acostumbraratan pronto a la idea de convertirse en dios? Qu era, qu soy ahora? Otrocielo, otro cielo brilla para m... Me ama...

    PAJE. (Quiere llevrsele consigo.)- Prncipe, Prncipe, no es este ellugar... Olvidis...

    CARLOS. (Sobrecogido de sbito terror.)- El Rey, mi padre... (Dejacaer sus brazos, mira en torno suyo con espanto, y empieza a serenarse.)Esto es espantoso. S; tienes razn, amigo mo; te doy las gracias; no

    estaba en m. Que me sea forzoso callar, ocultar en mi pecho tantaventura... Es horrible, horrible! (Toma el paje de la mano, y le llevaaparte.) Lo que has visto, yeme bien, y lo que no has visto, debe serencerrado en tu corazn como en un atad. Ahora ve; acudir a la cita; ve;no conviene que nos sorprendan aqu; ve. (El paje va a salir.) Aguarda;oye. (El paje vuelve; Carlos pone la mano en su hombro y le dicemirndole severo.) Te llevas contigo un terrible secreto, semejante aaquellos activos venenos que rompen el vaso que los contiene. Domina laexpresin de tu rostro, y que no sepa nunca tu inteligencia lo que ocultatu corazn; s como el eco, que recibe y repite el sonido, sin or nada. Eresun nio; selo siempre, y contina jugando alegremente. Muy hbil yprudente se ha mostrado la que te eligi por mensajero del amor!Seguramente no ir a buscar el Rey, entre los nios, sus vboras.

    PAJE.- Por mi parte, Prncipe, me enorgullezco de poseer un secretoque no posee el Rey.

    CARLOS.- Mancebo vanidoso, esto precisamente debiera hacertetemblar. Si ocurre el encontrarnos, acrcate a m con timidez y sumisin!Cuidado con que la vanidad te impulse a dejar comprender que el Prncipete es favorable, porque tu mayor crimen, hijo mo, sera el complacerme.Cuanto debas decirme desde ahora, no me lo digas con palabras; no lofes a tus labios; no sigan tus noticias la senda ordinaria de los

    pensamientos; hblame con la mirada, por seas; te comprender en unabrir y cerrar de ojos. El ambiente que respiramos, la luz que nos rodea,estas mudas paredes; todo est vendido a Felipe. Alguien viene. (Lahabitacin de la Reina se abre y sale el Duque de Alba.) Sal... Hasta luego.

    PAJE.- Prncipe, no equivoquis la habitacin... (Vase.)CARLOS.- El Duque... No; no; la encontrar.

    Escena VD. CARLOS. - El DUQUE DE ALBA.

    ALBA. (Colocndose delante del Prncipe.)- Una palabra, Prncipe.

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    CARLOS.- Perfectamente; est bien... Otro rato. (Hace que se va.)ALBA.- No es este, en efecto, el lugar ms a propsito para hablaros,

    y tal vez plazca a V. A. concederme audiencia en su habitacin.CARLOS.- Y por qu?... La audiencia puede verificarse aqu; hablad

    pronto y con brevedad.ALBA.- Me conduce a V. A. antes que todo, la gratitud que le debo

    por la orden que conoce.CARLOS.- Gratitud... a m? Por qu motivo me debe gratitud el

    Duque de Alba?ALBA.- Apenas ha salido V. A. del despacho del Rey, he recibido la

    orden de salir para Bruselas.CARLOS.- Para Bruselas? Ah!ALBA.- A quin sino a la favorable intervencin de V. A., podr

    atribuir?...

    CARLOS.- A m?... No, por cierto, a m. Partid, partid y que Dios osacompae.ALBA.- Ni una palabra ms?... Me sorprende. V. A. no tiene que

    darme algunas rdenes para Flandes?CARLOS.- Qu ms debo decir!... Y por qu para Flandes?ALBA.- Pareciome hace poco que la suerte de este pas reclamaba la

    propia presencia de D. Carlos.CARLOS.- Cmo es esto?... Ah! S; as fue, pero ahora todo me

    parece perfectamente, perfectamente; casi mejor.ALBA.- Os escucho con sorpresa.

    CARLOS. (Con irona.)- Sois un gran general, quin lo ignora? Lamisma envidia debe reconocerlo. Yo soy muy joven todava; tal ha sidotambin la opinin del Rey. El Rey tiene razn; tiene razn por completo;lo veo ahora, y estoy satisfecho. Por tanto, hemos hablado bastante sobreesto, y os deseo un feliz viaje; no puedo, como veis, detenerme ms,porque tengo mucho que hacer. Dejemos el resto para maana, o paracuando vos queris, o para cuando regresis de Bruselas.

    ALBA.- Cmo?CARLOS. (Despus de un momento de silencio, viendo que el Duque

    no ha salido todava.)- Sals de aqu en buena estacin; atravesaris el

    Milanesado, la Lorena, Alemania... Alemania, s; precisamente era enAlemania; all os conocen. Estamos en abril, mayo, junio, julio...;perfectamente; en agosto, a ms tardar, estaris en Bruselas... Oh! Nodudo que muy luego oiremos hablar de vuestras victorias; os haris dignode nuestra bondadosa confianza.

    ALBA. (Con acento intencionado.)- Ser tal vez con elreconocimiento de mi nulidad?

    CARLOS. (Despus de un momento de silencio, con altivez ydignidad.)- Sois susceptible, Duque, y con razn. Debo confesar que espoco generoso por mi parte usar contra vos, armas que no estis en el

    caso de usar contra m...ALBA.- No estoy en este caso?

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    CARLOS. (Presentndole la mano y riendo.)- Lstima que me falte eltiempo para empear un noble combate con el Duque de Alba... Otravez...

    ALBA.- Prncipe, ambos calculamos de diferente manera. Vos, porejemplo, lo aplazis para dentro veinte aos, y yo me refiero a veinte aos

    hace.CARLOS.- Y bien, qu?ALBA.- Estoy pensando, cuntas noches trascurridas junto a vuestra

    madre, la Princesa de Portugal, hubiera dado el Monarca para atraer alservicio de la corona un brazo como el mo... No ignoraba el Rey cuntoms fcil es perpetuar la progenie que consolidar la monarqua, y que seprovee ms pronto de un rey al mundo, que de un mundo al Rey.

    CARLOS.- Es muy cierto, sin embargo, Duque, sin embargo...ALBA.- El Rey no ignoraba cunta sangre de sus pueblos era preciso

    derramar, antes que un par de gotas de sangre hicieran de vos un rey.

    CARLOS.- Es muy cierto, vive Dios; y en dos palabras habisformulado lo que el orgullo del mrito puede oponer al orgullo de lafortuna. Pero no veo la consecuencia, Duque...

    ALBA.- Desdichado del prncipe que en la cuna se mofa de sunodriza! Muy grato le ser sin duda descansar muellemente, yadormecerse en brazos de nuestras victorias. Slo las perlas brillan en lacorona, sin que se vean las heridas que han costado... Esta espada,Prncipe, impuso las leyes espaolas a pueblos extranjeros, fulgurdelante del pendn de la cruz y ha trazado sobre el continente sangrientossurcos, para sembrar en ellos la semilla de la fe. Dios era juez en el cielo;

    yo, en la tierra.CARLOS.- Dios o el diablo; lo mismo da. Harto s que erais su brazo

    derecho... Os suplico que no hablemos ms de eso... Quisiera evitarciertos recuerdos... Respeto la eleccin de mi padre, porque mi padrenecesita un Duque de Alba; precisamente esto es lo que no le envidio...Sois un grande hombre; sea; me inclino a creerlo; temo solamente que oshayis anticipado algunos siglos en nacer... Un hombre como el Duque deAlba, debera venir all en el momento de la consumacin de los siglos,cuando la gigantesca audacia del crimen habr agotado la paciencia delcielo, y la abundante cosecha de maldades, ya en sazn, requerir unsegador sin par... Entonces estaris en vuestro centro. Dios mo!... Miparaso!... Mi Flandes!... Pero es forzoso no pensar mas en ello..., ni unapalabra ms sobre esto... Dicen que os llevis de aqu una porcin desentencias de muerte, firmadas de antemano... Laudable precaucin queevita para ms tarde todo efugio! Oh, padre mo! Cun mal hecomprendido tus intenciones! Te acusaba porque me negaste un cargo enel que haba de lucirse el Duque de Alba, cuando con esta negativaempezabas a darme una prueba de tu estimacin.

    ALBA.- Prncipe..., estas palabras mereceran...CARLOS. (Interrumpindole.)- Qu!ALBA.- Pero vuestro ttulo de hijo del Rey os sirve de escudo...

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    CARLOS. (Desenvainando su espada.)- Esto pide sangre... Vuestraespada, Duque...

    ALBA. (Framente.)- Contra quin?CARLOS. (Cayendo sobre l.)- En guardia, u os atravieso el corazn...ALBA.- Puesto que es fuerza... (Se baten.)

    Escena VILa REINA. - D. CARLOS. - El DUQUE DE ALBA.

    REINA. (Sale asustada de su habitacin)-. Desenvainados los aceros!(Al Prncipe, con enfado y voz imperiosa.) Carlos!

    CARLOS. (A quien la presencia de la Reina pone fuera de s, dejacaer su brazo, se queda inmvil, y despus corre a abrazar el Duque.)-Hagamos las paces, Duque; sea olvidado todo! (Se arroja a los pies de la

    Reina, despus se levanta y sale muy agitado.)ALBA. (Inmvil, no le pierde de vista.)- Vive Dios! Cosa ms rara!REINA. (Despus de un instante de turbacin e inquietud, avanza

    lentamente hacia su habitacin; y en el dintel de la puerta, se vuelve.)-Duque de Alba!

    Escena VIIIGabinete de la Princesa de boli.La PRINCESA caprichosamente vestida, pero con exquisito gusto, toca el

    lad, y canta. - Luego el PAJE de la Reina.PRINCESA. (Se levanta sobresaltada.)- l llega!

    PAJE. (Corriendo.)- Estis sola? Me sorprende no encontrarle aqu,pero llegar sin duda al instante...

    PRINCESA.- Vendr?... Consiente l?... Todo est resuelto...PAJE.- Viene detrs de m... Noble Princesa, os ama, os ama, pero

    como nadie os am; como no habis sido amada nunca... Qu escena hepresenciado!...

    PRINCESA. (Con impaciencia.)- Presto, di, le has hablado? Qu teha dicho? Qu cara ha puesto? Qu ha dicho? Se ha turbado? Acertcon el nombre de la persona que le ha enviado la llave, o no? Hasospechado si era otra? Por Dios! No me respondes palabra... Ests como

    avergonzado! Nunca me has parecido tan torpe, tan tonto, taninsoportable...

    PAJE.- Pero si no me dejis hablar! Le he entregado la llave y elbillete, y me ha parecido que se corra cuando le he dicho que era elenviado de una dama.

    PRINCESA.- Qu se corra!... Muy bien, muy bien... Vaya; contina...PAJE.- Quera decirle algo ms, pero ha palidecido, me ha arrancado

    la carta de la mano, y lanzndome una mirada amenazadora, me ha dichoque lo saba todo.

    PRINCESA.- Que lo saba todo! Que lo saba todo!... Esto ha dicho?PAJE. -Me ha preguntado por tres o cuatro veces si vos misma me

    habais realmente entregado esta carta.

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    CARLOS.- Perdonadme, Princesa; he encontrado el primer salnabierto.

    PRINCESA.- Es posible!... Parceme, sin embargo, que lo habacerrado...

    CARLOS.- Os lo parece..., slo os lo parece, pero sin duda osequivocis... que quisiste cerrarlo; conforme, pero no lo estaba;seguramente que no lo estaba... Oigo tocar un lad... No era un lad?(Mira en torno suyo, dudoso.) S; vedle all todava... y el lad... Yo gustode esta msica con locura... Soy todo odos, y sin saber lo que me pasa,me apresuro a entrar en ese gabinete para ver los bellos ojos de la amablecantatriz, cuyo celeste hechizo me ha arrebatado.

    PRINCESA.- Galante curiosidad que por lo que veo, ha desaparecido bienpronto. (Despus de un momento de silencio, con acento intencionado.)Oh! Estimo en mucho la modestia de quien para no ofender el pudor deuna dama, se pierde en tales invenciones.

    CARLOS. (Con confianza.)- Princesa, comprendo que agravo unasituacin que quisiera mejorar. Excusadme una tarea que no podra llevara cabo cumplidamente. Buscabais sin duda en esta habitacin un refugiocontra la sociedad, y quieres, lejos de las miradas de los hombres,entregaros a los secretos deseos de vuestro corazn: yo llego aqu comoimportuno accidente que disipa vuestro sueo. Debo alejarme sintardanza. (Hace que se va.)

    PRINCESA.- (Sorprendida y desconcertada, y serenndose luego.)Prncipe, esto no me parece bien.

    CARLOS.- Princesa, comprendo lo que significa vuestra mirada en

    este gabinete... y respeto la turbacin de la virtud... Ay de aquel a quienalienta el rubor de una mujer! Cuando las mujeres tiemblan ante m, seapodera de m la timidez.

    PRINCESA.- Es posible! Escrpulo sin ejemplo en un joven y en unPrncipe. Pues bien! Ahora debis quedaros; os lo suplico... Semejantevirtud disipa las inquietudes de una doncella... Sabis que vuestra sbitaaparicin me ha sorprendido a mitad de mi aria favorita? (Le conducejunto al sof, y toma su lad.) Prncipe Carlos, voy a tocar otra vez estaarieta; escucharla ser vuestro castigo.

    CARLOS. (Se sienta, no sin embarazo, junto a la Princesa.)- Castigoapetecible como mi falta. Por cierto que el canto me ha parecido tan belloy celestial, que le oir con gusto tercera vez.

    PRINCESA.- Cmo!... Lo habis odo... Esto es horrible, Prncipe. Era,me parece, un canto de amor...

    CARLOS.- Y si no me engao, de un amor feliz. Linda letra paraestos labios, pero sin duda ms bella que verdadera!...

    PRINCESA.- Qu verdadera?... Decs... As, vos dudis?CARLOS. (Con seriedad.)- Dudo casi que Carlos y la Princesa de boli

    puedan jams comprenderse tratndose de amor. (La Princesa sesorprende, l la observa, y contina como galantendola.) Porque, cmo

    el que vea vuestras sonrosadas mejillas podr creer que la pasin agitavuestro pecho? La Princesa de boli puede correr el peligro de suspirar

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    en vano y sin ser escuchada? Slo conoce el amor quien ama sinesperanza.

    PRINCESA. (Recobrando su alegra.)- Oh! Callad, esto es espantoso.No parece que sea esta precisamente la desgracia que hoy os persigue,hoy menos que ningn otro da, buen Prncipe. (Le toma la mano con

    ternura.) No estis muy alegre que digamos, por vida ma... Parece quesufrs mucho... Es posible?... Por qu sufrs, Prncipe?... Vos, llamado alas delicias de este mundo, dotado de los presentes de prdiga naturaleza,nacido para aspirar a los goces de la vida vos, hijo de un gran Rey, que envuestra cuna de Prncipe fuisteis adems colmado de aquellos dones queeclipsan el mismo esplendor de vuestra elevada jerarqua; que en elriguroso tribunal de las mujeres las habis fascinado... a ellas quesentencian sin apelacin sobre el valor y la gloria de los hombres; vos, aquien basta una mirada para vencer, y que enardecis con la propiafrialdad...; cuyo amor dara el cielo y la dicha de los dioses...; el elegidopor la naturaleza entre mil para colmaros de felicidad y de incomparablescualidades... Vos sufrs?... Oh, Dios mo!... T que se lo prodigaste todo,por qu le niegas ojos para ver sus triunfos?

    CARLOS. (Que durante este rato ha permanecido absorto y distrado,vuelve en s y se levanta sbitamente.)- Perfectamente; esto esincomparable, Princesa. Cantadme este trozo una vez ms.

    PRINCESA. (Mirndole sorprendida.)- Carlos, en qu pensabais?CARLOS. (Se levanta.)- Ah! Por el cielo! Vos me lo recordis. A

    propsito; es preciso que vaya cuanto antes.PRINCESA. (Detenindole.)- Dnde?

    CARLOS. (Con cruel ansiedad.)- A fuera, a respirar el aire libre.Dejadme, Princesa! Parceme que el mundo arde en llamas detrs dem...

    PRINCESA.(Detenindole con fuerza)- Qu tenis? A qu se debetan raro proceder? (Carlos se detiene y reflexiona; ella aprovecha esteinstante para atraerle al sof.). Tenis necesidad de descanso, queridoCarlos; estis agitado. Sentaos cerca de m, y alejad de vuestra menteesta negra pesadilla que engendra la fiebre. Si os preguntaraisfrancamente, conozco lo que oprime mi corazn? Si lo supierais, nohabr entre los caballeros de esta corte y entre las damas, nadie que loconsuele, que lo comprenda, quiero decir, nadie que sea digno?...

    CARLOS. (Distrado.)- Tal vez la Princesa de boli...PRINCESA. (Con alegra y viveza.)- Es cierto?CARLOS. -Dadme una carta, una recomendacin para mi padre.

    Ddmela. Dicen que gozis de mucha influencia.PRINCESA.- Quin lo dice? Ah! La duda sell tus labios.CARLOS.- Probablemente. La historia es ya pblica; conceb de

    pronto el proyecto de ir a Brabante a ganar mis espuelas. Mi padre temeque el mando del ejrcito perjudique a mi voz.

    PRINCESA.- Carlos, os estis mofando de m. Confesadlo; queris

    escaparme con estos movimientos de culebra. Miradme de hito en hito,hipcrita. Quien slo suea en caballerescas hazaas, podra rebajarse a

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    escamotear con avidez las cintas que las damas dejan caer? Y permitidme(levanta ligeramente la gorguera de Carlos y coge una cinta que estabaoculta), y guardarlas con tal cuidado?

    CARLOS. (Retrocediendo con sorpresa.)- Princesa, no; esto esdemasiado; sin duda soy vctima de una traicin. Es imposible engaaros;

    os entendis con el demonio con los malos espritus.PRINCESA.- Parece que os sorprende. Apostemos, Prncipe, que yo es

    recuerdo cosas... cosas... Probadlo; interrogadme. Si no han pasadoinadvertidas para m, ni vuestras genialidades, ni vuestro acento sofocado,ni vuestra sonrisa, desvanecida al instante para dar lugar a la gravedad, nivuestros menores gestos y actitudes, juzgad si habr comprendido lo quequerais darme a comprender.

    CARLOS.- Esto es aventurar mucho, pero acepto la apuesta, Princesa.Prometis descubrir en mi corazn algo que ni yo mismo supe nunca queexistiera?

    PRINCESA. (Levemente ofendida y con gravedad.)- Nunca,Prncipe?... Pensadlo mejor... Mirad que no os hallis en el gabinete de laReina, donde es de rigor un poco de disimulo. Estis turbado, y osruborizis de pronto. Realmente. Quin podr ser tan perspicaz yatrevido, y quien estar tan desocupado para espiar a Carlos, cuandoCarlos se cree al abrigo de toda vigilancia? Quin habr podido notar queen el ltimo baile dej a la Reina, de quien era el acompaante, paradirigirse con premura a un grupo vecino y tender la mano a la Princesa deboli dejando a su real pareja? Distraccin, Prncipe, que observ el mismoRey, parecido en aquel instante.

    CARLOS. (Con sonrisa irnica.)- Hasta el Rey? En verdad, queridaPrincesa, que el caso no le debi parecer singular.PRINCESA.- Ni ms ni menos que la escena de la capilla del castillo,

    que sin duda el mismo prncipe Carlos no recordar. Os hallabais a los piesde la Virgen, abismado en la oracin, cuando de repente... Qu culpatuvisteis de ello?... Rozaron el pavimiento a vuestra espalda las colas dealgunas damas. Hteme aqu que el heroico hijo del rey Felipe empieza atemblar como un hereje delante del Santo Oficio; espira la oracin en susplidos labios y en el arrebato de la pasin... fue aquella, Prncipe, unacomedia conmovedora... Cogisteis la santa y fra mano de la Virgen ycubristeis el mrmol de ardientes besos.

    CARLOS.- Cometis conmigo una injusticia, Princesa; fue devocin.PRINCESA.- S? Esto es otra cosa, Prncipe; entonces fue tambin

    por el temor de perder, que un da que Carlos jugaba con la Reina yconmigo, me hurt mi guante con pasmosa habilidad. (Carlos se levantaturbado.) Bien es verdad que un momento despus, fue harto galante paraarrojarlo sobre la mesa en lugar de una carta.

    CARLOS.- Oh, Dios mo, Dios mo! Qu hice yo?PRINCESA.- Nada que debis negar a mi juicio. Grande fue mi jbilo y

    mi sorpresa, cuando inesperadamente hall un billete que habais sabidoocultar en el guante. La ms pattica poesa que...

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    CARLOS. (Interrumpindola sbitamente.)- Versos nada ms. Confrecuencia se desprenden de mi cerebro es tas ligeras burbujas que sedesvanecen del modo que se forman. No hablemos ms en esto.

    PRINCESA. (Alejndose sorprendida y mirndole un instante.)- Lo heapurado todo; todas mis tentativas resbalan sobre este hombre extrao

    como sobre una serpiente. (Calla durante breve rato.) Pero calle! Si todose debiera a su extraordinario orgullo, que empleando la mscara de latimidez, pretendiera hacer ms dulces sus placeres! S... (Se acerca alPrncipe, y le mira perpleja.) Prncipe, decidme por fin... Me hallo delanteuna puerta cerrada, encantada, que mis llaves no pueden abrir.

    CARLOS.- Lo mismo me pasa a m con respecto a vos.PRINCESA. (Se aparta de improviso, se pasea en silencio por el

    gabinete y parece preocupada con una idea importante. Por fin le dice,con acento grave y solemne.)- Bien, sea; es fuerza que me resuelva ahablar. Os hago juez de mi causa; sois leal, sois un hombre, en una

    palabra; sois prncipe y caballero; me arrojo en vuestros brazos: vos mesalvaris, y si me pierdo para siempre, lloraris mi suerte. (El Prncipe seacerca a ella con curiosidad, inters y sorpresa.) Un insolente favorito delRey, Ruy Gomez, conde de Silva, codicia mi mano. El Rey lo quiere y yaest acordada la venta. Soy vendida a su favorito.

    CARLOS.- Vendida y siempre vendida, y siempre por el renombradotraficante de Espaa.

    PRINCESA.- No; antes, escuchadlo todo. No basta sacrificarme a lapoltica, sino que se atenta a mi inocencia. Tomad; este escrito puededesenmascarar a este santo varn. (Carlos toma el papel, pero su

    impaciencia no le permite leerlo y sigue escuchando a la Princesa.)Dnde encontrar, Prncipe, quien me salve? Hasta ahora mi orgullo haprotegido mi virtud, pero al fin...

    CARLOS.- Al fin habis sucumbido; habis sucumbido? No! No! Ennombre del cielo no!

    PRINCESA. (Con nobleza y altivez.)- Y por quin? Miserable juicio!Cun dbiles son los despreocupados! Estimar los favores de una mujer,la dicha del amor, como mercanca de la cual puede disponerse siendocomo es la nica cosa que slo se compra a cambio de s misma. El amores el nico precio del amor; el diamante inestimable que quiero dar uocultar eternamente, sin gozar jams de l, como aquel rico mercader queinsensible al oro de Rialto y desafiando a los reyes, arroj su perla entrelos tesoros del mar, no queriendo en su orgullo abandonarla por menos desu valor...

    CARLOS.- Por Dios vivo! Me gusta esta mujer!PRINCESA.- Poco me importa que me tilden de caprichosa o de

    vanidosa; yo no reparto mis placeres. Al nico que escoja, le dar todo portodo, y una sola vez y para siempre. Mi amor har tan slo la felicidad deuno, pero esta felicidad ser divina. La arrobadora armona del serhumano..., el beso..., la dicha de la hora propicia, la magia celestial de labelleza, no son ms que colores de un solo rayo, hojas de una misma flor,

    y podra yo insensata! marchitar una sola hoja del sonriente cliz y

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    profanar la majestad de la mujer, la obra maestra de Dios, para alegrar losltimos das de un disoluto?

    CARLOS.- Me parece increble! Cmo, Madrid posea semejantedoncella, y yo no la conozco hasta hoy!

    PRINCESA.- Mucho tiempo hara que me hubiera retirado de la cortey del mundo para sepultarme en un claustro, si no existiera an para mun lazo nico y omnipotente que me encadena a l... Ay! Es una ilusintal vez, pero tan preciosa para m! Amo, y no soy correspondida.

    CARLOS. (Acercndose a ella con fuego.)- Lo sois: es tan cierto comoque hay un Dios en el cielo; lo juro. Lo sois y con amor indecible.

    PRINCESA.- Me lo juris? Vos!... Ah! Oigo la voz de mi ngel... S; sirealmente lo juris, Carlos, os creo y lo soy.

    CARLOS. (La oprime entre sus brazos con ternura.)- Tierna y nobledoncella, adorable criatura. Mis ojos, mis odos, todo se arroba y admiradelante de ti... Quin que te haya conocido en su vida podr envanecerse

    de no haber amado nunca? Pero que vienes a hacer aqu, ngelhechicero, en la corte del rey Felipe, entre frailes, y bajo la dominacin delos frailes? No se hizo este cielo para tales flores... Ellos podranmarchitarlas... podran... ya lo creo. Mas, juro por mi vida que no ser; tecio con mis brazos, y en brazos te llevar a travs de los demonios y delinfierno... S; tnme por tu salvador.

    PRINCESA. (Con mirada amorosa.)- Oh! Carlos, cun mal os juzgaba!Con qu largueza y maravilla recompensa vuestro noble corazn la fatigaque ha costado comprenderle! (Toma su mano e intenta besarla.)

    CARLOS. (Retirndola.)- Princesa, qu os pasa?

    PRINCESA. (Con gracia y dulzura, y mirando fijamente su mano.)Qu bella es! Qu prdiga! Prncipe: esta mano tiene an dos preciososdones que entregar: una diadema, y el corazn de Carlos, y ambos tal veza una mortal, a una sola: presente demasiado grandioso quiz para unasola mortal!... Y qu, Prncipe, si os decidierais a una particin? Las reinassuelen amar mal, porque la mujer que sabe amar no sabe reinar... Tantomejor, Prncipe; repartiris entre dos, semejantes dones, cuanto antes,cuanto antes. Tal vez lo habis hecho ya; lo habris hecho realmente?...Tanto mejor... Conozco yo a la afortunada?

    CARLOS.- T la conocers; yo me descubrir a ti, inocente criatura

    sin mancha, la primera y la nica de esta corte digna de conocer mi almaentera. S, no quiero negarlo... amo...PRINCESA.- Ah, perverso! Era tan difcil esta confesin! No era

    tambin digna de piedad parecindote digna de amor?...CARLOS. (Sobrecogido.)- Qu? Qu decs?PRINCESA.- Jugar conmigo de este modo! En verdad, Prncipe, que

    no hacis bien. Y negar hasta la llave!CARLOS.- La llave! La llave! (Despus de reflexionar en silencio.) S...

    esto era. Ahora lo advierto... Oh, Dios mo! (Se doblan sus rodillas y seapoya en una silla ocultando el rostro.)

    PRINCESA. (Despus de un momento de silencio lanza un grito.)-Desdichada, qu hice?

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    CARLOS. (Levantndose y con el ms vivo dolor.)- Caer tan bajodesde lo alto de mi cielo, es horrible!

    PRINCESA. (Ocultando el rostro.)- Dios mo, qu descubrimiento!CARLOS. (De rodillas.)- No soy culpable, Princesa. La pasin... Un

    fatal error... Os juro que no soy culpable.PRINCESA. (Rechazndole.)- Salid de mi presencia en nombre del

    cielo!CARLOS.- Jams... abandonaros en tan espantosa agitacin...PRINCESA. (Rechazndole con fuerza.)- Salid por piedad, por

    generosidad, si no queris matarme. Odio vuestra presencia. (Carlos va asalir.) Devolvedme mi carta y mi llave. Dnde habis metido la otracarta?

    CARLOS.- La otra carta? Cul?PRINCESA.- La del Rey.

    CARLOS. (Con espanto.)- De quin?PRINCESA.- La que os entregu hace poco.CARLOS.- Era del Rey? Y para quin? Para vos?PRINCESA.- Cielos! En qu embrollo me he metido! La carta!

    ddmela; la quiero.CARLOS.- La carta del Rey? Y para vos?PRINCESA.- La carta! Por toda la corte celestial...CARLOS.- Esta carta que deba desenmascarar a cierto...

    PRINCESA.- Yo muero; ddmela.CARLOS.- La carta...PRINCESA. (Junta las manos con desesperacin.)- Insensata! En qu

    peligro me he puesto!CARLOS.- La carta es del Rey. Ah, Princesa! Esto muda el aspecto de

    las cosas. (Con la carta en la mano y con satisfaccin.) Documentoprecioso, peligroso, inestimable que no podran comprar todas las coronasde Felipe, asaz balades y de poco precio. Guardo esta carta. (Vase.)

    PRINCESA. (Corre a su encuentro.) Dios mo! Estoy perdida...

    Escena IXPRINCESA, sola.(Permanece un instante absorta y fuera de s; despus de haber salido

    l, corre hacia la puerta llamndole.)Prncipe! Una palabra! Prncipe! Odme... Se aleja. Esto ms? Me

    desprecia. Hteme en un aislamiento horrible, rechazada, despreciada.(Cae en un silln; despus de un momento de silencio.) No; perosacrificada a una rival! Ama; no hay duda, puesto que l mismo lo haconfesado; pero quin es esta mujer feliz? Por lo visto ama a quien nodebiera, ya que teme ser descubierto y oculta su pasin al Rey. Por qu

    al Rey que deseara verle enamorado? O ser tal vez que teme al padre?Cuando ha sabido los galanteos del Rey, su rostro se ha regocijado y

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    pareca feliz y contento; por qu su virtud severa no le ha censuradoprecisamente esto? De qu le aprovecha que el Rey, infiel a la Reina... (Sedetiene como sobrecogida por un pensamiento repentino, al propio tiemposaca de su seno la cinta que tom a Carlos, la mira y la reconoce alinstante.) Oh, cun insensata era! Dnde tena los ojos? Por fin se abren

    a la luz... se amaban, se amaban antes que el Rey la eligiese... El Prncipenunca me ha visto sin ella; en ella pensaba, pues, mientras yo me creaamada tan inmensamente y con tal ardor; ah! Engao sin ejemplo! Y yole revel mi flaqueza! (Pausa.) Amar sin esperanza, no puedo creerlo; unamor sin esperanza no habra resistido a esta lucha. No se sacrifica a esteamor una dicha por la que suspira en vano el Rey ms poderoso del orbe.Qu ardiente era su beso y con qu ternura me oprima sobre supalpitante corazn! La prueba era demasiado fuerte para su romancescafidelidad, si no fuese premiada... Tom la llave que crea recibir de laReina, crey en este paso de gigante; llega aqu, pues, pensando que lamujer de Felipe ha sido capaz de dejarse arrastrar tamaa resolucin!...Cmo, cmo hubiera podido creerlo, si graves pruebas no le hubiesenalentado? Esto es claro; fue odo y ella le ama; la muy santa se ha dejadoenternecer. Qu habilidosa! Yo misma temblaba en la presencia altaneray temible de esta virtud, y parecame que un carcter superior se elevabadelante de m, eclipsndome con sus esplendores; envidiaba a su belleza,su augusta serenidad, libre de todas las agitaciones de nuestra naturalezamortal. Y esta serenidad era slo aparente! Pretende quizs gustar deuna noble dicha conservando hbilmente el exterior de una virtudsobrehumana y saboreando al propio tiempo las secretas delicias delvicio? En esto consiste su audacia; conseguir su hipcrita empeo, sin

    que lo impida la venganza por falta de un vengador? No, por el cielo! Yole adoraba, y esto pide venganza; el Rey conocer esta bellaquera... ElRey! (Despus de un momento de reflexin.) S; este es el medio para quelo sepa.

    Escena XUna habitacin del palacio del ReyEl DUQUE DE ALBA. - DOMINGO.

    DOMINGO.- Qu queris decirme?

    ALBA.- Debo comunicaros un descubrimiento importante que hicehoy, del cual quisiera poseer la clave.

    DOMINGO.- Qu descubrimiento? De qu se trata?ALBA.- El prncipe Carlos y yo nos hemos encontrado esta tarde en el

    saln de la Reina. Me haba ofendido. Nos hemos acalorado y venido porfin a las armas, cruzando los aceros; oye este rumor la Reina y abre lapuerta; se lanza entre ambos y dirige al Prncipe una mirada queexpresaba confianza en su poder. A esta mirada, su brazo se detiene, searroja a los mos, me estrecha con ardor, y desaparece.

    DOMINGO. (Despus de breve pausa.)- Esto da lugar a la sospecha y

    me recuerda algo, Duque... Confieso que de mucho tiempo a esta partegermina en m un pensamiento de este gnero; sueo que rechazaba y no

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    confi a nadie todava. Porque hay puales de doble filo, amigos dudososy desconfo de ellos. Es difcil conocer a los hombres y ms difcilpenetrarlos. Las palabras que se nos escapan son confidentes irritados.Esta es la causa de que ocultara mi secreto, esperando la hora derevelarlo, porque es peligroso, Duque, prestar ciertos servicios a los reyes,

    y errar el tiro expone a ser herido de rechazo. Cuanto dijera podra jurarlopor la sagrada hostia, pero pesan ms en la balanza un testigo ocular, unapalabra sorprendida, un trozo de papel, que mis ntimas convicciones. Pordesgracia nos hallamos en Espaa.

    ALBA.- Y por qu, por desgracia?DOMINGO.- En cualquier otra corte la pasin puede olvidarse, pero

    aqu se halla retenida por la severidad de las leyes. Difcil es que una reinaceda, ya lo creo... Mas por desgracia hasta que llegaremos asorprenderla...

    ALBA.- Odme todava. Carlos ha visto hoy al Rey. La audiencia ha

    durado una hora. Solicitaba el gobierno de los Pases-Bajos en alta voz ycon tal vivacidad que le he odo desde el gabinete. Cuando le hall junto ala puerta tena los ojos enrojecidos por el llanto, y despus cuando le hevisto por la tarde, se me presenta con aire de triunfo. Me dice que sealegra de que el Rey me haya otorgado la preferencia, y que le da lasgracias por ello. Las cosas han cambiado, aade, y vale ms as. l no hasabido nunca disimular; cmo explicar, pues, sus contradicciones? ElPrncipe se alegra de ser pospuesto y el Rey me concede una gracia, contodas las apariencias de su clera. Qu debo creer? En verdad que estanueva dignidad parece ms un destierro que un favor.

    DOMINGO.- A este punto han llegado las cosas; y ser derribado enun instante lo que hemos construido a fuerza de tantos aos? Ypermaneceris tan sereno e impasible? Acaso no conocis a este joven;no previs que nos espera el da en que el Prncipe suba al trono? No soyciertamente su enemigo. Otros cuidados turban mi reposo, que dicen altrono de Dios y a su Iglesia... El Prncipe... le conozco bien, he penetradoen su alma; el Prncipe alimenta un terrible proyecto, Duque; el proyectode ser regente y abjurar nuestra santa religin. Su corazn arde pornuevas virtudes que se bastan orgullosas a s mismas y no imploranninguna creencia. El Prncipe piensa; su mente se enardece con extraasilusiones; honra al hombre; ser l, Duque, quien nos convenga por rey?

    ALBA.- Fantasmas y nada ms. Sugestiones tal vez del orgullojuvenil, que aspira a representar su papel y no halla otro partido. Estopasar cuando le llegue el turno de reinar.

    DOMINGO.- Lo dudo. Se siente orgulloso de su libertad y no estacostumbrado al yugo con que se somete a los otros. Conviene unhombre as para nuestro trono? Su alma osada y gigantesca franquearlos lmites de nuestra poltica. En vano intent, por algn tiempo, enervarsu altivo carcter con los placeres, p