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etica

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  • Xabier Etxebarria

    Etica de la accin humanitaria

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    Universidad deDeusto

    Instituto deDerechos Humanos

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  • Etica de la accin humanitaria

  • Xabier Etxeberria

    Etica de la accin humanitaria

    1999Universidad de Deusto

    Bilbao

  • Serie Ayuda HumanitariaTextos bsicos, vol. 4

    Esta publicacin forma parte del proyecto impulsado por el Departamento para la AyudaHumanitaria de la Comisin Europea (ECHO) y realizado por el grupo de Ayuda Huma-nitaria de la Red Temtica en Estudios de Desarrollo Humanitario (Humanitarian Net),financiada desde el Programa Scrates de la Direccin General XXII de la ComisinEuropea.

    Traduccin realizada por Juan Jos Rodrguez Ramos, con la colaboracin en la compo-sicin de Aitor Urkiola.

    Ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de lacubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitidaen manera alguna ni por ningn medio, ya sea elctrico,qumico, mecnico, ptico, de grabacin o de fotocopia, sinpermiso previo del editor.

    Publicacin impresa en papel ecolgico Universidad de DeustoApartado 1 - 48080 BilbaoISBN: 978-84-9830-897-6

  • Indice

    1. Introduccin: humanitarismo y accin humanitaria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

    2. Justificaciones ticas y principios generales de la accin humanitaria . . . . 15

    2.1. El autointers inteligente y el principio de utilidad. . . . . . . . . . . . . . . 162.2. La compasin y el principio de humanidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 212.3. La justicia. Principio de justicia o de asistencia? . . . . . . . . . . . . . . . 262.4. La solidaridad como principio universal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

    3. Principios especficos de la accin humanitaria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

    3.1. Satisfaccin de las necesidades bsicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 393.2. Respeto cultural y participacin de los afectados . . . . . . . . . . . . . . . . 433.3. Imparcialidad y neutralidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 463.4. Independencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

    4. La sabidura prctica en la accin humanitaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51

    4.1. Los principios y las situaciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 514.2. Conflictos ticos en la accin humanitaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54

    Bibliografa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

    Documentos:

    1. Cdigo de Conducta relativo al socorro en casos de desastre. Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja y Organizaciones No Gubernamentales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65

    2. Cdigo de Conducta sobre imgenes y mensajes a propsito del Tercer Mundo. Asamblea General del Comit de Enlace de las Organizaciones No Gubernamentales europeas ante la CE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75

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  • 3. Carta de las ONGD europeas: Principios bsicos de las ONG de desarrolloy ayuda humanitaria en la Unin Europea. Comit de Enlace de las ONG para el Desarrollo ante la Unin Europea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81

    4. Cdigo de Conducta de las Organizaciones No Gubernamentales de Desarro-llo del Estado Espaol. Coordinadora de ONGD del Estado Espaol . . . . . 88

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  • 1Introduccin: humanitarismo y accin humanitaria

    Si es trgicamente cierto que en el ser humano anidan fuertes inclina-ciones hacia la destruccin y opresin de sus semejantes, no es menoscierto que se encuentra tambin en l, como expresaba Rousseau, una re-pugnancia innata a ver sufrir a quienes son como l, una espontnea ten-dencia que le empuja a compadecerse del que sufre y a prestarle ayuda.De esta dolorosa contradiccin surge un reto decisivo para la tica: con-seguir que, apoyndose en esa emocin originaria de solidaridad con elsufriente, afinndola y perfeccionndola, se afiance un principio humani-tario que no slo incite a remediar o paliar los sufrimientos existentes,sino que vaya imponindose a nuestras tendencias destructivas y a lasexpresiones de poder personal y estructural en las que se encarnan. Laaccin humanitaria deber ser precisamente el lugar en el que el princi-pio humanitario adquiere progresiva precisin y, a la vez, muestra su efi-cacia en la lucha contra diversas expresiones del dolor humano. Contodo, ste es un horizonte demasiado genrico, que pide ser concretadoun poco ms en detalle.

    En primer lugar, es necesario clarificar el propio sentimiento humani-tario. Debe ser visto como una estricta emocin sujeta a la dinmicapropia de las emociones, es decir, con su fuerza especfica pero tambincon sus debilidades y lmites? El Cdigo de conducta relativo al socorroen casos de desastre impulsado por el Comit Internacional de la CruzRoja y por otras organizaciones humanitarias (desde ahora cdigo delas ONGHs), apunta claramente a la superacin del mero emotivismo,cuando dice que lo primero es el deber humanitario. El derecho a reci-bir y a brindar asistencia humanitaria constituye un principio humanita-

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  • rio fundamental que asiste a todo ciudadano de todo pas. En calidad demiembros de la comunidad internacional reconocemos nuestra obliga-cin de prestar asistencia humanitaria doquiera sea necesaria. Aqu nose habla de emociones, sino de deberes y derechos. En primer lugar, elderecho de todas las vctimas a ser socorridas; en segundo lugar, el debercorrespondiente de asistencia, tambin para todos los que tienen capaci-dad de ofrecerla. Es decir, el sufrimiento y la fragilidad obligan, hacenresponsables de ellos llamados a responder a sus testigos. De estemodo, la respuesta no se hace depender de la arbitrariedad de la emocincompasiva, no se remite a lo supererogatorio sino a la justicia. Ahorabien, con esta propuesta de desbordamiento de la emocin aparece unprimer problema para la reflexin, el de su justificacin: por qu debe-mos desarrollar el sentimiento humanitario en un principio humanitarioque rige incluso cuando las emociones se debilitan o desaparecen?, quconexiones hay que establecer entre emociones y derechos y deberes?Varias respuestas son posibles y todas ellas debern ser analizadas.

    El segundo problema de delimitacin que hay que resolver est yaimplcito en el primero, pero conviene formularlo de modo explcito. Latensin trgica entre tendencia a causar sufrimiento y tendencia a ali-viarlo se ha resuelto histricamente con mucha frecuencia discriminan-do a los humanos, discerniendo entre quienes son verdadera y plena-mente humanos los de mi grupo de pertenencia y los que lo son demodo confuso, distante, los que incluso son no-humanos o in-humanoslos otros. Esta discriminacin resuelve la tensin con el reparto depapeles, que queda justificado desde la razn dada para discriminar: porun lado, desarrollo de la tendencia solidaria para con los de mi grupo ypor otro desarrollo de la tendencia dominadora y destructiva, o al menosindiferencia, para con los extraos, los indignos, los inhumanos. Este re-parto puede parecerle justificado a la emocin humanitaria, que puedeser particularista, pero no al principio humanitario. ste, por su propianaturaleza, aspira a ser universal: desde l todo sufriente humano, sindiscriminacin, tiene derecho a ser asistido. He aqu una nueva tarea parala reflexin: por qu esta universalidad?, por qu el referente del dere-cho/deber de asistencia debe ser la mera condicin humana y no otro?,deben difuminarse, no ya discriminaciones a todas luces injustas, sinodistinciones tan relevantes como opresor y oprimido, victimario y vcti-ma? Responder a estas cuestiones ser decisivo para delimitar el alcancey las prioridades de la ayuda humanitaria.

    El tercer problema que debe afrontar la reflexin es de algn modouna continuacin del anterior, pero como concrecin especfica muy re-levante de la realidad socio-poltica. Los humanos estamos organizadosen Estados nuestros grupos de referencia ms significativos para el

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  • tema que nos ocupa, dndose por supuesto que la ayuda solidariaprioritaria es la intraestatal, que adems debe estar asegurada por su fuer-te integracin en las propias estructuras polticas. Las relaciones inte-restatales, en cambio, han sido vistas como relaciones de fuerza, de po-der. Pues bien, la accin humanitaria choca en principio con estaperspectiva y hace aparecer cuestiones fundamentales: Qu grados desolidaridad interestatal deben esperarse ante el sufrimiento?, debe seresa solidaridad de la misma naturaleza que la intraestatal que remite ala justicia o puede ser meramente asistencial ms elemental y supe-rerogatoria en buena medida?, qu relacin tener con quienes viven larealidad de un Estado con imposibilidad de ejercer la solidaridad, no slopor falta de recursos sino por estar desintegrado? Y yendo ms al fondo:hay que aceptar la existencia de los Estados como ticamente relevante,merecedora de respeto y potenciacin, o como cuestin fctica que difi-culta la universalidad de la accin humanitaria y la solidaridad y que portanto hay que ir debilitando progresivamente en el horizonte de un Esta-do mundial? En la respuesta a estas preguntas est en juego el deber quetienen los propios Estados de ayuda humanitaria (ya sea que la realicendirectamente o por mediacin de las ONGHs), as como la consistenciatica de su existencia y la pertinencia de sus fronteras.

    Continuando con esta presentacin de problemas enlazados entreellos, aparece un cuarto. Si las vctimas tienen derecho a ser socorridas ysi a ese derecho le corresponde un deber de asistencia en los capacitadospara ello, a este deber a su vez le corresponde el derecho de acceso a lavctima, derecho importante porque, efectivamente, no es nada inusualque se pongan obstculos de diverso tipo y en funcin de diversos intere-ses. A este respecto, el texto del cdigo antes citado contina del si-guiente modo: de ah la trascendental importancia del libre acceso a laspoblaciones afectadas en el cumplimiento de esa responsabilidad [deasistencia humanitaria]. Pues bien, es aqu en donde empalmamos conel problema anterior, porque el obstculo ms significativo para este ac-ceso proviene o del poder poltico de los Estados que reclaman soberanafrente a cualquier injerencia del exterior o de alguno de los contendientesarmados en un conflicto en el que est en juego el control del Estado.Pueden los protagonistas de la accin humanitaria reclamar su derechode libre acceso a las vctimas subordinando al mismo tanto la soberanade los Estados como los objetivos de cualquier contendiente en un con-flicto armado?

    La cuestin puede rozar lo al menos paradjico, si no contradictorio,cuando ante el uso de la fuerza para impedir el acceso a las personas quesufren, se plantea la posibilidad, incluso la legitimidad y exigencia mo-ral, de acudir a la violencia armada para doblegar esa violencia que impi-

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  • de realizar el deber de asistencia y el derecho a ser asistido. Puede laaccin humanitaria tomar la forma, de un modo tangencial o directo, deaccin militarizada, es decir, de accin que crea sufrimiento a la vez quetrata de aliviarlo? Entramos aqu en cuestiones que ponen de relieve laconexin de la accin humanitaria con el poder poltico y el Derecho. Enprincipio, a la accin humanitaria le gusta acotar campos, para delimitarel suyo: estara, por un lado, el campo poltico, que debe potenciar la li-bertad y realizar la justicia en situaciones habituales o normales; esta-ra, por otro lado, el mbito militar, con problemticas funciones ante lasque no es fcil pronunciarse moralmente; y estara, por ltimo, el espaciode la accin humanitaria, como ayuda imparcial para mitigar el dolor ge-nerado por las situaciones catastrficas, a travs de la satisfaccin de lasnecesidades bsicas de las poblaciones afectadas. Pero es realizable esaimparcialidad y neutralidad de la accin humanitaria? O sta est inevi-tablemente implicada en relaciones de poder poltico en especial, perotambin econmico y en marcos jurdicos que pretenden regular las re-laciones entre los Estados y el uso de la fuerza militar? Es incluso de-fendible, desde el objetivo de evitar el sufrimiento, no implicarse encompromisos y denuncias especficas ante fuerzas en conflicto? No esesa actitud una forma de no neutralidad?

    Tras todos estos interrogantes que habr que abordar, queda an porsealar un ltimo ncleo de cuestiones con el que orientarnos en el dise-o del marco tico de la ayuda humanitaria. El sentimiento humanitario,hemos afirmado, se despierta ante la presencia de personas sufrientes eintenta acogerlas aliviando su dolor. El principio humanitario, hemoscontinuado, hace de ello un deber universal. Pero, obliga todo sufri-miento o slo algunas expresiones del mismo? Y a qu tipo de respuestaobliga? Aparece aqu una nueva tensin, esta vez no contradictoria sinocon potencial creativo, que hay que saber gestionar adecuadamente. Por-que, por un lado, la dinmica de la responsabilidad que descubrimos ennosotros ante el otro doliente se nos presenta ilimitada, pide respondersin medida. Y, por otro lado, la necesidad de hacernos cargo de los con-dicionantes de la realidad en sus diversas expresiones (amplitud de lasvctimas y sus sufrimientos, dificultades de acceso y deficiencias de ca-pacidad y medios, espacios de respeto y no intervencin propios de lasdinmicas autnomas de las personas y los pueblos, etc.) aconseja que semarquen unos lmites relativamente precisos a la asistencia humanitaria,a las necesidades que cubre y al modo como las cubre. Las organizacio-nes que se dedican a ello han hecho una delimitacin bastante estricta, yasugerida. As, el cdigo de las ONGHs seala que la intervencin huma-nitaria se dirige a aliviar el sufrimiento a raz de las catstrofes, a tra-vs de una ayuda de socorro que tendr por finalidad satisfacer las ne-

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  • cesidades bsicas. En la prctica, esto se traduce en la oferta de alimen-to, cobijo y atencin mdica en sus niveles elementales; y para las vcti-mas civiles de las guerras, las vctimas indirectas de las mismas (despla-zados y refugiados) y las vctimas de los desastres naturales. Soncorrectos estos lmites?

    En principio, puede responderse afirmativamente, indicando ademsque la accin humanitaria en cuanto tal no tiene por qu ser expresin detodas las exigencias de la responsabilidad para con la vctima, que hayexigencias que deben ser cubiertas por lo que llamamos cooperacin aldesarrollo, y otras por la accin poltica en sentido estricto. Pero, denuevo, delimitaciones tan precisas pueden resultar cuestionables no slodesde los condicionantes de la realidad (baste pensar en las dependenciasque tiene la accin humanitaria de los recursos que se le ofrecen desde elpoder poltico) sino desde la tica. Por qu no es necesidad humana b-sica a la que deba responder la accin humanitaria el disfrute de las li-bertades, negado por un rgimen tirnico, o la igualdad entre varones ymujeres que un rgimen ideolgicamente fanatizado quebranta radical-mente? No pueden llegar a contradecirse accin humanitaria y coopera-cin al desarrollo cuando no se asumen coimplicadamente? Aunque, porotro lado no es peligroso confundirlo todo?

    Estas cuestiones apuntan implcitamente a una posible tensin entreaccin humanitaria y defensa de los derechos humanos. El sentimientode humanidad ante el dolor de los semejantes, que empuja a aliviarlo sa-tisfaciendo las necesidades corporales habr que discutir en su mo-mento esta especificacin, es de algn modo inmemorial, aunque nonecesariamente universalizado; la afirmacin de los derechos humanos,en sentido estricto, es en cambio reciente. sta ha pedido reestructuracio-nes a la accin humanitaria:

    que sea una accin entre sujetos, evitando el paternalismo al queha tendido, as como la manipulacin;

    que su oferta se site como va de realizacin de determinados de-rechos econmicos y sociales elementales.

    Con todo, puede resultarle difcil no slo asumir la primera exigen-cia sino asumir la segunda desde el marco de la indivisibilidad de losderechos. Debe, por ejemplo, sacrificar la lucha por los derechos pol-ticos y otros derechos sociales a fin de no perturbar la viabilidad de laasistencia humanitaria? Ms cuestiones, como se ve, a las que habr queenfrentarse.

    Sintetizo. Al sealar los diversos ncleos problemticos del humani-tarismo y la accin humanitaria a la que incita he pretendido, segn de-ca, destacar las cuestiones relevantes que ayudan a delimitar con cierta

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  • precisin el marco tico en el que debe ejercerse la accin humanitaria.Han surgido tantas que puede acabarse con la impresin de que nos en-contramos ante un confuso bosque abigarrado. Con todo, creo que cabehacer luz y orden entre ellas, que se las puede responder razonablemente,si se las aglutina en tres temas:

    el de las diversas justificaciones morales que se proponen para laaccin humanitaria y los principios generales que emanan de ellas;

    el de los principios especficos que deben regir la accin humani-taria, especialmente cuando es protagonizada por las ONGHs;

    el de la prudencia moral o sabidura prctica que hay que saberpracticar para gestionar adecuadamente las tensiones que surgenentre los principios y los contextos histricos y sociales en los quese tienen que realizar.

    Este es el esquema que tratar de cubrir en los puntos que siguen.

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  • 2Justificaciones ticas y principios generales de la accin humanitaria

    La tica tiene como tarea fundamental responder a dos preguntas:cmo ser bueno y por qu serlo y serlo de una determinada manera;es decir, trata de ofrecer principios y horizontes que orienten la con-ducta y justificaciones de los mismos. Veamos cmo se concreta estoen el campo de la accin humanitaria a travs de cuatro propuestas po-sibles.

    Un texto para el anlisis

    Una Europa, y en general un mundo occidental, que se preocupa cre-cientemente de la competencia comercial de los dragones asiticos, que sepropone integrar en una esfera de prosperidad y democracia a las nacionesdel Este de Europa, y que incluye entre sus intereses el desarrollo de unaAmrica Latina que concibe como futura asociada de primera magnitud, nopuede permitirse olvidar el Africa negra. Porque sera una injusticia. Perotambin una inmensa insensatez. Si vivimos en un solo mundo, integradocomo nunca anteriormente por las comunicaciones, de forma tal que todo elmundo sabe lo que hace todo el mundo en tiempo francamente real, la debi-lidad de permitir que una parte demogrficamente explosiva de la humani-dad se rezague irreparablemente, al tiempo que contempla con frustracin yclera cmo se dispara la riqueza de las privilegiados, fraguara un pozo devenganza y peligrosa miseria. No hablamos slo de inmigracin no deseadaal mundo del bienestar, sino de mercados, de intereses comunes, de fuentesalternativas de produccin que pueden jugar un papel para equilibrar las re-

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  • 2.1. El autointers inteligente y el principio de utilidad

    Hablar de egosmo como legtima justificacin y expresin de losprincipios y la conducta tica ha sido poco comn hasta la llegada delpensamiento liberal. Sigue siendo algo extrao en el mbito de las ONGsde ayuda humanitaria y desarrollo, que tienden a ser caracterizadas porlo contrario, por su voluntad altruista. De hecho, en los cdigos de con-ducta que han elaborado es muy difcil encontrar atisbos que remitan amotivaciones egostas legitimadoras. Quiere decirse con ello que stasdeben ser desterradas de la fundamentacin de la ayuda humanitaria? Oes inevitable en todos los casos la referencia al inters propio de quienesofrecen la ayuda?

    He avanzado que son los primeros liberales, que por cierto semuestran tambin sensibles al sentimiento de compasin que incita a labeneficencia, los que destacan el papel positivo de la bsqueda del pro-pio inters. He aqu un expresivo y clsico texto de Adam Smith: Noes la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la quenos procura el alimento, sino la consideracin de su propio inters. Noinvocamos sus sentimientos humanitarios sino su egosmo (...). slo elmendigo depende principalmente de la benevolencia de sus conciu-dadanos (cit. en Arteta, 1996, 283). Es decir, lo que hace que los hu-manos cubramos nuestras necesidades bsicas lo que pretende la ac-cin humanitaria no es el estar pendientes del bien de los dems sinoel estarlo de nuestro propio bien. Por eso, lo que las leyes de justiciadeben regular es slo el libre juego de esos intereses. Procurar directa-mente el bien de los dems debe ser en cambio algo marginal y supere-rogatorio: limitado, permite dar cauce a nuestros sentimientos de bene-volencia (que pueden verse como expresin afinada del egosmo) ypaliar algunos desajustes de la dinmica egosta; generalizado, resultanefasto pues, adems de ignorar la condicin humana, inhibe la crea-cin de riqueza. Debe tenerse igualmente presente que el receptor denuestra beneficencia slo puede tener una condicin tambin marginal,la de mendigo.

    laciones de Europa con las economas en desarrollo acelerado del ExtremoOriente. (Extracto de editorial de El Pas, 21-3-96) Analizar los supuestos y la argumentacin tica a los que remite. Analizar las generalizaciones que hace. Debatir sobre lo acertado o no de unos y otros.

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  • Puede concebirse la accin humanitaria desde esquemas como ste?Desde enfoques liberales estrictos se dir que no slo es el esquema quede hecho ha funcionado, sino precisamente, tambin en vistas al ma-yor bien comn el que debe funcionar. Segn l, individuos y Estadosdeben guiarse por la bsqueda de su propio inters entrando en relacio-nes de competitividad, estando abiertos a la ayuda humanitaria slo ensituaciones marginales y sin obligaciones de justicia (aunque teniendomuy presente que puede resultarles beneficioso). Esta marginalidad es,por ejemplo, la que provocan las catstrofes, que convierten a algunaspoblaciones en mendigos que esperan nuestra limosna, aunque siguesiendo bueno para ellos que traten de salir cuanto antes de esa expresindel propio inters que es la mendicidad para pasar a la expresin del pro-pio inters en la competitividad. Hoy, se dir, no nos gusta acudir a ex-presiones como limosna y mendigo, pero aunque inventemos eufe-mismos para edulcorarlas, son las que mejor significan lo que de hechosucede.

    Ante este enfoque caben tres reacciones. La primera es la de recha-zarlo, por entender que no responde ni a la realidad de la accin humani-taria ni a lo que debe ser. La segunda, opuesta, es la de aceptarlo comoexpresin de la realidad y de lo que debe ser, dada la condicin humana.La tercera es la de rechazarlo como propuesta moral, pero aceptarlocomo descripcin de una realidad de ayuda que debe ser criticada. Mipostura personal se ir clarificando al hilo de la exposicin, pero de mo-mento hay algo que me interesa resaltar. En esta propuesta hay una mez-cla de cuestiones que, aunque puedan vivirse juntas, deben ser separadaspara el anlisis. La beneficencia, en efecto, parece asignarse tanto al sen-timiento humanitario de benevolencia, que expresa una natural solidari-dad con el necesitado (es lo que sugiere directamente el texto citado deA. Smith), como a una forma afinada, inteligente, de bsqueda delpropio inters. Aqu voy a analizar este segundo aspecto, dejando el pri-mero como expresin de la compasin para el siguiente apartado.

    Los humanos, se afirma desde esta concepcin, somos naturalmenteegostas pero tambin racionales. Lo que debemos pretender no es negarnuestro egosmo tarea imposible sino dotarlo de racionalidad, hacer-lo egosmo inteligente, ilustrado, buscando nuestro propio inters node modo ciego y confiando en los efectos reguladores de una mano in-visible de la que tambin hablaba A. Smith, sino a travs de un clculoadecuado que acaba incluyendo el inters de los otros. Efectivamente, sino atendemos las necesidades bsicas de las poblaciones afectadas porlas catstrofes blicas o naturales pueden generarse dinmicas que aca-ben perjudicndonos, fundamentalmente de dos modos: con la extensinde los conflictos a zonas que nos afectan directamente o con la genera-

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  • cin de excesivos, descontrolados y desestabilizadores movimientos in-migratorios hacia nuestros pases. Es decir, aunque la ayuda humanitaria(y la cooperacin al desarrollo) nos suponga un coste, es un coste renta-ble, porque nos permite frenar dinmicas como esas. Este principioorientador de la conducta podra formularse del siguiente modo: pro-mueve todas aquellas acciones humanitarias que redundando en el bie-nestar de los afectados redundan tambin en tu propio bienestar.

    Esta propuesta se mueve en las aguas del utilitarismo, aunque concierta flexibilidad, sin asumir algunos de sus supuestos, o, si se quiere,remitindose a sus versiones ms egostas. El utilitarismo propone,efectivamente, que el fin tico que debemos perseguir es lograr el ma-yor bienestar para el mayor nmero, calificando como correctas las ac-ciones no por lo que son en s sino por las consecuencias de bienestarque traen. Ahora bien, dentro de esta propuesta hay una tensin, unaambigedad: debemos buscar el bienestar de la mayora, se dice, porquecada uno de nosotros, por naturaleza, busca inevitablemente su bienes-tar. Pero, dejando aqu de lado problemas de justificacin, cmo armo-nizar intereses individuales y colectivos? A travs, se indica, de dos di-nmicas, la del sentimiento de simpata y benevolencia, que retomar enel punto siguiente y la que aqu se est mencionando, la del autointersinteligente, que cabe formular de dos modos. Uno, ticamente menosafinado: dadas las interdependencias existentes, interesa a mi bienestarel bienestar de los dems, pues su infortunio se expresar en presiones yviolencias contra m, y su bienestar, en cambio, en posibilidad de expan-dir el mo. Otro, ticamente ms afinado: el bienestar que me autorreali-za ms plenamente es el del gozo que experimento en la solidaridad, enla bsqueda de la felicidad ajena, por ejemplo, a travs de mi accin hu-manitaria.

    Las llamadas al autointers inteligente son frecuentes en la vida pol-tica y el debate social1. Deben condenarse como inadecuadas desde elenfoque tico? Creo que tienen serias limitaciones e importantes riesgoscuando se exclusivizan como motivacin y orientacin de la accin hu-manitaria (y la cooperacin al desarrollo), pero ofrecen aspectos que, sibien matizadamente, conviene retener. Destaco estos dos:

    no hay por qu contraponer bsqueda de autorrealizacin personaly colectiva y solidaridad, aunque habr que encontrar expresionesno estrictamente egostas de autorrealizacin y apertura al otro,desde la conviccin de que la condicin humana no se reduce a suegosmo;

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    1 El extracto de editorial de El Pas, puesto antes en recuadro, es un ejemplo de ello.

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  • utilizar polticamente la comunidad de intereses entre donantes yreceptores de la ayuda es un factor de realismo poltico y asumidopor ambas partes puede aunque no es fcil empujar a ciertaigualacin de las relaciones.

    De todos modos, deca, en este planteamiento hay serias limitacionesque empujan a abrirnos a otras propuestas ticas:

    Al proponer calcular el bienestar del mayor nmero, reconocemosimplcita o explcitamente la necesidad de sacrificio de una mino-ra, que es as instrumentalizada y que ejerce la funcin de chivoexpiatorio para el bienestar de la mayora.

    Al abrirnos al inters general desde el inters particular para po-tenciar a ste, no tenemos garantizado que se llegue efectivamentea ese inters general. Pide realmente mi inters personal o el demi pas una justicia general o determinados apaos que contenganlos efectos negativos en m o mi pas del malestar de los otros?Por un lado, es cierto que la interdependencia actual es fuerte,pero por otro la globalizacin es glocalizada, uniformiza en laproduccin, el consumo y la informacin pero generando a su vezzonas de exclusin en las que la accin humanitaria no parecenada atractiva para la bsqueda del propio inters.

    Dado que, por eso, no tenemos garantizado alcanzar el inters ge-neral a partir del inters particular, qu razones cabra aducir des-de esta opcin tica no para recomendar sino para exigir que eseinters general se persiga, aunque no se vea su conexin con el in-ters particular? Parece no haber ninguna.

    Reducir el bienestar a lo que puede calcularse y medirse emprica-mente es sugerente para la evaluacin de la eficacia de las iniciati-vas sociopolticas como la accin humanitaria, pero empobre-ce el sentido de la autorrealizacin y lleva a desentenderse deotros factores esenciales. Se ignora adems que el proyecto de bie-nestar e incluso el sentido de los bienes bsicos est mediado cul-turalmente, algo que ni la accin humanitaria puede ignorar, sopretexto de centrarse en las necesidades bsicas.

    Hay otra cuestin en la que el utilitarismo nada tambin en la ambi-gedad: la de su relacin con los colectivos nacionales-estatales. Enprincipio defiende la imparcialidad estricta entre todos los individuos enel clculo de bienestar: que todos, incluido yo, cuenten como uno y na-die como ms de uno. Literalmente tomado, este principio supone quehay que buscar el bienestar general de la humanidad en un clculo en el

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  • que todos contamos por igual, desde una concepcin de individuos sinraces e intercambiables, factores causales del bienestar colectivo. Esteigualitarismo puede resultar atractivo, pero ignora las desigualdades departida que piden en justicia que los desfavorecidos cuenten como msde uno. E ignora, adems, que los individuos somos miembros de comu-nidades especficas (familiares, culturales, polticas...), que nos conexio-nan internamente con lazos especiales de solidaridad. En realidad, estoltimo lo ignora a medias, porque los clculos que de hecho ha fomenta-do han sido clculos de bienestar de la mayora de los miembros de unanacin, dejando en sordina los clculos internacionales. En cualquiercaso, este dato de las solidaridades grupales puede resultar un problemapara iniciativas como la accin humanitaria que aspira a reflejar la so-lidaridad universal, pero no se puede ignorar porque forma parte de lacondicin humana y, con sus riesgos, canaliza algunas de sus riquezas.Pero esto es algo que se retomar ms adelante.

    El principio de utilidad

    El credo que acepta como fundamento de la moral la utilidad, o el Prin-cipio de la mayor Felicidad, mantiene que las acciones son correctas en lamedida en que tienden a promover la felicidad, incorrectas en cuanto tien-den a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se entiende el placery la ausencia de dolor; por infelicidad el dolor y la falta de placer. [...] Elplacer y la exencin de sufrimiento son las nicas cosas deseables como fi-nes, y todas las cosas deseables (que son numerosas en el proyecto utilitaris-ta como en cualquier otro) son deseables ya bien por el placer inherente aellas mismas, o como medios para la promocin del placer y la evitacin deldolor. [...] El criterio utilitarista no lo constituye la mayor felicidad del pro-pio agente sino la mayor cantidad total de felicidad. [...] Entre la felicidadpersonal del agente y la de los dems, el utilitarista obliga a aqul a ser tanestrictamente imparcial como un espectador desinteresado y benevolente.[...] La multiplicacin de la felicidad es, conforme a la tica utilitarista, elobjeto de la virtud: las ocasiones en las que persona alguna (excepto una en-tre mil) tiene en sus manos el hacer esto a gran escala en otras palabras,ser un benefactor pblico no son sino excepcionales; y slo en tales oca-siones se le pide que tome en consideracin la utilidad pblica. En todos losdems casos, todo lo que tiene que tener en cuenta es la utilidad privada, elinters o felicidad de unas cuantas personas. Slo aquellos cuyas accionesinfluyen hasta abarcar la sociedad en general tienen necesidad habitual deocuparse de un objeto tan amplio. (J.S. Mill, El utilitarismo, Madrid, Alian-za, 1984, p. 45-46, 53, 62, 64-65).

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  • 2.2. La compasin y el principio de humanidad

    El sentimiento de humanidad, incluso visto como deber, se ha remiti-do tradicionalmente a la compasin, hasta identificarse a ambos en laprctica. Hoy, sin embargo, esta identificacin, y con ella la fundamenta-cin en la compasin del humanitarismo, est bajo sospecha2. No es deextraar, por eso, que no resulte fcil encontrar referencias a ella en do-cumentos programticos que pretenden motivar y orientar la accin hu-manitaria. A pesar de lo cual, creo que, introduciendo en su definicincorrecciones y desarrollos especficos, la compasin debe seguir siendoconsiderada como un pilar fundamental de la motivacin y justificacintica de la accin humanitaria.

    Las crticas ms habituales a la compasin son tres. Por un lado, sedice, remite a una emocin, con todo el relativismo e incluso heterono-ma implicados en ella, lo que no la hace recomendable como referenciapara una moralidad que necesita asiento firme en la racionalidad y la au-tonoma. Por otro lado, se ataca desde otra perspectiva, incita a actitudesy comportamientos paternalistas, pues es la fragilidad del otro la queconmueve, generando as relaciones de latente o explcita superioridadque se avienen mal con la exigencia moral de relaciones de igualdad en-tre sujetos. Por ltimo, se concluye, hace percibir la accin humanitariaque emana de ella como un don que surge de la bondad del donante,cuando de lo que se trata es de descubrir que esa accin es una accindebida desde las exigencias de la justicia. Es cierto que la compasin seha vivido y se vive con frecuencia de modo tal que hace vlidas todasesas crticas. Es cierto que a veces, aunque las ONGs humanitarias y dedesarrollo no se remiten a ella en sus cdigos, luego la tienen muy pre-sente en su publicidad, para remover una emocin compasiva en los po-tenciales donantes de fondos, no discernida crticamente (habr que vol-ver sobre ello ms adelante). A pesar de lo cual, no conviene desecharlacomo inservible y perjudicial, pues se perdera algo decisivo, sino, comoavanc, desarrollarla en una determinada direccin que la haga plena-mente virtud moral reasumiendo toda la fuerza que anida en ella.

    En el estudio que acabo de citar en nota, Arteta indica muy acertada-mente que la compasin precisa de la desgracia y fragilidad humanas es el resorte inmediato que la desencadena, pero tambin de sugrandeza, desde la que esa desgracia es vista como compadecible. Lapiedad se revela en la tensin entre la desdicha del hombre y su voca-

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    2 A. Arteta titula un libro muy sugerente que voy a tener especialmente presente al redac-tar este apartado (aunque no participe de todos sus enfoques), del siguiente modo: La compa-sin. Apologa de una virtud bajo sospecha (Barcelona, Paids, 1996).

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  • cin de excelencia (o.c., 145). Ahora bien, a qu debe remitir esta vo-cacin de excelencia? No a caractersticas particularizantes al menosde modo moralmente prioritario sino a la dignidad. Es aqu donde sur-ge la primera especificacin de la compasin en su camino hacia la vir-tud: el polo de excelencia que incluye debe ser el de una dignidad huma-na concebida en lnea kantiana. Es decir, una dignidad:

    que es atribuida a todo ser humano, desde su condicin de ser ra-cional y libre, que implica una autonoma consistente en no obe-decer a ninguna otra ley que aqulla que se da a l mismo;

    que hace de cada ser humano algo nico en el mundo, una perso-na-fin en s y no una cosa-medio, que tiene valor intrnseco y noprecio y que por tanto no puede instrumentalizarse ni intercam-biarse sino que es merecedora de respeto.

    Una compasin que se apoya en este modo de excelencia humana: no es una compasin parcial sino universal, se dirige a todo ser

    humano sufriente, pues no precisa de ms motivacin que el quese sea humano perteneciente a la comunidad de los sujetos dedignidad y sufriente sujeto de una desgracia; ni siquiera elvictimario en el que debo distinguir su humanidad de su mal-dad debe ser excluido de esta potencialidad de generar compa-sin;

    la compasin reclama antes que nada el reconocimiento efectivode la dignidad del sufriente que, a causa de los ultrajes o desgra-cias sufridos, no puede ser vivida plenamente.

    El que la compasin se remita al polo de la dignidad del compadeci-do desde la dignidad del que compadece priva a sa, si se es consecuen-te, de toda superioridad y todo paternalismo indebido, pues surge de lapercepcin de lo igual en lo humano, capacitndonos precisamente paraponernos en lugar del otro y evitar todo latente menosprecio. Es ciertoque trata de pasar pudorosamente inadvertida cuando provoca vergenzaen el receptor, pero ella misma no se vive como algo que humilla sinocomo respuesta a la humillacin sufrida. Con plena conciencia, adems,de que todos somos sujetos potenciales de recibir compasin y abrindo-nos a esa posibilidad.

    La com-pasin es as experiencia de radical solidaridad en la igual-dad desvelada por el sufrimiento. Por qu entonces nuestra resistencia arecibirla, nuestra vivencia de orgullo herido cuando eso sucede? Porsupuesto, cuando la compasin es efectivamente humillante, es una leg-tima reaccin de la dignidad doblemente mancillada. Pero cuando no seacepta por principio ningn modo de compasin, se da una manera de

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  • afirmacin de la propia dignidad como autosuficiencia que debe ser revi-sada. Arteta atribuye esta tendencia a la influencia de la mentalidad mer-cantil-democrtica, que tiende a reducir las relaciones humanas al esque-ma contractual, haciendo que lo no contractual, lo gratuito, aparezcacomo extrao, peligroso, indebido.

    Cuando la compasin se vive con una dinmica abierta a la dignidaden todos los sujetos que intervienen en ella, desaparecen los peligros delrelativismo emotivista en los que cae si se experimenta como pura emo-cin. La compasin es ahora autoconsciente y elegida. Si fuera slo unaemocin, a la que su sujeto se ve empujado contra su voluntad y discer-nimiento, pura espontaneidad fuera del control de la razn, sera msbien seal de la potencia del objeto capaz de desatarla y de la impotenciadel sujeto sensible para contenerla o enderezarla (Arteta, 1996, 227). Locual no significa que se renuncie al sentimiento o que se la reprima, yaque es expresin de nuestra predisposicin natural a establecer lazossimpticos con nuestros semejantes que sufren y da una gran fuerza anuestro compromiso por evitar ese sufrimiento en el que estn sumergi-dos. Lo que hace la mediacin de la reflexin es purificar y orientar esaemocin primordial. Aristteles deca que el hombre es deseo delibera-do o deliberacin deseante. Aqu podramos decir que el hombre escompasin racional o razn compasiva. De este modo pueden evi-tarse los tres riesgos que amenazan a la emocin compasiva:

    que seamos dominados por el sentimiento en la bsqueda de res-puesta al sujeto doliente que ha motivado la emocin, con lo quese puede caer en comportamientos irracionales que acaban perju-dicando a los propios sufrientes;

    que nos compadezcamos slo de aqullos que espontneamenteprovocan nuestra emocin compasiva, no desde la excelencia desu dignidad humana sino desde la excelencia de caractersticasparticulares que les hacen prximos a nosotros: en ese caso lacompasin se convierte en factor de discriminacin;

    que vivamos la emocin con tal exceso que acaba por expresarsecomo clera destructora frente a los que provocan el sufrimientohumano, de modo tal que la emocin que impulsa a paliar unos su-frimientos crea otros.

    Las consideraciones precedentes pueden enriquecerse decididamentesi se confrontan con el pensamiento de Levinas. Es un pensamiento com-plejo, expresado adems de un modo metafrico sugerente pero a vecesno fcil de interpretar, que se resiste a ser presentado en unas breves l-neas. Pero aun a riesgo de incorrecciones, creo importante hacer algunosapuntes parciales sobre l. La compasin ante el sufrimiento, el sufrir

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  • porque el otro sufre, es para Levinas un momento de la responsabilidadcompleja que tenemos para con el otro. Esta responsabilidad se nosmuestra inicialmente como pasividad previa a cualquier decisin,como pura exposicin al otro, al modo como la piel se expone a aquelloque la hiere. No se trata de recibir una orden del otro para sujetarse a ellaa continuacin en una decisin tomada tras haber deliberado. La sujecinprecede a la escucha de la orden, es la actitud primordial. El sujeto es re-hn, es sujeto en cuanto est sujeto al otro, es ser-para-el-otro. El yoabordado a partir de la responsabilidad para-con-el-otro es desnudamien-to, exposicin a la afeccin, pura suscepcin. No se pone poseyndose yreconocindose, sino que se consume y se vaca (...) como puro desenrai-zamiento de s. El trmino Yo significa heme aqu respondiendo detodo y de todos (Levinas, 1987, 213 y 183).

    El otro al que respondo y del que respondo, el primer venido sinanunciarse (en nuestro caso, de todos modos, las vctimas a las que acce-de la accin humanitaria) es visto como rostro que me mira sin poderserme indiferente, que me impacta como un traumatismo, a la vez desdesu altura y su fragilidad, a modo de una extraa autoridad desarmada.Hay en la aparicin del rostro un mandamiento, como si un amo me ha-blase. Sin embargo, al mismo tiempo, el rostro del otro est desprotegi-do; es el pobre por el que yo puedo todo y a quien todo debo. Y yo,quien quiera que sea, pero en tanto que `primera persona, soy aqul quese las apaa para hallar los recursos que respondan a la llamada (Levi-nas, 1991, 83). Esta dinmica, comenta Levinas, prohibe e impide ejercerla responsabilidad como compasin (desde la superioridad), porque soyresponsable de aqul mismo que, sin necesidad de abrir la boca, me orde-na, no para dominarme sino para despertarme.

    Ahora bien, la voz que me ordena, me constituye en sujeto nico, nodefinido por mis propiedades, sino por mi identidad de asignado a unaresponsabilidad intransferible. La responsabilidad es lo que, de maneraexclusiva, me incumbe y que, humanamente, no puedo rechazar. Esa car-ga es una suprema dignidad del nico. Yo no soy intercambiable, soy yoen la medida en que soy responsable (Levinas, 1991, 96). Mi libertades, en este sentido, la posibilidad de hacer lo que nadie puede hacer enmi lugar.

    El pensamiento de Levinas es objeto de diversas crticas. Se le acusade que empuja a una responsabilidad desmesurada, pero confundiendo aveces en la crtica la responsabilidad antecedente de la que habla con laresponsabilidad que remite a la imputabilidad de los actos. Se le acusatambin (as Ricoeur) de que hace una afirmacin tan fuerte del otro, dequien procede toda iniciativa, que convierte en impensable un conceptode s mismo definido por su anhelo de realizacin, su apertura y su capa-

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  • cidad de descubrimiento y discernimiento, su capacidad tambin de en-trar en el intercambio del dar y recibir. Es cierto que diversos textos ymetforas de Levinas defienden una heteronoma como exposicin alotro con tal firmeza que la libertad queda desdibujada. Aunque tieneotros textos que matizan su pensamiento e impiden tomar en el significa-do corriente del trmino metforas como la de rehn o expresiones comola de que nunca est uno libre con respecto al otro, no se puede negarque esta hiperbolizacin que hace del otro, debe ser matizada. Pero he-chas estas salvedades, y volviendo explcitamente al tema de la compa-sin, puede encontrarse en Levinas una firme orientacin, a la vez, parala radicalidad y la universalidad de la compasin, para desterrar de ellatoda dinmica inferiorizadora y para desvelar la fecundidad recprocaque anida en su seno. La compasin se enmarca en una inicial responsa-bilidad que es receptividad-disponibilidad al impacto del otro sufriente,al que no doy algo graciosamente desde mi iniciativa cuando, ya en unsegundo momento de la responsabilidad, respondo, sino al que obedezco,pero asumiendo una orden de tal naturaleza que no supone dominio sobrem sino que me despierta a una responsabilidad que respondiendo recibe,porque me constituye en autntico sujeto humano.

    Creo que tras todas estas consideraciones queda definida con sufi-ciente precisin una compasin que puede desarrollarse como principiohumanitario llamado a regir la accin humanitaria. Nos queda, con todo,una cuestin que ha sido avanzada en las objeciones iniciales contra lacompasin: su polmica relacin con la justicia. A veces se las ve opues-tas, como cuando se dice que no se quiere compasin (don gratuito) sinojusticia (lo que se me debe). Pero no tiene por qu ser as, pues, por unlado, la compasin puede preceder a la justicia, ponindonos en caminohacia ella y, por otro, la trasciende, al desbordar sus exigencias del ordendel equilibrio. La compasin que se expresa adecuadamente ante todo serhumano y por toda su vulnerabilidad ser siempre una justicia insatisfe-cha, y toda justicia real, a su vez, una compasin imperfecta (Arteta,1996, 288).

    El rostro del otro

    Hay, en la aparicin del rostro, un mandamiento, como si un amo me ha-blase. Sin embargo, al mismo tiempo, el rostro del otro est desprotegido; esel pobre por el que yo puedo todo y a quien todo debo. Y yo, quien quieraque sea, pero en tanto que primera persona, soy aqul que se las apaapara hallar los recursos que respondan a la llamada. [...] El otro no es prji-

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  • 2.3. La justicia. Principio de justicia o de asistencia?La justicia, de todos modos, debe ser abordada ms ampliamente,

    pues es, junto con la solidaridad, el referente tico ms socorrido parajustificar y orientar la accin humanitaria. A l se refieren las organiza-ciones que la protagonizan cuando hablan, como en el cdigo de conduc-ta de las ONGHs, de derecho a recibir asistencia humanitaria. Es remi-tindonos a la justicia, adems, como podremos plantearnos, por un lado,superar las limitaciones existentes en el enfoque del autointers inteli-gente y, por otro, llenar de contenidos ms explcitos aquello a lo que,como se acaba de indicar, conduce la compasin.

    La justicia se plantea fundamentalmente como una cuestin de distri-bucin correcta dar a cada uno lo suyo en la que deben decidirsetres cuestiones bsicas: qu bienes deben ser repartidos, segn qu crite-rio o criterios y en qu marco o mbito poblacional. Es desde este esque-ma desde donde habr de responderse si dar a cada uno lo suyo inclu-ye la obligacin de dar asistencia humanitaria a todos los humanos y endeterminadas condiciones. Ahora bien, la respuesta a estas cuestiones noes unvoca y por eso aparecen diversas teoras de la justicia. Aunque su-jeta a crticas, la ms relevante de ellas hoy en da sigue siendo la deRawls, y por eso es la que aqu tomar como referencia3.

    mo a m simplemente en el espacio, o allegado como un pariente, sino quese aproxima esencialmente a m en tanto que yo me siento en tanto que yosoy responsable de l. [...] El Yo delante del Otro es infinitamente respon-sable. El Otro es el pobre y el desnudo y nada de lo que concierne a este Ex-tranjero puede dejarle indiferente [...] Aquello de lo que tengo que respon-der es tambin aqul a quien tengo que responder. El de qu y el aquin coinciden. Es este doble movimiento de la responsabilidad el que de-signa la dimensin de la altura. Me prohibe ejercer esta responsabilidadcomo piedad, porque yo debo cuentas a aqul mismo del que soy contable; ocomo incondicional obediencia en un orden jerrquico, pues soy responsa-ble de aqul mismo que me ordena. (Lvinas, Etica e infinito, Madrid, Vi-sor, 1991, 83 y en otros textos).

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    3 Sera interesante tener tambin en cuenta la teora de la justicia de Walzer, polmica conla de Rawls desde una visin ms comunitarizante que la acomoda con ms facilidad, con susventajas y sus riesgos, a las diversas cosmovisiones culturales existentes, pero alargara enexceso este trabajo.

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  • Rawls comienza proponiendo una teora de la justicia en la que, atravs de unos supuestos y un complejo proceso argumentativo en el queno entro, responde del siguiente modo a las tres cuestiones. En primer lu-gar, los bienes que deben repartirse son los bienes primarios, esto es,aqullos que necesitamos para realizarnos como personas morales, que,poseyndolos, nos permiten que formulemos y realicemos cada uno losproyectos de felicidad y autorrealizacin que consideremos oportunos.Son: las libertades, la igualdad de oportunidades, el respeto mutuo y unnivel adecuado de bienes materiales.

    En cuanto a los criterios de distribucin, o principios de justicia, quecomo tales deben regir las instituciones, se proponen los principios queelegiran en la posicin original con el velo de ignorancia (hiptesis con-tractual) los representantes de los ciudadanos. Son los siguientes:

    el de igualdad de libertades: toda persona tiene derecho igual aun esquema plenamente adecuado de libertades bsicas iguales,que sea compatible con un esquema similar de libertades para to-dos;

    el de justa igualdad de oportunidades: las desigualdades econ-micas y sociales son legtimas primera condicin con tal deque estn abiertas a todos en condiciones de una equitativa igual-dad de oportunidades;

    el de la diferencia: las desigualdades econmicas y sociales sonlegtimas segunda condicin si procuran el mximo beneficiopara los miembros menos aventajados de la sociedad.

    Queda, por ltimo, la tercera cuestin, la que ha acabado resultandola ms polmica, el mbito de aplicacin. Los principios se aplican a to-dos los Estados o slo a los Estados de tradicin liberal ilustrada?, seaplican intraestatalmente o tambin interestatalmente? Clarificando cier-tas ambigedades iniciales, Rawls ha acabado afirmando que su teora delos tres principios de justicia alcanza a la estructura social bsica en elmbito intraestatal no regula las relaciones entre los Estados y notiene directamente proyeccin universal para todos los Estados, sinoparcial para los Estados liberales democrticos. Su conclusin, quesupone que son significativos ticamente los marcos nacionales y quepretende expresar el respeto hacia otras concepciones de la justicia ela-boradas en otros marcos culturales, es lgica dada la metodologa cons-tructiva que utiliza (la teora fundamenta las convicciones firmementecompartidas de una sociedad), pero pone en crisis algo que parece con-sustancial a la justicia, la universalidad.

    Antes de avanzar por otros derroteros de la teora de Rawls, aplique-mos estos planteamientos a la cuestin de la ayuda humanitaria. Dado

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  • que, como consecuencia de una catstrofe, un determinado sector de lapoblacin no disfruta de los bienes bsicos, teniendo una absoluta penu-ria en concreto de los bienes materiales y de salud, deben funcionar decara a ella los principios de justicia, en especial el principio de la dife-rencia, es decir, deben tenerse previstos para tales emergencias unos me-canismos institucionales de distribucin de bienes y de compensacin detal naturaleza que las diferencias existentes, gracias a esa gestin, redun-den en beneficio de los menos aventajados, aqu las vctimas de la cats-trofe. Segn esto, la accin humanitaria debe ser vista como realizacinde los principios de justicia, de algo que es debido. Expresa slo un casolmite de una poltica de redistribucin de los bienes que debe funcionarsiempre, aunque no existan situaciones de emergencia. Ahora bien, porlas precisiones antes hechas respecto al marco de aplicacin, el principioslo funciona como tal al interior de cada Estado que asume la tradicinliberal democrtica de justicia, no entre los Estados ni necesariamente entodos los Estados (puede haber concepciones culturales de justicia queno los incluyan, aunque desde otras concepciones podran formularseprincipios que tambin incluyeran la accin humanitaria). Como puedeobservarse, un campo muy pobre de aplicacin de la ayuda humanitaria,que tiene una firme vocacin de interestatalidad y universalidad.

    Hay, de todos modos, otras derivaciones de la teora de Rawls quepermiten avanzar en esa direccin, aunque con cierta debilidad. Rawls seplantea la concepcin de la justicia relativa a la prctica internacional, deaplicacin por tanto universal, en El derecho de gentes. Aqu, en la posi-cin original imaginada para elegir los principios de justicia no hay re-presentantes de los ciudadanos del mundo sino de los pueblos, entre losque se distingue las sociedades democrticas liberales y las sociedadesjerrquicas bien ordenadas. El razonamiento avanza en dos etapas. Laprimera es la de la teora ideal y concluye con la propuesta de siete prin-cipios del derecho de gentes, que regulan el respeto a la independenciade los pueblos que cumplen los derechos humanos, de los que se da unadefinicin bastante ms restringida que la de las Declaraciones y Pactosinternacionales, para que se acepten como legtimas tambin las socieda-des jerrquicas4.

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    4 Para Rawls los derechos humanos fundamentales (universales), que no hay que identifi-car con los derechos de las sociedades liberales, son los siguientes: libertad de conciencia ylibertad religiosa, derecho a emigrar, derecho a los medios de subsistencia y seguridad (dere-cho a la vida); a la libertad frente a la esclavitud, la servidumbre y la ocupacin armada; a lapropiedad personal; a la igualdad formal expresada en las reglas de justicia; a la libertad deasociacin; a que la jerarqua sea al menos consultiva y permita a todos los miembros de lasociedad ser responsables desde su propio papel. Adems, estos derechos se afirman no en

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  • La segunda etapa del razonamiento es la de la teora no ideal, la quese enfrenta, por un lado, al incumplimiento del derecho de gentes porparte de los Estados y, por otro, a las condiciones adversas para ese cum-plimiento. De modo ms directo, es aqu donde podemos situar la cues-tin de la accin humanitaria, como accin dirigida a las vctimas de lascatstrofes blicas (en las que al menos uno de los bandos implicados in-cumple el derecho de gentes) y las catstrofes naturales, una de las ex-presiones ms dramticas de las condiciones adversas (sobre todo si ad-vienen all donde habitualmente hay condiciones adversas). Pues bien,Rawls concluye lo siguiente: En el caso de los regmenes que incumplenel derecho de gentes con una inobservancia institucionalizada grave regmenes proscritos, por su tirana interna o por su expansionis-mo, debe defenderse un derecho/deber matizado de intervencin, paradefender la sociedad de los pueblos bien ordenados y a las personas ino-centes, combinado con la presin de instituciones internacionales ade-cuadas. En el caso de las sociedades con condiciones desfavorables (gra-ves problemas econmicos en especial), Rawls desecha explcitamenteque deba aplicarse, ahora a escala mundial, el principio de la diferencia,puesto que segn l pertenece slo a la teora ideal de las sociedades li-berales democrticas; habra con todo un deber de asistencia, apoyadoen la concepcin ideal de la sociedad de los pueblos.

    De estas conclusiones se desprende que la accin humanitaria a nivelinternacional est justificada, es un deber, pero que no se remite al prin-cipio de la diferencia, el que obliga a las instituciones a que regulen lasdesigualdades econmicas y sociales de modo tal que procuren el mxi-mo beneficio para los desaventajados. Lo cual debilita decididamente laaccin humanitaria (y an ms la cooperacin al desarrollo). stas nopueden plantearse desde esquemas de redistribucin de riqueza, fondosde cohesin, etc., exigibles en justicia (como es el caso de la sociedad in-traestatal democrtica), sino como deber asistencial, con todo lo que tie-ne de circunstancial y dirigido a mnimos de subsistencia5. Esto es, pro-puestas como la de crear algo as como una Institucin Mundial deRedistribucin, que hiciera a nivel mundial con las acomodaciones

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    perspectiva iusnaturalista (como inherentes a la naturaleza humana) sino como patrn mni-mo de las relaciones internacionales. He presentado y discutido esta propuesta con amplituden X. Etxeberria, El debate sobre la universalidad de los derechos humanos, en VV.AA. LaDeclaracin Universal de Derechos Humanos en su cincuenta aniversario. Un estudio inter-disciplinar, Bilbao, Universidad de Deusto, 1999.

    5 Esta interpretacin se afianza desde el hecho de la no atribucin por parte de Rawls delas condiciones adversas a problemas estructurales y de dominio en la relacin entre losEstados sino fundamentalmente a cuestiones internas o naturales.

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  • que se precisaran lo que las Haciendas pblicas de los Estados socialesde derecho hacen a nivel estatal, no tendra sentido.

    En la propuesta de Rawls hay una intencin encomiable: la de evitarel etnocentrismo, la imposicin de un modelo occidental de justicia y de-rechos humanos. Pero su solucin es problemtica. Centrndonos aqunicamente en la cuestin que nos afecta, puede decirse que el coste deeste respeto es excesivo y que adems se queda ms corto de lo que hoyes ya una conviccin compartida a nivel internacional en lo que se refie-re a nuestros deberes de cooperacin. Por eso, se le ha querido corregir aRawls de dos modos. Discpulos crticos suyos proponen una posicinoriginal de representantes de ciudadanos del mundo y no de los pueblos,en la que se asumira un principio de la diferencia universal; con todo, seaviene mal esta solucin con el mtido constructivista rawlsiano. RubioCarracedo (1997) da otra pista que considero especialmente pertinentepara sacar todas las potencialidades de la teora de Rawls. Segn este au-tor, Rawls, por un lado, no tiene en cuenta el hecho de la fuerte interde-pendencia, corresponsabilidad y debilitamiento de los actuales Estados, ypor otro, no asume que las convicciones compartidas de los ciudadanosde las democracias liberales (en las que se apoya el esquema constructi-vista), desde la aceptacin de esa interdependencia, implican la proyec-cin respetuosa de los principios de justicia (entre ellos, el principio dela diferencia), ms all de sus fronteras, a nivel internacional, por lo queles obligan a ellos a ese nivel, incluso en el caso en que no encontraranreciprocidad en los Estados no liberales. Es decir, de los propios supues-tos de Rawls debe concluirse que, al menos para los ciudadanos de lasdemocracias liberales, existe obligatoriedad de justicia distributiva inter-nacional, no mero deber de asistencia en casos lmite.

    Avanzando an ms. Que esta obligatoriedad nos incumbe a todos loshumanos podra asumirse a partir de dos vas. Una mostrando que desde lasconvicciones compartidas de otras culturas no liberales tambin se llega aalgo con las mismas consecuencias prcticas que el principio de la diferen-cia, entrando as en una dinmica intercultural compleja pero sugerente(que puede recordar el consenso solapado del que habla Rawls en otrasocasiones y que aqu expresara la comn concepcin de la justicia desdecosmovisiones diferentes). Otra (que implica en parte la anterior), remitin-donos a los consensos que al respecto se estn obteniendo en los organis-mos internacionales, y que se ven no como meros acuerdos fcticos, sinocomo expresin de los deberes y derechos que tenemos todos los humanos6.

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    6 Esto no excluye que haya un debate en torno a la fundamentacin de la universalidad delas declaraciones de derechos, que pretende ser ms que la aceptacin generalizada. De l mehe ocupado ampliamente en el estudio citado en nota 4.

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  • Pues bien, desde esta va puede afirmarse que el consenso existente ex-presado en las Declaraciones y Pactos de derechos humanos, que comotales remiten a la justicia, en la cuestin que aqu nos ocupa (la accinhumanitaria e indirectamente la cooperacin al desarrollo) van claramen-te ms all de la propuesta de Rawls. Sin entrar en cuestiones que deri-van hacia el mbito jurdico, cabe remitirse a la propia Declaracin Uni-versal, que ya avanza, aunque algo tmidamente, en esta direccin(especialmente en los artculos 22 a 29)7, a los Pactos del 66 que la de-sarrollan y la afianzan en su valor jurdico y a documentos como la De-claracin del derecho al desarrollo de 1986, en la que se proclama lo si-guiente:8

    El desarrollo es un derecho humano inalienable (art. 1.1), esto es,algo que puede ser reclamado con toda legitimidad por todos losseres humanos por el hecho de serlo.

    Hay que entender ese desarrollo en sentido integral, como sntesisde todos los derechos, como desarrollo econmico, social, cultu-ral y poltico en el que pueden realizarse plenamente todos los de-rechos humanos y libertades fundamentales (art. 1.1).

    El sujeto central del desarrollo es la persona humana, que debetener una participacin activa, libre y significativa (art. 2.1), y noser algo a lo que se margina, pero tampoco mero objeto al que seayuda.

    Siendo la comunidad el nico mbito en que se puede asegurar laplena y libre realizacin del ser humano (art. 2.2), tambin lospueblos como tales son sujetos de desarrollo (art. 1.1 y 2.2), de-biendo reconocrseles el derecho de autodeterminacin (art. 1.2)como condicin de autonoma para la realizacin del desarrollo.

    El reverso de este derecho es el deber que todos tenemos de pro-mover el desarrollo: todos los seres humanos tienen, individual ycolectivamente, la responsabilidad del desarrollo (art. 2.2).

    Este deber concierne de modo especial a los Estados, no slo a ni-vel interno, para el que tienen el deber de formular polticas de

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    7 Cito dos de ellos: Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la se-guridad social, a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperacin internacional, habi-da cuenta de la organizacin y los recursos de cada Estado, la satisfaccin de los derechoseconmicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su per-sonalidad (art. 22). Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e inter-nacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaracin se hagan plena-mente efectivos (art. 28).

    8 Puede encontrarse un buen estudio de este derecho en F. Gmez, El derecho al desarro-llo: entre la justicia y la solidaridad, Bilbao, Universidad de Deusto, 1998.

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  • desarrollo nacional adecuadas (art. 2.3 y 8.1) alentando la partici-pacin popular (8.2), sino tambin a nivel internacional, teniendola obligacin de crear condiciones internacionales favorables... yde cooperar mutuamente... para la realizacin del derecho al de-sarrollo (art. 3.1.1 y 4), y adquiriendo as responsabilidades quedesbordan sus fronteras, que se concretan de modo diferente segnla situacin de partida de cada uno (art. 4.2) y que deben estar es-pecialmente atentas a las situaciones particularmente dramticasde violaciones de derechos humanos (art.5).

    Pues bien, la accin humanitaria debe ser vista como una de las exi-gencias ms bsicas que, en situaciones de emergencia ante las catstro-fes, hay que cumplir respondiendo al derecho al desarrollo que tienen laspersonas afectadas y vindola como paso elemental pero bien orientadohacia la realizacin efectiva del mismo. Esto plantea el tema de la co-nexin que debe haber entre accin humanitaria y cooperacin al de-sarrollo, pero de ello se hablar ms adelante.

    Una ltima observacin respecto a la remisin a la justicia de la ac-cin humanitaria y la cooperacin al desarrollo. Los principios de justi-cia, como se dijo, deben regir las instituciones, y por lo que se ha argu-mentado, no slo a nivel nacional sino tambin internacional. Cuando,tanto en las situaciones de catstrofe como en las habituales son las insti-tuciones las que fallan por no acomodarse a los principios de justicia, loque se impone es la denuncia de ese hecho, que se convierte en causa de-cisiva de la pobreza (ms relevante que las catstrofes), y la exigencia deque se cambie, es decir, de que haya una transformacin estructural.Desde este supuesto puede entenderse plenamente que cdigos como elde las ONGD de Espaa, que quieren amparar tambin la ayuda humani-taria9, incluyan textos como stos: Las ONGD deben tener una voluntadde transformacin de las relaciones Norte-Sur que promueva la igual-dad, consideran que la pobreza es, fundamentalmente, resultado de laexplotacin de los pueblos y de la naturaleza, pretenden actuar contralas causas estructurales de la pobreza. Y precisamente por ello no con-templan slo iniciativas de ayuda humanitaria y de desarrollo, sino sensi-bilizacin y movilizacin de la poblacin del Norte que tenga incidenciapoltica en las instituciones pblicas.

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    9 Tomar en lo que sigue este Cdigo como referencia, junto con el ya citado de lasONGHs, porque, sindome prximo, incluye la accin humanitaria adems de la cooperacinal desarrollo y puede considerarse representativo de los cdigos que se estn haciendo en Eu-ropa.

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  • 2.4. La solidaridad como principio universal

    Hoy el concepto ms recurrido, al menos en la vida civil, para sea-lar el referente tico fundamental de la accin humanitaria es el de la so-lidaridad. Puede decirse que est de moda, incluso peligrosamente demoda, como lo ponen de manifiesto los festivales televisivos de la so-

    Justicia o asistencia?

    Algunos autores han propuesto que se acepte el principio de diferencia ocualquier otro principio liberal de justicia distributiva a fin de afrontar elproblema de las sociedades afectadas por condiciones desfavorables y regu-lar, en consecuencia, las desigualdades econmicas en la sociedad de lospueblos. Si bien considero que el principio de diferencia es razonable parala justicia domstica en una sociedad democrtica, no resulta factible paratratar el problema general de las condiciones desfavorables entre las socie-dades. De una parte, pertenece a la teora ideal de la sociedad democrtica yno est diseado para nuestro caso. Ms an existen varias clases de socie-dades en la comunidad de los pueblos y no de todas puede esperarse razo-nablemente que acepten un particular principio liberal de justicia distributi-va; e incluso diferentes sociedades liberales adoptan diferentes principiospara sus instituciones domsticas. Por su parte, las sociedades jerrquicasrechazan todos los principios liberales de justicia domstica. No podemossuponer que encuentren aceptables tales principios en sus relaciones conotros pueblos. En nuestra elaboracin del derecho liberal de gentes, porconsiguiente, los principios liberales de justicia distributiva domstica nose generalizan para responder a las preguntas sobre condiciones desfavora-bles [...].

    Esto no quiere decir que las sociedades ms ricas y bien ordenadas notengan deberes y obligaciones con las sociedades gravadas por las condicio-nes desfavorables. Pues la concepcin ideal de la sociedad de los pueblosque sostienen las sociedades bien ordenadas dispone que en su momento to-das las sociedades deben alcanzar o ser ayudadas para alcanzar las condicio-nes de posibilidad de una sociedad bien ordenada. Ello implica el reconoci-miento y la garanta universales de los derechos humanos, y la satisfaccinde las necesidades humanas bsicas. As, la base del deber de asistencia noes cierto principio liberal de justicia distributiva sino ms bien la propiaconcepcin ideal de la sociedad de los pueblos, integrada por sociedadesbien ordenadas de tal suerte que cada pueblo sea miembro pleno y autosufi-ciente de la sociedad de los pueblos, con capacidad para hacerse cargo de suvida poltica y mantener instituciones polticas y sociales decentes. (JohnRawls, El derecho de gentes, edicin citada, pg. 78-79).

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  • lidaridad. El cdigo que acabo de citar habla, por ejemplo, de que lasONGD y H deben estar basadas y articuladas en torno a los fines de so-lidaridad internacional. Adems, en estas ONGs tiene una fuerte rele-vancia tanto el voluntariado como las aportaciones ciudadanas volunta-rias, que tienden a ser vistas como tpicas expresiones de la solidaridadsocial. Qu supone en concreto este referente?

    Ser solidario con otros remite a ser un slido con ellos, haciendopropias sus causas y sus cargas. Implica, por un lado, sentirse un sli-do con los otros, lo que remite a la empata, que puede adquirir la formade compasin, de la que ya hemos hablado; e implica, por otro lado, ha-cerse realmente un slido compartiendo lo que se tiene sin calcular elprovecho personal. En esta combinacin se encuentran a la vez la fuerzay los riesgos de la solidaridad.

    Efectivamente, comandada por la empata, la solidaridad puede serorgnica, con aqullos con quienes sentimos que participan de nues-tra identidad grupal (familia, nacin, comunidad de creencias, comuni-dad cultural o histrica, etc.). Su dimensin positiva, la que hace queno se deba rechazar sin ms, es que resulta fundamental para construirla identidad de las personas y para ofrecer el marco de seguridad quetodos necesitamos. La ayuda mutua, la ayuda humanitaria, surge es-pontneamente al interior de estos grupos, con tanta ms fuerza cuantoms cohesionados se sienten. Una cohesin que a veces traspasa lasfronteras entre los Estados, aunque sea ya de modo debilitado: no esfcil imaginar, por ejemplo, que si la catstrofe del huracn Mitch hu-biera ocurrido en Afganistn la respuesta espaola hubiera sido la mis-ma.

    Esta ltima observacin sugiere ya los peligros de esta forma de so-lidaridad. Son dos en especial:

    el de no reconocer la autonoma de los individuos, forzando a quediluyan su identidad en la identidad grupal;

    el de ser solidaridades cerradas, en las que la cohesin interna seexpresa como insolidaridad hacia el exterior. Si se cae en estos pe-ligros, lo ms decisivo moralmente de la accin humanitaria, suuniversalidad, desaparece.

    Por eso, frente al primero de los riesgos, hay que afirmar que las so-lidaridades grupales slo se justifican cuando son tambin solidaridadespara gestar y potenciar la autonoma. Y frente al riesgo de ser solidarida-des cerradas, hay que afirmar que ticamente slo se justifican cuando,imaginndolas generalizadas, vemos que plenifican al conjunto de la hu-manidad, y cuando sirven expresamente para potenciar la solidaridad ex-tragrupal.

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  • Esto ltimo nos conduce a la segunda forma de solidaridad, la solida-ridad abierta (Vidal, 1996), aqulla que:

    Es solidaridad dirigida a todo el hombre (totalidad en profundi-dad) y a todos los hombres (totalidad en amplitud), es decir, elgrupo de pertenencia es aqu la humanidad: nada humano, nin-gn ser humano me es ajeno; ninguna de mis otras pertenenciasparticulares puedo vivirlas en contradiccin con sta, ms an,debo vivirlas potenciando a sta.

    Es solidaridad que se expresa en el marco de la igualdad, es decir, so-lidaridad que asume la justicia, con todo lo que ella implica: obligato-riedad, horizonte de igualdad y reciprocidad, perspectiva estructural.

    Es solidaridad que se abre a todos desde la perspectiva de los msnecesitados, para afirmar el ideal de igualdad de todos los sujetosteniendo en cuenta la condicin de asimetra en que se encuentranlos individuos y los grupos menos favorecidos (Vidal, 1996, 91).sta es en realidad la caracterstica que ms especifica a la solida-ridad como tal. La solidaridad no se define tanto por su pura rela-cin universal, cuanto por el compromiso respecto al amenazado,no se define por su imparcialidad sino por su parcialidad por eldbil y oprimido, o, si se quiere, persigue la imparcialidad (igual-dad) a travs de esa parcialidad.

    Puede verse as cmo la solidaridad abierta supone la justicia pero leaade algunas caractersticas especficas:

    la fuerza del sentimiento de empata; la sensibilidad especial para resaltar la relevancia moral de las

    omisiones y la necesidad, en determinadas circunstancias, de ladiscriminacin o accin positiva;

    un impulso que desborda los esquemas de reciprocidad y obligato-riedad de la justicia, tras asumirlos, para abocar a la tica de lasobreabundancia del don.

    Cuando hablamos de la accin humanitaria como accin solidarianos referimos, en principio, a esta solidaridad abierta a los ms necesita-dos como son las vctimas de las catstrofes, estn donde estn, indepen-dientemente de su pertenencia a grupos concretos. Para afinarla tica-mente hay que ser conscientes de sus riesgos, en parte coincidentes conlos denunciados en la compasin:

    creernos secretamente superiores; ayudar desde el horizonte de nuestros propios objetivos y valora-

    ciones, sin estar abiertos a los del otro;

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  • ser los nicos sujetos ante unos objetos que reciben nuestrasatenciones. Es la versin paternalista de la solidaridad, la que olvi-da que debe estar al servicio de la autonoma del otro como perso-na y de los otros como pueblos.

    Para evitar estos riesgos es fundamental:

    Que la solidaridad se viva en el marco del paradigma moral quesintetiza las tres dimensiones aparecidas hasta ahora: justicia-so-lidaridad-autonoma, en el sentido de que la justicia (derechoshumanos) marca el mnimo moral prioritario y universalizable, ala vez que garantiza que la solidaridad sea autntica (esto es, noviole los derechos); la solidaridad, por su parte, se revela como elsentido ltimo de la justicia, adems de marcar la va del perfec-cionismo moral; por ltimo, la autonoma marca la madurez moraltanto en la justificacin como en la aplicacin prctica (RubioCarracedo, 1994).

    Que se tenga una fuerte conciencia de nuestra mutua interdepen-dencia y del amplio abanico de las necesidades, posibilidades yderechos en el que todos podemos vivir nuestro papel de dar yrecibir. Para empezar, debemos ser conscientes de que hay in-terdependencias de hecho, de que los humanos estamos in soli-dum para muchas cosas en circunstancias tales que suponen ladiscriminacin y marginacin de la mayora; es de justicia soli-daria transformar esas solidaridades espurias en solidaridadessegn los derechos, que muchas veces deben comenzar por serrestitucin de lo debido. Junto a ello hay que cultivar el recibirdando y el dar recibiendo que da plenitud a ambos movimientos,algo que para una mirada afinada no es difcil percibir. Sloconscientes de todo esto podremos vivir con sentido el momentode la sobreabundancia del don, del dar aunque no estuviera obli-gado.

    Por ltimo, y recordando de nuevo a Levinas, hay que vivir la so-lidaridad, en el fondo ltimo de su realidad tica, no como iniciati-va sino como obediencia que destruye la verticalidad sin destruirlo mejor de la autonoma.

    La tensin entre solidaridad grupal y abierta, en el caso de la accinhumanitaria y la cooperacin al desarrollo, es especialmente significativacomo tensin entre solidaridad intraestatal y solidaridad interestatal.Puede en principio defenderse la conveniencia de los Estados por razo-nes histricas, por razones de prudencia poltica y como modo de garan-tizar identidades culturales colectivas que son significativas para las

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  • identidades personales a la vez que expresin de la pluriforme y rica crea-tividad humana. En este sentido, puede decirse que hay mbitos de so-lidaridad interna de los Estados los dirigidos a proteger esas identi-dades que se muestran justificados, siempre que a la vez potencien lasolidaridad externa. Ahora bien, constituidos los Estados, si son demo-crticos y sociales, tienden a organizar y garantizar institucionalmente enjusticia la solidaridad interna a todos los niveles, y en lo que respecta alas necesidades bsicas con mecanismos de redistribucin de la riqueza yfondos para las emergencias (contrarrestando incluso de ese modo el po-sible individualismo de sus miembros), pero tienden igualmente a vivirla solidaridad hacia el exterior muy parcialmente y como ayuda, confrecuencia adems en flagrante contradiccin si son Estados fuertescon una potenciacin de las relaciones econmicas internacionales pro-fundamente injustas e insolidarias.

    Si en este caso decisivo de las relaciones que desbordan las fronterasestatales la solidaridad no quiere ser una palabra vaca, peor an, una ta-padera para la insolidaridad ms firme, debe expresarse:

    como esfuerzo decidido para transformar las relaciones interna-cionales injustas;

    como evolucin hacia relaciones interestatales que fomenten lacreacin de instituciones internacionales de redistribucin de la ri-queza. Lo lejos que estamos de este objetivo lo pone de manifiestoel hecho de que, mientras hay pases que llegan a redistribuirinternamente el 30% de su riqueza, a nivel mundial el 0,7 es vistocomo ayuda-limosna, parece un objetivo inalcanzable y est sujetoa mltiples manipulaciones.

    Slo una orientacin decidida hacia estos objetivos convertir a lasayudas especficas de los Estados y las ONGHs ante las catstrofes en ungesto de solidaridad que se orienta a trascender las exigencias ms estric-tas de la justicia tras intentar asumirlas. Todos los agentes de la accinhumanitaria debern tenerlo presente.

    Un paradigma tico complejoExiste un nico paradigma moral vehiculado por el principio Justicia-

    Solidaridad-Autonoma, en el sentido de que la Justicia (Derechos humanos)marca el mnimo moral prioritario y universalizable, a la vez que garantizaque la Solidaridad sea autntica (esto es, no viole los derechos); la Solidari-

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  • dad, por su parte, se revela como el sentido ltimo de la Justicia, adems demarcar la va del perfeccionismo moral; por ltimo, la Autonoma marca lamadurez moral tanto en la justificacin como en la aplicacin de la tica ensu triple nivel: autonoma de la razn prctica, autonoma del grupo delibe-rativo y autonoma irrenunciable del sujeto personal en su eleccin final. Noes posible una moralidad autntica sin el cumplimiento de este nico princi-pio polidrico: la Justicia no es completa sin la Solidaridad y la Autonoma;la Solidaridad no es completa sin la Justicia y la Autonoma; y la Autono-ma no es autntica sin la Justicia-Solidaridad. (J. Rubio Carracedo, El pa-radigma tico: justicia, solidaridad y autonoma, Philosophica MalacitanaVII (1994) 145).

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  • 3Principios especficos de la accin humanitaria

    Los referentes analizados en el punto anterior ofrecen a la accin hu-manitaria orientaciones generales, justificaciones y motivaciones bsi-cas. Cuando esta accin se pone en marcha especialmente a travs delas ONGHs a las que voy a tener presentes de modo privilegiado a partirde ahora se precisan, adems, principios ms especficos que, encon-trando su fundamento en los referentes ya vistos, permiten orientar laconducta de modo ms concreto y definir con ms precisin la propia ac-cin humanitaria. Cabe resaltar cuatro principios.

    3.1. Satisfaccin de las necesidades bsicas

    Ya he resaltado que el cdigo de las ONGHs concibe la accin hu-manitaria como ayuda de socorro que tiene por finalidad satisfacer lasnecesidades bsicas gravemente quebrantadas en una determinada po-blacin a consecuencia de una catstrofe. En la sensillez de esta formu-lacin que expresa el principio de beneficencia, se encierra un buennmero de temas y cuestiones.

    1. Proponerse como objetivo y principio la satisfaccin de las nece-sidades bsicas de las poblaciones afectadas por las catstrofesimplica que se renuncia a instrumentalizar la accin humanitariaen vistas a la satisfaccin de los intereses propios. Aunque, porlas consideraciones que en su momento se hicieron, caben varia-ciones de grado entre el egosmo y el altruismo, la instrumentali-

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  • zacin pura de la accin humanitaria es inmoral, realizndose encambio de modo moralmente pleno cuando la intencin que lagua es decididamente la atencin de las poblaciones afectadas yno la defensa del propio inters.

    2. Tratar de aportar un determinado bien a determinadas personaspide, para empezar, que se evite hacerles mal. Usando una termi-nologa propia de la deontologa mdica, la beneficencia vienetras la exigencia ineluctable de no maleficencia. Traducido anuestro caso, esto significa que hay que prever las consecuenciasde la accin humanitaria, pues no toda accin que se presenta ens buena trae consecuencias buenas. El cdigo de las ONGHs nosalerta en concreto sobre una de estas derivaciones perversas: hayque evitar, dice, repercusiones perjudiciales de la ayuda, como,por ejemplo, la de suscitar dependencias del exterior a largo plazo(daar el principio de autonoma).

    3. Evitar la maleficencia y generar la satisfaccin de necesidadesexige competencia en quienes gestionan la ayuda. La competen-cia, como condicin de eficacia, se convierte de este modo en exi-gencia moral. Esta exigencia aproxima al gestor de la ayuda a lafigura del profesional, el capaz de hacer bien, profesionalmen-te, las cosas que le conciernen, porque se ha preparado adecuada-mente y encontrando adems en ello su medio de vida. Esto pare-ce chocar con la clsica figura del voluntario que con su entregagratuita expresa de modo plstico la solidaridad que se presuponeen la accin humanitaria. La tensin entre estas dos figuras, am-bas necesarias, de cara a la buscada satisfaccin de las necesida-des, debe resolverse con una adecuada articulacin de ambas. Seha sugerido a este respecto que los profesionales elaboren las pro-puestas, que los voluntarios decidan entre ellas y que luego seejecute lo decidido bajo la direccin y responsabilidad de los pro-fesionales. Las circunstancias de cada ONG son, de todos modos,nicas, pero en cualquier caso se impone evitar tanto el monopo-lio de los profesionales, que tendern a solapar los objetivos hu-manitarios con sus propios objetivos, como el exclusivismo de losvoluntarios que tendern a caer en la ingenuidad y la ineficacia.Por otro lado, el profesional de la ayuda humanitaria es an unafigura relativamente nueva, que en buena medida est por decidir.

    4. Otro medio imprescindible, y por tanto otra exigencia moral, paragarantizar que se cumple el objetivo de la satisfaccin de las ne-cesidades, es someter la tarea realizada a evaluaciones adecuadas,algo que la accin del voluntariado ha tendido a olvidar. Sin en-trar aqu a precisar las condiciones de esta evaluacin, creo opor-

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  • tuno resaltar (con Jacques Lebas) que, junto a la autoevaluacinde los gestores ms directos, son necesarios sistemas indepen-dientes y autnomos de evaluacin, e igualmente evaluacioneshechas por los beneficiarios de la ayuda. Tambin es importanteque la evaluacin no se cia a la medicin de las necesidades in-mediatamente cubiertas, sino que tenga presente en qu medidaesa satisfaccin de necesidades ha abierto la va a la autonoma delas poblaciones afectadas.

    5. Por necesidades bsicas suele entenderse las referidas a las nece-sidades corporales ms elementales alimentacin, cuidado de lasalud, vestido y cobijo y en sus niveles bsicos. Es decir, la ac-cin humanitaria segn esto pretende garantizar la supervivenciade las poblaciones amenazadas por los desastres. Este objetivo,con todo, no debe ignorar dos cuestiones:

    hay necesidades no directamente requeridas para la superviven-cia biolgica que son bsicas para la supervivencia como hu-manos: determinadas vivencias de libertad e igualdad;

    toda satisfaccin de necesidades incluso las ms biolgi-cas est mediada culturalmente.

    Si la accin humanitaria tiene en cuenta estas cuestiones, aunqueno asuma explcitamente objetivos mayores, deber concretarsede modo tal que, por un lado, no se convierta en obstculo sino encondicin de posibilidad de esas otras necesidades y, por otrolado, que no suponga invasin cultural.

    6. Conviene, de todos modos y por el bien de los afectados, que laaccin humanitaria se limite a las condiciones bsicas de super-vivencia? O debe articularse explcitamente con un horizontems amplio que busca el desarrollo integral de las poblaciones?Esta es una cuestin delicada y debatida. Brauman indica, porejemplo, que a diferencia de otros captulos de la solidaridad in-ternacional, la ayuda humanitaria no tiene la ambicin de trans-formar una sociedad sino de ayudar a sus miembros a atravesarun perodo de crisis, dicho de otro modo, de ruptura de un equili-brio anterior [que, es de suponer, no se juzga] (Brauman, 1996,10). El cdigo de las ONGHs, aunque acentuando el objetivo dela satisfaccin de necesidades bsicas, aade dos aspectos signi-ficativos: hay que evitar, como ya lo seal, repercusiones perjudiciales,

    esto es, me atrevo a interpretar, hay que realizar una accin hu-manitaria que no dificulte su continuacin en cooperacin al

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  • desarrollo, que incluso est orientada a ella (es lo que explcita-mente propone el cdigo espaol de las ONGD);

    hay que tratar de reducir en el futuro la vulnerabilidad de esaspoblaciones ante los desastres, es decir, hay que hacer unaslabores de prevencin y alerta que, de algn modo, pueden servistas como uno de los primeros escalones hacia el desarrollo.

    No es fcil pronunciarse ante esta cuestin. Por un lado, se dice, paradar solidez a la satisfaccin de las necesidades que pretende la ayuda hu-manitaria, para hacer eficaz la lucha contra la pobreza, resulta imprescin-dible situar esta ayuda en el horizonte del desarrollo, el que nos enfrentaa las causas estructurales del sufrimiento y la pobreza, buscando la po-tenciacin de las capacidades de las comunidades vulnerables. Por otrolado, se contraargumenta, esa opcin supone poner en crisis el principiode neutralidad del que luego se hablar, que siempre se ha consideradodefinitorio de la accin humanitaria y ha permitido a la misma una am-plia movilidad: el horizonte del desarrollo implica, en efecto, toma dedecisiones sobre la legitimidad y la orientacin de las instituciones y eneste sentido no es ni neutral ni imparcial (J. Lebas).

    Sin entrar a fondo en este debate, creo que es sugerente la propuestade Almanza de establecer mecanismos de vinculacin entre ayuda huma-nitaria y cooperacin al desarrollo: que la ayuda de emergencia sientelas bases del desarrollo y que las intervenciones de desarrollo privilegiena los sectores ms desfavorecidos, reduciendo su vulnerabilidad antenuevos desastres o crisis e incrementando su capacidad para tomar elcontrol de sus vidas10. Lederach va en la misma direccin cuando insis-te en que, ante las crisis blicas, necesitamos un marco que ligue la res-puesta a la crisis con la preparacin a largo plazo del mantenimiento del cam-bio deseado. Las respuestas inmediatas, indica, deben estar animadas por una visin a largo plazo de los cambios que se persiguen. Es decir, cual-quier intervencin de emergencia tiene que estar relacionada con el avan-ce hacia el desarrollo humano sostenible, siendo el objetivo ms destaca-ble el de ayudar a que la poblacin pase de las condiciones de extremavulnerabilidad y dependencia a una situacin de autonoma, con estructu-ras que satisfagan las necesidades bsicas, pero tambin que permitan lainterdependencia en el respeto. La visin del conflicto como una pro-gresin ofrece un juego de lentes para reconsiderar el tiempo. Entiendeque las catstrofes humanitarias producidas por la guerra requieren res-

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    10 En Reflexiones sobre tica y cooperacin para el desarrollo, trabajo an en proceso deelaboracin de cara a su publicacin.

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  • puestas inmediatas que ayuden a salvar vidas a corto plazo y al mismotiempo reconoce que las soluciones mgicas para los conflictos pro-longados raramente conducen a procesos o soluciones sostenibles. Msconcretamente, sugiere que una respuesta al conflicto m