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[in]constantesteatro La lluvia amarilla
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Índice
El autor Página 3
La novela Página 4
Estructura/Personajes Página 6
Espacio Página 7
La luz Página 8
El actor/El músico Página 9
La música Página 10
Un fenómeno
social y universal Página 12
Ficha artística Página 13
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[in]constantesteatro La lluvia amarilla
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El autor
Julio Llamazares nació en el
desaparecido pueblo de Vegamián (León) en
1955.
Se inició muy joven en la poesía. En
un principio perteneció al grupo poético
“Barro” y, más tarde, fue fundador de los
Cuadernos Leoneses de Poesía. Sus poemas,
publicados con frecuencia en revistas
literarias, han sido recogidos en las antolo-
gías Las voces y los ecos y Poesía épica
española. Gano el Premio Nacional de Poesía
Universitaria en 1976, su primer poemario, La
lentitud de los bueyes, 1979, fue galardonado
con el premio Antonio González de Lama. En
abril de 1982 obtuvo el IV premio de Poesía
Jorge Guillén, en lengua castellana, concedi-
do por el Consejo General de Castilla y León,
por su obra Memoria de la nieve, 1982.
Becado por el Ministerio de Cultura
en 1983, comenzó a escribir su primera
novela Luna de lobos (1985) y en 1988 publica
La lluvia amarilla. Ambas fueron finalista al
Premio Nacional de Literatura, en la moda-
lidad de Narrativa. De 1994 es Escenas de cine
mudo.
También ha prestado atención a la
literatura de viajes: El río del olvido (1990). Es
la narración del viaje que había realizado a
pie por la ribera del Curueño durante el
verano de 1981, Tras-os-montes (1998) y
Cuaderno del Duero (1999), crónica del viaje a
lo largo de las provincias que recorre el río y
que, sin embargo, nunca concluyó.
Como ensayista ha publicado El
entierro de Genarín (1981) y Los viajeros de
Madrid (1998).
También se ha prodigado como autor
de artículos periodísticos (algunos recogidos
en libros como En Babia (1991) y Nadie
escucha, (1993) donde ha demostrado que “el
periodismo es otra faceta de la literatura,
también forma parte del afán de contar”.
La obra de Julio Llamazares se
caracteriza por su intimismo, el uso de un
lenguaje preciso y el exquisito cuidado en las
descripciones. Un claro ejemplo es su obra El
cielo de Madrid, publicada en el año 2005.
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La novela
Argumento y temática
La lluvia amarilla (1988) narra en
primera persona el paso fulminante, en los
estertores de la muerte, de la película de los
últimos diez años de la vida de Andrés,
concretamente, los años que transcurren
entre el suicidio de Sabina su esposa, y hoy,
momento en que la vida le abandona, y
Andrés visualiza la llegada de las gentes de
otro pueblo, le encuen-
tran muerto y le entie-
rran.
Con la muerte
de Andrés desaparece
el último habitante de
Ainielle, un pueblo del
Pirineo de Huesca. A
modo de información,
y como preludio al
capítulo 1 de la novela,
Llamazares nos avisa:
“Ainielle existe. En el
año 1970 quedó com-
pletamente abandona-
do, pero sus casas aún
resisten, pudriéndose
en silencio, en medio
del olvido y de la nieve, en las montañas del
Pirineo de Huesca… Todos los personajes de
este libro, sin embargo, son pura fantasía del
autor, aunque (sin él saberlo) bien pudieran
ser los verdaderos”. De manera premeditada,
marca una ambigüedad entre realidad y
ficción que nos obliga a asistir a la lectura de
la novela atendiendo lo que esta tiene de
verdad narrativa y emocional; nos sitúa ante
una gran metáfora a partir de la cual
podemos reflexionar sobre la memoria –y el
olvido–, la voluntad, el tiempo, la naturaleza,
la identidad y el abandono. Toda metáfora es
una construcción ficcional a partir de una
realidad. Este juego es el que permite al
poeta condensar el lenguaje en un enorme
artificio formal, y al mismo tiempo, trans-
mitir emociones y pensamiento de cuya
veracidad no podemos dudar. Realidad –vi-
gilia– y ficción –sueño– no son equivalentes a
bueno y malo en tanto
que valores morales:
son formas de penetrar
en el tiempo y en el
espacio, constelacio-
nes que han nutrido la
representación a lo lar-
go de la historia del
arte y del pensamien-
to. Son los hilos que
construyen lo que so-
mos, las dos caras de
una única moneda que,
al término de la novela,
perderá todo su valor.
Pero el gran
tema de La lluvia ama-
rilla, ese tema que ha
tocado a distintas co-munidades del mundo
entero y las ha unido a través de la literatura,
es la despoblación rural. Julio Caro Baroja
explica que los movimientos migratorios de
mitad del siglo XX del campo a las ciudades
no tienen precedentes en la historia comple-
ta de la humanidad. Estos movimientos han
supuesto una despoblación hasta el aban-
dono completo de cantidades enormes de
pueblos y aldeas, dejándolas pudrirse de
abandono y soledad. Estos movimientos
migratorios han supuesto un cambio de ca-
“La Tierra es la misma quintaesencia de
la condición humana, y la naturaleza
terrena, según lo que sabemos, quizás
sea única con respecto a proporcionar a
los seres humanos un hábitat en el que
moverse y respirar sin esfuerzo ni arti-
ficio. El artificio humano del mundo se-
para la existencia humana de toda cir-
cunstancia meramente animal, pero la
propia vida queda al margen de este
mundo artificial y, a través de ella, el
hombre se emparenta con los restantes
organismos vivos”.
La condición humana Hannah Arendt
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rácter antropológico sin precedentes en toda
la historia de la humanidad. Cambios de
modos de vida para los que no estábamos
preparados, abandonos de culturas ances-
trales, con lo que supone de pérdida de
memoria individual y colectiva. Estos cam-
bios no han sido suficientemente estudiados,
ni lo que ha supuesto el abandono ni lo que
suponen las grandes concentraciones en las
urbes.
En La lluvia amarilla pareciera que la
naturaleza, en su ciclo eterno, destruye al
hombre y no al revés.
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Estructura
Estructuralmente la novela se divide
en 20 capítulos. El tiempo presente es el
tiempo del narrador. El capítulo 1 es presente
puro. A partir del capítulo 2, un flashback en
presente nos conduce diez años atrás en la
memoria de Andrés, hasta el suicidio de
Sabina, su mujer. El resto de los capítulos
serpentea por un paisaje entre la memoria y
el olvido que se acaba: un viaje hacia el final.
A partir del capítulo 17 el autor retoma la
acción del capítulo 1, en el que Andrés, el
protagonista, imagina –futuro– el momento
en que los hombres de los pueblos de los
alrededores acudan a rescatar su cadáver
para enterrarlo.
El modo narrativo es el monólogo.
Un monólogo en presente, que me mece en
las manos del teatro, cómo no. El teatro y la
desconstrucción hace tiempo que se
contaminan de tal modo que la descons-
trucción se ha convertido en una manera/for-
ma/estilo de poner en escena, de hacer
teatro, que, naturalmente, requiere un tipo
de actor y una manera de interpretar que
excede a las conocidas. Como método de
análisis y puesta en escena exige un trabajo
rigurosísimo de esclarecimiento en la cadena
de sucesos, es decir, un conocimiento
exhaustivo de la construcción interna del
material literario-dramático. El teatro es,
además, el hogar por excelencia de la ficción
que ha de ser creíble, el espacio en el que
trabajo y reconocimiento se sintetizan como
en ningún otro lugar. Podríamos definir la
profesión del actor como la lucha por
conquistar el reconocimiento del espectador:
sería una formulación heterodoxa y, sin
embargo, muy pegada a la realidad.
Personajes
Andrés es un solitario, se ha quedado
fuera del intercambio humano y, en términos
políticos, es una figura marginal en periodo
de desintegración. La imposibilidad de
contacto con los otros le impide revelar el
discurso de su identidad, teniendo en cuenta
que “mediante la acción y el discurso, los
hombres muestran quiénes son, revelan
activamente su única y personal identidad y
hacen su aparición en el mundo humano,
mientras que su identidad física se presenta
bajo la forma única del cuerpo y el sonido de
la voz, sin necesidad ninguna de actividad
propia. […] Esta cualidad reveladora del
discurso pasa a primer plano cuando las
personas son otras.” (Hannah Arendt, La
condición humana.)
Sin embargo entre La lluvia amarilla
de las hojas del otoño que miden el fluir del
tiempo y la memoria, o en la blancura aluci-
nante de la nieve, que encierra la soledad
infinita del espacio, la voz del narrador, a las
puertas de la muerte, nos evoca a otros
habitantes desaparecidos del pueblo, que lo
abandonaron o murieron. Son sus amigos,
los hijos de sus amigos, sus padres o sus
propios hijos, los que transitan de manera
desigual por la memoria de Andrés. El peso
del pasado se hace insoportable cuando las
razones para cargar con él no acuden: no hay
nadie a quien transmitirle nada. Son diez
años de buscar en la memoria lo que uno ha
sido para descubrir la banalidad de un ser que
no deja memoria tras de sí, porque, con la
desaparición de Andrés nace un olvido que
sólo podrá ser rescatado ya por el arte de la
literatura. En el tránsito de estos diez años
asistimos a los extravíos de la mente de
Andrés, a las discontinuidades de su
percepción.
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Espacio
Ainielle se convierte en el personaje
de la novela, por encima de Andrés, o del
resto de vecinos o familiares que van
surgiendo de su memoria a lo largo del
monólogo. Ainielle es el pueblo perdido en el
Primeo de Huesca, en el que vive y muere
Andrés. El pueblo quedará retratado a lo
largo del recuerdo de Andrés, pero nosotros
nos situaremos
en uno de los
espacios más
queridos por el
personaje: la
cocina - estancia -
fuego. En este es-
pacio emplazare-
mos el camastro los
cuadros y recuerdos
de Andrés, a sus
fantasmas. Entre la
comida y el fuego, el
camastro presidirá la
soledad del personaje
como si se tratara de
un pequeño escenario. En este espacio de 16
metros cuadrados, se desarrollará toda la
historia.
Una gasa negra que cae del peine
envolverá el habitáculo, como si de un velo se
tratara. Sobre la gasa podremos percutir
imágenes proyectadas de video que irán
apoyando distintos momentos en los que
Andrés recuerda lo que hay fuera de la casa.
Todos los elementos relacionados
con la escenografía son orgánicos. No cabe el
plástico ni en términos de atrezzo. Al fin y al
cabo, intentamos acercarnos a un modo de
vida del que, todavía, tenemos información.
Así, podemos convenir que el tratamiento
estético de la función tiene un aroma antro-
pológico.
Lo mismo
ocurre con el vestu-
ario. Lana y algo-
dón, porque no ca-
be otra. Los colo-
res se encontra-
rán a partir de
fotografías, uti-
lizando tintes
orgánicos, para
irnos acercan-
do a la paleta
de verdes,
pardos, ma-
rrones y gri-
ses, que nos
aproximarán al mundo
paisajístico del Pirineo que nos propone Buly,
el pintor autor de los bocetos.
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La luz
La clave está en “perder” la esce-
nografía cuando lo estimemos oportuno y
hacerla vivir como si toda ella fuera el fuego
al que Andrés se arrima para vencer al frío. El
disponer de la gasa hará esto posible. Sin
embargo, hay una dificultad a superar:
iluminar detalladamente un espacio de 16
metros cuadrados es enormemente com-
plejo. Situar zonas, frontales, y contraluces
en ese espacio es francamente delicado, de
manera que probablemente, habrá que
utilizar aparatos especiales, de reducido
tamaño, y colocarlos en lugares poco ha-
bituales. Es un pequeño reto, con el que
hemos compartido alguna que otra aventura
teatral.
La aportación de José Manuel Guerra
se hace decisiva, además de por la expe-
riencia que atesora, por el amplio cono-
cimiento que tiene del trabajo de la com-
pañía, de lo que buscamos, y de las posi-
bilidades técnicas con que contamos para
que haga su trabajo lo mejor posible.
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El actor
Chema de Miguel Bilbao comienza su
carrera en el ámbito del teatro independiente
de los años 70. Es un actor curtido en mil
batallas, plenamente acostumbrado a asumir
grandes responsabilidades en el escenario,
tanto en volumen de texto como en dificul-
tad y complejidad de dramaturgias o perso-
najes. Su trayectoria se ve constantemente
salpicada por intervenciones en el cine
(Intacto, Juana la loca, La primera noche de mi
vida, Niño nadie, Bajarse al moro, Matar al
Nani, etc.), en la televisión (El comisario,
Petra Delicado, Este es mi barrio, etc.), y
fundamentalmente en teatro (Miguel Will
para la Compañía Nacional de Teatro Clásico,
Los enfermos para la Abadía, El enemigo del
pueblo para el Centro Dramático Nacional, El
graduado, A bocados, Abre el ojo, etc.).
El músico
Francisco Lumbreras es un músico
joven de formación clásica en el Conser-
vatorio Profesional de Madrid. Sus inquie-
tudes en la música étnica así como en las
filosofías orientales le llevan a tomar contac-
to con el didgeridoo y con el canto difónico o
canto de armónicos, y la musicoterapia, con-
virtiéndose en uno de los más interesantes
especialistas de Madrid en la materia.
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La música
El didgeridoo es un instrumento de
viento (o aerófono) ancestral utilizado por los
aborígenes de Australia. Es un instrumento
no melódico y polifónico, que emite una
vibración grave y profunda, la cual puede ser
modulada y dotada de ritmo.
El término didgeridoo no es de origen
aborigen. La denominación más común-
mente utilizada por los aborígenes es Yidaki,
que significa “instrumento de conexión
espiritual”. Se supone que tiene unos 20.000
años de existencia, de acuerdo con la
datación de algunas pinturas rupestres en las
que aparece el instrumento, aunque los
propios aborígenes le dan una antigüedad de
hasta 40.000 años.
En sus orígenes, el didgeridoo fue
creado a partir de troncos muertos de
árboles, principalmente eucaliptus, con su
interior roído por la acción de las termitas. Al
limpiar el tronco en cuestión, se obtiene un
tubo largo, que se hace sonar haciendo vibrar
los labios en uno de sus extremos. Esta
vibración, al ser amplificada por las paredes
del tubo, genera su fantástico sonido. Es
posible modular la vibración obtenida,
moviendo los labios y la lengua, o sumando a
la vibración sonidos surgidos de la garganta.
Una de sus particularidades es que se
puede tocar durante un tiempo ilimitado
mediante una técnica denominada respi-
ración circular, que consiste en mantener
continuamente una cierta presión de aire en
la boca, inhalando aire por las fosas nasales.
Un didgeridoo, usualmente, mide entre 6 y 12
cm. de diámetro, y su largo puede variar
desde, aproximadamente, 50 centímetros,
hasta dos metros o más.
Posee propiedades terapéuticas de
las que ya en tiempos remotos, los aborí-
genes hacían uso, como símbolo cultural e
identificativo de su procedencia, para
ritualizar, en distintos contextos, las bases de
su existencia. Se ha usado ancestralmente
como objeto ritual y de mimetización teatral
con el entorno, como acompañamiento de la
voz y también como instrumento solista.
Dentro de los clanes aborígenes, y todavía
hoy en día, denota distinción en el rango o
casta de las capacidades del músico que lo
toca. Generación tras generación es trans-
mitido un sistema propio de ser tocado por
los clanes en cuya procedencia tiene sus
orígenes el didjeridú, en el noreste de
Arnemland (Territorio del Norte, Australia).
Estos remiten físicamente el sonido, de
padres a hijos, de maestro a alumno, con tal
de transmitir el conocimiento en las com-
plejas técnicas utilizadas para tocarlo.
El canto difónico (canto de armónicos
o de sobretonos) es la producción de dos o
más sonidos simultáneamente con la voz,
según la tradición khoomei de Tuva (Asia
central).
Junto con el sonido fundamental
producto de la vibración, los cuerpos sonoros
generan otros que acompañan al funda-
mental: los armónicos. El canto armónico
supone una ruptura estilística con el canto
natural, y busca comunicar emociones de
trascendencia y fe a través de la comunión
con la propia esencia del sonido, donde
descubre ocultos muchos más significados
que los perceptibles en principio. En muchas
culturas musicales del mundo este descu-
brimiento de las propiedades armónicas del
canto se ha dado de forma aislada, estanca.
En algunos casos, este tipo de canto surge
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sólo en momentos significativos, más como
variación del timbre de la voz (más o menos
nasal, con menor o mayor variación en la
forma de la cavidad bucal, con mayor o
menor participación en la fonación de otros
resonadores del cuerpo humano) que como
estilo musical significado.
El canto difónico consiste en cantar
una nota grave de tal manera que se oiga
acompañada de una o más notas aflautadas
adicionales. Su efecto es tan extraordinario
que no es de extrañar que, desde un principio
y en la mayoría de culturas, se le haya
atribuido un carácter sobrenatural, cargado
de supuestos atributos religiosos, mágicos y
curativos. Por ello, en el entorno de creencias
naturalistas y chamánicas, este tipo de canto
armónico sirve como medium para comu-
nicarse con los espíritus de la naturaleza,
imitando los sonidos de animales, el viento,
los pájaros, etc.
Queremos hacer notar, por tanto,
para aquel o aquella que tenga la posibilidad
de acercarse a estas páginas, un tanto
pedagógicas, que tanto el sonido del
didgeridoo, como el canto difónico, nos
acercarán a las profundidades de nuestros
ancestros, en las antípodas de la música
contemporánea. El objetivo no es otro que el
de ofertar una aventura intensa y pegada a la
tierra.
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Un fenómeno social y universal
Me cuenta Julio Llamazares que
cuando publicó la novela (1988), tanto él
como su editor pensaron que la distribución
de la misma sería muy minoritaria, y se
conformaban con vender unos miles de
ejemplares. No fue así. La lluvia amarilla ha
vendido más de cuatrocientos mil ejemplares
en todo el mundo. Ha sido traducida a más
de veinte idiomas y ha sido objeto de
estudios, tesis y tesinas en las universidades
más dispares que se puedan imaginar.
Además, ha generado mucha literatura cuyo
tema es la novela, amén de libros de
fotografías y estudios antropológicos. Llama-
zares nunca fue consciente de nada de esto.
Pero lo más curioso es observar cómo
la novela trasciende los límites de la
literatura para convertirse en un fenómeno
social y universal. La novela es lectura
obligatoria en los centros de Secundaria de la
Comunidad Autónoma de Aragón y de la
Junta de Comunidades de Castilla-La
Mancha. Es probable que esta sea una de las
razones por la que una de cada tres familias
en la comunidad de Aragón tienen un
ejemplar de la novela en su biblioteca.
Extraordinario.
Siguiendo la ruta fenomenológica de
la novela nos encontramos con que hay
familias en Aragón que han nombrado a sus
hijas Ainielle, el nombre del pueblo que
quedará deshabitado cuando muera Andrés,
el protagonista de la novela. Existe una ruta
señalizada como “La ruta de La lluvia
amarilla”, que surca las sierras pirenaicas de
Huesca que desembocan en Ainielle. Esta
ruta es objeto de visitas de culto de lectores y
amantes del Pirineo. La persona que pre-
sentó el libro por primera vez hace ahora 20
años, era el Presidente de la Diputación de
Huesca, hoy Presidente de la Comunidad
autónoma de Aragón, Marcelino Iglesias,
gran conocedor del Pirineo y de la novela.
Las anécdotas alrededor de La Lluvia
amarilla, se suceden una tras otra dejando un
rastro de extrañeza por lo que tiene de
curioso que una obra literaria contem-
poránea haya alcanzado tal popularidad,
siendo como es La lluvia amarilla, una novela
difícil, triste y tan alejada de la merca-
dotecnia actual.
Entonces hay que preguntarse: ¿por
qué esta trascendencia fenomenológica y
universal?
Probablemente porque su tema
central, el abandono del mundo rural, es un
tema de carácter antropológico que toca y
une a mucha gente que se siente identificada
con los pensamientos de autor, con mucha
gente de todo el mundo, porque estos
movimientos migratorios afectan tanto a las
zonas más ricas del planeta como a las más
deprimidas. En estos momentos, Perú asiste
incapaz al abandono de los campos por parte
de unos campesinos cansados de malvivir.
China no sabe qué hacer para retener a sus
campesino en las aldeas mientras sus
grandes metrópolis crecen a un ritmo
infernal.
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Ficha artística
Dramaturgia
Dirección
Ayudante de dirección
Asesor de dirección
Iluminación
Escenografía
Vestuario
Composición musical
Dirección Técnica
Espacio Sonoro y audiovisual
Imagen de la obra
Realización Escenografía y Utilería
Realización Vestuario
Técnico de iluminación
Asesoría
Producción ejecutiva
Fotografía
Distribución y gerencia
Andrés
Músico
José Ramón Fernández
Emilio del Valle
Jorge Muñoz
Antonio Llopis
José Manuel Guerra
Francisco Ramírez y Emilio del Valle
Ana Rodrigo
Montserrat Muñoz
Francisco Ramírez
Jorge Muñoz
Buly
Francisco Ramírez
Maika Chamorro
Javier Martín del Río
Gómez Cuesta Asesores
Carolina Solas
Pepe Torrente
[in]constantesteatro
Chema de Miguel Bilbao
Francisco Lumbreras