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NOTA AL DR. MOISSET DE ESPANÉS VERSIÓN TAQUIGRÁFICA -Octubre 2015- El Cuerpo de Taquígrafos del Senado de la Provincia de Córdoba comenzó a funcionar a comienzos del Siglo XX, y el primer director que lo organizó se llamaba Teófilo Urquiza. Entre los primeros taquígrafos que se sumaron a ese equipo, estuvieron los hermanos Demetrio y Jorge Plaghos. En ese instante, para el ingreso al Cuerpo no existía la exigencia de los concursos, que se tomó luego en exigencia reglamentada, hasta llegar para el ingreso como taquígrafo de segundo a las pruebas de cinco minutos a ciento veinte palabras por minuto. Y para los ascensos como taquígrafo de primera, se tomaba una prueba diferenciada a ciento cuarenta palabras por minuto, para discernir quiénes estaban en mejores condiciones para ascender. De esos umbrales tengo algunas cosas escuchadas, como que a comienzos de 1922 —cuando el Cuerpo de Taquígrafos no tenía veinte años de vida-, y estando Demetrio Plaghos de director, mi padre Enrique Moisset de Espanés llega de Tucumán, con dieciséis años de edad. Había hecho estudios de taquigrafía y archivología en cursos especiales que se dictaban en la Universidad de Tucumán. Entiendo que no ingresó por concurso, porque en ese momento el número de taquígrafos era cuatro o cinco. Enrique comenzó como taquígrafo de segunda, después asciende a taquígrafo de primera. 1

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NOTA AL DR. MOISSET DE ESPANÉSVERSIÓN TAQUIGRÁFICA

-Octubre 2015-

El Cuerpo de Taquígrafos del Senado de la Provincia de Córdoba comenzó a funcionar a comienzos del Siglo XX, y el primer director que lo organizó se llamaba Teófilo Urquiza.

Entre los primeros taquígrafos que se sumaron a ese equipo, estuvieron los hermanos Demetrio y Jorge Plaghos.

En ese instante, para el ingreso al Cuerpo no existía la exigencia de los concursos, que se tomó luego en exigencia reglamentada, hasta llegar para el ingreso como taquígrafo de segundo a las pruebas de cinco minutos a ciento veinte palabras por minuto. Y para los ascensos como taquígrafo de primera, se tomaba una prueba diferenciada a ciento cuarenta palabras por minuto, para discernir quiénes estaban en mejores condiciones para ascender.

De esos umbrales tengo algunas cosas escuchadas, como que a comienzos de 1922 —cuando el Cuerpo de Taquígrafos no tenía veinte años de vida-, y estando Demetrio Plaghos de director, mi padre Enrique Moisset de Espanés llega de Tucumán, con dieciséis años de edad. Había hecho estudios de taquigrafía y archivología en cursos especiales que se dictaban en la Universidad de Tucumán. Entiendo que no ingresó por concurso, porque en ese momento el número de taquígrafos era cuatro o cinco.

Enrique comenzó como taquígrafo de segunda, después asciende a taquígrafo de primera.

Durante la década del 30 la oficina se desempeñó con ese número muy escaso, En esa época el Director fue Demetrio Plaghos y el cuerpo se integraba con su hermano Jorge, mi padre, el ingeniero Gabriel Troglia y Manuel Heredia Años después, se lograron dos cargos más y cuando conocí el Cuerpo, a finales de en la década del 30, o comienzos de la década del 40, eran siete taquígrafos: tres de primera (Jorge Plaghos, Enrique Moisset y Gabriel Troglia), tres de segunda (Manuel Heredia, Ignacio Larrosa y Juan Cruz Barnetche) y el director (Demetrio Plaghos).

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Entre 1943 y 1946, no funcionó el poder legislativo por uno de los golpes militares, que asolaron a nuestro país.

En 1946 se había superado la intervención militar y en las elecciones efectuadas en febrero de ese año fue designado Gobernador de la provincia Argentino Auchter, con Ramón Asís como vicegobernador y presidente del Senado, que en ese momento contaba con 30 miembros. Inicialmente el radicalismo fue mayoría con 17 representantes, a los que se sumaban 10 del peronismo y tres demócratas y designó como Presidente Provisorio a Serra, senador por el departamento San Justo.

En esa época se jubila Demetrio Plaghos y asume la Dirección su hermano Jorge. Esa vacante producida en 1946 se llena con el ingreso de Roberto Díaz; a finales del año 1946 se logra una modificación presupuestaria que permitió el aumento del número de cargos en el Cuerpo, prácticamente duplicándolo, elevando el equipo a doce taquígrafos, seis de primera, otros tantos de segunda, a los que se sumaban, un director y un subdirector. Entonces, a comienzos de 1947, antes que fuera intervenida la Provincia, se llamó a concurso, para proveer un cargo de taquígrafo de primera y los seis de taquígrafos de segunda.

En ese concurso ingresaron Mazzuco, Bzura, Tolosa, Nadra y Dunayevich, y en prueba complementaria se adjudicó el cargo de taquígrafo de primera a Rafael Mazzuco. Quedaron dos vacantes de taquígrafos de segunda, que no llegaron a proveerse hasta 1949.

El gobierno peronista de Auchter y Asis fue muy efímero por las peleas intestinas en el partido. El peronismo, como hemos recordado, tenía diez senadores, que se fraccionaron en tres bloques; había tres senadores demócratas, Natal Crespo, David de La Torre Peña, y el otro José Camilo Uriburu, que después fue gobernador de Córdoba en una dictadura militar y fue el hombre del denominado "Viborazo", que resultó detonante para el reemplazo de Levingston por Lanusse como Presidente del gobierno militar.

En esa época la familia Nores Martínez administraba el diario "Los Principios"; uno de los hermanos, poeta y estudiante de derecho, trabajaba en tribunales y hacía unos versos a los que llamaban "ovillejos" que eran picantes y divertidos. Al tercer

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senador demócrata, José Camilo Uriburu, le hace un verso que dice: "Al 'negro' José Camilo, por el color y la pinta, de calamar en su tinta, en lata de medio kilo, por ese aire comprador de beduino traficante, hay que tomarlo con guante y si es con pinza mejor".

Este era uno de los tres senadores demócratas, antes de que llegara la intervención federal por las peleas existentes en el partido de gobierno, lo que abre un nuevo interregno en las labores de la legislatura cordobesa, que se extiende desde mediados de 1947 hasta comienzos del '49, cuando es elegido gobernador el Brigadier San Martín. Pero antes de que se abriese ese hueco, en los primeros meses de 1947, se había realizado un concurso para proveer tos cargos que, a finales de 1946, se habían incluido en el presupuesto de 1947.

En febrero de 1949, cuando cesa la intervención federal, antes de que asuma el gobernador electo, se llama para proveer los dos cargos vacantes de taquígrafos de segunda que habían quedado.

En ese concurso fui el único que superó las pruebas, e ingresé. Mi padre no me había dejado presentar en el concurso anterior en 1947; cuando tenía diecisiete años cumplidos poco antes por considerar que todavía no está suficientemente preparado. No tenía dificultades para registrar una exposición a la velocidad de ciento diez palabras por minuto, pero no alcanzaba bien las ciento veinte palabras que se exigían reglamentariamente.

El año 1937 cursaba el sexto año en el Colegio Nacional de Monserrat, último año del bachillerato, y tomaba notas taquigráficas de las clases de Instrucción Cívica que dictaba el profesor Ponssa: luego las traducía y hacía copias con papel carbónico —no había fotocopiadoras- y las vendía a mis compañeros a cinco centavos la página para que pudieran preparar la materia. De esa manera había logrado juntar alrededor de veinte pesos, que era una cifra que significaba mucho para un chico. Recuerdo que cuando mi padrino, que era ingeniero, me regalaba un peso, me sentía en la gloria, porque iba al cine, al centro, pagando quince centavos del boleto de ida y vuelta del tranvía; la entrada al cine me costaba veinticinco centavos y en el intervalo compraba por veinte centavos un helado, es decir que había gastado sesenta centavos, ¡y todavía me quedaban cuarenta! Uno podía comprar un buen sándwich por diez centavos.

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De los que taquígrafos que entraron en 1947, dos no habían llegado a las ciento veinte palabras por minuto, que fueron Rafael Nadra y Fernando Dumeyevich, pero se les tomó una prueba complementaria a menos velocidad y lograron entrar. Si mi padre me hubiese permitido presentarme habría ingresado en ese momento, pero no lo hizo porque sostenía que si el hijo del subdirector aspiraba a ingresar debía estar en condiciones de ganar a todos los demás aspirantes. En lugar de eso, ingresé un año y medio después, y quedé detrás de ellos, en escala de antigüedades. Creo, sin embargo, que mi padre tenía toda la razón del mundo en su exigencia, máxime siendo el subdirector del Cuerpo.

Ingresé luego de una prueba tomada el 19 de febrero de 1949, que fui el único que superó y quedó un cargo vacante. Fui designación el día 22 de febrero y mi primera actuación en el recinto fue el 24 de febrero, cuando se realizó la Asamblea Legislativa para juzgar la elección del gobernador.

Existían entonces dos cuerpos de Taquígrafos, uno para la Cámara de Diputados y el otro del Senado. Existía la costumbre de que las asambleas legislativas las registrara el Cuerpo de Taquígrafos del Senado; había dos cuerpos de taquígrafos. El primer turno, correspondiente al comienzo de la sesión de la Asamblea, se denominó turno A, y en él comenzó mi actuación, junto a mi padre que tomaba su último turno en recinto. Conservo la fotografía de ese turno.

Ese año hubo una reforma de la Constitución Nacional, y una decisión tomada por la Constitución Nacional —una decisión totalmente inconstitucional- obligaba a todas las provincias a reformar sus constituciones, y para que eso se hiciese efectivo se transformaron las legislaturas provinciales en convenciones constituyentes. Entonces en Córdoba, en junio de 1949, se reunió la Convención Constituyente, en la que me tocó trabajar. La asamblea había comenzado días antes, pero las deliberaciones tuvieron lugar desde el primero al 9 de junio, en días de muy intensa tarea, que generalmente comenzaba alrededor de las tres de la tarde, y se prolongaban hasta las tres de la mañana, hora en la que no había transporte. Yo vivía en barrio San Martín y uno de los taquígrafos de primera del Senado, el ingeniero Gabriel Troglia, que tenía automóvil y vivía en Alta Córdoba, me traía en su coche y me

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dejaba en el paso a nivel, a la altura de Bedoya, y yo caminaba cuatro cuadras hasta la casa de mis padres, en calle Obispo Ceballos 237.

Esa fue la primera "baqueteada" bien firme e intensa. Una de las cosas más interesante que vi, en cuanto a la habilidad parlamentaria de algunos, fue en aquella primera sesión del 24 de febrero, cuando estaban juzgando la elección del Brigadier San Martín. En ese momento el partido demócrata estaba representado por dos diputados — Aguirre Cámara y el "negro" Mercado- quienes impugnaban la elección del gobernador por considerar que carecía del requisito constitucional del arraigo. Aguirre Cámara sostenía con énfasis que el gobernador electo "no tenía arraigo".

Aguirre Cámara era un hombre muy instruido, capaz y hábil parlamentario. Ese día, por la distribución del recinto, ocupaba la primera banca del costado derecho (mirado desde la Presidencia). Dividido al medio por un corredor, los representantes de la mayoría ocupaban el sector de bancas situado a la izquierda, frente a la Presidencia.

Un joven diputado, que había sido vendedor de Casa Muñoz, y ese día tenía su primera actuación parlamentaria, creyó oportuno interrumpirlo y expresarle:

- "Sobre todo si ese arraigo es del Club Social".

Aguirre Cámara gira el asiento, porque el diputado estaba sentado en la última banca del otro costado al fondo, y le respondió:

"No se trata del Club Social..., y abriendo los brazos agregó: se trata de la Provincia de Córdoba". Y continuó, cerrando los brazos y juntando las manos que balanceó:

-"No achique el debate, señor diputado".

La imagen era muy expresiva. Sin palabras ofensivas y con solamente su gesticulación, le estaba contestando: "no sea tonto".

Son cosas que no se reflejan en un texto escrito, por más que se tome la versión taquigráfico exacta; solamente quedan en la retina

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de quién las ha presenciado, porque lo que le dijo no queda volcado en el papel.

Esta anécdota demuestra la insuficiencia que tiene a veces la palabra escrita frente a la expresión oral, porque hay cosas en la expresión oral que no se dicen, sino que se reflejan en la cara, en los gestos y el tono de voz y no existe una forma exacta de traducirlas.

Fue tradición del Cuerpo de Taquígrafos del Senado, desde la época de Teófilo Urquiza, el hecho de que la versión taquigráfica no se reduce meramente en volcar las palabras al papel, sino que hay que hacerlo de forma que reflejen el pensamiento del autor, porque a veces puede suceder que en las palabras se diga "blanco" queriendo decir "negro" y, sin embargo, todo el mundo entendió que se decía "negro" por el complemento que tiene la palabra dentro del contexto en que se la expresa.

Entonces, aparte de las repeticiones y excesos que tiene el orador, que una y otra vez recae a lo mejor en el mismo giro y, para que quede bien por escrito, se tienen que podar algunas cosas, aparte de los frecuentes defectos de sintaxis que deben ser corregidos cuando se llevan al papel, hay que corregirlas, el Cuerpo de Taquígrafos del Senado, había convertido en un verdadero culto la necesidad de que el taquígrafo diera al lector una versión impecable, para que el lector recibiera cabalmente lo que el orador había querido expresar.

En el libro "El cazador, casado", comencé con varios relatos que se publicaron en Jurisprudencia Argentina en 1968, con el título: "Cuidado cuando escribe". Parafraseaba así a un ajedrecista ruso que sostenía que para enseñar a jugar bien al ajedrez había que enseñar "como no había que jugar". Entonces, en los primeros capítulos de ese libro me refiere a cómo no se debe proceder cuando uno escribe, y trato el problema de las traducciones y de las versiones taquigráficas.

Es frecuente encontrar las versiones taquigráficas de clases, conferencias y congresos, y así como algunas resultan impecables y perfectas, otras abundan en repeticiones, errores sintácticos, ideas confusas y expresiones que resultan ridículas o jocosas. ¿Cuál es la causa? Sin dudas, que las primeras han sido cuidadosamente

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corregidas por el orador, antes de darlas a publicidad, mientras que las otras no fueron revisadas o apenas se las miró, confiando únicamente en la capacidad del estenógrafo, con total y absoluto desconocimiento de la técnica taquigráfica y sus limitaciones.

Recuerdo algo que se contaba como anécdota1. Nuestra pequeña ciencia o arte, la taquigrafía, suele remontarse a las llamadas "notas tironianas". Un esclavo griego de Cicerón, Tirón, tomaba apuntes de sus grandes discursos y dicen que las mejores oraciones de Cicerón en el foro se conocen por la versión que había tomado Tirón con sus notas, que permitieron la posterior publicación.

Unas de esas intervenciones de Cicerón, que hoy es tomada como modelo de las defensas penales, es la llamada "Pro Milone", donde se reproduce la defensa que hizo de Milón, que estaba acusado del asesinato de un rival político.

Sin embargo, Milón fue condenado al destierro en Marsella y, un tiempo después, ya con la versión taquigráfica de Tirón corregida, dicen que Cicerón le envía una copia a Milón, quien le contesta "si realmente hubieses dicho esto en el foro, yo no estaría comiendo pescado en Marsella”.

Es decir que el taquígrafo había mejorado sustancialmente lo que había dicho el orador, cosa que sucede muchas veces, aunque el orador no suele tener idea de que lo han mejorado.

El buen taquígrafo debe hacerlo de tal forma de que no traicione lo que se dijo, lo que suele ser también un verdadero, ya que en algunas oportunidades he visto taquígrafos que han llegado a los cargos de dirección y al corregir las versiones las amoldaban a su forma de ser, de manera que el texto ya no era lo que el orador había dicho y no se respetaba su estilo.

Hay que respetar el estilo del orador, no entregar una versión chabacana, pero tampoco algo que traicione la forma de ser y el estilo del orador. El taquígrafo tiene que respetarlo, dándole una forma adecuada para la interpretación del lector, que comprenda

1 Esta anécdota se la escuchamos en el Colegio Nacional de Monserrat al profesor de Gramática Latina, don José Caratti.

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cabalmente lo que se dijo, sin deformaciones, sin adornos, sin menguas, sin tijeras, lo cual no es nada fácil.

Precisamente, si se hiciera un cotejo entre lo que eran las versiones taquigráficas de las sesiones de Diputados y del Senado, en época en que las dos cámaras eran distintas, desde comienzos de siglo hasta la década del '60, se advierte que las versiones del Senado son mucho más precisas, correctas y depuradas, en todos los aspectos. Había un culto especial por la lengua -ahí comencé a amar el diccionario de la Real Academia, del que se contaba siempre con su última edición, primero la de 1936, y luego la de 1956 mientras formé parte del cuerpo y pocos años después la de 1970-, manteniendo siempre el taquígrafo el respeto por la Academia, lo que no significa que ésta sea la perfección, porque la Academia tiene errores también.

Tanto los buenos escritores como los buenos oradores pueden apartarse de lo que dice la Academia porque la lengua es algo vivo, que se va transformando y avanzando; o sea que cuando uno se encuentra con un buen orador, que emplea un vocablo que es un neologismo, muchas veces debe respetarlo porque está marcando una línea de avance en la lengua. Es una de las cosas que el taquígrafo debe conocer y respetar.

Ingresé en 1949 con ese concurso, donde quedó un cargo vacante y, hacia finales de año, se llamó nuevamente a concurso y quien ingresó fue el ingeniero Durando. Luego, ingresaron Bendetowicz, Guedikian y Silvano Ossés (éste último, a quien preparé, alrededor de 1958, ya cerca de mi alejamiento del Cuerpo) Estuve quince años, hasta 1964, cuando llega la Presidencia de Illia en el orden nacional, y Páez Molina a la gobernación de Córdoba; terminaba otra de las tantas intervenciones y en ese momento la Universidad me concedía la dedicación exclusiva a la docencia. Entonces, hablé primero con el vicegobernador, Hugo Leonelli, para preguntarle si tenían algún inconveniente —existía la norma reglamentaria de que con más de diez años de servicios se podía solicitar un año de licencia sin goce de sueldos- sobre el pedido de un año de licencia, para poder apreciar cómo me iba con la dedicación exclusiva. Al terminar el año de licencia sin goce de sueldos, renuncié y prácticamente acabó mi relación laboral con el Poder Legislativo.

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En el período que me desempeñé como taquígrafo el Cuerpo tuvo como Director a Jorge Plaghos, luego durante una temporada mi padre, a quien sucedió Manuel Heredia —tío de Luisito-, luego Ignacio Larrosa, que dirigía el cuerpo cuando renuncié y tenía como vicedirector a Roberto Díaz.

En el momento de sucesión de mi padre, cuando designan a Manuel Heredia director y a Ignacio Larrosa subdirector, pasamos momentos muy duros, sobre todo ellos dos.

Había un taquígrafo, una persona de mente torcida, de apellido Barnetche, que se sintió desplazado y quería ser él quien llegara a la subdirección; había dos cosas en contra, Larrosa tenía un poco más de antigüedad y, además, era buena persona (por una serie de conductas se sabía que Barnetche no era buena persona).

Ese señor, aprovechando que había tenido como actividad paralela una especie de agencia de investigaciones y que con ella había conseguido ciertos materiales, fraguó una carta hecha en un papel con membrete de la Unión Cívica Radical en la que procuraba vincular a Heredia y Larrosa con unos atentados que hubo en Plaza de Mayo, donde se colocó una bomba en épocas del Gobierno de Perón, como si ellos estuviesen en conocimiento. Frente a esa denuncia la Policía, allanó sus casas y les revolvió todo.

Manuel Heredia tenía una casa de veraneo en Agua de Oro, debajo de un gran nogal antiguo, del que había recogido unas bolsas de nueces; se las vaciaron a todas tratando de buscarle papeles incriminatorios; por supuesto, no había nada. Se pudo individualizar al autor de esta denuncia falsa, el señor Barnetche, que con eso terminó su relación con el Cuerpo de Taquígrafos.

También, tuvo otro problema en la Facultad de Medicina -donde trabajaba como taquígrafo-, y en colaboración con un decano, y habían fraguado documentación. Por todo eso, se tuvo que ir de Córdoba. Esto es parte de las historias tristes.

En esos años, a partir del 1946, se había tomado la costumbre de obligar a todo el personal de la Administración Pública, en cualquiera de sus niveles, incluido el magisterio, a afiliarse al peronismo. Posiblemente el Cuerpo de Taquígrafos del Senado cordobés, fue la única oficina en el país donde se mantuvo una resistencia a esa afiliación obligatoria, porque el taquígrafo debe

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merecer la confianza de todos los grupos políticos, de todos los legisladores y, si está afiliado a un partido, no merecerá esa confianza.

La actividad del taquígrafo exige una neutralidad política. Hubo varios pedidos de afiliación y varias renuncias colectivas de los integrantes del Cuerpo, que decían "si se nos exige, nos vamos". Eso pasó varias veces, una de ellas, quizás la más tensa, fue por el pedido de que los taquígrafos fueran a tomar versiones de mitin políticos, que se utilizaban para detener e iniciarles juicios a los políticos que habían hablado, sobre la base de la versión taquigráfica. La firme negativa de los integrantes del Cuerpo de Taquígrafos del Senado a aceptar esa imposición hizo que se lograra, con mucho trabajo, que se respetara esa independencia; éramos "moscas blancas" con respecto a lo que estaba ocurriendo en todo el país.

Esto no significa que cada uno de nosotros no pudiera pensar como quisiera, no era porque fueran antiperonistas o peronistas, sino que en esta función no se puede estar politizado, así como el juez no debe ser un político —acá tenemos la mala cosa de que los jueces son políticos-, el taquígrafo no debe ser un político, aunque tiene derecho como todo ciudadano a pensar internamente como quiera, pero no puede militando en política, salvo que deje su actividad como taquígrafo.

En mi caso, después de haber dejado mi función de taquígrafo me afilié a la Democracia Cristiana, pero cuando este partido dejó de representar a la democracia cristiana y quiso estar unida con el peronismo, renuncié.

En una oportunidad, se nos pidió que tomáramos la versión taquigráfica de una reunión del bloque peronista, donde uno de los senadores acusaba al gobierno de corrupción, por la cuestión de las obras en La Cañada, donde el presupuesto se había más que triplicado con respecto al presupuesto original; se tomó la versión taquigráfica y se entregó. No le dieron corte a este senador en lo que sostenía y dejó "olvidada" la versión taquigráfica en la baranda del pasillo del primer piso, que da al patio —frente de donde estaba entonces el bloque radical-, y no pudieron ni sospechar que fuese el Cuerpo de Taquígrafos el que la facilitase a la oposición, porque se mantuvo siempre la total independencia en cuanto al funcionamiento.

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Otro momento relativamente duro fue cuando muere Evita; el Senado aprobó una resolución que imponía el uso de corbata negra de luto. Entonces, se debatió en el Cuerpo qué actitud se iba a tomar y se votó para decidir por mayoría. Mi padre, entonces Director, no era peronista, Presidió la reunión y cuando votamos se produjo un empate, que debió decidirse con el doble voto de quien presidía. Mi padre había votado por no usarla, y dijo "no puedo imponerle a ustedes o sea que voy a desempatar porque la usen. Personalmente, he votado por el no uso pero en el desempate no voy a imponer mi voluntad" y se decidió usar corbata negra, para el trabajo en recinto.

¿Qué hizo la mayoría? Tenían en su cajón una corbata negra, que se la ponían en el momento de ir al recinto. Yo me resistí, con una actitud casi de chiquilinada, y llegados los calores del mes diciembre, entraba al recinto siempre con bufanda y sin corbata abajo. Hoy uno lo puede contar y reírse, como pequeña anécdota en la vida del Cuerpo.

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Herramientas de trabajo

Cuando llegué a la oficina, las máquinas de escribir que se usaban eran casi todas las viejas Underwood cuadradas, y algunas Remington. Luego hubo una pequeña evolución en los modelos de Remington, y se adquirió una partida de Remington verde; posteriormente, con el correr de los años aparecieron las Olivetti.

Una buena máquina de escribir era herramienta indispensable para la traducción de las versiones, y cada taquígrafo de segunda, que era quien escribía lo que le iba dictando el taquígrafo de primera, cuidaba de la suya y tenía que mostrar su pericia como dactilógrafo veloz y "limpio", para satisfacer los deseos del taquígrafo de primera, sin demorar la traducción de los turnos.

Esos "borradores" eran corregidos por el Director y Subdirector y debían ser pasados en limpio para enviar a los senadores las versiones de sus respectivas exposiciones, para que pudieran a su vez corregirlas.

Como tareas adicionales los taquígrafos nos encargábamos de corregir los Diarios de Sesiones; las pruebas de imprenta se corregían por parejas, uno de los integrantes iba leyendo los originales y el otro hacía el cotejo con la prueba de imprenta, para verificar que no hubiese omisiones u otros errores. En aquella época las imprentas trabajaban con linotipos, y primero entregaban las llamadas pruebas de galera, y después de una primera corrección las pruebas de página. Había que tener mucho cuidado porque el renglón con un error era rehecho de manera íntegra y la nueva composición podía presentar otros errores, o haber sido mal colocada en la caja, quedando más arriba o más abajo del lugar que le correspondía.

Al finalizar el año se encuadernaba cierta cantidad de tomos y se procedía también a revisarlos para verificar si el encuadernado había colocado bien todos los cuadernillos y no faltaba ninguno.

El cuerpo de taquígrafos del Senado se encargaba de registrar las Asambleas Legislativas, como también de la publicación de las leyes del año.

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Las colecciones de leyes que se encuentran en la Biblioteca de la Legislatura fueron publicadas por el Cuerpo de Taquígrafos del Senado y mi padre, en su momento, tomó la iniciativa de la confeccionar los índices.

Creó un archivo con tarjetas con marcas y nombres, porque cuando se hace ficha de un asunto suelen confeccionarse varias tarjetas, cada una de ellas vinculada con un aspecto del tema o proyecto que se ficha, y a medida que el proyecto va avanzando deben actualizarse de manera paralela todas las fichas. Entonces en la parte superior de cada tarjeta se colocaban tantas cruces como tarjetas se habían confeccionado sobre el tema, y en el cuerpo se subrayaba la palabra correspondiente a cada uno de los subtemas, y si alguno no estaba en el cuerpo de la ficha se indicaba cual era para que no se omitiese luego en ninguna de las tarjetas la actualización. De esa forma en las tarjetas se podía seguir todos los pasos que había tenido el tema, desde su entrada y destino a comisión, como luego los despachos y tratamiento, hasta su envío a la otra Cámara, o su sanción como ley, si tal cosa había ocurrido.

En la vida del cuerpo muchas veces los taquígrafos conversábamos opinando sobre cambios que pensábamos debían introducirse en el funcionamiento y ello provocó que en una oportunidad, en una de las cenas que realizábamos mensualmente el entonces director, Jorge Plaghos, me levantara en vilo con una réplica muy cortante. Solíamos reunirnos en un restaurante que había en el subsuelo del Hotel Bristol, o en otro llamado "Don Enrique", en calle San Jerónimo al frente del Banco de la Provincia de Córdoba. En esa época, una cena costaba tres pesos y centavos.

Varios de los compañeros nos habíamos estado quejando de algunas de las medidas adoptados por el —con quien siempre tuve una muy buena relación-; me empujaron a que expusiera la queja. Fui tan tonto, inexperto e imprudente que acepté convertirme en el vocero. Plaghos me levantó en vilo y me sacudió con una réplica muy contarte. Recibí una verdadera lección y aprendí que muchas veces uno tiene que callarse y no debe aceptar representar a un grupo que después no brinda ningún apoyo.

Deseo de paso señalar que esa "reprimenda" no empañó la muy buena relación que tuve siempre con Jorge Plaghos, con quien años

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después compartí las tareas de docencia secundaria en cátedras de taquigrafía en la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano que era el "bachillerato mercantil" dependiente de la Universidad Nacional de Córdoba. En años posteriores a la jubilación de Jorge Plaghos como Director del Cuerpo del Senado, publicó un libro para la enseñanza de la taquigrafía, y yo lo comenté en una nota que fue publicada en un diario de Córdoba2.

Hay algo de la función del taquígrafo que resaltaba Teófilo Urquiza, poner bien por escrito lo que se ha dicho oralmente, y esa tarea no puede hacerla ninguna máquina; la tiene que efectuar un ser humano. Entonces, la persona que posea esas cualidades -que hoy son propias de los taquígrafos- y las mantenga, que sepa corregir, que sea un traductor de la idea expresada oralmente a la forma escrita, deberá subsistir siempre.

Hay una serie de detalles que dan alguna superioridad al taquígrafo sobre las técnicas de grabación; por ejemplo, las técnicas de grabación, hasta ahora, son planas y el oído del taquígrafo es dimensional. Cuando hablan varios oradores a la vez, si se graba no se tiene nada, porque unas voces tapan las otras; pero, el oído del taquígrafo que está realizando la labor de registro, distingue las voces y selecciona para su registro la voz que tiene más importancia y, subsidiariamente, si su velocidad se lo permite, intercala las interrupciones; cuando se produce un debate agitado, no pierde la voz de importancia, aunque a lo mejor pierda parcialmente algunas otras, pero mantiene la halación, mientras que en las grabaciones los diálogos quedan casi totalmente aplanados.

Generalmente, la sesión se graba desde un punto fijo y ese punto fijo aplana el sonido, llegan de todo el recinto los sonidos al punto de grabación; cuando hay varios oradores que hablan, los aplana, opaca y oscurece. El oído humano, hasta ahora, tiene la ventaja de que aunque haya varias voces superpuestas las distingue y sigue en el taquígrafo el camino de la línea principal del

2 Al final agrego como Apéndice el texto de ese comentario bibliográfico.

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pensamiento. Si no alcanza a dividirlas a todas, separándolas en la versión

Cuando hay varios oradores hablan de forma simultánea, el taquígrafo tiene que efectuar una opción; puede ocurrir que por su velocidad taquigráfica pueda captar la línea principal y agregar una o dos de las interrupciones que su oído le ha permitido diferenciar, mientras que la máquina aplanó todo, y no resultan comprensibles ni lo principal, ni las interrupciones.

Lo que tampoco puede superar la máquina es el último paso, que se necesita de la traducción de lo oral a lo escrito; eso no lo puede hacer ninguna máquina, tiene que hacerlo alguien que ha captado lo ocurrido, incluso que lo ha visto y vivido, y que por eso tiene en su mente las vivencias que le permiten efectuar bien la "traducción" de lo que se ha dicho en un debate.

Cuando dejé el Senado, por haber obtenido dedicación exclusiva a la docencia universitaria, estuve a cargo de la cátedra titular de Obligaciones en la Universidad Nacional de Córdoba a partir de 1965. Ese año el Instituto de Cultura Hispánica me concedió una beca para efectuar estudios de perfeccionamiento en España y llegado el mes de octubre, viajé a Europa.

En el mes de noviembre me inscribí en un curso que organizaba el Instituto de Derecho Comparado de la Universidad complutense. Las dos primeras conferencias las dictaba, un filósofo español que era republicano y con motivo del triunfo franquista se había, exiliado en México: Luis Recasens Siches.

Para esas épocas la dictadura franquista se había convertido en "dictablanda" y se jactaba de los "25 años de Paz". El cambio se reflejaba en el hecho de que las autoridades franquistas de la Universidad Complutense habían invitado a un exiliado republicano a dar las conferencias de apertura del Curso, exponiendo sobre "Ideas jurídicas comparadas".

Me inscribí en ese curso de iniciación al Derecho Comparado que se desarrollaría durante todo un año académico y asistí a las conferencias de Recasens.

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En la primera conferencia, cuando comenzó a hablar abro mi carpeta y empiezo a registrar en taquigrafía su exposición, con el propósito de ver si todavía mantenía mi capacidad de taquígrafo. El esfuerzo que debe realizarse en esos casos es superior al de los turnos en el recinto legislativo, que generalmente son de cinco minutos para cada pareja. Años antes, cuando era estudiante, lo había hecho muchas veces, porque tomaba apuntes taquigráficos en la Universidad, no solamente de los cursos a que asistía como alumno, sino también de otras asignaturas en que los alumnos deseaban contar con las clases de sus profesores, y confeccionaba "apuntes", que fueron vendidos en la Facultad.

Cuando terminó la conferencia de Recasens, baja del estrado un señor que se acerca, y me pregunta:

-¿Usted ha tomado versión taquigráfica?-Sí, le respondo.-¿Podría traducirla?-Bueno, si me dan un lugar con una máquina de escribir y

papel, no tengo inconveniente.

Entonces, me dieron ese lugar en una oficina con los elementos de trabajo.

Este episodio tiene para mí una serie de connotaciones muy importantes, porque la persona que me habló era el secretario de Instituto de Derecho Comparado y uno de los profesores que participaba en el dictado del Curso. En esas épocas trabajaba de Fiscal en la Audiencia de Segovia y trabé con él una amistad entrañable que se ha prolongado hasta el día de hoy, en que tiene 92 años, y es miembro de número de la Real Academia Española de Jurisprudencia y Legislación.

A Recasens Siches le entregué la versión taquigráfica. A la semana siguiente llegué a su conferencia con unos minutos de demora por lo pesado que estaba el tránsito. Me estaban esperando para comenzar y también tomé la versión taquigráfica y la entregué para que Recasens la corrigiese. Días después, fui a buscarla al Hotel Tirol, calle Marqués de Urquijo casi esquina Princesa, donde se alojaba el maestro, que al entregármela me expresó:

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-"Es la mejor versión que me han tomado en mi vida"3.

Le respondí que no era un mérito especial, sino que se debía a que yo era profesor de Derecho.

Para comprender lo que expresó el orador y traducirlo bien hay que conocer la materia que ha tratado. Cuando se conoce la materia, la captación del mensaje es muy distinta, tanto en los aspectos, como en los formales.

En lo formal, por ejemplo, una de las cosas más difíciles para el taquígrafo es cuando se menciona a alguien y se da el apellido con la pronunciación que tiene en su idioma, poder comprenderlo. Si dicen "Shakespeare", y el taquígrafo no tiene conocimientos de literatura, pero tiene un buen oído, pondrá "Chespir". Por supuesto que este ejemplo se vincula con la cultura general; pero el problema se torna más difícil cuando la materia que se ha tratado se vincula con materias técnicas, cuyo conocimiento suele estar reducido a los especialistas, y el orador menciona autores que el taquígrafo desconoce y ni siquiera tiene idea del tema ni de los autores que se mencionan. A quien no conoce nada de Psiquiatría, si le mencionan a Freud solamente habrá escuchado "Froi".

En este caso Recasens se encontraba con que en la versión, prácticamente todos los autores que había mencionado estaban correctamente escritos y reflejados -y eso que él hablaba de Filosofía del Derecho y lo que yo estudio es Derecho Civil.

Cuando le dije que era profesor de la Universidad Nacional de Córdoba, acotó de inmediato:

-Ah... La Universidad de Garzón Valdés ¿Qué hace por él su Universidad?

Garzón Valdés era un joven y destacado jas-filósofo y para esas fechas había logrado que la imprenta de la Universidad

3 Ese trabajo de Recasens Siches está publicado en el N° 23 de la Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, que dirigía Fernández Galiano.

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publicara una serie de pequeños libros, que eran traducciones que él había hecho de trabajos de filósofos, sociólogos y juristas alemanes. Esa colección representó un esfuerzo valioso realizado por la Universidad de Córdoba para la difusión en idioma castellano del pensamiento de esos pensadores alemanes.

Me sentí muy orgulloso de que mi alma mater, la Casa de Trejo, fuera conocida en el extranjero por la labor de uno de sus docentes y le escribí de inmediato al Decano de la Facultad de Derecho relatándole el episodio y preguntando por la posición que se daba en sus claustros a Garzón Valdés.

En 1973, poniendo fin a otro período de gobierno de los militares, se realizaron elecciones y asumió la Presidencia Campora. Garzón Valdés estaba en el servicio de relaciones exteriores y el nuevo gobierno lo destinó a Alemania. Dos o tres meses después lo cesan (por no ser afiliado al peronismo), lo que motivó que se quedara en Alemania, como profesor, primero en Heidelberg y luego en otras universidades. Ha recibido numerosas de distinciones y es uno de los pensadores más importantes de nuestra época.

La versión taquigráfica de la conferencia de Recasens Siches se publicó en el N° 23 de la revista de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid.

Ese contacto con los organizadores del Curso de Iniciación al Derecho Comparado, además de la amistad con quien era entonces Secretario del Instituto, Dn. José María Castán, que se prolonga hasta el día de hoy, hizo que también me vinculara y trabase amistad con un destacado profesores de Derecho Civil, Dn. Diego Espín Cánovas que en ese momento era catedrático en Salamanca y me invitó a que expusiera un tema en su cátedra.

El 11 de mayo de 1966 dicté por primera vez clase en una Universidad Española, y desarrollé el tema de "Derecho Civil Español y Americano, interinfluencias recíprocas", ensayo que después se ha publicado en la Revista de Derecho Privado, de Madrid.

Formación del taquígrafo.

El taquígrafo tiene que formarse -en eso hubo especial hincapié a partir de Teófilo Urquiza, Demetrio y Jorge Plaghos, mi padre y los

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sucesivos directores-, porque el taquígrafo no es mero espejo de lo que los signos que captó, sino que tiene como función principalísima ser un traductor de la expresión oral a lo escrito, para lo cual debe tener conocimientos del idioma y habilidades de redacción, y se desempeñará mejor o peor según como sepa volcar en lo escrito lo oral.

Un muy buen taquígrafo no sólo necesita velocidad de percepción taquigráfica sino que necesita velocidad mental para la traducción y conocimientos amplísimos del idioma, de forma tal que no trate de imprimir su sello personal a la expresión escrita sino que sepa mantener el estilo de cada orador, que es otro de los esfuerzos que debe realizar el taquígrafo.

El taquígrafo corre riesgos cuando actúa como traductor; no debemos perder de vista aquella frase célebre "traduttore, tradittore"; el traductor es un traidor porque toma una esencia extraña y a veces inconscientemente la cambia y le imprime el sello de su propia esencia propia. Esto es lo que no debe hacer un buen traductor. El taquígrafo debe respetar la esencia del expositor -cada expositor tiene un estilo distinto- y no imprimirle a todos el estilo que tiene él como traductor. Este es uno de los problemas serios que se enfrentan.

El orador completa su mensaje con gestos, tonos de voz, miradas, pausas, que no son fáciles de llevarlas a lo escrito y solamente una persona que sepa manejar el idioma puede hacerlo, reflejando en lo escrito lo más fielmente posible lo que ha ocurrido, porque uno tiene que dar al futuro lector la imagen más cercana de lo que ocurrió. ¡Cuidado, que la imagen perfecta no es posible porque lo escrito está lejos de lo vivido!

Todo eso exige que el taquígrafo deba ser un personal especializado, no solo para recibir la palabra con una técnica suficiente que le permita captar todo lo que se dijo, sino que además debe demostrar su habilidad para saber expresar por escrito todo lo que el orador quiso transmitir con sus palabras.

En el Colegio Nacional de Monserrat teníamos un profesor de Composición, a quien apodábamos el "indio" Ahumada. La materia estaba hecha para él; su principal preocupación era enseñar a redactar a estos jóvenes que íbamos a ser bachilleres. Nos decía

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que nunca se deben utilizar frases rimbombantes, carentes de verdadero significado y que son la negación de la esencia del pensamiento y nos suministraba como ejemplo la siguiente: "el carro del Estado navega sobre un volcán"; para explicarnos luego que el Estado no es un carro, que los carros no navegan, y que di lo hicieran, no se puede navegar sobre un volcán. Procuraba demostrarnos que expresiones de ese tipo son antinaturales y quien desee redactar bien tiene que aprender que la expresión escrita debe responder a la naturaleza posible de las cosas. Insistía también en que el estilo de las frases debía ser directo y conciso. Son enseñanzas que quedaron grabadas en todos sus alumnos, que aprendimos con él a no utilizar el "que" galicado, ni el "su" confuso.

Neutralidad política.

Otra consideración importante: el taquígrafo tiene que mantener independencia, no afiliarse a un partido político, dado que dará fe plenamente, sin tomar bandera por nadie, de que es lo que dicen todos los que están debatiendo, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, y no se puede estar afiliado a un grupo de los que integran la Cámara, porque si lo estuviese, no merecería la confianza de los que son de otros grupos políticos. El taquígrafo juega su prestigio y su honor en que su versión es absolutamente fidedigna y debe merecer la confiabilidad de todos, y para ello debe mantener una independencia total, sin perjuicio de que puede tener internamente las ideas que tenga, pero no afiliarse a un partido y actuar como militante.

La independencia debe ser funcional, a punto tal que no lo lleve a tener compromiso partidario, aunque pueda tener la inclinación partidaria que desee, pero no atado a cadenas de que lo mandan a votar o poner en la versión algo que no se ha dicho.

En el hecho de falsificar datos históricos, advertimos que algunos materiales son más fáciles de falsificar que otros. El falseamiento de los hechos históricos se ha producido tanto en el momento de elaboración o redacción del documento, como en la adulteración posterior de esos documentos; esto es lamentablemente cierto. Algunos gobiernos de carácter autocrático, cuya voluntad parece omnipotente, caen en la tentación de relatos parcializados, y hasta en el intento de reformar el relato histórico para adecuarlo a lo que le gusta o

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conviene, como sucedió en la Rusia soviética durante el gobierno de Stalin.

En la profesión de asentar los hechos por escrito, encontramos a lo largo de la historia que muchos están teñidos, porque el historiador, el analista, el autor de los documentos, estaba al servicio del poder y el poder era autocrático.

Un intento de superación se encuentra en la Edad Media, con el notariado y la Escuela de Bolonia que permite al notariado independizarse un poco. Desde entonces se tiende a procurar el perfeccionamiento de la actividad del notario, especialmente en su función de dar fe, sin deformar lo que ha pasado y ser la persona en quien se puede depositar la fe pública y para que de conocimiento de hechos ocurridos en su presencia.

El taquígrafo, en cierta manera, con respecto a los debates es un escribano. Es el que recepta lo dicho, así como el escriba receptaba los decretos, resoluciones y actos del reino. El taquígrafo cumple la función de material de darle al escriba de la Cámara —que es el secretario- un documento que firmará dando fe de que eso es cierto. Es decir, el tipo de tarea del taquígrafo entra dentro de esa corriente de dar fe por escrito de lo que oralmente se dijo en el debate, que es lo que justifica la conducta del taquígrafo de total independencia de la actividad política.

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APÉNDICELibro "El Cazador, Casado" de Luis Moisset de Espanés (Criticón)

Capítulo 1Cómo no debe jugarse al ajedrez4 (Cuidado cuando escribe)

Quizás muchos de los lectores se pregunten asombrados: ¿qué tiene que ver la práctica del ajedrez con la redacción de un trabajo jurídico? Y, sin duda, les asistirá toda la razón.

El título de esta primera nota es solamente anecdótico. Hace algunos años tenía yo gran afición por el ajedrez. Dedicaba todas mis horas libres -y también las otras, es menester confesarlo- a perfeccionarme en el juego - ciencia. En esa época llegó a mis manos un excelente librito que se titulaba: "Cómo no debe jugarse al ajedrez", escrito, si no me equivoco, por Znosko-Borowsky. El autor de esta obra jamás fue un gran campeón internacional, pero se reveló en ella como un magnífico pedagogo, pues procuraba instruir al lector mostrándole de manera práctica los más frecuentes yerros que suele cometer un principiante, para que evitase incurrir en equivocaciones semejantes. El acierto era evidente, pues el ejemplo enseña mucho más que los abundantes consejos teóricos.

Y ahora, cuando leo muchos de los trabajos jurídicos que se publican en importantes revistas científicas, o algunos libros de conocidos sellos editoriales, se me ocurre pensar que sería necesario que alguien, con el genio pedagógico del autor que he recordado, nos brindase un tratado que se ocupase de "Cómo no debe escribirse en materia jurídica".

Sin embargo he comprendido que la tarea resulta demasiado ambiciosa para mis fuerzas y escasos conocimientos; por ello he decidido reducirla a una serie de notas en las que tocaré solamente algunos tópicos aislados, ilustrándolos con ejemplos tomados de la vida real.

4 Es ésta la primera de una serie de tres notas que se publicaron en Jurisprudencia Argentina, 1968 - V, Sección apuntes, con el seudónimo de Criticón (L.M.E.).

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Reconozco mis limitaciones, e imagino desde ya la sonrisa irónica que iluminará el rostro del lector cuando encuentre alguna de las fallas en que -sin duda alguna- incurriré sin desearlo; sin embargo creo que hasta esos mismos errores serán útiles para lograr la finalidad perseguida, y deseo que me sean señalados.

El hecho mismo de que la serie de notas se reduzca sólo a algunos tópicos que he escogido de antemano, permitirá que otras plumas más capaces que la mía concurran con su esfuerzo a llenar las lagunas o corregir mis faltas.

Debo confesar también que la idea de estas notas nació al leer un trabajo algo peor que otros pues contenía un catálogo bastante nutrido de errores garrafales. En ese instante recordé el libro de Znosko-Borowsky y pensé que si el autor o el opúsculo que estaba en mis manos hubiese perseguido la misma finalidad que el ajedrecista ruso habría obtenido un éxito singular pues mostraba de manera práctica los defectos más frecuentes en escritos jurídicos, a saber: a) errores gramaticales (faltas de ortografía y sintaxis); b) citas de autores incorrectas; c) errores de traducción; d) desconocimiento de conceptos básicos; e) repeticiones abundantes e innecesarias; f) no haber leído los cuerpos legales que se mencionaban en el texto; g) desconocimiento de los sistemas jurídicos a que se hacía referencia al tratar del Derecho Comparado; y... punto y aparte.

Estos aspectos -y quizás varios otros que olvido mencionar- tienen fundamental importancia cuando se acomete la labor de escribir un trabajo jurídico, y trataré de corroborar mis afirmaciones, al ocuparme de cada uno de ellos en particular en estas breves notas.

Capítulo 2Las traducciones 1 (Cuidado cuando escribe)

Siempre es peligroso internarse en los vericuetos de una lengua extraña, y por eso un viejo proverbio italiano manifiesta: "traduttore, tradittore" haciendo mención a la frecuencia con que suele deformarse el pensamiento del autor, o el significado de los vocablos, cuando se los traslada de un idioma a otro.

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En materia jurídica -como en cualquier otra rama de las ciencias- donde las palabras tienen un significado técnico preciso, es menester poner sumo cuidado, pues las traducciones incorrectas carecen de sentido, inducen a error o mueven a risa. Por supuesto que estas reflexiones no están dirigidas a criticar la labor de los traductores profesionales, que con mayor o menor acierto encaran la ardua tarea de facilitar la difusión en nuestro idioma de la labor científica e intelectual que se realiza en otros países. Ellos cumplen una tarea digna de elogio, aunque esté erizada de dificultades y escollos que no siempre pueden salvarse con felicidad.

No; esta nota se dirige a la pequeña traducción; la que diariamente efectuamos quienes creemos conocer lenguas extranjeras y procuramos beber el conocimiento en las fuentes originales. Luego de nuestras investigaciones y desvelos trasladarnos al castellano el pensamiento del autor; resumimos sus ideas principales; reproducimos "textualmente" uno o dos párrafos. Nuestro trabajo no es el de un profesional ducho, sino el de un aficionado, que se aventura audaz en terreno poco menos que desconocido (para él) y, lamentablemente, cae con frecuencia en las trampas de ese idioma extraño.

Lo malo, en este caso, es no tener conciencia de los "desconocimientos" propios, y creer que se domina el idioma, cuando sólo se conocen algunos vocablos sueltos. Y los errores son más frecuentes cuando procuramos traducir lenguas que pertenecen a la misma familia que el castellano, pues nos parece que no necesitamos recurrir al diccionario. Pero, ¡basta de divagaciones, y a brindar algunos ejemplos prácticos, que serán mucho más demostrativos que dos centenares de reflexiones sobre el tema!

En un trabajo publicado por un profesor universitario encontré un día la siguiente frase, que reproduzco textualmente: "En el antiguo derecho francés se la denomina renta vitalicia o viajera...".

¡Pobre renta! ¡Me la imagino descendiendo de un viejo coche de postas, ahogada por el polvo del camino, sosteniendo en sus manos una gran maleta de cuero, algo gastada, como corresponde al equipaje de los trotamundos!

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¿De dónde había sacado este buen señor que a la renta se la llamaba "viajera"? El error proviene de una defectuosa traducción de la palabra francesa "viagere", que significa, precisamente, "vitalicia" y ha sido traducida por "viajera".

"Viagere" deriva del latín: "vi-agere", y significa que obra o actúa de por vida, es decir: "vitalicio"; en cambio el vocablo que en francés sirve para designar a una viajera es "voyageuse".

El traductor, seducido por la similitud de los vocablos, incurrió en un error que habría obviado con sólo recurrir al diccionario. Y éste es un consejo válido no sólo cuando se traducen textos extranjeros, sino también cuando se redacta cualquier párrafo en nuestro idioma; el diccionario debe estar siempre a mano para verificar el significado o la ortografía de cualquier vocablo que nos ofrezca dudas; pero ya volveremos sobre el particular cuando tratemos de los errores gramaticales.

Veamos ahora otro ejemplo, vinculado con el muy moderno y excelente código portugués, en vigencia desde el 10 de junio del año pasado. La aparición de este nuevo cuerpo legal trajo como consecuencia algunos comentarios sobre sus novedades, su metodología y su contenido. El problema me atrajo desde el primer momento, pues se trata de un trabajo cuidadoso, en el que han participado durante 20 años los más destacados juristas portugueses, sin que mediasen apuros ni improvisaciones fuera de lugar; por ello he procurado leer el código, y también varios de los comentarios que sobre él se han hecho en castellano.

En uno de esos comentarios -que en general es de excelente factura- me llamó la atención ver que se sostenía que el Código portugués al tratar de los contratos en especial, legislaba sobre "el préstamo". Ustedes me dirán: ¿qué tiene de raro que un Código legisle sobre el préstamo? Lo curioso era que entre los otros contratos mencionados por el comentarista se encontraban ya las dos formas de préstamo comúnmente diferenciadas en los códigos civiles: el mutuo y el comodato.

Inmediatamente busqué el nuevo Código portugués, y advertí cuál era la causa del error; se había traducido el vocablo "empreitada" por "préstamo"; pero la "empreitada" es... ¡la locación de obras! Y hay bastante diferencia entre locación de

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obras y préstamo, ¿verdad? En realidad la denominación de esta figura en portugués se vincula con una raíz latina diferente a la que da nacimiento a los vocablos "préstamo" o "empréstito", y es la que origina en nuestro idioma la palabra "empresa".

Creo que dos botones son suficientes para muestra, y no deseo abrumar al lector con otros ejemplos de traducciones incorrectas. Baste recordar que los giros idiomáticos siempre entrañan graves riesgos y que si no dominamos bien una lengua extranjera es muy peligroso lanzarse a traducirla sin la ayuda de un diccionario, ¡por lo menos!

Capítulo 3La publicación de versiones taquigráficas 1 (Cuidado

cuando escribe)

Es frecuente encontrar publicadas las versiones taquigráficas de clases, conferencias y congresos, y así como algunas resultan impecables y perfectas, otras abundan en repeticiones, errores sintácticos, ideas confusas y expresiones que resultan ridículas o jocosas.

¿Cuál es la causa? Sin duda que las primeras han sido cuidadosamente corregidas por el orador, antes de darlas a publicidad, mientras que las otras no fueron revisadas, o apenas se las miró, confiando únicamente en la capacidad del estenógrafo, con total y absoluto desconocimiento de la técnica taquigráfica y sus limitaciones":

La técnica taquigráfica.

a) Representación fonética y fuga de vocales.

¿Cómo se logra velocidad en la taquigrafía? Los sistemas de uso más corriente en nuestro país se basan en la idea de representar con cada signo un fonema, pero a diferencia del alfabeto, donde se descomponen los sonidos hasta llegar a la unidad "letra", en los sistemas taquigráficos sólo se representan las "sílabas", y dentro de ellas quedan determinados los sonidos de las consonantes, omitiéndose las vocales.

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La estructura gráfica de estos sistemas es de tipo geométrico, y los signos se logran mediante la combinación de pequeñas rectas, arcos de curva, ganchos, circulitos y elipses. El mismo signo varía su valor fonético según sea trazado suavemente o con rasgo grueso.

Dicho más brevemente, el taquígrafo en su labor de traducción enfrenta una fuga de vocales, que debe solucionar adecuadamente, y ello no siempre es posible; depende, en gran medida, de su versación en el tema y de la mayor o menor amplitud de su cultura general.

Ilustraré estas afirmaciones con dos ejemplos, tomados ambos de versiones taquigráficas que he visto publicadas.

En cierta ocasión un profesor de Derecho Romano mencionaba en las primeras clases de su curso el acontecimiento histórico de la fundación de Roma, cuando un grupo de mancebos deja la ciudad de Alba, y capitaneados por Rómulo y Remo se trasladan a las orillas del Tíber y construyen la "Roma Quadrata". Entusiasmado por su propio relato, y dejándose llevar por un impulso retórico, manifestaba que "Roma no podía alcanzar el destino que la Historia le deparaba si los lechos de esos jóvenes permanecían vacíos y... -haciendo un suspenso, terminaba su frase diciendo- ... entonces se produjo el famoso episodio del robo de las sábanas (?!).

Bueno, por lo menos esto era lo traducido por el pobre taquígrafo, que no conocía Historia de Roma, y no había oído hablar del "rapto de las Sabinas"; desesperado ante su fuga de vocales (r-b- d- 1-s s-b-n-s), no encontró nada mejor para los lechos de esos mancebos que unas "sábanas", ¡quizás blancas y almidonadas!

He leído también una versión taquigráfica en la que el orador, al hablar de las viejas categorías romanas de la culpa, se refería a esa forma de medir las faltas mediante la creación de tipos ideales de conducta humana, diciendo que se habían creado "raseros" jurídicos, y el taquígrafo había traducido esa expresión por "reseros". ¡Lindo "arreo" nos esperaba!

Pero, no echemos la culpa a los taquígrafos, pues quien desea publicar la versión de sus palabras debe poner buen cuidado en corregirlas.

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b) Nombres propios.

Frente a su fuga de vocales, huidiza e inasible, si una palabra le ofrece dificultades, el taquígrafo encuentra su mejor auxilio en el contexto que la rodea y, a menudo logra desentrañar su significado por el sentido general de la frase. Pero, ¿cómo podrá hacerlo cuando se enfrenta con apellidos de difícil escritura y extraña pronunciación, o con vocablos latinos o de otras lenguas extranjeras? Salvo que por una rara casualidad tenga conocimientos especializados en el tema, le resultará totalmente imposible.

Recuerdo haber visto escribir el apellido de Windscheid por un excelente taquígrafo, que había captado bastante correctamente la expresión fonética del expositor, y traducía "Vischain", porque era el sonido más aproximado a lo que captó en sus signos. Y, en otra oportunidad, un taquígrafo experto -con ciertos conocimientos jurídicos- confundió Pothier con Baudry, pues la representación taquigráfica de ambos apellidos es similar, diferenciándose solamente en que los rasgos del primero se trazan suavemente, y son gruesos en el segundo.

No quiero extenderme más en la ejemplificación, pero es bueno insistir que lo dicho para los nombres propios es igualmente válido -como lo señalamos más arriba- para los vocablos extranjeros.

c) Aspectos gramaticales de la versión.

En la expresión oral del pensamiento la mímica o las tonalidades de la voz suplen muchas veces las incorrecciones de la frase, y tanto el orador como su auditorio logran entablar la comunicación necesaria para transmitir las ideas y comprenderlas.

Es raro encontrar el expositor perfecto, que no incurra en errores de construcción gramatical, que resultarían inadmisibles en un escrito; y, en otras oportunidades, por razones didácticas, debe insistirse en ciertos tópicos, de forma que esas repeticiones, llevadas al papel, parecerían machaconas y privarían totalmente de elegancia al texto.

Un taquígrafo medianamente bueno se limita a "fotografiar", con bastante precisión, las palabras del orador, y cuando nos miramos en el espejo frío e inerte del papel que ha despojado

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al texto de ese contorno vital que lo rodeaba en la conferencia, nos encontramos desconocidos. No responsabilicemos al taquígrafo; él ha cumplido su misión brindándonos una versión "textual". Las razones son otras: por un lado, hablamos peor de lo que creemos; y, en segundo lugar, hay una diferencia substancial -por cierto que muy explicable- entre la forma oral de expresar nuestro pensamiento y la forma escrita.

Los escasos profesionales de la taquigrafía que hacen un culto de su arte, suelen poner empeño en pulir nuestras palabras, suprimir repeticiones, completar el pensamiento que a veces sólo se transmitió con un gesto, y dar forma gramatical correcta a la oración, evitando cacofonías, faltas de concordancia entre sujeto y predicado, y otros muchos vicios comunes5.

Y permítaseme recordar aquí una antiquísima anécdota. Los signos taquigráficos suelen ser denominados "notas tironianas" en homenaje a Tirón, esclavo de Cicerón; precisamente gracias a su labor se salvaron las piezas oratorias que pronunció en el Foro y que lo consagraron como el más destacado de los oradores romanos, entre las cuales merece mencionarse la "Pro Milone", considerada una obra maestra en el género de las defensas criminales. Pero resulta que pese al alegato de Cicerón, su cliente, Milón, fue condenado al destierro. Tiempo después, traducidas las notas por Tirón, se publicó el alegato, y

5 En tal sentido quiero rendir homenaje a los taquígrafos del Senado de Córdoba, donde hicieron escuela Teófilo Urquiza y Demetrio Plaghos, y luego Jorge Plaghos, Enrique Moisset de Espanés y Manuel Heredia Lizarralde, quienes ocuparon sucesi-vamente la dirección de ese Cuerpo.

Los taquígrafos del Senado cordobés nos brindaron una magnífica versión del Tercer Congreso Nacional de Derecho Civil (ver "Actas", Imprenta de la Universidad Nacional de Córdoba, 1962).

Ingresé a esa oficina, como taquígrafo de segunda, en febrero de 1949; ascendí luego a taquígrafo de primera, y trabajé en ella hasta octubre de 1964, fecha en que renuncié para dedicarme con exclusividad a la docencia universitaria.

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le envió una copia a Milón; pero parece que éste encontró muy cambiada y mejorada la exposición (la versión del taquígrafo había superado a la oratoria de Cicerón), y le respondió: "Si realmente hubieses pronunciado este alegato en el Foro, no estaría comiendo pescado en Marsella".

Quiero señalar, sin embargo, que esta labor de corrección entraña otros riesgos muy grandes, pues si el taquígrafo no posee profundos conocimientos del derecho, al tratar de mejorar la exposición del orador puede cambiar totalmente el sentido de su pensamiento, o sustituir vocablos que tienen un significado técnico preciso por otros, que en el lenguaje común son sinónimos, pero que en materia jurídica tienen distinto alcance, de manera que puede alterarse profundamente el texto, cambiando el contenido de las frases.

d) Recomendación final.

Durante 20 años he mantenido vinculación con taquígrafos y juristas y puedo advertir las limitaciones que tenemos unos y otros. Creo que muchas veces las fallas que se deslizan en las versiones taquigráficas de clases y conferencias jurídicas se deben -sobre todo- al desconocimiento de los problemas técnicos que plantea la traducción de esos signos extraños, que parecen haber captado milagrosamente lo que uno dijo6.

Me he detenido a señalar los más importantes de esos problemas, porque creo que deben ser conocidos por quien desee corregir una versión taquigráfica, para que le resulte más fácil la búsqueda de los posibles errores que pueden haberse deslizado, y advierta la necesidad de trabajar prolijamente en la revisión del texto, antes de entregarlo para su publicación.

6 Escribí estas notas en 1968. Han pasado 40 años y hoy se usa con mucha frecuencia el grabador, en reemplazo del taquígrafo. Sin embargo, llegado el momento de la "traducción", los problemas son muy similares, tanto en lo que hace a sintaxis, redacción, nombres extranjeros, vocablos técnicos, etc., y el autor que desee publicar una versión escrita de esas conferencias, tiene que corregirla cuidadosamente.

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APÉNDICEComentario bibliográfico

"Estenografía", por Jorge Plaghos (publicado por el Departamento de Acción Social de la Universidad Nacional de Córdoba, marzo de 1962).

La enseñanza de la taquigrafía recibe, con este texto del profesor Plaghos, un aporte doblemente valioso: en primer lugar por el valor intrínseco de su contenido, donde se refleja una larga experiencia en la docencia y en la práctica estenográfica parlamentaria, y en segundo lugar porque es la primera publicación sobre el tema efectuada por un autor cordobés. Siempre hemos considerado necesario que los profesores de nuestra Universidad y sus colegios secundarios concreten en obras de aliento su experiencia brindándonos así el fruto de largos años de esfuerzo. En este caso, especialmente, nos congratulamos por la aparición de este compendio porque en más de una oportunidad impulsamos a su autor para que ordenase y publicase todos sus trabajos sobre la materia que conservaba inéditos.

Al recorrer las páginas de la obra se advierte el esfuerzo de Plaghos por crear un sistema completo y lógico, pero sin recargar excesivamente la enseñanza con reglas y excepciones demasiado numerosas que dificultan el aprendizaje y complican el sistema. Es cierto que no coincidimos totalmente con la solución dada a algunos difíciles problemas técnicos, pero no olvidemos que todo sistema taquigráfico, creación del hombre, debe forzosamente presentar imperfecciones y es susceptible de ser mejorado.

Es digno de mencionar que todas las reglas están ilustradas con abundantes ejemplos que facilitan la labor, tanto del estudiante como del profesor. Por último conviene hacer referencia a algunos párrafos de los "Propósitos" enunciados por el autor como prólogo del libro, que demuestran su ponderación de juicio y adelantan lo que luego podemos comprobar al analizar el trabajo: la existencia de un equilibrio armónico en el desarrollo de cada tema.

Nos dice el profesor Plaghos: "He buscado fundamentalmente la unidad y coordinación más absolutas en la reglamentación de los principios que rigen el sistema", y más adelante manifiesta en lo que atañe a abreviaturas y contracciones, "solamente se incluyen las que se conceptúan indispensables...". Se trata evidentemente de un acierto

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indiscutible. Hemos sostenido siempre que no debe recargarse al estudiante con la memorización de excesivos gramálogos que luego no tendrá oportunidad de utilizar jamás. Es mucho más útil y práctico el aprendizaje correcto y completo de un sistema estenográfico pues el taquígrafo, cuando haya adquirido madurez suficiente, estará en condiciones de crear sus propias abreviaturas, de acuerdo a las necesidades que se le presenten.

En resumen conceptuamos que este libro, fruto de largos esfuerzos y de la capacidad técnica de su autor, será recibido con beneplácito por docentes y alumnos.

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