kuttner, henry - el horror de salem

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 EL HORROR DE SALEM Henry Kuttner (Título original: «The Salem Horror») (Primera publicación: Weird Tales, Mayo 1937) (Traducción: Francisco Torres Oliver) (Trabajo de Digitalización: Tony Brazil)  La primera vez que Carson reparó en los ruidos de su sótano, los atribuyó a las ratas. Más tarde, empezó a oír historias que circulaban entre los supersticiosos  polacos que trabajaban en el molino de Derby treet acerca de la primera  persona que ocupó la anti!ua casa, "bi!ail #rinn. $a no vivía nadie que recordara a la diabólica bruja, pero las morbosas leyendas que proli%eraban por el &distrito de las brujas' de alem como hierbas en una tumba, daban inquietantes detalles sobre sus actividades, y eran desa!radablemente e(plícitas respecto a los detestables sacri%icios que se sabía había realizado a una ima!en carcomida y cornuda de dudoso ori!en. Los más ancianos a)n hablaban en voz  baja de "bbie #rinn y de sus monstruosos alardes sobre que era la !ran sacerdotisa del poderoso dios que moraba en la pro%undidad de los montes. *n e%ecto, %ueron estos alardeos de la vieja bruja los que acarrearon su s)bita y misteriosa muerte en +-, /poca de los %amosos ahorcamientos de 0allo1s 2ill. " nadie le !ustaba hablar de esto, aunque a veces al!una vieja desdentada se atrevía a comentar medrosamente que las llamas no podían quemarla, porque todo el cuerpo había asumido la peculiar anestesia de su condición de bruja. "bbie #rinn y su anómala estatua habían desaparecido hacía muchísimo tiempo,  pero a)n resultaba di%ícil encontrar inquilinos para su casa decr/pita, de %achada en !abletes, con un se!undo piso sobresaliente, y curiosas ventanas con cristales en rombos. La %ama de mali!nidad de la casa se había e(tendido por todo alem. *n realidad, no había sucedido nada allí, en los recientes a3os, que pudiese dar ori!en a historias ine(plicables4 pero quienes lle!aban a alquilar la casa solían mudarse a toda prisa, !eneralmente con va!as y poco satis%actorias e(plicaciones relacionadas con las ratas. $ %ue una rata la que llevó a Carson a la 2abitación de la 5ruja. Los apa!ados chillidos y !olpeteos en el interior de las podridas paredes habían alarmado a Carson más de una vez durante las noches de su primera semana en la casa, que había alquilado para conse!uir la soledad que necesitaba para terminar una novela que le habían estado pidiendo los editores... otra novela de amor que a3adir a la lar!a lista de /(itos populares. #ero hasta al!)n tiempo despu/s, no empezó a abri!ar ciertas sospechas disparatadamente %antásticas acerca de la inteli!encia de la rata que una vez se escabulló de debajo de sus pies, en dirección al oscuro vestíbulo.

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EL HORROR DE SALEM

EL HORROR DE SALEM Henry Kuttner (Ttulo original: The Salem Horror)(Primera publicacin: Weird Tales, Mayo 1937)(Traduccin: Francisco Torres Oliver)(Trabajo de Digitalizacin: Tony Brazil)

La primera vez que Carson repar en los ruidos de su stano, los atribuy a las ratas. Ms tarde, empez a or historias que circulaban entre los supersticiosos polacos que trabajaban en el molino de Derby Street acerca de la primera persona que ocup la antigua casa, Abigail Prinn. Ya no viva nadie que recordara a la diablica bruja, pero las morbosas leyendas que proliferaban por el distrito de las brujas de Salem como hierbas en una tumba, daban inquietantes detalles sobre sus actividades, y eran desagradablemente explcitas respecto a los detestables sacrificios que se saba haba realizado a una imagen carcomida y cornuda de dudoso origen. Los ms ancianos an hablaban en voz baja de Abbie Prinn y de sus monstruosos alardes sobre que era la gran sacerdotisa del poderoso dios que moraba en la profundidad de los montes. En efecto, fueron estos alardeos de la vieja bruja los que acarrearon su sbita y misteriosa muerte en 1692, poca de los famosos ahorcamientos de Gallows Hill. A nadie le gustaba hablar de esto, aunque a veces alguna vieja desdentada se atreva a comentar medrosamente que las llamas no podan quemarla, porque todo el cuerpo haba asumido la peculiar anestesia de su condicin de bruja.

Abbie Prinn y su anmala estatua haban desaparecido haca muchsimo tiempo, pero an resultaba difcil encontrar inquilinos para su casa decrpita, de fachada en gabletes, con un segundo piso sobresaliente, y curiosas ventanas con cristales en rombos. La fama de malignidad de la casa se haba extendido por todo Salem. En realidad, no haba sucedido nada all, en los recientes aos, que pudiese dar origen a historias inexplicables; pero quienes llegaban a alquilar la casa solan mudarse a toda prisa, generalmente con vagas y poco satisfactorias explicaciones relacionadas con las ratas.

Y fue una rata la que llev a Carson a la Habitacin de la Bruja. Los apagados chillidos y golpeteos en el interior de las podridas paredes haban alarmado a Carson ms de una vez durante las noches de su primera semana en la casa, que haba alquilado para conseguir la soledad que necesitaba para terminar una novela que le haban estado pidiendo los editores... otra novela de amor que aadir a la larga lista de xitos populares. Pero hasta algn tiempo despus, no empez a abrigar ciertas sospechas disparatadamente fantsticas acerca de la inteligencia de la rata que una vez se escabull de debajo de sus pies, en direccin al oscuro vestbulo.

La casa tena instalacin elctrica, pero la bombilla del vestbulo era floja y daba una luz muy pobre. La rata era una sombra negra, deforme, cuando salt a pocos metros de l y se detuvo, al parecer, para observarle.

En otra ocasin, Carson pudo echar al animal con un gesto amenazador, y reanudar su trabajo. Pero el trfico de Derby Street era desusadamente ruidoso, y le resultaba difcil concentrarse en su novela. Sus nervios, sin razn aparente, estaban tensos; por otra parte, la rata, vigilndole fuera de su alcance, le contemplaba con burlona diversin.

Sonrindose de su propia presuncin, dio unos pasos hacia la rata, sta ech a correr hacia la puerta del stano, y entonces vio l con sorpresa que estaba entornada. Pens que deba de habrsele olvidado cerrarla la ltima vez que estuvo all, aunque generalmente tena cuidado de dejar todas las puertas cerradas, pues la vieja casa tena corrientes de aire. La rata aguard en la puerta.

Irracionalmente molesto, Carson se fue hacia ella a toda prisa, poniendo en fuga a la rata escaleras abajo. Encendi la luz del stano y la vio en un rincn. La rata le observ atentamente con sus ojillos relucientes.

Al descender las escaleras no haba podido evitar la sensacin de que se estaba comportando como un idiota. Pero su trabajo haba sido agotador, y subconscientemente aceptaba con agrado cualquier interrupcin. Cruz el stano en direccin a la rata, viendo con asombro que la bestezuela permaneca inmvil, vigilndole. La rata se comporta de manera anormal, pens; y la mirada fija de sus ojos como botones resultaba un tanto inquietante.

Luego se ri de si mismo, pues la rata dio un brinco repentino y desapareci por un agujero de la pared del stano. Desmaadamente, rasc una cruz con la punta del pie en la suciedad que haba delante de la madriguera, decidiendo poner all mismo un cepo por la maana.

El hocico de la rata y sus desiguales bigotes, aparecieron cautelosamente. Avanz y luego vacil y retrocedi. Despus el animal empez a conducirse de un modo singular e inexplicable, casi como si estuviese bailando, pens Carson. Avanzaba como a tientas, y luego se retiraba otra vez. Daba un saltito hacia adelante, y se paraba en seco, luego saltaba hacia atrs apresuradamente, como si -el smil le vino a Carson de pronto a la cabeza- hubiese una serpiente enroscada ante la madriguera, alerta para evitar la huida de la rata. Pero no haba nada, salvo la cruz que Carson haba trazado en el polvo.

Indudablemente era el propio Carson quien impeda la fuga de la rata, pues estaba a poca distancia de la madriguera. As que dio un paso adelante, y el animal desapareci apresuradamente por el agujero.

Picado en su curiosidad, Carson busc un palo y hurg en el agujero, tanteando. Al hacerlo, sus ojos, prximos a la pared, descubrieron algo extrao en la losa de piedra que haba encima de la madriguera de la rata. Una rpida ojeada en torno a su borde confirm sus sospechas. La losa deba ser movible.

Carson la inspeccion minuciosamente, y not una depresin en su borde a modo de asidero. Sus dedos se acoplaron cmodamente a la muesca, y prob a tirar. La piedra se movi un poco y se par. Tir con mas fuerza y, con una rociada de tierra seca, la losa se separ del muro girando como si tuviese goznes.

Un rectngulo negro, hasta la altura del hombro, qued abierto en la pared. De sus profundidades eman un hedor mohoso, desagradable, de aire estancado, y Carson, involuntariamente, retrocedi un paso. Sbitamente, record las monstruosas historias sobre Abbie Prinn y los espantosos secretos que se supona guardaba en su casa. Haba tropezado l con alguna cmara secreta de la bruja, tanto tiempo desaparecida?

Antes de entrar en la negra abertura tom la precaucin de coger una linterna de arriba. Luego, cautelosamente, agach la cabeza y se desliz por el estrecho y maloliente pasadizo, dirigiendo el haz de luz ante s para explorar el terreno.

Estaba en un estrecho tnel, escasamente ms alto que su cabeza, con pavimento y paredes de losas. Segua recto quiz unos cinco metros, y luego se ensanchaba formando una cmara espaciosa. Al llegar Carson a la habitacin del subsuelo -indudablemente escondite de Abbie Prinn, cuarto secreto, pens, que sin embargo, no pudo salvarla el da que el populacho enloquecido de pavor invadi furioso Derby Street- aspir con una boqueada de asombro. La habitacin era fantstica, asombrosa.

Fue el suelo lo que atrajo la mirada de Carson. El oscuro gris de la pared circular ceda sitio aqu a un mosaico de piedra multicolor en el que predominaban los azules y los verdes y los prpuras: en efecto, no haba colores ms clidos. Deba de haber miles de trocitos de piedras de colores componiendo el dibujo, pues ninguno era mayor que el tamao de una nuez. El mosaico pareca seguir algun trazado concreto, desconocido para Carson; haba curvas de color prpura y violeta combinadas con lneas angulosas verdes y azules, entremezcladas en fantsticos arabescos. Haba crculos, tringulos, un pentculo, y otras figuras menos familiares. La mayora de las lneas y figuras irradiaban de un punto concreto: el centro de la cmara, donde haba un disco circular de piedra completamente negra de alrededor de medio metro de dimetro.

Era muy silenciosa. No se oan los ruidos de los coches que de cuando en cuando pasaban por Derby Street. En una alcoba poco profunda excavada en el muro, Carson descubri unas marcas sobre las paredes, y se dirigi lentamente hacia all, recorrindolas de arriba abajo con la luz de su linterna.

Las marcas, fueran lo que fuesen, haban sido pintadas en la piedra haca tiempo, pues lo que quedaba de los misteriosos smbolos era indescifrable. Carson vio varios jeroglficos parcialmente borrados que le recordaban el estilo rabe, aunque no estaba seguro. En el suelo de la alcoba haba un disco de metal corrodo de unos dos metros y medio de dimetro, y Carson tuvo la clara sensacin de que era movible. Aunque no hubo manera de levantarlo.

Se dio cuenta de que se hallaba de pie exactamente en el centro de la cmara, en el crculo de piedra negra donde converga el singular trazado. Nuevamente se le hizo patente el completo silencio. Movido por un impulso, apag la luz de su linterna. Instantneamente rein la oscuridad ms absoluta.

En ese momento, una singular idea se desliz en su mente. Se imagin a si mismo en el fondo de un pozo, y que de arriba descenda un flujo que se derramaba por el eje de la cmara para tragrselo. Tan fuerte fue su impresin que realmente le pareci oir un tronar apagado, como el rugido de una catarata. Singularmente alarmado, encendi la luz y mir rpidamente en torno suyo. El percutir que senta era, naturalmente, el pulso de su sangre, que se haca audible en el completo silencio: fenmeno bastante familiar. Pero si este lugar era tan silencioso...

La idea le asalt como una sbita punzada en su conciencia. Este era un sitio ideal para trabajar. Poda instalar la luz elctrica, bajar una mesa y una silla, utilizar un ventilador si era necesario..., aunque el olor a moho que haba notado al principio pareca haber desaparecido por completo. Se dirigi hacia la entrada del pasadizo, y al salir de la habitacin experiment un inexplicable relajamiento de sus msculos, aunque no se haba dado cuenta de que los tena contrados. Lo atribuy al nerviosismo, y subi a prepararse un caf y a escribir al dueo de la casa, que viva en Boston, contndole el descubrimiento que haba hecho.

El visitante mir con curiosidad hacia el vestbulo, una vez que hubo abierto Carson la puerta, y asinti para s como con satisfaccin. Era un hombre de figura flaca y alta, con espesas cejas de color gris acero que sobresalan por encima de unos penetrantes ojos grises. Su rostro, aunque fuertemente marcado y flaco, careca de arrugas.

- Viene por la Habitacin de la Bruja? - pregunt Carson con sequedad. El dueo de la casa se haba ido de la lengua, y durante la ltima semana haba estado atendiendo de mala gana a anticuarios y ocultistas deseosos de echar una ojeada a la cmara secreta en la que Abbie Prinn haba murmurado sus ensalmos. El mal humor de Carson haba ido en aumento, y hasta pens en la posibilidad de mudarse a un lugar ms tranquilo; pero su innata obstinacin le haba hecho quedarse, decidido a terminar su novela, pese a todas las interrupciones. Ahora, mirando a su visitante framente, dijo-: Lo siento, pero no se puede visitar ya ms.

El otro le mir sobresaltado, pero casi inmediatamente brill en sus ojos un destello de comprensin. Extrajo una tarjeta y se la ofreci a Carson.

- Michael Leigh... ocultista, eh? -repiti Carson. Aspir profundamente. Los ocultistas, haba descubierto, eran los peores, con sus oscuras alusiones a cosas innominadas y su profundo inters en el trazado del mosaico del suelo de la Habitacin de la Bruja-. Lo siento, seor Leigh, pero... de veras; estoy muy ocupado. Disclpeme.

Y secamente, dio media vuelta hacia la puerta.

- Un momento -dijo Leigh con rapidez.

Antes de que Carson pudiese protestar, haba cogido al escritor por el hombro, y le miraba fijamente a los ojos. Sobresaltado, Carson retrocedi, pero no antes de ver aparecer una extraordinaria expresin, mezcla de aprensin y satisfaccin, en el flaco rostro de Leigh. Era como si el ocultista hubiese visto algo desagradable... aunque no inesperado.

- Que es esto? -pregunt Carson con aspereza-. No estoy acostumbrado...

- Lo siento muchsimo -dijo Leigh. Su voz era profunda, agradable-. Debo disculparme. Pensaba... bien, disclpeme otra vez. Me temo que estoy algo excitado. Mire, he venido desde San Francisco para ver la Habitacin de la Bruja. De veras que no me permite verla? Le pagara lo que fuese.

- No -dijo; empezaba a sentir una perversa simpata por este hombre, con su voz agradable y modulada, su rostro poderoso y su atractiva personalidad-. No, sencillamente deseo un poco de paz; no tiene usted idea de lo que me han molestado- prosigui, vagamente sorprendido al darse cuenta de que hablaba en tono de disculpa-. Es una molestia espantosa. Casi deseara no haber descubierto esa habitacin.

Leigh se acerc con ansiedad.

- Puedo verla? Representa muchsimo para m; estoy inmensamente interesado en esas cosas. Le prometo no robarle ms de diez minutos de su tiempo.

Carson vacil, y luego asinti. Mientras conduca a su visitante al stano, se puso a contarle las circunstancias del descubrimiento de la Habitacin de la Bruja. Leigh escuchaba atentamente, interrumpindole de cuando en cuando con alguna pregunta.

- Y la rata, sabe usted qu ha sido de ella? - pregunt.

Carson se qued sorprendido.

- Pues no. Supongo que se ocultara en su madriguera. Por qu?

- Nunca se sabe - dijo Leigh enigmticamente, cuando entraban en la Habitacin de la Bruja.

Carson encendi la luz. Haba instalado la electricidad, y haba unas cuantas sillas y una mesa; por lo dems, la habitacin estaba intacta. Carson observ el rostro del ocultista, y vio con sorpresa que se haba puesto ceudo, casi enfadado.

Leigh se encamin al centro de la habitacin, mirando la silla colocada sobre el crculo de piedra negra.

- Trabaja usted aqu? - pregunt lentamente.

- S. Es un sitio tranquilo... He visto que no hay manera de trabajar arriba. Hay demasiado ruido. Pero este sitio es ideal; me resulta muy fcil escribir aqu. Mi pensamiento se siente...-dud- libre; o sea, desvinculado de las dems cosas. Es una sensacin de lo ms extraordinaria.

Leigh asinti como si las palabras de Carson confirmasen alguna idea suya. Se volvi hacia la alcoba del disco metlico en el suelo. Carson le sigui. El ocultista se acerc a la pared, repas los borrosos smbolos con el dedo ndice. Murmur algo en voz baja, unas palabras que a Carson le sonaron como una especie de galimatas:

- Nyogtha... k'yarnak...

Se volvi, con el rostro serio y plido.

- Ya he visto bastante -dijo suavemente-. Nos vamos?

Sorprendido, Carson asinti, y le condujo de nuevo al stano.

Una vez arriba, Leigh vacil, como si le resultase difcil abordar el tema. Por ltimo, pregunto:

- Seor Carson, le importara decirme si ha tenido usted algn sueo extrao ltimamente?

Carson se qued mirndole, con la burla bailndole en los ojos.

- Sueos? - repiti-. Oh!, comprendo. Bueno, seor Leigh, puedo decirle que no me va a asustar. Sus colegas, los otros ocultistas que han venido a visitar la casa, lo han intentado tambin.

Leigh alz sus cejas espesas.

- S? Le preguntaron si haba tenido sueos?

- Varios... s.

- Y qu les contest?

- Que no. - Luego, mientras Leigh se echaba hacia atrs en su silla, con una expresin confundida en el rostro, Carson prosigui lentamente- : Aunque en realidad no estoy muy seguro.

- Que quiere decir?

- Creo... tengo la vaga impresin... de que he soado ltimamente. Pero no estoy seguro. No puedo recordar nada del sueo. Y... bueno, lo ms probable es que sus colegas ocultistas me hayan metido la idea en la cabeza!

- Quiz -dijo Leigh circunstancialmente, mientras se levantaba. Vacil-. Seor Carson, voy a hacerle una pregunta ms bien impertinente. Le es necesario vivir en esta casa?

Carson suspir con resignacin.

- Cuando me hicieron la primera vez esta pregunta, expliqu que quera un lugar tranquilo para trabajar en una novela, y que cualquier lugar tranquilo podra servirme. Pero no es fcil encontrarlo. Ahora que tengo esta Habitacin de la Bruja, y me est saliendo el libro con tanta facilidad, no veo por qu razn me tengo que mudar y alterar quiz mi programa. Dejar esta casa cuando haya terminado la novela; entonces podrn ocuparla ustedes los ocultistas y convertirla en museo o hacer con ella lo que quieran. Me tiene sin cuidado. Pero hasta que no haya terminado la novela, pienso permanecer aqu.

Leigh se frot la barbilla.

- Desde luego. Entiendo su punto de vista. Pero no hay otro lugar en la casa donde pueda usted trabajar?

Mir a Carson en el rostro un instante, y luego continu rpidamente:

- No espero que me crea. Usted es materialista. La mayora de la gente lo es. Pero algunos de nosotros sabemos que por encima y ms all de lo que los hombres llaman ciencia, hay un saber que se funda en leyes y principios que a los hombres corrientes les resultaran incomprensibles. Si ha ledo a Machen, recordar que habla del abismo que existe entre el mundo de la conciencia y el de la materia. Es posible tender un puente sobre este abismo. La Habitacin de la Bruja es ese puente! Sabe qu es una sala de los secretos?

- Eh? - exclam Carson, mirando con asombro-. Pero no hay...

- Es una analoga... solamente una analoga. Un hombre puede susurrar una palabra en una galera o cueva, y si usted se sita en un punto concreto, a unos treinta metros, oye ese susurro, aunque no lo oiga alguien que se encuentre a slo tres metros. Es un simple truco de acstica: consiste en la proyeccin del sonido en un punto focal. Ahora bien, este principio es aplicable a otras cosas, adems del sonido. A cualquier onda de impulsos... incluso al pensamiento!Carson trat de interrumpirle, pero Leigh prosigui:

- Esa piedra negra del centro de su Habitacin de la Bruja es uno de esos puntos focales. El dibujo del suelo, cuando usted se sienta en el crculo negro, se vuelve anormalmente sensible a ciertas vibraciones, a ciertos mandatos mentales... peligrosamente sensible! Le parece que tiene la cabeza muy clara cuando trabaja all? Es una ilusin, una falsa sensacin de lucidez... en realidad, usted es un mero instrumento, un micrfono, sintonizado para captar determinadas vibraciones malignas cuya naturaleza no podra comprender.

El rostro de Carson era un estudio de asombro e incredulidad.

- Pero no querr decirme que cree usted realmente...

Leigh retrocedi, desapareci la intensidad de sus ojos, que se volvieron ceudos y fros.

- Muy bien. Pero he estudiado la historia de Abigail Prinn. Ella conoca tambin esa ciencia superior de que le hablo. La utilizo para fines malficos: artes negras, como suelen llamarse. He ledo que, en sus ltimos das, maldijo a la ciudad de Salem... y la maldicin de una bruja puede ser algo pavoroso. Quiere usted... -se levant, mordindose el labio-, quiere usted, al menos, permitirme que pase a verle maana? Casi involuntariamente, Carson asinti.

- Pero me temo que desperdiciar su tiempo. No creo... es decir, no tengo... -tartamude, sin saber qu decir.

- Solo es para cerciorarme de que usted...Ah!, otra cosa. Si suea esta noche, querra tratar de recordar el sueo? Si intenta evocarlo inmediatamente despus de despertar, es posible recordarlo.

- De acuerdo. Si sueo...

Esa noche, Carson so. Se despert poco antes del amanecer con el corazn latindole furiosamente, y con una extraa sensacin de desasosiego. Dentro de las paredes, y procedentes de abajo, poda or las furtivas carreras de las ratas. Salt de la cama apresuradamente, temblando en la fra claridad de la madrugada. Una luna desmayada brillaba an dbilmente en un cielo plido.

Entonces record las palabras de Leigh. Haba soado; de eso no caba la menor duda. Pero cul era el contenido de dicho sueo, era otra cuestin. Por mucho que lo intent, no pudo recordarlo en absoluto, aunque tena la vaga sensacin de que corra frenticamente en la oscuridad.

Se visti rpidamente, y como la quietud de la casa en la madrugada le pona nervioso, sali a comprar el peridico. Era demasiado temprano para que las tiendas estuviesen abiertas, sin embargo, y se dirigi hacia el oeste en busca de un vendedor de peridicos, torciendo por la primera esquina. Mientras caminaba, una extraa sensacin empez a apoderarse de l: una sensacin de... familiaridad! Haba andado por aqu antes, y notaba una oscura y turbadora familiaridad en las formas de las casas, en las siluetas de los tejados. Pero -y esto era lo fantstico-, que l supiera, jams haba estado antes en esta calle. Se entretena poco paseando por esa parte de Salem, pues era de naturaleza indolente; sin embargo, tena una extraordinaria impresin de recuerdo, y se le haca ms vvida a medida que avanzaba.

Lleg a una esquina, torci maquinalmente a la izquierda. La singular sensacin iba en aumento. Sigui andando despacio, reflexionando.

Indudablemente, haba pasado por aqu antes, y muy probablemente lo haba hecho abstrado, de suerte que no haba tenido conciencia de su trayecto. Sin duda, era sta la explicacin. Sin embargo, al desembocar en Charter Street, Carson sinti en su interior una rara intranquilidad. Salem despertaba; con la claridad del da, los impasibles trabajadores polacos comenzaban a cruzarse con l, presurosos, en direccin a los molinos. De cuando en cuando, pasaba un automvil.

A cierta distancia, vio que se haba congregado una multitud en la acera. Apret el paso, con la sensacin de una inminente calamidad. Con extraordinario estupor, vio que se encontraba en el cementerio de Charter Street, la antigua y mal afamada Necrpolis. Se abri paso entre la multitud.

A sus odos llegaron comentarios en voz baja, y vio ante s una espalda voluminosa en uniforme azul. Mir por encima del hombro del polica y aspir aire, horrorizado.

Haba un hombre inclinado sobre la verja de hierro que cercaba el cementerio. Llevaba un traje barato, llamativo, y se agarraba a las herrumbrosas barras con una fuerza tal que los tendones le sobresalan como cuerdas en el dorso peludo de sus manos. Estaba muerto, y en su cara vuelta hacia el cielo en un gesto dislocado, se haba congelado una expresin de abismal y espantoso horror. Sus ojos, totalmente en blanco, sobresalan de manera horrible; su boca era una mueca contrada y amarga.

El hombre que estaba junto a Carson volvi su plido rostro hacia l.

- Parece como si hubiese muerto de miedo -dijo roncamente-. Me horrorizara ver lo que ha debido presenciar este hombre. Uf, mire esa cara!

Carson se alej maquinalmente de all, sintiendo el hlito helado de algo desconocido que le produjo un escalofro. Se restreg los ojos, pero aquel rostro contorsionado y muerto flotaba ante su vista. Comenz a desandar su camino, inquieto y algo tembloroso. Involuntariamente, mir hacia un lado, sus ojos se posaron en las tumbas y monumentos que punteaban el viejo cementerio. Haca un siglo que no enterraban a nadie all, y las lpidas manchadas de lquenes, con sus crneos alados, sus ngeles mofletudos y sus urnas funerarias, parecan exhalar un miasma indefinible de antigedad. Que habra asustado al hombre hasta el punto de causarle la muerte?

Carson aspir profundamente. Desde luego, el cadver haba sido un espectculo horrible, pero no deba permitir que esto alterara sus nervios. No poda consentirlo; esto perjudicara su novela. Adems, razon consigo mismo, el caso estaba lo suficientemente claro. El muerto era con toda seguridad un polaco, del grupo de inmigrantes que vivan en el puerto de Salem. Al pasar junto al cementerio por la noche, lugar en torno al cual haban surgido numerosas y horribles leyendas durante casi tres siglos, los ojos embriagados de aquel desdichado debieron de dar realidad a los brumosos fantasmas de su mente supersticiosa. Estos polacos eran de emociones inestables, propensos a la histeria colectiva y a figuraciones insensatas. El gran Pnico de los Inmigrantes de 1853, en el que ardieron tres casas de brujas, se debi a la confusa e histrica declaracin de una vieja de que haba visto a un misterioso forastero vestido de blanco que se haba quitado la cara. Que poda esperarse de semejante gente?, pens Carson.

Sin embargo, segua nervioso, y no regres a casa hasta casi medioda. Cuando, a su llegada, encontr a Leigh, el ocultista, esperndole, se alegr de verle y le invit a pasar con cordialidad.

Leigh estaba muy serio.

- Ha sabido alguna cosa sobre su amiga Abigail Prinn? - pregunt sin prembulos, y Carson se le qued mirando, detenido en el acto de ir a llenar un vaso con un sifn. Tras un prolongado intervalo, presion la palanca, soltando el chorro de lquido y espuma en el whisky. Tendi a Leigh la bebida y sirvi otro vaso para s -whisky solo-, antes de contestar.

- No se de que me habla. Ha... Qu pasa con ella? -pregunt, con un aire de forzada despreocupacin.

- He estado revisando los informes -dijo Leigh-, y he averiguado que Abigail Prinn fue enterrada el 14 de diciembre de 1690 en el cementerio de Charter Street, con una estaca en el corazn. Qu ocurre?

- Nada -dijo Carson con voz neutra-. Y bien?

- Pues... resulta que han abierto su tumba, y han robado su cadver; eso es todo. Han encontrado la estaca arrancada, y hay huellas de pisadas por todo alrededor de la tumba. Huellas de zapatos. So usted anoche, Carson? - Leigh solt la pregunta como un latigazo, y sus ojos se endurecieron.

- No lo s - contest Carson confundido, frotndose la frente-. No puedo recordarlo. He estado en el cementerio de Charter Street esta madrugada, Tony Brazil tuvo la amabilidad de llevarme.

- Ah! Entonces debe de haber odo algo sobre el hombre que...

- Le he visto -interrumpi Carson, con un estremecimiento-. Me ha dejado trastornado.

Apur el whisky de un trago, Leigh le mir atentamente.

- Bien -dijo luego-, an est decidido a permanecer en esta casa?

Carson dej el vaso y se levant.

- Por qu no? -replic con sequedad-. Hay alguna razn por la que deba irme?

- Despus de lo que sucedi anoche...

- Qu sucedi? Han robado una tumba. Un polaco supersticioso vio a los ladrones y se muri del susto. Y qu?

- Est tratando de convencerse a s mismo -dijo Leigh serenamente-. En su corazn sabe, debe saber, la verdad. Usted se ha convertido en un instrumento en manos de unas fuerzas poderosas y terribles, Carson. Abbie Prinn ha estado en su tumba durante tres siglos... no-muerta, esperando que alguien cayese en la trampa: la Habitacin de la Bruja. Quiz prevea ella lo que iba a suceder cuando la construy; previ que algn da, alguien cometera el error de introducirse en esa cmara infernal y sera atrapado en ese diagrama de mosaico. Ha cado usted, Carson: y ha permitido que ese horror no-muerto cruzase el abismo que se abre entre la conciencia y la materia, para ponerse en rapport con usted. El hipnotismo es un juego de nios para un ser con los sobrecogedores poderes de Abigail Prinn. Ella poda obligarle fcilmente a ir a su tumba y arrancarle la estaca que la tena aprisionada, y luego borrar de su mente el recuerdo de esa accin, de formas que no pudiese ni siquiera saber si fue un sueo!

Carson estaba de pie, y en sus ojos arda una luz extraa:

- En nombre de Dios! Sabe usted lo que est diciendo?

Leigh se ech a rer agriamente:

- En nombre de Dios! Diga ms bien en nombre del diablo: del diablo que amenaza a Salem en este momento; porque Salem est en peligro, en un terrible peligro. Los hombres, mujeres y nios del pueblo que Abbie Prinn maldijo cuando la ataron al palo... y descubrieron que no la podan quemar! He examinado unos archivos secretos esta maana, y he venido a rogarle por ltima vez que abandone esta casa.

- Ha terminado? -pregunt Carson framente-. Muy bien. Me quedar aqu. Usted estar chiflado o bebido, pero no me va a impresionar con sus insensateces.

- Se marchara si le ofreciese mil dlares? -pregunt Leigh-. O ms, quiz... diez mil? Dispongo de una suma considerable.

- No, maldita sea! -espet Carson en un arrebato de clera-. Todo lo que quiero es que me dejen solo para terminar mi novela. No puedo trabajar en ninguna otra parte... adems; no quiero, yo no...

- Me lo esperaba -dijo Leigh, con voz sbitamente tranquila, y con una extraa nota de simpata-. Seor, usted no puede marcharse! Usted est atrapado, y es demasiado tarde para sustraerse a los controles cerebrales de Abbie Prinn, a travs de la Habitacin de la Bruja. Y lo peor de todo es que ella slo puede manifestarse con su ayuda: le extrae sus fuerzas vitales, Carson, se alimenta de usted como un vampiro.

- Est usted loco -farfull Carson torpemente-.

- Tengo miedo. Ese disco de hierro de la Habitacin de la Bruja... me da miedo; y lo que hay debajo. Abbie Prinn renda culto a extraos dioses, Carson; y he ledo algo en la pared de esa alcoba que me ha hecho pensar. Ha odo hablar alguna vez de Nyogtha?

Carson neg impacientemente con la cabeza. Leigh se hurg en el bolsillo y sac un trozo de papel.

- He copiado esto de un libro de la Biblioteca Kester -dijo-; el libro se llama Necronomicn, y fue escrito por una persona que sonde tan profundamente los secretos prohibidos que los hombres le tacharon de loco. Lalo.

Las cejas de Carson se juntaban a medida que iba leyendo la cita:

Los hombres conocen con el nombre de Morador de la Oscuridad al hermano de los Primordiales llamado Nyogtha, la Entidad que no debiera existir. Puede ser trado a la superficie de la Tierra a travs de ciertas cavernas y fisuras secretas, y los hechiceros le han visto en Siria, y bajo la torre negra de Leng; ha ido al Thang Grotto de Tartaria para sembrar el terror y la destruccin entre los pabellones del Gran Khan. Slo por la cruz ansada, por el conjuro de Vach-Viraj y por el elixir Tikkoun, puede ser devuelto a las tenebrosas cavernas de oculta impureza donde mora.

Leigh sostuvo la confundida mirada de Carson.

- Comprende ahora?

- Conjuros y elixires! -exclam Carson, devolvindole el papel-. Estupideces!

- Ni mucho menos. Los ocultistas y adeptos conocen ese conjuro y ese elixir desde hace miles de aos. Yo he tenido ocasin de utilizarlos en otro tiempo en determinadas... ocasiones. Y si estoy en lo cierto... -se volvi hacia la puerta, con los labios apretados en una lnea descolorida -, esas manifestaciones han sido vencidas anteriormente, pero la dificultad est en conseguir el elixir; es ms difcil obtenerlo. Pero espero... Volver. Puede abstenerse de entrar en la Habitacin de la Bruja hasta que yo vuelva?

- No le prometo nada - respondi Carson. Tena un tremendo dolor de cabeza que le haba aumentado hasta imponerse a su conciencia, y ahora senta una vaga nusea-. Adis.

Vio a Leigh dirigirse a la puerta, y aguard en la escalera de la entrada, con una extraa renuencia a entrar en la casa. Mientras miraba alejarse la figura del ocultista, sali una mujer de la casa adyacente. Al verle sus enormes pechos se agitaron. Estall en una chillona y furiosa diatriba.

Carson se volvi y se qued mirndola con ojos desconcertados. La cabeza le lata dolorosamente. La mujer se acercaba agitando un puo gordo y amenazador.

- Por qu asusta usted a mi Sarah? -grit, con su cara morena congestionada-. Porque la asusta con sus trucos estpidos, eh?

Carson se humedeci los labios.

- Lo siento -dijo lentamente-. Lo siento muchsimo. Yo no he asustado a su Sarah. No he estado en casa en todo el da. Que s lo que la ha asustado?

- Ese bicho oscuro... dice Sarah que se meti en su casa...

La mujer se call de pronto, con la mandbula colgando de asombro. Sus ojos se agrandaron. Hizo un signo extrao con la mano derecha, sealando con sus dedos ndice y meique a Carson, mientras cruzaba el pulgar sobre los otros dedos.

- La vieja bruja!

Se retir apresuradamente, murmurando palabras en polaco con voz asustada, tal como hara Osmo Lukult.

Carson dio media vuelta y entr en la casa. Se sirvi un poco de whisky en un vaso, reflexion, y luego lo apart sin haberlo probado. Empez a pasear arriba y abajo, frotndose de cuando en cuando la frente con dedos que senta secos y ardientes. Vagos, confusos pensamientos se agolpaban en su mente. Tena la cabeza febril y le lata con violencia.

Por ltimo, baj a la Habitacin de la Bruja. Se qued all, aunque no trabaj; su dolor de cabeza no era tan opresivo en la mortal quietud de la cmara del subsuelo. Al cabo de un rato se durmi.

No saba cunto haba dormido. So con Salem, y con un ser confusamente definido, negro y gelatinoso, que recorra las calles a sobrecogedora velocidad, un ser como una ameba increblemente grande, negro como el azabache, que persegua y se tragaba a los hombres y mujeres que gritaban y huan en vano. So con un rostro de calavera que escudriaba en su interior, un semblante reseco y contrado en el que slo los ojos parecan vivos y brillaban con una luz infernal y perversa.

Despert finalmente, y se incorpor con un sobresalto. Tena mucho fro.

Reinaba el ms completo silencio. A la luz de la lmpara elctrica, el mosaico verde y prpura pareca retorcerse y contraerse hacia l, ilusin que se disip al aclararse sus ojos enturbiados por el sueo. Consult el reloj. Eran las dos. Haba dormido toda la tarde y la mayor parte de la noche.

Se senta dbil, y el cansancio le tena inmovilizado en su silla. Le daba la sensacin de que le haban extrado las fuerzas del cuerpo. El penetrante fro pareca traspasarle el cerebro, pero se le haba ido el dolor de cabeza. Tena la mente muy despejada, expectante, como si esperase que sucediera algo. Un movimiento, no lejos de l, atrajo su mirada.

Se estaba moviendo una losa de la pared. Oy un suave ruido chirriante, y lentamente, se ensanch la negra cavidad, convirtindose la ranura en un cuadrado. Algo se movi en la sombra. Un tenso y ciego horror traspas a Carson al ver avanzar a rastras hacia la luz a aquella monstruosidad .

Pareca una momia. Durante un segundo que fue eterno, insoportable, el pensamiento golpe espantosamente en el cerebro de Carson: Pareca una momia! Era un cadver de una delgadez descarnada, con la piel ennegrecida y el aspecto de un esqueleto con el pellejo de un enorme lagarto extendido sobre sus huesos. Se agit, avanz, y sus largas uas araaron audiblemente en la piedra. Sali a la Habitacin de la Bruja, su rostro impasible se revel cruelmente bajo la luz cruda, y sus ojos centellearon con una vida sepulcral. Pudo ver la lnea dentada de su espalda negruzca y encogida...

Carson se qued paralizado. Un horror abismal le haba privado de la capacidad de moverse. Pareca estar atrapado en los grillos de la parlisis del sueo, en que el cerebro, espectador distante, es incapaz o reacio a transmitir los impulsos nerviosos a los msculos. Se dijo frenticamente que estaba soando, que dentro de un momento despertara.

El seco horror se incorpor. Se puso en pie, descarnadamente flaco, y se dirigi a la alcoba en cuyo suelo estaba encajado el disco de hierro. Se detuvo de espaldas a Carson, y un susurro reseco crepit en la quietud mortal. Al orlo, Carson quiso gritar, pero no pudo. El espantoso murmullo continu en un lenguaje que a Carson se le antoj extraterreno, y como en respuesta, un casi imperceptible estremecimiento sacudi el disco de hierro.

Se estremeci y comenz a levantarse, muy lentamente; y como en un gesto de triunfo, el encogido horror alz sus delgadsimos brazos. El disco tena ms de veinte centmetros de espesor; y a medida que se separaba del suelo, comenzaba a penetrar en la habitacin un hedor insidioso. Era vagamente un olor a reptil, almizclado y nauseabundo. El disco se elev inexorablemente, y un dedo de negrura surgi de debajo del borde. Sbitamente, Carson record el sueo que haba tenido, de una criatura negra y gelatinosa que recorra las calles de Salem. Trat en vano de romper los grillos de la parlisis que le tenan inmovilizado. La cmara estaba quedndose a oscuras, y un vrtigo tenebroso aumentaba progresivamente para tragrselo a l. La habitacin pareca vacilar.

El disco sigui elevndose; sigui el arrugado horror con sus brazos esquelticos levantados; y sigui fluyendo la negrura en un movimiento ameboide.

Se oy un ruido por encima del seco susurro de la momia, un vivo resonar de pasos presurosos. Por el rabillo del ojo, Carson vio que alguien entraba corriendo en la Habitacin de la Bruja. Era el ocultista, Leigh, con los ojos llameantes en su rostro mortalmente plido. Pas por delante de Carson y se dirigi a la alcoba donde estaba emergiendo la negra abominacin.

Aquel ser agurrado se volvi con horrible lentitud. Carson vio que Leigh traa una especie de herramienta en su mano izquierda, una crux ansata de oro y marfil. Y llevaba la mano derecha pegada a un costado. Su voz retumb entonces sonora y autoritaria. Su blanco rostro estaba cubierto de gotas de sudor:

- Ya na kadishtu nilgh'ri ... stell'bsna kn'aa Nyogtha... k'yarnak phlegethor...Tronaron las fantsticas y aterradoras palabras, y retumbaron en las paredes de la bveda. Leigh avanz lentamente, sosteniendo en alto la crux ansata. Y entretanto, la negra abominacin segua manando de debajo del disco!

Cay el disco a un lado, y una gran oleada de iridiscente negrura, ni slida ni lquida, una espantosa masa gelatinosa, se derram en direccin a Leigh. Sin detenerse, ste hizo un gesto rpido con su mano derecha, y lanz un pequeo tubo de cristal a aquella cosa negra, en la que se hundi.

La informe abominacin se detuvo. Vacil con un espantoso estremecimiento de indecisin, y luego se retir rpidamente. Un hedor asfixiante de ardiente corrupcin empez a invadir el aire, y Carson vio cmo la negra monstruosidad se descompona en grandes pedazos, arrugndose como bajo el efecto de un cido corrosivo. Se contrajo en un vivo movimiento licuescente, goteando su espantosa carne negra a medida que se consuma.

Un seudpodo de negrura se alarg desde la masa central y atrap como un tentculo gigantesco al ser cadavrico, arrastrndolo al pozo por encima del borde. Otro tentculo cogi el disco de hierro, lo arrastr sin esfuerzo por el suelo, y cuando la abominacin desapareci de la vista, el disco cay en su sitio con un estampido atronador.

La habitacin oscil en amplios crculos en torno a Carson, y una nusea espantosa se apoder de l. Hizo un tremendo esfuerzo para tenerse de pie, y luego la luz se desvaneci rpidamente y se apag. La oscuridad se haba apoderado de l.

Carson no lleg a terminar la novela. La quem, pero sigui escribiendo, aunque ninguno de sus libros posteriores han sido publicados. Sus editores hicieron un gesto negativo, y se preguntaron por qu un escritor de literatura popular tan brillante se haba convertido de repente en un aburrido partidario de lo horripilante y lo espectral.

- Resulta convincente -dijo un hombre a Carson, al devolverle su novela, El dios negro de la locura-. Es buena en su gnero, pero la encuentro morbosa y horrible. Nadie la leera. Carson, por qu no escribe usted el tipo de novelas que sola escribir, del gnero que le hizo famoso?

Fue entonces cuando Carson rompi su promesa de no hablar sobre la Habitacin de la Bruja, y le cont la historia con la esperanza de que le comprendiera y creyera. Pero al terminar, su corazn desfalleci al verle al otro la cara de simpata y escepticismo.

- Lo ha soado, verdad? - pregunt el hombre, y Carson sonri amargamente.

- S, lo he soado.

- Debe de haberle producido una impresin terriblemente vivida en su espritu. Algunos sueos la producen. Pero lo olvidar con el tiemo - predijo, y Carson asinti.

Y porque saba que slo despertara sospechas acerca de su cordura, no mencion lo que bulla permanentemente en su cerebro, el horror que haba visto en la Habitacin de la Bruja al despertar de su desvanecimiento. Antes de huir, l y Leigh, plidos y temblorosos, de la cmara, Carson haba lanzado una fugaz mirada hacia atrs. Los pedazos arrugados y corrodos que haba visto desprenderse de aquel ser de loca blasfemia haban desaparecido inexplicablemente, aunque haban dejado negras manchas en las piedras. Abbie Prinn, quiz, haba regresado al infierno que haba adorado, y su dios inhumano se haba retirado a los secretos abismos ms all de la comprensin del hombre, derrotado por las fuerzas poderosas de una magia anterior que el ocultista haba manejado. Pero la bruja haba dejado un recuerdo, una cosa espantosa, que Carson, en esa ltima mirada hacia atrs, haba visto emerger del borde del disco de hierro, como alzndose en irnico saludo: una mano arrugada en forma de garra!