la estetica del romanticismo noe jitrik

14
La estética del romanticismo Author(s): Noé Jitrik Source: Hispamérica, Año 26, No. 76/77 (Apr. - Aug., 1997), pp. 35-47 Published by: Saul Sosnowski Stable URL: http://www.jstor.org/stable/20539982 . Accessed: 14/02/2014 14:14 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Saul Sosnowski is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Hispamérica. http://www.jstor.org This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

Upload: leslie-evans

Post on 18-Dec-2015

59 views

Category:

Documents


3 download

DESCRIPTION

Descripción del estilo musical del romanticismo, además de los factores sociales que lo definieron y marcaron.

TRANSCRIPT

  • La esttica del romanticismoAuthor(s): No JitrikSource: Hispamrica, Ao 26, No. 76/77 (Apr. - Aug., 1997), pp. 35-47Published by: Saul SosnowskiStable URL: http://www.jstor.org/stable/20539982 .Accessed: 14/02/2014 14:14

    Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at .http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp

    .

    JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range ofcontent in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new formsof scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected].

    .

    Saul Sosnowski is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Hispamrica.

    http://www.jstor.org

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • La est?tica del romanticismo

    NO?JITRIK

    El romanticismo, se sabe, lleg? a la cultura europea en una fecha precisa aunque procedente, eso tambi?n se sabe, de diversas fuentes y circunstancias.

    Se menciona, en el primer caso, y en lo literario, a Shakespeare, as? como al convulsivo movimiento denominado "Sturm und Drang", tambi?n a la novela

    g?tica y quiz?s a algunos aspectos del barroco espa?ol; en el segundo, desde una mirada sobre la sociedad, se invoca el imponente y terrible sentimiento de

    decepci?n que asol? a la generaci?n posrevolucionaria francesa que hab?a

    puesto todo en las luces y ahora viv?a en las sombras. No faltan, en estos ra zonamientos gen?ticos, las invocaciones al historicismo herderiano que, apo yado en el vasto movimiento filos?fico alem?n, busca un fundamento en el

    pasado para dar lugar a un nuevo sentido de lo individual, poniendo en tela de

    juicio a las capacidades y las virtudes de la omnipotente y soberbia raz?n. Tambi?n se argumenta, siguiendo a Erich Auerbach, y no sin raz?n, que el

    romanticismo, que toma forma en Alemania, es el veh?culo est?tico de una

    burgues?a en ascenso, contradictoriamente, puesto que, salvo ciertos novelistas del tipo de Georges Ohnet, ninguna manifestaci?n rom?ntica convicta y confe sa deja de tomar distancia del modo de vida burgu?s: v?ase no s?lo el famoso

    Escenas de la vida bohemia, de Henri Murger como ejemplo, donde esto es m?s que evidente, sino tambi?n Luisa Miller, de Schiller, donde es m?s sutil, o en Rojo y Negro, de Stendhal, la "repugnancia y el desprecio por la mezquina burgues?a de parte de Julien Sorel", para emplear t?rminos del mismo Auer

    Rivera, Argentina, 1928. Fue profesor titular en las Universidades de C?rdoba y Buenos Aires (Argentina), Besan?on (Francia), El Colegio de M?xico y la U.N.A.M. (M?xico). Ac tualmente es Director del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facualtad de Filosof?a y Letras de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Principal en el Consejo de Investigaciones Cient?ficas y Tecnol?gicas del mismo pa?s desde 1987.Public? varios li bros sobre literatura latinoamericana (Historia de una mirada, La selva luminosa, y Sus pender toda certeza son los ?ltimos), otros tantos sobre aspectos te?ricos de la literatura (los ?ltimos son Temas de teor?a. El trabajo cr?tico y la cr?tica literaria, Lectura y cultura,

    El balc?n barroco, Historia e imaginaci?n literaria), adem?s de poemas (D?scola cruz del sur ?Gu?ame!), relatos (Fin del ritual), cr?nicas (El callej?n) y novelas (Limbo, Citas de un d?a y Mares del sur). Fund?, o estuvo entre los fundadores, de varias revistas literarias (Zona de la poes?a latinoamericana) y/o te?ricas (Discurso); en la actualidad dirige sYc, desde 1990. Residi? en M?xico desde 1974 hasta 1992. En ese pa?s obtuvo el Premio "Xavier Villaurrutia" por el libro de relatos Fin del ritual, en 1981 y, recientemente, en

    1993, la orden de "Chevalier des Arts et des Lettres", otorgada por el Gobierno franc?s.

    35

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • 36 LA EST?TICA DEL ROMANTICISMO

    bach; tambi?n es cierto que dicha distancia no lo es de su filosof?a, como lo

    probar?a la ?pera de Puccini, La Boh?me, inspirada precisamente en la novelita de Murger. Auerbach, como se puede ver en su monumental Mimesis, pone en evidencia estas contradicciones en su trabajo "El m?sico Miller", sobre Schill er y Goethe: el burgu?s ennoblecido por sus valores propios, trabajo, acumu laci?n, cualidades individuales, enfrentado con la nobleza de sangre, triunfador

    por el esp?ritu en esa contienda que tiene en el amor su campo de lucha. Tal vez esto se vea a?n con m?s nitidez en Lorenzaccio, de Alfred de Musset, o en

    Don Carlos, del mismo Schiller, aunque en esta pieza el conflicto est? inserta do en el intenso debate que sobre la naturaleza del Estado tuvo lugar durante y despu?s de la gran aventura napole?nica, sin descartar el dramatismo del tema en los pa?ses latinoamericanos de reciente formaci?n, de lo cual es testimonio la obra entera, se dir?a, de Juan Bautista Alberdi.

    Tambi?n se sabe que, como movimiento art?stico, contema las simientes de su disgregaci?n y que ?sta no tard? en llegar: Las Orientales, de Victor Hugo, publicada casi en el momento del llamado "triunfo" de Hernani, es al mismo

    tiempo la culminaci?n y la ca?da; el romanticismo se hace indispensable pero, informado de su fertilidad, da comienzo con Te?filo Gautier y, sobre todo con

    Baudelaire, a algo nuevo, el arte moderno, que acabar? con su est?tica.

    Repito, todo eso se sabe, constituye parte de lo elemental que lo caracteriza.

    ?Habr? algo m?s que decir a su respecto, teniendo en cuenta lo que se sabe? Antes de internarnos en lugares acaso m?s rec?nditos de su significaci?n,

    hay que decir, como juicio de car?cter general, valorando su gesti?n hist?rica mente, que, como interpretaci?n de las complejas relaciones entre hombre y naturaleza, naturaleza y cultura, as? como en lo relativo a determinadas gestua lidades modales, si una vez lleg? fue para siempre, nunca desapareci? del todo

    pese a que haya muerto bastante pronto como movimiento, como program?ti ca, y muy pocos se hayan seguido haciendo cargo de su preceptiva. Cuando esto ocurri?, sea en la literatura o la pintura del "coraz?n" o en cierta penosa poes?a bastante popular en su momento y hoy olvidada, fue vivido como bas tardo por esp?ritus m?s exigentes tanto en sus penosos arrastres conocidos como

    "posromanticismo" como en ciertas reminiscencias inesperadas e indi rectas.

    Lo que quiero decir es que no obstante su desgaste, el romanticismo sigue vivo como respuesta a preguntas esenciales y reaparece hasta la actualidad en

    gestos y comportamientos pero tambi?n en el arte, sobre todo popular; se dir?a, inclusive, que lo que m?s mueve en todo este siglo a las grandes masas que consumen arte, sea la m?sica, la literatura o la televisi?n, contiene elementos rom?nticos imprescindibles, quiz?s externos o minusv?lidos si se compara

    Musset, por ejemplo, o Isaacs, con una telenovela o Chopin con Agust?n Lara. Consid?rese si no es rom?ntica la escena de alguien ?como respondiendo al

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • JO? JITRIK 37

    t?pico del uno y la multitud?, y no es el ?nico, como Mike Jagger, desgarr?n dose de pasi?n frente a miles de conmovidos espectadores. Consid?rese tam bi?n lo que implica la lectura desbordada en vol?menes, como cuando se le?an de a millares los folletines de Eugenio Sue o de Vargas Vila, de Como agua para chocolate, relato de amores prohibidos y coronados por la muerte, tal como lo hubieran concebido George Sand o Ignacio Altamirano.

    Sin esa perdurable presencia tales manifestaciones ?y esto ocurri? con el arte popular tambi?n en todo el siglo XX, en Latinoam?rica por lo menos? no

    podr?an no s?lo tomar forma sino aun perder?an sentido comunicativo; es

    posible que la idea misma de comunicaci?n, a pesar de la parafernalia tec

    nol?gica que la secunda, sea rom?ntica, v?a comuni?n de las almas, si se ad mite que lo que la caracteriza, con predominio de toda otra dimensi?n, es la relaci?n interindividual.

    Tan imprescindible es el vaho rom?ntico, tan internalizado est?, que nutre las indicaciones sobre ejecuci?n musical, interpretaci?n televisiva o estructura ci?n narrativa y aun alimenta la idea de representaci?n que est? m?s en curso, desde la formulaci?n del h?roe ambiguo, propia del policial negro, heredero de ese "h?roe problem?tico" que hab?a definido Luk?cs, hasta la lucha del ideal

    que no quiere ser asfixiado por la materialidad. Pero tambi?n perdura en el arte m?s elevado: para algunos, el surrealismo,

    por ejemplo, recoge y potencia lo que pudo sentirse como la aparici?n tumul tuosa del alma rom?ntica, no digamos el dada?smo como regreso a lo elemen

    tal, como aspiraci?n al grito, no digamos lo que es la aspiraci?n modernista la tinoamericana, la poes?a conversacional, el realismo m?gico, la novela

    hist?rica y hasta el realismo cr?tico, aunque habr?a que hablar m?s en detalle del modo en que en cada una de estas manifestaciones el romanticismo est?

    presente, o al menos algunos de sus elementos fundamentales.

    En esta perduraci?n reside, creo, la clave de su significaci?n hist?rica.

    Quiero decir: aparece como movimiento, historizable, datado, a fines del siglo XVIII, se irradia desde Alemania e Inglaterra al resto de Europa en las prime ras d?cadas del XIX y, casi enseguida, a Am?rica Latina; sus alcances son ex

    plicables pero lo m?s importante es que pone de relieve algo m?s y m?s pro fundo: indica que, como movimiento, interpret? una actitud humana de

    siempre, que siempre hab?a dado pruebas de su existencia pero que no ten?a nombre. Por ejemplo, s?lo despu?s del romanticismo se puede pensar el mar tirio de Cristo no s?lo como s?mbolo sino como tensi?n ag?nica, la del ser en

    pugna con la divinidad, como en los ?ltimos tiempos lo apunt? Jos? Saramago, y ambiguamente de acuerdo con ella o, esp?ritu rebelde, al fin sometido a ella; s?lo despu?s del romanticismo se puede entender el sentido de la lucha solita ria del Quijote as? como el dilema ed?pico y la gesta de la Judith que, b?blica mente, derrota a Holofernes derrot?ndose. El "alma" sale de su claustro y se

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • 38 LA EST?TICA DEL ROMANTICISMO

    hace semiosis, el sue?o deja de ser el tributo a las sombras y pasa a ser una in terpretaci?n del estar en el mundo y eso, al menos, no ocurri? s?lo despu?s de

    que Herder explicara el historicismo o Th?ophile Gautier, metido en su chale co rojo, encabezara las huestes que dieran por tierra con el clasicismo sino des de mucho antes: desde que Espartaco muere en el supremo esfuerzo de la li

    bertad; desde que Simone Martini pint? lo siniestro encubierto en la Anunciaci?n, ese n?cleo invencible que Freud ver? luego en otra parte pero tambi?n en el campo del sue?o que, a su vez, es el albergue del deseo; desde

    que Diderot percibi? y escribi? las contradicciones entre el deseo y el deber. En ocasiones, la aparici?n del romanticismo es presentada como fruto de un

    cansancio cultural; una relaci?n distorsionada entre signos y cosas genera una

    fatiga existencial y social, una desaz?n profunda, un descreimiento radical a causa de que la perspectiva que brindaba el primer racionalismo ha sido susti tuida por una repetici?n infinita; aunque nunca tal relaci?n entre signos y cosas hubiera sido arm?nica en ning?n orden, puesto que no es concebible una epis temolog?a de un acuerdo perfecto entre ambos t?rminos, hip?tesis que, en un desaf?o al pensamiento conceptista, pudo haber postulado la literatura pastoril, la idea del cansancio es fruct?fera para explicar c?mo toma forma el romanti cismo en su momento, as? sea porque esa idea se recuesta en las observaciones

    hegelianas sobre el tedio como generador de las formas nuevas de la historia. La frecuente invocaci?n al tedio de vivir, las operaciones que realiza en las

    representaciones de conflictos el aburrimiento, la imagen del "h?roe cansado", para recordar otra vez m?s a Auerbach, las consignas baudelerianas sobre el "du luxe, du calme et de la volupt?", que Byron logr?, quiz?s, llevar a cabo en sus melanc?licos viajes, el gesto aband?nico de Rimbaud, la mirada metaf?sica y desesperada de Echeverr?a sobre la llanura, parecen avalar esta idea que, en todo caso, se manifestar?a sobre todo en la literatura narrativa y po?tica, plaga da de figuras cuya marca b?sica es no s?lo un inexplicable cansancio, o el ele

    gante "spleen", sino una vocaci?n suicida, indiferencia y rechazo del aire libre y de todo entusiasmo vital.

    Pero, en todo caso, visto m?s all? de los personajes, en lo que significa, ese cansancio es cr?tico y productivo si no nos quedamos tan s?lo en lo psicol?gico y lo consideramos como instancia del enfrentamiento con el febril utilitarismo bur

    gu?s; as?, pues, si dicho cansancio tiene que ver con el desgaste del lenguaje y de los c?digos y su pobreza interpretante de una inquietud informulada, vaga y dispersa pero potent?sima, es leg?timo conjeturar que eso despierta un imagi nario, hace brotar una nueva er?tica del hacer que se traduce en lo que se suele denominar la revoluci?n rom?ntica, o sea la lucha contra las tres unidades, tiempo, espacio y acci?n, que reglamentaban de manera paralizante y opresiva la construcci?n de la verosimilitud. Y si de c?digos o de lenguaje se trata, es

    posible pensar en enmarcar la relaci?n entre signos y cosas, que en definitiva

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • JO? JITRIK 39

    ?se es el problema, en otros campos, por ejemplo en la naturaleza, que eso es lo que postula la ling??stica nodierista de la onomatopeya, seg?n la cual las pa labras son producto de los sonidos que emiten las cosas, no de operaciones racionales que regulan la arbitrariedad, como ir?a a postularlo Ferdinand de Saussure cuando la raz?n volvi? por sus fueros a imponer sus explicaciones.

    Habr?a que considerar la aventura intelectual de Charles Nodier no como una

    caprichosa locura sino como una manifestaci?n de lo que el cansancio pudo haber engendrado.

    En las explicaciones acerca de c?mo toma forma el romanticismo se invoca, como se dijo, antecedentes, precursiones y, por supuesto, la extraordinaria fuerza fundadora de la filosof?a alemana, pero se omite se?alar que, dejando de lado de qu? modo interpreta un sentimiento del mundo propio de una ?poca, el romanticismo es el resultado de una simple, pero fundamental, alteraci?n en las jerarqu?as del pensamiento iluminista. En efecto, para el pensamiento de las luces la liberaci?n del sujeto individual de las trabas medievales, tarea iniciada por Descartes y reformulada por Locke ??ste es el tema de los "derechos del hombre" que anim? y dio gran parte de su sentido a la Revoluci?n Francesa?, es prioritario, el hombre es el protagonista absoluto, el humanismo la teolog?a y el l?mite; pero ni siquiera en el humanismo el hombre est? solo; lo rodea, acecha y condiciona la naturaleza a la que, tambi?n desde las luces, no s?lo se

    empieza a interrogar filos?fica y cient?ficamente sino que se plantea, Adam Smith es quien lo hace, el problema de su dominio; es la llamada "fisiocracia" que prepara el terreno para la gran empresa de explotaci?n de recursos natura les as? como para todas las gestas de conquista de territorios que van a carac

    terizar, desde Napole?n en adelante, las guerras de Independencia latinoameri canas, Bol?var y San Mart?n, la conquista norteamericana del oeste, la colonizaci?n de Africa y Oriente.

    Si bien los dos temas se hab?an reflexionado por separado, es evidente que se integran pero, para el iluminismo, la jerarqu?a no ofrece dudas: es el hombre reci?n liberado, ser sobre todo racional, quien logra respecto de la naturaleza frutos que antes no consegu?a arrancar, m?s bien la naturaleza lo avasallaba sin

    que comprendiera por qu?. El romanticismo se constituye invirtiendo esa jerar qu?a: la naturaleza empieza a ser la gran preocupaci?n y la del hombre aparece subordin?dose a ella. En el Facundo de Sarmiento, en ese sentido un libro

    org?nicamente rom?ntico, y ya se sabe cuales fueron las consecuencias que tuvo, que empieza por la descripci?n del territorio para seguir luego con la

    biograf?a del h?roe negativo, tenemos un ejemplo latinoamericano de ese cam bio; pero un esquema para nada opuesto es el que hallamos en La vor?gine, de Jos? Eustasio Rivera, una de las manifestaciones m?s exquisitas del romanti cismo americano, as? como lo fue la obra de James Fenimore Cooper, El ?lti mo de los mohicanos y, hasta podr?amos decir, el perfil de la gesta que em

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • 40 LA EST?TICA DEL ROMANTICISMO

    prendi? Benito Ju?rez, el modo en que, frente al mito de la naturaleza, la en frent? y la venci? en singular y educativo combate y le confiri? una forma hu

    mana y civil. En el marco de este cambio, y en virtud de una creciente y generalizada

    desconfianza en el poder de la raz?n, que se fisura con el debilitamiento de las

    monarqu?as, la naturaleza comienza a desempe?ar un papel activo, interact?a con los humanos, sus formas encarnan formas humanas y, a la vez, modos de ser humanos guardan una estrecha relaci?n con los hechos naturales. Si en la

    tragedia cl?sica, para hablar de representaciones prestigiosas, Corneille y Racine, la naturaleza es un tel?n de fondo convencional, como lo fue en gran parte de la pintura renacentista, frente al cual las pasiones de los reyes y los dioses dirimen, de cara al p?blico y en un primer plano, sus debates y conflic tos, en las obras de Schiller, Los bandidos, por ejemplo, los personajes emer gen de grutas, tienen el aspecto de las fieras que las habitan, lo mismo que ve mos en Los bandidos del R?o Fr?o, de Manuel Payno, hombres como fieras, o en Zarco, de Altamirano. Retirado del comercio humano, el ni?o encerrado en el fondo del bosque se convierte en animal, nada hay en ?l que, en s? mismo, lo

    humanice, lo que quiere decir que la naturaleza domina siempre que no se lo

    oponga un l?mite. La leyenda del "ni?o salvaje", que elabor? Aloysius Ber trand y que hace unas d?cadas retom? Werner Herzog, muestra magistralmente esta relaci?n y le confiere tama?o de mito.

    En virtud de esta alteraci?n se empieza a descubrir y a valorar otros resortes mentales hasta entonces reprimidos o mantenidos en silencio: la sensibilidad,

    la belleza de las cosas, el mundo de las mujeres, el recuerdo y el sue?o, la imaginaci?n, la rebeld?a, los sonidos y los trazos que evocan lo incomprensible e incognoscible que, porque suscita todo eso, empieza a importar de manera soberana. La naturaleza es sentida y vivida como secreto y misterio del cual

    depende el secreto y el misterio del ser humano, tal como lo formula Esteban Echeverr?a en La cautiva, el hombre como inerme pero tembloroso, capaz de desear su liberaci?n pero a trav?s de una comprensi?n de las leyes naturales. Primera conclusi?n, el hombre es m?s natural de lo que se postulaba y es una m?nima parte de esa majestuosa realidad, no su dominador; segunda con clusi?n, conserva en s? mismo cualidades que son f?ciles de determinar en la naturaleza, el misterio, lo inexplicable, el temor, la muerte, la fuerza, la pasi?n; tercera conclusi?n: esta relaci?n hace surgir dos situaciones que ser?n rasgos fuertes del romanticismo: por un lado se revela que existe algo que liga al hombre con el secreto de todas las cosas, es el alma, que si bien puede seguir siendo lo que quieren las religiones que sea es tambi?n un lugar en el que re side un sentido, donde est? la clave de su origen y la cifra de su relaci?n con todo lo dem?s; por el otro, el hombre no sale de la nada sino de una entidad

    mayor, anterior y posterior a ?l, que lo engendra y le confiere una fisonom?a,

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • JO? JITRIK 41

    es el pueblo quien imprime su marca en la historia de su alma, una entidad

    mayor que ha engendrado los rasgos que lo hacen reconocible a partir de las relaciones de dependencia que ha trabado y mantenido con lo que lo rodea y determina.

    De aqu? se desprende que el arte haya tratado de capturar todos estos regis tros; en el retrato, el aleteo del alma en reposo; en la representaci?n de las

    grandes tragedias humanas, como las obras de Delacroix, la lucha desigual del hombre contra su destino; en el costumbrismo y el folklore lo que es propio de la idiosincracia de un pueblo; en el paisajismo y la poes?a y aun la m?sica, las

    particularidades de una naturaleza; en el estudio de la historia los rasgos de una naci?n. As?, si sigui?ramos estas l?neas podr?amos tal vez ver y comprender to das las opciones rom?nticas, desde las europeas hasta las americanas, desde las

    tragedias de Schiller y la m?sica de Beethoven y Schubert hasta el acuarelismo costumbrista en Am?rica Latina durante el siglo XIX pasando por las novelas con nombre de mujer, como Amalia (M?rmol), Mar?a (Isaacs), Soledad (Mi tre), Clemencia (Altamirano), Esther (Ca??), Julia (Cisneros), Ang?lica (Or tiz), Luc?a (Guerrero), Sara (Guadalajara), Josefina (Salas), Elvira (Echeve rr?a), Carmen (Castera), Angelina (Delgado), hasta las autobiograf?as, como

    Recuerdos de Provincia, la poes?a l?rica, como la de Victor Hugo y la de Acu?a y as? siguiendo.

    En este modo de dar cuenta del resultado de procesos, establezco, me doy cuenta, un continuo, una especie de tr?nsito suave entre lo europeo y lo ameri cano; es como si lo esencial del gesto rom?ntico se hubiera transferido en su

    momento rindiendo frutos de parecido sentido en ambos lugares y clasifi

    cables, por lo tanto, en conjunto. Esto plantea un problema que las historias de la literatura no han dejado de

    considerar: el romanticismo naci? en Europa, por lo tanto qu? signific? su im

    plantaci?n en Am?rica. Hay, por cierto, quienes invocan la noci?n de modelo

    para explicarla, lo que indicar?a no s?lo cierto servilismo cultural, tanto o m?s

    que un sistema de intercambios, sino una superposici?n un tanto facticia de tendencias que, es una sospecha, pudo haber alterado una producci?n propia y espont?nea de formas determinadas por condiciones locales. Vale la pena se?alar que tales condiciones locales no exist?an en Am?rica Latina en virtud, primero, de la violenta implantaci?n europea que implic? el hecho colonial y, luego, del uso de una lengua com?n a Europa y Am?rica, el espa?ol, el portu gu?s, el franc?s y el ingl?s, sin contar con que los elementos culturales pre-eu ropeos fueron neutralizados, eliminados y, en el mejor de los casos, puestos en una situaci?n de hibernaci?n que les impidi? dar lugar a realizaciones libres del influjo europeo.

    M?s ?til, creo, ha de ser considerar de qu? modo el romanticismo introduci do tempranamente en nuestros pa?ses desempe?? un papel en el proceso cul

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • 42 LA EST?TICA DEL ROMANTICISMO

    rural que se iniciaba y qu? clase de papel fue ?se. Sin ir demasiado lejos en el an?lisis, y para mencionar tambi?n lo que se sabe, se puede afirmar que per

    miti? "ver" el paisaje propio, entendi?ndose por paisaje todo el entorno, f?sico y humano local, interpretarlo y traducirlo a t?rminos de construcci?n cultural en todos los ?rdenes. Ese reordenamiento de la mirada permiti? concebir una

    legislaci?n propia y descubrir lo que estaba oculto por el menosprecio y el sen timiento des?rtico de desnudez, abri? el camino para hallar la cifra de una ori

    ginalidad posible en la revaloraci?n de tipos y lenguajes, en la forja de una conciencia nacional sin la cual todo arte patalea en el vac?o, no encuentra suelo donde hincar sus ra?ces.

    El hecho de que haya reproducido la ret?rica a que estaba condenado, llev?ndola en ocasiones hasta el l?mite de lo abominable ?no hay m?s que ver lo hondo que cal? la poes?a de juegos florales en toda Am?rica?, el sentimen talismo de la poes?a l?rica, el populismo de un folklore o de una jerga t?pica con la exaltaci?n de tipos y costumbres caracter?sticos, el descriptivismo exal tado pero inerte, no disminuye su papel liberador; es m?s, se puede pensar que ciertos extremos del arte latinoamericano, pongamos por caso, en literatura, el

    Mart?n Fierro, Los bandidos del R?o Fr?o, la pol?mica Bello-Sarmiento, Is

    maelillo, Mar?a, el Nocturno de Jos? Asunci?n Silva; en pintura los paisajes de Fern?ndez Cavada y de Esteban Chartrand, que descubren el tr?pico cubano, y las telas de Jos? Mar?a Velazco; la formaci?n de las formas musicales car ibe?as y criollas, las d?cimas populares, el refinamiento artesanal mexicano y colombiano, resultan de ese proceso de implantaci?n.

    Se podr?a objetar que era impropio o prematuro condenar el imperio de la raz?n, que dio lugar a la Independencia, digamos el pensamiento de Bol?var, Sim?n Rodr?guez, Mariano Moreno, Fray Servando, cuando todav?a no hab?a

    siquiera empezado a dar sus frutos, pero tambi?n es cierto que con la indepen dencia se desencadenaron procesos complejos y turbulentos, todo estaba mez clado y no se avistaba en el horizonte ni siquiera la sombra de un sistema pro ductivo que ordenara el caos del que las guerras civiles eran s?lo una muestra

    y los enfrentamientos entre liberales y conservadores, federalistas y centralis tas, caudillos y te?ricos, un modo de la idiosincracia. Se dir?a que el romanti cismo entr? en esa complejidad por simpat?a, quiso ver aqu?, de manera volun tarista, lo que en Europa iba de suyo porque ven?a de un pasado milenario, saturado de trascendentes sugerencias, pero, al mismo tiempo, al verlo de ese

    modo, lo rescat? y lo puso a un nivel simb?lico que jam?s se logr? en lo pol?ti co ni en lo econ?mico. Dicho de otro modo, el salvajismo subsistente mostraba su riqueza, la majestuosidad de las monta?as y los campos pod?a encerrar el secreto de la creaci?n del mismo modo que las enormidades geogr?ficas que deslumhraban a Chateaubriand o a Byron; en las embrionarias ciudades pod?an ocultarse pasiones de un voltaje similar al que asolaba el alma inspirada de

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • JO? JITRIK 43

    seres ficticios como Julien Sorel o Tosca o Jean Valjean; los tipos propios, como los caudillos y las turbas miserables de las campi?as, los gauchos, los llaneros, los j?baros, las gauchos, los mulatos, los negros encerraban en sus

    modos ?nicos el secreto de una nacionalidad. El romanticismo, en suma, se integr? al proceso de formaci?n de nuestras

    sociedades y nuestras culturas, les exigi? hallar o configurar lo que Henr?quez Ure?a llamar?a "nuestra propia expresi?n", contribuyendo con una est?tica adecuada para comprender lo proceloso de un presente imperfecto y lo fugitivo de un ideal de soberan?a y de existencia legitimada por los grandes sacu dimientos del esp?ritu.

    Pero, ?en qu? consiste esa est?tica? Quiz?s la pregunta no sea la acertada ante todo y en primer lugar porque, por definici?n, el romanticismo exalta la creatividad individual y, en consecuencia, permite a sus adh?rentes que per filen, cada uno, sus propios principios est?ticos. Por esa raz?n, Schubert es tan diferente de Schumann y de Beethoven, Delacroix de Jos? Mar?a Velazco, Sil va de Espronceda, Jos? Hern?ndez de Antonio Lussich y Alfredo de Musset de Schiller y de Mart?n Coronado. Sin embargo, se dir?a que, no obstante las m?l

    tiples y riqu?simas realizaciones individuales, las b?squedas persiguen elemen tos que refieren una experiencia com?n de las formas. En suma, que hay un trazo rom?ntico, proteico, diferenciado en la formulaci?n pero animado de un

    mismo sistema pulsional. Y no s?lo en lo representado, donde los valores es tablecidos por el romanticismo aparecen sin duda, por ejemplo el sentimenta lismo, el nacionalismo, el hero?smo, la belleza, el sue?o y el delirio, la exal taci?n de la mujer, herencia, seg?n Eduardo L?pez Morales, del culto a la

    Virgen Mar?a pasado por el ideal caballeresco y pastoril, el sacrificio, la m?sti ca, la pugna contra el destino, el ascenso social y el tributo que se paga por ello, sino tambi?n en el trasfondo filos?fico, como conflicto binario entre el bien y el mal, Dios y sat?n, la salud y la enfermedad, pero tambi?n en la se miosis. Tal vez haya que hablar s?lo de esto para dar una idea de esa est?tica

    proteica pero reconocible, incorporada a las m?s caras tradiciones culturales de occidente.

    En principio, si en la literatura bast? poner en cuesti?n las unidades cl?sicas

    pero sin fracturar f?rreos criterios de argumentaci?n y estructuraci?n, en la

    m?sica, respetando las articulaciones, o sea los llamados "movimientos", se trat? de introducir en el esquema matem?tico predominante matices expresi vos, que brotaran no de las reglas sino de otra parte, esa zona oscura tra?da al

    pentagrama por una fuerza que podemos denominar "inspiraci?n". Si la m?si ca, previamente, en los cl?sicos franceses e ingleses, en los barrocos alemanes

    y en los italianos y a?n en los m?s cercanos al fin del siglo XVIII, pon?a en evidencia el poder de los c?digos, dejando entrar lo que podemos llamar "la experiencia personal del mundo" s?lo por alusiones u obsesiones de recurren

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • 44 LA EST?TICA DEL ROMANTICISMO

    cia ?que es la idea de "tema" que se puede ver en las variaciones de Purcell, Bach y aun Haydn? ahora, desde ciertas intuiciones mozartianas y, luego, en Beethoven y en Schubert, no puede acallar el brote de la inspiraci?n que apa rece como una necesidad; el artista, por lo tanto, se enfrenta arduamente con los rigores del c?digo y exige de los instrumentos que se plieguen al discurso

    que les brota de su relaci?n con su subjetividad primero y con el mundo despu?s. Parece una consecuencia l?gica que el desarrollo musical, a partir de una idea, construya una suerte de narraci?n que se tratar? de que canalice o in

    terprete un "decir" vehemente y maravillado. La narratividad, entonces, deviene principio est?tico. Pero qu? se narra: todo eso que el hombre rom?nti co alberga en su interior y que intenta trasmitir; no ser?a extra?a a esta situa ci?n la extraordinaria expansi?n de las estructuras, los conciertos, en las que un

    "solo", el "uno", ocupa el frente de la escena, subordinando a la multitud, la

    orquesta, el instrumento ?nico a cargo del relato de un alma perpleja y en du das, siempre a punto de naufragar en la persecuci?n de lo imposible, reconver si?n sonora de la tragedia, con protagonista y coreutas que lo comentan.

    Los conciertos para un instrumento proliferan y ?stos, en lo que se les exi

    ge, se parecen cada vez m?s a la voz, "dicen" cada vez m?s. Soledad inson

    dable, s?plica desesperada, tal como suena en Schumann, en Chopin y en

    Brahms, hasta en Chausson y aun en Sch?nberg en su Noche transfigurada. Pero as?, solitariamente, el ?ngel ca?do, que se verifica en el brillo de la

    ejecuci?n, no se encuentra a s? mismo pese a la fuerza de su reclamo a la divinidad, necesita del di?logo con otras voces tambi?n demandantes y eso es lo que ocurre en las obras de c?mara, sonatas, tr?os, cuartetos y quintetos que,

    por obra y gracia del di?logo entre instrumentos, permite salirse de la sombr?a estaci?n humana para elevarse hacia una regi?n de belleza que los cl?sicos no hubieran so?ado que exist?a.

    La narratividad, el mon?logo y el di?logo aparecen, de este modo, en virtud de este an?lisis, como fundamentos de una est?tica. Pero toda esta gen?tica est?

    muy encerrada en el aspecto individual del romanticismo. Quiero referir una experiencia cuya lecci?n sutura el hueco, me refiero a lo social. Se sabe que un tema no menor es el de la recuperaci?n del folklore en la m?sica culta; Brahms lo hizo, por cierto, Mozart tambi?n lo hab?a hecho; eso, seguramente, desenca

    den? un fen?meno, el nacionalismo musical, que tuvo impresionantes realiza ciones en Rusia, en Finlandia, en Espa?a y tambi?n en M?xico y la Argentina, a comienzos de este siglo; baste mencionar la obra de Moncayo y la de Juli?n

    Aguirre, respectivamente, para entender un proyecto musical que tend?a a sa tisfacer una idea rom?ntica casi en estado puro. En estas tentativas se trata de un proceso en tres momentos: primero, sensibilizarse a las expresiones popu lares e investigarlas; segundo, trasladarlas a los c?digos de la m?sica culta; ter cero, alcanzar un concepto, el de un continuo, como si ciertas estructuras y aun

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • JO? JITRIK 45

    ciertos temas atravesaran las barreras y aparecieran, a la manera de los mitos

    levistraussianos, en una y otra esfera. En un caso, al menos, se da la tercera instancia sin pasar por las otras dos: en la Sonata para piano No. 958, en Do

    menor, de Schubert, se puede escuchar un tema que aparece muy familiar a un o?do argentino: es igual, o muy semejante, a una obra de Juli?n Aguirre, que tiene la forma de un triste o de una vidala, versi?n culta de un aire criollo, y un similar tono nost?lgico, recogido, por lo que sepamos, de la tradici?n folkl?rica.

    Se ve a qu? estoy aludiendo: Schubert habr?a celebrado esta empresa, no habr?a cre?do que lo glosaban o lo robaban sino que la melod?a ven?a del m?s

    profundo arcano de la historia y que hab?a atravesado tiempos y distancias como una estructura mitol?gica tan invencible como los pueblos mismos.

    Si observamos la pintura, desde Gericault y Delacroix, pasando por Goya y los acuarelistas ?Rugendas, Pellegrini, Palli?re, entre otros? que recorrieron el continente rescatando tipos y costumbres populares, hasta los paisajistas cu banos y mexicanos, no podremos dejar de advertir un gran trazo, una pincelada nerviosa que parece vibrar junto con el referente que intenta reproducir; esa mano persigue una forma y una explicaci?n y los colores a veces sombr?os a

    los que recurre traducen una inquietud; por eso prefieren representar ya sea los

    paisajes solitarios en los que el alma se pierde y se reencuentra, ya aconteceres dram?ticos en los que un h?roe en pugna con el destino se debate, clamante y abandonado, contra su suerte, ya momentos id?licos en los que el valor su

    premo, la comuni?n con Dios o el encuentro con el amor, se revisten de belle za o de calma.

    Los elementos b?sicos de esta est?tica, narratividad, mon?logo y di?logo, a los que hay que a?adir una deliberada b?squeda de expresividad ?que pro duce, fuera de control, el ?nfasis y la solemnidad, tan ridiculizadas por el teatro de bulevar, encarnados en la actualidad por el costado histri?nico de un Pa varotti a quien Sartre habr?a aludido en su recuperaci?n de Kean, el actor que conmov?a a Par?s, o de Garrick, a quien alude Mark Twain burl?ndose despia dadamente de sus imitadores?, sin contar con otros accesorios m?s invocados, como el color local, tambi?n recorren la literatura menos en los estereotipos que crea, belleza ang?lica e inocencia suprema ?oposici?n de la que, como

    anticip?ndose, hab?a hecho cruel?sima mofa el Marqu?s de Sade?, que en las estructuras de secuencias y encadenamientos, de hechos en cada uno de los

    cuales, tom?ndolos como n?cleos, se dirimen todos los conflictos del origen y la filiaci?n que el romanticismo sac? al exterior y tematiz?. Bien pudiera ser

    que esto que se ve sin recato en las telenovelas y que el cine tambi?n asume como modo ineludible de narrar se encuentre ya, muy definido, en las novelas de Victor Hugo y tambi?n en las que escribieron Gertrudis G?mez de Avella neda en Cuba, Vicente Riva Palacio o el m?s pudoroso Ignacio Altamirano en

    M?xico o Juana Manuela Gorriti en la Argentina o el propio Jorge Isaacs, por

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • 46 LA EST?TICA DEL ROMANTICISMO

    no hablar del intento de ruptura que, en las im?genes que produce ese modo de

    secuencia, hizo bastante despu?s Teresa de la Parra aunque todav?a en ese es

    p?ritu. Hay que hacer, sin embargo, una distinci?n: las novelas rom?nticas europe

    as exaltan casi sin variantes el pasado, cuando se salen hacen, como es el caso

    de Stendhal y aun de Balzac y de Dickens, realismo cr?tico; las latinoameri canas tienden a profetizar un porvenir m?s venturoso y en ese gesto establecen un acuerdo importante con la prosa que podemos llamar program?tica, que es tar?a ya en Bol?var y en Sim?n Rodr?guez pero aun m?s rom?nticamente clara en Echeverr?a, Sarmiento, Hostos y Alberdi. ?Qu? hacer con el futuro?

    Creo haberlo se?alado ya, al pasar: esas nociones, que podemos llamar "es t?ticas" s?lo por un abuso del lenguaje, tienen un suelo de donde brotan, en es pecial la expresividad: se trata del binarismo distributivo, el bien y el mal, Dios

    y sat?n, lo diurno y lo nocturno, como nociones de una filosof?a reactiva pero no tan primaria como muchos lo imaginaron; la idea misma del "Esp?ritu" he

    geliano, a la que no se puede acusar de simplista, cuya persecusi?n del "bien"

    organiza la historia y hasta el Estado, por no mencionar la L?gica misma, des cansa sobre ese principio maniqueo; tiene, a su vez, diversas prolongaciones de todas las vertientes y para todos los gustos, incluido el marxismo, cuyas predicciones acerca de la sociedad sin clases, siendo las clases del mismo modo depositar?as de valores opuestos, s?lo superan el hegelianismo en tanto

    empieza a funcionar una dial?ctica de la producci?n de valores que permite de

    jar atr?s las oposiciones y reconocer que, en el curso de su dominio, algo que se encarna en el principio del mal, digamos la explotaci?n, sirve en definitiva para consolidar lo que va a coronar el triunfo del bien, la sociedad desalienada, sin opresi?n.

    El ingreso en el universo del romanticismo no es simple ni puede ser sim

    plificado; varios cap?tulos quedan por escribir; cada uno de ellos dar?a lugar a un examen no s?lo del romanticismo sino del lugar en el que estamos parados, tanto desde la perspectiva de la deuda que la cultura y la civilizaci?n en la que vivimos le han contra?do como del modo en que se ha podido pasar a otra cosa, un sistema que permita vivir en un mundo atormentado y confuso fuera de los instrumentos y nociones que el romanticismo engendr?.

    En cuanto al primer aspecto mucho se ha dicho y yo lo he reiterado: el ro manticismo modific? un modo de ver el mundo y ya no se puede volver atr?s; en cuanto al segundo es menos n?tido lo que podamos afirmar, por m?s que la

    aparici?n del arte abstracto y el cuestionamiento de la representaci?n como modo de organizar el universo simb?lico hayan recortado grandemente su do minio en el campo, al menos, de la gran cultura. Y digo que es menos n?tido porque si ese intento superador fue afiliado a lo que se llam? "modernidad" ya el elenco de sus nociones entraron en cierto descr?dito, con una tendencia a re

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

  • JO? JITRIK 47

    gresar al viejo caos, a las viejas oposiciones. Es claro que el resultado no se puede todav?a aquilatar: la desaz?n, porque pocas o ninguna utop?a encuentran asidero, ha dado lugar a un pragmatismo crudo en los directores de la econom?a y la pol?tica, con sus gritos estridentes de entusiasmo por sus frutos pero no ha cubierto a toda la sociedad; en las capas y sectores a los que el

    pragmatismo no les va ni les viene, excluidos del progreso naturalista, que ya no puede sostenerse ni siquiera invocando la revoluci?n tecnol?gica, no queda otra que incubar en el imaginario el regreso de la eterna lucha entre el bien y el

    mal. Porque el mal, pese a todo lo que se ha dicho, existe y dista mucho de haber sido derrotado.

    Emilio Bejel Ramiro Fern?ndez (University of Florida) (Wake Forest University)

    La subversi?n de la semi?tica An?lisis estructural de textos hisp?nicos Este libro se centra en el progreso te?rico -con las correspondientes aplicaciones a

    poemas, cuentos, dramas, novelas y narraciones m?ticas- que va desde la "ling??stica estructurar de Saussure hasta la semi?tica que se fue desarrollando a partir de ella

    con Jakobson, Propp, Souriau, Br?mond y otros, hasta llegar a Greimas. Este estudio parte con un itinerario sobre el concepto de signo seg?n las teor?as

    HngQ?stico-filos?ficas que dominaron la escena intelectual europea antes de Saussure, y en el ?ltimo cap?tulo ofrece dos de las corrientes intelectuales que han aspirado a subvertir ta semi?tica saussuriana desde ?ngulos fundamentales: por un lado, el lla

    mado "deconstruccionismo", con Jacques Derrida como figura prominente y, por otro, una de las vertientes del neomarxisnno, esta vez representado por Frederic Jameson.

    ISBN: 0-935318-15-1 270 p. $20.00

    This content downloaded from 181.193.19.161 on Fri, 14 Feb 2014 14:14:42 PMAll use subject to JSTOR Terms and Conditions

    Article Contentsp. 35p. 36p. 37p. 38p. 39p. 40p. 41p. 42p. 43p. 44p. 45p. 46p. 47

    Issue Table of ContentsHispamrica, Ao 26, No. 76/77 (Apr. - Aug., 1997), pp. 1-224Front MatterLa crtica literaria en la obra de Jos Carlos Maritegui [pp. 5-17]Discursos de la modernidad en las culturas perifricas: La vanguardia latinoamericana [pp. 19-34]La esttica del romanticismo [pp. 35-47]Cautivos de los indios, cautivos de la literatura: El caso del Ro de la Plata [pp. 49-75]Genealoga y reescritura: Novelas rioplatenses de fin de siglo [pp. 77-87]"La pesquisa" de Juan Jos Saer: Alambradas de la ficcin [pp. 89-100]"La mujer ha salido al escenario. Es suya la palabra". Poesa chilena de los ochenta [pp. 101-112]EntrevistasGustavo lvarez Gardeazbal [pp. 113-124]Roberto Castillo [pp. 125-131]

    PoesaDhikr [pp. 133-136]Poemas[El espejo revive] [pp. 137-143]Utopa [p. 143-143]

    PresentacionesRicardo Oehrtmann y las leyes del absurdo [pp. 145-146]El prisionero [pp. 147-150]

    FiccinEl pulpo literario [pp. 151-152]El Manisero [pp. 153-159]Narrativa venezolana: La generacin de la democracia [pp. 161-163]El estallido [pp. 165-167]Claudia hablaba de Andrs Bretn [pp. 168-171]Castillo de arena [pp. 172-173]Prdidas [pp. 173-174]Extensin de la carne [pp. 174-175]Brasilia [pp. 176-181]Noche de bodas [pp. 182-184]Leccin de baile [pp. 185-187]

    Una alquimia del ojo: Los Contemporneos y Tablada [pp. 189-196]Intertextualidad en "Amatista y Cuando digo Magdalena" de Alicia Steimberg [pp. 197-201]ReseasReview: untitled [pp. 203-204]Review: untitled [pp. 205-206]Review: untitled [pp. 207-208]Review: untitled [pp. 208-211]Review: untitled [pp. 211-213]Review: untitled [pp. 213-214]Review: untitled [pp. 215-216]Review: untitled [pp. 216-218]

    Hemos Recibido [pp. 219-224]Back Matter