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Edición a cargo de JOSÉ MIGUEL MARINAS CRISTINA SAN'Í AMARINA LA HISTORIA ORAL MÉTODOS Y EXPERIENCIAS DEBATE

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Page 1: LA HISTORIA ORAL - WordPress.com · 42 Paul Thompson, The Voice of the Past, Oral History, Oxford, Oxford University Press, 1978: capítulos 4 («Evidence») y 8 («Interpretation»)

Edición a cargo de

JOSÉ MIGUEL MARINAS CRISTINA SAN'Í AMARINA

LA HISTORIA ORALMÉTODOS Y EXPERIENCIAS

DEBATE

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Ilustración de portada: Familia italiana desembarcando en Ellis Island, 1905, Lewis Hiñes.

Primera edición: octubre 1993

Versión castellana deJOSÉ MIGUEL MARINAS y CRISTINA SANTAMARIA

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la re, ' ¿ducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidas la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella, mediante alquiler o préstamo públicos.

© De la Introducción y la traducción, José Miguel Marinas y Cristina Santamarina

© De la versión castellana. Editorial Debate, S. A.,Gabriela Mistral, 2, 28035 Madrid

I.S.B.N.: 84-7444-723-2 Depósito legal: M. 22.174-1993Impreso en Unigraf, Arroyomolinos, Móstoles (Madrid) Impreso en España

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HISTORIAS DE VIDA EN EL ANÁLISIS DE CAMBIO SOCIAL*

Paul Thompson

Tanto los sociólogos como los historiadores sociales han redescubierto hace poco el valor de la entrevista en profundidad retrospectjva. Y ello porque el sociólogo de la «historia de vida» y el «historiador oral» se en-

® cuentran en un territorio común al que acceden desde direcciones diferen­tes. Para el sociólogo decepcionado por el duro empirismo masivo de la investigación cuantitativa y la agregación de masas de datos abstraídos de sus fuentes, mediante recortes atemporales e impersonales, la historia de vida ofrece una información coherente por propia naturaleza, enraizada en la experiencia social real; capaz, además, de proporcionar hallazgos sociológicos de iTotable frescor póroposición a las respuestas mecánicas a cuestionarios predeterminados.

Desde luego, no estamos sugiriendo que el sociólogo en cuestión pueda simplemente saltar de una observación de hechos dirigida por la teoría a una teorización inspirada en los hechos; ni que las historias de vida pue­dan ser leídas como presentación, aproblemática, de acontecimientos re­cordados, ni tampoco que se deba mantener una distinción pura y dura entre interpretación subjetiva y «hechos» objetivos —tal como ya he seña­lado en The Voice o f the Past—, ya que ambos conceptos están imbrica­dos tanto aquí como en cualquier parte42.

Sin embargo, se quiera o no, la dimensión temporal se reintroduce en la investigación sociológica por la propia‘'naturaleza empírica de la histo­

* «Life Histories and the Analysis of Social Change», Paul Thompson. Biography and Society. Sage Publications Inc.. 2.a ed., 1983. California.

42 Paul Thompson, The Voice o f the Past, Oral History, Oxford, Oxford University Press, 1978: capítulos 4 («Evidence») y 8 («Interpretation»). Este libro proporciona una exposición completa de la filosofía y práctica de la historia oral y métodos de historia de vida, junto con sustanciosa bibliografía. Para información general, véase también Oral His­tory, la revista bianual de la Oral History Society, que publica regularmente noticias de Inglaterra y otros países europeos, reseñas, referencias bibliográficas y guias para la investi­gación práctica y artículos orientativos sobre el método de la historia oral y sus resultados. Han aparecido números especiales sobre historia familiar e historia de las mujeres. Se la puede conseguir en la Oral History Society, Departamento de Sociología, Universidad de Essex, Wivenhoe Park, Colchester C04 3SQ, Inglaterra.

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ria de vida: el ciclo vital, la movilidad social o el par «tradición/cambio» ño pueden ser apartados^ parados artificialmente como relojes, síñcTque "deben ser analizados tal como son, en continuo crecimiento y retroceso —al menos durante el período de una generación—. Para los sociólogos teóricos más relevantes, Marx y Comte, Weber y Durkheim, era axiomáti­co que el presente es parte de la historia. La historia de vida, en contraste con la encuesta masiva, proporciona al sociólogo un método que conlleva este mismo supuesto. '

Para los historiadores, el paso del tiempo siempre fue básico; y la dis­tinción entre encuesta masiva e historia de vida no fue nunca tan impor­tante. El uso directo de la entrevista, la búsqueda de testimonios orales en su propicLterreno, representó la innovación clave. Los historiadores^no son puristas de la metodología sincTque actúan como las urracasTaríte-un problema dado, se agarran a cualquier evidencia que puedan descubrir y le sacan el máximo provecho. Es un lugar común decir que esta prueba será parcial y sesgada, y que cuanto más antiguo sea el período estudiado, será menos fiable.‘La «historia oral» surgieren parte, de los intentos de utilizar las tradiciones orales, transmitidas durante siglos, de las sociedades sin literatura, por ejemplo el África precolonial, para construir su historia en ausencia de documentación escrita41! De manera similar, para los escasos historiadores que se ocupaban de la historia política y social más reciente, el interés inicial por obtener testimonios a través de la entrevista era estric­tamente práctico; los documentos disponibles no eran suficientes, y aque­llos que sí existen se utilizaban como apoyo de la fuente oral. La forma de entrevista era típicamente semiestructurada, oscilando entre un cuestiona­rio rígido y el testimonio más o menos espontáneo, en función de la natu­raleza del problema histórico estudiado. Y únicamente a través de la expe­riencia adquirida entrevistando fue como los historiadores descubrieron que la historia oral podía brindar no sólo más información, sino perspec­tivas totalmente nuevas —testimonios y también interpretaciones— de los puntos de vista hasta entonces tan mal comprendidos de los hombres co­rrientes, mujeres y niños sobre lo que ellos consideraban que había tenido más importancia en sus vidas. Este descubrimiento es lo que ha hecho que la historia oral europea no sea un simple método sino un movimiento; y un movimiento cuyos objetivos básicos tienen mucho en común con los de la sociología que emplea la historia de vida.

Una vez que se admite que el presente tiene que ser estudiado dentro de una perspectiva temporal, es muy importante para los sociólogos tener 43

43 El clásico es Jan Vansina, De la Tradition Orale, Essai de Méthode Historique, Ter- vuren: Annales du Musée Royale de l’Afrique Céntrale, Sciences Humaines, 1961: traducido como Jan Vansina, Oral Tradition, A Story in Historical Methodology, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1965.

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a su disposición información descriptiva básica, en los términos de las cuestiones que están investigando acerca deEpresénte, sobre cómo las so­ciedades trabajaban hace treinta, cincuenta o setenta años. Algunos soció­logos lo han conseguido. Desmarcándose de los estudios de comunidades, que erróneamente se basan en un pasado «tradicional» y estable en con­traste con un presente modernizado y disoluto, James Littlejohn, en Wes- trigg (1963), establece con igual firmeza, tanto desde el pasado como desde el presente, la construcción de las clases sociales y del poder en el ámbito de los pueblos44 45. Pero semejantes trabajos no son corrientes. Es más fre­cuente que los sociólogos que investigan el presente busquen documenta­ción en estudios históricos que hagan referencia al pasado reciente, no la encuentren y sigan improvisando. Así fue como toda una escuela socioló­gica de pensamiento sobre la familia prosperó sobre la creencia errónea de que la industrialización y la urbanización habían transformado las amplias y multigeneracionales familias extensas del pasado en las familias nuclea­res pequeñas y ultraprivatizadas del presente. Esta escuela de pensamiento dominó durante años la sociología de la familia. Sin embargo, bastó la minúscula investigación empírica de los años 60 para demostrar que en casi toda Europa occidental y América la familia nuclear ha sido tan deci­sivamente dominante en el pasado como lo es hoy.

Para el estudio del período histórico que abarca la memoria viva, esta representación básica (basic mapping) de una «etnohistoria», como línea directiva para el trabajo sociológico contemporáneo, se ve muy favorecida por el uso de entrevistas. Mi propio libro The Edwardiarts: The Remaking of British Society (1975)4\ fue originariamente concebido como una revi­sión general de la historia social de este período, más que como un trabajo de campo. Pero encontré que buscar en el pasado lo que los colegas esta­ban buscando en el presente era muy difícil con las fuentes históricas con­vencionales disponibles. Había abundantes publicaciones impresas de principios del siglo XX, incluyendo numerosos documentos gubernamen­tales y algunos estudios sociológicos pioneros, pero muchas cuestiones que me preocupaban eran ignoradas o tratadas desde una perspectiva unilate­ral. El material manuscrito no podía llenar tampoco ese vacío, porque la mayor parte de lo que había llegado a las oficinas de registro simplemente , confirmaba la perspectiva burocrática de las fuentes impresas: los archivos ¡u/7 prácticamente no disponen de documentos personales, tales como diariosPv* y cartas, que ofrezcan puntos de vista alternativos.'Quería saber qué s ig n i- / ficaba ser un niño o un padre/madre en los diferentes grupos sociales de

44 James Littlejohn. Westrigg, The Sociologv o f a Cheviot Parish, Londres, Routledge & Kegan Paul. 1963.

45 Paul Thompson, The Edw ardians: The Remaking o f British Society, Londres, Wein- denfeld & Nicolson, 1975.

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esa época, cómo se conocía y cortejaba la gente joven, cómo vivían juntos I como maridos y esposas, cómo encontraban trabajo, cómo se sentían res- ' pecto al trabajo, cómo veían a sus patronos y colegas de trabajo, cómo | sobrevivían y se sentían cuando estaban fuera del trabajo. Cómo la con­

ciencia de clase variaba en función de la ciudad, el campo o las ocupa­ciones.

Algunos de estos temas tenían una aproximación más fácil que otros. Pero antes de hacer cu'alquier interpretación, tuvimos que enfrentarnos no sólo a los problemas comunes de comprensión del material de entrevistas, sino también a la debilidad y fortaleza características de la memoria; re­flexiones que me llevaron posteriormente a escribir The Voice o f the Past. Sin embargo, una vez que empezamos a reunir el testimonio de unas 500 entrevistas, seleccionadas sobre las bases de una muestra por cuotas dise­ñada para hacerla representativa (en términos de sexo, clase ocupacional y región) de la población británica de 1911, la riqueza de la información obtenida a través de este método se hizo inmediatamente patente. The Edwardians es un comienzo más que una conclusión, y las entrevistas rea­lizadas para este trabajo están siendo ya una fuente de información para otros estudios de investigación. Ei-Jibre-muestra^eoft-claridad-cámo los testimonios vitales y directos de las entrevistas ayudan a construir una historia social fiable del pasado cercano, y cómo algunos temas, sobre Todo el de la familia, no se pueden abordar con rigor sin ellos. Para con­trarrestar las inevitables simplificaciones que conlleva una visión de con­junto de la estructura social, presenté 14 relatos yuxtapuestos de historias de vida de genuinas familias eduardianas que mostraban el rango de expe­riencias de las diferentes clases sociales: desde la hija de un aristócrata terrateniente al hijo de un obrero desempleado de la ciudad. De esta for­ma, a la vez que se ilustra la estructura social se muestra, a través de la peculiaridad distintiva, la singularidad y representatividad de cada caso, la heterogeneidad de la realidad, aspecto éste que la interpretación sociológi­ca e histórica nunca debe desconsiderar. Las entrevistas de historia oral proveen, a corto plazo, tanto de un material para la descripción sociológi­ca generalizada de un determinado período como de elementos que rom­pen esta generalización y que generan nuevas preguntas de diverso nivel.

Aquí me puedo referir únicamente a la más fundamentalde estas cues­tiones. El testimonio de cada historia de vida sólo puede ser plenamente entendido como parte de la totalidad de la vida; pero para hacer generali­zaciones sobre un tema social particular debemos extraer los testimonios sobre esta cuestión del conjunto total de entrevistas, para observarlos y volverlos a reintegrar desde un nuevo ángulo, de una forma horizontal mejor que vertical, y, haciéndolo así, dotarlos de un nuevo significado. Por tanto, tenemos que trabajar todo el tiempo a contrapelo del mate­rial desde el que construimos nuestro análisis social general. En la encues-

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ta masiva o en la estadística oficial, esta dificultad queda encubierta, ente­rrada en el nivel del trabajo de campo, como en esos momentos cuando, en el umbral de la puerta, un entrevistador pagado a destajo se esfuerza en encajar la vida y sentimientos de una persona en las «respuestas» de cruces y círculos según las categorías preordenadas de un cuestionario impreso. El método de la historia de vida nos puede confrontar al menos con la'" violencia que puede ejercerse en la conciencia de otra persona, al imponer­le nuestros propios términos. Y también nos permite una solución parcial a este problema a través de la yuxtaposición de las historias de nuestros informantes con nuestras propias interpretaciones, de forma que el testi­monio pueda aún ser leído tanto a su manera como a la nuestra, una vez que el trabajo está ya escrito. ^

Más directamente, incluso el material procedente de la historia oral puede simplemente mostrarnos que nuestras preconcepciones son falsas. Como profesionales de clase media, trabajando en un momento histórico particular, tendemos fácilmente a generalizar sobre la base de nuestra propia experiencia, y damos por hecho que esta experiencia ha sido com­partida por otros grupos sociales y/o en otros períodos históricos, o bien por el contrario podemos pensar que es única. La familia nuclear no fue, como ya hemos mencionado, una innovación reciente. Con el hallazgo de ese simple hecho se colapsaron muchas especulaciones sociológicas. Tam­bién con el testimonio oral se puede demostrar fácilmente (y con las esca­sas autobiografías de la primera clase obrera del siglo XIX) que la intensa preocupación emocional de los padres por los hijos no es nueva en sí misma, tal como nos lo han hecho creer algunos autocomplacidos moder­nistas, aunque su contexto y formas hayan evidentemente cambiado a lo largo del tiempo. Igualmente, se nos ha hecho pensar que con el declive del servicio doméstico y el aumento del trabajo profesional de las mujeres a partir del siglo XIX, los hombres de clase media han tenido que asumir más responsabilidades domésticas y las mujeres han ganado poder social. Es erróneo considerar, tal como muchos sociólogos han hecho con cierta licencia, que esos cambios se manifiestan en todas las familias de la escala social. Los estudios de historia de vida muestran que hay sectores sociales de la clase trabajadora y el campesinado en donde las mujeres (por ejem­plo, trabajadoras textiles o esposas de granjeros y pescadores) tenían en el pasado un papel económico más importante, y en la actualidad han visto deteriorada su posición relativa respecto a los hombres debido a los cam­bios en la responsabilidad económica y en el poder y trama social comuni­taria.

Cada uno de estos tres casos es ejemplo de un problema sociológico que podría ser aclarado con un proceso sistemático de trabajo de campo con historias de vida, teóricamente documentadas, sacando así provecho del intervalo de tiempo empírico más largo que provee la «historia oral».

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que va desde las generaciones más viejas a las más jóvenes, como también de la flexibilidad intrínseca del método. Es en esta flexibilidad en donde, a mi juicio, estriba el secreto de su pleno potencial. La encuesta clásica se basa en la eficacia y relevancia de una serie de preguntas elegidas de una vez por todas, determinadas por la hipótesis al comienzo de la investiga­ción. De esta forma se queda inmovilizada ante cualquier descubrimiento importante que desafíe sus propios términos. Sin embargo, el método de la historia de vida se basa en la combinación de explorar y preguntar, dentro del contexto de un diálogo con el informante. Es un supuestojbási- co de este diálogo que el investigador llegue a conocer lo no previstg^al igual que lo previsto, y también que el conjunto de la estructura Bfesde

r donde surge la i n f o r m a r a n nn esté deterro-madn p o r ejjnvestigador, sino j / por el punto de vista del informante sobre su propia vida. Cualguier pre-

gunta debe encajar dentro de esta estructura y no viceversa. Y es normal V que gran parte del material de la entrevista sea narrado ind^pembentemen-

reHeTas preguntas tormúíadas. Porjanto, la forma concreta de una pre­gunta no es fundamental en este método de análisis. Y así, desarrollar nuevas preguntas o cambiar y ajustar su enfoque según lo vaya requirien­do la entrevista, no traiciona la integridad de la misma. Como resultado de todo esto, las historias de vida pueden suponer unáTiTetodología pode­rosa, un proceso continuo de verificación y reformulación de hipótesis, donde los primeros hallazgos lleven a nuevas teorías y nuevos plantea­mientos —retrocediendo a las historias de los primeros informantes y vol­viendo a otras nuevas y así sucesivamente— logrando, por fin, una socio­logía teóricamente viva y sustancialmente enraizada en la realidad social.

Un trabajo que recoge este tipo de interacción entre teoría y trabajo de campo lo proporciona el estudio de Peter Friendlander, The Emergente o f a UA W Loca! 1936-1939, a Study in Class and Culture46, sobre la sindica­ción en una fábrica de coches en Detroit. Al principio disponía de una escueta narración de sucesos y vastas cifras censales, a partir de documen­tos. Pero esto no le posibilitaba conocer quién constituía el círculo central de líderes, cuáles eran los grupos sociales clave en las fábricas y cómo cambiaron sus actitudes a medida que se desarrollaba la lucha por la sin­dicación. Respecto a la teoría podía recurrir, por una parte, a la estructura marxista del conflicto de clases dentro del capitalismo, y, por otra, al con­cepto de Weber de racionalidad e individualismo propios de la época bur­guesa. Pero aquí se encontraba con una lucha sindical dentro de una so­ciedad capitalista altamente desarrollada, en donde la mayoría de los trabajadores había emigrado a la ciudad desde diferentes entornos sociales y no tenía la cultura del «individualismo racional» o la conciencia de

46 Peter Friendlander, The Emergence o f a UA W Local, 1936-39, A Study in Class and Culture, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1975.

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autointerés material en el sentido de clase. Su lucha por la sindicación formaba parte de una más amplia transformación cultural y social de las familias emigrantes y de los individuos: eslavos con conciencia religiosa, revolucionarios nacionalistas croatas, artesanos yankis y escoceses, fami­lias granjeras de los Apalaches y negros de las plantaciones del sur recien­temente urbanizados. El método de Friendlander era volver repetidamente a las preguntas, de forma que la búsqueda de información y el desarrollo de la teoría fueran a la par. Y si la «densa descripción» en la que finalmen­te fundió las dos, desafortunadamente, no le permitió configurar una nue­va teoría tal como se hubiera esperado, ciertamente abonó el terreno para ella, al ser capaz de marcar las diferencias entre las generaciones y entre los diferentes grupos sociales de la fábrica, en el desarrollo de su ideología y en los papeles que desempeñaron en la lucha por la sindicación. En otras palabras, mostró una serie de relatos concretos que ilustraban las rutas concretas de paso de un tipo de conciencia a otra.

Una de las alternativas que ofrece la historia de vida es estudiar tanto la conciencia común (frente a la opinión de la clase media) como los ca­minos conectados con ella (trazados a través de las trayectorias vitales de los individuos). Por ejemplo, el sociólogo Robert Moore, en su estudio sobre un pueblo minero de Durham, Pit-men, Preachers and Politics47, estaba también interesado en la valoración weberiana del protestantismo y en el desarrollo de la conciencia de clase entre los mineros. Fue capaz de mostrar cómo el primitivo metodismo, con su énfasis en el perfecciona­miento individual, respaldado por el paternalismo de los propietarios del carbón, favoreció la inhibición del aumento de la conciencia de clase mili­tante hasta que ambos, el paternalismo y la influencia religiosa, se de­rrumbaron a causa de la crisis económica en el sector minero en el si­glo XX. El testimonio oral le permitió observar cómo los diferentes grupos reaccionaron frente a la crisis, calibrando los efectos de las influencias religiosas y económicas en la sociedad, y así hacer su contribución a este largo debate. Para sorpresa del propio Moore, las historias de vida inespe­radamente señalaron que la doctrina religiosa oficial, al contrario que los valores de moralidad social de las congregaciones y de la comunidad, tenía escasa influencia puesto que muy poca gente conocía las distintas doctri­nas o los principios organizativos de su propia iglesia. Las consecuencias de esta observación son importantes para la sociología de la religión, ya que siempre se ha aceptado como cierto el hecho de que la doctrina reli­giosa oficial conlleva una cosmovisión (ideología) concreta que determina el comportamiento social de los miembros de la iglesia. Esto puede ser cierto en una educada minoría de la clase media, pero parece que, en

47 Robert Moore, Pit-men. Preachers and politics; the effects o f Methodism in a Dur­ham mining community, Londres, Cambridge University Press, 1974.

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muchas comunidades, el orden moral tiene un arraigo diferente, y, por tanto, la aproximación weberiana requiere una drástica modificación.

En otra investigación sobre conciencia e ideología, realizada con testi­monios orales retrospectivos, se han obtenido resultados semejantes, que cuestionan el principio mantenido por los demógrafos clásicos de que las actitudes respecto a la planificación familiar y el control de la natalidad se «difundieron» desde la clase media profesional hasta la clase obrera. Aun­que se han reconocido'algunas excepciones a esta pauta (como el trabajo sobre la baja fertilidad de las trabajadoras del algodón; basado, todo hay que decirlo, en la recopilación de datos retrospectivos), sólo muy recien­temente la investigación con historias de vida de Diana Gittins48 ha de­mostrado que el modelo esencial de la teoría de la «difusión» es falso: las mujeres de las clases trabajadoras cambiaron sus prácticas de control de natalidad a través de canales de influencia independientes —principalmen­te las conversaciones en el trabajo— más que por la influencia directa de la clase media. De hecho, aquellas que tenían un mayor contacto con la clase media, por su trabajo en el servicio doméstico, recibieron menos consejos sobre control de natalidad. Los médicos y enfermeras no sólo no colaboraban con las pacientes de la clase obrera sino que, incluso, las engañaban. La difusión es de hecho un modelo explicativo a través del cual las clases medias han hecho inmerecidamente suyo el logro de la transformación social. Sin embargo, ésta se debe mucho más al desarrollo del conjunto de la estructura económica y social y a las aspiraciones y esfuerzos de las propias mujeres trabajadoras. Los demógrafos de los paí­ses no industrializados sostienen mayoritariamente este punto de vista, que se confirma en su experiencia cotidiana.

Ahora bien, nos podemos hacer la siguiente pregunta: si las mujeres obreras han tenido un papel tan independiente en el extraordinario logro del cambio social marcado por la transición demográfica entre 1879 y 1929, ¿por qué han sido mucho más lentas que los hombres en defender los intereses de su colectivo y crear sindicatos eficaces? Hasta ahora, los sociólogos masculinos e historiadores del trabajo no se han interesado por este asunto, dando por sentado que era «natural» que las mujeres obreras tuvieran una posición más débil en el movimiento sindical. Cuando, en algún momento, se ha abordado el tema, las argumentaciones se basaban en los papeles y actitudes de las trabajadoras dentro de su lugar de traba­jo, sobre todo en su relativamente corta e interrumpida vida laboral. Sin embargo, en una investigación sobre las trabajadoras textiles de Yorkshi-

48 Diana Gittins, Social Change and Family Structure: Woman, Work and the Decline o f Family Size, Londres, Hutchinson. Véase también «Married Life and Birth Control be- tween the Wars», Oral History 3, 2 (1975) (Family History Issue); «Women’s Work and Famili Size between the Wars», Oral History, 5,2 (1977) (Women’s History Issue).

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re, Joanna Bornat49 ha demostrado cómo la conciencia de las mujeres trabajadoras estaba condicionada por su papel subordinado en la casa y en la fábrica. No sólo encontraban los trabajos a través de su familia, sino que buscaban relaciones familiares para que les enseñaran a tejer y, una vez en el trabajo, entregaban la totalidad de su jornal a la madre. Sus padres eran quienes les decían si unirse o no al sindicato, y, si lo hacían, les pagaban su cuota semanalmente a los cobradores que cobraban, no en la fábrica de tejidos, sino casa por casa. Como sugiere este caso, la divi­sión característica (masculina) de los mundos domésticos y del trabajo ha ensombrecido una comprensión adecuada de la conciencia de las mujeres como trabajadoras. Y eso que en la Inglaterra del siglo XX las mujeres han representado un tercio o más de la fuerza laboral. Una sociología que no cuente con ellas está, por tanto, construida sobre fundamentos perver­sos. Y, desde luego, mientras la sociología industrial, la historia del traba­jo y la historia y la sociología de la conciencia de clase no otorguen una consideración equitativa a las mujeres en el ámbito de sus análisis, están condenadas a generar interpretaciones erróneas del pasado y falsas predic­ciones para el futuro.

Todavía gran parte de la sociología y la historia fallan en este sentido, al admitir la compartimentación de lo masculino y lo femenino. Por ejem­plo, la movilidad social se estudia una y otra vez como si el mundo estu­viera poblado de solteros 50. ¿Por qué? Porque los datos estadísticos dis­ponibles para realizar mediciones se basan en las ocupaciones. Y como las mujeres no están normalmente definidas socialmente como los hombres, por ocupaciones, la investigación sobre movilidad social «soluciona» el problema dejándolas fuera. ¡A la mitad de la población! ¿Y cómo pode­mos asegurar que su movilidad (no entre generaciones, sino dentro de sus propias vidas), por ejemplo entre el hogar de clase trabajadora, el secreta­riado de oficina o el casarse con un obrero, no tiene más fuerza como factor de cohesión social, como factor de transmisión de valores sociales entre clases, que la movilidad social de los hombres? Sin historias de vida, en las que las mujeres mayores expliquen, en sus propios términos, la clave de sus avances en sus trayectorias profesionales, no nos podremos ni acercar a esta cuestión.

Igualmente, desde mi punto de vista, la naturaleza del cambio social como conjunto ha sido fundamentalmente mal concebida. Las causas del cambio social se describen casi siempre en términos que reflejan la expe­riencia masculina más que la femenina: las presiones de carácter colectivo e institucional más que las personales, la lógica de la ideología abstracta,

49 Joanna Bornat, «Home and Work: A New Context for Trade Union History», Oral Hislory 5, 2 (1977) (Women’s History Issue).

50 Una importante excepción es la de Daniel Bertaux, Destinspersonnels et structure de classe, París, Presses Universitaires de France, 1977.

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que actúa a través de la economía, la política, las redes laborales de élite, los sindicatos y otros grupos de presión socialmente organizados. Desde luego, todos estos aspectos son fuentes principales de cambio. Pero tam­bién encubren profundas contradicciones de la organización social y eco­nómica, que a veces se expresan abiertamente y otras sin saberlo. Sin em­bargo, no nos podemos quedar aquí. Falta un tercer elemento: el efecto acumulativo que las presiones individuales ejercen sobre el cambio. Esto es lo que las historias ¡de vida muestran de inmediato: el peso de las deci­siones que los individuos toman para mejorar o cambiar una casa, para dejar una comunidad y emigrar a otra, para dejar un empleo y buscar otro mejor, para invertir dinero en el banco, en acciones o en negocios propios, para casarse, separarse y tener o no tener niños. Las miles de decisiones conscientes de este tipo son tan importantes, si no más, que los actos de los políticos para explicar los modelos del cambio social.»-»Esto se hace evidente en cuanto observamos los principales cambios

sociales que a largo plazo han ocurrido en Europa occidental y América en los últimos cincuenta o cien años. Algunos claramente son consecuen­cia de la presión colectiva y de las decisiones políticas. Sobre todo, el flujo y reflujo de los derechos políticos y libertades sociales de hombres, muje­res y minorías étnicas, y el aumento de la intervención del estado en edu­cación, salud y bienestar social. También la presión de los sindicatos es, en parte, responsable de la reducción de la jornada laboral (y de ahí la opor­tunidad del aumento del ocio masivo) y de la mayor, aunque no suficiente, participación de la clase trabajadora en los beneficios reales. Pero esto no basta para explicar los cambios más asombrosos: la mejora de la produc­tividad económica y de los niveles de vida, y el descenso del número de niños. Es imposible sostener que éstos son exclusivamente resultado de la intervención estatal, pese al hecho de que los estados han tratado de inter­venir en ambos. La realidad es que dependen, en parte (incluso en la era del monopolio capitalista, de la planificación económica gubernamental internacional y de las políticas demográficas estatales), de las decisiones individuales de madres y padres, de hombres y mujeres, de consumidores y productores, de trabajadores y empresarios. Ni los economistas ni los de­mógrafos han aprendido a entender hasta qué punto todas estas decisiones influyen más allá del futuro inmediato y son importantes para elaborar fórmulas políticas relativas a cada campo. Como todos bien sabemos, el sabor de este pastel se ve en la mesa: en la ineptitud recurrente de los gobiernos, capitalistas o comunistas, con o sin consejo profesional de los científicos sociales, a lo largo del planeta.

Observamos, por tanto, que los mecanismos esenciales de dos fuerzas básicas de cambio social, los cambios en la economía y en la población, están deficientemente estudiados. Y esto continuará siendo así mientras los conocimientos producidos por los modelos de análisis de carácter abs­

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tracto, sobre economía y demografía y sobre presiones colectivas e ideoló­gicas, no se complementen con la creencia, evidenciada a través de histo­rias de vida, en que otras fuerzas interactúan a nivel individual, con las oportunidades económicas inmediatas, con las ideas adquiridas a través de la socialización y las amistades, con el desarrollo de las actitudes en la infancia y la experiencia familiar adulta. Este conjunto de decisiones acu­muladas no sólo dan forma a cada historia de vida sino que también cons­tituyen la dimensión y la dirección del cambio social principal. Hay que enfatizar que no sostengo que el método de la historia de vida sea un conocimiento independiente, ni una panacea, ya que estos problemas fun­damentales son ciertamente espinosos y cualquier avance hacia su solución es forzosamente lento. Pero sí creo que un paso esencial es aceptar, como parte de la estructura de la interpretación, el papel del individuo.

Un efecto inmediato de esta perspectiva sería reconocer que una alta proporción de decisiones individuales cruciales las pueden hacer tanto los hombres como las mujeres, no sólo en el ámbito de la construcción de una familia sino también como emigrantes y trabajadores (las mujeres cambian de trabajo más frecuentemente que los hombres). En segundo lugar, no solamente abriría un conjunto de perspectivas totalmente nuevas en cam­pos de trabajo particulares, especialmente en la economía, donde sería de lo más novedoso. Al tiempo —y ya que la lógica de cada vida muestra que la economía y la familia son interdependientes—, tanto el encasillamiento del análisis sociológico e histórico en compartimentos estancos como la relegación de la familia a un papel meramente secundario, deberían cesar.

Por otra parte, también es consecuencia de la estructura sexista del poder social el hecho de que la sociología y la historia, profesiones ejerci­das por hombres, hayan considerado los asuntos relativos a las mujeres, los niños y la familia como de importancia secundaria. A pesar de que el impacto del movimiento feminista ha rectificado este error en lo concer­niente a estudios sobre la mujer, las feministas a menudo no se han preo­cupado por la familia, precisamente por su interés en enfatizar el papel de la mujer fuera del hogar. Como resultado de todo esto, la sociología de la familia ha estado marginada y desplazada al ámbito de las políticas socia­les. Con algunas excepciones en contra51, la historia familiar angloameri­cana ha sido estudiada por hombres (historiadores, sociólogos y «psicohis- toriadores») cuyo principal mensaje es una celebración complaciente de la progresiva «modernización» a través de los siglos,'desde un pasado cruel y duro hasta un presente liberador e igualitario, del cual, podemos suponer, ven beneficiarse a las mujeres y los niños de su propia familia. En ambos

51 Entre ellas Tamara Hareven y Glen Eider, cuyos trabajos pueden contrastarse, por ejemplo, con los de Edward Shorter ( The Making o f ihe Modern Family, Nueva York, Basic Books, 1975) o Lloyd de Mause (The History o f Childhood, Nueva York, Psychohis- tory Press, 1974).

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casos, como en el más cuidadoso trabajo de la escuela de historiadores y antropólogos de los Armales, la economía se considera como un contexto primario dentro del cual la estructura de la familia debe desplegarse. Sigue siendo muy raro encontrar alguna investigación que examine el impac­to de la familia en el desarrollo económico o la mutua interacción entre ambos.

Sin embargo, es evidente que una interacción de este tipo tiene una importancia fundamental para el cambio social, ya que la familia es la primera institución dentro de la cual la energía humana se produce y se socializa. En el nivel más básico, abastece a la economía con su fuerza de trabajo. De esto se deduce que, a no ser que los cambios demográficos puedan considerarse absolutamente dependientes de la economía —y evi­dentemente no pueden—, los cambios en la estructura e ideología de la familia tienen que ser analizados como parte fundamental del conjunto del desarrollo económico y social. Pero esta producción de mano de obra no es simplemente biológica. En la transmisión de actitudes e ideología, el conjunto de valores religiosos y laicos, los primeros mediadores son las mujeres y los niños, porque a través de ellos se dan los primeros pasos en la socialización de cada nueva generación, tanto en la familia como en la vecindad. Debido a que la procreación y la socialización de los niños son procesos esencialmente privados y domésticos, o al menos informales, la sensibilidad de la historia de vida ofrece casi la única vía de entenderlos e interpretarlos. Así, el significado crítico de estos procesos se hace evidente tan pronto como asumimos —tal como debiéramos hacerlo— que la ideo­logía puede tener una significativa influencia en el cambio económico y social.

Puede merecer la pena extenderse en este asunto buscando otros ejem­plos particulares. La conexión entre protestantismo y actitudes económi­cas sostenida por Weber en la Ética protestante y el espíritu del capitalis­mo., ha sido largamente debatida por los historiadores. Ha llevado de forma errónea a la idea de que el declinar de la economía británica des­pués de 1870 puede haberse debido al abandono de los valores puritanos de trabajo y autodisciplina por parte de las familias burguesas. Y a una mayor integración de éstas en la clase alta, gastando sus recursos en un consumo conspicuo —bebida, espectáculos, juegos y mujeres— en vez de invertir en nueva maquinaria para la industria familiar, y también envian­do a sus hijos a colegios de pago, donde aprendían a dominar más que a trabajar. Si esto fuera verdad, una explicación semejante del declinar eco­nómico no sería sólo históricamente interesante, sino relevante para la política contemporánea. Pero todavía no tenemos una historia de la fami­lia burguesa en Gran Bretaña, ni de cómo su evolución se diferenció de la de otras clases sociales. Una investigación preliminar que hemos llevado a cabo, donde se contrasta la vida familiar de los burgueses británicos de

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éxito (los fracasos son significativamente más difíciles de definir) con las costumbres típicas de la clase alta a principios del siglo XX, demuestra que en un mismo nivel de bienestar sí se encontraban notables diferencias. A los niños de las familias burguesas les daban juguetes mecánicos, coches y trenes eléctricos en vez de caballitos de madera, y, más adelante, cierta formación en ciencias y tecnología al igual que en clásicas. Y sus familias eran mucho más informales y emocionalmente expresivas, hasta el punto de tolerar ataques de genio o incluso palabrotas. Los niños pequeños esta­ban menos en manos de las niñeras, veían más a sus madres y, a medida que crecían, iban intimando con sus padres. Por encima de todo, por una variedad de razones, algunos por ser emigrantes, otros por ser miembros de una religión minoritaria, estas familias se juzgaban a sí mismas por sus propios valores más que por los valores de estatus tradicionales de la clase alta: compartían un alto concepto del mérito y el logro individual. Por el contrario, se observan ciertas tendencias aristocráticas en las historias de vida de aquellos burgueses que tuvieron un declinar económico o una bancarrota. En definitiva, parece que el factor clave en el mantenimiento de la iniciativa empresarial es el estímulo social de individualidad dentro de la familia: bien positivamente, a través de una «progresiva» expresivi­dad emocional o una creencia en la salvación religiosa individual, bien negativamente, a través del rechazo de los valores de estatus de la sociedad convencional. Por tanto, merecería la pena continuar y desarrollar la hi­pótesis original: el testimonio está ahí para ser utilizado. Pero el debate entre los historiadores económicos sobre este tema lleva largo tiempo, e inútilmente, anclado en el nivel de la mera especulación.

Las comunidades pescadoras son aún un claro ejemplo de la interde­pendencia entre familia, economía e ideología. Para sobrevivir, necesitan tener una solidaridad comunitaria que les permita mantener su fuerza de trabajo, pero también el estímulo de la iniciativa individual necesaria para adaptarse al cambio de los bancos de pescado, tecnología y mercado. El punto hasta el cual la economía puede modelar las relaciones familiares queda patente en el comportamiento de las mujeres de familias pescadoras en muchas partes del mundo, en donde, debido a la frecuente ausencia de sus hombres tienen mayores grados de autoridad y responsabilidad en la familia. Aunque haya variaciones, desde el «compañerismo» en los matri­monios de los pescadores de la costa, cuyas mujeres trabajan con ellos limpiando y vendiendo el pescado, a los pescadores de altura que son en la práctica padres ausentes que dejan a sus mujeres como progenitoras úni­cas. Pero la influencia no se nota en una sola dirección. Las historias de vida muestran con gran precisión las diferencias entre las diversas comu­nidades. En un extremo están los puertos principales de la pesca de arras­tre donde la larga ausencia en el mar, demasiada bebida y una tosca polí­tica de las compañías navieras en contra de los sindicatos, manteniendo

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bajos los salarios, negando una estancia a los hombres en su casa entre viaje y viaje, significan una vida familiar tan brutal y desmoralizadora, así como una categoría tan baja del trabajo en la industria, que una fuerza de trabajo bien adiestrada no podría mantenerse durante más tiempo: las fa­milias de pescadores envían a sus hijos a otros trabajos. Esta es una razón (aunque desde luego no la única) por la cual, a pesar de sus sorprendentes recursos, en los último^ 20 años los puertos de arrastre han perdido terre­no frente a los puertos costeros más pequeños del norte de Escocia, donde la propiedad familiar de los barcos ha persistido. Claramente, parte del secreto de la continuidad de estos puertos estriba en una ideología del trabajo duro, y la valoración del logro personal inculcado desde la infan­cia tanto en el colegio como en la iglesia y comunidad. Quizá el caso más interesante es la particular prosperidad económica —antes de la aparición de petróleo en el mar del Norte— de las pescadoras islas Shetland, que sobresalen, entre todas estas comunidades, tanto por el alto nivel que tie­nen sus mujeres como por la amabilidad afectuosa con la que enseñan a sus niños a razonar por ellos mismos. Cuando se comparan los puertos de arrastre y los costeros, o cuando se contrastan a través de la historia de vida las diferentes pautas de relaciones familiares o valores morales comu­nitarios, se comprueba el papel crucial de mujeres y niños dentro de la estructura social. Las comunidades de familias propietarias de barcos que han tenido más éxito son aquellas que más valoran el trabajo y el logro personal, y dentro de las familias patriarcales, autoritarias y jerárquicas, la- transmisión de estos valores esenciales está severamente reprimida.

Es evidente, por tanto, que las relaciones entre familia, economía e ideología son inseparables. Ciertamente, los límites ejercidos por el siste­ma económico, la tecnología y los recursos son fundamentales a la hora de ver cómo los hombres y mujeres viven sus vidas. Pero la economía es una creación social, y parte de este hacer está en la familia. El trabajo de las mujeres, insuficientemente valorado, dentro del hogar no es simplemente una contribución al sostenimiento de la estructura existente, sino que también, a través de la crianza de los hijos, es el fundamento de la econo­mía social del futuro y el resorte del cambio social.

El abandono de este principio básico en la mayor parte de las interpre­taciones del cambio social no se debe sólo a las inadecuadas evidencias utilizadas por los científicos sociales e historiadores, sino también a fallos comparables en la teoría social. Las teorías psicológicas proporcionan un marco para exponer el desarrollo de la personalidad individual, y las teo­rías sociológicas (sobre todo el marxismo y el funcionalismo) proporcio­nan herramientas para el control social, el conflicto de clases, las contra­dicciones estructurales y la génesis del cambio. Pero los dos grupos de teorías, animados por la especialización académica, se han dado mutua­mente la espalda. Con el propósito de localizar el proceso formativo fun­

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damental de la personalidad humana en la infancia (más que a lo largo de la niñez y adolescencia), la teoría del psicoanálisis relega la historia y la sociedad a la periferia. Por el contrario, la sociología ha estado igualmente ávida por identificar procesos estructurales y ha minimizado el papel del individuo en la historia.

Esto continúa siendo verdad incluso allí donde el problema está for­malmente reconocido. «La historia procede de tal manera que el resultado final surge siempre del conflicto de voluntades entre muchos individuos», le escribió Engels a Bloch en septiembre de 1890, «y cada uno de ellos es lo que es por un cúmulo de condiciones particulares de vida. De esta forma hay innumerables fuerzas cruzadas, y una serie infinita de paralelogramos de fuerza, que dan una resultante: el acontecimiento histórico». Su forma de argumentar puede ser ciertamente criticada, ya que deja abierta la do­blemente desafortunada interpretación de su posición básica, en la que considera la historia como un conjunto de «acontecimientos», y las accio­nes sociales colectivas como reducibles a conflictos entre voluntades indi­viduales. En cualquier caso, Engels reconoce aquí claramente la necesidad de incorporar el papel de la acción individual en el modelo marxista del cambio social. Pero ¿cómo se estudian estas intersecciones de voluntades individuales? El valiente ataque de Edward Thompson en The Povertv o f Theory 52 contra el marxismo estructuralista deshumanizado de Althusser es convincente, pero su reafirmación de la voluntad individual está basada más en la fe que en comprobaciones. Deja sin protección frente a la caída en las formas meramente ad hoc de argumentación. Y en el otro extremo, la pérdida de significación aseguraba también que las cajas geométricas con las que el funcionalismo parsoniano intentaba vincular el desarrollo de la personalidad a la estructura social permanecían asépticamente vacías.

Por tanto, todavía se necesita urgentemente un puente entre los dos tipos de teoría. Tampoco es casualidad que las corrientes más prometedo­ras se hayan desarrollado al margen de las convencionales «corrientes» académicas: el análisis lingüístico de cómo las presuposiciones latentes del lenguaje ayudan a formar la conciencia social, y la revisión feminista tanto de Marx como de Freud. Y en esta reconstrucción de la teoría social, la historia de vida tiene ciertamente un papel clave, ya que sólo estudiando las vidas individuales se pueden documentar las conexiones entre el de­sarrollo de la personalidad y la economía social, a través de las influencias mediadoras de los padres, grupos de edad, colegio e iglesia, periódicos y medios de comunicación. Sólo cuando el papel de estos intermediarios se establezca con precisión dentro del proceso de aprendizaje de roles sexua­les en diferentes clases sociales se podrá lograr una reintegración teórica con una base sólida.

52 Edward Thompson, The Povertv o f Theory, Londres, Merlin, 1978.

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Necesitamos a corto plazo crear una sociología teóricamente más veraz y sustantivamente mejor fundamentada, construyendo la teoría paso a paso con el descubrimiento de los hechos: el método de la historia de vida ofrece un instrumento vital para esta tarea.

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