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LIBISOSA. LA TRANSFORMACIÓN DE UN OPPIDUM EN COLONIA ROMANA ALEBUS, 13, 2003 ACTAS III SEMINARIO DE HISTORIA pp. 221-252 José Uroz Sáez Universidad de Alicante Antonio M. Poveda Navarro Universidad de Alicante Juan Carlos Márquez Villora UNED, Centro Asociado de Elche

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LIBISOSA. LA TRANSFORMACIÓN DE UNOPPIDUM EN COLONIA ROMANA

ALEBUS, 13, 2003ACTAS III SEMINARIO DE HISTORIApp. 221-252

José Uroz SáezUniversidad de Alicante

Antonio M. Poveda Navarro Universidad de Alicante

Juan Carlos Márquez Villora UNED, Centro Asociado de Elche

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1. EL YACIMIENTO Y SU TERRITORIO. CONDI-CIONES Y RECURSOS NATURALES

Las tierras occidentales de la actual provincia deAlbacete constituyeron el territorio del oppidumibérico de Libisosa (Cerro del Castillo, Lezuza)1. Setrata de una comarca natural conocida comoCampo de Montiel, que se ubica en la confluenciade la Meseta y el Prebético. Este sector, en su zonaoriental, incorpora tierras de transición hacia otracomarca natural, la de Los Llanos de Albacete.Los recursos hídricos de la zona son abundantes,pues la parte occidental está recorrida por los ria-

chuelos Córcoles, Sotuélamos y Pinilla, que viertenen la cuenca del Guadiana, mientras que la orien-tal la drenan los denominados ríos Lezuza y Jardín,que pertenecen a la cuenca del Júcar (SánchezSánchez, 1982: I, 70). Además, las tierras meridio-nales y occidentales contienen gran cantidad delagunas –como las de Ruidera, una de las másimportantes–, y navas o navajos (charcas más omenos estacionales). Así, la riqueza acuífera permi-tió siempre la existencia de considerables recursoscinegéticos y sirvió de apoyo imprescindible altránsito del ganado.Precisamente, el territorio se ve atravesado porlos más importantes caminos ganaderos prehistó-ricos y antiguos, la cañada de la Alta Andalucía aValencia y la vereda de Los Serranos a las tierrasde Murcia y Alicante (Blánquez, 1990a: 40 y ss.).Dicha cañada de Andalucía y un ramal de LosSerranos coinciden en su trazado con un caminoprerromano a su paso por Lezuza, Tiriez yBalazote, tramo que aparece recogido en la carto-grafía como “Calzada Romana” o “Camino deAníbal” (Blánquez, 1990b: 65-76) y que, práctica-mente, buscan todos los principales cordeles gana-deros de la comarca, destacando el denominadode Pinilla, que no por casualidad pasa junto a lassalinas del mismo nombre, situadas al norte de lacabecera del río, que también lleva la misma deno-minación. Abundancia de agua, lo que significa pas-tos, sal disponible y caminos estratégicos son fac-

1 Los trabajos que vienen desarrollándose en Libisosa(1996-2003) forman parte de un proyecto amplio en el que,desde 1998, se conjugan Arqueología y recuperación del patri-monio histórico, con el objetivo último de poner en valor elyacimiento y favorecer el desarrollo del municipio de Lezuza.Para ello, se ha venido contando con la colaboración y la finan-ciación de los Ministerios de Educación y Cultura, y Ciencia yTecnología, a través de varios proyectos de investigación:BHA2001-0594, BHA2002-03795 (Modelos romanos de integra-ción territorial en el sur de Hispania Citerior).Asimismo, hay quedestacar la aportación del Ayuntamiento de Lezuza, laUniversidad de Alicante, la Junta de Comunidades deCastilla-La Mancha, el INEM, la Fundación SACAM y laDiputación de Albacete. Este proyecto debe mucho, asimismo,al trabajo de un amplio grupo de alumnos de la Universidadde Alicante y de otras universidades españolas e italianas.

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tores positivos para la cría animal y el aprovecha-miento de la carne, la lana y el cuero.Parece claro que el control de las rutas ganaderasconstituyó un factor clave en la riqueza de Libisosa.Esta riqueza se vio acompañada con la salida deminerales por las mismas vías que se dirigían haciael Sureste y el Levante, permitiendo que las explo-taciones mineras de la Oretania alcanzaran unaexcelente puerta de acceso al Mediterráneo. Así seexplica que su alto valor estratégico para lascomunicaciones de la Antigüedad no pasara desa-percibido en los principales itinerarios de épocaimperial romana.Las masas forestales, actualmente en recesión en laregión manchega, conservan en nuestro territorionumerosos topónimos e importantes restos queilustran sobre un pasado más glorioso. La zona hacontado tradicionalmente con robles, encinas,pinos y sabinas, acompañándose de retama y cáña-mo, que permitieron, sin duda, una suficienteexplotación maderera y textil. Del aprovechamien-to agrícola parece evidente la del cereal, pero tam-bién la de la vid: al menos eso parece deducirse delos hallazgos de La Quéjola (San Pedro), en elsureste de la comarca.

2. EL OPPIDUM DE LIBISOSA EN LA ETAPA PRE-RROMANA

2.1. El poblamiento del final de la Prehistoria a losinicios de la iberización

Para la explicación espacial del poblamiento y suevolución durante la Edad del Bronce en el Campode Montiel y en la provincia de Albacete, es nece-sario contar con una periodización y una sistema-tización precisa del tipo de yacimientos arqueoló-gicos que todavía no se tiene. No obstante, sepuede defender la existencia de algunas caracterís-ticas generales, como es la gran eclosión de asen-tamientos de esta etapa respecto a la relativa esca-sez de la anterior calcolítica (Hernández, 2002: 15),distinguiéndose morras, motillas, castillejos, pobla-dos e instalaciones (Fernández Miranda et alii,1988: 300-302; 1994: 245), cuya distribución en elterritorio sugiere que se tiene en cuenta la exis-tencia de valles fluviales y cañadas, asegurándose la

presencia de zonas endorreicas que garantizaronla abundancia de agua, así como la disposición enlas cercanías de suficientes tierras aptas para prac-ticar la agricultura y el pastoreo.Es interesante destacar que de los 300 asenta-mientos de la Edad del Bronce conocidos en laprovincia de Albacete, 42 se localizan en el territo-rio que asignamos a Libisosa en el Campo deMontiel y áreas colindantes. El hábitat, pues, eramuy numeroso y disperso, con lugares por logeneral de dimensiones exiguas. Este atomizadopoblamiento se concentra en el eje Ossade Montiel, El Bonillo, Munera, Barrax, y en el deLezuza-Tiriez, Balazote y San Pedro (MartínMorales, 1983: 24-25, 34; Fernández Miranda et alii,1994: 280-283; Fernández Posse et alii, 1996:111-112).En la zona de nuestro estudio destaca la presenciade un asentamiento prehistórico que es el mejorprototipo de morra, poblado fortificado sobre unaelevación natural que controla un valle. Se trata deEl Quintanar en Munera (García Solana, 1966;Martín Morales, 1983; 1984), que muestra unaimportante arquitectura defensiva desde el BronceAntiguo y que, junto al cercano poblado del Cerrode El Almorchón, en Ossa de Montiel, demuestranposeer una notable metalurgia.También el Cerro del Castillo de Lezuza se haincluido entre los asentamientos de la Edad delBronce (Fernández Miranda et alii, 1994: 282), sibien las excavaciones arqueológicas que venimosrealizando no han aportado hasta la campaña de2003 ningún elemento para verificar esa posibili-dad. Sin embargo, hay otros 11 lugares en el térmi-no de Lezuza donde parece probada la presenciade comunidades de esa fase prehistórica, como esel caso de la Dehesa de los Caracoles o Mina dedon Ricardo, en la pedanía de Tiriez. Se trata de unlugar recogido como una morra en la bibliografíatradicional (Sánchez Jiménez, 1941; 1948), peroque estudiado más recientemente (Simón, 1986)ha sido adscrito a la Cultura de las Motillas y rela-cionado con las típicas de la vecina provincia deCiudad Real. Del material arqueológico recupera-do destaca la ausencia de herramientas o instru-mentos para la agricultura, y una interesante varie-dad de objetos metálicos de uso cinegético o béli-

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co y cotidiano bien conservados (una punta dejabalina, varias puntas de flecha, diversos cinceles yun puñal). Este conjunto de instrumentos de bron-ce ilustra una actividad metalúrgica local y es unejemplo del contacto con las vías de comercializa-ción de metales de la región. De todo ello podríadeducirse que el lugar estaba ocupado durante elBronce Pleno y Tardío por una comunidad especia-lizada en el pastoreo y la actividad ganadera(Simón, 1986: 42). Entre los restos hallados, la pre-sencia de objetos cerámicos para el consumo deproductos lácteos y la abundancia de restos óseosde fauna ovicáprida y bovina ayudan a aceptar esainterpretación.Durante el Bronce Tardío y el Bronce Final, y hastalos inicios de la Edad del Hierro, se detecta unafuerte caída del número de lugares habitados entoda la provincia de Albacete, situación que tam-bién se observa en nuestro territorio, pues sola-mente se conoce el asentamiento denominadoHuerta del Pato, en Munera, del que se ha localiza-do una necrópolis asociada tradicionalmente a lacultura indoeuropea de los Campos de Urnas(Belda, 1963: 198-201), pero que también muestraimportantes vínculos y paralelos con la necrópolisde incineración de Les Moreres, en Crevillente(Alicante) (González Prats, 2000: 237-248).Poco después, en el período preibérico orientali-zante, en torno al siglo VII a.C., se ha datado elhallazgo esporádico de los restos de una tumba deincineración con claras influencias de la AltaAndalucía tartésica. Se trata de la aparición fortui-ta en tierras de Tiriez (Lezuza) de una urna cinera-ria de cerámica a mano que se acompañaba de unbroche de cinturón “tartésico” o de doble gancho(Soria-García, 1995: 247-250). La naturaleza ycaracterísticas del hallazgo, sin embargo, son undébil indicio de la posible existencia de un áreafuneraria en la zona, de la que no tenemos másinformaciones. No obstante, en las fases plenamen-te ibéricas existió también en Tiriez una necrópo-lis que quizá se pudiera relacionar con la anterior.

2.2. Fase Ibérica Antigua (siglos VI-V a.C.)

Entre finales del siglo VI y el V a.C. se observan sig-nos de una iberización temprana del territorio,

especialmente con la aparición de nuevos asenta-mientos. Así, por ejemplo, tenemos un nuevohallazgo esporádico y de origen funerario en unlugar denominado El Lobo, también en Lezuza,situado al norte del río de igual nombre y al nor-oeste del Cerro del Castillo. Por los materialeshallados (Castelo, 1995: 54-55; Sanz, 1997, 79 y 82,fig. 30: 230-232), allí parece que existió una necró-polis ibérica antigua relacionada con un hábitattodavía no precisado, salvo que se trate de una delas necrópolis asociables al oppidum de Libisosa.Otros objetos minoritarios (Sanz et alii, 1992: 61;Abascal-Sanz, 1993: 92, 101, 130, 154) indican queel lugar continuó en uso hasta la época romana. Unfundamental hallazgo es el del poblado de LaQuéjola, en San Pedro. Constituye un ejemplo deoppidum pequeño del Ibérico Antiguo, vinculadocon la producción y comercio de productos agrí-colas, especialmente el vino, con el que se relacio-nan almacenes y un edificio singular, infraestructu-ra que con seguridad dependía de la élite aristo-crática del poblado (Blánquez-Olmos, 1993:85-108; Blánquez, 1993: 99-107; 1995: 192-200).A tenor de los restos hallados hasta la campaña deexcavaciones del año 2003, probablemente desdefinales del siglo VI y con seguridad desde el siglo Va.C., en el Cerro del Castillo de Lezuza existe unoppidum ibérico que se convertirá en el principalbeneficiario del control de las vías de la región y elcomercio que circula por ellas, hasta convertirseen el lugar central que organiza y jerarquiza elterritorio circundante.

2.3. Fase Ibérica Plena (siglos V-III a.C.)

En la plenitud de la Cultura Ibérica, el Campo deMontiel muestra un aumento del número de pobla-dos. En la zona oeste se documenta la existenciadel pequeño oppidum de Los Castellones, en Ossade Montiel (Sanz, 1997: 77-78), que cuenta con losrestos de una muralla. Su localización parece estarrelacionada con una explotación minera existenteen las proximidades. A 2 km del anterior asenta-miento se ubica otro poblado ibérico fortificado. Setrata del Cerro del Almorchón, entre las lagunas deSan Pedro y Tinajo (De la Torre Parras, 1932: 17),también en Ossa de Montiel. Su hábitat tiene un

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origen en la Edad del Bronce, y después de la faseibérica existen restos de época romana y medieval.Por otro lado, en la zona noroeste del territorio seubica otro pequeño oppidum, Los Castellones (ElBonillo), en la confluencia de los ríos Córcoles ySotuélamos.También en El Bonillo, a la derecha dela desembocadura del primero, existe un terreno, ElVillar, donde se hallaron restos de muros, piedrasde molino y abundante cerámica ibérica (GarcíaSolana, 1966: 88, lám. IV, 3).En esta fase se desarrolla plenamente la actividaddel poblado de La Quéjola y, sobre todo, deLibisosa. En este último yacimiento, las excavacio-nes que venimos desarrollando han documentado,hasta el momento, algunos restos de estructurasde los siglos V y IV a.C. en la ladera norte, variossillares pertenecientes a monumentos funerariosibéricos (un pilar-estela) (fig. 1), así como cerámi-cas ibéricas pintadas, estampilladas y de barnizrojo, y otras de procedencia griega, especialmenteun conjunto de fragmentos de copas Cástulo de lasegunda mitad del siglo V a.C. Del siglo IV a.C. hayque mencionar el hallazgo de fragmentos de copasde pie bajo, copas-skyphoi, cráteras de campana ycuencos de figuras rojas.En esta fase Libisosa se puede considerar un granasentamiento o lugar central en el espacio albace-tense (Soria, 2002: 137-144). De este modo, se haaceptado que dispuso de una demarcación yextensión propias, que se identifican con el Campode Montiel. Su territorio limitaría por el sur con eldel oppidum de La Piedra de Peña Rubia, en Elchede la Sierra (López-Jordán-Soria, 1992, 52), y por eleste con el de Saltigi, ubicado en Chinchilla(Corchado, 1969; Roldán, 1975; Sillières, 1977;Sillières, 1982: 247-257; Sillières, 1999: 239-250;Sillières, 2003: 265-281). No se han planteadotodavía unos límites precisos en el norte y en eloeste que, no obstante, no pueden estar muchomás allá de las tierras de Villarrobledo y de lasLagunas de Ruidera, respectivamente.

3. EL OPPIDUM DE LIBISOSA Y EL DOMINIOROMANO

3.1. La documentación arqueológica de la fase ibé-rica final o iberorromana: el barrio de la ladera

septentrional del Cerro del Castillo (mediados delsiglo II-circa 75-70 a.C.)

En esta nueva etapa, condicionada por la SegundaGuerra Púnica y la llegada de los romanos, en lazona desaparecen algunos oppida y se reorganiza-rán los territorios afectados por ambos fenóme-nos. En Ossa de Montiel pudo continuar activo elpoblado del Cerro del Almorchón, y surge en suscercanías un nuevo asentamiento, la Loma deMontesinos (Sanz, 1997: 78). Sin embargo, desapa-recen los centros de Los Castellones de Ossa deMontiel, así como Los Castellones y El Villar de ElBonillo. El oppidum de La Quéjola había dejado defuncionar en plena etapa anterior.Otro sector que parece consolidarse en esta fasees el de las tierras de Tiriez, donde se documentala existencia de construcciones domésticas y rura-les en ambos márgenes del río Lezuza. En el nortede la pedanía, en la finca denominada “Casa deBerruga”, se localizó un nuevo asentamiento de lla-nura con restos de edificaciones. En estos lugaresaparecieron cerámicas ibéricas tardías, y cerámicasy monedas romanas (Sanz, 1997: 82-83).Se trata de una etapa que muestra una abundantedocumentación arqueológica en Libisosa, ubicadaen un elevado cerro frente a la actual Lezuza (fig. 2).Los restos hallados hacen pensar que el asenta-miento alcanza un alto desarrollo urbano y econó-mico, especialmente desde el siglo II a.C., como seha documentado sobre todo en su sector septen-trional (Uroz-Márquez, 2002: 239-244; Uroz-Pove-da-Márquez, 2006: 173-184) (figs. 3-4). Este oppi-dum central del territorio será elegido por Romapara ser consolidado económica y políticamentecon la consideración de forum regional (Poveda,2002: 24-32), recibiendo, posteriormente, en épocade Augusto, la denominación de Forum Augustum.Con ese estatus, en época de Tiberio se registra unamplio programa de monumentalización en el quedestaca el foro, símbolo físico y reflejo de su con-versión en colonia romana (Uroz-Molina-Poveda,2002: 245-251) (fig. 5).Las excavaciones arqueológicas de los últimosaños (1996-2003, especialmente entre 1998 y2003) han sido fructíferas para el conocimiento deLibisosa en esta primera etapa de dominio romano,

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entre los siglos II y I a.C. En la ladera norte deloppidum (Sector 3) se han localizado, por un lado,los restos de una barriada iberorromana que fuedestruida sistemáticamente en los primeros añosdel siglo I a.C. Por otro lado, se ha recuperado untramo de la muralla que circundó el asentamiento.Este recinto fue erigido en un momento indeter-minado tras la destrucción del arrabal iberorroma-no, y cuenta con una entrada protegida por dosbastiones. Los dos conjuntos –la barriada y lamuralla con su acceso al oppidum– aportan unamplio caudal informativo, que se ha sintetizado enaportaciones anteriores (Uroz-Márquez, 2002;Uroz-Molina-Poveda-Márquez, 2004), y que a con-tinuación exponemos (fig. 6).El barrio de época iberorromana (fases 1-3) seemplaza en una zona con una pendiente descen-dente hacia el norte y con un significativo desnivelorográfico. Hasta el momento se ha excavado unaveintena de departamentos de diversas dimensio-nes y plantas de tendencia rectangular, con unafuncionalidad preferentemente doméstica y arte-sanal. Asimismo, se han recuperado dos tramos decalles orientadas norte-sur. Estas calles articulanun mínimo de tres manzanas que se disponen aambos lados de los viales y se adaptan a la irregu-laridad y a la pendiente del terreno (figs. 7-9).El análisis de las estructuras y del material arqueo-lógico exhumado permite proponer una secuenciacronológica del barrio, que continúa, por otraparte, en proceso de excavación. En la segundamitad del siglo II a.C. se documenta la reforma devarias estructuras precedentes, de función aún noprecisada y de cronología prerromana y, paralela-mente, se constata la construcción ex novo de lasdos calles que organizan esta trama urbana.Posteriormente, en años sucesivos se produce unlógico proceso de reformas y de ampliaciones devarios departamentos del barrio, hasta su destruc-ción sistemática entre el 100 y circa 75-70 a.C. Estadestrucción ha dejado una fuerte impronta, con laexistencia de niveles arqueológicos de derrumbede las cubiertas, de los muros y de otros elemen-tos sustentantes de los ambientes. Paradójica-mente, esta circunstancia ha permitido la conser-vación, bajo potentes estratos de destrucción, deuna amplia y variada gama de materiales arqueoló-

gicos. Buen número de estas piezas conservan sudisposición originaria, previa a la destrucción, den-tro de los departamentos exhumados. Estos mate-riales, recuperados en contextos altamente fiablesy homogéneos, nos informan con precisión dediversos aspectos de la vida de la comunidad indí-gena libisosana bajo el dominio de Roma, concre-tamente en los primeros años del siglo I a.C.

3.1.1. Materiales y técnicas constructivas: una fuer-te impronta indígena

Las excavaciones en el sector han permitido una pri-mera aproximación a las características básicas de laactividad constructiva en la zona, así como de losmateriales y técnicas empleados en una arquitecturaesencialmente doméstica. Los muros de estosambientes fueron ejecutados con zócalo de mam-postería ordinaria, en seco. En su construcción seusó preferentemente piedra caliza y calcoareniscaoriginarias de la zona. Se han documentado, almenos, tres tipos de zócalos en función de susdimensiones y técnica de ejecución. El primero deestos tipos está realizado con piedras de medianasdimensiones y pequeños mampuestos intercalados.Su espesor varía entre los 80 y 90 cm.Se trata de losmuros maestros de las principales estructuras deesta fase,normalmente los muros que dan a las callesy que corresponden a la principal fase de construc-ción de la barriada (fase 1). El segundo tipo de zóca-lo se ejecutaba con piedras de dimensiones másmodestas y un espesor situado en torno a los 60 cm.Se localiza en muros asociados tanto a los momen-tos iniciales de esta fase como a la posterior etapade reformas y añadidos (fase 2). Finalmente, el tercertipo de zócalo documentado está formado porpequeños mampuestos y un espesor de entre 45y 50 cm. Se trata de tabiques de compartimentación ydivisión interna de algunos de los departamentosexhumados.Los potentes estratos de destrucción hallados enla excavación del barrio han permitido recuperarinformación respecto a los alzados de estosmuros, formados mayoritariamente por adobes,que aparecen en una extraordinaria cantidad (fig. 10).Varios ejemplares de adobe completos, junto aotros que también aportan información metrológi-

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ca de interés, permiten proponer que se usó pre-ferentemente un tipo con una longitud de entre 48y 50 cm, una anchura mínima de entre 34 y 36 cm, yun grosor de entre 8 y 9 cm. No obstante, esposible suponer que se utilizaron también algunosadobes con medidas ligeramente superiores, nece-sarios para las esquinas y encadenamientos de losmuros.Algunos de estos adobes se han hallado insitu, sobre zócalos de 45 y de 60 cm de espesor,dispuestos longitudinalmente y rejuntados conarcilla. En el ambiente 59 se han conservado hastasiete hiladas de adobes sobre un zócalo de piedraperteneciente a un tabique de división interna(fig. 11). Destaca también, por su estado de conserva-ción, un tramo situado entre los departamentos 78y 79 (fig. 12).Asimismo, aunque en menor medida, se han docu-mentado estratos de derrumbe, compuestos poruna mezcla de tierra arcillosa y cal, muy compactos,localizados en los ambientes 59, 78, 79 y 82 (fig. 13).Se trata, probablemente, de los restos de alzados detapial pertenecientes a los muros de estos departa-mentos. De hecho, el uso de la cal como materialconstructivo se observa en algún otro departamen-to, como el 79, donde se ha conservado un amon-tonamiento de argamasa de cal de dudosa interpre-tación, quizás una zona de trabajo, como una paste-ra, o tal vez parte de una techumbre desprendida(fig. 14).Se ha registrado, asimismo, información acerca delos revestimientos de los muros. Por una parte, envarios ambientes, como el 15 y el 78, se ha identi-ficado una capa de tierra mezclada con abundantescenizas, de espesor variable, revistiendo el zócalode los muros, probablemente con una función ais-lante. Asimismo, se ha recuperado informaciónacerca de los enlucidos. En concreto, cubriendo lacitada capa aislante se han localizado restos deenlucido amarillento elaborado con una alta pro-porción de arcilla y cal. Se trata de una fina capa,normalmente de entre 1 y 2 cm de espesor. En losdepartamentos citados (15 y 78) se han conserva-do restos de una banda horizontal a la almagraen la parte baja del enlucido del zócalo (fig. 15).Hay que reseñar, además, el uso de otros elemen-tos sustentantes, como postes, pilares y vigas demadera. El testimonio de este uso lo proporciona

el hallazgo de orificios de tendencia y sección rec-tangular en los ambientes 15 y 59. Estos orificios,de diversas dimensiones, aparecen recortadostanto en el zócalo como en el alzado de variosmuros. Se trata de huecos para anclar pilares desección preferentemente cuadrangular. En el casodel muro norte del ambiente 15, estas vigas haríanposible suprimir la pared y dejar un hipotéticoespacio abierto hacia el exterior, a modo de ten-derete.Por otro lado, en el interior de varios departamen-tos, como el 15, 78 y 79, se han localizado placas depiedra de superficie horizontal y tendencia cuadran-gular, de dimensiones variables (35 x 45 cm,24 x18 cm),encastradas prácticamente a ras de suelo. Porsu posición central y la abundancia de restos decenizas y carbón, resultado de la combustión demadera, es probable que se trate de bases de pila-res. Concretamente, en el muro oriental del depar-tamento 79 se observa, además, de manera significa-tiva, que la construcción del muro dejó previamen-te el hueco listo para instalación de estos pilares.Especialmente significativo es el hallazgo de un tra-vesaño quemado, a poca distancia del vano deacceso al ambiente 78, con unas dimensiones míni-mas de 120 cm de longitud y 12-15 cm de anchu-ra (fig. 16). Por su posición, es posible que se tra-tase del dintel de la puerta de entrada al citadoambiente. Un análisis preliminar de la pieza parececonfirmar que se trata de una viga construida conmadera de sabina, especie hoy en recesión y pro-tegida en la región, pero que, sin duda, abundó enépoca antigua. Su resistencia a la humedad la con-vierte en una materia prima especialmente aptapara la construcción.Los pavimentos de los ambientes de esta fase delbarrio iberorromano usan, sobre todo, tierras arci-llosas, margosas y cantos rodados. La mayor partede los departamentos, como el 15, 16 y 59, mues-tran suelos de tierra arcillosa verde-amarillenta,compactada. Otros muestran unas característicassimilares, pero con tierra grisácea, como en el casode los ambientes 62, 81 y 82. En general, su espesores variable, entre los 3 y los 25 cm. Algunos deestos pavimentos, sobre todo, los relacionados conla primera fase constructiva, se disponen sobre unapequeña capa de tierra, en ocasiones formada por

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guijarros y gravas, que funciona como relleno y pre-paración. En alguna ocasión estos pavimentos ini-ciales se disponen directamente sobre la roca bási-ca del cerro. Hay alguna muestra del uso de peque-ños guijarros en las pavimentaciones de ciertosambientes, como sucede con el 54 y el 62: se tratade suelos formados por cantos rodados trabados ycompactados con arcilla decantada, de color ana-ranjado, pertenecientes a la etapa de reformas pre-via a la destrucción del barrio.Mención especial merece el tipo de pavimentaciónusado en las dos calles (53 y 58-61). Se trata desuelos más resistentes y compactos que los ante-riormente citados, ejecutados con una mezcla detierra arenosa, cantos rodados, fragmentos cerámi-cos, grava de minúsculo tamaño, fragmentos dehueso y nódulos o escoria metálica, mayoritaria-mente de hierro (fig. 17). El espesor de estos pavi-mentos es variable, dado que se adapta a la rocabásica y a la pendiente descendente del cerro.Los vanos de entrada a los departamentos oscilanmayoritariamente entre 90 y 115 cm. Los umbra-les de piedra están recubiertos por pequeñosescalones o resaltes arcillosos, como sucede en elambiente 78 (fig. 18). En algún caso, estos umbralesestán construidos exclusivamente con tierras arci-llosas, circunstancia que se puede comprobar en elacceso a los departamentos 54 y 79. Se han recu-perado, asimismo, restos de madera carbonizadaen orificios recortados para encajar listones omaderos de la puerta (ambiente 78). Finalmente,hay que citar la existencia de hornacinas, como laperteneciente al muro septentrional del ambiente79, que posee 80 cm de anchura y 30 cm de pro-fundidad (fig. 19). En esta hornacina se hallaronvarios vasos cerámicos recuperados en su posi-ción original previa a la destrucción (fig. 20).El ambiente 15 ha proporcionado el hallazgo de losrestos de un pequeño conjunto destinado a trabajosmetalúrgicos. Se trata de un horno construido conadobes,conservado parcialmente,que responde tipo-lógicamente al modelo de cuello de botella,de reduc-ción directa, sección cilíndrica, sin salida de evacua-ción de escoria y tobera exterior (figs. 21-22). Setrata de un horno abierto, que permite la carga con-tinua de mineral de hierro y de carbón vegetal.Cuenta con una pequeña plataforma de piedra en su

parte delantera y entrada. El cuello del horno mide70 cm de longitud y 14 cm de anchura, conservandoen su interior abundantes restos de escoria de hie-rro. Junto al horno se localizó un crisol pétreo y unsoporte plano de piedra,en este último caso,posible-mente parte de una plataforma de trabajo para elretoque de las piezas en el proceso de elaboración.Es posible que buena parte del amplio repertorio deobjetos metálicos localizados en el ambiente 15 y enlos adyacentes estuviera compuesto por piezas ela-boradas en propio taller, o bien se tratase de objetosen desuso preparados para su reciclaje. El conjuntomuestra características análogas al hallado en elCamp de les Lloses (Tona, Osona), fechado entreel último cuarto del siglo II a.C. y el primer decenio delsiglo I a.C. (Álvarez et alii, 2000: 217-281).La excavación de este sector ha proporcionado,asimismo, varios restos de hogares. Destaca elhallado en el ambiente 81, formado por una plata-forma arcillosa rectangular y compacta de 60 x 80 cm,con abundantes restos de cenizas y carbón ensu superficie.

3.1.2. Un amplio y heterogéneo registro material

El conjunto de materiales hallado en estos depar-tamentos confirma el carácter polifuncional de lazona, donde se combinan usos y actividadesdomésticas y artesanales. Un repertorio materialnumeroso y variado, bien conservado, que se convier-te en muestrario de la vida doméstica y económi-ca de la comunidad libisosana en los primeros añosdel siglo I a.C.

Las cerámicas

Los niveles de destrucción exhumados hasta elmomento en la excavación del barrio iberorroma-no (fase 3) han proporcionado un riquísimorepertorio material que está todavía en fase decuantificación, dada su extrema fragmentación ydesordenada disposición en algunos de estosdepartamentos. De este conjunto, en primer lugar,destaca el repertorio cerámico, con una cantidadtodavía en proceso de restauración, pero cercanaal millar de piezas. Predominan las cerámicas deproducción indígena, tanto de cocción oxidante

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(lisa y pintada) como reductora, así como las cerá-micas de cocina. Se dispone, pues, de una ampliarepresentación de piezas relacionadas con el alma-cenamiento, transporte, consumo y servicio deproductos alimentarios.Se ha localizado un amplio conjunto de grandescontenedores destinados al almacenamiento, en elque destacan ánforas, tinajas y lebetes, con formasy perfiles variados, tanto con decoración pintadacomo manufacturadas en pastas toscas sin motivosdecorativos. En el ambiente 16, un número mínimode nueve ánforas se localizó apilado en su paredtrasera, con los ejemplares tumbados y dispuestosal menos en tres filas, con claros signos del uso decantoneras de madera y de pequeñas piedras parasoportar, calzar y fijar las piezas, así como paraequilibrarlas e impedir su desplazamiento (fig. 23).Asimismo, el ambiente 86 (Uroz Sáez-Poveda-Muñoz-Uroz Rodríguez, e. p.) proporcionó unnúmero mínimo de 16 ánforas (fig. 24) de grancapacidad, apoyadas igualmente en las paredesperimetrales del departamento y encastradas encantoneras de madera. Algunos de los ejemplaresmuestran una película superficial interna de colornegruzco. El análisis químico (efectuado por ellaboratorio de Arqueometría de la Universidad deAlicante) de los restos de este recubrimientointerno ofrece la presencia de ácido tartárico, aso-ciado habitualmente a un contenido de vino o pro-ductos afines.Al menos dos ejemplares de ánforashalladas en los ambientes 15 y 79 poseen en elhombro marcas epigráficas en grafía ibérica, encartelas rectangulares con remate ovalado, asícomo varios grafitos anteriores a la cocción.La cerámica de cocina está representada de mane-ra destacada en los departamentos 15, 59 y 79,sobre todo, por ollas y cazuelas de diversas dimen-siones (fig. 25), especialmente los ejemplares face-tados, con estrías y acanaladuras en su tercio supe-rior. Hay que citar, además, el hallazgo de tapaderascon y sin orificio cenital, así como jarras (figs. 26-27). En cuanto a la cerámica de mesa, igualmentepresente de manera destacada en los ambientescitados anteriormente, destaca una amplia varie-dad de platos, páteras, cuencos, vasos, embudos(fig. 28) y copas de diversas dimensiones; calicifor-mes, kalathoi, lebetes y botellas de diversos perfiles

y dimensiones. También oinochoai con perfiles ytamaños diversos, entre los que sobresalen las pie-zas con asa bífida y decoración vegetal y geométri-ca combinada, en algunos ejemplares con decora-ción estampillada y motivos oculados (fig. 29).Existen, además, vasos que imitan productos itáli-cos, como platos, copas, lekhythoi y lagynoi.Además,cabe mencionar un heterogéneo grupo formadopor incensarios o braserillos con decoración cala-da de triángulos (figs. 30-31), ungüentarios ysoportes, así como algunos ejemplos de vasos enminiatura (fig. 32).La decoración de estos vasos cerámicos es variada.En las series de cerámica fina prima la decoraciónpintada, especialmente motivos lineales y geométri-cos (fig. 33).También, en menor medida, está repre-sentada la decoración con motivos vegetales(fig. 34), en muchas ocasiones estilizados. Menciónespecial merece la escasa pero significativa repre-sentación de motivos figurados zoomorfos y antro-pomorfos, como las tinajas con carniceros y avesasociadas a motivos vegetales, así como parte deuna escena donde se representa a un personajemasculino con un caballo (fig. 35).Hay que destacar, asimismo, la amplísima gama demotivos estampillados (fig. 36), siguiendo una tradi-ción claramente constatada en el reborde suro-riental de la Meseta, en contacto con la AltaAndalucía. La decoración pintada y estampilladaaparece combinada en buen número de recipien-tes cerámicos.También se han recuperado vasos yelementos de decoración aplicada.Entre este repertorio destacan una serie de piezasque permiten precisar la datación del conjunto y dela destrucción del barrio, especialmente las cerámi-cas de importación. Los productos foráneos, mayo-ritariamente importaciones itálicas, no abundanproporcionalmente, pero ofrecen una valiosa infor-mación cronológica y cultural. Se han localizado res-tos de cerámica de barniz negro itálica (fig. 37),representada por los grupos A, B, caleno y C.Algunas de estas piezas ofrecen decoración sobre-pintada, destacando, paralelamente, algunos frag-mentos de ejemplares de lekythoi con decoración enrelieve con escenas variadas, alguna de carácter eró-tico. Este limitado pero valioso repertorio estáacompañado de cerámica común de cocina campa-

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na (fig. 38), lucernas itálicas de barniz negro (fig. 39)y un abundante número de vasos cerámicos deparedes finas centroitálicas (fig. 40), especialmenteen los ambientes 15 y 79 –en este último alcanzanun mínimo de 30 ejemplares–. Estos vasos aparecencon una interesante variedad tipológica y decorati-va: lisos y con decoración a la barbotina, y tanto conuna morfología fusiforme como de tendencia globu-lar. Una clasificación de las piezas halladas permitedistinguir ejemplares de los tipos Mayet 1, 1a, 1b, 1c,2, 2.2 y 2d. Asimismo, el lote de importaciones secomplementa con los hallazgos de ánforas itálicasDressel 1A y Dressel 1B (habitualmente presentesen contextos hispanos desde el último tercio delsiglo II a.C.), y Lamboglia 2 (documentadas clara-mente desde los inicios del siglo I a.C.), así como unprobable ejemplar de manufactura púnico-ebusitanaque imitó envases de origen itálico. Este conjuntode objetos se utiliza a lo largo de los siglos II y I a.C.La datación se puede afinar más gracias a la infor-mación proporcionada por piezas con más valorcronológico, como dos ejemplares de vasos itáli-cos de paredes finas de la forma Mayet 1-2 (data-dos habitualmente a partir del año 100 a.C.), yalgunos vasos de barniz negro del tipo A, formaLamboglia 1 tardía-Morel 2322a, 2323l; del tipocaleno, forma Lamboglia 2-Morel 1141, 1226, 1251,2622; del tipo C, formas Lamboglia 2-Morel 1235b,Lamboglia 5-Morel 2252, 2255, y Lamboglia7-Morel 2266, 2284-2285. Este conjunto se sueledatar igualmente a partir del 100 a.C.Paralelamente, se han identificado cerámicas debarniz negro que dejan de fabricarse en el tránsitode la segunda a la primera centuria antes deCristo, como las del tipo A, forma Morel 2646a1,Morel 2961a1 y Morel 2812d1, así como del tipoB, forma Morel 2258a2. Otra de las piezas halladas,perteneciente al tipo B-oide o caleno (Lamboglia3-Morel 1413e1) acaba su producción hacia el 90a.C. Finalmente, otras cerámicas del tipo A, formaLamboglia 28ab, y quizá de la forma Lamboglia 34,cesan en su producción hacia el 75 a.C.

Los metales

Paralelamente, las piezas metálicas pertenecientesa esta fase 3 de los departamentos excavados (15,

16, 59, 69, 78, 81) son singularmente relevantes ynumerosas, de manera especial las elaboradas enhierro. Se han hallado herramientas destinadas alas labores agrícolas (hoces, azadas, azuelas–fig. 41–, azadones), forestales (descortezadores),domésticas (llaves –fig. 42–, bisagras de puerta,cuchillos, trípode, atizadores), así como objetospolivalentes o multiusos, cuya precisa funciónadmite varias posibilidades, quizá vinculadas alhorno metalúrgico (tenazas, pinzas) o a la cons-trucción o transformación, como picoletas y alco-tanas. Un plato de balanza y una llanta férrea derueda de carro (128 cm de diámetro) (fig. 43), ori-ginalmente en reparación o simplemente conser-vada como chatarra, completan la nómina de obje-tos de hierro más sobresalientes.Mención aparte merece el hallazgo de una grancantidad de pequeños cilindros de plomo localiza-dos en el interior de una olla ubicada en la paredoccidental del ambiente 15. Si inicialmente sepensó en el lañado de recipientes cerámicos comofunción de estas piezas, parece más probable unuso como lastres para vestimenta o para redes yaparejos de pesca, en la línea de otros hallazgossimilares como los documentados en Castellonesde Céal (Hinojares, Jaén) (Mayoral, 2000: 179-185),en un contexto coetáneo, fechado entre la segun-da mitad del siglo II a.C. y las primeras décadas delsiglo I a.C.Además, destacan singularmente los hallazgos devarios fragmentos pertenecientes a una páteraargéntea, y de un olpe y tres asas con decoraciónfigurada, en ambos casos de bronce. Las asas per-tenecen a jarras del tipo denominado PiatraNeamt (figs. 44-46). Estas piezas se asocian habi-tualmente a vasos de bronce de lujo, y representana Júpiter barbado y a una divinidad femenina endisposición heráldica flanqueada por delfines. Estetipo está bien documentado en la Península Ibéricadesde el año 100 hasta el 70 a.C. (Mansel, 1999:708; 2000; 2004). Finalmente, la numismática estárepresentada por el hallazgo de numerosos asesibéricos, en los que predominan los acuñados enCástulo (figs. 47-48), fechados en el siglo II a.C., yun denario romano tardorrepublicano.

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Objetos diversos

La exhumación de los departamentos ha proporcio-nado restos de molinos rotativos para cereal(Alonso, 1996), entre los que cabe mencionar elejemplar completo localizado en el ambiente 81, enel que se conservan la piedra activa –una ruedabicóncava– y la piedra pasiva, de superficie convexa(fig. 49). Por otro lado, dos de los departamentosconcentran un importante conjunto de pesas detelar y fusayolas. El ambiente 78 muestra 22 pesasde sección cilíndrica concentradas en su lado orien-tal,mientras que el ambiente 59 ofrece cerca de unatreintena de pesas de la misma tipología y 15 fusa-yolas. En ambos casos, se puede proponer la exis-tencia de telares y, por tanto, de actividad textil.Entre la miscelánea variedad de vestigios recupera-dos en los departamentos, destacan varios frag-mentos de trenzado de esparto y de corcho pro-cedentes del ambiente 15, diversos restos lígneosy óseos, así como dos pequeñas manos de morte-ro, una de ellas elaborada en cerámica, con deco-ración incisa y orificio central, semejante a algunosde los ejemplares hallados en el Tossal de SantMiquel de Lliria (Ballester, 1945), y la segundamanufacturada en piedra.Asimismo, hay que seña-lar la existencia de un conjunto de una treintenade tabas. Finalmente, entre los objetos de uso per-sonal cabe mencionar el hallazgo de fíbulas, agujas,colgantes vítreos, cuentas de hueso y marfil, y ani-llos de hierro con gemas ovaladas, así como diver-sos productos de manufactura o influencia púnica,como cuentas de collar y fusayolas de pasta vítrea.Sobresale del conjunto el singular hallazgo de losrestos de un collar en el ambiente 79 (fig. 50). Deesta pieza se han recuperado cerca de un centenarde cuentas bitroncocónicas con orificio central,aproximadamente una veintena del tipo globularcon orificio superior exento, protuberancia infe-rior y ánima de bronce, y un ejemplar gallonado. Enlos tres casos se trata de ejemplares elaborados enpasta vítrea.

3.1.3. Los enterramientos infantiles

La excavación del Sector 3, correspondiente albarrio del período iberorromano, ha proporciona-

do un interesante conjunto de enterramientosinfantiles localizados en varios departamentos dela ladera norte.Al sureste del ambiente 62 se loca-lizó una acumulación de restos óseos, quizá yaremovida en época antigua, pertenecientes proba-blemente a un neonato. Los vestigios estabandepositados en una pequeña cubeta recortada enla roca base, protegida por la cimentación de unode los muros del departamento adyacente.Próximo al muro norte del ambiente 81, bajo unpavimento, se localizó un nuevo enterramientoinfantil completo, sin fosa, probablemente un neo-nato en decúbito supino con la cabeza orientadahacia el este. Apareció cubierto completamentepor un fragmento cerámico recortado intenciona-damente.El ambiente 79 proporcionó, asimismo, dos ente-rramientos infantiles, situados respectivamente enlos ángulos noreste y noroeste del departamento.El primero de ellos, un neonato en decúbito late-ral con la cabeza orientada hacia el este, se hallóen un recorte del pavimento de la habitación, sinevidencias de fosa, ajuar ni objetos de adorno per-sonal. El segundo de estos enterramientos, situadoen el ángulo noroeste del ambiente, presenta lasmismas características (decúbito lateral con lacabeza orientada hacia el este), y en este caso apa-reció circunscrito por una pequeña estructura cir-cular de piedra. Mención aparte merece el hallaz-go de un enterramiento infantil doble, formadoprobablemente por dos neonatos –quizá gemelos–en posición de decúbito lateral, enfrentados y conla posición invertida de uno respecto al otro: unindividuo tiene la cabeza orientada hacia el este, yel otro hacia el oeste. La tumba aparece en elángulo suroccidental del ambiente 54 (fig. 51), sinindicios de fosa, en un estrato de relleno situadobajo un pavimento. Como en los casos anteriores,no se han detectado restos de ajuar ni objetos deuso personal.Estos enterramientos, documentados en ámbitosdomésticos, se unen a la ya amplia lista de yaci-mientos y contextos peninsulares (AA.VV., 1989;Barrial, 1989) que ilustran un hábito común en elmundo ibérico, arrancando en la Edad del Broncey perdurando hasta bien entrado el Alto Imperio.

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3.1.4. Valoración del conjunto material

Los restos exhumados hasta el momento mues-tran importantes analogías a los documentados enel Camp de les Lloses (Tona, Osona) (Durán et alii,1995: 63-73; Álvarez et alii, 2000: 271-281). En con-junto, los materiales recuperados apuntan a unadatación comprendida entre los años 100 y circa75-70 a.C. para la destrucción del barrio. La acu-mulación y concentración en zonas precisas y aco-tadas de determinados objetos con característicastipológicas similares (ánforas, incensarios, embu-dos, cuencos, oinochoai, platos...) hace pensar enuna disposición primitiva sistemática y ordenadacon el fin de facilitar su disponibilidad cara a unaventa, distribución o simplemente su uso. El siste-ma de almacenaje está basado en el apilamiento,con uso de estanterías, anaqueles y colgaderas. Eneste sentido, se han recuperado en todos losdepartamentos una ingente cantidad de clavos, col-gaderas, anillas, ganchos, grapas y escarpias(Uroz-Márquez, 2002).El impacto de la destrucción del barrio y, sobre todo,la magnitud de la obra que posteriormente se erigesobre sus ruinas –la muralla, de la que se hablará pos-teriormente–, han dificultado la excavación y delimi-tación de departamentos completos y, por tanto, laindividualización de viviendas o unidades domésticas,así como de otros ambientes con funciones diferen-tes. La exhumación completa de la barriada iberorro-mana exigiría el desmonte de la fortificación poste-rior,una tarea no contemplada por el momento en elprograma de intervenciones en el Sector 3.A pesarde esta circunstancia, se observa claramente que losambientes 15-16 y 86, por una parte, y posiblementelos departamentos 59 y 79, por otra, pudieron fun-cionar como tiendas y establecimientos artesanales.Esta actividad comercial y artesanal parece eviden-te en los dos primeros casos. En el ambiente 15-16la existencia de un pequeño taller metalúrgico y deun almacenamiento de ánforas parece superar lasestrictas necesidades domésticas. A estas eviden-cias hay que añadir una presencia de objetos cerá-micos que, desde un punto de vista cualitativo ycuantitativo, resulta poco habitual en viviendas. Aestos hechos hay que añadir el hallazgo de unabalanza, que puede reafirmar todavía más su voca-

ción comercial. Hay que decir, además, que, porrazones de seguridad, el departamento no ha podi-do ser excavado completamente, ocultando toda-vía numerosos restos bajo la muralla. Por otrolado, en el caso del ambiente 86, se recuperó unaalta proporción de envases destinados al almace-namiento, trasvase, tratamiento y consumo devino. El almacenamiento está confirmado por elcitado análisis de los residuos hallados en una delas ánforas exhumadas. El repertorio cerámicorecuperado y su disposición hacen pensar en unataberna, lugar de consumo y venta preferente devino, entre otros productos.Otros departamentos tuvieron una dedicacióntodavía difícil de precisar, pero posiblemente vincu-ladas al ámbito doméstico. Los ambientes 59 y 78muestran signos de haber albergado telares. Elambiente 81 conserva un hogar y un molino decereal. Se trata de actividades de transformaciónque se sitúan habitualmente en estancias pertene-cientes a viviendas. Es posible, no obstante, que enlos departamentos 59 y 79 se desarrollaran activi-dades artesanales y comerciales de cierta entidad,dada la importancia cuantitativa y cualitativa delrepertorio material recuperado, si bien esta únicacircunstancia –cantidad y variedad– no es definiti-va en sí misma para afinar una propuesta de fun-cionalidad.En conjunto, entre el repertorio material recupera-do se han documentado herramientas destinadas aactividades agrícolas, piezas vinculadas probable-mente a la pesca fluvial y al aprovechamiento fores-tal, así como elementos asociados a actividades detransformación (textil, metalúrgicas), el almacena-miento de vino –probablemente destinado para laventa–, la moltura de cereal y la construcción. Lainfluencia itálica es perceptible, en el ámbito de lacultura material, a través de la presencia de ánforasy vajilla fina –sobre todo vasos relacionados con elconsumo de vino–, lucernas y algunos escasos pro-ductos de lujo y alto valor añadido.La excavación del Sector 3, hasta el momento, nosinforma de diversos aspectos sobre la vida de unacomunidad oretana bajo el dominio de Roma, enuna etapa de su proceso de romanización quepodríamos calificar de temprana, a la luz de los res-tos recuperados, y con las debidas cautelas. La acti-

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vidad del barrio, cuya extensión está aún por deter-minar, experimenta un repentino final concretadaen una destrucción sistemática y el subsiguienteabandono en los inicios de un siglo particularmen-te turbulento en la historia de la ocupación roma-na de la Península Ibérica. Es posible relacionar estaetapa inestable, que culminará con el episodio ser-toriano y las Guerras Civiles, con la noticia de laexistencia de una ocultación de 31 piezas, formadapor denarios y objetos de lujo, y fechada entre finesdel siglo II a.C. y los comienzos del siglo I a.C. Ellote, considerado como de procedencia libisosana,fue hallado en 1854 y ha merecido, hasta elmomento, unas breves referencias (Volk, 1999,350-352; Poveda, 2002, 26-27). La destrucción delos departamentos de la ladera norte y la citadaocultación apuntan a un período de inestabilidad einseguridad en la zona, y pueden, de esta manera,vincularse a una de las obras más relevantes deloppidum en este período: la muralla.

3.2. La muralla (post 100-circa 75-70 a.C.)

La cronología de la destrucción del barrio ibérico,en el período 100-circa 75-70 a.C., marca la data-ción post quem para la construcción de la muralladel asentamiento (fase 4). La ciudad se dota enesta etapa de una construcción defensiva de 3 mde espesor (fig. 52) que protege una superficieaproximada de 8 Ha, adaptándose a la irregularorografía de la zona y a importantes desniveles. Seemplearon técnicas y materiales tradicionales, deraigambre indígena, en la erección de una fortifica-ción que, en nuestra opinión, no estuvo ajena alturbulento e inestable período que vive laPenínsula Ibérica bajo el dominio romano en elsiglo I a.C. El aparejo externo de la muralla seconstruyó con un doble paramento de mamposte-ría ordinaria, en seco, en la que combinaron gran-des bloques debastados, en algunos casos carea-dos, junto a pequeños mampuestos intercalados.En algunos tramos el aparejo recuerda lejanamen-te la obra poligonal. En conjunto, las piedras delrevestimiento interior muestran un menor tamañoque las del exterior. Las hiladas son irregulares ensu trazado y en ocasiones discontinuas. No se hadetectado uniformidad modular en los elementos

pétreos empleados. Únicamente la hilada de asien-to y separación entre la cimentación y el cuerposuperior está formada por bloques de mayortamaño. El interior de la muralla está formado porrellenos de piedras y tierra, como demuestran lasintervenciones practicadas en varios bastiones dela fortificación (fig. 53) (Uroz-Márquez, 2002;Uroz-Molina-Poveda-Márquez, 2004; Uroz-Pove-da-Márquez, 2006).Esta importante obra siguió, pues, unas pautasconstructivas habituales en ciudades de la subme-seta sur activas durante el mismo período, entrelas que cabe destacar Segobriga (Almagro-Lorrio,1989) y Ercavica (Lorrio, 2001; Rubio, 2003). En elcaso de Libisosa, como sucede en otros asenta-mientos coetáneos de su ámbito geográfico, desta-ca la escasez de torres que, hasta el momento, sólose han localizado protegiendo los accesos al oppi-dum. Esta circunstancia condiciona, lógicamente,que la muralla posea largos tramos teóricamentemás vulnerables, problema resuelto por sus varia-ciones de trazado y tendencia acodada, así comopor el aprovechamiento de espolones rocosospara su instalación.En el Sector septentrional del cerro, frente a unapequeña explanada, la ciudad contó con uno de lostres accesos documentados hasta el momento, quehemos denominado Puerta Norte. Esta puerta seerigió en la cresta de un significativo desnivel topo-gráfico sobre las ruinas de la barriada destruida en lafase precedente. Dos bastiones macizos, de tenden-cia rectangular y dimensiones ligeramente diferentesentre sí, flanquearon y protegieron un vano ligera-mente abocinado de 9,00 m en su parte exterior yde 7,30 m en la interior, más angosta (fig. 54). El bas-tión oriental –torre C– muestra unas dimensionesde 6,05 x 4,10 x 4,55 m, mientras que el occidental–torre D– es una obra de 6,20 x 3,70 x 4,80 m. Estapropuesta interpretativa, en la que a primera vistapudiera sorprender una poco habitual amplitud delvano, podría verse modificada si pensamos que unade las plataformas tradicionalmente consideradascomo parte del cierre de la Puerta Norte en laépoca de Augusto pudo formar parte de la murallaen esta fase, dentro del mismo programa constructi-vo. Si esto fue así, el acceso original dispondría de unvano de 4 m (Uroz-Poveda-Márquez, 2006).

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En cualquier caso, el conjunto conforma, pues, unaentrada de acceso frontal al área intramuros,siguiendo modelos y técnicas habituales en asenta-mientos ibéricos peninsulares desde inicios de laEdad del Hierro hasta bien entrado el dominioromano, en la antesala de la época imperial y, portanto, con una larga tradición (Moret, 1996). Dehecho, los otros dos accesos principales localiza-dos hasta el momento en el oppidum (la Puerta Sury la Puerta Noroeste) responden a un esquemasimilar, con entradas frontales protegidas por dosbastiones, si bien las dimensiones de los vanos y delos elementos fortificados varían un poco.La investigación arqueológica desarrollada hasta elmomento permite plantear una relación entre ladestrucción de la barriada, por una parte, y la erec-ción de la muralla y la Puerta Norte, por otra.Ciertos indicios constructivos, como su endeblecimentación, sugieren una apresurada o rápida eje-cución. Esta circunstancia se podría vincular, demanera preliminar e hipotética, a un trazado gene-ral de la muralla con una evidente escasez de bas-tiones y torres, características, para algunos auto-res, de algunos campamentos romanos del interiorpeninsular en los que se utiliza una tradición cons-tructiva indígena. Este hecho se podría asociar, a suvez, con una obra apresurada en un contexto polí-tico y militar inestable. Como hipótesis más facti-ble, nos inclinamos a proponer una datación de laPuerta Norte no demasiado posterior a la des-trucción del barrio iberorromano. La informaciónestratigráfica obtenida y la ausencia de estratos yregistro material en la zona que pueda datarseentre la destrucción del arrabal y el cambio de erasugieren que la Puerta Norte se construyó pocodespués de la destrucción y abandono del barrio,sin poder precisar más, hasta el momento, su data-ción, y estuvo activa como tal, al menos, hasta laépoca de Augusto.En nuestra opinión (Uroz-Poveda-Márquez, 2006),la destrucción de la barriada iberorromana y laposterior construcción de la muralla, concreta-mente de la Puerta Norte en el área que nos haocupado preferentemente, se relacionan con uncontexto político y militar inestable, característicoy representativo de los dos primeros tercios delsiglo I a.C. en la turbulenta historia peninsular

del período. Con los datos cronológicos proporcio-nados por los materiales de la fase 3, ambos fenóme-nos pudieron vincularse con las guerras sertoria-nas, desarrolladas preferentemente en la década delos setenta del siglo I a.C. (García Morá, 1991). Laimportancia estratégica de Libisosa pudo ser rele-vante en un amplio escenario bélico, con activida-des militares extendidas cerca de una década, enun punto clave de la Vía Heraclea o antiguoCamino de Aníbal. En ese contexto de guerra y deacciones militares podemos contextualizar laimportante y sistemática destrucción experimen-tada en ese sector de la ciudad. En la consiguientebúsqueda de seguridad y protección de un enclaveestratégico como Libisosa se situaría la posteriorfortificación del oppidum.

3.3. De oppidum indígena a forum y colonia romana(último cuarto del siglo I a.C.-primer tercio delsiglo I d.C.)

En los últimos años del siglo I a.C. el oppidum indí-gena recibió la consideración de forum (Poveda,2002: 5-38), respondiendo a uno de los escasosejemplos del uso por parte de Roma de un modelocreado en Italia tiempo atrás y empleado para lagestión de amplios territorios peninsulares desdela época de César hasta el siglo II d.C. Este tipo deentidad sirvió de referencia en un mundo de aldeasy comunidades rurales, centralizando la actividadcomercial como mercado en un ámbito rural, si biencon una limitada autonomía jurídica al tratarse deun ente protomunicipal y protourbano. El forum fun-cionó como centro comercial en una zona pocourbanizada, con predominio de hábitat disperso,situado en el entorno de una importante vía quehabía servido desde antiguo como conexión conla Alta Andalucía. De hecho, recogiendo la ya citadatradición de eje viario del asentamiento, Libisosaaparece en las fuentes itinerarias de época imperial(Roldán,1975; Sanz, 1989; Sillières, 1977;1990;1999)como enclave de la ruta entre Gades y Roma, con-cretamente en el tramo entre Castulo y Saetabis,según indican los Vasos de Vicarello (I: Libisosam,II-IV:Libisosa), así como mansio de la vía a Laminio alioitinere Caesaraugusta (Itinerario de Antonino 446,11:Libisosia), en el tramo entre Mentesa y Parietinis, a 14

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millas de Caput fluminis Anae y a 22 millas deParietinis. También es citada, ya a las puertas de laAlta Edad Media y recogiendo fuentes anteriores,por el Ravennate (IV, 44; 313, 14: Lebinosa), en la rutaentre Complutum y Castulo, reafirmando, una vezmás, su presencia en las rutas principales de laMeseta sur.Pocos años después de recibir el estatus forense,el antiguo asentamiento indígena, que probable-mente continuó funcionando como estratégicoenclave viario en los conflictos y luchas por elpoder de época tardorrepublicana desarrolladosen Hispania, especialmente las Guerras Civiles, setransforma, bajo el principado de Augusto, y en unmomento impreciso todavía por determinar, encolonia romana, Libisosa Foroaugustana. Plinio (N.H.III, 25) nos informa brevemente tanto de estadenominación, que recoge en el apelativoForoaugustana la herencia de su anterior condiciónforense, como de la privilegiada condición jurídicade la ciudad, que posee el ius italicum. El estatuscolonial está refrendado epigráficamente por elhallazgo de una inscripción de época de MarcoAurelio, fechada entre el 166 y 167 d.C., que hacereferencia a la colonia de los libisosanos (CIL II3224;Vives, nº 1133;Abascal, 1990, 43-44). La lápi-da ya la transcribe en 1647 el Bachiller Alonso deRequena, nacido en Lezuza, quien dice que apare-ció en unión de una estatua de mármol. Ptolomeo(2, 6, 58), en ese mismo siglo II d.C., nos recuerdasu vinculación y tradición étnica, situándola entrelas comunidades oretanas. En la misma centuria sedata una inscripción (CIL II 4254; Vives, nº 1617;Alföldy, 1975, 172; Etienne, 1974, 476) hallada enTarraco, que menciona la existencia de un ilustreciudadano libisosano en la capital, con el cargo deflamen provincial.La Arqueología ha confirmado la existencia deimportantes vestigios constructivos de este perío-do, como reflejo de estas evidencias textuales yepigráficas del impulso y la atención que recibe laciudad en la primera época imperial. Entre los res-tos que las labores agrícolas han exhumado, y quese conozcan, hay que citar una cabeza femenina enmármol aparecida en 1950, que puede recordar ala familia julio-claudia (a la que tanto le debe lacolonia) a través de Iulia Agrippina Minor (Beltrán,

1951: 19-21) o bien puede representar un reflejoen la sociedad provincial a través de talleres loca-les (Trillmich, 1982: 109 y 116; Noguera, 1994:91-95).Si tomamos como referencia los hallazgos arqueo-lógicos producidos durante los últimos años, en elapartado urbanístico y monumental los inicios delperíodo imperial contemplan, por un lado, la erec-ción de un importante conjunto de edificacionespúblicas en el área forense de la ciudad, probable-mente datadas ya en época tiberiana (Uroz-Molina-Poveda, 2002; Uroz-Molina-Poveda-Már-quez, 2004). La construcción del foro se situó en lavertiente oriental del cerro, bajo la acrópolis dela ciudad. En este área se han conservado restos delporticado, de la curia, de la basílica, de una cister-na y de dos lugares de culto, así como diversos res-tos escultóricos de togados, inscripciones, basas decolumna y capiteles. El conjunto monumentalforense es remodelado (fines del siglo I-inicios delsiglo II d.C.), con la inclusión, al menos, de unaespecie de fuente monumental (Muñoz Ojeda,2004), y posteriormente abandonado. En un áreacontigua al foro han sido localizados restos de, almenos, dos domus construidas en el primer terciodel siglo I d.C. De la Libisosa imperial se conservan,además, en su entorno inmediato, vestigios devarias áreas de necrópolis y asentamientos subur-banos, además de los restos funerarios localizadosen el actual pueblo de Lezuza. En sus alrededoresse perciben restos asociados a repartos centuria-dos, con una red ortogonal y vestigios toponímicosde tradición romana (Corzo, 1976; Uroz-Molina-Poveda, 2002; Poveda, 2002; Uroz-Molina-Poveda-Márquez, 2004).Como contrapartida, en el sector septentrional dela Puerta Norte se observan signos de una claracontracción en su actividad. Los restos de terra sigi-llata itálica hallados en un pavimento de la fase 5–concretamente un fragmento con la marcaRufio/L.Vmbr(icius)– proporcionan una fecha que sesitúa entre el 20 a.C. y el 15 d.C. para el cierre dela Puerta Norte y su conversión en portillo opoterna, minimizando su actividad pública. Estearco temporal, correspondiente a buena parte delprincipado de Augusto, sirve, en términos estricta-mente cronológicos, como terminus ante quem de

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la construcción de la Puerta Norte (Uroz-Poveda-Márquez, 2006). Los testimonios materiales mues-tran, pues, una contracción en la actividad de lazona ya en las primeras décadas del siglo I d.C.,hasta su abandono entre los años finales de ladinastía julio-claudia y la época flavia, como eviden-cia la aparición de un enterramiento infantil de esemomento, una tumba en fosa, en la que junto a unneonato aparecen varias cerámicas de su ajuar,caso de una copa de terra sigillata sudgálica de laforma Dragendorff 24/25, fechada entre los años15-60 d.C., y un plato de igual clase cerámica perode la forma Dragendorff 17B, que presenta unacartela oblonga con la leyenda OfiSilvani (fig. 55),con datación de los años 40-60 a.C. En este período, a lo largo del siglo I d.C., parececerrada la fase inicial de un proceso, acelerado porla presencia romana, en el que el antiguo oppidumde Libisosa jerarquizó un amplio territorio en lastierras occidentales de Albacete. La elección deeste asentamiento por parte de Roma condicionóla evolución del poblamiento indígena en la zona,y convirtió a Libisosa en una excepción en elterritorio por la importancia de su acción trans-formadora. En la vertiente jurídica y administrativa,por el uso del modelo forense y posteriormentecolonial en unas tierras presumiblemente débilesdesde un punto de vista demográfico, y atravesadaspor un importante eje viario. En la vertiente física,esta opción estratégica se materializó en la cons-trucción de la muralla tardorrepublicana y el foroimperial, reflejo de la envergadura y el impacto dela apuesta romana en el asentamiento oretano.

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Figura 10.

Figura 11.

Figura 12.

Figura 13.

Figura 14.

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Figura 27.

Figura 28.

Figura 29.

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Figura 32.

Figura 33.

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Figura 37.

Figura 38.Figura 35.

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Figura 41.

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Figura 46.

Figura 47.

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Figura 55.

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