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    Mi beligerancia.

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    http://www.archive.org/details/mibeligeranciaOOIugo

  • LEOPOLDO LUGONES

    MI

    BELIGERANCIA

    BUENOS AIRESOTERO Y GARCA, Editores

    856-Pe-858

    1917

  • MI BELIGERANCIA

  • OBRAS DEL AUTOR

    VERSO

    Las Montaas del Oro (agotado)

    Los Crepsculos del Jardn

    Lunario Sentimental

    Odas Seculares

    El Libro Fiel

    PROSA

    La Reforma Educacional

    El Imperio Jesutico

    La Guerra Gaucha

    Las Fuerzas Extraas

    Piedras Liminares

    Prometeo

    Didctica

    Historia de Sarmiento

    Elogio de AmeghioEl Ejrcito de la aliada

    El Payador (tomo primero)

    (agotado)

    (2.a edicin)

    (agotado)

  • LEOPOLDO LUGONES

    MI

    BELIGERANCIA

    BUENOS AIRESOTERO Y GARCA, Editores

    856- Per- 858

    1917

  • I

  • PRLOGOHe credo que la eficacia con que algunos de mis escritos

    contribuyeron a esclarecer en este pas el concepto de nuestraposicin y de nuestros deberes ante la guerra, durara ms sicoleccionaba yo aquellas pginas; pues, aunque su relativo mritodependiera en gran parte de la oportunidad circunstancial, unomayor y permanente asignaramos, de suyo, los principios de ver-dad y de honor en ellas expuestos.

    Ivas potencias de opresin realizan una doble campaa : lamilitar en las zonas de guerra y la mental por doquier. Pues,como esta lucha constituye, ante todo, un problema espiritual, asconcierne a la humanidad entera; siendo, precisamente, los msinteresados en materializarlo, bajo el concepto de una guerradefensiva, como tantas que hubo, quienes le dieron aquella tras-cendencia con su propaganda.

    Esta labor germnica, que constituye una prueba ms demenosprecio al resto de la especie humana, con suponerla cr-dula de patraa tan vil, consiste en sostener que los imperioscentrales fueron agredidos por una coalicin que Inglaterra di-riga. Ellos no habran hecho otra cosa que adelantarse conprevisin al peligro, consistiendo su modesta aspiracin en con-servar el territorio, y en que las cosas vuelvan a su estadoanterior, como si nada hubiera pasado.

    Semejante poltica empieza con la derrota del Marne; pero,antes de esto, seguros los imperios de un triunfo cuya prepa-racin no haban intentado ocultar, y que abarcaba todos losdominios del alma y de la materia, "pangermanizadas", por de-cirlo as, nada disimularon su carcter de agresores.

    No produjeron las pruebas de aquella coalicin que debaatacarlos en ese momento, justificando, as, la "guerra preven-

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    tiva". No las produjeron entonces ni despus; de suerte queesto es una mera afirmacin, desmentida por el hecho de laagresin misma. En cambio, declararon que los tratados sonretazos de papel, que la necesidad no reconoce ley, y que, in-

    vadiendo a Blgica, violaban el derecho: propsitos tan agre-sores, que constituyen todo un padrn de barbarie.

    Al propio tiempo, pudo comprobarse por las resultas, quelos pases de la pretendida coalicin no estaban preparados

    ;

    correspondiendo a Inglaterra, su presunto jefe, la mxima de-ficiencia. Tratndose de pelear con las dos primeras potenciasmilitares del mundo, semejante imprevisin era inadmisible.Se dir que lo explicaba la incapacidad militar de dichas na-ciones. Pero, Inglaterra, la ms descuidada, precisamente, seha encargado de probar lo contrario con asombrosa prontitud.La misma intencin de agredir, atribuida a los adversarios ac-tuales del bloque teutn, resulta, pues, insostenible.

    Por otra parte, despus de declarar el imperio alemn conla palabra no contradicha de su canciller, que, invadiendo aBlgica, violaba el derecho, pero que deba hacerlo como unasuprema necesidad, pretendi haber tenido razn para efec-tuarlo, en ciertos compromisos de Blgica con Inglaterra, segnlos cuales aquella nacin resultaba violando su propia neutra-lidad. Mas, tampoco produjo la prueba del caso, agregando, as.la calumnia al crimen. Este procedimiento ha caracterizadosiempre la hipocresa de los dspotas. Era el sistema predilectode la inquisicin

    ; y as como cubri de imborrable oprobio a laEspaa de los Austrias, ha impuesto eterno baldn a la Ale-mania de los Hohenzollern.

    Europa iba a la guerra por exageracin de su militarismo.La paradoja cuartelaria que pretende asegurar la paz con lapreparacin para la guerra, habase vuelto insostenible, y ellector ver ms adelante cmo lo tena yo anunciado. Pero,quien mantena el sistema en crecimiento indefinido, era el im-perio alemn que as determinaba el armamento de toda Eu-ropa. Su diplomacia haca fracasar sin remisin cualquier in-tento de suprimirlo o limitarlo. Sus crditos militares ob-tenan la unanimidad del parlamento. Y no poda ser de otromodo. "La industria nacional de Prusia es la guerra", habadicho Mirabeau. Cuando Prusia realiz la unidad alemana, lohizo convirtiendo en cmplices de semejante ''industria" a to-dos los estados de la confederacin. La prenda de unin fu

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    una presa: la Alsacia-Lorena, que por eso es llamada "tierrade imperio", y que resulta, as, el verdadero vnculo federal.

    Semejante modo de constituir la patria, era el mismo dela antigua barbarie prolongada de esta suerte en el milita-rismo alemn. El mismo de todas las "unidades" germnicas.

    Nada, pues, ms distinto de nuestro concepto, en cuya vir-tud la patria reconoce como fundamento una necesidad moral,que es la justicia: el concepto greco-latino, ante el cual afirmauna inmoralidad el fundamento de la patria germnica. Estoes lo que, desde el fondo de la historia, llaman los hombresidealidad y materialismo, civilizacin y barbarie.

    Con ello, tambin, el germanismo, lejos de ser, como lopretende una filosofa superficial, causa de vigor para los pue-blos greco-latinos que lo adoptan por voluntad o lo soportanpor conquista, los conduce a la ruina y a la barbarie. Es elgermen malfico, por su antagonismo substancial con la cons-titucin moral e histrica de los pueblos greco-latinos. Recor-demos lo que sus dos germanizaciones, la de los visigodos y lade los Austrias, produjronle a Espaa: fenmeno digno demencin, puesto que concierne directamente a nuestra raza.Negra barbarie, caracterizada por la crueldad brutal y la vio-lacin de los tratados, es lo que sustituyen a la decadente mo-licie de Roma, los brbaros del Norte; y al propio tiempo, unadebilidad tal, que bastan doce mil musulmanes para conquistarla Pennsula. Anlogos resultados con Carlos V y los sucesi-vos Felipes : la muerte de la libertad foral, la inquisicin, elfunesto delirio del Imperio Cristiano, el odio del mundo entero,la derrota y la decadencia.

    Algo, pues, ms importante, si cabe, que el propio amora la libertad, nos mueve a tomar en esta contienda el partidode los aliados : nuestra constitucin histrica, para la cual elgermanismo es amenaza de muerte.

    Porque, aun suponiendo que el bloque teutn triunfara: lasnaciones vencidas quedaran ah, tan desmedradas como sequiera; pero quedaran. Tarde o temprano, nuestro tempera-mento, nuestros vnculos de todo gnero, nuestra misma situa-cin geogrfica, hacia ellas nos inclinaran. No en vano tene-mos sangre espaola que ya va promediando con la italiana,cultura francesa, instituciones sajonas...

    Fantstica, igualmente, la suposicin de quienes creen queel triunfo alemn, equilibrando la potencia de Inglaterra, nos

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    garantira indirectamente contra pretendidos posibles abusos de

    esta ltima nacin. En tales casos, los fuertes, lejos de estor-barse entre s, fcilmente se unen contra el dbil. As lo hizoya Alemania en Amrica cuando la intervencin a Venezuelaen 1902, bombardeando los fuertes de Puerto Cabello y el Cas-tillo de San Carlos, y echando a pique un velero mercante cuyatripulacin abandon en un bote, sin darle ms que diez mi-nutos de plazo; con lo cual se ahogaron algunos hombres.

    Esto, para no hablar de la inmoralidad y la estupidez que

    comporta ser germanfilo despus de lo ocurrido con Blgica

    y con Servia. La admiracin de tales crmenes, tiene el mismoorigen que la pasin histrica de ciertas degeneradas por los

    grandes asesinos. Es una mezcla de prostitucin sentimental yde siniestra pedantera.

    Tampoco es admisible que las cosas puedan quedar lo mismo.Esto solamente lo llegan a concebir los militaristas teutones ylos socialistas, con su famosa proposicin: paz sin anexionesni indemnizaciones. O de otro modo: impunidad del criminalque nunca dej de serles irresistiblemente simptico y preferi-ble a la vctima.

    Pero, cualquiera que fuese el resultado de la guerra, lascosas no quedarn como antes. Ahora mismo, no son ya lo quefueron. Los poderes de la antigua legalidad, incluso las dipu-taciones socialistas, son cascaras vacas. La guerra ha servidopara definir por las preferencias suscitadas, el verdadero ca-rcter de las doctrinas que practicaban, a su vez, la industria

    del humanitarismo. As la neutralidad del Papa, la decisingermanfila del socialismo en todo punto del globo donde pue-de manifestarla libremente y traicionar con ello a la libertad,

    cuyo lenocinio ha desempeado como una rama del pangerma-nismo.

    El lector hallar ms adelante, en una correspondencia de1913 a La Nacin, titulada La Europa de Hierro, esta fraseterminante: "El socialismo ser militarista maana".

    Tratbase de los crditos militares votados al emperadoralemn. Y ello adquira muy significativo carcter, puesto quesiendo el Reichstag un cuerpo revisor del presupuesto, a ttulo

    prcticamente consultivo y nada ms, pues no lo inicia ni forma ( 1

    )

    (1) Quien prepara el presupuesto, es el canciller, representantedirecto del emperador, el cual lo nombra sin ingerencia alguna delparlamento; y quien lo inicia, discutindolo y sancionndolo prime-

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    la teorizacin pacifista resulta en l tan cmoda como inofen-siva. En cambio, y por lo mismo, toda declaracin de ese g-nero, redobla su importancia como expresin moral, puesto queotra cosa no es. Lo que los socialistas aceptaban, pues, al votarlos crditos militares, era la doctrina del militarismo alemn.Se dir que los socialistas lo efectuaban como patriotas alema-nes, no como socialistas. Pero, el socialismo es internacional

    y antipatriota.La guerra ha evidenciado, entre tantas cosas, que este as-

    pecto de la doctrina era para la exportacin, y con el objetode debilitar a los pueblos, subditos o enemigos presuntos, anteel militarismo alemn: traicin que constituye la ndole pol-tica del brbaro. As, en la agresin germnica, el socialismoha desempeado un papel ms repugnante que el de los mismosespas. Y al ser aqulla una jugada que sus autores suponaninevitablemente triunfal, el germnfilo apareci por doquierbajo la mscara del sectario.

    Todo esto ha sido menester verlo venir (i), estudiarlo, com-

    ro, es el "Bundesrath", consejo formado por tos delegados de los re-yes y prncipe que mandan en los veintids estados autocrticos delimperio, ms las tres ciudades libres que integran aquella confede-racin. Dicho consejo no tiene el ms mnimo carcter representativo.

    (1) Un detalle, entre muchos que hallar el lector al recorrer lascorrespondencias anteriores a la guerra, que el texto contiene, lo pre-cisar claramente: En enero de 1912, dije desde Pars al diario "Sar-miento" de Buenos Aires (correspondencia publicada a principios del si-guiente mes) refirindome a la situacin de Italia en frica: "Mien-tras sus dos aliadas de la "Trplice" formbanle, as un estorbo, la"Entente" iba a darle la ocasin y el consentimiento de realizar susdeseos, como sucedi, en significativa coincidencia, al definirse con unprotectorado francs en Marruecos la ltima cuestin franco-alemana;de manera que en el terreno de los hechos, Italia se halla fuera dela "Trplice". Que su gobierno declare otra cosa para evitarse com-plicaciones en estos momentos, nada prueba. La opinin mustrase ca-lurosamente decidida por Francia; sus manifestaciones no pueden serms inequvocas; y tanto as, que D'Annunzio en la tercera de lasmagnficas "Canzone" con que va celebrando la guerra, "La canzoned'Elena di Francia", precisamente, interpreta ese sentimiento, presen-tando la actual empresa italiana como el desquite de la derrota deSan Luis en la sptima cruzada. La prensa y la opinin alemanas,no han escatimado a Italia los calificativos duros con motivo de la em-presa; cosa que con mayor razn sucede en Austria. Natural y sig-nificativamente, en Inglaterra y en Francia pasa todo lo contrario.Este estado de cosas se acentuar con la prolongacin de la gue-rra; de manera que cuanto ms dure, ms peligrar la "Trplice".Yo creo que sin aventurarse demasiado, puede drsela por deshecha".

  • 10

    prenderlo, resistirlo, desbaratarlo a caonazos de luz en su

    piel de lobo taimado. La conspiracin contra la libertad, codi-ciaba el mundo; y se ha debido disputarle el mundo, plantn-dole, a cada milla, un soldado de la patria o de la verdad.

    He aqu por qu tiene este libro el ttulo que lleva.Ah, la gente que con annima benevolencia y piadoso

    cuidado de mi pundonor, me aconseja partir a Francia comovoluntario, o me reprocha que no me quedara en Londres acombatir por Blgica, no sabe cunta confianza me infunde

    para seguir desempeando aqu el deber que me he impuesto.Porque, conforme a mi inveterada costumbre, yo soy el autorde mi deber, de mi beligerancia y de mi estrategia. Mi amora la libertad y a las naciones mrtires o heroicas que padecenpor ella, es cosa ma. Tan ma, que ms de una vez he estadoen pblico desacuerdo con los individuos, los funcionarios, la

    prensa de esos pases. Yo me hago mi ley, me la doy y me laquito. Si- tengo alguna autoridad moral, de eso me viene. Y mitrabajo me cuesta. Me lo ense el pjaro que se vuela al ama-necer, en ayunas, pero cantando...

    Necesito decir dos cosas an.

    Al recorrer estas pginas, he notado con regocijo que nohay en ellas una sola expresin de odio contra las naciones. S

    el lector halla ms adelante, en unos versos, palabras violentas,observe que es por razn de propiedad, pues aqullos hacen

    hablar a los verdugos y a las vctimas de Blgica. El ideal de

    concordia humana, el ideal americano, que tambin comprendea los enemigos de la libertad, desconoce el odio, porque su-prime la iniquidad y la servidumbre. Fcilmente se ver porlo que sigue, que eso fu anterior a la guerra y que la guerrano pudo modificarlo. No falta la expresin de reconocimien-to a los mritos del pueblo alemn, ni la denuncia del sistema conque sus dspotas lo engaaban. Mi beligerancia es una posicinque, en pena paz material, tena ya tomada ante el dogma de obedien-cia. Pues y sta es la otra cosa que quiero decir aqullaactitud hallbase definida por un concepto histrico que el lec-tor ver formulado en un comentario de 1912 sobre la guerrade los Balcanes. Para m, el presente cataclismo es el desenlacede una civilizacin. Y as se explica, tambin, racionalmente, elacierto con que me fu dado preverlo : circunstancia que men-ciono a ttulo de comprobacin para mi teora histrica.

    Esta consiste en sostener que el cristianismo, una de las

  • - 11 -

    tantas religiones destinadas a divinizar, para eternizarlo, eldogma asitico de la obediencia, o derecho divino, o principiode autoridad, interrumpi con su triunfo la evolucin del pa-ganismo greco-latino hacia la libertad plenaria que es, de suyo,la libertad individual: fracaso que haba comenzado con la in-troduccin del cesarismo oriental en Roma, y con la orientali-zacin desptica de los generales de Alejandro.

    La civilizacin europea, de la cual formamos parte, habraconsistido en una perpetua lucha de la libertad pagana conel dogma asitico de la obediencia, que tom a los brbarosdel Norte como instrumento poltico para subyugar, destruyn-dolo, al mundo romano; y esto es lo que ira determinando lacatstrofe actual cuyo desenlace creo favorable al ideal latino,porque su preparacin ha consistido al menos desde la Re-volucin Francesa en sucesivos recobros de ese mismo ideal.Ellos comportan ya un triunfo moral en el mundo entero; desuerte que su magnitud excede infinitamente la de aquellas re-surecciones anlogas que tuvieron por teatro a la Francia revo-lucionaria y a la Provenza de los albigenses. La insurreccinemancipadora de las Amricas, fu. uno de esos episodios, y haqu la primera razn histrica de nuestro papel en la contien-da actual.

    Por esto publico algunas de las numerosas corresponden-cias que envi desde Europa a la prensa argentina, principal-mente a "La Nacin", durante los aos de 1912, 1913 y 1914.Lo que vino despus de iniciada la guerra, se comenta por ssolo. Y lo que tenga de interesante lo dir el amable lector.

    L. L.

  • LA PARTIDA PELIGROSA

    Para SARMIENTO

    Pars, Junio de 1912.

    Dicen los cazadores de fieras, que cuanto ms gra-ves son las heridas del len, ms peligroso es este ani-mal. Los reyes, asimilados por sus blasones y por los

    poetas cortesanos, a la fauna felina, presentan la mismapeculiaridad. No bien el pueblo empieza a mermarlesprivilegios, a proceder por cuenta propia, le inventanun peligro internacional, recordndole con l la obliga-cin patritica de apoyar al gobierno, cualquiera quesea, mientras dicho riesgo exista, y pidindole su con-sentimiento para aumentar las tropas. Con esto, consi-guen armarse mejor contra el mismo pueblo ; y si las co-sas aprietan, la guerra est ah como supremo recurso.

    Cuando las ltimas elecciones para la renovacindel Reichstag sealaron un crecimiento tan notable dela representacin socialista, indiqu la posibilidad del fe-nmeno en estas mismas columnas, agregndola a lasmuchas que hacen de la guerra europea una amenazaquiz inminente. La actitud militarista, que es decir, ra-dicalmente reaccionaria del gobierno alemn, ante elprogresivo incontrastable triunfo de la democracia enEuropa, convierte al imperio, y as lo dije, en el cam-pen del destino. De su poltica exterior, dependen lapaz y la guerra, o sea el dilema fundamental de la ci-

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    vilizacin contempornea. El es por excelencia, en elmundo entero, aquel que tiene la espada. Su formidablepotencia militar, es tambin, en los dominios del espritu,una fuerza no menos enorme. Todos sus movimientostienen la ms alta significacin. Es uno de los cuatrograndes motores que impulsan la civilizacin cristiana;

    y el mismo hecho de que est generalmente en oposicincon los otros tres, Francia, Inglaterra y los Estados

    Unidos, aumenta el inters de su estudio. Es tambingrande el que presenta su conflicto interno entre la de-mocracia, resultante lgico del progreso comn a todoslos pueblos cristianos, y su autocracia, empeada comola de Felipe II, en la perpetuacin del espritu medio-eval; pues no slo est ah la explicacin del antagonis-

    mo antes recordado con los tres grandes pases civiliza-dores, sino que la misma singularidad del fenmeno esun argumento contra las esperanzas reaccionarias, y deconsiguiente una razn para perseverar en la obra de lalibertad humana. Mejor sera, sin duda, que en vez deeste resultado negativo, el imperio ofreciese su colabo-

    racin a dicha obra, la cual adelantara, entonces, tanto

    como al presente demora por la causa contraria; es de-cir, enormemente, dada la importancia de aqul. Perosi esto puede producir a primera vista un movimientode antipata, la lucha que el pueblo alemn sostiene eslo bastante simptica para inclinar la balanza en su favor,estableciendo las debidas diferencias entre la Alemaniaoficial del militarismo y la grande entidad humana, acuyos pensadores debe la civilizacin actual la mitadde sus ms preciosas iniciativas.

    El emperador, como era de esperarse, ha reclamadoun aumento del ejrcito, votado, naturalmente, por lamayora conservadora del Reichstag. Es sta la conse-cuencia del conflicto marroqu, planteado como antdoto

  • 15 -

    preventivo de las elecciones de renovacin en las cualesse presuma un repunte socialista; y ello demuestra, porde contado, que la poltica reaccionaria entiende el pro-blema interno como un verdadero casus belli, ms dis-puesta que nunca a seguir el para m evidente caminode su perdicin. El despotismo no tiene sino una tcticacomo la fiera que lo simboliza. Mal herido, saca todossus dientes y todas sus uas, volvindose momentnea-mente ms peligroso. Pero conviene no olvidar que esporque est mal herido.

    As aunque el incidente marroqu dio resultadoscontraproducentes, pues las elecciones fueron ms so-cialistas que nunca, toda la prensa militarista psose ac-to continuo a sacar fuerzas de flaqueza, procurando ex-traviar el espritu pblico por medio de los dos grandesargumentos de excitacin empleados en estos casos.

    Es el primero de ellos, la expansin alemana o pan-germanismo, operacin que consiste en el negociado mso menos directo de las fuerzas militares para adquirir

    tierras : la conquista en una palabra . Con ello se inte-resa al comercio, necesitado de expansin artificial parala sobreproduccin con que concurre a la gran lucha mo-derna y paradjica por el aumento de rinde capitalista,no obstante el abaratamiento de las mercancas y la ba-

    ja del inters que esa misma sobreproduccin engendra;y se fomenta las aspiraciones industriales a la conserva-

    cin indefinida de su sistema de explotacin, que sera

    imposible con el acrecentamiento progresivo de las ma-

    sas obreras en un pas de fuerte natalidad, si el exceden-

    te de poblacin no derivara hacia nuevas tierras. As, la

    superioridad militar mantenida por un ejrcito cada vezmayor, coincidira con los intereses conservadores.

    El argumento correlativo para las masas populares,estriba en demostrarles que los dems pases odian y

  • 16

    envidian la grandeza alemana, tendiendo de tal modo alaislamiento del imperio; y como este aislamiento es unhecho, la consecuencia parece evidente: hay que armar-se para resistir contra todos, si fuera necesario. Es lamisma idea de los conservadores ingleses, ante el impe-rialismo britnico; el principio militarista del patriotismo

    que no es sino el odio al extranjero; y tambin la l-gica oficial de un imperio fundado sobre la conquista,segn el carcter que atribua su propio fundador, Bis-marck, a la anexin de la Alsacia-Lorena. Aquella "tie-rra de imperio" fu, por definicin, la razn de ser delimperio mismo.

    Pero el pueblo comprende ahora, y esto es, antetodo, obra de la crtica alemana iniciada por Marx, quela competencia comercial asi concebida, comporta unafalacia paradjica, y que las instituciones representati-vas son una consecuencia poltica de aquel mismo des-arrollo. Est a su alcance la evidencia de que las tierrasd conquista son cada vez ms escasas, y ha experimen-tado a costa de penurias inacabables, que el negocio mi-litar es tan ruinoso como intil para los hombres, encuanto compromete la vida humana, o sea la primera delas riquezas; de donde resulta que la cuestin obrera, notiene solucin firme en la conquista, sino en la justiciasocial que transformar la explotacin industrial tardeo temprano. Bstale un clculo somero para apreciarque los gastos militares de cuarenta aos de paz arma-da, son ya superiores al producto de cualquier conquis-ta, as como sta, lejos de suprimirlos, exigiralosaun mayores. Entiende, por ltimo, que si Alemania es-t aislada, no es por razn de envidia o de malqueren-cia; sino porque su poltica invasora y su campeonatoanacrnico de la autocracia militar, trnala sospecho-sa al mundo entero . Inglaterra, pas monrquico tam-

  • 17

    bien, presntale, al respecto, un ejemplo envidiable deinteligente evolucin; y en ella, ms que en Francia, de-masiado avanzada ya, sin contar la raza distinta y losrencores atvicos, tiene su modelo. Por esto el odio con-tra Inglaterra que pretenden infundirle los reaccionarios.

    El aumento de fuerzas militares, es ante todo unaprecaucin contra el mismo pueblo alemn; sin contarla guerra decisiva a que lo lanzaran sin duda, si la auto-cracia peligrase. El famoso dogma militarista, si vis pa-cem para bellum, es un sofisma. El militarismo ocasio-na la guerra, porque sta es su industria especfica. Opor lo menos, robustece el despotismo que es la guerrapermanente contra la libertad.

    La autocracia alemana juega contra la democraciauna partida peligrosa, y la juega sin ambages. La re-ciente amenaza del emperador a la Alsacia-Lorena es,ms que la manifestacin de un propsito poltico, unadeclaracin de absolutismo: "Entiendan que yo soy elamo"

    . Tambin es caracterstico el propsito : anexina Prusia. Porque este estado representa la piedra an-gular de la autocracia. Por ltimo, la reciente expul-sin manu militan de dos diputados socialistas en la c-mara prusiana, confirma esos propsitos. La constitu-cin de Prusia castiga con cinco aos de trabajos for-zados las vas de hecho contra un diputado en el ejer-cicio de sus funciones; pero el oficial de polica que lascometi, no ha sido ni ser castigado. Pase por lo quese refiere al legislador que se neg a desocupar la ban-ca donde se hallaba, para sentarse en la suya, conformea la orden presidencial. El presidente haba ordenadoen este caso la intervencin de la polica; pero los ti-rones y brutalidades contra el otro diputado que pro-testaba, fueron de la exclusiva cuenta policial y queda-ron impunes.

  • - 18 -

    Esto explica por qu los ataques de los socialistasdel Reichstag, se han singularizado con la Prusia, ba-luarte del militarismo alemn; si bien esas violenciasrevisten una significacin ms grave: el revite de lapeligrosa partida.

    Por primera vez en el parlamento alemn, el partidosocialista ha proclamado la revolucin como el nico me-dio eficaz de concluir con la autocracia.

    Es, efectivamente, lo que van revelndole los he-chos, lo que rompe al fin el crculo vicioso de su pol-tica legalitaria. Ahora comprende que ante el dogmade obediencia representado por el gobierno, slo la fuer-za es respetable y eficaz. Mientras no comportaban unpeligro, dejbaselos ser diputados: eran otras tantasfuerzas restadas al dinamismo transformador, otros tan-tos elementos de legalidad, aunque sta represente lainiquidad social que ellos combaten; pero en cuanto elresultado electoral los acerca a la consecucin de su pa-radjico propsito, o sea la transformacin legalitariadel orden social representado por el gobierno, ste lesdemuestra cmo se halla dispuesto a respetar la lega-lidad. Retorna, sencillamente, a su concepto fundamen-tal de la fuerza, o sea del orden como l lo entiende ycomo nicamente puede entenderlo. Quin, teniendoel ejrcito en sus manos, va a dejarse expulsar del go-bierno por puro amor a la legalidad ? . .

    .

    Lo verdaderamente grave en el asunto, es que la solu-cin de esta partida puede ocasionar la guerra europea.Tal es, por otra parte, el oficio de los emperadores. S-lo que como ahora los pueblos son una entidad aprecia-ble, y como los mismos socialistas, tanto tiempo legaliza-dos, van entrando por la va revolucionaria, los gobier-nos han de pensar que el verdadero problema no esten armar esos mismos pueblos, sino en desarmarlos des-

  • - 19

    pues de la guerra. La nica seguridad positiva de lapaz, est aqu, no en los grandes ejrcitos, ni en la di-plomacia cada vez ms impotente, ni en los parlamentoscon o sin socialistas, segn nos lo ha revelado la gue-rra talo-turca y el mismo actual repunte del militarismoalemn. Es que todo eso, desde el coronel ms jerr-quico hasta el socialista parlamentario, forma parte delmismo orden de cosas, desde que es gobierno. Y poresto, al definirse la partida con la autocracia, los socia-

    listas alemanes se vuelven revolucionarios.He aqu el interesante espectculo que en este mo-

    mento presenta esa contradictoria y grande Alemaniadel idealismo y de la fuerza; el ms importante de losespectculos humanos, si bien se mira, puesto que de sudesenlace en uno u otro sentido, depende por el momen-to la suerte de la libertad humana.

  • EN SON DE GUERRAPara SARMIENTO

    Londres, Agosto de 1912.

    La Cmara de los Comunes acaba de votar por in-mensa mayora el nuevo programa naval del gobiernoingls, consistente en otro aumento progresivo de

    unidades de combate, entre las cuales los grandes naviosrepresentan una desusada proporcin. Motiva estas nue-vas erogaciones el prodigioso aumento de la flota ale-

    mana, que alcanzar para 1914 el mximo de eficaciaentre todas las del globo. Es lo que ha revelado con la

    habitual precisin 4e la oratoria gubernativa en Ingla-

    terra, el ministro de marina Mr. Churchill.No es que Alemania vaya a tener mayor nmero

    de navios que Inglaterra. Precisamente para evitar estaeventualidad, aun bajo el concepto proporcional de lapoltica inglesa, el gobierno ha pedido los nuevos crdi-tos; pero es que la eficacia inmediata de una escuadra,

    no depende tan .slo del nmero y podero de sus bu-ques .

    L/O que constituye el nuevo carcter impreso a lapaz armada por los aumentos alemanes, es que la es-cuadra del imperio tendr constantemente listas paracombatir las cuatro quintas partes de su efectivo : he-

    cho sin precedentes hasta hoy en la historia naval. Agre-gado a esto el aumento de unidades sancionado por la

  • - 21

    nueva ley, en cantidad tan considerable que solamentelos nuevos submarinos alcanzarn a sesenta y dos, pa-sando los acorazados de diecisiete a veinticinco, fcilmentese comprende la preocupacin causada con todo ello a lasotras potencias. Completo su programa, Alemania ten-dr cuarenta y un acorazados de linea, veinte crucerosde primera clase y cuarenta ms pequeos, fuera de ladotacin complementaria de submarinos, torpederos, etc.;con lo cual su escuadra igualara en potencia efectiva a

    la home fleet britnica. Este hecho sera tambin sin pre-cedentes en la historia, desde que la Gran Bretaa esta-bleci su famoso principio proporcional respecto a lasuma de las dos escuadras extranjeras ms poderosas.

    Ahora bien, los elementos militaristas que desdeluego preponderan en la poltica alemana, no encuentransino un defecto a la nueva ley naval del imperio, con

    ser ella la ms completa de las quince votadas en losltimos catorce aos : su insuficiencia . .

    .

    Esto quiere decir que muy pronto la reemplazarotra ms vasta todava; pues los* elementos pacifistasdel Reischtag son impotentes para evitarlo, o se decla-ran, como los socialistas, patriotas a la prusiana

    .

    Por otra parte, est averiguado que Alemania haconseguido de Austria y de Italia un aumento conside-dable en los programas navales respectivos, con objetode contrarrestar la superioridad franco-inglesa en el Me-diterrneo. A esto obedece el anunciado aumento' con-siderable de la escuadra britnica en dicho mar, asi co-mo las propuestas, tambin muy importantes, de refuerzo,que el gobierno francs presentar a su Parlamento conigual fin. L,a paz armada se presenta, pues, ms onero-sa, y desde luego, ms peligrosa que nunca para los pue-blos vctimas de sus excesos. Lo cual demuestra unavez ms que el progreso del mundo nada tiene que es-

  • 22

    perar de los gobiernos. Los intereses de los polticos quemanejan estas cosas, prescindirn siempre de la con-veniencia pblica, expresada como una vaga aspiracinpor masas inconscientes y cobardes, para las cuales el

    servilismo es un estado de satisfaccin moral. El gro-

    sero crculo vicioso de la paz armada, amenaza perpe-tuarse para mayor seguridad de los amos. Nadie igno-ra en qu consiste, pero los pueblos estn constituidospor las masas que acabo de mencionar.

    Estas consienten todo, incluso un estado perma-

    nente de ruina cuyo nico desenlace es la guerra, va-le decir otra calamidad, alarmadas por peligros miste-riosos, o sea ms impresionantes con ello; y los go-biernos jams llegan a desvanecer el misterio en cues-tin, porque lo impide el secreto de estado.

    Para masas embrutecidas por la ignorancia y elservilismo que no abandonarn sino a la fuerza de mi-noras revolucionarias, y esto quin sabe cundo, la ad-dicacin de la conciencia en poder del gobierno, com-porta un verdadero bienestar. Su soberana es como lacomo la de aquellos caciques de nuestras pampas, cuan-

    do tenan secretarios para que les escribieran cartas queellos no podan leer. Y esto, a no mencionar sino lospueblos ms cultos de la civilizacin cristiana.

    As, pues, el pacifismo, como la justicia y la li-bertad reinvindicadas a ttulo de bienes indispensables,

    sin los cuales la condicin humana no es ms que un he-cho zoolgico, se mantiene en estado metafsico, intere-sando solamente a una insignificante minora intelectual.Ms prcticos en sus procedimientos, los gobiernos apli-can a esas grandes bestias que son los pueblos, losgroseros expedientes compatibles con su condicin: el

    militarismo, las elecciones, la religin, el odio de raza,ramales del mismo cabestro tradicional.

  • 23

    Con sto quiero decir que la paz armada va a laguerra. Se trata de un resultado fatal que el aumentode pertrechos blicos acerca progresivamente. Y ellopor un simple estado del negocio que es, al fin de cuen-tas, la poltica interna o internacional: la paz resulta msonerosa que la guerra. Hay que emplear esos arma-mentos en algo, so pena de ir con ellos a segura ban-carrota. Entre la guerra que cuesta menos y puede daralgo, y la paz estril, ms cara que la guerra, la elec-cin no es dudosa. Por otra parte, la guerra prolongarapor muchos aos ms el estado de embrutecimiento ' delas masas, o sea el fundamento ms inconmovible delprincipio de autoridad : con lo cual la minora revolucio-naria que hoy opera en el mundo, quedara positivamenteanulada.

    Porque esa minora, tanto vale en realidad un pu-ado de hombres conscientes, es el nico punto negrosobre aquel formidable plan de los imperios estupendos.

    Cada cual teme que una derrota, siempre posible, no sumi-nistre a las masas el pretexto eventual en cuya virtud s-

    tas, una vez armadas, no quisieran desarmarse. Bastara

    una semana para cambiarlo todo, puesto que ahora la orga-

    nizacin gubernamental es puramente una cuestin defuerza. Y h aqu por qu Alemania, o sea el represen-tante, el campeador del principio de autoridad bajo elconcepto integral de la autocracia, se arma as para no

    errar el golpe. No se equivocan en su simpata por ellalos militaristas y autoritarios del mundo entero. Su triun-fo sera, quiz por siglos, la catstrofe definitiva de la

    libertad.

    No hay para qu aadir que esta es tambin una ra-zn de guerra. La cuestin social constituye otro casode paz armada reducible al mismo comn denomina-dor. Y es que la civilizacin entera hace crisis ante este

  • - 24

    dilema ya ineludible: la libertad o el militarismo. Lacrtica y la evolucin social, han reducido la autoridad,bajo todas las formas gubernativas, a esta nica expre-sin: el ejrcito. De l depende ahora todo el sistemainstitucional. En todos los terrenos, salvo en ese, el dog-ma de obediencia o principio de autoridad, est vencido.

    Entonces, es menester evitar que el ejrcito se conta-mine de libertad y de raciocinio ; y para esto, no hay msque un medio : exaltar la vitalidad especfica de ese or-ganismo haciendo la guerra.

    Y puesto que ella ha de venir, preparmonos a apro-vecharla tanto como sea posible. Creo haber enuncia-

    do en diversas cartas sobre la poltica europea en Orien-

    te, que el objeto de la gran guerra prxima ser la in-fluencia, sino conquista, sobre Asia y frica. Las con-secuencias que ello puede tener para nuestro progreso,

    son incalculables y dignas de un estadista, aun como le-

    jana eventualidad. Lo es, desde luego, el mismo estadode Europa. Los polticos no ven en el futuro desenlace

    de ese conflicto gigantesco, sino el predominio de Ale-

    mania o el de Inglaterra: un mero cambio del eje in-ternacional. As lo revelan sus propios argumentos.

    Las dos potencias dicen, efectivamente, lo mismo. Cadauna se arma, porque barrunta una amenaza directa en

    los armamentos de la otra.

    Pero n. Lo que hay en ello es la crisis definiti-

    va de una civilizacin. El predominio absoluto de los

    intereses egostas, ha reducido todos los problemas a una

    solucin de fuerza. Y de aqu que los gobiernos, re-presentantes de esos intereses, no pueden pensar sinoen armarse. Conforme a esta poltica, la humanidad nohabra salido de la poca del pillaje, puesto que todosesos "predominios de influencia" no son sino apropiacio-

    nes en grande de los bienes ajenos; no habra dife-

  • 25

    rencia entre la nacin civilizada y la tribu brbara cu-ya nica preocupacin es tambin la guerra.

    He aqu lo que dilucidar el prximo desmesuradoconflicto

    .

    Nadie prepara la guerra sino para ir a la guerra.Esto es lo que nos ensean la lgica y la historia. Lafrmula gubernativa de que se prepara la guerra paraasegurar la paz, es una de las tantas groseras paradojascon que los polticos engaan al pueblo : un dogma dela misma especie que el secreto de estado y el sufragiouniversal.

  • PANORAMA HISTRICO DE LA GUERRAPara LA NACIN

    Londres, Noviembre de 1912.

    L,os cuatro pequeos pases del extremo Orienteeuropeo, que en este momento coronan con un triunforealmente trascendental para el destino contemporneosu lucha secular contra el imperio turco, ofrecen un es-pectculo digno de las ms elevadas meditaciones. Heaqu que el centro histrico de la civilizacin greco-ro-mana, desplazado hace cinco siglos por la victoria delIslam, recobra, diremos as, su centro de gravedad, fi-nalizando por cuarta vez con ello, esa eterna y siemprefunesta intervencin del Asia en los destinos de Eu-ropa.

    El primer acontecimiento anlogo de que tengamosnoticia es la prehistrica guerra troyana, en la cual eu-ropeos y asiticos disputronse, como es sabido, el do-minio de los Dardanelos. Aqules y sus mirmidones,fueron, precisamente, montaeses del Balean, vale de-cir tracios y blgaros; siendo notable, en verdad, queentonces como ahora, ellos formasen el contingente de-cisivo de la campaa. Resguardada por esa mltiple trin-chera de rudos picachos, cuyo dominio compartan aque-llos fieros pastores con los magros gavilanes y las ca-bras vagabundas del risco, tendiendo aqu y all a losvientos todava salados de mar prximo, las alas de sus

  • 27

    broncos molinos, y a las lluvias precarias, sobre pradosreducidos como hortalizas, difciles rastrojos de aqueltrigo crimeo en el cual leudaba el pan de Atenas, la civi-lizacin helnica pudo desarrollarse en belleza y en ver-dad, atesorando para la Europa los magnficos resultadosde que aprovecha todava.

    Parceme evidente que la razn econmica de laguerra antigua, estuviese en aquel comercio de cereales,absolutamente necesarios a la Grecia insular y peninsu-lar, al mismo tiempo que explotados por los asiticosde la Dardania (actual Asia Menor) con tarifas fcil-mente prohibitivas en caso de conflicto; desde que s-

    tos, con la posesin del estrecho al cual dejaron su nom-bre, dominaban el trfico del Mar Negro, cuya riberaboreal era precisamente la comarca frumentaria. Bas-ta echar una ojeada sobre la actual Crimea y sobre losbuques griegos que transportan por la misma va sus tri-gos, tan necesarios hoy como ayer al consumo de la na-cin helnica, para notar que las cosas han cambiadomuy poco. Slo que entonces, los actuales mercados con-sumidores de Austria y de Italia no existan, al ser br-bara la primera de aquellas regiones, mientras bastabapara proveer a la otra, la ya muy adelantada agricul-tura etrusca. Pero haba otra cosa, hoy desaparecida enparte, si bien de la mayor importancia para descubrir larazn de los futuros conflictos. El intercambio entrelos productos industriales de Grecia con los de Per-

    sia y Fenicia, tomaba la misma ruja, constituida, as, enzona de influencia para las dos comarcas respectivamen-

    te; mas como la primera llevaba la doble ventaja desu espritu expansivo y de la libertad, tenala domina-da desde los tiempos de la guerra troyana, cuando elataque persa de Jerjes seal la segunda intervencinasitica. Por el mismo camino del Balean pas el persa,

  • - 28 -

    y por el mismo recobraron su dominio los griegos ven-cedores; quedando definido el objeto de la campaa conla circunstancia de que el imperialismo ateniense, o seasu resultado ms ventajoso para la civilizacin occiden-tal, ejerci la mayor influencia y confeder el mayor n-mero de estados, en el litoral del Asia Menor y en lasislas circunvecinas. Cuando la guerra del Peloponesose decidi en la batalla de Egos Potamos, el de-sastre de Atenas consisti principalmente en la prdi-da de su dominio sobre el Helesponto (actual estrecho delos Dardanelos). Esparta estuvo aliada con Persia, locual no puede ser ms significativo. Era, como es sa-bido, un estado terrero y desptico, que no poda com-prender los propsitos de expansin martima persegui-dos por la poltica de su rival, ni los beneficios de lalibertad que daba su prestigio victorioso al helenismo.La influencia asitica volvi a predominar, por causade aquella guerra funesta, hasta los tiempos de Alejan-dro : un macedonio educado en las ideas filosficas deAtenas por Aristteles, tracio insular a su vez; es decir,

    procedente de aquel litoral, donde fu ms poderosa lainfluencia del imperialismo ateniense.

    La expedicin de Alejandro para desalojar de Eu-ropa la dominacin asitica, llevando el prestigio del he-lenismo hasta el foco de donde aquella proceda, y deci-diendo as con un golpe capital el conflicto milenario,tom el conocido camino de los Balcanes, sealado algran capitn por las tradiciones de la civilizacin hel-nica y por la Iliada, su libro predilecto. Sus mejoresfuerzas consistieron otra vez en contingentes de la mis-ma comarca : tracios y blgaros, compatriotas del indo-mable Aquiles.

    Sus generales, ciertamente inferiores en la guerra

    y en la poltica, se inficionaron de despotismo asitico,

  • 29

    transformndose en strapas y en faraones, hasta ma-lograr la colosal empresa. Fu aquello el desquite delAsia vencida, y si bien se mira, el perjuicio ms pro-fundo, puesto que viciaba con la imposicin del dogmade obediencia, o derecho divino, las fuentes democr-ticas y racionalistas de la civilizacin helnica.

    El mar Egeo, centro geogrfico y poltico de estaltima, se convirti en__un lago egipcio dominado porlas flotas de los Tolomeos. El Asia Menor y la Gre-cia ya decada fueron herencia desptica de Antocos yDemetrios. Solamente en las montaas balcnicas lospastores resistan, siempre autnomos en sus burgos inex-pugnables. La floreciente repblica de Rodas restaurun momento la hegemona helnica sobre el Egeo, infli-giendo a la escuadra egipcia derrotas irremediables, delas cuales iba a aprovecharse Roma, la futura potenciadominadora del Mediterrneo.

    Por primera y nica vez, este mar iba a quedar so-metido enteramente a la civilizacin occidental, consu-mndose as la secular aspiracin helnica.

    Mas los generales romanos se dejaron tentar a suvez, como aquellos del macedonio, por las delicias del

    despotismo asitico. La introduccin de la monarquaabsoluta y del derecho divino en cuya virtud se deifica-

    ra a los emperadores, segn el sistema de los dspotasorientales, prepar en Europa el triunfo del cristianismo,

    religin de la misma procedencia y del mismo carcter.La teocracia, desconocida del mundo pagano, era el prin-cipio antagnico que iba a malograr durante cerca de

    veinte siglos el ya muy avanzado remonte de su civi-lizacin hacia la libertad plenaria. Y de tal modo se com-prenda en Roma la estrecha vinculacin existente en-tre el cesarismo y el Asia, que durante los reinados de

    Csar y de Augusto, la opinin se mantuvo en constante

  • .- 30

    alarma, ante una traslacin posible de la capital al Orien-te. Se pretenda, lo cual es significativo, que esto habade verificarse en Troya; y la pequea Bizancio de en-tonces, mereca ya sospechas cuyo fundamento demostra-ron con perfecta claridad los hechos futuros. Dioclecia-

    no consumara aquel error, que no haba escapado, comose ve, a la clarividencia de la poltica romana.

    Entretanto, los montaeses del Balean, se mante-

    nan reacios a la accin conquistadora del imperio. CayGrecia en poder de Roma y surgi Constantinopla, hijapredilecta del cesarismo. Ellos siguieron conservando sufiera libertad, y con esto las tendencias tradicionales del

    helenismo. El Imperio slo consigui fundar entre aque-llos pueblos la colonia militar que fu el germen de laactual Rumania. Antes de esto, la campaa contra elEpiro haba sido una guerra de exterminio y de abso-luta desolacin; que slo as consigui Roma incorpo-rar como provincia aquella tierra privada de hombres.

    Constantinopla fu, por ltimo, la sede del imperioconvertido al cristianismo, su encarnacin dogmtica,puesto que aqul, encaminndose al Oriente, buscaba sufuente original, y se instalaba en tierras naturalmentems propicias que la siempre republicana y levantiscaRoma, donde emperadores y pontfices debieron vivir enperpetua capitulacin con el pueblo. Las antiguas

    comarcas, donde haba sido fruto natural la civilizacinhelnica, permanecieron siempre hostiles al doble des-potismo. El emperador fincaba su podero en el do-minio del Oriente; el papa en la ayuda de los brbarosdel Norte convertidos a la nueva religin; y ambos pu-sieron aquellas fuerzas al servicio del funesto propsi-to, que consista en mantener dominados a los eternosrebeldes, siempre enemigos del despotismo teocrtico.As cayeron Grecia, Provenza e Italia; nicamente los

  • 31 -

    montaeses del Balean mantuvieran a costa de perpetuaguerra su libertad indomable. Los blgaros fueron lanica amenaza que el imperio bizantino jams consiguisuprimir. Durante su poca de mayor podero, en el si-glo X, debi emprender campaa sobre campaa parasujetarlos. Los ms ilustres guerreros de la dinastamacednica mordieron el polvo de sus montaas o sloconsiguieron imponerles una soberana nominal. El mis-mo emperador Basilio II, aquel terrible "Bulgarctono"de la historia, no pudo ms que confinarlos en sus mon-taas despus de repetidos y sangrientos exterminios.Esa ruta de Kirkilisse y de Chorlu, que acaban de reco-rrer triunfantes, rales familiar. Las villas suburbanasde la inmensa metrpoli, conocan bien sus largos bigo-tes. Sus barcas groseras haban llegado a recorrer vic-toriosas las aguas del Cuerno de Oro. Ms de una prin-cesa bizantina, entregada a virtud de alianzas deprimen-tes para el imperio, ilustr el lecho de sus caudillos agres-tes. El terrible zar Samuel de las crnicas, haba sa-boreado el vino del triunfo en el crneo de un generalbizantino . .

    .

    En tiempo de las cruzadas eran todava cuasi pa-ganos. Las ^formidables huestes que iban a la conquistade Jerusaln, arrastradas por tan irresistible impulso,experimentaron los efectos de su coraje. Pasaron atravs de aquellas montaas, que una vez ms re-sultaron la ruta predestinada de la historia; pero elescarmiento fu tal, que nunca volvieron a intentarlo.De entonces en adelante hubieron de preferir la rutamartima. Tomaron Bizancio y Jerusaln. Con ellos,slo, no pudieron. Sus letanas imploraban al Seor quelos librase de los blgaros . Sus maldiciones menciona-ban el nombre temido: "bougre" viene de blgaro.

    Dos siglos despus, cuando el imperio estrechado

  • 32

    entre ellos y los turcos seldykidas se sinti desfallecer,

    los almogvares catalanes, contratados al efecto, empren-dieron sobre el litoral del Ponto Euxino la reconquistafamosa. Llegaron hasta las montaas formidables del

    Balean, pero de ah no pasaron. Para apoderarse del

    ducado de Atenas, buscaron la diagonal martima. La co-marca balcnica fu el despojo bizantino que servios yblgaros reivindicaron sin oposicin. Entonces fu Us-

    kub la capital de la Gran Servia, y el pueblo servo-bl-garo domin sobre los tres mares que rodean la penn-sula .

    Entretanto, los eslavos se haban introducido lenta-mente, propagando el cristianismo, que ya .a fines del si-glo XI los contaba en su grey; pero ste era un hechoms bien nominal, como lo demuestra su actitud hostilcon los cruzados. Tres grandes potencias se haban des-moronado en torno suyo la Macedonia helnica, el Im-perio Romano y el Imperio Bizantino pero su ra-za persista siempre, casi con las mismas costumbres delos tiempos homricos, hasta hoy mismo conservadas, ysu libertad permaneca inclume. Esta tenaz vitalidad,as como la situacin en aquella gran ruta de la histo-ria que parecen predestinados a guardar desde el fondode los tiempos contra la invasin del despotismo asiti-co bajo sus diversas encarnaciones, constituyen dos fe-nmenos correlativos de la mayor importancia para lacivilizacin occidental. Grecia, poltica y tnicamente re-nacida en coincidencia con el actual reflorecimiento pa-gano, que orienta los espritus hacia aquellas ltimasconsecuencias de la libertad, interrumpidas por el cris-tianismo con la imposicin de su dogma asitico, signifi-ca, a buen seguro, algo ms que una casualidad feliz . Sincontar con que no hay casualidades en la historia. To-dos los acontecimientos se encadenan para constituirla,

  • 33

    con trascendental predestinacin. Pero esos pueblos

    triunfantes son cristianos, Se dir, y asignan a la guerra

    el carcter de una nueva cruzada. Ya veremos de dn-de proviene este fenmeno. Pero, entretanto, qu im-porta una denominacin eventual. Bajo ella u otra cual-quiera, se trata de una victoria sobre el despotismo man-

    tenido por todas las grandes potencias cristianas, preci-

    samente, y es la libertad quien triunfa. La libertad, an-tagnica con el dogma asitico de la obediencia. Lo in-teresante es el hecho, no la denominacin que le impo-nen los actuales directores del movimiento, al fin usu-

    fructuarios del mismo dogma. Para que los pueblos bal-cnicos salgan de l, es necesario que dejen de ser tur-cos o de estar sometidos a Turqua.

    Al producirse, en efecto, aquella gran catstrofe delsiglo XV, que suprimi el imperio bizantino, la reaccinmaterial del Asia sobre Europa dio a la religin de los

    pueblos balcnicos un significado nacional de resisten-

    cia contra el invasor. Fueron as tanto ms cristianos,cuanto deseaban de ser menos turcos. Pero su lucha

    contra el Asia, material o espiritualmente invasora, fu

    la misma que tenan entablada desde los tiempos hom-ricos .

    Con la instalacin de los turcos en Constantinopla,el error de haber aproximado la capital de la civilizacingreco-romana a las fuentes del despotismo asitico, que-

    daba palmariamente esclarecido. Por esto, los mismosque haban luchado contra el imperio bizantino, repre-sentante del dogma de obediencia bajo su aspecto cris-tiano, seguiran combatindolo bajo su aspecto musul-mn, hasta vencerlo conforme a una histrica ley depredestinacin

    .

    Pues nadie ignora que, a semejanza de sus anteceso-res bizantinos, los sultanes jams consiguieron dpmi-

  • - 34 '

    nar al pueblo heroico . En rebelin constante contra susnuevos enemigos, o en luchas intestinas, que tambinfueron permanentes desde los tiempos homricos, aquelaudaz aguilucho de los montes vivi desangrndose porla libertad.

    En vano el turco intent colonizarlos, transportan-do a su seno las feroces poblaciones del Kurdistn, oextinguirlos por medio de aquellas matanzas que su-blevaban de tiempo en tiempo la opinin europea. Allen las rocas inexpugnables, el fiero pjaro segua incu-bando sus nidadas. Impacientes a veces, o fastidiadosde largo combatir, revolvanse contra ellas mismas lascras arrogantes. As crearon rivalidades funestas quea poco malogran, y que por cierto retardaron, la grandeempresa comn.

    Pero un da Grecia pudo sacudir su yugo. Otro ms,y Servia, Bulgaria, el pequeo Montenegro, desde supeasco de Tsernagora, aquel picacho epnimo ("tser-ni", negro) donde un da se retir el heroico antepa-sado Ivn Beg a vivir con su pueblo, entre los halconesque nicamente lo habitaban, despus de haber incen-diado su capital, Jabliak, jurando sobre las cenizas odioeterno al mahometano juntaron sus fuerzas con lasde Rusia combatiente para conquistar a sangre y fuegosu autonoma.

    La poltica de las grandes potencias malogr enparte aquel intento. L,a potente mano de Bismarck echel nudo de hierro cuya desfacedura constituye el peligrode Europa. Por complacer al Austria, cuya alianza bus-caba, y por estorbar a Rusia, cuya unin con Francia pre-vea, la Gran Bulgaria que iba a constituirse debi re-troceder de las ya conquistadas orillas del mar de Mr-mara; la Gran Servia no pudo llegar a Uskub, su anti-gua capital; Montenegro tuvo que abandonar por el mo-

  • - 35 -

    ment sus pretensiones a la Escutaria adritica ; Grecia lassuyas en Tesalia y en Macedonia; pero la entidad na-cional de cada una quedaba reconocida, y con esto ase-gurado el porvenir.

    Tambin la Rumania latina haba concurrido a laoperacin, obteniendo resultados semejantes; mas, porese lado, obraba un factor que explica su neutralidadactual. El gobierno turco, siempre atento a fomentarentre los pueblos balcnicos las divisiones histricas que

    malograron por tantos aos sus 'esfuerzos, confi en elsiglo XVIII la administracin de los principados moldo-vlacos a prncipes griegos procedentes del barrio de Fa-

    nar en Constantinopla . Aquellos aristcratas degrada-

    dos por el servilismo en poder de un amo intelectualmen-te inferior, llevaron a su gobierno todas las malas cos-

    tumbres del fisco oriental y todo los rencores histricosde la poltica bizantina; pues mucjios eran, o preten-danlo as, descendientes de los antiguos emperadores.

    Las crueldades y exacciones de los fanariotas, dejaron enel pueblo rumano una prevencin imborrable contra to-do lo griego. La opinin no aceptara jams en Ruma-nia una alianza con aquellos odiosos vecinos. Trtase,

    adems, de un pas militarmente prusianizado, y estoexplica tambin la actual abstencin que es, sin duda,un error de sus polticos. El militarismo germano pro-duce por doquier los mismos efectos. Desde el famosostatu quo creado por Bismarck, su influencia ha sido fu-nesta para turcos y cristianos.

    La alianza significa pues, ante todo, una compren-sin del comn destino . Su frmula evidente es esta

    :

    cada cual su parte, en la tierra que a todos pertenece.Por esto los ejrcitos han empezado su cudruple cam-paa, ocupando los territorios pretendidos por cada pasaliado, lo cual divida, desde luego, la atencin turca, im-

  • 36 -

    pidiendo toda concentracin, y exaltaba al ms alto gra-do el carcter patritico de la empresa.

    No hay ms que echar una ojeada sobre el planode la guerra para apreciar su significacin.

    Montenegro asedia en este momento la plaza deEscutari sobre el Adritico, o sea el objeto principal desus esfuerzos. Servia ha ocupado Uskub, su antigua ca-pital, desde donde puede juntarse con los montenegrinospor Prisrend, tambin cada en su poder, y con los bl-garos por Yatib, ciudad vecina de Seres, donde aqu-llos se encuentran ya. Estas fuerzas rodean prctica-mente a Salnica, donde los griegos han llegado en sumarcha hacia el norte sitindola a la vez por mar. Des-de Seres dominan los blgaros hasta las mismas puer-tas de Constantinopla . Eos turcos, deshechos en cam-po raso, conservan solamente la ya citada plaza de Es-cutari, Janina, Salnica y Andrinpolis ; pero slo pue-den esperar socorro de las fuerzas que defienden aConstantinopla, y stas no solamente se hallan vencidas,

    sino que para acudir al socorro, deberan arrollar las l-neas blgaras de Kirkilisse, Demtika y Drama, o seatres ejrcitos vencedores, sin contar el servio y el grie-go, que para entonces habranse reunido sobre Seres yNevrokop, presentando una cuarta lnea de resistencia.

    Puede darse, pues, como cadas en poder de losaliados las cuatro plazas donde la media luna dominaaun; y stos lo saben tan bien, que no extreman sus ata-ques, contando desde luego con la inevitable rendicin.

    Basta recordar en dos palabras la historia de esasciudades, para comprender la importancia de la guerraactual en el proceso de la civilizacin

    .

    Situadas en esa ruda pennsula, que resulta ser du-rante tres mil aos la gran ruta de la historia, ellas hanvisto iniciarse y resolverse los ms trascendentales pro-blemas de la civilizacin occidental.

  • 37

    Janina es el resto, un poco alejado en las tierras, deaquella "dulce Emacia" de Homero y de aquella Dodo-na cuyo orculo famoso constituy uno de los centrospolticos ms importantes del helenismo. Escutari erauno de los focos de la influencia veneciana en el Adri-tico, all mismo disputado por las fuerzas de Ragusa yde Turqua. El prncipe montenegrino Ivn Beg fu pre-cisamente aliado de Venecia,.y su hijo Jorge, casado conuna patricia veneciana, muri en aquella ciudad, cuandoel pequeo pas, separado de la costa por la triple dispu-ta que sobre ella mantenan vnetos, ragusanos y tur-cos, debi aislarse en la montaa reducido a un terri-torio insignificante. Adrianpolis, fundada por el em-perador cuyo nombre lleva, fu el teatro donde seinaugurara el predominio poltico del cristianismo, conaquel famoso triunfo de Constantino sobre Licinio en323. All decidise tambin la suerte del mundo roma-no, con la victoria de los godos sobre Valente. Alltriunfaron los blgaros por primera vez, en 922, sobreel Imperio Bizantino. All se abrieron los cruzados laruta de Constantinopla . All fu la primera capital delos turcos invasores, un siglo antes de la toma de Bizan-cio. All se consum en 1829 el primer gran triunfo ru-so sobre Turqua. A la inversa de lo que hoy sucede, sibien con igual resultado, la toma de Adrianpolis por losturcos en 1360, aisl a Constantinopla, poniendo en ma-nos de aqullos la misma comarca que acaban de perder,hasta las costas adriticas. Por ltimo, Salnica, la se-gunda Bizancio, es la reina del magnfico golfo que dacamino para el Asia por el Egeo, para el frica porSuez y para Europa por el Danubio. Jerges acamp enella cuando iba pasando a Grecia. Pompeyo tuvoall su cuartel general . Constantino " la hizo unode sus puertos militares. Estos tres nombres sealan

  • - 38 -

    otras tantas etapas decisivas en la historia del mundoantiguo: la invasin asitica ms importante, la cons-titucin del imperio romano que fu tambin un triun-fo del . Asia, y la oficializacin imperial del cristianismo

    que consum aquel resultado. Por esto fu Salnica, oTesalnica, como la denomin Casandro, su reedificadoren 315 a. c, una de las ciudades predilectas de San Pa-blo. Situada sobre la va Egnatia, o sea el camino realque una la Italia con el Oriente romano, fu, como esnatural, una de las plazas fuertes del Imperio Bizantino,

    y la llave de su ruta estratgica en Iliria y Macedonia.Godos, eslavos, francos y latinos, disputronse su po-sesin con suerte varia. As lleg a ser capital del rei-no de Epiro, fundado por Bonifacio de Montferrat alempezar el siglo XIII. El gran cisma de Oriente tuvopor una de sus causas principales el traslado de la juris-diccin romana sobre Tesalnica, al patriarcado de Bi-

    zancio. Plaza veneciana despus, cay en 1430 bajo elpoder de los turcos. Puerto cosmopolita entre todos losdel mar Egeo, uno de los idiomas dominantes en l, esaquel viejo castellano que hablaban los judos de Espa-a expulsados por la inquisicin; pues ni la clientela de

    esos oprimidos le falta, para * darle mayor significacinen el gran drama a que asistimos. Di j rase que todaslas vctimas del funesto dogma de obediencia, se han da-do cita en aquel lugar para asistir a su ruina.

    Descendientes, pues, de los ms ilustres guerrerosde la antigedad, en lnea no interrumpida, dado que esasmontaas fueron el terreno predilecto de las empresaspor ellos realizadas, los aliados balcnicos llevaban co-mo virtud de raza el secreto de la victoria.

    Las frmulas y principios tcticos de los ingenierosmilitares de Filipo el macedonio, predominaron en elarte militar hasta el siglo X de nuestra era. Demetrio

  • 39

    Poliorceta, el gran sitiador, como lo indica su sobrenom-bre, proceda de la misma raza, pues era sobrino de Ale-jandro. Los capitanes bizantinos que desde el siglo Xrenovaron la tctica, procedan igualmente de Macedo-nia. Los emperadores de origen vlaco enriquecieronms de una vez con triunfos clebres la historia militarde Roma. He dicho ya que Pompeyo tuvo en Salnicasu cuartel general y que Constantino transform dichaciudad en uno de sus puertos militares. La famosa cam-paa del Epiro, una de las ms difciles para Roma, tu-vo por teatro la regin balcnica, y fu decidida por uno

    de los ms notables generales romanos, Paulo Emilio.Pirro, que despus de Alejandro fu, en opinin de An-bal, el primer capitn de la antigedad, pretenda des-

    cender de Aquiles, un epirota como l.

    Los zares servios y blgaros de la poca bizantina

    ;

    los beyes albaneses y montenegrinos, los heduques ru-manos, los palkaros griegos bajo la dominacin turca,contaron entre los guerreros ms notables del continen-te. Basta recordar la figura heroica de Iskanderbeg, aquel

    nuevo Alejandro de la crnicas albanesas, que lleg asuscitar en contra suya ejrcitos turcos de doscientosmil hombres.

    Tambin combatieron en aquellas costas los ms c-lebres almirantes rodios y venecianos, los grandes capi-tanes del mar como Antonio, Roger de Launa y donJuan de Austria. He dicho que los cruzados pasaron porall. Tancredo estuvo en Salnica. Guido de Lusin,caballero ilustrsimo, fu rey de Chipre. El ya citado

    Bonifacio de Mjontferrat, otro capitn famoso, lo fu asu vez de Tesalnica. De ah sali, por la fuerza de subrazo, el ducado franco de Atenas. Los mestizos fran-co-helenos llegaron a constituir una verdadera raza, los

    gzmulos, en la cual culmin con poderosa energa la

  • - 40

    flor de aquella doble sangre. La Acaya de los paladi-nes ofreci la postrera resistencia al dominio de los tur-cos; y hasta el siglo XVI, las Cicladas conservaron enpoder de los ltimos caballeros la expirante llama de lacivilizacin occidental.

    Los mejores capitanes de la media luna, ejercitarontambin, como es natural, sus aptitudes guerreras en lamisma comarca. Amurat II, Mahomet II, Selim III, Os-mn Baj, son nombres ilustres en la historia de la gue-rra. Otros tantos sealan los ltimos esfuerzos de lacristiandad contra la conquista turca: Montecuculi, JuanSobieski, el caballeresco rey de Polonia, el general Gourko

    ;

    para no mencionar le guerra de Crimea, en la cual to-m leccin formidable toda la Europa militar.

    Tres mil aos lleva, pues, la humanidad blanca com-batiendo en aquellas regiones contra el mismo dogma ypor el mismo ideal. As, esta guerra es uno de los des-enlaces ms solemnes de la historia. Al fin de cuentas,lo que menos importancia reviste es la transformacinterritorial, apreciada por el materialismo ignaro de las

    cancilleras, como un resultado principalsimo. No, pa-

    ra eso no han derramado tanta sangre los hombres, nihan estado yendo durante treinta siglos, arrastrados poruna aparente fatalidad, que slo demuestra la existen-cia de trascendentales y misteriosas determinaciones, a

    disputar en ese inevitable camino de la historia interesesprincipalmente espirituales. Sin duda hoy, cmo en lostiempos homricos, el resultado inmediato constituyelouna va martima. Montenegro y Servia quieren saliral Adritico; Grecia codicia a Salnica; Bulgaria luqhapor la expansin sobre los tres mares, y el nudo de lacampaa es de nuevo aquel Helesponto encornado deoro. Pero semejante ruta es la misma de Alejandro, esesoador de la patria universal, que deseaba ver abierta

  • 41

    sin fronteras a la expansin del helenismo; por all fue-ron los cruzados en busca de una ciudad celeste; en esasmismas aguas, dos Lepantos igualmente grandiosas, dis-putaron al asitico algo ms que una conquista geogrfi-ca. Al sentir que revive en nuestros espritus la vieja le-yenda heroica de la Grecia, al aplaudir en esos contem-porneos nuestros las hazaas semejantes de aquellosantecesores que fueron Milcades, Temstocles y Kana-rs, reconocemos implticamente una vinculacin tras-

    cendental cuya continuidad nos revela el secreto de la

    historia.

    Al mismo tiempo, esa accin heroica incesantemen-te renovada con disparidad tan magnfica entre el resul-tado y los medios materiales, constituye un ejemplo quenos conviene aprovechar. No hay, entonces, pueblos chi-cos, cuando una idea superior los impulsa, ni son qui-nes esas potencias de la diplomacia para contenerlos una

    vez lanzados en la aventura. Las reivindicaciones hist-

    ricas, son, pues, un hecho con el cual deben contar los

    poderosos que cometen iniquidad, y las necesidades del

    espritu una fuerza primordial en el desarrollo de la ci-

    vilizacin .

    Fu, precisamente, un hombre de la comarca, quiendej como leccin eterna aquella prueba de lo que pue-den trescientos hombres capaces de morir por la patria.Porque no, una vez ms : el secreto de la victoria, lainfluencia trascendental sobre los acontecimientos, no

    estn en la cantidad de tropas, en los montones de

    oro, en la magnitud de las tierras. Son fenmenosde conciencia, o agentes espirituales de la tremendalucha entre la libertad y la obediencia, que respectiva-

    mente significan dignidad humana y miedo animal. Lahistoria humana 'es la descripcin de esa lucha. En ellaest su concepto, su razn de ser como arte y como cien-

  • 42

    cia, su enseanza moral, que de otra manera sera tan s-lo narracin estril de hechos sin conexin filosfica, gro-sera comprobacin de conflictos ciegos, sujetos como lasmasas de materia bruta a los accidentes fatales del peso,

    y la magnitud. Tal significa, entre otras cosas, la frasecorriente, aplicable al caso, de "conflicto secular entre

    Europa y Asia". Fecundo antagonismo cuya solucincontiene el secreto de la libertad humana, o mera in-terseccin de fuerzas determinada por el aspecto geogr-

    fico? Me parece que la historia resuelve el dilema coninnegable claridad.

    Tal es la importancia, a mi entender extraordinaria,que tiene para el mundo entero este rechazo definitivodel Asia, o sea del mundo de la obediencia constituidaen dogma y en gobierno, al propio tiempo que las ideaspaganas renacen en los espritus con tan asombrosovigor

    .

    Sin duda es fenmeno muy doloroso la guerra, ytan dignos de compasin los cristianos como los turcosvctimas de la horrenda calamidad; pero mientras exis-

    ta la autoridad poltica, no hay ni puede haber otro me-

    dio que la fuerza para transformar el mundo inicuo; pueslos mismos gobiernos nos ensean con su proceder ycon sus mximas, que la fuerza es la suprema razn, yque si queremos paz debemos prepararnos para la guerra.

    Despus de todo, quin sabe . .

    .

    Si las trascendencias histricas obedecen a la lgi-

    ca mencionada, si este episodio de la lucha entre el dog-.

    ma de obediencia y el principio de libertad, es tan deci-

    sivo como creemos unos cuantos ilusos, para quienes el

    repliegue de la Turqua hacia el Oriente comporta undesplazamiento axial de toda la Europa, quiz est ah

    como temen las cancilleras, aunque por motivos mscompatibles con esa baja mentalidad diplomtica que el

  • - 43 -

    viejo Catn satirizaba brutalmente, como era su costum-bre, dando audiencias de plenipotenciario en su excu-sado porttil, quiz este ah, deca, el comienzo de lagran guerra que un da u otro derribar los poderes ini-cuos, levantando sobre sus ruinas, como inevitable coro-namiento de tanto esfuerzo, la Repblica Social.

  • LOS PUNTOS CRTICOS DEL PROBLEMAPara LA NACIN

    Londres, Noviembre de 1 91 2.

    Todo el mundo conviene en que el fuego blico dela regin balcnica puede incendiar de repente la Euro-pa, desencadenando la gran guerra prevista desde mu-chos aos ha, como una liquidacin de tantas cosas.Procuremos establecer los puntos crticos de este aconte-cimiento, obscuro para la generalidad en sus detalles,aun cuando son ellos los que revisten precisamente elmayor inters, al resultar los factores decisivos cuyoconocimiento define la formidable amenaza.

    Pero antes, conviene plantear esta cuestin previaque determina las consecuencias posibles de la temidalucha : una vez armados los pueblos, pues con el sistemade reclutamiento adoptado por los pases europeos, ladisputa no sera ya entre ejrcitos, sino entre pueblosarmados ; arruinadas las naciones por el inmenso cata-clismo; hambrienta la plebe y consciente a la vez de supodero; colectivizada la fuerza que hoy contiene susaspiraciones a la participacin directa de la riqueza co-mn, por ella principalmente creada en provecho ajeno;destruido, as, el prestigio militar que dejara de perte-necer a un organismo privilegiado: podran impedir losgobiernos que el pueblo usara de aquellas mismas armascontra sus amos, convirtindolas en instrumentos de lasoada libertad?

  • ~ 45

    Hoy no es posible afirmarlo, porque el ejrcito perte-nece a las autoridades, en virtud del aislamiento que le for-ma un conciencia especial, consistente en la desaparicindel individuo dentro de una masa dirigida por poderescuyo dominio equivale a cierta influencia misteriosa eimpersonal, que es emanacin directa del derecho divino.

    Por mucho que digan los polticos demcratas, elpueblo es una entidad distinta del ejrcito cuya presenciaadmira y respeta con cierto temor antiguo a esa cosa deautoridad, que en muchas naciones es todava la cosa delrey. No cuenta como suya la fuerza armada, aunque tengaen ella sus hijos. El ejrcito le representa un vago carioglorioso

    ;pero, ms todava, en temor inmediato . Su or-

    ganizacin, sus mtodos, su disciplina, hasta su uniforme,son otros tantos motivos de aislamiento

    ; y cuando lamultitud aclama a tal o cual jefe, lo hace con la admi-racin respetuosa debida a un seor muy distinto de ella.El ejrcito representa el poder de la autoridad, no lafuerza del pueblo, frecuentemente reducido por aqul ala obediencia que deseara abandonar. Una educacinmilenaria, fomentada por los gobiernos como la mejorprenda de su dominio moral, ha robustecido aquellacreencia, por otra parte tan lgica, pues efectivamente,

    sin gobiernos no habra ejrcitos, ni el pueblo acudira aformarlos. Si a,hora lo hace, es compelido a ello por laley que el gobierno establece y ejecuta valindose delmismo ejrcito; vale decir, imponiendo al pueblo unacarga siempre repugnante, cuya obligacin acenta sudiferencia con aqul.

    Pero las necesidades cada vez mayores del propio

    gobierno, al mismo tiempo que el progreso general, handebido ir contando ms y ms con el pueblo, hasta incor-porarlo a la vida pblica y de consiguiente al mismoejrcito considerablemente aumentado. Mientras esto

  • - 46 -

    siga efectundose como en tiempo de paz, es decir^ pormedio de contingentes que se relevan a virtud de suce-sivos llamamientos, la evolucin de la conciencia popularser muy pausada; pues el ejrcito seguir siempre ais-lado de la masa, o sea conservado en la situacin msfavorable a su prestigio, y constituyendo la cosa de laautoridad, el instrumento eficaz contra las rebeliones dela masa misma.

    El llamamiento de los pueblos a las armas, puedemodificar bruscamente aquellas condiciones psicolgicas,por otra parte ya muy cambiadas en los dominios de lacrtica y de la razn; de tal manera que la rutina y elmiedo tradicionales cuyas causas he mencionado ms arri-ba, y que hasta hoy predominan en la conciencia popular,desaparecieran con la experiencia, como la fe del sacris-tn en los santos a los cuales desempolva y desnuda.

    No bien el pueblo pase a ser ejrcito, el ejrcito seconvertir en pueblo, con todos los inconvenientes queesto puede revestir para la autoridad; puesto que el pue-blo es el elemento permanente y natural, en cuyo seno

    habra de disolverse aquel compuesto hechizo. Ahorabien, sucediendo esto, el gobierno habra perdido su ins-trumento principal de accin y de influencia; y comoen virtud de su propia misin especfica, o sea la conser-vacin del orden, que no es sino la seguridad de unaminora privilegiada, en perjuicio de los ms, los intere-ses de todo gobierno son fatalmente opuestos a los del

    pueblo, cabe suponer que ste aprovechara su situacin

    ventajosa para decidir el problema en su favor.Por otra parte, cualquier derrota en condiciones se-

    mejantes, equivaldra a un cataclismo espantoso delpueblo armado, que no tendra cmo recobrarse en pasesmuertos por la absoluta militarizacin: circunstanciapropicia para estimular las reivindicaciones procedentes

  • 47

    de la desigualdad y la miseria, llevadas as al extremo.La guerra poltica habra planteado la guerra social, conel pueblo convertido en ejrcito.

    A medida que estudio la historia, resltame msclara la predestinacin de sus fenmenos. Eos hombres,incluso nuestros amos del derecho divino o del sufragiouniversal, son meros agentes del destino que potenciassuperiores orientan hacia estados cada vez ms compati-bles con las conclusiones de la razn : chispa divina queas nos comunica con la excelsa superioridad de aquellosseres. De esta suerte, los amos ensoberbecidos, al con-vertir el pueblo en ejrcito para satisfacer mejor susmonstruosas ambiciones, asegurar ms el disfrute de susprivilegios y compeler el esclavo a la forja de sus pro-pias cadenas, han creado un dilema terrible entre el ejr-cito de la autoridad y el pueblo convertido en ejrcito,

    o sea en la posesin- plenaria y efectiva de su voluntad.

    Tal es el primer punto crtico de la tragedia que ame-

    naza.

    El segundo es una consecuencia de las mismas alian-zas famosas que constituyen el equilibrio europeo.

    Ea victoria de los aliados balcnicos, resulta favora-ble a la "Triple Entente" por diversos motivos. Aque-llos han hecho en gran parte la guerra con dinero fran-cs; su escuela de guerra y sus caones, son franceses.Tratndose, por otra parte, de una victoria eslava, ellaresulta favorable a Rusia, cuya influencia preponderaen aquellos pases. El paneslavismo, que es la polticarusa en el sur europeo donde el imperio de los zares as-pira a dominar, alcanza en aquel acontecimiento un de-sidertum largo tiempo anhelado. Sea en virtud de fu-turos proyectos de absorcin, sea por mera tendencia deraza, muy poderosa sobre la opinin rusa, el caso es queesta guerra consuma el proyecto de 1878, malogrado por

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    Bismarck, dando a los reinos balcnicos los lmites queRusia quiso, entonces, asignarles. En cuanto a Ingla-terra, si bien la anexin de Creta a Grecia malogra suspropsitos imperialistas sobre el Mediterrneo, donde s-lo le faltaba una estacin naval en el canal de Citerespara tener por suyas todas las puertas, la influencia deFrancia sobre Grecia, reprtale una compensacin eficaz,dada la accin conjunta con que ahora cuenta, en casode conflicto; y la opinin del partido liberal es decidi-damente favorable a los aliados.

    Estos contituyen, adems, una potencia nueva conla cual debe contarse desde luego, y que ser, segn pa-rece, un aliado futuro.de la "Triple Entente". De aquque la proposicin del gobierno francs sobre desesti-miento territorial, haya merecido la aprobacin inmedia-ta de Inglaterra y de Rusia.

    Con esto, las tres potencias en cuestin, obtienenla simpata de los aliados y tambin las de los turcos,que, naturalmente, sospechaban de Rusia. Por ltimo,Italia cuya colaboracin, o por lo menos neutralidad,desean las potencias de la "Entente", para las cuales elverdadero enemigo es Alemania, cabeza de la "Trpli-plice", tiene tambin muchas razones para regocijarsecon el triunfo de los aliados, no slo por animadversinhacia Turqua y por obvias simpatas dinsticas con elMontenegro, sino porque la constitucin de la Gran Ser-via y la posesin de Scutari por los montenegrinos, ce-rrara al Austria el camino del Adritico donde los ita-lianos tienen mucho inters de que no se robustezca, da-das sus permanentes aspiraciones a la reivindicacin deTrieste. Sus intereses vienen, pues, a coincidir con los

    de la "Entente".I^a poltica de la "Trplice", redcese, entonces, a

    las conveniencias de Alemania y de Austria, en coin-

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    cidenca poco simptica con las del turco vencido. Este hade procurar, como todos los dbiles en trance anlogo,enredar las cosas, favoreciendo las pretensiones del Aus-tria a tierras que de todos modos tiene ya perdidas.Tal es la explicacin de su ltima solicitud para que laspotencias intervengan en el conflicto, exactamente co-mo lo hizo en 1878. Pero las condiciones de Europa sonmuy distintas.

    Alemania no dicta ya la ley del vencedor, entoncesfavorecido por el prestigio de una reciente decisiva vic-toria. La rivalidad entre Inglaterra y Erancia se hatrocado en amistosa inteligencia. La repblica latina seha recobrado de sus contrastes . Las entonces problem-ticas nacionalidades del Balean, son ahora una potencia

    cuyos ejrcitos victoriosos suman seiscientos mil solda-dos. Por ltimo, "el hombre enfermo" de Constantino-pla, es ahora un agonizante.

    Cules son, entretanto, las pretensiones austracas?Austria desea prolongarse, hasta el Adritico y el

    Egeo, apoderndose del distrito de Novi Bazar, limtro-fe con la Bosnia, para llegar hasta Salnica o hasta

    Scutari, dos puntos largo tiempo codiciados. Pareceque, en ltimo caso, contentarase con el pequeo puerto

    de San Giovanni di Medua; pero los montenegrinos aca-ban, precisamente, de incorporarlo por fuerza de armas

    a su territorio.

    El imperio austro-hngaro necesita la salida a losmares citados por varias razones.

    Su comercio, en primer lugar, es importante en lasislas cercanas; pero soporta una competencia muy acti-va por parte del italiano y del ingls, que tienden a pre-

    dominar, debiendo aadirse a esto la prxima nueva in-fluencia del que sin duda desarrollarn los aliados, con-

    vertidos en potencias martimas. Militarmente hablan-

  • 50

    do, el imperio necesita a la vez robustecerse en el Adri-tico, donde posee las tierras del antiguo Vneto que Ita-lia aspira a reivindicar. Por otra parte, su espinosa po-ltica interna en Hungra, tiene como nica solucin acep-table la vinculacin de los dos reinos en un propsitocomn, que sera naturalmente, la expansin hacia elAdritico; pues con ello creara sobre la frontera hnga-ra un inters patritico que coincide con las aspiraciones

    histricas de aquel miembro de la monarqua.El pangermanismo, no es un ideal para los hngaros,cuya adjiesin necesita un inters nacional para conver-tirse en hecho espontneo. Despus, aquellos territoriosrepresentan para el Austria la nica expansin a quepuede aspirar sobre las costas mediterrneas, pues laocupacin de Trpoli por los italianos, cierra enteramen-te el camino a toda pretensin de esa especie. La "Trpli-ce" completara su dominio en Oriente, si una posesinsobre el Egeo, y desde luego Salnica, vena, a ser eta-

    pa intermedia en la ruta de Siria, donde Alemania do-mina, como es sabido. Esta ltima potencia, no ha dever, por su parte, con buenos ojos, la formacin de unpoder, aliado posible de la "Triple Entente" ; por lo cual

    est en su inters, que el poderoso imperio austro-hn-garo la contrare con su participacin, instalndose detravs en el centro de la nueva entidad, que

    as resultara material y polticamente dividida. Basta

    para esto que Austria consiga prolongarse desde laBosnia, por un corredor cualquiera, hasta las costasegeas o adriticas, donde fundara puertos militares queseran centinelas avanzados sobre Montenegro y Grecia.Salnica, por ejemplo, est ligada a la gran lnea frreainternacional de Pars-Viena-Constantinopa ; y cuandoAustria consinti en la construccin del ramal que loefecta, fu, segn la opinin corriente, para prepararUn camino a la conquista de aquella ciudad.

  • - 51 -

    Turqua, por su parte, bajo la conocida influenciade la diplomacia alemana, y para causar a los aliados,con esa vasta intriga, el dao que militarmente no hapodido hacerles, ha de fomentar, sin duda, las preten-siones austracas; y nada extrao sera que de un mo-mento para otro, Austria salga exhibiendo algn docu-mento reservado de cesin, en salvaguarda de sus "de-rechos". La historia turca est llena de anlogas sor-presas .

    Luego, las potencias, principalmente aquellas msmilitaristas, no se resignan a creer que en los Balca-nes no las temen. Cuentan todava con su prestigio so-bre los vencedores, para imponerles reglas de conducta,como si conforme a su propio concepto inmoral, hubie-ra principios superiores a la fuerza, y como si la con-

    quista no les representara el supremo derecho de pose-sin. Cuando la anexin de Bosnia y Herzegovina, Aus-tria habase negado a tratar con Servia que solicitabauna conferencia diplomtica. Ahora los servios apro-vechan de ello para efectuar su programa, sin dar par-ticipacin ninguna al arrogante vecino de ayer. Bsto,como es fcil colegir, puede ocasionar conflictos muygraves. Austria no ha de abandonar, sino en ltimo ex-tremo, la nica coyuntura que se le ofrece para crearen los Balcanes una "posesin de imperio" como la Al-

    sacia-Lorena, que es la razn de existir del imperioalemn: su vinculo poltico ms poderoso^ pues slo conello dar efectividad a la unin de los dos reinos que laforman. Este procedimiento es caracterstico de la pol-tica germnica que por razones de raza y de tendencia his-trica, resulta ser tambin la suya. Hungra posee unahistoria demasiado brillante para olvidar su nacionali-dad; y slo se vincular ntimamente al Austria, cuandosu unin con sta le reporte la satisfaccin de una de

  • - 52 -

    sus tradicionales aspiraciones nacionalistas, que no pu-diendo ya dirigirse al norte, al este ni al accidente, tie-nen que hacerlo hacia el sur, sobre el Adritico de susantiguas ambiciones. De otra manera, el paneslavismola arrastrar tarde o temprano

    .

    Posible es, entonces, que Austria amague un falsoa.taque diplomtico hacia el sur, o sea sobre Salnica,para capitular con una salida en el Adritico a ttulo decompensacin

    . Pero, entonces, plantase otro' problema

    .

    Servia, que no tiene puertos, necesita igualmente saliral Adritico, o sea a la costa ms cercana, pues paraesto ha hecho la guerra. La costa adritica forma partedel territorio que pretende reivindicar. El asunto pare-ce fcil, pues todo se reducira a compartir con Aus-tria ese dominio. Mas, fuera del desmedro patriticoque esto aparejara para los servios, Italia, por las razo-nes ya mencionadas, reclamara tambin su parte de cos-ta adritica; con lo cual el reivindicador legtimo que-

    dara de hecho despojado.El triunfo de la Europa liberal es tambin dema-

    siado completo, para que el militarismo germnico, di-rector de la "Trplice", no intente cruzarse en su camino;pero de todas maneras, ello demuestra una vez msque la mejor poltica, no es la de los gobiernos reaccio-narios. Que las ideas modernas llevan consigo el secre-to del xito y constituyen una fuerza efectiva, con mu-cha frecuencia superior al temido militarismo.- La par-ticipacin, por puro abuso de fuerza, en una victoriaque otros alcanzaron, es una actitud antiptica que

    subleva a la opinin, verdadera potencia directriz delmundo contemporneo. Un atentado contra los pueblosbalcnicos, pondra en este momento de pie a media Bu-ropa contra los agresores.

    Por esto los militaristas contemporizan y recurren

  • 53

    a la diplomacia, preparando sorpresas que pueden con-sistir en la introduccin de un nuevo elemento con elcual nadie cuenta hasta ahora : otro punto crtico del yaenmaraado asunto.

    Este elemento es la Albania, nica resistencia seriapresentada por los turcos a la alianza. Si la doctrinade esta ltima, "el Balean para los balcanos", hubiera deaplicarse en conferencia diplomtica, es muy probableque Austria pretendiera la autonoma de aquella regin,fundndose en ese mismo principio; o que, de acuerdocon Turqua y con los turcos albaneses, propusiera sen-cillamente su protectorado bajo la soberana nominal delsultn, como ya sucedi con la Bosnia y la Herzegovina.L,a anexin consiguiente, efectuarase luego, y el puer-to de Durazzo, dara al imperio austro-hngaro la salidasobre el Adritico, que es ya imposible, a mi entender,por San Juan de Medua y por Salnica. Pero los alba-neses son turcos, es decir, vencidos, y parece muy pro-bable que los aliados intenten ocupar su territorio,

    para integrar por ese lado su lote, con la uninde Grecia y de Montenegro. Tal vez la autonoma deAlbania bajo un protectorado austraco, sea la solucinque evite el gran conflicto. En todo caso, la creacin deuna potencia balcnica, es ya un hecho para la historiaeuropea. El famoso equilibrio fundado por Bismarck,con procedimientos muy parecidos a los que ahora in-tenta renovar el Austria, secuaz de su poltica, est roto.I^a satisfaccin de las aspiraciones austracas, tornaralo

    ms instable aun, aunque con ello se evitara temporal-mente la guerra, pues nadie creer que los aliados se con-formen al despojo, siquiera parcial, de su conquista.Ello los echara, por el contrario, hacia el la-

    do de la "Triple Entente", dndole la ventaja quetodas esas combinaciones persiguen para hundir a la li-ga rival. Una alianza que supusiera para los balcanos la

  • 54

    aspiracin de reivindicar el territorio cedido al Austria,

    sera una nueva causa de guerra. Si la cesin no se

    efecta, viene tambin la guerra para obtenerla por fuer-za de armas, y evitar que la "Entente" mancomune- susintereses con los aliados, cuando stos se hallen en situa-cin de aprovechar su victoria . .

    .

    Queda, as, esclarecido el miserable y precario fun-damento de ese equilibrio que consiste en mantener elegosmo de los fuertes a la atisba de una presa tempo-ralmente neutralizada, vale decir, en ceba posible para

    cada cual. El sistema toca a su fin. La Buropa oficialva inexorablemente a la guerra que ser su liquidacin

    en la miseria y en la sangre. La Albania es, en el me-jor de los casos, demasiado pequea para servir de ejea tan complicada poltica. Bl gran conflicto se preparams amenazador que nunca, y los pueblos asolados pa-garn con ros de sangre, quizs con el exterminio decomarcas enteras, el rescate de su milenaria opresin.

    Ser el ltimo servicio que deban al orden, la postreracontribucin que les impongan sus amos. Estos ltimos,ms mediocres, ms incapaces cada vez, carecen decidi-damente de fuerzas para afrontar las consecuencias delconflicto. He ah la lgica inevitable del des-tino. Agentes ciegos de una transformacin que noentienden, ah estn afilando, a pesar suyo, el arma que

    ha de suprimirlos. Durante millares de aos, el puebloforj sus propias cadenas en la mentira y en el miedo,as se llamaran ellas dogma de obediencia o sufragio uni-versal. Ahora llega el turno a los amos, siendo ellosmismos quienes deben preparar su propia ejecucin. Lainiquidad que fundaron, trnaseles contraria. Tambinsobre ellos impera la inexorable fatalidad. El amo asi-tico la en este momento sus brtulos salpicados desangre. Qu prevencin tan elocuente para los congne-res de ese espectro desvanecido.

  • LA EUROPA DE HIERROPara LA NACIN

    Pars, Septiembre de 1913.

    Ruego al lector que no extrae mi insistencia en co-mentar el estado guerrero de Europa. Con esto, ocup-me para l del asunto ms importante que ofrece la ac-tualidad, pues determina todas las preocupaciones depueblos y gobiernos ; asi como su comentario, me sumi-nistra la oportunidad de sacar lecciones provechosas pa-ra nuestra joven democracia. Si ellas no resultan siem-pre agradables, tngamelo en cuenta. M

    ;s grato y ms

    fcil me sera entretenerlo de otro modo. Pero ello com-portara una defraudacin. La filosofa, he dicho algu-na vez, es en gran parte la ciencia del desengao. Aho-ra bien, desengaarse es disminuir en ilusin, pero pro-gresar en verdad. Y las ilusiones que salen tan caras alpueblo, como la gloria guerrera, la paz armada, la pol-tica, el parlamentarismo, no podemos conservarlas sinmengua enorme de la verdad, aun cuando nos causenciertas satisfacciones. Por lo dems, ello resulta inme-diatamente inofensivo, al ser puramente filosfico. Elvalor prctico de la verdad descubierta, y del ideal for-mulado en consecuencia hllase limitado por las cir-cunstancias especiales del medio donde se acta. Lacrtica adversa a una institucin, no impone al cr-tico, una prescindencia forzosa respecto de ella, co-

  • 56

    mo tampoco ocasiona su supresin inmediata. Puede ha-ber, y existe por cierto, una cantidad de militares quereconozca el creciente anacronismo de la institucin a lacual pertenecen, y su antagonismo con la libertad. Nopodra exigrsele, sin crueldad, que la abandonaran enhomenaje a su conviccin, comprometiendo su bienestar,con frecuencia ligado al de seres inocentes para quie-nes no existe aquel problema filosfico. Conformar lasacciones a los principios, es, sin duda, el ideal de la vidaperfecta; pero Scrates, con ser quien era, desfallecims de una vez . .

    .

    As, mi crtica, no concierne sino a las institucio-nes y a las ideas. Los h