marchetti victor - la cia y el culto del espionaje

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Guerra

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    V Marchetti / J. D. Marks

    LA CIA Y EL CULTO DEL ESPIONAJE

    editorial euros

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    Ttulo original: The CIA and the Cult of Intelligence Editado por Alfred A. Knopf Versin castellana de Juan Olivar Badosa Sobrecubierta de Carlos Rolando & Asociados/Roberto Dosil Copyright de la obra original: 1974 by Vctor Marchetti and John D. Marks This translqtion by permission of Alfred A. Knopf, Inc. Copyright de la prsente versin castellana: Editorial Euros, S. A., 1974 Barcelona Carlos Rolando & Asociados, 1974 sobre la cubierta Impreso en papeles de Torras Hostench, S. A., por Grficas KaJimax, Espronceda, 162, Barcelona Printed in Spain - Impreso en Espaa

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    Y CONOCEREIS LA VERDAD, Y LA VERDAD OS HARA LIBRES.

    Juan, 8:32

    (inscrito en el muro de mrmol del vestbulo principal de la sede de la CIA, en Langley, Virginia)

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    Nota del editor

    De acuerdo con un mandamiento judicial emitido por un tribunal federal, los autores

    del presente libro tuvieron que presentar el manuscrito a la revisin de la CIA antes de su publicacin. Amparndose en la providencia judicial antes citada, la CIA orden la supre-sin de 339 pasajes de extensin variable. Posteriormente, a consecuencia de una demanda judicial interpuesta por los abogados de ambos autores y tambin debido a que el editor y los autores entablaron un pleito con la CIA oponindose a la censura que este organismo ejerca, todos los pasajes censurados, excepto 168, obtuvieron autorizacin para su pu-blicacin.

    Por su parte, un juez federal autoriz la publicacin de 140 pasajes ms, as como fragmentos de otros dos; sin embargo, debido a los recursos interpuestos contra la decisin de este juez, dichos pasajes no han podido ser incluidos en la presente edicin. En la In-troduccin, redactada por Melvin L. Wulf, encontrar el lector un relato completo de todas esas vicisitudes judiciales.

    Por consiguiente, el actual manuscrito de La CIA y el culto del espionaje constituye una clarsima demostracin del funcionamiento real del sistema de clasificacin de la CIA. En la presente edicin, los pasajes censurados en un principio por la CIA y que luego este organismo dej publicar a regaadientes aparecen impresos en negritas. Las supre-siones confirmadas, incluyendo los ciento cuarenta y tantos pasajes autorizados pero no publicables an por razones legales, se hallan indicadas por espacios en blanco precedidos y seguidos por parntesis: (CENSURADO). Dichos espacios corresponden a la longitud real de los pasajes suprimidos.

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    Prefacio de los autores

    I Intervine por primera vez en asuntos de espionaje e informacin durante los primeros

    aos de la guerra fra, mientras cumpla el servicio militar en las tropas del Ejrcito de los Estados Unidos estacionadas en Alemania. En 1952 me enviaron a la escuela especial del Mando para Europa, instalada en Oberammergau, para que estudiara ruso y los rudi-mentos de las tcnicas y los mtodos utilizados por los servicios de espionaje. Posterior-mente fui destinado a la frontera de Alemania oriental. La informacin sobre los planes y las actividades del enemigo que recogamos all no tenan gran valor, pero el destino era bueno; a veces incluso era divertido el trabajo que hacamos. Estbamos convencidos de que salvaguardbamos la libertad del mundo democrtico, de que nos hallbamos en la primera lnea de defensa contra la expansin del comunismo.

    Terminado el servicio militar, reanud mis estudios en la universidad estatal de Pennsylvania, licencindome en estudios soviticos y en historia. Poco antes de terminar la carrera fui reclutado en secreto por la CIA, en la que ingres oficialmente en 1955; la lucha entre la democracia y el comunismo pareca ms importante que nunca, y la CIA estaba en la primera lnea de esta decisiva batalla internacional. Yo quera aportar mi con-tribucin.

    Con excepcin de un ao que pas en los Servicios Clandestinos, dedicado casi todo l a actividades de adiestramiento, la mayor parte de mi carrera en la CIA estuvo consa-grada, sobre todo, a trabajos de tipo analtico. En calidad de especialista en asuntos milita-res soviticos, realic tareas de investigacin, luego de informacin normal y finalmente de evaluacin nacional, lo que en aquel momento constitua la forma ms perfeccionada de produccin de informacin. En un momento dado llegu a ser el experto ms destacado de la CIA y seguramente de la Administracin de los Estados Unidos en lo referente a la ayuda militar sovitica a los pases del Tercer Mundo. Particip en la revelacin de las actividades furtivas llevadas a cabo por Mosc y que culminaron en la crisis de los misiles enviados a Cuba en 1962; posteriormente contribu tambin a descifrar el enigma del lla-mado problema de los ABM (es decir, de los misiles antibalsticos) soviticos.

    De 1966 a 1969 trabaj como funcionario integrado en el personal de la oficina del di-rector de la CIA, donde desempe, entre otros, los cargos de ayudante especial del jefe de planificacin, programacin y presupuestos, de ayudante especial del director ejecutivo y de ayudante para cuestiones ejecutivas del subdirector general. Fue durante esos aos cuando llegu a darme cuenta de cmo funcionaba en conjunto aquella organizacin tan fuertemente compartimentada y de cul era el papel que representaba la CIA en el conjun-to de las actividades de espionaje desarrolladas por los Estados Unidos. Desde la oficina del director, la visin que se tena era al mismo tiempo reveladora y descorazonadora. En

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    realidad, la CIA, contrariamente a lo que crean el Congreso y el pblico en general, no funcionaba esencialmente a modo de un centro de intercambio de informacin y de pro-duccin de material de espionaje para el Gobierno. Su misin bsica era la realizacin de operaciones clandestinas, singularmente de acciones efectuadas bajo cuerda..., es decir, la intervencin secreta en los asuntos internos de otros pases. Tampoco era cierto que el di-rector general de la CIA fuera un personaje dominante (ni estaba interesado en serlo) en las tareas de direccin y de gerencia de las actividades de espionaje norteamericanas, de las cuales era el jefe sobre el papel. Su ocupacin principal consista ms bien en la super-visin de las actividades clandestinas de la CIA, y en eso no se diferenciaba gran cosa de sus predecesores en el cargo ni del actual director de la agencia.

    Desengaado y en desacuerdo con gran parte de la poltica que segua la agencia, as como con la mayora de las prcticas a que recurra que, por lo dems, no se diferencia-ban gran cosa de las del conjunto de los organismos de espionaje del pas y del propio Go-bierno de los Estados Unidos, dimit de la CIA a finales de 1969. Sin embargo, como quiera que durante tantos aos me haban adoctrinado con la teologa de la seguridad na-cional, durante cierto tiempo fui incapaz de expresar pblicamente mis convicciones. Tengo que admitir tambin que me hallaba imbuido todava por la mstica de la agencia y del trabajo de la informacin general, hacia los cuales me quedaba un resto de afecto. Por consiguiente, trat de expresar mi pensamiento (aunque quiz debiera decir, con ms exac-titud, mis sentimientos) en forma literaria. Escrib una novela, titulada The Rope-Dancer, en la que trat de comunicar al lector cmo era en realidad la vida dentro de una agencia secreta como la CIA y qu diferencias haba entre el mito y la realidad en esta profesin, idealizada en exceso.

    La publicacin de la novela tuvo dos consecuencias. En primer lugar, me hizo entrar en contacto con numerosas personas que no pertenecan al mundo de la informacin, tan aislado y cerrado sobre s mismo, y que se hallaban preocupadas por el crecimiento ince-sante de los servicios de informacin y por el papel cada vez ms importante que desem-peaban en el gobierno del pas. A su vez, eso me decidi a exponer abiertamente a la luz pblica el sistema del espionaje de los Estados Unidos, con la esperanza de contribuir con ello a su reforma. Convencido de que la CIA y los servicios de espionaje son incapaces de reformarse por s mismos y de que los Presidentes, que consideran todo el sistema de in-formacin como una posesin privada, no tienen el menor deseo de cambiarlo de raz, al-bergaba la esperanza de hallar apoyo para una investigacin a fondo en el Congreso. Pron-to hube de darme cuenta, sin embargo, de que aquellos miembros del Congreso que dis-ponan del poder para imponer las reformas no estaban interesados en hacerlo. Los restan-tes, o bien no tenan medios para ello, o bien se mostraban indiferentes al problema. Por tanto, tom la resolucin de escribir un libro este libro en el que pudiera expresar mis opiniones sobre la CIA y donde explicara las razones que yo tena para creer que haba llegado el momento de que todos los servicios de informacin de los Estados Unidos fue-ran sometidos a revisin y reforma.

    Tanto la CIA como la Administracin han luchado largamente y con denuedo y no siempre con correccin para impedir que este libro fuera escrito primero y luego publi-cado. Recurriendo a triquiuelas legales y evocando el fantasma de las infracciones contra la seguridad nacional, se las han arreglado para conseguir una restriccin sin preceden-tes del derecho de libre expresin que me garantiza la Constitucin. Han conseguido que se lanzara contra m un mandamiento permanente, injusto y ultrajante, en virtud del cual todo lo que yo escriba o declare, tanto si se refiere a los hechos como si tiene carcter literario u otro, sobre el tema de los servicios de informacin debe pasar previamente por la censura de la CIA. Si no quiero incurrir en el delito de desacato al tribunal, slo puedo hablar por mi cuenta y riesgo exclusivamente y tengo que conceder un plazo de treinta

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    das a la CIA para que la agencia revise y purgue mis escritos... antes de proponerlos a un editor para su posible publicacin.

    Se ha dicho que uno de los peligros que corre una sociedad democrtica enfrentada con sistemas totalitarios como el fascismo y el comunismo reside en el hecho de que el gobierno democrtico pueda caer en la tentacin de imitar los mtodos del enemigo, con lo que destruye la misma democracia que trata de defender. No puedo dejar de preguntar-me si mi Gobierno est ms interesado en defender nuestro sistema democrtico o en imi-tar los mtodos de los regmenes totalitarios con el fin de conservar su poder, ya excesivo, sobre el pueblo norteamericano.

    VCTOR MARCHETTI

    Oakton, Virginia Febrero de 1974

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    II

    Mi caso es distinto al de Victor Marchetti, pues yo no ingres en la Administracin pblica para realizar tareas de informacin. En cambio, recin salido de la universidad, en 1966, entr en el servicio diplomtico. Mi primer destino tena que ser Londres, pero, co-mo me reclamaba la junta de reclutamiento militar, el Departamento de Estado me aconse-j que, para evitar tener que vestir el uniforme, lo mejor que poda hacer era irme al Viet-nam en calidad de consejero civil del llamado programa de pacificacin. No tuve ms re-medio que seguir esta recomendacin y pas los dieciocho meses siguientes en aquel pas, regresando a Washington poco despus de la ofensiva del Tet, en febrero de 1968. Por experiencia personal saba que la poltica norteamericana en Vietnam no llevaba a ninguna parte, pero, como tantos otros, crea an que los Estados Unidos podan vencer si se utilizaban tcnicas diferentes. Tan pronto como regres a este pas me di cuenta de que el compromiso norteamericano en Indochina no slo era ineficaz, sino que constitua un error total.

    El Departamento de Estado me haba destinado a la Oficina de Informacin e Investi-gacin, primero como analista de asuntos belgas y franceses y luego como asistente del director de los servicios de informacin del Departamento. Puesto que esta oficina se en-carga de las relaciones entre el Departamento de Estado y el resto de los servicios de in-formacin, me encontr formando parte por primera vez de la red mundial del espionaje norteamericano, no exactamente en calidad de participante activo, sino como correo de documentos supersecretos o bien tomando notas en las reuniones al ms alto nivel sobre asuntos de informacin. Y all es donde volv a tropezar con el mismo tipo de despilfarro y de ineficacia que ya conoca del Vietnam; peor an, encontr de nuevo el estilo de razonar que haba arrastrado al pas al avispero de Indochina. En las altas esferas de los servicios de espionaje se haba perdido la nocin de que la intervencin en los asuntos internos de otros pases no era un derecho inherente a los Estados Unidos. No seas idealista; tienes que acostumbrarte a vivir en el mundo "real", me decan los profesionales; pero cada vez me costaba ms darles la razn.

    Para m, la gota que hizo rebosar el vaso fue la invasin de Camboya por los Estados Unidos, en abril de 1970. Me sent algo responsable personalmente de ello porque slo dos meses antes, mientras me hallaba destinado temporalmente en un grupo de estudio de la Casa Blanca, haba contribuido a redactar un informe bastante pesimista sobre la situacin en el Vietnam. Me pareci que las conclusiones a que habamos llegado de buena fe, acer-ca de la precaria posicin del gobierno Thieu, haban sido utilizadas tcitamente para justi-ficar la extensin declarada de la guerra a otro pas.

    Ahora deseara haber abandonado el Departamento de Estado el mismo da en que las tropas penetraron en Camboya. De todos modos, pocos meses despus encontr trabajo como ayudante ejecutivo del senador Clifford Case, de Nueva Jersey. Conociendo la opo-sicin del senador hacia la guerra, consider que mi nuevo trabajo me brindaba una opor-tunidad para intentar enmendar los errores en que, en mi opinin, haba cado la poltica exterior de los Estados Unidos.

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    Durante los tres aos que permanec con el senador Case, trabajando junto a l en una esforzada labor legislativa destinada a poner fin a la guerra, a poner coto a los servicios de informacin y a frenar los abusos de la Presidencia en la interpretacin de ciertos acuerdos ejecutivos, trab conocimiento con Victor Marchetti. Dado que compartamos el mismo inters y una comn experiencia en cuestiones de espionaje, hablbamos a menudo sobre la manera de mejorar el estado de cosas a este respecto. En otoo de 1972, visiblemente trastornado por la accin judicial que la Administracin haba emprendido contra el libro que tena la intencin de escribir (pero que an no haba empezado a redactar), crey opor-tuno buscar a alguien que le ayudara a hacer este trabajo. Le interesaba, sobre todo, hallar una persona cuyo historial le permitiera contribuir sustancialmente a la obra, adems de ayudar en la redaccin propiamente dicha. Este libro es el resultado del esfuerzo conjunto realizado por ambos.

    Tom parte en este trabajo con la esperanza de que lo que tenamos que decir influira de un modo efectivo en el pblico y en el Congreso, en el sentido de que contribuira a instaurar un cierto control sobre los servicios de espionaje norteamericanos; de que pon-dra fin al tipo de intervencin en el extranjero que, adems de resultar contraproducente, se hallaba en contradiccin con los ideales de acuerdo con los cuales se supone que este pas se gobierna a s mismo. Queda por ver si esa esperanza era infundada.

    JOHN D. MARKS

    Washington, D.C. Febrero de 1974

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    Reconocimiento

    El trabajo en La CIA y el culto del espionaje empez a principios de 1972 y desde el comienzo tropez con innumerables dificultades, debidas principalmente a una CIA que no ocultaba su irritacin y a una Administracin mal orientada. Durante esta penosa expe-riencia, nuestro amigo y agente literario, David Obst, no ces de darnos nimos y de pres-tarnos su ayuda. Igualmente, las excelentes personas de la American Civil Liberties Union Aryeh Neier, Sandy Rosen, John Shattuck, Mimi Schneider y otros, pero sobre todo Mel Wulf nos prodigaron sin tasa sus consejos y nos facilitaron la defensa legal efectiva de nuestros derechos constitucionales. Han sido para nosotros unos amigos sin comparacin posible. Estamos en deuda de gratitud especialmente con nuestro editor, Dan Okrent, y con Tony Schulte, de la editorial Knopf, que nunca perdieron la fe y en todo momento nos ins-piraron con su ejemplo. Nos hallamos en deuda tambin con Robert Bernstein, presidente de la editorial Random House, quien tuvo el valor de continuar impulsando el libro a pesar de las pocas probabilidades que pareca ofrecer su publicacin. Por ltimo, damos las gra-cias a Jim Boyd, del Fund for Investigative Journalism, y a todas las personas que nos ayudaron por diversos conceptos, pero que, dadas las circunstancias, tienen que permane-cer en el anonimato.

    V. M. y J. D. M.

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    Introduccin

    por Melvin L. Wulf, Director para Asuntos Legales de la American Civil Liberties Union

    El 18 de abril de 1972, Victor Marchetti se convirti en el primer escritor norteameri-

    cano en recibir un mandamiento oficial de censura emitido por un tribunal de los Estados Unidos. El mandamiento le prohiba revelar por el procedimiento que sea 1) cualquier informacin relativa a las actividades de los servicios de espionaje, 2) cualquier informa-cin concerniente a las fuentes y mtodos de los servicios de espionaje, o 3) cualquier in-formacin obtenida por los servicios de espionaje.

    Para asegurar el cumplimiento efectivo del mandamiento, los abogados del Estado haban comparecido ante el juez Albert V. Bryan, Jr., del tribunal de distrito de los Esta-dos Unidos para el Distrito Oriental de Virginia, en Alexandria, el da 18 de abril por la maana, sin habrselo notificado a Marchetti. En su informe, los abogados oficiales hacan constar que Marchetti haba trabajado en la CIA desde 1955 a 1969, que haba firmado varios acuerdos de secreto, por los cuales se haba comprometido a no revelar ninguna informacin que hubiera llegado a su conocimiento en el desempeo de sus funciones, que despus de abandonar la CIA haba revelado informaciones prohibidas, que tena la inten-cin de escribir un libro de carcter documental sobre la agencia, y que de la publicacin de este libro resultara un grave e irreparable dao para los intereses de los Estados Uni-dos.

    Entre los documentos presentados ante el juez se hallaba una declaracin jurada (cla-sificada como Secreto) de Thomas H. Karamessines, subdirector de la Agencia Central de Informacin y jefe de la seccin de actividades clandestinas de la CIA. La declaracin deca que un artculo publicado en una revista y el guin de un futuro libro, ambas cosas escritas por Marchetti, haban sido comunicados a la CIA y que contenan informacin acerca de las actividades secretas de la agencia. En la declaracin se citaban varios de los temas tocados por Marchetti y se explicaba de qu manera su revelacin al pblico sera perjudicial, en opinin de la CIA, para los Estados Unidos. Basndose en dicha declara-cin jurada y en otras, entre las que se contaba una de Richard Helms, director de la CIA, el juez Bryan firm un mandamiento provisional en virtud del cual prohiba, por el mo-mento, a Marchetti que revelara cualquier informacin sobre la CIA y le requera a que sometiera a la revisin de la agencia cualquier manuscrito, artculo o trabajo, o escrito de otro tipo, documental o no, antes de facilitarlo a cualquier persona fsica o jurdica. Fue ste el mandamiento que unos alguaciles de los Estados Unidos entregaron a Marchet-ti. Durante todo el mes siguiente se realizaron febriles esfuerzos (que no alcanzaron el xi-to perseguido) para anular dicho mandamiento.

    Marchetti solicit la ayuda de la ACLU el mismo da en que recibi el mandamiento, y a la maana siguiente lleg a Nueva York a fin de entrevistarse con sus abogados y pre-parar su defensa. En nuestra primera comparecencia ante el tribunal, el viernes, 21 de abril, tratamos de convencer sin xito al juez Bryan de que anulase su mandamiento. Tam-

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    bin se neg a ordenar al Gobierno que permitiera leer la declaracin jurada a los aboga-dos de Marchetti, alegando que ninguno de nosotros tena acceso a las materias oficiales reservadas. El lunes siguiente nos hallbamos en Baltimore para preparar un recurso ante el Tribunal de Casacin de los Estados Unidos, pidiendo que fuera anulado el mandamien-to. El tribunal acord darnos audiencia dos das despus. Durante la reunin de Baltimore, los abogados del Estado anunciaron que se me haba otorgado acceso a los documentos oficiales confidenciales y que, por consiguiente, podra leer la declaracin jurada secreta, aunque no se me facilitara copia de la misma. Declararon tambin que durante los prxi-mos das los restantes abogados de la defensa recibiran una autorizacin semejante. Se nos dijo asimismo que todos los testigos que tuviramos intencin de presentar en la vista, que tena que celebrarse el viernes siguiente, deberan estar previamente autorizados a te-ner acceso a las materias reservadas, de lo contrario no podramos tratar de la declaracin jurada secreta con ellos. Era una manera realmente extraa de prepararnos para un juicio; ni siquiera podamos hablar con los presuntos testigos sin que el Gobierno les autorizara a hacerlo.

    Expusimos nuestro recurso ante el Tribunal de Casacin el mircoles, pero tampoco esta vez tuvimos xito, de modo que el mandamiento continuaba estando en vigor. La sola satisfaccin que obtuvimos fue un mandamiento del citado Tribunal por el que se prohiba, tanto a la CIA como al Departamento de Justicia, que trataran de influir sobre los testigos por el procedimiento que fuese.

    El viernes comparecimos ante el juez Bryan, de quien nos vimos forzados a solicitar un aplazamiento de la vista, porque nos haba sido imposible hallar testigos que pudieran prestar declaracin en dicho da. La necesidad de solicitar autorizacin de acceso a los secretos oficiales nos haba impedido comentar el caso con aquellos testigos que, en un principio cuando menos, se haban mostrado dispuestos a testificar por la defensa. Pero lo peor es que habamos tropezado con grandes dificultades para hallar personas dispuestas simplemente a deponer como testigos. Habamos citado a unas cuantas docenas de posi-bles candidatos, la mayora de ellos antiguos miembros de las administraciones de Ken-nedy y Johnson conocidos por sus opiniones liberales e incluso, en ciertos casos, partida-rios declarados de los derechos civiles. An estoy esperando que la mitad de ellos respon-dan a mis llamadas telefnicas. En cuanto a la otra mitad, la mayora simplemente teman verse mezclados pblicamente con nuestro proceso, mientras que algunos, incluyendo unos cuantos que haban revelado personalmente informaciones reservadas en sus Memo-rias publicadas, estaban de acuerdo con la Administracin en que deba mantenerse inmo-vilizada la pluma de Marchetti. Al fin pudimos presentar una lista de testigos, breve pero sustanciosa: el profesor Abram Chayes, de la Escuela de Derecho de Harvard y antiguo asesor legal del Departamento de Estado durante la Administracin Kennedy; el profesor Richard Falk, titular de la ctedra Milbank de Derecho Internacional en Princeton; Morton Halperin, ex subsecretario de Defensa y miembro del personal del Consejo Nacional de Seguridad a las rdenes de Kissinger; y el profesor Paul Blackstock, de la Universidad de Carolina del Sur, perito en cuestiones de informacin.

    Durante los quince das siguientes estuvimos ocupados en la poco satisfactoria activi-dad de dedicarnos a la caza de testigos y en otros preparativos necesarios para el juicio, como el examen de Karamessines y del director de seguridad de la CIA, que comparecan como testigos principales por parte de la Administracin.

    La vista del juicio empez y termin el 15 de mayo. Consisti esencialmente en la re-peticin, por parte de Karamessines, del contenido de su declaracin jurada. Por interesan-te que pueda ser la descripcin detallada de la vista, me est prohibido hacerla, pues se celebr a puerta cerrada y, como ya he dicho, el testimonio de los testigos oficiales consti-tuye materia reservada. Sin embargo, el resultado es pblico y notorio: la CIA se sali con

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    la suya por completo y el juez Bryan dio carcter permanente al mandamiento contra Marchetti.

    Al apelar, no se obtuvieron resultados mucho ms satisfactorios. En sustancia, la vali-dez del mandamiento qued confirmada. La nica limitacin que impuso el Tribunal de Casacin fue que tan slo la informacin expresamente reservada podra ser suprimida del libro por la CIA. Por ltimo, el litigio lleg a su trmino en diciembre de 1972, al negarse el Tribunal Supremo a entender en el caso. Fue una gran derrota para Marchetti, para sus abogados... y para la primera enmienda de la Constitucin.

    La jurisprudencia norteamericana ha estado siempre de acuerdo en que los manda-mientos judiciales destinados a impedir la publicacin de un texto amenazan la raz misma de la sociedad democrtica. Hasta 1971, cuando se prohibi judicialmente al New York Times la publicacin de los papeles del Pentgono, el Gobierno federal no haba inten-tado jams impedir de antemano la publicacin de un texto y los pocos intentos realizados en este sentido por los gobiernos estatales haban sido sistemticamente condenados por el Tribunal Supremo. Sin embargo, el caso de los papeles del Pentgono demostr que a la Administracin Nixon no le infundan el ms mnimo respeto doscientos aos de historia, pues no vacil en convertirse en la primera Administracin que intentaba impedir la publi-cacin de un peridico. A la postre no pudo alcanzar el objetivo que se propona (es decir, la prohibicin de que se publicara un diario), pero lo cierto es que durante quince das se ejerci una censura previa contra un peridico, por primera vez en la historia de los Esta-dos Unidos.

    A primera vista, el hecho de que el Times reanudara la publicacin de los papeles del Pentgono inmediatamente despus de la resolucin favorable del Tribunal Supremo puede hacer creer que este caso termin victoriosamente. Hubo victoria, ciertamente, pero no fue total, puesto que slo los jueces Black y Douglas declararon que los mandamientos preventivos destinados a impedir la publicacin de un texto eran anticonstitucionales en cualquier circunstancia. Los restantes miembros del alto tribunal hicieron saber sin lugar a dudas su opinin de que era posible que, en algunos casos determinados, dichos manda-mientos tuvieran fuerza legal, a pesar de que la primera enmienda de la Constitucin ga-rantiza la libertad de prensa. Los abogados del Gobierno saban calibrar el alcance de los fallos judiciales tan bien como los letrados de la ACLU y por ello se dieron cuenta asi-mismo de que la resolucin del tribunal en el caso de los papeles del Pentgono no les ha-ba dejado fuera de combate. As, pues, slo diez meses despus de haber sido derrotados por el New York Times, volvieron a la carga ante otro tribunal intentando hacer lo mis-mo con Victor Marchetti.

    En el fallo del Tribunal Supremo sobre el caso de los papeles del Pentgono se deta-llaban nueve votos particulares. De estas nueve opiniones se desprende una conclusin de tipo general: que una mayora de jueces del Supremo hubiera permitido la censura previa de una informacin, siempre que el Gobierno pudiera aportar pruebas en el sentido de que su publicacin ocasionara sin lugar a dudas un dao directo, inmediato e irreparable a la nacin o a su pueblo. Esta opinin nos tranquilizaba, ya que confibamos en que nada de lo que Marchetti haba revelado o pudiera revelar en el futuro ocasionara daos de aquel tipo. Sin embargo, no pudimos obligar al Gobierno a que aportara las pruebas necesarias mediante las declaraciones de nuestros cuatro testigos, porque el juez Bryan se mostr de acuerdo desde un principio con el Gobierno en que el caso Marchetti era distinto del de los papeles del Pentgono. En este caso no solicitamos un mandamiento contra la prensa, declararon los abogados del Estado. Reclamamos, sencillamente, el cumplimiento de un contrato entre Marchetti y la CIA. No se trata de un caso que afecte a la primera enmienda. Es una denuncia por incumplimiento de contrato. El contrato a que hacan referencia era, naturalmente, el acuerdo de secreto firmado por Marchetti.

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    Se exige a todos los empleados de la CIA que firmen un documento por el que se comprometen a no revelar ninguna informacin que haya llegado a su conocimiento en el ejercicio de sus funciones y que tenga relacin con las fuentes y los mtodos de informa-cin, sin obtener la autorizacin previa de la agencia. En este documento se incluyen normalmente una serie de clusulas en las que se amenaza con perseguir judicialmente al que infrinja, aunque sea levemente, el contrato. Lo bueno del caso es que estas amenazas, hasta el momento, han sido papel mojado. En efecto, exceptuando la revelacin de infor-macin reservada de la Comisin de Energa Atmica, no constituye delito el revelar in-formacin reservada a menos que se haga en tales circunstancias que supongan lo que ge-neralmente se entiende por espionaje; es decir, que se espe en favor de un pas extranjero. En su denuncia contra Daniel Ellsberg, la Administracin trat de ampliar la definicin legal de espionaje, con la intencin de castigar la revelacin de los papeles del Pentgono por parte del denunciado, aunque ste no haba tenido intencin alguna de perjudicar a los Estados Unidos, tal como requiere la ley para los casos de espionaje. Aunque el intento oficial result abortado en circunstancias sumamente espectaculares (entre ellas una tenta-tiva realizada subrepticiamente por el presidente Nixon de influir sobre el juez que enten-da en el caso), no es probable que los tribunales de apelacin hubieran confirmado una aplicacin tan amplia de las leyes sobre espionaje... suponiendo que el jurado hubiera dado un veredicto de culpabilidad.

    En todo caso, la CIA no estaba segura de que la amenaza de perseguir por la va judi-cial a Marchetti, poco fundada desde el punto de vista legal, tuviera por efecto impedir que su antiguo empleado criticara pblicamente a la agencia y revelara ciertas prcticas a las que recurra la organizacin. Por ello, se acogi a la teora del contrato como a un recurso para intentar que se prohibiera el libro de Marchetti antes de su publicacin. Esta teora encontr una acogida favorable por parte de los jueces federales que entendieron en el ca-so y result tener ms xito del que la propia Administracin seguramente se haba atrevi-do a esperar y, desde luego, mucho ms del que habamos esperado nosotros. Pero rebaja-ramos la primera enmienda de la Constitucin si dijramos que el compromiso de un em-pleado oficial de no revelar ciertas actividades gubernamentales equivale al compromiso de entrega de cien balas de algodn. Esta teora no tiene en cuenta un principio democrti-co inapelable: que el pblico tiene derecho a estar informado de forma satisfactoria sobre los actos de su Gobierno.

    Claro que muchos dirn, pero se trata de secretos, y no se puede negar que muchas informaciones que encontrar el lector en este libro han sido consideradas secretas. Pero n es la primera vez que salen secretos a la luz pblica: los haba literalmente a millares en los papeles del Pentgono. Todos los altos funcionarios que, retirados ya de sus activi-dades oficiales, escriben sus memorias revelan secretos que llegaron a su conocimiento mentras se hallaban al servicio del Estado; muchos de ellos, por otra parte, haban firmado tambin documentos comprometindose a guardar ciertos secretos. De vez en cuando, al-gunos funcionarios del Estado comunican secretos a la prensa, unas veces por razones de poltica oficial, otras slo para servir su ambicin personal. En realidad, la revelacin de los llamados secretosincluso referentes a la CIA constituye una antigua e ilustre tradicin en nuestro pas y es una prctica que ha demostrado su utilidad, ya que propor-ciona al pblico una serie de importantes informaciones que necesariamente ha de poseer para poder juzgar con equidad a los gobernantes que ha elegido en las urnas.

    Por otra parte, la revelacin de informaciones secretas raras veces resulta perjudi-cial para los intereses del pas, puesto que la clasificacin de la informacin se realiza por la Administracin pblica con una ligereza escandalosa. Los entendidos en estas cues-tiones creen que el 99 % de los millones de documentos que actualmente tienen la consi-deracin de reservados no deberan serlo en absoluto. Pero es que, adems, la revelacin de informacin secreta no slo no acostumbra a ser daina, sino que constituye un tni-

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    co beneficioso para la salud de la nacin. Varios funcionarios oficiales declararon alarma-dos que la revelacin de los papeles del Pentgono pondra en peligro inmediato la seguri-dad del pas. Cuando al fin los famosos papeles se publicaron ntegramente, lo nico que result perjudicado fue la reputacin de algunos funcionarios de las administraciones de Kennedy y Johnson, ya que se demostr que haban engaado al pas acerca de la guerra del Vietnam.

    El lector que abra este libro se dar cuenta de que, en contraste con todos los libros editados hasta el momento en los Estados Unidos, la presente obra contiene espacios en blanco. sta es una de las repercusiones ms notables del xito conseguido por la Admi-nistracin. Se notar asimismo que el libro tiene dos autores, Victor Marchetti y John Marks. Tambin esto constituye una consecuencia del xito oficial. Despus de haber reci-bido un mandamiento judicial, cuya validez fue confirmada por distintos tribunales de ape-lacin, Marchetti, ignorado virtualmente por la prensa y abandonado por sus ex colegas de la CIA, lleg a pensar seriamente en la imposibilidad de escribir este libro. Su descorazo-namiento era grande y se senta profundamente amargado. Pinsese que ni tan slo poda tratar del libro con su editor, en la casa Knopf (ya que el verdadero objetivo del manda-miento era prohibir que el editor viera el manuscrito antes de que la CIA hubiera tenido la oportunidad de censurarlo). Si no hubiese escrito el libro, el xito de la Administracin hubiera sido total, puesto que era ste el objetivo que se persegua. Por suerte, se produjo el encuentro entre Marchetti y Marks; los dos tenan las mismas ideas sobre los males que acarreaban las actividades clandestinas, y los dos fueron capaces de realizar al alimn lo que la Administracin confiaba en que no se hara en absoluto.

    Cuando se termin la redaccin, a finales de agosto de 1973, el manuscrito fue entre-gado a la CIA. Treinta das ms tarde, cumpliendo el plazo sealado en el requerimiento judicial, recibimos una carta de la CIA en la que se indicaban los 339 fragmentos del libro que tenan que suprimirse. Algunas supresiones afectaban a una sola palabra, otras a varias lneas y a partes de los organigramas de la agencia; finalmente, muchas de ellas compren-dan pginas enteras. En conjunto, se ordenaba la supresin de un 15 a un 20 % del ma-nuscrito. Tardar en olvidar aquella tarde de septiembre que Marchetti, Marks y yo pasa-mos en las oficinas de la ACLU cortando literalmente las partes censuradas del manuscrito a fin de poder enviar el resto a la editorial Knopf. Aquel da hicimos realmente un trabajo diablico.

    En octubre pusimos pleito a la CIA, conjuntamente con la editorial, oponindonos a los poderes de censura de la agencia. Cuando lleg el momento de la vista del juicio co-rrespondiente, el 28 de febrero de 1974, la CIA haba reducido el nmero de supresiones de 339 a 168. No se crea que la retirada de la mitad de sus primitivos reparos fuera seal de generosidad por parte de la CIA. Al contrario, se deba a las insistentes demandas que habamos efectuado durante los cuatro meses transcurridos y a que la agencia se haba da-do cuenta de que nosotros estbamos dispuestos a luchar sin tregua por cada una de las palabras censuradas. Los autores no cedieron en ningn punto y rechazaron las invitacio-nes a escribir de nuevo varias partes del libro a satisfaccin de la CIA.

    En el juicio se tenan que resolver tres cuestiones: si los trozos censurados correspon-dan a informaciones reservadas; si se trataba de informaciones que hubieran llegado a conocimiento de los autores durante el desempeo de sus funciones oficiales; y si alguna de dichas informaciones era ya del dominio pblico.

    La vista del juicio dur dos das y medio, incluyendo las declaraciones como testigos de los cinco funcionarios de mayor rango de la CIA; el juez Bryan dict sentencia el 29 de marzo. Constituy un xito importante para autores y editor. Bryan fall que la agencia no haba conseguido probar, con algunas pocas excepciones, que las informaciones censura-das constituan materia reservada.

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    Es probable que la sentencia cogiera por sorpresa a la CIA. Acostumbrados como es-tn sus funcionarios a salirse con la suya, sin duda no se les haba ocurrido que un simple juez de los Estados Unidos pondra en entredicho sus declaraciones sobre la informacin reservada; en efecto, durante todo el curso del proceso, la Administracin sostuvo la teora de que se consideraba de carcter reservado una informacin si los altos funcionarios de-can que era reservada. En cambio, nosotros sostenamos la opinin, apoyada en el testi-monio de Morton Halperin, de que se requera una prueba concreta para declararla materia reservada. Como quiera que faltaban documentos donde se declarara especficamente qu informacin debera tener carcter reservado y no habiendo prestado declaracin como testigos, los empleados que haban otorgado realmente el carcter reservado a cada infor-macin, el magistrado se neg rotundamente a dar por buenas las simples declaraciones de los altos funcionarios de la CIA en el sentido de que tales informaciones eran reservadas.

    De los 168 pasajes que se discutan, el juez slo encontr 27 que, en su opinin, po-dan considerarse de carcter reservado. Por otra parte, lleg a la conclusin de que tan slo siete de los 168 fragmentos haban llegado a conocimiento de Marchetti y Marks des-de fuentes no relacionadas con sus empleos oficiales y de que ninguna de las informacio-nes censuradas era del dominio pblico.

    Es evidente la importancia que reviste esta sentencia. Permite la publicacin de prc-ticamente todo el libro (aunque en la presente edicin faltan an las partes censuradas y autorizadas luego por el juez Bryan, ya que dicho magistrado aplaz la entrada en vigor de su sentencia a fin de que la Administracin pudiera recurrir a la jurisdiccin superior); es una sentencia que desmitifica a la CIA y que suprime la autoridad mgica que ha acompa-ado siempre la cantilena oficial sobre la seguridad nacional. Esperemos que los tribu-nales superiores la confirmen.

    Es inevitable que existan diferencias de opinin en cuanto al tema de la revelacin de informacin secreta. El lector de este libro podr decidir si la publicacin de las informa-ciones que contiene es til al inters pblico o bien perjudica a la seguridad nacional. Por mi parte no tengo duda ninguna. Tanto los ciudadanos individualmente como el conjunto de la nacin se beneficiarn en gran manera con la publicacin de este libro. Tan slo ha habido un perjudicado en el curso de la lucha entablada por la publicacin de la obra: la primera enmienda de la Constitucin de los Estados Unidos de Amrica.

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    PRIMERA PARTE

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    CAPITULO 1

    La secta del espionaje

    Pero este secreto... se ha convertido en un dios en este pas y las personas que estn en pose-sin de secretos pertenecen a una especie de

    cofrada... y no quieren hablar con nadie ms.

    Senador J. WILLIAM FULBRIGHT, presidente de la comisin de Relaciones Exteriores del Senado,

    noviembre de 1971

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    Existe en nuestro pas actualmente una secta secreta, peligrosa y poderosa: la secta del espionaje.

    Sus oficiantes son los profesionales clandestinos de la Central Intelligence Agency. Sus patronos y protectores, los funcionarios de mayor rango del Gobierno federal. Entre sus fieles, que no slo se hallan en los crculos gubernamentales, se cuentan personas si-tuadas en los centros decisorios de la industria, el comercio, las finanzas y los sindicatos. Tiene amigos numerosos en campos de gran influencia pblica... el mundo universitario y los medios de comunicacin social. La secta del espionaje es una cofrada secreta de la aristocracia poltica norteamericana.

    El fin de esta secta es la promocin de la poltica exterior del Gobierno de los Estados Unidos utilizando medios encubiertos y a menudo ilegales, esforzndose al mismo tiempo en contener la expansin de su enemigo declarado, el comunismo. Tradicionalmente, los adherentes a esta secta han abrigado la esperanza de implantar un orden mundial en el cual los Estados Unidos desempearan la funcin de lder indiscutido y de supremo poder. Hoy da, sin embargo, este sueo ha quedado deslucido por el paso del tiempo y los mu-chos fracasos. As, pues, las metas de la secta ya no son tan grandiosas, pero siguen siendo igualmente inquietantes. En general, trata de favorecer el papel de los Estados Unidos papel que stos se han otorgado a s mismos como rbitro dominante en los cambios polticos, econmicos y sociales que experimentan los pases de Asia, frica y Amrica Latina, que estn despertando a la historia. De este modo, la guerra que la secta ha decla-rado al comunismo en todo el planeta se ha ido limitando en cierta manera a una lucha en las sombras para salvaguardar en el Tercer Mundo una estabilidad que conviene a sus fi-nes y para ello recurre a cualquier mtodo clandestino. Para la secta del espionaje, fomen-tar la estabilidad puede significar, en un pas, aceptar pasivamente y de mala gana un cambio paulatino; en otro, el mantenimiento activo del statu quo; en otro aun, una accin resuelta para anular las aspiraciones populares hacia la independencia y la democracia. La secta acta slo cuando cree que puede conseguir su objetivo y cuando en el caso de que ocurra un fracaso o se descubra el secreto el Gobierno norteamericano puede negar con cierta verosimilitud su participacin.

    La CIA constituye a la vez el centro y el instrumento principal de la secta del espiona-je. Se dedica al espionaje y al contraespionaje, a la propaganda y a la intoxicacin infor-mativa (o sea, la propagacin deliberada de falsas noticias), a la guerra psicolgica y a actividades paramilitares. Se infiltra en instituciones privadas, a las que manipula, y cuan-do lo considera necesario crea sus propias organizaciones (que llama propiedades). Re-cluta agentes y mercenarios; soborna a funcionarios extranjeros o les somete a chantaje para obligarles a llevar a cabo los trabajos ms desagradables. Hace todo lo necesario para alcanzar lo que se propone, sin ninguna consideracin tica, sin tener en cuenta las con-secuencias morales que puedan acarrear sus acciones. En su calidad de instrumento para la accin secreta de la poltica exterior norteamericana, el arma ms poderosa de la CIA es la intervencin encubierta en los asuntos internos de aquellos pases que el Gobierno de los Estados Unidos desea controlar o sobre los que quiere influir.

    Mitificadas e idealizadas, las operaciones de la CIA estn enmascaradas tambin por falsas imgenes y se hallan protegidas por la coraza de la impostura oficial. Sus prcticas

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    se esconden tras misteriosos y arcaicos legalismos que impiden que el pblico e incluso el Congreso puedan saber lo que hace la misteriosa agencia... o por qu lo hace. La secta del espionaje justifica esta situacin con afirmaciones vehementes de que el objeto de la CIA consiste en la preservacin de la seguridad nacional, de que sus acciones responden a las necesidades de la defensa del pas; y, en una poca en que el secreto es el sirte qua non de la seguridad, nadie necesita saber ms.

    La secta se aplica a llevar los asuntos exteriores del Gobierno de los Estados Unidos sin la participacin ni el conocimiento del pueblo. Desconoce el papel que podran repre-sentar unas cmaras legislativas inquisitivas o una prensa escrutadora. Sus afiliados creen que slo ellos tienen el derecho y la obligacin de decidir lo que es necesario para satisfa-cer las necesidades nacionales. Aunque lleva a cabo una poltica internacional anticuada y persigue unas metas fuera de su alcance, la secta del espionaje exige que no se le haga rendir cuentas por sus acciones ante el pueblo al que dice servir. Se trata de una funcin privilegiada, adems de secreta; los que pertenecen a la secta del espionaje estn conven-cidos de que han recibido una orden sagrada y que su servicio debe ser inmune al escruti-nio pblico.

    La mentalidad clandestina es una actitud que medra en el secreto y en el engao. Favorece la falta de moralidad profesional: la creencia de que los fines justos pueden al-canzarse utilizando medios inaceptables en circunstancias normales. Por ello, los diri-gentes de la secta deben mantener tenazmente a salvo del pblico conocimiento sus accio-nes oficiales. Lo contrario equivaldra a restringir su capacidad de actuar con independen-cia, ya que permitira que el pueblo norteamericano juzgase no slo la utilidad de su polti-ca, sino tambin la tica con que se aplica. Con la cooperacin de un Congreso sumiso y mal informado, y favorecida y asistida por una serie de Presidentes, la secta ha levantado a su alrededor y en torno a la CIA una muralla de leyes y decretos que ha impedido eficaz-mente toda investigacin pblica.

    Siempre que ha sido necesario, los miembros de la secta del espionaje, incluyendo nuestros Presidentes (que siempre estn enterados de las principales empresas que lleva la CIA entre manos, que generalmente dan su aprobacin a ellas y que a menudo las han ini-ciado ellos mismos), han mentido para proteger a la agencia, as como para rehuir su pro-pia responsabilidad en las operaciones. La Administracin Eisenhower minti al pueblo norteamericano acerca de la intervencin de la CIA en el golpe de Estado de Guatemala, en 1954; acerca del apoyo prestado por la agencia a la fracasada revuelta registrada en In-donesia, en 1958; y sobre la misin de Francis Gary Powers a bordo del avin U-2, en 1960. La Administracin Kennedy minti acerca del papel desempeado por la CIA en la abortada invasin de Cuba, en 1961, admitiendo que la agencia haba intervenido en la operacin slo cuando sta hubo terminado en un desastroso fracaso. La Administracin Johnson minti acerca de la mayor parte de los compromisos del Gobierno de los Estados Unidos en el Vietnam y Laos y, en particular, acerca de todas las acciones de la CIA. Y la Administracin Nixon minti pblicamente sobre el intento de la agencia de falsear las elecciones chilenas, en 1970. Para los afiliados a la secta del espionaje, la hipocresa y la impostura se han convertido, junto con el secreto, en tcnicas a las que se recurre constan-temente para impedir que el pblico tenga conocimiento de las operaciones clandestinas de la CIA y que el Gobierno tenga que dar cuenta de ellas. Y as, esos hombres que piden que se les considere como personas honorables y verdaderos patriotas, cuando resultan apre-sados en la telaraa de sus propios engaos, no dudarn en afirmar que el Gobierno tiene el derecho inherente de mentir a su pueblo.

    La justificacin del derecho a mentir es que ese secreto en las operaciones encu-biertas es necesario para impedir que la poltica y las acciones de los Estados Unidos atraigan la atencin del enemigo (o, en la jerigonza de los profesionales de la clandesti-nidad, la oposicin). Si la oposicin no est enterada de las operaciones de la CIA, di-

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    cen, entonces no puede contrarrestarlas y las actividades de la agencia tienen ms probabi-lidades de xito. De todos modos, en muchos casos la oposicin conoce exactamente cules son las operaciones ocultas dirigidas contra ella y adopta las medidas adecuadas para con-trarrestarlas cuando es posible. Los vuelos de los U-2 y, posteriormente, los de los satlites fotogrficos eran y son tan bien conocidos por los soviticos y los chinos como lo son por la CIA los reconocimientos soviticos sobre los Estados Unidos; cuando se emprenden operaciones de tal magnitud, no hay ningn procedimiento que permita mantenerlas en se-creto para la oposicin. Tambin ella utiliza un servicio de informacin formado por profe-sionales. En realidad, desde 1952 hasta 1964, en plena guerra fra, la KGB sovitica inter-cept electrnicamente las comunicaciones, incluso los despachos ms secretos, que par-tan de la sala de cifra de la embajada norteamericana en Mosc. Sin embargo, al parecer, esta violacin del secreto caus pocos perjuicios a la seguridad nacional de los Estados Unidos, como tampoco se derrumb el Estado sovitico por el hecho de que la CIA estuvo interceptando en secreto, durante aos, las conversaciones privadas que mantenan entre s los principales dirigentes soviticos a travs de los radiotelfonos de sus coches oficiales. Ambos bandos saban ms de lo que necesitaban para contrarrestar el efecto perjudicial de cualquier fuga de informacin. Lo cierto es que en este pas el secreto y el engao en las operaciones de investigacin estn destinados tanto a impedir que el Congreso y el pblico se entere de lo que est haciendo el Gobierno, como a proteger estas actividades de la cu-riosidad de la oposicin. Las esferas dirigentes de los servicios de informacin actan del modo en que lo hacen para disponer de libertad de accin y para no tener que rendir cuen-tas a nadie.

    Buena parte del poder de que goza la CIA depende de una mitificacin cuidadosa de s misma y de la glorificacin de las hazaas de los profesionales de la clandestinidad. Pa-ra ello, a veces incluso se tiene que fomentar una especie de admiracin malsana por parte de la gente hacia las prcticas encubiertas de los servicios de informacin de la oposicin; con ello se pretende intimidar al pblico, con lo cual se justifican luego las acciones de la CIA. Sea cual fuere el sistema utilizado, se trata de convencernos de que debemos admirar la tarea que efectan los servicios de informacin porque constituyen una profesin en cierto modo misteriosa, a menudo mgica, capaz de llevar a cabo hazaas muy difciles, cuando no milagrosas. Como suele ocurrir con los mitos, las intrigas y los xitos de la CIA de estos ltimos aos son ms imaginarios que reales. Lo que s es real, desgraciadamente, es la disposicin, tanto por parte del pblico como de los afiliados a la secta, a dar crdito a las figuraciones que segrega el negocio de informacin.

    En su origen, se encomend a la CIA la misin de coordinar los Programas de inves-tigacin y de informacin exterior de los distintos departamentos y agencias estatales, as como la produccin de los informes y los estudios que necesitara el Gobierno de la nacin para dirigir la poltica extranjera de los Estados Unidos. sta era la intencin del presiden-te Traman al solicitar al Congreso que fundara una agencia de informaciones secretas, aprobando la ley de Seguridad Nacional de 1947. Pero el general William Wild Bill Donovan, Alien Dulles y otros veteranos de la Oficina de Servicios Estratgicos de la po-ca de la guerra que era un organismo prcticamente sin reglamentos, romntico y osado, hecho como a la medida de los sueos ms queridos del agente secreto tenan otras in-tenciones. Vean en la futura agencia el instrumento clandestino mediante el cual Wa-shington podra alcanzar los objetivos de su poltica exterior inasequibles por medio de la diplomacia. Crean que el cetro de la direccin del planeta haba pasado de las manos in-glesas a las de los Estados Unidos y que nuestro servicio secreto tena que tomar el relevo del britnico. Por esta razn, trataron de influir en el Congreso para que les concediera el permiso de realizar operaciones clandestinas.

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    Es digno de alabanza el hecho de que Traman tratara de crear una organizacin de in-vestigacin no clandestina, cuya actividad se centrara en la recogida y el anlisis de in-formacin y no en las operaciones secretas. Pero, visto desde ahora, fue un grave error de clculo pensar que podra controlar a los partidarios de la accin clandestina. El Congreso, en la atmsfera que prevaleca, provocada por la tensin de la guerra fra, se dej conven-cer por los profesionales de la informacin. En los debates para la aprobacin de la ley de Seguridad Nacional de 1947 concedi a la nueva agencia unas exenciones especiales al proceso normal de supervisin parlamentaria; por otra parte, esas exenciones fueron am-pliadas dos aos ms tarde por la ley de la Central Intelligence Agency de 1949. La consecuencia ms trascendental de ello fue la clusula de la ley de 1947 que permita a la CIA ejecutar otras funciones y servicios relacionados con la informacin... segn las di-rectrices que seale de vez en cuando el Consejo de Seguridad Nacional. A partir de es-tas pocas e inocuas palabras, la CIA ha sido capaz, con el paso de los aos, de desarrollar una inmunidad secreta que bien poco tiene que ver con los fines que al parecer tena la ley que permiti la fundacin de la agencia. Esta frase tan vaga ha dado libertad a la CIA para dedicarse a la accin encubierta y le ha concedido el derecho a intervenir secretamente en los asuntos internos de otros pases. Y todo ello lo ha hecho generalmente contando con la aprobacin expresa de la Casa Blanca, pero casi nunca con el consentimiento del Congre-so y prcticamente sin el conocimiento del pblico norteamericano.

    El hecho de que el pblico no sepa nada significa que ni siquiera tiene conciencia de con cunta frecuencia ha fracasado la CIA. En el campo del espionaje clsico, los Servi-cios Clandestinos de la agencia han tenido realmente muy poco xito en sus intentos de infiltrarse en las grandes organizaciones del adversario o de espiarlas. El caso de Pen-kovsky, ocurrido a principios de los aos sesenta, que constituye la nica operacin de espionaje contra los soviticos de la que puede enorgullecerse pblicamente la agencia, fue una ganga inesperada proporcionada a la CIA por el servicio secreto britnico. La tan cacareada operacin del tnel de Berln, ejecutada a mediados de los aos cincuenta en realidad se trat de una intervencin de telfonos a gran escala, produjo literalmente toneladas de conversaciones triviales y chismes de vecindad, pero dio muy poco resultado en cuanto a proporcionar informacin secreta valiosa que pudiera ser de utilidad para los analistas de la agencia. El valor real de la operacin radic en el desconcierto que provoc en la KGB y en la publicidad favorable que signific para la CIA. Contra China no se ha obtenido el ms mnimo xito en las operaciones de espionaje por medio de agentes secre-tos.

    Sin embargo, por suerte para los Estados Unidos, los tcnicos de la CIA, trabajando en colaboracin con sus colegas del Pentgono y del sector privado, han sido capaces de ir desarrollando durante los ltimos aos toda una serie de sistemas electrnicos que han permitido obtener muchas informaciones tiles de la Unin Sovitica y China. A partir de esas informaciones, complementadas con el material recogido a travs de los canales di-plomticos normales y de las fuentes accesibles (peridicos, revistas, etctera), los analis-tas de la CIA y de los restantes servicios de informacin han logrado mantenerse al co-rriente de los acontecimientos que se producen en el interior de los pases comunistas.

    Los Servicios Clandestinos de la CIA han obtenido mejores resultados en el campo del contraespionaje que en el del espionaje clsico. Pero tambin en este caso los xitos se han debido en gran parte a hechos fortuitos. La mayor parte de ellos no se debieron a los espas, sino que fueron obtenidos a travs de los buenos oficios de desertores que, a cam-bio de proteccin, proporcionaban toda la informacin que posean. Sin olvidar, adems, que hay que descontar de esos logros ya limitados las falsas informaciones de los agentes dobles enviados por la oposicin o que sta hace salir a la superficie con intencin de que induzcan a confusin a la CIA.

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    Sus mayores xitos los ha cosechado la agencia en el campo de su actividad operacio-nal favorita, la accin encubierta; sin embargo, los fracasos y los desatinos de la CIA han proporcionado muchos dolores de cabeza a los Estados Unidos. No hay duda de que la agencia represent un papel de primer orden en mantener a Europa Occidental a salvo del comunismo durante la primera poca de la guerra fra, aunque se equivoc lamentable-mente en sus intentos de hacer retroceder los Telones de Acero y de Bamb a finales de los aos cuarenta y durante la dcada siguiente. Y tuvo xito, si bien su actuacin no siempre fue clara, en el esfuerzo realizado para contener la expansin del comunismo en otras partes del mundo. Sin embargo, algunas de sus victorias han acabado por propor-cionar al Gobierno norteamericano ms quebraderos de cabeza de los que tena. Es lcito preguntarse en la actualidad si no hubiera sido ms prudente que la CIA no hubiese inter-venido en Guatemala, Cuba o Chile, que no hubiese realizado actividades clandestinas en el Irn y en otros lugares del Oriente Medio, que no se hubiera comprometido tan a fondo en los asuntos del Sudeste de Asia, especialmente de Indochina. Pero lo cierto es que la agencia lo hizo y nuestro pas tendr que pechar con las consecuencias de esas acciones.

    Cuando se critican las actividades clandestinas de la CIA, los dirigentes de la agencia suelen referirse, demostrando un orgullo que no sienten, al trabajo de los analistas de in-formacin. Pero tambin aqu la ejecutoria de la CIA dista de ser brillante. Los numerosos errores cometidos en la evaluacin de las intenciones y de la capacidad de la Unin Sovi-tica y de China en el campo de la estrategia militar han constituido una constante fuente de preocupacin para los funcionarios del Gobierno. En cambio, por lo general, la agencia ha valorado con exactitud los peligros y las repercusiones que poda acarrear la intervencin norteamericana en el Tercer Mundo, especialmente en el Sudeste de Asia y en Amrica Latina. Lo curioso es que los agentes de operaciones clandestinas, que son los que mandan en la agencia, confan muy poco en las opiniones de los analistas de su propia organiza-cin y que tampoco los funcionarios del personal de la Casa Blanca hacen demasiado caso de las advertencias de dichos analistas. Por otra parte, debido a que las informaciones se-cretas procedentes de la CIA no acostumbran a circular fuera de los organismos controla-dos por el poder ejecutivo, el Congreso no puede naturalmente utilizar esas advertencias para poner en cuestin la poltica de la Administracin o las prcticas encubiertas de la CIA.

    De vez en cuando, las operaciones clandestinas acaban en fracasos espectaculares como, por ejemplo, el derribo del U-2 sobre la Unin Sovitica o el desembarco en la baha de los Cochinos y en estos casos, adems, las investigaciones de periodistas y de miembros del Congreso que no se sienten intimidados acaban por proporcionar al pblico una idea aproximada sobre cul es la actividad real de la CIA. Muy recientemente, las in-vestigaciones sobre el escndalo Watergate han puesto al descubierto ciertas actividades clandestinas de la CIA en el interior de los Estados Unidos, proporcionando indicios alar-mantes sobre los mtodos que la agencia ha venido empleando durante largos aos en el exterior. La ayuda que la CIA prest a los fontaneros de la Casa Blanca y los intentos de utilizar los servicios de la agencia para echar tierra sobre todo el asunto han puesto de ma-nifiesto el riesgo que representa para la democracia norteamericana la existencia de una organizacin de informacin secreta y poco controlada. A medida que van escaseando las oportunidades para realizar actividades encubiertas en el extranjero, las personas cuya ca-rrera se basa en los mtodos clandestinos se sienten cada vez ms tentadas a aplicar su talento al interior del pas, contra los ciudadanos de la nacin que dicen servir. Los agentes de operaciones clandestinas de la CIA, hombres formados en el ambiente belicoso de la guerra fra, protegidos por el secreto y espoleados por un patriotismo que ve en el contras-te de opiniones una amenaza para la seguridad nacional, tienen la capacidad, los recursos y la experiencia y tambin la predisposicin necesarios para aplicar su oficio cada vez ms al interior del pas.

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    Es indiscutible que la obtencin de informacin secreta constituye una funcin nece-saria en todo Estado moderno. Es una contribucin notable a la seguridad nacional y resul-ta imprescindible para desplegar una poltica exterior correcta. Si carecieran de un sistema eficaz de recogida de informacin y de anlisis de la capacidad y de las posibles intencio-nes de las restantes grandes potencias, los Estados Unidos no podran ni negociar con con-fianza, ni comprometerse en las conversaciones S.A.L.T., ni alcanzar una cierta distensin real en sus relaciones con los pases rivales. Los beneficios comprobados debidos a las actividades de informacin estn fuera de duda. En cambio, s son discutibles tanto en el terreno moral como por el provecho que producen al pas las operaciones clandestinas ilcitas e ilegales ejecutadas al amparo de las tareas de investigacin y los fines dudosos a que las destina nuestro Gobierno.

    Es, pues, una simple cuestin de intencionalidad. Hay que decidir si la CIA tiene que funcionar de acuerdo con lo que se pretenda en un principio como una agencia de coor-dinacin dedicada a recoger, valorar y preparar informacin del extranjero para su utiliza-cin por los dirigentes polticos del Estado o si debe permitrsele que contine funcio-nando tal como lo ha venido haciendo durante aos como una seccin de operaciones, como un instrumento secreto de la Presidencia y de un grupo de personas poderosas a las que nadie puede exigir pblicamente responsabilidades y cuyo objetivo principal es la in-gerencia en los asuntos internos de otras naciones (y quiz de la nuestra) mediante la infil-tracin de agentes, la propaganda, las intervenciones paramilitares encubiertas y toda una serie de procedimientos poco recomendables.

    La intencin de este libro es proporcionar a los norteamericanos la informacin de primera mano que necesitan y a la que, sin ninguna duda, tienen derecho para com-prender la trascendencia de esta cuestin y la importancia que tiene su resolucin correcta.

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    CAPITULO 2

    La teora de la clandestinidad

    Hace tiempo que me preocupa la manera cmo la

    CIA ha sido desviada de su funcin original. Se ha convertido en una rama operativa y a veces en

    un centro de decisin poltica dependiente del Gobierno.

    Presidente HARRY S. TRUMAN, diciembre de 1963

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    (CENSURADO)

    Henry Kissinger no hizo esta declaracin en pblico, sino en una reunin secreta celebrada en la Casa Blanca el 27 de junio de 1970. El pas al que haca referencia era Chile.

    En calidad de ayudante presidencial para asuntos de seguridad nacional, Kissinger presida la reunin del llamado Comit de los 40, grupo interministerial que era responsa-ble de la supervisin de las operaciones encubiertas ms delicadas de la CIA. Forman el citado comit el director de la CIA, el subsecretario de Estado para Asuntos Polticos, el subsecretario de Defensa y el presidente de la junta de jefes de Estado Mayor. (Cuando se celebr esta reunin dedicada a la situacin en Chile, perteneca tambin al comit el Fis-cal General, John Mitchell.) Este reducido grupo de burcratas y polticos es el que en estrecha colaboracin con el Presidente y con los departamentos ministeriales que sus componentes representan dirige la poltica exterior secreta de los Estados Unidos.

    En aquel sbado de junio de 1970, el punto principal del orden del da del Comit de los 40 era:

    (CENSURADO)

    Las elecciones de Chile tenan que celebrarse en el mes de septiembre siguiente y uno de los candidatos principales era Allende, marxista declarado. Aunque Allende se haba comprometido a respetar el sistema democrtico si resultaba elegido, el em-bajador de los Estados Unidos en Chile

    (CENSURADO)

    La mayor parte de las compaas norteamericanas con grandes intereses en Chile teman tambin el posible triunfo de Allende y dos de esas compaas por lo menos, la Internatio-nal Telephone and Telegraph (ITT) y la Anaconda Copper, estaban gastando sumas con-siderables de dinero para impedir su eleccin.

    Los superiores del embajador Korry en el Departamento de Estado, en Washing-ton

    (CENSURADO)

    Richard Helms, a la sazn director de la CIA, representaba una... algo distinta

    (CENSURADO)

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    prensa quiz con la ayuda de la KGB sovitica o por periodistas norteamerica-nos y que estas revelaciones slo serviran a la causa de Allende.

    La postura de Helms en la reunin del Comit de los 40 estaba influida por el prece-dente de las elecciones presidenciales celebradas en Chile en 1964. En aquel entonces l era el jefe de los Servicios Clandestinos* y haba participado activamente en la prepara-cin de las actividades secretas de la CIA destinadas a derrotar a Allende, quien se enfren-taba entonces a Eduardo Frei**. Frei haba resultado elegido como Presidente, pero en la actualidad, seis aos despus, le estaba vedado por la Constitucin volverse a presentar y, por consiguiente, la candidatura de Allende pareca tener ms posibilidades que nunca.

    Desde 1964, el sentimiento antinorteamericano haba crecido en Chile y ello se deba, en parte, al resentimiento producido por la interferencia de los Estados Unidos en los asun-tos internos chilenos. La prensa izquierdista de aquel pas haba acusado repetidas veces a la CIA de haber intervenido en las elecciones de 1964, y estas informaciones no haban dejado de surtir efecto entre el electorado. Adems, en 1965, la revelacin de la existencia del imprudente proyecto Camelot, del Pentgono, haba contribuido tambin a perjudi-car la reputacin del Gobierno de los Estados Unidos. Lo curioso del caso es que Chile no constitua en absoluto uno de los objetivos principales de dicho proyecto, consistente en un estudio sociolgico (valorado en varios millones de dlares) destinado a investigar las po-sibles tcnicas para combatir las sublevaciones en Amrica Latina. Pero la existencia del proyecto Camelot haba salido a la luz pblica por primera vez en Chile y la prensa chilena de todas las tendencias polticas censur el estudio, acusndolo de intervencionismo e imperialismo. En un peridico se dijo, en una prosa que reflejaba el tono de la reaccin de la prensa en general, que el proyecto Camelot estaba destinado a investigar la situa-cin poltica y militar que reinaba en Chile y a determinar cules eran las posibilidades de un golpe antidemocrtico. Varios polticos, pertenecientes tanto al partido cristianodem-crata del presidente Frei como a la coalicin izquierdista de Allende, protestaron pblica-mente. El resultado final de todo ello fue que Washington tuvo que anular primeramente las pocas actividades que el proyecto prevea en Chile y luego todo el proyecto en su con-junto. Aunque la CIA no haba patrocinado el proyecto, ste acrecent los temores que sentan los chilenos hacia las actividades encubiertas realizadas por los Estados Unidos.

    En 1968, la propia junta de evaluaciones nacionales de la CIA, despus de estudiar cuidadosamente los problemas socioeconmicos de Amrica Latina, haba redactado una valoracin nacional de investigacin (National Intelligence Estimate) sobre aquella regin, destinada a las altas esferas directivas del Gobierno. La conclusin principal a que lle-gaba el documento era que las fuerzas a favor de un cambio que existan en los pases latinoamericanos en vas de desarrollo eran tan poderosas que se encontraban fuera del alcance de manipulaciones exteriores. Este informe haba recibido la aprobacin de

    * El nombre oficial de esta seccin de la CIA es Direccin de Operaciones (hasta comienzos de 1973, Direc-cin de Planes), pero se le conoce dentro de la agencia con la denominacin, ms apropiada, de Servicios Clandestinos. Algunos miembros del Congreso y ciertos periodistas lo llaman Departamento de las Malas Artes, expresin que el personal de la CIA no ha utilizado nunca. ** Nueve aos ms tarde, Laurence Stern, del Washington Post, haba revelado finalmente el gran esfuerzo clandestino realizado por la CIA en las elecciones chilenas de 1964. El periodista citaba las palabras de un funcionario de los Servicios Secretos de los Estados Unidos, que ocupaba un puesto estratgico: La inter-vencin del Gobierno de los Estados Unidos en Chile fue escandalosa y casi indecente. Segn Stern, tanto el Departamento de Estado como la Agencia para el Desarrollo internacional (Agency for International Deve-lopment, AID) ayudaron a la CIA a canalizar hacia el pas hasta 20 millones de dlares y uno de los conduc-tos utilizados para distribuir estos fondos fue una organizacin aparentemente privada denominada Inter-national Development Foundation.

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    la Junta de Informacin de los Estados Unidos (U. S. Intelligence Board, USIB), entre cu-yos miembros se contaban los jefes de los distintos servicios secretos del Estado, y haba sido comunicado a la Casa Blanca y a los departamentos ministeriales representados en el Comit de los 40.

    As, pues, la valoracin de 1968 desaconsejaba enrgicamente el tipo de inter-vencin que estaba estudiando el Comit de los 40, en 1970, en relacin con Chile. Pero, como ocurre a menudo dentro de la Administracin, el anlisis ms cuidadoso, basado en toda la informacin disponible, fue dejado a un lado o simplemente rechazado cuando lle-g el momento de tomar una decisin sobre una cuestin determinada.

    (CENSURADO)

    ) Henry Kissinger, que era la personalidad ms influyente en la reunin del Comi-

    t de los 40 acerca de Chile,

    (CENSURADO)

    ) Durante los dos meses siguientes, antes de que el Congreso chileno nombrase

    Presidente a Allende,

    (CENSURADO)

    Algunos meses despus, el presidente Nixon dijo, con evidente falsedad, en una con-ferencia de prensa celebrada en la Casa Blanca: En cuanto a lo que ha ocurrido en Chile, slo podemos decir que, para los Estados Unidos, haber intervenido en unas elecciones libres y haberlas falseado hubiera tenido, en mi opinin, unas repercusiones en toda Am-rica Latina mucho peores que lo que ha ocurrido en Chile.

    El ao siguiente, en otoo de 1972, Helms, director de la CIA, en una de las escasas conferencias pblicas que daba, en la Universidad John Hopkins, fue interpelado por un estudiante, quien le pregunt si la CIA se haba entrometido en las elecciones chilenas de 1970. Por qu le interesa saberlo?, respondi Helms. Ha vencido el bando que usted prefera.

    Se comprende que Helms se sintiera inquieto. Haca poco tiempo que el periodista Jack Anderson haba informado sobre el caso de la ITT, del que se desprenda, entre otras cosas, que la CIA haba estado complicada realmente en una operacin destinada a anular la victoria de Allende... incluso despus de que ste hubiera conseguido una mayo-ra de votos populares. Para desconsuelo de la agencia, Anderson haba demostrado que, durante septiembre y octubre de 1970, William Broe, jefe de la divisin del hemisferio occidental de los Servicios Clandestinos de la CIA, se haba reunido varias veces con altos funcionarios de la ITT para tratar sobre el medio de impedir que el presidente Allende to-mara posesin de su cargo. (El miembro del consejo directivo de la ITT, que posterior-mente confes ante un comit investigador del Senado que haba desempeado el papel decisivo en la toma de contacto entre funcionarios de la CIA y de la ITT, era John McCo-ne, director de la CIA durante la Administracin Kennedy y asesor de la agencia en 1970.) Broe haba propuesto a la ITT y a algunas otras compaas norteamericanas con cuantio-sos intereses econmicos en Chile un plan en cuatro etapas de sabotaje econmico calcu-lado para debilitar la economa del pas hasta tal punto que los militares chilenos hubieran intervenido para hacerse cargo del Gobierno, frustrando de este modo la llegada al poder de los marxistas. Posteriormente, la ITT y las restantes compaas haban alegado que en-contraron el plan de la CIA impracticable. Sin embargo, casi tres aos despus, da por

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    da, de la eleccin de Allende, en un momento en que la grave inflacin, las huelgas de propietarios de camiones, la escasez de alimentos y los problemas de crdito exterior ago-biaban a Chile, el Presidente fue derrocado y result muerto en un sangriento golpe de Estado ejecutado por la accin conjunta de las Fuerzas Armadas y la Polica nacional. Su Gobierno de signo marxista fue reemplazado por una junta militar. No se conoce pblica-mente la intervencin que puedan haber tenido las compaas norteamericanas o la CIA en el golpe y acaso nunca se conocer. Tanto la ITT como las restantes grandes compaas con intereses en Chile han negado su intervencin en la rebelin militar. Lo mismo ha he-cho el Gobierno de los Estados Unidos, aunque el director de la CIA, William Colby, ad-miti, en una declaracin secreta prestada ante el comit de Asuntos Extranjeros de la C-mara de Representantes (segn revel Tad Szulc en el Washington Post del 21 de octu-bre de 1973), que la agencia dispuso de algunas informaciones secretas sobre varias de las acciones que se preparaban, que se haba infiltrado en todos los partidos polticos importantes de Chile y que haba facilitado en secreto cierta asistencia a algunos grupos chilenos. Colby (que haba dirigido personalmente en el Vietnam un sangriento programa de contraespionaje, conocido con el nombre de Phoenix), declar asimismo a los miem-bros del Congreso que las ejecuciones ordenadas por la junta chilena despus del golpe haban sido beneficiosas, puesto que haban reducido las probabilidades de que estallara una guerra civil en Chile..., lo cual constituye un ejemplo excelente de los argumentos fa-laces a los que recurre la CIA para justificar su estrategia destinada a promover la estabi-lidad en el Tercer Mundo.

    Incluso suponiendo que la CIA no interviniera directamente en el putsch, lo cierto es que el Gobierno de los Estados Unidos como tal tom una serie de medidas destinadas a socavar el rgimen de Allende. Henry Kissinger marc la pauta de la posicin oficial de los Estados Unidos en una conferencia de prensa improvisada celebrada en septiembre de 1970, al declarar que el rgimen marxista de Allende contaminara a la Argentina, Bolivia y Per... esfuerzo de imaginacin poltica que recuerda la teora del domin sobre el Sud-este de Asia. Otro ejemplo de la actitud adoptada por la Casa Blanca as como de los mtodos que estaba dispuesta a utilizar fue el robo con escalo de la embajada chilena en Washington, cometido en mayo de 1972 por algunos de los mismos individuos que al mes siguiente realizaron la incursin nocturna al Watergate. Adems, todo el mundo est de acuerdo en que los Estados Unidos trataron de socavar de un modo abierto el Gobierno de Allende, interrumpiendo la casi totalidad de la ayuda econmica, recomendando la no apertura de lneas de crdito privadas y bloqueando los prstamos de las organizaciones internacionales. Varios funcionarios del Departamento de Estado, al testificar ante el Con-greso despus del golpe de Estado, explicaron que el deseo de la Administracin Nixon era que el rgimen de Allende sufriera un colapso econmico, con lo que se desacreditara el socialismo.

    Henry Kissinger ha descartado las especulaciones que han corrido entre periodistas y miembros del Congreso en el sentido de que la CIA contribuy a provocar este colapso y que luego organiz la cada de Allende; hablando en privado, ha dicho que la agencia era demasiado incompetente para llevar a cabo una operacin tan difcil como el golpe de Chile. Cuando hizo esta desdeosa observacin, Kissinger haca ms de cuatro aos que supervisaba las operaciones ms secretas de la CIA. Tanto si estaba diciendo la verdad acerca de la no intervencin de la CIA en Chile, como si sencillamente se permita practi-car un poco la mentira oficial (lo que se llama un ments plausible), fue l, junto con el Presidente, quien tuvo que adoptar las medidas decisivas respecto a la situacin de Chile. Porque la CIA no es una agencia independiente en el amplio sentido de la palabra, ni es una agencia gubernamental libre de todo control. A pesar de los sueos de grandeza que han tenido a veces algunos de sus agentes clandestinos, la CIA no decide por s misma cules son los Gobiernos desagradables que hay que derrocar ni determina a qu dictadu-

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    ras hay que apoyar. Del mismo modo que el Departamento de Estado puede procurar, si-guiendo las indicaciones del Presidente, que las instituciones internacionales de ayuda no ofrezcan prstamos a los Gobiernos inamistosos, as la CIA acta normalmente cuando es requerida para ello por el ejecutivo. Los mtodos y los recursos de la agencia constitu-yen uno de los medios anejos al cargo de Presidente.

    As, pues, el problema de la CIA no se resolvera bsicamente cortando las alas a los agentes secretos de la organizacin. La clave para su solucin reside en controlar y pedir cuentas a las personas de la Casa Blanca y de otros organismos gubernamentales que diri-gen la CIA, aprueban sus actividades encubiertas y luego se amparan en la agencia. Esta falta de responsabilidad, ms que otra cosa, es el problema que plantea la CIA.

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    La informacin frente a la accin encubierta

    El fin primario y correcto de cualquier organizacin nacional de investigacin es la produccin de informacin depurada para quienes tienen que tomar las decisiones pol-ticas a alto nivel. Esta investigacin, contrariamente a la informacin en bruto obtenida a travs del espionaje y de otros medios clandestinos, est formada por datos recogidos de todas las fuentes secretas, oficiales y accesibles y que han sido minuciosamente cote-jados y analizados por expertos en las distintas materias a fin de que respondan exacta-mente a las necesidades de la alta direccin del pas. Se trata de un proceso difcil, que requiere tiempo y en el que, por supuesto, siempre se deslizan errores. Pero constituye la nica alternativa razonable a la confianza ciega en los informes poco de fiar de los espas. Sin embargo, la mayor parte de las agencias de informacin no son sino servicios secre-tos, ms fascinados por las operaciones clandestinas de las que el espionaje constituye solamente un aspecto que preocupados por la produccin de informacin depurada. Por desgracia, la CIA no es una excepcin a esa regla. Tcticas que exigen la utilizacin de agentes infiltrados, el recurso al soborno, el reclutamiento de ejrcitos de mercenarios y una gran variedad de mtodos solapados dirigidos a influir directamente sobre la polti-ca (o a provocar la cada) de Gobiernos extranjeros..., sas son las tcticas que han acaba-do por dominar a la CIA. Este aspecto de las modernas actividades de informacin es decir, la intervencin en los asuntos de otros pases se conoce en la agencia con la ex-presin de accin encubierta.

    Los Estados Unidos empezaron a dedicarse a la realizacin de operaciones encubier-tas en gran escala durante la Segunda Guerra Mundial. Tomando ejemplo de los servicios secretos britnicos, ms experimentados, la Oficina de Servicios Estratgicos (Office of Strategic Services, OSS), aprendi a servirse de las acciones encubiertas como de una ar-ma ofensiva contra Alemania y el Japn. Acabada la guerra, el presidente Truman disol-vi la OSS objetando que las tcticas propias del tiempo de guerra, como las operaciones paramilitares, la guerra psicolgica y la manipulacin poltica, no se podan aceptar cuan-do el pas estaba en paz con todas las naciones. Al mismo tiempo, sin embargo, Truman reconoci que se necesitaba una organizacin permanente para coordinar y analizar todo el material de informacin que llegaba a los distintos departamentos ministeriales. En opinin del Presidente, de haber existido una agencia de este tipo en la Administracin norteamericana en 1941, hubiera sido difcil, si no imposible para los japoneses atacar Pearl Harbour con tanto xito.

    Por consiguiente, el presidente Truman propuso la creacin de la CIA en 1947 pen-sando en la coordinacin de la informacin. Alien Dulles, que diriga la oposicin a lo que consideraba como una visin limitada de la informacin por parte de Truman, es-cribi, en un memorndum presentado al comit senatorial para las Fuerzas Armadas, que las tareas de investigacin en tiempo de paz exigirn otras tcnicas y un personal distinto y tendrn unos objetivos bastante diferentes... Tenemos que abordar el problema de los conflictos ideolgicos en un momento en que la democracia se enfrenta al comunismo, no solamente en las relaciones entre la Rusia sovitica y los pases occidentales, sino tambin en los conflictos polticos internos de los pases europeos, asiticos y sudamericanos. Fue precisamente Dulles quien se convertira, seis aos despus, en director de la CIA el autor de la clusula incluida en la futura ley, en virtud de la cual se autorizaba a la agencia a llevar a cabo otras funciones y servicios relacionados con la informacin segn las directrices que seale, de vez en cuando, el Consejo de Seguridad Nacional. En este punto se iba a apoyar el poder de la CIA.

    Aunque, quince aos ms tarde, Truman sostendra que su intencin no haba sido que la CIA se convirtiera en el instrumento del Gobierno de los Estados Unidos dedicado a la accin encubierta, lo cierto es que fue l precisamente quien, en 1948, autoriz los pri-

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    meros programas de accin encubierta de la postguerra, aunque, en un primer momento, no encarg su ejecucin a la CIA. Por el contrario, cre una organizacin relativamente independiente, llamada Oficina de Coordinacin Poltica (Office of Policy Coordination, OPC), a cuyo frente coloc a un veterano de la OSS, Frank G. Wisner, Jr. Truman no soli-cit autorizacin al Congreso para organizar la OPC, sino que lo hizo con una simple fir-ma de su pluma presidencial, mediante la instruccin de la ordenanza nmero 10/2 del Consejo Nacional de Seguridad que tena carcter secreto. (La CIA prestaba apoyo a la OPC y encubra sus actividades, pero Wisner era directamente responsable ante los secre-tarios de Estado y de Defensa.) Dos aos despus, el general Walter Bedell Smith, al ser nombrado director de la CIA, se esforz en colocar bajo su responsabilidad directa los elementos ms importantes de los servicios de informacin nacionales. Entonces intent que las operaciones de Wisner pasaran a la CIA. Finalmente, Truman accedi a ello, y as, el 4 de enero de 1951, la OPC y la Oficina de Operaciones Especiales (Office of Special Operations), que era una organizacin semiindependiente establecida en 1948 para la ob-tencin de informacin secreta, fueron fusionadas con la CIA, formando la llamada Direc-cin de Planes, o sea, tal como se deca en la agencia, los Servicios Clandestinos. El pri-mer jefe de los Servicios Clandestinos fue Alien Dulles y su ayudante, Frank Wisner.

    Contando con los recin constituidos Servicios Clandestinos y debido a su interven-cin en la guerra de Corea, la agencia conoci una rpida expansin. De tener menos de 5 000 empleados en 1950, la CIA pas a contar con unos 15 000 en 1955, sin tener en cuenta que reclut a muchos millares ms de empleados temporales y agentes extranjeros. Durante aquellos aos, la agencia gast bastante ms de mil millones de dlares para forta-lecer ciertos Gobiernos no comunistas de Europa Occidental, para subvencionar partidos polticos de todas las partes del mundo, para fundar Radio Europa Libre y Radio Liberty (destinadas a realizar emisiones de propaganda con destino a Europa oriental), efectuar expediciones de guerrillas a la China continental, crear la Fundacin de Asia (Asia Foun-dation), derrocar los Gobiernos izquierdistas de Guatemala y del Irn y para llevar a cabo otros numerosos programas de accin encubierta.

    Aunque la agencia consideraba que la mayor parte de sus programas haban constitui-do un xito, tambin abundaron los fracasos. Son dos buenos ejemplos de ello los intentos realizados en los ltimos aos cuarenta para establecer movimientos guerrilleros en Alba-nia y Ucrania; estos intentos respondan a la obsesin nacional, que por entonces prevale-ca, de hacer retroceder el Teln de Acero. Prcticamente no se supo nada nunca ms de los agentes, los fondos y el equipo que fueron enviados a aquellos dos pases por la agen-cia.

    A principios de la dcada siguiente, la CIA cometi otro craso error cuando intent establecer un extenso aparato clandestino en el interior de Polonia, destinado a tareas de espionaje y, en ltima instancia, a ejecutar acciones revolucionarias. La operacin cost millones de dlares en oro que la agencia enviaba al interior de Polonia en sucesivas en-tregas. Los agentes situados dentro de Polonia se hallaban en contacto de un modo regular, a travs de emisiones de radio clandestinas y utilizando tcnicas de escritura secreta, con los funcionarios de la CIA encargados de la operacin y destacados en Alemania Occiden-tal. En realidad, los agentes pedan continuamente que se enviaran ms agentes y ms oro al movimiento clandestino. De vez en cuando, uno de los agentes lograba incluso salir de Polonia para informar sobre los progresos de la operacin... y para solicitar todava ms agentes y ms oro. La agencia tard varios aos en darse cuenta de que el servicio secreto polaco haba desmontado toda la red casi desde el primer momento y que no exista en Polonia ninguna operacin clandestina real de la CIA. Los servicios polacos continuaban haciendo funcionar la operacin con el exclusivo objeto de atraer a emigrados antico-munistas polacos a su patria... y a la crcel. De paso, los polacos se apoderaron bonitamen-te de millones de dlares de la CIA en forma de oro.

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    Una de las razones, la principal quiz, que indujo a la agencia desde el principio a concentrarse sobre todo en las operaciones de accin encubierta era el hecho de que en el campo del espionaje tradicional (la obtencin de informacin mediante espas) la CIA po-co tena que hacer contra su enemigo principal, la Unin Sovitica. Debido al carcter ce-rrado de su sociedad, la URSS result ser prcticamente impenetrable. Los pocos funcio-narios de los servicios de informacin norteamericanos que entraban en el pas tenan sus movimiento severamente restringidos y eran seguidos a todas partes. El sistema de seguri-dad interior de la Unin Sovitica, cuyos tentculos llegaban a todas partes, impeda casi por completo el reclutamiento de agentes y el montaje de operaciones clandestinas. La CIA tropezaba con dificultades semejantes, aunque en menor grado, en Europa Oriental. En esos pases, la agencia poda reclutar agentes algo ms fcilmente, pero las estrictas medidas de seguridad existentes y la eficacia de las policas polticas continuaban limitan-do mucho sus xitos.

    De todos modos, de vez en cuando se registraban algunos golpes de espionaje sona-dos, como, por ejemplo, cuando la CIA encontr un funcionario comunista de Europa Oriental que pudo facilitar a sus agentes una copia del discurso desestalinizador pronun-ciado Por Kruschev en 1956; este discurso fue luego publicado, de acuerdo con la CIA, por el New York Times. A veces tambin, un desertor muy bien informado se pasaba a Occidente y proporcionaba informacin valiosa a la agencia. Por lo general, claro est, esos desertores cambiaban de campo por su propia voluntad y no a causa de cualquier m-todo ingenioso ideado por la CIA. As lo admiti, aos ms tarde, un ex jefe de los Servi-cios Clandestinos de la agencia, Richard Bissell, en una conferencia secreta mantenida con varios miembros escogidos del Consejo de Relaciones Exteriores (Council of Foreign Relations): En la prctica, sin embargo, dijo, el espionaje no ha dado los resultados esperados... La conclusin que se debe extraer de ello es que contra el bloque sovitico y otras sociedades perfeccionadas el espionaje no constituye una fuente de informacin de importancia primordial, aunque a veces ha proporcionado xitos brillantes.*

    Fueron Bissell y su superior inmediato, Alien Dulles, los que se dieron cuenta, hacia la mitad de los aos cincuenta, de que, si los agentes secretos no daban el resultado apete-cido, deban encontrarse otros procedimientos para obtener informacin reservada de la URSS y de los restantes pases comunistas. La CIA fue recurriendo cada vez ms a las mquinas para llevar a cabo su misin de espionaje. A finales de la dcada indicada la agencia haba puesto a punto el avin espa U-2. Este aparato, capaz de volar a gran altura provisto de cmaras fotogrficas e instrumentos electrnicos de escucha, proporcion una gran riqueza de informacin sobre las defensas y el armamento de la Unin Sovitica. An ms fructfero result ser el espionaje de las comunicaciones (communications in-telligence, COMINT), es decir, la intercepcin de las transmisiones radioelctricas reali-zada, a base de gastar miles de millones de dlares, por la Agencia Nacional de Seguridad (National Security Agency, NSA), organismo dependiente del Departamento de Defensa.

    Sin embargo, tanto Dulles como Bissell crean que la utilizacin correcta de los r