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Tema 6 Los sistemas económicos: teoría e historia I. UNA INTRODUCCIÓN TEÓRICA: QUÉ ES LA ECONOMÍA; EL PROCESO DE PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN II. GÉNESIS Y CONSOLIDACIÓN DEL CAPITALISMO LIBERAL A. Punto de partida: la economía medieval B. Capitalismo y revolución industrial C. La doctrina económica de la época: la escuela clásica y su relación con el capitalismo liberal III. CRÍTICA AL CAPITALISMO LIBERAL Y ALTERNATIVA SOCIALISTA A. Desarrollo y crisis del capitalismo B. Los socialistas utópicos C. El socialismo de Marx D. Las primeras rupturas en el seno del socialismo E. La revolución rusa IV. DEL CAPITALISMO LIBERAL AL CAPITALISMO MIXTO: EL ESTADO DE BIENESTAR A. Las grandes crisis del capitalismo liberal B. De la escuela neoclásica a la revisión teórica de Keynes C. El Estado social o Estado de bienestar V. LA EVOLUCIÓN DEL SOCIALISMO: DESDE EL COLECTIVISMO A LA SOCIALDEMOCRACIA A. El desarrollo del colectivismo B. La evolución del socialismo democrático y la socialdemocracia VI. LAS NUEVAS COORDENADAS DE LA ECONOMÍA MUNDIAL: DE LA CRISIS DE LOS AÑOS 1970 A LA GLOBALIZACIÓN A. La crisis económica que se inicia en los años 1970 y sus consecuencias B. La caída del colectivismo C. La crisis del Estado social E. La globalización: sus dimensiones F. Globalización y neoliberalismo VII. UNA REFLEXIÓN ÉTICA PARA CONCLUIR: ÉTICA DEL MERCADO A. El mercado teórico y los mercados reales B. Las limitaciones del mercado ideal C. Conclusión: la necesidad de complementar el mercado Conceptos de interés Acumulación de capital Bienes de consumo y de inversión Capital Capitalismo comercial Capitalismo de Estado Capitalismo industrial Capitalismo liberal Desregulación Distribución (proceso) Distribución de la renta Estado de bienestar Estado intervencionista Estado providencia Estado social Factores de producción Globalización Inversión Mercado Mercancía Neoliberalismo Planificación centralizada Producción (proceso) Productividad Reprivatización Renta Revolución industrial Riqueza Socialismo científico Socialismo utópico Unidades de producción y de consumo Valor añadido Valor de cambio Valor de uso Valor económico

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Tema 6 Los sistemas económicos: teoría e historia

I. UNA INTRODUCCIÓN TEÓRICA: QUÉ ES LA ECONOMÍA; EL PROCESO DE PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN

II. GÉNESIS Y CONSOLIDACIÓN DEL CAPITALISMO LIBERAL A. Punto de partida: la economía medieval B. Capitalismo y revolución industrial C. La doctrina económica de la época: la escuela clásica y su rela ción con el capitalismo

liberal

III. CRÍTICA AL CAPITALISMO LIBERAL Y ALTERNATIVA SOCIALISTA A. Desarrollo y crisis del capitalismo B. Los socialistas utópicos C. El socialismo de Marx D. Las primeras rupturas en el seno del socialismo E. La revolución rusa

IV. DEL CAPITALISMO LIBERAL AL CAPITALISMO MIXTO: EL ESTADO DE BIENESTAR A. Las grandes crisis del capitalismo liberal B. De la escuela neoclásica a la revisión teórica de Keynes C. El Estado social o Estado de bienestar

V. LA EVOLUCIÓN DEL SOCIALISMO: DESDE EL COLECTIVISMO A LA SOCIALDEMOCRACIA

A. El desarrollo del colectivismo B. La evolución del socialismo democrático y la socialdemocracia

VI. LAS NUEVAS COORDENADAS DE LA ECONOMÍA MUNDIAL: DE LA CRISIS DE LOS AÑOS 1970

A LA GLOBALIZACIÓN A. La crisis económica que se inicia en los años 1970 y sus consecuencias B. La caída del colectivismo C. La crisis del Estado social E. La globalización: sus dimensiones F. Globalización y neoliberalismo

VII. UNA REFLEXIÓN ÉTICA PARA CONCLUIR: ÉTICA DEL MERCADO A. El mercado teórico y los mercados reales B. Las limitaciones del mercado ideal C. Conclusión: la necesidad de complementar el mercado

Conceptos de interés

Acumulación de capital Bienes de consumo y de

inversión Capital Capitalismo comercial Capitalismo de Estado

Capitalismo industrial Capitalismo liberal Desregulación

Distribución (proceso) Distribución de la renta Estado de bienestar Estado intervencionista Estado providencia Estado social

Factores de producción Globalización Inversión

Mercado Mercancía Neoliberalismo Planificación centralizada Producción (proceso) Productividad

Reprivatización Renta Revolución industrial

Riqueza Socialismo científico Socialismo utópico Unidades de producción

y de consumo Valor añadido

Valor de cambio Valor de uso Valor económico

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El objetivo de este tema es encuadrar nuestra reflexión moral en la historia pero al mismo

tiempo ofrecer un marco teórico de comprensión. Puesto que tratamos sobre realidades que están

sometidas a una continua evolución, es conveniente acostumbrarse desde el comienzo a basar la

reflexión ética en un conocimiento lo más exacto posible del contexto histórico de los fenómenos

que analizamos. Pero, como una base para ello, comenzaremos haciendo una breve presentación

teórica de lo que es la economía y concluiremos con una consideración ética de la institución que

está en el núcleo mismo de la economía: el mercado.

I. UNA INTRODUCCIÓN TEÓRICA: QUÉ ES LA ECONOMÍA; EL PROCESO DE PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN

Solo en una economía muy primitiva la satisfacción de necesidades se logra mediante el uso directo

de los recursos que la naturaleza ofrece tal como esta los produce. Lo normal es someterlos a un

proceso de transformación, que los hace más adecuados para ese uso. Y esa transformación

(proceso de producción), que la realiza el ser humano con su actividad ( trabajo), se facilita en la

medida en que se perfeccionan los instrumentos de que se vale para ello (capital). Mejora así la

capacidad productiva del sujeto (la productividad). Pero esta mejora también con la

especialización: gracias a ella la actividad se distribuye entre todos de manera que cada uno no se

vea obligado a producir todos los bienes que él necesita, sino que entre todos produzcan lo que

todos necesiten en conjunto y se llegue luego a una adecuada distribución.

Ahora bien, la especialización exige el intercambio: lo que cada uno produce de más en aquello

en que se ha especializado con lo que cada uno necesita de lo que otros producen. Y para que

dichos intercambios resulten fluidos hace falta un medio que sea aceptado por todos a cambio de

cualquier cosa: ese será el dinero. El dinero que uno gana con su actividad productiva le sirve para

comprar a otros aquellos bienes que precisa para hacer frente a sus necesidades.

Durante mucho tiempo, la humanidad casi limitó su actividad a recoger los recursos que la

naturaleza ofrecía: no tenían capacidad (o tiempo) para más. Las actividades de cultivo de la tierra

y extracción de los productos de esta (así como del subsuelo y del mar) agotaban toda la capacidad

de trabajo humano, completamente desasistido de otros instrumentos.

A medida que la técnica avanza y facilita medios eficaces de producción, el porcentaje de

población trabajadora que se ocupa en actividades primarias comienza a disminuir; simultánea-

mente crece el número de personas que se dedican a un transformación ulterior de los bienes.

Como resultado, el nivel de elaboración de los bienes aumenta, así como la diversificación de estos.

Posteriormente se irán desarrollando otras actividades que facilitarán aún más el uso de los bienes,

sin afectar ya a su forma material (por ejemplo, el comercio en sus distintas modalidades). Todo

esto es posible gracias al desarrollo de la técnica, que permite multiplicar los productos y ofrecerlos

al usuario cada vez más adecuados para satisfacer sus necesidades.

Por consiguiente, el proceso de producción se irá alargando a medida que sobre mano de obra

en las tareas más elementales; y esto a su vez dependerá de los medios de que se vale el trabajo

para producir. Cuanto más eficaces sean estos medios, mayor será la productividad, o producto

realizado por unidad de tiempo. El alargamiento del proceso significa que el producto final

alcanzará un nivel más elevado de elaboración. Pero, por muy elaborado que esté el producto no se

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puede ocultar que la base de todo proceso de producción es la materia prima: es decir, aquello que

suministra la naturaleza.

Entre los bienes que se producen conviene distinguir dos tipos. Los bienes de consumo son

aquellos que sirven para satisfacer con su uso directo las necesidades de la población. Los bienes

de inversión sirven para producir otros bienes y tienen, por tanto, un carácter instrumental. No

están destinados a un consumo inmediato, sino a facilitar todos los procesos de producción.

Todo lo dicho se refiere a la producción de bienes y servicios reales. Pero ese proceso real

tiene otra dimensión: la estrictamente económica. El proceso de producción no solo produce

bienes: produce también un valor económico o valor añadido. Es el valor que se va añadiendo al

producto a medida que este se perfecciona y se hace más apto para satisfacer necesidades, y se ma-

nifiesta en la diferencia entre los precios del producto final y de los bienes empleados para

producirlo. Cuanto más largo es el proceso de producción mayor es el valor añadido.

¿De dónde procede este aumento de valor? Sencillamente, del trabajo humano incorporado en

el proceso, ya sea directamente, ya de forma indirecta a través de la producción previa de los

instrumentos empleados ahora. Por eso dicho valor añadido tiene como destino el trabajo y el

capital, es decir, las personas que desarrollan su actividad productiva y las que facilitan los

instrumentos de trabajo. Trabajo y capital son los factores de producción: ambos, actuando sobre

una materia prima, producen el bien final; a ambos corresponde, en consecuencia, el valor añadido.

El proceso de producción ha dado lugar al proceso de distribución, a través del cual el valor

económico o renta generada se reparte y distribuye entre los factores de producción.

El uso que hagan de esta renta sus destinatarios –trabajadores, como retribución de su trabajo, o

propietarios del capital, que la reciben como rendimiento de este– es decisivo en relación con el

desarrollo futuro de la economía. Es completamente diferente que se dediquen a bienes de consumo

o bienes de inversión. En el primer caso, se produce un gasto: se trata por tanto de una renta que no

se va a recuperar, que se consume en el disfrute del bien que se adquirió con ella. En el segundo

caso, estamos ante una inversión: supone la renuncia a emplear esa renta o dinero en satisfacer

necesidades inmediatas con el fin de hacerle generar nueva renta. Naturalmente esto solo puede

hacerlo el que percibe una renta suficiente para cubrir sus necesidades de consumo y todavía tiene

un excedente que puede ahorrar. Pero el que ahorra no pretende solo atesorar recursos sobrantes

(guardarlos e inmovilizarlos): pretende hacerlos producir. Y esta parte de la renta, a diferencia de la

gastada, no solo es siempre recuperable, sino que además es susceptible de generar más renta. Esta

renta ahorrada y acumulada, capaz de producir y orientada a eso, es el capital1.

La inversión tiene, pues, un doble efecto: uno individual (aumenta la renta del propietario, ya

que este recupera lo invertido y recibe además la retribución de su inversión); otro colectivo (su

inversión supone un aumento de los recursos que la sociedad puede emplear para producir, lo que

redundará en un aumento de la renta total producida). El enriquecimiento de la sociedad depende,

en gran parte, de su capacidad de ahorrar y de acumular capital que financie los medios de

producción y haga posible una mayor eficacia productiva del trabajo. Una sociedad que genera una

renta o valor añadido apenas suficiente para que sus miembros subsistan puede decirse que carece

de capacidad de ahorro, ya que dicha renta queda destinada en su práctica totalidad a la compra de

bienes de consumo. Solo cuando la renta total generada supera las exigencias de la subsistencia y el

consumo, la sociedad ahorra, invierte y crece económicamente. La acumulación de capital provoca

una nueva acumulación de capital. Imperceptiblemente hemos pasado de la conducta individual del

ahorrador-inversor al comportamiento general de la economía como consecuencia de estas

1 Suele distinguirse el concepto de capital del de riqueza precisamente por eso: en la riqueza no existe esta

orientación de los recursos propios hacia la generación de nuevos recursos. El capital es ―riqueza que se

posee por cuanto que puede generar más riqueza‖.

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decisiones particulares: la

inversión de los ahorros

privados beneficia –en

principio– a la sociedad, y

por eso se le retribuye;

algo semejante a lo que

ocurre con los recursos

humanos.

Pero no siempre

capital y trabajo se

relacionan

complementariamente y en

beneficio de todos. El

capital impone muchas

veces su ley al trabajo por el afán de apropiarse de una parte mayor de la renta generada o de

producir más para acumular más. Y puede también, con el mismo fin, sustituir al trabajo y reducir

al trabajador a la situación de desempleo (privándole así, al menos en principio, del acceso a la

renta). El conflicto se localiza, pues, en el terreno de la distribución de la renta.

Como resumen de todo lo dicho, nos encontramos con que, frente a las personas y sus

necesidades, existe un sistema productivo capaz de generar medios para satis facerlas: frente a las

unidades de consumo (familias y todo el que demanda bienes o servicios) están las unidades de

producción. En la sociedad todos somos consumidores, porque todos necesitamos determinados

bienes que se producen en ella. Muchos somos, además, productores en la medida en que contribui-

mos directa o indirectamente a la producción de los bienes. Como productores aportamos nuestros

recursos (trabajo o capital) al sistema productivo para poner a punto bienes y servicios; y recibimos

a cambio (gracias al proceso de distribución) una parte de la renta producida. Como consumidores

empleamos una parte de esa renta en comprar al sistema productivo los bienes y servicios que

necesitamos. Por una parte, existe un circuito de carácter real: las unidades de producción

suministran bienes a las unidades de consumo, en tanto que estas ponen a disposición de aquellas

los medios o factores de producción para hacerlas funcionar. Pero todo esto no se hace

gratuitamente: por eso existe otro circuito de carácter monetario, a través del cual el suministro de

bienes es retribuido mediante los precios, y el de factores mediante los salarios del trabajo o las

rentas del capital (en sus diversas formas). El dinero, por tanto, permite el funcionamiento de todo

el sistema y lo dota, además, de una extraordinaria fluidez.

II. GÉNESIS Y CONSOLIDACIÓN DEL CAPITALISMO LIBERAL

Esta introducción teórica a lo que es la economía, concretada al proceso de producción y de

distribución, vamos a proyectarla ahora sobre los sistemas de organización de la actividad

económica que se han desarrollado a lo largo de la historia. Pero no nos remontaremos a la

antigüedad. Nos contentaremos con estudiar los dos grandes sistemas de organización de la

economía moderna y sus variantes históricas. Para eso comenzaremos con la génesis del

capitalismo. Al recorrer estos siglos fijaremos especialmente nuestra atención en la relación

hechos-doctrina. Es indudable la conexión entre ambos. Es cierto que los hechos y las instituciones

suelen ser anteriores a las doctrinas. Pero estas sirven en primer lugar para dar razón o explicación

de los hechos; y también para consolidar y legitimar ciertas instituciones, o, en algunos casos para

cuestionarlas.

A. Punto de partida: la economía medieval

Unidades

de

consumo

Unidades

de producción

Salarios y dividendos

Bienes y servicios

Trabajo y capital

Precios

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La economía antigua, incluida la medieval, era una economía de subsistencia: el escaso nivel

productivo hacía que todo el trabajo humano se consumiese casi exclusivamente en producir

aquellos bienes de necesidad más inmediata. El sector primario (cultivo de la tierra y extracción de

los productos de esta) ocupaba casi toda la capacidad de trabajo, tarea en la que el hombre se

encontraba bastante desasistido aún por la técnica y la maquinaria.

He aquí algunos datos ilustrativos:

* Parece seguro que en la Francia anterior a la revolución de 1789 las clases campesinas (la

mayoría de la población) empleaba el 50% de sus ingresos en pan.

* El trabajador agrícola producía al año una cantidad media de alimentos que solo sobrepa-

saba en un 20 o un 30% el consumo de su propia familia.

* Hacia 1700 un 77% de la población activa de los países hoy desarrollados trabajaba en la

agricultura. En 1800 este porcentaje es todavía del 73%. Desciende al 48% en 1900, y al 14% en

1970.

* En la Europa medieval se necesitaban unas 1.500 horas de trabajo humano para producir

una tonelada de trigo. En Estados Unidos bastaba con 138 horas en 1800 y con 4 horas en 1970.

Tal estado de la producción condiciona también la demografía. Baste decir que hasta 1700 la

población mundial solo alcanzó los 600 millones de habitantes. En 1900 llegábamos a 1.600

millones: en 200 años la población del planeta no había llegado a triplicarse. En 1998 habíamos

rebasado ya los 6.000 millones: en unos 100 años se ha multiplicado casi por 4.

Ya a finales de la Edad Media se observan algunos hechos que anuncian el advenimiento de

una época nueva: el desarrollo de las ciudades (siglos XII-XIII), los grandes descubrimientos

geográficos (siglos XV-XVI) y el descubrimiento de los metales preciosos. Todo ello estimulará el

desarrollo del comercio y de los intercambios. La actividad comenzará a concebirse como un

negocio, como una oportunidad para obtener ganancias. Está naciendo una nueva mentalidad y un

nuevo sistema económico, que es el capitalismo. Primero se perfilará como capitalismo comercial

(porque se desarrollará sobre todo en actividades comerciales), pero pronto se convertirá en

capitalismo industrial. Este paso del capitalismo comercial al industrial se inicia en Ingla terra ya en

el siglo XVI en tres sectores concretos: la industria textil, la del cuero y la pequeña metalurgia.

B. Capitalismo y revolución industrial

La revolución industrial suele considerarse como la segunda gran revolución en la historia de la hu-

manidad. La primera, que tuvo lugar hace 9.000 o 10.000 años, es la revolución neolítica. El hom-

bre abandona una economía basada en la recolección, caza y pesca (en la que se limita a recoger los

frutos espontáneos de la naturaleza) para pasar a otra basada en la agricultura y la ganadería (en la

que toma la iniciativa y hace producir a la tierra y a la natura leza según sus necesidades). La segun-

da, que surge en Inglaterra a mediados del siglo XVIII, es la revolución industrial.

Para que la revolución industrial se produzca no falta más que aplicar los nuevos inventos

técnicos a la producción. Será el capital previamente acumulado en el comercio el que financiará la

utilización de instrumentos de producción (maquinaria) susceptible de aumentar la capacidad pro-

ductiva del trabajo. La primera aplicación de los avances técnicos a la producción in dustrial ten-

drán lugar en el sector textil y en la metalurgia. Pero el gran invento que proporcionó una nueva

fuerza motriz (capaz de sustituir a las tradicionales: la fuerza humana, la animal o el agua de los

ríos) fue la máquina de vapor, descubierta y perfeccionada por JAMES WATT en las últimas décadas

del siglo XVIII.

La revolución industrial supone, por otra parte, la generalización de unas nuevas relaciones de

producción, que se caracteriza porque el trabajador se separa de quien es propietario de los

instrumentos de trabajo (capitalista). Esta transformación es lenta, pero avanza de modo

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incontenible: si en las sociedades tradicionales los trabajadores por cuenta ajena no alcanzaban el

15 o el 20% de la población activa, a mitad del siglo XIX habían llegado ya al 60%.

C. La doctrina económica de la época: la escuela clásica y su relación con el capitalismo

liberal

El trasfondo ideológico de la revolución industrial y del rápido desarrollo que le sigue hay que bus-

carlo en el liberalismo. Y el liberalismo, como concepción de la persona que exalta la d imensión

individual y la libertad, tiene sus propias exigencias para la organización de la sociedad y de la

economía. En concreto, la afirmación de la libertad individual en el te rreno económico se traduce

en el postulado del ―laissez faire, laissez passer‖: máxima libertad en la industria (para hacer =

―faire‖) y en el comercio (para hacer pasar = ―passer‖), sin las tradicionales restricciones prove-

nientes de los gremios y otras instituciones medievales. Este es el único camino –se piensa– por el

que se puede alcanzar el máximo bienestar posible para la sociedad.

ADAM SMITH (1723-1790), el primero de los grandes economistas llamados clásicos, lo

expresará con una formulación que se hizo clásica: dejando a cada individuo actuar de acuerdo con

sus intereses, aun los más egoístas, se obtendrá como resultado el bien de toda la sociedad, gracias

a un mecanismo oculto, al que denominará la “mano invisible”, la cual se encargaría de conducir

los esfuerzos individuales de todos al bien de la sociedad. Al Estado le corresponde solo la tarea de

guardián de la libertad: garantizar que las libertades individuales puedan actuar.

Como expresión paradigmática de este afán de no poner ningún tipo de trabas a la libertad in-

dividual suelen citarse dos importantes leyes promulgadas en Francia en 1791, poco después de la

Revolución de 1789: el decreto de ALLARDE, que proclama la libertad del comercio y de la industria

contra las restricciones del sistema gremial y del monopolio los grandes comerciantes; y la ley de

LE CHAPELIER, que prohíbe todo tipo de corporación, así como toda agrupación que se quiera hacer

en nombre de ―pretendidos intereses comunes‖.

III. LA CRÍTICA AL CAPITALISMO LIBERAL Y LA ALTERNATIVA SOCIALISTA

A. Desarrollo y crisis del capitalismo

Nadie podrá negar que el capitalismo industrial generó un aumento rápido de la producción y de los

recursos disponibles para toda la sociedad. Pero la distribución de estos recursos fue muy desigual.

El problema se agudiza en los centros urbanos industriales, adonde acude una gran masa humana

procedente del campo en busca de trabajo. El exceso de mano de obra disponible frente a las

necesidades de la industria explica unas condiciones de contratación cada vez más infrahumanas.

A esta paradoja de la mala distribución y la miseria creciente de la clase trabajadora se une otro

problema que afectará gravemente al sistema capitalista a finales del siglo XIX. Cada vez es más

preocupante su tendencia a entrar en fases de profunda crisis, caracterizadas por caída incontrolada

de los precios, quiebra de muchas empresas y aumento del desempleo. Esta última secuela reves tía

especial gravedad al afectar a unas clases proletarias que carecían de recursos económicos (ahorro)

y de medios institucionales (subsidios) para paliar los efectos de la falta de trabajo.

B. Los socialistas utópicos

Ya desde los comienzos del siglo XIX surgen en toda Europa diferentes corrientes que se muestran

críticas frente al orden económico vigente. Pero cuanto más se agravan los problemas que

acabamos de mencionar, más aguda se hace la crítica y más amplio el movimiento que la sostiene.

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Dentro de una enorme variedad de movimientos, una cosa hay en común en todos ellos: su re-

chazo del orden existente y su denuncia de la propiedad privada como el origen de todos sus males:

todos basaban sus propuestas alternativas en formas comunitarias o socializadas de propiedad.

Marx los criticará a todos, calificándolos como socialistas utópicos, que es el nombre que ha

quedado en la posteridad. Pero todos quedaron pronto eclipsados por el empuje de Marx.

C. El socialismo de Marx

Movido por su experiencia de la miseria del proletariado industrial en Europa, Marx se propone

analizar el sistema económico vigente buscando la raíz de tantas desigualdades. Frente a las co-

rrientes anteriores, a las que englobó bajo el calificativo despectivo de socialismo utópico, él pro-

pugnó un socialismo científico, que pretendía basarse en un análisis riguroso de las leyes históricas.

Dicho análisis le permitiría conocer la evolución previsible de dicho sistema y aprovechar las opor-

tunidades de acelerar el curso de los acontecimientos para salir cuanto antes de ese estado de cosas.

En realidad la obra de Marx es más un análisis del capitalismo que una descripción del sistema

llamado a sustituirle en el futuro. También él piensa que la propiedad privada es la causa de todos

los males del capitalismo, pero le da un tratamiento diferente del que le habían dado los socialistas

utópicos: para él la existencia de la propiedad privada no es tanto la consecuencia de la avaricia de

los propietarios, cuanto la manifestación de una estructura esencial al sistema.

Porque la propiedad privada es la institución a través de la cual el propietario explota al

trabajador por cuenta ajena arrebatándole una parte de lo que produce. En la distribución de la renta

generada entre capital y trabajo, aquel se vale de su fuerza para desequilibrar el reparto en su favor,

manteniendo la retribución del trabajo en niveles ínfimos (los estrictamente necesarios para su

supervivencia).

Los socialistas utópicos, que intuían algo de esto, afirmaban que la propiedad era un robo. A

Marx le parece esto una formulación ingenua: ―moralizante‖, dice él. Porque no se trata –insiste–

de algo que depende de la voluntad de los individuos, sino de algo que pertenece a la esencia

misma del sistema, y sin lo cual no podría funcionar. Por tanto, no es que los individuos (en este

caso, los capitalistas) sean malos: es el sistema el que es malo. En consecuencia, se trata, no de

cambiar el comportamiento de los individuos, sino el sistema (eliminando la propiedad privada).

Pero el sistema no se puede cambiar por una decisión de la voluntad, sino actuando sobre los

mecanismos y las estructuras sociales. Hay que preguntarse —y aquí de nuevo la obsesión de Marx

por el rigor científico— hacia dónde conduce la dinámica histórica analizando las leyes de su

desarrollo. Este análisis es el que le lleva a concluir de forma tajante: el sistema mercantilista (capi-

talismo, diríamos nosotros)2 está destinado irremediablemente a aniquilarse como consecuencia de

las mismas contradicciones que encierra. Dos son los cauces de este proceso de autodestrucción:

a) La explotación creciente de los asalariados. La rentabilidad cada vez menor de los

medios de producción (que trae consigo una caída de los beneficios) querrán compensarla los

capitalistas aumentando la explotación del trabajador (disminuyendo los salarios y/o aumentando la

jornada laboral). Pero esta táctica producirá, a su vez, una disminución del poder adquisitivo y, por

tanto, de la producción, con aumento de los despidos, una atmósfera creciente de malestar social y,

finalmente, el colapso de todo el sistema.

2 Marx designa a este sistema con el nombre de mercantilista para expresar cómo en él interesa más el valor

de cambio de un producto (su posibilidad de ser intercambiado) que su valor de uso (su utilidad efectiva para satisfacer las necesidades de alguien). Se trata de producir para vender: por eso el producto es, ante todo,

mercancía.

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b) La concentración creciente de la propiedad. En un ambiente de competencia despiadada

entre los capitalistas, las grandes empresas, con mayores márgenes de beneficio, expulsarán poco a

poco a las pequeñas del mercado o las irán absorbiendo. Los pequeños propietarios se verán

obligados a engrosar las filas del proletariado. Los medios de producción irán quedando cada vez

en menos manos, frente a la masa cada vez más numerosa de los trabajadores. Ello, unido al ma-

lestar social previsible, facilitará un cambio violento de situación. Los medios de producción serán

arrebatados violentamente a los capitalistas para hacer de ellos patrimonio de toda la sociedad.

El mensaje último de Marx es que la revolución, que con tantas fuerzas alentó durante su vida,

no será el producto del voluntarismo humano, sino el compromiso racional con la dinámica de la

historia: no se trata de cambiar el proceso histórico, sino de acelerar su ritmo. Ser revolucionario es

conocer a fondo las leyes del desarrollo histórico para aprovecharlas en beneficio de las clases más

desfavorecidas.

D. Las primeras rupturas en el seno del socialismo

La variedad de tendencias socialistas de comienzos del siglo XIX, siempre dentro de una ideología

de orientación básicamente socialista, quedarán eclipsadas por la fuerza de movimiento

revolucionario liderado en el tercer cuarto del siglo por Bakunin y Marx en la Primera Interna-

cional (1864-1876).

Pero esta unión no será muy duradera, porque la Primera Internacional se rompe en 1889,

dando origen a la Segunda Internacional, que nace con una orientación inequívocamente marxista,

una vez eliminada la componente anarquista (inspirada por Bakunin). En esta nueva Internacional

va adquiriendo una fuerte relevancia la dimensión internacionalista y pacifista, cuyo líder serán

EDOUARD BERNSTEIN (1850-1932).

Para Bernstein, lo esencial al socialismo era promover la emancipación de los trabajado res y,

más en general, de toda la sociedad; pero no pensaba que ello tuviese que ser el resultado del

colapso del capitalismo o de un levantamiento revolucionario de las masas, sino de una evolución

lenta de las cosas. Estas ideas conectaban con el hecho de que, en la mayoría de las sociedades

democráticas modernas, había un cierto consenso en la búsqueda de una mayor igualdad: de ahí

que su objetivo se concentrara en profundizar la democracia y acelerar las reformas sociales.

En este nuevo enfoque, el objetivo central será la formación de un gran partido de masas que

logre la conquista del poder por la vía democrática, para proceder desde ahí a una transformación

del sistema socioeconómico. Esta finalidad última (que todavía conserva el carácter revolucionario)

será la que dé origen a más polémicas, sobre todo cuando se plantea la posibilidad de que estos

partidos socialistas colaboren con gobiernos de derecha, que son ajenos a todo planteamiento de

cambio radical.

Naturalmente esta orientación chocará pronto con la otra corriente más radical, que sigue

aferrada a la lucha de clases y a la batalla contra el capitalismo. Aunque durante años se mantiene

casi como un dogma el conservar la unidad, la ruptura acaba por consumarse cuando Lenin en

1919, una vez estabilizada la revolución rusa, se separe de la Segunda Internacional para crear en

Moscú la Tercera Internacional: en ella el partido comunista ruso se convierte en líder indiscutible,

que impone sus puntos de vista y propone como objetivo hacer de la Internacional un único partido

de dimensiones mundiales.

E. La revolución rusa

Marx nunca previó que la revolución socialista tendría lugar en la Rusia precapitalista. Y la ra zón

era esta: que aún no habían llegado a darse las condiciones objetivas para la superación del capi-

talismo en un país donde el 80% de la población era campesina.

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La primera guerra mundial y los reveses en ella sufridos por Rusia fueron los factores

desencadenantes del proceso revolucionario. El caos social en que el país estaba sumida desembocó

en la revolución de febrero de 1917: el zar fue destronado y se instauró un régimen republicano.

Ocho meses después (octubre de 1917), el partido bolchevique ocupa el poder constituyendo el

primer estado socialista de la historia.

Pero Lenin encontró enormes problemas prácticos y teóricos para llevar adelante la revolución,

que solo superó gracias a la flexibilidad con que actuó en todo momento. Eso le obligó a rectificar

sobre la marcha las medidas drásticas de colectivización de la propiedad, que se tomaron

inicialmente, ante la evidencia de que la gran mayoría del pueblo no estaba en condiciones de

entenderlas ni de aceptarlas.

Pero además Lenin tuvo que justificar la revolución desde el punto de vista teórico, explicando

por qué esta se producía en un país en el que no se daban las condiciones que Marx había supuesto.

Para ello elabora la teoría del capitalismo imperialista. Parte de la decepción que le produce el

hecho de que los partidos socialistas occidentales hayan apoyado la guerra de 1914, traicionando

así la tradición pacifista y el internacionalismo, propia de socialismo. Y explica este cambio

denunciando cómo el proletariado de estos países capitalistas se ha dejado llevar del bienestar

económico renunciando a su talante revolucionario. Ese proletariado se ha aliado con la clase

capitalista para construir su bienestar económico en la explotación de los países más pobres. Con

ello la dinámica del capitalismo desborda las fronteras del Estado y adquiere dimensiones

mundiales: con otras palabras, el capitalismo se ha hecho internacional (capitalismo imperialista).

La guerra de 1914 es la expresión de este conflicto internacional: ya no son las clases sociales

dentro de una nación las que se enfrentan, sino las naciones proletarias con las naciones

explotadoras. Por eso, una nación puede llegar a la industrialización y a la revolución sin pasar por

la fase capitalista, puesto que está ya inmersa en el sistema capitalista mundial. En este sentido

Rusia se ha erigido en avanzadilla de la revolución mundial.

Para movilizar al proletariado Lenin emplea un modelo de partido, que rompe también con la

tradición del socialismo de la época. Según este, el partido socialista habría de ser un partido de

masas con la tarea de organizar a la clase trabajadora dentro de la legalidad. Lenin propone un

partido de reducidas dimensiones, formado por un grupo de revolucionarios profesionales, bien dis-

ciplinados, que actúan en la clandestinidad. Este modelo de partido se caracte riza para Lenin por:

a) su profunda comprensión del marxismo; b) su superioridad intelectual y moral sobre la masa; c)

su carácter rígidamente centralizado. Este fue el instrumento esencial para llevar adelante la

revolución en un país donde las masas no están en condiciones para secundar este movimiento.

IV. DEL CAPITALISMO LIBERAL AL CAPITALISMO MIXTO: EL ESTADO SOCIAL

A. Las grandes crisis del capitalismo liberal

Ninguna guerra de los siglos anteriores puede compararse a la primera guerra mundial, que costó

al mundo unos 11 millones de muertos. Pero además produjo una distorsión total de las estructuras

económicas vigentes: el sector metalúrgico y el de fabricación de armamentos se desarrollaron de

forma desorbitada; la producción agraria, en cambio, disminuyó considerablemente a causa de las

destrucciones bélicas y de la movilización de los campesinos; las corrientes tradicionales de inter-

cambios comerciales sufrieron también profundas modificaciones como consecuencia de las alian-

zas militares y de la necesidad de los países beligerantes de pedir ayuda a las naciones neutrales o

menos afectadas (Estados Unidos, Japón, América Latina). Para hacer frente a todos estos gastos

los países beligerantes tuvieron que endeudarse por encima de todo límite prudencial.

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Acabada la guerra, los países emprendieron su reconstrucción entre grandes dificultades. El

miedo a contraer mayores deudas llevó a estos a cerrarse sobre sí mismos apoyándose solo en sus

propios y escasos recursos. Pero esta tendencia solo condujo a empeorar la situación, al reducir los

intercambios comerciales y desacelerar aún más la economía. Habían renacido viejos hábitos del

siglo XIX, que parecían definitivamente superados: el miedo y las actitudes defensivas llevaron a

los países que más ayuda necesitaban a encerrarse dentro de sus propias fronteras.

Pero los efectos más graves –las consecuencias últimas de la guerra– no se habían desen-

cadenado aún. Cuando los países beligerantes comenzaban a recuperarse se produjo la mayor crisis

económica de los tiempos modernos: la de 1929. El 19 de octubre se produjo el famoso ―crack‖ de

la Bolsa neoyorquina: la puesta en venta ese día de 5 millones de títulos en Nueva York, produjo

una espectacular caída de las cotizaciones que se prolongó de modo incontenible hasta 1932.

Entre octubre de 1929 y la primavera de 1932 se asistió a un hundimiento general de los

precios, lo que provocó una espectacular caída de la producción y un incremento alarmante del

paro. En 1932 había 12 millones de parados en Estados Unidos, 5,5 millones en Alemania y 1,5

millones en Inglaterra. A través del comercio exterior, que comenzaba a recuperarse, y de las

relaciones financieras internacionales la crisis se extendió a todos los países industrializados.

B. De la escuela neoclásica a la revisión teórica de Keynes

Pero esta no había sido la única crisis económica. En realidad, las crisis se venían sucediendo a lo

largo de todo el siglo XIX, alternándose con momentos de bonanza y expansión económica. Y, lo

que era peor, las crisis eran cada vez de proporciones mayores. La de 1929 era la última de la serie,

y especialmente grave.

Esta historia de las fluctuaciones del sistema económico capitalista contrastaba con lo que

decían por aquellos años los economistas. La escuela que más se desarrolló –conocida como

escuela neoclásica– sostenía que la economía tendía a corregir sus fluctuaciones, de manera que

podía confiarse en que el equilibrio se alcanzaba espontáneamente. Para ello bastaba con una

condición: que se garantizara el libre juego del mercado. Si existía libertad para comprar y para

producir, el mercado corregía sus desviaciones. Cuando se entraba en un periodo recesivo, que se

manifestaba en fenómenos como el desempleo y la caída de los precios, llegaba un momento en

que se la tendencia se invertía: empezaba a crearse empleo y a recuperarse los precios. Y cuando

estos comenzaban a subir sin freno y sobraban puestos de trabajo, se llegaba a una situación de tal

tensión que la tendencia se invertía: se desaceleraban los precios y el empleo disminuía. Este

carácter cíclico de la economía era inevitable, pero bastaba confiar en el poder del mercado libre

para autocorregirse.

Pero esta visión teórica chocaba con la experiencia histórica. Sería LORD J. M. KEYNES (1883-

1946) quien se encargaría de mostrar por qué las cosas no ocurrían como pensaban los economistas

teóricos. Su obra, no solo es fundamental en la historia del pensamiento económico, sino que

además es la base teórica del modelo económico que sustituirá al capitalismo liberal3. Lo que

Keynes muestra es que el mercado por sí solo no es capaz de corregir de modo aceptable sus

propias fluctuaciones: explica, echando mano de la teoría económica, lo que los hechos ponen en

evidencia cada día. Y propone como vía de salida que actúe sobre el mercado una instancia que le

sea externa y que emplee criterios diferentes al de los intereses de los agentes económicos. Esa

instancia habrá de ser el poder político.

Dicho poder ya no se limitará a garantizar la libertad de los agentes económicos; tendrá además

que impulsar la actividad económica contrarrestando los movimientos espontáneos del mercado.

3 En su obra más conocida, que había publicado en 1936, Teoría general de la ocupación, el interés y el

dinero, sometió a una crítica definitiva la teoría del equilibrio de la escuela neoclásica.

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Esta intervención del Estado se hará mediante su poder de dar normas, pero también con

instrumentos estrictamente económicos4.

C. El Estado social o Estado de bienestar

Los efectos de la segunda guerra mundial fueron mucho más graves que los de la primera: solo en

pérdidas humanas las cifras se elevan a 35 millones muertos. Sin embargo en esta ocasión no se

producirá la crisis de 1929. Ello se debió a los mecanismos puestos a punto para garantizar las

relaciones económicas internacionales, que evitarían un colapso como el que siguió a la primera

guerra. Hablaremos de ello más adelante. En este contexto de la posguerra es donde se comienza a

construir un nuevo modelo socioeconómico (en concreto, en las democracias capitalistas in-

dustrializadas de Europa), apoyado en KEYNES, pero también en BEVERIDGE, que se conoce hasta

hoy con el nombre de Estado de bienestar (Welfare State) o Estado social. Las tareas principales

encomendadas ahora al Estado son de dos tipos:

* Intervención en la economía para contrarrestar las deficiencias del mercado cuando este

no puede mantener el pleno empleo o, al menos, garantizar un alto nivel de ocupación. Esta tarea se

irá ampliando para incorporar otros objetivos económicos que se consideran beneficiosos para toda

la sociedad (por ejemplo, distribuir mejor la riqueza entre grupos sociales o entre regiones de un

país) (Estado intervencionista).

* Provisión pública de una serie de servicios sociales para todos (universales), incluyendo

transferencias para cubrir necesidades sociales básicas de los ciudadanos en una sociedad compleja

y cambiante (por ejemplo, educación, asistencia sanitaria, pensiones, ayudas familiares y vivienda).

La universalidad significa que los servicios sociales están dirigidos a todos los grupos de renta: el

acceso a ellos no depende del nivel de ingresos (Estado providencia).

Esto significa que al Estado se le encomienda la responsabilidad de mantener un nivel mínimo

de bienestar para todos, cubriendo ciertas necesidades de todo ciudadano: y que todo ello ha de

entenderse como derecho, como algo que se debe a todos los ciudadanos de una comunidad

nacional moderna y democrática.

El modelo de Estado intervencionista, que se generalizará en Europa occidental tras la segun da

guerra mundial, hizo posible que la reconstrucción de las naciones europeas se llevara a cabo de

forma acelerada. El fuerte dinamismo económico inducido por los poderes públicos, con el apoyo

de todas las fuerzas políticas, se prolongó más allá de la reconstrucción dando origen a un largo pe-

ríodo de desarrollo sostenido, que sirvió de base al desarrollo del Estado providencia.

Pero este último no se puede comprender sin abordar el problema de su financiación. Ofrecer

más prestaciones a la sociedad implica gastar más y, por consiguiente, exige disponer de más

recursos. Ahora bien, el Estado no es una entidad productiva, ni genera riqueza: luego, sus recursos

solo pueden proceder de lo que aporta la sociedad (a partir de su actividad productiva): de la renta

que esta genera, una parte es detraída y transferida al Estado, a través del sistema fiscal, para que

este haga frente a sus muchos gastos en beneficio de la misma sociedad.

Pero las demandas de prestaciones sociales hechas al Estado no son estables, sino que van

creciendo con el paso del tiempo. Y crecen en la medida en que la sociedad está dispuesta a

financiar ese crecimiento permitiendo una mayor presión fiscal. Esta permisividad es mayor en

épocas de crecimiento económico porque entonces los efectos de esa presión creciente son mucho

4 Entre estos que destacan tres: a) la política monetaria, a través del control de los tipos de interés para

estimular o desestimular la inversión; b) la política fiscal y presupuestaria, que utiliza los ingresos y los gastos del Estado para estimular o enfriar la actividad económica; c) la política exterior, mediante el control

de importaciones y exportaciones o la manipulación de los tipos de cambio de la moneda.

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menos perceptibles. Y eso fue lo que ocurrió en las primeras décadas después de la segunda guerra.

Las complicaciones vinieron cuando estalla la crisis de mediados de los años 1970: mientras que se

mantiene la inercia a demandar nuevas prestaciones (incrementando el bienestar social), aumenta la

resistencia a soportar una mayor presión fiscal.

V. LA EVOLUCIÓN DEL SOCIALISMO: DESDE EL COLECTIVISMO A LA SOCIALDEMO-CRACIA

A. El desarrollo del colectivismo

El nuevo modelo nacido de la revolución de 1917 se organiza pronto según el sistema llamado

de planificación centralizada: existe un órgano central, encargado de estructurar toda la producción

nacional, determinando con detalle qué se iba a producir, cómo y a qué precios. A partir de los

objetivos marcados a escala nacional, se asignaban las materias primas a las empresas y se fijaban

los niveles de producción que debería alcanzar cada una.

Entre 1928 y 1953 (bajo el mandato de Stalin) se entremezclan luces y sombras. Los logros son

espectaculares. Por su volumen de producción la Unión Soviética llega a situarse en el segundo

puesto del mundo, con tasas de crecimiento anual entre el 5 y el 8%. El progreso educativo (factor

complementario del desarrollo industrial), la reestructuración geográfica de la población, el garanti-

zar un nivel de vida seguro a todos los grupos sociales...: todos esos son logros incuestionables,

sobre todo si se tienen en cuenta las dimensiones de la población y del territorio soviéticos.

La principal sombra, frente a todos esos éxitos, es el autoritarismo dictatorial del Partido único

y del gobierno. Aparte de sus consecuencias humanas y sociales, en el terreno eco nómico tal

régimen impidió la libre discusión de los muchos problemas planteados por la puesta en práctica

del colectivismo. En concreto, la opción por la planificación como alternativa del mercado –opción

llevada al extremo más riguroso– supuso graves desequilibrios entre producción y necesidades, así

como un alto nivel de despilfarro.

B. La evolución del socialismo democrático y la socialdemocracia

La evolución de socialismo en línea democrática le encamina hacia la socialdemocracia. No

siempre resulta fácil comprender los límites que separan uno y otro concepto.

Teóricamente, habría que seguir definiendo al socialismo estricto por su voluntad de llegar a

una superación del capitalismo. Pero ello resulta cada vez más difícil en las nuevas condiciones de

la sociedad, donde se ha producido una notable transformación de las clases trabajadoras y pierde

sentido el ver en la confrontación entre capital y trabajo la clave de todo el desarrollo de las

sociedades. El ataque sistemático al derecho de propiedad privada y una cierta obsesión por la

lucha de clases entendida de forma radical –características del socialismo de finales del siglo XIX–

han ido dejando paso a una concepción del socialismo más matizada, entendido fundamentalmente

como profundización en la democracia, y a una ampliación de los ámbitos de participación.

El socialismo histórico fue, por otra parte, el principal impulsor del Estado social. Y los logros

de este en términos de elevación de los niveles de bienestar, mejor distribución de la renta,

integración creciente de estas sociedades, son el mejor antídoto contra todo impulso revolucionario.

Pero esta nueva orientación es la que da origen a la socialdemocracia, como resultado de la

evolución histórica del socialismo en un contexto de bienestar económico y democracia

representativa, del que en buena parte ha sido él responsable. Por eso no es extraño que los

socialistas más ortodoxos critiquen a la socialdemocracia de haberse convertido en la mejor

defensora del capitalismo, del cual ha terminado siendo un magnífico gestor.

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VI. LAS NUEVAS COORDENADAS DE LA ECONOMÍA MUNDIAL: DE LA CRISIS DE LOS

AÑOS 1970 A LA GLOBALIZACIÓN

La fase económica expansiva que arranca con la reconstrucción que sigue a la segunda guerra

mundial duró apenas 30 años. La crisis que se venía anunciando estalló con toda su fuerza en la

primera mitad de los años 1970. A partir de entonces se desencadenan una serie de acontecimientos

de enormes consecuencias que modifican el panorama económico mundial. El más llamativo es

probablemente la caída espectacular del colectivismo. Con ello cambia sustancialmente la

estructura de un mundo dividido en dos grandes bloques contrapuestos. El sistema capitalista

tampoco resulta indemne: su versión más evolucionada, el Estado social, entra también en una

innegable crisis. Y la economía mundial sufre convulsiones de enormes proporciones, que intentan

resolverse mediante una progresiva eliminación de fronteras y un avance incontenible de la

globalización.

A. La crisis económica que se inicia en los años 1970 y sus consecuencias

Ya en los años 1960 habían aparecido síntomas de dificultades crecientes para el funcionamiento

del sistema puesto en marcha tras la segunda guerra mundial. Pero la crisis solo estalló cuando en

1973, aprovechando todas estas circunstancias, los países productores de petróleo (agrupados en la

OPEP) decidieron subir espectacularmente los precios de esta materia prima, que se habían

mantenido prácticamente estables desde el final de la segunda guerra mundial. Entre octubre de

1973 y enero de 1974 el barril pasó de 3,05 a 11,65 dólares: es decir, casi cuadruplicó su valor.

Esta subida de los precios del petróleo tuvo como primer efecto una subida inducida de los

precios de todos los bienes que utilizaban el petróleo para su producción. Eso explica que unos

años más tarde, en 1979, la OPEP decidiera una nueva subida, tan espectacular como la primera, o

más si cabe: en efecto, en los últimos meses de 1979 y primeros de 1980 el petróleo subió de nuevo

de 14 a 34 dólares el barril. Si el primer golpe (el de 1973-74) pudo ser encajado con cierta

facilidad por los países industrializados, que eran los más afectados, el segundo los sorprendió ya

con menos márgenes de reacción. El comienzo de los años 1980 coincide, por tanto, con la toma de

conciencia de que la crisis económica deja de ser una perturbación pasajera, puesto que empiezan a

entreverse una serie de graves consecuencias encadenadas entre sí.

La primera consecuencia de alcance es la profunda transformación en los sistemas relativos de

precios. Al subir desproporcionadamente la energía más empleada (la petrolífera), las economías

que habían basado su desarrollo en un uso intensivo de este factor ven cómo sus productos se

encarecen comenzando a perder automáticamente competitividad en los mercados mundiales. Esto

afecta en primer lugar a los países más industrializados. Pero sus consecuencias se transmiten

inmediatamente al resto del planeta, como reflejo de la interdependencia de la economía mundial.

Una segunda consecuencia se sigue de la anterior: todo esto va a conducir a una nueva división

internacional del trabajo. Es decir, se pone en revisión la forma como los países se distribuían la

producción de los diferentes bienes y servicios. Esta división del trabajo es el resultado de las

condiciones técnicas, laborales y financieras de cada país. El encarecimiento de un factor (el

energético) ofrece la oportunidad de sustituirlo por otro relativamente más barato. Ese factor más

barato va a ser el trabajo: pero no en los países industrializados, donde el alto nivel de bienestar se

traduce en unos costes laborales muy elevados, sino en otros países del tercer mundo que disponen

de fuerza de trabajo cuyo coste salarial responde a niveles de vida mucho más bajos. Estos países

van a ir entrando con fuerza en los mercados mundiales con productos que tradicionalmente habían

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venido fabricándose en los más industrializados. El Sudeste asiático y algunos países latino-

americanos serán los que más se beneficien de esta nueva coyuntura mundial5.

Es posible todavía mostrar una tercera consecuencia: la aparición del desempleo como

fenómeno estructural. En los primeros momentos de la crisis el desempleo fue interpretado como

efecto inmediato y normal de una recesión económica pasajera. Pronto se comprendió, sin

embargo, que el fenómeno era de mucho más alcance y revestía carácter estructural (estable). Es

más, la reacción de los países industrializados contra la crisis no iba a conseguir sino agravar el

problema de la falta de empleo. Y esto por dos causas: por la deslocalización de plantas

industriales, que son desmontadas por las empresas multinacionales para trasladarlas a lugares

donde el trabajo sea más barato y la producción sea más competitiva; por la tendencia de los

mismos países industrializados a sustituir trabajo por capital, lo que explica la rápida expansión de

la informática en esos años.

B. La caída del colectivismo

En este contexto de crisis ha tenido lugar el espectacular derrumbe de los regímenes colectivistas

de Europa, que, no solo parece eliminar a uno de los dos sistemas socioeconómicos que se

presentaban como alternativos, sino que modifica de raíz la configuración del mundo.

Desde siempre se había puesto en duda la viabilidad del sistema colectivista con su modelo de

planificación económica centralizada. Y la duda creció a medida que la economía de este país iba

progresando, la sociedad haciéndose más compleja y las prioridades en cuanto a necesidades a

satisfacer resultaban más discutibles.

La crisis se manifiesta, ante todo, en la Unión Soviética a partir de 1985, con la llegada al

poder de MICHAIL GORBACHOV. Él intenta hacer frente a una crisis que no era solo económica; era

también crisis moral y humana, y se manifestaba en una erosión gradual de los valores morales e

ideológicos del pueblo (corrupción administrativa, absentismo laboral, mercado negro, adulación y

servilismo, alcoholismo, pérdida de la solidaridad). Todo esto exigía una verdadera reforma

estructural, cuyo objetivo lo formulaba Gorbachov, no como una renuncia al socialismo, sino como

la recuperación del verdadero rostro del socialismo, adulterado desde la etapa misma inicial de

Lenin. Porque el verdadero socialismo no era, para el nuevo líder soviético, sino una democracia

real a todos los niveles.

Pero a las dificultades internas de la economía soviética se añadían las derivadas de su

condición de gran potencia mundial, líder del bloque del Este frente al occidental. Esta condición

obligaba a la Unión Soviética a mantener una pulso permanente con los Estados Unidos, cuya

expresión más significativa era la carrera armamentista. Ese pulso habría de quebrarse por la parte

más débil.

Las reformas iniciadas por Gorbachov encontraron muchas resistencias: desde las instancias

oficiales (la administración pública, el ejército y la gran industria controlada por el Estado, que es

un colectivo que había progresado desde su situación privilegiada de control de una economía tan

potente) y también desde la población (que no se resignaba a salir de la situación de seguridad que

le daba una sociedad tan colectivizada y paternalista.

La Unión Soviética entra así en una situación de auténtico caos, que precipita la caída de

Gorbachov (abandonado de todos), la desmembración de la Unión Soviética, los inten tos de

reconducción económica, la inestabilidad política en pueblos que carecían de una tradición demo-

crática, el agravamiento de conflictos nacionalistas...

5 Es el caso de los llamados ―pequeños dragones‖: Taiwán, Singapur, Hong Kong y Corea. En una situación

parecida pueden considerarse Brasil y México.

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El cambio en los restantes países de la Europa Central y Oriental fue más simple y lineal. Aquí

no existió, al menos en los momentos iniciales, ambigüedad alguna: lo que se buscaba era un

sistema calcado del las democracias liberales capitalistas de Occidente. Solo hay dos excepciones a

este proceso, Cuba y China, cuyo futuro es incierto, aunque cada uno está siguiendo procesos

diferentes.

C. La crisis del Estado social

El fracaso del colectivismo parecía haber resuelto definitivamente el contencioso de más de un

siglo entre capitalismo y socialismo en favor del primero 6. Peor el asunto se complica por la crisis

de aquel modelo que e había ganado su propia legitimidad: el que hemos llamado Estado social o

Estado de bienestar. Este modelo parecía haber garantizado a los países que lo había puesto en

práctica (los industrializados de Europa continental) un cierto nivel de bienestar para todos y un

alto grado de integración y estabilidad social. Sin embargo, en estas últimas décadas comienzan a

manifestarse ciertas insuficiencias de este modelo, que son, en gran parte, consecuencias de su

propia dinámica.

Por una parte, la sociedad no ha dejado de demandar al Estado nuevas prestaciones, pero no ha

tenido la misma disponibilidad (¡paradójicamente!) para aceptar un aumento de la presión fiscal.

Por otro lado, la crisis (pero también el progresivo envejecimiento de la población) ha encarecido

las prestaciones que el Estado tiene que cubrir (desempleo, jubilaciones...). Por fin, este Estado tan

sobredimensionado, no solo ha desmovilizado a la sociedad (tan cómodamente instalada en la

actitud de exigir derechos sin reconocer obligaciones), sino que ha derivado en una maquinaria tan

enorme de dimensiones como ineficiente en su funcionamiento.

Uno de los efectos de la crisis ha sido el debilitamiento del consenso político e ideológico que

sirvió de sustento al modelo cuando funcionaba a satisfacción de todos. El socialismo occidental (o

la socialdemocracia) parece haberse agotado en su empeño de actuar como soporte principal del

modelo. Además es duramente criticado por la izquierda, socialista o no, que le reprocha que está

llevando a cabo políticas liberalizadoras, nada coherentes con sus principios. Pero las críticas más

duras proceden del liberalismo, que responsabiliza al socialismo o socialdemocracia de la crisis del

sistema. El liberalismo resurge como neoliberalismo, convencido de que los hechos le dan

sobradamente la razón: no solo el fracaso del colectivismo, sino la manifiesta inviabilidad de esta

forma mitigada de capitalismo. Consecuentemente sus propuestas se resumen en una estrategia

básica: reducir el papel del Estado. Esto lo ha conseguido desregulando diversos sectores,

reduciendo las tasas impositivas (sobre todo las más altas), reduciendo los gastos sociales.

D. La globalización: sus dimensiones

Pero quizás la manifestación más importante de todos estos cambios es la que se conoce como

globalización de la economía.

Una primera definición, muy sencilla pero muy intuitiva, del fenómeno que estudiamos podría

ser: la mundialización es la presencia del mundo entero en nuestras vidas 7. A pesar de su

simplicidad, tiene la ventaja de conectar un fenómeno complejo con la experienc ia cotidiana de

cualquiera. Basta encender la televisión, mirar los escaparates, entrar en una gran superficie o

6 Es lo que algunos saludaron gozosos como la apoteosis del capitalismo: Francis Fukuyama, por ejemplo, en

su conocida obra El fin de la historia, cree que con esto hemos llegado nada menos que al final de la historia.

7 COMMISSION JUSTICE ET PAIX – FRANCE, Maîtrisser la mondialisation (mars 1999), Documentation

Catholique 81 (1999) 330.

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navegar un rato por internet, para convencernos de que el mundo como que se ha reducido de

tamaño y que todo está más al alcance de la mano: es la experiencia directa de la globalización.

Debemos, sin embargo, analizar con más profundidad el fenómeno. Y para ello hay que

destacar en la globalización, al menos en principio, su dimensión económica. En este sentido puede

definirse como un proceso dinámico de creciente libertad e integración mundial de los mercados

de trabajo, bienes, servicios, tecnología y capitales8.

Como hecho económico, la globalización no es un fenómeno de hoy. Hace ya siglos que se

constata un tendencia al aumento de los intercambios que se realizan entre los países, tanto

comerciales (materias primas, productos, servicios), como financieros, de ideas y de personas. Las

economías cerradas de la antigüedad han ido cediendo en favor de economías cada vez más

abiertas e interdependientes. El desarrollo de la época moderna, con todas sus luces y sus sombras,

ha sido posible gracias a esta internacionalización económica, cuyo fundamento teórico era la

división internacional del trabajo. Pero en ella los protagonistas fundamentales eran los actores

nacionales: y sobre ellos los gobiernos podían desempeñar y de hecho desempeñaban un control

efectivo. Aquí es precisamente donde se produce el cambio más decisivo ahora, un cambio cuali-

tativo, que es el que justifica el uso de un nuevo término: globalización.

¿Cómo concretar este cambio cualitativo? Su manifestación más elocuente es que el mercado

nacional deja de ser el principal marco de referencia de la actividad económica para ceder su lugar

al mercado mundial. A la hora de planificar la producción o la colocación de los productos

terminados, son muchas las empresas que ya no se atienen preferentemente al mercado nacional,

con sus restricciones y sus oportunidades, sino que actúan desde las crecientes posibilidades que

ofrece todo el planeta, gracias a las facilidades para las comunicaciones, para los transportes y para

las relaciones económicas de todo tipo.

Quizás la consecuencia más trascendental de esto –y con esto nos abrimos a la dimensión

política de la globalización– es el recorte de capacidades de los Estados nacionales, que cada vez se

sienten más impotentes –y, en realidad, lo son– para realizar su función esencial de ser la forma

última de organización política y social. Y es que el marco que hacía posible desarrollar sus

acciones, las fronteras territoriales, cada vez tienen menos vigor y entidad. No es que el Estado

nacional haya desaparecido, ni es previsible que desaparezca a corto plazo. Pero ya no puede

aspirar a jugar ese papel hegemónico de otros tiempos.

La globalización tiene, por último, una dimensión cultural. La cultura se globaliza en la medida

en que se homogeneiza y, más concretamente, se occidentaliza. La difusión de esta economía

globalizada, que tiene su origen en los países occidentales, sirve como de vehículo a todo un

conjunto de usos y costumbres, de valores, que se van haciendo dominantes junto con el sistema

económico capitalista y el sistema político de la democracia pluralista.

Como consecuencia de la globalización el mapa mundial ha cambiado. Al mundo bipolar de

hace una década ha sucedido un mundo multipolar con tendencia a ser tripolar. En este nuevo

escenario suelen señalarse tres polos vertebradores de la sociedad mundial –Estados Unidos, la

Unión Europea y el sudeste asiático (con Japón como centro)–, en torno a los cuales tienden a

alinearse los demás países. La supremacía militar de Estados Unidos –todavía indiscutible– no va

ya acompañada por la supremacía económica o tecnológica de otros tiempos.

Indudablemente, la globalización tiene consecuencias positivas. La eliminación de barreras y el

fomento de los intercambios a todos los niveles es, en principio, enriquecedor. La misma

competencia económica es un estímulo para la creatividad y un antídoto contra la inercia al cambio

y a la innovación.

8 Cf. G. DE LA DEHESA, Comprender la globalización, Alianza, Madrid 2000, 17. Véase también:

Globalización integradora vs. globalización excluyente, Revista de Fomento Social 55 (2000) 143-160.

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Sin embargo, el aspecto más negativo de la globalización consiste en que, cuando se desarrolla

en un mundo desigual, estimula las desigualdades, lejos de reducirlas. Precisamente en la década

del primer impulso globalizador, los años 1980, estas desigualdades avanzaron hasta extremos

alarmantes, poniendo de relieve la ambigüedad de este fenómeno. Lo reconoció ya el Banco

Mundial en 1990:

Una mirada retrospectiva al decenio de 1980 nos dice que gran parte del mundo puede

considerarse afortunado (...). Sin embargo, para millones de personas que se cuentan entre

las más vulnerables del planeta, los últimos diez años ofrecen un panorama bastante más

desalentador (...). Para muchos de los pobres del mundo, los años ochenta fueron una

década perdida; un desastre, sin lugar a dudas9.

Muy recientemente el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ha reconocido que

la globalización tiene ganadores y perdedores. Los hechos de estos últimos años –donde han

proliferado los ―apóstoles de la globalización‖– lo confirman: no solo han aumentado las

diferencias entre los países en desarrollo, sino que los países industrializados se han visto

sorprendidos por niveles de desempleo insoportables y/o un incremento inesperado de la pobreza.

Es cierto que la desigualdad no es intrínseca a la globalización, pero esta aumenta los riesgos,

aunque aumente también las oportunidades de recompensa10. Si la globalización conlleva

oportunidades y amenazas, el gran reto de nuestro tiempo es hacer de la globalización una

oportunidad para todos11.

E. Globalización y neoliberalismo

Pero la globalización no es solo un hecho: es también un modelo que se propone como objetivo y

como ideal. Porque detrás del proceso globalizador hay una ideología que lo alienta y le sirve de

legitimación: es la nueva versión del liberalismo, el neoliberalismo. Es cierto que los autores

neoliberales buscan su inspiración en la tradición de los grandes autores liberales. Pero se

distinguen de ellos, entre otros aspectos, por la prioridad que conceden a lo económico. De hecho,

los principales representantes de esta escuela son economistas, y muchos de ellos tienen la

pretensión de interpretar desde la economía toda la conducta humana y el funcionamiento de la

sociedad. Su pensamiento puede sintetizarse como sigue:

a) El valor supremo es la libertad individual, que hay que salvaguardar por encima de todo.

Se reconoce, por consiguiente la primacía de la actuación de los agentes individuales, sean

personas o empresas privadas, sobre las acciones de la sociedad organizada en grupos informales o

formales, de las asociaciones políticas o del mismo gobierno.

b) El mercado se considera la mejor forma de coordinar las acciones individuales para

conseguir un nivel global de riqueza mayor: porque –se piensa– el mercado maneja más datos e

interpreta mejor la información de consumidores y productores que cualquier organismo de

planificación o de gobierno.

c) La eficiencia está asegurada por el principio de la racionalidad de búsqueda del

beneficio, ya que dicha racionalidad obliga siempre a analizar los costes.

9 BANCO MUNDIAL, Informe sobre el desarrollo mundial 1990. La pobreza. Washington 1990, 7.

10 PROGRAMA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL DESARROLLO (PNUD), Informe sobre desarrollo humano

1997, Nueva York - Madrid 1997, 92-105.

11 Es la propuesta de un reciente documento, que ha elaborado un grupo de expertos por invitación de los

episcopados de la Unión Europea: Sistema de gobierno global. Nuestra responsabilidad de hacer de la globalización una oportunidad para todos. Un informe para los obispos de la COMECE, Bruselas,

septiembre 2001.

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d) No solo por coherencia con la primacía de la libertad individual, sino también como

efecto de la experiencia de la ineficiencia de toda acción gubernamental, esta debe ser lo más

limitada posible. Ocurre, además, que los agentes tienen expectativas racionales que les llevan a

reaccionar de antemano ante las previsibles medidas del gobierno, esterilizándolas casi por

completo.

Ya indicamos más arriba como toman posición ante la crisis del Estado social: su consigna

clave es liberalizar, lo que implica reprivatizar y desregular; en una palabra, devolver el

protagonismo y la confianza a la iniciativa privada.

Pero el neoliberalismo proyecta este mismo esquema y emplea esta misma lógica para pensar

la economía mundial. Ahora liberalizar consiste en eliminar las barreras comerciales y arancelarias,

así como quitar todas las trabas a la libre circulación de capitales por todo el mundo. El peligro de

este modelo consiste en reproducir a escala planetaria el capitalismo salvaje, que hubo de ser

superado en los países industrializados en el siglo XX porque la libertad sin restricciones conducía

a desigualdades que se hacían insoportables para los pueblos. Si eso ocurría dentro de las fronteras

de un Estado, donde la homogeneidad es mayor, ¿qué se podrá esperar que produzca en un único

mercado mundial donde se den cita todos los pueblos de la tierra, en toda su diversidad y

heterogeneidad?

Efectivamente la globalización es un proceso inevitable, pero hay que ver cómo lo que puede

ser considerado una oportunidad para muchos sea efectivamente una oportunidad para todos: para

ello no puede dejarse avanzar sin control, a merced de libre juego de los poderes económicos

fácticos, tiene que ser sometido a unas ciertas reglas acordadas en función de todos y respetadas

por todos.

VII. UNA REFLEXIÓN ÉTICA PARA CONCLUIR: ÉTICA DEL MERCADO

Al estudiar los sistemas económicos modernos y su evolución histórica hemos podido constatar que

las variables básicas que explican las diferencias entre ellos son el mercado y el Estado en cuanto a

las funciones que se asignan a uno y otro en la marcha de la actividad económica. Ahora bien, tras

el fracaso de colectivismo y la crisis del Estado social, hechos ambos que cuestionan de fondo el

papel económico del Estado, el mercado adquiere una relevancia especial y un aprecio notable en el

pensamiento económico actual. Por eso es preciso hacer una reflexión ética sobre el mismo para

analizar hasta qué punto es aceptable desde esa perspectiva. Procederemos tomando como punto de

partida la consideración del mercado desde la teoría económica para confrontar luego ese modelo

con lo que ocurre en la realidad. Ahí obtendremos los elementos necesarios para llegar a un juicio

ético.

A. El mercado teórico y los mercados reales

La teoría económica reconoce al mercado una función esencial: afirma que el mercado es el

mecanismo más eficaz para la asignación de recursos. En efecto, supuesto que en la sociedad hay,

no solo necesidades y recursos, sino más necesidades que recursos para satisfacerlas, es

conveniente disponer de un instrumento que asigne a la satisfacción de cada necesidad la menor

cantidad posible de recursos (o que, con una cantidad determinada de recursos, satis faga el mayor

número posible de necesidades). Eso lo hace el mercado adecuadamente: primero, porque deja la

iniciativa a los particulares; segundo, porque estos deciden cómo emplear sus recursos, no solo en

abstracto, sino teniendo en cuenta el coste de esa satisfacción por los precios que han que pagar.

Frente a los consumidores, también los productores pueden organizar su actividad en libertad,

aunque ateniéndose a las necesidades manifestadas por los que compran los productos. En el

mercado hay libertad para todos, hay iniciativa; por otra parte, el mercado suministra al que actúa

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en él lo que todo ser humano necesita para ejercitar su libertad: información, gracias a los precios,

que le indican continuamente el coste de satisfacer cualquier necesidad. Ahora bien, como ocu rre

siempre con la libertad en un mundo humano, su ejercicio está limitado por las liber tades de los

demás. En todo caso, se dice, el mercado es el sistema de organización económica que admite unas

mayores cotas de libertad efectiva; garantiza, además, una suficiente eficiencia.

En síntesis, podemos decir que el mercado permite un conjunto de intercambios de bienes y

servicios que se hacen en público, es decir con conocimiento de otros y de forma repetida, y en

condiciones semejantes a otros intercambios de los mismos objetos. Lo esencial del mercado es el

intercambio de información y el acuerdo relativamente libre de voluntades que va configurando las

dimensiones, la dirección y el ritmo del acontecer económico.

En la medida en que todo esto es verdad, no hay ninguna dificultad para la aceptación ética del

mercado. Pero, ¿es todo esto verdad en la práctica, es decir, en los mercados reales? El mercado,

tal como ha sido descrito, es un modelo ideal. Tan ideal que supone condiciones muy restrictivas.

Estas condiciones podemos reducirlas a tres:

1º) Todos los compradores y todos los vendedores están puntualmente informados de los

precios y otras condiciones de venta vigentes en cualquier lugar donde esos bienes se venden. Es

decir, la información es completa. Más aún, todos están en condiciones de acudir a aquel lugar en

que las condiciones les sean más favorables (¡lo cual exigiría que no existiesen distancias

geográficas entre unos lugares y otros!). La transparencia del mercado es, por consiguiente, total.

2º) El producto en cuestión es perfectamente homogéneo en todas partes donde se vende y

no existe en el mercado otro producto semejante que pueda servir de sustituto. Solo entonces el

único determinante de la decisión del consumidor es el precio, y no otras circunstancias, tales como

la marca, la calidad o incluso la amistad con el que se la vende...

3º) Tanto los compradores como los vendedores son tan numerosos que la decisión de cada

uno de ellos no repercute significativamente sobre la decisión de los otros: cada uno, aisladamente,

no puede imponer su voluntad sobre los demás.

Cuando estas tres condiciones se cumplen, se dice que estamos ante un mercado de

competencia perfecta. Pero es fácil comprender que así no son los mercados reales. Las dos

primeras condiciones son inviables en la práctica, aunque cabe acercarse a ellas con medidas de

diferentes tipos sobre todo para garantizar la máxima transparencia. Respec to a la tercera de las

condiciones expuestas, cuando no se da, estamos en el caso del llamado monopolio (existe un solo

productor, que puede fijar los precios que quiera o decidir las cantidades que se van a producir sin

contar con los consumidores) o, más frecuentemente, del oligopolio (existen unos pocos

productores que actúan de acuerdo, porque así todos se benefician más que si se hacen la guerra

abierta). Estas fórmulas restrictivas de la competencia son casi siempre perjudiciales para el

consumidor, porque subordinan las necesidades de estos a los intereses de los productores

(precisamente pueden hacerlo porque tienen poder para imponer sus condiciones en el mercado).

Por eso la competencia perfecta sigue funcionando como un modelo de referencia al que se pre-

tende aproximar las estructuras económicas: eso justifica el que los poderes públicos vigilen para

erradicar aquellas prácticas restrictivas de la competencia.

Como consecuencia de esta distancia entre el ideal y la realidad hay que afirmar que la libertad

no queda igualmente garantizada para todos. Si la libertad supone acceso a la información y

capacidad para elegir con las menores restricciones posibles, esta no se da del mismo modo para

todos. Por eso el mercado no ofrece las mismas oportunidades a todos. Para que funcionase

adecuadamente, exigiría una libertad igual para todos: en la medida en que esta igualdad no existe,

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el mercado beneficia a quien goza de una libertad efectiva mayor12. Esto implica que es preciso

introducir elementos correctores de la dinámica del mercado: aquí se inserta toda la discusión sobre

la intervención del Estado en la marcha de la actividad económica (es decir, del mercado). El

mercado no se puede eliminar porque genera información que es insustituible. Pero el Estado podrá

intervenir para garantizar y mejorar esas funciones que el mercado en principio desempeña bien; y

tendrá que intervenir, sobre todo, para contrarrestar los perjuicios que se siguen de la propia

dinámica del mercado, especialmente en relación con la distribución de la renta producida.

B. Las limitaciones del mercado ideal

Más aún, hay casos en que el mercado ni siquiera cumple convenientemente su función de

asignación eficaz de los recursos. Son dos los más significativos: el de la demanda no solvente y el

de los bienes públicos.

Para que el productor responda a la demanda es imprescindible que esta vaya acompañada de

capacidad adquisitiva. En consecuencia, lo que funciona en el mercado no es la demanda sin más,

sino la demanda solvente (necesidad acompañada de capacidad de pago). El mercado no sabe nada

de la urgencia de una necesidad ni de su importancia; reacciona solo si existe un consumidor que

está dispuesto a pagar. De este modo el marcado elimina de la vida económica a todos aquellos que

no tienen recursos para adquirir los bienes y servicios que de hecho necesitan. Históricamente, la

beneficencia ha venido a llenar este vacío del mercado. Porque la beneficencia consiste en eso

precisamente: salir al encuentro de las necesidades de otro sin recibir nada a cambio, es decir,

rompiendo la lógica del mercado. Y no solo los particulares o las instituciones religiosas o

humanitarias; también el Estado ha asumido estas tareas subsidiarias a través de subvenciones,

transferencias, etc. Es el implícito reconocimiento de que la satisfacción de las necesidades

humanas no se puede dejar totalmente al mercado. La lógica del mercado debe ser complementada

desde la sociedad (con la solidaridad y la capacidad de compartir: en eso consistió siempre la

limosna) y desde el Estado (mediante instituciones que garanticen la atención de personas que

nunca van a ser tenidas en cuenta por los mecanismos del mercado) 13.

Hay un segundo caso en que el mercado –aun aceptando que, en principio, asigne bien los

recursos– no responde a la demanda del consumidor. Y la razón es parecida: que para el productor

no es motivo la demanda que no va acompañada de capacidad de pago. Pues bien, hay bienes que,

aunque necesarios, ningún particular está dispuesto a pagarlos porque no son apropiables en

exclusiva. Son los llamados bienes públicos. Cuando un ciudadano paga por adquirir algo que

necesita, lo hace sobre el supuesto de que el pago le da derecho a poseerlo en exclusiva, es decir, a

excluir de su uso a cualquier otra persona. Esto es lo que ocurre con la inmensa mayoría de los

bienes. Pero no con todos. Por ejemplo, cuando los habitantes de una gran ciudad se quejan de la

contaminación producida por la aglomeración de viviendas, los humos de la calefacción, la

12 Esto ya lo ponía de relieve León XIII cuando criticaba el que la determinación del salario justo quedase

encomendado al libre juego de la oferta y la demanda en el mercado: el trabajador, apremiado por la miseria en que se debatía, se veía obligado a aceptar ―libremente‖ (pero con una libertad puramente formal) las condiciones de trabajo que le ofrecía quien le contrataba: el trabajador aceptaba porque no podía hacer otra cosa (RN 32).

13 Este tema es abordado en el análisis del mercado que se hace en la ―Centesimus annus‖: Da la impresión

de que, tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades. Sin embargo, esto vale solo para aquellas necesidades que son “solventables”, con poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son “vendibles”, esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas (CA

34).

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combustión de los vehículos, etc., están indirectamente denunciando una de las mayores limitacio-

nes de la economía de mercado. El aire que respiramos no es un bien privatizable, nadie puede

comprar una cantidad para consumirlo en forma exclusiva; por eso, nadie está tampoco dispuesto a

producirlo o, lo que es igual, a garantizar la pureza del medio ambiente14.

¿Cómo suplir entonces esta otra deficiencia del mercado? Aquí habría que empezar hablando

también de una concienciación social, de unos valores asumidos por todos que nos hicieran más

respetuosos con el medio ambiente. Ahora bien, en el contexto de la producción industrial, el ser

más o menos respetuoso con el medio ambiente se traduce en tener menos o más costes de

producción que cubrir: no tratar convenientemente ciertos residuos de la producción significa

abaratar costes y tener una situación más ventajosa en la competencia. Por eso, no siempre bastará

un esfuerzo de toma de conciencia: será preciso que la sociedad se organice para controlar la con-

ducta de los menos éticos en este campo. Y eso solo lo puede hacer el Estado, dictando regla-

mentaciones que preservan el medio ambiente e imponiendo multas a los infractores.

Este último supuesto de los bienes públicos no es más que un caso particular de una situación

más amplia: el mercado no asigna bien siempre que hay divergencia entre costos y/o beneficios

privados (que son los que intervienen en el mercado) y costos y/o beneficios sociales. Veamos

algunos ejemplos: en el comercio de drogas el beneficio privado es mayor que el beneficio social;

en la educación y formación el beneficio privado es menor (al menos en su percepción inmediata

por parte del consumidor) que el beneficio social; en casos como el consumo de alcohol o el ya

citado de la contaminación el coste social es mayor que el coste privado. En tales situaciones se

impone introducir elementos correctores para que el consumidor o el productor se acerque más al

comportamiento que se esperaría de él si pudiera valorar mejor los beneficios sociales o los costes

sociales de su comportamiento.

C. Conclusión: necesidad de complementar el mercado

A la vista de las situaciones analizadas se impone como conclusión que, aun teó ricamente, es

preciso complementar el funcionamiento del mercado introduciendo elementos que actúan con una

lógica diferente. Si la experiencia de las últimas décadas confirma que en las economías donde ha

presidido el principio de la iniciativa privada se ha producido un innegable progreso social, sugiere

al mismo tiempo dónde están sus limitaciones. Por una parte, los procesos de distribución no han

sido capaces de dotar a todos los ciudadanos de la solvencia precisa, por lo que muchos quedan

excluidos total o parcialmente del mercado. Por otra parte, la presión demográfica y las

aglomeraciones urbanas, unidas a un cierto desenfreno del lucro privado, han convertido en escasos

bienes que antes podían ser considerados como libres (cuando existían en cantidades más que

suficientes para permitir su consumo sin trabas a todos los ciudadanos, como ocurría en el pasado

con el agua y el aire, e incluso con la tierra), pero hoy han perdido esa condición para convertirse

en bienes cada vez más escasos.

En consecuencia un juicio ético del mercado supone cuatro aspectos sucesivos:

14 También este punto es aludido en la ―Centesimus annus‖: Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela

de los bienes colectivos, como son el ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por los simples mecanismos de mercado (...). He ahí un nuevo límite del mercado: existen

necesidades colectivas y cualitativas que no pueden ser satisfechas mediante sus mecanismos; hay exigencias humanas importantes que escapan a su lógica; hay bienes que, por su naturaleza, no se pueden ni se deben vender o comprar. Ciertamente, los mecanismos de mercado ofrecen ventajas seguras; ayudan, entre otras cosas, a utilizar mejor los recursos; favorecen el intercambio de los productos y, sobre todo, dan la primacía a la voluntad y a las preferencias de la persona, que, en el contrato, se confrontan con las de otras personas. No obstante, conllevan el riesgo de una “idolatría” del mercado, que ignora la existencia de

bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancías (CA 40).

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1º) Un mercado real es tanto más aceptable éticamente cuanto más se aproxime al modelo

ideal de competencia perfecta.

2º) Una tarea esencial de los poderes públicos es hacer que los mercados reales se

aproximen todo lo posible a ese modelo ideal de competencia perfecta, pero sabiendo que nunca lo

reproducirá perfectamente.

3º) Los poderes públicos tendrán que introducir otros mecanismos para corregir los efectos

negativos en la distribución de la renta que todo mercado necesariamente produce.

4º) Y los poderes públicos tendrán también que actuar allí donde ni el mercado ideal es

capaz de asignar eficientemente los recursos: ante las necesidades no acompañadas de capacidad de

pago y en la producción o mantenimiento de los bienes públicos. Este último punto tiene una gran

importancia para abordar hoy los problemas medioambientales.