narum - el círculo blanco

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En un mundo donde el blanco puede ser negro y el negro blanco, donde los sentimientos y la magia se confunden, donde los buenos no son tan buenos y los malos no son tan malos… Narum emprende un largo camino desde la Tierra en busca de respuestas a una serie de visiones que giran entorno un inmenso círculo blanco…“Otra vez había tenido aquella extraña visión. Al principio, Narum no se había preocupado por ellas, pero ahora ya le estaban inquietando un poco. Desde hacía unos años que había empezado a tenerlas y progresivamente se habían hecho más frecuentes hasta el punto que ya no pensaba en otra cosa.”Así empieza un viaje sin retorno, de misterio, de lucha, de descubrimientos que van más allá del presente, de una maraña que orbita alrededor de unos legendarios pendientes, el tesoro más deseado y a la vez el más temido…

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Título original: Narum… El círculo blanco 1ª edición: febrero 2007 © 2007 by Joan Pahisa Solé www.narum.blogspot.com Diseño de cubierta: Producciones JPS Printed in Spain Impreso por www.lulu.com Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamene prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografia y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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NARUM El círculo blanco

Joan Pahisa

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Parte I

I Otra vez había tenido aquella extraña visión. Al

principio, Narum no se había preocupado por ellas, pero ahora ya le estaban inquietando un poco. Desde hacía unos años que había empezado a tenerlas y progresivamente se habían hecho más frecuentes hasta el punto que ya no pensaba en otra cosa.

Era un día caluroso de verano. El Sol relucía tras la

espesa capa de niebla, ya habitual, que recubría la faz de la Tierra desde 1475 de la EE (Era Espacial). El planeta había sufrido muchos cambios desde entonces y la humanidad se veía dividida en dos bandos, los reformistas, partidarios de volver al antiguo régimen, integrados por las altas esferas de la sociedad, y los liberacionistas, que querían reintroducir la democracia, formados por las clases más humildes. Los tiempos eran oscuros, muchos de los avances tecnológicos logrados en épocas pasadas yacían ya casi olvidados en la mente de la mayor parte de la gente y solamente los ancianos recordaban los días gloriosos de la EE. En 1827 había estallado la quincuagésima primera guerra mundial y aún seguía en pie. Más de ochenta años de hostilidades habían sembrado terror y desolación entre la población y sólo tenían acceso a la educación algunos pocos privilegiados. Narum era uno de ellos. Se esperaba mucho de él, sus altas calificaciones y su predisposición a trabajar hacían pensar a los altos

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mandamases que dentro de unos años Narum podría acabar con los ya pequeños brotes de la resistencia. El fin de la guerra estaba cerca y parecía que los reformistas saldrían vencedores.

Estaba tendido en el suelo… un suelo frío, que no

conocía… la cabeza le daba tumbos… no recordaba nada de lo sucedido… fuego… abrió los ojos y observó un rostro que nunca antes había visto… era un chica de asombrosa belleza… Elha…no paraba de repetir su nombre, Narum, Narum, Narum… se incorporó, miró a su alrededor, estaba aturdido, todo le era extraño… bajó la mirada… estaba de pie… en medio de un inmenso círculo blanco…

Se despertó, estaba empapado en sudor. Otra vez el

círculo blanco, no podía dejar de pensar en él… aunque esta vez era distinto, Narum sabía que las respuestas estaban cada vez más cerca.

La noche anterior había ido a despedirse de lo último que lo ataba a la ciudad, sus amigos habían partido hacía tiempo y de su familia se sentía bastante distante. La explanada de las afueras, más allá del parque en el que contaban que había un árbol de más de 10000 años plantado antes del inicio de la Edad Oscura, justo después de la caída del meteorito Aarhus que significó el fin de la Edad Contemporánea, era su lugar predilecto. Desde allí podía observar las estrellas al lado del río, alejado de la neblina que recubría gran parte del mundo, con la tranquilidad que le proporcionaba el sonido del agua, con la tranquilidad que le transmitía el firmamento.

Narum sabía reconocer a simple vista las principales constelaciones del verano y con ayuda de su telescopio podía llegar a divisar cúmulos y

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nebulosas separadas de la Tierra por millones de años luz. No obstante, aquella noche centró su mirada únicamente en Altaír, la estrella principal de la constelación del Àguila, morada de su próximo destino, Govanem.

Todo se había precipitado hacía un par de días

cuando Gregor, su antiguo profesor de matemáticas, se presentó en su casa llevando puesto un misterioso pendiente. Narum ya supo de entrada de qué se trataba. Lo había visto antes, en sus sueños, un diminuto aro plateado arrapado al lóbulo izquierdo de la oreja de Gregor. De su parte inferior salía una cadenita trenzada de no más de un centímetro del mismo color y al final de ésta colgaba una esfera del tamaño de un guisante. Aún así, la esfera del pendiente de Gregor era negra y no blanca como la que vio en sus sueños. Sin mediar palabra alguna el profesor le entregó una nota citándole en la Cúpula tres días más tarde. Junto con la nota había el resguardo de un billete de ida a Govanem que tenía que pasar a recoger por la lanzadera número siete del aeropuerto espacial a las tres y media de la madrugada, dos horas antes de la salida del vuelo.

Narum estaba confuso, realmente sabía que todo aquello giraba alrededor del círculo blanco, pero no podía asimilar en tan poco tiempo el vuelco que estaban tomando los acontecimientos. Las últimas veces que había visto a Gregor ya había notado un comportamiento extraño en él, pero no podía sospechar que su antiguo mentor lo supiera todo sobre sus visiones, todo y más al parecer… ¿Qué era la Cúpula? Se preguntaba Narum. ¿Qué pintaba un billete a Govanem allí en medio? No alcanzaba a recordar muchos detalles sobre aquel lugar, pero sabía que se

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trataba de un planeta, un planeta en el espacio exterior, más allá de la luna y del sol, más allá de los confines del sistema solar. Antes de que pudiera preguntarle nada a Gregor, este ya había desparecido.

Desde pequeño Narum había soñado en viajar por el espacio, en salir de aquel planeta plagado por la guerra donde su futuro estaba decidido desde casi su más tierna infancia y descubrir nuevos mundos, nuevos seres, nuevas culturas, nuevas esperanzas de paz… su alternativa, convertirse en un gran estratega militar que decidiera definitivamente la guerra hacia el bando reformista. Así que se iba a agarrar a la salida que le había brindado Gregor, al círculo blanco, su pasaporte hacia un futuro incierto.

Nada más se sobrepuso del impacto inicial que habían supuesto aquellas revelaciones, Narum se puso a indagar sobre La Cúpula y Govanem. Así había pasado la mayor parte del día anterior sin apenas haber encontrado nada sobre la primera, sólo un nombre, una estrella, Albireo. Por la tarde, en su habitación, conectó su casco de realidad virtual y se dispuso a viajar por el ciberespacio hasta ella.

“Simulación del espacio de hoy miércoles dos de

junio de 1912 de la Era Espacial, punto de partida la Tierra, destinación Albireo, estrella de la constelación de Cygnus” ordenó en sus pensamientos. De inmediato, notó una inyección de energía que le recorrió todo el cuerpo y salió como una exhalación hacia su destino. Pasó como un rayo por el lado de la Luna, cruzó el Sistema Solar y en menos de diez segundos, en los que casi no tuvo tiempo de darse cuenta de lo que ocurría, llegó a buen puerto. Quedó maravillado. Nunca antes había contemplado nada tan bello e impactante a la vez. Albireo era una estrella

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doble. Había una pequeña azul como el mar en el centro y, orbitando a su alrededor, como la Luna gira entorno a la Tierra, había otra, una enorme gigante dorada. Parecía increíble que una estrella tan diminuta pudiera tener más gravedad y ser más caliente que el coloso que tenía por compañera.

Narum inició la búsqueda de la Cúpula por la segunda. “Información” pidió a la máquina. Delante de él aparecieron los datos más relevantes del sistema. Albireo era un estrella doble situada a 390 años luz de la Tierra, la mayor de las cuáles era una gigante dorada que ya estaba en sus últimos años de vida, sólo le quedaban 10000 de existencia. Ésta tenía seis planetas que orbitaban a su alrededor, tres estaban habitados por civilizaciones avanzadas y los restantes permanecían sin colonizar por no reunir las condiciones adecuadas. Había montones más de información sobre la estrella, sus planetas y sus satélites, pero nada relacionado con la Cúpula, con el círculo blanco o con cualquier cosa que le pudiera indicar que estaba sobre la pista.

Decidió intentarlo con la otra. “Información” volvió a pedir. La estrella central de Albireo era muy pequeña, de gran densidad y temperatura elevada. Era una estrella bastante joven comparada con su compañera, aún así, posiblemente las dos habían nacido de la misma nebulosa. A diferencia de la primera, sólo poseía un planeta que orbitaba entorno a ella en medio de las dos hermanas, Equam. Narum se acercó más a él. De lejos parecía que estaba recubierto por un manto oscuro, del interior del cuál se desprendían rayos de luz. También se distinguían en él intensos focos, como hogueras en medio de una tormenta. A Narum la visión le produjo un escalofrío. Intentó acercarse un poco más, pero no pudo. Era

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como si un campo de energía le impidiera avanzar. Lo volvió a intentar, pero fue en vano, una fuerza sobrenatural lo protegía… la Cúpula tenía que estar allí.

Sobre Govanem documentarse fue más fácil, sólo

tuvo que pedírselo a su peluche Thoor. Thoor no era un muñeco como los demás, llevaba incorporada una compleja base de datos muy avanzada. Tenía muchas y variadas funciones, pero Narum lo consideraba, por encima de todo, un buen amigo. Siempre, desde niño, había estado con él. Le había hecho compañía en infinidad de tardes, le había contado sus más íntimos secretos, habían tenido largas charlas hasta el amanecer, aunque este no pudiera hablar… también era el único que sabía de sus visiones, a excepción de Gregor, claro está. Thoor era en parte creación de Narum, este no habría existido sin él, pero a la vez, muy posiblemente Narum tampoco hubiera sido el mismo sin Thoor. Unos segundos después de hacerlo, de los ojos de Thoor salió un endeble haz de luz que proyectó sobre la pared un par de párrafos de información sobre Govanem. La proyección era menos nítida de lo habitual, parecía que hubiere algún tipo de interferencia. En cualquier otra situación, Narum hubiera cogido el aparato estropeado y le hubiera dado un par de golpes para ver si reaccionaba, pero como se trataba de Thoor, lo cogió con suavidad y lo sacudió levemente. El haz de luz volvió a la normalidad y al fin pudo leer: “Govanem, planeta que se encuentra en la constelación del Águila, forma parte del sistema Altaír, estrella sub-gigante azul. Situado a 17 años luz de la Tierra, es dos mil veces mayor que ésta. Centro de millares de rutas intergalácticas es uno de los planetas más grandes conocidos. Su superficie está

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totalmente recubierta por agua y en su núcleo se encuentra el cincuenta por ciento del sícal del universo.”

Por la noche, Narum fue a la explanada de las afueras de la ciudad a contemplar las estrellas hasta que llegó el amanecer. Luego, volvió a casa, se tumbó en la cama y se durmió.

A lo lejos, el sonido de la sirena de una ambulancia

y los aullidos de los perros al oírla pasar. Narum decidió levantarse. El sueño sobre el círculo blanco le acababa de despertar. Le dolía la cabeza. Thoor le observaba desde arriba del armario como siempre. Se puso las zapatillas y fue al baño. Se había dormido. Quería haber aprovechado la tarde para ultimar todos los detalles del viaje con tranquilidad, pero ya no había tiempo, así que decidió hacerse la maleta antes de que sus padres volvieran. Su madre, Durna, trabajaba de funcionaria en el ministerio de defensa, de ahí que siempre hubiera estado obsesionada con que Narum estudiara Política y Estrategia Militar. Era su máxima ambición y única preocupación, lo demás poco importaba. Su padre, Petre, era guardia de seguridad de la zona restringida, lugar de la ciudad donde solamente las familias reformistas de clase media-alta podían vivir. Al contrario que su madre, todo lo que hiciera su hijo le era indiferente.

Narum volvió a su habitación, sacó una mochila del armario y la vació de libros. Sin perder un instante empezó a llenarla de todo lo que le pudiera ser útil durante el viaje. Cogió dos mudas de ropa, el fajo de dinero ahorrado, su cartera con los carnés y el pasaporte, unos mapas de constelaciones y estrellas que había comprado recientemente, una guía del universo, algo de comida y poco más porque la bolsa

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no era muy grande. Además tampoco sabía cuanto tiempo tendría que cargar con ella y no quería que fuera demasiado pesada. Naturalmente, también se llevó a Thoor consigo.

Eran más de las nueve de la noche cuando llegaron sus padres. En diez minutos estaban cenando. Su madre había preparado algo de comida rápida. No estaba mal. La cena transcurrió sin ningún incidente. No hablaron, era lo habitual. Nada hacía pensar a su familia que en unas horas su hijo desaparecería para siempre. A los dos minutos de terminar, Narum se levantó de la silla, les deseó buenas noches y se fue a su habitación con una sensación de culpabilidad en el estómago. Eran las diez en punto y una sonrisa amarga se dibujaba en su rostro, la aventura de su vida estaba a punto de empezar.

Esta vez sí que no se durmió. Había puesto el

despertador la noche anterior. Eran las dos en punto de la madrugada. Tenía que darse prisa, no andaba sobrado de tiempo. Se levantó de un golpe y se vistió sin perder un segundo. Ya lo tenía todo preparado, se puso la túnica apresuradamente, la mochila en la espalda y se dirigió a la puerta del piso con la intención de marcharse sin demora. Justo antes de abrirla se detuvo unos momentos…

Se dio cuenta de que no había tenido mucho tiempo para reflexionar sobre sus actos, o no había querido hacerlo… iba a marcharse de casa, salir de su planeta, sin saber cuando iba a volver, si es que volvía. No sabía muy bien a dónde se dirigía, sólo seguía una mera corazonada ¿acaso estaba mal de la cabeza? “Un poco sí” se burló, era una locura, pero no, le daba igual, nunca antes había dispuesto del coraje suficiente, ésta era su gran oportunidad, si se quedaba

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le esperaba una vida marcada por los demás… pero ¿y sus padres? Vale que no se habían portado muy bien con él, que no les importaba lo que él de verdad quisiera o dejara de querer, pero, al fin y al cabo, eran sus padres, ellos lo habían criado, lo habían alimentado, lo habían cuidado, amado a su manera, les debía algo como hijo, no podía marcharse así, sin más… y empezaron a entrarle las dudas. “Otra vez no. Esta vez no”.

Unas lágrimas cayeron sobre el papel, contadas palabras se difuminaron con ellas. Dio un gran suspiro, dobló la carta y la dejó encima de la mesa de la cocina. Eran las dos y cuarenta. En cincuenta minutos tenía que recoger el billete. Abrió la puerta, cruzó el pasillo y miró hacia atrás por última vez…

Queridos padres, Como habréis notado, me he ido de casa y, de

momento, no atisbo fecha de regreso. Ahora debo estar a millones de kilómetros de aquí. Estoy en el espacio… donde siempre he querido ir.

Estos últimos días unos extraños acontecimientos han cambiado mi vida. Son algo complicados de describir, casi increíbles… supongo que difícilmente los entenderíais, o los querríais entender, pero son verdaderos. Marchándome no pretendo ni castigaros ni destrozarme la vida, todo lo contrario. Por una vez estoy haciendo lo que de verdad quiero, no lo que me han impuesto.

Puede que ahora no comprendáis nada de lo que os estoy diciendo, pero si me queréis lo acabaréis haciendo. Sé que nuestra relación no ha sido muy buena, me sabe realmente mal y os doy las gracias por todo lo que habéis hecho por mí. Nunca os olvidaré.

Os quiere, Narum

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II

La lluvia caía con intensidad sobre el asfalto. Narum cogió su aeromoto por última vez y se dispuso a salir de la zona restringida. El puerto espacial estaba a las afueras de la ciudad, lugar peligroso a altas horas de la madrugada. Tenía que correr el riesgo. Giró a la izquierda, se encontraba ya a sólo unos metros de las puertas de salida de la zona. Redujo su velocidad y la célula lo detectó, éstas empezaron a abrirse con un chirrido metálico. Una multitud de gente esperaba al otro lado, el terror de la noche, llamados por los reformistas de clase media-alta, rebaños de delincuentes, según los mandamases… Narum sencillamente los veía como gente con menos suerte que él que había quedado sin techo por la injusticia de la guerra, personas que no tenían nada con qué vivir y cuya única posibilidad de subsistencia era el vandalismo, los últimos vestigios de la resistencia liberacionista a los cuales se habían unido los reformistas de clase baja que él tenía que derrocar convirtiéndose en el más grande y patético estratega militar de toda la historia.

Narum, al ver lo que se le avecinaba, dio inmediatamente marcha atrás y se escondió lo mejor que pudo, tras de la espesa cortina de agua, de la avalancha humana. En unos instantes, la muchedumbre se había adueñado de las calles de la zona restringida, apareció la guardia de la ciudad, los vecinos se

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despertaron, se oían gritos de dolor por todas partes, el ruido de cristales rotos, el sonido estremecedor de las armas automáticas… y en medio del fuego cruzado una figura se escabulló temblorosa por debajo de la puerta metálica.

Unos minutos más tarde, Narum se detuvo enfrente de un inmenso edificio. Eran ya pasadas las tres de la madrugada y tenía que darse prisa si no quería perder los billetes. La zona estaba tranquila como cabía de esperar después de que el centro de la ciudad se hubiera convertido momentáneamente en el último frente de batalla activo de la región. Aparcó la aeromoto y se dirigió hacia la entrada principal. Un gigantesco cartel colgaba de un no menor arco. En él había escrito: “Bienvenidos al Puerto Intergaláctico”. Narum entró. Una mezcla entre emoción y nostalgia le recorrió el cuerpo, en menos de tres horas estaría a millones de kilómetros, habría dejado atrás todo lo conocido para adentrarse en el universo y dirigirse hacia un destino aún incierto.

La sala era enorme, desmesurada, como todo lo que le rodeaba, de monumental magnitud. Decenas de pasillos que llegaban hasta donde la vista no alcanza, paredes infinitas, el suelo de un blanco resplandeciente que dificultaba la visión. A Narum le parecía increíble que pudiera existir un edificio tan brillante en una ciudad tan oscura y apagada. Le recordaba a las fotos que había visto de los años gloriosos de la Era Espacial. Miró a su alrededor, no había mucha gente y lo que era aún peor, no había ningún tipo de indicación que le mostrara el camino que tenía que seguir. Eran las tres y veintidós, en ocho minutos tenía que recoger el billete. Narum lo recordó, tenía que retirarlo en la lanzadera número siete. Comenzó a andar sin dirección fija, de un lado a otro para ver si encontraba a alguien

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que le pudiera ayudar. La poca gente que había le hacía caso omiso y se dispersaba en todas direcciones. Narum estaba empezando a enojarse, no había ningún lugar al cuál acudir, ningún punto de información, no había nada, absolutamente nada, vacío. Al final decidió gritar en voz alta por si algún ánima caritativa le escuchaba: “¿Alguien sabe cómo llegar hasta la lanzadera número siete?”

Narum oyó un sonido extraño, se parecía a los que en los concursos de la televisión indicaban respuesta correcta. En unos instantes, apareció delante suyo un panel luminoso en el que ponía “Lanzadera 7” y debajo en letra diminuta “Desde su actual ubicación usted puede llegar a la lanzadera tomando el tercer pasillo empezando por la derecha, girando en el cuarto cruce a la izquierda y luego en el tercero otra vez a la izquierda. Una vez llegue al final del pasillo indicado, puede bajar por las escaleras o subir en ascensor hasta la quinta planta, entonces encontrará…” y así continuaba durante líneas y líneas de confusas instrucciones. Al final de todo, en letra aún más pequeña, decía “...o simplemente diga Destinación Lanzadera 7 y será automáticamente teletransportado a ella”. Obviamente Narum escogió la segunda opción, no tenía tiempo que perder. Siguió con exactitud este paso alternativo y en unos segundos se encontró en una sala completamente distinta. Ya no había paredes resplandecientes, todo era más triste y oscuro, era más próximo a la versión de la Tierra en aquellos años de decadencia. Narum no podía entender cómo en un mismo lugar podían existir dos realidades tan distintas, pero era así, como ocurría mucho más a menudo de lo que se cree… supuso que debía ser una especie de regalo de algún pacto interestelar con alguna cultura más avanzada. Vestigios de grandeza.

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Ahora ya había paneles informativos y contados trabajadores hacían sus menesteres. Narum se dirigió hacia el mostrador de recogida de pasajes. Una mujer de unos treinta años le atendió. En breves momentos tuvo su billete en la mano. Antes de marcharse le notificó que el vuelo había sido avanzado una hora a causa del cierre del puerto intergaláctico debido a la guerra. Finalmente, se despidió amablemente. Cada una de sus expresiones parecía forzada, vacía de contenido, como si su mente estuviera en otro sitio, ausente. Narum le reconoció el esfuerzo y le devolvió la sonrisa.

Ya era la hora de embarcar. No había mucha gente en la cola para acceder a la lanzadera. Narum se sentía bastante extraño, como si no fuera él el que se disponía a emprender el viaje, nunca antes había subido a una nave espacial, aún más, nunca antes había visto una en persona. Había leído sobre ellas, sobre los distintos modelos, la alta tecnología que empleaban para elevarse, los mecanismos utilizados para crear un entorno de gravedad artificial… abrieron las compuertas de entrada. Los pasajeros fueron pasando de uno en uno a una inmensa explanada. Llegó el turno de Narum, le dio el billete de embarque a un asistente de vuelo y entró sin problemas. El suelo era metálico, el techo, en forma de cúpula, altísimo, Narum supuso que antes del despegue se abriría y verían las estrellas por primera vez aquella noche. En medio de la llanura, a unos dos kilómetros de distancia, les esperaba la nave espacial.

Cuando todos los pasajeros hubieron terminado, se cerraron las compuertas. La mayoría de ellos parecían refugiados, desplazados por la guerra, que muy posiblemente iban a pedir asilo político a otros planetas, algunos otros semejaban altos ejecutivos en

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busca de negocios lucrativos, otros pocos afortunados irían a hacer turismo por las Pléyades y los restantes, gente como Narum, con una larga historia que contar. Un autobús les esperaba unos metros más allá para llevarlos hasta la nave. Subieron y, en unos minutos, ésta se alzaba imponente a su lado. Narum se quedó boquiabierto, estaba totalmente impresionado, la embarcación superaba con creces todas sus expectativas. Era una Solar Voyager 4235. Usaba sistemas de última generación, lo más innovador inventado en la Tierra. Ya preparada para despegar, estaba situada encima de una plataforma circular, apuntado como una flecha hacia el cielo. Para elevarse utilizaba un sistema muy sofisticado de metales diamagnéticos. Se parecen a los imanes ordinarios, pero producen el efecto contrario, se repelen. Para tomar altura necesitaba tanta energía y crear un campo magnético tan descomunal que era necesario dejar los dos kilómetros a la redonda de explanada metálica.

Narum observó entonces el diseño externo con detenimiento. Tenía forma cilíndrica, como los antiguos cohetes espaciales, pero era mucho más ancha. La cabina estaba en la parte delantera y acababa en punta, parecía estar un poco separada del resto de la estructura. De la parte trasera salía un pequeño reactor, también cilíndrico. Era como un cohete de juguete, de esos que explotan en el aire dejando tras de sí una estela de colores, con la mecha lista para ser encendida.

La tripulación inició el embarque de los viajeros. Subieron unas escaleras mecánicas hasta la plataforma en la que se encontraba la nave. Empezaron a llamar a los pasajeros por orden de fila. Narum miró en su billete, se iba a sentar en la número 3. Embarcaron las dos primeras. Eran las cuatro y dos minutos de la

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madrugada, ya era su turno. Subió otras escaleras que le condujeron a una puerta situada en la parte trasera del artefacto. Entró.

Narum se sentía insignificante dentro de aquella

evolución de cohete. Miró hacia arriba y vio como las paredes se alzaban metros y metros. De dentro, la nave era octogonal y, en cada una de las caras, había dos rengleras de asientos con un pasillo en medio. Cruzándola toda de arriba abajo había también un cilindro, era el reactor de iones que Narum había visto desde fuera. A su alrededor, había un anillo, una especie de plataforma, utilizado como ascensor para subir a los pasajeros hasta su asiento correspondiente. Narum se montó en él, seis personas más le acompañaban, una de ellas era una chica vestida de uniforme miembro de la tripulación. Pulsó un botón y fueron subiendo más y más, su fila estaba casi arriba de todo. Una vez allí, los asientos se separaron del suelo y se situaron alrededor de la plataforma. A cada uno de los pasajeros se le asignó uno. Finalmente, en la número tres quedaron diez vacíos. Narum se sentó en uno de ellos y se abrochó el cinturón. La asistenta de vuelo pulsó otro botón y éstos volvieron a sus sitios. Al término de toda la operación, quedó sentado dando la espalda al suelo. Era una sensación desconcertante, estaba rodeado de asientos, arriba, abajo, delante, detrás… suerte que el cilindro que atravesaba la nave, hacía como de techo y suavizaba la desorientadora impresión. Algunos de los pasajeros se quejaron y se tomaron las pastillas contra el mareo que les habían repartido antes de subir.

Narum consiguió relajarse. Sus sueños estaban a punto de realizarse, no sabía qué aventuras le estarían aguardando, nunca antes había estado tan ilusionado…

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pero ¿y si todo había sido producto de su imaginación? ¿Y si había tomado una decisión equivocada? ¿Y si el círculo blanco…? Y empezó a cuestionar sus acciones… pero rápidamente trató de olvidarse, no quería calentarse la cabeza, pamplinas, y se auto-convenció de que todo iba a salir bien.

Al cabo de unos minutos anunciaron que el embarque había finalizado y que en breve se procedería al despegue. Se abrieron unas ventanillas justo enfrente de los pies de cada uno de los asientos en el espacio de separación entre fileras. Al fin y al cabo, el viaje iba a ser bastante largo, los asientos tenían que ser confortables y unas ventanillas amenizarían notablemente el trayecto. Narum pudo observar a través de la suya como el autobús que les había llevado hasta la nave se alejaba a toda velocidad, señal que indicaba que el despegue iba a ser inminente. Eran las cuatro y veintiocho y en unos minutos iba a estar muy lejos de allí, o eso es lo que creía…

- Damas y caballeros, les habla el capitán –se oyó por megafonía-. Acabamos de recibir un comunicado urgente del puente de mando que nos aconseja la cancelación del vuelo debido a la batalla que tiene lugar en estos momentos a sólo unos kilómetros de la zona de lanzamiento. Además, también nos han informado de la posible presencia de un pasajero sin autorización para salir del planeta –murmullos se propagaron por el aire, a Narum se le cortó la respiración-. A pesar de todo –prosiguió-, la tripulación ha sospesado los riesgos y ha decidido proceder al despegue sin más demora. Agradeceríamos que el posible indocumentado se presentara en cabina con los documentos que presuntamente no lleva una vez superada la órbita de Plutón. Sino, que permanezca

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en su asiento. Muchas gracias y feliz vuelo –finalizó la transmisión.

Narum nunca supo si aquel comandante les había gastado una broma o si decía la verdad y las palabras se referían a él. Por unos instantes había visto peligrar seriamente su viaje al vacío… pero cuando por fin se inició la cuenta atrás, todas sus preocupaciones se esfumaron.

Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡Despegue!

En contra de lo que hubiera esperado, se fueron

elevando de forma lenta, suave y silenciosa. Después de rebasar la cúpula de la lanzadera, pudo observar, a través de la ventanilla, unas luces a lo lejos que se encendían y se apagaban. Era la zona restringida en donde la batalla ya se estaba terminando y las fuerzas opositoras estaban siendo reprimidas. Una triste imagen para recordar su hogar…

A unos diez mil metros se puso en marcha el propulsor de iones y la nave, poco a poco, fue pasando a una posición horizontal. La gravedad fue desapareciendo y el cilindro externo de la misma empezó a girar para crearla artificialmente mediante la fuerza centrífuga. Al cabo de un rato, el trabajo del propulsor de iones comenzó a hacerse visible y la nave, gracias a la reducida, pero constante aceleración que producía éste, fue ganando velocidad progresivamente.

La tripulación informó de que la duración del viaje sería de unas seis horas y media e hizo una ronda por cada uno de los asientos cerciorándose de que todo estaba en orden y ofreciendo un poco de comida y refrigerio. Narum declinó la oferta, estaba maravillado observado la belleza del universo. Pasaron por el lado

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de Venus y, un poco más tarde, divisaron, a lo lejos, el Sol escoltado por Mercurio. Se puso las gafas protectoras que les habían repartido anteriormente y pudo observar como, a medida que se iban acercando al astro rey, una vela circular se iba desplegando alrededor de la nave. Era de un material muy especial, parecido al de las placas solares, pero flexible. Su función era recoger el impacto de los miles de millones de fotones procedentes del Sol, para que estos los impulsaran aún más rápido. Orbitaron alrededor de la estrella durante unos minutos, cada vez a mayor frecuencia hasta que se desviaron de su órbita y se dirigieron a toda velocidad hacia los confines del Sistema Solar. Narum había estudiado todo este proceso en las clases de Mecánica Espacial y sabía que la gran ventaja de viajar por el espacio era que no había rozamiento y, por lo tanto, toda la velocidad ganada se acumulaba y no se perdía.

Eran más de las siete, ya no de la madrugada, sino de la mañana, hora terrestre y Narum estaba un poco cansado, aún así no tenía ni la más mínima intención de dormir durante el viaje, estaba fascinado con todo lo que estaba viendo, era infinidad de veces mejor que mirar por el telescopio que tenía en su habitación. A esas alturas ya habían dejado atrás el Sol, Mercurio, Venus, el planeta azul, el planeta rojo, el cinturón de asteroides, los satélites de Júpiter, los anillos de Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Repartieron entre los pasajeros unos panfletos informativos sobre la ruta que iban a seguir hasta llegar a Govanem. Ahora se estaban dirigiendo, a más de 100000 metros por segundo, hacia un agujero de gusano, una especie de túnel que acortaba infinidad de veces el trayecto entre distintos sistemas solares, galaxias… que les llevaría directamente al Sistema Euryon, en donde se

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encontraba Govanem. El librito explicaba “…millones de años atrás, una civilización muy avanzada llamada “los Antiguos” creó una red de estos agujeros que conectan todo el universo. Actualmente se desconoce la tecnología utilizada por la que ya muchos creen desparecida civilización, otros opinan que sus últimos integrantes aún vagan escondidos por los confines del universo…”.

El tiempo iba transcurriendo y Narum lo pasaba un rato leyendo, otro mirando por la ventanilla… ya quedaba menos para llegar a su destinación y había pasado de un estado de total liberación a otro de nerviosismo. Pensaba en Govanem, en lo que sería la Cúpula, en si todo era un mero sueño, en las aventuras que le estaban esperando, en el círculo blanco, en si iba a ser capaz de afrontar la nueva vida que se le presentaba, aunque aún no supiera cuál era… pensaba en muchísimas cosas, pero en ningún momento se le pasó por la cabeza el cuándo regresaría a casa… estaba ansioso por llegar y seguir adelante sin mirar hacia atrás.

La tripulación avisó de que se estaban acercando al agujero de gusano y pidió a los pasajeros que se abrocharan los cinturones. Las ventanas empezaron a cerrarse, pero justo antes de que lo hicieran del todo, Narum pudo entrever como de la nada, como un espejismo, aparecía, azul marino, pero a la vez con tonos púrpuras y magenta, la materia exótica que formaba el agujero de gusano. La nave sufrió una fuerte sacudida y su interior se llenó de esa extraña luz. Una inyección de energía recorrió todo lo que les rodeaba y Narum notó como una fuerza le tiraba hacia atrás y le pegaba irremediablemente contra el asiento. La mayoría de los pasajeros cerraron los ojos, el miedo se apoderó de algunos más que no pudieron reprimir

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los chillidos, otros se agarraban fuerte a sus asientos, Narum estaba, sencillamente, hipnotizado. La experiencia sólo duró unos segundos, pero seguro que nadie que la hubiera vivido por primera vez la iba a olvidar en toda su vida.

Otro golpe sacudió la nave que frenó bruscamente. El propulsor de iones se volvió a poner en marcha y, progresivamente, fueron recobrando velocidad. Tras suyo la estela azulada que les acompañaba terminaba por difuminarse sin dejar rastro. Las ventanillas se fueron abriendo de nuevo y, por primera vez, Narum supo del cierto que no era un sueño lo que estaba viviendo, se encontraba en medio del universo junto con millones de civilizaciones y culturas más. Centenares de naves espaciales de todas formas y tamaños estaban a su alrededor, cada una con rumbo distinto, pero todas danzando en armonía por el espacio y, a lo lejos, un gigantesco planeta que semejaba una perla azul de colosales dimensiones, Govanem.

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III

Poco a poco fueron acercándose al planeta. Unos millares de kilómetros más lejos de éste, había Altaír, la estrella principal del Sistema Euryon que, dado a su extraordinario tamaño, parecía estar a su lado. Lentamente la nave entró en la atmósfera de Govanem y volvió a usar los metales diamagnéticos, esta vez invirtiendo sus polos y por lo tanto su efecto. Narum pudo observar a través de su ventanilla que el planeta estaba totalmente recubierto por agua y que el puerto espacial en donde aterrizarían en breve, o más bien dicho “agovaneizarían”, estaba situado encima de una enorme plataforma plateada, del mismo color que el puerto. Al parecer, todo estaba construido con sícal, uno de los metales más escasos del universo, con propiedades muy especiales, entre las que destacaban que su densidad fuera menor que la del agua, cualidad que le permitía flotar, su cautivador color plateado y que fuera también uno de los únicos y preciados metales con memoria, de los cuáles se podía programar la estructura y recuperar su forma original mediante la aplicación de calor, impulsos electromagnéticos o usando otras formas de energía más sofisticadas.

La nave fue descendiendo suavemente hasta que finalmente contactó con la superficie del planeta. Los pasajeros fueron desabrochándose los cinturones y, a medida que llegaba su turno, el anillo central de la

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nave los recogía y los bajaba hasta la puerta de salida. Ahora le tocaba a la fila número tres, el asiento de Narum se posicionó y él subió a la plataforma. La asistenta de vuelo pulsó un botón y en unos instantes se encontraron en la parte trasera de nuevo. Salió por una puerta que daba a un pasillo largo y estrecho al final del cuál había una sala de espera, o eso es a lo que Narum le recordó. Uno a uno les fueron llamando y con las horas la sala se fue quedando vacía. La tranquilidad era absoluta y a Narum le empezó a entrar el sueño que había arrinconado durante todo el viaje.

Finalmente, se le acercó un miembro de la tripulación y lo despertó cuidadosamente. Le hizo pasar a otra habitación donde lo chequearon de arriba abajo. Pasó por un sinfín de pruebas de todos los colores y mientras era examinando, uno de los doctores le fue dando una serie de explicaciones sobre la vida fuera de la Tierra. Frases como, “…en el espacio todo es relativo, por ejemplo, el tiempo tal como lo conoces no existe, aquí las actividades se adaptan al biorritmo de cada uno…”, “… atmósferas aptas para los seres humanos hay muy pocas, por eso alteramos levemente el genoma de todos los de vuestra especie para que esto no os sea un inconveniente…” o “…éste puerto espacial ha sido diseñado y adaptado para que se asemeje lo máximo posible a vuestro planeta y así los viajeros procedentes de esta destinación no recibáis un impacto…”, le iban entrando por un oído y saliendo por el otro. A Narum todo esto no le importaba ni lo más mínimo, la mayor parte de los consejos ya los había aprendido en el instituto, él había escapado de su antigua realidad siguiendo una pista, tenía que encontrar la forma de llegar a Equam... pero, aún así, no pudo evitar recordar todo lo que había dejado atrás y, por un momento, su

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cara volvió a mostrar la tristeza que reflejaba en la Tierra, tristeza debida a una soledad invisible que no le dejaba respirar. Pensó en sus padres, en su habitación, en su ciudad… y un aura de nostalgia le envolvió.

Ya hacía un rato que había salido del puerto, o más

bien dicho que lo habían echado. Después de la revisión exhaustiva lo metieron en una cápsula y lo teletransportaron a la calle sin previo aviso. ¿Puede que fuera una costumbre de Govanem dispensar a la gente sin despedirse…? Gradualmente, Narum se había ido acostumbrando a la luz azulada proveniente de Altaír, que junto con las construcciones plateadas, le daban al planeta un aire místico. Miles de seres anónimos que nunca antes habría podido imaginar se paseaban ahora delante de él, pero a Narum no le pareció nada extraño, se respiraba una calma caótica en el ambiente y, sin darse cuenta, ya formaba parte de ellos. Estuvo andando durante más de una hora, maravillado por la belleza de aquel lugar; se le había olvidado por completo qué estaba haciendo allí.

En aquellos momentos, el fluir de la multitud le había llevado a una calle bastante transitada. Por lo visto, era la avenida principal de Agar, la capital del planeta. Allí podías encontrar los objetos más preciados de la galaxia repartidos por un sinfín de tiendas que se perdían en el infinito. Narum empezó a moverse arrastrado por la corriente. Tanta aglomeración le estaba agobiando un poco, él no era muy alto y se perdía fácilmente entre empujones y codazos, ¡si es que se podían llamar así! A pesar de todo, pudo distinguir curiosa tienda que le llamó la atención; estaba en un rincón oscuro, pero a la vez en medio del camino, difícil de describir. La gente pasaba por delante de ella sin percatarse de su existencia, era

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como si él fuera el único que pudiera verla… los demás establecimientos estaban a rebosar, en cambio, en su interior sólo había dos “personas”, una era el dependiente, que no se sabe qué podía vender porque el escaparate estaba completamente vacío y la otra era un chico de su misma edad. Vestía de un modo peculiar, sus movimientos eran armónicos, parecía deslizarse por el suelo. Narum se fue acercando, abriéndose paso entre la muchedumbre, hasta que pudo entrar en el comercio. El chico se giró y se dirigió hacia él. Narum notó que una suave calidez le envolvía al cruzarse con éste, y de pronto, un flash… Halaus.

Tardó unos instantes en rehacerse, pero ya era

demasiado tarde, cuando reabrió los ojos el chico había desaparecido. La curiosidad se había despertado en él, se volvió y se dispuso a hablar con el dependiente, cuando…

- Hola Narum –dijo por sorpresa de éste- llegas tarde, pero a tiempo.

Ahora sí que ya no entendía nada. ¿Tarde? ¿A tiempo? ¿Más acertijos? ¿Qué estaba diciendo? ¿Narum? ¿Cómo sabía su nombre? ¡Ah!

- Nos vemos a las trece hadas en el hangar del oeste de Agar. No llegues tarde.

Y un impulso le condujo a fuera de la tienda, con la mente en blanco. Salió a la calle y la corriente se lo llevó metros abajo hasta una gran plaza desierta. Otra vez solo, como durante gran parte su vida…

“¡Fantástico!” pensó Narum. “Estoy en un planeta desconocido, a años luz de distancia de mi casa, estoy solo sin nadie que me pueda ayudar, acabo de hablar con un tipo que no aún no sé ni lo que me ha dicho y me he pirado sin tan siquiera preguntarle qué significaba…” “¡Fantástico!” Volvió a repetirse. “Y

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¿cuál es la moraleja de todo esto? Mejor no te vayas de casa si las cosas no pintan fatal, puede que con suerte aún te vayan peor…”. Abajó la cabeza y suspiró tratando de serenarse. “Bueno, y ahora ¿qué? Vamos a esperar a que otra inspiración divina me ilumine y me conteste alguna respuesta, que creo que ya me lo merezco ¿no?”. Apretó los labios y sonrió irónicamente… ¿mejor que llorar?

Narum era templado y sensato, pero a veces cambiaba de humor como de la noche a la mañana, característico de personas con fragilidad emocional provocada por las múltiples adversidades de su vida; aún así, estos arrebatos de pesimismo y desesperanza tendían a durarle poco.

“Las trece hadas…” iba repitiéndose, “las trece hadas… y ¿dónde estará esto?” y la inspiración volvió a surgirle de la nada, pero esta vez de una forma distinta. “¿Qué mejor idea que preguntárselo a un nativo? Pero adivina quién será uno de por aquí, porque con las pintas que llevan todos…

- Disculpe, ¿sabe dónde están las trece hadas? –preguntó amablemente.

- Nguanka si kudu… –respondió un ser extraño con una voz aún más extraña- ¡Unda! –prosiguió y se marchó con cara de pocos amigos.

“Mmmmm… interesante… mejor cambiar de estrategia.” Suerte que Narum se tomaba las cosas con bastante sentido del humor, que sino… pensativo decidió ir a algún lugar para sentarse y despejar sus ideas, hasta ahora no se le había pasado por la cabeza que en Govanem pudieran hablar distintos idiomas… pero aún no había dado dos pasos cuando una mano le cogió por el hombro. Se giró bruscamente y se encontró cara a cara con un rostro sonriente.

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- De la Tierra ¿no? –dijo con una risita por debajo de la nariz- Lo he sabido por tu acento –Narum se lo miraba perplejo con una ceja al aire.

- Perdona, me presento. Soy Lum y estaba escuchando la fascinante charla que has mantenido con aquella govaniense –seguía con su risita tonta, irritante.

- Ah, hola… –estaba desconcertado- ¿me podrías explicar qué es lo que hace tanta gracia? Es que me parece que me he perdido algo… –pidió sin intención de ser desagradable.

- ¿Acabas de llegar verdad? –Narum asintió- No, si ya se ve. Mira es que por aquí en el espacio exterior no todos hablamos el mismo idioma y me ha hecho gracia la manera en que se te han quitado de encima –Lum aún reía, al parecer lo suyo era la guasa- y es que además –prosiguió-, las trece hadas no es un lugar al que se pueda ir.

- ¿Y entonces? - Es la forma en que se dice la hora en Govanem y

quiere decir las trece Antes De Altaír, que es la estrella principal de nuestro sistema planetario. Y me preguntarás ¿y la “h”? Pues la “h” es un adorno que le hemos puesto, para que quede más bonito y sea enigmático para los extranjeros. ¿A quién no le gustan las hadas? –y concluyó satisfecho de haber podido enseñarle algo nuevo al pobre chico.

- Bonito no sé, pero enigmático sí, bueno más bien lioso; ¿currado? –contestó Narum añadiendo más salsa a la conversación- y ahora ¿qué hora es?

- Son las nueve hadas, faltan cuatro para las trece, pero tienes que tener en cuenta que una hora en Govanem son cinco minutos en la Tierra, por lo tanto quedan unos veinte minutos para…

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- ¡Cómo! Tengo que irme entonces –interrumpió Narum- ¡Gracias por la información! –y se marchó corriendo en dirección a… de hecho no sabía a dónde tenía que ir. Se giró precipitadamente.

- ¡Lum! –gritó- ¿sabes dónde está el hangar del oeste de Agar?

- En aquella dirección –señalando en sentido opuesto en el que corría Narum-, pero mejor coge un aerotaxi, los encontrarás en la primera calle a la derecha.

- ¡Gracias de nuevo! –ya desde lejos- ¡Por cierto, me llamo Narum!

Cruzó la plaza a toda velocidad y viró a la derecha. En una esquina había unos coches voladores de color azul marino aparcados. Subió en uno de ellos.

- Al hangar del oeste de Agar, por favor. Unos minutos más tarde se encontraba de nuevo

delante del misterioso dependiente, que, por lo que le contaron, era un experto piloto. Éste le hizo subir a una navecita espacial. El chico que había visto antes en la tienda también estaba allí y le volvió a invadir aquella agradable sensación de calidez. Unos instantes más tarde, la nave despegaba y dejaba atrás el planeta. Pocas horas había estado en él, pero las suficientes como para saber un cachito más. Había conocido a Lum, un tipo divertido, había entablado sus primeras relaciones con seres alienígenas y ahora su destino se enfrentaba a un nuevo reto, la Cúpula. Pero antes de alejarse definitivamente de Govanem, un frívolo pensamiento se filtró por su mente… ¿no habría podido, aquel médico del puerto interestelar, insertarle un diccionario universal en la cabeza?

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IV

Cada vez que pasas por un agujero de gusano es distinto. Es una experiencia única e irrepetible, mejor que tirarse en paracaídas, y eso Narum lo sabía muy bien, porque en lo que llevaba de “día”, ya había pasado por unos cuantos. La pequeña nave tripulada por el exuberante piloto parecía ir a la deriva, sin rumbo fijo, por un entramado de agujeros semejantes a un laberinto de túneles infinitos. Ésta se había detenido brevemente en un planeta para repostar e inmediatamente se habían vuelto a poner en marcha. Narum ya había perdido la noción del tiempo, había dormido un poco, pero parecía que el cansancio se le volvía a manifestar. Con escasas fuerzas se preguntaba cuándo llegarían a su destinación… aunque paradójicamente aún nadie le había dicho cuál era.

Por séptima vez en aquel fatigante viaje veía como, de la nada, aparecía un misterioso, pero bello, agujero de gusano, esta vez de una tonalidad verde-azulada. Sacudida inicial, la espalda pegada irremediablemente contra el asiento y una nueva sensación, un sentimiento de familiaridad. El final del viaje parecía estar cerca y así fue. Por segunda vez en la vida, pero ésta con sus propios ojos, veía el espectáculo más maravilloso que nadie jamás haya contemplado. Abrazadas eternamente como dos hermanas, una gigante dorada y otra diminuta azul, Albireo, la estrella doble. La emoción se apoderó de Narum, no podía

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separar su mirada del cristal. Era un espectáculo impresionante… y allí, en medio de las dos divas, con su tupido velo negro iluminado por furiosos rayos, Equam.

El otro chico podía ver la ilusión a través de los ojos de Narum, él la escondía debajo de una fina capucha que le cubría gran parte del rostro. Desde dentro de la cabina el piloto avisó…

- ¡Abrocharos el cinturón! La nave penetró en la densa atmósfera del planeta.

Narum se agarró con fuerza al asiento, todo a su alrededor vibraba con violencia. Era un momento crítico, los ojos entreabiertos, los músculos en tensión… hasta que cesó repentinamente. Se detuvieron los reactores y el piloto salió de la cabina. Les hizo una seña con la mano y abrió la compuerta principal que daba al exterior. Estaban planeando en medio de la tormenta a varios kilómetros de la superficie del planeta.

- Lo siento, os tengo que dejar aquí. En Equam no se puede aterrizar, ya os lo contaran. Acercarse más es demasiado peligroso –Narum le interrogó con la mirada.

Pero ya era demasiado tarde… y los empujó al vacío.

Narum se despertó en medio de la nada. Acababa

de soñar con el círculo blanco. Notaba su presencia. Se sentía cansado, empapado, muerto de frío. No había parado de llover. A su alrededor se alzaban imponentes volcanes en erupción. No había rastro de su compañero de viaje. Estaba solo, en la superficie de Equam, expuesto a las inclemencias meteorológicas. Tenía que hallar cobijo si no quería ser fulminado por un rayo… demasiadas cosas en qué pensar, pero una

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sobresalía por encima de las demás; ¿cómo había podido sobrevivir a la mortal caída? Las respuestas no tardarían en llegar, pero aún no era el momento.

Narum se incorporó lentamente y pudo observar que él también se encontraba en un volcán, más concretamente en el extenso cráter de uno inactivo. Echó una rápida ojeada a su alrededor y vio como a lo lejos una silueta se deslizaba por una abertura hacia el interior del mismo. Sin previo aviso, un nuevo flash le sobrevino… Sikma.

Estaba agotado de su largo viaje, apenas podía moverse, pero tenía que hacer un último esfuerzo. Decidió dirigirse hacia la entradita situada unos metros más allá en el centro del cráter. Medio andando, medio arrastrándose, medio resbalando pudo llegar hasta ella. No sin dificultades, se deslizó también como una serpiente y una vez dentro, contempló el chocante espectáculo; de en medio de las llamas surgía una enorme y oscura esfera. Parecía una lucha entre el fuego infernal y la calmada marea. La Cúpula, el preciado tesoro que Narum había estado buscando se le presentaba en forma de perla negra. Dos clases opuestas de sentimientos le suscitó aquella visión, por una parte, alegría y alivio, por fin había llegado a su destinación y, por otra, inquietud e incertidumbre, ¿qué le estaría aguardando a partir de entonces? Notó como una sensación de cosquilleo le recorría todo el cuerpo y medio con pánico medio con asombro observó como su cuerpo se iba desintegrando paulatinamente. Al cabo de unos instantes reapareció sano y salvo en el interior de la esfera. Una quincena de jóvenes de distintos planetas se encontraban en su misma sala. Sin hacer ruido, se fueron acercando a una de las esquinas desde donde un hombre de mediana edad les estaba haciendo señas. Era Gregor, que le

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dedicó una cálida sonrisa a Narum e inició un discurso de bienvenida sin que éste casi tuviera tiempo de acercársele.

- El universo vive tiempos oscuros –el silencio era absoluto-. Desde que las primeras civilizaciones empezaron a poblar sus planetas y a expandirse por las galaxias, los distintos valores fundamentales se han ido desvaneciendo. Tiempos en que la codicia y el afán de poder imperan en el régimen y juicio de la mayoría de las acciones, vosotros sois nuevas piezas para una máquina mal engrasada. Nuevas ideas, nuevas ambiciones, nuevas esperanzas, provenientes de distintos lugares del universo es lo que se necesita en la actualidad para afrontar con garantías el futuro y poder convivir en armonía bajo unas leyes preestablecidas –miradas de interrogación y asombro se cruzaron en el aire-. Algunos de vosotros os preguntaréis qué estáis haciendo aquí, pero ésta es una respuesta que tendréis que hallar con el tiempo. Todos sois únicos y tenéis grandes cualidades, la mayoría de las cuales aún por descubrir. Aquí os vamos a ayudar a sacar la magia que lleváis en vuestro interior. Una magia que todos poseemos, una magia regida por los sentimientos y las emociones, una magia que se manifiesta cuando menos nos lo esperamos, pero que se puede llegar a controlar –Narum escuchaba incrédulo aquellas palabras.

Se sacó un puñado de pendientes como el que llevaba puesto del bolsillo y prosiguió con la presentación.

- Estos pendientes os ayudarán a canalizar vuestra energía y concentración. Además, mediante ellos podréis ir observando vuestro progreso. Cada uno irá cambiando de color según el control y dominio que tengáis de vuestra mente. Los colores van desde el

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transparente hasta el negro, pasando por el amarillo, verde, marrón, rojo, lila, azul y gris. Entre ellos hay infinidad de tonalidades –hizo una breve pausa-. A algunos os resultará bastante fácil ir avanzando entre los distintos niveles de aprendizaje, a otros os será mucho más difícil, pero no os preocupéis, con paciencia, lo iréis logrando –echó un vistazo a los rostros de admiración de los jóvenes-. Ahora id pasando de dos en dos a la siguiente sala –señalando a sus izquierdas-, allí os pondrán vuestro pendiente y después ya podréis ir a descansar de vuestro largo viaje… os lo merecéis –concluyó.

Casi había llegado el turno de Narum. Delante de

él estaba el chico que le había acompañado desde Govanem. Volvió a sentir la misma sensación de reconforte que las veces anteriores, parecía que éste irradiaba calidez, tranquilidad, seguridad a su alrededor. Entraron juntos en la diminuta habitación contigua que les había indicado Gregor. Su compañero iba primero. Le pusieron el pendiente y, lentamente, del interior de la pequeña y lisa esfera que colgaba de la cadenita plateada empezó a emanar una tenue luz que fue cambiando de color, transparente-blanquinosa, amarillenta, verdosa… finalmente se detuvo y, por asombro de todos, la esfera había acabado tomando una tonalidad verde pistacho. Un murmullo atravesó la sala.

Había llegado la hora de la verdad. Era el turno de Narum. Los nervios le encogían el estómago. Una mano invisible le oprimía el corazón y le dificultaba respirar. Le retiraron suavemente la capucha y notó un leve pinchazo en la oreja. Estaba esperando algo, un suceso inolvidable, una luz brillante y cegadora, pero nada, no pasó nada. Se miró en un espejo que había en

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una de las seis paredes de la sala, pero nada. Su imaginación intentó vislumbrar una exigua tonalidad amarillenta en el reflejo de su esfera para aliviar su frustración, pero nada, todo seguía igual, no notaba ni pizca de magia en su interior y el pendiente seguía tan translúcido como el cristal. Decepción… arrastrando los pies salió de la estancia convencido de que toda su aventura había sido una mera equivocación. Al cabo de unos minutos ya estaban todos de la deprimente bienvenida a un nuevo mundo para ellos. Uno a uno habían ido saliendo, dos o tres con cara de alegría, pero la mayoría cabizbajos y es que únicamente el nivel de control de dos chicos era superior al amarillo. Esto fue un alivio para muchos de ellos, entre los cuales se encontraba Narum que rápidamente recobró la esperanza. Entonces Gregor les guió hasta su dormitorio. Sólo uno, todos iban a dormir en el mismo, aunque en una especie de compartimientos personales.

“La habitación”, que así se llamaba, era bastante grande y espaciosa. Justo al entrar había una salita de estar, en donde había algunas mesas, sofás, sillas y otras cosas que Narum no pudo reconocer. Parecía un lugar acogedor, un lugar para relajarse y charlar un poco con los amigos después de la dura jornada que acabaran de pasar. Simplemente con mirarla la habitación empezaba a surtir efecto, estaba alzando los ánimos de aquellos jóvenes un poco tristes y cansados. La ilusión se volvía a reflejar en sus rostros… Lentamente fueron adentrándose un poco más, maravillados por su belleza y sencillez.

Después de la sala inicial había un estrecho pasillo que la dividía en dos. A cada lado había los distintos “camarotes” en donde iban a dormir. Parecían cajas de zapatos apiladas las unas encima de las otras en distintas fileras, en total había cuatro de dos pisos cada

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una, esto a ambos lados, es decir, dieciséis compartimientos, uno para cada uno. Rápidamente se abalanzaron sobre aquellos pequeños habitáculos, a pesar de las indicaciones de Gregor pidiéndoles un poco de calma. Como cabía de esperar, nadie le hizo ni caso, total, que en unos instantes ya tuvieron todos asignados sus puestos. Narum consiguió el compartimiento I32, lado izquierdo, fila tres, segundo piso, al lado de su compañero de viaje y de otra chica que aún no conocía. Gregor, en vista del éxito, decidió marcharse, pero antes anunció lo más alto que pudo, para que todos le oyeran…

- Mañana a las sesenta nos vemos para vuestra primera práctica –dijo señalando un extraño reloj que había en la entrada.

Otra vez estábamos con los indescifrables horarios del universo, pensó Narum, pero bueno, tarde o temprano se iba a tener que acostumbrar. El ruido de la habitación fue disminuyendo progresivamente, todos estaban agotados de sus respectivos viajes y el cansancio empezaba a pasarles factura. Narum subió una escalerita hasta su diminuto nuevo hogar. Dentro había una cama, un escritorio y poco más, una luz que funcionaba según la actividad del inquilino y un mueble, medio estantería medio armario, para guardar las cosas. Narum se quitó la túnica, deshizo la maleta, poniendo a su amigo Thoor al lado de la cama y, sin apenas darse cuenta, se durmió.

Ya era de día, bueno eso era un decir porque en

Equam siempre había la misma luz, poquísima, a causa de la gruesa capa de nubes que recubría el planeta. Pero a lo que íbamos, Narum se acababa de despertar y había oído voces fuera en la sala. Decidió levantarse para ir a ver que estaban haciendo los demás. La

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mayoría de sus nuevos compañeros yacían tumbados en los sofás y por lo que parecía, uno a uno, iban contando sus historias, de dónde eran, cómo habían llegado hasta allí… en aquel instante era el turno de la chica que dormía a su lado, se llamaba Elha.

- …no sé –llevaba un rato hablando-. Ya desde pequeña mi planeta ha estado siempre en constante lucha por mantener su libertad. Mi vida ha estado marcada por invasiones, por largas esperas en los escondites subterráneos y por la muerte, todo a causa de la guerra. Mis padres fallecieron cuando yo acababa de cumplir los cuatro años y desde entonces viví con un amigo de mi madre. Él despertó en mí el afán de luchar, de sobrevivir, de seguir adelante pese a las dificultades. Aún así, todo aquel dolor había dejado una gran marca en mi interior, una marca que nunca me abandonará. Ésta se fue intensificando con los años y al final todos aquellos sentimientos reprimidos despertaron la magia que llevaba escondida muy en mi interior… lo raro es que no fue nada espectacular ni por el estilo, al principio ni tan siquiera me di cuenta de que estaba sucediendo algo, simplemente llovía –su mirada se perdió en el espacio, como si recordara con nostalgia-. Y muy bien no sé por qué, sólo sé que cuando llovía me sentía especialmente triste, pero no sé, esto le pasa a mucha gente creo yo. Lo extraño era que yo no lloraba y, de hecho, nunca he llorado. Al final, y después de muchas noches de tormenta, comprendí que llovía porque yo estaba triste y no al revés, y que las gotas de lluvia eran las lágrimas que mi corazón había estado ocultando durante mucho tiempo. Las pocas veces que he podido salir de mi planeta ha dejado de llover y es por eso que muchos allí me conocen como la chica de la lluvia… y… no sé, hace unas semanas oí hablar de La Cúpula por

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primera vez en la vida y, aún no sé muy bien cómo, pero aquí estoy…

Continuó hablando durante unos minutos, la gente la escuchaba atentamente. A Narum le había parecido una historia fascinante, como un cuento de hadas en el que él estaba empezando a tomar parte. Ahora le iba que tocar a otro, Narum sólo deseaba que no fuera él. Nunca se le habían dado bien las presentaciones ni las relaciones con los demás, algún discurso en público, ningún problema, pero hablar relajadamente con chicos de su edad, ni por asomo. Se sentía ridículo, inferior, no estaba acostumbrado, tenía la certera sensación de que dijese lo que dijese la iba a pifiar… y es que sus malas experiencias le habían acomplejado…

Elha terminó y, después de una breve pausa en que algunos aprovecharon para hacer algún que otro comentario, los ojos de los demás comenzaron a buscar un nuevo orador. Eran las treinta y siete, y aún faltaban veinte-y-tres para la hora que había dicho Gregor, cuando varias miradas se fijaron en Narum. Por suerte, su misterioso compañero de viaje, tomó la palabra antes de que fuera demasiado tarde.

- Bueno, primero de todo me presento. Hola, soy Halaus –sonrió tímidamente por debajo de la capucha- y, bueno, muy bien no sé qué decir porque encuentro esta situación un poco extraña, esto de irse presentando uno por uno es como muy artificial, digo yo, pero supongo que es porque es el primer día y tal… pero bueno, voy a intentar a ver que tal lo hago –la rara mezcla de timidez y soltura al mismo tiempo estaba dando efecto, la gente parecía sentirse cómoda y hasta se oyeron las primeras risas-. Yo nací en un planeta de la periferia del sistema –prosiguió-, un planeta bastante frío y apagado. Allí todo el mundo

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vive en paz y armonía, nunca ha habido problemas, la organización y el respeto son lo primero, pero lo malo es que todos sus habitantes son más bien solitarios, anti-sociales, cada uno vive a su bola, sin apenas contacto con los demás, rigiéndose por los cánones tradicionales y esto acaba conllevando soledad y depresión. Total, que allí nadie sabía lo que era divertirse, supongo que faltaba un poco de chispa, faltaba la salsa, la especie que le diera color a su infeliz existencia y, entonces nací yo –Halaus era natural, divertido, la mayoría de su público pensó que estaba exagerando, pero les dio bastante lo mismo, les estaba haciendo pasar un buen rato-. Justo después de salir del vientre de mi madre, que ésta se alegró muchísimo y se echó a llorar de alegría, y me diréis ¡claro!, después de sufrir un doloroso parto ¡quién no se alegra!, pero no era así… en mi planeta se había perdido la ilusión por todo y el dolor era algo cotidiano. Los sabios de mi pueblo en ver aquella extraña reacción de locura momentánea, hasta la quisieron llevar a un especialista en enfermedades mentales, pero pronto se dieron cuenta de que ese no era el único hecho chocante de la noche. La enfermera asistente a mi nacimiento, que era la comadrona más experimentada de la región con más de dos mil recién nacidos a sus espaldas, se había olvidado de curarme la herida después de cortarme el cordón umbilical a lo loco, y en vez de eso, había estallado en gritos de euforia, cantando la primera canción que se oía en miles de años. Los médicos horrorizados al ver aquel desmadre corrieron a mi auxilio, pero en cuanto se me acercaban a menos de dos metros se echaban a bailar de forma desenfrenada –dio un suspiro-. Afortunadamente tanto alboroto se fue transformando en felicidad y, por fin, se acordaron del pequeño, en

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aquellos instantes medio desangrado, que había provocado todo aquel jaleo. Y desde entonces me ha rodeado una aureola de felicidad y bienestar que ha ayudado a mi planeta a seguir adelante con un poco más de alegría. Lo malo es que soy tan generoso que casi no me he quedado para mí y, además, ¡fijaros!, de tanta sangre que perdí que siempre he sido pálido y frágil como la porcelana… –carcajadas- y bueno, no me enrollo más que me debéis estar aborreciendo. Sólo terminar diciendo que he venido aquí a la Cúpula para aprender a desarrollar mis otras cualidades y así poder llegar a más gente, ayudarla y luchar contra la tristeza y la soledad…

Y se hizo el silencio. Halaus se había metido a la mayoría en el bolsillo. ¿Cómo podía existir alguien tan vital, altruista y desinteresado? Ahora Narum ya comprendía la sensación de calidez y reconforte que sentía cada vez que se acercaba a él.

Después estuvo hablando una chica govaniense llamada Bélathar, que dormía al lado de Halaus, en la I12, y finalmente le llegó el turno a Narum. “Y yo ¿qué les cuento? Mi historia no tiene nada de interesante… mentira. Todo ha sido como muy sujetivo, nada tangible… visiones, flashs que aparecen tan rápido como desaparecen… no tiene nada de mágico, ha sido más como un rompecabezas que he ido solucionando a mi ritmo y que me ha llevado hasta aquí… no sé, vamos a intentarlo, vamos allá.” Narum continuaba con su habitual optimismo en temas de auto-confianza… suspiró profundamente y trató de empezar con fingida decisión. Al principio parecía que todo iba sobre ruedas, la gente aún no se había dormido y le escuchaban con bastante interés, pero la suerte pronto le dio la espalda. Por razones que escapaban a su conocimiento, cuando pronunció

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“círculo blanco”, todo cambió. Parte de sus compañeros comenzaron a mirarle con miedo o recelo, murmullos indescifrables inundaron la sala… Narum se sentía incómodo, movía la cabeza de un lado a otro tratando de averiguar qué era lo que había fallado, estaba completamente aturdido… ¿qué habría pasado? Fue entonces cuando Sikma, un chico con el pendiente de color verde oscuro, se levantó y, sin decir nada, abandonó la sala. Los demás le siguieron, hasta que sólo quedaron seis en la habitación. Los más novatos preguntaban sobre lo ocurrido a otros que parecían estar más familiarizados con el tema.

Narum se había quedado solo, de pie, en silencio, contando su historia a un público desaparecido. Ya eran las cuarenta y cuatro horas y, como no sabía qué hacer, se fue a refugiar en su cama… la historia se volvía a repetir, solo e incomprendido, sin que él aún entendiese nada de lo sucedido.

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V

A las sesenta en punto, Gregor se había presentado delante de la puerta y la mayoría de los chicos, que habían ido volviendo a la sala después del incidente, corrieron a su lado. Narum aún se encontraba en su compartimiento, medio dormido, con la mente en blanco, no quería pensar en nada, sólo olvidar lo que había ocurrido e intentar empezar de cero. Sin ánimos, se fue levantando y también se dirigió hacia la puerta, siempre manteniendo una distancia prudencial con los demás.

Una vez estuvieron todos, Gregor les urgió a que le siguieran y les fue guiando por distintos pasillos y habitaciones de la Cúpula. Rápidamente se dieron cuenta de que ésta no era ninguna escuela ni nada parecido, más bien un centro de convenciones interestelares, un lugar en que representantes de distintas civilizaciones asistían a reuniones, debates y pleitos… a pesar de eso, también había que tener en cuenta que la Cúpula estaba situada en un paradero bastante remoto, al alcance de pocos. En el aire se respiraba una atmósfera misteriosa, como si todos los asuntos tratados allí fueran de alto secreto.

Unos minutos más tarde, el grupo se encontraba en una sala muy estrecha, cuyo techo se alzaba un par de decenas de metros por encima de sus cabezas. A través de él entraba una tenue luz proveniente del exterior, o sea ser, del interior del volcán. Gregor se dirigió hacia

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el centro de la estancia y, sin despeinarse, y por asombro de la gran mayoría, se alzó unos metros del suelo. ¿Cuántas veces habéis visto a alguien elevarse del suelo, así por las buenas?

- Esto es la sala de prácticas –explicó con total naturalidad-. Aquí iréis, como bien dice su nombre, practicando, mejorando, aprendiendo y perfeccionando vuestras habilidades. Cada día vendréis una o dos veces y encontrareis a vuestro instructor, siempre distinto. Como habéis podido comprobar la Cúpula no es ningún colegio ni nada por el estilo, es un centro de convenciones y meetings interestelares y vuestros instructores serán los congresistas, sabios o diplomáticos que participan en ellos. Aún así, vosotros os mantendréis al margen de estas actividades y os concentraréis en vuestros objetivos –hizo un breve barrido de sus incrédulos oyentes-. Hoy empezaremos con la levitación, una de las habilidades más útiles y, además, una de mis preferidas –sonrió con complicidad-. Levitar, como todo lo que aprenderéis aquí, requiere de un gran auto-control y de una alta capacidad de concentración. La magia es arte y, como en todas las artes, se precisa de una cuantiosa dosis de imaginación. Primero de todo, aprenderéis a integraros en vuestro entorno, poco a poco seréis capaces de dominar el aire que os rodea y con él crear corrientes y fuerzas inexistentes. Más tarde, podréis influir y actuar sobre cuerpos u objetos que se encuentren lejos de vuestro alcance –unos cojines que estaban colgados de la pared se repartieron a cada uno de los alumnos sin que nadie interviniera… más admiración-. El poder de la mente… –cerró los ojos- el poder de la mente –repitió-. Todos tenemos la mayor parte de nuestro cerebro adormecida, en ella se esconden grandes habilidades, que en todos vosotros aún están por

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descubrir –Narum no acababa de creerse lo que escuchaban sus oídos-. Estáis aquí porque habéis nacido con una pequeña ventaja sobre los demás. Tenéis una vía de entrada a esta parte desconocida y, aún más, algunos de vosotros, como bien muestran vuestros pendientes, ya habéis hecho los primeros pasos en ella.

Narum miró con desánimo su translúcido pendiente. Echó un vistazo a su alrededor y observó que no era el único que lo estaba inspeccionando.

- Chicas y chicos –apremió acelerando la voz-, vamos a empezar. Coged los cojines que os acabo de repartir y sentaros encima de ellos –la clase obedeció al instante.

Narum se agarró con fuerza al cojín, esperando que éste se elevara a toda velocidad hacia el cielo como una alfombra mágica. Para su desilusión no pasó nada parecido, más bien dicho no ocurrió nada de nada y Gregor prosiguió con su explicación.

- La base de la levitación es imaginaros que tenéis un soporte bajo vuestros pies. El cojín os ayudará a hacerlo y en caso de que una vez arriba caigáis… amortiguará un poco el golpe –este último comentario introdujo la sensación de que no todo iba a ser de color de rosa-. Tenéis que concentraros al máximo e imaginar que el soporte va creciendo hacia arriba, formando una columna en la que vosotros sois el capitel. La llave está en la concentración –insistió- y en una buena salud mental; dejad de lado vuestras preocupaciones, vuestras penas e inquietudes que no os dejan estar en paz con vosotros mismos… si no lo lográis será difícil que consigáis sacar lo que lleváis dentro. Tenéis que sentiros bien con vosotros mismos –bajó suavemente al suelo y se dirigió a una especie de interruptores que había en una de las paredes-. Ahora

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voy a encender una luz que os ayudará a ver el movimiento del aire y la forma de las fuerzas que aparecen –activó el interruptor, todo seguía igual-. Fijaros.

Se volvió a situar en el centro de la sala y de nuevo se elevó por encima del suelo, pero esta vez apareció debajo de sus pies un cilindro medio transparente negruzco, que iba creciendo en altura a medida que Gregor iba subiendo, o mejor dicho, al revés, Gregor subía a medida que el cilindro crecía.

- Dentro de poco ya no tendréis necesidad de esta ayuda, seréis capaces de ver “el lado oculto de la magia” –en un tono más bien irónico- por vosotros mismos –nadie dio muestras de que les hubiera parecido gracioso y a Gregor se le sonrojaron las mejillas-. Bueno… mmmmm… veo que no estáis por la labor… os noto un poco tensos, pero no es nada de extrañar… mejor lo abordamos de una vez a ver qué tal os va.

Durante las siguientes siete horas equamenses estuvieron intentando elevarse del suelo. El primero en conseguirlo fue Halaus, que centímetro a centímetro fue subiendo hasta conseguir una altura considerable. Su soporte tenía un color verde pistacho, parejo al de su pendiente. Después ascendió Sikma y un poco más tarde una chica que Narum aún no conocía y, junto a ella, cogida de la mano, también lo hacía Bélathar. Con el tiempo, la habitación se acabó llenando de cilindros de colores, algunos más débiles e inseguros que otros, pero igual de efectivos, entre ellos se encontraba también el de Elha. Al final de la sesión sólo habían quedado sin subir cuatro personas, un trío de dos chicas y un chico que no paraban de discutirse y de reír, y Narum, cuyo cojín, lo más alto que había llegado había sido a unos cuatro metros de altura

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después de que él lo hubiera arrojado con todas sus fuerzas en un ataque fruto de la mezcla entre frustración y desesperación. Tenía que conseguirlo, no era imposible, lo estaba viendo con sus propios ojos…

Al cabo de unos días, cuando los grupitos de

amigos ya empezaban a estar formados y todo el mundo ya se había acostumbrado a la marcha algo desorganizada y a destiempo de la Cúpula, llegó la hora de una de las prácticas más esperadas por todos, duelo. Una semana atrás ya les habían avisado sobre la inminencia de aquella lección especial que se celebraría también en una sala distinta a la de siempre. Aún así, a Narum no le cogía en su mejor momento, su moral estaba por los suelos y convencida de que lo iba a hacer fatal, como en todo lo que habían ensayado hasta entonces. En una de las sesiones dedicadas a reflexionar, apenas pudo pensar en como de patéticos resultaban sus intentos de alzar el vuelo o de mover objetos, cosas que había intentado centenares de veces sentado en su habitación en la Tierra tratando de escapar de la realidad y que, por lo visto, tendría que probar centenares de veces más. Actuar sobre cuerpos ajenos parecía ser una de las disciplinas más difíciles para los principiantes y, por desgracia de Narum, sólo conseguía mover unos papeles que les habían repartido para practicar soplando… afortunadamente, lo que le servía de consuelo, era que aún nadie lo había logrado sin usar métodos tradicionales; la única habilidad que tenía más o menos desarrollada eran las premoniciones, ya que desde su llegada había tenido repetidos flash del círculo blanco.

Los diferentes instructores, como ya les había avisado Gregor el segundo día, eran congresistas que entre reunión y reunión aprovechaban para transmitir

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sus conocimientos a los chicos y, por eso, los horarios eran tan dispares, y es que no seguían ningún tipo de orden preestablecido. Hoy, por ejemplo, eran las dieciocho y todo el mundo aún estaba durmiendo, cuando se abrió la puerta e Imanta, una de las residentes habituales de la Cúpula, les hizo levantar rápidamente para ir a su primera lección especial.

Unos minutos más tarde, se encontraban en una sala bastante grande, de ancho, alto y largo. La luz que entraba por el curvado techo de la Cúpula era ínfima y apenas se podían distinguir las siluetas de los distintos compañeros de Narum. En el centro de la habitación se encontraba una gran semiesfera negra y encima de ésta se podía vislumbrar el contorno de una anciana, vestida con la habitual túnica-con-capucha y un bastón. Sin decir nada, se deslizó hasta la pared opuesta de la sala y activó un interruptor. La gran semiesfera se elevó hasta llegar al techo y allí su parte cóncava se encendió como un gran foco e iluminó toda la sala. Ésta parecía una mezcla entre una arena de gladiadores romanos y unas ruinas de un antiguo templo griego. La anciana se les había ido acercando paso a paso, aún sin decir nada. De entre el grupo de dieciséis jóvenes escogió a dos, Halaus y Sikma. Les hizo situarse en el centro del anfiteatro, justo donde antes estaba el gran foco semiesférico. Los demás se sentaron en las gradas que rodeaban el terreno. Entre ellos, expectante, se encontraba Narum. Finalmente, rompiendo el silencio, la anciana habló…

- Bienvenidos a, por lo que me han comentado, una de las pocas sesiones especiales que tendréis… duelo –hablaba con una voz trémula, pero convincente-. Como toda ventaja que se posee, el poder de la mente se usa para hacer el bien, pero muchas veces también para hacer el mal y dañar a los

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demás –frenó en seco y dirigió una mirada penetrante al público que aguardaba a la espera-. Debéis estar preparados –advirtió-. La magia está en vuestro interior, eso es del cierto –ya en un tono más relajado-, y cada uno puede dejarla fluir y expresarla de una modo distinto. Rayos globulares, difusos, ráfagas de luz, esferas, cilindros, fuegos artificiales, espirales, animales e infinidad de formas más que actúan a través de manos, ojos, pies, a distancia… la práctica, vuestro potencial, vuestro nivel de control, el conocimiento de vuestro rival y, sobre todo, la imaginación, serán los factores que os harán triunfar o fracasar en vuestras metas –tomó una bocanada de aire para continuar-. Hoy, por primera vez, tendréis la oportunidad de poner en práctica todo lo aprendido hasta ahora –volvió a inspirar-. El tiempo es oro si se sabe aprovechar… Sikma, Halaus ¡empezad!

Esto cogió por sorpresa a todo el mundo menos a los dos implicados que, sin dudarlo un instante, se elevaron unos metros del suelo. Antes de que empezara el espectáculo Narum le deseó suerte a Halaus, que junto con Bélathar, la mejor amiga de Halaus, y la chica del I42, el compartimiento que estaba al lado del de Narum, Elha, habían entablado una pequeña amistad. En cambio, a Sikma no le podía ni ver, ya desde el primer día en que éste se fue de la habitación cuando Narum estaba contando su historia, se había creado entre ellos una tensión invisible.

El duelo se había puesto en marcha. Los dos rivales se lanzaban tímidamente finos rayos de fuerza con las manos y, a su vez, los evitaban o se defendían creando esferas de protección a su alrededor. Poco a poco, iban cogiendo confianza y adaptándose al nuevo reto poniendo en práctica todo lo que habían estado aprendiendo aquellos últimos días, la pelea iba

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ganando en intensidad, pero sin alejarse de los comunes rayos luminosos y escudos protectores. El nivel de control de los dos oponentes era bastante parejo, tal y como indicaban sus respectivos pendientes, cosa que no necesariamente tenía que augurar un duelo equilibrado, ya que, un mago con un gran potencial pero con poco control podía derrotar, aunque improbablemente, a otro de más experimentado.

Ya habían pasado unos minutos desde el inicio de la batalla y parecía que Sikma llevaba una leve ventaja sobre su rival. Halaus se veía un poco abrumado con la losa de tener que atacar a otro, su carácter generoso y altruista parecía contraponerse a esta situación, y esto estaba afectando a su forma de desenvolverse; intentaba hallar el modo de inmovilizar a Sikma, que había empezado a levitar no tan sólo en dirección vertical, sino también horizontalmente, aumentado enormemente su movilidad y dificultando aún más la tarea de Halaus. Con gran decisión, este último se abalanzó velozmente sobre su oponente, reflejando los potentes rayos que le irradiaba éste, con un escudo de fuerza protector. Unos segundos antes de la colisión, atravesó la barrera que había creado Sikma en un intento desesperado de evitar el choque y, finalmente, lo cogió por las muñecas y lo estampó contra la pared. Lentamente, Halaus se fue alejando de él, con un ¡Ooohh! de sorpresa de los demás compañeros al ver que el primero había quedado inmovilizado. Dos anillos luminosos a la altura de las muñecas, justo en el lugar en que Halaus había depositado sus manos hacía unos instantes, mantenían a su contrincante pegado a la pared de mármol. Parecía que el duelo tocaba a su fin, pero… cogiéndole totalmente desprevenido, dos chorros de luz provenientes de los

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ojos de Sikma, se dirigieron a los suyos y le dejaron completamente cegado. Los anillos de fuerza desaparecieron y Sikma, ya liberado, contraatacó. Halaus sólo había podido alejarse unos metros cuando se le vino encima un fuerte puñetazo de lleno en la cara. Inevitablemente, se desplomó contra el suelo con un estruendo, tendido, boca arriba.

Un silencio sepulcral se apoderó de la sala. A cámara lenta, un soporte marrón apareció por debajo del cuerpo extendido de Halaus y, poco a poco, le fue elevando como un ángel caído que vuelve al cielo con los brazos abiertos, aún tendido boca arriba, flotando en el aire con las piernas apuntando en dirección a Sikma. Se detuvo y, sin previo aviso, de sus pies, como dos torpedos dirigiéndose a su objetivo, salieron dos ráfagas de fuerza. Sikma, azorado, tardó unos instantes en reaccionar, irguió el brazo derecho y extendió la mano al máximo creando un campo de fuerza protector. Con la otra lanzó un veloz disparo, como un láser, hacia su atacante. Halaus se impulsó con las piernas e hizo una voltereta hacia atrás, quedándose colgado del soporte marrón. Más abajo apareció otro en forma de cilindro, hueco por dentro, y se dejó caer en él. El disparo de Sikma se estrelló contra sus paredes. Entretanto los dos misiles de Halaus avanzaban irremediablemente hacia su objetivo, traspasaron el campo de fuerza que no los pudo absorber e impactaron violentamente contra el pecho de Sikma, que se precipitó contra el suelo acolchado. La práctica de duelo había terminado.

Todos se apresuraron a ver el estado en que se encontraba su compañero, algunos levitando, otros bajando todos los peldaños de las gradas y corriendo por la arena. Halaus fue el primero en llegar y le ayudó a levantarse. Los dos se felicitaron mutuamente por el

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combate y se dieron la mano deportivamente. La anciana decidió que ya era hora de marchar de nuevo a la habitación y juntos se fueron otra vez a descansar.

Narum volvió solo. Una vez en su cobijo I32, le dio las buenas noches a su amigo Thoor y se durmió sin ser consciente de los reveladores sucesos que le reservaba el día de mañana.

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VI

Estaba tumbado en el suelo frío y mojado de la noche, inmóvil, su mirada perdida en los fuegos artificiales que se proyectaban en el cielo… un centenar de metros más arriba se encontraban los responsables de aquel espectáculo, Halaus y otro mago que vestía con una túnica blanca… Newt. Se quitó la capucha y dejó relucir bajo la lívida luz de un lejano astro, la esfera que colgaba de la cadenita plateada de su pendiente… negra… como la de Gregor, color del control total de su mente… no eran fuegos de artificio era una feroz lucha… Newt jugaba con su compañero, con el amigo de Narum… Halaus no tenía nada que hacer… notó como unas manos lo agarraban por los brazos… eran Elha y otro chico, que con lágrimas en los ojos, lo arrastraban lejos de la batalla… Narum intentaba gritar, moverse desesperadamente, ir a ayudar a su mejor amigo… no podía, una fuerza invisible se lo impedía, le había helado todo su cuerpo… sólo los ojos le respondían… Elha y el chico le estiraban con más fuerza, marchando con velocidad hacia una pequeña nave… Halaus estaba abrazado a Newt, intentándole transmitir su calidez, su alegría, su felicidad, su bienestar… la nave fue, poco a poco, despegando del planeta desconocido… una bandada de pájaros alzó el vuelo… a los lejos, por la ventanilla, aún sin recobrar todos sus sentidos, Narum pudo ver el fin de una amistad… un intenso rayo de energía

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atravesaba el frágil cuerpo de Halaus… bajo la lluvia, permaneció inerte, sin vida… una nave se sumergía en el espacio y con ella un grito de dolor… ¡Nnnooooooooo!

Se levantó sobresaltado, empapado en sudor, el

corazón le latía a mil por hora, acababa de presenciar la muerte de Halaus… Narum trató de respirar profundamente intentando calmarse… sólo había sido un sueño. Se levantó, necesitaba que le diera un poco el aire… tenía sed. Sigilosamente bajó por la escalerilla hasta el frío suelo de la habitación… iba descalzo. Paso a paso, empezó a andar por el pasillo en dirección a la puerta pasando por delante del compartimiento de Halaus. Se detuvo. Puso el pie izquierdo en el primer peldaño de su escalerilla. Derecho, izquierdo, derecho… había llegado arriba; la puerta estaba abierta. Narum miró en su interior. Halaus estaba despierto, pero aún no se había percatado de su presencia. Pasaron unos minutos inmóviles. Al final, Halaus volvió su cabeza hacia Narum… el miedo se reflejaba en sus ojos… de inmediato éste se dispuso a disculparse.

- Halaus, y-yo… - No pasa nada… ya lo sé –susurró-, yo también lo

he visto… Narum se despertó la mañana siguiente. Unas horas

antes había estado en el compartimiento de Halaus, los dos en silencio. Al cabo de unos minutos había marchado, sin decir nada, y vuelto al suyo para dormir un poco más hasta ahora. Se levantó perezosamente, estirando los brazos y las piernas al máximo hasta hacerlos crujir. Miró el reloj y se dispuso a salir. Eran las veintitrés horas y le apetecía un baño relajante

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antes de ir a desayunar. Se echó la túnica por encima aún con el pijama puesto, se despidió de Thoor y bajó la pequeña escalerilla que daba al pasillo de la habitación. Cruzó la sala, abrió la puerta y puso rumbo hacia uno de los corredores principales. Primero tumbó a la derecha, luego otra vez a la derecha, después a la izquierda y nuevamente a la derecha. Se paró enfrente de una pared y apoyó la mano extendida sobre ella. Apretó con fuerza hacia la izquierda y ésta se deslizó en la misma dirección. Entró.

Se encontraba en la sala de higiene personal, donde cada uno tenía una reproducción de los aparatos que usaba para asearse en su planeta. Colgó la túnica en una percha, junto a la de Halaus. Al lado de ésta la suya parecía prehistórica, era gruesa y pesada, hecha de un tejido áspero y oscuro, en cambio, la de su compañero era suave y ligera, tejida con una tela muy parecida a la seda, con bellos, pero sencillos estampados en ella que le daban un aire aún más alegre. Caminó hacia su rincón particular y cerró la puerta. Abrió el grifo y la bañera empezó a llenarse. Se quitó la ropa y se zambulló en el agua. Ésta humeaba. Sabía que Halaus estaba en el habitáculo de al lado, notaba su presencia, su característica calidez y bienestar que le rodeaban. Sumergió la cabeza y dejó la mente en blanco.

Unos minutos más tarde ya estaba desayunando. Hoy volverían a tener una sesión especial, por primera vez visitarían una de las salas más enigmáticas de la Cúpula, una sala en donde los alegres perecen y los tristes enloquecen. Nunca antes habían ido y todo el mundo estaba expectante. Narum encontró a gran parte de sus compañeros esperando delante del arco que daba entrada a ella. Estuvieron de pie hasta que no

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llegó el instructor. Parecía que quisieran que entrasen solos, que uno por uno fuesen experimentando su extraño poder, el poder de la magia negra. Así lo hicieron. En fila india fueron pasando. La mayoría no sintió nada, contados notaron una leve brisa a su alrededor, entre ellos se encontraban Elha y Halaus. Sikma ya había entrado, siendo uno de los primeros del grupo, y nada de nada.

Era el turno de Narum. Cruzó el arco. Él ya había estado allí, en uno de sus sueños. La sala era triangular, las paredes se alzaban oscuras, frías. En el suelo, hecho de mármol, había un inmenso círculo blanco. Narum se quedó paralizado, inmóvil, no quería avanzar, pero a la vez una fuerza le empujaba hacia el centro de ella, el centro del círculo blanco. Estaba tenso, sudando, el corazón le iba a mil. No quería ir, no quería, tenía la certera sensación de que algo terrible iba a suceder, pero ya estaba a sólo un metro de su destino, de concluir su búsqueda y encontrar algunas respuestas. El círculo blanco había sido su obsesión durante mucho tiempo y ahora que lo veía con sus propios ojos, sólo quería huir. Éste le inspiraba respeto, miedo. La fuerza no cesaba en su empuje hacia el centro. Pudo ver el terror reflejado en la cara de sus amigos, Elha, Halaus y Bélathar intentaban acercársele con todas sus fuerzas, pero algo se lo impedía. Gregor también había llegado, de pie bajo el arco, sin hacer nada, únicamente observando, como un espectador más. De nuevo solo, sin nadie a su lado. Cerró los ojos. Ya estaba en el centro…

Una suave brisa empezó a rodearle. Lentamente fue subiendo en intensidad, cada vez más, más y más fuerte, hasta convertirse en un viento casi huracanado que con violencia le arrancó del suelo. Ráfagas de aire circulaban entre su ropa y la piel. Su capucha había

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fracasado en el intento de cubrirle la cara, su cabeza quedó expuesta al descubierto. El pelo se arremolinaba libre y sin control. Los brazos extendidos, rotando sobre su eje vertical en el centro de la sala. Y… ¡BAM! Saltó una chispa y se vio envuelto en llamas. Una bola de fuego lo engullía. Chillidos de terror de sus compañeros acompañaban el dantesco espectáculo, pero por encima de todos, sobresalía el alarido sofocado de Narum.

Todo cesó repentinamente. El viento, el fuego, los aullidos… todo quedó en silencio. Su cuerpo había caído y reposaba inconsciente en el centro del círculo. Elha, Halaus, Bélathar y Gregor, veloz pero cautelosamente, corrieron en su ayuda. Narum pudo abrir los ojos y oyó como en la lejanía, la primera gritaba su nombre… Narum… Narum… Narum…

Estaba tumbado en su cama. Bélathar a su lado

haciéndole compañía. Narum se sentía débil, entreabrió los párpados y, medio nublado, pudo observar a su nueva amiga velándole. Quiso decirle algo, pero no fue capaz. Cerró los ojos y nuevamente se durmió.

Unos minutos, horas o días más tarde, quién sabe, volvió a despertarse. Se encontraba algo mejor. Esta vez era Elha la que permanecía a su lado. Narum se incorporó con dificultad y se dispuso a hablar.

- Ah, Elha –bostezando y rascándose la espalda-, qué alegría verte. ¿Qué hora es?

- Son las cuarenta-y-ocho y has estado durmiendo durante las últimas ciento-cincuenta horas equamenses –susurró-. ¿Qué tal estás?

- Me encuentro algo mejor, pero aún cansado, abatido, enfermo… –se pausó- alegre por tu presencia,

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pero triste a la vez, sin fuerzas ni ánimos para moverme… no sé… –concluyó negando con la cabeza.

- Poco optimistas estamos… –sonrió Elha- ¡Eh Narum! –turnó radicalmente-, ¿has visto que tu pendiente ha cambiado de color? –entusiasmada- ¡Ahora ya podrás hacer algo de magia, has subido al amarillo y, aún diría más, hasta con una pizca de verde!

- ¿Si? –preguntó sorprendido- Bueno… –suspiró regresando a su fúnebre estado de ánimo-, sólo me faltaba esto… ahora este estúpido pendiente ha subido de nivel gracias al dichoso símbolo de la magia negra… –volvió a suspirar y restó pensativo-. Es que todo lo que me pasa es para alejarme más de los demás o ¿qué? –se calmó- Y además, seguro que con este mísero nivel ni tan siquiera puedo mover un objeto…

Agitó con rabia el brazo derecho y, sorprendentemente, tumbó unos libros que estaban encima del escritorio. Los dos se miraron incrédulos.

- Bueno –sonrió Elha-, ya ves que todo no está saliendo tan mal –serenó su rostro recogiendo su pelo hacia atrás-. Narum –con voz fría-, a veces el destino de la gente no es el que ellos querrían… tú, por ejemplo, parece que estás predestinado a estar solo… -frenó en seco, estaba llevando inconscientemente la conversación de nuevo hacia un tono amargo, además quién era ella para sermonearle- Narum –suavemente-, tienes que adaptarte a las situaciones que se te presentan, seguir luchando…

- ¡Luchar! –gritó- ¡Estoy harto de luchar para hacerme un hueco entre los demás! ¡Harto! –repitió- Estoy harto… –respiraba con dificultad- siempre en mi onda, tratando de reajustarla para encajar con los otros y sin ningún fruto, siempre apartado, sin poder ser yo

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mismo… pero da igual… –se resignó- nadie lo entiende…

- ¡Yo lo entiendo! Mi pueblo ha estado luchando por su libertad durante siglos, reprimidos como tú, condenados a ser distintos y a luchar en vano. Aunque no sea lo mismo, la gente como nosotros tiene que apoyarse, ¡tenemos que apoyarnos…

Pero Narum hacía rato que ya no la escuchaba. Estaba ensimismado, atontado, con una sensación de felicidad en su interior, observando la gran belleza del rostro de Elha cuando hablaba, cuando se enfadaba, cuando reía, siempre, siempre bello. Ella había terminado y también le estaba mirando fijamente. Poco a poco, milímetro a milímetro fueron acercándose, una fuerza invisible los atraía mutuamente. Escuchaba su respiración entrecortada acariciarle la cara. Nariz contra nariz, labio contra labio… ¡Alguien llamó a la puerta! Rápidamente se apartaron el uno del otro y toda la magia se perdió en un instante.

- Adelante –se apresuró Elha ruborizada. Halaus entró en la diminuta habitación. Había

concluido el turno de Elha y ahora le tocaba a él hacerle compañía. Narum podría haberse enfadado por el inoportuno momento en que había irrumpido en la habitación, pero no lo hizo, se alegraba de verle. Elha se despidió de Narum con un dulce beso en la mejilla, saludó a Halaus y se marchó cerrando la puerta tras de sí.

- Eh Narum –dijo apaciblemente-, ¿qué tal estás? - Bueno mira, supongo que un poco mejor, pero no

sé tío, estoy destrozado por dentro, vacío –los ojos se le enturbiaron-. Sabes –prosiguió-, todo esto para encontrar que en mi interior lo que reside es maldad. No sé …

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- Eh tío, tampoco exageres, no pasa nada –rodeándole con su brazo para confortarle un poco más-. Sí, puede que sea verdad que tu interior en estos momentos refleje principalmente tristeza, incomprensión, soledad –hizo una breve pausa y, esta vez más animado, continuó-, pero la gente va evolucionando según los distintos giros que toma su vida. Es difícil interpretar las acciones de los demás si no conoces su interior, su historia, su pasado, pero se tiene que intentar ser comprensivo porque la mayoría de las cosas tienen su explicación, más o menos complicada, pero la hay. Yo creo que tu situación te llevó a un estado interior que pedía a gritos una salida y ésta se mostró en forma de círculo blanco, símbolo de la magia negra. Eso no quiere decir que tu interior sólo sea oscuro, esto es buena parte de lo que ha visto y recibido hasta el momento y, por lo tanto, es normal que se manifieste de esa forma, pero estoy seguro de que pronto va a cambiar…

- No sé Halaus –interrumpió Narum- puede que tengas razón, que todo sea pasajero, pero –suspiró- ¿se puede saber cómo tengo que salir de este círculo si es lo que principalmente he conocido?

- Bueno –sonrió Halaus-, tampoco creo que sea lo que “principalmente” has vivido… cosas buenas te tienen que haber pasado también…

- Espera –interrumpió de nuevo-, déjame terminar… mira, te pondré un ejemplo –tomó una gran bocanada de aire y se lanzó-. Sabes –la voz le temblaba-, veo en ti a un gran amigo, pero el miedo de volverme a equivocar con las personas me impide ser yo mismo, me impide abrirme y expresarme con sinceridad. Las malas experiencias vividas me han ido marchitando y progresivamente han apagado mi luz y eso me hace ser demasiado cauteloso… y es que no

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tengo término medio Halaus, cuando empiezo siempre termino por hablar demasiado, es inevitable… y entonces te pierdo… sabes –retomando el hilo-, mi vida ha sido como un vaso que se va llenando de lágrimas. Una vez lleno hay una gota que colma el vaso y éste se vacía un poco, pero claro, no se vacía del todo y es muy fácil que otra gota lo vuelva a colmar –lo soltó todo de tirón, cogió de nuevo aire y volvió a la carga-. Los golpes te van haciendo insensible, pero evidentemente tampoco quieres aceptar la posibilidad de encajar más…

- Narum –tan bajo que casi no le pudo oír-, ves, puede que hasta ahora las cosas hayan sido de este modo, pero parece que poco a poco ya están cambiando –suspiró y habló en tono más relajado-. ¡Fíjate, hasta diría que te has expresado con total sinceridad y aún estoy aquí! ¿No crees?

- No sé por qué, pero me es muy fácil hablar contigo –se puso rojo como un tomate de vergüenza, estaba sonando patético-. Gracias -¡ah! ¡Qué estaba diciendo!-. Es que nunca había tenido una conversación así –intentó arreglar-. Mmmm… es que… –cada vez la iba pifiando más, pero finalmente, y por suerte, Halaus le frenó.

- Shhhh… no digas nada más. Todos tenemos nuestros días malos… –le detuvo medio riendo- sólo una cosa antes de marcharme… ya te puedes ir acostumbrando a conversaciones de este tipo, eh… bueno, ya iremos practicando –y le dio una palmada de ánimo en el hombro.

- Ay… –musitó Narum que en todo aquel rato no se había acordado de que tenía todo el cuerpo dolorido.

- Veo que aún no estás al cien por cien –con ironía-. Mejor te dejo descansar un poco. Nos vemos mañana.

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Aquella noche volvió a soñar. Pero esta vez fue

distinto, él no estaba presente. Era Elha, bella como siempre, respirando calmada en su cama, durmiendo. Lentamente fue abriendo los párpados, se incorporó y se frotó los ojos con los puños cerrados para desperezarse. Miró el reloj que colgaba de la pared de su cuarto, parecía que atendiera algo. Salió de las sábanas y de cuclillas se puso su túnica. Silenciosamente, abrió la puerta de su compartimiento y, paso a paso, sin hacer ruido, con el máximo sigilo posible, empezó a bajar la escalerilla y a cruzar el pasillo. Salvó la habitación de Narum, luego, la de Halaus y, finalmente, la de su amiga Bélathar, vigilando en todo momento a ambos lados para cerciorase de que nadie la estuviera observando. Continuó andando unos metros, hasta detenerse al lado de un sofá en la salita de estar de la habitación. Se sentó. La primera impresión de Narum fue que Elha se disponía a dormir otra vez, pero no fue así, pronto vio que la chica estaba intentando concentrarse al máximo. Había vuelto a cerrar los ojos, sus párpados tintineaban levemente, el rostro tenso, el ceño fruncido, aunque el resto del cuerpo relajado. Una pálida luz había empezado a brillar del interior de su pendiente… amarillenta se fue transformando gradualmente… verde, marrón, rojiza, hasta detenerse en el púrpura pasando por las distintas tonalidades… Narum como espectador externo se había quedado de piedra, Elha no parecía sorprendida ni lo más mínimo… restó inmóvil durante unos segundos más… la luz de su pendiente se fue difuminando hasta que volvió a la normalidad. La esfera sostenida por la cadenita plateada había recobrado el color amarillento que le

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caracterizaba… Elha se levantó despacio y se dispuso a regresar a la cama…

Narum se acababa de levantar. Incrédulo por lo que acababa de soñar, estaba intranquilo. No podía ser verdad… en fin, los sueños no paraban de atormentarle aquellas últimas noches, pero no necesariamente todos tenían que ser premociones… pensándolo bien, aún ninguno de ellos se había cumplido. Despejó su cabeza, aún era tarde, pero ya no tenía más sueño. Hacía calor, le apetecía una breve paseada por los silenciosos corredores de la Cúpula. Se levantó y se echó la túnica por encima. Sin hacer ruido, salió de su compartimiento y, unos segundos más tarde, ya se encontraba en la sala de estar. Se dispuso a partir sin demora, pero en el camino se llevó una sorpresa, Elha estaba tumbada en uno de los sofás durmiendo. Narum se le acercó lentamente, pensando en el sueño, en lo que había sucedido la noche anterior en su habitación… suavemente depositó una de sus manos en su hombro… ¡Aaahhhhh! Elha pegó un grito sobresaltada.

- Tío Narum, vaya susto que me has dado… –aún muy alterada- ¿Qué haces tú aquí?

- Nada, no podía dormir y… –intentando inventar una excusa para evitar hablar del sueño que acababa de tener- me apetecía dar un paseíllo. ¿Y tú?

- Nada mira, eh… yo también, bueno, eh… tampoco podía dormir y he salido para tomar un poco de aire, pero… la comodidad del sofá me ha atraído y, eh… me he quedado dormida…

- Elha ¿te pasa algo? Estás un poco rara… - ¡Como pretendes que me encuentre si me acabas

de dar un susto de muerte! Tío aún estoy súper… ¡n-nerviosa! ¿Comprendes?

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- Eh, sí, sí… ¿te apetece dar una vuelta entonces? –preguntó intentando cambiar de tema como fuera.

- Bueno vale –respondió dejando entrever una tímida sonrisa.

Salieron juntos de la habitación. Pasearon durante unos minutos por los fríos y desiertos pasillos de la Cúpula, en silencio, ninguno de los dos osaba decir nada. Pasaron por delante de la habitual sala de prácticas, evitaron entrar en el cruce que daba a la habitación del círculo blanco, subieron y bajaron un par de escaleras dirigiéndose al límite de la zona en la que tenían acceso permitido. Allí se detuvieron en un cuarto cuya pared daba entera al exterior. Formaba parte de la semiesfera que constituía la Cúpula y dejaba entrar, parcialmente filtrada, la luz rojiza proveniente del centro del volcán. Estuvieron allí juntos un buen rato, aún sin decir nada, hasta que emprendieron la vuelta a la habitación. Volvieron a subir y a bajar escaleras, cruzar pasillos, pasando por delante de la pared corrediza que daba acceso a la sala de higiene personal, por delante de la biblioteca y también de la sala de ocio, junto al bar, salvando la tentación de pararse y echar una partida. De nuevo se encontraban frente a la puerta de lo que era ya su nueva casa. Narum se dispuso a hablar, pero Elha le interrumpió bruscamente.

- Shhhhh… ¿lo has oído? –susurrando. - Oído el ¿qué? –masculló Narum. - Escucha, parece que viene alguien… Estuvieron a la espera varios segundos y, sí, al

parecer Elha tenía razón, a lo lejos se oían las débiles pisadas de alguien que se les debía estar acercando. Los dos comenzaron a inquietarse, los pasos iban ganando en intensidad a medida que se aproximaban.

- ¿Qué hacemos? –preguntó Elha angustiada.

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- No sé –no sabía qué decir, Narum no estaba acostumbrado a reaccionar ante aquel tipo de situaciones-, mejor entramos en la habitación y hacemos como si nada hubiera pasado…

Una parte de Narum se estaba muriendo de ganas de que algo emocionante estuviera sucediendo, otra parte le decía que era mejor ser prudente y no meterse en líos y, aún más, su parte más objetiva le decía que, tanto a él como a Elha, su imaginación les estaba jugando un mala pasada y que las fervientes ganas de que algo ocurriera les estaba haciendo ver cosas de donde no había nada, sólo alguien que simplemente se acercaba… pero no era así.

- ¿¡Pero qué dices?! –murmuró Elha- ¿Cómo se te ocurre pensar algo así? Yo no tengo ni la más mínima intención de volverme a la cama. Vamos a ver quién es –concluyó.

- Bueno… como quieras –haciéndose el remolón. Los pasos ya estaban al acecho. Los dos amigos se

miraron expectantes y se escondieron detrás de una columna que sobresalía. A lo lejos, otearon una silueta negra que se deslizaba velozmente; con cada zancada avanzaba varios metros a pesar de su aparente corta estatura. Narum y Elha se agarraban fuertemente de la mano, pegados contra la pared, intentando contener la respiración. El desconocido estaba a sólo unos metros. Narum notaba su presencia e, inexplicablemente, empezó a sentir la imperiosa necesidad de salir de su escondite. Elha se le aferraba tratando de impedírselo. Diez metros y avanzando… Narum sentía blanco… la presencia de algo nuevo, pero a la vez conocido… familiar… blanco… finalmente se pudo librar de la presión de la chica y, en unos instantes, se encontró cara a cara con el extraño. Éste se quitó la capucha y se quedaron mirando el uno al otro fijamente.

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Era un hombre de unos treinta y pico de años. Su túnica, pesada y oscura como la de Narum, estaba empapada por la incesante lluvia de Equam, provenía del exterior. Su cara aún era joven, aunque también curtida y lacrada por la experiencia, pero, por encima de todo, destacaba un rasgo en él, llevaba dos pendientes, uno en cada lóbulo. El primero era como el de Gregor, la esfera de color negro, pero el otro era especial, desprendía una magia interior propia. Tenía la anilla plateada con la diminuta cadenita trenzada de este mismo color, como los demás, pero ésta sujetaba una esfera distinta, una pulida y reluciente esfera blanca. Narum notaba una extraña sensación en su interior, una sensación que nunca antes había experimentado, algo le decía que estaba en el lugar que le correspondía, que estaba haciendo lo correcto…

En la distancia se oyeron más pasos apresurados que se aproximaban. El extraño, lejos de inquietarse, les dedicó una leve sonrisa a Elha y a Narum a la vez que les guiñaba el ojo y, tan rápido como había aparecido, se esfumó sin dejar rastro. Unos segundos más tarde, llegaron dos personas jadeando. Narum las reconoció de haberlas visto por los corredores de la Cúpula. Una de ellas era Imanta. Sin hacer caso de la presencia de los jóvenes, la otra afirmó…

- Ha escapado… –el miedo se reflejaba en su voz. Imanta lo confirmó resignada con la cabeza.

Silencio… más silencio… a la postre, las dos se volvieron al unísono y se dirigieron a ellos.

- ¿Estáis bien? –preguntaron amablemente; los chicos asintieron- ¿Seguro? –reiteraron.

Los dos asintieron de nuevo. Imanta les acompañó sin más dilación la decena de metros que les separaban de la habitación y luego se despidieron. Mientras Narum y Elha se dirigían a sus respectivos

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compartimientos oyeron como las chicas se alejaban parloteando. De entre los lejanos murmullos pudieron descifrar unos inquietantes “… ¿pero cómo ha podido…?”, “…si era imposible sin…”, “… del otro pendiente blanco…”, “¿y ahora qué?”.

Desde lo alto de las escalerillas se miraron con complicidad y se desearon las buenas noches. Mañana ya tendrían tiempo de discutir sobre ello. Narum entró en su cobijo. Thoor estaba al lado de la cama esperándole. Narum le acarició la cabeza, se quitó la túnica y volvió a meterse entre las sábanas. Estuvo un rato dándole vueltas a lo ocurrido, no podía quitarse una palabra de la cabeza… Ardemum.

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VII

El tiempo fue transcurriendo en la Cúpula, pero desde entonces ya nada volvió a ser igual. En los pasillos se respiraba inseguridad, las pequeñas fracciones de conversación que Narum y sus amigos conseguían captar, sólo hacían aumentar el misterio entorno aquel objeto desaparecido que, por lo visto, el insólito ladrón llevaba puesto en la oreja. Fue por esto y por la enorme cantidad de tiempo libre de la que disponían desde entonces que, después de que Narum y Elha les contasen todo lo sucedido a Halaus y a Bélathar, los cuatro decidieron investigar los hechos. Lo increíble fue que, pasadas más de dos semanas de búsqueda, hurgando entre infinidad de libros y archivos de la biblioteca, no hubieran encontrado ni el más mínimo indicio de la existencia del misterioso pendiente, así pues, en la madrugada del último día de infructuoso esfuerzo, Narum decidió tomar una medida drástica; pasado mañana irían al despacho de Gregor y allí, con la ayuda de Thoor conectado a la red, buscarían entre sus documentos para descubrir algo, ya no pedían la identidad del delincuente ni sus motivos para el robo, sino, ni que fuera, un poco de información sobre el pendiente.

Mañana sería el gran día. Narum se acababa de

levantar, había dormido unas diez horas terrestres, normal teniendo en cuenta la situación de descontrol

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que se vivía en la Cúpula desde el suceso. Gregor había entrado dos días después de éste en la habitación y, alegando un cierre parcial por vacaciones, les había dado total libertad. Ya no habría más sesiones especiales que requirieran despertarse en medio de la noche para ir a batirse en duelo, de hecho, ya no habría más sesiones de ningún tipo. Ahora cada uno iba por su cuenta, normalmente Narum quedaba con Halaus y Bélathar para ir a la sala de prácticas e ir entrenando y aprendiendo todos juntos. Él también le insistía a Elha, pero ésta estaba tan absorbida en el tema del pendiente que dedicaba la mayor parte de su tiempo a indagar más en el asunto. Por ejemplo, un día cuando los tres estaban en la sala haciendo unos ejercicios de levitación, que por cierto, Narum aún no conseguía suspenderse más de tres segundos en el aire, aunque ya fuera un principio, Elha descubrió que en la Cúpula se habían suspendido la mayoría de los mítines y congresos programados y que por eso ya no tenían más instructores; los únicos residentes que quedaban eran altos cargos, que estaban todo el día reunidos hablando de asuntos de máxima seguridad, una decena de encargados de mantenimiento y algún que otro despistado.

Como iba diciendo, Narum se acababa de levantar, se había puesto la túnica y se dirigía hacia la pared-puerta corrediza de la sala de higiene personal. Como siempre, había deseado unos buenos días a Thoor, aunque esta vez mimándolo un poco más, mañana, si todo salía bien, les sería de gran ayuda, y había pasado al lado de los zapatos que tenía olvidados en un rincón de su cuarto. En la Cúpula el suelo estaba recubierto con parqué de madera de roble, que contrastaba notablemente con las paredes y muros de piedra negra

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y mármol blanco, y, por lo tanto, se podía prescindir de calzado.

Se apresuró a darse una ducha de agua fría, a las treinta-y-cinco había quedado con Halaus en la sala de prácticas y sólo le quedaba una hora equamense, unos veinte minutos en la Tierra. Por el pasillo, de vuelta a la habitación, se cruzó con Sikma paseando solo, y le recordó a él. Unos cuarenta-y-cinco minutos más tarde se encontraba en el punto de encuentro, Halaus ya le estaba esperando.

- Perdona, el tráfico me ha retenido –sonrió Narum disculpándose en broma.

- Si ya… –contestó Halaus en actitud malhumorada- la próxima vez intenta ser un poco más original –le advirtió en tono severo, aunque riendo por debajo la nariz.

- Lo tuyo no es fingir estar enfadado… –Narum se sentía cómodo con Halaus, podía hablar relajadamente con él, con total confianza- ¿Hace mucho que te esperas?

- Que va… yo también acabo de llegar. Narum no tenía ni la más ligera duda de que esto

fuera cierto, en la cara de su amigo aún se veían las marcas de la almohada pegadas en su piel.

- Eh Halaus –cambió de tema-, ¿estás preparado para mañana? –dijo tratando de añadir más emoción al asunto.

- ¿Estar preparado para qué? –disimulando. Narum le miró extrañado, ¿cómo podía ser que a

Halaus se le hubiera olvidado? Pero es que éste se acababa de percatar de que otro chico estaba escuchando su interesante inicio de conversación. Se lo indicó a Narum echando una mirada en su dirección.

- Eso, estar preparado ¿para qué? –preguntó el escucha.

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Era Feb, el chico del compartimiento D11. Era de complexión robusta, debía medir unos treinta centímetros más que Narum, de piel rojiza y con el pendiente ascendido a color verde.

- Nada –respondió Narum-, mañana, más o menos a esta hora, estaremos practicando en la sala de duelo.

- De esto precisamente es de lo que te quería hablar –comentó Feb.

- ¿De la sala de duelo? –preguntó Narum incrédulo- No me digas… como quieres estar seguro de empezar con buen pie, has decidido retar al más negado de toda la Cúpula… interesante…

- ¡Narum! –saltó Halaus- Tío, no seas tan duro contigo mismo, vas progresando, es algo temporal…

- Bueno, aceptas o ¿no? –insistió Feb impaciente. - Si no hay más remedio… –contestó conformista. Retar a los compañeros a duelos se había

convertido en una práctica habitual dada la enorme cantidad de tiempo libre de la que disponían, aún así, a Narum nadie se lo había propuesto hasta entonces. Su primera respuesta a esta situación fue ¿quién se iba a atrever con el poseído por el círculo blanco? Aunque, con los días, fue cambiando hacia otra postura… ¿quién iba a querer perder el tiempo con él? Desde el robo que, paulatinamente, la mayoría se había ido olvidando de lo sucedido en la sala de magia negra, hasta el punto de que casi todo el mundo le trataba como a uno más del montón.

Un grupo de siete ya se dirigía hacia la extensa sala de duelo. Entre ellos estaban Elha y Bélathar que se habían unido durante el trayecto y que disimuladamente se estaban burlando de la cómica situación. Halaus, que parecía saber en lo que Narum estaba pensando, no paraba de lanzarle miradas de reprobación, a pesar de eso, no decía nada, por más

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que intentara levantarle el ánimo, en aquellos momentos no iba a servir de nada. Se le veía bastante fastidiado, no tenía ningún tipo de ganas de batirse en un estúpido duelo y menos para hacer el ridículo frente a todos. Fue arrastrando sus pies descalzos por la madera hasta la arena. Narum se imaginaba la escena; él espatarrado en el centro de la sala medio KO mientras los demás iban desternillándose y compadeciéndose de él. Ni hablar, esto no iba a suceder.

Había llegado el momento. Shar, una amiga de Feb parecida al extraño ser govaniense de “Nguanka si kudu”, había encendido los interruptores y el gran foco semiesférico ya se alzaba imponente en el ahumado techo iluminando todo el terreno. Narum y Feb estaban cara a cara preparados para empezar. Sus amigos se habían sentado en las gradas, detrás de lo que parecían ser las ruinas de un antiguo templo griego. Fue precisamente allí donde Narum corrió a esconderse cuando Feb lanzó, desde las alturas, su primera embestida. Se veía acorralado, sin salida, no tenía ninguna posibilidad. Feb no paraba de acosarle con sus patéticos destellos de fuerza, pero aún resultaba más patética la posición de Narum, oculto detrás de una columna sin saber qué hacer. Él aún no sabía modular el aire, controlar lo que le rodeaba, hacer que su mente traspasara su cuerpo y se uniera con su entorno, por lo tanto, estaba claro, tenía que olvidarse de la magia y pensar en otra salida, sacar de su prodigiosa inventiva una solución, no necesitaba que fuera muy ingeniosa, sólo quería que fuese práctica e instantánea. Y así fue. Armándose de valor, cogió una piedra de tamaño considerable que se encontraba junto con las demás runas y dirigió a su oponente una mirada desafiante. Desde la grada todos lo observaban asombrados. Sin

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prestarles atención, Narum la lanzó con todas sus fuerzas al aire hacia el otro lado del campo. Feb pensándose que iba dirigida hacia él, se elevó aún más, situándose debajo del enorme foco y extendiendo alrededor suyo un campo protector. La piedra impactó con fuerza contra la pared… no, contra la pared no. Había dado justo en el blanco, en los ahora destrozados interruptores de la sala. Todos se habían quedado pasmados sin aún comprender muy bien lo que estaba sucediendo. La luz del gran foco parpadeó y se apagó dejándolo todo a oscuras. Luego, sin tiempo para reaccionar, la semiesfera se desplomó desde el techo cayendo con un fuerte estruendo metálico en la arena. Feb había quedado debajo. Narum lo había atrapado, como quien captura a una mosca con un vaso. Unos segundos después, todo estaba en silencio. Narum temió lo peor, pero por suerte la quietud duró poco y pronto se oyeron unos golpes procedentes del interior del foco, junto con unos gritos sofocados de “¡Eeeehhhh!”. Shar y Bélathar fueron en busca de Gregor y éste, después de ver lo ocurrido, llamó a una encargada de mantenimiento que arregló los interruptores sin problemas. Al final Feb pudo ser rescatado sano y salvo, pero el enfado con Narum le iba a durar unos cuantos días…

Aquella misma noche los cuatro amigos decidieron

ir a cenar y después a divertirse en el bar de la Cúpula. Desde el suceso, el servicio de comedor había quedado clausurado por falta de personal y los chicos tenían que arreglárselas por sí mismos. Fue entonces cuando el bar se convirtió en la única zona en la que podían convivir con el resto de los habitantes de la Cúpula. Éste era un lugar para desconectar de todo, los

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congresistas que pasaban todo el día encerrados en reuniones iban allí para tomar unas copas y charlar un rato con sus colegas. El ambiente era fantástico, de hecho era una especie de bar-restaurante musical, en donde la música la ponías tú. Había un escenario en una de las esquinas, un poco apartado de las mesas y de la barra, lugar en el que los clientes subían e interpretaban sus canciones favoritas, como en un karaoke, pero con la posibilidad también de tocar la batería, la guitarra eléctrica y todo tipo de instrumentos, algunos de los cuales desconocidos para la mayoría.

Eran las ochenta-y-cuatro, hora de máximo bullicio en el bar, y el grupito de amigos se acababa de sentar en su mesa habitual con vistas, a través del cristal ahumado, al interior del volcán. Pronto se les acercó Imanta, que hacía una semana habían descubierto que era la encargada del local, y les preguntó…

- ¿Qué tomaréis? Narum y Bélathar cogieron algo parecido a la pasta

terrestre y para beber una botella de agua fría, uno de los menús más económicos de la carta. Elha, en cambio, encargó una ración doble de crema verde-rojiza más una bebida energética, y, por último, Halaus se conformó con un pequeño snack y un refresco. Al cabo de unos minutos un camarero les trajo la comida. Por el entonces el ruido en el bar era ensordecedor, entre la música en directo y el enjambre de conversaciones que se entrecruzaban en el aire, apenas podían oírse los unos a los otros, aún así, allí había sido donde habían descubierto la mayor parte de los detalles relacionados con el exterior, o más que descubierto, intuido, cazando y uniendo palabras sueltas que formaban un rompecabezas. Hoy, sin embargo, no le prestaban atención, hoy eran ellos los

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que estaban sumergidos en el habla, entre bocado y bocado la conversación se iba desarrollando así…

- Eh Narum, ¿quieres un poco? –preguntó Elha señalando su plato.

- No, gracias, ya estoy lleno –mirando con recelo el contenido del cuenco de su amiga…

- Tío sabes, hoy por la mañana creí que te ibas a cargar a Feb con aquél pedrusco –vomitó la misma con la boca llena-. Vaya susto nos has pegado.

- Sí vale, ¿pero qué querías que hiciese? –contestó Narum a la defensiva- No tenía alternativa… además ya lo has visto, soy un cateto para la magia…

- Ya estamos otra vez con el mismo rollo –protestó Bélathar- Tío Narum, estamos derrotistas ¿eh? Eres un cateto con ideas. Anda, anímate un poco chico.

- Mira Narum, en mi planeta –empezó Halaus metafísico- se dice que en el pasado había gente que se dedicaba a inventarse historias. En ellas explicaban las vidas de las generaciones futuras y, en la actualidad, algunos creen que esos relatos desaparecidos guían las acciones y los sucesos de sus vidas…

- Vaya uno tu planeta –interrumpió Elha-. ¡Ahora sólo falta que le des una razón para quedarse de brazos cruzados y justificar sus problemas e inutilidades como mago con esa especie de rollo tuyo tipo destino!

- ¿Podrías gritar más para que todo el mundo se entere, no? –sonrió Narum.

- Sólo estaba haciendo una metáfora –intentó aclarar Halaus-. Puede que haya sucesos que hayan condicionado su vida, pero es él el quien tiene las riendas de su futuro. Tiene el poder para hacer frente a las causas y cambiar el curso de…

- Halaus, por favor, déjate de filosofías que estamos comiendo –le cortó Bélathar.

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- ¡Buagh! Esta potingue está asquerosa –soltó Elha, que había desconectado hacía rato, para sí misma, sin fijarse muy bien en lo que estaba diciendo.

- Ah… interesante… ahora ya sé porque antes querías enchufarme a mí esa cosa –comentó Narum irónicamente.

- No, si yo sólo… - ¿Estáis preparados para mañana? –interrumpió

Bélathar intentando cambiar de tema- Yo estoy algo nerviosa.

- Ya, yo también –se unió Narum-. Parece que aquí estemos tan bien… Es como si esta vida nunca se tuviese que terminar, aquí los cuatro, charlando y pasando el rato, sin más preocupaciones que hacer un poco de detectives sin saber muy bien a dónde nos metemos…

La voz de Narum sonaba llena de nostalgia, como si después de mañana ya nada volvería a ser igual, como si después de mañana todo se perdería para siempre. Los otros lo notaron y suspiraron a la vez con la mirada perdida intentando recordar todos los momentos que habían pasado juntos.

- ¡Eh! ¡Basta de este pesimismo! –reaccionó Elha- ¿Vamos a echar una partida? –propuso.

Todos estuvieron de acuerdo. Durante aquellas dos últimas semanas se había convertido en unos de sus pasatiempos favoritos. Se levantaron de las sillas y le dijeron a Imanta que después volverían a terminarse las bebidas. Salieron del bar y se dirigieron a la puerta contigua que daba a la sala de juegos. Ésta estaba a rebosar. En ella había distracciones de todo tipo, deportes, máquinas recreativas, videojuegos, naipes, rompecabezas, acertijos, dados y, por supuesto, magia, mucha magia. Sus preferidos eran el futbolín y el “basquetín” virtuales. En ellos te ponías un de casco

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que recibía los impulsos de tu cerebro. Cada participante controlaba los jugadores de su equipo, al ser ellos cuatro, cada uno se encargaba de la mitad del equipo. A través del casco podías dominar todos sus movimientos, regates, desmarques, tiros a canasta, disparos a puerta… lo más difícil era compenetrarse con el compañero para trazar distintas jugadas y estrategias. Elha y Bélathar eran las que se lucían más en el futbolín, en cambio, Narum se salía en el básquet. Halaus más o menos se defendía en las dos modalidades, pero esto era lo mejor, hacía que se dieran cantidad de situaciones divertidas, faltas descaradas, debacles en defensa, pases heterodoxos, errores garrafales en el tiro…

Aquella noche estuvieron jugando durante más de diez horas equamenses, unas tres horas terrestres. Después regresaron de nuevo al bar.

- Pfffff… -suspiró Elha- ¡Ha sido una pasada! Y vaya golazo que te he metido ¿eh?

Ella y Bélathar estaban radiantes, se pasaron el resto de la noche hablando de las partidas y riendo a carcajada limpia. Narum estaba derrotado, tanta diversión le había dejado sin energía y, además, hacía rato que se había dado cuenta de que Halaus no era el mismo, estaba apagado, muy distinto a lo habitual.

- Eh chicos, ahora volvemos –dijo Bélathar saliendo de su intensa conversación con Elha- ¿Vale?

Los dos asintieron con la cabeza y las chicas se alejaron sin decir a dónde iban. El bar se estaba vaciando poquito a poco y los decibelios ya habían bajado considerablemente. Halaus y Narum estuvieron en silencio durante unos minutos, hasta que finalmente este último habló.

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- Halaus, ¿te pasa algo? –se interesó preocupado- Hace rato que te noto muy extraño, distinto, apagado…

- No sé tío, es que estoy pensativo –confesó-. Nunca antes había sentido nada igual, parece que ahora por primera vez estoy recibiendo y me estoy mostrando tal como soy, sin nada que me lo impida… es una sensación nueva para mí.

- Ya… yo te comprendo –asintió Narum-. Te sientes confuso, a mí me pasa lo mismo, también por primera vez me siento realmente bien en un grupo y no sé muy bien qué hacer para que no se vaya todo al garete… –hizo una breve pausa para coger aire- Sabes, voy a decirte algo a ver si te ayuda… yo al principio te veía como una galaxia, el objeto más brillante del universo capaz de iluminar hasta los rincones más oscuros, pero me he dado cuenta de que también en tu interior tienes como un agujero negro que te va consumiendo, una barrera que te impide abrirte, recibir, expresarte en libertad…

- Supongo que tienes razón –sonrió-. He estado acostumbrado a siempre dar sin recibir nada a cambio, que tampoco era mi intención, pero aún así, día tras día, lentamente, me ha ido marchitando –se detuvo-. Además –prosiguió-, la sociedad de mi planeta tampoco te invita a explotar, a destaparte como persona… ahora, influenciado como estoy, no sé como romper estas barreras que me impiden dar todo lo que tengo, sentirme lleno, dejarme de tonterías…

- Eh Halaus, no te preocupes, va a ser difícil, pero nunca es demasiado tarde para cambiar… juntos traspasaremos nuestras fronteras, ¿vale?

- Gracias Narum, eres un amigo –y se abrazaron. Justo en aquel momento llegaron Elha y Bélathar,

que se miraron sorprendidas.

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- Ejem… ¿se puede saber qué está pasando aquí? - Mmmmm… eehhh… ahhh… –intentando evitar

sus miradas- ¡Nada! –respondieron Narum y Halaus al unísono tratando de salir de aquella embarazosa situación.

Hasta pareció que la pálida cara de Halaus se sonrojaba un poco.

- Sí… ya… seguro –dijo Elha acusadora y cambiando de tema-. Eh Narum, mira lo que te hemos traído –enseñándole su reproductor digital.

- Hemos pensado –siguió Bélathar- que ahora que ya queda poca gente en el bar y como muchas veces estás escuchando música, podrías salir al escenario y cantarnos algo ¿no?

- ¡Qué estáis diciendo! –se rebotó Narum muerto de vergüenza- ¿Solo?

- Bueno, si quieres hacemos aquella canción que me has dejado escuchar a veces y te acompaño en la batería –propuso Elha.

- ¡Vamos Narum! –dijo Halaus animándole. Al final Narum accedió y, junto con Elha, subió al

escenario. Poco a poco, la gente restante en el bar se fue percatando de su presencia y, cuando todo el mundo estuvo al caso, las guitarras eléctricas empezaron a sonar a todo volumen. Elha entró con la batería y después llegó el turno de Narum, al que al principio se le notó algo inseguro, pero que rápidamente se metió de lleno en la canción. The moon on a spoon era un tema que hablaba de la guerra y de los distintos valores degradados de la sociedad, de la esperanza y del amor que todos necesitamos respirar y, fue entonces, cuando, sin darse cuenta, sumergido en la música, se fue elevando unos palmos del suelo, fue en aquel preciso instante, cuando comprendió el verdadero significado de la magia. La magia no era

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disparar rayos de energía, ni crear escudos protectores, ni nada por el estilo; la magia era algo mucho más espiritual, eran los distintos sentimientos de felicidad, alegría, tristeza o dolor que todo el mundo experimentaba a lo largo de su vida, la magia debía consistir en comprender y transmitir esas sensaciones, influir positivamente en los sentidos de los demás, algo tan sencillo que debería estar al alcance de la mayoría, pero que a su vez, muy pocos acababan consiguiendo.

Los casi cuatro minutos de canción llegaron a su fin. Narum y Elha bajaron del escenario entusiasmados. Halaus y Bélathar les felicitaron y juntos volvieron a la habitación. Antes de irse a la cama, estuvieron un rato en la salita de estar ultimando los preparativos para mañana. Cuando terminaron, se desearon las buenas noches y entraron en sus respectivos compartimientos. Narum estaba agotado, se quitó la túnica y se echó las sábanas por encima… su pendiente había cambiado de color.

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VIII

Al fin llegó el día siguiente. Ninguno de los cuatro había conseguido pegar ojo en toda la noche, se veía en sus aletargados movimientos, pero, a pesar de eso, nadie se quejó y a les veinte horas estaban todos preparados frente a la puerta de la habitación.

El plan para colarse en el despacho de Gregor constaba de tres fases. Primero, tenían que entrar en la zona cuyo acceso estaba restringido únicamente a congresistas, responsables y dirigentes de la Cúpula. Con este propósito, cada uno se había pintado la esfera del pendiente de un color de nivel notablemente superior al suyo para poder pasar desapercibidos; Halaus de gris, Elha de púrpura, Bélathar de azul marino y Narum de granate. La única conexión entre su zona y la de los congresistas era a través del bar, con una puerta a ambos lados, aunque a estas horas de la mañana aún permanecería cerrado. Una vez salvado el primer escollo, la segunda fase consistía en localizar el estudio de Gregor y esperar o hallar algún modo de que él no estuviera dentro. Finalmente, y una vez asegurada su posición en el despacho, debían conectar a Thoor a la red para surfear entre sus archivos y así rastrear cualquier tipo de información sobre el misterioso pendiente.

Eran las veinte horas y cinco minutos equamenses y se ponían en marcha. Habían escogido aquel momento de la jornada porque la actividad en la

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Cúpula aún era reducida y esperaban que, con suerte, no llamarían demasiado la atención. La elección probó ser la acertada, de camino al bar no se cruzaron con nadie, así que, tres minutos más tarde, ya se encontraban frente a su puerta dispuestos a poner en práctica una de las partes más complicadas de la operación.

Mientras Narum y Bélathar vigilaban que nadie se acercara, Elha empezó a quemar un papel mediante un encendedor. Cuando ya desprendió humo en suficiente abundancia, Halaus, lo dirigió hacia la cerradura de la puerta y lo hizo pasar a través de ella. Una vez el humo cogió su forma, Elha sacó una especie de polvo metálico molido de su bolsillo y, con ayuda de Halaus, hicieron que éste se fuera compactando entorno a la silueta del humo que habían obtenido en forma de molde de la cerradura. Unos instantes más tarde, tenían en sus manos una conseguida llave plateada. Se apresuraron a entrar en el bar y, sin entretenerse, se dirigieron a la puerta del lado opuesto que daba acceso a la zona restringida. Siguieron el mismo procedimiento para abrirla, esta vez con un poco más de agilidad, y se escurrieron por debajo de ella. Por el momento todo se había desarrollado sin ningún contratiempo.

Encontrar el despacho de Gregor también resultó ser tarea más fácil de lo previsto. Bélathar se lo preguntó a un hombre que limpiaba los cristales de la Cúpula y, en un par de minutos, ya estaban en su interior. Sorprendentemente, se habían encontrado la puerta abierta y el despacho vacío. Esto, junto con el hecho de que los ordenadores utilizados por Gregor eran idénticos a los de la Tierra, hacía que las cosas no pudieran ir mejor.

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Narum encendió los dos situados encima del escritorio y Bélathar, que también estaba familiarizada con aquel tipo de tecnología, conectó a Thoor a uno de ellos. Los tres se pusieron manos a la obra. Elha y Halaus observaban atentamente. Estuvieron allí unas cinco horas equamenses sin sacar ningún fruto. Estuvieron examinando centenares de archivos, uno por uno, en todos los directorios de los ordenadores, navegando por la red y, de vez en cuando, hasta descargando información sobre el universo que algún día creían que podría serles de utilidad a la memoria de Thoor, pero ni rastro del pendiente. Al final, Narum y Bélathar desistieron y, mientras ellos comentaban la jugada con sus compañeros, dejaron que el dotado peluche siguiera buscando por su cuenta. Una hora equamense más tarde parecía que éste había encontrado algo. Narum encendió su proyector, el mismo que había usado cuando buscó información sobre Govanem, y de los ojos de Thoor salió un haz de luz que plasmó en la pared una pantalla con miles y miles de palabras. De entre ellas había subrayada una frase: “…los pendientes fueron descubiertos hace unos cinco mil años en la remota galaxia de Inaan…”. Los cuatro se miraron entusiasmados, al fin una pista… pero cuando se disponían a leer el resto del texto, la pantalla se quedó en blanco.

- Aquí no encontraréis lo que estáis buscando –dijo una voz familiar.

Gregor les acababa de dar un susto de muerte. El enchufe que unos instantes atrás conectaba a Thoor al ordenador yacía colgando de la mesa. Nadie sabía qué decir, cómo excusarse por su intrusión…

- Ah, felicidades… veo que habéis hecho notables progresos –dijo el profesor con sarcasmo señalando sus pendientes.

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Los cuatro se apresuraron a quitarse la pintura que recubría las esferas. Elha tuvo un poco más de dificultades, pero al final, sin demora, su pendiente volvía a ser de su habitual marrón claro.

- Supongo que todo esto tendrá una explicación, ¿no es así? –prosiguió Gregor inmutable.

Todos permanecían a la espera, sin saber cómo reaccionar. Gregor aún no había dado muestras definitivas de que estuviera “muy” enfadado o “muy” molesto, y ninguno de ellos se atrevía a hablar para luego meter la pata. Finalmente, y después de un buen rato de silencio incómodo, Gregor cerró los ojos y suspiró.

- Pero bueno, ya me la daréis otro día –excusó a los chicos con una leve sonrisa y empezó una explicación que ninguno de ellos habría esperado en aquella situación-. Como ya sabéis, de hecho lo acabáis de leer, los pendientes fueron descubiertos hace unos cinco mil años en la lejana galaxia de Inaan –se pausó, los cuatro le miraron incrédulos-, pero su historia se remonta miles de millones de años atrás, quince mil millones de años, para ser exactos. En aquellos tiempos, el universo tal como nosotros lo conocemos no existía y, en su lugar, había otro, un universo joven e inexperto de entre el cuál sobresalía una emergente y próspera civilización, de la cuál puede que ya hayáis oído hablar, la llamada civilización de los Antiguos. Esta civilización estaba mucho más avanzada que todas las demás y hasta se dice que su conocimiento del universo era completo. Eran una sociedad pacífica, bondadosa y altruista y es por esto que decidieron ayudar a los demás pueblos emergentes de las distintas galaxias a avanzar más deprisa por las distintas etapas para que no sufrieran en el largo camino de la evolución, dándoles acceso a

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parte de su tecnología y conocimientos. Pero actuando de esa forma, los Antiguos mostraron su ingenuidad y, aunque con buena voluntad, crearon un gran problema –Gregor hablaba despacio, como si estuviera contando un cuento-. Todo ser vivo, del mismo modo que las civilizaciones, va aprendiendo a lo largo de su existencia, aprende de sus errores y etapas más oscuras y va ganando en experiencia, así que, al saltarse fases importantes de su historia, las civilizaciones que los Antiguos ayudaban crecían sin una base sólida a sus espaldas… es como si a una persona la hicieras pasar de bebé a adulto en sólo unos meses, se vería totalmente perdida, sin saber de qué va la vida, cómo funcionan las cosas, cómo relacionarse con el mundo… con todo, los Antiguos se habían hecho muy amigos de varios pueblos con los que interaccionaban, pero en especial de los Ulan, una joven y despreocupada civilización que no conocía el sufrimiento y los traumas de las guerras, dispuesta a conocer mundo costara lo que costase. Los Antiguos, en señal de su amistad, decidieron hacerles un regalo en el cuál habían depositado todos sus conocimientos, el saber absoluto, unos pendientes –los cuatro estaban absortos en la historia-, blancos, como podéis imaginar… los Ulan se quedaron uno y los Antiguos el otro. Entre los dos había una fuerte conexión; a partir de aquel día el más alto cargo de cada una de las civilizaciones llevaría el pendiente y, a través de él, sabría todo lo que el otro pensara. Fue entonces cuando a los Ulan, confiados al verse tan superiores a los otros pueblos, se les subieron a la cabeza las ansias de poder y, ajenos a lo que las guerras conllevaban, muerte, drama social y destrucción, sucumbieron a la avaricia y empezaron una campaña de invasiones con el conocimiento que les había sido otorgado. Los

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Antiguos veían impotentes como sus amigos les habían traicionado. Los Ulan intentaban acaparar más de lo que nunca podrían necesitar y, además, cada vez que los primeros intentaban intervenir para cambiar el rumbo del desastre, éstos se anticipaban a sus movimientos mediante el pendiente blanco, impidiendo, así, que los Antiguos pudieran poner remedio. Finalmente, el jefe de los Ulan decidió apoderarse también del otro pendiente para tener el control total y absoluto del universo y persiguió a sus antiguos aliados por todos los rincones de la galaxia, siempre conocedor de su paradero a través del pendiente. Desesperados, y viendo que éste estaba siendo su perdición, los Antiguos tomaron una medida drástica… se deshicieron de su joya, cometiendo así un grave error. No pasó mucho tiempo hasta que los Ulan la encontraron, pero no todo fue coser y cantar para ellos, el fabricante de los pendientes, anticipándose a aquella situación, les había tendido una trampa… –Gregor se pausó para tomar aire- justo en el preciso instante en el que el gran mandamás de los Ulan se puso el segundo pendiente en la otra oreja, el universo, tal como lo conocían, empezó a descomponerse. Primero se juntaron los planetas con las estrellas, luego se unieron todas las galaxias, contrayendo toda la materia existente en una especie de bola incandescente de gran densidad que, progresivamente, se fue concentrando más y más, destruyendo todo lo que hasta aquel entonces existía y borrando así el mal que los Ulan, e involuntariamente los Antiguos, habían hecho. Llegó un punto en el que la bola estuvo a tal presión y temperatura que estalló violentamente con una gran explosión, a la que hoy llamamos… Big Bang.

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Los cuatro se habían quedado pasmados. Era la historia más alucinante que nunca habían oído y seguramente eran unos de los pocos que la sabían. Narum se preguntaba qué diría su profesor de historia universal sobre aquella original aunque veraz explicación del Big Bang, suponiendo que desmentiría todo aquel “cúmulo de tonterías”, calificándolo de un puñado de mentiras. A pesar de eso, no comentó nada, Gregor aún no había terminado.

- Y desde entonces no se supo nada más de los pendientes –prosiguió-. Muchos creían que sólo era una leyenda, pero hace unos cinco mil años, como ya he dicho antes, se encontraron los dos en la remota galaxia de Inaan y la historia pasó de ser de un simple mito a realidad. Desde entonces, ya muy pocos se atrevieron a contarla, temiendo que ésta se volviera a repetir si salía a la luz. Es por eso que desde su descubrimiento nadie ha osado ponerse los pendientes, hasta hace sólo unos días, como ya bien sabéis –Gregor desvió la mirada-. Eso sí, aunque nadie se los puso, si que los examinaron a fondo, y, a partir de su composición, se fabricaron los pendientes que la mayoría llevamos para potenciar y ayudar a sacar la magia que llevamos en nuestro interior… todos estos días –empezó de nuevo Gregor intentando disculparse por el extraño funcionamiento de la Cúpula desde el suceso- nos hemos estado reuniendo para analizar las posibles repercusiones del robo y para intentar deliberar qué medidas se deben tomar. La situación social-política actual del universo es algo compleja… pero bueno, esto ya es otra historia… –concluyó dejando este nuevo tema en el aire.

- Pero ¡Gregor… –protestaron los cuatro a la vez que se habían quedado con la intriga.

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- Nada de “peros”… aún es más, tendríais que estarme agradecido por no haberme enfadado por vuestra intrusión en mi despacho –respondió sagazmente fingiendo sentirse molesto-. Y ahora mejor que os vayáis, vuestros compañeros os deben estar echando en falta…

- ¡Qué va! Si nadie… –interrumpió Bélathar, pero enseguida frenó su respuesta en ver las miradas de reprobación de sus compañeros.

- Además no querría meterme en ningún lío por vuestra culpa. ¿Quién tuvo la brillante idea de entrar en la zona restringida a los congresistas? –interrogó el profesor.

Todos decidieron en silencio que aquel era el momento idóneo para marchar, Gregor estaba empezando a hacer preguntas y eso, en ningún caso, sería bueno para ellos.

- Hasta una nueva ocasión maestro –se apresuraron en partir sin descuidar sus modales.

- Tened cuidado al volver… y esconderos bien debajo las capuchas para que no os vean los pendientes –se despidió Gregor en tono de sorna.

- Gracias, lo haremos –y cerraron la puerta a sus espaldas.

Cuando ya estaban a unos metros del despacho, Narum se acordó de que se habían dejado a Thoor en el escritorio. Volvió a entrar, cogió a su peculiar amigo y se despidió de nuevo. Eran las treinta-y-tres horas equamenses y mientras alcanzaba a sus compañeros, Narum le iba dando vueltas a lo sucedido. Se habían escabullido “in fraganti” en la zona restringida para obtener una serie de respuestas sobre los pendientes y ahora estaban saliendo de ella con aún más preguntas en la cabeza. Gregor les había aclarado sólo una pequeña fracción del enigma, la historia de los

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pendientes… pero ¿qué había sobre el supuesto ladrón? ¿Por qué sólo se había llevado uno? ¿Dónde estaba escondido el otro? ¿Cuál era, en la actualidad, la complicada situación del universo? Narum encontraba que había muchas piezas sueltas que aún no encajaban, piezas entre las cuales estaba él. Unos instantes más tarde, ya los había atrapado y, en silencio, volvieron los cuatro juntos a la habitación, atravesando de nuevo el bar de la Cúpula ahora ya abierto.

El resto de la jornada transcurrió deprisa, cada uno más o menos por su cuenta, intentando practicar algunos ejercicios, pero con la mente en otro sitio, ocasionalmente hablando, pero también con cautela vigilando que no hubiera más orejas escuchando, hasta que llegó la “noche”, cuando, cansados, se fueron a la cama más temprano de lo habitual. Mañana, aunque aún nadie lo sabía, sería su último día en la Cúpula.

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IX

Aquella mañana Narum y Halaus se levantaron bastante más temprano que los demás. Hacía unas semanas, antes del suceso, que lo habían acordado, pero con todo el alboroto de aquellos últimos días, no habían tenido tiempo de volver a hablar de ello. Aún así, los dos se acordaban perfectamente.

Cada cuatrocientos años equamenses, unos mil doscientos años terrestres, las dos estrellas que formaban el sistema doble de Albireo se alineaban en el mismo lado del planeta. Esa conjunción provocaba que las incesantes tormentas que recubrían Equam se trasladaran todas hacia un hemisferio, atraídas por las enormes fuerzas gravitatorias producidas por las dos hermanas celestes, dejando así la otra mitad del planeta al descubierto frente al espacio exterior sin ninguna capa protectora; una oportunidad única para observar el firmamento.

Narum había estado esperando ansiosamente aquel día. Tenía curiosidad para ver cómo se verían las estrellas desde aquel rincón del universo, qué nuevos dibujos trazarían las desconocidas constelaciones, en cuál de ellas estaría el Sol… así que unas semanas atrás había pedido permiso a Gregor para salir de la Cúpula e ir a observar el poco común acontecimiento. También se lo había comentado a Elha y a Bélathar si querían venir, pero por lo visto las dos ya habían hecho planes. La primera prefería dormir unas horas

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más y Bélathar había quedado con su familia que los llamaría aquella misma mañana. Así pues, instantes antes de las cinco horas, los dos amigos partieron hacia el hemisferio despejado. Utilizaron el mismo teletransportador que habían usado el primer día para entrar en la Cúpula, para, esta vez, salir de ella y, luego, se deslizaron por la escotilla que daba al exterior del volcán hasta su cráter. Anduvieron en silencio durante largos minutos por debajo de la espesa cortina de lluvia que, gradualmente, se fue diluyendo, hasta llegar al hemisferio despejado y, un poco más tarde, ya más adentrados en él, en lo alto de una colina que presidía una basta explanada, se detuvieron para observar la bóveda celeste.

Narum había traído a su inseparable compañero Thoor para que, con su actualizada base de datos, les ayudara a reconocer los distintos astros del cielo. Con el tiempo pudieron reconocer las estrellas más importantes de aquella parte de la Vía Láctea, Sirius, Vega, Capella, Rigel, Betelgeuse, la ya conocida Altaír y muchas más, la mayoría concentradas en una zona alargada del cielo, formando como una cinta delante sus ojos. Narum no paró hasta que encontró el Sol en el entramado celeste, al lado de Sirius, de Vega y de Altaír. La estrella polar se encontraba bastante apartada de las demás, en dirección noreste, pasando desapercibida como una simple luz más en el firmamento. Sadr, la estrella principal del sistema en donde nació Halaus, situada en la constelación terrestre de Cygnus, también estaba alejada del cúmulo principal, casi rozando la línea de las nubes que separaba los dos hemisferios. Sadr se encontraba a más de mil quinientos años luz de la Tierra y también era una estrella doble, como Albireo, pero unas quince veces más luminosa que ésta y unas sesenta mil veces

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más que el Sol. Además tenía la añadida peculiaridad de que su magnitud también variaba levemente con el paso tiempo.

Las horas se iban sucediendo, Elha ya debería estar despierta y Narum le fue contando a Halaus un montón de anécdotas sobre las estrellas, sobre el origen de su nombre, sobre los héroes griegos… hasta que se tumbó en el suelo agotado, no sin antes desconectar la pantalla de luz de Thoor que les proyectaba los distintos nombres de los astros. Fue entonces, cuando los dos yacían tumbados en la hierba, que Halaus destapó una extraña conversación.

- Sabes Narum, el otro día… el que ocurrió el incidente con el círculo… –irrumpió inesperadamente- ya sabes… cuando entré en tu habitación y estabas con Elha… me pareció interrumpir algo…

- No, no te preocupes, no era nada –contestó Narum relajado-. Supongo que después de lo sucedido estaba destrozado al creer haber encontrado la respuesta a mi viaje, una respuesta que no esperaba de ningún modo, encontrar que lo que te mueve proviene de los fantasmas que hay en tu interior, no es algo agradable… –suspiró- supongo que necesitaba algo de comprensión, un poco de amor… –perdió la mirada en el espacio- Hay veces en que puedes mirar con otros ojos la realidad, verlo todo bonito, las formas, los contornos, la belleza de todas las cosas y de las personas y, en parte, lo haces para poder, o al menos intentar, cambiar tu camino… sabes, yo necesitaba eso –sus ojos volvieron a su amigo-, necesitaba un punto de inflexión para redirigir mi vida… pero supongo que ese no era el modo… –sonrió resignado-. Elha es muy bella y una gran amiga, pero estos días que me habéis ayudado tanto a olvidar y a empezar algo nuevo, me he dado cuenta de que la quiero mucho, pero sólo como

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eso, sólo como amiga y me parece que ella siente lo mismo… ¡Hasta ni creo que llegáramos a besarnos!

- Eso no tiene importancia Narum… –dijo suavemente Halaus- sabes, el amor no es algo físico, es algo espiritual… querer a alguien es un sentimiento y, por lo tanto, se tiene la libertad de poder amar a quien se quiera… no es ninguna obligación…

Las últimas palabras de Halaus se perdieron en el aire. La mano de Narum reposaba fría en la húmeda tierra de Equam. Sentía la brisa que le acariciaba la piel y un sentimiento, una fuerza que quería hacerla deslizar y, a la vez, miedo y confusión que se lo impedían. Su respiración era rápida y entrecortada. Una especie de electricidad paralizante le recorría el cuerpo y lo mantenía en tensión. Sus miradas hacía rato que habían convergido sin nada que las pudiera separar. La mano de Halaus se acercaba lentamente en sentido opuesto acariciando la hierba. El corazón de Narum palpitaba violentamente, no entendía lo que le estaba sucediendo. Narum empezó a mover los dedos y éstos, poco a poco, se entrecruzaron con los de la mano derecha de su amigo…

Volvió repentinamente la cabeza, apretando con fuerza su mano contra el pecho… el miedo había vencido. Tenía la mirada perdida en el suelo oscuro de la noche. Notó como el brazo de Halaus le rodeaba sus hombros. Lo miró medio encogido, confuso. Halaus le dedicó una sonrisa afable y tranquilizadora, le pasó la mano por el pelo y se levantó ágilmente.

Al cabo de unos segundos, Narum también se alzó y los dos volvieron a mirar, en silencio, como hacía unos minutos, las estrellas. Repasaron de nuevo todo el firmamento, poniendo especial interés en sus lugares de origen, Sadr y el Sol. También observaron la galaxia M31, también conocida como galaxia de

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Andrómeda, que se podía ver a simple vista casi rozando el horizonte y, un poco más al este, la bella nebulosa de las Pléyades. Estuvieron más de dos horas sin casi intercambiar palabra, hasta que Halaus vislumbró un extraño objeto que parecía estar acercándose.

- Eh Narum, fíjate –dijo apuntando su dedo hacia una estrella-, parece que se está haciendo cada vez más luminosa, ¿no crees?

- Sí, tienes razón –contestó-, ya hace rato que la estoy observando y me da la impresión de que desde entonces ha duplicado su tamaño.

- ¿Qué crees que puede ser? –preguntó Halaus intrigado- Aumenta de magnitud demasiado deprisa para ser una estrella variable y creo que si fuera un asteroide que se dirige hacia aquí para provocar una extinción en masa, ¡ya nos habrían avisado! ¿no?

- Supongo que sí –sonrió Narum-. Voy a ver qué dice Thoor de todo esto.

Los dos estuvieron un buen rato escrutando cada palmo de mapa que éste les mostraba en su pantalla luminosa, pero no consiguieron divisar el misterioso astro. Finalmente, Narum hizo que Thoor examinara el cielo de aquella insólita noche y que luego identificara el objeto. OVNI, apareció en la pantalla. El haz de luz que proyectaba a través de sus ojos empezó a parpadear.

- Cuerpo celeste no identificado –anunció torpemente la voz artificial del pequeño robot-, velocidad, cien mil metros por segundo, distancia, cuarenta y ocho mil kilómetros, tiempo aproximado para el impacto, ocho minutos.

Halaus y Narum se quedaron de piedra al oír aquellas palabras. Algo se estaba acercando a una velocidad increíble y en ocho minutos, o incluso

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menos, colisionaría con el planeta, muy probablemente provocando su completa destrucción, a menos que…

- Narum, has pensado que esto puede que no sea ningún tipo de astro conocido –sugirió Halaus yéndose de la olla-, algo que nunca antes nadie haya visto… –pero frenó en seco sus alocados pensamientos, una nueva posibilidad le acababa de pasar por la cabeza y parecía que Narum estaba pensando en lo mismo- a no ser que… –los dos se miraron con complicidad.

- A no ser que sea una nave espacial –terminó Narum-. Claro, ¿cómo no lo hemos pensado antes con tantas películas de ciencia ficción que hemos visto? –dijo irónicamente- Es de lógica… ¿te acuerdas el primer día que llegamos aquí que el trasbordador en el que viajábamos no pudo acercarse a la superficie del planeta a causa de las tormentas? Pues hoy es el día perfecto para aterrizar en Equam, ¡el único día en cuatrocientos años!

- Ya ves que mal rollo si se te escacharra la nave y te retrasas un día –bromeó Halaus.

- ¿Pero no te parece extraño –continuó Narum, que aún seguía en su nueva onda, concentrado- que la nave se esté acercando a esta hora cuando la Cúpula empieza a entrar de nuevo en la zona tormentosa del planeta a causa de la rotación del mismo?

- No sé, puede que sí que se les haya escacharrado la nave –propuso Halaus.

- La Cúpula es el único lugar habitado del planeta según tengo entendido –seguía Narum haciendo caso omiso de su compañero- Lo lógico sería que la nave hubiera aprovechado el tiempo en que ésta estaba al descubierto para aterrizar cerca de ella, a no ser que no les interesara ser vistos porque quisieran pasar desapercibidos… ¿tú qué opinas?

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- Opino que estás muy aburrido y que ya sería hora de ir volviendo –dijo Halaus con sarcasmo, y empezó a andar en dirección de vuelta.

- ¡Espera! Narum se había quedado petrificado, inmóvil, con

una expresión de terror en su cara. Las manos le temblaban, las pupilas dilatadas, la mirada perdida en el espacio. Estaba recordando el sueño, el sueño de la muerte de Halaus. Todo volvía a su mente, las imágenes iban pasando a cámara rápida… él tendido en el suelo, los fuegos artificiales, paralizado en la tierra fría y húmeda, Halaus luchando en vano contra un oponente encapuchado… lentamente, la imagen de aquel individuo se le fue clarificando en la cabeza… vestía una túnica blanca y de su oreja colgaba un pendiente con la esfera negra… negra… se quitó la capucha y pudo ver su rostro… ojos penetrantes que congelaban al mirarte… grisáceos… nariz redondeada de unos treinta-y-cinco años… sonrisa intangible, blanca… se llamaba Newt… no cabía duda ¡Newt estaba en la nave!

- Narum ¿te pasa algo? -le interrogó Halaus preocupado.

No contestaba. - Eh Narum, ¿te pasa algo? –volvió a repetir

acercándosele un poco más. Seguía sin contestar. - ¡Naaaruuuummm! –gritó Halaus desesperado

agarrándole y agitándole enérgicamente por los hombros.

- He-he visto –reaccionó balbuceando-, a-al que te… he visto al que te m-m… –respiraba con dificultades, no le salían las palabras.

- Al que me mata en el sueño… –terminó Halaus abatido.

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- Sí –asintió Narum con la cabeza-, Newt está en la nave.

Los dos se quedaron sin saber qué decir, qué hacer. Narum no encontraba el modo de dirigirse a su amigo, se sentía inútil, impotente. ¡No podía ser! ¡Halaus no podía morir! ¡No podían quedarse allí sin hacer nada esperando lo inevitable! De hecho los sueños no son más que sueños, o al menos eso era lo que quería creer en aquellos momentos, y no por eso tenían que hundirse ante aquella situación. Había llegado la hora de actuar.

- ¡Vamos! –gritó Narum cogiendo a Halaus por la manga de la túnica- ¡No podemos quedarnos aquí! –el panorama se había invertido, ahora era Halaus quien se había quedado paralizado ante el pensamiento de la muerte- ¡Tenemos que avisar a la Cúpula!

Éste hizo un gran esfuerzo para intentar sobreponerse al fuerte golpe moral que acababa de recibir y siguió a Narum que lideraba la marcha, o mejor dicho, la carrera. Pasaron a toda velocidad a través de los volcanes y cráteres con los que se habían cruzado en la ida, hasta que volvieron a entrar en la zona tormentosa del planeta. Ya eran las treinta-y-tres horas en Equam y había pasado más de un cuarto desde que habían echado a correr, cuando usaron el teletransportador, de nuevo, para volver a entrar en la Cúpula. La nave de Newt ya tendría que haber equamizado.

- Tú ve a avisar a Elha, Bélathar y los demás, que yo ya se lo comunicaré a Gregor –dijo Narum tomando la iniciativa- ¿de acuerdo?

- ¿Tú crees que es buena idea separarnos ahora? –comentó Halaus, al que no le entusiasmaba la posibilidad de quedarse solo en aquellas circunstancias, tímidamente.

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Pero ya era demasiado tarde. Narum había salido disparado hacia el despacho de Gregor, dejando, tras de sí, un inconfundible rastro de agua.

Cruzó varios pasillos, tumbando a derecha y a izquierda a toda velocidad sin que nada le pudiera parar. Había dejado atrás la habitación, la sala de higiene personal y la biblioteca, cuando llegó delante del bar, siempre acompañado por la trepidante música en sus auriculares. Abrió la puerta y entró sin perder ni un segundo, pasando después entre mesas, sillas, taburetes y clientes y llamando la atención de todo el mundo, que observaban su frenética carrera extrañados. Estaba a menos de diez metros de la puerta que daba a la zona de los congresistas, cuando Imanta se cruzó involuntariamente en su camino, chocando los dos violentamente y cayendo al suelo con un fuerte golpe, pero evitando caer así unos segundos más tarde como todos los demás, después de la enorme explosión que sacudió la Cúpula entera. Narum había llegado tarde.

Donde antes había estado el techo, ahora había un enorme agujero que daba al exterior del planeta, la nave de Newt acababa de volatilizar gran parte de la semiesfera que recubría la Cúpula, dándoles acceso fácil a su interior. Entraron por el vacío cuatro individuos levitando, uno con la túnica blanca, sembrando pánico entre los espectadores. El caos se había apoderado del bar. Gente gritando, chillando, dejándose la garganta inútilmente, ¡es Newt! corrían de un lado a otro de la sala desesperados sin poder salir, éste había bloqueado las puertas. Pedazos cortantes de algo parecido a cristal, que habían formado parte de la cúpula, esparcidos por todas partes, sillas volando por los aires y mesas tumbadas, que hacían de refugio a la mayoría de los asediados.

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Narum estaba escondido detrás de la barra del bar junto a Imanta, desde donde dos mujeres lanzaron en vano un par de botellas encendidas hacia los secuaces de Newt, sólo consiguiendo causar más descontrol después de que éstas estallaran e incendiaran algunas mesas y taburetes. Tres personas, que hasta entonces se habían mantenido en el anonimato, se alzaron de la multitud y plantaron cara a los invasores, sus pendientes reflejaban un alto control de su magia, pero a pesar de todo, no parecía que pudieran aguantar mucho estando en inferioridad numérica. Fue entonces, aprovechando el ruido de la batalla que se acababa de originar, cuando Imanta se dirigió a Narum.

- Narum tienes que salir de aquí –le susurró al oído-. Detrás de las botellas que hay en aquel anaquel se encuentra una escotilla que da a una especie de conducto que te llevará a la zona de los congresistas –hablaba sin pausas, no había tiempo que perder-. Una vez allí busca a Gregor y dile que, dada la situación, yo creo que Newt va a utilizar a las personas que hay en el bar como rehenes para conseguir lo que haya venido a buscar –miró a ambos lados y bajando aún más la voz dijo-, muy probablemente el pendiente restante que se esconde en la Cúpula –cogió aire-. Seguramente Gregor ya lo sepa, si es así, que haga algo, y rápido –Imanta no tenía tiempo de pensar-. Ahora voy a hacer una maniobra de distracción para que te puedas escabullir por debajo la escotilla, ¿preparado?

Narum nunca se había fijado en el rostro de Imanta, en su pelo rizado, su mirada inocente, su alegre sonrisa, su oscuro pendiente, pero ya nunca tendría la oportunidad de hacerlo, después de su orden

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“¡Ve!”, Narum salió a toda pastilla hacia su destino sin mirar hacia atrás. Ya no la volvería a ver.

Apartó con decisión las botellas de la estantería y,

sin muchas dificultades, abrió la escotilla, entró en el conducto y se deslizó velozmente a través de él. Miles de incógnitas le inundaban el cerebro a medida que avanzaba; ¿quién era Newt?, ¿qué pintaban él y Halaus luchando contra éste en el sueño?, ¿qué eran en verdad sus visiones del círculo blanco… ¿la esfera de los pendientes?, ¿por qué estaba sucediendo todo aquello?, ¿debido a la situación social-política del universo?, ¿cuál era realmente ésta?… no quería perder lo que había conseguido… ¿por qué no podía seguir todo como hasta entonces?… ¡no quería perder a sus amigos! Pero ya nada volvería a ser igual. ¿Por qué?... ya nada volvería a ser igual… ¿por qué?… ya nada volvería a ser igual… ¿por qué?, ¿por qué?, ¡por qué!

Alcanzó el final del túnel y salió sin perder ni un instante. Se encontraba en un pasillo, cerca de la puerta de salida del bar. Tenía que hallar a Gregor sin falta. Siguió el mismo camino que había recorrido el día anterior junto a Elha, Halaus y Bélathar, para llegar a su despacho. Una vez allí abrió la puerta sin previamente llamar. Gregor estaba sentado mirando hacia el lado opuesto.

- Te estaba esperando –dijo quitándose la capucha y girándose hacia Narum.

Éste no se sorprendió tanto como habría hecho unos meses antes, en vez de esto, sonrió y se mantuvo en silencio. Aquella situación le parecía familiar, le recordaba a la de ya hacía algún tiempo en la entrada de su casa. Narum cerró la puerta a sus espaldas y se mantuvo a la espera. Gregor ya estaba al corriente de lo que estaba sucediendo en el bar de la Cúpula, o eso

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parecía indicar el vaso de licor que reposaba en su mano temblorosa. Narum se lo comunicó señalándolo con la mirada.

- Tienes razón, ya he estado en el bar –confesó éste-. Justo cuando la nave de Newt lanzó su primer ataque, pero antes de que éste bloqueara las puertas de salida, pude escapar –Narum lo miró extrañado-. Sí –asintió Gregor avergonzado-, puede que parezca un cobarde, pero tenía que salir para avisar a los altos dirigentes de la situación, para que pudieran organizar un plan defensivo, una retirada, un contragolpe, o lo que quisieran… qué más da… ahora ya está todo en sus manos… –se terminó de un trago el contenido del vaso -, o casi todo… –concluyó sofocado.

Narum no sabía de qué iba todo aquello, ¿se podía saber por qué actuaba Gregor de ese modo?, ¿qué pintaba él en todo aquello?

- Yo he hablado con Imanta telepáticamente y le he pedido que te trajera hasta aquí –Narum empezaba a comprender-, es por eso que se ha sacado la excusa de los rehenes, para ponerte en tensión y para que te dieras prisa… –Gregor se rió, lo encontraba un poco triste, posiblemente él se hubiera inventado otra cosa- si hubieses conocido a Newt no te lo hubieras tragado –su voz se fue oscureciendo-. Newt primero se deja ver, observa la situación y luego es cuando da el golpe sin contemplaciones… –y al final terminó por rompérsele- probablemente ahora ya haya estallado una gran batalla en la Cúpula… pero bueno… supongo que te preguntarás ¿por qué estás aquí? –dijo Gregor serenándose y cambiando radicalmente su entonación, transformándola de consternación a ligereza- Tengo que pedirte un gran favor y no puedo contarte gran cosa. ¡Sígueme!

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Salieron del despacho vigilando que no hubiera nadie por los alrededores. A lo lejos, se oían gritos y múltiples explosiones provenientes de la batalla. Narum se preguntaba qué estaría siendo de sus amigos… pasaron por infinidad de corredores, cruzaron salas en las cuales se debían celebrar congresos multitudinarios, bajaron más escaleras de las que subieron, hasta llegar delante de una puertecilla de madera arrinconada en la esquina de un amplio pasillo, sin lugar a duda, uno de los sitios más peculiares de la Cúpula. Gregor la abrió y entraron en una apretada habitación, semejante a una buhardilla, en donde había apelotonados montones de trastos polvorientos. Narum no sabía muy bien lo que estaban haciendo allí, pero su imaginación hacía rato que había empezado a dar vueltas, vueltas y vueltas, vueltas entorno al pendiente restante… y así fue, al cabo de unos instantes de escudriñar entre la runa, Gregor sacó, de una mugrienta caja de cartón, uno de los objetos más valiosos del universo, con, al menos por el momento, un aspecto bastante deplorable. Cuidadosamente, y con un trapo no menos triste, le sacó el polvo hasta que la perfecta esfera blanca empezó a relucir de nuevo, siempre, eso sí, manteniendo con el tesoro, una distancia prudencial, como si le tuviera, más que respeto, miedo.

- Me sabe mal tener que ser yo quien te entregue esta carga –inició Gregor-. Con el Consejo hemos decidido que ésta era la única solución… –estaba nervioso, no osaba continuar- Todos sabemos, incluido tú, que Newt ha venido a por el segundo pendiente, pero, evidentemente, no podemos entregárselo –Gregor sonrió impotente, se sentía ridículo intentando dar excusas, Narum seguía impasible, sin decir nada-. Ninguno de nosotros se atreve a usarlo en su contra, el

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miedo que causa su pasado aún sigue presente... así que, como por acuerdo intergaláctico los jóvenes tienen que quedar al margen de los conflictos bélicos, Newt, que a pesar de todo es hombre de honor, os dejará salir del planeta a ti y a tus quince compañeros… –se volvió a pausar, ahora venía la parte más comprometida- es decir, que uno de vosotros, rompiendo el tratado, tiene que llevarse el pendiente lejos de aquí para evitar que éste se haga con él… y te hemos escogido a ti porque ya estabas familiarizado con el tema y por otras razones sin importancia que ahora no viene al caso contarte… lo siento, hasta aquí puedo llegar –terminó.

- Da igual, no hace falta que sigas, ya me lo contarás en otra ocasión –contestó el chico decidido.

Narum habría podido tener miles de razones para no aceptar lo que le estaban pidiendo. ¿Qué era aquél egoísmo y aquella cobardía, tenerle que pedir a un principiante que se hiciera cargo del objeto más generoso o más letal del universo, sin tan siquiera darle un mínimo de explicación? Podría haberse sentido utilizado por los mandamases que estarían detrás de todo aquello, haciéndole defender intereses que ni tan siquiera sabía o que ni tan siquiera compartía. Posiblemente la falta de experiencia, pero sobretodo, las ganas de probarse a sí mismo, hicieron que no se planteara todo aquello, hicieron que se lo planteara cuando ya fue demasiado tarde… con preguntas y con muchas piezas que no encajaban, aceptó.

- Narum seguramente esto no afecte a tu futuro, muy probablemente sólo sea una fase corta de tu vida –intentó animarle Gregor para sentirse mejor-. Todos esperamos que, cuando termine, esto vuelva a la normalidad –sonreía de forma apacible el profesor,

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intentando esconder su engaño- Narum tienes que ir al planeta más exterior del sistema de Betelgeuse y encontrar a mi maestro Yon, él sabrá qué hacer con el pendiente –Gregor seguía con su farsa, pero Narum no se daría cuenta hasta mucho más adelante…

La aventura de su vida hacía meses que había

empezado, pero para él ésta era una nueva etapa, una fase llena de misterio y locura, una gran responsabilidad y una oportunidad para demostrarse a sí mismo, y a los demás, que realmente podía valer para algo. Narum esperaba poder vivirla junto a sus amigos y, por eso mismo, unos minutos más tarde ya estaba a su lado dispuesto a partir de la Cúpula para iniciar un largo viaje hacia la lejana estrella de Betelgeuse, a unos 760 años luz de donde se encontraban.

Halaus también había cumplido a la perfección su parte del trato, a pesar de que no le había hecho mucha gracia separarse de Narum en su momento, se había sobrepuesto a la difícil situación y había avisado a Elha, Bélathar y a los demás chicos, de que un peligro inminente acechaba. Todos tenían que dirigirse, a indicaciones de Gregor, a los distintos embarcaderos de los que disponía la Cúpula. Hicieron grupos de cuatro integrantes y Narum y sus amigos se dirigieron, sin demorarse, hacia el teletransportador número tres que les tendría que llevar hasta su vía de escape. En la lejanía, se oían las explosiones provocadas por la batalla que tenía como epicentro el bar de la Cúpula. Parecía que ésta aún estaba en pleno fervor y además, que poco a poco, se había ido expandiendo hacia algunos de los pasillos contiguos. Tenían que darse prisa si no querían verse involucrados en ella, pronto llegaría hasta sus posiciones.

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Narum y Halaus lideraban la marcha, Elha les seguía muy de cerca y Bélathar cerraba el grupo unos metros más atrás. Tenían todos los músculos del cuerpo en tensión, funcionando a máximo rendimiento, corriendo y corriendo, virando a izquierda y derecha, subiendo y bajando escaleras a toda velocidad, sin saber si su meta estaba ya cerca o si aún se encontraba a varios centenares de metros de ella. Las explosiones se iban cerniendo cada vez más sobre ellos, hasta el punto que parecía que ya estuvieran sobre sus cabezas. El suelo y las paredes vibraban con cada estruendo, haciendo más dificultoso su avance a ritmo alto y sostenido. Bélathar acababa de tropezar y yacía tumbada en el parqué sin que los demás se hubieran percatado de ello. Una explosión que abrió un considerable boquete en el techo les hizo girar la cabeza. Bélathar había quedado atrapada entre los escombros que se habían precipitado desde las alturas. No parecía que estuviera herida, pero había quedado separada del resto del grupo.

- ¡Bélathar! –gritó Halaus que había dado media vuelta y acudía en su ayuda.

- No os preocupéis, estoy bien –se oyó una frágil voz que respondía de detrás del muro de restos.

- ¡Bélathar! –volvió a gritar Halaus que no terminaba de creerse lo que estaba sucediendo.

- No, en serio, estoy bien, no os preocupéis, tenéis que marcharos… Newt estará al caer –insistió la chica entre sollozos.

- Bélathar… –susurró Halaus. - Halaus, no podemos hacer nada… tendríamos

que irnos… –intervino tímidamente Elha- recuerda el sueño que tuvo…

- ¡Y un carajo me voy a ir de aquí! ¡Me da igual el maldito sueño! ¡No la pienso dejar ahí tirada! –estalló

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éste volviéndose enérgicamente con los ojos enturbiados.

Narum estaba perplejo. Desde el inicio de todo que se había quedado de pie, inmóvil. No se atrevía a dar ni un paso adelante ni un paso atrás. Entendía perfectamente la situación y no conseguía hallarle solución alguna. Narum siempre había pensado que en circunstancias similares sabría reaccionar, pero de momento no era así, se había quedado en blanco, sin respuestas. ¿Dónde estaba la frialdad que había mostrado hasta entonces? Su cabeza no podía pensar con claridad… muy probablemente si se quedaban allí, Newt no tardaría en llegar y en cumplir la profecía y, aún había más, sus amigos no sabían el secreto que Narum llevaba consigo, pero puede que Newt lo descubriera y que entonces, además de eliminar a su mejor amigo, se llevara consigo la joya más preciada del universo con las posteriores repercusiones que esto conllevaría… por el contrario, si se marchaban, puede que estuvieran condenando a Bélathar a una muerte segura o a algo aún peor…

- Halaus mira, no quiero quedar como la mala de turno, pero muy a pesar nuestro Bélathar debe tomar otro camino porque si nos quedamos aquí, Newt nos va a freír a todos ¿vale? –replicó Elha que nunca se andaba con rodeos.

- Nadie va a quedar como el malo de turno… –añadió una nueva voz desde el otro lado de la pared.

Por alivio de todos se trataba de Gregor que había acudido en su ayuda. Pronto hubo librado a Bélathar de los escombros que la oprimían y prometió a Narum, Elha y Halaus que los dos encontrarían otra salida y escaparían juntos de la Cúpula. Antes de separarse de su gran amiga, Halaus se despidió emotivamente de ella y le dio, a través de un hueco que había en el

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muro, un collar del que nunca antes se había desprendido. Finalmente, el grupo de tres por un lado y el dúo por el otro, se fueron alejando del lugar… aún no sabían cuando se volverían a ver.

Ahora era Elha quien lideraba la marcha, Narum la

seguía de cerca e intentaba que Halaus no se descolgara demasiado, no tenía ni la más mínima intención de dejar que volviera a suceder lo que hacía unos instantes. Eran las treinta-y-cinco horas y media equamenses y, teniendo en cuenta el rato que llevaban corriendo y las dimensiones de la Cúpula, no les tendría que faltar mucho para alcanzar el teletransportador número tres, su vía de escape hacia el espacio exterior. Unos minutos más tarde, ya habían llegado a su destinación y se disponían a iniciar el proceso de desintegración cuando de lejos oyeron a un chico de su habitación que les gritó: “¡Eh, esperad!”. Era Sikma, el que se había enfrentado a Halaus en la sala de duelo, el que el primer día se marchó de la habitación cuando Narum pronunció “el círculo blanco”, el que su pendiente poseía una tonalidad verde oscura nada más llegar, era el mismo, Sikma.

- ¿Qué haces tú aquí? –interrogó Elha tajante. - Mi grupo ha tenido problemas para llegar hasta

su teletransportador –se excusó-. El camino que nos había indicado Gregor estaba cortado por la batalla –se le veía cansado, sus respiraciones eran cortas y repetidas-. Hemos decidido dispersarnos, cada uno por su cuenta. Teníamos que unirnos a otro grupo y me he dirigido lo más rápido que he podido hacia aquí, que me parecía que era el punto de escape que tenía más cercano –hizo otra pausa y echó un vistazo a su alrededor-. Por cierto –comentó-, ¿dónde está la otra chica que venía con vosotros?

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- Ya te lo contaremos más adelante –intervino Narum-. No hay tiempo que perder. Ahora mejor que nos demos prisa.

Y así lo hicieron. Uno a uno fueron activando el teletransportador que les llevó al interior de una diminuta nave. Primero entró Elha seguida de Halaus, luego Narum y finalmente Sikma. Este último junto con Elha se pusieron a los mandos, parecía que los dos ya estaban familiarizados con ellos. Encendieron los reactores y, metro a metro, utilizando también un sistema de imanes, pero de menor magnitud que los de la Solar Voyager 4235, fueron ganando altitud. El volcán que albergaba la Cúpula se veía ya como una insignificante piedrecilla incandescente. Un largo viaje estaba dando inicio… y con una novedad, Sikma entraba en substitución de la desafortunada Bélathar.

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X

La cabina de la pequeña embarcación era de reducidas dimensiones. En ella había cuatro asientos alineados, dos delante y dos detrás. Narum se sentaba en el posterior derecho. A través de la ventana panorámica estaba observando como de la nada aparecía, esta vez rojizo, el primer agujero de gusano por el cuál transitarían a lo largo de su viaje hacia Betelgeuse. Narum les había indicado a Elha y a Sikma su próxima destinación sin dar demasiadas explicaciones y éstos, sin tampoco preguntar, habían puesto rumbo a ella.

En la parte trasera de la cabina había una puerta que daba a otro compartimiento en donde había una cama, una salida de emergencia y una neverita con algunas provisiones para el viaje. Halaus, ya un poco recobrado del golpe moral que le había supuesto dejar atrás a su compañera, había cogido algunas y las estaba repartiendo entre los cuatro… después de tantos momentos de tensión no les vendría nada mal comer para reponer fuerzas. Por su parte, Narum no sabía cuando contar a sus amigos el tema del pendiente. Creía que era importante que supieran dónde podían estar metiéndose para que ellos mismos pudieran decidir hasta dónde querían llegar en aquel viaje, pero la presencia de Sikma le incomodaba un poco. De hecho, reflexionó, la tensión que se había creado entre ellos desde el primer día y que había provocado que no

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se hablaran durante toda su estancia en la Cúpula, carecía de sólidos fundamentos, al fin y al cabo, Sikma no parecía, ni mucho menos, mala persona. A veces la gente juzgaba mal a los demás sin razón de ser, sólo por meros actos casuales, o no tan casuales, que no se llegaban o que no se hacía el esfuerzo por comprender. Narum concluyó que no merecía la pena seguir de ese modo con su nuevo acompañante, le dio un voto de confianza, puso la primera piedra para forjar una buena amistad y les contó desde el principio, todo lo que había sucedido con Gregor…

“…total que después de intentarse justificar y de

dar algunas tristes excusas, Gregor me dijo que tenía que ir a ver a su antiguo maestro que vive en el planeta más exterior del sistema de Betelgeuse, que él sabría qué hacer con el pendiente… y bueno, allí es hacia donde nos dirigimos… y, más o menos, esto es lo que pasó.” Narum terminó de relatar los sucesos y pronto entablaron una bulliciosa conversación entre los cuatro.

- Así que vosotros ya estabais enterados del tema de los pendientes, por lo que he entendido –encendió la mecha Sikma-. Eso daría explicación a que hubieran decidido entregarte a ti el pendiente restante, creo yo…

- Perdón –se interpuso Elha-, pero creo que esto no da explicación a nada ¿por qué se lo iban a dar a él y no a mí? Eh, explica eso listillo.

- No sé, lo que está claro es que no me lo iban a dar a mí, que en mi vida había oído nada sobre ellos… –se defendió de nuevo Sikma- bueno nada, nada… alguna extraña leyenda sí pero nada creíble…

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- Puede que escogieran a Narum porque es el que más relación tenía con Gregor –intervino Halaus-. Le conocías ya de la Tierra ¿no es así?

- Sí –asintió éste tímidamente. - Bueno, puede que esto ya explique algo más,

pero aún así… -dijo Elha un poco recelosa. - Eso, eso, aún así… –corroboró Narum- no hemos

tenido en cuenta el hecho de que yo soy el más torpe del cuarteto…

- Ya estamos otra vez con eso –reprobó Halaus. - Ah sí, eso quería preguntar yo –volvió Sikma-.

¿Qué le ha pasado a la otra chica que siempre iba con vosotros?

- Hombre Narum, creo que lo que ha dicho antes Halaus sobre lo de tu relación con Gregor es bastante importante –de nuevo Elha.

- ¡Qué dices tú de relación! –protestó Narum. - Piensa… que te viniera a “reclutar” Gregor en

persona, será un detalle importante –matizó Sikma. - Bélathar… –suspiró Halaus, que desde que

Sikma había preguntado por ella, había desconectado un poco- quedó cortada por una explosión y no pudo seguir con nosotros –terminó con dificultades.

Narum y Elha se acercaron más a él para mostrarle su apoyo.

- Suerte que apareció Gregor por allí y se fueron juntos –añadió esta última-, sino puede que aún estuviéramos allí.

- Puede que tengas razón –sonrió Halaus-. Fue un alivio para todos.

La charla había ido derivando y cada vez se estaba haciendo más complicada, las distintas conversaciones se entrecruzaban e iban apareciendo nuevos temas como de la nada. Entretanto la nave seguía su curso hacia Betelgeuse, el piloto automático estaba activado

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y las sacudidas al adentrarse en los distintos agujeros de gusano por los que iban transitando, no parecía que distrajesen a los chicos de su absorbente discusión. Bélathar aún estaba en el aire…

- … por lo menos me gustaría saber si está bien –ahora era el turno de Narum-, saber si ha podido escapar sin más percances de la Cúpula…

- Eso a todos… –apuntó Elha- pero seguro que con Gregor está a salvo.

- Podríais intentar comunicaros con ella telepáticamente –sugirió Sikma.

- Ya lo había pensado, pero la comunicación por telepatía requiere de un alto nivel de control por parte de los dos interlocutores y me parece que, por ahora, ninguno de nosotros es capaz de hacerlo –aclaró Halaus desanimado.

- Desgraciadamente, tienes razón… –admitió Sikma que no había pensado en ello.

Por el momento, el color que reflejaban sus pendientes denotaba que aún estaban en pleno aprendizaje. El de Halaus era de una tonalidad magenta, entre rojo y lila. El de Sikma poseía un intenso color sangre. Por su parte el de Elha, que mostraba un nivel de control de su magia interior parejo al de Bélathar antes de que ésta se hubiese visto obligada a separarse de ellos, era de un tono marrón oscuro y, finalmente el de Narum, que desde el día del karaoke en el bar, se veía anclado en un color verde muérdago.

- Tendríamos que decidir cómo nos organizamos los turnos para dormir y todo –sugirió Narum intentando cambiar de tema y levantar el ánimo al grupo- ¿No creéis?

Lentamente todos fueron reorientando sus miradas perdidas y redirigiéndolas del suelo o techo hacia

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enfrente. Eso era una respuesta afirmativa, no podían pasar todo el trayecto lamentándose de la pérdida de su amiga, tenían que mirar hacia delante, cambiar el chip… a Bélathar le hubiera gustado de ese modo.

- Sí, buena idea –continuó Elha-. Todos empezamos a estar ya un poco cansados y no nos vendría nada mal una dormidita.

- Vale, genial –de nuevo Narum con voz animada-. Entonces tenemos que ponernos de acuerdo en los grupitos y en el tiempo de duración de cada turno. Yo propondría que fueran parejas… creo que es lo más factible –terminó.

- Sí yo también –se unió Halaus-, pero antes mejor decidir qué horario seguimos, el de Equam, el de tu planeta, el del mío…

- Lo más lógico sería seguir el tiempo de la Cúpula, que es el que todos conocemos –intervino Sikma.

- Muy bien, quedamos entonces en horario equamense y parejas. ¿Todos de acuerdo? –sintetizó Narum.

- Vale –asintió Elha-. Empezamos el primer turno Sikma y yo, tú y Halaus os vais a descansar un rato y dentro de veinticinco horas os avisamos.

- Eso serían unas ocho horas terrestres… –dijo Narum contando en voz alta- bien, dentro de ocho horas nos vemos entonces… bueno de veinticinco –corrigió.

Y así lo hicieron. Se desearon las buenas noches y en el primer turno se quedaron Elha y Sikma al mando. Al cabo del tiempo acordado les despertaron e intercambiaron los puestos. Antes de entrar en el compartimiento adjunto a la cabina, Elha quiso asegurarse de que estarían bien en ver la cara de pánico de Halaus frente a todos aquellos controles.

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- ¿Estáis seguros de que os las vais a poder manejar solos? –preguntó preocupada.

- Sí, no hay problema –respondió Narum-. Yo estudié algo de naves hace unos años en el instituto.

- Bueno, por si acaso –quiso cerciorarse Elha-. Lo único que tenéis que hacer es vigilar que en esta pantalla no se encienda ni se apague ninguna luz. También tenéis que aseguraros de que no vayamos a chocar contra ningún asteroide ni cosas por el estilo –terminó irónicamente-. Si tenéis algún que otro problema ya sabéis donde encontrarme –y se fue.

Unos minutos más tarde Narum y Halaus oyeron risas provenientes del compartimiento adjunto. Los dos se miraron con complicidad. La noche, o el día, fue transcurriendo sin mayores complicaciones y Narum durmió un ratito más con el consentimiento de Halaus, hasta que éste le despertó cuando aún quedaban más de dos horas para el cambio de turno.

- Narum… Narum… –susurraba Halaus- eh, oye Narum… –le sacudía suavemente apoyando su mano sobre el brazo de su somnoliento compañero- Narum, que se ha encendido una luz y no sé lo que es –su voz denotaba una pizca de nerviosismo.

Narum se levantó perezosamente, le echó un vistazo a la nueva lucecita que había aparecido en pantalla y preguntó a su desconcertado acompañante.

- ¿Cuánto tiempo hace que está aquí? - No sé Narum… –respondió Halaus- es que yo

también me he dormido, ¿sabes? –declaró cabizbajo- ¿Es algo grave?

- No, si no ha sido una buena idea eso de dormir durante la guardia… –se dijo a sí mismo- no te preocupes, no es culpa tuya –le exculpó; Halaus seguía expectante-. A ver… grave… grave… depende de cómo lo mires…

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- Ya, pero dime ¿qué indica ese icono? –preguntó de nuevo impaciente.

- Quiere decir que hemos entrado en la reserva de combustible –confesó sin más rodeos Narum-. Por eso te preguntaba lo del rato que hacía que estaba encendida…

- ¡Ay! Pues tenemos que hacer algo –dijo aún más inquieto Halaus-. Voy a avisar a Elha –y ya estaba a medio camino.

- No, espera, espera… si no es tan grave –le tranquilizó Narum-. Lo único que tenemos que hacer es parar los motores para que la nave siga avanzado con la inercia que lleva, no hay necesidad de ganar aún más velocidad… –se pausó- el único problema es que no sé cómo –admitió encogiéndose de hombros.

- Puede que Thoor sí que lo sepa –sugirió ágil Halaus que empezaba a pensar en vez de estresarse.

Thoor había estado todo aquel rato encerrado dentro de la mochila de Narum. Éste en oír que Halaus pronunciaba su nombre había puesto cara de sorpresa y culpabilidad a la vez, se había olvidado por completo de que su peluche estaba ahí. Halaus abrió la mochila y lo liberó de su particular jaula. Él y Narum estuvieron buscando un manual de pilotaje de la embarcación entre los nuevos archivos que habían descargado en el despacho de Gregor. Al final, y no después de poco rato de búsqueda, encontraron una especie de librito del principiante. En uno de sus sub-apartados había una breve explicación sobre el encendido y el apagado del motor que decía así…

“…Del mismo modo que en el ejercicio anterior, pero a la inversa, se seguirá el proceso para detener los motores de la nave. Primeramente, se disminuirá de forma gradual la potencia de los reactores mediante el controlador que se encuentra al lado derecho del

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computador de abordo. Después, se pulsará el botón rojo situado encima de esta misma palanca para cortar el suministro de combustible. Finalmente, se cerciorarán de que los motores se hayan apagado correctamente y…”.

Después de leer vagamente estas sencillas instrucciones, Halaus pulsó el botón para cortar la entrada de combustible y Narum fue bajando la potencia progresivamente, pero, a medida que lo hacía, notó que algo no salía tal como estaba previsto, en vez de oír que el murmullo del motor disminuía, sentía que su cuerpo era cada vez más y más ligero, hasta llegar al punto que, cuando el marcador de potencia indicó cero, sus pies se habían despegado del suelo. Halaus también vagaba flotando muriéndose de risa por la apretada cabina. No habían apagado el motor de la nave, sino que habían desconectado sus generadores de gravedad artificial.

- Bueno ¿y ahora qué hacemos? –preguntó Narum que no sabía si reír o llorar. Su pregunta no obtuvo respuesta, Halaus seguía riendo sin parar- Primero voy a ver si Elha y Sikma están bien y luego vamos a invertir el proceso –se auto-respondió en vista del éxito-. Apretando el botón antes de reducir la potencia debemos haber activado alguna función secundaria –conjeturó-. De mientras, mira si en lo que queda de recorrido hay algún campo gravitatorio fuerte que nos pueda causar interferencias… no nos gustaría vernos atrapados en uno por no llevar los motores encendidos…

Halaus asintió; finalmente había logrado contenerse. Narum se dio impulso con las piernas contra el cristal delantero y cruzó el habitáculo hasta llegar a la puerta que daba al compartimiento contiguo. La abrió sigilosamente y vio como Elha y Sikma

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estaban durmiendo apaciblemente, cara a cara, el uno contra el otro, unos centímetros por encima de la cama. Las sábanas blancas aún recubrían a los dos tortolitos y Narum pensó que si volvían a activar cuidadosamente la gravedad, los dos podrían continuar con sus dulces sueños sin darse cuenta de lo ocurrido. Cerró la puerta con delicadeza y ahora se impulsó con las manos para seguir el camino inverso al de ida. Cuando sus pies golpearon de nuevo el cristal, dio tres cuartos de voltereta hacia delante y medio tirabuzón hasta quedar perfectamente acomodado en el asiento.

Halaus ya estaba preparado y los dos procedieron a ejecutar las maniobras. Narum fue incrementando la potencia de los generadores de gravedad y, a continuación, Halaus pulsó el botón rojo, más parecido a un botón de eyección o autodestrucción que a uno de multifunción encendido-apagado. La gravedad fue restablecida y con ella la sensación de ligereza desapareció, sintieron por primera vez la carga que significaba pesar, carga provocada por aquella invisible interacción que movía el universo.

Llegó por fin el turno de desactivar los motores, pero esta vez lo tenían que hacer bien porque con todo el tiempo perdido lo único que habían conseguido era desbaratar más combustible. Halaus informó a Narum de que no había ningún campo gravitatorio intenso en lo que quedaba de trayecto y de inmediato llevaron a cabo la operación. Unos segundos más tarde, navegaban por el espacio con el único impulso de la inercia que habían ganado hasta el momento.

Con todo, pronto llegó el cambio de turno. Elha y

Sikma salieron medio dormidos del compartimiento adjunto y cedieron paso a Narum y Halaus. Seis horas más tarde volvieron a despertarles, la nave ya estaba

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cruzando el último agujero de gusano del viaje hasta el sistema de Betelgeuse. Los cuatro ocuparon sus respectivos puestos y se abrocharon los cinturones preparándose para el aterrizaje.

El último planeta del sistema, destinación final de su particular travesía, se encontraba a una distancia media de su estrella de una centésima de año luz, unas mil veces más lejos de lo que está Plutón del Sol. Por muy extraño que pareciese, su superficie no estaba congelada a pesar de la enorme distancia que le separaba de Betelgeuse, ni mucho menos, su temperatura aproximada, según marcaba el computador de abordo, era de unos dos-cientos setenta-y-ocho grados kelvin, cinco grados centígrados. Eso era debido al enorme tamaño de la estrella. Ib-brus, que así era como se llamaba, tenía un diámetro de sólo quince kilómetros, que junto con su marcada órbita elíptica, hacían que mereciera más la calificación de asteroide y no la de planeta. El noventa-y-ocho por ciento de su superficie estaba cubierta por agua, dejando, así, solamente una pequeña isla de cincuenta-y-seis kilómetros cuadrados como único lugar habitable para un ser terrestre.

Antes de ver el planetoide por primera vez, Narum y sus amigos no estaban muy seguros de cómo iban a encontrar a Yon, el maestro de Gregor. Después de hacerlo, sus dudas se despejaron, la búsqueda había quedado reducida a la diminuta isla. Al salir del agujero de gusano, Sikma había vuelto a encender los motores y ahora se disponían a atravesar la frágil atmósfera del astro, para luego sobrevolar el islote. Todos estarían atentos para detectar algún posible indicio que delatara la presencia de Yon en el planeta. Elha dirigió la nave hacia su objetivo al mismo tiempo que moderaba la velocidad. Aparte de encontrar al

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viejo maestro, tenían que hallar un buen sitio para aterrizar, una explanada rica en metales para luego poder despegar mediante los imanes diamagnéticos cuando lo necesitaran.

Ya habían dejado atrás media isla cuando, en la lejanía, junto a la costa, divisaron un tenue foco de luz. Ahora sólo faltaba dar con el lugar idóneo para tomar tierra. El computador de abordo se encargó de ello y dos minutos más tarde ya habían ib-brunizado.

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XI

La gravedad en Ib-brus era parecida a la de la Tierra. Esto sorprendió inicialmente a los recién llegados; Narum pensó que el planeta debía tener una alta densidad en su núcleo, sino no se explicaba aquel fenómeno. La nave había aterrizado cerca del agua y decidieron ir andando por la playa hasta llegar a la lejana luz. Cogieron las mochilas con algunas provisiones, sacos de dormir e iniciaron la marcha. El cielo era azul marino y sobre él destacaba el enorme disco solar, Betelgeuse, parcialmente eclipsado por algunos de los planetas interiores que formaban el sistema. El mar, que Narum, en la Tierra, únicamente había visto una vez, un mar contaminado y poluto, en Ib-brus era oscuro y frío y sus olas rompían al colisionar con la gruesa arena de la costa. La leve, pero incesante brisa marina traía consigo finas gotitas de agua robadas de las crestas espumosas, que mojaban a los viajeros haciendo más intensa la sensación de frío. Ahora, en el horizonte, ya se veía de nuevo la luz. Los cuatro iban andando en silencio. Elha y Halaus se habían puesto unas bufandas y Narum se intentaba cubrir la cara con la capucha de su túnica. A medida que se iban acercando, pudieron distinguir que la luz procedía del interior de una torre situada en la ladera de un acantilado. Éste se alzaba a varias decenas de metros del suelo y reseguía la línea de costa hasta donde la vista alcanzaba. De lo alto del edificio

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descendía una empinada escalera de piedra sin barandilla que bajaba por su pared exterior, trazando una diagonal, hasta llegar a pie de playa. En los alrededores no había más señales de vida, Ib-brus parecía un planeta muerto, solitario, una especie de exilio para quien pudiera vivir allí.

El cuarteto se dispuso a subir las escaleras. Estaban cansados de la no corta caminata. Aquel lugar había borrado de su cabeza sus penas, pero también sus expectativas, eran como autómatas avanzando con la mente en blanco, parecía que todo se lo hubiera llevado el viento. Ya estaban cerca de la cima y desde esa distancia pudieron observar que la fachada de color negro estaba parcialmente derruida. La torre presentaba un aspecto deplorable, medio abandonada, era como si alguien la hubiera arrojado ahí y ésta se hubiera quedado inmóvil, esperando eternamente su regreso. Sus tres plantas eran como ojos, nariz y boca que se habían ido llenando de arrugas con el tiempo, grietas que mostraban su vejez y su tez serena cara el mar, curtida por las inclemencias de la vida.

Al fin llegaron arriba de todo. Frente suyo había una pesada puerta lisa de madera. Narum llamó golpeándola tímidamente. No hubo respuesta. Volvió a llamar, esta vez con más insistencia. Unos instantes más tarde, les abrió un hombre de unos ochenta años. Vestía con unos pantalones de tela gruesa, un jersey y una armilla para combatir el frío.

- Hola, bienvenidos –dijo Yon-. ¿A quién tengo el gusto de saludar?

- Hola… yo soy Narum –se adelantó a los demás- Ella es Elha… Halaus… y Sikma –los fue señalando uno a uno- ¿Gregor no le ha avisado de que vendríamos? –preguntó extrañado.

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- Así que conocéis a Gregor… –sonrió- alumnos suyos, supongo –los chicos asintieron-. Yo a Gregor hace años que no le veo… me preguntaba qué se había hecho de él –se pausó-. Pero bueno –prosiguió animado-, no os quedéis ahí parados que vais a coger un catarro que me vais a contar… pasad, pasad –y les invitó a entrar.

La vivienda era cálida y acogedora por dentro, muy de agradecer viniendo del exterior. El tercer piso, por donde habían entrado, era una especie de biblioteca, llena de estanterías y libros polvorientos, con un escritorio y una escalerita de madera que bajaba a la segunda planta. En ésta había la cocina, el comedor y otra escalerilla que daba al dormitorio de Yon en el primer piso, que también contaba con un pequeño aseo. Todas las plantas disponían de una terraza con vistas al océano de Ib-brus.

Yon les acompañó hasta el comedor, donde tomaron asiento, y les trajo algunas bebidas calientes. El hogar estaba encendido y, con todo, empezaron a entrar en calor.

- Bueno, contadme, ¿qué os trae por aquí? –preguntó el anciano intrigado.

Le estuvieron contando durante más de una hora la

historia, desde el robo del pendiente en la Cúpula, hasta los últimos acontecimientos, pasando por la incursión en el despacho de Gregor o por la separación forzosa de Bélathar, entre otras cosas, y omitiendo algunas partes poco relevantes para los futuros eventos, pero muy importantes para ellos, como la mágica noche en el bar. Mientras le habían ido narrando los hechos, Yon había ido preparando la cena para que los jóvenes pudieran reponer fuerzas. Cuando terminaron, le dijeron que Gregor les había enviado

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hasta el sistema de Betelgeuse a verle porque le había comentado a Narum que él sabría qué hacer con el pendiente. Yon prefirió no hacer ningún comentario, antes tenía que tomarse su tiempo para reflexionar sobre la situación. Mañana ya les diría algo. Luego, y con total normalidad, se puso a servir la comida con un enorme cucharón.

Para cenar había una especie de caldo acompañado con unas rebanadas de pan para mojar. Yon les sirvió un razonable plato de dos cucharones y tres rebanadas a Elha y a Halaus y, cuando llegó el turno de Narum, empezó a poner más y más, y más y más en el cuenco, hasta un total de cinco cucharones, unos dos litros de caldo hirviendo. Narum se preguntaba si Yon lo había hecho intencionadamente, si el hombre le veía demasiado delgado y le quería engordar o si sencillamente se había despistado, despistado bastante, a su parecer… no sabía si tenía que comentárselo o si tenía que tragar con todo aquello educadamente sin protestar. Al final, y manteniendo los ojos abiertos de par en par para mostrar su incredulidad, decidió hacer una tentativa. Yon ya había terminado de repartir todo el contenido del puchero y los cinco se disponían a comer cuando Narum intervino.

- Eeee…mmm… aaah… Yon, es que me parece que me has puesto mucho… –declaró indeciso.

El anciano oteó sorprendido a Narum, luego cogió con las manos temblorosas el enorme cucharón y fue mirando alternativamente la olla vacía y el cuenco repleto de caldo. No sabía qué hacer, realmente había errado de forma involuntaria sus cálculos, pero ¿ahora tendría que repartir lo que le quitara al chico entre todos los demás de forma equitativa? Demasiado complicado. Dejó de nuevo la cuchara dentro del hueco puchero y respondió alegremente.

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- Da igual –y sonrió. ¿Sabes cuando no has entendido lo que ha dicho

alguien y te quedas con cara de bobo asintiendo sin comprender muy bien lo que estás haciendo? Pues así se quedó Narum. “Da igual”, se iba repitiendo, “Da igual”, se volvió a repetir. Y le entró la risita tonta, simplemente, no podía parar. “Da igual”, ¿qué clase de respuesta era aquella? Elha, Halaus y Sikma observaban incrédulos aquella extraña situación. Comprendían la postura de Narum, comprendían la de Yon, que aún seguía de pie con una sonrisa en los labios, pero no llegaban a entender cómo había llegado todo hasta ahí, Narum a un lado desternillándose, ellos en medio con la cuchara en las manos y Yon al otro lado, plantado, sonriente. Poco a poco, la cosa fue volviendo a la normalidad, a la normalidad anormal, porque, con todo, Narum tuvo que apechugar con los más de dos litros de caldo. Al final, cuando ya tenía el estómago lleno y le empezaba a subir el líquido por el esófago, Sikma le ayudó a terminárselo.

En el exterior, Betelgeuse hacía rato que se había puesto y en el firmamento aparecieron millares de estrellas. Desde Ib-brus, la perspectiva del universo era sobrecogedora. Se veía perfectamente la banda blanca que cruza el cielo y que da nombre a nuestra galaxia, banda lechosa que es el reflejo de la luz de las estrellas del centro de la Vía Láctea en nubes de polvo cósmico.

La noche había caído sobre Ib-brus. Elha y Sikma, que eran los que menos habían descansado durante el viaje, empezaban a bostezar y Yon había terminado de recoger la mesa con ayuda de Narum y Halaus. Todos se tumbaron junto al hogar y dejaron pasar los minutos en silencio. Un rato más tarde el anciano se levantó de su asiento.

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- Ya sería hora de ir a la cama –dijo estremeciendo los brazos.

Los demás asintieron y Yon se dirigió a su habitación escaleras abajo. Al cabo de unos segundos volvió a subir con unas mantas en la mano.

- Bueno… –comenzó- los tres chicos os iréis a la playa a dormir y yo me quedaré con la chica, que en mi cama sólo hay lugar para dos… y bien apretaditos –y les repartió una manta a cada uno mientras le caía la baba deleitándose con las bellas curvas de Elha.

Los cuatro se miraron horrorizados, ¿a qué había venido aquel arrebato de viejo verde? Hasta el momento Yon parecía un viejo solitario, pero afable y muy dedicado a sus invitados, bueno, algo ido sí, con alguna que otra excentricidad, pero en general, un anciano apacible y normal, pero ¡ahora!… pronto descubrieron que tantos años de soledad en aquel asteroide le debían haber alterado irremediablemente el sentido del humor.

- No os preocupéis –les tranquilizó jovial-, sólo estaba bromeando. Elha va a dormir con vosotros en la playa.

Esto tenía que aliviar teóricamente al cuarteto, y en la práctica lo hizo. Yon había manejado muy bien la situación; después de cómo pintaban las cosas, la segunda opción de dormir todos afuera en el glacial suelo arenoso a menos de cinco grados bajo cero, les pareció una magnífica idea. A pesar de todo, Elha no le volvió a mirar con los mismos ojos.

Subieron las escalerillas hasta llegar al tercer piso y salieron por la puerta de entrada. Luego bajaron cautelosamente las escaleras de piedra hasta llegar a pie de playa. Allí anduvieron unos metros por la gruesa arena acercándose al mar e instalaron los sacos de dormir que habían traído consigo. Los pusieron

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formando una cruz, con las cuatro cabeceras en el centro. Entretanto, Yon había encendido una hoguera y los cuatro se sentaron a su alrededor. Las estrellas brillaban con fuerza y Narum intentó distinguir de entre ellas el Sol, mientras Halaus hacía lo mismo con Sadr. Antes de irse a la cama, con la inestimable compañía del fuego, el viejo les contó una bonita historia que decía así…

“Érase una vez, cuando yo aún era joven y viajaba por el espacio en busca de nuevas aventuras, que llegué a un lejano pueblo costero, de un remoto país, en un planeta perdido en la inmensidad del universo. Allí vivía una solitaria anciana, entre barcos desmantelados y muelles en runas, que me contó la sorprendente historia de su tía-abuela cuando ésta tenía unos quince años.

Bruna, que así era como se llamaba la chica, vivía con su familia en aquella misma casa. Sus padres eran pescadores, igual que la mayoría de los habitantes de la población y, luego, también estaba su hermano pequeño. Bruna era una joven muy inteligente, en el colegio siempre había sacado notas sobresalientes y en un futuro próximo quería irse a la ciudad para estudiar en la universidad. Bruna, a su vez, escondía un gran secreto, un secreto que lo era hasta para ella misma, y puede que fuera por eso que a veces los demás la trataran de un modo distinto.

Una noche, cuando todo el mundo estaba durmiendo, la chica oyó la llamada de unas voces en la distancia. Bruna se levantó sigilosamente y, aún en pijama, siguiendo su pista, se encontró en la playa. Hacía un poco de viento, el mar estaba revoltoso. Mirando como las olas rompían en las rocas, pudo ver de entre todas ellas, una que destacaba sobre las demás. Parecía que las voces provenían de su interior.

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Bruna se fue acercando al agua. Su bata se movía acompasada con el aire y la ola seguía rumbo a la costa. Ahora ya tenía los pies zambullidos en el mar. Estaba frío, pero ella también seguía avanzando. Las voces eran cada vez más fuertes, Bruna se sentía angustiada. Su cuerpo estaba totalmente sumergido, sólo su cabeza sobresalía unos centímetros del agua. Continuaba avanzando, no podía detenerse. La ola, a su vez, seguía acercándose. Labios, nariz, párpados, cejas y frente fueron acompañando el resto del cuerpo en el agua. Finalmente, el pelo ya iba al ritmo del oleaje esperando la llegada de la misteriosa ola. Sólo era cuestión de segundos. Siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno… llegó la ola y, con ella, un flash.

La mañana siguiente, Bruna no se acordaba de nada. Se despertó en su cama, empapada en sudor y decidió levantarse. Tomó una ducha, se vistió y bajó a desayunar. Sus padres y su hermanito ya estaban en la mesa comiendo. Había una jarra de leche junto con algunas tostadas con mermelada. La chica empezó a desayunar. Su vaso estaba un poco lejos, no llegaba a cogerlo con el brazo extendido y le daba pereza levantarse, así que decidió, como muchos de nosotros hemos intentado más de una vez, acercárselo a distancia. Concentró su mirada en éste y, sorprendentemente, el vaso empezó a moverse hasta que, pasito a paso, fue dirigiéndose hacia la mano abierta de Bruna. Nadie en la mesa, aparte de la chica, dio muestras de admiración o sorpresa. Todos prosiguieron con su tarea sin tan siquiera inmutarse.

Por la tarde, después de salir del colegio local, sonaron las sirenas de alarma del pueblo. Cada semana, la pequeña población costera se veía acosada por un feroz y despiadado monstruo marino. La bestia era toda ella de agua, ágil y flexible como las olas y

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con el enorme poder de destrucción del mar. Nada podían hacer contra él los indefensos aldeanos que tenían que ceder, en contra de su voluntad, a sus peticiones de alimento en forma de pescado. Siempre se llevaba las mejores piezas que los pescadores habían capturado el día anterior. Bruna no veía aquella explotación con buenos ojos y no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados. Las demandas de la fiera eran cada vez más elevadas y los habitantes del pueblo tenían muchos problemas para subsistir, así que, mientras corría a toda velocidad hacia el refugio subterráneo más cercano, decidió que iba a entrenar sus nuevas cualidades para hacer frente al monstruo. Y así lo hizo, cada semana, durante las horas que pasaban escondidos en el refugio, Bruna ejercitaba sus habilidades en un rincón apartada de los demás. Movía objetos, levantaba sillas y esculpía infinidad de formas con el agua que había dentro de un cubo. Un mes más tarde la joven se vio lo suficientemente preparada como para enfrentarse al ente acuático y ya sólo tuvo que esperar a su regreso.

El día no tardó en llegar. Cuando sonaron las alarmas del pueblo, Bruna se dirigió a la playa. La lucha fue muy igualada, pero al final la chica sucumbió ante el enorme poder de la bestia. A pesar de eso, el monstruo vio que tenía una digna rival que le iba a poner las cosas muy difíciles e intentó llegar a un pacto con los ciudadanos rebajando sus peticiones a la mitad. Bruna no estuvo de acuerdo, sólo aceptarían su total rendición, y los dos se citaron tres semanas más tarde para volver a medir sus fuerzas. Durante aquel tiempo, la joven estuvo entrenándose duramente cada tarde después de salir de clase. En casa no le veían el pelo y casi no dormía por las noches. Tenía que librarse de aquella carga por siempre jamás.

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Las tres semanas pasaron rápidamente y los dos se volvieron a encontrar en la playa. La batalla transcurrió aún más igualada que la vez anterior, pero parecía que Bruna no encontraba la forma de derrotar al monstruo. Lentamente decidió ir adentrándose en el mar y su cuerpo, poco a poco, se fue fundiendo con el agua. Bruna era agua, era ágil y flexible como una ola, y como dos olas, ella y la bestia, fueron luchando sin cesar. Se atravesaban, se mezclaban, se abrazaban, en una danza eterna sobre el azul del mar. Finalmente, agotado, el monstruo desapareció para siempre en las inmensidades del océano y Bruna se fue derritiendo hasta convertirse en arena. Bajo el intenso sol del mediodía, hubo otro flash.

Otra vez era de noche. En la playa había un hombre llorando, sujetando una chica entre sus brazos. Los padres de Bruna corrían desesperados hacia él. El hombre los miró con lágrimas en los ojos, no había podido hacer nada para evitar que se ahogara. Dejó la chica en el suelo… el cuerpo de Bruna yacía en la arena. Su madre le apretaba la mano con fuerza gritando desconsolada. Bruna era esquizofrénica. Todo aquel tiempo bajo el agua había estado luchando contra su enfermedad, no contra ningún monstruo marino, sino contra la angustia, contra las voces imaginarias que la perseguían día y noche y que no la dejaban vivir en paz. Y es que no todo es lo que parece. A veces, cosas que suponemos complicadas son mucho más sencillas de lo que creemos, al igual que a veces, cosas que tienen una limpia fachada esconden la suciedad bajo un grueso manto de engaño… en fin, se tiene que aprender a mirar… más allá.”

El anciano terminó su relato. Los cuatro se habían quedado parados ante aquel inesperado final. Todos se

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fueron a dormir en silencio, pensando en Bruna, en el por qué de la historia y en su difícil existencia. La hoguera se había apagado y el frío volvía a reinar en la noche de Ib-brus. Bajo las mantas, Narum, Elha, Sikma, Halaus y Thoor conciliaron el sueño.

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XII

Cuando Narum se levantó, Betelgeuse volvía a estar en lo más alto del firmamento, los sacos de sus amigos estaban vacíos y la flamante estrella aún presentaba un par de motitas negras en su disco, que eran los planetas que la eclipsaban parcialmente. La brisa marina de la noche anterior había amainado y el día se presentaba radiante. La temperatura en Ib-brus había ascendido hasta los veinte grados centígrados y el mar ya no estaba picado. Narum salió con algunas dificultades del saco, había empezado a hacer calor y la ropa se le pegaba a la piel. Anduvo unos metros hasta la escalera de piedra y fue subiendo los peldaños a ritmo ágil. Cuando llegó arriba, la puerta de madera estaba entreabierta y Narum entró. Una vez en el estudio-biblioteca oyó voces procedentes del piso de abajo. Eran Elha, Halaus y Sikma, que mientras desayunaban, estaban comentando la posibilidad de ir a bañarse a la playa. Narum pronto se unió a ellos.

Yon, por su parte, había partido de madrugada a buscar algo de comer para el almuerzo y les había dejado una nota explicándoselo en la mesa de la cocina junto con el desayuno preparado. Iba a volver en unas nueve horas equamenses, unas dos horas y media en la Tierra. Los cuatro decidieron aprovechar aquel tiempo para darse un chapuzón, así pues, cogieron una especie de toallas que encontraron en el aseo de la casa, bajaron otra vez hasta la playa, allí se quitaron la ropa

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y empezaron a meterse en remojo. Narum, acomplejado, echaba en falta el bañador y, posiblemente por vergüenza, a pesar de que el agua estuviera congelada, entró el primero imprudentemente a toda velocidad, reprimiendo el gemido de escalofrío que le recorrió el cuerpo al contactar con el gélido líquido. Por lo visto, para Halaus bañarse desnudo no era ningún problema, aunque su planeta fuera conservador en algunos sentidos, resultaba que también era muy liberal en otros aspectos; para ellos lo importante no era ni mucho menos la cubierta exterior que escondía al verdadero ser y, por lo tanto, enseñar su cuerpo no era mostrarse a sí mismo, mostrar su interior, por lo contrario, sí que les era mucho más difícil. A su vez, a Elha sólo le preocupaba que, según ella, el viejo verde, volviera antes de lo previsto y la viera desnuda, cayendo luego redondo en el suelo. Finalmente, a Sikma le daba igual, él no tenía complejos y si además estaba con la chica que le gustaba, pues aún mejor. Aquella situación ejemplificaba perfectamente el hecho de que en el universo casi todo era relativo, un mismo suceso podía interpretarse de distintas maneras, según la educación, el carácter, la cultura… que cada uno tuviera.

Estuvieron saltando olas y buceando un buen rato, siempre en movimiento, para no coger frío. Aún así, salieron del agua tiritando y fueron rápidamente a taparse para luego secarse tumbados al sol. En total habían pasado doce horas equamenses desde que Narum se había despertado cuando Yon apareció en el horizonte. Unos minutos más tarde, ya estaban otra vez en la segunda planta de la torre preparando la comida. Para almorzar tendrían algo semejante a una sepia, que Yon había pescado, acompañada con una selección de

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vegetales marinos. Durante la comida, el antiguo maestro de Gregor decidió confesarse...

- Mira Narum… –se sinceró- bueno digo Narum porque es a él a quien Gregor le dio el pendiente, pero bueno, lo cuento para todos… –se le notaba nervioso, no sabía cómo empezar- bueno da igual –suspiró y continuó ahora con voz más serena-. Narum he estado pensando todo el día en lo que me contasteis ayer y sólo le he encontrado una posible explicación –se detuvo-. Mira yo ya hace mucho tiempo que dejé todo esto de la magia, ya hace tiempo que me aparté de la Cúpula y de todo lo relacionado con ella y ahora sólo soy un pobre viejo con mucho camino en la espalda y poco que compartir –se veía que le costaba pronunciar aquellas palabras por sus labios temblorosos, era como si estuviera a punto de reabrir viejas heridas, heridas que aún seguían latentes y que intentaba reprimir-. Narum, de verdad que lo siento, pero… yo no os puedo ayudar. Supongo que Gregor os envió aquí para fijaros un objetivo –trató de justificarse-, para que os alejarais del peligro, para que…

- No es verdad –Narum le interrumpió fríamente-. Gregor nos envió hacia ti porque el creía y cree que tu nos puedes aportar algo, del mismo modo que se lo aportaste a él. Puede que sí que también nos enviara para que tuviéramos una meta y por seguridad, pero no creo que sólo fuera para eso… de hecho, tú ya nos has enseñado.

Las palabras de Narum se habían hecho un hueco en el corazón del anciano. Yon observó al chico y, por un momento, le admiró.

- Gracias –sonrió el viejo-. Puede que tengas razón, que sí que os puedo aportar algo, aunque probablemente no sea lo que Gregor querría, pero creo que tenéis derecho a saber dónde os estáis metiendo y

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a qué lado del asunto estáis para que luego vosotros podáis escoger.

Los cuatro seguían sentados en sus sillas con los platos de sepia medio llenos. Con aquellas últimas palabras, Yon había captado totalmente su atención, parecía que por fin iban a obtener algunas respuestas, aunque muy posiblemente éstas abrirían otras nuevas preguntas. Sin más preámbulos, el anciano, hoy con rostro más triste de lo habitual, empezó una larga explicación sobre la situación actual del universo.

- Hace unos 5000 millones de años, es decir, 10000 millones de años después de la formación de este universo, empezaron a florecer las primeras civilizaciones avanzadas y, con ellas, aparecieron las primeras disputas territoriales para hacerse con el control de los recursos energéticos y de las fuentes de progreso existentes. Con el paso del tiempo los enfrentamientos se fueron haciendo cada vez más frecuentes y también más violentos. Fue entonces cuando unos planetas con ideas y gobiernos afines crearon la primera coalición militar, la Unión Interplanetaria, con el objetivo de protegerse mutuamente. Al mismo tiempo, también firmaron unos tratados de cooperación en términos políticos y económicos. La Unión Interplanetaria se convirtió rápidamente en la gran potencia de su era, pero, a pesar de su hegemonía, el clima bélico seguía muy presente entre los distintos pueblos. Finalmente, esta organización decidió que la situación era insostenible e intentó pacificar el espacio, con el infortunio de escoger una solución por vía militar. Sus pretendidas buenas intenciones iniciales derivaron en una política imperialista y unilateral que sumió en la miseria a todos los planetas en los que intervenían. A partir de ahí, de estos planetas reprimidos surgió una nueva

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fuerza, primero pensada como resistencia y luego como alternativa a la Unión, que rivalizaría con ésta por el control del universo hasta nuestros tiempos. Ésta nueva formación, que en la actualidad está dirigida por Newt, es la llamada Federación Intergaláctica. Con los siglos, la Federación fue ganando terreno a la Unión, que habiendo olvidado sus inicios, se vio involucrada en una carrera sin sentido por dominar el espacio que cada vez se le iba poniendo más cuesta arriba. Junto con la Federación y la Unión, hoy en día existen también pequeños focos de resistencia que luchan encarnizadamente, pero en inferioridad numérica, por mantener su identidad y libertad. Luego también hay planetas pacíficos que no oponen resistencia militar a la invasión, pero que intentan abrir una puerta al diálogo y a la esperanza, para hallar una posible salida a la compleja situación en la que nos encontramos. Dentro de todo este embrollo se encuentra la Cúpula, una especie de institución política que depende de la Unión Interplanetaria y que supuestamente intenta encontrar vías de solución a los problemas de la Unión y del resto del espacio. A su vez, una de sus secciones secundarias se encarga de buscar a jóvenes con talento para irlos introduciendo, poco a poco, en su organigrama… y es que se podría decir que es mejor tenerlos de su lado que no en el bando contrario… y bien, como ya os habréis imaginado, vosotros formáis parte de la última generación –el anciano se pausó y observó en los rostros del cuarteto, más que sorpresa, seriedad-. Yo –empezó de nuevo retomando el relato- también formé parte de una de estas generaciones. Peldaño a peldaño, con el tiempo, fui ascendiendo en la jerarquía de la Unión hasta llegar al Consejo Superior, su institución política de mayor relevancia, aunque antes también pasé unos años como profesor

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de la Cúpula y fue cuando tuve a Gregor de alumno. Después de entrar en el Consejo, estuve en contacto con la más absoluta corrupción y negligencia y me di cuenta de que durante todos aquellos años había estado trabajando, en su gran mayoría, no por el bien de toda la Unión, sino por una reducida esfera de altos cargos sin escrúpulos y con múltiples intereses económicos. La Unión estaba inmersa en una guerra total contra la Federación Intergaláctica, una guerra sin mediación alguna y con el único fin de controlar el mayor número de planetas y recursos posible. Yo, ingenuo, no me había dado cuenta hasta que ya estaba metido en ella hasta el cuello, había mirado siempre de frente, sin echar un vistazo a mi alrededor, donde mis decisiones repercutían sobre las vidas de los demás como un mazazo en la espalda… ofuscado por el éxito, por los ascensos, por las mentiras, no había sido capaz de ir más allá de mí mismo y pensar en los otros. Luego, ya era demasiado tarde para irme a casa tranquilamente dejándolo todo atrás, sabía infinidad de cosas que no dejarían salir a la luz, así que mi única opción honesta era irme al exilio, aquí, escondido en este remoto planeta, donde pasaré el resto de mis días.

Todos estuvieron callados, en absoluto silencio, durante unos minutos, reflexionando sobre la historia de Yon. Sentían compasión por el anciano. Ellos no querían que les sucediera lo mismo, aunque ahora que cada vez tenían más información, parecía que iban por buen camino o por lo menos, tenían esa oportunidad. Finalmente, fue Elha quién se levantó del asiento y habló rompiendo el decaído ambiente.

- Bueno, ¿y ahora qué hacemos? –interrogó a los demás para que reaccionaran.

- Creo que lo mejor sería ir a ver a Gregor a que nos aclare todo este lío –contestó Halaus.

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En el corazón de Narum se habían levantado fantasmas de rebeldía, de revolución, ansias de ir contra el sistema y de acabar con las injusticias. Se sentía utilizado, engañado, ultrajado. Sus primeros impulsos le hubieran llevado a enviar todo aquel viaje al traste, a romper con el pendiente y a olvidar lo relacionado con él. A pesar de todo, pensó, por el momento sólo habían oído la versión de Yon, sería interesante escuchar lo que opinaba Gregor y ver si tenía alguna otra explicación. A veces te veías envuelto en situaciones en las que no querías meterte, parece que, de un modo u otro, te tenía que ocurrir, que las cosas escapaban a tu control, pero siempre llegaba la oportunidad para desmarcarte, para retomar las riendas de tu futuro y ser responsable de tus acciones. Además, Narum se veía incapaz de rehuir el compromiso de tener en custodia el pendiente, era consciente de su potencial y nunca lo hubiera abandonado a su suerte…

Después de esta breve reflexión, se levantó de la silla e intervino…

- Muy bien, por el momento ponemos rumbo a Gregor. Durante el trayecto ya tendremos tiempo de pensar cuál es la forma más correcta de actuar…

- Vale, estoy de acuerdo –dijo Sikma-, pero ¿cómo sabéis dónde encontrarle? –a esta última parte se le unió al unísono Yon que había vuelto de su pasado.

Nadie había pensado en ello. Yon hacía años que no sabía nada de él y Narum dudaba que Gregor hubiese regresado a la Tierra para volver a dar clases en el instituto. Fue entonces cuando a Halaus se le encendió la bombilla.

- ¡Bélathar! –gritó entusiasmado- Bélathar puede que sepa dónde está… teniendo en cuenta que ellos huyeron juntos de la Cúpula…

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- ¡Eh, tienes razón! –saltó Elha- Ella me dijo que vivía en Govanem… ¡Vamos a hacerle una visita y en un periquete, volvemos a estar todos juntos de nuevo!

- ¡Genial! Fue allí donde la conocí –de nuevo Halaus-. Antes de entrar en la Cúpula estuve unos días con ella, pero luego tuvo que hacer unas gestiones y nos fuimos en distintas naves…

- Decidido entonces –volvió a corroborar con decisión la chica.

Sus horas en Ib-brus estaban contadas. Con el

habla ya se había hecho media tarde y Betelgeuse caía en el horizonte. Las motitas negras que eclipsaban su superficie se habían desplazado unos grados desde el día anterior y el frío empezaba a reinar de nuevo con la llegada de la noche. La melodía de las olas, junto con la suave brisa marina, les había estado acompañando mientras habían ido recogiendo los sacos y preparándose para el viaje. Yon, entretanto, había estado reposando en un balancín de una de las terrazas de la lúgubre torre. Todo estaba dispuesto para partir. Cenaron unos restos que habían sobrado de la comida del mediodía y bajaron las empinadas escaleras de piedra por última vez. La gruesa y húmeda arena de playa les soportó a lo largo del camino de vuelta a la nave y el anciano, que con la marcha aún lo parecía más, les dio unas provisiones y les deseó buena suerte. Uno a uno se fueron despidiendo de él, volvieron a entrar en la diminuta cabina y se sentaron en sus respectivos puestos. El computador de abordo aún les indicaba que habían entrado en la reserva de combustible, tendrían que hacer una parada en su ruta hacia Govanem. Ya con los cinturones abrochados, los cuatro notaban una sensación contradictoria en su interior, por una parte, ninguno de ellos quería dejar al

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pobre Yon allí solo, con el viejo habían pasado buenos momentos y, además, les había prevenido para el futuro, pero por otra, todos querían continuar con su viaje, reencontrarse con Bélathar y dejar atrás aquel asteroide lleno de tristeza y melancolía. Puede que fuera por eso que antes del despegue le prometieron que pronto le volverían a visitar. Una promesa que nunca pudieron cumplir, pero que ayudó al viejo a hacer más llevaderos sus últimos días. Un millar de horas más tarde Yon se uniría al viento y, por fin, podría librarse de su exilio y vagar por el espacio eternamente.

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XIII

- Mi madre trabaja en un departamento del ministerio de relaciones públicas de la Unión Intergaláctica –era Sikma quien hablaba. La conversación había ido de un lado a otro, saltando espontáneamente de tema, sin ningún tipo de lógica.

Ya hacía más de veinte horas equamenses que navegaban por el espacio. La nave había cruzado media docena de agujeros de gusano y, por el momento, durante el trayecto nadie había caído dormido. Habían decidido mantenerse despiertos, todos juntos, sin hacer ningún tipo de turno para descansar. Buena o mala decisión, parecía que presintieran lo que se les avecinaba. Halaus y Sikma estaban hablando sobre sus familias, mientras Narum hacía prácticas de levitación en el compartimiento adyacente supervisado por Elha. La puerta estaba abierta.

- Pues yo con mi madre me llevo muy bien –era el turno de Halaus.

- Entonces tienes suerte –contestaba Sikma inmerso en la charla-. Yo, ya te digo, ¿sabes cuando te mandan que no hagas algo que es obvio que no harás y que ni se te había pasado por la cabeza? –Halaus negó haciendo una mueca, Sikma se preguntaba en qué mundo vivía su amigo-. Es que me pone de los nervios, parece que no te conozcan, que no tengan confianza en ti… ¡Aaarrggg! Te dan ganas de ir y

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hacer lo que han dicho que no hagas sólo para llevarles la contraria –Sikma lo ilustraba apasionadamente gesticulando con las manos.

- Mmmm… no creo que lo haga con mala intención –contestó Halaus pausadamente-. Es sólo un reflejo involuntario producido por su subconsciente protector… ¡Su naturaleza! –se sacó de la manga.

Sikma ahora estaba seguro, Halaus no vivía en su mundo. Paralelamente, en la otra habitación, Narum estaba progresando. Al fin había conseguido elevarse firmemente del suelo y estaba empezando a flotar lateralmente. A pesar de todo, aún se acordaba del descubrimiento que había hecho sobre la magia aquella noche cantando en el bar, no se trataba de poderes espectaculares ni nada parecido, magia eran los distintos sentimientos que una persona experimentaba en el curso de su vida y ésta debía consistir en comprender, saber transmitirlos e influir positivamente en los demás. Aún así, Narum estaba muy satisfecho con lo que iba logrando.

- Mira Elha, ya casi lo tengo dominado –sonreía orgulloso observando sus pies a un par de palmos del suelo.

- Bah, no es para tanto –dijo ella despectivamente cortándole el rollo.

A Narum le cambió la cara. Descendió cabizbajo y luego buscó con la mirada a su compañera para intentar comprender sus palabras. Elha ya no estaba, pero tampoco la veía con Halaus y Sikma. Ésta se había escabullido hábilmente a sus espaldas y pronto le saltó al cuello abrazándole por detrás.

- ¡Es broma tonto! –le susurró cariñosamente besándole la mejilla

- No si ya lo sabía… –disimuló vergonzoso Narum sonrojado.

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- Sí, ya… vaya susto te he pegado ¿eh? –y le dio un golpecito en el hombro- Va, vamos para allá, que ya debemos estar llegando.

Los dos entraron en la cabina cerrando la puerta a sus espaldas. Halaus y Sikma hacía un rato que habían dejado de hablar de sus madres y ahora parecía que les ocupaban otros menesteres.

- ¿Qué tal todo? –comentó Elha- ¿Qué estáis haciendo? –preguntó.

- Bien... le estoy enseñando a Halaus cómo manejar este trasto –contestó Sikma.

- ¿Y qué tal lo llevas? –intervino Narum. - Un poco complicado, pero más o menos voy

apañándome –respondió Halaus abrumado con tantos botones.

- ¡Ya veréis que aterrizaje nos va hacer! –soltó de sopetón Sikma.

- ¡Aterrizaje! ¿Yo? ¿Qué? ¡No me habías dicho nada! –estresado Halaus.

- ¿Quieres decir que es buena idea? –observó Elha desconfiada.

Con tanto barullo no le habían prestado atención a un icono que llevaba varios minutos parpadeando en la pantalla. Una nave les había estado siguiendo desde el último agujero de gusano.

- Vamos Halaus, aterrizas con la ayuda de Narum –seguía Sikma metiendo carne en el asador.

- Vamos sí, yo te ayudo, será divertido –insistió Narum-. Si nos la vamos a pegar, Elha o Sikma ya harán algo… ellos también van en la nave ¿no?

- Bueno, vale… –accedió resignado- pero si algo va mal ya estabais avisados.

El planeta en el que tenían que repostar no estaba lejos. La nave había entrado en reserva antes de llegar a Ib-brus y, sorprendentemente, aún aguantaba. De

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momento navegaban con los reactores apagados y esperaban que hubiera suficiente combustible para realizar las maniobras de aterrizaje.

- Eh tíos, dejaros de aterrizajes y mirad lo que hay aquí –interrumpió Elha.

Elha había sido la primera en percatarse de la nueva compañía. Los otros tres desviaron su atención hacia la pantalla y se quedaron atónitos.

- Los informes del computador de abordo dicen que es un caza de la Federación que nos ha estado siguiendo desde el último paso por agujero de gusano –les informó la chica con detalle.

- Vienen a por el pendiente… –murmuró Narum para sus adentros.

- ¡No! ¡Es Newt que viene a por mí! –gritó Halaus alarmista, al que le había vuelto a la memoria el sueño de su muerte.

- Que no cunda el pánico… –intentó calmar los ánimos Sikma- puede que sencillamente hayamos entrado en territorio de la Federación y que quieran que nos identifiquemos.

- Sí, será eso… –replicó Elha con sarcasmo- vienen a pedirnos nuestras credenciales presionándonos con un caza hostil y armado. Además –añadió-, aunque tuvieras razón, no sé qué identidad quieres que les demos.

- Esperad, así no vamos a ningún sitio –habló Narum con serenidad-. La nave que nos ha estado siguiendo nos podría haber alcanzado cuando hubiera querido si tenemos en cuenta que llevamos los motores apagados –analizó-, pero no lo ha hecho… parece que está a la expectativa, esperando a que la detectemos y a que nos controle el pánico…

- Tienes razón –admitió Halaus-. No ha sido muy inteligente mi reacción… os pido disculpas.

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- Disculpas aceptadas –sonrió Narum-. Ahora manos a la obra, tenemos que decidir qué es lo que vamos a hacer.

- Muy bien, me parece genial –era el turno de Elha-, pero nuestras posibilidades de acción están bastante reducidas, no olvidéis que la nave aún está en reserva y entonces, una cosa es segura, tenemos que aterrizar en este planeta para repostar, no hay otra opción.

- ¡Si aterrizamos, nos tendremos que enfrentar a ellos y no creo que con nuestro nivel tengamos las de ganar! –observó Sikma.

- ¡Tampoco sabemos quién va en la otra nave, ni tan si quiera si quieren pelea! –replicó Elha.

- ¡Pero tú antes has dicho… –volvió a la carga Sikma.

- Narum… –susurró Halaus frenando la discusión, que había visto como su amigo se quedaba paralizado con los ojos abiertos de par en par.

- Newt va en la nave –desveló-. Solo. Aquella revelación cambiaba completamente la

situación. Ahora no estarían seguros ni en la nave ni fuera de ella y además, ahora los cuatro tenían la certeza de que Newt sabía que ellos escondían el pendiente, sino ¿por qué se había presentado él personalmente a la cita? Una de esas certezas inseguras que se tienen y que únicamente ayudan a actuar indebidamente, haciendo que si las cosas no se sabían, terminen por descubrirse.

- Aterricemos y enfrentémonos a él –dictaminó Halaus con decisión y frialdad-. Somos cuatro contra uno.

- Pero Halaus… –se opuso Narum. - Lo sé… –contestó estoico- pero dadas las

circunstancias es nuestra única alternativa.

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Halaus, aunque muy a pesar de ellos, estaba en lo cierto. Estar al cargo del pendiente, aún sin poder estar de acuerdo con Gregor o con la Unión, conllevaba una gran responsabilidad, no sólo con ellos, sino con todo el universo y sus habitantes. El poseer el pendiente significaba tener el conocimiento absoluto, para bien o para mal, y que cayera en manos equivocadas podría ser un golpe casi definitivo para el bienestar del espacio.

Los cuatro se sentaron en sus puestos y Sikma encendió los motores y preparó la nave para el aterrizaje. Poco a poco, fueron descendiendo y se posicionaron encima de una placa metálica que les permitiría volver a despegar usando los imanes diamagnéticos. Finalmente, Elha abrió las compuertas y las dejó ajustadas para facilitar una posible huída. Newt había seguido sus pasos y había estacionado su caza a unos cien metros de distancia.

La hora de la verdad había llegado. El planeta en el que se encontraban era un escenario idóneo para la batalla, una gravedad parecida a la de la Luna que amortiguaría los golpes y un terreno poco irregular, lo hacían perfecto para la ocasión. Narum, Elha, Sikma y Halaus estaban a sólo unos pasos de su oponente. Los nervios estaban a flor de piel y la tensión se podía oler en el ambiente. Newt fue el primero en actuar y dio un paso adelante.

- Veo miedo en vuestros ojos –empezó una táctica intimidatoria; su voz sonaba grave, gutural, de ultratumba.

- ¿Cómo nos has encontrado? –cuestionó Elha agresiva intentando cortar el juego realmente efectivo de su adversario.

- Bueno –contestó sorprendido-, ya después de la batalla de la Cúpula, uno de mis contactos en el

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Consejo de la Unión Interplanetaria me dijo que uno de vosotros, un tal Narum, llevaba el pendiente consigo –su voz ya no daba escalofríos-. Luego –continuó-, sólo tuve que mover unos hilos dentro de la Unión para que me localizaran vuestra nave de escape y me notificaran su ubicación –Newt parecía orgulloso de sus confidentes-. Entonces, ¿quién es ese tal Narum? –concluyó con sequedad.

- Yo soy Narum –se adelantó Narum con valentía. - No, déjalo Halaus. Yo soy Narum –mintió

Halaus. - ¡No! ¡Yo soy Narum! –se unió Sikma. - No, si hasta resultará que la chica también se

llama Narum –dijo Newt sarcástico-. Mirad, a mi me da igual quién sea o deje de ser Narum, si me dais el pendiente os dejaré ir en paz, os lo prometo –amistosamente.

- ¡Eso no te lo crees ni tú! –se enfrentó Elha- ¿Y se puede saber para qué quieres tú los pendientes, eh? ¡Para seguir martirizando y torturando a pueblos inocentes que no pintan nada en esa lucha estúpida en la que estás metido para controlar el universo!

- Aaahh –sonrió-, ahora me acuerdo, tu cara me resultaba familiar…

- ¡Cállate! –le cortó tajante un desconocido Halaus- ¡Lo único que quieres es provocarnos e intentarnos separar… pues te informo que tus trucos no te van a servir con nosotros, tendrás que ser algo más original si quieres tener éxito! –le advirtió.

- Buen método el vuestro para quitaros la tensión de encima, olvidaros del peligro y subiros la moral –contestó Newt sin inmutarse-. Repito, por última vez, ya me estoy cansando, dadme el pendiente ahora o ateneos a las consecuencias –terminó amenazador.

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Ninguno de los cuatro contestó. Las cosas habían quedado claras, había llegado el momento de poner en práctica todo lo aprendido hasta entonces. Newt se elevó a varias decenas de metros de la superficie. Sus jóvenes rivales hicieron lo mismo disponiéndose en círculo alrededor suyo, Halaus enfrente, Narum detrás, Sikma a la derecha y Elha a la izquierda. Nadie osaba hacer el primer movimiento, todos estaban en tensión, a la expectativa. Narum sabía que si le atacaban de forma convencional no tendrían ninguna posibilidad, necesitaban ser originales, encontrar una alternativa, pero en aquel planeta no había ni piedras ni lámparas gigantes para cazar a Newt como a una mosca de la misma forma que había hecho con Feb en la Cúpula. Además, el oscuro pendiente de su rival reflejaba un control total de su magia, no un triste color verde espinaca como el suyo.

Todos seguían inmóviles en las alturas. El viento había empezado a soplar con fuerza. Newt iba observando a sus oponentes, el nivel de sus pendientes… intentando descifrar quién sería Narum, cuál de ellos escondería el preciado tesoro. En silencio, sin que nadie se hubiera dado cuenta, Narum, encontrada la inspiración, había iniciado su ofensiva. Era un golpe invisible, un golpe moral que tenía como objetivo directo las sensaciones de su adversario. Narum no sabía si funcionaría, sólo era un intento, quería traspasarle a Newt su inseguridad, hacer que se sintiera indeciso, que sintiera miedo, desconcertarle…

Por el momento, no parecía que tuviera efecto visible, Newt seguía en su sitio escrutando a sus rivales con ojo clínico, pero en su interior habían empezado a aflorar sentimientos negativos, la palabra derrota iba retumbando en su cabeza como un tambor tribal, en su subconsciente el temor a perder se estaba

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haciendo un hueco poquito a poco. Era extraño, pensaba Newt, se sentía incómodo, algo nervioso, ¿inseguro? No podía ser, él, gran líder de la Federación, dudar de sí mismo frente a una pandilla de principiantes… alguien se estaba inmiscuyendo donde no debía, alguien que estaba… detrás. Y Newt dio media vuelta hacia Narum y le disparó un intenso rayo letal. Éste intentó esquivárselo, pero reaccionó demasiado tarde. El potente haz de luz hizo impacto de lleno en su pecho y Narum se desplomó a cámara lenta hacia el suelo. Elha y Sikma descendieron rápidamente en su ayuda y Halaus se quedó batallando con el vil tirano.

Narum estaba tumbado en el suelo frío y mojado de

la noche, inmóvil, su mirada perdida en los fuegos artificiales que se proyectaban en el cielo… un centenar de metros más arriba se encontraban los responsables de aquel espectáculo, Halaus y otro mago que vestía con una túnica blanca… Newt. Se quitó la capucha y dejó relucir bajo la lívida luz de un lejano astro, la esfera que colgaba de la cadenita plateada de su pendiente… negra… como la de Gregor, color del control total de su mente… no eran fuegos de artificio, era una feroz lucha… Newt jugaba con su compañero, con el amigo de Narum… Halaus no tenía nada que hacer… notó como unas manos lo agarraban por los brazos… eran Elha y otro chico, Sikma, que con lágrimas en los ojos, lo arrastraban lejos de la batalla… Narum intentaba gritar, moverse desesperadamente, ir en ayuda de su mejor amigo… no podía, una fuerza invisible se lo impedía, le había helado todo su cuerpo… sólo los ojos le respondían… Elha y Sikma le estiraban con más fuerza, marchando con velocidad hacia una pequeña nave… Halaus ahora

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estaba abrazado a Newt, intentándole transmitir su calidez, su alegría, su felicidad, su bienestar… la nave fue, poco a poco, despegando del planeta desconocido… una bandada de pájaros alzó el vuelo… a los lejos, por la ventanilla, aún sin recobrar todos sus sentidos, Narum pudo ver el fin de una amistad… un intenso rayo de energía atravesaba el frágil cuerpo de Halaus… bajo la lluvia, permaneció inerte, sin vida… una nave se sumergía en el espacio y con ella un grito de dolor…

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XIV

No hay palabras para describir la pérdida de un ser querido. El sueño se había hecho realidad, Halaus ya no estaba. Narum yacía tumbado en el suelo de la nave de escape, aún medio inconsciente. Elha y Sikma pilotaban en silencio, sin rumbo fijo, con el único objetivo de alejarse lo más rápido posible de aquel lugar. Narum miraba fijamente a través de la ventanilla, rebobinando una y otra vez hasta el punto en que vio por última vez a su amigo. Halaus, cálido, vital, altruista, comprensivo, misterioso, un amigo… miles de adjetivos le podrían haber pasado por la mente, pero ninguno de ellos lo hizo, la tenía en blanco. Un hormigueo le recorría por detrás de los ojos, un vacío irremplazable en su corazón, una mano que le oprimía el pecho y que no le dejaba respirar. Inspiraba aire por la nariz a trompicones, cada vez más deprisa, cada vez más profundo, pero nunca conseguía el suficiente. Necesitaba más, más y más para llenar el vacío… impotencia. La vida le iba pasando por delante de los ojos como una película en la que él era el protagonista. Se creía invulnerable, nada le podía pasar, era intocable, especial, creía que nunca iba a terminar… pero no, no era así… cuando él se fuera, que se iría, no estaría todo… eso es lo que conocía, se conocía a sí mismo, era su punto de vista, pero había muchos más y muchos más que vendrían. Los desengaños le habían hecho aprender y comprender

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que él no era el único especial, era uno más, uno más especial, porque todo el mundo lo era. Y este saber no era malo, entenderlo, aceptarlo, era un gran paso que, luego, le ayudaría a vivir mejor.

- Sikma, se acaba de agotar el combustible –

informó Elha indiferente. - Vale –contestó éste-. ¿Y qué hacemos? La nave acababa de cruzar al azar uno de los

múltiples agujeros de gusano que había en las cercanías del desafortunado planeta y ahora deambulaba sin energía por el nuevo sistema en el que se habían adentrado. Su estrella central era una supergigante roja de edad avanzada y de unas dieciséis masas solares. El único planeta que se veía orbitando a su alrededor a simple vista no parecía que estuviera habitado. Éste también era rojizo como su anfitriona y su tamaño vendría a ser más o menos como el de Marte. El computador de abordo de la nave había dejado de emitir señales al agotarse el combustible y la pantallita también se había apagado. Al mismo tiempo, los generadores de gravedad artificial y otros sistemas auxiliares tampoco estaban operativos. La única función que seguía activa eran los controles de dirección del artefacto. Así pues, Elha y Sikma decidieron realizar un aterrizaje de emergencia en aquel recóndito planeta. Era su única opción; no podían pasar por otro agujero de gusano, ya que no dispondrían de combustible para reprender la marcha y tampoco podían continuar en busca de otro sistema con la velocidad que llevaban entonces porque tardarían miles de años en hacerlo. Tenían la esperanza de encontrar en el planeta alguna fuente de energía que les posibilitara reemprender su viaje hacia Govanem,

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sino, casi irremediablemente, se verían atrapados allí durante mucho tiempo.

Las maniobras que realizaron para contactar con el planeta no fueron muy elaboradas. Entraron en la casi inexistente atmósfera y planearon con delicadeza hasta tomar tierra; el rozamiento hizo el resto. Una vez detenidos, Elha abrió las compuertas y con la ayuda de Sikma fue sacando las distintas provisiones y el equipo de supervivencia que traían consigo. Finalmente, éste último bajó en brazos a Narum que aún estaba demasiado aturdido para moverse.

El panorama no pintaba muy bien. Aquel planeta era un desierto, la temperatura era de cincuenta-y-cinco grados centígrados y lo único que se veía hasta el horizonte era polvo y más polvo, una especie de arena muy fina y rojiza, como arcilla, que se depositaba en el suelo y en las contadas rocas que había esparcidas por la superficie. El sol infernal ocupaba un tercio del cielo y caía como una losa sobre las espaldas de los jóvenes. Si permanecían mucho rato más allí, se iban a asar vivos. Elha, consciente de la situación, había empezado a andar en busca de algún indicio de vida, de agua, de combustible o de algo que les pudiera ser de utilidad. Sikma hacía lo mismo, pero en dirección contraria y Narum permanecía tumbado parcialmente en la sombra, tratando de recuperarse del duro golpe sufrido, tanto física como anímicamente. En aquellos momentos no le hubiera importado morirse allí asfixiado, estaba destrozado, completamente agotado, vencido. Su mente se debatía entre el ferviente deseo de vengarse, una sed alimentada por sus instintos más primitivos, y el sentimiento de impotencia que le conducía a no hacer nada, a esperar y a querer que el tiempo transcurriera rápidamente para que llegara el día en que, si otro

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mundo existía, se reencontrara con su amigo. Tanto llegó a desear que aquella vida fuera real, que aquel mundo mejor, prometido por infinidad de religiones derivado del miedo a dejar de ser de la humanidad, floreciera, que el tiempo a su alrededor empezó a acelerarse sin que él mismo se diera cuenta de lo que estaba desatando.

Su pendiente brillaba intensamente en medio de la nube escarlata que se había levantado con el viento, el pelo de Elha, que se había apresurado en volver, crecía velozmente sin cesar y, en el firmamento, las erupciones en la gigantesca estrella roja eran cada vez más numerosas y violentas. Los tres, reunidos de nuevo, observaban asombrados aquel devastador espectáculo dentro de la esfera protectora que Sikma acababa de crear. A lo lejos, de detrás de la nave que estaba quedando soterrada bajo una montaña de arena, apareció un pájaro. Era un joven quetzal que con su característico vuelo, con las alas pegadas al cuerpo resiguiendo un perfecto movimiento ondulatorio, flotando liviano arriba y abajo, pero siempre hacia delante como una flecha, intentaba escapar de la feroz tormenta de polvo. A medida que se iba acercando, el ave iba aumentando de tamaño hasta que alcanzó su máximo esplendor. Miles de años atrás la civilización maya le había venerado como símbolo de la libertad y en la Tierra ahora solamente quedaban unos pocos ejemplares en los bosques lluviosos de la antigua Guatemala. Era pues una bella y extraña visión encontrárselo en aquel inhóspito desierto, con su plumaje verde esmeralda resplandeciente en el dorso, su pecho carmín, su disimulada cresta y su elegante cola de dos finas plumas, dos veces más largas que su cuerpo, serpenteando grácil en el aire. Unos instantes más tarde, cuando pasó cerca de ellos, Narum, que a su

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vez estaba sujetado por Sikma, lo atrapó al vuelo y lo resguardó entre sus brazos, dentro de la esfera protectora, a salvo, donde ya no envejeció más.

Entretanto, en las alturas, se estaba desencadenando uno de los fenómenos más violentos de la naturaleza. En el interior de la enorme gigante roja, los procesos de combustión de los distintos elementos que formaban su núcleo se habían acelerado vertiginosamente. A medida que se iban consumiendo el hidrógeno, el helio, el carbono, el neón, el oxígeno, el magnesio, el silicio… la estrella se iba contrayendo y su temperatura y presión iban en aumento. Desde el planeta, Narum, Elha y Sikma lo observaban boquiabiertos a través del tupido velo arenoso. Unos instantes más tarde, el núcleo estelar se había convertido en una sopa de neutrones, protones y electrones, todos los elementos habían quedado hechos trizas. Finalmente, el núcleo terminó por colapsarse sobre sí mismo formando una compacta estrella de neutrones, de radio infinitas veces menor que el anterior. Las capas externas de la antigua supergigante roja se desplomaban sobre la superficie del nuevo astro, calentándolo así hasta convertirlo en una bomba de relojería que estalló en forma de supernova, una explosión que libera más energía que cien mil millones de soles y que es más luminosa que toda una galaxia.

La brutal onda expansiva alcanzó el planeta que quedó instantáneamente calcinado debido a las desorbitadas temperaturas. El trío de amigos, junto con el pájaro y con Thoor, que yacía en la mochila escondido tras la espalda de Narum, se vio entonces sumergido, aún dentro del escudo protector, en violentas ráfagas de plasma incandescente que les alejaron del epicentro de la explosión. Se veían inmersos en una supernova, la fábrica más grande del

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universo, creadora de los elementos necesarios para la vida, elementos que lo forman todo, que son parte de cada uno de nosotros… estar allí era presenciar el nacimiento de nuevas estrellas, de nuevos mundos, de nuevos seres…

El evento aún no había terminado, lo peor estaba por llegar. El proceso se revirtió, después de que el frente de combustión se apagara, la materia se vio arrastrada de nuevo hacia el centro de la difunta estrella. Poco a poco, ésta se fue concentrando hasta que se colapsó definitivamente deformando el espacio-tiempo. Sólo la materia que se encontraba fuera del pozo gravitatorio ocasionado por el nuevo cuerpo pudo escapar a su mortal abrazo. Un agujero negro, el depredador más letal que haya existido, una aspiradora de descomunales dimensiones que se lo traga todo sin excepción, ni la luz se libra de sus garras.

Narum y sus amigos tenían los minutos contados. La endeble esfera protectora resistía a duras penas a las devastadoras mareas. Lenta e inevitablemente se aproximaban hacia el horizonte de sucesos, el límite que separa un agujero negro del resto del universo conocido, una vez allí, ya no habría escapatoria. Sikma estaba cogido de la mano izquierda con Elha y con la otra sujetaba con fuerza a Narum que, a su vez, tenía al quetzal entre sus brazos. No se les ocurría ningún modo de salir de ésa, todo parecía perdido. Narum contemplaba atónito aquel espectáculo que él y Halaus habían provocado, sus deseos se habían cumplido, cara a cara él con la muerte, cara a cara con la destrucción total del ser, una experiencia que puede que fueran los primeros en vivir… apagado, vacío, tristemente indiferente, la situación sólo le sabía mal por el pájaro y sus amigos.

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Ahora ya estaban más cerca. Elha y Sikma pedían ayuda a gritos, pero su voz quedaba silenciada al salir de la esfera. Todo aquel séquito de sucesos había sido como ser una molécula de agua que sale por la boca de un grifo, el agujero de gusano, hasta encontrarse con el resto de líquido contenido en el lavamanos, que sería el sistema junto con toda su materia. Una vez allí, el tapón, la estrella, es el que preserva todo el agua. Finalmente, cuando éste se quita, la materia es irremediablemente absorbida hacia el desagüe, como en un agujero negro, con la única diferencia que allí, por lo que se sabía, no existía esta última parte, el centro del agujero era el fin del mundo. En aquel momento ellos eran ya una de las últimas gotitas que se resistía a ser engullida y que iba resbalando poquito a poco hacia su inevitable final.

Narum, Thoor y el pájaro iban una fracción de metro adelantados, Sikma, en medio, intentaba agarrarles con todas sus fuerzas para evitar que sucumbieran y Elha, detrás de él, parecía que se despegaba. Las desgarradoras tensiones estaban haciendo su trabajo, los dedos de la parejita apenas contactaban, sus yemas hacían un último esfuerzo intentando que no se separaran. No lo consiguieron, Elha quedó cortada del resto del grupo. Cuando Narum giró la cabeza tras oír el sofocado alarido, su amiga ya no estaba. En su lugar había un enorme pedrusco, posiblemente un escombro del desaparecido planeta, que la debía haber arrollado dejando tras de sí una estela azulada. Bélathar, Halaus y Elha, uno a uno habían ido cayendo sin poderlo evitar, pérdidas que Narum y Sikma no tendrían mucho tiempo para lamentar, también había llegado su hora.

El pájaro, al soltarse Elha, se había escabullido de los brazos de Narum para volar hacia la chica.

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Afortunadamente para él, no salió del interior del escudo protector y no se vio alcanzado por la roca. Luego, volvió a refugiarse en Narum, justo antes de que los tres cruzaran el horizonte de eventos y se adentraran en la más absoluta oscuridad. No veían nada, no oían nada, silencio… el tacto y la intuición eran sus únicos sentidos útiles.

Parecía que continuaban avanzando en dirección a la singularidad, el centro del agujero negro, donde no existían ni el espacio ni el tiempo. Las fuerzas a su alrededor eran casi insoportables… Sikma apretaba desesperadamente a Narum contra su pecho… la esfera protectora estaba deformándose, no iba a aguantar mucho más… ya quedaba menos… el final estaba cerca… más cerca… muy cerca… a sólo unos instantes… eternos………………………… pero entonces llegó la calma… la tranquilidad… a lo lejos veían una luz… blanca… ¿estaban ya muertos?

El foco se hacía cada vez más grande, más intenso, era un túnel del cuál no divisaban el final. Entraron en él, rodeados de blanco, sus siluetas apenas se distinguían en el cegador brillo, la tensión había cesado, eran ligeros, había paz en su interior, ¿felicidad?

Ahora veían el final, oscuro, el túnel no era infinito, negra era su salida. La paz se desvanecía y en su lugar se reinstauraba el miedo. Las esperanzas de un idílico más allá se esfumaban, Narum recuperaba su conciencia, el pájaro temblaba… estaban fuera.

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XV

El casto túnel había desaparecido y seguían avanzando ahora arrastrados por otro cuerpo. A sus espaldas habían dejado atrás un agujero negro. ¿Cómo podía ser? El agujero les tendría que estar engullendo y no era así, al contrario, se estaban alejando de él. El escudo protector había resistido milagrosamente y volvía a estar intacto. No había rastro de la supernova, las capas exteriores desprendidas en la explosión aún tendrían que estar allí... todo era muy extraño, parecía otro sistema, era otro sistema. Habían viajado a través de un especial agujero de gusano que había conectado a dos agujeros negros entre sí. Narum había oído historias sobre aquella descabellada teoría, pero aún nadie la había podido demostrar.

Las estrellas relucían distantes en la oscuridad, pero no había ninguna en las proximidades, era un sistema muerto. Delante de ellos se dibujaba el contorno de un misterioso círculo negro que ocultaba el espacio tras de sí. Era el cuerpo que les arrastraba atrayéndolos con una fuerza invisible. Paso a paso, se le iban acercando y el círculo iba ganando en tamaño. Ahora ocupaba gran parte del cielo profundo tapando así infinidad de estrellas antes visibles. Cada vez estaban más cerca… cerca… hasta que ya sólo hubo círculo, negro, oscuridad de nuevo que no les permitía distinguir sus siluetas. El temblor del pájaro se iba intensificando… miedo, esa era la palabra que mejor

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describía sus sensaciones, miedo a lo desconocido, miedo a la oscuridad, miedo a la soledad de aquel lugar. El miedo, ¿un mecanismo de defensa que hacía reflexionar más sobre las situaciones y que, en consecuencia, hacía estar más preparado cuando llegaba la hora… o un sentimiento que sencillamente colapsaba al que lo padecía y le impedía actuar racionalmente? ¿Cuál de las dos definiciones se ajustaba más a lo que sentían Narum y Sikma en aquel momento? Puede que la segunda… después de haber recibido tantos golpes, uno tras otro, era difícil que pudieran estar muy lúcidos, su cabeza era como un ladrillo, les era imposible pensar, estaba totalmente bloqueada.

La imaginaria pared de la esfera protectora se fue fundiendo con el entorno hasta que quedó completamente diluida, Sikma había sido incapaz de mantenerla en pie. Al descubierto, la sensación de frío se apoderó de sus cuerpos, frío, humedad, invierno polar. Habían penetrado en la frágil atmósfera del círculo negro, un planeta inhóspito que sobrevivía en las condiciones más adversas, desafiando las leyes de la física. Unos segundos más tarde, se adentraron en una inestable superficie que les fue engullendo. A Sikma se le estremeció el cuerpo, estaban rodeados de una especie de extremidades, más bien rígidas, pero que cedían a su paso, rozándoles la cara, arañándoles, rasgándoles las vestiduras… crujían como las ramas de los árboles al romperse, como las hojas secas al ser pisadas.

La caída estaba siendo a cámara lenta, un descenso suave, controlado. Finalmente, terminaron de pasar por aquella fláccida capa. Ahora el aire volvía a estar vacío, seguían sin poder ver absolutamente nada, no había luz alguna, estaban a ciegas, sin saber a dónde

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iban. Los minutos fueron transcurriendo y todo seguía igual. Narum estaba abrazado al pájaro y el eterno descenso no cesaba, parecía una caída infinita hacia un glacial infierno. Atravesaron de nuevo otra capa arborícola, esta vez un poco más densa que la anterior, y, finalmente, después de otro largo vacío, contactaron con la faz del planeta. Quedaron sentados en el suelo húmedo, boscoso, a oscuras, no se veía nada, todo estaba en silencio absoluto, parecía como si los sentidos estuvieran en letargo, sólo el tacto recibía algún estímulo del exterior. Frío, frío gélido en la espalda, en la piel desnuda transmitiendo una sensación de inseguridad, de acecho, no debían estar solos, en cualquier momento, desde cualquier parte, podían ser atacados… eran presa fácil para los depredadores… carne… fresca.

Sikma estaba apoyado contra un árbol, temblando al igual que el pájaro, aún con Narum entre sus brazos. Narum parecía perdido en su mundo, absente, superado por el infortunio, pero no era así… el pavor causado por aquel planeta no dejaba hueco a los demás tormentos, sólo una pequeña parte de su mente se mantenía al margen para auto-culparle… había matado a Elha.

De repente, a lo lejos, oyeron un ruido que rompió el silencio, una espiración que se fue repitiendo, rítmicamente, como el latir del corazón, pero ahogada… sedienta… era la respiración de otro ser que se aproximaba con sigilo… igual que la muerte. Ésta cesó. De nuevo un silencio sepulcral les rodeaba. Aterrido, Sikma se intentaba erguir vacilante apoyando con torpeza la espalda contra el robusto tronco. Narum, a su vez, seguía sentado en el suelo, pero ahora trataba de apresar en vano al quetzal que revoloteaba entre sus brazos en un intento desesperado

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de huir. El pájaro presentía el peligro, la bestia no tardaría en llegar… y así fue. Sin previo aviso, la fiera se abalanzó sobre Narum. Éste chillaba aterrorizado, el ser parecía intangible, no tenía consistencia, era como una lona de plástico envolviéndole por debajo el agua, como un manta que le ahogaba con su letal abrazo. Por suerte, Sikma le mantenía unido a la vida, le tenía cogido por un brazo y estiraba con fuerza para liberarle de las garras de la muerte. Narum, durante el forcejeo, notó como algo se introducía en su bolsillo. Reaccionó rápidamente, la bestia se sentía atraída por el pendiente… y ahí surgió el dilema, ¿el pendiente o su vida? Afortunadamente, Sikma había tenido éxito en sus intentos y los dos, aprovechando que el extraño ser se había visto distraído por unos nuevos ruidos, se dieron a la fuga. El quetzal, que desde el inicio del ataque había escapado hacia el cielo, les había echado una mano distrayendo a la fiera con su ancestral canto.

Narum y Sikma ahora corrían a toda velocidad, a ciegas, sin saber hacia dónde se dirigían entre lo que parecía un espeso bosque de árboles milenarios. El jadeo de la bestia irrumpió de nuevo en escena, haciéndose cada vez más intenso, cada vez más próximo… no tardaría en alcanzarles. Unos instantes más tarde, el gélido aliento del animal volvía a helarles la nuca a los muchachos, ya estaba todo perdido. Fue entonces cuando, de la nada, unos ojos felinos se iluminaron en la oscuridad a sólo unos centímetros de ellos barrándoles el paso. Sikma, preso del pánico, profirió un alarido de terror… la cacería había terminado.

Por todas partes fueron apareciendo nuevos ojos secundando a los primeros, estaban rodeados. La bestia que lo había iniciado todo resoplaba intranquila a sus espaldas. Las demás iniciaron unos cánticos de

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ultratumba que retumbaron en la cabeza de los jóvenes. Se asemejaban a los cantos gregorianos entonados antaño por monjes de la Edad Medieval. Poco a poco, el cántico se fue apaciguando hasta que todo volvió a quedar en silencio. Ya no se oía la respiración entrecortada de la fiera. Narum y Sikma estaban agachados, a la expectativa, sin entender muy bien lo que estaba sucediendo. El pájaro reposaba de nuevo apacible entre los brazos de Narum y los ojos fueron retirándose lentamente. Parecía que el peligro había pasado.

Uno de los misteriosos entes, que se les había acercado por detrás sin que ellos se percatasen, empezó a envolverles con delicadeza sin encontrar oposición. Esta vez la sensación no era de peligro, ni de ahogo, todo lo contrario, el ser transmitía confianza, era como sentir el tacto de la seda en la piel, una suave caricia. Unos segundos más tarde, se encontraban totalmente arropados por él y notaron como un fugaz cosquilleo les recorría todo el cuerpo. Despacio, les volvió a soltar. Ahora, aún en la más absoluta oscuridad, se encontraban en un lugar distinto. El suelo era rígido, semejante a la madera, el aire más seco, de fuera se oía el rumor de las hojas de los árboles danzando con el viento; debían estar en una habitación resguardados, aunque de vez en cuando, una leve corriente también atravesaba la estancia, habría una apertura que diera al exterior.

- Os pedimos disculpas –irrumpió una voz gutural que resonó en sus oídos deshaciendo el silencio-. Me presento, yo soy… –no se escuchó nada-… Nos tenéis que excusar –prosiguió-, no estamos acostumbrados a recibir visitas tan especiales como las vuestras, de hecho, no estamos acostumbrados a recibir visitas de ningún tipo… perdonad de nuevo –se volvió a

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disculpar-. Tenéis que comprender a…-otro vacío-…, uno de vosotros cuatro lleva su invento, su perdición, su locura. Hace quince mil millones de años que se encuentra en este estado, atormentado por sus actos pasados –hizo una breve pausa-. A pesar de todo, también tenéis que estarle agradecidos, si no fuera por él, ahora estarías descansando en el mar de la calma.

Narum y Sikma estaban confundidos, seguía todo a oscuras, la voz de aquel individuo les removía las entrañas y, aunque la tensión y el miedo habían desaparecido, tampoco sabían cómo actuar, no sabían dónde estaban, no sabían quiénes eran aquellos seres, no sabían qué había querido decir su interlocutor con “uno de vosotros cuatro”, todo era desconcertante… aún así, aquellas últimas palabras se habían hecho hueco en el interior de Narum abriéndose un caminito en su abrumado cerebro, aquellas últimas palabras habían sido la chispa, la esperanza que le reanimó, que volvió a hacer carburar su intelecto y que le permitió empezar a atar cabos. ¿Cabía la posibilidad de que Elha también hubiese atravesado el agujero de gusano?

- Veo que aún estáis asustados –volvió la gutural voz a perforarles los oídos-. Mejor os dejo que reposéis un rato a solas…

- ¡No! No te vayas… –intervino Narum- por favor, quédate… –le rogó.

- Es bueno que comencéis a desinhibiros –asintió positivamente-. Muy bien, me quedaré.

- Mmmm… gracias –rascándose la cabeza-. Yo soy Narum –dijo tímido intentando soltarse un poco-, el otro chico es Sikma –prosiguió- y el pájaro que llevo en brazos es un quetzal –terminó de presentarles-. ¿Podrías decirnos…

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- ¿Dónde estamos? –interrumpió Sikma impaciente. La pregunta de Narum había quedado en el aire.

- Estáis a salvo, lejos de cualquier otro lugar, donde nadie ha podido llegar jamás, excepto nosotros, claro –contestó con naturalidad-. Vivimos aquí desde los inicios de este universo, escondidos, aislados por temor a volver a ser causa de destrucción, por temor a volver a ser traicionados.

- Entonces, ¿tú eres un Antiguo? –preguntó Narum intrigado.

- Así es como nos llaman –confirmó-, aunque yo soy el más joven de todos, el único que ha nacido ya en el nuevo universo, así que se podría decir que soy un “nuevo” –paradójico ¿no?, un joven de catorce mil millones de años-. Es por eso –continuó- que podéis oír mi voz, porque aún no me ha cambiado y es de mayor frecuencia que la de los demás. La suya es demasiado grave para vuestros oídos y por eso no la percibís. Con ellos os tendréis que comunicar telepáticamente –concluyó.

Los tímpanos de los chicos empezaban a habituarse a aquel tenebroso timbre, pero, con todo, aún no sabían cómo tenían que llamarle. Por lo visto, los nombres de los Antiguos también debían ser demasiado graves para sus oídos, así que…

- Perdona –se excusó Sikma educadamente-, ¿cómo te podemos llamar?

- Es verdad, no había pensado en ello –cayó en cuenta-. Lo más parecido a mi nombre en vuestro idioma sería Ragun –respondió satisfecho.

- Bien, entonces… Ragun, antes –recordó Narum que hacía rato que le había estado dando vueltas-, has dicho que uno de nosotros cuatro tenía el invento del Antiguo que nos ha rescatado –estaba intentando ser lo

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más políticamente correcto, no iba a decir de la bestia que les había tratado de liquidar…-. ¿A quién te referías cuando has dicho cuatro? ¿No sería a mi peluche Thoor, verdad? –el Antiguo negó con la cabeza.

- Cuatro sois los que habéis salido del mar de la calma, aunque sólo en tres cuerpos habéis venido –empezó enigmático-. En uno de vosotros residen dos seres que firmaron su unión sellando un extraño pacto.

Parecía claro. Elha, antes de verse arrollada por el pedrusco, llegó a un acuerdo con el pájaro que corrió en su ayuda haciéndole un hueco a la parte intangible de la chica en su interior. Ahora los dos convivían atados a un mismo cuerpo sin que, al parecer, nada los pudiera separar.

- ¿Y cómo pueden volver a ser ellos mismos? –se interesó Sikma que también había resuelto el acertijo y que, ahora que todo estaba más calmado, no se podía hacer la idea de que Elha ya no estuviera a su lado.

- Hay un modo –desveló Ragun-, aunque por ahora no tenéis de qué preocuparos… tarde o temprano volveréis a estar todos juntos…

Y con estas tranquilizadoras palabras la conversación empezó a tocar a su fin. Hablaron unos minutos más y Narum y Sikma descubrieron que Ragun era el único que no percibía ningún tipo de sensación proveniente del pendiente, también por haber nacido ya en el nuevo universo. Asimismo, el joven Antiguo les confesó que los demás tampoco tenían ningún afán por volver a ser lo que eran, por salir de aquel recóndito planeta y empezar de cero, en cambio, él se moría de ganas de viajar y huir de esa miserable existencia. Los Antiguos, con los lustros, habían ido adaptándose a la vida al lado del mar de la calma, ahora todo su cuerpo, exceptuando los ojos, era

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invisible a cualquier tipo de radiación electromagnética menos a la luz infrarroja, así pues, para los humanos, únicamente capaces de captar la franja de luz visible, eran transparentes como el agua. Con el tiempo, también se habían convertido en unos seres tristes y solitarios, aún sabios, con el conocimiento absoluto de las leyes que regían el universo, pero desdichados, habiendo olvidado los valores más esenciales, lo que era verdaderamente importante en una sociedad inteligente, la felicidad, la alegría, el bienestar interior. Exiliados voluntariamente habían perdido todo aprecio por la vida.

Finalmente, Ragun se despidió y todo volvió a quedar en silencio. La oscuridad aún era absoluta y Narum y Sikma se dispusieron a descansar, no lo habían podido hacer desde su partida de Ib-brus y, con la incesante y traumática actividad que habían sobrellevado desde entonces, el cansancio había hecho mella. Por su parte, el quetzal, única ave en el mundo que en cautividad moría debido a la profunda tristeza que sentía al perder la libertad, había salido con Ragun y volaba radiante, aunque a ciegas, por el frondoso bosque que cubría toda la faz del planeta.

Eran las dos y cuarenta y cinco minutos en la Tierra, las dieciocho hadas en Govanem y las setenta y cuatro horas en Equam, cuando Narum y Sikma conciliaron el sueño preguntándose, a sí mismos, cuántos más secretos escondía el universo.

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XVI

Narum se levantó después de un profundo sueño. Todo estaba en silencio, no se oía la respiración de Sikma, parecía que éste ya se había despertado y había salido de la estancia. Desde la marcha de Ragun la “noche” anterior, el planeta había vuelto a ser inhóspito, hostil, amenazador, los pensamientos negativos le habían regresado a la cabeza, volvía a sentir frío, de nuevo el temor se apoderaba de él, se sentía solo, triste, olvidado… Halaus… inconscientemente, para ahuyentar sus miedos, empezó a cantar en una lengua desconocida. Se imaginaba como una calidez le rodeaba, unos brazos que le abrazaban y le apretaban contra su pecho, arropado… se giró con los ojos enturbiados, esperando que hubiera alguien… pero no había nadie… y el canto fue derivando en desesperación, en grito de muerte prematura… silencio a ras de pared con las palmas de las manos extendidas y frías… y se volvió a sumergir en los sueños donde las lágrimas no se materializaban, donde sus dedos acariciaban la suave tela del olvido, de lo intangible, de sueños que se desvanecían y que se esforzaba en recordar… imagen idealizada de la amistad que tenía, en la cual nunca nadie podría encajar, predestinado a estar solo el resto de sus días, eso es lo que él creía… había perdido la esperanza, pero en el fondo de su corazón aún la mantenía… esperanza que le había ayudado a salir

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adelante infinidad de veces y que era tenue luz en negra noche, luz intermitente que le iba hundiendo sin impedir que dejara de ver la superficie… luz torturadora… luz salvadora.

Ahora los gritos eran aullidos de dolor, con la cara desencajada balanceándose hacia delante y hacia atrás, como poseído, absorto, chillando desesperado con todas sus fuerzas, llorando desconsoladamente, desahogando sin control toda la tensión acumulada hasta el momento, desgañitándose… al final todo volvió a quedar en silencio, con sólo unos débiles sollozos de fondo. Una mano reconfortante se posó en su hombro, pero esta vez era real, Sikma había regresado sin que Narum se hubiera dado cuenta.

- Eh… Narum… –dijo su compañero con ternura- ¿cómo estás? – preguntó suavemente, casi susurrando.

- Bien gracias… –respondió una vocecita carraspera soltando una respuesta automática- Estoy loco –confesó después dibujando una sonrisa.

- Eso es bueno –contestó Sikma devolviéndosela en la penumbra y sentándose a su lado.

Estuvieron unos segundos en silencio, ni Narum ni Sikma sabían qué decir. La situación presentaba infinitas posibilidades, posibilidades de profundizar en su joven amistad, posibilidades de sencillamente cambiar de tema y escapar. Estaban a sólo unos centímetros el uno del otro sin verse las caras, la oscuridad se había cernido sobre aquel planeta desde tiempos inmemoriales y parecía que eso no iba a cambiar por el momento.

- ¿Qué hay por ahí fuera? –habló finalmente el primero secándose las lágrimas con la túnica y escogiendo la vía más fácil.

- Nada de especial… sólo bosque, me ha dicho Ragun, menos un enorme lago subterráneo desde

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donde se filtra el líquido que alimenta todo el planeta. Por lo visto no es agua, es erta –informó-, un mejunje lleno de nutrientes o algo así. Y… ¿qué hay por ahí dentro? –le preguntó a Narum poniéndole el dedo índice sobre el pecho.

- Nada de especial tampoco –respondió-. Está lleno de paranoias mías…

- Cuéntame –le animó Sikma que no quería dejar escapar la oportunidad.

- Pues mira… ya te digo –empezó Narum dubitativo-, me sentía solo, la deprimente atmósfera del planeta estaba ganándome la partida, hacía que me vinieran a la cabeza malas experiencias, echaba en falta a Halaus… –suspiró- y mira, entonces para evadirme de ese estado de ánimo, empecé a cantar y a imaginarme que estaba en otro lugar mejor donde estaba Halaus y donde no había ni pena ni tristeza, donde podía olvidar y dejar atrás el pasado… creía que él tenía que aparecer de un momento a otro, que no era posible que no estuviera, le veía, notaba su calidez, su tacto… me intentaba dar esperanzas, pero no, no había, ni Halaus estaba, ni nada… bajé a la cruda realidad. Pensaba que toda vuestra amistad había sido sólo unos instantes pasajeros de mi vida, que casi siempre había estado solo y que lo seguiría estando el resto de mis días. Eran momentos de desesperación y con la mente nublada como la tenía no se ven las cosas claras y se tiende a dramatizar un poco, todo se te viene encima… total, que al final descargué mi enfado con el mundo en un vendaval de gritos y locura que supongo que has tenido la suerte de presenciar… –volvió a suspirar- ahora, por lo menos, me siento mucho mejor –terminó la explicación aliviado.

Sikma sonrió, tenía ganas de seguir conversando para conocer un poco más a su nuevo amigo. Para

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Narum la respuesta de Sikma fue silencio. Éste se había dado cuenta, en aquel planeta las palabras eran lo único que valía, una sonrisa, una mirada eran gestos para uno mismo, la oscuridad impedía cualquier tipo de contacto visual.

- Yo… –inició Sikma- tampoco he tenido mucha suerte con la gente. Cuando era pequeño en la escuela siempre iba con un grupito de amigos. Éramos pequeños y se notaba que con cualquier cosa nos conformábamos. Con el paso del tiempo, a medida que nos fuimos haciendo mayores, ya no todo era tan bonito, empezamos a descubrir que no teníamos casi nada en común, sólo el hecho de haber ido juntos a la escuela. Cuando queríamos salir nunca nos poníamos de acuerdo en qué hacer y, cuando finalmente decidíamos algo, nos pasábamos la mayor parte del tiempo callados, sin decir nada, y es que no había nada que decir, cuatro chorradas y ya está. Al final esa amistad se convirtió en rutina, siempre seguiríamos siendo amigos, siempre les querría, pero no había comprensión, no había ningún aliciente en ella, únicamente un poco de compañía –Narum escuchaba el relato atentamente-. Entretanto –prosiguió Sikma-, en la escuela superior, conocí a más gente y me uní a otro grupito que se estaba formando. Parecía que la cosa prometía algo más, pero no fue así, terminó por ser aún peor. Toda nuestra relación se basaba en críticas, secretitos y malos rollos y a mí eso terminó por hastiarme. Estaba cansado de aquella absurda forma de diversión, así que fui distanciándome paulatinamente, y ahora ya casi he perdido todo contacto con ellos –hizo una breve pausa-. Aún así, también tengo un par de buenos amigos con quien compartir aficiones y en quien confiar, pero principalmente ya ves, no eres el único con mala suerte

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y, además, seguro que alguien interesante habrás conocido antes de pasarte por la Cúpula…

Sikma había abierto la lata. Ahora le tocaba a Narum hurgar en el pasado.

- Bueno sí, no todo ha sido tan malo –confesó-. Hace tiempo hubo alguien, se llamaba Airan –sus ojos cayeron a la izquierda recordando con nostalgia-. En aquella época la Tierra vivía en paz ficticia. Una tregua había sido firmada hacía unos meses entre el bando reformista y el liberacionista, poniendo fin al primer acto de la quincuagésima primera guerra mundial… para que veas que civilizados somos los humanos… –Narum se aclaró la garganta-. Bueno, a lo que iba… estábamos en época de paz, tenía unos ocho años y la escuela intentaba volver a la normalidad. Yo iba a un centro de tendencia reformista, pero con la firma de la tregua, algunos niños de padres liberacionistas entraron aquel curso. Entre ellos estaba Airan –a Narum se le iluminó la cara-. Rápidamente notamos que había algo especial entre nosotros. Desde el primer momento nos sentamos juntos y empezamos a hablar, hablar y hablar, horas y horas, todo el día. Hablábamos del mundo, del espacio, de deportes, de la guerra… en el recreo jugábamos a imaginarnos que éramos guerreros o lo que fuera y vivíamos infinidad de aventuras y peripecias inverosímiles. Nos lo pasábamos genial… pero nuestro idilio de infancia no duró para siempre. A mediados de mayo de aquel mismo año, los reformistas rompieron la tregua preparando una emboscada a traición al bando liberacionista. Los padres de Airan tuvieron que huir al exilio y mi mejor amigo con ellos. En casa nunca más pude hablar de él, la chusma liberacionista que en un futuro tenía que aplastar, convirtiéndome en el más grande estratega militar de todos los tiempos, no

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merecía la pena ni ser nombrada –había resentimiento en su voz-. Desde entonces ya no ha habido nadie más, nadie a quien llamar, nadie a quien contar mis problemas, nadie. Desde entonces he estado buscando el amigo perfecto, lo he ido idealizando en mi mente y a veces, mira, como antes, te llevas unas cuantas decepciones… –paró unos instantes-… me pregunto qué se habrá hecho de él… –concluyó con melancolía.

En aquel instante, una leve perturbación en el aire delató la entrada de Ragun en la sala, el pájaro estaba con él. Venía para llevarles al lago subterráneo, allí les estaban esperando los demás Antiguos. Éstos querían que participaran en el ritual de sustento, una especie de ceremonia que celebraban cada vez que tenían que alimentarse. Otra vez el joven Antiguo empezó a envolver a Narum y Sikma y al cabo de unos segundos, ya arropados por completo, volvieron a sentir un fugaz cosquilleo que les recorrió todo el cuerpo. Un par de docenas de ojos felinos aguardaban su llegada. Entre ellos, los mismos ojos sedientos que hacía unas horas les habían estado persiguiendo y que, de nuevo, se habían clavado en el bolsillo de Narum.

Ragun les dejó al lado del lago. Se oía el ruido de gotas cayendo en el erta desde considerable altura. Al parecer, estaban en un lugar cubierto, bajo tierra.

El ritual estaba a punto de dar comienzo. Los Antiguos se habían situado en semicírculo. Narum supuso que estaban junto a la orilla del lago y que su disposición reseguía el contorno de la gran masa de erta. Al igual que en su peculiar bienvenida, los extraños seres volvieron a entonar un cántico de ultratumba. El erta vibraba con la fúnebre melodía y, uno a uno, fueron sumergiéndose en el líquido hasta que ya sólo quedaban por entrar los dos foráneos. Narum comprendió que era su turno y fue avanzando

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lentamente. Notó entonces una sensación de frío en los pies, un electrizante hormigueo, como cuando se te duermen las piernas. Siguió hacia delante sin temor a lo desconocido, pero con precaución. El erta era menos denso que el agua, cristalino, nada viscoso, circulaba con fluidez a través del cuerpo de Narum, penetrándolo. El erta lo atravesaba, era como si él se estuviera diluyendo en el líquido, como cualquier otro fluido… ya estaba totalmente sumergido. Una vez allí, se decidió a abrir los ojos y… luz, como un amanecer, tonos amarillentos, rojizos que se filtraban inundando el entorno, estaba completamente iluminado, bañado en el erta podía verlo todo. Estaban en una colosal cueva subterránea de roca milenaria, llena de estalactitas y estalagmitas escarbadas por el erta durante siglos en una cascada de formas y tamaños. Las estalactitas colgaban del techo como alfileres, las estalagmitas se alzaban imponentes por debajo de sus pies. Había macro estructuras gaudinianas, columnas, altares, catedrales, todas esculpidas por la naturaleza. Narum veía como, a su lado, Sikma se zambullía poco a poco en el líquido. Veía como el erta se extendía por todo su cuerpo, difuminándolo como en una pintura al óleo. A su vez, también era capaz de distinguir a los Antiguos de entre todo aquel espectáculo de color y belleza que tenía lugar en un mundo tan oscuro como era aquel planeta. Éstos eran como espectros, emanaban magia y respeto, místicos, ondulábanse como sábanas en la corriente de erta provocada por sus mismos cánticos.

Estuvieron allí durante varios minutos. A medida que transcurría el tiempo, el fluir del erta a través de sus cuerpos se hacía más intenso. Del frío cosquilleo inicial que les recorría cada rincón de su esqueleto pasaron progresivamente a una ferviente llamarada

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interior que les llenó de energía. Se sentían revitalizados, en plena forma, sin ningún tipo de sentimiento negativo, era como si hubieran vuelto a nacer. Desgraciadamente, todas las cosas tenían su fin, la ceremonia concluyó y salieron a la superficie. Narum y Sikma brillaban con luz propia y así lo siguieron haciendo hasta que al cabo de unas horas se fueron a acostar.

Durante los siguientes días, fueron yendo al lago.

Allí, tutelados por Ragun y algún que otro Antiguo, aprendieron a prescindir del obsoleto, en aquellas condiciones de extrema oscuridad, sentido de la vista y a sacar el máximo partido a los otros cuatro, oído, tacto y olfato principalmente, pero hasta le encontraron utilidad al poco apreciado sentido del gusto. Al final eran capaces de presentir la presencia de otro ser que estuviera próximo a ellos, notaban las perturbaciones a su alrededor, eran capaces de comunicarse telepáticamente… en fin, ahora poseían un sinfín de nuevas habilidades que les serían de gran utilidad a lo largo del viaje que iban a reemprender inminentemente.

La última noche ya había llegado y el ritual de sustento les esperaba, pero esta vez fue Narum el que brindó un regalo a sus anfitriones. El erta ya no tenía aquellos increíbles efectos revitalizadores sobre ellos, había pasado a ser sólo un simple alimento, así que decidió intentar curarles de aquella poco sana indiferencia.

- Lo más importante en este mundo es ser feliz –les dijo antes de iniciar la ceremonia-, aunque puede que nunca puedas llegar a serlo del todo. Si te hundes tienes que volver a salir a flote, no tiene sentido quedarse de brazos cruzados sin hacer nada, la

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esperanza debe ser lo último que se pierda, aunque también debe ser medida. Estar alegre, ser sincero, sentirte bien contigo mismo, con lo que haces, disfrutar de la vida… no sé muy bien como funciona vuestra sociedad, pero creo que las relaciones con los demás son las que os van a llenar en mayor medida, ni el dinero en la Tierra, ni la fama que es pasajera, ni el completo aislamiento en el que vivís… Un individuo por sí sólo es incapaz de realizarse, es imprescindible la interacción con el resto, con alguien, con algo… haciendo uso exclusivo de la razón, podría parecer que no es necesario, que se debería poder tirar adelante con la única compañía de uno mismo, pero luego resulta que hay algo que no podemos explicar en nuestro interior que no funciona, un espacio vacío… aprended de vuestros errores, pero no dejéis que sean los que guíen vuestros actos porque entonces no os moveréis por miedo a volveros a equivocar… empezad por el de al lado… tratad de ser felices… y dejad que los demás lo sean –concluyó solemne.

Luego, del mismo modo que Halaus hacía ya de por sí, les intentó transmitir a los Antiguos aquellos sentimientos de alegría y bienestar. Después iniciaron el ritual y éste se desarrolló igual que lo había hecho unos días atrás. Una vez finalizado, Narum, con Thoor en la mochila, Sikma, Ragun y el pájaro tenían que partir hacia Govanem para reunirse con Bélathar y, luego, contactar con Gregor para que éste les sacara de dudas.

Ragun recogió a sus compañeros de viaje, eran cinco los que se iban, la esencia de Elha reposaba escondida en el quetzal. Sintieron de nuevo el cosquilleo preludio del teletransporte y pronto vieron la luz azulada de Altaír. Estaban a años luz del lago de erta, pero nada volvería a ser igual en aquel remoto

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planeta, Narum había conseguido encender una mecha en el interior de los Antiguos que les había hecho despertar de su casi eterno letargo.

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XVII

Narum había olvidado lo bello que era Agar, la capital de Govanem. La etérea atmósfera que se respiraba, el cautivador plateado del sícal, el bullicio silencioso de las calles… Agar era pura magia, puro éxtasis…

Ragun les había dejado enfrente del alto bloque de viviendas en el que habitaba Bélathar, luego había partido en busca de su propia aventura, no sin antes despedirse. A los Antiguos se les había vuelto a despertar la curiosidad por el universo donde vivían y el joven Ragun iba a ser sus ojos en un largo recorrido por todas las galaxias existentes. Fue una pena para Narum y sus amigos perder aquel enigmático ser que les había acompañado durante su estancia con los Antiguos, pero fue también una alegría ver que por fin él podría cumplir alguno de sus sueños.

Una vez Ragun se hubo evaporado, volvieron a ser ya sólo cuatro, contando al quetzal claro. Se morían por ver a Bélathar, pero ninguno de ellos sabía cómo le iban a contar lo ocurrido con Halaus. Pensar en su difunto amigo no entristeció a Narum al contrario de lo que hubiera podido parecer, guardaba de él un gran recuerdo, ahora cada vez que recordaba su nombre cerraba los párpados y una nostálgica sonrisa se dibujaba en su tez serena. Luego inspiraba profundamente apretando los labios y seguía adelante.

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Y así lo hizo esa vez. Con el quetzal posado en el hombro de Sikma y los pendientes ascendidos a un ya considerable tono violáceo, se dispuso a entrar en el edificio para reencontrarse con su amiga.

El bloque debía alzarse a más de cien metros de altura. Su fachada era ancha, plateada, brillante, curvilínea, sin balcones, pero con amplios ventanales. La entrada era más bien oscura, semejante a los grandes arcos que guardaban los antiguos castillos medievales, pero sin puertas. Narum trató de encontrar en vano los buzones de los residentes en el hall para así saber en qué piso vivía Bélathar. Por suerte, el pájaro, que había despegado del hombro de Sikma justo antes de pasar por el portal, se había elevado hacia lo más alto del edificio y se había detenido en el tejado. Narum y Sikma hicieron caso de la indicación instintiva de su acompañante y subieron hasta el último piso mediante una especie de ascensor tubular que los succionó hacia arriba. Una vez allí, llamaron al timbre y esperaron impacientes…

- Ya voy –dijo una voz familiar desde el interior del piso.

Unos segundos más tarde, una cambiada Bélathar dejaba entrever su rostro a través de la estrecha abertura de la puerta.

- ¡Narum! –gritó llena de júbilo terminando de abrir bruscamente y abalanzándose al instante sobre él.

Bélathar parecía más cansada, pálida, castigada, menos alegre. Aquellos últimos días, desde su huída de la Cúpula, no debían haberla tratado muy bien. Ahora, por fin, después de mucho sufrimiento, volvía a sonreír un poco.

- Narum –volvió a repetir ya no en brazos de su amigo-, que alegría verte de nuevo a ti y a… ¿Sikma? –por primera vez se había percatado de la presencia

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del otro visitante- ¿Qué hace él aquí? –preguntó sorprendida.

- Es una larga historia –sonrió Narum-. ¿Podemos pasar y luego te la contamos? –sugirió éste.

- Sí, sí… claro, adelante, pasad… como si estuvierais en vuestra casa – respondió aún mirando extrañada a su inesperado invitado.

El piso de Bélathar era grande, con varias habitaciones. Aún así, las paredes curvadas hacían que diera la sensación de ser poco espacioso, claustrofóbico, al igual que su color plateado y que la luz azulada proveniente del exterior. Aparte de eso, se parecía bastante a un habitáculo estándar terrestre, los muebles, la cama, la cocina, el baño, el ordenador, todo era parecido, aunque más sofisticado. Por ejemplo, las formas no eran tan rectilíneas, iban a acorde con las paredes, o las puertas no se abrían de manera convencional, sino automáticamente.

Siguiendo con la visita, del comedor subía una escalera que daba al tejado del edificio al cual se accedía a través de una trapa. Allí era donde aún se encontraban Elha y el quetzal, disfrutando de una hermosa vista del oeste de Agar. Bélathar empujó la escotilla para darles entrada y el pájaro voló de inmediato hacia ella. Luego, después de haber echado un vistazo al resto de la vivienda, se tumbaron en una alfombra en el suelo de la habitación de la chica. Entonces Narum y Sikma le contaron todo lo sucedido desde que ella se había quedado cortada del grupo. Le hablaron del viaje hacia Ib-brus y de su estancia con Yon, de los problemas con el combustible de la nave y del trágico enfrentamiento con Newt, de la heroicidad de Halaus y de su aterrizaje de emergencia en el planeta rojo, de la aparición del pájaro y de la deslumbrante supernova, de la pérdida de Elha y de la

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oscuridad absoluta, de su paso por el lago de erta y de las revelaciones de los Antiguos… todo, sin olvidarse del más mínimo detalle, absolutamente todo. Bélathar, durante el relato, había encajado con mayor entereza de la esperada la pérdida de su mejor amigo, de algún modo ya se lo había imaginado, pero es que de algún modo, aún albergaba esperanzas…

Con todo, habían estado hablando más de siete horas equamenses y, entretanto, el ocaso se había cernido sobre la capital de Govanem. Aquella noche en Agar sería distinta a todas las demás, en el sistema Euryon se celebraba la noche de lo desconocido, de la magia, de lo oculto, de las brujas. Todo el mundo salía a la calle, se encendían enormes hogueras, se lanzaban cohetes e infinidad de fuegos artificiales, en todas las casas había petardos preparados para estallar, tracas, truenos, buscapiés, piulas, volcanes, bombillas, bengalas, fuentes, cascadas… centenares, miles, millones iban a volar con estruendo por los aires entre la puesta y el amanecer. A lo lejos, ya se oían las primeras explosiones y Narum, Sikma y Bélathar junto al pájaro, se dispusieron a subir al terrado para contemplar el espectáculo desde un lugar privilegiado. Habían preparado algo de comida para cenar y se tumbaron bajo las estrellas, en lo más alto del edificio, para proseguir con la conversación con la mágica fiesta de telón de fondo.

- Bélathar, y ¿qué ha sido de ti durante todo este tiempo? –era el turno de Narum que había observado que el firmamento desde Govanem era bastante parecido al visto desde la Tierra.

- Pues mira –empezó la chica mientras a su alrededor, de todos los rincones, ráfagas de cohetes estallaban dibujando palmeras, sauces o árboles frutales en el cielo-, después de que Halaus me diera

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su colgante, que guardo con mucho cariño –Bélathar, al igual que Narum, también sonreía al pronunciar el nombre de su etéreo amigo-, Gregor y yo nos dirigimos a paso ligero hacia el teletransportador que usamos el primer día para entrar en la Cúpula y que da al interior del volcán –tomó una bocanada de aire para seguir con la narración de los hechos-. Como ya muy bien sabéis, en la Cúpula se estaba librando una feroz batalla que se iba extendiendo velozmente por los distintos pasillos, de tal modo que no tardamos en vernos involucrados en ella –Bélathar jugueteaba con la correa del colgante de Halaus-. Yo, con mi pobre pendiente color lodo, me limitaba a no ser un estorbo para Gregor y a intentar esquivar los posibles ataques que se perdieran en mi dirección. Finalmente, después de no poco rato de pelea, pudimos escabullirnos en dirección al teletransportador. Lo alcanzamos sin más percances y salimos al exterior –hasta entonces la narración de Bélathar había sido fluida, pero llegado ese punto, su cara fue espejo del amargo recuerdo que guardaba de aquellos momentos-. Llovía, el cráter del volcán había sido volatilizado, la nave de Newt se alzaba triunfante sobre la despedazada Cúpula y cada vez abría más boquetes en su débil estructura –su voz se iba enturbiando-. Desde allí fuera, se oían amplificados los gritos de horror, los llantos, las súplicas… de entre los múltiples cadáveres, el cuerpo de Imanta colgaba de una percha ensangrentado… era dantesco, un verdadero infierno… –lágrimas habían empezado a brollar de sus ojos, Narum se acercó para abrazarla- Gracias… –musitó secándose con la túnica- entonces –prosiguió-, vi como vuestra nave escapaba del planeta y os deseé buena suerte. Esto me devolvió la esperanza –suspiró-. Acto seguido, sin perder ni un minuto, Gregor me agarró de la mano y me arrastró a

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través de la espesa cortina de lluvia sin ser vistos –Bélathar se había sobrepuesto y había recobrado el ritmo vivo de la narración-. No tardamos en llegar a la cima del cráter contiguo y nos adentramos en él. Ya a cubierto, observé que nos encontrábamos en un diminuto hangar y pensé que en Equam más de un volcán debía esconder construcciones parecidas. Finalmente, subimos a una pequeña aeronave y pudimos escapar del planeta. Luego, estuvimos vagando por el espacio durante muchas horas para distraer a nuestros posibles perseguidores. Atravesamos una docena de agujeros de gusano de todos los colores y nos detuvimos en Capcut, centro neurálgico de la Unión Interplanetaria. Allí fue donde Gregor se despidió de mí, después de darme un billete de vuelta a Govanem con escala a Chamán, el también llamado planeta del amor… –con aquel bonito detalle, Bélathar dio por concluida la explicación.

En lo alto del edificio hacía un poco de frío, el viento soplaba con suavidad, aunque constante, y la calidez del espectáculo de los fuegos se había ido apagando. Era hora de descansar, recordando los felices momentos en la habitación de la Cúpula en sus acogedores compartimentos, todos juntos, dormirían esa noche en colchones con gruesas mantas en la habitación de Bélathar. Abrieron la trapa que daba al interior de la casa, recogieron la cocina, se pusieron los pijamas deseándose las buenas noches y conciliaron el sueño.

El día siguiente se despertaron a media mañana.

Altaír se alzaba azul como siempre en lo alto del cielo. Sus rayos de luz penetraban por la ventana e inundaban la estancia de un aire embriagador. Bélathar, acostumbrada a aquella atmósfera, fue la

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primera en levantarse, después lo hizo Sikma y, finalmente, Narum, que deseaba que la noche se hubiera prolongado para siempre empujado por el sentimiento de pereza que le provocaba la idea de haber de continuar con el viaje, se estaba tan bien en la cama… precisamente de los próximos pasos a seguir en el trayecto fue de lo que hablaron una vez los tres estuvieron aseados y desayunando en la cocina.

- ¿Y ahora qué vamos a hacer con el pendiente? –preguntó Bélathar.

- La intención es ir a ver a Gregor para devolvérselo… –respondió Narum sin convicción- y es que por el momento no nos ha traído casi nada bueno…

- En eso tienes razón –de nuevo Bélathar-. Además nosotros ya hemos cumplido con creces con nuestra parte, evitamos que cayera en poder de Newt ¿no?… creo que no se nos puede pedir más.

- De hecho muy bien no sé si hemos cumplido con nuestra parte porque tampoco sabemos cuál es –matizó Narum- y eso es lo que me mantiene intrigado y lo que me gustaría descubrir… llegar hasta el fondo de la cuestión, hallar hasta el más mínimo detalle del conflicto en el que se ve inmerso el universo –se detuvo-. Sino, ya habría destruido el pendiente de una vez por todas… si supiera cómo hacerlo… pero debemos ser prudentes… no sabemos el verdadero alcance de nuestras acciones…–terminó para sus adentros.

- Lo que está claro es que de todas formas tenemos que ir a ver a Gregor –intervino Sikma que hasta entonces se había mantenido a la escucha.

- Estoy de acuerdo contigo –convino Bélathar-, a ver si nos aclara un poco más las cosas.

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- Tened en cuenta que por lo que parece nosotros estamos al teórico servicio de la Unión, pero tampoco sabemos cuáles son sus intenciones, ni cuáles son sus convicciones… –empezó a razonar Narum rompiendo el hilo conductor de la charla- estamos aquí porque ellos nos escogieron, por la razón que fuera, no por voluntad propia. Por lo que sabemos hasta el momento, a mí me parece que la Unión es una organización interplanetaria que ha perdido su fin inicial y que ahora sirve a intereses de unos pocos privilegiados. Tenemos que saber qué les mueve y entonces decidir de qué lado estamos. Pensad que disfrutar de los pendientes supone una gran ventaja sobre los demás y más, si estos otros tienen poca capacidad de reacción –Narum iba saltando de un pensamiento a otro sin orden aparente-. Los pendientes pueden ser una fuente de chantaje, tenerlos en tu poder significa poseer la herramienta para someter coaccionando, reprimiendo o amenazando con usarlos –Narum se había entusiasmado con su disertación.

- Bueno Narum –dijo Bélathar dándole unos golpecitos en la espalda para frenarle un poco-, creo que todo esto se escapa un poco de nuestras manos y que sería mejor dejárselo a quienes les incumbe, ¿no crees?

- ¡No Bélathar! No tenemos que desentendernos del mundo. Es muy fácil librarte de las cosas, olvidarte de ellas y luego culpar a los otros si algo sale mal… ¡no! Nos incumbe a todos. Es necesario que lo aceptemos y que afrontemos la responsabilidad que tenemos, –Bélathar le miraba perpleja-. No, perdona… es que me he exaltado… –se disculpó- ya sé que esa no era tu intención, pero es un asunto importante. Se nos ha presentado la oportunidad de intervenir en algo

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grande que puede repercutir en muchas vidas y debemos actuar lo más correctamente posible…

- ¿Y qué es para ti actuar correctamente? –preguntó Sikma sin malicia.

- Bueno, no sé… –empezó Narum dubitativo- para mí, diría que es actuar teniendo en cuenta la situación de todas las partes implicadas en la medida de lo posible… primero se tiene que tener la voluntad de escucharlas y comprenderlas, luego se sospesan los beneficios y perjuicios que supondrían las distintas actuaciones –hizo un breve inciso-. Ten en cuenta que un mismo beneficio para alguien bien asentado no supone la misma mejoría que para alguien sin nada –y prosiguió-. Y finalmente se toma una decisión. Puede que no sea la correcta, pero lo importante, también, es que al menos hayas actuado con la más buena voluntad –vaya rollo había pegado.

- Puede que me hayas convencido –confesó Bélathar pensativa-. Puede que sí que nos incumba también a nosotros… –suspiró-. ¡Tíos! –dijo aligerando el ambiente- ¡Parece que nos estemos montando una gran paranoia, pero lo mejor de todo es que hay posibilidades reales de que algo de todo esto sea cierto! –sonrió animada.

- Sí, entonces está claro –sentenció Sikma con decisión-, si queremos saber lo que hay, ¿qué mejor para salir de dudas que ir a visitar a Gregor?

Y así lo hicieron, pero acordaron que no irían los tres. Era prudente que alguien se quedase atrás para poder avisar, pedir ayuda o lo que fuera en caso de que hubiera algún percance durante el trayecto. Bélathar fue la elegida por unanimidad, ella vivía en Govanem y la madre de Sikma trabajaba en Capcut para la Unión y no sabían si les podría ser de utilidad. Así pues, compraron dos billetes hacia Capcut con el dinero que

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le había sobrado a Narum del ya lejano viaje a Govanem. Los dos chicos seguirían la ruta inversa que la recorrida por Bélathar unos días antes, ruta que iba de Capcut a su planeta, pasando por Chamán. El pájaro, que había estado ausente toda la mañana, también iría con ellos a ver a Gregor con la esperanza de que éste supiera como devolver a Elha a su estado habitual.

Eran las quince hadas en Govanem, hora de partida de la nave y de una nueva despedida para ellos. Bélathar les acompañó al aeropuerto interestelar que flotaba sobre el océano en una gran plataforma de sícal y en el que Narum había pisado por primera un planeta extraterrestre. Ya subiendo a la nave les deseó buena suerte y les hizo prometer que contactarían con ella tan pronto como pudieran. Unos minutos más tarde, Narum, Sikma, Thoor y el quetzal volvían a navegar por el desierto vacío del espacio.

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XVIII

“Chamán, planeta que orbita alrededor de Sirius, estrella principal de la constelación de Canis Major observable en invierno al lado de Orión en el hemisferio norte terrestre. Ésta posee un radio dos veces mayor que el Sol y es unas treinta veces más luminosa que el astro rey. Sirius se encuentra a casi nueve años luz de la Tierra y a veinticinco de Altaír. Su sistema está formado por cinco planetas, el mayor de los cuales es Chamán que, a su vez, es el tercero más cercano. Éste tiene un tamaño de cuatro globos terráqueos y está cubierto en su mayor parte por espeso bosque lluvioso…”. Esta información la estuvieron leyendo durante el trayecto Narum y Sikma en una de las guías que se había traído el primero consigo. Por lo visto, Chamán debía ser un planeta bastante importante, ya que en la guía sólo aparecían una decena de ellos. Narum supuso que estaría incluido por su gran proximidad a la Tierra.

La nave, nada comparable a la Solar Voyager 4235 en tamaño, pero muy superior a ella en tecnología, ya había cruzado el último agujero de gusano y se aproximaba a gran velocidad a su destino. Una vez hubieran hecho el desembarque, los chicos tendrían que esperar más de treinta-y-seis horas equamenses antes de tomar otra nave que les llevaría hacia Capcut. Durante todo aquel tiempo libre, habían acordado echar un vistazo por las proximidades del puerto

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intergaláctico para distraerse un poquito. Querían aprovechar para desconectar aún más de todo lo relacionado con la Unión antes de volver a enfrentarse cara a cara con Gregor. ¿Quién les iba a decir que los problemas aún no habían hecho más que empezar, quién les iba a decir que en Chamán les aguardaba la fatalidad…

La nave terminó por chamanizar. Narum, Sikma y el quetzal descendieron de ella y éste último echó a volar al instante, se encontraba como en casa, Chamán era naturaleza en estado puro. La plataforma de aterrizaje estaba hecha de troncos atados entre sí por cuerdas de cáñamo. De ella bajaba una escalera, también de madera, que conducía hasta una caseta hecha de cañas de bambú y con el tejado de paja, que resultaba ser el punto de información. Aparte de estas dos rudimentarias construcciones no había ningún indicio más de civilización, todo lo demás era selva. A Narum le parecía genial, era el sitio idóneo para descansar y olvidarse de todo. El lugar le recordaba a algunas imágenes que había visto en sus libros de texto que hablaban de épocas pasadas. Era como una mezcla entre distintas culturas indígenas autóctonas del Amazonas y de la Polinesia.

Los dos se dirigieron al punto de información como hacían los demás pasajeros. La cola avanzaba con celeridad y pronto fue su turno.

- Bienvenidos a Chamán –les saludó amablemente el joven que les atendía-. ¿En qué les puedo servir?

Narum y Sikma no sabían qué decir. Se habían dirigido hacia allí por inercia, pero no habían pensado en qué pedir una vez llegaran.

- Mmm… –empezó dubitativo Sikma- ¿nos puede decir qué podemos visitar cerca del puerto? Es que sólo vamos a…

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- Aaahh… veo que es la primera vez que venís por aquí –le interrumpió bruscamente el recepcionista antes de lanzar su ofensiva comercial-. Si les interesa les puedo ofrecer una guía completa de qué hacer en Chamán, está a muy buen precio y para vosotros os haría un descuento especial –concluyó satisfecho ya preparando la calculadora.

- No, no… –intervino Narum- si sólo vamos a estar aquí unas horas. Tenemos que esperar la siguiente nave que parte hacia Capcut –apuntó prudentemente echando a perder los planes del empleado.

- Ah, Capcut –dijo el joven con sequedad-. No sé si les habrán informado que para ir a la capital de la Unión, antes tienen que rellenar unos formularios, incluso si alguno de ustedes residiera habitualmente allí –sonrió triunfante.

- Pues no, no nos habían dicho nada –confesó Sikma perplejo.

- Oh, qué mala suerte han tenido –dijo el chico con falsedad-. Aunque tengan los billetes no podrán subir a la nave sin la documentación necesaria. Ahora tendrán que regresar a Govanem a solicitar los impresos y volver dentro de… ¡mucho tiempo! –les endosó enrabietado- ¡El siguiente! –vociferó.

- ¡Cómo que el siguiente! –soltó Sikma alterado golpeando el mostrador- ¡Dénos los malditos formularios o le arranco la cab…

Sikma no pudo terminar la frase. La situación se les estaba escapando de las manos. La multitud de gente que esperaba detrás suyo se estaba impacientando, el joven que les atendía, asustado, había dado la alarma y, como un resorte, las fuerzas de seguridad habían aparecido como conejos de detrás de los árboles.

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- Espera, espera, espera… –intentó calmar los ánimos Narum- no hay por qué ponerse nerviosos. ¿A que no? –interrogó al joven de la caseta- Si le compramos la guía de este acogedor planeta seguro que nos podrá facilitar la documentación necesaria para viajar a Capcut, ¿no es así?

- Puede que sí, puede que no –ahora ya más calmado se hacía el remolón en vista de los beneficios que podría sacar de aquella situación.

- Explíquese –le pidió Narum educadamente. Hacía rato que Sikma se había girado de espaldas

para no ver aquel canalla y así poder reprimir sus deseos de cumplir con su amenaza. Aún así, su paciencia se estaba agotando y suerte que Narum le había puesto la mano en el hombro para tranquilizarlo que sino ya la tendríamos liada otra vez.

- Miren, aparte de comprar la guía, su amigo tiene que pedirme disculpas y usted debe abonarme cien reales como compensación al trato recibido –sentenció intransigente el chico disfrutando de su ventajosa postura.

Y empezó el regateo. ¡Veinticinco! ¡Ochenta! ¡Cincuenta! ¡Hecho! Narum lo consideraba totalmente injusto, pero no tenía ganas de discutir porque tenían las de perder. Además, cincuenta reales aún podían permitírselo. Muy apacible de entrada parecía aquel planeta, pero por desgracia, sus ocupantes ya se habían contagiado del mal hacer exterior. Resignados, dieron el dinero al recepcionista, Sikma le pidió disculpas de mala gana y éste les indicó…

- Unos quinientos pasos en aquella dirección –dijo señalando hacia la densa masa de árboles-, encontraran un caminito que va resiguiendo un arroyo. Una vez allí, id andando hacia la derecha unos quinientos pasos más hasta que veáis una caseta parecida a esta. Ellos

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sabrán qué hacer con vosotros –concluyó mostrándose magnánimo-. El siguiente por favor…

Y así lo hicieron, se adentraron en la selva decididos a hallar una solución a todo aquel lío de papeleo que aún no sabían muy bien si era verdad o si se lo había inventado aquel tipo como represalia por no haberle comprado de primeras la dichosa guía de Chamán. Unos diez minutos más tarde, aún no habiendo encontrado el camino, Sikma protestó.

- Tío Narum, que ese tío sólo quería librarse de nosotros de una vez por todas –se quejó malhumorado.

- Puede que sí –dijo Narum encogiéndose de hombros-, pero muy a pesar nuestro, solamente hay una forma de averiguarlo.

- Seguir andando –resopló Sikma dejándose caer al suelo.

Narum le ayudó a levantarse y los dos siguieron con la marcha. Las gruesas túnicas se les pegaban al cuerpo, los pies se les hundían con cada zancada, había mucha humedad. A su alrededor, afortunadamente, relajantes, miles de sonidos distintos componían una agradable melodía de soleado día de primavera. El rumor de las hojas de los árboles, el canto de los pájaros, el brollar del agua en el río… ¡agua! El arroyo no debía andar muy lejos. Incrementaron el ritmo y, unos metros más allá, dieron con el camino descrito por el infame trabajador. Esta vez sí, tal como les había descrito, a unos quinientos pasos, había otra caseta de madera. Se acercaron a ella y otro joven les atendió.

- Buenos días. ¿En qué puedo servirles? –se ofreció amablemente emulando a su compañero.

- Nos han enviado aquí para obtener los impresos necesarios para viajar a Capcut –explicó Narum.

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- Ah, no, no –ya estábamos otra vez-. Nosotros sólo expedimos formularios de viaje para chamanes. De los demás se encargan los del punto de información del puerto intergaláctico –les informó.

- ¡Cómo que se encargan los del puerto! –estalló de nuevo Sikma- ¡Pero vosotros qué os habéis creído!

- Tendré que pedirles que se vayan si no cambian su actitud –avisó el chico tajante.

- No, no, perdone –se apresuró en disculparse Narum reprobando el comportamiento de su amigo con la mirada-, es que debe haber habido un malentendido. Mire, le explico… –iba a aclarar Narum con la más buena voluntad- los del punto de información han sido los que nos han dirigido hacia aquí diciéndonos que vosotros sabrías qué hacer…

- Eso es problema suyo –le cortó de nuevo el joven-. Como ya les he dicho, aquí solamente expedimos impresos de viaje para seres nativos de Chamán.

- Dile que somos chamanes –le susurró Sikma a la oreja de Narum.

- Es que nosotros lo somos… –intentó mentir éste con poca gracia frunciendo el ceño.

- Sí, ya se ve por la ropa que llevan… –replicó con sorna el empleado.

- A ver –comenzó Sikma controlando su temperamento-, yo lo que no entiendo es que siendo yo, ahora sí, nativo de Capcut, tenga que hacer papeles para ir a mi casa, ¿entiende?

- Independientemente de que le entienda o no señor, eso es algo que está fuera de mi alcance, así que si me disculpan, tengo trabajo que hacer –concluyó y no les volvió a dirigir la palabra.

En vista del éxito, Narum y Sikma se dieron momentáneamente por vencidos. No había nada que

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hacer, la burocracia siempre era igual. Debido a su poca experiencia en ese tipo de asuntos, se alejaron de la caseta sin tan siquiera preguntar cómo debían proceder a continuación y se adentraron en la selva sin objetivo alguno. Ya volverían a la carga más adelante…

Entretanto, con todo aquel alboroto, habían

transcurrido más de tres horas equamenses y, sin hacer ruido, había llegado a Chamán una visita inesperada. Newt estaba a punto de aterrizar e iba en busca del pendiente. Esta vez no tenía la intención de fracasar. Finalmente, un contacto en Govanem le había vuelto a poner sobre la pista de los chicos y ahora atrapar a sus inexpertas presas sólo era cuestión de tiempo. Narum y Sikma, que yacían abatidos intentando encontrar alguna salida a su extraña situación, hubieran estado totalmente desprovistos si no fuera porque el quetzal, que desde la llegada al planeta había ido por su cuenta, se precipitó sobre ellos dando pitidos de alerta. A lo lejos, entre las copas de los árboles, vieron como la nave de su rival descendía lentamente.

En los segundos iniciales, el miedo les invadió el cuerpo. Se levantaron del suelo como un resorte y se interrogaron el uno al otro con la mirada. La inquietud se había apoderado de ellos haciéndoles temblar los músculos en tensión preparados para una huída inminente. La nave de Newt estaba cada vez más cerca de contactar con Chamán y por sus cabezas sólo se repetía un pensamiento… no ser descubiertos.

Narum intentaba recobrar la calma respirando profundamente y Sikma había empezado a morderse las uñas compulsivamente; Newt ya debía haber descendido y ahora era su turno el de mover ficha. No podían quedarse ahí parados, estaban a muy pocos

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metros del puerto intergaláctico y Newt no tardaría en descubrirles, tenían que alejarse de inmediato. Narum emprendió una marcha a ritmo ligero en dirección opuesta a donde suponían que se encontraba su oponente, Sikma le siguió de cerca nunca dejando de mirar angustiosamente hacia atrás a cada paso que daban. Avanzaban velozmente por entre la frondosa selva esquivando todo tipo de obstáculos. Ramas, raíces y charcos se interponían en su camino dificultándoles la marcha. El quetzal, delatando involuntariamente su posición, flotaba unos metros más arriba sobrevolando el denso mar de hojas. Newt, desde lejos, observó el extraño comportamiento del pájaro y, como si de intuición se tratase, lanzó su ofensiva en aquella dirección. Aquella vez iba a mostrarse esplendoroso, descargaría todo su poder sin piedad como de costumbre, nadie iba a escapar con vida de sus garras, él ya había sido demasiado benevolente en su primer encuentro con los chicos y ahora no tenía ni la más mínima intención de volver a fracasar en su misión de apoderarse del blanco pendiente.

Narum y Sikma notaron como todo empezaba a temblar a su alrededor, la tierra, los árboles, el agua… habían sido descubiertos. Se tumbaron al suelo, agachados, el uno junto al otro, susurrándose instrucciones sobre la estrategia que tenían que seguir a partir de aquel momento. El quetzal también había descendido a su nivel y se refugiaba bajo las túnicas de sus amigos. No podían quedarse allí, las raíces de los árboles estaban siendo arrancadas por una fuerza misteriosa y se estaban elevando hacia los cielos. Pronto quedarían al descubierto, tenían que actuar con inmediatez si no querían verse sorprendidos, y así lo hicieron. Conjuntamente, crearon una especie de

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torbellino que fue taladrando la tierra y saltaron al hoyo que éste había cavado. Luego, sin perder un instante, volvieron a cubrir el agujero y continuaron filtrándose, como lo hace el agua, por las entrañas de Chamán. Aquel escondite, aunque no les mantendría a salvo para siempre, les iba a proporcionar un poco más de tiempo.

Sería una lucha desigual, Newt, el más alto mandatario de la Federación Intergaláctica cuyo pendiente reflejaba el máximo control de su mente, contra Narum y Sikma, dos jóvenes principiantes con mucha imaginación acabados de salir precipitadamente de la Cúpula, que justo ahora empezaban a poseer un control razonable de sus poderes. Eso sí, había que tener en cuenta que el pendiente sólo indicaba el dominio que cada uno tenía de su magia, no su talento ni su capacidad real, por lo tanto, aunque fuera poco probable, siempre podía haber sorpresas y un duelo entre un pendiente negro y otro de inferior nivel, nunca estaba plenamente decantado hacia el primero.

La batalla continuaba en sus fases iniciales. Newt, que había creado una gran explanada en busca de sus adversarios, no quería perder tiempo con juegos de niños y, en vista de no haberlos encontrado, se disponía a levantar toda la superficie de Chamán hasta dar con ellos. Narum y Sikma ahora debían hacer frente a un gran dilema, ¿dejarían que Newt destruyese todo el planeta perjudicando a sus inocentes habitantes o saldrían de su escondite exponiéndose a caer derrotados y a perder el pendiente con sus terribles consecuencias posteriores? Analizando fríamente la situación, sabían que tenían pocas posibilidades de salir victoriosos de aquella afrenta, pero también sabían que tarde o temprano tendrían que plantarle cara a Newt porque éste les terminaría encontrando.

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Así pues, se decidieron por la segunda opción, ya que de ese modo al menos salvarían a Chamán por el momento. Iban a luchar con todas sus fuerzas, iban a darlo todo, defenderían el pendiente con su vida, se olvidarían de la Unión Interplanetaria, no se sentían representantes de ella, eran representantes del universo entero, de la paz, no sabían qué iban a hacer después con el pendiente, pero sí que sabían que no debía caer en manos de Newt.

Envalentonándose, para ahuyentar las dudas y el miedo, emergieron con decisión fugaces del suelo con un rugido a todo pulmón que retumbó por toda la región. Ya estaban frente a su adversario, con la adrenalina al cien por cien, no muy seguros de sí mismos, pero sin posibilidad de vuelta atrás. Además, esa sería una gran ocasión para vengar a Halaus, aunque Narum no era partidario de matar a nadie, creía que si no se enfrentaba a Newt contemplando esa posibilidad, sin reservarse lo más mínimo por temor a liquidarle, nunca podría vencerle, ya que él no era superior a su adversario… todo lo contrario. Si se daba la oportunidad de no hacer daño a su oponente, no sería cruel con él, pero no iba a dejarse vencer solamente por haber tomado excesivas precauciones, había demasiado en juego.

- Sois valientes y eso me motiva –inició Newt provocativo-, aunque la valentía también puede ser vuestra perdición… os aconsejé que me dierais el pendiente en nuestro último encuentro y ya visteis como os fue. Ahora no os lo volveré a pedir ni tampoco tengo la intención de ser clemente con vosotros –les advirtió en tono amenazador-. Ateneos a las consecuencias, aunque vuestro nivel haya aumentado sorprendentemente en tan poco tiempo, no

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tenéis ninguna posibilidad contra mí –terminó con desprecio mostrando su suficiencia.

- Supongo que tienes razón –afirmó Narum sin mostrar signos de debilidad- y es por eso que puede que colaboremos contigo si nos cuentas cuáles son tus planes para el pendiente –mintió intentando distraer la atención de Newt para que Sikma tuviera tiempo de preparar su ofensiva.

- No sé por qué os tengo que dar ningún tipo de explicación a vosotros –replicó Newt intentando seguir en su línea, el cambio de actitud de Narum le había cogido totalmente desprevenido-. Además, ya os he dicho que se acabaron las concesiones y con esto ya me estoy extendiendo demasiado –finalizó.

- Vamos Newt –insistió Narum amigable-, no tienes nada que perder. Fíjate, hasta puede que te ahorres una pelea, por muy fácil que sea, y que ganes dos posibles aliados… –se lo presentó lo mejor que pudo- y si no –dijo teatralmente-, siempre puedes eliminarnos cuando te plazca. Estamos a tu merced… –se inclinó.

- Muy bien, aunque no sé a qué es debido este cambio, tienes razón, siempre puedo aplastaros como hice con vuestro amigo y como haré con el estorbo que supone la Unión en mi carrera por el control de todo el universo en cuanto me haga con el pendiente –proclamó retador concluyendo a carcajadas.

A aquellas alturas Sikma ya estaba preparado. Aprovechando que Newt no le había prestado atención durante la conversación que éste había estado manteniendo con Narum, había construido a sus espaldas un gigantesco cubo de tierra, abierto por una de sus caras, que caería inminentemente sobre ellos sumergiéndolos en la más absoluta oscuridad, tratando, de esa forma, de reproducir la desalentadora atmósfera

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del planeta de los Antiguos que ellos ya habían vivido. Los dos, así, esperaban obtener en la noche, el frío y la soledad, una ligera ventaja sobre su oponente.

- Yo de ti no me reiría tanto –le avisó Narum-. Newt prepárate para experimentar el más absoluto abandono –dijo con voz fúnebre mientras las tinieblas se iban cerniendo sobre aquella parte de Chamán.

- Necios… –pronunció éste para sus adentros… y cayó la oscuridad.

Silencio. Nada ni nadie se movía. Narum y Sikma intentaban sentir perturbaciones a su alrededor que les indicaran lo que estaba sucediendo tal como habían aprendido en el lago de erta. Únicamente el pájaro, sorprendentemente el quetzal, era el que estaba moviendo ficha y volaba a ciegas en dirección al inmóvil Newt. ¿Qué pretendía aquel animal? Aunque, ¿y si fuera Elha la que ahora gobernaba sus acciones? Newt eso no lo podía saber y qué mejor para ellos que éste tuviera que estar pendiente de tres y no de dos. La baza del pájaro, aunque no sabían qué alcance podía tener, les daría más libertad de movimientos y capacidad sorpresiva. Narum y Sikma leyeron la jugada rápidamente. El primero insistiría en su intento de transmitir a su oponente la sensación de inseguridad, de acecho inminente que reproduciera un angustiante clima de tensión y nerviosismo y el segundo actuaría justo después del inesperado lance del quetzal para aprovechar la momentánea confusión que provocaría éste en Newt. Muy a su pesar, los inexpertos combatientes subestimaron la enorme capacidad de reacción que poseía su rival.

El ave estaba a punto de contactar con su objetivo. Newt siguió a la expectativa unos instantes más y no intervino, confiado, hasta que éste estuvo a sólo unos palmos de él. Entonces, con la mano izquierda rígida,

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le intentó golpear para sacárselo de encima, pero el quetzal reaccionó a tiempo y rodeándose de una aureola azulada, esquivó veloz el ataque. Newt se quedó perplejo, ¿qué había en aquel animal? Pero no tuvo tiempo para reflexionar sobre el asunto porque por detrás de él ya se le avecinaba un potente rayo púrpura proveniente de Sikma. Newt dio media vuelta y encaró la ráfaga para luego desviarla sin ningún tipo de esfuerzo hacia la derecha también con la mano izquierda. Acto seguido, con la otra, disparó una dura descarga contra su atacante. El relámpago impactó en el pecho de Sikma y el rayo del que se había librado previamente lo hizo en el quetzal. En unos segundos Newt hubo fulminado dos pájaros de un tiro.

Ahora era Narum quien se encontraba solo. Sus débiles golpes psicológicos habían tenido escasa repercusión y parecía que sus efectos se estaban volviendo en su contra. Nada se movía a su alrededor, estaba nervioso, inquieto, sentía que de cualquier parte podía aparecer Newt para acabar con él… frío… frío en la espalda. Todo estaba saliendo mal, no sabía si Elha, Sikma y el quetzal estaban bien, ahora sólo quedaba él, solo ante el peligro, solo ante la muerte.

No podía rendirse, no. Tenía que encontrar una vía de escape, una milagrosa solución como había hecho durante todo el viaje. Pero no llegó, aunque misteriosamente… el frío empezaba a desaparecer. Un agradable foco de calor había emergido cerca de él e iba incrementando su temperatura. Narum, reconfortado, ojeó a su alrededor para saber de qué se trataba y, por desgracia, vio que Newt era la agradable fuente, Newt que estaba acumulando energía, Newt que la liberaría en una devastadora explosión. La temperatura había pasado a ser infernal y Narum únicamente tuvo tiempo de crear una endeble esfera

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protectora antes de verse arrastrado por la brutal corriente causada por la deflagración. A continuación, impactó con una de las paredes laterales del enorme cubo de tierra construido por Sikma y salió despedido hacia el exterior mientras veía como éste reventaba en mil pedazos dejando, tras de sí, una cegadora luz amarillenta. Unos instantes más tarde, se hallaba tendido en el suelo fangoso lleno de magulladuras y rasguños. Levantó la cabeza tieso, Newt se alzaba imponente en el cielo teñido de rosa y a sus pies, también en el suelo, malheridos, se encontraban Sikma y el quetzal preparados para recibir el golpe definitivo. Narum contemplaba la escena impotente, respiraba a trompicones, cada vez más deprisa, no podía permitirlo, no lo iba a permitir. Unas lágrimas de rabia brotaron de sus ojos y sacando fuerzas de flaqueza despegó como un rayo hacia Newt atacando irreflexivamente a la desesperada. La colisión era inminente, la velocidad de Narum era endiablada, sólo faltaban unos metros…

- Necio –repitió Newt altivo. Pero se llevó una sorpresa. Narum flasheó un

destello cegador frente a él a falta de tres segundos y dispersó unas ráfagas de distracción a su alrededor que pasaron rozando la túnica de su adversario. Luego, apareciendo de detrás de la intensa cortina de luz, le asestó un severo golpe cabeza contra cabeza. Del duro impacto se abrió una fonda brecha en la ceja de Narum salpicando de sangre la cara de Newt que salió proyectado con violencia hacia atrás.

Narum no tenía la intención de parar y perder la ventaja ganada, así que continuó con su embestida persiguiendo a su rival en el aire. Éste se detuvo extendiendo su cuerpo utilizando la túnica de vela. En la operación la capucha dejó descubierto su pelo alvino

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al viento. Después encaró al bólido que se le acercaba y alargando el brazo y abriendo la mano derecha al máximo, interponiéndola en su trayectoria, lo frenó en seco.

- Necio –vociferó ahora Newt colérico. Narum no podía moverse, su contrincante le había

paralizado por completo. Lo intentaba con todas sus fuerzas, pero no lo conseguía, todas sus tentativas resultaban en vano. Newt se le acercó lentamente. Estaban cara a cara, le tenía completamente dominado, ahora a Narum sólo le quedaba esperar.

La araña contemplaba con parsimonia a su indefensa víctima. Con un dedo le fue resiguiendo despacio el contorno del rostro. Luego fue descendiendo, poco a poco, pasando por cuello, pecho, hasta detenerse en el bolsillo. Metió furtivamente la mano en él y sacó el preciado botín. Ya era suyo, después de tanto esfuerzo y deseo lo había conseguido, el pendiente blanco estaba en su poder. Narum observaba como su objetivo fracasaba, como el destino del universo daba un vuelco no deseado, como su vida y la de sus amigos pendía de un hilo que en cualquier momento se podía romper… Newt no había terminado, ahora le quitaba la capucha… conciente de su superioridad, se recreaba en todos sus movimientos. Pasaba la mano, que no estaba usando para inmovilizar a Narum, dulcemente por el pelo del chico, deslizándola por la frente y virando hacia el fondo hasta contactar con su oreja, la oreja de donde colgaba su insignificante pendiente violáceo. Se lo quitó sin piedad arrebatándole de ese modo gran parte del acceso a su magia. Narum ahora se sentía débil, sin energía, la mano abierta de Newt, que le mantenía inmóvil, se estaba cerrando lentamente oprimiéndole el corazón hasta que se clausuró en un puño. Medio

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inconsciente, veía como Newt se elevaba hacia el cielo ¿o era él el que caía? Esto no iba a quedar así se decía, pero su cuerpo ya no le respondía, no le quedaba ni pizca de fuerza. Su corazón cada vez latía más despacio, le invadía un profundo sueño, los ojos se le cerraban, la cabeza se abatía inerte… y un flash le sobrevino… blanco.

Narum reposaba muerto en los brazos de Sikma que se había recobrado demasiado tarde y que lo había recogido antes de que el cuerpo sin vida de su compañero contactara con el suelo. El quetzal perseguía a Newt en su huída hacia la nave. Al final le iba a alcanzar y pelearía con el villano triunfante que ya se había colgado el pendiente blanco de la otra oreja. Su rival, muy agresivo, conseguiría robarle el pendiente de su última víctima, que para éste no tenía ni el más mínimo valor, sólo iba a ser un botín más en su abundante colección de trofeos. El pájaro, exhausto, volvería entonces con Sikma que lloraba desconsolado abrazando con fuerza el cadáver de Narum.

- Narum vuelve… –le suplicaba Sikma- Narum vuelve… –sollozaba.

Estuvieron allí varios minutos bajo la atenta mirada de Sirius. Chamán se había convertido en un lugar desolado. Ya no se oía los pájaros cantar, ni el rumor de las hojas de los árboles, ni el fluir del agua… nada. Sikma se negaba a aceptar aquel terrible suceso. Aún con su amigo entre sus brazos, le acariciaba el pelo y frente a frente le pedía, con los ojos enturbiados, que volviera. El quetzal se hallaba acurrucado contra el pecho de Narum transmitiéndole en vano calor. Sikma, ya sin esperanzas, le volvió a poner con cuidado el pendiente que le había sido arrebatado anteriormente. Su esfera ahora era transparente, como en su primer día en la Cúpula. Sikma, finalmente, se levantó

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dejando el cuerpo de su amigo tendido en el suelo. Usando su afectada magia, cavó un agujero con dificultades y enterró allí a Narum. Chamán sería el lugar en el que reposaría eternamente. Newt ya había abandonado el planeta y Sikma se arrodilló sobre la tumba de su difunto amigo para dirigirle unas palabras de despedida.

- Adiós Narum, te quiero… –se despidió- adiós Narum, y siempre te querré… adiós Narum, adiós Narum…

Estos últimos vocablos se perdieron en el viento mientras Sikma se marchaba abatido para no volver a mirar nunca más hacia atrás. El quetzal permanecía sobre la tumba de Narum, sus ojos brillaban, su infinita cola ondeaba en el aire y, mirando al cielo, liberó un penetrante grito de dolor que se extendió por todos los rincones de Chamán. Unos segundos después, rompiendo el silencio, el planeta hizo honor a su nombre.

Calidez, la tierra se empezó a levantar y de su interior, como un ángel caído regresando a su reino, se elevaba, cara a las estrellas, el cuerpo de Narum. Su pendiente brillaba con luz propia, blanca, aún más intensa que Sirius, e iluminaba el árido paisaje de Chamán devolviéndole la alegría. Sikma dio media vuelta cautivado por lo que veían sus ojos, mientras el quetzal acompañaba a Narum en su ascensión. Ahora era todo su cuerpo el que resplandecía de forma intermitente, poco a poco, iba absorbiendo la revitalizadora luz emitida por el pendiente… magia. Unos instantes más tarde, la esfera ya no brillaba, se había oscurecido, era negra. Entonces Sikma se apresuró a recoger a su amigo que había vuelto a descender de las alturas.

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Narum se había realizado, la amistad, el amor, habían llenado los huecos que había en su corazón. Por primera vez, sentía en su interior una felicidad duradera y, gracias a eso, ahora éste podía volver a latir.

Narum y Sikma marchaban de vuelta hacia el

puerto intergaláctico de Chamán. El segundo aún miraba boquiabierto a su compañero sin terminar de creerse lo que había sucedido unos minutos atrás. El quetzal estaba posado en la mano del primero que andaba ligero, revitalizado, nunca volvería a ser el de antes. Los dos avanzaban en silencio, desde el retorno de Narum que sólo habían entablado una breve conversación, no había habido necesidad de más. Sikma, en cuanto éste había vuelto a respirar, se había quedado alucinado observándole. Luego, estuvieron los dos mirándose un buen rato fascinados y a la postre se abrazaron. Después iniciaron el camino de regreso al puerto y entonces sí que fue cuando por fin hablaron. Narum le dio las gracias a Sikma y acarició al quetzal. Sikma le contó lo que había ocurrido y, a la par, suspiraron aliviados descargando la tensión que habían acumulado hasta el momento.

Ahora una nueva preocupación les ocupaba, aunque de distinto modo que antes. El pendiente ya no estaba bajo su custodia, pero después de haber vivido todas aquellas aventuras por su causa, se sentían responsables de lo que sucediera con él. No podían quedarse de brazos cruzados, aunque pareciera que su papel en la historia había terminado, ellos aún se sentían parte de ella y, por eso, trataban de adivinar cuál debía ser su siguiente paso a seguir. Éste era el motivo por el que andaban en silencio, los dos se

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hallaban profundamente inmersos en sus pensamientos…

“Narum”. “Narum”. Oyó éste una voz que susurraba en su interior. “Narum soy yo Elha”. No podía ser, ¿Elha? Narum interrogó perplejo a Sikma con la mirada intentando descubrir si él también lo oía. No parecía ser así. “Narum, contesta, Narum…”. Decía la voz. Narum desconcertado paró su marcha y se puso las manos a la cabeza para concentrarse. Sikma observó el extraño comportamiento de su amigo y también se detuvo a la expectativa. “¡Narum venga tío despierta!” Sin duda alguna se trataba de Elha. “Narum, por favor, ayúdame… estoy muy lejos de aquí…”. Insistía la voz. Elha parecía angustiada. “Pero ¿cómo?” Intervino por fin éste estableciendo contacto. “¿No estabas con nosotros… en el pájaro?”. Dijo repasando incrédulo de arriba abajo al animal. “¿Pájaro? No… pero qué dices… me tienen cautiva”. Contestó Elha. “¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Quién?”. Soltó Narum abrumado. Aún no se lo acababa de creer. “Ahora no te lo puedo explicar… no hay tiempo”. La voz de la chica llegaba entrecortada. “¡Elha!”. Gritó Narum intentando que se quedara con él. “Ya volveré a contactar con vosotros más adelante. Ad…”. Se perdió la comunicación. “¡Elha!”. Repitió de nuevo el chico, pero todo volvía a estar en silencio.

- ¿Qué pasa? –preguntó por fin Sikma impaciente que había observado la preocupación en el rostro de Narum.

- Ah… –pronunció éste volviendo a la realidad- no te lo vas a creer… –empezó aún tratando de asimilar lo ocurrido- era Elha…

- ¿Elha? –interrogó Sikma de piedra- Elha… –suspiró a la vez que se le iluminaba la cara- pero ¿cómo? –reaccionó.

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- Parece que se ha comunicado telepáticamente… dice que no está en el quetzal –le informó Narum reconstruyendo también para sí mismo lo sucedido-, que está lejos, raptada… –hablaba despacio intentando comprender los hechos.

- ¿Raptada? ¡Qué! –se alarmó Sikma- ¿Cómo? ¡Dónde!

- No lo sé… no me lo ha dicho… parecía angustiada –confesó pensativo el otro-. Antes de que se cortara la comunicación, prometió contactar con nosotros de nuevo… pero no sé nada más…

- No entiendo nada –admitió Sikma intentando aclarar sus ideas-. ¿Y entonces el pájaro? –apuntó otra cuestión que quedaba en el aire.

- No lo sé… –dijo Narum mirando con ternura al quetzal-. No tengo ni idea… todo esto es muy extraño… –le iba dando vueltas al asunto-. Además, lo que tampoco entiendo –prosiguió- es ¿cómo pudo Elha escapar del agujero negro? –reflexionó confuso.

- A ver, recapitulemos, que esto se está complicando mucho –afirmó Sikma que quería poner un poco de orden-. Por un lado, Newt se ha apoderado del pendiente y tendríamos que comunicárselo a Gregor, o sino, actuar de algún modo al respecto… –se pausó- por el otro, aparece Elha, que creíamos dentro del pájaro, afirmando que está raptada y pidiéndonos ayuda. Evidentemente, también tenemos que actuar al respecto –terminó Sikma que había recibido una inyección de moral con la reaparición de su chica.

- Hasta ahí estoy de acuerdo contigo –asintió Narum-. Pero, por ahora, desafortunadamente, no podemos hacer nada con respecto a Elha. Nos tenemos que contentar con la noticia de que sigue viva y tenemos que esperar a que vuelva a contactar con nosotros… –inspiró profundamente- En definitiva –

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concluyó-, creo conveniente ir a ver a Gregor de inmediato para ponerle al corriente de todo y para que nos explique algo más de la Unión y la Federación, de los pendientes y de sus ladrones, del enigma del quetzal y bueno, no sé, del universo en general.

Y así lo hicieron. Reemprendieron la marcha hacia el puerto intergaláctico de Chamán y, aprovechando las enormes posibilidades del actual nivel de control de Narum y con algo de ayuda del ya olvidado Thoor, se colaron sin dificultades en la siguiente nave dirección a Capcut.

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Parte II

I

Capcut era un planeta singular, distinto a todos los que Narum había visitado hasta el momento. Capcut era el máximo exponente de la civilización, tal como le había contado Sikma durante el trayecto, allí, si no se quería, no había necesidad de trabajar, era un planeta destinado a la realización de los individuos, cada uno hacía lo que más gustaba con total libertad. Todo el mundo, por el sólo hecho de habitar allí, tenía derecho a una vivienda y a una renta fija de por vida, dividida en varias partes, cada una destinada a las distintas necesidades de sus habitantes, alimentación, mobiliario, ocio, complementos… las máquinas se encargaban de todo lo demás y los trabajos que éstas no pudieran realizar, como tareas legislativas, sanidad… eran cubiertas por voluntarios cualificados que recibían un incremento, siempre regulado y con un límite estipulado, en sus rentas fijas. De este modo no había diferencias sustanciales entre distintas clases sociales que crearan ningún tipo de conflictos entre ellas. También en las escuelas, para evitar que en un futuro la gente viviera sin motivaciones y apalancada en sus casas, había un amplio y sólido programa que insistía en la necesidad de mantenerse activo y de dedicarse a las aficiones que cada uno gustase, incluyendo la gran importancia de familia y amigos. En Capcut, a pesar de que la mayoría de sus habitantes realizaban tareas extras para incrementar un poco sus

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ganancias, no había estrés, la gente se sabía dosificar, parar cuando fuera necesario, no había presiones para subsistir, ni impuestos que pagar, además, todos los servicios públicos también eran gratuitos, en definitiva, se respiraba una atmósfera de tranquilidad y armonía. A pesar de la gran florescencia y bienestar que reinaba en Capcut desde hacía varios siglos, el planeta también había vivido épocas muy oscuras para llegar a aquel nivel tecnológico y organizativo. La implantación de las máquinas y de las rentas fijas había costado muchos sacrificios a nivel económico y social, por suerte, ahora Capcut era una máquina bien engrasada.

Por lo que respeta a su localización en la Vía Láctea, el centro neurálgico de la Unión Interplanetaria era un pequeño planeta que orbitaba en torno a la descomunal gigante roja Antares, unos tres millones de veces más brillante que el Sol, aunque de temperatura considerablemente inferior. Ésta estaba situada a seiscientos años luz de la Tierra y su característico color rojizo, junto a las colosales edificaciones capcutienses, le daban al planeta un inconfundible aire apocalíptico.

Narum y Sikma habían desembarcado hacía unas dos horas equamenses y se dirigían hacia el único lugar de Capcut en donde imperaban el frenetismo y el estrés, el sector dedicado a la política de la Unión, la excepción que confirmaba la regla. Allí no había parques, no se veía a la gente paseando por la calle, todo eran prisas, centenares de diminutas aeronaves circulaban anárquicamente por los cielos de eterno atardecer… era el sitio en el que vivían Sikma y su madre, empleada en el ministerio de relaciones públicas de la Unión. Éste y Narum tenían la intención de entrar en la especie de zona restringida que era

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aquel sector y, una vez allí, descubrir dónde podían encontrar a Gregor. Para Sikma la primera parte del plan no suponía ningún problema, él residía allí y, por lo tanto, poseía toda la documentación necesaria para entrar, en cambio, Narum era un intruso, sin papeles ni tan siquiera para estar en Capcut y, aún menos, para colarse en la zona restringida. Además, teniendo en cuenta que el Consejo Superior de la Unión suponía que él estaba en posesión del pendiente, si le reconocían y descubrían que éste había caído en manos enemigas, no sabían qué terribles consecuencias les podría acarrear. Así pues, tenían que hallar una forma de que Narum pasara desapercibido, ya les informarían a los del consejo de lo sucedido con el pendiente cuando creyeran oportuno.

Llegaron frente a las puertas que guardaban la entrada a la zona restringida cuando Antares ya se había escondido y había dejado paso a las estrellas. Bajaron del tren que les había conducido hasta allí desde el aeropuerto y pusieron en marcha la estrategia que habían trazado para que Narum pudiera escabullirse en el sector sin ser visto. Sikma, del que nadie de la Unión sabía su relación con Narum, ya que se había incorporado al grupo sin el conocimiento de Gregor, mostró la documentación y accedió a la zona restringida junto al quetzal. Una vez dentro, se dirigió hacia su piso que, afortunadamente, formaba parte del muro de separación del sector, y por lo tanto daba al exterior, y abrió una ventana para que su compañero pudiera pasar. Evidentemente no todo era tan sencillo. Narum no podía despegar frente a los guardas de seguridad y colarse así por las buenas, no, tenía que hacerlo con el máximo sigilo posible. Si tuviera en su posesión el pendiente blanco, hubiera podido teletransportarse dentro del recinto al igual que podía

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hacer Ragun, pero como Newt se lo había agenciado y como el que tu pendiente fuera de color negro, como lo era ahora el de Narum, no proporcionaba conocimientos extras, sino sólo mayores posibilidades y capacidad de control de tu mente, él y Sikma habían tenido que ingeniárselas para encontrar una vía alternativa. Así pues, mientras Sikma cumplía con su parte del plan, Narum tomó un aerotaxi hacia la cima de una de las torres más famosas de la ciudad, tal como le había indicado su compañero. Luego, a medio trayecto, con su magia le transmitió al piloto una sensación de tranquilidad y bienestar para que éste no se volviera y, así, silenciando sus acciones creando el vacío a su alrededor y controlando las perturbaciones al abrir la puerta, pudo esmuñirse del aparato en marcha cuando se encontraban a una altura considerable sin que nadie se diera cuenta. Desde allí, Narum, con la noche de aliada, se escabulló con precaución, pero sin grandes complicaciones, hasta la ventana que le había abierto Sikma. El pobre taxista no se percató de su ausencia hasta llegar a la torre 27, destino que Narum le había indicado.

El piso de Sikma era cálido y acogedor, semejante

a los refugios de montaña hechos de madera y con el hogar encendido en el comedor. Era de un estilo parecido al terrestre, constaba de dos habitaciones, la suya y la de su madre Donera, que no estaba en casa, de un baño, de la cocina y del comedor. Cuando Narum entró por la ventana, Sikma le dio una vuelta por la vivienda, luego comieron un poco y, finalmente, se fueron a la cama porque mañana preveían que iba a ser un día ajetreado. Acordaron levantarse al cabo de veinte horas equamenses, unas siete horas terrestres, dos antes de que la madre de Sikma volviera del

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trabajo. Una vez desayunados, ya decidirían los pasos a seguir para encontrar a Gregor.

Estaba tumbado en el suelo frío y mojado de la

noche, otra vez, inmóvil, su mirada perdida en los fuegos artificiales que se proyectaban en el cielo… un centenar de metros más arriba se encontraban los responsables de aquel espectáculo, Halaus y otro mago que vestía con una túnica blanca… Newt. Se quitó la capucha y dejó relucir bajo la lívida luz de un lejano astro, la esfera que colgaba de la cadenita plateada de su pendiente… negra… como la de Gregor, color del control total de su mente… no eran fuegos de artificio era una feroz lucha… Newt jugaba con su compañero, con el amigo de Narum… Halaus no tenía nada que hacer… dolor… notó como unas manos lo agarraban por los brazos… eran Elha y Sikma, que con lágrimas en los ojos, lo arrastraban lejos de la batalla… dolor … Narum intentaba gritar, moverse desesperadamente, ir a ayudar a su mejor amigo… no podía, una fuerza invisible se lo impedía, le había helado todo su cuerpo… sólo los ojos le respondían… Elha y Sikma le estiraban con más fuerza, marchando con velocidad hacia una pequeña nave… Halaus estaba abrazado a Newt, intentándole transmitir su calidez, su alegría, su felicidad, su bienestar… la nave fue, poco a poco, despegando del planeta desconocido… una bandada de pájaros alzó el vuelo… el quetzal… a los lejos, por la ventanilla, aún sin recobrar todos sus sentidos, Narum pudo ver el fin de una amistad… esperanza… un intenso rayo de energía atravesaba el frágil cuerpo de Halaus… bajo la lluvia, permaneció inerte, sin vida… una nave se sumergía en el espacio y con ella un grito de dolor… ¡Nnnooooooooo!… y un flash le sobrevino en el sueño, como los que hacía tiempo que no tenía,

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recordándole los lejanos días de la Tierra… había dos hombres, cara a cara… uno era Newt, sin capucha, con el pelo alvino al descubierto… al otro no lo pudo reconocer, estaba de espaldas, llevaba el pendiente blanco que le había arrebatado a su oponente al que tenía agarrado con las dos manos, una a cada lado de la cabeza apretándolo contra a él, frente contra frente… el vencido, Newt, no parecía oponer resistencia… lentamente, el desconocido le fue soltando, se puso la capucha de su gruesa túnica y, despacio, se fue girando… Narum, forzando la mirada, pudo distinguir la esfera también blanca de su otro pendiente… la cara no la llegó a reconocer… desde hacía unos instantes que la imagen del sueño se había ido desdibujando, el telón de fondo ya no era oscuro, era cada vez más claro… una voz le susurraba de lejos, Narum… Narum… no podía mantener los ojos abiertos, la luz se había vuelto cegadora… Narum… Narum… seguía escuchando… finalmente los cerró… a través de sus párpados aún podía entrever la claridad del exterior… una sombra empezó a proyectarse sobre él… parecía acercarse… Narum… Narum… aún escuchaba… ¡despierta!

Narum abrió de nuevo los ojos. Se sobresaltó, a

sólo unos centímetros una cara le estaba observando. Por su alivio sólo se trataba de Sikma. Ni Newt, ni Gregor, ni él, únicamente Sikma. Éste le había estado intentando despertar desde hacía un buen rato. Por lo visto, Donera no iba a tardar mucho en volver y Sikma no quería que ella le viera porque ésta aún creía que él estaba en la Cúpula. La madre de Sikma trabajaba en el ministerio de relaciones públicas, pero él no creía que estuviera al corriente de los asuntos más delicados que concernían a la Unión, a pesar de eso, aunque

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tenerla de cómplice no les hubiera ido nada mal porque les hubiera podido ayudar a entrar en la zona destinada a los consejeros, Sikma prefería mantenerla al margen, no fuera a ser que la metieran en algún problema por su culpa.

Así pues, Narum se levantó deprisa, se duchó, se vistió y fue a desayunar con su compañero que ya estaba terminando de comer. El quetzal, desde el exterior, había empezado a cantar para espabilarles, ya era hora de que comenzasen a carburar.

El quetzal… con todas las prisas, Narum se había olvidado por momentos del sueño que había tenido aquella noche. Tenía que contárselo de inmediato a Sikma, era de vital importancia. Así que, aprovechando los instantes finales del desayuno, le explicó la revelación. Si lo que había soñado era cierto, muy probablemente era Halaus el que estaba dentro del pájaro, dejando así resuelto el misterio del quetzal. Narum decidió que no valía la pena preocupar a Sikma con lo de Newt y, por lo tanto, omitió la segunda parte del sueño que sólo abría más incógnitas sobre el tema de los pendientes.

Finalmente, terminaron de desayunar y, entusiasmados por las nuevas descubiertas, se dispusieron a trazar un plan para entrar en la zona reservada a los miembros del Consejo con el fin de encontrar allí a Gregor. Entonces, a Sikma se le ocurrió una brillante idea, si no podían contar con la ayuda de su madre, alguien se iba a hacer pasar por ella. Evidentemente, ese alguien iba a ser Narum. Se disfrazaría con uno de los uniformes oficiales de la Unión que Donera guardaba en un armario y modularía la frecuencia de su voz para hacerla más aguda usando su magia. Sikma entraría junto a ella, que no tendría ningún problema para acceder al

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edificio soltando cualquier excusa, nadie iba a poner en duda a una miembro de la Unión con el pendiente negro de Narum. Una vez dentro, no tendría que serles muy difícil dar con su antiguo maestro, hasta podían preguntárselo a los vigilantes de la entrada.

Dicho y hecho, Narum se vistió con uno de los trajes oficiales de la madre de Sikma y, como le iba grande, no tuvo más remedio que rellenarlo de aire a presión y moldearlo de forma que pareciera una mujer. Después, se cubrió la cabeza con la capucha de su túnica, que llevaba debajo del uniforme, y, finalmente, los dos amigos se dispusieron a partir del piso no sin antes coger una fotocopia de la identificación de Donera. Narum estaba de lo más divertido y Sikma tenía que hacer grandes esfuerzos para contener la risa.

Salieron a la calle y empezaron a andar en dirección al centro del sector, allí era donde se encontraba la zona reservada a los miembros del Consejo. El quetzal les seguía desde el aire haciéndose hueco entre el denso tráfico aéreo. Unos minutos más tarde, se detuvieron enfrente de un edificio cúbico, sin ventanas. En la puerta, había dos guardas de seguridad que controlaban la entrada al recinto. Narum y Sikma se dirigieron a ellos.

- Buenos días –les saludó Narum con voz femenina, pero imponente-, me llamo Donera y el pequeño Sikma y yo –dijo vengándose de su amigo que se sonrojó al instante- hemos venido a hablar con Gregor, su maestro en la Cúpula, para pedirle explicaciones sobre el examen que le ha suspendido a mi niño –expuso sofocada.

- A ver señora –le contestó uno de los vigilantes-, nosotros no estamos autorizados a dejar pasar a nadie sin identificación –aclaró-. Si fuera tan amable –terminó extendiéndole la mano.

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- Sikma, cariño, enséñasela –éste obedeció de mala gana-. Es una fotocopia porque perdí la original y me están reimprimiendo otra –explicó Narum que se estaba recreando en el papel-. Espero que sea suficiente… –concluyó dejando entrever de forma sutil la esfera negra de su pendiente por debajo la capucha.

- Sí, sí señora… –se apresuró el otro portero intimidado- como usted mande. Síganme por favor.

Donera lo había logrado. Sikma seguía cabizbajo a su falsa madre que lideraba la marcha orgullosa. El guarda quería quitarse de encima a aquella mujerona lo más rápido posible y les guiaba prestamente a través de un laberíntico entramado de pasillos. Un centenar de esquinas más allá, les indicó la puerta que daba al despacho de Gregor y, sin despedirse, regresó a su puesto.

Narum y Sikma se acercaron lentamente, llamaron y entraron. Por fin había llegado el momento de despejar gran parte de sus dudas. Desde su encuentro con Yon que habían estado deseando volver a ver a Gregor y ahora parecía que las respuestas estaban más cerca que nunca. Querían saber su punto de vista con respecto a la Unión y a la Federación, querían su opinión sobre la inesperada reaparición de Elha, querían que les contara cómo devolver a Halaus a su forma original y que les hablara sobre Newt y sobre el ladrón de la Cúpula, pero, por encima de todo, Narum quería que, de una vez por todas, Gregor le desvelara por qué había sido él el elegido.

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II

Gregor estaba sentado en su escritorio cuando los chicos irrumpieron en su despacho. Sorprendido por la visita, se apresuró en recibir a Sikma y a su madre y les acomodó en unos sofás de enfrente de su asiento. Les ofreció café para beber y cuando se disponían a iniciar la conversación, de repente, la corpulenta mujer se deshinchó como un globo y de entre sus vestiduras apareció…

- ¡Narum! –gritó Gregor boquiabierto- ¡Qué alegría verte de nuevo!

Después del saludo inicial y de la posterior encajada de manos, los tres se volvieron a sentar en los sofás y entablaron una larga conversación. Narum y Sikma le relataron a Gregor todo lo sucedido, sin entrar en detalles, desde que se separaron en la Cúpula. Le hablaron de su estancia en Ib-brus y del encuentro con Yon, del enfrentamiento con Newt y de la supuesta muerte de Halaus, de la desaparición de Elha y del planeta de los Antiguos, y, finalmente, de la visita a Bélathar, de la pérdida del pendiente y de la reaparición de Elha. Gregor estuvo meditando unos instantes sobre la información que le acababan de proporcionar. Desde que supo que Newt se había adueñado del pendiente, ya no había escuchado nada más del relato, ni tan siquiera lo de la resurrección de Narum. Le había entrado el pánico, el nerviosismo se había apoderado de su ser, tenía la imperiosa

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necesidad de salir de aquel despacho y de informar de la pérdida del pendiente al Consejo Superior de la Unión. Así pues, pasados unos segundos de reflexión, se dispuso a abandonar la sala y a dejar a los dos jóvenes con sus múltiples interrogantes. Antes de que abriera la puerta y de que se perdiese en el entramado del edificio, Narum intervino para hacer entrar en razón a su antiguo profesor de matemáticas.

- Gregor, ya sabemos que es muy importante el robo del pendiente y que, por lo tanto, tienes que informar de él con la mayor brevedad posible –empezó comprensivo-, pero también creemos que nos merecemos una aclaración sobre qué pintamos nosotros en todo esto –se reivindicó-. Si ahora te vas, nos apartaréis de todo el tema porque ya no os somos de utilidad. Sabes que nunca volverás para darnos una explicación… por favor quédate –le suplicó-, ayúdanos también a nosotros y plantéate de qué lado estás. ¿Eres un títere de la Unión que sabe demasiado y que no puede escapar, como lo era Yon, o estás dispuesto a luchar por tus ideales, siguiendo el camino más difícil, sin traicionarte a ti mismo? –le interrogó intentándole abrir los ojos- No sé mucho sobre la situación actual del universo –prosiguió-, pero sé lo suficiente como para creer que si los del Consejo se enteran ahora de que Newt tiene el pendiente, empezará una guerra fraticida entre la Unión y la Federación –inspiró profundamente-. Los primeros la iniciarían para evitar que los segundos tuvieran tiempo para organizarse y así aprovechar el efecto sorpresa y los segundos lucharían para aplastar definitivamente a los primeros y así convertirse en la primera potencia universal –Sikma también escuchaba atentamente la disertación de su compañero-. Lo que de momento frena el inicio de esta guerra, si estoy en lo cierto, es

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que el Consejo aún cree tener bajo su control uno de los pendientes y, por lo tanto, cree mantener la superioridad sobre su rival y, por el otro bando, eso me lo tienes que contar tú… ¿qué me dices? –concluyó clavando la mirada en su mentor.

- Veo que no se te puede esconder nada –sonrió Gregor dirigiéndose de nuevo a su asiento-. Muy bien… tienes razón –reconoció-, mejor que hablemos un poco antes de precipitarnos, no hay casi nada que perder y estamos tratando de un asunto muy importante que merece la máxima prudencia y análisis –suspiró-. La meticulosidad de Newt es lo que impide que estalle la guerra por su parte –confesó respondiendo a la anterior pregunta de Narum-, pero para que lo entendáis, antes os tengo que contar algo sobre lo que sé de su vida –e inició el relato de una nueva historia-. Newt nació en el seno de una familia bien estante en el corazón de la Federación. Él era sobrino de uno de los grandes militares de la época, que en aquel momento gozaba de gran estima entre la población, y, aprovechando esta ventaja, ya justo al cumplir su mayoría de edad, empezó su carrera como político. Gracias a estas influencias, no tuvo muchos problemas para salir elegido como representante del pueblo y, una vez ejerciendo su cargo público, intentó impulsar varias reformas de carácter popular para ganarse, al igual que su tío, el favor de las masas. Ese corto mandato fue el trampolín para que Newt, poco a poco, fuera escalando peldaños, siempre apoyado por el pueblo, y así fuera ocupando cargos cada vez de mayor importancia. Newt era un hacha moviendo hilos, sobornando, conspirando, atrayéndose a quien creyera necesario, aunque tuviera que contraer múltiples deudas para borrar del mapa a sus posibles rivales, que no eran pocos. A su vez, también era un

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gran orador que siempre se escabullía de todas las injurias que lanzaban sobre él. Llegó el día en que Newt fue nombrado gobernador de una confederación de planetas periférica dentro de la Federación y también fue puesto al mando de sus ejércitos. Fue entonces cuando comenzó múltiples campañas militares de invasión y sometimiento de varios pueblos vecinos considerados posibles amenazas para la Federación. Newt hizo gran propaganda de sus hazañas en la capital y su reputación no paraba de ir en aumento. Planeta conquistado, planeta que tenía que pagarle infinidad de tributos y planeta que también se veía obligado a proporcionarle más efectivos para engrosar sus tropas. Newt sabía esconder perfectamente sus fracasos y cuando parecía que las cosas podían torcérsele siempre sabía dar un golpe de efecto a la situación. Con tantos éxitos, con tantos soldados fieles a su jefe que siempre era generoso con ellos, con tanto poder acumulado, Newt se convirtió en una amenaza para la misma Federación que intentó poner freno a su criatura mediante el único individuo capaz de rivalizar con él, uno de sus antiguos aliados y en aquel momento presidente de la Federación, Din. Pronto estalló una guerra civil entre los partidarios de Newt y los de Din. Newt, con menos efectivos, supo atraerse a sus filas tropas rivales, mostrándose benevolente cuando era necesario e implacable cuando lo exigía la ocasión y, sin entablar casi combate, consiguió llegar a la batalla final con sus opciones intactas. En ella, utilizando su astucia, consiguió vencer, en terreno enemigo, sin exponer a su ejército, una ofensiva rápida y sorpresiva en el campamento rival bastó. Sus dotes de gran líder habían quedado sobradamente demostradas y, sin oposición, instauró una dictadura en la Federación Intergaláctica. Newt,

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desde entonces, nunca ha sido derrotado y, en consecuencia, tiene una confianza ciega en sí mismo, se cree invulnerable y éste es su talón de Aquiles. A pesar de eso, aún sigue manteniendo la precaución que le llevó a lo más alto y, antes de actuar, prefiere tener bajo control todas las posibles variables que pudieran girársele en su contra. Ahora Newt ya no considera a la Unión como a un rival temible en su sin sentido de carrera por el dominio del universo. En posesión del pendiente blanco, cree poder aplastarla cuando quiera, por eso no inicia él la guerra porque no tiene necesidad de malgastar sus fuerzas en la Unión, cuando hay alguien que, si ganara poder a partir de ahora, podría plantarle cara. Éste alguien es Ardemum, el que desató toda esta locura robando el primer pendiente de la Cúpula. Así pues, Newt prefiere derrotar antes a Ardemum y apoderarse del otro pendiente, que exponerse a una guerra con la Unión, que no sería nada fácil a pesar de su teórica superioridad, sin tener bajo control todos los posibles contratiempos que pudieran aparecer en su camino –terminó.

La explicación de Gregor, que complementaba el previo razonamiento de Narum, parecía bastante completa. No obstante, tenía algunas leves lagunas como, por ejemplo, los motivos de ese tal Ardemum para entrar en escena. Estaba claro que una vez éste se había apoderado de uno de los pendientes, Newt tenía que actuar para no ser menos y verse expuesto a perder la hegemonía a la cual aspiraba, pero ¿de dónde había salido aquel individuo? Por lo visto, los dos chicos se estaban haciendo la misma pregunta y fue Sikma quien se adelantó a formularla.

- ¿Y entonces ese tal Ardemum de dónde sale? –pidió Sikma a Gregor.

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- A eso es a lo que iba –aclaró éste intentando coger un poco de aire y a la vez calmar a sus sedientos oyentes-. Ardemum es el líder de uno de los miles de planetas, de los cuales os habló Yon, que se resisten a la invasión, ya sea de la Unión o de la Federación, y que luchan por mantener su libertad e identidad. En principio, éstos son focos de resistencia separados sin ninguna conexión entre ellos, pero cabe la posibilidad de que se repita la misma historia que con la Federación, que en su inicio fue una alianza de planetas oprimidos que en su unión quisieron encontrar la fuerza, y que luego derivó en la poderosa organización que es hoy en día. Eso es lo que teme Newt de Ardemum, que ahora que posee el pendiente blanco, aunque nunca ha mostrado intenciones expansionistas y siempre se ha ocupado de luchar únicamente por los intereses de su planeta, se erija en una especie de líder de la resistencia a gran escala. Por eso, antes de entrar en guerra con la Unión, Newt se tiene que replantear la conquista del planeta de Ardemum, que la Federación ha estado intentando desde hace más de un siglo, en estas nuevas condiciones y, luego, terminarla de una vez por todas. Así pues, ya podéis empezar a ver por qué Ardemum se vio evocado a robar el pendiente blanco, la situación de su planeta era insostenible y no tuvo más remedio que intentarlo. Ahora nadie sabe qué rumbo tomaran los acontecimientos…

- Y tú, que eres el único miembro de la Unión que está al corriente de los últimos sucesos –matizó Narum excluyéndose a él y a Sikma de aquella organización-, ¿qué crees que va a pasar y qué partido vas a tomar, el de la Unión, el de Ardemum, el de la Federación u otro? –volvió a insistir el joven en uno de los puntos de su primera disertación.

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- Pues muy bien no lo sé –empezó dubitativo-. Ardemum al apoderarse de uno de los pendientes consiguió una tregua para su planeta, pero ahora que Newt tiene el otro, supongo que cuando haya ideado una estrategia, esta tregua va a terminar y estallará una guerra abierta entre estos dos bandos –se pausó-. Lo que no sabemos es si Ardemum se ha movido para formar una alianza entre algunos de los planetas que se encuentran en una situación parecida a la suya. Si fuera así, la guerra alcanzaría grandes dimensiones –volvió a detenerse-. Yo, como miembro indisolublemente ligado a la Unión, tengo que velar por sus intereses y ahí es donde no sé qué hacer…

- Si no he entendido mal –intervino Sikma-, Narum antes ha dicho que si ahora el Consejo de la Unión supiera que el pendiente restante está en manos de Newt, muy probablemente, se lanzaría a una guerra contra éste para evitar que Newt tuviera tiempo de organizarse, de apoderarse del otro pendiente, de ganar más poder o lo que sea… –se aclaró- entonces si tú quieres lo mejor para la Unión, ¿no creo que una guerra sea de tu interés a no ser que os aliarais con Ardemum?

- La alianza con Ardemum está descartada –aseguró Gregor rotundo- y más si éste se alía con otros planetas a los cuales la Unión está intentando anexionar. Tened en cuenta –apuntó- que la rivalidad que hay en la actualidad entre la Unión y la Federación es una lucha de poder; quien se quede atrás pierde, y poder son planetas, territorios, recursos… no es todo tan sencillo, guerra sí, guerra no –concluyó severo.

- Ya lo sé, pero tiene que haber algún modo de evitarla –replicó Narum que no era nada ingenuo-. ¿Es que no sabes lo que una guerra conlleva? No es un juego de ordenador donde tomas unas decisiones desde

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tu silla y luego esperas y ganas o pierdes. No, en una guerra se ponen en juego miles y hasta millones de vidas. No hay que tomárselo a la ligera. Hay que hacer todo lo posible para evitar la muerte, el sufrimiento, las terribles consecuencias posteriores… –él lo había vivido en la Tierra- la humanidad, no como colectivo, sino como valores, tiene que estar por encima de todo. Una guerra nunca está justificada, aunque a veces parezca la única salida, no es así, con buena voluntad por parte de todos, los problemas se podrían solucionar… y es que no se debe buscar un camino para la paz, la paz es el camino –defendía Narum su postura apasionadamente.

- Pero Narum, en este caso no hay buena voluntad por parte de Newt –respondió Gregor haciendo oídos sordos a las reprimendas del chico-. Lo siento, no tengo más remedio que avisar al Consejo -dictaminó.

- ¡Mira, tú no sabes si la hay por parte de Newt, pero lo que es seguro es que no la hay por parte tuya! –le reprochó- Seguramente tampoco la haya por parte suya, pero danos un poco de margen Gregor, ni que sea hasta mañana, para encontrar una salida… por favor –suplicó ya más sereno.

- Bueno, está bien, me habéis convencido –admitió éste más resignado que persuadido-. Esperar puede conllevar más ventajas que inconvenientes –confesó-. Ahora os invito a comer algo y continuamos charlando, pero no de este tema, mejor hablamos de Elha, de Halaus y de vosotros. ¿De acuerdo? –propuso Gregor relajando el ambiente.

- De acuerdo –convinieron Narum y Sikma aliviados, la tensión había desaparecido casi por completo.

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Salieron del despacho y deshicieron el camino de ida hasta llegar a la entrada del edificio. Allí, los dos guardas de seguridad se sorprendieron al no ver a la robusta mujer, pero no hicieron ninguna pregunta con la esperanza de que ésta no volviera a aparecer de improvisto. Su deseo se cumplió y Narum y Sikma, guiados por Gregor, prosiguieron su camino y abandonaron la zona restringida en dos o tres minutos.

¡Qué alivio! La tensión que aún persistía se esfumó al instante, la atmósfera que se respiraba fuera era completamente diferente, carecía de prisas, de estrés, de aglomeración, de seres anónimos… estuvieron paseando un buen rato por diversos parques de Capcut viendo correr a los críos, besarse a las parejas, jugar a los perros… un idilio, hasta que Gregor se detuvo enfrente de, más que un bar, una especie de antro oscuro que contrastaba con la liviandad que se respiraba en las calles, pero que concordaba con el aire apocalíptico del planeta. Entraron. Bullicio, parecido al del bar de la Cúpula, con escasa iluminación y casi a rebozar, así era aquel lugar. Había una barra estrecha con taburetes altos que cruzaba, a lo largo, paralela a la pared, todo el local. Tras ella había un sinfín de estanterías llenas de botellas de todas las formas, tamaños y colores, hasta la bandera; el antro estaba bien provisto. Sus clientes, seres estrafalarios de todos tipos, se repartían por los taburetes y por unas mesas que ocupaban el espacio restante, mesas pequeñas y rectangulares separadas, las más próximas a la pared opuesta a la barra, por unos biombos que les daban un poco más de intimidad. El trío se dirigió hacia una de las pocas que estaba vacía en aquella zona y se sentaron, Gregor a un lado y Narum y Sikma al otro. La música heavy a todo volumen del local hacía imposible escuchar a más de un metro y medio de

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distancia, aquellas condiciones, después de haber pedido cualquier bocado de entre el mísero repertorio de la carta, eran las idóneas para poder conversar con la certera seguridad de no ser oídos. Gregor había escogido el lugar perfecto. Así pues, confiados de su absoluta privacidad, iniciaron una conversación que dio vueltas entorno a Elha, Halaus y Narum. Las primeras frases se perdieron en el aire, las restantes decían así…

- … a Narum? –preguntó Sikma intrigado reflejando por anticipado la voluntad de su amigo.

- Yo creo que me lo disteis a mí porque de algún modo sabías que, aunque al principio me iba a costar, pronto alcanzaría el máximo nivel de control y sería el más idóneo para protegerlo –respondió Narum fanfarroneando un poco, pero sólo con la única intención de dar pie a que Gregor les contara los verdaderos motivos de su elección.

- Bueno, puede que esta razón también influyera –mintió Gregor que no se había dado cuenta de que Narum no lo decía de verdad y no quería contradecir al iluso chico-, pero, las verdaderas motivaciones que nos condujeron a tu elección vienen de más lejos –confesó-. En la Unión tenemos infinidad de magos especializados en distintos campos que trabajan para nosotros –inició la explicación-. De entre ellos hay los videntes y de entre éstos hay un selecto grupo que intercepta premoniciones de otra gente. Uno de los más antiguos y reputados miembros, hace unos años, cuando tú tuviste la primera visión del círculo blanco, empezó a captar las mismas imágenes que tú veías. Tratándose del círculo blanco, símbolo de la magia negra, y observando que con el tiempo los flashes cada vez se hacían más frecuentes, le prestamos especial atención a tu caso. Hubo un día, pero, en el que todo

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cambió. El vidente tuvo una premonición independiente a las tuyas, era bastante confusa, pero dejaba lo suficientemente claro que tú desempañarías un papel importante en la historia de los pendientes. Desde entonces ya no interceptó más visiones y pasó a dedicarse a otros menesteres –se pausó-. Antes de seguir –advirtió-, quiero recordaros que las premoniciones sólo son una indicación de lo que va a acontecer, no de lo que seguro que sucederá. A pesar de eso –prosiguió-, aquella premonición nos dio a entender que pronto habría grandes cambios, así pues, viendo que no se trataba de magia negra, sino de los pendientes blancos, decidimos que alguien del Consejo se acercara a ti y te condujera, llegado el momento, hasta la Cúpula. Evidentemente, era mejor tenerte de nuestro lado que no en el bando contrario… y bueno, eso es todo, como ya bien sabes ese alguien fui yo y… bueno, hay poco más que contar –concluyó Gregor mostrándose totalmente sincero.

Las confesiones de Gregor calaron hondo en el interior de Narum que se mantuvo en silencio, inmerso en sus pensamientos, intentando hallar dónde encajaban aquellas nuevas piezas en el rompecabezas de su existencia. “Un papel importante…”. Se repetía suspirando con una leve sonrisa. Por aquellas ironías de la vida, durante mucho tiempo había estado deseando llegar a ser alguien, ser recordado en los libros de historia y, ahora que Gregor le había dicho que estaba predestinado a ello, ahora le daba igual, ya hacía tiempo que le daba igual, sus prioridades habían cambiado. “Un papel importante…”, se continuaba repitiendo. “¿Ya lo habría desempeñado? ¿Perder el pendiente? No había sido culpa suya…”, se auto-convencía. Entretanto Sikma había cambiado de tema y ahora preguntaba por su Elha.

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- Gregor, Gregor… –repetía su nombre con afán para llamarle la atención- y de Elha qué, dime qué sabes, ¿qué opinas de lo sucedido con ella…?

- Siento defraudarte –contestó aún con los ojos puestos en Narum-, pero no sé nada –volviéndose hacia Sikma-. Son extrañas las condiciones en las que desapareció y también extrañas son en las que contactó con vosotros. Lo siento –repitió-, no puedo sacar conclusiones, tendréis que esperar a que contacte otra vez como os prometió…

- Ah… –se resignó Sikma cerrando los párpados- y de Halaus ¿qué? –cargó de nuevo intentando dejar atrás el desengaño sufrido y tratando de conseguir alguna respuesta positiva.

Todo aquel rato, desde que habían entrado en el edificio reservado a los consejeros hasta ahora, el quetzal se había mantenido estático en el hombro de Sikma. Narum, también, había dejado aparcadas sus preocupaciones y volvía a prestar atención a la conversación.

- Si es verdad lo que decís de que Halaus está dentro de este pájaro –empezó Gregor aún desconfiando de la autenticidad de aquel hecho…

- Lo es –le interrumpió Narum-, en el quetzal conviven dos seres, nos lo dijo Ragun, y si no es Elha… tiene que ser Halaus ¿no? –Sikma asintió.

- Muy bien –prosiguió-, entonces sólo hay un modo de que los dos vuelvan a ser los mismos de antes –Narum y Sikma le escuchaban atentamente-. Se dice que para deshacer estas extrañas uniones se requiere de tres componentes que, unidos de forma debida, devuelven a los dos firmantes del pacto a su estado original –Gregor se pausó-. Si mal no recuerdo, los elementos necesarios eran… una prenda que el desaparecido llevara a menudo, y la cuál significara

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algo para él, que teóricamente contendría la imagen del antiguo Halaus, el ser en el que se hallara refugiado, en este caso el quetzal, que conviviría con la parte intangible restante de Halaus, y el antiguo pendiente de Halaus, que sería el instrumento que haría posible la reunión –se detuvo de nuevo para recordar los siguientes pasos-. Para que ésta sea posible, creo que el pendiente tendría que ir sujeto al quetzal y que la prenda, fuera la que fuese, también le tendría que ser colocada encima. Una vez hecho esto, todos los componentes necesarios ya estarían reunidos de modo correcto y, teóricamente, el refugiado, en estas condiciones, con su deseo por salir, tendría que hacer el resto… –Gregor lo había ido contando cada vez con menos convencimiento- y bueno, me parece que eso es todo, aunque no sé de nadie que lo haya intentado… –terminó desacreditando aún más aquella inverosímil receta.

- ¡Perfecto! Nosotros seremos los primeros –afirmó Sikma entusiasmado.

La empresa no iba a ser nada fácil. Por ahora sólo tenían uno de los tres ingredientes y uno de los dos restantes estaba en posesión de Newt. Narum y Sikma no tardaron en deducirlo. Newt antes de acabar con Narum le había quitado su pendiente y se lo hubiera llevado si no hubiese sido porque el quetzal se lo impidió, así pues, supusieron que con Halaus habría hecho lo mismo. Por lo que se refiere a la prenda, contactarían con Bélathar a ver si ella les podía ayudar. Narum, además, vio en la aventura que iban a emprender una oportunidad para hallar una posible salida al conflicto de los pendientes que enfrentaba y, casi irremediablemente, enfrentaría a la Unión, a Ardemum y a la Federación. Entonces lleno de valor y coraje se lo propuso a Gregor.

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- Gregor, tengo una idea –le comentó decidido-. Antes hemos estado hablando de encontrar una salida a la guerra que parece que va a estallar de forma inminente, ¿no es así? Pues creo que, aunque parezca bastante imprudente y arriesgada, tengo una posible solución al problema…

Narum había captado la atención de sus dos oyentes. El volumen de la música en el bar había bajado considerablemente con el paso del tiempo y ahora su conversación estaba al descubierto. No sabía si proseguir o si era mejor dejarlo para más tarde. Aquellos breves instantes de silencio le hicieron dudar sobre la proposición que iba a realizar. Realmente no estaba muy bien fundamentada y, además, era muy atrevida y tenía casi nulas posibilidades de éxito. A pesar de todo, era la única opción que veía para evitar el desastre y, aunque no le iba a desvelar sus verdaderas intenciones a Gregor, le intentó presentar la esencia del improvisado plan lo mejor que pudo.

- Recuperar el pendiente –Gregor y Sikma se quedaron pasmados-. Sí, recuperar el pendiente –volvió a repetir con firmeza-. Es la única solución que veo a corto plazo. Sin el pendiente Newt no se lanzará a una guerra contra Ardemum, ni la Unión se verá angustiada por la superioridad de sus rivales. Lo único que queda un poco al aire es la reacción de Ardemum, pero en teoría no tiene por qué empezar ninguna batalla… –conjeturó- puede que sí que quiera liberar a los otros planetas que sufren situaciones similares a la del suyo, pero nada que no se pueda solucionar de forma diplomática… aunque no le conozca, Ardemum me parece un tipo razonable –esta última parte la estaba improvisando, se trataba de una simple sensación… conscientemente, hablaba sin conocimiento de causa-. Bueno, en definitiva, mi

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proposición es ésta, tú y la Unión no tenéis nada que perder, Sikma y yo, aprovechando que iremos a recuperar el pendiente de Halaus –Sikma se inquietó, ¿en que líos ya le estaba metiendo Narum?-, también nos haremos con el pendiente blanco de Newt –terminó.

- Narum ¿eres conciente de lo que estás diciendo? –le interrogó Gregor incrédulo- ¿Tú, Sikma y Halaus, si es que éste último está con vosotros, quitarle el pendiente a Newt? Estás loco. ¿Sabes que la base de Newt es una verdadera fortaleza? ¿Cómo pretendes entrar en ella? Me sabe mal por ti, pero tu idea es de risa –concluyó lacónico.

- Sé de alguien para el que no es ningún problema colarnos dentro de la base –contestó Narum- y, por lo de quitarle el pendiente blanco a Newt una vez allí, ya encontraremos alguna manera de hacerlo sin exponernos demasiado aprovechando alguno de sus puntos débiles… sólo es cuestión de desarrollar una buena estrategia –replicó.

- ¡Ragun! –exclamó Sikma, la perspectiva de volver a ver al extraño ser le alegraba enormemente- ¿Cuándo partimos?

- Estoy contento de que te guste la idea –dijo animado Narum-, pero antes quedan bastantes cosas por hacer, contactar con Bélathar, pensar en algún plan, esperar a que Gregor lo apruebe y sea nuestro cómplice…

- Hmm… –sonrió éste que había captado la indirecta- veo que tenéis valor y ganas de luchar por causas perdidas… como se nota que aún sois jóvenes… –suspiró- esto no os bastará contra Newt, pero os daré un voto de confianza porque, como bien has dicho antes, no hay nada que perder y, como sé que no os voy a poder parar, mejor que os dé algo de

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tiempo para llevar a cabo vuestra tentativa. Además, la premonición que nos hizo contactar contigo también me empuja a tener confianza, aunque no sería suficiente motivo como para dejar que gran parte del futuro del universo estuviera únicamente en vuestras manos…

- Ya lo fue una vez, ¿por qué no iba a volver a serlo ahora? –inquirió Narum retrayendo a Gregor la actitud que había adoptado la Unión con respecto a ellos.

- Da igual –cortó de cuajo el maestro que no quería entrar en discusiones-. En principio os voy a dejar actuar sin ningún impedimento, pero voy a tomar precauciones para que la Unión esté preparada en el más que probable caso de que fracaséis en vuestro intento –dijo con sequedad-. Y ahora ya he tenido suficiente. ¡Vayámonos!

Narum y Sikma sabían que en el fondo Gregor no estaba enfadado. Su profesor tenía el corazón dividido y no podía justificar muchas de sus acciones como miembro de la Unión. Era complicado para él satisfacer sus dos vertientes, la de los deseos y la de la razón conservadora.

Salieron del bar cuando ya estaba anocheciendo en Capcut. Había sido una jornada corta, pero intensa. Los días en aquel planeta parecían sucederse con rapidez. Mañana tendrían que empezar a movilizarse, pero antes aún quedaba por delante una noche de paz y tranquilidad, una noche de reposo en la morada de Gregor.

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III

Rayos de luz rojizos se filtraban por las rendijas de la persiana trazando borrosas siluetas del mobiliario en la oscura habitación de Gregor. Narum se acababa de despertar, Sikma aún yacía arropado por el edredón y dormía plácidamente. La mañana en Capcut era bastante fría, Antares, a pesar de su gran tamaño, no calentaba lo suficiente y el hogar tenía que mantenerse encendido toda la noche. Narum salió de la cama, se echó la túnica por encima y se dirigió hacia la cocina para preparar el almuerzo. Media hora equamense más tarde, Sikma se le unió con las marcas de la almohada aún en la mejilla. Tenía los ojos enturbiados de sueño y no paraba de bostezar y de estremecer todo el cuerpo. Una vez los dos acabaran de desayunar, tenían que contactar con Bélathar y con Ragun y, lo más importante de todo, tenían que hallar una forma de quitarle el pendiente blanco a Newt.

Antes de partir de Govanem, Bélathar les había dado su número de teléfono para que se comunicaran con ella. De hecho, la chica les había hecho prometer que lo harían tan pronto como pudieran, pero hasta el momento tampoco se habían acordado. Con Ragun intentarían contactar telepáticamente. Así pues, salieron del piso de Gregor, que había ido a trabajar antes de que Narum y Sikma se levantaran, y empezaron a andar en dirección a una cabina telefónica que éste último solía utilizar para avisar a su

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madre de que volvería tarde del instituto. En Capcut todos los servicios públicos eran gratuitos, así que fue llegar y telefonear. El quetzal les había seguido desde el cielo como de costumbre y se había posado en el techo de la cabina expectante. Al principio parecía que Bélathar no estaba en casa, pero al final…

- ¿Sí? –dijo al descolgar el teléfono. La conversación duró varios minutos. Bélathar

estuvo contentísima de oírles de nuevo. Aquellos dos días sin saber nada de ellos se le habían hecho eternos y hasta llegó a temerse lo peor. Cuando Narum y Sikma le contaron todo lo sucedido, vio que sus suposiciones no habían ido mal encaminadas, pero ahora se alegraba de que ellos estuvieran sanos y salvos. Al saber sobre Elha y sobretodo sobre Halaus, se puso eufórica. No lo estuvo tanto cuando le dijeron lo arriesgado que sería devolver a su amigo a su estado original, pero ella se ofreció a prestarse para todo lo que necesitaran. También en el asunto del pendiente blanco les mostró su incondicional apoyo y decidieron que tenían que reunirse lo más pronto posible. Halaus, antes de separarse de Bélathar en la Cúpula, le había dado un collar al cual tenía mucho apego y ella aún lo conservaba cuidadosamente. Los tres creyeron que aquella prenda sería lo suficientemente buena para realizar el rito de separación del quetzal. Sino, no sabían qué otra alternativa les quedaba, ninguno de ellos tenía la intención de volver al planeta en el que habían perdido a su amigo. Por lo tanto, sólo quedaba fijar una fecha y un lugar para el reencuentro. Acordaron que, aunque ahora que ya no poseían el pendiente tendrían más libertad de movimientos por parte de Newt y los suyos, no era seguro reunirse ni en Govanem, ni en Capcut, planetas demasiado afines a la Unión, donde orejas no deseadas podrían estar a la

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escucha. Así pues, aunque pudiera parecer algo paradójico, decidieron encontrarse en la Cúpula, en Equam. Creyeron que, ahora que había sido parcialmente destruida, estaría libre durante un tiempo y, además, querían volver a ver el lugar donde habían pasado una de las mejores etapas de sus vidas. La cita sería esa misma tarde. Una vez estuvo todo zanjado se despidieron efusivamente.

Ahora era el turno de contactar telepáticamente con Ragun. Narum y Sikma volvieron al piso de Gregor que estaba situado a los alrededores de la zona restringida. Una vez allí, se pusieron manos a la obra y unos segundos más tarde, mucho antes de lo que esperaban, notaron una perturbación en el aire, abrieron los párpados y los ojos felinos de Ragun ya se hallaban suspendidos en la habitación.

- Salutaciones de nuevo amigos míos –habló el antiguo con su habitual talante parsimonioso-. Sabía que intentaríais contactar conmigo, así que estaba atento a cualquier llamada por muy lejana que fuera –explicó quitando, sin ser su intención, mérito a la hazaña de los chicos-. Yo también me alegro de volver a veros –confesó-. Y bien, ya me tenéis aquí y, además, también creo saber lo que me vais a pedir –se adelantó sin que Narum y Sikma hubieran podido aún mediar palabra-. Es algo que teóricamente tengo prohibido. Como ya sabéis, desde poco después de la creación de este universo que no intervenimos en los asuntos de los demás, así que con vosotros, y más tratándose de un tema tan importante, no tendría que hacer ninguna excepción –con toda aquella palabrería no creían que Ragun les fuera a decir que no-. A pesar de todo, sí que lo voy a hacer –confirmó-. Antes de que partiera para iniciar mi largo viaje, me autorizaron a ayudaros, ya que vosotros nos habíais devuelto las

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ganas de vivir, únicamente si consideraba que vuestra causa era justa. Como creo que intentar evitar una guerra sí que lo es, os prestaré mi ayuda por esta vez –concluyó en un pareado.

Narum y Sikma no sabían qué decir. Sentían una gran alegría de reencontrarse con Ragun y de que éste les ayudara y, como muy probablemente su amigo ya presentía gran parte de esas sensaciones, se abalanzaron sobre él para abrazarle en señal de afecto. Resuelta esa embarazosa situación para el Antiguo, los tres se enfrascaron en una conversación algo difusa. Primero Narum y Sikma le contaron a Ragun todo lo sucedido desde que él les acompañó a Govanem y luego éste les hizo un breve resumen sobre el único planeta que había visitado hasta el momento.

Con el paso de las horas equamenses, la conversación fue derivando hasta desembocar en un tema de capital importancia, cómo arrebatarle el pendiente blanco a Newt. Narum creía saber cómo enfocar el asunto, pero se preguntaba si Ragun también estaría dispuesto a ayudarles. La respuesta fue negativa. Ayudarles a entrar en la fortaleza sí, pero enfrentarse directamente al mismo Newt, eso ya era otra cosa. Desde tiempos inmemoriales que los Antiguos se habían mantenido al margen de tal modo que ahora la mayoría de la gente creía que eran sólo un mito, así pues, aunque hubieran recobrado la curiosidad por lo que les rodeaba, no podían permitirse ser descubiertos y echar a perder su pacífica existencia de un día para otro. A pesar de todo, Ragun le indicó a Narum que su enfoque de aprovechar el único punto débil de Newt era el correcto. Ahora sólo les faltaba hallar el modo de utilizar el excesivo amor propio de su rival en su favor.

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Absortos en el habla, no se habían dado cuenta de que Gregor había vuelto del trabajo. Al entrar en el comedor, Narum y Sikma le presentaron a Ragun y le comunicaron que pronto partirían hacia Equam para reencontrarse con Bélathar. Gregor decidió que también iría con ellos para ayudarles a preparar los últimos detalles y para recoger algunas cosas de su antiguo despacho.

Ya estaba todo dispuesto para partir. Los cuatro se

encontraban en el comedor de Gregor con las maletas hechas. Narum llevaba la mochila que le había acompañado durante todo el viaje. Aún conservaba las cartas celestes que había comprado poco antes de marchar de la Tierra. También llevaba las mismas mudas de ropa y, por supuesto, a su fiel amigo Thoor. Todo lo había guardado el día anterior en la habitación de Sikma que, por su parte, además de recoger las pertenencias de Narum de su casa con la ayuda de Ragun, se había traído consigo algo de ropa y dinero. Gregor era el que iba más ligero de equipaje. Solamente llevaba una maleta de ejecutivo que quería llenar de papeles y ya está. Su previsión era acompañar a los chicos a la Cúpula, darles algunos consejos y regresar a Capcut lo antes posible.

Narum sería el primero en ser transportado a la superficie de Equam. El quetzal reposaba tranquilo en sus brazos y Ragun les empezó a envolver con su suave caricia. Unos segundos más tarde, ya estaban completamente arropados por el joven Antiguo y volvieron a notar como la sensación de cosquilleo indicadora del teletransporte les recorría todo el cuerpo. Despacio, Ragun les fue soltando de nuevo y de inmediato regresó en busca de Gregor y Sikma.

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Narum y el quetzal se encontraban al pie del volcán que escondía la Cúpula. Estaba lloviendo, como de habitual en la faz de Equam. Arriba de todo, junto al despedazado cráter, divisaron una figura, inmóvil… era Bélathar, que hacía unos minutos que había llegado. Se acercaron a ella a ritmo pesado subiendo la cuesta del volcán bajo la intensa tormenta. Bélathar estaba arrodillada, llorando. Miraba en dirección a la perla agujereada y, aunque la zona había sido limpiada recientemente, no podía evitar recordar la terrible escena que había presenciado al escapar de la Cúpula junto a Gregor. Veía aún los rostros apagados de Imanta y de otros combatientes, oía los alaridos, las súplicas, los llantos, la muerte flotando en el aire, la crueldad, la impotencia… desvió la vista hacia el cielo esperando revivir el momento en que la fuga de sus amigos le había devuelto la esperanza. En vez de esto, vio a Halaus. El quetzal estaba ahí, cruzando las alturas radiante. Descendió lentamente y se posó en sus brazos. Bélathar notó aquella sensación de calidez que tanto había echado en falta. Narum, llegando a su lado, también le puso la mano en el hombro en señal de apoyo. Al fin y al cabo, puede que no hubiera sido tan buena idea reunirse en aquel lugar.

Sikma, Gregor y Ragun no tardaron en llegar. Las lágrimas de Bélathar ya se habían difuminado con las gotas de lluvia y todos juntos se dirigieron hacia el teletransportador que les llevaría al interior de la Cúpula. Una vez dentro, empezaron a andar por los pasillos. Las piernas les condujeron hasta la habitación. Sorprendentemente, era una de las pocas estancias que había quedado prácticamente intacta. Allí, frente a la puerta, antes de entrar, Gregor y Ragun se separaron del resto del grupo, uno se dirigió hacia su despacho y el otro se esfumó habiendo prometido

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volver cuando le necesitaran. Los cuatro antiguos residentes, Narum, Bélathar, Sikma y Halaus, se habían quedado solos. Abrieron la puerta. Las sillas, los sofás, las mesas de la salita de estar que hacía de recibidor aún seguían allí. Un par de ellas estaban tumbadas en el suelo, pero rápidamente las volvieron a poner en su sitio. Nada había cambiado, era el mismo lugar en el que el primer día se habían ido contando sus respectivas historias de cómo habían llegado hasta allí, el instante en el que la amistad entre Narum y Sikma parecía verse irremediablemente abocada al fracaso… el lugar donde habían planeado el asalto al despacho de Gregor, lugar desde donde Narum y Elha habían salido a pasear en la noche a partir de la cual cambió todo, lugar donde habían pasado infinidad de horas charlando, conociéndose mejor… los cuatro recordaron nostálgicos aquellas vivencias que parecían quedar ya muy lejanas. Con la distancia los recuerdos se veían distorsionados, todos estaban acentuados, lo malo era peor y lo bueno, casi irrepetible. Se levantaron de los sofás en los que se habían tumbado unos instantes y se dirigieron hacia sus antiguos compartimientos. Bélathar, Halaus y Narum ocupaban los I12, I22 e I32 respectivamente. Sikma, por el contrario, se encontraba en el lado derecho del pasillo, en el compartimiento D21, derecha, segunda fila, primer piso. Sólo faltaba Elha, al lado de Narum, en el I42.

Narum subió la escalerita hasta su habitáculo. En su interior, aún había la cama, el pequeño mueble armario-estantería, la lucecita y poco más. Sacó a Thoor de su mochila y lo puso al lado de la almohada. Luego se quitó la túnica y los zapatos y se tumbó boca arriba en el colchón. Empezó a acordarse del día en el que había ocurrido el incidente con el círculo blanco,

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cuando Elha estaba en su habitación velándole. La veía allí enfrente, tan hermosa como siempre, sus palabras se perdían en el aire, sus labios emanaban magia, belleza… y se fueron acercando el uno al otro, temblorosos, mirándose como cuando se experimenta algo por primera vez… y un beso… y un suspiro de Narum que sonreía liviano… ¿Se puede saber en qué estaría pensando? Se sacudió la cabeza. Elha estaba con Sikma.

Se incorporó rápidamente quedándose sentado en la cama. Estuvo unos instantes quieto, intentando dejar su mente en blanco y, luego, se puso de cuatro patas y asomó la cabeza por la puerta. En el estrecho pasillo ahora sólo quedaba el quetzal que estaba posado en el último peldaño de la escalerita que daba al compartimiento de Halaus. Bélathar y Sikma habían entrado en sus respectivos cobijos y habían cerrado la puerta para aislarse unos segundos del resto del mundo y recordar los buenos momentos que habían pasado allí. Narum descendió de su habitáculo y le abrió el I22 al quetzal. Los dos entraron juntos y estuvieron unos minutos en él. Narum aprovechó para echarle un vistazo, sin tocar nada, sólo observando. El compartimiento de Halaus era muy parecido al suyo, había los mismos muebles y estaban distribuidos de igual manera, pero la atmósfera que se respiraba ahora en las dos estancias era muy diferente.

Pasaron el resto del día arrastrándose por los tristes pasillos de la Cúpula, recordando viejos tiempos. Finalmente, regresaron de nuevo a la habitación y devoraron algo de comida que había traído Bélathar previsora. Luego se fueron a descansar; aquella iba a ser su última noche de reposo en los días venideros.

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La oscuridad reinaba en la Cúpula. Narum se había levantado, los demás aún seguían durmiendo. Se puso la túnica por encima, cogió a Thoor consigo y descendió la escalerilla hasta encontrarse en el estrecho pasillo de la habitación habiendo salido de su compartimiento. Sigilosamente, cruzó la salita de estar y en breve estaba deambulando descalzo por los corredores de la Cúpula… no, deambulando no, se dirigía hacia un lugar en concreto, una sala en particular, donde una vez creyó que finalizaba su aventura, donde una vez se vio envuelto en llamas… ya estaba cerca. Al final del pasillo veía el arco que daba entrada al templo de la magia negra. Todo estaba en silencio, no se oía ni un alma, sólo sus pasos avanzando despacio hacia la sala rompían la monótona calma. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… inquietante. La curiosidad le había llevado hasta allí, curiosidad por saber qué efecto tendría sobre él el círculo blanco ahora que todo había cambiado desde su único encuentro, ahora que su esfera era negra, ahora que parte de él se había realizado, ahora que había experimentado la verdadera amistad… lentamente pasó por debajo del arco… ya estaba dentro. La sala tampoco había sufrido grandes cambios, sus paredes seguían oscuras y se alzaban imponentes formando un impecable triángulo equilátero. El círculo de mármol blanco, inscrito en el triángulo, aún le infundía respeto y encontrándose allí de pie, cerca del centro, no estaba seguro de lo que estaba a punto de hacer. El frío del suelo le subía desde los pies desnudos y le helaba las piernas. Sólo unos centímetros más y volvería a estar en el centro. Se quitó la capucha, dejó a Thoor a un lado, dio el último paso y esperó inmóvil, atento, con los cinco sentidos puestos. Nada, seguía el silencio… sólo oía sus respiraciones… profundas… el aire

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penetraba gélido por su nariz hasta sus pulmones y volvía a ser expelido por la boca liberando con él una nube de vapor… seguía a la espera… inspiración, expiración… soplaba… inspiración, expiración… el débil fragor de la corriente deslizándose entre sus labios fue inundando la sala… el rumor se iba haciendo más intenso, se había alzado una leve brisa que danzaba sin rumbo alcanzando todos los rincones de la estancia… el aire se filtraba por la túnica de Narum, le acariciaba el pelo, sus ojos brillaban… y una pícara sonrisa se iluminó en su cara.

La brisa cesó, Narum recogió a Thoor, abandonó el círculo y regresó a la habitación donde durmió apaciblemente hasta el amanecer…

Todo el mundo se había levantado. Narum,

Bélathar y Sikma estaban tumbados charlando en los sofás de la salita de estar de la habitación, Gregor les había pasado a saludar hacía unos momentos y a decirles que terminaba unas gestiones que aún le quedaban por hacer y que ya estaría preparado para partir y Ragun ya estaría al caer. A pesar de eso, no parecía que todo estuviera listo para iniciar la expedición. Los planes para recuperar el pendiente de Halaus y para arrebatar el pendiente blanco a Newt no estaban más que esbozados. Por lo visto, Ragun les infiltraría en la base de Newt y, una vez allí, tendrían que hallar alguna forma de encontrar el pendiente de su amigo, a no ser que el Antiguo se lo trabajase y les dejase justo al lado de éste. Luego, tendrían que vérselas con Newt. Si éste llevaba puesto el pendiente blanco no habría forma de quitárselo por la fuerza, así que, primero tendrían que hacer que de algún modo se desprendiera de él antes de que se enfrentara a ellos. Narum había previsto lanzar algún tipo de ataque

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psicológico, que tanto éxito habían tenido hasta el momento, hurgando en el punto flaco de Newt, su excesiva confianza en sí mismo. Sí éste resultaba eficaz, la lucha sería mucho más igualada.

Estas difusas pautas representaban las líneas generales del plan, lo demás ya se iría viendo sobre la marcha una vez se toparan con las distintas situaciones. No había tiempo que perder y, aunque pudiera parecer que se lanzasen al vacío, tampoco había otra alternativa.

- Tomad, el collar de Halaus… –era Bélathar quien estaba hablando- yo no iré con vosotros –dijo resignada.

La chica acababa de desabrocharse el collar de la nuca y se lo estaba entregando a Narum que lo recogía perplejo mirando con tristeza como su mano fláccida lo agarraba contradiciendo su voluntad.

- ¡Pero Bélathar! –irrumpió Sikma contrariado. - No pasa nada –le calmó ella-. Todos sabemos que

no os sería de gran ayuda y, además, como dijo la otra vez Narum, es mejor que alguien se quede atrás, alguien que esté al corriente de todo, para poder avisar y proseguir con la lucha en caso de que algo malo sucediera –terminó.

- Es verdad, yo dije eso –admitió Narum-, aunque puede que ahora ya no sienta lo mismo. Por una parte, es bueno que alguien esté en la retaguardia… ahora, por ejemplo, tú serás la única, que no está en un bando determinado, que lo sabrá todo sin estar metida de lleno en el asunto… Newt, además, no sabe de tu existencia y eso es un punto a favor nuestro… pero, por otra, también es bueno que estemos todos juntos, unidos… no sé ¿me entendéis? –interrogó buscando el apoyo de los demás- La decisión está en tus manos -concluyó.

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- Me quedaré en Govanem –asintió serena cerrando los párpados- y esperaré impaciente vuestro regreso con Halaus y con el pendiente blanco –sonrió Bélathar animándoles-. Tomad también algo de comida para el viaje –añadió-, aunque muy probablemente sea corto, nunca se sabe…

Metieron las provisiones en las mochilas de Narum y de Sikma hasta que ya no cupieron más. Bélathar llevaba consigo toneladas de víveres, si una cosa no les iba a faltar, en caso de que se perdieran o de que la misión se prolongara, sería comida. Terminaron la operación de trasvaso justo cuando Gregor y Ragun entraron en la habitación. Todo el mundo estaba preparado para partir. Gregor ya había terminado con toda la burocracia y el papeleo que tenía que recoger de su despacho y, antes de que Ragun les teletransportara a sus respectivos destinos, les dirigió unas palabras.

El discurso no fue muy inspirado. Fue bastante impersonal, a Gregor se le veía indeciso, nervioso, como si supiera que la influencia que podía tener sobre los chicos era ya muy poca. Les animó a ser prudentes, a que no se precipitaran, les advirtió sobre la forma de actuar de Newt, sobre su carácter cínico y arrogante y sobre su astucia. También les aconsejó un poco sobre cómo podían pasar desapercibidos dentro de la base de Newt en Urdu, planeta oscuro situado en la llamada galaxia del triángulo. Finalmente, se despidió de ellos y les hizo prometer que se reunirían con él tan pronto como hubieran recuperado el pendiente blanco, recordándoles, además, que, si no lo llevaban a cabo en menos de dos días, se vería obligado a tomar las medidas necesarias para garantizar los intereses de la Unión.

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Gregor, al marcharse hacia Capcut teletransportado por Ragun, tuvo la sensación de que de poco habían servido sus patéticas indicaciones. Ellos, los del Consejo de la Unión, les habían dado alas a aquellos chicos y ahora era difícil que se las pudieran cortar. Personalmente, y con el corazón dividido, él sólo deseaba que todo les saliera bien en aquella alocada empresa. Al fin y al cabo, apreciaba a Narum demasiado como para desearle que algo malo le ocurriera…

Ragun ya había vuelto a por Bélathar que se despidió de sus amigos. Abrazó cálidamente a Narum y a Sikma, les dio un dulce beso en la mejilla y se esfumó arropada por el Antiguo no sin antes desearles buena suerte. Ahora ya había llegado el turno de los dos chicos. Se cogieron de la mano con fuerza, estaban a punto de embarcarse en un tren sin retorno. El quetzal y Thoor les acompañaban en la empresa y Ragun, que había regresado veloz de Govanem, ya les había empezado a envolver. Eran las treinta-y-siete horas en Equam y un electrizante cosquilleo les recorrió todo el cuerpo.

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IV

Rayos, truenos, tormenta seca. Urdu estaba cubierto de una densa capa de nubes. Rayos, truenos, cada pocos segundos sin que lloviera en ninguna parte. La atmósfera era amarillenta, el aire lleno de polvo. Rayos, truenos, pero, aparte de eso, silencio. Frente suyo había un mercadillo de gran extensión. Los tenderetes estaban distribuidos en una cuadrícula perfecta. No se oía ni un alma, a pesar de que la explanada estaba a rebosar de seres de todos los colores. Los vendedores atendían sin soltar palabra alguna, los compradores, los peatones, las familias no hablaban entre ellos, en definitiva, nadie allí abría la boca. A lo lejos se alzaba una imponente edificación, la silueta de lo que parecía ser un esbelto castillo se dibujaba sobre el lienzo de arena de fondo. Narum supuso que se trataba de la fortaleza de Newt, pero entonces ¿por qué Ragun les había dejado tan lejos? Pronto descubrió que estaba equivocado, el joven Antiguo, antes de retomar su largo viaje de exploración, les habló; por lo visto, ya se encontraban dentro de ella.

“Estamos en la gigantesca base de Newt en Urdu –empezó Ragun que había sido informado por Gregor-. Aquí todo funciona distinto a lo que hayáis podido ver hasta ahora. Nadie habla, nadie rompe las normas, el cumplimiento de los horarios es sagrado. En estos momentos, por ejemplo, es la hora de la compra para

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todo el mundo, luego vendrá la hora del trabajo, después la de la familia, luego la de descanso… concretamente nos encontramos en el sector norte de la fortaleza, el mercado. El sector sur es el parque, el este es la vivienda y el oeste la empresa. Como podéis ver cada uno está destinado a las distintas horas en las que está dividido el día en Urdu –se pausó interrumpiendo momentáneamente la comunicación telepática-. Aquí, en la base de Urdu –prosiguió-, viven, desde la formación de la Federación Intergaláctica, los descendientes de los líderes de los planetas que conforman la Federación. Por lo tanto, aquí teóricamente está la crème de la crème, los más fieles de todos, los únicos que tienen permiso para estar en la fortaleza de Newt, una ciudad totalmente independiente del resto, la ciudad motora de la Federación –se volvió a pausar para cambiar de tema-. Os he dejado aquí, tan lejos del castillo –aclaró-, porque yo, como Antiguo que soy, del mismo modo que lo están todos los pendientes con los pendientes blancos, estoy indisolublemente ligado a ellos. Eso quiere decir que, si Newt lleva el pendiente blanco puesto, puede detectar mi presencia a un radio determinado, al igual que puede interceptar todos los pensamientos de los que también llevan algún pendiente cualquiera. Interceptar pensamientos no quiere decir que vuestra mente sea un libro abierto para él, que sepa vuestro pasado, vuestros miedos, vuestros deseos, vuestros planes… sólo significa que puede saber qué estáis pensando en cualquier momento –Ragun se detuvo por última vez-. Ahora ya sabéis lo que teníais que saber, ahora ya estáis preparados. Volveré en cuanto hayáis terminado. Llamadme entonces –y desapareció.”

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Ragun no era muy dado a la conversación. Muy pocas veces daba pie a que le pudieran preguntar dudas sobre lo que acababa de decir, sencillamente se largaba antes y arréglatelas muy buenas. A pesar de eso, Narum y Sikma tenían en gran aprecio a su extraño amigo, siempre, aunque de forma confusa, les proporcionaba valiosa información. Así pues, lo primero que hicieron, aprovechando los últimos conocimientos adquiridos, fue quitarse rápidamente los pendientes. De ese modo, aunque renunciaran en gran parte a su magia, se aseguraban de que Newt no les detectara ni de que supiera qué estaban tramando. Luego echaron un vistazo a su alrededor para ver en qué situación estaban. Para su sorpresa, encontraron que a sus espaldas, dos metros más allá, se alzaba un enorme muro que llegaba hasta el cielo y que, por lo que pudieron deducir, marcaba el perímetro de la base de Newt. Visto esto comprendieron la dificultad que hubiera entrañado infiltrarse allí sin la ayuda de Ragun. Finalmente, empezaron a andar en dirección al castillo. Los dos sabían que de algún modo tenían que hallar la forma de entrar en él y de, una vez allí, recuperar el pendiente de Halaus. Para conseguirlo tendrían que superar la dificultad que suponía no poder hablar entre ellos, ese era uno de los requisitos indispensables que les había dado Gregor para pasar desapercibidos en Urdu. La intuición y la compenetración iban a ser las claves del éxito.

Ragun les había dicho que ahora era la hora de las compras y que después vendría la del trabajo. Narum y Sikma, paralelamente, pero por separado, fueron pensando qué provecho podían sacar de ello mientras iban paseando por los callejones del enorme mercado en dirección al castillo. Cada varias esquinas se alzaban unos espigados postes metálicos que hacían de

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para-rayos y que, a su vez, absorbían la gran cantidad de electricidad recibida proporcionando energía a toda la ciudad. También, cada otros tantos cruces de calles, se encontraban en su camino con unos finos tubos de plástico que iban desde el suelo hasta las nubes y que eran los encargados de recoger su agua y suministrarla a la base. Tanta tecnología contrastaba con las pobres condiciones en las que estaba el vasto mercado. Los discretos mercaderes ofrecían sus productos al público en destartalados tenderetes, los compradores se los llevaban en rudimentarias cajas de madera y los transportistas los repartían en carros arrastrados por prehistóricos animales de tiro. Además, todo esto en el más absoluto orden y silencio, como si se tratara de autómatas.

Por su parte, Narum y Sikma hacía rato que daban vueltas entorno a la misma idea, tanta disciplina en la fortaleza, tanta restricción para poder entrar en ella, tanto cumplimiento de las normas, podía hacer que la base fuera casi impenetrable desde fuera, pero que una vez dentro, sin importar el modo empleado para lograrlo, se mostrase como un erizo sin púas, totalmente vulnerable. Muy posiblemente no se les podía ni pasar por la cabeza que alguien estuviera infringiendo la normativa, así que, teóricamente, sólo tenían que esperar al cambio de horario y entrar en el castillo como si fueran trabajadores del mismo. Entretanto, mientras seguían andando hacia el esbelto edificio, Narum aprovechó para trazar una estrategia para enfrentarse a Newt. Cuando ya llevaban más de una hora equamense de camino, salieron del sector del mercado y llegaron a las cercanías de la plaza fuerte. Fue allí cuando por unos altavoces sonó una estridente alarma. Inmediatamente una marea de seres abandonó la zona norte y se dirigió hacia la oeste, la empresa.

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Sólo los comerciantes quedaron en el ahora desértico mercado para recoger sus respectivas paradas. Narum y Sikma sabían que aquella era su oportunidad. Reaccionando con celeridad y con Sikma llevando al quetzal, que había permanecido escondido debajo de su túnica desde su llegada a la fortaleza, decidieron seguir a parte de la multitud que iba hacia las puertas del castillo. Durante el recorrido vieron atravesar las nubes a un escuadrón de naves de combate. Hasta el momento no se habían percatado, pero parecía que Urdu se estaba preparando para entrar en guerra. A lo lejos, en los alrededores del castillo que daban al sector de la empresa, se concentraban infinidad de máquinas de guerra, la mayoría eran buques espaciales, pero también había tanques de asalto terrestres destinados a llevar a cabo la invasión por tierra de cualquier planeta enemigo. Rápidamente, Narum y Sikma comprendieron que se trataba de los preparativos del conflicto que enfrentaría inminentemente a Newt y a Ardemum.

Siguieron andando en dirección a las puertas del castillo, ahora más velozmente, avanzando posiciones entre la densa masa de seres. Pronto estuvieron casi encabezando la marcha; su misión era de vital importancia, tenían que recuperar el pendiente blanco lo antes posible si querían llegar a tiempo y evitar el inicio de la catástrofe. Pasaron por debajo de un arco que daba entrada al recinto interior del castillo. Acababan de cruzar las murallas exteriores, talladas en bloques de piedra negra como toda la fortificación. Desde sus pies, se podía contemplar la magnificencia de aquella construcción cuyas torres desafiaban al cielo amenazándole como puntiagudos alfileres. Unos segundos más tarde, Narum y Sikma se unieron a una de las múltiples colas que se habían formado para

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entrar en el castillo. Éstas iban avanzando de forma constante. Unos metros más y ya estarían dentro.

Los nervios se los estaban comiendo por dentro, ¿y si por alguna razón les descubrían? Pronto supieron que sus temores eran infundados. Llegado su turno, los encargados de la entrada les dieron las herramientas de trabajo y pasaron sin más problemas. Narum y Sikma formaban parte de la sección de limpieza. Una bata azul, una pala, una escoba, un cubo y un mocho serían sus nuevos aliados para el camuflaje. Ahora sólo les quedaba dar con el lugar en donde Newt guardaba los pendientes de todos los magos a los que había derrotado.

Se pusieron manos a la obra e iniciaron la búsqueda barriendo el castillo de izquierda a derecha, en sentido figurado cuando nadie les veía y literalmente cuando tenían a algún compañero de sección cerca. Limpiaron la planta baja, fregaron la primera, quitaron el polvo a la segunda y nada. En todas las estancias del laberíntico castillo en las que entraron no había ni rastro de trofeos. Nada, nada de nada. Supusieron que Newt los guardaba en las plantas superiores en las que los de la limpieza no tenían acceso. Puede que si se hubieran puesto en otra cola… por unos instantes Narum y Sikma pensaron en ponerse los pendientes y de este modo hacer que Newt les fuera al encuentro. Entonces, primero recuperarían el pendiente blanco y luego devolverían a Halaus a su estado original. Pero no, Halaus les iba a ser de mucha utilidad en la lucha contra Newt. No podían rendirse aún, tenían que seguir buscando.

Por lo observado hasta el momento, reflexionaron, las plantas inferiores del castillo, únicas plantas en las que habían estado, eran las destinadas al alojamiento de invitados. Todo eran suites de lujo extremo con

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rimbombantes adornos y grandes salones. Entonces, ¿hubiera sido descabellado pensar que una sala de trofeos no pudiera estar allí? De ese modo Newt mostraría su grandeza frente a sus invitados. Pero no, puede que eso no fuera con su estilo, él era más cínico, a él le gustaba mostrar su clase… con sutileza… y Narum y Sikma se empezaron a fijar en los detalles. Inspeccionaron todos los rincones habidos y por haber de la parte del castillo en la que tenían acceso en busca de alguna pista, de una puerta secreta o de cualquier cosa que les resolviera su pregunta, ¿dónde estaba el maldito pendiente de Halaus? Tanto mirar y remirar por todas partes, se habían dejado medio castillo por inspeccionar. La respuesta había estado todo el rato justo encima de sus cabezas y no se habían molestado ni un segundo en darle un vistazo al trabajado techo.

Cansado de buscar y en vista de que se acercaba un grupo de empleados, Sikma empezó a fregar el suelo, mirando cabizbajo como cada vez que pasaba el mocho las baldosas se volvían más relucientes. Continuaba fregando, los trabajadores aún estaban allí y no parecía que se fueran a marchar pronto. Tenía la mirada clavada en el suelo viendo como la fregona iba de un lado a otro… izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda… una imagen estaba empezando a aparecer en las baldosas. Sikma había puesto el piloto automático. Izquierda, derecha, izquierda, derecha… las baldosas estaban cambiando de color… Sikma incrementó el ritmo… izquierda-derecha-izquierda… se había percatado de lo que estaba ocurriendo. El suelo reflejaba el techo, un techo de un color homogéneo muy particular, como de un verde granulado, como si hubiera cientos de guisantes suspendidos en el aire, pero no, no eran guisantes, eran pendientes; miles de pendientes de los magos que

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Newt había derrotado colgados del techo formando un enorme mosaico. Era una visión escalofriante, era una amenaza constante sobre sus invitados, era una muestra de poder descomunal que inhibiría a cualquiera de intentar alguna tentativa de tumbarle de su pedestal. Allí era donde Newt mostraba su clase, un desafío tan sutil, pero a la vez tan flagrante.

Los empleados finalmente se marcharon y Sikma corrió a contárselo a Narum. Él tampoco se había dado cuenta hasta entonces y se alegró de que Sikma hubiera hecho aquel importante progreso. Ahora sólo quedaba encontrar el pendiente de Halaus entre toda aquella multitud. Estuvieron recorriendo de nuevo el castillo estancia por estancia y observaron que cada habitación tenía el techo decorado con un color de pendiente distinto, desde el transparente, hasta el negro, pasando por el amarillo, el verde, el marrón, el rojo, el lila, el azul y el gris. Narum supuso que Newt alojaba a sus invitados en los aposentos correspondientes a sus respectivos colores de pendiente para que la original amenaza aún fuera más eficaz. Probablemente los huéspedes se identificarían más con los desafortunados magos de nivel de pendiente parejo al suyo. Así pues, descubierta la disposición de la decoración del castillo, Narum y Sikma se dirigieron hacia la habitación cuyo techo era de tonalidad azulada, color del pendiente de Halaus antes de que éste se viera obligado a refugiarse en el pájaro.

La sala se encontraba en el segundo piso y era una de las más grandes de todas. El techo se parecía al cielo en un día claro de invierno, con centenares de tonalidades de azul, marino, claro, cian, celeste, añil… saber cuál de los pendientes era el de su amigo sería como encontrar una aguja en un pajar. Aunque

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pudieran elevarse hacia el techo y examinarlos uno a uno les sería imposible distinguir cuál era el que buscaban, por lo tanto, no merecía la pena arriesgarse a que Newt apareciera si Narum y Sikma se ponían sus pendientes para acelerar la búsqueda. Sólo el propio Halaus podría discernir cuál de entre todos aquellos era el suyo, así que, Sikma liberó al quetzal, que había permanecido todo aquél rato escondido bajo su túnica, cerciorándose antes de que no hubiera nadie merodeando por los alrededores. El pájaro permaneció unos instantes quieto, observando atentamente el mar de pendientes posado sobre la cabecera dorada de la cama. Luego, se elevó a varios metros del suelo y flotó hacia su objetivo. En menos de un minuto el quetzal ya había localizado el pendiente y pronto se hizo con él.

Todo estaba preparado para realizar el extraño rito, el pendiente, el collar y el quetzal. Únicamente faltaba disponer estos tres elementos de forma correcta para que se iniciase el proceso que devolvería a Halaus a su estado original. Sikma ya le había puesto el collar al pájaro y se disponía a hacer lo mismo con el pendiente justo cuando Narum le detuvo…

- Un momento Sikma –intervino-. Antes de que regreses, Halaus, os tengo que contar a los dos los últimos detalles de mi plan para hacer frente a Newt, porque tened en cuenta que justo cuando aparezcas –aún se dirigía al quetzal- Newt te detectará porque llevarás el pendiente puesto y vendrá de inmediato. Entonces tú y yo, Sikma, también nos tendremos que poner el nuestro –se pausó-. Otra cosa que tampoco se nos puede pasar por alto –prosiguió- es que Newt sabrá todo lo que pensemos en aquellos momentos. Esto teóricamente juega en nuestra contra, pero si lo sabemos aprovechar puede ser un punto a favor nuestro, así que, para crear confusión, al principio

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cuando pensemos en ti –dijo señalando a Halaus- te llamaremos Narum. A ti Sikma te llamaremos Halaus y a mí Sikma. Luego, cuando pasemos a la segunda fase del plan que os voy a contar, a mí me llamaréis Halaus, a ti, Sikma, Narum y a Halaus, Sikma. Esto solamente cuando pensemos, si hablamos en voz alta tenemos que usar nuestros nombres reales para que Newt no descubra la rueda de cambio. Si lo hacemos bien al principio ya es suficiente, luego es muy posible que nosotros mismos nos liemos, total que lo que conseguiremos es que Newt no se pueda fiar en absoluto de los nombres en los que pensemos –concluyó Narum satisfecho la primera parte de la explicación-. Bueno, aclarado esto, allá va el plan de combate –inició-. Primero, vamos a luchar contra Newt como si no tuviéramos ninguna estrategia planeada, es decir, cuerpo a cuerpo, pero sin arriesgarnos demasiado. Su superioridad será aplastante y sólo seguiremos con vida si, tal como creo, Newt no quiera terminar deprisa y quiera disfrutar con nosotros. Luego, cuando vea que estamos casi al límite, pasaremos a la segunda parte del plan, que Newt tiene que creer que es algo que nos sale de dentro, algo improvisado. Entonces, yo…

Narum siguió hablando durante unos minutos más hasta que pareció que el papel de cada uno estaba más o menos claro. Era el momento de volver a reencontrarse con Halaus después de tanto tiempo. Los tres lo estaban deseando y, aunque sabían que esto supondría el inicio de una batalla decisiva, creían que les iba a dar mucha moral para afrontarla con valentía. Por lo tanto, sin más demora, ahora Narum le puso el pendiente al quetzal y lo colocó encima de la cama.

La magia no se hizo esperar. Inmediatamente una sensación de calidez, reconforte y bienestar invadió la

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sala. Inconfundiblemente se trataba de Halaus que se estaba preparando para volver. El pendiente empezó a brillar intensamente, luego el collar y finalmente todo el quetzal. Su infinita cola ondeaba en el aire, sus alas extendidas y, a su alrededor, una nube de polvo que se iba acumulando. Esta materia en forma de esfera que orbitaba entorno al pájaro provenía de toda la sala. Era como si se estuvieran recopilando todos los elementos necesarios para volver a crear el cuerpo de Halaus. La nube fue creciendo y también incrementando su temperatura hasta convertirse en una bola incandescente. Era como una mini-estrella, creadora de vida, en donde se desencadenaban miles de reacciones químicas que producían todos los componentes del universo. Narum y Sikma contemplaban el espectáculo asombrados con la mano derecha en el bolsillo preparados para ponerse el pendiente en cualquier instante.

El quetzal emergió de dentro de la bola de fuego dejando tras de sí una estela azulada. Ya sólo debía estar Halaus, su cuerpo, su espíritu, el collar y el pendiente, allí dentro. La espera ahora sí que se estaba haciendo eterna. El quetzal reposaba en los brazos de Sikma. Narum se acercaba lentamente a la esfera que, poco a poco, se iba apagando y fundiendo. Su brillo ya no era cegador y empezaba a dejar ver, tras de sí, una frágil silueta. Halaus había vuelto, recubierto de cenizas, de rodillas, medio tumbado sobre la cama. Su pendiente era también gris.

Narum se abalanzó sobre su amigo y le abrazó con fuerza. Sikma se había acercado tímidamente y contemplaba el milagro incrédulo. Todo parecía haber salido a la perfección hasta que…

- ¡Cómo demonios habéis llegado hasta aquí! –se oyó una voz que protestaba iracunda- ¡Quiénes os

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creéis que sois para irrumpir en mi morada! ¡Y tú no estabas muerto! –la rabia parecía ir en aumento, pero de pronto se serenó-. ¡Ja! –se burló Newt- Ya veo que tendré que volver a ocuparme de vosotros, pero ahora, ¡de una vez por todas! –vociferó quitándose la capucha.

Sin más dilación, la batalla dio comienzo. El pendiente blanco de Newt relucía con cada rayo que se filtraba por las ventanas, Sikma, a su vez, ya se había puesto el suyo, pero Narum, con toda la emoción, aún no había tenido ocasión y el inicio le pilló desprevenido. Newt, de repente, hizo un brusco movimiento cerrando la palma de su mano izquierda hacia arriba y la cama prendió en llamas. Narum estaba indefenso y fue Halaus quien reaccionó veloz creando una esfera protectora a su alrededor. El quetzal se había acurrucado asustado debajo de una silla y Sikma, poniendo en práctica parte del plan pensó “¡Sikma!”, refiriéndose a Narum. Newt, desconcertado, giró su cabeza hacia él y esto dio tiempo a Narum y a Halaus para que pudieran escapar del incendio. Ver que había sido engañado encolerizó aún más a Newt que no dio tiempo a los chicos a recobrarse del espanto inicial. Volvió a embestir, con el conocimiento absoluto que le otorgaba el pendiente blanco y que hasta le permitía vulnerar las leyes de la física, ahora a la velocidad de la luz. No podían verle, era demasiado rápido, no podían esquivarle, Newt era como una onda invisible que les empezó a asestar golpes, uno tras otro, sin parar, destrozando todo lo que se interponía en su camino. “¿Cómo frenar la luz? ¡¿Cómo?!” se interrogaba Narum. “No, frenarla es imposible, reflejarla, difractarla, esta es la solución”. Y como por arte de magia, justo cuando Newt interceptó aquellos pensamientos de Narum que eran el principio

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de la clave para pararlo, se detuvo en seco y emprendió otra estrategia.

Narum, Sikma y Halaus estaban tirados en el suelo. Para frenar los impactos de Newt cada uno había intentado protegerse como había podido, pero a pesar de todo, sus esfuerzos habían sido insuficientes y yacían abatidos esparcidos por la irreconocible habitación de invitados. El pobre quetzal aún seguía refugiándose debajo del asiento.

Newt ahora estaba levitando en medio de la sala, aparentemente quieto, inactivo, pero no era así. En silencio, estaba creando el vacío alrededor suyo, un radio de unos diez metros donde no hubiera nada, ni sillas, ni mesas, ni camas, ni aire, ni la más mínima partícula, absolutamente nada, sólo ellos. Pronto los maltrechos chicos notaron como les comenzaba a faltar el aire. No podían respirar, pero lo que aún podía ser peor, su sangre les estaba empezando a hervir a causa de la falta de presión a su alrededor… además, para acabarlo de rematar, también estaban totalmente inmovilizados. Su magia se basaba únicamente en modular el entorno, si no había entorno estaban perdidos. No podían dar forma al aire, ni crear corrientes y, en consecuencia, no podían flotar, ni atacar, ni nada. Su tiempo se estaba agotando, sus gritos de dolor quedaban completamente sofocados, la idea silenciosa de Narum parecía su última esperanza.

Newt puede que no lo hubiera previsto, pero a cada uno de los tres les quedaba un movimiento. Al estar en el suelo se podían impulsar con las piernas, una sola vez, a través del vacío y en cualquier dirección. “¡Halaus! ¡Propúlsate hacia Newt! ¡Sikma, hazlo hacia fuera del vacío!” les comunicó telepáticamente Narum. Tanto Halaus como Sikma, que no sabían muy bien hacia quién iban dirigidas aquellas órdenes, se

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lanzaron con furia hacia su oponente. Narum, aprovechando la confusión de sus amigos y de Newt, que no entendía que estupideces hacían aquellos chicos con sus problemas de comunicación, se impulsó hacia fuera del vacío y, una vez allí, rompió a distancia las ventanas de la estancia e inundó la sala de aire proveniente del exterior.

Narum, Sikma y Halaus se habían escapado por los pelos, pero a pesar de todo, seguían estando contra las cuerdas. Los tres estaban llenos de heridas y casi ya no les quedaban fuerzas. Newt estaba jugando deliberadamente con ellos y cuando quisiera podía terminar con toda aquella farsa. Era hora de poner en marcha la segunda parte del plan.

- ¿No te das vergüenza a ti mismo? ¿No te das asco? ¿No te das pena? –empezó Narum-. Nos estás destrozando, pero no tiene ningún mérito… –sonrió- ¿Te estás divirtiendo, eh? Con el pendiente blanco cualquiera. Ha, ha, ha… –suspiró- No, Newt no, tampoco lo tuvo quitárnoslo… –negó con la cabeza- de hecho, nunca nos has llegado a derrotar por tus propios medios, por tu propia valía –clavó los ojos en los de su oponente-. Puede que antes de que te conociéramos, para llegar hasta aquí sí que hicieras algo, aunque no creo que fuera nada de noble… ¡Bah! Dejo de enrollarme que ya sé que esto a ti te da igual… vamos Newt, demuéstranos, si te atreves, de lo que eres capaz de hacer por ti mismo. Una lucha de igual a igual, a ver quién es el mejor… ¿o es que tienes miedo? Vamos Newt, deja patente quién manda aquí, demuestra que puedes derrotar a tres simples novatos –le desafió.

- ¡Necio! La actuación de Narum había surtido efecto. La

autoestima de Newt se había visto afectada y, además,

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¿quién iba a temer a tres noveles indefensos por muy alto que fuera su nivel de pendiente? Irreflexivamente, el tirano se arrancó el pendiente blanco de la oreja.

- ¡Ahora! –gritó Narum. Narum, Sikma, Halaus… todos se abalanzaron

sobre Newt que, uno a uno, fue quitándoselos de encima sin más problemas. Aunque sin el pendiente blanco, continuaba siendo un rival temible, pero ahora ya no podía predecir sus movimientos y menos los del quetzal. El as de la manga de los chicos había sido puesto en juego. El pájaro, sin que Newt se lo esperara, le atacó por detrás y le dio un picotazo en la mano en la que tenía agarrado el pendiente haciendo que éste quedara libre y cayera desde las alturas.

Era una carrera para hacerse con el objeto más preciado del universo. El quetzal se había apartado de la disputa. Newt seguía siendo el que estaba más cerca y, aunque sorprendido por el inesperado vuelco de la situación, se lanzó sin pensárselo a por el pendiente. Fue entonces cuando Sikma le disparó una ráfaga azulada que le obligó a defenderse y a perder unas décimas cruciales. Secundando la acción, Halaus se apresuró a coger el tesoro que aún seguía cayendo, pero Newt no había dicho su última palabra y provocó una explosión en sus proximidades que le alejó bruscamente estampando al chico contra la pared. El descenso del pendiente había llegado a su fin y ahora yacía inerte en el frío suelo.

Era Narum contra Newt, una batalla aparentemente igualada entre magos de máximo control de su magia, aunque la experiencia, teóricamente, tendería a decantar la disputa a favor del segundo. Sikma lo había comprendido y se hizo a un lado. El duelo estaba servido.

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“¿Por qué quieres el pendiente Newt? ¿No tienes ya suficiente?” le interrogó Narum. “No, Narum, no, nunca es suficiente. Yo quiero pasar a la historia como el más grande conquistador de todos los tiempos, quiero a todo el universo arrodillado a mis pies.” “¿Pero no ves todo el daño que haces?” insistió Narum que quería indagar en la mente de su rival. “Sí, y qué. Terminarás por ver que lo más importante en esta vida es uno mismo. Lo que te beneficia a ti es lo que está bien. ¿Qué te impide a ti ser como yo, el miedo a ser castigado, la conciencia? ¡Bobadas! Únete a mí y tendrás todo lo que siempre has deseado.” “Eso tú no lo puedes saber, no puedes saber lo que yo deseo”. “¡Es lo que desean todos!”. “Hubo un tiempo en que sí, quería llegar a ser alguien, pero ¿a qué precio? Nada Newt, he visto que lo que quiero y lo que es más importante de todo es ser feliz y eso no se consigue con fama ni dinero, puede que a veces ayude, pero los amigos no se compran con eso. Dime Newt, ¿cuánto tiempo más vas a aguantar que siempre haya gente urdiendo planes para darte muerte? Gente próxima a ti, gente en quien confías…”. “¡Yo no confío en nadie!”. “¿Cuánto tiempo más vas a aguantar esta soledad?”. “¡Cállate! Tú no me harás cambiar de opinión, ¡ya no hay vuelta atrás!”. “¡Siempre hay vuelta atrás!”. Y Newt inició la ofensiva.

Las tentativas de Narum de dialogar habían fracasado por el momento. “¡Necio!”. Newt le lanzaba multitud de rayos y Narum se limitaba a esquivarlos. ¿Quién le hubiera dicho unos meses antes que estaría en aquella situación?

El combate se había trasladado al exterior del castillo. “Puede que el daño ya haya estado hecho y que sea imposible subsanarlo en su totalidad, pero, en parte, siempre hay vuelta atrás con uno mismo,

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siempre te puedes arrepentir” el chico seguía intentándolo. “¡Déjalo Narum! De todos modos, ¿de qué me iba a servir? ¡Eh!”. “Serías honesto contigo mismo, estarías en paz con tú conciencia…”. “Ese es tu problema, la conciencia. Yo no tengo conciencia. Eres un iluso, ¡un soñador!”. “¿Y qué sería de mí si no lo fuera? No tendría la esperanza de que las cosas pueden cambiar. Porque pueden, es muy difícil, pero pueden si se intenta.” Newt continuaba atacando. Ahora Narum se estaba refugiando tras un escudo protector. “¿Estás dispuesto a hipotecar tu vida?”. “¡Son los valores que te han enseñado, la educación que has recibido, la influencia de la sociedad… porque nadie puede escapar de esa influencia… pero se puede cambiar!” “¿Estás dispuesto a hipotecar tu vida? ¡Contesta!”. “¡No lo sé!”. La esfera protectora de Narum sucumbió ante la embestida de Newt. Las ráfagas negras dieron en el blanco y Narum se desplomó desde las alturas sobre el sector sur de la fortaleza de Urdu, el parque.

Desde el inicio de la batalla final, Halaus y Sikma habían estado intentando hacerse con el pendiente blanco, pero hasta el momento les había sido imposible. Alrededor suyo había una especie de campo de fuerza invisible que les impedía acercársele a más de diez centímetros de distancia. Los dos supusieron que el sortilegio era obra de Newt y, después de varias intentonas, se limitaron a contemplar el combate como meros espectadores… hasta ahora. Viendo la desesperada situación, Sikma corrió a por Narum y Halaus fue a proteger el pendiente junto al quetzal. Pronto el abatido chico se volvió a encontrar en brazos de su amigo y observó como, dentro del castillo, Halaus hacía frente a Newt. “Ellos no se rinden… yo no puedo rendirme… ¡hay demasiado en juego!”.

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Sacando fuerzas de flaqueza, Narum se incorporó y salió como un bólido hacia su rival. A falta de unos metros para el encuentro, aminoró bruscamente la marcha y volvió a acelerar. La finta consiguió su propósito, Newt, desconcertado, fue sorprendido por la jugada que siguió al amago.

La lucha estaba potencialmente decidida. Narum, en su carrera hacia Newt, había cogido un puñado de tierra del parque y, al tener la oportunidad de contactar con su oponente, ya que la contra de protección de Newt había fallado su objetivo debido a la finta, la liberó sobre su cuello y, rápidamente, la moldeó formando un collar opresor alrededor de su garganta. Newt estaba inmovilizado, cada vez que intentaba moverse Narum apretaba más el círculo, estrangulándole levemente, dificultándole la respiración.

“No te atreverás… me has mostrado demasiado tus debilidades. Lo sé, no te atreverás.” Repetía Newt auto-convenciéndose. “¡Ja! Eso es lo que tú crees. Tú no sabes por lo que he pasado, tú no sabes de lo que soy capaz, tú no has leído mi interior.” Poco a poco iba subiendo de tono. “Newt, me muero de ganas de estrujar tu cuello, de liberar toda la tensión y de terminar con todo esto de una vez por todas…” Había odio en sus palabras, rabia.

- Hhhhfffff… –suspiró Narum por la nariz- Estoy loco –susurró y luego se preguntó a sí mismo-. ¿Por qué hemos venido a este mundo a sufrir? –respiraba de forma entrecortada, frenético- Esto no tendría que ser así… –se decía- ¡Por qué la gente va y se aprovecha de los demás! –estalló- ¡Estoy loco! –los ojos se le salían de las órbitas- ¡Estoy locooooooooaaaaaaaaahhhhhhhhhggg! –berreó descontrolado soltando un punzante alarido.

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- ¡Narum noooooooooo! –Halaus. - ¡NO! –Sikma. - ¡Noooooooooooooo! –Newt. - ¡PAM! –el collar explotó en mil pedazos con un

fuerte estruendo. Narum estaba de pie en medio de la estancia con el

pendiente blanco en la mano. Newt estaba arrodillado en el suelo, palpándose el cuello lleno de rabia, había sido derrotado. Halaus y Sikma lo observaban incrédulos, por un momento, habían pensado que Narum estaba realmente fuera de sí, pero no, por lo visto, estaba todo bajo control. Newt, con tanta presión, había descuidado el campo de fuerza que rodeaba el pendiente. Narum, en darse cuenta, inició esa formidable actuación e hizo reventar el collar para rápidamente, en medio de la confusión, apoderarse del pendiente. Lentamente, aún de pie dominando la sala, se fue acercando la mano que sujetaba la blanca esfera a la oreja y, finalmente, se la puso… “increíble”…

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V

“Narum ya tiene el pendiente.” Oyó éste como una vocecita desconocida susurraba en su interior. “¡Muere!” Escuchó otra voz amenazante, pero esta vez la reconoció, se trataba de Newt. “¡Narum!” Ahora eran Halaus y Sikma que le alertaban del inminente ataque de su rival. Narum estaba desconcertado, ¿qué era toda aquella algarabía en su cabeza? Cuando reaccionó ya era demasiado tarde. Newt le había roto la nariz con un feroz puñetazo. El dolor era insoportable, pero Narum no podía ralentizar el tiempo para lamentarse ¿o sí? Newt volvía a la carga y él, por alguna extraña razón, ya sabía que le iba a pegar un golpe de derechas. El pendiente blanco le estaba suministrando aquella información, el pendiente blanco le podía proporcionar casi toda la información, con el pendiente blanco sabía y podía hacer lo que físicamente quisiera. Prevenido esta vez de la embestida de su rival, a la velocidad de la luz, congeló el tiempo a su alrededor. El puño de Newt estaba a sólo unos centímetros de volver a impactar contra su nariz, Sikma se había puesto las manos a la cabeza y Halaus corría a su auxilio. Narum empezó a andar por la estancia, todo estaba en absoluto silencio, la nariz ya no le dolía… su nariz estaba curada. Miró por la ventana y vio que los rayos también se habían detenido. Todo en la faz de Urdu había dejado de moverse. Unos instantes más tarde, volvió la mirada

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hacia el interior de la sala y encendió de nuevo el interruptor del tiempo. Hubo un gran estruendo, Newt se había empotrado contra la mesa que tenía enfrente y yacía esparramado por el suelo junto con los restos del escritorio.

- Veo que ya te has familiarizado con el pendiente… –sonrió Newt resignado-. Que cobarde y tramposo eres, ¡la lucha no había terminado! –empezó tratando de imitar la táctica antes empleada por Narum para que éste se quitara el pendiente.

- Newt, conmigo esto no te va a funcionar –le avisó-. Yo ya no lucho para demostrar nada a nadie, ni para demostrarme nada a mí mismo, ni lucho por mi honor, ni tampoco lucho para hacer daño a la gente… Newt yo lucho para evitar una guerra… lucho contra ti y no contra tu pueblo. Lucho para defenderme porque tú has empezado. Pero ya no, ya no lucharé más contra ti porque tú tampoco querrás luchar contra mí, ni querrás hacer más daño a nadie… –y se acercó levitando hacia su adversario.

- ¡Pero qué dices! ¡Pero qué haces! No te me acerques –advirtió Newt asustado-. Ya te he dicho antes que a mí no me vas a cambiar con estos discursitos de pacotilla.

Narum seguía avanzando, despacio, con el pelo al aire, Newt retrocedía, medio arrastrándose por el suelo. Narum finalmente llegó a su altura. Halaus, con el quetzal en sus brazos, y Sikma estaban sentados en la repisa de la ventana observando la escena. Narum hizo levantar a Newt y luego, con dulzura, le puso el dedo índice en sus labios para que se relajara… “Ssssshhhhhh…”. Después, le puso las manos en las sienes, cerró los ojos y, lentamente, acercó su frente hacia la de su dócil apresado. Narum estaba en pleno proceso de concentración. Poco a poco, apretaba con

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más fuerza su frente contra la de Newt como si quisiera fundir las dos en una de sola. El pendiente le daba el poder para hacerlo, no iba a pronunciar ningún discursillo de pacotilla, iba a traspasarle directamente su conciencia. Cuatro, tres, dos, uno… y una convulsión.

El proceso había terminado. Narum abrió los ojos y fue liberando a Newt de sus cadenas, aunque ahora, éste estaría atado para siempre. El sometido tirano lloraba desconsoladamente en una mezcla de arrepentimiento y rabia. Dos conciencias gobernaban su ser, dos maneras aparentemente opuestas de ver la vida, pero que en realidad no distaban demasiado. Una lucha eterna entre Narum y Newt para ver quien de los dos se imponía sobre el otro, para ver quien de los dos salía victorioso.

Narum, entretanto, se había sentado junto con Halaus y Sikma. Los tres estaban radiantes, aliviados, descansando de las incesantes aventuras vividas. Allí, viendo como el quetzal cruzaba el cielo de Urdu, Narum se preguntó cómo había hecho Halaus aquel extraño pacto con el pájaro, pero al sentirse de nuevo arropado por la calidez que irradiaba su amigo, supuso que era difícil que alguien pudiera resistirse a su encanto. Además, ahora, con el pendiente blanco, no había secretos de este tipo para él. Puede que no pudiera indagar en el corazón de la gente, pero podía saber todo lo relacionado con las leyes de la naturaleza, con el presente y también con el pasado de los pendientes. Ahora habría tanto respuestas del alma como respuestas del blanco en su interior y las dos podían ser certeras. Cerró los ojos y se dejó caer al vacío, flotando en el aire…

“Narum… Narum…”. De repente, en plena evasión, más vocecitas irrumpieron en su cabeza, pero

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no, esta vez no se trataba del pendiente. “Narum soy yo de nuevo, Elha”. “¡Imposible!” Desde que habían llegado a Urdu que no se había acordado más de su amiga. Ahora su reaparición le había cogido totalmente por sorpresa. Frenó su dulce vuelo en seco y prestó la máxima atención a la comunicación con la chica. “¡Elha! ¡Elha! ¿Estás bien? Dime ¿dónde estás?” Se precipitó Narum. “Narum escucha, hay algo que tienes que saber…”. “Elha no te preocupes, dime dónde estás y venimos de inmediato”. “Narum espera, escucha, por favor”. Su voz sonaba afectada. “Di, di…”. Le cedió el paso Narum preocupado. “Narum… –empezó Elha-…”. Silencio… más silencio… parecía como si la comunicación se hubiera cortado. Elha no daba señales de vida. Silencio… Narum se intentaba concentrar aún más para recobrar la conexión. Halaus y Sikma, que se habían dado cuenta de que algo ocurría, habían bajado a su altura y le hacían incesantes preguntas. Silencio… “No, ahora no puedo… –volvió la débil voz de la chica-… él está aquí… –susurró temerosa-”. Silencio de nuevo… Narum ya casi no podía reprimirse, ¡qué estaba pasando! “¡Elhaaa…! –gritó desesperado-.” “¡Narum estoy en Evras! –estalló ésta- ¡Ven! ¡Rápido!”.

No había tiempo que perder. Elha les necesitaba de inmediato. Tenían que partir lo más pronto posible, pero tampoco podían irse así, sin más, aún quedaban algunos asuntos por resolver. ¿Qué harían con Newt? ¿Dónde estaba Evras? ¿Con qué se encontrarían una vez allí? ¿Y Ragun? Este último punto se solucionó al instante, Ragun acababa de llegar. Narum notó su presencia y se apresuró a reunirse con él. Pronto estaban Narum, Sikma, Halaus, Ragun y Newt juntos en una de las salas del castillo hablando sobre lo

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ocurrido y sobre qué era lo siguiente que tenían que hacer.

- Elha se ha vuelto a poner en contacto conmigo –comenzó Narum-. Parecía angustiada… no sé muy bien por qué, pero… no sé, algo extraño estaba sucediendo…

- ¿Y qué te ha dicho? ¿Está bien? –irrumpió Sikma impaciente.

- No lo sé… ya te digo, era todo muy raro –contestó Narum desconcertado-. Tenemos que apresurarnos e ir a liberarla de inmediato. Me ha dicho que estaba en Evras…

- ¡Ja, Evras! –se rió Newt- El feudo de Ardemum… tiene gracia…

- ¡El qué! –se alteró Halaus, las cosas se estaban complicando.

- ¿Cómo? –añadió Sikma para más inri. - ¡Da igual! –cortó Narum- No importa… –

suavizó- ahora no tenemos tiempo para andarnos con quebraderos de cabeza, ¡tenemos que actuar! –se pausó unos instantes y se terminó de serenar-. Halaus, tú llévate a Newt a Govanem con Bélathar, que estará muy contenta de verte –empezó Narum a organizar un plan improvisadamente-. Creo que, por el momento, es mejor que Newt no esté en manos de la Unión, no sabemos lo que le harían –prosiguió-, esperaremos a ver como se soluciona el tema de los pendientes para tomar una decisión más definitiva. Mientras, Sikma y yo iremos a Evras a rescatar a Elha y, si por el camino nos encontramos con Ardemum, pues ya se nos ocurrirá algo… de hecho, los dos tenemos un pendiente blanco ¿no?… teóricamente, no hay nada que temer…

- Pero Narum… –se opuso tímidamente Halaus.

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- Idiota… –murmuró Newt que había leído las intenciones del chico.

Narum no escuchó estas últimas frases porque ya se estaba dirigiendo hacia la mochila que le había acompañado durante todo el viaje. Justo antes de iniciar el rito para devolver a Halaus a su estado original, la había dejado en un rincón apartado de la estancia. Una vez allí, sacó de su interior a Thoor y, acto seguido, le dispuso encima de una mesa. Luego, le acarició suavemente la cabeza y muy dulcemente le habló…

- Hola Thoor, amigo mío… ya sé que últimamente no te he prestado mucha atención, pero tienes que comprenderlo… Thoor –suspiró-, es muy importante, tienes que mostrarnos dónde se encuentra Evras…

Estuvieron unos instantes en silencio. Todos se habían acercado hacia la extraña pareja y habían formado un semicírculo alrededor suyo. Halaus se encontraba justo detrás de Narum y le observaba preocupado.

“Evras, único planeta del sistema de Acrux en la Vía Láctea –informó la vocecita electrónica rompiendo el silencio-. Acrux, estrella extremadamente caliente situada en la constelación de Crux, únicamente observable desde el hemisferio sur terrestre –continuó-. Sistema de Acrux, punto estratégico en la red de agujeros de gusano de la Vía Láctea –terminó.” Complementando la explicación y de forma simultánea, se estuvieron proyectando a través de los ojos de Thoor una serie de imágenes detallando el emplazamiento del planeta. Concluida la difusión, y, por lo tanto, en posesión de la información necesaria, ya sólo era cuestión de despedirse y partir.

Newt se había apartado hacia una esquina de la sala y observaba receloso al extraño ser invisible, Ragun.

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Éste atendía paciente a la espera de realizar el teletransporte, Sikma, a su vez, había dado la mano a Halaus y ahora jugueteaba con el quetzal y Narum, arrodillado, dando la espalda a todos los demás, apretaba fuertemente a Thoor entre sus brazos. Halaus se le había acercado paso a paso. Narum se volvió, una lágrima resbalaba por su mejilla…

- ¡Narum! –se apresuró hasta encontrarse a sólo unos centímetros de él- ¿qué te pasa? –susurró tiernamente Halaus, que hacía rato que veía que su amigo no era el mismo.

- Nada –sonrió forzadamente éste secándose los ojos-, es que no se me dan muy bien las despedidas… –confesó cabizbajo.

- ¿De verdad que es esto? –volvió a insistir Halaus. Ahora los dos estaban arrodillados el uno frente al otro.

- Sí, en serio… –contestó Narum sin mucha convicción.

- Bueno, está bien… –concluyó Halaus amable- pero recuerda que puedes contar conmigo para lo que sea.

- Halaus… –se desmoronó Narum… y se abrazaron.

Calidez, reconforte, hasta en los momentos más oscuros la sola presencia de Halaus podía alentar a cualquiera, pero en aquella situación sólo hacía las cosas más difíciles para Narum. Le era imposible afrontar lo que quedaba de viaje sin su amigo a su lado y, aún más, le era imposible resistir una separación que su corazón le decía que iba a ser definitiva. A pesar de todo, tenía que seguir adelante, el final estaba cerca y no podía rendirse ahora. Apretó con fuerza a Halaus contra su pecho por última vez y, poco a poco, se fueron separando. Narum miraba a Halaus, Halaus

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miraba a Narum y lentamente se fueron alejando, uno en dirección a Sikma y el otro hacia Newt y Ragun. El joven Antiguo empezó a envolver a sus tres pasajeros. A Newt se le veía confuso, era una experiencia nueva para él. Halaus aún observaba fijamente a Narum con el quetzal de acompañante. Sus caras comenzaron a difuminarse, pronto estarían a millones de kilómetros de distancia…

- ¡Ragun espera! –Narum interrumpió bruscamente el proceso- Espera… –volvió a repetir y se dirigió hacia el trío con Thoor en sus manos-. Halaus cuida de él mientras esté fuera ¿vale? –sonrió.

- Vale –aceptó-, pero prométeme que no harás ninguna estupidez, eh… –terminó acariciándole con los dedos la mejilla.

Finalmente, Ragun, Newt, Halaus y el quetzal partieron hacia Govanem sin más demora. Luego fue el turno de Narum y Sikma. Narum puso la mano en el hombro de su compañero, visualizó su destinación y, con el conocimiento absoluto que le otorgaba el pendiente blanco, les teletransportó hacia Evras.

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VI

Lluvia de invierno caía sobre la faz del planeta. Lluvia fina, lluvia constante, el cielo era gris de nieve. Se encontraban en una gran explanada, un prado verde-amarillo de hierba alta y seca. Hacía unos instantes que Narum y Sikma habían experimentado el electrizante cosquilleo del teletransporte y ahora observaban atentamente a su alrededor. A lo lejos, a sus izquierdas, había un denso bosque, a sus derechas, se alzaba un imponente monasterio de clara piedra con un enorme rosetón en la fachada y un alto campanario. Los dos decidieron ir en aquella dirección e iniciaron la marcha. Narum no detectaba la presencia de Ardemum, Sikma era un mar de dudas. Sentimientos de miedo, de ansia y de esperanza de reunirse de nuevo con Elha se barajaban en su cabeza. Pronto volverían a estar juntos… los dos amigos iban andando y, en su largo trayecto hacia el templo, se toparon con un sendero de tierra que serpenteaba como un río hacia su destino. Tomaron el camino y prosiguieron su marcha.

Por el momento, Evras no daba señales de vida animal, sólo hierba, árboles y lluvia. Narum seguía observando atentamente. Estaba al cien por cien alerta. Según Newt, Ardemum vivía allí y, si Thoor estaba en lo cierto con respecto a que el sistema de Acrux era un punto estratégico en la red de agujeros de gusano de la Vía Láctea, no era descabellado pensar que Newt

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quisiera apoderarse de aquel lugar y, en consecuencia, que Ardemum realmente estuviera allí. Pronto Narum estuvo seguro de ello. Mientras iban resiguiendo el sendero, como por inspiración divina, supo, sin ningún tipo de indicio, sencillamente supo, que en aquel planeta los pendientes convencionales carecían de poder. Narum supuso que Ardemum, utilizando su pendiente blanco, había tomado aquella medida de seguridad para protegerse a él y a Evras. Entonces, confirmada la presencia de Ardemum allí, era muy posible que éste mismo hubiera raptado a Elha, ¿pero qué motivos tendría él para hacerlo? Narum rápidamente comunicó a Sikma la revelación que había tenido y sus consecuencias, pero no les fue de gran utilidad, desafortunadamente, no tuvieron mucho tiempo para pensar en ello. Unos minutos atrás, una frágil silueta había salido del monasterio y ahora se encontraba a sólo un centenar de metros de los chicos. Los dos, inmersos en sus conjeturas, no se habían percatado de su presencia hasta entonces.

Seguía lloviendo, varios millares de gotas de agua les separaban del misterioso alguien. Por lo visto, parecía ser un mago, llevaba túnica al igual que ellos y, a pesar de la mala visibilidad, pudieron distinguir un pendiente que sobresalía por debajo de su capucha. Narum y Sikma frenaron su marcha, el desconocido seguía avanzando. Ya sólo estaba a una docena de metros de ellos, un par de millones de gotas. Se detuvo, alzó la cabeza y les miró emocionada con lágrimas en los ojos. Narum ya la había visto antes, Sikma también. Sin duda, se trataba de Elha.

Elha, al fin Elha. Unos días atrás les hubiera parecido increíble que tanto ella como Halaus estuvieran vivos y ahora era una realidad. Sikma salió disparado hacia su chica sin pensárselo dos veces,

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Narum permaneció inmóvil en su sitio, el pendiente de su amiga era púrpura. Transparente, amarillo, verde, marrón, color del pendiente de Elha cuando salió de la Cúpula, rojo, lila, azul, casi el color del pendiente de Elha en la actualidad, gris y negro. No había pasado tiempo suficiente como para que su nivel de control se hubiera incrementado tanto teniendo en cuenta que había sido raptada, pensaba Narum. Y de pronto, un flash le recordó uno de los sueños que había tenido en la Cúpula… Elha era la protagonista, era de noche, estaba en los sofás de la Cúpula y su pendiente brillaba y, progresivamente, iba cambiando de color.

Mientras Narum ataba cabos, la feliz pareja se abrazaba bajo la lluvia que, por un momento, pareció disminuir en intensidad. El júbilo inicial, poco a poco, también se fue calmando y los dos tortolitos miraron extrañados hacia atrás. Narum seguía clavado en su sitio y lloraba a gota gorda. No podía creérselo… Elha… la chica se había dado cuenta de lo que sucedía y, por unos instantes, se separó varios pasos de Sikma.

- Narum perdona… –se adelantó Elha disculpándose dubitativa.

- Elha ¿perdonar el qué? –intervino Sikma totalmente desconcertado.

- Narum lo siento… –seguía Elha con voz llorosa. - Elha tu pendiente… casi azul… –susurró Narum

dolido- Ahora lo entiendo todo… esta es tu casa, ¿verdad? Por eso llueve, porque estás triste –sonrió, tenía los ojos completamente enturbiados-. Aún no me hago la idea, tú le abriste paso a Ardemum para que entrara en la Cúpula, tú desataste todo este caos intergaláctico…

- No Narum, espera, escúchame, te lo puedo explicar, por favor… –le interrumpió la chica- el caos hacía tiempo que estaba servido, yo sólo forcé el

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desenlace –comenzó-. Narum, no tenía otra salida. Como ya os conté el primer día en la Cúpula, mi planeta llevaba resistiéndose a la invasión durante más de un siglo. Entiéndelo, mi llamada para entrar en la Cúpula era una oportunidad idónea para poder liberar a Evras, así que, entre Ardemum y yo, trazamos un plan para apoderarnos de los pendientes blancos, era arriesgado, pero parecía ser nuestra única escapatoria –se la veía muy afectada y a la vez avergonzada por lo hecho-. Casi todo fue a la perfección, pero, como ya sabéis, sólo nos hicimos con uno… –se pausó- paralelamente, hacía algún tiempo que corría una historia sobre alguien cuyo destino estaba ligado al de los pendientes –prosiguió-. Cuando te conocí, aún no sabía que se trataba de ti. Nos hicimos amigos, de verdad, y sólo empecé a suponer que eras tú, cuando apareciste la noche del robo. Luego te dieron el pendiente y huimos de la Cúpula… –se llevó las manos a la cara- Narum, yo no quería aceptar que fueras tú e intentaba encontrar otra explicación, pero bueno… desde el robo del pendiente, contactaba con Ardemum a menudo y él, a última hora, sugirió simular el secuestro y con el agujero negro se dio la oportunidad perfecta… –Elha se serenó un poco- yo no estaba muy de acuerdo, prefería contártelo todo, pero él me presionó e insistió en que era el único modo de atraerte y de hacernos con los dos pendientes. Ardemum decía que esto sería lo único que nos aseguraría estar a salvo para siempre…

- Y ahora ¡qué! –estalló Narum- ¿Cuál es la siguiente fase del plan? ¡Que Ardemum me haga pedazos y que me quite el pendiente, eh! ¡Que no lo ves Elha, nunca estaréis a salvo con ellos! Tú misma lo has experimentado, sólo hasta que alguien como vosotros termine por dar con la manera de quitároslos.

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El único modo de estar a salvo es sin los pendientes, destruyéndolos, sino siempre serán causa de disputa, de injusticias y de muerte, y más ahora que se sabe que pueden ser utilizados…

- Narum, escúchame, tienes que entenderlo –volvió a interrumpirle Elha.

- Elha no hay nada que entender… –aseveró Narum rotundo.

- ¡Narum! –se desesperó la chica. Narum esta vez no respondió, tenía los ojos llenos

de lágrimas, llenos de rabia, se sentía traicionado. ¡Cómo era posible! ¡Elha! Estaba a punto de explotar, pero no, esta no era la manera… Elha había tenido sus motivos para hacer todo aquello, la tenía que comprender… la comprendía… pero Narum había hecho tarde, nunca ya pudo comunicárselo a su amiga, el único que faltaba por actuar entró en escena. Ardemum estaba allí.

- Hola Narum –le saludó-, ya tenía ganas de conocerte. Elha me ha hablado mucho de ti… yo soy Ardemum –se presentó-, líder de Evras, como ya debes saber –Narum seguía a la espera-. Tengo que pedirte una cosa… –prosiguió el mago yendo al grano- los pendientes… son algo absolutamente imprescindible para nosotros, lo único que nos puede ayudar y que nos mantendrá a salvo… para siempre…

- No es verdad eso, Ardemum –intervino Narum-. Vosotros ya no necesitáis los pendientes. Vuestra guerra con la Federación ha terminado, Newt ha sido sometido. Ahora ya estáis a salvo, ya podéis vivir en paz.

- ¡No Narum! No tienes razón –replicó de forma virulenta Ardemum-. Nosotros. Necesitamos. Los pendientes –recalcó-. Y ahora, por favor, entrégamelo de inmediato o tendré que tomar medidas…

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Aquellas últimas palabras hubieran podido encender los ánimos a cualquiera, pero Narum supo contenerse. Sabía que su encuentro con Ardemum estaba casi indefectiblemente evocado a una lucha final, ¿quién se podía resistir a no desentrañar el poder real de los pendientes? Pero antes, Narum quería descubrir un poco más sobre el carácter de Ardemum, así que intentaría dialogar un rato más con él y así ver lo receptivo que era. Por el momento, había podido observar que su interlocutor estaba totalmente ofuscado con la idea de apoderarse de los dos pendientes y, más aún, ahora que lo veía tan cerca después de haber soñado con ello infinidad de veces.

- Espérate un momento –le intentó enfriar Narum-. Ardemum, sé consciente, ahora no los necesitáis más que cualquier otro. Fíjate, hasta antes de llegar a tenerlos, parece que la avaricia ya te haya poseído, ¿quién nos puede asegurar que no sucumbirías, al igual que haría la mayoría de nosotros, a las ansias de querer más, a la tentación, a la codicia…? Primero un poquito… esto no puede hacer daño a nadie… y luego más y más, hasta convertirse en una bola de descomunales dimensiones… los pendientes mejor destruidos –concluyó.

- No… no, ¡NO! –se tapó los oídos Ardemum- ¿Quién eres tú para juzgarme de ese modo? No sabes nada… ¡Evras necesita los pendientes y punto! Y ahora, por última vez, aunque me sepa mal porque me caías bien Narum, dame el pendiente o haz frente a las consecuencias –y se elevó a varios metros del suelo.

- ¡Ardemum, no! –chilló Elha alarmada que había permanecido todo aquel rato junto a Sikma.

Pero no surtió efecto, ya estaba todo listo, la batalla iba a dar comienzo. Narum también se propulsó hacia el cielo y se dispuso frente a Ardemum. Durante todo

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aquel rato, los dos habían dejado a un lado los poderes del pendiente, pero ahora tenían que volver a aprovecharlos al cien por cien. ¿Qué clase de lucha sin sentido sería aquella? Una batalla en donde cada uno sabría el próximo movimiento de su oponente, un combate sin fin que pondría a prueba su fortaleza e imaginación.

Seguían en el mismo sitio, nadie daba el primer paso, ninguno de los dos se atrevía, era como tirarse hacia su propia trampa. “Ardemum, dame tu pendiente, confía en mí –intentó inocentemente Narum como último recurso.” “Sí, no me hagas reír…” “Ardemum yo no los quiero usar, sino todo lo contrario, los quiero destruir, en serio –trató de persuadirle.” “Tú estás loco chico. Sabes tan bien como yo que para acabar con los pendientes también tienes que borrarte a ti mismo y para eso prefiero que estén en mis manos.” Dicho y hecho, Ardemum se abalanzó a toda velocidad sobre Narum que apenas tuvo tiempo de esquivar la feroz embestida. Varios metros más abajo, Elha y Sikma observaban el desarrollo del combate con un nudo en el estómago. Después del ataque inicial, Narum se había recobrado a la perfección y ahora era él quien llevaba la iniciativa. Destellos luminosos, ráfagas de energía, escudos protectores… totalmente desprovisto de imaginación. La suerte era que Ardemum le contraatacaba con la misma moneda, nada digno de ver.

Pasaron varios minutos y todo seguía igual. Parecía imposible que la batalla se decantara hacia uno de los dos lados. Narum le daba vueltas y vueltas a la situación, pero no encontraba ninguna respuesta. No merecía la pena realizar tácticas rimbombantes si tu rival también las conocía al instante, sólo había una

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forma de salir victorioso, realizar una estrategia que, aunque sabida por tu contrincante, fuera imposible de parar. Desgraciadamente, esto también resultaba impracticable teniendo en cuenta que el pendiente blanco te proporcionaba todo el conocimiento necesario para desbaratar cualquier tipo de tentativa. Era un pez que se mordía la cola, era como intentar contactar con el que hay al otro lado del espejo; se necesitaba un golpe de efecto aparentemente inexistente.

Ardemum seguía las mismas líneas de pensamiento, pero no se daba por vencido. Cada vez parecía acercarse más a la pregunta sin respuesta que buscaba desesperadamente Narum. Diminutos agujeros negros por todas partes, antimateria que no paraba de acecharle… un mínimo fallo de concentración y Narum se vería fuera de combate para siempre, pero sin antes haber destruido los pendientes… Narum luchaba por el futuro, para evitar todo el dolor y el sufrimiento que iban a provocar aquellos circulitos blancos en tiempos venideros. Aunque Ardemum lo negara, era inevitable que los pendientes no se volviesen a poner en juego, que no despertasen la avaricia de muchos y se hicieran infinidad de atrocidades en su nombre.

Ahora Narum creaba en vano de la nada una especie de cuerdas extremadamente elásticas que rodearon a Ardemum. Eran filamentos imposibles de cortar que tejían una malla parecida a una telaraña esférica entorno a su presa. Ardemum estaba enjaulado y Narum trasladaría su celda allá hacia donde él se pudiera teletransportar. Muy perspicaz, pero no serviría de nada. Su oponente se rodeó de una aureola de protección y, dentro de la misma jaula, hizo aparecer otro de sus minúsculos agujeros negros. La

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malla, a pesar de su gran elasticidad, no pudo resistirse a la fuerza de succión del nano-aspirador y se vio rápidamente engullida; otra de las miles de formas que hubiera podido escoger Ardemum para deshacerse de ella.

Ahora era su turno el de atacar. A Narum se le veía agotado, aunque teóricamente estaban en igualdad de condiciones, el largo viaje realizado aquellas últimas semanas había hecho mella en su cabeza. Al fin y al cabo, era una lucha psicológica la que estaba teniendo lugar, a ver quien aguantaba más. Ardemum se veía victorioso, su oponente le mostraba claros signos de debilidad, sus ofensivas eran, a sus ojos, patéticas, no había nada que le pudiera derrotar. Pero Ardemum subestimaba la creatividad, la inspiración, la chispa que podía llegar a tener su rival, y, en medio de aquella pequeña crisis, una idea fugaz pasó por la mente de Narum, un plan para terminar con toda esa farsa, pero no podía ni tan siquiera pensarlo porque sino Ardemum también lo sabría y entonces no serviría de nada.

“¡Uuuuuaaaaaaaaaaaagggggghhhhhh! –empezó a chillar Narum- ¡La, la-la, la-la, la-la! ¡La, la-la, la-la, la-la-la! –intentaba despistarse a sí mismo.” No tenía que pensar, no tenía que pensar. “¡Uuuuaaaaaaaaaaagggggghhhhhh! –continuaba chillando.” Con todo aquel disparate y falta de concentración de Narum, Ardemum le asestó un severo golpe que le hizo desplomarse al suelo, dándole esto la oportunidad perfecta para llevar a cabo su no trazada estrategia. Fingiendo estar muy dolido por el impacto, que un poco sí que lo estaba, Narum se quedó agachado entre la hierba alta y allí, disimuladamente, se quitó el pendiente blanco. Ahora ya podía pensar libremente en su estrategia y, precisamente, ¡ésta era

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ésta! La clave del combate era quitarse el pendiente blanco, aunque de ese modo se viera totalmente expuesto y no pudiera usar su magia, podría actuar sin que Ardemum supiera su siguiente movimiento. Ahora sólo quedaba imaginar una forma de poder explotar aquel valioso filón que había encontrado. Aún revolviéndose en el suelo, Narum no tardó mucho en diseñar un ingenioso plan. Tan pronto como volviera a ponerse el pendiente, tenía que bloquear su mente de algún modo para que Ardemum no pudiera ver sus intenciones. Necesitaba sólo unos segundos para dar el primer impulso a su estrategia, luego, una vez liberado de nuevo del pendiente blanco, ya no habría peligro de que fuera descubierta.

Narum encontró el tiempo necesario, el que mantendría su mente distraída, en uno de sus antiguos escritos, uno que redactó en una época especialmente difícil, una época de oscuridad, desencanto y soledad… resueltos estos últimos detalles a toda velocidad, era ya hora de actuar.

El plan era una estratagema bastante arriesgada y retorcida, pero Narum no veía otra salida, sabía que si todo seguía igual no iba a aguantar mucho más, así que, llenándose de coraje, se levantó, se volvió a poner el pendiente blanco y afrontó el reto recitando un poema…

Si la felicidad no puedo alcanzar,

Déjame vida, aléjate ya, Que si yo no te puedo disfrutar,

No tiene sentido, vivir, ni un día más. Cuando lo que llamamos tristeza al fin se irá,

Yo envuelto en rosas ya estaré, Y un manto de llanto me cubrirá, En el sueño eterno, por ti, yaceré.

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Pero antes… una sonrisa, La sonrisa que me había fallado cuando la necesitaba,

El cálido abrazo de tu mirada, La esperanza que había quedado difuminada,

La amistad. Mientras estas tristes palabras distraían su

pensamiento, Narum puso en marcha su actuación. Primero de todo, ascendió de nuevo hasta llegar a la altura de Ardemum. Una vez allí, esperó unos segundos para hacer creer a su adversario que estaba fatigado y que no tenía ni idea de cómo seguir. Entonces, ya a medio poema, simulando un ataque a la desesperada, hizo un picado hacia abajo hasta haberse situado varios metros por debajo de los pies de su oponente. De inmediato, volvió a subir veloz iniciando una acometida vertical que arremetería por la parte inferior de su rival. Y allí era donde iba a caer Ardemum; durante toda la batalla había esperado hasta el último instante para esquivar las ofensivas de Narum, esta vez, cuando se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, ya sería demasiado tarde para él.

El último verso había sido recitado y todo había quedado en silencio. Sólo se oía el llanto de Elha. Ardemum contemplaba hacia abajo como Narum se le aproximaba cada vez más. Ahora estaba esperando impasible algún indicio que le indicara cuál sería el próximo movimiento de su rival, pero lo que no sabía es que el verdadero peligro se le acercaba por la espalda. Lo que estaba viendo era una simple ilusión óptica creada por Narum que, justo después de iniciar el picado hacia arriba, se había teletransportado medio millar de metros por encima de la cabeza de Ardemum, se había vuelto a quitar rápidamente el pendiente blanco y, en aquellos momentos, caía

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libremente al vacío. En menos de diez segundos, Narum daría con su objetivo a más de trescientos kilómetros a la hora.

Ardemum seguía en su sito, esperando, cada vez más nervioso; el pendiente no le revelaba los planes inmediatos de su enemigo. El holograma estaba cada vez más cerca y Ardemum no se pudo contener; le lanzó un potente haz de luz que, inexplicablemente, le traspasó como el agua se cuela por un filtro. Luego, la imagen ficticia de Narum, siguiendo su trayectoria programada, atravesó al mismo mago. Ardemum, totalmente confundido, se giró hacia el cielo para ver hacia dónde se dirigía aquél extraño fenómeno y entonces, sin que pudiera reaccionar a tiempo… ¡BAM! El verdadero Narum le cayó encima como una losa y con una mano le arrebató el pendiente blanco de la oreja.

¡Narum lo había conseguido! Se había acercado a Ardemum del único modo posible sin el pendiente y, aprovechando el efecto sorpresa, se había hecho sin dificultades con la otra esfera blanca. El único problema era que ahora los dos descendían a gran velocidad sin nada que aparentemente les pudiera frenar. Ardemum forcejeaba con Narum, que tenía un pendiente en cada mano. Elha y Sikma observaban la escena atónitos, ellos tampoco podían usar su magia para parar la caída, el bloqueo de los demás pendientes aún perduraba y, por lo tanto, éstos habían pasado a ser simples adornos. El fatal impacto con el suelo era, en consecuencia, inminente. Narum se esforzaba al máximo para evitarlo, había conseguido liberar una de las manos de las garras de Ardemum e intentaba volver a ponerse uno de los dos pendientes blancos. Cuando la disputa alcanzó su punto álgido, una voz rompió el silencio…

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- ¡Ardemum déjale en paz! –gritó Elha a la desesperada.

Las palabras de su protegida le hicieron entrar en razón. Él había perdido y, en el fondo, hasta creía que había sido lo mejor. Así pues, fue el mismo Ardemum quien llevó una de las manos de Narum hasta su oreja. Éste se puso inmediatamente un pendiente, selló su otro puño por precaución y amortiguó la caída.

Narum estaba flotando en el aire. Ardemum se

había reunido con Elha y Sikma y los tres restaban a la expectativa. Narum miraba incrédulo su palmo extendido boca arriba con el otro pendiente blanco reposando en su mano. Estaba emocionado, exaltado, inseguro, aterrado… tenía en su poder el mundo entero… sabía que los demonios de la avaricia, del afán de poder, se le despertarían de un momento a otro. Tenía que ser fuerte, afrontar con valentía su gran responsabilidad, pero Narum se sentía frágil, indeciso, indefenso ante la decisión que tenía que tomar. Hasta entonces había tenido claro, aunque no se lo hubiera manifestado abiertamente a sus compañeros, que los pendientes tenían que ser destruidos, pero ahora ¿quién era él para decidir por los demás?

- A veces es difícil saber lo que está bien y lo que está mal… –empezó a disertar en voz alta- tomar una decisión que no perjudique a nadie… suerte que siempre hay una vocecita en mi interior que sabe lo que tengo que hacer… o, por lo menos, lo que debería hacer… –suspiró- Hace unos meses no hubiera podido llevar a cabo todo esto, cuando creía que el mundo era únicamente lo que veía en las noticias… un mundo de corrupción, de muerte, de guerra e injusticias… antes de haber realizado este gran viaje y de haber visto todo lo que he visto… ahora soy capaz de destruir los

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pendientes y sé por qué los destruyo… lo hago para preservar los pequeños detalles de cada día, los finales felices, el amor, la amistad, la solidaridad… que son por los que realmente merece la pena vivir… así que está decidido, me voy, y no por gloria personal, no… nada de eso… por lo menos, puede que hasta mis actos sirvan de ejemplo, aunque tampoco hace falta llegar a estos extremos… –sonrió- os echaré mucho de menos a todos, de verdad, a no ser que, bueno… puede que a donde vaya no se pueda echar de menos, puede que a donde vaya no se sienta nada… esto es un alivio y a la vez un gran temor –se pausó-. Quédate mi pendiente Sikma –reemprendió el habla- y tú mi túnica Elha, que os sirvan de recuerdo de todo lo bueno que hemos pasado juntos… ha estado bien mientras ha durado ¿no?… dadle recuerdos a Halaus de mi parte…

Narum se elevó hacia los cielos de Evras. Elha y Sikma se habían quedado petrificados. ¿Cómo? No podían gritar, no podían moverse, sencillamente no podían… les invadía una extraña sensación de vacío, de impotencia. Seguía lloviendo. Narum se quitó su pendiente negro y se lo lanzó a Sikma que apenas lo pudo coger al vuelo. Luego, tal como había dicho, también se desprendió de su vieja túnica para entregársela a Elha.

Había llegado el momento de partir. Observó el paisaje a su alrededor por última vez, saboreó la sensación de libertad, extendió los brazos, cerró los ojos, escuchó el caer del agua y, finalmente, se puso el otro pendiente. En menos de un minuto, se iniciaría la contracción del universo, en menos de un minuto, Narum se habría ido.

De repente, notó la aparición de una nueva presencia en la faz del planeta. Se trataba de Ragun que se había transportado junto con Newt, Bélathar y

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Halaus. Éste último, meditando en Govanem, había descubierto los planes de su amigo y había querido dirigirse hacia allí de inmediato. Pero ya no serviría de nada… el proceso había sido iniciado, si Narum no lo terminaba entregando su cuerpo, el universo se concentraría de nuevo y todo volvería a empezar.

Narum se arrepentía de lo que acababa de hacer, pero ya era demasiado tarde, no había forma de pararlo. Quería quedarse, quería estar con sus amigos, vivir más aventuras, vivirlas junto a Halaus… pero no había solución alguna, no había vuelta atrás… o quizás…

Descendió lentamente hasta el suelo y se acercó a sus compañeros. Uno a uno se fue despidiendo de ellos dedicándoles una cálida sonrisa. Se abrazó con Elha y Bélathar, estrechó la mano de Sikma, besó con cariño la nariz de Halaus, notó en sus dedos el suave tacto de Thoor… unos instantes más tarde, plácidamente, se desvaneció.

Ya sólo caían cuatro gotas, ya casi había dejado de llover. Narum no había acabado con el círculo blanco, sólo con parte de él. Los pendientes se habían convertido en ceniza y su cuerpo había partido con el viento, dejando, tras de sí, una alargada estela azul.

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