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Marcelo Arias La noticia televisiva Resplandor de un discurso inquietante Editorial Biblos Comunicación, medios, cultura

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Marcelo Arias

La noticia televisivaResplandor de un discurso inquietante

Editorial BiblosComunicación, medios, cultura

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Diseño de tapa: Luciano Tirabassi U.Armado: Sofía Vizza

© Marcelo Arias, [email protected]© Editorial Biblos, 2014Pasaje José M. Giuffra 318, C1064ADD Buenos [email protected] / www.editorialbiblos.comHecho el depósito que dispone la Ley 11.723

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Esta primera edición fue impresa en Imprenta Dorrego,Avenida Dorrego 1102, Buenos Aires, República Argentina,en febrero de 2014.

Arias, MarceloLa noticia televisiva: resplandor de un discurso inquietante. – 1ª ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Biblos, 2014. 154 pp.; 23 x 16 cm. - (Comunicación, medios, cultura)

ISBN 978-987-691-238-9

1. Medios de Comunicación - Televisión. I. Título CDD 302.234 5

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A Dardo Scavino

A Oscar Terán, in memoriam

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Índice

Presentación ............................................................................................... 11

PRIMERA PARTELos “hechos” relatados

Introducción .............................................................................................. 19

1. Temporalidad ........................................................................................ 21Primer deslizamiento: del relato de lo ocurrido al relato de lo que ocurre ..........................................................24Segundo deslizamiento: del relato de lo que ocurre al relato de lo que todavía no ocurrió ...............27

Paradojas de la premura.......................................................................28Ansiedad de tenerte en mis labios .......................................................30Diseño de imagen y sonido ...................................................................32

2. Ficcionalidad ......................................................................................... 37Lo que ocurre para que sea informado ........................................................38Lo que ocurre porque es informado .............................................................40

Cuando la presencia de una cámara orienta las conductas ...............41Cuando la presencia de una cámara determina el curso de los “hechos” ......................................................44

La noticia que no informa lo ocurrido: la “masacre” de Avellaneda ..........47Primera etapa: extender el velo ..........................................................49

Almuerzo desnudo ........................................................................ 50Tarde de perros .............................................................................51Noche de lobos .............................................................................. 55El día después de mañana ........................................................... 56

Segunda etapa: descorrer el velo .........................................................57

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SEGUNDA PARTELos “personajes” del relato

Introducción ............................................................................................... 65

3. Legitimidad ............................................................................................ 73Se lo digo yo ..................................................................................................73¿Qué ves cuando me ves? ..............................................................................76Garantía de confianza ..................................................................................77

4. Subjetividad ........................................................................................... 85La gestación del victimario (lo que hacen ellos) ..........................................87

Yo te bautizo ..........................................................................................87“No es un chico. Es un delincuente” ....................................................89La receta del estigma ...........................................................................95Hay que matarlos a todos .....................................................................97Violencia es mentir .............................................................................100

El nacimiento de la víctima (lo que sienten ustedes) ................................102Llamado a la solidaridad ....................................................................102Se necesitan dadores de sangre .........................................................105

TERCERA PARTEAnálisis y derivación

5. “Decime Cheto” (Asalto con toma de rehenes) ............................ 117¿Cuánto tiempo más llevará? .....................................................................119Anacronismos ..............................................................................................123Tensa calma ................................................................................................126No soy yo cuando me disgusto ....................................................................127¿Sabés con quién estás hablando? .............................................................129“Decime Cheto” ...........................................................................................132Ojos que no ven ...........................................................................................135

6. Postales de la Argentina “fragmentada”....................................... 139Entre ustedes y ellos ...................................................................................139Entre ellos ....................................................................................................140¿Entre ustedes? ............................................................................................146

Bibliografía ............................................................................................... 149

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Presentación

Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo.

Jorge Luis Borges, “Ulrica”

Algunas versiones dan cuenta de la huida atropellada de una concurrencia en todo caso reducida. Menos extremas pero igualmen-te impactantes, otras aseguran que los asistentes a la función op-taron mayormente por esconderse bajo las butacas. Más afianzada parece ofrecerse, entre los historiadores del cine, la versión según la cual sólo algunos de los treinta y tres espectadores que el 28 de di-ciembre de 1895 pagaron un franco en París para ingresar al Salon Indien du Grand Café, en el número 14 del boulevard des Capucines, abandonaron precipitadamente la sala de proyección sin llegar a ad-vertir que, en verdad, no estaban a punto de ser embestidos por una locomotora, sino que se hallaban ante la imagen –cierto que móvil, pero inofensivamente plana– de un tren que avanzaba (o, en verdad, que había estado avanzando) hacia el andén en el que lo esperaba una cámara, ese novedoso artilugio ya por entonces amenazante.

Hoy pintoresca, la semblanza que recrea el párrafo que abre este libro alude a las presuntas reacciones que, entre sus primeros espec-tadores, provocó hace poco más de un siglo la proyección inaugural del film L’arrivée d’un train en gare (“La llegada del tren a la estación”), de los hermanos Auguste y Louis Lumière, el día que se produjo lo que pomposamente ha sido designado como “el nacimiento del cine”.

Ocurre que, en aquella lejana jornada que hoy apenas si alcan-zamos a vislumbrar en sepia, este lenguaje incipiente ya impuso, temprano, prematuro, todo el rigor de su desafío perceptivo. Esto es: la imagen cinematográfica (como había ocurrido con la fotogra-fía, como ocurriría luego con la televisión) contaba con una notable

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capacidad analógica en función de la cual podía ofrecer imágenes del mundo con una fidelidad que la historia de su “nacimiento” nos habilita a calificar como pavorosa.

Más aún, si la fotografía disponía de los atributos técnicos para reproducir imágenes de “la realidad” con inaudita precisión, el lenguaje cinematográfico –y luego también el televisivo– a esa potencialidad icónica le agregaría (nada menos…) la reproducción del movimiento.

No por nada, hacia mediados del siglo xx, teóricos del cine como el francés André Bazin impulsarán cierta estética de la transparen-cia, tendiente a realzar el tan mentado realismo que este novedoso lenguaje –este pretendido lenguaje de la vida– estaría llamado a proporcionar.

Y no por nada, en el marco de su formidable desarrollo y pe-netración social a partir de la segunda mitad del siglo xx, el medio televisivo también apelará a la capacidad figurativa de su imagen para proclamar su consecuente vocación de “transparencia”.

Más aún, será en función de esta posibilidad técnica que el periodismo televisivo de información1 podrá promover y sancionar su ilusión más elemental: la objetividad. Afín a la “ideología de la transparencia” (Aubenas y Benasayag, 2005: 81), aspecto ineludible ante el menor atisbo de debate sobre ética periodística, el valor de la objetividad ha sido abordado desde perspectivas teóricas divergen-tes pero, en muchos casos, asimismo concomitantes.

Basta tomar brevemente algunas apreciaciones teóricas gene-rales que certifican esta proximidad. Según el enfoque que aporta el autor catalán Miquel Rodrigo Alsina (1993: 130), la objetividad resulta un elemento clave “para comprender la ideología que sos-tiene el modelo liberal de la prensa”. Por su parte, la investigadora argentina Teresa Sádaba (2001) entiende que la búsqueda de obje-tividad deriva del afán de aplicar, al trabajo periodístico, la preten-sión decimonónica del positivismo científico. Si es que efectivamen-te pueden discernirse (cosa que tendemos a desestimar), tanto la

1. Distinguimos el periodismo televisivo de información (sobre el que ma-yormente trabajamos en este libro) de otros eventuales subgéneros, tales como el periodismo televisivo de investigación, el periodismo televisivo de opinión, entre otros.

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aproximación político-económica (que provee Rodrigo Alsina) como la científica (que aporta Sádaba) comparten un mismo paradigma epistemológico durante cuya vigencia (último tercio del siglo xix, pri-meras décadas del xx) el periodismo se desarrolló hasta consolidarse

–inicialmente en Europa y Estados Unidos, pero no mucho después también en América Latina– como un actor social especialmente preponderante.

Hay una dicotomía por demás ilustrativa que grafica el alcance de este proceso. Nos referimos a la distinción conceptual que opone los hechos a las opiniones, elocuente formulación de la importancia otor-gada por el discurso periodístico al principio de objetividad.2 Dejare-mos tan sólo esbozada la problematicidad de esta dicotomía (a la que aún hoy apelan, por cierto, numerosos profesionales del periodismo) mediante el siguiente interrogante tentativo: ¿puede acaso un “hecho” ser referido periodísticamente sin que, en mayor o menor medida, se infiltre en dicha actividad discursiva un componente de “opinión”?

En cualquier caso, vano sería negar que una cámara es un pro-digioso instrumento de registro. Su incontrastable aptitud para cap-turar y reproducir imágenes de “la realidad” la erige como una ex-traordinaria herramienta de información. Sin embargo, como bien observa el sociólogo de la comunicación italiano Mauro Wolf (1990: 289), “la información de masas resulta una actividad mucho más compleja que el simple reflejo de los acontecimientos”.

Algunas precisiones

El tipo de discurso social que analiza este libro requiere algu-nas precisiones. Elemento que nutre la charla coloquial, motivo de controversias acaloradas, poderoso instrumento de manipulación, la noticia televisiva es un objeto sumamente heterogéneo que puede ser abordado desde diversas perspectivas y a través de múltiples dimensiones teóricas.

2. Sobre esta “falaz distinción” reflexiona, por ejemplo, el investigador espa-ñol Juan Ramón Muñoz Torres (1995: 152).

La noticia televisiva

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Desde el punto de vista de su perspectiva, este libro se detiene en la construcción de la noticia televisiva en el marco de la televi-sión comercial. Por construcción nos referimos al proceso global de su producción, emisión y recepción. Para puntualizar el alcance de este enfoque, tomemos una simple expresión lingüística como, por ejemplo, la acusación de Juan. Este enunciado habilita, al menos, dos interpretaciones: se puede entender que Juan es objeto de una acusación ajena (que Juan “es acusado”, digamos), pero también es-tas palabras pueden proponer que Juan es el sujeto que formula la acusación (es decir, que Juan “acusa”).

Pues bien: al analizar la noticia televisiva, este libro reflexiona sobre la vigorosa articulación entre, por un lado, un producto dis-cursivo construido por los profesionales del periodismo y, por otro lado, el complejo proceso en función del cual, inequívocamente, el relato noticioso construye vida social. Es por ello que, cuando nos referimos a la construcción de la noticia televisiva, abarcamos el circuito global de su producción, emisión y recepción.

En otro orden, como ya se anticipó, el trabajo que aquí presen-tamos caracteriza una particular modalidad informativa: a saber, la que despliega la televisión comercial. Modalidad que, por cierto, al lector le resultará sumamente familiar; tanto es así que muy po-siblemente la perciba o haya incorporado como la manera (¿única manera?) de practicar el periodismo televisivo de información.

No obstante, como toda práctica naturalizada (de hecho, la no-ticia televisiva es un relato que, mayormente, se incorpora de modo irreflexivo), resulta saludable detenerse en los elementos que la com-ponen y el modo en que se constituye, entre otras cosas para cotejar-la con otras modalidades informativas que hoy asoman en el escena-rio social de la producción simbólica. Escenario que, en la Argentina, adquiere especial relieve en el marco del debate suscitado frente a la eventual implementación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

Asimismo, la vastedad de la “materia” sobre la que trabajamos ha promovido la selección de dos dimensiones teóricas que concen-tran nuestro interés. En la Primera Parte nos detenemos en el aspec-to narrativo del relato noticioso, en relación con el estatuto referen-cial de los “hechos” que lo motivan. ¿Hasta qué punto efectivamente

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ocurre lo que se informa que ocurre? ¿Cómo se articula el vínculo entre el “hecho” presuntamente ocurrido y su relato noticioso? ¿Se puede sostener que hay “hechos” que ocurren sólo porque son noti-ciados? Desarrollamos estas reflexiones a partir de dos categorías de análisis: la temporalidad y la ficcionalidad. Respecto de la primera, en el capítulo 1 se analizan las trayectorias narrativas a través de las cuales la noticia televisiva se constituye como relato de lo ocu-rrido, de lo que ocurre e, incluso, de lo que todavía no ocurrió. Luego se indaga, en el capítulo 2, la dimensión ficcional del texto noticioso, entendido éste como relato que, en ocasiones, produce el aconteci-miento que declara reproducir.

La Segunda Parte está destinada a la dimensión enunciativa que enmarca la noticia televisiva, a partir de las representaciones sociales que ésta construye de los participantes que involucra: el conductor del noticiero, los televidentes, los “protagonistas” de los sucesos noticiados. También aquí asentamos nuestra reflexión sobre dos categorías de análisis: la legitimidad y la subjetividad. En pri-mer lugar analizamos, en el capítulo 3, las estrategias enunciativas mediante las cuales el emisor de la noticia televisiva diseña su pro-pia legitimidad; luego, en el capítulo 4, se reflexiona sobre distintos procesos de subjetivación que la noticia televisiva promueve en la amplia y heterogénea instancia de la recepción.

Por último, la Tercera Parte presenta cierta heterogeneidad. En el capítulo 5 aplicamos el esquema teórico que este libro sugiere al análisis de una noticia televisiva particular: la cobertura del noti-ciero América noticias del intento de asalto con toma de rehenes a la sucursal Pilar del Banco de la Nación Argentina, del 22 de julio de 2010; finalmente, en el capítulo 6 reflexionamos sobre las even-tuales derivaciones sociales del vigente paradigma informativo en la Argentina contemporánea, cuando ya corre la segunda década del siglo xxi.

Alienta la publicación de este libro (originado en una tesis de maestría) la certidumbre de que la reflexión sobre las prácticas pe-riodísticas hoy ha trascendido holgadamente el ámbito académico. De tal modo, ya no sólo destinado al especialista sino también al estudiante y al público general interesado en la materia, este tra-bajo analiza ese inquietante discurso cotidiano que, con la renovada

La noticia televisiva

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vocación de interpelarnos, se presenta cada mañana a las puertas de nuestro día.

Algunos reconocimientos

Por último, antes de entrar en materia nos gustaría agradecer:A la universidad pública. A la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional

de Lomas de Zamora, en cuyas aulas –que ya son mi casa– he pre-sentado durante años las reflexiones que motivaron este trabajo.

A la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, que junto con un título me otorgó una caja de herramientas.

A los estudiantes de Comunicación Social de la Universidad Na-cional de Moreno, con quienes día a día compartimos la estimulante tarea de construir una universidad.

A Christian Amadeo, Claudio Guzmán y Pablo Pinamonti. A Javier Corcuera, Emilio Otero y Juan Carbone. A Dana Guisasola y Pablo Di Sipio. A Raúl Barbarini, Mariano Solari, Guillermo Ros y Mauro Cordes. A María Marta Abdo Férez, Damián Parga y Javier Ramos. A José Mehrez, Cristian Jure, Dolores López Guillermón y Andrés Olivares. A Gabriela Franco, Javier Fernández Paupy y Carina González. A Flavia Costa y Agustín Scarpelli. A Miguel Ángel Hadid y familia. A Cristian Ampugnani, Mariel y Camilo. A Guiomar Ciapuscio. A Santiago Aragón. A Daniel Valentino y Ricardo De Palma, que se fueron muy temprano. A Gonzalo y Verónica. A Natalia y Hernán. A Néstor y a Cristina. A los amigos de todos los días, a los intermitentes y a los que se alejaron para acercarse.

A César Núñez, mi hermano, por el privilegio de su amistad y su permanente colaboración durante el largo proceso que condujo a este libro.

A Marta y Antonio, por todo. Especialmente por haber sabido apoyar, en su momento, un rumbo profesional con “mala prensa”.

A Lautaro, mi ahijado, principal destinatario de este libro.

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PRIMERA PARTE

Los “hechos” relatados

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Introducción

Nos disponemos entonces a iniciar nuestro recorrido. Como todo viaje, nos alienta la expectativa de que resulte placentero, produc-tivo, enriquecedor. Para ello, antes de salir de casa y empezar a ca-minar, hemos definido el rumbo de los primeros pasos, que describi-remos mediante tres presupuestos de base. Ahí va el primero: toda noticia se organiza como relato.

La naturaleza eminentemente narrativa del discurso noticioso ha sido abordada desde diversas perspectivas. No nos desvela en este libro la puntillosa enumeración de antecedentes, ni el riguroso inventario de autores involucrados. Sin embargo, queremos apun-talar mínimamente estas nociones iniciales. Para la investigadora argentina Marcela Farré (2004: 33), por ejemplo, “el noticiero es na-rración porque su acción es la de contar historias”. Según el sociólo-go alemán Herbert Gans, por su parte, la estructuración narrativa es el principal criterio de validación de la noticia (Wolf, 1990: 242).

Con apoyo sobre el pie ya desplazado, demos ahora el segundo paso: todo relato implica una transformación.

Los especialistas coinciden en que la noticia, en tanto rela-to, informa algún tipo de cambio; una variación, la ruptura de un equilibrio, la alteración de un “estado de normalidad”.1 Para la na-rratóloga holandesa Mieke Bal (1990: 13), “un acontecimiento es la transición de un estado a otro”. Por su lado, el sociólogo francés

1. No obstante, no debemos omitir que, excepcional y muy contemporánea-mente, en ocasiones el relato noticioso se formula a propósito de un cambio que no se produce. Eventualmente “deseable”, en cualquier caso demorado, es el cambio que no ocurre el que, paradójicamente, organiza en esos casos la construcción de la noticia. Nos referimos a titulares del tipo “Continúa la toma de los colegios”, “Se demora el regreso de Riquelme”, “Sin novedades en el caso Candela”.

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La noticia televisiva

Edgar Morin acuña la categoría de acontecimiento-información, al que define como “elemento nuevo que irrumpe en el sistema social” (Rodrigo Alsina, 1993: 10). Mauro Wolf (1990: 235) advierte que “son noticiables […] los acontecimientos que constituyen y representan una infracción, una desviación, una ruptura del habitual curso de las cosas”. De tal manera, el acontecimiento constituye un “acciden-te”, en tanto perturba cierto equilibrio previo.2

Finalmente, al dar el tercer paso ya estaremos caminando: toda transformación se despliega en el tiempo.

Este último presupuesto (que rubrica el estrecho vínculo entre la actividad narrativa y la dimensión temporal) introduce la categoría hacia la que vamos a dirigir el primer capítulo de nuestro itinerario. Por el momento nos interesa destacar que la extensión temporal de la transformación noticiada necesariamente presenta un carácter acota-do. Rodrigo Alsina subraya que la pertinencia periodística del cambio de estado noticiable no puede ocupar un lapso muy extendido: si se pro-longa en exceso, puede llegar a perder su carácter de acontecimiento.

El autor ejemplifica esta apreciación con el hundimiento progre-sivo de la ciudad de Venecia, noticia que constituyó un acontecimien-to cuando dicha “transformación” fue descubierta. Ahora bien; si se contempla que hoy –observa en su texto de 1993– el hundimiento es “la norma”, el nuevo acontecimiento sería que se demostrara que Venecia ya no se hunde. De tal modo concluye: “El acontecimiento tiene su índice de caducidad” (Rodrigo Alsina, 1993: 77).3

Esta última afirmación cobra especial relevancia en el ámbito televisivo. De hecho, si los dos primeros presupuestos enunciados afectan a la noticia con independencia del medio a través del cual se emita, el tercero adquiere propiedades específicas cuando abor-damos, en particular, la noticia que proporciona la “pantalla chica”.

2. Trascendiendo la inquietud teórica por el relato noticioso (y orientándo-la hacia el “hecho” que lo motiva), Florence Aubenas y Miguel Benasayag (2005: 39) se formulan una sencilla pregunta de, sin embargo, muy vasto alcance: “¿Qué significa que una cosa «pase»?”. En todo caso, adscriptos al mismo campo teórico que referimos, también para estos autores “el aconte-cimiento nace cuando la norma se rompe”.3. En esta línea se inscribe la reflexión del historiador francés Paul Aubert (1986: 51), para quien el acontecimiento no sólo “provoca un cambio” sino que, complementariamente, “dura poco”.

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1. Temporalidad

Las noventa y cinco tesis de Lutero, inicial-mente pegadas en la puerta de la iglesia de las Agustinas de Wittemberg el 31 de octubre de 1517, fueron pronto traducidas a lenguas vernáculas, impresas en forma de folletos y distribuidas por toda Europa; se ha estimado que en quince días Alemania entera conoció estas tesis, y que sólo tar-daron un mes en llegar al resto de Europa.

John Thompson, Los media y la modernidad

Muy frecuentemente, en el medio televisivo se escucha pronun-ciar una misteriosa sentencia: El tiempo es tirano. Como un produc-to simbólico adoptado de forma irreflexiva, la frase se repite una y otra vez, acrítica, indeliberada. En emisiones televisivas de lo más heterogéneas (esto es: no sólo en el contexto de los géneros informa-tivos), distinto tipo de comunicadores la enuncian y la acompañan, muchas veces, del encogimiento de hombros y la media sonrisa de quien se limita a reproducir, mecánicamente, un patrón establecido.

Por cierto, el periodismo televisivo de información no se aparta de la sujeción a este precepto más bien naturalizado que, en ocasio-nes, adquiere un carácter particularmente conflictivo.

Sabido es que uno de los principales requisitos de la noticia es la novedad. Resulta informativo lo novedoso, que suele coincidir con lo reciente. Esta centralidad de la variable temporal encuen-tra sólido anclaje en la valoración por demás preeminente que el periodismo televisivo tributa, cada día, a una de sus estrellas más rutilantes: la actualidad.

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La noticia televisiva

Invocada hasta la saturación, esgrimida –también ella– de modo maquinal, inconsulto, la de actualidad se ofrece como una noción especialmente compleja. La investigadora española Mar de Fontcuberta (1993) observa que se trata de un concepto variable, desde el momento en que, por lo pronto, no pueden organizar su la-bor periodística en función de una misma concepción de actualidad una revista mensual y un diario, por ejemplo; o, más aún, cualquier medio gráfico y el medio televisivo.

Desde luego, este libro no concibe –ni mucho menos aspira a propiciar– que el periodismo desatienda este valor constitutivo de su labor profesional. Lo que vamos a subrayar son algunas impli-cancias informativas (curiosas, paradójicas, ¿perniciosas?) provoca-das por el ensalzamiento irrestricto de la actualidad y su vértigo concomitante.

Señalemos asimismo que la fatigosa diligencia de atender la actualidad afecta no sólo a los productores sino también a los re-ceptores de noticias televisivas. En nuestro tiempo, signado por “la fetichización de la novedad” (Aubenas y Benasayag, 2005: 59), tan-to para los periodistas televisivos (que necesitan no estar desac-tualizados para satisfacer su demanda profesional) como para los televidentes (cuando éstos se proponen estar al día), la observancia de lo actual es una permanente actividad contrarreloj. El culto de lo actual demanda rapidez, aceleración, velocidad.1

Sin duda, esta propensión a los ritmos de la urgencia reproduce dinámicas sociales que trascienden el circuito audiovisual de la in-formación. Más aún, al menos en el ámbito urbano, el principio rec-tor de la velocidad moldea nuestra percepción y, de algún modo, ar-ticula la vida que vamos transitando durante la tardía modernidad. Diríase que, en buena medida, nos apremia el vértigo que nos acerca a “las comidas rápidas” y nos aleja de “las computadoras lentas”.

1. A propósito del modo en que se reproducen los esquemas que organizan el trabajo informativo en el ámbito de la recepción, Fontcuberta (1993: 15) señala: “Cuando nos enteramos de algo importante intentamos transmi-tirlo, con la máxima rapidez, al mayor número posible de personas y con el máximo impacto. Si conseguimos audiencia, nos consideramos protagonis-tas; en cambio, sentimos frustración si nuestros interlocutores ya conocían la nueva. En cierta medida reproducimos, a escala reducida, el proceso que siguen los medios de comunicación”.

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Los “hechos” relatados

Justamente, el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1997) remite al muy contemporáneo concepto de fast food (“comida rápida”) la te-levisiva y poco auspiciosa figura del fast thinker (“pensador veloz”), a quien la renovación permanente de la nueva noticia que impone primacía (y que relega velozmente a la noticia anterior, favorecien-do su olvido) conmina a un discurrir que, en opinión del autor, en-tabla escaso parentesco con la deseable actividad de la reflexión.2

Pues entonces, ¿efectivamente se puede afirmar que el tiempo es tirano? ¿Cuál es el alcance de esta expresión de uso coloquial? ¿No será acaso que, tras el manto de esa abstracta apelación a la variable temporal más bien se despliegan, en verdad, concretos y

“humanos” mecanismos de tiranía simbólica? Para transitar esta región enmarcada en el paisaje del apremio,

presentamos a continuación dos deslizamientos conceptuales que, en los últimos años, rediseñan las incumbencias del periodismo te-levisivo de información.

2. En la misma línea argumental, Fontcuberta (1993: 11) observa a pro-pósito de la labor periodística: “La actividad profesional debe responder a exigencias impuestas por los medios y por las audiencias, y se desarrolla en un contexto y con un ritmo laboral nada propicio para la reflexión”. A propósito del paradójico efecto desinformador que acarrea el exceso de infor-mación, la autora amplía: “El aluvión de noticias de todo tipo, sin ninguna clase de filtro, supone una desinformación porque no puede digerirse. El exceso de información acaba por crear en el público un efecto narcotizador, un desinterés, que acaba por incapacitar cualquier operación de análisis o aproximación a la realidad” (36). No obstante la validez de este enfoque, no es inoportuno ponderar asimismo las inocultables restricciones de acceso al universo mediático en el marco de la llamada “sociedad de la informa-ción”, a las que hace referencia el investigador argentino Aníbal Ford (2005: 12): “Los procesos de hiperinformación o los regodeos con la sociedad de la información suenan muchas veces inadecuados en una sociedad mundial desinformada, con altos niveles de analfabetismo y deficiencias en sus pre-supuestos de salud y educación”.

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La noticia televisiva

Primer deslizamiento: del relato de lo ocurrido al relato de lo que ocurre

La noticia no es lo que sucedió sino lo que está sucediendo.

Ted Turner

Vamos a partir de una pregunta incómoda: ¿en qué consiste la actividad de informar? ¿Qué es lo que la define, en términos pe-riodísticos? ¿Contiene esta categoría algún núcleo conceptual inva-riable más allá de las prácticas, los estilos, las modalidades, las épocas?

Tal vez se podría sostener que, reducida a cierta perspecti-va “clásica”, la tarea de informar consiste básicamente en referir lo ocurrido (Montero y Paz, 2010). Es una aproximación un tanto elemental, sin duda. Pero tal vez no venga mal postularla, tenerla en cuenta, detenerse en ella siquiera por un momento. Según esta perspectiva, determinados “hechos” ocurren y, en algún momento posterior, el discurso periodístico emite su relato. En cualquier caso

–y aquí refinamos ligeramente esta formulación– se presume breve el lapso que se extiende entre la efectiva ocurrencia del “hecho” y su relato noticioso. Así lo destacan los teóricos estadounidenses Philip Elliot y Peter Golding cuando, en referencia a la categoría de nove-dad, advierten que “las noticias deben referirse a acontecimientos lo más cerca posible del momento de la transmisión del informativo” (Wolf, 1990: 236; subrayado nuestro).

Sin embargo, a partir de una serie de desarrollos no sólo téc-nicos (pero entre los cuales se debe ponderar, no obstante, la capa-cidad televisiva de reproducir visual y sonoramente la instantanei-dad), desde el último tercio del siglo xx tuvo lugar un fenómeno de considerable importancia narrativa y periodística. A saber: en ple-na sintonía con la ya referida pulsión de velocidad, la tarea de in-formar dejó de remitirse básicamente al relato de lo ocurrido para otorgar especial relevancia al relato de lo que ocurre.3

3. Eliseo Verón (1983) reseña que, en Francia, ya los comienzos de la infor-mación televisiva están dominados por la lógica de la inmediatez, en función de la cual se busca estar ahí, lo más rápido posible, donde se producen los

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Los “hechos” relatados

Entre múltiples consecuencias teóricas que provoca, dicho es-cenario nos enfrenta a una dificultad básica referida a la atribución de sentido. Esto es: resulta muy difícil (si no imposible) atribuirles sentido a los “hechos” que ocurren mientras éstos están ocurrien-do. Con esta “contrariedad” convive el historiador, quien raramen-te pueda aventurar el sentido del tiempo que le toca vivir, salvo enunciándolo como hipótesis. De allí la frecuente arbitrariedad en que incurren muchos periodistas cuando, para concitar interés, ca-lifican como histórico un “hecho” presente. Diríase que la eventual pertinencia histórica del momento que se vive difícilmente pueda ser ponderada por sus contemporáneos; más bien es una atribución que, retrospectivamente, sólo desde el futuro se podrá realizar.4

Advertimos, asimismo, que la dificultad de relatar y otorgarle sentido a lo que ocurre (inherente a toda cobertura “en vivo”) en general tiende a ser escatimada por el periodismo televisivo de in-formación. Al respecto, la investigadora francobelga Florence Au-benas y el filósofo argentino Miguel Benasayag (2005: 63) observan que, puesto a relatar un “hecho” en vivo, el periodista “dará esa impresión de que él sabe, de que la situación no se le escapa”.

No obstante la validez general de esta apreciación (sobre la que luego volveremos), registramos instancias informativas en las cuales la compleja articulación entre el relato de lo que ocurre y la atribución de sentido es explicitada por quien emite el discurso noticioso. Durante el mediodía del 20 de diciembre de 2001 (una jornada hoy efectivamente histórica para la Argentina), el canal de noticias tn ofreció en vivo imágenes que recibía desde un móvil de exteriores situado en Plaza de Mayo. Desde allí, micrófono en mano, desplazándose entre manifestantes iracundos y los caballos de una fuerza policial con elocuente vocación represiva, el cronista

“hechos”. Por su parte, algo temeraria pero muy atendiblemente, Mario Car-lón (2004: 17) afirma que “la toma directa es el centro del discurso televisivo”.4. Sin embargo, sí puede afirmarse que son (serán) históricos los “hechos” presentes que componen lo que John Thompson (1998: 145) designa como

“acontecimientos mediáticos”: ceremonias de apertura de campeonatos mundiales de fútbol, bodas de la realeza, asunciones presidenciales son acontecimientos respecto de los cuales –aun durante su transcurso– en buena medida se puede estimar el valor histórico que tendrán en el futuro.

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La noticia televisiva

procuraba narrar los “hechos”. Durante su relato, la ya señalada dificultad para atribuirle sentido a lo que ocurre fue explícitamente reconocida cuando el cronista expresó: “Es realmente increíble lo que se está viviendo. Uno no sabe cuál va a ser el desenlace de esta historia de terror que se está viviendo sobre la Plaza de Mayo”.

Sin embargo, aun sin conocer “el desenlace” de los aconteci-mientos que se estaban produciendo, el periodista, a su modo, los narraba. Porque, ya sea de lo ocurrido, ya de lo que ocurre, la noticia se narra, se cuenta. La información televisiva adopta la forma del relato, lo que favorece la transmisión de los “hechos” ocurridos en el pasado (que de este modo pueden adquirir la forma de un “cuento cerrado”, digamos); pero, correlativamente, complejiza la transmi-sión de los “hechos” que se narran en vivo, los cuales imponen a todo narrador un conflicto irresoluble: ¿cómo organizar el relato del que se ignora el desenlace?5

El curso de esta reflexión habilita una inquietud teórica que, por el momento, sólo dejaremos insinuada. A saber: la dificultad narrativa de atribuirle sentido a lo presente, ¿no tiene como corre-lato –más que la posibilidad– la necesidad de crearlo? Bajo el apre-mio del relato en vivo, ¿se puede narrar lo que ocurre como no sea construyéndolo?

Lejos de intentar responder estos interrogantes, antes bien de-bemos detenernos en el más problemático de los deslizamientos que registramos en referencia a la temporalidad de la noticia televisiva.

5. A propósito de las dificultades para relatar los “hechos” en vivo (es decir, los que están ocurriendo ahora mismo, los que constituyen la actualidad en su forma más plena), Farré (2004: 141) destaca que “el requisito de ser veri-ficables” al que están sometidos los “hechos” que aborda el discurso noticioso

“determina que no sea fácil acertar a construir narrativamente la informa-ción de actualidad”. Sobre esta dificultad volveremos en el capítulo 5, cuando procedamos al análisis de una cobertura noticiosa en particular.

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Los “hechos” relatados

Segundo deslizamiento: del relato de lo que ocurre al relato de lo que todavía no ocurrió

No es asunto del poeta decir lo que pasó, sino contar el tipo de cosas que podrían pasar.

Aristóteles, Poética, ix, 2

Un ingrediente que, con frecuencia, condiciona el ejercicio de la labor periodística –y que adquiere vigorosa elocuencia en el marco de la información televisiva– es la persecución de la primicia. Aun cuando un “hecho” no puede ser noticiado mientras ocurre (a través de un móvil de exteriores en Plaza de Mayo, por ejemplo), el apre-mio que marca el pulso general del periodismo televisivo pervive y rediseña su demanda en los siguientes términos: lo que no se pudo informar mientras ocurría, en todo caso hay que informarlo pronto.6

Pronto y, sobre todo, antes que los demás. De hecho, este último rasgo (la anticipación) es la cualidad definitoria de la primicia. No nos detendremos en el análisis de las pujas comerciales y simbóli-cas que, entre los distintos medios, anidan detrás de este empeño.

6. Este fenómeno puede ser articulado con la creciente apelación de cierto periodismo televisivo al aporte de sus televidentes, quienes frecuentemente ofrecen, para su difusión, el testimonio visual de un “hecho” que presencia-ron, digno de ser noticiado: el momento en que se derrumba el edificio, el momento en que se produce la colisión entre dos vehículos, etc. La entidad adquirida por dicho colectivo de colaboradores anónimos –sobre cuya pro-moción no nos detendremos en este libro– puede ser advertida en la catego-ría que para designarlo ha utilizado el periodista Santiago Do Rego (quien acompaña al conductor Santo Biasatti en el programa Otro tema, que emite tn desde 2003). El martes 15 de marzo de 2011, sobre el cierre de la emisión (a las 22.55), Do Rego valoró los aportes de cierto agente social al que aludió como “nuestra comunidad de periodismo ciudadano”. Destaquemos, asimis-mo, que los aportes de dicha “comunidad” se encuentran institucionalizados en la modalidad de participación que dicho canal ha bautizado como tn y la gente. No obstante su eventual apariencia innovadora, este fenómeno se inscribe en una tradición ya asentada, que trasciende el medio televisivo. Al respecto, las investigadoras argentinas Anabella Messina y Julieta Ca-sini sostienen: “La tendencia a la publicación de fotografías amateurs no es novedosa –estuvo presente desde la incorporación de las fotografías de prensa– y como fenómeno ya había sido advertido en 1953 por la revista Time, especialmente en el caso de acontecimientos como catástrofes natu-rales, guerras o atentados terroristas” (Ford, 2005: 212).

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Empeño al que una emisora radial destina, desde hace muchos años, el eslogan a través del cual se anuncia (“Mitre informa pri-mero”), y en función del cual un canal televisivo de noticias muy frecuentemente ofrece, en un mismo acto discursivo (como puede ser la exhibición de una placa informativa), dos enunciados de ran-go muy disímil: por un lado, el titular que constituye estrictamente la noticia; por otro lado, cierta “información” adicional que, lejos de guardar vínculo con el “hecho” noticiado, tan sólo confirma la ex-trema valoración otorgada a la primicia, ese polémico ingrediente de la praxis periodística.

Los ejemplos sobreabundan. En el que tomaremos, la presunta capacidad anticipatoria del medio emisor adquirió especial prota-gonismo. Durante la madrugada del 24 de junio de 2000, dentro de la misma placa que anunciaba “Se mató RodRigo”, un canal de no-ticias ofreció simultáneamente otra “información” definitivamente ajena al “hecho” en cuestión: “Fue pRimicia de cRónica tv”.

Esta apelación a la autorreferencialidad, de recurrente uso en la televisión argentina, adquirió particular relieve al informar la muer-te del popular cantante cordobés. El periodista Fernando D’Addario observa que, para Crónica tv, “otro motivo de dudoso orgullo –que el canal no desestimó oportunidad de resaltar– fue que Beatriz Olave (la madre del cantante) se enteró de la muerte de su hijo a través de la pantalla de Crónica” (Página 12, 26 de junio de 2000). De he-cho, el periodista Christian Malattia cita la placa específica a través de la cual, mediante el anuncio de la siguiente “noticia” presidiendo la pantalla televisiva, la autorreferencialidad del medio alcanzó en aquella ocasión una de sus cumbres más imponentes: “La madRe de RodRigo Se enteRó de La tRagedia poR cRónica tv”.7

Paradojas de la premura

Ahora bien, esta búsqueda de anticipación y exclusividad (re-quisitos de la primicia) ofrece un costado paradójico que reclama

7. Christian Malattia, “Rodrigo por todos los medios”. Disponible en http://www.christian-malattia.4t.com/rich_text_16.html, consulta: 31 de mayo de 2012.

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Los “hechos” relatados

particularmente nuestra atención. Porque, en el afán de decir las cosas primero (para lo cual es necesario decirlas pronto), se llega en ocasiones a informar, como efectivamente ha ocurrido, lo que todavía no ocurrió.

También Crónica tv, con el fin de “anticiparse” en un domingo electoral de 1999 y a propósito de una personalidad del mundo del espectáculo devenida candidata a intendenta del partido bonaeren-se de La Matanza, apenas pasadas las 18 (hora de cierre de los co-micios en la Argentina) anunció mediante una placa: “ganó pinky”.8

Respecto de ese “hecho” debemos referir, en primer lugar, que al momento de su anuncio todavía no había ocurrido: aún no se ha-bían contado los votos que hubieran permitido formular con certeza la afirmación que compone la noticia.

Pero, en segundo lugar, muy especialmente nos interesa desta-car que tampoco ocurrió después: al cierre del escrutinio, se confir-mó que dicha candidata no había ganado las elecciones municipales.

Es decir: en el afán de narrar pronto un “hecho” noticiable, se lo informa antes de que ocurra. Pero a veces sucede que –paradojas de la premura– finalmente nunca ocurre lo que se informó que había ocurrido.

Nos enfrentamos de este modo al segundo deslizamiento que registramos a propósito de las narrativas referenciales que inter-vienen en la construcción de la noticia televisiva. Si anteriormente aludimos al pasaje que, por sobre la noticia que relata lo ocurrido, desde el último tercio del siglo xx tendió a privilegiar la noticia que relata lo que ocurre, asistimos ahora al muy inquietante desliza-miento que, de esta última, nos conduce a la noticia que relata lo que todavía no ocurrió.

La plena vigencia de este operativo puede ser reconocida en el eslogan que, desde hace años, acompaña el anuncio del noticiero tn al mediodía. Por cierto, ese eslogan institucionaliza el fenómeno al

8. Adviértase que este ejemplo contribuye a relativizar la validez teórica de las distintas clasificaciones que organizan las noticias en secciones o subgé-neros, criterio que en este libro desatendemos explícitamente: de presunto contenido político, es lícito postular que esta noticia –emitida por Crónica tv– se orienta asimismo hacia el interés general o, más aún, es recogida porque en buena medida atañe al ámbito del espectáculo.

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que nos referimos: “El resumen de lo que pasó y el anticipo de lo que va a pasar”.

No obstante, si bien este libro básicamente analiza la construc-ción de la noticia televisiva en el marco de la televisión comercial, registramos emprendimientos informativos que –no especialmente sometidos a la estricta demanda del mercado– hoy procuran alte-rar cierto paradigma hegemónico. A propósito del complejo vínculo entre la competencia empresarial y la persecución de la primicia, antes mencionamos el eslogan mediante el cual históricamente se anuncia una emisora radial argentina: “Mitre informa primero”. Sin duda, menor afán de liderazgo (y, en especial, otra concepción de la labor profesional periodística) manifiesta la Red de Educación Radiofónica de Bolivia (Erbol). Así lo testimonia Pedro Saúl Gemio, su jefe de programación:

Esta radio tiene como uno de los parámetros centrales de su trabajo la educación y la formación integral de las personas. ¿Por qué? Porque Erbol tiene mucha llegada a lo que son las áreas rurales del país. Está bien: luchamos, peleamos por ser los primeros en dar una noticia; es una competencia que se da entre los medios de comunicación. Pero una premisa en Erbol es que preferimos salir segun-dos o terceros en dar una noticia, pero la tenemos que tener bien confirmada.9

Ansiedad de tenerte en mis labios

Volvamos por un momento a esa variante extrema de la bús-queda de anticipación periodística, en función de la cual en ocasio-nes se procura informar lo que todavía no ocurrió. Es oportuno des-tacar que, en la citada noticia perteneciente a la jornada electoral (la placa que informa “ganó pinky”), la búsqueda de anticipación se vincula con la inminencia. Es decir: se informa anticipadamente

–incluso, en ocasiones, desatendiendo la legalidad– lo que se supone

9. Este testimonio es recogido en el notable film documental La guerra por otros medios (Cristian Jure y Emilio Cartoy Díaz, Argentina, 2010).

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Los “hechos” relatados

que podrá ser ratificado poco tiempo después, conforme avance el escrutinio.

Sin embargo, a veces se informan “hechos futuros” que, desde el punto de vista temporal, se encuentran considerablemente ale-jados del momento que enmarca la enunciación del relato noticioso. ¿Qué consecuencias informativas presenta, en el relato de lo que todavía no ocurrió, la mayor o menor distancia temporal que trans-curre entre la emisión de la noticia y el momento en que ha de pro-ducirse el “hecho” futuro anticipadamente noticiado?

En este punto resulta necesario introducir brevemente la no-ción de dietario, sobre la que trabajan Philip Elliot y Peter Golding. Compuesto por “noticias de lo futuro”, el dietario es entendido como la agenda que reseña determinados “hechos” que sucederán con posterioridad a su emisión y “cuya noticiabilidad en gran parte se da por descontada” (Wolf, 1990: 271).

De tal manera que, en el caso de las noticias que integran el dietario, el requisito de inminencia queda suspendido. La garan-tizada noticiabilidad de determinados acontecimientos futuros permite informarlos con una antelación más que considerable: una boda de la realeza o la inauguración de la Copa del Mundo, por ejemplo, suelen informarse muchos días antes de que se produzcan.

A partir de estas reflexiones, analicemos la siguiente noticia ofrecida por la televisión argentina el 11 de septiembre de 2001. Apenas pasado el mediodía, mientras la espeluznante imagen de un avión estadounidense perforando una torre neoyorquina fatigaba la pantalla de los canales de noticias, Crónica tv ofreció una placa informativa presidida por el siguiente texto: “mañana, muLtitudina-Ria miSa en eL obeLiSco”.

La referencia a un “hecho” del futuro no especialmente inmi-nente, así como el carácter “institucional” del evento referido (por lo general una misa es algo que se prepara, que se planea, como una boda de la realeza o la inauguración de la Copa del Mundo), podrían sugerir la adscripción de esta noticia a la categoría de die-tario. Sin embargo, esta interpretación es invalidada por un ele-mento altamente significativo con el que nos topamos en el enuncia-do que compone la placa. Un elemento que destacaremos mediante una pregunta que, no por trivial, se encuentra desprovista de muy

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La noticia televisiva

atendibles implicancias. A saber: si la misa se va a celebrar “ma-ñana”, ¿cómo se logra informar hoy que va a ser “multitudinaria”?

Este interrogante abre distintas líneas de análisis, a algu-nas de las cuales nos iremos asomando a lo largo de este libro. Por el momento señalemos que, a diferencia de lo que se advierte en la noticia referida, la categoría de dietario remite a un fenómeno más aséptico. De hecho, según así lo entienden Elliot y Golding, la confección del dietario “se basa en el simple conocimiento de que van a ocurrir algunos acontecimientos y no en la observación de su desarrollo” (Wolf, 1990: 271; subrayado nuestro). En cambio, elo-cuentemente, en la noticia citada, la calificación atribuida (“multi-tudinaria”) compromete la emisión del anuncio con el desarrollo del

“hecho” referido (la “misa”). Ya veremos luego que este operativo discursivo trasciende am-

pliamente el acotado alcance que presenta en el ejemplo que aquí proponemos. Pero vayamos de a poco. Nadie nos corre.

Diseño de imagen y sonido

En el pasaje del primero al segundo de los deslizamientos con-ceptuales trabajados en este capítulo observamos, asimismo, cierta traslación en la naturaleza de los significantes involucrados. Tras-lación que se organiza en virtud de la temporalidad en cada caso referida. Esto es: para informar lo que ocurre, la noticia televisiva puede sostenerse básicamente sobre la imagen. Un móvil en Plaza de Mayo muestra “lo que está pasando”. Desde luego –y volveremos sobre ello en la Segunda Parte– partimos del supuesto de que toda cámara recorta, fragmenta, necesariamente edita lo que llamamos

“la realidad”. Cualquier imagen es parte de un todo que la desborda inexorablemente. No obstante, se podría afirmar que la imagen que ofrece un móvil de exteriores (si bien en forma parcial, si bien de modo sesgado) innegablemente deja ver –al menos una parte de– el

“hecho” que pretende noticiar.En cambio, para informar lo que todavía no ocurrió, la noti-

cia televisiva ha de valerse necesariamente de la palabra. La ima-gen, por sí sola, no puede reponer lo futuro. Un noticiero no puede

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Los “hechos” relatados

informar el carácter multitudinario de una misa que todavía no se celebró como no sea emparentando un adjetivo con un sustantivo.

Ahora bien, como insinuamos más arriba, el alcance de este operativo discursivo consistente en reponer las características que tendrá un “hecho” futuro (esto es: ya no su mero anuncio, sino “la observación de su desarrollo”) excede el mero afán de anticipación. Por cierto, muy frecuentemente, cuando el emisor de la noticia te-levisiva pretende estar narrando lo futuro, a su modo está contri-buyendo a producirlo. En tal sentido observaremos que –aun sin apelar excesivamente a los llamados enfoques “conspirativos” sobre comunicación de masas– muy valioso es el aporte que una noticia como la citada efectúa al eventual propósito de lograr que una misa resulte, finalmente, multitudinaria.

Si levantamos la vista, veremos que esta afirmación nos ha depositado a las puertas de un estimulante territorio. Un terri-torio que tendremos que visitar. Ahora mismo. Convocada por las reflexiones que venimos desplegando, la ficcionalidad es la región que vamos a recorrer en el capítulo 2.

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El domingo por la tarde, en nuestras casas de niños turineses/católicos/burgueses, era un momento de elaborada tragedia. El acto de ponerse el pijama, anticipado a las horas del anochecer, como queriendo cortar limpiamente cualquier discusión sobre la posible prolongación del día de fiesta, nos sumergía en una especie de li-turgia de la tristeza […] A las siete de la tarde, encendíamos la te-levisión, porque había partido. Nótese el singular. Había de hecho un único partido; mejor dicho, medio: retransmitían una parte, en diferido, antes del telediario. Nadie había sido capaz de llegar a comprender con qué criterio lo elegían […] A veces seleccionaban partidos que habían acabado con un 0-0, y esto nos sugería la idea de un Poder con una lógica inescrutable y una sabiduría fuera de nuestro alcance.

Naturalmente, el partido era en blanco y negro (algunos, en un conmovedor salto tecnológico hacia delante, tenían una pantalla cuya parte inferior era verde y la superior, no tengo claro el porqué, violeta). Las tomas eran notariales, documentales, soviéticas. Los co-mentarios eran impersonales y de carácter médico: pero no carecían de un rasgo de locura que iba a marcarnos para siempre. Dado que el partido no era en directo, el comentarista sabía perfectamente qué estaba pasando, pero actuaba como si no lo supiera. Tal vez atur-didos por el creciente olor a sopita que nos llegaba desde la cocina, dejábamos que prosiguiera, reprimiendo poco a poco lo absurdo y humillante de la situación. Y entonces, de repente y sin previo aviso, ocurría que, llegado al final de esa parte y forzado por ese telediario que se cernía sobre él, el comentarista, sin cambiar siquiera el tono de voz, destrozaba por completo nuestro sistema mental, soltando frases de este tipo: “El partido finalizó 2 a 1, gracias a un gol de Anastasi, marcado en el minuto 23 de la segunda parte”. ¡De repente lo sabía todo! ¡Y utilizaba el tiempo pasado para hablar del futuro! Era absurdo y mortificante: pero, cada domingo, volvíamos allí para que abusaran de nosotros.

Alessandro Baricco, Los bárbaros

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2. Ficcionalidad

…hace algunos años alguien llamó a la sala de no-ticias de la wmaq-tv en Chicago:

–Vamos a hacer una huelga de brazos caídos en la oficina de correos de Main Loop.

–¿Cuándo va a empezar? –preguntó el periodista.–En cuanto lleguen ustedes.

Irving Fang, Noticias por televisión

Este trabajo desestima la tradicional analogía según la cual la ficción se opone a la realidad como lo falso se opone a lo verdadero. Más aún, tanto la identificación entre lo ficcional y lo falso como la dicotomía que opone la ficción a la realidad nos resultan teórica-mente inapropiadas. De hecho, toda expresión lingüística impone cierta mediación a partir de la cual no hay discurso que pueda re-producir, sin más, lo que solemnemente llamamos “la realidad”.

En este sentido, a propósito de los fenómenos de espectacula-rización en textos mediáticos no ficcionales, el investigador argen-tino Mario Carlón observa –retomando la categoría acuñada por el lingüista soviético Roman Jakobson– que la función poética es una operación que subyace en todo tipo de enunciados: “El arte se encuentra «infiltrado», como si fuera una especie de «polizón», en enunciados referenciales de todo tipo” (Carlón, 2004: 58). Por su parte, respecto del noticiero y desacreditando el antagonismo teóri-co que opone las funciones de informar y entretener, Marcela Farré (2004: 59) advierte que el uso de recursos ficcionales no necesaria-mente es convocado por una finalidad estética; por el contrario, la autora observa que “es preciso reconocer el valor referencial de la ficción”. Por último, una síntesis de esta línea teórica la formula el ex semiólogo Eliseo Verón (1983), quien dará cuenta de “ese estatu-to ficcional que es el «estado natural» de todo discurso”.

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De tal manera, extendiendo su alcance más allá del ámbito del arte o la literatura, la ficción (entendida en este libro como un atri-buto propio de toda actividad discursiva variablemente estetizada) atraviesa múltiples discursividades sociales entre las cuales la no-ticia televisiva ocupa un lugar particularmente destacado.1

Si bien son numerosas y diversas las operaciones de ficciona-lización que podrían rastrearse en la construcción de la noticia televisiva, en las próximas páginas nos detenemos, en particular, en tres modalidades narrativas específicas que adopta el discurso noticioso.

Lo que ocurre para que sea informado

¿Por qué el capítulo 2 de este libro se inscribe en el rumbo de la ficcionalidad? En buena medida, ha sido nuestra reflexión sobre la temporalidad del relato noticioso la que ha reclamado indagar dicha dimensión. Recordemos que, tras referir ciertas dificultades narrativas que presenta la actividad periodística de relatar lo que ocurre, en el capítulo 1 nos detuvimos en la muy contemporánea ten-dencia a cultivar el relato informativo de lo que todavía no ocurrió. En tal sentido, si un insoslayable componente de ficción es propio de toda actividad discursiva, más aún el relato periodístico de lo que va a ocurrir fortalece el vínculo entre el discurso noticioso y la dimen-sión ficcional. Esto es: si todo mundo relatado es siempre un mundo construido, más aún lo será el relato de un mundo por venir.

Pero la ficción informativa televisiva no se agota en esa suerte de anticipación (inminente o algo más lejana) de lo que ocurrirá en

1. A una curiosa conjugación entre el discurso noticioso y la ficción (enten-dida, en este caso, en sentido “pleno”) se ha referido el investigador argen-tino Pablo Alabarces cuando evoca del siguiente modo un particular “hito” de la historia televisiva argentina: “La televisión se autopresenta con una pretensión de fidelidad absoluta, de mímesis de lo real. Mímesis con lo real que los propios noticieros contribuyen a poner en duda, por ejemplo, cuando Telenoche anuncia como noticia que esa noche peleaban Guevara y Garmendia, los protagonistas de Campeones. El noticiero anunció como noticia, en la voz de Catalina Dlugi, que esa noche se iba a producir un combate de box en un programa de ficción” (Oliván y Alabarces, 2010: 34).

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Los “hechos” relatados

el futuro; anticipación para la cual, como ya señalamos, la noticia televisiva necesariamente apela a la palabra. Destaquemos que hay procedimientos de ficcionalización cuando se verbalizan/muestran los “hechos” ocurridos; los hay cuando se verbalizan/muestran los

“hechos” que ocurren; los hay, acaso de modo más notorio, cuando se verbalizan (sólo se verbalizan) los “hechos” que van a ocurrir.

Sin embargo, el paradigma de la ficción informativa reverbera ya no cuando se informan “hechos” que ocurren, sino cuando ocu-rren “hechos” para que sean informados. Al respecto, resulta muy ilustrativa la categoría de “actividad cotidiana simulada”, que apor-ta el sociólogo estadounidense John Thompson. Esta noción alude a cierto tipo de “escena” en la que “los individuos tratan de parti-cipar en una acción o interacción ordinaria con el propósito de ser filmados, es decir, con el solo propósito de crear un acontecimiento televisivo” (Thompson, 1998: 145). Para graficar esta categoría, el autor ofrece el siguiente ejemplo:

La conducta del personal militar o paramilitar que dispara algunas ráfagas al aire o dispara a un enemigo distante, aparentemente a la vista, con el fin de crear la impresión de que el conflicto militar existe aquí y ahora. Aunque esta actividad sea simulada resulta distinta de la acción ficticia, precisamente porque tiene lugar en un con-texto de la vida real y se presenta como tal. (145)2

2. Reconocemos una variante particularmente dramática de lo que ocurre para que sea informado en un ejemplo fotográfico que aporta la escrito-ra estadounidense Susan Sontag. No obstante, en este caso el “hecho” no constituye estrictamente –y allí su dramatismo– una actividad simulada:

“No cabe duda alguna sobre la autenticidad de lo mostrado en la foto que en febrero de 1968 Eddie Adams hizo del jefe de la policía nacional de Vietnam del Sur, general brigadier Nguyen Ngoc Loan, que dispara a un sospechoso del Vietcong en una calle de Saigón. Sin embargo, fue montada por el general Loan, el cual había conducido al prisionero, con las manos atadas a la espalda, afuera, a la calle, donde estaban reunidos los perio-distas; el general no habría llevado a cabo la sumaria ejecución allí si no hubiesen estado a su disposición para atestiguarla. Situado junto a su pri-sionero a fin de que su perfil y el rostro de la víctima fueran visibles para las cámaras situadas detrás de él, Loan apuntó a quemarropa. La foto de Adams muestra el instante en que se ha disparado la bala; el muerto, con una mueca, no ha empezado a caer” (Sontag, 2003: 28; subrayado nuestro).

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De tal modo, ya no nos referimos aquí al conflictivo relato no-ticioso de lo que todavía no ocurrió (eventual herramienta de ma-nipulación en función de la cual acaso se pueda provocar que una misa finalmente resulte multitudinaria), sino al peculiar relato pe-riodístico –tanto más inescrutable– mediante el cual se informa que ocurre… lo que no ocurre.3

No obstante, en el marco de la reflexión que intenta promover este libro, más determinantes resultan ya no tanto los “hechos” que ocurren para ser informados, sino los “hechos” que ocurren porque son informados.

Lo que ocurre porque es informado

Valga la paradoja léxica, que la categoría de manipulación haya sido muy manoseada en los últimos tiempos no invalida su eventual utilización y pertinencia. De hecho, durante el siglo xx, múltiples corrientes de pensamiento y modelos teóricos han analizado las operaciones de manipulación que rigen los productos de los medios masivos.4 No obstante, aun antes de considerar cualquier tentativa

3. En la película Wag the dog, conocida en la Argentina como Mentiras que matan (Barry Levinson, Estados Unidos, 1997), se relata el modo en que la suerte que corre un gobierno estadounidense en vísperas de un acto eleccio-nario depende exclusivamente de la agenda que sus comunicadores logren imponer en el medio televisivo, así deban apelar a la difusión de “hechos” definitivamente alejados de “la realidad” (por ejemplo, el desarrollo de una lejana guerra que en verdad no se está produciendo). A propósito del vínculo entre los sistemas republicanos representativos y el medio televisivo, Verón (1992: 124) esgrime la noción de democracia audiovisual: “Respecto del siste-ma político, la pantalla chica se convierte en el sitio por excelencia de produc-ción de acontecimientos que conciernen a la maquinaria estatal”. Thompson (1998: 184) destaca que –desde la instalación de los sistemas democráticos modernos– la prensa ha jugado un papel fundamental como foro privilegiado, terreno que a fines del siglo xx particularmente conquistó el medio televisivo. Wolf (1990) analiza, a propósito de la teoría de la agenda-setting, la compleja articulación que se entabla entre la naturaleza del hecho político y la lógica de su representación televisiva.4. Más allá de ciertos atendibles cuestionamientos teóricos que hoy se le podrían formular, entendemos que entre dichas corrientes se destaca la reflexión que alrededor del concepto de industria cultural realizaron

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manipulatoria por parte de insondables poderes de tiránica condi-ción, contemplemos por un momento la inocua e hipotética situación de quien porta una cámara televisiva sin otro afán que el de proceder, objetiva y desinteresadamente, al riguroso registro de “la realidad”.

Junto con las dificultades ya aludidas que, bienintencionado, este emprendimiento no podría sortear (toda cámara “recorta”, fragmenta, está condenada a en-focar una parcela particular del mundo), hay una invalidación básica, primigenia, que adultera toda pretensión objetivista. A saber: ninguna cámara –al menos, ningu-na cámara que no esté escondida– pudo ni podrá nunca mostrar ni tan siquiera un mínimo fragmento de “la realidad”, puesto que la sola presencia de una cámara construye una realidad ipso facto.5

Partiendo de esta hipótesis, abordamos en las próximas pági-nas dos instancias televisivas en las cuales la cámara mediante la cual se pretende informar trasciende el estatuto de mero ins-trumento de registro. Ya sea que lo haga –situación de incidencia mínima– orientando las conductas de los personajes implicados en las imágenes, ya sea que lo haga –situación de incidencia máxima– determinando, sin más, el curso de los “hechos”.6

Cuando la presencia de una cámara orienta las conductas

Tomemos un ejemplo hipotético y mundano, que bien puede hacerse extensivo a situaciones sociales de mayor complejidad y re-levancia. Consideremos que un móvil de exteriores de un canal de televisión visita algún barrio de la ciudad con el fin de sondear, por ejemplo, “el clima” con que se viven las horas previas a un partido

Theodor Adorno y Max Horkheimer, en el marco de la llamada Escuela de Frankfurt y en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.5. Nos referimos, en todo caso, a las imágenes que registran acontecimien-tos de la vida social; no así a las que reproducen, por ejemplo, fenómenos naturales.6. No descartamos que lo primero pueda promover lo segundo. Esto es: que la presencia de una cámara oriente las conductas y, en función de ello, modifique el curso de los “hechos”. No obstante, a los fines analíticos, en este trabajo discernimos ambos niveles de incidencia.

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de la Selección Nacional de fútbol durante un mundial. Podemos imaginar un moderado despliegue que rápidamente despierta, si no el interés, al menos la curiosidad del vecindario, que de a poco se acerca y va rodeando al hombre de traje y corbata que por el mo-mento dialoga, en tono neutro y monocorde, con quien tiene en la mano una gran cámara apagada. El público se muestra calmo, un tanto apático, apenas expectante.

Pero de pronto, el individuo que tiene la cámara se la calza al hombro, el periodista se acomoda el nudo de la corbata, un pro-ductor eleva la voz para anunciar algo así como “¡Ahí vamos!”, el hombre de traje sonríe ampulosamente, saluda a cámara con una enfática alegría desbordante, y entonces, recién en ese momento (es decir, no antes), los vecinos que asoman por detrás del periodista frente a cámara empiezan a saltar, a saludar, a agitar los brazos mostrando su entusiasmo.

Muy posiblemente, quien reciba esta imagen a través del me-dio televisivo infiera que el móvil de exteriores se ha desplazado hasta un barrio en donde había, digamos, “gente entusiasmada”, y que, consecuentemente, está procediendo a su registro. Raramente nuestro hipotético televidente contemple que, en verdad, el entu-siasmo del vecindario no preexistía a la llegada de la cámara; sino que, muy por el contrario, fue provocado por su presencia.

Allí la eficacia de una de las estrategias básicas que el lingüista holandés Teun van Dijk (1990) describe a propósito del periodismo gráfico, y que Farré reconoce, asimismo, en el noticiero televisivo. Nos referimos al “énfasis en la naturaleza factual de los aconteci-mientos” (Farré, 2004: 43), que puede advertirse en la recurrente apelación a un recurso periodístico específico: el de trasladarse al inefable lugar de los hechos.

Ahora bien, si en el ejemplo del personal militar que simula disparar a un enemigo distante reconocemos un “hecho” que ocu-rre para ser informado (es decir, un “hecho” que se produce estricta y exclusivamente para su televisación), en nuestro ejemplo hipo-tético del entusiasmo del vecindario nos hallamos ante un “hecho” que ocurre porque es informado. Ambas articuladas por cierto elocuente carácter ficcional, la primera de estas modalidades se caracteriza por su extremo nivel de preparación (escenificación,

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orquestación, etc.); la segunda, en cambio, habilita mayores niveles de espontaneidad.

Pero suspendamos, siquiera por un momento, nuestra reflexión sobre el medio estrictamente televisivo. De hecho, más allá de la cámara de televisión a la que apela el noticiero, bien podemos sos-tener que, en cualquier ámbito de la vida social, la mera presencia de una cámara reglamenta las conductas. Digámoslo así: habría cierta indefinida tendencia social a mostrar entusiasmo. Pensemos en las reuniones privadas (casamientos, cumpleaños, etc.), en don-de los comensales rediseñan su desempeño, por lo general, cuando hacia ellos se dirige el ojo de la cámara. Pensemos asimismo, en el ámbito de la vida pública, en los manifestantes que durante los años 90 marchaban hacia un ministerio y frecuentemente reclama-ban –junto con la demanda que los convocaba– que los acompañara una cámara de televisión; cámara ante la cual, aducían, era mayor la perspectiva de que el accionar policial se inscribiera dentro de ciertos deseables parámetros de legalidad.

De todos modos, en múltiples ámbitos de la vida social, no es imprescindible la efectiva presencia visible de una cámara para que a ella se adecuen las conductas. En ocasiones, basta la mera po-sibilidad de que una cámara esté registrando una escena para que los individuos comprometidos en esas eventuales imágenes acon-dicionen su proceder. Al respecto, el semiólogo argentino Roberto Marafioti (2005: 99) retoma los siguientes ejemplos:

La gendarmería que actuó en la represión de 2000 en la provincia de Corrientes o los soldados israelíes que ope-raban en los territorios ocupados no sabían cuándo caían bajo la lente de una cámara, pero sí conocían la posibilidad de ser enfocados en cualquier momento y ajustaban sus conductas teniendo en cuenta esta posibilidad.7

7. En el mismo rumbo teórico, Thompson (1998: 70) advierte que “la po-sibilidad real de ser filmado y hecho visible a los telespectadores puede ser suficiente como para transformar la manera en la que los individuos actúan e interaccionan en los contextos de la vida cotidiana”. Adviértase que, cuando nos referimos a lo que ocurre porque es informado, la cá-mara televisiva –más allá de la injerencia que luego tenga orientando conductas o determinando el curso de los “hechos”– es convocada por un acontecimiento que preexistía a su llegada. En cambio, lo que ocurre para

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Allí reside, en buena medida, la histórica controversia que des-pierta el polémico recurso de la cámara oculta. Recurso del que se han valido no sólo programas de entretenimiento para recrear uno de los costados más pusilánimes del humor (especialmente a través del esquema “burlarse del desprevenido”), sino también programas periodísticos de investigación en función de cuya labor, en ocasio-nes, ha debido pronunciarse luego la Justicia.

¿Hasta qué punto resulta éticamente condenable, en esos casos, no permitirle al “damnificado” que adecue su conducta a la presen-cia de la cámara? Por otro lado, de producirse dicha adecuación, ¿no quedaría de ese modo alterada la naturaleza del “hecho” que la cá-mara se disponía a registrar? Y, de ser así, ¿dicha alteración reviste excesiva –o alguna– gravedad? Insinuados estos interrogantes, no abundaremos en ellos. Antes bien, debemos abordar a continuación

–a propósito de los “hechos” que ocurren porque son informados– lo que hemos calificado como situación de incidencia máxima, a través de la cual ingresamos a una de las principales regiones teóricas que pretende visitar este libro.

Cuando la presencia de una cámara determina el curso de los “hechos”

Un partido de fútbol se inicia cuando lo determina el árbitro, mediante la acción de hacer sonar su silbato. Sin embargo, en oca-siones, los “derechos adquiridos” para su televisación someten el desarrollo del juego a las demandas institucionales del medio que ejerce la potestad de transmitirlo. En esos casos, por consiguiente, el árbitro debe esperar la “señal” habilitante de la televisión (que, a su vez, lo habilita a él para dar comienzo al juego).8

que sea informado no tiene otro estatuto referencial que el de su mera televisividad.8. Bourdieu (1997: 121) aporta un ejemplo concreto de similares caracterís-ticas: “En los Juegos de Seúl los horarios de las finales decisivas de atletis-mo se establecieron […] de forma que coincidieran con las horas de máxima audiencia en Estados Unidos”.

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En cualquier caso, si algún problema técnico impidiera su te-levisación, es de suponer que el partido se disputaría de todos mo-dos. En cambio, más determinante (más “protagónica”) resulta la presencia del medio televisivo cuando una cámara ha de cubrir, por ejemplo, un asalto con toma de rehenes en el que, desde una venta-na, un asaltante manifiesta que no negociará con la policía hasta que no llegue la televisión.

No nos detendremos en las eventuales motivaciones que po-drían originar este “requisito”, referido a la situación interlocutiva establecida como condición para dialogar. (¿Acaso el asaltante pre-tende, de ese modo, que los agentes a cargo del operativo no le diri-jan una palabra que no pueda “escuchar” también la teleaudiencia? ¿Tal vez quien tomó rehenes en carácter de “garantes” aspire a tener también como garante a la sociedad en su conjunto?). Más bien nos interesa destacar que, en una situación de esas características, lejos de ser un mero instrumento de registro de los hechos que suceden/sucedan, la cámara ha devenido “parte” involucrada. Lo que vaya a ocurrir (el “hecho” a noticiar) surgirá de la copresencia simultánea de, al menos, asaltantes, rehenes, policías… y cámara de televisión.9

Una variante especialmente conflictiva de la incidencia del me-dio televisivo en el desarrollo de este tipo de “hecho” la constituye la vigente tendencia a investir al conductor del noticiero con los atributos del mediador o negociador. Esto lo trabajaremos con cierto detenimiento en el capítulo 5, cuando analicemos la cobertura noti-ciosa que realizó el canal América del intento de asalto a la sucursal Pilar del Banco de la Nación Argentina, el 22 de julio de 2010.

Por el momento anticipemos que, durante aquella jornada, dis-tintos canales televisivos reprodujeron en vivo diálogos un tanto temerarios que algunos conductores de noticiero mantuvieron con el asaltante, quien retenía a cuarenta personas como rehenes. Con

9. A propósito de este notable nivel de injerencia, el semiólogo italiano Um-berto Eco (1990: 212) se pregunta: “Entonces, ¿la televisión ya no muestra acontecimientos, esto es, hechos que ocurren por sí mismos, con indepen-dencia de la televisión y que se producirían también si ésta no existiese? Cada vez menos. Cierto, en Vermicino un niño cayó de veras en un pozo y de veras murió. Pero todo lo que se desarrolló entre el principio del accidente y la muerte del niño sucedió como sucedió porque la televisión estaba allí”.

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posterioridad al “hecho”, ya liberados, algunos rehenes manifesta-ron –como luego veremos– que el estado de ánimo del asaltante se alteraba negativamente, en especial, cuando dialogaba con los periodistas televisivos. En tal sentido, la inquietud social que pro-movió aquel “caso” recaló en lo que podría haber ocurrido por inci-dencia de ese pretendido medio de registro que es la televisión.

En cambio, en el asalto con traslado de rehenes que, el 3 de marzo de 2000, durante siete horas afectó los barrios porteños de Agronomía y La Paternal, en buena medida fue la presencia perio-dística en el lugar de los hechos la que terminó desencadenando, precisamente, su desenlace: la policía finalmente disparó y mató a los asaltantes, cuando éstos –que huían por la calle 14 de Julio apuntando a sus rehenes– se descuidaron de este objetivo al inten-tar apropiarse de la motocicleta en la que se desplazaban dos cro-nistas, convocados a registrar los “hechos” para informarlos.

A propósito de esta paradójica capacidad del discurso noticioso (en función de la cual el dispositivo televisivo ejerce la actividad ficcionalizante de producir el “hecho” que aspira a reproducir), ha sido especialmente ilustrativo un “caso” que en su momento cobró notable relevancia, dada la trascendencia del contexto institucional que lo enmarcó.

Nos referimos al incidente que protagonizó el juez Juan Carlos Sampayo durante un interrogatorio que fue televisado en vivo, con motivo del juicio llevado a cabo en la provincia de Catamarca, en 1996, por el asesinato de María Soledad Morales. Durante una se-sión, mientras los magistrados deliberaban la posibilidad de detener por falso testimonio a una testigo, el juez Sampayo realizó un inex-cusable gesto de negación con la cabeza que, si bien le era “destinado” en especial a una jueza de la que se esperaba un pronunciamiento, en verdad tuvo por “destinataria” efectiva a la sociedad argentina en su conjunto.

La cámara10 registra esa imagen más que sospechosa y, desde entonces, el curso de los “hechos” se orienta en función de ese tes-timonio fílmico. Testimonio a partir del cual el “imputado” pasó

10. La televisación estuvo a cargo del canal 6 de Catamarca, en una cober-tura retransmitida por tn y Crónica tv.

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a ser el juicio, y el medio televisivo se constituyó en el principal “testigo”.

Inicialmente, y como dudosa medida cautelar, el presidente del tribunal decidió suspender las transmisiones televisivas, con lo que esperaba clausurar el efecto de aquel desmán: el “imputado” ya no era el juicio, sino su televisación. Pero poco tiempo después de tan debatible medida, ese mismo presidente se vio forzado a renunciar; a lo que se agregó luego la renuncia de los jueces intervinientes. Hasta que, por último, el juicio resultó definitivamente anulado.11

Esta evocación nos permite reconocer uno de los modos a través de los cuales –para retomar un concepto que ya casi constituye un

“lugar común” en los estudios comunicacionales– la información te-levisiva construye la realidad. Al respecto, “el caso María Soledad Morales” ofrece una prueba incontrastable: enviada con fines in-formativos a registrar un juicio, una cámara de televisión terminó promoviendo, nada menos, su anulación.12

La noticia que no informa lo ocurrido: la “masacre” de Avellaneda

La cámara que ingresa a una audiencia y, en vivo, exhibe la parcialidad de un juez, revela un “hecho” cuya difusión los impli-cados no pudieron retacear. Ahora bien, si el material fílmico com-prometedor no fue emitido en vivo, hay ocasiones en las cuales se procura interceptar el recorrido que se extiende del ya inevitable registro de las imágenes a su eventual difusión.

Esto tiene lugar, por ejemplo, dentro del ciclo de mediometrajes periodísticos documentales Ritos de frontera, en el episodio titulado

11. Recién dos años después se iniciaría, finalmente, un nuevo juicio.12. Respecto de esta capacidad del medio televisivo, Farré (2004: 152) ob-serva: “La televisión adquiere funciones sociales a través de las cuales interviene en la realidad y la modifica”. Por su parte, Thompson (1998: 75) señala: “Poca duda queda de que en algunos casos los media hayan jugado (y continúan jugando) un papel muy importante, y de que si las imágenes y la información mediática no hubieran estado disponibles para los recepto-res, las formas de acción colectiva no se habrían desarrollado en ese sentido, en la medida y velocidad con que lo hicieron” (subrayado nuestro).

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“Paso de los Libres-Uruguayana”.13 Allí observamos a un policía que, sobre una ruta provincial fronteriza, interviene en un dudoso “proce-dimiento” nocturno. Al advertir la presencia de una cámara que está registrando este “hecho” del que pretende que no quede testimonio, el efectivo policial interrumpe su labor y se aproxima al periodista, a quien le manifiesta con temible amabilidad: “Necesito la cámara, por favor”. La finalidad de este “pedido” es elocuente: decomisar las imágenes para, consecuentemente, evitar su posterior difusión.

Una muestra desde todo punto de vista emblemática de esta demanda de ocultamiento la constituye la cobertura televisiva de la muerte de los militantes sociales Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, a manos de las fuerzas policiales, en la estación Avella-neda, en junio de 2002.

Si en el ejemplo del mediometraje documental un involucrado pretende que no quede registro del procedimiento nocturno del que participa (de tal modo que éste no alcance a constituirse en noti-cia), el “hecho” ocurrido el 26 de junio de 2002 estaba de antemano signado para alcanzar estado noticioso, en tanto –a plena luz del día– dos seres humanos fallecieron de muerte no natural en el hall de una populosa estación de tren.

Frente a ese “hecho”, durante aquella jornada asistimos a la paradójica articulación entre la necesidad profesional de ofrecer alguna información sobre lo ocurrido y la reticencia –por parte de los grandes medios de prensa– para dar a conocer valiosa informa-ción con la que contaban sus productores y editores. Esta oscilación desencadenó el despliegue de un operativo discursivo, de fervorosa matriz ficcionalizante, tendiente a construir el acontecimiento.

Ya hemos señalado que toda cámara (como toda mirada) no puede sino enfocar una parte de “la realidad”, en desmedro de todas las demás. Esta línea de reflexión nos permitía discutir la validez teórica de la noción de objetividad. Sin embargo, en este libro aún no hemos abordado un aspecto crucial de esta problemática que, en las próximas páginas, se desplegará en toda su virulencia. Por-que, más allá de las referidas limitaciones de todo “encuadre”, de

13. Investigación etnográfica: Alejandro Grimson. Dirección cinematográ-fica: Alejo Taube y Sergio Wolf. 2002.

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ningún modo debemos soslayar que, en ocasiones, quien orienta la lente de la cámara omite, de modo deliberado, dirigirla hacia deter-minadas regiones potencialmente noticiables de la escena a la que fue convocado ese notable instrumento técnico.

Cierto es que, para el periodista, la objetividad no puede supe-rar el estatuto de ilusión. Pero esto no habilita que, al reflexionar sobre estos fenómenos, sucumbamos a las miasmas de cierto riesgo-so relativismo “fundamentalista”. No sea cosa que, bajo el paraguas común de la objetividad impracticable (que a todos nos cubre), se nos tornen irreconocibles, cuando asoman, la estridente mala fe, la elocuente canallada, la miserable complicidad.

* * *

A continuación dividimos en dos etapas el periplo informativo que describió la prensa televisiva alrededor de la llamada “masa-cre” de Avellaneda. Primeramente, abordamos el operativo discur-sivo tendiente a (¿re?)construir –una versión “satisfactoria” de– los

“hechos”. Luego nos detenemos en determinadas derivaciones que, emanadas del fracaso de dicho operativo, reorientaron quizá el cur-so de la reciente historia argentina.

Primera etapa: extender el velo

Yo tengo un nombre rojo de piquete y un apellido muerto de veinte años; y encima las miradas insolentes de los perros oscuros del cadalso. Yo no llevaba un arma entre las manos, sino en el franco pecho dolorido; y el pecho fue lo que me vieron armado y en el corazón, todos los peligros.

Jorge Fandermole, “Junio”

La “reacción” mediática inicial no se apartó de cierto paradigma interpretativo sólidamente asentado en el discurso periodístico domi-nante: aun en la jornada en que las fuerzas policiales mataron a dos

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manifestantes (en momentos en que éstos ni tan siquiera se estaban ya manifestando),14 los principales canales de la televisión comercial mantuvieron su postura estandarizada de criminalizar la protesta.

Sin embargo, en este caso, la mera adopción de dicho posiciona-miento no bastaba: del relato periodístico también se esperaba que refiriera cómo se llegaron a producir dos muertes. En tal sentido, rápidamente se elaboró la versión –insinuada o explicitada, según los casos– que sostenía que fue como producto de un enfrentamiento interno que perdieron la vida dos jóvenes militantes de movimien-tos sociales. Con escasa diversidad retórica y estilística, fue sobre el eje de esta decisión narrativa que los grandes medios hegemónicos organizaron, durante aquella jornada, el relato de los “hechos”.

Almuerzo desnudo

Recorramos algunas instancias informativas que certifican la cerrada homogeneidad de ese relato. A las 13.40 del 26 de junio de 2002, el canal Azul tv15 ofreció la imagen de un transporte públi-co de pasajeros presuntamente incendiado por los manifestantes. Esta imagen era acompañada del siguiente texto, enunciado en el zócalo de la pantalla: “piqueteS de La mueRte. doS peRSonaS FaLLe-cieRon y hay máS de cien heRidoS”.

Similar era el enfoque que proponía Crónica tv, que a las 13.56 ofreció la imagen del mismo colectivo incendiado, pero la acompañó en su zócalo con las siguientes palabras: “piqueteRoS vioLentoS: hay doS mueRtoS” (imagen 1).16

A otros medios, en cambio, no les parecieron noticiables las dos personas fallecidas que la jornada dejó como saldo, y optaron por privilegiar en su cobertura perjuicios de orden material. Así el

14. Para cuando se produjeron los disparos policiales y las muertes conse-cuentes, la manifestación ya había sido dispersada. De hecho, el lugar en el que los cuerpos fueron abatidos se encontraba a más de 700 metros del escenario de la protesta.15. Designación que recibió canal 9 entre el 1 de enero de 1999 y el 19 de agosto de 2002.16. El lector encontrará las imágenes numeradas al finalizar la Segunda Parte.

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canal tn, a las 14.20, ofreció el zócalo “piqueteS e incidenteS. au-toS deStRuidoS y coLectivoS incendiadoS”. También en este caso, es-tas palabras sazonaban la consabida imagen del referido medio de transporte (imagen 2).

Para encuadrar el alcance que en la jornada adquirió dicha imagen del colectivo incendiado resulta sumamente ilustrativa la noción de focalización, que Marcela Farré (2004: 150) retoma de Mieke Bal. Al respecto, la autora argentina apunta:

Para Bal, la focalización determina el significado que se atribuye al relato. Aquello que se coloca en primer lugar, lo que se calla, sucesos que se reiteran o se extienden en el relato, otros que apenas se evocan, etcétera.

Precisamente, la centralidad atribuida a esa imagen del colec-tivo, repetida ad nauseam por distintos canales de televisión, con-tribuía a encauzar cierta interpretación del “hecho” que desviaba

–cual si fuera, justamente, un transporte público– posibles recorri-dos del relato noticioso. Diríase que, durante el mediodía del 26 de junio de 2002, dicha imagen del colectivo incendiado ofició como literal protector de pantalla, configurado para salvaguardar –como veremos– el monitor(eo) estatal.

Tarde de perros

Este posicionamiento sobre el “hecho” no sólo comprometía las imágenes y los textos gráficos ofrecidos por la pantalla televisiva, sino también los pronunciamientos verbales de los conductores y la selección de sus recursos informativos. Si bien sobre la figura del conductor del noticiero nos vamos a detener en el capítulo 3, es oportuno destacar en este punto determinadas estrategias perio-dísticas que desplegaron, durante la jornada, distintas “personali-dades” del medio televisivo.

En la edición vespertina del noticiero de América tv, el expe-rimentado periodista y conductor Enrique Llamas de Madariaga hizo referencia explícita a una de las formulaciones teóricas con las que iniciamos este libro: la capacidad de la cámara televisiva para

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reproducir objetiva y fidedignamente “la realidad”. En la apertu-ra del programa, y a propósito de los lamentables acontecimientos ocurridos en la estación Avellaneda, el conductor anticipó:

Vamos a darles a ustedes un panorama total de lo ocu-rrido hoy, con la máxima objetividad: con la objetividad de una cámara.17

Agreguemos que, ya para entonces (atardecer del 26 de junio de 2002), proliferaban incontrastables pruebas periodísticas que no permitían desconocer que efectivos policiales habían disparado munición de plomo, a quemarropa, por la espalda, contra dos mani-festantes desarmados que resultaron muertos.

Sin embargo, minutos después del inicio del programa –y en referencia al armamento con el que los manifestantes concurrieron a la trágica movilización–, el mismo periodista que realizó la citada apertura (Enrique Llamas de Madariaga) portaría ante las cáma-ras una gomera y señalaría, en flagrante suspensión de la objeti-vidad proclamada: “Ésta fue el arma más inocente que se vio hoy”.

Curiosamente, la afirmación no deja de ser, a su modo, veraz: muy posiblemente una gomera haya sido el arma “más inocente” que se esgrimió, durante la jornada, en las inmediaciones del puen-te Pueyrredón. Más allá de este matiz, nos interesa preguntarnos por qué el periodista, para elaborar la noticia, ofrece en primer pla-no y se detiene en la consideración de un instrumento que, confor-me su mentada inocencia, tuvo tan escasa participación en el de-sarrollo de los “hechos”. Elocuente, dramáticamente, en la jornada fueron empuñadas otras armas que cobraron fatal protagonismo.

Obsérvese que –sea cual fuere– el criterio que allí determina el aspecto de la noticia que se ha de focalizar colisiona, en estruendoso impacto, con la pregonada vocación de honrar la objetividad. ¿Cómo se determina que una gomera califica para narrar lo ocurrido el 26 de

17. Para buena parte del periodismo televisivo de información, como ya he-mos sugerido, la objetividad sigue siendo “uno de los mitos más difíciles de derrocar” (Rodrigo Alsina, 1993: 13). Por su parte, Sádaba (2001: 158) ad-vierte que “la pretensión objetivista ha calado tan hondo en la clase perio-dística que se siguen sustentando sus principios, aunque se consideren más un ideal al que deben tender sus informaciones, que una posibilidad real”.

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junio de 2002 en el corte del puente Pueyrredón? De hecho, también otros medios apelaron a ese instrumento para construir la noticia. El cronista del móvil de tn, por ejemplo, a las 13.14 informó: “Había muchos piqueteros que estaban con piedras, con gomeras, dispuestos a llevar a cabo el enfrentamiento”. ¿Por qué un cronista de móvil utiliza la mención de ese elemento para explicar lo ocurrido? ¿Cómo se le otorga, a ese instrumento, valor de noticiabilidad para que un conductor de noticiero lo enarbole ante la cámara en la apertura de su programa? Más aún: ¿quién le atribuye noticiabilidad a ese objeto?

Un sugestivo intento de respuesta a estos interrogantes –en especial, al último de ellos– nos lo brinda, durante la misma jorna-da, el registro televisivo de la detención de un manifestante, a las 12.15, sobre la avenida Pavón al 200, no muy lejos de la estación Avellaneda.18 Al requisar las pertenencias del joven detenido (y ex-

18. Esta cobertura, realizada por un canal local, es recogida en el valio-so film documental del que hemos extraído las imágenes televisivas que

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traer de su pequeña mochila de mano una gomera de factura par-ticularmente precaria), los agentes de la fuerza policial reclaman la atención de la cámara televisiva para, de ese modo, orientar el rumbo del relato periodístico.

Si antes sugerimos que la imagen del colectivo incendiado, re-petida hasta el hartazgo, pretendía “desviar” el recorrido del relato (como si éste fuera, justamente, un transporte público), la pertinen-cia de la metafórica vial pervive en el gesto de los efectivos policia-les que, situados en la intersección de las discursividades, con vigi-lante ampulosidad ordenan el tránsito del sentido: por aquí puede circular, por aquí mejor no.

analizamos en esta parte de nuestro trabajo (Patricio Escobar y Damián Finvarb, La crisis causó dos nuevas muertes, Argentina, 2006).

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Los “hechos” relatados

Noche de lobos

No existe el enfrentamiento entre las columnas de manifestantes y la policía. Es mentira. Es un enfrentamiento ficticio, que sirve para asustar, a lo sumo, a las viejas que miran Mirtha Legrand. Si vos de un lado tenés a la Guardia de Infantería (que tiene chaleco antibalas, casco antibalas, escudo antibalas, muslera antibalas, un bastón que mide dos metros, que están entrenados durante años, que llevan pisto-la nueve milímetros y munición de plomo) y del otro lado tenés a un desocupado con un palo… el enfrenta-miento es imposible.19

Claudio Pandolfi, abogado

La construcción noticiosa de los “hechos”, sostenida sobre el ca-rácter presuntamente violento de las prácticas piqueteras, alcanzó en horas de la noche su pico febril más elevado. En el estudio del programa Después de hora (emitido por América tv) fue montado un caballete sobre el cual se depositó una fotografía ampliada de Da-río Santillán en plena actividad de “enfrentamiento”. Sobre la base testimonial de esa imagen (tomada durante la movilización de ese mismo día, un par de horas antes de que el joven fuera asesinado), el entonces periodista y conductor Daniel Hadad procuraba explicar el riesgo del accionar de los manifestantes para la integridad física de los agentes de seguridad (imagen 3). De tal manera, si al medio-día Darío Santillán fue profanado por bala policial, por la noche su imagen es recorrida por el dedo índice de Daniel Hadad, quien procede a su descripción mientras la cámara va siguiendo esa lenta travesía táctil:

Este joven que está acá, el que tiene la gorra blanca (después lo vas a reconocer seguramente cuando veas la imagen en el piso), un pañuelo en la boca, un poco de bar-ba (observá algunos detalles para después, cuando veas el cuerpo), el pantalón roto en la rodilla, el tipo de zapati-llas… En fin; este chico es Darío Santillán. Es uno de los

19. Declaración extraída del ya citado film documental La crisis causó dos nuevas muertes.

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muertos […] En su mano, Darío tiene un hierro. Y, si te fijás, la punta del hierro tiene como un gancho […] No es un elemento de trabajo. Es un elemento contundente. Es casi un arma.

No queremos encontrar las palabras que calificarían tan parti-cular anclaje oral de esa imagen reproducida por televisión y de ese modo interpretada durante la noche de ese día. Más bien nos inte-resa invocar una de las premisas con las que iniciamos este trabajo, cuando aludimos al carácter analógico de la imagen fotográfica, la cinematográfica y la televisiva. Capacidad que, según observamos, en el marco del periodismo televisivo redunda en mayores perspec-tivas de precisión y fidelidad.

Sin embargo, durante la jornada en la que fueron abatidos dos manifestantes por arma de fuego policial, los grandes medios de la prensa televisiva comercial mayormente apelaron, para construir la noticia, a la imagen de un colectivo incendiado, a la de una go-mera, a la de uno de los manifestantes de quien no resulta más atendible reponer las circunstancias de su muerte como detenerse en su presunta agresividad.

El día después de mañana

En cualquier caso debemos destacar que, frecuentemente, si el periodista no cuenta con información, imagen o testimonio de pri-mera mano, se ve forzado a apelar a recursos indirectos de menor confiabilidad. Más controvertible es el caso en el que, por el con-trario, un medio de prensa dispone de valiosa información, imagen elocuente o testimonio directo que elige despreciar.

Al respecto, el siguiente ejemplo nos aparta por un momento del lenguaje televisivo. No obstante, su pertinencia resulta, en este punto, abrumadora. Ocurre que el 27 de junio de 2002 (es decir, al día siguiente de la “masacre” de Avellaneda), el diario Clarín des-estimó la capacidad analógica de la fotografía y puso en la portada de su edición lo que coloquialmente llamamos una foto “movida”.

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Los “hechos” relatados

Aun poseyendo en su redacción imágenes más fidedignas (tal como quedó corroborado con la publicación de esas reveladoras imágenes, en el mismo diario, algunos días después), este matutino privilegió poner en tapa, al día siguiente de la “tragedia”, una fotografía que no mostraba los hechos ocurridos, sino que los tornaba especial-mente confusos. Una foto no tanto representativa de “la realidad” sino fantasmagórica, ambigua, difusa, evanescente, acompañada de un titular no especialmente clarificador (“La crisis causó dos nuevas muertes”) y de una volanta poco menos que nauseabunda (“No se sabe aún quiénes dispararon contra los piqueteros”).

Sin embargo, ese día, a esa hora, en el escenario de la “trage-dia” (el hall interior de la estación Avellaneda), había otra cámara. Una cámara cuya sentencia irrevocable, una vez más, determinó el curso de los “hechos”. Una cámara que, de nuevo, convocada para registrar “la realidad”, a su modo terminó construyéndola. Pero en este caso no lo hizo reorientando el curso de un juicio (como la cámara televisiva del “caso” María Soledad Morales), sino, tal vez, reorientando en buena medida la vida política de este país.

Segunda etapa: descorrer el velo

En la guerra de Vietnam, las imágenes de los fotorreporteros y camarógrafos de televisión fueron tan determinantes en su desarrollo, que el mismo gobierno norteamericano las consideró un enemigo más en el campo de batalla.

Anabella Messina y Julieta Casini

La cámara del fotógrafo Sergio Kowalewski echó por tierra la versión oficial, oficializada por la gran prensa argentina: piquete-ros violentos, enfrentamiento interno, muertes dudosas. Y no lo hizo porque su lente hubiera registrado imágenes que no hubiera captado también la cámara del diario Clarín (testigo equivalente de lo ocurrido en el lugar de los hechos), sino porque las que su má-quina imprimió, sencillamente, saltaron el cerco del encubrimiento.

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El periplo descripto por esas imágenes se puede referir, en for-ma rápida y sencilla. No así las consecuencias que su difusión pro-vocó, quizá, en la historia reciente de la Argentina.

A saber: el fotógrafo cedió sus imágenes al diario Página 12; este matutino decidió publicar las fotografías que dejaban ver a efectivos policiales matando a sangre fría a dos jóvenes manifes-tantes; esa publicación provocó una reacción en los otros medios de prensa, que se encontraron ante la desventaja profesional de no haber difundido oportunamente su material informativo. Asimis-mo esto promovió un cambio de discurso por parte del Ejecutivo; un inédito pedido de fotografías al diario Clarín, manifestado desde un estudio televisivo por el entonces gobernador Felipe Solá (pedi-do mediante el cual el gobierno nacional le reclamaba al matutino que haga públicas las fotos que poseía);20 una considerable reacción social frente a la angustiosa certeza de que, una vez más, el “gatillo fácil” se había disparado en la Argentina; y, finalmente, un elocuen-te cambio de posición, por parte del Ejecutivo, respecto de cuándo concluiría lo que de todos modos era un gobierno de transición, no elegido por voto popular.21

No es inoportuno recordar que, diez días antes de la “masa-cre” de Avellaneda, el entonces presidente Eduardo Duhalde había sostenido: “Hoy es imposible adelantar las elecciones” (Clarín, 16 de junio de 2002). No obstante, una semana después del asesinato

20. Nueve años después (el 23 de enero de 2011), Felipe Solá volvió a refe-rirse al episodio en el programa periodístico Bajada de línea, a cuyo con-ductor (Víctor Hugo Morales) le hizo mención de “las fotos que no se habían podido publicar el primer día”. Sin embargo, el ex gobernador no abundó en las razones de dicho “impedimento”.21. Esta reacción del gobierno nacional (el extravagante pedido público del gobernador, el brusco cambio de posición del Ejecutivo) puede ser inscripta dentro de lo que Thompson (1998: 96) conceptualiza como el intento de limitar el daño en la gestión de la visibilidad. En referencia a “los escán-dalos que amenazan con socavar el apoyo a líderes políticos o gobiernos”, el autor señala: “Los intentos para […] paliar sus implicaciones potencial-mente dañinas y prevenir que los oficiales más antiguos se vean implica-dos en el caso, se llevan a cabo tan pronto como el escándalo aparece. Estos ejercicios de limitación del daño son una parte integral de la gestión de la visibilidad: constituyen la respuesta habitual de individuos y organizacio-nes cuyas estrategias de gestión de la visibilidad han fallado”.

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de dos manifestantes a manos de las fuerzas del Estado, Eduardo Duhalde efectivamente adelantó esa fecha, notificando a su vez que él mismo ya no volvería a postularse como candidato a presidente de la República.

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Era la época en que la magnificencia de una corte se juzgaba no por la abundancia de oro, de armas, de reservas de grano, de esposas para el rey y para la nobleza, sino por la cantidad de griots que cantaban a todo momento, hora tras hora, de día y de noche, la genealogía de los reyes que los tomaban a su servicio, el esplendor de su corte, el número y el coraje de sus ejércitos, la fertilidad de sus mujeres y la salud y las promisorias perspectivas matrimoniales de su descendencia.

Es cierto también que, a causa de su omnipresencia, los griots habían adquirido una especie de invisibilidad, y no tenían más exis-tencia que la de los atributos reales que cantaban; e inversamente cada rey, cada notable los había tomado a su servicio en tal canti-dad, que él mismo desaparecía entre el enjambre de juglares que lo precedía, lo rodeaba, y lo sucedía en cada uno de sus desplazamien-tos, público o privado, de manera que si el rey comía por ejemplo, las cohortes de griots celebraban el banquete en el momento mismo en que estaba teniendo lugar, transformándolo en un hecho legendario que formaría parte de la tradición y que de esa manera seguiría maravillando a las generaciones sucesivas.

Ya no se sabía si el rey estaba ausente o presente durante el acon-tecimiento –únicamente el relato de los griots era real para los corte-sanos que, sin ver nada a causa de la multitud de cantores ni tener más garantías de que estaba sucediendo que la narración que la describía y los encomios que la ensalzaban, en razón de un protocolo puntilloso estaban obligados a asistir a la comida.

Es cierto además que el mundo parecía estar desapareciendo detrás de todos esos relatos y esos cantos que pretendían substituirlo por una versión más nítida que la que ofrecen los sentidos, más exac-ta que la que puede extraerse de la experiencia, más intensa que la que se representa la imaginación, más clara y coherente que la que concibe el pensamiento.

Juan José Saer, “Traoré”

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SEGUNDA PARTE

Los “personajes” del relato

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Introducción

Al emprender la Segunda Parte de nuestro viaje, el paisaje cam-bia. Notoriamente. Acabamos de cruzar una frontera más allá de la cual pisamos otro suelo. Como a todo visitante a su llegada, tal vez nos convendría formular algunas preguntas. Quizá no tanto para apuntar respuestas, sino para ir ganando familiaridad.

Por ejemplo: ¿qué tipo de pacto enunciativo propone la noticia te-levisiva? ¿Qué representación construye de sí mismo quien la emite? ¿Cómo recorta la figura de su destinatario? ¿De qué modo caracte-riza a los “personajes” de los acontecimientos noticiados? ¿Favorece fenómenos de identificación? ¿Promueve el valor de la solidaridad? ¿Fomenta el lazo social? ¿Qué concepción de sociedad subyace a es-tas representaciones mediáticas? ¿A través de qué mecanismos dis-cursivos, lejos de reflejarla, la noticia televisiva produce vida social?

El análisis que emprendemos en los próximos dos capítulos se orienta en el rumbo de la dimensión enunciativa. Para ello se tomará

–sólo a título operativo y en términos generales– la categoría morfoló-gica de persona. A través de ella, en los estudios lingüísticos se hace referencia a quienes participan del llamado acto del coloquio. Esto es: la primera, la segunda y la tercera persona, respectivamente encar-nadas en los pronombres yo-vos-él. A los fines de este trabajo, utiliza-remos las correspondientes formas del plural: nosotros-ustedes-ellos.

Mediante la forma noSotRoS se aludirá a los emisores de la noti-cia televisiva, instancia que en este libro circunscribimos, en parti-cular, a la figura del conductor del noticiero.1 Por su parte, a través

1. Por cierto, la “fuente” emisora de la noticia televisiva es heterogénea y múltiple; dentro de ella podrían inscribirse el conductor del noticiero, el pro-ductor del programa, el gerente del canal, el grupo económico propietario del

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de la forma uStedeS se hará referencia a los destinatarios del texto noticioso (los televidentes). Finalmente, el ámbito del eLLoS remitirá a los individuos que protagonizan los “hechos” noticiados; es decir, los “personajes del acontecimiento” (Lacalle, 1992).2

Un elemento que complejiza esta delimitación enunciativa lo constituye la inherente ambigüedad que presenta, en la lengua es-pañola, el pronombre nosotros. Sabido es que esta palabra, enuncia-da por un individuo ante determinado auditorio, bien puede incluir a ese auditorio en forma completa (“yo y todos ustedes”), bien puede incluirlo parcialmente (“yo y alguno/s de ustedes”) o bien puede ex-cluirlo (“yo y ninguno de ustedes”). A pesar de que este libro no se detiene en este fenómeno, nos interesa al menos dejar planteada la relevancia enunciativa que dicha ambigüedad presenta a propósito de la organización discursiva del texto noticioso.3

Pero antes de ingresar en este territorio, es necesario extender el alcance de ciertos presupuestos ya esbozados en este libro, dado que reaparecerán –¿podrían no hacerlo?– en esta nueva instancia de nuestro viaje. Al fin y al cabo, cuando cruza una frontera, todo viajero lleva consigo su mochila.

medio, etc. No obstante, en este libro nos centramos en la “cara visible” que enfrenta la cámara y emite ese texto complejo que es la noticia televisiva.2. Designamos al emisor de la noticia televisiva como personaje siguiendo la clasificación propuesta por la autora española María Lacalle (1992), para quien los periodistas son los “personajes de la noticia” y quienes protago-nizan los “hechos” noticiados son los “personajes del acontecimiento”. Por otra parte, y más allá de algunas atinadas distinciones conceptuales (como la que propone al respecto, por ejemplo, el lingüista francés Oswald Ducrot, 1984), en este libro utilizamos indistintamente las categorías de emisor y de enunciador.3. Acaso se muestre como acertada, en este trabajo, la utilización de las for-mas de plural para la segunda y la tercera persona (ustedes, ellos), mientras que el abordaje que aquí se realiza del emisor de la noticia televisiva (encar-nado en la figura individual del conductor del noticiero) incite a ponderar como apropiada no tanto la forma del plural (nosotros) sino la del singular (yo). No obstante, también en referencia a la primera persona mantendre-mos la forma del plural. De hecho, tal vez atendiendo a la heterogénea mul-tiplicidad de la instancia enunciativa que emite la noticia televisiva, los conductores de noticiero permanentemente apelan a la forma lingüística de plural para organizar su discurso y su posicionamiento enunciativo.

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Los “personajes” del relato

* * *

Durante el siglo xx, la noción de punto de vista desarticula las aspiraciones totalitarias de la omnisciencia. Como saldo de este pro-ceso, en numerosas novelas y relatos literarios ya no habrá narra-dor que lo sepa todo. De esta manera, la literatura contemporánea celebrará las exequias de la objetividad literaria (más festivas que trágicas) en “la casa de la ficción” diseñada por el narrador esta-dounidense Henry James (2001). Según este autor, desde cada una de las ventanas de esa casa no podía sino ofrecerse una particular descripción del jardín, necesariamente divergente de todas las de-más. Cada ventana ofrece un ángulo específico de visión, por lo que no existen dos miradas –ni, consecuentemente, dos descripciones– totalmente coincidentes. Por cierto, subyace a la postulación de esta figura la certidumbre de que, tan constitutivo como el lenguaje a través del cual se expresa, todo relato presupone un narrador nece-sariamente situado en un lugar.4

Así el realismo, otrora vigoroso, recibirá una estocada poco me-nos que mortal al asistir a la proliferación de relatos asumidamente compuestos por versiones no siempre concurrentes. De tal modo que, en el capítulo 1 de la novela Juan narrará que el lunes, al despertar-se, saludó a María con amabilidad; pero en el capítulo 2 será María quien narre que ese mismo lunes, al despertarse, Juan la saludó con indiferencia. Y el lector ya no tendrá ningún garante a quién acudir. Nadie responderá por él. Nadie inclinará la balanza para honrar una versión en desmedro de las otras. Ya no se contará con la tranquilizadora brújula de la Santa Omnisciencia, en tanto no habrá narrador que lo sepa todo.

En este sentido, podría sostenerse que “la” descripción del jar-dín, sencillamente, no existe. He allí la inquietante contrapartida teórica de esta multiplicidad perceptiva en virtud de la cual, de un

4. Desde luego, este lugar no es exclusivamente físico; podría sostenerse que también es psicológico, ideológico, etc. A propósito de la noción de fo-calización acuñada por Bal –ya referida en el capítulo 2– Ana Sarchione (2005: 71) afirma que “ese lugar del perceptor condiciona lo que se puede ver y lo que no”.

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mismo “hecho”, podrán ofrecerse tantos relatos como miradas le sean dirigidas.

En el marco de este rumbo teórico, la investigadora argentina Ana Sarchione (2005: 71) destaca el modo en que, en muchos rela-tos literarios contemporáneos, el narrador en ocasiones despliega su textualidad “autoimponiéndose restricciones al campo perceptivo”; tal es el caso, citado por la autora, del texto “Cielo de claraboyas”, de la escritora argentina Silvina Ocampo. En este cuento la narra-dora evoca que, cuando niña, miraba a través del techo de vidrio de una casa familiar lo que ocurría en la vivienda del piso superior. Al respecto, Sarchione señala: “Lo verdaderamente interesante […] es cómo la historia se va desplegando a partir de un relato cuyo proce-dimiento principal es esta limitación del punto de vista” (73).5

Apelando también a cierta metafórica espacial para exponer la noción de punto de vista en referencia al discurso periodístico, Aubenas y Benasayag (2005: 18) observan: “El reportero sabe, en efecto, la irreductible porción de subjetividad que implica su trabajo, simplemente porque frente a una situación nadie ha visto jamás las mismas cosas que su vecino”.

Por nuestra parte afirmaremos que, invariablemente, todo na-rrador describe el mundo en función de lo que percibe a través de una claraboya. De mayor o menor tamaño, inadvertida o asumida como tal, empañada o aparentemente fidedigna, es siempre a través de al-gún tipo de “claraboya” que el mundo es observado, descripto, narra-do, en tanto no hay mirada que no sea parcial, sesgada, incompleta.

Por otro lado, como parte del mismo proceso perceptivo, ninguna mirada –ni aun la que inspira la más rigurosa pretensión objetivista– puede evitar llevar a cabo un proceso de selección y consecuente dis-criminación de elementos. El mismo acto de mirar, paradójicamente, restringe el campo de visión. Tal como sucede con las fotografías que

5. Sin duda, este fenómeno que atañe a la producción literaria es correlativo de un proceso de mayor vastedad, que algunos autores localizan a comien-zos del siglo xx. Para el historiador estadounidense Donald Lowe (1986), por ejemplo, el paradigma de la linealidad (fundante y constitutivo de la Modernidad) será interferido, interceptado, jaqueado en sus más diversas manifestaciones (artísticas, científicas, filosóficas), en favor de cierto pasaje epistémico que conducirá –sobre todo a partir del decenio 1905-1915– de la linealidad a la simultaneidad.

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se disparan con gran apertura de diafragma: si enfoco a la pareja que sonríe, debo entonces dejar fuera de foco el paisaje que se extien-de a sus espaldas.

Ahora bien, esta restricción y forzada decantación perceptiva adquiere un estatuto especialmente complejo ante determinadas discursividades sociales. Tal el caso del periodismo televisivo de in-formación, a cuyo ámbito ingresaremos, en este punto, por el sende-ro teórico que nos proporciona la teoría del framing.

Surgidas las primeras investigaciones de esta corriente en el campo de la psicología y la sociología, el antropólogo británico Gre-gory Bateson propone, en 1955, el concepto de “marco” como una he-rramienta teórica que permitía explicar “por qué la gente centraba su atención en determinados aspectos de la realidad y no en otros” (Aruguete y Zunino, 2010: 39).6

Observamos que la teoría del framing reconoce, en referencia al discurso periodístico, la centralidad de la noción de punto de vista con la que iniciamos esta reflexión a propósito del discurso litera-rio. De hecho, la figura de “la casa de la ficción” en cierto modo es replicada por el profesor James Tankard (2001), de la Universidad de Texas, quien observa que los frames actúan como el marco de la ventana de un edificio.7

6. Para Stephen Reese, por su parte, la noción de frame remite a los “prin-cipios organizadores socialmente compartidos y persistentes en el tiempo, que trabajan simbólicamente para estructurar el mundo social de modo significativo” (Aruguete y Zunino, 2010: 38).7. Asimismo, Sádaba (2001: 149), recoge el uso de una figura semejante en Bateson, de quien señala: “Para definir el contexto o marco de interpreta-ción por el que la gente se detiene en unos aspectos de la realidad y desesti-ma otros […] utilizaba la metáfora del marco que delimita el lienzo que está dentro de él y permite distinguir el cuadro de la pared (subrayado nuestro). En otro orden, Sádaba retoma de Goffman su clásica metáfora de la noticia como una ventana por la que se miran los acontecimientos: “La noticia es una ventana al mundo […] Pero la vista desde una ventana depende de si ésta es grande o pequeña, de si su cristal es claro u opaco, de si da a la calle o a un patio”. Al respecto, la autora sintetiza: “Según las características de la ventana, su tamaño, su colocación o su forma, la realidad se observa de una forma determinada. Del mismo modo, los marcos de la noticia pro-ducen y limitan el significado de las cosas. El encuadre o el frame genera formas diferentes de ver la realidad” (161).

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A partir de estas nociones podemos refinar cierta “encrucijada” teórica que insinuamos en el capítulo 2. Porque, por un lado, adver-timos que el frame es un esquema del que no se puede prescindir:

“Resulta muy difícil, cuando no imposible, presentar las distintas fuentes en una noticia sin incidir más en una que en otra, sin otor-gar más valor a una que a otra” (Sádaba, 2001: 158).8 Pero, por otro lado, de ningún modo se debe soslayar –como también apunta Sáda-ba retomando al investigador estadounidense Sthepen Reese– que el conocimiento social que estructura el framing “está sujeto a deter-minados intereses, pues sólo algunos se constituyen como fuentes para los informadores”. De tal modo, los frames que articulan la construcción del discurso periodístico no son en absoluto aleatorios ni contingentes, sino que “son las relaciones de poder las que expli-can los frames de la noticia” (168).

Para graficar este fenómeno, retomemos por un momento el tipo de práctica social que motiva la noticia analizada en el último apartado del capítulo 2 (el piquete como modalidad de protesta) y repongamos, brevemente, el tratamiento periodístico que la noticia televisiva argentina prototípicamente le ha dispensado. Dicha mira-da ha recalado, por lo general, en el señalamiento de determinadas consecuencias de naturaleza doméstica que la medida ocasiona (por ejemplo, la dificultad que ese día tienen algunos ciudadanos para llegar a horario a sus trabajos). Sin embargo, en esa construcción discursiva hegemónica se ha desacreditado hasta la omisión el even-tual miramiento de las causas que pudieron originar la medida (por ejemplo, el hecho de que otros ciudadanos tal vez no tengan, ningún día, ningún trabajo al que llegar ni siquiera tarde).9

8. Justamente, Sádaba reconoce en esta dificultad la confrontación teórica que la teoría del framing libra contra la pretensión objetivista: “Es preci-samente a este contrasentido al que responden en cierto modo los teóricos del framing cuando desarrollan una propuesta con la que entran a formar parte del debate sobre las prácticas objetivistas en los medios de comunica-ción” (158). Por su parte, en referencia a la labor periodística, el analista del discurso sudafricano Tony Trew (1979) observa: “No hay hechos «crudos» ininterpretados”. 9. A propósito de esta tendencia del periodismo (la de atender las consecuen-cias provocadas por los fenómenos antes que las causas que los motivan), el sociólogo francés Patrick Champagne (2000: 58) observa en referencia a la

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Los “personajes” del relato

No obstante, en referencia a este tipo de práctica, dicho “encua-dramiento” no es homogéneo. Adviértase que nos referimos al tipo de piquete que, en especial durante los años 90, en la Argentina fre-cuentemente realizaban –sobre una calle de la ciudad y durante un puñado de horas– obreros que fueron despedidos de una fábrica, por ejemplo.

Pero el punto de vista que organiza la mirada (las “relaciones de poder” a las que alude Sádaba) no aplica los mismos parámetros de condena para prácticas de, acaso, semejante naturaleza. Porque si ya no son obreros despedidos (sino propietarios disconformes para con determinada política impositiva) los que cortan ya no una calle (sino las rutas de todo el país), y ya no lo hacen durante un puña-do de horas (sino durante seis meses), un muy considerable sector del discurso periodístico televisivo tiende a resaltar, en este caso, ya no los “perjuicios” ocasionados por la medida (tanto más cuantiosos, se-guramente), sino el “heroico acto de justicia” que la medida comporta.10

Evidentemente, “la casa de la ficción” cuenta con algunas venta-nas privilegiadas, a las que el observador es invitado para que vea el jardín desde el ángulo específico que provee esa perspectiva. Por el contrario, algunas dependencias de esa finca suelen ser fervoro-samente desaconsejadas por los medios dominantes de la televisión comercial, en tanto no se fomenta que el observador acceda a ellas y, de ese modo, divise lo que esas ventanas no permitirían sustraer al ojo que efectivamente quiera mirar.

Sin embargo, en los últimos años asistimos en los medios argen-tinos al surgimiento de nuevas dimensiones sociales de producción

visión mediática de ciertos “malestares sociales” en las afueras de París: “La atención de los periodistas se concentra en los enfrentamientos más que en la situación objetiva que los provoca”. Por su parte, el investigador español Norberto González Gaitano (1989: 39) señala que “toda informa-ción, para merecer tal nombre, ha de responder a las preguntas quién, qué, cuándo, dónde y por qué” (subrayado en el original); no obstante el autor agrega que, en múltiples ocasiones, mediante la respuesta al cómo se pre-sume estar dando cuenta del por qué. Por último, el teórico estadounidense Irving Fang (1977: 12) advierte que, a menudo, el periodista televisivo elige

“la acción y no el pensamiento, el suceso y no el problema, el efecto y no la causa” (subrayado nuestro). 10. Este párrafo se inspira en lo ocurrido en la Argentina, en 2008, durante el llamado “conflicto del campo”.

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de sentido que, entre otras cosas, problematizan nociones como la de “marco” y punto de vista. Más aún, esta reflexión sobre las prácticas periodísticas frecuentemente incluye un debate sobre las “relacio-nes de poder” que determinan, justamente, las ventanas desde las cuales proyectan su mirada distintos “focalizadores” de la escena periodística contemporánea.

Diremos entonces que toda descripción involucra una prescrip-ción, en tanto direcciona la mirada. Quien describe “marca” lo des-cripto. Pero al mismo tiempo –y aquí pisamos la vereda que nos deja a las puertas del capítulo 3–, esa descripción también “marca” al propio observador. Esto es: todo narrador luce en su relato. A esta inocultable presencia de quien habla en lo que dice se ha referido Mieke Bal (1990: 112): “La imagen que recibimos del objeto viene determinada por el focalizador. A la inversa, la imagen que un focali-zador presenta de un objeto nos dice algo sobre el focalizador mismo” (subrayado nuestro). Por cierto, una valiosa síntesis de este enfoque la proporciona el lingüista francés Émile Benveniste (1971: 164): “Di-ciendo «yo» no puedo no hablar de mí”.11

Detengámonos entonces, por fin, en la figura del conductor del noticiero a través del cual recibimos –siempre sesgado, nunca ino-cente– ese texto complejo que es la noticia televisiva.

11. La teoría de la enunciación (Benveniste, 1971; Ducrot, 1984; Kerbrat-Orecchioni, 1987) ha trabajado especialmente el modo en que el narrador no puede sustraerse a su relato. Por su parte, con referencia al discurso periodístico, Sádaba (2001: 159) advierte que el periodista “se encuentra en la misma noticia”, a lo que agrega que “esa aparición se traduce en forma de frames”.

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3. Legitimidad

Durante la Primera Parte de este libro hemos reconocido que cierto tratamiento de la variable temporal habilita, en el texto no-ticioso, la dimensión ficcional. Si bien la Segunda Parte de nuestro trabajo se centra en la configuración enunciativa que preside la noticia televisiva, es oportuno destacar que dicha reflexión no es independiente de las categorías abordadas en los capítulos prece-dentes (temporalidad y ficcionalidad). De hecho entendemos que, para contrarrestar el eventual descrédito social que la atribución de ficcionalidad podría imprimirle al relato noticioso, la informa-ción televisiva reclama la legitimación de su enunciador.

Se lo digo yo

Tradicional y remota es la taxonomía que, dentro del ámbito de los estudios gramaticales, distingue entre sustantivos comunes y sustantivos propios. Es sabido que los primeros resultan descrip-tivos, informativos: mandarina, eclipse, almohada, son palabras con contenido léxico inherente, que poseen un significado y pueden ser recogidas en un diccionario. En cambio, sustantivos propios como Lautaro, Facundo, Melina, carecen de codificación gramati-cal y funcionan en la lengua designando individuos, ciudades, paí-ses, etcétera.

Sin embargo, en ocasiones, un nombre propio adquiere rasgos de significado. Esto se evidencia en el proceso de conversión cate-gorial que lo transforma en un adjetivo (y que, consecuentemen-te, le otorga la posibilidad de calificar). Así podremos hablar, por

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ejemplo, de una escena dantesca, de una actitud maquiavélica, de la Argentina menemista.

Estas observaciones tienen por fin destacar que, en el marco del discurso noticioso televisivo, no sólo informa lo que se expresa verbalmente o lo que muestran las imágenes. También informa, a su modo, el nombre propio del sujeto que emite la noticia, que in-vita a compartir las imágenes. Aun antes de escuchar la palabra que profiere o de visualizar la imagen que anuncia, la mera desig-nación de Eduardo Feinmann, Víctor Hugo Morales o María Laura Santillán1 ya resulta en sí misma informativa, significativa.

Podemos afirmar entonces que, en cierta medida, los nombres propios de las “personalidades” del periodismo televisivo significan. Y lo hacen, entre otros modos, remitiendo a un específico estilo identificable, a un determinado cuerpo de ideas, a cierta filiación ideológica; todos elementos de vigorosa carga significativa en fun-ción de los cuales la teleaudiencia manifiesta preferencias y recha-zos. De tal manera, a partir de cierto proceso de personalización de la información originado a fines de la década de 1970, en buena parte del mundo occidental los periodistas televisivos “se convir-tieron en vedettes” (Verón, 1983).

En la televisión argentina, esta suerte de novedoso divismo al-canza un particular punto de condensación cuando, en referencia a un ciclo que conduciría el periodista Santo Biasatti, un programa informativo fue bautizado como El noticiero de Santo.2

Adviértase que la inclusión del nombre del conductor dentro del nombre del programa inscribe a la emisión en un registro que la emparenta con otros formatos televisivos con los cuales el perio-dismo de información o bien guarda un vínculo indirecto (progra-mas como Impacto Chiche),3 o bien le resultan formalmente ajenos (programas como Hola Susana4 o Almorzando con Mirtha Legrand).

1. La referencia es a tres periodistas que trabajan en el medio televisivo argentino.2. Emitido por canal 13, el ciclo permaneció en el aire entre 1998 y 2004.3. La referencia es al periodista Samuel “Chiche” Gelblung.4. La referencia es a la conductora televisiva Susana Giménez.

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Destaquemos, asimismo, que en todos estos ciclos se registra lo que John Thompson (1998: 285) define como “relaciones no recí-procas de familiaridad”. Ciertamente, la inclusión de los nombres de las figuras del “espectáculo” en los nombres de sus programas puede ser articulada con este fenómeno que el autor reseña en los siguientes términos:

De una forma o de otra, la mayoría de los individuos en las sociedades modernas establecen y mantienen re-laciones no recíprocas de familiaridad con otros distan-tes. Los actores y actrices, presentadores de noticias y de shows televisivos, estrellas de cine y otros se convierten en figuras familiares y reconocibles que con frecuencia for-man parte de las discusiones de la vida cotidiana de los individuos y a los que, entre otras cosas, espontáneamente puede aludirse por el nombre de pila. (284)

Ahora bien, si la labor artística de una figura del espectácu-lo (como, por ejemplo, un cantante o una actriz) promueve en su público la afinidad emocional que otorga dicha familiaridad, este fenómeno cobra especial relieve en el caso de los conductores de noticiero, desde el momento en que la actividad profesional de és-tos ya no se vincula a la recreación o al entretenimiento, sino a la información.5

El noticiero de Santo. ¿Por qué un informativo incorpora, en su nombre, el de su conductor? Inequívocamente, esta decisión ins-titucional se inscribe en el proceso de consolidación de un valor fundamental del noticiero contemporáneo: la confianza. Desde los años 80, la confianza (o, más aún, la construcción de la figura del periodista pretendidamente confiable) se ha tornado una suerte de condición sobre la que reposa el funcionamiento del discurso periodístico de información (Verón, 1983). De hecho, en referen-cia al pacto comunicativo que sugiere el noticiero, Marcela Farré (2004: 13) destaca la intervención de cierto nivel de confianza “que

5. A propósito de esta creciente compatibilidad de poder simbólico entre agentes sociales de disímil rango profesional, Aubenas y Benasayag (2005: 89) observan: “El ministro o la vedette ya no monopolizan la encarnación del ejercicio del poder o de la cultura. Ese lugar también ha sido ocupado por los periodistas”.

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el espectador asigna al programa, pero que especialmente cultivan los conductores”.

Sin embargo, para su efectiva implementación y vigencia en el marco del noticiero actual, diríase que la promoción de la confian-za ha requerido la puesta en práctica de un inquietante recurso enunciativo.

¿Qué ves cuando me ves?

Me lo contó Rosa María Mateo, una de las fi-guras más populares de la televisión española. Una mujer le había escrito una carta, desde algún pueblito perdido, pidiéndole que por favor le dijera la verdad:

–Cuando yo la miro, ¿usted me mira?Eduardo Galeano, “La televisión/4”

En el capítulo 2 señalamos que, en buena medida, toda ac-tividad discursiva involucra un componente de ficcionalidad. Lle-gados a este punto, debemos observar que la promoción del valor de la confianza integra un esquema interlocutivo que, justamente, procura desficcionalizar el discurso del periodismo televisivo de información.

Al respecto, muy relevante ha resultado cierto hito enunciativo que Verón (1983) designa como el eje O-O (“los ojos en los ojos”): en la historia del noticiero se registra un momento a partir del cual el periodista televisivo, mientras informa, mira al espectador. Esta ruptura, que se produce cuando “aparece alguien en la pantalla que habla mirándonos a los ojos” (Verón, 1997: 95), rediseña la naturaleza del discurso noticioso.6

6. Recordemos que, en las primeras páginas de este libro, hicimos referen-cia a la capacidad analógica que emparenta la imagen televisiva con la ima-gen cinematográfica. Asimismo, destacamos el modo en que, en función de dicha capacidad, el periodismo televisivo de información asienta su procla-mada pretensión de objetividad. Al respecto, Verón (1997: 91) formula una particular discriminación conceptual entre el lenguaje cinematográfico y el lenguaje televisivo: “El cine se constituyó, históricamente, en torno al or-den de la representación. La televisión no tiene nada que ver con eso, es un

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A diferencia de lo que ocurre en el teatro clásico, en donde los actores encarnan personajes ficcionales y se miran entre ellos (o lo hacen hacia regiones de la escena en las que no se encuentra el es-pectador), el periodista que conduce el noticiero mira al espectador a los ojos, lo que contribuye a desficcionalizar su discurso.7

Téngase en cuenta el efecto que provoca, en teatro, la situación en la que un actor gira el cuerpo hacia la “cuarta pared” y dirige su mirada a la platea. Este recurso escénico –afín a la estética del distanciamiento desarrollada por el dramaturgo alemán Ber-told Brecht– promueve la inmediata suspensión del pacto ficcional. Esto es: si me miran queda interrumpido el mundo de ensueño y fantasía que se desplegaba en escena y en el que, como espectador, yo me encontraba sumergido.

Garantía de confianza

Estar cerca es muy bueno.Eslogan institucional de canal 13, 1993

Vamos a proponer cierta delimitación conceptual de la noción de confianza, dentro de la cual distinguimos dos componentes: la credibilidad y la familiaridad. De tal modo postularemos que la cre-dibilidad comporta la dimensión cognitiva de la confianza, mientras que la familiaridad recrea su aspecto emocional.

sistema de contacto, la cuestión crucial es de orden indicial”. En tal sentido, desacreditando la presunta naturaleza icónica del lenguaje televisivo, Ve-rón sostiene que, en verdad, “la televisión es la mediatización del contacto” (92). Si bien el autor formula dicha afirmación en referencia al informativo que se emite por televisión, a su vez advierte que su alcance resulta exten-sivo al medio televisivo en su conjunto: “Las características del noticiero de televisión guardan una relación estrecha con las características generales de la televisión” (94).7. A propósito de la figura del conductor, y confirmando la naturaleza des-ficcionalizante de esta herramienta enunciativa, Farré (2004: 213) describe del siguiente modo un segmento del noticiero Telenoche investiga (canal 13, 1999): “El personaje mira a la cámara –algo extraño a la ficción– y habla directamente al espectador”.

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En otro orden registramos, desde hace varios años y de modo progresivo, que la promoción de la confianza por parte del emi-sor de la noticia televisiva propende a la cercanía respecto del televidente.

Esta tendencia compromete las dos facetas de la confianza que hemos postulado: la familiaridad y la credibilidad. Veamos de graficar esta afirmación. En referencia a la familiaridad promovi-da entre el informador de noticias televisivas y el televidente, un caso particularmente emblemático de esta tendencia a la cercanía emocional lo constituye la modalidad “comunicativa” implementa-da, desde 2009, por el conductor de noticiero Sergio Lapegüe, del canal tn. Por la noche, este periodista condimenta la transmisión de información noticiosa con apreciaciones de neto corte personal, emitidas en tono pretendidamente amistoso y dirigidas al televi-dente, a quien le pregunta si ya cenó, si está por acostarse, si el día le resultó muy fatigoso, si se quedará a “acompañarlo” (?) hasta el cierre de la emisión, etcétera.

Esta creciente familiaridad sugerida por el conductor de tn alcanza su punto de apogeo con la creación del programa televisivo Prende y apaga y su máximo nivel de trivialidad con el desembarco de este “espectáculo” en el ámbito teatral, durante la temporada veraniega marplatense 2013, a través del show Prende el optimis-mo, una cuestión de actitud.

Por otra parte, en referencia a la credibilidad que el informa-dor de noticias televisivas busca despertar en el televidente, la tendencia a la cercanía se advierte en el pasaje que ha conducido del modelo informativo clásico (en el que prima cierta complemen-tariedad en función de la cual el conductor sabe lo que el televi-dente ignora) al modelo de “relativa simetrización” (Verón, 1997: 98) en el que se reduce dicha distancia entre el informador y su teleaudiencia.

Esta recolocación –que emparenta, acercándolos, al conductor con el televidente– se corrobora, por ejemplo, cuando el periodista aduce recibir en su mesa de trabajo noticias “de último momento” que él no conocía antes que el espectador; o, asimismo, cuando re-clama la participación de un especialista para el tratamiento de

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ciertos temas sobre los cuales –al igual que para el televidente– es más lo que el conductor ignora que lo que sabe.8

Para sondear este modelo, extendamos (¿forcemos?) el alcance de cierta metafórica espacial en referencia a la figura del mediador, ya no entendido como aquel “que media”, sino como aquel “que está en el medio”. De tal manera, podemos sostener que el profesional del periodismo televisivo de información ya no se encuentra a me-dio camino entre “la realidad” y los televidentes. Si aceptáramos que “la televisión es la mediatización del contacto” (Verón, 1997: 92), podríamos sugerir que el enunciador de la noticia televisiva, para acercarse –y parecerse– al televidente, correlativamente debe alejarse de “la realidad”.

Ahora bien; este vigente contrato enunciativo colisiona con la ya referida pretensión de objetividad que, no obstante, prototípica-mente el periodismo televisivo de información sigue esgrimiendo como un valor inclaudicable. Respecto del rol clásico del conductor del noticiero, Farré (2004: 45) observa: “La convención tradicional tenía su grado máximo de verosimilitud en la presencia secundaria del sujeto para privilegiar la objetividad del discurso informativo” (subrayado nuestro). Bajo este paradigma, el sujeto que emite la noticia ocupa un segundo plano respecto de “la realidad” que su discurso procura reproducir.

8. En este sentido, Verón (1997) afirma: “No es la aserción taxativa lo que legitima el discurso, sino una posición que podríamos llamar de duda […] el presentador principal construido así es la imagen del ciudadano medio: plantea las preguntas que yo plantearía” (102). Esta perspectiva contrasta en este punto con la de Aubenas y Benasayag (2005), quienes destacan que la prensa no erige su legitimidad sobre la base de la duda (lo que –diremos por nuestra parte– la acerca al televidente) sino, más bien, sobre la base del conocimiento (lo que la aleja): “Entre los tabúes de la profesión hay uno par-ticularmente incorporado. Nadie escuchará jamás a un periodista decir: «No sé» o «No comprendo». En parte, la prensa ha construido su legitimidad bajo esa promesa de un mundo al fin explicable, abarcable de una ojea-da, lineal” (61). Entendemos que este enfoque (según el cual, advertimos, el periodista permanece inscripto en el ya referido patrón narrativo de la omnisciencia), en nuestro tiempo va dejando paso a la perspectiva que –al menos sobre este punto particular– postula Verón.

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Observamos, por nuestra parte, que esta “presencia secunda-ria” se pliega al precepto periodístico que sostiene que los hechos hablan por sí solos.9 A propósito de esta pretendida expresividad de los “hechos”, resulta muy ilustrativo –si bien no se trata de un no-ticiero– el más que pintoresco eslogan a través del cual se anuncia, desde 2010, el programa periodístico El juego limpio. Adviértase que, también aquí, el nombre propio del conductor del ciclo ocupa un destacado lugar institucional: “Nelson Castro te muestra todo eso que verías si la realidad fuese transparente”.

Si articulamos este eslogan con el nombre del ciclo que promo-ciona, El juego limpio, reconocemos que, en este caso, la vocación de objetividad toma la forma de cierta retórica higienista que reúne lo limpio, lo prístino, lo transparente, lo cual revela –sin margen para la ambigüedad ni espacio para la sutileza– la anacrónica ape-lación a cierto sustrato epistemológico que, entendemos, comenzó a declinar hace aproximadamente ciento treinta años.10

Pues bien, antes de cerrar este capítulo debemos postular al-gunos interrogantes que anidan tras estas reflexiones. Si la va-riante objetivista del noticiero propugna que los hechos hablan por sí solos, ¿por qué resulta relevante entonces el nombre pro-pio de quien, consecuentemente, tan sólo se remitiría a reproducir el relato neutro de la realidad? ¿Por qué razón la legitimidad del enunciador (sostenida sobre la confianza, la familiaridad, la cre-dibilidad) se ha tornado un requisito en el periodismo televisivo de información, si –atendiendo siempre a la lógica del aún vigente modelo objetivista– la realidad es una sola y una cámara no hace

9. En referencia a los medios de comunicación, y a propósito de los meca-nismos que determinan sus procesos de producción, Rodrigo Alsina (1993: 10) observa: “La autoimagen que pretenden transmitir de su trabajo es la de recolectores y transmisores de la información”. Por su parte, Muñoz Torres (1995: 149) advierte que la objetividad “es un medio para que los informadores eviten comprometerse plenamente con lo que afirman, bajo la ficción absurda de que «dejan hablar a los hechos»”.10. A propósito de la pretensión de objetividad y la obsoleta distinción entre hechos y opiniones, Muñoz Torres (1995: 152) sostiene: “La escasa reflexión crítica con que se transmiten unas rutinas profesionales que se toman como piedra de toque del buen informador sigue perpetuando unos principios epistemológicos –habitualmente implícitos– tan inconsistentes”.

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otra cosa que mostrar, reflejar, reproducir cabal y fidedignamente los “hechos”?

Lejos de intentar ofrecer respuesta a estos interrogantes, por el momento nos interesa observar que el nombre propio que informa (esto es: que resulta en sí mismo informativo, significativo) otorga la legitimidad requerida para poder pronunciar, como veremos, el nombre común que estigmatiza.

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En Pergamino, donde habían nacido, no sabían de terrores ni de hacinamiento aunque también vivían con lo justo. De una casa de material con fondo de tierra, limoneros y gallinas, habían pasado a un pequeño departamento en el barrio Ejército de los Andes, el sitio al que todos llaman Fuerte Apache por su parecido con el Far West.

El barrio fue rebautizado por un periodista después de cubrir un espectacular tiroteo entre policías y ladrones. Está situado en el partido de Tres de Febrero, en Ciudadela Norte. Formó parte de un plan destinado a la erradicación de la villa miseria […]

Los primeros vecinos llegaron de la Villa 31. Apenas se instala-ron, comenzaron a llamar al complejo Barrio Padre Mugica. Era un homenaje al llamado sacerdote de los pobres, un cura que trabajó con ellos en el asentamiento de Retiro hasta que lo asesinaron los militares, pero el nombre no quedó.

Padre Mugica no pudo contra Fuerte Apache.

Reynaldo Sietecase, “Pelusa duerme en el sillón”

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4. Subjetividad

La zona que nos disponemos a transitar requiere particulares precauciones. Estemos advertidos. Nos vamos a adentrar en una de las dimensiones teóricamente más conflictivas de los estudios co-municacionales. De hecho, los vaivenes teóricos que al respecto se registran en los enfoques del siglo xx certifican esta tensión.1 Será entonces con calma y prudencia que en este capítulo ingresamos al campo de los “efectos” que provocan los textos mediáticos en la hete-rogénea instancia de la recepción.

Al iniciar la Segunda Parte de este libro hemos incorporado la categoría gramatical de persona, en función de la cual se disciernen tres instancias discursivas: nosotros-ustedes-ellos. En el capítulo 3 nos detuvimos en determinadas estrategias y procesos de autolegiti-mación que despliega el noSotRoS que emite la noticia televisiva. En las próximas páginas trabajamos el modo en que el noSotRoS se diri-ge a uStedeS (los destinatarios de la noticia televisiva) a propósito de eLLoS (los sujetos involucrados en el texto noticioso). En tal sentido, la organización enunciativa que presentamos registra la siguiente disposición: De nosotros para ustedes sobre ellos.

1. En una de las primeras formulaciones realizadas en este ámbito dis-ciplinar, la llamada teoría de la aguja hipodérmica concebía que la pren-sa obraba sobre una masa pasiva de receptores homogéneos. Sin embargo, para mediados del siglo xx, este paradigma será en general cuestionado en favor del reconocimiento del carácter limitado de dichos “efectos” (Wolf, 1990). Posiblemente, un valioso punto de condensación de ambas posturas contrastantes se registre hacia fines de los años 60 y comienzos de los 70, cuando se destaque la importancia de analizar ciertos indudables efectos cognitivos que –bajo condiciones en todo caso limitadas– los textos mediáti-cos estarían en condiciones de promover (Igartua y Humanes, 2004).

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No obstante, será oportuno refinar la formulación teórica recien-temente retomada. Una lástima. Tan cómodo que resultaba el esque-ma según el cual los participantes del acto del coloquio eran tres (la primera, la segunda y la tercera persona). Pero ocurre que, según lo postulan ciertas corrientes lingüísticas, los genuinos participantes del coloquio (es decir, los integrantes del acto comunicativo) en ver-dad no son tres, sino dos. A saber: la primera y la segunda persona.

Según esta perspectiva teórica, la tercera persona gramatical se utiliza para dar cuenta de “aquello sobre lo que se habla”. En tal sentido, lejos de ser sujeto que participa de la acción comunicativa, la tercera persona alude al referente sobre el que se asienta el inter-cambio. Émile Benveniste (1971), por ejemplo, a esa entidad de dudo-so estatuto llega a designarla como la “no persona”.2 Por cierto, como veremos, esta asignación categorial (la de “no persona”) adquiere en este libro inquietantes resonancias.

Para introducirnos en este mecanismo de exclusión interlocuti-va, citemos el ejemplo que proporciona Farré sobre el relevamiento enunciativo que exhiben los conductores de noticiero Mónica Cahen D’Anvers y César Mascetti (Telenoche, canal 13, 1999) en referencia a las noticias vinculadas a la inmigración:

El inmigrante prácticamente no está previsto dentro del grupo alocutario que recibe el texto. Es decir, no se con-sidera que este sujeto sea un espectador más de Telenoche, ni siquiera cuando el programa adopta la posición de las víctimas. Son la “tercera persona”, meros sujetos de una ac-ción (delictiva) u objetos de la acción abusiva de otros. (Fa-rré, 2004: 275)

Sobre esta instancia enunciativa de marginalidad gramaticali-zada volveremos luego (en el capítulo 5), cuando analicemos una co-bertura noticiosa en particular. Por el momento nos interesa destacar un eje conceptual que se desprende de este fragmento (a saber, “la

2. De hecho, las lingüistas españolas Helena Calsamiglia Blancafort y Am-paro Tusón Valls (1999: 27) observan: “Benveniste llama a la tercera per-sona gramatical la no persona, refiriéndose a que con el uso de la tercera persona no hay referencia a los protagonistas de la enunciación” (subrayado en el original).

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posición de las víctimas”), en función del cual enunciaremos la si-guiente hipótesis: si toda noticia compromete en algún punto la sub-jetividad de sus receptores, este fenómeno se registra muy especial-mente en la noticia televisiva que contempla, en cualquier nivel o rango, un proceso de victimización.

La gestación del victimario (lo que hacen ellos)

Me abrazo a la rabia de los vencidos que cruzan sin mapa la oscuridad.

Iván Noble, “Hasta estallar”

En el capítulo 3 nos hemos referido a la importancia que ad-quiere, en el marco del discurso informativo, el nombre propio del conductor del noticiero. A continuación, para abordar el proceso que designamos como la gestación del victimario, nos detenemos en otras instancias de nominación que intervienen en la construcción de la noticia televisiva.

Yo te bautizo

LA PRINCESITA TIENE CINCO NOMBRES Y TAMBIÉN UN PRÍNCIPE CANDIDATO

La beba se llama Catharina Amalia Beatriz Carmen Victoria.

Clarín, 10 de diciembre de 2003

Muy valiosa resulta en este punto la categoría de nombre bau-tismal, sobre la que ha trabajado el filósofo estadounidense Saul Kri-pke (1980). De esta noción nos interesa destacar, en particular, el siguiente rasgo: mediante un nombre se bautiza y, de ese modo, se inscribe al nominado en un relato que lo precede. La situación de la niña que recibe el nombre de Adriana (cuando, en verdad, se espera-ba un primogénito varón para llamarlo Adrián) podemos extenderla a los múltiples contextos en los cuales el nombre que se le otorga a

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una persona homenajea a otra: desde la hija que recibe el nombre de la abuela, hasta el niño a quien bautizan Diego Armando.3 En tal sentido, podemos afirmar que todo acto de nominación acarrea cierta dimensión estigmatizante.

Veamos de ampliar el alcance de esta apreciación. La “marca” que imprime el nombre (es decir, su estigma) aflora cada vez que el individuo en cuestión, en su recorrido de vida, se aproxima o se dis-tancia del relato en función del cual fue bautizado. De hecho, detrás de esa elección bautismal (a través de la cual se suele tributar la memoria de un ser particularmente entrañable o prestigioso) sub-yace cierta premisa acompañada, muchas veces, de una velada o explícita prescripción:

Tu abuela fue una persona maravillosa. (Esperamos que vos también lo seas.)

Maradona fue el mejor futbolista de todos los tiempos. (A menos que vos lo superes.)

En tales casos, se aspira entonces a que el homenajeado honre el nombre que ha recibido; que esté a la altura de sus circunstancias, que sea digno del relato al que nació vinculado y respecto del cual su propia vida no podrá dejar de ser leída en clave intertextual.4

Ahora bien; si en el capítulo 3 nuestra reflexión nos condujo de la básica consideración del significado de un nombre común (como eclipse o almohada) a la eventual significación que llega a adquirir un nombre propio (como Santo Biasatti), para analizar la nomina-ción estigmatizante tendremos que desandar el camino inverso: de la asignación bautismal de un nombre propio (como Adriana o Diego

3. La referencia es al ex futbolista argentino Diego Armando Maradona.4. De hecho, el fútbol argentino registra el caso de Diego Armando Barra-do. Bautizado así en honor a Maradona, Barrado efectivamente orientó el relato de su vida hacia el que motivó su nombre y actualmente se desem-peña como futbolista profesional. Lo propio ocurre con el uruguayo Diego Armando Pérez Quinta, el ecuatoriano Diego Armando Calderón, el ita-liano Diego Armando Montuori, el maltés Diego Armando Cucciardi, el mexicano Diego Armando Esqueda, entre varias decenas de ejemplos que podrían citarse.

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Los “personajes” del relato

Armando) nos deslizaremos hacia los procesos de nominación que formula en ocasiones el relato noticioso televisivo mediante la asig-nación de un nombre común.

Antes de ello destaquemos que, entre los diversos modos en que un significante puede afectar a su referente (al que, en principio, meramente nomina), el caso particular de bautismo mediante un nombre común resulta especialmente sugestivo. Entre otras razo-nes porque, según veremos, ya no son necesariamente los padres quienes eligen con esmero el nombre de un hijo. Más aún, el indivi-duo bautizado ya no cuenta siquiera, para reconocer la “etiqueta” de su identidad, con el exiguo beneficio de una palabra que se escriba con mayúscula.

“No es un chico. Es un delincuente”

A veces, cuando nos etiquetan, cuando nos mar-can, nuestra impronta se transforma en nuestra vo-cación.

John Irving, Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra

Veamos en funcionamiento el proceso discursivo que acabamos de presentar. El jueves 12 de abril de 2007, el programa periodístico de información Entrelíneas, emitido por el canal América, envió un móvil de exteriores para cubrir en vivo el intento de asalto de una farmacia. En su relato desde el lugar de los hechos, la cronista hacía referencia a uno de los asaltantes con expresiones como “un chico de no más de doce años…”, “este chico se atrincheró y mantiene a varios rehenes…”, “ha llegado al lugar la madre del chico…”.

Al respecto, nos interesa destacar el modo prolijo, esmerado, im-placable en que las palabras de la movilera eran sistemáticamen-te corregidas por el conductor del ciclo (el periodista Antonio Laje). Como quien ha dispuesto que hay determinadas ventanas desde las cuales no ha de ser observado el jardín, el conductor del noticiero in-terrumpía una y otra vez la alocución de la cronista para rectificar, mediante el siguiente enunciado, la designación que en ese relato

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recibía quien era considerado su personaje protagónico: “No es un chico. Es un delincuente”.

Visiblemente se despliega, en estas palabras, la organización enunciativa que caracteriza la construcción de la noticia en el mar-co de la televisión comercial: De nosotros para ustedes sobre ellos. Asimismo, también allí empezamos a delinear el tipo de agente so-cial que la noticia televisiva prototípicamente sitúa en la exógena locación que conforma el eLLoS. Porque –muy oportuno es aclarar-lo– quien ha sido de ese modo “bautizado” no es destinatario de la noticia televisiva. “El individuo asocial está al margen del circuito de la información”, sostiene Miquel Rodrigo Alsina (1993: 106). Di-cho “individuo” no integra el esquema de interlocución previsto. Más bien ocupa el lugar enunciativo de la “no persona” sobre la que se asienta el texto noticioso.5

Sin embargo, en ocasiones, dicha distribución enunciativa se trastoca. Si bien en este fenómeno nos detendremos en el capítulo 5, debemos anticipar el rasgo que lo caracteriza: sencillamente ocurre que, a veces, el referente de la noticia televisiva se torna imprevisto destinatario. Es decir, se constituye en tanto receptor de palabras que no le están dirigidas (pero que, sin embargo, lo definen). Esta suerte de desplazamiento enunciativo, como luego veremos, adopta modulaciones particularmente conflictivas.

En la cobertura noticiosa que aquí referimos, la sustitución nominal practicada por el periodista Antonio Laje (“un delincuen-te” por “un chico”), de fervorosa matriz estigmatizante,6 habilita efectos performativos de insondable alcance. ¿A qué nos referimos? Retomando las categorías acuñadas por el filósofo británico John Austin (1962) en el marco de la teoría de los actos de habla, podría-mos observar que todo enunciado constatativo comporta, en mayor o

5. Retomemos la afirmación de Farré (2004: 275) citada anteriormente, por demás oportuna al considerar el ejemplo que aquí tratamos: “El inmigran-te prácticamente no está previsto dentro del grupo alocutario que recibe el texto. Es decir, no se considera que este sujeto sea un espectador más de Telenoche”.6. Goffman (1998) sostiene que la noción de estigma define la “situación del individuo inhabilitado para una plena aceptación social” (7), en tanto se la uti-liza “para hacer referencia a un atributo profundamente desacreditador” (13).

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menor medida, cierto grado de performatividad.7 Esto es: las emisio-nes lingüísticas que en principio tan sólo describen (constatan) un estado de cosas, en verdad promueven con ello algún tipo de acción extralingüística. En otras palabras: el decir involucra un hacer.

Se impone, entonces, una pregunta crucial: ¿qué tipo de hacer promueve el decir periodístico? En la siguiente afirmación de John Thompson inscribimos, en buena medida, nuestro acercamiento a cierto tipo de “efectos” que la noticia televisiva está en condiciones de promover:

Cuando las formas simbólicas mediáticas se incorpo-ran reflexivamente en proyectos de formación del yo […] se expresan no tanto en creencias explícitas u opiniones como en la manera en que los individuos se comportan en el mun-do. (138; subrayado nuestro)

De este modo, las citadas palabras del conductor televisivo (“No es un chico. Es un delincuente”), de pretendida naturaleza descrip-tiva, trascienden ampliamente ese estatuto.8 Por lo pronto certifican, por parte del emisor, un elocuente posicionamiento ideológico en el que preferimos no detenernos. En todo caso nos interesa enfatizar que, lejos de remitirse a la adición de su “etiqueta” de bautismo, el periodista procede a una extrema operación de sustitución nominal. Es decir: el relato noticioso emitido por Antonio Laje no enuncia que, además de un chico, el individuo en cuestión es también un delin-cuente. Muy por el contrario, propone que la presunta corroboración

7. Austin formula una distinción conceptual, cuyo alcance luego relativiza, entre enunciados constatativos y enunciados realizativos (o performativos). Los primeros describen estados de cosas, por lo que pueden ser sometidos a condiciones de verdad o falsedad. Los realizativos, en cambio, “hacen” lo que dicen, en función de lo cual adquieren particular importancia en el marco de la teoría de los actos de habla. Al respecto, Thompson (1998) se-ñala: “Austin observó que pronunciar una expresión es ejecutar una acción y no meramente informar o describir algún estado de cosas” (27).8. A propósito del carácter prescriptivo de toda descripción, el filósofo fran-cés Michel de Certeau (2000: 135) observa: “La descripción cuenta […] con una fuerza performativa (hace lo que dice)”.

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de lo segundo (“es un delincuente”) anula brutalmente lo primero (“no es un chico”).9

Por otro lado, debemos señalar que esa peculiar modalidad de atribución de un nombre bautismal se inscribe en el muy extendido relato mediático que privilegia a “la seguridad” como una de las principales metas sociales a conquistar o preservar. Sin embargo, paradójicamente, la persecución de ese deseable horizonte no resul-ta consagrada por el discurso que proclama su necesidad. Puntuali-cemos el alcance de esta afirmación.

Abandonemos por un momento el medio televisivo, siquiera para descansar la vista. Contemplemos la situación presencial, “cara a cara”, no mediática, en la que a una persona se le informa: “Usted es anoréxica”. ¿Cómo tramita esta “información” la persona de ese modo notificada? ¿Cómo procesa el niño la experiencia de caerse en la plaza y ser instado por su padre a levantarse, dado que “los hom-bres no lloran”?

Muy lejos de aspirar a responder tales interrogantes, nos in-cumbe observar que, en cada caso, el individuo es participado de la categoría en la cual ha sido inscripto: “Hoy he sabido que soy anoréxica / un hombre / un delincuente”. Por otro lado, en cada con-texto social, el nombre común que define una condición (anoréxica, hombre, delincuente) ha sido pronunciado por una voz autorizada, previamente legitimada (el profesional de la salud, el padre del niño, el conductor del noticiero). De tal modo, hay sólidas razones para

9. En este punto no adscribimos a la postura de González Gaitano (1989: 39), quien afirma: “Las respuestas sobre el personaje, el quién de la noticia, el lugar o el tiempo no ofrecen mayores problemas respecto del compromiso de neutralidad del informador. Y eso sea cual sea la clase de acontecimiento noticiable. El problema nace al dar respuesta al qué. En la mayor parte de las noticias decir qué ha sucedido implica valorar, pues no es lo mismo un asesinato que un accidente fortuito” (subrayado en el original). Por nuestra parte, sostendremos que las meras designaciones que reciben los personajes involucrados en el relato noticioso comprometen fuertemente la subjetividad de su emisor. En tal sentido, más próximos nos encontramos de la posición de Bal (1987: 89-90), quien observa: “La descripción de un personaje está siempre muy matizada por la ideología del investigador, que normalmente no es consciente de sus propios principios ideológicos. Por consiguiente, lo que se presenta como descripción no es, muy a menudo, nada más que un juicio de valor implícito”.

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ponderar la fuerte incidencia que este tipo de “notificación” puede tener –a través de mecanismos cognitivos que este libro no aborda-rá– en los procesos de subjetivación que desarrolle el individuo en cada caso bautizado.10

Al incursionar en la naturaleza paradójica del discurso mediá-tico sobre “la inseguridad”, en particular nos interesa detenernos

–siguiendo la estela de lo sugerido por el sociólogo canadiense Er-ving Goffman (1998) y desarrollado por la investigadora argentina Florencia Saintout (2009)– en el ya mencionado carácter perfor-mativo de las palabras del periodista televisivo que, al momento de informar, emite el siguiente veredicto: “No es un chico. Es un delincuente”.

A propósito de los jóvenes que se autodesignan los vagos o los pibes en determinados barrios a los que destina su investigación, el antropólogo argentino Gerardo Rossini (2003: 84) señala: “El «vago» reconvierte sus carencias en oposición y acción, no en una identidad pasiva”. Por su parte, Saintout (2009: 45) alude a esa juventud “mu-chas veces nombrada como delincuente”, que “resignifica su lugar de carencia situándola como capital”.

Ante lo expuesto, no encontramos razones que nos impidan preguntarnos: calificar como ladrón, desde un estudio televisivo, a quien ha cometido un hurto; definir como delincuente al individuo de doce años que asalta una farmacia; e, incluso, catalogar como ase-sino a quien ha cometido un homicidio, ¿no puede adquirir el valor de una incitación? ¿Qué tipo de dominio sobre sus “efectos” asiste al periodismo televisivo para que resulte plausible esperar que el individuo en cuestión no retome el discurso estigmatizante que se le destina y, más aún, proceda a validarlo? De hecho, entendemos que

10. Respecto de la “tradición hermenéutica”, Thompson (1998: 66) observa: “Al interpretar las formas simbólicas, los individuos las incorporan dentro de su propia comprensión de sí mismos y de los otros. Las utilizan como ve-hículo para reflejarse a sí mismos y a los otros, como base para reflexionar sobre sí mismos, sobre los otros y sobre el mundo al cual pertenecen […] Al arraigar un mensaje e incorporarlo rutinariamente a nuestras vidas, nos implicamos en la construcción del sentido del yo”. Por su parte, en su aná-lisis del noticiero como “mundo posible”, Farré (2004: 21) hace referencia a

“el propio inmigrante que se ve representado y asume –«cree»– en lo que le dicen que es”.

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no resulta desatinado que aquel cuya inclusión social se ha visto his-tóricamente relegada, resistida y –bajo determinadas coyunturas políticas– particularmente combatida, en algún momento resuelva abocarse, finalmente, a ostentar su exclusión, honrando incluso los rasgos más inquietantes que de la marginalidad diseña la construc-ción mediática.

De tal manera concluiremos que, en su declarado afán de com-batirla, el discurso noticioso sobre “la inseguridad” no se cuida de no alimentarla.

El sociólogo argentino Gabriel Kessler (2009) analiza la situa-ción social de una suerte de “gueto” urbano, un complejo habitacio-nal del área metropolitana que “recibió un nombre peyorativo que sustituyó en los medios a su nombre real, con una carga criminali-zante que genera posiciones divergentes: para algunos es un insulto; para otros, motivo de orgullo” (246). Si para algunos ciudadanos la designación estigmatizante es motivo de ofensa (ya sea el estigma que pesa sobre la propia persona, ya sea el que recae sobre el lu-gar de residencia), otros ciudadanos, en cambio, optan a veces por contrarrestar la carga vergonzante del estigma mediante su abierta reivindicación.

Ocurre que quienes casi no han conocido otra cosa que la priva-ción permanente, quienes “creen que no cuidarse del sida es enfren-tar un poder que los niega” (Saintout, 2008: s/p), procuran mante-ner alejada la infamante vergüenza y, de ese modo, conservar cierto nivel de autoestima. En esta línea de reflexión, Rossini (2003: 103) sostiene:

Si bien los “vagos” estarían de acuerdo con un discurso que afirme la exclusión y la pobreza como panorama de su realidad, no aceptarían el lugar de víctimas. De este modo se evita la “vergüenza” […], contracara del orgullo y la au-toestima.11

11. Acaso esta lucha por mantener la autoestima y ahuyentar la vergüenza corrobora la vulnerabilidad emocional a que se ven sometidos quienes, por cierto, han reunido sobradas razones para cultivar la desconfianza. Cris-tian Alarcón (2013) describe su llegada a la villa de San Fernando, a la que destina su aguda crónica, como “una incursión a un territorio al comienzo hostil, desconfiado como una criatura golpeada a la que se le acerca un desconocido” (13).

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Frente a este escenario (montado en general con visible irres-ponsabilidad periodística), ¿cómo habría de descartarse entonces la posibilidad de que el individuo marginal(izado) no termine ocupando la locación simbólica que le asigna el relato noticioso estigmatizan-te? Ese relato que, a través de los medios masivos, presuntamente expresa a una sociedad –o, más bien, al sector de ella– que prefiere mantener alejado al “individuo asocial”. Una “sociedad” que, cuando lo ve por la calle, cruza de vereda.

Justamente, esta figura puede resultar reveladora: si la “socie-dad” no lo quiere en su misma vereda, ¿por qué habría de esperarse que el individuo en cuestión no decida declararse, entonces, como efectivo habitante de la vereda de enfrente?12

La receta del estigma

Soy una niña de doce años a quien se excluye de toda actividad social porque mi padre es un ex pre-sidiario. Trato de ser amable y simpática con todo el mundo, pero es inútil. Mis compañeras de la escuela me han dicho que sus madres no quieren que se jun-ten conmigo porque eso dañaría su reputación. A mi padre los diarios le hicieron mala fama, y, a pesar de que ha cumplido su condena, eso nadie lo olvida. ¿Qué puedo hacer? Me siento muy triste porque a na-die le gusta estar sola todo el tiempo.Testimonio recogido por Erving Goffman, Estigma

12. Según entiende Bourdieu (1997: 27), en el medio televisivo “los periodis-tas pueden, de buena fe, ingenuamente, dejándose llevar por sus intereses […] por sus prejuicios, por sus categorías de percepción y de valoración, por sus expectativas inconscientes, producir efectos de realidad y efectos en la realidad, unos efectos no deseados por nadie que, en algunos casos, pueden resultar catastróficos”. En una línea de reflexión afín, a propósito de la cobertura mediática francesa de cierta protesta estudiantil, Champagne (2000: 59) observa: “La muy tensa situación así generada es, por sí sola, ca-paz de desencadenar nuevos incidentes que, de manera circular, terminan por confirmar los estereotipos mediáticos iniciales”.

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Debemos preguntarnos sobre qué elementos se asienta el relato noticioso estigmatizante. ¿Qué rasgos se pueden reconocer en los depositarios de ese discurso que alimenta su marginalidad? Estos individuos frecuentemente poseen tres características sobre las que se consolida el proceso de estigmatización: son jóvenes, son pobres, son morochos.

Respecto del primer rasgo, este auténtico “pecado de juventud” ocupa un lugar eminente en la construcción noticiosa estigmatizan-te. De hecho, Kessler (2009: 103) observa que, en la instalación de la inseguridad como “problema público central”, indudablemente la

“figura protagónica fue el delito juvenil”. Por otro lado, a propósito del segundo rasgo, inequívocamente

sobreabunda –al menos en el imaginario social de vastos sectores medios de la sociedad argentina– la muy simplista presunción de que la marginalidad que impone la pobreza conduce, fatal e irremi-siblemente, a la marginalidad del delito.

Por cierto, con referencia a estos dos primeros rasgos, apabulla comprobar qué segmentos extendidos de la programación televisiva están destinados a criminalizar a los jóvenes de escasos recursos, quienes se entregan a la muy “delictuosa” actividad de emborra-charse y pelearse a la salida de los boliches. Consterna reconocer el modo en que las problemáticas que anidan detrás de esas conductas son velozmente encuadradas, con arrebatada liviandad, dentro del formato simplificador de la noticia policial.

Por último, en tercer lugar, la raramente asumida considera-ción del color de la piel con frecuencia es utilizada por el discurso noticioso como signo congénito de vigoroso alcance estigmatizante.13 Kessler (2008: 115) observa agudamente que, en el ámbito de la so-ciedad democrática (en la que no resulta aceptable la discrimina-ción étnica o racial), “la alteridad amenazante se vuelve un nuevo criterio de estratificación legítimo”. De tal manera, no pudiendo ser esgrimido (no siempre, al menos…) el color de la piel como atributo

13. Goffman (1998) realiza una valiosa distinción operativa al clasificar los signos que transmiten información social según éstos sean congénitos (como el color de la piel) o no congénitos. A su vez, divide estos últimos en permanentes (haber sufrido una quemadura) y no permanentes (tener la cabeza rapada).

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que faculte una ponderación peyorativa, se reemplaza su tácita y silenciada validación mediante el recurso (políticamente menos in-correcto) de apelar a la siempre ambigua noción de “peligrosidad”.

La espeluznante vaguedad de este concepto (vaguedad que com-parte con el llamado acto de “merodeo”, con la nunca especificada

“actitud sospechosa”) contribuye a que, recurrentemente, la preocu-pación por “la inseguridad” se oriente hacia quienes no infringen ley alguna.

De ahí la concreta, efectiva “peligrosidad” que acarrean los proyectos de pública y acumulativa confección de mapas del delito. ¿Ha de ser la propia sociedad la que vuelque datos para nutrir ese trazado? ¿Y cuáles son los criterios comunes que se utilizarán para determinar la peligrosidad, la amenaza? ¿Cómo se garantiza que el emprendimiento no concluya elaborando una auténtica cartografía del estigma?

Hay que matarlos a todos

Los pibes allá en la esquina están como dibujados;nadie paga sus pecados, no les socorre ni Dios.Esperan la tardecita y se van pa’ la placitabeben y fuman paco, después oyen reggaetón.Porque esperan que en el cielo esté el amorque no les diste vos. ¿Que no? ¿Cómo que no? Mirate. Miralos.

Gustavo Pena, “¿Cómo que no?”

Un “lugar común” del discurso noticioso televisivo lo constituye la afirmación de que estos jóvenes, temibles y peligrosos, atentan contra la sociedad. Mucho se insiste sobre este tópico que expresa un genuino acto de discriminación, en su sentido más literal. Aun antes que “excluir, maltratar, etc.”, recordemos que discriminar es meramente “separar, distinguir, diferenciar”. En este sentido, cuan-do se afirma que estos jóvenes atentan contra la sociedad, se está presuponiendo que no la integran.

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De tal modo, son situados en una tranquilizadora exterioridad, con lo cual se insinúa que la vida social se ve afectada en su fun-cionamiento por la injerencia nociva de elementos que le son ajenos. Adviértase que, a través de esta pretendida corroboración, o bien se reinstala el debate sobre la puesta en marcha de políticas represivas (mediante las consabidas apelaciones a la inefable “mano dura”), o bien se desbalancean –también aquí–14 los parámetros de condena que el discurso periodístico aplica a distintas “acciones” ciudadanas.

A propósito de esta última variante, observamos que no sólo el periodismo televisivo sino también el gráfico y el radial alimentan en forma permanente cierta lógica de las dos veredas. Seguramente no transcurre una semana completa sin que el lector de periódicos argentinos tenga ocasión de toparse con un titular como el que, por ejemplo, ofrece el matutino La Nación el 25 de noviembre de 2009:

“Un empresario mató a dos delincuentes”. Reluce allí cierta arquetípica construcción de la noticia frente

a la cual resulta forzoso preguntarse: ¿a qué obedece, en el titular que la conforma, la especificación de la actividad profesional del ho-micida? ¿Por qué, respecto del individuo en cuestión, se informa adi-cionalmente qué hace (esto es, a qué se dedica), más allá de referir lo que ha hecho (esto es, matar a dos hombres)? ¿Acaso esto último no es lo que –suponemos– constituye la noticia? ¿Tal vez se intenta sugerir que el hecho de que un empresario mate delincuentes resulta menos grave (y, correlativamente, menos condenable, menos puni-ble), que el hecho de que un hombre mate a dos hombres (que ha sido, en definitiva, lo que ocurrió)?

Sin duda, este tipo de enunciados nutre cierto imaginario social para el cual el desempeño de actividades o profesiones como la de empresario, la de arquitecto, muy especialmente la de ingeniero,15

14. Recordemos que, en la Introducción a la Segunda Parte, nos referimos a los disímiles parámetros de condena que el relato noticioso despliega para cubrir “distintos” tipos de piquetes.15. Dejando de lado, por excesivamente banal, la patética utilización de este “símbolo de prestigio” por parte del señor Juan Carlos Blumberg, difí-cil resulta no evocar en este punto al ingeniero Horacio Santos, cuyo reso-nante caso promovió en 1990 un debate –profusamente acicateado por los medios– en el que claramente se privilegió la propiedad privada que los asaltantes intentaron vulnerar (a saber, el pasacasete de un automóvil) por

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en ocasiones habilita considerables niveles de inmunidad periodís-tica, dado que esas actividades constituyen, en sí mismas, lo que Goffman (1998: 58) denomina “símbolos de prestigio”.

Pues bien: esa inmunidad parece incrementarse, en particular, cuando un “prestigiado” termina con la vida de uno o varios “estig-matizados”, lo que para determinados sectores del arco social pare-cería constituir, meramente, un acto de saneamiento. No en vano los símbolos de prestigio “pueden contraponerse a los símbolos de estig-ma” (Goffman, 1998: 58); no en vano los individuos estigmatizados

“son construidos simbólica y materialmente a partir de la necesidad de su extirpación del cuerpo social” (Saintout, 2009: 43).16

Por otro lado, en referencia a las presuntas razones que con-vocan la “mano dura”, el periplo es conocido, en absoluto novedoso: instalado el “pánico moral” (Cohen, 2002), se identifica un hecho amenazante, luego un enemigo interno que lo encarna, para con-cluir que a ese enemigo no se lo puede combatir sino mediante polí-ticas represivas.

Sin embargo, tal “solución” no sólo desestima toda ética y re-sulta probadamente ineficiente. También es engañosa. Las políticas represivas encubren “el origen social del problema de la violencia ur-bana, remitiéndolo a la perversidad individual de los sujetos” (Isla y Míguez, 2003b: 305). De allí que debamos preguntarnos: los jóvenes en cuestión, ¿provocan los problemas que se les incriminan? ¿O, más bien, como apunta el investigador español Jesús Martín-Barbero (1998), sencillamente los desenmascaran?

sobre la vida que el ingeniero les quitó. Como bien nos lo recuerda Kessler (2009: 81), “yo hubiera hecho lo mismo” fueron las incalificables palabras mediante las cuales, a propósito de la “acción” del ingeniero, en aquel mo-mento se pronunció al respecto Bernardo Neustadt, por entonces influyente y oscura estrella del firmamento periodístico argentino.16. En una sugestiva articulación entre los símbolos de prestigio y los sím-bolos de estigma, y a propósito de un resonante “caso policial” ocurrido por esos días, el 20 de enero de 2011 a las 22.27, en su programa Sala de situación (emitido por C5N), el periodista Eduardo Feinmann se formuló la siguiente pregunta: “¿Qué hacemos con las criaturas asesinas como la que mató al ingeniero Barrenechea?”. Sin embargo, abierto el interrogante, el periodista no ofreció a continuación ninguna respuesta.

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La noticia televisiva

Violencia es mentir

No quiero que me limpien el parabrisas porque está limpio y lo van a ensuciar; no quiero que me pasen esa estampita de alguna iglesia la habrán ido a robar. Soy su padre y les voy a explicar que piden para no trabajar. No tuvieron la suerte de ustedes de tener un padre como el que tienen.

León Gieco, “El imbécil”

Son jóvenes, son pobres, son morochos. ¿Algo más tienen en co-mún? Desde luego: su presunta vocación de violencia. Según el relato noticioso hegemónico, son jóvenes violentos, que desprecian la vida, que no respetan a los demás. Son individuos que no tienen nada que perder, completan, escandalizados ante tamaño descaro, respetables representantes de los sectores propietarios.

Adviértase que, muy sugestivamente, estos discursos emanan, circulan y arraigan en el vasto espacio simbólico de sociedades no especialmente caracterizadas por sus vínculos armoniosos, por el cuidado irrestricto del valor de la vida, por la promoción del res-peto al prójimo. En este sentido resulta sumamente ilustrativo el pronunciamiento de los antropólogos argentinos Alejandro Isla y Daniel Míguez (2003a: 3), quienes –en referencia a las transforma-ciones sociales sufridas en la Argentina durante los años 90– for-mulan la siguiente observación: “La violencia delictiva no puede entenderse desvinculada de procesos políticos, económicos y cultu-rales que, a su vez, contienen sus propias formas interrelacionadas de violencia”.

De hecho, conspicuos representantes del pensamiento social y político dan un paso más allá y sostienen que, para dirimir conflic-tos o armonizar intereses humanos, incluso los canales pretendi-damente pacíficos entrañan un ineludible componente de violencia. Entre esos autores, el filósofo alemán Walter Benjamin (2011) ad-vierte que no hay contrato jurídico que no aloje cierta instancia de violencia constitutiva.

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Los “personajes” del relato

Es oportuno aclarar que esta afirmación no circunscribe su al-cance a la violencia que el contrato podría generar en el futuro (por incumplimiento de una de las partes, por ejemplo), sino también –y en particular– a la violencia que lo originó. Desde esta perspectiva podría afirmarse que, en buena medida, todo contrato instituciona-liza una desigualdad.

Justamente, no es otra cosa que un gran dispositivo de des-igualdad institucionalizada el que construye y caracteriza, en los discursos mediáticos de la televisión comercial, el comportamiento

“violento” de los jóvenes pobres. Sin embargo, tal vez resulte aun más alarmante encontrar este

dispositivo en funcionamiento ya no dentro del ámbito de los dis-cursos mediáticos, sino en el marco del pensamiento teórico. Isla y Míguez retoman la definición de violencia enunciada por el catedrá-tico australiano John Keane, sobre la cual es imperioso que nos de-tengamos. Ocurre que, para este autor, violencia es “cualquier acto no requerido, ni deseado, aunque intencional o semiintencional de violación física del cuerpo de una persona, quien previamente había vivido en paz” (Isla y Míguez, 2003a: 26).

Dejemos de lado la objeción inaugural que concita esta defini-ción en la que no se contempla una violencia que no sea física; una violencia que no se aplique sobre un cuerpo. Dejemos también de lado la inquietud teórica que demanda, enérgicamente, determinar quién define en qué consiste haber vivido en paz. Quedémonos, tan solo, con la mera formulación de una pregunta propiamente escalo-friante: cuando se viola físicamente, de modo intencional, el cuerpo de una persona que no había vivido en paz, ¿pues entonces en ese caso no asistimos a un acto de violencia?

Vaya si los discursos sociales –incluidos, desde ya, el pensa-miento teórico y la “ciencia” moderna– no responden a determinadas condiciones de producción histórica. Vaya si esta definición de vio-lencia no se inscribe dentro de cierto paradigma discursivo propio del capitalismo moderno, ante cuya ley muy improbablemente to-dos los hombres y mujeres puedan reconocerse y comportarse como iguales. Esa ley de la cual –como bien evoca Benjamin (2011: 43)– el escritor Anatole France afirma irónicamente que “prohíbe de igual manera a ricos y a pobres el pernoctar bajo los puentes”.

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La noticia televisiva

El nacimiento de la víctima (lo que sienten ustedes)

Vivimos en el centro de un universo donde la cultura se ha hecho carne de nuestra carne y orques-ta una batería de automatismos, de actos reflejos, en virtud de los cuales la repugnancia, la emoción o el asombro se desencadenan en nosotros desde el mo-mento en que son programados para la existencia. Cada época y cada sociedad dan forma a sus per-cepciones normalizadas que encarnan en cada uno de sus habitantes. Si sentimos una enorme descarga de adrenalina contra un prisionero ante un gesto de violencia, no es porque seamos superiores a los que pagan un asiento para asistir a las ejecuciones ca-pitales. Las reacciones psicológicas han cambiado, construidas por la evolución de las ideas, las luchas, los derechos. La percepción normalizada fabrica un verdadero sexto sentido en el cual vivimos todos y, desde siempre, el sentido común.

Florence Aubenas y Miguel Benasayag, La fabricación de la información

La trama de todo relato que incluye un victimario involucra también una víctima. La noticia televisiva (en tanto relato) no es-capa a esta condición narrativa. Analizada ya determinada repre-sentación mediática de la figura del victimario (a quien situamos en el ámbito enunciativo que compone el eLLoS), a continuación nos detenemos en el tratamiento que el relato noticioso concede a cierta particular figura de la víctima (a la que encuadramos en el espacio interlocutivo que corresponde a la forma uStedeS).

Llamado a la solidaridad

Antes aludimos al modo en que, prototípicamente, la noticia televisiva desatiende la situación de victimización social en la que se encuentra el individuo marginal(izado). Llegados a este punto debemos observar que, en cambio, el discurso noticioso sí categoriza

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Los “personajes” del relato

como víctimas a otros agentes sociales respecto de los cuales –al menos desde cierto punto de vista declarativo– frecuentemente se busca despertar la “solidaridad” de la teleaudiencia.

Precisamente, situamos la figura de la víctima en el ámbito del uStedeS en función de la concepción de “solidaridad” que subyace a la noticia televisiva. ¿A qué nos referimos? En general, el periodis-mo televisivo de información promueve un tipo de “solidaridad” que emana como producto de cierto proceso de identificación, en función del cual se sugiere que lo sufrido por determinada víctima bien po-dría haberlo sufrido el televidente (es decir, uno de uStedeS).

No obstante, más allá de las permanentes apelaciones del re-lato noticioso a la “solidaridad”, cierta imperante gramática de las emociones (Papalini, 2011) tiende a orientar en otro rumbo la emo-tividad de quien asiste a la desgracia ajena. Marcela Farré (2004) observa que, según el tipo de noticia que emita, el conductor del noticiero va adoptando tono de denuncia, de compasión, de alerta, “e intenta producir en el destinatario un pacto de aceptación de estas pasiones” (32).

Diríase entonces que los medios en general –y la noticia tele-visiva en particular– no conectan el involucramiento social con la razón, sino más bien con la emoción. En tal sentido, ya encuentra allí un importante escollo la promoción de la solidaridad, si a ésta la entendemos –siguiendo la distinción propuesta por la filósofa ale-mana Hannah Arendt (1992)– como un ideal mediado por la razón. Por otra parte, si contemplamos que la solidaridad es un valor que abarca globalmente a una comunidad en su conjunto (o, incluso, a la humanidad en su totalidad), adicionamos nuevos motivos para recusar la pretendida apuesta a ese “sentimiento” que realizan los medios masivos hegemónicos.

En este rumbo teórico, la investigadora argentina Vanina Papa-lini (2011: 187) sostiene que “el tipo de emoción que los medios pue-den movilizar en el receptor es, fundamentalmente, la compasión” (subrayado nuestro). De hecho, para Hannah Arendt la compasión emerge ante determinado hecho puntual o persona en particular.

Precisamente, en el ámbito de la televisión comercial, la noticia mayormente apela a la sensibilidad de los receptores en referencia a situaciones particularizadas, individuales. Puede ser el caso de un

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La noticia televisiva

padre que pide justicia ante el crimen de su hijo, el caso de un niño que necesita un órgano para un trasplante, etcétera.17

En cambio, la noticia televisiva raramente promueve la “solida-ridad” para con el sufrimiento de colectivos sociales, a menos que és-tos hayan padecido una desgracia “de la naturaleza” (inundaciones, terremotos, tsunamis, etc.). En esos casos, incluso, se fomenta cierta participación “activa” por parte de la teleaudiencia, que por lo gene-ral no encarna en “acciones” mayores que la de –por ejemplo– enviar colchones a quienes perdieron su casa bajo las aguas.

Adviértase que esta incitación mediática a lo que llamaremos involucramiento de baja intensidad se orienta hacia víctimas colec-tivas respecto de las cuales, en general, resulta por lo pronto difusa la determinación del victimario (¿la “naturaleza”, el “destino”, Dios?). Pero la noticia que construye la televisión comercial mayormente no promueve la solidaridad para con las víctimas colectivas de la naturaleza –digamos– directamente “humana”: obreros despedidos, desocupados, adultos y niños indigentes, pero entendidos en bloque, como colectivo que sufre (y que podría dejar de sufrir), raramente son objeto de una construcción noticiosa tendiente a promover la

“solidaridad”. Esta tendencia desmovilizadora de la noticia en el marco de la

televisión comercial (desde la cual raramente se alientan empren-dimientos de organización social para directo beneficio de la propia comunidad)18 puede ser remitida a una sagaz reflexión que formu-lan los filósofos alemanes Theodor Adorno y Max Horkheimer, en el marco de la Teoría Crítica. Estos autores hacen referencia a la fun-ción que la sociedad capitalista asigna a los llamados individuos de

17. Farré (2004: 139) observa que la narrativa noticiosa (en tanto “espacio simbólico en el que nos comprometemos”) involucra al receptor de tres ma-neras, una de las cuales es la identificación con el padecimiento de los per-sonajes “toda vez que la acción social noticiable se encarna en una historia particularizada”.18. En el marco de la crisis argentina de 2001, y a propósito de la dificultosa articulación entre el ejercicio de la ciudadanía y cierta despolitización es-timulada por los grandes medios de comunicación, la investigadora argen-tina María Cristina Mata (2002: 73) observa: “Junto a esa ciudadanía que pugna por desarrollarse y reconfigurar lo político y los modos de pensar el poder, desde el mercado mediático se busca diluir toda posibilidad de reconstrucción de lazos y proyectos comunes”.

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Los “personajes” del relato

buen corazón, quienes “con su afable intervención de hombre a hom-bre hacen de la miseria socialmente reproducida casos individua-les y curables”. Esta formulación alcanza, quizá, su más radiante virulencia cuando los autores señalan: “La insistencia en el buen corazón es la forma en que la sociedad confiesa el daño que hace” (Adorno y Horkheimer, 1988: 18).

Se necesitan dadores de sangre

A propósito de la noticia que atiende la estricta situación de “víctimas” individuales, podemos reconocer cierto funcionamiento prototípico de este fenómeno alrededor de los llamados “casos de in-seguridad”. Por cierto, en ellos adopta un estatuto particularmente relevante la afirmación del antropólogo peruano Danilo Martuccelli (2007: 28), para quien “el testimonio individual suscita […] la emo-ción individual”.

Observemos primeramente que, al momento de ofrecer dicho testimonio individual, el noSotRoS que emite la noticia televisiva frecuentemente resigna el cetro discursivo y cede la palabra a la víctima, con lo que renuncia al monopolio del uso del aparato formal de la enunciación.

¿Qué fenómeno de orden simbólico habilita, en esos casos, la cesión de la palabra por parte del conductor del noticiero? Lo que faculta dicho traslado enunciativo es cierto desequilibrio de legitimi-dades. Pocas cosas más genuinas, se presume, que el dolor de quien ha perdido a un familiar directo “por culpa de la inseguridad”, y que

–según la vigente gramaticalización de las emociones– “tiene la va-lentía” de expresar ese dolor por televisión. La descarnada autentici-dad de su testimonio le confiere, en ese punto, una legitimidad mayor que la del más reconocido y afamado conductor de noticiero. En tal sentido podemos afirmar que, desde el punto de vista de la configu-ración enunciativa, el testimonio individual de la víctima (es decir, de

–quien podría haber sido– uno de uStedeS) relega –porque sobrepasa– la legitimidad del noSotRoS que emite la noticia televisiva.

Desde luego, frente a un crimen, sería desatinado impugnar el derecho de los familiares a manifestar públicamente su dolor. Sin

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embargo, con el presunto afán de honrar ese derecho a la palabra, la información televisiva en ocasiones fomenta situaciones de interlo-cución por demás conflictivas; tal como ocurre cuando, a ciudadanos comprensiblemente desbordados por una intensa conmoción, se los consulta sobre –por ejemplo– la validez o eventual modificación de ciertas leyes penales.

En este punto, reafirma su vigencia la estimación de que los medios no articulan el compromiso social con la razón, sino con la emoción. Circunstancia particularmente espinosa en el tipo de in-tercambio mencionado, desde el momento en que los sentimientos y las leyes mantienen entre sí una relación especialmente problemá-tica. Diríase que jamás un sentimiento o un estado de conmoción han sido buenos redactores o promotores de leyes. Ni el dolor, ni la angustia, ni el miedo. Menos aún el deseo de venganza. No obstan-te, a un padre devastado, a una madre al borde del desmayo, se los enfrenta a un micrófono para que se pronuncien, ante la sociedad y pañuelo en mano, sobre cuestiones que requieren neutralidad, dis-tancia, serena reflexión y mirada despejada.

Pero, justamente, la mirada de estas víctimas de doble rango19 no puede ser despejada. La razón de esta imposibilidad se condensa en la siguiente figura: los ojos arrasados por las lágrimas enturbian especialmente la visión.

De esta controvertida circunstancia nos interesa el sugestivo correlato que favorece. A saber: por regla general, el que “no ve bien” necesita que lo conduzcan.

Escabroso escenario ante el cual, en Occidente, el pensamien-to de derecha históricamente se ha ofrecido como lazarillo. De tal modo, muy frecuentemente, la explotación sentimental deviene ma-nipulación política.20

19. Víctimas no sólo de cierta desgracia familiar, sino también de lo que Sontag (2003: 36) caracteriza como “explotación sentimental”.20. En esta línea se inscribe la siguiente reflexión de Bourdieu (1997), quien a propósito del caso Karina (una niña asesinada en el sur de Fran-cia) señala: “El diario local refiere los hechos, las protestas indignadas del padre y del hermano del padre que organiza una pequeña manifestación local, retomada por un pequeño diario y luego por otro. Se dice: «¡Es atroz, un chico! ¡Hay que restablecer la pena de muerte!». Los políticos locales se mezclan, las personas próximas al Frente Nacional están particularmente

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Los “personajes” del relato

Distinguimos así el significativo aporte que el pensamiento de derecha realiza a la ya referida gramaticalización de las emociones: la conversión del dolor en odio.

Este operativo –en general practicado sobre quienes se pliegan a cierta reprobación estandarizada de la actividad política– exhibe su naturaleza paradójica en el carácter estridentemente político, de-finitivamente ideológico de los pronunciamientos que pregonan sus impulsores, de las iniciativas a las que sus eventuales adherentes son convocados mediante el recurso poco dichoso de acicatear sus más amargos “sentimientos”.

* * *

No obstante, nada es tan oportuno como recalcar que esta fé-rrea y normativa gramática de las emociones no logra petrificar la subjetividad humana; menos aún suprimir lo que tan sólo se halla entrampado en ciertos dispositivos de poder establecidos, algunos de los cuales hoy son objeto de la saludable revisión que podría per-mitir desactivarlos. De hecho, los vigorosos esquemas hegemónicos que con gran facilidad tendemos a interiorizar de todos modos no alcanzan a constituirnos. “El sí mismo es por cierto un proceso y no una estructura”, advierte Martuccelli (2007: 3).

En el curso de dicho proceso, priorizando el “cuidado de sí” por sobre el “conocimiento de sí” (Foucault, 1990), los hombres y las mu-jeres dejamos de someternos a las reglas que nos impone una gra-mática. De esta manera comprendemos que no sólo la cultura masi-va, sino también la vida social general, acusa luminosas rendijas a través de las cuales se deja ver –no siempre nítido, nunca fácilmente accesible– el saludable horizonte de la autonomía.

excitadas. Un periodista de Toulouse un poco más consciente advierte: «Cuidado, es un linchamiento, hay que reflexionar» […] La presión aumen-ta; y al final de cuentas, la cadena perpetua se restablece […] Se ve recons-tituir así una lógica de la venganza contra la cual todo el pensamiento jurídico, e incluso político, se constituyó” (92).

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Aunque no le interesaban el arte, la política ni la ciencia, Esteban Arkadievich profesaba firmemente las opiniones sustentadas por la mayoría y por su periódico. Sólo cambiaba de ideas cuando éstos va-riaban o, dicho con más exactitud, no las cambiaba nunca, sino que se modificaban por sí solas en él sin que ni él mismo se diese cuenta.

No analizaba su manera de pensar ni elegía la forma de sus sombreros ni de sus levitas; las adoptaba porque así pensaba o vestía todo el mundo. Como vivía en una sociedad en que se consideraba como patrimonio de la edad madura el darse a alguna actividad intelectual, las opiniones le eran tan necesarias como los sombreros.

León Tolstoi, Anna Karenina

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TERCERA PARTE

Análisis y derivación

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5. “Decime Cheto” (Asalto con toma de rehenes)1

Pibe chorro no se nace: se hace.Daniel Míguez

Hasta aquí hemos reflexionado, de modo independiente, sobre cuatro categorías analíticas que intervienen en la construcción de la noticia televisiva: temporalidad, ficcionalidad, legitimidad y subje-tividad. Es momento de analizar ahora su funcionamiento conjunto. De hecho, este libro sostiene que, para investigar el texto noticioso, la articulación de dichas categorías compone un esquema teórico cuya eventual operatividad será abordada en trabajos posteriores.

No obstante, en este capítulo presentamos una aproximación a esa tarea que estas páginas dejarán pendiente. Para ello tomare-mos la cobertura televisiva realizada por el canal América del in-tento de asalto a la sucursal Pilar del Banco de la Nación Argentina, del 22 de julio de 2010. Pero antes de introducirnos en dicho análisis, es necesario reponer cierta cronología general del modo en que se originó dicha cobertura.

Pasemos entonces al living, que ya empieza el noticiero.

* * *

A las 12.41 del jueves 22 de julio de 2010, precedidas sus pala-bras por una placa que anuncia “Último momento”, el conductor de América noticias (Guillermo Andino), retoma esa referencia tempo-ral y amplía: “La noticia es de último momento: asalto y toma de rehenes en la sucursal del Banco Nación de la localidad bonaerense de Pilar”. Tras esta presentación de la noticia, el conductor cede la

1. Cobertura noticiosa del intento de asalto con toma de rehenes a la sucur-sal Pilar del Banco de la Nación Argentina (América noticias, 22 de julio de 2010).

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La noticia televisiva

palabra a un columnista (Diego García Sáez), para que éste amplíe la información. Sin embargo, los datos de los que dispone el colum-nista son, por el momento, acotados y especialmente imprecisos. Tal es así que, sin transición, a las 12.42 hay un cambio de plano y es otra la periodista que, de todos modos, presenta otra noticia: un in-forme sobre el juicio al colectivero que, al realizar una maniobra imprudente, “asesinó” a un niño de cinco años.

Dicho informe concluye a las 12.45; la imagen regresa al estu-dio, en donde el conductor del noticiero editorializa la noticia refe-rida a este “asesino al volante”, para luego presentar una investi-gación de América noticias: la producción ha salido a la calle y, “al azar”, ha tomado la matrícula de varios colectivos, de los que luego pudo confirmar que “todos” tenían multas pendientes por infraccio-nes de tránsito.

No obstante, este informe es interrumpido a las 12.50, por lo que el testimonio de un usuario del transporte público queda incom-pleto y su imagen es reemplazada por la placa que anuncia –otra vez– “Último momento”. La imagen retorna al estudio con un plano de Guillermo Andino y un ingrediente novedoso: se ha incorporado una cortina musical que acompaña las palabras del conductor. Se trata de un fraseo cuyo ritmo agitado no sólo estetiza (ficcionaliza) la cobertura informativa, sino que contribuye a producir la tensión que enmarcará, de aquí en más, el relato periodístico. En sintonía con el clima sugerido por esta cortina musical (elocuente aporte a la ya referida gramaticalización de las emociones) las palabras del conductor brotan apremiadas: “Reiteramos esta noticia de último momento. Rápidamente vamos en vivo a la localidad de Pilar. Hay comunicación telefónica, está hablando uno de los delincuentes que tiene a cuarenta personas tomadas como rehenes”.

Tras esta presentación, el noticiero ofrece, en vivo, el segmento que concita nuestro interés en las próximas páginas: inicialmente, un primer diálogo telefónico entre el conductor y el asaltante, en un intercambio accidentado (del que también participa un rehén) que se extiende por tres minutos (de 12.50 a 12.53); luego, a las 12.56, mientras el columnista interactúa con el conductor y dificul-tosamente intenta narrar lo que ocurre, Guillermo Andino advier-te que la línea telefónica ha permanecido abierta. Es entonces que

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Análisis y derivación

interrumpe a su colega y, no sin cierta perplejidad interlocutiva, le pregunta tal vez al asaltante: “Jonathan, ¿estás ahí?”.

¿Cuánto tiempo más llevará?

A propósito de las transmisiones en vivo y de la capacidad del dispositivo televisivo para determinar el curso de los “hechos”, en el capítulo 2 nos referimos a la televisación de partidos de fútbol que no comenzaban hasta que lo determinaba –más que la decisión del árbitro– la demanda institucional del medio que había “comprado los derechos” para emitir el juego. No obstante agregábamos que, si algún impedimento técnico dificultara su televisación, seguramente el partido se disputaría de todos modos. Si bien la televisación de un evento deportivo no constituye estrictamente una noticia, a través de ese ejemplo presentábamos la situación noticiosa de asalto con toma de rehenes, en donde la presencia del medio televisivo podía llegar a resultar aun más determinante.

Debemos ahora introducir un rasgo que distingue definitiva-mente la naturaleza de ambos tipos de transmisiones. Rasgo cuya consideración nos reenvía a la primera categoría analítica que abor-damos en este libro: la temporalidad.

Aportemos, ante todo, la siguiente información técnica: incluido el entretiempo de descanso que separa los dos períodos de juego, un partido de fútbol ocupa 1 hora y 45 minutos.2 Esto permite, sin duda, que los canales que los transmiten en vivo organicen los horarios de su programación sin mayores sobresaltos. Por otra parte, recorde-mos que en el capítulo 1 nos detuvimos en la vocación de apremio que, en nuestro tiempo, ha promovido que el periodismo televisivo de información otorgue especial relevancia al relato de lo que ocurre.

2. Es sabido que el árbitro puede adicionar minutos de juego. De todos mo-dos, aun considerando esta alternativa (nada infrecuente, por cierto), un partido de fútbol ocupa, en todo caso, un lapso inferior a dos horas (salvo en los torneos que contemplan partidos que pueden extenderse treinta minu-tos adicionales o en situaciones extraordinarias como las que determinan la suspensión del juego y, consecuentemente, de su televisación).

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Al respecto –y aquí el eje de nuestro interés en este punto–, la situación de asalto con toma de rehenes televisada en vivo presenta un rasgo distintivo: la imposibilidad de determinar cuánto tiempo ocupará “lo que ocurre”. De allí que este tipo de cobertura televisiva cuente con el atributo de alterar la programación prevista, fenóme-no quizá de menor incidencia si se trata de un canal de noticias,3 pero que adquiere particular relevancia en un canal de aire (como el que emite la noticia que analizamos en este capítulo).

Destaquemos que si toda información de “último momento” pue-de interrumpir la programación habitual de un canal televisivo (aun dentro de un noticiero lo hace, por ejemplo, interrumpiendo un in-forme sobre infracciones de tránsito), la situación de asalto con toma de rehenes puede imponer correlativamente, además, otro tipo de desajustes al vínculo entre la temporalidad efectiva del “hecho” no-ticiado y la pretensión de transmitirlo en vivo.

Como ya señalamos, la noticia que analiza este capítulo fue an-ticipada a las 12.41. Atenta desde entonces la producción del noticie-ro al desenvolvimiento de los “hechos”, recién a las 13.15 el conduc-tor del informativo anunció: “Vamos a hacer la pausa. Si logramos conectarnos nuevamente con Jonathan la interrumpiremos para sa-ber cuál es el siguiente pedido. Hacemos un corte. Estamos viviendo nosotros, desde aquí también, momentos de tensión. Ya volvemos”.4 Esto es: la motivación institucional y periodística de transmitir en vivo la noticia no sólo relegó quizá la tanda publicitaria (en tanto forzó un bloque que ocupó más de treinta y cuatro minutos), sino que a la vez determinó el anuncio de su eventual interrupción si los

“hechos” lo demandaban.5

3. De hecho, en ocasiones un canal de noticias destina su pantalla al “he-cho” en cuestión durante todo su transcurso (ya sea que éste ocupe quince minutos o nueve horas).4. Todos los subrayados en citas que reproducen discurso oral nos pertenecen.5. Algo semejante ocurrió a las 13.29, cuando la emisión del noticiero se disponía a concluir. Sin haber podido informar aún el “desenlace” de la principal noticia de la jornada, Guillermo Andino se despidió anunciando:

“Por supuesto que los vamos a tener informados durante toda la tarde. Aho-ra nos tenemos que ir con el pronóstico del tiempo”. Si bien no nos deten-dremos en él, debemos mencionar otro rasgo de la emisión del noticiero de América que recrea la importancia de la dimensión temporal en referencia

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A propósito del deslizamiento conceptual que implicó, en las úl-timas décadas, que la actividad de informar deje de remitirse bá-sicamente al relato de lo ocurrido y otorgue especial relevancia al relato de lo que ocurre, en el capítulo 1 señalamos que dicho des-lizamiento se vio motivado –entre otras razones no estrictamente técnicas– por la capacidad televisiva de reproducir visual y sonora-mente la instantaneidad. Asimismo destacamos, en ese punto, que la premura que impone la pretensión de inmediatez involucra no sólo a los productores sino también a los receptores de noticias y a la sociedad en su conjunto. Este fenómeno se puede graficar en el primero de los diálogos telefónicos que Guillermo Andino mantuvo en vivo con el asaltante.

De hecho, ese diálogo se produjo luego de las ya citadas (y apre-miadas) palabras del conductor: “Reiteramos esta noticia de último momento. Rápidamente vamos en vivo a la localidad de Pilar”. Sin embargo, el dispositivo televisivo del noticiero no siempre puede cum-plir su permanente y renovada promesa de instantaneidad. Frente a la insistencia del asaltante, quien reclamaba la inmediata presencia de las cámaras televisivas, tuvo lugar el siguiente intercambio:

Conductor: –Lo que te pido es tranquilidad. Nosotros simplemente lo que queremos es dialogar. Y en cualquier momento las cámaras van a llegar.

Asaltante: –No. Yo quiero ahora. Porque tengo a toda la policía afuera.

Diríase que, en ese breve diálogo, no sólo impone todo su rigor la manifiesta dificultad del medio televisivo para satisfacer su prego-nada capacidad de instantaneidad, sino que asimismo se avizora el

al relato de lo que ocurre. Durante los treinta y cuatro minutos que ocupó el bloque desde el primer anuncio de la noticia, el primer diálogo entre el con-ductor y el asaltante se reprodujo dos veces: la primera, en vivo (de 12.50 a 12.53); la segunda, a partir de las 13.03, cuando el conductor anunció:

“Vamos a revivir lo que pasó hace algunos minutos, nada más, en el diá-logo que manteníamos con el delincuente”. No obstante, este intercambio volvió a ser reproducido (es decir: fue emitido por tercera vez), a las 13.23, al regreso de la tanda, pero sin presentación previa. De tal modo que, para el televidente desprevenido, lo que en verdad constituía lo ocurrido había tomado la forma de lo que ocurre.

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modo en que esa eventual capacidad ha encarnado como expectativa social: “Yo quiero ahora”, afirma quien ha incorporado la certidum-bre de que una cámara televisiva cuenta con el atributo de hacerse presente, al instante, donde la información lo reclame.

Pero no es solamente el asaltante quien aspira a que la cámara ejecute su recurrente proclama de –cuando la noticia lo demanda– constituirse de inmediato en el lugar de los hechos. Durante el se-gundo y último diálogo (el que se inicia cuando el conductor pregun-ta: “Jonathan, ¿estás ahí?”), el asaltante cede la palabra a un rehén, con quien el conductor mantiene el siguiente intercambio:

Conductor: –¿Qué tal? Contanos. ¿Ingresaron hace al-gunos minutos allí en la sucursal?

Rehén: –Sí, lo que necesitamos son las cámaras.Conductor: –Sí, las cámaras están yendo para allá.

Imaginate que nosotros nos enteramos recientemente, a partir de…

Rehén: –¿Cuánto van a tardar?Conductor: –…de la policía. Rehén: –¿Cuánto van a tardar las cámaras?Conductor: –Minutos. Minutos, pero ya van a llegar.

Decile que se quede tranquilo, que ya van a llegar. Vos sabés cómo ocurre habitualmente en una crónica policial, cuando hay una toma de rehenes; los móviles tardan en llegar. Esto es en Pilar, ¿verdad?

Reconocemos así, entonces, el modo en que tanto el asaltante como uno de sus rehenes le demandan, al periodismo televisivo de información, los que éste reivindica como algunos de sus rasgos constitutivos: velocidad, rapidez, instantaneidad.

Asimismo, en ese diálogo con el rehén observamos, por parte del conductor, el uso de cierto registro discursivo de mayor familiaridad que la desplegada al interactuar con el asaltante. Este fenómeno se inscribe dentro del patrón enunciativo que, según sugerimos en este libro, organiza la prototípica construcción de la noticia televisiva en el marco de la televisión comercial: De nosotros para ustedes sobre ellos. En tal sentido postularemos que, al dialogar con un rehén, en buena medida el conductor del noticiero se está dirigiendo a –uno de– uStedeS.

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Análisis y derivación

Precisemos el alcance de esta afirmación. En primer lugar ad-vertimos que, aun en el contexto de la tensa situación que atraviesa, para iniciar el diálogo se le destina al rehén una fórmula cordial de saludo: “¿Qué tal?”. Por otro lado, registramos el consabido uso de la tercera persona que, en este caso, alude concreta y formalmente a los asaltantes: “Contanos. ¿Ingresaron hace algunos minutos allí en la sucursal?”. En otro orden, el conductor apela a cierta capacidad de comprensión por parte del rehén (“Imaginate que nosotros nos enteramos recientemente”) y a su conocimiento o cultura general (“Vos sabés cómo ocurre habitualmente en una crónica policial”). Por cierto, ninguna de estas fórmulas de empatía y niveles de complici-dad se insinúa, ni remotamente, en la interacción con el asaltante.

Obsérvese finalmente que, en ese diálogo entre noSotRoS y –quien podría ser uno de– uStedeS, la específica referencia a los asal-tantes (“¿Ingresaron hace algunos minutos allí en la sucursal?”) puede ser articulada con cierto uso social y cotidiano de la tercera persona, ambiguo e impreciso, pero que en todo caso remite a eLLoS: ya sean “los ladrones”, “los mendigos”, “los marginales” o cualquier otra intercambiable entidad externa a la situación de interlocución. Este fenómeno se advierte en el frecuente uso de expresiones co-loquiales como “Entraron por la terraza”, “Piden para drogarse”,

“Duermen en cualquier lado”.

Anacronismos

Durante toda la emisión del noticiero, en el columnista de Amé-rica noticias se observaron las ya referidas dificultades narrativas para informar lo que ocurre. Abundaron las afirmaciones taxativas que, en ocasiones, por el mismo periodista fueron desmentidas sin retractación o bien minutos después (se informa que los rehenes son cuarenta, pero acto seguido se especifica que son cien); o, incluso, dentro de un breve intercambio, el columnista informa que “el delin-cuente” es uno, pero cierra su alocución afirmando que son dos.

A las 12.53, por ejemplo, el columnista anuncia: “En principio, por el detalle que tenemos, es un delincuente que ingresa solo a robar esta sucursal del banco”. Sin embargo, a las 12.54 (sólo un minuto

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después), entre el conductor y el columnista se produce el siguiente intercambio:

Conductor: –Jonathan decía que está solo. Digo: entró solo y armado. ¿Esto es así?

Columnista: –Sí.Conductor: –No se trata de una banda. Columnista: –No se trata, en principio, de una banda, se-

gún el propio detalle que se daba. Claro, ahora se viene algún tipo de negociación por parte de las autoridades. Intentarán ya una comunicación. Imaginate, Guillermo, cómo se trabaja en este tipo de cuestiones. Obviamente la policía, avezada en estos temas, seguramente seguirá muy de cerca la cuestión, teniendo que en cuenta que se habla, ya, por lo menos según el detalle que no están brindando, en principio, autoridades policiales, según el dato, serían dos los delincuentes.6

Un recurso al que apeló el columnista para intentar contrarres-tar esta muy visible dificultad narrativa fue la analogía. En tal sen-tido, a las 12.56 observó: “Haciendo un poco de memoria, me parece que no vivíamos un tipo de situación así, con toma de rehenes, desde el recordado asalto al Banco Río”. Esto es: dadas las elocuentes di-ficultades para narrar lo que ocurre, se remite el “hecho” actual a una noticia del pasado (se apela al relato de lo ocurrido) para, de ese modo, poder pronunciarse con mayor perspectiva de certeza.

No obstante, el carácter forzado de la analogía aflora rápidamen-te, y tres minutos después (a las 12.59), al cotejar la noticia actual con el “célebre” asalto al Banco Río, el columnista debe reconocer que, de todos modos, “aquí se vislumbra otro tipo de situación, otro tipo de carrera delictiva”. De tal manera, tras haber enunciado que el “hecho” presente es parecido a un “hecho” del pasado, el periodista finalmente especifica que, en verdad, es distinto…7

6. Esta modalidad discursiva que incluye desmentirse solapadamente, sin retractarse, puede ser remitida a la ya citada afirmación (véase cap. 1) de Au-benas y Benasayag (2005: 63), para quienes el periodista que informa en vivo procura dar “esa impresión de que él sabe, de que la situación no se le escapa”.7. A este recurso de la analogía (“la lógica del precedente”) se ha referido Champagne (2000) a propósito de la cobertura mediática de las manifesta-ciones estudiantiles francesas de octubre de 1999, fuertemente estigmati-zadas por los grandes medios de prensa: “Los periodistas de televisión […]

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Análisis y derivación

Adviértase que esta apelación a la analogía (finalmente fallida) en cierto modo es validada por el conductor, quien a las 13 retoma los dichos del columnista y a él se dirige en los siguientes términos: “De-cías, Diego, que el último antecedente de estas características –que nos sorprende en vivo– data de bastante tiempo atrás”. Esa sugestiva necesidad de admitir que la noticia “nos sorprende en vivo” parece conceder –si no justificar– la puesta en práctica de recursos narrati-vos no especialmente rigurosos.

Claramente nos enfrentamos allí al impedimento que, a propó-sito del relato de lo que ocurre, impone el ya mencionado requisito de verificabilidad (Farré, 2004). Frente a ello, observamos entonces que un recurso utilizado para combatir dicha dificultad consiste en tra-zar la analogía entre lo que ocurre y lo ocurrido, a fin de reconducir el relato noticioso hacia terrenos de menor incertidumbre.

Pero también exime de la ardua tarea de relatar lo que ocurre ya no emprender el relato de lo ocurrido sino abordar, sin más, el relato de lo que todavía no ocurrió. Actividad que –como señalamos en el capítulo 2– robustece el vínculo entre el relato noticioso y ese compo-nente de ficcionalidad que contiene todo discurso.

Esta última opción narrativa (la de valerse del relato de lo que va a ocurrir) fue puesta en práctica por el conductor Guillermo An-dino cuando, en referencia a la cámara que el asaltante reclamaba telefónicamente (y conjeturando por entonces que los asaltantes eran más de uno), anticipó: “La van a utilizar, suponemos, desde la puerta del banco, para decir que no le han hecho daño a nadie, y posterior-mente se entregarán”.

Ante todo no debemos soslayar que, aun en momentos en que no dialogaba con el asaltante, el conductor no podía descartar la posi-bilidad de que aquél lo estuviera escuchando (es decir: su relato, en principio dirigido a uStedeS, acaso también era recibido por eLLoS).

Y aquí cobra particular relieve la ya mencionada actividad fic-cionalizante de construir el acontecimiento, encarnada en este punto bajo la forma del relato que intenta narrar (¿producir?) un “hecho”

probablemente tenían presente el recuerdo de las manifestaciones liceístas y estudiantiles de noviembre de 1986, que también habían comenzado, hacia la misma época escolar, con una huelga limitada a un solo establecimiento” (52).

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futuro deseable: a saber, que los asaltantes se dirijan hacia la puerta del banco y se entreguen sin lastimar a nadie.

Reconocemos entonces, a propósito de las dificultades para infor-mar lo que ocurre, la aplicación de dos estrategias alternativas. Dife-renciadas desde el punto de vista narrativo, ambas comparten lo que designaremos como cierta apelación al anacronismo. Si en el colum-nista del noticiero advertimos el recurso al relato de lo ocurrido (me-diante la analogía con un “hecho” pasado pretendidamente semejan-te), el conductor del programa apela a narrar lo que todavía no ocurrió (bajo la forma de un “hecho” futuro deseable cuyo relato acaso “esté escuchando”, precisamente, quien tiene la potestad de llevarlo a cabo).

Tensa calma

Ese pretendido relato de lo futuro que aspira a construirlo (ese pequeño aporte a la deseable meta de que la misa resulte, finalmente, multitudinaria)8 se inserta en una cobertura noticiosa que atravesó momentos en los que se temió que, por intervención directa del dis-positivo televisivo, los “hechos” tomaran un rumbo particularmente dramático.

Pero antes de referirnos a esos pasajes más bien pantanosos de la cobertura debemos ampliar el alcance de una formulación expues-ta en el capítulo 2. Allí abordamos distintas instancias narrativas en las cuales la cámara trasciende el estatuto de mero objeto de re-gistro; entre ellas nos detuvimos –mediante lo que definíamos como situación de incidencia máxima– en las coberturas informativas en las que la presencia de la cámara determina el curso de los “hechos”.

Llegados a este punto debemos agregar que, en ocasiones, esta capacidad no se reduce estrictamente a las posibilidades técnicas que proporciona la cámara, sino que se traslada a otros componen-tes que nutren el dispositivo televisivo del periodismo de informa-ción. De hecho, éste puede intervenir en el curso de los “hechos” que pretende noticiar aun sin la presencia efectiva de su instrumento de registro visual. Tal el caso de la noticia trabajada en este capítulo, en

8. Véase el capítulo 1.

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Análisis y derivación

donde los “hechos” se fueron desarrollando en función de la interven-ción activa del dispositivo televisivo, aun antes de que las cámaras se constituyeran en el lugar de los hechos. Dicha intervención se produ-jo mediante comunicaciones telefónicas emitidas en vivo.

Atravesemos entonces, ahora sí, la instancia acaso más turbu-lenta de la cobertura noticiosa analizada. Durante el primero de los intercambios que mantuvieron Guillermo Andino y el asaltante, este último se molesta por una pregunta del conductor:

Conductor: –¿Fuiste a robar el banco?Asaltante: –Sí.Conductor: –¿Solo?Asaltante: –Sí, te estoy diciendo. Qué, ¿estás descan-

sando, vos, conmigo?Conductor: –No, no, no.Asaltante: –Mirá, mirá. Escuchá, eh…

Tras esta “invitación”, el asaltante se desentiende por un momen-to de la conversación con el conductor. Se alcanza a oír, en vivo, que interactúa con los rehenes. Mientras tanto, aunque formalmente se sigue dirigiendo al asaltante, Guillermo Andino advierte sin embar-go que es necesario preguntar: “¿Me escuchás?”. Por toda respuesta se deja oír el martilleo de una pistola, seguido de una contrapregun-ta formulada en tono desafiante: “¿Escuchaste?”. Por primera vez, el conductor vacila. Es ahora el asaltante quien no obtiene respuesta a su pregunta. Entonces insiste, envalentonado por su flamante po-testad interlocutiva: “¿Escuchaste? ¿Eh?”. El conductor asiente con lentitud y parpadea, de modo reiterado y poco televisivo. Es elocuen-te que el requisito profesional que se le demanda lo desborda. Por un momento, se teme que la capacidad creativa del medio televisivo para determinar el curso de los “hechos” exceda lo tolerable.

Sin embargo, como veremos, el objetivo del asaltante es otro.

No soy yo cuando me disgusto

Minutos después de ese tenso diálogo pervive en el conductor del noticiero la inquietud por el tipo de intervención que sobre el

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“hecho” noticiado pueda tener, paradójicamente, su cobertura televi-siva. Tras un intercambio desprolijo con un rehén, Guillermo Andi-no explica:

Bueno, no es fácil. Imagínense ustedes, una persona (no sabemos si es empleado, si es cliente) que está al lado del delincuente que está armado. […] No es fácil tener un diálogo sin saber, si uno dice una palabra de más, qué le puede pasar.

En la misma línea, ya avanzada la emisión (a las 13.10), el conductor reconoce: “Uno intenta ser lo más medido posible para que nada pueda generar una chispa o un enojo”. No es objeto de este trabajo ponderar hasta qué punto el conductor logró ese cometido (sobre el cual, sin embargo, no se privó de formular algún “deseo” en el mejor de los casos confuso…).9 No obstante, durante ese mediodía, el asaltante también mantuvo conversaciones telefónicas en vivo con conductores de noticieros emitidos por otros canales. Durante algunos de esos intercambios, iniciados en tono calmo, en el ánimo del asaltante se fueron abriendo paso la exaltación y la virulencia. En efecto, como apuntamos en el capítulo 2, con posterioridad al

“hecho” algunos rehenes manifestaron que el estado de ánimo del asaltante se alteraba negativamente, en particular, cuando dialo-gaba con los periodistas televisivos. Tal el caso de la rehén Sonia Arrellano, quien esa noche señaló (en el programa televisivo Duro de domar, emitido por canal 9) que el asaltante “se sacaba” cuando hablaba con la prensa, dado que “la conversación con los periodistas lo ponía más nervioso”.10

9. Sin ánimos de postular temerarias conjeturas ni extraer conclusiones a las que no asiste rigor psicológico, en cualquier caso no podemos dejar de citar las ambiguas palabras que el conductor del noticiero de América pro-nunció a las 13.03: “Habrá que tener mucho cuidado, a partir de las futuras comunicaciones, porque uno, lo que no quiere, es que nada malo pase con la gente que está allí” (sic).10. Para el lector que quiera audiovisualizar los pasajes referidos en esta parte de nuestro trabajo, el 24 de julio de 2010 el programa televisivo tvr emitió un informe que reúne este testimonio de la rehén, así como también buena parte de los diálogos analizados que el asaltante mantuvo tanto con

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Análisis y derivación

Observamos, asimismo, que la inquietud suscitada por la ca-pacidad creativa del dispositivo televisivo para determinar el curso de los “hechos” no sólo afectó al conductor y a los rehenes, sino que también arraigó en el propio asaltante. Mientras éste mantenía co-municación telefónica en vivo con otro conductor televisivo (Paulo Kablan, del canal C5N), se lo escuchó interactuar en los siguientes términos con personas que se encontraban dentro del banco:

¡Eh! ¿Qué onda ése? Fijate ése. ¿Es cobani ése? ¿Vos sos cobani? Caminá para acá y tirate al piso. ¡Tirate al piso! ¡Dale! ¡Decile que camine! Y bueno… pero mirá si mientras estoy hablando con las cámaras me mata este gil.

Reconocemos así distintos niveles de inquietud promovidos por la presencia del medio televisivo, en referencia al desarrollo de los

“hechos” que su injerencia podría suscitar: inquietud del conductor del noticiero por la vida de los rehenes, en particular cuando se es-cucha en vivo el martilleo de una pistola; inquietud de los rehenes, quienes temían las consecuencias que la presencia televisiva podía provocar en el ánimo de quien estaba armado y los mantenía cauti-vos; inquietud del asaltante, a quien preocupaba que la “distracción” de atender la demanda de los informadores periodísticos televisivos pudiera provocar que, finalmente, la noticia terminara siendo su propia muerte.

¿Sabés con quién estás hablando?

En general, este tipo de cobertura noticiosa habilita el debate sobre lo que comúnmente se designa como el rol del periodismo. En-tendemos que, ante un “hecho” de estas características, el proceso histórico que ha llevado a que el conductor del noticiero repentina-mente se vea investido con los atributos del negociador o mediador es paralelo a dos fenómenos ya mencionados en este trabajo.

Guillermo Andino como con conductores de otros noticieros (“Asalto y toma de rehenes. ¿Otro papelón mediático? Primera Parte”).

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Por un lado, al proceso de espectacularización en textos mediá-ticos no ficcionales (Carlón, 2004) que mencionamos en el capítulo 2. Por otro lado, al fenómeno de personalización de la información –que trabajamos en el capítulo 3– como producto del cual, desde fines de la década de 1970 y en buena parte de Occidente, a los principales presentadores de los noticieros se les dispensa un tratamiento me-diático que los emparenta a las figuras del espectáculo.

A propósito de este último proceso, debemos preguntarnos cómo opera la legitimidad social del conductor televisivo en la cobertura noticiosa analizada. Para ello nos detendremos en dos rasgos que se destacan en dicha cobertura y que, como señalamos en este libro, intervienen en la construcción y sostenimiento de la legitimidad del conductor.

En primer lugar, asistimos aquí a la plena vigencia del eje O-O (los “ojos en los ojos”), en función del cual la mirada del conductor –incluso durante los diálogos con el asaltante– se dirige de forma casi permanente hacia el televidente (imagen 4). En segundo lugar, debemos destacar la ya referida significatividad del nombre propio del conductor, a la que éste apela en más de una ocasión. Durante el primer diálogo, el asaltante cede la palabra a un rehén, con quien el conductor mantiene el siguiente intercambio:

Conductor: –¿Qué tal, cómo te va? Te habla Andino.Rehén: –Sí. Necesitamos las cámaras de televisión.

Minutos después, durante el segundo diálogo con el asaltante, se produce la siguiente interacción:

Asaltante: –¿Vamos a negociar o no vamos a negociar? Conductor: –Mirá, yo en realidad no soy negociador.

Yo soy Guillermo Andino, soy perio….Asaltante: –Sí, ya sé. Pero hacémela corta. Hablá ahí

con la policía, porque no largo a nadie.

Adviértase que, en cada caso, la alusión al propio nombre pro-pio se inserta en un contexto discursivo en el que la presunta legi-timidad del conductor no parece presidir los intercambios comuni-cativos. De hecho, si en el marco del noticiero el conductor habitual-mente distribuye el uso de la palabra, determina la duración de los

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intercambios, cede paso a los informes, se arroga el beneficio de interrumpirlos, etc., en la noticia sobre la que trabajamos su figura no se ha visto exenta de sufrir cierto tipo de desaire enunciativo, como el que se produce en el siguiente diálogo con un rehén:

Rehén: –Estamos todos bien. ¿Podemos cortar?Conductor: –Están todos bien. Eso es lo importante.

Decile a Jonathan que se quede tranquilo.Rehén: –Bueno, listo.Conductor: –¿Sí?Rehén: –Hasta luego.Conductor: –A ver, pasame con Jonathan, por favor.Rehén: –Está ocupado.Conductor: –¿Qué está haciendo, ahora?

Por toda respuesta se escucha, abrupto, el sonido de un teléfono que se cierra.

En función de esta desautorización deslegitimante de la pala-bra del conductor del noticiero, podemos sugerir que la notoriedad pública del –nombre propio del– periodista televisivo no necesa-riamente contribuye a legitimar su palabra en situaciones en las cuales se requiere, contrariamente, la mera anonimia del genuino mediador, que no tiene nombre propio, que es mero nombre común.11

11. A propósito de la presunta legitimidad que otorga el reconocimiento público, la televisión argentina registra una cobertura noticiosa de asal-to con toma de rehenes particularmente desopilante, como la que ofreció Crónica tv el 13 de diciembre de 1999, cuando un individuo apodado “To-qui” se atrincheró con cuatro rehenes en una oficina del Conicet y reclamó la presencia de las cámaras televisivas. Respecto del asaltante, Cristian Alarcón observa: “Con él había estado conversando un negociador de la Federal […] El hombre no tuvo éxito con los camarógrafos y técnicos de tn y Crónica que hizo llegar al cuarto piso. De caras desconocidas, no le inspiraron confianza a Toqui […] Así fue que entró en escena Jorge Pizarro. Pizarro tuvo que suspender su transmisión cuando el cable no le alcanzó para llegar al cuarto piso y le ganó Crónica. Pero al final tuvo su oportu-nidad. «Pizarro es conocido, acá te lo pongo», le decía a través de la mirilla el negociador al ladrón” (Página 12, 14 de diciembre de 1999; subrayado nuestro). Esta cobertura televisiva adquirió ribetes grotescos cuando el pe-riodista y conductor Claudio Orellano, ante la desconfianza del asaltante (quien no creía que estaba saliendo en vivo por Crónica tv), primeramente pidió a la producción que ponga al aire “Barras y estrellas para siempre” (la pegadiza marcha que identifica al canal); y luego, ante la incredulidad

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“Decime Cheto”

Ahora bien; si la desautorización deslegitimante de la palabra del conductor del noticiero (por parte de un rehén, por ejemplo) cons-tituye un tratamiento excepcional, para el individuo estigmatizado la desautorización de su voz constituye la regla. El “individuo aso-cial” asume, de antemano, la escasa legitimidad atribuida a su pa-labra. Durante el primer diálogo, el conductor se dispone a formular una consulta que el asaltante anticipa y, cooperativo, resuelve:

Conductor: –Decinos una cosa. La gente que está allí, en el interior del Banco Nación….

Asaltante: –¿Querés hablar con uno de acá adentro?Conductor: –¿Me pasás, por favor?

Frente al complejo proceso de victimización involucrado en un asalto con toma de rehenes, la noticia televisiva sitúa a estos últi-mos en el lugar de las (únicas) víctimas. Es con los rehenes, insis-timos, que el dispositivo televisivo estimula la identificación de los televidentes; los rehenes encarnan la representación del uStedeS al que la noticia televisiva está destinada y cuyo bienestar constituye el principal horizonte que afirma perseguir la labor periodística. Tan es así que, durante la cobertura noticiosa que trabajamos en este capítulo, a las 12.52 el conductor le especifica, contundente, al asaltante: “Lo importante es el cuidado de la gente que está ahí adentro”.

La gente es la víctima. ¿Y cómo se recorta, por su parte, al vic-timario? Volvamos sobre el modo en que es presentada la informa-ción: “Reiteramos esta noticia de último momento. Rápidamente vamos en vivo a la localidad de Pilar. Hay comunicación telefónica,

no doblegada del asaltante, convocó al estudio a Luis Roberto González Rivero (el histórico locutor de los resultados de las loterías), de quien el asaltante empezó a imitar su estilo particularmente afectado, como prue-ba de que incluso él podría “hacerse pasar” por el afamado “Riverito”. (Los pasajes aludidos de dicha cobertura han sido incluidos en un informe que el programa televisivo tvr emitió el 24 de julio de 2010, bajo el título “Asal-to y toma de rehenes. ¿Otro papelón mediático? Segunda Parte”.)

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Análisis y derivación

está hablando uno de los delincuentes que tiene a cuarenta perso-nas tomadas como rehenes”.

Junto con la ya mencionada organización enunciativa De noso-tros para ustedes sobre ellos, en estas palabras reconocemos –¿me-nos virulento?– el proceso de estigmatización nominal que anali-zamos en el capítulo 3 a propósito de las palabras del conductor de noticiero Antonio Laje. También en la noticia trabajada en este capítulo el individuo bautizado como “uno de los delincuentes” no es destinatario, directo ni indirecto, de la noticia televisiva. Recorde-mos que, como ya señalamos, el “individuo asocial” no forma parte del esquema de interlocución previsto por el relato noticioso, sino que funciona como su referente.

Sin embargo, en la cobertura que aquí analizamos –y como fue anticipado en el capítulo 4– esta organización enunciativa se trasto-ca. Sencillamente ocurre que, en determinado momento, el referente sobre el que se asienta el relato noticioso se torna imprevisto destina-tario. Retomemos las palabras con las que el conductor presenta la noticia y extendamos el diálogo que se suscita a continuación:

Conductor: –Reiteramos esta noticia de último mo-mento. Rápidamente vamos en vivo a la localidad de Pi-lar. Hay comunicación telefónica, está hablando uno de los delincuentes que tiene a cuarenta personas tomadas como rehenes. A ver, ¿quién está….

Asaltante: –Jonathan Josué Coronel se llama.Conductor: –…del otro lado de la línea? ¿Hola?Asaltante: –Jonathan Josué Coronel se llama el de-

lincuente.Conductor: –¿Vos quién sos?Asaltante: –Jonathan Josué Coronel, te estoy diciendo.

Si bien no es infrecuente que en coberturas televisivas de estas características los conductores de noticiero cedan la palabra a los

“personajes del acontecimiento”, la irrupción enunciativa del sujeto/objeto del relato noticioso aquí registrada cobra particular relieve en el marco de las reflexiones que venimos desarrollando.

En referencia a los procesos de subjetividad que abordamos en el capítulo 4, dos rasgos de este intercambio convocan nuestra aten-ción. En primer lugar observamos que, cuando advierte que su voz

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será emitida en vivo por televisión, las primeras tres palabras que pronuncia el asaltante constituyen su nombre completo (su nombre propio). En segundo lugar destaquemos que, acto seguido, el asal-tante incorpora la designación estigmatizante con la que acaba de ser bautizado y la identifica a su nombre propio: “Jonathan Josué Coronel se llama el delincuente”.12

Hemos señalado ya que el individuo marginal(izado), al ser sometido al discurso estigmatizante, bien puede transformar ese estigma en emblema de identidad. De hecho, el camino que allana la acción simbólica de reconvertir la exclusión en patrimonio emo-cional parece abonado cuando, en el marco de esta cobertura, ya no es el conductor del noticiero sino el propio individuo estigmatiza-do quien, hablando “de sí mismo”, retoma (¿y valida?) las palabras del conductor en la ya citada, penosa, inquietante afirmación: “Jo-nathan Josué Coronel se llama el delincuente”.

Sin embargo, como también ya hemos advertido, al momento de su aparición pública el asaltante pronuncia tres veces su nombre propio. Por cierto, este gesto no deja de resultar, a su modo, auspi-cioso. No obstante, el segundo diálogo que el conductor mantiene con el asaltante se inicia con el siguiente intercambio:

Conductor: –Jonathan, ¿estás ahí?Asaltante: –Sí. Decime “Cheto”.Conductor: –¿Que te diga “Cheto”?Asaltante: –Sí.Conductor: –¿Así te conocen? ¿De dónde sos, Jonathan?Asaltante: –¿Yo? ¿De dónde soy…? No te puedo decir.

Si al iniciar el primer diálogo el asaltante expresa reiterada-mente su nombre propio, ya para el segundo reclama que se lo de-signe mediante una “etiqueta” alternativa. Al día siguiente de este episodio, en un medio de la prensa gráfica leemos:

12. Concluido el intercambio con el asaltante, al momento de retomar y re-petir la información, el conductor vacila en mantener la designación estig-matizante que, finalmente, decide conservar: “Hay como cuarenta personas aproximadamente que fueron tomadas como rehenes por este… eh… delin-cuente que estaba dialogando con nosotros”.

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Análisis y derivación

Finalmente, el joven –que en las cinco horas de toma de rehenes se hizo llamar “Jonathan”, “El Chilenito” y “El Cheto”– salió caminando del banco del brazo de Carlos Aguirre (82), un jubilado que había ido al banco a cobrar. (Clarín, 23 de julio de 2010; subrayado nuestro)

Jonathan. El Cheto. El Delincuente. El Chilenito. Al individuo en el que se registra esta elocuente oscilación a propósito de la “eti-queta” a través de la cual aspira a ser designado (oscilación en la que acaso aniden dificultades para constituir personales procesos de subjetivación), el discurso del periodismo televisivo hegemónico le ofrece una conflictiva versión estigmatizada para que disponga de ella, a lo largo del siempre inacabado proceso de construir, deli-near, definir la propia identidad.

Ojos que no ven

En contraste con las dificultades de orden simbólico para elegir el nombre con el que aspira a ser designado, el asaltante logra, en cambio, manifestar con inequívoca claridad lo que espera, lo que quiere, lo que busca. Exponer este “objetivo” es lo que motiva el último apartado de este capítulo.

Señalemos antes de ello que, junto con la irrupción enuncia-tiva de la “no persona”, los desaires sufridos por el conductor, las diversas desprolijidades en las interacciones, durante la cobertu-ra se registraron también instancias de particular incertidumbre interlocutiva en las cuales –aun en momentos en que Guillermo Andino no dialogaba ni con el asaltante ni con los rehenes– al conductor no le constaba estar dirigiéndose exclusivamente a la teleaudiencia:

Está exhortando a los medios de comunicación a que vayan a la puerta. No sé si nos está escuchando o no. No-sotros, desde aquí, lo que le pedimos es que se quede tran-quilo […] Nada grave le va a pasar a él. Y lo que queremos, Jonathan, es que tampoco nada le pase a la gente que está en el interior de esta sucursal.

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Adviértase que, dentro de un mismo enunciado, el conductor mantiene su postura interlocutiva estandarizada (en función de la cual se refiere al asaltante en tercera persona) pero, a la vez, se dirige al individuo en cuestión y lo llama por su nombre propio.13

Asimismo debemos destacar que, durante todas estas instan-cias enunciativas (cuando interactúa con el asaltante, cuando lo hace con los rehenes, cuando se dirige a la teleaudiencia sin saber si el asaltante lo está escuchando), el conductor no suspende el re-curso del eje O-O, a través del cual mira al espectador “a los ojos”.

En ocasiones, durante los diálogos con el asaltante, el noticiero apela al recurso visual de la “pantalla partida”, que Mario Carlón (2004: 44) incluye entre las “modalidades que organizan las produc-ciones discursivas de los noticieros televisivos actuales”. Nos inte-resa detenernos por un momento en el particular uso que durante la cobertura se ha hecho de este recurso; recurso mediante el cual, por lo general, la pantalla televisiva se desdobla para ofrecer las respectivas imágenes físicas de dos personas que dialogan en vivo.

No obstante, durante los dos diálogos que mantuvieron Gui-llermo Andino y Jonathan Josué Coronel, media pantalla ofrecía la imagen del primero y media pantalla ofrecía… la imagen del frente de la sucursal bancaria. La imagen del conductor del noticiero, en vivo; la del frente de la sucursal, a través de una fotografía (imagen 5). Si bien se escuchan dos voces, sólo se visualiza la figura humana del conductor del noticiero. Al menos por el momento, el asaltante (la “no persona” gramatical del discurso noticioso) no tiene rostro.

Sin embargo, aspira a tenerlo. También para ello necesita las cámaras, por cierto. Durante el primer intercambio que mantiene con el conductor (en su primera “aparición” sonora y en un diálogo que ya reprodujimos), tras repetir por tercera vez su nombre com-pleto el asaltante formula un pedido peculiar:

Conductor: –¿Vos quién sos?Asaltante: –Jonathan Josué Coronel, te estoy diciendo.

Y quiero que me enfoquen y que me miren todos en la tele.

13. A lo largo de toda la cobertura, cuando le habla al asaltante el con-ductor lo llama “Jonathan”; mientras que, cuando habla del asaltante, en general lo llama “delincuente”.

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Análisis y derivación

Quiero que me enfoquen. Quiero que me miren. Esta demanda de visibilidad –cuyas razones este trabajo no intentará reponer– al-canza un particular punto de condensación en el siguiente inter-cambio:

Asaltante: –Yo tengo una bomba acá, tengo dos pisto-las, y estoy tomando de rehén a toda la gente acá adentro. Y quiero que vengan las cámaras, nomás, y que me enfo-quen. Y fue.

Conductor: –¿Cuál es tu objetivo?Asaltante: –Que me enfoquen. Así salgo por la televi-

sión. Y no hay muertes, no hay nada.

Esta muy elocuente demanda de visibilidad puede ser articu-lada con la reflexión que este trabajo ha destinado a las nociones de focalización, noticiabilidad y frame. Este explícito, específi-co, tan sugestivo reclamo de quien logró, por un rato, imponer su visibilidad,14 a su vez reclama que nos preguntemos por qué la noticia

14. Un admirable análisis de esta suerte de imposición de visibilidad por parte del “individuo asocial” que gana protagonismo mediático a través del delito lo ofrece el soberbio film documental Ómnibus 174 (José Padilha, Brasil, 2002). Allí se reconstruye la situación de toma de rehenes en un transporte público de pasajeros, televisada en vivo en la ciudad de Río de Janeiro, en junio de 2000. La ya trabajada incidencia del medio tele-visivo para orientar las conductas de los personajes involucrados y/o para determinar el curso de los “hechos” encuentra notable manifestación en ese film, en virtud de los testimonios que con posterioridad a los sucesos ofrecieron distintos agentes de las fuerzas de seguridad brasileñas. Por un lado, uno de estos agentes reconoce que el asaltante “actuaba violentamen-te a causa de las cámaras”, lo que convalida la capacidad del dispositivo televisivo para orientar conductas. Por su parte, un agente de inteligencia afirma –en escalofriante testimonio de la fortaleza del medio televisivo para determinar el curso de los “hechos”– que en las múltiples ocasiones en las que, imprudentemente, el asaltante sacó la cabeza por la ventanilla del ómnibus, alguno de los francotiradores apostados tendría que haberle disparado. Impactando munición de plomo en el triángulo imaginario que demarcan los ojos y la boca –puntualiza el especialista en “seguridad”–, el asaltante habría muerto “en siete milésimas de segundo”, sin posibilidad alguna de reaccionar para herir o matar rehenes: “En esa situación, un francotirador habría sido ideal. Pero la cosa estaba siendo emitida en vivo a todo Brasil. Y el resultado podría haber sido… alrededor de medio kilo de masa encefálica saliendo por la ventanilla del ómnibus. A mí no me gustaría ver eso. A mi familia no le gustaría ver eso. Pero, técnicamente, eso hubiera sido lo mejor”.

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televisiva hegemónica focaliza la eventual peligrosidad del individuo marginal(izado), mientras mantiene “fuera de foco” otros ingredien-tes de su condición; por qué los presuntos disparos que realizó al aire resultan más noticiables que, por ejemplo, la inmediata liberación de niños que ordenó, ni bien se refugió en el banco, quien un mediodía de invierno también nos obligó a que lo miremos un poquito; por qué los frames que promueve la noticia, en el marco de la televisión co-mercial, tan asiduamente reducen la naturaleza de los fenómenos y la caracterización de los individuos al “marco” estrecho, falaz, cruel, riesgoso que delimita la turbia ventana del discurso estigmatizante.15

15. De todos modos, resta preguntarse si dicha “demanda” requiere, para su efectiva implementación, la exhibición de armas de fuego y la amenaza

–falsa– de portación de una bomba. En el marco de su reflexión sobre los modos de obtener notoriedad que habilitan el “pasaje a la tele”, Aubenas y Benasayag (2005: 37) observan: “Para lograr de un golpe el rito de pasaje, hay un camino que parece el más seguro. Devenir verdaderamente amena-zante. Aquel especialista en informática que había tomado de rehenes a los niños de una escuela maternal en Neuilly había administrado sus relacio-nes con la prensa como uno de los aspectos estratégicos de su operación. En sus reivindicaciones, pretendía encontrar al periodista más conocido de la cadena más grande. Abatido por la policía, este hombre dejó documentos donde explicaba que, luego de un licenciamiento que estimaba abusivo, sólo el reconocimiento público, y por ello mediático, podría, a pesar incluso de la repulsión, restituirle una forma de dignidad” (subrayado nuestro).

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6. Postales de la Argentina “fragmentada”

Jamás hubo individuos aislados; la sociedad es más antigua que el hombre.

Gustav Landauer

En el vasto espacio simbólico que habitamos, desde hace algunos años prospera un tópico muy significativo. No especialmente novedo-so ni exclusivo del tiempo que nos toca vivir, hoy ha ganado particu-lar amplificación. Nos referimos al señalamiento de quienes asegu-ran que la sociedad argentina se encuentra dividida, fragmentada.

Al respecto se ponderan las causas, se atribuyen responsabili-dades, se lamenta el presunto carácter disruptivo de lo que se enun-cia como una constatación. Sin embargo, raramente se contempla el entramado simbólico y sociocultural del que proviene y en el que se inserta esta suerte de diagnóstico mediático. Por supuesto, este libro no pretende llevar a cabo esa tarea que lo desborda. Sin embar-go, las reflexiones que nos disponemos a formular reclaman su lugar en el seno de ese debate.

Entre ustedes y ellos

Retomemos el esquema interlocutivo que propusimos en este li-bro para caracterizar la construcción de la noticia televisiva: De no-sotros para ustedes sobre ellos. Esta disposición enunciativa (que en el periodismo televisivo hegemónico se verifica de modo impla-cable) presenta entre sus características más relevantes la de for-mular una permanente apuesta a la fragmentación social. Esto es: en el marco de la televisión comercial –y como ya desarrollamos en el capítulo 4– el periodismo informativo corporativamente abona la fragmentación estructural de la sociabilidad entre uStedeS y eLLoS.

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La noticia televisiva

Si hasta aquí hemos sugerido que la noticia televisiva es un tipo de discurso que prototípicamente se dirige a uStedeS, será necesario considerar ahora qué posicionamiento adopta el discurso televisi-vo (y, sobre todo, qué noción de comunidad promueve) cuando sitúa como destinatarios –si es que lo hace– a eLLoS. Es decir, cuando se dirige a los sectores más desprotegidos de la sociedad.

Entre ellos

Es una creencia bien arraigada en la ideología dominante que la búsqueda del éxito y la felicidad pasa menos por los lazos construidos con los otros que por la capacidad de salir del montón.

Eric Klinenberg

La perdurabilidad que detenta la noción de hegemonía, ya en-trado el siglo xxi, puede ser rastreada en la recurrente apelación que se realiza a la categoría de sentido común. En el medio televisivo, el uso extendido de esta figura frecuentemente procura naturalizar determinada configuración ideológica, revistiendo intereses particu-lares de tal modo que se exhiban e incorporen como intereses comu-nes, cuando no como intereses universales.1

Por otra parte, en el marco de la televisión comercial –y bajo el pretendido amparo ético que brinda, justamente, estar reponiendo el mero sentido común– uno de los rasgos descollantes que presiden

1. De tal manera, mediante dicho mecanismo, en numerosas ocasiones se refrenda una situación de avasallamiento a través de la validación que otorga –nada menos– el presunto consentimiento de los avasallados. En este sentido, Stuart Hall (1981: 11) destaca que el filósofo italiano Antonio Gramsci “redefine todo el concepto de poder dando pleno peso específico a sus aspectos no coercitivos”. Se trata de un poder que ya no procede –sólo– mediante la fuerza, sino que gana legitimidad (y consecuente eficacia) al amparo de lo que recibe la inadecuada denominación de consenso. En tal sentido, no puede ser desatendida la elocuente impronta que los sectores favorecidos imponen a la producción mediática comercial. Al respecto, Hall observa: “En las condiciones de la producción capitalista también los medios del trabajo intelectual son expropiados por las clases dominantes” (4).

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Análisis y derivación

la ya referida gramaticalización de las emociones es el cultivo de distintas variantes de individualismo.2

Diríase que el medio televisivo en general (y ya no sólo el dis-curso noticioso) fomenta lo que Danilo Martuccelli (2007) caracte-riza como la concepción topográfica de la subjetividad. Remitida al dominio de lo íntimo, esta subjetividad persigue “un deseo y un cuidado de felicidad individuales”, en tanto exalta la muy moder-na diligencia de “cultivar el propio jardín” (4).3 Este operativo, que entraña una matriz fervorosamente ideológica, adquiere un estatu-to particularmente sugestivo cuando se proyecta hacia los sectores más postergados de la sociedad.

Momento. Se nos está corriendo el eje. Parece que tomamos un desvío que nos aparta de la estricta consideración de la noticia televisiva. En el afán de reconocer los modos a través de los cua-les el discurso televisivo se dirige a eLLoS, el camino que tomamos desatiende el relato noticioso, presunto “objeto” de nuestro trabajo. ¿Será que, en tanto la noticia televisiva prototípicamente se dirige a uStedeS, las instancias a través de las cuales se les habla a eLLoS hay que rastrearlas en otros registros, otros textos televisivos que no sean el noticioso? ¿En qué contextos discursivos, en televisión, los destinatarios son eLLoS? ¿Se alude, en esos casos, a la situación de marginalidad que condiciona la vida de sus receptores? ¿El discur-so televisivo contempla eventuales “salidas” que les permitan, a los damnificados sociales, abandonar su precaria condición?

2. El antropólogo francés Marc Augé (1993) destaca que el paso de la modernidad a la sobremodernidad implica tres “excesos”, uno de los cuales es, precisamente, el exceso de individualidad.3. Sumamente interesantes se ofrecen las reflexiones del sociólogo español Fernando Ampudia de Haro a propósito de la importancia que, en el marco de “la civilización reflexiva”, encarna el egoísmo en tanto “valor” reivindicado en distintos manuales de autoayuda. Entre múltiples testimonios nos resulta especialmente significativo –por pavoroso– el siguiente pasaje de la obra El respeto hacia uno mismo, en donde Nathaneil Branden afirma:

“Me propongo demostrar que no es el egoísmo, sino la ausencia del mismo la raíz de la mayoría de nuestros males, que la falta de egoísmo constituye el más importante peligro personal, interpersonal y social que nos acecha y que lo ha sido durante la mayor parte de nuestra historia” (Ampudia de Haro, 2007: 166).

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Quedémonos con esta última pregunta y tiremos de su hilo. En sintonía con cierta lógica propia del sistema capitalista, en forma permanente los grandes canales de la televisión comercial ostentan un estimulante muestrario de “salidas” que les permitirían, a in-dividuos pertenecientes a los sectores más desprotegidos, dejar de habitar la marginalidad. “Salidas” que, sin embargo, desembocan todas ellas frente al mismo altar. A saber, el altar que consagra el privilegio.

Porque, en verdad, en el marco de la televisión comercial, jamás se considera una “salida” para los sectores desfavorecidos, sino para algunos de sus integrantes. El fenómeno de irrestricta particulariza-ción que ya analizamos en el capítulo 4 a propósito del tratamiento mediático de las “víctimas” también opera en referencia a los “afor-tunados”. El beneficio para eLLoS nunca es colectivo. Sólo gozarán de él determinados individuos específicos que porten algún privilegio (en función del cual, quizá, dejarán de padecer un privilegio ajeno). Pero es oportuno subrayarlo: tras esa “salida individual”, el sector social de origen permanecerá inmutable; su propia existencia, en tanto sector estructuralmente relegado, no se verá perturbada.

Un ejemplo clásico proviene del ámbito de la ficción (entendi-da aquí en su sentido convencional) y repercute sobre vastos ima-ginarios sociales. Sin duda no resulta fortuito que, en la trama de innumerables telenovelas prototípicamente destinadas a los secto-res más vulnerables de la sociedad, la joven y humilde empleada doméstica finalmente acceda a la “deseable” meta de casarse con el apuesto muchacho de rica familia.

En tal sentido, afirmaremos que el discurso televisivo contribu-ye a suscitar o conservar, en los sectores desprotegidos, la esperanza de movilidad social. Clave para el mero funcionamiento del sistema capitalista, la expectativa de movilidad social –en verdad siempre huidiza– oficia como una suerte de bálsamo redentor, conforme su renovada promesa de permanente disponibilidad.

Porque de pronto, en cualquier momento, ostentando quizá su “belleza” por todo privilegio, la joven empleada doméstica logra con-quistar el amor del pretendido acaudalado, con lo que deja atrás no sólo su propia vida de infortunios, sino también la de quienes conti-nuarán alojados en la desposesión.

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Pero la “belleza” no es el único motor que habilita la particular noción de movilidad social que promueven los discursos mediáticos hegemónicos.4 Históricamente, la televisión (y los medios en gene-ral) ha manifestado un vigoroso interés en propiciar el talento de nuevas figuras artísticas. Al respecto, muy atinadas se presentan algunas consideraciones que propusieron Theodor Adorno y Max Horkheimer (1988). Entre ellas nos interesa retomar la figura del starlet (“aspirante a estrella”), al que la industria cultural siempre se muestra dispuesta a adoptar, en su permanente vocación de mos-trarse a la “caza de talentos”.

Estamos tentados de afirmar que algunas de las reflexiones formuladas por Adorno y Horkheimer durante la década de 1940 anticipan, con sorprendente agudeza, fenómenos mediáticos de cuya magnitud los autores no llegaron a ser del todo contemporáneos. Nos referimos, por ejemplo, a programas televisivos en los que se llevan a cabo, durante meses, concursos de canto a los que se presen-tan miles de aspirantes, fundamentalmente provenientes de los sec-tores populares. Ciclos en los cuales, mediante crecientes procesos de selección (en los que la tarea de los miembros del jurado no dista excesivamente de las incumbencias de un jefe de personal), logran permanecer en la competencia aquellos postulantes que –merced al privilegio de su talento– conformarán un grupo más reducido; ins-tancia que, muchas veces, transmutará el formato del programa en un reality, momento a partir del cual será acaso el televidente quien disponga de la facultad de levantar o bajar el pulgar.

De tal modo irán abandonando la casa (vaya metáfora poco fe-liz…) quienes no gocen del favor del público, hasta que finalmente quede conformada la agrupación musical cuyo doble saldo será, por un lado, un breve paseo por el dudoso estrellato de la masividad para los cinco cantantes elegidos; y, por otro lado, una frustración segura-mente más perdurable para los miles de aspirantes desechados.5

4. Desde luego, partimos del supuesto de que los cánones de belleza que rigen una época emanan de particulares determinaciones culturales, en las que de ningún modo vamos a detenernos en este libro.5. Destaquemos, en otro orden, que en general cada uno de los integrantes finalmente seleccionados de estos grupos musicales reproduce un modelo estético-subjetivo diferente. Si se trata de una formación femenina, por

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Pues bien; más de medio siglo antes de la concreción de em-prendimientos televisivos como el ciclo Operación triunfo, o del “sur-gimiento” de agrupaciones musicales como Bandana o Mambrú (e, incluso, de sus respectivos correlatos inspiradores en el mercado mediático internacional), Adorno y Horkheimer (1988: 14) escribían, en referencia a la figura de la starlet:

Sólo una puede tener la gran chance, sólo uno es famo-so, y pese a que todos matemáticamente tienen la misma probabilidad, tal posibilidad es sin embargo para cada uno tan mínima que hará bien en borrarla en seguida y alegrar-se de la fortuna del otro, que muy bien podría ser él y que empero no lo es jamás.6

La perspectiva de movilidad social –allí su encanto– siempre está al alcance de la mano. Sin embargo, en el marco del sistema capitalista que rigurosamente consagra la televisión comercial, los favorecidos han de ser pocos. “La ideología se esconde en el cálcu-lo de probabilidades”, apuntan con implacable sagacidad Adorno y Horkheimer (1988: 14).

La “buena vida”, claro está, no es para todos. Es una meta se-lecta para cuyo acceso se requiere algún privilegio. Puede ser la Belleza. Puede ser el Talento.

ejemplo, una de las privilegiadas es alta, espigada, de gesto adusto; otra es rolliza, morena, de escasa estatura y franca sonrisa. Diríase que hay un modelo para cada necesidad. De tal modo, los millones de televidentes y las miles de participantes eliminadas podrán seleccionar de este acotado

“menú” la opción de sus preferencias, a fin de activar, eventualmente, su consecuente proceso de identificación.6. A propósito de los procesos de identificación allí involucrados, destaquemos que, en este tipo de ciclos, el momento en que una participante eliminada/expulsada “deja la casa” suele ser ofrecido, en vivo, a los televidentes. Muchas veces, esas imágenes muestran en la calle, reunidas en abigarrada muchedumbre y presas también del desconsuelo, a las “admiradoras” que propiciaban la continuidad de la participante desalojada. Algunas escenas que la televisión argentina ofreció en tales contextos nos inducen a formularnos un interrogante que este trabajo no intentará responder: ¿cómo se configura la subjetividad de la chica de quince años que llora desconsoladamente porque quedó eliminada la postulante a la que esperaba ver “triunfar” y con la que, de todos modos, nunca tuvo otro contacto como no fuera el de verla por televisión?

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Ahora bien: ¿y si no se cuenta con ninguna de estas acreditacio-nes? A no desesperar. Todo tiene solución. El privilegio podrá tener otro origen. Si no es la Belleza o el Talento, también podrá ser la Suerte, Dios, el Destino o alguna otra instancia eventualmente ne-bulosa la que conceda el privilegio a quien ha tenido, en todo caso, la constancia de enviar cientos de cupones a un programa televisivo, o la paciencia de esperar junto al teléfono el filantrópico llamado de la famosa conductora.7

Observemos que, en todas las situaciones sociomediáticas rese-ñadas, quien goza del privilegio constituye una excepción. Y como tal se inscribe en el imaginario del cuerpo social. Tanto a la humil-de e hipotética empleada doméstica de la ficción como al humilde participante del concurso de canto y al humilde apostador que gana el millón de pesos, su “éxito” los distingue del sector social del que provienen. Y distinguirse –bueno es recordarlo– no sólo implica dife-renciarse, sino también separarse.

En este sentido, el sociólogo jamaiquino Stuart Hall (1981: 12) observa –retomando a su colega griego Nicos Poulantzas– que una de las funciones generales de la ideología es la de “fragmentar las clases en individuos”. Esto es: lejos de promover que un sector social marginal(izado) destine sus esfuerzos a superar colectivamente su desventura, la televisión comercial contribuye a forjar una subje-tividad en función de la cual detrás de todo vecino se esconde un eventual competidor.

Desde luego, el discurso que promueve la fragmentación entre eLLoS no se origina exclusivamente en los medios. En la crónica que realiza sobre un barrio precarizado de San Fernando, provincia de Buenos Aires, el periodista chileno Cristian Alarcón (2013) recoge el testimonio de un joven llamado Manuel, quien reconoce que él y sus compañeros se encuentran rotulados tempranamente con el estig-ma de la peligrosidad. No es nuestro fin retomar la reflexión sobre el

7. Desde luego, dentro de estas variantes “metafísicas” del privilegio deben ser incluidas las múltiples modalidades del juego y la lotería, a cuya difusión contribuyen profusamente ciertos medios masivos de comunicación. “¿Y si esta vez te toca a vos?”, carraspea Gerardo Sofovich en marzo de 2010, mirando hacia la cámara de medio lado, en el anuncio televisivo de un juego de azar.

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discurso estigmatizante (ya trabajada en el capítulo 4), sino recoger las siguientes palabras del joven en cuestión:

Desde que caímos la primera vez nadie nos quería ver juntos. Los mismos vigilantes les tiran ésa a las madres, les dicen que vamos en cana porque nos juntamos, que si no nos juntáramos, no seríamos así. (Alarcón, 2013: 47; subrayado nuestro)

En esta aterradora apuesta a la fractura de la sociabilidad (“va-mos en cana porque nos juntamos”) se condensa un operativo repre-sivo de larga data que trasciende –pero al que sin duda contribu-yen– los discursos mediáticos. Operativo que impulsa la sistemática desunión de los sectores populares para, de ese modo, fortalecer su debilidad.

Al respecto, nada tan eficaz como lograr que eLLoS busquen dis-tinguirse los unos de los otros. A propósito de la penetración social del discurso que consagra el privilegio, resulta muy particularmen-te sugestivo el pedido que formula –durante un breve diálogo ya re-ferido– el asaltante que preside la noticia trabajada en el capítulo 5:

Conductor: –Jonathan, ¿estás ahí?Asaltante: –Sí. Decime “Cheto”.

Si bien no lo desarrollaremos en el marco de este libro, no podemos dejar de hacer mención del estridente alcance simbólico al que se pro-yecta la circunstancia nada menor de que el individuo marginal(izado) aspire a que se lo denomine –¿aspire a ser un?– “Cheto”.

¿Entre ustedes?

Para cerrar el presente capítulo (y, con él, este libro), retome-mos el tópico que enunciamos al iniciarlo: la sociedad argentina está fragmentada, dividida. Los medios masivos alimentan esta preten-dida certeza por la que, en muchos casos, se responsabiliza directa-mente a específicos sectores del poder político. De hecho, el esquema interlocutivo De nosotros para ustedes sobre ellos pervive aun si se modifican sus roles actanciales. Es decir: para el relato noticioso

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que cierta prensa reproduce cada día, la locación simbólica del eLLoS puede ser ocupada ya no necesariamente por individuos en situación de marginalidad, sino también por el Poder Ejecutivo Nacional. En cualquier caso, sí se mantiene imperturbable el circuito de victimi-zación que estipula que uStedeS (los ciudadanos, los vecinos, la gente) son las víctimas que padecen (“sienten”) los estragos de lo que “ha-cen” eLLoS, los victimarios.

De todos modos, aun si consideráramos que, en efecto, en el tiempo que nos toca vivir la sociedad argentina se encuentra par-ticularmente dividida, bueno sería preguntarse: ¿entre quiénes y quiénes lo está? ¿Cuánto más fragmentada se ofrece hoy nuestra sociedad respecto de la que, por ejemplo, hace apenas trece años en-contró bajo la línea de pobreza a veinte millones de argentinos? ¿No era aquella una sociedad materialmente más fragmentada, conside-rablemente más dividida desde todo punto de vista? ¿Por qué razón entonces, en aquel contexto, los medios hegemónicos no reseñaban esa fragmentación con el énfasis que hoy le destinan?

Para ofrecer un esbozo de respuesta a estos interrogantes ape-laremos, una vez más, a nuestro sugerido esquema interlocutivo. Hemos visto que, entre ustedes y ellos, la fragmentación es profusa-mente alimentada por el relato noticioso dominante. Diríase, por lo tanto, que no reside allí la preocupante desunión nacional que hoy desvela a considerables sectores de la prensa argentina. Menos aún podríamos situar esta alarmada interpelación simbólica en referen-cia al antagonismo entre ellos, al que los medios masivos hegemóni-cos en general contribuyen con rutilante entusiasmo. En tal sentido, tampoco es ésta la fragmentación que tan asiduamente se invoca.

Pues entonces, ¿a qué obedece la enconada insistencia mediá-tica en el carácter tan particularmente fragmentado, tan especial-mente dividido de la sociedad argentina actual? Entre otras razones, quizá ocurre que hoy fracasa la extendida comedia social que, con forzado decoro, mantenía prudentemente resguardadas las diferen-cias entre ustedes.8

8. Acaso también ocurre que, para espanto de ciertas conciencias, hoy por momentos se desdibuja “peligrosamente” la férrea demarcación simbólica que, durante décadas, ha procurado delimitar con rigor los espacios sociales que ocupan uStedeS de los espacios sociales que ocupan eLLoS.

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Cierto que nunca lo ha sido, pero en los últimos años la llamada clase media argentina ha mostrado –a veces con mucha elocuencia– que no compone un sector homogéneo. Un sector que, hasta no hace mucho, en cuestiones de gobierno manifestaba discrepar, en general, sobre matices coyunturales. Muy por el contrario, somos hoy con-temporáneos de un proceso simbólico y político al que caracteriza una inusitada capacidad de involucramiento. Un proceso que, cada día, exhibe la imperiosa necesidad de asumir la estrecha conexión entre la vida colectiva de la sociedad y la vida personal de los ciuda-danos, desde siempre indisociables, tantas veces desagregadas.

En tal sentido, para ese sector por fin visiblemente heterogé-neo (que en este breve libro remitimos a la esquemática figura del uStedeS) la vida social hoy se nutre de la riqueza y diversidad que le aportan los múltiples debates que, cada día, agitan las aguas (no hace mucho semiestancadas) del pensamiento político y cultural. Por otro lado, para los integrantes de ese sector (a los que ningún po-lítico ni funcionario podrá nunca jamás enfrentar, si es que a ellos no los enfrenta previamente alguna oculta diferencia de origen), la vida propia, personal, individual, hoy afronta el estimulante desafío cotidiano que le proporciona una circunstancia por demás novedosa: frente a cada posicionamiento al que suscribe, a cada medida polí-tica, real y concreta que decide apoyar o rechazar, con fervor o con desgano, entusiasta o apático, el ciudadano argentino, aquí sí, efec-tivamente enfrenta –cuando su conciencia no le reclama que lo evite– la experiencia vital, reveladora, de no poder sustraerse al veredicto implacable del espejo.

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