nie kantshaietsa sweetheart

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Nie kantshaietsa sweetheart Published on Centro Onelio (http://www.centronelio.cult.cu) Nie kantshaietsa sweetheart Por: Enzzo Hernández [1] Alma decidió que ella misma compraría las flores. Quién más podría hacerlo, valoró pensativa. Vive sin otra compañía que un balcón repleto de begonias. La casa que antes fue canto y luz por todas partes, resiste los embates del tiempo y, sobre todo, de alienación que se produce tras pérdida la prematura del ser amado. A su pesar, sigue siendo una mujer alegre que cada año, en el día de fieles difuntos, compra flores y las lleva a la tumba de Clarissa. Así pasa todo el día. Primero arranca las malas yerbas y luego se queda horas en silencio, contándole muchas cosas: del cielo; de las ráfagas de aire huracanado que la sacan a cantar al patio; de sus begonias; de cada pequeño milagro que acontece. Y tiene la certeza de que Clarissa la escucha con calma. A la hora de abandonar, si logra estarse quieta, puede sentir a un costado del pecho el beso puntual de la Señora Dalloway. Nadie sabe del todo cómo llegó a enamorarse Clarissa Dalloway de Alma Rubens. Mucho menos cómo vinieron a parar a La Habana, a la casita en la costa. Estos detalles han quedado suspendidos en alguna región desafortunada del tiempo y el espacio. Lo que sabe es que un día Alma y Clarissa abrieron la diminuta imprenta que lleva el mismo nombre (Alma & Clarissa), y vivieron felices por muchos años. En aquellos tiempos en los que la Señora Dalloway no hablaba nada de español, Alma la enamoraba en francés y Clarissa le hacía el amor a la inglesa (con una precisión naturalista, y unos aromas verdioscuros, y un sabor imborrable a té de las cinco), y todo esto encantaba el corazón de Alma, que verdaderamente había encontrado su alma gemela en otra mujer. Una mujer inglesa nacida en las aguas de un río, de sexo fragante y mirada estival. Finalmente lo único de español que habló Clarissa, fue una frase diminuta que le escribió Alma sobre la pared del baño, que decía en letras lilas: Nunca se acaba, mi amor. A cada rato se le veía entonar aquellas palabras, las repitió hasta que logró decirlas como una habanera, contemplando el mar, pensando en la otra isla que había abandonado. Una tarde, mientras Alma recibía el primer aguacero de mayo en el patio, desnuda, sintió un canto lejano, como la muerte de un ave. Cuando llegó empapada a la salita de servir el té, encontró a Clarissa tirada en el suelo en medio de un desorden de azúcar, trozos de porcelana y cucharitas para moka. Entonces tenía sesenta años y aún estaba tan bella como en las noches de fiesta de Londres, o como en las tardes junto a la playa de La Concha en Marianao. Tan serena en el suelo de mármol que recordaba alguna canción tristísimo. Desde entonces Alma cerró la pequeña imprenta, y dejó el trabajo editorial en manos de las grandes industrias. Se acostumbró a vivir a solas con sus begonias, con los libros de Clarissa, sus camafeos hermosos y otras bisuterías. También adoptó la costumbre de visitar el cementerio. Sobre todo en los días de fieles difuntos, los días como hoy. Por eso sale pronto a la calle. Ha logrado comprar unos lirios muy frescos, piensa que a Clarissa le hubieran gustado las peonías blancas en lugar de lirios. Alma descubre que la calle está vacía, y cree que se debe a los nubarrones. Vive a pocos metros del barrio de los rusos. Casi nunca atraviesa esa calle, pero hoy siente los deseos de hacerlo. Piensa mientras camina hacia el cementerio. Apura el paso, no vaya a ser que la lluvia la sorprenda. Sentado en el contén está Boris. Observa muy de cerca la boca de su gato, que está llena de hormigas. No sabe cómo ha sucedido. Lo mira tan de cerca que parece que va a agujerearlo con los ojos. Lleva el pecho descubierto y un short de mezclilla claro, casi del color de la nieve. Boris es un niño ruso que esta mañana ha salido en busca de su mascota, y apenas la ha visto, ha sentido deseos de acariciarla y fundirse en la materia yerta del gato. Su padre es ingeniero y su madre peluquera. Pasan el día ocupadísimos y él solo tiene al gato para jugar. Ahora el gato está muerto y Boris no llora ni ríe. Tiene solo diez años, pero en realidad aparenta unos catorce. EL pelo es de un rubio sucio y le cae muy fino sobre las cejas, aún más finas. Parece que su pecho estuviera inflamado, al igual que sus manos, que son del color de la carne congelada. No se relaciona con otros niños. Odia el sol, y sale a la calle solo en días como hoy, nublados y desiertos. Hoy está solo. Los padres salieron y lo dejaron a cargo, como el hombre de la casa. Le dijeron que no saliera y que no abriera la a puerta a nadie, que en día de fieles difuntos había gente grande que hacía cosas malas. La ve acercarse. Le llama la atención su andar de mujer liviana, su rostro apacible y las flores enormes que lleva en las manos. Sabe que de mala educación mirar fijamente a las personas, sobre todo si son mujeres que andan solas. Pero la calle está desolada y nadie lo ve. Boris quiere salir a su Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba. Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera . © Todos los derechos reservados. 2015. deneme Page 1 of 4

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Nie kantshaietsa sweetheartPublished on Centro Onelio (http://www.centronelio.cult.cu)

Nie kantshaietsa sweetheart Por: Enzzo Hernández [1]

Alma decidió que ella misma compraría las flores. Quién más podría hacerlo, valoró pensativa. Vivesin otra compañía que un balcón repleto de begonias. La casa que antes fue canto y luz por todaspartes, resiste los embates del tiempo y, sobre todo, de alienación que se produce tras pérdida laprematura del ser amado. A su pesar, sigue siendo una mujer alegre que cada año, en el día defieles difuntos, compra flores y las lleva a la tumba de Clarissa. Así pasa todo el día. Primero arrancalas malas yerbas y luego se queda horas en silencio, contándole muchas cosas: del cielo; de lasráfagas de aire huracanado que la sacan a cantar al patio; de sus begonias; de cada pequeñomilagro que acontece. Y tiene la certeza de que Clarissa la escucha con calma. A la hora deabandonar, si logra estarse quieta, puede sentir a un costado del pecho el beso puntual de la SeñoraDalloway.Nadie sabe del todo cómo llegó a enamorarse Clarissa Dalloway de Alma Rubens. Mucho menoscómo vinieron a parar a La Habana, a la casita en la costa. Estos detalles han quedado suspendidosen alguna región desafortunada del tiempo y el espacio. Lo que sabe es que un día Alma y Clarissaabrieron la diminuta imprenta que lleva el mismo nombre (Alma & Clarissa), y vivieron felices pormuchos años. En aquellos tiempos en los que la Señora Dalloway no hablaba nada de español, Almala enamoraba en francés y Clarissa le hacía el amor a la inglesa (con una precisión naturalista, yunos aromas verdioscuros, y un sabor imborrable a té de las cinco), y todo esto encantaba elcorazón de Alma, que verdaderamente había encontrado su alma gemela en otra mujer. Una mujeringlesa nacida en las aguas de un río, de sexo fragante y mirada estival. Finalmente lo único deespañol que habló Clarissa, fue una frase diminuta que le escribió Alma sobre la pared del baño, quedecía en letras lilas: Nunca se acaba, mi amor. A cada rato se le veía entonar aquellas palabras, lasrepitió hasta que logró decirlas como una habanera, contemplando el mar, pensando en la otra islaque había abandonado. Una tarde, mientras Alma recibía el primer aguacero de mayo en el patio,desnuda, sintió un canto lejano, como la muerte de un ave. Cuando llegó empapada a la salita deservir el té, encontró a Clarissa tirada en el suelo en medio de un desorden de azúcar, trozos deporcelana y cucharitas para moka. Entonces tenía sesenta años y aún estaba tan bella como en lasnoches de fiesta de Londres, o como en las tardes junto a la playa de La Concha en Marianao. Tanserena en el suelo de mármol que recordaba alguna canción tristísimo.Desde entonces Alma cerró la pequeña imprenta, y dejó el trabajo editorial en manos de las grandesindustrias. Se acostumbró a vivir a solas con sus begonias, con los libros de Clarissa, sus camafeoshermosos y otras bisuterías. También adoptó la costumbre de visitar el cementerio. Sobre todo enlos días de fieles difuntos, los días como hoy. Por eso sale pronto a la calle. Ha logrado comprar unoslirios muy frescos, piensa que a Clarissa le hubieran gustado las peonías blancas en lugar de lirios.Alma descubre que la calle está vacía, y cree que se debe a los nubarrones. Vive a pocos metros delbarrio de los rusos. Casi nunca atraviesa esa calle, pero hoy siente los deseos de hacerlo. Piensamientras camina hacia el cementerio. Apura el paso, no vaya a ser que la lluvia la sorprenda.Sentado en el contén está Boris. Observa muy de cerca la boca de su gato, que está llena dehormigas. No sabe cómo ha sucedido. Lo mira tan de cerca que parece que va a agujerearlo con losojos. Lleva el pecho descubierto y un short de mezclilla claro, casi del color de la nieve. Boris es unniño ruso que esta mañana ha salido en busca de su mascota, y apenas la ha visto, ha sentidodeseos de acariciarla y fundirse en la materia yerta del gato. Su padre es ingeniero y su madrepeluquera. Pasan el día ocupadísimos y él solo tiene al gato para jugar. Ahora el gato está muerto yBoris no llora ni ríe. Tiene solo diez años, pero en realidad aparenta unos catorce. EL pelo es de unrubio sucio y le cae muy fino sobre las cejas, aún más finas. Parece que su pecho estuvierainflamado, al igual que sus manos, que son del color de la carne congelada. No se relaciona conotros niños. Odia el sol, y sale a la calle solo en días como hoy, nublados y desiertos. Hoy está solo.Los padres salieron y lo dejaron a cargo, como el hombre de la casa. Le dijeron que no saliera y queno abriera la a puerta a nadie, que en día de fieles difuntos había gente grande que hacía cosasmalas.La ve acercarse. Le llama la atención su andar de mujer liviana, su rostro apacible y las floresenormes que lleva en las manos. Sabe que de mala educación mirar fijamente a las personas, sobretodo si son mujeres que andan solas. Pero la calle está desolada y nadie lo ve. Boris quiere salir a suCentro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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paso y decirle que la ama, aunque es un niño, a pesar de que ni sabe quién es él mismo, de que nocree ser Boris, el hijo de sus padres, el niño ruso de la cuadra. Pero algo lo detiene, tal vez el miedode no ser entendido. Entonces vuelve a contemplar sus piernas. Su tez oscura y los ojos rasgados. Elniño siente una atracción hacia aquella desconocida, que de tan intensa se vuelve inefable. Y creeahogarse en ese sentimiento. Necesita correr y tomar su mano. Ser rescatado del padre ingeniero, lamadre peluquera, ser rescatado de su propia vida que no entiende, y que presiente jamás entenderási no corre con la mujer desconocida, que es Alma Rubens, que va rumbo al cementerio, a ponerflores en la tumba de la única persona que ha amado.Como una ventisca helada que mueve los pinos, el aire de noviembre rozó la mejilla de Alma. Esto lahizo voltear el rostro, y percatarse de la presencia de Boris, que la miraba con unos ojos oscuroscomo el fondo del Baikal. Esta imagen, que era más como un icono trazado por las manos de unsanto, le resultó providencial. Ese fue el instante en que reconoció, llena de espanto al principio, queClarissa Dalloway moraba el cuerpo del niño. Sostuvieron las miradas un instante. Al principio Almano estaba segura, creyó haberse dejado engañar por los nervios. Pero luego fue evidente. Sentíabajo la piel cómo se excitaba cada poro cuando la miraba Clarissa desde los ojos de Boris. Porsegunda vez recurrieron a mirarse fijamente. No había dudas para ella. Entonces, parada junto a laacera, le extendió una mano temblorosa al niño. Este dudó unos segundos en levantarse, parecíamás bien que una corriente ligera se movía por todo su cuerpo, como cuando se está en el umbralde algo que ha de cambiar la vida. El niño se levantó al fin y agarró la mano que le brindaba Alma. Alcontacto, las dos pieles se incendiaron inmediatamente, luego dieron la vuelta y caminaron ensilencio. El trayecto hasta la casa de Alma fue corto, apenas dos cuadras y media. Cuandoestuvieron dentro, Boris corrió a desnudarse y tenderse sobre la cama. Alma contempló todo elcuadro desde una mecedora de mimbre en la que acariciaba su cuello y sus senos. VerdaderamenteClarissa se movía a través del niño, que en una danza ofrecía las axilas sin vellos y el pubis cubiertode una pelusa suave del color del heno. Allí hicieron el amor, como antaño. Solo que esta vez nohubo frases en alemán, sino un tibio temblor por parte de Boris, cuando terminaba en el interiorenorme de la Señora Rubens. Luego cayeron rendidos en un sueño aún más raro que los sucesos deldía.Durante la madrugada tres graznidos de lechuza despertaron al niño. Alma estaba echadaenteramente sobre el cuerpo de Boris, con sus carnes pesadas y añejas. La sensación de asfixia eraenorme, y parecía no reconocer el lugar en el que se encontraba. Entonces, por primera vez, Borislloró con amargura, porque también por primera vez se hallaba totalmente perdido. Logró zafarsedel abrazo de ostra en el que Alma casi lo ahogaba, y se dirigió aún sin ropa hasta la puerta.Forcejeó unos segundos y comprobó que estaba cerrada con llave. En ese momento Alma se levantóy vio al niño llorando en el suelo. Corrió a abrazarlo y entonces, temiendo que Boris (o Clarissa)estuviera atravesando un ataque de pánico y quisiera escapar, lo agarró vigorosamente y lo encerróen una cisterna que había bajo la escalera.La cisterna tenía pocos metros de profundidad, aunque era muy estrecha y oscura. A pesar de quehabía estado en desuso desde la muerte de Clarissa, aún era húmeda. Boris gritó los primeros días,hasta que fue adaptándose a recibir la comida a través de un balde que alma le suministraba. Seesmeraba en prepararlos platillos más deliciosos y más gustados por la Señora Dalloway, y losbajaba dentro del balde haciendo girar una rondana. Los platos regresaban limpios, casi pulidos porla lengua del niño. Así se percataba Alma Rubens de que el espíritu de Clarissa aún no habíaabandonado al niño ruso.Pasaron algunos días y Alma salió a comprar rosas. Encontró carteles por toda la calle con los datosde Boris. Anuncios que habían escrito los padres, en un intento desesperado por recuperar al niño. Alregresar colocó las rosas en un jarrón con agua y saludó a Boris con un Buenos días mi amor.Cuando creyó que al fin Clarissa se había asentado en el cuerpo del niño, lo hizo subir izando lacuerda en la rondana. Boris había recuperado su expresión amable. Alma pensó que no se habíaequivocado. Entonces agarró las perlas preferidas de Clarissa y ase las puso a Boris, que la mirabacon alguna pena. También tomó los mantos de seda fucsia y las sortijas y pulseras y corsés paraarroparlo. Puso alguna resistencia al principio, pero finalmente Alma logró apretarle el torso en aquelcorsé endemoniado. El niño chilló como los animales indefensos, como los niños que son devoradosen la casa itinerante de Baba-Yaga. Alma Rubens, encolerizada, agarró una rosa y extirpó una de susespinas, luego la clavó en el pequeño pene de Boris, que guardó un silencio rotundo. Parecía que laespina hubiera cercenado las cuerdas vocales del chico, porque verdaderamente gritaba pero no seescuchaba sonido. Solo la expresión y el grito mudo. Al rato sintieron unos gemidos débiles, y elgotear hacia el suelo desde el pene del niño. Como el bulbo de una flor que sangra, así lucía elmiembro perforado del chico.Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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Afuera la lluvia arrasaba los jardines. Boris estaba hecho un ovillo en el suelo, junto a la puerta,acaso implorándole a su dueña que lo dejara ir. La Bruja Yaga quería devorar cada uno de sus brazosprimero, y luego, tal vez, dejarlo ir. Con rostro sobrio Alma se acercó al niño. Boris volteó la cara,lleno de miedo. Ella lo besó en la mejilla. Él, entonces, agarró la oreja de Alma y le susurró unaspalabras en ruso, varias veces.Nie kantshaietsa… Nie kantshaietsa… Nie kantshaietsa…Alma Rubens abrió la puerta y advirtió que solo se divisaba una gran oscuridad. La lluvia invadía lacasa. Entonces permitió que Boris se largara.Cuando quedó sola pensó: Si ahora muriese, sería extremadamente feliz. Y tras unos minutos salió ala calle también. Llevaba las rosas en una mano. Recién recordaba que no había puesto flores esteaño a la Señora Dalloway. Y, bajo la lluvia, siguió su camino hasta el cementerio municipal. Si no lohacía, el alma de Clarissa no la dejaría dormir esta noche.

Premio César Galeano - 2012 [2]

[3]

[4] PREMIOEl bote [5]Por: Maryam Camejo [6]

MENCIÓNLa caza [7]Por: Melissa Cordero Novo [8]

MENCIÓNNie kantshaietsa sweetheart [9]Por: Enzzo Hernández [1]

Jurado: Germán Piniella [10]Caridad Tamayo Fernández [11]Ahmel Echevarría Peré [12]

Source URL (modified on 28 Mar 2015 - 10:03pm): http://www.centronelio.cult.cu/cuento/nie-kantshaietsa-sweetheart

Links[1] http://www.centronelio.cult.cu/escritor/enzzo-hern%C3%A1ndez[2] http://www.centronelio.cult.cu/premio/cesar-galeano/2012[3] http://www.centronelio.cult.cu/print/3375[4] http://www.centronelio.cult.cu/printpdf/3375[5] http://www.centronelio.cult.cu/cuento/el-bote[6] http://www.centronelio.cult.cu/escritor/maryam-camejo[7] http://www.centronelio.cult.cu/cuento/la-cazaCentro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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[8] http://www.centronelio.cult.cu/escritor/melissa-cordero-novo[9] http://www.centronelio.cult.cu/cuento/nie-kantshaietsa-sweetheart[10] http://www.centronelio.cult.cu/escritor/germ%C3%A1n-piniella[11] http://www.centronelio.cult.cu/escritor/caridad-tamayo-fern%C3%A1ndez[12] http://www.centronelio.cult.cu/escritor/ahmel-echevarr%C3%ADa-per%C3%A9

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