no es tren para paÑuelos -las 4ps del marketing explicadas a un yonki-

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NO ES TREN PARA PAÑUELOS LAS 4PS DEL MARKETING EXPLICADAS A UN YONKI.

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Las 4Ps del marketing, producto, precio, localización (place) y promoción, se pueden explicar de muchas maneras. Una de ellas, la que sirvió, o no, para hacer entender a un toxicómano que aquello que intentaba vender una tarde de verano en un tren de cercanías cualquiera carecía por completo de estrategia.

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  • NOES TREN

    PARAPAUELOS

    LAS 4PS DEL MARKETING EXPLICADAS A UN YONKI.

  • Mes de julio. Barcelona. Subo al tren de las 19:32, abarrotado de caras cansadas. Los ms afortunados han conseguido asiento. El resto nos conformamos con ir de pie agarra-dos a una de las barras superiores que atraviesan el vagn o recostados en alguna de las puertas cuando stas se cierran.

    Una parada. Dos paradas. Tres Paradas. Ya solo faltan cinco para llegar. Justo en ese momento sube al vagn rebosante de tedio un personaje que despierta mi inters, pero no la simpata ajena. Su aspecto es el de un ex politoxicmano: rostro enjuto, ojeras, pmulos marcados y voz desgarrada. Sujeta un bolsa de plstico. Dentro, unos paquetes de pauelos de papel de usar y tirar.

    El hombre mira a un lado, mira al otro y empieza a recitar :

    Por: Enric Romero

    Las 4Ps del marketing explicadas a un yonki.

    NO ES TREN PARA PAUELOS NO ES TREN PARA PAUELOS

  • Mes de julio. Barcelona. Subo al tren de las 19:32, abarrotado de caras cansadas. Los ms afortunados han conseguido asiento. El resto nos conformamos con ir de pie agarra-dos a una de las barras superiores que atraviesan el vagn o recostados en alguna de las puertas cuando stas se cierran.

    Una parada. Dos paradas. Tres Paradas. Ya solo faltan cinco para llegar. Justo en ese momento sube al vagn rebosante de tedio un personaje que despierta mi inters, pero no la simpata ajena. Su aspecto es el de un ex politoxicmano: rostro enjuto, ojeras, pmulos marcados y voz desgarrada. Sujeta un bolsa de plstico. Dentro, unos paquetes de pauelos de papel de usar y tirar.

    El hombre mira a un lado, mira al otro y empieza a recitar :

    Seoras y seores, es triste pedir, pero ms tristes es... UN MOMENTO! Este cuento est muy sobado, pensaba que ya no se usaba como gancho lastimero. Pero sigue: ...no tengo trabajo ni dinero.... La meloda con la que intenta aderezar el discurso an lo empeora. La buena fe con la que intenta convencernos de que merece nuestra limosna se esfuma al ritmo de las estridencias que salen de su laringe castigada por los basucos. l sigue: si me pudieran ayudar con una moneda.... Se entiende que a cambio de un paquete de pauelos de papel: los que lleva en la bolsa. Tras haber terminado el discurso, vuelve a mirar a un lado y a otro del vagn. Avanza por el mismo tratando de captar alguna mirada compasiva o temerosa que le de una moneda. Las caras cansadas que completan el

    cuadro ni le miran. Solamente un nio distrado, sin apenas ser consciente de lo que sucede, lo mira perplejo. Ofuscado, nuestro personaje, el yonki mendigo, hace

    gala de sus malas maneras e increpa a voz alzada a los all presentes, que no apartan la vista de sus telfonos para escuchar ni atender su ofrecimiento: Joder, con los putos mviles!, exclama. Al parecer, su discurso no ha logrado despertar el ms mnimo inters entre los espectadores y decide canalizar su ira hacia el variopinto catlogo de smartphones y tabletas que nutren el vagn.

    -Pero un momento! -le suelto de manera impulsiva a la vez que inconsciente- Es que usted no ha entendido nada, amigo -suavizando el tono de indignacin que me haba brotado inicialmente-. No se da cuenta de que no funciona su mtodo ni el producto que ofrece -el mendigo me mira, perplejo; el resto de los asistentes parecen haber despertado de su invernacin-.

    PROMOTION

    Su discurso, -mi ego me domina- lamen-tablemente, no es lo que esperamos, si lo que pretende es convencernos o seducirnos para que le demos una limosna. O como diramos en trminos comerciales, para que le compremos su producto. No se lo tome a mal, amigo, pero esa cantinela no ha logrado despertar el inters de casi nadie, salvo el de ese nio -sealo al nio, que me mira sorprendido y algo asustado-. Pero coincidir conmigo en que ese nio seguramente no disponga de monedas para darle, a pesar de haber conseguido llamar mnimamente su atencin.

    La forma en que se ha presentado -prosigo- no ha logrado convencer a nadie de los aqu presentes y la prueba es que ninguna de las personas que comparten el vagn con nosotros le ha comprado un solo paquete de pauelos. Por qu? Pues porque su historia es aburrida y falta de inters, amigo. Y con ello no me refiero a que no sea cierta, sino a que no ha logrado conectar con lo que nos interesa ahora a los que estamos aqu. Por eso, unos leen, otros escuchan msica y otros simplemente prefieren mirar por la ventana antes que prestarle atencin.

    No se lo tome como algo personal, pero no puede culpar a su pblico de la falta de inters hacia su producto -sealo la bolsa de pauelos-. Tampoco de que su historia no haya despertado la ms mnima simpa-ta, ni el hecho de que ahora mismo tenga-mos otras preocupaciones que siten los problemas ajenos en un terreno relativo.

    PRICE

    Lo de pedir limosna no se lleva -prosigo, cautivado por lo bien que me est quedando el discurso-. Seguramente no lo hace por gusto, lo s, pero estar de acuerdo conmigo en que no es la mejor de las maneras para conseguir dinero. Dicho de otro modo, no es la mejor forma de venderse a uno mismo. Menos an si consideramos que esto es un tren de cercanas y que son las ocho de la tarde de un asfixiante mircoles. Podra, en lugar de eso, lanzar una oferta que llamara nuestra atencin. Por ejemplo, Dos paquetes por un euro y de regalo una sonrisa. O teniendo en cuenta el calor que hace, podra vender los pauelos junto con un abanico.

    Le aconsejara tambin -voy completa-mente lanzado- que abandonara el discurso lastimero y adoptara una postura ms optimista. Si quiere nuestro dinero, no venga a dar pena. Algrenos la tarde. Hganos olvidar los minutos que llevamos esperando a que el tren arranque o amen-cenos el rutinario trayecto en el que pasa-mos parte de nuestras vidas. En resumen, aporte algo de valor -sentencio con un deje de condescendencia-.

    Tras este discurso, soltado prcticamente sin tomar aliento y sin ser plenamente consci-ente de lo que haca, podan suceder dos cosas, o al menos, es lo que yo esperaba. La primera, que el yonki se abalanzara sobre m, llevado por una furia primitiva y por la impotencia acumulada tras aos de exclusin social. La segunda, que el pblico all presente arrancara en un sincero y complaciente aplauso, como en las escenas tpicas de algunas pelculas americanas excesivamente edulcoradas.

    Como se poda prever, lo que sucedi fue lo siguiente: lleg mi parada y deba bajar s o s, o corra el riesgo de quedar como un palurdo. El discurso me haba absorvido por completo y haba perdido la nocin del tiempo. Baj casi sin pensar, como un autmata que responde a un estmulo conocido, no sin antes echar un ltimo vistazo -con cierto regocijo- a los all presentes y al protagonista de la historia que segua perplejo.

    No s si impresionado por lo que acababa de presenciar o simplemente por la frustracin que senta, el yonki se qued inmvil, mirndome desconcertado. Ausente. Tal vez haba resucitado en l algo que llevaba aos a la sombra de las adicciones: su amor propio.

    El resto de los pasajeros, alucinados por la melodramtica a la vez que heroica situacin, no lograban salir de su asombro. Algunos comentaban muy discretamente la temeridad de la que haban sido testigos; otros sonrean satisfechos de haber esuchado, en boca ajena, lo que ellos pensaban pero evitaban pronunciar.

    Con cara de satisfaccin y de haber cumplido mi deber vi alejarse el tren mientras pensaba para mis adentros: Esta historia la tienes que escribir.

    19:32

  • Mes de julio. Barcelona. Subo al tren de las 19:32, abarrotado de caras cansadas. Los ms afortunados han conseguido asiento. El resto nos conformamos con ir de pie agarra-dos a una de las barras superiores que atraviesan el vagn o recostados en alguna de las puertas cuando stas se cierran.

    Una parada. Dos paradas. Tres Paradas. Ya solo faltan cinco para llegar. Justo en ese momento sube al vagn rebosante de tedio un personaje que despierta mi inters, pero no la simpata ajena. Su aspecto es el de un ex politoxicmano: rostro enjuto, ojeras, pmulos marcados y voz desgarrada. Sujeta un bolsa de plstico. Dentro, unos paquetes de pauelos de papel de usar y tirar.

    El hombre mira a un lado, mira al otro y empieza a recitar :

    PLACE

    -Primero, -resuelvo decidido- fjese en el momento en que ha subido al tren. Cree usted que era la mejor hora para venir a contarnos sus miserias? Todos tenemos nuestros problemas, algunos ms graves que otros, pero no por ello menos impor-tantes -suelto con tono ofendido-. Son casi las ocho de la tarde de un asfixiante mir-coles y la mayora de los aqu presentes solo estamos deseando llegar a nuestro destino para poder disfrutar un poco del tiempo que resta del da. Muchos acabamos de salir del trabajo, tras varias horas aguantando impertinencias que, a diferencia de las suyas, amigo, por lo menos nos sirven para pagar las facturas a final de mes y para darnos algn que otro capricho.

    PRODUCT

    -No se ofenda, -prosigo, crecido por la atencin que parecen mostrar el resto de pasajeros- pero debe de entender que lo que ofrece tampoco es nada del otro mundo. Unos pauelos de papel? Mire, en el tren de las 9:30 de la maana suele pasar una chiquilla que deja al lado de cada pasajero del vagn un paquete como esos que usted, amigo, lleva en la bolsa y una hojita arrugada en el que sintetiza su discurso en tres frases. Tres. La chiquilla pasa, deja el paquete y la hojita; luego vuelve a recoger o bien el dinero o bien lo que ha dejado previamente. Y lo hace sin molestar, de una manera ms respetuosa. Comprende lo que le digo? -el pobre hombre me mira estupefacto-. Si por lo menos ofreciera algo interesante, es posible que lograra mejores resultados. Por ejemplo, subir con una guitarra y tocar una cancin de moda, recitar poesa o simplemente contarnos un chiste. Pero no, usted, amigo, insiste en ofrecer algo poco original, en el lugar equivocado.

    PROMOTION

    Su discurso, -mi ego me domina- lamen-tablemente, no es lo que esperamos, si lo que pretende es convencernos o seducirnos para que le demos una limosna. O como diramos en trminos comerciales, para que le compremos su producto. No se lo tome a mal, amigo, pero esa cantinela no ha logrado despertar el inters de casi nadie, salvo el de ese nio -sealo al nio, que me mira sorprendido y algo asustado-. Pero coincidir conmigo en que ese nio seguramente no disponga de monedas para darle, a pesar de haber conseguido llamar mnimamente su atencin.

    La forma en que se ha presentado -prosigo- no ha logrado convencer a nadie de los aqu presentes y la prueba es que ninguna de las personas que comparten el vagn con nosotros le ha comprado un solo paquete de pauelos. Por qu? Pues porque su historia es aburrida y falta de inters, amigo. Y con ello no me refiero a que no sea cierta, sino a que no ha logrado conectar con lo que nos interesa ahora a los que estamos aqu. Por eso, unos leen, otros escuchan msica y otros simplemente prefieren mirar por la ventana antes que prestarle atencin.

    No se lo tome como algo personal, pero no puede culpar a su pblico de la falta de inters hacia su producto -sealo la bolsa de pauelos-. Tampoco de que su historia no haya despertado la ms mnima simpa-ta, ni el hecho de que ahora mismo tenga-mos otras preocupaciones que siten los problemas ajenos en un terreno relativo.

    PRICE

    Lo de pedir limosna no se lleva -prosigo, cautivado por lo bien que me est quedando el discurso-. Seguramente no lo hace por gusto, lo s, pero estar de acuerdo conmigo en que no es la mejor de las maneras para conseguir dinero. Dicho de otro modo, no es la mejor forma de venderse a uno mismo. Menos an si consideramos que esto es un tren de cercanas y que son las ocho de la tarde de un asfixiante mircoles. Podra, en lugar de eso, lanzar una oferta que llamara nuestra atencin. Por ejemplo, Dos paquetes por un euro y de regalo una sonrisa. O teniendo en cuenta el calor que hace, podra vender los pauelos junto con un abanico.

    Le aconsejara tambin -voy completa-mente lanzado- que abandonara el discurso lastimero y adoptara una postura ms optimista. Si quiere nuestro dinero, no venga a dar pena. Algrenos la tarde. Hganos olvidar los minutos que llevamos esperando a que el tren arranque o amen-cenos el rutinario trayecto en el que pasa-mos parte de nuestras vidas. En resumen, aporte algo de valor -sentencio con un deje de condescendencia-.

    Tras este discurso, soltado prcticamente sin tomar aliento y sin ser plenamente consci-ente de lo que haca, podan suceder dos cosas, o al menos, es lo que yo esperaba. La primera, que el yonki se abalanzara sobre m, llevado por una furia primitiva y por la impotencia acumulada tras aos de exclusin social. La segunda, que el pblico all presente arrancara en un sincero y complaciente aplauso, como en las escenas tpicas de algunas pelculas americanas excesivamente edulcoradas.

    Como se poda prever, lo que sucedi fue lo siguiente: lleg mi parada y deba bajar s o s, o corra el riesgo de quedar como un palurdo. El discurso me haba absorvido por completo y haba perdido la nocin del tiempo. Baj casi sin pensar, como un autmata que responde a un estmulo conocido, no sin antes echar un ltimo vistazo -con cierto regocijo- a los all presentes y al protagonista de la historia que segua perplejo.

    No s si impresionado por lo que acababa de presenciar o simplemente por la frustracin que senta, el yonki se qued inmvil, mirndome desconcertado. Ausente. Tal vez haba resucitado en l algo que llevaba aos a la sombra de las adicciones: su amor propio.

    El resto de los pasajeros, alucinados por la melodramtica a la vez que heroica situacin, no lograban salir de su asombro. Algunos comentaban muy discretamente la temeridad de la que haban sido testigos; otros sonrean satisfechos de haber esuchado, en boca ajena, lo que ellos pensaban pero evitaban pronunciar.

    Con cara de satisfaccin y de haber cumplido mi deber vi alejarse el tren mientras pensaba para mis adentros: Esta historia la tienes que escribir.

    19:32

    MI

    09:30

  • Mes de julio. Barcelona. Subo al tren de las 19:32, abarrotado de caras cansadas. Los ms afortunados han conseguido asiento. El resto nos conformamos con ir de pie agarra-dos a una de las barras superiores que atraviesan el vagn o recostados en alguna de las puertas cuando stas se cierran.

    Una parada. Dos paradas. Tres Paradas. Ya solo faltan cinco para llegar. Justo en ese momento sube al vagn rebosante de tedio un personaje que despierta mi inters, pero no la simpata ajena. Su aspecto es el de un ex politoxicmano: rostro enjuto, ojeras, pmulos marcados y voz desgarrada. Sujeta un bolsa de plstico. Dentro, unos paquetes de pauelos de papel de usar y tirar.

    El hombre mira a un lado, mira al otro y empieza a recitar :

    PROMOTION

    Su discurso, -mi ego me domina- lamen-tablemente, no es lo que esperamos, si lo que pretende es convencernos o seducirnos para que le demos una limosna. O como diramos en trminos comerciales, para que le compremos su producto. No se lo tome a mal, amigo, pero esa cantinela no ha logrado despertar el inters de casi nadie, salvo el de ese nio -sealo al nio, que me mira sorprendido y algo asustado-. Pero coincidir conmigo en que ese nio seguramente no disponga de monedas para darle, a pesar de haber conseguido llamar mnimamente su atencin.

    La forma en que se ha presentado -prosigo- no ha logrado convencer a nadie de los aqu presentes y la prueba es que ninguna de las personas que comparten el vagn con nosotros le ha comprado un solo paquete de pauelos. Por qu? Pues porque su historia es aburrida y falta de inters, amigo. Y con ello no me refiero a que no sea cierta, sino a que no ha logrado conectar con lo que nos interesa ahora a los que estamos aqu. Por eso, unos leen, otros escuchan msica y otros simplemente prefieren mirar por la ventana antes que prestarle atencin.

    No se lo tome como algo personal, pero no puede culpar a su pblico de la falta de inters hacia su producto -sealo la bolsa de pauelos-. Tampoco de que su historia no haya despertado la ms mnima simpa-ta, ni el hecho de que ahora mismo tenga-mos otras preocupaciones que siten los problemas ajenos en un terreno relativo.

    PRICE

    Lo de pedir limosna no se lleva -prosigo, cautivado por lo bien que me est quedando el discurso-. Seguramente no lo hace por gusto, lo s, pero estar de acuerdo conmigo en que no es la mejor de las maneras para conseguir dinero. Dicho de otro modo, no es la mejor forma de venderse a uno mismo. Menos an si consideramos que esto es un tren de cercanas y que son las ocho de la tarde de un asfixiante mircoles. Podra, en lugar de eso, lanzar una oferta que llamara nuestra atencin. Por ejemplo, Dos paquetes por un euro y de regalo una sonrisa. O teniendo en cuenta el calor que hace, podra vender los pauelos junto con un abanico.

    Le aconsejara tambin -voy completa-mente lanzado- que abandonara el discurso lastimero y adoptara una postura ms optimista. Si quiere nuestro dinero, no venga a dar pena. Algrenos la tarde. Hganos olvidar los minutos que llevamos esperando a que el tren arranque o amen-cenos el rutinario trayecto en el que pasa-mos parte de nuestras vidas. En resumen, aporte algo de valor -sentencio con un deje de condescendencia-.

    Tras este discurso, soltado prcticamente sin tomar aliento y sin ser plenamente consci-ente de lo que haca, podan suceder dos cosas, o al menos, es lo que yo esperaba. La primera, que el yonki se abalanzara sobre m, llevado por una furia primitiva y por la impotencia acumulada tras aos de exclusin social. La segunda, que el pblico all presente arrancara en un sincero y complaciente aplauso, como en las escenas tpicas de algunas pelculas americanas excesivamente edulcoradas.

    Como se poda prever, lo que sucedi fue lo siguiente: lleg mi parada y deba bajar s o s, o corra el riesgo de quedar como un palurdo. El discurso me haba absorvido por completo y haba perdido la nocin del tiempo. Baj casi sin pensar, como un autmata que responde a un estmulo conocido, no sin antes echar un ltimo vistazo -con cierto regocijo- a los all presentes y al protagonista de la historia que segua perplejo.

    No s si impresionado por lo que acababa de presenciar o simplemente por la frustracin que senta, el yonki se qued inmvil, mirndome desconcertado. Ausente. Tal vez haba resucitado en l algo que llevaba aos a la sombra de las adicciones: su amor propio.

    El resto de los pasajeros, alucinados por la melodramtica a la vez que heroica situacin, no lograban salir de su asombro. Algunos comentaban muy discretamente la temeridad de la que haban sido testigos; otros sonrean satisfechos de haber esuchado, en boca ajena, lo que ellos pensaban pero evitaban pronunciar.

    Con cara de satisfaccin y de haber cumplido mi deber vi alejarse el tren mientras pensaba para mis adentros: Esta historia la tienes que escribir.

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  • Chistian Salmon escribi cmo un publicista de Nueva York que paseaba por Central Park vio un indigente invidente que estaba pidiendo dinero con un cartn manuscrito en el que pona "Soy ciego". El publicista, con nimo de ayudarle, escribi "Soy ciego y hoy comienza la primavera". Al da siguiente, volvi a ver al indigente quien le pregunt qu haba puesto en el cartel porque le haban llenado el sombrero de monedas.

    Mes de julio. Barcelona. Subo al tren de las 19:32, abarrotado de caras cansadas. Los ms afortunados han conseguido asiento. El resto nos conformamos con ir de pie agarra-dos a una de las barras superiores que atraviesan el vagn o recostados en alguna de las puertas cuando stas se cierran.

    Una parada. Dos paradas. Tres Paradas. Ya solo faltan cinco para llegar. Justo en ese momento sube al vagn rebosante de tedio un personaje que despierta mi inters, pero no la simpata ajena. Su aspecto es el de un ex politoxicmano: rostro enjuto, ojeras, pmulos marcados y voz desgarrada. Sujeta un bolsa de plstico. Dentro, unos paquetes de pauelos de papel de usar y tirar.

    El hombre mira a un lado, mira al otro y empieza a recitar :

    PROMOTION

    Su discurso, -mi ego me domina- lamen-tablemente, no es lo que esperamos, si lo que pretende es convencernos o seducirnos para que le demos una limosna. O como diramos en trminos comerciales, para que le compremos su producto. No se lo tome a mal, amigo, pero esa cantinela no ha logrado despertar el inters de casi nadie, salvo el de ese nio -sealo al nio, que me mira sorprendido y algo asustado-. Pero coincidir conmigo en que ese nio seguramente no disponga de monedas para darle, a pesar de haber conseguido llamar mnimamente su atencin.

    La forma en que se ha presentado -prosigo- no ha logrado convencer a nadie de los aqu presentes y la prueba es que ninguna de las personas que comparten el vagn con nosotros le ha comprado un solo paquete de pauelos. Por qu? Pues porque su historia es aburrida y falta de inters, amigo. Y con ello no me refiero a que no sea cierta, sino a que no ha logrado conectar con lo que nos interesa ahora a los que estamos aqu. Por eso, unos leen, otros escuchan msica y otros simplemente prefieren mirar por la ventana antes que prestarle atencin.

    No se lo tome como algo personal, pero no puede culpar a su pblico de la falta de inters hacia su producto -sealo la bolsa de pauelos-. Tampoco de que su historia no haya despertado la ms mnima simpa-ta, ni el hecho de que ahora mismo tenga-mos otras preocupaciones que siten los problemas ajenos en un terreno relativo.

    PRICE

    Lo de pedir limosna no se lleva -prosigo, cautivado por lo bien que me est quedando el discurso-. Seguramente no lo hace por gusto, lo s, pero estar de acuerdo conmigo en que no es la mejor de las maneras para conseguir dinero. Dicho de otro modo, no es la mejor forma de venderse a uno mismo. Menos an si consideramos que esto es un tren de cercanas y que son las ocho de la tarde de un asfixiante mircoles. Podra, en lugar de eso, lanzar una oferta que llamara nuestra atencin. Por ejemplo, Dos paquetes por un euro y de regalo una sonrisa. O teniendo en cuenta el calor que hace, podra vender los pauelos junto con un abanico.

    Le aconsejara tambin -voy completa-mente lanzado- que abandonara el discurso lastimero y adoptara una postura ms optimista. Si quiere nuestro dinero, no venga a dar pena. Algrenos la tarde. Hganos olvidar los minutos que llevamos esperando a que el tren arranque o amen-cenos el rutinario trayecto en el que pasa-mos parte de nuestras vidas. En resumen, aporte algo de valor -sentencio con un deje de condescendencia-.

    Tras este discurso, soltado prcticamente sin tomar aliento y sin ser plenamente consci-ente de lo que haca, podan suceder dos cosas, o al menos, es lo que yo esperaba. La primera, que el yonki se abalanzara sobre m, llevado por una furia primitiva y por la impotencia acumulada tras aos de exclusin social. La segunda, que el pblico all presente arrancara en un sincero y complaciente aplauso, como en las escenas tpicas de algunas pelculas americanas excesivamente edulcoradas.

    Como se poda prever, lo que sucedi fue lo siguiente: lleg mi parada y deba bajar s o s, o corra el riesgo de quedar como un palurdo. El discurso me haba absorvido por completo y haba perdido la nocin del tiempo. Baj casi sin pensar, como un autmata que responde a un estmulo conocido, no sin antes echar un ltimo vistazo -con cierto regocijo- a los all presentes y al protagonista de la historia que segua perplejo.

    No s si impresionado por lo que acababa de presenciar o simplemente por la frustracin que senta, el yonki se qued inmvil, mirndome desconcertado. Ausente. Tal vez haba resucitado en l algo que llevaba aos a la sombra de las adicciones: su amor propio.

    El resto de los pasajeros, alucinados por la melodramtica a la vez que heroica situacin, no lograban salir de su asombro. Algunos comentaban muy discretamente la temeridad de la que haban sido testigos; otros sonrean satisfechos de haber esuchado, en boca ajena, lo que ellos pensaban pero evitaban pronunciar.

    Con cara de satisfaccin y de haber cumplido mi deber vi alejarse el tren mientras pensaba para mis adentros: Esta historia la tienes que escribir.

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  • Chistian Salmon escribi cmo un publicista de Nueva York que paseaba por Central Park vio un indigente invidente que estaba pidiendo dinero con un cartn manuscrito en el que pona "Soy ciego". El publicista, con nimo de ayudarle, escribi "Soy ciego y hoy comienza la primavera". Al da siguiente, volvi a ver al indigente quien le pregunt qu haba puesto en el cartel porque le haban llenado el sombrero de monedas.

    Mes de julio. Barcelona. Subo al tren de las 19:32, abarrotado de caras cansadas. Los ms afortunados han conseguido asiento. El resto nos conformamos con ir de pie agarra-dos a una de las barras superiores que atraviesan el vagn o recostados en alguna de las puertas cuando stas se cierran.

    Una parada. Dos paradas. Tres Paradas. Ya solo faltan cinco para llegar. Justo en ese momento sube al vagn rebosante de tedio un personaje que despierta mi inters, pero no la simpata ajena. Su aspecto es el de un ex politoxicmano: rostro enjuto, ojeras, pmulos marcados y voz desgarrada. Sujeta un bolsa de plstico. Dentro, unos paquetes de pauelos de papel de usar y tirar.

    El hombre mira a un lado, mira al otro y empieza a recitar :

    PROMOTION

    Su discurso, -mi ego me domina- lamen-tablemente, no es lo que esperamos, si lo que pretende es convencernos o seducirnos para que le demos una limosna. O como diramos en trminos comerciales, para que le compremos su producto. No se lo tome a mal, amigo, pero esa cantinela no ha logrado despertar el inters de casi nadie, salvo el de ese nio -sealo al nio, que me mira sorprendido y algo asustado-. Pero coincidir conmigo en que ese nio seguramente no disponga de monedas para darle, a pesar de haber conseguido llamar mnimamente su atencin.

    La forma en que se ha presentado -prosigo- no ha logrado convencer a nadie de los aqu presentes y la prueba es que ninguna de las personas que comparten el vagn con nosotros le ha comprado un solo paquete de pauelos. Por qu? Pues porque su historia es aburrida y falta de inters, amigo. Y con ello no me refiero a que no sea cierta, sino a que no ha logrado conectar con lo que nos interesa ahora a los que estamos aqu. Por eso, unos leen, otros escuchan msica y otros simplemente prefieren mirar por la ventana antes que prestarle atencin.

    No se lo tome como algo personal, pero no puede culpar a su pblico de la falta de inters hacia su producto -sealo la bolsa de pauelos-. Tampoco de que su historia no haya despertado la ms mnima simpa-ta, ni el hecho de que ahora mismo tenga-mos otras preocupaciones que siten los problemas ajenos en un terreno relativo.

    PRICE

    Lo de pedir limosna no se lleva -prosigo, cautivado por lo bien que me est quedando el discurso-. Seguramente no lo hace por gusto, lo s, pero estar de acuerdo conmigo en que no es la mejor de las maneras para conseguir dinero. Dicho de otro modo, no es la mejor forma de venderse a uno mismo. Menos an si consideramos que esto es un tren de cercanas y que son las ocho de la tarde de un asfixiante mircoles. Podra, en lugar de eso, lanzar una oferta que llamara nuestra atencin. Por ejemplo, Dos paquetes por un euro y de regalo una sonrisa. O teniendo en cuenta el calor que hace, podra vender los pauelos junto con un abanico.

    Le aconsejara tambin -voy completa-mente lanzado- que abandonara el discurso lastimero y adoptara una postura ms optimista. Si quiere nuestro dinero, no venga a dar pena. Algrenos la tarde. Hganos olvidar los minutos que llevamos esperando a que el tren arranque o amen-cenos el rutinario trayecto en el que pasa-mos parte de nuestras vidas. En resumen, aporte algo de valor -sentencio con un deje de condescendencia-.

    Tras este discurso, soltado prcticamente sin tomar aliento y sin ser plenamente consci-ente de lo que haca, podan suceder dos cosas, o al menos, es lo que yo esperaba. La primera, que el yonki se abalanzara sobre m, llevado por una furia primitiva y por la impotencia acumulada tras aos de exclusin social. La segunda, que el pblico all presente arrancara en un sincero y complaciente aplauso, como en las escenas tpicas de algunas pelculas americanas excesivamente edulcoradas.

    Como se poda prever, lo que sucedi fue lo siguiente: lleg mi parada y deba bajar s o s, o corra el riesgo de quedar como un palurdo. El discurso me haba absorvido por completo y haba perdido la nocin del tiempo. Baj casi sin pensar, como un autmata que responde a un estmulo conocido, no sin antes echar un ltimo vistazo -con cierto regocijo- a los all presentes y al protagonista de la historia que segua perplejo.

    No s si impresionado por lo que acababa de presenciar o simplemente por la frustracin que senta, el yonki se qued inmvil, mirndome desconcertado. Ausente. Tal vez haba resucitado en l algo que llevaba aos a la sombra de las adicciones: su amor propio.

    El resto de los pasajeros, alucinados por la melodramtica a la vez que heroica situacin, no lograban salir de su asombro. Algunos comentaban muy discretamente la temeridad de la que haban sido testigos; otros sonrean satisfechos de haber esuchado, en boca ajena, lo que ellos pensaban pero evitaban pronunciar.

    Con cara de satisfaccin y de haber cumplido mi deber vi alejarse el tren mientras pensaba para mis adentros: Esta historia la tienes que escribir.

    19:32

    MI

    12:1630c

    19:32

    !

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    ?fin

  • Shift & Shine

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