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Anthony Gilbert Una larga sombra

Ttulo original: THE LONG SHADOW Traduccin de J. A. COTTA EMEC EDITORES, S.A. EL SPTIMO CRCULO 4 BUENOS AIRES TERCERA EDICIN Diciembre de 1951

ANTHONY GILBERT Una larga sombra

Anthony Gilbert (Lucy Beatrice Malleson) logra mantener sin esfuerzo un nivel de excelencia. () Estas singularsimas obras enriquecen y continan, dentro de la novelstica inglesa, la enrgica tradicin de Dickens y de Wilkie Collins. Plantean problemas de apariencia insoluble; comprometen, desde las primeras lneas, la urgente curiosidad del lector; sus dilogos son vivos, y la realidad de sus personajes, alucinante. Las distingue, aunque sabiamente construidas, el mpetu vital, avasallador, de la obra espontnea. Una larga sombra proyectan las viejas culpasA SCOTT EGERTON

NOTICIA

CAPTULO PRIMERONADIE saba quin era la anciana: nadie lo pregunt jams. A nadie le importaba. Era parte de la resaca que arrojaba la vida para que terminara sus das en las Viviendas de Sullivan. Casi ninguno de los dems inquilinos conoca su nombre. Para ellos era esa francesa o esa extranjera. Los moradores de las Viviendas (ambiente tan lgubre que pareca imposible pudiera haber seres humanos capaces de vivir all sin perder la cordura) vivan alejados unos de otros: pero nadie ms alejado que la vieja. La vida no haba sido benvola con ellos: no queran comentarla: y a una pregunta sobre Mlle. Roget habran respondido que era francesa, como si dijeran que era un babuino, queriendo significar algo menos que humano. Si tena amigos, amantes, esperanzas, ambiciones; cules eran sus experiencias, su modo de vida; cmo, en fin, consegua mantenerse viva, eran temas que no les interesaban. Si se hubieran enterado de su existencia pasada, quizs habran hablado misteriosamente de pcaras y de1

mujeres respetables, y de no haber soado jams que llegara a esto: pero habran permanecido completamente indiferentes ante el vibrante drama espectacular de esos ochenta y cuatro aos de vivir intenso y tempestuoso. A tal extremo de insensibilidad y agotamiento habalos llevado los muchos hijos, la opresin, el hambre, la ansiedad y la necesidad. Esperanza, belleza, alegra: estas palabras nunca se oan en las Viviendas de Sullivan. Era un lugar extrao. Extraas palabras se le ocurren a quien escribe sobre l. Una es desamparada; otras, corrupto, ptrido... Ante todo, en contradiccin con la mayora de los edificios similares que hay en Londres, era un lugar de silencio. El visitante extraviado no encontraba mujeres enormes, agobiadas, transportando baldes, en los descansos de la escalera, o descendiendo a las entraas del edificio en busca de carbn; rara vez voces discordantes chillaban de un piso a otro; la gente no se daba empellones en los sucios corredores donde el yeso descolorido se desprenda de los ladrillos desgastados, exponiendo sus filos agudos y la obra ruinosa de las alimaas que vivan codo con codo junto a los otros proscritos del lugar. Los mohosos pasamanos, que parecan ofrecer proteccin a los empinados y roosos escalones, estaban quebrados en algunas partes, de modo que una persona anciana o una criatura, en realidad, cualquiera un poco inseguro o tembloroso, poda caer a travs de ellos hasta las piedras del vestbulo, dos, tres o cuatro pisos ms abajo. A veces, los inquilinos decan que aquello era una vergenza y que deba hacerse algo, pero jams se haca nada. El edificio haba sido condenado mucho tiempo atrs, pero el Ministerio de Salud Pblica y el Consejo Municipal de Londres, autoridades indistintamente acusadas por un pblico ansioso de ver corregidos los males sin tener que gastar energa o dinero en el proceso, sin duda se vean enfrentados con el problema que preocupa a todos los cuerpos pblicos en circunstancias similares: dnde colocar a esos seres humanos que hormigueaban en las Viviendas, mientras se realizaba la obra de reconstruccin? Adems, el lugar perteneca a T..., y todos conocan su reputacin; un bruto malvado a quien no le habra importado si una docena de ancianas o de nios hubieran muerto aplastados a causa de los pasamanos deficientes. Algunos solan decir que el edificio pareca una morada de muertos: eran personas sensibles, visitadoras de las Sociedades de Beneficencia o de alguna de las iglesias locales, que se estremecan al encontrarse en los corredores con viejas marchitas y descoloridas, apenas humanas, que se deslizaban furtivamente por los pasajes y las escaleras; ruinas de la humanidad, insensibilizadas por los golpes de sesenta o setenta aos de luchas, dolores y esfuerzos, que conocan la amarga necesidad de pelear por un poco de trabajo, un mendrugo o una gota de algo reconfortante. Pasaban junto a uno, como brujas obscenas, esas mujeres ancianas, envueltas en chales inmundos, murmurando consigo mismas, tirndose sin cesar de los flecos andrajosos con los dedos impregnados de la roa que durante toda la vida haban estado quitando de las paredes y de los pisos de otras gentes; arrojando a las criaturas ms inofensi2

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vas miradas de una maldad tan cruel y estpida, que los no iniciados se apartaban de ellas, como se dice que los jvenes santos se apartaban del demonio.

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A veces se vea a la vieja dirigindose escaleras abajo, blanca, salvaje, retorcindose de dolor, porque estaba completamente tullida por la osteoartritis; quienes la vean entonces no podan imaginar que ese cuerpo deformado y marchito haba hecho, una vez, las delicias de los hombres ms exigentes del mundo, los hombres de la raza latina, que piden una belleza y un encanto cuya existencia casi no admiten los sajones; nadie habra adivinado que ese cuerpo haba sido el tormento de cientos de esos hombres. Acurrucada dentro de una vieja capa negra, cuyos pliegues de raso haca tiempo se haban deshilachado; con un gorro tambin negro, monstruosamente feo, colocado sobre su vacilante cabeza, y sus manos deformes aferradas a una bolsa de bramante, sola efectuar su dificultoso descenso por la escalera, llegar a la calle, y regresar ms tarde cargada de innumerables baratijas. Bien decan en las Viviendas que nadie saba mejor que ella cmo lograr que un penique rindiera por seis. Nadie haba estado jams en su habitacin; su nico proveedor era el lechero, quien todas las maanas dejaba un penique de leche en el rajado cacharro que ella colocaba frente a su puerta. Las mujeres decan, a veces, que al menos poda haber tenido un cacharro sano; ignoraban que aun en ese estado aqul vala doce veces ms que cualquier otro artculo de loza de las Viviendas. La vieja sala a comprar todo lo dems. Muy de maana se deslizaba por la escalera como un cangrejo; se diriga a la panadera, ocupaba su lugar en la fila de muchachitos con bolsas de holanda que iban a comprar pan viejo y tortas deterioradas, y por un penique sola conseguir un pan de tres das, una bolsa llena de bizcochos rotos y otras cosas rancias: pedacitos de ciruela, piones, tortas. Si traa carne, provena del comercio de la esquina, donde envolvan los trozos en sucios pedazos de papel, que ella colocaba en una bolsa de estraza. Vindola subir y bajar aquellas escaleras, uno se hubiera maravillado si no conociera la fuerza de voluntad que an entonces posea, en su octogsimo cuarto ao. Haba sido una reina entre los hombres, y hasta cierto punto sigui sindolo hasta el da de su muerte. Ni siquiera muri de manera obscura, pobremente, envuelta en una sbana descolorida y una manta andrajosa, como casi todas las mujeres de las Viviendas; exigi atencin hasta el final, y en su rostro muerto haba algo dominador e invencible, que produjo una sensacin de pavor en quienes la vieron amortajada en el depsito de cadveres, antes de la investigacin judicial.

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3Era un milagro, observaban las gentes entre s, que no se hubiera desnucado mucho antes, pues la haban visto bajar como un cangrejo aquellos escalones desgastados, con profundos surcos, donde millares de pies pesados haban3

ascendido y descendido durante toda la vida del edificio. No convena pisar los bordes; estaban sembrados con toda clase de desperdicios: mondaduras de patatas, tronchos de repollo, fruta podrida, cscaras de naranja, trozos de papel sucio, manojos de cabellos polvorientos, grises y retorcidos, colillas y a veces restos de pescado, porque muchos de los inquilinos seguan el improductivo negocio de baratillero por las inhospitalarias calles de Westminster. Nadie se molestaba en limpiar la escalera; no le prestaban mucha atencin. Y si la gente resbalaba, y se hera o se mataba, era un espectculo gratuito aadido por la Providencia. Nadie iba a sorprenderse mostrando repugnancia por ello. El inquilinato tena cinco pisos y estaba dividido en departamentos de una o dos habitaciones; los de dos habitaciones consistan sencillamente en un segundo departamento separado del primero por un par de escalones donde la arquitectura del edificio permita este lujo, y en caso contraro por una cortina. Haban sido proyectados para las familias compuestas por adultos de ambos sexos que tuvieran algn respeto por la decencia. Como se ha dicho, nadie haba entrado jams en la habitacin de Mlle. Roget; decan que bastaba con olerla para alegrarse de estar afuera. Naturalmente, nunca abra una ventana; los ocupantes de esta clase de viviendas no hacen tal cosa. Saben qu es el holln, y su experiencia con el fro y la humedad es demasiado grande para que los inviten deliberadamente a entrar. Hasta el Padre Frith, el nuevo rector de la Iglesia de San Juan, slo haba entrado all una vez, a fuerza de descarada perseverancia. Ese hombre era una molestia: en esto todos estaban de acuerdo; siempre meta sus narices en los asuntos ajenos. No alcanzaban a comprender por qu no se limitaba a sus pacficos devotos, asiduos a las misas tempraneras, solcitos en ofrecerse a limpiar los vasos de bronce que luego l vendera a beneficio de los pobres, y a fabricarle estolas y casullas que no le importaban un comino. La verdad es que siempre se le vea en la escalera. Una mujer no poda contar con un da de paz; no era tampoco uno de esos tontos a quienes se puede embaucar con un par de zapatos rotos o un vestido harapiento: saba demasiado para un hombre de su posicin. Pero no era posible echarlo. Los ms rudos no podan hacerlo. Dondequiera encontraba un ser humano, por degradado o deshumanizado que fuera, vea esperanza, ternura y amor: cuando la gente lo rechazaba, deca: Algo se podr hacer... Por qu no he de hacerlo yo? Si uno le daba con la puerta en las narices, se iba: en esas ocasiones sola decir que no tena tiempo para perderlo en los descansos, pero que regresara. Era imposible deshacerse de l. Era como ese espectro que sigue a los nios de noche hasta la nursery obscura, o hasta la carbonera, donde los ha encerrado la niera por haberse portado mal. En realidad Frith no poda evitarlo. Se consideraba a s mismo, por temperamento y por vocacin, el sirviente de la plebe; y, como su Gua, en sus aflicciones se senta afligido. Pero tambin l slo haba logrado introducirse en la habitacin de4

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Mlle. Roget una sola vez, hasta aquel da en que ya no import si entraba o no. Haba intentado hacerlo varias veces; haba golpeado resueltamente a la puerta y aguardado, como aguardaba ante tantas descoloridas puertas de las Viviendas, escudriando sus nmeros medio borrados, nunca tan descorazonado como para no regresar al da siguiente si era rechazado hoy. se era el secreto de su buen xito final. La gente comenzaba a entender que era imposible evitarlo siempre; y nunca haba en l nada socarrn o triunfante cuando se lo admita, por fin, en esas sucias cuevas mal llamadas hogares. No, no poda gustarles, pero tampoco podan resistirlo. Mlle. Roget era quien se haba resistido ms tiempo: una y otra vez se haba detenido en aquella actitud familiar de ansiosa paciencia frente a su puerta, golpeando, escuchando, llamando; y, despus de irse, haba regresado. Ella no le prestaba la menor atencin. Por fin una tarde lo dej entrar. Recordaba aquel da en todos sus detalles: lo haba impresionado mucho, e iba a influir sobre el curso de ciertos acontecimientos posteriores de aquel mismo ao. Fue un sofocante da de junio; haba estado visitando la planta baja. Al disponerse, agradecido, a abandonar la vivienda, el recuerdo de aquella obstinada reliquia de la vida torn a su mente. Se detuvo en silencio, discutiendo consigo mismo. Haba intentado aquello tantas veces..., estaba terriblemente cansado; la fatiga se mostraba en sus manos, en sus ojos, en las lneas de la boca. Su cuerpo se caa de agotamiento y de falta de sueo: haba pasado la mayor parte de la noche despierto junto a una mujer moribunda. Lo intentara la prxima vez que viniera; la sola perspectiva de aquellas escaleras ftidas y sucias lo enfermaba. Por primera vez ansiaba salir de esta atmsfera de podredumbre; salir a los campos verdes, a los prados apacibles, a la dignidad, la tranquilidad y el reposo; anhelaba una habitacin bien amueblada, anhelaba libros, amigos, y hasta buena comida, y una mujer que supiera cmo tratarlo. Pero fue. Quizs saba que era intil; si no hubiera subido las escaleras entonces, su conciencia implacable lo habra obligado a regresar desde la calle. Y ese da el milagro se produjo. Ella acudi a la puerta despus de una pausa bastante larga, durante la cual oy algunos ruidos dentro de la habitacin, los ruidos caractersticos de un cuerpo exhausto que se arrastra lentamente de un lugar a otro, apoyndose en los muebles. Mientras aguardaba tuvo tiempo para examinar la puerta; era una puerta hermosa, inesperadamente hermosa en aquel ambiente, decorada con intrincadas entalladuras y volutas. Frith record haber odo que para construir las Viviendas haban demolido algunas casas de tipo muy diferente, casas de aspectos lujoso y cmodo, que ya no producan buena renta debido a la mala reputacin adquirida por aquella vecindad. La puerta se haba deteriorado bastante durante el perodo de su servicio en las Viviendas. Haba cortes, cicatrices, hasta quemaduras, en su hermosa superficie. El lugar resultaba interesante para un espritu despierto, en razn de su propia incongruencia. Despus la puerta comenz a abrirse lentamente, y Frith olvid sus especulaciones, su5

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fatiga y su deseo de comodidad; se sinti transportado, en verdad, a un mundo donde casi perdi la conciencia de su propia personalidad: con tanta fuerza lo domin y lo fascin la asombrosa mujer que se ergua, apoyada contra una jamba, en el vano de la puerta. Era una aparicin sorprendente. Un rostro viejo, muy viejo, aderezado con rouge y enmarcado de diamantes, con la piel tan arrugada y cubierta por tantas cicatrices de viruela que apenas pareca pertenecer a una criatura humana; dos o tres tiesos rizos negros, evidentemente artificiales, sobre la marchita frente arrugada, y encaramado por encima de ellos un mugriento sombrero negro, al que haba atado un ramillete de geranios de terciopelo escarlata que se sacudan de una manera absurda a cada movimiento de aquella cabeza grotesca e inolvidable. El rostro era delgado hasta la extenuacin; el cuello apergaminado, y la piel descolorida y seca. El contraste entre la vvida decoracin del tocado y la desvada amarillees del rostro resultaba horrible. Pareca, pens Frith, una figura vista en alguna pesadilla del Grand Guignol, o en una pantomima fantstica y repugnante. Entr, invitado por ella, preguntndose por qu habra cedido hoy a su importunidad. No porque l hubiera desmoronado sus defensas; eso lo advirti desde el principio. l segua siendo el de siempre; el cambio, pues, estaba en ella. Hombre acostumbrado a deducir mucho de cuanto lo rodeaba, rpidamente abarc y comprendi las condiciones de la habitacin, y a medida que se desprenda de su cansancio, senta que su inters chisporroteaba y se enardeca como una hoguera. Porque aqu encontraba esa cosa tan rara y preciosa: una aventura, un tesoro escondido, un pas misterioso... Su dominio de las metforas no era grande, pero adverta que, a pesar de la naturaleza repelente del lugar, estaba aqu cara a cara con la vida, como frente a una llama o a un viento huracanado. No la vida gris, aunque encarrilada, de la mayora de los ocupantes de esta vivienda, sino algo constantemente alimentado, aunque no saba por qu fuente: algo radiante y sin embargo parcialmente nublado, como un fuego entrevisto a travs del humo. La habitacin misma era indescriptible, tan sucia, tan ftida, tan atiborrada de muebles rotos, trapos sucios, colgaduras andrajosas, migajas de comida rancia y repugnante. Se pregunt cmo podra soportar aquello una mujer que evidentemente alguna vez haba vivido en ambientes cultos. Pero record que algunas formas de vida prosperan mejor sobre el estircol. (La filosofa tiene su utilidad, se dijo irnicamente, aunque por naturaleza se senta inclinado a desafiar esta afirmacin, propia de la poltica del laissez faire, de la cual, segn deca, era el reino del infierno.) Pens: "No puede vivir de limosna; ningn Oficial de Socorro le dara un penique mientras su cuarto estuviera en estas condiciones. La llevaran al Hogar". Y este pensamiento lo hizo estremecer, pues su experiencia haba aumentado su respeto por la libertad y la sensibilidad de la criatura humana y su6

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creencia en que deba ser tratada con ternura y suavidad; y lo sublevaba la idea de que fuera arreada dentro de corrales obligatorios, como el ganado y los seres sin alma. No obstante, nunca haba visto algo parecido a esa habitacin. Contena tanta miseria y tanta grandeza! Esta ltima se evidenciaba no en los muebles. ni en las colgaduras, sino en la atmsfera misma. Se nutra, supuso, de la personalidad brillante, desgarradora, dominante, de esta mujer que se enfrentaba con l. La atmsfera (en el otro sentido de la palabra) era ftida e intolerable; a pesar del despiadado sol que brillaba afuera, las dos grandes ventanas estaban cerradas. Pens que era improbable que hubieran sido abiertas en muchos meses. En parte, explicaban aquella densa obscuridad, pues los vidrios se hallaban empaados por la mugre acumulada en muchos aos. El cielo raso se vea completamente negro; las paredes y los rincones, cubiertos por un tejido de telaraas. El polvo se espesaba sobre todas las cosas como un pao mortuorio; la chimenea, salvada tambin de la destruccin de las residencias Georgian, estaba rota y quemada. A pesar del calor, unos pocos leos ardan dbilmente en la mohosa parrilla, pero no influan mucho en la temperatura de la habitacin. Junto a este pobre fuego haba acercado una silla de cocina con el respaldo roto; y frente a la chimenea encontrbase un viejo silln, que perda su relleno. Sobre una pared colgaba una cortina, un pao de bordados flamencos que a pesar de su apariencia andrajosa y sucia conservaba an algo de su belleza imperecedera. Encima de una roosa mesa de cocina, a la que faltaba el cajn, se amontonaban prendas interiores ordinarias y descoloridas; junto a stas, un pedazo de pan, un trozo de manteca envuelto en papel, un poco de miel en un cacharro y un paquete de rebanadas de salchicha, que ya se ennegreca en el aire rancio y clido. La atmsfera, como en la mayora de estos edificios, tena la acritud peculiar de los lugares cuyos habitantes transpiran mucho, se lavan poco, y rara vez, o nunca, admiten la entrada del aire. En todas partes el sacerdote poda discernir rastros de ratones; haban construido nidos en los desperdicios que cubran el piso, y sus uas hicieron trizas una gran pila de peridicos amarillentos. Mal escondidas por una vieja cortina de sarga verde, haba algunas ropas pringosas de corte anticuado, tan pobres que la buscona ms vil las considerara con desdeosa indignacin. Debajo de ellas, tirado al descuido, apareca un par de zapatos gastados; algunas toallas delgadas y baratas, sucias y arrugadas, haban sido tendidas sobre un jarro de latn y una palangana colocados sobre una mesa derrengada, en otro rincn. Ya que el sol estaba virtualmente excluido de aquel lugar, en parte por la condicin de las ventanas, y en parte por la alta pared de una fbrica vecina, la nica luz provena de un humosa lmpara de aceite, que esparca holln sobre los alimentos destapados que haba alrededor de ella; Frith vio que el tubo estaba rajado, y el pabilo demasiado alto. En cuanto a Mlle. Roget, tena un delgado vestido negro de algodn, cerrado a la altura del cuello con un valioso broche de diamantes; el cabello caa7

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en mechones bajo el deplorable sombrero, pero de sus orejas pendan caros pendientes, tambin de diamantes. Las perlas que brillaban sobre su pecho marchito, tiempo atrs haban costado a algn hombre una pequea fortuna; y en sus manos, speras a causa del trabajo, y desfiguradas por el reumatismo, haba innumerables anillos que centelleaban como fuego en la lobreguez de la habitacin. Frith aguard a que hablara; aquello se pareca tan poco a una experiencia real, que no quera ser el primero en quebrar el silencio. Durante algn tiempo callaron, contemplndose mutuamente. Vio entonces que clavadas a lo largo de una pared haba numerosas fotografas de una misma mujer en varias etapas de su desarrollo; primero una nia hermosa y llena de gracia; despus la misma nia, con ms aos, ms altura, pero tan bella que verla aceleraba la respiracin de un hombre; y despus, llegada ya a su madurez, cumpliendo la promesa de aquel rostro joven y encantador. Frith dej de mirarlas y contempl a la duea de casa. Ahora que poda observarla mejor vea que, a pesar de los estragos de la vejez, la enfermedad y la pobreza, an tena cierta superioridad que nada poda quitarle. Pues a pesar de lo grotesco e inhumano de su apariencia, a pesar de aquella figura encorvada que pareca decir que no era sino una de esas viejas que la vida arroja a un lado como un trapo sucio e intil, nada, ni siquiera la muerte, poda ocultar la hermosa lnea que corra desde su frente hasta el extremo de la barbilla. El cuello haba sido hermoso tambin, y la cabeza, graciosamente asentada sobre l, y los bellos ojos castaos, chispeantes y encendidos de sentimientos. Aun ahora, clavados sobre l con tanta fijeza y con cierto desdn (pens), eran tan ardientes que levant una mano, como si estuviera encandilado. Y el modelado de las sienes se mostraba, a travs de la carne marchita, tan delicado y perfecto como en los das de su doncellez. Una hija, quiz pens; el parentesco es innegable. De qu se trata? Quin es? La mujer seal imperiosamente una silla, y se sent. Hombre normalmente escrupuloso en cuanto a limpieza personal, aun en los sucios alojamientos que su vocacin lo empujaba a visitar da y noche, se sent, abstrado, sobre aquella destartalada silla de cocina, mientras ella haca otro tanto frente a l. Haba observado todo cuanto se vea en aquella asquerosa habitacin, y nada lo espantaba, ni siquiera le resultaba repugnante. He aqu, pensaba, una decoracin extraa para un cuadro maravilloso. Inexplicablemente su medio ambiente le sentaba. No poda concebirla en la fregada limpieza de un taller o un asilo, o en alguna cmoda villa suburbana. Sinti que el aire temblaba a su alrededor. Y despus ella habl. Habl de cosas completamente alejadas de la experiencia vital de Frith; no de la pobreza de su medio (pronto se convenci aqul de que rara vez la notaba), sino de una vida rica, plena, apasionada, que haba conocido antes. No ofreca explicaciones, no peda disculpas. Su conversacin era en realidad un monlogo; saltaba de una celebridad a otra, nombrando ya a8

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este famoso ingenio, ya a aquel poltico, historiador, artista, actor. Hablaba de amistades, de triunfos, de la vida en la capital ms brillante del mundo, cambiante calidoscopio de un orden que ya no exista. A Frith le pareci que ella comprenda esto. Conoce a mi pas? pregunt Mlle. Roget. Estuve all durante la guerra repuso Frith. Lo mir, sorprendida. La guerra? Pero eso fue hace mucho tiempo!...Qu edad tiene? Le dijo que tena treinta y siete aos. Pero no pudo haber nacido... Termin hace mucho... oh, hace mucho ms de treinta y siete aos! Frith advirti que sus recuerdos retrocedan a un pasado que l conoca slo por sus lecturas. Explic: Me refiero a la Gran Guerra, la Guerra Europea de 1914. Ha cambiado mucho a Francia. Ella hizo un gesto de actriz incomparable; ese gesto descart a la Guerra Europea y todo cuanto vino despus; la envolvi y la guard como un trozo de muselina sucia que afeara la pulcritud de una habitacin. Qu tiene que ver esa guerra conmigo? Mi vida termin hace veinte, treinta aos. Esto la palabra amplia, dicha por ella, inclua a su ambiente, sus vecinos, su degradacin, su soledad y su pobreza, esto es slo el espejo donde veo sus sombras. Ahora la comprenda mejor; comprenda sus alusiones a un mundo que le resultaba tan extrao como un cuento de hadas. Ese mundo alegre, digno, privilegiado, haba comenzado a hundirse ya antes de 1914, y le pareca improbable que resucitara, por lo menos mientras l viviera. Pero, aunque resultaba extrao, la escuchaba fascinado hasta el punto de no poder hablar. No le pareca trgico que esta mujer, que segn su propia confesin haba llevado una existencia tan brillante y variada como un sueo (el foco de millares de ojos y el centro de innumerables deseos y pasiones), terminara su vida en esa espantosa habitacin, en las tinieblas, en la obscuridad, quizs en la miseria. Para l era parte del formidable drama de la vida que el pndulo oscilara as, ya en la luz, ya de nuevo en la sombra. Bajo su aspecto impasible aquel relato lo estremeca: su historia de tonos llameantes le pareca un cuento intenso, cambiante, notable, una pintura, un poema. Aun en este lugar miserable, entre los escombros del mobiliario destartalado, las ropas rotas, los mendrugos rancios y la atmsfera vil, lo agitaba un deleite inexpresable. sta era la vida, no el material de las pelculas cinematogrficas, no las casas grises que conoca tan bien, no su propia vida normal: esto era la vida expuesta hasta la mdula, temblorosa, charra, intrpida, codiciosa, inmortal. Se senta capaz de escuchar eternamente esa voz que pasaba de una experiencia a otra, del comentario al hecho, y regresaba otra vez a la crtica9

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mordaz. Poco a poco, de sus confusas historias desenmaraaba una narracin coherente. Pareca que era en verdad el original de esas asombrosas fotografas; haba sido actriz durante muchos aos; el dolo de Pars, deca sin vanagloria y sin ansiedad, sin siquiera el aire de darle una informacin, sencillamente, como quien confirma un hecho evidente. Algo haba sucedido tal vez fueran esas cicatrices de viruela que ms de veinticinco aos atrs haban puesto punto final a su carrera, y ahora viva en ese pasado, dejando que las cosas presentes se deslizaran junto a ella como las sombras sobre una colina, al anochecer, tan ligeras, tan veloces que pasan inadvertidas. Comprenda ahora cmo lograba sostener una existencia tolerable en medio de tanta ruina: no la notaba. Era una mujer muerta para el tiempo: el tiempo ya no exista para ella. Poda avanzar o retroceder en el pasado con la facilidad con que un hombre avanza o retrocede frente a su puerta. Cuando hablaba de un hecho, de un incidente, de alguna pasin consumida ya mucho tiempo atrs en sus propias llamas, renovaba su ardor y su belleza; casi poda creer que la vea cambiar, rejuvenecerse, erguirse delante de sus ojos. Hablaba de una experiencia de la tarde anterior, deca; de un saln al que haba sido invitada y al que haba decidido no asistir. Iba a ser husped de honor. Hasta la princesa cuyo nombre hicieran resonar ante ella para atraerle como con un anzuelo se haba asustado de su capricho. Y, al parecer, con razn. Porque pregunt Mlle. Roget con una magnificencia que habra conmovido al auditorio ms exigente qu son los hombres para m? Qu es el dinero, o la posicin social, para m? Frith vio cmo poda dominar a un auditorio, qu atencin poda prestar ste a su palabra ms insignificante, cuando la usaba como un esgrimista usa su arma, disciplinndola de acuerdo a su deseo, cmo poda extasiarlo, sorprenderlo, someterlo! Concluy su narracin diciendo: S, he sido un personaje durante demasiado tiempo para que se me maneje ahora. Aunque las circunstancias que me rodean puedan engaarlo, todava soy un personaje. De modo que en alguna forma, a pesar de la confusin de su mente, notaba su pobreza, la usaba como un arma, la desdeaba, triunfaba sobre ella. En cuanto a ser un personaje, Frith saba que nunca sera menos que eso. Posea la irresistible llama de la individualidad que sobrevive a las rfagas ms crueles y a las tormentas ms salvajes. Mlle. Roget se inclin hacia adelante con gesto confidencial y coloc una mano sobre su rodilla. Pareca un pjaro brillante y deforme, posado all, apretando su rodilla para subrayar sus palabras. vio algn polica al entrar? Frith reflexion. Haba uno, creo, junto al ro.10

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Mlle. Roget se enderez, tiesa de disgusto. Debera emplear mejor sus ojos dijo agriamente. Hay cuatro. Siempre hay cuatro. Estn all para cuidarme. Me cuidan noche y da. Algunas personas creen que protegen mis tesoros. Pero no es as. Es a m, a m misma a quien protegen. Porque todava poseo cosas quiz de mayor valor para sus dueos que los diamantes. Todava mi nombre puede hacer temblar a los hombres. Tengo poder, aunque viva aqu. Recuerde siempre que eso es lo importante. No el dinero, ni siquiera los amigos, sino el poder. No ahorre ningn esfuerzo para lograrlo. Hay cosas muy secretas, cosas que nadie debera saber. Pero yo las conozco. Todava soy una fuerza con la que hay que contar. Retenga siempre el poder, aunque deba abandonar muchas cosas para lograrlo. Y viva peligrosamente. Vivir en la seguridad no es vivir. Es el peligro lo que calienta la sangre y enciende el corazn. Hace mucho tiempo que aprend eso. Despus se volvi hacia l, preguntndole a quemarropa si alguna vez la haba visto en sus principales obras. Frith se sinti perplejo, desconcertado; tartamude que rara vez sala de Londres y nunca, haba estado en Francia. Altivamente, ella dijo: Pero conoce mi nombre? Y otra vez Frith se sinti turbado. En ese instante ella revel su capacidad para la ira; no pronunci ninguna palabra, no hizo ningn gesto, pero su cuerpo se sacudi, sus ojos ardieron; era la furia encarnada, ms alarmante an a causa de su autodominio. Frith estaba espantado, y al mismo tiempo comprenda el poder que deba haber posedo, el terror que deba haber inspirado a cualquier hombre lo bastante infortunado como para caer en sus manos. Con voz pausada, sibilante, la anciana dijo: No conoce el nombre de Yvette Roget? Ma foi! Frith, deslumbrado, se puso de pie; durante un momento tambin l tuvo dificultad para dominar sus sentimientos. Despus, con voz tan tranquila como la de ella, pregunt: La Reine? Ah, s!, lo recuerdo. Instantneamente la mscara grotesca se transform con una seudoafabilidad que resultaba un poco horrible. La expresin de Frith no cambi. As es que, despus de tantos aos, el hilo se haba arrollado en el carrete y lo haba trado frente a esta mujer que, segn la jerga de las revistas mensuales, haba destrozado la vida de su padre. Claro que l no lo expresaba as. Saba que la vida no poda ser destrozada sin el propio consentimiento. Cuando lea en los vespertinos aquellas tragedias desgarradoras, comprenda (l, por lo menos, aunque los dems lectores no lo hicieran) que la mayor tragedia era la debilidad de la vctima. De modo que no consideraba a esta mujer responsable por la ruina de su padre, que haba culminado en el suicidio. No se sorprendi por no haberla reconocido; era tan joven cuando sucedi aquello apenas un nervioso muchachito rubio de unos seis aos, que adoraba a su voluble progenitor, que se entrega11

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ba con l de un entusiasmo a otro, y perda su inters cuando disminua el suyo. Durante mucho tiempo no haba entendido aquello, no haba comprendido por qu desapareci de pronto su padre, por qu l y su austera madre haban venido a Inglaterra, por qu haban trabajado y vivido tan pobres. Hizo algo malo y no pudo soportar las consecuencias le haba dicho su madre. Durante aquellos speros aos su madre haba sido una imagen de la inmovilidad muda y valerosa. Algo relacionado con la seora? S. Haba meditado sobre eso. Pero por qu tuvo que irse con ella? Porque no era feliz sin ella. Pero nos tena a nosotros. Nosotros no bastbamos. Se haba sentido horrorizado y lloroso, e inclinado a no creerle. Pero ella haba insistido en que aun a esa edad deba afrontar la verdad. Hay que mirar las cosas de frente. Tu padre nunca quiso hacerlo, y ste es el resultado. Siempre persigui sus caprichos hasta matarlos; s, Giles siempre fue as, y si no tienes cuidado, t sers igual. Y al final sus caprichos lo mataron a l. Pero no se le haba ocurrido relacionar los dos nombres; y no haba odo hablar de la viruela. Despus de su llegada a Inglaterra, su madre se haba negado a hablar de la seora. Sentado silenciosamente en esa especie de cajn que era su cuarto, poda or la voz uniforme de esa mujer indomable su madre advirtindole e impetrndolo. Nunca haba sabido qu senta por su padre; a veces pensaba que la herida era demasiado profunda para que se curara alguna vez. Y despus, mucha gente, incluso su obispo, le haba aconsejado que moderara su temeridad; pero a pesar de su autodisciplina no siempre poda dominar esa ansiedad que lo haca correr al encuentro de la vida, en lugar de aguardar plcidamente, como los hombres ms cuerdos, que sta viniera hacia l. Cuando tuvo aos suficientes para entender aquello de manera ms cabal, advirti que aquel drama era una de esas cosas que uno no poda presumirse capaz de juzgar. Haba que aceptada, y negarse a sentirse intimidado. Pero no era posible explicar el extrao escamoteo del destino que lo haba trado a esta habitacin, y lo haba enfrentado con esta mujer. De cualquier modo el problema era demasiado difcil para l; tales como eran las cosas, demasiado a menudo encontraba que sus teoras sobre la moral chocaban con las de sus superiores. Al alejarse pens: "No creo que pueda entrar all otra vez"; pero despus hubo de arrepentirse de la cobarda que le sugera ese terror, y durante el resto de la vida de Mlle. Roget (alrededor de cinco meses) ms de una vez se detuvo junto a la hermosa y lastimada puerta, golpeando para que lo admitiera.12

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Sin embargo, ella nunca ms lo dej entrar.

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CAPTULO II 1EL NICO proveedor de Mlle. Roget era el lechero. La maana del seis de noviembre descubri que el pequeo cacharro resquebrajado no estaba en su lugar, y golpe la puerta vigorosamente. Pero no obtuvo respuesta. Golpe por segunda vez. Y nuevamente nada sucedi. El lechero era joven e impresionable, y en razn de su juventud, inclinado a la piedad. Algunas veces haba pensado, de una manera ociosa e intil, qu sucedera cuando enfermaran repentinamente mujeres como aqulla. Mlle. Roget no conoca a nadie, viva sola, poda morir detrs de su puerta antes de que nadie sospechara que algo andaba mal. Y hoy, mientras reparta la leche en los dos pisos vecinos, el enigma persista. Supongamos que estuviera enferma... Supongamos que estuviera desvanecida, que hubiera sufrido un ataque, quizs... Durante cuatro aos nunca haba dejado de encontrar aquel cacharro junto a la puerta. Regres al segundo piso, y golpe la puerta del inquilino nmero 28. La habitacin de Mlle. Roget llevaba el nmero 29. No ha visto hoya la seora, vieja? pregunt, con un movimiento de cabeza. La seora de Britton, inquilina del nmero 28, era una mujer hosca y regaona, en perpetuo desacuerdo con la vida, y con un marido que, aunque no haba sido muy afortunado, era al menos mejor que muchos de los hombres del inquilinato, por el hecho de que no la golpeaba ni se emborrachaba seriamente. Respondi que no saba nada de aquella criatura. No ha sacado el cacharro de la leche. Pens que quizs estuviera enferma urgi el joven. Y yo qu tengo que ver si lo est? No tengo bastantes cosas con que afligirme, supongo, con mi marido sin trabajo, y mis lceras en las piernas, que apenas me dejan subir y bajar las escaleras? El lechero se dio por vencido, pero a la entrada del edificio, en el pequeo y obscuro vestbulo cuadrado, con su pavimento de piedras desiguales y su desvencijada lmpara de latn, donde un mechero de gas aleteaba desenfrenadamente cuando obscureca, se encontr con Luke Frith. Dijo "Buenas", con esa voz sin cumplido ni ceremonias que reservaba para los hombres de su hbito. Sin embargo aquel tipo pareca mejor que la mayora. Ni siquiera tena una buena cama donde dormir, decan, y slo una especie de cajn a modo de escritorio. Conoce a la vieja del nmero 29? le pregunt. La he visitado repuso Frith. Me parece que algo anda mal ah le explic. Frith repuso que subira a ver si poda hacer algo. Sus golpes no obtu13

vieron respuesta; prob otra vez. Al cabo dijo, por encima de su hombro: Le avisar, y luego forzaremos la puerta. Sin ninguna razn lgica que lo convenciera, tena la sensacin de que suceda algo grave; haba all una atmsfera de tensa expectacin. Su aviso no tuvo respuesta, y juntos, l y Barnard, el lechero, rompieron la cerradura. Slo la rapidez del ojo y de la mano del sacerdote salvaron al muchacho de una experiencia desagradable. Haba tropezado con algo tendido sobre el umbral: el cuerpo de Mlle. Roget; un momento ms y Barnard habra cado de cabeza sobre el cadver. La muerta haba adoptado una actitud no exenta de gracia, a la entrada de su habitacin: tena el rostro vuelto hacia el descolorido cielo raso y los brazos muy extendidos, como para una crucifixin. Los ojos miraban fijamente hacia arriba; estaba fra como una piedra, y deba de haber muerto muchas horas antes. Frith se inclin sobre ella. Un ataque, quizs, o Se detuvo. No era un accidente. Clavado entre las costillas, justamente debajo del corazn, haba un cuchillito de mango corto; la hoja se haba hundido en el cuerpo hasta la empuadura. Es un bistur reflexion Frith, que durante su vida haba representado muchos papeles. Y me parece que muy ordinario. Pero quien hizo esto conoca su trabajo. La hoja no es larga, y si no hubiera sabido dnde golpear podra haber fracasado. As como est, supongo que atraves el corazn. Hemorragia interna, probablemente; no hay mucha sangre en el piso, y tampoco en sus ropas. ste es asunto para las autoridades. Se volvi hacia Barnard. Quiere fijarse si hay algn polica? Y deberamos telefonear a un mdico, aunque evidentemente no hay ninguna esperanza. Tal vez sea mejor dejar que lo haga la polica; es asunto de ellos, no nuestro. Durante lo que pareci un largo tiempo aguard en el cuarto destartalado, junto al cadver, hasta que Barnard regres seguido por un hombre uniformado, de cara delgada y con un mentn tan largo que la boca pareca quedar en el medio del rostro. Qu es esto? pregunt bruscamente el recin llegado, acercndose al sacerdote. Un asesinato, creo fue la concisa respuesta de Frith. Grainger lo mir, pero no haba signos de chanza en la cara del otro. Cmo es eso? Usted mismo puede verlo. El bistur... Grainger se inclin para examinar el cuerpo. Lo encontr aqu, no? S. Grainger mir por encima de su hombro. Forz la puerta, eh? Evidentemente no haba otra manera de entrar.14

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Por qu estaba tan seguro de que algo andaba mal? No haba sacado el cacharro de la leche. Bueno, no s por qu han de asesinar a una mujer porque no saque el cacharro de la leche. No es preciso que la asesinen por eso, pero a veces sucede as, como lo muestra este caso. Bueno, usted debe tener alguna idea bastante clara sobre esto observ el polica con desconfianza. Qu sabe de ella? Que era vieja, y extranjera, y que viva sola. Mi experiencia con gente de su tipo me dice que mientras su salud fuera razonablemente buena, se puede estar seguro de que da tras da iba a hacer la misma cosa, durante aos. Cosas como sacar una botella para la leche, quiero decir. Sabe su nombre? Mlle. Roget. La he visitado. Ha estado aqu durante algunos aos. Conoce a sus parientes? No s si tiene alguno. Grainger pens que ninguno de estos hombres pareca muy dispuesto a ayudarlo; pero quiz no pudieran. Varias preguntas zumbaban en su cabeza; la principal era: Por qu? A veces asesinaban a muchachas jvenes y hermosas, y tambin a mujeres ms viejas y quiz menos hermosas, y a mujeres ricas o dueas de joyas de valor; haba algn sentido en eso; pero qu motivo concebible poda tener alguien para asesinar a una bruja vieja, en la habitacin de una vivienda muy probablemente llena de alimaas, y sin duda completamente arruinada? No obstante, record que nunca convena juzgar por las apariencias. Le haban inculcado eso durante su aprendizaje. Eran las ancianas de aspecto piadoso, que inclinaban sus devotas cabezas sobre los misales en las concurridas iglesias de Londres, las que luego resultaban ser cortabolsas; campesinos llenos de fingido desconcierto los que generalmente salan a robar carteras o a embaucar a la gente con sus cuentos; mujeres desdichadas, de aspecto respetable, las que perdan sus billetes de regreso a lugares casi desconocidos; y a veces se encontraban ancianos medio muertos de hambre, en sitios tan desacreditados como ste, con millares de libras esterlinas metidas dentro de un colchn. Se volvi hacia Frith. Conoca a esta persona lo suficiente como para decir si falta algo, seor? Frith mir a su alrededor. No vio nada que alguien pudiera llevarse de recuerdo, excepto las joyas de la muerta, y stas no haban sido tocadas. Grainger tambin mir en torno de l, vio un trapo sobre la mesa y lo tendi, tras vacilar un poco (pues no estaba muy limpio) , sobre el rostro muerto. Despus cruz la habitacin, todava indeciso, como si realmente no supiera, en medio de aquella confusin, por dnde comenzar. Un escritorio de madera, bastante hermoso, le llam la atencin, y se15

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volvi hacia l con agrado. Probablemente era el nico mueble slido que haba all. El escritorio tena tres cajoncitos, que Grainger examin metdicamente. El primero contena un revoltijo de viejos estuches de cuero; los ojos de Grainger brillaron. Si despus de todo se pareciera esto a una de esas historias de los malditos peridicos! Qu suerte para un hombre que haba pasado inadvertido desde el comienzo de su carrera! Pero una vez abiertos los estuches, la mayora result estar vaca, aunque haba entre aquellos despojos unos pocos broches y zarcillos de estilo anticuado. Hola! exclam Barnard, me parece que valen algo, no? Grainger pareca disgustado; cerr ese cajn y abri el siguiente. Estaba lleno de papeles y paquetes envueltos en papel madera y atados con hilo. El estado del hilo mostraba que algunos haban sido hechos en fecha reciente. Los papeles en su mayor parte eran cartas viejas, firmadas con nombres olvidados por la nueva generacin, aunque muchos de ellos, en su da, haban gravitado bastante. En aquel cajn sospech Grainger haba poesa y pasiones ocultas en cantidad suficiente como para equipar a media docena de novelistas. Pero las cartas estaban en francs, de modo que nada significaban para l. Se pregunt qu podan contener los paquetes. Junto a l la voz de Frith dijo: Algo ha sido sacado recientemente de ese cajn. Mire las marcas en el polvo. Ha sido revuelto... quizs ayer, tal vez hoy. Sus ojos penetrantes examinaron la habitacin; en la chimenea discerni algo que no era ceniza comn sino esa que produce la combustin de un montn de papeles. Quienquiera hubiera hundido aquel bistur en el corazn de la vieja haba tenido serenidad suficiente para quedarse y quemar los documentos acusadores, pens, y sinti avivarse dentro de l un agudo inters al advertir qu poder tenan sobre el da presente hechos que haban formado la historia social de treinta aos atrs. Pens que aquella triunfante pretensin de que todava posea poder, aun en la obscuridad y la desgracia, no haba sido un alarde vano de la anciana. Cul de los apasionados espectros del pasado de esta mujer sorprendente haba sido lo bastante valeroso, lo bastante desesperado, como para sentirse empujado a esto? Vista ahora, en esa actitud que se pareca curiosamente a la que podra haber adoptado en un escenario, la primera impresin que le causara su vitalidad haba desaparecido. Estaba, como dicen los nios, tan muerta!... No subsista en ella ninguna sugestin de la llama y la fuerza que la haban iluminado an en su decrepitud. Y, sin embargo, cunta vitalidad haba posedo! Mientras tanto Grainger abra el tercer cajn que revel lo que le pareci slo una coleccin absurda de metal viejo. En una gran caja de varios pisos, cada uno cuidadosamente rotulado, haba una cantidad de monedas de oro, plata y cobre. Qu es eso? murmur. Frith no lo saba. Una coleccin de mone16

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das, supuso. Algunas, quizs, eran viejsimas. No entenda mucho de estas cosas. Le recordaron los huevos de pjaro que haba juntado cuando nio. Para qu las haba atesorado durante tantos aos, era cosa que no alcanzaba a concebir. Pero quiz tuvieran valor sentimental. Era imposible sondear las razones y reacciones de una mujer como sa. Grainger examin despus los paquetes de papel madera, y una exclamacin involuntaria hizo que el sacerdote levantara la vista hacia l. Durante un minuto permaneci inmvil. Aquellos paquetes eran fajos de billetes ingleses. Haba probablemente un par de miles en total. Y slo Dios saba cunto tiempo haban estado all, o con qu propsito. Quizs sin ninguno, aparte del incomprensible placer que le causara su posesin. Qu capricho de la naturaleza humana haba hecho que esta mujer codiciara el dinero por el dinero mismo, hasta el punto de estar dispuesta a morirse de hambre, sufrir fro, vivir como un animal miserable, slo para guardarlo? Naturalmente no poda responder a su propia pregunta. No tena respuesta. Una forma de locura, supuso; un instinto de ciertas criaturas humanas enfermas. Haba que creer en eso, porque suceda en la realidad; de igual modo como uno tena que aceptar ciertas doctrinas teolgicas porque eran parte del dogma de la Iglesia: cosas que uno saba ciertas sin entender cmo podan serlo. La pregunta que iba a estremecer a todos (de dnde proceda ese dinero?) no pas por su mente. En cuanto a Barnard, temblaba de alegra por el hecho de haber sido el primero en llegar a esta escena, y a qu escena! Aqu haba algo que contar a Maggie esta noche, y si despus todava prefera a ese tipo de Teetgens con cara de pescado frito, que se quedara con l. Grainger se senta agradablemente excitado. Nadie pensaba mucho en el criminal, o en la muerta.

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2En una u otra forma, la noticia de que se haba realizado un descubrimiento extrao en el piso superior ya se haba difundido. Un asesinato, se dijo, aunque los detalles variaban tanto como los tonos amarillos en un paisaje primaveral. Quin era?, clamaron varias voces, y recibieron otras tantas respuestas. Una mujer cubierta por un rado impermeable y tocada con un abollado sombrero negro se volvi para responder a su vecino, un joven de aspecto tsico con un ruinoso sombrero hongo y ojos brillantes. No se ha enterado? Un asesinato. Asesinato? repiti el curioso, y una chispa de comprensin ilumin su rostro cansado y sin afeitar. Diablos! Haba un no fingido deleite en su voz. Quin fue? Parece que no lo saben. La multitud tembl de excitacin. Esto era vida. Esto compensaba la rutina normal y montona de ganarse el pan o aguardar laboriosamente una li17

mosna. Un asesinato! Diablos! Y en medio de ellos! Se acosaron recprocamente a preguntas. Quin era? Cmo haba sucedido? Toda clase de rumores circulaban de boca en boca. Era una niita. Era una mujer joven, degollada. Era un viejo, un recluso. No, no, no era as, no era as, era esa francesa vieja e inquieta del nmero 29; la haban encontrado colgada de un clavo, en la pared; el piso estaba empapado de sangre; la haban abierto de arriba abajo; le haban roto la cabeza. Bueno, y por qu tanto asombro? Acaso no decan todos que haba algo raro en ella? Una avara, sin duda. No tena nada de inglesa. Uno no poda confiar en estos extranjeros. Siempre buscando alboroto..., cosa que nadie haca en aquella Babel. Un doctor llamado Fordyce vino de Scotland Yard y anunci que la anciana prcticamente haba muerto en forma instantnea. El deceso, hasta donde l poda juzgar, se haba producido treinta o treinta y seis horas antes. Estaba muy rgida; pero, claro, la habitacin era terriblemente fra; el fuego, apenas cenizas, y ella misma tan delgada y desnutrida que muy pronto habra perdido todo calor humano. La cuestin del motivo era intrincada. Si el criminal conoca la existencia de ese dinero, no se haba molestado en llevrselo. Quizs slo pensaba en los papeles, destruidos con tanto cuidado que no quedaba un solo fragmento que permitiera identificarlos. Ningn examen revel la existencia de impresiones digitales, o pisadas. Los habitantes de las Viviendas no fueron las nicas personas para quienes el crimen lleg como una merced divina. El periodismo atravesaba por un perodo opaco, y los reporteros hormiguearon en el edificio cuando se enteraron de quin haba sido aquella mujer. Saban que cualquier cosa relacionada con el teatro atraera al pblico britnico, que a pesar de arrogarse gran amplitud de criterio, se aferra a la idea de que el teatro y la inmoralidad estn ntimamente relacionados. En veinticuatro horas el asunto haba florecido en la prensa como un misterio romntico, y la gente deca por aqu que aquello lo demostraba, verdad? : una frase popular y sin sentido que resultaba una manera conveniente de concluir un comentario o una especulacin.

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CAPTULO III 1EL CINCO de noviembre Scott Egerton haba permanecido en la Cmara hasta muy tarde. Regres a su casa despus de medianoche, y al echar un vistazo al peridico, no prest mayor atencin a aquel ttulo que iba hacindose tan familiar: Otra Mujer Asesinada. Un resultado de la emancipacin del sexo, de cualquier modo. Mujeres de profesin respetable haban sido asesinadas como sta, antes. A la maana siguiente, con ms tiempo, ley el peridico durante el desayuno, y no tard en sobresaltar a su mujer lanzando una vigorosa exclama18

cin y levantndose de su silla. Oh, Scott! reconvino sta, no puedes olvidar la poltica, siquiera durante la comida? Scott call un instante, y ella levant los ojos con aire de protesta. Pero despus de mirarlo no repiti su pregunta. Vea all al Scott fantico, a quien conoca bien y a quien tena buen cuidado de no prestar atencin. Estaba de pie en medio de la alfombra de piel de oveja, el peridico en la mano, los ojos brillantes, el rostro iluminado por un fervor tan ardiente que se sorprendi preguntndole: Qu sucede? Y como no respondiera en seguida: Oh Scott!, sueles ser irritante por la maana. Con voz extraa y soadora, su marido dijo: No estoy seguro, pero creo que es la Coleccin Morell. Si me caso otra vez dijo Rosemary con decisin (y una vieja gitana me asegur una vez que tendra tres maridos), me casar con el hombre ms estpido que encuentre. Jams con un snob. Al or aquello, Egerton se sinti provocado. Un snob? repiti. S. Sabes perfectamente bien que la Coleccin Morell nada significa para m, y te quedas ah tan cmodo, hablndome en jerigonza. Sin impaciencia Egerton explic: Durante muchos aos la Coleccin Morell ha sido uno de los misterios de los coleccionistas. Fue iniciada por un hombre llamado Morell, Charles Morell; un hombre sin profesin determinada, pero con muchas aficiones. Su pasin principal era amontonar monedas, y se supone que viaj centenares de millas simplemente para ver alguna que slo haba descubierto de odas. Cualquiera sea la verdad de esto (sin duda es enormemente exagerado), subsiste el hecho de que realmente se dio maa para lograr dos o tres monedas nicas entre los coleccionistas britnicos. Mi padre lo conoci en un tiempo, y hasta vio la coleccin. De ningn modo era perfecta; pero, como digo, haba en ella monedas que las otras colecciones, mucho ms completas, no posean. No rehusaba mostrada a las personas que consideraba suficientemente entendidas como para apreciada, pero se negaba a que la examinaran los aficionados de talento. Los llamaba explotadores de la curiosidad. Supongo que las monedas constituan el nico gran entusiasmo de mi padre por algo material...; no s si me entiendes... Rosemary no haba conocido a su suegro, muerto poco tiempo antes de su primer encuentro con Egerton; pero contempl a Scott con cierta perplejidad, moderada por una rpida resignacin. Y qu quieres hacer con ella? Conseguir permiso para verla. Bremner podra mover algunos hilos... Cruz la habitacin y se acerc al telfono, que no estaba disfrazado19

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de botella de whisky, de pantalla o de dama victoriana, sino que pareca, lisa y llanamente, lo que era: un telfono con bocina de vidrio. Se te va a enfriar el caf advirti Rosemary. Djalo respondi distradamente su marido, y descolg el receptor. Rosemary escuch su voz rpida, cantarina, haciendo preguntas, rogando, instando (la gente deca que Egerton haba nacido para trastornar a los hombres, por la manera como poda manejar esa voz persuasiva, pulsndola como si fueran las cuerdas de un instrumento musical). Hubo una breve pausa, y despus Egerton colg el receptor. Me informar dentro de cinco minutos. Es una aventura, Rosemary. Y su mente romntica reflexion en seguida, con poca originalidad, que era ridculo llamar montona a una existencia que proporcionaba estos deleites imprevistos. Como Bernard y Grainger, como la atolondrada muchedumbre del callejn, por el momento no pensaba mucho en la mujer muerta. Sin rencor Rosemary dijo: Creo, Scott, que si tuvieras que elegir entre el Museo de Victoria y Alberto y yo, no vacilaras en decidirte por el Museo. Scott ri de su vehemencia. Agradezcamos, pues, porque no me van a dar esa oportunidad. Y qu son esas monedas, despus de todo? concluy ella, con algn dolor. Nada ms que pedazos de metal. La puerta se abri y entr su hijito de tres aos, Simn. Tomaba el desayuno en la nursery. Tena el cabello rubio de su padre y la vitalidad y el encanto de su madre. Llevaba un trajecito verde, y se adelant para saludar a sus padres con una compostura risuea que resultaba muy atrayente. Rosemary lo alz sobre sus rodillas. Egerton, respondiendo a su ltima observacin, toc la suave mejilla del nio y despus el turbulento cabello castao de su mujer, y pregunt: Y qu es esto, si se puede saber? Vil polvo. Y sin embargo, para mi tiene cierto valor. Ahora no ests en la tribuna dijo Rosemary detenindolo, mientras alejaba la mermelada del alcance de su hijo. El telfono impidi que Egerton pronunciara una rplica adecuada. Qu bendicin es tener un amigo catlico! Ir en seguida. Suerte que anoche me qued hasta tarde! Pueden pasarse sin m esta maana. Lo que no puedo entender es por qu este seor Morell no tiene sus monedas dijo Rosemary, resuelta a ocupar durante un rato el primer plano. A menos que est muerto... Ha estado muerto durante casi quince aos. Pero las monedas desaparecieron mucho antes. Al principio la gente slo pens que se estaba volviendo manitico; se negaba a mostrarlas, no pareca inclinado a hablar de ellas. Despus se supo que ya no las tena, pero nadie pudo descubrir dnde estaban.20

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A esto sigui la partida de Morell de Pars hacia alguna obscura villa del sur: y poco despus se desarroll en l una mana religiosa. En su habitacin haba colgado una enorme copia impresa del Sic transit gloria mundi de Watts; hablaba de la vanidad de los bienes terrenales. Y no haba sido un hombre religioso, deca mi padre. Naturalmente, cavilaba sobre la prdida de sus monedas. Otra vez el caso de la zorra y las uvas. Algn desastre terrible debe haberlo decidido a separarse de ellas; haban constituido toda su vida durante muchos aos. Y dnde han aparecido ahora? En un inquilinato, no muy lejos de donde trabajo. Es curioso pensar cuntas veces debo de haber pasado frente a esa habitacin, sin soar que las monedas estaban all. Entonces ha muerto alguien? Violentamente, entiendo. Rosemary se puso de pie, depositando al nio en el piso. Scott, te lo ruego, no vayas a enredarte en un asesinato de los bajos fondos. Est muy bien para ti; quizs te divierta, pero piensa en tu hijo. De nada lo va a ayudar el tener un padre conocido como una especie de polica honorario. Polica y poltico. Podras ser una de las dos cosas, Scott, pero ni siquiera t puedes ser las dos a la vez. Egerton ri. Por primera vez el presunto asesino (suponiendo que ya sospechen de alguien) no es amigo mo. Todava no me he enterado del caso. Rosemary suspir. Ya s lo que pasar. Si no es amigo tuyo, inmediatamente lo aadirs a tu lista. Creo que lo nico que te curara, Scott, sera que te arrestaran a ti.

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2Gracias a los buenos oficios de Bremner, y a sus propios antecedentes, Egerton vio las monedas. Su nico pesar era que su padre no estuviera con l. Las estudi escrupulosamente, como un avaro. Como haba predicho Rosemary, se olvid de ella, olvid a Simn, a la Cmara de los Comunes, a sus responsabilidades y a la enmienda que esa tarde iba a proponer para la Ley de Ajuste de Tierras. Una excitacin divina lo posea. Hombre de clara inteligencia y dado a la investigacin histrica, esta coleccin despertaba en l pensamientos que se extendan hasta las civilizaciones antiguas, representadas por las piezas ms viejas. La cultura de Grecia y de Roma, el lento progreso de la raza, sus retrocesos ocasionales, esa fiebre experimental que perpetuamente la empujaba a explorar sendas extraviadas, sumergindola a veces en la jungla, a veces en negros tneles, cuyo final no estaba a la vista... todas estas sensaciones se arremolinaban dentro de l, enajenndolo de placer. Al examinar la acuacin de las antiguas dinastas, aquel joven poltico del siglo veinte se transformaba en el hombre de cada civilizacin sucesiva. Y as es como olvid completamente cuan21

to lo rodeaba. Bremner haba regresado a la habitacin, y vacil durante algn tiempo, aguardando que Egerton regresara a la realidad. Maravilloso dijo, con un largo suspiro. Y pensar que las tena esa vieja... A propsito, quin era? No puedo decide quin era. Le dir qu es: un misterio. Exactamente lo que a usted le interesa. Bremner golpe sus manos. Scott, no me importa un comino estar en la obscuridad y buscar mi camino a tientas, aun con la probabilidad de caer en un precipicio; pero s me importa, vaya si me importa!, saber que junto a m hay un hombre con una caja llena de cerillas, y se niega a encender una. A quin se refiere? A ese hombre que la encontr. Un cura. Quiz haya odo hablar de l. Un sujeto llamado Frith. Egerton asinti con la cabeza. Claro que lo conozco. No se pueden pasar muchos meses del ao en Westminster, como hago yo, sin conocerlo. Es un sujeto bastante bueno. Ha estado con l? Me lo presentaron una vez. Observ que ramos las vanas esperanzas del partido Liberal. Un comentario bastante franco, pens. Hum..., tena que pensado...! De cualquier modo usted es bastante vanidoso. Bueno, ese sujeto sabe bastante ms de lo que cuenta. Tiene alguna influencia sobre l? Estuve con l una sola vez repiti Egerton, impaciente. Hay algo que se llama amor a primera vista, me han dicho... Es una lstima, sin embargo. Hay que hacerlo hablar. Lo han elegido como criminal? No es probable. Con qu motivo? Pero oculta algo. Esta clase de hombres siempre estorba cuando tratan de ser benvolos e inocentes. Los intereses especulativos de Egerton despertaron en seguida. Qu tendra que acuitar? musit. Qu relacin hay entre esa vieja tan vieja y un sacerdote de Londres tan fuera de lo comn? Qu malditamente interesante es la vida, James! Bremner frunci el ceo. Guarde eso para sus discursos electorales, Scotty. Personalmente yo prefiero la sencillez y el camino llano. Egerton, con el rostro iluminado en esa forma que sus amigos conocan tan bien, dijo, pensativamente: Quiere que trate de ver qu puedo hacer con l? Le advierto que quizs d con una de esas verdades que no se pueden repetir. Qu demonios...? Podra hacerme una confidencia. Estos tipos reservados tienen que22

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aliviar su espritu de algn modo en crisis como sta. Es un sacerdote, de manera que sin duda puede hacerla en forma normal, deshacindose de su carga con uno de su propio hbito. Voy a ser completamente franco con usted: en lo que respecta a la mujer, para m es slo un maniqu. Estoy interesado en Frith y en las monedas. y me gustara aprovechar esta oportunidad de sumergirme en la historia pasada. Intervengo, si me lo permite, slo para mi propia satisfaccin; no porque est ansioso por colaborar con la desconcertada Fuerza Policial. Sonri de pronto, y Bremner, contagiado por sus palabras, sonri a su vez, aunque con desgano. Se va a poner muy engredo si no tiene cuidado advirti. Lo que realmente necesita es darse un buen golpe, aunque slo sea por la experiencia que eso representa. Egerton sonri, abstrado; sus pensamientos estaban en otra parte. Vaya, entonces dijo Bremner, y no permita que su maldita conciencia artstica lo cargue con demasiados escrpulos. Egerton tuvo la fortuna de encontrar a Frith en su casa y desocupado. Explic su misin con sencillez. Lo que me preocupa son las monedas concluy. Estoy extraordinariamente interesado en ellas. Mi padre, que era algo as como un experto en ese rengln, las busc durante aos, cuando desaparecieron. Y conozco hombres. expertos, que han recorrido no slo este pas, sino Europa y Amrica, en un esfuerzo para localizarlas. Queremos saber qu sucedi despus que Morell se separ de ellas, y se me ocurri que usted podra ayudarnos. Yo? repiti Frith con extraeza. Podra decirnos quin era la anciana. Todava ni siquiera he odo su nombre. Frith pareci desconfiar. Era francesa. Tena que ser francesa, claro Por qu? Haba algo muy poco prometedor en la fijeza con que lo miraba el sacerdote. Porque Morell pas toda su vida adulta en Francia. Que yo sepa, nunca regres a Inglaterra, de modo que no es probable que cediera su mayor tesoro a alguien que no fuera de origen francs. O quizs eso sea decir las cosas con demasiada rudeza. Digamos, mejor: es ms que probable que cediera las monedas a alguien de nacionalidad francesa. Suponiendo que fue l quien se las entreg. Exactamente. Pero si hubieran pasado por muchas manos creo que el secreto de su paradero se habra sabido. Ms an, lo que lo impuls a separarse de ellas debe de haber sido algn apremio extraordinariamente poderoso. Como he dicho, eran lo nico que daba sentido a su vida.23

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Frith pareci escptico, hasta desdeoso. Una eleccin extraa coment. Eleccin? la voz de Egerton era reflexiva. Cree que nuestro libre albedro llega hasta ese punto? No es acaso un hecho que no elegimos nuestras vocaciones, y s que las seguimos, a menudo en la obscuridad? Y cree usted que juntar un montn de monedas tena alguna utilidad como obra de su vida? Sus hermosos ojos obscuros eran brillantes e inquietos; la boca se curvaba en algo parecido al desprecio. Aunque no pudiera ver su utilidad, no estara en condicin de condenar tal vida. Ninguno de nosotros lo est. No siempre podemos esperar ver el fin. Se nos da nuestro trabajo, y lo hacemos... o nos negamos a hacerla. En ltimo trmino la vida se reduce a eso: triunfos y fracasos. Y los hombres que no se dan cuenta, o que dan con el camino equivocado? Podemos decir algo de ellos? Algo, excepto que han perdido todo cuanto hace tan interesante la vida? La boca de Frith form una curva ms blanda. Estoy dispuesto a concederle una cosa: que usted ha encontrado su trabajo. Con su palabra persuasiva, sera capaz de convencer a un hipoptamo de que saliera de su charco en un da de agosto. Egerton not que la reticencia natural del hombre disminua con rapidez, como una barricada construida con arena seca por un nio, y demolida rpidamente por un viento vigoroso. No puedo sacar ventaja de esto, pens. El hombre est perdiendo su dominio de s mismo. Aqu hay elementos de tragedia, aunque por ahora no puedo darles un nombre. Pero antes de que pudiera hablar, Frith pregunt con curiosidad: Y qu significan para usted esas monedas? El irreprensible entusiasmo de Egerton se desbord. Son los hitos de nuestra civilizacin, los testimonios de otras sobre las cuales prcticamente no sabemos nada. La historia colocada en otras tantas cajitas de cartn. Frith asinti con la cabeza, y despus lanz una pregunta inesperada: Y qu supone que significaban para ella? No la conoc. No puedo decirlo. Pueden haber significado lo mismo que para nosotros. En todo caso, no trat de venderlas, aunque pudo haber logrado una buena suma. Muri en la miseria, entiendo... Frith slo dijo: Habra sido an ms pobre ante sus propios ojos si las hubiera vendido; aunque dudo que las pudiera distinguir unas de otras. Representaban lo nico que le importaba: el poder. Usted la conoca, entonces?24

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Conoca sus antecedentes. S qu le interesaba. Con viveza Egerton dijo: No me cuente nada de que pueda arrepentirse despus. Adems de m mismo, hay otras personas ansiosas por conocer lo que usted sabe de ella. Por ahora todos estamos a obscuras. En las paredes tena bastantes fotografas suyas como para iluminarlos. Oh, no podrn mantener a obscuras una cosa as. Esa mujer era Yvette Roget. La Reine! exclam Egerton, exactamente como haba hecho Frith, cinco meses antes, en circunstancias bastante diferentes. Frith se volvi hacia l vivamente: Usted tambin? Egerton pareci perplejo. Yo?... Tiene alguna razn especial para recordarla? Slo profesionalmente. Frith lo mir con fijeza. Usted es ms joven que yo. Y yo tena pocos aos cuando ella cay de su cielo. Hace algn tiempo realic un trabajo de investigacin sobre el drama continental. Y, naturalmente, eso inclua algunos estudios sobre varios intrpretes. Y es imposible pasar por alto uno del rango y el genio de Mlle. Roget. Resulta asombrosa, como usted dice, la forma en que haba cado de su cielo. S. Frith comenzaba a perder su cautela, a rendirse de buena gana al sereno encanto de Egerton. Hubo gente aadi, mordindose la lengua para evitar una mayor indiscrecin, hubo gente que vio en su desastre la mano de la Providencia. Por cierto que fue algo terrible para ella. La voz de Egerton segua siendo suave e impersonal: Tengo una de las famosas fotografas de Swan en ese libro de que le habl. Son bastante raras, creo. Me parece que haba una en la pared. En cierto modo es difcil reconciliar la mujer de ahora con esa encantadora criatura que debe haber sido. Hizo una pausa. Despus agreg: Pero esto no tiene nada que ver con las monedas, naturalmente. No s nada de ellas. Yo s algo. Fueron coleccionadas por Morell, un hombre de algunos recursos que viva en Pars. Quiz logr algn ascendiente sobre l... Secamente, Frith dijo: Probablemente? Sin duda alguna. Casi me lo dijo. Mencion el nombre de Morell? No, no. Pero dijo que el poder era todo cuanto le interesaba; que po25

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sea poder sobre los hombres, aun ahora, desde su obscuro alojamiento. Eso sin duda slo puede implicar una cosa. Chantaje. Se intercala bien dentro del cuadro, adems. All en Francia tena un nombre: La Mujer de los Mil Amantes. Oh, esto es fantstico, claro, pero se saba que senta pasin por los jvenes. A medida que envejeca tena poco ms de cincuenta aos cuando la enfermedad la derrot se intensificaba su deseo de amantes jvenes. Otro nombre con que la conocan era la Araa. La Araa repiti Frith. Una espantosa comparacin. Eso que se aferra a uno, y no lo suelta nunca. Y de ese modo continu Egerton, framente bien puede haber logrado ascendiente sobre algn hombre que ocupara una posicin importante, y que no querra que su relacin con ella fuera conocida por sus ntimos o sus superiores. Si no le molesta a usted que lo diga dijo Frith, para m eso es una patraa. Hombres de cincuenta o sesenta aos no van a retroceder ahora sobre su vida porque cuando tenan veinte fueron arrastrados tentados, si se quiere por una mujer que entonces era el dolo de Pars. No slo tena ella una reputacin asombrosa, sino una casa asombrosa. Dicen que era preciso regresar a los das de la corrupcin romana para igualarla. Otra exageracin, tal vez. Pero sin duda hay un grano de verdad en ella. Cuando dije ascendiente explic Egerton no quise decir slo que pudiera exhibir cartas disparatadas. Estoy de acuerdo con usted en que tal cosa no sera muy eficaz. Pero podra haberlos desviado por caminos que ellos no pueden permitir que sean conocidos. Frith volvi hacia el poltico un rostro tembloroso y blanco como el papel. Por qu dice eso? Sabe usted, entonces...? A dnde quiere llevarme? No. La voz de Egerton era bondadosa. Y le pido disculpas. No tena la menor idea. Pero no ve usted que si eso sucedi en... en el caso de su padre, no?, puede haber tenido en su poder a muchos otros hombres? Al propio Morell, por ejemplo. Creo que nada, salvo alguna publicidad vergonzosa, pudo haber persuadido a un hombre as a separarse de lo que para l vala ms que su vida. Si Morell fue contemporneo de su padre... No. Era mucho mayor. Si viviera ahora tendra entre ochenta y noventa aos. Pero haba un hijo, creo. Mi padre deca que tema que no valiera mucho. El viejo nunca hablaba de l. Pero puede haber sido al revs. El hijo puede haber descubierto algn secreto que le pareci inexcusable. Sera aproximadamente de mi edad cuando desaparecieron las monedas. Y puede haber tenido mujer, o hijos. Uno sufre ms por las penas del hijo que por las propias.26

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As es. Frith hablaba sin experiencia personal. Bueno, qu sigue ahora? Le molesta a usted que cuente a la polica lo que me ha dicho... quin era la vieja? Y cmo la conoci? No habr ninguna necesidad de mencionar a su padre. La verdad es que no tiene nada que ver en este asunto. Y aun si tuviera, yo sera el ltimo hombre en tratar de obstaculizar su camino aadi Frith, sombramente. Pero no hay razn para que deba salir a la luz. A menos que crea que la polica ya sospecha Aunque bien se sabe que no tengo barba. Que no tiene barba? Egerton pareci desconcertado. No le cont? Cuando hallamos el cadver haba algunos cabellos en sus dedos; cabellos castaos y crespos, demasiado speros, imagino, para que provinieran de la cabeza; ms bien como si hubiera sido atacada inesperadamente y se hubiera aferrado al hombre. Hum...! No saba... Eso debera ayudar a la polica. Por ahora poco tienen para empezar. Es una cosa dura la ley murmur el sacerdote. He aqu una mujer que virtualmente ha estado cometiendo asesinatos durante aos; luego alguien paga parte de su deuda, y la ley lo persigue hasta la tumba. Otra vez un asunto de ojo por ojo. Pero Egerton era un constitucionalista demasiado bueno para admitir aquello. Es preciso pagar las deudas dijo. Usted tiene suerte si es lo bastante solvente. Hasta un hombre en bancarrota tiene que pagar hasta donde d su bolsa. Ninguna es lo bastante grande como para pagar por un crimen. Aunque estoy de acuerdo con usted hasta el punto de creer que la ley debera reconocer una diferencia entre el crimen deliberado y el impulsivo. La muerte es una sentencia imperdonable aun para el peor criminal dijo Frith speramente. Le quita todas las posibilidades. Pero Egerton no estaba dispuesto a discutir. Saba a dnde llevaba esa clase de conversacin. Uno poda estar en desacuerdo toda la noche y al final no se arreglaba nada.

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CAPTULO IV 1EL INTERROGATORIO, que tuvo lugar el da siguiente, no arroj mucha luz sobre el asunto. El tribunal estaba atestado de gente. Era la tarde de un sbado terriblemente fro; la primera escarcha del invierno se tenda, dura y poco atrayente, sobre el csped y el pavimento; los caballos, en las calles, lanzaban nubecillas de vapor por sus narices, y pateaban, inquietos, la superficie endurecida del camino. Los titulares de los diarios haban despertado esa exci27

tacin sombra y spera que el crimen violento engendra en cierto sector de la poblacin; y como siempre hay un gran ejrcito de personas incapaces de obtener trabajo o poco deseosas de lograrlo, que disponen de infinito tiempo para contemplar una procesin, un casamiento o un funeral, o disecar con cndido deleite el acto ms pervertido, criminal o repugnante, el tribunal estaba colmado de pblico. Se haba sabido la identidad de la muerta, y la prensa sacaba el mayor provecho de ella. La mujer, deca con frases sonoras y pomposas, se haba hundido desde una vida de notable brillo hasta el nivel de aquellas criaturas pobres, sin amigos, que, cual semillas que dejan caer los pjaros viajeros en cada rincn de una gran ciudad, florecen como pueden en un suelo estril. El mdico de Polica, Fordyce, manifest que Mlle. Roget haba hallado la muerte a consecuencia de haber sido apualada. El bistur fue presentado al tribunal. Tena hoja delgada, y mango corto, de hueso; era de fabricacin extranjera, y muy nuevo. Fordyce dijo que quizs hubiera sido comprado para aquella ocasin. No era un bistur caro, y no crea que lo hubiera usado un cirujano de mucha reputacin. Sin embargo, bast para matar a esta infortunada mujer dijo el pomposo coroner 1 , con voz deliberadamente fra. Un cuchillo para cortar pan podra cumplir igual fin replic Fordyce, con idntica frialdad; pero, hablando como mdico, yo no lo usara para una operacin. Este bistur puede ser un arma menos tosca, pero al mismo tiempo no es muy delicado, ni est muy bien terminado. fue usado por un hombre con conocimientos mdicos? Es imposible decirlo con certeza, pero o bien el hombre posea el conocimiento indispensable, o bien tuvo una suerte extraordinaria. La hoja no es muy larga, como habr observado. Supo exactamente dnde dar el golpe. Puede concebirse que se haya suicidado? Sobre esto, nuevamente, es imposible jurar que no; pero me parece improbable. Hay otro detalle significativo. La mujer fue encontrada mirando hacia la puerta, y cerca de ella, sobre el piso, haba un candelero de esmalte azul, de donde haba cado la buja. Parece evidente que se haba aproximado a la puerta llevando la luz, puesto que la habitacin era muy oscura, y la muerte ocurri probablemente de noche. Abri la puerta y en seguida (puesto que los cabellos de su mano son los nicos signos de lucha, probablemente el resultado de un instintivo intento de defensa) el asesino la golpe. sa, por lo menos, es mi reconstruccin del hecho. Agreg que la muerte deba de haber sido prcticamente instantnea; haba muy poca hemorragia externa. La salud de la anciana no era buena, y consideraba que probablemente durante muchos aos se haba mantenido viva a fuerza de pura voluntad. Evidentemente estaba desnutrida, y la apariencia de la

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Funcionario encargado de la investigacin. (N. del T.)28

habitacin sugera que rara vez cocinaba alimentos frescos. El agente del propietario, un joven de levita color cervato con cuello azul, de bigote pequeo en un rostro plido, escaso cabello castao y sombrero color chocolate, dijo que haba cobrado el alquiler que pagaba la muerta durante casi cuatro aos. Iba todos los lunes, y por lo general ella tena la suma exacta preparada para l. Pagaba (dijo esto en respuesta a una pregunta) en dinero ingls. El alquiler de la habitacin era seis chelines por semana. Nunca haba estado adentro; no le pagaban para que informara sobre la condicin de los departamentos. S, haba pensado que el olor era espantoso, pero despus de recorrer edificios como las Viviendas durante siete aos, uno dejaba de prestar atencin a esas cosas. Siempre le haba parecido una especie de espantapjaros, y nunca le haba concedido una palabra; slo una o dos veces se haba quejado de que el alquiler era demasiado alto. Le haba respondido que si no poda pagar, poda irse, y que no tendran dificultad para conseguir otro inquilino. Un inquilino que mantuviera el departamento con mayor decencia, haba aadido. Ella haba replicado, inmediatamente en la defensiva, que no se metiera en su habitacin; su intimidad le perteneca y l deba respetarla. Ni siquiera haba conversado sobre la vieja con los otros inquilinos. Tena mucho trabajo (todos saban que su patrn era exigente) y, de cualquier modo, nadie le daba las gracias a uno porque metiera la nariz en sus asuntos. En respuesta a otra pregunta: S dijo, la muerta le haba producido la impresin de haber conocido tiempos mejores, pero suceda lo mismo con muchas personas, hasta que advertan que uno no les crea. Nunca le haba odo hablar de sus vecinos, ni de amigos, parientes o visitantes. Poco tiempo despus le lleg el turno a Barnard de ofrecer su testimonio, y luego Frith ocup su lugar. Dijo que haba conocido a la mujer en el verano, durante sus visitas a las Viviendas. Le haba contado quin era, y le haba credo, a raz de ciertas ancdotas e incidentes que le relatara. Saba su nombre, aunque, naturalmente, era demasiado joven para conocerla ms que por su reputacin. Sus padres haban vivido mucho tiempo en Francia, y despus que l y su madre regresaron a Inglaterra haba visto en los peridicos ocasionales referencias a ella. La haba atacado la viruela en un tiempo en que no se saba cmo tratar aquella enfermedad; haba sido vctima de un experimento, y entenda que despus de su restablecimiento haba quedado demasiado mal para seguir dedicndose a su carrera. No haba odo hablar ms de ella; su nombre ya no apareca en peridicos y anuncios o letreros luminosos; durante su desaparicin haba surgido una nueva estrella que fue aclamada con todo el entusiasmo espontneo de que es capaz un pas latino. Tambin se haba susurrado que La Reine comenzaba a mostrar signos de vejez. En respuesta a una pregunta del coroner dijo que no le haba hablado de sus actuales circunstancias domsticas; pareca evidente que viva en el pasado. No entr en su habitacin ms que una vez, pero no porque no hubiera29

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tratado de hacerlo. Ignoraba si ella perteneca a la Comunin Anglicana, pero l no tena prejuicios religiosos; visitaba familias o individuos sin distincin de credo, a menos que supiera que un sacerdote de otra comunin ya se ocupaba de ellos. Y qu impresin le caus ella, seor Frith? El coroner no estaba dispuesto a molestarse usando ttulos antojadizos. Estos curas de los barrios bajos comenzaban a colocarse en posiciones superiores a las que les correspondan, escriban libros, se hacan entrevistar y se dejaban proteger por la realeza. Durante la generacin anterior un cura era un cura, y uno puede ver lo que la gente pensaba de ellos por aquellas cosas sorprendentes, hechas para llevar tortas y pan con manteca, conocidas como Ayudas del Cura. Ahora, como todos los dems, queran pasar al primer plano, pero l no iba a ceder ante ninguno de ellos. Pens, sin duda, que sufra un desequilibrio mental, pero que no afectaba a nadie ms que a ella misma. No se le ocurri avisar al Oficial de Socorros o a las Autoridades de la Ley de los Pobres? Haba descubierto que no era un caso para la Ley de los Pobres. Se mantena a s misma, y creo que se habra opuesto vigorosamente a cualquier entremetimiento de mi parte. Sin embargo, como usted la consideraba loca, la posicin sin duda cambiaba... No dije eso. Loca es una palabra que tendra mucho cuidado de usar en cualquier caso. Pens que estaba mentalmente desequilibrada. Quiero decir que era una mujer que haba perdido todo sentido del tiempo. Me parece que a menudo no reconoca a su medio ni a sus vecinos; se crea otra vez en la gloria y el esplendor que haba conocido en otros tiempos. Eran ilusiones, claro, pero no ilusiones peligrosas, y es natural que las tuviera a causa de su vida. Las personas que viven en la soledad, como ella, frecuentemente se hacen ilusiones. Recuerde esa historia de Kipling sobre el hombre que viva en un faro, y como estaba solo y nunca oa comentarios, gradualmente comenz a andar sin ropas, sin darse cuenta de lo que haca. Cuando un da, por casualidad, se vio en un espejo, y not que estaba desnudo, se deshizo en lgrimas. Aquello no era un desarrollo anormal; era la consecuencia de su modo de vida. La gente de las Viviendas le dir que estaba loca porque hablaba consigo misma; pero usted advertir que la mayora de la gente que est sola durante mucho tiempo cae en ese hbito, especialmente si tiene una mente activa. En cuanto a las ilusiones de Mlle. Roget, lejos de ser daosas, creo que eran el resultado de una dispensa misericordiosa. Si hubiera comprendido claramente en qu abismo haba cado (porque la primera parte de su vida era fantstica como un relato de Las Mil y Una Noches), habra sufrido mucho. El coroner pens que no caba ninguna duda: este sujeto estaba loco de30

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remate, y su testimonio careca de valor. Luego habl la polica; por el momento no tena testimonio que ofrecer; el cadver haba sido identificado por Frith, y no haban odo hablar de ningn pariente o conocido; pidi una postergacin del plazo, y le fue concedida; el interrogatorio pospuesto tendra lugar dentro de un mes, para permitir que se realizaran averiguaciones que, por la naturaleza del caso, seran ms lentas que de costumbre. El sepelio tendra lugar el lunes siguiente, 9 de noviembre.

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El cadver fue sepultado casi sin ceremonia el da fijado; no hubo deudos ni flores. A su propio pedido. Frith ley el servicio; haba esperado que apareciera Egerton, pero esto habra parecido un sentimiento falso al poltico, cuyo inters, despus de todo, estaba concentrado en lo que ella dejaba tras s, no en lo que era o haba sido. A pesar de la publicidad que tuvo el asunto, nadie se haba presentado a reclamar el dinero atesorado en el cajn, las joyas o las dems posesiones de la muerta. No pareca que quedara nadie de la brillante corte que treinta o cuarenta aos atrs se haba inclinado a sus pies, desvariando, amenazando, desesperando por ella, y a la que ella haba perseguido hasta la muerte. A su debido tiempo una lpida sencilla colocada sobre la tumba anunci el nombre de la mujer y la fecha de su defuncin. Eso fue todo; el final precipitado, insignificante, de una anciana, cuya vida haba sido, en su primera parte, un deslumbrante calidoscopio de ingenio, encanto, belleza y poder. Mientras tanto, y mucho antes del entierro (es decir, inmediatamente despus del interrogatorio), la polica continu sus investigaciones. El detective inspector Field estaba a cargo del caso. Sus primeras averiguaciones, realizadas en las Viviendas, produjeron pocos resultados. No era difcil conseguir que los inquilinos hablaran del asesinato. Nunca es difcil conseguir que las inglesas de las clases inferiores hablen de horrores; pero trataban el asunto con una frialdad curiosa. Field haba previsto, por su experiencia de muchos aos, una especie de excitacin jadeante, un deleite dominado y slo parcialmente escondido; pero en lugar de esto, no hall ms que una aceptacin de los hechos, bastante maliciosa. Descubri que esta actitud se deba, en parte, a que la muerta era francesa, y las amas de casa de las Viviendas consideraban a Francia como si fuera un pas de otro planeta, donde normalmente se asesinaba de manera peculiar a las mujeres y, en parte, a que realmente no la conocan. El asesinato del vecino con quien conversaron, cuyas miserias compartieron, las habra llevado a sus puertas a hablar con los reporteros, con la polica y con los holgazanes y los parientes de la vctima, y cualquiera a quien pudieran inducir a escuchar cuntas veces haban estado con la pobre Poll comentando sobre sa, aqulla y la otra persona. Pero la verdad era que el asesinato de Mlle. Roget no tocaba sus vidas opacas, laboriosas. Era una31

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francesa; probablemente tena un pasado espantoso; era evidente que estaba marcada para el crimen; pero ese crimen no era asunto suyo. Despus Field pregunt si reciba visitantes; pero encontr la misma apata suave y sincera. Viva demasiado apartada, al final de un angosto corredor de piedra, para que alguien escuchara sus conversaciones; no pareca conocer a nadie del lugar; se crea superior a l. Daba la impresin de que realmente ignoraba sus existencias. A menudo la haban odo conversar animadamente mientras suba la escalera, pero su acompaante era invisible. Saban que estaba loca, y aun si hubieran odos voces en su habitacin slo habran dicho que la vieja andaba en otra de sus chifladuras. Field insisti: Han visto a alguien, a algn desconocido, a cualquiera que, por lo que ustedes sepan, no venga a visitar a ninguno de sus vecinos, entrando y saliendo del edificio? Pero otra vez se encontr frente a una pared infranqueable. Entraba y sala mucha gente extraa, le dijeron; seoras de la Beneficencia, algunas con abrigos de piel que hubieran bastado para sostener durante un mes a una familia obrera; algunas con ropas que crean adecuadas a aquel vecindario, para mostrar que ellas tambin saban qu era la pobreza; las haba jvenes y viejas, y todas hacan preguntas y pedan referencias y los sermoneaban sobre cmo vivir con once chelines por semana. Y vena gente extraa de las Oficinas de Socorro y la Ayuda a los Nios Invlidos; y venan clrigos y curas y miembros de las organizaciones de salvacin oh!, una buena cantidad de gente que nadie poda esperar que uno identificara. Field, desconcertado pero no vencido, pens: "Son unos clientes extraos. Es muy probable que si hubieran visto cometer el crimen hubieran rehusado decirlo. La mitad no se atreve a mezclarse con la polica, y la otra mitad no tiene intencin de hacerlo. Sin embargo, todava puede haber algo que sacarles. Pero no ser yo quien lo consiga." Decidi enviar un detective, disfrazado de vendedor ambulante, para ver de qu poda enterarse. El hombre elegido fue Davidson; Davidson se provey de una cantidad de sobres con semillas de alhucema, perfectamente intiles, y una falsa hoja de servicios de guerra. Era todo un artista en su tarea, y sostena que en estos asuntos haba un procedimiento que no poda ignorar nadie que ansiara triunfar. Nunca trate de llevar alhucema a los suburbios sola advertir a los aficionados. La gente de los suburbios es demasiado sensata. Pregunte a cualquier organillero qu zona prefiere, y diecinueve de cada veinte le nombrarn algn distrito pobre, sentimental, medio derruido, donde la gente no est muy educada como para conocer las triquiuelas de la Ley de Pobres. Los suburbios estn demasiado bien instruidos. Saben que un hombre no tiene por qu morirse de hambre, aunque en la prctica rehsen darle un penique. Hay un Oficial de32

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Socorro, para qu est? Algunas veces le darn su nombre y su direccin a algn pobre diablo hambriento, o a cualquiera que diga tener hambre; y los mejor intencionados telefonearn media hora ms tarde para saber si apareci por all; y en caso negativo, le dirn a uno que eso lo prueba. Saben que en Inglaterra ningn hombre puede llegar a la indigencia. La mitad de las mujeres hacen obra social en alguna parte de la ciudad, y gradualmente estamos evolucionando hacia una generacin que sabe que es tan malo dar un penique al mono de un organillero como utilizar el pauelo de otro. No sern humanos, claro, pero quizs sean interesantes. Personalmente, siempre me han entusiasmado las mquinas. Pero aunque el habitante del East End conozca todo lo relacionado con el Oficial de Socorro, tambin sabe qu desagradable le resulta ir hasta all; en general, preferira evitarlo. Por eso se separa de un penique sin ninguna discusin moral interna sobre si, al hacerla, est poniendo en peligro su propia alma inmortal o la de quien recibe su limosna. A menudo oir decir a las seoras de las Sociedades de Beneficencia que el habitante de los inquilinatos es derrochador; se desprende de su dinero en una forma que ellas mismas seran incapaces de imitar. Y tienen razn. Bueno; por eso le digo: lleve a los inquilinatos algo perfectamente intil, como la alhucema; pida slo un penique por ella, y si quiere aada que es un ex combatiente, y que su mujer trata de ayudar a la casa haciendo limpieza por ah, pero el trabajo es poco y se lo encuentra slo de vez en cuando. Eso tocar una cuerda sensible del corazn de la duea de casa; probablemente ella tambin tendr que ayudar a su madre haciendo limpieza, cuando haya limpieza que hacer, y cuando el ltimo hijo tenga bastante edad para poder quedarse solo. Cuando ha logrado que hable, por lo general, uno puede conducirla hacia el tema que le interesa. Y recuerde siempre que si se ha notado algo poco comn, alguna persona extraa, el asunto no ser conocido por una sola de las vecinas. sta lo habr discutido con otra, quien lo habr contado a la seora del nmero 56, de modo que por lo comn le resultar fcil desmentir o confirmar un rumor de esa clase. Pero durante largo tiempo Davidson temi no ser ms afortunado que su jefe. Por cierto que las mujeres estaban dispuestas a hablar con l, pero la suma de sus informaciones pareca idntica. Cada ama de casa, por turno, le inform de que no haba odo nada, y aadi si no era horrible pensar que podan dar cuenta de uno con la mitad de las Viviendas detrs de sus propias puertas. No, no haban odo nada; o porque el chico berreaba, o porque estaban ocupadas planchando, o porque saltaba la tapa de la marmita, o porque estaban friendo arenque para el t substancioso que necesitaban sus hombres. Haban estado ocupadas en una cosa u otra, mientras el asesino se deslizaba silenciosamente frente a sus puertas, y desapareca luego de la misma manera. Con tono casual Davidson hizo girar la conversacin alrededor de la muerta; y para su beneficio repitieron, casi palabra por palabra, lo que ya haban contado a Field: que de cualquier modo uno no poda confiar en estos e