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avivir Revista del Telefono de la Esperanza www.telefonodelaesperanza.org Numero 260 I ENERO - MARZO 2016 Cómo dejar de vivir en la mentira. Por María Guerrero “Elegimos una personalidad para que los demás nos quieran” Entrevista con la psicóloga Victoria Cadarso Detrás de cada máscara se oculta miedo al rechazo. Un estudio histórico de Herminio Otero ¡QUÍTATE LA CARETA! Máscaras para ocultar el “yo” y modos de recuperarlo

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avivirRevista del Telefono de la Esperanza

www.telefonodelaesperanza.org

Numero 260 I ENERO - MARZO 2016

Cómo dejar de vivir en la mentira. Por María Guerrero

“Elegimos una personalidad para que los demás nos quieran”

Entrevista con la psicóloga Victoria Cadarso

Detrás de cada máscara se oculta miedo al rechazo.

Un estudio histórico de Herminio Otero

¡QUÍTATE LA CARETA!

Máscaras para ocultar el “yo”

y modos de recuperarlo

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SUMARIO

SUMARIO

Entrevista // 38Con Victoria Cadarso Sánchez, Psicóloga, escritora y directora del Victoria Cadarso Team Por Gloria Díez Fernández

Cine // 46Máscaras de cinePor Norberto Alcover Ibáñez

A pie de calle // 52¿Con qué cara nos quedamos? Por Antonio Saugar Benito

Comunicando // 58Más de cuatro millones de españoles se sienten solos // Un 9% de los españoles sufren una enfermedad mental // “Reflexio-na. Ponte en mi lugar. Conecta conmigo” // “Hacer voluntariado es querer cambiar el mundo y hacerlo” // “Bodas de plata” con la ilusión del primer día // ¡Apúntate a nuestra gran familia en RED! // La Guardia Civil y el Teléfono de la Esperanza se unen para promocionar la salud emocional y pre-venir el suicidio

Entre la máscara y el disfraz // 6Nuestras caretas nos ocultan y al mismo tiempo, nos delatan Por Herminio Otero Martínez

Al encuentro del yo // 14Hay que dejar un margen para la aventura, el descubrimiento y el asombro Por Alfonso Echávarri Gorricho

Cómo quitarnos la máscara // 20Deshacer nudos, levantar prohibiciones, dejar de vivir en la mentiraPor María Guerrero Escusa

Educar para la autenticidad // 26No aceptar, ni aceptarnos, nos obliga a utilizar máscarasPor José María Jiménez Ruiz

La tiranía del disfraz // 32Los jóvenes tienen miedo al ridículo, a quedar fuera del juego socialPor José Luis Rozalén Medina

A fondo

Director:Pedro Miguel Lamet

Redactor jefe y Publicidad:Gloria Díez

Diseño gráfico:José Luis Mendoza

Edita:Teléfono de la EsperanzaDepósito Legal:M-28.500-1973

Dirección, redacción y administración:Francos Rodríguez, 51(Chalet 25)28039 MadridTel.: 91 459 00 62Fax: 91 459 04 50e-mail: [email protected]

Colaboradores:Herminio OteroAlfonso EchávarriMaría GuerreroJosé María JiménezJosé Luis RozalénNorberto AlcoverAntonio Saugar

Coordinación:Impact 5Tel.: 985 20 70 80

Fotografías ©©:www.freeimages.com

Con la financiación de:

Carta del director // Quítate la careta // 5

Carta del Director

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¡QUÍTATE LA CARETA! Recuerdo haber leído una frase deI famoso novelista japonés Susako Endo: “Las personas nunca conocen su verdadero aspecto. Todo el mun-do cree que esa máscara social falsa y afectada que luce es su auténtico rostro”. Desde niños, de forma inconsciente, cuando vamos alcanzando el uso de razón comienza en nosotros una difusa sensación de miedo a no ser valorados, a no ser queridos. Entonces nos comparamos con aquellos de nuestro entorno que reciben alabanzas, protección y cariño. “Mira tu hermano, qué bien se porta”. “Fíjate en fulanita, qué niña tan mona”. Y nos muestran un arquetipo, una figura ideal que debe ser imitada: el estu-diante aplicado, la adolescente ordenada, el hijo obediente que nuestros padres y familiares han proyectado desde su “superego” para nosotros. O bien, para escapar de eso, elegimos personajes rebeldes o alternativos que

nos atraen en el cole, el cine, la religión, la calle como identidad apetecida.

Así arranca en mí la necesidad de ponerme una máscara, adoptar un determinado disfraz. A medida que crecemos el truco se hace habitual y se multiplica. Ya no adopto una sola careta, sino varias, según las circunstancias: una en casa y en familia, otra con los amigos, la tercera en la oficina, que también cambia ante el jefe, los compañeros de traba-jo o los clientes. Solo cuando cerramos la puerta de nuestro cuarto emerge algo de lo que somos en verdad, y esa in-coherencia nos pone tristes.

Tal fenómeno se ha acrecentado sobremanera en la sociedad de modelos publicitarios que se nos presentan como idea-les de triunfo: la seductora irresistible, el ejecutivo agresivo, el propietario de un coche o una vestimenta cuya asocia-ción nos lanza al “estrellato”. El proceso llega a extremos de hacernos un liftin, cirugía estética e incluso inventarnos títulos universitarios, aventuras increíbles que jamás hemos vivido, o corrompernos y hasta robar si hace falta.

De esta manera, como actores o actrices consumados, (del teatro viene la palabra máscara=”persona”), llegamos a creernos que esa careta es nuestro auténtico rostro. Es verdad que no hay que exagerar, y que lo mismo que no podemos ir desnudos por la calle tenemos que protegernos muchas veces con cierto disfraz. No le puedes decir al patrón que te va a contratar, antes de intentar aprender y demostrar capacidad para un trabajo, que estás “pez” en la materia.

Pero aquí en este número de AVIVIR intentamos reflexionar sobre algo más profundo: si nos hemos instalado de tal manera en la mentira que tenemos reprimido o machacado nuestro verdadero yo. Este proceso es tan antiguo que ya Séneca advierte que nuestra verdadera identidad acaba saliendo a flote: “Nadie puede llevar mucho tiempo el disfraz. Todo lo que está disfrazado acaba por volver a su naturaleza”.

¿Sabéis cuales son las máscaras peores? Las máscaras espirituales que nos apartan de nuestro centro. Muchos pre-tendidos maestros y gurús nos vampirizan para alimentar su propio ego y hacerlo más fuerte y poderoso con nuestro borreguismo. No hemos salido de fábrica como fotocopias, somos únicos, originales y llevamos dentro nuestra mejor identidad, solo que ahogada por mucha hojarasca.

Es verdad que bajo la careta nos sentimos más cómodos exhibiendo nuestra “normalidad”, nuestro “status”. Pero no somos nosotros, vivimos desconectados de nuestra auténtica esencia y al cabo eso se paga. Decía Anthony de Mello que “La verdad que nos libera suele ser la que menos queremos escuchar”. Como el leoncito que creció entre ovejas y creía ser una de ellas hasta que vino otro león y tuvo miedo de ser devorado. El congénere le llevó hasta un lago y cuando vio su auténtico rostro finalmente rugió y recuperó su identidad de león.

Es el miedo el que nos impide ser nosotros mismos, sin darnos cuenta que con careta o sin ella siempre vamos a tener amigos y enemigos, partidarios y detractores. ¿No es mejor escuchar nuestra voz interior y seguirla? Vuelvo a citar al gran Tony de Mello: “El yo no está bien ni mal, no es bello ni feo, inteligente ni estúpido. El yo es, simplemente. In-descriptible, como el espíritu. Todas las cosas —como tus sentimientos, pensamientos y células— vienen y van. No te identifiques con ninguna de ellas. El yo no es ninguna de ellas”. En una palabra, dejarse ser es quitarse la careta.

Pedro Miguel Lamet

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A Fondo

Nuestras caretas nos ocultan y

al mismo tiempo, nos delatan

Por Hermino Otero Martínez

Entre la máscara

y el disfraz

Las máscaras y disfraces nos han acompañado a lo largo de nuestra

historia humana y siguen muy presentes en la sociedad actual, tan

impregnada de fragilidad.

A Fondo

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Nuestras caretas nos ocultan y

al mismo tiempo, nos delatan

Entre la máscara

y el disfraz

El relato biblico nos cuenta que los primeros se-res humanos, personificados en Adán Hecho de la Tierra y en Eva Madre de los Vivientes, andaban desnudos. Sólo cuando toman conciencia de lo que son y de lo que hacen, comienzan a cubrir cus cuerpos, comenzando por lo que llamamos “sus vergüenzas”.

La ciencia parece confirmarlo: los seres huma-nos anduvieron unos 800 mil años desnudos y a la intemperie, sin la protección de pelo o ropa, acogidos por el calor de África. La investigación genética de pigmentación sugiere que los pri-meros seres humanos perdieron el vello corpo-ral hace alrededor de 1 millón de años. Y David Reed, investigador del Museo de Historia natural en Florida, usando secuencias de ADN, descu-brió que fue hace solo 170 mil años cuando los piojos tradicionales de cabello empezaron a di-vergir en piojos de ropa y, por lo tanto, que fue entonces cuando los seres humanos comenza-ron a cubrir sus cuerpos con ropa. Lo hicieron 70 mil años antes de migrar desde la Tierra Madre de África a climas más fríos y latitudes más al-tas, algo que se cree sucedió hace 100 mil años. Unas decenas de miles de años antes habían co-menzado a usar ropa.

Los hombres primitivos pasaron de llevar el cuer-po desnudo a cubrirlo con vestidos entre las dos últimas glaciaciones y, probablemente, no fue para protegerse del frío.

Ya en el siglo XIX, el filósofo inglés Thomas Carlyle (1795-1881) afirmaba que “la primera intención de la ropa no fue para calentarse o por decencia, sino con fines de ornato”. O sea, para identificar-se con su grupo, para destacar ante los demás y para mostrar éxito y poder.

Siglos o milenios después de la aparición, la moda se consolidó como una forma de mostrar las dife-rencias entre los grupos o clases sociales: ponía de manifiesto quiénes eran los amos y quiénes los es-clavos. Y era también una forma de identificación con el grupo al que se pertenecía. Desde entonces y hasta ahora ha servido para disfrazarnos comu-nicando además información específica, como la soltería o la viudez, el oficio o la ocupación, y la pertenencia a una religión o a un grupo social.

Diferencia e identidad

La ropa nos dio identidad y por lo tanto diferen-cia, o al revés, nos dio diferencia y por lo tan-to identidad, pero a la vez nos iba uniformaba dentro del mismo grupo. Por eso el ser humano descubrió la fuerza de su mirada como vestigio que lo hacía poderoso o sumiso ante los demás, lo diferenciaba de ellos y lo convertía en único e irrepetible. Y nacieron las máscaras.

Las máscaras estuvieron destinadas en un princi-pio a ocultar la cabeza o el rostro, o a amplificarlo, y se utilizaban sobre todo como instrumentos má-gicos en la vida cotidiana o en rituales religiosos.

Jung nos lo recuerda: cuando el hombre primiti-vo se coloca una máscara de un animal con el que competía por la supervivencia, no pretende ser ese animal sino que está convencido de que lo es. Com-parte esa identidad en el reino del mito y del símbo-lo. Así lo podemos ver dibujado, por ejemplo, en la pared de una cueva en el sur de Francia: un hom-bre primitivo, disfrazado con la piel y la cornamenta de un ciervo y con los dedos de las manos y los pies asomando bajo la piel, formaba parte de una danza destinada a atraer o a incrementar la caza.

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A Fondo

Con el tiempo, el disfraz completo de animal, tan usado por el hombre primitivo para la caza, fue reemplazado en muchos sitios por máscaras de animales, a las que cargó de magia y poderío. La imagen enmascarada transforma a su portador y le da fuerza para ser como ese animal y luchar contra él. El hombre primitivo, que se coloca con ceremonial una máscara representativa de un animal, de un dios o de un espíritu, cree conver-tirse en ese ser, hasta el punto de que, imitando sus actitudes y movimientos, lo transforma en una danza ritual. Las máscaras de las antiguas pinturas rupestres dan cuenta de ello.

Las máscaras han tenido también otros fines, so-bre todo de origen funerario. Fueron muy usadas en Egipto en las ceremonias de los entierros para perpetuar con ellas los rostros de los muertos.

Con ellas se imitaba de la forma más fielmente posible el rostro del difunto y, pintadas y doradas primorosamente, se colocaban junto al sarcófa-go. En el antiguo Egipto, los sacerdotes utilizaban también máscaras con formas de animales para comunicarse con los dioses.

La máscara europea se origina en Micenas y tiene también en gran medida fines mágico-religiosos. En la Grecia antigua, las máscaras fueron muy importantes en los ritos religiosos: representa-ban a dioses, cubrían el rostro de difuntos y se colgaban de los árboles pidiendo mágica protec-ción. Las máscaras de fiesta dedicadas a Dionisos llegaron a incorporarse en representaciones dra-máticas, de donde pasaron al teatro para diferen-ciar a los distintos personajes.

En Roma las llevaban los actores en los cortejos fúnebres para que se reconociera y recordara el rostro del difunto. Posteriormente las utilizaron

también los actores para representar fielmente en sus obras los rostros de los personajes histó-ricos que interpretaban y para hacer resonar la voz y que se oyera más facilmente. De ahí vien la palabra persona, y eso somos: máscaras auténti-cas o máscaras sin máscara.

Las máscaras se comenzaron a utilizar enseguida en las fiestas saturnales en Roma, y de ahí nació su uso con carácter festivo, dando origen a la uti-lización en lo que hoy es nuestro carnaval.

“La ropa, al principio, no fue para calentarse o por

decencia, sino con fines de adorno, para mostrar éxito

y poder”

A Fondo

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Siempre las máscaras

Pero las máscaras están presentes en todas las cul-turas. En el África negra se utilizan en las danzas ceremoniales y exorcismos. Las sociedades secretas llevan mascaras para atemorizar a sus miembros.

En Oceanía las máscaras, de formas geométricas y estilizadas, tienen un sentido mágico-simbólico caracterizado por su espíritu religioso (son sím-bolos de dioses o espíritus mitológicos) y por su realismo cultural. Se utilizan en danzas ceremo-niales con expresiones deformadas y caricatures-cas y también están asociadas a ceremonias gue-rreras, de iniciación o de actividades agrícolas.

También está presentes en Asia. Las máscaras ja-ponesas, algunas de ellas consideradas como las mas bellas del mundo, aparecen ligadas a cultos re-ligiosos. Posteriormente se utilizaron de forma laica en la danza cortesana y en el siglo XIV pasaron al drama japonés. En la época feudal, los guerreros japoneses y sus caballos llevaban máscaras de hie-rro de aspecto feroz para amedrentar al enemigo. En Ceilán, los curanderos enmascarados danzaban para lograr expulsar los demonios o espíritus. Y Los bailarines camboyanos y siameses, utilizan másca-ras coronadas por estructuras puntiagudas, como las estructuras de los templos de Bangkok.

Las máscaras de América trazan una breve histo-ria del continente con representaciones indígenas similares a las africanas. En el periodo precolom-bino americano abundan las máscaras rituales y también las funerarias, fabricadas en piedra dura. En los países andinos, se cubría a los fallecidos con mascaras de madera u oro batido. Los mayas realizaban mascarones con la serpiente emplu-mada. Y en las antiguas civilizaciones mexicanas, los sacerdotes tenían el privilegio de utilizarlas.

Invisibles, pero muy reales

En la actualidad las máscaras han perdido su carác-ter ritual y solo tienen un uso carnavalesco, pero el ser humano sigue usando otras máscaras, a veces invisibles pero muy reales, para refugiarse en la seguridad y protegerse de nuevas amenazas.

Según la Biblia, el primer disfraz humano fue un ceñidor entrelazado con hojas de higuera que Adán y Eva se colocaron “cuando se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de que estaban des-nudos”. Después “se escondieron entre los árbo-les del huerto para que Dios no les viera”. Se ocultan porque así creen que nadie les va a ver, pero Dios los llama por su nombre. Ellos se po-nen las máscaras de la disculpa y de la mentira, pero de poco les servirá, y Dios reparte a cada uno lo suyo. El relato bíblico termina: “El Señor Dios hizo para Adán y su mujer unas túnicas de piel, y los vistió”. Ya eran conocedores del bien y del mal y tenían como armas para defenderse las máscara del engaño y un disfraz.

Ocultarse es una de las primeras reacciones del ser humano ante las faltas cometidas. Todos te-nemos miedo a ser descubiertos en falsedad, y tememos que los demás vean quiénes somos en realidad y cuáles son las verdaderas intenciones de nuestro corazón. Con frecuencia buscamos ocultar lo que somos y queremos aparecer como lo que no somos. Y para eso nos servimos de dis-fraces y de máscaras.

La máscara reviste nuestros miedos, tan abun-dantes siempre y especialmente en la sociedad actual: miedo a expresarnos o a que nos conoz-can más de lo que deseamos; miedo a mostrar nuestro lado oscuro; miedo a no obtener la apro-bación de los demás; miedo a que nos juzguen y rechacen; miedo a la intimidad con otros o a pa-recer vulnerables frente a los demás; miedo a la inseguridad; miedo a ser diferentes a lo marcado por las convenciones sociales; miedo al compro-miso y a la responsabilidad.

Con estos miedos enmascarados, disfrazamos nuestro verdadero yo y perdemos uno de nues-tros más fuertes y grandes atractivos: el encanto natural de ser uno mismo.

“Ocultarse es una de las primeras reacciones del

ser humano ante las faltas cometidas. Todos tememos

que nos descubran”

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A Fondo

Para parecer “normales”

Dice Erich Fromm que nos ponemos aquellas más-caras que creemos nos harán parecer “normales y comunes”. De hecho, utilizamos las máscaras para aparecer como “personas respetables”. Con ellas representamos lo que queremos que los otros vean y así agradarlos y ajustarnos a lo que los demás quieren ver de nosotros, aunque eso implique que nuestro comportamiento vaya en contra de lo que realmente somos y dejemos de ser auténticos.

En la selva urbana, en la que vivimos perdidos y manejados por las tecnologías de la comunica-ción, abundan ahora las máscaras que nos sigen dando fuerza, protección o seguridad en un mun-do de manifiesta fragilidad. Detrás de cada más-cara siempre está el miedo al rechazo, al fraca-so, al compromiso, a comunicarnos, a establecer relaciones, a cubrir expectativas que los demás tienen de nosotros.

Las máscaras, al menos en apariencia nos de-fienden, pero corremos el peligro de terminar ha-ciendo lo que los demás esperan de nosotros y no lo que nosotros queremos hacer de nuestra vida. La consecuencia es la ansiedad y la frustración.

Todas estas máscaras nos ocultan y a la vez nos delatan. Y están reforzadas por ropajes de todo tipo con los que nos disfrazamos, ahora con un uso desaforado, a causa del consumismo que nos invade o de la necesidad que tenemos de ocultar lo que somos, mostrar aquello que no somos… o pedir lo que queremos ser.

“Detrás de cada máscara siempre se oculta el miedo

al rechazo, al fracaso, al compromiso”

A Fondo

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Máscara

Indiferente o “qué me

importa”

Payaso o chistoso

Agresivo

Yo no fui, yo no sé

Crítico

Confundido

Lo que hace

Hace aparecer que nada le impor-

ta, que no se conmueve ante lo que

ocurre a su alrededor, que no le afec-

ta lo que los demás digan o hagan.

Nos hace ver que todo es alegría…

Se ríe, se burla de todos. Muestra

que nada le va en serio en su vida,

que todo es superficial y jocoso.

Se defiende antes de que los de-

más lo ataquen, agrede a las per-

sonas, es autoritario y genera

miedo, ya que impone por la fuer-

za sus ideas y hace lo que quiere.

Nunca sabe nada. Hace las cosas

y aparece como ingenuo e inocen-

te. Con su actitud hace culpables

a los que lo rodean y nadie puede

cuestionarlo porque se las arregla

para presentarse como víctima.

No está de acuerdo con lo que otros

dicen y hacen, cuestiona siempre

a los demás, aparece como sabe-

lotodo y desde esa posición des-

valoriza todo lo que le rodea.

Nunca toma decisiones porque

dice que no está seguro de hacer-

lo, cambia permanentemente de

idea y de posición. Nunca se sabe

cual es el rumbo que tomará.

Lo que revela

Manifiesta miedo al rechazo, a in-

volucrarse en las historias de los

otros o a que descubran que pue-

den ser vulnerables

Realmente tiene miedo a intimar

con los demás y usa el chiste para

evitar cercanías que demuestren

sus fallos o carencias.

Muestra miedo al fracaso, a no

poder o comunicarse de manera

adecuada, a no responder a las

expectativas de los demás…

Es una postura cómoda que refle-

ja miedo a la responsabilidad, a

hacerse cargo de sus actos, a no

actuar adecuadamente según lo

que piensa.

Refleja miedo a no actuar de

modo excelente y a no cubrir las

expectativas sociales, a no poder

pensar, sentir y actuar según lo

que le piden los demás.

No se deja ver porque tiene miedo

al compromiso, a comunicarse o

a involucrarse con una forma de

pensar, sentir y actuar…

He aquí algunas máscaras posibles. Las cuatro últimas está referidas a heridas emocionales sufridas.

La panoplia de las máscaras

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A Fondo

Máscara

Pesimista

El popular

El controlador

El rígido

El dependiente

El fugitivo

Lo que hace

Todo lo ve con una visión catastró-

fica, pensando siempre que lo peor

vendrá, que nada es posible, que

es mejor no hacer nada porque

igual saldrá todo mal… Y que solo a

él o a ella le pasan cosas terribles.

Aparece como la persona de ma-

yor aceptación entre los demás,

siempre minimiza a los que lo ro-

dean, hace creer a los demás que

todos deben comportarse como él

o ella para ser aceptados, tiende a

burlarse de aquellos que son dife-

rentes y que no se someten a sus

exigencias .

Quiere controlarlo todo, a veces de

forma, incluso, exagerada. Ante el

dolor de la traición, quiere que los

demás cumplan sus promesas.

Perfeccionista, actúa de forma in-

flexible buscando siempre la jus-

ticia y la exactitud de las cosas, a

veces de forma obsesiva.

No lo es en realidad: sufre por no

poder confiar en que las perso-

nas importantes para él nunca lo

abandonarán.

Prefiere la soledad y los momen-

tos de calma y rechaza estar en

compañía.

Lo que revela

Vive paralizado porque esconde el

temor a ser responsable y a com-

prometerse.

Lo que realmente teme es al re-

chazo y no quiere que los demás

vean su inseguridad.

Se ha sentido traicionado e inten-

ta que vuelva a sucederle, lo que

refleja gran inseguridad.

Manifiesta haber sufrido anterior-

mente una situación de suma in-

justicia y quiere evitar que vuelva

a repetirse.

Teme ser abandonado, herida que

le provoca el desapego a cualquier

persona.

Tiene miedo al rechazo pues le

causaría tal herida que no podría

evitarla.

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A Fondo

Al encuentro del yoHay que dejar un margen para la aventura, el descubrimiento y el asombro

Por Alfonso Echávarri Gorricho

A Fondo

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¿Quién soy yo? Menuda pregunta, nada fácil de contestar. Porque lo que primero nos sale, por lo menos a mí, es dar todo tipo de detalles sobre mi profesión, sobre lo que hago, el lugar dónde he nacido y si me apuran un poquito terminaré hablando de las aficiones que tengo y hasta de mi equipo de fútbol del alma y de lo bien que juega. Si quien ha realizado la pregunta no se queda conforme porque no es lo que esperaba escuchar, bajaré dos escalones más y tirando de los cursos que he realizado en el Teléfono de la Esperanza pondré una de mis caras interesantes y “bueeeeeno… lo que soy es una persona que esto y lo otro”. Y ahí es donde me doy cuenta de que la respuesta que estoy dando es más bien fruto de la improvisación del momento y no de una afirmación certera que debiera ser tan cono-cida por mí como mi propio nombre.

Con el propósito de dar un poco de luz a todo esto, vayan a continuación algunas reflexiones.

¿Qué pienso de mí mismo?

¿Qué es lo que pienso sobre mí mismo? Lo que pienso sobre mí mismo incluye todo un conjun-to de ideas, opiniones y percepciones acerca de una serie de características que reconozco en mi propia persona. Si soy generoso o un tacaño del quince. Si se puede confiar en mí o casi como que no. Si me enfado con facilidad o Job a mi lado era un aficionado. Si tengo habilidades de rela-ción, iniciativas y destrezas o lo mío es la con-templación de las olas del mar.

Todo esto es lo que Burns llama el “Autoconcep-to”, algo relacionado con la cognición y la razón, es decir, con un mapeado descriptivo de algunas características que yo pienso que me definen. Es importante recalcar esto último, “que yo pienso que me definen”. Porque el autoconcepto no en-tiende entre la verdad o falsedad de aspectos que yo me atribuyo a mí mismo. Elementos que yo

Al amanecer del 13 de diciembre de 1939, el “Graf Spee”, que llevaba más de tres meses por el océano Atlántico, se dirigió hacia los mástiles que desde lo alto del puente habían sido identificados como cruceros. El comandante del buque, Hans Langsdorff, era conocedor de que estaba actuando en contra de las órdenes recibidas, que eran evitar cualquier encuentro con fuerzas enemigas, ya que éste no era el papel del corsario que él mandaba. No se sabe porqué actuó así. Los meses en alta mar y la presión a la que estaba sometido, o bien tratar de concluir con el hundi-miento de un convoy la brillante campaña desarrollada hasta entonces, a pesar de la protección que pudiera llevar, pudieron ser los factores que le hicieron actuar de esta manera. Desconocemos porqué en vez de virar y eludir la acción se fue hacia los cruceros a toda marcha. Este enfrenta-miento sería el principio del fin del acorazado y de su comandante.

Jorge Guridi. El acorazado “Admiral Graf Spee”

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A Fondo

pienso que están en mi persona y que después ni están ni se les espera, ligados, en la mayor parte de las ocasiones, a situaciones externas que exa-minan con constancia lo que yo pienso que soy. Puedo pensar que soy más duro que esos turro-nes por Navidad y sin embargo naufragar estre-pitosamente en la mirada de un anciano. Y lo que yo pensaba sobre mí se viene abajo y me desco-loca, aunque siempre está la socorrida mota de polvo en el ojo, que mira que los lagrimales son muy sensibles. Pero el pensamiento tiene mucha fuerza y puede llegar a convencer a la persona, a través de un razonamiento contaminado, que su yo sea de una manera o de otra en función de la conveniencia de la situación. Es decir, que utilice maquillaje y artificio para no mostrar lo autén-tico, no vaya a ser que no responda a lo que se espera de mí, o lo que yo mismo espero.

Pero a pesar de esto, el ser humano tiene la ex-periencia de que puede descubrir a lo largo de su vida otra serie de atributos que, pensando que no se poseía, sorpresa, ahí están, contribuyendo a la configuración transparente de su auténtico yo

a través de su pensamiento. Por eso, mejor que realizar la pregunta inicial, sería más aconsejable reformularla de la siguiente manera: ¿Qué es lo que pienso de lo que pienso sobre mí mismo? De este modo ponemos un puntito de duda so-bre el conocimiento que pensamos tenemos a la vez que introducimos margen para la aventura, el descubrimiento y el asombro.

Sentimientos y sensibilidad

Una vez que se nos ha quedado corto nuestro yo explicado exclusivamente desde el pensamiento, desde la razón, acudimos a un nivel algo diferen-te con otra pregunta: ¿Qué es lo que sentimos

“Coherencia entre el pensar, el sentir y el actuar. Ahí está

la clave para el acceso al yo profundo”

A Fondo

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cuando pensamos lo que pensamos de nosotros mismos? ¿Qué es lo que siento cuando pienso que soy amable y educado? ¿O qué siento cuan-do pienso que soy tímido? O egoísta. ¿Qué es lo que siento?

Estamos viviendo unos años en los que parece que el tema de las emociones y lo sentimientos lo es todo. Desde que Daniel Goleman tuvo la genial idea de inundar las librerías y los mercados con su Inteligencia emocional, recogiendo en su famosí-simo libro algunos conceptos ya expresados por Mayer y Salovey, podemos caer en la tentación de pensar que ese yo profundo ansiado de contactar, está junto al ser humano que siente, y con exclu-sividad, ya alejado de la racionalidad cartesiana que consideraba a la razón como la única facultad que podía conducir al conocimiento de la verdad. Si admitimos esta posición emocionalista, acaba-remos sin remedio en el otro extremo.

Y no sé si en el medio estará la virtud, pero sí que sé que no está en los polos. Una persona no sólo es “auténtica” por la cantidad y calidad de emociones que tenga. Ni tampoco por sus habili-dades empáticas y simpáticas. O le pone también por medio a su razón, o la autenticidad queda-rá muy sesgada. Peligrosamente sesgada hacia

el secuestro emocional, es decir, a hacer buena la tercera ley de Newton sobre la acción y la re-acción. Sucede esto, siento esto. Me pasa aque-llo, siento aquello. Y así, la persona puede salir todos los días de puerto como un barco sin gi-róscopo a intentar negociar el balanceo de un in-menso mar de emociones, intentando encontrar ese yo profundo a través de una búsqueda sin fin.

El ser humano no tiene que seguir estrictamente a Newton, ya que ante la acción, tiene la capaci-dad de responder (Gerónimo Acevedo, Pablo Et-chebehere, Cecilia Saint Girons, 2015) que no es lo mismo que reaccionar. La respuesta tiene su origen en la libertad y en la voluntad, la reacción en el automatismo. Un animal reacciona, el ser humano responde.

“Puedo pensar que soy más duro que los turrones, pero

luego naufragar en la mirada de un anciano. Y lo que

pensaba sobre mí se viene abajo”

18

A Fondo

Entonces, el yo profundo no se encuentra sólo en la razón y tampoco sólo en la emoción. Es de suponer, por lo tanto, que para buscar ese yo profundo, la persona no puede radicalizarse hacia la razón y o hacia la emoción, puesto que ambas, forman parte de su estructura.

Consideramos ahora la última parte de lo que tra-dicionalmente se ha considerado la triada en la que se manifiesta el yo. El homo faber del que Appius Claudius Caecus (340 a.C-273 a.C) nos hablaba en su obra Sententiae y sobre la capacidad de actuar que tiene el ser humano en su propio devenir quisque faber suae fortunae, que puede traducir-se como cada persona es el artífice de su propio destino. Me refiero al ser humano que ma-nifiesta su yo a través de su conducta, pero conducta condiciona-da por lo que piensa y por lo que siente. De no aceptar dicho condicionamiento es-taremos accediendo al yo sólo a través de lo visible, de lo patente y observable, limitando su profundidad en función de sus acciones. Y todo esto que puede parecer complicado, está muy arraigado en la perso-na, cuando con facilidad confunde el hacer con el ser. De ahí tantas y tan-tas etiquetas asignadas con frivolidad acerca de lo que la persona es. Etiquetas que asignamos, que nos asignan y que en demasiadas ocasiones hasta nos las colgamos nosotros mismos de las solapas de ese autoconcepto del que hablábamos al comienzo.

Un paso más, la coherencia

Con todo esto quiero decir que ese yo profundo, por supuesto que también está en la conducta.

Pero no de forma exclusiva, sino junto al pensa-miento, la emoción y el sentimiento. Esto se va complicando…o no.

Coherencia entre el pensar, el sentir y el actuar. Ahí está la clave para el acceso al yo profundo. Al me-nos es lo que a mí me parece. Además este plan-teamiento no cierra las puertas a los mecanismos que el ser humano suele utilizar para su conoci-miento y su continua construcción, desde la intros-pección al análisis de la conducta, pasando por los

más variados abordajes psicológicos, muchos de los cuales trabajamos en el Teléfono de

la Esperanza con tal fin.

Coherencia entre el pensar, el sentir y el actuar. Pero

hay algo que me falta. Y digo “me” con intención. Porque a partir de este momento, si todo lo escrito anteriormente es opinable, esto aún lo es más, ya que es una aportación más basada en el deseo y

en mi particular visión de ese yo profundo: el

yo profundo en la mejor persona. O viceversa. Me

explico. A mi entender, no basta sólo con esa coherencia de la que ve-nimos hablando. Porque personas “coherentes” las ha habido, las hay y las habrá, al estilo de Pol Pot, Idi Amin, Hit-ler o esos otros que, en nuestros días, muestran

una depravada predilección por decapitar rehenes. Hace falta algo más que coherencia. Algunas perso-nas le llamarán ley natural. Otras, buenos principios o buenos valores. Utilizo el adjetivo bueno porque no todos los principios y valores lo son. Sólo cuando esta coherencia esté inspirada en el bien, para uno mismo y para los demás, el ser humano no sólo es-tará capacitado para descubrir su yo profundo, sino que además estará responsablemente llamado a su continua construcción y cuidado.

“El ser humano tiene la capacidad de responder, que

no es lo mismo que reaccionar. Un animal reacciona, un ser

humano, responde”

José Luis Rozalén Medina, cola-

borador habitual de “A Vivir”, aca-

ba de publicar un libro de notable

mérito. Su título es “El habla

de mi pueblo”. En él, este con-

quense, catedrático de Filosofía,

ha recogido una larga y paciente

investigación lingüística sobre el

lenguaje de su tierra.

Su objetivo ha sido: “Que no se

vayan al olvido las viejas y bellas

palabra que constituyen al alma de

mi pueblo, los localismos, arcaís-

mos, dichos y decires que han ido

expresando la pequeña intra-histo-

ria de mis antepasados, para que

las nuevas generaciones no olvi-

den de dónde vienen, para que, a

través del lenguaje de sus padres y

abuelos, sepan enlazar armónica-

mente el pasado con su futuro”.

Una frase de Miguel de Cervantes abre el volu-

men: “En cualquier palabra del pueblo se escon-

de siempre una gran fuente de sabiduría”. José

Luis Rozalén ha salido a buscarla.

El habla de mi pueblo

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Por María Guerrero Escusa

Deshacer nudos, levantar prohibiciones, dejar de vivir en la mentira

Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos ante los demás, que terminamos disfrazán-donos ante nosotros mismos.

François de La Rochefoucauld

Cómo quitarnos la máscara

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El marido de Adela es un hombre perfecto para ella, suele ponerle como modelo en las charlas de café con sus amigas. Sus hijos, perfectos, son los mejores de la clase, los más educados, obedien-tes, responsables y estudiosos. Cuando habla de sus padres y hermanos, a los que no ve más de una o dos veces al año aunque viven en la misma ciudad, los define como los mejores; su familia es, simplemente, perfecta.

Un día sus hijos llegaron del colegio a la hora de comer, llamaron al timbre y al ver que na-die abría la puerta, usaron la llave, que, para las emergencias, estaba metida en una bolsa oculta de la tierra del macetero. Y entraron. Todo es-taba en silencio. ¡Mamá, mamá! Mamá no con-testó. Esa mañana se había arreglado el pelo, se pintó los labios con su carmín rojo favorito, se puso su vestido azul turquesa, con el que siem-pre solía vestirse cuando quería sentirse espe-cialmente guapa y se calzó los zapatos de tacón a juego. Se sentó en su sillón, vació en su mano un bote de pastillas, se sirvió un vaso grande de agua para ayudarse a tragarlas y se quedó dor-mida. Allí, inerte, la encontraron los atónitos ojos de los pequeños.

Adela vivió o más bien sobrevivió oculta detrás de mil máscaras de colores diferentes, según la ocasión, para tapar su angustia, la vergüenza de sí misma, tapándose y tapando a su familia

tras máscaras de una perfección imposible de alcanzar. Tapando realmente su humanidad y la de los suyos, esa humanidad que nos hermana y nos une porque nos hace semejantes. Adela murió como vivió, adornada, sola, encerrada en un mundo de fantasía que había creado para ella en el que “todo” era perfectamente perfecto y ordenado.

Para un gran dolor, una gran máscara

Las máscaras que utilizamos los adultos son di-rectamente proporcionales al dolor que oculta-mos por no haber sido queridos, mirados, es-cuchados, tenidos en cuenta y cuidados cuando éramos pequeños.

En palabras de Oscar Wilde “para la mayoría de nosotros la vida verdadera es la que no lleva-mos”. Fingimos todo el tiempo, todos fingimos con el único objetivo de ser aceptados, así lo aprendimos para ajustarnos a las exigencias que demandaba el ambiente en el que nacimos. Nos pusimos la máscara de lo que se esperaba que fuéramos para sentirnos seguros y queridos, hasta tal punto que terminamos mimetizándonos con ella y perdiendo nuestra identidad, actuando según se esperaba y asumiendo un papel que, precisamente, es el causante de nuestro descon-tento y nuestra desdicha, porque nos termina-

Adela es una mujer de 43 años, está casada desde hace 15 y tiene dos hijos de 9 y 12. Es una mujer que resulta agradable, siempre tiene una espléndida sonrisa para todo el mundo, no discute de nada y acepta lo que le digan con agrado. Es una anfitriona perfecta, está pendiente de todo y de todos, nunca se olvida una fecha especial de su familia ni de sus amigos, por lo que todo el mundo se siente confortable y cuidado a su lado.

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mos convirtiendo en personas rígidas e inflexibles y poniendo serios límites a nuestro crecimiento. Con las máscaras que usamos bloqueamos nues-tra experiencia, no ponemos en juego nuestras potencialidades y nos impedimos evolucionar.

Si la Adela de nuestra historia se hubiera atrevido a quitarse las máscaras de exigencia y perfec-ción, tanto para ella como para su entorno ¿Se habría quitado la vida? Seguramente no. Habría vivido según sus propios parámetros, con sus propios límites y habría entendido que para ser una persona feliz no es requisito imprescindible ser perfecta, ni tener un marido perfecto ni unos hijos perfectos ni una familia perfectamente per-fecta. Habría tenido la oportunidad de amar a los suyos tal y como son desde quien ella es y recibir su cariño desde quienes son ellos. Seguramente habría incorporado las limitaciones, que nos son propias a todos, como parte natural de las perso-nas “normales” en proceso de evolución perma-nente, que se ajusta al cumplimiento de las “tres P”: Proceso, Poco a poco y Paso a paso.

“Todos usamos máscaras, pero llega un momen-to en el cual no podemos quitárnoslas sin quitar un poco de nuestra propia piel” decía André Ber-hiaune.

Quitarnos las máscaras significa deshacer los nudos que nos aprietan y levantar las prohibi-ciones que nos encadenan a vivir en la mentira, escondidos de nosotros mismos y con miedo de ser quiénes somos y de que los otros descubran nuestra falsedad.

Para deshacer el engaño, es necesario conectar con nuestro coraje y reconocer lo que está en nosotros, lo que nos es genuino, para recuperar el valor y lanzarnos a vivir desde quiénes somos, exponiéndonos a triunfar y a fracasar, a tener sentimientos de felicidad o de tristeza, a recibir alabanzas y críticas.

Muchas circunstancias

Sin duda son muchas las circunstancias que nos han dolido a lo largo de la vida y que han con-tribuido a que nos protejamos poniéndonos las máscaras, sin embargo es importante que pon-gamos conciencia en que tenemos capacidad para vivir ese dolor y superarlo. Cuando estamos en nosotros, desde la aceptación, ya no hay lu-cha y por tanto ya no puede afectarnos. El dolor vivido y aceptado tiene sentido y no se convierte en sufrimiento gratis, por lo que, como cualquier otro sentimiento, pasa, todo pasa.

Para quitarnos las máscaras es preciso sanar los asuntos pendientes con nosotros mismos, con nuestros seres queridos, con las vivencias de nuestra vida. Es necesario recuperar el senti-miento original con el que nacimos de ser perso-nas completas, dignas, valiosas y queribles.

Es necesario reconciliarnos y reapropiarnos de nuestra historia. Para ello tenemos que hacer un acto de fe en nosotros mismos, asumir nuestra responsabilidad y tomar una decisión comprome-tida para poder avanzar:

“Fingimos todo el tiempo, todos fingimos con el único objetivo de ser aceptados”

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Primero, tenemos que perdonarnos por todo el daño que nos hemos hecho y nos hacemos al nin-gunearnos, boicotearnos y pasar por encima de nosotros tantas veces. Perdonarnos por no haber creído en nosotros mismos ni legitimar nuestras necesidades y apuntarnos en el número uno de nuestra lista de “favoritos”.

Segundo, perdonar también a las personas signifi-cativas de nuestra vida, que, precisamente por ser tan queridas, han sido las que más influencia han ejercido en nosotros y por tanto sus acciones han podido causarnos más dolor. Nos dieron su amor como sabían y como podían, tal como aprendieron a darlo y transmitirlo. No olvidemos que somos here-deros de historias y, en la mayoría de los casos, re-petimos patrones aprehendidos sin ser conscientes de que hacemos lo mismo de lo que nos quejamos. Necesitamos ponernos en paz con nuestra vida y con todas las circunstancias que hemos vivido.

Tercero, el siguiente paso supone la toma de otra decisión, esta vez se trata de ser honestos con no-sotros mismos y coger nuestro presente con todo lo que nos trae en cada momento y abrazarlo y aco-gerlo y mimarlo porque es lo único que tenemos.

Reconocer nuestras máscaras y atrevernos a ir dando pasos para despojarnos de ellas, supone asumir el riesgo de vivir desde quien somos, con autenticidad, desde lo que es nuestro en esencia.

Cuando nos quitamos la máscara, con miedo o sin él, nos damos permiso para ser nosotros mis-mos, rompemos nuestros bloqueos y nos abrimos tanto a la experiencia como a los demás. Nos re-lacionamos tal como somos y les damos la opor-tunidad a los otros para que nos conozcan y nos quieran. Al mostrarnos con autenticidad dejamos de estar encerrados y ser presa de nuestros fan-tasmas, avergonzados de esas partes nuestras que juzgamos con tanta dureza y experimenta-mos la alegría de ser quienes somos.

Algunas técnicas útiles

Algunas técnicas para conectar con nosotros y recuperar nuestro sentimiento original de valía son: el trabajo terapéutico, que nos permi-te adentrarnos dentro de nosotros, conocernos y desenmarañar los mecanismos y las máscaras que hemos creado para escondernos de lo que nos dañó.

Revisar nuestras creencias y cambiarlas por creencias más realistas, que nos permitan recu-perar nuestra verdadera identidad. En palabras de Robert Oxton “una creencia no es meramente una idea que la mente posee, es una idea que posee a la mente”, por eso depende de nosotros decidir que pensamientos, ideas y creencias son las que queremos que ocupen nuestra mente.

Descubrir cómo es nuestro diálogo interior, esas voces que permanentemente están hablan-do en nuestra cabeza y que determinan nuestro modo de sentir, de actuar y de vivir.

El viaje al centro de nuestra intimidad, puede ha-cer aparecer un sentimiento de miedo a descubrir aspectos de nosotros que no nos gusten y a los cambios que puedan derivarse de nuestros des-cubrimientos, sin embargo, esto es solo un boicot más en el camino del autodescubrimiento, una trampa para continuar acomodados en lo cono-cido. El miedo a los cambios es natural porque

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implica salir de nuestra zona de confort, ahora bien para mí el mayor miedo es permanecer en el inmovilismo manteniendo una vida que no quie-ro desde alguien que no soy. Cuando perdemos el miedo podemos conocernos, comprendernos, querernos y mostrarnos como somos.

La meditación también es una práctica que nos lleva a ese espacio de silencio interior que nos permite ir un poco más allá de lo conocido y co-nectar con lo más esencial de nuestro yo.

Todas las formas de trabajo personal han de estar encaminadas a la integración de nuestra realidad y a la aceptación sin condiciones de quiénes somos

La aceptación es el requisito principal para de-sarrollar amor hacia uno mismo y es lo que más nos cuesta a todos los seres humanos, realmente no es nada fácil, duele aceptar que somos limita-dos, vulnerables; duele aceptar que no podemos con todo y en muchas ocasiones necesitamos ayuda; duele quitarnos las máscaras y dejarnos al descubierto.

Aceptar,aceptarnos

La ACEPTOMICINA es el remedio infalible para desarrollar amor hacia uno mismo. Esta medicina sana, no tiene contraindicaciones y sus efectos curativos son innumerables.

Uno de sus efectos más inmediatos es liberar la actitud amorosa hacia nosotros y hacia los de-más, convirtiéndonos en personas más auténti-cas, amables, alegres, integras y sabias.

Este remedio nos permite liberarnos del esfuerzo de seguir aparentando ser alguien que no somos, utilizando las máscaras de mil colores que no en-gañan a nadie y nos deja libres para cumplir con el más importante propósito de nuestra vida, descubrir nuestra verdadera naturaleza interna y ser nosotros mismos, dejando brillar nuestras cualidades y acogiendo nuestros límites. Tal como somos, está bien.

Otro de los efectos de la ACEPTOMICINA es que potencia la visión de la realidad, nos permite ver

“Necesitamos conectar con nuestro coraje y exponernos

a triunfar y a fracasar, a recibir alabanzas y críticas“

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lo mejor y más positivo de cada situación o cir-cunstancia y aceptarla tal como viene, ya que no son las situaciones las que nos alegran o derro-tan sino nuestra visión de ellas. Además reactiva nuestra capacidad de acogerla y elegir en cada momento como queremos vivirlo y que decisio-nes son las que podemos tomar para sentirnos más vivos y llenos de energía.

El remedio potencia la fortaleza interior que nos permite asumir nuestra responsabilidad, requisito imprescindible para atrevernos a ser y desarrollar nuestra confianza. Cada uno somos responsables de lo que decimos, hacemos y vivimos, así que al responsabilizarnos de lo nuestro, nos damos la oportunidad de cambiar lo que no queremos que esté en nuestra vida y elegir vivir más en conso-nancia con nuestro verdadero yo.

A veces también resulta complicado aceptar nues-tras emociones y luchamos contra ellas quedan-do desgastados y desenergetizados. La ACEPTO-MICINA nos permite redescubrir nuestra forma de sentir transitando desde el sentir aprendido al sentir auténtico y nos permite conectar con la vida que nos corre por dentro, ampliando la vi-sión de nosotros mismos y proporcionándonos la sintonía necesaria para mantener nuestro equili-brio emocional.

Una dosis de ACEPTOMICINA diaria, nos ayu-da a recuperar nuestro poder, trascender nues-tros autoengaños, liberarnos de nuestros condi-cionamientos limitadores, apropiarnos de nues-tra realidad, dar en cada momento lo mejor de nosotros mismos ante los desafíos más difíciles y nos deja libres para ser los auténticos artífices y protagonistas de nuestra vida.

¡TOMA ACEPTOMICIDA TODOS LOS DÍAS!

“Tenemos que perdonarnos por todo el daño que nos

hemos hecho y nos hacemos al pasar por encima de nosotros tantas veces”

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Por José María Jiménez Ruiz

No aceptar, ni aceptarnos,

nos obliga a utilizar máscaras

Educar para la autenticidad

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No eres una copia, sino un original

Pero no es esta una opción a la que inevitable-mente haya que adherirse. Bien vale la pena atender el sabio consejo de Dale Carneige que recomienda: “Encuéntrate a ti mismo, recuerda que no hay nadie como tú”. Todos únicos, dis-tintos, con derecho a desarrollar nuestro yo más auténtico, en un esfuerzo honesto y generoso por desarrollar y potenciar lo más rabiosamente propio de nuestra personalidad. No estaría de más que prestáramos atención a la inteligente proposición de Anthony de Mello quien en La oración de la rana sugiere: “No imites a nadie, ni siquiera a Jesús. Jesús no era copia de nadie. Para ser como Jesús, has de ser tú mismo, sin copiar a nadie, pues todo lo auténtico es lo real, como real era Jesús”.

Desgraciadamente no siempre actuamos des-de esa formidable libertad de espíritu que re-comienda el conocido jesuita indio. Con mucha frecuencia nos comportamos encorsetados en

incómodos trajes cortados al dictado de lo que otros dicen que somos o debemos ser. Como si de una representación teatral se tratara se nos atribuyen papeles a los que, para ser reconoci-dos, no nos queda más remedio que ajustarnos: “el bueno”, “el listo”, “el vago”, “el gracioso”, “el constante”, “el huraño”, “el generoso”, “el inte-ligente, pero nada trabajador”, “el envidioso”… No faltan quienes logran zafarse de esas atri-buciones que implican una forma de control, de imposición y hasta de mixtificación del propio yo. Pero tampoco menudean aquellos que las interiorizan y dirigen su vida, con independen-cia de lo que uno verdaderamente es, de acuer-do a lo que marcan esos estereotipos. Lo que no deja de ser un drama porque puede muy bien suceder que nunca se hagan conscientes de la tramposa situación en que han sido colocados. Obligados a actuar de acuerdo al rol que les ha sido asignado porque sólo así son reconocidos por los otros o, lo que es aún más relevante, solo así experimentan lo que consideran, falsa-mente, como su más específica identidad.

Veo en un vagón del metro propaganda de un libro cuya autora, Margarita del Mazo, titula “El rebaño”. En la breve presentación que se hace de él en la portada puede leerse: “pertenecer al rebaño es fácil porque sólo hay que ha-cer lo que hace el resto”. No se puede sintetizar mejor lo que es la imagen de una existencia inauténtica, de una existencia diluida en el mísero anonimato de lo que todos dicen, de lo que las mayorías piensan. De una existencia que renuncia al propio destino, al esfuerzo por dar respuesta a su más genuina vocación y elige, en una dramática renuncia a su propia originalidad, conver-tirse en un número más de una dócil y acrítica manada. A la que se le dicta qué pastos debe consumir y en qué abrevaderos debe saciar su sed. A la que se le imponen los senderos a seguir y se le marcan los pasos a dar. Copias unos de otros, aceptando, con fidelidad perruna, directrices que fuerzas anó-nimas les obligan a seguir.

Educar para la autenticidad

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Ser uno mismo significa, justamente, liberarnos de esa especie de atadura que nos liga a creen-cias o expectativas que los demás albergan so-bre nosotros. Ser auténtico es dejar de ser es-clavo de las configuraciones que, desde fuera, se nos quieren imponer. Hasta convertirnos en copias de arquetipos con los que otros han de-cidido debemos converger. Naturalmente desde lo mucho que les interesamos y desde lo mucho que se nos quiere. Tanto como el taxidermista adora al pobre animal al que su cariño artístico acaba convirtiendo en copia muerta de la vida real que le fue arrebatada.

¿Qué es lo auténtico?

Pero, ¿qué es realmente lo auténtico? Lo es todo aquello que es, en verdad, lo que se supone ser. Un billete de cincuenta euros lo es cuando no ha sido adulterado, cuando su valor coincide con el que le fue asignado por el Banco Central que lo emitió. Un cuadro de Velázquez, cuando se certifica que él y sólo él fue su autor, que no es un remedo de un acreditado copista que sólo los más expertos serían capaces de descubrir; un Rolex cuando se comprueba que no se trata de una falsificación que aunque, dada su per-fección, pasaría desapercibida para la mayoría de la gente, sería de inmediato descubierta por quienes son entendidos en esas cuestiones.

Y un ser humano, ¿cuándo se dice que es autén-tico? Como destaca Ferrater Mora en su Diccio-nario Filosófico, y de acuerdo a los pensadores que más han reflexionado sobre esta cuestión, cuando es o llega a ser lo que verdadera y ra-dicalmente es. Es decir cuando se desarrolla de acuerdo a su verdadera naturaleza sin permitir que ésta sea mixtificada, adulterada. Ortega y Gasset hizo de la autenticidad e inautenticidad uno de los ejes de su reflexión filosófica. Habló del “yo auténtico“ como del “yo insobornable”,

como del yo que no puede dejar de ser lo que en verdad es. Es el yo que no renuncia al de-sarrollo de su verdadera naturaleza, el yo que, abandonada la tranquilidad que le brindaría el dócil acomodo a lo que de él se espera, pugna por ser fiel a sí mismo, por vivir conectado a lo más profundo de su propio ser. Inauténtico, por el contrario serían aquel hombre o aquella mujer que han dejado de tener una vida propia y, en consecuencia, ha dado la espalda a su ver-dadera vocación y ha renunciado a ser fiel a su personal e intransferible destino.

“Todos somos únicos, distintos, con derecho a

desarrollar nuestro yo más auténtico”

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El “yo” insobornable

Con frecuencia suelen considerarse como equi-valentes los conceptos de sinceridad y autenti-cidad. A veces, hasta se tiende a identificarlos. Sin embargo, y pese a su proximidad, no de-bieran ser confundidos. Sinceridad es la ade-cuación entre lo que se piensa o se siente y lo que se dice. Los hombres o las mujeres que llevando una existencia enajenada, una existen-cia impropia, han asumido sin discutirlo el rol que desde fuera se les ha asignado, no dejan de

ser sinceros cuando lo que dicen coincide con lo que piensan o sienten. Digamos que no mienten cuando representan en el gran teatro de la vida el papel que les ha sido asignado. Aunque ellos no lo haya elegido, ni decidido. Pero la auten-ticidad es algo más profundo que tiene que ver con la fidelidad a nuestro yo más auténtico y con la coherencia respecto a lo que ese yo nos exige en cada momento.

Uno es auténtico no simplemente por decir lo que piensa o lo que siente sino cuando ha asumido

“Nadie puede educar en la autenticidad, si no mantiene la coherencia personal. No se pueden proponer valores en

los que uno no cree”

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un compromiso de fidelidad hacia su propio yo y desde él trata de clarificar que sus pensamientos y sus sentimientos no estén adulterados por ser-vidumbres que le son impuestas desde fuera, sino que brotan de ese manantial puro al que se refería Ortega como “yo insobornable”. En este sentido no es auténtico, por poner sólo algunos ejemplos, quien está esclavizado por su adición a sustancias que adulteran su voluntad. No lo es aunque sea sincero y se exprese con coherencia en relación a lo que siente y piensa. Sencillamente porque sus pensamientos y sentimientos no nacen de su yo insobornable, sino de un yo falsificado que ha dado la espalda a su verdadera vocación.

Tampoco el fanático terrorista que abrazado a un credo incuestionable vive traicionando su autén-tica esencia humana al servicio de ideologías que le han sido inoculadas. Porque nadie se puede considerar auténtico cuando su cerebro ha sido lavado, manipulado hasta extremos que redu-cen su personalidad a puro instrumento diabólico orientado a la destrucción o al mal. Ni siquiera serían auténticos, aunque no pudieran ser acu-sados de faltar habitualmente a la verdad, aque-llos seres humanos que, llevando una existencia anodina, no se han preguntado jamás por lo que realmente son o pueden llegar a ser.

Engañar o engañarse

Es decir, ser auténtico quizá signifique, más que nada, ser honesto consigo mismo. No tan-to no mentir a los demás, cuanto no engañarse a sí mismo sobre la cuestión más esencial a la que se enfrenta todo ser humano. Que no es otra que la de descubrir su verdadera natura-leza y tratar de ser coherente con su irrenun-ciable vocación.

Pero quizás esto nos exija diseñar modelos edu-cativos que inviten y autoricen a los menores a ser fieles a sí mismos. Desde la conciencia de que cada persona es distinta a los demás y tiene derecho a que se respete su originalidad. Desde la conciencia de que no aceptar a cada uno tal como es equivale forzarle a traicionarse a sí mis-mo, a imponerle, de alguna manera, la obligación de incorporar a su vida una máscara y asumir la imagen social de lo que de él se espera. Aunque eso suponga la triste renuncia a coincidir con su yo más profundo.

Lo que implicaría mantener el más escrupuloso respeto a la idiosincrasia de cada menor, au-torizando la expresión de sus sentimientos y de sus pensamientos. Acogiéndole tal como es

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para no obligarle a adentrarse por las sinuosas veredas de la simulación a que se ven obliga-dos cuantos para contar con el respeto de los demás son colocados en la triste tesitura de falsificarse a sí mismos. O lo que es lo mis-mo, de negarse a sí mismos, adoptando la falsa personalidad que interpretan, desde los men-sajes que han recibido, les va a ser más útiles para contar con la aceptación, tristemente con-dicionada, de los demás. Y desde luego nadie puede educar en la auten-ticidad si no mantiene la coherencia personal. Quien no es consecuente con lo que exige y la conducta que él mismo observa está incenti-vando, con el lenguaje analógico de los hechos, la confusión de los menores. Es fundamental, en consecuencia, abstenerse de proponer valo-res en los que uno no cree porque eso supone dar por hecho que resulta irrelevante actuar de acuerdo a las propias convicciones, que carece de importancia vivir en la simulación, que no es para nada relevante aceptar la impostura de actuar de acuerdo a lo que aconsejan las cir-cunstancias o está más en consonancia con las convenciones. Aunque esto sea la más palmaria expresión de lo que es una existencia falsa, ab-solutamente inauténtica.

Educar, en fin, persuadiendo de la paz y tranqui-lidad que uno puede experimentar cuando es fiel a sí mismo, cuando se renuncia, por ventajoso y cómodo que aparentemente pueda parecer, a convertirse en fotocopia de modelos impuestos por quienes son más hábiles en la manipulación de las conciencias. Que sepan interiorizar la im-portancia de la serenidad interior, que se com-prometan a ser exactamente aquello que están destinados a ser. Que no renuncien a ninguna de las infinitas posibilidades que nacen de la fe en sí mismos. Que conserven, como su más preciado patrimonio, los dones que han recibido y tengan la generosidad de trasmitirles a los demás la in-mensa riqueza que atesora su corazón. Que se sientan felices y orgullosos consigo mismos, sa-tisfechos de su modo de ser… Y que estas convic-ciones se asienten en lo más profundo de su alma y permitan a su corazón cantar, con libertad, sus propias canciones, danzar, con espontánea ale-gría, sus propios ritmos, rezar confiadamente al Dios bondadoso en el que creen y gozar con es-pontánea alegría de la vida que aman.

“Ser auténtico significa ser honesto con uno mismo. No tanto no mentir a los demás,

sino no engañarnos a nosotros”

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Por José Luis Rozalén Medina

La tiranía del disfraz

Los jóvenes tienen miedo al ridículo, a quedar fuera

del juego social

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Sentado en las milenarias gradas del soberbio teatro clásico de Taormi-na, en la bella Sicilia, divisando el Etna frente a mí, con su permanente y amenazante fumarola, contemplo con delectación la tragedia Los Persas, una de los textos más grandiosos de Esquilo, quien, por cierto, anduvo por estas tierras allá por los siglos VI-V a. de J.C. Realmente es espléndida la noche y espléndida la obra, que nos habla de los héroes de Salamina, de su valentía, de su arrojo por defender la dignidad de un pueblo… Me fijo especialmente en las máscaras con las que cubren sus rostros algunos de los actores, que representan de ese modo personajes diversos, con sus amores y cóleras, con sus calmas y arrebatos.

Y durante los siguientes días, y aun semanas, recordando lo que vi en Taormina, he pensado con detenimiento sobre el uso frecuente de las máscaras y sus significados; he pensado por qué, en muchísimas ocasiones, los seres humanos (in-cluso los más jóvenes, que deberían dar ejemplo de autenticidad y verdad) ocultan su verdadera personalidad bajo una máscara o disfraz distor-sionante y mentiroso.

He recordado que, aunque el término más-cara tal vez provenga del árabe: masjara, es el término griego prosopon (lo que se coloca ante el rostro) y el latino “persona” los que encierran el verdadero significado de esta pa-labra. Persona-personare significan etimológi-camente “hacer resonar nuestra voz a través de la ancha boca de la máscara o prosopón, para que los espectadores la puedan escuchar con claridad y potencia. Fue en los cultos de-dicados a Dionisos, el dios enmascarado por excelencia, en donde empezaron a usarse las máscaras, que luego pasaron a los grandes autores griegos (Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes…), y parece ser que hasta setenta y ocho tipos o personajes diferentes podían representarse bajo las distintas máscaras. Del teatro griego, el uso de máscaras pasó al etrusco, al romano, al de la edad de oro, a la comedia dell´arte italiana… y así hasta nues-tros días.

Pero lo que aquí más nos interesa es que el signifi-cado de máscara ha superado el restringido espacio teatral y ha invadido la vida entera: La máscara ha venido a significar el engaño, el disfraz, el artificio, la mentira, la ocultación que nos hace mostrarnos ante los demás como en realidad no somos.

Escribía Lucrecio en el siglo I a. de J.C. que “cuan-do la dignidad humana arranca palabras sinceras, cae la máscara y aparece el ser humano en todo su verdadera dimensión”. Y Goethe, en el siglo XVIII, nos animaba a ser fieles a nosotros mis-mos: “No tanto, decía, hay que buscar ser virtuo-sos (que también): basta con ser sinceros y tener el coraje de reconocer con franqueza lo negativo que pueda haber en nosotros”.

No cabe duda de que la actitud que adoptemos ante la verdad es la prueba de la clase de persona que somos. Ya afirmaba Nietszche que “la fuerza del espíritu se expresa por la cantidad de verdad que seamos capaces de soportar…” El miedo a la verdad es un síntoma de la debilidad humana que se puede medir con exactitud, como Erich Fromm experimentó, observando las diferentes actitudes ante los sistemas opresores y totalitarios: En esos momentos difíciles, hay personas que son barridas por la mentira y la esclavitud, que se entregan a la cobardía y a la máscara…, mientras que otras, valientes y erguidos, luchan por la verdad y la au-tenticidad, aunque les vaya en ello la propia vida.

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Seducidos por la apariencia

Si observamos con atención la sociedad posmo-derna en que vivimos, vemos que, en muchas ocasiones, el hombre de nuestros días lleva la máscara puesta, y no es capaz de mostrar la imagen de su yo real. El hombre y la mujer de nuestros tiempos suelen vivir sin demasiados ideales, sumergidos en el momento (carpe diem), perdidos entre un acomodaticio relativismo y un estéril escepticismo, enmascarados en la apa-riencia, enredados en un endeble “pensamiento débil” que les hace abandonar la búsqueda de los auténticos valores éticos, aquellos que son in-transferibles y universales, aquellos que dan ple-no sentido a la existencia.

Ese Hombre posmoderno vive bombardeado y deslumbrado continuamente por las máscaras de la seducción, la apariencia, la belleza corpo-ral, el triunfo ´a toda costa´, el tener, el poder, el dinero, la moda, la velocidad, ´el glamour´…, máscaras que los Medios de Comunicación (cine, revistas, televisión, redes sociales…) presentan como los ideales de la vida actual. El símbolo más preciso de este tipo humano, el icono más significativo es, sin duda, Narciso, quien, desde la antigua Grecia, sigue enamorado permanente-mente de su bella figura, reflejada en las aguas cristalinas del río: el Narciso del siglo XXI sólo es capaz de vivir para sí mismo y su máscara.

A pesar de todo, no podemos admitir que todo sea igual, que todo tenga la misma carga de dig-nidad y de verdad. Si no hubiera verdad que tras-mitir, si todo fuera “más o menos igual”, si no in-tentásemos distinguir lo que está más cerca de la verdad de lo que es pura filfa, si no pudiésemos desechar las máscaras mentirosas para acercar-nos a lo auténtico y real, entonces no habría evo-lución ni esperanza para el género humano.

Sin caer en el exceso

Sin embargo, a pesar de la importancia de buscar y decir siempre la verdad, no debemos olvidar lo que Moliere expresó magistralmente en El Misán-tropo: Debemos evitar los excesos de sinceridad propios de esos tipos que se creen perfectos, que

no se relacionan con los demás por no contami-narse, que, en el fondo, desprecian a todos; esos individuos que no son capaces de decir nunca una mínima palabra de aliento y comprensión (¡ellos son radicalmente ´super-sinceros´!) hacia las flaquezas y limitaciones de los otros; esos perso-najes que queriendo ser radicalmente sinceros, se convierten, en seres despreciables llenos de orgullo y altivez.

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Estoy de acuerdo con el filósofo Javier Gomá cuando escribe en Todo a mil que, si tuviera que escoger, preferiría antes a un filántropo mentiro-so, que a un misántropo sincero. Porque, en efec-to, hay que ser precavidos ante esos tipos que, en cuanto te ven, te estampan en la cara: “Oye, te aviso, yo soy muy sincero”. Échate a temblar porque no van a tener piedad de ti. Es evidente que la verdad, en lo esencial, en aquello que es fundamental para la dignidad de toda persona, es lo primero que debemos buscar, sin dudar un momento, pero “la verdad no debe estar reñida con esas pequeñas claudicaciones piadosas, con esas balsámicas hipocresías, esas mínimas dosis de simpatía y acogida que hacen que la vida sea más llevadera y soportable para todos en medio de nuestras deficiencias y carencias”.

Ser sinceros no significa decir sin más, con impla-cable crueldad, lo que pensamos de los demás, sino que se trata de ser auténticos y respetuosos, es decir, de manifestarnos a los demás desde la honda bonhomía de nuestro ser, diciendo siempre la verdad, pero sin herir los sentimientos de la persona que tenemos delante, sin humillarla, sin hundirla, respetándola y dignificándola.

Máscaras juveniles

Y los jóvenes, ¿llevan máscaras? ¿Usan habi-tualmente disfraces que alienan y destruyen su verdadero ser, su auténtico penar y sentir, o, por el contrario, viven con la cara despejada, con la mirada limpia, con el corazón en la mano, mos-trando y buscando la verdad? No podemos olvidar que la cultura juvenil no es monolítica ni unitaria, sino múltiple y diferenciada, por lo que nos en-contramos con estilos de vida y de conducta muy diferentes.

Por otra parte, comprobamos que los jóvenes-adolescentes, hoy día, van forjando su identidad personal no sólo en la familia y en la escuela, sino también (a veces lamentablemente) a través de los modelos e iconos que les van ofreciendo los Medios de Comunicación, en toda su amplia e influyente gama. Los pobres y machaconamente repetidos eslóganes de estos medios, perfecta-mente globalizados, difundidos hasta la saciedad,

“Se trata de decir la verdad, pero sin herir los

sentimientos de la persona que tenemos delante, sin humillarla, respetándola“

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manipulados, mercantilizados, virtualizados…, que giran casi siempre en torno a los pseudo-valores que anteriormente apuntamos: búsqueda del poder, del tener, de triunfar como sea, del consumir desaforadamente, de la tecnología sin humanismo, del pragmatismo sin alma…, son los potentes imanes hacia los que tienden muchos de nuestros jóvenes.

Es muy difícil salirse de esa rueda. Y entonces, claro está, los chicos y chicas de nuestro tiempo, para lograr esas metas que les imponen “a pre-sión”, tienden a ponerse la máscara de la conve-niencia, el disfraz de la inautenticidad, la careta de la falsedad, porque tienen que seguir viviendo y medrando, porque tienen miedo al fracaso, al olvido, al ridículo, a quedarse fuera del juego so-cial. Y entonces, lamentablemente, se olvidan de ser ellos mismos, de ser veraces y auténticos, de ser valientes y honestos, de buscar su propia senda… En definitiva, se olvidan de ser felices.

Pero muchos de ellos, como he tenido ocasión de escuchar de sus propios labios, no se resignan a vivir así, enmascarados, sin afirmar su verdade-ro ser. Miguel Ángel, estudiante universitario, me dice: “No es lo mismo ser famoso que ser impor-tante; yo creo que lo verdaderamente importante en mi vida es el trabajo, la honestidad, el esfuerzo, la búsqueda de la verdad, la belleza, el amor, la sinceridad en mis relaciones con los demás, no lo que me exigen aparentar”. Su amiga Isabel, que está a su lado, interviene a continuación: “Nos han puesto delante de nuestros ojos unos señuelos fal-sos y estériles que nos esclavizan; la familia, la escuela, los amigos, las sociedad… nos deberían ayudar a desterrarlos y a proponer otros más alen-tadores y humanizadores”.

Dar codazos si hace falta

Frente a estas dos posturas claramente esperan-zadoras, escucho lo que me manifiesta Juan Car-los, joven-adolescente, que ha finalizado la Se-lectividad y “ya promete el muchacho”: “En esta sociedad tan cruel y falsa hay que estar prepara-do para ´saber nadar entre dos aguas´, para dar codazos cuando haga falta, para poner zancadi-llas y trampas si no hay más remedio, para adu-

lar, trepar, mentir con la máscara bien puesta, si no quieres morirte de asco y de ser nada”… Y en la misma línea de Juan Carlos, Ricardo, que lleva en paro más de dos años, se expresa con des-engaño: “Mira, aquí miente todo el mundo: los políticos, que no dicen más que ´chorradas´, los empresarios, que estrujan al trabajador, los cu-ras, que no hacen lo que predican, los banqueros, que se llevan los millones de los pobres ahorra-dores, los compañeros, que inventan currículos falsos, méritos inexistentes… hasta los padres, educadores, amigos… a veces nos traicionan y también nos mienten…. Yo reconozco que es muy difícil no ponerse en alguna ocasión (yo el prime-ro) la máscara” Y, luego, añade: “Mira, mentimos para ́ fardar´, para ́ darnos pisto´ delante de los demás, para ´hacernos los machotes´, los sim-páticos, para opinar lo mismo que todo el grupo, porque, en definitiva, no tenemos c… para ser nosotros mismos”.

Por el contrario, Ana Isabel, voluntaria social du-rante muchos años, que ha escuchado a Ricardo, no quiere esconder sus ideas: “Yo pienso, sin em-bargo, que sería estupendo poder vivir sin mie-do a la mentira, vivir en un mundo basado en la verdad, en la confianza mutua, en la dignidad personal: Sé que es casi una utopía, pero a mí nadie me puede prohibir que aspire a ello… Eso me mantiene viva”.

Para terminar, no me resisto a recordar lo que me dice Ana Elisa, joven química: “Yo creo que men-tir, enmascararse, es faltar al respeto a los demás: El que miente una vez podrá mentir siempre. El mentiroso no tiene fondo como persona y suele ser inmaduro e irresponsable. Los que mienten habitualmente y no se muestran con nobleza y verdad no confían en sí mismos, ni en los demás. Es imposible una sociedad con futuro, si la basa-mos en la máscara y en el engaño. Para mí, sólo la verdad es la semilla de un mundo mejor”.

“El Narciso del siglo XXI sólo es capaz de vivir para sí mismo y para

su máscara”

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ENTREVISTA

Por Gloria Díez FernándezFotos: Cristina Bezanilla Echeverría

“Solo el amor elimina al miedo”

Victoria CADARSO SÁNCHEZPsicóloga, escritora y directora del Victoria Cadarso Team

ENTREVISTA

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Victoria Cadarso es psicóloga, una psicóloga con sólidas bases académicas obtenidas en dos universidades madrileñas: Complutense y Comillas. Podría haber colgado sus títulos en un despacho y haberse quedado ahí, pero confor-marse no entraba en sus cálculos. Además de ampliar sus estudios en Estados Unidos, se ha interesado por técnicas novedosas como la Psicología Energé-tica, el Eneagrama o las Técnicas de reprocesamiento del trauma mediante movimiento de ojos. Con ese bagaje ha creado un Centro de Psicología y De-sarrollo Personal, el Victoria Cadarso Team. Su deseo de llegar al mayor nú-mero posible de personas, le ha llevado a publicar, con éxito, varios manuales de autoayuda como Botiquín para un corazón roto, Las emociones ¿engordan o adelgazan? o Destapa tu olla estrés. Su último libro Abraza tu niño interior ha alcanzado rápidamente la segunda edición. Nunca es tarde para sanar tu infancia, asegura. ¿Y quién no desea restañar antiguas heridas? ¿Quién no guarda algún fragmento de juguete roto en una vieja caja?

La entrevista tiene lugar en el madrileño barrio de Moncloa, a pocos metros del Arco de Triunfo, en una de las salas del centro de cursos y terapias que dirige Victoria Cadarso. La larga melena rubia de esta mujer combina bien con su sonrisa franca y con unas flores recién traídas que, justo ahora, empiezan a despertar. Dice Victoria que nos rondan los fantasmas de nuestro pasado hasta que nos tomamos el tiempo suficien-te para ayudarles a pasar a la luz.

La personalidad, lo que llamamos personali-dad, ¿puede considerarse una máscara?

La personalidad es el conjunto de pensamientos, emociones, mecanismos de defensa, comporta-mientos, hábitos, costumbres, que utilizamos de forma reiterada y predecible; es lo que hace que tú digas, esta persona tiene este tipo de persona-lidad, pero la personalidad se forma para ocultar nuestro auténtico ser y en ese sentido, sí puede ser una máscara.

¿Cuándo y cómo se crea?

Se crea porque el ser humano cuando es un niño, necesita sentirse acogido, querido, necesita sen-tir que forma parte de una familia y se va amol-dando a la gente que tiene alrededor, a los que

llamamos las personas significativas, padre, ma-dre, tíos, abuelos… va dejando de ser él mismo para adaptarse, con la idea, que no es una idea, es una sensación, de que “si yo actúo así, me van a querer más”. La personalidad se va formando para acomodarse al entorno. Yo la defino siempre como la mejor opción que tuvo esa persona para sentir que le iban a querer, le iban a acoger y no le iban a rechazar.

¿Existe un “yo” al que volver? ¿Un yo primi-genio?

Yo hablo del niño interior: ese es el yo al que hay que volver. Volver al niño interior es volver a la esencia, al auténtico ser, que es el que tie-ne todas las posibilidades, el que está conectado con la fuente. Un bebé es perfecto, sonríe, está a

Victoria CADARSO SÁNCHEZ

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ENTREVISTA

gusto, está en armonía, solo necesita que le cu-bran las necesidades primarias. Luego, en el de-sarrollo de ese bebé, en la adaptación a las reglas y a las normas, es donde deja de ser el que es en esencia. Volver a nuestro niño interior es volver a la sensación de amor, alegría, curiosidad, espon-taneidad, todo eso que está en el fondo de no-sotros, y que no hemos perdido, simplemente lo hemos escondido.

Y ¿cuál es el precio de ese viaje de vuelta?

Hay que empezar a darse cuenta de quién eres tú. Vamos a ver, todos necesitamos una persona-lidad, pero depende de si hablamos de una perso-nalidad sana, o hablamos de personalidad como ego, estructura defensiva no necesariamente tan sana. Volver a casa es el darte cuenta de que tú te has adaptado, pero tu auténtico ser, tu yo ver-dadero, tu niño interior, ese no necesita ni la mi-tad de las cosas que has estado buscando. Y esa vuelta normalmente la hacemos cuando llegamos a la crisis de la mediana edad, cuando, de repen-te, dices: ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿He he-cho lo que yo quería? ¿O resulta que es la vida la que me ha ido llevando? Porque estamos, como encarrilados. Naces, vas al colegio, vas a la uni-versidad, te pones a trabajar, te casas, tienes hi-jos y, de repente, dices: ¡Huy! ¿Cómo he llegado hasta aquí? Me queda otra mitad de mi vida y, a lo mejor, no he hecho nada de lo que me gustaba. Ese es el momento de plantearte la vuelta a casa, el momento de preguntarte: Realmente, ¿yo qué quiero? ¿Qué me hace a mí estar bien? ¿O resul-ta que he estado todo este tiempo cumpliendo las expectativas de otros y no me he encontrado a mí mismo? Eso es para mí el viaje de vuelta, volver a nuestro auténtico ser.

Protegerse para sobrevivir

¿Podríamos movernos en sociedad a pecho descubierto, sin protección, sin coraza?

Si todos estuviéramos dispuesto a mostrar nues-tra vulnerabilidad, nuestro auténtico ser, sí. Pero, desgraciadamente, como unos sí y otros no, pues no. Todos necesitamos cierta coraza, y esa cora-za hay dos maneras de llevarla, una es que tú la

llevas en “modo protección”, pero sabes que la llevas, y otra, creerte que tú eres la coraza. Si tú sabes que para salir a la calle tienes que poner-te un abrigo, porque hace frío, eso te puede ser útil. La personalidad nos es útil en la medida en que nos sirve de estructura que nos hace sentir-nos seguros, el problema aparece cuando te crees que tú eres eso.

Ha hablado de la adaptación a la familia, en-tiendo que los padres, los hermanos, lo que ha llamado personas significativas, son de-terminantes a la hora de generar la perso-nalidad.

Sí, al nacer, de alguna forma necesitamos sentir-nos protegidos, acogidos, cuidados, nutridos… en-tonces formamos lo que se llama “un apego”. En principio, lo ideal sería que todos tuviéramos un apego seguro, pero solemos tener un apego inse-guro. ¿Qué quiere decir eso? Quiere decir que hay un desencuentro entro lo que el niño quiere o ne-cesita y lo que la madre puede o le quiere dar. En ese desencuentro ya empieza a haber carencias

“La personalidad es la mejor opción que tuvimos

para conseguir que los demás nos quisieran”

ENTREVISTA

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que generan inseguridad. Desde esa inseguridad es desde la que el niño va generando las capas de la coraza o de la máscara, para que no le dejen, para que no le abandonen. Hay distintas formas de manejar eso, y de ahí podrían salir los nueve ti-pos de personalidad que define el Eneagrama, con todas sus variaciones. Los niños lo captan todo, son como esponjas. Hasta los siete años, nuestro cerebro funciona en plan hipnótico todo lo que te dicen, lo grabas, y no lo discutes. Entonces, ¿qué pasa? Que hasta los siete años eres el reflejo de los que están a tu alrededor. Cuando ya pasamos del pensamiento concreto al pensamiento abstrac-to, que es a partir de los siete años, entonces es cuando el niño empieza a decir: esto me gusta, esto no me gusta, esto me lo apropio, esto lo des-carto, empieza a discutir y a ir formando una per-sonalidad más definida. Hasta que no llegamos a la adolescencia, que es cuando realmente hay la ruptura, no se consolida la personalidad, pero, las bases, ya han quedado firmemente asentadas

Usted confiesa en el prólogo que en un mo-mento su madre no la aceptó plenamente.

En mi caso, mi tipo de personalidad necesita sentir-se valiosa, hay otras personas que necesitan sentirse fuertes, o buenas, o queridas. Yo necesito sentir que tengo una valía, que voy a aportar algo. Yo necesita-ba que mi madre me reconociera por lo que hacía.

¿Qué papel juega el aspecto exterior a la hora de ser aceptados? No es una cuestión banal…

No, desgraciadamente, no. La sociedad tiene unos criterios que varían con las épocas, y entonces, bueno, si tú estás dentro de esos criterios eres más valorada. Es la parte externa de la máscara. Pero, al final, está compensado de una u otra for-ma, si eres guapa, no eres simpática, o no eres inteligente, o no tienes una dulzura… al final quie-ro creer que todo está compensado.

“Si aceptas tu miedo, puedes comenzar a

superarlo”

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ENTREVISTA

Aprender a manejar el miedo

¿Una dificultad puede convertirse en un de-safío?

Por supuesto. Eso depende de cómo manejes el miedo. Tú puedes tener tres movimientos ante el miedo: cuando tienes miedo y dices “voy a su-perar este miedo”, sale la lucha, y puedes sobre-ponerte a la dificultad y vencerla. Eso es lo que hacen todos los toreros cuando salen al ruedo. O puedes decir “yo no puedo con esto” y te retiras o huyes. O bien no sabes manejarlo y te quedas bloqueado. El que dice, vale, tengo miedo, pero pese a eso voy a hacer todo lo posible por sa-lir adelante, saca fuerzas que no sabía que tenía

y esas fuerzas le hacen superarse, porque, real-mente, para superar el miedo lo primero es dar-te cuenta que lo tienes y luego, pensar, ¿puedo desarrollar recursos o puedo buscar apoyo? Eso te hace superar el miedo. El miedo te puede limi-tar y hay mucha gente que está bloqueada. Si tú aprendes a superar el miedo, sacas recursos para vencer cosas que creías no poder vencer.

En las familias, ¿funciona el modelo freu-diano y las niñas se identifican más con el padre? Usted habla del suyo como una pre-sencia protectora.

“Al volver al niño interior, nos damos cuenta de que

no necesitamos la mitad de las cosas”

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En el caso de mi padre, en concreto, tenía una fi-gura muy masculina, mi padre tenía el rol protec-tor y sí, para mí mi padre es una figura que… (Vic-toria deja la frase en el aire y se queda pensando antes de continuar) Porque, aunque una persona se muera, tú las llevas dentro. Igual que cuando creemos en Dios, nos sentimos acompañados por ese Dios, cuando creemos que la presencia del padre está ahí, te sientes acompañada y eso te da fortaleza.

Con “nutritiva” no quiere decir alimenticia, claro.

No, cariñosa. Los psicólogos cuando decimos nu-tritivo nos referimos a cariñoso, acogedor, que te anima, que te sonríe, mi madre estaba siempre muy ocupada, hacía muchas cosas, en cambio mi padre era más de acariciar, de achuchar, de be-sar… El tema es que todos necesitamos una fi-gura nutritiva y una figura protectora, y también Necesitamos una tercera figura, que no está ex-plícita en la mayoría de los libros de psicología: necesitamos que nos den amor incondicional. A lo

mejor esa figura del amor incondicional es la de la abuela, o la tata o la tía… quién sabe, pero tene-mos esas tres necesidades y en función de las ca-rencias desarrollaremos un tipo de personalidad.

Amar o ser amado

Relaciona usted amor y miedo, la falta de amor nos provoca inseguridad y eso nos lle-va al temor.

El amor y el miedo son incompatibles. Tú no pue-des tener miedo si estás vibrando en el amor. Cuando tú tienes miedo tu organismo está en modo supervivencia y cuando estás en modo de supervivencia es: “yo primero”. Y el amor es

“Todos llevamos coraza. Pero puedes darte cuenta de que la llevas o creerte

que tú eres la coraza”

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pensar que el otro es tan importante como tú, desear lo mejor para el otro, es incompatible es-tar en modo de supervivencia y estar pensando en la otra persona y queriendo lo mejor para ella. Esa es la clave.

Es decir, el amor elimina el miedo pero cuan-do tú amas, no cuando recibes amor.

Claro, cuando tú amas, porque ese es el error del ser humano, anda buscando el amor, pero anda buscando que se lo den. Para recibir amor, pri-mero tienes que darlo, si tú lo das, lo generas, y cuando lo generas, es contagioso. Si nos estable-cemos en el miedo, tú no das amor y no lo reci-bes. El amor es la única emoción que cuanto más das, más tienes.

Para hacer ese trabajo que usted propone, es decir para “sanar la infancia”, ¿basta con su libro o es necesario un acompañamiento, una terapia?

Si tú te lo tomas realmente en serio, tú misma puedes hacer el trabajo, pero siempre es mucho más agradable sentirte acompañado. Entiendo que hay personas que hacen el esfuerzo por sí mismas, los libros de autoayuda tienen eso: que ayudan a la gente a ayudarse. ¿Cuándo las perso-nas no se bastan sí mismas? Cuando hay trauma. Porque el trauma es una situación con gran carga emocional, vivida en soledad, donde tú has senti-do que peligraba tu estabilidad física y psicológi-ca, y no ha habido nadie que te ayudara. Cuando hay trauma, hay que trabajarlo en terapia.

“La personalidad se consolida en la

adolescencia, pero las bases están en la infancia. Por eso

hay que curarla”

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CINE

Por Norberto Alcover Ibáñez

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Máscaras de cineCaretas y cine son casi la misma cosa,

todo film mienteUna vez más, decimos que vivir es cine y que cine es vivir. Nos guste o nos disguste, cada uno de nosotros llevamos a nuestras espaldas una mochila di-gital o de celuloide en donde el juego de nuestras vidas se oculta en el claros-curo de las imágenes audiovisuales. Y al morir, nuestros descendientes, si es que nos aman de verdad, acaban por realizar el film definitivo al pronunciar la frase maravillosa respecto de cada uno de nosotros: “¿Te acuerdas de…?”

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Recuerdo, memoria, imágenes, película. Másca-ras multiformes que nos ocultan pero que tam-bién permiten desvelar nuestras intenciones más personales. Vivir de cine es enmascararse para el cine. Este artículo va de esto: de los diversos tipos de máscaras y enmascaramientos cinematográfi-cos por medio de los cuales los demás pueden descubrir la verdad de nuestros rostros. Nuestra carne sin maquillaje. Una tarea apasionante.

I. Máscaras absolutas

Aquellas que, precisamente mediante el uso de algún recurso fílmico, dominan absolutamente nuestra personalidad y obligan a ser tal y como el recurso determina. Suelen tratarse de películas redondas en sí mismas, de perfecta conjunción entre fondo y forma, hasta crear un estilo evi-dente y en general, se trata de guiones-historias dramáticas a tope porque el recurso en cuestión obnubila una comprensión inmediata de su signi-ficado. Sugerimos:

1. El show de Truman, de Peter Weir, USA /1998 (un guión dominante).

2. La mirada de Ulises, de Theo Angelopoulos, Grecia /1995 (la caducidad del celuloide degradado, signo de la degradación vital).

3. Blow-up, de Michelangelo Antonioni, Ru-sia/ 1966 (la capacidad falsificadora de la imagen fotográfica).

4. El año pasado en Mariembad, de Alain Resnais, Francia/1961 (el montaje como creador de la realidad).

5. Malditos bastardos, de Quentin Tarantino, USA/2009 (la interpretación y maquillaje como re-creativos).

6. Eyes wide shut, de Stanley Kubrick, Reino Unido/1999 (el trueque de lo real por la máscara).

7. Teorema, de Pier Paolo Pasolini, Italia/1969 (un personaje enmascarado desenmasca-ra a los demás).

8. Apocalipsis Now, de Francis Ford Coppola, USA/1979 (Marlon Brando o la máscara de la amoralidad perfecta).

9. La vida de los otros, de Florian Henckel, Alemania/2006 (la máscara como sistema defensivo).

“Nuestra carne sin maquillaje, una tarea

apasionante”

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10. Viridiana, de Luis Buñuel, España/1961 (en función del estricto guión, todos los persona-jes aparecen víctimas de su propia máscara).

Son un conjunto de películas excepcionales, más o menos, pero demuestran que el lenguaje fílmi-co es capaz de enmascarar la realidad mediante dobles sentidos narrativos, ocultaciones psicoló-gicas, utilización de materiales técnicos, etc. En una palabra, máscara y cine es casi lo mismo, desterrándose la teoría de que puede haber un “cine hiperrealista”. Todo film miente… precisa-mente para resultar creativo.

II. El oficio de “la máscara”

Cuando alguien, algún/os protagonistas, mediante las más estrictas técnicas de interpretación y len-

guaje, se comunican con el espectador mediante situaciones que determinan una realidad “enmas-carada”. Suelen ser excelentes intérpretes, pues gran parte del éxito depende de sus cualidades para la “creación de su personaje”. Sugerimos, en-tre otras muchas otras obras posibles:

1. La gran belleza, de Paolo Sorrentino, Italia/2013 (perfecta creación enmascarada del protagonista).

2. El ladrón de palabras, de Brian Klugman y Lee Sternthal, USA/2012 (un enmascara-miento para mentir perfectamente).

3. Traffic, de Steven Soderbergh, USA/2000 (dos máscaras frente a frente sin exagera-ciones actorales.

4. Showgirls, de Paul Verhoeven. USA/1995 (la capacidad de la protagonista para en-mascarse según cada una de las personali-dades que representa).

5. El Padrino, de Francis Ford Coppola, USA/ 1972 (el rictus eterno del gran Brando, máscara ambivalente e insuperable).

Repetimos la importancia de la interpretación y maquillaje para culminar estos enmascaramien-tos. Ahí está el caso perfecto del ya citado, sin poder evitarlo, Brando, capaz de mantener todo el film el rictus de distanciamiento y a la vez te-

“En Sonata de Otoño de Bergman, una madre y una hija se quitan la máscara y entonces descubren su

profunda sintonía”

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rrible frialdad… para defender a su discutible “fa-milia”… mientras acaricia suavemente el pelaje de su gato. No es nada fácil conseguir una más-cara de tal categoría. Produce tristeza a la vez que repugna. Un tipo humanamente perverso… pero con sentimientos. Todo gira en torno a esa máscara/rictus.

III. Máscaras para conseguir objetivos

En definitiva, todo film enmascarado intenta con-seguir algún objetivo, pero hemos seleccionado cinco muestras casi perfectas de esta intenciona-lidad del guionista:

1. Leones por corderos, de Robert Redford, USA/2007 (todos enmascaran sus intencio-nes mediante actuaciones perfectas, que además mutuamente se van reconociendo).

2. Match Point, de Woody Allen, Reino Unido/2005 (el engaño se muestra bajo la máscara cínica/atractiva de quien pretende subir en el escalafón social).

3. El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese, USA/2013 (la mejor interpretación de Di Caprio al enmascarar al simpático estafa-dor… hasta el final).

4. Belle de Jour, de Luis Buñuel, Francia/1967 (la mujer fría oculta su intención de golpear a su marido cruelmente).

5. Pan Negro, de Agustín Villaronga, España/ 2010 (las diversas máscaras de vencedores y vencidos en nuestra postguerra).

Suelen ser films crueles, que representan ámbi-tos sociales denunciables pero bajo una pátina de honorabilidad de puertas afuera. Atraen na-rrativamente y a la vez repelen. Pan Negro es modélico en este sentido.

IV. Máscaras para sobrevivir

Muy relacionadas con las del apartado anterior, estas películas tienen menos agresividad y mu-cha más ternura, ya que los protagonistas luchan contra los avatares de su propia vida, intentando superarlos, si bien por razones muy diversas. Es un tipo de cine siempre presente porque afecta al espíritu del espectador. Así:

1. Philadelphia, de Jhonathan Demme, USA/ 1993 (un film excelente pero poco valorado, propone muy diferentes formas de enmas-cararse para superar los retos de la vida).

2. La escopeta Nacional, de Luis García Ber-langa, España/1978 (la gran carcajada del maestro sobre el completo enmascaramien-to español para sobrevivir a lo más vulgar).

“Ahí está el caso de Marlon Brando, capaz de mantener el rictus mientras acaricia a su gato. No es nada fácil

conseguir una máscara de tal categoría”

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3. Pequeñas mentiras sin importancia, de Gui-llaume Canet, Francia/2010 (idéntica a la anterior pero en el ambiente pequeño bur-gués actual: tierna y patética).

4. Gloria, de Sebastián Lelio, Chile/2013 (con-tra la decadencia y ansias de vivir, la más-cara inútil…)

5. El señor de la guerra, de Andrew Niccol, USA/2005 (sobrevivir en una esquizofrenia absoluta, de forma perfecta.

Insistimos en que, dentro de su desagradibilidad por razones diversas, son historias cuyas dimensio-nes se entrechocan, casi siempre condensadas en el protagonista. Tom Hanks destaca en Philadelphia.

V. Máscaras patéticas

Cierta crueldad se filtra en estos films, cuando hombres y mujeres son víctimas de su propia máscara, en ocasiones libremente, casi por gus-to, y en otras por necesidad. La dirección, junto al guión, es clave para dominar los excesos de actores y actrices:

1. American Beauty, de Sam Mendes, USA/ 1999 (el varón maduro se enmascara de seductor ante la lolita de turno).

2. Danzad, danzad malditos, de Sidney Polla-ck, USA/1969 (bailar frenéticamente en un concurso para ganar agónicamente unos dólares: excelente muestrario de la depre-sión del 29).

3. Ay, Carmela, de Carlos Saura, España/1990 (el patetismo más acendrado en un terrible enmascaramiento ideológico).

4. Nebraska, de Alexander Payne, USA/1973 (la búsqueda de la redención familiar se vuelve fractura insuperable).

5. El Padrino, de Francis Ford Coppola, USA/1972 (Brando víctima de su propia crueldad, llega a dolernos de verdad).

VI. Sin máscaras

Películas que nos sorprenden porque irradian realismo sin caer en tipo alguno de exageración o ternurismo. Los intérpretes son como se mues-

tran en pantalla, sin que deje de haber la inevita-ble máscara de toda “puesta en escena”. En ge-neral, grandes películas, que pueden engañar al espectador… y le engañan. Elegimos:

1. Hannah Arendt, de Margarethe von Trotta, Alemania/2012 (una historia apabullante de una mujer absolutamente sincera).

2. Bienvenido Mister Chance, de Hal Ashby, USA/ 1979 (en una época de vulgaridad, un tipo espontáneamente mediocre pero ocurrente, alcanza el máximo poder: gran guión).

3. El artista y la modelo, de Fernando Trueba, España/2012 (el arte convertido en absolu-ta realidad… por afecto).

4. Sonata de otoño, de Ingmar Bergman, Ale-mania Oeste/1978 (madre e hija acaban por quitarse las máscaras y entonces des-cubren su profundísima sintonía).

5. Celebración, de Thomas Vinterberg, Dina-marca/1998 (exactamente lo mismo: la verdad acude al quitarnos las máscaras, pero en este caso, la verdad es terrible y doliente).

Películas nada fáciles ni en dirección ni en inter-pretación, porque hay que dar salida a “situacio-nes que enmascaran la falta de máscaras”, que es lo más arriesgado en cine. Bergman fue maes-tro, y los actores/actrices nórdicos plausibles: Liv Ullmann, entre ellas.

Tal y como reza el subtítulo de este artículo, he-mos asistido a una multiplicidad de máscaras/en-mascaramientos. Y también decíamos en el pri-mer párrafo que nadie está libre de tales formas de encubrir o enfatizar realidades que interesan o bien detestamos. Así pues, repetimos que hacer cine es hacer vida… siendo a su vez el cine, por el hecho mismo de estar filmado, un permanente “juego de máscaras”, como tan bien han demos-trado los grandes realizadores italianos. De esta manera, cerramos este mínimo ensayo trayendo hasta el lector Ocho y medio, la película maestra en su capacidad de enmascarar para desventrar una realidad escurridiza y feroz.

“Los poetas llegan a ser los más destructores de los artistas. Destructores y tiernos, muy tiernos”.

Federico Fellini.

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Hay muchos motivos para mostrar una cara distinta

a la que se tiene

Por Antonio Saugar Benito

A PIE DE CALLE¿Con qué cara

nos quedamos?

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Mostrarse a cara descubierta debería ser una vir-tud. Pero, suele ocurrir que, a quien se atreve a hacerlo, le cueste caro. Ese miedo es una de las razones que llevan al ser humano a mostrar una cara u otra, dependiendo del escenario en el que se encuentre, de quienes están a su alrededor, de si el ámbito en el que está es privado o público... Pero hay otros motivos para mostrar una cara distinta a la que realmente se tiene.

Cuando este texto se redacta, España se encuen-tra en plena campaña electoral. En los días pre-vios a las elecciones del 20 de diciembre de 2015 hemos visto a políticos de uno y otro signo mos-trar, en los programas de televisión de más au-diencia, unos aspectos de su vida que, al menos, eran desconocidos para el gran público; aunque algunos pueden pensar que esas caras que han mostrado son mera fachada, caretas para buscar el voto.

Los más destacados comunicadores televisivos se han convertido en asesores de diferentes líderes políticos. Y éstos han permitido que se muestren determinados aspectos que, quizá, unos meses antes no hubieran aceptado enseñar. Pablo Mo-tos, Bertín Osborne, María Teresa Campos, Ana Rosa Quintana o Jesús Calleja han llevado a sus programas a los cabezas de lista de los diferentes partidos para que los ciudadanos vean sus “otras” caras. Pero ¿cuáles son las verdaderas? ¿Por qué ahora sí las muestran y antes no?

Buscar el voto en casa

El político, y más en época electoral, suele dar un aspecto de moderación, de seriedad, de tener todo controlado para un buen gobierno, de con-fianza para que el electorado le otorgue su voto. La ciudadanía ya está acostumbrada a ver a ese candidato o candidata en un mercado, saludando a comerciantes y compradores; o a escucharles en pequeños mítines en plena calle; o repartien-do propaganda electoral por cualquiera de los parques y aceras de la ciudad.

Eso ahora ya no basta. Ahora hay que entrar en la casa de la gente y mostrar una cara distinta, que atraiga, que convenza para el día de la vota-ción. Hay que reconocer que a algunos les saldrá bien; pero otros quizá deberían haberse pensado mejor eso de entrar en los domicilios a través de estos programas.

Para buscar el voto joven, hay políticos que han mostrado “otros aspectos de su personalidad” en programas como “El Hormiguero”. En este espa-cio televisivo se ha podido ver a la vicepresiden-ta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, bailando la canción con la que el equipo inicia el programa.

También pasó por este programa el secretario ge-neral del PSOE, Pedro Sánchez, que se prestó a las distintas bromas de los componentes del equipo.

El ser humano, al igual que las monedas, suelen tener dos caras: en reali-dad, algunos tienen más. Cada persona se muestra de una u otra manera dependiendo del escenario en el que se encuentre y de quienes están a su alrededor. Es muy difícil, por no decir imposible, encontrar a alguien que se muestre a cara descubierta.

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Albert Rivera, presidente de Ciudadanos, fue otro líder que visitó “El Hormiguero”, donde se le pudo ver participando en una carrera de coches de ju-guete contra sus rivales políticos, representados por los colaboradores del programa.

Y Pablo Iglesias, líder de Podemos, entonó, junto a Pablo Motos, una de las canciones más emble-máticas de Javier Krahe.

Voto aventurero y veterano

Por si existe el “voto aventurero” o quizá, tam-bién, para seguir buscando el voto joven como si fuera el Santo Grial, los líderes políticos, también mostraron su cara aventurera en “Planeta Calle-ja”, programa en el que se pudo ver a Soraya Sáenz de Santamaría conduciendo un todoterre-no a gran velocidad, recorriendo parte del Cami-no de Santiago, y montando en globo, actividad que no estuvo exenta de un pequeño susto.

Pero la vicepresidenta del Gobierno no fue la única que pasó por este espacio. Albert Rivera fue copi-loto de Jesús Calleja durante el Rally Baja Aragón, prueba en la que sufrieron un accidente durante un entrenamiento con varias vueltas de campana.

Como si de escalar en las encuestas se tratara, Pedro Sánchez ascendió el Peñón de Ifach, en Calpe (Alicante), y realizó un rápel desde un ae-rogenerador de 70 metros de altura.

Para conquistar el voto de los más veteranos, los candidatos se han paseado a mostrar su otra u otras caras por el programa “Qué tiempo tan feliz”, de María Teresa Campos. La presentadora fue arrullada por Pablo Iglesias, que le cantó una nana, guitarra en mano. Junto a Albert Rivera re-pasó las canciones de la vida del candidato de Ciudadanos. Y con Pedro Sánchez, tres el recorri-do biográfico y musical, pasó revista a la relación con su mujer. Mariano Rajoy, tenía previsto acu-dir a este programa el viernes 12 de diciembre.

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Y la pasarela televisiva no se completa sin pasar por las manos de la nueva estrella de Televisión Española, Bertín Osborne, en cuya casa se pudo ver a un Mariano Rajoy candidato degustando una empanada y unos mejillones, como si de su propio domicilio se tratara, jugando al futbolín y contando anécdotas de su vida personal y res-pondiendo a preguntas sobre política.

“En la tuya o en la mía” también recibió a Pedro Sanchez, que reveló su pasado de “ligón” y “un poco bala”. La cocina también fue escenario de anécdotas y preparación de zumos, además de someter al candidato socialista a la dura prueba de beber cerveza con un toque de tabasco.

Y los candidatos siguieron mostrando su alma (o parte de ella). Esta vez, de la mano de Ana Rosa, que pasó una jornada con cada uno. La presentadora puso ante la cámara a un Pablo Iglesias con el pelo suelto, tras salir de la du-cha. A un Mariano Rajoy, de cañas por Madrid y en su despacho de Moncloa. También mostró a un Albert Rivera recordando su infancia en su barrio y paseando en una moto de alta cilindra-da a la propia Ana Rosa. Finalmente, jugó al baloncesto con Pedro Sánchez para, posterior-mente, ser testigo de un paseo del líder socia-lista con su mujer.

Además, los candidatos han “jugado” en terre-nos en los que nunca lo habían hecho, como los programas deportivos de las radios, que se han convertido en escenarios electorales en los que los políticos comentaron los partidos de fútbol y las noticias del deporte y, de paso, lanzaron sus proclamas electorales para tratar de convencer a los más forofos. Quizá pensaban que ser del mismo equipo que quienes les escuchan o poner por las nubes a tal o cual estrella futbolística les puede dar votos.

“Mostrarse a cara descubierta debería ser una virtud, pero puede ocurrir que, a quien se atreve a hacerlo, le cueste caro”

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Lugares, escenas, acciones, tareas que han mostrado ante las cámaras las caras de cua-tro candidatos a la Presidencia del Gobierno de España, pero que no volveremos a ver hasta la próxima campaña electoral; y siempre que sea imprescindible hacerlo. Ya no es suficiente besar niños, saludar amas de casa en los mer-cados, o estrechar la mano del frutero... En la campaña para las elecciones del 20 de diciem-bre de 2015, los políticos han mostrado una cara o una máscara. Cada uno debe juzgar si de verdad son así, si esas son sus verdaderas caras; si se mostrarán igual de amables dentro de unos meses.

A la hora de leer este texto, todos habremos vis-to la que quizá sea la cara más auténtica de un político: la que se le queda la noche electoral tras conocer los resultados de la votación. La cara, como dice el refrán, “es el espejo del alma” y, por muchas tablas que uno tenga, hay situaciones en las que es difícil mostrar una máscara que tape el rostro verdadero. Eso sí, siempre les queda la opción de centrar su discurso en aquellos datos salidos de las urnas que mejor les vengan y tra-tar de disimular la derrota. Cuando esto ocurre, se les pone cara de que todos han ganado.

Las mil caras de Internet

Ocultar la verdadera cara no es sólo cosa de polí-ticos. La mayoría de la gente suele ocultar cosas, algo normal en la naturaleza del ser humano. Las nuevas tecnologías permiten mostrar una cara u otra y ocultar, para fines poco claros, la cara de quien no quiere darla.

En páginas de perfiles profesionales, en webs personales o de búsqueda de parejas se pueden ver fotos y textos que no muestran la verdadera cara de la persona que los protagoniza. Engordar un currículum suele ser lo más habitual en este tipo de webs, para tratar de llamar la atención del posible empleador.

A la hora de buscar un candidato para un puesto de trabajo, las empresas rastrean todos los rin-cones de Internet tratando de pillar en un renun-cio a los aspirantes. La pose tranquila y modosa

“Con motivo de las elecciones generales,

hemos visto a los políticos mostrar aspectos

desconocidos de sí mismos. ¿Cara o máscara para conseguir el voto?”

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de la entrevista de trabajo puede derrumbarse si en la Red de Redes aparecemos en situaciones comprometidas, o no coincide lo que hemos col-gado imprudentemente con lo que hemos decla-rado ante el empleador.

Si pasamos al terreno de buscar pareja, fotos re-tocadas o de estudio suelen ilustrar los perfiles de quienes buscan a su media naranja. Además, a la hora de contar aficiones, características de la personalidad, etc., la literatura fantástica suele campar por sus respetos para sacar el mejor per-fil de cada uno. Luego puede venir el chasco del cara a cara en la cita presencial.

Incluso en las páginas personales de Facebook o Twitter las caras no son lo que parece. Algu-nos de estos perfiles ocultan buena parte de la personalidad de quienes los protagonizan. Algo muy normal, ya que los rastreos en Internet para buscar renuncios de un aspirante a un empleo o de un candidato a un cargo público están a la orden del día.

Lógicamente, quienes no dan la cara en Internet son aquellos que la utilizan para delinquir. Antes un pasamontañas tapaba la cara de quienes per-petraban un atraco. Ahora, servidores y líneas in-formáticas ocultan la verdadera cara de quienes usan las Nuevas Tecnologías para el mal.

Cada moneda tiene dos caras, pero en el caso del ser humano el número aumenta. Es difícil, por no decir imposible, saber si quien tienes al lado da su perfil verdadero, u oculta su cara tras una máscara. Es complicado saber “a qué cara quedarse”, pero este puede ser otro de los retos de la vida de cualquier persona. Desentrañar qué rostro es el verdadero puede convertirse en una experiencia que te enseñe a vivir.

“Cada moneda tiene dos caras, pero en el caso del ser humano, el número

aumenta. A veces, es difícil saber cuál es el verdadero

perfil”

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Comunicando

Más de cuatro millones de españoles se sienten solos

Los medios de comunicación han pasado de pun-tillas sobre un interesante estudio sobre la sole-dad realizado a instancias de la Fundación AXA y la Once. El trabajo, que ha sido elaborado por un equipo de investigadores de ASEP (Análisis Sociológicos, Económicos y Políticos) bajo la dirección del profesor Juan Díez Nicolás y la co-ordinación de María Morenos, profundiza en lo que los autores definen como “uno de los pro-blemas más relevantes en la actualidad” y aborda por primera vez el fenómeno de la so-ledad en España desde una perspectiva subje-tiva, es decir, no desde la óptica tradicional del

número de personas que viven solas sino anali-zando las circunstancias, características, contex-to social y número de las personas que experi-mentan puntual o regularmente un sentimiento de soledad. En el mismo, se pone de manifies-to, como dato más significativo, que más de la mitad de la población española admite ha-ber experimentado en algún momento cier-ta sensación de soledad durante el último año y cerca de uno de cada diez –algo más de cuatro millones de españoles- asegura haberse sentido solo con mucha frecuencia en ese mismo periodo.

Cada vez es mayor el número de personas que reconoce que tiene serios problemas para comunicarse con su pareja, con sus padres, con sus hermanos, con los hijos, con los compañeros de trabajo, etc. Este sentimiento de falta de una auténtica comunicación se debe, en gran parte, a que no se sabe escuchar a los demás. Saber escuchar bien es, por tanto, una destreza que merece ser valorada y enseñada porque produce efectos muy beneficiosos tanto para el que es escuchado como para el que realiza la escucha activa.

Celebración del “Día de la Escucha” en Canarias. Un grupo de participantes en la jornada dedicada a la escucha en Huelva.

Nota de Prensa del Teléfono de la Esperanza con motivo del Día de la Escucha

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Las estadísticas que manejan los servicios de ayu-da psicológica en casos de crisis emocional ponen de manifiesto que el sentimiento de falta de una auténtica comunicación entre las personas avanza de forma creciente. En realidad, la mayoría no se encuentran incomunicadas en sentido estricto, lo que sucede es que la comunicación profunda y au-téntica va dando paso a otra, funcional, para sa-lir del paso, en la que el ‘peso’ de los sentimientos es cada vez menor y donde apenas se escucha al otro. Y esta es la clave del problema: comunicarse significa escuchar a la otra persona, no solo es ha-blarle y contarle nuestros pensamientos.

Pese a que cada vez hay más personas que ma-nifiestan que tienen una gran necesidad de ser escuchadas porque se sienten aisladas y que las consecuencias de la falta de una escucha activa puedan ser tan destructivas, sin embargo el arte de saber escuchar no es algo que se valora en nuestra sociedad. Tristemente, cada vez es más frecuente encontrarse con personas que no es-cuchan. Solo hablan, habla y hablan... Y cuando parece que están escuchando, en realidad están pensando lo que dirán en cuanto vuelvan a arre-batar la palabra a su interlocutor.

De hecho, la principal demanda que realizan las personas que llaman a los servicios de ayuda psicológica en casos de crisis emocio-nal es “ser escuchado”. En concreto, el 65% de los llamantes al Teléfono de la Esperanza

asevera que necesita que “alguien le escu-che”, muy por delante del 17% que pide orienta-ción respecto a un problema o del 7% que solicita entrevista con un psicólogo o un abogado.

La escucha en si misma, es sanadoraLa escucha profunda y de calidad es, por tanto, un bien escaso (y poco valorado en la sociedad actual), aunque tremendamente necesario. Las personas que, de verdad, saben escuchar escasean y, sin em-bargo, son hoy más necesarias que nunca. Por eso el profesor Torralba recalca que “nunca se insis-tirá la suficiente en el bien que supone ser es-cuchado por alguien, tener la sensación de que los sentimientos y pensamientos que uno ex-perimenta en sus adentros son acogidos gene-rosamente por un interlocutor que se dispone, li-bremente, a asumirlos, a integrarlos y a recibirlos en su propia interioridad sin juzgarlos, ni fiscalizarlos”.

Cuando una persona se encuentra en una situa-ción de crisis emocional, solo con el hecho de compartir aquello que le causa sufrimiento y po-der desahogarse con alguien que le respeta y no le juzga, efectivamente se “des-ahoga” y experi-menta una gran liberación. La buena escucha es, en sí misma, terapéutica.

Voluntarios de Honduras. En Venezuela también celebraron el “Día de la Escucha”.

“ El Teléfono de la Esperanza recibe cien mil llamadas anuales. Más de mil setecientas estaban

relacionadas con el suicidio”

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Además, si la escucha ha sido realmente acti-va, de manera que la persona escuchada se ha sentido acogida y el escuchador ha sabido encontrar las palabras precisas y cálidas para formular las preguntas oportunas que abren la inteligencia, la persona escuchada puede reformularse su situación y repen-sarse las posibles decisiones que deba tomar en su vida.

Asimismo, cuando una persona nos dedica su tiempo y nos escucha sin rechazo, sin interrum-pirnos cuando lo que necesitamos es hablar, prestándonos su atención, entonces nuestra au-toestima se siente reforzada y nos sentimos más capaces de encarar situaciones sufrientes que nos demandan una respuesta.

El 15 de noviembre el Teléfono de la Esperan-za celebra el Día de la Escucha, una jornada de sensibilización que pretende popularizar la escucha como un bien necesario en la sociedad para servir de base a la auténtica comunicación, basada en el respeto y el diálogo entre unos y otros. Con ello, se procura hacer una llamada de atención a los ciuda-danos para que sean conscientes de que muchas personas de nuestro entorno se sienten solas y aisladas, y tienen una gran necesidad de ser es-cuchadas. Nuestra mejor arma para derrotar a la soledad es la ESCUCHA.

El Teléfono de la Esperanza recibe más de 100.000 llamadas anuales. Las problemáti-cas más comunes son la soledad, la enferme-dad mental, la depresión, la ansiedad y las cri-sis de proyecto vital. En el último año, atendió 1.745 llamadas relacionadas con el suicidio, de las cuales 45 eran intentos de suicidio en curso. Igualmente, se recibieron 11.984 llamadas cu-yos contenidos se relacionaban directamente con la prevención de suicidio. Los voluntari@s del Teléfono de la Esperanza han detectado una creciente necesidad de comunicación en los llamantes y un sentimiento de soledad do-lorosamente vivido. La Escucha es un valor ol-vidado en nuestra sociedad hipercomunicada y nuestros voluntari@s quieren hace una llamada para que recupere la capacidad de comunicación y la escucha activa como valores claves de nues-tra convivencia.

El 65% de las más de noventa mil llamadas atendidas en la línea de atención a crisis del Teléfono de la Esperanza, están relacionadas con problemas de salud mental. Las perso-nas con una enfermedad mental necesitan atención y solidaridad de la sociedad españo-la. Los dos problemas básicos que afectan a este colectivo son la escasez de recursos para atenderles y el estigma asociado a sus pato-logías. Por eso nos parece importante cele-brar como se merece el Día Internacional de la Salud Mental, aprovechando el 10 de oc-tubre para dedicar la jornada a concienciar a la sociedad española sobre los problemas de este colectivo y la importancia de una ade-cuada política pública de prevención y aten-ción de la Salud Mental.

El Teléfono de la Esperanza se une al Manifiesto elaborado por la Confederación de Salud Mental de España y alza su voz pidiendo a la sociedad escuchar el grito de las personas con enferme-dad mental: “Reflexiona. Ponte en mi lugar: conecta conmigo”

• El 9% de la población española padece en la actualidad una enfermedad mental.

• En España, algo más del 19% de la po-blación padecerá un trastorno mental a lo largo de su vida, cifra que se incrementa-rá considerablemente en el futuro.

• Más de la mitad de las personas que ne-cesitan tratamiento no lo reciben y de las que están en tratamiento, un porcentaje significativo no recibe el adecuado.

Un 9% de los enfermedad

Los enfermos mentales luchan contra el estigma social y la falta de medios

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• Se estima que la repercusión económica de las enfermedades mentales en España tuvo un coste total anual de 3.005 millones de euros.

• Un 1% de la población desarrollará algu-na forma de esquizofrenia a lo largo de su vida. En España la padecen 400.000 per-sonas y se cree que muchas otras están sin diagnosticar.

• La tasa de mortalidad por suicidio ajustada para la edad y el sexo de las personas que pa-decen un trastorno esquizofrénico, es 9 veces mayor que la de la población general. En la depresión mayor, el riesgo de suicidio se mul-tiplica por 21, en los trastornos de la alimen-tación, por 33 y en las toxicomanías, por 86.

• Las personas con enfermedad mental, como sus familiares y los profesionales que las atienden, consideran que existen estereotipos “de peligrosidad” asociados a la enfermedad mental, lo cual implica una notable estigmatización.

• Sólo el 14% de las personas con enferme-dad mental crónica tiene pareja estable y un 18% afirma no tener ninguna amistad.

• El 18% de la población general, el 28% de los familiares e incluso el 20% de las personas con enfermedad mental cróni-ca creen que las personas con enferme-dad mental suponen un riesgo si no se las hospitaliza. El 99% de los y las profesio-nales no lo cree.

• El 56% de la población general confunde la enfermedad mental con el retraso mental.

• Los trastornos que aparecen con mayor fre-cuencia a lo largo de la vida, son los tras-tornos depresivos: 26,23% (12,98% en el último año); a continuación los Trastornos de Ansiedad: el 17,48% y el 12,91%, res-pectivamente. La prevalencia de la Esqui-zofrenia es del 1,02%.

• El principal ámbito de discriminación para las personas con enfermedad mental es el laboral; sólo el 5% de las personas con en-fermedad mental tiene un empleo regular.

Un 9% de los enfermedad

españoles sufren unamental

Los enfermos mentales luchan contra el estigma social y la falta de medios

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Manifiesto del Día Mundial de la Salud Mental 2015

“Reflexiona. Ponte en mi lugar. Conecta conmigo”

¿Cuánto mide la línea imaginaria que une las estrellas las unas con las otras? ¿Cuán pequeño puede ser un punto en el espacio? ¿Puede una vela alumbrar el infinito? Forma parte de la naturaleza humana indagar en lo desconocido.

Hay una certeza: la enfermedad mental apa-rece y todo tu universo se conmociona. La mente, a la par de la luz, viaja tras una res-puesta que no llega, quizá porque la socie-dad, en su aparente cordura, no reconoce a sus propios hijos.

Cambia la mirada porque me necesitas. Me necesitas como la montaña necesita quien la encime, como la hoja amarillenta necesita las gotas de rocío, como el anciano en su vejez necesita la sonrisa del niño.

Me miras, te miro, me ves, te veo. Estamos en el mismo lugar, cosas del destino. Nos he-mos encontrado, por algo será. Viajamos in-cansablemente por lejanos parajes buscan-do nuevas experiencias, y es posible que no sepas que cerca de ti hay personas que pue-den aportarte mucho más de lo que imaginas. Búscanos, contacta con nosotros y encontra-rás respuesta en lo desconocido, en lo olvida-do; verás lo valioso de la vida.

Cuando te levantas por las mañanas y te miras al espejo allí estás tú, pero no te das cuenta

que una de esas mañanas puedo estar yo tam-bién reflejado en ti.

Hay quien dice que la esencia para descubrir nuevos mundos es empezar. Caminemos ha-cia una nueva conciencia compartida sobre la enfermedad mental; conectemos, conecta. Atrévete a abrirte a la información, a la cien-cia, a tender puentes conmigo. Soy un mun-do por descubrir.

Ya no hablaremos de limitaciones, ni de su-frimiento: comencemos a hablar de espíritu de superación. Ya no hablaremos de soledad: atrevámonos a tender puentes de amistad. No volveremos nunca más a ser castigados a la travesía del desierto donde perecen las es-peranzas.

La vida, la verdadera vida, crece al otro lado de las arenas; no te quedes con las apariencias. Atrévete, explora, contacta conmigo.

Hay algo detrás del oro incrustado en la roca. Hay algo detrás de las piedras talladas por el hombre. Hay algo detrás de las lágrimas dise-minadas por el suelo. Hay algo que da cohe-rencia al conjunto, y que hace que la mente sea permeable a la belleza.

Reflexiona. Ponte en mi lugar: conecta conmigo.

A continuación, publicamos el Manifiesto elaborado por el Comité de Personas con Enfermedad Mental de la Confederación SALUD MENTAL ESPAÑA, en la jornada conmemorativa del Día Mundial de la Salud Mental

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El voluntariado de nuestro país se construye cada día con personas normales que han elegido trans-formar pequeñas parcelas de injusticia, aisla-miento, abandono, intolerancia… para levantar una realidad que reivindique lo humano por enci-ma de todas las cosas. Gente corriente que plan-ta cara al desánimo y combate la apatía dando su tiempo a las diferentes causas que lo demandan.

Hay muchos espacios donde actuar, multitud de dificultades que atender, pero cuatro millones de personas en nuestro país han entendido que nada mejora si no se actúa, porque “Hacer voluntaria-do es querer cambiar el mundo y hacerlo”.

En este 2015, contamos con una nueva Ley que ha costado no poco esfuerzo sacar adelante y que nos permitirá implantar en todas las esferas de la vida el valor de la tarea voluntaria. Apostamos por un voluntariado que cuente con las personas y las sitúe en el centro de cualquier actuación. Un voluntariado abierto a la sociedad, que tenga presente la diversidad e incida en las verdaderas causas que excluyen a las personas.

En esta tarea necesitamos ciudadanía dispues-ta a dar su tiempo, pero también un compro-miso firme de las Administraciones, para poder desarrollar los programas y ofrecer los servicios necesarios. Apelamos a las empresas para que impulsen una riqueza que no se mide en cuen-tas de resultados, sino en beneficio social.

Pedimos el apoyo de la escuela donde la infancia comienza su socialización y adquiere hábitos que la acompañarán toda la vida. Pedimos el respaldo de los centros de secundaria, para afianzar en la ado-lescencia el valor de la solidaridad y, por supuesto, pedimos el soporte de la Universidad -cantera fun-damental del voluntariado- y espacio para culmi-nar este proceso de aprendizaje de la solidaridad.

Apoyar el voluntariado, hacerlo cada día más vi-sible, inocularlo en todas las etapas de la vida como un virus transformador de realidades no es fantasía. Es el compromiso de la Plataforma del Voluntariado de España y del Teléfono de la Es-peranza. Os invitamos a formar parte de esta red activa e imparable.

“Hacer voluntariado es querer cambiar el mundo y hacerlo”Con motivo del 5 de diciembre, Día Internacional del Voluntariado, las organizaciones sociales -a través de la Plataforma del Voluntariado de España- y el Teléfono de la Esperanza quieren destacar el valor de la solidaridad que expresan millones de personas, como contrapunto al individualismo y la violencia que nos rodean.

Día Internacional del Voluntariado

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El aniversario se conmemoró con diferentes ac-tividades y sirvió para que los fundadores, presi-dentes y voluntarios del Teléfono de la Esperanza recordaran todo lo hecho y tomaran más fuerza e ilusión aún para el futuro.

Los primeros pasos comenzaron en la Parroquia del Buen Pastor, en 1990, gracias a un grupo de personas que quisieron seguir los pasos de los que iniciaron el Teléfono de la Esperanza a nivel nacio-nal, en Sevilla, allá por 1971, cuando un grupo de sacerdotes, preocupados por la situación de al-gunos enfermos, pensaron que con un teléfono y una voz amiga tras el auricular se podría solucio-nar los problemas emocionales de los pacientes. Desde entonces ha corrido mucho tiempo y en la actualidad son 30 las sedes abiertas en todo el te-rritorio nacional, entre ellas la de Albacete.

Y en Albacete desde los inicios en esa parroquia se ha avanzado mucho, y se ha ido mejorando en to-dos los aspectos. Desde la parroquia se pasó a la primera sede que estuvo en un piso de la calle en Octavio Cuartero y años más tarde se trasladaron a la sede definitiva, en la calle Federico García Lor-ca. Y desde entonces han sido siete sus presiden-tes, Caridad Navarro, Elías García Grimaldo, Ma-ría Elena Villacorta, Llanos García, Salvador Moya, Carmen Soria y el actual, Joaquín Fresneda.

A veces hay que hacer filigranas«En la actual sede estamos bien, aunque a veces tenemos que hacer filigranas, pero nos arreglamos porque estamos en el centro sociocultural del barrio

y podemos utilizar algunas de sus salas. Además al-gunos cursos intensivos que realizamos con todos los voluntarios los realizamos en otros lugares, como las Angustias, la Casa de Ejercicios, en los Escola-pios». En lo que llevamos de año Joaquín Fresneda recuerda que desde el Teléfono de la Esperanza se han atendido 1.585 llamadas y 399 entrevistas y en lo que se refiere a los cursos de promoción de salud emocional hasta la fecha se han hecho 126. El año pasado se cerró con 2.084 llamadas recibidas, de las que el 65,30 por ciento fueron realizadas por muje-res y un 34,70 por hombres. La mayoría de ellas, unas 700 eran procedentes de usuarios de la capital, 350 de la provincia y otra buena parte, más de 600, procedían de otras provincias y algunas se derivaron al 112. Además en dicho año hay que sumar las 640 entrevistas que los técnicos y voluntarios del Teléfo-no realizaron en la sede a personas que precisaban ayuda ante una determinada problemática.

«Nuestra misión es ofrecer un servicio gratuito con los 77 voluntarios que contamos a todas las per-sonas que requieren de nuestros servicios. Pero aquí no sólo se trata de descolgar el teléfono, ya que se realizan cursos y actividades para prevenir y mejorar la salud emocional de las personas, de sus familias y del conjunto de la sociedad.

La sede en Albacete está operativa durante toda la semana, pendientes de que suene el 967 52 34 34. Además, en la sede hay dos trabajadoras, una psicó-loga y una administrativa. Y durante la semana hacen falta 36 voluntarios para descolgar el teléfono y aten-der las llamadas, ya que se mantienen 36 turnos.

“Bodas de plata” con la ilusión del primer díaSe han cumplido 25 años de uno de los servicios sociales que trabaja los 365 días del año, las 24 horas del día, para poder ayudar a todos aquellos que se encuentran en una difícil situación personal, familiar, laboral y que, en algunos casos, les puede llevar a la intención más trágica de la vida, como puede ser el suicidio. Nos referimos al Teléfono de la Esperanza de Albacete, que celebra sus bodas de plata, con la misma ilusión del primer día y evolucionando en la

formación de sus voluntarios para poder seguir realizando el trabajo altruista.

Teléfono de la Esperanza de Albacete,un cuarto de siglo prestando ayuda

Un día para el recuerdo. Albacete celebra sus 25 años.

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El convenio ha sido suscrito por el director gene-ral de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, y el presidente de Teléfono de la Esperan-za, Juan Sánchez Porras.

La Guardia Civil podrá desarrollar las prácticas lle-vadas a cabo por la asociación e implementarlas en las actividades del Servicio de Psicología del Cuerpo, así como dar a conocer su labor en lo referente a la atención telefónica y personalizada a los miembros del instituto armado que solicitan ayuda psicológica.

Teléfono de la Esperanza es una organización de voluntariado que tiene como finalidad esencial el tratamiento integral de las crisis y la promo-ción de la salud emocional. Entre sus priorida-des está ofrecer un servicio permanente de in-tervención en crisis por teléfono, Internet o de

forma presencial a cuantas personas, familiares o colectivos lo soliciten.

Ambas instituciones se comprometen a crear un espacio colaborativo para la promoción de la salud emocional, la prevención del suicidio y el tratamiento de las situaciones de crisis personales y familiares.

La página del Teléfono de la Esperanza en Face-book ha alcanzado la cifra de 12.000 seguidores y en Twitter 4.000. Desde ellas intentamos, cada día, favorecer la salud mental y emocional, ofer-tar reflexiones sobre las crisis del ser humano, concienciar acerca de problemáticas sociales y la necesidad de transformaciones en nuestros con-textos socio-económicos. Unido a esto, promo-cionamos el voluntariado y ofertamos informa-ción relevante del mundo de las ONGs.

Nos sentimos muy felices de poder contar con 16.000 amigos en estas redes sociales y seguire-mos trabajando para que esta herramienta difun-

da y propague los valores del Teléfono de la Es-peranza, siempre en línea con la Declaración de Derechos Humanos, patria común de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

¡Apúntate a nuestra gran familia en RED!

La Guardia Civil y El Teléfono de la Esperanza, se unen para promocionar la salud emocional y prevenir el suicidioLa Guardia Civil y la Asociación Internacional del Teléfono de la Esperanza firmaron el pasado cinco de octubre un protocolo de colaboración para acciones formativas, de prevención, tratamiento de la salud emocional y de intervención en crisis, según informa el instituto armado.

Ya somos 12.000 en el Facebook y 4.000 en Twitter

Arsenio Fernández de Mesa y Juan Sánchez Porras firman un protocolo

Saludos y sonrisas tras la firma del documento.

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Directorio

CENTROS DEL TELÉFONO DE LA ESPERANZA EN ESPAÑAAtención en Crisis

902 500 002ALBACETE C/ Federico García Lorca, 20-1º02001 ALBACETETel.: 967 52 34 34. Fax: 967 52 34 48E-mail: [email protected]

ALICANTEC/ Benito Pérez Galdós, 41-Entr. C03005 ALICANTETel.: 96 513 11 22. Fax: 96 512 43 49E-mail: [email protected]

ALMERÍAC/ Francia, 13104009 ALMERÍATel.: 950 26 99 99. Fax: 950 26 07 89E- mail: [email protected]

ARAGÓNC/ Lagasca, 13 - 1º50006 ZARAGOZATel.: 976 23 28 28. Fax: 976 23 41 40E-mail: [email protected]

ASTURIASAvda. de Bruselas, 4 bajo33011 OVIEDOTel.: 985 22 55 40. Fax: 985 27 65 00E-mail: [email protected]

BADAJOZC/ Ramón Albarrán, 15-1º dcha.06002 BADAJOZTel.: 924 22 29 40. Fax: 924 25 65 08E-mail: [email protected]

BIZKAIAAvda. Sabino Arana, 42, 1º48013 BILBAOTel.: 944 100 944E- mail: [email protected]

CÁCERESAvda. de los Pilares, 1- bloque 8-3ºB10002 CÁCERESTel.: 927 62 70 00. E-mail: [email protected]

CANARIASC/ Mesa de León, 4 - 3º dcha.35001 LAS PALMAS DE G.C.Tel.: 928 33 40 50. Fax: 928 33 60 60E-mail: [email protected]

CANTABRIAC/ Santa Lucía, 43. Entresuelo, puerta 139003 SANTANDERTel.: 942 36 37 45E-mail: [email protected]

CASTELLÓNC/ Segorbe, 812004 CASTELLÓNTel.: 964 22 70 93. Fax: 964 22 02 58E-mail: [email protected]

CÓRDOBAC/ Concepción, 7 - 1º Puerta 214003 CÓRDOBATel.: 957 47 01 95E-mail: [email protected]

GRANADAC/ Horno del Espadero, 2218005 GRANADATel.: 958 26 15 16. Fax: 958 26 15 06E-mail: [email protected]

HUELVAAvda. de Andalucía, 11 - Bajo21004 HUELVATel.: 959 28 15 15. Fax: 959 54 07 27E-mail: [email protected]

ISLAS BALEARESC/ Miguel Marqués, 7 - 1º07005 PALMA DE MALLORCATel.: 971 46 11 12. Fax: 971 46 17 17E-mail: [email protected]

JAÉNC/ Peso de la Harina 1, 4º23001 JAÉNTel.: 953 26 09 31E-mail: [email protected]

LA RIOJAC/ Duquesa de la Victoria, 1226003 LOGROÑOTel.: 941 49 06 06E-mail: [email protected]

LEÓNAvda. Padre Isla, 28 4º Izda.24002 LEÓNTel.: 987 87 60 06E-mail: [email protected]

MADRIDC/ Francos Rodríguez, 51 - Chalet 4428039 MADRIDTel.: 91 459 00 50. Fax: 91 459 04 50E-mail: [email protected]

MÁLAGAC/ Hurtado de Mendoza, 3 - “Villa Esperanza” 29012 MÁLAGATel.: 95 226 15 00. Fax: 95 265 26 51E-mail: [email protected]

MURCIAC/ Ricardo Zamora, 830003 MURCIATel.: 968 34 34 00. Fax: 968 34 35 66E-mail: [email protected]

NAVARRAC/ San Blas, 13 - bajo31014 PAMPLONATel.: 948 23 70 58. Fax: 948 38 20 34E-mail: [email protected]

PALENCIAC/ Francisco Reinoso, 3 - 3º D34003 PALENCIATel.: 979 17 01 00E-mail: [email protected]

SALAMANCAPaseo de Canalejas, 56 - 1º B37001 SALAMANCATel.: 923 22 11 11. Fax: 923 22 62 35E-mail: [email protected]

SANTIAGO DE COMPOSTELAC/ San Pedro de Mezonzo, 26 bis 2ºB (Viviendas San Fernando)15701 SANTIAGO DE COMPOSTELATel.: 981 51 92 00E-mail: [email protected]

SEVILLAAvda. Cruz del Campo, 2441005 SEVILLATel.: 95 457 68 00. Fax: 95 458 23 75E-mail: [email protected]

TOLEDOC/ Panamá, 2 - 1º N.45004 TOLEDOTel.: 925 23 95 25E-mail: [email protected]

VALENCIAC/ Espinosa, 9- 1º- 1ª46008 VALENCIATel.: 96 391 60 06. Fax: 96 392 45 47E-mail: [email protected]

VALLADOLIDC/ San Fernando, 7 - Local47010 VALLADOLIDTel.: 983 30 70 77E-mail: [email protected]

ZAMORAPlaza del Seminario, 2, despacho 4.49003 ZAMORATel.: 980 535 365E-mail: [email protected]

Directorio

67

BARRANQUILLA (COLOMBIA)Calle 53, 50-53BARRANQUILLATel.: (00 57 5) 372 27 27E-mail: [email protected]

BOGOTÁ (COLOMBIA)Cra 25 calle 48-114813 BOGOTÁTel.: (00 57 1) 323 24 25E-mail: [email protected]

CHILLÁN (CHILE)C/ 18 de septiembre, 456380-0650 CHILLÁNTel.: (00 56 42) 22 12 00/02/08E-mail: [email protected]

GUAYAQUIL (ECUADOR)C/ Guatemala, 403 y Washington (Barrio del Seguro)Tel.: (00 593 4) 2335839E-mail: [email protected]

LIMA (PERÚ)C/ Gustavo Yabar 221-225. Urbanización Vista Alegre. Santiago de Surco.Tel.: (00 51 1) 273-8026E-mail: [email protected]

MEDELLÍN (COLOMBIA)Carrera 49 - 58 - 40Tel.: (00 57 4) 284 66 00E-mail: [email protected]

OPORTO (PORTUGAL)Rua Duque de Loulé 98, 2º esqTel.: (00 351) 222 03 07 07E-mail: [email protected]

CENTROS EN PROYECTOLEÓN Y MANAGUA (NICARAGUA), MIAMI (ESTADOS UNIDOS), PARÍS (FRANCIA), SAN JOSÉ (COSTA RICA) Y SANTIAGO (CHILE)

CENTROS DE PRÓXIMA INAUGURACIÓNGUAYAQUIL (ECUADOR)

PASTO (COLOMBIA)Parroquia de Santiago Apóstol de los Hermanos CapuchinosTel.: (00 57) 3014927430 / (00 57) 3104987978E-mail: [email protected]

QUITO (ECUADOR)C/ Capitán Edmundo ChiribogaN-47227Tel.: (00 593 2) 6000 477 / 2923 327E-mail: [email protected]

SAN PEDRO SULA (HONDURAS)Colonia Alameda, 13 y 14 Avenidas, 5ª calle, N.E.Tel.: (00 504) 2558-0808E-mail: [email protected]

TEGUCIGALPA (HONDURAS)Col. Florencia Norte. 1ª Calle, 1ª Avenida. Casa 4058, 2ª Planta TEGUCIGALPATel.: (00 504) 2232-1314E-mail: [email protected]

VALENCIA (VENEZUELA)Av. Principal Callejón Mañongo. Hogar San José de Mañongo N° 2 Urb. Mañongo.Naguanagua. Edo. Carabobo. Venezuela. Zona Postal 2001.Tel.: (00 58) 241 8433308E-mail: [email protected]

ZÚRICH (SUIZA)Bederstrasse 768002 ZÚRICHTel.: (00 41 43) 817 65 65E-mail: [email protected]

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