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Anne Rice La hora de las brujas ANNE RICE | La hora de las brujas Título original The Witching Hour Traducción Silvia Komet 1ª edición enero 2005 © 1990 by Anne O'Brien Rice © Ediciones B, S A , 2005 Bailen, 84 - 08009 Barcelona (España) www edicionesb.com Publicado originalmente en España por GRUPO EDITORIAL CEAC S A , 1992 Diseño de cubierta IBD Fotografía de cubierta ©PHOTONICA Diseño de colección Ignacio Ballesteros Pnnted ín Spain ISBN 84-666-2131-8 Deposito legal B 46 376-2004 Impreso por LITOGRAFÍA ROSES Todos los derechos reservados Bajo las sanciones establecidas en las leyes, 1

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Rice,Anne- La hora de las brujas

Anne Rice La hora de las brujas

Anne Rice | La hora de las brujas

Ttulo original The Witching Hour Traduccin Silvia Komet 1 edicin enero 2005

1990 by Anne O'Brien Rice Ediciones B, S A , 2005

Bailen, 84 - 08009 Barcelona (Espaa)

www edicionesb.com

Publicado originalmente en Espaa por GRUPO EDITORIAL CEAC S A , 1992

Diseo de cubierta IBD

Fotografa de cubierta PHOTONICA

Diseo de coleccin Ignacio Ballesteros

Pnnted n Spain ISBN 84-666-2131-8 Deposito legal B 46 376-2004

Impreso por LITOGRAFA ROSES

Todos los derechos reservados Bajo las sanciones establecidas en las leyes,

queda rigurosamente prohibida, sin autorizacin escrita de los titulares del copyright,

la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,

comprendidos la reprografia y el tratamiento informtico, asi como la distribucin de

ejemplares mediante alquiler o prstamo pblicos

Con amor, para Stan Rice y Christopher Rice

John Preston, Alice O 'Brien Borchardt

Tmara O'Brien Tinker, Karen O'Brien

y MickiO'Brien Collins, y para

Dorothy van Bever O 'Brien que me compr

mi primera mquina de escribir en 1958,

molestndose en comprobar

que fuera buena.

.Y nuestro cerebro da color a la lluvia. Y el trueno es como algo que recuerda algo.

Stan Rice

PRIMERA PARTE

LA REUNIN

1

El doctor se despert asustado. Haba vuelto a soar con la vieja casa de Nueva Orleans. Haba visto a la mujer en la mecedora y al hombre de ojos marrones.

Incluso ahora, en este tranquilo hotel de la ciudad de Nueva York, sinti la inquietante desorientacin de antao. Haba vuelto a hablar con el hombre de ojos marrones. S, aydala. No, slo es un sueo. Tengo que salir de l.

El doctor se incorpor en la cama. Lo nico que se oa era el suave ronroneo del aire acondicionado. Por qu pensaba en ello esa noche, en una habitacin del hotel Parker Meridian ? No consegua librarse de la impresin de la vieja casa. Volvi a ver a la mujer: la cabeza gacha, la mirada vaca. Casi poda or el zumbido de los insectos contra la malla mosquitera del porche. Y el hombre de ojos marrones hablaba sin mover los labios. Un mueco de cera lleno de vida...

No. Basta.

Sali de la cama y camin en silencio por el suelo alfombrado. Se detuvo ante las finas cortinas blancas y observ los tejados cubiertos de holln y los mortecinos carteles de nen que titilaban sobre las paredes de ladrillo. La luz del amanecer surga detrs de las nubes, en lo alto de la montona fachada de hormign de enfrente. Aqu no haca ese calor extenuante, ni haba el sooliento perfume de rosas y gardenias.

Poco a poco su cabeza se despejaba.

Volvi a pensar en el ingls del bar del vestbulo. Por eso lo haba recordado todo: el ingls explicaba al camarero que acababa de regresar de Nueva Orleans, y que sin duda era una ciudad hechizada. Un hombre afable, un autntico caballero del Viejo Mundo, con un traje de lino de finas rayas y la cadena de oro del reloj sujeta al bolsillo del chaleco. Qu extrao era encontrarse con hombres como ste hoy en da. Un individuo con el ntido y melodioso acento de un actor britnico y unos ojos azules, brillantes, sin edad.

S, sin duda tiene razn sobre Nueva Orleans intervino el doctor, dirigindose a l. Yo mismo vi un fantasma, y no hace mucho.

Entonces se call, desconcertado, y fij la mirada en el bourbon con hielo y en el reflejo de luz en la base del vaso de cristal.

El zumbido de las moscas en verano, el olor a medicamentos. Tanto Thorazine? No sera un error?

Pero el ingls se mostr educadamente interesado y lo invit a cenar; le explic que recopilaba historias de ese tipo. Por un momento, el doctor estuvo a punto de aceptar. Haba un descanso en la convencin y, adems, le gustaba aquel hombre, enseguida le inspir confianza. El vestbulo del Parker Meridian era un lugar bonito y alegre, lleno de luz, animacin y gente. Tan diferente de aquel sombro rincn de Nueva Orleans, de aquella ciudad triste y vieja, sumida en secretos y en ese permanente calor tropical.

Pero el doctor no poda contar aquella historia.

Si alguna vez cambia de idea, llmeme insisti el ingls. Me llamo Aaron Lightner. Y le dio una tarjeta con el nombre de una organizacin. Recopilamos historias de fantasmas; las verdicas, digmoslo as.

TALAMASCA

Vigilamos y siempre estamos aqu

Era un lema extrao. S, eso era lo que le haba hecho recordar todo de nuevo. El ingls y esa curiosa tarjeta de visita, con nmeros de telfono europeos, el ingls que al da siguiente se iba a la costa para ver a un hombre de California que haca poco se haba ahogado y vuelto a la vida. El doctor haba ledo algo en los peridicos de Nueva York, se trataba de uno de esos personajes que tienen una muerte clnica y regresan despus de haber visto la luz.

Ambos se pusieron a hablar del tema. Ahora afirma que tiene poderes psquicos, sabe? le haba dicho el ingls, y, por supuesto, nos interesa. Parece que cuando toca objetos con las manos desnudas ve imgenes. Lo llamamos adivinacin por contacto. El doctor se sinti intrigado. l mismo haba odo hablar de algunos pacientes, vctimas de ataques de corazn, si mal no recordaba, que haban regresado a la vida. Uno afirmaba haber visto el futuro.

S explic Lightner, los cardilogos han hecho las mejores investigaciones sobre el tema.

No hubo una pelcula hace unos aos pregunt el doctor sobre una mujer que volva a la vida con poder para curar? Extraamente conmovedora.

Veo que es receptivo coment el ingls, con una sonrisa de satisfaccin. Est seguro de que no quiere hablarme de su fantasma? Me gustara mucho escucharlo. No salgo de viaje hasta maana al medioda. Lo que dara por or su historia!

No, esa historia no. Nunca.

Y ahora, a solas en la oscura habitacin del hotel, el doctor volvi a sentir miedo. El tictac del reloj sonaba en el polvoriento pasillo de Nueva Orleans. Oa los pasos de su paciente cuando la enfermera la ayudaba a andar. Volva a oler el aroma caracterstico de una casa de Nueva Orleans en verano, calor y madera vieja. El hombre hablaba con l...

Hasta aquella primavera en Nueva Orleans, el doctor nunca haba entrado en una mansin de la poca anterior a la guerra civil. En la fachada de la vieja casa podan verse incluso columnas blancas estriadas, si bien con la pintura descascarada. Estilo renacimiento griego lo llamaban, una casa de ciudad, de un color gris violeta, alargada, situada en un rincn en sombras del Garden District, con su entrada protegida por dos enormes robles. La verja de hierro tena rosas labradas y estaba festoneada con glicinas prpuras, las enredaderas amarillas de Virginia, y buganvillas de un rosa oscuro, incandescente.

A l le gustaba pararse en los escalones de mrmol y contemplar los capiteles dricos, envueltos en capullos soolientos y fragantes. El sol se filtraba en finos haces a travs de las ramas retorcidas. Las abejas zumbaban en la maraa de brillantes hojas verdes debajo de las cornisas desnudas. No importaba que el lugar fuera tan sombro, tan hmedo.

A pesar de todo, la decadencia del lugar lo perturbaba. Las araas tejan diminutas telas sobre las rosas de hierro, tan oxidadas en algunos sitios que se desintegraban al tacto. Y un poco por todas partes, en los porches, la madera de las barandillas estaba completamente podrida.

Haba tambin una vieja piscina, al fondo del jardn, un octgono grande rodeado de lajas, que se haba convertido en un pantano de negras aguas y lirios silvestres. Slo el olor era ya horroroso.

All vivan ranas que entonaban al atardecer su canto ronco y horrible. Era triste ver cmo la fuentecilla lanzaba un chorro arqueado hacia arriba y otro hacia abajo sobre aquella inmundicia. Al doctor le hubiera gustado vaciarla, limpiarla, frotar con sus propias manos sus paredes si fuera necesario. Deseaba reparar la balaustrada rota y quitar los hierbajos de los maceteros.

Hasta las ancianas tas de su paciente, la seorita Cari, la seorita Millie y la seorita Nancy, tenan un aire rancio y decadente. No era una cuestin de cabello canoso y gafas con montura de metal, sino de sus modales y de la fragancia a alcanfor que despeda su ropa.

Si por lo menos hubiera habido aire acondicionado en el lugar, las cosas habran sido distintas. Pero la vieja casa era demasiado grande para instalarlo, o eso le haban dicho por aquel entonces. El techo se elevaba a una altura de cuatro metros. La perezosa brisa arrastraba el aroma de la tierra hmeda.

Sin embargo, tena que reconocer que su paciente estaba bien cuidada. Una cariosa enfermera negra entrada en aos, llamada Viola, la sacaba al porche por la maana y la entraba por la tarde.

No me da ningn problema, doctor. Ahora, seorita Deirdre, camine hacia el doctor. Viola la ayudaba a levantarse de la silla y caminaba con ella paso a paso, con paciencia. Ya llevo con ella siete aos, doctor, es mi nia.

Siete aos as. No era de extraar que los pies de la mujer empezaran a doblarse en los tobillos y los brazos a encogerse contra su pecho si la enfermera no se los bajaba otra vez sobre la falda.

Viola la paseaba una y otra vez por el doble saln, pasaban junto al arpa y el piano de cola Bsendorfer, cubierto de polvo. Entraban en el espacioso comedor con sus murales descoloridos de robles cubiertos de musgo y campos de cultivo.

Unos pies en zapatillas que se arrastraban sobre la gastada alfombra Aubusson. La mujer tena cuarenta y dos aos, y pareca vieja y joven al mismo tiempo, una nia plida y encorvada, ajena a las preocupaciones de los adultos o a la pasin. Deirdre, has tenido alguna vez un amor? Has bailado alguna vez en aquel saln?

En las estanteras de la biblioteca haba gruesos volmenes encuadernados en piel, con fechas viejas escritas en el lomo en tinta prpura descolorida: 1756,1757, 1758... Todos llevaban el apellido Mayfair en letras doradas.

Mayfair, un aejo clan colonial. En las paredes haba viejos retratos de hombres y mujeres vestidos con ropa del siglo xvni, daguerrotipos, ferrotipos y descoloridas fotografas. Un mapa amarillento de Santo Domingo lo llamaban as todava?, en un marco muy sucio, en el saln. Y una pintura oscura de la casa de una gran plantacin.

Y haba que ver las joyas que llevaba su paciente. Reliquias, seguramente, de montura antigua. Por qu le ponan semejantes alhajas a una mujer que no haba pronunciado una palabra ni hecho un solo movimiento por propia voluntad durante ms de siete aos?

La enfermera deca que nunca le quitaba la cadena con el dije de esmeralda, ni siquiera cuando la baaba.

Deje que le cuente un pequeo secreto, doctor, no se le ocurra tocarlo nunca!

Y por qu no?, quiso preguntarle l. Pero no dijo nada, simplemente observ nervioso cmo la enfermera le pona los pendientes de rub y el anillo de diamantes.

Como vestir a un cadver, pens. Fuera, los robles agitaban sus ramas contra los mosquiteros de las ventanas cubiertas de polvo y el jardn resplandeca bajo el tedioso calor.

Y mire qu pelo deca la enfermera, con cario. Ha visto alguna vez un cabello tan hermoso?

S, de acuerdo, era moreno, largo y rizado. A la enfermera le encantaba cepillarlo, y observar cmo los rizos volvan a su sitio a medida que pasaba el cepillo. Y los ojos de la paciente, a pesar de su mirada aptica, eran de un color azul claro. De vez en cuando, un fino hilillo de baba plateada se le escurra por la comisura de los labios y le dejaba una mancha oscura en el pecho, sobre el camisn blanco.

Es increble que nadie haya intentado robar estas cosas. Lo dijo casi para s mismo. Es un ser tan indefenso...

La enfermera le dirigi una sonrisa orgullosa y perspicaz.

A nadie que haya trabajado en esta casa se le ocurrira siquiera intentarlo.

Pero pasa horas enteras sola en el porche. Cualquiera puede verla desde la calle.

No se preocupe por eso, doctor dijo la enfermera, con una carcajada. Nadie de los alrededores est tan loco como para entrar por esa puerta. El viejo Ronnie viene a cortar el csped porque siempre lo ha hecho, desde hace treinta aos. Aunque no est muy bien de la cabeza.

Sin embargo...

Pero se call. No poda hablar as ante aquella silenciosa mujer, cuyos ojos apenas se movan de vez en cuando, cuyas manos estaban exactamente donde las haba dejado la enfermera y cuyos pies descansaban flaccidamente sobre el suelo desnudo. Qu fcil era extralimitarse, olvidarse de respetar a esta trgica criatura. Nadie saba con precisin lo que ella comprenda.

Habra que sacarla un rato al sol dijo el doctor, tiene la piel muy blanca.

Pero saba que el jardn era imposible, incluso lejos del hedor de la piscina. La enmaraada buganvilla surga de golpe debajo del laurel real silvestre. Unos querubines gorditos veteados de fango se asomaban por entre la lantana salvaje como pequeos fantasmas.

Sin embargo, tiempo atrs all haban jugado nios. Algn nio o nia haba grabado la palabra Impulsor en el tronco del gigantesco mirto que creca junto al distante seto. La talla era tan profunda que tras aos de intemperie brillaba blanca en contraste con la corteza cerlea. Qu extraa palabra. Y un columpio penda todava de la rama de un roble lejano.

El flanco meridional de la casa pareca enorme y arrolladoramente hermoso desde esa perspectiva; las enredaderas en flor trepaban junto a los postigos de las ventanas hasta llegar a las chimeneas gemelas del segundo piso. El oscuro bamb se agitaba bajo la brisa contra la manipostera de yeso. Los pltanos brillantes crecan tan altos y densos que formaban una selva hasta la pared de ladrillos.

Este lugar era como su paciente: hermoso pero olvidado por el tiempo, por la prisa.

El rostro de la mujer, de no ser tan exageradamente inerte, an se podra considerar bonito. Vera los delicados ramilletes prpura de glicina agitarse contra los mosquiteros? La enmaraada serpentina que formaban las otras flores? El camino que se extenda entre los robles hasta la casa de columnas blancas al otro lado de la calle?

En una ocasin l haba subido con ella y la enfermera en el pintoresco ascensor con puerta de bronce y alfombra gastada. La expresin de Deirdre no haba cambiado cuando la pequea cabina empez a subir. El trepidar de la maquinaria, por un motor que l imaginaba sucio y negro, pegajoso y viejo, cubierto de polvo, lo llenaba de ansiedad.

Naturalmente, haba hablado con el viejo mdico del sanatorio.

Recuerdo que cuando tena su edad le explic, pretenda curar a todo el mundo. Quera razonar con los paranoicos, devolver a los esquizofrnicos a la realidad y despertar a los catatnicos. Hijo, pngale esta inyeccin cada da. No se puede hacer nada ms. Simplemente, tratamos de evitar en lo posible que sufra crisis nerviosas comprende?Crisis nerviosas? Era sa la razn de drogas tan fuertes? Aunque dejara de inyectrselas maana, los efectos tardaran un mes en desaparecer. Y las dosis eran tan altas que hubieran matado a cualquier otra paciente. Adems, no haba ms remedio que aumentarlas.

Cmo se poda saber el verdadero estado de aquella mujer despus de tanto tiempo de medicacin continuada? Si pudiera hacerle un lectroencefalograma...

Ya llevaba cerca de un mes con el caso cuando solicit los informes. Era una peticin de rutina, nadie haba reparado en ello. Se pas toda una tarde sentado ante su escritorio del sanatorio, enfrentado a los garabatos de muchos otros mdicos y a unos diagnsticos vagos y contradictorios: obsesiones, paranoia, agotamiento nervioso, delirios, crisis psictica, depresin, intento de suicidio. Por lo visto, abarcaban toda su historia desde la adolescencia. No, desde antes, incluso. Alguien a haba visitado por demencia cuando tema diez aos.

Qu haba en concreto detrs de todas esas abstracciones? En algn lugar de la montaa de palabras descubri que a los dieciocho aos haba sido madre de una nia, que la haba dado en adopcin y padeci una paranoia grave.

Por eso la haban tratado con electroshocks en un sitio y con shocks insulnicos en otro? Qu les haca a las enfermeras para que una detrs de otra se marcharan alegando ataques fsicos?

En un momento dado haba huido y haba sido recluida por la fuerza otra vez. Faltaban a continuacin varias pginas, aos enteros ignorados. Dao cerebral irreversible sealaba un informe de 1976. Paciente enviada a su domicilio. Se prescribe Thorazine para impedir parlisis, obsesin.

Era un documento desagradable que no explicaba nada ni revelaba la verdad, y que al final lo desanim. Acaso aquella legin de mdicos haba hablado con ellade la forma que lo haca l cuando se sentaba junto a ella en el porche?

Es un da muy bonito, no le parece, seorita Deirdre?

Ah, la brisa, qu fragante. El aroma de las gardenias de repente era opresivo, y sin embargo le encantaba y cerraba los ojos durante un instante.

Se rea de l, lo odiaba, saba que estaba all? Ahora se daba cuenta de que Deirdre tena algunas mechas canosas. Sus manos estaban fras y eran desagradables al tacto.

La enfermera sali con un sobre azul en las manos, una foto.

Es de su hija, Deirdre. Mire Deirdre, ahora tiene veintids aos. La enfermera sostuvo la foto para que el doctor tambin la viera. Una chica rubia en la borda de un gran yate blanco; el viento le agitaba el cabello. Guapa, muy guapa. En la baha de San Francisco, 1983.

No hubo ni un cambio en el rostro de la mujer. La enfermera le apart el cabello negro de la frente.

Ve esta chica? pregunt la enfermera, y tendi la foto al doctor. Esta chica tambin es mdico! Y le hizo un gesto orgulloso con la cabeza. Ahora es residente, pero un da ser doctora en medicina, como usted, de verdad.

Era posible? Nunca vena la joven a casa a ocuparse de su propia madre? De repente le cay mal. Ms an si estudiaba medicina.

Desconfiaba de las tas.

La alta, la que firmaba los cheques, la seorita Carl, todava ejerca la abogaca, aunque deba de tener unos setenta aos. Iba y vena en taxi de sus oficinas en Caron delet Street porque ya no poda subir el estribo de madera del tranva de St. Charles. En cierta ocasin en que se encontraron en la entrada, le cont que haba viajado en aquel tranva durante cincuenta aos.

As es le explic una tarde la enfermera, mientras cepillaba el cabello de Deirdre con suavidad. La seorita Carl es la inteligente. Trabaja para el juez Fleming- Fue una de las primeras mujeres graduadas en la Escuela de Leyes Loyola, tena diecisiete aos cuando fue a Loyola.

La seorita Carl nunca hablaba con la paciente, por lo menos el doctor nunca la haba visto. La seorita Nancy, la regordeta, era cruel con ella, o as lo crea l. Dicen que la seorita Nancy no tuvo muchas oportunidades para estudiar le cotille la enfermera. Siempre estaba en casa, ocupndose de los dems. Tambin estaba aqu la vieja seorita Belle.

Haba algo hosco, casi vulgar, en la seorita Nancy. Era rechoncha, descuidada, siempre llevaba un delantal y hablaba a la enfermera con voz afectada y aires de superioridad. Cada vez que miraba a Deirdre sus labios mostraban un rictus despectivo.

Tambin estaba la seorita Millie, la mayor de todas, que en realidad era una especie de prima, una anciana clsica con vestido negro de seda y zapatos abotinados. Iba y vena por la casa, siempre con guantes y un pequeo sombrero negro de paja con velo. Tena una sonrisa alegre para el doctor y un beso para Deirdre. Ay, niita ma sola decirle con voz trmula. Una tarde, se encontr con la seorita Millie de pie sobre las lajas rotas de la piscina.

Nunca ms levantaremos todo esto, doctordijo con tristeza.

No era de su incumbencia responder a aquellas palabras, pero algo lo impuls a escuchar aquel lamento. A Stella le gustaba mucho nadar aqu continu la anciana. Fue ella quien la mand construir, tena tantos planes y sueos... Y daba unas fiestas maravillosas. Vaya, recuerdo cientos de fiestas en la casa, mesas por todo el jardn y orquestas tocando. Usted es demasiado joven, doctor, para recordar la msica de esas orquestas. Tambin fue Stella quien hizo abrir estos senderos de lajas alrededor de la piscina. Como los delfrente de la casa y los lados... Se interrumpi, seal el patio lateral de la casa cubierto de hierbajos. Pareca que no poda seguir hablando. Lentamente, dirigi la mirada hacia la ventana de la buhardilla.

Pero quin es Stella?, quiso preguntar el doctor. Pobre Stella.

l se imaginaba los farolillos de papel colgando de los rboles.

Quizs estas mujeres simplemente fueran demasiado viejas. Y la joven, la mdica residente o lo que fuera, a tanta distancia de su madre...

La seorita Nancy parloteaba con la silenciosa Deirdre. Sola observar cmo la enfermera paseaba a la paciente y luego le gritaba al odo:

Levanta los pies. Maldicin, si quisieras podras caminar muy bien sola.

La seorita Deirdre oye bien la interrumpa la enfermera. El doctor dice que ve y oye perfectamente.

Una vez l haba intentado interrogar a la seorita Nancy mientras barra el pasillo de arriba; pensaba que, en fin, quizs a pesar del enfado poda explicarle algo.

Hay alguna vez un mnimo cambio en ella? Dice algo... aunque sea una sola palabra?

La mujer lo mir durante un buen rato, con los ojos entrecerrados. El sudor brillaba en su rostro redondo y la nariz tena una marca roja sobre el puente debido al peso de las gafas.

Le dir lo que me gustara saber a m! dijo. Quin va a ocuparse de ella cuando ya no estemos aqu? Cree que esa hija mimada de California la cuidar? Esa muchacha ni siquiera sabe el nombre de su madre. La que manda esas fotos es Ellie Mayfair. Lanz una risotada. Ellie Mayfair no ha vuelto a pisar esta casa desde el da en que naci la criatura y se la llev. Lo nico que quera era el beb, porque ella no poda tener hijos y la aterraba la idea de que su marido la abandonara. Es un abogado muy importante. Sabe lo que Carl pag a Ellie para que se llevara a la nia, para asegurarse

de que nunca volvera a casa? Lo nico que le importaba era que la sacaran de aqu. Hizo que Ellie firmara un papel, Le lanz una sonrisa amarga y se sec las manos en el delantal. La mand a California con Ellie y Graham para que viviera en una casa elegante, en la baha de San Francisco, con yate y todo; eso es lo que ocurri con la hija de Deirdre.

Ah, as que la joven no lo saba, pens l, pero no dijo nada.

Dejemos que Cari y Nancy se queden aqu y se ocupen de todo! continu la mujer. Es el sonsonete de la familia. Dejemos que Cari firme los cheques y Nancy cocine y friegue. Y qu demonios hace Millie ? Ir a la iglesia y rezar por todas nosotras. No es admirable ?

Lanz una carcajada honda y desagradable, pas a su lado y entr en el dormitorio de la paciente, cogida al palo manoseado de la escoba.

Saba usted que a una enfermera no se le puede pedir que barra? Ah, no, vaya, ellas no pueden agacharse. Le importara decirme por qu una enfermera no puede barrer el suelo?

La habitacin estaba muy limpia; pareca el dormitorio principal de la casa, un cuarto grande, ventilado, orientado al norte. En la chimenea de mrmol haba ceniza. Y vaya cama que tena la paciente: enorme, de finales del siglo pasado, con un dosel alto de nogal y seda con volantes.

A l le gustaba el olor a cera para el suelo y ropa blanca recin lavada que tena la habitacin. Pero estaba llena de espantosos objetos religiosos. Sobre la cmoda de mrmol haba una estatuilla de la Virgen con el corazn abierto, rojo, chocante, desagradable a la vista, y un crucifijo con el cuerpo de Cristo inclinado, torcido, en colores naturales, hasta el de la sangre oscura que manaba de los clavos de las manos. Unas velas ardan en unos vasos rojos junto a una hoja de palma marchita.Se da cuenta ella de estos objetos religiosos? pregunt el doctor.

Dios mo, no respondi la seorita Nancy. Una vaharada de alcanfor se elev de los cajones de la cmoda mientras la mujer los arreglaba. Pero son de gran utilidad bajo este techo!

Haba rosarios que colgaban de las lmparas labradas de bronce, incluso de las descoloridas pantallas de raso. Daba la sensacin de que nada haba cambiado durante dcadas. Las cortinas amarillas de encaje estaban tiesas y rotas en algunas partes; parecan absorber los rayos del sol y proyectar su propia luz sombra.

Sobre el mrmol de la mesilla de noche haba un joyero abierto, como si su contenido no valiera nada, y ciertamente era valioso. Hasta el doctor, con sus escasos conocimientos sobre el tema, se dio cuenta de que eran joyas de calidad.

En el momento en que toc la tapa de terciopelo del joyero, la seorita Nancy se volvi y casi grit:

No toque eso, doctor!

Dios mo, no soy ningn ladrn.

Hay muchas cosas sobre esta casa y su paciente que usted no sabe. Por qu cree que estn los postigos rotos, casi a punto de caerse de las bisagras, doctor? Por qu cree que el estuco se est descascarando de los ladrillos? Agit la cabeza, la carne de sus mejillas tembl y la mujer apret su boca plida. Deje que alguien intente arreglar los postigos. Deje que alguien ponga una escalera e intente pintar esta casa...

No la comprendo dijo el doctor.

No toque nunca sus joyas, doctor, slo le digo eso. No toque nada de lo que hay por aqu que no tenga que tocar. La piscina de ah fuera, por ejemplo. Repleta de hojas y suciedad como est y, sin embargo, las viejas fuentes todava siguen funcionando; ha pensado alguna vez en ello? Intente cerrar esos grifos, doctor!

Pero quin...?__Deje esas joyas tranquilas, doctor. Es un consejo.

__Por qu? Deirdre hablara si se cambiara algo?

__pregunt, imprudente, impaciente; ante ella no senta el mismo miedo que ante la seorita Carl.

La mujer ri.

__No, no hara nada respondi la seorita Nancy,

burlona. Cerr de golpe el cajn de la cmoda. Las cuentas de vidrio del rosario tintinearon contra la estatuilla de Jess. Ahora, si me perdona, tengo que limpiar el cuarto de bao.

El doctor mir al Jess con barba que se sealaba con el dedo la corona de espinas.

A lo mejor estabaitodas locas. Quizs l tambin acabara loco si no se marchaba de aquella casa.

En cierta ocasin, estando a solas en el comedor, volvi a ver esa palabra, Impulsor, escrita sobre la espesa capa de polvo de la mesa. Pareca hecho con la yema del dedo. Una elegante I mayscula. Pero qu significaba? A la tarde siguiente ya lo haban limpiado, en realidad fue la nica vez que vio que quitaran el polvo del comedor, donde el juego de t de plata del aparador estaba ennegrecido.

Por la noche, en su casa, un moderno apartamento con vistas al lago, no poda dejar de pensar en su paciente. Se preguntaba si tendra los ojos abiertos cuando estaba acostada.

A lo mejor debera hacer algo... Pero qu hacer? El mdico que la haba atendido era un psiquiatra importante. No debera poner en tela de juicio su criterio. E intentar algn disparate, como llevarla a dar un paseo por el campo o ponerle una radio en el porche? O interrumpir el tratamiento con sedantes para ver qu pasaba?

Sin duda, era de sentido comn interrumpir la medicacin de vez en cuando. Ypor qu no una reevaluacin completa del caso? Por lo menos tena que sugerirlo.Limtese a las inyecciones le haba dicho el viejo mdico y vistela una hora cada da. Eso es lo que se espera de usted. Esta vez lo haba recibido con una ligera frialdad. Viejo necio!

As que no es de extraar la satisfaccin que sinti la primera vez que vio al hombre que la visitaba.

Era a principios de septiembre y todava haca buen tiempo. Mientras cruzaba la puerta vio al hombre junto a ella, en el porche, tena un brazo sobre el respaldo de su silla y era evidente que le hablaba.

Un hombre alto, moreno, bastante delgado.

El doctor experiment una curiosa sensacin de posesin. Le molest que un desconocido hablara con su paciente. Aunque, en realidad, estaba ansioso por conocerlo. Quizs aquel hombre le explicara cosas que la mujer no poda explicar. Seguramente era un buen amigo. Haba algo ntimo en la forma en que estaba de pie junto a ella, tan cerca, en la forma en que se inclinaba hacia la silenciosa Deirdre.

Pero cuando el doctor sali al porche el visitante ya no estaba. Tampoco encontr a nadie en las habitaciones de delante.

He visto a un hombre aqu, hace un momento dijo a la enfermera cuando entr. Hablaba con la seorita Deirdre.

No lo he visto contest ella con brusquedad.

La seorita Nancy, que pelaba guisantes cuando l la encontr, lo mir fijamente durante un momento y sacudi la cabeza con la barbilla levantada.

Yo no he odo a nadie.

No era algo tan increble! Aunque tena que reconocer que haba sido una visin fugaz a travs de la malla del mosquitero. Pero no, estaba seguro de haberlo visto.

Si pudiera hablarme le dijo a Deirdre cuando se quedaron a solas. Preparaba la inyeccin. Si pudiera decirme si le gusta que la vengan a ver, si le importa...Su brazo era tan delgado... Cuando levant los ojos con la aguja preparada descubri que ella lo miraba fijamente.

__Deirdre? El corazn le lata deprisa.

Pero ella apart los ojos a la izquierda y continu mirando al vaco, muda y aptica como antes. Y el calor, que al fin haba terminado por gustarle, de repente se volvi opresivo. En realidad se senta mareado, como si estuviera a punto de desmayarse. El csped, al otro lado de la malla cubierta de polvo y ennegrecida, pareca moverse.

Pero no se haba desmayado en su vida, y mientras lo pensaba, mientras trataba de pensar en ello, se dio cuenta de que haba hablado con el hombre, s, aquel hombre estaba all, no, ahora ya no estaba, acababa de estar. Haban conversado, y ahora haba perdido el hilo, no, no era eso, sino que de pronto no poda recordar cunto tiempo haban hablado. Qu extrao haber hablado todo aquel rato y no recordar como haban empezado!

Trat de despejar su mente, de representar en una imagen al sujeto, pero... qu acababa de decir aquel hombre? Todo era muy confuso, ah no haba nadie con quien hablar nadie salvo ella, pero l acababa de decirle al hombre moreno: Por supuesto, suspender las inyecciones..., y la absoluta correccin de su postura quedaba fuera de toda duda, el viejo mdico... Un necio, s!, respondi el hombre... acababa de orlo!

Todo esto era una monstruosidad, y la hija en California...

El doctor se estremeci. Se puso de pie, en el porche. Qu haba pasado? Se haba quedado dormido en la silla de mimbre y haba soado. Un zumbido de abejas sonaba cada vez con ms fuerza en sus odos y la fragancia de las gardenias de pronto pareca drogado. Se asom por la barandilla y mir el patio, a la izquierda. Se haba movido algo?

Tengo que irme a casa dijo en voz alta, sin diri-girse a nadie, no me siento muy bien, creo que debo acostarme. El hombre, cmo se llamaba? Un minuto antes lo saba, un nombre extraordinario... Ah, as que se era el significado de la palabra. Usted es... En realidad es muy bonito... Pero espera. Me vuelve a pasar otra vez. l no lo permitira!

Seorita Nancy! Se levant de la silla. Su paciente miraba al frente, sin cambios. El medalln de esmeraldas brillaba sobre su vestido. El mundo a su alrededor estaba repleto de luz verde, con hojas que se agitaban, la buganvilla que slo era una mancha plida.

S, el calor murmur el doctor. Le he puesto la inyeccin? Dios mo. En realidad haba tirado la jeringuilla y se haba roto.

Me llamaba, doctor? pregunt la seorita Nancy. All estaba, en la puerta del saln; lo miraba fijamente y se secaba las manos en el delantal. La mujer de color tambin estaba all y la enfermera detrs.

No es nada, slo el calor murmur. Se ha cado la jeringuilla, pero tengo otra.

Cmo lo miraban, cmo lo estudiaban! Creen que yo tambin me estoy volviendo loco?

El viernes siguiente, al atardecer, volvi a ver al hombre.

El doctor haba llegado tarde por culpa de una urgencia en el sanatorio. Como no quera molestar a la familia a la hora de la cena, condujo deprisa por First Street y entr casi corriendo.

El hombre estaba de pie, en las sombras del porche descubierto de la entrada. Observaba al doctor con los brazos cruzados, apoyado contra una columna y con los ojos oscuros muy abiertos, como si meditara. Alto, delgado, con ropa elegante.

Ah, aqu est otra vez murmur el doctor, con una oleada de alivio. Mientras suba la escalinata le tendi la mano: Soy el doctor Petrie, cmo est usted?

Y... cmo describirlo? Sencillamente, no haba ningn hombre.

Ahora estoy seguro de que ocurri explic a la seorita Carl en la cocina. Lo vi en el porche y se desvaneci en el aire.

Bien, qu nos importa a nosotros lo que haya visto, doctor? pregunt la mujer. Extraa eleccin de palabras. Era muy dura esa mujer. A pesar de su avanzada edad no mostraba ni un pice de debilidad. Se ergua recta con su traje de gabardina azul oscuro y lo miraba fijamente a travs de las gafas de montura de metal, con la boca tan apretada que pareca apenas una lnea.

Seorita Carl, he visto a ese hombre con mi paciente. Y mi paciente, como todos sabemos, es una mujer indefensa. Si una persona no identificada se mueve con tanta libertad por la casa.

-Pero las palabras no importaban. La mujer no lo crea o no le haca caso. Y la seorita Nancy, en la mesa de la cocina, ni siquiera haba levantado la mirada del plato mientras araaba ruidosamente la comida con el tenedor. Pero el aspecto de la seorita Millie, ah, ah haba algo: la vieja seorita Millie se mostraba muy turbada, sus ojos iban sin cesar de Carl a l. Qu casa.

El doctor entr enfadado en el ascensor y apret el botn negro en la placa de bronce. Las cortinas de terciopelo azul del dormitorio estaban cerradas y la habitacin casi a oscuras, slo las velas chisporroteaban en sus vasos rojos. La sombra de la Virgen se proyectaba en la pared. Le cost encontrar el interruptor de la luz y cuando al fin dio con l se encendi slo una pequea bombilla en la lmpara de la mesilla de noche. El joyero abierto estaba justo al lado. Era algo espectacular.

Cuando vio a la mujer acostada, con los ojos abiertos, sinti como un nudo en la garganta. Tena el cabello negro cepillado sobre la funda almidonada de la almohada y las mejillas desacostumbradamente sonrosadas.Haba movido los labios?

Impulsor...

Un susurro. Qu haba dicho? Vaya, haba dicho Impulsor no? La palabra que haba visto grabada en el tronco y escrita sobre el polvo de la mesa del comedor. Adems, la haba odo en alguna otra parte... El hecho de que su paciente catatnica hablara le provoc un escalofro en la espalda y en el cuello. Pero no, seguramente se lo haba imaginado. Era justamente lo que l esperaba que ocurriera: un cambio milagroso en ella. La mujer yaca como siempre, en trance, con suficiente Thorazine como para matar a cualquiera...

Dej el maletn a un lado de la cama. Llen la jeringuilla con cuidado y una vez ms pens: Y si no lo hago? Y si reduzco la dosis a la mitad, a la cuarta parte, o la interrumpo sin ms y me siento junto a ella a observar qu ocurre? Y si...? De repente se vio a s mismo levantando a la mujer y sacndola de la casa. Llevndola en coche al campo. Caminaban cogidos de la mano por un sendero cubierto de hierba hasta el muelle de un ro. Y ella sonrea, con el pelo al viento...

Qu absurdo. Eran las seis y media y haca rato que haba pasado la hora de la inyeccin. La jeringuilla estaba preparada.

De repente algo lo empuj, estaba seguro, aunque no saba exactamente desde dnde. Se fue hacia delante, se le doblaron las piernas y la jeringuilla sali volando.

Cuando se dio cuenta estaba de rodillas en la semi-penumbra, y miraba las motas de polvo sobre el suelo desnudo debajo de la cama.

Qu demonios... dijo en voz alta antes de poder contenerse.

No encontraba la jeringuilla hipodrmica. Luego la vio a metros de distancia, al lado del armario. Estaba rota, aplastada, como si alguien la hubiera pisado. La Thorazine se haba salido del plstico roto y estaba sobre el parqu.__Espera un poco murmur. Recogi la jeringuilla aplastada y la sostuvo en su mano. Claro que tena otras jeringuillas, pero sta era la segunda vez que le pasaba lo mismo... Y otra vez volvi junto a la cama y mir a la paciente, mientras se preguntaba quin lo haba hecho, o mejor dicho, por el amor de Dios, qu ocurra?

De pronto sinti un intenso calor. Algo se mova en la habitacin con un repiqueteo. Slo eran las cuentas del rosario que colgaban de la lmpara de bronce. Se enjug la frente. Luego, poco a poco y mientras observaba a Deirdre, advirti que al otro lado de la cama haba una figura. Vio la ropa oscura, un chaleco, un abrigo de botones negros... Levant la vista y all estaba el hombre.

En una fraccin de segundo su incredulidad se transform en terror. Ahora no haba ninguna confusin, ninguna irrealidad soada. Aquel hombre estaba frente a l. Unos suaves ojos oscuros lo miraban. Luego el sujeto, simplemente, desapareci. La habitacin estaba fra. Una corriente de aire levant las cortinas de la ventana. El doctor se dio cuenta de que estaba gritando. No, chillando, para ser exactos.

A las diez de aquella noche ya no se ocupaba del caso. El viejo psiquiatra hizo todo el camino hasta su apartamento, frente al lago, para decrselo en persona. Bajaron juntos y dieron un paseo por la orilla.

No se puede discutir con estas viejas familias y seguramente no querr tener problemas con Carlotta Mayfair. Esta mujer conoce a todo el mundo. Le sorprendera saber cunta gente est en deuda con ella por un motivo u otro, o con el juez Fleming. Y esta gente nene propiedades por toda la ciudad, si usted...

Le digo que lo he visto se sorprendi diciendo el doctor.

Pero el viejo psiquiatra lo estaba despidiendo. Su mirada,a pesar del tono amable e inmutable de su voz,expresaba una sospecha apenas oculta mientras miraba de arriba abajo al joven mdico.

Ya se sabe, estas viejas familias... El doctor no volvera a aquella casa.

No dijo nada, pero la verdad es que se senta bastante estpido. l no era un hombre que cr.eyera en fantasmas! Sin embargo, saba que haba visto a aquel sujeto. Lo haba visto tres veces. Y no poda olvidar la tarde de la conversacin vaga e imaginaria. Aquel hombre tambin haba estado all, s, aunque inmaterial. Y l se haba enterado de su nombre, s... Impulsor!

Y a pesar de aquella conversacin soada, tal vez producto de la tranquilidad del lugar, el calor infernal y la sugestin de una palabra grabada en el tronco de un rbol, quedaban las otras. Haba visto un ser vivo y corpreo. Nadie conseguira que lo negara.

Pasaron las semanas y el trabajo en el sanatorio no lograba distraerlo. Empez a escribir sobre la experiencia, a describirla en detalle. El pelo moreno del hombre era ligeramente rizado. Ojos grandes. Una piel tersa, como la de la pobre enferma. Un hombre joven, de veinticinco aos como mximo. La expresin de su rostro era muy clara. Incluso recordaba sus manos; no tenan nada especial, pero eran bonitas. Era delgado, pero bien proporcionado. Slo la ropa pareca rara y no por la forma, que era de lo ms corriente, sino por la textura, inexplicablemente uniforme, como el rostro del hombre. Era como si toda la figura, ropa, piel y rostro, estuvieran hechos del mismo material.

Una maana, el doctor se despert con un pensamiento extraamente claro: el misterioso hombre no quera que la mujer tomara los sedantes! l saba que eran perjudiciales, y como la mujer era un ser indefenso que no poda oponerse, el espectro la protega!

Pero, por el amor de Dios, quin iba a creer todo esto?, pens el doctor. Dese encontrarse en casa, en Maine, trabaj ando en la clnica de su padre y no en aque-Ha ciudad hmeda y extraa. Su padre lo comprendera No, seguramente se asustara.

Mientras el otoo daba paso al invierno, el doctor empez a soar con Deirdre. En sus sueos la vea curada, revitalizada, caminando a paso vivo por una calle de la ciudad con el cabello al viento. De vez en cuando, al despertarse, se preguntaba si la pobre mujer no habra muerto. Era lo ms probable.

Cuando lleg la primavera, y haca ya un ao que haba llegado a la ciudad, se dio cuenta de que deba ver la casa otra vez. Tom el tranva de St. Charles hasta Jackson Avenue y desde all camin, como sola hacer antes. Todo estaba igual: la enmaraada buganvilla en flor sobre los porches, el jardn salvaje lleno de mariposillas blancas, la lantana con sus pequeos capullos naranjas enroscada en la verja de hierro negra.

Y Deirdre sentada en la mecedora del porche lateral, detrs de la tela metlica oxidada.

El doctor sinti una profunda angustia. Quiz nunca en su vida haba estado tan preocupado. Alguien tiene que hacer algo por esa mujer. Pase luego sin rumbo fijo hasta dar a una calle sucia y animada. Un msero bar de barrio atrajo su atencin. Entr, agradecido por el fro del aire acondicionado y por la relativa tranquilidad del lugar, en el que slo unos pocos viejos hablaban en voz baja junto a la barra. Pidi una bebida y se la llev a una mesa apartada.

El estado de Deirdre Mayfair lo torturaba. Y el misterio de la aparicin le haca sentir peor. Pens en aquella hija en California. Se atrevera a llamarla? De mdico a mdico... Pero no saba el nombre de la joven.

Adems, no tienes derecho a interferirmurmuro en voz alta. Bebi un trago de cerveza, palade su frescor-. Impulsor volvi a murmurar. Hablando de nombres, qu clase de nombre era se ? La joven mdica residente de California pensara que estaba loco. Tom otro trago de cerveza.De repente sinti que empezaba a hacer ms calor en el bar, como si alguien hubiera abierto la puerta al viento del desierto. Hasta los viejos que conversaban junto a sus botellas de cerveza parecieron notarlo. Vio que uno de ellos se secaba el rostro con un pauelo sucio y continuaba conversando.

Entonces, mientras el doctor levantaba su vaso, vio al misterioso hombre sentado en una mesa, cerca de la puerta de salida, justo frente a l.

La misma cara cerlea, los mismos ojos marrones. La misma ropa indescriptible de textura poco corriente, tan lisa que brillaba suavemente bajo la luz tenue.

A pesar de la presencia de los hombres que seguan charlando, sinti el mismo vivido terror que en la oscura habitacin de Deirdre Mayfair.

El hombre permaneca quieto y lo miraba. No estaba ni a cinco metros de l y la blanca luz del da que entraba por los ventanales del bar caa directamente sobre el hombro del sujeto, iluminando un lado de la cara.

Entonces, sin ningn aviso, la imagen del hombre empez a vacilar como si fuera una proyeccin y se desvaneci ante sus propios ojos. Una brisa fra recorri el local.

El camarero se volvi para coger una servilleta usada que volaba. Una puerta se cerr de golpe en alguna parte y la conversacin pareci subir de volumen. El doctor sinti una dbil palpitacin en la cabeza.

Nada en el mundo podra convencerlo de que volviera a pasar otra vez por la casa de Deirdre Mayf air.

Pero a la noche siguiente, mientras iba en coche a su casa rodeando el lago, volvi a ver al hombre, esta vez de pie bajo una farola, cerca del cementerio de Canal Boulevard. La luz amarillenta caa de lleno sobre l, apoyado contra la pared blanca del camposanto. Fue una visin fugaz, pero supo que no se equivocaba. Empez a temblar con violencia. Durante un instante pareca haberse olvidado de cmo conducir su coche. Luego aceler temeraria y estpidamente, como si el hombre lo persiguiera. No se sinti a salvo hasta que cerr la puerta de su casa.

Al viernes siguiente lo vio a plena luz del da, de pie, inmvil sobre el csped de Jackson Square. Una mujer que pasaba se volvi para echar una mirada al hombre de pelo castao. S, ah estaba, igual que antes! El doctor corri por las calles del Barrio Francs. Subi a un taxi en la puerta de un hotel y dijo al conductor que lo sacara de all, que lo llevara a cualquier parte, daba igual. Conforme pasaban los das, el doctor ms que asustado estaba aterrorizado. No coma ni dorma y no poda concentrarse en nada. Se senta continua y completamente abatido. Cada vez que se cruzaba con el viejo psiquiatra lo miraba con silenciosa rabia.

Por el amor de Dios, cmo hara entender a ese personaje monstruoso que l no volvera a acercarse a la desdichada mujer de la mecedora del porche? No ms agujas ni drogas por su parte! Ya no soy su enemigo!, no se da cuenta?

Pedir ayuda o comprensin a alguno de sus conocidos era poner en juego su reputacin y hasta su futuro. Un psiquiatra que empezaba a volverse loco, como sus pacientes. Estaba desesperado. Tena que huir de todo aquello. Quin sabe cundo volvera a presentarse ? Y si se meta en sus habitaciones?

Al final, el lunes por la maana sus nervios no pudieron ms; con las manos temblorosas, se dirigi al despacho del viejo psiquiatra. Todava no haba decidido lo que iba a decirle, slo que ya no poda aguantar la tensin. Se vio parloteando sobre el calor tropical, dolores de cabeza e insomnios. Necesitaba que aceptara rpidamente su dimisin.

Aquella misma tarde se fue de Nueva Orleans. Cuando ya se encontraba a salvo en el despacho de su padre, en Portland, Maine, cont al fin toda la historia.

Nunca hubo ni un solo gesto amenazador en su cara explic, al contrario. Curiosamente, no tena ni una arruga, su rostro era tan terso como el del Cristo del retrato del cuarto de Deirdre. Lo nico que haca era mirarme fijamente. Y no quera que le pusiera la inyeccin! Trataba de asustarme.

Lo importante, Larry, es que descanses le dijo su padre. Deja que desaparezcan los efectos de todo esto. Y no hables con nadie ms de este tema.

Ahora, mientras estaba a oscuras junto a la ventana de la habitacin del hotel de Nueva York, descubri que todo aquello volva a trastornarlo. Y, tal como haba hecho ya miles de veces, analiz la extraa historia en busca de un significado ms profundo.

Realmente el espectro lo persegua en Nueva Orleans, o l lo haba malinterpretado?

Quizs aquel hombre no quera asustarlo. A lo mejor slo le suplicaba que no se olvidara de aquella mujer! Tal vez era una extraa proyeccin de los desesperados pensamientos de la paciente, una imagen que le enviaba una mente que no poda comunicarse por otros medios.

Pero quin sera capaz de interpretar estos elementos extraos? Quin se animara a decir que el doctor tena razn?

Aaron Lightner, el ingls, el recopilador de historias de fantasmas que le haba dado la tarjeta con la palabra Talamasca? Le haba comentado que quera ayudar al hombre que se ahog en California:

Quizs l no sepa que hay otras personas a las que les ha pasado lo mismo. Quiz tenga que decirle que hay otros que tambin han regresado del filo de la muerte con los mismos dones.

S, tal vez saber que otras personas tambin haban visto fantasmas le ayudara. Sera cierto?

Pero lo peor no haba sido la visin del espectro.Algo peor que el miedo lo haca regresar a aquel porche y a la plida imagen de la mujer en la mecedora: un sentimiento de culpabilidad, que arrastrara toda su vida por no haber intentado con ms fuerza ayudarla, por no haber llamado a aquella hija que tena en el oeste.

La luz de la maana empezaba a derramarse sobre la ciudad. Observ los cambios en el cielo y las sucias paredes de enfrente dbilmente iluminadas. Luego se dirigi al armario y sac la tarjeta del ingls del bolsillo de su abrigo.

TALAMASCA

Vigilamos

y siempre estamos aqu

Cogi el telfono.

Lightner result ser un oyente esplndido, responda con amabilidad y no interrumpa. Pero el doctor no se senta mejor. En realidad, cuando todo hubo terminado, se sinti como un estpido. Mientras observaba cmo Lightner guardaba la grabadora en su maletn, estuvo casi a punto de pedirle la cinta.

Fue Lightner quien rompi el silencio mientras dejaba unos billetes sobre la cuenta.

Hay algo que debo explicarle le dijo, y que lo tranquilizar.

Qu sera?

Recuerda continu que le dije que recopilaba historias de fantasmas ?

S.

Bueno, conozco esa vieja casa de Nueva Orleans, la he visto. Adems, he grabado otras historias de gente que ha visto al hombre que acaba de describirme.

El doctor se qued sin habla. Se lo haba dicho con absoluta conviccin. En realidad, haba hablado con tal autoridad y seguridad que le crey sin ninguna duda.

Por primera vez estudi a Lightner detenidamente. Era mayor de lo que aparentaba a primera vista, sesenta y cinco, quiz setenta. La expresin del ingls volvi a cautivarlo; tan afable y segura que invitaba a que confiaran en l.

Otras personasmurmur el doctor.Est seguro?

He odo otros relatos, algunos muy parecidos al suyo. Se lo digo para que comprenda que no se lo ha imaginado y para que no siga atormentndose. A propsito, usted no podra haber hecho nada por Deirdre Mayfair; Carlotta Mayfair nunca lo hubiera permitido. Debera tratar de apartar de su mente todo lo ocurrido. No vale la pena que vuelva a preocuparse por ello.

En un principio el doctor sinti un gran alivio. Pero enseguida se qued perplejo ante las revelaciones de Lightner.

Usted conoce a esa gente! murmur. Sinti que se le encenda el rostro. Esa mujer ha sido paciente suya.

No, no los conozco le respondi Lightner. Y mantendr su relato en la ms estricta confidencialidad. Por favor, no lo dude. Recuerde que no utilizamos ningn nombre en la grabacin. Ni siquiera el suyo o el mo. Sin embargo, debo pedirle la cinta dijo el doctor, turbado. He roto el secreto profesional. No tena idea de que usted los conoca.

Lightner quit en el acto la pequea cinta del aparato y se la dio. El hombre pareca tranquilo.

Por supuesto, puede quedarse con ella dijo. Lo comprendo.

El doctor se lo agradeci; su confusin iba en aumento. Con todo, segua sintindose aliviado. Otras personas haban visto a aquel personaje. Este hombre lo saba. No le menta. El doctor no estaba loco, y nunca lo haba estado. Un dbil rencor se despert en su interior, rencor hacia sus jefes de Nueva Orleans, hacia Carlotta Mayfair, hacia la desagradable seorita Nancy...__Lo importante aadi Lightner es que deje de preocuparse por esta historia.

__S respondi el doctor. Fue espantoso. Esa mujer, las drogas...

No, ni siquiera... Permaneci en silencio; mir fijamente la cinta y su taza de caf vaca.

La mujer, todava...?

__S, sigue igual. Estuve all el ao pasado. La seorita Nancy, la que le caa tan mal, muri. Y la seorita Millie tambin. De vez en cuando recibo noticias de gente de la ciudad que me informan que Deirdre no ha cambiado.

El doctor suspir.

__S, sin duda sabe por ellos... todos los nombres

dijo.

Entonces, por favor, crame cuando le digo que otra gente ha tenido la misma visin. Usted no estaba loco, de ninguna manera. Y no debe preocuparse por todo aquello.

El doctor volvi a estudiar a Lightner detenidamente. El hombre estaba cerrando su maletn. Mir el billete de avin y se puso el abrigo.

Djeme decirle una ltima cosa antes de ir al aeropuerto. No cuente esta historia a nadie ms. No lo creern. Slo los que han visto cosas semejantes, creen en ellas. Es trgico, pero es invariablemente cierto.

S, lo s coment el doctor. Quera preguntarle muchas cosas, pero no poda. Usted lo ha... ? Se interrumpi.

S, lo he visto respondi Lightner. En efecto, era aterrador, tal como usted lo ha descrito. Se levant para marcharse.

Qu es? Un espritu? Un fantasma?

En realidad no lo s. Todas las historias son muy parecidas. All las cosas no cambian, continan igual ao tras ao. Ahora debo irme, gracias de nuevo, y si alguna vez quiere volver a hablar conmigo, ya sabe cmo encontrarme. Tiene mi tarjeta. Lightner le tendi la mano. Adis.

Espere. Y la hija? Qu ha sido de ella? La mdica residente del oeste?

Pues ahora es cirujana respondi Lightner; mir el reloj, neurocirujana, creo. Acaba de pasar los exmenes de su especialidad. Pero tampoco la conozco; me entero de algunas cosas sobre ella de vez en cuando. Nuestros caminos se han cruzado slo una vez. Dej de hablar y le lanz una rpida sonrisa, casi formalAdis, doctor, y gracias otra vez.

El doctor se qued sentado, pensativo, durante un buen rato. Se senta mejor, infinitamente mejor. Tena que reconocerlo. No se arrepenta de haber contado la historia. En realidad, aquel encuentro pareca un regalo, algo que el destino le daba para aliviar de sus hombros la peor carga que haba llevado en su vida.

En aquel momento pens en algo muy extrao, algo que no se le haba ocurrido haca aos. Nunca haba estado en esa gran casa del District Garden durante una tormenta. Qu bonito habra sido ver la lluvia por esos ventanales, or lalluvia golpear sobre el techo de los porches. Qu lstima haberse perdido algo as. En aquella poca pensaba a menudo en ello, pero siempre se lo haba perdido. Y la lluvia en Nueva Orleans era tan hermosa...

Bueno, tena que olvidar todo aquello, no? Otra vez advirti que reaccionaba a las afirmaciones de Lightner como a las palabras odas en un confesionario, palabras con autoridad religiosa. S, olvdate.

Llam a la camarera. Tena hambre. Ahora que poda comer, quera desayunar. Y, sin pensrselo demasiado, sac la tarjeta de Lightner de su bolsillo, ech una mirada a los nmeros de telfono los nmeros a los que poda llamar si tena alguna pregunta, los nmeros a los que nunca haba pensado llamar, la rompi en trocitos, los puso en el cenicero y los quem con una cerilla.

2

A las nueve de la noche la habitacin estaba a oscuras, salvo por la luz azulada del televisor. Ah estaba la seorita Havisham, era ella, no?, un fantasma en traje de novia de su querida Grandes esperanzas.

Por las ventanas limpias y sin adornos se vean las luces del centro de San Francisco y, justo debajo, al otro lado de Liberty Street, los techos puntiagudos de las casas ms pequeas estilo reina Ana. Cmo le gustaba Liberty Street. Su casa era la ms alta de la manzana, quiz fuera una mansin en su poca, aunque en la actualidad slo se trataba de una hermosa construccin que se alzaba majestuosa entre modestas casitas.

l haba restaurado aquella casa. Conoca cada clavo, cada viga, cada cornisa. Al sol y con el pecho al aire, haba colocado las tejas del techo. Incluso haba dispuesto el cemento sobre la acera.

Ahora no se senta seguro en ninguna otra parte. Haca cuatro semanas que no sala de aquella habitacin ms que para ir al pequeo lavabo contiguo.

Miraba el fantasmal televisor en blanco y negro que tena delante, hora tras hora, tendido en la cama, con las manos calientes dentro de los guantes negros de piel que no poda ni quera quitarse. Dejaba que la televisin diera forma a sus sueos mediante las cintas de vdeo que adoraba, las cintas de las pelculas que haba visto hacaaos con su madre. Para l eran ahora las pelculas de las casas, porque no slo eran historias maravillosas de personas maravillosas, convertidas en sus hroes y heronas, sino que tambin tenan casas maravillosas. En Rebeca estaba Manderley. En Grandes esperanzas, la mansin en ruinas de la seorita Havisham. En Luz de gas, la encantadora casa londinense de la plaza. En Las zapatillas rojas, la mansin junto al mar donde la bailarina se enteraba de que pronto sera prima ballerina de la compaa.

S, las pelculas de las casas, de los sueos infantiles, de personajes tan grandiosos como las casas. Mientras las miraba, beba una cerveza tras otra. Dorma y se despertaba por inercia. Sus manos, tan afectadas, dentro de los guantes. No contestaba el telfono ni la puerta. Ta Vivian se ocupaba de hacerlo.

De vez en cuando ella entraba en su habitacin. Le traa otra cerveza o algo para comer. l raramente tocaba la comida.

Michael, come, por favor deca.

l sonrea.

Luego, ta Viv.

No vea a nadie y hablaba slo con el doctor Morris, pero ste no poda ayudarlo y sus amigos tampoco. Adems, ya no queran hablar con l; estaban cansados de orle contar la historia de que haba muerto durante una hora y haba regresado a la vida. Y l, sin duda, no quera hablar con los cientos de personas que aguardaban para ver una demostracin de sus poderes psquicos.

Estaba harto de sus poderes psquicos. No se daban cuenta ? Sacarse los guantes, tocar cosas y ver alguna imagen trivial era un truco de saln. Este lpiz te lo dio ayer una compaera de oficina que se llama Gert. O: Esta maana has sacado este medalln y decidiste ponrtelo, aunque en realidad no queras. Preferas ponerte las perlas, pero no las has encontrado.Es que nadie entenda su tragedia?

Lo que no poda recordar era qu haba visto mientras estuvo ahogado. Ta Viv sola decirle de vez en cuando, tratando de explicrselo, de verdad vi gente ah arriba. Estbamos muertos. Todos estbamos muertos. Y yo tuve la oportunidad de volver. Me mandaron de vuelta con un propsito.

Ta Vivian, plida sombra de su difunta madre, asenta con la cabeza.

Lo s, querido. Quiz con el tiempo recuerdes. Con el tiempo.

Intentaba recordar el rescate una y otra vez: la mujer que lo sac del agua y lo reanim. Si pudiera volver a hablar con ella, si el doctor Morris la encontrara... Slo quera or de labios de ella que l no haba dicho nada. Slo quera quitarse los guantes y cogerle las manos mientras se lo preguntaba. Quiz por medio de ella lograra recordar...

El doctor Morris quera que volviera al hospital para hacerle ms pruebas.

Djeme tranquilo. Encuentre a esa mujer, s que puede hacerlo. Usted me dijo que ella lo haba llamado. Seguro que sabe su nombre.

Estaba harto de hospitales, escneres cerebrales, electroencefalogramas, pinchazos y pastillas.

Entenda mejor la cerveza, saba cmo manejarla, y a veces lo llevaba casi al punto de recordar...

... y lo que haba visto all fuera era un reino. Gente, mucha gente. De vez en cuando volva a aparecer, como una gran telaraa. l volva a verla... quin era ella? Ella dijo que... y luego todo desapareca. Lo har, lo har. Aunque vuelva a morir en el intento, lo har.

De verdad les haba dicho eso ? Cmo iba a imaginarse cosas as, tan ajenas a su propio mundo real y tangible. Ypor qu esos extraos recuerdos de estar lejos, de vuelta a casa, a la ciudad de su niez?

No lo saba. Ya no saba nada que le importara.Saba que era Michael Curry, que tena cuarenta y ocho aos, que tena un par de millones de dlares guardados y una propiedad valorada casi en la misma cantidad, lo que no estaba nada mal teniendo en cuenta que su empresa de construccin haba cerrado. Ya no poda dirigirla. Haba perdido a sus mejores carpinteros y pintores, se haban pasado a otras cuadrillas de la ciudad. Haba perdido un trabajo importante, que significaba mucho para l, la restauracin del viejo hotel de Union Street.

Saba que si se quitaba los guantes y se pona a tocar cualquier cosa las paredes, el suelo, la lata de cerveza, el ejemplar de David Copperfield que estaba abierto junto a l empezara a tener visiones, gran cantidad de informacin sin sentido, y se volvera loco, si es que no lo estaba ya.

Saba que antes de ahogarse era feliz, no completamente feliz, pero feliz. Su vida iba bien.

La maana en que todo ocurri se despert tarde, necesitaba un da libre y era un buen momento. Sus hombres trabajaban bien y no tena que controlarlos. Era el primero de mayo y se acord de algo muy extrao: un largo viaje de Nueva Orleans, por la costa del Golfo, a Florida cuando era nio. Debi de ser en las vacaciones de Pascua, aunque no estaba seguro, y los que sin duda lo sabran, su padre, su madre y sus abuelos, estaban muertos.

Lo que s recordaba era el agua, de un color verde claro, y la playa blanca, el calor que haca y la arena que pareca azcar bajo sus pies.

Le doli recordar todo aquello. El fro en San Francisco era lo que ms le molestaba, y nunca pudo explicar a nadie por qu el recuerdo del calor meridional de Florida le haba hecho ir aquel da a Ocean Beach. Haba algn lugar ms fro que Ocean Beach en toda la baha de San Francisco?

A pesar de todo haba ido. Slo para poder estar en Ocean Beach aquella tarde triste y oscura, con las imgenes de las aguas del sur y del viaje en el viejo Packard descapotable, acariciado por la tibia brisa.

No puso la radio mientras conduca por la ciudad, as que no oy los avisos de marea alta. Pero y si los hubiera odo, qu? Saba que Ocean Beach era peligrosa, cada ao el mar se llevaba a varias personas, entre residentes y turistas.

Quizs estuviera pensando en ello cuando se detuvo en las rocas, debajo del Restaurante del Acantilado. Traicionero, s, como siempre, y resbaladizo. Pero no tena miedo de caerse, ni del mar, ni de nada. Y otra vez volva a pensar en el sur, en las noches de verano en Nueva Orleans, cuando el jazmn estaba en flor, en el perfume del dondiego del patio de su abuela.

El golpe de la ola debide dejarlo inconsciente. No recordaba que el agua lo hubiera arrastrado, tan slo la clara sensacin de elevarse por los aires, de ver cmo su cuerpo se alejaba y se revolcaba sobre el oleaje, de gente que se arremolinaba y lo sealaba mientras otros corran hacia el restaurante para pedir ayuda. No los vea exactamente como si los mirara desde arriba. Era como si supiera todo sobre ellos. Se senta increblemente vivo y a salvo; claro que a salvo no era la palabra, ni llegaba a describir aquella sensacin. Se senta libre, tan libre que no comprenda la ansiedad de todos los que estaban all abajo. Por qu estaban tan preocupados al ver su cuerpo sacudido por las olas ?

A continuacin empez la otra parte. Debi de ser cuando estaba realmente muerto y le fueron mostradas cosas maravillosas, y tambin otros muertos. Comprendi lo ms sencillo y lo ms complejo, y por qu deba regresar, s, la puerta, la promesa. De repente fue a caer dentro de un cuerpo que yaca en la cubierta de un barco, un cuerpo que haba estado ahogado y muerto durante una hora y que ahora volva a los sufrimientos ydolores, volva a la vida, mirando hacia arriba, sabindolo todo, preparado para hacer exactamente lo que se esperaba de l.

Durante aquellos primeros segundos trat de explicar con desesperacin dnde haba estado y las cosas que haba visto, una larga y espectacular aventura. Sin duda! Pero ahora lo nico que recordaba era el dolor agudo en su pecho, sus manos y pies y la borrosa figura de una mujer junto a l. Un ser frgil con un rostro plido y delicado, el cabello oculto debajo de una gorra oscura de marinero y unos ojos grises que durante un segundo parpadearon como dos luces frente a l, y que le dijo con voz suave que estuviera tranquilo, que ella cuidara de l.

Despus, confusin. Se haba desmayado otra vez? Haba llegado el momento de la verdad, del olvido? Nadie supo decirle qu ocurri en el helicptero, slo que se lo llevaron hasta la costa y que all le esperaban la ambulancia y los periodistas.

Recordaba los flashes de las cmaras, gente que pronunciaba su nombre. La ambulancia, s, alguien intentando pincharle la vena con una aguja. Crey or la voz de su ta Vivian. Les rog que pararan. Tena que sentarse, no podan volver a atarlo, no!

Tranquilo, seor Curry, espere. Eh, ayudadme con este hombre!

Lo ataban otra vez. Lo trataban como si fuera un prisionero. Se resisti, pero fue intil, lo saba, le haban inyectado algo en el brazo. Vio cmo se acercaba la oscuridad.

Entonces regresaron ellos, los que haba visto ah fuera; empezaron a hablarle otra vez.

Comprendo les dijo, no dejar que ocurra. Ir a casa, s dnde est. Recuerdo... Cuando despert se encontr con una luz artificial muy fuerte. Una habitacin de hospital. Estaba conectado a mquinas. Su mejor amigo, Jimmy Barnes, estaba sentado junto a la cama-Trat de hablar con Jimmy, pero las enfermeras y los mdicos lo rodearon.

Lo palpaban, le tocaban las manos, los pies, le hacan preguntas, pero l no poda concentrarse en las respuestas apropiadas.

Segua viendo cosas: imgenes fugaces de enfermeras enfermeros, pasillos de hospital. Qu es todo esto? Saba el nombre del doctor, Randy Morris, y que haba besado a su esposa, Deenie, antes de irse a trabajar. Y qu ? Las cosas, literalmente, irrumpan en su cabeza. No poda soportarlo. Era como estar medio dormido y medio despierto, en un estado febril, preocupado. Se estremeci, trat de despejar su cabeza.. Oigan dijo, lo estoy intentando. Al fin y al cabo saba el porqu de toda aquella agitacin, se haba ahogado y queran comprobar si haba alguna lesin cerebral. No tienen por qu preocuparse. Estoy bien, perfectamente. Tengo que irme de aqu y hacer mi equipaje. Tengo que volver a casa de inmediato...

Reservas de avin, cerrar la compaa... La puerta, la promesa y su objetivo, de una importancia absolutamente crucial...

Pero cul era? Por qu tena que volver a casa? Aqu vena otra sucesin de imgenes: enfermeras que limpiaban su habitacin, alguien que haba frotado las barras cromadas de su cama haca unas horas, mientras l dorma. Basta! Tengo que volver a lo importante, a mi objetivo, el...Entonces se dio cuenta. No se acordaba de su objetivo! No poda recordar lo que haba visto mientras estuvo muerto! La gente, los lugares, lo que le haban dicho, no recordaba nada. No, no poda ser. Todo haba sido praodigiosamente claro, dependan de l. Michael, le nabian dicho, sabes que si no quieres no ests obligado a gresar, pero l haba dicho que regresara, que... que?. Un da lo recordara de golpe, como un sueo que sw olvida y luego..!Ah est otra vez!.

!Se sent, se quit sin querer una de las agujas del brazo y pidi una pluma y un papel. Tiene que seguir acostado. No, ahora no. Tengo que escribir. Pero no haba nada que escribir! Recordaba haber estado en una roca, pensando en un remoto verano en Florida, las aguas tibias... Y luego esa masa dolorida y empapada que era l en la camilla.

Se le haba borrado todo.

Cerr los ojos y trat de no hacer caso de la extraa tibieza de sus manos; la enfermera lo ayud a tenderse otra vez sobre las almohadas. Alguien peda a Jimmy que se fuera, pero l no quera irse. Por qu vea todas esas cosas intrascendentes: enfermeros, el marido de la enfermera, sus nombres? Cmo saba todos esos nombres? No me toque as dijo. Era la experiencia de all fuera, sobre el ocano, eso era lo que importaba! De pronto estir la mano para coger la pluma. Si se queda tranquilo...

S, una imagen al tocar la pluma: la enfermera que la sacaba de un cajn del pasillo. Y el papel: un hombre que pona el bloc en un armario de metal. Y la mesilla junto a la cama? La imagen de la ltima mujer que la haba limpiado con un trapo lleno de grmenes de la otra habitacin. Y una visin fugaz de un hombre con una radio. Alguien que haca algo con una radio.

Y la cama? La ltima paciente que estuvo en ella, la seora Ona Patrick, muri ayer a las once de la maana, antes de que yo hubiera decidido ir a Ocean Beach. No. Basta. Una imagen de su cuerpo en el depsito de cadveres del hospital. No lo soporto!

Al fin, desesperado, apoy las manos sobre la cabeza y desliz los dedos por el pelo; por suerte no seno nada. Otra vez volva a hundirse en el sueo, pensaba que iba a recordarlo, s, como le haba pasado antes. Ella estar all, me esperar, y yo lo comprender. Pero mientras volva a adormilarse se dio cuenta de que no saba quin era ella.

Y tena que irse a casa, s, a casa despus de todos estos aos, estos largos aos en que su hogar se haba convertido en una especie de fantasa...

__De vuelta al lugar donde nac murmur. Era tan difcil hablar ahora, estaba adormilado. Si me sigue dando drogas, le juro que lo matar.

Fue Jimmy, su amigo, quien le trajo los guantes de piel al da siguiente. Michael crea que no serviran, pero vala la pena intentarlo. Estaba en un estado de agitacin que rayaba en la locura y haba hablado demasiado y con todo el mundo.

Los periodistas llamaron directamente a la puerta de su habitacin.

Qu pasa? les pregunt, atolondrado. Entraron en tropel y l habl y habl, relat la historia una y otra vez, repitiendo: No consigo acordarme! Le dieron objetos para que los tocara y l les dijo lo que vea. No significa nada.

Disparaban las cmaras con un sinfn de confusos ruidos electrnicos. El personal del hospital ech a los periodistas. Michael tena miedo hasta de tocar un cuchillo y un tenedor. No coma. Llegaban empleados de todo e hospital y le ponan objetos en las manos.

En la ducha toc la pared. Volvi a ver a aquella mujer, la mujer muerta. Haba estado tres semanas en la habitacin. No quiero ducharme deca ella. Estoy enferma, no lo comprendes? Su nuera la obligaba a ducharse. Michael tuvo que salir del bao; se acost, y meti las manos debajo de la almohada. Nada ms ponerse los guantes tuvo algunas rpidas visiones,pero luego se frot las manos poco a poco hasta que todo se convirti en una mancha borrosa, imgenes que se sobreponan hasta que no se distingua nada.

Y todos aquellos nombres se confundieron en su mente hasta convertirse en una especie de ruido, y entonces lleg el silencio.

Cogi despacio el cuchillo de la bandeja; empez a ver algo, lejano, silencioso, y desapareci. Levant el vaso y bebi un trago de leche. Slo una dbil visin. Muy bien! Los guantes daban resultado. El truco era hacer cada movimiento con rapidez.

Y en salir de aqu! Pero no lo dejaban.

No quiero otro examen del cerebro dijo. Mi cerebro est bien, lo que me vuelve loco son las manos.

Pero el doctor Morris, el jefe de residentes, sus amigos y la ta Vivian, que se pasaba horas junto a su cama, trataban de ayudarlo. El doctor, a instancias de Michael, se haba puesto en contacto con los hombres de la ambulancia, los guardacostas, la gente de la sala de urgencias y la mujer que lo haba reanimado en su barco antes de que llegaran los guardacostas, con cualquiera que pudiera recordar si l haba dicho algo importante. Despus de todo, una simple palabra podra desbloquear su memoria.

Pero no hubo palabras. Michael haba murmurado algo al abrir los ojos, segn aquella mujer, pero no recordaba con exactitud qu palabra. Empezaba con L, crea, un nombre, quiz, pero eso era todo. Despus se lo haban llevado los guardacostas. En la ambulancia haba lanzado un puetazo y tuvieron que sujetarlo.

Sin embargo, l quera hablar con toda aquella gente, en especial con la mujer que lo haba recogido. Eso fue lo que dijo a la prensa cuando lo interrogaron.

Jimmy y Stacy se quedaban con l cada noche hasta tarde. Ta Vivian estaba all todas las maanas. Al fin lleg Therese, tmida y asustada. No le gustaban los hospitales. No poda estar con gente enferma.

Michael se ri. Bueno, no te gustaba tanto Californiapens. Imagnate decirle algo as. Entonces hiz algo impulsivo: se quit el guante y la cogi de la mano

Qu miedo, no me gustas, eres el centro de atencin, basta, deja ya todo esto, no creo que te hayas ahogado, qu ridculo, quiero irme de aqu, deberas haberme llamado.

Vete a casa, querida le dijo.

Dej el hospital al da siguiente.

Pas a continuacin tres semanas que fueron una agona. Lo llamaron dos guardacostas y uno de los conductores de la ambulancia, pero no le dijeron nada til. La mujer del barco que lo haba rescatado quera mantenerse al margen, a pesar de que el doctor Morris le haba prometido mantenerla en el anonimato. Mientras tanto, los guardacostas informaron a la prensa que no haban registrado el nombre ni la matrcula de la embarcacin. Uno de los peridicos se refiri al barco como un crucero transatlntico. Quizs era de la otra punta del mundo.

Por entonces Michael se dio cuenta de que haba contado la historia a demasiada gente. Todas las revistas populares del pas queran hacerle entrevistas. No poda salir sin que algn periodista le cerrara el paso o algn perfecto desconocido le pusiera un billetero o una foto en las manos. El telfono no paraba de sonar. Las cartas se apilaban en la puerta y, aunque l continuaba haciendo su equipaje para marcharse, no se animaba a hacerlo. En lugar de irse, beba cerveza helada durante todo el da y bourbon cuando sta ya no lo atontaba.

Sus amigos trataban de seguir junto a l. Se turnaban para hablar con l, intentaban calmarlo y que dejara la bebida, pero era intil. Stacy hasta le lea, porque l no poda hacerlo. Empezaba a cansar a todo el mundo y lo saba.

Su cerebro en realidad era un hervidero. Trataba de asimilar algunas cosas. Si no poda recordar, por lo menos poda comprender todo esto, todas esas cosas tan estremecedoras y horrendas. Pero saba que eran divagaciones sobre la vida y la muerte, sobre lo que haba Pasado ah fuera, sobre la forma en que se derrumbaban las barreras entre la vida y la muerte tanto en el arte popular como en el arte oficial. Nadie lo haba notado? Las pelculas y las novelas siempre hablaban de ello. Slo haba que estudiarlas para verlo.

Por ejemplo, en la pelcula de Bergman Fanny y Alexander, la muerte viene caminando y habla con los vivos, La mujer de blanco, con aquella chiquilla muerta que se aparece en la cama del nio, y tambin en El crculo de la muerte, donde un nio muerto en Londres persigue a Mia Farrow.

Michael, ests obsesionado.

Y no slo en las pelculas de terror. Pasa en todo nuestro arte. Por ejemplo el libro El hotel blanco, alguien lo ha ledo? Pues, va directamente ms all de la muerte de la protagonista, a la otra vida. Os digo que algo est a punto de pasar. La barrera se est rompiendo, yo mismo habl con la muerte y regres, y a un nivel subconsciente todos sabemos que la barrera se est rompiendo.

Michael, tienes que tranquilizarte. Lo que le ocurre a tus manos...

No quiero hablar de ello. Pero estaba obsesionado, tena que reconocerlo, y pensaba seguir estndolo. Le gustaba estar obsesionado. Se acerc al telfono para pedir otra caja de cerveza, as ta Viv no tena necesidad de salir. Tambin tena todo el whisky escocs Glenlivet que haba almacenado y ms Jack Daniel's. S, poda seguir bebiendo sin problemas hasta morir.

Al final, cerr su empresa por medio del telfono. Las veces que haba tratado de ir a trabajar, sus hombres le haban dicho sin rodeos que se fuera a casa. No podan hacer nada si siempre les estaba hablando. Saltaba de un tema a otro. Y luego estaba el periodista que le peda que hiciera una demostracin de sus poderes. Y otra cosa que no se atreva a confesar a nadie empezaba a atormentarlo: reciba vagas impresiones emocionales de otras personas, las tocara o no.

Pareca una especie de telepata que fluctuaba libremente; y no haba guantes para pararla. No reciba informaciones, sino simplemente impresiones fuertes de gusto disgusto, veracidad o falsedad. A veces se senta tan atrado por estas sensaciones que lo nico que vea era el movimiento de los labios de la gente. No oa las palabras.

Esta alta carga de intimidad, si es que poda llamarse as, lo perturbaba hasta la mdula.

Rescindi los contratos de su empresa, traspas todo lo que tena en una tarde, se asegur de que sus hombres tuvieran trabajo y luego cerr su pequeo negocio en Castro de venta de mobiliario Victoriano.

Lo mejor era encerrarse, tumbarse, correr las cortinas y beber. Tena un montn de dinero en el banco. Ta Viv cantaba en la cocina mientras le preparaba platos que l no quera comer. De vez en cuando intentaba leer fragmentos de David Copperfield para escapar de sus propios pensamientos. En los peores momentos de su vida siempre se haba retirado a algn rincn remoto del mundo a leer David Copperfield. Era ms fcil y liviano que Grandes esperanzas, su libro preferido. Pero ahora, la nica razn que le permita seguir el libro era que se lo saba casi de memoria.

Therese se haba ido a visitar a su hermano al sur de California. Una mentira; Michael no haba tocado el telfono, pero lo saba slo por haber odo su voz en el contestador automtico. Muy bien. Adis.

El da que Elizabeth, su ex novia, lo llam, l habl hasta cansarse. A la maana siguiente ella le dijo que deba buscar ayuda psiquitrica y lo amenaz con salir del trabajo y tomar un avin si se negaba. Michael dijo que s pero menta.

No quera confiar en nadie ms, ni explicar su nueva capacidad de percepcin. No quera hablar de sus manos, slo deseaba explicar sus visiones, pero nadie quera oiralo hablar de la cada de la cortina que separaba la vida de la muerte.

Cuando ta Viv se iba a la cama, haca pequeos experimentos con su poder tctil. Pero no le gustaba aquella sensacin, aquellas imgenes que inundaban su cabeza. Y si exista alguna razn por la que le haba sido conferida esa sensibilidad, la haba olvidado junto con las visiones y el objeto de su regreso a la vida.

Stacy le trajo libros sobre otras personas que haban muerto y regresado a la vida. El doctor Morris le haba hablado en el hospital de esos trabajos, los estudios clsicos sobre la experiencia cercana a la muerte de Moody, Rawlings, Sabom y Ring. Se esforz en estudiar estos relatos, debatindose con el alcohol, la intranquilidad y la total incapacidad para concentrarse.

S, lo saba! Todo esto era verdad. l tambin se haba elevado de su cuerpo, s, y no eran sueos, pero no haba visto ninguna luz hermosa, no se haba encontrado con sus seres queridos muertos, ni lo haban dejado entrar en ningn paraso sobrenatural lleno de flores y bellos colores.

Ah fuera le ocurri algo completamente diferente, se sinti interceptado, alguien suplic, le hizo comprender que tena una tarea muy difcil que realizar y de la que dependan muchas cosas.

Paraso. El nico paraso que conoca era la ciudad en la que haba crecido, el clido y agradable lugar que haba abandonado a los diecisiete aos, esa vieja zona de Nueva Orleans de poco ms de veinticinco manzanas conocida como Garden District.

S, regresar all donde todo haba comenzado. A la Nueva Orleans que no haba visto desde el verano de su decimosptimo cumpleaos. Y lo ms extrao era que cuando examinaba su vida, como se supone que hace la gente que se ahoga, pensaba antes que nada en aquella fragante noche, a los seis aos de edad, cuando descubri la msica clsica que sonaba en una vieja radio de lmparas en el porche trasero de la casa de su abuela. Los dondiegos brillaban en la oscuridad. Las cigarras cantaban en los rboles. Su abuelo fumaba un cigarro en la escalera y entonces entreven su vida esa msica, una msica celestial.

Por qu le haba gustado tanto aquella msica si nadie de su entorno la apreciaba? Diferente desde el principio, as haba sido l. Y la educacin de su madre no era la explicacin: para ella toda la msica era ruido. Sin embargo, a l le gust tanto aquella msica que se qued de pie, en la oscuridad, dirigindola con un palo y grandes ademanes mientras tarareaba.

Los Curry, gente muy trabajadora, vivan en el Canal Irlands, y su padre era la tercera generacin que habitaba la pequea cabana gemela de la ribera, sitio en el que se haban establecido tantos irlandeses. Los antepasados de Michael haban huido del hambre, hacinados en los barcos algodoneros que volvan vacos de Liverpool al sur de Norteamrica en busca de una carga ms lucrativa. Era gente fuerte, gente de la que Michael haba heredado su robusta figura y su determinacin. El amor al trabajo manual provena de ellos y se haba impuesto a pesar de los aos de educacin.

El abuelo de Michael haba sido polica en los mismos muelles en los que su padre en una poca haba cargado fardos de algodn. Llevaba a Michael a ver entrar los barcos plataneros, miles de pltanos sobre las cintas transportadoras que desaparecan en los almacenes, y le adverta de las culebras negras que podan esconderse en los racimos incluso cuando colgaban en las tiendas.

El padre de Michael haba sido bombero hasta que muri, una tarde, en un incendio en Tchoupitoulas Street, cuando l tena diecisiete aos. Haba sido un momento crucial en su vida: sus abuelos ya haban fallecido y su madre se lo llev a su ciudad natal, San Francisco.

No tena la menor duda de que California lo haba tratado bien. El siglo xx lo haba tratado bien. l era el primero de aquel viejo clan que haba tenido la oportunidad de terminar una carrera universitaria, de vivir en un mundo de libros, pinturas y casas bonitas.

Pero aunque su padre no hubiera muerto, l tampoco habra sido bombero. Haba algo que bulla en su interior que, segn pareca, nunca haban sentido sus mayores.

Sola sumirse en la lectura de Grandes esperanzas y David Copperfield en la biblioteca de la escuela mientras los otros nios le arrojaban pelotillas de papel mascado, le pellizcaban el brazo y lo amenazaban con pegarle si no dejaba de portarse como un tonto, la palabra del Canal Irlands para designar al que no tena la sensatez de ser duro, bruto y despreciar todo lo que no tena un propsito inmediato.

Pero nadie le pegaba. Tena el suficiente y saludable mal genio, heredado de su padre, para moler al que lo intentara. Desde nio ya era robusto y sorprendentemente fuerte, un ser humano para quien las cuestiones fsicas, incluso las violentas, eran del todo naturales. A l tambin le gustaba pelear y los nios aprendieron a dejarlo tranquilo. Michael, por su parte, aprendi a disimular esa faceta oculta lo suficiente para que lo disculparan, y, en general, caa bien.

Y sus paseos, esos largos paseos impensables en alguien de su edad. Ni siquiera sus novias nunca lo comprendieron. Rita Mae Dwyer se rea de l. Marie Louise deca que estaba chiflado, Qu quieres decir con eso de slo caminar? Pero desde su temprana infancia le gustaba andar, escurrirse al otro lado de Magazine Street, la gran lnea divisoria entre las calurosas y estrechas callejuelas donde haba nacido y las majestuosas y tranquilas calles de Garden District.

All se alzaban las mansiones ms ricas y antiguas de la ciudad, adormecidas detrs de sus robles gigantescos y jardines extensos. Caminaba en silencio por las viejas aceras de ladrillo, con las manos en los bolsillos, silbando y pensando que alguna vez l tambin tendra una mansin aqu, una casa con columnas blancas en la fachada y senderos de lajas, un piano imponente como los que poda ver por los grandes ventanales, cortinas de encaje y araas. Y leera a Dickens todo el da en una biblioteca fresca, con estanteras llenas de libros hasta el techo, y azaleas encarnadas dormitando detrs de las ventanas.

Se senta como el protagonista de Dickens, el joven Pip, que vislumbraba lo que saba que deba poseer y que al mismo tiempo estaba demasiado lejos de alcanzarlo alguna vez.

Pero no estaba solo en su aficin a los paseos, a su madre tambin le gustaba hacer largas caminatas y quizs era uno de los pocos regalos significativos que le haba hecho.

Haba una casa sombra que ella amaba con locura y que l nunca olvidara, una siniestra casa seorial con una enorme buganvilla que trepaba sobre sus porches laterales. A menudo, cuando pasaban por all, Michael vea a un hombre extrao y solitario entre los altos arbustos enmaraados, al fondo del descuidado jardn. Pareca perdido entre todo aquel verdor desordenado y salvaje, confundido hasta tal punto con el oscuro follaje que posiblemente ningn otro transente se hubiera percatado de su presencia.

En realidad, Michael y su madre tenan en aquella poca un juego con aquel hombre. Ella siempre deca que no lo vea.

Pero est all, mam responda l.

Est bien, Michael, dime cmo es.

Bueno, tiene el pelo castao, ojos marrones y va muy bien vestido, como si fuera a una fiesta. Pero nos est observando, mam, creo que no deberamos quedarnos aqu, mirndolo.

Michael, no hay ningn hombre.

Mam, te burlas de m.

Pero una vez ella vio al hombre, sin duda, y no le gust. No fue en la casa, ni en el descuidado jardn.

Era por Navidad, Michael todava era muy pequeo y en el altar lateral de la iglesia de St. Alphonsus haban montado un gran nacimiento con el nio Jess en el pesebre. Michael y su madre haban ido para arrodillarse ante el altar. Qu bonitas eran las imgenes en tamao natural de Mara y Jos; y del nio Jess, sonriente, con sus bracitos rollizos extendidos. Haba luces brillantes por todas partes y la llama de las velas oscilaba con suavidad. El ruido de las pisadas y los ahogados cuchicheos llenaban la iglesia.

Quizs sta era la primera Navidad que Michael recordaba. Sea como fuere, el hombre estaba all, en las sombras del santuario, observando en silencio, y al ver a Michael le hizo una ligera inclinacin de cabeza, como haca siempre. Tena las manos entrelazadas, llevaba traje y su expresin era tranquila. Por lo dems, tena el mismo aspecto que en el jardn de First Street.

Mira, ah est el hombre, mam dijo Michael, de repente. Aquel hombre, el del jardn.

La madre de Michael se volvi y, de inmediato, apart la mirada, atemorizada.

Bueno, no lo mires le murmur al odo.

Al salir de la iglesia ella se volvi para mirarlo otra

vez.

Es el hombre del jardn, mamdijo Michael.

De qu ests hablando? pregunt su madre. Qu jardn?

Cuando volvieron a pasar por First Street, Michael vio al hombre y trat de decrselo a su madre, pero ella volvi a jugar el juego. Le tomaba el pelo, le deca que no haba ningn hombre.

Se rieron. En aquella poca no pareca tener gran importancia, pero Michael nunca lo olvid.

Aos despus, su madre le hizo otro regalo: las pelculas que lo llevaba a ver al Teatro Cvico, en el centro.

Tomaban el tranva los sbados para ir a la primera sesin. Cosas de afeminados, Mike, sola decir su padre. A l nadie lo arrastraba a esos espectculos absurdos.

Michael saba que lo mejor era no contestar, y a medida que pasaba el tiempo descubri la manera de sonrer encogerse de hombros, as su padre lo dejaba tranquilo, v tambin a su madre, lo cual era an ms importante. Adems, nada iba a quitarle esas tardes de sbado tan especiales, porque las pelculas extranjeras eran como puertas a otro mundo que llenaban a Michael de inexplicable angustia y felicidad al mismo tiempo.

Nunca olvidara Rebeca, Los cuentos de Hoffman y una pelcula italiana de la pera Ada. Y esa hermosa historia de un pianista llamada Cancin inolvidable. Le encantaba Csar y Cleopatra, con Claude Rains y Vivien Leigh. Y The late George Apley, con Ronald Colman, con la voz ms maravillosa que Michael haba escuchado.

De camino a casa, su madre a veces le explicaba algunas cosas. Dejaban pasar la parada del tranva en la que tenan que bajar y seguan hacia la zona alta, hasta Carrolton Avenue. Era un buen sitio para estar solos y adems haba magnficas casas, construidas despus de la guerra civil, ms nuevas y a menudo ms recargadas y no tan bonitas como las de Garden District, pero, a pesar de todo, lo bastante suntuosas como para despertar un inters infinito.

Ah, la serena melancola de aquellos pausados paseos, de anhelar tanto y comprender tan poco. De vez en cuando tocaba con los dedos por la ventana abierta del tranva los rizados capullos de mirto. Soaba con ser Maxim de Winter. Quera aprender los nombres de las obras clsicas que escuchaba por la radio y que tanto le gustaban, poder comprender y recordar las ininteligibles palabras extranjeras que pronunciaban los locutores.

Y, curiosamente, en las viejas pelculas de terror que daban en el sucio Happy Hour Theater de Magazine Street, en su propio barrio, a menudo vislumbraba el mismo mundo, la gente elegante. Aparecan las mismas bibliotecas artesonadas, chimeneas abovedadas, hombres en esmoquin y damas de voz suave junto con el monstruo de Frankenstein y la hija de Drcula. El doctor Van Helsing era un sujeto de lo ms elegante y el mismsimo Claude Rains, que haba interpretado a Csar en un teatro del centro, se rea ahora como un demente en El hombre invisible.

Aunque intentaba no hacerlo, Michael lleg a aborrecer el Canal Irlands. Le gustaba su gente y apreciaba bastante a sus amigos, pero detestaba las casas adosadas, veinte por manzana, con esos diminutos patios delanteros, con cercas bajas de estacas puntiagudas, el bar de la esquina, con la gramola que sonaba en el saln del fondo, y la puerta mosquitera que se cerraba siempre de golpe, y aquellas mujeres gordas con vestidos floreados que pegaban a los nios con un cinto o la palma de la mano en plena calle.

Aborreca el gento que compraba en Magazine Street a ltima hora de la tarde del sbado. Le pareca que los nios siempre tenan la cara y la ropa sucias. Las dependientas que atendan detrs del mostrador de las sombras tiendas eran groseras. La acera apestaba a cerveza rancia. Los destartalados pisos encima de las tiendas, donde vivan algunos de sus amigos, los ms desafortunados, despedan un hedor terrible. El hedor estaba tambin en las viejas zapateras y en las tiendas de reparacin de radios; incluso en el Happy Hour Theater. El hedor de Magazine Street.

Y era la gente, siempre la gente, lo que ms lo desanimaba. Senta vergenza del spero acento que delataba que uno era del Canal Irlands, un acento, decan, que sonaba como el de Brooklyn o Boston o cualquier otro lugar en el que se hubieran instalado irlandeses y alemanes. Sabemos que eres de la Escuela Redentorista le decan los chicos de los barrios altos. Lo sabemos por la forma que tienes de hablar. Se lo decan con desprecio.

Tambin le caan mal las monjas, las rudas hermanas de voz gruesa que daban un ca