santiago de liniers conde de buenos aires por paul groussac

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Page 1: Santiago de Liniers Conde de Buenos Aires Por Paul Groussac

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P A U L G R O U S S A C

ANTIAGO DE UN! CONDE DE BUENOS AIRES

1 7 5 3 - 1 8 1 0

CON UN RETRATO AL AGUA FUERTE

Y U N P L A N O D E B U E N O S A I R E S EN 1 8 0 7

B U E N O S A I R E S

ARNOLDO MOEN Y HERMANO, EDITORES

FLORIDA, 3 2 3

1907

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SANTIAGO DE LINIERS C O N D E D E B U E N O S A I R E S

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O <LÍ iW J O

PAUL GROUSSAC

SANTIAGO DE LINIERS CONDE DE BUENOS AIRES

1 7 5 3 - 1 8 1 0

CON UN RETRATO AL AGUA FUERTE

Y U N P L A N O D E B U E N O S A I R E S EN 1807

B U E N O S A I R E S

ARNOLDO MOEN Y HERMANO, EDITORES FLORIDA, 323

1907

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Imp. y estereotipia Casa Editorial Sopeña.—Barcelona.

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Á Á N G E L E S T R A D A

Á LA MEMORIA DE

JOSÉ M A N U E L E S T R A D A

BIZNIETOS DE LINIERS

QUE FUERON MIS PRIMEROS AMIGOS

EN BUENOS AIRES

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Í N D I C E

CAP. PÁG.

PREFACIO I X

P R I M E R A P A R T E

LAS INVASIONES INGLESAS

I. — Orígenes y juventud 3 I I .—La Toma de Buenos Aires 15

III .—La Reconquista 63 I V . — L a Defensa 105

S E G U N D A P A R T E

EL VIRREINATO Y LA REVOLUCIÓN

Preámbulo 157 L — E l Virreinato 165

II .—El Conflicto colonial 231 III . —La Revolución 305 I V . — L a Catástrofe 373

A P É N D I C E

POLÉMICA SOBRE EL ATAQUE DE BUENOS AIRES

Paréntesis históricos.—Asalto de Buenos Aires por los ingleses en 1807 413

L — E l Plano del asalto 415 I I . — E l Plan de ataque 418

III .—Una Maniobra imposible 421 IV.—Post-scriptum 424

CONTESTACIÓN AL GENERAL MITRE

L — E l Plano del asalto 429 I I . - E l Plan de ataque 440

I I I .—Una Maniobra imposible y Post-scripticni 446

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P B E F A C I O

L a pr imera parte del presente estudio salió á luz , hace a lgunos años, en la revista mensual La Biblioteca, f undada y d i r ig ida por el autor . Con dec ir que los capítulos sucesivos fueron escri ­tos en los cortos descansos de mis func iones ad­ministrat ivas y mandados á la imprenta apenas escritos, i n d i c o suficientemente que el ensayo de­jar ía m u c h o que desear en punto á i n f o r m a c i ó n or ig inal y comple ta , juzgándo le con el actual c r i ­terio europeo de la labor h istór ica . Echaráse de ver sin e m b a r g o , por muchas notas y discusiones menudas , que en los estrechos l ímites del t i empo y del c a m p o de invest igac ión en que me m o v í a , no ahorré d i l igenc ia para preparar honradamente m i t raba jo y darle c imiento só l ido .

A d e m á s de aquellas notas textuales , en que f r e ­cuentemente señalo m i d isent imiento con los h is ­toriadores clásicos del P l a t a , hallaráse en un apéndice la parte substancial de la controversia que , sobre a lgunos episodios de la segunda inva ­sión ing lesa , sostuve con el general Mi t re . L a reproduzco casi entera, no sólo en razón de su i m ­portancia intr ínseca, sino también como el tes­t imon io más autorizado de la relat iva consistencia que , delante de la crít ica y á pesar de lo d i c h o , presentaban mis páginas sueltas. N o se extrañará que , del p r imer art ículo del general Mi t re , m e haya parec ido conveniente conservar hasta las apreciaciones benévolas con que m i nob le adver ­sario m e favorec ía , si se t iene en cuenta que las finezas personales se enlazan indiso lublemente en la pág ina con un j u i c i o lapidar io de L in iers que á n i n g ú n prec io quisiera omit i r , pues const i tuye b a j o tal p l u m a el h o m e n a j e de reparac ión y jus -

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X P R E F A C I O

t ic ia más s ignif icat ivo que al héroe de la R e c o n ­quista se haya t r ibutado . H e supr imido , sí, de mi r é p l i c a , — y por cierto sin esfuerzo a l g u n o , — u n a s cuantas irreverencias imíti les que traían en sí mismas su cast igo , pues h o y me aparecen c o m o otras tantas faltas de e leganc ia , apenas e x p l i c a ­bles , en quien aspiró s iempre al buen gusto l i te­rar io , por el acaloramiento del debate . P o r lo demás, tengo recibidas del g lor ioso anc iano , hasta en el ú l t imo lapso de su v i d a , pruebas inequívocas de la poca impres ión que de jaran en su recuerdo aquellos rozamientos momentáneos , casi inevi ta ­bles en el confl icto de convicc iones sinceras.

L a segunda parte del t rabajo se p u b l i c ó , des­pués de un intervalo bastante l a rgo , en el t o m o tercero de los Anales de la Biblioteca, a c o m p a ­ñando buena cop ia de documentos inéditos que fijan por vez pr imera la b iogra f ía americana de nuestro personaje , y fueron extraídos en su ma3 r oría del A r c h i v o general de Buenos A i res ó del departamento de manuscr i tos de la B ib l i o teca Nac iona l . L a numerac ión con que se los designa, en el texto ó las notas de este l i b ro , corresponde al orden de pub l i cac i ón en los Anales.—Huelga dec ir que esta segunda parte ha sido e laborada con mayores y mejores materiales que la p r i m e r a ; y en lo que á la e j e cuc ión atañe, acaso podr ía un lector atento descubrir a lguna d i ferenc ia entre el estilo del escritor maduro ó menos urg ido por la hora , y la « m a n e r a abrev iada» , seguramente más v iva y suelta, del improv i sador . Sea de ello lo que fuere , nada he tenido que quitar n i poner en estos capítulos finales y , en lo que á mí respecta, de ­finitivos. D e b o añadir que , aun en los pr imeros , fuera de unas cuantas correcc iones ó adic iones materiales , d imanadas de mis actuales invest iga­ciones en bibl iotecas y archivos europeos , no he alterado substancialmente el f o n d o ni siquiera la f o rma del relato p r i m i t i v o .

Fué m i pr imer des ign io , al consentir en esta re impres ión de m i ensayo, aprovechar el caso para regularizar sus proporc iones , acendrar y aguzar

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PIIEFAC10 X I

el es t i l o ,—borrar , desde luego , las soldaduras to ­davía visibles que servían, en cada número de la revista, para pegar el cap í tu lo nuevo al f r a g m e n ­to anter ior . . . M u y pronto advertí que sería tan ardua la tarea como dudoso su éx i to , s iendo i m ­posible re formar út i lmente la mater ia enfr iada sin emprender una re fund i c i ón . D e j o , pues , las cosas c omo estaban, t emiendo , con m i afán de mejorar las , ecliarlas más á perder . Deseo que no choquen al lector a lgunas tentativas de recons­t rucc ión en parte h ipotét i ca , que sólo atañen al co lor local ó marco decorat ivo , y de n i n g ú n m o d o á los hechos h i s t ó r i c o s ; — n i tampoco cierta sol­tura del esti lo , que suele incurr i r en alusiones l i ­terarias y giros fami l iares un tanto reñidos con la inalterable gravedad de la historia escrita al m o d o c lásico .

La historia es c ienc ia , es arte, es filosofía: to ­do el m u n d o lo sabe y r e p i t e ; pero quiere la des­grac ia que ocurra á muchos c o n f u n d i r esa ciencia con la documentac ión vac ía de cr í t i ca , ese arte evocador con la fraseología suntuosa, esa filosofía con general izaciones vagas y arbitrarias que poco ganan con apellidarse síntesis. E n consonancia con este concepto errado , se miran y tratan por separado tres aspectos de una misma substancia que la real idad asocia ind iso lub lemente . A h o r a b ien : m u y le jos de haber i n c o m p a t i b i l i d a d entre la historia ya considerada como c ienc ia , ya c omo arte, ya c omo fi losofía, debe asentarse que no existe d i ferenc ia esenc ia l ; pues , p ro l ongada su­f ic ientemente, cualquiera de las vías convergentes conduce al encuentro de las demás, p u d i e n d o de­cirse, según la f ó rmula de B a c o n , que si un sa­ber superficial aleja del arte y la filosofía, un sa­ber más pro fundo nos vue lve á ellos.

E l estudio intenso de los documentos de una época evoca sus hombres y cosas con una v ida y potencia casi a luc inat ivas : vemos á las segun­das en sus detalles y co lor ido , escuchamos bab lar á los pr imeros y , c o m o dice Ta ine , tentados esta­mos de contestarles en alta voz . Entonces la v i -

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X I I P R E F A C I O

sión se torna irresist iblemente filosófica, sin n e ­cesidad de largas reflexiones ni mora le jas , bas ­tando que surja la ps i co log ía del personaje para provocar un j u i c i o ó aprec iac ión mora l en el l ec ­tor . E n esos Orígenes de Ta ine , á que acabo de a ludir , no hay una sola « c ons iderac i ón» á lo Montesqu ieu : allí , la c ienc ia reemplaza á la eru­d i c i ón , c o m o el arte á la « l i t e ra tura» , y la ps i co ­l og ía precisa toma el lugar de la vana a filosofía de la h i s tor ia» . L a tragedia gr i ega , admirab le bosquejo artíst ico , necesitaba de un coro s iempre presente en el proscenio , para extraer la filosofía de cada per ipec ia y f o rmular la ante el especta­dor . E l drama shakspeariano supr ime el coro , que no le hace fa l ta para in fundirnos angust ia y terror , n i ha menester el poeta intervenir en el confl icto de sus personas: basta mirar sus actos y escuchar sus palabras para que la enseñanza filosófica se desprenda de la evocac ión soberana y de la pa lp i tante rea l idad .

P o d r á n causar extrañeza estas cav i lac iones , preced iendo un pobre ensayo biográf ico que con toda s inceridad dec laramos insuf ic iente ; pero no hay inopor tun idad para las reflexiones úti les á pesar del c onoc ido a for ismo de H o r a c i o . Confieso, por otra parte que , al d iscurr ir este ensayo , tenía m a y o r intento del que he l ogrado real izar. In tenui labor, decía el otro gran poeta , de la abe ja que , antes de e laborar su m i e l , resuelve con i n f a ­l ib le instinto u n prob lema de geometr ía . As í , h u ­biera deseado que en sus modest ís imas propor ­ciones este pabel lón aislado tuviera los mismos requisitos que deben l lenar otros edificios más ambic iosos : quiero dec ir que , sobre sólidos c i ­mientos y substructura inv is ib le , habr ía de a l ­zarse del suelo la obra , severa y esbelta en su p e ­quenez , sin que en ella se echara de menos la i n ­f o r m a c i ó n comple ta , n i la adecuada filosofía, n i , acaso, la preocupac ión artística. L o insuficiente de la real izac ión nada prueba contra la b o n d a d del intento , y no es censurable que el escritor ten­ga á la vista un ideal superior á su a l cance . A las

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P R E F A C I O X I I I

veces lo grande cabe en lo pequeño , y c omo se dice en la sutil secuencia de Tomás de A q u i n o que mec ió nuestra in fanc ia cató l i ca :

Tantum esse sub fragmento Quantum toto tegitur.

Como podrá el lector observarlo en el enlace de los sucesos, son varias las causas que han c o n c u ­rr ido para que L in iers no alcanzara just i c ia p le ­na de la poster idad argent ina . A más de las ra­zones pol í t i cas , harto evidentes , no parece dudoso que haya influido cierta incompat ib i l i dad secreta entre el mode lo y sus p intores . P a i t a n d o á la par la afinidad natural , que pudiera atraerlos hacia esa extraña y elegante idios incrasia de francés del ant iguo rég imen ( ¡ t a n poco ajustada á los ant i ­guos moldes co loniales ó c r io l l os ! ) y la adquir ida comprens ión cr í t ica , que permite profesar admira ­c ión aun por lo que menos se a m a : era fata l que nuestros pr imeros historiadores juzgaran á L i ­niers con sus ant ipat ías ,—vale d e c i r , — l e e jecu­taran sin juzgar l e , c o m o en otro monte de los P a p a g a y o s . Ta l ha sucedido , en e f e c t o ; y creo que no desconozco la índo le de este t raba jo , ni e x a g e ­ro su impor tanc ia , al asentar que , con todas sus defic iencias, representa una tentativa i m p a r c i a l , sólo fundada en documentos fehacientes y deb ida ­mente d iscut idos , para pronunc iar sobre la i lus ­tre v í c t ima de la Cruz A l t a la sentencia de equ i ­dad que la pasión p o r tantos años le denegara .

P a r a que las lecc iones de la historia a lcancen autor idad y real eficacia, es necesario darles por base esta verdad f u n d a m e n t a l : no existen dos morales (y hasta la correcc ión gramat i ca l protes ­ta contra la d u a l i d a d ) ; la una teórica y absoluta, sólo apl i cable á las especulaciones abstractas, ó que vo lvemos tales porque no hieren nuestros in ­tereses ; la otra flexible, práct ica ó, c o m o ahora d ir íamos , oportunista, y que se reservara para solucionar cómodamente los conflictos ocurrentes entre nuestras pasiones y las a jenas. Es , por c ier-

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X I V P R E F A C I O

to , achaque h u m a n o el que este segundo y fa lso concepto de la mora l idad predomine durante las tempestades nac i ona les ; empero , el h e c h o de per ­sistir durante años y siglos en el a lma de un p u e b l o , cual con el español sucede ,—hasta el g r a ­do de imped i r t i ránicamente la e laborac ión de la historia ver íd i ca , que debe representar la c o n ­c iencia co l e c t iva ,—es un síntoma de incurable i n ­f e r i or idad . Mero confl icto de pasiones fueron por m u c h o t i empo los relatos « c r i o l l os » y « m e t r o p o l i ­tanos» de la I n d e p e n d e n c i a ; y si poco nos impor ta ya que se perpetúe en España tan ant icuado sis­tema, conviene al contrario que se ext irpe sin contemplac iones n i demora de la historia argen­t ina . N o es bueno que , hac iendo s imetría con la tesis vetusta del Código de Indias, levanten los teóricos americanos otro derecho d iv ino , no menos intransigente y parc ia l , que consistiere en santi ­ficar ó amnist iar los peores excesos revo luc iona ­r ios . Y el lo , que fuera d iscu lpable , lo repet imos , en un Mar iano M o r e n o , protagonista f ebr i l y no juez imparc ia l de la crisis t remenda , no ha d e ­b ido pro longarse hasta nuestros días, á pretexto de patr io t i smo, convirt iéndose malamente en c r i ­terio h is tór i co . A fuer de francés al servic io de España , y c o m o tal dos veces extran jero , L in iers ha sufr ido con agravac ión los efectos de tan i n ­justa l ey . T a c h a d o de tra idor por los A l z a g a y E l ío durante su corto v i rre inato , soportó igua l i i ltraje de sus recientes g lor i f i cadores , cuando cre ­yó que su ant igua noc ión del deber mi l i tar no había var iado con las c ircunstancias po l í t i cas , y , á tal distancia de la metrópo l i , le m a n d a b a que ­dar fiel al p r inc ip i o aunque caducara el p r í n ­c ipe .

Esa act itud correcta del func ionar io y del sol ­d a d o — q u e se tornó hero ica ante la muerte a c e p ­tada—es la que , por la obcecac ión patr iót ica de a lgunos y la ind i ferenc ia pasiva de los demás, se quiso cali f icar de « c r i m i n a l » entre nosotros ,—en tanto que era g lor i f i cada en España como un e j e m p l o memorab le de sacrificio vo luntar io y lea l -

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P R E F A C I O X V

tad . Fe l i zmente está desaparec iendo—si ya no ha cesado del t o d o — t a n deplorable dual ismo mora l . Sin confundirse con la exa l tac ión española, la conc ienc ia argentina ha sentido, según la nob le m á x i m a de Sieyés que « n o pueden ser l ibres los que no saben ser justos» .

A h o r a b ien : las pr imeras palabras de desagra­vio á la memor ia de la v í c t ima , las prof ir ió , c o ­m o ya se t iene ind i cado , el que l lamé a lguna vez — y creo que sin protesta de n a d i e — « e l más i lus ­tre y respetado de los argent inos» . Y , lo declaro sin embarazo , tan á honra tengo el haber sido oca ­sión para que dichas palabras se pronunc iaran , y por tan valiosas las tengo en la obra c o m ú n de reparación histór ica , que quiero transcribir las en seguida, desprendiéndolas del texto íntegro que el lector encontrará en el A p é n d i c e :

«Así, he seguido con interés la lectura de ese es­tudio (el presente), que algo agrega á la historia ar­gentina, aunque disintiese en muchos puntos de su modo de ver y de pensar ; pues simpatizaba con el sentimiento nativo que mueve al señor Groussac á exaltar la figura de un varón de su raza, que se ilus­tró entre nosotros como el primer caudillo militar que nos condujo por primera vez á la victoria, al en­sayar las armas con que conquistamos la indepen­dencia, siendo por la fatalidad de los tiempos, la primera víctima inmolatoria de nuestra revolución. Gloria es debida al héroe franco-hispano-argentino de la Eeconquista y de la Defensa de Buenos Aires. Sobre su tumba pueden darse el abrazo de frater­nidad españoles y argentinos, y honrar juntos la me­moria de un hijo de la heroica Francia.»

V i n i e n d o de quien v iene , tan elocuente y espon­táneo manifiesto prueba evidentemente que se ha dado u n gran paso en el camino de la just ic ia pos tuma, y que se acerca la hora so lemne, i g u a l ­mente honrosa para el g lor i f i cado y los g lor i f i cado -res, en que t omando aquélla una f o rma mater ia l y perenne , se alce la estatua del Eeconqu is tador en el corazón de la c iudad por él reconquistada. Entre tanto , sólo quiero agregar á este pre fac io una breve ref lexión, que me jo r l l amara—á la francesa

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XVI P R E F A C I O

— « c o n f i d e n c i a » . R e l e o estos art ículos , al dec id ir su re impres ión , en m i tierra natal , por entre el del ic ioso bul l i c io de m i quer ido P a r í s — a l que los nuevos bárbaros del orbe no han l ogrado aún q u i ­tar del todo su ant igua grac ia é histór ica be l leza ; y hue lga decir que empaña siempre mis mejores horas ( fuera de otras razones ínt imas y p r o f u n ­das) la sombra ya proyec tada por la p r ó x i m a des­ped ida , que presiento habrá de ser def init iva. Pues b i e n : al recorrer de nuevo esta b iogra f ía de un francés , escrita p o r m í en l engua caste l lana ,— que en este prestado a lbergue del B o u l e v a r d Haussmann me suena á me lancó l i ca i r o n í a , — l a sensación persistente, el c o m o vaho sutil que de estas pág inas se desprende no evoca ahora para mí la si lueta airosa del compatr io ta cuya exal ta ­c ión pers iguiera , según insinúa más arriba m i respetado cr í t i co , sino la masa obscura y es fuma­da del Buenos A ires f ami l i a r donde actuara m i héroe . A la d istancia , el personaje se p ierde en e 1 vasto escenar io ; y la conc ienc ia que ahora me asiste, contra cualquier af irmación contrar ia , es que en el presente l ibro encontrará el lector i m ­parc ia l , no tanto la b i ogra f ía de un francés que se i lustró b a j o la bandera española , cuanto un f r a g m e n t o de verdadera historia argent ina , con suficiente co lor y sabor l o ca l , y que , si no me en ­gaña el sent ido , huele m u c h o menos á parque p a ­risiense que á l lanura p a m p e a n a y monte arr i ­b e ñ o .

Par í s , 15 de j u l i o de 1907.

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PRIMERA PARTE

L A S I N V A S I O N E S I N G L E S A S

L1NIERS.—2

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SANTIAGO DE LINIERS

C A P I T U L O P R I M E R O

ORÍGENES Y J U V E N T U D

L a fami l ia de L in iers pertenece á la ant igua nobleza mi l i tar del P o i t o u ; su i lustrac ión deb i ­damente establecida es anterior á la guerra de Cien A ñ o s , c omo bastaría á demostrar l o—aunque no figurase en el c lásico Armorial de d 'Hoz ier (1 ) — e l mero hecho de contar en su ascendencia has ­ta ocho caballeros de San J u a n de Jerusalén, figurando el más ant iguo desde el año 1556 en los ' anales de la orden . Sab ido es que para ser admi t ido c o m o caballero en la histór ica co fradía mi l i tar , era indispensable produc i r pruebas de n o ­b l e z a ; éstas, en F r a n c i a , eran de ocho grados pol­las dos ramas paterna y materna . E l e x a m e n de estas pruebas literales—ó sea comprobadas por t ítulos y d ip l omas , y no por t r a d i c i ó n — e r a en extremo severo, y la sola cruz de Mal ta , anter ior al l ími te de 1560, segiín la reg la herá ld ica del s ig lo x v n i , constituía una e jecutor ia inatacab le .

(1) La familia de Liniers no figura en los registros del Armorial que han sido publicados ; pero tengo á la vista, en copia auténtica, el Brevet de nobleza, con el registro del escudo en el Armorial, otorgado en 1699 por Charles d'Hozier, Conseüler du roi ct jvge d'armes, et­cétera.

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4 S A N T I A G O D E L I N I E R S

H e aquí , para los curiosos de estas vanidades muertas , la descr ipc ión exacta del escudo de la f a m i l i a , con arreglo al D i c c i onar i o del b lasón: De plata, una faja de gules; bordura de sable cargada de ocho bezantes de OTO. Desde 1819, los descendientes directos del conde de Buenos A i res , por autorización de la canci l ler ía española , agre­g a n al escudo la corona condal con las banderas inglesas en soporte , cañones , áncoras y demás trofeos mi l i tares .

Santiago de L in iers nac ió en M o r t , el 25 de j u l i o de 1753 ( 1 ) ; cumpl ía , pues, c incuenta y tres años exactamente el día en que acampaba en Canelones, camino de la Colonia , con los m i l de la Reconquis ta . ¡ E r a algo tarde ( c o m o exc lamar ía Pascal con su f o rmidab le i ron ía ) para desposarse con la g l o r i a ! Con todo no son raras en la h is to ­r ia—desde César hasta Co lón—si b ien no s iempre duraderas , éstas uniones desproporc ionadas en la edad del « m a t r i m o n i o de r a z ó n » . — E s m u y sabido que , hasta esa fecha ino lv idab le , la carrera de L i ­niers, descendiente de soldados y marinos arro­jados , se había desenvuelto c o m o la de sus abuelos en el c laroscuro de la notor iedad casera y sin m a r ­cado rel ieve exter ior . E m p e r o es toda ella h o n ­rosa en su med ian ía , y merece recordarse ráp ida­mente , puesto que a lgunos b iógra fos argentinos , y hasta franceses, han dado en presentar á Liniers c omo una suerte de aventurero y advenedizo f e l i z .

Tercer h i j o varón del caballero Jacques de L i ­niers , oficial de la mar ina f rancesa , y de su es­posa Enr iqueta de B r é m o n d , también de noble estirpe, nuestro Sant iago no pod ía esperar sino una porc ión m u y d iminuta del patr imonio ya m e r m a d o que se transmitía casi entero al p r i m o ­gén i to : entre las dos carreras aristocráticas, el e jérc i to y la ig les ia , e l ig ió la pr imera . Después

(1) Sabido es que el 25 de julio es el día de Santiago. Puede que la coincidencia influyera en la designación, aunque el nombre era patronímico desde el siglo xv en la familia de Liniers.

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O R Í G E N E S Y J U V E N T U D 5

de educarse en el Orator io , ingresó á los doce años en la orden de Mal ta , corno pa je del Gran Maestre , Manue l P i n t o de Fonseca ( 1 ) . L in iers fué , pues , uno de tantos «segundones de f o r tuna» que , al i gua l que los "Well ington, P i t t , F o x , Cha­teaubr iand , protestaban con su e j emplo contra el absurdo pr iv i l eg i o de la p r i m o g e n i t u r a , restau­rando el lustre fami l iar y, á las veces , amparan­do al heredero p r ó d i g o ven ido á menos . Sabido es que el hermano mayor de L in iers , después de v iv i r en la corte de Versail les y subir en las ca­rrozas del rey , emigró á A m é r i c a durante la re ­vo luc i ón francesa y pasó en Buenos A ires el resto de su v ida ( 2 ) .

Sant iago permanec ió tres años en Malta , q u e , según se ha d i cho , era entonces una escuela mi l i ­tar de la nobleza e u r o p e a . — A u n q u e m u y decaída de sn ant iguo esplendor y en vísperas de ser arra­sada junto con otras inst ituciones medievales , la « ínc l i ta orden» mantenía aun, con una renta anual de ocho mil lones de l ibras francesas, fuer ­zas de mar y tierra suficientes á cast igar la auda-

(1) Jiménez, dice la Biografía de Richard y repiten otros; pero Jiménez no fué elegido hasta el año 1773.

(2) El conde Santiago Luis Enrique de Liniers, na­cido en Niort en 1749; coronel de infantería y caballero de San Luis. Según un manuscrito autógrafo de la Bi­blioteca Nacional, merced á la amistad de Fernán Núñez, antiguo embajador de España en París (á quien tratara en casa de sus «parientes la maríscala de Noailles Mou-chy y el duque de La Rochefoucauld»), obtuvo de Flori-dablanca una vaga comisión de estudio para el Río de la Plata. Fuera del gracioso enredo con Souza Coutinho, que tenemos publicado en el núm. 4 de la Biblioteca, exis­ten en este archivo varias memorias manuscritas del con­de de Liniers, que alguna vez fué confundido con el vi­rrey. Le pertenecía la ((quinta de Liniers», donde había establecido, con resultado mediocre, una fábrica de con­servas de carne. El gobierno, por R. O. expedida en Aranjuez, el 5 de junio de 1790, reconoció su grado en el ejército español, nombrándole coronel agregado á las tropas del Río de la Plata (M. S. del Archivo). Por otra Real Orden de agosto 1808, se le concedió el sueldo de 200 $ mensuales. Murió en Buenos Aires, en junio de 1809, según consta de una proclama de Liniers, citada más adelante.

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cia renaciente de los piratas berberiscos . E l pa je L in iers h u b o de asistir á a lguna de las e x p e d i ­c iones q u e — c o m o la d i r ig ida contra Mehemet B a j á — r e a v i v a b a n con u n supremo reflejo de g l o ­ria los v ie jos pendones ro jos de Vi l l iers de l ' Is le A d a m y la Va le t te . E n 1768, vo lv i ó á su patria con la cruz de cabal lero , que n u n c a d e j ó de m e n ­c ionar en sus despachos y proc lamas , aun después que diera de barato la part ícula nob i l iar ia y fir­mara l lanamente : Santiago Liniers. P o r reco ­m e n d a c i ó n de su tío materno , el conde de B r é -m o n d d 'Ars , gobernador de A m b o i s e (1 ) y m u y v incu lado á la f or tuna de Choiseul , fué le fác i l conseguir u n despacho de subteniente de caba­l lería, en el r eg imiento de R o y a l - P i é m o n t . N o debió más al min is t ro , y menos aun á la o m n i p o ­tente f a v o r i t a — á pesar de lo que , contra toda c rono log ía , afirma un histor iador argent ino ( 2 ) .

L in iers se consumía obscuramente en la i n a c ­c i ón de la paz cont inental que s igu ió á la guerra de Siete años . E n 1774, su reg imiento estaba de g u a r n i c i ó n en Carcassonne. R u m o r e s de guerras le janas encendieron su i m a g i n a c i ó n j u v e n i l — d e s ­pertando quizá el inst into atávico de t rashuman-c ia que , desde el s ig lo x v , dispersó por E u r o p a y part i cu larmente en España , á varios de sus as­cendientes . L l enaba el ambiente mi l i tar el r u m o r

(1) Según datos de Peltier (biografía reproducida en la Biblioteca Federal) y del marqués de Sassenay (Nax>(>-leon Ier et la_ République Argentine). Todo esto merece­ría confirmación. Si Liniers pertenecía á la ilustre rama de los Brémond d'Ars (pues los Brémond son innumera­bles), era sobrino del heroico Jean-Louis, cuya muerte deplora J. J. Rousseau en una carta á su hermana, la marquesa de Verdelin.

( 2 ) V I C E N T E F. L Ó P E Z , Historia Argentina, I I , 1 8 2 : ((Liniers era un francés! y no un francés así no más, sino un francés de la corte de Choiseul y de la escuela de la Pompadour.»—Liniers tenía 1 1 años y se educaba en el Oratorio cuando murió la célebre metresa de Luis , X V , según escribía el embajador español para ensayar gracias de talón rouge. Choiseul cayó del_ ministerio en 1 7 7 0 ; no es imposible que nuestro subteniente de 1 6 años fuera presentado al omnipotente ministro; pero es harto evi­dente que no pudo pertenecer á su corte ó círculo.

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de la exped i c i ón que , con pretextos más ó menos fundados , preparaba el gob ierno español contra Marruecos y A r g e l ; además, él se l iabía cr iado en Malta en una atmósfera de rencores contra los musulmanes : todo ello fué causa sobrada para que se sintiera impe l ido , c o m o otros vo luntarios de la nobleza á la moderna cruzada. D e v o l v i ó , pues , su despacho de teniente al comandante general del L a n g u e d o c ( 1 ) . Fuera de estarse en plena paz , nada había entonces que se parec iera á nuestro moderno servicio ob l igator io . A c e p t a d a la d i m i ­sión, L in iers pasó la frontera española y sentó plaza de vo luntar io en la escuadra reunida en Cartagena para emprender aquella funesta c a m ­paña contra los moros argel inos . Todo ello se hizo abierta y correctamente , sin n i n g u n a de las cau ­sas ó inc identes que á capr i cho han inventado al ­gunos b iógra fos . E l hecho de tomar servic io en el extranjero era entonces tan c o m ú n como es h o y e x c e p c i o n a l ; en España , par t i cu larmente , y más aún en d i cha época , muchos ministros y genera ­les habían nac ido fuera de España , y el m i s m o je fe de la presente exped i c i ón , general O 'Re i l l y , era ir landés . Tan es así, que durante toda su ca­rrera europea, puede decirse que L in iers tuvo je fes franceses : desde R o h a n , su superior i n m e ­diato en la campaña arge l ina , hasta Crillon,. g e ­neral del e jérc i to sit iador de M a h ó n y Gibral tar .

L a escuadra compuesta de cuarenta y seis b u ­ques, al m a n d o de Castejón, l levaba ve int idós m i l hombres de desembarco . L a exped i c i ón fué en extremo popu lar , c omo lo han sido s iempre las guerras mor iscas—plus quam civilia bella—en esa val iente nac ión que no puede o lv idar su pasa­do y camina en la senda moderna con la cabeza vuelta hac ia atrás. Se le incorporaron , según apunté , miembros de la pr imera nobleza europea. L in iers sirvió en ca l idad de edecán del pr ínc ipe

(1) Gabriel de Talleyrand, tío del célebre diplomá­tico.

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de Ro l lan , gu i l l o t inado durante la revo luc ión . Es probab le que , desde entonces , trabara amistad con el futuro v irrey Cisneros, que servía también en la escuadra, y para quien su afecto de v i e j o c ompañero de armas nunca se desmint ió . D e p l o ­rable fué el éxito de la empresa. Rechazados los españoles con pérdidas enormes, por esos mismos argel inos que más tarde opusieron tan débi l re ­sistencia á la conquista francesa, sólo debieron á un descuido del enemigo el poder embarcarse diezmados y en desorden para ganar Cádiz ó Car tagena ; «s i no , dice Fernán N ú ñ e z , también vo luntar io en la campaña , no hubiera quedado sino la memor ia de nuestra desgrac ia» .

Fe l i c i tado por su conducta , el j o v e n Lin iers r indió en Cádiz examen de guard ia mar ina y , á p o c o , fué ascendido á alférez y embarcado en la exped i c i ón que dou P e d r o Ceballos, el flamante v i rrey del R í o de la P la ta , tra jo al Bras i l , en n o ­v i embre de 1776. T e n í a n 9000 hombres de des­embarco en d iec inueve buques ( 1 ) . D e M o n t e ­v i d e o , donde estaba en estación, salió á incorpo ­rarse á la escuadra la f ragata Rosalía, á CU3-0

bordo se encontraba el alférez de navio don D i e ­go de A l v e a r y P o n c e , m i e m b r o de la comis ión de l ímites , futuro habitante de Mis iones , c omo L i -n i e i s , y c omo él promet ido á extrañas y trágicas aventuras ( 2 ) . E l v irre inato tuvo glor ioso estre-

(1) Doce, según Laf uente ; 116 dice Domínguez, 117 afirma López, y así se escribe la historia. ¿Provendrá la confusión de haberse incorporado un convoy mercante á la escuadra de guerra? Nuestra cifra resulta de las Orde­nes, señales y notas por el marqués de Casa Tilly; en ella se comprenden alas fragatas, chavequines, paquebotes, bombardas y demás embarcaciones». Por lo demás, dicha cifra es la que guarda proporción con las tropas embarca­das. La reciente expedición contra Argel, á que hemos aludido, trajo 22.000 hombres en 46 buques, y, por una singular coincidencia, las cantidades se corresponden ma­temáticamente ; 22.000 : 46 : : 9.000 : 19. Liniers venía á bordo de la bombarda IIopp (sic), incorporada á la terce­ra división.

(2) Es célebre la tragedia naval de las ¡(cuatro fraga­tas» en que el capitán de navio Alvear perdió á su fami-

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110: t omada la isla de Santa Catal ina, Ceballos atacó á los portugueses en la Colonia , que se r in ­dió á d iscrec ión. Habíase dispuesto la marclia in ­mediata á R í o Grande , cuando l legó la not ic ia del tratado de San I lde fonso que , con excepc ión de la Colonia conservada por España , neutral izaba los resultados de la c a m p a ñ a .

A la rastra del Pac to de F a m i l i a , tuvo nueva­mente España que unir su flota á la francesa con­tra la de Ing laterra , durante los años de 1779-1781. Liniers hizo campaña á bordo del San Vi­cente y poster iormente de la Concepción, en la escuadra de don Lu is de Córdoba, merec iendo que uno de sus actos de arro jo fuese ce lebrado en la Gaceta de Francia (d i c i embre de 1781) . E n el famoso sitio de M a b ó n y conquista de Menorca , en que las tropas españolas al m a n d o de Cril lón se cubrieron de g lor ia , el teniente de fragata L i ­niers se d is t inguió por su hab i l idad y bravura , rec ib iendo una her ida durante una acc ión d i r i ­g i d a por él y cali f icada de « h e r o i c a » por una au­tor idad competente ( 1 ) . M a h ó n se r ind ió el 5 de febrero de 1782 y Liniers fué ascendido á tenien­te de navio ( 2 ) .

ISTo menos bri l lante fué su conducta en el sitio de Gibra l tar , que se in ic ió el m i s m o año por el v ictor ioso duque de Cri l lón, si b ien con éxito m e ­nos fe l i z . Tocó le mandar en segundo , á las ór ­denes del pr ínc ipe de Nassau, la batería flotante

lia, con excepción del futuro general argentino. Fué tan dolorosa la catástrofe que hasta el Annual llegister se conmovió al referirla (1805, pág. 55o y 424). Por rara inadvertencia (que conviene rectificar hallándose en la edición definitiva), el general Mitre (Belgrano, I, 112) dice que allí «pereció con su familia D. Diego de Alvcar». Después de volverse á casar con la inglesa miss Ward, Alvear fué comandante de Cádiz y gobernador militar de la isla.de León. Murió en Madrid el 15 de enero de 1830. Como en el primero, tuvo diez hijos en este segundo ma­trimonio—lo que es, sin duda, una afirmación bastante enérgica de su existencia!

(1) Fl_ almirante Pavía (Itevista Militar, 1851). (2) Véase el Mercurio histórico y político de marzo

de 1782.

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Talla Piedra, á civyo b o r d o se bai laba prec isamen­te el ingeniero d 'Arzón , inventor de este sistema de naves que tan mal resultado dieron en la prác ­t i ca . B a j o los fuegos de la p laza , las baterías flo­tantes, teór icamente incombust ib les , se incendies ron c o m o yesca , y desde luego la Talla Piedra, que se hubo de abandonar después de una lucha encarnizada . E l pr ínc ipe de Nassau y Liniers se salvaron á n a d o . Con todo , el sitio cont inuó sin m e j o r éx i to hasta el tratado de Versal les , f rustrán­dose para España la esperanza de recobrar el P e ­ñ ó n . E u é uno de los ú l t imos episodios del b l o ­queo , la t oma del corsario inglés Elisa por L i ­niers , que m a n d a b a el bergant ín Fincastle, de 18 c a ñ o n e s ; por este atrevido g o l p e de m a n o fué p r o m o v i d o á capi tán de f ragata (1) . Este ráp ido ascenso de un extran jero , después de siete años de servic ios , es el m e j o r comentar io de su conducta mi l i tar .

P o c o s meses después, una segunda exped i c i ón contra las Regenc ias berberiscas, al m a n d o de Barce ló y no menos infructuosa que las anter io ­res, reveló en L in iers las dotes de d ip l omac ia y atracc ión personal que más tarde le atrajeron tan­to prest igio en más vasto teatro . E n c a r g a d o de pre ­sentar al D e y de T r í p o l i , A l h í B a j á , los presen­tes del rey de España , durante los pre l iminares del tratado de 1784, á tal punto supo granjearse la vo luntad del soberano, que éste le regaló su prop io a l fan je y le conced ió la l ibertad de varios cautivos europeos (2 ) . A la vuelta de esta n e g o ­c iac ión , L in iers contra jo m a t r i m o n i o en Málaga con la señorita Juana de M e n v i e l , que mur ió cua ­tro años después ; t ínico f ruto de ese matr imon io

(1) Mercurio de enero de 1783. (2) Al dey de Argel atribuyen el hecho Richard y

S. Estrada, fuera de mencionar al rey Carlos I V que to­davía no era tal. El casamiento de Liniers, en junio de 1783, al volver de África, destruye el aserto. El tratado con la Regencia de Argel es de 1786. _ Véase: C A N T I L L O , Tratados, pág. 610. Domínguez y la Biblioteca del Fede­ral dan el dato exacto.

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fué Lu is de L in iers , á quien veremos figurar un m o m e n t o en el drama argent ino .

E l capitán Lin iers pasó los tres años siguientes en las costas de España , o cupado en trabajos h i ­drográficos que , según el a lmirante P a v í a , d ié -ronle ocasión de mostrar competenc ia pro fes ional — s e le atr ibuye la invenc ión de u n i n s t r u m e n t o — hasta que , en 1788, el gob ierno le destinó á la es­cuadri l la del B i o de la P l a t a , de donde nunca más se a le jó . E n Buenos A i res , vo lv i ó á casarse c on la h i j a de don Mart ín de Sarratea, gerente de la Compañía de F i l i p i n a s . P e r o entonces c o m e n ­zaba el desordenado é inepto re inado de Carlos I V , en que el favor i t i smo y los méritos pa lac iegos l le ­var ían venta ja á los servicios mi l i tares : L in iers fué uno de tantos oficiales que vegetaron durante años en las co lonias españolas , c u m p l i e n d o obscu­ramente su deber , sin g lor ia n i p r o v e c h o . Con excepc i ón del grado de capitán de nav io , que rec ib ió cuando m a n d a b a la escuadri l la de M o n t e ­v i d e o , en 1796, no merec ió de la corte señal al ­g u n a que le diese esperanza en el porven ir . P o b r e y ya cargado de f a m i l i a , se tuvo por m u y favore ­c ido cuando el v i r rey del P i n o le n o m b r ó gober ­nador inter ino de Mis iones . A l l í se trasladó con su fami l ia y permanec ió dos años , estudiando la r eg i ón b a j o el doble aspecto natural y po l í t i co , y p ropon iendo medidas administrat ivas que atesti­g u a b a n sus elevadas miras y recto j u i c i o . U n a M e m o r i a que redactó en este sentido l leva la f e ­cha de j u n i o de 1804 ( 1 ) ; en ella f o rmulaba cr í ­t icas fundadas contra func ionar ios anteriores, al p rop io t i empo que describía el estado de las p o ­b lac iones con los colores de la verdad . L e j o s de ser ello mot ivo bastante para mantener le en el puesto , su f ranqueza le atrajo probab lemente la dest i tuc ión, pues , á los pocos meses de d icha f e ­c h a , l legaba para sustituirle el gobernador p r o -

(1) Véase la notable Representación inédita publi­cada en el n.° 6 de la Biblioteca.

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pietar io . Durante el largo y penoso v ia je de r e ­greso de Candelaria á Buenos A i r e s , tuvo el do lor de perder á su compañera . Y o l v i ó á tomar el m a n d o de la escuadril la sutil de defensa en el 11 ío de la P la ta , condenado como antes, al pare ­cer , á la inacc ión casi abso luta ; pero su o ído atento perc ib ía ya extraños rumores de per ipec ias cercanas. E l desastre de' Tra fa lgar , an iqu i lando las flotas al iadas, entregaba á Ing laterra la r i ca presa de las co lonias españolas. E n enero de 1806, una escuadra inglesa se apoderaba del Cabo, á t í tulo de posesión francesa, y no parecía dudoso que de allí se d ir ig iera al R í o de la P la ta para emprender su conquista . E l v i r rey Sobremonte confió entonces á L in iers la defensa de la E n s e ­nada de B a r r a g á n , donde parecía probable que el enemigo intentase el desembarco .

¡ Era l legada la h o r a ! A los c incuenta y tres años, L in iers iba á salir bruscamente de la p e ­n u m b r a en que se consumiera su v i d a , en el vano acecho de la ocasión suprema que su instinto le anunciaba ya ( 1 ) . A l t o , hermoso y e l egante ; en la p len i tud de su robusta m a d u r e z ; con la i rre ­sistible seducc ión personal que irradia la bondad unida á la bravura y que todos han sentido y cons ignado , desde sus pr imeros compañeros de armas hasta el genera l venc ido y el f r ío analista cordobés , desde las mujeres hasta las rudas m u ­chedumbres : el héroe tanto t i empo pasivo entra­ba ahora en a c t i v i d a d . — L o s inc identes menudos que acabamos de referir ráp idamente t ienen mera importanc ia ps i co l óg i ca : ellos nos han mostrado , contra todas las in just ic ias y ca lumnias de los contemporáneos que monopo l i zaron la historia de la R e v o l u c i ó n , al gent i lhombre de raza, al padre de f a m i l i a honrado y pobre , al creyente s incero , al soldado pundonoroso y va l iente , al j e fe mi l i tar

(1) Véase en J U R I E N D E L A G R A V I É R E , Soavenirs d'un Ainiral, I I , la extraña impresión que produjeron en el marino francés la persona y la conversación de Liniers.

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exper imentado y sagaz que aprendió la guerra en buena escuela. Tal es el hombre á quien el destino deparó la suerte inesperada de in ic iar la indepen ­dencia de un pueblo adolescente y asociar indiso ­lub lemente su nombre á la historia argent ina . Esa larga gestación de más de med io s iglo no cobra s igni f icación sino en cuanto exp l i ca y prepara los cuatro años restantes: es la raíz invis ib le y subte­rránea de árbol que ya emerge á la plena luz . Co­noc idos los antecedentes, entremos á considerar los actos histór icos .

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C A P I T U L O S E W U E D O

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A l finalizar el año de 1805', en un breve inter ­valo de pocas semanas, la batalla naval de T r a -fa lgar y la terrestre de Auster l i tz marcaron el respect ivo apogeo de los émulos seculares cuya r iva l idad h is tór i ca , f e cunda cuanto sangrienta, es uno de los factores de la moderna c iv i l i zac ión . Si F r a n c i a adquir ía en el cont inente un p r e d o m i ­n io ind iscut ib le , iba á ser m u c h o más duradero y eficaz, si no más l e g í t i m o , el de Ing laterra sobre los mares : de esta doble ev idenc ia f luyen los acontec imientos que en los años inmediatos tras­tornaron el m u n d o . E l inmenso nav io f ondeado , á que se asimila la isla g lor iosa , podía levar an ­clas y recorrer las olas con su pabel lón al v i ento , seguro de no ser atacado y de no conocer más de ­rrotas que el merec ido rechazo de tal cual agre ­sión, más insolente , aunque no más in justa que otras.

Entonces el l eón br i tán i co , c o m o el de la E s ­cr i tura , g i ró la vista á las cuatro partes del m u n ­do , qucerens quem devoret; y en tanto que el c on ­quistador francés escribía en la arena su hero ica epoyeya, -—tan e f ímera en los hechos , c o m o eterna en la m e m o r i a , — e l pueb lo v i r i l y práct i co de Hast ings y P i t t señalaba en el m a p a las comarcas le janas que br indaban presa fác i l á la ambic i ón á par que nutr i t iva para su vorac idad . P o r otra parte , ahora más que nunca necesitaba abrir nue ­vos mercados á su comerc io , nuevas salidas á sus

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manufac turas . Si Tra fa lgar le daba el poder de renovar su p r o g r a m a , el inminente decreto de Ber l ín se lo impondr ía c omo una neces idad. A l pronto , las co lonias holandesas y españolas ha ­br ían de pagarle los pr imeros desembolsos del B l o q u e o cont inental . Ta l es la doctr ina « l e o n i n a » , base del poderío nac iona l , que basta á exp l i car la historia moderna de Ing laterra ( 1 ) : sus glorias mezc ladas de logrer ías , su grandeza compl i cada de especulac ión . Ese espír i tu de lucro hero ico domina el a lma inglesa , arriba y aba jo , así en el ministro que cod ic ia una co lonia c omo en el corsario obscuro que hace presa de un g a l e ó n ; y en cada aventurero sal ido de P l y m o u t h ó L i v e r ­poo l para talar a lguna ignota fac tor ía , se anida el p rop io inst into de audacia artera y brutal , enno ­b lec ido por el orgul lo patr io de un R o b e r t o Cl ive . Su h i m n o nac ional es un gr i to de soberbia que consagra su domin io y su ais lamiento en el océa­n o ; celebran sus cruceros c omo otros sus cruza­d a s ; y el Rule ihe ivaves de su poesía popular da répl ica grandiosa al feroz struggle for Ufe de su c ienc ia pos i t iva . No puede ser fortuito el nac i ­miento del darwinismo en la isla de los Drake y C a v e n d i s h . — A b r i d la más h u m i l d e de esas i n n u ­merables relaciones geográficas que obstruyen la l i teratura inglesa , y hallaréis ba jo la p luma de un clergyrnan ó de un rudo pioneer el mismo sen­t imiento de la so l idar idad br i tánica , la prop ia preocupac i ón , acaso inart i cu lada , de la « m a y o r I n g l a t e r r a » que revienta magní f i camente en los ensayos de M a c a u l a y y las arengas de Disrael i . P o r eso es que , imp l í c i tamente , y á pesar de las protestas ó desaprobaciones exteriores de su g o ­b ierno , cada j e f e de exped i c i ón le jana , por subal ­terno que sea, se siente independiente y, c omo v a ­mos á ver lo , i m p e l i d o á intentar de su cuenta y

(1) Véanse las obras de Seeley, The Expansión of Ungíand, y de Thorold Rogers, The Economic. interpreta-tinn of Histcry.

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riesgo cualquier empresa que tenga por objeto el engrandec imiento br i tánico : desautorizado en p ú ­b l i co por el superior , descansa en su aprobac ión oculta . Sabe que será aceptado cualquier t r iunfo , si b ien condenado cualquier desastre. A n t e el de ­recho internac ional , el éxito es s iempre un e lemen­to del j u i c i o : en Ing laterra , es su criterio casi ab ­soluto . A l i gua l que todos los argonautas de su país , Sir H o m e P o p h a m , al acometer sin órdenes la conquista de Buenos Aires , no ignoraba á qué condic iones estaba de antemano sometida: tenía enfrente el e j emplo del a lmirante B i n g , fus i lado por su fracaso ante Menorca . Pero quiso correr el albur y , c o m o allá se d ice , to try liis lucí-, p ro ­bar su suerte. E l ún i co delito era la v i c tor ia , la que fué acog ida con entusiasmo: el A l m i r a n t a z g o sólo v i tuperó la d e r r o t a . — E n el f o n d o , hay que confesar lo , la l óg i ca inglesa es la l óg i ca h u m a ­na . Sin duda , Ing laterra , que no ama á nadie , no es amada de m u c h o s . E n el desempeño de su vasta mis ión c iv i l i zadora , que mezc la el mercant i ­l i smo de Cartago al orgul lo de R o m a , no escucha bastante el lamento que levantan las v í c t imas de sus v io lenc ias ó usurpac iones . Su pol í t i ca sin en­trañas despierta antipatía , su protecc ión usurera no cría grat i tud . A u n cuando br inda una fruta de sazón á su huésped del día , éste siente el duro hueso central por entre la pu lpa jugosa . Su ac ­c ión exter ior , cuando más «a l tru is ta» en la apa­r ienc ia y más benéfica en la rea l idad , no deja nunca de ser la i rradiac ión de su ego í smo . Pero se c o n s u e l a , — m e j o r d i cho , v ive c o n s o l a d a , — c o n s -tándole , con la historia en la m a n o , que ha t o ­m a d o la m e j o r parte . Resulta más admirada que od iada , sobre todo entre los pueblos débiles y p o ­bres que adoran la fuerza ruda y la r iqueza. De esto hal laremos algunas muestras características en el s iguiente bosque jo de la reconquista y de­fensa de Buenos A i res , al determinar el papel que en ambas jornadas desempeñó Santiago L in iers .

LINIERS.—3

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I

N o esperó Ing la terra su v ic tor ia de T r a f a l g a r para disponer un ataque á las co lonias de los a l ia ­dos , n i , c omo se ha d i cho , fué consecuencia de esa j o rnada harto dec is iva , el envío inmediato d e una escuadra á recuperar el cabo de Buena E s ­peranza, devuelto á la Rep i íb l i ca bátava por el tratado de A m i e n s ( 1 ) . Desde j u l i o de 1805, el ministro Cast lereagh, secretario para las co lonias en el presente y xíltimo minister io de P i t t , c u m ­pl ía un ant iguo des ignio de su j e fe y a m i g o , al designar al m a y o r general Sir D a v i d Baircl para mandar en j e f e la exped i c i ón armada contra el Cabo que « e n breves días» debía embarcar ­se en Cork y reunirse en Madera . Según las ins ­trucc iones « m u y secretas» transmit idas por el A l m i r a n t a z g o , la escuadra confiada al capitán Sir H o m e P o p h a m , después de embarcar los 6654 hombres de B a i r d , debía zarpar sin demora para su dest ino , y realizada la conquista del Cabo (que

(1) V I C E N T E F. L Ó P E Z , Historia de la República Ar-(Ientina, I, 549-50. Repetimos que es obligación penosa, pero indeclinable, prevenir al lector contra varios errores materiales diseminados en obras que, por su indisputada autoridad, tienden á perpetuarlos é imponerlos. Nadie llegó jamás á la verdad absoluta, pero es deber de pro­bidad procurarla y perseguirla sin omitir esfuerzo ni ahorrar labor. El brillante y espontáneo escritor, que cul­tivaba la inexactitud como un don literario, se ha excedido' á sí mismo en las dos páginas citadas. Casi no hay pro­posición que no contenga un juicio imperioso ingerido en un error material. V . gr. : el envío de la expedición para el Cabo no es posterior sino, muy anterior (seis meses) al combate de Trafalgar; la muerte de Pitt ocurrió después de la toma del Cabo, y se vienen al suelo las consideracio­nes imaginarias que llenan media página ; lo de «la ane­xión de los Países Bajos y Holanda á los dominios (? ) de-los hermanos de Bonaparte», encierra tantos errores como palabras; etc., etc.—Es sabido que la República bátava, satélite de Francia, como España, desde 1795, fué erigida en reino de Holanda para Luis Bonaparte, en junio de 180G, pero el país no fué anexado al Imperio hasta 1810.

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se daba por s e g u r a ) , distribuirse entre Santa H e l e ­na y la I n d i a . N o se bac ía menc ión del R í o de la P la ta . Fuera de los transportes , d icha escuadra comprend ía los navios Diadem, Belliqueux, Dio-mede, Raisonable (64 c a ñ o n e s ) , las fragatas Nar-cissus y Leda ( 32 cañones) y el bergant ín (gun-brich) Encounter; c ompon ían las fuerzas de des­embarco los reg imientos de in fanter ía , mímeros .24, 38 , 71 , 72 , 83 y 89, el 20 de dragones , más 3.20 hombres de artillería ó maestranza y 546 re ­clutas. E l capitán P o p h a m enarbolaba «ancha in ­s ign ia» de comodoro (durante la ausencia de un a lmirante ) en el navio Diadem.

El j e fe de la exped i c i ón , m a y o r general Sir D a v i d B a i r d , e ia un excelente oficial que se había i lustrado en la I n d i a durante la guerra contra T i p p o o Sahib . S iempre pospuesto á algi ín r iva l a fortunado (á W e l l i n g t o n , e spec ia lmente ) , el hé ­roe de Ser ingapatam solía apell idarse lll-luclc (en francés d ir íamos Guignon), a ludiendo á sus mal pagados serv i c ios ; mur i ó en 1829, acr ib i l lado de heridas y hasta el fin superior á su for tuna . E n cuanto al b r igad ier general Sir W i l l i a m Carr B e -resford, que m a n d a b a en segundo , estaba desti ­nado , después de su acc identada campaña en el P la ta , á cubrirse de g lor ia en P o r t u g a l y España , ba j o las órdenes de W e l l i n g t o n . A consecuencia de la batalla de Toulouse contra el mariscal Soult , c o m o en otro lugar he re fer ido , fué creado par de Ing la ter ra . Va l i ente y arrogante , juntaba á una per ic ia estratégica m u y discut ible ( c o m o se v io en A l b u e r a ) una hab i l idad d ip lomát i ca de que clió pruebas acaso excesivas en Buenos Aires lo prop io que en L isboa y R í o de Janeiro ( 1 ) .

(1) Dice el historiador López, con su gracia fácil: (¡Beresford tenía en su mirada toda la malicia que tiene el ojo de un bizco.)) Debiera decir : el ojo de un tuerto. Había sido, en efecto, herido en un ojo, durante la cam­paña del Canadá; y así presentado, el chiste se vuelve menos picante.

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L a flotilla, después de tocar en Bahía ( 1 ) , se d i r ig i ó al Cabo, desembarcando las fuerzas en Lospard B a y á pr inc ip ios de enero de 1806. E l día 8, la d iv is ión inglesa atacó á la holandesa, fuerte de 50O0 hombres , en una meseta vec ina de la c i u d a d . El general holandés Jansens, á pesar de su reconoc ida exper ienc ia , comet ió el m i s m o desacierto que más tarde nuestro L in iers en el pr imer acto de la De fensa . A b a n d o n ó los muros de la capital y presentó batalla en c a m p o raso . Se hizo derrotar , después de' una enérgica resis­tencia ; y, el 18, se firmó por Jansens y Beres ford la cap i tu lac ión , con los honores de la guerra , que convert ía para s iempre la co lonia del Cabo en posesión br i tánica ( 2 ) . — U n rasgo m u y ing lés : hasta muchos días después de la cap i tu lac ión , el vencedor de jó flotar en las torres la bandera h o ­landesa para atraer á los buques franceses de c ru ­cero en aquellos parajes . Cayeron e fec t ivamente a lgunos en el gar l i t o ,—entre otros, la f ragata Volontaire,—3-, en el purgator io de los f i l ibuste­ros , la sombra de M o r g a n hubo de regoc i jarse por el a rd id . . .

As í preparado para empresas gloriosas y lucra -

( 1 ) Esta inútil recalada tenía que producir alarma en Buenos Aires, y bastaría á demostrar que su ataque no estaba en el programa primitivo de Popliam.

( 2 ) M I T R E , Historia de Belgrano, I , 1 1 5 : «La expe­dición se apoderó del Cabo á i>oca costa en 1 8 0 5 . » Ni fué como se ha visto, en 1 8 0 5 ni á poca costa : los holandeses dejaron 7 0 0 hombres en el campo de batalla y los ingleses, 2 1 2 . — E n t r e los artículos de esa capitulación, merece señalarse la condición del artículo 4 . ° , impuesta por Be-resford, y por la cual los militares heridos y caídos en manos de los ingleses no gozaban del derecho general (concedido á las tropas por su bizarra conducta), de ser embarcados y enviados á Holanda : «Siendo ya éstos pri­sioneros de guerra, cualquier decisión á su respecto perte­nece únicamente al comandante en jefe británico.» Es poco más ó menos la tesis que sostuvo Liniers contra el mismo Beresford prisionero : pati legem quam fecisti. El general inglés no admitió en Buenos Aires como necesaria la ratificación del comandante en jefe nominal. Volvere­mos sobre esta tesis dudosa ; entre tanto, la capitulación del Cabo no tuvo fuerza ejecutoria hasta su ratificación por Baird y Popham.

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t ivas , Sir H o m e P o p h a m , cuya carrera debió tan­to á la intr iga y especulac ión mercant i l c omo al mérito profes ional (1)', comenzó á dar oídos á ciertos rumores que de su misma tr ipulac ión le l legaban ind irec tamente . Hal lábanse á bordo del Diadem dos marineros que habían residido en el P l a t a ; uno de ellos, sobre t o d o , ant iguo comer ­c iante en Buenos A i res , p intaba á pedir de boca el estado indefenso de la capi ta l , tan desprovista de armas y tropas regulares que se br indaba á cualquier go lpe de m a n o audaz. Sólo entonces , probab lemente , Sir H o m e hizo memor ia del an­t iguo proyecto de P i t t , tendente á « cooperar con el general venezolano Miranda para a] can zar en Sud -Amér i ca una s i tuación favorab le al comerc io ing lés » ( 2 ) . T a m b i é n por esos mismos días de f e ­brero , tuvo not i c ia de encontrarse entre los b u ­ques anclados en Tab le B a y un bergant ín negrero Elizabeth, cuyo capitán y propietar io , el norte ­amer icano T . W a y n e , v i e j o espumador de mar y costa, f recuentaba de años atrás los puertos p l a -tenses ( 3 ) . Bastaron algunas entrevistas, en que W a y n e corroboró abundantemente las referencias

(1) La «ejecución)) del texto es algo somera. Si es cierto que Popham anduvo muy metido en tratos y tretas mercantiles, debe agregarse que en su largo pleito por contrabando resultó absuelto y resarcido del comiso (Parí. Papera, X . — N a v . Chronic. X I X ) ; Después del consejo de guerra en que fué severely reprimanded por su calave­rada del Plata, la ciudad de Londres le regaló una espa­da de honor ; y á poco recibió un mando importante en la escuadra del Báltico. Con el futuro Wellingtón, redactó los términos de la rendición de Copenhague. En 1814, fué ascendido á contraalmirante y, apenas reconstituida la orden militar del Baño, nombrado K. C. B. por el rey. Era miembro de la Sociedad Real, y autor de estimables trabajos hidrográficos y astronómicos.

(2) S I R H O M E P O T H A M ' S T R I A L : Lord Melville's evi-dence.

(3) Para favorecer la introducción de negros en la colonia, concedióse á los buques importadores, entre otros privilegios, el de completar su carga de retorno con fru­tos del país. Este marino Wayne, y no Wire, como escribe el señor Mitre, era de Pensylvania y pariente probable del general A. Wayne, famoso en la guerra de la Inde­pendencia.

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de los mar ineros , para que el comodoro estuviera convenc ido 3' su part ido t o m a d o . Fa l taba persua­dir al general B a i r d , j e f e exc lus ivo de las fuerzas de tierra, y que a l imentaba ambic iones más n o ­bles que las de P o p h a i n . E l paso era aventurado . Contra las instrucciones categóricas del A l m i r a n ­tazgo y ba j o la responsabi l idad de pr ivar acaso la nueva conquista , ó la I n d i a siempre inquieta , de una div is ión nava l y mi l i tar , requer ib le en cua l ­quier m o m e n t o , tratábase de realizar una tenta­tiva equívoca y de éx i to dudoso en la costa opues­ta del A t l á n t i c o . P e r o era Sir H o m e , c omo U l i -ses, « h o m b r e de muchas v u e l t a s » ; y es probable que el br igad ier Beres ford apoyase también una empresa de g lor ia barata y provecho casi seguro en que le tocaría una parte p r i n c i p a l . . . P o p h a m recordó el pasado convenio con Miranda , exh ib i ó cierta carta de W a y n e en que éste garant izaba el éx i to del « n e g o c i o » , o f rec iendo co laborar con su b u q u e y su persona ; encarec ió , por fin, lo ráp ido de la excurs ión que terminaría en pocas sema­nas . B a i r d , s iempre azaroso, accedió á la ca lavera­da que había de valerle la r e v o c a c i ó n ; no sólo per­mi t i ó el embarco del reg imiento 71 con un desta­camento de artillería y a lgunos dragones , al m a n ­do del br igad ier Beres ford , sino que apoyó ca lu ­rosamente la act i tud de P o p h a m cerca del A l m i ­rantazgo (1). P o r su parte , Sir H o m e m u l t i p l i ­caba las comunicac iones á l o rd Castlereagh, al honorable "W. Marsden , á los lores del A l m i r a n ­tazgo , urd iendo un imbroglio epistolar d igno de Ta l leyrand ó M a q u i a v e l o ; y , á mediados de abr i l , zarpó del Cabo, rumbo al oeste, c on los seis b u ­ques de guerra Diadem, Raisonáble, Diomede, Leda, Narcissus, Encounter y los transportes Walker, Tritón, Melanthon, Ocean, y Welling­ton. B a i r d había dispuesto, en sus atr ibuciones de gobernador , que , al desembarcar en la A m é r i c a

(1) léanse los Documentos anexos á la causa de Popham.

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del Sud, el br igad ier Beresford asumiese el rango de mayor genera l y el cargo de teniente goberna­dor del territorio conquistado « c o n el sueldo y emolumentos del gobernador español , su predece­sor inmediato, basta tanto que Su Majestad tenga á b ien expresar su deseo» . N a d a fa l taba : el p lan era comple to , sobre todo con la s e g u r i d a d — ¡ dada por W a y n e ! — d e que los nat ivos od iaban al g o ­b ierno español y se levantarían como un solo h o m ­bre en favor de la conquista inglesa .

A los pocos días de navegac i ón , el 20 por la n o ­che , una tormenta separó de la escuadra al trans­porte Ocean ( 1 ) ; con este m o t i v o , el c omodoro se d i r i g i ó á Santa H e l e n a para dar aviso y sol ic i tar del gobernador Pat ten un suplemento de fuerza, que fué conced ido . L a e locuencia de P o p h a m era tan irresistible c omo inagotable su artería. Des ­pués que el gobernador de Santa Helena hubo con ­sentido el embarco de « c i en artilleros con dos obu -ses y 150 soldados de infanter ía con sus corres­pondientes of ic iales . . . en el buque mercante Jim-tina que se fletó allí m i s m o , con la expresa esti­pu lac i ón de que el destacamento no sería detenido más t i empo que hasta la t oma de Montev ideo ó Buenos A i r e s » , se le contestó cortésmente que el general Beres ford «observaba m u y oportunamente q u e , en el pr imer m o m e n t o de nuestro t r iun fo , sería altamente imprudente separar una parte de la fuerza , e t c . » . Y a la escuadra se había hecho á la vela y era tarde para arrepent irse ; el goberna ­dor Pat ten pasó ante un consejo de guerra por su complacenc ia .

Este importante re fuerzo , según el mayor G i -llespie ( 2 ) , c a m b i ó el carácter de la exped i c i ón , que v ino á ser de conquista y no de s imple captu -

(1) Se reincorporó en aguas americanas. (2) M A Y O R A L E X A N D E R G I L L E S P I K , Gleanings and lie-

marks. Esta relación es de un valor inestimable para cier­tos detalles de la conquista: pero es muy parcial en los juicios é inexacta en muchas partes : hay que usar de ella con precaución.

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ra y depredac ión (instead of a predatory enter-•prize). Durante la travesía, d i cho Gillespie se o cupó en estudiar y extractar una co lecc ión del Telégrafo Mercantil de Buenos A i r e s , que el pre ­cav ido Wa3 'ne traía cons igo (1). E l exce lente m a y o r nos afirma que de su lectura, in every pa-ge, se deducía el estado de ánimo de la p o b l a c i ó n , ó sea el odio á la metrópo l i j u n t o al más exa l tado patr iot ismo l o ca l : ¡ era m u c h o d e d u c i r !

La escuadra, entre tanto , hab ía cruzado el A t ­lánt ico de este á oeste. E l S de j u n i o se reconoc ió el cabo de Santa María y , al día s iguiente , el Narcissvs detuvo una goleta española que n a v e ­gaba b a j o bandera portuguesa, con destino á R í o de Jane i ro , y l levaba á E u r o p a de incógn i to á un agente po l í t i co del v i r rey Sobremonte . E l p i l o to de la embarcac ión procuraba ocultar su nac i ona ­l i d a d , fingiendo no entender el ing lés : sometido á un apremiante interrogator io , tuvo que confesar la verdad . Era un escocés l lamado Russel ( s i c ) , p i l o to real de la armada y nac ional izado en B u e ­nos A ires después de quince años de res idencia . Tras ladado sin más ceremonias á bordo del Nar-cissus, donde flameaba ahora la. bandera capi tana, s irvió de práct i co á la escuadra, y , resignándose de g o l p e á su nueva for tuna, el « p i l o t o rea l » , beodo inveterado , abundó en pormenores respecto

(1) Todo esto está referido con bastante vaguedad é inexactitud en la Historia de Belgrano. En lugar de la co­lección de Wire, se habla de «un número» del Telégrafo que en el Cabo «cayó en manos» de Popham, etc. Tampoco está bien seguida la elaboración progresiva del plan, ni deducida la causa que determinó el ataque de Buenos Aires, y no de Montevideo, contra el voto de Beresford.— El Telégrafo, fundado en abril de 1801 y muerto súbita­mente el 15 dé octubre del año siguiente, es el decano de la prensa argentina ; se publicaba semanalmente por la imprenta de Niños Expósitos, en 4.° menor, bastante bien impreso cuando no escaseaba el papel; lo fundó y redactó el coronel Cabello, fundador también del Mercurio Perua­no. El Telégrafo fué sustituido por el Semanario, que se reputa ((infinitamente superior» al primero. En realidad son idénticos en fondo y forma: ambos distribuyen la misma ciencia casera y son igualmente desesperantes para nosotros por su indigencia de datos locales.

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de Montev ideo y Buenos A i res . Fuera de haberse recientemente desguarnec ido de sus pocas tropas veteranas, en previs ión del inminente ataque á Montev ideo , la capital abierta y desarmada iba á permanecer , segxín el d igno Eusse l , entregada d u ­rante las próx imas fiestas del Corpus á una orgía genera l : a general scene of clrunheness and riol. F i n a l m e n t e , por una co inc idenc ia m u y excepc i o ­na l , semanas antes se habían reunido en las cajas reales, quedando allí hasta pasar á España , el situado del P e n i y los caudales de la real c o m ­pañía de F i l ip inas ( 1 ) : más de un mi l lón de d o -llars en un solo r eba to ! Los o jos del nob le aven­turero echaron l lamas, y fué resuelto el ataque á la Capi ta l—al « c a p i t a l » ! No hay duda pos ib le : esa fué la causa determinante y i'uiica del cambio de p lan .

Desde el 23 de abri l , en efecto , se habían c i r cu ­lado en la escuadra y el estado m a y o r las Instruc­ciones generales para las señales y disposic iones del a taque ; todos los planes, salvo uno que hacía lugar á cualquier eventual idad imprevista , tenían á Montev ideo por ob j e t i vo . A l segundo ó tercer día de las susodichas relaciones , el 13 de j u n i o , el c omodoro reunió el consejo de guerra especial que las órdenes del A l m i r a n t a z g o le prescr ibían (nota del 31 de ju l i o de 1805) para examinar la cuestión del ataque sobre Buenos Aires , en lugar del ya dispuesto sobre Montev ideo . E l br igadier Beres ford , casi solo de su op in ión , de fendió enér­g i camente el projrecto p r i m i t i v o : fué venc ido por la g ran mayor ía que obedecía á P o p h a m y c o m ­part ía sus miras sórdidas. A este capital error , q u i ­zá sea debido el g iro ulterior de los acontec imien­tos que cambiaron la historia del R í o de la P la ta . L a captura de Montev ideo , tan in fa l ib le como la de Buenos A i r e s , merced al apoyo más eficaz de

(1) El hecho era cierto. Véase para sus detalles : S\-GUÍ, Los •últimos cuatro años de la dominación espaftolti, página 169.

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la escuadra, p u d o ser de f in i t iva ; y entonces la l legada de A c h n i u t y ( 1 ) , con su oportuno refuer­zo , hubiera asentado la conquista de la capital sobre esa inme jo rab le base de operaciones . A c a s o no se produ jera la Reconqu i s ta , n i la De fensa , ni sus conoc idas consecuencias psicológicas. A h o ­ra b ien , esos hechos ps i c o l óg i c o s—la inocu lac ión del v irus guerrero y revo luc ionar io y el despertar del a lma argent ina a d o r m e c i d a — s o n los imicos importantes y duraderos : los combates en las c a ­lles son accidentes ocasionales de aquéllos. Como á su t i empo lo mostraremos , la acc ión pro funda y p u e d e decirse prov idenc ia l del « R e c o n q u i s t a d o r » no reside en sus dos go lpes de teatro contra B e -resford y W h i t e l o c k e , sino en su inf lujo durante el per íodo intermedio , y también en el subsi­gu iente , que consumó en el pueb lo co lonia l una transformación i rrevocable .

Resue l to el ataque á Buenos A i r e s , tocia la es­cuadra , menos la f ragata Leda que quedaba e x ­p lorando la reg ión oriental del estuario (2 ) se d i ­r i g i ó hac ia el este en demanda de la Ensenada de Barragán . L a aterrada se presentó en extremo l a ­bor i o sa ; las nieblas del inv ierno , tan frecuentes y densas ; los go lpes de p a m p e r o y las suestadas que dispersaban el c o n v o y cuando era absoluta-

(1) Escribo Ach y no Auch para acercarme á la pro­nunciación. Las dos formas se emplean igualmente y hasta por el mismo autor (v. gr. : el Annuál Register). Dicho radical escocés y el irlandés agh son transcripcio­nes equivalentes del gaélico (campo).—El atlas de Johns-ton trae 56 nombres de lugares escoceses con el radical ach y 61 con auch. La descomunal batalla, digna del Lutrin, que con este motivo se libró entre los señores Mitre y López, equivalía á pelear para decidir si Zeballos es más ó menos correcto que Ceballos.

(2) Por esta Leda entrevista cundió la alarma en Mon­tevideo y se transmitió á Buenos Aires. En cuanto á los once buques que desde la capital se divisaron hacia. Quil­ines, no eran las seis naves de guerra y los cinco transpor­tes salidos de Santa Helena, como alguien asienta por inadvertencia, sino la cuenta inversa: faltaba en ese mo­mento la fragata Leda y estaba de más el transporte Orean, reincorporado.

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mente indispensable navegar de conserva ; la ne­cesidad de echar sondas por instantes para gu iar buques veleros, a lgunos de fuerte ca lado , por aquel laber into de ba j í o s : todo contr ibuyó á p r o ­l ongar el v i a j e , s iendo así que cada día perd ido hubiera aminorado , con otro e n e m i g o , las pro ­babi l idades del é x i t o . . . E l Narcissus varó en el banco de Ortiz y se tuvo que descargarlo para poner lo á f lote ; P o p h a m , inquieto , se trasbordó al bergant ín Encounter, que sólo calaba doce p ies , para abrir la m a r c h a . E n la mañana del 24, parece que estos buques avistaron la punta de Lara y el pequeño fuerte de la Ensenada, entonces al m a n d o de L in iers . Después de una l igera demostrac ión , á la que contestó la batería de t ierra, los buques exploradores se corr ieron hac ia Buenos A ires con el grueso de la flotilla (1 ) . E n la mañana del 25 ,

(1) El punto es bastante obscuro. El historiador ¡Mi­tre (Belgrano, I , 118), apoyándose probablemente en la carta de Beresford á Baird, dice que «no es cierto» que los ingleses intentaran desembarcar y fueran rechazados de la Ensenada «pues tenían ya acordado el punto de des­embarque». Esto último se deduciría en efecto de la carta de Beresford (bastante vaga é inexacta). También es cierto que los enemigos no fueron rechazados, puesto que no hubo combate: en ello se fundó Liniers para negar que estuviera comprendido en la capitulación. Moreno (Aren­gas, 3 5 ) no dice que los ingleses fueron rechazados, sino que su intento de desembarcar «fué resistido con el fuego de la batería». Es la versión correcta, confirmada por el informe oficial del capitán de fragata Gutiérrez de la Concha, segundo jefe de la Ensenada, y numerosas decla­raciones de testigos (Colección Coronado). En la mañana del 2 4 , algunos buques ingleses hicieron una demostra­ción en la Ensenada. Por otra parte, no es menos indis­cutible, por diez declaraciones de testigos (ibid) que, en la mañana del 2 5 , muchos buques «aparecían á la vista de esta ciudad con su pabellón enarbolado y se dirigieron tranquilamente á las costas de los Quilines». Es muy po­sible que, por indicación de Russel, Popham pusiera atención en Quilmes, sin acordar una fe ciega á un prác­tico que encallaba el Narcissus en el banco de Ortiz; pudo destacar dos buques á la Ensenada en tanto que el resto do la escuadra venía á reconocer la ciudad. En la eventuali­dad de atacar á Buenos Aires, las Instrucciones de Po­pham designaban la Ensenada : allí desembarcó White-locke, de acuerdo con la práctica corriente. Sin afirmar que la actitud de Liniers fuera causa determinante, puc-

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el e n e m i g o , que había permanec ido en balizas e x ­ter iores , e x a m i n a n d o la p laza , retrocedió hasta la punta de los Quil ines . E l desembarco genera l se e fectuó en esa misma tarde (aftemoon), t e rminán­dose en la noche , sin más inconveniente que la distancia y la resaca, pues no se presentó un sol ­dado en la oril la. A pesar de su escaso ca lado , el bergant ín Encounter, que protegía la operac ión , tuvo que quedar á una mi l la de la costa. Desde la a l tura, grupos de gauchos á caballo presenciaban el apeo de las casacas ro jas , c omo los naturales de Guanahaní el desembarco de Co lón : pronto c a m ­biar ían las cosas ! A l despuntar el día 26 , el ge-neral Beres ford f o r m ó sus 1635 (1 ) hombres en una sola l ínea , con su escasa arti l lería distr ibuida por retaguardia y los costados, y se puso en m a r ­cha hac ia las alturas de la R e d u c c i ó n . E n ese t o ­tal probable , estaban comprend idos , además de los 150 infantes y los 100 artilleros de Santa H e l e n a , un batal lón de in fanter ía de mar ina , a lgunos dra ­gones desmontados del número 20 y todos los ma­rineros disponibles , á quienes se había d isc ip l ina­do y vestido con u n i f o r m e (clothed in red jachéis) del e jérc i to . P e r o , era su ni íc leo verdadero y só­l ido el reg imiento escocés número 71 , mandado por el teniente coronel Den is P a c k , futuro m a y o r general en W a t e r l o o ( 2 ) . Con todo , á los mismos

ele conjeturarse que su «alerta» contrarió el plan de Popham, que tenía por base una sorpresa á la población. Quilmes no era un surgidero : fué el punto desierto más próximo á Buenos Aires donde las fuerzas pudieran hacer pie sin ser inquietadas.

( 1 ) Esta cifra, dada por Beresford y Gillespie, su­pone presente todo el efectivo nominal: ha de ser un poco exagerada.

( 2 ) L Ó P E Z , Op. cit., I , 4 8 7 : « Y qué tropa la que traían á bordo! Nada menos que el regimiento setenta y uno: los famosos escoceses que habían defendido á Son, Juan de Acre en Egipto (sic) contra todo el ejército de Bonaparte, y que lo habían despachado arruinado de su frente»...—Aunque en términos menos incandescentes, todos los historiadores á la suite, hasta el excelente Mnl-liall (The English in South América), se extasían igual­mente ante las condiciones sobrehumanas del famoso 7 1 , no omitiendo, por cierto, la hazaña de «San Juan de

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ingleses parecíanles los medios tan poco propor ­c ionados al perseguido fin que , á manera ele los desfiles de c i rco , todas las formaciones y m o v i ­mientos desde este pr imer despl iegue en abanico , tendieron, más que á consideraciones táct icas, al anlielo de ocultar al pueb lo agredido la flaqueza real del agresor.

¿ D e qué elementos ind iv iduales y co lect ivos se c o m p o n í a el organismo social á que se d ir ig ía el brusco ataque, cuya preparac ión y marcha hemos segu ido? ¿ C ó m o v iv ía , pensaba, t rabajaba , goza­ba y sufría la crisálida obscura que iba á romper tan pronto el capul lo co l on ia l ? ¿ Q u é era, en fii>,

por fuera y por dentro, el Buenos Aires de 180G?

Acre» (que no está en Egipto) clarante su sitio por liona-parte, en 1799, y su defensa por Sidney Smith, á quien volveremos á encontrar en Río de Janeiro.—Ignoro cómo nació tan extraordinaria patraña, bastando tener la más ligera noticia de dicho sitio para saber que, tras las mura­lla de Acre, no hubo un solo soldado del ejército inglés. Las fuerzas defensoras, admirablemente mandadas por el ingeniero francés Phélippeaux, se componían de tropas turcas, á las que se agregaron parte de las tripulaciones de los navios de Sidney Smith, Tigre, Thesevs y Alliavcc. (Véase B A R R O ' W , TAfe and Correspondence of admira! S. S., I , cliap. X ; y también en The Animal Begister (1799), la página 29 y este pasaje del Ilis Majesti/s speech to both Houscs ( 2 4 t h september 1799) : «Z7ie despe­róte cdtempt of the French to extricate themsclves jroni their difficulties Jtas been defeated by the courage of tlie, Turhish xvith, a small portion of my naval forcé».—En lo que especialmente atañe al regimiento 71, permaneció, en el Cabo de Buena Esperanza los primeros meses del año 1798, de cuyo puesto se embarcó para Inglaterra, desem­barcando en Woolwich el 12 de agosto de dicho año. De este punto fué trasladado á Stirling (Escocia) y licenciado, permaneciendo allí el estado mayor y cuartel general du­rante el nuevo reclutamiento. (V. Historical record of the scventy-fi.rst regiment, highland light infantry, p. 54 y sig. Cf : L A W R E X C E - A K C H E R , The British army, p. 462 y sig. —Por fin, si hay un rasgo histórico reconocido por los es­critores militares y confesado por los mismos ingleses (v. gr. : A L I S O N , passim y sobre todo T V E L L I N G T Ó X . TJ'IS-patches, I I I , 6 3 ; IV, 374; V I I , 195, etc.) es que, á fines del siglo x v m y hasta la dura escuela del propio Welling-ton, en la guerra de España, era su ejército tan infe­rior á cualquier otro europeo, como era la marina de Nelson superior á la de cualquier nación.

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n

En aquella mañana del 25 de j u n i o de 1806, al es tampido de los tres cañonazos de a larma que disparaba la Fortaleza , conf irmando así la anun­c iada apar ic ión de la escuadra inglesa en el P l a t a , l os pacíf icos vec inos que no tenían que acudir a sus cuarteles de la R a n c h e r í a ó Catalinas, subie­r o n prec ip i tadamente á sus miradores y azoteas para darse cuenta del extraño y temeroso acon ­tec imiento . Entre los observatorios pr iv i l eg iados , después de las terrazas del Fuer te y el Cabi ldo , no había otros prefer ibles á los campanar ios de los templos que al punto se coronaron de curiosos . A l g u n o s de éstos salieron del mac izo portón de una ampl ia morada frontera á Santo D o m i n g o (1 ) donde v iv ía , con su fami l ia y la de su yerno L i ­niers , el acaudalado cons ignatar io de la c o m p a ñ í a de F i l i p i n a s , don Mart ín de Sarratea ; se dist in­gu ía , encabezando el g r u p o , un h o m b r e j o v e a aiín, de f isonomía inte l igente y porte a l t ivo , j u n ­to á un hermoso adolescente, esbelto y rub io , en cuyo t ipo agrac iado se armonizaban las dos es­tirpes patricia, y francesa. Después de cruzar la calle y el atrio del convento , salvaron el l ocutor io de la izquierda y treparon la empinada escalera de la torre hasta la estrecha p lata forma superior , ya ocupada por a lgunos frai les dominicos que sa­ludaron amistosamente á los recién l legados . TJno de ellos, el padre Grela , de aspecto truhanesco y modales harto sueltos para la celda, l lenaba el

(1) Creemos que el «ensayo», género más libre que la. historia propiamente dicha, admite el paréntesis descrip­tivo é imaginativo, aunque no se funde en documento preciso, siempre que guarde armonía con el conjunto y no contravenga á ningún testo auténtico. Así, por lo menos, lo han entendido y practicado alguna vez Macaulay y Carlyle con admirable maestría. En la misma historia, si el dibujo debe ser escrupulosamente exacto, no así el color, esencialmente artístico y personal.

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e x i g u o rec into con sus voc i ferac iones y gestos de arrabal : Ya se vinieron ano más» los colorados; pero no hay cuidado, don Manuel: buen recibi­miento los esliera!—Y el p r ó x i m o panegir ista de la conquista inglesa agitaba los brazos arreman­gados , c omo dispuesto á rechazar él solo la inva ­s ión. E l interpelado alzó l igeramente los hombros y dio la espalda al i m p o r t u n o ; á p o c o , l lamó á ofi­c io un toque de campana y la frai lería se des­granó escaleras aba jo .

A r r i m a d o s á la al fe iza del este, los visitantes dominaban la abierta bahía desde el barranco de la Reco le ta hasta la b landa escotadura del R i a ­chue lo y la punta de los Qui lmes . B a j o el pá l ido cielo de inv ierno que la suestada empezaba á nublar , el inmenso estuario l lenaba todo el n a ­ciente fundiéndose en la l ínea indecisa del hor i ­zonte. Con desviar los o jos del canal del sud, n a ­da estaba cambiado en la apac ib le perspect iva : las p róx imas embarcac iones m o v í a n suavemente sus mástiles desnudos, a lgunas lanchas atracaban á la punta del muel le , las carretil las de los « agua­teros» salían cargadas de la p l a y a ; en los charcos del norte y del sud, las lavanderas negras ponían á secar las ropas en las toscas ; los pescadores re­montaban la A l a m e d a , l levando al h o m b r o su percha flexible donde ba i laban bogas y sábalos ; bandadas de gaviotas merodeaban en el h ú m e d o arenal . . . P e r o aquel pequeño r a c i m o negro del sud atraía invenc ib lemente la vista fasc inada : ¡ allá estaban las naves enemigas , enarbo lado el insolente pabel lón c o m o un desafío á la plaza in ­de fensa ! Destacábanse de la quieta napa p izarre ­ña , apiñadas y microscóp i cas , con sus velas b lan ­cas sobre los cascos obscuros : y esos ocho ó diez puntos negros , c o m o magni f i cados por los millares de ansiosas miradas fijas en ellos, parec ían ocupar toda la rada inmensa . A h o r a estaban v irando de b o r d o , l entamente , pon iendo la proa hacia un p u n ­to inv is ib le de la costa donde habían de desem­barcar . ..

Entonces el futuro tr iunviro y gobernador de

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Buenos A ires g i ró los o jos en torno suyo y c o n t e m ­pló largamente la c iudad nat iva , cuyos tranqui los hogares , tanto t i empo fe l i ces , iban á conocer tal vez el asalto v io l ento , el saqueo brutal de extran­jera soldadesca. — ¡ Cuan reduc ida y mezquina aparecía desde la altura la capital del v i r re inato , l imi tada al este por la A l a m e d a y la desnuda r i ­bera , hasta las mal pob ladas barrancas de la R e ­coleta y Santa L u c í a , y al oeste por las tapias de San Nico lás y Monserra t ! Unas ocho hi leras de doce manzanas en su base, cortadas rec tangular -m e n t e ' p o r calles sin empedrar , cuyas aceras esta­ban trazadas por mal escuadrados postes de a lga ­rrobo y ñ a n d u b a y : tal aparecía en p lano hor i zon ­tal y en su centro más compacto la Buenos A ires de los v irreyes . Fuera de ese t r iángulo casi del todo ed i f i cado ,—cuyos vértices eran, al norte , el convento de las Catal inas, al sud el hospital de los bet lemitas y , al oeste, la manzana c o m p r e n d i ­da entre las calles del Cabi ldo , de las Torres y las sin n o m b r e que fueron más tarde de Salta y Sant iago del Es tero ,—el caserío raleaba más y más entre quintas y huecos abandonados , pare ­c iendo inveros ími l que deba jo de aquel r edu ­c ido m o n t ó n de techos rebajados cupieran más de cuarenta m i l habitantes ( 1 ) . Más allá, los

(1) Es conocida la polémica á que dio lugar esta cuestión, entre los historiadores Mitre y López. Oreemos que el primero tenía la razón apoyándose en el único tex­to de Azara, como no la tuvo el segundo al invocar la autoridad de Moreno. Según costumbre, nadie pensó en examinar críticamente la base del debate. Con la sola Gaceta de Buenos Aires, se hubiera visto que el parcial é inexacto Manuel Moreno atribuyó al pretendido «Cen­so» de su hermano un carácter estadístico que no tuvo jamás. La disposición citada, que nunca alcanzó cabal realización, fué un simple decreto inquisitorial, una me­dida policial contra los sospechosos, tendente á señalar en cada barrio á los amigos y adversarios del nuevo orden de cosas.—En cuanto á la cifra probable de la población, creemos que puede deducirse, sin texto alguno, del plano catastral levantado por los ingenieros ingleses y agregado al proceso de Whitelocke. Están figurados en él, con aparente exactitud, no sólo las manzanas del todo edifi­cadas, sino todas las construcciones diseminadas en las

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arrabales se tornaban montes ó potreros, ter­m i n a n d o , por fin, en la zona conquistada de la p a m p a basta la cercana frontera , salpicada de pagos y escasas rancherías . En más de dos s iglos , Buenos A ires no había rebosado de las 144 cua­dras que compon ían la ant igua traza de don Juan de Garay .

A s i m i s m o , la extensión material de la c iudad constituía su aspecto más imponente , pues en la estructura urbana y arquitectónica la aventa jaban poblac iones menores , no sólo de Europa sino de la A m é r i c a española. Buenos A ires era chata como su Plata sin ribazos y su p a m p a sin re l i eve ; y la general u n i f o r m i d a d resultaba más sensible aún para el espectador que la miraba desde un alto ob ­servatorio y casi en p r o y e c c i ó n . — D o m i n a n d o el ancho r ío , la enorme y achaparrada Fortaleza real, á la vez palac io de gob ierno , despacho de la A u ­d ienc ia , cuartel de tropas y armería , ostentaba su mac izo parapeto acr ibi l lado de cañoneras y flan­queado de bastiones angulares , con su portón cen­tral y su puente levadizo sobre el ancho foso que contornaba al nrurallón: pero las cañoneras esta-

otras. Así se comprueba que, por término medio, la cua­dra edificada comprendía 8 casas (lo que concuerda con la medida del solar urbano ó «cuarto de tierra» que tenía 17.5 x 70 varas) ; ello nos da 28 casas por manzana, te­niendo en cuenta las cuatro esquinas. Ahora bien, el re­cuento prolijo de las manzanas, total ó parcialmente edi­ficadas en los veinte barrios, nos suministra después de varios cómputos un promedio de 150 manzanas ó 4.200 casas; descontando prudentemente el 10 por 100 para los «huecos» de las manzanas teóricamente completas, quedan 3.780 casas ó sean 37.800 habitantes, sin los suburbios, cuya población ha sido juiciosamente estimada en 5.000 habitantes. La razón de 10 habitantes por casa ha de ser sensiblemente exacta: es la que resulta del Censo munici­pal, si de las 20 secciones sólo se consideran las 10 menos densas, cuya estructura se parece más á la antigua. Se tendría, pues, la cifra total de cerca de 43.000 habitantes para el Buenos Aires de 1806. Puede casi afirmarse que no podía ser inferior á 40 ni superior á 45.000.—Entre las objeciones del historiador López, ninguna menos sóli­da que la fundada en la cifra de las milicias, en 1806. (Befutaciones, 146). El contingente urbano comprendía fuerzas no sólo de la campaña, sino de las provincias.

LINIERS.—4

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barí vacías ó artil ladas con mater ia l fuera de uso , el foso se terraplenaba con escombros y basura, y la fábr i ca toda se mostraba tan ruinosa como el ré ­g i m e n vetusto de que era s ímbolo . L o s arcos de la R e c o v a v ie ja cercaban hacia el este la P laza M a y o r ; al frente se alzaba el Cabi ldo abovedado con su miserable cárcel a n e x a ; y , por el lado del norte , la Catedral , con sus dos campanar ios so ­bresalientes hac ia la calle de las Torres y su ce ­menter io c on t iguo , vec ino del lúgubre « h u e c o de las A n i m a s » — e n esa esquina de San Mart ín ( P e -c o n q u i s t a ) , desde entonces destinada á evocar las fantasmagor ías del teatro después de aterrar al v u l g o con los fantasmas de la superst ic ión. U n poco más allá, en la misma calle, que era p r o l o n ­g a c i ó n de la de Santo D o m i n g o y San F r a n c i s c o , los templos de la Merced y las Catalinas l evanta ­ban sus torres y campani los vulgares , vac iados en el mo lde de los de San M i g u e l , San Nico lás , la Concepc ión , Monserrat , y todos los conventos y capil las que en cada barrio r ompían con su m o n o ­tonía m o n a c a l la u n i f o r m i d a d de las casas ba jas y desteñidas. Casi todas éstas, de un solo p iso , ostentaban los mismos balcones y rejas sal ientes, patios espaciosos, puertas macizas y , ba j o la t e ­chumbre de te ja ó azotea, las invariables cornisas de grueso c imac io y med iacaña . Con excepc ión de la g ran plaza de toros en el R e t i r o ( 1 ) , d is forme pr isma de ladri l lo p intado á cal , cuyas ventanas ovales se div isaban á la derecha del Socorro , nada enseñaba la desagraciada capital que tuviera el s ig -

(1) M I T R E (Historia de Belgrano, I, 126) : «La Plaza de Toros (hoy del Retiro).» Hoy, y ayer y antes de ayer, el Retiro se llamó así; en 1718, los ingleses del Asiento compraron á la testamentaría de don Miguel Riblos la casa de campo y la huerta del Retiro, conocido bajo este nombre desde mucho antes. La Plaza de Toros, que se construyó mucho después, era el circo con su edificio, y tan es así que en el Telégrojo Mercantil del 1.° de no­viembre de 1801, se. lee este aviso : El Miércoles 4 del que rige en celebridad de los días del R E Y nuestro señor, se lidiarán 12 toros en la Plaza firme del R E T I R O . Dato inte­resante : la corrida anterior produjo 1.553 pesos.

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niñeado exter ior de la v ida co lec t iva ,—nada más que el Fuerte , el Cabi ldo y la Ig les ia , emblemas todos del culto maquina l y el rendimiento f o r m a ­lista á uno y otro Señor, los cuales , por el anillo intermediar io del Patronato , se con fund ían po l í t i ­camente ( 1 ) . Todos los otros órganos sociales, ya del t raba jo , ya del p lacer , se mantenían atrofiados ó embrionar ios , y, por lo tanto , sin mani fes tac ión v is ib le . L a campaña , el desierto temeroso y host i l , apenas transitable á cabal lo , rodeaba y estrechaba esta isleta de soc iab i l idad , s irviendo de reg ión in ­termedia las chacras y quintas frutales , cerca­das de pitas y tunas, que f o rmaban el ancho m a r ­co verde del cuadro urbano . Las carretas de bue ­yes y las recuas de Cuyo se estacionaban en las calles centrales. Cada casa de fami l ia mantenía un cabal lo , cuando no dos ó tres, atado al poste de su a c e r a ; — y esta p laya de mar que rec ibía después de setenta días la ola tarda y débi l de la c iv i l i zac ión europea, pasada por el tamiz español , necesitaba otros tantos para transmit ir la al cen ­tro del v irre inato por su ún i ca vía terrestre, el camino real cuyas huellas seculares l legaban al P e r \í.

P o r la habi tac ión se induc ía al habi tante , des­de la base hasta la cúspide de la p i rámide soc ial . — E s conoc ida la base popular , la anónima masa proletaria que en toda c iv i l i zac ión incomple ta so­porta sola el peso del edif icio po l í t i co . Con todo , el pueblo de Buenos A i res , á pr inc ip ios del s ig lo , contrastaba por su compos i c i ón étnica , no sólo con el del resto del v i rre inato , sino con el de las otras agrupaciones h ispano-americanas . L a d i f e ­rencia pro funda y de incalculables consecuencias consistía en esto: que el e lemento ind ígena , puro ó mest izo , preponderante en cualquier otra agru-

(1) El gobierno colonial era una teocracia laica, en grado más absoluto que la Inglaterra de Enrique V I I I ó la Rusia de Pedro I.

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pac ión urbana , desde Santiago de Chile hasta M é x i c o , era re lat ivamente insignif icante en B u e ­nos A i res . L a oposic ión es esencial , y qu ien no sienta su importanc ia no debe ocuparse de soc io ­l og ía amer icana . E l censo ind iv idua l que en 1778 h izo levantar el cab i ldo , de orden del mer i tor io v i r rey Y é r t i z , — y que debe tenerse por más e x a c ­to que todos los anteriores y posteriores hasta la caída de l l o sas ,—demuestra que , para una p o ­b lac i ón total de 24,205 habi tantes , exist ían en Buenos A ires 15,719 b lancos (españoles y c r i o ­l l o s ) , 7268 negros y mulatos , por fin, 1218' indios y mest izos ; es decir que la pob lac i ón de or igen europeo representaba 65 por c iento , la a fr icana (esclava ó l iberta) 30 por c iento , y la ind ígena (incluj^endo chinos y zambos) 5 por c iento de la to ta l idad . A h o r a b i e n , esta europeización de B u e ­nos A ires s iguió su marcha ascendente sin inte ­r rupc i ón , hasta nuestros días en que el crisol ét­n i co poco ó nada tiene que depurar . L o s porteños son europeos ( 1 ) . E n 1806, la proporc i ón de b l a n ­cos ó blanqueados ( 2 ) debía ser casi i gua l á la de 177S, así c omo la de negros y mulatos , ó sea de 2 por 1. E n el g rupo superior , los criollos ó patr i ­cios figuraban por los cuatro quintos , el otro qu in ­to era español en su casi total idad ( 3 ) .

(1) Censo municipal de Buenos Aires (1887) ; pobla­ción bonaerense de color : 1.5 por 100.

(2) La designación no encierra epigrama. Como lo he explicado en otro lugar (Congreso de Chicago), el «pe­cado original» étnico no es indeleble; con las generacio­nes sucesivas, el elemento inferior primitivo que no se renueve tiende á desaparecer. Esto no es sólo cierto para el elemento indígena, sino para el africano ; su desapari­ción rápida en la Argentina no es debida toda á la ex­tinción, sino también á la fusión con la raza superior. En el struggle for Ufe de la raza condenada, al menos en nuestro medio, sucumbe la mayoría, pero sobreviven al­gunos individuos más aptos, los que logran transformarse : Monteagudo es el ejemplo más brillante, pero no único, de esa transformación.

(3) Los otros europeos (no españoles) no pasaban de 300 á 400 : entre éstos dominaban los portugueses (no brasileros [ ?] y los ingleses; los italianos no alcanza-

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Los negros y mnlatos urbanos const ituían una clase tan esencialmente servil que los mismos l i ­bertos quedaban adheridos á la domes t i c idad ; per ­tenecían á la casa del amo ó patrón , no « c o m o miembros de la f a m i l i a » , según la f ó rmula , sino c omo parte de su f o r tuna :

Something better than his dog, á little dearer than his horse.

~No es dudoso qne la generos idad nat iva del amo argentino se mani festara en su trato bondadoso con los esc lavos ; es un rasgo que todos los v i a j e ­ros han hecho resaltar, c omo que contrastaba con la dureza usual en otras r e g i o n e s ; pero ha de hai ber m u c h a fantasía 3' sent imental ismo en el « a f e c ­to t i erno» que se nos dice profesaban los siervos por su señor ( 1 ) . Esc lavo ó l iberto , el moreno trabajaba pr inc ipa lmente en los quehaceres d o ­mésticos y subsidiar iamente en oficios callejeros ó de poco esfuerzo: era mús i co , cochero , p intor , coc inero , horte lano , mensa jero , vendedor a m b u ­lante . A p u n t a con razón el doctor López que « t e ­nían esclavos las fami l ias pobres , y hasta los n e ­gros mismos los tenían también . Pero les de jaban l ibre su t i e m p o , á cond i c i ón de pagar al amo ( g e ­nera lmente , mujeres v iudas ó ancianas) una m e n ­sual idad determinada» (2). El moreno no prac t i -

ban á 100, aunque el doctor don Vicente López los hace figurar erróneamente (Historia, I, 505) como un elemento étnico considerable. Otra cosa sería hoy.

(1) Véase, al día siguiente de la conquista, el de­creto de Beresford contra los negros prófugos.

(2) Historia Argentina, I, 511. Es aquí el lugar, des­pués y antes de tantas rectificaciones necesarias, de seña­lar la fácil maestría de las páginas en que el doctor Ló­pez pinta á grandes rasgos familiares la antigua vida por-teña. Allí nada libremente en plena corriente tradicional, mostrando sin esfuerzo sus mejores dotes de escritor imaginativo. Sabe esas cosas mejor que todos nosotros; mejor dicho, las siente en su conjunto sin necesidad de la­boriosa información. También merece especial encomio el capítulo II del tomo I I I , sobre el Nuevo y antiguo ré­gimen.

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caba sino por excepc ión las vir i les faenas de la estancia . E l g a u c h o , m u y al contrar io , pura v a ­r iedad ind ígena , era l ibre y agreste por defini­c i ó n ; no pertenecía , pues , sino por acc idente á la pob lac i ón urbana , salvo cuando la leva le acuarte ­ló durante la guerra c iv i l ó en vísperas de una e x p e d i c i ó n . Este f o rmará el resistente núc leo del e jérc i to a r g e n t i n o ; de n i n g ú n m o d o el pardo ó moreno chismoso y r e i d o r , — a v e n i d o con la ser­v i d u m b r e hereditaria que , según la expresión h o ­mér i ca , quita al esclavo la mi tad de su alma,—• invulnerab le á las tristezas de su estado, cual si al nacer la naturaleza compas iva le sumergiera en una Est ig ia de betún . ( A d m i t i d a s todas las e x ­cepciones- ind iv idua les , la reg la general subsiste: el heroísmo es la flor suprema de la l ibertad . E l g ran resorte del e jérc i to moderno es el honor , lo que en su lengua sin mat iz este mismo g a u c h o l lama enérg icamente « tener v e r g ü e n z a » . Y las le­yendas faluchescas han de nacer de la misma abe ­rrac ión que hasta poco condenaba al c r i m i n a l « a l servic io de las a r m a s » . )

Durante un s iglo y más , los «españoles euro ­peos » representaron en la co lonia casi toda la c la ­se d ir igente . Desde luego , venían de España las altas jerarquías administrat ivas , mi l i tares , c ivi les y eclesiásticas que fuera ocioso enumerar—es de­c i r , la armazón completa del edif icio f e u d a l ; ade­más , los beneficiarios de encomiendas , mercedes y monopo l i os que , s iguiendo la i m a g e n , s igni f icaban los pi lares y paredes maestras de aquél . L o p r i ­mero se m a n t u v o i n c ó l u m e , en apar ienc ia al m e ­nos , hasta fines del r é g i m e n ; pero lo segundo , desde la tercera generac ión de los conquistadores ó pobladores , comenzó á sufrir modi f i cac iones par ­ciales que se aumentaron insensiblemente por m u l t i p l i c a c i ó n espontánea. E n c o m e n d e r o s , p r o ­pietarios , asentistas y registreros se encontraban l igados á la t ierra, no tanto por sus intereses m a ­teriales , cuanto por sus afectos más ínt imos y p o ­tentes. Esa misma fortuna adquir ida no era ya suya, sino de sus h i j o s , que , á despecho de la t ra -

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d i c i ón y los v ia jes á la madre patr ia , vo lv ían casi s iempre al suelo natal . Los que habían creído le ­vantar su t ienda de un día sobre estacas movib les descubrían al pronto , c o m o en el m i l a g r o b íb l i c o , que éstas hab ían brotado y echado raíz . Y como el f enómeno se repetía sin t regua, acumulándose sus efectos suces ivos ; como la aprop iac ión de la tierra y de sus r iquezas, por los nat ivos descen­dientes de españoles, tuviera por corolar io su paulat ino acceso á las profesiones y cargos d i r i ­gentes , resultó consumada sin ruido una evo lu ­c ión pro funda en el organismo po l í t i co . N a d a pa ­recía cambiado en el edificio c o l o n i a l ; la armazón estaba intacta , lo mismo que su f o r m a y estruc­tura aparente ; pero , durante dos s iglos , tantas habían sido las piedras de las paredes, reemplaza­das una á una por otras labradas en el país , que nada ó m u j ' poco quedaba al fin de la materia pr i ­m i t i v a ; así que , sin sospecharlo los más interesa­dos, iba á bastar un brusco sacudimiento exter ior para desprender el ca r comido andamio , de jando en pie la renovada fábr i ca .

Con todo , desde mediados del s ig lo x v n i , c o ­menzó la co lonia á tener la conc ienc ia obscura de su destino. Sentía vagamente el antagonismo , creado por la fuerza de las cosas, entre su prop io desarrollo y la decadencia v is ible de la metrópo l i . E l mismo e m p u j e progresista y l iberal de Car­los I I I , — p o r otra parte , pasajero y destituido de o r i g i n a l i d a d , — p e r f e c c i o n a b a el instrumento de la emanc ipac i ón futura . Importadas y realizadas en el P la ta las generosas tentativas de P l o r ib lanca y C a m p o m a n e s ; creadas las inst ituciones de bene ­ficencia y cultura soc ia l ; me joradas las c o n d i c i o ­nes materiales del m u n i c i p i o ; derribadas en parte las vallas del comerc io y la industria , ocurr ió f a ­ta lmente que las nuevas fuerzas adquir idas se vo lv ieron contra sus dispensadores. Las mejoras de Carlos I I I no le sobrevivieron sino en A m é ­r i ca , donde las semillas germinaron y dieron f r u ­t o ; y cuando el inepto y despreciable re inado del sucesor v ino á acelerar la ruina de la monarqu ía ,

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acentuó el desequi l ibr io la fuerza creciente de la co l on ia : ésta l legaba á la m a j a r í a cuando aquélla á la decrep i tud .

Y todo ello se mani festaba por síntomas harto visibles en todas las ramas de la adminis trac ión . A los pr imeros virreyes , que se l lamaron Ceballos y Vér t i z , sucedían nul idades palac iegas como M e ­ló , caballerizo de la re ina, ó Sobremonte , ve jete de comedia encumbrado por una doble casual idad . Reemplazaba al i lustrado y d igno obispo A z a m o r , un L ú e retrógrado y pendenc iero . L o s je fes va l i en ­tes que tomaron la Colonia eran sustituidos por criaturas de G o d o y , incapaces hasta de una cap i ­tu lac ión honrosa ante el e n e m i g o . D e arriba á aba ­jo toda la armazón po l í t i ca se caía á pedazos , ro ída por la incur ia y el p e c u l a d o . — N a d a más i lusor io que el cr iterio de a lgunos histor iadores , segiín el cual se describe el estado del v irre inato por su l e ­g is lac ión escrita. Las leyes, órdenes y cédulas (tal era la f ó rmula consagrada) «se obedecían y no se c u m p l í a n » . E l escandaloso proceso del super inten­dente de hac ienda P a u l a Sanz y del administra ­dor Mesa era el acc idente externo de un v i c i o const i tuc ional . P o r entre el desgobierno y la c o ­rrupte la , los portugueses usurpaban parte de M i ­s iones ; y cuando el honrado Liniers f o rmulaba un p lan de medidas reparadoras , contestábase]e con la revocac ión . E n la solemne y vac ía A u d i e n ­c ia , en el Cabi ldo con mayor ía oficial , en el Con ­sulado recién creado y que se estrenaba resistien­do las ideas innovadoras de su ju i c i oso secretario , el f o rmal i smo ant i cuado hac ía r id ículos esfuerzos por perpetuar y exagerar un rég imen condenado , desconoc iendo las energías impacientes de la n u e ­va generac ión . U n a j u v e n t u d ardiente y culta se había cr iado dentro y fuera del país , en el f o r o , en el c omerc i o , en la m i l i c i a , hasta en el c lero l oca l , que pedía su lugar al sol, y ensayaba sus fuerzas en reuniones pacíf icas, en la prensa na­ciente, en sociedades masón i cas—ya importadas á la par de los l ibros , las ideas y los reflejos d é l a s re­formas extranjeras . Presentíase el anunc io de un

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•vago porvenir , todavía obscuro y no de l ineado . Pero , si m u y pocos entonces sabían lo que quer ían , todos ellos, Moreno , V ieytes , B e l g r a n o , Castelli, B i v a d a v i a , Pueyrredón , sabían lo que no querían más. Y mientras se agi taba en el vac ío el embr ión del ser futuro , l legaba de allá le jos , intermitente y debi l i tada por la distancia , la repercusión de los tronos derrumbados , de las inst ituciones feudales arrebatadas al v iento de un huracán terrible y f e -eundador , cuyos efectos se de jar ían sentir en la más ignorada co lonia española del A t l á n t i c o .

Entretanto , la p lác ida existencia co lonia l deva­naba sin ruido su desteñida m a d e j a . N a d a estaba cambiado por defuera, y la mayor ía burguesa, que poco leía de allá ó de acá ,—pues de la gaceta se­manal , órgano de todo el v i rre inato , no se ven ­dían doscientos e j emplares ,—nada sabía de lo que en la sombra g e r m i n a b a ; y si en sus plát icas de los portales del Cabi ldo ó de la A l a m e d a , a lguien mentara tal cual proyecto de B e l g r a n o ó arenga de Castelli , las «cosas de m u c h a c h o s » no tenían más alcance y pasaban sin otro comentar io . A l ­rededor del pequeño c a m p o j u v e n i l , que se decía sembrado de grano misterioso y exó t i co , la buena huerta de antaño seguía produc iendo en abundan­cia las frutas tradic ionales y las previstas l e g u m ­bres de la estación. General era el bienestar , c o m o que entre r icos y pobres de la clase decente , todos re lac ionados y más ó menos parientes , las d i f e ren ­cias de for tuna poco trascendían á las costumbres y gastos caseros, i gua lmente sencil los. Con e x ­cepc ión de algunas fami l ias opulentas de altos func ionar ios y representantes de p ingües m o n o p o ­l ios , que gastaban l u j o impor tado y serv idumbre de esti lo , las demás se con fundían en la misma median ía bonachona , exenta de ostentaciones y apuros . H a c e n d a d o s , curiales , covachuel istas rea­les ó comerciantes eran propietarios de sü h o g a r , dueños de m u c h o s ó pocos esclavos de ambos se­xos , cuyas variadas industrias casi reducían el gasto exter ior á los trapos y artículos de « t i e n d a » , c omo ya se dec ía . L o precar io é intermitente de

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las l i cenc ias , para introduc ir « reng lones de co lo ­nias extran jeras» , daba lugar á bruscas escaseces: fa l taba de repente el v ino ó el aceite en todos los a lmacenes , y hasta en los depósitos de la calle de los M e n d o c i n o s , ya por las guerras inglesas, ya por la mala cosecha en Cuyo ( 1 ) ; — y el v i rrey tenía que entreabrir la puerta á la impor tac i ón . Pero n u n c a escaseaba la carne , ni el pescado, ni el agua en el río ó en los al j ibes , y la - f ruga l idad unida á la fe hac ía l levadera la vo luntad de D ios . Barat ís ima la v i d a , modestos los gastos y poco menos que gratuitas las diversiones l íc i tas , se atesoraban los ahorros de muchos años para hacer frente á cua l ­quiera eventua l idad : es así c o m o los «emprés t i ­tos» para socorrer al R e y y á la madre patr ia , en los años 4 y 5, representaron sumas cons iderables ; y la subscr ipc ión patr iót ica in i c iada después de la Reconqu is ta pasó de ochenta m i l pesos en pocos meses, fuera de las donaciones de Chile y del A l t o P e n i .

Los fel ices patr ic ios de pr inc ip ios del s ig lo ca­v i laban p o c o , t raba jaban a lgo , c omían bien y dor ­m í a n m e j o r . E l Sevianario f omentaba el s ibari ­t i smo hasta el g rado de recetar el m o d o de tener sueños agradables , en un artículo que comenzaba así: « C o m o pasamos gran parte de la v ida dur ­m i e n d o . . . » ( 2 ) . Después de med iod ía , of icinas, a l ­macenes y casas part iculares se cerraban durante la c omida y la siesta, para volverse á abrir u n par de horas antes de la orac ión . A raíz del mate ó la mer ienda , los hombres sal ían, según el t i empo y la estación, á los portales , á la A l a m e d a , á la acera del p r ó x i m o b o t i c a r i o ; los más rumbosos , á t omar choco late en la fonda de los Tres Reyes (25 de M a -

(1) En 1805, la langosta taló las mieses y chacras de varias provincias. Las mangas formaban verdaderas nu­bes que obscurecían el sol. Él ingenuo Semanario, al des­cribir el flagelo, hace prosa admirable sin saberlo, encon­trando rasgos dignos de Flaubert: «De repente se sintió un ruido como de pájaros que pasaban á mucha altura».

(2) _ Traducido de Franklin : Works, I I I , The orí of procuring pleasant dreams.

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y o ) , al café de musiú R a y m o n d ó de Mal l co , enfren­te del Co leg io , que eran los mentideros centrales de la c iudad . A l l í converg ían las novedades y ch is ­mes del día , abultándose al andar , c omo la F a m a de V i r g i l i o : la entrada de un buque de Cádiz con mercancías y not ic ias i gua lmente f rescas—el Se­manario r eproduc ía , en abri l de 1806, el bolet ín de A u s t e r l i t z ; — e l anuncio de haberse descubierto un camino carretero en la cordi l lera por el i n g e ­niero francés Sourriére de Sou i l l a c ; los c omenta ­rios sobre la reciente e j e cuc ión de c inco b a n d o ­leros, ahorcados y descuartizados en la P laza M a ­yor , por haber salteado al pueb lo de las V íboras , resistido á los b landengues « y otros e x c e s o s » ; los adelantos del canal de San F e r n a n d o ; la arribada de la corbeta Dromedario,—armada en corso por el capitán Morde i l le , héroe futuro de la R e c o n ­q u i s t a , — y que vo lv ía t rayendo á remolque dos fragatas inglesas, e t c . , etc . Y luego , otras re fe ­rencias más locales y domést icas , c omo el ú l t imo « b o c h i n c h e » entre el obispo Lúe y el Cabi ldo por cuestiones de lugar y p r e c e d e n c i a ; los ecos de a l ­g u n a jugarreta ó jarana de tono en casa del f a c ­tor de la R e a l H a c i e n d a , don F é l i x de Casama-yor , quien tuteaba á L in i e r s , hablándo le francés ante testigos, aunque s iempre castellano en la in ­t i m i d a d . . . D e vez en c u a n d o , un escándalo social de tamaño mayor rompía la telaraña de la c rón i ­ca d iar ia : era una h u m o r a d a de A n i t a P*'*% la capitosa criol la de la isla de F r a n c i a , m u y feste­jada de los hombres y abominada de las mujeres — s o b r e t odo , por las feas ( 1 ) ; — ó una barrabasa­da del coronel Bourke , inglés que se daba por a le ­m á n , tahúr y espadachín , además de espía, y que desempeñaba á maravi l la su tr ip le p a p e l . . . Esos y otros lances exót icos ca ían en la ju ic iosa soc ie -

(1) Veremos luego cómo llegó á inspirar un odio feroz á la Serenísima princesa Carlota del Brasil, el ma­rimacho que mandaba, presos á los oficiales «melindrosos» y, en pleno palacio real, se quitaba un zapato para edu­car in natibus al futuro don Miguel.

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dad patr ic ia c o m o piedras en un estanque, l evan­tando un oleaje de c írculos concéntr icos , cuyas ú l t imas ondulac iones duraron hasta la revo luc ión .

A las d iez , la gente honrada se envolv ía en su capa y , con un farol encend ido los que v iv ían á tres ó cuatro cuadras de la P laza M a y o r , vo lv ía cada cual á su h o g a r , encontrando todavía en la Scllci el l c l S señoras t omando mate y, si había visita de ga lán , tocando el p iano ó la g u i t a r r a . — E r a la existencia f emen ina , natura lmente , más u n i f o r m e aiín que la del h o m b r e . Ocupando la ig lesia todas las mañanas y muchas tardes, las horas in terme­dias eran pocas para el mate , el arreglo de la personita y las visitas de barr io . Las niñas no le ían nada , por recomendac ión del confesor , fuera del a lmanaque y una que otra Novena de la sacra­tísima Virgen ó de la Santísima Cruz. A l g o de música y canto , m u y poco quehacer domést i co , fuera de los trajes propios que se cortaban y co ­sían en casa, con ayuda de una morena habi l í s i ­m a — y el inagotable p icotear con las amigas : tal era la t rama monótona de su v ida exter ior . P a ­saban los días c omo las cuentas de su rosario : y allá, en d o m i n g o ó fiesta de guardar , una tertu­l ia , u n paseo al R e t i r o , una func i ón de c o m e ­dias, representaban las cuentas mayores de Padre nuestro y Gloria.

Con todo , eran tan bellas y seductoras c omo las de hoy, y la impres ión de los forasteros de enton­ces no era menos favorab le que ahora ( 1 ) . E n uno y otro sexo , el t ipo español p r e d o m i n a b a aún, p e ­ro ya emanc ipado del mo lde paterno , y , en la m u ­j e r , con una e leganc ia y esbeltez prop ia que d i f e ­ría de la langu idez l imeña y el donaire andaluz . El la poseía ya este don de la sana alegr ía , reflejo de la prosper idad ambiente , que hasta m u y tarde le conserva la risa y a lgo de la grac ia i n f a n t i l . — Y , por b a j o de los accidentes lugareños y las m o ­

j í ) G I L L E S P I E , Gleanings and Bemarks, pág. 67 y passim.

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das anticuadas, corría el m i s m o raudal de pasión humana que en la presente capital cosmopol i ta , con algo sin duda de menos fac t i c io y artificial. Se amaba , se sufría, se luchaba en la aldea de an­t a ñ o ; la idént ica y eterna j u v e n t u d encendía su sangre y desgarraba su corazón en los mismos con ­flictos del deber y el deseo ; la misma del irante i lusión juntaba á la distancia las almas desuni ­das. Recorr ían aquellas generaciones desvanecidas nuestro propio , estadio, entre iguales ensueños de impos ib le f e l i c idad . Entonces , c o m o hoy, había una hora suprema en cada v i d a , á cuyo resplan­dor el universo entero se condensaba en un ser a m a d o ; seguían luego las mismas decepc iones , las mismas angustias ante las cunas vacías y las t u m ­bas abiertas ,—era, por fin, la misma existencia terrestre con su cadena de goces y miserias . Y si es verdad que la pobre h u m a n i d a d sólo v iva por el a lma, que m u y poco tiene que ver con las f r i v o ­l idades del m u n d o y las barati jas de la « c i v i l i z a ­c i ó n » , puede decirse- que en la Buenos A ires de las manti l las y las rejas vo ladas ,—que fué también la Buenos A ires de Pueyrredón y M o r e n o , — n o se v iv ía menos intensa y realmente que hoy.

L a noche del 24 de j u n i o de 1806 pr inc ip i ó ale­gremente para el v i r rey marqués de Sobremonte . Fes te jando el cumpleaños de su futuro yerno y ayudante , don J u a n Manue l de Mar ín , o frec ió le una comida en su palac io del Fuer te , y, c onc lu ido el festín á las seis y med ia , la comi t iva se d i r ig i ó á la casa de comedias , esquina de San Mart ín y la Merced ( 1 ) , donde se daba, con tan grato m o ­t ivo , una f u n c i ó n de ga la . Y ¡ q u é f u n c i ó n ! Nada

(1) El Teatro Argentino, en las calles de la Recon­quista y Cangallo. La obra del Nuevo Coliseo, en el Hueco de las Animas, estaba principiada desde 1804, pero interrumpida diez veces, caía en ruinas hacia 1850 sin haber sido concluida. En 1855 el ingeniero Pellegrini construyó allí mismo el teatro Colón, que fué inaugurado en el carnaval de 185G.

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menos que la pr imer representación en A m é r i c a de El sí de las niñas de Morat ín , recién estrenado (ent iéndase que pocos meses antes) en la Cruz de M a d r i d , y que el empresar io , ganando horas, puso en las tablas á toda costa, seduc ido , más que por la pieza misma (bastante pobre en enredos y dra ­máticas per ipec ias ) , por lo alusivo y p icante del t í tu lo . Por lo demás , el sí de la monís ima M a r i ­quita de Sobremonte tenía sin cu idado al s impá­t ico Juan M a n u e l , y el pxíblico había de sabo­rear, pocos días después, una de sus esquelas amorosas ( 1 ) . — N o era esto t odo : entre los in i c ia ­dos se susurraba que , para fin de fiesta, el insp i ­rado administrador de aduanas de M o n t e v i d e o , don José P r e g o de Ol iver , había compuesto una loa de c i rcunstanc ia , en que el pastor Cor idón s ig­nif icaba á la n i n f a Bat i la , en endecasí labos trans­parentes, los sentimientos de un ayudante m a y o r de dragones por la h i j a de un v irrey .

Estaba la sala resplandeciente . P o r una atre­v ida innovac i ón , que signif icaba el ú l t imo corcovo del progreso , las velas de sebo tradic ionales ( f u e ­ra de las indispensables candi le jas del proscen io ) hab ían sido reemplazadas por numerosas l á m p a ­ras de aceite , fijas entre las dos hileras de p a l c o s ; y tal era su insól ito f u l g o r , que desde el pat io se alcanzaba á leer el filosófico afor ismo de Ar t i eda p intado en el t e lón : E S L A C O M E D I A E S P E J O D E L A

V I D A ( 2 ) . Los colores españoles adornaban el p a l ­co central del exce lent ís imo v i rrey , cuya escolta obstruía el pas i l l o ; y , en obsequio de su augusta

(1) El Cabildo mandó agregar á su Información sobre la conquista, una carta de Marín á su novia, en que le avisaba desde Montevideo el envío de un «forte-piano», con esta alusión desprovista de romanticismo : «aunque tu no lo toques, servirá para adornar á la primera Mari­quita que tengamos». Traía una posdata del virrey á la virreina: «No hay novedad, y si la hubiese, tomar los coches y mudarse más lejos, que Cagigas recogerá lo nues­tro». Sauvons la caisse! Se ve que su heroica actitud du­rante la invasión no fué improvisada.

(2) Es el primer verso de la epístola al marqués de Cnpllar.

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f a m i l i a , estaba descubierta la abertura del teclio para que se escapara l ibremente el l iumo de los c igarros de la mosqueter ía .

E n los palcos altos, todos ocupados , las dos aris­tocracias americana y peninsular r iva l izaban en l u j o y e leganc ia , a l ternando las fami l ias españo­las de A l z a g a , Santa Co loma, Sarratea, V i l l a n u e -v a , R e z a b a ! y demás, con las criollas de L e z i c a , O c a m p o , ~ Basua ldo , P e ñ a , Balbastro , A n c h o r e n a y otras m u c h a s — q u e fuera pe l igroso enumerar . Junto á las sedas obscuras de las señoras mayores , resaltaban los adornos b lancos ó de c laro matiz de las j óvenes , menos deslumbrantes que su carne en flor—boy hecha ceniza. A u n en los trajes j u v e n i ­les , dominaban todavía la basquina española de raso carmesí , ceñida al torneado cuerpo , y la m a n ­tilla b lanca de suntuoso enca je m o r d i d a por la peineta de carey. Con todo , tal cual refinada patr i ­c ia ostentaba ya en tertulias y teatro las modas francesas del I m p e r i o , el turbante de penacho y la b lanca túnica de vestal . Los elegantes del comer ­cio y el f oro l levaban el cabello corto y revuelto á lo T i t o , y vestían el apretado panta lón de ante con bota de vue l ta , el f rac de esc lavina y solapas sobre el recamado chaleco b lanco , con chorrera y puños de e n c a j e s ; pero , en el pat io de asiento y hasta en los pa lcos , m u c h o s vo luntar ios de los ba ­tallones urbanos hab ían ven ido del cuartel con su un i f o rme de oficial ó soldado raso. H a c i e n d o c o n ­traste con la correcta compostura de los altos , en los palcos bajos del f ondo a lgunas fami l ias sen­cillas habían acud ido en corporac ión , m a n d a n d o sus sillas desde m u y t emprano , y , de p ie tras de sus amos, una que otra nodr iza negra alargaba el pescuezo, con una cr iatura en bando lera .

L a orquesta de ocho morenos atacó un paso marc ia l á la entrada del v i r rey , y se alzó el telón sobre la casa de huéspedes de la clásica c o m e d i a , entre los suspiros de la c o n c u r r e n c i a . — L o s ú l t i ­mos días habían sido de ag i tac ión y zozobra, pol­los rumores venidos de la otra banda . Desde el 20 , d iar iamente se tocaba l lamada á los batallones de

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voluntar ios que acudían á los cuarteles, los de ca­ballería en sus monturas prop ias . Pero , c o m o in -A^ariablemente se les despidiera á la hora de c o ­m e r , quedando apenas a lgunos hombres de i m a ­g inar ia , la pob lac ión se había vuelto á serenar. No hay cuidado/ Ta l era la f ó rmula t ranqui l i za ­dora del ínc l i to v i r rey , y á f e que su presencia en el teatro bastaba á dis ipar toda inqu ie tud . A d e ­más , el Semanario de ese miérco les , que acababa de salir y recorrían á med ia voz a lgunos especta­dores, contr ibuía no poco á i n f u n d i r t ranqui l idad . L a gaceta esta vez se excedía á sí m isma en bea ­t i tud e m o l i e n t e ; parecía redactada desde una ce l ­d a — q u e no fuera la del padre Grela . N o contenía sino un Diálogo sobre educación entre Feliciano y Cecilia, más las entradas y salidas del puerto : n i una alusión á la supuesta invasión inglesa que , dec id idamente , no pasaba de una r id i cu la pa ­traña !

L a representac ión, pues , seguía sin t r o p i e z o ; c onc lu ido el p r imer acto , cuyos dimes y diretes caseros ' enfr iaron un tanto á ese auditor io para « duelos y quebrantos» , el segundo pr inc ip iaba con m e j o r éx i to . Acabábase de saludar con pa lmadas el arranque patét ico del galán j o v e n (un pard i to af ic ionado, de inmenso porvenir , que ceceaba t o ­das las s para fingirse e s p a ñ o l ) : ¡Hermozaf ¡Qué dulce esperanza me anima/... Una zola palabra de eza boca... Y c o m o , invo luntar iamente , las m i ­radas enternecidas se vo lv iesen á la pare ja del pa l co oficial , vióse á un edecán que tendía dos p l iegos al ga loneado v i r rey . Este alargó uno á M a r í n y otro á Mar iqu i ta para que los abrieran, en tanto que doña Juana le alcanzaba su lente de m a n o , y el marqués empezó á leer. Estru jó el p a ­pel después de los pr imeros renglones , r e f u n f u ­ñando un denuesto contra «ese gabacho de la E n ­senada» . P e r o se había levantado para salir, y la f a m i l i a con él . ¡ A q u í fué la gran b a t a h o l a ! U n estallido general de diálogos é interpelaciones a compañó la salida prec ip i tada de los mil i tares tras de la novedad . La heroína de Morat ín s iguió

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enterneciéndose delante de las espaldas en f u g a , y cayó el t e l ó n . — Y ved ahí c ómo Buenos Aires no o y ó nunca la loa bucó l i ca del más inspirado ad­ministrador de rentas del v i rre inato . Pero el poe ­ta había de vengarse cruelmente de los intempes­tivos ing leses ; á poco andar , les fu lminar ía una granizada de estrofas que no de jaran br i tano con •cabeza:

La falange de Albión ya titubea Y á la diestra cuchilla

Cede por fin, y la cerviz humilla... ( 1 )

III

Con ser el episodio menos airoso de las luchas co lonia les , la pr imera invasión inglesa merec ía •estudiarse con a lguna atención por los h istor ia ­dores argent inos . Ta l no ha sucedido , n i m u c h o m e n o s ; y hasta le ha ocurr ido al más pro l i j o y minuc ioso de todos ellos, bosquejar la triste j o r ­nada sin escribir una sola vez el nombre del v i ­rrey ( 2 ) . El lo no prov iene c iertamente de lo amar­g o del re lato : el escritor está m u y por enc ima de tales sensiblerías. N i cabe amargura en una h u m i ­l lac ión transitoria de que el pueblo no era respon­sable, y de cuya reacc ión inmediata tuvo todo el honor . Suponemos que al argent ino que lea esta

( 1 ) Esta oda y otras tres del mismo calibre fueron reunidas en folleto después de la Defensa. Puede que fueran esas las ((preciosas poesías» que sirvieron de exor­dio á la famosa escena del 2 8 (y no 1 9 ) de octubre de 1 8 0 7 , entre Carlos I V y el amado Fernando. Dice el histo­riador López (Historia, I I , 2 3 2 ) : ((Fácil es ver, que ese libro (de poesías) no podía ser otro que el Triunfo argen­tino». El poema de don Vicente López y Planes (que el señor Menéndez Pelayo llama con irreverencia «un ro-manzón histórico»), cuya dedicatoria á Liniers trae la fecha de 2 1 de noviembre de 1 8 0 7 , no fué impreso hasta el año siguiente.

( 2 ) M I T R E , Historia de Bclgrano, I , página 1 1 8 y siguientes. Si la omisión es voluntaria, debe tenerse por el epigrama más punzante que se haya dirigido á una en­cumbrada nulidad.

LINIERS.— 5

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pág ina de su histor ia , ha de sucederle lo que al oyente que escuchaba con cara risueña un sermón sobre la muerte de Jesús, « p o r q u e estaba en el secreto y sabía que el muerto iba á resuc i tar» . P o r otra parte , la conquista fué tan ben igna cuanto breve , c o m o que la res ignac ión pacíf ica del v e n c i ­do entraba en el p lan evidente del vencedor . Sin aceptar c omo palabra de evangel io la salida sol ­dadesca del mayor Gil lespie ( 1 ) , no es dudoso que las fuerzas de Beresford" observaron una con ­ducta m u y diversa de la que mostraron las t ro ­pas de W h i t e l o c k e , exasperadas por la resistencia y los recuerdos de la reconquista .

Es otro el mot ivo de la desgana con que los h i s ­toriadores argentinos han tratado el asunto: c on ­siste en la c ond i c i ón h u m a n a de atender con p r e ­ferenc ia al t r iun fador (2 ) ; y c o m o en el caso p r e ­sente no hay nada que se parezca á una batalla ni á la más s imple d isposic ión estratégica del g e ­neral ing lés , se despacha en un par de páginas someras el episodio incruento . N o podr íamos á nuestra vez tratarlo detenidamente en esta m o n o ­gra f ía , sin incurr i r en otra digres ión menos d is ­cu lpab le que las pasadas, siendo así que nuestro personaje no tuvo parte en la insigni f icante esca­ramuza n i se consideró c o m p r e n d i d o en la cap i ­tu lac i ón . Nuestra « invas ión ing lesa» comienza en real idad con la entrada de L in iers en la escena. Nos re fer iremos , pues , l isa y l lanamente á las n a ­rraciones conoc idas de la invas ión mirada por el lado ing lés , que en efecto presenta interés escaso ; pero d iremos algo de la act i tud asumida por los invad idos , la cual no fué tan inerte y pasiva c o m o

(1) Gleanings, 5 0 : The balconies of the houses were lined voith the fair sex, etc.

(2) Algún día trataré de demostrar que, en todas las guerras internacionales, las causas eficientes del triun­fo residen en las razones de inferioridad del vencido más que en las de superioridad del vencedor: en la mayoría de los casos, las batallas suelen perderse por aquél mucho más que ganarse por éste. El estudio del estado anterior del vencido es, pues, el más útil é instructivo.

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se la suele pintar ba jo el test imonio del honrado Belgrano, modesto c omo siempre y severo hasta la injust ic ia para sí p rop io , lo que equivale en este caso á serlo para los demás.

Todo cuanto se haya d i cho y escrito respecto del v irrey Sobremonte , en esas crít icas c i r cuns ­tancias , queda pál ido enfrente de la rea l idad . Su incur ia escandalosa, su desconoc imiento de toda noc ión del deber y del honor excede por m u c h o su proverbia l inepc ia y cobardía . N o está su del ito inexpiab le en haber hu ido delante del enemigo , ind ignándo le con tamaña i g n o m i n i a , sino en haber tra ic ionado al pueblo que le estaba e n c o m e n d a d o , n e g a n d o , durante semanas y meses, las armas, la organización mi l i tar , los medios de defensa á los voluntarios de cualquier g r e m i o ó clase soc ial : comerc iantes , empleados , estancieros, abogados , artesanos—hasta esc lavos—que se querían de fen ­der. P o c o importa que tenga ó no fundamento la e spec i e—inveros ími l—de que ciertas señales del Fuerte , en la noche del 24 , correspondieran á otras de la escuadra e n e m i g a : la gran tra ic ión de Sobremonte cousiste, teniendo el anunc io certero de la invasión y d isponiendo de t i e m p o , hombres y recursos i l imi tados , en no haber preparado d u ­rante seis meses la defensa de una plaza que otro , en pocos días y con un puñado de rec lutas , inten­tó y logró recuperar . ¡ Y todo ello no i m p i d e que su nombre se ostente, junto á los de Vé lez Sars-field 3' el general Paz , en el « P a s e o » de la segun­da c iudad de la R e p ú b l i c a !

Que fuera pos ib le , no sólo defender á Buenos A i res , sino tomar pris ionera la d iv is ión ing lesa , sin más elementos que los existentes, lo prueba sobradamente la Reconqu is ta . E m p e r o , de las re­laciones que l lamaremos «of ic ia les» , y son las fuen­tes donde las nuevas generac iones aprenden la historia de su país , se desprende una impres iór general de pas iv idad y desaliento que no reflejf exactamente el estado de los ánimos ni la actituc del vec indar io . La real pintura de aquellos días de prueba no está en la Autobiografía de B e l g r a n o , n:

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en la Memoria de M o r e n o ; t a m p o c o en los Entre­tenimientos de N u ñ e z , cuyos errores reproducen los sucesores, transcr ibiendo l i teralmente a lgunas de las expresiones más ó menos fe l ices de aquéllos. Se la encuentra esa p intura , ó por lo menos sus ele­mentos v ivos é irrefutables , en la Información he ­cha por el Cab i ldo , tan á raíz de los acontec imien­tos , que se in i c ió el 11 de j u l i o b a j o el r ég imen ing lés , en presencia de los oficiales y del general e n e m i g o , cuya autor idad invocan algunos testi­gos y je fes juramentados—as í don Juan de E l ía , coronel del reg imiento de voluntarios de caba ­llería, y don M i g u e l de A z c u é n a g a , coronel del batal lón de infanter ía de m i l i c i a s — p a r a que , alla­nado el fuero mi l i tar , puedan declarar l i b remen­te . E n esas cuarenta y tantas deposic iones testi ­monia les de je fes , oficiales, clases y soldados es­pañoles ó amer icanos , que han jurado decir lo que han visto y h e c h o , y cuya s incer idad se m a ­nifiesta hasta en sus parciales d ivergenc ias , es donde el futuro histor iador encontrará , no sólo los materiales del cuadro nunca hecho de la Con­quista, sino la exp l i cac i ón ant ic ipada de la R e ­conquista y la Defensa ( 1 ) . Los vencedores de

(1) Todas esas declaraciones (Colección Coronado) son interesantes, pero algunas arrojan luz intensa sobre el estado militar y social de la colonia; así las de Cervino y Basualdo ; la importantísima del capitán Rezával, an­tiguo síndico y alcalde de primer voto en el año anterior, prevé y recomienda la táctica de la Defensa, cuyo mérito se lia atribuido á Alzaga; la del capitán Lezica es un modelo de precisión y claridad; la de D. Jacobo A. Vare-la, (ivecino y del comercio de esta ciudad», es un argu­mento vivo en favor de nuestra tesis, pues es muy cono­cida su conducta heroica en la Defensa. Algunas, de hu­mildes soldados americanos, son más elocuentes é ins­tructivas que toda nuestra literatura: así, la del cabo Guanea, de la compañía de artillería, que pinta en cin­cuenta, líneas al virrey grotesco y fenomenal, y, sobre todo, al criollo valiente, insubordinado, atrevido y burlón, capaz de hacerse pegar cuatro tiros con tal de no quedar callado. No resisto á la tentación de citar un fragmento do esa- comedia real. El declarante ha conducido con bue­yes y por entre pantanos dos cañones desde el Retiro al puente de Barracas; allí encuentra al virrey que

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mañana no han brotado de la tierra her ida , c omo las legiones de P o m p e y o ; son los mismos venc idos de ayer, pero d isc ip l inados y conduc idos por un caudil lo val iente y lea l .

Es p o c o , decir que ni Sobremonte , ni A r c e , ni Quintana , n i j e fe a lguno veterano estuvo á la al ­tura de su mis ión : conviene establecer que esos invál idos so lemnes ,—rel iquias de las derrotas de Cataluña los que no eran simples guerreros de antecámara ,—fueron los pr imeros fautores de la confusión y el descalabro. Sería fác i l demostrar que , á quedar la suerte de Buenos A ires l ibrada á sus solas mi l i c ias y á su vec indar io , con reconcen ­trarse en la c iudad , c omo quería Kezával , atr in­cherar y artillar las bocacalles y distr ibuir los v o ­luntarios en « las puertas, ventanas y azoteas, se podía escarmentar y destruir al e n e m i g o » . Y eso, lo hubiera hecho el mero instinto de conservac ión , levantado por el sentimiento c ív i co en los amer ica ­nos , y , en los españoles, por el orgul lo patr io . Veamos rápidamente lo que , en lugar de eso, h i ­c ieron del v i rrey aba jo , los je fes de la resistencia, ó m e j o r d i cho , lo que de jaron hacer .

Apenas l legado al Fuer te , después de la f u n ­c ión in terrumpida , el azorado v irrey impart i ó ór ­denes para que todos los soldados presentes en los

le ordena volverlos á llevar, ¡(pues no hacen_ falta». Entonces salta el criollo (aya me dio rabia también»), en presencia de Sobremonte y su Estado mayor :—«Pues, se­ñor, si ya no se necesitan cuando está el enemigo al frente, será porque estamos perdidos ó porque S. E. nos habrá vendido á tocios. Que al oir estas palabras el señor virrey cayó al suelo, corriendo entonces á alzarlo tres de los oficiales que lo acompañaban, y luego que se incor­poró... les gritó: tírenle, mátenlo! á lo que el exponente contestó: Que lo llagan: prefiero morir en este sitio á que me maten los enemigos sin hacer resistencia.—Que en­tonces se le aproximó un oficial y poniéndole la espada desnuda sobre el sombrero, pero sin darle golpe, le dijo : ('alíese, paisanito, que esto ya no tiene remedio. Pero volvió á alzar la voz el señor virrey, diciéndoles : Amá­rrenlo! Que se acercó una partida y lo trincaron, etcé­tera». Convengamos en que la Autobiografía de Belgrano no deja sospechar estas escenas.

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cuarteles se encargaran esa misma noche ele c itar á las mi l i c ias para la mañana s iguiente . Como la tropa estuviera alerta desde varios días, la not ic ia se esparció r á p i d a m e n t e ; a lgunos je fes y oficiales concurr ieron al punto á sus cuarteles y , al amane­cer , m u c h o antes de dispararse los cañonazos de alarma y tocar generala , gran parte de las fuer ­zas estaba reun ida : los « U r b a n o s de c o m e r c i o » en la Forta leza , los vo luntar ios de caballería é in ­fantería en sus cuarteles. E l batal lón de Urbanos ( c u y o comandante , don J a i m e A l s i n a , p r o m o v i ó la Información para « re futar ciertas c a l u m n i a s » ) se c o m p o n í a de vec inos acomodados , en su m a y o ­ría comerciantes y e m p l e a d o s ; era un cuerpo bur ­gués ó m u n i c i p a l , á manera de las antiguas guar ­dias conce j i l es , sólo dest inado á «patrul lar las calles con los jueces y magistrados y presidiar la c iudad en caso de ser i n v a d i d a » . ~No obstante, su j e f e y oficiales dec lararon « c o n las más enér­g icas expres iones» que el cuerpo marchar ía al en­cuentro del e n e m i g o ; y , en e fecto , salió para las Barrancas en m í m e r o de 400 á 500 hombres , mal armados y peor d isc ip l inados ( 1 ) . — E l r e g i m i e n ­to de mi l i c ias de caballería, casi todo cr io l lo , constaba nomina lmente de 600 plazas ( 2 ) ; pero se había destacado una compañía con el F i j o de M o n t e v i d e o , y de los 500 hombres ó poco menos que se acuarte laron, tan sólo los «montados en sus propios cabal los» fueron armados de espada y pisto la , con cuatro cartuchos por h o m b r e ; el res­to , casi la mi tad , no se m o v i ó de las Catal inas.

(1) A estas «tropas urbanas», como las llama vaga­mente el señor Mitre, parece que pertenecía, ó se «agre­gó», Belgrano. En el desorden general, estas fuerzas case­ras se distinguieron por su pasividad; pasaron los días en ((tomar nuevas posiciones» y replegarse al percibir los primeros tiros. Belgrano se indignó, dice su historiador : «Indignado por aquellas palabras... siguió el movimiento retrógrado de las tropas»!

(2) Véase el Diario de Cervino en los Documentos históricos. No lo damos como perfectamente exacto é im­parcial, pero contiene muchos detalles curiosos y deja una impresión general bastante viva de la situación.

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A tíltinia hora , se tra jeron del Re t i r o catorce ca­rabinas « las únicas que había en el cuarte l » . As í armados , marcharon para los Quil ines unos 300 hombres de cabal ler ía ; pero en el camino descu­brieron que « las balas de los cartuchos no ca l ­zaban en el c a ñ ó n » . — E l batal lón de mi l i c ias de infantería (en parte m o n t a d a ) , fuerte de 500 h o m ­bres al mando de A z c u é n a g a , estaba m e j o r arma­do , y, parapetado en la c iudad , hubiera sin duda bastado á destruir ó rendir al e n e m i g o ; no f a l ­taban fusiles y algunas compañías l levaban veinte cartuchos por h o m b r e . Después de quitarle 100 hombres montados , á las órdenes del capitán T e -rrada, para agregarlos á la mermada caballería, se de jó á este batal lón f o r m a d o en la P laza M a ­yor , toda la tarde y la noche del 25, en que la l lu ­v ia le ob l igó á refugiarse ba jo los portales de la R e c o v a : al día s iguiente , marchó también hacia Qui lmes .

As í pasó el día 25 , en tanto que los ingleses e j e ­cutaban su laborioso desembarco con la misma tranqui l idad que en una isla desierta. E n la m a ­ñana del 26 , don Pedro de A r c e , que era el j e fe de la defensa como Sub-Inspector General , y « g o ­zaba de gran reputac ión m i l i t a r » , se propuso ce ­rrar el paso al invasor , intentando á deshora lo que durante el desembarco habría sido eficaz. A s i ­m i s m o , á tener reunidas y organizadas las fuerzas disponibles , protegidas por una artillería super­abundante , la tentativa pudiera tener buen éx i to . A d e m á s de las mi l i c ias enumeradas , disponía de 200 b landengues y soldados de frontera , que l lega­ron de la Ensenada al m a n d o del teniente coro ­nel de dragones Gutiérrez , y muchos oficiales del F i j o , fuera de los veteranos retirados, los marinos y algunos chi lenos que también se incorporaron ( 1 ) .

(1) Aquel capitán Lorca, de Los Trofeos de la Recon­quista, no era el único chileno presente en una y otra jornada, como parece que se da á entender en la informa­ción producida en 1882, á solicitud del Intendente Alvear.

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P e r o las mi l i c ias , sin orden ni d irecc ión , q u e ­daban todavía diseminadas desde el Re t i r o basta el puente de Gálvez, guarnec iendo cuarteles que nadie amenazaba ó a lborotando en la Forta leza y la P laza M a y o r ; la arti l lería, arrastrada con b u e ­yes, l legaba tarde, ó se perdía en los pantanos , b a s ­ta que se abandonara al enemigo la que había c r u ­zado el R i a c h u e l o . E l desastrado Sub- Inspec tor , con unos 500 hombres de caballería (mi l i c ias u r ­banas y b landengues de la Ensenada) y a lgunas piezas de arti l lería, se f o r m ó en batalla sobre una cuchi l la , en frente del enemigo que emergía ape ­nas de los bañados y pa jona les . U n a descarga de los ((tres v io lentos» , y otras tantas piezas l igeras puestas en batería, p r o d u j o a lgún efecto en el g r u ­po enemigo ( 1 ) . P e r o cuando éste se h u b o f o r ­m a d o — e l reg imiento 71 á la derecha, el batal lón de, mar ina á la i zquierda , y el de Santa He lena á r e t a g u a r d i a — y avanzó resueltamente , las fuerzas de A r c e se desbandaron y emprend ieron la f u g a , no quedando el j e f e entre los ú l t imos , aunque voc i ferase c ó m i c a m e n t e : Yo mandé tocar retirada, 'no desordenada fuga!... ¡Qué dirán las mujeres de Buenos Aires! ( 2 ) . . . Era la hora en que el marqués de Sobremonte , rodeado de fami l iares , subía á la azotea de la Fortaleza con tamaño ca ­ta le jo que asestaba hac ia Qui lmes y , después de «haber preguntado cuántos cañonazos se hab ían t i r a d o » , exc lamaba sat is fecho : No hay cuidado, los ingleses saldrán bien escarmentados! ( 3 ) .

Ta l fué la « a c c i ó n » de Qui lmes , que t e rminó sin m u c h a efusión de sangre ( 4 ) . L a comple tó , al

(1) Con su parte á Baird, el general Beresford remi­te una lista de los muertos y heridos.

(2) Para otros rasgos más característicos de esta ex­celente ganache, véase el Diario de Cervino.

(3) Declaración de D. José de Castro, alférez de mi­licias retirado. (Colección Coronado).

(4) El señor M I T R E (op. cit.), dice que «no hubo un muerto ni un herido de parte de los argentinos». Cervino dice que «no se puede fijamente expresar el número de muertos y heridos». Las declaraciones aluden á algunas bajas; esta debe ser la versión exacta.

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día s iguiente , la del Puente de Gálvez , m u c h o más desairada aún, c omo que el v i rrey transportó allí su r id icula persona y su despreciada autori ­dad. T a m b i é n allí aparecieron p o r vez pr imera el coronel José I g n a c i o de la Quintana , improv isado j e fe de los Urbanos , el coronel « h i d r á u l i c o » E u s ­taquio Giannin i y otros solemnes co laboradores del desquic io , que iba á tener m u y pronto su des­enlace .

E n la tarde del 26 , los derrotados de Qui lmes l legaron en grupos desordenados á la quinta de Gálvez , y , pasado el puente ya med io destruido , se reunieron en esta banda «en frente de la barra­ca de Cag igas» con el resto de las fuerzas traídas de la c iudad . D o n Pedro de A r c e comentaba el desastre rec iente , repit iendo en voz alta que los ingleses eran 4000 hombres bien disciplinados y aguerridos y que no pasaría de la oración sin que los tuviésemos en el Puente ( 1 ) . ¡ A d m i r a b l e m a ­nera de in fundir confianza en las t r o p a s ! — F u é en este m o m e n t o , d icen algunos testigos, cuando se entendió que el v irrey no tenía el des ignio de defender la p laza. Sabían que había despachado á L u j a n todos los f ondos de las cajas reales y que su fami l ia estaba en la quinta de L in iers , pronta para emprender v ia je al inter ior . Sobremonte pasó la noche en la quinta de D o r n a , rodeado por los b landengues y mi l i c ias de la Ensenada , en tanto que las mi l i c ias de caballería y los Urbanos o c u ­paban las barrancas de la Convalecenc ia . Desde el alba del día 2 7 , unos 400 hombres de in fanter ía de mi l i c ias y una compañía de granaderos del F i j o , atr incherados en un cerco de tunas, d i spu ­taban al enemigo el paso de B a r r a c a s ; pero , p r o n ­to se les agotaron las munic i ones , y hab iéndo las ped ido vanamente al coronel G iannin i , tuvieron que emprender ret irada. Entretanto , el v i rrey montaba á cabal lo y , seguido de la caballería de Gutiérrez, ganaba la quinta de L in iers , donde ya

í'l) Declaración de D. José de Castro y otros.

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le esperaban A r c e , Nico lás Quintana , R o c a m o r a y otros je fes . D e allí Sobremonte se trasladó con su f a m i l i a y escolta al Monte de Castro, para labrar « e n junta de generales» un documento e x p l i c a ­t ivo de su f u g a , m u c h o más i n d i g n o y vergonzoso que cualquiera cap i tu lac ión .

H a b i e n d o el coronel de la Quintana c o m u n i c a d o á los je fes y oficiales de mi l i c ias , que era « o r d e n del v i r r e y » replegarse á la Fortaleza para obtener una «honrosa cap i tu lac i ón» , produjéronse escenas tumultuosas que luego se repit ieron en la P laza M a y o r . E l capitán M u r g u i o n d o , el al férez Cap-devi la , Váre la y otros que m u y pronto vo lver ían por su honra v e n d i d a , protestaron en términos v io lentos : « ¿ C ó m o se entiende aquello de ret i ­rarse, cuando no se sabe de qué co lor es el u n i ­f o rme del e n e m i g o ? » — A lo cual Quintana contes­taba, revist iéndose d e . g r a n autor idad : Nadie le­vante la voz: pena de la vida al que no obedezca al señor virrey! P e r o s iguieron las protestas por largo rato , hasta que , ob l igados á dejar sus armas, m u c h o s prefirieron romperlas al pie de la F o r t a ­leza. E l j e f e de la plaza tenía ya redactado el proyec to de cap i tu lac ión , el cual fué desdeñosa­mente rechazado por el vencedor que ya se acerca­ba por la calle de Santo D o m i n g o , « en orden des­p legado para aparecer más i m p o n e n t e » . E l general Beres ford se instaló en la Fortaleza de los v i rre ­yes y, en lugar de la cap i tu lac ión honrosa, tuvo Quintana que aceptar y firmar las « cond i c i ones concedidas por los generales de su Majestad B r i ­tán i ca» ( 1 ) . E n esos mismos días, Sant iago L i -

(1) El 2 de julio de 1806, suscribieron también dicho documento los alcaldes de 1.° y 2.° voto, Francisco Lezica y Anselmo Sáenz Valiente. A este propósito se suscita una pequeña cuestión histórica que no carece de interés. Los señores Mitre, López y otros historiadores modernos di­cen, siguiendo á Núñez, que (á principios de 1807) don Martín Alzaga, «acababa de ser nombrado alcalde de pri­mer voto, en la renovación anual de la corporación»; lo que es exacto. Ahora bien, al día siguiente de la Recon­quista, vemos desaparecer los nombres de Lezica y Sáenz Valiente de entre los miembros del Cabildo, sustituyén­dolos los de Martín Alzaga y Villanueva, como Alcaldes

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niers penetraba en Buenos A i res , provisto de un salvo conducto ped ido por su amigo don E d m u n d o O 'Gorman. Mientras tanto , el v i r rey Sobremonte , que basta para la f u g a necesitaba protecc ión , p r o ­ponía en vano á las mi l i c ias que todavía le rodea­ban acompañar le basta Córdoba , «o frec iéndoles doble sue ldo» . S igu ió camino en carruaje con su fami l ia y la escolta, sin ocuparse más de los sol ­dados hambrientos que vo lv ieron penosamente á la c iudad . T u v o al p r inc ip i o el pensamiento de situarse en L u j a n , con los fondos de las cajas reales ; pero el anunc io de estar acercándose la part ida inglesa que venía por ellos le ob l igó á marchar al inter ior . Desde Córdoba, d i r ig ió v a ­rias comunicac iones á Buenos A ires y á España , procurando pal iar su conducta y avisando que d icha c iudad era la capital prov is ional del v i ­rreinato . Unas y otras cayeron en el vac ío . Los acontec imientos se p re c ip i ta ron ; la Reconquis ta se preparó y realizó sin intervenc ión del f u n c i o ­nar io c a d u c o , i n d i g n o de re iv ind icar ahora la au ­tor idad que en los días de prueba había abd i cado .

P o r su parte , el « G o b e r n a d o r » ing lés , c o m o en sus decretos se t i tu laba , tuvo la conc ienc ia i n m e ­diata de la s i tuación. E l codic ioso P o p h a m , no Beres ford , fué el inst igador de todas las medidas de rapiña y char latanismo con que tan indecorosa­mente se exh ib i ó á la exped i c i ón en Europa y

de 1.° y 2.° voto. Con este título, desde el 14 de agosto hasta septiembre de 1806, Alzaga y Villanueva suscriben (en lugar de Lezica y Sáenz Valiente) documentos tan importantes como la eliminación de Sobremonte y (el 20 de agosto) el parte de la Reconquista nal Rey Nuestro Señor». Pero, en septiembre, se eliminan Alzaga y Villa-nueva y los propietarios vuelven á aparecer. El eclipse es curioso y significativo. La explicación probable—que merecería confirmación—es que el hecho de haber firmado la ((capitulación» hubo de acarrear gran impopularidad á los alcaldes, quienes pidieron y obtuvieron ser reempla­zados por los nombrados. La Reconquista borró la impre­sión y repuso las cosas en su lugar. Creemos que, según la ley, los dos regidores más antiguos debieran reempla­zar á los alcaldes impedidos. | Pero se estaba iniciando la Revolución!

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A m é r i c a . N o sólo eclióse al pronto sobre el bot ín , de prop iedad part i cu lar en m u c h a parte , y cuya d is tr ibuc ión quedó en c laroscuro , sino que d iscu­rr ió aquella entrada carnavalesca del «Tesoro de Buenos A i r e s » en Londres , f omentando el entu­siasmo mercant i l de los cl ientes del Café de L l o y d con p inturas fantásticas de las riquezas argent i ­nas . Beres ford , más f r ío ó más penetrado de su responsabi l idad, c omprend ió al punto que sería impos ib l e la conservac ión de su conquista sin i m ­portantes refuerzos de mar y t ierra. V a n a m e n t e acuarteló sus fuerzas y , para d is imular su n ú m e r o real , e x i g i ó d iar iamente u n ni imero de raciones d u p l o del necesar io : la estratagema no pod ía en­gañar al observador experto que m e d í a ya la fla­queza del invasor . Desde Juego, el general Beres ­f o r d sintió que el p lan de conquista fal laba p o r su base, que lo era la presunta conn ivenc ia de la p o ­b lac i ón . Fuera de las autoridades y del c lero que , c o m o s iempre , d ieron la señal del rend imiento al vencedor , quedó m u y evidente desde el p r imer día que el vec indar io estremecido entraba en f e r m e n ­tac i ón . L o s soldados ingleses no se a le jaban sin pe l i g ro de la P laza M a y o r ; ced iendo , cuando no á la v io l enc ia , á otros al ic ientes , l legaron las deser­ciones á t omar carácter tan alarmante que se c o n ­s ignaron severamente las tropas en la R a n c h e r í a y la For ta leza , publ i cándose con este m o t i v o el t ínico decreto r iguroso que Beres ford suscribiera. Sus otras disposic iones generales , la « c a p i t u l a ­c i ó n » inc lus ive , revelan un espíritu de generos i ­dad y sentido recto . Conced ió á la g u a r n i c i ó n los honores de la guerra ( 1 ) , dec laró el c omerc i o l i -

( 1 ) Es curioso un detalle de ese documento, redac­tado naturalmente en los dos_ idiomas. En el artículo pri­mero, al mencionar á los oficiales que debían jurar fideli­dad al gobierno inglés, el texto original designa solamente á los nativos ó domiciliados (such officers as are nativas of the country, or regularly domiciliated); pero la tra­ducción española agrega expresamente ó casados con nati­vas del país. Este era el caso de Liniers, y es conocida la acusación que se le dirigió hasta de Inglaterra, por «ha­ber violado su juramento.»

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bre , a l igerando los dereckos aduaneros ; garantizó la prop iedad y el e jerc i c io de la j u s t i c i a ; de jó func ionar l ibremente todas las ramas de la a d m i ­nistrac ión, respetó al Cabi ldo , d ictó excelentes medidas pol ic ia les . . . T o d o era inút i l : según el d i ­cho de un contemporáneo , « e l pueb lo quería al amo v i e j o ó á n i n g u n o » . í teal izó su doble aspi­rac ión : pr imero echó al amo n u e v o , y al v ie jo poco después.

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C A P I T U L O T E R C E R O ­

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Con buena sombra y s impatía evidente por la protagonista , refiere el mayor Gil lespie una p e ­queña escena de que fueron testigos él y c inco ó seis compañeros de armas, la noche misma de su entrada tr iunfa l en la c iudad . P a r a rehacerse de tanta penuria reciente , habían ido á comer á la célebre f onda de los Tres Reyes s i tuada, c o m o todo el m u n d o sabe, en la calle de Santo Cristo (25 de Mayo). Tocó les sentarse en la misma mesa que algunos oficiales españoles y un señor B a r r e ­da, «cr io l lo l e t rado» , que amablemente les servía, de intérprete . Mezquina era la c e n a — e g g s and hacon—como que los mercados no se abastecían desde la antev íspera ; pero a legraba la vista una arrogante m u c h a c h a , h i j a del mesonero , que a y u ­daba al servic io . E l exce lente m a y o r , rec ién l le ­gado del Cabo con setenta días de travesía, o b ­servaba á la j o v e n con v iv í s imo interés. N o tardó en sospechar que algo m u y grave pasaba en ella: su ceño a i rado , sus encendidas mej i l las y o jos centellantes eran ind i c i o de una tempestad inte ­r ior . . . E l narrador confiesa de buena fe que se sentía desazonado, i gnorando sobre quién descar­garía la tormenta . A l fin estalló. Cuadrándose de repente delante de los pobres mi l i c ianos , la h i j a de los Tres Reyes espetóles esta arenga desnuda de artif icio: «Cabal leros , debieron ustedes avisarnos de antemano que era su intenc ión cobarde entre­gar á Buenos A i r e s ; pues juro por m i v ida que á saberlo, nosotras las mujeres hubiéramos salido

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á la calle y ecliaclo á pedradas á esos ing leses ! » Después de este desahogo ( 1 ) , rec ib ido á quema ropa en el s i lencio genera l , la Bradamante cr io ­l la , bruscamente serenada, s iguió m u d a n d o el c u ­bierto á vencedores y venc idos con una sonrisa encantadora .

L a anécdota es s ign i f i cat iva ; en nuestros días se la tendría por u n « s í m b o l o » de la ps ico log ía popu lar durante esa crisis so lemne. Hase visto c ómo el negrero W a y n e no engañaba á los i n g l e ­ses, p intándoles in fa l ib le la captura de la c iudad con un go lpe de m a n o atrevido . L a habían real i ­zado sin m u c h o esfuerzo ni grandes pe l igros . Fu­gado el v i r rey , rendidos los je fes y soldados, re ­s ignadas las autor idades , inerme y al parecer c on ­f o r m e la pob lac i ón , p u d o el conquistador creer en la real idad de su conquista . A l día s iguiente de estar instalado Beres ford en la Forta leza , c o ­menzaron á acudir las corporac iones , hac iendo cabeza el obispo y su c l e r o ; se juramentaron ofi­c iales y empleados , prestaron ple i to h o m e n a j e y o frec ieron su val ioso concurso « m o r a l » los pre la ­dos y priores de conventos . Bastó una int imac ión para que el sub- inspector A r c e y el Cabi ldo h i ­c ieran ba jar de L u j a n los caudales estra ídos de las cajas reales ( 2 ) . P r o n t o vo lv ieron á abaste­cerse los corrales y mercados , á abrirse las t ien­das y pulper ías , c o m o que , por c i rcu lar en manos inglesas , no perdían los pesos y doblones su co ­noc ida efigie española. Si no h u b o f u n c i ó n de co -

(1) La expresión inglesa (clelivery) se presta á un equívoco.

(2) Según un estado detallado de la Tesorería, desde julio 6 hasta agosto^ de 1806, el total de las sumas entre­gadas á las autoridades inglesas ascendió á 1.438.514 pesos. De esta cantidad se embarcaron en el Narcissiis 624.714 pesos; el comodoro Popham dio recibo por valor de 494.223 pesos, procedentes de Lujan (zurrones, barras de plata, tejas de oro y hasta vajilla) ; el general Beres­ford libró órdenes por 229.176 pesos, dejando justifica­tivo por su mayor parte: gastos de la tropa, devolución al Consulado, etc. Después de la Reconquista, se recupe­raron 130.000 pesos del dinero entregado á Popham.

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medias en todo j n l i o , l idiáronse toros en el Ee t i r o . Jefes y soldados « c o l o r a d o s » f o rmaron relaciones en sus respectivas esferas. Las mismas fami l ias , en cuyas casas se hospedaban los oficiales, trata­ban á éstos con a fab i l idad . . . Dec id idamente aque­l lo andaba á maravi l la , y la contagiosa i lusión del comodoro se transmit ió al general . Como San­cho en la ínsula Baratar ía , comenzó Beres ford á creer en su gobernac i ón , y p rod igó las órdenes, decretos y reglamentos á n o m b r e del soberano b r i ­tánico . As í pasaron algunas semanas sin que los incautos vencedores se dieran cuenta exacta de la situación. H a b i e n d o asaltado la casa y con f a ­c i l idad suma desalo jado á sus dueños , los in t ru ­sos se instalaron en ella y armaron f rancache la , sin sospechar que los propietarios pudieran j u n ­tar á los vecinos y preparar una vue l ta . Gi l les-pie se mostró sabio con no pro longar su sobre­mesa en los Tres Reyes, á pesar de las sonrisas y del good humour and charms de la huéspeda ! Cuando los síntomas se h ic ieron harto visibles y reventó afuera lo que adentro pasaba ; cuando los invasores l legaron á comprender que un pueblo no está subyugado mientras el a lma no está su­m i s a ; cuando se descubrió que las f órmulas cor ­teses, ni las protestas de los func ionar ios , ni los sermones de los frai les interpretaban el a lma de un pueblo estremecido y recién vuelto de su estu­p o r : ya era t a r d e ; y c og ido en su propia t rampa, no pod ía Beres ford , aunque quisiera, seguir el conse jo del f orbante P o p h a m que proyectaba b o m -hardear y poner á saco la c iudad , embarcándose luego con el bot ín ( 1 ) .

(1) Existen varias comunicaciones de Popham en que reprueba á Beresford su condescendencia v generosidad para con los habitantes de Buenos Aires.

LINIERS.—6

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I

H e m o s visto c ómo Sant iago L in iers , al día s i ­guiente de la cap i tu lac ión , sol ic itó y obtuvo del general Beres ford u n sa lvoconducto para visitar á su f a m i l i a en la c i u d a d . Siendo u n hecho i n d i s ­cut ib le esta negoc ia c i ón , que fué l levada á cabo por el ir landés E d m u n d o O 'Gorman ( 1 ) , basta á desvanecer todas las imputac iones ca lumniosas de P o p h a m respecto al pretendido c ompromiso de L in iers . Este vo lv i ó á Buenos A i res el 29 de j u ­n i o , no hal lándose , por tanto , en la Ensenada cuando el teniente Groves fué á rendir la en n o m ­bre del genera l ing lés . Prov is to de su sa lvocon­d u c t o , L in iers p u d o también abstenerse, c o m o se abstuvo , de concurr i r al acto del 5 de j u l i o en que , por inv i tac i ón escrita del Cab i ldo , « los je fes y miembros de las corporac iones eclesiásticas y otras, los alcaldes de la c iudad y barrios y todos los habitantes pr inc ipa les ( fueron ) á P a l a c i o en el Fuer te de Buenos A i r e s , á las 12 del d ía , al e fec ­to de prestar juramento de f idel idad á S. M . B . » Para juramentarse no habr ía L in iers ped ido sa lvo ­conduc to . No pertenec iendo á la guarn i c i ón de la plaza rend ida , le era l í c i to invocar , c o m o B e l ­grano y los ministros contadores que se honraron

(1) Este O'Gorman, pariente del protomédico, había venido á Buenos Aires «con real licencia por seis meses para arreglar asuntos de familia». Parece que. obtuvo permiso para establecerse, acabando por casarse con una hermosa criolla de la isla Mauricio que figurará en este relato. Como White, Wayne y otros, prestó á los ingleses servicios más ó menos recomendables, aunque tenía él la disculpa de servir á su país. Agente de_ Beresford para la cobranza del «ramo de tabacos y Eilipinas», se hizo odioso y, el día de la Reconquista, tuvo que guare­cerse en el buque de Popham, dejando en tierra á su mujer. La Reconquista puso á Liniers en el lugar de Be­resford, y, tan amigo del francés como del inglés, el ex­celente O'Gorman volvió al statu quo ante bellum.

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con su negat iva , el carácter de sus func iones , que emanaban del rey y se e jerc ían en cualquier pun ­to no conquistado del v irre inato donde se estable­ciera la l eg í t ima autor idad . Pero no eran necesa­rias tantas razones: el día de la cap i tu lac ión de la ciudad, él estaba tan fuera de ella, aunque en te ­rritorio del v irre inato , c omo A l l ende en Córdoba ó Piuiz H u i d o b r o en Montev ideo , y por cons iguiente , a jeno á las consecuencias de esta acc ión de g u e ­rra. P o r otra parte, es m u y sabido que después de la reconquista , cuando las recr iminac iones de Beres ford , pr is ionero ó f u g a d o , cobraron mayor acr i tud contra L in iers , nunca b izo alusión al su­puesto compromiso verbal ó escrito de su adver ­sario: es que no exist ió jamás , sino en la i m a g i n a ­c ión novelesca y la conc ienc ia elástica de P o ­p h a m ( 1 ) . L in iers comet ió muchas faltas , i n c u ­rr iendo en imprevis iones y l igerezas que no p r o c u ­raremos d is imular , pero en las. cuestiones de honra era i rreprochable y, c omo lo declara el m i s m o B e ­resford, « incorrupt ib le » .

L in iers no v iv ía ya en la quinta que con su her ­mano tenía arrendada á don Is idro Lorea ( 2 ) ,

(1) En su comunicación del 25 de agosto al honora­ble \V. Marsden, secretario del Almirantazgo, el comodoro Popham formulaba acusaciones tan inverosímiles contra Liniers, que el mismo tribunal las mandó suprimir de la versión oficial que fué publicada. Después de la conquista, Popham no estuvo en la ciudad sino el día 5, para pre­senciar la función del juramento á que no asistió Liniers; para tener con él ((frecuentes entrevistas» hasta el 10, hubiera sido necesario que Liniers empleara la semana en viajes á balizas exteriores donde fondeaba el Diadem. Tenía otras y mejores atenciones en la ciudad!

(2) La «quinta de Liniers» estaba en la calle que hoy lleva este nombre, ocupando las manzanas ahora corta­das por la de Moreno. Desde antes de 1795, el conde de Liniers, gran buscavidas mucho menos ingenuo que su hermano, obtuvo licencia para establecer allí una (¡Real fábrica de pastillas» que no prosperó. La curiosa causa seguida en 1795 contra algunos franceses sospechados de conspiración (entre ellos un tal Bloud, capataz de Li­niers) suministra detalles interesantes sobre la vida de la época y, especialmente, el carácter bondadoso del co­mandante Santiago Liniers. Dirigió la causa D. Martín de Alzaga, como Alcalde de primer voto, con un ensaña-

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sino en casa de su suegro Sarratea, enfrente de Santo D o m i n g o . S inceramente re l ig ioso , á fuer de mar ino y vendeano , L in iers asistía á los oficios del culto y era natural que pusiera su empresa so lemne , ya nac ida en su espír itu, ba j o la protec ­c ión d iv ina . H e aquí lo que se lee en el L i b r o de Ac tas de d i cho convento , ba j o el test imonio au­téntico de su pr ior y m a y o r d o m o , con la fecha del 25 de agosto de 1806:

Con motivo de haber sido rendida esta plaza, el día veinte y siete de junio de mil ochocientos seis, á las ar­mas de su majestad Británica del mando del general Mr. Williams Carr Beresford, se experimentó decadencia y cierta frialdad en el Culto por la prohibición de que se expusiese el Santísimo Sacramento en las funciones de la Cofradía que tuvo á bien mandar el ilustrísimo señor Obispo de esta Diócesis. El domingo primero de julio, no hubo más que una misa cantada sin manifiesto, y habien­do concurrido á ella el capitán de navio señor don San­tiago Liniers y Brémont, que ha manifestado siempre su devoción al Santísimo Rosario, se acongojó al ver que la función de aquel día no se hiciera con la solemnidad que se acostumbraba. Entonces conmovido de su celo, pasó de la Iglesia á la Celda prioral, y encontrándose en ella con el R. P. Maestro y Prior Fray Gregorio Torres, y el mayordomo primero, les aseguró que había hecho voto solemne á Nuestra Señora del Rosario, ofreciéndole las banderas que tomase á los enemigos, de ir á Montevideo á tratar con aquel' señor Gobernador sobre reconquistar esta ciudad, firmemente persuadido de que lo lograría bajo tan alta protección...» (1) .

Escritores hay c u y o estrecho l ibera l i smo no puede contemplar f r íamente tales «extrav íos de la superst i c ión» . Cuando no l legan á pensar, c o m o el pobre Manue l M o r e n o , que la devoc ión de L i ­niers sólo encubría cá lculo h ipócr i ta y pus i lan i ­m i d a d , se l imi tan moderadamente á señalarla co ­m o u n s íntoma de ignoranc ia y flaqueza de espíri ­tu . N o necesitamos demostrar la s incer idad de las

miento grotesco y atroz. Algunos de los reos fueron tor­turados. El juicioso y casi siempre exacto Domínguez lo pone en duda; pero ello resulta irrefutablemente del pro­ceso manuscrito, cuya comunicación debo á la amabilidad del general Mitre.

(1) Acta reproducida in extenso en los Trofeos de la Reconquista.

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creencias que , según el d i cho de Pasca l , hacen re ­correr á sus sostenedores la vía cmicis del mart i ­r io . E n cuanto á la deb i l idad menta l que tales creencias rel igiosas revelar ían, ello no está de ­mostrado i r re futab lemente ; y , sin invocar e j e m ­plos abrumadores de otros países y épocas , no parece que en esos mismos años de la I n d e p e n ­denc ia , e l « f a n a t i s m o » de Mar iano M o r e n o , c o n ­trapuesto al « l i bera l i smo» de su hermano Manue l , fuera ind i c i o de una in fer ior idad de la mente ó del carácter. E n el f o n d o , no hay d i ferenc ia esen­cial entre el mist i c ismo hero ico de un márt ir y el de un patr i o ta ; ya sea una cruz , ya una bandera su s ímbolo v is ib le , ambos arrancan de la misma fuente pro funda , del prop io esfuerzo subl ime que desprende el ser h u m a n o de sus v ínculos terres­tres para arrojarle al sacrif icio. Es el t r iunfo de la pasión noble sobre la prudenc ia egoísta y el instinto conservador del o rgan i smo : en u n a p a ­labra , de la h u m a n i d a d sobre la an imal idad . T no es m u c h o que , para mantener un equi l ibr io tan inestable y sobrenatural , se procure casi s i em­pre el auxi l io de un « m i s t e r i o » ideal ista. Acaso sea más grande el f r ío a l truismo de u n Condorcet ó de un H o c h e , que sólo obedece á la pura noc i ón del deber moral , despo jada de toda i lusión ó ra­diante e m b l e m a ; pero tales heroísmos excepc i ona ­les y filosóficos no son contagiosos para las m u c h e ­dumbres . E n todo caso, la santurronería que parte de Santo D o m i n g o para realizar la Reconquis ta y la Defensa , queda m u y por c ima de las ironías l iberales que no conducen á las func iones de i g l e ­sia ni tampoco á las del c a m p o de batal la—sin que pretendamos , por c ierto , que sea la segunda omi ­sión consecuencia forzosa de la pr imera .

No es por buscar temas para reflexiones morales por lo que hemos transcrito el f ragmento an­ter ior ; creemos que de él puede extraerse un buen e j emplo de cr í t i ca histórica aal usura vario-rum. En son de justa protesta contra el deán F u ­nes y sus inmediatos sucesores, que escribían sus crónicas á manera de consejas , con exc lus ión se-

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vera de cualquiera pieza justi f icativa, han venido otros que conc iben y tratan la historia corno un expediente de escribanía. Desfi lan á nuestra vista en proces ión solemne los test imonios impresos ó manuscr i tos , todos igua lmente respetables y d i g ­nos de f e , aunque procedan v is ib lemente de tes­t igos parc iales , fa l ib les , ignorantes ó á todas luces embusteros . L a s po lémicas se componen esencial ­mente , como en el poema de B o i l e a u , de m a m o ­tretos que los contendores se arro jan mutuamente á la cabeza: P u n e s contra N u ñ e z , Manue l M o r e ­no contra Torrente , Sota contra Segu í—para no citar á los peores . U n sermón de frai le f ranc is ­cano , un « d i a r i o » de sargento de b landengues , un «rasgo encomiást i co» en verso que parece prosa ó vice versa, s irven de fundamento á tesis contra­dictorias y se e levan á la categor ía de autoridades histór icas . T todo ello al p o r mayor , sin discutir , sin d is t inguir . X o es la antorcha de la razón n i m u c h o menos del arte evocador , lo que podr ía aquí s imbol izar la labor histórica y el j u i c i o de la poster idad, sino el t ragadero del t iburón . K"os hemos cr iado en el culto del f e t i che documenta l . A n t e el hecho aquel famoso de los fósi les reconst i ­tuidos con sólo un f r a g m e n t o de mand íbu la , lo que nos marav i l la , no es el gen io de Cuvier y su ley eternamente f e cunda de la corre lac ión , sino la m a n d í b u l a ; y nuestro ideal , entonces , ha sido amontonarlas á carretadas. A l g u n a s de nuestras historias son osarios, pero no semejantes al de la v is ión de E z e q u i e l ; fa l ta el espíritu v iv i f i cador que insufle u n a lma en las rel iquias inertes : et spiritum non habebant.

Y ¡ sobre esos escombros es donde t ienen l u g a r las batallas de los textos y de las letras m u e r t a s ! l í o h a y sub-histor iador sin su alegato ardoroso y parc ia l , su «s i t io h e c h o » y pre ju i c i o i r revocable , su vehemente anhelo de tener razón á toda costa contra un adversario relapso y pert inaz . Cada cual tiene que defender á su héroe impecab le y p e r f e c t o ; no es buen b i ó g r a f o el que no se torna panegir is ta . Casado en justos nupc ias con su pre -

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ocupac ión , la proc lama ún i ca dama de su pensa­miento , sin escuchar las ob jec iones más que para combat ir las a priori—y el combate de la historia se l ibra en las espaldas de la verdad .

A l que bosque ja estas páginas (á t í tulo de ensa­y o , por c ierto , no de m o d e l o ) no se le escapa que , á fuer de b i ógra fo al uso , debería aceptar sin e s a m e n para su « h é r o e » , abonándoselo en cuenta, todo documento favorab le y auténtico que á la m a n o le v in iera . E l que hemos transcrito reúne en sumo grado ambos requis itos : es un test imonio i rre fragable , autorizado por la notaría y que , ade­más t iende á demostrar que Lin iers , l legado el viernes á la noche de la Ensenada, traía ya , desde aquel d o m i n g o , 1." de j u l i o , su p lan de reconquista con la previs ión serena del éx i to . A h o r a b ien, eso no es c ierto , porque no es pos ib le . Contra el docu ­mento , escrito y firmado dos meses después por testigos sin duda , de buena fe , pero destituidos de sentido histór ico y sujetos más que otros á la irresistible i lusión imag inat iva que exagera , s im­pl i f ica , de forma , es decir compone la rea l idad , — s e levanta la cr í t ica pos i t iva , la cua l , armada de esa m i s m a ley de la corre lac ión orgánica que J o r g e Cuvier apl icara á su mater ia , y es la c on ­d i c i ón necesaria de todos los f enómenos , denun­cia netamente el error ó el f raude . L a letra queda venc ida por el espír i tu . Todos los testigos c on ­temporáneos , seres de c redul idad y cl ientes del m i l a g r o , no prevalecen sobre la s imple i n d u c ­c i ón rac iona l . A u n q u e Lin iers fuese u n gen io , y no lo era, no sería admis ib le que no diera por base á su riesgosa aventura el estudio prev io y m i n u ­cioso de la s i tuac ión, hac iendo en pequeño lo que en grande hac ía el m i s m o N a p o l e ó n , — l o que es e lemental para tener probab le , si no segura la v i c t o r i a . — N o s hemos detenido en este inc idente , porque , lo repet imos , con ocasión de esta s imple m o n o g r a f í a , quis iéramos inspirar á a lgunos j ó ­venes d ignos de esta so l ic i tud, pues en ellos vemos á futuros historiadores argent inos , el desdén de

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los proced imientos en uso y el respeto del verda ­dero m é t o d o .

P o r cons iguiente , el capitán de navio L in iers , que sobre ser creyente tenía treinta años de e x p e ­r iencia mi l i tar , pudo «o f recer á la Y i r g e n del P o s a r i o » las banderas enemigas , no el día I o de j u l i o , sino el 9 ó el 10, c u a n d o , después de estu­diar las situaciones respectivas, se embarcó para la Colonia y asumió con plena conc ienc ia y c o n ­fianza absoluta el papel de reconquistador ( 1 ) . Y as imismo, no es pequeña muestra de per ic ia p r o ­fesional y sentido po l í t i co haber acertado, en tan breve lapso, con la única so luc ión que fuera i g u a l ­mente favorab le á la f or tuna del país y á la suya prop ia . L o s que nos repiten sentencias de escri ­banos ó canónigos , acerca de la incapac idad m i l i ­tar y el « a t o l o n d r a m i e n t o » de L in iers , mi ran las cosas por defuera, j u z g a n d o del va lor de los h o m ­bres por el resultado ac iago ó próspero de sus e m ­presas. Es proced imiento somero y al a lcance de todas las in te l i genc ias ; según esa reg la sencil la, es buen mar ino todo el que conduce la nave á se­guro puerto , s iendo inepto el que n a u f r a g a : y na ­da importa que el pr imero tuviera v iento de p o p a , mientras bregaba el segundo con la mar deshecha y el h u r a c á n !

Después de la pr imera sonrisa insinuante de la v i c tor ia , á este héroe de c i rcunstancia tocó le en suerte f o r ce jear con la s i tuación exterior y local más i n e x t r i c a b l e ; el confl icto más t remendo de fuerzas contrarias é ingobernables que haya pre ­s id ido jamás al a lumbramiento «cesáreo» de un pueb lo amer i cano . A l lado de la de Buenos A i r e s ,

(1) Sabido es que Liniers no dio importancia á la escaramuza y dispersión de Perdriel: «Nuestro general, en vez de apocarse con tan infausta noticia, dio muestras de la magnanimidad de su corazón, diciendo (á Pueyrre-dón) con alegre semblante: No importa, nosotros basta­mos para vencerlos». La anécdota concuerda con el ca­rácter y ha de ser exacta. La traen en términos análogos, varios testigos. V . gr. : BAUZA, Dominación española (segunda edición), I I , 417 y 7° Documento de prueba.

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la e laborac ión de las independencias chi lena, p e ­ruana, m e x i c a n a y hasta caraqueña, resultan de p o c o esfuerzo. A q u í m i s m o , c omo á su t iempo lo veremos , la ardua empresa de un Moreno ó de u n R i v a d a v i a parece f á c i l , c omparada con la que la fa ta l idad deparara al extranjero L in iers . N o es discutible que no se m a n t u v o á la altura de la s i tuac ión, pero ¿ q u i é n pudiera mantenerse , en esas t inieblas cruzadas de re lámpagos , sobre el suelo vac i lante y dis locado de un terremoto? V e n ­c ido , descorazonado, adher ido á una causa mala que sólo su lealtad hacía buena, remachado á ese cadáver , prefirió, c omo D e c i o , sacrificarse á las d i ­v inidades infernales y perder la v ida salvando el h o n o r . . . P e r o no nos a n t i c i p e m o s ; no cercene­mos á la v í c t ima predest inada sus horas de d icha y p l en i tud : estamos en la Reconqu is ta , en ese- m o ­mento sub l ime , ún i co en la v ida del hombre como de los pueblos , en que parece , según el d icho de V a u v e n a r g u e s , que « los fuegos de la aurora fueran menos dulces que los pr imeros rayos de la g l o r i a » .

P lanteado el p rob lema de la reconquista , no residía la di f icultad en darse cuenta exacta de la fuerza e n e m i g a . A pesar de las exagerac iones de A r c e , tendentes á pal iar su conducta , y de los subterfugios discurridos por Beres ford para inflar en la apar ienc ia la c i f ra de su e fec t ivo , no p u d o ésta ocultarse por m u c h o t i e m p o . E l reg imiento

-de highlanders hac ía e jerc ic ios en la R a n c h e r í a , lo p rop io que el resto de las fuerzas en la p lazo le ­ta del F u e r t e ; por otra parte , a lgunos desertores irlandeses habían corroborado los datos suminis ­trados por el cá l cu lo . L in iers no v iv i ó tres días en Buenos A ires sin saber que las tropas invasoras no alcanzaban ahora á 1500 hombres , entre vete ­ranos y reclutas, si b ien todos armados , con arti ­llería suficiente, y mandados por un je fe val iente y previsor . Pero por m u c h a que fuera la solidez de esta br igada , añadiéndole todos los recursos de la pos i c ión y la defensa, no parecía dudoso el éx i ­to de un ataque l levado con energía y apoyado en el concurso entusiasta de la pob lac i ón . A h o r a

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b i e n , ¿ c o n qué núc leo organizado se in ic iaba el ataque?

Desde los pr imeros días posteriores á la c on ­quista, la rendida pob lac ión babía vuelto poco á p o c o de su estupor ; entraba en fermentac ión la masa popular que Beres ford , engañado por las fla­quezas y compromisos oficiales, consideraba inerte . L a ag i tac ión del vec indar io se condensaba en con ­c i l iábulos , gérmenes flotantes de conjuras todavía esporádicas ; cruzábanse entre la c iudad y la c a m ­paña mensajes y consultas que importaban una vaga tentativa de organizac ión para la resistencia. E l coronel L in iers se encontró delante de tres m o ­v imientos inic iales que , si b ien converg ían al mis ­mo fin, no pod ían coexist ir independientes ni obrar de consuno sin contrariarse y comprometer el r e ­sultado : era forzoso e legir entre la conspirac ión urbana , que se urdía en torno de A l z a g a ; el conato de cruzada bel icosa que Sobremonte y A l l ende anunc iaban desde C ó r d o b a , — c o n a c o m p a ñ a m i e n ­to de proc lamas enfát icas , subscritas por el se­g u n d o y al parecer dictadas por el p r i m e r o , — y , finalmente, la exped i c i ón que se preparaba en M o n t e v i d e o , con anuencia más que á impulso de su achacoso gobernador R u i z H u i d o b r o : figurón aspirante á v irrey y segundo e jemplar , apenas m e ­j o r a d o , de Sobremonte . P a r a u n mi l i tar de ca ­rrera, c o m o lo era L in iers , la e lecc ión no podía ser dudosa : á prefer ir el ú l t imo par t ido , inc i tá ­banle por el pronto la sugestión de su prop io in ­terés y su tendenc ia pro fes ional .

Ten ía , desde luego , que repugnar á su conc ien ­cia de so ldado esa tenebrosa empresa de minas y explosiones que , sobre ser u n c r imen , no pasaba de una pe l igrosa ex t ravaganc ia . Sab ido es que , desde el 29 de jimio ( 1 ) , los catalanes Sentenach

(1) Dice la Historia de Belgrano, I , 125 : «A los diez días de ocupada (la ciudad), se abocaron el ingeniero don Felipe Sentenach y D. Gerardo Estebe y Llac...» A ser exacta esta versión, el complot no hubiera tomado con-

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y Estebe habían, conceb ido el proyecto de l iber ­tar la c iudad , an iqui lando á los ingleses. E n p o ­cos días contaron con la adhesión de varios españo­les , Eorneguera , A n z o á t e g u i , e t c . ; la de D o z o , e m ­p leado de A l z a g a , atrajo el val ioso concurso de su patrón, quien suministró generosamente el «ner ­v io de la g u e r r a » . E l p lan adoptado consistía en reclutar secretamente hasta 500 hombres , por el c onoc ido proced imiento de secciones independ ien ­tes, y reunir los en un punto fort i f icable de la campaña ( fué des ignado más tarde el caserío de P e r d r i e l ) ; esta fuerza debía entrar en acc ión cuando las minas cavadas ba j o la d irecc ión de Sentenach hic ieran explos ión , reduc iendo á es­combros la Forta leza y la R a n c h e r í a con sus in ­gleses acuartelados . Otros adherentes (part idarios de la famosa guerra á cuchillo que , a lgunos años más tarde , había de ostentar en la Península sus proezas afr icanas y levantar la protesta i n d i g ­nada de W e l l i n g t o n ) quer ían senci l lamente ar­m a r con p u ñ a l « las gentes que pudieran reunir» y entrar á degüel lo contra compañías f ormadas y p r e v e n i d a s ! L a inepc ia p r o f u n d a del p lan , re ­n o v a d o de la fábu la del gato con cascabel , h u b i e ­ra bastado para ale jar á L in i e r s : ¡ b i e n sabía é l — y la desbandada de Perdr ie l iba á c o n f i m a r l o — c ó ­m o las « g e n t e s » sin d isc ip l ina n i d i recc ión hacen frente á los soldados aguerridos y bieii m a n d a ­dos ! E n cuanto á las dos minas , cuyos trabajos se pros iguieron durante semanas para satisfac­c ión del ingeniero y modus vivendi de sus opera­r ios , abandonándose luego sin causa intercurren-

sistencia sino después de la salida de Liniers para la Co­lonia y, por consiguiente, éste no pudiera conocer el plan. Pero la versión es inexacta. Los dos primeros conjurados tese abocaron» el 29 de junio, «dos días después de la toma de la plaza», según los términos precisos del Diario re­dactado por Sentenach y subscrito por los siete conspira­dores. Por lo demás, la fecha concuerda con los hechos : el 3 de julio, comunicaron su proyecto al gobernador de Montevideo; el 8, se reunieron en casa de Alzaga para examinar y discutir los planes propuestos; el 9, se hizo la elección de jefes.

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te , su e fecto más probable hubiera sido sacrificar á u n centenar de enemigos y atraer luego sobre el vec indar io inocente las más sangrientas y jus t i ­ficadas represalias. Pero no es dudoso que h u b o de sublevar el a lma nob le de L in iers el carácter salvaje de la empresa, aun antes que sus c o n d i c i o ­nes irrealizables chocaran con la per ic ia del m i ­l i tar .

L a in just i c ia in i c ia l de la agresión no impedía que la t oma de Buenos A ires fuera u n acto de guerra r e g u l a r ; los ingleses eran vencedores de buena ley que habían conced ido á la plaza con ­dic iones h o n o r a b l e s ; habíanlas aceptado las au­tor idades , firmando la c a p i t u l a c i ó n ; casi todos los oficiales y vecinos notables estaban juramentados — e n t r e ellos, muchos de los que se propon ían con medios tan innobles borrar su j u r a m e n t o . E n ­horabuena que P u e y r r e d ó n y sus hermanos j u n ­tasen e lementos en la c a m p a ñ a : L iniers pod ía ap laudir su concurso leal y aceptar el m a n d o de patr iotas . P e r o era so ldado, no j e fe de bravi; y á su corazón alt ivo tenía que repugnar toda trama encubierta , y todo acecho nocturno de fe lon ía y t ra i c i ón . E l quería vencer de día , á la cabeza de un e j é r c i t o : d i r ig i r al adversario un cartel de desafío y, si éste no admit ía la rend ic ión , vencer le en buena l i d — c o m o lo h izo .

Quedaban las dos formas del ataque exter ior , y aquí t a m p o c o la vac i lac ión era pos ib le . Sobre-monte y sus mi l i c ias cordobesas representaban para el país el desprest igio , la in capac idad , la segunda derrota prevista , vale decir , segura. Para L in iers , ello importaba la postergac ión definitiva en el puesto subalterno, b a j o un j e f e que le abo ­rrecía y á quien desprec iaba: un entierro mora l . Sabíase, por otra parte , que el gobernador Rruiz H u i d o b r o acababa de negar al v i rrey caduco un refuerzo de dragones y b landengues que éste so­l ic i tara ( 1 ) . Hasta las armas escaseaban en las

(1) Oficio del marqués de Sobremonte al gobernador

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p r o v i n c i a s ; y las infel ices proc lamas de Al lende á sus cordobeses ó de A c u ñ a á sus catamarqueños , verdaderos certif icados de incapac idad y c o m p r o ­misos de in fa l ib le derrota, justi f icaban p lenamen­te las aprensiones de L in iers . T a m p o c o éstos, c o ­m o los de Perdr ie l , sospechaban que en un en­cuentro c a m p a l , no hay m u c h e d u m b r e indisc ip l i ­nada que resista á un batal lón de l ínea. ~No resta­b a , pues , más que Montev ideo c omo punto de apoyo y base regular de operaciones .

Sabíase que los je fes de mar y tierra allí resi­dentes estaban organizando un p lan de resisten­c ia , en previs ión de un ataque a n u n c i a d o ; hasta se hablaba ya de un proj^ecto de reconqtiista de la Capital , con el concurso de aquel vec indar io y de la mar ina mercante . P e r o la consideración de­cisiva que , sin duda, determinó al j e fe de carrera L in iers , y es la c lave de su conducta futura , fué que en el desquic io actual , el gob ierno de M o n ­tev ideo , con el br igad ier P u i z I í u i d o b r o , s ign i ­ficaba la única autor idad jerárquica subsistente. Acháquese , enhorabuena, á estrechez de espíritu ese respeto casi supersticioso por el orden estable­c ido , que pronto parecería escandaloso y c r iminal para los precursores de un siglo de revoluc iones y desgob ierno : lo que queda , entretanto, lo que exp l i ca hasta el fin la act i tud de L in iers , es su f idel idad inf lexible al p r inc ip i o de la autor idad l ega l . Este supuesto «so ldado de aventura» era el menos aventurero de los h o m b r e s ; no abrigaba a m b i c i ó n personal fuera de la regla y del deber ; su l lamada connivenc ia con las vele idades revo lu ­cionarias su « d e f e c c i ó n » , por tanto , no exist ió sino en algunas cabezas calenturientas . E n rea l idad , lo vac i lante y contradic tor io no está en su v ida , sino en los acontec imientos de la Península que él se obstinó en reflejar escrupulosa y pas ivamente . Héroe de la obedienc ia , apareció inerte ó descon­certado cuando no supo á quién obedecer .

de Montevideo, 1.° de julio de 1806, transcrito en la Biblioteca de la Crónica.

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II

T o m a d o su par t ido , L in iers se d i r ig ió á Las Conchas (probablemente el 10 de j u l i o ) y se e m ­barcó en una lancha para la Colonia . Se d ice que había pasado parte de la noche anterior en ora­c ión, en el santuario de la R e c o l e t a : sería la vela de las armas de los ant iguos caballeros, y á fe que no sentaba mal en quien descendía de G u y de L in iers , muerto en la batalla de Po i t iers . Desde la Colonia escribió á R u i z H u i d o b r o , reseñando el estado de la capital y proponiéndo le reconquis ­tarla « c o n 500 hombres de tropas escog idas» que se le confiasen. L a Junta de guerra , allí estableci ­da para preparar la resistencia á la anunc iada i n ­vas ión de P o p h a m , op inó que se debía oir á L i ­niers . L l e g ó éste el 16 á Montev ideo y , al día si­gu iente , desarrolló su p lan ante la Junta presi ­d ida por el G o b e r n a d o r . — E r a el br igad ier R u i z H u i d o b r o , según el chismoso Presas, « u n mar ino m u y ac ica lado y cuyo cuerpo evaporaba más o l o ­res que una p e r f u m e r í a » . L a sentencia parecerá exces iva , sobre todo en boca del juez que la p r o ­n u n c i a ; desgrac iadamente no encontramos para contradec ir la , en este punto de su carrera, si­no sus reiteradas mani festac iones de «estar su salud m u y quebrantada» para d i r ig i r cualquier empresa : hasta quería la fa ta l idad que se agra ­varan sus achaques cuando al Cabi ldo urg ía mas y más la proyectada exped i c i ón . A su invest idura real de gobernador (por cédula de 14 de j u l i o de 1 8 0 3 ) , H u i d o b r o reunía ahora otra popu lar de m u y dudosa or todox ia . A raíz de la conquista i n ­g lesa , el cab i ldo de Montev ideo había dado el p r imer paso hac ia la d isgregac ión inminente del v i rre inato , dec larando proprio motu que « e n v i r ­tud de haberse ret irado el v i r rey al interior del país , de hallarse suspenso el t r ibunal de la R e a l A u d i e n c i a y ju ramentado el Cabi ldo de Buenos

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A i r e s , era y debía respetarse en todas las c i rcuns­tancias al gobernador don Pascual R u i z H u i d o -bro c o m o j e f e supremo del Continente ( s i c ) , p u -d iendo obrar y proceder con la p len i tud de esta autor idad para salvar la c iudad amenazada y desalo jar la c a p i t a l . . . » ( 1 ) . Sea cual fuere el v a ­lor legal de esta innovac i ón , H u i d o b r o veía en ella una promesa y casi la entrada en posesión del anhelado t í tulo que , por dos veces , había de rozar sus manos sin que pudiera retenerlo j amás .

E n cuanto al Cabi ldo de Montev ideo , al expre ­sar sus sentimientos propios interpretaba los de la pob lac ión que , desde la creación del v i rre ina­to, nunca ocultó su impac ienc ia por el « y u g o » de Buenos A ires y su pretensión de disputarle el p re ­d o m i n i o po l í t i co y comerc ia l . Esta r iva l idad , que la Capital tuvo s iempre en poca cuenta , iba á d i ­señarse con ocasión de la Reconquis ta para esta­llar después de la D e f e n s a ; y así, con acostum­brarse los dos pueblos á mirarse c o m o adversarios , se orientaría poco á poco el u r u g u a y o hac ia la prop ia independenc ia . . .

P e r o entonces la op in ión de Montev ideo se mos ­traba u n á n i m e en el anhelo de la reconquista , si b ien el a m a g o de un ataque de P o p h a m v ino á dar pie á la prudenc ia del gobernador . Euera in justo no reconocer la admirab le act i tud del ve ­c indar io que , sin dist inc ión de clases, c ontr ibuyó con sus personas y bienes al l ogro de la proyec ta ­da) e x p e d i c i ó n . E n vísperas de la l l egada de L i ­n iers , estaban alistados 1400 hombres y apres­tada una flotilla « d e tres goletas , doce lanchas de fuerza , cañoneras y obuseras, con el número de embarcac iones correspondiente al transporte de las t ropas» ( 2 ) . R e u n i d a la Junta , b a j o la i m p r e ­sión de estar Montev ideo á su vez amenazada, L in iers no se e m p e ñ ó en demostrar que la recon­quista de Buenos Aires tornaba improbab le el ata-

(1) Citado en BAUZA, op. cit., I I . 398. (2) C . CORONADO, Informe al Gobernador.

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que de P o p h a m con fuerzas tan reduc idas : se c iñó hábi lmente á establecer que su p lan no di fer ía esencialmente del presentado por Concha , M i c h e -lena, Córdoba y demás oficiales allí presentes (de quienes era superior j erárquico c o m o capitán de n a v i o ) ; y que su e j e cuc ión no rec lamaba sino una parte de la gente mov i l i zada , pud iendo la otra par ­te quedar para la defensa de la plaza que , desde luego , « requer ía la presencia del g o b e r n a d o r » . Aceptadas estas ideas , que fueron expuestas con e locuenc ia y defendidas con calor , quedó en tal sentido modi f i cado el p lan de la reconquista y nombrado oficialmente su comandante en j e fe don Sant iago L in i e r s , con el capitán de f ragata G u ­tiérrez de la Concha c o m o segundo . A q u e l n o m ­bramiento regular y la orden de marcha subsi­guiente conf irman lo que d i j imos acerca de la exped i c i ón y de su c a u d i l l o ; y el lo , además de fijar la fisonomía tan m a l c o m p r e n d i d a de L i ­niers , restablece la verdad de los hechos en aquel deplorable enredo de la cap i tu lac ión , que á su t i empo discut iremos . A l invocar su dependenc ia j erárquica respecto del gobernador H u i d o b r o , c u ­ya rati f icación era en cierto m o d o necesaria, L i ­niers no inventaba un argumento de c i rcunstanc ia . T a n es así que , después de la Reconqu is ta y en el orgul lo embr iagador de la v i c tor ia , él m i s m o , s iempre respetuoso de la Ordenanza, encabeza su parte oficial al pr ínc ipe de la P a z , t ranscr ib iendo in extenso la « o r d e n » de su j e f e para constancia de su proced imiento regular ( 1 ) . Quien aprecie la conducta de un oficial europeo c o n el ant iguo concepto « c r i o l l o » de la d isc ip l ina , se expone á desconocer á hombres y acontec imientos .

D e b i e n d o formarse el cuerpo exped i c i onar io con « h o m b r e s escogidos de la m e j o r t r o p a » , no de jó de ofrecer dif icultades su organizac ión inmediata , ante las pretensiones justif icables de las mi l i c ias .

(1) Biblioteca del Comercio del Plata, Compilación, página C2, y en muchas obras modernas.

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Todos los vo luntarios urbanos querían m a r c h a r ; y no estuvo de más la energía mi l i tar de L in iers , un ida á su incomparab le don de gentes, para en­cauzar el entusiasmo genera l . E l sabía que las batallas se g a n a n con reg imientos , no con m u l t i ­tudes. R e d u j o , pues, al m í n i m u m el cont ingente de rec lutas , m e j o r d i cho , ex ig i ó que fueran el núc leo de su fuerza los 500 soldados de l ínea que , según su pr imera c o m u n i c a c i ó n , eran necesarios y suficientes para la empresa, sin rechazar un prudente refuerzo de vo luntar ios . De l estado fir­m a d o por Liniers en la Colonia , el 3 de agosto , resulta el s iguiente e fec t ivo :

Tropa de línea

Plazas 1 compañía de artillería (comandante Agustini). 75 1 compañía de infantería de Buenos Aires (co­

mandante Gómez) 63 3 compañías de dragones de Buenos Aires (Pi­

nedo) 216 2 compañías de blandengues de Buenos Aires. . 174 528

Milicias

2 compañías de infantería de Montevideo (Cho-pitea y Balbín) 150

2 compañías de caballería de la Coltmia (Chain y García) 102

1 compañía de voluntarios catalanes (miñones) (Bufarull) _120 372

900

A ñ a d i e n d o á esta c i f ra los 73 marineros del corsar io francés Mordei l le ( 1 ) , que tan b izarra­mente concurr ieron á la Reconqu is ta , unos 300 marineros españoles de los buques (pues no todos

(1) El historiador Mitre escribe Mordell, como si el apellido fuera catalán.—Es de notar que Liniers, á pesar de su simpatía natural por sus compatriotas y de la amis­tad que tenía con Mordeille y el teniente Raymond, no incluyó este contingente sin pre en el estado oficial; siempre el respeto profesional de la ordenanza.

LINIERS.—7

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bajar ían á t ierra) que se desembarcaron en Las Concbas , y unos pocos «aventureros» agregados , se alcanza al gran total de 1300 hombres para la d iv is ión que marchó sobre Buenos A i r e s . Se ve que el cont ingente prop iamente u r u g u a y o c o m ­prendía unas 252 plazas , apenas la quinta parte del c on junto . N o procuramos , ni nos toca, minorar el lote que l eg í t imamente le pertenece en la g l o ­ria comi ín . T a m p o c o desconocemos la influencia mora l que tendría la presencia de los Chopi tea , Sa lvañach , Garc ía de Z ú ñ i g a , Caldeira , C h a i n , Larreta , E l l a u r i — y hasta del capel lán Larrañaga — e n t r e los v o l u n t a r i o s ; pero quedan las c i fras i rre futables , y es impos ib le no tachar de excesiva la pretensión, mani festada después del t r iun fo , de ser las cuatro compañías montev ideanas las únicas reconquistadoras y dueñas exc lus ivas de las banderas tomadas por L in iers y P u e y r r e d ó n .

E l 22 de j u l i o la d iv is ión salió de Montev ideo , desfilando por el portón de San P e d r o entre las ac lamaciones del vec indar io . A l frente iba L i ­n iers , v ist iendo el bri l lante un i f o rme azul y r o j o , flordelisado de oro, de capitán de nav io , y, en el pecho , la cruz de caballero de M a l t a : con su alta estatura, su robusta presencia , su belleza risueña y varoni l que f o r m ó parte de su prest ig io entre las m u c h e d u m b r e s . Saludaba, eterno feminista, á las mujeres apiñadas en los balcones y azoteas, anun­c iando la v ic tor ia que le tenía promet ida aquella voz secreta, misterioso confidente de todo conquis ­tador . ¡ A l fin tenía su hora h i s tór i ca ! Y , radiante-de entusiasmo, b landía al c laro sol de inv ierno , dulce c omo una car ic ia , la espada tanto t i em­p o herrumbrada que había flameado en Gibra l far y Menorca , contra esos mismos ingleses que ahora iba á vencer .

L a co lumna salió de la c iudad después de m e ­diodía y l legó esa misma tarde á Las Piedras ( 1 ) ,

( 1 ) Para los detalles de esa marcha, no hay mejor documento que el Diario exacto y minucioso, llevado por el capitán de milicias de infantería, D. Juan Balbín González y Vallejo, el mismo que fué más tarde coronel

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donde pasó la n o c h e ; al día s iguiente , tuvo que detenerse en Canelones y acampar hasta el 26 pol­la l luvia crec iente que había engrosado al r ío de Santa L u c í a . Las fuerzas salvaron San José sin detenerse, a lcanzaron al Rosar io el 29 , acampa­ron el 30 en el R i a c h u e l o y , por fin, entraron en la Colonia en la mañana del 3 1 ; y a estaba allí la flotilla de transporte al m a n d o de Gutiérrez de la Concha . E l I o de agosto , el coronel L in iers d i ­r ig ió á la d iv is ión una proc lama briosa á par que severa, y se h i c i eron los preparat ivos del embar ­co . Ese m i s m o día tenía lugar el desgraciado en­cuentro de Perdr ie l , que los vo luntarios españoles y criollos debieron y pud ieron evitar, retirándose ante el enemigo que no tenía cabal lería : puso en rel ieve el va lor personal del j o v e n P u e y r r e d ó n , pero demostró lo inconsistente de las mi l i c ias mal d ir ig idas y peor d isc ip l inadas . A l día s iguiente , Pueyrredón se presentaba á L in iers , refiriéndole m u y afectado y abat ido el desastre de la v í spera ; fué entonces cuando el j e fe le reanimó é in fund ió confianza á sus tropas con aquellas palabras ya c i tadas : « N o i m p o r t a : bastamos nosotros para b a ­t i r los» .

L a m a r c h a de la d iv is ión , desde el día 3 de agosto en que salió de la Colonia hasta el 10 en que l legó á los mataderos del Miserere, ha sido re ­fer ida por testigos presenciales (oficiales del e jér ­cito casi todos ellos) con bastante d ivergenc ia en los pormenores .—Esta discrepancia era por muchas causas inev i table , y por cierto que no se l imi ta á este ep isodio , puesto que es de regla general en la histor ia . N o prov iene ún i camente del reduc ido campo en que g i ra la acc ión personal de cada t e s t i g o ; también entran en cuenta, c omo ya d i j i -

del Regimiento de infantería ligera de Montevideo y, en unión de Murguiondo y Cavia, intentó el movimiento re­volucionario del 12 de julio de 1810.—En la jornada de la Reconquista, Murguiondo, también capitán de buque mercante, mandaba en segundo el cuerpo franco de M o ; -deille.

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m o s , la irresistible tendencia imag inat iva y la i lus ión b u m a n a que nos sitúan en el centro del hor izonte v is ib le . Añádase que cuando los testi­gos son, c omo Concha ó Córdoba, subalternos que se d ir igen al superior , entra fata lmente en j u e g o otro m ó v i l interesado ; para apl icar un d i cho v u l ­gar á un acto que no lo es menos , cada cual arr i ­m a la brasa á su churrasco ( 1 ) . Se ve á cuántas causas de error está sujeto el ju i c i o h is tór ico . P o r

. eso, el h istor iador no debe seguir servi lmente á nad ie , sino escuchar c omo el juez á todos los tes­t igos más ó menos s inceros, y extraer del c on junto contradic tor io una vers ión probable y rac ional . Este prudente escept ic ismo es la esencia misma de la c r í t i ca ; tal escéptico no es el p i r rón ico que n i ega , sino el que invest iga pac ientemente antes de pronunc iarse ,—la misma palabra lo d ice ( 2 ) . E l lector encontrará en muchas publ i cac iones h is ­tóricas el parte oficial de L i n i e r s ; no es del todo exacto ni c o m p l e t o ; cont iene varios errores de de ­talle y, naturalmente , se muestra bastante parco respecto de la act i tud del autor en la j o rnada . Con t o d o , es un documento de pr imera m a n o que pre ­senta un buen cuadro de c on junto y , á más de las comunicac iones oficiales, suministra datos p r e ­c iosos para la ps ico log ía del P e c o n q u i s t a d o r .

Embarcadas las tropas el día 3, la travesía de la Colonia á esta costa se e fectuó sin inconven ien ­te grave , aunque con bastante labor por la sues­tada y los chubascos . Par te de la flotilla extrav ió el r u m b o en la obscur idad , teniendo que fondear sin saberlo á i n m e d i a c i ó n de una f ragata enemi ­g a . A l salir la luna , zarparon las naves y rect i ­ficaron su r u m b o , amanec iendo á la vista de B u e ­nos A ires y de la escuadra ing lesa . A r r e c i a n d o la suestada, L in iers resolvió desembarcar en Las Conchas y no ya en Ol ivos c omo se había deter-

(1) Es la forma criolla del refrán; en España, suele decirse : á su sardina.

(2) SxsTCTtxóq = el que examina; propiamente, el que toca con las manos, como santo Tomás.

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m i n a d o . A l l í f ondeó el 4 por la mañana , realizán­dose inmediatamente el desembarco de tropas y artillería é incorporándose además los marineros disponibles de la flotilla. A l día s iguiente , las fuerzas entraron en San I s idro , donde encontra­ron provis iones frescas y a b r i g o ; el temporal se había desencadenado , dispersando las naves ene­migas y echando á p ique c inco lanchas cañoneras . Las tropas emplearon el día en l imp iar el arma­mento y apercibirse para el combate que se creía inminente . Unos doscientos hombres que allí se incorporaron , entre dispersos de Perdr ie l , vo lun­tarios á p ie y paisanos á caballo mandados por el al férez Terrada , habían traído la not ic ia de un p r ó x i m o ataque, dispuesto por Beresford contra la d iv is ión en m a r c h a . Av isos semejantes se re­p i t ieron los días s iguientes , esparcidos al parecer por Sentenach y sus con jurados , sin m u c h o c o n ­mover á L in iers . E n la mañana del día 8, apenas serenado el t i e m p o , la d iv is ión se puso en m a r c h a , l l egando en la tarde del 9' á la Chacarita de los co leg ia les .

A l día s iguiente , d o m i n g o , el capellán Larra -ñaga ce lebró la misa al aire l ibre , en el centro de las tropas f o r m a d a s ; y, c onc lu ido el oficio, se d io orden de marcha para los corrales de Misere­re , donde se l legó á las diez de la mañana . Desde este punto , el j e fe de la d iv is ión española d i r ig ió á las once , con su pr imer ayudante Quintana , una enérgica in t imac ión al general ing lés . N o hab ien ­do sido admit ido por Beres ford , en los qu ince m i ­nutos f i jados, el enviado se retiró sin entregar la m i s i v a ; pero L in iers no aprobó este exceso de celo y despachó nuevamente á su ayudante que fué rec ib ido en el acto ( 1 ) . L a conoc ida respuesta

(1) Este incidente, al que los generales ingleses die­ron cierta importancia (comunicación de Popham á Be­resford, 11 de agosto, 7 '/a ¿ha I a noche) no se menciona en la Historia de Belgrano, á pesar de referirlo Núñez, lo que hace ininteligible la narración: «Liniers... intimó rendición al general inglés á las 11 y media, dándole 15

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de Beres ford era m u y signif icat iva, v in iendo de un je fe tan c ircunspecto c omo val iente : al contestar que se defendería «hasta el caso que la pruden ­cia le i n d i c a r a » , confesaba impl í c i tamente lo que de jaban entrever sus pedidos de conferencias con las autoridades bonaerenses y, un poco más tarde , con P u e y r r e d ó n . L a s i tuación del invasor se pre ­sentaba cada día más d i f í c i l é insostenible en la atmósfera hosti l de la c i u d a d ; y si b ien estaba re­suelto á c u m p l i r con su deber m e j o r que el inst i ­gador de la aventura ( 1 ) , no se le ocultaba la des­i gua ldad de condic iones con que se empeñaba el c o m b a t e : vencedor , su v ic tor ia quedaba estéril , v enc ido , su pérd ida era irreparable . P u e d e de­cirse, pues , que la acc ión se in i c i ó , en esa misma tarde , contra un adversario mora lmente derrota­do . A las c inco , la d iv is ión r ompió marcha hacia el R e t i r o , yendo de vanguard ia el cuerpo de v o ­luntarios catalanes con dos obuses ( 2 ) .

I I I

E l grueso de la d iv is ión no salvó sin gran tra­ba jo , y sólo merced al aux i l i o del vec indar io y gauchos á cabal lo , las dos mil las de mal í s imo ca -

minutos para decidirse... La contestación llegó á las 11 de la noche...» Quintana estuvo de vuelta en el Miserere á la una, y á las cuatro la segunda vez.

(1) La actitud inerte de Popham era juzgada severa­mente entre los mismos oficiales ingleses: véase á Gilles-pie, op. cit., página 93.

(2) Y no «á las doce de la noche», como dice la His­toria de Belgrano, repitiendo á Núñez. Esta pretendida marcha nocturna por tales caminos sería de suyo inve­rosímil, é incompatible con la presencia del pueblo y de los muchachos que ayudaban á sacar la artillería de los pantanos. Por otra parte, los dos principales actores, Concha y Liniers, son explícitos en sus partes oficiales; he aquí las palabras del jefe de la expedición : «Al instante de recibida esta carta (la contestación de Beresford) me puse en marcha para atacar el Retiro, lo que efectué á las cinco». Del primer eslabón se desprende una cadena de errores cronológicos que es inútil enumerar.

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m i n o , entonces sembrado de bacbes y pantanos , que med ian entre el Miserere (Once de Sept iem­bre ) y el R e t i r o . Entretanto , los miñones ó m i -gueletes , apoyados por la compañía de infantería de Buenos A i r e s , l legaban á d i cba plaza «á paso de carrera» y atacaban el parque , de fendido por 200 soldados ingleses á quienes desalo jaron con una carga á la bayoneta . L a fuerza enemiga se rep legaba b a c i a la Forta leza , de jando varios muertos y prisioneros en el s it io , cuando encontró á Beres ford que acudía en su auxi l io por la calle del Correo, con una c o l u m n a de 400 á 500 h o m ­bres. E n este m i s m o m o m e n t o , desembocaban en la plaza á marcha redob lada , v ivamente est imu­lados por el m i s m o L in iers , los vo luntarios de Montev ideo con una parte de la artil lería de A g u s t i n i : tan decis ivo f u é , al enfilar la cal le , el f u e g o del obús cargado á metral la , que el ene­m i g o se detuvo bruscamente y emprendió retirada hac ia la P laza M a y o r , de jando unos treinta muer ­tos ó heridos y abandonando un cañón .

Era m u y tarde para seguir las operac iones , y, además , las tropas estaban rendidas de cansan­c io . L in iers se contentó con ocupar fuertemente el R e t i r o y sus bocacal les , t o m a n d o todas las pre ­cauciones del caso contra cualquier sorpresa. Las tropas pasaron la noche sobre las armas y sin comer . E l día 11 fué ocupado en montar los caño ­nes de 18 desembarcados de la goleta Dolores, y otros de igua l cal ibre que se encontraron en el P a r q u e : había que prevenirse contra un posible bombardeo de la escuadra, y también prepararse para bat ir en brecha á Beres ford que parecía d is ­puesto á encerrar su defensa en la P laza Mayor . E l e fecto mora l de este pr imer t r iunfo se hizo v is ible el m i s m o d í a ; acudieron á engrosar las fuerzas regulares ó t omar órdenes muchos jóvenes patr ic ios y hombres del pueblo ( 1 ) , — e n t r e ellos

(1) Con todo, la cifra que se da en la Historia de Belgrano, siguiendo al inevitable Ntíñez, parece nota-

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Sentenach y sus acólitos salidos al fin de sus soca­vones inút i les , s iempre siniestros y agoreros , pero ahora resueltos á correr la caravana con el e j é r c i ­t o . A m e d i o d í a , para probar los cañones recién montados , L in iers en persona apuntó sucesiva­mente á una lancha cañonera y á una f ragata enemigas , con tan raro acierto que , después de dar en el casco de la pr imera , cortó con el segun­do t iro la pena de su mesana « d o n d e t remolaba la bandera br i tánica que cayó al agua : fe l i z p r o ­nóst ico del a je que debía rec ib ir al día s igu ien­te (1)B.

F u é causa de no l levar ese m i s m o día el ataque á la P laza M a y o r el r u m o r , que corr ió en el P e -t iro , de haber b a j a d o á t ierra el c omodoro P o ­p h a m para concertar con Beres ford el p lan á que antes hemos a lud ido . Este consistía en tomar la c i u d a d entre los fuegos de la escuadra y los de la Forta leza , y , en caso de m a l éx i t o , embarcar las tropas con los caudales púb l i cos y todo el bot ín que produ jera el saqueo. P a r a prevenir esta even­tua l idad , L in iers había dispuesto que el cuerpo de reserva, al m a n d o de Gutiérrez de la Concha, se trasladara á San I s idro y , en caso necesario , se embarcara en los buques mayores para ba jar el r ío y cooperar al ataque por tierra ó tener en j a ­que á las fuerzas de P o p h a m . P e r o d i cho p lan no tuvo pr inc ip i o de e j e c u c i ó n , ya por el fuerte v i en ­to reinante, ya por la negat iva de B e r e s f o r d ; y se m a n d ó suspender la m a r c h a de la reserva. A l amanecer fr ío y brumoso del día 12, se tocó g e n e ­rala y , después de revistar las tropas , L in iers t o ­m ó sus ú l t imas disposic iones para el ataque de la p laza . D i v i d i ó en tres co lumnas su e jérc i to , r e ­duc ido en n ú m e r o , pero exuberante de entusiasmo

blemente exagerada : «El día 12, el ejército conquistador contaba con cerca de 4.000 hombres». No creemos que exista cómputo fidedigno alguno que haga subir el efec­tivo real á la mitad de ese número. La cifra de Concha (1700) es la más probable.

(1) Parte de Liniers; varios contemporáneos confir­man el hecho, entre otros, Núñez.

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y confianza en la v i c tor ia . L a co lumna de la iz­qu ierda , al m a n d o de L in iers , entraría por la calle de la M e r c e d ; la del centro , mandada por el segundo j e f e , Gutiérrez de la Concha , enfilaría la calle de la Catedral , en tanto que la de la dere­cha , á las órdenes del coronel de dragones don A g u s t í n P i n e d o , seguiría la calle del Correo ( F l o ­r ida ) hasta el centro , para allí d ividirse y ocupar las cuadras del oeste y del sud inmediatas á la P laza M a y o r . L a artil lería de A g u s t i n i debía pre ­parar el avance , barr iendo el camino y hac iendo rep legar al e n e m i g o . E l ataque general se había fijado para las doce del d í a ; pero un inc idente lo prec ip i t ó . Destacados en avanzada, los marineros de Mordei l le y los miñones de Bo faru l l se habían desl izado por las aceras, rasando las casas á favor de la neb l ina , hasta l legar á dos cuadras de la P laza y acantonarse en a lgunos edif icios, desde donde rompieron el fuego sobre las partidas ene­m i g a s . H a b i e n d o sal ido á contenerlos y desalo­jar los una c o l u m n a inglesa , nuestros impetuosos exploradores se desplegaron en guerri l la y avan­zaron resueltamente (1). Eran las nueve de la m a ñ a n a ; los imprudentes vo luntar ios pedían re ­fuerzo y muni c i ones , no resolviéndose á abando ­nar el terreno conquis tado . Las tropas enardecidas por la fusi lería querían marchar al f u e g o . . . E n ­tonces Liniers modi f icó rápidamente su p lan an­ter ior : lanzó la caballería de mi l i c ias de la Co lo ­n ia y los dragones de Buenos Aires con artillería volante por la calle de Santo Cristo, en tanto que se mov ía penosamente la reserva con sus cañones de bat ir , y él m i s m o se adelantaba por la de la

( 1 ) Este despliegue en guerrilla de las fuerzas volun­tarias resulta de las Declaraciones (Colección Coronado) ; por ejemplo, el teniente Raymond, del cuerpo de Mor­deille, declara que con su jefe estuvo sucesivamente «en la calle de la Catedral al oeste, después en la otra al nor­te, después en la que va de la Plaza á la Merced, y últimamente en la que va de la Fortaleza á la cerca de este convento, habiendo hecho y visto hacer un fuego ince­sante por todas partes».

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Merced , s ituándose en la plazoleta de la ig les ia . L a re fr iega se hizo genera l . El brío de las tro­pas snpl ió la desbaratada estrateg ia ; el vec in ­dario arrastró los cañones sin cabal los : todo el p lan se reducía ahora, para cada je fe de cuerpo , c ompañ ía ó pe lo tón , á desalojar al e n e m i g o que tuviera al f rente , hasta desembocar en la P laza M a y o r .

Los ingleses, acantonados en los altos del Ca­b i ldo , la azotea de la R e c o v a , el pórt i co de la Ca­tedral , tenían que hacer frente á los c o m b i n a ­dos ataques de seis co lumnas convergentes . Ce­dieron pr imero los de la Catedral ante la reserva de Concha y los vo luntar ios de González V a l l e j o ; los del Cab i ldo , acomet idos al sud p o r los b l a n ­dengues y al norte por d i cha reserva de Concha , se rep legaron sobre la R e c o v a , y a bat ida por la metral la de L in i e r s , y desde c u y o arco Beresford d ir ig ía la defensa. A q u í se concentró el combate y comenzó á diseñarse el t r i u n f o ; por el norte y el oeste avanzaron con denuedo las tropas recon­quistadoras , en tanto que los granaderos de Cho -pitea desde la calle de San Franc i s co , y los m a r i ­neros de Mordei l le desde el H u e c o de las A n i m a s atacaban de flanco al e n e m i g o .

L a pos ic ión tornábase insostenible . Casi en el m i s m o instante, los dos generales v ieron caer á su lado á sus edecanes morta lmente her idos : el capitán Kennet t , a m i g o de Beres ford , y el alférez de na ­v io F a n t i n que sucumbió p o c o después. L in iers , atravesado el un i f o rme p o r tres balazos , encargó al vo luntar io Ar tayeta el cu idado del her ido , mientras é l , con su ayudante Quintana , se m o v í a hac ia la plaza (1). E r a el m o m e n t o en que Beres -

(1) Todo ello consta de documentos fidedignos (De­claraciones, comunicaciones del Cabildo, etc.) ; el valor de Liniers era proverbial y sólo Manuel Moreno lo ha puesto en duda en páginas odiosas y acribilladas de errores materiales—él que, teniendo cerca de treinta años en esa fecha, no figuró entre los combatientes de la Reconquista ni de la Defensa. Manuel Moreno trans­formó en odio ciego y personal contra Liniers lo que fué

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f o r d , c onvenc ido de que era impos ib le la resisten­c ia , daba la señal de retirada cruzando su espada sobre el brazo i zquierdo . L a d iezmada divis ión inglesa se replegó en buen orden bac ia la F o r t a ­leza, siendo su general el ú l t imo que cruzó el puente levadizo . E l pueblo v ictor ioso hizo i r rup ­c ión en la plazoleta del Fuerte , dominando con sus c lamores el ru ido de la fusi lería y bat iendo los mural lones con sus oleadas enfurec idas . Los corsarios de Morde i l l e , s iempre á vanguard ia , tra­j e r o n escalas para emprender el asalto c omo si fuera un a b o r d a j e ; pero entonces apareció Beres ­f o rd , espada en m a n o , por el ángulo nordeste del parapeto y se izó bandera par lamentar ia . Con to ­d o , el h u m o y la distancia imped ían divisarla y no cesó al punto el fuego de los asaltantes. A l pie de la mural la , el comandante Morde i l le , que con ­tenía d i f í c i lmente á sus hombres , cruzaba un diá­l ogo en francés con Beres ford : preguntando éste «s i su v ida corr ía p e l i g r o » , el otro contestó que estaba salva con rendirse á d iscrec ión . E l general arro jó su espada al p ie de la mural la , pero M o r ­deille se la devo lv ió por med io de pañuelos atados ; al prop io t i e m p o , se izó en el bastión una bandera española suministrada por un m a r i n e r o ; y de re­pente cesó el f u e g o , alzando el pueblo una inmensa ac lamac ión ( 1 ) . Entretanto , l legaban á la puerta

en Mariano el dictado imperativo del deber. La obsesión del atentado legal de la Cruz Alta se acedó, puede decir­se, en la imaginación del editor de las Arengas y Escri­tos; el victimario por sustitución se encarnizó contra la víctima, según un fenómeno mórbido bien conocido y que Tácito tiene caracterizado : proprium humani ingenii est, odisse quem Iceseris.

(1) Este episodio, con la parte principal que en él tuvo Mordeille, resulta mutilado y desfigurado por los his­toriadores modernos. Nuestra versión abreviada es el resumen^ y promedio de las declaraciones testimoniales (Colección Coronado), que concuerdan en el fondo. Mor­deille se portó con tanta intrepidez como eficacia en la Reconquista y la defensa de Montevideo, donde alcanzó muerte gloriosa. Pero era francés: es decir, para el espí­ritu de aldea, anima vilis y carne de cañón anónima : se le hace justicia, escribiendo una vez su nombre con fal-

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del Fuerte el ayudante don H i l a r i ó n de la Qu in ­tana con el francés R a y m o n d quien , «para abre­v iar la cosa» , t omó el tambor de par lamentar i o ; venía c on ellos el teniente de navio Córdoba , otra v í c t ima futura de la r e v o l u c i ó n ; por fin el corsario Morde i l l e había escalado el parapeto para c onven ­cer á Beres ford . H u b o un breve cambio de pa la ­bras cerca de la puerta y á vista de m i l t es t igos ; después de retirarse Quintana , cont inuó la d is ­cusión en francés sobre las condic iones que , según los vencedores , no podían al pronto ser otras que

tas de ortografía, y se reserva el entusiasmo lírico para una rabona tucumana vestida de hombre que, ayu­dada de su marido, «mató con sus propias manos» (?) á un soldado disperso y le quitó el fusil.—Sobre este valiente marino, que merecería una noticia aparte, he aquí algu­nos datos auténticos, extraídos de los registros y archi­vos de la marina por el antiguo oficial maquinista de la ilota, Sr. G. Benoist, que ha empleado su tiempo y esfuer­zos en honrar las memorias de Liniers y Mordeille.—Fran­cisco de Paula-Hipólito Mordeille nació en Bormes, de­partamento del Var, en 1758; fué hijo legítimo de Salva­dor Mordeille y María Lucía Oauvet, y bautizado en la igle­sia de Bormes el 6 de mayo de dicho año. Se inscribió en la matrícula marítima de oficiales, maestros y patronos de Marsella el 6 de septiembre de 1790. En este año, viajó á la isla de Francia como capitán de la polacra Louise-Antoi-nette. Recibido como alférez diplomado en 1792, manda en 1793 el buque Brave Sans-Cidotte; es tomado por los espa­ñoles y se escapa en uno de sus propios navios con parte de la tripulación. En 1794, manda el buque Revolution, apre­sado por los ingleses en el Mediterráneo. En 1795, es co­mandante del navio Concurreni.—En los primeros años del siglo xix aparece en las costas de América, como corsario patentado al servicio de España. En 1805, en un crucero so­bre las costas de África, se apodera de cinco fragatas ingle­sas. En 1806, mandaba la corbeta Dromedario, de 18 ca­ñones y 200 hombres de tripulación, casi todos franceses.— Otro francés, Stanislas Couvandes, mandaba la fragata Dolores de 21 cañones; (este reaparece más tarde en el sitio de Montevideo, á las órdenes de Brown). Mordeille tomó, con su tripulación francesa, la parte decisiva que se ha visto en la jornada de la Reconquista. Siempre á vanguardia, cayó mortalmente herido en el ataque de Montevideo por las tropas de Achmuty, el 3 de febrero de 1807. Liniers consagró el hecho heroico en su comunica­ción á Napoleón, al darle cuenta de la Reconquista y la Defensa, el 20 de julio de 1807—la que se encuentra repro­ducida en L'Ambigú de Peltier, del 20 de enero de 1808.

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la entrega á discrec ión, garant izando la v ida salva.

E l venc ido tuvo que ceder, y el g r u p o salió al encuentro del j e f e vencedor , gr i tando el oficial Córdoba , desde el puente l evad izo : Pena de la vida al que insulte al general inglés! A pocos pa ­sos se encontraron o en las obras exter iores» con Gutiérrez de la Concba que c o n d u j o á Beres ford delante de L in iers (1). Hal lábase éste en uno de los arcos del Cabi ldo , de p ie y rodeado de o f ic ia les ; caminó algunos pasos adelante, devo lv ió al venc i ­do la espada que quería entregar y le estrechó en sus brazos con expresiones caballerescas, c once ­d iendo á sus tropas los honores de la guerra , y o f rec iendo al general canjearle con el v i rrey de L i m a á quien se creía pris ionero de los ingleses . 'No h u b o otra f o rma de cap i tu lac ión . P o r suges­t i ón del generoso L in iers , el ministro Casamayor o frec ió á Beresford hospedarle en su casa con sus ayudantes , y fué aceptada esa inv i tac ión que tan­tos disturbios había de or ig inar . A las tres de la tarde los ingleses salieron del Euerte con sus ar­mas , banderas desplegadas y las músicas tocando m a r c h a ; desfilaron entre los vencedores f ormados , y e n d o á depositar sus armas delante del Cabi l ­do (2), para ser distr ibuidos en seguida en el F u e r ­te , el Re t i r o y otros cuarteles. Los oficiales queda­ron l ibres ba jo palabra . Según el estado e levado por el comandante A g u s t i n i , se recuperó en el Fuerte toda la artillería española con siete caño -

(1) Dice el historiador Mitre (op. cit., I , 130) : «El general inglés salió de la fortaleza bajo la garantía que le dio el general (sic) D. Juan Gutiérrez de la Concha, gritando al pueblo, etc.» Ni el capitán de fragata Concha ni el ayudante Quintana salvaron el puente levadizo con el general Beresford. Nuestra versión concuerda con las declaraciones y el importante documento de Córdoba, ele­vado al superior para restablecer la verdad y «advertir la equivocación que había padecido» el mismo Liniers en este punto de su parte oficial.

(2) Fué probablemente en este acto de la entrega cuando Pueyrredón «tuvo la suerte de quitar á un oficial inglés una guía del regimiento prisionero que quería ocultar», según sus propias expresiones (Trofeos de la

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nes tí obuses ingleses, y , además de 1G00 fusiles de la tropa rend ida , g ran copia de armas existentes en la armería . P o r fin (d i ce L i n i e r s ) , se t omaron « las banderas del reg imiento 71, las que tenía v o ­tadas á Nuestra Señora del R o s a r i o » . Las bajas del e n e m i g o fueron considerables : aceptando u n justo med io entre las exagerac iones de una y otra p a r ­te ( 1 ) , no debieron ser menos de trescientos los sol­dados muertos ó heridos ( sucumbiendo muchos de é s t o s ) ; además, mur ieron tres oficiales y fueron her idos siete ú o cho , entre éstos el teniente c o ro ­nel P a c k . Las tropas de L in iers sufr ieron cerca-de doscientas ba jas , f igurando entre las pérdidas más sensibles la del generoso y abnegado vec ino don D i e g o de Baragaña que cayó muerto en el ataque, y la del al férez francés F a n t i n que su­c u m b i ó al tétanos, á la par de muchos otros h e ­r idos .

Ta l fué la acc ión de la Reconqu is ta , que l evan­tó en brazos del pueb lo la for tuna de Lin iers , y cuya f e cha g lor iosa puede señalarse c omo la de la « c o n c e p c i ó n » real , aunque todavía impercept ib le , de una nueva nac iona l idad . E n España, lo p rop io que en Buenos Aires y el resto de la A m é r i c a lat i ­na , feste jaron por igual el t r iunfo pueblos y auto­r idades , no contemplando en él sino el hecho m a ­terial de la v ic tor ia y de la c iudad r e c u p e r a d a . — A l penetrar de nuevo en su palac io secular entapi ­zado de banderas extranjeras , la vetusta A u d i e n -

Meconquista). Cualquier otra versión es inverosímil; no hubo «cuerpo á cuerpo» ni prisioneros del 7 1 antes de la entrega general. Pueyrredón acababa de mostrar en Per-driel que era capaz de cualquier proeza personal; pero, si ésta no se produjo en el acto citado ¿qué utilidad tie­nen los ditirambos y las ficciones?

( 1 ) El parte de Popham es un tejido de embustes y calumnias que no mereció crédito en la misma Inglaterra. Al vituperar su conducta, el Annual Hegister llegó á de­cir que the gallant commodore had even been placed in a situation to have a single shot fired at him.—Agreguemos de una vez que la relación más completa y exacta de la Reconquista es la de B A U Z A , obra citada. Pero nada reem­plaza el estudio crítico de los documentos y declaraciones originales.

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cia no pod ía observar algunas grietas abiertas en su bóveda por la misma c o n m o c i ó n de la recon ­quista. Después de entregada « la p a l m a á las rea­les manos de Su Majes tad» , creyóse que se abría un nuevo c i c lo de paz y bonanza para el buen pueblo de la co l on ia . . . A l día s iguiente de res­taurarse las autoridades, cuando se d isponían á reanudar sus tareas tradic ionales , la inexorable l óg i ca de la s i tuación impe l i ó á la A u d i e n c i a , al Cabi ldo y demás corporaciones eclesiásticas ó c ivi les á celebrar una junta que la brusca inva ­sión del pueblo no inv i tado transformó en « c a ­b i ldo ab ier to» . D e allí salió, más ó menos velada por las f órmulas de canci l ler ía , la dest itución del v i rrey Sobremonte y su reemplazo e fect i ­vo , aunque no confesado , por el reconquista­dor L in iers . Era el pr imer acto de la R e v o l u ­c i ón , y sus consecuencias pro fundas se l i gan al p r ó x i m o episodio de la Defensa que acentuará el cambio in i c ia l . P e r o , antes de emprender su re­la to , conv iene examinar brevemente dos corolarios inmediatos y ruidosos de la Reconqu i s ta , d iver ­samente a p r e c i a d o s — m e j o r d i c b o , casi omit ido el uno y desfigurado el o t r o — p o r los historiadores argent inos . Nos refer imos á la par t i c ipac ión de las fuerzas de Montev ideo en la j o rnada , y al f a ­moso inc idente de la cap i tu lac ión .

I V

T a h i c imos alusión á la r iva l idad pol í t i ca y c o ­merc ia l de las dos grandes prov inc ias del P l a t a ; este antagonismo latente no esperaba para esta­llar sino una ocasión p r o p i c i a : la Reconquis ta la suministró . Después del t r iun fo , nada costó al a lma generosa de L in iers proc lamar la parte l e ­g í t ima que en él tenían las fuerzas de Montev ideo y sus autor idades . A d e m á s de la pob lac i ón bonae ­rense, que asociaba fraternalmente á los u r u g u a ­yos con sus propios h i jos en todos los honores y regoc i j os de aquellos días, el Cabi ldo d is tr ibuyó

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recompensas á las mi l i c ias de Montev ideo y la Co­l on ia , decretó pensiones á las fami l ias de las v í c ­t imas , envió al cab i ldo vec ino una nota c o n g r a t u ­latoria en que se agotaban las f ó rmulas más «or ienta les» del r e c o n o c i m i e n t o ; se votó una espa­da de honor á don Beni to Chain que tuviera la su­ya rota por un b a l a z o ; una comis ión de regidores «pasó (d i ce el m i s m o Bauza ) á c u m p l i m e n t a r per ­sonalmente á los je fes y oficiales montev idea ­nos » (1). P e r o todo parec ió insuficiente y m e z ­q u i n o , á no signif icar el derecho exc lus ivo y ab ­soluto de aquel pueb lo al t í tulo de « reconquis ta ­d o r » . P l a n , preparat ivos y e j e cuc i ón , t odo se de ­bía entera y f ínicamente á d i cho vec indar i o : nada habían hecho L in iers , P u e y r r e d ó n , Concha ni los otros o f ic ia les ; nada se debía á los soldados espa­ñoles , franceses y vo luntar ios de Buenos A i r e s ; las pocas ba jas de la « l e g i ó n f u l m i n a n t e » repre ­sentaban u n sacrif icio m a y o r que los doscientos muertos y her idos de esta v i l m u l t i t u d : tal era y es todavía la tesis sustentada. Como consecuencia l óg i ca de tal concepto , aquel cab i ldo interpretó el sentimiento general « r e c l a m a n d o los trofeos arre­batados á los ingleses en la j o rnada del 12». U n s i lencio desdeñoso era la sola respuesta per t inen­te, fué la ún i ca que dio este cab i ldo después de consultar á L in iers . ¡ E n t o n c e s fué la explos ión de recr iminac iones é i n j u r i a s ! E l jactanc ioso alarde de los covencedores no conoc ió l ími tes : reventó en los cafés y tabernas, revist iendo naturalmente formas apropiadas al m e d i o « c o m p a d r e » (2).

(1) BAUZA, Dominación española, I I , 437.—Lo que no impide al autor erigirse en acérrimo defensor de las más irritantes pretensiones de sus compatriotas, en una obra bajo muchos aspectos estimable, pero dictada, e:« esta y otras partes, por lo que llamaré, sin intención denigrante, el patriotismo de campanario.

(2) Presenta Núñez un animado cuadro de esa orgía de vanidad, citando como muestra algunos versos gau­chescos :

Se ha conquistado La ciudad de los guapos

Que han disparado...

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Y como el momentáneo b loqueo de las costas p o r P o p h a m fuera consecuencia inevitable de su de ­rrota , se renegó de la Reconquis ta que « d e j a b a al U r u g u a y en cond i c i ón peor que a n t e s » . — N o pasaría m u c h o t i empo sin que los « reconquis ta -dores» , conquistados á su vez , tuvieran ocasión de hacer el experimentum crucis de su v ictor ia exc lus iva . Entonces c lamaron p o r el aux i l i o , el cua l , si no fué expresamente denegado merced al inf lujo de L in iers , concedióse de mala gana y l l egó á dest iempo. Era la pr imer cosecha de la c i ­zaña sembrada en agosto . E l ego ísmo engendra la i n j u s t i c i a ; y , en la hora de prueba , tuvo M o n ­tev ideo que escuchar la eterna répl ica del f a r i ­saísmo sat is fecho: « Y a que pretendes salvar á los otros, sálvate á ti m i s m o , salva temetipsum!» Gradua lmente , no parec ió sino que se ensanchara más y más el r ío divisor io entre ambos pueb los . Y a por host i l idad á Buenos A i r e s , ya por fa ta l i ­dad geográf ica , el U r u g u a y v ino á ser, entonces y después, el f o co de toda resistencia reacc iona­r ia : ingleses , españoles y portugueses h i c ieron de Montev ideo su base de operac iones . Fe l i zmente el antagonismo latente remató en escisión: se p r o ­d u j o un organismo nuevo á expensas del p r i m i ­t i v o , según la ley b i o l óg i ca . Y , semejantes á los esposos d ivorc iados que vue lven á quererse cuando han de jado de hacer v ida c o m ú n , argentinos y orientales se sintieron nuevamente hermanos en cuanto no fué ob l igator ia su f raternidad .

E l inc idente de la cap i tu lac ión tuvo con el que acabamos de señalar muchos puntos de contacto , c omo que se atr ibuyó la t oma de Montev ideo y la segunda invasión inglesa al resentimiento cau ­sado por la v i o lac i ón de « u n pacto so l emne» . L a hipótesis era fantást i ca ; á más de que Ing laterra nunca procede ab irato, constábale al minister io br i tán i co la nu l idad del documento arrancado á la confianza caballeresca de Liniers ( 1 ) . Pero el

(1) El mismo ministerio lo dejaba entrever en sus Instrucciones secretas á Whitelocke (Tria!, I, Appen-

LINIERS.—8

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hecho m i s m o y sus consecuencias han sido tan inexactamente referidos por los historiadores L ó ­pez y Mi t re , con tal recargo de detalles novelescos y melodramát i cos , que se hace necesario aquí t a m ­bién restablecer la verdad, reduc iendo el ep isodio á sus exactas proporc iones . E s , ante t odo , cues­t ión de fechas : ni hubo t i empo para las intr igas á que se a lude, ni tuvo el inc idente la trascenden­tal importanc ia que se pretende, n i la act i tud res­pect iva del Cabi ldo y del Reconquis tador asumió' entonces el carácter hosti l que nos describen los «evange l ios apócr i f o s » .

H e aquí , reduc ido á sus términos esenciales, el desarrollo del inc idente , tal cual resulta de las pruebas test imoniales y de la correspondencia ofi­c ial entre L in iers , H u i d o b r o y el Cabi ldo por una parte , y los je fes ingleses por la otra. L o s testi­gos son mil i tares y vec inos honorables , c o m o los comandantes Mart ínez , M u r g u i o n d o , Garc ía , los oficiales Quintana , Córdoba , J . B . R o n d e a u , Y i -l l a l b a ; los vec inos Arenas , R a y m o n d , Anzoáte -g u i , e t c . : es dec ir las «personas condecoradas y d e excepc i ón que concurr ieron al acto de la rend i ­c ión del E u e r t e » . E l ú n i c o tachable podr ía ser el ministro Casamayor , por su carácter dudoso y su interesada intervenc ión en el asunto ; por eso c o n ­v iene no admit i r su dec larac ión sino en cuanto concuerde con las otras y los hechos c o n o c i d o s . — De l estudio del « e x p e d i e n t e » resulta, desde luego , que el texto inglés de la cap i tu lac ión ya estaba redactado y firmado el día 17 de agosto . N o trans­curr ieron, pues , sino cuatro días entre la rend i ­c i ón y la conc lus ión del ma lhadado arreg lo , y se v iene al suelo el andamio de intr igas , festines y saraos, i m a g i n a d o por u n i lustre h istor iador . T a m p o c o exist ían aún, entre Liniers y la dama aquél la , las relaciones ínt imas que poco después

dix): It may not be elearly ascertained at this moment, to what extent the capitulation trw.de with these troops:. (Beresford's) has been violated...

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al imentaron la maled i cenc ia l oca l . L a brevedad del plazo concurre con los documentos f ehac ien ­tes para dis ipar todos esos enredos de novela por entregas.

A l o j a d o con sus edecanes en casa del ministro Casamayor , el general Beres ford tuvo esa misma noche una conferenc ia con su h u é s p e d ; al día si­gu iente , éste fué á casa de Liniers ( 1 ) ; estaba presente el testigo Artayeta (vasco ó bearnés) quien afirma que en la conversac ión , sostenida en f rancés , Casamayor «se ins inuaba para que h i ­ciese una cap i tu lac ión de m o d o que quedasen á cubierto uno y otro general , sin oirle al nuestro contestación a lguna sobre el asunto» ( 2 ) . Ese m i s m o día á las dos y m e d i a , tuvo lugar en el Euerte una entrevista entre ambos generales : el acto fué p i ib l i co , «estando llenas las salas del I lustre Cab i ldo , Consulado , cuerpos eclesiásticos, mil itares y part i cu lares» . Entraron luego los ge ­nerales en el despacho de Liniers donde «se m a n ­tuvieron solos más de hora y cuarto , encerrados» . A q u í la dec larac ión de Casamayor salta brusca­mente á la entrevista del 17, en que todo se c on ­c luyó y firmó. P e r o es fác i l establecer que el de ­clarante omit ió menc ionar otras conferencias que conoc ía : casi todos los testigos concuerdan en afir­mar que dos días después de la rend i c i ón , es d e ­c ir , el 14 ó el 15, estaban fijados los términos de la cap i tu lac i ón—siendo así que cuatro de los tes­t igos conoc ían el hecho por el mismo Casarnayor. Corrobora el dato la carta d i r ig ida el 16 por el c o ­modoro P o p h a m al gobernador H u i d o b r o . — E l día 17, se celebró la ríltima y definitiva entrevista en el despacho de Casamayor ; nadie hizo miste ­rio de e l la ; L in iers l legó con sus edecanes Q u i n ­tana y Y i a m o n t , quienes permanec ieron en amis ­tosa plát ica con el coronel P a c k y otros oficiales

(1) Liniers no se mudó al Fuerte hasta el 14 ó 15 de septiembre.

(2) Colección Coronado, declaración de don B. Ar­tayeta.

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ingleses , en tanto que Liniers y Beres ford se e n ­cerraban con el dueño de casa. E l general Beres ­f o rd exh ib i ó un proyecto de cap i tu lac ión que él m i s m o t radu jo á v iva v o z , pues n i n g u n o de los dos interlocutores sabía ing lés . A ped ido de L i ­niers , se in trodu jeron algunas modif icaciones res­pecto al envío de los prisioneros que habr ían de embarcarse « c u a n d o , c ó m o y por donde nuestro general qu is iera» . L in iers , además, insistió en ex ig i r de Beres ford la promesa « b a j o su palabra de h o n o r » de que este documento , fuera de sus efectos materiales , no se daría á la p u b l i c i d a d , siendo o torgado ún i camente para « c u b r i r al g e ­neral ing lés ante su co r te » . Beres ford dio su p a ­labra, y L in iers , con nob le confianza, puso su firma en el texto ing lés de la cap i tu lac ión . C o ­met ió tres i rregular idades : era la pr imera otorgar u n documento secreto con efectos públicos; la se­g u n d a , aceptar una cap i tu lac ión antedatada, s ien­do así que sus facultades de comandante en j e f e , absolutas el día 12, en el c a m p o de batal la , que ­daban sometidas , después de esa f e cha , á la ra ­t i f icación de su j e fe j erárquico E u i z H u i d o b r o ; en cuanto á la tercera, está bien que le reprochen los notarios « h a b e r firmado en b a r b e c h o » , pero n i n g ú n soldado pundonoroso tomará por su cuen ­ta la a c r iminac i ón . Nobleza o b l i g a . — P o r lo de ­más , y sean cuales fueren los móvi les de Casa-mayor y otros, no son dudosos los que impe l i e ron á L in iers . F u é v í c t ima una vez más de su g e n e ­rosidad caballeresca, de su bondad ingéni ta , que l legaba á la imprudenc ia y sólo se detenía ante la barrera insalvable del honor y del deber . L in iers est imaba y quería á Beres ford , en quien encontra ­ba los rasgos mil i tares y los atract ivos aristocrá­t icos (1 ) de su propia personal idad : cedió á las súpl icas de su noble pr is ionero , á las famosas « l á ­gr imas del genera l » . P e r o nunca p u d o tener d e -

(1) Beresford era hijo reconocido del primer marques :1o Waterford.

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lante de Beresford ni del Cabi ldo , la act itud enco ­g i d a y vergonzante que la fantasía de un historia­dor le ha prestado. Jamás se atrevió Beresford á desmentir categór icamente la af irmación de su ad­versar io ; 3', a lgunos meses después, en la hora de las recr iminac iones irritantes, él m i s m o , en un do ­cumento secreto que fué interceptado, hac ía just i ­c ia á L in iers . Los mismos escritores, empero , que reservan tesoros de indu lgenc ia para las m a n i o ­bras de un A n i c e t o Padi l la ó Saturnino R o d r í g u e z Peña, , « h o m b r e despierto y v i v a z » , recogen todas las ca lumnias 3' especies injuriosas contra el R e ­conquistador : son disc ípulos de Manue l Moreno .

P o r otra parte , las condic iones acordadas resul­taron naturales y leg í t imas en su generos idad: eran las mismas que Beres ford concediera al general holandés del Cabo . Los que escriben de estas c o ­sas á la l igera no han visto el tínico punto cr í t ico del inc idente . Cuando Liniers p u d o , el día 18, leer por primera vez el texto castellano de la ca ­p i tu lac i ón , t raduc ido por don A n t o n i o Arenas , antepuso á su firma y á la f echa del 12 de agosto , la f ó r m u l a : en cuanto puedo, que expresaba c la­ramente la real idad de su situación actual . En esos mismos días y anter iormente al 18, habían empezado á c i rcular copias manuscritas de la ca ­p i tu lac ión , á pesar de la fe ju rada . Entonces L i ­niers prefirió cortar por lo sano, vo lv i endo resuel ­tamente al terreno de la franqueza que le era f a ­mi l ia r . D e v o l v i ó á Beres ford la cap i tu lac ión fir­m a d a , con la f ó rmula restrict iva que s igni f i caba: « Siendo la f echa del 12 inexacta , firmo como puedo firmar en este instante, en que he vuelto á ser un j e f e dependiente de autor idad superior , es dec i r , sometiendo este documento á su ulter ior ratif ica­c i ó n » . L a doctr ina es inatacable , y tan es así que sir H o m e P o p h a m p id i ó á H u i d o b r o su rati f ica­c i ón . P o r otra parte , L in iers m a n t u v o lealmente sus conces iones ; en c o m u n i c a c i ó n del día 18, d i r i ­g ida al Cabi ldo , procuró demostrar la conven ien ­cia de embarcar los prisioneros ingleses, que re­presentaban un gasto inút i l y un pe l igro en el c a -

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so previsto de una segunda invasión. N i el Gober ­nador n i el Cabi ldo admit ieron sus razones, y fué entonces cuando tuvo pr inc ip i o el proceso sobre la Reconqu i s ta . E l histor iador Mitre dice á este p r o ­pósi to que « L i n i e r s quedó envuelto en sus propias redes» . ¡ L a s « redes» de L i n i e r s ! Pienso que p u ­diera darse con una f ó rmula más f e l i z . . .

N o resultan menos inexactas y arbitrarias otras af irmaciones de los historiadores nacionales con re lac ión al m i s m o i n c i d e n t e ; todos ellos terg iver ­san las actitudes respectivas de los actores i n d i ­v iduales ó co lect ivos , p in tando con colores fa ls í ­s imos la s i tuación intermedia á la Reconquis ta y la Defensa. ( 1 ) . L a d ivergenc ia , ún i ca respecto de la suerte de los pr is ioneros , no alteró las cordiales relaciones del j e fe mi l i tar con el Cabi ldo 3' la A u ­d ienc ia . E l parte del Cabi ldo , sobre la acc ión del 12, cont iene los e logios más entusiastas del g e n e ­ral . E l « p u e b l o » no se dio cuenta del inc idente re­f e r ido y rodeó más que nunca á su caudi l lo amado , a c u d i e n d o en masa á la organizac ión mi l i tar que f u é la obra ino lv idab le y exc lus iva de L in i e r s . P o r fin, le jos de ser el proceso de la Reconquis ta una med ida de host i l idad contra el héroe popu lar , y haber sido éste l lamado á « c omparecer ante la A u d i e n c i a 3- el Cab i ldo » , fué él mismo 3- él solo quien p r o m o v i ó la in f o rmac i ón . E n este estado de la causa las fechas son los argumentos i r re fu ­tables , 3' los mayores entre los errores apuntados , nacen de anacronismos .

El 18 de agosto L in iers se d ir ig ía al Cabi ldo en ­carec iendo lealmente la convenienc ia de c u m p l i r su convenio pr ivado , c omo lo había p r o m e t i d o ; el 25 , recordaba á Beres ford las condic iones mutuas del pacto ce lebrado á consecuencia de las instan­cias y súplicas del venc ido , quedando el tono de la

(1)^ M I T R E , I, 1 4 4 , 1 4 5 : «El pueblo indignado protes­tó enérgicamente...»—((El Cabildo que bebía reprobado oficialmente el que Liniers atribuyese á su persona y á la tropa veterana mayores méritos que los que les correspon­dían... llamóle á su seno para pedirle explicaciones, et­cétera.» Conf. LÓPEZ, II , 29 y passim.

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carta conc i l lante y si se quiere evasivo. Pero cuando , el 27 , se atrevió Beres ford á escri­b ir que las condic iones firmadas eran las m i s ­mas que «antes de la entrega del Fuerte se con ­cer taron» , L in iers le in f l ig ió , en su respuesta del 30 de agosto , un desmentido tan categór ico y v i ­brante que Beres ford no repl i có una sola pa la ­b r a . I n m e d i a t a m e n t e , L in iers pasó su c o m u n i c a ­c i ó n al Cabi ldo , m a n d a n d o incoar la in fo rmac ión que debía establecer la verdad y destruir por su base las a legaciones de los venc idos . As í se h i z o ; el Cabi ldo contestó en el acto aceptando la c o m i ­s ión : « q u e se conteste al señor General dándosele aviso de lo acordado y suplicándole que para re­mover todo tropiezo se digne allanar el fuero de las personas que lo gocenn. Y c omo el Cabi ldo añadiera que «sería m u y conducente» f o rmar una junta de altos personajes para avocar el asunto, L in iers contestó lacón i camente : «.Enterado, etcé­tera, he proveído el siguiente decreto: Por alla­nados todos los individuos militares, y líbrese la orden; y por lo que hace á lo demás, me reservo tratar con él M. I. Cabildo. Lo traslado á U. S. para su inteligencia y gobierno. Dios guarde etcé­tera.—Buenos Aires, 5 de septiembre de 1806.— SANTIAGO LINIERS ( 1 ) . Ta l era el tono y la subs­tanc ia de las relaciones escritas entre el R e c o n ­quistador y las autoridades co loniales . Y es lo que para nuestros histor iadores : signif ica una «orden para que L in iers se presentase en su barra á dar exp l i cac iones sobre la conducta subreptic ia y abu­siva de que había usado en este n e g o c i o » ! — L a verdad documentada é i rre fragable es que L i -

(1) Todos los documentos citados se encuentran en la Colección Coronado, la Biblioteca de la Crónica ó la Compilación del Comercio del Plata. Pero algunos, como este último, no figuran en la Información trunca de di­cha colección impresa. Debo la comunicación de la Infor­mación íntegra, copia legalizada del manucrito conser­vado en el Archivo de Indias, á la amable deferencia del señor Enrique Peña, quien me ha facilitado también otros documentos importantes que existen en su poder.

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niers , consciente de sn conducta m a g n á n i m a y de su prest ig io en el pueb lo , podía desde entonces hablar y obrar c omo un d ic tador . E l 15 de sep­t i e m b r e , el día m i s m o en que el Cabi ldo daba pr inc ip i o á la i n f o r m a c i ó n test imonial , el j e f e popu lar se trasladaba al Euerte y se establecía en el pa lac io del v i r rey .

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C A P I T U L O C U A R T O

L A D E F E N S A

A l pisar los umbrales de la Defensa , podría el h is tor iador de los orígenes argentinos remedar la exc lamac i ón fami l iar de Montesquieu l legando á las conquistas de A l e j a n d r o : Hablemos de ello á nuestras anchas ( 1 ) . N o así un s imple b i ó g r a f o , que mira bruscamente invad ido por la historia su domin io pr ivado , hal lándolo exprop iado , si va le la expres ión , por causa de notor iedad p ú b l i c a . E n adquir iendo los actos ind iv iduales el a lcance y carácter de acontec imientos histór icos , ocurre , en e fec to , que el personaje de ja de pertenecersc . V i v e en la ca l l e ; el F o r u m es su h o g a r ; su ex is ­tencia interna y domést ica pasa á segundo tér­m i n o ; la v ida personal desaparece envuelta en el papel. Es lo contrar io de lo que se expresa en la oda de J . B . Rousseau ( 2 ) , c omo que es opuesta

( 1 ) MONTESQUIEU, Esprit des lois, X , x m ; «Parlons-en tout á notre aise».—La designación de la «Defensa» es tan antigua como el episodio ; puede decirse que la an­tonomasia popular surgió espontáneamente, el día mis­mo de la segunda invasión inglesa. Acaso el primer im­preso en que se describió la jornada con su título histó­rico sea el conocido romance de Rivarola, en cuyas notas también aparece aquel estribillo de la «noche triste», renovado de Cortés, y que se repite tan invariablemente en nuestras historias como lo del «famoso regimiento 71».

(2) J . B . ROUSSEAU, Ode á la Fortune:

. . .Votre gloire vous éblouit; Mais au moindre revers funeste, Le masque tombe, l'homme reste Et le héros s'évanouit.

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la s i tuac ión : en la hora t r iun fa l , el héroe surge y substituye al hombre desvanec ido .

Entonces t iene el in fe l iz b i ógra fo que e legir en ­tre dos part idos ex tremos : ó transformar su asun­to , c o l o cando el comenzado retrato en el centro de un cuadro de h i s tor ia ; ó resignarse á seguir n a ­rrando las menudenc ias caseras de una existencia que sólo interesa por su faz ex te r i o r—lo que equi ­vale á describir la tapicer ía mirándo la por el re­vés . L a e lecc ión no puede ser dudosa, tratándose de t ipos representativos c o m o W a s h i n g t o n ó N a ­po león . Aquel las grandiosas figuras han s imbo l i ­zado realmente durante a lgunos años la evo luc ión co lec t iva de su pueb lo , y con razón su « b i o g r a f í a » comple ta abarca la historia del Consulado y del I m p e r i o , ó la f u n d a c i ó n de los Estados Unidos . A q u í se div isa , por otra parte , el escollo en que habr ía de estrellarse el b i ó g r a f o con visos de his ­tor iador que , desacertado en la e lecc ión de su per ­sonaje , acometiese la vana tarea de subordinarle grandes acontec imientos , en que sólo fué testigo ó secundario co laborador . Asist ir íamos entonces á la perpetua inf lación de una medianía arran­c a d a , ó poco menos , á la anónima m u c h e d u m b r e ; y este desesperado empeño por hacer la figurar á todo trance en cada una de las jornadas histór i ­cas , sobre ser un espectáculo last imoso , s ignif ica­ría un atentado flagrante contra la verdad . Si , para salir de la v a g u e d a d , hubiéramos de buscar un i lustre e j e m p l o , lo hal laríamos en B e l g r a n o , c u y a b iogra f ía , con retratar tan pura y simpática, f isonomía de patr i o ta—capaz por sí sola de tornar atrayente la pal idez abstemia y ennoblecer la a b ­negada m e d i o c r i d a d , — n o ha p o d i d o , á nuestro ver , l lenar tres gruesos vo lúmenes , concentrando en ella la «histor ia de la Independenc ia argent i ­na ( 1 ) . Aque l la modesta é ingenua figura de l i -

(1) En todo caso, creemos que ha ganado tan poco la biografía como la exactitud con acomodarle, durante las invasiones inglesas, una actitud que, aun favorecida, queda desairada y triste.

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cenc iado á cabal lo carece de rel ieve en lo c iv i l c o m o de garbo en lo m i l i t a r ; no puede comparar ­se, por la autor idad y la acentuación persona] , á San Mart ín ó al m i s m o A l v e a r , ba jo el segundo aspec to ; t a m p o c o á Moreno ó R i v a d a v i a , ba j o el p r imero . P e r o , también la g lor ia postuma tiene su des t ino ; y , deb ido al acaso ,—ó tal vez á ciertas afinidades honrosas ,—el que fuera e x i m i o secreta­r io del Consulado , sedentario por esencia y ecues­tre por accesión ( c o m o en derecho se d i c e ) , os­tenta su historia monumenta l y alza su estatua be l i cosa , en me jo r sitio y con gesto más atrevido que el m i s m o L iber tador .

Sant iago L in iers no fué por c ierto un W a s h i n g ­ton ni un B o n a p a r t e ; pero no es discutible que durante tres años completos (1 ) y decis ivos , tanto por su prest igio personal c o m o por sus títulos y cargos administrat ivos presidió en este v i rre ina­to , c omo ya se d i j o , al obscuro proceso germina ­t ivo y á la evo luc ión in i c iadora de la nac iona l i ­dad . Es el fac tor pr imord ia l en la gran o l i m ­píada que se abre con la Reconquis ta y se cierra con la R e v o l u c i ó n .

Para el caso, poco i m p o r t a r í a , — c o m o se e m ­peña en demostrarlo el i lustre histor iador más arr iba c i t a d o , — q u e el talento y el carácter de L i ­niers fuesen inferiores á su f o r t u n a ; bastaría que ante el pueblo del v irre inato , lo prop io que ante el gob ierno de M a d r i d y el m i s m o N a p o l e ó n , el héroe de la Reconqu is ta , organizador de la D e ­fensa y caudi l lo di lecto de Buenos A i r e s , f u e r a — c o m o lo f u é — l a figura representativa y central del R í o de la P la ta , para que su b iograf ía exter ­na se, confundiera con la historia del país en d i c h o per íodo tr ienal . Con ello s ignif icamos que el presente ensayo, c i rcunscr i to y f ragmentar io por los mismos l ímites de su pub l i cac i ón , no

(1) El virrey Cisneros, sucesor de Liniers, entró en Buenos Aires el 30 de julio de 1809, y no el 30 de junio como se lee en la Historia de Belgrano, I, 282.

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aspira a l lenar el cuadro histórico . Ob l igados á concentrar en veinte ó treinta páginas la mate ­r ia que otros han desenvuelto en sendos v o h í m e -nes, tenemos que ceñirnos , por e j emplo , á b o s ­que jar el episodio central de la Defensa , con su i n ­dispensable pró l ogo de preparac ión y su ep í logo ó corolar io inmed ia to . iSTos encontramos aquí en p leno tercer acto del drama que va corr iendo rá­p i d o á su sangriento desenlace ; pero este acto m i s ­m o f o rma un pequeño drama en el grande , el cual podr ía ser tratado con el r igor c lás ico .

Consumada la Reconqu i s ta , el invasor ha q u e ­dado dueño del m a r , de c u y o horizonte espera ver surgir el refuerzo de tropas vengadoras . E l v e n c i d o , al retirarse, arro jó la amenaza présaga del desquite : « N o s vo lveremos á ver en E i l i p o s ! » . — E n Ing laterra se prepara la nueva invas ión , c omo en Buenos Aires la defensa por el R e c o n ­quistador , y tal es la « e x p o s i c i ó n » de la t ragedia . L a t oma de Montev ideo y la evasión de los j e f es ingleses pris ioneros anunc ian la per ipec ia , g r a n ­diosa y s imple c o m o la de los Persas de Esqu i l o . C u m p l i d a la defensa y cerrado el c i c lo de las i n ­vasiones extranjeras , quedan los vencedores en­tregados á su. v i c tor ia , inquieta y disolvente c o ­m o un f e rmento . N o basta á contener la d isoc ia ­c ión latente, el hecho de ser n o m b r a d o v irrey el caudi l lo p o p u l a r ; con el t r iunfo que exc lus ive se a tr ibuye , cada part ido ha beb ido el filtro del or ­gu l lo , y el recelo m u t u o sólo aguarda una ocasión para estallar en guerra abierta. Tales son las f a ­ses pr inc ipales del memorab le episodio que v a ­mos á bosque jar en el presente art í cu lo , insist ien­do en a lgunas , pasando á la l igera sobre las más. Como antes, habremos de señalar a lgunos de los errores de hecho ó concepto que , á nuestro enten­der , deslucen las obras de modernos historiadores argentinos y que , por ingrata co inc idenc ia , parece que se ago lparan más numerosos en la parte q u e ven imos e s t u d i a n d o . — N o necesitamos repetir que con estas correcc iones no pretendemos a m e n g u a r el mér i to s ingular de nuestros ilustres predeceso-

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res. N o procuramos sino la e x a c t i t u d ; y sin duda revelaría un extraño criterio h istór ico , quien se abstuviese de salvar yerros materiales por no h e ­rir suscept ib i l idades , propendiendo así á su arrai­g a m i e n t o y d i v u l g a c i ó n . Veritatem düigere, amar la verdad por sobre toda cosa: tal debe ser la d iv i ­sa pr imera y ú l t ima del h istor iador . E n caso c on ­trar io , la historia no pasa de ser una novela te­diosa que no merece escribirse. As í fe l izmente p a ­recen entenderlo los mismos autores á quienes rec ­t i f icamos con la debida reverenc ia ; y pueden t ran­qui l izarse los lectores , p o c o in ic iados en la crít ica m o d e r n a , que se mostraran alarmados por estas prácticas a lgo nuevas aquí , aunque son en Europa tan usuales y admit idas que se t ienen allí por una mani festac ión corriente de la v ida intelectual .

I

Durante el año escaso que med ia entre la R e ­conquista y la Defensa , no de jaron de elaborarse entre invasores é invadidos los preparat ivos de una campaña m u c h o más importante y decisiva que la anterior , puesto que había de ser la ú l t ima . Con todo , d ichos preparat ivos no fueron por parte de Ing la terra la consecuencia directa del revés de 1806. Hase v incu lado por a lgunos el conato de conquista sud-americana con las pro fundas c o m ­binac iones de la po l í t i ca europea ( 1 ) ; otros han mostrado al e jérc i to de W h i t e l o c k e como una fuer ­za compacta , sólo destinada á vengar la honra de las armas británicas en el R í o de la P l a t a : a lgo así c omo una ap l i cac ión antedatada del famoso

(1) Las expediciones al Río de la Plata fueron un incidente secundario en la política general inglesa. En Ahson (Ilistory of Europe, V I I ) el relato de la primera invasión ocupa tres páginas, el de la segunda, cinco—uno y otro extraídos del Animal Begister y plagados do errores.

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Civis romanus suvi de Palmersto i i . H a y un p o c o de verdad y m u c h o de engaño en uno y otro c o n ­cepto . Respec to del p r imero , debe admitirse que el R í o de la P la ta no era entonces por sí solo un factor percept ib le en la po l í t i ca europea, si b ien dependió indirectamente de ésta su suerte prop ia . L o s que buscan en las rencil las 3 pasiones de al ­dea la exp l i cac i ón del desquic io co lonia l en esos años, c on funden el efecto con la causa ; al ver march i to y must io el fo l la je del árbol , e x a m i n a n su raíz ó analizan el suelo en su contorno : éstos no han c a m b i a d o , el sol es el que ha dec l inado con la estación. Las r ival idades entre españoles y p a ­tric ios no eran, en el año de 1807 y el s iguiente , sino lo que antes fueran . L in iers no fué más francés de or igen , n i A l z a g a y E l í o menos españo­les de carácter y pasiones, después que antes de la De fensa . L a gran novedad que entonces o c u ­rr ió , c omo á su t i empo lo veremos , es que N a p o ­león , arbitro ido latrado de España hasta abri l de 180S, se tornó bruscamente , desde m a y o de d i cho año , el ob jeto de un odio no menos ardiente é i rrazonado que el entusiasmo anterior . A h í esta­la c lave de la s i tuac ión, así en Buenos A ires c o m o en otras par tes ; y para extrañar , v . g r . , que L i ­niers se hubiera d i r ig ido al emperador N a p o l e ó n , dándole cuenta de la Reconqu is ta y la De fensa , es menester no recordar que aquél e jerc ía en E s ­paña una suzeraineté absoluta y , más que acep ­tada, agradec ida por sus vasal los ; ó no haber le ído jamás las consultas y súplicas humi ldes que pr ínc ipes y ministros españoles ponían á los p ies del déspota f rancés .

E n cuanto á la exped i c i ón inglesa, de 1807, fué resultante de una convergenc ia curiosa de actos sucesivos que , eslabón por es labón, se encadena­ron en el R í o de la P la ta , hasta const ituir la f o r ­midab le invasión de W h i t e l o c k e . A raíz de la c on ­quista, el c omodoro P o p h a m había ped ido á L o n ­dres y al Cabo los refuerzos que juzgaba ind ispen­sables para conservar á Buenos A i r e s ; á fines de octubre , l legáronle pr imero de Á f r i c a 1400 h o m -

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b ies , al m a n d o del teniente coronel BackL.orj.se, los cuales, si b ien insuficientes para tomar á M o n ­tev ideo , le permit ieron apoderarse de M a l d o n a d o . A pr inc ip ios del m i s m o octubre y antes de c o n o ­cerse la Reconqu is ta , el gob ierno inglés resolvió asegurar á Buenos A i r e s , sin per ju i c i o de salvar el p r inc ip i o de autor idad y d isc ip l ina , re levando del m a n d o y en ju i c iando á P o p b a m . F u é despa­chado , pues , el a lmirante St i r l ing , con una es­cuadra que conduc ía una div is ión de cerca de 4000 hombres (1 ) 'a l mando de Sir Samuel A c h m u t y , quien debía ponerse á las órdenes del general B e ­resford. A los pocos días (oc tubre 3 0 ) , otra escua­dra al m a n d o del a lmirante Murray se d ir ig ía al Cabo, c onduc iendo al br igadier Craufurd con 4202 hombres , para de allí hacer r u m b o al P a c í ­fico y emprender la conquista de Chi le . D e c i d i d a ­mente la calaverada de P o p h a m despertaba el apetito del leopardo ing lés . . . P e r o , apenas salida de Por t smouth la escuadra de Murraj^, l legó á Londres la not i c ia de la derrota y rendic ión de B e r e s f o r d ; el A l m i r a n t a z g o tuvo que despachar á toda prisa al buque velero Fly, para que a l can­zase en el Cabo á los conquistadores de Chile y les entregase la orden de dir ig irse al R í o de la P la ta para reforzar la ex ped i c i ón del general A c h -nruty. P o r fin, ba jo el pretexto de ale jar mot ivos de r iva l idad entre je fes del mismo g r a d o , se r e ­solvió , á pr inc ip ios de marzo de 1807, confiar el m a n d o superior de las varias divis iones á un t e ­niente general « d e ju i c i o y talento p r o b a d o s » , r e ­cayendo la e lecc ión en W h i t e l o c k e , — p r o b a b l e ­mente el j e f e más inepto del e jérc i to i n g l é s ; en

(1) Más de 4.300 hombres dicen los historiadores Do­mínguez, Mitre, López, etc. Con todo, nuestra cifra es la más probable. Según el estado oficial (Instruction to Wlbitelocke) el total de las tropas de Achmuty en Monte­video era de 5.338 soldados (rank and file); por otra par­te, el efectivo de Backhouse parece que fuera realmente de 1.400 hombres. Alison, que habla al tanteo, dice three thousnnd men. Lobo engloba en uno solo los dos efectivos sin distinguir al de Backhouse.

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todo caso, el menos autorizado y prestigioso ( 1 ) . E l genera l J o h n W h i t e l o c k e se embarcó en

marzo con el reg imiento 89 de in fanter ía , de que era corone l , u n destacamento de artillería y un batal lón de reclutas: por todo 1630 hombres . L l e ­g ó á Montev ideo el 10 de m a y o , y fué reconoc ido al día s iguiente c omo « G o b e r n a d o r y comandante en j e f e de las fuerzas británicas en Sud-Arnér i -c a » , publ i cándose la proc lama en el p r imer n ú m e ­ro del semanario anglo -español La Estrella del Sud ( 2 ) . H e m o s d i cho que venía á subrogar , en el m a n d o del e jérc i to y el gob ierno de la c i u d a d , á Sir Samuel A c h m u t y que la había conquistado con hábi l arro jo y gobernado con prudente é i lus ­trada generos idad . Estaba en la conc ienc ia de t o ­dos los oficiales intel igentes que en ausencia de Beres ford , quien había rehusado el m a n d o en j e f e

(1) Llegada la hora de las responsabilidades, ningún ministro quiso haber designado á un jefe deficient in zeal, judgment and personal exertion. Lord Holland echó la culpa á Windham, quien (WINDHAM, Diary) declaró que the chotee seems to have been mainly due to the dulce of York.—¡ Tenía que haber andado en el negocio aquel héroe de diez derrotas en Flandes y Holanda!

(2) The Southern Star y Estrella del Sud se publi­caba en cuatro páginas de gran tamaño (para la época) con cuatro columnas escritas alternativamente en inglés y castellano. Redactaba el original inglés un Mr. Brad-l'ord; la traducción castellana estuvo á cargo del español Cabello, fundador del difunto Telégrafo, y del cochabam-bino Manuel Aniceto Padilla, especie de Fígaro bolivia­no, gran trapisondista, tan bueno para un fregado como para un barrido. Por haber ayudado á la fuga de Beres­ford, con Saturnino Rodríguez Peña, recibió una pensión del gobierno inglés. De enredo en fechoría había de con­cluir fusilado en Chile. Entretanto, escribía en Montevi­deo insolencias contra Liniers y el Cabildo de Buenos Aires, forjando correspondencias bajo el anagrama trans­parente de Ancelmo Naiteiú. La Estrella del Sud nació la víspera de la llegada de Withelocke (el prospecto es del 9 de mayo) y murió al día siguiente de la Defensa. No alcanzó sino á siete números y su propaganda fué insignificante; pero la colección es un documento histó­rico de cierta importancia para el breve período de la in­vasión. Este Southern Star fué el primer periódico de Montevideo; es sabido que fué el segundo La Gaceta. (1810), enemiga de Buenos Aires y antipatriota ( ¡mal abolengo!).

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después de su evasión, era A c h m u t y el más d igno de reemplazar le , si se quería que la empresa ter­minase tan g lor iosamente c omo había empezado . Pero acentuó lo odioso de la postergac ión la insu­ficiencia manifiesta del a g r a c i a d o ; y , de su se­g u n d o Lev ison Gower aba jo , no hubo m u y pronto en el estado m a y o r qu ien , con razón ó sin ella, no se permit iera abr igar dudas respecto de la c o m ­petencia del general en j e fe ( 1 ) .

U n e jérc i to f o r m a d o de cuerpos inconexos que nunca h a b í a n peleado n i siquiera maniobrado j u n ­t o s ; je fes desconocidos unos á otros ó, lo que es peor , conociéndose lo suficiente para profesarse in pectore desdén ó e n v i d i a ; agregúese la vaga conc ienc ia de lo d i f í c i l y estéril de la tentat iva, en un territorio inmenso é incu l to , por entre una p o b l a c i ó n hosti l y en vísperas de un inv ierno l lu ­vioso y fr ío que ya se anunc iaba : tales eran las condic iones materiales y morales en que se abría la campaña por parte de los invasores. Con todo , en m a y o y j u n i o se pros iguieron flojamente los indispensables preparat ivos de organizac ión , aun­que fac i l i tados ya por la ocupac ión tranqui la del l i toral después de la segunda derrota de E l ío en la Colonia . E l 14 de j u n i o , arribó á Montev ideo la anunc iada (2 ) escuadra del a lmirante M u r r a y con

(1) Triol of Lieut. Gen. Wh.itelocke (Sir S. Achmu-iy's examination): The troops were entirely ivithout c.on-fidenee at the time 1 am speaking of... 1 mean xvant of confidence in their general». Hay que agregar, para ser justo, que en el curso del proceso se manifiesta una mala voluntad unánime contra "Whitelocke, designado á todas luces para bouc émissaire de la derrota. Por lo demás, Gower y otros jefes revelaron tanta incapacidad ó indo­lencia como el general; y en cuanto á la corte marcial que le juzgó y condenó, no ha faltado quien se divirtiera con los rasgos de happy ignoran-ce que prodigaban algu­nos de sus miembros; v. gr., cuando todo un oficial supe­rior del ejército inglés interrumpía al testigo para pedir explicaciones sobre lo que significa la banda izquierda de un río! (Conf. SOTJTHET, Pen. War; ALISON, History, V I I ) . — E l rasgo citado está en el Trini, página 31.

(2) Lo fué desde el Cabo por el mismo bergantín Fly, comandante Thompson, que había llevado á Craufurd la contraorden del Gobierno... (Triol, 80).

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32 transportes y los cuatro m i l hombres de Crau -f u r d . Inmed ia tamente se tomaron las ú l t imas d is ­posic iones para el p lan de campaña y el embarco, general en la Colonia . E l total del e fect ivo q u e zarpó de la Banda Oriental y tomó tierra en la Ensenada el 28 de j u n i o — i n c l u y e n d o el destaca­mento sacado de la Colonia y deducidas las g u a r ­nic iones dejadas en Montev ideo y M a l d o n a d o , — era de 7822 hombres , fuera de j e fes , oficiales y marineros . Se d iv id ió en cuatro cuerpos ó b r i g a ­das al m a n d o respect ivo de los generales A c h -m u t y , L u m l e y , Craufurd y el coronel M a h ó n ( 1 ) . E l cont ingente era respetable , si se c o m p a r a con la b r i g a d a de Beres ford , que l levó á cabo la c o n ­quista , y se recuerda, sobre t odo , que fué apenas superior el e fect ivo inglés que sostuvo la campaña decis iva de la I n d e p e n d e n c i a , en Massachussets, N e w - T o r k y Pensy lvan ia , hasta la t oma de Y o r k -T o w n . P e r o los t iempos eran o t ros ; m u c h o mas­que una conquista de sorpresa, la conservac ión de Buenos A ires era entonces una empresa ardua y quizá impos ib le con las fuerzas inglesas e n u m e ­radas. Bastará, en e fecto , una breve reseña de la obra realizada por L in iers , desde el día que siguió ' á la v ic tor ia , para comprender que el éxito final de la Defensa no dependía ya de un p lan estratégico ni estaba l ibrado al albur de una batal la. P u d i e ­ron fal lar en el día de prueba todos los cálculos fundados en la sól ida organizac ión y las m a n i o ­bras de los batallones de Buenos A i r e s ; pero no el espíritu marc ia l y el orgul lo c ív i co que , j u n t o con el m a n e j o de las armas, l ogró el j e f e popu lar

(1) El contra-almirante Lobo (Historia de las colo­nias, I I , 84) , le da 8.522 hombres: «este es el número ex­presado por el teniente coronel Backhouse, jefe de estado mayor ante el consejo de guerra de Whitelocke». Back­house no era jefe de estado mayor ni figuró en el pro­ceso ; y el coronel Bradford da la cifra que hemos repro­ducido.—Este es otro «historiero» que queda indeciso' entre escribir «Pack» ó «Pak», como si el defensor de Almeida, Ciudad Rodrigo y Vitoria fuera un descono­cido,—y opta por la segunda ortografía.

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in fundir en cada soldado improv i sado , en cada vec ino , urbano ó rural , criol lo ó e x t r a n j e r o ; y ello sólo aseguraba el t r iunfo completo y def init ivo.

I I

E l entusiasmo de la Reconquis ta no remedó la l lama pasajera que , por fa l ta de a l imento , se apaga tan ráp idamente c omo se encend ió : fué realmente un f o co c ív i co inex t ingu ib l e , á cuyo calor v ivi f icante se arr imó toda la pob lac ión b o ­naerense, sin d ist inc ión de clase ni or igen . D u ­rante ese año de nov i c iado mi l i tar , no b u b o otra preocupac ión co lect iva que la de la segunda inva ­sión inminente , junto con el propósito v ir i l de ar­marse y fortif icarse para repelerla . Los h istor iado­res cavi losos, que pretenden rastrear desde esa f e ­cha los gérmenes de la discordia futura , cometen un grave anacronismo, aceptando á buena cuenta de la emanc ipac i ón los ardides de los prisioneros i n ­gleses, ó las intr igas de unos cuantos corredores de independenc ia que encontraron en el te je m a ­ne je po l í t i co un med io de v iv i r . Hasta después de la Defensa reinó toda la armonía deseable en las relaciones del Cabi ldo con el R e c o n ­quistador , quien hacía func iones de v irrey en tanto le l legaba el t ítulo conf irmativo de su autor idad . P o r otra parte , los supuestos planes de independenc ia , aparentemente aceptados por los generales ingleses, no exist ieron jamás sino en los cerebros, ó m e j o r d i c h o , en los labios de sus inventores (1). Esta un idad de vistas y propós i -

(1) Bastaría á demostrar lo primero el oficio enco­miástico que dirigió á Liniers el Cabildo de Buenos Ai­res, en abril de 1807, nombrándole regidor perpetuo «en su persona y en la de sus hijos y descendientes». Tampoco es exacto lo que se ha dicho del parte pasado por el Ca­bildo después de la Defensa ; no puede ser acto de hosti­lidad ostensible ó encubierta contra Liniers un docu­mento dirigido al Rey y que termina así : «Al propio

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tos , afirmada en el prest ig io irresistible de un caudi l lo val iente 3- generoso , l ogró prod ig ios entre el pueblo de Buenos A i r e s , inocu lando un espíritu de hero ísmo en aquella antes inerte masa co lonia l . Transcurr ido un año apenas, desde que 1500 in ­gleses bastaron á so juzgar esta capi ta l , iba á asis­t irse, con universal asombro , á la derrota y ren ­d i c ión de un e jérc i to c inco ó seis veces m a y o r , apoyado en una escuadra f o rmidab le y d isponien­do del l i toral u r u g u a y o como base de operaciones y recursos. H e ahí un f enómeno sin duda intere­sante, y acaso más d igno de análisis que la du­dosa táctica de la Defensa 3' la cuestión de saber si, dec id idamente , la fuerza de Craufurd torc ió por la esquina de la V i r re ina v iuda ó por la de más al lá . . .

No podía ocultarse al histor iador Mitre la i m ­portanc ia histórica del m o v i m i e n t o preparator io de la D e f e n s a , — e l cua l , por otra parte , había si­do puesto en rel ieve por el cronista N ú ñ e z . T a m ­poco ha desconoc ido la influencia decisiva que en él tuvo el imperator L i n i e r s ; pero creemos que atr ibuye á la «mi l i ta r i zac i ón» de Buenos A ires orígenes democrát icos y tendencias revo luc iona­rias que nunca tuvo , por lo menos en g rado tan marcado ( 1 ) . IV o es esta la única ocasión en que

tiempo (V. M . ) tendrá muy presente los relevantes ser­vicios que lia contraído el general D. Santiago Liniers en la reconquista de esta ciudad y su defensa; en haber pre­parado y dispuesto los ánimos de todos para morir por la religión, por su Rey y por la Patria; en haber entu­siasmado á las tropas de un modo el más singular y en haber arrostrado todos riesgos por sostener á V . M . estas ricas posesiones, cuyas circunstancias lo hacen acreedor á las liberalidades de V . M . ; y el Cabildo recibirá la gloria de ver recompensado el mérito de un general á quien ha elegido con asiento, voz y voto». (Transcrita in extenso en M I T R E , op. cit., I, 526). En cuanto á la supuesta con­nivencia de los generales ingleses en planes de indepen­dencia, véase la carta de Achmuty á Windham, Triol, I I , 768.

(1) El doctor López descuida este punto para engol­farse en las profundidades de la diplomacia europea tras su autor favorito «el eminente historiador Gebhardt». Digamos de paso que la ((historia» de ese Gebhardt no

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manifiesta la i lusión de una suerte de republ i ca ­nismo ant i c ipado . L o que se lia l lamado la « n u l i ­dad manifiesta de las antiguas reputaciones m i ­litares de la c o l on ia » no fué señalado sino después de la Defensa en el parte del Cab i ldo , y con un es­pír i tu que , por c ierto , no se inspiraba en la inde ­pendenc ia n i la democrac ia ( 1 ) . E n rea l idad , con ­currieron á la De fensa , m a n d a n d o fuerzas con re ­lac ión á su g r a d o , todos los je fes veteranos pre ­sentes en Buenos A i r e s ; y , con excepc ión de la l eg ión de patr ic ios y los húsares del pr imer cuer­po de cabal lería , es justo agregar que en el cuadro general de oficiales, los españoles f o rmaban la m a y o r í a . — E n el caso actual , se afirma con razón que los invál idos de la co lonia se mostraron i n f e -

existe históricamente : Gehhardt no es sino un fraude lite­rario perpetrado por un impresor de Barcelona, y que, rea­lizado impunemente (¡tratándose de una Historia general de España!) basta á caracterizar la indiferencia pública. El pirata ha traducido sencillamente la obra francesa de Romey, los nueve tomos, palabra por palabra, sin que falte una nota ni un encabezamiento. Para los tiempos modernos ha hecho lo propio con la de Coxe. Pero ¿cómo no despertó la desconfianza del doctor López—ya que no conocía á Romey—el hecho de que el «autor» de tan im­portante obra no fuera citado en ningún diccionario bio­gráfico ?—El señor Domínguez se limita á dar el extracto de la (¡movilización» y sólo sigue en esta parte á Núñez para repetir un error malicioso, asentando que Liniers en­vió á Madrid, en 1806, á D. Juan B. Périchon cuya elec­ción fué «uno de los motivos de descrédito en que pronto cayó con el partido español». El Cabildo envió á Puey­rredón ; pero Liniers no mandó ni tenía que mandar entonces á nadie. Périchon quedó en Buenos Aires y fué edecán del general durante la Defensa. En esta calidad fué después portador del oficio dirigido por Liniers á Na­poleón, á fines de julio de 1807.

(1) M I T R E , Historia de Belgrano, I , 167: «Los anti­guos generales españoles que componían el estado mayor del Río de la Plata; ilustrados muchos de ellos en las guerras de Flandes y del Rosellón, etc.» Esta frase es seguramente una distracción del señor Mitre—sugerida por Núñez (Noticias, página 35) . No habla entonces en el virreinato más generales de tierra que los brigadieres Sobremonte y Arce, ninguno de ellos ¡(ilustrado» en la campaña de Cataluña, á que no asistieron,—ni mucho me­nos en las últimas guerras de «Flandes» á que sólo pudie­ron concurrir con alguna distinción los bisabuelos de ambos.

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riores á los je fes i m p r o v i s a d o s ; pero sería tan n o ­c ivo c o m o inexacto general izar la tesis ap l i cán­dola á otros casos. Las grandes batallas de la I n ­dependenc ia se ganaron por mil i tares de carrera y escne la ; sólo se « i lus t raron» después los af ic io­nados , en las «montoneras » ó guerril las sin g lor ia de la anarqu ía ; Bella nullos habitura triumphos, c o m o dice L u c a n o .

Tenemos re fer ido el pronunc iamiento popu lar que , á raíz de la Reconqu is ta , confirió espontánea­mente á Liniers la suprema autor idad mi l i tar de la capita l , con aplauso del Cabi ldo y aceptac ión res ignada de la A u d i e n c i a . B a j o un t ítulo v a g o y variable (1), esa autor idad fué absoluta, y nunca más que antes de su conf i rmación oficial por la Corte, cuando sólo se apoyaba en la adhesión apa­sionada del vec indar io . L a s palabras subrayadas son las que expresan m e j o r el sent imiento general de la pob lac i ón por su caudi l lo . H a b í a , en e fecto , en el prest ig io que durante dos años envo lv ió su persona, una mezc la de admirac i ón , confianza y agradec imiento , que tenía los caracteres de la pa ­sión arrebatada é irref lexiva. L a palabra simpatía ha sido vu lgar izada , y , á manera de moneda gas ­tada por el uso , no enseña ya la efigie borrada de su sentido p r i m i t i v o : con t odo , ella sola podr ía , después de resellada y l i m p i a d a de su herrumbre de romanza , exp l i car con su acepc ión c o m p l e ­ta (2 ) esa atracc ión inexp l i cab le que el caudi l lo popular e jerce en la m u c h e d u m b r e : s int iendo , su­f r i endo , gozando en armonía per fecta el a lma co ­lect iva con la i n d i v i d u a l , y entrando en ese culto extraño de un pueblo por un h o m b r e , todo el en ­tusiasmo y casi el exc lus iv i smo ardiente del amor . Ta l fué , sin exagerac ión , la esencia invis ib le del poder que L in iers e jerc ió entonces sobre el pueb lo de Buenos A i r e s , y de que dan test imonio i r recu-

( 1 ) En algunas órdenes ó proclamas se designa á Li­niers como «capitán general», en otras como «comandante ó gobernador militar».

(2) Comunión de sentimientos.

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sable todos los documentos contemporáneos : desde la oda inf lamada del versificador liasta la fría crónica del testigo burgués que , después de veinte años , revuelve las cenizas de sus recuerdos j u v e n i ­les . E l mismo N ú ñ e z , tan agrio y descarnado, ha encontrado , para p intar esa efervescencia del al ­m a nac iona l , durante el entreacto de las dos g r a n ­des j o rnadas , colores de una espontaneidad y ani ­m a c i ó n inusitadas. Las dos páginas (85-87) con que encabeza el capí tulo dedicado á la reorganiza­c i ón de las mi l i c ias , reproducen sin esfuerzo ni énfasis el ardor generoso de aquellos días, al par que tr ibutan c u m p l i d a just ic ia al general L iniers « q u e era c o m o el cuerpo y el a lma de todo este m o v i m i e n t o » ( 1 ) .

Desde el 5 de sept iembre , apenas restituidas á su prov inc ia las fuerzas orientales, y resuelta la suerte y destino de los prisioneros ingleses, L i ­niers d i r ig ió al vec indar io una proc lama « e x h o r ­tándole á formarse en cuerpos separados y por prov inc ias » . E l 9, p u b l i c ó la orden convocando á los soldados de la patria, para que concurr ieran á la Forta leza en días señalados según su cuerpo y prov inc ia , « á fin de arreglar los batallones y compañías n o m b r a n d o á los comandantes y sus segundos , los capitanes y sus tenientes, á v o l u n ­tad de los mismos cuerpos» . L a orden prevenía , además, que n i n g ú n hombre en estado de tomar las armas dejase de asistir sin justa causa á la c itada reunión «so pena de ser tenido por sospe­choso y notado de i n c i v i s m o » . Concurr ieron, e fec ­t ivamente , y con celo admirable los vo luntar ios ,

(1) NÍTÑEZ, op. cit.: «No tenía (Liniers) un instante de reposo : él necesitaba hacer á un mismo tiempo de sar­gento, ayudante y general, como lo escribió á la corte de España, pudiendo haber dicho más bien que necesitó ha­cer, é hizo á un mismo tiempo jefes, oficiales y soldados, cuadros, batallones, y un ejército. Él contaba en efecto con dos poderosos auxiliares, la sumisión espontánea y general á su voz de mando, y una decisión sin límites en el cuerpo municipal á sostener todos sus pensamientos». En términos parecidos se expresan casi todos los historia­dores y cronistas contemporáneos.

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á las dos y med ia de la tarde del día fijado á cada cuerpo : los catalanes, el miérco les 10 de sept iem­b r e ; los v izcaínos ó cántabros , el 1 1 ; los gal legos y asturianos, el 1 2 ; los andaluces , castellanos, « l evant i scos» y patr ic ios , el 15. Se organizaron los batallones y compañías , procediéndose á la e lec ­c i ón de los je fes respectivos sin el desacierto ó tumul to que se pudiera temer , grac ias á los cua ­dros existentes desde la reciente reconquista . L o s españoles, sobre t odo , revelaron un laudable es­p ír i tu de d isc ip l ina , des ignando sin discrepancia á los vec inos más autorizados y aptos para m a n ­darlos : resultaron electos comandantes por sus respectivos c omprov inc ianos , M u r g u i o n d o , Cervi ­no, Hezábal , Olaguer E a y n a l s , Oyuela , P e d r o A . Garc ía , Castex: todos ellos d ignos de su cargo por su pos ic ión social y los servicios prestados en la mi l i c ia . E l capitán Terrada quedó á la cabeza de sus granaderos , y el comandante Ballester con sus fieles quinteros de los arrabales ; la artillería de la Unión—sostenida por el C a b i l d o — e n que se mezc laban fraternalmente criol los y peninsulares , fué confiada al catalán Estebe y L l a c h , el de las minas famosas . E l reg imiento de prov inc ianos ó arribeños tenía por j e fe al v izca íno Gana, c omer ­c iante establecido en el P e r ú y ant iguo so ldado del Rose l lón , qu ien , de paso para España , se de ­tuvo aquí un año por pura a f i c ión ; tenía ba j o sus órdenes á los capitanes Ortiz de O c a m p o , Bustos , D o m í n g u e z . P o r fin, completaba las fuerzas de in fanter ía , un batal lón de pardos y morenos m a n ­dado por el asturiano B a u d r i x . E n los dos cuerpos de caballería, que comprend ían cuatro escuadro­nes de brisares, uno de miqueletes y otro de cara­bineros , dominaban naturalmente los c r i o l l os ,—co ­m o que los je fes subvenían en parte á su sosteni­miento , presentándose generalmente cada vo lunta ­rio montado en su caballo p r o p i o ; allí se in i c iaron ó acentuaron su figura Mart ín R o d r í g u e z , c o m a n ­dante del pr imer escuadrón por ausencia de P u e j ' -r redón, Bernáldez , F r e n c b , Herrera , A lvarez , E n ­r ique Mart ínez , V e d i a y m u c b o s otros que debían

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tomar parte en las guerras de la Independenc ia . L a célebre L e g i ó n de patr ic ios , ó h i jos de B u e ­

nos A i res , que había de desempeñar un papel h is ­tór ico en las jornadas revoluc ionar ias , l legó á componerse de 1395 hombres acuartelados (1 ) f o r ­m a n d o tres batal lones, al m a n d o respectivo de Saavedra, R o m e r o y TJrien. Parece que Be lgrano fué e leg ido sargento m a y o r por las compañías acuarte ladas ; pero hubo de permanecer m u y corto t i empo en el e m p l e o , pues su nombre no figura en n i n g ú n documento oficial ó pr ivado de la D e f e n ­sa, n i con este cargo , que fué desempeñado por el teniente de infanter ía V i a m o n t , ni con otro a l ­g u n o . A d e m á s de los nombres c itados, se encuen­tran en el cuadro de la of ic ial idad de d icha leg ión muchos de los que habían de resonar m u y pronto en los fastos mil i tares ó c ivi les de la revo luc ión . Eran capitanes ó tenientes de patr ic ios , Medrano , Chic lana , Lucas Obes, Díaz Yé l ez , Perdr ie l , M o n ­tes de Oca, P i c o , A l b e r t i , Lez i ca , Acos ta , I r i g o -yen , Mant i l la , Castro y veinte más , futuros solda­dos, t r ibunos , proceres de la I n d e p e n d e n c i a : p ro ­met idos todos ellos á la notor iedad en su persona ó en su descendencia , y dest inados, con otros que luego despuntarían, á const ituir esa capa de aris­tocracia e lect iva de que n i n g u n a democrac ia pue ­de presc indir . Y no le fa l taba , al g r u p o más ó menos marc ia l de los guerreros improv isados , su futuro cantor , más erudito que inspirado , el D e -modoco sin alto vue lo de esa I l íada sin resonancia exter ior . E l j o v e n teniente de la tercera compañía del pr imer batal lón, don V i cente López y P lanes ,

(1) Los historiadores Mitre y Domínguez dicen 1.500 ; pero nunca llegó á tanto su efectivo real, que alcanzó su máximum (1.413), con la Plana mayor, en la revista de junio de 1807, según el estado formado por el sargento mayor Viamont; en octubre de 1806 era sólo de 1.359 hombres. Belgrano (Autobiografía) habla de 4.000 hom­bres alistados, pero se refiere á la reunión tumultuaria que precedió la organización, agregando que «los gober­nantes procuraron, por cuantos medios les fué posible, ya negando armas, ya atrayéndolos á otros cuerpos, evitar que número tan crecido de patricios se reuniesen». Saa­vedra y Viamont confirman dicho estado.

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ya pre ludiaba sin d u d a , entre dos guardias en la R a n c h e r í a , á su crónica r imada del Triunfo Ar­gentino,—hoy tan pro fundamente enterrada que nadie sabría dónde reposa, á no tener el h i m n o de M a y o por lápida inmorta l .

L a a mi l i ta r i zac i ón» , en pocos meses, de un con­t ingente que l legó á contar 8584 plazas, no figu­rando en él más que una sexta parte de tropas v e ­teranas (exactamente 1329 hombres de las tres a r m a s ) , representaba un esfuerzo extraord inar io , sobre todo si se t iene en cuenta el estado e c o n ó ­m i c o de la pob lac i ón y del erario después de la invasión y la reconquista . Munic i ones , armas, vestuario , manutenc i ón de las fuerzas acuartela­das, sueldos bastante crecidos desde el 15 de fe ­brero de 1807, premios , recompensas , m a n u m i ­sión de esclavos : t odo hubo de extraerse de la prop ia substancia, apelando á las rentas escasas, á las subscripciones pi íbl icas dentro y fuera de la capi ta l , al emprést i to o n e r o s o — y á todo atendió el entusiasmo pr ivado y p ú b l i c o . Fuera de los «donat ivos patr ió t i cos» , que pasaron de 150.000 pesos, sin contar las entregas gratuitas de ganado y otros art ículos , el vec indar io supl ió «á so l i c i ­tud del Cabi ldo y ba jo su garant ía» más de un mi l lón de pesos, « c u y a ingente suma se hal laba casi en el t odo sat is fecha» , á fines de 1809 ( 1 ) . A n t e el arranque generoso y v ir i l que congregó en un solo anhelo á todas las clases de la p o b l a ­c ión , desde los n iños hasta los ancianos , y selló con t imbre de imborrab le nobleza el advenimiento de este pueblo ( 2 ) , no merecen mencionarse las inevitables pequeneces y miserias en que se han

(1) Estado general, publicado por el Cabildo en 12 de febrero de 1810.

(2) ... esta no es tropa: Buenos Aires os muestra allí sus hijos; Allí está el labrador, allí el letrado, El comerciante, el artesano, el niño, El moreno y el pardo; aquestos sólo Ese ejército forman...

(El Triunfo Argentino).

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detenido con sobrada insistencia algunos contem­poráneos, c o m o Manuel Moreno y el mismo Belgra ­no , ba jo la impres ión morti f icante de su deslucido pape l . Produ jéronse compet ic iones y rencil las en­tre los aspirantes á empleos mi l i tares , pero estos empleos sólo s ignif icaban responsabi l idades y fa t i ­gas mayores . L a cuestión de los colores del u n i ­f o rme y galones cobró exagerada importanc ia , engendrando r ival idades pueriles entre patric ios y españoles, pero estas r ival idades no pararon en revistas y alardes ( 1 ) : persistieron para d ispu­tarse el p r imer puesto en las calles y azoteas ata­cadas por el e n e m i g o , y entonces perdieron a lgo de su puer i l idad . P o r lo demás, esas mezquinas desavenencias fueron más profesionales que nac io ­nales , c omo que , fuera de los patric ios y húsares, casi todos los cuerpos eran mandados por españo­les , y nunca trascendieron á los je fes superiores. TÑTo exist ió dual idad en la preparac ión de la D e ­fensa. E l Cabi ldo secundó con c ív ica decisión la acc ión del Comandante general de armas, y en esa obra del patr io t i smo, es de estricta just ic ia aso­c iar el n o m b r e de A l z a g a , el «a l ca lde R o n q u i l l o » de los años s iguientes , al nombre de L in iers . Se­parar prematuramente lo que se mantuvo un ido , inventando a posteriori antagonismos entonces imag inar i os , importa incurr i r en un anacronis ­m o que revela deficiencia del sentido histór ico .

Esa obra organizadora de la De fensa , más que la j o rnada m i s m a , queda en los anales argentinos c o m o el t í tulo g lor ioso é inatacable de L in iers .

(1) Un eco de aquellas desavenencias, entre vetera­nos y voluntarios, se percibe en el poema de López:

... la negra envidia Procuraba inspirar á los amigos De vuestra gloria, indigna desconfianza, Atribuyendo á pompa el ejercicio Frecuente de las armas, y el plan todo Que en soldados tornara á los vecinos...

Conf. SAGUÍ, Últimos cuatro años, pág. 9 3 : «...el sá­bado santo anterior á la Defensa tratóse de colocar un judas con el uniforme de patricio».

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A d e m á s de la instrucc ión y d isc ip l ina de los ter ­cios vo luntar ios , en cuya tarea diaria prestaron val ioso concurso todos los je fes activos ó retirados —espec ia lmente el coronel César Ba lb ian i , que re ­dactó un manual de instrucc ión mi l i tar ( 1 ) , — t u ­vo L in iers que repart ir en m i l atenciones diversas su incansable ac t iv idad , « r e v e l a n d o , diee el h isto ­r iador Mi t re , un verdadero gen io o rgan izador » . Fa l taban , y hub ieron de crearse, la maestranza, la fábr i ca de balas y espadas, un remedo in forme de in tendenc ia , cuadras para la caballería y arti l le­r í a ; se construyeron baterías y reductos en el B e -t i ro , la Presidencia, Barracas , Qui lmes y otros puntos para oponerse al desembarco ; se adiestra­ron los caballos y muías del tren, acostumbrán­dolos al t i ro , al f u e g o , al f o rra je s e co ; á los dos m i l fusi les de la A r m e r í a y otros tantos t o m a ­dos en la Reconqu is ta , se agregaron todas las ar­mas v ie jas que se pud ieron recoger y c o m p o n e r en la capital y p r o v i n c i a s ; trajéronse dos mi l quintales de pó lvora del P e n i y C h i l e ; ptísose en requis ic ión para fund i r balas todo el p l o m o ex i s ­tente en la c i u d a d , entregando los habitantes hasta « la va j i l la y utensil ios de e s t a ñ o » ; aprestá­ronse, por fin, c incuenta cañones de campaña con su tren comple to de cureñas, atalaje y demás ac ­cesorios del servic io . Y cuando estuvo todo ello pronto ó en vía de real izac ión, el General reco ­noc ió que quedaba por hacer lo más arduo de la empresa: á saber, la mi l i tar izac ión del a lma pa ­tr ic ia , no tanto en el va lor , que lo tenía nat ivo , cuanto en la d isc ip l ina y la subord inac ión . Y esto

(1) En la Historia de Belgrano, I, 179, aparece Bal­biani en la «noche triste» del 2 de julio, como «recién llegado de Chile». Había asistido á la Reconquista y per­manecido desde entonces en Buenos Aires, como lo dice el mismo parte de Liniers. Balbiani, como Arce y otros, era uno de tantos oficiales postergados que se envejecían en América, tan herrumbrados por la ociosidad y la ru­tina que eran ya insuficientes para la acción y sólo podían prestar servicios como instructores. ¡ El Estado militar de España para el año 1795 le da ya como coronel de in­fantería de Chiloe!

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m i s m o se espresa por él con palabras tan i n g e ­nuas y verídicas que merecen reproducirse , pues son todavía apl icables en parte á la ps ico logía del pueb lo argent ino , al par que muestran la altura de carácter y la firmeza de ju i c i o del j e fe á quien suele pintarse c omo un advenedizo de la g lor ia , inconsistente y f r ivo lo ( 1 ) :

Puede considerarse qué no trabajaría yo en los once meses después de echar á los ingleses de Buenos Aires, para hacer guerrero á un pueblo de negociantes, labra­dores y ricos propietarios : en un país donde la suavidad del clima, la abundancia y la riqueza debilitan el alma 5' le quitan la energía que tiene (allí) donde el hombre tie­ne necesidad de ejercitar sus facultades para asegurar su subsistencia. Además de esto, la subordinación, tan nece­saria para hacer obrar los ejércitos con utilidad ¿cómo podía establecerse entre gentes que se creen todos igua­les? Muchas veces el dependiente de un negociante rico era más apto para el mando que su patrón, acostumbrado á mandarlo con despotismo, y que venía á ser su subal­terno ; me fué preciso vencer todos esos obstáculos y una infinidad de otros. Los primeros servicios que había hecho á esta ciudad me adquirieron la confianza de sus habitan­tes, de lo que me aproveché para hacerlos capaces de de­fenderse contra todos los esfuerzos que la Gran Bretaña hacía para vencerlos, sosteniendo sin cesar su entusiasmo con proclamas ; exageraba sus esfuerzos, les inspiraba des­precio contra los de los enemigos, que representaba siem­pre infinitamente menores que los que yo me creía y sabía positivamente eran (2) .

Es m u y sabido que la l legada á Maldonado de la d iv is ión inglesa al m a n d o de A c h m u t y , en ene­ro de 1807, y el subsiguiente ataque á Montev ideo v in ieron á interrumpir parc ia lmente , ó si se qu ie ­re , á poner á prueba , los preparat ivos bél icos de

(1) Comunicación de Liniers á Napoleón, publicada in extenso en la Historia de Belgrano, I, 507. Téngase presente que ese documento reservado y redactado primi­tivamente en francés no ha podido salir de la pluma del viejo secretario del virreinato, D. Manuel Gallego. El original francés se transcribió en el Ambigú del 20 de enero 1808.

(2) Véase, como ejemplo, la proclama del 9 de marzo y la del 24 de junio de 1807 : «cuatro mil despreciables enemigos se "atreven á insultarnos, fundando su loca pre­sunción en la poca energía que nos suponen, etc.» Sabía que el efectivo inglés pasaba de 10.000 hombres; pero, después de expresarse así, hubiera parecido extraño que no saliera á atacarlos fuera de la ciudad, tomando la reso­lución que tanto se le ha reprochado.

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Buenos A i r e s . N o tenemos que relatar de n u e v o ese hecho de armas, que no pertenece d irectamente á nuestro asunto ; nos l imi tamos á reseñar uno de los dos inc identes conoc idos que co inc id ieron con la t oma de M o n t e v i d e o : la f u g a de Beres ford y la dest i tución del v i rrey S o b r e m o n t e — c u y a inago ta ­ble imper i c ia y mala vo luntad contra Buenos A i ­res contr ibuyeron poderosamente á la pérdida de la p laza.

Desde el mes de sept iembre , el general Beres ­f o r d , el coronel P a c k y otros oficiales ingleses so­portaban cómodamente en L u j a n su ben igno c a u ­t iver io . Pr is ioneros b a j o pa labra , daban fiestas en sus habi tac iones , organizaban cacerías con sus guardianes en los alrededores, sin más c o m p r o ­miso que el de recogerse á su cuartel al anoche ­cer . A l l í , entre el general inglés y los dos of icia­les argentinos Olavarría y Saturnino R o d r í g u e z P e ñ a , v incu lados á intr igantes ó aventureros de ba ja e s to fa—un Franc i s co González , a lcalde de part ido rural , un L i m a , lanchero portugués , el c o c h a b a m b i n o Padi l la y el amer icano W h i t e — t e ­j ióse un enredo g o r d i a n o , h o y impos ib le de des­enmarañar , sin que se sepa á punto fijo qu ién engañaba á qu ién—si b ien por el ca l ibre m o ­ral de la co fradía (Beres ford apar te ) , es l í ­c i to sospechar que cada uno bur laba en p a r ­te á los demás. P o r extraña co inc idenc ia ó misteriosa af inidad, todos ellos parec ían des­t inados á encontrarse y entenderse—sin e x c e p ­tuar al que l levaba un apel l ido que el mérito y la f or tuna h ic ieron h is tór i co . Olavarr ía , cuñado de R o d r í g u e z P e ñ a , era aquel comandante de b l a n ­dengues cuya inercia contr ibuyó á la derrota de P u e y r r e d ó n en Perdr ié l , dando t i empo para que Beres ford l legara al caserío , gu iado por un e x c e ­lente baqueano que , según parece , no fué sino el Franc i s co González de la presente hazaña: tenía , c o m o se ve , c ierta vocac ión para traidor ( 1 ) . E l

(1) A distancia juzgamos las cosas y los hombres á bulto. Resulta que ese alcalde González, á quien el histo-

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portugués L i m a era ese «contrabandista del r í o » que el h istor iador López con funde vagamente con el corchete Gonzá lez ; A n i c e t o Padi l la era aquel t interi l lo intér lope de que tenemos hablado como « redac to r » del Southern Star. E n torno de este núc leo pintoresco se ag i taban otros elementos sueltos, pescadores de río revuelto ó f ranco- t i ra ­dores de la cabala: c omo el amer icano W h i t e , que enredó á su gusto y provecho cuando su casa de Miserere fué ocupada por el Estado M a y o r inglés , y que, por su incansable artería, estuvo diez veces tangente á la horca durante los años que van de la conquista á la revo luc ión .

U n v a g o b landengue de Montev ideo hac ía de lanzadera, t rayendo y l levando mensajes de una á otra or i l la ; y hasta un portero de la A u d i e n c i a tuvo que hacer en el te je m a n e j e , cuya c lav i ja central era el futuro vencedor de A l b u f e r a y par de Ing la terra . ¿ C u á l era el ob jeto cardinal de tanto conc i l iábulo tenebroso? Nuestros histor ia­dores discuten el punto gravemente y no parece que dudaran de que la « p a n d i l l a » , c omo se dice en el proceso , v iviese preocupada con la I n d e p e n d e n ­c i a ; — h a s t a se l lama «precursores» á dos ó tres del g r u p o . ¿ P u d o Beres ford , engañado por R o d r í g u e z P e ñ a que le hizo creer en la connivenc ia de A l z a ­g a , aceptar u n instante la idea de una entrega pacíf ica de la co lon ia al e jérc i to ing lés? Las car ­tas de A c h m u t y darían cierto viso plausible á la h i ­pótesis ( 1 ) . Sea lo que fuere , lo ún i co que en subs­tancia queda v is ib le , es que co inc id ieron en pocos días la caída de Montev ideo , la orden de interna­c ión de Beres ford y la entrevista de A l z a g a con

riador López califica graciosamente de «barquero portu­gués y contrabandista del río», era amigo de Mariano Moreno, según Manuel (Arengas, prefacio, L X X I V ) , tanto que vivían juntos en una quinta en momentos de ser aquél arrestado, lo que no dejó de comprometer á More­no. A esta circunstancia se debe que el relato de Manuel Moreno contenga datos especiales y curiosos sobre este incidente, referido con sobrada inexactitud en las obras de López y Domínguez.

(1) Triol oj WhitelocJce, I I , 768.

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R o d r í g u e z P e ñ a , que sirvió á éste de pretexto para adormecer la v ig i l anc ia del terrible A l c a l d e . Se d ice que Olavarría entregó á los pris ioneros ante una orden que traía la firma falsi f icada de L in iers . Beresford y P a c k quedaron ocultos dos ó tres días en casa de González , fugándose des­pués á Montev ideo en la lancha del por tugués . Tres de los cómpl i ces sufrieron «una pr is ión larga y s e v e r a » ; pero no R o d r í g u e z P e ñ a n i Pad i l la , que rec ib ieron , c o m o «precursores de la I n d e p e n ­d e n c i a » , una pensión v i ta l i c ia del gob ierno in ­g lés . Beres ford , c oh ib ido sin duda por lo equ ívo ­co de su s i tuación, rehusó el m a n d o de las fuerzas inglesas que A c h m u t y le o frec iera. E l coronel P a c k , menos escrupuloso ó más v i n d i c a t i v o , se incorporó inmediatamente , bat ió dos veces en la Colonia al grotesco coronel E l ío (especie de miles gloriosus que quedaría corto al hacer la cuenta de sus campañas por la de sus derrotas) , y finalmente vo lv i ó á caer pris ionero sin m u c h a g lor ia n i p ro ­vecho para su país (1).

(1) Sería interesante examinar cuál era exactamen­te, ante el derecho militar, la situación del coronel Pack. En comunicaciones oficiales se le tachó entonces de «per­juro», y el pueblo exasperado quiso sacrificarlo después de la rendición. Los historiadores modernos reproducen la calificación infamante de su conducta, un tanto miti­gada, al parecer, por el regalo del «precioso reloj de estufa que adorna el salón municipal». Pensamos que ante el mismo derecho internacional entonces vigente, la situación del coronel Pack era correcta, si bien más caba­lleresca y noble la actitud de Beresford. Entonces, como hoy, la condición del militar juramentado consistía en la libertad bajo el compromiso de honor de no emprender la fuga : la privación de la libertad anuló el juramento. Pack se encontró ligado por su palabra mientras quedó en Buenos Aires y pudo, como dice un cronista, «pasear del brazo por las calles con los Escaladas y Sarrateas». Todo cambió con la confinación en Lujan, y sobre todo cuando los prisioneros, en vísperas de ser internados á Catamarca, se encontraron presos con centinela de vista. Con la pérdida de la libertad física recobraron legalmente su libertad moral, y pudieron, sin faltar al honor, emplear-todos los medios conducentes á su evasión. Realizada ésta, tampoco incurría Pack en delito especial volviendo á to­mar las armas contra los españoles: estaba en el.derecho común.

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l i e m o s visto que el e jérc i to inglés tomó tierra e n la Ensenada de Barragán el 28 de jun io de 1807: aquí comienza la campaña de la Defensa que tan pro l i ja y diversamente ha sido descrita por nuestros histor iadores . ~No pretendo , lo repi to , rehacer en estas breves páginas el cuadro general de tan dramático ep isodio , con sus conmovedoras alternativas de confianza, desesperación y final entus iasmo. Para l lenar m i modesto programa , m e bastará reseñar sus marcadas per ipec ias , va ­l i éndome de los muchos documentos impresos que ciertas discusiones memorables han puesto en p l e ­na luz , y procurando t ínicamente extraer de su masa compac ta , y á m e n u d o contradictor ia , el j u i c i o cr í t i co que suscite la i lustrada aprec iac ión del lector . Las conclusiones á que se arriba, des­pués de grandes lecturas y largas reflexiones, p o ­dr ían resumirse así: I o no h a y cert idumbre ab ­soluta aun para los hechos narrados por testigos ocu lares ; 2° la probab i l idad mayor resulta de la concordanc ia entre in formac iones imparc ia les ó d iversamente interesadas ; 3 o s iendo la c red ib i l i ­dad de los test imonios proporc ional á la i lustra­c ión , responsabi l idad mora l y hábitos de exac t i ­tud de los declarantes , merecen tenerse por d o c u ­mentos de pr imer orden sobre la Defensa las depo ­siciones públ i cas del proceso de W h i t e l o c k e , so­metidas que fueron al crisol de la contraprueba y examen contradictor io (cross-exainination) por parte de la acusac ión, de la defensa y del m i s m o tr ibunal . Considero , pues , el Triol c omo la me jo r fuente in format iva , sin que en general deban in ­va l idar sus datos las alegaciones contrarias, p r o ­cedentes de in formes oficiales, referencias pr iva ­das y más ó menos posteriores, crónicas ó m e m o ­rias postumas de españoles y patr i c ios ,—personas genera lmente propensas á la exagerac ión y ex -

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trañas á la cr í t ica severa de sus propias i m p r e ­siones ( 1 ) . T a l es, á m i corto entender, el cr i ter io que habrá de adoptar el h istor iador argent ino que intente apartarse del camino tri l lado por sus beneméri tos predecesores, sin dejar de extraer g r a n provecho de la labor por ellos in i c iada , y que merece e n c o m i o , por señalar el pr imer r e c o ­noc imiento de un suelo casi v i rgen . Deber ía ade­más , si aspirara á realizar una obra de c ienc ia d u ­radera , despojarse de todo arrebato apas ionado , de toda sugestión del amor prop io nac iona l que no resistiera al f r ío e x a m e n de los hechos . L a m u ­sa de la historia no es la l isonja patr iót i ca , s ino la verdad inf lexible y serena. Y por supuesto que no he bosque jado aquí m i prop io des ignio , sino el método que por otros se podr ía apl icar á una e m ­presa de largo a l iento . Para la presente, tan breve y somera, bastará caracterizar con la posible e x a c ­t i tud la parte que cupo á L in iers en los tres m o ­mentos decisivos de la De fensa : á saber, las d i s ­posic iones del día 2 de j u l i o que condu jeron al encuentro del Miserere ; los preparat ivos y la o r g a -

(1) Así, para citar algunos ejemplos de índole diver­sa, parece indudable que algunas de las actas del Cabildo de Buenos Aires, del 27 de junio al 7 de julio, lian sido redactadas con posterioridad á su fecha y en parte adul­teradas ; el parte oficial del coronel Pedro A. García—á que se dio extraordinaria importancia—adolece de erro­res enormes y ni concuerda siquiera con la Memoria del mismo autor (Revista de Buenos Aires, I I I ) . Algunas relaciones de testigos oculares son tachables por la in­consciencia ó parcialidad de sus autores : así la de Núñez, que tenía sólo catorce años cuando las invasiones y las refirió de memoria treinta años después; ó la del mismo Belgrano (Autobiografía) impregnada evidentemente de despecho y mala voluntad, etc. ¿ Habremos por eso de re­chazar in limine tales documentos? No, ciertamente; pero sí deberemos emplearlos con prudente reserva y crítica. Y por otra parte, tampoco deberemos aceptar ciegamente las afirmaciones de algunos jefes ingleses que, además de ignorar profundamente la faz española de la campaña, eran enemigos personales de Wliitelocke ó sufrían la in­fluencia de la opinión pública, exasperada por el desastre de las expediciones. Con todo, no es discutible que las declaraciones del Proceso ofrecen en general serias garan­tías de veracidad y relativa exactitud.

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nizac ión de la resistencia en esa noche y días si­gu ientes ; por fin, el combate en las calles que ter ­m i n ó con la rendic ión de las fuerzas br i tánicas .

E n la tarde del 24 de j u n i o de 1807, al aviso de estar cruzando el río la flota enemiga para des­embarcar en la Ensenada , el general Liniers pasó revista al e jérc i to de la defensa, f o r m a d o en la Plaza M a y o r y calles adyacentes . Constaba de unos 7000 hombres ( 1 ) , mi l i c ianos en su mayor ía , y d iv id idos en tres br igadas al m a n d o respect ivo de los coroneles Ba lb ian i , Ye lazco y E l í o , fuera de la reserva á las órdenes del capitán de navio Gutiérrez de la Concha . Las tropas revelaban es­p ír i tu marc ia l y buena preparac ión aparente ; a co ­g ieron con entusiasmo la briosa proc lama de L i ­niers y p id ieron con ac lamaciones marchar al en ­cuentro del e n e m i g o . ¿ P u d o esta apariencia en ­gañar al general en j e fe que , si bien mar ino de pro fes ión , no podía desconocer la poca solidez de sus tercios en batalla c a m p a l ? L a suposic ión no es m u y veros ími l , tratándose de quien había pre ­senciado los hechos recientes de la conquista . P o r otra parte , parece que corrobora nuestra duda el hecho de no haberse resuelto Liniers á salir hasta la Ensenada ó Qui lmes , ya para oponerse al des­embarco de los ingleses , ya para atacarlos en su penosa y desordenada marcha sobre la R e d u c c i ó n . Sea como fuere , consideramos h o y que la situa­c ión mi l i tar no admit ía sino dos soluciones rac io ­nales : ó sorprender al enemigo en pleno desem­barco , ó esperarle en la c i u d a d , c omo lo i m p u s o , en condic iones menos favorables , la fuerza de las cosas. A h o r a b ien , no es admis ib le que pasara i n ­advert ido para un general lo que tan evidente se muestra al menos entendido . Después de la v i c to -

(1) El historiador Mitre acepta la cifra do 8.58-1 pla­zas que dan los Estados de Ntíñez ; poro éstos se refieren al efectivo total de octubre de 180G, del cual deben dedu­cirse las guarniciones, partidas exploradoras distribuidas en la costa, y una parte de las milicias arribeñas desti­nadas á varios servicios.

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r ia , que todo lo justi f ica, el mismo Liniers intentó , en su parte á Napo león , una exp l i cac i ón embara ­zada y nada satisfactoria de su p lan de defensa. Pensamos que calló los mot ivos verdaderos , que fueron , según nuestra con je tura , la presión del vec indar io y del mismo Cabi ldo , deseosos de a le jar cuanto pos ib le fuera los horrores del bombardeo y del asa l to ; y también la necesidad de mantener su prest igio personal , después de tantos prepara­tivos y proc lamas (1).

L in iers , pues , t omó el término med io entre los dos part idos que pudieran br indar le una v ic tor ia comple ta , y con esto sólo cons iguió la derrota par ­c ia l . Salió con todo su e jérc i to para Barracas , de ­j a n d o á la c iudad casi comple tamente desguarne­c ida . En la mañana del 2 de j u l i o f o r m ó sus fuer ­zas en orden de batal la, en la r ibera derecha del R i a c h u e l o , sobre el puente de Gálvez , resuelto al parecer á terminar de un solo go lpe la c a m p a ñ a . ¿ E u é impulso de hero ica locura ó cá lculo f u n d a ­do en datos transmit idos por sus exploradores? L o cierto es que , á empeñarse el combate en ese punto y m o m e n t o , el t r iunfo era casi seguro . L a vanguard ia inglesa , que ya estaba á la vista, m a n ­dada por el m a y o r general Gower , sólo se c o m p o ­nía de las br igadas Craufurd y L u m l e y , f o r m a n d o un total de 2000 hombres , casi sin artillería n i caba l ler ía ; el grueso del e jérc i to , al m a n d o de W h i t e l o c k e quedaba en l a R e d u c c i ó n , á un día de m a r c h a . Con su e jérc i to de fuerzas triples y su superabundante artillería ( 2 ) , L in iers tenía t i e m ­po de envolver á Gower y destruirlo por comple to , P e r o , en lugar de « tender su l ínea y ofrecer la b a ­

t í ) El 30 de junio, la Audiencia había comunicado el oficio que investía á Liniers, como oficial de mayor gra­duación, del mando político y militar del virreinato. En cuanto al júbilo de la población y del Cabildo al ver salir el ejército, consta en el acuerdo del 1.° de julio.

(2) Según Gribeauval y Napoleón, la fuerza de la artillería debía ser entonces de 4 piezas por batallón de 1.000 hombres, ó 36 bocas para una división de 9.000 hom­bres. (NAPOLEÓN, Mémoires, V I I I ) .

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ta l las , era necesario imponer la por un ataque c o m b i n a d o , encerrando entre dos fuegos al redu­c ido cuerpo .

E l lo no se b i zo ni siquiera se i n t e n t ó ; y , por la act i tud ul ter ior de sus tenientes, es permi t ido pensar que Liniers no lo ensayara porque buscó vanamente en torno suyo al j e fe de cuerpo d igno de este n o m b r e . Gower p u d o engañar al general español con una falsa demostrac ión y evadirse , c ruzando el R i a c h u e l o con el agua hasta el pecho (ábout the breast), m u y arriba del puente de Gál -vez , en el vado l lamado el Paso Chico ( 1 ) , y d i r i ­g iéndose rápidamente á los corrales del Miserere. L i n i e r s , después de retroceder para cruzar el río p o r el puente , procuró mover sus fuerzas con ce ­l er idad para cerrar el paso al e n e m i g o . D e j a n d o órdenes á sus otras divisiones para que lo s iguie ­sen, se arro jó con la br igada de Ve lazco por entre las quintas y cal le jones , con intenc ión de cubr ir la c iudad por el oeste. Las tropas de El ío se des­bandaron , vo lv iendo solo á la plaza el j e f e f a n f a ­rrón (2 ) ; la d iv is ión B a l b i a n i y la reserva que ­daron formadas sobre el puente de Gálvez , hasta rec ib ir orden de replegarse á la c iudad . Caía la tarde de inv ierno cuando L in iers , con un mi l lar de hombres rendidos de fa t iga y algunas piezas de arti l lería, l legó á los Corrales, donde , apenas f o r ­m a d o , rec ib ió el ataque del enemigo por el lado de la casa W h i t e . E l resultado no pod ía ser d u ­doso. Después de un v ivo t iroteo , la br igada de Craufurd avanzó resueltamente y dispersó en p o ­cos minutos á los v izcaínos y arribeños de V e l a z c o , que de jaron en el c a m p o parte de la artillería y unos doscientos hombres entre muertos , heridos y pr is ioneros . E l general vagó perd ido en el c a m p o , hal lando re fug io en un rancho , donde «pasó la

( 1 ) Dicen otros «de la Novia» ó cede Burgos». ( 2 ) LÓPEZ, Historia Argentina, I I , 1 1 6 : «El coronel

Elío, mejor inspirado, ó por haber perdido el rumbo, desistió de seguir al general». Tal es el criterio con que se juzga un acto de presunta desobediencia al frente del enemigo.

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noche más amarga de su v i d a » , según sus propias expresiones ( 1 ) .

Era L in iers , á no dudar lo , un oficial de mar e x ­per imentado y val iente , no un general de e jérc i to en el sentido técnico de la e x p r e s i ó n , — y si p u d i e ­ra serlo quien nunca había m a n d a d o una d iv i ­s ión en batalla campa l , ¿ q u é imponderab le m i s ­t i f icación vendr ía á signif icar lo que se l lama c iencia ó arte mi l i ta r ? Con todo , c omo otros je fes de mar ina que lian sab ido—basta en nuestras g u e ­rras contemporáneas — adaptar ráp idamente sus aptitudes de d isc ip l ina y su espíritu mi l i tar á las emergencias de un m a n d o de fuerzas en t ierra, s iempre que no ex ig iera conoc imientos especiales y combinac iones estratégicas: creemos que el R e -conquistador no hubiera fracasado en su empresa á ser secundado por subalternos menos incapaces . P e r o todos ellos, Concha , V e l a z c o , E l í o , P i n e d o , A g u s t i n i y demás veteranos, c omo el m i s m o cab i l ­do lo denunc iaba en su parte al rey ( 2 ) , — c o r o ­neles ó capitanes de desecho momif icados en el escalafón c o l on ia l ,—ten ían el a lma tan acorchada c o m o el c u e r p o ; y después de probar que no sabían vencer , iban á mostrar que no sabían mor i r . F e ­l izmente la desbandada del día 2 a lecc ionó á L in i e r s , curándole para s iempre de sus preocupa ­c iones profes ionales , y t omó su desquite apoyado en el denodado A^ecindario y las mi l i c ias por él improv isadas .

(1) Craufurd afirma (Triol, 155) que su brigada pudo y debió penetrar en la ciudad tras los fugitivos ; algunos historiadores han mencionado esta eventualidad para exagerar la imprevisión de Liniers; son reflexiones a pos­terior i del parlanchín inagotable cuya facundia llena la mitad del Proceso. La verdad es que ni él, ni Gower, ni nadie sospechó entonces que la fuerza española del Mise­rere formara parte de la del Riachuelo; todos creyeron que ésta última se había replegado hacia el centro. Tan distante estuvo el general inglés de compartir el ardor de Craufurd, que dejó allí á las tropas dos días, que se gastaron en planes y discusiones.

(2) Publicado in extenso en la Historia de Belgrano, J, apéndice.

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P o r lo demás, conv iene decir de pasada que los generales ingleses no merec ían en f o rma a lguna el respeto admirat ivo que les p rod igan algunos de nuestros histor iadores , ten iendo en ello tanta par ­te quizá el snobismo c omo el amor prop io nac io ­nal por haberlos venc ido . Reservan para el j e fe que salvó al país sus crít icas severas ; pero t r ibu ­tan sus homenajes á muchos je fes que , al igual que W h i t e l o c k e , merec ían la degradac i ón : c o m a n ­dantes de cuerpo que se extrav ían en el camino de Qui lmes á la c iudad , se oh 7 i dan de tomar guías y gauchos enlazadores para proveerse de g a n a d o , no saben la hora que es, ni dónde hallar al g e n e ­ral en j e f e , etc . Y ¿ q u é d iremos de u n m a y o r g e ­neral c omo Gower , que pasa dos días en el Misere­re sin hacer reconocer la c iudad ni aver iguar lo que en ella a contece ; de los br igadieres que se p ierden en calles rectas y para le las ; de los coro ­neles , c o m o B o u r k e , que h a n v i v i d o meses en Buenos Aires quedando tan ignorantes de su c l i ­m a , or ientac ión y t opogra f ía , c omo sus camaradas rec ién desembarcados del Cabo ( 1 ) ?

(1) Whitelocke (Triol, 690 y passim) invoca como disculpa por haber precipitado la expedición en junio, la proximidad de la estación invernal y lluviosa (the ivinter season of rains) ateniéndose á «la experiencia de otros» (Pack y Bourke) : es muy sabido que en Buenos Aires los meses en que cae menos lluvia son precisamente los de invierno: junio, julio y agosto. El mismo Whitelocke y otros jefes declaran varias veces que fué error de Gower situarse en el Miserere (Once de Septiembre) y «no al oeste de la ciudad (the westward suburbs) como se había dispuesto, para comunicar con la escuadra»!—A propósito ele "topografía, dice el historiador Mitre (Nuevas Compro­baciones, 109) que el excelente plano de Buenos Aires, adjunto al proceso de Whitelocke, fué levantado por Pack, «según noticia comunicada por D. Bernardino Bi -vadavia á D. Florencio Várela)). El mencionado plano es lisa y llanamente una copia servil, un decalco del que hizo en 1805 el ingeniero hidráulico Giannini (cuyo facsímile legalizado tenemos á la vista), sin más agregado que la situación de las fuerzas en el Miserere. Podría ser coinci­dencia fortuita, mejor dicho resultado de una exactitud ideal, la identidad de ambos trabajos en todos sus deta­lles, pero no la de las leyendas, ó sea descripción de 51 edificios ó sitios con las mismas letras ó cifras y en el mis-

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Desde el anochecer del día 2 , se esparció por el inquieto m u n i c i p i o el rumor , naturalmente e x a ­gerado , del descalabro rec iente . E l Cabi ldo se ha ­b ía dec larado en sesión permanente desde la v í s ­pera , t omando al acaso una serie de disposic iones « sa lvadoras» , des igualmente acertadas, y a lgunas m u c h o menos eficaces que la s iguiente , votada á m e d i a noche , por su urgenc ia excepc i ona l : « E n esta hora trataron, conferenc iaron y conv in ieron los señores en que el m e d i o más adecuado para alcanzar la v i c tor ia era implorar la protecc ión del d iv ino aux i l i o , y en vista de ello votaron hacer un novenar io á nuestro g lor ioso San M a r t í n » . Otras medidas , tomadas á inst igac ión de A l z a -g a , el ce lebrado alcalde de pr imer voto , parecen más discut ib les : así la de desguarnecer el R e t i r o y la Res idenc ia , t rayendo á la plaza su arti l lería.

« A poco más de las A v e Mar ías » , la d iv is ión de B a l b i a n i y los dispersos comenzaron á l legar , d i ­f u n d i e n d o á su paso la alarma y el desaliento por el vec indar i o , y entre ellos muchos je fes veteranos que parec ían dispuestos á renovar las hazañas de la conquista . Fe l i zmente , en la reunión ce lebrada esa misma noche en la Sala capi tu lar , con asisten­cia de los comandantes de tercios vo luntar ios , se revelaron algunas energías vir i les que i m p u s i e ­ron , desde luego , la resolución de defender la c i u ­dad á todo trance contra los invasores . Esta reso­luc ión fué la « s a l v a d o r a » , no la idea de las cand i ­lejas en las puertas (1 ) ó la de los tercios de yerba

mo orden: esto es tan infinitamente improbable, en el sen­tido matemático, como el hecho de que en dos extracciones de lotería salgan dos series idénticas de 50 números.—El hombre es gran forjador de quimeras; y cuando vemos á cada paso que testigos oculares, juramentados y sinceros, declaran solemnemente lo que sólo han imaginado, no visto ó podido ver, se requiere una buena dosis de credu­lidad para aceptar como prueba histórica lo que, años después, pudo decir Rivadavia á Várela, sobre materias que ni uno ni otro entendían.

(1) La iluminación de la ciudad, que fué inútil, pues el enemigo no pensó un instante en dar el asalto de no­che, pudo ser sugerida por una propuesta que tres días

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en las calles, que el enemigo apenas perc ib ió . N i en la expos i c i ón de W b i t e l o c k e ni en las m i n u ­ciosas declaraciones de los je fes y oficiales ante el consejo de guerra , se bace alusión á las barr icadas y fosas del famoso per ímetro forti f icado de la Defensa ( 1 ) . Todas las co lumnas inglesas p u d i e ­ron cruzar la c iudad de oeste á este y l legar al río sin ser detenidas por tales obstáculos , y no parece dudoso que , á posesionarse só l idamente de los ed i ­ficios que dominaban la P laza M a y o r 3' d i c b o p e ­r ímetro , se hubiera impuesto la cap i tu lac ión . L o que contuvo el asalto, fué el fuego cíe los cantones y el denodado concurso de la pob lac ión desde las ventanas y azoteas, que sembraron la muerte y el terror en las filas inglesas. Todos los pormenores y preparat ivos sucesivos se borran y desaparecen, ante este b e c b o capita l , y entonces inaudito , en que el general W b i t e l o c k e apo3'ó su defensa ante la Corte. E l const i tuye el más espléndido h o m e n a ­je al vec indar io , y un t imbre más glorioso para Buenos A ires que todas las v ictor ias campales á que pudiera aspirar su e jérc i to :

«. . .Ya era sabido (2) de antemano que las azoteas esta­rían ocupadas, y, por la hostilidad conocida de los habi­tantes, se suponía que muchos de ellos tomarían parte en la defensa, situándose en los techos de las casas, mientras las tropas españolas peleasen en las calles y en la For­taleza. Esperábamos, pues, una vigorosa resistencia. Pero, pregunto á la Corte y á cada miembro de ella si, por la experiencia de los tiempos modernos, por ejemplo alguno transmitido (handed down to us) en la historia militar, desde el empleo de las armas de fuego, por cual­quier observación hecha ó información recibida acerca de la hostilidad de los habitantes, podíamos tener, antes del resultado presente, una previsión posible de tal resisten­cia. Pueden citarse multitud de ejemplos en que cierta proporción activa y joven del vecindario coadyuvara al esfuerzo del ejército defensor; pero siempre la masa de la

antes hizo al general Liniers un fraile Arrieta para «ilu­minar las Balizas por todo el frente'de la ciudad». (Actas del Cabildo).

(1) Con la única excepción de Lumley, que habla de una trinchera para decir que la salvó sin dificultad.

(2) Trial, 727, General Whitelocke's Dcjencc. Com­pendiamos un poco al traducir.

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población fué un impedimento, no un auxilio de la de­fensa. No hay un solo ejemplo, me atrevo á decirlo, que pueda igualarse al presente, en el cual sin exageración, cada habitante, libre ó esclavo, combatió con una resolu­ción y pertinacia que no podría esperarse ni del entu­siasmo religioso y patriótico ni del odio más inveterado é implacable».

A n t e esa mani festac ión e locuente de la act itud asumida por la pob lac i ón , y que los hechos corro -borran p lenamente , nos parece exces ivamente e le ­g iaca la expres ión de « n o c h e tr iste» tan repetida por cronistas é historiadores, con sus inevitables reminiscenc ias de lágr imas y desconsuelos. Cree­mos que , pasado el p r imer m o m e n t o de estupor, vo luntar ios y vec inos se prepararon con denuedo á c u m p l i r v i r i lmente con su deber , rechazando el ataque que se creía i n m i n e n t e ; y que la vela de las armas, en esa noche m e m o r a b l e , se prestó m e ­nos á exhalar melanco l ías , que á crispar los dedos nerviosos sobre el fus i l cargado : á juntar rabia, como dice nuestro pueb lo con admirab le energía , contra los que sin derecho n i provocac ión entra­ban á saquear poblac iones y ensangrentar hogares .

I V

A l día s iguiente , de m a d r u g a d a , se rec ib ió pr i ­mero una in t imac ión verbal y luego otra escrita de Lev ison Gower ( 1 ) , que fueron contestadas enérg i camente en n o m b r e del «genera l e spaño l » . Después de esta amenaza asaz r id i cu la , puesto que , hab iendo fijado un plazo de med ia hora , el e jérc i to inglés permanec ió cuarenta y ocho sin moverse , cont inuaron por ambos lados los prepa­rat ivos . W h i t e l o c k e no se incorporó hasta las tres

(1) El artículo 2.° que declaraba prisioneros de gue­rra á todos los empleados civiles dependientes del gobier­no de Buenos Aires, fué el primer capítulo de acusa­ción contra Whitelocke, que lo había autorizado, «por ser una exigencia ofensiva é inusitada».

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d e la tarde , quedando la br igada de M a b ó n i n u ­t i l izada en Qui lmes , sin rec ib ir ni pedir órdenes, basta después de la cap i tu lac ión . Entretanto , el general L in iers , hab ía juntado en la Chacarita a lgunos centenares de hombres , con diez ó doce piezas de arti l lería, y, después de aver iguar la s i tuac ión de la plaza ( 1 ) , entraba en ella á m e ­d iod ía , por el R e t i r o , entre las ac lamaciones del pueb lo y del e jérc i to . R e c o r r i ó las calles y los su­burb ios , aprobó en con junto las disposic iones t o ­madas por el Cabi ldo y empleó las horas de tregua en completar las , re forzando las guarnic iones del R e t i r o y la Res idenc ia , abasteciendo de víveres y munic iones el rec into fort i f icado y d is tr ibuyen­do en los puntos estratégicos las compañías de vo luntar ios . E l p lan general de la defensa, que c on l igeras inexact i tudes de detalles está concisa y c laramente resumido en la excelente obra de D o ­m í n g u e z , consistía en lo esencial , más que en el m i s m o per ímetro fort i f icado, en la artillería que enfilaba sus avenidas , y sobre todo en las l íneas de cantones que del rec into arrancaban y bastaron á d iezmar y rendir las fuerzas asaltantes. L a plaza fuerte que se improv i só , en un radio de c inco ó seis cuadras alrededor del Cabi ldo , tuvo escasa ut i l idad por lo e x i g u o de las tropas invasoras que .

(1) El general Mitre encuentra que ese oficio al Ca­bildo (que comenzaba recomendando firmeza de ánimo y concluía ofreciendo derramar «la última gota de sangre» por el Rey y la Patria) estaba concebido en «términos vacilantes que hacían dudar de su fortaleza de ánimo». Felizmente, á renglón seguido, la sola presencia de Li­niers, cuya «estrella» se había eclipsado en la página an­terior, «bastó á infundir nuevo aliento á los ciudadanos, y desde entonces nadie dudó de la victoria».—Conf. L Ó ­PEZ, op. cit., I I , 122 : «y todos se abrazaban teniéndose ya por invencibles desde que el querido general estaba á la cabeza de su pueblo». Ese prestigio de Liniers, en todas las clase de la población, es el rasgo central de su fisono­mía histórica, y hay que volver siempre á ponerlo de re­lieve, como que en suma significó una fuerza efectiva ma­yor que la de la virtud, del valor y del mismo genio. Y luego ¿ qué sabemos del genio ? ¿ No será una de sus reve­laciones inconscientes aquella potencia magnética que obra sobre las muchedumbres ?

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f ragmentadas en catorce co lumnas de ataque, se v ieron detenidas por el fuego de las ventanas y azoteas.

E n cuanto á las divisiones avanzadas del R e ­t iro y la Res idenc ia , el m i s m o coronel D o b l a s , p r imer autor del p lan que las aconse jaba, confesó después de la v i c tor ia que bab ían distraído sin gran ut i l idad á los únicos cuerpos que cayeron p r i ­sioneros, entregando al enemigo armas y cañones , fe l i zmente c lavados en su m a y o r parte . Si h u b i é ­ramos, pues , de aceptar la vers ión—propa lada p o r los interesados en sus actas y c o m u n i c a c i o n e s — que atr ibuye sólo al Cab i ldo , m e j o r d i cho al a l ­calde A l z a g a , el mér i to de todas las disposic iones tomadas , sería fuerza confesar que , desde el p u n ­to de vista mi l i tar , muchas de ellas fueron inefi ­caces . Pero d i cha versión es i n a c e p t a b l e ; no p u e ­de admitirse que , sólo en la « n o c h e tr iste» y la mañana s iguiente , todo se crease ex nihilo; de suerte que en los días del 3 y del 4 con sus n o ­ches , el general L in iers y su estado m a y o r n a d a tuvieran que completar ni correg ir . P o r lo demás , basta la lectura de los mismos documentos c a p i ­tulares para reduc ir á su va lor tales e x a g e r a c i o ­nes : la ven ida ansiosamente anhelada de L in ie rs fué la señal de la d istr ibución de fuerzas, que const i tuyó la verdadera organizac ión de la de f en ­sa ( 1 ) . E l a lcalde A l z a g a , cuya ac t iv idad y ener -

( 1 ) Acuerdo del 1 . ° de julio, que engloba todos los acontecimientos hasta después de la capitulación. Allí, por ejemplo, se lee lo siguiente: «Se presentó (el 4) nue­vo parlamentario, y como el señor general no cesaba de recorrer las calles defendidas y baterías de la plaza, lo recibe en ésta, tomando el pliego que conducía». Lo pro­pio resulta de los partes de García, Saavedra, etc. En el archivo de la Biblioteca Nacional se encuentra un curioso estado (manuscrito) de los servicios prestados por el co­mandante Azopard, que confirma la exclusiva dirección militar de Liniers. (Conf. Trial, I I , passim, declaraciones de Gower y Achmuty, defensa de Whitelocke).—En cuan­to á la distribución de las fuerzas de Buenos Aires, si no se encuentra completa en ninguno de los documentos con­temporáneos, es fácil reconstituirla confrontando los es­tados de servicio de cada cuerpo é informes de sus jefes con los episodios de la jornada.—Suprimimos este cuadro

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g ía son notorias , prestó á la obra c o m ú n m u y apreciables servicios de orden m u n i c i p a l y a d m i ­n i s t ra t ivo ; pero es grotesco mostrarle « c o n sable en m a n o » pres id iendo las excavac iones y el trans­porte de los sacos de yerba para las barr icadas . Basta ese importante concurso , en su esfera c i v i l , para que comparta con Liniers el honor y las responsabi l idades de la De fensa , sin que sea n e ­cesar io , ced iendo al espíritu estrecho de las p o ­l émicas , depr imir al uno para ensalzar al otro . Sobre t odo , repitámoslo con W h i t e l o c k e , la g lor ia inmarces ib le de la j ornada pertenece ante todo al p u e b l o de Buenos A i r e s , que c u m p l i ó hero i ca ­mente con su deber sin esperar apoteosis i n d i v i ­duales : quedó la sagrada herencia indivisa entre la abnegada m u c h e d u m b r e anónima.

Las fuerzas británicas se concentraron en el Miserere el día 3, con excepc ión de la br igada M a h ó n que quedó inerte y al parecer o lv idada en Q u i l m e s . Ese día y el s iguiente se emplearon por los je fes ingleses en la preparac ión del p lan de ataque. Las tropas se entregaron á un descanso b ien necesario y merec ido , apenas in terrumpido p o r a lgunas escaramuzas con las avanzadas y no pocos saqueos comet idos en los suburbios . Des ­echado por cruel é ineficaz el proyecto de b o m b a r ­d e o ; c omo impract i cab le el del cerco regular de tan extensa pob lac ión por tropas escasas, expues ­tas á la intemperie y sin más provisiones que las de la escuadra,—se adoptó el p lan de asalto pro -

por falta de espacio, pero el lector encontrará sus elemen­tos en las tres historias á menudo citadas, ó sus apéndi­ces, y sobre todo en la Colección Alsina-López. Sabido es, en breve resumen, que Concha estaba en el Retiro con irnos mil hombres, entre marinos, patricios y los gallegos de Várela; los arribeños guarnecían el barrio de la Mer­ced ; los andaluces el de San Miguel; los cántabros y monta­ñeses de Murguiondo y García defendieron la calle de San­to Domingo ; por fin, la legión de patricios acantonó en todas las manzanas sus 23 compañías, quedando á la de­fensa del cuartel y Colegio el coronel Saavedra y el sar­gento mayor Viamont, con 231 hombres.

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puesto por Gower ( 1 ) , fijando para su e j e cuc ión el amanecer del día 5.

Resue l to el asalto, c o m o la única f o rma de ata­que pos ib le , no es dudoso que en su real ización se co lecc ionaron todas las combinac iones de errores grandes y pequeños que pudieran haber d iscurr i ­do generales de parod ia . F u é el pr imero el aban­dono de una br igada en la R e d u c c i ó n ; el segundo , aquel avance por el e je m a y o r de la c iudad y el e s t remo opuesto al que ocupaba la escuadra. P e r o n inguna idea fué más inexp l i cab le que la de aven­turarse al centro de una pob lac ión que no había sido reconoc ida , con los fusiles descargados, y la orden expresa de l legar rápidamente al río sin ocupar los puntos del trayecto ( 2 ) . Sea lo que fuere , todo ello se h izo , ó se intentó con el resul ­tado desastroso que era de prever .

Es m u y conoc ido el p ro l ongado y m i n u c i o -

(1) No el de Pack, como se lia dicho por inadverten­cia. En su defensa, Whitelocke invocaba esta excusa, sin­gular en un comandante en jefe : ((Confieso que, habiendo adoptado el plan de otro, no puse en él la atención de­bida». Es sabido que durante la acción, Whitelocke y Gower quedaron en el cuartel general con la reserva, sin tener noticia alguna de los cuerpos que habían entrado en la ciudad. Aquella actitud escandalosamente inerte de Whitelocke explica la indignación de la Corte, sin justificar los cargos en disculpa propia de muchos jefes, durante eso proceso que fué una verdadera lapidación.

(2) M I T R E , Historia de Belgrano, I, 182, dice que Whitelocke ((tomó por objetivo la opuesta orilla del río al este, con la ocupación intermediaria de todos los puntos dominantes de su trayecto». El error es fundamental, como que importa el desconocimiento absoluto del pensa­miento, bueno ó malo, del general inglés. Todas las de­claraciones están contestes sobre la orden de doblar á derecha é izquierda ante los obstáculos intermediarios, y no ocupar sino puntos sobre el río, desde el Retiro hasta la Residencia. En su defensa, Whitelocke insiste repetidamente sobre este concepto y hace de él un punto cardinal de su tesis, v. gr. (Triol, 78) : The object was to pass through the toion, as rapidly as possible... The plan also avoided the centre defenees; and the columns icere uot to persevere, in spite of all obstacles; but to incline to the flanh and gain the houses next the river.» Por eso mismo, dice luego, «no quise que los soldados llevasen sus fusiles cargados». El plan era atacar al ejército español en la Plaza Mayor, ofendiendo lo menos posible al vecin­dario. Véase nuestra discusión con Mitre en el Apéndice.

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so debate á que dio materia el ataque del 5 de j u l i o , entre los ya citados historiadores argent i ­nos, quedando el púb l i co suspenso, y ambos c o n ­tendores en sus respectivas posic iones , i n e x p u g ­nables , inconvenc ib les . N o pretendemos c ierta­mente resolver la cuestión tal c omo la lian presen­tado , desmenuzándola basta lo incre íb le . As í p l a n ­teado el p rob lema , lo creemos inso luble , ó sea, lo que tanto vale , indeterminado y susceptible de i n ­finitas soluciones. Si la descr ipc ión de la Defensa consiste en contar los pasos de Craufurd ó Cado -gan por la acera derecha ó izquierda de la misma cuadra , op inamos que es m e j o r no intentarla y más c ó m o d o dar la razón á ambos polemistas—• aceptando provis ionalmente , y para m a y o r segu­r idad , lo que cada cual dice del otro . Prec is ión tan minuc iosa no sería deseable, aunque fuera p o ­sible. L o s in formes españoles son tan deficientes, redactados por espíritus tan desprovistos de m é ­todo , que sus autores refieren con igua l vaguedad é inexac t i tud lo que lian visto y lo que han o ído contar. L o s datos de or igen inglés son ev idente ­mente más fehacientes , c omo que , lo repi to , el cuadro de la Defensa es ante todo el del ataque b r i t á n i c o ; pero no deja de obscurecer la vers ión de m u c h o s oficiales su ignoranc ia de la t opogra f ía l oca l . Con todo , en el proceso de W h i t e l o c k e , y sólo allí, es donde se encuentran los e lementos de una expos ic ión re lat ivamente exacta . P e r o me re ­fiero al expediente estudiado en con junto , no á las alegaciones f ragmentar ias de tal ó cual testi ­g o , contradichas por las de otro, y destruidas á veces por la defensa ó la acusación ( 1 ) . Es labor

(1) Un ejemplo al acaso para fijar las ideas (Triol, 571, 575) : el teniente coronel Guard y el mayor Nichols mandan las dos alas del regimiento 45, que bajan parale­lamente por dos calles contiguas; declara el primero que en cierto punto del trayecto las columnas se encontraron, «á consecuencia de la junción de las dos calles» ; el segun­do afirma que las columnas nunca se juntaron hasta lle­gar á su destino, the loings of the regiment never joined. Se debe elegir entre ambos testimonios y, evidentemente, desechar el primero, aunque proceda de un excelente oficial y jefe del cuerpo : no había allí calles convergentes.

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de crít ica paciente y no desprovista de di f icultad ba j o su apariencia modesta . L a bemos e m p r e n d i ­d o , y aunque hayamos de reservar sus resultados para el l ibro que a lgún día podamos escribir , y d o n d e se presente desarrollado lo que no debe sino indicarse en estas páginas , trazaremos las l íneas pr inc ipa les del asalto br i tánico , sin de jar de se­ñalar los puntos en que nos apartamos de las ver ­siones corrientes .

E l -3 de j u l i o tuvo lugar en el cuartel general ing lés (casa de W h i t e ) la junta de je fes de cuer ­pos, en que se discutió y aprobó el p lan de ataque propuesto por el m a y o r general Gower . E l m a p a que estaba, sobre la mesa, y del cual se bosque ja ­ron copias para cada co lumna , era el que figura en el Proceso , es dec ir un facs ími le del de G i a n n i n i . E n el espacio correspondiente al terreno del Mise ­rere se fijó la pos i c ión de cada br igada en frente de la c iudad , en el orden s iguiente , de i z ­quierda á derecha mirando hacia el r ío , ó sea de norte á sud: I o b r igada de A c h m u t y , compuesta de los reg imientos mímeros 5, 38 y 8 7 ; 2 o la br igada de L u m l e y , con los reg imientos mímeros 36 y 88; 3 o la b r igada de Craufurd , f o rmada por el « b a t a ­l lón l i g e r o » (Light battalion) y ocho compañías del reg imiento número 9 5 ; 4 o el reg imiento n ú m e ­ro 45 , al m a n d o del teniente coronel Guard . Los cuerpos de dragones (9 l i ge ro ) y carabineros (des ­montados en su mayor ía ) f o r m a b a n la l ínea de re ­serva que debía entrar poster iormente por las ca ­lles del centro , y estaban f o rmados (en el c a m p o de Miserere) á retaguardia con la arti l lería. E l e fec t ivo total de estas fuerzas, en la tarde del •día 4, era de 6128 hombres ( 1 ) . Con excepc ión del reg imiento número 38 (al m a n d o de N u g e n t ) que , según estaba ordenado , t omó el camino de la E e -

(1) Aún agregando los 1.844 hombres de Mahón, que quedaron en Quilmes, no se llegaría al número de 8.500 que se da en la Historia de Belgrano; sabido es que el ejército desembarcado en la Ensenada sólo comprendía «.7822 ranh and file, exclusive of 200 sailors».

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coleta (hasta « C i n c o Esqu inas» ) para flanquear el R e t i r o , cada uno de los siete cuerpos enumera­dos hab ía de dividirse en dos alas y penetrar en la c iudad por la calle que tuviese á su frente , con arreglo á la c itada f o rmac i ón . D e b í a n , pues , ser catorce las co lumnas que entraran s imultáneamen­te por las calles oeste-este de Buenos A i r e s ; en real idad no fueron sino doce : ocho al norte de la catedral (br igadas A c h m u t y y L u m l e y ) , y cuatro al sud (br igada Craufurd y cuerpo G u a r d ) , de jan ­do l ibres las cuatro calles centrales l lamadas h o y de P i e d a d , R i v a d a v i a , V i c t o r i a y A ls ina ( 1 ) . Esta exp l i cac i ón sencilla y c lara del asalto arroja luz sobre todas las operaciones u l ter iores ; y es por no usar este « h i l o de A r i a d n a » , por lo que nues­tros historiadores se han perd ido en el laberinto de las múlt ip les maniobras y ataques parc ia les .

N o exist iendo duda posible sobre el hecho de haber quedado l ibres las cuatro calles centrales (the troops are so divided as to occupy all but the four centre streets) y haberse d iv id ido en dos alas cada uno de los cuatro reg imientos de las br i ­gadas A c h m u t y y L u m l e y , las ocho co lumnas h u ­bieron de distribuirse c o m o s igue , por su orden sucesivo y sin que á la d iv is ión entera le faltara ni sobrara l u g a r : calles Cangallo y Cuyo , c o l u m ­nas Vande leur y D u f f del reg imiento 8 8 ; calles de Corrientes y Laval le , co lumnas Burne y L u m ­ley , del 3 6 ; calles de T u c u m á n y V i a m o n t : c o ­lumnas H u m p h r e y Davies y K i n g , del 5 ; calles de Córdoba y P a r a g u a y : co lumnas A c h m u t y y

(1) El plano adjunto á la obra Notes on the Vice-royalty, que contiene la formación de las tropas en el Miserere (Once de Septiembre) es bastante inexacto y se aparta del de Gower; el del general Mitre (Nuevas com­probaciones) difiere notablemente de uno y otro; cree­mos que estas modificaciones son arbitrarias, y que no existe un sólo dato auténtico que extienda la línea de formación desde Moreno hasta Santa Fe, como aparece en las Comprobaciones, para sostener una tesis que consi­deramos aún más insostenible que la del historiador Ló­pez. (Véase el Apéndice). Para no aumentar la obscuri­dad del relato, empleamos la nomenclatura moderna.

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Miller , del 8 7 . Ta l es el esquema del asalto por el norte en sn pr imer acto . S igu iendo el mismo proced imiento , i gua lmente l eg í t imo para el ata­que por el sud, estableceríamos, sin vac i lac ión posible que la c o lumna de P a c k , ala izquierda de la br igada Craufurd , entró por la actual calle de M o r e n o ; por la de B e l g r a n o , el m i s m o general C r a u f u r d ; por las de Venezuela y M é x i c o , respec­t ivamente , las dos alas del reg imiento 4 5 : la pr i ­mera al m a n d o del coronel Guard , y la segunda al m a n d o del m a y o r N i c h o l s .

El lo no obstante, resultó , c omo casi s iempre ocurre al pasar de la teoría á la práct i ca , no ser la real ización del ataque por el norte exactamente con forme con el p lan del Estado m a y o r y las ór ­denes rec ib idas . Sólo u n error fué comet ido , y lo fué por el más competente y exper imentado de los jefes que con W b i t e l o c k e venían. Durante la m a r ­cha del a lba, las dos alas del reg imiento 87 ,—al m a n d o personal del general A c h m u t y la derecha, y del m a y o r Mi l ler la izquierda ( 1 ) , — e n vez de penetrar en la c iudad por la séptima calle y la cont igua (Córdoba y P a r a g u a y ) , se desviaron una cuadra al norte , al cruzar en la casi completa obscur idad el terreno obstruido de cercos y panta ­nos, internándose por la calle del P a r a g u a y la pr imer co lumna y , natura lmente , por la de Char­cos la segunda, que conservaba el contacto . A l l le­gar á la cuadra A.rles-Suipacha de d i cha calle P a r a g u a y , A c h m u t y rec ib ió descargas mort í feras de dos cañones , el uno disparado desde el R e t i r o (por sobre las manzanas no edi f i cadas) , el otro desde la misma calle del P a r a g u a y , bocacal le de F l o r i d a , donde el p lano de Dob las hace figurar una tr inchera ( 2 ) . L a c o l u m n a , á pesar de el lo ,

( 1 ) El mayor Miller cayó mortalmente herido en el ataque : de ahí el que no figure en el Proceso.

(2) Esta parte del relato se ha corregido y puesto conforme á la discusión que se desarrolla en el Apéndice. Después de reconocer mi propio error, como allí lo de­claro, no me ha parecido necesario conservar la versión

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había seguido avanzando hasta la cuadra s iguien­te, cuando un nutr ido fuego de fusi lería de d i cho cantón (á menos de 250 metros) la detuvo brus ­camente , d iezmando sus filas. Cortó entonces por la manzana de su derecha, y cont inuó ba jando p o r la vec ina calle de Córdoba , pro teg ida , c omo dice A c h m u t y , por «e l arroyo p r o f u n d o (Zanja de Ma-torras) que en su centro corr ía» ( 1 ) . Habiéndose le incorporado el ala i zquierda , el r eg imiento cont i ­nuó su marcha hac ia el río y ocupó un edificio de ­f end ido por un destacamento español , tomándole un centenar de prisioneros y tres cañones . Ta l es el ún i co episodio que se apartó notablemente del p lan discurr ido por el general W h i t e l o c k e ( 2 ) . E x p l i c a d a esta d ivergenc ia , que ha produc ido cierta obscur idad ó incoherenc ia en la narrac ión de los sucesos por a lgunos predecesores nuestros, podemos cons ignar rápidamente los pr inc ipales resiiltados de los múlt ip les ataques convergentes .

E l asalto, in i c iado en la mañana del día 5, t r iunfó en los dos extremos y fal ló en el centro , por uno y otro lado de la P laza M a y o r , que no fué divisada por n i n g u n a fuerza invasora. L a R e ­sidencia fué tomada sin esfuerzo por el teniente coronel G u a r d ; no así la P laza de Toros , de fen­d ida por cerca de mi l hombres al m a n d o de Con­cha y pro teg ida por baterías exteriores . L a lu ­cha empeñada entre la guarn i c i ón y el reg i ­miento 87 de A c h m u t y fué dec id ida por la l legada de N u g e n t , con el reg imiento 38, que ba­tió el cuartel ó parque por el norte , ob l igándo lo á

inexacta. La equivocación por mí cometida consistió en desconocer el desvío del regimiento 87 y asentar que la marcha se efectuó según las órdenes. Véase el plano ad­junto.

( 1 ) TBIAL, págs. 4 5 1 y siguientes. (2) No necesitamos repetir que ninguna de las rela­

ciones existentes concuerda con esta interpretación co­rrecta del texto inglés, el único fehaciente en esta parte de la jornada, el único que permite darse cuenta de las desviaciones, marchas y contramarchas de la Defensa.

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rendirse á las nueve de la mañana ( 1 ) . D e j a n d o á N u g e n t en el R e t i r o , A c h m u t y se d i r ig i ó á las Ca­tal inas, ya en poder del reg imiento 5. A las diez flameaban los colores ingleses en tres puntos de la c i u d a d : el R e t i r o , las Catalinas y la R e s i d e n ­c ia . P e r o la b r igada de L u m l e y había fracasado en el ataque l levado s imultáneamente por sus cua ­tro co lumnas . L a derecha del 88 , al m a n d o de D u f f , después de penetrar por la calle de Canga* l io , intentó vanamente tomar la iglesia de San M i g u e l , que tenía á su derecha (a church on his right); rechazado por un fuego mort í fero que sembró de cadáveres (from 80 to 100 rank and file) esa cuadra de Su ipacha , retrocedió sobre Cangal lo , donde á poco tuvo que rendirse con el centenar de hombres que le quedaban ( 2 ) . A l l le ­gar al fuerte , encontró allí al m a y o r Y a n d e l e u r , que se había entregado , con los restos del ala i z ­quierda , á los arribeños y patr ic ios de la Merced (Cuyo y 25 de M a y o ) . L a resistencia del reg i ­miento 36, al m a n d o del m i s m o general L u m l e y y del teniente coronel B u r n e ( 3 ) , fué más encarni ­zada y honrosa , en la manzana de Corrientes, P a r q u e y Reconqu is ta ( 4 ) ; después de rechazar por dos veces la in t imac ión de L in iers , traída p o r E l ío (quien en la v ic tor ia general encontró medio

(1) Sabido es que no se rindieron todos los sitiados; así Várela y sus gallegos que se abrieron paso por entre los asaltantes.

(2) De 225. En el momento de la acción, el teniente coronel Duff, descubrió que dos de las compañías del 88 traían fusiles sin piedra; por lo demás, confesó él mismo que «tan mala opinión tenía respecto del éxito que dejó su bandera en el cuartel general».

(3) En este punto y otros muchos contiene graves errores la obra : Notes on the Viceroyalty. Es de escasa utilidad para el estudio de la Defensa, pues cuando no inexacta, se limita á resumir el Triol.

(4) Fija la posición un pasaje de la declaración del mayor King, quien, con el ala izquierda del 5, se había reunido al 36, para apoyarlo contra, el ataque de los vo­luntarios, en un edificio de la cuadra donde flameaba la bandera francesa; y el buen coronel ((suponiendo que es­tuviese ocupado aquel punto por usóme officers of impor-

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de hacerse derrotar personalmente) y con sus c o m ­pañías diezmadas se re fug ió en el Re t i r o por el ca ­m i n o de la r ibera . Eran las tres de la tarde . A esta hora , en el lado opuesto de la c iudad , la br igada de Craufurd , compuesta de las mejores tropas del e j é r c i t o — t h e flower of the army—agotaba t a m ­bién la resistencia y preparaba su rendic ión , sin que los comandantes en j e f e , en el cuartel gene­ra l , tuvieran todavía aviso n i sospecha de la ruina total de la empresa.

L a br igada de Craufurd fué d iv id ida en dos co ­lumnas , según la orden g e n e r a l ; l a izquierda, c o m ­puesta de 600 hombres al m a n d o del teniente coro ­nel P a c k , t o m ó la calle de Moreno , mientras la de­recha , que comprend ía 548 hombres , también del batal lón l igero y el 95, ba jaba por la calle de B e l g r a n o . P o r las dos calles inmediatas (the tico streets inmmediately on my right), c omo hemos d i c h o , se d i r ig ían hac ia la Res idenc ia las dos alas del reg imiento 45 , al m a n d o respect ivo de Guard y N i c h o l s , teniendo para ello «que dar una vuel ta considerable á la d e r e c h a » , según declara­c ión del p r i m e r o . — A q u í pr inc ip ia el famoso ata­que de Santo D o m i n g o , que ha hecho correr casi tanta t inta en nuestros días c o m o sangre el 5 de j u l i o de 1807. Sólo el p o l v o levantado por las po lémicas ha p o d i d o obscurecer las peripecias del dramát ico episodio , cuya c lar idad es tan abso­lu ta—sa lvo dos ó tres detalles secundar ios—co ­m o patét ica en su varoni l sencillez la narrac ión del protagonista . Después de la incoerc ib le g a ­rrulería del general Craufurd , la grave palabra de P a c k reviste tal belleza en su fuerte sencil lez, que incurro en la indiscrec ión de alargar atín este

tance» se ensañó contra la alcoba de la bella Anita Póri-chon!—Sabido es que Liniers hizo transportar allí mismo al coronel Kington, del 6 o de carabineros, á quien ((aten­dió como á su propio hijo», dicen las relaciones inglesas, as he could have done for his own son. Kington murió de su herida y se dice que por voluntad expresa fué enterra­do en el cuartel de patricios.

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capí tu lo , ya m u y extenso, c i tando el pr inc ip io de su dec larac ión :

«Atravesé la ciudad de Buenos Aires por el camino que me marcaban las órdenes. Fué lo primero que atrajo mi atención el insólito silencio de las calles, apenas interrum­pido por algunos tiros sueltos, dirigidos de cierta distan­cia al paso de la columna. Algunos exploradores exper­tos habían notado ruido de voces en las casas por donde pasábamos, y la prudencia me aconsejaba registrarlas una por una; pero, pensando que tal examen contrariaba las órdenes recibidas, pasé de largo apurando la marcha. An­duve sin otra oposición que la de algunas descargas que partieron de las avenidas que conducían á la Plaza Ma­yor, en el momento de cruzar sus bocacalles. Al llegar á vista del río de la Plata, mandé hacer alto á la cabeza de la columna para apretar las filas, y como oyese fuego á mi izquierda y no tuviese enemigo al frente ni punto que ocupar á mi derecha, conferencié con el teniente coronel Cadogan, quien convino conmigo en la oportunidad de ganar terreno hacia la izquierda y comenzar el ataque si estuviera por allí el enemigo. Las lámparas estaban es­pirando (1) , y algunas parecían dispuestas para asistir á los sitiados, en caso de un ataque nocturno... Dispuse que el coronel Cadogan tomara el mando de la retaguar­dia y avanzase como yo por una calle paralela. Me per­seguía la obsesión de que emprendíamos una lucha supe­rior á nuestras fuerzas : acaso el combate más desigual que se hubiese librado jamás...»

E r a n harto fundadas las aprensiones de P a c k . N o bien hubo vuel to sobre sus pasos y torc ido ha ­cia San F r a n c i s c o — e n tanto que Cadogan , por la misma calle de Moreno , subía la del P e r ú — cuando una terrible descarga de un enemigo ocu l ­to é inaccesible (unassailable) derribó la mitad

(1) Después de ocho meses, ha quedado impreso el rasgo intensamente melancólico de las lámparas mori­bundas, al despuntar ese día de invierno que para muchos sería el último: y esto prueba una vez más que en todo hombre superior hay un artista que se ignora.—Se cree percibir, durante el relato trágico, la atención anhelante y como el silencio de ese auditorio de generales, que de costumbre tratan tan llanamente á los testigos, y ahora piden perdón por interrumpirlo una sola vez. La impre­sión es profunda : parece que trascendiera en el soletado de hoy, mal avenido con su derrota, el futuro mayor ge­neral de Waterloo. Víctor Hugo ha inscrito el nombre de Pack en ese arco de triunfo de los Miserables, más res­plandeciente y perdurable que el de la Estrella.

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de su tropa ( 1 ) . El efecto fué f u l m i n a n t e ; la destrozada co lumna tuvo que vo lver atrás á bus ­car re fug io en la calle « p o r la cual había entra­d o » . R e m o n t a b a P a c k la calle de Moreno para inquir i r la suerte de Cadogan, cuando le encontró sal iendo en retirada de la calle del P e r ú , cuya cuadra ( M o r e n o - A l s i n a ) de jaba también sembrada de muertos y h e r i d o s ; eran los patric ios de Saave-dra y V i a m o n t que, desde las ventanas y techos de las Tempora l idades y la Rancher ía frontera (from the barracks on the opposite sidej, habían prepa­rado á los asaltantes este f o rmidab le rec ib imien­to . Entonces fué cuando Cadogan, por consejo de Pack , retrocedió una cuadra, hasta la casa de la Y i r r e i n a (esquina Be lgrano y P e n i ) , donde se de fendió tres horas , teniendo al fin que rendirse á los mismos patr ic ios mandados por Saavedra, E l ía , Díaz Yé lez y otros.

P a c k resolvió replegarse á la derecha, sobre la Res idenc ia (.2), cumpl i endo tardíamente la or ­den general , á que tampoco obedecieron los otros je fes de cuerpo . A l cruzar la esquina de Defensa y Venezue la , dio con el teniente coronel Guard y una parte del reg imiento 4 5 ; casi en ese instante apareció la cabeza de la c o lumna de Craufurd pol­la esquina de Ba l carce ( 3 ) . Contra el parecer de P a c k , la br igada se encerró en Santo D o m i n g o ,

(1) La maniobra descrita en la Historia de Belgrano paréceme imposible; no habría podido Pack pasar por Bolívar y el Colegio, coronado de patricios, sin dejar en la calle más cadáveres que en San Francisco.—Véase, en el Apéndice, la polémica sostenida con el general Mitre.

(2) Era el espíritu de la orden general, á cuya falta de cumplimiento atribuyó Whitelocke gran parte del desastre: ante cualquier obstáculo «las columnas de la derecha debían torcer hacia la derecha, y las de la iz­quierda hacia la izquierda». (Triol, 735).

(3) La declaración de Craufurd presentaría aquí una dificultad insoluble; habiendo desembocado sobre el río por la calle de Belgrano (1 saw the south-east bastión oj the /orí oí the distance of about 450 yards [tres cuadras] from me), no pudo estar detrás de Santo Domingo sino después de retroceder; se debe sencillamente rechazar este punto de la versión de Craufurd que no conocía la ciudad y era gran hablador.

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donde el j e f e del 71 p u d o ver co lgadas las b a n ­deras de su reg imiento . A t a c a d o allí por los cán­tabros de García y los voluntarios que concurr ían de todo el barr io , bat ido por la artillería del fuerte y de la bocacal le , intentó vanamente abrir ­se paso basta la R e s i d e n c i a ; ya era tarde : después de a lgunas salidas mort í feras , tuvo que capitular á las cuatro . Cesó el fuego en todas partes. Que ­dando los ingleses en posesión del Re t i r o y la Res idenc ia , pero estaban desmoral izados, teniendo rendidas sus mejores tropas ( 1 ) . L a noche t ra jo de hecho un pr imer armist i c io . A l día s iguiente abriéronse las negoc iac iones entre Liniers y W h i ­telocke (que se dec id ió á aproximarse al f u e g o , estableciéndose en el R e t i r o ) , sobre la base de la completa evacuac ión del R í o de la P l a t a , en un término que los ingleses fijaban en seis meses y los españoles en sólo dos. Es harto conoc ida la ver ­sión que atr ibuye exc lus ivamente al a lcalde A l -zaga el mér i to de la c láusula relat iva á M o n t e v i ­deo . E u é probablemente una leyenda ex post fac­ió, interpo lada en las Ac tas del Cab i ldo , y de que no se encuentra vest ig io en las declaraciones de los je fes ingleses . H a y más : la misma c o m u n i c a ­c ión del Cabi ldo , inmediata á la v i c tor ia , la c on ­tradice f o rmalmente . L a cond i c i ón de la entrega de Montev ideo fué desde luego propuesta y acep ­t a d a ; sólo g i ró la discusión en torno del plazo c onced ido , que W h i t e l o c k e y Murray pedían m a ­yor para evitar la ruina del comerc io ing lés . P u d o intervenir personalmente el comerc iante A l z a g a en la parte de « n e g o c i o » que presentaba la n e ­goc iac i ón ; de n i n g ú n m o d o en la cuestión mi l i tar , que estaba fuera de su competenc ia en cua lquier

(1) Según el Beturn del ayudante general Brad-ford, el número total de prisioneros ingleses fué de 1.915 hombres, con jefes y oficiales. Por el lado español hubo unos 1.000, tomados todos ellos en el Retiro, Miserere y la Residencia; las pérdidas en muertos y heridos fueron considerables: en el solo cuerpo de patricios pasaron de 70.

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sentido de la palabra . L a capi tu lac ión se discutió en el Fuerte , no en el C a b i l d o ; y no es exacto , c o ­mo afirman D o m í n g u e z y otros escritores, que en la tarde del día 6, el mayor general Gower , que c o n ­curr ió al despacho del v i rrey , encontrase allí al A l c a l d e de pr imer vo to : no bai ló con el general sino á los je fes que , según los usos de la guerra , habían de poner su firma en el tratado ( 1 ) .

F i n a l m e n t e se ratif icó la cap i tu lac ión con la cláusula impuesta por el v e n c e d o r ; y, al día si­gu iente , comenzó el embarco de las tropas in ­glesas p o r el R e t i r o . A pesar de los anuncios y amenazas ulteriores, no habían de vo lver m á s . — E l efecto exter ior de la Defensa fué extraord inar io , así en E u r o p a como en A m é r i c a : la celebró la prensa, la exaltaron las pob lac iones , cantáronla con entusiasmo los poetas contemporáneos , desde el español Gal lego hasta el patr i c io L ó p e z . L a c iudad victor iosa se entregó á un j ú b i l o indescr ip ­t i b l e ; y el pueb lo reconoc ido se estrechó más y más en torno de su prest ig ioso caudi l lo . A poco v in ieron las fiestas patr iót icas , los esclavos red i ­m i d o s , los ascensos y recompensas ; por fin, la conf irmación de Liniers en su cargo de v i rrey , con el t í tulo de conde de Buenos A i r e s . T u v o , pues , su día ino lv idab le en que se ago lparon el

(1) Es por demás interesante y curiosa la descrip­ción que hace el parlamentario Forster (Triol, 643) de la Plaza Mayor y la Fortaleza en aquella tarde. El pueblo alborotado, todavía en armas, vociferaba en las calles y penetraba hasta el palacio del virrey para pedir á gritos la muerte de Pack, quien, según se dice, se mantuvo escon­dido en el convento de Santo Domingo, después de la capi­tulación, hasta la hora de ser llevado al Fuerte y puesto bajo la protección de Liniers. Forster pinta el tumulto de la sala donde estaba el general, que acababa de comer con Pack y los jefes españoles; en torno de la mesa, todavía pues­ta, se confundían oficiales vencedores y prisioneros, gru­pos populares que habían forzado la puerta y á quienes Liniers tenía que arengar. Pack, tranquilo, sentado entre dos frailes, escuchaba los gritos que exigían su sacrificio y las protestas elocuentes, cordiales, paternales de Li­niers,—hasta que, después de alguna respuesta insolente, el robusto marino cogió del pescuezo á un héroe y lo quitó de en medio: el argumento valió más que todas sus arengas.

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t r iun fo , la g lor ia , la r iqueza, la p len i tud co lma­da de la v ida—hasta la d i cha suprema de sabo­rear sobre labios amados la inefable dulzura de la l engua nata l . . . ¡ Dis f ruta de tu resto, pobre h o m b r e ; ya te están acechando el u l t ra je , la ca­l u m n i a , el abandono de este mismo pueb lo que te a d o r ó ; pronto vendrán las horas de prueba y agonía , hasta que la ú l t ima te vea, desesperado y f u g i t i v o , caer al fin ba j o las balas que quedaron en poder de tus soldados después de la D e f e n s a !

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SEGUNDA PARTE

V I R R E I N A T O Y L A R E V O L U C I Ó N

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P R E Á M B U L O

A l día s iguiente de la De fensa , y apenas des­embarazado el R í o de la P la ta de las invasiones inglesas, se in ic ia para los habitantes de este país un per íodo c o m p l e j o de e laborac ión pol í t i ca y social , de que no presenta otro e j emplo la h is ­toria de la independenc ia amer icana . Comparado con el de estas prov inc ias , el proceso emanc ipador de otros virreinatos ó capitanías reviste, en su c o ­mienzo al menos , una relat iva sencillez de formas que permit i r ía trazar sin esfuerzo su perfil es­quemát i co . N a d a más s imple , en suma, que la ps i co log ía histórica de la rebel ión y la anarquía . Los mov imientos que en este cont inente se pro ­ducen , c omo repercusión natural del embargo trabado por Napo león sobre la P e n í n s u l a , — p a r a ­l i zando p o r a lgunos años su acc ión ex terna ,—no muestran ser en esencia de otro orden que las pa­sadas intentonas de los indígenas contra sus amos, á mediados ó fines del s ig lo anterior . Son raptos impuls ivos que no obedecen en general á p lan al ­g u n o , n i son resultado de una gestación orgánica . N o precediéndoles una lenta germinac i ón de ideas y sentimientos , estallan al acaso, con la v io lenc ia del inst into montaraz que no halla barrera á su c iego ímpetu . As í los t r iunfos momentáneos c omo las inminentes derrotas, son efectos de c i rcuns­tancias extrañas. Las co lonias sacuden h o y el y u ­g o de la impotente metrópo l i , por las mismas causas que lo sufr ían ayer de la metrópo l i o m ­nipotente . L a masa de agua estancada ha roto fác i lmente la vetusta c o m p u e r t a ; pero , al pronto , la siíbita avenida resultará más noc iva que la pa -

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sada sequía, no habiéndose preparado de antema­no la nueva red de canal izac ión . D e ahí lo estéril y precario de los pr imeros éxitos , hermanos m a ­yores de los pr imeros reveses. M é j i c o se « c o n v u l ­s iona» (1) á la voz de dos curas de aldea, y es el Grito de Dolores ( 2 ) ; combates , saqueos, fus i la ­mientos , degüel los , emulac ión de barbar ie entre realistas y rebeldes , para encontrarse después de c inco ó seis años en el punto de part ida , con el v i r rey Calleja en c a m b i o del v i rrey I turr igaray . Las mismas condic iones inic ia les producen en otras partes resultados análogos . L a insurrecc ión de N u e v a Granada pr inc ip ia con los asesinatos de Qui to , para rematar con las monstruosas e j e ­cuc iones de B o g o t á , de jando la d o m i n a c i ó n espa­ñola al parecer conso l idada . Venezue la cuenta con mejores e lementos direct ivos y mayores recursos bél icos que sus v e c i n a s ; pero sus ideales utóp icos se tornan gérmenes d iso lventes ; sus armas se e m ­botan en las manos seniles de Miranda ó se r o m ­pen al choque de las a m b i c i o n e s ; y la h u i d a del L iber tador , rechazado p o r sus mismos tenientes , abre á Mor i l lo el teatro de sus proezas pac i f i ca­doras . . . A l l í m i s m o , donde la inerte doc i l idad in ­d ígena ó una suerte de f euda l i smo agrario des­po jan al drama de sus más atroces per ipec ias , el desenlace de su pr imera parte es i gua lmente in fe l iz . E n tanto que el P e r ú se mant iene reac ­c ionar io , la estructura o l igárquica de Chile i m ­pr ime á la lucha por la e m a n c i p a c i ó n su carácter moderado y conservador . P e r o esta tentat iva es e f ímera : no se f u n d a n só l idamente inst i tuciones de l ibertad sobre c imientos de feudos y m a y o -

(1) La brocha gorda hispano-americana gusta de pin­tar con este neologismo sus bambochadas políticas, las cuales suelen encerrar, en efecto, toda la cantidad de cálculo reflexivo que cabe en una convulsión.

(2) Gervinus, cuya Historia del siglo XIX contiene tan divertidas trocatintas en su parte americana, traduce literalmente (Geschichte, I I I , 96) lo de Grito de Dolores, por «un grito de dolor» (Schmerzenschrei) que la desgra­cia del país arranca al cura Hidalgo!

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PREÁMBULO 159

rasgos : entre las rencil las de las juntas y las r i ­val idades de los je fes mi l i tares , se prepara la de­rrota de R a n c a g u a que repone las cosas en su es­tado in i c ia l . E n todas partes la empresa e m a n c i ­padora resulta ma lograda . Con el despeño de N a ­po león , cuya sola acc ión de presencia , revo luc io ­naria á pesar suyo, f omentara en el m u n d o los estremecimientos patr iót icos , vue lve á caer sobre la frente de los pueblos la lápida secular de m i ­seria y serv idumbre . E l fa t íd i co año 15, que señala en el ant iguo cont inente el retorno agre ­sivo del abso lut ismo, repercute lúgubremente en el n u e v o . L a restauración borbón ica en España co inc ide con el somet imiento de los v irre inatos . E l abyecto F e r n a n d o recobra á la misma hora su trono de M a d r i d y teór icamente su imper io de Indias , pud iendo , c o m o don de fe l iz adven imien ­to , rasgar de un solo gesto la constitución de Cá­diz y las f ranquic ias de A m é r i c a .

Con todo , en el fracaso general de las pr imeras empresas emanc ipadoras , una sola co lonia f o rma excepc i ón . Desde la tarde de M a y o en que , sin e fusión de sangre n i excesos, Buenos . A i res des­p id iera á sus gobernantes peninsulares , no ha vuelto á conocer virreyes n i audienc ias . L o s c i n ­co años transcurridos han sido por c ierto harto f e cundos en trabajos y zozobras. T o d o ha corr ido pe l igro y queda todavía en cuest ión: f o rma de gob ierno , f or tuna púb l i ca , organizac ión interna . . . todo , menos la independenc ia conquistada. E n las prov inc ias prop iamente «argent inas» , los e j é r ­citos españoles no han cosechado sino derrotas. L o s reveses de los patriotas acaecen en regiones le janas ó anexas del v i rre inato , m a r c a n d o así con ja lones de batallas la f rontera futura de la R e p ú b l i c a . — M á s tarde, este hecho sorprendente se f u n d i ó en el éxito general de la I n d e p e n d e n ­cia a m e r i c a n a ; pero en la hora cr í t ica fué alta­mente signif icativo y presagioso ( 1 ) . Este solo

(1) Su importancia no ha escapado á Gervinus (Ges-chichtc, I I I , 112) : «Sin embargo, en la frontera extrema

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punto bri l lante por el extremo sur revelaba una centel la inapagada en la sabana obscura, va le decir , la pos ib i l idad de otro incendio l ibertador . Cumpl ióse la amenaza : de Buenos A ires y M e n ­doza la l lama se p r o p a g ó á Chile y al P e n i , y las combinac iones de San Mart ín s irvieron de apoyo y d i recc ión á las proezas esta vez eficaces y decisivas de B o l í v a r .

L a glor iosa excepc i ón presentada p o r el m o v i ­miento emanc ipador , en las prov inc ias del R í o de la P la ta , no era i lusoria, n i , m u c h o menos , f or tu i ta . Si en el fur ioso huracán , que derr ibaba todos los árboles de la selva, sólo uno había resis­t ido sus embates y quedado en p ie , ello no pod ía ser deb ido al azar, sino á las raíces múl t ip les y más robustas que éste hund iera en el suelo . Estas raíces ó causas ocultas del éx i to inmedia to y persistente de la revo luc ión argent ina , por en­tre obstáculos m i l que se atravesaron en su ca ­m i n o , son las que merecen fijar la atención pre ­ferente del h istor iador , m u y antes que los m o t i ­nes cal le jeros ó encuentros campales , que son meros corolarios de aquéllas. A h o r a b i e n : entre los factores varios que en la pr imera subversión de las co lonias interv ienen, habrán ev identemen­te de relegarse á segundo término los que , siendo comunes á todas ellas, no han i m p e d i d o que f u e ­ran tan diversos los resultados. A s í las c o n d i c i o ­nes del or igen y del m e d i o urbano , que eran en todas partes semejantes , si no idént icas . Tenemos aquí una ap l i cac ión correcta del proced imiento bacon iano l lamado « d e d i f e r e n c i a » . Desde luego dos caracteres salientes d is t inguen de ant iguo esta estructura social de sus c ongéneres ; es el p r imero — c o m o a lguna vez l o he dicho—-la escasa i m ­portanc ia en el P la ta del e lemento ind ígena que

de ese inmenso ; imperio, en el territorio del Río de la Plata, único país en que la dominación española no fué restablecida, la agitación no cesó durante ese período, y las armas de la revolución pasaron á Chile: á partir de este momento (1817), la fortuna cambió...»

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en otras partes p r e p o n d e r a ; el segundo es la au­sencia de a r i s t o c r a c i a ; — y omito , para ser breve , e l demostrar c ó m o los dos becbos citados son co ­rrelativos y mutuamente dependientes . E l doble rasgo , pos i t ivo y negat ivo , es el que aquí permite la rápida fus ión de las clases co loniales en un compuesto « c r i o l l o » ; y allí donde no se opera este ín t imo consorc i o ,—ya sea, c omo en Chi le , porque la aristocracia pretendiera absorber en su prove ­c h o el m o v i m i e n t o ; ya , c omo en M é j i c o y el A l t o P e r ú , porque éste se redujera al impulso c iego de una masa ignorante ,—aborta al pronto la ten ­tat iva . Yeremos en cambio cómo , en las P r o v i n ­c ias Unidas , un alma inte l igente y cordia l , un há l i to de patria cal ienta y anima la mater ia , p ro ­pagándose la idea y el sentimiento revo luc ionar io del g r u p o burgués á las próx imas capas p o p u l a ­res, hasta const ituir una fuerza capaz de resistir, no sólo á los ataques externos , sino á los conflictos m u c h o más graves de la anarquía inter ior .

P e r o al cabo , los acontec imientos son los f a c to ­res decisivos del éx i to . U n a serie de condic iones y accidentes favorables prepara , durante cuatro años , el a lumbramiento de M a y o . Quedan ev iden­c iadas , en páginas anteriores, las consecuencias fe l ices de las invasiones inglesas, que in funden e n el vec indar io , ú n i c o vencedor de las j o rnadas , la conc ienc ia naciente de su autonomía . L a f o r m a ­c i ó n de dos part idos y sus incesantes conflictos en torno del caudi l lo popu lar surg ido de la v i c tor ia , v a n á completar el aprendiza je c í v i co . Nos toca ahora seguir á L in iers en la etapa final que le conduce á la catástrofe, convir t iéndole en v í c t ima propic iator ia de la revo luc ión , por él , si b ien á pesar suyo, f omentada . N o son únicamente las f u n c i o n e s que desempeña, las que permiten con ­centrar en su b iogra f ía todo un proceso histór ico , sino la reacc ión curiosa de su idiosincrasia c o m ­p le ja , en presencia de las c ircunstancias que obran dec is ivamente en la suerte del país . P o r ser Liniers un caballero francés, de raza mi l i tar , .y noble de alma como de sangre ,—vale decir ,

LINIERS.—12

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secretamente entusiasta de la imper ia l epopeya, , al par que invar iab lemente fiel, contra toda apa ­r ienc ia , á su patria adopt iva—es por lo que d u ­rante los años crít icos en que Napo león gravi ta sobre España , ya c omo arbitro adulado , ya c o m o aborrec ido usurpador , los sucesos del P la ta t oman el sesgo especial que tanto los d i ferenc ia de otros desatentados levantamientos . Quedan visibles los eslabones de la cadena. L a s ingular co inc idenc ia de regir estas prov inc ias un je fe popu lar y p a i ­sano, si no subdito, del d ictador europeo , sugiere el env ío del emisario Sassenay, cuya presencia , despertando los recelos de E l í o y del part ido es­paño l , acarrea el r o m p i m i e n t o con Montev ideo y la agrupac ión del part ido cr io l lo en torno de su caudi l lo . A h o n d a n la escisión los conflictos r e ­pet idos entre las autoridades y el vec indar io . L a dest i tución de L in iers , arrancada á la Junta Cen­tral por las denuncias de A l z a g a y sus amigos , co loca á los criol los en abierta host i l idad res ­pecto del sucesor. Y cuando la lealtad del v i rrey depuesto rechaza el p lan de resistencia, sólo resta á los patriotas organizarse en la sombra y dar f o r ­m a á sus propósitos , esperando la ocasión que no puede tardar. Esta se ofrece con la i r rupc ión de los ejércitos franceses de A n d a l u c í a . L a c a r c o m i ­da armazón ind iana se desmorona al pr imer e m ­p u j e del pueb lo : sin crueldades ni v io lenc ias , el cab i ldo abierto invade el cab i ldo cerrado , y la r e ­vo luc i ón se instala en la Fortaleza co lon ia l . Pero la s i tuación permanece obscura y p re ­ñada de asechanzas: entre Montev ideo que a m e ­naza al l i toral y Córdoba que t iende la m a ­no al A l t o - P e r ú , las prov inc ias interiores v a ­c i lan , indecisas . L a Junta se siente en p e l i g r o ; sólo un acto de atroz energía puede abonar tanta proc lama y palabreo , anonadando á los rebeldes y arrastrando á los t ímidos . U r g e l e ser i m p l a c a ­b le , aplastando en su n ido á la reacc ión . E l f u ­s i lamiento de Liniers será el rayo que prec ip i te las nubes tormentosas y despeje la atmósfera. Y es triste pero forzozo confesar lo : el sacrificio del

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P R E Á M B U L O 163

inocente fué tan út i l , que , entonces y después, pareció necesario , pud iendo casi decirse que con su muerte injusta el héroe de la Reconquis ta sal ­v ó á Buenos A i res por segunda vez .

Ta l es, á grandes rasgos, el génesis de la R e v o ­luc i ón argent ina , cuyos cuadros prel iminares se eshozan en las s iguientes pág inas , no por c ierto con la ampl i tud y el aparato de la historia, sino c omo f ondo real en que se sitúe y destaque m e j o r u n perfil b iográf ico . T si otros han p o d i d o , con l ibertad perfecta , forzar los acontec imientos á converger hac ia tal ó cual figura entonces de se­g u n d o término y que , á desaparecer en la prop ia f e cha que L in iers , no hubiera de jado más rastro h istór ico que el cura A l b e r t i ó el catalán M a t h e u : nad ie extrañará que se evoquen una vez más, en f o rma sucinta y con otro método , las grandiosas escenas, á propósito del personaje que, ind iscut i ­b lemente , fué protagonista del drama en sus pr i ­meras y más acc identadas per ipec ias .

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C A P I T U L O P R I M E R O

EL VIRREINATO

I

E n c u m p l i m i e n t o de la cap i tu lac ión del 7 de j u l i o de 1807, las tropas inglesas rendidas en Buenos A ires se embarcaron á los pocos días para M o n t e v i d e o , desde cuyo puerto se dieron á la ve la , durante el mes de agosto , los transportes convoyados p o r fragatas de guerra que las devo l ­v ían á su país ó al Cabo de Buena Esperanza. E l l í l t imo c o n v o y zarpó el 9 de sept iembre , c o m ­pletándose así en la f e c b a f i jada la evacuac ión ( 1 ) . E l m i s m o día, las fuerzas españolas, que p u ­dieron presenciar el reembarco desde la p laya neutral de P a n d o , vo lv ían á tomar posesión de la plaza entregada el 3 de febrero al general A c h -m u t y . P a r a substituir á R u i z H u i d o b r o , pr i s io ­nero en Ing la terra , L in iers había n o m b r a d o g o ­bernador inter ino al coronel E l í o , en atenc ión, decía el decreto , « á su per ic ia mi l i tar y c o n o c i ­mientos p o l í t i c o s » : de la pr imera daban fe sus descalabros de la Colonia y Buenos A i res , y p o c o

(1) Whitelocke llegó á Inglaterra en noviembre y fué arrestado en el acto de desembarcar para ser some­tido á un consejo de guerra. El Annual Register de 1807 refleja la irritación causada por el descalabro, y de que da sobradas pruebas el Triol tantas veces citado. Menos feliz que Popham, el vencido de la Defensa fué condenado á la pérdida del empleo y declarado «incapaz é indigno (total-ly iinfit and unworthy) de servir á Su Majestad en cual­quier puesto militar».

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tardaría en acreditar los segundos , alzándose c on ­tra su j e fe y f omentando la discordia latente.

P o r lo demás, los ú l t imos meses del año trans­curr ieron sin traer alteración ostensible en las mutuas relaciones de las autoridades. D e l e g a d o en L in iers el gob ierno puramente mi l i tar de estas prov inc ias , habíanse naturalmente retenido por la A u d i e n c i a las demás func iones administrat ivas del v i rrey suspenso, sin que por esto renunciara el Cabi ldo á la extensión de facultades é inf luen­cia que los sucesos le hab ían con fer ido . Entre tanto , la memor ia rec iente del pe l igro con jurado y la conc ienc ia de una nueva agresión pos ib le , por parte de Ing la terra , aunaban las buenas v o l u n ­tades. A consecuencia de los gastos extraord ina ­rios de los ú l t imos años (1 ) y la estancación del c omerc io , las Reales Cajas estaban exhaustas ; ha ­bía sido necesario l i cenc iar la mayor parte de los batallones mov i l i zados , á excepc i ón del cuerpo de Patr i c ios y el de artillería que quedaban para el servicio de la p laza, debiendo los otros sólo concurr i r á e jerc ic ios un día por semana ( 2 ) . P e ­ro las subscripciones patr iót icas afluían de todo el v i rre inato , destinadas unas á cubr ir gastos g e n e ­rales, otras al sostenimiento de los tercios espa­ñoles l i cenc iados . Y puede que en estas ú l t imas , c o m o en la disposic ión gubernat iva que intenta­ban contrarrestar, la po l í t i ca part idaria tuviese tanto inf lujo c omo el punti l lo mi l i tar que , á raíz de la De fensa , provocó las «re lac iones de méri tos y servic ios» contraídos por los Patr i c ios , los G a ­l legos , los Cántabros de la A m i s t a d y demás bata ­llones urbanos .

Sea como fuere , lo repi to , las relaciones entre las autoridades quedaban cordial ís imas, aunque

(1) Tan sólo el recargo anual de las pensiones mili­tares, procedentes de la Reconquista y la Defensa, pasa­ba de 130.000 pesos. (Estado publicado en diciembre • le 1SÍ¡7).

(2) Proclama de Liniers á los cuerpos de voluntarios patriotas (3 de agosto).

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E L VIRREINATO 1G7

algunos historiadores hayan visto síntomas contra­rios en ciertas manifestaciones mal interpretadas, c o m o ser los in formes acerca de la Defensa d ir i ­g idos á la corte de M a d r i d ó al mismo Napo león . A s í en las respuestas del Cabi ldo á las fe l i c i tac io ­nes que de la A m é r i c a entera le l legaban, c omo en sus comunicac iones al gob ierno español , no se escat imaban los merec idos e logios á la conducta de L i n i e r s ; y esto, no sólo en los pr imeros meses de entusiasta r egoc i j o que s iguieron á la v ic tor ia , sino hasta m u y entrado el año 8 ( 1 ) . Es cierto que presentan di ferencias notables los partes oficia­les, separadamente elevados al R e y y al pr ínc ipe de la P a z por el j e fe de las fuerzas y el C a b i l d o ; pero ellas atañen pr inc ipa lmente al j u i c i o f o r m u ­lado sobre el comportamiento de los je fes p ro f e ­sionales: severo hasta la dureza en el documento capi tu lar , indulgente hasta la deb i l idad en el del j e f e , — a c a s o por ex igenc ias de su pos ic ión . Pero en lo relativo á los autores respectivos, a m ­bos oficios se tr ibutan mutuamente c u m p l i d a jus ­t ic ia ; y la exacta co inc idenc ia de las c i fras, c omo de ciertos g iros idént icos ,—espec ia lmente en la re lac ión del episodio cr í t ico del Miserere ,—induce á pensar que L in iers tuviese á la vista la nota de A l z a g a ( 2 ) .

(1) Citaré, entre otros ejemplos, la Contestación al ayuntamiento de Oruro (26 de diciembre de 1807) y la Proclama del M. I. Cabildo á los defensores de la patria (3 de marzo de 1808) que termina así: «Estad satisfechos de que el Cabildo, á la par de nuestro patriota y merití-simo Jefe, cuyos distinguidos servicios ya habéis visto con liberalidad premiados por la misma soberana mano, vela sobre vuestra conservación...»

(2) Ambas comunicaciones se encuentran en la Histo­ria de Belgrano, I, apéndice 12 y 14. La del Cabildo es del 29 de julio, la de Liniers del 31. El texto de ésta, publicado por el general Mitre, es particularmente inte­resante por ser ccun borrador con numerosas correc­ciones y adiciones de puño y letra de Liniers». Algunas de éstas parecen adaptaciones á la nota del Cabildo y robustecen mi conjetura. En cuanto á la afirmación (His­toria de Belgrano, I , 516) de haber sido Pueyrredón por­tador del documento «como enviado especial del Cabildo de Buenos Aires cerca del rey de España», es muy sabido

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E n cnanto á la carta sobre la De fensa , que p o r esos mismos días d i r ig ió Liniers á Napo león , y ha sido acremente ep i l ogada por nuestros h is to ­r iadores , baste dec ir que este documento pr ivado y escrito en francés , fué t raduc ido aquí m i s m o y c o m u n i c a d o á la A u d i e n c i a y al Cabi ldo , que l o aprobaron, sacándose de la t raducc ión la cop ia que h o y existe en el A r c h i v o de Ind ias . Esta i n i ­c iat iva de L in iers era no sólo natural , sino acer ­tada y p lausible , c onoc ido el verdadero protecto ­rado que sobre España e jerc ía el emperador , á quien el rey Carlos I V y sus ministros consulta­ban respecto de todo asunto de gob ierno y de f a ­mi l ia . Tratándose de allegar recursos contra una nueva agresión probable de Ing laterra á estas p o ­sesiones, n i n g u n a inf luencia era más decis iva que

que Pueyrredón estuvo ausente de Buenos Aires desde fines de 1806 (ó enero de 1807) hasta 1809. Había recibido del Cabildo la misión de informar á la corte sobre el esta­do de estas provincias y procurar el envío de refuerzos. De Bahía, donde el buque recaló en febrero de 1807, mandó una Exhortación á su escuadrón de húsares, y, po­cos días después, algunas noticias útiles sobre los movi­mientos de la escuadra inglesa. Llegó á Madrid en mayo y se mantuvo en la corte hasta la entrada de Murat. Aunque hijo de francés rehusó afrancesarse y representar á Buenos Aires en el congreso de Bayona. Fué reempla­zado por el comerciante español Milá de la Roca, cuyo nombre figura efectivamente entre los firmantes de la constitución del rey José, junto al de Nicolás Herrera. Gracias á la amabilidad del doctor Ramón Cárcano he podido leer en manuscrito la curiosa odisea de este soi-disant enviado de Liniers (junio de 1807), cuya especia­lidad consistía en perder siempre las comunicaciones que acreditaran sus habladurías. El mismo cuenta cómo por la negativa de Pueyrredón, que se refugiara en Anda­lucía, fué improvisado representante in partibus del Río de la Plata, que resultó así afrancesado sin saberlo.— Nuestros historiadores tergiversan la época de estas mi­siones á Madrid y su objeto. Unos despachan á Pueyrre­dón después de la Defensa, otros (Núñez, Domínguez) á Périchon á raíz y con motivo de la Reconquista. El pri­mer parte de la Reconquista (oficio de Liniers, despa­chado por Ruiz Huidobro) se publicó en la Gaceta de Ma­drid del 20 de enero de 1807. Se debió tanta demora á haber sido capturada por los ingleses, en el cabo Espar-tel. la goleta Aranzazu, á cuyo bordo iba el teniente de navio D. Tomás Blanco Cabrera, portador de los pliegos. (Véanse las Gacetas de enero 10 y 20) .

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l a del al iado omnipotente , que por entonces tenía sometida la Península á su soberano a lbedr ío . ~No b a y historia posible sin la observancia exacta de las f e c h a s ; y nada más absurdo, en el caso o cu ­rrente, que j u z g a r las cosas hispano-americanas de 1807 con el cr i ter io del año s iguiente , después que la explos ión del 2 de M a y o y sobre todo la batalla de B a i l e n , hub ieron subvert ido las pas io ­nes populares . P o r lo demás, el texto de la carta inc r iminada antes pecar ía de reservado que de exces ivo en el rendimiento , conoc ida la s i tuación del autor y del dest inatario : con un tacto per f e c ­to y sin ret icencias , L in iers proc lama á la par su sangre francesa y su española lealtad. Y en lo que atañe al e log io de Mordei l le y sus c o m p a ñ e ­ros, cuyo va lor y estéril sacrificio en Montev ideo , contrastando con la inerc ia ó la inepc ia de otros, esperan vanamente un recuerdo s impático de nuestros histor iadores : no tendría el corazón b ien puesto quien extrañara encontrarlo ba j o la p l u m a de un j e fe , compatr io ta suyo, que se d i r ige al semidiós de la guerra . T a m p o c o p u d o causar sor­presa la des ignac ión , c omo portador de la m i ­siva, del edecán francés de L in iers , y su futuro yerno , P é r i c h o n de Y a n d e u l ( 1 ) , cuya nac i ona ­l idad resultaba para el caso m u y conveniente , sean cuales fueren las relaciones del p r i m e r o , — v i u d o , por otra p a r t e , — c o n la mal mar idada hermana del

(1) Este apellido (como puede verse en la Historia de Belgrano, I, 216) fia sido escrito en cuatro ó cinco formas; la única correcta es la empleada aquí, si se trata de la familia noble cuyos descendientes figuran todavía en Francia. La grafía frecuente «Vandeuil» se explica por la pronunciación (lo propio ocurre con Choiseul y también, por algunos, con linceul, que pronuncian lin-ceuil. La analogía de la u con la v ha traído la forma Vandevil, muy general en los escritos coloniales. Por una curiosa coincidencia, también era á la sazón un Vandeul el secretario de la legación francesa en Madrid, con quien necesariamente tenía el nuestro que entenderse ; y no es dudoso que esta circunstancia facilitara sus gestiones con el embajador Beauharnais y, más tarde, con el ministro Champagny; de estos informes nació probablemente la primera idea de la misión Sassenay al Río de la Plata.

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segundo , que v iv ía en casa separada. Las m a l i ­ciosas conjeturas modernas (que cu idan m u c h o de ejercitarse en otros casos análogos , c omo el de B e l g r a n o y M m e P i c h e g r u ) no t ienen más f u n d a ­mento que las venenosas insinuaciones de Manuel M o r e n o , el adversario enceguec ido p o r el odio á la v í c t i m a , — y el contemporáneo que ha d i f u n d i d o más errores y ca lumnias en la historia argen­t ina .

L o s inmediatos síntomas separatistas, que se ha cre ído descubrir en la s i tuación creada por la D e ­fensa, no descansan, pues , sino en suposic iones anacrónicas . Las pequeñas r ival idades entre los cuerpos urbanos distaban m u c h o de asumir i m ­portanc ia p o l í t i c a ; ni era posible que se man i f e s ­tasen por hechos posit ivos los futuros agrupa-mientos de los europeos en torno de A l z a g a y de los patric ios en torno de L in iers , no ex ist iendo á la sazón causas que los mot ivaran . E l tínico d o ­c u m e n t o de 1807, que pudiera dar pie á estas in ­ducc iones prematuras , sería la carta del general A c h m u t y al ministro W i n d h a m , en que , junto á las más severas apreciaciones sobre la índole 3-las aptitudes pol í t icas de este pueb lo , el flamante conquistador de Montev ideo revelaba la ex isten­cia de un part ido criol lo dec id idamente host i l al español , c omo que aspiraba á la independen­cia ( 1 ) . E m p e r o , , una interpretac ión rac ional re ­duce s ingularmente el a lcance de este j u i c i o . Co­m o él m i s m o lo confiesa, Achmuty^ se l imi taba en este pasaje de su carta á referir las impres io ­nes del general Beres ford , rec ién f u g a d o de Buenos A i r e s . A h o r a b i e n : es harto sabido que éste prec isamente era el pr imer inventor y ú n i c o f omentador de tales aspiraciones, todavía peregr i ­nas en el P lata , 3- que sólo hab ían encontrado eco en R o d r í g u e z P e ñ a 3 Pad i l la , cómpl i ces c r i m i n a ­les de una f u g a que hubo de dar á la invasión i n ­glesa el ún ico je fe capaz de l levarla á buen térmi -

(1) Trial oí Whitelocke, I I , 768.

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n o . Beres ford había hecho de serpiente tentadora cerca de estos artesanos de enredos, quienes, des­pués de rec ib ir pensión de Ing laterra por su f e ­chor ía , se preparaban á seguir en la corte de Car­lota , su fructuosa po l í t i ca de bastidores. A esto se reduc ía realmente en d i cho año el supuesto c isma c o l o n i a l ; y si es l í c i to tener por cant idad despre­c iab le la op in ión de a lgunos Mirandas de paco ­ti l la, debe afirmarse que los supuestos proyectos de emanc ipac ión , sólo se agitaban entonces en la fért i l imag inat iva del general ing lés ,—sin que, por c ierto , ello importe negar la presencia latente en este suelo de la semilla por aquél depositada, y que m u y pronto las c ircunstancias harían ger ­m i n a r .

Más fantásticas axín que las visiones apuntadas, son las de a lgunos historiadores que han creído descubrir , en el encumbramiento de L in iers , las causas pr imeras de la host i l idad de A l z a g a , atr i ­b u y e n d o á éste cavi lac iones ambic iosas , or ienta­das hac ia el gob ierno de estas prov inc ias . Puede que más tarde, en la atmósfera de audacia y aven­tura que el doble desquic io de la co lonia y de la metrópo l i había creado , la fiebre de las g ran ­dezas perturbara el j u i c i o comerc ia l de A l z a g a con la a luc inac ión del m a n d o supremo, y acaso de un imper io independiente . Pero en 1807, ba j o el re inado de Carlos I V , y cuando aiin func ionaba intacto el mecan ismo jerárquico más r íg ido y f o r ­malista que se conoc iera jamás , no es admisib le que tales quimeras se abrigasen en un cerebro es­paño l . A u n suponiendo que el r i cacho insaciable ( y padre de doce h i j o s ) quisiera abandonar sus ingentes y lucrat ivos negoc ios , tras un cargo os­tentoso, si b ien precar io y ya rozado por la revo ­luc i ón : no se le ocultaba que lo modesto de sus antecedentes, su numerosa fami l ia y larga per ­manenc ia en el país, serían otros tantos obstáculos para la real ización de tales ensueños. Como la naturaleza, la administrac ión española no hacía sa l tos ; y era tan monstruoso é inaudito el de mer ­cader á v irrey , que no soportaba un minuto de

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e x a m e n . Seguramente que el rec io alcalde no a l i ­mentó tal l ocura . Con su carta ampulosa á « S u Majes tad» , en d ic iembre de d i cho año ( 1 ) , y la enumerac ión complac iente de sus servicios c o n ­ce j i les , sólo perseguía la concesión de un t í tulo de Castilla. L a af irmación no es con jetura l . Fuera de ser barto sabido que la manía nob i l iar ia pers igue como sed tantál ica á los advenedizos , consta de documentos la pretensión de nuestro « b u r g u é s g e n t i l h o m b r e » , — y debe agregarse , en abono de nuestra tesis, que la sol ic i tud fué a p o y a ­da por el m i s m o Liniers ( 2 ) .

A u n para este ú l t imo , no de jó de reg ir aquella supersticiosa observancia de la jerarquía y del protoco lo á que antes a ludía . Rea l i zada la R e c o n ­quista, que tornó insostenible la pos i c ión del i n e p ­to Sobremonte ( 3 ) , la subst itución del m a n d o no v ino derechamente al Reconqu i s tador sino á R u i z H u i d o b r o (que no tuvo , f e l i zmente , parte en la empresa ) , por ser el j e f e de más alta g raduac i ón . A d e m á s , el mismo decreto que ascendía á L in iers á br igad ier de mar ina , p r o m o v í a á j e f e de escuadra al gobernador y deplorable defensor de M o n t e v i ­deo . L a des ignac ión de H u i d o b r o para v irrey i n ­ter ino l legó á Buenos Aires cuando éste se hal laba pr is ionero en I n g l a t e r r a , — e l día m i s m o del des-

(1) Publicada en La Biblioteca, I I I , 459. (2) En la Biblioteca del Comercio del Plata, V I I ,

645, se menciona esta solicitud, á continuación de los ascensos militares concedidos, reservándola con otras aná­logas para la resolución de Su Majestad «por el orden que propuso el virrey». Creo que Alzaga sólo resultó agracia­do con la cruz de Carlos I I I , como Pueyrredón y otros.

(3) Debe agregarse en justicia que Sobremonte fué un buen gobernante—acaso no inferior al celebrado Vér-tiz—para las circunstancias ordinarias y exigencias mo­destas de la administración colonial. Más tarde se mostró inferior á los acontecimientos extraordinarios: pero ¿quién no se mostró tal, desde los profesionales Huidobro y Elío hasta Concha y Cisneros? La administración colo­nial era una colección de incapacidades : toda la máquina estaba enmohecida. Esta reconquista, mucho más que la de la Península, fué obra del pueblo, pues allá se apoyó en la presencia de los ejércitos ingleses.

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e m b a r c o de W h i t e l o c k e , — y á esta c ircunstancia fortuita debió Liniers su inesperado encumbra ­miento . Cuando á poco v ino la Defensa á sobrepo­nerse á la Reconquis ta , tuvo la corte que ceder al entusiasmo popular y mantener en el m a n d o al vencedor .

Desde ú l t imos de j u n i o de 1807, pues , L in iers fué reconoc ido por la A u d i e n c i a c omo Capitán general del R í o de la P lata , desempeñando inter i ­namente las func iones pol í t icas y mil i tares de v i r rey . E n consecuencia , este Tr ibuna l de Cuen­tas hubo de proceder á la regu lac ión de su sueldo, con arreglo á la R e a l Cédula de 1806, que lo fi­j aba en 20,000 pesos anuales (salvo el derecho de m e d i a anata) para el Capitán general inter ino de Buenos A i res , ó sea la mi tad del as ignado al t i ­tular . A u n mirada únicamente por su faz mate ­r ia l , esta súbita mudanza de fortuna no pod ía de jar indi ferente al modesto oficial español y p a ­dre de numerosa fami l ia que , hasta entonces ,— aunque yerno de Sarratea y rec ib iendo , además, a lguna corta renta de su p a í s , — h a b í a v i v i d o al d ía y no miraba sin natural inquie tud el porve ­n i r ( 1 ) . Con todo , no se le escapaban á L in iers

(1) El documento impreso en los Anales fija estos de­talles administrativos y domésticos. Existe en el Archivo una nota de la Junta (septiembre de 1810), elevando al intendente de Córdoba una representación de don Martín de Sarratea en que éste pide que de los bienes embargados á Liniers se reserve «la dote de su hija Mar­tina, mujer que fué de D. Santiago Liniers». No existe aquí el documento, que sin duda se remitiría original; pero sí la constancia de su contenido que textualmente re­produzco : «Buenos Aires, 18 de septiembre de 1810. Don Martín de Sarratea reclama 13.953 pesos pertenecientes á la dote de su hija casada con D. Santiago Liniers, cuyos bienes se han mandado embargar, y acompaña la cuenta y documentos q e califican su legitimidad. Septiembre 22. Pase al Gob o r Inten t e de Córdoba p a administrar jus­ticia conforme á Dro». Corrobora el dato el que la estancia de Alta Gracia fuese exceptuada del embargo, siendo su valor de compra (11.000 pesos) inferior al del dote reclamado. El dato sobre la renta que Liniers recibía de Francia proviene de Saguí (Últimos cuatro años, 171) que lo tenía de D . a Melchora Sarratea : estos detalles no se inventan, y el dato ha de ser cierto.

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las razones legales que á la conf irmación defini­t iva de su. t í tulo se o p o n í a n ; y , ya sea que real ­mente tuviese poco apego al m a n d o , ó que las postergaciones sufridas por el mi l i tar extran jero le hubiesen de ant iguo avezado á las in just i c ias , ello es que miraba con filosofía la eventual idad de su reemplazo . E n 4 de agosto de 1807, casi al día s iguiente de la Defensa , d ir ig ía al P r í n ­c ipe de la P a z una representación interesan­te (1 ) , y que por su discreta sensatez contrasta amablemente con la tiesura gerundiana de aquel otro « A l c a l d e R o n q u i l l o » . E l m i s m o exponía allí al omnipotente A l m i r a n t e las causas que le i n h a ­b i l i taban para el cargo de v i r rey : además de ser ex tran jero , y no tener « las cual idades n i el es­p ír i tu prop io para los mandos pol í t icos y de j u s ­t i c ia » , le inh ib ía para el puesto el haberse casado y res idido diez y siete años en el país ( 2 ) . N o p u d i e n d o , por otra parte, ( agregaba ) ocupar un puesto subalterno allí donde había m a n d a d o , sólo pedía al gob ierno que le confiriese la comis ión de «recorrer todas estas prov inc ias y entablar en ellas el me jo r sistema de defensa, establec imientos de maestranza, fund i c i ones , cortes de maderas , aperturas de canales, puertos , e t c . ; y ú l t i m a m e n ­te proponer á S. M . las mejoras de las minas y comunicac iones de unas prov inc ias con o t ras» . P o r fin, después de señalar las condic iones de

(1) Publicada en La Biblioteca, IV , 306. (2) Aludía Liniers á la ley L X X X I I , título X V I ,

libro II de la Recopilación de Indias, la cual disponía que «ningún Virrey, Presidente, Oidor, Alcalde del cri­men, ni Fiscal, ni sus hijos ó hijas, se casen en sus dis­tritos, pena de perder los oficios», porque (agrega sabia­mente el legislador) (¡conviene á la buena administración de nuestra justicia, y lo demás tocante á sus oficios, que estén libres de parientes y deudos en aquellas partes, para que sin afición llagan y ejerzan lo que es á su cargo, y despachen y determinen con toda entereza los negocios de que conocieren». Entre la sarta de necedades y grose­rías que Elío, desde Montevideo, endereza á Liniers (Do­cumentos de Lamas, I ) , le decía que «por la ley estaba [Liniers] suspenso por el reciente casamiento de su infeliz hija».

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que carecía y eran indispensables en el Je fe l la ­m a d o á regir estas prov inc ias , á raíz de « las c r í ­ticas c ircunstancias que forzosamente habían re ­la jado los resortes de la leg is lac ión y de la su­b o r d i n a c i ó n » , conc lu ía el mandatar io inter ino (que ya se suponía cesante ) , o freciéndose para servir el menc i onado empleo « c o n el sueldo que sea del agrado de S. M . , p a g á n d o m e los gastos de v ia jes : á esto se reduce toda m i ambic i ón , y la de educar á m i numerosa f a m i l i a » .

Con esta mezc la de candor y perspicacia se produc ía , en una c o m u n i c a c i ó n no destinada á la pub l i c idad , el modesto t r iunfador que, sobre ser v í c t ima de las pasiones contemporáneas hasta el supremo sacrif icio , no había de alcanzar para su memor ia la plena just i c ia postuma, cont inuando á sufrir , en la muerte c omo e m l a v ida , los ataques de ese misoxenismo ( 1 ) suspicaz y estrecho que caracteriza las sociedades infer iores . Ta l era el hombre sencil lo y a lgo l igero quizá, pero probo y dispuesto á exagerar su prop ia insuficiencia, á quien u n histor iador de talento espontáneo, si bien dest ituido de prudenc ia en el j u i c i o y de se­r iedad en la i n f o r m a c i ó n , nos ha p intado c o m o un «advened izo med iocre , med io tonto , med io f a ­t u o » , áv ido del poder por las satisfacciones v u l g a ­res que éste procura , y capaz de todas las intr igas para conservarlo . Es lo contrario de la verdad , c omo lo demostraría la fac i l idad con que acced ió á renunciar el I o de enero de 1809' y ceder más tarde el m a n d o á su sucesor. N o era L in iers un santo, n i u n carácter austero, ni un espíritu super i o r ,—y b ien se echa de ver que esta b i o g r a ­f ía no se parece á un paneg í r i co : ya tengo seña­lados a lgunos de sus errores de concepto ó c on ­ducta , y habré de vo lver sobre ellos s iempre que trasciendan á los negoc ios púb l i cos . Con t o d o , puede y& conjeturarse que el examen más severo, con ser imparc ia l y ver íd i co , nada extraerá de sus

(1) Miarj?sv;'cí=odio contra el extranjero.

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actos que desdiga de las nobles tradic iones del cabal lero , ó de la lealtad jurada por el so ldado á su patria adopt iva .

Queda al pronto establec ido , sobre base d o c u ­mental é inatacable , que Liniers no pers iguió en f o r m a a l g u n a , — m u c h o menos por la adulac ión ó la intriga (1) ,—la pro longac ión de su m a n d o in ­ter ino , que con este carácter provis ional duró cer ­ca de un año, no rec ib iéndose su conf irmación hasta mediados del s iguiente ( 2 ) . N o resulta m e ­nos constante, hasta d i cha f e cha , la per fecta ar­mon ía de propósitos que entre los tres poderes de Buenos A i res re inaba, y que p o r entonces no eran parte á perturbar la sorda host i l idad de M o n t e ­v ideo ni las emulac iones todav ía inofensivas de los cuerpos urbanos . P a r a comprender , antes de cua lquier expos i c ión de los hechos , c ó m o p u d o estallar en esta atmósfera serena la pr imera tor ­menta que separó y tornó mutuamente re fracta­rios los e lementos sociales, no basta tener presen­t e — c o m o á n i n g ú n histor iador argent ino se le ha escapado—la absoluta dependenc ia de estas c o ­lonias respecto de la metrópo l i , cuyas condic iones

(1) El historiador López (Historia, I I , 207 y passim), á más de confundir ciertas circunstancias del año 1808 con las del anterior, supone, entre Napoleón y Liniers, relaciones directas que nunca existieron. Napoleón sólo supo en 1808 que en estas provincias, cuya conservación le importaba, mandaba un francés. Este fué, en aquellos meses, uno de los peones del ajedrez imperial, de alguna importancia únicamente por su posición momentánea en el tablero : pasada la oportunidad, Napoleón no se acor­dó más de Liniers ni de Sassenay. Tampoco pudo jamás Liniers ser «felicitado por el opresor del continente» (op. cit., 203). El 14 de octubre de 1807 (Gaceta de Ma­drid, 20) , con motivo de entregar al rey de España una carta del emperador, el embajador Beauharnais «apro­vechó de esta circunstancia para participar á Su Majes­tad lo mucho que ha celebrado su Soberano los buenos sucesos de Buenos-Ayres». No hubo más.

(2) En noviembre de 1807 (Gaceta del 26) , Liniers fué promovido á Jefe de escuadra ó mariscal de campo : el 3 de diciembre (véase el documento 2 de los Anales) fué nombrado virrey interino : pero el despacho hubo de sufrir demora en su tramitación, pues no llegó á Buenos Aires hasta mediados de mayo de 1808.

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y sentimientos populares se transformaron súbi­tamente en pocas semanas ; es necesario tener en m a y o r cuenta de lo que se b a b e c b o otro factor esencial de los acontec imientos : esto es, la enorme distancia en el t i empo que med iaba entonces en­tre la masa agente y la luciente, si se tolera la t e r m i n o l o g í a escolástica. Las agitaciones con fu ­sas y contradictor ias , de que estas prov inc ias f u e ­ron el teatro en 1808, prov in ieron en gran parte de esta c ircunstancia por nadie atendida : que mientras allá los sucesos se prec ip i taban diar ia ­mente , tardaban entre dos y tres meses para ser conoc idos aquí , debiéndose no pocas veces á la des igual ve loc idad de las naves ó su captura pol­los cruceros enemigos , el que las notic ias ant i ­guas y recientes se entrete j ieran basta f o r m a r inextr i cab le maraña . Como los presos encadena­dos en la famosa cueva de P la tón , que sólo pol­las sombras reflejadas en la pared conoc ían las real idades exteriores ( 1 ) , los americanos tenían que for jarse opiniones pol í t icas según las notic ias truncas, revueltas por el t i empo y de formadas pol­la distancia, que de E u r o p a les l l egaban. Los acontec imientos de abri l y m a y o , espec ialmente , al repercut ir en estas aldeas co loniales , redobla ­ron su pr imi t i va incoherenc ia , emulando su mar ­cha la de los « h i p ó g r i f o s más v io lentos» del dra­mát i co repertor io . A n t e tamaño enredo, entró en efervescencia la sangre españo la ; y, en las dudas, parec ió lo más urgente é ind i cado emprenderla á m o j i c o n e s . Y estas riñas á obscuras, en que los combatientes cambian sendas puñadas y varapalos sin saber exactamente por qué ni por qu ién , evo ­can irresist iblemente, sobre todo al meterse en la zambra el arriero E l í o , los trances épicos de la venta m a n c h e g a , después que « a l ventero se le apagó el c a n d i l » . Procuraremos encender l o ; pero

(1) PLATÓN, liepública, principio del libro V I I . Sa­bido es que el símbolo, un tanto complicado en el filósofo griego, lia venido á ser en el Novum Orrjanum de Bacon, los idola specus ó ilusiones de la mente.

LINIERS.—13

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es ev idente , desde luego , y contra la tesis g e n e ­ra lmente admit ida , que entre los dos campos en l u c h a no cabía aún la más remota preocupac ión de independenc ia americana. Esta nac ió m u c h o más tarde : por lo p ronto , sólo se trató de dec id i r á dos m i l leguas si era m e j o r amo el suspirado F e r n a n d o ó el « tuer to P e p e Bote l las» , así apel l i ­dado porque gastaba un par de ojazos magní f i cos y no bebía más que agua.

I I

A fines del año de 1807, y cuando se p r o l o n g a ­ban aún los ecos de la Defensa en f o r m a de f e l i c i ­taciones, homena jes y panegír i cos en prosa y en verso, que desde los puntos más apartados se en ­v iaban al v i rrey , á la A u d i e n c i a y al Cabi ldo de Buenos A i res , empezó á dejarse sentir por sus i n ­convenientes la presencia en las plazas y cuarte­les de tantos héroes en d isponib i l idad . A u n q u e l i cenc iadas en su mayor ía las fuerzas urbanas, subsistían los cuadros , y, además, los e jerc ic ios semanales solían ser pretexto de mani festac iones y actos censurables de ind isc ip l ina . A l g u n a s p r o ­c lamas de L in iers aluden á este estado de i n q u i e ­tud , f omentado por las r ival idades de los terc ios , pero sin atr ibuir le m a y o r impor tanc ia , c o m o que era su causa pr inc ipa l la fa l ta de toda perspect iva bé l i ca . P o r eso vemos al v i rrey inter ino acoger y transmit ir al pueb lo los rumores de otra invasión inglesa, no sin exagerar un poco , así la certeza del anunc io c o m o la confianza que el armamento y la mi l i tar izac ión del país le inspiraban. N o es d u ­doso que á la sazón se hac ían en Por t smouth y Cork los aprestos de una exped i c i ón mi l i tar cuyos je fes designados eran Beresford y S idney Smith — l u e g o reemplazado por el v i ce -a lmirante H o o d ; pero resultó d i r ig ida contra la isla de M a d e ­ra, que fué ocupada el 24 de d i c i embre . P o s ­ter iormente recrudec ieron los rumores re lat ivos

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á otra invasión de la A m é r i c a del S u d ; y la prensa inglesa menc ionó repetidas veces al mayor general W e l l e s l e y ( W e l l i n g t o n ) como futuro j e f e de ella. Pero nunca se ha pues­to en c laro el ob jeto preciso de esta proyec ­tada exped i c i ón , cuyos preparat ivos se aban­donaron por el cambio repent ino que sufr ie­ron las relaciones de Ing laterra con España . A ser cierto que se pensara en una posesión espa­ñola , y no en el Bras i l , todavía dependiente de P o r t u g a l , no es probable que se tratase de B u e ­nos A i res ,—prec i samente en los días del proceso de "Whitelocke, que revelaba al p i íb l ico las d i ­ficultades de la empresa. Más que á sugestiones del amor prop io ó del resentimiento , suele I n g l a ­terra obedecer á convenienc ias pos i t ivas ; y se­guramente el P í o de la P la ta había de parecerle presa de más laboriosa digest ión que Venezuela ó Guatemala ( 1 ) . Sea como fuere , los sucesos de la Pen ínsu la h ic ieron abandonar la exped ic ión , m u d a n d o repent inamente la act i tud del gob ierno i n g l é s ; y la anunc iada amenaza no tuvo aquí más efecto que mantener la d isc ip l ina de las tropas y robustecer la autor idad del v i rrey .

T u v o para estas prov inc ias consecuencias más inmediatas y posit ivas la l legada al Brasi l ( B a ­

tí ) El historiador López resuelve el problema sin vacilación ( I I , 292) : «la nueva expedición que el teniente general Wellesley... preparaba en Cork contra el Río de la Plata.. .» Wellesley, que era entonces mayor general (brigadier), no asistió nunca á los preparativos de Cork. Hasta fines de 1807 estuvo en Copenhague, cuya capitula­ción firmó, con nuestro oíd friend Popham, el 7 de sep­tiembre; de ahí, pasó directamente á ocupar su banca en la Cámara de los Comunes, donde fué objeto, en febrero de 1808, de una manifestación de aprecio. Respecto de la mencionada expedición, dice sencillamente (Dispatches of the duhe of Wellington, IV , 6) ; «a forcé was assem-bled at Cork, with a viere, AS IT WAS SUPPOSED, to some of the Spanish colonies of South America; but the extraor-dinart) changes which falten place toreareis the latter end of 1SÓ7, and the beginning of 1S0S, iii the affairs of Spain and Portugal bij the Freneh intervention, etc.». Sabe­mos cómo y por qué se abandonó.

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l i í a ) , el 20 (le enero de 1808, de la real fami l ia portuguesa , que abandonara á L isboa el día m i s ­m o en que la ocupaba el e jérc i to de Junot . A u n antes de cualquier paso in ic ia l por parte de los recién venidos , no se le babía ocul tado á Liniers la gravedad que podía encerrar, para el R í o de la P lata , el establec imiento definitivo de los B r a -ganza en una reg ión fronter iza , ya er ig ida en Estado independiente ba jo la protecc ión y tutela e fect iva de Ing laterra ( 1 ) . El 13 de febrero , ape­nas conoc ido el desembarco de la corte portuguesa en B a b í a , d i r ig ió una proc lama signif icat iva á los « inv i c tos habitantes de Buenos A i r e s » , en que, al par de expresar su confianza en los propósitos del Regente ( fundándose , con cruel i ronía , en su pacíf ica act i tud en L i s b o a ) , mostraba tenerla aún m a y o r en las tropas y armamento del v i rre inato . Tan fundados resultaron los recelos de L in iers que , no b ien instalada la corte en el Janeiro y reconst i tuido el gabinete sobre las bases del ante­r ior , el ministro Souza Cout inho d i r ig ió al cab i l ­do de Buenos Aires (marzo de 1808) una nota conminator ia que, conoc ida la prec ip i tada f u g a del gob ierno portugués ante los m i l y quinientos extenuados granaderos de Junot , borraba con lo grotesco de la act i tud lo que pudiera tener de in ­d ignante ( 2 ) . Era una simple in t imac ión de entre-

(1) Desde su arribo al Brasil, el Regente de Portu­gal, en nombre de la reina viuda María (demente), había sido saludado por el pueblo con vivas a o emperador do Brazil (Pereira da Silva, op. cit. I I , 21). Luego el mis­mo príncipe, en su Manifiesto de 1.° de mayo, proclamaba que Portugal levantaba a, sita voz do seio do novo impe­rio. En cuanto á la tutela inglesa, además de la ocupa­ción de Madera, basta recordar que el embajador lord Strangford se trasladó á Río de Janeiro, acompañándole á poco Sidney Smith con su escuadra.

(2) Conozco tres textos impresos de la nota y de la respuesta : en ninguno se da la focha de la primera, pero se deduciría de este pasaje do la contestación (á no haber intervenido el habitual descuido de nuestros editores) : «El Cabildo, al imponerse de la nota de.. . marzo último...» El texto de Parish (Buenos Aires, 385)_ dice the 1 5 » of MarrJi,, pero el traductor Maeso ha dejado deslizarse el

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gar lisa y l lanamente estas prov inc ias al augusto amo de d i cho Souza Cout inho , por «ser cosa fuera de duda la completa su jec ión de la monarqu ía española á la F r a n c i a » , y (sobre t odo ) por contar Su Al teza Heal « c o n los inmensos recursos de su poderoso a l i a d o » — e l m i s m o que acababa apenas de reembarcar sus tropas aquí derrotadas. L a res­puesta del Cabi ldo (abr i l 2 9 ) , concertada con el v irrey , fué enérgica y a l t iva : al rechazar la pro ­posic ión c o m o una afrenta que « n o o lv idar ía j a ­más» , la corporac ión mani festó c laramente al m i ­nistro iSouza que las amenazas no in t imidaban á este pueb lo , «acos tumbrado á arrostrar todos los pe l igros y hacer toda clase de sacrificios en de fen ­sa de los sagrados derechos del monarca , y que había dado ante el m u n d o pruebas inequívocas de lo que puede hacer el valor exaltado por la lea l ­t a d . . . » L a c o m u n i c a c i ó n conc lu ía dec larando que sería el pr imero «en dar un e j emplo de ello el cab i ldo de Buenos Aires , encabezado por su d igno general don Sant iago L i n i e r s » . A los pocos días, en efecto , encargaba á éste que , « c o m o j e f e su­perior de estas prov inc ias , no perdiese instante en adoptar medidas conducentes á su segur idad , sin omit i r las que fuesen propias á vengar tan grav ís imo u l t ra je , in fer ido á las sagradas perso-

error 3 de marzo, que lia sido copiado por Calvo (Anales, I, 81) y aceptado dócilmente por Bauza y otros. Esta fecha es á todas luces inadmisible. El Príncipe Regente no desembarcó en Río hasta el 8 de marzo, constituyén­dose el 11 el primer ministerio. La misma fecha del 13, dada á la nota por Parish y aceptada por el señor Mitre (Belgrano, 638), .parecería apenas admisible; pero está confirmada por una nota de Liniers (Biblioteca, I V , 308), y el increíble apresuramiento la torna más ridicula. Aun­que verosímil, creo que debe rechazarse la fecha del 21, adoptada sin razón conocida por el historiador López. Pero éste, al atribuir la nota á doña Carlota, comete un error mucho más grave y que, á no proceder de incura­ble inadvertencia, revelaría el desconocimiento absoluto de aquel proceso histórico. La famosa princesa, separada de su marido hasta el grado de vivir fuera de palacio, no tomaba entonces parte alguna en la política: faltaban meses para que el destronamiento de su familia en Espa ña diera pretexto á sus enredos y pretensiones.

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ñas del E e y de España y del Emperador de los franceses su aliado...» Bastan las palabras sub­rayadas , fuera de otras redundancias que se o m i ­ten, para p intar los sentimientos que, así en las co lonias c omo en la metrópo l i , se profesaban á Napo león , y exp l i car ciertos pasos de L in iers que sin fundamento se lian cr i t i cado .

N o necesitaba más acicate el arrebatado gene ­ra l : en el acto, se d i r ig ió al gobernador de M o n ­tev ideo , trazándole un plan de ataque á E í o Gran­de con 2000 hombres , que bastarían, según él , « p a r a merendarse á 5000 portugueses» . P o r esta vez , E l í o no secundó las bravatas de su j e f e , ya sea porque le atrajera med iocremente la perspec ­t iva de la mer ienda , ya porque la l legada á M o n ­tevideo del enviado portugués Curado le mostrase ba jo su verdadero sesgo la s i tuac ión. M u y antes, en e fecto , de rec ib ir la respuesta del Cabi ldo , el P r í n c i p e E e g e n t e había modi f i cado su act i tud ab­surdamente be l i c osa—que nunca respondió á un propósito serio, no contando con el apoyo de I n ­g laterra . A d e m á s de su mis ión de espionaje , el br igad ier Curado traía en borrador las bases de un tratado de comerc io entre los dos países, v i s i ­b lemente encaminado á favorecer la l ibre in t ro ­ducc ión de los productos ingleses p o r la v ía del Bras i l . Y c o m o co inc id iesen estas proposic iones con las transmit idas desde E í o de Janeiro por el conde de L in iers , hermano del v i r rey , éste no v io sino ventajas en aceptar pre l iminares d ip l omát i ­cos que , sin impor tar compromisos futuros , a le ja ­ban el confl icto presente ( 1 ) . Este inc idente , ba j o su apariencia anodina , entrañaba, sin embargo , consecuencias m u y graves para Li l i iers , hab iendo

(1) El historiador Mitre (Belgrano, I I , 941) ha teni­do en su mano muchos hilos de esta madeja; pero, por carecer de algunos ó no darles la debida importancia, su exposición no reviste suficiente claridad. Así las comuni­caciones del conde de Liniers como las instrucciones á Ri­vera, existen manuscritas en la Biblioteca. Nacional y han sido publicadas en La Biblioteca, tomo I I . 134, y tomo V, 306.

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mot ivado su pr imera desavenencia con el Cabi ldo , y , por el sedimento de encono que dejara en los ánimos , preparado el terreno de las bost i l idades irreparables .

A pesar de los entremetimientos oficiosos de su hermano , quien, s imple transeúnte en R í o y sin mis ión a lguna , trataba un poco c omo asuntos de fami l ia los negoc ios de Estado , no se apartó L i ­niers de su conducta conc i l iadora con el Cabi ldo , ni se mostró dispuesto á conceder m a y o r i m p o r ­tancia á la gest ión portuguesa , de jando al pronto que el gobernador E l í o entretuviese á Curado con preámbulos d i lator ios . Pero , á mediados de m a y o , l lególe de M a d r i d el t í tulo de Virrej^ inter ino , Gobernador y Capitán general del R í o de la P l a ­ta, el cual , si no modi f icaba su situación material , la regular izaba y revestía de mayor prest ig io y autor idad. Es permit ido creer que, hasta enton­ces, el improv isado mandatar io no soportara sin irr i tac ión las act itudes dictatoriales de un s imple A y u n t a m i e n t o , y que, va l ido ya de su t í tulo ina ­tacable , se propusiera no tolerar en adelante tal abuso de atr ibuciones . Y puede también que un resabio de ant igua v a n i d a d aristocrática se des­pertara ba j o cierta inf luencia f emenina , inc l inán­dole á tratar « d e arr iba» á esos mercaderes r i ca ­chos , y á echarla de v i rrey . El lo es que, desde pr inc ip ios de j u n i o , se anunc ió pt íbl icamente el p r ó x i m o envío de u n « e m b a j a d o r » cerca de la corte del Bras i l , para conc lu i r el tratado comerc ia l i n i ­c iado , acentuando lo insólito del acto la persona des ignada , que lo era don Lázaro de R i v e r a , pa ­riente cercano ( c o n c u ñ a d o ) de Liniers ( 1 ) . E l Ca-

(1) Un contemporáneo y testigo generalmente bien informado, D. Francisco R. de Udaeta, asegura (Revista-de Buenos Aires, X V , 164) que se suspendió el viaje de Rivera por la declaración de guerra del Príncipe Regente á Francia; pero este Manifiesto es del 1.° de mayo, y las instrucciones á Rivera llevan la fecha del 18 de junio. Fl enviado era capitán (ó mayor) de infantería é Intendente del Paraguay. Como tal figura ya en la Guia de Foraste­ros de 1803.

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b i ldo elevó mía protesta al v i r rey , fundada en dos órdenes de consideraciones po l í t i cas : I o el estado de las relaciones entre P o r t u g a l y la metrópo l i ( respect ivamente aliados de dos naciones b e l i g e ­rantes ) , que desaconsejaba la menc ionada i n i c i a ­t i v a ; 2 o los inconvenientes de un tratado c o m e r ­cial que importaba « d a r l ibre expend io en estos dominios á las manufac turas ing lesas» . L a c o n ­testación del v i r rey p u d o y debió l imitarse á los dos breves párrafos , pr imero y final, en que n e ­gaba al « I lus t re Cuerpo» el derecbo de inger irse en negoc ios de Estado , y le inv i taba á ocuparse de « las cosas pertenecientes al buen orden, p o l i ­c ía , abasto» y demás progresos del m u n i c i p i o . Pero incurr ió en el error de querer grace jar , i n ­tercalando en su nota un « cuento al caso» , g losa pesada y chabacana del refrán Ne sutor ultra cre-pidam, que , natura lmente , exasperó á los « z a p a ­teros» . Ta l fué el or igen de la ruptura entre el v i rrey y el poderoso ayuntamiento .

Presc ind iendo de lo inconveniente de la f o rma y lo petulante de la act i tud, no es fác i l dec id i r si L in iers tenía la razón: ó en otros términos , si la p r o v i d e n c i a — q u e se l levó adelante, si b ien i n ­terrumpieron sus efectos los sucesos e u r o p e o s — era en el f ondo buena ó mala desde el punto de vista gubernat ivo . Es probable , c o m o en casi t o ­das las discusiones ocurre , que p o r ambos lados estuviera parte del derecho . L a pr imera ob j e c i ón del Cabi ldo no parece de fend ib le : sea cual fuera la sujec ión real de su gob ierno á la po l í t i ca i n ­glesa, P o r t u g a l conservaba en la apariencia su soberanía ; y no estando en guerra con España, nada obstaba á que se inic iasen entre ambos p a í ­ses ó sus dependencias arreglos de carácter c o m e r ­c ia l . Con m e j o r acuerdo pudiera observar el Ca­b i ldo el n o m b r a m i e n t o de un enviado d ip l omát i co cerca de una corte extranjera , el cual compet ía exc lus ivamente al soberano ; á lo que el v i rrey d e ­bía contestar enseñando sus instrucc iones á R i v e ­ra, en las que se prevenía que cualquier arreg lo consentido conservaría carácter cond ic iona l , hasta

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rec ib ir la aprobac ión de la corte de M a d r i d . L a segunda ob j e c i ón , aunque más especiosa, no era más consistente: según las instrucciones debía des­echarse « t o d a propuesta que tuviera por ob jeto inc lu ir directa ó indirectamente á los ingleses en esta n e g o c i a c i ó n » ; además, ésta no pod ía tratar sino de « los frutos y productos territoriales, con exc lus ión absoluta de géneros manufac turados » . E n suma, las instrucc iones entregadas á R i v e r a revelan bastante perspicac ia y prudenc ia , al par que un concepto cabal de la s ituación pol í t i ca y económica de estas prov inc ias . Pero había bas ­tado que asomara en el estrecho horizonte de la co lonia el espectro del l ibre cambio , para que los A l z a g a , Santa Coloma, A g ü e r o (1 ) y demás fuer ­tes monopol is tas que dominaban el Cabi ldo , se alarmasen y declarasen guerra abierta al p r o m o ­tor de la idea. Esta fué , á m i ver , la causa p r o ­funda del d ivorc i o , comet iendo Liniers la doble falta de suministrar armas al adversario , con lo impert inente de su respuesta y la des ignac ión i legal de un deudo suyo c o m o enviado ( 2 ) . En sus denuncias á la corte , el Cabi ldo no h izo mérito sino de estas dos ú l t imas razones, que agregadas sin duda á otras derivadas de las nuevas c i r cuns -

(1) D . Miguel Fernández de Agüero no era ya cabil­dante, pero su influencia subsistía en el gremio comer­cial europeo. He vacilado alguna vez en creer que este regidor de 1807, gran amigo de Alzaga y que se portó valientemente en la Defensa, después de desempeñar su papel en la famosa entrevista que precedió á la fuga de Beresford, pudiera ser la misma persona que el síndico de Cádiz, autor de la refutación á Moreno ; me parecía que se oponían á esta hipótesis ciertas dificultades de domici­lio. Mejor informado, puedo ahora mostrarme del todo afirmativo.

(2)_ La ley X X X V I I , título II , libro III de la Reco­pilación de Indias, disponía que (dos oficios no se den á parientes dentro del cuarto grado», y, para no dejar lugar á duda, la ley X X X I X del mismo título extendía la prohibición á los parientes de las (¡mujeres, nueras y yernos» de los virreyes y presidentes. Además, la ley era aplicable, no sólo á los oficios permanentes, sino también á las ¡¡comisiones, negocios particulares y cualquier apro­vechamiento.»

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tancias , no de jaron de contr ibuir á la caída del v i rrey L in iers . L a gravedad y c o m p l i c a c i ó n de los acontec imientos , que van á descargar sobre la Península y alcanzar de rebote á estas prov inc ias , l ograrán por instantes un i r las fuerzas antagóni ­cas en un propósi to conxún: no borrarán la anti ­g u a ofensa. B a j o la capa de estuco superficial , seguirá ensancbándose la gr ieta abierta en la v a ­n idad ó la c o d i c i a ; y las mismas per ipec ias de la lucha se encargarán de suministrar, nuevos car­gos , exagerados ó ca lumniosos , contra el i m p r u ­dente m a n d a t a r i o — e n real idad sólo cu lpable de lesa majestad m u n i c i p a l . L a implacab le persecu­c i ón conce j i l sobrevivirá , no sólo á la dest itución del perseguido , sino al estruendo de las guerras nacionales y al confl icto de las dinastías, c o n c l u ­yendo el host igado Cisneros, en vísperas de la revo luc ión , por echar á paseo al uno y al otro al­ca lde , con sus rencores v izca ínos y su estúpido ex­pediente sobre el v i rrey que rabió ( 1 ) .

I I I

Mientras ocurr ía en Buenos Aires esta revuelta de t interos, que poco trascendía á la calle ni era parte aún á perturbar las siestas criol las, e m p e ­zaba á desencadenarse en España la tempestad

(1) Puede verse en el Archivo general, 2 . a serie, tomo V , el epílogo de este ridículo proceso., En diciembre de 1809, el Cabildo pide al virrey que dé cumplimiento á la Real Orden que dispone se desglose y rompa el oficio de Liniers; Cisneros contesta que el documento no existe en poder del gobierno. Nuevas y repetidas insistencias, hasta que en marzo de 1810 se pretende que sea el mismo Li­niers, refugiado en Córdoba, quien produzca el cuerpo del delito! Entonces es cuando el virrey exasperado cierra el debate, dejando que el Ayuntamiento «practique él mismo la diligencia con el original—si fuese servido».— Poco había perdido en rancidez colonial el ilustre Cabildo con entreverarse de criollos, y para depurarlo hacía falta evidentemente otra lejía.

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que, durante años había de sacudirla y, por reper­cusión, dar en el suelo con su vetusta fábrica c o ­lonia l . Las semanas aquellas, en que el R e g e n t e del Brasi l procuraba ahuecar su falsete con la bo ­c ina de S idney Smith , y este Cabi ldo rebatía las bravatas portuguesas en nombre de Carlos I V y su gran A l m i r a n t e : eran las que veían allá los preparat ivos de la f u g a real para A n d a l u c í a , el saqueo del pa lac io de Godoy por el popu lacho de A r a n j u e z y la miserable ca ída del favor i to , la abd icac ión prov is ional del rey autómata en favor de F e r n a n d o — q u e pre ludiaba á la definitiva de todos los Borbones en manos de su despiadado huésped de Ba3'Ona. A l t i empo que estas autori ­dades acataban reverentes las órdenes del sobera­no, éste obedecía las de un gendarme de N a p o ­l e ó n ; y el día mismo (17 de m a y o ) en que la A u ­diencia, de Buenos Aires besaba la firma augusta puesta en el t í tulo del nuevo virrej - , la Gaceta ele Madrid cons ignaba la buena grac ia con que el Serenísimo Gran D u q u e de B e r g se había d i g ­nado admit i r , en el Pa lac i o R e a l , los homenajes que á por f ía le tr ibutaban los miembros del cuer ­po d ip lomát i co , los grandes de España, consejos de Castilla é Ind ias y demás altos d ignatar ios del r e ino . . . L a sola distancia, c omo ya d i j e , in t rodu ­cía á veces tal contraste entre los sucesos europeos y sus ecos americanos , que éstos remedaban el arreglo convenc iona l de la nove la . Pero nunca se reveló más i rónicamente intenc ionada, el hada bur lona que parecía j u g a r con el destino de L i ­niers, que cuando hizo co inc id i r los conatos eni-bajator ios del flamante v irrey , con el envío por Napo león de otro d ip lomát i co de lance que, rec i ­b ido aquí c omo gal l ina en corral a jeno , de jó al ­borotadas, sin quererlo ni saberlo, ambas márge ­nes del P la ta .

Una b iogra f ía reciente del marqués de Sasse-nay , por uno de sus deudos ( 1 ) , resuelve todas las

(1) Napoleón Z«r et la fondation de la Bépiílliqve Arrjentine, par le marquis de Sasscnay, París, 1S92.

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dudas acerca de la persona y orígenes de este agente , ex imiéndonos de emprender la tarea. E n lo demás presenta para nosotros escaso interés esta p r o d u c c i ó n casera, s iendo así que , para el episodio histór ico que nos ocupa, se apoya en obras conoc idas y pr inc ipa lmente en la del g e n e ­ral M i t r e . — E t i e n n e Bernard , marqués de Sasse-nay , pertenecía á una ant igua f a m i l i a de D i j o n , cuyo castillo patr imonia l existe todavía en la c o ­m u n a del m i s m o nombre (Saóne-et -Lo ire ) ( 1 ) . S i ­gu ió la carrera m i l i t a r ; y, al inic iarse la revo lu ­

ti) Sabido es que también la «verdadera forma» de este nombre ha dado lugar á largas discusiones entre los historiadores argentinos. Para nosotros resultan un tanto risueños estos debates sobre apellidos históricos (Sassenay, Vandeul, etc.) que figuran en los diccionarios y ahora mismo en el Tout París. El historiador López elabora un apéndice de cuatro páginas (Historia, I I , 622) para sos­tener la ortografía Chassenai con su decisión habitual: «Pero Tío cabe duda de que era (¡Chassenai», según el tes­timonio incontrovertible de M. Julien Mellet, que relata este incidente en su interesante opúsculo titulado Voyage dans VAmérique mériclionale».—Parece haber sido el tal Mellet un empleado despensero del Consolateur, que, per­dido el buque en Montevideo, logró sacar unas onzas á Liniers y quizá á Elío (de quien recuerda con enterneci­miento), con las que se hizo de una pacotilla, batiendo los caminos del virreinato como mercachifle. Vuelto á su tierra después de este largo y accidentado traqueteo, se puso á frangollar en su jerga gascona un relato fantás­tico (que remeda un borrador del de Romain Daurignac), omitiendo contarnos sus verdaderas aventuras picarescas, que serían sin duda las más curiosas. Desde luego estro­pea todos los nombres propios de persona ó lugar (¡ con decir que no pudo en tres meses aprender el apellido de Sassenay!) ; y el finado doctor Carranza tuvo la angélica paciencia de corregirlos en su ejemplar, que así resulta más interesante que el texto. Allí he visto que también vinieron en el Consolateur algunos «pasajeros» franceses que se radicaron en el país: Monguillot, Castagnet, La-tour, Bonnafond, etc. Eran, en efecto, pasajeros de cami­seta y gorro azul que, para distraerse durante la trave­sía, maniobraban las velas y lavaban la cubierta. Sabido es que, no pudiendo ¡(repatriar» á la tripulación náufra­ga, Liniers socorrió á sus pobres paisanos, invitándoles á prestar servicios en esta flotilla. De la oficialidad quedó el aspirante Philippe Bertrés, que se estableció en Tucu-mán como ingeniero. Encuentro en mi Memoria histórica; que fundó allí una escuela lancasteriana, durante el pri­mer gobierno de La Madrid.

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c ión de 1789, era capitán en el reg imiento de Con-dé-dragons. E l e g i d o d iputado de la nobleza á la Asamblea Nac i ona l , por el ba i l ia je de Chalon-sur-Saóne, renunc ió á los pocos meses ( 1 ) , y, ante las dificultades y pe l igros de la v ida , se resolvió á emigrar en 1792, sentando plaza en el cuerpo de C o n d e ; sirvió luego en los búsares de H o m p e s c h , va l ientemente , contra su patr ia . A l fin, en 1798, después de muchas aventuras pasó á Estados U n i d o s , con un corto pecul io salvado del naufra ­g io de su gran for tuna , y se casó en Delaware , con una j o v e n criol la de Santo D o m i n g o , perte­nec iente á una noble f ami l ia francesa. Entonces emprendió varios v ia jes comerciales al R í o de la P la ta , permanec iendo en uno de ellos cerca de dos años en Buenos Aires (1801-1803) , que fué cuan ­do trabó i n t i m i d a d con L in iers . L o g r ó hacerse borrar de la lista de emigrados y pudo vo lver á F r a n c i a en 1803 ; pero , durante varios años, per­s iguió en vano la rest itución de sus propiedades confiscadas: sólo l ogró recuperar el castillo de Sassenay y a lgunos retazos no vendidos de sus an­t iguos domin ios . A l l í v iv ía con relat iva c o m o d i ­dad entre su m u j e r y sus h i j o s , cuando , á fines de m a y o de 1808, una orden del emperador le arro jó brusca y nuevamente , ya rayano en la c incuente ­na , á las aventuras y zozobras de su juventud . Nos cuenta su b i ógra fo y pariente que , l lamado á B a y o n a , donde l legó el 29, fué rec ib ido al punto por Napo león , quien , en una audienc ia de c inco minutos , le c o m u n i c ó sus des ignios : «Os doy una mis ión cerca del v i r rey de Buenos A i r e s ; debe ­réis part ir m a ñ a n a ; tenéis veinte y cuatro horas para prepararos . H a c e d vuestro testamento : M a -ret se encargará de despacharlo á vuestra f a m i l i a . I d á veros con C h a m p a g n y que os dará vuestras

(1) Archives parlementaires, IX , 731. Otras indica­ciones bibliográficas de Sassenay (p. 92) son inexactas, á más de incompletas; los primeros tomos de los Archives traen otras menciones del marqués, más interesantes para su familia que para la historia.

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ins trucc iones» . Y con un ademán, el Júp i ter te­nante despidió al improv isado y estupefacto d i ­p l o m á t i c o . . . Esta versión m e parece inaceptable . P o r acostumbrados 'que estemos á los gestos i m ­perativos de Napo león , no admit imos prima facie que en esa f o rma pudiera un c iudadano de cierta pos i c ión social ser arrancado de cua jo á su b o g a r y f ami l ia , y , contra su vo luntad , disparado c o m o b o m b a d ip lomát i ca al e s t remo del m u n d o . P o r ignoranc ia de los be cbos ó esceso de celo anti -bonapart ista , el descendiente de Sassenay b a des­natural izado el episodio , aislándolo de sus ante­cedentes histór icos . A q u e l l a mis ión era en real i ­dad el eslabón med iano de una cadena f o r jada en varios meses, la cual se r o m p i ó , menos por su i n ­consistencia, que por la fuerza superior de las c i r ­cunstancias . Entre nuestros histor iadores , sólo el señor Mitre ha tenido en sus manos los p r i n c i ­pales eslabones de la c a d e n a ; si b i en por fa l tar le a lgunos y haber invert ido otros, no ha l o g r a ­do reanudar la serie en su orden l ó g i c o .

E l incomparab le prest ig io de Napo león nac ía de aparecer improv isando lo que era resultado de largo estudio y madurado e s a m e n . L a e j e cuc ión solía ser v io lenta y fu lminante , pero se apoyaba en el cá l cu lo : también en él era el genio el f ruto de la pac ienc ia . Consta por su correspondencia que , desde pr inc ip ios de 1808, y antes de que las c o l o ­nias españolas le interesasen c o m o domin io casi p r o p i o , le preocupaban—espec ia lmente el P í o de la P l a t a — c o m o presa que debía disputarse á I n ­g laterra . A u n q u e todavía no hubiera quer ido re ­c ib ir á P é r i c h o n de Y a n d e u l , hab ía le ído las car ­tas de Liniers y las indicac iones transmit idas por el emba jador de M a d r i d . Inmed ia tamente hizo buscar por todas partes, personas de confianza que pudieran suministrarle in formes sobre estas re ­g iones .

E l ministro de mar ina Decres dio al pronto con el capitán de navio Jur ien de la Graviére , quien , además de conocer estas prov inc ias , hab ía sido

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amigo in t imo de Liniers ( 1 ) . Jur ien rec ib ió la orden de redactar una memor ia sobre esta reg ión y sus habitantes , y , aprobadas sus conclusiones , de tomar en L o r i e n t el m a n d o de la f ragata Creó­le, que debía traerle á Montev ideo con un coronel de artillería, ve inte y c inco artilleros escogidos y quinientos fus i les : todo ello encaminado , no á c on ­quistar el país ( c o m o inocentemente se ha escri­t o ) , sino á cooperar á su defensa, de acuerdo con los pedidos de Liniers y el Cabi ldo . Esto ocurr ía en febrero ó m a r z o ; fué más tarde cuando , c a m ­b iando las c ircunstancias , cambiaron los propó ­sitos ( 2 ) . A pr inc ip ios de m a y o , y consumado el

( 1 ) J T / R I E N D E L A G R A V I & R E , Souvenirs d'un am'tral, I I , vil. Este era tío de su editor, contemporáneo nuestro, también almirante y escritor distinguido. Paréceme que nuestros historiadores suelen confundirlos, prestando al sobrino (nacido en 1 8 1 2 ) una longevidad fenomenal. Tampoco se dan exacta cuenta de aquella publicación, que no es propiamente un relato del actor, sino una adaptación hecha sobre apuntes de memoria. Dista mucho, pues, de ser un journal de bord llevado á raíz de los sucesos : de ahí algunos errores y confusiones de detalle. Pero el fondo merece entera fe. El honrado y valiente marino tributa allí los mayores elogios al carácter de Liniers, á quien había tratado íntimamente en 1 8 0 0 . He aquí en qué tér­minos este buen juez en materia de honra y patriotismo aprecia la actitud de su noble compatriota : «M. de Li­niers, fiel á su patria adoptiva, abrazó la causa de Fer­nando V I L Esta determinación, que ningún hombre de corazón podría vituperar, había de recibir la recompensa que el odio implacable de los partidos reserva general­mente á los más puros sacrificios». Tales palabras, caídas de labios tales, consuelan de muchas diatribas.

( 2 ) Una carta inédita de Napoleón, que ningún his­toriador argentino ha conocido ó tenido en cuenta (Let-tres inédites de Napoleón Ier, tomo I, 1 7 1 ) establece nuestra afirmación. Está fechada en Saint-Cloud, á 2 6 de marzo de 1 8 0 8 . Al devolver á Decrés sus verbosas instruc­ciones sobre la proyectada expedición, el déspota genial dicta la conducta á seguir con su precisión imperativa : «Os devuelvo vuestras instrucciones. Lo que decís es inútil escribirlo : debe ser dicho de viva voz al agente que man­daréis. Basta escribirle ostensiblemente : Iréis á Montevi­deo, desembarcaréis, y si llegasen noticias que pudieran inquietar á las colonias, os presentaríais á las autoridades en son de amistad...» Esta carta se relaciona evidente­mente con la misión de Jurien que la reproduce en subs­tancia (op. cit. 1 3 3 ) , aunque de memoria y atribuyéndole una data algo posterior.

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funesto guet-apens de B a y o n a , ya no se trató de auxi l iar á estas prov inc ias , pero sí de asegurarlas. Murat , que m a n d a b a en España , dispuso el apres­to en el Ferro l de una escuadra que debía trans­portar al E í o de la P la ta tres m i l so ldados g a ­l legos : exce lente prov idenc ia que , á más de su o b ­je to prop io , se avenía con las disposic iones t o m a ­das para dispersar en P o r t u g a l y el norte de E u ­ropa las tropas españolas ( 1 ) . Pero convenía que se adelantara á esta exped i c i ón , cuyos preparat i ­vos demandaban a lgunos meses, un agente e x p l o ­rador , más elástico y menos comprometedor que Jur ien , para sondar los ánimos y , l legado el caso , inc l inar los al nuevo rég imen . Entonces p rodu jo su candidato el ministro Maret , que también se b a ­i laba en B a y o n a á fuer de co laborador inseparable del a m o ; y en tanto el secretario de Estado pre ­venía á su conoc ido Sassenay, el emperador , que de nada se o lv idaba , concedía á V a n d e u l la sol i ­c i tada entrevista que completar ía sus in formes . Esta audienc ia hubo de verificarse á mediados de m a y o , u n p o c o antes de la l legada de Sassenay, s iendo así que en su carta al v i rrey ó en otra i n ­mediatamente posterior , no menc iona P é r i c h o n tan importante not i c ia . E n caso contrar io , directa ó ind irectamente , la hubiera c o n o c i d o ; pues no había razón para que Napo león ó sus ministros se la ocul taran, ni es admis ib le que , en tan corta pob lac ión y rondando las mismas antesalas, no tropezasen uno con otro los dos amigos de L i ­niers ( 2 ) .

( 1 ) T H I E R S , V I I I , xxx. T O R E N O , l,r I I . El levanta­miento general hizo abortar la expedición.

(2) La carta de Périchon llegó á Buenos Aires en los primeros días de agosto, habiendo Liniers escrito de ella á Elío el 8". Es probable que dicha carta de Bayona se escribiese entre el 1 5 y el 2 5 de mayo : las comunicaciones tardaban 70 días por término medio. Corrobora esta con­jetura el hecho de haberse recibido, dos días antes que la carta de Périchon, un impreso de Cádiz que contenía la protesta de Carlos I V ; ésta había quedado secreta y no se hizo pública en Madrid hasta el 1 3 de mayo (Gaceta de dicha fecha) ; por tanto, en Cádiz, tres ó cuatro días des-

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P o r lo demás, nada se opone ( y lo d i cho parece conf i rmar lo ) á que Sassenay sólo l legase á B a y o n a m u y pocos días antes de su e m b a r c o ; pero el s im­ple buen sentido ind i ca , aunque no tuviéramos varios datos para apoyar esta con je tura , que tenía aviso ant i c ipado de su m i s i ó n — y aun es permit ido pensar que la hubiera so l i c i tado : no seguramente p o r sus escasos emolumentos , sino c omo u n med io de alcanzar m e j o r éx i to para sus instancias de emigrado ( 1 ) . Sea como fuere , el ant iguo capitán de húsares reales fué rec ib ido y aceptado por el emperador : con firmeza, aunque no sin emoc ión , soportó esa mirada aguda , avezada á sondar las almas y casi in fa l ib le en el d iagnóst i co . Nada más absurdo, pues , que mirar un ente apocado é i n e p ­to ( c o m o ha d icho un histor iador que ni el ape-

pués. Por cierto que muchas circunstancias alteraban en­tonces la duración del trayecto, pero, tratándose de dos buques mercantes, que navegaban casi juntamente y en condiciones análogas, se robustece la probabilidad del mismo tiempo empleado por uno y otro.

(1) El 3 de julio de 1810, el ministro Champagny escribía á Mme. de Sassenay que el emperador, accedien­do á su solicitud, había fijado á su marido un sueldo anual de 6.000 francos, á partir del 1.° de mayo de 1808, fecha de su misión á Buenos Aires, acordándole, además, una gratificación de 20.000 francos para gastos del viaje que ella «se proponía hacer para ir á compartir la suerte de su marido». La especie á que alude el señor Mitre, sin darle asenso (Comprobaciones, 224), ha de tener, en efecto, tanto fundamento como la borrachera del rey José. Aun suponiendo que el emperador, muy poco feminista, pudiese ver en parte alguna á Mme. de Sassenay, que vivía en un rincón de su provincia, y prestar un minuto de atención á una yanhee madura y madre de familia, hay dos actitudes que, entre sus enormes defectos, no pueden achacarse á Napoleón. La primera, es haber des­cendido jamás á sacrificar al marido de la mujer que distinguiera : á ser cierta la especie, el ((más feliz de los tres» hubiera ascendido por lo menos á prefecto de Dijon ; la segunda, es haber comprometido jamás su política con caprichos falderescos. Por otra parte, de la carta de Champagny parece deducirse que Mme. de Sassenay no conocía personalmente al emperador. También puede in­ferirse de una frase del mismo Sassenay, en su informe final al ministro, que la misión oficial se injertaba en otra comercial y de cuenta propia : uComme pcut le, volv T". E. ma mission a été sans suecos et j 'ai fait pour moi de mauvaises affaires».

L I N I E R S . — 1 4

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Hielo del in jur iado conoc ía ) en ese soldado v i a j e ­ro , enve jec ido en los pe l igros y luchas de la v ida i por el hecho de haberse estrellado aquí contra obstáculos invenc ib les , y tenido que soportar c a ­l lado los desmanes de un j e f e español , sólo f a m o s o p o r sus d e r r o t a s ! — T a l es el encadenamiento l ó ­g i c o y rac ional de los sucesos que mot ivaron el envío de una mis ión francesa al E í o de la P l a t a , y la e lecc ión del marqués de Sassenay para des­empeñar la . A u n q u e frustrada en su ob je to p r i n ­c ipa l , la tentat iva que v o y á referir , rect i f icando de pasada a lgunos errores materiales y cr í t i cos de mis predecesores, es doblemente interesante: en sí misma , por las per ipec ias dramáticas que la en ­v u e l v e n ; y en sus resultados, por las consecuen­cias duraderas é imprevistas que fluyeron de tan fugaz y, al parecer , insigni f icante ep isodio .

I V

E l bergant ín Le Consolateur, en que se embar ­có Sassenay el 30 de m a y o de 1808, era un b u q u e -c ito de mala muerte , endeble y apenas a r m a d o , pero bastante v e l e r o , — c o m o que , á pesar de a l ­gunos contrat iempos en el g o l f o de Y i z c a y a , se puso en M a l d o n a d o en setenta días . P u e d e q u e fuera aquella la pr imera « m o s c a » que , nos d i ce Thiers , se despachó á las co lonias cuando N a p o ­león estaba en B a y o n a . L a m a n d a b a el teniente de navio D a u r i a c y contaba por todo cuarenta y c inco hombres de t r ipu lac i ón , s iendo Sassenay el ú n i c o pasajero . A j u z g a r por el estilo del i n f o r ­m e y del acta pub l i cada en la Biografía, el c o ­mandante D a u r i a c sería quizá uno de tantos ofi­ciales de mar , práct icos y val ientes , que por aque ­llos años merec ieron ingresar en el Cuerpo g e n e ­ral de la A r m a d a . H a c í a de segundo u n v i e j o a l ­férez vasco Do lhabaratz , probab lemente rec luta -do para el caso en los malecones de B a y o n a . E l bergant ín ofrecía pocas c o m o d i d a d e s ; los v i -

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veres eran malos y los compañeros de mesa, aunque buenos , poco d ivert idos , no contr ibu­yendo á la amenidad de la travesía la pers ­pect iva de dar con a lgún crucero ing lés . T o ­da la empresa ( con el adi tamento de ser q u i ­zá en pr inc ip i o una operac ión comerc ia l de Sassenay) l levaba el carácter de un ensayo hecho con el menor costo posible , c o m o si el instinto g e ­nial de Napo león desconfiase del éx i to . Pero a len­taba al emisario la idea de servir los intereses de su país al par de los prop ios , con esta comis ión de supuesta propaganda pací f ica. L l evaba i m p r e ­sos de España y Franc ia , oficios sellados de la •Junta de M a d r i d y los ministros para las autor i ­dades de Buenos Aires y otros v irre inatos , un p l i e ­go de instrucc iones bastante vagas é inofensivas , — p o r fin, otra carta lacrada que sólo debía abrir en alta m a r . Nos cuenta el b i ógra fo , según ver ­sión de a lgunos test igos, que , al t omar conoc i ­miento de las instrucciones secretas, Sassenay dio muestras de « u n a verdadera desesperación» ( 1 ) . ¿ Q u é contenían esas páginas , luego destruidas por el m i s m o env iado? Sin duda la orden de anun­ciar al gob ierno de Buenos A ires la p r ó x i m a e x ­ped i c i ón armada con sus des ignios de conquista , ó de e x i g i r el reconoc imiento de José, contando con el concurso del v i r rey . . . ¡ Y b ien sabía Sasse­nay que con L in iers nada podía edificarse sobre la base de una d e f e c c i ó n !

E n los pr imeros días de agosto , cuando ya se divisaba la costa uruguaya , un pampero fur ioso envolv ió al Consolateur, arro jándole mar afuera y retardando una semana la arr ibada á M a l d o n a -d o : á desembarcar en Montev ideo en la f e cha prevista, Sassenay hubiera p o d i d o detener, ó h a -

( 1 ) SASSENAY, obra citada, 1 3 0 . Allí también se trans­cribe la instrucción ostensible, ((traduciéndola de la tra­ducción española comunicada por el general Mitre». Esta ha de ser la que de mucho tiempo atrás existía en la Bi­blioteca de Buenos Aires y fué reproducida por Zinny en la Historia de la prensa del Uruguay. En el doble tra­siego se ha enturbiado no poco la prosa de Champagny.

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cer modi f i car , la c o m u n i c a c i ó n de L in iers á E l ío (6 de agosto) que causó el incurable r o m p i m i e n ­to . T u v o que ba jar en M a l d o n a d o el 9 de agosto , sin más equipa je que la maleta , luego famosa , de los p l iegos é impresos , ganando á cabal lo la capi ta l , donde se apeó al día s iguiente , r ío fué mal rec ib ido por E l í o , quien , sorprendido por las not ic ias y todavía indec iso , procuró en vano de ­tener por la persuación al env iado , pero sin n e ­garse á fac i l i tar le los medios de l legar á su des­t ino . Refiérese que en esta entrevista, Sassenay, a lud iendo á los preparat ivos que en la pob lac i ón se hac ían para la jura de F e r n a n d o V I I , se de jó dec ir que convendr ía suspenderlos, «pues tal vez á esta hora estuviera gobernando á España otro soberano . . . » Si el d i cho fuera c ierto , m u y vero ­s ímil sería la respuesta f u r i b u n d a que á E l í o se atr ibuye (1) . E n todo caso, el enviado francés p u d o sacar de su contacto con el p r imer m a n d a t a ­rio español , una l ecc ión de prudenc ia que no echó en o l v i d o ; sintió que desde ese m o m e n t o entraba á pisar un terreno quebradizo y vo l cán i co , y, en la mañana del 11, se apresuró á seguir v ia je á la Colonia , escoltado por un capitán Igarzába l . A l l í encontró al al férez Lu is L in iers con la zumaca Belén que el v i rrey , avisado por correo extraord i ­nar io , m a n d a b a al emisario , y con la que , s iempre a compañado de su gu ía y v ig i lante , desembarcó el 13 antes de med iod ía en Buenos A ires ( 2 ) . E n -

(1) L A R R A Ñ A G A Y G U E R R A , Apuntes liistóricos (citado por Bauza) . El diálogo nada tiene de imposible; pero ¿ quién lo garantiza ? Si las declaraciones privadas de dos testigos de vista resultan siempre contradictorias : ¿ cómo creer en la exactitud de esas referencias a posteriori y de oídas ?

(2) Dice el señor Mitre (Historia de Belgrano, I , vi, y Comprobaciones, 228) que el enviado se embarcó en la Colonia (¡el día 11 y llegó á la rada de Buenos Aires el 13», en la zumaca de Luis Liniers «que expresamente había salido del apostadero de Montevideo». Se ha con­fundido la partida de Montevideo (escamoteando el viaje por tierra) con la de la Colonia, cuya distancia, á Buenos Aires es cuestión de horas, no de días. Tampoco pudo la

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tre tanto , el bergant ín Consolateur pasaba p o r lances terribles que presagiaban los de su t r ipu ­lac ión . Persegu ido , en el trayecto á Montev ideo , p o r dos fragatas inglesas, había puesto resuelta­mente la proa á M a l d o n a d o para embicar en la costa y salvar el cargamento , ya que no la embar ­cac ión . A s í c onc luyó la pobre mosca , en la telara­ña br i tánica , su acc identada carrera. P e c o g i ó s e , en e fecto , parte de la carga y del armamento , no habiéndose interesado los ingleses, según el i n ­f o rme ingenuo de D a u r i a c , sino por las bebidas de la bodega . Con í m p r o b o t raba jo , los tr ipulantes l ograron transportar á Montev ideo fusiles y m e r ­caderías, donde las autoridades españoles agrade­c ieron h ida lgamente el regalo — encarcelando á sus dueños.

L a mañana de inv ierno en que , desde la carre­tilla que le l levara al p r imi t ivo desembarcadero de Buenos A i res , el m a l h a d a d o emisario reconoc ía á la distancia el mural lón y su A l a m e d a de sauces y ombúes , señalaba, sin que el v ia jero pudiera sospecharlo, la hora aguda de una quincena de agitac iones . A semejanza de los f lemáticos bur ­gueses de la nove la francesa (1 ) , estos co loniales v iv ían de días atrás sumergidos en otra a tmós fe ­ra de desconoc ida ac t iv idad febr i l , que mantenía excitados sus nervios y encendida su sangre , des­figurando su sencilla y t radic ional ps i co l og ía . ¡ Eran pasados los t iempos fel ices en que el v e ­c indar io se a l imentaba con la modesta prov is ión de ideas y sentimientos transmit idos por los abue ­los, y casi tan inamov ib l e c omo la capa hered i ta ­r i a ! A l compás que las cosas de España l levaban y era fuerza seguir ,—para algo se v ive en socie­dad ,—nad ie sabía al amanecer con qué opiniones se acostaría á la n o c h e ; no tratándose, por su­puesto, de que cada cual se las compusiera á so-

Bclén salir de Montevideo (ni había tiempo para ello), sino de Buenos Aires, para ir á recibir á Sassenay. (Expe­diente de la Junta, declaración de Sassenay).

(1) JÜLES V E R N E , Le Docteur Ox.

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las y por m e d i d a . V iv íase en cont inuo sobresalto, no hab iendo arribada de bergant ín , de Cádiz ó V i g o , sin su correspondiente vuelta de casaca. D o n Carlos, don F e r n a n d o , G o d o y , N a p o l e ó n ; los ingleses , los por tugueses ; los amigos de ayer , b o y enemigos , ó v iceversa : ¡ V i v a F r a n c i a ! ¡ M u e r a n los g a b a c h o s ! . . . D e veras que fa l taba t iempo para saber de corr ida á quién se debía adorar ó aborre ­cer . Y todo ello, de oídas y por cuenta a jena. Al lá , s iquiera, el choque directo de la real idad e n g e n ­draba su instantáneo reac t ivo : las pasiones de una hora creaban las convicc iones de un d ía . A q u í , por el contrar io , los sentimientos tenían que elaborarse con razones y , c o m o quien d ice , á p u l ­so : no se pasaba de faroles y cohetes, de bandas y bandos . P o r eso, la imprenta de Niños Expós i t os sudaba más papel impreso que en los t iempos del Semanario ¡ que alcanzó á t irar trescientos e j e m ­p l a r e s ! En aquel per íodo , sobre t odo , contadas eran las tardes en que no saliera á luz una proc lama del v irrey ó del Cabi ldo á los « inv i c tos é i n c o m p a ­rables habitantes de Buenos A i r e s » ; por lo menos , tal ó cual re impres ión de las gacetas de Cádiz, ó, á fa l ta de pan , la v igés ima torta pastoral del i n ­coerc ib le arzobispo de la P la ta , don Ben i to Mar ía de M o x ó y F r a n c o l í . — Y sin embargo , tanta es la v i r tud sugeridora del verbo h u m a n o y tanto el poder de i lusión de las almas nuevas , que bastaba ese redundante pa labreo , nac ido al m á g i c o atrac­t ivo de la novedad , para mantener con espumosa efervescencia esta sangre mer id iona l , sin que f u e ­ran parte á enfr iarla los repetidos «sab lazos» , m u ­cho más certeros que los de los portugueses , con que la metrópo l i pon ía á prueba el pa t r i o t i smo—en « f rutos ó en d i n e r o » — d e las co lonias . Fuera ó no d e b i d o á la c o m b i n a c i ó n de los c i tados ingred ien ­tes , es la verdad que todo Buenos A i res , del H u e c o de Cabecitas á la Res idenc ia , se agi taba en aquel inv ierno de 1808, al son de los sucesos contrad i c to ­rios que en A r a n j u e z y B a y o n a se prec ip i taban . L o s hombres en los umbrales de sus oficinas y t iendas, las mujeres en la A l a m e d a y atrios de

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las iglesias, los n iños en las escuelas y plazoletas, se exal taban á por f ía por las not ic ias europeas: real idades le janas que la perspect iva deformaba en quimeras , mentiras actuales que fueron verda­des tres meses atrás. Ta l era la « cons t i tuc i ón» ps i ­co l óg i ca de la c iudad á la l legada de Sassenay: mudab le , i rr i table , inf lamable , tan súbita para el odio c omo para el amor , y acaso más pel igrosa en sus entusiasmos que en sus iras irrazonadas. Si durante el v ia j e , c omo es probable , el b i j o de L i ­niers adelantó al emisario a lgunos vagos in formes —de lante del testigo Igarzába l , que no sabía francés , — pudo decir le con toda exact i tud que B u e n o s A ires entera, pueb lo y gob ierno , españo­les y americanos , ardía en sentimientos de a d m i ­rac ión y afecto por F r a n c i a y el emperador . ~No se equivocaba sino en la b o r a : desde la víspera basta el m o m e n t o en que la Belén cruzaba el E í o de la P l a t a , el v iento po l í t i co bab ía ca lmado re ­pent inamente , anunc io casi in fa l ib le de la p r ó x i ­ma tormenta . . . A q u í pr inc ip ia u n episodio ver ­daderamente dramát ico que , á m i ver, no ha sido hasta ahora interpretado con acierto y prec is ión, antes por fa l ta de método que de elementos pos i ­t ivos para estudiarlo . E n suma, más que c o m p l e j o en sí m i s m o , el prob lema parece c o m p l i c a d o por lo ráp ido é imprevisto de sus per ipec ias : ba j o el instrumento c r í t i co , la so lución se hace ev idente . Otros más abstrusos se plantearán en seguida, c o m o el de la R e v o l u c i ó n , aunque i gua lmente so­lub les , s iquiera necesiten m a y o r examen y esfuer­zo . E l análisis de una gota de sangre , por ser m e ­nos e lemental que el de una gota de agua , no pre ­senta resultados menos certeros ( 1 ) .

( 1 ) La versión del señor Mitre no adolece de graves errores materiales; pero la del doctor López (II . xxxv) forma una maraña de inexactitudes é invenciones que desfiguran completamente el episodio. Preferiríamos limi­tarnos á exponer nuestro concepto de los sucesos, funda­dos en la correcta interpretación de los documentos, si el respeto de la verdad histórica no nos impusiera el deber de señalar á los estudiosos algunos de los errores en que el nervioso improvisador ha incurrido.

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El sábado 30 de j u l i o de 1808, la misma víspera del día en que debía publ icarse el bando re lat ivo á la jura de F e r n a n d o V I I , fijada para el 12 de agosto, el v i rrey L in iers tuvo el p r imer anunc io del nuevo vue l co d inást ico . U n vec ino ( L e z i c a ) le remit ió un impreso de Cádiz que contenía , en ­tre otros documentos de menor impor tanc ia , la protesta de Carlos I V contra su anterior abd i ca ­c ión « p o r haber sido forzosa» , y su reasunción de la corona, de jando la suerte de la real f ami l ia y la de España al arbitr io de la m a g n a n i m i d a d y genio del g rande H o m b r e . V e n í a n también las r e ­nunc ias de F e r n a n d o y los in fantes : la des igna­c ión por el rey Carlos del gran duque de B e r g ( M u r a t ) c omo Lugar -Ten iente del r e i n o ; la c i r cu ­lar de la Junta Suprema acatando d i cho n o m b r a ­miento y m a n d a n d o «a l Consejo de Ind ias y d e ­más consejos , cnanci l ler ías , audiencias , v irreyes , gobernadores de prov inc ias y plazas, e t c . , le pres ­ten obedienc ia , e jecuten y h a g a n e jecutar sus ór ­denes y p r o v i d e n c i a s » ; por fin, la carta en que Napo león , aprobando lo hecho , tomaba á España ba j o su imper ia l protecc ión para regenerarla , sin aspirar á la corona. P o r lo pronto , dec laraba al p r ínc ipe de la P a z desterrado del re ino ( 1 ) .

(1) Los impresos de Cádiz, de dicha fecha, no po­dían reproducir sino las materias contenidas en la Gaceta de Madrid del 13 y 17 de mayo. Esto se confirma por el auto de la Audiencia, de 15 de octubre de 1808, que cons­tituye sin duda alguna la exposición más verídica y auto­rizada de los hechos. El historiador López (II , 273) tacha de incompletos los documentos llegados á manos de Li­niers porque, según él, «no contenían la protesta de Car­los I V y su reasunción del carácter de único rey legítimo, ni la apelación del rey á la autoridad y protección de Bonaparte como aliado...» Casi podría decirse que los impresos no contenían otra cosa. En cambio nos afirma que dichos impresos «contenían la proclamación de José Bonaparte y el levantamiento de España bajo la dirección de la Junta Suprema de España, y de las Indias consti­tuida en Sevilla». La proclamación de José es del 7 de ju­nio, y el mismo Sassenay sólo pudo traer el anuncio de su probable realización. Pero ¿cómo esperar que el doctor López desenvuelva este lío, cuando en el mismo tomo donde transcribe el embarco de Sassenay (el 30 de mayo),

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En la pro l i ja y medi tada Y i s ta de la A u d i e n ­cia, sobre estos sucesos, se p inta al v ivo « la per ­p le j idad en que puso á S. E . el contenido de este impreso , de cuya certeza se dudó entonces, basta que otras cartas (de Y a n d e u l ) lo conf i rmaron . » E n la misma n o c b e del sábado, el v i rrey c onvocó en el Fuerte á los miembros del alto Tr ibuna l y Cabi ldo para oir su d i c tamen en tan grave emer ­genc ia . Sobre la extraordinar ia s i tuación po l í t i ca de estas prov inc ias y la act i tud de sus autor ida­des, grav i taban tres órdenes de b e c b o s : 1° los ya conoc idos , y resumidos en la orden superior de proc lamar á F e r n a n d o como sucesor de su p a d r e ; 2 o los que fluían de las not ic ias recientes, las c u a ­les, si b ien no parec ía discutible su autent ic idad, no bab ían sido of ic ialmente conf i rmadas ; 3 o los que bubiesen ocurr ido poster iormente y pod ían baber modi f i cado la s i tuación. D e estos tres g r u ­pos de factores , eran los pr imeros , ev identemen­te, los que más debían pesar en las resoluciones del g o b i e r n o : no sólo por ser los únicos constantes, sino p o r entrañar el m e n o r trastorno p ú b l i c o , á raíz de las disposic iones tomadas para la ju ra . A confirmarse el restablec imiento y segunda a b ­dicac ión de Carlos I Y , se anularía lo hecho , si­gu iendo las co lonias una evo luc ión paralela á la de la metrópo l i y de la misma dinastía. Esta po l i ­

llos afirma gravemente (II , 269), que «llegó con cartas de la Junta de Madrid fechadas el 14 de junio» ? En cuanto á la de Sevilla (que él no pudo conocer) no era en­tonces sino una de tantas Supremas como en cada provin­cia se organizaron ; no tuvo acción fuera de Andalucía, y su pretensión, nunca aceptada por las otfas juntas, de asumir facultades representativas, sólo fomentó el des­orden y la anarquía. La verdadera Junta Central, forma­da por diputados de cada provincia, se instaló en Aran-juez el 25 de septiembre, pasando el 17 de diciembre á Sevilla, de donde tomó su título habitual. En los meses de mayo y junio, la única Junta de Gobierno era la de Ma­drid, que predicaba la sumisión al gobierno de Murat y designaba á José para rey de España. Además de su im­posibilidad material, las hipótesis gratuitas del señor Ló­pez tornan absurda é inexplicable la actitud indecisa de las autoridades coloniales. La rigurosa exactitud de las fechas y datos forma aquí la única realidad histórica.

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t i ca expectante era sin duda la más sabia, y la que de jaba más fác i l acceso á los acontec imientos inminentes . E n cuanto á la act i tud de Napo león , basta entonces no inspiraba recelo n i ant ipat ía : sus promesas presentes conf irmaban las pasadas. A r b i t r o soberano y de todos aceptado , su pr imer acto bab ía sido la conf irmación del destierro de G o d o y , y el segundo , la dec larac ión de no aspirar al t rono , l ibrando á la Junta de M a d r i d la des ig ­nac ión del p r ínc ipe . ¿ N o era l óg i co discernir en estos indic ios correlat ivos el pos ib le advenimiento de F e r n a n d o ? Aque l la misma Junta Suprema del re ino era la que , según todos los órganos of icia­les, protestaba, ante la nac ión y el m u n d o , contra los fautores de desórdenes y asalariados de I n g l a ­terra que intentaban perturbar las re laciones de España con su poderoso a l iado , desf igurando los actos y propósitos de Napo león , y dando co lor de levantamiento nac iona l á u n o que otro acto de m o t í n miserablemente abortado y condenado p o r la o p i n i ó n . . . ( 1 ) . A s í razonaban en aquel m o m e n ­to las autoridades co loniales , en consonancia c on su in f o rmac ión imper fec ta de la actual idad. E n consecuenc ia , «resolvióse de c o m ú n consent imien­to no hacer novedad en la pub l i cac i ón del bando fijado para el día s igu iente» , aunque sí postergar la f echa (12 de agosto) de la jura de F e r n a n ­do V I I , pretextando la demora de las medallas que se acuñaban en Chi le , hasta rec ib ir nuevos in formes de España .

Ta l resultado tuvo la so lemne de l iberac i ón ; y está de más agregar que , por entonces , el senti ­miento p ú b l i c o no pod ía ser más que u n reflejo fiel del parecer gubernat ivo . N o asomaron en el debate , según resulta de documentos posteriores que lo resumen fielmente, las cavi lac iones h is tó -r i co - jur íd i cas en que a lgunos escritores argent i ­nos se han c o m p l a c i d o ; n i era posible que se p r o -

( 1 ) Véase la Gaceta de Madrid de aquellos días, es pecialmente la extraordinaria del 28 de mayo.

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d u j e r a n en tal m o m e n t o y lugar . L a val idez y l eg i t imidad de las abdicac iones ó advenimientos reales no era cuestión que pudiese plantearse, n i m u c b o menos resolverse, en las co lonias , cuyo v a ­sallaje á la corona era absoluto é independiente d e la persona del pr ínc ipe . Cuando este prob lema se f o rmulara aquí , más tarde, no sería por las autor idades co loniales sino por la r e v o l u c i ó n ; y es m u y sabido que , desde el p r imer m o m e n t o , la «máscara de F e r n a n d o » y la defensa aparente de sus derechos encubr ían propósitos de independen­c ia . N o hubo , pues, desavenencias ostensibles n i secretas entre el v i rrey y el conse jo , como t a m ­p o c o entre europeos y amer i canos ; y no puede ponerse en duda que , á consol idarse en la metró ­po l i el sistema napo leónico ba j o cualquiera f o rma , hub iera sido aceptado por las colonias sin n i n g u ­na di f icultad. Pronto cambiaron las cosas, pero no más pronto que en España . Las ideas y sen­t imientos del pueb lo de Buenos A i r e s , á fines de j u l i o y pr inc ip ios de agosto , eran exacta y nece ­sariamente las ideas y sentimientos del pueblo d e M a d r i d á fines de abri l y pr inc ip ios de m a y o ; y este per fec to parale l ismo cont inuó después de la súbita explos ión que , natura lmente , no fué aquí s ino un eco de aquél la . Se ve c ó m o la exp l i cac i ón de l presente episodio descansa en la observancia « interpretac ión correcta de las fechas . Es el h i lo conductor en el laber into : sin su aux i l i o , todo se vuelve errores y extrav íos .

E n esta expectat iva de ca lma aparente y se­creta inquietud , transcurrieron los pr imeros días d e agosto . L a carta de Pér i chon , que L in iers re ­c ib ir ía el 4 ó el 5, y mostró seguramente á sus c on ­sejeros (pues el Ü escribió de ella á E l í o ) , no p u d o tener más efecto que inc l inar los ánimos h a ­cia el a l iado impeiúal y su promet ido envío de armas al R í o de la P la ta . E n este b ien prepa­rado terreno cayó el 11 la not i c ia ( transmit ida p o r correo extraord inar io ) de la l legada de Sasse­nay á Montev ideo . L a pob lac ión entera se entu ­s iasmó con el anunc io , cuyas proporc iones se e x a -

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geraron naturalmente al d i fundirse . Hasta los españoles europeos, refiere un testigo ( cuya hos ­t i l idad hac ia L in iers es b ien n o t o r i a ) , «se de jaron fác i lmente arrastrar de esta i lusión, y por dos n o ­ches corr ieron las calles con hachas encendidas , músicas y gr i tos de ¡Viva Napoleón!'» ( 1 ) . Con todo , no parece dudoso que en las ú l t imas horas del día 12, así el v i rrey c omo el Cabi ldo y la A u d i e n c i a , sin duda prevenidos por E l í o , l e j o s de compart i r la exa l tac ión popular no aguardaban sin ansiedad y recelo la l legada del emisar io . Esta no tuvo en m o d o a lguno el carácter t r iunfa l que las mani festac iones recientes presagiaban: fué s i ­lenciosa y c landest ina , habiéndose probab lemente ocul tado al vec indar io la hora del desembarco .

Sin otro a compañamiento que el h i j o de L i ­niers y el capitán Igarzába l , Sassenay recorrió el corto trayecto del muel le á la Forta leza , con el natural r egoc i j o del v ia j ero que , al término d e larga y penosa travesía, pone la p lanta en t ierra de recuerdos . E n lo que de Buenos A ires pudiera ver al paso , después de seis ó siete años de ausen­c ia , m u y pocos cambios había de notar . E n la p l a ­zoleta del Mercado , que fuera ant iguamente l a plaza de armas, h o r m i g u e a b a n á esta hora m a t i ­nal los grupos bull ic iosos y pintorescos . D e s ­embarcando por la A l a m e d a , el v ia jero tenía al frente la rec ién conc lu ida R e c o v a , que separaba el Mercado de la P laza M a y o r : a largaba de nor te á sud sus macizos pi lares y arcos de m e d i o p u n t o , con su doble galer ía pob lada de t iendas , asoman­do por sobre el tosco coronamiento la torre l e ja ­na del Co leg io . U n a calle empedrada d iv id ía la plaza desde la entrada del Fuerte hasta el Cabi l ­do , cuyos balcones se d iv isaban por el arco c en -

(1) Arengas de Mariano Moreno (Prefacio del editor, C V Í I I ) . Pocas páginas antes de transcribir las de Mo­reno, el señor López (Historia, I I , 270), pinta como sigue el efecto producido por la noticia: «La llegada de un agente de Napoleón causó profunda agitación en la ciu­dad ; los españoles y los hijos del país dieron vuelo á su enojo»!

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tral de la R e c o v a . Delante de ésta, en filas para­lelas á las t iendas, se a l ineaban los puestos de ver­duras y frutas invernales , bananas, batatas, na ­ranjas , cuyas p irámides rodaban por el sue lo ; un p o c o más allá, los montones de gal l inas, perdices y mul i tas , hac ían manchas obscuras. P o r el e x ­t r e m o noroeste , frente al « H u e c o de las A n i m a s » ( y a des ignado para Col i seo ) , un p iquete de po l i ­c ía y las muías del Santís imo cohabi taban en unas casuchas seculares, s iempre rodeadas de gendar ­mes desarrapados y paisanos de p o n c h o , cerca de sus caballos atados al pa lenque ( 1 ) . A l l í , p r ó ­x i m o s á unas tabernas de marineros , se apiñaban los puestos de c igarreras y vendedoras de maza ­morra , maní , patas coc idas , tamales y otras « g o ­los inas» . Ocupaban el lado opuesto del mercado , desde la acera de los «altos de Esca lada» cedida á los pulperos , las bandolas de ambulante m e r c e ­r ía : espejos, peines, pañuelos , alfileres, cuentas de colores y j oyas de latón. E n el trecho cont iguo , los carniceros sanguinolentos , junto á las carre­tillas vo lcadas en su trasera, descuartizaban la res en u n cuero f angoso , sa lp icando de r o j o los ca lados ca lzonc i l l os ; más allá, cayendo al ba j o del r ío , cuyas toscas cubiertas de ropa lavada res­p landec ían al sol, los pescadores despechugados revo lv ían sus. banastas de dorados y sábalos. Y por todas partes hervían como moscas , los negros jov ia les con sus tableros de dulces y a l fa jores , las j óvenes esclavas coc ineras , «altas de pechos y

(1) Era lo que había quedado del antiguo colegio de Jesuítas, trasladado en ol siglo xvil á la manzana de la Universidad. El señor Trelles (Revista, de Buenos Aires, VIII) ha referido la historia de ese apedazo de tierra» ; pero, para la época de que aquí tratamos, se limita á traducir (no muy exactamente) la noticia de Vidal, agre­gando solamente que éste era conocido con el nombre de Piquete de San Martín, «no sabemos por qué motivo». Paréceme que la explicación más sencilla sea la más pro­bable : había allí un piquete (a guard-house, dice Vidal) y la calle (hoy Reconquista-Defensa) se llamó de San Mar­tín hasta 1807, en que el Cabildo le puso el nombre de Liniers : de ahí sin duda, lo de Piquete de San Martín.

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ademán br ioso» , con su t ipa de provis iones sobre las motas , estacionándose en los tabancos de su parroquia para tomar u n mate ó encender en u n a brasa su c igarr i l lo de c b a l a . . .

A u n q u e el cuadro no era nuevo para el rec ién l l egado , que años antes v in iera tantas veces á la A l a m e d a de Vér t i z , lo examinaba con el i n ­terés que s iempre despiertan en el h o m b r e las huellas de su pasado . Entre sus inseparables acó ­l i tos , ori l laba ya el zan jón del Euerte , en cuyos poyos de ladri l lo a lgunos m e n d i g o s inventar ia ­ban sus al for jas l lenadas en el m e r c a d o ; á su de ­recha, la cúpula de la Catedral , la esquina de A z c u é n a g a y otros f ragmentos entrevistos de los barrios fami l iares , evocaban en su memor ia es­cenas que creía para s iempre o lv idadas . Pero allá, sobre todo , hac ia el sud, la torre cuadrada de Santo D o m i n g o , que dominaba las azoteas, h izo vo lar de su a lma bandadas de recuerdos , más numerosas que las pa lomas grises del c a m p a n a r i o : la casa patr iarcal de Sarratea, que conoc iera por L in i e r s , los patios l lenos de n iños y de flores, los paseos á Barracas , las tertulias cord ia les ,—toda la p lác ida existencia amer icana , con c u y a pers ­pec t iva alegraba de antemano su destierro y so ­l edad . Y á punto de pisar el puente levadizo de la entrada al Euerte , se vo lv i ó hac ia el j o v e n , a n ­sioso por saber de tantos seres amigos , cuyos n o m ­bres y rostros se venían reve lando en la p laca menta l , cuando l lamó su atenc ión un alto tab lado que por el arco central de la P e c o v a aparec ía . A su pregunta en francés , L u i s L in iers contestó en castel lano: « E s para la jura de E e r n a n d o V I I » . Bruscamente parec ió le á Sassenay que , por p r i ­mera vez , se condensaban en sentido concreto v a ­rios indic ios flotantes, que desde su desembarco le chocaran : la act itud suspicaz del oficial u r u ­g u a y o , las ret icencias del alférez y su marcada f r ia ldad después de conversar con u n edecán del v i rrey que le aguardaba en el muel le ,—todos los detalles del extraño rec ib imiento que semejaba , más que la cordia l acog ida de un d ip lomát i co , la

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captura y entrega de u n espía. Y sólo entonces pasó por su f rente , c o m o fr ío aleteó de vespert i l io , el present imiento de que sería este r incón p lebeyo y las techumbres de paso divisadas, todo lo que de Buenos Aires vo lver í ti el c ontemplar .

V

Cruzado el puente levadizo , donde un P a t r i c i o de fac c i ón presentó las armas, salvaron el portón del Fuerte y penetraron en el rec into . E l inmenso patio po l i gona l se hal laba obstruido por edificios administrat ivos , de jando en su centro una estre­cha plazoleta . P o r el lado derecho , el « p a l a c i o » extendía de este á oeste su vu lgar fachada , sin más adorno que sus pesadas pilastras y , en el p iso superior que correspondía á las habitac iones del A 7 irrey, una fila de ventanas con ba l cón saliente y mo ldurado d i n t e l ; las puertas del piso ba jo daban á la A u d i e n c i a y la Secretar ía ; frente al pa la ­c i o , por la parte sud, se encontraban las Cajas reales. Cuadraban el pat io por el norte los a lmace ­nes y a rmer ía ; al este, sobre el r ío , los ta l leres ; por fin, en el lado opuesto, que miraba á la p laza , se sucedían la capi l la y el cuerpo de guard ia . L o s tres hombres doblaron á la derecha y , subiendo la ancha escalera, se encontraron en una antesala, desierta, á pesar de ser la hora en que so l i c i tan­tes y pretendientes solían invad ir la . E l ordenanza que defendía la entrada se inc l inó respetuoso ante el h i j o del a m o ; y c omo éste se dir igiese á la i z ­quierda, hac ia las habitac iones , el negro far fu l l ó una «orden de Su E x c e l e n c i a » , con una m i r a d a al hombre de la maleta , y , abr iendo la puerta del f o n d o , de j ó á «sus mercedes» en una sala de rec ibo . Era ésta una espaciosa pieza senci l lamente amueblada y que rec ibía la luz de dos ventanas al s u d ; a lgunos sofaes de caoba con respaldar y asiento de damasco , una docena de sillas de igua l estilo y una mesa redonda componían el f r ío a juar

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of ic ial . Entre los descoloridos tapices que cubr ían las paredes , se ' ostentaban grandes retratos al óleo de los virrej 'es antecesores: tiesos y solemnes pe lucones , vagamente grotescos ba j o su pro fus ión de cruces y entorcbados . Todos se parec ían en lo inexpres ivo de la mirada y de la frente , vac ías de cuanto no fuera f o rmal i smo y rut ina , y p re ­sentaban, mi tad por cu lpa de la p intura , m i t a d p o r causa del m o d e l o , un comento abrumante de la decadencia española . A p e n a s sentados sus c o m ­pañeros , L u i s L in iers se ausentó, vo lv i endo lue ­g o para decirles que allí esperasen basta ser l la ­m a d o s ; después de lo cual , «desaparec ió sin que se supiese más de é l » ( 1 ) . Transcurr idas dos h o ­ras, los h i c ieron pasar al despacho del v i r rey « d o n d e se encontraba Su E x c e l e n c i a con varios miembros del Cabi ldo y de la A u d i e n c i a , y des­pués de de jar á Sassenay en manos del v irrey , el cap i tán se re t i ró » . Este m i s m o advierte expresa­mente , en su dec larac ión jurada , que «hasta en ­tonces Su E x c e l e n c i a no hab ía hablado y visto al f rancés » : lo que no obstará para que a lgunos historiadores argentinos ins inúen que Liniers y el emisario tuv ieron conferencias pr ivadas antes de la p ú b l i c a . L o s detalles de esta verdadera c o m ­parecenc ia de un reo ante sus jueces , han sido fijados con tocia precis ión en el d ic tamen de los fiscales de la A u d i e n c i a , el cual , por otra parte , está con forme con las declaraciones insertas en el sumario de M o n t e v i d e o :

«S. E. no quiso recibirlo por sí solo é hizo llamar al Fuerte á los Alcaldes ordinarios, y Fiscales exponentes (Villota y Caspe) con el ministro subdecano de este Tri­bunal ; y habiendo concurrido con sólo la diferencia de que en lugar del Alcalde de primer voto (2) asistió el

(1) Expediente de Montevideo, declaraciones de Sassenay á Igarzábal. Conf. SASSENAY, obra citada, apén­dice. Salvo algunos detalles, ambas declaraciones ante el fiscal concuerdan exactamente.

(2) Alzaga, pretextando razones de salud, se había marchado á Montevideo : allí urdió con Elío y la futura Junta la trama separatista; su ausencia duraría pocos

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E L V I R R E I N A T O

Regidor Decano, mandó S. E . entrar á dicho emisario, que á presencia de todos abrió la maleta donde venían los pliegos, y reconocidos todos eran, etc. (Los ya enume­rados)... A la primera vista de estos pliegos, se mandó salir al emisario, y reflexionando sobre lo que debía ha­cerse en un caso tan extraordinario, se adoptó desde luego el parecer de que convenía tener á dicho emisario incomunicado y hacerlo reembarcar inmediatamente que hubiese proporción... Se le llamó de nuevo, se le preguntó si había entregado papeles á alguna persona ó comuni­cado el estado de Europa; contestó que ningún papel había dado, pero sí las noticias al Gobernador de Mon­tevideo ; y después se le dijo que era necesario partiese á Europa inmediatamente... Manifestó entonces el apuro y escasez en que se hallaba para retornar á Europa, pues había perdido el equipaje y cuanto tenía en el bergantín, á que contestó S. E . que la generosidad española nunca se había negado á los oficios de humanidad... Quedaron los papeles encerrados en una caja, cuya llave se entregó por S. E. al Regidor Decano, á pesar de las instancias que se hizo, con el Alcalde de segundo voto (Cires), para no recibirla, teniendo una justa consideración á la per­sona del Excmo. Señor Virrey, y á la confianza que de ella debía hacerse. Esta es la relación puntual y exacta de lo acaecido con el emisario francés, y ella sola basta para ilustrar el concepto y motivo con que S. E . puso la orden que contiene este documento (á Elío para que em­barque á Sassenay en el primer bergantín español que saliera de Montevideo), y que ninguna otra cosa hizo que conformarse con el parecer y dictamen de los que concu­rrieron al acto, procediendo con tal cordura y precaución como si previese las cavilosidades y conjeturas malignas á que había de quedar expuesta su conducta (1) ».

T e r m i n a d a la consulta del v i r rey , y , dispuesto para esa misma noche el v ia je de Sassenay á la

días, pues asistió á la Jura y firmó el Acuerdo del 21 de agosto.—Según la legislación de Indias (Lib. V . tít. 14, ley X I I I ) en tales casos ((gozaba precedencia de regidor más antiguo» el Alférez real, que lo era entonces don Olaguer Reynals.

(1) Vista de los fiscales de S. M. Yillota y Caspe, sobre la Junta de Montevideo: aprobada por la Audien­cia en 15 de octubre de 1808, se publicó en folleto por la Imprenta de N. E . Para todo este incidente, es sin duda el documento más exacto y fidedigno. A falta de autori­dades escritas, el doctor López (Ilistoria, I I , 282) dice que apoya sus conjeturas en comunicaciones orales de don Vicente López y Planes (¡que las había tomado en fuentes íntimas y bien informadas, como la del venerable fiscal D. Manuel Genaro de Villota». Sería faltar á la venerabi-lidad del digno sujeto el admitir un solo instante que sus palabras contradijesen sus escritos.

LINIERS.—15

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2 1 0 S A N T I A G O D E L I N I E R S

Colonia , en la prop ia zumaca Belén que le t ra ­jera , el gent i lhombre p u d o pensar al fin en c u m ­p l i r c omo quien era con su desgraciado c o m p a ­triota y a m i g o . A d e m á s de su f a m i l i a , invi tó á comer en el Fuer te á varias personas de i m p o r ­tanc ia social y po l í t i ca : entre éstas, p robab lemen­te á sus ínt imos contertul ianos Casamayor , E c h e ­varr ía , L e t a m e n d i , — y también haría quedar p r u ­dentemente a lgunos actores de la escena anterior . N o conservamos detalles de esta reunión intere­sante y c o n m o v e d o r a : m u y pocos eran entonces los que tenían ojos para ver, y p l u m a para con ­tar lo que v ieran . Sólo la i m a g i n a c i ó n podr ía h o y restituir el m o v i m i e n t o y la v ida á los pocos datos inco loros de Sassenay. N o cuesta creer que el rumboso L in iers hubiera afinado bastante el l u j o a lgo tosco de la instalac ión v i r re ina l : es p roba ­ble que ciertos restos del m o b l a j e de Cisneros— que éste no t ra jo de España y luego cedió á su vez al Pres idente de la Junta y o t ros—prov in ie ­ran de su e legante predecesor . E n esta ocasión, el fausto desplegado en honor de un extranjero , desval ido y náu f rago , era un rasgo de n o b l e z a ; y si el buen gusto nat ivo le mandaba afectar r e ­lat iva sencillez en su traje de c incuentón ena­m o r a d o , — d e l a n t e de este pobre d iablo de marqués cuyo guardarropa cabía en su m a l e t a , — h u b o de desquitarse con lo exquis i to de la mesa y lo se­lecto de la compañía . P o r doble mot ivo de corte ­sía y d ip lomac ia , habr ía cu idado de co locar á Sassenay en el g r u p o j u v e n i l que hab laba de c o ­rr ida el f rancés : L u i s L in iers y su cuasi pariente Manue l Sarratea ( 1 ) , educado en E u r o p a ; Mar ía del Carmen, la h i j a m a y o r del v i rrey y nov ia de Y a n d e u l : fresca y de l i cada criatura á quien le bastaba la flor de sus diez y ocho años para r iva -

(1) El hijo mayor de Liniers había nacido del pri­mer matrimonio con la malagueña D . a Juana de Menviel; no era, pues, pariente de los Sarratea; pero se lo tenía por tal, nabiéndose criado con sus hermanos en casa de los abuelos de éstos.

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E L V I R R E I N A T O 211

rizar con su tía Melchora Sarratea, la reina de la m o d a y de los salones co loniales . P o r un con­traste p icante y sin duda intenc ional , solía la des­cendiente de tanto caballero de San Luis, vestir la corta basquina española con forro de raso c laro m u y ceñ ido al cuerpo y cua jado de encajes obscu­ros y pasamanería desde la r od i l l a ; en tanto que la heredera del castellano v ie jo y fac tor de F i l ip inas luc ía el t ra je I m p e r i o de f inísimo percal ind iano , bordados á m a n o " el vuelo y las bocamangas , y apenas ve lado el atrevido escote, casi l indante con el talle m u y alto , por un bul lón de b londas de Mal inas . L l e v a b a n las dos jóvenes el m i s ­mo pe inado semigr iego de bucles caídos en la f r e n t e ; pero , en Melchora , la ancha venda borda ­da del tocado ya se encaminaba al famoso tur ­bante de M m e de Staé l—cual si previera que, más tarde, se descubrir ía c ierto parec ido entre aquel huevo franco-suizo y esta castaña criol la ( 1 ) .

E l marqués de Sassenay, que al pr inc ip io ense­ñara la triste figura de un pá jaro empapado por el aguacero , se animaba poco á poco al calor de la charla mu jer i l y de los v inos franceses : ya sacudía el p l u m a j e , y, por ba j o del andante d i p l o ­mático bat ido de la suerte, asomaba á ratos el cortesano de Yersalles y ant iguo oficial de Conde. A los postres, L in iers alzó su copa l lena por el noble h u é s p e d ; en el mismo instante una rá faga v io lenta sacudió las ventanas y agitó las l lamas de los candelabros : arreciaba el tempora l que desde la tarde se anunciara , tornándose más fuer ­te el ronquido de la mare jada que rompía en las toscas. L a hora se a cer caba ; y, pensando en el contraste de la t ib ia morada con la helada b o ­rrasca exter ior que esperaba al pasajero , el an­fitrión agregó : « A u n q u e t emo , m i quer ido m a r ­qués, que vais á estar un poco s a c u d i d o . . . » Sasse-

(1) R O B E R T S O X , Letters on, South America, I I I , 110 : «Doña Melchora Sarratea was the madame de Stael of the place».

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212 SANTIAGO D E LINIEItS

n a y t u r o un gesto de ind i ferenc ia , s igni f icando que otros chubascos tenía rec ib idos : «A la guerre cormne á la guerreI» Y después de apurar su copa , se levantó en act i tud de esperar las órdenes del v i r rey . P e r o el comandante de la Belén, que h a ­b ía salido minutos antes, vo lv i ó á dec ir que el práct i co no creía pos ib le embarcarse con semejan­te tempestad . E l v i rrey se d i r ig i ó á la ventana del f o n d o que daba sobre el r í o , entreabrió las cort inas , prestó el o ído , sondeó con la mi rada las t in ieb las , y , pesando quizá en su determinac ión más que la per ic ia del mar ino la inquie tud del padre , resolvió que se esperase al día s iguiente . U n re lo j de pared dio las nueve , hora casi i n d e ­bida para aquellos t i empos : « M a r q u é s , d i j o L i ­n iers : os hospedo esta n o c h e ; L u i s os ind i cará vuestro d o r m i t o r i o . » Sassenay se despidió c on ce ­remonia de los comensales que tratara por p r i m e ­ra vez , con m a l repr imida emoc i ón de los amigos que ve ía por la ú l t ima , y s iguió al j oven hac ia el inter ior . A poco se marcharon también los ex tra ­ños , á quienes de jar ía en sus casas uno de los ca ­rruajes del v i r rey ( 1 ) ; luego se fueron en otro los Sarratea con las dos n i ñ a s ; y L in iers pasó á su despacho, precedido por un cr iado que e n ­cendió las luces de dos candelabros puestos en un escritorio de caoba que ocupaba el centro de la p ieza . M a n d ó l lamar á su edecán, rec ib ió el parte de la n o c h e : « s in n o v e d a d » , y , sal ido éste, d i j o al s i rv iente : « P o d r á n retirarse todos , no n e ­cesito de n a d a » . E l v i r rey quedó solo.

(1) Entre el mueblaje que Liniers cedió á su sucesor figuraban dos carruajes con sus correspondientes guarni­ciones, un juego de sala de 28 piezas «color de perla con filete de oro», mesas de jaspe, etc., y varias libreas sin estrenar: casi todo fué vendido particularmente en 1811 por orden de D . a Inés de Cisneros. Las «guarniciones de tres tiros, usadas» fueron adjudicadas por 206 pesos al Presidente de la Junta. (Revista del Río de la Plata, I V ) . La sencillez republicana que vino después no es aplicable al tren gastado por los virreyes, quienes, ade­más del elevado sueldo, disfrutaban otros provechos le­gales, como, v. gr., una parte sobre los comisos.

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E n el s i lencio noc turno , sólo turbado por el ru ­m o r de la tormenta y el ¡quién vive! de los cen­t inelas , estuvo paseándose largo rato de u n e s ­t remo al otro de la ampl ia bab i tac i ón . L u e g o se sentó á su escritorio , escribió a lgunos renglones , dob ló el papel sin sellarlo y lo guardó en el b o l ­sillo de su casaca. T o m ó en seguida uno de los candelabros , después de apagar el otro, y salió á un pasil lo c o n t i g u o ; en frente de la puerta de su dormitor io , otra mal ajustada de jaba filtrar un rayo de luz . E l v i r rey go lpeó l igeramente y p re ­guntó á m e d i a v o z : Dormez-vous, marquisí L a puerta se abr ió , apareció Sassenay, teniendo toda ­vía en la m a n o el lápiz con que estaba escr ib ien­do en una cartera abierta sobre un velador . L i ­niers entró , cerrando tras sí la p u e r t a ; co locó en la mesita su candelabro y, sacando del bolsi l lo la carta que acababa de escribir , la mostró á su huésped, d i c i endo : « A n t e todo no os preocupéis de pormenores mater ia les ; esta carta es para D o n Manuel Ortega, de Montev ideo , que os fac i l i tará todo lo necesario para vuestro v ia j e . P e r o , á todo evento, quiero que m i b i j o os la entregue mañana , en la Belén, en presencia de test igos» ( 1 ) . Y sin atender las protestas efusivas de su huésped, el v i rrey le ind i có la silla que acababa de dejar , y se sentó en frente de él, delante de la mesa. ¡ Esta­ban solos, al fin!

Es m u y seductora, por c ierto , la tentac ión de reproduc i r por con jetura el d iá logo de los dos ami ­gos que , después de larga separación, vo lv ían á encontrarse en tan extrañas c ircunstancias . L a hora, el lugar , y hasta la tempestad de inv ierno que estremecía la vetusta Forta leza , acrecentaban lo intensamente dramát ico de la s i tuac ión . . . Pero el h istor iador no t iene el derecho de i n v a d i r . e l

(1) Este acto de generosidad—por otra parte acor­dado en la reunión de la tarde—fué reprochado á Liniers como un paso sospechoso, figurando la carta á Ortega entre los capítulos de acusación formulados por la Junta de Montevideo.

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c a m p o del nove l i s ta ; y si se tolera que pruebe á co lor i r ( c o m o acabo de hacer lo ) las l íneas secas del test imonio , val iéndose de datos analóg icos , no le es permit ido f o r jar u n documento del todo i m a g i n a r i o , por veros ími l 3 probable que en sus términos generales aparezca. Sólo nos han l lega­do dos ecos bastante vagos de aquella escena. E n su dec larac ión ante el fiscal de Montev ideo , Sasse­nay manifiesta que « n o hab iendo p o d i d o e m b a r ­carse en la Belén por causa del mal t i empo , pasó en el Fuerte aquella noche y conversó á solas con L in iers de la reconquista de Buenos Aires*. Se muestra naturalmente más exp l í c i to en su i n f o r ­m e al ministro Champagnjr , cuyos términos m e ­recen atenc ión , aunque no hayamos de aceptarlos al p ie de la letra. Después de describir la c o n f e ­renc ia púb l i ca de la tarde , Sassenay resume así su entrevista nocturna con el v i r rey :

«Antes de embarcarme, tuve sin embargo la ocasión de ver en privado á M. de Liniers; se disculpó (creo que sinceramente) por el modo con que me había recibido, diciéndome que así lo exigía su posición, pues no tenía tropas de línea, su autoridad (poder) dependía de la opinión, y perdería todo su prestigio en el momento de apartarse de lo que parecía ser el voto general. Me con­venció de este aserto la dependencia en que le vi res­pecto del Cabildo... Me afirmó que deseaba ver cambiar

'un gobierno que se había mostrado poco agradecido con él, dejándole virrey interino en vez de nombrarle en pro­piedad ; pero era fuerza obrar con prudencia y esperar que las circunstancias le permitiesen pronunciarse; por de pronto, contemporizaría... Por su parte, su interés y alta estimación por el Emperador le atraían más hacia la nueva dinastía que fijaría su suerte, en lugar de vivir en esta incertidumbre. Estoy, pues, persuadido de que, si él hubiese tenido los medios de obrar, ó quizá mayor audacia, y. que yo hubiese podido volver (inmediata­mente) á Europa, los acontecimientos habrían tomado otro curso. La proclama que dio después de mi llegada, (y salida), en que aconsejaba al pueblo esperar tran­quilo, como en la guerra de Sucesión, el desarrollo de los sucesos, prueba de un modo irrevocable sus intenciones de servir al Emperador, pero se lo impidieron las circuns­tancias... (1)»

(1) S A S S E N A Y , op. cit., piezas justificativas. El docu­mento original se encuentra en Archives clu ministére des affaires étrangéres; está datado en Sevilla, 23 de mayo de 1810.

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P a r a reducir á su verdadero alcance estas apre­c iac iones del enviado Sassenay, es menester tener presente que las d i r ig ía , después de dos años de sufr imientos y penurias , en su ca l idad de subal­terno cuya mis ión bab ía fracasado, á un ministro del soberano que menos admit ía los fracasos. P r o ­curaba evidentemente pal iar el m a l éxito de su mis ión , exagerando las simpatías imperial istas de L in iers y atenuando la f o rma indiscreta y poco medi tada que la tentat iva bab ía revest ido. Es m u y posible , por otra parte, y aun probable (pues estos detalles no se inventan) que, delante de Sassena3¡', L in iers se produjese en términos pare ­c idos contra el gob ierno español , mi tad porque eran tales sus opiniones , mitad porque las m a n i ­festaba á un emisario que bab ía de transmitir las á sus mandantes franceses. Juzguemos b u m a n a -mente á los seres humanos . Sin poner en duda la s incer idad con que , un año antes, manifestara su n i n g ú n apego al m a n d o , puede que ahora f u e ­ran m u y otros sus sentimientos . L a m á x i m a de que « l os oficios graves adoban el entend imiento» no es del todo c ierta, n i aun para Sancho Panza , s iendo el efecto ord inar io del m a n d o engreír y marear al e n c u m b r a d o : ya tenemos señalada de paso la propens ión del buen Lin iers á virreinal'. A d e m á s , su despecho no carecía de f u n d a m e n t o , si se comparaba lo que él y Sobremonte habían hecho para alcanzar premio tan des igual . P o r fin, á suponer que Sassenay no esforzara la ac ­t i tud de su h u é s p e d , — c u y a conducta generosa echaba un poco en o l v i d o , — h a y que tener en cuenta la c ircunstancia excepc iona l de la c on ­versac ión. Se d ice , en el mismo i n f o r m e , que pasa­ron juntos « t o d a la n o c h e » : de algo más que de los tristes Borbones hub ieron de hablar . Paréce -nos escuchar la pregunta ansiosa de L in iers , y el gr i to de su cur ios idad ardiente : « ¿ L e habéis v is to? ¿ c ó m o es, cuál es su voz , su figura, su ges­t o ? . . . » L a fasc inac ión universal que Napo león e jerc ía y e jerce aún en las almas, arrancando ac lamaciones involuntar ias á sus mismos enemi -

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gos , no pod ía de jar insensible al Reconquistado ! ' , f rancés , al cabo , y de estirpe mi l i tar . T a m b i é n vería alzarse desde su modesta penumbra de g l o ­r ia l oca l , la i m a g e n resplandeciente del ú n i c o teatro en que val iera ser actor ( 1 ) . rTo se trataba para L i n i e r s — y b ien lo mostraría á su b o r a — d e entregar Buenos A ires á un enemigo de España , sino de aceptar la perspect iva de tener por sobe­rano al que , según las ú l t imas not ic ias , era p r o ­c lamado y ac lamado por la mayor ía de la n a c i ó n . Ta l p u d o y debió ser, en aquellas boras inquietas , el estado de a lma de qu ien , desde su madurez basta su muerte en tierra extraña, b u b o de sufr ir el doloroso confl icto entre deberes inconc i l iab les . . . T si es admis ib le que en lo que fa l taba de la noche el atr ibulado v i rrey lograra dormir , puede presumirse que agitar ían su sueño visiones hero i ­cas que no atormentaban á los d ignos miembros del Cabi ldo y la A u d i e n c i a .

Sassenay se embarcó al día s i gu iente ; pero el m a l t i e m p o le retuvo dos días en la rada, no l le ­g a n d o á Montev ideo hasta el 19. A p e n a s des­embarcado , fué arrestado como pris ionero de g u e ­rra y encerrado en la Ciudadela . A l cabo de diez meses l ogró escaparse,—al parecer c on la c o m p l i c i d a d de a lgunos soldados, según el e x p e ­diente que tengo á la v i s t a ; nuevamente cap tu ­rado , quedó c inco meses con gr i l los . A fines de 1809, fué transportado á Cádiz y arro jado á un pontón , del cual intentó evadirse en m a y o de 1810. E n agosto , por fin, l ogró ser inc lu ido en u n c a m ­bio de pris ioneros ingleses y ver el t érmino de su lamentable o d i s e a . — E l trance de un turón, sor­prend ido en el c a m p o por el ga lope furioso de un escuadrón de cabal ler ía : eso era la existencia del h o m b r e en aquellos t iempos de bronce ( 2 ) .

(1) Recuérdese al viejo Bernadotte, mirando su coro­na de rey de Suecia y murmurando entristecido: <c'¡ Y pensar que he sido mariscal de Francia!»

(2) Con todo, el ratón ^escapó. Sassenay, aunque mal­trecho y envejecido, volvió, como Candide, «á cultivar su jardín». Llegó á ser diputado en 1830, y murió á los ochenta años cumplidos.

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Y I

A l día s iguiente , 15 de agosto, se pub l i có la « f a m o s a p r o c l a m a » de L in iers , c o m o la apel l idan nuestros histor iadores , exagerando sus conse­cuencias al par que tergiversan su espír i tu : poí­no l levar esa cuenta exacta de las fechas á que antes m e refer í , y es el tínico cartabón que p e r m i ­te en cualquier m o m e n t o med i r el horizonte p o l í ­t i co , d ivisable desde Buenos A i res . A q u e l d o c u ­mento , acordado con la A u d i e n c i a y el Cabi ldo (y que éstos de jaron de subscribir por cobarde contemplac ión con el g r u p o de A l z a g a ) , era t o d o cuanto en la c ircunstancia pod ía y debía ser. R e ­sultaba a m b i g u o é inc ierto porque reflejaba fiel­mente la a m b i g ü e d a d é incer t idumbre de la s itua­c ión . L o que procede , pues , para f o rmular u n j u i c i o que sea algo más que u n pre ju i c i o , es examinar sus pr inc ipa les c láusulas. L a proc lama consta de c inco párrafos . E n el pr imero se es­tablece c laramente que , hasta la l legada de Sasse-nay, las not ic ias hab ían quedado aquí con la a b ­d i cac ión de Carlos I Y en favor de su h i j o F e r ­nando Y I I (14 de m a y o ) y « la traslación de toda la f a m i l i a R e a l á F r a n c i a » (10-30 de a b r i l ) ; pos ­ter iormente , la l legada del emisario francés había p lanteado otro prob lema, al que los magis t rados buscaron solución antes de atender las i m p a c i e n ­tes «voc i f erac iones de los oc iosos» . E l segundo parágrafo comprend ía el desembalaje de la male ta : el E m p e r a d o r reconocer ía la integr idad de la m o ­narquía y sus co lonias , respetaría la re l ig ión , las propiedades , fueros y costumbres de la nac ión ; por otra parte , no estaba todavía dec id ida la e lec ­c ión del p r ínc ipe , habiéndose convocado cortes en B a y o n a para el 15 de j u n i o . Pero en el tercer párrafo es donde se reconcentra todo el bonapar -t ismo de L in iers y sus asesores: « e l E m p e r a d o r nos ofrece auxi l ios , creo que debemos admit i r los

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s iempre que consistan en armas y tropas espa­ñ o l a s » ; en cuanto á la act i tud de esta co lonia , de ­be ser expectante , es decir lo que fué durante la guerra de Sucesión, «esperando la suerte de la Metrópo l i para obedecer á la autor idad l eg í t ima que ocupe la soberanía» . El lo es t odo . Entre tan­to , dice el cuarto párrafo , no teniendo el gob ierno «órdenes suficientemente autorizadas que contra­d i g a n las reales cédulas del Consejo de Ind ias para la p r o c l a m a c i ó n y jura de F e r n a n d o V I I , anunc iada ya por bando de 31 de j u l i o » , se resuel­ve proceder á su e j e cuc i ón . E l xíltimo daba cuen­ta de las órdenes impart idas en el v irre inato para d i cha j u r a , t erminando con la cadencia de r igor sobre las g lor ias adquir idas por el « i n e x p u g n a b l e baluarte de la A m é r i c a m e r i d i o n a l » .

Ta l era el documento ju i c i oso , y esencialmente anod ino , que nuestros dec lamadores han descripto c o m o una nube preñada de rayos y centellas. P o r c ierto que, al d isponer la jura inmediata de F e r ­n a n d o , — p a r a el d o m i n g o s iguiente , 21 ,—después de conocerse, no sólo la protesta y segunda abdi ­cac i ón de Carlos I V , sino la f o rmal renunc ia del pr ínc ipe de Asturias y los infantes , incurr ía en grave inconsecuenc ia ; pero , á más de transparen­tarse el or igen de la c láusula y sus razones locales , debe repetirse que el i l og i smo fluía l óg i camente de la caót ica s i tuación. Ateniéndose á la protesta posterior del re3? padre , éste era á quien debiera jurarse de n u e v o ; por otra parte , las c o m u n i c a ­c iones de la junta de M a d r i d , y de los mismos ex ­ministros de F e r n a n d o , prescr ibían el r e conoc i ­miento del gob ierno prov is ional sometido á N a ­po león . E m p e r o , las cédulas expedidas el 10 de abri l por el Consejo de Ind ias , ú n i c o represen­tante y órgano legal del soberano ante las c o l o ­nias , aunque m u y anteriores á los otros sucesos, no hab ían sido of ic ialmente anuladas n i substi­tuidas ( 1 ) . . . En este laber into vagaban á tientas

(1) Todas estas páginas de la Historia del señor Ló­pez están llenas de incongruencias: «Llegó (Sassenay)

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nuestras desconcertadas autoridades, chocándose en las t inieblas pasiones é intereses públ i cos á merced de las ú l t imas not ic ias que trajera una barca de Cádiz. ¿ Cómo ex ig i r , entonces, que los hombres se mostrasen más lóg i cos que las cosas? ( 1 ) . P o r lo demás, es un absurdo supo­ner — pues todo ello no pasa de suposiciones -—que las tendencias bonapartistas de la pro -

con cartas de la Junta de Madrid fechadas el l.'f de junio (II , 269) .—«El 23 de agosto, recientemente jurado Fer­nando V I I (en Buenos Aires, sin duda, pues en Monte­video se juró el 12) llegó á Montevideo D. José Goyene-ehe» (293).—«El virrey Liniers recibió el 2 de agosto las órdenes (para la jura) de la Junta de Sevilla, con fecha de 30 de mayo» (269). ¿Cómo fundar en tan enormes tro­catintas la historia de un episodio, en que son diarias las peripecias y dependen de horas las relaciones de los suce­sos antecedentes con sus consecuentes? Respecto de Sas­senay, el mismo señor López transcribe y comenta (pá­gina 622) su salida de Bayona en 30 de mayo; y todo el imbroglio nace precisamente de haberse embarcado antes de la proclamación de José (junio) y cuando no podía tenerse en Bayona noticia alguna sobre la formación de la Junta de Sevilla (28 de mayo). Goyeneche desembarcó en Montevideo el 19, horas antes que Sassenay (retour de Buenos Aires), y fué su primera bravata anunciar que venía á apresurar la jura—que se hizo aquí el 21.—Antes del 30 de julio, se había dado principio á los preparativos para la jura, cumpliendo órdenes, no de Sevilla, sino las muy anteriores de la cédula expedida por el Consejo de Indias, como reiteradamente lo apunta Liniers (proclama y carta á Carlota). Dice Torrente (Historia, I, 20) que «el 14 de julio llegó á Montevideo el bergantín Amigo fiel, y el 25 de julio la barca Santo Cristo, conduciendo este último buque la cédula del 10 de abril que ordenaba la jura». Confirma el dato (aún más irrefragablemente que la Gaceta de Madrid, que también lo trae) este pasaje del Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires (29 de julio) : «dos pliegos que contenían... las R. Cédulas expedidas con fecha 10 de abril último». El primer «reinado» de Fernando va del 20 de marzo al 9 de abril, en que salió de Madrid para Bayona.

(1) La única actitud prudente fué la del cabildo de Méjico, al prescribir á su virrey (15 de julio de 1808) que siguiera gobernando «á nombre del reino» hasta consti­tuirse definitivamente el soberano legal «sin entregar el gobierno á la misma España, aunque nombrase otro virrey S. M. Carlos IV , ó el príncipe de Asturias bajo la denominación de Fernando, antes de salir de España ó des­pués desde la Francia, ó el señor Emperador ó el duque de Berg». (La Lealtad española, IV, 157).

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c lama irritasen las «pasiones patr iót i cas» del m i s m o pueb lo que , la víspera y al solo anunc io de la l l egada de Sassenay, estallaba en raptos de entus iasmo—exces ivos é inconscientes c o m o todos los arranques populares . E l impreso pasó inadver ­t ido en Buenos A i r e s ; y aun en Montev ideo p r o ­d u j o m u c h o menos efecto que la c i rcular del 17 que lo acompañaba é iba d i r ig ida á las autor ida­des subalternas ( 1 ) . E n real idad, c omo luego se mostrará, ni uno ni otro documento tuvo inf luen­c ia aprec iable en la separación de aquella p r o ­v i n c i a ; el confl icto latente, que hemos visto p r ó ­x i m o á estallar después de la Reconqu is ta , o b e ­decía á causas históricas en que los hombres con sus pasiones no eran sino pretextos ocasionales.

L a jura solemne de F e r n a n d o V I I , fijada p r i ­mero para el 12 de agosto , «aniversar io de la B e -conqu is ta» , y luego para el 30, «d ía de Santa R o s a » , se e fectuó en Buenos A ires el 21 , senci l la­mente porque esta f echa correspondía al p r i m e r d o m i n g o después de los inc identes narrados , y u r ­g ía terminar el enojoso asunto. E n un art ículo d e po lémica revo luc i onar ia—exces ivo por def inic ión, — M a r i a n o Moreno ha p intado en términos i n a d ­misibles la ind i ferenc ia con que este pueb lo p r e ­senciara la ceremonia ( 2 ) ; y no ha fa l tado quien exagerase la especie, inventando no sé qué f a n ­tástico «sent imiento p ú b l i c o » que , desde aquella f e cha , se mostraba casi tan host i l á España c o m o

(1) La proclama no figura entre los 13 documentos reunidos en Montevideo como capítulos contra Liniers. Se aludía á ella en el número 12, que era la circular, y los fiscales de Buenos Aires decían, rebatiendo la calum­niosa acusación : «menos hemos hallado (motivo de sos­pecha), en la proclama que con fecha del 15 de agosto publicó S. E . con acuerdo y parecer de los dos cuerpos».

(2) Moreno (Escritos, 240) sólo se refiere al atrio da Santo Domingo, donde según él, «fué necesario que los bastones provocasen en los muchachos la algazara, que las mismas monedas no excitaban!» Quizá serían pocas... Pero, aunque el hecho fuera cierto, poco probaría contra la «algazara» general. Santo Domingo no fué sino una de las «estaciones» en que el Alférez dio sus tres gritos; el teatro del bullicio era la Plaza Mayor.

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á F r a n c i a , en sus aspiraciones de independenc ia . N o h u b o tal m a d r u g ó n , y los supuestos anhelos separatistas de aquel m o m e n t o son anacronismos . A pr imera vista y sin poseer daíos posit ivos , el caso de que esta pob lac i ón mer id iona l acogiera f r íamente u n p r o g r a m a de cohetes y faroles , p a ­rece tan extraordinar io c o m o el de una masa de ca l que tuviese contacto con el agua sin entrar en ebul l i c ión . S iempre y en cualquier parte , el i n ­mutab le pópu lo sólo p ide panem et circenses para a lboro tarse ,—y aun, á fa l ta de pan , le basta el espectáculo . A s í las cosas ¡ m i l a g r o fuera que na ­ciese la excepc i ón en un g r u p o de sangre espa­ño la ! P e r o nos consta p o r testigos oculares que , á pesar de los aplazamientos y lo d i f í c i l de las c ircunstancias económicas , la jura de F e r n a n ­d o V I I se realizó con el mismo entusiasmo, si con menos p o m p a y estrépito, que algunas ante­r i ores—singularmente la de Carlos I I I , en que el célebre alférez Matorras echó la casa por la ven ­tana ( 1 ) .

(1) En cambio, la jura de Carlos I V se efectuó con muy juiciosos ahorros. El virrey Arredondo, en su Infor­me al sucesor (Revista de la Biblioteca [de Trenes], I I I , 322) , consigna el hecho notable de haber dedicado los 10.000 pesos recolectados en el comercio al empedrado de las calles «en lugar de haberlo gastado en funciones y re­gocijos». Acaso este plausible antecedente influyó tam­bién, fuera de las otras razones apuntadas, para que la proclamación de Fernando se contuviera en proporciones modestas, no sacrificándose al vecindario ya muy postrado por las pasadas y presentes contribuciones patrióticas; lo mismo ocurrió en Chile.—Fuera del interesante, aunque descolorido esbozo de ITdaeta (Revista de Buenos Aires, X V , 166) y de algunos datos de los acuerdos capitulares (reproducidos en R O S A , Estudios numismáticos), no creo que exista descripción circunstanciada de la jura de Fer­nando V I I en Buenos Aires. En esta última obra, exce­lente en su especialidad, se encuentran reunidas, además de las anteriores de Buenos Aires, todas las proclamacio­nes celebradas en América. Ello permite restaurar por inferencia la fisonomía general de la que cerró la serie. Nada más legítimo que proceder aquí por analogía : bas­ta, para demostrarlo, comparar la descripción de la jura de Salta, no ya con las de Lima ó Méjico sino con la de Madrid (Gaceta de septiembre 6 de 1808). Todas estas ceremonias observaban el mismo ritual, no diferencian-

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Desde el sábado á la noche , víspera de la j u r a , los alegres bonaerenses abandonaron , sin d ist in­c ión de americanos ó europeos , sus casas i l u m i ­nadas y empavesadas, para recorrer la c iudad l l e ­na de cantos y mús i cas . L o s edificios públ i cos res­p landec ían con hachas y bombas de colores . E n el aristocrático barr io del sud, las calles de U n -guera y L in iers (1 ) r ival izaban en l u j o decora ­t ivo . E n la pr imera , además de las casas señoria­les que hasta los Bet lemitas se sucedían, los atrios de San Franc i s co y Santo D o m i n g o l lamaban la concurrenc ia en torno de sus orquestas co locadas en los tablados de la p r o c l a m a c i ó n : sobre todo junto al t emplo de las jornadas memorables , á vista de la acr ibi l lada torre y las azoteas que f u e ­ron cantones de Montañeses, era donde se g losa ­ban á gr itos los episodios de la Defensa . Era el f o co de atracc ión de la segunda el cuartel de P a ­tr ic ios , delante de la p lazuela de la R a n c h e r í a , donde la banda del orgul loso cuerpo estremecía con acentos marc ia les las Tempora l idades , b a j o un arco t r iunfa l que ostentaba en su centro u n escudo , f o r m a d o por dos manos enlazadas entre nutr idas co lumnas de versos ( 2 ) . Pero en el ha­

dóse más que en detalles de ejecución : claro está, verbi • gracia, que los cuadros decorativos, que en Madrid fue­ron pintados por Goya, lo serían aquí por algún «Goyo» ; pero en lo substancial (si tal puede decirse) se parecían como una misa á otra misa.

(1) Así acababan de bautizarse las que se llaman hoy de la Defensa y Perú. La nueva nomenclatura, destinada á perpetuar nombres que se hicieron más ó menos famosos en las invasiones inglesas, sólo duró hasta 1822. Estas inscripciones oficiales (que se leían en tablillas fijadas en las esquinas) nunca fueron populares. Era uso muy fre­cuente, como dije más arriba, designar la calle ó parte de ella, por un edificio notable: así la cuadra Belgrano-Moreno, de la calle Perú, se llamaba «calle del Pino», la siguiente calle del Correo, etc.

(2) TJDAETA, loe. cit. No deja de ser interesante este primer esbozo colonial del escudo argentino. Por lo demás, las dos manos unidas son de uso muy frecuente en herál­dica.; Enrique V de Inglaterra, para afirmar sus preten­siones al reino de Francia, llevaba en sus armas dos ma-

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rrio de la Catedral al norte , el E e a l Consulado tanto se había exced ido en esplendor y magni f i ­cencia , que se encargó un artista inspirado de transmitir los á la poster idad ( 1 ) . E n el parapeto superior f lameaba la inscr ipc ión ¡YIVA ESPAÑA! s imétr icamente r e p e t i d a ; sobre el ba l cón central , d o m i n a n d o las armas de Castilla, un gran dosel de damasco cob i j aba la efigie real . E n la doble hi lera de balcones laterales, altos y ba jos , se d i s ­tr ibuían lemas análogos , cubr iendo las ocho v e n ­tanas del frente otros tantos bastidores con sendas cuartetas, en que se ce lebraban las virtudes del adorado F e r n a n d o y la d i cha inefable de A m é ­rica ba jo tan subl ime monarca ( 2 ) . Los dobles

nos de justicia enlazadas; en la lengua del blasón este «mueble» se llama fe. En cuanto al gorro frigio sobro una pica, sabido es que procede de la Revolución france­sa; pero mucbo antes lo habían adoptado los Países Bajos y también los Estados Unidos.

(1) Un dibujo bastante cuidado de la fachada, el día de la jura, ha sido reproducido en la citada obra de Rosa ; está firmado E. Cerutti. El vasto edificio del Consulado ocupaba el sitio del actual Banco de la Provincia, y por sus proporciones arquitectónicas, era tan notable á prin­cipios del siglo xix, como lo fué el segundo allá por los años 70 y tantos, antes de multiplicarse las construccio­nes monumentales. Quiero abundar en detalles precisos para obligar la gratitud de los investigadores futuros, ahorrándoles el trabajo que cuestan estas rebuscas. Hasta 1822, ocupaba el piso alto del edificio el ¡(Consulado» propiamente dicho ó Tribunal de Comercio; en el piso bajo funcionaba la Cámara de representantes; había, además, una escuela de dibujo que se incorporó luego á la Universidad. El 1.° de mayo de 1822 se inauguró la nueva sala de representantes, construida por el ingeniero francés Prosper Cattelin, en la calle del Perú, contigua á la antigua Biblioteca, (¡fijando sus cimientos precisa­mente sobre el mismo lugar en que se fabricaron los cala­bozos de Oruro en 1780)). Resultando así disponible el an­tiguo local, el gobierno dispuso que allí se instalase el novísimo Banco de Buenos Aires; las aulas de dibujo y el primer patio se reservaron para la Bolsa mercantil, también de reciente creación; y el Correo general se desahogó con dos salas en el segundo patio, continuando ocupados los altos por el Tribual Consular (Argos, de enero á mayo, 1822).

(2) He aquí una muestra de estas coplas de ciego,—la

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cordones de lámparas innumerables recorr ían las cornisas , subían al f rontón tr iangular , exagera ­ban los rel ieves de las pilastras, festoneaban las j a m b a s y dinteles de las ventanas, con v ir t iendo la venerable f a c b a d a co lonia l en una ca lada p a n ­talla puesta delante de una hoguera . E n la acera de l f rente , montaba la guard ia al rey fantasma una compañía de V izca ínos , al p ie del tab lado en que hac ía de las suyas la charanga del bata ­l lón ; en tanto que sus oficiales, más tiesos que en el Miserere ( 1 ) , con su luc ida casaca azul de peto carmesí y el alto sombrero empenachado , revo l ­v ían , c o m o moscas en pana l , por las rejas voladas donde f o r m a b a n ramil lete las fami l ias vec inas De l Sar y Escalada, flor y nata del barr io cate ­dra l i c i o . Con todo , nada era comparab le al es­pectáculo y bul l i c io de la P laza M a y o r , por cuyas cuatro esquinas de la Cárcel , el M e r c a d o , el C o ­liseo y la Catedral , desembocaban incesantemente ríos humanos . Después de contemplar extát ico las innúmeras luminar ias que coronaban la R e ­cova y su arco central todo erizado de trofeos , el pueb lo fi jaba su admirac ión en la torre y galerías de l Cabi ldo , en cuj-as archivoltas los festones de lámparas alternaban con las crestas bermejas de los hac inados estandartes. N o desmerecía de aque -

que probablemente corresrjondía al modesto despacho del secretario Belgrano :

Legítimo sucesor De la corona y el mando : Juramos hoy á Fernando Por nuestro rey y señor.

(1) S A G U Í , op. cit.y 112 : «los Vizcaínos, que tanta arrogancia mostraban antes del ataque de Whitelocke, para después quedar hechos el blanco de zumbas y pu­llas». Para acallar estos rencores desfavorables, sus jefes solicitaron certificados de heroísmo que, naturalmente, les fueron otorgados: á estas pretensiones infundadas los Patricios replicaron con la evidencia de su propia con­ducta, atestiguada por toda la población y los mismos oficiales enemigos. Sobre estos gérmenes de discordia, que pronto fructificaron, véase el tomo V I I de la Biblioteca del Comercio del Plata.

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líos esplendores el arreglo del adyacente cuartel de Miñones , debido á la rumbos idad de su coman­dante—el m i s m o A l f é rez R e a l y protagonista de la fiesta—que babía agotado en el adorno los re­cursos de su adinerada y catalana fantasía . A cont inuac ión , hasta la esquina de Reconquista ( R i v a d a v i a ) , los altos de R i g l o s daban otra nota social , más e legante , si menos estrepitosa que la de l vec ino of ic ial ismo. U n solo cordón de g lobos encarnados y amaril los bordaba la co rn i sa ; pero se exh ib ían por las ventanas abiertas las famosas arañas de cristal encendidas en la sa la ; y c o l g a ­ban r icos tapices de aquellos balcones de hierro f o r jado que , desde la capi tu lac ión de Beresford y la entrega de las armas inglesas delante del Cabi ldo , hasta la tumultuosa entrada de los ven­cedores de Caseros, hab ían de ver desfilar un m e ­dio s iglo de historia argent ina . . . Dentro del in ­menso marco de luz , seguía la m u c h e d u m b r e co ­lonia l desarrol lando en el ámbito de la P laza sus lentas oleadas, que se cua jaban en islotes c o m p a c ­tos en torno de las bandas mil i tares y las m o j i ­gangas de gremios . D e repente , al p r imer toque d e las nueve , estallaron las bombas y cohetes v o ­ladores , pob lando el c ielo obscuro de centellas y penachos de f u e g o , en tanto que los castillos f a n ­tásticos incendiaban uno tras otro sus arcos rut i ­lantes y ruedas g i ra tor ias ; y entonces un gr i to de diez m i l pechos , un c lamor unísono de ¡Viva Femando! cubr ió por un minuto las detonaciones y las músicas . ¡ E l eterno v a g i d o del n iño colosal que prefiere por a l imenío la papi l la de la supers­t i c i ón á la médula leonina de la v e r d a d ; y, nece ­sitando creer en un supremo dispensador de todo b ien y r e g o c i j o , se labra un fet i che s imból i co con la pr imer mater ia que á la mano le AÚene, ya sea el bronce de un N a p o l e ó n , ya el barro v i l de un F e r n a n d o V I I (1 )1

(1) Nada queda por decir de la abyección moral y nulidad intelectual de Fernando: es más sorprendente

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A l amanecer del día s iguiente , las salvas de la Fortaleza y balizas anunciaron al vec indar io el acto memorab le . Con los pr imeros repiques de las-campanas l lenáronse las calles de pueblo e n d o m i n ­g a d o ; nobles y p lebeyos , españoles y patr ic ios , v ie jos y niños , b lancos y morenos , soldados y c l é ­r igos , ostentando todos—basta los frai les de los conventos—una divisa bordada de oro y plata con el sagrado n o m b r e . E l solemne Te Deum era para el otro día en la Catedra l ; pero sabíase que las autoridades concurr i r ían , aunque no en séquito oficial, á la misa cantada de Santo D o m i n g o . T desde las nueve de la mañana , las masas p o p u l a ­res apiñadas en las aceras se descubrían al paso de sus altos mandatar ios : el Cabi ldo p leno , la A u d i e n c i a , el Consulado , el obispo L u é con sus d i g n i d a d e s ; por fin, en un c í rcu lo de je fes y v e ­c inos notables , el v i rrey L in iers vest ido de med ia ga la , la negra cruz de Malta prend ida á la sola­pa , d o m i n a n d o la comit iva con su cabeza b lanca y su fino rostro de emigrado francés . M u y pronto-estuvo repleto el b is tór i co t emplo , ag lomerándose el gent ío b a j o el pór t i co , en frente de la obscura nave estrellada de c i r ios , ó f o r m a n d o corros char ­ladores , al t ib io sol de inv ierno , en el atrio cer ­cado de postes. T por instantes abríanse los g r u ­pos más compactos ante una acomet ida f e m e n i n a : frescas muchachas de manti l la y estrecho g u a r d a -piés m o d e l a n d o el cuerpo esbelto ( 1 ) ; enormes s e -

hallarle extraño á todo hábito palaciego. Talleyrand, tes­tigo simpático en odio á Napoleón, nos refiere su asombro (Mémoires, I , 583) al descubrir en Valencay que Fernan­do y los infantes no sabían disparar una escopeta, ni montar á caballo, ni bailar. En cuanto á los modales, á los detalles íntimos de mesa y tocador, son casi increíbles: esos descendientes de Luis X I V no parecían europeos.

(1) El inglés Vidal, muy pobre dibujante de ordina­rio, trae en su obra (Picturesque illustrations of Buenos Ayres, Londres, 1820) una interesante vista del atrio de Santo Domingo con un grupo de porteñas saliendo de misa : la de la izquierda, vestida de negro, es verdadera­mente deliciosa. Podría deducirse del texto que Vidal tuvo á la vista un croquis hecho «algunos años antes por-

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ñorouas que l legaban jadeantes , con el rebozo en banda , in terrumpiendo el febr i l abaniqueo para alcanzar un coscorrón al negr i to de la a l f ombra . P o r fin, al toque de las once terminó la misa solemne, a largada aún por una fogosa homi l ía del padre Grela , que así ensil laba entonces el ro ­c ín monárqu i co c o m o tomaría después la patr ió ­t ica p o d a d e r a ; y desfiló con paso lento la grave concurrenc ia , disolviéndose en la P laza Mayor , para reorganizarse á la siesta y decentar el mac izo p r o g r a m a .

A las dos de la tarde hormigueaba en la Plaza M a y o r la a lborotada m u c h e d u m b r e , ávida de g o ­zar al fin el d i fer ido espectáculo . Estaban ya f o r ­madas en su sitio respect ivo , y banderas desple­gadas , las tropas urbanas : los tercios de Patr ic ios en la calle central que del arco de la R e c o v a al Cabi ldo d iv id ía la p l a z a ; los Miñones delante de su cuar te l ; los Arr ibeños á lo largo de la Cate­dra l , y en el resto del cuadro los Anda luces , V i z ­caínos y Gal legos . D e b a j o de los balcones cap i tu ­lares, levantábase á dos varas del suelo el esce­nar io de la s imból i ca l oa : era un vasto tablado de nueve varas de frente , con balaustrada corr ida y escaleras laterales ,—el mismo que sirviera a l g u ­nos meses antes para el sorteo de los esclavos manumisos , pero nueva y r i camente decorado para la c i rcunstanc ia . Las co lumnas angulares , revestidas de trofeos y alegorías , de jaban ver un dosel carmesí coronado por las armas de España , que cob i j aba el f lamante y todavía ve lado retrato del monarca en su marco de oro ( 1 ) . De lante

un viajero inglés». ¿No sería el mismo oficial que ejecutó los excelentes dibujos á pluma sobre la Reconquista y la Defensa P Así se explicarían á la vez los trajes de las mu­jeres (que parecen ser del año 10) y el mérito inusitado del trabajo.

(1) Acuerdo del Cabildo (29 de julio) : «Ordenaron se llamase en el acto al retratista D. Ángel de Campug-nesqui, alias el Romano, á quien se le encargó que sin pérdida de instante y trabajando de día y noche, procu­rara sacar un retrato el más perfecto de nuestro Rey el Sr. D. Fernando V I I , á cuyo efecto se le franquearon copias grabadas».

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^del sitial reservado al v irrey , una mesa cubierta de co j ines de terc iopelo esperaba el real p e n d ó n ; y por el f ondo y costados del tablado se distribuía la « r i ca s i l lería» con arreglo al ceremonia l . U n toque de clarines anunció la l legada de la c omi t i ­v a ; y las músicas rompieron á tocar marchas , mientras la escolta de dragones desembocaba del arco de la R e c o v a , precediendo el séquito en dos alas que f o rmaban , con sus vistosos uni formes ó

- las insignias de su cargo , los je fes de m a r y t ierra, los miembros del Cabi ldo y del Consulado, los ministros de la R e a l H a c i e n d a y la A u d i e n c i a ; por fin, solo en el centro de la cal le , el virre3^ L in i e r s : a l to , robusto , m u y ergu ido en su magní f i ­co tra je de capitán genera l , bordado de oro en las costuras y las vueltas encarnadas , sa ludando con su ga loneado b i corn io al pueb lo que lo ac lamaba . A p e n a s ocupado el tab lado por las autoridades, asomó por la calle de la Y ie tor ia un escuadrón de húsares, anunc iando el R e a l pendón que se traía de la casa del A l f é rez . A poco apareció este héroe del d í a — á m i l leguas de su escritorio de merca ­der ,—en su traje de corte , montando un magní f i co tordi l lo enjaezado, seguido del d iputado del Ca­b i ldo que traía el estandarte en su funda de seda, entre los cuatro reyes de armas, maceros y laca ­yos de l ibrea. Colocado en la mesa el pendón , se adelantó el S índico Y i l lanueva , a compañado del Escr ibano Mayor , y l eyó la p r o c l a m a de est i lo : el A l c a l d e A l z a g a descubrió el re trato ; el R e g i d o r decano desplegó el estandarte con los colores y armas de España , ante el cual se postró el A l f é r e z , j u rando o b e d i e n c i a ; y estallaron á un t i empo las salvas de artillería, los redobles de los tambores y los repiques de la campana m u n i c i p a l . E n se­g u i d a , el A l f é rez R e a l hizo frente al pueblo con el pendón alzado, mientras los reyes de armas rec lamaban s i lencio desde las cuatro esquinas del tab lado , y arro jó al espacio las voces t rad i c i ona ­les : ¡Castilla y las Indias, por nuestro Rey el Señor Don Fernando Séptimo que Dios guarde!—• D e repente vióse á L in iers dar un paso adelante ,

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y, pál ido de emoc ión , es tender en solemne ade­m á n de ple i to homena je , la desnuda espada hacia la efigie deb pr ínc ipe . U n entusiasmo inexp l i ca ­ble arrebató la g ran a lma inst int iva de la m u ­chedumbre , que pro l ongó como un solo trueno sus ac lamaciones al héroe todavía popu lar ,—en tanto que A l z a g a fijaba en el francés su recelosa m i ­rada, y el nob le B e l g r a n o perc ib ía vagamente en la act i tud de su j e f e la tristeza de un adiós. Acaso , entre los testigos más cercanos, que lo eran los ofi­ciales patr ic ios , a lgunos sintieran agitarse las banderolas del reg imiento reconquistador , c o m o se estremecen las copas de los álamos m u c h o antes de la tormenta . N i n g u n o , empero , pudo entender el sentido pro fundo del gesto teatral , que acababa de sellar entre un hombre y una dinastía el pacto de sangre que ya no lograr ían romper n i las ca­lumnias de los corre l ig ionar ios , ni los halagos de los cr iol los , n i los recuerdos de la patria na t iva ,— ¡ ni siquiera la c lara vis ión del sacrificio consu­m a d o por una causa i n d i g n a !

Mientras el v i rrey se retiraba al Fuerte con su escolta, y el A y u n t a m i e n t o se reunía en la sala capitular á extender «e l acta de la augusta cere­m o n i a para constancia en todo t i e m p o » ( 1 ) , el A l f é rez R e a l proseguía , en la misma f o rma y con el p rop io séquito , la p roc lamac ión y paseo del estandarte en los ángulos de la P laza Mayor , y luego en los atrios de la Merced y Santo D o m i n ­go . ¡ A l l í fué el derramar de cuatros y pesetas por los reyes de armas que l levaban llenos sus azafa­tes ( 2 ) ! P o r fin, se fijó el estandarte en el ba l cón central del Cabi ldo , donde había de quedar enar-bo lado hasta el toque de queda . E l A l f é rez se d i ­r ig ió luego á su casa donde , despo jado de sus

(1)^ Acuerdo del SI de agosto; se dice en él que que­daba á cargo del Alcalde de primer voto la (¡relación pun­tual de todas las circunstancias, que deberá formarse y darse á la prensa con la posible brevedad» ; pero no creo que tal relación se haya publicado ni exista manuscrita.

(2) Llegaron tarde las medallas de oro y plata que se mandaron batir en Chile, distribuyéndose tres meses des­pués de la jura.

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arreos, reapareció el catalán r i cacho D . Olaguer R e y n a l s , que ofrecía un suntuoso banquete á las autoridades y representantes conspicuos del ve ­c indar io , con música y refresco en el pat io para la concurrenc ia de menor cuant ía . A la noche recrudec ió la pi íbl ica algazara: nuevas y, si cabe, más espléndidas i luminac iones , fuegos artif icia­les, bandas y orquestas por todas partes, cantos y bailes al aire l i b r e ; con el ob l igado ep í l ogo , al día s iguiente , del Te Deum cantado en la Cate­dral , y, por la. tarde , su buena corr ida de toros en la plaza del R e t i r o , para que á estas ú l t imas fies­tas de la patr ia v i e ja nada les fa l tara del sabor e s p a ñ o l . — T a l se real izó en Buenos A ires la jura del nuevo monarca , á los pocos días de haber sa­l ido por las calles el mismo pueb lo , con los m i s ­mos cohetes y vítores parecidos en honra de N a ­po león . ¿ A c a s o de jaba de ocurr ir lo p rop io en España, y puede darse a lgo más semejante á la proc lamac ión del rey F e r n a n d o en M a d r i d , el 24 de agosto—cas i el día de la jura en Buenos Aires — q u e el a lzamiento de pendones por el rey José, real izado un mes antes en la coronada vi l la ( 1 ) ?

(1) La. jura de José Napoleón I se efectuó en Madrid el 15 de julio de 1808, haciendo de Alférez Real el conde de Campo Alange. La describe la Gaceta de Madrid del 27, en términos análogos á los que había de emplear la misma Gaceta, el 6 de septiembre, para la jura de Fer­nando V I I , sin omitir las protestas de fidelidad de los grandes, ni las aclamaciones entusiastas de los chicos. Todo ello ha sido después atenuado, tergiversado, cuando no rotundamente negado por los historiadores españoles; pero la verdadera historia, más que en la prosa gerun­diana de Toreno, se encuentra en las actas y periódicos del día, que no prevén el día siguiente;—sin que por esto disculpemos á Napoleón, y veamos otra cosa que un acceso de delirio en la guerra de España, aunque se hubiera evitado el desastre moralmente irreparable de Bailen. El error funestísimo de Napoleón fué la eliminación de Ferrando; dominando á éste, que dominaba á España, quedaba realizada la conquista pacífica. Allí fué, más que el crim.cn, la falta, inexpiable, para reeditar la frase de Talleyrand. Con Fernando como rey indolente, que se casara en su familia, el Emperador habría realizado en España un protectorado tan seguro y tranquilo como los que Inglaterra tiene en las Indias y Francia en Túnez bajo la pantalla nominal de un bey ó raja.

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C A P I T U L O S E G U N D O

E L C O N F L I C T O C O L O N I A L

I

No bien apagadas las luminarias de la jura , encendiéronse entre Buenos Aires y Montev ideo las teas de la discordia, cuyas consecuencias l e ja ­nas , c omo lo tenemos ind i cado , fueron la escisión d e la prov inc ia uruguaya . L a ruptura del v íncu lo co lon ia l era un acc idente en sí mismo reparab le ; lo que agravó el d ivorc io basta imped i r toda re ­conc i l i a c i ón , aún después que la aconsejara la m e j o r defensa de la causa c o m ú n , fué la subsis­tenc ia de los resentimientos durante el c isma cu l ­t ivados . P u d i e r o n más tarde confundirse los in ­tereses: no se fund ieron los corazones ; y la h is ­tor ia acentuó el ais lamiento creado por la g e o g r a ­f í a . D e este d ivorc i o , cuyas consecuencias penden aún sobre el estado más débi l , la responsabi l idad, antes c omo después- de la revo luc ión , in cumbe toda entera á Montev ideo . N o pud iendo negar la ev i ­denc ia , los historiadores más ju ic iosos de aquel país h a n intentado velar la , estableciendo entre el pueb lo y sus autoridades un dual ismo que los documentos no justi f ican. E l más imparc ia l es­tud io de los hechos demuestra, por el contrario , que si el navarrote E l í o — p a r a referirnos sólo á é l — p u d o causar tantos disturbios en el P la ta , fué por apoyarse constantemente en aquel Cabi ldo y la parte más inf luyente del vec indar io .

A l día s iguiente de la jura (22 de agos to ) , el

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cab i ldo de Buenos A ires dio á luz una proc lama firmada por todos sus miembros , inc luso A l z a g a , cuyos términos sensatos y conci l iator ios c omenta ­ban el acto rec ién real izado. Se lo presentaba como el cumpl imiento de una ob l igac ión ante­rior y ajena á los ú l t imos trastornos de la P e n í n ­sula, cuya suerte debía di lucidarse en E u r o p a ; entre tanto , sólo procedía mantener en el v i rre i ­nato el orden existente , y demostrar que « r e g i d o por su d igno j e f e , el E x c m o . Señor Y i r r e y D . San­t iago Liniers y B r é m o n d , b a sabido unir la c on ­venienc ia de sus intereses á la just ic ia de su cau ­sa» . Sin examinar el g rado de s incer idad de estos ú l t imos conceptos , resalta en la proc lama del 22 el propós i to de comprometer lo menos pos ib le la act i tud futura , acogiéndose el gob ierno al borne-naje que al soberano nomina l acababa de prestar para resistir otras innovac iones . Pero en la c i r cu ­lar del 26 , que el m i s m o Cabi ldo d ir ige á los ayuntamientos y prelados del v i rre inato , todo aparece c a m b i a d o : estas prov inc ias deben seguir en todo el impulso de la Suprema Junta de Se­vi l la, «sujetándose á sus sabias disposic iones y contr ibuyendo con cuanto penda de su arbitr io al buen éxito de una guerra justa , emprend ida en defensa de la re l ig ión bo l lada , del monarca perseguido , e t c . » . ¿ Q u é bab ía ocurr ido en tan breve intervalo? Senci l lamente la arribada de un aventurero de alto vue lo , improv i sado br igad ier al solo e fecto de propagar en estas prov inc ias la buena nueva sevil lana, y cuyas primeras proezas en A m é r i c a merecen párrafo aparte.

D o n José Manue l de G o y e n e c b e y Barreda per ­tenecía á una buena fami l ia arequipeña. Teniente de mi l i c ias en el P e r ú , pasó á España en 1795, y se d ice que allí , de sopetón, á los veinte años, obtuvo el empleo de capitán de un reg imiento f o r m a d o por el l imeño D . José A n t o n i o de L a -val le . Dióse luego á v ia jar por E u r o p a , provisto de una indec isa comis ión mi l i tar que le permi t i ó , nos cuenta el b i ó g r a f o Cortés (á quien lo ingenuo no quita lo v a l i e n t e ) , presenciar , entre otras m a -

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niobras memorables , las mandadas en «Briiselas y París por Bonapar te » ( ! ) : agudeza de vis ión que despertó el entusiasmo de G o d o y . L o más proba ­ble es que Go j ' enecbe , buen mozo , e legante , f a n ­farrón , sembrase por las capitales europeas su patr imonio , sin levantar otra cosecba que una n o ­table hab i l idad para el embuste y la intr iga . A l enturbiarse las cosas de España, acudió á M a d r i d , seguro de hacer pesca en ese río revuelto . Por de pronto , l ogró introducirse en las antecámaras del gran duque de B e r g , br indándose para venir á estos virreinatos y enredar en favor de las ideas napo leónicas : fué aceptado su o frec imiento , y no es dudoso que del t rapicheo sacaría a lgún part i ­do . V i n o e fect ivamente á embarcarse en C á d i z ; pero al pasar por Sevil la, no pudo asistir sin en­tusiasmo patr iót i co al asesinato del conde del Á g u i l a por las turbas feroces , y , con la comis ión de Murat en el bols i l lo , abrazó en el acto la causa que tan á lo v ivo demostraba su l eg i t imidad . L a recién establecida Junta prov inc ia l ,—pues no era más por entonces la t i tu lada « S u p r e m a de España y las I n d i a s » , — n o pud iendo aviarle en otra f o rma más pa lpable , hizo todo un br igad ier con el vago capitán de mi l i c ias , que para ello bastaban t inta y p a p e l ; y en los pr imeros días de j u n i o , lo des­pachó á estas A m é r i c a s , portador de instrucciones y not ic ias tan auténticas c omo su generalato . Y lo más i n a u d i t o — q u e pinta lo perturbado de los espír i tus—es que todas las autoridades leg í t imas de dos virreinatos acogieron sin vac i lac ión este proconsulado de contrabando , acatando sumisa­mente las usurpadas atr ibuciones de la Junta de Sevil la, cuj 'a supremacía no era por n i n g u n a otra de España reconocida;—3^ de este t rampol ín f u ­nambulesco fué c ó m o saltó Go3?eneche á las real i ­dades más sólidas de la for tuna y de la glor ia (1).

(1) Murió en Madrid, en 1846, siendo teniente gene­ral, grande de España, conde de Huaqui, etc. Siempre feliz, no estaba en el Perú cuando desembarcaba allí San Martín ; y llegó á España después de terminada la

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En los dos días que Goyeneche pasó en Monte ­v ideo , además de esparcir sus abultadas not ic ias sobre la s i tuación de la metrópo l i , que, salvo en los bordados apócr i fos , poco ó nada agregaban á lo sabido ( 1 ) , se dedicó á f omentar la discordia existente entre las dos poblac iones . P in taba á cuantos quer ían escucharle la eficacia de las J u n ­tas populares y los resultados fu lminantes del l e ­vantamiento de España , no sin agregar que la presencia de un j e f e francés á la cabeza del v i ­rreinato era en tales momentos una monstruosi ­dad . Con todo , no alcanzó gran pred icamento con E l í o , qu ien , á todos sus defectos no juntaba el gusto de la t ramoya h i p ó c r i t a ; también algo se susurraba ya , por el c omandante del bergant ín en que v ino Goyeneche , de sus promiscuac iones en M a d r i d y Sevil la. T o d o e l l o ,—agregado á lo de no poder Montev ideo suministrarle lo que anhela­ba , que era seguir con tren rumboso la jornada al P e r ú , — a c e l e r ó la m a r c h a á Buenos A ires del industrioso br igad ier . L l e g ó aquí el 23 ( 2 ) ; y,

guerra; fué nombrado gentilhombre de cámara, para que alguna vez estuviera en su verdadero puesto. Sus pa­negiristas fervorosos ocultan con exquisito celo los acci­dentes picarescos de su carrera; y Mendiburu se indigna contra Funes que la condensó en cinco epítetos justicie­ros. Pero si la indignación facit versurn, no hace prosa documentada.

(1) Es así como daba por hecho consumado (á fines de mayo ó principios de junio) la prevista cesación de las hostilidades con Inglaterra, cuyo decreto, levantando el bloqueo de los puertos españoles, es del 4 de julio. Tam­bién presentaba como una solemne declaración de guerra de España á Francia las primeras vociferaciones de Sevi­lla (6 de junio) .Era un rasgo curioso de aquellas proclamas de la Junta provincial, no llevar más firmas que las de los secretarios. El primero y más considerable era don Juan Bautista Esteller, que vino luego al Brasil como subalterno de Casa Irujo ; de suerte que este inofensivo D. Juan Bautista era quien aparecía declarando la gue­rra y manoseando á Napoleón!

(2) Goyeneche desembarcó en Montevideo el 19, es­tuvo allí dos días y llegó á Buenos Aires el 23 (dos días de viaje por la Colonia). En esta cronología elemental, establecida por los textos y los hechos, encuentran como enredarse nuestros historiadores. Ya hemos oído á López, (Historia, I I , 293) : «El 23 de agosto, recientemente ju-

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con su descaro habi tual , fué su pr imer ademán precipitarse en los brazos abiertos del candoroso L in iers . Este le instaló en el Fuerte , y durante al­gunas semanas absorbió c omo palabras de evan­ge l io las faramallas del arequipeño , que á los mismos andaluces acababa de embair . P o r cierto que para él era j u e g o harto sencillo el captarse la vo luntad del v i rre j ' , den igrando á El ío y e x c i ­tándole c on f ía la rebel ión de sus subordinados . P e r o al prop io t i empo que tomaba parte activa en los consejos de gob ierno , se las arreglaba para que A l z a g a y el g r u p o europeo quedasen firme­mente persuadidos de que trabajaba con ellos c o n ­tra el j e fe sospechoso. Sin atrevernos á d e c i d i r — que fuera intr incadís imo p r o b l e m a — e n cuál de las dos actitudes Goj-eneche se apartaba menos de la s incer idad, remataremos la silueta de tan sin­gu lar personaje , d i c iendo que, sin per ju i c io de aceptar tal cual ayuda de costa de A l z a g a ( 1 ) , obtuvo del v i rrey el nombramiento de coronel de Arr ibeños , con comis ión en el norte del v i rre i ­nato : vale decir que , b ien abastecido y recomen­dado como real func ionar io á las autoridades del tránsito , p u d o transportarse cómodamente al A l t o P e n i , teatro de sus futuras y más graves hazañas.

P o r entre su aparato charlatanesco , el paso por

rado Fernando V I I , llegó á Montevideo D. José de Go-yeneche». Mitre (Belgrano, I, 234) : (¡La solemne jura de Fernando V I I se celebró el 21 de agosto, presenciando este acto el general D. José Manuel de Goyeneche». Pu­dieron inducir en error al señor Mitre los términos ge­nerales con que Liniers, en su comunicación á la Junta de Sevilla, daba cuenta de la llegada de Goyeneche, «tes­tigo presencial» de los sucesos recientes : pero sobre lo de ser errónea la afirmación, no hay duda posible. Todas estas páginas de la Historia de Belgrano son bastante confusas; por momentos dan á sospechar una transposi­ción : baste decir que, después de enseñarnos así el fan­tasma de Goyeneche en Buenos Aires en el capítulo V I , el autor nos describe su llegada á Montevideo en el capí­tulo siguiente.

(1) Así lo deja entender el honrado Saguí (Últimos cuatro años, 111), contemporáneo y testigo de los sucesos, que rara vez se equivoca y nunca miente .

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el R í o de la P la ta de este F í g a r o con entorcha­dos, de jó esparcidas en la op in ión dos especies erróneas que , supuesto el encono de los ánimos , iban á prosperar desastrosamente, suministrando base y pretexto , en apar ienc ia legales , á los m o v i ­mientos subversivos . E r a la una , tener p o r vá l ida y regular la representación nac ional que la Junta de Sevilla se a r r o g a b a ; la otra consistía en a d m i ­tir c omo una f o r m a v iab le de gob ierno , é imi tab le en las co lonias , aquella pu lu lac i ón de juntas pro ­v inc ia les que en la misma España iban á desapa­recer. Como y a ind i cado se t iene, la Junta creada en Sevil la, á fines de m a y o , no di fer ía por su or i ­gen ni por su carácter de las existentes en otras c iudades , no s iendo todas ellas sino la mani f es ­tac ión de la «anarquía espontánea» , que diría T a i -ne, surgida fa ta lmente de la ausencia de todo g o ­bierno en las prov inc ias que no reconoc ían al « i n ­truso» . Sin insistir en los sangrientos atentados contra las autoridades y excesos populares que en todas partes ,—sin exceptuar , por c ierto , á Sevil la, —seña laron ese desborde de bandoler ismo pa t r i ó ­t i c o : baste de jar asentado que , no b ien retiradas al norte del Ebro las tropas francesas después de Bai len , todos los esfuerzos de los directores del l evantamiento tendieron á la const i tuc ión de una sola junta central , de jando supr imidas todas las locales, y desde luego la de Sev i l la ,—la cual , sin mandato a lguno , usurpaba func iones soberanas que ella sola se había con fer ido . Ta l fué el p r o ­pósito que presidió á la erecc ión de la Junta Cen­tral del re ino , que se instaló en A r a n j u e z , el 25 de septiembre de 1808. Háse puesto en duda la l eg i t imidad de esta misma Junta , f o r m a d a por s imple de legac ión de las prov inc ia les , y que asumía, el gob ierno en nombre de un pr ínc ipe que , desde Franc ia , la r epud iaba : e x a m e n sería este m u y e x ­traño á nuestro asunto, tanto c o m o el de c o m ­probar la impotenc ia po l í t i ca que demostró antes y después de su hu ida á A n d a l u c í a en d i c i embre del mismo año . Pero lo que está fuera de d iscu­sión y basta á nuestro ob je to , es que n i n g u n a p r o -

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v idenc ia de la pr imera Junta de Sevilla debió va ­ler para estas Ind ias ( 1 ) : m u c h o menos las torpes imitac iones que de aquélla se intentaron, con des­prec io de la vínica autor idad española que sobre los trastornos dinásticos quedaba aquí subsistente y capaz de resistir á las insidias del Bras i l . Ahora b ien : el día m i s m o en que la metrópo l i suprimía sus pandil las tumultuar ias , sólo eficaces para la anarquía, era el que e leg ían el gobernador de Montev ideo y sus prosél itos , en med io de las in ­tr igas portuguesas , para intentar una real ización tardía y paród ica de las juntas prov inc ia les : m o ­v ido aquél por su odio v izca íno contra el francés L i n i e r s ; impel idos éstos por sus envidias l u g a ­reñas contra Buenos A i res , y contando el uno y los otros con la absurda c o m p l i c i d a d de este par t ido español para cooperar á la ruina de España. L o s inc identes de este confl icto intest ino, c o m p l i ­cados con las encontradas pretensiones de los pr ínc ipes brasi leños y las maniobras de a lgunos platenses re fug iados en R i o , son los que l lenan y agitan lo que resta del v irre inato de L in iers , hasta la venida del in fe l iz Cisneros que presidirá, arín más inconsciente que impotente , á la incoer ­c ib le avenida de la revo luc ión .

I I

H e m o s visto inic iarse con la l legada de Sasse­nay la act i tud insubordinada del gobernador E l í o , y luego acentuarse ésta con la orden superior de

(1) Participaron de la aberración general todas las autoridades americanas, y desde luego las del Río de la Plata, como puede verse en el documento núm 3, dirigido en 14 de septiembre por el virrey Liniers á la Suprema Junta de Sevilla «que en representación de la nación gobierna estos dominios». El mismo, en otra comunicación del día 13, á la infanta Carlota, le da cuenta de haber llegado el 23 el brigadier D. Josef Goyeueche, diputado de la Junta Suprema Nacional convocada en Sevilla.

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aplazar la jura , que fué desobedecida. E l trata­miento salvaje , de que fueron v íc t imas el i n c u l ­pable emisario y los aun más inocentes marinos del Consolateur, revelaba la f e rmentac ión obrada por el fanat i smo patr iót i co en esa alma v io lenta y espíritu estrecbo de soldado medioeva l . L a p r o ­c lama del 15 de agosto , y sobre todo la c i rcu lar á ella ad junta , p rodu jeron el estal l ido ; al p rop io t i empo que , según se d i j o , las pérfidas sugestiones de Goyeneche ind i caban la f o rma con que pudiera cobonestarse el a lzamiento ( 1 ) . E l í o se estrenó d i r ig iendo al v i rrey , á quien debía su puesto , una carta insolente y jac tanc iosa como todo él , y dándole p u b l i c i d a d aun antes de que l legara á su dest ino . P o c o s días después (pr inc ip ios de sep­t i e m b r e ) , t omado el consejo de a lgunos cap i tu la ­res, el Gobernador p u b l i c ó una grotesca «dec lara ­c ión de g u e r r a » á N a p o l e ó n , cuyas fuerzas se c o m p o n í a n en Montev ideo de los infe l ices náu ­fragos f ranceses ; y , agregándole una nueva carta en que in t imidaba á su j e f e la cesación del m a n ­do ( 2 ) , despacbó ambas piezas con el s índico G u -

(1) Entre los documentos remitidos por la Junta de Montevideo al enviado Guerra, que iba á gestionar ante la de Sevilla la desaprobación de Liniers, figuraba, bajo el núm. 15, una ((justificación producida para acreditar que Goyeneche dijo estar autorizado para erigir juntas en la Capital y toda la provincia, y que así lo practicaría luego de llegado á Buenos Aires». Sabido es cómo Goye­neche dijo ó hizo en Buenos Aires todo lo contrario que en Montevideo, según lo declara la misma Junta en sus instrucciones á Guerra (Documentos de Lamas, I, 479) : ((Conviene se toque algo acerca de Goyeneche, pues es remarcable la ligereza con que, á los tres días de llegado á la Capital, dio á Liniers por hombre justificado». La Audiencia de Buenos Aires (en su auto de 15 de octubre) demostró que Goyeneche no traía tal autorización escri­ta : más categórico y ajustado á la ley hubiera sido con­testar que este gobierno obedecía las órdenes emanadas del Consejo de Indias, que todavía funcionaba, y no las de una Junta provincial.

(2) BATJZ.Í, (op. ext., I I 559). El general Mitre (Bel­grano, I, 233) pone en duda esta intimación : pero ella consta de una declaración algo posterior (5 de octubre) del mismo Cabildo de Montevideo (Documentos de La­mas, I) : ¡(Montevideo ha dicho y sostiene que esta [felici-

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t iérrez, que debía e x i g i r no se abriese el p l i ego sino en presencia del v i r rey , de la A u d i e n c i a y del Cabi ldo reunidos , c omo rezaba el sobrescrito. As í se b i z o , y , c onc lu ida la lectura, por unan i ­m i d a d de votos (no fa l tando el del inevitable G o y e n e c h e ) , se resolvió ordenar á E l í o que c o m ­pareciese á dar cuenta de su conducta . E l rompe esquinas se cu idó m u c b o de c u m p l i r la o r d e n ; en consecuencia , el v irrey , en 17 de sept iembre , le « re levó del gob ierno po l í t i co y mi l i tar de esa p la ­za» , y n o m b r ó en su reemplazo al capitán de na ­v io Micbe l ena , quien salió al día s iguiente, l le ­vando las instrucciones del caso para las autor ida­des mil i tares y c ivi les , y b ien resuelto á co lgar el cascabel al gato navarro . Apenas l l egado , el 20 á la tarde , el gobernador in nomine se dio prisa para realizar su empresa ,—y con tal éx i to , que el 21 , á las c inco de la mañana , vo lv ía ga l opando camino de la Co lon ia ! Los je fes todos se hab ían dec larado e n f e r m o s ; E l í o había rec ib ido con los puños cerrados á su reemplazante ; el Cabi ldo es­taba t omando en solemne consideración el n o m ­bramiento , cuando , invad ido oportunamente por un g r u p o popular , aconsejó al candidato una p r u ­dente ret irada. E l malparado mandatar io sólo ha ­lló r e fug io aquella noche en la casa de P r e g o de Ol iver , el inagotable cantor de las func iones pa­trias y administrador de la A d u a n a en sus ratos de prosa : pero no dice la historia si abusó de la coyuntura para servir á su descalabrado huésped a lguna oda á lo Gal lego acabadita de poner .

Entre tanto , recorría las calles de Montev ideo una manifestación l í r i co -popular , que con razón un histor iador nac iona l cali f ica de « i m p o n e n ­t e » : pues, á raíz de imponer al A y u n t a m i e n t o la

dad] peligra, mientras el gobierno permanezca en manos de un jefe nacido en el centro de ese imperio sacrilego... Por eso pidió su remoción». A renglón seguido, escribe el sefwr Mitre : «Así las cosas, Alzaga se trasladó á Monte­video bajo pretextos de salud». La ausencia á que se alude es la del mes anterior, antes de la proclamación.

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convocac i ón de un Cabi ldo abierto , y á E l í o su reso luc ión de no de jar le salir, se d i r ig ió al d o m i ­c i l i o de Micbe lena para imponer le de otra reso lu­c i ón , según se desprendía de estos versos i n c o r p o ­rados á la mús ica , y que el buen Ol iver bai laría sin duda menos medidos que los suyos :

¡ Muera Michelena! ¡ Muera el traidor! ¡ Muera Buenos Aires! ¡ Viva nuestro Gobernador!...

Fel i zmente , el benef ic iado, barto de poesía, ha ­bía ganado el c a m p o , no quedando sino el dueño de la casa para fe l i c i tar á sus deplorables émulos . As í comenzó y terminó-e l gob ierno de M i c b e l e n a ; mientras el de E l í o se afianzaba sobre la pr imera de esas bellas del iberaciones- populares que , an­dando el t i e m p o , iban á ser el instrumento pre f e ­r ido de gob ierno en las democrac ias h i spano -ame-r i c a n a s . — E n t r e nosotros, por haber naturalmente revestido esta f o rma plebisc i tar ia la revo luc ión de M a y o , la expres ión de «Cab i ldo ab ierto» ha que ­dado sacrosanta, y no aparece sino envuelta en una como aureola de fantástica grandeza : es para m u c h o s impos ib le pronunc iar la en otro tono que el d i t i rámbico y con doble sostenido ( 1 ) . D e s p o ­j a d o de todo convenc iona l i smo superst ic ioso, el tal cab i ldo , ó me jor , concejo abierto (pues creo sea esta la denominac ión más habi tual en los au ­tores c lás icos ) , nunca fué tenido por un proced i ­miento regular entre los pueblos modernos , fuera de las cortas agrupac iones donde subsistía á la

(1) Así, en la Historia ele Belgrano, I ; 248: ¡(Monte­video fué el primer teatro en que se exhibieron en el Río de la Plata las dos grandes escenas democráticas que constituyen el drama revolucionario: el Cabildo abierto y la constitución de una Junta de propio gobierno nom­brado popularmente». En cuanto á ser este el primer caso de Cabildo abierto, basta recordar, como el señor Mitre lo tiene explicado con insistencia (Op. cit., I, 141 y passim) que no tuvo otro origen el nombramiento de Liniers.

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par de las costumbres pastorales. Este e jerc ic io directo de la soberanía signif icaba un regreso b a ­cía el estado natural , no pud iendo , por lo tanto , aceptarse sino c omo recurso e x t r e m o — u l t i m a va­tio populi—del número y de la fuerza contra un gob ierno despót ico . Háse d i c b o en son de ep igra ­ma que « u n mot ín es una revo luc ión venc ida , y una revo luc ión , un mot ín v i c tor i oso» : acaso fuera más justo y exacto j u z g a r por sus causas á las insurrecciones que fracasan, y por sus efectos á las que t r iun fan . Sea c o m o fuere , m u y le jos de importar un m e d i o de gob ierno , imp l i ca la in te ­r rupc ión local izada y momentánea de todo g o ­b ierno , la tabla rasa po l í t i ca . E n el m e j o r de los casos, substituye la t iranía de las masas á la t ira­nía de los ind iv iduos . Viénese repi t iendo por nuestros bistor iadores que el « c a b i l d o ab ierto» se encuentra en las tradic iones y const i tuciones del ant iguo rég imen m u n i c i p a l : creo que les sería d i f í c i l probar su af irmación, y exb ib i r un texto en que se f o rmulara , entre los derecbos ó deberes de los ayuntamientos , el de presidir á cualquier avance tumultuar io contra su propia autoridad ( 1 ) . Que esto ocurra en la práct ica , sobre todo

(1) No he encontrado mención del cabildo abierto en Solerían o, ni creo que la haya en los antiguas códi­gos españoles. En cambio una ley de Juan I I , año de 1422 (N. R. , lib. V I I , tít. I I I , ley I ) previene que «las Justicias no consientan, que fagan levantamientos ni ayuntamientos contra el Concejo y Oficiales, ni comuni­dad de gente para embargarlos en regir y gobernar, ni á los Justicias en la execución dello...». Castillo de Bova-dilla, el gran expositor del derecho comunal español, trae dos menciones del «concejo abierto» (Política para corre­gidores, I I , pág. 122 y 127 de la edición de Amberes, 1750). En la primera se dice que «aunque es verdad que en la congregación y universidad de todo un pueblo (que se llama concejo abierto) residía la mayoría y superiori­dad, pero ya por costumbre reside en los ayuntamientos y concejos...» ; en la segunda se establece que ¡dos Regido­res representan al pueblo... sin que sea necesario concejo abierto para ello; esto es en las ciudades y lugares popu­losos ; porque en las pequeñas villas costumbre ay de juntarse el pueblo para algunas cosas señaladas; y en el corregimiento de Vizcaya se junta y congrega para algu­nas ocasiones en el campo do dizen el árbol de Garnica». Rousseau, que seguramente no conocía á Bovadilla, tuvo

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en los países donde la l ibertad y la l i cenc ia son las dos caras de una sola m e d a l l a ; y que allí m i s ­m o el empleo de ese proced imiento revo luc ionar io b a y a sido a lguna vez salvador , p o r otras c iento en que resultara funesto : nadie b a pensado en discut ir lo . El lo no le imp ide representar s im­plemente una var iedad de la sedic ión. T o d o s los casos de conce jos abiertos, que en la b istor ia b i spano -amer i cana se registran, son sediciosos en su or igen ó en su real ización, cuando no en su d o ­ble fase . Como los de Buenos A i res y Montev ideo , á que antes se a ludía , se in i c ian con la invasión de las salas capitulares por un g r u p o cal le jero , entre « ¡ v i v a s ! » y « j m u e r a s ! » i gua lmente irrac ionales y subversivos , para rematar con un atropello á la ley , ment idamente revestido de apariencias l e ­ga l e s ,—y sin que, lo repi to , el resultado benéfico de tal ó cual de esas c iegas impuls iones modi f ique su carácter esencialmente ant ipo l í t i co y antiso­c ia l : del prop io m o d o que el b e c b o de baber acer­tado por casual idad, al hacer f u e g o contra un transeúnte desconoc ido , con la supresión de u n m a l v a d o , no modi f ica la mora l idad del acto . E x i s ­ten , sin duda , para los pueblos c omo para los i n ­d iv iduos , casos de l eg í t ima de fensa ; pero éstos quedan excepc ionales , y no se establecen p r i n c i ­pios para las excepc iones . E n l u g a r , pues , de c e ­lebrar los l lamados « cab i ldos abiertos» c o m o una conquista ó una mani fes tac ión de la democrac ia , debemos tenerlos , á la par de las « m o n t o n e r a s » , «pueb ladas» (pues Sud Amér i ca se vanag lo r ia de haber baut izado con nombres nuevos esos acha­ques v i e j o s ) , mot ines , pronunc iamientos y otras materias de derecho inconstitucional, p o r lo que son en rea l idad : á saber, erupciones del v irus anárquico que prospera, cual en sitio de e lecc ión ,

á la vista la misma imagen del roble de Guernica, al bus­car un ejemplo de comicios agrestes entre poblaciones cortas y primitivas (Gontrat social, IV , I) : «On voit chez le plus heureux peuple du monde des troupes de paysans régler les affaires de l'Etat sous un chéne...»

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en las entrañas h i spano -amer i canas ; y que, sin gravedad para el organismo po l í t i co si fueren ac­c identales, lo mant ienen , tornándose consuetudi ­narias, en un estado de miseria fisiológica é i n c u ­rable marasmo .

Celebróse al fin, el 21 de sept iembre, el v o c i f e ­rado cab i ldo abierto , en la misma casa consisto­rial y ba j o la pres idencia de E l í o . L o compon ían , además de los capitulares , je fes mil i tares , f u n c i o ­narios c ivi les y unos veinte diputados del pueb lo , qu ien , por las puertas y ventanas abiertas, asistía á la discusión, f o r m a n d o la mosquetería de esa co ­m e d i a . Sabíase de antemano el resultado, hab ién ­dose d istr ibuido pasquines, firmados por el a lcalde Parod i ( ¡ n o m b r e s i m b ó l i c o ! ) , que contenía la in ­var iable cons igna , entre alabanzas á E l ío é insul ­tos á L in iers . Pero , c omo abundaran en la asam­blea los togados y teó logos , salieron á re lucir las argucias legales , sosteniéndose la doble tesis c on ­tradictor ia de que, por una parte , el relevo de E l ío era nu lo p o r no haber sido consultada la A u d i e n ­cia, y p o r la otra, hab ía caducado la autoridad de Miche lena , por haberse ausentado sin anuencia del C a b i l d o ! Menos vergonzosa que esta sofistería de leguleyos fué la m o c i ó n de los d iputados , que al fin se impuso , y consistía senci l lamente en desco­nocer la orden del v i rrey y mantener á E l í o , e le­vándose el expediente de protesta á la A u d i e n c i a de Buenos A i r e s , á la vez que á la Junta de Sev i ­l la. Entonces intervino el « p u e b l o soberano» , compuesto de unos doscientos mirones rec lutados por el Cab i ldo : oyéronse desde afuera los gr i tos de ¡Junta como en España! ¡Abajo el traidor Li­niers! Y este patr iót i co p rograma fué puesto en de l iberac ión y aprobado por la asamblea, nemine discrepante. L a pr imera parte era de real ización inmediata : quedó er ig ida una Junta de gob ie rno , independiente del v irre inato y presidida por E l í o . L a e j e cuc ión de la segunda cláusula parecía más labor i osa ; pero se dio hac ia ella un paso i m p o r ­tante, decretando que n i n g u n o de los je fes y ofi­ciales existentes en la prov inc ia debía obedecer

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las órdenes del v i r rey . Para la consecuc ión del resto del p r o g r a m a , ó sea echar aba jo á L in iers , se despachó á Sevilla el ya n o m b r a d o don José Guerra ( ¡ o t r o n o m b r e s i m b ó l i c o ! ) , por tador de un expediente de cargos pueri les ó ca lumniosos c on ­tra el v i r rey ,—el cual , agregado á otras d e n u n ­cias elaboradas en Buenos A i res , hab ía de surtir á su t i empo el e fecto apetec ido .

A s í quedó er ig ida en Montev ideo la Junta de desgob ierno , é inaugurada en aquel suelo f e cundo la serie de alzamientos y mot ines que , m e j o r a n d o lo presente, hab ía de dar tan alto co lor loca l á la histor ia u r u g u a y a . Respecto del h e c h o m i s m o , c o ­m o acertadamente lo apunta su histor iador n a ­c ional ( 1 ) , «ser ía inoficioso extremar c o m e n t a ­r i o s » . A u n presc ind iendo de su desastroso f u n c i o ­n a m i e n t o , cuyos e j emplos se e x h i b í a n en la m e ­trópo l i con sobrada e locuenc ia , esta pretendida imi tac i ón americana de las juntas españolas des­cansaba en un error grosero , que n i en la vista fiscal antes c i tada n i en la carta del o idor Cañe­te (2 ) se ev idenc iaba bastantemente . P o r sobre los argumentos generales , fundados en la ent idad monárqu i ca y la única de legac ión l eg í t ima del soberano en el j e f e del v irre inato , contra cuya const i tuc ión se atentaba abiertamente , pud iera formularse una ob jec i ón tóp ica y patente en los mismos e jemplares que se i n v o c a b a n : y era que en n i n g ú n re ino ó prov inc ia de la Península había

(1) El historiador Bauza, que nunca se sonríe, con­sagra treinta páginas compactas á la prolija exposición de ese acto memorable, cuya ((importancia fundamental no necesita comentarios». Allí podrá el lector empaparse hasta la saturación en los infinitos detalles de esa marimo­rena, los cuales se consignan infatigablemente, gastándose, para transmitir á la posteridad la actitud respectiva de fray Francisco Carvallo ó del capitán Milar de Boó, ma­yor solemnidad que la de Montesquieu al referirnos las vicisitudes de los imperios.

(2) Carta consultiva apologética ele los procedimien­tos del JExcmo. Sr. virrey D. Santiago Liniers, por don Pedro V . Cañete, Oidor honorario de Charcas, etc. Im­prenta de Niños Expósitos, 1809.

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ocurr ido el caso de fracc ionarse la autonomía po l í ­t i ca que cada uno de éstos representaba, intentán­dose mul t ip l i car los organismos parásitos. En to ­das partes el furor anárquico habíase detenido an­te la mut i la c i ón de los moldes seculares que , v a ­cante el t rono y secuestrado el pr ínc ipe , eran todo lo que de la estructura nac ional quedaba subsis­tente. ÍTo se hab ían creado juntas provinc ia les sino en las capitales ó c iudades con voto en Cortes ; y por esto, cuando un exper imento de pocos meses bastó á revelar los estragos y pel igros de su coex i s ­tencia , fué posible re fundir las—á la hora misma en que estos rezagados las d i scurr ían—en la Cen­tral de A r a n j u e z , que revistió c ierto viso de l ega l i ­dad por componerse de delegados de aquéllas, ó sea de supuestos representantes de dichas c i u ­dades ( 1 ) .

E l p rop io criterio i n f o r m ó la representación de las co lonias en las asambleas de la Península , así en la Junta Central c omo en las Cortes de Cádiz. A u n b a j o el inf lujo de la corriente innovadora , á nadie le ocurr ió f ragmentar territorios que, en sus relaciones pol í t icas con la metrópo l i , const i ­tu ían otras tantas unidades indiv is ib les : fueron los v irreinatos y las capitanías generales , en g l o ­bo y personif icados en los ayuntamientos de sus capitales respect ivas, los que hub ieron de e leg ir y m a n d a r d iputados á España . A h o r a b ien : á ser admis ib le , en estas dependencias directas de la corona, la existencia de juntas populares , no p u e ­de ponerse en duda que hubiera reg ido para ellas el m i s m o pr inc ip io que allá: vale dec ir , que no se habr ía er ig ido sino una en cada v irre inato , y ésta, natura lmente , en su capital y tínica c iudad con voto en Cortes. R e c o n o c i d o el p r inc ip i o , hue l ­ga enseñar las consecuencias lóg icas que de su v i o lac i ón se desprendían: la erecc ión de una junta en Montev ideo , no era más n i menos arbitraria

(1) En realidad la Junta central de Aranjuez, y más tarde de Sevilla, carecía de poderes legales, no habiendo precedido elecciones en forma.

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que la de otras tantas en las I n t e n d e n c i a s , — a u n suponiendo que hubiera razón legal para negar i gua l derecho á las subdivis iones departamenta­les . Sin extremar la con jetura , y c iñéndonos á la rea l idad , basta advert ir que el func i onamiento de una junta « s u p r e m a » signif icaba la reasunción p o r ésta de todo el poder púb l i co y la p ro c lama­c ión de l a autonomía loca l (1). Tal ocurr ió e f e c ­t ivamente en M o n t e v i d e o : la prov inc ia oriental se d isgregó del v i r re ina to ; y la semilla separatista caía en terreno tan b ien preparado , que echó ra í ­ces definitivas.

E n lo que respecta al escándalo inaudi to del g o ­bernador de Montev ideo , que aparecía f o m e n t a n ­do y d i r ig i endo abiertamente la sublevac ión de una prov inc ia contra la autor idad del v i rrey , el desacato administrat ivo se agravaba s ingu larmen­te por la c ond i c i ón personal del cu lpab le , mi l i tar en servicio act ivo y subalterno de aquél . A u n q u e fueran más posit ivos y menos estúpidamente f or ­mulados los pretextos de «sospechada inf idenc ia» c on que , tanto el Cabi ldo c omo el Gobernador , quis ieron justi f icar su a lzamiento , n u n c a p u d o éste er ig irse , con insultos y jac tanc ia , en juez del super io r ; m u c h o menos sentenciarle con su espeso d iscernimiento de soldadote ignorante , después que la misma A u d i e n c i a pre to r ia l—cuya autor i ­dad y luces invocaban los rebe ldes—había demos ­trado lo i n f u n d a d o de su acusac ión. P e r o , supues­to el caso de ser impermeab le á la razón y á la ev idenc ia ese duro casco navarro , no l legaba su ins ip ienc ia hasta i gnorar que en c ircunstancias tales, las leyes de Ind ias y las Ordenanzas le pres­cr ib ían obedecer 3 e levar su que ja ó protesta al Soberano . ¿ Q u é v iento de del ir io le arrebató?

(1) En rigurosa lógica, la Junta de Montevideo no podía reconocer la autoridad de la de Sevilla : las pro­vinciales de España negaron á ésta toda supremacía mientras existieron: una vez creada y reconocida la Central, tuvieron que desaparecer. La coexistencia era incompatible.

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Conoc iendo el f ondo de honradez obstinada y bru ­tal que caracteriza aquellas almas medioevales , dudo de que la envid ia y la ambic i ón del mando d ir ig ieran la act i tud de E l í o . Creo más b ien que, exacerbado p o r las c ircunstancias el fanat ismo patr ió t i co que arde en la sangre semiafr icana de la raza, se sintió presa del m i s m o del ir io sangui ­nario que impulsó co lect ivamente á sus paisanos, de toda edad y cond i c i ón , á cometer contra los franceses aislados, prisioneros y hasta heridos en los hospitales , las atrocidades que ind ignaron á W e l l i n g t o n . P o c o le hubiera impor tado la e legan­c ia , la nobleza , la super ior idad jerárquica y social de L in i e r s : todo le perdonara ¡menos el ser f ran ­cés ! Este cal i f icativo fué el trapo ro jo que e n f u ­rece al toro y le hace acometer , con la cabeza ba ja y los o jos inyectados , hac ia la muleta que oculta el acero . E l absurdo y val iente P o d o m o n t e del absolutismo evitó aquí el cast igo reservado á los je fes « q u e se levantan en armas para desmem­brar a lguna parte del territorio n a c i o n a l » ; pero lo l ogró en su t ierra, catorce años después: á consecuencia de otra insurrecc ión mi l i tar , fué condenado á garrote v i l por los l iberales de V a ­lenc ia ( ¿ q u é supl ic io le hubieran inf l ig ido á no ser l i b e r a l e s ? ) . — E n t r e tanto , el solo hecho de consumarse en un v irre inato español tal atentado administrat ivo y j e rárqu ico , y contando de ante­m a n o , no sólo con la c o m p l i c i d a d de regidores y func ionar ios , sino con la aprobac ión del soberano (pues eso era la Junta Centra l ) , la que se m a n i ­festó por el ascenso del cu lpab le y la desgracia del inocente : este solo h e c h o , dec imos , revelaba el desquic io p r o f u n d o del r ég imen co lon ia l . D e m u y ant iguo habíanse denunc iado v ic ios en el sistema y abusos cr iminales en sus agentes ; pero nunca jamás había trascendido la corruptela al desconoc imiento flagrante de las leyes en que el m i s m o edif icio po l í t i co se asentaba. E l rebelde premiado osó intentar la vuelta á Buenos Aires , c omo Inspector general de las tropas que había u l t r a j a d o ; y fué necesario que la mayor y me jo r

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parte de su of ic ial idad le infligiese la humi l lac ión que merec ía , dec larándole i n d i g n o del m a n d o ( 1 ) . P e r o también esto era un s igno de los t i e m p o s ; y en el desprecio de las autoridades , aún más que en su impotenc ia , se revelaba el s íntoma precur ­sor de su ca ída .

I I I

D e j a m o s suficientemente ind icados , en páginas anteriores, los puntos doctr inales que entre B u e ­nos Aires y Montev ideo se debat ían ; por lo de ­más, carecen de impor tanc ia actual los lances del paso retór ico que los togados de una y otra banda durante meses pro longaron , con gran acopio de citas c iceronianas , y sin que á n i n g u n o le ocurr ie ­ra la de Silent leges inter arma ( 2 ) , que en aque­llos momentos parec ía ser la ún i ca pert inente . L a A u d i e n c i a pretor ia l , á cuya decis ión protestaban apelar los revoltosos, sostuvo enérg icamente al v i ­rrey, sobrecartando su precedente oficio, que or ­denaba la d iso luc ión de la Junta y comparecenc ia del Gobernador , sin que la segunda in t imac ión surtiera más efecto que la pr imera . E l í o redobló sus insolencias y atropellos, y á su inf lujo la J u n ­ta extremó en la pob lac i ón el r ég imen terror ista ; en tanto que ese Cabi ldo (aunque de b e c b o estaba re fund ido en la Junta ) d ir ig ía al de Buenos A ires una expos i c ión de supuestos agravios , que sólo se c o m p o n í a de soeces desahogos contra L in iers . Es ­ta inc i tac ión á la anarquía no pod ía tener otro

(1) Véase los documentos o y siguientes en los Anales.

(2) C I C E R Ó N , Pro Milone, IV . Una de estas citas fué tan repetida y comentada que quedó como estribillo de gaceta en esta forma más ó menos correcta : «La Repú­blica siempre es atacada bien y es defendida mal». Su­pongo que el pasaje apuntado sea el principio del § 47 de la Oratio pro Sextio; Majoribus prmsidiis et copüs oppugnatur respublica, quam defenditur. Es lugar comiín muy traído por autores griegos y latinos.

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alcance que pub l i car el acuerdo existente entre ambas corporac iones . As í lo puso de manifiesto el g r u p o de A l z a g a , urd iendo un complo t mi l i tar que debía estallar á mediados de octubre , y f ra ­casó por la act i tud resuelta de L in iers , apoyada en los tercios urbanos de Saavedra y García ( 1 ) . Entre tanto el v i rrey despachaba para España á su aj-udante Quintana , con una expos i c ión d o c u ­mentada de los acontec imientos , sin m u c b o con­fiar, probab lemente , en el medi tado estudio que de ella bar ían las vagas autoridades peninsulares. N o bab ía de escapársele que el documento más inf luyente en las resoluciones oportunistas de aquella Junta fuera el anuncio de haberse pacif i ­cado , por la razón ó la fuerza, el v i rre inato : de ­muestra, en efecto , que esto m i s m o se intentó , una proc lama del v i rrey al vec indar io de M o n t e ­v ideo en que le avisa, en nov iembre de 1808, los propósitos de cierta exped i c i ón armada al m a n d o del br igad ier Ye lasco ( 2 ) . H a y pruebas de que el proyec to pasó de ve le idad y tuvo un pr inc ip io de rea l i zac i ón ; pero no hubo de ir m u y adelante, no contando L in iers con una base sól ida en aquella banda , donde hasta los buques del Apostadero

(1) Véase el documento núm. 9, en que consta la junta de Guerra celebrada el 5 de octubre por los coman­dantes de los cuerpos, con excepción, naturalmente, del de Bezábal, que debía sublevarse.

(2) Ningún historiador menciona esta expedición, y pudiera creerse que se detuvo en sus primeros pasos, si no en sus preparativos. Sin embargo, además de la pro­clama (impresa el 26 de noviembre en los Niños Expósi­tos), Liniers en su carta de enero 30 de 1809 á D . a Car­lota (publicada en La Biblioteca, I V , 308), alude á «la proclama que tuve por conveniente dirigir al pueblo de Montevideo, y el destacamento que hice pasar á la banda septentrional de este Bío». Por otra parte, ésta respondía al mismo orden de ideas que en la presentación de García (documento citado) así se formula : (¡Fué la mayoría de votos (en la Junta de guerra) ser un Gobernador (alzado) contra la autoridad soberana, y que habiendo fuerza debía atacársele y sujetarlo como á un insurgente». No ((había fuerzas», ni probablemente se produjo allí el pro­nunciamiento con que se contaba, y Velasco tuvo que en­vainar su espada.

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eran en sn mayor ía host i l es ; n i pud iendo t a m p o c o desprenderse de los cuerpos urbanos que eran en Buenos A ires su pr inc ipa l apoyo . T u v o que acep ­tar res ignado su poco airosa s i tuación, hasta tan­to que las órdenes superiores ó los mismos sucesos la resolvieran, y por lo pronto atender á las in ­tr igas que por el lado del Brasi l venían á c o m p l i ­car los pe l igros internos .

F u é la pr imera consecuencia de las discusiones platenses renovarse las veladas int imac iones del Bras i l , por c onduc to del mariscal de c a m p o Cu­rado que permanec ía s iempre en Montev ideo , per ­s iguiendo , so co lor de una mis ión d ip lomát i ca que no acababa de definirse, una campaña sorda de espionaje é in t r iga . Con todo , el nuevo estado de las re laciones entre Ing la terra y España , qui ­tando al P r í n c i p e R e g e n t e el concurso e fect ivo de su a poderoso a l i a d o » , atenuaba s ingularmente el a lcance de sus amenazas que , así reducidas á la eventual idad de una conquista portuguesa , no pa ­saban p o r lo pronto de bel icosas ba ladronadas . Cobraron allí m i s m o viso más inquietante otras repercusiones de los acontec imientos europeos , que hal laron un f o c o de v ibrante resonancia en la a m b i c i ó n enfermiza de la in fanta Carlota. Estas se c o m p l i c a r o n con las maniobras , ya concurrentes , ya encontradas, del pr ínc ipe J u a n , — y sobre todo del ministro inglés Strang ford y del turbulento a lmirante S idney S m i t h : tutores altaneros, aun­que fe l izmente antagónicos , de la desval ida y m e ­nesterosa dinastía.

¡ Cuadro lamentab le y m e l a n c ó l i c o , si b i en des­provisto de trágica grandeza , hab ía sido aquel lanzamiento de toda una corte por decreto i m p e ­r ia l , al través de dos m i l leguas de mar , c on su caót ico arrumaje de personas y cosas hac inadas en el ¡sálvese quien pueda! de la f u g a , y su des­h i lado desembarco en una vasta aldea c o l o n i a l , — tan m a l aperc ib ida para servir de término al é x o ­d o pa lac iego que , después de seis meses, la insta­lac ión no había perd ido aún su aspecto de c a m ­pamento ! — Q u i n c e m i l desarraigados de todos ofi-

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cios y condic iones habíanse apiñado en los sesenta buques que f o r m a b a n la flota de mudanza , fuera de los emigrantes que á la rastra l legaban diar ia­mente por embarcac iones inglesas : tal era la m u l ­t i tud que se abatía en los malecones de R i o , con sus equipajes y pacoti l las salvadas del nauf rag io , en demanda de víveres y r e fug io , que no todos hallaron durante las pr imeras horas . L o s d ignata ­r ios , cortesanos y demás pr iv i leg iados hab ían en­contrado a lo jamiento más ó menos c ó m o d o , acep­tando la generosa hospi ta l idad de los v e c i n o s ; otros se instalaban sin escrúpulo en los hogares ciryos dueños hab ían sido v io lentamente lanzados por orden del v i r r e y ; pero , á mil lares se conta­ban los grupos de expatr iados que, por el pronto , buscaron abr igo en las barracas y clioupanas, de los suburbios . A u n q u e no fa l taron los artículos de pr imera neces idad, merced á las proveedurías or ­ganizadas en las vecinas capitanías , todo fué al pr inc ip io desorden y penur ia , en med io de la abundanc ia del país y á pesar de las enormes r i ­quezas, en moneda y j o y a s , extraídas de L isboa . N o obstante, el ardor de los sentimientos m o n á r ­quicos se sobrepuso á todos los inconvenientes y pr ivac iones mater ia les ; los pr ínc ipes fueron aco ­g idos con del irante entusiasmo y rec ib idos ba jo arcos tr iunfales , entre salvas y ac lamaciones . La fe ardiente é ingenua del pueb lo miraba en la presencia real d e . sus soñados monarcas un g a j e de imperturbab le f e l i c idad . Y apenas si fué nota­do , en el a lborozo de la arr ibada, el paso fur t ivo de un g r u p o de servidores que l levaban en un sillón y met ían en un coche cerrado á una d e m a ­crada anciana que , la mi rada extraviada , las g r e ­ñas b lancas en desorden fuera de su toca negra , arro jando aull idos y voces incoherentes , f o rce jaba desesperadamente para escaparse: era la reina de­mente doña Mar ía , tétrico e m b l e m a de la ruina nac ional , á qu ien arrancaran de su habi tual es­tupor el tumul to y traqueo del desembarco .

L a misma f a m i l i a real tuvo pr imero que acudir para instalarse á la muni f i cenc ia de a lgunos siíb-

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d i t o s ; tanto más, cnanto que en R í o , c o m o en L i sboa y á bordo , f o r m a b a dos grupos dist intos . P o r el pronto , los mon jes carmelitas cedieron su c o n v e n t o ; pero luego fué regalada al R e g e n t e la hermosa quinta de B o a Y is ta , que v i n o á ser el pa lac io de Sao Christováo, donde aquél se instaló con la reina madre , su h i j o don P e d r o y su so­br ino don P e d r o Carlos, h i j o del in fante de E s ­paña don Gabrie l y de la in fanta portuguesa M a ­r iana. L a princesa Carlota ocupó una v i l la p i n t o ­resca en el ret irado arrabal del E n g e n h o Y e l h o , con sus dos h i jas y el in fante don M i g u e l ( 1 ) . D e años atrás la separación de los consortes era absoluta y definit iva, no juntándose sino en los minutos de las ceremonias oficiales. P e r o descono­cería el carácter del bastardeado retoño de los Braganzas , qu ien atr ibuyera tal ac t i tud á sus j u s ­tos resentimientos de esposo m i l veces y en las f o rmas más vi les u l t r a j a d o : era sólo el pus i lán ime soberano quien procuraba defenderse contra las arterías de la pr incesa, que en L i sboa no de jó n u n c a de m o v e r contra el R e g e n t e y heredero del t rono , u n part ido de frai les y nobles absolutistas. A q u í , en el Bras i l , le jos de la corte española, y substraído á su mirada el ob jeto de su pesadi l la , el pobre don Juan se atrevía á respirar. Si b ien era tan pazguato y para poco el in fe l i z , que o c u -

(1) En las Memorias Secretas de Presas, se dice siem­pre el «palacio» por la morada de Carlota; pero es fácil ver que no se trata del ocupado por el Regente. Esto mismo se afirma y prueba categóricamente_ por Pereira da Silva (Historia da fundagáo do Imperio brazileiro, I, 262—de la segunda edición, muy superior á la prime­ra) : «Separados continuaran! a viver no Rio de Janeiro, como o practicaram em Lisboa... No palacio de Sao Chris­továo fixou o principe a sua morada, acompanhado da rainha Marza, do principe D. Pedro seu filho, e do infan­te D. Pedro Carlos, seu sobrinho. Em urna vasta propie-dade entre o Engenho Velho e o Rio Comprido, situada sobre um outeiro pittoresco, fixou Carlota o seu domici­lio, cercada das filhas e do infante D. Miguel de Bra-ganza. Viam-se os dous consortes juntos únicamente em festas publicas e no theatro, afim de guardarem as appa-rencias precisas diante do povo».

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rría presentarse en pa lac io la desterrada tarasca, atrepel lando guardias y ministros , hasta dar con el escondido Menelao y arrancarle , con in jur ias soeces diante dos fámulos, lo que por resolución gubernat iva se le negara . As í y todo , sentíase re­lat ivamente d ichoso , bastándole que los días de tormenta fuesen en R í o tan excepc ionales c omo en L i sboa los de bonanza .

L a hermana m a y o r de F e r n a n d o V I I sólo tenía á la sazón treinta y tres años ; pero , desairada, prematuramente enve jec ida , achacosa, med io t í ­s ica, consumida de ambic i ón y lu jur ia , ofrecía el espectáculo tres veces repugnante del v i c i o f e m e ­n ino un ido á la perfidia y á la f ea ldad . Compara­do con este c ín ico desenfreno, el real ménage a. trois de M a d r i d cobraba aspecto burgués y casi regular . L a pas iv idad vacuna de Mar ía Luisa parecía v i r tud , al lado del furor i m p ú d i c o de su h i j a , que de intento se hac ía agresivo y degradante para el R e g e n t e y el pueblo portugués . Habíase la visto , en L isboa , co lmar sus escándalos pr ivados con el atentado púb l i co de encabezar una conspi ­rac ión contra su m a r i d o ; y , f racasada ésta, t o ­mar b a j o su ínt ima protecc ión á los ind iv iduos de la soldadesca y frai ler ía más compromet idos . Su vu lgar idad de gustos y grosería de modales h u ­bieran chocado en un cuerpo de guard ia . E n t r e ­gábase con su secretario Presas (1 ) á confianzas

(1) El doctor José Presas, cuya gracia principia, como la de Montalbán, con el nombre y título, era una especie de Gil Blas gerundense que vivió en Buenos Aires á principios del siglo, graduándose aquí de «doctor en teología», dice el Diccionario Enciclopédico (| pues figura entre los ilustres!), quince años antes de fundarse la Universidad. Por supuesto que nunca figuró entre los alumnos ni examinandos del colegio de San Carlos. Poí­no sé qué trapícheos políticos tuvo que marcharse de Bue­nos Aires, á principios de 1808. Liniers, en una carta á D . a Carlota, le denuncia á «este individuo, maligno por carácter, hombre inquieto y revoltoso á quien el gobierno le formó causa)). En justicia debe advertirse que la (¡cau­sa» no parece que afectara la probidad de Presas. Tam­poco carecía éste de tal cual bagaje corriente y facilidad plumaria que deslumhrarían á esa analfabeta señora, de

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tales, que el d igno rodr igón omite relatarlas « p o r no o fender la mora l y la d e c e n c i a » ; — y p o r el mat iz de lo que cuenta, infiérese el co lor subido de lo que calla. A l paso que la edad y la pérd ida del poder la ob l i gaban á descender más y más en sus e lecc iones, vengábase v i l lanamente de quien la desdeñara ,—á no disponer de las carroñadas de S idney S m i t b ; — y en R í o de Jane i ro , empleaba su resto de inf luencia en pedir el cast igo de u n oficial que , dec id idamente ¡pref ir ió la cárcel á los favores de la real b r u j a ! — S u s sentimientos h a ­c ían j u e g o con sus gustos , así c omo éstos se amo l ­daban á su desequi l ibrada menta l idad . Entre aquéllos, los de h i j a y de m a d r e , que se t ienen por inherentes al ser h u m a n o , aparec ían en Car­lota desviados hasta el ex t remo de referir los des­l ices de Mar ía Luisa á un f á m u l o ; en tanto que , para quitar al desnatural izado don M i g u e l cual ­quier vest ig io de escrúpulos—si los tuv ie ra—res ­pecto de su padre y hermano , dábale á entender que era h i j o adulter ino . E n cuanto á su inte l igen­c ia , era la de Eernando V I I , con la misma i g n o ­rancia un ida á la misma perversión de cr i ter io , resultante de la raza enteca y del m e d i o c o r r u p ­tor . Sus cartas incorrectas no revelan un asomo de cul tura l i teraria ó in f o rmac ión h i s tór i ca ; pero no carecen de cierta salpimienta desvergonzada y manolesca , que , ba jo la p l u m a de una pr incesa real , escandal iza c o m o u n ¡ p o r v i d a ! en boca de un c l ér igo . P o r lo demás, una incapac idad abso-

qnien fué secretario á tout jaira más de tres años. Las curiosas Memorias secretas, que con tal motivo escribió, deben, naturalmente, ser consultadas con precaución y desconfianza, como las Anécdotas de Procopio y, en gene­ral, todas las denuncias clandestinas de los criados contra sus amos. En cuanto se relaciona con su interés y supues­ta importancia, el divertido personaje miente con abso­luto candor (así, v. gr. el cuento de su llegada á Río y entrada en funciones tiene que ser fantástico) ; pero muchos de los chismes que refiere han de ser ciertos. Por lo demás, creo innecesario prevenir al lector que no es en el oficio ó la antecámara donde hay que proveerse de apreciaciones políticas y juicios morales.

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hita , 110 d igamos para formarse un concepto cabal de las cuestiones pol í t icas que á tontas y á locas bara jaba , sino para dominar su bister ismo y des­empeñar exter iormente , con prudenc ia y aparente discrec ión, el papel que , conoc ido su pruri to de m a n d o y su fervor de in tr iga , debiera de años an­tes saberse de m e m o r i a . Sus faltas de tacto eran en real idad faltas de c o n c e p t o ; en otros términos : la revelac ión de un estado de inconsc ienc ia m e n ­tal no menos completa que la m o r a l ; por eso, en un m o m e n t o dado , encontraba s iempre la palabra , ó tomaba prec isamente la act i tud, que más podía per jud i car le . A d e m á s de los muchos e jemplos que refiere el amanuense Presas ,—y de otro enorme que habré de menc ionar luego , pues caracteriza el imbroglio p latense ,—recuérdese la carta inau ­dita que la misma Carlota d i r ig ió á las cortes de Cádiz ( 1 ) , en 1811, para desahogarse contra su esposo el R e g e n t e de P o r t u g a l , y que terminaba con ped ir á sus doscientos confidentes ¡ la m a y o r reserva ! E n resumen, y de jada á un lado toda superstic ión monárqu i ca , tratábase de una m u -jerzuela ex travagante , cuya verbos idad é i n q u i e ­tud enfermiza encubr ían la garruler ía y el ins ­t into errabundo que son propios de la meretr iz or ­g á n i c a : gárrula et vaga, quietis impatiens ( 2 ) . . . Pero ¿ n o basta acaso, para fi jar el eslabón que en la cadena degenerativa de los Borbones ocupa la in fanta Carlota, recordar que , h i j a y hermana de quienes sabemos, dio á luz y cr ió con pred i l ecc ión al monstruoso y grotesco don M i g u e l de P o r t u g a l : impuls ivo sádico que á los diez años se embr ia ­gaba , á los qu ince torturaba á las negras por él v io ladas , y á los diez y nueve no sabía l eer ,—por

(1) A pesar de su compostura monárquica, Toreno (Historia, III, 524) 1 1 0 puede dejar de reconocer que el paso probaba ecpor lo menos imprudencia extraña y suma». Véase también la carta infantil á Goyenecbe (ci­tada en Belgrano, I I , 706) recomendándole que «cuanto antes» venga á reducir á Buenos Aires.

(2) PROVEBB. V I I .

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cuyas relevantes condic iones fué l lamado de dos m i l leguas para ceñir una corona, y e jerc i tar sus talentos sobre todo un rebaño nac i ona l ?

T a l era el augusto m a m a r r a c b o , mezc la de M e -salina y Mari tornes , cuya candidatura eventual , para el gob ierno ó la regenc ia interina de estas prov inc ias , merec ió la adbesión entusiasta, no sólo de los Padi l la , Saturnino R o d r í g u e z P e ñ a , Contucc i , Presas y 'demás corredores de empresas in tér lopes ; sino también de patriotas tan s ince­ros ó soc ia lmente considerados c omo B e l g r a n o , Passo, M o r e n o , F u n e s , P u e y r r e d ó n , e tc . , cuyo g r u p o b a rec ib ido y en parte merec ido , segura­mente p o r in ic iat ivas pol í t icas m e j o r acordadas que la presente, el apelat ivo enfát ico de « P r e c u r ­sores de la i n d e p e n d e n c i a » . A j u z g a r por los re­sultados, no b a de ser tarea fá c i l la de d i luc idar después de tantos años este episodio b i s tór i co , s iendo así que su te je m a n e j e , más que á real ida­des tangib les , correspondía á vele idades y p r o ­yectos no m u y clara n i s iempre s inceramente ex ­presados p o r los corresponsales. Sabido es c ó m o se p r o l o n g ó , después de la revo luc ión , basta e m p a l ­m a r con los conflictos de la independenc ia u r u ­g u a y a . N o tenemos fe l i zmente que tocar lo sino en su pr imera parte , para demostrar , en forma, tan concisa c o m o posib le sea, y contra la tesis genera lmente admi t ida : I o que la aventura de la princesa Carlota, no sólo en razón de la persona sino en sí m i s m a , era una calaverada que tenía por teatro u n castil lo de n a i p e s ; 2 o que la opos i ­c ión f ranca y tenaz de L i n i e r s — n o indec isa ni d i s ­cut ib le , c o m o gratu i tamente se a f i rma—fué la que más contr ibuyó á salvar estas prov inc ias de tan costoso cuanto estéril exper imento .

N o b ien conf irmadas en R í o de Janeiro las re ­nunc ias de los Borbones y la p r o c l a m a c i ó n de José, la inquieta Carlota, que se devoraba en el vac ío de esta nueva é insoportable existencia c o ­l on ia l , se abalanzó sobre la presa—ó la s o m b r a — que las c ircunstancias le deparaban : i n m e d i a t a ­mente b izo sol ic itar y obtuvo del R e g e n t e , por

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in termedio del contraalmirante S idney Smith', la autor ización necesaria para hacer pi íbl icas su protesta contra el usurpador y la re iv ind icac ión de sus derechos eventuales al trono de España. Fuera de no poder negarse á un ped ido del je fe de la escuadra ing l e sa ,—á no cruzarse otra d ispo­sic ión del p lenipotenc iar io lord Strangford ( 1 ) , — e l real fantoccio no debía de ver, supuesto que algo viera, sino ventajas en estas distracciones inofensivas de la princesa, que , sea cual fuere su éxi to , o cupaban el lugar de otras peores. E l m a ­nifiesto á los «vasallos de las Españas é I n d i a s » se m a n d ó i m p r i m i r en R í o y distr ibuir pro fusa­mente en A m é r i c a , no habiéndose pub l i cado en Europa , según L lórente , basta abri l de 1810. Este documento , en cierto m o d o pr ivado , y curioso ba j o tantos aspectos, era datado del 19 de agosto de 1808 ; y desde luego presentaba la s ingular idad de que , siendo f irmado por La Princesa doña Car­lota Joaquina de Borbún, sin alusión a lguna á sus t ítulos matr imonia les , aparecía re frendado por don F e r n a n d o Josef de P o r t u g a l ¡ quien era nada menos que el ministro del Inter ior y H a c i e n d a del B r a s i l ! El lo se exp l i ca , si no se justi f ica, aceptan­d o la versión de Presas, según la cual «este n e g o ­c io fué tratado en consejo de Estado presidido por el m i s m o pr ínc ipe R e g e n t e , y en él se acordó que se escribiese el manif iesto» . ¿ Q u i é n lo escr ib ió? Pocos días antes estuvo en R í o el elástico G o y e ­neche , gozando gran privanza con la pr incesa, y

(1) Al poco tiempo de encontrarse ambos en Río, se produjo entre el diplomático y el almirante una honda desavenencia, a bitter quarrel, que terminó con el llama­miento del último á Inglaterra, á mediados de 1809. En el fondo el conflicto provenía, una vez más, de haberse dado á un agente instrucciones públicas que contradecían las secretas dadas á otro. Después de producido el escándalo, Sidney Smith probó que su conducta se ajustaba en el fondo á las instrucciones secretas de Canning. Por lo de­más, nadie ignora que su famosa defensa de San Juan de Acre contra Napoleón quedó como una insolación crónica en el cerebro del exuberante y extravagante marino. Véa­se : BAHKOW, Life and corresponden-ce of S. S. tomo II , capítulo V i l .

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no es impos ib le que sugiriera ó f omentara el p e n ­samiento de la p r o c l a m a ; pero no veo razón para despojar á Presas de la paternidad que se atr ibu­ye . Este declara que fué su estreno de secretario , m e j o r d i cbo el coup d'essai que mot ivó su n o m ­bramiento de secretario pr ivado ( 1 ) . Es lo c ierto que la med ioc r idad del escrito admite todas las b ipótes is . Este se l imita , en med io de una fraseo­l og ía pomposa y hueca , á ind i car vagamente á doña Carlota c o m o «depos i tar ía y de fensora» de los derechos de su fami l ia , para « c u i d a r m u y p a r ­t i cu larmente de la t ranqui l idad púb l i ca y defensa de estos domin ios , hasta que m i m u y amado p r i ­m o el in fante don P e d r o Carlos, ú otra persona l legue entre voso tros . . . » A más de esquivar toda dec larac ión precisa sobre su « c a n d i d a t u r a » , la pretendienta incurr ía en la doble fa l ta po l í t i ca de referirse con insistencia á los derechos de su «señor padre y rey don Carlos I V » , los cuales debían, por el contrar io , considerarse caducos , y sobre todo de equiparar á los propios los nnry l e ­janos y prob lemát icos del in fante P e d r o Carlos . Ev identemente , la petulante princesa i gnoraba todavía los términos de la cuestión dinástica en E s p a ñ a ; en cuanto á sus términos en A m é r i c a ,

(1) Memorias, 7 : «Me granjeó el mayor concepto con SS. AA. R R . y con los secretarios de Estado, quienes concibieron la idea de que yo podría servir para el ma­nejo de negocios de alta monta» ( ! ) . Presas nos dice que, á los pocos días (por consiguiente en agosto), entró en funciones, aunque en el certificado de Carlota (p. 100) se lee que sólo fué desde noviembre de 1808, fecha que concuerda con las primeras esquelas de la princesa. Pero no hay que pararse en pelillos con este personaje. La his­toria de sus primeras relaciones con Sidney Smith y la corte no soporta el examen. Dice que á los pocos días de llegar á Río el almirante, éste llamó á Presas y le mostró las proclamas de la Junta de Sevilla : Sidney Smith esta­ba ya en la corte brasilera á principios de junio, faltando dos meses para recibirse tales comunicaciones, etc. Todo se concibe con admitir, una vez por todas, que Presas arregla las fechas según sus conveniencias. Lo probable es que el pobre diablo anduvo intrigando algunos meses, y ofreciendo á diestra y siniestra sus servicios, hasta que la necesidad de un ((tinterillo» español los hizo aceptar.

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había de ignorar los siempre,-—si b ien no los c o ­noc ían m u c h o más los «precursores» que desde el P lata f omentaban sus miras .

Reservando la s i tuación de h e c h o creada en Es ­paña por Napo león , los derechos eventuales de Carlota á la corona eran incontrovert ib les , o cu ­pando el lugar inmediato á los de F e r n a n d o y sus hermanos varones ( 1 ) . As í lo hab ían sancionado por voto unán ime las cortes de 1789 (que juraron á F e r n a n d o como pr ínc ipe de A s t u r i a s ) , con la part i cu lar idad de que , al hacer derogar el A u t o acordado con que se in t rodu jo la L e y Sálica p o r Fe l ipe V , fué el ánimo de Carlos I V aprox imar á las gradas del trono á Carlota y su descenden­cia, ó sea propender á otra reunión ibér ica . A u n ­que no pub l i cada la pragmát i ca , nadie i gnoraba su existencia . E l 22 de j u n i o de 1808, la Junta de Murc ia recordaba el hecho en una c ircular á las demás del re ino , redactada por el mismo F l o ­r idab lanca que p r o m o v i ó d icha sanción ( 2 ) ; de suerte que, más tarde, las resoluciones de las c o r ­tes de Cádiz, que se condensaron en el artículo 180 de la Const i tuc ión , no h ic ieron más que confir­mar lo establecido y notor io . L a autorizada e x p o ­sición del ex ministro y futuro presidente de la Junta Central causó tanto m a y o r regoc i j o en el c í rculo de la princesa del Bras i l , cuanto que esta cabeza de chor l i to le dio en el acto una interpre­tac ión exagerada y errónea ( 3 ) . F l o r idab lanca

(1) Posteriormente (18 de marzo de 1812) las Cortes habían de anular los derechos del Infante D. Francisco de Paula. «En su consecuencia (decía el decreto), á falta del infante T>. Carlos María y su descendencia legítima, entrará á suceder en la corona la infanta D . a Carlota Joaquina, Princesa del Brasil».

(2) La carta circular de la Junta de Murcia se en­cuentra en la colección ya citada: Demostración de la lealtad española, I I , 16. Consta que Carlota la recibió, aun­que sin duda después de publicar su proclama (Memorias Secretas, 9 ) ; y también, allí_ mismo, que ella y Presas tomaron el rábano por las hojas.

(o) Ibid, nota: «Escribió S. A. R. á todas las supre­mas juntas de provincias, y al conde de Floridablanca dándole las gracias por el manifiesto que publicó en Mur-

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emit ía dos proposic iones distintas y que sólo en el pape l se a p r o x i m a b a n . Con la pr imera fijaba el derecbo de sucesión eventual al t rono , en pre ­v is ión de a lgún accidente pos ib le por el lado de Y a l e n c a y ( 1 ) : p roduc ida la catástrofe t emida , convenía que no mediara una bora de interregno , p o r cuyo interstic io pudiera colarse la l e g i t i m a ­c ión del « i n t r u s o » . L a otra prov idenc ia tendía á remediar el desquic io actual con la instalac ión de un verdadero gob ie rno . A h o r a b ien : está á la vista que una y otra propos ic iones eran en la mente de su autor tan independientes , que cualquier tentat iva para relacionarlas sólo revelaría su i n ­compat ib i l i dad . Estas miras del po l í t i co exper i ­mentado se impus ieron sin esfuerzo á sus colegas y sucesores, subsistiendo c o m o ax iomas para el g r u p o dir igente hasta la vuelta de Eernando . N o fué tomada en cons iderac ión , n i n g u n a propuesta de in fante ó al legado dinástico para inmiscuirse en la J u n t a ; y cuando , más tarde, la misma Car­lo ta , va l ida de su reconoc imiento de princesa h e ­redera, lo invocara c o m o un t í tulo á la R e g e n c i a del re ino , no sólo tal pretensión fué rechazada, sino que, después de votada la Const i tución, se decretó expresamente que « e n la R e g e n c i a no se p o n g a n inguna persona real ( 2 ) . E n suma, la

cia, invitando á los españoles á centralizar la autoridad suprema é indicando que la princesa del Brasil era la inmediata heredera, etc.».

(1) La catástrofe del duque de Enghien había queda­do como una obsesión general, y no era el menor castigo de Bonaparte el que, para todos, entrara en el orden de las cosas probables la muerte violenta de Fernando y los infantes en Valencay. Wellington discute fríamente la eventualidad en varios lugares de su correspondencia; así : v. gr. Dispatches, V I , 69 : uln either case (triunfen ó no los franceses), it is most probable that Ferdinand and his brother would be murderech). Nunca pensó en tal cosa Napoleón, pero on ne préte cju'aux riches!

(2) Sobre el pedido de I ) . a Carlota, dice Toreno (His­toria, I I I , 525) : «La proposición á pesar de lo mucho que se había maquinado, no fué siquiera admitida á dis­cusión». Véase la discusión sobre la moción de Arguelles en el Diario de las Cortes: X I , 53 y siguientes, sesión del 1.° de enero de 1812.—Mucho antes (abril de 1810) W e -

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teoría que vaga y obscuramente venía despuntan­do en la tierra del absolutismo y por la sola fuer ­za de las cosas, era la d ist inc ión moderna , base del rég imen const i tuc ional , entre reinar y gober­nar. Basta para representar la ficción real cual ­quier m u ñ e c o dinástico , aunque sea m u j e r ó n iño inconsc iente ( los ingleses han tenido durante años á un Jorge I I I demente sin reparar en esta desgracia de f a m i l i a ) , s iempre que se ponga el gob ierno e fect ivo en manos viri les y responsables.

Sentadas estas premisas y conoc ida la obsesión ambic iosa que, c o m o mosca en botella vac ía , no de jaba de zumbar en la cabeza hueca de la i n f a n ­ta, creo que pueden caracterizarse en pocas pa la ­bras los pr inc ipales papeles é incidentes de aque­lla parodia po l í t i ca del Legatario universal; cuyo inextr i cab le quid pro quo nac ía de estar batal lan­do los personajes en torno de un s imulacro p r o ­te ico , á qu ien , según la hora y el punto de vista,, cada cual encontraba f o r m a distinta. Es r id i cu la la aquiescencia del cortesano de H a m l e t , sobre lo de parecerse la misma nube á un camello y á una comadre ja , porque se trata de un solo instante : concédasele un cuarto de hora , y el v i e j o P o l o n i o tendrá razón. E n nuestro caso, la nube era la si­tuac ión mov ib l e de la Penínsu la . E n m a y o de 1808, la caída de los Borbones aparecía definitiva y España amarrada al carro de Napo león . E n agosto , después de Ba i len , todo había c a m b i a d o , y la .retirada de los franceses sobre el Ebro pres ­taba viso t r iunfa l al a lzamiento popular . Pasan a lgunos meses, éste se dis ipa como po lvo al paso del E m p e r a d o r : en enero de 1809, José entra por vez segunda en M a d r i d . L a guerra cont inúa con algunas alternativas, pero los patriotas p ierden

llington caracterizaba esta misma incompatibilidad en su admirable carta ya citada sobre las cosas de España, y dirigida á su joven hermano Enrique, ministro británico en Cádiz : As I believe Hiere is no doubt but that, by law, Carlota cannot be Regent, if she is declared suceessor to the crown, the object of the Fortuguese Government mil be cqually disappointed».

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terreno en todas partes, y la batalla de Ocaña prepara la invasión de A n d a l u c í a . A pr inc ip ios de 1810, la causa de la independenc ia se considera en general como perd ida : la deplorable Junta Central b u y e á Cádiz , más desacreditada aún que i m p o t e n t e ; el general W e l l i n g t o n pronost ica ofi­c ia lmente la inminente evacuac ión del país por las tropas inglesas, de jando á las francesas en p o ­sesión de la Pen ínsu la ( 1 ) ; y es la bora en que F e r n a n d o , sin que nadie le incite á ello y sólo m o v i d o por su bajeza de a lma, fe l i c i ta á José por su tr iunfo y se exh ibe púb l i camente en la postura de lamer la m a n o que azota á su pueb lo . Sin duda , todo cambió después. Cuando se sentía perd ido , W e l l i n g t o n no pod ía prever que Napo león , u r g i d o por la campaña de R u s i a , se encargar ía de sal ­varle , sacando de España sus mejores tropas en vez de re forzar las . . . P e r o estos acontec imientos pertenecen á época posterior á la que nos o cupa .

T a n nebulosa é instable c omo aquella s i tuación europea se presentara, su inf luencia , más que n u n ­ca decis iva en la de estas prov inc ias , se c o m p l i c a ­ba con la connivenc ia ó el confl icto de los f a c t o ­res locales ya señalados: de suerte que , vo lv i endo á la anterior i m a g e n , para el h istor iador no se trata ya de conjeturar la f o rma de la nube p o l í ­t ica en tal m o m e n t o prec iso , sino la de su reflejo t rémulo en una onda inquieta . D e ahí las obscur i ­dades y contradicc iones que en los varios relatos de este episodio abundan , y de que no m e jac to esté del todo exento el presente, á pesar de las pesquisas é invest igaciones que , m e atrevo á re ­pet ir lo , sirven de substructura invis ib le á este l i ­gero ensayo.

A fines de 1808, al t i empo de exteriorizarse con la c i tada proc lama las pretensiones de la princesa Carlota, varias eran las influencias personales que

(1) Carta citada (24 de abril de 1810) : «7/ the allies should fail and the French shoidd obtain possession of the Península, which. is, I am sorry to say, the most probable event a presenta.

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en este grave asunto se de jaban sentir. Desde lue ­g o , al lado de la arrebatada in fanta , y casi tan desequi l ibrado como ella, el contraalmirante S id -ney Smith , j e f e de la d iv is ión nava l de Sud A m é ­r i ca , secundaba enérg icamente las ambic iosas m i ­ras de a q u é l l a . — A pesar de ciertos indic ios g ra ­ves que de las Memorias secretas parecen resultar, pre fer imos creer que el val iente mar ino supo defenderse en R í o , c omo hic iera en San J u a n de A c r e , y hasta prueba en contrar io , debemos lavar su buen gusto de toda in juriosa sospecha. Era otra aventura la que él perseguía en el P la ta : p robab le ­mente un desquite de la derrota de W h i t e l o c k e . Contrarrestó las maniobras de S idney S m i t b , y por tanto , las de la pr incesa, el ministro lord Strang-f o rd , cuyo comedimiento y prudenc ia pro fes iona­les f o r m a b a n contraste con los raptos impuls ivos de su compatr io ta . L o r d Strangford tenía la per ­suasión de servir m e j o r á su país, procurando la independenc ia po l í t i ca , y por lo pronto comerc ia l , de estas p r o v i n c i a s ; f omentaba , pues, las intr i ­gas revo luc ionar ias de los americanos emigrados , defendiéndoles contra las denuncias de las auto­r idades platenses y , más tarde, del p len ipotenc ia ­r io Casa I r u j o . T a h i c imos alusión á su v io lenta po lémica epistolar con S idney S m i t b , que t e r m i n ó con el l lamamiento del mar ino , á mediados de 1809. U n año después el d ip lomát i co l ogró ver sus designios real izados, asistiendo á los pr imeros actos de la revo luc ión y entrando en relaciones cordiales con Mar iano Moreno ( 1 ) . Entre estos

(1) En realidad los dos adversarios de Río llevaban el mismo doble apellido; el diplomático se llamaba Percy C . Sidney Smytlie (ó Smitb) , vizconde Strangford; y el profesor J. M . Laugthon piensa que éste y el célebre marino salían de un solo tronco. Lord Strangford Labia nacido en 1780; después de brillantes éxitos escolares (tuvo la medalla de oro en el Trinity College de Dublin), entró en la diplomacia y fué nombrado en 1802 secretario en Lisboa. Publicó el año siguiente un tomo de poesías imitadas de Camoéns (Poems from the Portuguese of Camoens), que se encuentra analizado con severidad en la EJinburgh Bevieiv, abril de 1805,—en el mismo número

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dos factores poderosos y encontrados , que repre ­sentaban la suzeraineté dé Ing laterra sobre el inerme P o r t u g a l , la act i tud del P e g e n t e no pod ía ser sino vac i lante c omo su carácter, y t ímida c o m o sus medios de acc ión . R e q u e r i d o por S idney S m i t b , autorizó pr imero á la In fanta para lanzar sus proc lamas y aun preparar su v ia je al P l a t a ; pero desbarató luego , por consejo de Strang ford , esta parte act iva de la calaverada m u j e r i l , que , sobre ser arriesgada y temeraria , entrañaba, su­puesto el buen éx i to , graves compl i cac iones y basta pe l igros para el Bras i l : ya pretendiese la flamante Zenob ia asociar ambas regencias , ó ases­tar la nueva contra la ant igua . P o r fin, aunque no como factores influyentes sino c omo instru­mentos , habíanse puesto al servic io de doña Car­lota a lgunos extranjeros re fug iados , americanos ó europeos , que sol ían juntarse en un café de la rúa do Ouvidor. N o estaban todav ía en P í o , P u e y -rredón, Sarratea y otros, que más tarde darían m e j o r tono á los conc i l iábulos . Saturnino R o d r í ­guez Peña y A n i c e t o Padi l la eran por entonces los directores del reduc ido g r u p o español , al que adherían ciertos agentes de no menos dudosa or­t odox ia , tales c o m o los portugueses ó i tal ianos Contucc i , Guezzi y demás intr igantes—sin omi t i r al a m i g o Presas que, con h i d a l g o d i s imulo , m a s ­caba filosóficamente á dos carri l los. Con estos e le ­mentos y entre aquellas corrientes encontradas ,

que contiene una crítica del Lay of the last Minstrel, de Walter Scott. Strangford ha sido satirizado por Byron en su English Bards, en la excelente compañía de Walter Scott, Southey, Wordsworth, Coleridge, etc. : vale decir que existía, como poeta y literato. En 1806 fué nombrado minis­tro plenipotenciario en Lisboa, y, siendo persona grata, pesó mucho su consejo en la resolución que tomó el Re­gente de emigrar al Brasil. El mismo Strangford fué con­firmado en su puesto en Río, á donde llegó en abril de 1808; tenía, pues, á la sazón, sólo 28 años. Sus principa­les puestos fueron después las embajadas de Constantino-pla y San Petersburgo; en 1828, volvió al Brasil con mi­sión especial, con lo que terminó su carrera. Era par de Inglaterra desde 1825. Murió en 1855.

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emprendió doña Carlota su campaña p o l í t i c a ; f e ­l i zmente sólo se trataba, por lo pronto , de propa ­ganda ep is to lar ; pues, para otro género de opera­c iones, escaseaba bastante el nervio de la g u e ­rra ( 1 ) .

Y a v imos c ó m o el manifiesto, pub l i cado en agosto de 1808 por la pretendiente , no mani f es ­taba gran cosa, l imitándose á est imular la f ideli­dad de las autoridades y de los pueblos á su l e ­g í t i m o soberano. N o hubieron de ser m u c h o más expl íc i tas las cartas que en aquellos meses se d i ­r ig ieron á varios sujetos de posic ión é inf luencia, no sólo de este v irre inato , sino del P e r ú y Chi le . Según dec larac ión de su mismo redactor , « e l c on ­tenido de estas cartas se reducía á incitarlos á mantenerse fieles y adictos á la madre patr ia , y á defender los derechos de su augusto hermano Fernando V I I , y los de sus leg í t imos suceso­res ( 2 ) . . . » Confirman esto m i s m o algunas res­puestas que conocemos , c omo la de L in iers y la ( m u y posterior) de la A u d i e n c i a de Chi le : sus autores se manifiestan altamente favorec idos pol­las augustas y serenísimas epístolas, pero consi ­deran en substancia que su lealtad se ha paten­t izado con la jura de F e r n a n d o V I I y el reconoc i ­miento de la Junta de Sevil la, « s in que se pueda innovar nada (escribe L in iers ) á nuestra presente Const i tuc ión» . A este tenor serían las más de las contestaciones of ic iales ; si b ien las part iculares de jaban entrever, c omo habr íamos de suponerlo sin que nos lo d i jeran las Memorias, la p ro funda emoc ión plebeya con que eran rec ib idos los f o r -

(1) Sabido es que más tarde, á imitación de Isabel la Católica, envió á Montevideo una remesa de joyas, estimada por ella en 50.000 pesos, para que con el pro­ducto de su venta «se atendiese á la defensa de los dere­chos de Fernando V I I » . Huelga decir que estas joyas contribuyeron tanto á la defensa de Montevideo como las de Isabel al descubrimiento de América: son gestos teatrales que impresionan al pueblo papamoscas y nada cuestan á los actores. Las alhajas fueron devueltas.

(2) P R E S A S , Memorias, 9.

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mular ios de Presas , copiados por la real m a n o de su S. A ! H a b í a , sin embargo , otro g r u p o de corresponsales que , por c ierto , no pecaba de f r ío n i desabr ido : y era el de R o d r í g u e z P e ñ a , que es­parc ió entre sus amigos de Buenos A ires el pane ­g í r i co más ardiente y arrebatado de la « h e r o í n a » de A m é r i c a ( 1 ) , exhortándolos á que le supl i ca ­sen trasladarse al R í o de la P lata para ser ac la­m a d a R e g e n t e . Esta c i rcular , resultado evidente de un prev io acuerdo con la interesada, l leva la f echa del 4 de oc tubre . Tres semanas después, el I o de n o v i e m b r e , la I n f a n t a denunc iaba á L in iers una conspirac ión de facc iosos y traidores, enca­bezada por R o d r í g u e z P e ñ a ¡ á qu ien se propon ía remit i r preso á Buenos A i r e s ! L a e x p l i c a c i ó n , m u y sencil la, se encuentra en el contexto de d i cha c i r cu lar . J u n t o á los grotescos d i t i rambos ded i ca ­dos á la subl ime I n f a n t a , se descubría á las claras el verdadero propósi to de los con jurados , el cual consist ía en « a p r o v e c h a r la opor tun idad de sacu­d i r una d o m i n a c i ó n c o r r o m p i d a » : era, pues , el ant iguo p lan del gob ierno inglés el que salía nue ­vamente á luz , perseguido ahora p o r lord Strang-f o r d , que naturalmente empleaba los instrumentos p o r aquél comprados ( 2 ) .

D i c h o se está que los « t ra idores» de R í o , pro te ­g idos por el ministro br i tánico , no fueron entre-

(1) La carta de D. Saturnino Rodríguez Peña se encuentra en la Historia de Belgrano, I, 538. Está fe­chada en Río de Janeiro, 4 de octubre de 1808. En el Archivo General, 2 . a serie, X I V , 126, lleva la fecha del 4 de septiembre. No hallo en el contesto indicación al­guna para preferir una fecha á otra ; pero, tratándose de una circular profusamente repartida, no parece natural que tardase mucho en conocerla la Infanta; me inclino pues, como más probable, á la fecha de octubre. Entre las efusiones casi místicas de ese himno á la divina Car­lota, se le dice: «Esta mujer singular, la única en su clase, me parece dispuesta á sacrificarlo todo por servir de instrumento á la felicidadde sus semejantes». Y acaso esta proposición, mirada bajo cierto sesgo, sea la única exacta.

(2) Y a se ha dicho que Peña, Padilla y acaso algún otro recibían pensiones de Inglaterra.

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gados á las autoridades españolas. Pero la doble reacc ión de doña Carlota, ya en presencia de los corresponsales que , c omo L in iers , no aceptaban n o v e d a d e s ; ya de los que , c omo R o d r í g u e z P e ñ a , las querían de t omo y l o m o , revela lo que sus nebulosas epístolas no dec ían, permit iéndonos de ­finir inequívocamente su act i tud . Desde 1 8 0 8 , — si b ien las c ircunstancias no to leraban todavía las pretensiones del año s igu iente ,—algo perse­guía la Carlota: y era una suerte de superinten­denc ia prov is ional sobre los cuatro v irre inatos , que le permit iera entremeterse, aunque sólo fuese con dimes y diretes, en los negoc ios de Estado , y satisfacer al fin sus anbelos de m a n d o é in t r iga : de ab í su sorda i rr i tac ión contra el v i r rey , que fingía no entender el ve lado envite ( 1 ) . A l pronto , estas viarazas de mu je r b istér ica parec ían bas ­tante ino fens ivas ; pero no fa l taba en R í o quien procurase enderezarlas á sus miras ocultas y más práct icas . Y a tenemos ind i cado el d o m i n i o abso­luto que S idney S m i t b e jerc ía sobre la revoltosa In fanta ( 2 ) ; no era tanta n i con m u c h o su i n ­f luencia cerca del R e g e n t e , c ombat ida c o m o esta­ba por la de lord Strang ford y el ministro Sousa Cout inho . Con todo , el osado mar ino l ogró fasc i ­nar al P r í n c i p e , hac iendo espejear á su vista las propias visiones de conquista y engrandec imien ­to que por cuenta de Ing laterra perseguía ,—sin

(1) Memorias secretas, 1 0 : «El virrey Liniers con­testó en términos generales de urbanidad y política, por­que era natural que quisiese continuar en el mando».

(2) No por esto debe aceptarse lo que dice Pereira da Silva (Historia, I , 283) : «O vice almirante concordan com a prmceza, e prometteu-lhe a sua coadyuvacáo rece-bendo della mimos de propiedades, e presentes de subido valor». (Agrega en nota: Becebeu urna chácara na Praia Grande, e joias). La casa de campo (Chácara Braganza) fué regalo del Regente, y el único regalo de la Princesa, poco antes de volverse Sidney Smitb á Europa, fué una espada de honor. Véase Memorias secretas,^ 25. Cf Naval Chronicle, X X I , 498. (Carta de un oficial de Sidney Smith) : «Sir Sidney has a pleasant house on the opposi-te side of the river, loith a good deal of land. It ivas a present of the Prince, and is called Chácara Braganza».

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arredrarse por los recientes consejos de guerra en que , b ien le constaba, se bab ía cast igado, más que las empresas temerarias^ su m a l éx i to . N o solo arrancó al i luso R e g e n t e la autorización que doña Carlota necesitaba para presentarse c o m o in fanta española en el P la ta , sino que le b i zo consentir en una acc ión combinada (ba jo su alta d i recc ión) de la escuadra br i tánica con las tropas portuguesas de R í o Grande . A u n q u e no se decía c laramente por qué n i contra quién el nuevo M a r l -b o r o u g b se iba á la guerra , no parec ía dudoso que , con pretexto de restablecer el orden en estas prov inc ias ó defenderlas contra u n ataque fantás­t ico de los franceses, entrara en sus designios apoderarse de la B a n d a Oriental , entregando aca­so al a l iado portugués la zona fronter iza y es­tratégica que á éste le tocaba y convenía cubr i r . A h o r a b i e n : esa piratería , c o m b i n a d a por el an­t iguo compañero del ba já T e z a r ( y que en el f o n ­do acaso tuviera más de extravagante que de c í ­n i c a ) , es fuerza decir que la aceptó sin pestañear la « h e r o í n a » , defensora y depositaría de los sa­grados derechos de F e r n a n d o . E n una carta deli­rante que d ir ig ió á L i n i e r s , — y que ¡ c o lmo de i n ­consc iencia ! le hizo l levar por un coronel B u r k e , harto conoc ido en Buenos A ires ( 1 ) , — l e propon ía

(1) Esta carta, fechada en Río de Janeiro, 19 de octubre de 1808, ha sido publicada en la Historia de Bel­grano, I I , 788; tiene un anexo ó post-scriptum del 8 de noviembre : por consiguiente, fué ésta la que llevó Burke, según lo establece la esquela de Carlota, dirigida á Pre­sas el mismo día 8 (Memorias, 9) : «En la del virrey, pa­rece que el portador de la carta es el coronel D . Santia­go Borgh (Burke) que es el de mi confianza, y que él mismo le dirá la comisión de que va encargado». Consta por el documento número 22 que no sólo Liniers no quiso recibir á Burke (aunque sí la carta de la Princesa), sino que llamó á junta para decidir sobre prenderle ó man­darle embarcar inmediatamente en el buque en que vino : se resolvió lo último «por venir revestido del carácter de emisario del almirante de su nación Sidigney Esmit». Ya se dijo que este coronel, cuyas campañas parece que con­sistían sobre todo en esta clase de misiones, había estado varias veces en Buenos Aires desde 1804; disfrazado de oficial prusiano, penetró en la tertulia familiar de Sobre-

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candorosamente que sometiese á Sir Sidney Smith sus « q u e j a s » c o m o v irrey contra el .gobernador de Montev ideo , tanto más cuanto que , marchando d i c h o A l m i r a n t e para el R í o de la P lata , « las tro­pas portuguesas de aquella vec indad ( R í o Gran­d e ) han sido desde ayer puestas á su orden, e t c . » . T la inaudita mis iva , con aires de real orden, para demostrar m e j o r el desequi l ibr io ó la ausen­c ia del sentido mora l de su autora, ¡ terminaba pon iendo al v irrey ba j o la dependencia directa, de u n j e f e inglés que ni siquiera de su prop io g o ­b ierno tenía instrucc iones ! U n conato de desmem­brac ión territorial , para recompensar proezas de a l coba : tal era el estreno de la pretendienta, cuya anunc iada venida estremecía las fibras patr iót i ­cas de los «precursores» . ¡ Y lo que se proyectaba desde el pr imer d ía , era tender en ese f a n g o pa ­lac iego los laureles de la Reconquis ta y la D e ­fensa , para que sirvieran de j u n c i a t r iunfa l al paso de una serenísima r a m e r a !

L a monstruos idad , f e l i zmente , apareció tan ev i ­dente y repugnante , que provocó la inmediata re ­pres ión. L a i n d i g n a d a respuesta del v i rrey ( 1 ) , á qu ien lograra apenas contener su respeto por el seso y la sangre de la ofensora, encerraba ya, para quien sabe leer, una reparac ión mora l del u l t ra je in f e r ido , no sólo al mandatar io sino al R e ­conquistador : y con éste á la pob lac i ón dos veces v ictor iosa de aquellos mismos ingleses, con cuya bandera de contrabando se pretendía ahora ren­dir la sin combate . E n cuanto á la reparac ión mater ia l , s iguió m u y de cerca á la otra. Las p r o ­testas enérgicas de Liniers p romov ie ron las de

monte y sirvió de espía á Popham. «De este oficial (dice Manuel Moreno, Prefacio, L V I ) se conservan en el país anécdotas curiosas: sus galanteos de una dama francesa, que estuvo en relaciones con Liniers; un desafío, etcé­tera». Es de suponer, como cosa muy humana, que esta circunstancia no contribuiría á hacerle persona grata ante el virrey. | Oh los dessous de la historia!

(1) Con fecha 15 de noviembre; también se halla en la obra citada, á continuación del documento anterior.

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Strangford , no sólo ante el R e g e n t e del Bras i l , sino ante su prop io gob ierno , resultando de todo el lo : por una parte , el retiro de la autor ización dada á Carlota para trasladarse á Buenos A i r e s y convocar sus desatinadas Cortes ; y por la otra, el l lamamiento de S idney S m i t b á Ing laterra , á ped ido del d ip lomát i co y después de una p o l é m i ­ca en que éste no l levó la peor parte .

Con esta m a l o g r a d a intentona, puede decirse que tuvo pr inc ip i o y fin la « c a m p a ñ a e lec tora l» de la pr incesa del Brasi l en el R í o de la P l a t a . P o r cierto que ésta cont inuó dando pábulo i m a g i ­nar io á su neurosis con misivas á sus prosél i tos , cada día menos entusiastas, de Buenos A ires y el P e r ú , ó c on enredos inconsistentes en el p r o p i o R í o de J a n e i r o ; ya con mot ivo de la presencia y reunión de a lgunos «argent inos » en casa de la P é r i c h o n ; ya por la l l egada de la f ragata Prueba, que traía á su bordo al antes marrado gobernador H u i d o b r o , ahora n o m b r a d o v i rrey ¡ por la Junta suprema de G a l i c i a ! . . . E n suma, nadie supo j a ­más á c iencia cierta, y m u c h o menos ella m i s m a , lo que la in fanta Carlota pers iguiera en A m é r i c a , fuera de la sat is facción pueri l que consistía en meterse donde no hac ía fa l ta , y prod igar á dies­tra y siniestra ese estúpido tuteo real , que hasta ayer caracterizaba la enmohec ida y rut inaria et i ­queta española . V i v o s don F e r n a n d o V I I y el in fante don Carlos, nunca p u d o ocurr ir le , ni le ocurr ió , no más en A m é r i c a que en España, tras­tornar los derechos dinásticos ni desmembrar los dominios de la corona . So pretexto de defender , contra la usurpac ión francesa cualquiera parte amenazada del imper io co lonia l , lo que anhelaba esta maniát i ca ambic iosa era el goce inmedia to del poder , s iquiera no fuera más que su vano y fugaz s imulacro : y no sería ca lumniar la , a d m i ­tir , c omo lo ins inúa su secretario Presas , que en la p r o x i m i d a d al Brasi l de la reg ión cuyo g o b i e r ­no inter ino cod i c iaba , la perspect iva que sonreía á su pervers idad era la de tener en jaque y quizá destronar á su in fe l i z y odiado esposo. Sea c o m o

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fuere , el progreso de las armas francesas en Es ­paña, y, por otra parte , la const i tuc ión de una Junta Central más ó menos l eg í t ima , tuvieron la doble consecuencia de asegurar los derechos even­tuales de Carlota c omo heredera del trono, al prop io t i empo que se decretaba of ic ialmente su inhab i l idad para la R e g e n c i a . P e r o , cuando esto ocurr ió , t i empo hac ía ya que nadie en A m é r i c a seguía con interés el m o v i m i e n t o en el vac ío de esa quinta rueda del carro m o n á r q u i c o . Cont inuó exist iendo una cuestión portuguesa en el P l a t a , después c omo antes de la R e v o l u c i ó n ; pero ja no c o m p l i c a d a con la regenc ia de doña Carlota, que sólo cruzó c omo fuego fatuo por la historia . Si m e he detenido en este episodio a lgo más de lo n e c e ­sario, es porque , además de sus rasgos curiosos, al poner en rel ieve la lealtad inalterable de L in iers anunc ia c laramente cuál será su act i tud postrera. Si a lgo resulta del ind i cado proceso , es la ev iden­cia de haber sido L in iers el p r imer y pr inc ipa l obstáculo para la real ización de los proyectos de D . a Carlota y S idney S m i t h . Esta act i tud insospe­chable , que resulta de los documentos y se adapta, no sólo al carácter del personaje sino á sus inte ­reses, es la que , sin e m b a r g o , ha sido dec larada sospechosa: hales bastado á nuestros historiadores trastornar los datos para interpretar á su anto jo las in tenc iones ; y los mismos que gastan tesoros de indu lgenc ia para el español ismo de Moreno ó el monarquismo impenitente de B e l g r a n o , se han armado de severidad ante un fantást ico « car l o t i s -m o » de L in iers , sólo f u n d a d o en su prop io desco ­noc imiento de los hechos ( 1 ) .

(1) El señor Mitre (Historia de Belgrano, I , 274) dice que Liniers, «no había desconocido explícitamente los derechos eventuales de la Carlota á un trono en la Amé­rica española» y nos pinta (das fluctuaciones de su carác­ter indeciso...» El primer miembro de la frase no tiene sentido histórico ni el segundo lo tiene jurídico : los dere­chos eventuales de Carlota no podían ser desconocidos sino por quien ignorase las cortes de 1789; además, acababan de ser confirmados por el manifiesto de Floridablanca;

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I V

Entre los part idarios platenses de la in fanta Carlota, era notable la ausencia casi completa del g r u p o español : habíanse retraído, desde luego , don Mart in de A l z a g a con sus adictos del cuerpo ca ­pi tular , y tras de éstos los ind iv iduos más vis ibles del comerc io y del c lero , que afirmaban personif i ­car la op in ión , amén de los je fes mil i tares euro ­peos que pudieran representar la fuerza. Esta g e ­neral abstención de los peninsulares , si b ien s ig ­ni f icat iva, no requería largo comentar io , c onoc i ­do el acuerdo existente entre los cabi ldos de una y otra banda del P la ta . A s p i r a b a n los de aquí al m i s m o gob ierno m u n i c i p a l que los de allá hab ían conseguido , y p o r el proced imiento idént i co de un m o t í n popu lar . As í las cosas, la mal definida p r o p a g a n d a de la princesa del Brasi l no pod ía ser aceptada de los que pretendían ajusfar su conduc ta po l í t i ca á la act i tud de la metrópo l i . ¡Junta como en España! tal era la secreta contra ­seña y , m u y pronto , el gr i to sedicioso, en cuya breve f ó r m u l a hal laban cab ida la a m b i c i ó n de a l ­gunos , el sentimiento ant iamericano de o t r o s , —

«un trono en América», distinto del trono en España, era una novedad que hemos visto no había sido por nadie formulada, ni siquiera por Carlota. Lo de las «fluctuacio­nes» es una hipótesis gratuita, desmentida por las mismas cartas dadas á luz en la obra del señor Mitre. Tampoco la causa formada á Presas, én Buenos Aires, pudo tener nada que ver con la Carlota, á quien el futuro secretario vio por primera vez seis meses después. En cuanto al historiador López, instruye la causa sumariamente; unas veces (Historia, I I , 298) dice que Liniers aceptó la pro­clamación de la Carlota, sin decirnos en qué se funda ; otras (Ibid, 347) , es el mismo virrey quien denuncia en 1808 (jas intrigas y manejos» de aquélla al marqués de Casa Irujo, embajador español en el Brasil—el cual llegó á Río el 26 de agosto de 1809, cuando Liniers ya no era virrey ni se hallaba en Buenos Aires.

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sobre todo el odio anti francés de la niaj-oría, enar­dec ido basta el ro jo candente por las patrañas de las gacetas de Cádiz que en cada barca l legaban, y re l ig iosamente se re impr imían por la imprenta de Niños Expós i tos ( 1 ) .

Frustrada c o m o v i m o s , la intentona de octubre , A l z a g a empleó los dos meses siguientes en prepa­rar el éxito de una segunda y me jo r c ombinada contra el od iado v i r rey . A los batallones urbanos de Catalanes, V izca ínos y Gal legos , con que contaban s iempre los con jurados , se agregaban muchos d e ­pendientes del c omerc io , y también a lgunos e le ­mentos cedidos por E l í o : así, varios oficiales de la f ragata Prueba, á quienes inst igaban, si no m a n ­daban directamente , el j e fe de escuadra don P a s ­cual R u i z H u i d o b r o y el br igad ier don Joaquín de Molina, -—de paso éste para el P e r ú y revo lu ­c ionar io por pura afición ( 2 ) . Hab i tua lmente , e f e c ­tuábanse los conc i l iábulos nocturnos en la casa de

(1) Amenizaban un tanto las monótonas invectivas contra Francia y Napoleón las proclamas de los vecinda­rios, en que resultaba cada guerrilla merendándose dia­riamente unos cuantos miles de gabachos. Precisamente en los días de que tratamos (noviembre de 1808) reimpri­mióse en Buenos Aires cierta Proclama de la Mancha, que _á muchos parecerá invención, y comenzaba así: «Man-chegos, los campos de Montiel y el Puerto Lapiche, testi­gos en otro tiempo de las proezas del ingenioso Caballero, han admirado ahora el valor de los descendientes de aquel héroe...» y seguían otras espantables aventuras de los carneros, con esta conclusión : «Dado en nuestro cuartel •general ambulante. Por mandado del señor Diego López Hembrilla (el general) que no sabe escribir». En cuanto á la sorpresa de Bailón (Non sine causa sed sine fine laudata) que refrescaba un poco las seculares reminiscen­cias de Roncesvalles y San Quintín, produjo un intermi­nable romancero en verso y prosa; pero las gacetas co­mentaban con especial estusiasmo los insultos con que los jefes españoles habían sazonado la violación salvaje de la capitulación.

(2) Existe en el Archivo general un largo expediente .sobre la fragata Prueba y el brigadier Molina; sabido es que el buen Cisneros absolvió á éstos como á los otros autores de los escándalos del 1.° de enero, creyendo con sus concesiones tener la fiesta en paz: tuvo el 2o de mayo!

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A l z a g a ; otras veces en el palac io episcopal , c o m o que el obispo L u é y R i e g a figuraba entre los más ardientes conspiradores . A u n q u e los más de éstos eran españoles, no bab ían de jado de adherirse al c omplo t unos cuantos americanos , y a lgunos de tanta s igni f icación social c o m o los doctores don Jul ián de Le iva y don Mar iano M o r e n o , — c o n la part i cu lar idad de baber sido éste l í l t imo uno de los pr imeros y más entusiastas part idarios de doña Carlota. Las causas de la an imos idad personal del futuro secretario de la Junta contra L in iers lian sido indicadas a lguna vez , pero sin f u n d a ­mento suficiente para que pertenezcan á la h i s t o ­ria. T a m p o c o es permi t ido afirmar que los r enco ­res pr ivados pesaran más tarde en la terr ible r e ­so lución del r e p ú b l i c o ; aunque sí debe deplorarse que suscite tales sospechas la act i tud imp lacab le del b i ó g r a f o que s iempre reflejó las pasiones de su m o d e l o , y, en el doble sentido prop io y figura­do , sólo fué un hermano menor de M o r e n o . Sea como fuera, en la ríltima reunión celebrada en el ob ispado, se fijó para el mot ín la f echa del I o de enero de 1809, por efectuarse este día la e lecc ión anual de los capitulares , que congregaba al v e ­c indar io en la P laza M a y o r . E l p r o g r a m a de la. f u n c i ó n no di fer ía del rec ién real izado en M o n t e ­v ideo , sino en un detal le ,—á la verdad de c ierta impor tanc ia , sobre todo para L i n i e r s : y era que en lugar de p r e s i d i r — c o m o allá E l í o — l a Junta surgida del tumul to popular , el v i r rey quedar ía depuesto y sin ingerenc ia en el nuevo gobierno, , ya por renunc ia vo luntar ia del e m p l e o , ya p o r ac lamada dest i tuc ión.

Estos planes subversivos eran conoc idos del v i ­rrey y sus adictos , que tenían agentes suyos entre los mismos con jurados y seguían día por día el desarrollo de la conspirac ión . Con el fin p lausib le de evitar un confl icto sangriento , los je fes de los cuerpos fieles habían d i r ig ido á L in iers una re ­presentación co lec t iva , denunc iando el pe l igro y pon iendo sus fuerzas al servic io de la autor idad

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( 1 ) . E l mandatar io había agradec ido y aceptado ostensiblemente el o f rec imiento , aunque mani fes ­tara no creer en la real izac ión del atentado, ya porque confiase en una reacc ión patr iót ica de los conspiradores , ya en los sanos consejos de la pru­dencia , s iendo notor ia la adhesión de los tercios cr iol los . Las almas generosas son fác i lmente o p ­t imis tas ; y , c o m o escribía Saavedra treinta años después, « a q u e l hombre de carácter b o n d a d o s o » , solía apreciar los sucesos con el sentimiento más

(1) Poseemos varias versiones de este episodio por testigos más ó menos autorizados: Saavedra, M. Rodrí­guez, Manuel Moreno, P. A. García, fuera de las actas y partes oficiales. El historiador López se atiene exclusi­vamente á la carta del verboso coronel Pedro A. García, que publica íntegra (Historia I I , 322 y Apéndice): en tanto que el señor Mitre (Belgrano, I , 265) no la men­ciona, si bien se vale sucesiva é indiferentemente de todas las demás: uno y otro, en forma diferente, pecan contra la crítica documental. Es evidente, por ejemplo, que la página de Manuel Moreno, además de su tendencia ca­lumniosa, contiene errores enormes en lo principal, verbi •gracia: «El gobierno no había jjercibido (apercibido?) cosa alguna con anticipación, pues las demás tropas de confianza no estaban retiradas en sus cuarteles, ni pre­paradas». Es exactamente lo contrario de la verdad. El mismo Liniers, en su proclama del 4 de enero, lo establece categóricamente: ((Tomé de acuerdo con los comandantes de Patricios, Arribeños, etc., las medidas necesarias para oponerme á la insurrección : éstas no fueron secretas, sino públicas, procuré que nadie las ignorase para ver si podía intimidar á los conjurados.»—Paréceme que la re­lación de Saavedra sea la más clara y verosímil, aunque contiene también yerros y omisiones, como escrita treinta años después de los sucesos (la fecha final es del 1.° de enero de 1829). La reimpresión que de esta memoria se ha hecho recientemente (en la revista Historia) no difiere de la primera publicación que se hizo en la Gaceta Mer­cantil, y principió el 30 de marzo de 1830, al día siguiente del aniversario de la muerte del autor; concluyó el 28 de abril, y la Gaceta del 29 le dedica un juicio sensato y simpático. Saavedra murió repentinamente el 29 de mar­zo de 1829, á las ocho de la noche, en casa de su hermana. Sólo la Gaceta y el British Packet dieron la noticia ; no hubo homenaje oficial alguno ni honores militares, á pe­sar de ser general en jefe del ejército su antiguo compa­ñero de armas, Martín Rodríguez. Las circunstancias del momento absorbían el interés público : el día del entierro de Saavedra circulaba ya la noticia de la derrota de las Vizcacheras y muerte de Rauch; también la administra­ción de Lavalle entraba en agonía.

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que con la ref lexión. P o r eso, sin duda , no j u z g ó que la e fervescencia callejera debiese trascender á su v ida domést ica , bac iéndo le d i fer ir el anun­c iado casamiento de su b i j a Carmen con el m a y o r don Juan B . P é r i c b o n , el cual se realizó en la Ca­tedral , el 26 de d i c i embre ( 1 ) . Corroborando es­tas disposic iones conc i l iadoras del gob ie rno , c i r ­cu laba el rumor de que , para quitar todo pre ­texto á los revoltosos, el v i r rey bab ía resuelto aprobar las elecciones del I o de enero, « fueren quienes fueren los nombrados para el C a b i l d o » . P e r o no bab ía ya prov idenc ia n i act i tud de L i ­niers que lograse atenuar el v i c i o insanable de su n a c i o n a l i d a d ; y el sábado, 31 de d i c i embre , v ís ­pera de las e lecc iones , los batallones con jurados rec ib ieron cartuchos á ba la , con orden de c o n c u ­rr ir al día s iguiente con sus armas á la P laza M a y o r , al toque de la campana del Cab i ldo .

P o r su parte , los je fes de las fuerzas adictas al gob ierno las tenían citadas para la mañana del día I o en sus respectivos cuarteles ( 2 ) . Las c o m ­p o n í a n : la fuerte l e g i ó n de Patr i c i os , al m a n d o del coronel Saavedra ; el r eg imiento de artil lería de la U n i ó n , con su coronel , don Gerardo Esteve

(1) Encuentro algunos datos interesantes en la par­tida de matrimonio, cuya copia legalizada he sacado de la Merced. Con licencia del obispo, celebró el acto en la Catedral el cura de Morón, Dr. D . Juan Manuel Fernández de Agüero, el antiguo profesor de filosofía escolástica del colegio de San Carlos, más tarde filósofo racionalista ea la Universidad. El novio se designa así : «D. Juan Péri-chon y Vandebil (sic), natural del reino de Francia, hijo legítimo de D. Esteban Périchon y de D . a Juana Magda­lena Avelle». Fueron padrinos el virrey y la madre del novio ; firma la partida, como cura de la Catedral, don Julián Segundo de Agüero, el futuro ministro de Riva-davia.—El casamiento se realizó á poco de volver Péri­chon de Europa, pues hasta fines de octubre las Instruc­ciones del Cabildo de Montevideo al enviado Guerra le dan como preso en Cádiz—por francés, naturalmente.

(2) Respecto de los informes que se tenían del com­plot, habla el Dr. López (II , 234) del «grande sigilo que los conjurados habían procurado guardar...» pero, á ren­glón seguido : «era tan pública esta voz por la jactancia de los conspiradores, e t c . » !

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y L l a c l i ; los cuerpos de Montañeses y A r r i b e ñ o s , respect ivamente mandados por el coronel don P e ­dro A . Garc ía y el capitán (2° j e f e ) don Franc i s co Ortiz de O c a m p o ; el batal lón de Pardos y M o ­renos, también al m a n d o prov is ional de G a r c í a ; por fin, los Húsares de P u e y r r e d ó n que , en ausen­cia de este j e f e , tenían per comandante inter ino á don Mart ín R o d r í g u e z . Estos cuerpos urbanos , f ormados de combatientes de la Defensa , y que representaban un cont ingente respetable por su número y ca l idad , debían salir de sus cuarteles y converger á la P laza en cuanto sonaran los tres cañonazos de la Forta leza , según la señal c o n v e ­n ida con el v i r r e y ; pero veremos luego c ó m o d ieba señal fué omit ida , lo que no i m p i d i ó á los tercios moverse en la hora precisa, con excepc ión de los Hiísares que quedaron hasta la tarde en el R e t i r o , y de los Pardos y Morenos que s iguieron o c u p a n ­do la p laza de Monserrat .

Desde el amanecer habían t omado sus puestos estratégicos los cuerpos españoles, delante del Cabi ldo y en torno de la P laza ( 1 ) , no de jando l i ­bre el acceso de las galerías capitulares sino al « p u e b l o » europeo . Las e lecc iones munic ipa les se e fectuaron á la hora y en la f o r m a acostumbradas , resultando reelegidos sin discrepancia los cap i tu ­lares salientes. R e d a c t a d o el acuerdo correspon­diente, pasó al Fuerte una d iputac ión encabezada por el A l c a l d e de pr imer vo to , don Mart ín de A l -zaga , y acompañada de grupos tumultuar ios , para sol ic itar la rati f icación de los nombramientos . L a guard ia de jó entrar á los capitulares , pero cerró

( 1 ) L Ó P E Z , Historia, I I , 3 2 6 : «Al frente de la arque­ría del Cabildo extendían su línea los Catalanes que man­daba el rico hombre Rezábal...» D. Ignacio de Rezábal era comandante de los Cántabros de la Amistad. Ya tene­mos repetido que el comandante de los Catalanes era el regidor D. Olaguer Reináis, y sabemos que la razón de estar formados delante del Cabildo era tener su cuartel contiguo. Pero, ya se tratara de Rezábal ó de Reináis, no le es permitido á un historiador llamar rico hombre á un tendero rico.

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el paso al p o p u l a c h o , que quedó revo lv iendo por la plaza del Mercado en herv idor o lea je . A poco salía el g r u p o conce j i l , con aspecto entre satisfe­cho y car iacontec ido , pues si b ien era cierto que t r iunfaba , hab iendo el v i r rey firmado el auto de conf irmación sin mirar la l ista, no lo era menos que fa l taba ya el m e j o r pretexto para el mot ín . P e r o la vac i lac ión fué de pocos m i n u t o s ; apenas l legados al centro de la plazoleta, uno de los d i ­p u t a d o s — A l z a g a , según a lgunos , V i l l anueva , se­g ú n o tros ,—arro jó al aire el p r imer gr i to sedi­cioso de ¡Junta como en España! ¡Abajo el fran­cés Liniers! que fué repet ido por la m u c h e d u m ­bre . A l m i s m o t i empo que la campana del Cabi ldo tocaba á rebato , f ormábanse los tercios europeos , y los con jurados empezaban á l lenar las galerías de la casa consistorial , donde había de realizarse el acto más importante del p r o g r a m a revo luc i o ­nar io .

A med iod ía , el c omandante de Patr i c ios rec i ­b ía la orden de dir ig irse con su cuerpo á la F o r ­taleza por la poterna de la p laya , estando ya i n ­terceptadas por las fuerzas españolas las cuadras inmediatas . Mientras cumpl ía personalmente es­ta disposic ión, Saavedra m a n d a b a á los Arr ibeños que ocupasen la «casa de M i x t o s » , frente á las Catalinas, y se mantuviesen sobre las armas. D e ­j a n d o su reg imiento f o r m a d o en el rec into , el coronel Saavedra penetró en el despacho del v i ­rrey , á quien el obispo L u é , el j e f e de escuadra R u í z H u i d o b r o , el b r igad ier Mo l ina y otros ofi­ciales f o r m a b a n un c í r cu lo de traidores . Después de un v i v o altercado, el comandante de Patr i c ios aceptó la propos i c i ón de vo lver á su cuartel , pero no por la puerta de Socorro , sino por la P laza M a y o r , en c o l u m n a f o rmada y á tambor bat iente , compromet iéndose por su parte el pre lado á c on ­seguir que los españoles despejasen la plaza y calles a ^ a c e n t e s . As í se h i z o ; pero tan poca c o n ­fianza tenía el so ldado en la palabra del obispo , que h izo l lamar al cuartel de Patr i c ios á los M o n ­tañeses, Arr ibeños y Art i l leros de la U n i ó n , con

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el convenc imiento de que iba á ser necesario des­a lo jar por la fuerza á los contrarios .

Entre tanto , el vec indar io español , c ongregado en las galerías del Cab i ldo , real izaba al fin por ac lamac ión el nombramiento de una Junta Su­prema, compuesta exc lus ivamente de europeos, c on excepc ión de los doctores don Jul ián de L e i -va y don Mar iano Moreno , únicos americanos n o ­tables , b a y que dec ir lo , que hubieran part i c ipado en esta empresa esencialmente ant iamericana. E n ­cabezaban la l ista los nombres de A l z a g a , R e i -nals , Y i l l anueva , Santa Co loma y demás cap i tu ­lares, y la cerraban los de L e i v a y Moreno , que hab ían sido designados para secretarios. As í or ­ganizada la Junta , que nunca volver ía á juntarse , y redactada el acta de instalac ión, que quedaría c o m o el ún i co vest ig io de su existencia , trasladá­ronse al Fuerte a lgunos miembros del flamante cuerpo ,—entre éstos A l z a g a y M o r e n o , — p a r a s ig ­nif icar al v i rrey su dest i tución. R e c i b i ó éste sin gran sorpresa la not i c ia , y por ser día en que todo el m u n d o iba y venía entre la For ta l eza y el Ca­b i ldo , no le costó t i empo reunir un ab igarrado conse jo de notables , en que , además de los cap i ­tulares y la A u d i e n c i a , entraban el obispo y les menc ionados je fes de mar ina . Nad ie ponía en d u ­da lo que del sanhedrín tenía que s a l i r , — y menos Lin iers , que acababa de dar aviso á Saavedra para que entrasen en escena los Patr i c ios y ter­minase la larga f u n c i ó n . P a r a ganar t i empo , y también porque tal hubiera sido en ú l t imo caso su conducta , el v i r rey admit ió la idea de resignar el m a n d o , si el « p u e b l o » así lo e x i g í a ; pero en f a ­vor del j e fe más caracter izado, c omo lo prevenía la real orden, y de n i n g ú n m o d o en manos de una junta anárquica . Conseguido lo pr inc ipa l , que era la d i m i s i ó n — p u e s para lo demás había t i empo—extend ióse el acta de la renunc ia , y ya L in iers acorralado tomaba la p l u m a para firmarla (otros d icen que estaba ya firmada), cuando Saa­vedra y otros je fes de cuerpo h ic ieron i r rupc ión en el despacho . Aque l l o fué un cambio teatral :

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sin amedrentarse por las declaraciones de los c u ­riales n i los aspavientos del mitrado h ipócr i ta , Saavedra protestó contra la abdicac ión y el abuso que en nombre del pueb lo se comet ía , c o n c l u y e n ­do p o r proponer al v i r rey que se mostrase á la concurrenc ia , y escuchase salir de miles de p e ­chos el sentimiento popu lar . Ta l se h izo , en e fec ­to . E l v i rrey se presentó en la plaza, a compañado por Saavedra ; y una inmensa ac lamac ión de ¡Viva Liniers/ sal ida de la masa criol la, que aho ­ra rebull ía j u n t o á los Patr i c ios f ormados en b a ­talla, p r o b ó á los con jurados que en el verdadero pueb lo de Buenos A ires v iv ía aún el prest ig io del caudi l lo francés q u e — c o m o á esta ocasión lo recordaba Saavedra ( 1 ) — h a b í a reconquistado p a ­ra España la c iudad cobardemente entregada p o r un v i rrey y oficiales españoles. V u e l t o L in iers á su despacho , rasgó , en presencia de los « conse j e ­ros» que allí hab ían quedado , el documento que acaso firmara por persuasión el mandatar io satu­rado de intr igas y ca lumnias , pero no por i n t i m i ­dac ión el so ldado que acababa de ver en frente al e n e m i g o . A s í resuelta la cuestión doctr inal , confió á Saavedra la práct ica , que consistía en d i ­solver sin demora ni contemplac ión las fuerzas sediciosas que obstruían el f rente oeste de la p la ­za y las cuadras adyacentes. E n v a n o , p o r suges­t ión de A l z a g a , acudieron los con jurados al r e ­curso de desplegar en el Cabi ldo el real pendón en señal de paz : V i a m o n t e , Garc ía , Mart ín R o ­dr íguez , se pusieron al frente de sus respect ivos cuerpos á lo largo de la R e c o v a , y Saavedra m a n ­dó rendir las armas á los tercios f o rmados en el lado opuesto . . . P o d r í a suscitarse duda sobre si los estimables horteras de don Olaguer Re iná i s persis­t ieron hasta la segunda in t imac ión en su p r o p ó ­sito de dar la v ida por la J u n t a : pero es m u y se-

(1) S A A V E D R A , Memoria: «Se olvidaban estos ingratos que sólo el francés Liniers rehusó juramentarse ante Be­resford... etc.

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guro que no esperaron la tercera, constándonos por varios test imonios , tan fidedignos c o m o p in to ­rescos, la galantería con que accedieron al deseo del comandante de Patr i c ios (1 ) .—Aquel la misma noche f o r m ó acuerdo la A u d i e n c i a , presidida p o r el v irrey , y , cal i f icado el caso de atentado y tra i ­c ión, fueron condenados sus autores pr inc ipales á la pena re lat ivamente leve de extrañamiento . Para evitar nuevos desórdenes, fueron aprehendi ­dos en el acto los c inco capitulares , A l z a g a , R e i ­náis , V i l lanueva , Santa Coloma y Neira , y embar ­cados para Patagones ,—sin per ju i c i o de seguirse en la f o r m a ordinaria la causa f o rmada á los auto­res y cómpl i ces de la rebel ión ( 2 ) . A pesar—ó en r a z ó n — d e ser relatores de la A u d i e n c i a , n i M o ­reno ni L e i v a fueron perseguidos . N o obstante, el a lma t ierna de Manue l Moreno sangraba t oda ­vía á los tres años por el destierro de los c u l p a ­bles , que en r i gor duró un mes , y en su conoc ida obra protesta i n d i g n a d o contra la crueldad del t irano Liniers ¡ por haberse de fend ido al verse a tacado ! Y cuando se recuerda que el ob jeto de tantos dicterios y ca lumnias era la más i lustre de las c inco v í c t imas recién caídas en la Cruz A l t a ( 3 ) . — d e orden del hermano del dec lamador y por un del ito más discutible que el del I o de

(1) S A A V E D R A , Memoria: «A la segunda intimación arrojaron las armas y corrieron por las calles como ga­mos. . .»— S Á G U Í , op. ext., 117: «A manera de las aves de rapiña que sintiendo al cazador, se desbandan y Huyen precipitadamente.» Los tres cuerpos insurrectos quedaron disueltos.

(2) El acto verdaderamente arbitrario y abusivo fué la confiscación de los caudales efectivos, que se encontra­ron en las casas de comercio de algunos desterrados; así se apoderó el gobierno de 300.000 pesos fuertes pertene­cientes al síndico Villanueva. Parece, sin embargo, que esta extorsión tuvo el carácter de un impuesto forzoso, pues se empleó en gastos administrativos, dejándose la constancia que, más tarde, permitió al interesado recupe­rar la suma casi en su totalidad.

(3) La Vida de Moreno se publicó en Londres, en agosto de 1812; es presumible que se principiara á media­dos del año anterior.

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enero, — ocurren tristísimas reflexiones sobre la mora l idad de los part idos po l í t i cos .

T a l fué en substanc ia—y omit iendo pormenores sin gran interés—la frustrada revo luc ión de los es­paño les . P e r o no es dudoso que el fracaso del tu ­mul to nutnic ipal tuvo consecuencias históricas, m u c h o más posit ivas que las perseguidas por los con jurados ó las entrevistas por los vencedores . F u é sin duda la más inmediata y patente la que apuntan los historiadores argentinos ( 1 ) , esto es, la preponderanc ia mi l i tar del e lemento n a t i v o , — c o m o que en adelante la l eg ión de Patr i c ios y d e ­más batallones criol los compus ieron exc lus iva ­mente la fuerza acuartelada. P e r o , sobre ser pre ­car io este resultado, y depender de la ven ida (tan rec lamada p o r los ú l t imos v irreyes) de una fuerte d iv is ión veterana, no const i tuyó sino el e lemento más externo de la nueva s i tuac ión. P o r lo que ésta en real idad se caracter izaba, y contenía el anun­c io de u n c a m b i o inminente , era por el estado de caduc idad de los órganos gubernat ivos , que un s imple a m a g o de confl icto acababa de revelar . Tal era su incurable vetustez, que había bastado un l igero rozamiento para poner la de manif iesto, aun ante los testigos más ingenuos ( 2 ) , Tras el solo ademán de un mot ín abortado , salían todas las inst i tuciones estropeadas é invál idas . ¿ Q u é que ­daba del v i rre inato , desconoc ido por el Cabi ldo y sólo amparado p o r los cuarteles ensoberbecidos y ya incapaces de obedecer? ¿ Q u é del A y u n t a m i e n -to , cuyos miembros dispersos eran púb l i camente in famados y convenc idos de t ra i c i ón? L a misma A u d i e n c i a , t ímida y t emblona , acordaba con el vac i lante mandatar io resoluciones que era la p r i ­mera en denunc iar al gob ierno ambulante y c on ­fuso de A r a n j u e z ó Sevil la, cuyo s imulacro estaba en todas partes y su real idad en n i n g u n a . N a d a ,

( 1 ) L Ó P E Z , Historia, I I , 324 ; M I T R E , Belgrano, I , 270.

(2) S A G U Í , op. ext., 1 1 9 : «De aquí es que los ánimos cancerados, ya no curaron más».

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pues, del ant iguo rég imen había quedado en p ie . E l solo hecho de ser los propios gobernadores y capitulares , los que venían encabezando mot ines en estos domin ios , con el pretexto de conservarlos á un rey cesante, demostraba á las claras que estas prov inc ias no pod ían ya ser co lonias . L a lealtad y la fe eran el cemento que antes mantenía adhe-rentes las piedras del edificio m o n á r q u i c o : los mismos españoles eran los que aquí hab ían escan­dal izado á los vasallos, enseñándoles c ó m o las des­prendidas hi ladas se desp lomaban al solo e m p u j e popular . N o sería l e cc ión perd ida . L o s criollos sabían ya que no era atentado inaudi to expulsar virreyes ó dispersar cabi ldos y audienc ias . L o que los españoles atacaran con monstruoso i l og i smo , intentando rasgar sus únicos t í tulos al p r e d o m i ­n io , los h i jos del país iban á emprender lo con l ó ­g i c a ev idente , proc lamándose dueños de la tierra que ellos bastaban á de fender . Y esa misma Junta gubernat iva , en cuyo nombre alzaran los p e n i n ­sulares pendones de anarquía , los americanos iban á er ig ir la en señal de emanc ipac i ón . Con toda verdad puede decirse que , al día s iguiente de de ­clararse sediciosos los españoles de Buenos A i res , la obra de la independenc ia estaba in i c iada . Que se cortara allá por la espada de los invasores , ó se desatara aquí por la m a n o de los pa t r i o tas ,—ó , c omo acontec ió , por ambos extremos á la v e z , — desde pr inc ip ios del año 9 ya no existía v i r tua l -mente el v í n c u l o de vasal la je . L a revo luc ión esta­ba hecha en la conc ienc ia amer icana : la cuestión de pasar á los hechos , sólo dependía de que los franceses empleasen años ó meses en invad i r la A n d a l u c í a .

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Y

N o bien avisado E l í o de los sucesos ocurr idos en Buenos A i res , despachó para Carmen de P a ­tagones uno de los buques del apostadero, al m a n ­do del capitán de f ragata don Eranc isco Jav ier de Y i a n a , con orden de es traer por la fuerza á los capitulares desterrados y conducir los á M o n ­tev ideo . L a comis ión fué prontamente c u m p l i d a , á pesar de la resistencia que opusiera la débi l g u a r n i c i ó n del presidio (1) ; y , ya reunidos en la c iudad sublevada, pud ieron los enemigos de L i ­niers proseguir á mansalva su ru in empresa de descrédito y c a l u m n i a . Mul t ip l i caron , en e fec to , sus denuncias contra el v i r rey ante la Junta su­p r e m a ; aunque , c o m o luego veremos , « l o que abundaba , ya no pod ía dañar» , y á la hora en que aquéllas l legaron á su dest ino, estaba dec id ido el reemplazo de L in i e r s .

Este , entre tanto , luchaba contra la f or tuna con la res ignada energía del mar ino que m a n d a la maniobra impos ib le á bordo de la nave en p e r d i ­c i ón , resuelto á quedar firme en su puesto hasta el m i n u t o supremo . B i e n sabía él que su rec iente t r iunfo á lo P i r ro no signif icaba sino una tregua en la inevi table derrota. Todos sus merec imientos

(1) En una nota de su comunicación al Rey, de 5 de agosto, escribe Liniers: ¡(Este es el que insultó con las armas en la mano el pabellón de V . M. en el estableci­miento de la costa de Patagonia» ( C A L V O , Anales^ I , 135). — E l capitán Viana era el mismo oficial que, veinte años antes, se encontró en la expedición de Malaspina y dio de ella un Diario interesante (impreso en el Cerrito de la Victoria, 1849). Las dos corbetas Descubierta y Atrevida formaban parte del apostadero, con la tristemente célebre fragata Medea que, cuatro años antes, condujo á los dos Alvear. Regularmente, el servicio de la costa patagónica é islas Malvinas se hacía por los tres bergantines de la plaza ; pero, dado el carácter militar de la comisión, es probable que Viana montara su vieja Descubierta. Cf. Anales ele la Biblioteca, I .

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anteriores, todos los esfuerzos y sacrificios de su dolorosa lealtad presente, por m i l testigos re cono ­c ida , tenían que estrellarse en la pared de hierro de la preocupac ión patr iót i ca , que no razona y sólo siente, no p u d i e n d o , por lo tanto , ser permea­b le al c onvenc imiento . A u n suponiendo que , para cada conc ienc ia ind iv idua l , resplandeciera como la luz del sol la ev idenc ia de su h ida lgu ía , ésta no va ldr ía para la conc ienc ia co lec t iva : espurio c o n g l o m e r a d o de impulsos é instintos atávicos , cuya l ó g i c a imp lacab le y c iega es la del alud que se desploma de la montaña . A u n q u e fuese u n san­to ó un héroe ,—que no era ni lo uno ni lo o t r o , — su santidad ó su hero ísmo no le lavara por enton­ces del del i to , inexp iab le ante almas españo­las, de ser francés , es dec i r : compatr io ta de los que allá herían y u l t ra jaban á la madre venerable , cuyos sufr imientos hac ían correr lágr imas de san­gre en los rostros de sus más rudos h i j os . L a m i s ­ma pasión bravia que arro jaba al vec indar io de Zaragoza ó Y a l e n c i a contra indefensas fami l ias francesas, allí arraigadas de veinte años atrás, y basta ayer quer idas , era la que aquí rug ía c on ­tra el paisano de N a p o l e ó n : sent imiento regres ivo y feroz , que nos retrotrae á la barbarie de los c on ­flictos medioevales entre las razas, y parece que revolv iera en la moderna h u m a n i d a d los apetitos sanguinarios que pro longaron la lucha de las es­p e c i e s ; pero imponente en sus mismos excesos y exento de ego ísmo sórd ido : puro , al cabo , c omo el f u e g o , si c omo éste devastador ,—y que haría a b ­solver al pueblo indómi to que contra todo cá lculo y esperanza lo a l imentaba , si bastase lo nob le del fin para borrar lo innob le de los medios ante la incorrupt ib le h i s tor ia !

Pocos días después de so focado el m o t í n ( 1 ) , el v irrey d i r ig ió á los habitantes de Buenos A ires

(1) El 4 de enero; otra proclama había publicado la víspera, sólo encaminada á demostrar lo ilegal de la pro­yectada Junta y ensalzar la actitud de los ((cuerpos pa­trióticos».

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una importante p r o c l a m a , que refleja el estado de su ánimo y se aparta bastante, en su segunda parte al menos , del estilo enfát ico y bueco harto usual en este género de l i teratura. A raíz de a l ­gunas alusiones, acaso poco úti les , á los cap i tu ­lares extrañados , pero que siquiera muestran la poca animos idad que les conservara, L in iers d is ­curría con gravedad filosófica sobre la in iqu idad del j u i c i o contemporáneo : « E n vano , dec ía , se prec ia el h o m b r e más fe l iz de haber g r a n j e a d o por grandes acciones y actos de benevo lenc ia la vo luntad universal de los que m a n d a ; pues la en ­v id ia , la c a l u m n i a y la ma levo lenc ia , vert iendo sobre él su ponzoña , lo convencerán m u y en breve de que la ú n i c a sat is facc ión que debe esperar el h o m b r e de b ien , es el test imonio de su c onc i en ­c i a » . Y entrando luego en lo que él m i s m o l lama­ba las « a p l i c a c i o n e s » , presentaba u n análisis de los sucesos recientes, que puede tenerse por el resumen más c laro que de aquéllos poseamos. H u e l g a reproduc i r l o , habiéndoselo tenido presen­te en las páginas anter iores ; con todo , transcr ibiré los renglones relativos al inc idente de la renunc ia , que ha sido tergiversado, y cuja versión por el p r inc ipa l actor, y destinada á un p ú b l i c o en su mayor ía host i l , no pod ía apartarse un punto de la verdad :

¡(...Tuve que detener varias veces la justa indignación de los defensores de la buena causa. Últimamente llevé la moderación, pensando que tal vez evitaría la efusión de sangre, y hacerles conocer un desprendimiento que en toda otra circunstancia podía caracterizarse de criminal, hasta hacer dimisión del mando, siempre que por este medio se lograse borrar aun el nombre de Junta, quedan­do en su integridad las sabias leyes que en tres siglos habían regido estos dominios; cuya proposición se admi­tió á pluralidad de votos... Pero vi con admiración exal­tarse hasta lo sumo los que (Saavedra y los jefes) consi­deraban, que derribada la autoridad emanada de la Su­prema y el Jefe revestido de la legítima, el que ellos eli­giesen no subsistiría más tiempo que el en que cesase de adherir á sus siniestras y desarregladas ideas... (1) . Pero

(1) No necesito advertir al lector que las impresiones sueltas del tiempo traen muchas incorrecciones; aquí y en

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la energía y el patriotismo de los cuerpos y jefes ya cita­dos me sacaron de este conflicto con el mayor denuedo. La autoridad real se lia radicado, y los malvados y mal intencionados están abandonados á sus remordimientos (!) y bajo el yugo de las leyes».

E n esos mismos días ( 1 ) , ya fuese porque temía realmente u n atentado de los portugueses p o r R í o Grande , ó, más probab lemente , para, conte ­ner nuevos desmanes .de su « i n s u b o r d i n a d o » , L i ­niers le d i r ig i ó un oficio redactado en tono c o n c i ­l iador , el cual á la pr imera lectura sólo parece i n ­genuo , si b i en , á la segunda, bastante báb i l . I n ­vocando la lealtad y patr iot ismo de E l í o , inv i tá ­bale á disolver aquella «pretendida Junta de g o ­b i e rno» , y entregar el m a n d o de Montev ideo al gobernador propietar io R u í z H u i d o b r o ; « c o n esto, agregaba el v i rrey , V . S. daría una prueba irre ­f ragable de que , si a luc inado por un falso c o n c e p ­to b a prevar i cado contra las leyes y autoridades, al m o m e n t o que le b a parec ido [correr] un r iesgo inminente la in tegr idad de los dominios del R e y , lia des is t ido . . . » Seguramente , L in iers no confió un m o m e n t o en la eficacia de su i n t i m a c i ó n ; pero si quiso provocar , como es probable , un d o c u m e n ­to que demostrase en f o rma inequívoca la ind isc i ­p l ina é insolencia del alzado subalterno, es inne ­gable que vio co lmados sus deseos. ~No c a b e , — n o d igamos en el oficio de un j e f e que se p r o p o n g a

otra frase anterior debe haber algún error; el sentido evi­dente es : «no subsistiría en cuanto dejase de adherir, etcétera». El golpe era certero, teniéndose á la vista lo que en las juntas de España ocurría. Como curiosidad literaria, señalo hacia el fin de la proclama una reflexión sobre «faltas á la caridad con afligir al afligido), que pudiera ser una reminiscencia del Quijote ( 2 . a parte, pró­logo al lector) : (¡sabiendo que no se ha de añadir aflicción al afligido».

(1) En su contestación, Elío decía que la carta de Liniers debía de ser posterior á la fecha que traía (31 de diciembre) ; ello no es imposible aunque poco probable. No parece admisible que, al dar ese paso después del 1.° de enero, se abstuviera el virrey de aludir al motín que, sofocado, dejaba su autoridad robustecida. Ambos oficios han sido publicados en la Colección de Lamas y, posteriormente, en los Anales de Calvo, I , 110.

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desacatar al superior sin o lv idar lo que á sí m i s ­m o se debe, sino en la carta de un soldado deser­tor que in jur ia desde le jos á su sargento ,—una retabi la de insultos más soeces y necios que los contenidos en esa respuesta del gobernador « F r a ­c a s o » , quien , además, daba en grace jar con la fi­nura de un Sancbo Panza n a v a r r o ! ( 1 ) .

P o r cierto que el v i r rey remit ió á España esta nueva bel laquería del gobernador rebelde , lo p r o ­p i o que otros documentos relativos á la conduc ta escandalosa de los capitulares , del br igadier M o ­l ina y del c omandante de la f ragata Prueba: todo ello en v a n o , c o m o que el s imulacro de autor idad vac i lante que allá se traslucía , acertaba apenas á demostrar su existencia e fect iva en la misma P e ­n ínsu la . M u l t i p l i c a n d o las órdenes y proc lamas , ba j o la cubierta de una ficción en que pocos c r e í a n , — p u e s en todo pensaba el suspirado F e r ­nando menos en resistir á N a p o l e ó n , — l a Junta suprema de Sevi l la , presa ella misma de disensio­nes intestinas, poco pod ía estudiar la cuestión del P í o de la P la ta . N o func i onaba ya el Consejo de Indias (2 ) cuya just i c ia , si b ien co ja y tardía , se ajustaba al cabo á reglas tradic ionales , que en el caso actual se mostraban abierta y monstruo ­samente transgredidas . E n las denuncias y acu ­saciones contradictor ias que venían a m o n t o n á n d o ­se en el despacbo de los ministros Escaño y Cor-nel , respect ivamente encargados de la mar ina y

(1) Sobre la proverbial testarudez navarra, Elío lle­vaba un unto personal de vanidad fanfarrona que le ha­cía impermeable á toda reflexión sensata. Doce años des­pués de estos sucesos, y á los diez del estéril sacrificio de Liniers, hallándose encerrado en un calabozo de Valencia y próximo á sufrir la última pena, redactaba un Mani­fiesto lleno de errores y jactancias, en que repetía las mis­mas absurdas acusaciones contra su antiguo jefe. (Mani­fiesto que escribió el general D. Francisco X. Elío, Va­lencia, 1823).

(2) Sólo así se explica la singularidad, cuya otra razón se nos escapa, de que por entonces el virrey se comunicara oficial y directamente con el ministro de la guerra Cornel.

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de la guerra , el ún i co punto concordante era el que hacía arrancar, justa ó in justamente , los dis ­turbios del v irre inato de la nac iona l idad del v i ­rrey . T armonizándose por demás este anteceden­te con las preocupac iones reinantes, que cada v i c ­toria de los e jérc itos franceses exasperaban, la Junta resolvió cortar por lo sano, separando, del m a n d o de estas prov inc ias al que aparecía c omo causa directa de d ichos disturbios . — Es fuerza confesar que la prov idenc ia , in i cua en sí misma, fluía irresist iblemente de las c ircunstancias p o l í ­t icas . Co locado por el destino entre las dos m a ­sas nacionales que corr ían á chocarse , el desgra­c iado v irrey tenía fata lmente que ser aplastado. Esta misma A u d i e n c i a pretorial , enérgica de fen ­sora de L in iers en sus cuestiones con E l í o y A l -zaga , á quienes denunc ió re i teradamente c omo autores de los males sobrevenidos, no p u d o de jar de reconocer que « e n tan crít ica s i tuación, no h a ­b ía otro recurso que separar del m a n d o á don San­t iago L in iers , subst i tuyéndole un je fe español , que por serlo removiese el pretexto en que se apoyaron aquellos atentados» ( 1 ) . Todas las consideraciones que h o y l lamaríamos «oportunis tas» concurr ían , pues, para designar al bouc émissaire de la situa­c i ó n , — s i e n d o así que la noc ión eterna de just ic ia , fe l iz ó desgrac iadamente , no figura entre aqué-

(1) Representación al virrey Cisneros, octubre 27 de 1809. (Publicada en la Biblioteca, V I I ) . En ella se hace alusión á las varias comunicaciones anteriormente dirigi­das á la Junta de Sevilla. He aquí en qué términos se produce el alto Tribunal respecto de Elío y Alzaga: «Se atreve el tribunal á asegurar que habría [el país] conse­guido el fruto de sus tareas (la Defensa), si la desgracia no hubiera conducido á estos dominios al brigadier don Francisco Javier Elío : este hombre fanático y osado, que se arrojó atropellado é imprudente á mudar la forma del gobierno en la plaza de Montevideo que interinamente mandaba... Abroquelado de un escudo imaginario que hacía consistir en sospechas hacia el Jefe Superior de estas provincias, cometió cuantos atentados son imagina­bles». Y luego : «Uno de aquellos genios inquietos, á quien da orgullo su riqueza, es D. Martín de Alzaga, etc.».

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lias ( 1 ) , Con todo , tan flamante estaba aún en España y América, la g lor ia del Eeconqnis tador , que , antes de inmolar le , la Junta le había conde ­corado con un t ítulo de Castilla, señalándole una" pensión anual de c ien m i l reales de vel lón sobre estas cajas ( 2 ) , — a l m o d o que se cubr ían de í n f u ­las y guirnaldas las v í c t imas l levadas al sacrif icio.

N o be visto ind i cado en historia a lguna el c u ­rioso trámite que sufrió el reemplazo de L in i e r s : en pur idad , puede decirse que se le quemó á f u e g o

(1) A propósito—ó despropósito—de este decreto, el historiador López, extraviado por Torrente, inventa de toutes vieces (Historia, I I , 363 y sig.) un complicado y divertidísimo enredo diplomático, á cargo del marqués de Casa Irujo, futuro ministro de España en Río de Ja­neiro : «Las ideas y las indicaciones del marqués de Casa Irujo fueron las que obtuvieron aceptación en los acuer­dos de la Junta Central... Ella resolvió separar á Liniers del mando y sustituirlo con Cisneros». Creo haber dicho ya que Casa Irujo desembarcó por primera vez en Río de Janeiro el 25 de agosto de 1809; fué nombrado (estaba antes en Estados Unidos) el 12 de mayo (Gaceta de Go­bierno), y se embarcó en Cádiz el 12 ele julio, en la cor­beta de guerra Mercurio. El primer decreto reempla­zando á Liniers es de 8 de febrero.

(2) Cree el señor López (II , 365) que la Junta Cen­tral «al separar á Liniers» le dio el título de Castilla : esta recompensa formaba parte de los grados y premios acordados por la Junta Suprema «á los individuos mili­tares y particulares que concurrieron á la Reconquista y Defensa de Buenos Aires», cuya lista se lee en la com­pilación de Lamas., 637. El decreto de Sevilla, 13 de enero de 1809, fué recibido y cumplido aquí en 15 de mayo. En seguida se nos explica que «condecorado (Liniers) con un título de Castilla, se le decretó una pensión anual de 100.000 reales ó 6.000 pesos (sic), pagadera por las cajas de Buenos Aires: pero semejantes favores eran ilusorios más bien que reales; Liniers sabía muy bien que el tesoro del virreinato estaba exhausto, etc.». Dejando el calem­bour por cuenta del doctor López (y sin insistir en la errata de 6.000 pesos por 5.000), apenas necesito advertir que la condición de pagarse la pensión por estas Cajas era precisamente la mejor garantía de su efectividad. Los úni­cos funcionarios exactamente pagados en toda la monar­quía española eran los de los virreinatos, que primero co­braban lo suyo y remitían el sobrante. Tan reales fueron los reales aquellos, que Liniers (V. documento núm. 26) en 1810 pudo hipotecar su pensión, percibiendo por ade­lantado 8.000 pesos de las Cajas de Córdoba. Podría ad­mitirse que las Cajas del virreinato estuvieran relativa­mente ((exhaustas» en 1809, para significar que de las en-

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lento , si b ien fuera sólo en efigie y á dos m i l leguas de distancia. Después del fantástico n o m ­bramiento de R u í z H u i d o b r o por la « S u p r e m a » de Gal i c ia , a lgo se susurró de otras candidaturas (acaso propaladas por los mismos interesados) , basta que , por febrero de 1809, la Junta Central p rodu jo un decreto que p inta á maravi l la el esta­do inter ior de la andaluza behetr ía . E l mismo n ú ­mero de la Gaceta de gobierno de Sevil la (3 de marzo ) pub l i caba el nombramiento ( con f e cha del 8 de f e b r e r o ) del E x c m o señor don A n t o n i o Cornel para v irrey de Nueva España y del E x c m o señor don A n t o n i o Escaño para v irrey del R í o de la P l a t a , — y á cont inuac ión ( con fecha 9) las re ­nuncias mot ivadas que de estos empleos presenta­ban los nombrados . H e m o s d icho ya que ambos A n t o n i o s eran miembros de la Junta y respecti ­vamente ministros de la guerra y de marina . El decreto del 8 ( f irmado por don Mart ín de G a r a y ) y las renuncias del 9 eran igua lmente datadas del R e a l A l cázar de Sev i l la ; y no se sabe qué h i p ó t e ­sis favorezca más la buena op in ión de la Supre ­m a : si la tentativa de desalojar s imultáneamente á dos de sus miembros sin not i c ia de éstos, ó contra su vo luntad . A pr imera vista parecía que la resolución gubernat iva entrañaba un alto h o ­nor para estas c o l on ias ; si b ien , al recapaci tar lo , la idea de decapitar , en tales momentos , los m i n i s ­terios de guerra y mar ina para que acudiesen sus titulares á levantar suscripciones y presidir au­diencias co loniales , podía inspirar a lguna descon­fianza respecto al valor del regalo . Sea c o m o f u e ­re, los agraciados l ograron persuadir á la Junta de que eran indispensables sus servicios minis te -

tradas anuales de 5 ó 6 millones de pesos, ya no que­daba como años antes un millón sobrante para la metró­poli ; pero, decir que no dispusieran de 5.000 pesos para cualquier evento, es desconocer por completo el movi­miento de caudales que (fuera del Situado del Perú) tenían estas tesorerías. En 1810, los revolucionarios de Córdoba tomaron en una sola vez más de 77.000 pesos en aquella caja.

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ríales, y Buenos A ires se v io pr ivado de contem­p lar en el Fuerte á un ministro de desecho. P e r o estaba de Dios que este v irre inato daría la p ie l á un cartagenero — quisquís erit Carthaginensis! P o r decreto de 11 de febrero , fué n o m b r a d o v i rrey del R í o de la P la ta , don Baltasar H i d a l g o de Cisneros, no menos teniente general é h i j o de Cartagena que el ministro recalc i trante . N o p a ­rece que t a m p o c o el va l iente mar ino admit iera con entusiasmo el m a n d o de este buque en p e r d i ­c i ón , pues aquel vec indar io mostró oponerse á la part ida de su capitán g e n e r a l ; y es m u y sabido que estas protestas n u n c a son espontáneas. T u v o la Junta que repet ir la orden soberana, no sin en ­comiar á los paisanos de Cisneros las relevantes dotes del sucesor, que lo era el i lustre j e f e de es­cuadra y fu turo regente , don Gabr ie l de Ciscar. ( ¡ Puros grandes hombres , y el d iab lo se lo l levaba t o d o ! ) A l fin l ogró arrancarse de tantos brazos amigos el buen Cisneros y m o n t a r en Cádiz, el 2 de m a y o , la f ragata Proserpina, que había de depositarlo sano y salvo en estas p l a y a s , — d e las cuales saldría á poco , menos t r iunfante que de Cartagena, después de revelar la suma de i m p e r i ­c ia y flaqueza de ánimo que puede caber en un héroe de Tra fa lgar .

Mientras cruzaba el océano su anunc iado suce­sor, el dasairado Liniers consumía en forzosa i n a c ­c ión las ú l t imas semanas de su agonizante v i rre i ­nato . V a g o lugarteniente de un rey fantasma, es­bozaba gestos administrat ivos que á n i n g u n a rea­l idad correspondían . Pasaba in formes á u n so­berano inhal lab le con tratamiento de « M a j e s t a d » , que resultaba ser don A n t o n i o Cornel , cuando no sus anónimos secretarios ; levantaba en Buenos A i res suscripciones patr iót icas que no l l egaban á Cádiz por no haber en el apostadero un barco que obedeciera al v i r rey . D e vez en cuando pub l i caba automát i camente b landas proc lamas para p intar sin m u c h a conv i c c i ón , el g i ro favorab le de las cosas de España, las cuales b ien lo sabía, iban cabeza aba jo . Resuel to c o m o estaba, y m u y pron -

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to había de demostrar lo , á c u m p l i r hasta el fin su juramento de fidelidad, no pod ía , sin embar ­g o , contener en su corazón la efervescencia de su sangre f rancesa . . . ¡ y érale forzoso anunciar como una catástrofe la ca ída de Zaragoza , ó c omo una v ictor ia la t oma de Oporto por W e l l i n g t o n ! Este doloroso confl icto de un alma nob le , co locada en­tre el sent imiento y el deber, y dispuesta á no permit i r que éste sucumbiera jamás ante a q u é l ; esta angustiosa lucha interna, que Liniers soste­nía con no afectado estoic ismo, era prec isamente la que , con sólo ser sospechada, se le imputara á cr imen é in f idenc ia ! ¿ Q u é mérito había en ser patriota ba j o las banderas de su patr ia? E l esfuer­zo abnegado y subl ime, al contrar io , era el que consistía, una vez ca ído en la asechanza del des­t ino , en ahogar á solas el gr i to de la raza, y per ­manecer leal con una máscara de tra ic ión . P e r o estos combates ocultos se traban ignorados en la noche de la c o n c i e n c i a ; y más vale así, por c ierto , pues al traslucirse á la mirada del v u l g o , en lugar de p a l m a sólo merecer ían la corona de espinas. Tal fué la larga tortura secreta que const i tuyó , m u c h o más que su previsto desenlace en la Cruz A l t a , la faz realmente hero ica de aquel soldado v a ­l iente que , por otra parte , no era u n héroe , y cuya inte l igenc ia rápida y fina solía padecer re ­pentinos o fuscamientos , así c o m o su carácter o f re ­cía una extraña amalgama de v ir i l entereza y de l igereza casi puer i l .

P o r aquel t i empo tuvo también su brusco ep í ­l ogo aquella aventura «per i cho l es ca» que , hasta por el apel l ido de la hero ína , evoca i rremis ib le ­mente el recuerdo de otro v irrey famoso en L i m a , y no de jó de influir des favorablemente en el buen nombre del mandatar io , aunque en real idad m u y poco en sus actos administrat ivos . Var ias veces hemos a lud ido á e l la ; y según la doctr ina de Sain-te -Beuve , la monogra f ía de L in iers resultaría in ­completa á faltarle la pág ina f emenina . P o r no admit ir la majestuosa historia estas ojeadas ind i s ­cretas á la vida ín t ima , es por lo que permanecen

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inexpl i cab les ciertos acontec imientos pol í t icos ó inconsecuencias de sus protagonistas . N o debe­mos s iempre despreciar el cb i sme del « a y u d a de c á m a r a » ante el cual no existen héroes. Para citar un solo e j emplo i lustre, j no sólo contemporáneo de nuestro relato, sino casi v incu lado con él por su teatro : es impos ib le darse cuenta de los erro­res comet idos por Masséná en la campaña de P o r ­tuga l , si se ignora que , además de fa l tar en su estado m a y o r el admirable edecán Sainte -Croix , sobraba en su «estado m e n o r » la m u j e r de c ierto capi tán de dragones . Cherchez la femmef Y esto, á que no se atreven Thiers n i Napier , lo hacen Th iébau l t , Marbot y hasta esa cotorra de duquesa de Abrantes , que también cu l t ivó con su ind is ­crec ión las deplorables desavenencias (1);. A h o r a b i e n : estos pasos furt ivos por entre bast idores , que se admiten en las Memorias, no creo que sean t a m ­poco vedados al estudio b i ográ f i co ; todo el toque está en quedarse á igua l distancia de la excesiva complacenc ia (2 ) y del aspaviento r id í cu lo .

F u é á pr inc ip ios del s i g l o ,—s i tengo buena m e ­m o r i a , — c u a n d o causó general sensación la l l ega­da de una f a m i l i a francesa, compuesta de los padres , tres h i jos varones y una del ic iosa mucha ­cha de veinte años. E l j e f e , M . Jean Bapt iste P é r i c h o n , — m á s ó menos de Y a n d e u l , ó Y a n d e v i l , según dieron én escribir el segundo a p e l l i d o , — traía a lgún c a p i t a l ; la f a m i l i a gastaba l u j o , — sobre todo la j o v e n A n i t a , cuya e leganc ia estrepi­tosa daba realce á su belleza, ardiente y vo l cánica c omo la isla Maur i c i o donde había n a c i d o . P o r

(1) Mémoires du general Thiébault, IV, xm. Mémoi-res de Marbot, II, xxvm. Mémoires de la duchcsse d'Abrantes, III, ni.

(2) Ello, por otra parte, no sería fácilmente compa­tible con la exactitud : son escasísimos los datos auténti­cos que acerca de la seductora criolla y su familia he logrado encontrar. Los pocos que aquí hallará el lector han sido extraídos de muchos impresos y expedientes ma­nuscritos; forman por todo una docena de jalones muy espaciados, que me he permitido unir por un rasgo con­tinuo y un tanto ad libitum.

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lo demás, nada que trascendiera á bohémica aven­tura. P é r i c h o n , que traía l i cenc ia y pasaporte en toda f o rma , puso una casa de n e g o c i o ; y la f a m i ­l ia forastera, de modales mundanos y ribetes n o ­bi l iar ios , salvó sin gran esfuerzo el c í rculo de re­servas y rancias preocupac iones de la severa aldea co lonia l . Con todo , no se borró p o r completo el matiz de exot ismo que d i ferenc iaba esta gente de la española ó p a t r i c i a ; y la encantadora cr iol la , br i l lantemente educada y m u y desenvuelta con su graciosa med ia l e n g u a , — l u c i e n d o , además, la au­reola poét ica de su isla de F r a n c i a , ya popular i ­zada por Pablo y Virginia ( 1 ) — g o z a b a dec id ida ­mente de mayor prest igio en las tertulias de h o m ­bres que en los estrados mujer i l es . A poco mur i ó el padre , y, aunque dejó a lgunos bienes, tuvo necesa­r iamente que reducirse notablemente el tren de la casa. A n i t a Pér i chon quedaba soltera: á pesar ( d i ­gámoslo así) de sus éxitos de « c rón i ca soc ia l » , n in ­g ú n galanteo había cua jado en nov iazgo . A l fin, cayó por estos mundos , allá por 1804, un j o v e n ir landés , E d m u n d o O ' G o r m a n , sobrino de nuestro pro toméd i co , que traía «real l i cenc ia de seis meses para arreglar asuntos de f a m i l i a » . Encontrarse P a d d y con la bella A n i t a y encenderse la hoguera , fué todo uno , resultando casada la pare ja antes de conc lu ida la l i cenc ia . ¡ As í arregló el in fe l iz sus asuntos de f a m i l i a ! Que pronto no bastó E d ­m u n d o — t r a t é m o s l o con española conf ianza—para realizar por sí solo el ideal de su mujer , no ex i ­g irá el lector que lo demostremos pa lpab lemente . P e r o d igamos en e log io del pro tomar ido que, modesto y d igno , n u n c a de jó de atr ibuir á la suerte, y cuando más á su don de gentes , la

(1) Circulaba mucho entonces una traducción espa­ñola (en 8.° con láminas), con esta recomendación del traductor (anónimo) : ((Historia verdadera: su lectura arranca lágrimas de placer, y la naturaleza pintada con colores tan vivos, que parece que la pluma del autor se ha cortado precisamente para aterrar á los incrédulos...» Precio : 12 reales.

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(1) VÍCTOR GÁLVEZ, Memorias, de un viejo, I I , 302.

marcada s impatía que inspiraba á personas tan notables c o m o el coronel Burke , el tesorero Casa-m a y o r , y otros que fuera indiscreto enumerar . H e m o s visto c ómo , á raíz de la invasión inglesa , L in iers cons iguió por él la l i cenc ia de permanecer a lgunos días en la c iudad . Beres ford , también p a g a d o de sus aptitudes, le confió el ramo de T a ­bacos y F i l i p i n a s , á cuya cobranza se dedicó con tanto esmero que , firmada la cap i tu lac ión , tuvo que ponerse en « c o b r o » en u n buque de P o ­p h a m : p u d i e n d o así los vencedores ver rendidas las fuerzas inglesas, mas n u n c a las cuentas del i r landés . Fe l i zmente para él y para todos , queda ­ba en t ierra la socorrida A n i t a , qu ien , no menos entusiasta de la reconquista que de la conquista ( c o m o que, al cabo , todo era conquis tar ) , de p ie en aquel célebre ba l cón de la calle de la Merced y San Nico lás , arro jó su bordado pañuelo al j e fe v e n c e d o r — q u i e n lo re cog ió , si b e m o s de prestar o ído al estribil lo que cantaban los muchachos del re foc i lado v i r re inato :

¿Qué es aquello que relumbra Por la calle e la MercedP...

Pues b ien , demos que todo ello sea c ier to : de ­vaneos del v i rrey (por otra parte tan inter inos c omo su v i r re inato ) , tertulias de j u e g o en casa de la favor i ta , paseos, cacerías , etc . ,—hasta la m o n s ­truos idad, que refiere un sabroso cronista á quien ya tengo puesto á contr ibuc ión (1), de presentar­se a lguna vez ante su « j e f e » la loqui l la vestida de coronel , con espada y charreteras . . . Y después de hacernos a lgunas cruces por el qué d irán : p re -guntémonos s inceramente si, una vez probado que el enamorado c incuentón ba j ó del gob ierno tan pobre c omo subiera ¿ t o d o s sus deslices equiva len á los excesos y concusiones de otros mandar ines co lon ia les ,—fuera de que a lgunos de ellos, c omo

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A m a t que vo lv i ó á España mi l lonar io , le daban quince y fa l ta al nuestro en mater ia fa ldamenta -r ia? Desprendámonos de todo far ise ísmo: en su­m a , v iudo y dueño de sus actos él, y no m u c h o menos suelta ella (pues existente ó no en Buenos Aires , el v a g o y discreto E d m u n d o poco salía á la escena) ( 1 ) , creo sea permit ido pensar que social -mente cons iderado , era su del ito venia l . N o co ­mete el escándalo el que se recata para pecar , sino quien se vale del espionaje para descubrir y d ivu lgar el pecado a jeno . E n cuanto al tínico punto que pudiera rozar de veras la del icadeza, ignoramos qué c ircunstancias mediaron para que el v i rrey diera su h i ja á un oficial de buen nombre pero sin for tuna, y además, hermano menor de A n a P é r i c h o n . . . Bástenos saber que , por una par ­te, dichas relaciones habían cesado al t i empo del m a t r i m o n i o , y por la otra, que la j o v e n pare ja v iv ió fe l iz en la in t imidad de la f ami l ia Sarratea, que no pecaba por la anchura de m a n g a .

Para conc lu i r con la « P é r i c h o n a » ( c o m o enton­ces l lamaban á la que no de ja de pertenecer á la historia, s iquiera quede entre sus bastidores d i ­p l omát i cos ) , refiere ese hurón de Presas (2 ) que cierta n o c h e unos españoles , al pasar por la casa más bul l ic iosa del barr io de la Merced , oyeron

(1) A partir de la Defensa, no he vuelto á encontrar más vestigio del marido que una alusión contenida en una carta de Liniers á Echevarría (D. núm. 17) , á propósito de cierto enredo de cuentas con un señor Marcó (que sospecho fuera D. Ventura), y de la cual resulta que, en 1810, Eduardo O'Gorman, aunque separado de su mitad, pertenecía al mundo de los vivísimos. Por lo demás, Ana Périchon sale desterrada, está en juicio por sí ó por apo­derado, corresponde con su tío O'Gorman, sin que nom­bre jamás á Edmundo. ¿Había éste abandonado á su consolable consorte para ir á arreglar otros (¡asuntos de familia» ? Misterio para mí impenetrable.

(2) Memorias secretas, p. 20. Presas no precisa la fecha del destierro de Ana Périchon, pero dice que fué en mo­mentos en que Elío urdía la asonada de 1.° de enero; por otra parte, entre las denuncias formuladas, en octubre de 1808, por el Cabildo de Montevideo contra Liniers (Ins­trucciones á Guerra. Y ¡qué preciosas instrucciones!) se menciona lo de sus relaciones con una francesa casada.

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cantar «una canc ión contra la España, con el in ­m u n d o é impío estribillo s i g u i e n t e » — q u e sólo en nota m e atrevo á hacer seguir ( 1 ) . Y agrega el quisquil loso correvedi le de la Carlota: « S e m e j a n t e desacato y desmedida insolencia exasperó los áni ­mos de los españoles, á tal punto que , para apac i ­guar los , se v io L in iers prec isado á mandar que su quer ida con toda su fami l ia saliesen i n m e d i a t a ­mente de los dominios de E s p a ñ a » . P o r c ierto que no merecía menos tamaña desvergüenza ; sin que l ogre atenuarla lo estúpido de la Canción marcial, que por lo m i s m o se había vue l to into lerab lemen­te popular , y de la cual tendría «hasta aqu í » la nerviosa francesi l la . Y tan es así, que á estas h o ­ras y á semejante distancia del del i to y su c o n d i g ­no cast igo , dudo haya lector que contemple sere­namente la poco co lonia l escena, tal cual yo m i s ­m o la evoco , r epr imiendo á duras penas m i v i r tuo ­sa i n d i g n a c i ó n : de p ie , delante (si no e n c i m a ) de la mesa en desorden, la loca escandalosa ,—y por desgrac ia , i r res i s t ib le ,—un si es no es en tren, chispeante el o jo negro , el lab io ardiente c o m o un a j í , — a c a s o ¡proh pudor! v ist iendo el traje mi l i tar y, echada á la ore ja la gorra coronela , soltando aquella atroc idad erizada de erres f ran ­cesas ;—en tanto que afuera, parado en la obscura

Ello ocurría, pues, en noviembre ó diciembre: por con­siguiente, como en el texto se indica, antes del casamien­to de Carmen Liniers,—y acaso ambos hechos se rela­cionen.

( 1 ) Era el parodiado «coro» de cierta Canción mar­cial que se encuentra en la Demostración de la lealtad española, I I , 145, á continuación, precisamente, de la deliciosa y ya citada Proclama de la Mancha; he aquí el texto original:

¡ A la guerra, á la guerra, españoles! ¡Muera Napoleón!

] Y viva el rey Fernando La patria y religión!

Fuera de la transposición sacrilega del viva y del muera, lo más grave de la parodia, en el primer verso, consistía para los españoles en no mandarlos á la guerra, sino mucho más lejos!

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acera de ladri l lo , el g r u p o t rág ico de los gallegos y v izcaínos , rech inando los dientes, apretando los puños , escupiendo improper ios , junto á los cuales aquellos otros parecerían letanías, se disponía á escalar el ba l cón para hacer p icadi l lo á la g r a n d í ­sima g a b a c h a ! . . .

De veras, c o m o dice Presas, que el desacato no era to lerable : y con harta razón los enfurec idos paisanos de E l í o arrancaron al ato londrado v i ­rrey el decreto de expuls ión . L a pobre c igarra se fué á cantar en R í o , donde , c omo en todas partes, levantó roncha en los corazones (si es que esta viscera las admite ) y hasta, según se d i j o , en el del nob le l o rd Strang ford . D e las Memorias secre­tas se induce que su casa era un punto de reunión para los «argent inos» r e f u g i a d o s ; estas intr igas sirvieron de pretexto á Carlota (pues según su secretario, la verdadera razón nac ió de celos m u ­jer i les) para e x i g i r la salida de la « P e r i s o n a » , quien, durante más de un año , estuvo yendo y v in iendo , c omo lanzadera, entre los dos países, á bordo de los buques ingleses . E l emba jador Casa I r u j o hac ía de ello un asunto de Estado , casi un casus belli ( 1 ) ; y por la nueva He lena , estuvo á punto de arder a lguna T r o y a amer i cana . T e r m i ­nó la lamentable odisea después de la revo luc ión , con la l i cenc ia que dio esta Junta Gubernat iva , en nov iembre de 1810, y á intercesión del c o m a n ­dante R a m s a y , de la famosa goleta Misletoe, para que « M a d a m a O 'Gorman pueda ba jar á t ierra . . . con la precisa ca l idad de no fijarse en esta cap i ­tal , sino transferirse á su chacra , donde deberá guardar la c i r cunspecc ión y retiro que le encarga el Gobierno y observará por sí mismo...» ( 2 ) —

(1) Véase el documento núm. 23, que principia así: (¡Volvió aquí Mme. Périchon con sus dos hermanos... En su casa se han juntado por supuesto los españoles descon­tentos de ese gobierno y prófugos de ese país...» Estos eran Pueyrredón, Peña, Argerich ( F . ) , dos hermanos Pi-zarro, Padilla, etc.

(2) Documenta núm. 46 en los Anales.

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Vis ib l e está que esta s ingular m u j e r , con ser per­sona de avería , distaba m u c h o de la vu lgar P e r i -cho la que nuestros ja cob inos han p in tado . Pose ía , desde luego , a lgunos bienes , y nada prueba que traficara con sus encantos ; conservó relaciones con gente tan importante c o m o L e t a m e n d i , M a r c ó , P u e y r r e d ó n , su t ío el m é d i c o O 'Gorman , el doc ­tor Echevarr ía , que era su apoderado ,—además , por c i e r t o , — d e l m a l f e r i d o L in iers , que en sus car­tas al ú l t imo hab laba de la « d e s g r a c i a d a » con una i n d u l g e n c i a caballeresca en que se perc ibe veteris vestigia flammce. Ten ía ta lento ,—bastar ían á d e ­mostrar lo sus cartas, de letra elegante y de g i ro tan suelto á pesar de los g a l i c i s m o s , — y esa grac ia l igera que ahuyenta las tristezas del h o m b r e ; por fin, la seducc ión suprema que todo lo absuelve ó atenúa: aquella belleza inmarch i tab le de la h i j a del c isne, que estremecía á los anc ianos c o n g r e g a ­dos en las puertas Scéas, hac iéndoles verter, al paso de la autora fatal de sus desgracias , pa la ­bras de mansedumbre y perdón (1).

r ío es dudoso que L in iers sintiera dob lemente el sacrif icio cruel , si no del todo in justo , que su si­tuac ión le había impuesto . L o más doloroso de estos achaques seniles, es tener, c omo las heridas de punzón , que sangrar por dentro : d ivu lgados , se tornan fác i lmente r id í cu los ¡ cuánto más , s ien­do su causa i n d i g n a ! P e r o , v i e j o ó j o v e n , el cora ­zón poco se cu ida de jerarquías m o r a l e s ; y la p a ­sión ideal iza idént i camente su qu imera , al m o d o que los rayos del sol extraen el m i s m o pur í s imo vapor del charco fangoso y del v i r g e n vent isque­ro . Desvanec ida la i lusión que le tra jera u n m i ­nuto de o lv ido , f e l i c idad suprema del que y a no puede ser f e l i z , — e l osci lante v i r rey quedó á solas con su me lancó l i ca ve jez . Cruzaba entonces el p e ­r íodo sombrío de la existencia en que se cuentan los pasos por los tropiezos, t rayendo cada hora su amargura . L a v ida ó la muerte acababan de

(1) litada, I I I .

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arrancar de su lado á dos seres quer idos : su hi ja predi lecta , rec ién casada, y tal vez no tan bien como p u d i e r a ; su hermano mayor , cuyo sentido fa l lec imiento de jó el mandatar io trascender en su l engua je oficial con una ingenu idad enternece-dora ( 1 ) , Miraba alejarse de él con in jur ioso rece­lo sus ant iguos compañeros de carrera. Ca lumnia ­do y d e p r i m i d o aquí por la envid ia implacab le , allá por la incur ia administrat iva , una y otra i n ­geridas en el fanat ismo nac ional ,—hasta parecía que su pasada g l o r ia se le tornara enemiga , y el ú l t imo homena je con que la Junta doraba su desgracia se vo lv ía ocasión de rencil las y sinsa­bores.

Rec ib idas á mediados de mayo las promoc iones generales á que nos hemos re fer ido , y p r o m u l g a ­das inmediatamente , con forme á la real orden que «permi t ía desde luego el uso y exenciones de ellas á reserva de expedir le oportunamente los despa­chos» , j u z g ó el v i r rey ser apl icables estas instruc ­ciones al t í tulo de Castilla que la Central en la misma fecha le confer ía . E n consecuencia , por c i rcular del d ía 15, hizo púb l i ca la merced conce ­d ida , « c o n la advertencia de que , por decreto del m i s m o día, hab ía t omado el t í tulo de Conde de Buenos Aires, en tanto S. M . no se d igne resolver otra cosa» . E l Cabi ldo protestó con tanta m a y o r energía contra la denominac ión , cuanto que al ­gunos capitulares anteriores quedaban pospues­tos. E n el f o n d o , el v i rrey no había incurr ido sino en u n acceso de puer i l van idad , c i r cu lando á des­horas en el v irre inato un anunc io prematuro : era indiscut ib le , por una parte , que no pod ía usar (n i de hecho usaba) aquella denominac ión , mientras el soberano no la a p r o b a r a ; pero , por otra parte ,

(1) El conde de Liniers, jefe de la familia, murió en Buenos Aires á principios de junio de 1809. Véase la pro­clama de junio 12 de 1809, á propósito de un libelo con­tra el virrey, y que comienza así: «En el momento en que la Providencia acaba de contristarme con la pérdida de mi hermano mayor...»

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110 era menos sabido que el soberano n u n c a de ja­ba de conf irmar la des ignac ión e leg ida por el agrac iado . E n cuanto á la teoría del Cabi ldo sobre la ofensa in fer ida al señorío por el t í tulo de « Con­de de Buenos A i r e s » , era un absurdo que la A u ­dienc ia no t omó en cuenta y que el v i rrey refutó en 30 de m a y o , con buen t ino y no escasa alt i ­vez ( 1 ) . N o pasó adelante la insubstancial que ­rella, y sólo contr ibuyó á que el atr ibulado L i ­niers, un mes después, acogiera con m a y o r a l iv io y j ú b i l o la l legada á Montev ideo de su deseado reemplazante .

Con el v i r rey Cisneros venía , para substituir á E l í o n o m b r a d o Inspector de armas, el mariscal de c a m p o Nieto , á quien esperaba en el A l t o P e n i un fin no menos trágico que el de L in iers . D i sue l ­ta la Junta de Montev ideo y restablecidas las au­toridades regulares , no se apresuraba Cisneros á tomar el camino de Buenos A i res , que E l í o y sus

(1) Estos documentos han sido publicados en La Bi­blioteca, I V , 314 y V , 315. Es un error muy difundido el creer, como lo repiten López (Historia, I I , 365), Torren­te (I, 28) y otros, que Liniers «fué condecorado con el título de conde de Buenos Aires». Con ello se muestra ig­norar la tramitación de esta investidura. Lo que ocurrió con Liniers y con todos los titulados de siglos antes, fué conferirle el monarca (ó su representante) la merced de Título de Castilla: en esto, como lo establece gravemente Berni (Antigüedad y privilegio de los títidos de Castilla, 93) estriba la gracia positiva. Recibida la merced, el agraciado manifestaba su deseo de ser conde ó marqués (tí­tulos equivalentes en España, no en Francia) de tal ó cual cosa, y la Cámara consultada (en el caso de Liniers la de Indias) expedía la Real Cédula auxiliatoria, siem­pre de conformidad, como lo decía la fórmula de estilo : «Por tanto, y porque habéis elegido le denominación de

tros hijos, etc.» Én suma ocurría con esto algo parecido á lo del bautismo, en el cual la Iglesia consagra los nom­bres que los padrinos eligen libremente. El punto flaco, en el caso de Liniers, era la dudosa facultad de la Junta para conferir títulos, en ausencia del Consejo de Indias. Sin embargo, después de medio siglo de gestiones, y con motivo de la traslación á España de los restos de las víc­timas, en 1862, la reina Isabel ratificó el decreto de la Junta y la denominación elegida por el agraciado, fir­mando los despachos de «conde de Buenos Aires» en favor del heredero del título y sus descendientes.

conde voluntad es que vos y vues-

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secuaces le representaban alzado, con el "virrey depuesto y el cuerpo de Patr i c ios , contra el g o ­b ierno de la Metrópo l i . P o r más que las primeras comunicac iones de L in iers , de quien era amigo de mucbos años, t ranqui l izaran á Cisneros acerca de cualquier m o v i m i e n t o subversivo en la cap i ­tal, no de jaron de pesar en su ánimo las suges­tiones de los contrar ios ,—si b ien , por una con ­tradicc ión que pintaba su carácter desconfiado é inconsistente, mantenía á El ío a le jado de su int imidad y basta de las funciones con que acababa de invest ir le . As í fué cómo , dispues­to á dir ig irse á la Colonia con un cuerpo de 700 hombres , dio el mando de éste á Y i a n a , de ­jando á E l í o en Montev ideo . P o r lo demás, las primeras prov idenc ias de Cisneros mostraron á las claras lo que de sí pod ían dar su inte l igencia y energía. Rece loso de Buenos A i res , juntó en la Colonia un destacamento mi l i tar que, si venía en son de guerra resultaba r id i cu lamente insuficien­te, y en caso contrario acentuaba su propio des­prest igio . A poco destacó de allí á N i e t o , porta ­dor de una proc lama paci f icadora, y con el encar ­go de tomar el m a n d o mi l i tar de esta c iudad , mientras él d isponía , contra todos los precedentes legales, que fueran de aquí las autoridades c ivi les y mil itares á reconocer le en la Colonia . Todo ello, por insólito que fuera, se c u m p l i ó con aparente espontaneidad, merced á los esfuerzos de L in iers que l ogró vencer todas las resistencias. No basta­ron estas mani festac iones para serenar al in ­quieto v i r rey : fué necesario que el mismo Lin iers atravesara el r ío , sin otra escolta que Mart ín R o ­dr íguez , y emplease una noche en convencer al mandatario recalc i trante de que pod ía e fectuar sin pel igro su entrada solemne en la buena c iudad de Buenos A i r e s , — c o m o e fec t ivamente la realizó el •'30 de j u l i o (1), á las tres de la tarde, en medio de las infal ib les ovaciones populares .

( 1 ) CALVO (Anales, I, 1 1 6 ) y MITKB (Belgrano, I, 2 8 2 ) dicen idénticamente : «El 3 0 de junio de 1 8 0 9 entró Cis-

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¿ Q u é fundamento real tenían los rumores p r o ­palados acerca de la act i tud hosti l de Buenos A i r e s ? N o es dudoso que el g r u p o de los « p r e c u r ­sores» pensó en aprovechar la coyuntura , inten­tando u n m o v i m i e n t o emanc ipador , para lo cual P u e y r r e d ó n ( 1 ) , Castelli, Be lg rano , R o d r í g u e z P e ñ a y otros contaban con el concurso de a lgunas fuerzas urbanas . H u b o reuniones , conferencias de je fes , proposic iones hechas á L in i e r s : t odo se es­trelló en la reso luc ión inquebrantable del v i r rey , cuya consecuencia fué la abstención no menos inf lexible de Saavedra. A h o r a b i e n : el m o v i m i e n ­to revo luc ionar io que no se apoyara en los P a t r i ­cios y no se l eg i t imara con la bandera de la auto­r idad , era un m o t í n sin p r o g r a m a ni éx i to pos i ­b le . Con razón, pues, hab iendo fa l tado desde el p r inc ip i o aquella c ond i c i ón indispensable , L in iers y Saavedra han p o d i d o protestar, c omo lo han hecho , contra la real idad de un p lan subversivo que se r edu jo á dec lamaciones . Según la expre ­sión de Saavedra : aun no estaban las brevas ma­duras. Esto establec ido , creo que sería p o c o út i l discutir la hipótesis de si p u d o ó no la presencia de L in iers , apoyado en el par t ido cr io l lo , l ograr la independenc ia sin la r e v o l u c i ó n ; así c o m o h u e l ­ga insistir en la ev idenc ia de que la Junta de Se­vi l la, al separarle del m a n d o , aventuraba un acto i legal y absurdo que aquél debió desconocer ( 2 ) .

ñeros en Buenos Aires...» Parece indudable que el error del primero procede del segundo : pero es tanto más no­table en aquél, cuanto que se lee al principio del capítulo en que transcribe la nota de Liniers de 10 de julio, que alude á la demora de Cisneros en la otra banda.

Cl) No bien escapado en Río del buque que le lleva­ba preso á España, y vuelto á Buenos Aires en junio dn 1809. Pueyrredón fué denunciado á Nieto como conspira­dor, á raíz de dicha reunión, y llevado al cuartel de Pa­tricios. Logró evadirse en julio y refugiarse en Río, donde permaneció hasta fines de mayo de 1810.

(2) Los documentos más sólidos para este incidente son las notas de Liniers y la Memoria de Saavedra, mu­cho más precisa que la borrosa Autobiografía de Beigra-no. El general Mitre sólo le consagra una página, y no daba para más; pero el doctor López desarrolla toda una

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C A P I T U L O T E R C E R O

L A REVOLUCIÓN

Cuando L in iers , en agosto de 1809, entregaba á Cisneros el gob ierno de estas prov inc ias , quedá­bale un año de v ida . P e r o , por breves y contados que fueran sus días, bab ía de sobreviv ir á su f rá ­g i l herenc ia , y estaba escrito que el penúl t imo v irrey caería envuelto en la morta ja del v i rre i ­nato . P o r un contraste tr istemente i rónico , el p lazo que el destino le deparaba fué casi todo de envid iable t ranqui l idad , apenas perturbada por los recelos de su cavi loso sucesor, que de todo se acordaba menos de agradecer á L in iers su des­prend imiento . N o escr ib iendo, pues , la historia de un pueb lo (que acaso nos toque luego acome­t e r ) , sino la b i ogra f ía de un h o m b r e , podremos l i ­mitarnos á reseñar los pr inc ipales sucesos que d u ­rante este lapso ocurren, sin part i c ipac ión directa del b iograf iado y le jos de la residencia campestre por éste e l e g i d a ; hasta l legar los días solemnes

filosofía de la historia conjetural (I , x x x v n ) , con rasgos lógicos y consistentes como éstos (367) : «Los historiadores [españoles] han venido á convenir después que los hechos les han abierto los ojos, que el mayor de los errores que pudo cometer la Junta fué la destitución de Liniers... Para espíritus vulgares no hay duda que esa presunción aparece bastante racional...» Luego, página 371 : «No bwy uno solo de los historiadores españoles que al escribir después que los sucesos les abrieron los ojos, no haya la­mentado como un error capital y funesto, ese que cometió la Central separando á Tjiniers, y en verdad que tienen razona!!

L I N I E R S . — 2 1

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en que los trastornos públ i cos , arrancando al v e ­terano de su pacíf ico ret iro , c on fundan de nuevo y por ú l t ima vez su deplorable suerte con la de la co lonia española para envolverlas en la misma catástrofe.

I

Como en sus recientes comunicac iones al « r e y » lo anunc iaba ( 1 ) , L in iers bab ía p e d i d o , y obteni ­do de la A u d i e n c i a , — c o n t r a el parecer de Cisne-ros que insistía en despacharle á la P e n í n s u l a , — fijar en Mendoza su residencia prov is ional , en es­pera de las superiores resoluciones . N o había de pasar de Córdoba, donde contaba amigos seguros, c o m o Concha y A l l e n d e , — y otros que quizá no lo fueran tanto , c omo los hermanos Funes ( 2 ) . Mientras conc lu ía sus preparat ivos de translac ión, tocó le en los dos meses siguientes asistir c omo tes­t i go ca l lado , aunque no indi ferente , á las p r i m e ­ras prov idenc ias gubernat ivas de su sucesor, las cuales , sólo h i jas de su desacierto a lgunas , ins ­piradas otras por las graves c ircunstancias del país , pronost icaban igua lmente el fatal desenlace y , puede decirse, contenían el p r o g r a m a de la re ­vo luc i ón .

D e j a n d o aparte las proc lamas y reg lamentos po l i c ia les , en que el buen ve jete revelaba apre-

(1) De 10 de julio y 5 de agosto de 1809; publícalas por Calvo, op. cit., I, 123 y sig.

(2) Uno de los últimos pasos que dio Liniers cumo virrey, fué interceder (véase el documento núm. 4) con el Deán Funes, á quien él mismo nombrara rector de Monserrat el año anterior, para que concediera una beca dotada al sobrino del comandante D. Francisco A. Ortiz de Ocampo, «por la amistad y cariño que le profesa». Señalo la triste coincidencia sin intención denigrante para el futuro Jefe de la Comisión Auxiliadora y apre-hensor de Liniers, quien es muy sabido intentó salvar á éste y sus compañeros suspendiendo su ejecución.

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d a b l e s aptitudes para alcalde de barrio (1 ) , fué su pr imera med ida de reacc ión contra el rég imen anterior, reorganizar los batallones «de l comer­c i o » , disueltos á raíz del mot ín de enero: con el doble propósito de socavar el p redomin io de los cuerpos criollos y de ba lagar al part ido español . L u e g o dio en el m i s m o sentido un paso más aven­turado , avocando el proceso seguido á los revo l ­tosos, y p ronunc iando un fal lo in jur ioso para los part idarios de L i n i e r s ; pues, sobre restituir á sus bogares y anterior cond i c i ón á los desterrados ,— acto de c lemenc ia m u y p laus ib le ,—prod igaba á los subversores del orden mayores alabanzas que á sus defensores. Esta act i tud impo l í t i ca , además de i legal , bastaba para demostrar que en el apo ­cado v irrey la inte l igenc ia corría parejas con el carácter : b i r i endo á la par el pr inc ip io de autori ­dad y la noc i ón de just ic ia , el acto revelaba en su autor el propósito agresivo de procurar el apoyo de los europeos en detr imento de los criol los, cuan­do prec isamente los be cbos más tangibles acaba­ban de enseñar la impos ib i l idad de gobernar el país sin el concurso de sus hi jos ( 2 ) .

Otros acontec imientos , ocurr idos en el con f ín del v irre inato , iban á ahondar la zanja ya existen­te entre españoles y nat ivos , t ransformándola poco á poco en abismo insalvable . E l 25 de m a y o de 1809 ( f e cha f a t í d i c a ) , había estallado en Chuqui -saca un tumul to popular sin programa def inido, y o r ig inado , al parecer , por el mismo funesto G o ­yeneche que iba á tener luego la parte más odiosa en la represión. D e paso para el Cuzco , el incoer -

(1) Así, el interminable reglamento de 18 de sep­tiembre sobre juegos, carretillas, basuras, cerdos suel­tos, etc., etc.

(2) Así caracteriza el doctor López la insuficiencia política de Cisneros (Historia, I I , 405) : «No era capaz de penetrar en las profundidades con que las leyes de nuestra revolución venían elaborándose al favor de aque­lla lógica latente con que las evoluciones sociales marchan y se realizan por la fuerza intrínseca de los elementos que las engendraron». ¡Seguramente!

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c ib le intr igante había inocu lado su « c a r l o t i s m o » al presidente Bizarro y al obispo M o x ó — e l de las pastorales—lo que , sentido por la A u d i e n c i a , la m o v i ó á destituir y prender á su j e f e ( 1 ) . L a A u d i e n c i a asumió el m a n d o de la prov inc ia , c on ­fiando al comandante A r e n a l e s — e l futuro general patr iota — la organizac ión de las mi l i c ias . A l pronto , este confl icto de autoridades g i ró en el m i s m o c írculo realista que el de Montev ideo , enarbo lando los sublevados la bandera de fideli­dad á F e r n a n d o V I I ; con todo , á impulso de un g r u p o amer i cano ,—en el cual M o n t e a g u d o hac ía su aprendiza je de consp irador ,—agi tóse luego en la masa ind ígena un fermento de emanc ipac i ón . A poco la importante c iudad de L a P a z imi taba el e j emplo de Charcas, acentuándolo con el n o m ­bramiento de una Junta abiertamente revo luc i o ­naria , y el incend io se p r o p a g a b a á Qui to . P e r o la tentat iva , inconsulta y prematura , corría al fracaso i n e v i t a b l e . Mientras el v irrey del P e r ú m a n d a b a á Goyeneche con las fuerzas del Cuzco contra L a Paz , Cisneros disponía que otra e x p e ­d i c ión , al m a n d o de N i e t o — d e la que f o rmaban parte algunas compañías del disuelto batal lón de Patr i c ios ( 2 ) — f u e r a á reduc i r á Chuquisaca . E l resultado no podía ser dudoso : después de a l g u ­nos encuentros , los rebeldes de L a P a z quedaron desbaratados, y pris ioneros sus cabeci l las que su­fr ieron el ú l t imo sup l i c i o . E n Charcas, la repre ­sión fué menos bárbara, habiéndose sometido los sublevados á la in t imac ión de Nieto que , n o m b r a ­do Pres idente , no quiso inaugurar con sangre su gob ie rno . Go3-eneche c o m u n i c ó jac tanc iosamente á L i m a y Buenos A ires sus fáci les v ictor ias , e m ­papadas en sangre de prisioneros i n e r m e s ; y Cis-

p J } K ^ É ' M o n ^ ° ' i J J l t i m o s , a ñ o s coloniales del Alto Feru, 389 y sig Consúltense, además, los documentos iné­ditos anexos a la obra. ™ ( i 2 ) r . í ° - ' d e c í e t ° d e 11 de septiembre de 1809, el dier­en I««rír^i0;?! h a b l a , ( J « e d a d o reducido á dos batallones, en J u g a i de tres que desde el origen lo formaban

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ñeros incurr ió en la cu lpable debi l idad de hacerse cómpl i ce de los actos y declaraciones de sus su­balternos (1). Ev identemente , no era y a con las ideas y los elementos de T u p a c A m a r u , con lo que la revo luc ión americana debía inic iarse . Entre ­tanto y mientras se cruzaban entre el P la ta y el Desaguadero las entusiastas fe l i c i tac iones por el éxito de las armas españolas en el A l t o P e n i , el incauto v i rrey , en sus frecuentes paseos á las quintas con su nob le esposa doña Inés de Gaz tam-bide, pasaba sin recelo delante de una casa del barrio de San M i g u e l , en cuyo comedor se t rama­ba una conspirac ión m u c h o más temible para los españoles que las de Chuquisaca y L a Paz ( 2 ) .

r ío h a y v iento prop i c i o para la nave rodeada de escollos. E n tal s ituación se hal laba el gob ier ­no co lon ia l , que todo impulso nuevo , siquiera f u e ­se en sí m i s m o benéfico y p laus ib le , conspiraba también al desenlace fata l . Si hubo prov idenc ia d igna de e n c o m i o , fué sin duda la que las cr í t i ­cas c ircunstancias del Tesoro , tanto c omo la e lo ­cuencia de Mar iano Moreno , arrancaron á la i n ­curia de Cisneros, respecto del comerc io l ibre . Pero l legaba tarde para salvar u n rég imen c o n ­denado , y sus excelentes efectos inmediatos sólo sirvieron para poner en realce el espíritu de i g ­norancia y rut ina que á sus adversarios todavía animaba, á fuer de adalides del puro sistema

( 1 ) Partes fechados en la Paz, noviembre de 1 8 0 9 , y publicados en Buenos Aires el 2 4 de diciembre, prece­diéndolos un preámbulo del virrey de Buenos Aires á sus habitantes que terminaba así: «si en cualquier paraje de estos dominios existiese algún hombre perverso que abrigue la idea de atentar contra la autoridad Real. . . es seguro que se retraerá con este ejemplo en cabeza aje­na...» Sobre la parte que Cisneros tuvo en las ejecucio­nes, V . M I T R E , Belgrano, I , 2 8 7 .

( 2 ) Entiendo que la sociedad secreta, de que forma­ban parte Belgrano, Rodríguez Peña, Passo, Vieytes, Irigoyen, Castelli y otros, solía reunirse, no en la quinta de Rodríguez Peña, como dice el señor Mitre, sino en su casa de la calle de la Piedad ; también eran puntos de reunión la casa de Hipólito Vieytes (calle de Venezuela) y la quinta de Orma.

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proh ib i t ivo ( 1 ) . L a angustiosa s ituación e conómi ­ca á que las trabas fiscales tenían condenadas es­tas prov inc ias , había l legado ya al ex t remo l í ­mi te de lo to lerable con la invasión de la metró ­p o l i : vale decir , con la interrupc ión casi absoluta de toda act iv idad fabr i l y de todo tráfico c omer ­c ia l , á lo que se agregaban las exacc iones patr ió ­ticas para el socorro de la madre patr ia y los gas ­tos extraordinarios acarreados por la propia de­fensa. B a j o el peso agob iador de tales c i rcunstan­cias, parecerá incre íb le que los monopol is tas g a ­ditanos persistiesen estúpidamente en su política, de «perro del hor te lano» , y, con el agua á la garganta , protestasen con fur ioso ademán contra los salvavidas co lonia les . L a imperiosa necesidad, fe l izmente , si no abrió los o jos ele Cisneros, e m ­p u j ó su m a n o para que firmara maquina lmente el decreto l ibertador . Los hacendados que confia­ran á Mar iano Moreno la defensa de sus derechos, sólo atendían á sus intereses p r i v a d o s ; pero , sobre el abogado se alzó el t r i b u n o ; la causa de un gre ­m i o v ino á ser la de un pueb lo , y la memorab le Representación del 30 de septiembre señaló á la par el advenimiento de la L e y nueva y del gen io encargado de promulgar la . ~No tengo que insistir en el extraordinar io mérito de aquel escrito , que en otras páginas tengo seña lado ; ni tampoco en la reacc ión benéfica que el t r iunfo de la doctrina p r o d u j o . Aque l l o fué la ventana bruscamente abierta de un rec into cerrado : los pu lmones d i la ­tados absorbieron con avidez el aire y la luz re ­paradores . L a salida de los frutos del país y la entrada correlat iva de los productos ingleses d u ­p l i caron en los pr imeros meses el tráfico de las aduanas : l lenáronse las cajas reales, y por vez pr imera la r iqueza del fisco no fué el rescate de la miseria indiana , sino el reflujo de la pi ibl ica

(1) Véase en el tomo I V de los Anales la absurda Be-futa ción del escrito de Moreno por D. Miguel de Agüero.

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prosperidad ( 1 ) . E m p e r o , el pr imer paso dado impe l ía irresist iblemente á dar el segundo . N o sólo era ya evidente que los pu lmones becbos al aire puro no soportarían en adelante el ambiente conf inado, sino que los anudados miembros anhe­larían ahora el l ibre m o v i m i e n t o y el espacio : después de la ventana vo luntar iamente abierta iba á tratarse de echar abajo la puerta que no se quería abr ir . Desde fines de 1809, la revo luc ión estaba en m a r c h a . #

Háse atr ibuido á otro hecho casi concomitante una importanc ia á m i ver exagerada en el proceso revo luc ionar io : m e refiero á la fundac ión por B e l ­grano del Correo de Comercio, innocuo per iód ico cuyo pr imer número salió á luz el sábado 3 de marzo de 1809. Era s implemente la cont inuac ión del Semanario de Agricultura, de V ieytes , que quedó como co laborador , lo mismo que el natu­ralista Haenke , de Cochabamba . P o r el tamaño , el número de páginas , la materia y el espíritu,

(1) No se debe, sin embargo, exagerar los efectos fiscales de una medida que fué principalmente benéfica para los hacendados y el público consumidor, lo que era ya sin duda muy importante. Como buen abogado, Mariano Moreno se propasó en la pintura de la penuria presente y la futura abundancia; y su hermano Manuel lanzó al vuelo cifras miríficas que han sido piadosamente recogi­das por todos los historiadores. ((La Tesorería de Buenos Aires necesitaba para sus gastos mensuales en 1809, la cantidad de 250.000 pesos; esto es, tenía que pagar tres millones de pesos al año : de esta suma no podía reunir, en el estado exhausto en que se hallaba, sino apenas 100.000 pesos al mes, ó 1.200.000 pesos al año. Abierto el comercio, no sólo ha pagado sus deudas, sino que ha que­dado en su favor un residuo de 200.800 pesos al mes, etcé­tera». (Vida, I , 25, Cf. M I T R E , Belgrano, I , 288; LÓPEZ, Historia, I I , 436 ; DOMÍNGUEZ, Historia Argentina (1861), página 197). A primera vista, aquellas cifras de Moreno, aunque endosadas por tres historiadores nacionales, me inspiraron desconfianza. Para sólo citar las anteriores más conocidas (publicadas por Torrent y Calvo) en 1803, las rentas del virreinato de Buenos Aires fueron de 3.908.535 pesos, y sus gastos de 3.093.588 pesos. Es difícil admitir, salvo el caso de una catástrofe, que en tan breve lapso bajen las rentas de una nación, lo propio que el peso de un hombre, á menos de su tercera parte! Me puse en procura de documentos, y encontré en el Archivo gene-

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ambos semanarios son idénticos , bab iendo sólo m e j o r a d o la impres ión , con t ipos nuevos . E n uno y otro l lenaban regularmente las o cbo páginas en cuarto menor uno ó dos breves artículos sobre edu ­cac ión , agr icu l tura ó industr ia , y en seguida el m o v i m i e n t o de entradas y salidas del puerto . A l g u n a s veces ,—bar to raras para nosotros ,—un «sue l to » reflejaba un f ragmento de rea l idad : v . g r . la visita del v i r rey Cisneros á San F e r n a n ­do para ordenar la cont inuac ión del canal , ó la f u n d a c i ó n de una «academia de mús i ca por don V í c t o r de la P r a d a , conoc ido por el gusto y e x ­presión con que toca la flauta, sin e m b a r g o de que posee el c lar inete , f ago t y o c t a v í n » : con su a c o m ­pañamiento ob l igado del e log io de «nuestro E x c e ­

ro? lo que buscaba. Tengo á la vista, en copia legalizada, los tres Fenecimientos de las cuentas del virreinato para los años de 1808, 1809 y 1810; he aquí su resumen (en cifras redondas, y englobando los cortos saldos que pasan al año siguiente) :

Año Rentas

1808. . . . 4.350.870 1809. . . . 6.283.867 1810. . . . 6.268.533

Gastos Data (remitido ó pagado de R. O.)

3.072,778 1.278.092 4.013.606 .2.270.261 4.762.672 1.505.861

Dejando para otro lugar el interesante comentario que estas cifras sugieren, está á la vista : 1.° que, muy lejos de haber caído en el marasmo aterrador que anun­ciara la ruina, las rentas del virreinato habían seguido, hasta fines de 1808, la ley natural de crecimiento; 2.° que se sintió realmente en 1809 (sin duda desde octubre hasta fines de diciembre) el efecto benéfico del decreto liberta­dor. Entre tanto, ¿de dónde provenía el innegable défi­cit que á mediados de 1809 se denunciaba á grito herido ? De esto, sencillamente: mientras los gastos administrati­vos y las remesas ó giros de la metrópoli eran efectivos é imperiosos, figuraba en las entradas un descubierto por «deudas á cobrar» en el comercio, que pasaba de medio millón de pesos (exactamente, para 1808: 533.405 pesos). —Por lo demás, no cesó el contrabando inglés ; y en julio de 1810, con motivo del comiso de la fragata Jane, es cu­rioso encontrar, bajo la pluma del autor de la Represen­tación, ahora secretario de la Junta, esta declaración : «Los apuros del erario precisaron á este Gobierno á adop­tar un franco comercio provisorio con la nación inglesa, traspasando las leyes que lo prohiben, etc.».

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lent ís imo Jefe en cuyas dignas manos , e t c . . » Por supuesto que , al o lor del papel de imprenta , acudió c omo ratón al queso, el in fa l table P r e g o de Ol iver , con a lguna oda artificial á la L u n a ó al H i m e n e o . P e r o había le salido al encuentro un émulo criol lo con el j oven V . L . (V i cente L ó p e z ) , quien, si menos entonado que su f e cundo r iva l , hac ía sonar a lguna vez por casua l idad—lo que al otro ni por descuido le o curr ía—la flauta sencilla que una sensación real interpretaba, c omo en esta amable estrofa á lo F r a y Lu i s , que casi sabe á l lanura argent ina :

El sol que ya se asoma Con la faz matizada de oro y grana, Dora el verdor de la vecina loma; Y el aura matinal, el aura sana

Preñada de fragancia Empapa en vida y en placer la estancia... (1)

E n suma, un papel i to inco loro , inodoro , sin un vestigio de la v i d a contemporánea , c omo todos los americanos y la mayor ía de los españoles (que parecían escritos en una ce lda para le ídos en un só tano ) : el cual resultaría de una absoluta y des­esperante vacu idad para el evocador de lo pasa­do, á no traer en s u p l e m e n t o — y a que no los pre ­ciosísimos avisos del t i empo de P i v a d a v i a y Rosas — l a s listas de precios corrientes . E l i lustre h i s ­tor iador de B e l g r a n o , que descubre al héroe de Salta hasta en su pacíf ica l i teratura, piensa que los artículos del Correo repercut ían hondamente en la op in ión . Singular izándose con el que l leva este t í tulo f o r m i d a b l e : Causas de la destrucción ó de la conservación y engrandecimiento de las naciones (2 ) — el ú n i c o , por otra parte , c u -

(1) De una oda deplorablemente bautizada : Delicias del labrador (hoy le pondríamos: Lo tierra ó Arando). También hay que confesarlo : cela se gáte muy pronto, y no tarda en comparecer la «Musa», con el «rubio Apolo».

(2) Al mencionarlo más tarde en su Autobiografía, Belgrano lo tituló (sin duda por cruzarse una reminis­cencia de Montesquieu, y también por indolencia criolla) :

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ya paternidad sea c o n s t a n t e , — n o s lo descri ­be c omo una suerte de ariete (1 ) que abriera brecba en la mural la co l on ia l . . . Es un ino fen ­sivo « d e b e r » escolar, u n sermón c ív i co zur­c ido de lugares comunes , cuyo ún i co e fecto , si lo tuviera , sería est imular en los soñolientos l e c to ­res la adhesión á la madre patr ia , c omo que en real idad se inspiraba en un «ed i t o r ia l » análogo del Correo de Sevilla, re impreso meses antes en Buenos A i res . B e l g r a n o no poseía en grado a l g u ­no el Os magna sonaturum. Basta el encabeza­miento antes reproduc ido para mostrar que no había nac ido escritor . Su estilo desmayado re ­cuerda, más que el re tumbante trompetazo de Mar iano Moreno , el « c l a r ine te » de ese exce lente don V í c t o r de la P r a d a . Su voz l i teraria se parece á la natural que , segrín el irreverente D o r r e g o , carecía de t imbre imponente y v ibrante acentua­c i ó n . — C o n s i d e r o , además, que se ha exagerado la

Origen de la grandeza y decadencia de los imperios, en­cabezamiento que el señor Mitre ha reproducido sin recu­rrir al original. También proviene de la Autobiografía la extraordinaria importancia que se concede al artículo, el cual, dice su autor : «salido en las vísperas de la revolu­ción, así contentó á los de nuestro partido como á Cisne-ros, y cada uno aplicaba el ascua á su sardina, pues todo se atribuía á la unión y desunión de los pueblos». En general es tendencia irresistible de los biógrafos (y acaso yo mismo haya sufrido este espejismo) considerar los acontecimientos como convergentes á su «héroe», al modo que antiguamente se hacía girar el mundo alrededor de la tierra. Está muy visible, sobre todo en lo relativo al período anterrevolucionario, que el general Mitre exagera la parte de influencia decisiva que su personaje tuvo en los sucesos políticos, y que, para repetir la imagen de Belgrano, arrima el ascua á su venerable sardina. Quizá esta ilusión óptica nazca del género mismo, y no convenga dar á la biografía las proporciones de la historia, para no incurrir en el inconveniente que en pintura tenía el llamado «paisaje histórico», en que la naturaleza y los objetos ambientes eran accesorios sacrificados á la figura central.

(1) Hay que decir, para ser del todo justo y exacto, que lo del ariete pertenece á D. Juan M. Gutiérrez (Pri­mera imprenta, 233) ; al señor Mitre le basta que la prosa de Belgrano fuera «un instrumento anodino que contri­buyó á minar el edificio colonial».

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parte que realmente t omó en la redacc ión del Correo. E l m i s m o nos dice que « redactó el pros ­pecto del Diario ( s i c ) de Comercio, que se p u b l i ­caba antes de nuestra revo luc ión , » agregando que «en él salieron sus pape les» . Esto ind i ca , desde luego , que los números á que alude, los suyos, eran los anteriores al 25 de m a y o : y ello concuer ­da con los be cbos b istór icos , pues es m u y sabido que Be lgrano se ocupó en seguida de su e x p e d i ­c ión al P a r a g u a y . A h o r a b ien : hasta la R e v o ­luc ión sólo alcanzaron á salir doce números del Correo, cuya lánguida existencia se pro longó has ­ta febrero de 1811, sin que llegase jamás á sus acolchadas co lumnitas un eco de la ruidosa ac ­tua l idad . L a m e j o r prueba de ser imag inar ia la « consp i rac ión sorda» del per iód i co , y el misterioso sentido que sus artículos sobre industrias ó p lan ­tíos envo lv ían , está en que no modi f icó en absolu­to su prédica inocente cuando m u y á las claras y sin temor de censura podía hablar . E l número del 26 de maj r o cont iene un f ragmento de Haenke sobre los indios yuracarés , los precios corrientes y el m o v i m i e n t o del p u e r t o ; los s iguientes de j u n i o « cont inúan la mater ia de los números anter iores ,» con el adi tamento de una sátira en endecasílabos sobre la «perf idia de C irce» y los pe l igros del A m o r , por nuestro amigo P r e g o , hoy tan español y administrador de aduanas como ayer. S igue el Correo su pasitrote habitual que no asusta á un g a t o ; y no sospecharíamos que entre el número 12 y el 50, se ha consumado una revo luc ión , con sus fus i lamientos , batallas, organizac ión y desorga­nizac ión de la Junta Gubernat iva , á no salir cada jueves de la misma esquina de Tempora l idades , é impresa con los mismos t ipos , aquella Gaceta de Moreno que alborota la calle y , c omo dicen los franceses, saca chispas de los cuatro p i e s . — N o hubo , pues, tales «segundas intenc iones» en la impercept ib le p ropaganda del Correo—y m u c h o será conceder le las pr imeras . E m p e r o , tuvo verda ­dera importanc ia po l í t i ca la empresa de B e l g r a ­n o , y ella consist ió , c omo él mismo lo apunta en

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su Autobiografía y lo señala su histor iador ( 1 ) , en permit i r que , ba j o el pretexto per iod ís t i co , pudieran reunirse con f recuenc ia , y sin inspirar sospechas, los beneméritos in ic iadores de la e m a n ­c ipac ión , que sólo esperaban para proc lamar la el previsto acontec imiento europeo que marcara la hora prop i c ia .

Esta hora no pod ía tardar . A despecho de la precauc ión po l i c ia l con que el gob ierno filtraba las not ic ias de España , que le l legaban de R i o de Janeiro por conducto del ministro Casa I r u -j o ( 2 ) , desde abri l susurrábanse en Buenos A ires rumores alarmantes , que las mismas ret icencias del v i r rey venían conf i rmando . A pr inc ip ios de m a y o , fué impos ib le ocul tar á la pob lac i ón que la batalla de Ocaña había tenido p o r coro lar io la invasión de A n d a l u c í a . Después de una ú l t ima junta de los afil iados, el c i rcunspecto Saavedra, que se marchaba al c a m p o , declaró que estaba pronto para encabezar el m o v i m i e n t o revo luc iona ­rio con sus Patr i c ios , debiendo ser la señal de ha ­ber caducado el r ég imen co lon ia l la entrada de los franceses en Sevil la.

(1) Historia de Belgrano, I , 295 y 412.

Í2) Todavía á principios de mayo, el buen marqués Jasa Irujo procuraba ((tapar el cielo con un harnero»,

transmitiendo á Cisneros las noticias oficiales más hala­gadoras (publicadas aquí en 11 de mayo) sobre el estado de la Península: ((Los franceses no progresan en Cata­luña, aunque ha caído Gerona; también han tomado al­gunos puntos de la Sierra, pero ¡ por Despeñaperros, vela Areizaga!.. . La Junta Suprema ha resuelto trasladarse á la isla de León para presidir las Cortes, etc., etc.» Sin embargo sus cartas privadas al virrey eran más melancó­licas. El 3 de mayo (véase el documento núm. 27) le es­cribía : «Desde la desgraciada batalla de Ocaña, este go­bierno parece haber perdido el respeto y consideración que debe al nuestro». Tratábase de una reclamación en­tablada para prender á Rodríguez Peña y Pueyrredón por conspiradores, y á la cual el gobierno portugués, por instancias de lord Strangford, hacía oídos de mercader.

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I I

E n septiembre de 1809, bailábase L in iers er, Córdoba con toda su f a m i l i a , no de paso para Mendoza , c omo lo tenía promet ido á Cisneros y anunc iado á la Junta de Sevil la, sino instalado prov is ionalmente y ya resuelto á no aceptar aquel otro destierro. A s í lo c o m u n i c ó al v i rrey en una carta conf idencial , á la que su «apas ionado a m i g o y c o m p a ñ e r o » (1 ) contestó con recr iminac iones , entre afectuosas y resentidas, instándole á que marchase á su destino, pues no era « j u e g o de m u ­chachos» . R e p l i c ó rec iamente L in iers en estilo oficial , pon iendo cosas y gentes en su deb ido l u ­gar : reprochaba á « S u E x c e l e n c i a » sus conces io ­nes á los facinerosos que , no contentos con haber evitado con la separación de L in iers el cast igo á que eran acreedores, «quer ían aun asesinarle c i ­v i l m e n t e » ; protestaba contra las acusaciones ca­lumniosas d ir ig idas á su administrac ión , recono ­c ida y apoyada p o r la parte más sana y culta del v i r re inato ; y mani festaba en conc lus ión que esta­ba dispuesto á marcharse , no á Mendoza , sino á la Península , con su h i j o L u i s , al férez de nav io , de ­jando en Córdoba á su fami l ia y sus cortos intere ­ses b a j o la custodia de su yerno P é r i c h o n , y «la-protecc ión de la P r o v i d e n c i a que, aunque gran pecador , n u n c a le había desamparado» .

Sobrado justas eran las quejas de L in iers c on ­tra su apocado sucesor. P a r a halagar los rencores del part ido español , después de amnist iar á los fautores de los desórdenes recientes, habíase apre-

(1) Compañeros de armas, no ¡(de infancia» como ridiculamente se ha escrito : hemos visto ya que Liniers era hombre hecho—y teniente de caballería en Francia— cuando por primera vez (1775) tomó servicio en España y conoció, en la escuadra de Castejón, al guardia marina Cisneros. Las cartas mencionadas se encuentran en Calvo, Anales, I, 141.

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stirado á declarar l ibres de cu lpa y cargo á los mil i tares cómpl i ces de aquéllos y acusados por L in iers , á quienes se tr ibutó públ i cos e logios por su compor tamiento , á vista del acusador . A l p r o ­p io t i empo , era él quien agi taba en Sevil la el l la ­m a m i e n t o de L i n i e r s , — y también de E l í o , cuya presencia le inspiraba rece lo ,—pues no bab ía ra­zón urgente que lo aconsejara, m u c b o menos cuando Sobremonte , que tenía causa abierta por su entrega de Buenos A i res , bab ía permanec ido tranqui lo en el P í o de la P la ta ( 1 ) . P o r cierto que en la deplorable act i tud de Cisneros, respecto del predecesor á cuya lealtad debía la posesión del m a n d o , entraban por m u c b o la pus i lan imidad de su carácter y su cortedad de vistas, pero no parece dudoso que él también part ic ipase y a de las pre ­ocupac iones nac ionales , más que nunca exaspera­das por las ú l t imas v ictor ias francesas.

Entre tanto , y sin gastar prisa en los preparat i ­vos del v ia j e á España , L iniers d is frutaba en Cór­doba del b ien ganado reposo que, segtín lo mues ­tra su correspondencia , le sabía á r e juvenec imien ­to f ís ico y redenc ión mora l después de tamañas a g i t a c i o n e s . — E n c r u c i j a d a de las prov inc ias inte ­r iores , contaría entonces la doctoral c iudad unos nueve m i l habitantes ( 2 ) , cuya aristocracia, goda de espíritu si no de nac imiento , era f o r m a d a de

(1) En 16 de enero de 1810, el ministro Cornel (Rea­les Ordenes en el Archivo General) pedía á Cisneros que se activara la causa formada al marqués de Sobremonte. Fué tanta la actividad desplegada, que el consejo de guerra se celebró en Cádiz, en 1813, recayendo sentencia absolutoria!

(2) Es un cálculo conjetural (pues no conozco empa­dronamiento para dicha década), pero de una aproxima­ción suficiente. El Censo de 1869 deduce la población pro­bable de toda la provincia, en 1809, de los vagos empadro­namientos de 1779 y 1813, llegando á la cifra de 60.000 ; por otra parte, la población de la ciudad en 1869 (28.523 habitantes) representaba 0,14 de la total (210.508 habi­tantes) : aceptando á bulto esta proporción (sin engol­farnos en distingos) resultarían 8.400 habitantes. Ello concuerda bastante con los promedios de Núñez y Calde-leugh : 14.000 habitantes en 1823. Corroboran estas afir-

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L A REVOLUCIÓN 319 empleados reales, c lér igos ó frai les , letrados y mercaderes, casi todos ellos estancieros por aña­d idura . E n torno de éstos, además de la numerosa serv idumbre , la p lebe urbana de negros y mes ­tizos, esclava ó l iberta , desempeñaba los oficios manuales é industrias pr imit ivas , cuyos productos poco exced ían el consumo loca l . L a pr inc ipa l fuente de r iqueza provenía de las faenas agr íco las , y desde luego del comerc io de muías , cuyas tro ­pas invernadas en los potreros de la prov inc ia se despachaban anualmente á las ferias del P e r ú . E n suma, reinaba un bienestar relat ivo , f u n d a d o , más que en la abundanc ia de los medios , en la modestia de los gastos, aun entre los que p u d i e ­ran tenerlos más rumbosos . De l cato l i c ismo into ­lerante que de arriba abajo imperaba , daban aviso al v ia j e ro , que desde la barranca contemplaba la pob lac ión tendida entre la sierra y el sinuoso r ío , las numerosas torres de las iglesias, capil las y beateríos, que por todos lados dominaban el case­r ío . Es m u y sabido que era otro rasgo proverbia l de la sociedad cordobesa, la índole pleit ista, la que bastaba ya en t iempos del Lazarillo de ciegos ca­minantes para «mantener por sí solos los aboga­dos, procuradores y escribanos de la c iudad de la P l a t a » . P o r fin (para conc lu i r con los de fec tos ) , como conexo del h u m o r procesal , señalábase po i los forasteros, el tu fo nobi l iar io de que n ingi ín cordobés se desprendía , comenzando en el f u n c i o ­nario real de auténtica e jecutor ia para no termi -

maciones las cifras resultantes del procedimiento que he discurrido más arriba para calcular la población de Bue­nos Aires. El plano de Córdoba, por Díaz de la Fuente (1790), le da unas 40 manzanas edificadas; reduzcámoslas prudentemente á 36 atendiendo al exceso de iglesias y capillas, lo que nos dará unas 1.000 casas, y, á razón de 6,9 individuos por casa (promedio del censo de 1869), 6.900 habitantes en 1790; es decir, con el aumento de uno por ciento acumulativo, que admite el censo para dicho período, una población de 8.430 habitantes á principios de 1810. Este cómputo es estadísticamente probable, sien­do harto conocido el lugar distinguido que la estadística ocupa entre las ciencias inexactas.

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nar en el negro criol lo esclavo de monjas , que así trataba al congénere leñador c o m o éste á su b o ­r r i co .

P e r o la pequeña c iudad , rec ién embel lec ida po i Sobremonte , a legraba la vista. L a existencia fluía sosegada y p lác ida en los caserones co loniales de anchos corredores y patios llenos de flores. E l c l i ­m a es del ic ioso , y encantadora la acc identada c a m p i ñ a con su t ierra cubierta de bosques y cru­zada de arroyos . Para L in iers , Córdoba ofrecía el inaprec iab le atract ivo de un g r u p o social d is ­t ingu ido y a m i g o : el gobernador Concha , su an­t i g u o c o m p a ñ e r o de armas, á quien él m i s m o h a ­b ía n o m b r a d o ; el coronel A l l ende , c onoc ido SU3-0

desde la R e c o n q u i s t a ; el cu l to y verboso Deán Punes que le debía el rectorado de Monserrat , y su hermano A m b r o s i o que se perdía de vista, pero tanto más cordia l y a fable cuanto más dispuesto á barrer para a d e n t r o ; el obispo don R o d r i g o Ore-l lana, de quien sólo puede afirmarse que al fin y al cabo era o b i s p o ; el i lustrado doctor don V i c ­tor ino R o d r í g u e z , asesor de gob ierno y compet idor de A m b r o s i o en las cosas c o n c e j i l e s , — c o m o Ore-l lana lo era del Deán en las ep iscopa les ; y m u ­chos otros vecinos importantes , que rec ib ieran del i lustre re fug iado servicios ó atenciones . L a p o ­b lac ión entera le era a d i c t a , — c o n la sola e x c e p ­c i ón , quizá, del bando f ranc iscano encabezado por f ray Panta león Garc ía , que le guardaba rencor por la rec iente secularización de la Un ivers idad . D e su correspondencia pr ivada se deduce que L i ­niers , á los pocos días de hallarse en Córdoba, f o r m ó el propós i to de establecerse en la prov inc ia , y aun de de jar allí á su fami l ia , en el caso p r o b a ­ble de tener que realizar su v ia j e á la Pen ínsu la .

P o r lo demás, su pr imeros actos conf irman sus dec larac iones á su a m i g o y confidente Echevarr ía . A p e n a s l l egado , quiso que su h i j o José ingresara en la Univers idad de San Car los ; y él m i s m o asis­t ió á los exámenes de matemáticas que r indieron el 18 de d i c i embre , en la ig lesia del Colegio de Monserrat , los a lumnos de esta cátedra fundada

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por el doctor Funes (1 ) y dictada por don Carlos O 'Donnel l . Constan p o r un documento rarís imo, y que en esta B ib l i o teca be encontrado , los intere­santes pormenores de aquella f u n c i ó n univers i ta­r ia , que parecer ía desdecir un tanto del ponderado atraso co lon ia l , si no supiéramos que las sociedades deben apreciarse, c omo los yac imientos mineros , por la « l e y » de la masa c o m ú n (2). E n presencia de la culta sociedad cordobesa 3' « l a m a y o r parte del cuerpo del c o m e r c i o » , veinte y tres e x a m i n a n ­dos , entre colegiales de Monserrat y externos , r i n ­dieron pruebas que , si no resultaron r igurosas , no sería por la incompetenc ia de jueces c omo el obispo Orellana, ant iguo profesor de matemáticas en la Univers idad de Va l lado l id , los dos marinos Liniers y Concba y el catedrático O 'Donnel l , f u e ­ra del Deán Funes , el méd i co Pastor 3 a lgún

( 1 ) GARRO, La Universidad de Córdoba, 2 3 0 : «El Deán Funes fué un genio benéfico para la Universidad de Córdoba... Fundó, á fines de 1 8 0 8 , una cátedra de aritmé­tica, álgebra y geometría, dotándola con la renta de 5 0 0 pesos anuales sobre su patrimonio». La autorización fué dada por el virrey Liniers en términos precisos y plenos que un filósofo positivista de nuestros días no desaproba­ría : «La aritmética, sea la vulgar, sea la álgebra, que trata más generalmente de las cantidades, debe ser de uso continuo en una vida como la nuestra, en que fluc­tuando siempre entre la probabilidad y la duda, nunca podremos asegurar nuestros juicios sin el auxilio del cál­culo». Algunos años después el mismo fundador solicitó la nulidad de su donación de 1 0 . 0 0 0 pesos, motivándola en su cambio de fortuna, lo que era cierto. Fué uno de los rasgos honorables de Funes no saber calcular (¿por esto sería que creó la cátedra P). A pesar de la tutela eco­nómica de su hermano Ambrosio, el Deán anduvo siempre «de la cuarta al pértigo»; y ciertas gestiones suyas, allá por los años 2 5 y siguientes, revelan, más que codicia, sus apuros domésticos,—sobre todo cuando sufrió en Buenos Aires otra tutela casera poco avenida con sus años y es­tado.

( 2 ) Véase, como contraste, el estado de la educación común en el virreinato, según los artículos del Correo de Comercio. Sin embargo, de ese mismo estudio que parece ser de Belgrano, resultaría que en esto también Córdoba hacía excepción, merced á los esfuerzos del marqués de Sobremonte, quien, al mirar de cerca las cosas, iría resul­tando tan buen gobernador como pésimo virrey : Tel brille •au second rang, qui s'eclipse au premier.

L I N I E R S . — 2 2

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32.2 SANTIAGO D E L I X I E R S

otro . L o s estudiantes pertenecían á las mejores fami l ias de todas las prov inc ias , sin exc lu i r la de Buenos A i res , confundiéndose apellidos porteños , c o m o los de Gallardo y P i n e d o , con los p r o v i n ­c ianos de Frague i ro , O c a m p o , Lozano , Zorr i l la , Bustamante , etc. Entre los premios o frec idos , fi­guraba un anteo jo de larga vista, regalo de L i ­niers, que fué ad jud i cado ( ¡ y qué fa l ta le bar ia en el T í o ! ) al estudiante José Mar ía P a z . P a r a el segundo p r e m i o , — u n e jemplar del Systéme de la nature, de Paul ian ,—desco l laban inter bonos M a ­r iano E r a g u e i r o , José L in iers y Ladis lao Mar t í ­nez : y consultada la suerte, ésta tuvo el buen gusto de no favorecer al b i j o del v i r rey ( 1 ) . P e r o , era el pr ínc ipe del curso el j o v e n M e l c b o r L a v í n , que merec ió pronunc iar la orac ión de c i rcunstan­c i a ; y se t iene gusto en comprobar que el e x i m i o estudiante , y arengador de L in iers y Eunes , era el m i s m o hero ico m u c h a c h o de diez y siete años que , seis meses después, se o frec iera para l l evar al pr imero (no al segundo , c omo por desgracia o curr ió ) las comunicac iones de Cisneros ; y , solo , devoró por la posta, con ve loc idad pasmosa, las 150 leguas de desierto que med iaban entre B u e n o s Aires y Córdoba .

V e m o s por la correspondencia pr ivada de L i ­niers, que procuraba entonces la f o r m a c i ó n de una sociedad anón ima para explotar las minas del F a m a t i n a , sobre la base de 500 acciones á 200 p e ­sos, « c o n la perspect iva de un inca l cu lab le l u c r o » . E l proyecto contaba sin duda con el apoyo del g o -

(1) El alumno Liniers, que en el documento citado aparece recompensado entre D. Mariano Fragueiro y don Ladislao Martínez, era José Atanasio, nacido en Monte­video á 2 de mayo de 1798, y primer hijo varón de Mar­tina Sarratea. Siguió la carrera diplomática y, en 1817, por muerte de Luis, quedó como jefe de la familia; él fué, por tanto, quien persiguió la revalidación de los derechos y títulos de su padre, que fueron reconocidos en 1862, en favor de su hijo Jacques Alexandre, jefe de la rama francesa. La rama española procede del quinto hijo Ma­riano Tomás, nacido en Montevideo el 20 de diciembre de 1801.

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bernador Concha , que propend ía administrat iva­mente al desarrollo de aquella industr ia , hab iendo sido autorizado á destinar cierta cant idad del « s i t u a d o » del P e r ú para el rescate de plata p ina r io jana ( 1 ) . M u y pronto los acontec imientos po l í ­ticos interrumpieron los trabajos , hac iendo que se cavaran hoyos más estériles que los del F a m a t i n a ! Otro n e g o c i o , pero éste real izado y conc lu ido , fué la adquis ic ión de la estancia de A l t a Grac ia , que Liniers c o m p r ó en 3 de febrero de 1810 al doctor don V i c t o r i n o R o d r í g u e z , por la suma de 11.000 pesos, reservándose el vendedor una legua de c a m ­po sobre el río Anisacate . A l l í se instaló inmed ia ­tamente con su numerosa fami l ia , según resulta de una carta suya de 2 de marzo al doctor E c h e ­varría, en que el exmandatar io se exh ibe entre­gado á las faenas campestres y saboreando de l i ­c iosamente esta existencia nueva, que sólo sería un breve descanso entre dos per íodos de hondas agitac iones .

Situada á unas diez leguas al sudoeste de Cór ­doba, la estancia de A l t a Grac ia es una ant igua posesión jesuít ica cuyo caserón conventual se l e ­vanta, todavía intacto , en una ondulac ión de la sierra que domina la moderna pob lac i ón . Delante del edificio pr inc ipa l , un espacioso estanque cer ­cado de p iedra se l lenaba y desaguaba por ace­quias sacadas del vec ino arroyo . Salvado el po r ­tón de entrada, aparecía el inmenso pat io l leno de

(1) En abril de 1810, se autorizó al gobernador in­tendente de Córdoba para que ((de los caudales que con­duce de Potosí el situadista D. Manuel Sanfranco, que se halla en camino (había quedado empantanado en Guasayan) queden en esa Tesorería 50.000 pesos para atender por ahora al rescate de la plata pina que se extraiga del mineral de Famatina». Esta suma era «un aumento sobre las existencias anteriormente aplicadas al mismo objeto». Existe, en el Archivo General, todo un expediente acerca del rescate de pinas, de cuyo precio (7 pesos 2 reales marco) protestaban los riojanos ante los ensayadores de Potosí, por la ley superior del metal. Sobre los primeros trabajos del mineral de Famatina se encuentra una interesante reseña de D. Guillermo Dávila en la Bevista de Buenos Aires, X X I I I , 66.

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plantas y c i r cundado por la doble arquería c laus­tral , cuyas losas bab ían gastado durante dos si­g los los pasos de la negra y tac i turna m i l i c i a . U n a ancba escalera de p iedra conduc ía al piso superior , sobre cuya galería daban las abovedadas bab i tac iones , grandes y chicas , que abundaban en el cenob í t i co cast i l lo : refector ios , salas de estudio y reunión , dormitor ios , b ib l i o teca , cuartos de huéspedes ,—invar iab lemente b lanqueadas á cal y soladas con ro ja baldosa . Y al evocarlo ahora , después de m u c h o s años ( y sin duda no m u y e x a c ­t a m e n t e ) , siento de nuevo el g ran s i lencio fresco de las deshabitadas v iv iendas , que tan gra tamen­te m e impres ionó la mañana de verano en que las recorr ía . Mostráronme la vasta pieza de L in iers , por cuj^o ba l cón de madera él h u b o de contemplar tantas veces el paisaje encantador que á su vista se desarrol laba, desde las alegres rancherías y las arboledas vecinas hasta las verdes col inas que f e s ­tonean el poniente . ¡ Qué honda sensación de paz y re juvenec imiento refrescaría su a lma, á raíz de tantas zozobras y fat igas , al encontrarse allí con los suyos, cerca de la tierra cariñosa, m u y l e ­jos de los tumultos ca l le jeros ! Y luego , al recorrer y o m i s m o la pintoresca y r ica c a m p i ñ a , surcada de arroyos y vertientes, hasta el espeso mural lón construido por aquellos maestros co lonizadores , cuyas antiguas reducc iones señalan todavía en es­tas prov inc ias sus sitios más amenos y fér t i l es : ¡ cuál rev iv ían para el peregr ino , también cansado, de los hombres y nostá lg ico de soledad, las e fus io ­nes del v i e j o mar ino (creíase l ibre al fin de las tormentas c iv i les , peores que las del océano) que rebosan en su correspondencia fami l iar , desal iña­da y repentina, pero i m p r e g n a d a de olor á monte y j u g o de la g l e b a , — a l m o d o de la Res rústica de algi ín Y a r r ó n que escribiese en incorrecto l a ­t í n ! Ñ o resisto al deseo de transcribir a lgunas l í ­neas de su carta de 2 de m a y o al doctor don V i ­cente Anastasio Echevarr ía :

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. . .Ya me tiene usted heclio un hombre campestre, ocupado sólo del arado, del buey, del caballo, del molino ; dando órdenes al albañil, al hortelano, al capataz, al peón, al domador y al carretero,—con más gusto que cuando las dictara á una provincia y á un ejército. En­tonces la mayor parte de las noches la pasaba en vela : amanecía con nuevos cuidados; y ahora duermo pasmosa­mente y amanezco lleno de satisfacciones... Miro con la mayor lástima los desgraciados mortales, que tanto anhe­lan por un poco de humo que el menor viento disipa : á semejanza de esos globos (1) que en nuestra niñez forma­mos con agua dé jabón, que nos causan admiración por la brillantez de las refracciones de la luz, pero que á mitad que van engrosando y cuando nos parecen más hermosos, se convierten en un sutil vapor. El correo de arriba ha avivado en mí estas reflexiones... (2)».

¡ A y ! sí : l legaba el correo de arriba, t rayendo las comunicac iones de Goyeneche y Abasca l , para luego l l evarse—aunque cueste confesar lo—los p a ­rabienes de L in iers por las e jecuc iones de L a P a z ó las prisiones de Cbuquisaca ,—aunque , segura­mente , él no las habr ía o r d e n a d o ! Y venía también el correo de « a b a j o » , portador de not ic ias sólo des­agradables todavía , pero que luego se tornarían comprometedoras y para él funestas. E n sus cartas á Echevarr ía , a lude repet idamente al « m a n d a r í n » Cisneros, « q u i e n tan pronto aborrece c omo estima, esa l ta y humi l la , premia y cas t iga» . L a conducta

(1) Le viene naturalmente al espíritu la misma ima­gen que al viejo Varrón, á quien seguramente no habría leído: quod (ut dicitur) si est homo bulla, eo magis se-nex. (De re rustica, I.j)

(2) Documento num. 20. Este doctor Echevarría es el mismo que, con los doctores D . José Darregueira, don P. Medrano y D. Simón de Cossío, fué designado para integrar la Audiencia el día (22 de junio de 1810, Gaceta, número 4) en que eran embarcados los oidores con el virrey. Echevarría hizo larga y provechosa figuración, aunque nunca en primer término, sin duda por su falta de carácter. En 1811 fué colega de Belgrano en su misión al Paraguay, y con este motivo escribe el señor Mitre (Belgrano, I I , 19) : (¡Belgrano representaba en ella el candor,_ la buena fe, la altura de carácter; Echevarría la habilidad...». Perfectamente pensado y dicho; por eso el «hábil» no llegó nunca á la gloria. Los pueblos no consagran sino á los tipos sencillos y «de una pieza» : la fuerza, con Napoleón ; la santidad, con Vicente de Paúl ; la honradez, con Washington—ó Belgrano.

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del débris de T r a f a l g a r para con Liniers seguía en efecto s iendo inexp l i cab le , con parecerse rnu-c b o á la que con E l í o observaba. S iempre vac i l an ­te entre buscar apoyo en el part ido español y h a ­lagar al criol lo ( cuyas intenciones , por otra parte , desconocía por c o m p l e t o ) , el pus i lánime v i rrey se obst inaba en sol ic itar de Cádiz el l lamamiento de los dos ex gobernantes , cuya presencia a larma­ba su m e d i o c r i d a d asombradiza , sin prever la hora cercana en que había de mendig'ar el c oncur ­so del uno y deplorar la ausencia del otro . A l fin el pro te i f orme gob ierno español c u m p l i ó sus v o ­tos , en la f o rma incoherente que acostumbraba, y que tan en alto dejara su seriedad administrat iva . E n 16 de enero, la Junta de Sevil la ordenaba con urgenc ia el embarco de L in iers y E l í o ; y el 24 de f ebrero , la R e g e n c i a de Cádiz n o m b r a b a á éste cap i tán general de Chi le , d i r ig iéndo le á M o n t e v i ­deo las instrucc iones para que se trasladara, sin pérd ida de m o m e n t o , á su dest ino. Natura lmente , E l í o c u m p l i ó la pr imera orden, embarcándose á pr inc ip ios de abri l , y cuando , un mes después, l legó la segunda, se encontraba cruzando « u r g e n ­temente» el ecuador ( 1 ) .

E n cuanto á L in iers , que también rec ib ió á fi­nes de marzo una nueva in t imac ión para trasla­darse á España, m u y pronto h u b o de comprender que serían vanos sus e fugios d i lator ios . Con inau ­dita ac t iv idad y no menos admirab le c o m p l a c e n ­c ia , Cisneros aceleró los preparat ivos del embarco c o m o si en el v ia je de su predecesor c i frara una v i c tor ia . A todo hallaba respuesta y r e m e d i o ; no

(1) Véanse los documentos 19, 19 bis y 24. Dice Elío, en su Manifiesto citado, página 12 : <c¿ Cuál sería mi sor­presa cuando, al presentarme en Cádiz á la Regencia y Ministros, unos y otros me preguntaron la causa de mi venida... [pues] me habían enviado tres meses hacía los despachos de Capitán general de Chile?» La igno­rancia de los ministros era explicable... en Cádiz; pero no la sorpresa del embustero que traía en su maleta la orden anterior de la Junta. Sabido es que el incorregible na­varro volvió al Plata, en enero del año siguiente, como virrey in partibus infidelium.

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había ex igenc ia que en el acto no satisficiera. Des ­de pr inc ip ios de abri l , los escribientes del Fuerte no h ic ieron sino extender y copiar oficios relativos á la dichosa marcha . Después de la prevenc ión general , en que avisa al comandante de marina que « d e b i e n d o trasladarse á España el E x c e l e n ­t ís imo Y i r r e y que fué de estas Prov inc ias , le ha o frec ido la corbeta Descubierta para que pueda transportarse con toda la c o m o d i d a d y dist inc ión que es correspondiente á su r a n g o » ; el 16 : oficio al comandante del bergant ín Belén, para que conduzca á Montev ideo al E x c m o ; el 18 : oficio al comandante del fa lucho Fama para que aguarde en San Nico lás y conduzca al bergant ín Belén al e tcétera ; el 2 1 : oficio al gobernador inter ino de Montev ideo , don Joaqu ín de Soria, para que rec i ­ba de paso con todos los honores debidos al E x c e ­lent ís imo señor . . . ut supra. Pero , á ú l t ima hora , el presunto v ia jero manifestó ser retenido por ciertas dif icultades económicas , sólo salvables ( in ­s inuaba) mediante un aux i l i o de 8000 pesos, «s in per ju i c io de la l iqu idac ión de los 5500 pesos del pago de A l t a Grac ia , quedando h ipotecada la pensión [de su t í tu lo ] y la misma h a c i e n d a » . ¡ N u n c a lo ins inuara ! T o d o fué en el acto conce ­d ido y fac i l i tado . E n 30 de abri l , el gobernador de Córdoba comuni caba haberse entregado á L i ­niers, por aquellas cajas , la suma acordada, que ­dando autorizado don Juan P é r i c h o n para perc i ­b ir allí m i s m o , de los fondos de Tabacos , la p e n ­sión de c ien m i l reales de jada por Liniers á su «benemér i ta f a m i l i a » . . . Cisneros gastaba en ver ­dad para su « ino lv idab le a m i g o » el puente de p la ­ta que debe ponerse , según el refrán, al e n e m i g o que h u y e .

Sea cual fuere el propós i to de Cisneros y sus consejeros , no es dudoso que con sus instancias y providenc ias t raba jaban sin saberlo por la salva­c ión de L in iers . H u b o así, durante dos meses, una conspirac ión inconsc iente de los hombres y las c ircunstancias para substraerle á su suerte f a t a l ; tanto que , c ompromet ida su palabra, j r a en pose-

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sión de su v iát ico y , por decir lo así, arrastrado á la puerta de salida, el in fe l iz v i r rey , casi salva­do á pesar suyo, se aperc ib ió seriamente para su v i a j e de u l t ramar , empleando en los ú l t imos arre­g los y preparat ivos aquellas semanas de m a y o . P o d í a embarcarse tranqui lo para la Pen ínsu la , en demanda de reparac ión y just i c ia . N i n g u n a i n ­quietud le quedaba respecto de los suyos : b a j o la protecc ión de su b i j o m a y o r y su j^erno, rodeada de parientes y amigos , su fami l ia bab ía de c o m ­part ir entre la estancia y la c iudad la c ó m o d a existencia , teniendo b ien asegurado su bienestar. A ríltima bora , se resolvió amigab le y satisfacto­r iamente un asunto relativo á su prop iedad de A l t a Grac ia : el ant iguo propietar io consint ió en cederle la l egua de c a m p o que se bab ía reservado sobre el arroyo de Anisacate , y L in iers tuvo que ir á Córdoba para extender la escritura ( 1 ) . Cons­ta por ésta que el acto se real izó el 25 de m a y o de 1810: al pronto , esta f e c b a fu lgurante sólo signif icó para él una f o r m a l i d a d de escribanía. A l l í le sorprendió , á los c inco ó seis días, el anun­c io f o rmidab le , en casa de su amigo Concba , en

(1) De una interesante carta, que el doctor Julio Rodríguez escribió sobre el asunto al doctor Ramón J. Cár-cano, y que éste se lia servido comunicarme, extraigo estos datos complementarios y extraídos de las mismas escrituras de venta : «Del precio (de Alta Gracia) se deja en poder de Liniers 5.500 pesos para pagar lo que aún debe Rodríguez al rei por capital é intereses de su com­pra (que fué por 8.000 pesos). Es cláusula del contrato que Liniers tendrá el patronato de la iglesia, como lo tenía Rodríguez. En 26 de marzo de 1821, D . a Carmen Liniers de Périchon y D . a Enriqueta Liniers, por sí y como tutora de sus hermanos menores José, Santiago*, Mariano, Tomás y Dolores, por intermedio de su apode­rado D. Juan B. Echevarría, venden en remate público, con autorización é intervención del gobierno, á D. Ma­nuel J. Solares la estancia de Altagracia por 15.000 pe­sos; del expediente consta que estaba abandonada».

* Estos dos eran mayores y ausentes : por ellos estaría el apoderado.

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la P laza M a y o r ( 1 ) . Vanos hab ían sido todos los esfuerzos de los hombres y de las cosas para arrancar del l ibro fa t íd i co la pág ina de sangre : nadie se l ibra de su destino, y era el del penúl t i ­m o v i rrey servir de v í c t ima propic iator ia á la R e v o l u c i ó n .

I I I

E l 13 de m a y o de 1810, arribó á Montev ideo la f ragata inglesa Paris, capi tán "Wichard, con c i n ­cuenta y tres días de navegac ión de Gibraltar , y t rayendo por consiguiente not ic ias de A n d a l u c í a basta el 20 de marzo . E l v i rrey Cisneros mi ró impos ib le ocultar esta vez los hechos materiales . E l 18, d i r ig i ó á los « leales y generosos pueblos del v i r re inato» una proc lama en que p intaba á las tropas francesas «derramándose por las A n d a ­lucías c o m o un torrente que todo lo arras tra» ; agregaba que España , á pesar de estos desastres, estaba m u y distante de abatirse y « rend i r su cer­v iz á los t i ranos» . E l enfát ico documento termi ­naba con la pel igrosa dec larac ión de que , aun en el caso de haberse perd ido España, le quedarían

(1) López y otros historiadores aceptan la versión del capellán D. Pedro A. Jiménez (transcripta en To­rrente, I , 69) según la cual ((el joven Lavín, portador de las comunicaciones de Cisneros, salió de Buenos Aires el 25 á la noche y llegó á Córdoba á las once y media de la noche del 28». Veremos luego cómo el viaje de Lavín no se refiere á este primer anuncio; pero no es ad­misible que nadie hiciera en tres días el trayecto. De Buenos Aires á Córdoba hay 700 kilómetros, ó 162 leguas argentinas, que serían más por el antiguo camino del Perú (las postas cobraban entre 170 y 180, según fuera la tolerancia de los gobiernos). Un término medio diario de 54 leguas, durante tres días, sería una hazaña apenas creíble de varios jinetes que se relevasen y con tropilla de caballos; de un hombre solo, por la posta, con las demo­ras inevitables, es imposible. En realidad, las primeras noticias, que se tuvieron el 30, sólo alcanzaban al 23.

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á la independiente monarquía «estos vastos con ­t inentes» .

Prec isamente la faz más grave de la s i tuación peninsular , y que en esta capital se comentaba aunque Cisneros la desmintiese, era lo de haberse acog ido al rey José y sus tenientes, en las p r i n c i ­pales c iudades de A n d a l u c í a , con muestras ine­quívocas de adhesión y rend imiento : Sevil la y Málaga hab ían abierto sus puertas sin resisten­c i a ; el general Sebastiani fué rec ib ido en Grana­da por una d iputac ión del clero y de « h o m b r e s p r u d e n t e s » ; en Córdoba el rey José hizo una en­trada t r iun fa l : «sa l ieron diputac iones á f e l i c i tar ­le , cantóse el Te Deuvi, h u b o fiestas pi íbl icas en ce lebrac ión del t r iun fo , y (d i ce el h istor iador c lá­sico del L e v a n t a m i e n t o ) esmeróse el c lero en los agasajos ( 1 ) » . E n frente de los vencedores , apo ­yados ahora, más que en sus e jércitos , en el aca­tamiento y la res ignac ión de los venc idos , sólo quedaba un fantasma de gob ierno i l ega l , r e fug ia ­do en la Is la de L e ó n ya bat ida por el e n e m i g o : una P e g e n c i a heredera de la desacreditada Junta , que sólo había p o d i d o legarle su impotenc ia y gérmenes de anarquía ( 2 ) . Ta l era la s i tuación presente y evidente de la Península , en los p r i m e ­ros meses de 1810 ; y si, c omo lo hemos visto , el

( 1 ) TORENO, Historia'del levantamiento, I I , 400. ( 2 ) El historiador López confecciona aquí un extra­

ordinario baturrillo (Historia, I I , 458) : «El pueblo de Sevilla se había sublevado contra la Junta Central. Los miembros de ella habían tenido que huir del furor popu­lar. En Cádiz habían sido depuestos y perseguidos como traidores. Los unos habían sido encarcelados y los otros deportados, mientras el pueblo creaba, de su propia au­toridad, nada menos que una Hegencia de España y de las Indias...» Es pura fantasmagoría. La translación de la Junta á la Isla de León estaba decretada desde el 1 3 de enero ; al acercarse los franceses, los vocales se pusie­ron en viaje «para no caer en manos del enemigo» (To­reno) . En Cádiz, cierto es que estalló un tumulto contra la Junta, el 3 0 de enero, pero el 3 1 fué su último acto gubernativo designar é instalar una Regencia de cinco individuos, uno de estos americano (¡ á buen tiempo!) ; sólo entonces se disolvió la Central, sin que el pueblo tuviese la menor parte en la creación de la Regencia.

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m i s m o W e l l i n g t o n la juzgaba desesperada, no ha ­b ía de exig irse que estos coloniales adivinasen á dos m i l leguas el porvenir que se ocultaba al gene­ral ing lés . Sobre la base, pues , de la pérd ida de Es ­paña ó sea su ocupac ión , al parecer definitiva, p o r los franceses, se levantaron los proyectos de los patriotas y se in ic iaron sus pr imeros ensayos de rea l izac ión : no sin muchos errores y contrad i c ­c iones , si b ien con un propósito emanc ipador , vago y mal f o r m u l a d o al p r inc ip i o , pero que , rea­parec iendo y t omando consistencia á raíz de cada desacierto , c onc luyó por imponerse á todos c omo el ún i co fin de sus esfuerzos.

L a noche misma del 18, en que las gravís imas not ic ias c i rcularon por la c iudad , reuniéronse en casa del coronel Mart ín R o d r í g u e z varios patr io ­tas ( 1 ) ; pero estaban ausentes de la c iudad a l ­gunos de los pr inc ipales , y desde luego Saavedra, el comandante de Patr i c ios , de cuyo concurso de ­pend ía cualquier determinac ión . Encargóse al rnayor V i a m o n t e de l lamar á su j e f e , quien , e fec ­t ivamente , l legó de San Is idro el día s iguiente . Después de enterarse de los sucesos, manifestó sin ambages que la hora era l legada, y, por pronta prov idenc ia , ordenó á las fuerzas de su m a n d o permanecer en sus cuarteles « comple tamente m u ­n i c i onadas» . L a « S o c i e d a d de los siete» citó á sus afiliados y a lgunos más para la noche del 19, en casa de R o d r í g u e z P e ñ a . A l l í concurr ieron, en número de doce ó catorce entre mil i tares y c i v i ­les, los promotores de la independenc ia , Saavedra,

(1) Para estos preliminares ocultos de la revolución, suministran algunos detalles interesantes la Memoria de Saavedra y el Fragmento de Rodríguez; pero uno y otro documento deben usarse con reserva y precaución, pues se resienten de la falta de memoria de los testigos enveje­cidos. Así, para el detalle á que esta nota corresponde, siendo seguro que hubo una reunión preparatoria y par­cial el 18 á la noche, parece más probable que ésta se rea­lizara en la casa de Rodríguez (Cangallo, frente á Cata­lanes), que en la de Viamonte, como afirma Saavedra : éste estaba ausente, y aquél dos veces presente, sí tal puede decirse, como actor y dueño de casa.

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B e l g r a n o , P e ñ a , Passo, Chic lana, Y ieytes y otros , — c o n excepc ión de Moreno , á quien i n d e b i d a ­mente se b a b e c b o f igurar entre los obreros de la pr imera bora ( 1 ) . L a act i tud de la junta y la índo le de la pro l ongada discusión se infieren d e a lgunos documentos—si b ien contradictor ios en los detal les—y, sobre todo , de los be cbos poste­r iores . ¿ C u á l fué , con e fec to , la reso luc ión unáni ­memente acordada? L a de obtener del Cab i ldo , y por éste del v irrey , la autor ización necesaria (manten ido el p r inc ip i o l ega l ) para c onvocar al vec indar io pací f i co , al ob je to de dec id i r si era ó no l l egado el caso de subrogar á d i c b o m a n d a t a ­rio p o r una Junta gubernat iva . Esta conc lus ión resultaría, ev identemente , del examen que se h i ­zo , á la luz de los ú l t imos sucesos, de la s i tuación

(1) Más extraño aún es ver, según el señor Mitre (Belgrano, 304), á D . Juan Martín Pueyrredón, en mayo de 1810, ((convocando sigilosamente á su casa á todos los jefes militares, entre los cuales se encontraban algunos jefes españoles...» Agrega el historiador que (¡era la re­petición de la Junta que nueve meses antes había tenido lugar en la misma casa...» No hay repetición sino en el texto del señor Mitre. Pueyrredón estuvo ausente del Río de la Plata sin interrupción, desde agosto de 1809 hasta el 9 de junio de 1810, en que volvió del Brasil y tomó tierra en la costa argentina, ((veinticinco leguas al sur de esta capital». (V. el folleto de Pueyrredón: Refutación á una atroz calumnia). Zinny y Guido confirman el hecho, pero su testimonio no tiene valor : cuando no copian á Pueyrredón, incurren en paparruchas como la escena pa­tética entre D . a Juana P. de Sáenz Valiente y Cisneros en el Fuerte, en julio de 1809, el día en que el virrey esta-, ba todavía en la Colonia.—Sobre la estancia de Pueyrredón en Río de Janeiro, véase la carta de Casa Irujo, docu­mento número 23. El señor Mitre ha sido inducido en error por M. Rodríguez, cuya página (10, en la Biblio­teca del Comercio del Plata, V ) ha transcripto casi lite­ralmente, en el mismo capítulo en que nos pone en guar­dia contra las inexactitudes del Fragmento, dictado casi in articulo mortis. Empero, á falta de cualquier docu­mento, ¿cómo no bastó el sentido crítico, el simple buen sentido, para dar el alerta ante el absurdo de hallarse en Buenos Aires, á principios de mayo de 1810, un perso­naje como Pueyrredón, que junta en su casa á los jefes patriotas, y luego se desvanece, sin que se halle en parte alguna lo días después, durante la revolución, ni siquiera entre los vecinos del cabildo abierto ?

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que el estado de la metrópo l i creaba para las co ­lon ias . Confesado por el m i s m o v irrey el an iqui ­lamiento de la causa por él representada y el ind iscut ib le predomin io de la contraria , no que ­daba para las colonias americanas más alterna­t iva que someterse al poder establecido de José, c o m o lo bac ían todos los gobiernos que con E s ­paña no estaban en g u e r r a ; ó si no reasumir cada una de éstas su autonomía , según el e j emplo de las prov inc ias peninsulares . Siendo el pr imer p a r ­t ido sentimental y po l í t i camente impract i cab le , — y por cierto que de Cisneros abajo no bab ía español que lo aconse jara ,—sólo quedaba el se­g u n d o , cuyas dificultades y riesgos no debían te ­nerse en cuenta, si resultaba ser el ún i co pos ib le . ¿ M e r e c í a tomarse en considerac ión el arbitr io , propuesto naturalmente por el v irrey , de seguir c o m o antes, a fectando las co lonias desentenderse de u n acontec imiento que trastornaba el p r inc i ­p io de su ex istenc ia , y cont inuando amarradas á un cadáver? Dos años bac ía que el v i r rey no era sino el representante de un rey fantasma: abora , desaparecida la Junta Central , aquél venía á ser la ficción de una ficción, un t í tulo vano , un si­mulacro v e r b a l , — y las co lonias , pobladas de se­res reales y conscientes, quedarían convert idas por t i empo indef inido en satélites de un astro ausente !

Tales fueron , sin duda, las cuestiones que en aquella n o c b e se agi taron, y en cuya so lución no de jar ían de pesar las c ircunstancias indiv iduales del mandatar io apocado é impopu lar , que apare­cía resumiendo en su persona la incurable c a d u ­c idad del r ég imen agonizante . Con todo , debe observarse ,—según del pr imer cab i ldo abierto se deduce ,—que la op in ión de la mayor ía n o se ade ­lantaba entonces á la instalac ión de una Junta de gob ierno y v i g i l a n c i a que no exc lu ía de su seno al v i rrey , análoga á la de Montev ideo y también á un proyecto anterior de Moreno . Pero no se camina á pasos contados por la pendiente r evo luc i onar ia ; una vez abierta la menor brecha en la vetusta muralla de la tradic ión , ella había

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de ensancharse y ahondarse más y más hasta dar paso l ibre al pueblo desbordado .

P o r lo pronto , en c u m p l i m i e n t o de lo resuelto en la reunión de la víspera, Saavedra y B e l g r a n o tuv ieron el d ía 20 una conferenc ia con el A l c a l d e de pr imer voto don Juan José Lez i ca sobre el p r o ­yecto de cab i ldo abierto , mientras Castelli se acer­caba con el m i s m o ob jeto al S índ ico procurador don Jul ián de L e i v a , cuya influencia en el Ca­b i ldo era más decis iva aún (1). A pesar de ser americanos ambos capitulares , la sol ic i tud de la junta fué acog ida por L e i v a con cierta f r i a ldad , y por Lez i ca con marcada r e p u g n a n c i a ; sin e m ­bargo , dominados por la enérgica insistencia de sus inter locutores , fueron el m i s m o día á consul ­tar al v i r rey , qu ien , después de muchas o b j e c i o ­nes, se mostró dispuesto á ceder á u n p e d i d o es­cr i to del A y u n t a m i e n t o . Con todo , Cisneros c on ­vocó aquella misma tarde á los je fes de cuerpos en la Forta leza para sondar sus intenciones . E l m i s m o confiesa, en su Informe al Rey, que sintió el terreno m i n a d o por los « fa c c i o sos » . Saavedra, en nombre de todos los criol los , mani festó la u r ­genc ia de un congreso popu lar que estatuyese, no sólo sobre la act i tud, sino sobre la compos i c i ón de la autor idad que las c ircunstancias d e m a n d a ­ban ( 2 ) . E l Cabi ldo se reunió el día s iguiente , 21 , á las nueve de la m a ñ a n a ; y hallábase tratando con cierto desgano de « l o conveniente á la r e p ú -

(1) Esta designación de los diputados es la que da Saavedra; .puede que se agregaran algunos otros, según se dice en el Acta Capitular del 21.

(2) El señor Mitre continúa aceptando la versión de Martín Rodríguez que, visiblemente, bat la breloque en todo este episodio, confundiendo esta entrevista con otra posterior. Hasta se apropia y coloca fuera de lugar este rasgo tintamarresco de Rodríguez (Fragmento, 9. Cf. Bel­grano, I , 309) que pertenece á una conferencia de prin­cipios de mayo : «Martín Rodríguez dijo con marcada in­tención : Eso se verá mañana!—Cisneros que era sordo no le oyó; pero los oidores quedaron pálidos...)) Natural­mente, los oidores habían oído!! Cf. LÓPEZ, Historia, I I , 473. No parece sino que la sordera de Cisneros fuera el rasgo característico de la situación.

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b l i c a » , cuando v ino á est imular su celo « u n m í m e -ro considerable de gentes que se ago lpó á la P laza M a y o r ( 1 ) » , p id i endo á voces el cab i ldo abierto : eran ev identemente los exaltados del conc i l iábu lo que comenzaban á pesar en las del iberaciones de las autoridades, lanzando á la calle sus e lementos . Inmedia tamente se redactó el oficio al v i r rey , so l ic i tando concediese «permiso f ranco para con ­vocar por m e d i o de esquelas, la pr inc ipa l y más sana parte del vec indar io , á fin de que , en un con ­greso p ú b l i c o , exprese la vo luntad del pueb lo . Y se sirva disponer que en el día del congreso , se ponga una reforzada guarn ic i ón en las avenidas de la p laza , para que contenga todo tumulto y sólo permita entrar á los que con la esquela de c on ­vocator ia acrediten que b a n sido l lamados ( 2 ) » . E l oficio fué l levado á Cisneros por los cab i ldan ­tes O c a m p o y D o m í n g u e z , con ped ido de pronta contestac ión ; ésta l legó antes de la bora , c o n f o r m e á lo so l ic i tado, si b ien envuelta la aquiescencia en f ó rmulas entonadas que ocultaban mal la e n ­trega á d iscrec ión . Entre tanto , no se d iso lv ían los grupos de la p l a z a ; á las exp l i cac iones que daba el S índ ico desde el ba l cón del Cabi ldo , c on ­testaban ya c lamores insól itos ex ig i endo la d e ­pos ic ión del v i r rey . Sólo Saavedra, l lamado á toda prisa, l ogró apac iguar el tumul to con la promesa del cab i ldo abierto para el día s iguiente . E n t o n ­ces aplaudieron y se ret iraron los mani festantes ,

(1) Acta capitular del 21 de mayo. En general la edi­ción del Begistro es mejor que la de Angelis, plagada de errores.

. (2) Ibid. Allí también se transcriben el oficio del Ca­bildo y la contestación del virrey, que principia así : «Acabo de recibir el oficio de V . E. de esta fecha, ahora que son las diez de la mañana, y enterado de su contexto, estoy desde luego pronto á acordar á V . E . , como lo eje­cuto, el permiso que solicita para el fin y las condiciones que me indica...» Sean cuales fueran, pues, las resisten­cias internas y muy naturales del mandatario español, no se puede decir, como lo hace el señor López (III , 7) que ((Cisneros se había opuesto hasta más no poder...» Apenas si su oposición, más oficial que personal, llegó-hasta el cumplimiento estricto de su deber.

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l lenos de j ú b i l o , aunque n i n g u n o de ellos tuviera esquela n i f o rmara parte del «sano v e c i n d a r i o » .

E l cab i ldo abierto del 22 de m a y o señala el acto dec is ivo de la revo luc ión argent ina . A él c o n c u ­rr ieron para combinarse ó combatirse , las fuerzas varias , afines ó refractarias , que de años atrás v e ­n ían t raba jando el c o m p l e j o o rgan ismo . T e n d e n ­cias atávicas, pr iv i l eg ios de sangre y casta, r i v a ­l idades profes ionales , antagonismos de for tuna y c o n d i c i ó n , fanat i smo re l ig ioso ó po l í t i co , sedi ­mento de desprecio en unos , de rencor en otros, depos i tado por dos siglos de abusos ; aspiraciones democrát i cas , en que el impulso social á la i g u a l ­dad no se d ivorc iaba del prur i to antisocial de i n ­d isc ip l ina y a n a r q u í a ; apego rut inar io á la t ra ­d i c i ón , que con ser mera sumisión al báb i to se apel l idaba « e x p e r i e n c i a » ; vagos deseos de tras ­tornos, disfrazados de anbelos re formis tas ; cá l cu ­los del interés y la ambi c i ón , junto á los pur ís imos ideales del p a t r i o t i s m o ; sed de novedad en los j ó ­venes , aprensión de lo desconoc ido en los v i e ­j o s ( 1 ) ; en todos, la conc ienc ia de un cambio n e ­cesario , aunque sólo substituyese en el escudo n a ­c ional el s ímbo lo popu lar al ant iguo e m b l e m a d inás t i c o ; en nadie , la v is ión , s iquiera confusa y aprox imat iva , del edif ic io futuro que de los es­combros co loniales podía y debía surg ir : tales eran los móvi les encontrados , caót ica a m a l g a m a de preocupac iones heredadas , sentimientos suge ­r idos é ideas reflejas, que impe l ían hac ia la P laza Mayor , en aquella mañana de inv ierno , á la m a ­yor ía de los pacíficos vec inos por el Cabi ldo c o n ­vocados . Con todo , de tan diversos y contrad i c to ­rios componentes , hab ía de resultar, por la cur i o ­sa ley de las compensac iones , u n compuesto l ó g i c o y práct i camente superior á cualquiera de ellos, á manera de ciertas aleaciones, que sólo presen­

il) TÁCITO, Anual. X V , XLVI : Ut est [populus] no-v<irum rerum cupiens pavidusque.

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tan las propiedades úti les, sin los defectos, de los metales constituyentes ( 1 ) .

Desde las nueve de la mañana del martes, 22 de m a y o , halláronse reunidos , en las galerías altas de la casa consistorial , los func ionar ios y vecinos inv i tados para el cab i ldo abierto . L a tarjeta de convocac i ón l levaba la doble advertencia de «asis ­t ir sin etiqueta a l g u n a » y «mani festar esta esque­la á las tropas que guarnezcan las avenidas de esta plaza, para que se les permita pasar l ibre ­mente » . D e los 450 invitados que, á ju i c i o del

(1) El documento capital, para el estudio de este prólogo revolucionario, es el Acta del Congreso general autenticada por el Escribano de Cabildo. Por cierto que es incompleta y no reproduce toda la realidad; pero sólo allí está la verdad, siquiera descolorida y fragmentaria, y todo ensayo de reconstrucción que no se funde en aqué­lla, fluctúa en plena conjetura. Mucho podría extraerse de dicho documento minuciosa y severamente analizado: repito que en este esbozo no me toca sino indicar las líneas generales, si bien tomadas directamente del único testimonio irrefragable, con las reservas que la crítica aconseja. Hemos visto ya cómo todas las deposiciones in­dividuales, de testigos oculares ó de oídas, adolecen de vicios insanables. En sus páginas finales el Fragmento de Rodríguez es una perpetua divagación; la Memoria de Saavedra (que en esta parte mejor se llamaría Desmemo­ria) es un tejido de errores: baste decir que, después de fijar para el Cabildo abierto el día 20 («El 22 [la Junta] principió sus sesiones, y nada se hizo en ellas que mere­ciese la atención»!), dice que «la generalidad del nume­roso concurso» se decidió por el voto de Ruíz Huidobro ; el cual importaba el reconocimiento de la Regencia!— Manuel Moreno (Prefacio; cxxvm) para hacer más ne­gra la «traición» del Cabildo, dice que la Junta del 24 «se componía del virrey y dos vocales europeos» : sabido es que los vocales de dicha Junta eran Sola (clérigo), Castelli (abogado), Saavedra (militar) é Incháurregui (comerciante) : sólo el último era europeo, y había vota­do en el Cabildo abierto con Sola, es decir, como Belgra­no, Castelli, Moreno, Passo, etc. De esta laya son los de­más testimonios, con parcial excepción _ del Informe de Cisneros. Sin embargo, nuestros historiadores los usan paralela, si no preferentemente, al único digno de fe. En cuanto á las pinturas locales y fragmentos de discursos intercalados, son de pura fantasía; por lo que dan los escritos, puede el lector juzgar lo que serán las «conver­saciones» reproducidas á medio siglo de distancia y con tres ó cuatro intermediarios.

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A y u n t a m i e n t o , c o m p o n í a n « la pr inc ipa l y más sa­na parte del vec indar i o » , concurr ieron 244 e x a c ­tamente , fuera de los capitulares que , por supues­to, no tenían voz n i vo to . E l doble b e c b o de ser en su mayor parte españoles los abstinentes y per ­tenecer las guardias de las bocacalles á la l eg ión patr ic ia , mot ivó protestas y acusaciones de p a r ­c ia l idad contra Saavedra y sus a m i g o s ; éstos re ­p l i caron denunc iando la f o rmac i ón sobradamente europea de las listas muni c ipa les : probab lemente unos y otros tenían r a z ó n — c o m o que á las m a n i o ­bras electorales se pre lud iaba . E u é comentada la ausencia de A l z a g a , Santa Coloma, Y i l l anueva y otros españoles notables , la cual tuvo p o r conse­cuencia la de sus numerosos part idar ios : á c on ­curr ir este g r u p o compac to y dóc i l , el t r iunfo de los conservadores estaba asegurado . . . por a lgunas horas . A la tentat iva de escamoteo electoral , los patriotas contestaron con el escamoteo de los e lec ­tores adversos ; los centinelas cerraron la entrada de la plaza á la mitad de los españoles, de jándo la abierta para grupos populares que f o rmaron u n p ú b l i c o borrascoso á la f u n c i ó n : Cisneros de ja entender que algunos de estos « m a n ó l o s » se c o ­laron entre los conv idados . Sea c o m o fuere , la compos i c i ón del cab i ldo abierto , que nada t u v o de p leb isc i to , reflejaba con bastante fidelidad la del vec indar io « d e c e n t e » ; y si, aun con la p o d a antedicha quedaba a lgo f rondosa la sección es­pañola « d e este c o m e r c i o » , no puede decirse que hubiera sido exc lu ido un solo criol lo de viso é importanc ia en razón de sus opiniones po l í t i ­cas ( 1 ) . Respecto de la nac iona l idad , confieso que no he intentado un pointage r iguroso ( ¡ son tantos los obscuros «vec inos y de este c o m e r c i o » ! ) ; pero no parece dudoso que los americanos formasen la mayor ía . Los pr ic ipales estados sociales se b a -

(1) De los futuros miembros de la Junta guberna­tiva, sólo faltaba el español Larrea, y ello, probable­mente, por causa de ausencia de la ciudad lí otro incon­veniente personal.

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l iaban en esta proporc ión representados: Jefes y oficiales de mar y. t ierra, 60 : empleados civi les ( inclusos alcaldes y cónsules ) , 3 9 ; c lérigos y frai­les, 2 5 ; profesiones l iberales (dominando los abo­g a d o s ) , 2 6 ; comerc iantes , hacendados y vecinos sin des ignac ión , 94 ( 1 ) . L a concurrenc ia , c omo hemos d i cho , ocupaba la galer ía superior de la casa consistor ia l ; el largo balcón cor r ido quedaba abierto sobre la plaza, á vista del púb l i co subrep­t i c iamente in t roduc ido , á modo de escenario de aquella vasta platea. Sentábanse los congregados en bancos traídos de las iglesias y puestos en filas transversales hac iendo frente al entar imado del extremo norte , donde se co locaron , en sillas de brazos y delante de la mesa con carpeta de ter­c iope lo , el obispo , la A u d i e n c i a , los altos f u n ­c ionarios y el A y u n t a m i e n t o que presidía el ac ­to ( 2 ) . N o había orden pref i jado en los asientos, y pud ieron los concurrentes agruparse según sus afinidades y s impatías , c omo se deduce de la v o ­tac ión , en que los votos idénticos y consecutivos-al de un cor i feo , f o r m a n series más ó menos pro ­l ongadas .

Sin embargo , del acta capitular atentamente anal izada, se infiere que, fuera de la deposic ión del v i rrey , en que todos eran unánimes , no había

(1) Sólo en el grupo de los empleados civiles tenían los españoles mayoría; entre los mismos militares domi­naban los criollos, gracias á los cuerpos urbanos.

(2) Afirma Manuel Moreno (Prefacio, cxxv) que «no se permitían espectadores que no fueran de las personas convidadas, ni congregarse gente al interior del edificio y cercanías de la plaza». Así suele ceñirse á la verdad el «grave escritor contemporáneo», como le llaman los que son menos graves que él. Consta por todos los testimonios de griegos y troyanos que la Plaza Mayor fué llenán­dose poco á poco de grupos populares, muchos de ellos con armas ocultas, que ejercían presión en la asamblea, prorrumpiendo, á una señal convenida, en aplausos á los votos adversos al virrey y rechiflas á los favorables. (Oí­gase á Belgrano, Saavedra, Cisneros, etc.) . Los patriotas, aunque dueños de la plaza, pudieron temer \ma inter­vención violenta del cuartel de Miñones, contiguo al Ca­bildo ( V . BELGRANO, Autobiografía); pero nada se inten­tó, y, fuera de alguna gritería, todos los testigos (incluso

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preced ido acuerdo general de los patriotas, acerca de la f o rma de gob ierno que provis ionalmente bab ía de subst i tuir le ; y los m í d e o s uni formes á que be a ludido parec ían resultar de juntas pr iva ­das, cuando no de s imples relaciones amistosas. M u c h o menos habrá de admitirse con los filósofos a posteriori de la historia, que uno solo de los presentes l levara en su cabeza un plan de o rgan i ­zación po l í t i ca , apl i cable al día s iguiente de la e m a n c i p a c i ó n , — q u e los más resueltos de esos letra­dos entreveían ba jo su f o rma jur íd i ca , m u y c o m ­patible con el amor de la m a d r e patr ia y su p r o ­l ongada tutela . E l brutal hachazo , que d iv id iera para s iempre este m i e m b r o de aquel t ronco , h a ­c iendo dos cuerpos independientes y luego e n e m i ­gos de los que , durante s iglos , fueron partes so­l idarias de uno solo, con la misma sangre, las mismas fibras nerviosas, el m i s m o sentir y el m i s m o querer ,—no lo preveían entonces los m i s ­mos que allí se sentaban y serían l lamados á des­cargar lo pocos días después: ni Saavedra, a m b i ­cioso f r í o , sin más arro jo en los actos que en las ideas, m u y v i e j o ya para revoluc iones , y que b r i n ­daba su prudenc ia á los sucesos que ex ig ían auda­c i a ; n i Be lgrano , inte l igenc ia crepuscular p o ­b lada de quimeras , a lma b landa que el deber y el

Cisneros, que lo atribuye á terror) convienen en que no se produjo el menor desorden en la población. Saavedra (Memoria, 38) habla de la cinta blanca y azul ( ? ) que pusieron en su sombrero muchos espectadores: corres­pondería sin duda, como señal de ralliement, al pañuelo blanco que, según Belgrano, debía agitarse, en caso nece­sario, desde los balcones del Cabildo. En un manuscrito anónimo de esta Biblioteca, titulado Diario de varios sucesos, veo el dato confirmativo siguiente : «El día 22 se vieron porción de Patricios y otros con cintas blancas y el retrato de Fernando VII; y estos mismos al siguiente día aparecieron con un ramo de oliva en el sombrero. Hubo quietud en todo el pueblo todos los días, sin que se observase en él otra cosa que unidad y concordancia en las ideas, habiéndose notado que una parte crecida de Patricios estuvieron armados de pistolas y puñales de­bajo de sus vestidos, los cuales sostenían se depusiese el virrey».

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patriot ismo tornaron hero ica , á m o d o del puñado de arena que el fuego convierte en puro y duro cr i s ta l ; n i Passo , orador firme y vaci lante po l í ­t i co , c omo que su e locuencia fogosa envolv ía un núc leo de escept ic ismo, y quien, diez y seis años después, l legó á negar la grandeza de su prop ia obra , con tal de combat i r el pr imer ensayo de mi to log ía revo luc ionar ia ( 1 ) ; n i P i v a d a v i a , f u t u ­ro protagonista del drama en cuyo pró l ogo no era sino comparsa : innovador f ecundo si ba lbuc iente expos i t o r ,—v i r bonus dicencli imperitus,—vigoro­so f o r jador de utopías , que tenía del estadista la autor idad , la energía act iva y el ascendiente m o ­ral , sin el sentido superior del real ismo oportu­nista : cerebro efervescente cuya radiac ión , sólo vis ible al porvenir , remedaba esas fogatas de leña verde que sólo levantan nubes de denso h u m o para los c ircunstantes, pero que fu lguran á la distancia y gu ían en la noche al l e jano v ia jero ; ni Moreno , por fin: Saulo de la independenc ia , antes de h a ­llar el camino de D a m a s c o que le tornara su apóstol más eficaz y v io l ento : hipóstasis genia l de la revo luc ión que necesitó demoler para poder edificar, y á quien la poster idad perdona sus erro­res en grac ia de sus inspirac iones , como la flota salvada del escollo por los re lámpagos nocturnos , o lv ida el rayo que hir ió algunas v í c t imas . . . Y si estos je fes de fila marchaban así á la ventura , en víspera de la maniobra decis iva, d icho se está que el grueso de las tropas no sospechaba s iquie­ra lo que del choque de las pasiones ó intereses

(1) En el Congreso constituyente de 1826, sesión del 24 de mayo : proyecto para levantar en la plaza del 25 de Mayo (no de la Victoria, cuya pirámide existía desde 1811 y se respetaba) un monumento á los autores de la revolución. La interesantísima discusión se empeñó sobre la palabra subrayada como en torno de una bandera. El canónigo Gorriti estuvo admirable de penetración inci­siva y filosófica despreocupación, no exenta de ironía. ¡ Lástima que no fuera porteño! Hoy, el mismo asunto se trataría á trompetazos, y en lugar de razones tendría­mos todas las fanfarrias de las canciones do gesta : Sire Boland, sonnez votre olifant!...

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pod ía surgir . Con todo , realizóse tres días después la imprevista m a n i o b r a , y en tal f o rma que apa­rec ió c o m o el corolar io ca l cu lado y l óg i co de la s i tuac ión. Tres días : el p lazo estrecho en que debe ser destruido y reedif icado el templo míst ico ( 1 ) ! ¿ Será verdad que en ciertos recodos de la historia, brote del f ro tamiento e léctr ico de las masas una luz más intensa que la del m a y o r cerebro i n d i ­v idua l , y que haya días cuyas horas preñadas de v i r tud creadora va lgan semanas, para que en su breA'e t é rmino germine , florezca y madure aquel f ruto inmorta l de la idea? ¿O será, más modesta y s implemente , que nos pasmamos , en nuestra i g ­noranc ia de las causas y los efectos, ante nuestra propia p last ic idad para adaptarnos á los moldes impuestos por las c i rcunstanc ias?

E l acto se inauguró con una breve proc lama del A y u n t a m i e n t o , le ída p o r el escribano Núñez , y que trazaba en esta f o r m a el p r o g r a m a del ca ­b i ldo abierto : « Y a estáis c ongregados : hab lad con toda l ibertad, pero evitad toda innovac ión ó m u ­danza» . Después de lo cual , lo ún i co que lóg ica y evidentemente procedía era que cada vec ino se encasquetara su sombrero « d e pelo inglés l eg í ­t i m o » , que seguramente á n i n g u n o fa l taba , y v o l ­viese á dormir la siesta en su casa. Pero los nota ­bles no aceptaron el p r o g r a m a , — q u e recordaba el del n iño á quien se regalaba un tambor con la c on ­d i c ión de que no metiese r u i d o , — y pud ieron que ­darse sin fa l tar á la l ó g i c a . Careciéndose de toda exper ienc ia de las asambleas del iberantes , no se hab ían f o r m u l a d o previamente las proposic iones puestas á vo tac ión , de suerte que, desde el arran­que, salióse de madre la facund ia mer id iona l , ame­nazando eternizar la plát ica ( 2 ) . A b r i ó el fuego el

( 1 ) M A T T H , X X V I , 6 1 : Possum destruere templum, et post triduum reedificare illud.

(2) Parecería deducirse del Acta capitular, del In­forme de Cisneros y aun de la Memoria de Saavedra, que los concurrentes sólo hablaron al fundar su voto; sin embargo, los historiadores concuerdan en que precedió

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obispo Ltié, excediéndose procazmente en celo rea­lista, según el mismo Cisneros lo de ja entender, y provocando una répl ica no menos v io lenta de Castelli . Fe l i zmente intervino el prudente y res­petado s índico Le iva para encaminar el extravia ­do debate, fijando el pr imer punto en discusión, á saber: «s i la A u t o r i d a d Soberana b a caducado ó no en la P e n í n s u l a » . Sobre esta d isyunt iva no pod ía prolongarse la discusión, asintiendo en lo pr imero todos los oradores ; otra cosa era la conse­cuenc ia que de esta premisa debía sacarse. E m ­prendieron esta demostrac ión, con argumentos contradictor ios , el fiscal Vi l lota y el aboga ­do Passo, sosteniendo el pr imero (según se d ice ) que la reasunción de la soberanía, provis ional ó de ­finitiva, compet ía por igua l á todos los cabi ldos del v i r re inato ; af irmando el segundo que sólo en el de Buenos Aires quedaba depositada dicha sobe­ranía , hasta la reunión del Congreso por aquél c onvocado ( 1 ) . Este paso de armas dialécticas c ont r ibuyó , más que á i lustrar la cuestión ó arras­trar opiniones indecisas, á t emplar el ambiente de la asamblea, que hasta entonces se había mante ­n ido en equi l ibr io con la fría temperatura exte -

una discusión general, y sin duda tenían el dato por tradición de algunos actores. Sea como fuere, los discursos é incidentes analizados ó comentados en las obras de Mi­tre y López son meras inducciones de sus autores y ca­recen de autenticidad.

(1) Dudo que Villota, órgano de la Audiencia, sos­tuviese la tesis que nuestros glosadores le atribuyen, pues era contraria á la teoría histórica que más de un año antes (decreto de 22 de enero de 1809) había presi­dido á la convocación de las Cortes. Allí se establecía (como ya lo tenemos indicado) que cada virreinato forma­ba un distrito electoral para elegir un solo diputado á cortes, resultando éste de la designación hecha, entre los candidatos presentados por los cabildos, por la Junta de gobierno de la capital. En todo caso, ni el voto de Villota (conforme al del oidor Reyes: el virrey asesorado por el primer alcalde y el síndico) ni el de Passo (con­forme al del doctor Chorroarín : el cabildo hasta la for­mación de una Junta, con voto del síndico) aluden á un congreso de delegados de las provincias interiores, siendo así que formulan esta condición muchos otros votantes.

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rior. Después de rechazarse varias moc iones , fué aprobada la s iguiente : « S i se b a de subrogar otra autor idad á la superior que obtiene el E x c m o . se­ñor V i r r e y , dependiente de la soberana que se e jer ­ce en nombre del señor don Fernando V I I , y ¿ en q u i é n ? » . Sobre estas dos proposic iones se p r o n u n ­c iaron los votos ind iv iduales , habiéndose dec id i ­do que éstos serían púb l i cos , es decir , dictados en voz alta al actuario y segiín el orden sucesivo de los asientos.

Resul tar ía m u y instruct ivo é interesante un análisis razonado de aquella votac ión que demues ­tra , más e locuente y só l idamente que todas las frases retóricas, el estado fluctuante de los espíri ­tus ,—aun de los que poco después afectar ían r i g i ­dez j a c o b i n a ; pero es laborioso y no favorece el énfasis : doble razón para que no se haya real izado c u m p l i d a m e n t e ( 1 ) . A u n q u e no me toca ensayarlo aquí , señalaré, sin embargo , los votos más signif i ­cativos ó los que se emit ieron por f racc iones i m ­portantes de la Asamblea .

Fuera del obispo L u é , el br igadier Orduña, el contador Oromi y un par de acompañantes que se opusieron á cualquier innovac ión , no había en­tre los concurrentes quienes no admit ieran la c o n ­venienc ia de modi f icar el personal gubernat ivo : desde los que consentían apenas en asesorar al v irrey , hasta los que querían res idenciar le , ca ­b iendo entre ambos extremos todos los matices intermedios . L o s patriotas saludaron con ap lau­sos—que en c ierto m o d o duran t odav ía—el voto del j e fe de escuadra R u í z H u i d o b r o ( 2 ) , qu ien ,

(1) Sólo el historiador Domínguez ha esbozado este análisis, pero tan incompleta é inexactamente que no puede sino extraviar á quien le siguiera. Hoy por hoy, no existen sino sus materiales en el Acta capitular: docu­mento de primer orden que, debidamente estudiado, daría la mejor explicación del movimiento de Mayo.

(2) El señor Mitre (Belgrano, I, 326) le llama «per­sonaje respetable» al que no era, según Presas, sino un marino de antecámara». Sus mayores hazañas en Amé­rica fueron entregar á Montevideo, y perseguir el gobier-

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por ambic i ón personal , p id ió la destitución de Cisneros y sn reemplazo interino por el A y u n t a ­m i e n t o ; le acompañaron 23 votantes , pr inc ipa l ­mente mil i tares , pero también algunos criollos de nota : entre otros, Cbic lana , Y iey tes , Ba l carce , Y i a m o n t e , R o d r í g u e z P e ñ a . . . Más honorable fué la act i tud del o idor Reyes que personificó la r e ­sistencia l óg i ca de los empleados españoles, a cep ­tando cond ic iona lmente el término med io que an­tes i n d i q u é ; votaron c o m o él por la permanenc ia clel v i rrey , a compañado del A l c a l d e de pr imer v o ­to y el Procurador , no menos de 44 españoles, t o ­gados y func ionar ios en su mayor ía , además de los ant iguos capitulares y comerciantes r i cos : era el g r u p o compacto de la reacc ión. Por la otra parte , exceptuando una docena de opiniones s in­gulares, a lgunas de las cuales merecen atención, puede considerarse que todos los votos restantes, que pasaban de 120, con predomin io de los patr io ­tas, eran asimilables al de Saavedra y sus ínt imos , c omo que en substancia lo repetían expresamente .

A d e m á s de la impor tanc ia po l í t i ca de su autor , es notable el voto de Saavedra, por cuanto refleja fielmente, con su mezc la de acierto y error, de sentido práct i co y a m b i g u a fraseo log ía , el espír i ­tu vac i lante del futuro Pres idente de la Junta . Opinaba por la deposic ión del v i rrey y la entrega del m a n d o al A y u n t a m i e n t o « ínter in se forma la corporac ión ó junta que debe e jercer lo , cuya for­mación debe ser en el m o d o y forma que se estime por el E x c m o . Cabi ldo , y no quede duda de que el pueblo es el que confiere la autor idad» . E l ú l ­t imo inc iso , que acaso no fuera en la mente de su autor sino una s imple frase de p r o c l a m a , de jaba entrever propósitos de independenc ia , que exce ­dían y por m u c h o el p r o g r a m a ac tua l ; mientras el anterior, confir iendo al A y u n t a m i e n t o f a c u l -

no de estas Provincias por la intriga y la traición. Pero, ¡ traicionó á su país en favor de la causa revolucionaria : ! ¡ helo hecho ya todo un varón de Plutarco!

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tades al parecer omnímodas , abría la puerta á la interpretación abusiva que le dio el Cab i ldo , y que no p u d o reprimirse sino r ompiendo la valla de la l ega l idad . N o adoptaron l i teralmente la f ó r ­m u l a de Saavedra sino diez y seis votantes, f ra i ­les ó burgueses los más, no f igurando entre ellos n i n g ú n revo luc ionar io acentuado , ni oficial de P a ­tr ic ios . T a m p o c o acompañaron éstos al inmediato coronel P e d r o A n d r é s Garc ía , que basta en su v o ­to se mostró verboso y sólo conquistó á once des­co lor idos vec inos ( 1 ) . Quienes juntaron la m a y o ­ría patr iota verdaderamente representativa, f u e ­ron el c omandante de Arr ibeños , Ortiz de O c a m -po , y el comandante de Húsares , Mart ín R o d r í ­guez , c u y o d i c tamen, análogo al anterior , « r e p r o ­duc ía el de don Cornel io Saavedra en todas sus partes, añadiendo que tenga voto dec is ivo el se­ñor S índ ico procurador genera l » . Esta m o c i ó n única , con dos autores distintos, reunió 63 sufra­gios , contándose entre ellos los nombres más i lus ­tres de la r evo luc i ón : Moreno , R i v a d a v i a , B e l ­grano , Castelli, L ó p e z , T a g l e , Echevarr ía , C a m ­pana, Darregue i ra , Esca lada , etc . , etc . ( 2 ) .

Si b ien el peso de esta masa más ó menos h o m o ­génea fué lo que obró dec is ivamente en el resul-

(1) El voto de García, que ocupa 21 renglones del Registro, agrega al de Saavedra la presencia del Síndico procurador en el gobierno: es idéntico al de Ortiz de O campo.

(2) Merece señalarse la particularidad de que, aun al aceptar la misma fórmula, los votantes hacían constar sus "preferencias _ personales, mencionando, no al primer autor de la moción, sino á tal ó cual de sus adherentes : así, además del grupo que «se conformaba con el parecer del señor Saavedra» (Belgrano, V . López, Castelli, et­cétera), había los que reproducían el dictamen del señor D. Martín Rodríguez (Moreno, Rivadavia, Echevarría, etcétera) ; también tenían su núcleo Terrada (Matheu, Campana, Arana, etc.) , Belgrano (Pinedo, Donado, Pinto, Beruti, etc.) y hasta el atropellado French (Orma, Dupuy, Arzac). Por fin, no escaseaban los incoercibles charladores, como Azcuénaga ó Escalada, que, para mostrarse conformes, derramaban su arenga, logrando así que llegaran las doce de ia noche sin terminarse la votación.

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tado inmedia to , deben, con todo , tomarse en cuen­ta ciertas in ic iat ivas que , al parecer , no cayeron en v a g o , puesto que las hal lamos incorporadas al p rograma de los patriotas. Entre estas mociones fué la más importante la del doctor.Sola, cura de Monserrat , sujeto de grandes virtudes y presti­g i o , cuya edad, sin duda , le i m p i d i ó desempeñar en la Junta definitiva el puesto que tuvo en la prov is iona l : consistió la novedad , que no reunió menos de 18 adherentes ( 1 ) , en agregar á la f ór ­m u l a de Ortiz la cond i c i ón de convocarse en bre ­vedad un congreso de delegados provinc ia les . T a m b i é n ofrece algi in interés la cláusula in t ro ­duc ida por el doctor Col ina, sobre asociarse al v i r rey cuatro consejeros, representantes respecti ­vos de la mi l i c ia , el c lero , la just ic ia y el comer ­c io . P e r o lo t iene aiín m a y o r el voto de don M a ­nuel H e r m e n e g i l d o A g u i r r e , que propuso asoeiar al Cabi ldo á los vocales Saavedra, 'Moreno, Passo, Castelli y L e i v a , const i tuyendo así de antemano ( con excepc i ón del i l l t imo) el verdadero núc leo gubernat ivo de la Junta futura ( 2 ) .

Con m o t i v o , — ó p r e t e x t o , — d e haberse 'prolon­g a d o la vo tac ión hasta las doce sin terminarse ( 3 ) , el Ajruntamiento suspendió la sesión hasta el día s iguiente , negándose á pract icar el escrutinio que los americanos e x i g í a n . El t r iunfo evidente de estos rütimos exp l i caba , si no justi f icaba, el « o b s ­t r u c c i o n i s m o » de los capitulares . Diso lv ióse , pues,

(1) Muchos de ellos clérigos, como los doctores Bel­grano ( D . ) , Sáenz, Vieytes (R . ) , Alberti, Grela, etc., y también algunos grros bonnets del comercio, como Lezica, Letamendi, Incháurregui, etc.

(2) En 1817, D. Manuel H . Aguirre fué nombrado por Pueyrredón agente confidencial del gobierno argen­tino en Estados Unidos para gestionar el reconocimiento de las Provincias Unidas y adquirir cuatro fragatas; en­tre mil obstáculos y penurias, desempeñó con inteligencia é integridad su patriótica misión. Otra página honrosa de la vida de Aguirre, fué su moción sobre las facultades extraordinarias de Rosas, en la legislatura de 1831.

(3) Veinte vocales se habían retirado sin votar por lo avanzado de la hora, entre éstos, el cura de la catedral, D. Julián Segundo de Agüero.

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la reunión en med io de protestas y comentarios contradictor ios . Pero los patriotas estaban en la verdad : el cab i ldo abierto babía revelado su fuer ­za, á pesar de la dispersión de votos que debi l i tara su acc ión . Era sin duda deplorable que, por fa l ta de acuerdo prev io , bubiéranse incorporado á H u i -dobro a lgunos de los pr inc ipales inspiradores del m o v i m i e n t o , y sobre todo que , casual ó in tenc i o -na lmente , apareciese d iv id ido el g r u p o saavedris-t a ; pero bien se preveía que la act i tud del A3nin-tamiento le bar ia prontamente apretar las filas, y ya d isc ip l inado se tornaría incontrastable (1).

(1) No es, pues, del todo exacto decir (MITRE, Sel-grano, I, 326), que «el voto de Saavedra arrastró la ma­yoría», y luego que con su voto Castelli se alejó de Saave­dra más que Belgrano : para esto, lia necesitado el señor Mitre alterarla fórmula del primero. Este no dijo «que la elección del nuevo gobernador se hiciese por el pueblo, junto el Cabildo abierto sin demoran sino: «junto (el pueblo) en cabildo general sin demora». No se trataba del presente cabildo abierto, sino de otro, á la mayor bre­vedad : y así restablecido el texto, el voto de Castelli (fuera del síndico agregado) casi se confunde con el de Saavedra; en todo caso se le aproxima más que el de Bel­grano. En suma, como en el texto decimos, Belgrano, Cas­telli y sesenta más coincidieron con Saavedra en lo prin­cipal, y sólo disintieron en un detalle accesorio. Pero en el párrafo siguiente (ibid, 327), es donde incurre el histo­riador en graves errores, que es imposible dejar de lec-tificar. Dice el señor Mitre que, al suspender el acto, en la noche del 22 de mayo, «el mismo Cabildo (transcribo literalmente), reconociendo que la voluntad manifiesta del pueblo era que el virrey cesase absolutamente en el mando y se constituyese un gobierno propio que determi­nara sobre la forma definitiva, lo formuló en estos tórna­nos : «En la imposibilidad de conciliar la tranquilidad pública con la permanencia del virrey y régimen estable­cido, se faculta al Cabildo para que constituya una Junta del modo más conveniente á las ideas generales del pueblo y circunstancias-actuales, en la que se depositará la auto­ridad hasta la reunión de las demás ciudades y villas». Indica una nota: Acta capitular del 23 de mayo.—Antes de acudir al documento invocado, salta á la vista que el Cabildo no ha podido formular tal declaración (mucho menos en la noche del 22),diametralmente opuesta á sus propósitos y actitud ulterior. Pero ni en el Acta capitular del 23 (cuando precisamente estaba el Cabildo urdiendo el escamoteo del voto popular) ni en otra alguna se en­cuentra nada parecido á la supuesta declaración, cujo principio reproduce el voto de Martín Rodríguez.

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L A REVOLUCIÓN 3-1'J Junto al éxito co lect ivo de los patriotas, hemos

visto acentuarse netamente en el Congreso el gran prest ig io personal del procurador L e i v a . Este t r iunfo tenía que ser e f ímero : hombre de transi­c ión y término med io , no podía Le iva , con sus previsiones y reservas de letrado m a d u r o , res­ponder á las ex igenc ias de esas horas v io lentas ; al intentar una transacción conc i l iadora entre el ré­g i m e n ant iguo y el nuevo , tenía fata lmente que volverse sospechoso á uno y otro. P o r ú l t ima vez , en las galerías consistoriales, españoles y ame­r icanos hab ían procurado un i f o rmar sus v o l u n ­tades y hablar el m i s m o l e n g u a j e ; la tentativa hab ía f racasado : y a no quedaban frente á frente sino dos enemigos f o rmados en batalla, y qu ien­quiera que se pusiese en med io tenía que rec ib ir el fuego de uno y otro bando . L a intolerancia sec­taria desechó la exper ienc ia luminosa y t empla ­d a ; fué una in just ic ia y una desgrac ia : Le iva hubiera completado á Moreno . Teniendo éste en la Junta quien le amase y á quien respetar, no ha ­bría tal vez incurr ido en sus excesos ni en sus faltas , i gua lmente funestos ; j el carro de la re­vo luc i ón hubiera marchado á la v ic tor ia , l levan­do , c o m o la cuadr iga homér i ca , un combatiente y un conduc tor . . . (1 )

Ta l resultado dio el congreso del 22 de m a y o ; hizo m u c h o más, c o m o se ha visto, que plantear el p rob lema , de jando prontos todos los elementos

(1) A propósito del gran movimiento de opinión que en favor de Leiva se produjo en la asamblea ric-l 22, es curioso recordar que la única mención que del cabildo abierto se hace (según creo) en la Recopilación de Indias, sea la de la ley II , tít. X I , lib. IV, para prohibir preci­samente que se designe al procurador de la ciudad por cabildo abierto. El historiador López, que ha hablado de Leiva en términos simpáticos (Historia, I I I , 6 5 ) , explica su completo apartamiento después de la revolución, di­ciendo que (cperdió la vista á los muy pocos meses)). Entien­do que esta desgracia fué bastante posterior ; en todo caso, Leiva fué confinado á Catamarca por la Junta, con otros capitulares, después de su destitución en octubre de 1810.

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de la inminente so luc ión. P o d r é mostrarme m u ­cho más breve en el resumen de los acontec imien­tos inmediatos , no sólo porque presumo que sea m e j o r conoc ido el a lumbramiento que la gesta­c ión, sino también porque el ob jeto prop io de este estudio es el fin del rég imen co lonia l , no el p r i n ­c ip io del rég imen moderno . Como lo expresa el señor Mitre en el párrafo final de la misma pá­g ina citada, con una gravedad c o n m o v i d a que t ie ­ne su bel leza: « E l re lo j del Cabi ldo daba las doce al t i empo de terminarse la votac ión . Aque l la fué la ú l t ima hora de la dominac i ón española en el P í o de ia P la ta . L a campana que debía tocar más adelante las alarmas de la revo luc ión , resonaba en aquel m o m e n t o lenta y pausada sobre la pr imera asamblea popu lar que inauguró la l ibertad y p r o c l a m ó los derechos del hombre y de la patr ia : el 22 de m a y o de 1810 es el día in i c ia l de la revo luc ión argent ina» . A otra m a n o , pues, ó por lo menos á otra obra , corresponde el desarrollo y discusión de los hechos que en ésta sólo puedo ind icar .

I V

A estilarse aún los encabezamientos con mora ­le ja , la historia de los días 23 y 24 de m a y o se t i tu lar ía : De cómo intentó el Cabildo burlar al pueblo y salió burlado. P o r lo demás, la m a q u i ­nac ión resultó tan torpe en su misma audacia , que cuesta creer haya tenido en ella el doctor L e i -va la parte pr inc ipa l que se le atr ibuye . N o f u e ­ron sino desaciertos é incoherenc ias ; y debe afir­marse que la act itud i legal y revo luc ionar ia del A y u n t a m i e n t o , er ig iéndose en Comité de salud pública, ó «Conse jo de los d iez» , para reponer ó deponer al v i rrey y fijar las atr ibuciones de la A u d i e n c i a , sirvió de pauta just i f icativa de la re ­vo luc i ón . Cuando los candidatos patriotas v a c i ­laban aún en poner la m a n o sobre el s ímbolo

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secular de la autor idad real , fueron los capi tula ­res quienes púb l i camente desnudaron al pobre man iqu í de m i m b r e y lo t iraron de su balcón á la p laza. Gracias á las cab i ldadas , los delegados del pueb lo no tuv ieron que desalojar á los repre­sentantes de la monarqu ía : estaba el sitio despe­j a d o . E l 24 á la n o c b e , ya no bab ía g o b i e r n o ; y c omo , bueno ó m a l o , es fuerza que lo baya , v ino el 25 la revo luc ión á ocupar tranqui lamente la sede vacante .

A p e n a s reunido en la mañana del 23, el A y u n ­tamiento resolvió de jar sin efecto la convocac ión del congreso para esa tarde;" luego , se puso á regular los votos « c o n el más pro l i j o e x a m e n » ; y resultando del escrut inio , «á p lural idad con exceso, que el v irrey debía cesar en el mando y recaer éste prov is ionalmente en el Cabi ldo con voto del S índ ico procurador , basta la creación de una Junta que b a de f o rmar el Cabi ldo en la m a ­nera que estime conveniente , mientras se c on ­gregan los d iputados provinc ia les que han de es­tablecer la f o rma de g o b i e r n o » ( 1 ) : por todos estos mot ivos ¡ d i cho Cabi ldo empezó por c omunicar al v i r rey que quedaba en el m a n d o , con a lgunos « a c o m p a ñ a d o s » que ulter iormente se des ignar ían ! D e este m o d o interpretaban los capitulares la cláusula imprudente de Saavedra : siendo así que el v i rrey debía cesar en el m a n d o ; pero también que se l ibraba al Cabi ldo la e lecc ión de la Junta , nada más l í c i to que hacer la presidir por el m a n ­datario depuesto ( 2 ) ! Tan evidente era -el sofisma, que el prudente Cisneros, en su respuesta á la n o ­t i f icación, « j u z g ó m u y conveniente que se tratase el asunto con los comandantes de los cuerpos , pues

(1) Acta capitular del 23. He quitado algunas re­dundancias. Para no repetir las mismas llamadas de notas, entiéndase que, faltando otra indicación, las pa­labras entre comillas pertenecen á las Actas capitulares.

(2) Era tan patente la intención de volver al statu quo. que en el Acta, del 24 se dice sencillamente : «Que con­tinúe en el mando el Excmo. señor Virrey, asociado, etc.»

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la reso luc ión del Cabi ldo no parecía en todo con­forme con los deseos del pueblo-». L o s je fes c o n ­sultados dec lararon que la e fervescencia popular sólo se ca lmaría con la depos ic ión del v i rrey , anunc iada p o r bando aquella misma tarde , de ján ­dose para el día s iguiente el n o m b r a m i e n t o de la Junta ( 1 ) . E l Cabi ldo cedió aparentemente ; el pregonero , á son de cajas y con una escolta de P a ­tr ic ios , dio al pueb lo de Buenos A ires la sorpren­dente n o t i c i a — q u e á nad ie sorprend ió—de haber ­se dest ituido un v i rrey por un a y u n t a m i e n t o ; y el vec indar io pasó la noche en sosiego, no quedan­do otros s íntomas alarmantes que los conc i l iábu­los de los patriotas y las órdenes impart idas por el A l c a l d e Mayor , de no de jar salir «posta n i e x ­traordinar io á n i n g ú n dest ino» .

E n la mañana del 24 de m a y o , á pesar del b a n ­do de la víspera y de las secretas aprensiones per ­sonales que suelen const ituir la tínica prudencia de los imprudentes , el Cabi ldo se apresuró á d i c ­tar una verdadera const i tuc ión po l í t i ca en trece art ículos , revo luc ionar ios sin saberlo sus autores, tan atentatoria á la corona como á los estatutos co loniales , y cuyo revolt i l lo i n c o n e x o , m a l remedo del Reglamento para la R e g e n c i a de Cádiz , ha s ido enfát icamente comparado p o r un histor iador nac ional á la Magna Charta libertatum! E l pr imer art ículo disponía en esta f o r m a la creación de la J u n t a : «Que continúe en el mando el Excmo. se­ñor virrey, don Baltasar H i d a l g o de Cisneros, asociado de los señores doctor don J u a n M . de Sola, cura rector de Monserrat , doc tor don Juan J . Castelli, abogado de esta P e a l A u d i e n c i a , don

(1) El señor Mitre acepta la versión de una segunda diligencia hecha por Saavedra y Belgrano ante el Cabil­do, posteriormente á la de los comandantes. Nada dice el Acta de este paso improbable, sólo referido en la Me­moria de Saavedra, que en esta parte es toda confusión, principiando por fijar la fecha del 20 para el cabildo abierto y la del 21 para el nombramiento y recepción de la Junta. ¿Cómo edificar historia sólida con esos mate­riales de cartón, sin aplicarles una crítica rigurosa?

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Cornel io de Saavedra, comandante del cuerpo de Patr i c i os , y don José Santos de Incháurregui , de este vec indar io y c omerc i o : cuya corporac ión ó Junta ha de presidir el Exorno, señor Y i r r e y con voto en ella, conservando en lo demás su ren­ta y altas prerrogat ivas de su d ign idad , mientras se er ige la Junta general del v i r re inato» . Pero , m u y le jos de considerar terminado con esta insta­lac ión el mandato po l í t i co que el pueblo á este solo ob jeto le confiriera, el Cabi ldo se er ig ía en Supremo Consejo de v ig i lanc ia , enumerando con complacenc ia sus facultades u l t ramunic ipa les : tocaba al Cabi ldo integrar la Junta , en caso de muerte ó ausencia de a lgún m i e m b r o , y deponer al que faltase á sus deberes ; sólo aquél tenía atr ibuc ión para i m p o n e r pensiones ó pechos en el v i r re inato . . . y así cont inuaba la « M a g n a carta» , trazando la l ínea de conducta de sus « empleados» con más p r o l i j i d a d y estrictez que el Código de I n d i a s .

P o r r id i cu la que nos parezca esta tentativa de d ictadura conce j i l , que , c omo d i j e , desconocía á la par las tradic iones administrat ivas y los votos recientes del pueb lo , no iban tan descaminados sus autores al contar con la van idad ó el o fusca­miento de los favorec idos para prestarle su apoyo . Después de a lgunas vac i lac iones , Saavedra y Castelli admit ieron como viable un conato de es­camoteo revo luc ionar io , que tendía á ocultar ba jo un mal revoque las grietas pro fundas del torreón co lonia l . Todos los je fes de cuerpos , reunidos en el Cabi ldo , «o f rec ieron concurr ir de su parte á su p lant i f i ca c i ón» ; y aquella misma tarde, los fla­mantes cuatorviros , con el in fe l i z v i r rey por unas horas red iv ivo , concurr ieron á la sala capitular revestida de sus v ie jas co lgaduras , y, « p o r su or­den, h incados de rodil las y pon iendo la mano derecha en los Santos Evange l i os , juraron des­empeñar l ega lmente sus respectivos cargos , con ­servar íntegros estos dominios al señor don F e r ­nando Y I I y sus leg í t imos sucesores, y guardar puntua lmente las leyes del r e ino» . Abrev iemos los

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detalles del empalagoso ceremonia l : despnés de arengar Cisneros al entresacado concurso , que por ú l t ima vez ap laudió su acento murc iano , la Junta se d i r ig ió al Fuerte , entre los inevitables rep i ­ques de campanas y salvas de artil lería. T o d o esto ocurr ía en la tarde del 24 de m a y o .

E n lugar de insistir en esta h o r a d e desfal leci ­miento y extrav ío , que parecía de jar nuevamente h u n d i d o en u n pantano el carro de la revo luc ión , admiremos lo inmedia to y espontáneo de la reac ­c ión popu lar que , arrancándolo de c u a j o , lo arras­tró contra todos obstáculos y asechanzas á su marcado y g lor ioso dest ino. H a y que dec ir lo una vez , para no repetir lo más : en la tarde del 24, los conductores del m o v i m i e n t o hab ían a b d i c a d o ; es más honroso para su memor ia admit i r un corto ecl ipse de su razón que un subter fugio de su con ­c ienc ia , cual sería u n juramento prestado con la segunda intenc ión de quebrantar lo . Sea como f u e ­re, el inst into de los ignorantes no ratificó la ca ­p i tu lac ión de los sabios. H a b í a l legado el m o ­mento cr í t i co de las discordias c iv i les en que, c o m o dice Tác i to ( 1 ) , los soldados valen más que los j e ­fes ; y aquéllos bastaron para reconquistar el terre­no perd ido . P o r eso, todo m o n u m e n t o con inscr ip ­ciones nominat ivas que se consagre á los « a u ­tores» de la revo luc ión de m a y o , t iene que c o ­meter la inmensa in just i c ia de omi t i r á sus ver ­daderos héroes—que son anónimos . Ese r u g i d o popu lar que , part iendo de los suburbios , reper­cutió en los barrios centrales y los cuarteles , es el que re tumba sordamente en la nota apremia ­dora y c o m o jadeante que la Junta , á inst igac ión de Saavedra y Castelli arrepentidos , d i r ig ió al Cabi ldo , «á las 9 y med ia de la n o c h e » , encare ­c iéndole la urgenc ia de admit i r sus renuncias c o ­lect ivas ( 2 ) .

( 1 ) TÁOIT. Sist. I I , xxix : civilibus bellis, plus mili-tibus quam ducibus licere.

(2) Acta del 2 5 : «Esta Junta ha sido informada, por dos de sus vocales, de la agitación en que se halla alguna

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Entonces los patriotas se recobraron. En tanto que las oleadas populares bat ían las murallas de la Fortaleza y las arquerías del Cabi ldo , alzando c lamores de protesta contra el v i r rey : en el cuar ­tel de Patr i c ios , los je fes y oficiales contenían á duras penas los soldados enardec idos : en los arra­bales , los cbisperos y manólos se organizaban para el ataque, encabezados por Berutt i y F r e n c b , prestigiosos agitadores de las capas sociales á que ellos mismos pertenecían ( 1 ) ; por fin, los p r o m o t o ­res de la revo luc ión se reunían en la casa de R o ­dr íguez P e ñ a para discutir y fijar def init ivamente las resoluciones del día s iguiente ( 2 ) . D e la b o ­rrascosa del iberac ión que , según dice un test igo , se pro l ongó basta cerca del alba, salió trazado en su con junto y partes pr inc ipales el p rograma c o m ­pleto del 25 de M a y o . U n a vez acordes los d i rec ­tores del m o v i m i e n t o , que contaban con las fuer ­zas y las vo luntades , no bab ía obstáculo que p u ­diera estorbar su cabal real izac ión. E l v irrey no

parte del pueblo por no haberse excluido al Presidente (Virrey) del mando de las armas... [Debe V . E . ] proce­der á otra elección en sujetos que merezcan la confianza del pueblo... creyendo que será el medio de calmar la agitación y efervescencia que se ha renovado entre las gentes».

(1) Por lo menos Domingo Frencb, que figura en la Guía de 1803 como cartero (¡único!) de la administra­ción de correos. Berutti era empleado subalterno en la Contaduría.

(2) Saavedra no asistía á la reunión, pero lo repre­sentaban Castélli y el «terrible Chiclana». Tampoco es probable que estuviera Mariano Moreno, con quien el señor Mitre encabeza su lista, confundiéndole quizá con su hermano Manuel; por éste mismo sabemos que Maria­no se abstuvo hasta el grado de ignorar su nombramiento de secretario «muchas horas después de la elección». Para este episodio, el señor Mitre ha seguido preferentemente á Guido, cuya Reseña contiene errores tan enormes como el de suponer que hubo el 24 otro cabildo abierto, del cual salió nombrada la junta del... 23 ! Sólo allí se hace también mención del rapto teatral de Belgrano (((Juro á la pa­tria . . . ! » ) no muy avenido con su carácter ni acaso con la situación. Sin embargo, el hecho nada tiene de impo­sible, supuesto el ' estado de exaltación que, según el señor Mitre, dominaba aquella noche á hombres habi-tualmente tan reposados como Belgrano y Vieytes.

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tenía el poder n i la intenc ión de oponer resisten­c i a ; el part ido español no salía á la calle, t e m ­b lando por sus personas y b i e n e s ; el Cabi ldo esta­ba á merced de los comandantes de cuerpos , cuya o p i n i ó n era u n á n i m e — c o m o que estaban casi to ­dos presentes en el c onc i l i ábu lo . Siendo asunto entendido que el part ido patr iota era ya el arbi­tro de los acontec imientos y bar ia el 2o lo que quisiera bacer , la cuest ión ún i ca que por entonces se p lanteaba, era la de dec id ir ¿ q u é se debía b a c e r ?

F u é seguramente en el examen de esta gran cuest ión, que impor taba el p r o g r a m a del día si­guiente , en el que se emplearon las boras de la n o c h e ; y el hecho de que n i n g u n o de los autores de Memorias ó Reseñas c ons igne con c lar idad esa discusión, induce á dudar de que estos mismos tomaran parte en ella ( 1 ) . Much í s imos eran los que iban y ven ían , entre el zaguán de R o d r í g u e z P e ñ a y las casas de los afiliados ó los cuarteles, l l evando órdenes, t rayendo in formes , not ic ias ó ch ismes : m u y contados fueron sin duda los hués­pedes del c omedor donde se trataba el asunto i m ­portante . A l g r u p o central de la Sociedaal.de los siete ( R o d r í g u e z P e ñ a , B e l g r a n o , Passo , D o n a d o , A lber t i , Castelli y Y i e y t e s ) , que durante el mes de m a y o concurr ió allí m i s m o casi d iar iamente , habíanse agregado , desde luego , m u c h o s j e f es : Terrada , O c a m p o , A z c u é n a g a , Mart ín R o d r í g u e z , Enr ique Mart ínez , D íaz Vé lez , Ba l car ce , e t c . , ade­más de a lgunos patriotas de conse jo , c o m o D a -rregueira y Echevarr ía , ó de acc ión , c o m o Ch i -

(1) Puede también que, por ser muy jóvenes cuando la presenciaron ó muy viejos cuando intentaron repa­rarla, no recordaran sus más importantes incidentes. En general ha sido la plaga de la historia argentina esa mul­titud de memorias personales, cartas y chismes particu­lares, debidos á personas orgánicamente inexactas y acep­tados por escritores sin crítica, que vacían en sus obras «el baúl de la parda Marcelina Orma». Será el principal trabajo del futuro historiador argentino, rozar el terreno de toda esa maleza.

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c lana y Larrea ( 1 ) . E l pr imer punto por fijar era la act i tud de los cuerpos el 25 . A las doce , súpose por L e i v a que el Cabi ldo , antes de consi ­derar la renunc ia de la Junta , convocar ía á los je fes para pedir les que sostuvieran por la fuerza al gob ierno establecido ( 2 ) : los je fes presentes, en su n o m b r e y en el de los ausentes, se c o m p r o ­met ieron á ex ig i r la exc lus ión absoluta de Cisne-ros y la renovac ión de la Junta ; , en cuanto á las tropas, quedarían acuarteladas basta rec ib ir la orden de marchar . Establec ido este pr imer punto , no quedaba por tratar sino la cuestión de la f o rma de gob ie rno . E n substancia, esta cuestión había sido resuelta por el cab i ldo ab ier to ; bastaba, pues, atenerse á ella, E m p e r o , con el fin de evitar toda nueva interpretación dolosa del voto de la m a y o ­ría, era indispensable imponer al A y u n t a m i e n t o , por m e d i o de una de legac ión , la f ó rmula c o m p l e ­ta é invar iab le que expresara la vo luntad popular . E l proced imiento era r evo luc i onar i o ; pero se es­taba en p lena revo luc ión , y en caso de resistirlo los capitulares , teníase el recurso de otro cabi ldo abierto , cuya c o n f o r m i d a d no era dudosa. E n cuanto á la f ó r m u l a que debía presentarse, ello se reduc ía á e leg ir « a q u í m i s m o » la lista de v o c a ­les de la futura Junta gubernat iva , que el pueblo aceptaría por ac lamac ión . -

E n ese m o m e n t o entró el asunto en su faz práct i ca , y es presumible que la discusión se acentuara.' ÍTo creo, sin embargo , que se p r o d u -

(1) Aunque español, Larrea se afilió desde el prin­cipio al partido patriota; sus grandes relaciones como armador y su práctica de los negocios le designaban natu­ralmente para ser el hacendista de la Junta; pero poseía además, una «exquisita sagacidad política», y según el doctor López (Historia, I I I , 307) que tenía el dato de su padre, su voto pesaba mucho en los acuerdos de gobierno. Fué más tarde ardiente unitario, como su hermano Ra­món, y Rosas los persiguió hasta hacer quebrar la casa.

(2) Acta capitular del 2o. La cita en el Cabildo fué para las nueve y media de la mañana. Cf. la Besana de Guido, sobre la entrevista con Leiva á las doce de la noche del 24.

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j e ran dis idencias fundamentales . Es muy p roba ­b le , desde luego , que la Sociedad de los siete, núc leo de la reunión, sirviera de pauta , no sola­mente para el número de los vocales de la futura Junta (es sabido que al p r inc ip i o los secretarios no tuv ieron voto), , s ino para la des ignac ión de los nombres , recomendados por su notor iedad y los servicios prestados á la causa. T a n t o por esta razón, c omo por su rec iente resonancia en el ca ­b i ldo abierto : después de Saavedra, que se i m p o ­nía para la pres idencia , los nombres de los m i e m ­bros de la famosa soc iedad surgir ían inmediata ­mente . P e r o a lgunos de éstos—entre ellos, sin duda , D o n a d o y V i e y t e s , — p o r su edad ó su carác ­ter, hubieron de rehuir las responsabi l idades del g o b i e r n o ; p o r otra parte , era reg la observada en la f o r m a c i ó n de las numerosas juntas españolas y americanas ( inc lusa la reciente de M o n t e v i d e o ) , dar representación á las pr inc ipa les clases socia­les, c o m o en el m i s m o cabi ldo abierto se bab ía expresado . Representados en la l ista provis ional el c lero por A lber t i , y el d e r e c h o — c o n e x c e s o — p o r Castelli, Passo y , si se qu iere .e l a m b i g u o B e l g r a ­no , fa l taban un mi l i tar y un comerc iante : ausente ó presente, el honrado A z c u é n a g a era des ignado p o r su ca l idad de j e f e veterano y su pos ic ión so­c i a l ; así también Larrea , por las razones d ichas . Era po l í t i co , por fin, agregar á la Junta un repre ­sentante genu ino del numeroso g r u p o español , que se había mostrado s impát ico ó neutral en los su­cesos recientes ( 1 ) : el n o m b r e del catalán Matheu , m u y a m i g o de Terrada, con quien votara en el cab i ldo abierto , se presentaba naturalmente para substituir á I n c h á u r r e g u i . P o r el doble mot ivo de sobrar abogados en la Junta , y necesitarse de hombres, i lustrados y activos en las secretarías,

(1) Los Larrea eran vascos ó catalanes, pero acaso de origen francés. Juan pidió ser cónsul argentino en Francia, y su hermano Ramón fué en 1829 comandante del batallón Amigos del orden, compuesto de franceses y que tanto dio que hacer al cónsul Mendeville.

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que eran verdaderos ministerios , hubo de ser pro ­puesta á Passo la honrosa transferencia, y el m i s m o , ó Darregue ira , ind icar ía á Moreno , ya de­s ignado por un voto del cab i ldo abierto (1).

P o r cierto que esta reconstrucc ión conjetural carece en sus detalles de base p o s i t i v a ; puede que otras causas, hoy ignoradas , hayan inf luido en la e lecc ión de los ú l t imos n o m b r e s ; pero la probab i ­l i dad raya en certeza para los pr imeros . E n todo caso, la lista fué evidentemente discutida y acordada por lo que l lamaríamos h o y el « c o ­m i t é » . — C u a n d o la aceptac ión l iteral de un docu ­mento conduce al absurdo, es de buena cr í t ica desestimarlo sea quien fuere su autor. A h o r a b ien : la versión contraria sobre la con fec c i ón de la l ista, sólo fundada en la Reseña de Guido (vagos recuerdos de la pr imera juventud , escritos med io siglo después de los sucesos) , t iende á establecer hechos que abiertamente ' r epugnan á la razón ; debería , pues , rechazarse, aunque no contuviera los monstruosos errores materiales que tenemos señalados. N o es admis ib le en grado a lguno que los organizadores de un m o v i m i e n t o , cuyo objeto ú n i c o era la creación de una junta gubernat iva , discutiesen durante toda una noche de invierno sin entrar á tratar del asunto que los reunía, de ­j a n d o que una « insp i rac ión de lo a l to» i luminase al chispero B e r u t i ! Y menos aún, si cabe, que al día s iguiente , en el m o m e n t o de presentarse ante el A y u n t a m i e n t o los delegados que iban (mientras los je fes estaban t omando mate en casa de A z c u é -n a g a ) á imponer la vo luntad del pueb lo , i gnora ­sen comple tamente en qué d icha vo luntad con­sist ía ,—hasta que el i l u m i n a d o Berut i « t o m ó una p l u m a y definió la s i tuac ión» ( 2 ) . Triste historia

(1") Podrá parecer extraña la no designación de Ro­dríguez Peña; no conozco bien su biografía íntima. Al­guna razón hubo para que no figurase nunca en primer .término.

(2) Más insostenible aún es esta corrección propues­ta por el señor Mitre á la versión de Guido, y que natu­ralmente ha sido acogida con avidez porque halaga el

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nac ional sería la que , para resultar interesante é instruct iva , necesitara fundarse en tales patra ­ñ a s ; y no alcanzo á perc ib i r lo que gana el acto más trascendental de la revo luc ión a r g e n t i n a — fuera de lo que pierde la v e r d a d — e n aparecer c omo un palo de c i e g o ! — T a m b i é n hubo de dec i ­dirse en la misma j u n t a noc turna aquella e x p e ­d i c ión « a u x i l i a d o r a » á las prov inc ias interiores, que in t rodu jo una nota imprevista y amenazado ­ra en la f ó r m u l a del Cabi ldo , y cuya ex igenc ia se f o r m u l ó , al otro d ía , en n o m b r e del « p u e b l o » — a q u e l n iño incapaz , de que habla. José de Mais -tre, eterno ausente de las resoluciones y sólo p re ­sente para cumpl i r las . Después de de jar así arre­g l a d o el p r o g r a m a comple to que el 25 había de realizarse sin obstáculos n i variantes , los antiguos «precursores» , ahora protagonistas del drama que empezaba , se separaron p o r pocas horas : al triste alborear de aquel día de inv ierno , l luvioso y f r í o , pero que la i m a g i n a c i ó n del g ran poeta anón imo se encargar ía de ideal izar , j u n t o con sus escasas per ipec ias , fijando u n sol s imbó l i co , más re fu l ­gente que el real , en el inmutab le azul de un c ie lo de l eyenda .

instinto mitológico de la muchedumbre: según él, fué al día siguiente, en el acto mismo de hallarse la delegación popular en presencia del Cabildo (sin saber lo que iba á pedir), cuando, «el fogoso Beruti iluminado por una de esas inspiraciones, etc., tomó una pluma y escribió unos nombres en un papel». Para demostrar que Guido se ha equivocado, el señor Mitre se funda : 1.° en el testi­monio de Guido, el cual afirma que Moreno y Belgrano estaban presentes : 2.° en el testimonio de Moreno y Bel­grano que se declararon ausentes!—Ello' recuerda aquel sofisma, famoso en las antiguas escuelas: Demócrito dice que los abderitanos son mentirosos; pero Demócrito es abderitano : luego, Demócrito miente : luego, no es cierto que los abderitanos sean mentirosos, luego, Demócrito no miente; luego etc., hasta la consumación de los siglos. Como cualquier patraña suele arrancar de un fondo de realidad, es posible que Beruti, á fuer de escribiente que era, se encargase la víspera de copiar algunas listas elec­torales, y. acaso también la solicitud cargada de firmas que se presentó al Cabildo y desde la noche anterior cir­culaba, según la versión de Domínguez qxie ha de ser la buena: de ahí el cuento de la iluminación.

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Desde el amanecer del 25 de m a y o , empezaron á tomar sn puesto respect ivo los actores y púb l i co del drama, en aqnel vasto escenario de la Plaza de la V i c t o r ia ( 1 ) . L a l luvia persistente bac ía re­fluir los grupos populares en las arquerías de la R e c o v a y del Cabi ldo . Habíase apostado delante de la f o n d a de la Vereda A n c b a ( 2 ) , á vista dé­los balcones consistoriales, el coro de los mani fes ­tantes, artesanos orilleros en su mayor ía y p ron ­tos á entrar en escena á una señal de Berut i , E r e n c h , D u p u y y otros caudi l l os ; m u c b o s de ellos l levaban cintas de co lor en el sombrero ( 3 ) . Desde la esquina d iagonal , los directores del m o v i m i e n ­to , reunidos en la casa de Azcuénaga , observaban la e j ecuc ión de las maniobras . A las ocho , el A y u n ­tamiento se halló reunido en la Sala de acuerdos ; y la func i ón comic ia l (en que, c o m o hemos d i cho , todo estaba previsto , hasta las entradas tumul tua ­rias del pueb lo ) se desarrolló con la precis ión de una pieza b ien ensayada. E l Cabi ldo comenzó por rehusar la renunc ia de la Junta , despachando al Euerte su reso luc ión . A los pocos minutos , un pr imer g r u p o popular invadía la sala. Su orador, «p rev i o el competente permiso » , e x i g i ó la deposi ­c ión inmediata del v i r r e y ; Le iva sostuvo el ata­que y l ogró neutral izar lo , cons igu iendo una tre-

(1) Al emplear esta designación, en su relato de los sucesos de 1810, el doctor López (III , 309) se disculpa por el ((anacronismo». No hay ta l : así se llamaba la Plaza Mayor desde 1808.

(2) Esta parte del inmueble ha tenido destino análo­go hasta nuestros días sin interrupción : hoy mismo subsis­te todavía allí un «café-restaurant».

(3) Dice precisamente el testigo anónimo ya citado (Diario de varios sucesos): «en dicho día (25) se vio que en lugar de las cintas blancas del primer día (22), se pusieron los de la turba en el sombrero cintas encarna­das». El señor Mitre afirma que «el pueblo enarboló los colores de su cielo, ya popularizados por el uniforme de los Patricios». Sub judiee lis est. Por lo demás, casi todos los cuerpos de la Defensa estaban uniformados de calzón blanco y casasa azul, con faja, cuello y mangas ó peto encarnados.

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g u a que iba á ocuparse «en el m e j o r b ien y fe l i ­c idad de estas prov inc ias » . Ret i rados los asaltan­tes, la t regua se empleó en discurrir otra escapa­t o r i a , — y en tales c ircunstancias , conoc ida la g e ­neral pus i lan imidad de esos burgueses, tanta per ­t inac ia reviste un aspecto casi b e r o i c o . A las nue ­ve y media , se presentaron los je fes de los cuer ­p o s ; á la pregunta del s índico L e i v a : «s i se podr ía contar con las armas de su cargo para sostener el gob ierno es tab lec ido» , todos contestaron uná ­nimes con la negat iva , á excepc i ón de Orduña , L e c o q y Quintana , que , c o m o españoles, g u a r d a ­ron d ignamente el s i lenc io . E n esto « las gentes que cubr ían los corredores dieron go lpes á las puertas de la sala capi tu lar , oyéndose voces de que querían saber de lo que se trataba ( 1 ) . E l popular comandante R o d r í g u e z salió á contener á los más exaltados que , c o m o suele ocurr ir en estos casos, empezaban á desempeñar su pape l al natural . T e r m i n ó la sesión con reiterar los je fes su dec la ­rac ión de que la renunc ia de Cisneros era necesa­ria y urgente . A l fin c omprend ió el A y u n t a m i e n t o que era fuerza cortar por lo sano y ped ir al v i rrey su d imis ión lisa y l lana, sin protesta de n inguna clase. Pero era tarde ya (s iempre lo bub iera s i d o ) , y cuando l legó la res ignada renunc ia , se presentó la verdadera de legac ión popu lar encabezada p o r Berut i , mani fes tando categór i camente que « n o se tenía por bastante que el E x c m o . señor Pres idente se separase del m a n d o , y que el pueb lo reasumía la autor idad que depositó en el E x c m o . C a b i l d o » . T entonces, en m e d i o de las protestas de los ca ­pitulares y el «a lboro to escandaloso» de los m a n i ­festantes, el orador f o r m u l ó el p rograma de la revo luc ión , que ya conocemos : « u n a junta guber ­nat iva compuesta de Saavedra como Presidente

(1) Acta capitular del 25 de mayo. A ésta se refieren todas las palabras entre comillas que no llevan otra indi­cación.

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y comandante de armas, de los vocales Castelli, B e l g r a n o , A z c u é n a g a , A l b e r t i , H a t h e u y Larrea, y los doctores Passo y Moreno como secretarios: con la precisa cua l idad de que , establecida la j u n ­ta, debería publ icarse en el t érmino de quince días una exped i c i ón de 500 bombres para las pro ­v inc ias interiores, costeada con la renta del señor v irrey, señores oidores, contadores mayores , et­cé tera» . T la in t imac ión terminaba con la amena­za de «resultados m u y fata les» , si no se le bac ía inmediato lugar . Con esto y todo , el s índico L e i ­va , más fért i l en recursos que el Reinelce Fuchs p id i ó que se presentara por escrito y firmada « p o r el p u e b l o » la f o rmidab le pet i c ión . F u é un entreacto de respiro (un « la rgo interva lo» dice el Acta), después del cual reaparecieron los revo lu ­c ionarios , t rayendo en efecto un p l i ego « c o n las mismas ideas que mani festaron de palabra, y fir­m a d o por un número considerable de vec inos , re l i ­g iosos , comandantes- y of ic iales» . A s i m i s m o no se dio por venc ido el admirable procurador : expuso que el Cabi ldo , para asegurar la resoluc ión, debía oir al m i s m o pueb lo c ongregado en la P laza . Y en­tonces fué cuando , al encontrarse Le iva con los rari nantes que chapoteaban en el l odo y personif ica­ban al ficticio soberano, se le escapó la fatal pre ­g u n t a : ¿Dónde está el pueblo?—más funesta para su prest ig io amer icano que todas sus tretas y re­sistencias anteriores. Calmados los furiosos c la­mores que la impert inente chuscada desencadena­ra, p u d o el escribano leer en alta voz , y hacer rati ­ficar por los presentes « la pr imera const i tuc ión del pueb lo a rgent ino» , la cual no era sino la Magna Carta de la v íspera , con la mudanza de retener la Junta las atr ibuciones que antes el Cabi ldo se reservaba. Incont inent i fueron l lamados á prestar juramento los miembros de la Junta , que se ha­l lar ían en casa de A z c u é n a g a , pues «s in haberse separado de la sala capitular los señores del Ca-

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b i l d o » se repit ió con el aparato habitual la ya descripta ceremonia (1).

A s í se real izó , sin una gota de sangre derra­m a d a , sin excesos n i v io lenc ias personales , el pr imer acto de la revo luc ión argent ina . Si ello fué pos ib le porque los patriotas d isponían de la fuerza armada, no es menos justo reconocer que se abstuvieron de ostentarla en los comic i os , p r o ­curando , y cons igu iendo , que la in ic iat iva p o p u ­lar conservase ante la historia la act i tud ennob le -cedora de u n m o v i m i e n t o de op in ión . L o s batal lo ­nes quedaron en los cuarte les ; y sus je fes sólo acudieron al l l amamiento de la autor idad, para signif icarle que las tropas no coartarían la rei ­v i n d i c a c i ó n de los derechos c ív icos , por el m i s m o Cabi ldo reconoc idos y en seguida vulnerados . N a d i e que no abdique su puesto en la reg ión su­per ior de las ideas, puede desconocer el sello de grandeza mora l que esta moderac i ón i m p r i m e en quienes la observaron, y que todos los errores subsiguientes no l ograr ían borrar . Y si se recuer­da que el pací f ico in i c iador de la más tarde san­gr ienta cruzada, era el ún i co pueb lo h i spano ­amer icano que se hubiese señalado al m u n d o por recientes v ictor ias europeas, no se sabe qué a d m i ­rar más, si la inconsecuenc ia ó la in just i c ia de esta sentencia lap idar ia , que sólo el extravío p u d o d i c ­tar : « L o s oídos de Buenos A ires están v írgenes de esa música de la muerte que conduce á la g l o r ia . Sólo ha o ído las balas de la guerra c i v i l : en la re ­vo luc i ón del 25 de m a y o de 1810 contra el v i rrey , en que t omó parte el v i rrey m i s m o ( ? } , no se que ­mó un grano de pó lvora , sino la de las sal ­vas» ( 2 ) .

(1)^ Manuel Moreno nos cuenta que «muchas horas después de la elección», su hermano la ignoraba y que «le sorprendió la noticia» ; lo propio apunta Belgrano, y sin duda sufrieron el mismo género de sorpresa los otros siete, que se encontraron todos á point nominé para colo­carse' bajo el dosel. ¡ Debilidades humanas de ayer, hoy y mañana!

(2) ALBERDI, Escritos postumos, V , 37.

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A l engrandecer , pues , el levantamiento de M a ­y o , no yerra el sentimiento p o p u l a r ; sólo que, obe­dec iendo al antropomorf ismo invenc ib le que ha creado las mito log ías y las épicas leyendas, per­sonifica en algunos hombres vaci lantes y fa l i ­bles, apoderados inconscientes del destino, las energías y virtudes del a lma nac iona l . E m p e r o , si fué la obscura razón co lect iva , l óg i ca c omo las fuerzas naturales , la que marcó la hora y el ca ­rácter de la revo luc ión , fueron hombres los que luego la rec ib ieron y ap l i caron ; y, aunque de las mismas contiendas pol í t icas surgiera el p r e d o m i ­nio de los más d ignos , c o m o por di ferente c oncep ­to lo eran sin duda Moreno , Pueyrredón , San Mart ín y P i v a d a v i a , tenían fata lmente que dejar estampado en su obra imper fec ta el estigma de las pasiones y los errores humanos . D e estos erro­res, cometidos ó sufridos por dos generaciones, apenas si m e toca menc ionar de paso los que des­de el or igen descaminaron la empresa hasta c o m ­prometer su existencia . Señalémoslos , no obstan­te, con i n d u l g e n c i a , — y sin perder de vista las corrientes históricas y sociales á que hubieron de resistir para hacerse l ibres , aquellos criol los, que hab ían nac ido y criádose vasallos españoles : sub­ditos de una monarqu ía absoluta que era un edifi­c io de preocupac iones jerárquicas : secuaces de un cato l i c i smo estrechado por la ignoranc ia y la su­pers t i c i ón ; y p o r fin, totalmente extraños los más de ellos, no sólo á la práct ica de las instituciones que anhelaban fundar , sino de las disc ipl inas in ­telectuales que v igor izan y emanc ipan la mente .

L a into lerancia es en todos nosotros una act i tud natural , que sólo por la educac ión de la v ida se corr ige ó atenúa: y es, además, achaque muy h u ­m a n o que , al verse l ibres , los opr imidos se tornen opresores. ¡ Son amos duros , dice el poeta gr i ego , los avezados á serv ir ! P o r eso, la intolerancia po l í ­t ica , con ser en los revoluc ionarios una herencia de la raza y de la historia, asumió en el acto el ca ­rácter de un fanat ismo casi rel igioso que no admi ­tía dis idencias , y que, á no mediar cierta generosi -

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dad innata y b landura de fibra del a lma argent i ­na , bub ie ra revestido las formas atroces del pa ­tr iot ismo español . A l día s iguiente de la incruenta v i c tor ia , comenzó á despuntar y tomar f o r m a una suerte de derecbo d iv ino de la R e v o l u c i ó n , tanto más absoluto é indiscut ib le en la mente de sus apóstoles, cuanto menos de fendib le ante el de ­recbo pos i t ivo . Desde el 25 de m a y o , el ser espa­ñol fué tenido en estas prov inc ias por u n defecto sospecboso, y el ser realista, por un de l i to : lo p rop io que ocurr ió en la Reconqu is ta con los m o ­ros de España , que al ser venc idos se b i c i e ron ob ­jeto de escarnio y v i l i p e n d i o . Euera de la n o v í ­sima ig les ia revo luc ionar ia , no b u b o y a salud ni p e r d ó n : en n o m b r e de la pasión exc luyente que , al punto de estallar, se p r o p a g ó ráp idamente , c omo un incend io de verano en la p a m p a , fueron muchos perseguidos y a lgunos sacri f icados—éstos, f e l i zmente , en corto número en este v i r r e i n a t o — y ello, no á manos de malvados , sino de patriotas r íg idos y puros que entendían c u m p l i r un do l o ­roso deber . Y tan inde leb lemente i m p r e g n ó este pueb lo el venenoso sofisma, que después de un si­g lo de exper ienc ia histór ica , enseñanza en m u c h a parte perd ida , esta es la hora en que se escribe y se enseña á las nuevas generac iones , por escrito­res argent inos , que no son los sectarios impu l s i ­vos los que necesitan d isculpa , sino los «a jus t i c ia ­dos » los que esperan su r e h a b i l i t a c i ó n ! — P o r c ier­to que contr ibuyeron no poco á d i fund i r tan de ­p lorable doctr ina el e j e m p l o y la prédica de M o r e n o : suerte de Casio enfermizo y genia l ( 1 ) , cuya inf lamada e locuenc ia no era, al m o d o del ro jo penacho que ondula sobre la ch imenea del h o r n o , sino el ind i c i o y reflejo de la combust ión inter ior . Pero éste no la c r e ó ; brotó d i rec tamen­te de las entrañas populares á raíz del cab i ldo

ti) SHAKESPEARE, Julius Casar, I, n : Yond Cassius has a lean and hungry loóle; he thinks too much...

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abierto, y denunc ian su presencia ciertas precau­ciones de la l lamada « cons t i tuc i ón» del 24 , ins ­piradas por el prudente Le iva . U n anglo-sa jón no comprender ía que fuese necesario «amnis t iar» á un g r u p o de vecinos por las opiniones l ibremen­te vertidas en un congreso ( 1 ) . N o sólo este A y u n ­tamiento j u z g a b a indispensable proteger á la m i ­nor ía , sino que , más avisado, pudiera prever que su protecc ión resultaría ineficaz contra los arre­batos revo luc ionar ios . Con amnistía "y todo , los oidores y func ionar ios m a l pensantes fueron per ­seguidos , despojados y, antes de cumplirse un mes , desterrados con el v i r rey : y prueban los do ­cumentos que entre los capítulos del proceso, figu­raban sus opiniones vertidas en el cab i ldo del 22 ( 2 ) . P o r lo demás, es harto conoc ido el sistema inquis i tor ia l que la Junta estableció en Buenos Aires , l evantando un censo po l í t i co en que los ve ­c inos eran clasificados por sus opiniones , i m p o -

(1) Acta capitular del 2 4 : «Lo sexto, que los refe­ridos señores (de la Junta), inmediatamente después de recibidos de sus empleos, publiquen una general amnistía en todos los sucesos ocurridos el día 22, en orden á opi­niones sobre la estabilidad del gobierno; y para mayor seguridad este Cabildo toma desde abora bajo su protec­ción á todos los vocales que lian concurrido al Congreso general, ofreciendo que contra ninguno de ellos se proce­derá directa ni indirectamente por sus opiniones, cuales­quiera que hayan sido». Ya sea por omisión, ó resistencia de la Junta, esta clásula no figura en la «constitución» del 25, que reproduce todas las otras.

(2) Gaceta extraordinaria del 23. El virrey y los oidores fueron deportados el 22 á la noche; días antes al fiscal Caspe había recibido «una formidable paliza» por haberse presentado en un acto oficial «escarbándose los dientes con un palito». Cisneros escribió luego : (do echa­ron por tierra á sablazos y lo hubieron de matar», y otros (entre ellos Liniers) refirieron el ((asesinato de Caspe» ; así escriben la historia los partidos! Los manifiestos de la ¡ así escriben la historia los partidos! Los manifiestos de la Junta son tan parciales como el Informe de Cisneros y necesitan la misma crítica. De éste, por ejemplo, es inad­misible que Cisneros «estuviese escribiendo dicho parte», como dice su mujer, á las siete y media de la noche del 22, cuando le llamaron del Fuerte, siendo tanto el apuro que no tuvo tiempo para firmar el Informe, ya concluido y fechado.

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g a recordar cómo los mandatarios de Monte ­v i d e o , el P a r a g u a y y el P e r ú acogieron las pro ­testas de «conservar estos dominios á nuestro ama­d o F e r n a n d o » : con más ó menos eficacia, pero con i gua l resolución, declararon la guerra á los s ingu­lares doctr inarios que juraban ser más realistas que el rey , y lo demostraban, p rosc r ib i endo—ó f u s i l a n d o — á sus leg í t imos representantes. L o pro ­p io ocurr ió al punto , c omo luego veremos , en las más importantes de las provinc ias interiores. T o ­do el Informe de Cisneros, del 22 de j u n i o , no es sino el desarrollo de esta propos ic ión f u n d a m e n ­t a l : «e l ob jeto [de tan escandaloso atentado] es la absoluta independenc ia de estas A m é r i c a s » ; y es m u y sabido que un concepto idént ico ins­p i ró la entonces célebre Proclama de Casa I r u j o , que Moreno refutó en la Gaceta. ¡ Ta l éxito a lcan­zaron los , según ella, maquiavé l i cos dis imulos de la J u n t a ! Sería, pues , t i empo perd ido el que empleáramos en discut ir largamente las razones de una act i tud equívoca que á nadie persuadieron y , por tanto , no pesaron para nada en el resul­tado . A despecho de sus juramentos de fidelidad, la P e g e n c i a asumió contra Buenos Aires la misma act i tud hosti l que contra Caracas ; y si no se l o g r ó aquí una e f ímera reconquista , fué por falta de elementos, no de i n t e n c i o n e s . — T a m p o c o resis­t ía al más l igero examen el pretexto de contener ­se así las sublevaciones interiores, teniéndose á la

la revolución mantienen una correspondencia seguida con las provincias del Perú y esperamos que no tardarán en declararse independientes» ; y luego agrega : «Si los deseos de los españoles se hubieran cumplido, ya nos hubieran echado de aquí, porque siempre han deseado que se diesen leyes severas contra los extranjeros. El último virrey se propuso publicarlas, á pesar de la libertad que se había concedido al comercio, pero la Junta nos ha hecho saber que podemos seguir aquí con entera libertad... D. Juan Josef Castelli, doctor en derecho, hombre de gran mérito, •es uno de los principales autores de esta importante revolución y ocupa el segundo lugar en la Junta».

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g a recordar cómo los mandatarios de Monte ­v i d e o , el P a r a g u a y y el P e r ú acogieron las pro ­testas de «conservar estos dominios á nuestro ama­d o F e r n a n d o » : con más ó menos eficacia, pero con i gua l resolución, declararon la guerra á los s ingu­lares doctr inarios que juraban ser más realistas que el rey , y lo demostraban, p rosc r ib i endo—ó f u s i l a n d o — á sus leg í t imos representantes. L o pro ­p io ocurr ió al punto , c omo luego veremos , en las más importantes de las provinc ias interiores. T o ­do el Informe de Cisneros, del 22 de j u n i o , no es sino el desarrollo de esta propos ic ión f u n d a m e n ­t a l : «e l ob jeto [de tan escandaloso atentado] es la absoluta independenc ia de estas A m é r i c a s » ; y es m u y sabido que un concepto idént ico ins­p i ró la entonces célebre Proclama de Casa I r u j o , que Moreno refutó en la Gaceta. ¡ Ta l éxito a lcan­zaron los , según ella, maquiavé l i cos dis imulos de la J u n t a ! Sería, pues , t i empo perd ido el que empleáramos en discut ir largamente las razones de una act i tud equívoca que á nadie persuadieron y , por tanto , no pesaron para nada en el resul­tado . A despecho de sus juramentos de fidelidad, la E,egencia asumió contra Buenos Aires la misma act i tud hosti l que contra Caracas ; y si no se l o g r ó aquí una e f ímera reconquista , fué por falta de elementos, no de i n t e n c i o n e s . — T a m p o c o resis­t ía al más l igero examen el pretexto de contener ­se así las sublevaciones interiores, teniéndose á la

la revolución mantienen una correspondencia seguida con las provincias del Perú y esperamos que no tardarán en declararse independientes» ; y luego agrega : «Si los deseos de los españoles se hubieran cumplido, ya nos hubieran echado de aquí, porque siempre han deseado que se diesen leyes severas contra los extranjeros. El último virrey se propuso publicarlas, á pesar de la libertad que se había concedido al comercio, pero la Junta nos ha hecho saber que podemos seguir aquí con entera libertad... D. Juan Josef Castelli, doctor en derecho, hombre de gran mérito, •es uno de los principales autores de esta importante revolución y ocupa el segundo lugar en la Junta».

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niendo á los esclavos la denunc ia de sus amos, « cas t igando con r i gor al que de obra ó de palabra pretenda sembrar divis iones ó descontentos» , y d i c tando , por fin, una « l e y de sospechosos» imi ta ­da de la francesa que caracterizó al Terror de 1793, y que Rosas no necesitó inventar ni c o ­piar de modelos extraños . ¡ T a n cierto es que todos los fanat ismos son hermanos , y que la into leran­cia de Robesp ierre sólo difiere de la de T o r q u e -mada por la mater ia y el punto de a p l i c a c i ó n !

F u é , á m i ver , otro pecado or ig inal del gob ier ­no revo luc ionar io , el falso concepto de la situa­c ión que le i n d u j o á disfrazar ba j o la «máscara de F e r n a n d o » sus propósitos de radica l independen ­c ia . B i e n sé que la po l í t i ca se r ige por otros pr in ­c ipios que los de la mora l abso lu ta—y acaso, m u y á m e n u d o , por una mora l sui generis que carece de pr inc ip i os . E m p e r o , y aun conced iendo el de ­p lorable postu lado , fuera fác i l demostrar que de la act i tud a m b i g u a no pod ía resultar, c o m o no resultó , venta ja a lguna para la causa patr iót ica , y sí funestas consecuencias . Y no se nos objete que es harto c ó m o d o profet izar después de los su­cesos. Pasadas las pr imeras semanas, y cuando repercut ieron aquí las impresiones exteriores del l evantamiento de Buenos A i res , no p u d o esca­párseles á Moreno y sus colegas que sus fórmulas de engaño no engañaban á nad ie . A s í en Europa como en A m é r i c a , la creac ión s imultánea de las Juntas de Buenos A i res y Caracas signif icó para todos la emanc ipac i ón de estas co lonias , á qu ie ­nes desde luego la R e g e n c i a de Cádiz trató c o m o rebeldes ( 1 ) . Concretándonos á lo nuestro , hue l -

(1) Por otra parte, la Gaceta de Madrid, órgano ofi­cial del rey José, celebraba la sublevación. En su número de 8 de octubre de 1810, publicó una carta de Buenos Aires, con fecha del 1.° de junio, confirmando otra llevada por el bergantín inglés Pitt que, según vemos en el Correo de Comercio, zarpó el 28 de mayo. El autor es un comer­ciante inglés, admirablemente informado; después de re­señar los acontecimientos recientes, dice : «Los cabezas de

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g a recordar cómo los mandatar ios de Monte ­v ideo , el P a r a g u a y y el P e r ú acogieron las pro ­testas de «conservar estos dominios á nuestro ama­d o F e r n a n d o » : con más ó menos eficacia, pero con i gua l resoluc ión, declararon la guerra á los s ingu­lares doctr inarios que juraban ser más realistas que el rey , y lo demostraban, proscr ib i endo—ó f u s i l a n d o — á sus leg í t imos representantes. L o pro ­p i o ocurr ió al punto , c omo luego veremos , en las más importantes de las provinc ias interiores. T o ­do el Informe de Cisneros, del 22 de j u n i o , no es sino el desarrollo de esta propos ic ión f u n d a m e n ­t a l : « e l ob jeto [de tan escandaloso atentado] es la absoluta independenc ia de estas A m é r i c a s » ; y es m u y sabido que un concepto idént ico ins­p i ró la entonces célebre Proclama de Casa I r u j o , que Moreno refutó en la Gaceta. ¡ Ta l éxito a lcan­zaron los , según ella, maquiavé l i cos dis imulos de la J u n t a ! Sería, pues , t i empo perd ido el que empleáramos en discutir largamente las razones de una act i tud equívoca que á nadie persuadieron y , p o r tanto , no pesaron para nada en el resul­tado . A despecho de sus juramentos de fidelidad, la R e g e n c i a asumió contra Buenos Aires la misma act i tud hosti l que contra Caracas ; y si no se l o g r ó aquí una e f ímera reconquista , fué por falta de e lementos , no de i n t e n c i o n e s . — T a m p o c o resis­t ía al más l igero examen el pretexto de contener ­se así las sublevaciones interiores, teniéndose á la

la revolución mantienen una correspondencia seguida con las provincias del Perú y esperamos que no tardarán en declararse independientes» ; y luego agrega : «Si los deseos de los españoles se hubieran cumplido, ya nos hubieran echado de aquí, porque siempre han deseado que se diesen leyes severas contra los extranjeros. El último virrey se propuso publicarlas, á pesar de la libertad que se había concedido al comercio, pero la Junta nos ha hecho saber que podemos seguir aquí con entera libertad... D. Juan Josef Castelli, doctor en derecho, hombre de gran mérito, •es uno de los principales autores de esta importante revolución y ocupa el segundo lugar en la Junta».

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vista las tentativas de Córdoba y otras p r o v i n ­c ias : no se contuvieron los españoles por las p a l a ­bras de la Junta , en las cuales no creían, sino por sus actos enérgicos que desmentían sus pa la ­bras. P o r fin, en la hipótesis , por todos admit ida , de afianzarse el trono de José ,—lo que desde luego ahuyentaba el fantasma de Cádiz ,—era á todas luces evidente que el nuevo gobierno español ten­dría mejores derechos para imponer l a sumisión á unas prov inc ias que se dec laraban ellas mismas «parte integrante de la m o n a r q u í a » , que á un Estado independiente . Con mayor l óg i ca y f u n ­damento que Venezue la , pues , pudo y debió B u e ­nos A ires proc lamar f rancamente su independen­c ia , al día s iguiente de la revo luc ión y en n o m b r e de las prov inc ias del ant iguo v irre inato , no es­capándosele á nadie que la exped i c i ón auxilia­dora, c omo m u y bien afirma el señor Mitre , l le ­vaba sus argumentos « e n la punta de sus b a y o ­netas» .

Si la falsa pos ic ión por la Junta asumida sólo contenía ventajas i lusorias, sus inconvenientes posit ivos no se h i c ieron esperar. E n 6 de j u n i o esta A u d i e n c i a c omuni caba al gob ierno , « p o r si acaso no hubiera l legado á sus m a n o s » , el decreto del Consejo de R e g e n c i a que disponía la e lecc ión de diputados á Cortes, é importaba la ob l igac i ón previa de prestar juramento y obedienc ia á d i cho Consejo , c omo representante de Eernando Y I I . Cogida en sus propias redes, la Junta tuvo que apelar al sofisma para establecer dist inciones en­tre los deberes actuales de estas co lonias respecto de la R e g e n c i a , y su anterior reconoc imiento i n ­mediato de la Central . Promov ióse un expediente al parecer interminable , pero que la Junta ter­m i n ó , á fa l ta de buenas razones, con el destierro de los adversarios. As í fué conduc ida al pr imer acto de v io lenc ia que, hábi lmente exp lo tado por los reacc ionarios de Córdoba y otras prov inc ias , tenía que definir netamente las respectivas posi ­ciones y prec ipi tar los desenlaces trágicos . V e r é -

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mos luego cómo este pr imer confl icto, no el mis ­mo m o v i m i e n t o de M a y o , fué lo que determinó la act itud dec id ida y la resolución extrema de L i ­niers. r ío es dudoso , para conc lu ir con estas con­sideraciones, que la engañosa bandera enarbolada por la Junta , muj^ le jos de allegar recursos á la revo luc ión , atrájole sus primeras dif icultades, en­t ib iando el ardor de los partidarios y sembrando la desconfianza entre los indecisos, sin desarmar una. sola resistencia. La patriótica propaganda de Moreno quedó al pronto desvirtuada por el i m p r u ­dente c o m p r o m i s o ; y basta en sus últ imas p á g i ­nas , al esbozar la futura const i tución de su pueblo l ibre , vésele detenerse y repr imir el vuelo del atrevido pensamiento para co lgar le el gri l lete de un fantást ico vasallaje ( 1 ) . E n tanto que la into ­lerancia del autoritario t r ibuno alzaba ante su prop io paso los obstáculos en que babía de estre­llarse, aquella impostura in ic ia l esterilizaba, en parte su acc ión pol í t i ca , en otros campos tan f e ­cunda . Y si al cabo y contra todo antagonismo se realizó la independenc ia , y es just ís imo que la poster idad co loque en el Panteón argentino al g lor ioso patr i c io , cuyos éxitos y merec imientos cubr ieron con exceso sus errores, no podría la his ­toria dejar de señalarlos sin abdicar su más alta mis ión , que es la de extraer de lo pasado l e c c i o ­nes apl icables á lo porvenir . Resul taron harto pro -líficas las simientes de fa lac ia é intolerancia por el g ran h o m b r e depositadas en el surco revo luc io ­n a r i o ; pero fué más tarde la peor de las ca lami ­dades morales , el que pudieran los más c ínicos mandones autorizarse, con razón aparente, en los

(1) Miras del Congreso. Gaceta del 13 de noviembre: «Más adelante explicaré cómo puede realizarse esta cons­titución, sin comprometer nuestro vasallaje al señor clon Fernando». Casi no hay página de esos admirables artícu­los sin alguno de estos correctivos pegadizos cjue debilitan y deforman el pensamiento.

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e jemplos de Moreno , para v io lar sus juramentos y perseguir de muerte á sus opositores (1).

(1) Monteagudo, que fué sin duda el discípulo más vigoroso y personal de Moreno, no dejó de señalar los extravíos de su maestro, á quien con toda justicia atri­buía lo bueno y lo malo de la primera Junta. Entre mu­chos otros pasajes, significativos, puede citarse respecto de la intolerancia, el que principia así, en las Observacio­nes didácticas (Oaceta,_ 13 de mayo de 1812—mal datado en la colección de Pelliza) : «Se instaló el 25 de mayo la primera Junta de gobierno; ella pudo haber sido más feliz en sus designios, si la rnadurez hubiese equilibrado el ardor de uno de sus principales corifeos, y si en vez de un plan de conquista se hubiese adoptado un sistema po­lítico de conciliación con las provincias». Y el párrafo siguiente : ((Tampoco es dudable que la tendencia del pri­mer gobierno provisional era el despotismo, etc.». Y lue­go : «Sigamos con la máscara de Fernando V I I , dicen algunos; las circunstancias no permiten otra cosa. | Oh circunstancias, cuándo dejaréis de ser el pretexto de tantos males!. . .»

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C A P I T U L O C U A R T O

L A C A T Á S T R O F E

El 30 de m a y o , comenzaron á c ircular en Cór­doba rumores de las novedades ocurridas en B u e ­nos A i r e s , los días 21 y 22 ( 1 ) . Sólo se sabía que

(1) Para el estudio del connoto de Córdoba, los docu­mentos del Archivo general (publicados é inéditos) ocu­pan el primer puesto. Las historias de Mitre y Domín­guez lo tratan muy á bulto; la de López es un tejido de errores y afirmaciones gratuitas : sólo rectificaré, de pa­sada, los más visibles. La Crónica de Córdoba, por I. Gar­zón, trae interesantes pormenores locales, pero muy po­cos relativos á la crisis de julio y agosto de 1810. Fuera de su intolerable parcialidad, la versión del capellán Jimé­nez (publicada en Torrente) resulta á la par incompleta y errónea. Considero de importancia capital la relación anónima que en el tomo de los Anales se publicó bajo el número 47, y que debo á la amabilidad de la familia de Liniers. El manuscrito que posee ahora la Biblioteca es una copia moderna, hecha con gran cuidado sobre el ori­ginal, por el mismo conde de Liniers, según su propia afirmación. Algunas trocatintas de lengua y ortografía no deben, pues, tenerse por indicios respecto del autor, proviniendo evidentemente del copista. La más ligera crítica comprueba que no pudo cometer galicismo tan gro­sero como el de incroyable (por increíble) quien usa de corrido un estilo genuinamente español, si bien con las incorrecciones de gramática y ortografía que eran en­tonces frecuentes. Toda tentativa de atribución precisa sería hipotética; se puede, sin embargo, encerrar en un círculo bastante estrecho la conjetura. De la lectura del documento se infiere (como lo advierto en las notas co­rrespondientes) : 1 . ° que el autor era español y sacerdote; 2.° que no asistió á las ejecuciones, si bien puede haber sido actor en los primeros episodios de la fuga; 3.° que, además de conocer el medio cordobés, allegó los datos más seguros y circunstanciados de los sucesos (probablemente

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la depos ic ión del v i rrey había sido votada en el cab i ldo ab ier to ; pero las A Tersiones de los sucesos resultaban incompletas y contradictor ias , c omo transmit idas de posta en posta por v ia jeros , ha ­biéndose suspendido de orden superior toda sali­da de correo . Real izóse aquella misma noche una pr imera junta en la casa part i cu lar del goberna­dor Gutiérrez de la Concha , á la que asistieron Lin iers , el obispo Orellana, el coronel A l l ende , los oidores Moscoso y Zamal loa , los alcaldes P i e ­dra y Ortiz , el asesor R o d r í g u e z , el deán Funes y el tesorero Moreno .

A l g u n o s de los presentes f o rmaban parte de la tertul ia diaria del g o b e r n a d o r ; pero otros, c o m o Funes y los alcaldes , hab ían sido invi tados á causa de las c i r cunstanc ias ; en cuanto á L in iers , se hallaba en la c iudad , c omo d i j i m o s , por su ne ­g o c i o de A l t a Grac ia con d i cho doctor don V i c t o ­r ino R o d r í g u e z , su futuro compañero de in for ­tunio . La conferenc ia se redu jo á comentar los

de los actores sobrevivientes Luis Liniers, Alzogaray, García, etc.) en vista de la publicación—aunque no creo que ésta se realizara. Si el autor no es el mismo capellán D. Gregorio T. Llanos, ha recibido, seguramente, las con­fidencias de éste. Por consiguiente, á pesar de todas las afirmaciones en contrario (sugeridas por la lectura de Torrente) debe rechazarse la atribución al padre Jimé­nez. Este asistió á la ejecución, confesando á tres de las víctimas; además, su versión, no sólo difiere de la anóni­ma, sino que en varios puntos la contradice. A pesar de cierta exageración en lo referente á la actitud de los pa­triotas, la novedad y exactitud del relato anónimo lo co­locan, como dije, en el primer puesto después de los do­cumentos oficiales.—Para la pintura del trágico episodio, nos vemos condenados á emplear testimonios espurios, llenos de detalles apócrifos ó visiblemente deformados por la pasión partidaria ; creo, sin embargo, que el presente merece en su mayor parte ser exceptuado. Sin aceptar la versión en su espíritu y tendencia, la tengo por general­mente fidedigna en lo material. En todo caso, considero que deben publicarse hasta las más absurdas de uno y otro bando, aunque sólo fuese para mostrar á qué grado de aberración puede conducir el fanatismo patriótico y sectario.—En las referencias, designaré por «el Anónimo» a! autor de este relato.

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acontec imientos y preparar los ánimos en previ ­sión de otros inminentes .

E l correo general del 4 de j u n i o t ra jo impresos y oficios relativos á la instalación del nuevo g o ­b ie rno : p l iegos del Cabi ldo de Buenos A i res , de la Junta y de la A u d i e n c i a , además de muchas cartas par t i cu lares ; por fin, la c ircular de conc i ­l iac ión arrancada á Cisneros. Vo lv i e ron las c i ta­das personas á reunirse de noche en la misma casa del gobernador , quien espresó sin ambages, su pro ­pósito de desconocer á la Junta , contando con el apoyo del A y u n t a m i e n t o y el vec indar io . Todos los presentes asintieron por lo pronto al parecer de Concha , con excepc ión de Funes que aconsejó se aceptasen los hechos consumados , ó, por lo m e ­nos , se resolviese en cab i ldo abierto tan grave asunto. Combat ida esta op in ión , y al parecer con gran vehemenc ia por L in iers , el Deán se retiró de la junta reacc ionar ia , adhir iéndose desde en­tonces pi íbl ica y act ivamente á la revo luc ión ( 1 ) . Esta act i tud del doctor Funes , agravada sin duda por otras mani festac iones posteriores, es la que ha servido de base para que a lgunos escritores nacionales y extranjeros le apl icaran el dicterio de traidor . Estudiados los hechos que mot ivan la acusac ión, la reputo in fundada por exces iva , si b ien considero m u y di f í c i l apartar del todo el car­go de de lac ión é inf idencia. Funes no fué prop ia ­mente un tra idor , por cuanto mani festó su d iscon­f o r m i d a d con los proyectos de Liniers y Concha, y se retiró de los conc i l i ábu los ; pero el solo hecho de haber concurr ido á ellos le impon ía guardar si­lenc io sobre su ob jeto y personas presentes. A h o r a b ien : no sólo esparció por Córdoba el secreto j u ­rado , sino que remit ió á la Junta de Buenos A i ­res, en 20 de j u n i o , su insidioso Dictamen, que

(1) Dice el Anónimo que el dictamen de Funes se produjo en la junta del 4 ; pero creo que en este caso debe tenerse por decisivo el testimonio de Funes, publi-cado_ á raíz de los sucesos. Hubo sin duda varias confe­rencias: de alú la confusión.

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impor taba una de lac ión ,—tanto más v i tuperable cuanto que fué conoc ido en la capital estando aún sin marcharse la exped i c i ón , y hasta se pub l i có en la Gaceta (7 de agosto) antes de haberse insistido en la sentencia i rreparable . . ¿ C ó m o caracterizar sin in just i c ia tal ex t rav ío , en un hombre cuyo n ive l mora l no era seguramen­te infer ior al de la g e n e r a l i d a d ? — E l doctor don Gregor io F u n e s , que á la sazón contaba sesenta años, era un sacerdote intruído y l iberal , no des­t i tuido de talento l i terario ni de m o r a l i d a d : sólo que su talento c i ceron iano consistía en di luir ideas cortas en frases largas , y su mora l idad fluc­tuaba á merced de sus pasiones. Entre éstas, eran dominantes la v a n i d a d y la a m b i c i ó n . Después de bachil lerarse en A l ca lá , vo lv i ó á su patr ia , allá por 1780, provisto de una canong ía , y desde en­tonces compart ió su v i d a entre borra jear y pre ­tender . Sus escritos todos (antes del Ensayo His­tórico ) pertenecen al género amor fo de las orac io ­nes fúnebres ó congratulator ias , in formes doc tr i ­nales , po lémicas de claustro y batallas de sacris­t í a ; sus pretensiones g i raban , natura lmente , en el c írculo de las prebendas y d ign idades eclesiásti­cas. Su correspondencia pr ivada , que tengo á la vista, arro ja luz curiosa sobre esa existencia de canón igo vanidoso é intr igante , que se agita sin tregua en torno de su campanar io co lon ia l , al modo de un cetáceo de jado por la marea en un charco de escaso f o n d o , donde se revuelve incan ­sable en espera de otra gran creciente l ibertadora . Mantenía á dos agentes en M a d r i d , ocupados en comprar le l ibros , mús i ca , barat i jas ,—sobre todo en mover ante los consejos peninsulares sus ins­tancias y candidaturas . Conseguido el deanato , const ituyóse en pretendiente perpetuo á todos los obispados vacantes de A m é r i c a y hasta de F i l i ­p inas . F u é el Tánta lo de la mi tra , gastando en untos y prop inas la renta del obispado que no l o ­g ró j amás . Después de c ien decepc iones , que no eran tales para sus agentes , éstos h ic ieron espe­jear ante el des lumhrado Deán ¡ n a d a menos que

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la sede de Córdoba ( 1 ) ! Fueron meses de febr i l correspondenc ia : el l i cenc iado F lores , su condis ­c ípu lo de A l c a l á , teníale asegurados varios votos en la consulta . Y tan seguros los tenía el amigo F lo res , que en abri l de 1805 salió con la chus­cada de haberse n o m b r a d o — ¡ pero fuera de con­sulta !—al premostratense Orellana, catedrático en Y a l l a d o l i d , — y sobre todo hermano de un togado m u y arr imado al candelero . N o insistamos en la car idad evangé l i ca que los dos compadres gastaron con el favorec ido catedrát ico , sin que bastaran para desagraviar al cordobés los dos años de g o ­bierno en sede vacante que Orellana le de j ó , antes de resolverse á lo que él tenía por «sacr i f i c io» , cual si a l gún presentimiento le anunciara el ne ­gro porvenir . Sea como fuere, hay indic ios claros de que , hasta 1810, Funes quedó resentido contra Orellana, é impac iente por verle sa l i r—ó caer.

Otras rencil las locales hab ían cavado hondas divis iones entre los Funes y el g rupo gubernista . A consecuencia de r ival idades conce j i les , A m b r o ­sio Funes había v iv ido casi desterrado en Buenos A ires por las persecuciones reales ó imaginar ias de Concha , el asesor R o d r í g u e z , A l lende y otros cabeci l las del bando adverso. Y o l v i ó á fines de 1809, merced á la protecc ión de Cisneros ; pero dispuesto, nos dice la crónica loca l , «á lanzarse contra una autor idad que le era antipática de m u c h o t iempo atrás» ( 2 ) . En suma, los dos her­manos F u n e s , con encabezar el part ido de oposi ­c ión co lonia l , tenían med io andado el camino re ­vo luc ionar io ; las instancias y promesas de la J u n ­ta hieiéronles andar el resto ( 3 ) . Sabido es c ómo

(1) Vacante por fallecimiento del obispo Moscoso. ( 2 ) IGNACIO GARZÓN, Crónica, de Córdoba, I , 1 1 7 . (3) Consta por la correspondencia de Funes que Ma­

riano Moreno había sido su abogado en 1807. De esto na­cieron sus relaciones cordiales que, por supuesto, pesaron luego tan poco en la actitud del Deán como diputado, como su vieja amistad con Liniers en su conducta respec­to de su protector. Funes practicó siempre la «indepen­dencia del corazón».

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su celo fué prontamente r e c o m p e n s a d o ; pero pro ­b a b l e m e n t e c i f raron su más inmediata recompen­sa en la caída de sus adversar ios ,—sin que esto importe decir que previeran ni desearan el san­gr iento desenlace. As í es c omo se puede exp l i car , sin deb i l idad ni acr imonia , la conducta del cé le ­bre Deán . Para la inmensa mayor ía de los h o m ­bres, las convenienc ias personales se anteponen á los intereses de g r e m i o ó vec indad , y éstos, á su vez , á los de la r e p ú b l i c a , — á pesar de ser m á ­x i m a corriente que debieran seguir una p r o g r e ­sión contrar ia . Entre los dos polos morales , ha ­bitados por los santos y los monstruos , la m u c h e ­dumbre intermedia sólo obedece al e g o í s m o ; su conducta f o rma una serie de actos neutros, ni m e ­ritorios ni perversos, c omo que casi nadie hace el b ien ni comete el m a l gratu i tamente , sino á i m ­pulso de la van idad ó el interés.

El 7 de j u n i o , l legaron de la capital varias car­tas part iculares de vencedores y venc idos para los reacc ionarios de Córdoba . Saavedra , Be lgrano y otros escribían á L in iers , p intando á su m o d o la s i tuación é invocando en sus misivas el nombre de F e r n a n d o V I I , cxvyos derechos juraban á todo trance defender . Otra cuerda más ínt ima hacía v ibrar el desconsolado Sarratea, temeroso ya de las consecuencias funestas que los ímpetus de su yerno podían acarrear á su f a m i l i a . Sin dec id ir cuál fuese el peso respect ivo de unas y otras ins­tancias en la resolución de L in iers , no es dudoso que en d i cha fecha tenía determinado abstenerse de toda part i c ipac ión directa en los proyectos del br igad ier C o n c h a , — y acaso éste m i s m o vac i lara en presencia de las protestas conc i l iadoras de. la Junta . Prueba de lo pr imero es la carta de Li - , niers al doctor Echevarr ía ( 1 ) , anunciándole ter-

(1) Documento número 29. «El sábado me voy con toda mi familia á Alta Gracia, á cavar mi tierra, sembrar y plantar árboles». La concisión de esta carta parece re­lacionarse con la adhesión de Echevarría al nuevo go­bierno.

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niinanteniente su salida al campo para el sábado siguiente (9 de j u n i o ) ; y no tenemos fundamento para pensar que este v ia je no se realizara. Por otra parte , es indiscut ib le que la act itud de Con­cha y del Cabi ldo , cuyas sesiones de j u n i o siguió aquél pres id iendo , robustece mi con jetura . E n la sesión del 8, tomáronse en consideración los ofi­cios pasados por el Cabi ldo de Buenos Aires y por la Junta Gubernat iva , resolviéndose contestar al pr imero que este pueblo estaba pronto á desig­nar un d iputado al congreso de las Prov inc ias , y á la segunda que no «debe dudar por un m o ­mento que este Cabi ldo siempre ha reconoc ido las autoridades lega lmente const i tuidas» ( 1 ) . Sin de­jar de manifestar su recelo por la exped ic ión ar­mada que la c i rcular del 27 de m a y o anunc iaba , las autoridades de Córdoba no hab ían , pues , asu­mido aún una act i tud i r revocab le ; y pudo Liniers conc i l iar las sríplicas de los suyos con el pedido de Saavedra que « le ex ig ía únicamente se retirase á su casa de c a m p o » .

Esta ca lma aparente no era sino el breve y an­gustioso si lencio que precede el estallar de la tor ­menta . E l correo del 14 de j u n i o tra jo un oficio de la A u d i e n c i a , avisando la const i tuc ión del Con­sejo de R e g e n c i a , á los efectos de su reconoc i ­miento y jura por las prov inc ias del v i r re inato ; el mismo día l legó de Buenos Aires el doctor don Mar iano I r i g o y e n , cuñado del gobernador y envia ­do confidencial de la Junta para gestionar un aco­modamiento ( 2 ) . Las mismas c ircunstancias se

(1) Actas del Cabildo de Córdoba, publicadas en Ar­chivo general de la Ii. A., I, 134 y sig. El manuscrito existente en el Archivo de Buenos Aires es evidentemente la copia solicitada, en agosto de 1810, por el comandante Ortiz de Ocampo «para calificar la culpabilidad de los vocales». Era natural que el Cabildo, al cumplir la orden, se esforzase en atenuar las responsabilidades, omitiendo ó alterando quizá ciertos pasajes de las actas. No he podido hasta ahora cotejar los dos textos, pero espero hacerlo al properar una segunda edición.

(2) El doctor Mariano Irigoyen era decidido patrio­ta ; en el cabildo abierto del 22, había votado con Martín Rodríguez.

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encargaban aquí de f o r m u l a r el d i lema en una f o rma aún más perentoria y aguda que la que en otras partes asumía. E n el R í o de la P la ta , espec ia lmente , m u c b o s eran los je fes españoles que bab ían ced ido al atractivo del m e d i o social y al encanto de la m u j e r amer icana , emparentán-dose con las fami l ias pr inc ipa les . Estos v ínculos de la sangre eran los que unían estrechamente á los adversar ios ; y para todos los que obedecieran al austero d ic tado del deber, la cuchi l la de acero, que sólo aparecía separando bandos po l í t i cos , des­garraba en real idad la carne v i v a , mut i lando los corazones y dispersando los hogares .

P o r no baber quer ido sentir , ó haber acal lado , ese estremecimiento de las entrañas, es por lo que nuestros historiadores han desconoc ido la trágica grandeza de la protesta realista, y negádose á cob i jar ba j o el m i s m o dosel de g lor ia á los apósto­les armados de dos creencias enemigas , pero i g u a l ­mente sagradas y venerables en sus con fesores .— Se pronunc iará a lgún día la sentencia reparadora sin mezquinas reservas ; se ensanchará á la m e ­dida de un gran pueblo la noc i ón de just i c ia , para con fund i r en un m i s m o culto admirat ivo , no d igamos á los verdugos c on las v í c t imas , sino á los soldados de una y otra causa que cayeron en buena l id al p ie de su bandera . Entonces reconoce ­remos á nuestros « v a n d e a n o s » , y miraremos alzar­se en una plaza de la c iudad reconquistada , la estatua de Liniers junto á la de B e l g r a n o , c o m o se han alzado en otra parte , á impulso de un solo pa ­tr iot ismo, las de H o c h e y L a R o c h e j a c q u e l e i n . . .

L a mis ión de I r i g o y e n iba part i cu larmente d i ­r i g ida al gobernador Concha , y también al asesor R o d r í g u e z que gozaba de gran prest ig io social y univers i tar io . Fueron vanos los l lamamientos del parentesco y de la amistad: Concha declaró que la instalac ión de la R e g e n c i a de Cádiz le d i c ­taba su deber de mandatar io y s o l d a d o ; y el día l o remit ió al Cab i ldo , para su cons iderac ión , los oficios de la A u d i e n c i a . A d e m á s de la m i ­noría opositora , no fa l taban en el A y u n t a m i e n -

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to ánimos prudentes que aconsejaban la absten­c ión , si no la sumisión á la Junta : pero aquellos mismos , puestos entre las amenazas le janas de Buenos Aires y las más próx imas del poder l o ­ca l , ced ieron á las ú l t imas , c on la misma lógica conservadora con que , al acercarse Ortiz de O c a m -po , bab ían de convertirse en una m a j a r í a revo lu ­c ionar ia . E l 20 de j u n i o , el A y u n t a m i e n t o , presi ­d ido por el gobernador , resolvió que se reconociese y jurase la R e g e n c i a «en el m o d o más solemne y á la m a y o r b revedad» ( 1 ) . P o r aquellos mismos días, L in iers había rec ib ido comunicac iones se­cretas de Cisneros, traídas por aun sujeto de su conf ianza» (que sería sin duda a lguna el j oven L a -v í n ) , y en las cuales el v irrey le confer ía plenos poderes para organizar la resistencia en todo el v i rre inato , obrando de acuerdo con las autor ida­des del P e r ú ( 2 ) . H u b o de vo lver - inmediatamente de A l t a Grac ia , pues desde fines de j u n i o le v e ­mos tomar la d irecc ión de los preparat ivos ; y si pudiera vac i lar aún su act i tud , debieron de dec i ­dirla las v io lencias e jercidas por la Junta Guber ­nat iva contra el v irrey y la Audienc ia de Buenos

(1) No consta por las actas capitulares que se haya realizado la jura. Pero, por las razones apuntadas, esta publicación es muy deficiente: no es admisible v. gr. que en aquellas circunstancias críticas, el Cabildo estuviese sin reunirse desde el 20 de junio hasta el 7 de julio. El mis­mo señor Garzón nota la falta de varias actas. El Anóni­mo da sobre la jura detalles que inducen á creer en su realización.

(2) En el relato del Anónimo se dice que Liniers reci­bió «en el mismo correo del 7» las comunicaciones de Cis­neros «por conducto de un sujeto de su confianza y de la del virrey» : hay evidentemente contradicción en los tér­minos. Además, del mismo texto se deduce que estas co­municaciones no fueron leídas en la reunión del día 7, sino en otra posterior á que no asistió Funes. Estas cartas reservadas serían las traídas á caballo por el joven Mel-ehor^Lavín, con toda la celeridad que la urgencia del caso exigía y se hizo proverbial en Córdoba, sin asumir las proporciones fantásticas que el capellán Jiménez (versión de Torrente) ha propalado. Consta por el relato del Anó­nimo que Lavín quedó al lado de Liniers como ayudante.

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Aires ( 1 ) . L a suerte estaba e c h a d a ; y cuando , á pr inc ip ios de j u l i o , su apoderado L e t a m e n d i l legó á Córdoba ¡jara unir sus propias súplicas á las de la fami l ia , los esfuerzos del amigo y las ú l ­t imas prevenciones de la Junta se estrellaron en lo irrevocable ( 2 ) .

L a defensa de la causa española en el v irre inato ofrecíase á L in iers ba j o dos aspectos dist intos : el general , que consistía en alzar contra la revo lu ­c ión las fuerzas movi l i zadas de todas las p r o v i n ­cias, desde Montev ideo y el Paraguajr basta el A l t o P e r ú ; el part i cular , que por lo pronto se l imitaba á esperar en Córdoba la l legada de la d iv is ión de Buenos A i res , y batir la en un punto favorab le , á inmediac iones de la c iudad . D e los varios documentos y datos dispersos que be pod ido consultar , se desprende que el pr imer p lan fué el de L in iers : á él obedecen sus numerosos oficios al v irrey A.bascal, á Goyeneche , Nieto y demás autoridades del norte , instándoles á que reconcen­traran sus mi l i c ias hasta f o rmar un e jérc i to de o b ­servación en el A l t o P e r ú ; en tanto que despacha­ba , el 3'0 de j u n i o , á su h i j o Lu is con ins trucc io ­nes análogas para los je fes de Montev ideo . Su intenc ión , según el documento anón imo , era salir de Córdoba con a lgún cuerpo- respetable ,

(1) Háse atribuido la resolución de Liniers á este destierro de Cisneros, que le devolvía de hecho y derecho el mando superior del virreinato. Todas las presunciones y los antecedentes expuestos son contrarios á esta conje­tura ; pudo Liniers considerarse más obligado ahora á defender una causa que había perdido su jefe legítimo ; pero seguramente no se movió á impulsos de la ambición, quien acababa de expresar tan espontánea y enérgica­mente su repugnancia y desprecio por el mando.

(2) Véase el documento número 30. La prontitud con que Moreno ordenó el mismo día la entrega del pasa­porte pedido, muestra que se esperaba todavía convencer á Liniers. Entiendo que D. Francisco de Letamendi era socio de Sarratea, y es interesante comprobar con su solicitud la opinión que tenían los mismos amigos y alle­gados de Liniers acerca de su carácter dúctil en la vida ordinaria, Véase también la carta (documento número 31) que Liniers escribió á su suegro Sarratea, y constituye la apología más ingenua y sincera de su conducta.

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que se engrosaría en el t rayecto , y reunirse con las fuerzas peruanas para mover luego contra B u e ­nos Aires un poderoso e jérc i to , de jando á reta­guard ia el norte paci f icado. A este concepto ame­r icano de la contrarrevoluc ión respondía (aunque se p r o d u j o a lgo tarde) la act itud del Cabi ldo de Córdoba que , á mediados de j u l i o , reconoc ió pro ­v is ionalmente la superior autoridad del v i rrey de L i m a en lo po l í t i co , y de la A u d i e n c i a de Charcas en lo j u d i c i a l — s i b ien mandó archivar la grave resolución en « la alacena de tres l laves» . Cono­cidos los recursos con que contaban los je fes del P e r ú , y el c a m p o favorable que allí encontró la reacc ión española, parecía bastante plausible el p lan estratégico de L in iers . Pero fuera vano ep i ­l ogar sobre un proyecto que no tuvo siquiera un pr inc ip i o de rea l izac ión : sabido es c ómo tr iunfó el p lan de Concha , que consistía en local izar en Cór­doba la resistencia, sin per ju i c i o de sublevar c on ­tra la Junta los pueblos interiores, especialmente los de Cuyo que estaban dispuestos á p ronun­ciarse.

Cediendo , pues , á consideraciones locales , cuya poca solidez no se le ocul taba , L in iers hizo suyo el p lan del g o b e r n a d o r ; y sólo atento ya á sus ventajas posibles , apl icó toda su act iv idad y e x p e ­r ienc ia en organizar los elementos de la p r o v i n ­c ia . E n pocas semanas las mi l i c ias de Al lende l le­garon á f o r m a r una divis ión de unos m i l h o m ­bres de caballería, cuya educac ión mi l i tar hubo de reducirse al m a n e j o del a r m a ; la in fanter ía , escasa y mala , constaba de un batal lón prov inc ia l que apenas prestaría servicios apreciables en la plaza misma ó sus cercanías. Encarece el A n ó n i ­m o la cooperac ión eficaz que como instructor pres­tó el tesorero Moreno , ant iguo oficial español , sin duda más act ivo que el respetable A l l ende , qu ien , de puro veterano, resultaba invá l ido . ISTí el armamento ni las munic iones escaseaban, como tampoco las buenas « caba l ladas» ,—sobre todo las muías de carga y t i ro , cuya falta absoluta haría tan lentas y penosas las marchas del e n e m i g o . L i -

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niers d i r ig i ó personalmente el monta je de la arti l lería, l ogrando de jar listos catorce cañones sacados del fuerte San Car los ; también fabr i có 600 granadas de m a n o , « c o n un barro m u y duro , y se exper imentó , hac iendo m u c h o estrago» . E n suma, á mediados de j u l i o , el estado de la defensa parecía satisfactorio , tanto más cuanto que se anunc iaba la incorporac ión de los destacamentos salidos de Mendoza y San L u i s , que casi habían de dupl i car el actual e fec t ivo . Si á las ventajas del m í m e r o y de los medios de m o v i l i d a d se agre ­gaban las de la s i tuac i ón ,—apoyadas las fuerzas en la c iudad y auxi l iadas por una pob lac i ón c a m ­pestre toda adicta al g o b i e r n o , — a m é n del innega ­ble prest ig io que rodeaba el nombre del R e c o n ­quistador , parecía asegurado el t r iunfo contra la d iv is ión aux i l iadora , que todos los rumores c i r cu ­lantes mostraban diezmada por las deserciones 3-rendida por las fa t igas . E n todo caso, no se ponía en duda que cada día transcurr ido reforzara los augurios prop ic ios á la causa realista, m e r m a n d o proporc iona lmente los favorables á la revo lu ­c i ón . ..

A m e n a z a d a por el norte , desconoc ida en M o n t e ­v ideo y en el P a r a g u a y , casi exhausta de recur­sos (1 ) é impos ib i l i tada para desprender de la ca­pital los pocos batallones que mantenían el orden precar io , la Junta Gubernat iva no había conse­g u i d o sin grandes esfuerzos organizar la e x p e d i ­c i ón á las prov inc ias interiores , que ella misma inscribiera en su p r o g r a m a . L a sola act i tud de Córdoba hac ía más que justi f icar po l í t i camente la med ida arbitraria , demostrando , al par que su

(1) En los cinco primeros meses de 1810, lo recaudado por estas tesorerías daba un promedio mensual (en cifras redondas) de 650.000 pesos; en junio (según los estados publicados en la Gaceta) la renta fué de 527.000 pesos; en julio, cayó á 311.927 pesos; desde entonces volvió á subir paulatinamente, alcanzando en diciembre á 416.000 pesos. La revolución causó, como era natural, cierto malestar económico cuyos efectos se prolongaron bas­tante. Es el efecto inevitable de todo trastorno político.

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necesidad, lo insuficiente de sus pr imit ivas pro ­porc iones . Para internarse en el v irreinato estre­m e c i d o é imponerse á las autoridades vaci lantes ú hosti les , no era un cont ingente de quinientos hombres , sino uno doble ó tr iple el que era ind is ­pensable mov i l i zar . ¿ D e dónde sacarlo « en quince d ías » , u n i f o r m a d o y d i sc ip l inado? ¿ A qué jefes patriotas confiaríase la mis ión de vencer á genera­les ilustres ó mil i tares de carrera, c omo lo eran L in iers , Concha , Nie to y Goyeneche? ¿ D e qué arbitrios se va ldr ía el gob ierno para pagar el ar­m a m e n t o , los suministros y sueldos de la d iv is ión puesta en c a m p a ñ a ? . . . L o s arduos problemas que estas preguntas entrañaban fueron resueltos con una decis ión y , en general , un acierto admirables . Si otras faces de la acc ión revo luc ionar ia son d is ­cutibles y hasta condenables , es justo reconocer que su energía venc ió todos los obstácidos y d o m i ­nó las c ircunstancias . N o sólo la act iv idad conta­giosa de Moreno ga lvanizó á la Junta Gubernat i ­va , sino que se p ropagó á la pob lac ión entera, c on ­v ir t iéndo la en co laboradora act iva de sus desig­nios . D e los departamentos de Gobierno y Guerra, que Moreno directamente mane jaba , salieron en aquellas semanas febri les , y minutados de su puño y letra los más, centenares de órdenes y decretos : cada u n o de los cuales resolvía una duda , alla­naba una di f icultad, doblaba una resistencia, l le ­v a n d o en su brevedad imperat iva , hasta los c on ­fines del terr i tor io , una misteriosa v i r tud de obe ­dienc ia y adhesión.

Formóse la l lamada « E x p e d i c i ó n a u x i l i a d o r a » , d istrayendo una ó dos compañías de los cuerpos existentes ( cuyos vacíos se l lenaron inmediata ­mente con rec lu tas ) , en la proporc i ón s iguiente : dos compañías de cada uno de los batallones m í ­meros 1 y 2 ( P a t r i c i o s ) , m í m e r o 3 ( A r r i b e ñ o s ) , números 4 y 5 (ant iguos Montañeses y A n d a l u ­ces) y de Castas, esto es, diez compañías que su­mar ían unos 600 hombres , fuera de oficiales y

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agregados ( 1 ) . L l e v a b a , además, cuarenta arti l le­ros veteranos y sesenta de la U n i ó n (artil lería v o ­lante ) ; c incuenta soldados del F i j o , otros tantos dragones y brisares, y , por fin, c ien b landengues (en todos éstos estaban inclusos los o f i c ia les ) ; el total e fect ivo no pasaba de m i l hombres el día de la revista (25 de j u n i o ) en la plaza de la V i c ­tor ia . Componían la p lana m a y o r : el coronel don Franc isco Ortiz de O c a m p o , pr imer c o m a n d a n t e ; el teniente coronel don A n t o n i o Ba l car ce , segun­do c o m a n d a n t e ; don H i p ó l i t o V iey tes , c omis i ona ­do de la J u n t a ; el doctor don Fe l i c i ano Chic lana , auditor de guerra ( 2 ) ; don J u a n G i l , comisario de g u e r r a ; por fin, dos c i ru janos y dos capel lanes. P a r a todas las resoluciones y prov idenc ias re la­t ivas «á la conducta pol í t i ca con los pueblos y el gob ierno mi l i tar de la e x p e d i c i ó n » , constituíase una Junta de comis ión f o rmada del pr imer co ­mandante , el A u d i t o r y el Comis ionado . Es sabido que fué secretario de esta junta don V i cente L ó ­pez ( 3 ) . A l fin l ogró moverse del Monte de Castro

(1) Una sola compañía de Patricios (la 7. a del 3 e r ba­tallón) alcanzó, durante la Defensa, á tener 65 hombres, inclusos tres oficiales. El término medio era de 60 hom­bres.

(2) Chiclana no desempeñó estas funciones (Archivo, I, 90) ; el 28 de julio, alcanzó á la expedición en Fraile Muerto, pero fué sólo para reforzar su escolta y seguir viaje á Salta con misión de la Junta (Ibid.; 106). No tuvo, pues, como se ha dicho, que «apurar á los persegui­dos» (quienes á la sazónmandaban todavía en Córdoba), y lo que hizo, al contrario, con sus doce blandengues, fué desviarse prudentemente de la ciudad.

(3) La página (III , 195) en que el doctor López nos instruye de la expedición es un buen espécimen del mé­todo descansado que gastaba en sus historias; transcribiré algunas de sus afirmaciones notables, con un breve comen­tario al frente :

«El Puente de Márquez, c o l o ca ­do entonces d las márgenes de! rio de Lujan, c omo á diez leguas al oeste de la capital, fué el lugar

El cuartel general fué el Monte de Castro (Floresta), muy distinto y distante del Puente de Márquez; éste, por otra parte, nunca estuvo

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el pequeño e jérc i to , l l egando el 14 de ju l i o á L u ­jan, donde comple tó sus preparat ivos y recibió su comandante nuevas instrucciones de la J u n t a — que no serían las ú l t imas , pues la in fat igab le v i ­g i lanc ia de Moreno bab ía de seguir etapa por etapa la marcha de la exped i c i ón .

De las órdenes impart idas y rec ibos otorgados por los j e fes , se infiere que las fuerzas iban regu ­larmente un i f o rmadas y provistas , con ant ic ipo de sueldo los oficiales y tropa, buen armamento y mtmic iones abundantes : todo ello, que representa­ba un gasto c rec ido , se había pagado en parte con un empréstito subscripto por el comerc io , ba j o la garantía de Larrea y otras casas importantes , y los pr imeros donativos espontáneos del vec indar io . Esta contr ibuc ión patr iót i ca , que añadía á su

donde se formó el campamento de reunión de los c u e r p o s , .

«(NOTA).—El total efectivo se componía de dos batallones de Pa­tricios con 360 hombres; del bata­llón de arribeños con 250; de 200 pardos y morenos; 150 correnti-nos; c omo 200 dragones y 76 arti­lleros con ocho piezas de campa­ña...»

«Mandaba la expedición el c o ­ronel Ortiz de Ocampo que como comandante del batallón de Arri­beños había hecho sus primeras armasen la Defensa... Entre los jefes de cuerpo se distinguían D. Martín Rodríguez, Viamonte, Díaz Vélez y otros.. . La secretaría era servida por el doctor don V i ­cente López. Además acompaña­ba al e jérc i to . , el vocal de la Junta gubernativa don Hipólito Viey-tes . , »

á las márgenes del río de Lujan sino sobre el rio de las Conchas (como todos los puentes), á una legua de Morón y, por cierto, no á diez de Buenos Aires.—El regi­miento de Patricios constaba en­tonces de dos batallones con nue ­ve compañías cada uno: era difí­cil , pues, confundir la compañía con el batallón. (Sobre la forma­ción del ejército véase la página anterior). La artillería se c o m p o ­nía de cuatro piezas volantes y dos obuses.—Ocampo era capitán de Arribeños en la Defensa: el c o ­mandante era don Pío de Gama y el sargento mayor I. Pazos .—Mar­tín Rodríguez no estuvo nunca en la expedición: quedó en Buenos Aires, hasta que en noviembre pa ­só á Santa Fe y Entre Ríos (Archi­vo). Viamonte no se incorporó a l a expedición hasta enero de 1811, en Potosí. Díaz Vélez estaba en Bue­nos Aires cuando fué nombrado, en 12 de septiembre, tercer jefe de la expedición, á la que también se incorporó en el Alto Perú.—El l i ­cenciado López nunca fué doctor ni tomó este título... Lo de Viey-tes no prueba que el historiador de la Revolución ignorase los nom­bres de los siete vocales de la pri­mera Junta, sino su incurable y desastrosa ligereza.

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388 SANTIAGO DE LINIERS valor prop io el m u c h o más importante de su s ig­ni f icado m o r a l , hab ía sido encabezada por Mar ia ­no Moreno con seis onzas de o r o ; y tras de él el pueb lo entero , sin d ist inc ión de clase n i sexo, iba l levando su óbo lo á esa «patr ia n u e v a » : vaga abs­t racc ión que comenzaba á diseñarse por entre las nubes tumultuar ias de la revo luc ión , y que tan extraña f o r m a real , revestiría con los años en las imag inac iones populares . A l g u n a s subscripciones sorprenden por lo c ons iderab les ,—como la de don Gervasio Posadas , que pasa de 1500 pesos, fuera de seis meses de sueldo,-—otras por su relat iva pars imonia , c o m o la del presidente Saavedra (50 pesos) ( 1 ) ; y las h a y también más c o n m o v e d o ­ras aiín que las ofrendas humi ldes de los negros esclavos para una cruzada de e m a n c i p a c i ó n que no era todavía sino la de los b lancos : y son las de los españoles que , al enviar sus ahorros á la J u n ­ta, f o r m u l a n votos ingenuos por la causa del P e y ! P e r o , en genera l , el arranque de independenc ia fué tan consciente c o m o espontáneo ; y así lo de ­muestra , m e j o r que las subscr ipc iones , el c oncur ­so eficaz que , á impulso del magnét i co Secretario , las poblac iones todas prestaron al l evantamiento .

A pesar de las deserciones inevi tables , supues­ta la organizac ión apresurada y al legadiza de al ­gunos cuerpos , la d iv is ión exped i c i onar ia avan­zaba sin graves tropiezos hac ia su dest ino , causan­do no poca sorpresa á sus je fes las pruebas inequ í ­vocas de adhesión que los vec indar ios le p r o d i g a ­ban , así en la prov inc ia de Buenos A ires c o m o en las de Santa P e y Córdoba ( 2 ) . Esta act i tud pre ­sagiosa respondía sin duda á un sent imiento p r o ­f u n d o del a lma p o p u l a r ; pero era también conse-

( 1 ) Saavedra, sobre ser hombre de fortuna, percibía 8.000 pesos de sueldo como Presidente; sabido es que Bel­grano, Matheu y Larrea, renunciaron al que como voca­les les correspondía (3.000 anuales).

(2) Archivo, I ; comunicaciones del Salto, Pergamino, Esquina y Fraile Muerto, fechadas del 20 al 30 de julio.

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cuenc ia de la incesante propaganda y disposic io­nes decisivas de la Junta . En pocas semanas, pol­la persuasión ó el terror, la l i ga de las autorida­des realistas, f o rmada por Concha y L in iers , ha ­bía quedado desart iculada. San J u a n , L a R i o j a , San L u i s y las provinc ias del norte aceptaban la s i tuación y nombraban sus diputados al Congreso ; en Mendoza , que era el centro reacc ionar io de Cuyo , había abortado una tentativa de resistencia encabezada por el comandante A n s a y y los min i s ­tros de la R e a l H a c i e n d a , y estos áreos» m a r c h a ­ban b a j o escolta á Buenos A i res .

Pero en Córdoba, sobre t odo , era donde el de ­r rumbe de la f rág i l empresa reaccionaria se pro ­nunc iaba día por día . A l pr inc ip io insidiosa é h ipócr i ta , la opos ic ión del g rupo de los P u n e s tornábase más briosa y audaz, al paso que venía m i n a n d o las autoridades y desprendiendo de la causa realista á los ind iv iduos más influyentes del c lero , del f oro y del c o m e r c i o — q u e no eran por c ierto los de alma m e j o r t emplada .

B a j o este t raba jo persistente y sordo de desor­gan izac ión , d i r ig ido desde Buenos A ires por el in ­flujo de M o r e n o , se d isgregaban á ojos vistas los batallones mov i l i zados : aparecían cada mañana los claros de jados en las filas por los desertores de la n o c h e , que hab ían ganado el monte ó la sierra, favorec ida su f u g a por manos ocultas . A m e d i d a que se aprox imaba el e n e m i g o , la resistencia de Córdoba se derretía c omo masa de nieve ba j o los rayos del sol que sube. E l f ogoso Cabi ldo de días antes no había esperado la ú l t ima hora para poner sordina á su intrans igenc ia : en las ú l t imas sesio­nes de j u l i o , se mani festaba ya el cambio del v i en ­to por las abstenciones. I g n o r a m o s lo que se d is ­cut ió en la del 27 , todavía presidida por el Gober ­nador , pues el acta correspondiente ha sido á t o ­das luces m u t i l a d a ; pero es probable que la act i ­tud de los capitulares presentes corroborase en la mente del in fe l iz mandatar io el anunc io del f raca -

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so inevi table ( 1 ) . A l día s iguiente, L in iers y Con­cha prepararon la ret irada á las prov inc ias del nor ­te, con las fuerzas que , al parecer , quedaban ad ic ­tas y a lgunos de los personajes más c o m p r o m e t i ­dos . L a salida se verif icó el 31 de j u l i o ( 2 ) . E l I o

de agosto, los señores del Cabi ldo , desprendiéndose de todo qui jo t i smo m u n i c i p a l , se apresuraron á estudiar la s i tuación á la luz del sentido práct i co . D e este estudio conc ienzudo resultó c lar ís imo ( ¿ e n qué estábamos pensando? ) que los oficios de la Junta y los papeles públ i cos de Buenos A ires « n o respiraban otros sentimientos que los de f raterni ­dad y u n i ó n » : por cons iguiente , se i m p o n í a , á j u i c i o del A l c a l d e de pr imer voto , el envío de un d iputado al general de la exped i c i ón , para p intar ­le el estado de consternación y or fandad en que la hu ida de los je fes mil i tares y del ob ispo había de jado al vec indar io , que sólo anhelaba abrir sus brazos á los emanc ipadores . Y como el segundo A l c a l d e se dist inguiese por la energía con que apo3?ó la m o c i ó n , este e locuente orador se encontró h o n r a d o , á g ran pesar suyo , con el de l i cado en­cargo de ser el san L e ó n del Genserico r i o jano , el cua l , por otra parte , era bastante manso y b o ­n a c h ó n . Dictáronse las prov idenc ias encaminadas al más d igno rec ib imiento de los l ibertadores : au-

(1) Faltan las actas de algunas sesiones, que segura­mente se realizaron entre el 21 y el 27de julio ;en ésta deja­ron de asistir varios vocales, y se deduciría del acta que se cerró la sesión apenas abierta | «por no haber nada que tratar»! Fué la última que presidió Concha.

(2) GARZÓN (obra citada, I, 124) dice, que el 31 de julio el Cabildo abrió pliegos del Gobernador, «de fecha 28, avisando que se ausentaba». Aceptando el dato, ello no indicaría que hubiera salido el día mismo en que lo comunicaba, si es admisible que el Cabildo esperase tres días para ocuparse de tan grave asunto. Por otra parte, la nota de Ocampo á la Junta, de fecha 1.° de agosto, no deja lugar á duda : «ayer á medio día han salido de Cór­doba...» Aunque se contaba 30 leguas del Paso de Ferrei-ra (de donde escribía Ocampo), no hay dificultad en ad­mitir que el chasque salido en la tarde del 31 llegase á cualquier hora al campamento. Concuerda con la fecha fijada por el Anónimo.

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toridades y vec inos se disputaban la glor ia de alo­jarlos c omo á su clase correspondía ; y no fué por culpa del Cabi ldo que el co leg io de Monserrat no se vio convert ido en cuarte l . E l 8 de agosto , O c a m p o y Vieytes tomaron posesión de la c iudad en med io de las ac lamaciones y repiques de c a m ­panas . A u n antes de depurar al Cabi ldo de sus elementos reacc ionar ios , la Junta de Comisión quiso recompensar los buenos servicios del deán Eunes , proponiéndo le para Gobernador inter i ­no (1); pero ya estaba des ignado don Juan M . P u e y r r e d ó n , que se rec ib ió el 16. E l 19, Eunes fué e leg ido d iputado al Congreso « p o r su patr io ­t i smo y l i teratura» , c o m o decía la Junta al apro ­bar el n o m b r a m i e n t o , y el electo justif icó i n m e ­diatamente los términos de la aprobac ión , d i r i ­g iendo al Cabi ldo una sol ic i tud en que exponía « q u e era m u y del caso se tuviera en cuenta al fijársele la dieta, que iba á abandonar su cátedra de matemáticas dotada con quinientos pesos en cada año , y que no podr ían ser sino m u y crecidos los gastos de su establec imiento en la cap i ta l » ( 2 ) . As í t e rminó , entre premios á la delac ión y la in­t r iga , la comedia pol í t i ca de la resistencia cordo ­besa: nos resta ahora asistir á su tragedia .

(1) Oficio á la Junta de 11 de agosto. D. Juan Mar­tín Pueyrredón había sido nombrado por decreto de 3 de agosto; para que todavía el 11 se ignorase en Córdoba este nombramiento, debe suponerse alguna demora en la comunicación. Creo que puede explicarse del modo si­guiente. El borrador de la comunicación al Cabildo de Córdoba (Archivo General, inédito) no se refería primiti­vamente á Pueyrredón, sino al señor coronel del regi­miento del rey, D. Martín Rodríguez; aparece tachado lo aquí subrayado, y puesto entre renglones teniente [co­ronel] D, Juan Martín Pueyrredón. El decreto hubo de retardarse algunos días, ya por renuncia de Rodríguez, ya por reconsideración de la Junta; pero quedó la fecha primitiva.

(2) GARZÓN, obra citada, I, 135. Todas las cosas de Funes están llenas de recovecos. ¡ Resulta ahora que era él mismo quien percibía los 500 pesos de la cátedra por él fundada! El Sr. Garzón dice que recibió como diputado 3.000 pesos anuales: era el sueldo de los vocales de la Junta.

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392 SANTIAGO DE LINIERS Antes de caracterizar la act i tud de la Junta

Gubernat iva respecto de los venc idos , cúmplenos tr ibutar just i c ia á las disposic iones oportunas y decisivas con que b izo tan fác i l él t r iunfo de los inconscientes vencedores . Mientras la exped i c i ón c u m p l í a sus etapas por las bondas rodadas del camino al P e r ú , la J u n t a — m e j o r d i c b o , M o r e n o , que la personif icó para lo bueno y lo malo en aquellos días — encerraba á los realistas en un c í rculo de ais lamiento que desbarataba sus p l a ­nes , así para esperar auxi l i os exteriores c omo para salir á buscar los . N o sólo estaban sometidas todas las autoridades de las prov inc ias l imítro fes , sino ganadas á la causa revo luc ionar ia y convert idas en cooperadoras suyas. Part idas armadas custo­d iaban los pasos de los ríos y las encruc i jadas de los caminos , desde el Paraná basta la Cordil lera y desde la P a m p a basta las abras del A l t o P e r ú . E l al férez L in iers que , con el doctor A l z o g a r a y , se d i r ig ía á M o n t e v i d e o , b a b í a caído en una de las diez trampas que á orillas del Paraná se le t e ­n ían armadas . L a ac t iv idad de la Junta no tuvo un instante de vac i lac ión ni des fa l lec imiento . T a en 8 de j u l i o , los cabi ldos ó comandanc ias de Cuyo , Santa E e , Catamarca , Sant iago , T u c u m á n y Salta tenían orden de aprehender á los « f u g i t i ­v o s » ; y el coronel don D i e g o Pueyrredón v ig i l aba la l ínea de J u j u y . A p e n a s convenc ido Moreno de que la resistencia cordobesa quedaría reduc ida á sus propias fuerzas, no la t omó en cuenta sino para cast igar á sus p r o m o t o r e s ; y el 1 7 , cuando éstos alardeaban en Córdoba con sus ardorosas mi l i c ias , á vista del Cabi ldo entus iasmado, era el día en que el terrible secretario decretaba que « i r remis ib lemente deben venir presos á esta c iu ­dad, con segura custodia : el Obispo , Concha , IÁ-niers , R o d r í g u e z , A l l ende , el oficial ( tesorero) Moreno , el a lcalde P iedra y el S índ ico P r o c u r a ­d o r » ( 1 ) .

(1) Archivo general, I, 19. Oficio de la Junta, 13 de julio de 1810. En 18 de julio (faltando casi tres semanas

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L o atrevido de la act itud era tanto más admira ­ble cuanto que (b ien lo mostraron los resultados, contra l o aparentemente d i f í c i l y adverso de las c ircunstancias) nac ía de un sentimiento exacto de la s i tuac ión. Sea cual fuere la l eg i t imidad de los medios empleados , es así c o m o una causa se defiende y v e n c e ; y , aceptada la responsabi l idad de la l u c b a po l í t i ca , no es 'dudoso que fuera el pr imer deber de la Junta perseguir á todo trance el af ianzamiento de la revo luc ión . L o cons igu ió , desde l u e g o , ostentando fe tan i n c o n m o v i b l e en su t r iun fo , que l ogró comunicar la no sólo á sus adictos , sino también á sus adversarios, que se sintieron venc idos antes de combat i r . E m p e r o , si la necesidad de vencer autorizaba en cierto m o d o el empleo de ciertos medios del ictuosos , debieron arrojarse después de la v ictor ia aquellas armas prob ib idas , apenas tolerables en el combate é in ­d ignas de ser instrumentos de gob ie rno . Antes se­ñalé aquella ment ira sistemática que envenenó la fuente de la r e v o l u c i ó n ; bab laré luego de las e j e ­cuc iones que salpicaron su frente de manchas tan indelebles c o m o las del Terror f rancés : quiero únicamente re fer irme ahora á la prédica inmora l y á la práct ica corruptora , que consistieron en glori f icar la tra ic ión y la apostasía, en tanto que se u l t ra jaba á las v í c t imas , sólo culpables de f ide­l idad á su patria y á su rey . P o r un monstruoso sofisma, que hubo de perturbar hondamente las conc ienc ias , inventóse una l ínea de d iv is ión f a n ­tástica que se trazara el 25 de m a y o : una suerte de nuevo ecuador po l í t i co que , así c omo el f ís ico cambia las estaciones, trastornaba bruscamente los pr inc ip ios morales , presentando como ún i co

para que la expedición llegara á Córdoba), la Junta fija­ba los detalles de la prisión : «no debe (en esto) oirse la voz de Funes ni relación alguna, sino ejecutar á ciegas y á todo trance la prisión de esas personas y remitirlas con toda seguridad...» Ni el alcalde Piedra ni el síndico Mier siguieron á los fugitivos; el primero se ocultó y el segundo fué indultado.

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criterio de lo justo y lo in justo la adhesión ó la resistencia á una causa m u y leg í t ima en el f o n d o , pero que necesariamente no podía ni debía apare­cer c omo tal á func ionar ios españoles. P o r efecto de una aberración ingenua , que exc luye toda in ­tenc ión sarcástica, los que se atenían al orden tra­d ic ional fueron perseguidos c o m o « revo luc i ona ­r ios» ( 1 ) ; y los je fes de la Reconquis ta española cayeron arcabuceados por sus compañeros de ar­mas , porque servían s inceramente la bandera real que los otros sólo l levaban de d is fraz . . . T o d o ello, debe la historia decir lo si aspira á ser la conc ien ­cia de la poster idad , no un vano paneg ír i co de lo pasado , in fer ior á la pura novela en arte l i te ­rario é invenc i ón . P o r eso también habrá de en­señarnos lo bueno después de lo m a l o , é invocar las c ircunstancias que atenúan la acusac ión, re­p i t iendo que Moreno y Castelli eran dos hombres de b ien ,—al l honourable trien! c o m o dice el Marco A n t o n i o de Shakespeare ,—dos caracteres auste­ros, servidos por inte l igenc ias cultas (que por cierto no c o m p a r o ) y per jud i cados por pasiones implacab les aunque exentas de m ó v i l sórd ido . Y acaso pudiera el h istor iador ps i có logo aventurar una ú l t ima con jetura , op inando que si fué una suerte para la revo luc ión argent ina ser d i r ig ida por dos hombres mora l ó inte lectualmente supe­r iores , quiso su desgracia que fueran ambos en­f e rmos : pues si es in fant i l mirar , c o m o lo h i c i e ­ron algunos piadosos monárqu i cos , un cast igo del Cielo en el fin prematuro de Moreno y Castelli , considero m u c h o menos absurdo buscar en ello una exp l i cac i ón de su carácter i rr i table , y t a m ­bién de su energía exasperada, que tuvo segura-

(1) Son abominables las comunicaciones cambiadas entre la Junta y los Allende (2 y 3 de septiembre de 1810), con motivo de los grados militares conferidos á éstos por haber delatado á su tío. Véase también el ar­tículo de la Gaceta de 16 de agosto en que se difama á Liniers, ya preso y condenado á muerte.

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mente a lgo de mórb ido y convuls ivo en su pas­mosa ac t iv idad .

E l 31 de j u l i o salieron de Córdoba los je fes rea­listas y demás func ionar ios españoles, a compa­ñados de unos 400 hombres de t ropa , y con el propós i to de ganar el A l t o P e r ú , según el ant iguo p lan de L in iers . Pero era tarde ya para real izar­lo ; la m a y o r parte de los oficiales estaba en con ­n ivenc ia con los patriotas para provocar la disper­sión de los soldados y retardar la marcha de los fug i t ivos . E n la misma noche del 31 desertaron c incuenta hombres , y la desbandada se pronunc ió en los días siguientes hasta el g rado de no quedar sino una compañía de b landengues de la F r o n ­tera. E n vano se sembraba el dinero para conte­ner la deserción incoerc ib le ( 1 ) : entre el Totoral y T u l u m b a , la compañía restante abandonó en masa á sus je fes con gritos é insultos. A l l í también se incendió el carro de munic i ones , y c omo los maes­tros de posta, inst igados por varios patriotas que ocul tamente seguían la exped i c i ón (2 ) , se nega ­ban á fac i l i tar cabal los , h u b o que c lavar los ca-

(1) Por orden del gobernador Concha, y dejando constancia, el tesorero Moreno llevaba 30 ó 40 mil pesos de las cajas reales. En el desfalco de 77.000 pesos que se denunció, estaba evidentemente incluido lo. gastado en la movilización y preparativos de defensa. Sobre la desapa­rición de la suma tomada á Moreno, véase el documento número 47. La denuncia de Ocampo (Archivo, I, 29) sobre que los (¡malvados meditaron también saquear el situado del comercio que transitaba por allí», fuera de no tener fundamento, no puede evidentemente referirse al situado del rey (como ha creído el doctor López) sino á caudales particulares que seguramente ninguno de los fugitivos meditó asaltar. Hemos visto ya que el situado del rey había pasado por Córdoba en mayo, dejando 50.000 pesos en esas cajas; este mismo dinero era el que sin duda se gas­taba en el camino. A esta denuncia de Ocampo hace pendant la del Anónimo, sobre los 30.000 pesos tomados á los fugitivos y que desaparecieron.

(2) Fuera de alguna discordancia en las fechas, los datos del Anónimo concuerdan hasta en los nombres con el parte de Balcarce (Gaceta de 21 de agosto) ; entre los patriotas que éste cita para alabarlos y aquél para vitu­perarlos, figuran el doctor Rivadavia, D. Gaspar Corro, D. Santiago Carrera, D. Faustino Allende, etc.

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(1) Por denuncia de Ambrosio Funes y Faustino Allende. Véase el documento núm. 33, también publicado en la Gaceta del 9 de agosto. Ocampo destacó á Balcarce con 300 hombres, pero éste explica en su parte cómo, por falta de caballos y tener aviso del «desgreño» en que se efectuaba la retirada, resolvió perseguirlos con sólo 75 hombres.

ñones y qnemar las cureñas. E l 4, entre San P e ­dro y el R í o Seco , un chasque despachado por un a m i g o de Córdoba les dio aviso de haber entrado en la c iudad la exped i c i ón , y salido Ba l carce con 75 hombres en seguimiento de los fug i t ivos (1) : tan lentamente se había e fectuado la ret irada, que éstos no l levaban sino una j o rnada de venta ja á sus perseguidores . E n consecuencia resolvieron d i ­v id irse , despid iendo á los pocos oficiales que ha ­b ían quedado fieles al in f o r tun io . D e j a r o n los c o ­ches y montaron á cabal lo , l levando cada g r u p o sus muías de c a r g a : L in iers , con su ayudante L a -v ín y el c a n ó n i g o L l a n o s , t omó por la i zquierda , hac ia la s i erra ; el ob ispo Orel lana, con su cape ­l lán J iménez , se d i r ig i ó p o r r u m b o opuesto á la ca ­sa de u n cura a m i g o , que resultó otro A l l e n d e ; en tanto que Concha , R o d r í g u e z y los demás se­gu ían el camino de las postas. Tenían todos que caer in fa l ib lemente en poder de las part idas per ­seguidoras , pues B a l c a r c e , i n f o r m a d o á las pocas horas de estas disposic iones , había lanzado varias comis iones sobre las pistas señaladas.

Refiere en su parte el comandante Ba l carce que en la noche del 6, al l legar á una estancia (que sería la de las P iedr i tas , cerca del C h a ñ a r ) , « d e s ­cubr ió una lumbre dentro del bosque y que , d i r i g i ­do á ella, encontró la manten ían dos hombres á la puerta de una cerca de ramas de árboles» . L o s paisanos estaban guardando unas m u í a s ; interro ­gados , en la f o r m a eficaz que se supone , d ieron al pronto respuestas confusas . P e r o luego uno de ellos confesó ser las muías de don Sant iago L i ­n iers , que se encontraba en una choza escondida en el monte , á tres cuartos de l e g u a . — E l delator

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era un negro , peón de la estancia, que había re­c ib ido dinero de Liniers para ocultar le : sirvió de guía para descubrir le . Y regoc i ja el a lma el saber, por una t rad ic ión fidedigna, que el sentimiento popu lar , in fa l ib l e en sus impulsos inst int ivos , rei­v i n d i c ó los derechos de la h u m a n i d a d u l t ra jada , rechazando para s iempre como un leproso al trai ­dor (1). Se encargó de sorprender al indefenso general el ayudante de c a m p o don José María ÍJrien, j o v e n que se dist iguía , dice un test igo i n ­g e n u o , « p o r estar adornado de todos los v i c i o s » ; y á fe que en esta ocasión no desmintió su buena f a m a . R e n d i d o s por el cansancio de la j o rnada , L iniers y su corta comit iva estaban durmiendo , cuando , á med ia n o c h e , fueron bruscamente des­pertados por la part ida que rodeaba el rancho y les ponía sus bayonetas al pecho . Ur ien contó á su j e f e que L in iers , al sentir que se abría la puer ­ta, habíale disparado los dos tiros de su escopeta, escapando á la muerte por la doble y extraña ca­sual idad de haber « fa l lado las cebas» . El lo no es impos ib l e , aunque m u y i m p r o b a b l e ; pero parece más seguro lo de haber sido tratado el preso por aquel m a l v a d o con inaudita bruta l idad , después de saquear sus equipajes y despojarle de cuanto dinero y j oyas l levaba ( 2 ) . Los prisioneros pasa­ron el resto de la noche «atados con los brazos atrás» , y, al amanecer , fueron conduc idos al c a m -

( 1 ) Debo estos interesantes apuntes, que reflejan evidentemente la verdad, á una amable deferencia del doctor D. Ramón J. Cárcano que los recogió en la villa del Chañar.

(2) Archivo, I I , 260 ; oficio de la Junta, de septiem­bre 2, ordenando procesar á Urien, por ano haberse mane­jado con la pureza y honor que debía en la prisión de D. Santiago Liniers». Dice el Anónimo (y el detalle debe provenir del capellán Llanos, allí presente) que Liniers «fué atado con tal crueldad, que le reventó la sangre pol­las yemas de los dedos. Correspondiente á este tratamien­to era el que de palabra le hacía Urien, tuteándole y no llamándole sino : picaro Sarraceno». Podría admitirse al­guna exageración ; pero tales rasgos no se inventan; por otra parte ¿qué no debe esperarse de un oficial capaz, de robar á su prisionero ?

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pamento de Ba l car ce . E l obispo Orel lana, apre­hend ido á o cbo leguas de allí por el alférez R o j a s , fué tratado poco más ó menos como L in iers . E n cuanto á Concha , R o d r í g u e z , A l l ende y Moreno , fueron sorprendidos en la travesía de A m b a r g a s t a por el teniente A l b a r i ñ o ; y el hecho de que el narrador anón imo consigne la me jo r conducta observada con éstos por d i cho of icial , hace presu­m i r que no miente ni exagera al p intar el i n d i g n o tratamiento de que los otros fueron v íc t imas ( 1 ) . En poder del tesorero Moreno fueron hallados 30 .000 pesos, que desaparecieron. Sin duda en seguimiento de esta ú l t ima part ida , el c o m a n d a n ­te Ba l carce habíase adelantado cuatro ó c inco leguas más al norte , hasta el Pozo del T i g r e , de cuya posta m a n d ó á Ortiz de O c a m p o su parte t r iunfa l del 7 de agosto . En él anunc iaba también que hac ía conduc i r á « los reos á un para je donde se reuniesen y pud ieran seguir á la Capital sin hacer rodeos , ó á esa c iudad si se conceptuase lo más conven iente» . Estas palabras , unidas á otros datos oficiales, permiten establecer la verdadera versión acerca de la act i tud respectiva que la Junta de comis ión y los Funes observaron en el doloroso conf l icto .

L a sentencia de muerte « f u l m i n a d a contra los conspiradores de Córdoba» por la Junta Guberna­t iva , l leva la f echa del 28 de j u l i o . A este respecto

(1) Documento núm. 4 7 : «Albariño, degenerando de sus compañeros, trató con alguna distinción á sus presos». Pero agrega en seguida: «Remacharon una barra de grillos al tesorero Moreno y se apoderaron de más de 30.000 pesos fuertes que llevaba en dinero, pertenecientes al erario público, para los gastos de la tropa; de los cua­les hasta ahora no se ha podido averiguar el paradero, por más que lo ha solicitado el Tribunal de Cuentas de Buenos Aires, y se quedó en disculpas de Ocampo y demás que componían la Junta de comisión y los que hicieron las prisiones».—Sin aceptar á ciegas la insinuación, pue­den cotejarse, en lo referente á Ortiz de Ocampo, las gravísimas acusaciones que contra él formuló oficialmente Belgrano (Archivo, V I I I , 131), y repitió también en su Autobiografía.

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conviene , desde luego , desvanecer otra leyenda que atr ibuye á un voto de mayor ía ¡ y un voto espa­ñ o l ! la terrible resolución ( 1 ) . P o r lo pronto , á suponer el empate , el voto dec is ivo hubiera sido el del presidente Saavedra. P e r o el decreto está firmado por todos los vocales (ya los secretarios tenían vo to ) con excepc ión de A l b e r t i , i m p e d i d o por su carácter sacerdota l ; y hasta descubrirse un documento fehac iente en contrar io , la historia de­be rechazar esas anécdotas de e fect ismo teatral que chocan con la l óg i ca y la razón. A h o r a b ien : tal documento no se ha encontrado ni creo que se encontrará. Concedo que poco ó nada prueba la af irmación de Manue l Moreno ( 2 ) , quien tenía interés en distr ibuir por igual las responsabi l ida­des ; pero Be lgrano y Saavedra, que redactaron sus autobiograf ías casi en las puertas del sepul­cro , pudieran haber confesado la verdad : nada d i j e ron , porque nada tenían que decir . Y más vale así para su m e m o r i a ; pues , al cabo , es m u y comprensib le que todos ellos hayan padec ido s in­ceramente la i lus ión contagiosa del j a cob in i smo francés : lo que sería imperdonab le , lo que no se debe admit i r , es que un solo m i e m b r o de la Junta fuera capaz de firmar una sentencia de muerte que su conc ienc ia le declarara in justa .

F i r m a d a , pues , por la Junta unán ime , la orden d ir ig ida á la Comisión hubo de l legar á Córdoba el 4 ó 5 de agosto : seguramente después del 3, pues la nota de Ocampo de esta fecha no la m e n ­c iona . Y a se había destacado á Balcarce en perse­cuc ión de los f u g i t i v o s ; pero Y ieytes y O c a m p o no pod ían abstenerse de comunicar le en el acto la sentencia tremenda que no admit ía répl ica ni d i ­lac ión ( 3 ) . Entre tanto , la Comisión conferenc ia -

(1) Óigase entre otros á Calvo (Anales, I, 154) : (¡Pero ¿cuál fué ese voto que decidió de la suerte cruel, etcétera...? ¡Este voto fué el de un español!...»

(2) Vida, 240; ((Todos los individuos de la Junta fueron unánimes...»

(3) Archivo, I , 25 : ((En el momento en que todos ó

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ba con F u n e s y otros notables : todos retrocedieron ante el acto i rreparable , y se dec id ió mandar un cbasque para suspender la e j e cuc ión y la m a r c b a basta segundo aviso . P e r o cuando l l egó , el 9 de agosto , el parte de Ba l carce ( 1 ) , se impuso u r ­gentemente una reso luc ión definit iva. D e días an­tes c i rcu laban en el pueb lo rumores siniestros so­bre la suerte reservada á los pr is ioneros , cuyas fami l ias pertenec ían á la aristocracia cordobesa . Cuando la not i c ia de su captura mostró inminente el desenlace fa ta l , que no exc lu ía al m i s m o obis ­p o , la c iudad entera se levantó en un solo m o v i ­miento de protesta, al que O c a m p o , Y iey tes y los F u n e s cedieron sin esfuerzo , c o m o que ellos m i s ­m o s , sin duda , cons ideraban ine jecutable la bár­bara sentencia . Entre las dos responsabi l idades grav ís imas que ante ellos se f o r m u l a b a n , e l ig ie ­ron la de desobedecer á la J u n t a ; y O c a m p o tuvo la energía ó la deb i l idad de asumirla solo , en vez de e x i g i r que los otros firmaran también la c o m u ­n i c a c i ó n que el 10 d i r ig i ó á los déspotas del Euerte , la cua l , además de ineficaz, acarreó la ruina de su autor . Desde aquel día O c a m p o cayó en comple to descrédito revo luc ionar io : fué dec larado inepto , incapaz de l lenar su mis ión , responsable de la ind isc ip l ina y deserciones que compromet ían el éxito de la c a m p a ñ a ; sobre él l lov ieron denuncias y v i tuper i os ; negósele cuanto pedía , basta el cas­t i go de un oficial i n s u b o r d i n a d o ; y cuando , harto de humi l lac iones y disgustos, quiso aprovechar su n o m b r a m i e n t o de d iputado p o r la P i o j a para re­s ignar un m a n d o desautor izado, la Junta le or­denó cont inuar , a reservándose el uso del sobre­d i cho n o m b r a m i e n t o » (2).

cada uno de ellos sean pillados, sean cuales fuesen las circunstancias, se ejecutará esta resolución, sin dar lugar á minutos que proporcionaren ruegos y relaciones capa­ces de comprometer el cumplimiento de esta orden y el honor de V . E.»

(1) Del Pozo del Tigre á Córdoba se contaban 48 le­guas por el camino de las postas.

(2) Archivo, I , 200. Véanse también (Ibid., 204) las

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E n agosto 18, la Junta Gubernat iva aperc ibió á la Comisión en términos imperiosos y basta ofensivos ( 1 ) , reiterándole la orden perentoria de e jecutar sin demora á los reos, ún i co medio de desvanecer la « a m a r g u r a ocasionada por su ante­rior p r o c e d i m i e n t o » . Pero cuando ésta l legó á su dest ino , sus presuntos e jecutores habían tomado disposic iones para substraerse á e l la ; y para en­contrar los verdugos dóci les que sus doctr inas ex ig ían , tuvo la Junta que extraerlos de su prop io seno .—Hal lábase el triste c o n v o y , el 11 ó 12 de agosto , por el Totora l , á unas veinte leguas de Córdoba, cuando Balcarce rec ib ió la orden de no pasar adelante y remit ir á los reos, ba j o 'escolta segura, d irectamente á Buenos A i r e s . L o s presos, v íc t imas de los saqueos de las part idas , venían casi desnudos y pr ivados de todo al ivio á su m i ­seria. Con pretexto de reparar el coche que un vec ino había ced ido al obispo Orel lana, se demora ­ron en aquella ranchería a lgunos d ías ; y sus fa ­mi l ias pud ieron mandarles de Córdoba , por inter ­m e d i o del teniente coronel don Manue l Derqu i , «una carretil la de bast imentos y r o p a » , que en su

prevenciones á la Junta de comisión, y el oficio de Puey­rredón (Documento núm. 44) que motivó aquéllas. Él juicio que Belgrano balbuceó contra el infeliz Ocanipo, al fin de su Autobiografía (Belgrano, I , 444) tiene algo de delirante: «Soy delincuente ante toda la nación, de liaber dado mi voto por que [Ocampo] fuera jefe. ¡Qué horrorosas consecuencias trajo esta precipitada elección!» El papel militar de Ocampo fué siempre secundario, y por cierto que él no mandaba en Vilcapugio ni Ayohuma ; sin embargo, alguna parte de verdad, que por ahora no puedo graduar, han de tener tantas, acusaciones; pero no es dudoso que arrancaran de la lenidad que Ocampo demos­tró en Córdoba.

(1) La nota publicada (Archivo, I, 32) no contesta propiamente á la «anterior» de Ocampo: hubo sin duda, en la misma fecha del 10, otro oficio de ésto é la Junta á que se refiere este pasaje: «Dice V . E. en su oficio, que á las tres horas de mandar ejecutar la sentencia, fué pre­ciso despachar un chasque para la revocatoria, por el mo­vimiento de dolor que se observaba en todo el pueblo» ; no hay nada de esto en la nota de Ocampo. La otra co­municación ha desaparecido del expediente que, actual­mente, sólo contiene las publicadas.

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casi tota l idad fué á parar á manos de los solda­dos ( 1 ) . A l ausentarse, Ba l carce había comet ido eí desacierto (probablemente sin la mala intenc ión que el A n ó n i m o le atr ibuye) (2) de designar co ­m o j e f e de la escolta al desalmado Drien: esto fué mot ivo para que se empeorase la suerte de los desgraciados , quienes, ya sin sus acompañantes y cr iados ( 3 ) , quedaron á merced de la soldadesca. Fe l i zmente , los mismos bábitos crapulosos de aquél daban lugar á que se relajase la v i g i l a n c i a , permit iendo que las buenas almas del agreste vec indar io deslizasen á los presos sus b u m i l d e s y preciosas dádivas . E n los peores eclipses de la sensibi l idad y la razón, del ingenuo y sano f o n d o popu lar es de donde brotan las flores caritativas que nos reconc i l ian con la h u m a n i d a d . Cuando Ur i en , después de derretir en nocturnas orgías las j oyas ó el d inero con que hasta entonces se resca­taban los in fe l i ces , estaba f e rmentando su borra ­chera, era el m o m e n t o que aprovechaba a lgún gaucho para poner estribos á las monturas ó al ­canzar un paquete de c igarri l los á los f u m a d o r e s ;

(1) Habiendo Núñez (op. cit. 201) inventado una en­trada de los presos en Córdoba, el doctor López ( I I I , 202) tenía que sacar del esbozo un cuadro patético : «Conduci­dos los presos al arrabal llamado el Pueblito... Salió el clero presidido por el Deán Funes, el Ayuntamiento y los principales vecinos, las señoras, entre ellas haciendo cabe­za la madre del que fué después el general Paz, que era una matrona respetabilísima, etc.» Todo ello es pura fan­tasía : los presos quedaron á veinte leguas y nadie los vio, fuera de Derqui.—El Anónimo llama «Los Ranchos» al punto mencionado. Sólo conozco un lugar de este nombre al norte de Córdoba, pero muy recostado á la sierra, por Cruz del Eje.

(2) También refiere (véase el documento núm. 47) los insultos á que se vieron expuestas las familias de Ios-presos, y especialmente las hijas de Liniers, de parte de la soldadesca de Córdoba; es casi tan difícil creer en tanta perversidad como admitir que todo sea invención ; la verdad ha de estar entre los dos extremos.

(3) De dicho punto fueron despachados á Córdoba, con excepción del padre Jiménez, capellán del obispo. Allí también tuvo que separarse de Liniers el canónigo Llanos, á quien, hasta prueba en contrario, tengo por autor probable del tantas veces citado documento.

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y tampoco fa l tó allí la V e r ó n i c a legendaria de to ­dos los calvarios , en f o rma de una chinita c ompa siva que c o m p r ó con sus ahorros seis pañuelos de a lgodón , y « b a ñ a d a en lágr imas» los o frec ió á su v i rrey .

Otro beneficio de mayor trascendencia discu­rrieron (según el A n ó n i m o ) dos sujetos del lugar , que contaban, al parecer , con la c o m p l i c i d a d de a lgunos soldados: y era nada menos que un p lan de f u g a al desierto, con baqueanos seguros y amigos de los indios , debiendo los fug i t ivos llevarse los doscientos caballos de la escolta que , así de jada á p ie , no podr ía intentar la persecución. T o d o esta­ba prev i s to ; examinado el proyec to , no presentaba n inguna dif icultad m a t e r i a l ; pero fué abandonado á instancias de Liniers que demostró «se interesa­ba más la buena causa en que s iguieran v ia je á Buenos A i r e s » , pues su presencia allí podr ía c on ­mover al pueblo de la Reconquis ta y detenerle en la pendiente revo luc ionar ia . ¡ I l u s i ó n candorosa, pero nac ida en un alma noble que no pod ía in ­c luir , entre las más siniestras previsiones, la suer­te que sus ant iguos amigos y protegidos le tenían preparada !

Fueron tantos los excesos de Ur ien , que , por fin, y á sol ic i tud de la misma tropa , fué re levado y susbstituído por el capitán don Manuel Garayo , d igno mi l i tar que trató á los presos con los deb i ­dos miramientos . A l m a n d o de éste, pues , el 19 de agosto , la caravana s iguió v ia je á Buenos A ires por el despoblado , rumbo á Santa Rosa y Fra i le Muerto , sin acercarse á Córdoba . I b a n los seis prisioneros tan ajenos de la catástrofe cercana, que , l ibres de ve jámenes y mort i f icaciones , sen­tían sus espíritus recobrarse poco á p o c o , á i m ­pulso de esa invenc ib le esperanza que nunca aflo­ja del todo su resorte en el elástico ser h u m a n o . L a víspera de marcharse hab ían sabido que, con mot ivo de la e lec ión de Funes como diputado al Congreso , el vec indar io había sol ic i tado y obteni ­do de O c a m p o , Vieytes y el mismo gobernador

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P u e y r r e d ó n , la l ibertad del s índico Pérez Mier (1): era impos ib le no ver en ello un síntoma favora ­b l e . ¿ Q u i é n sabe si la Junta , inc l inada á la g e ­neros idad por la v i c tor ia , no procurar ía con la c l emenc ia atraerse las vo luntades que le ena jena­ra el r igor , ahorrándoles el destierro á España ó Canar ias? . . . As í transcurrían los días, dob lemente al iv iados ya por lo menos ingrato de las etapas y la perspect iva de su término cercano. H a b í a n caí ­do al ant iguo c a m i n o de las postas que costeaba el r ío T e r c e r o ; y ahora, cada noche , después de la j o r n a d a , los seis amigos pro l ongaban la velada de inv ierno al amor del f o g ó n que atiza los recuer­dos . E l 25 , después de cruzado el Saladi l lo , h i c i e ­ron noche en la Esquina de L o b a t ó n , casi f ronte ­riza de Santa E e ; y para esos españoles piadosos fué not ic ia grata y consoladora la que les dio el ob ispo , de que al día s iguiente , d o m i n g o , podrían o ir misa y c o m u l g a r en la capil la de la Cruz A l t a . D e acuerdo con el j e fe de la escolta, que tomó sus medidas para salir m u y de m a d r u g a d a , los v ia ­jeros se recog ieron temprano , sin duda mec ido su sueño por el anuncio en que miraoan un buen pre­sagio .

Cuando se levantaron, al amanecer del 26 , v i e ­ron á un oficial desconoc ido en conferenc ia con el cap i tán G a r a y o ; al rato , éste v ino á despedirse de los presos, pues no pasaba adelante , y erai el c o ­mandante don D o m i n g o Erench quien tomaba el m a n d o de la escolta. Antes de seguir v ia j e , el nue ­vo jefe m a n d ó quitar á L in iers la escopeta de caza que Garayo le devolv iera , y á otros los cuchi l los « q u e se les había permi t ido para c o m e r » : enton­ces tuvieron el present imiento de su suerte. A las diez de la mañana l legaron á un punto que dista­ba dos leguas de la Cabeza del T i g r e ; allí encon ­traron al teniente coronel de brisares don Juan R a m ó n Balcarce , hermano de A n t o n i o y amigo de

( 1 ) La Junta Gubernativa aprobó esta medida du clemencia el 26, el mismo día en que se cumplía la otra.

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Lin iers : éste dispuso que quedasen en d icho punto los criados con los equipa jes , y m a n d ó que los pre ­sos se internasen en el bosque vec ino l lamado el Monte de los P a p a g a y o s ( 1 ) . A l notar que el coche se desviaba del c a m i n o , preguntó L in iers : « ¿ Q u é es esto, B a l c a r c e ? » Este contestó : « N o sé: otro es el que m a n d a » . A poco hallaron «a l que m a n d a ­b a » : era el voca l Castelli , al frente de una c o m p a ­ñía de húsares del rey , ya f o rmada y con el arma al p i e ; le acompañaba como secretario el doc tor R o d r í g u e z P e ñ a . H i c i e ron ba jar á los presos, a m a ­rrándolos á la hi la con los brazos atrás, á e x c e p ­c ión del ob ispo : entonces Castelli l eyó la sentencia de muerte . Eueron tan vanas las protestas de los condenados c omo las súplicas del pre lado , que es­capaba solo al sacrif ic io : tenían tres horas ¡Dará sus disposiciones supremas ; pero Castelli creyó mostrarse generoso , p ro l ongando una hora más su agonía .

L a pasión part idaria y el mal gusto del capellán J iménez le han induc ido á recargar con p o r m e ­nores odiosos é inverosímiles su re lac ión de la ca ­tástrofe, que resultaría m u c h o más conmovedora en su t rág ica desnudez. A u n q u e no arguyese en contrar io la presencia de R o d r í g u e z Peña y de Ba l carce , para no menc ionar al funesto procónsul que , sin cobrar horror á tamaños atentados, p u d o repetirlos en el A l t o P e r ú ( 2 ) : bastaba la sombra de la muerte , que se cernía sobre las v íc t imas i lus -

(1) Este punto está incluido ahora en la colonia Juárez Celman ; según mis informes, no ha existido nun­ca la ((tupidísima selva», de que hablan algunos historia­dores, y el mismo montecillo de talas y espinillos ha des­aparecido.

(2) En 1813 el cirujano D. Juan Madera declaró ante la comisión de residencia como público y notorio (Archivo, V I I I , 197) que, á no haberse apresurado Castelli á eje­cutar á Sanz, Nieto y Córdoba, éstos hubieran escapado, «pues inmediatamente que salió el doctor Moreno y se incorporaron los diputados, se remitió un expreso en que se perdonaba á dichos reos y se mandaba á Castelli no ejecutase más á nadie». La ejecución se realizó el 15 ; Moreno se retiró de la Junta el 18.

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tres ó venerables , para in fundir en los más rudos sayones un sentimiento de sagrado respeto ; nada hubo de producirse , en momentos tales, que se pareciese á escarnio y ul tra je ( 1 ) . L in iers y A l l e n ­de se confesaron con el ob ispo , 3' con el padre J i ­ménez los otros tres. Cumpl idos estos deberes (que no serían de poco consuelo para creyentes f e rvo ­rosos ) , 3' confiados á los que habían de sobrevivir los mensajes supremos á sus fami l ias , esperaron los condenados el m o m e n t o fata l . E l pre lado tentó el ú l t imo esfuerzo, invocando las leyes divinas y humanas que proh iben las e jecuc iones en día d o m i n g o ; Castelli se l imi tó á pedir le que se apar­tara del sitio donde su presencia no era 3'a nece ­saria. Orellana se ret iró , y es casi seguro que h i ­ciera lo prop io su secretario : esta c ircunstancia quita, m u c h o interés á los novíssima verba que á los e jecutados se a t r i b ^ e n , supuesto que , si los testigos patriotas los refiriesen años después, h u ­bieran empleado términos Tímy dist intos. Las de­claraciones de Liniers y sus compañeros , que el lector hallará en el documento c i tado , carecen, pues , de autent i c idad ; pero en su sentido general son veros ímiles . Si los condenados hab laron , c o m o es probab le , hubieron de protestar en voz alta contra la sentencia in i cua y atestiguar por úl t ima vez su fidelidad á su nac ión y á su rey .

A las dos 3' med ia de la tarde , Castelli m a n d ó c u m p l i r la orden de la Junta . E n un descampado del monte , los reos fueron puestos en l ínea, á c ier­ta distancia uno del otro , al frente de la tropa f o r m a d a . Después de vendarles los o jos , los p ique -

(1) El doctor López que, por cierto, no admite tam­poco la versión del padre Jiménez, dice ( III , 208) que después de «indagar la verdad», puede afirmar que la ejecución no fué mandada por French, sino por Urien, y hasta parece indicar esto como un argumento contra los cargos calumniosos de Jiménez. Mandó el fuego quien debía mandarlo, que era Balcarce; sabemos además que Urien había quedado en Córdoba. Por otra parte, sería esto solo una buena razón para que no se produjeran, á espalda de los jefes, los escándalos denunciados.

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tes de e j e cuc ión se adelantaron á cuatro pasos, te ­n i endo cada cual su b lanco b u m a n o . En el un iver ­sal s i lencio de aquella so ledad, percibíanse a lgu ­nos respiros angustiosos . A l levantarse la espada de Balcarce todos los fusiles se ba jaron , apuntan­do al p e c b o : b u b o dos terribles segundos de es­pera para asegurar el t i ro , y luego , al gr i to de ¡fuego! un solo trueno sacudió el bosque , y los c inco cuerpos rodaron por el suelo . A l g u n a s aves huyeron de los árboles, y fué el l ínico estremeci ­miento de la naturaleza impasib le por la muerte de los que bab ían mandado prov inc ias y c o n d u c i ­do e jérc i tos . Eueron rematados ind iv idua lmente los que se retorcían aún en horribles convu ls i o ­nes, y se-dice que á E r e n c h , so ldado de la R e c o n ­quista, le tocó descargar su pistola en la cabeza del Reconquis tador ( 1 ) .

D e orden de Castelli , los cadáveres fueron l leva­dos en carretillas á la Cruz A l t a , y enterrados en una zanja que abrieron al lado de la iglesia al -g imos húsares de P u e y r r e d ó n . A l día s iguiente , cerc iorado de que los e jecutores habían e m p r e n d i ­do la vuelta á Buenos A i res , un frai le de la M e r ­ced , teniente cura de la parroquia , e x h u m ó los cadáveres para darles más cristiana sepultura. De jándo los separados, puso sobre la t u m b a una sola cruz con las inic iales de los apell idos, según el orden que los cuerpos o cupaban : L . R . C. M . A . — « p a r a que pudieran algtín día sus fami l ias re­coger las rel iquias de tan ilustres v í c t imas» (.2).

(1) El padre Jiménez (Torrente, I , 72) consagra un largo párrafo indignado á este ¡(nuevo acto de ferocidad». Son raptos de elocuencia para oración fúnebre, que debili­tan la emoción en vez de provocarla. Sabido es, por otra parte, que el «golpe de gracia» implica lo contrario de la ferocidad; existe todavía en el código militar y debe darse á indicación del cirujano presente. Y lo más curio­so es que el almirante Pavía transcribe los aspavientos del fraile sin recordar que manda la ordenanza «rematar al reo».

(2) A esto se reduce la leyenda de la inscripción CLAMOR que «á los pocos días apareció en un árbol de la Cruz Alta». Es invención muy posterior de algún fabri-

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— A l l í debían de yacer o lv idadas por más de med io s ig lo , sin que B e l g r a n o las invocase al pisarlas nueve años después ; ni los caudil los de las d iscor ­dias c ivi les se dieran cuenta de la atracción m a g ­nét ica que señalaba obst inadamente aquel c a m p o de la Cruz A l t a y A r e q u i t o para sus citas de anar­quía : era la p lanta sacr i lega, la mandragora b r o ­tada de la sangre inocente , allí vert ida en n o m b r e de u n ment ido ideal de patr ia y l ibertad , la que l lamaba á los extraviados h i jos de M a y o para br indarles su f ruto de m a l d i c i ó n . A l fin, en 1861, un hal lazgo fortui to hizo dar con los restos, que fueron ex humados y , c on fund idos esta vez para s iempre , depositados prov is ionalmente en un se­pu l c ro del Paraná , E l cónsul de España los rec la ­m ó en n o m b r e de su g o b i e r n o ; y fué al día si­guiente de la v i c tor ia que parec ía cerrar, casi en el m i s m o sitio donde se abr iera , el c i c lo de las luchas f ratr i c idas , cuando el vencedor de P a v ó n in terrumpió su discurso inaugura l de la estatua de San Mart ín , para firmar el decreto que parec ía atr ibuir á la metrópo l i la mayor g lor ia de la P e -conquista ( 1 ) . Las rel iquias de las v íc t imas , l leva­das por el bergant ín Gravina, rec ib ieron en Ca­

cante de acrósticos, quizá del mismo Núñez que la puso en circulación. La O estaba de más, pues el obispo no fué ejecutado ; y si hemos de dar crédito á lo que de Alberti se refiere, el verdadero clamor hubiera debido, según él, levantarse por la exención de Orellana.

(1) El 30 de junio de 1802, el señor Fillol, cónsul de España en el Rosario, pidió en nombre de la reina Isabel que los restos de Liniers y sus compañeros le fuesen en­tregados para trasladarlos á la Península. El 3 de julio, el encargado del Ejecutivo nacional accedió á lo solicitado. El 15 de julio, la familia de Liniers protestó en términos poco felices (decía, entre otras cosas, que hubiera sido distinta la actitud del exvirrey al conocer el alcance del movimiento de M a y o ! ) . El 19, el gobierno, visiblemente agacé, y no sin razón, se desentendió del asunto; y el cónsul español logró persuadir á los deudos de que, siendo ya imposible entresacar los restos porque tan tardíamente se interesaban, resultaba su oposición un tanto excesiva. Por su parte, el mandatario argentino no supo desligarse del panegirista de Belgrano, pronunciando por decreto esta sentencia histórica muy sujeta á revisión : «después

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diz grandes honras mi l i tares . Descansan h o y en el Panteón de marinos ilustres de San Carlos, juntas en la g lor ia c omo lo fueron en el in for ­tunio .

As í mur ió , después de v iv i r largo t i empo le jos de su patr ia na t i va ,—s i b ien no tan desl igado de ella en lo mora l c omo en lo m a t e r i a l — u n soldado val iente y un nob le varón que , sin ser p r o p i a m e n ­te un grande h o m b r e , l lenó un gran dest ino, y , con no alcanzar la estatura heroica , tuvo sus h o ­ras de hero ísmo que le aseguran la inmorta l idad .

H e procurado pintar le c omo le ve ía , y he puesto todo esfuerzo en verle bien, en su marco h ispano­amer icano : ya sufr iendo la influencia de las c i r ­cunstancias con la doc i l idad de su carácter i m p r e ­sionable , ya reacc ionando contra ellas á impulso de ciertas secretas energías atávicas que f o rmaban su f ondo de reserva mora l . Muchas de sus aparen­tes inconsecuencias prov in ieron sin duda , más que de accidentes id ios incrásicos , de su adaptac ión incomple ta á este med io social . Casi todos los e m i ­grados remedamos á actores que , después de echar ­se sobre los hombros , en el vestuario á obscuras, el p r imer traje hal lado á m a n o , saliesen á i m p r o ­visar en la escena el correspondiente pape l . A des­pecho de su larga carrera española , L in iers nunca se despo jó del « h o m b r e v i e j o » ( 1 ) , el cual era esencialmente un noble francés del ant iguo ré­g i m e n . A l e g r e , in trép ido , l i ge ro , p ród igo de su sangre y de su bolsa , sincero hasta la imprudenc ia y bueno hasta la deb i l idad , repentista incurab le , coronel e x i m i o y mediocre general , capaz de vo l ­ver á ganar con su arro jo la batalla perd ida con su irref lexión, devoto del Posar i o y a m i g o del

de un silencio de cincuenta años vinieron (los. deudos) á pedir los restos de personas que murieron contrariando la revolución, sin que su memoria haya sido rehabilitada». Véanse los periódicos de las fechas citadas, especialmente La Tribuna. La estatua de San Martín en el Retiro fué inaugurada el 13 de julio.

(1) S. PABLO, Eph. IV , 2 2 : Dcponcrc veterem ho-minem...

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galanteo , no dest ituido de talento y lectura, un tanto pagado de su e legancia y nobleza , pero con un don de s impatía irresistible, y asentando todas estas prendas amables sobre un f ondo i n c o n m o v i ­ble de honor y prob idad , á manera de ciertas p lan ­tas de adorno criadas sobre un subsuelo de gran i ­t o : ta l .era el airoso «aventurero » que una ca lave ­rada juven i l arro jó al servic io de España, y una inspirac ión fe l iz sacó más tarde de la obscur idad para elevarle al m a n d o de un v irre inato . N a c i d o para ser un bri l lante oficial de Conde, tocóle tra­mitar expedientes co loniales , entre capitulares y togados que le entendían á medias , y á quienes él no entendía m u c h o más, quedando s iempre un tanto fac t i c i o en su papel oficial y exót i co en su tierra adopt iva .

Con todo , y á pesar de las borrascas que sin tre­g u a asaltaron la nave del Estado , hemos visto c ó ­m o el improv isado p i lo to no se mostró i n d i g n o de su f o r tuna : á dif icultades menores se r ind ieron , no sólo el antecesor, sino también el sucesor. A l cabo , tuvo dos horas grandes , de esas que l lenan una ex istenc ia : la pr imera , cuando el ba j e l , con v iento en popa y g u i a d o por las estrellas, salvó t r iunfa lmente el canal izo en m e d i o de frenéticas a c lamac iones ; la segunda , más grande aún, cuan ­do venc ido por el t empora l , prefirió embicar c on ­tra el escollo antes que guarecerse en puerto ene ­m i g o . L l e g a d o el m o m e n t o en que el confl icto mora l , que torturara su v i d a entera, se ex ter i o ­rizó y magni f i có en la f o r m a tremenda de una guerra á muerte entre sus dos patr ias , p e r m a n e ­ció leal á la segunda , si b ien su a le jamiento le ahorró la amargura de tomar las armas contra la pr imera . N o h u b o un francés de honor que no aplaudiera su a c t i t u d ; y aquí m i s m o , el tínico re ­celo de españoles y americanos fué que el repre ­sentante del rey no considerase estar su deber don ­de estaba su j u r a m e n t o . T o d o cambió m u y luego , menos el ju ramento y el deber , y entonces fué dec larado traidor el que no había c a m b i a d o . R e ­nac ió con carácter más angustiosa la fatal d i syun-

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t iva , cuando la revo luc ión tr iunfante pretendió arrancar á sus adversarios legales una aquiescen­cia impos ib le . E l anbelo emanc ipador de los ame­ricanos era por cierto l eg í t imo , y fuera santo á no cobi jarse al pronto ba j o un engañoso estan­dar te ; pero en n i n g ú n caso era dudosa la ob l i ga ­c ión que á cualquier soldado español se i m p o n í a . L in iers y sus compañeros mur ieron por ser fieles á su nac ión y á su rey , y su descubierta resis­tencia no debe equipararse á las conspirac iones de A l z a g a y sus cómpl i ces . Cayeron como buenos al p ie de su b a n d e r a ; y el solo b e c b o de ser ésta la misma que sus enemigos t remolaban, nos ense­ña que fué in i cua su condena . A u n q u e la causa de la metrópo l i fuera po l í t i camente tan in justa c omo era justa la de las co lonias , no tenían que aver iguarlo los je fes españoles, sólo l lamados á defender la . Los prisioneros de guerra , fus i lados sin ju i c i o en la Cruz A l t a , fueron mártires de su leal tad , y no necesitan ser rehabi l i tados .

P o r lo demás, esa rehabi l i tac ión innecesaria , se la t r ibutaron á pesar suyo los mismos e j e cuto ­res. U n estremecimiento de horror corr ió por el cuerpo de los proceres del pacíf ico M a y o ; y en la proc lama tardía con que la Junta Gubernat iva in ­tentaba denigrar á sus v í c t imas , se perc ibe un conato balbuc iente de just i f i cac ión. M u y pronto acabó de caer la venda o fuscadora . E l prest ig io de Moreno no resistió á la repercusión del atenta­d o ; y sabemos que , no b ien a le jado el gen io terr i ­ble de la R e v o l u c i ó n , la Junta procuró desandar la Via scelerata por aquél abierta, y que ¡ a y ! dos generac iones argentinas estaban condenadas á re ­correr. A q u e l funesto sofisma por los sectarios f o r m u l a d o , y según el cual eran justos todos sus pasos, y cr iminales los contrar ios : ellos mismos se iban á encargar de destruirlo , pers iguiéndose los unos á los otros, arro jándose mutuamente á la cár­cel y á la proscr ipc ión , en nombre de un ideal re­vo luc ionar io por todos proc lamado y por n i n g u n o real izado n i de f in ido ,—hasta que , ve inte años des­pués , los ú l t imos sobrevivientes de la Junta de

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M a y o , cansados de luchas sangrientas y estériles represal ias, se res ignaron á saludar en don Juan M a n u e l Rosas al salvador de la R e p ú b l i c a .

P e r o ahora, en vísperas del centenario de M a y o , no basta ya que cada nac i ón haya recog ido á sus grandes muertos para glori f icarlos á solas en sus Panteones . A ésta le toca el augusto deber de adoptar á la par de los suyos á los contrar ios , c o ­m o que las pr imeras v í c t imas de la patr ia nueva eran los ú l t imos héroes de la patr ia v i e j a ; y en la mezc la de verdades y errores por los cuales unos mur ieron y otros mataron , no descubre la historia un solo e lemento egoísta é i m p u r o , sino el m ó v i l idént i co del patr io t i smo, cuyos choques sangrientos han sido y serán aún p o r m u c h o s si­g los la c ond i c i ón generadora y el rescate de la c i ­v i l i zac ión .

F I N

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A P É N D I C E

P O L É M I C A S O B R E E L A T A Q U E D E B U E N O S A I R E S

Reproduzco á continuación los tres artículos que con motivo de mi ver­sión de la Defensa, se dignó el general Mitre publicar en La Nación (mayo de 1897), asi como la respuesta que le dirigí en La Biblioteca, —suprimiendo de ésta toda la hojarasca polémica que no pertenece al asunto.

P A R É N T E S I S HISTÓRICOS

ASALTO DE BUENOS AIRES POR LOS INGLESES EN 1807

E n la revista La Biblioteca, v iene publ i cándose una b iogra f ía de don Sant iago L in iers , obra del señor P . Groussac, escritor de raza, que atrae por el estilo aunque se disienta de sus o p i n i o n e s ; pero que repele á veces , cuando se deja arrastrar por sus instintos étnicos , al juzgar y med i r fuera de su m e d i o , b e c b o s , cosas y personal idades , con un criter io extraño á su naturaleza y una vara ar­bi trar ia , que pretende er ig ir en pr inc ip i o y regla según su idios incrasia ,

A s í , b e seguido c on interés la lectura de ese es­tudio que a lgo agrega á la bistor ia argent ina , aunque disintiese en m u c b o s puntos de su m o d o de ver y de pensar ; pues s impatizaba con el sen­t imiento nat ivo que le mueve á exaltar la figura de un varón de su raza que se ilustró entre nos ­otros, c o m o el pr imer caudi l lo mi l i tar que nos c o n d u j o por pr imera vez á la v ic tor ia , al ensayar

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las armas con que conquistamos la independenc ia , siendo por la fa ta l idad de los t iempos , la pr imera v í c t ima inmolator ia de nuestra revo luc ión . G l o ­r ia es debida al héroe f ranco -h ispano-argent ino de la Reconquis ta y de la Defensa de Buenos A i ­res . Sobre su tumba pueden darse el abrazo de f ratern idad españoles y argent inos , y honrar j u n ­tos la memor ia de un h i j o de la hero ica F r a n c i a ,

E n el curso de su an imada y sugestiva narra ­c i ón , el señor Groussac c ita varias veces m i His­toria de Belgrano y mis Comprobaciones Histó­ricas, hac iendo á su respecto varias correcc iones de detal le , a lgunas de ellas exactas y otras que serían discutibles , pero todas tan m í n i m a s , que no m e han dado ocasión para intercalar en su tex ­t o , s iquiera sea un paréntesis en minúscu la ó bas­tardi l la , pues de todos m o d o s , aceptadas unas co ­rrecc iones y puestas en duda otras, no quitan n i ponen nada substancial á la verdad histór ica ,

r ío sucede lo m i s m o respecto de tres notas, que acompañan la ú l t ima parte de ese trabajo p u b l i ­cado en el número 11 de La Biblioteca, en que se me atr ibuyen , sin razón y sin pruebas : I o Modi­ficaciones arbitrarias, c omo t o p ó g r a f o ; 2 o Errores fundamentales c o m o h i s tor iador ; 3 o Maniobras imposibles c o m o táct ico mi l i tar .

N o es m i án imo renovar una discusión, sobre puntos que son del d o m i n i o h is tór i co , hab iendo d i cho m i ú l t ima palabra en varios l ibros , en que he e x h i b i d o mis pruebas documentales y de i n d u c ­c i ón , d i c iendo lo que sabía ó babía c o m p r e n d i d o . Me l imi taré , pues , s implemente , á de fenderme , rechazando los ca rgos ,—usando de las mismas p a ­labras del señor Groussac á m i r e s p e c t o , — c o m o arbitrarios, fundamentalmente inexactos , é impo­sibles del punto de vista topográf ico , h istór ico y aun mi l i tar en sus rect i f icaciones.

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A P É N D I C E 415

I

EL PLANO DEL A S A L T O

Eespecto de los planos ingleses y argentinos so­bre el asalto de Buenos Aires por los ingleses en 1807, d ice el señor Groussac :

« E l p lano ad junto á la obra Notes of Yicero-yalty, que cont iene la f o rmac ión de las tropas ( in ­glesas) en el Miserere (Once de Sept i embre ) , es bastante inexacto , y se aparta del de Gower : el del general Mitre (Nuevas comprobaciones), d i ­fiere notablemente de uno y otro : creemos que es­tas modi f icac iones son arbitrarias, y que no existe un solo dato auténtico que ext ienda la l ínea de f o rmac i ón (del e jérc i to inglés ) desde Moreno b a s ­ta Santa F e , c omo aparece en las Comprobacio­nes. »

N o nos damos exacta cuenta del a lcance de esta observac ión , tan vaga es, y tan desnuda de ante­cedentes y de comprobantes se e x b i b e .

Si se bace referencia á la l ínea de batalla f o r ­mada por el e jérc i to asaltante en Miserere , nos bastaría c i tar los planos que f iguran en el p r o ­ceso de W h i t e l o c k e (The proceédings etc . for the Trial of Whitelocke, y The Triol at large of Whitelocke), todos contestes con el m i ó , en que la menc ionada l ínea de batalla se extendía no sólo basta la calle de Santa F e , sino que se pro l ongaba basta la Reco le ta en el frente que abrazaba. E l mismo general inglés lo declara así en su parte oficial , f e chado en Buenos Aires el día 10 j u l i o de 1807, en el que dice t ex tua lmente : « F o r m é m i l ínea, co locando al br igadier general A u c h m u t y á la i zquierda , extendiéndola hasta el convento de la Reco l e ta , que distaba dos mil las . Los reg i ­mientos 36° y 88° estaban á la derecha: la br igada del br igad ier general Crawfurd , ocupaba el centro y pr inc ipales avenidas de la c iudad , á distancia de

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tres mil las de la plaza M a y o r y F u e r t e ; el G° de guardias dragones , 9 o l igero de dragones y reg i ­miento 45°, estaban sobre la derecha, ex tend ién ­dose hac ia la Res idenc ia . D e este m o d o la c iudad se hal laba casi embes t ida» . Como se ve esta f o r ­m a c i ó n comprende las calles de Moreno y Santa F e . Bastaría esto para el caso supuesto ; pero quiero hacerme cargo de todos los casos que se presuponen.

Si la observación se refiere al trayecto que en el asalto tra jo la c o l u m n a de A u c h m u t y , d iv id ida en dos alas, una de las cuales h a g o yo entrar por las calles de Santa F e y Charcas, teniendo por ob je t ivo el R e t i r o , y que el señor Groussac ende ­reza por las calles de P a r a g u a y y Córdoba , a le ján­dolas de él , me bastará invocar el test imonio del m i s m o A u c h m u t y en su dec larac ión en el proceso de W h i t e l o c k e (Triol, e t c . , página 3 3 4 ) . Confor ­me con m i vers ión, d i ce : « S e g ú n el p lano de la c iudad que rec ib í del estado m a y o r , señalando los i t inerarios de las diferentes co lumnas , med iando dos calles entre la izquierda del ala izquierda del r eg imiento 87° y la plaza de Toros , y o esperaba en consecuenc ia , de jar aquel punto cons iderable ­mente á m i i zquierda . E l día no había aclarado lo bastante para ver los objetos á n i n g u n a distancia , ni habíamos nosotros disparado un solo t i ro , cuan­do súbitamente fu imos asaltados por la descarga á metralla de dos cañones , el ú l t imo de ellos, d i ­rectamente sobre nuestro f rente . L a co lumna si­g u i ó avanzando , cuando un nutr ido fuego de ar­ti l lería se abrió sobre nuestro frente desde un ed i ­ficio que en seguida hallé que era la plaza de T o r o s » .

Tío había entonces , c o m o no hay h o y , sino dos calles que desemboquen sobre el R e t i r o : la de Charcas y la de Santa F e . P o r ésta h a g o marchar á la c o lumna de A u c h m u t y , que según su dec lara­c ión creía tenerla m u y á su izquierda , cuando se encontró de manos á boca con la plaza de Toros , que lo rec ib ió á bala y metralla por su frente . D e todos modos , sea que A u c h m u t y penetrase por las

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calles de P a r a g u a y y Córdoba, c omo pretende el señor Groussac, ó por las de Santa P e ó Charcas c omo lo sostengo y o , es lo m i s m o , puesto que el o b j e t i v o final era la plaza de Toros , confirmándose en un todo m i versión con la dec larac ión de A u c h -m u t y en cuanto á que penetró en la ind i cada p la ­za por una calle del frente de su c o l u m n a , que desembocaba á aquella y fué rec ib ido de frente á bala y metral la .

Esto basta para desautorizar la af irmación de •que « n o existe un solo dato auténtico que ext i en ­da la l ínea de f o rmac i ón y de ataque hasta la calle d e Santa F e » ; pero queremos abundar en pruebas .

E n la obra Notes on the Viceroyalty of La Plata, se registra un p lano topográf ico de la c iu ­dad de Buenos A i res , que es el más correcto y de­tal lado, que se p u b l i c ó en IS'08, en el cual se de ­termina , con bastante prec is ión , la marcha de las catorce co lumnas británicas que dieron en aquella época el asalto, co lumnas que el señor Groussac reducir ía á sólo doce , aunque sin insistir sobre es­te punto , n i aducir comprobantes . E n ese p lano , que es un dato autént ico , se marca con puntos el ángulo f o r m a d o por las calles desde las del Junca l hasta Charcas ( c omprend iendo la de Santa E e ) y la pro longac ión de la de Charcas, i lustrándolo con esta anotac ión : « a - b - c - d . Terreno ( grouncl) ocupado por los ingleses el 7 de j u l i o de 1807» . E n el texto del l ibro , se d ice : « S e ordenó al 87° moverse sobre las dos calles á la derecha del R e ­t i ro , y al 38° atacar en co lumna aquel punto (huil-ding )•». Y agrega : « E l 87° , en dos a las» . E l re­g imiento 87° era el que m a n d a b a personalmente Auchmuty, con el cual atacó de frente al R e t i r o , por una de las calles que desembocan allí, y lo m i s m o es que fuese por la calle de Santa F e , que por la de Charcas, Córdoba ó P a r a g u a y , puesto que el ob je t ivo era el m i s m o , c omo queda d i cho .

P o r lo demás, nuestro p lano no es sino la re­presentación gráfica de los mov imientos del asal­to , que ilustra los l ibros en que los hemos descrito según nuestras invest igac iones , exh ib iendo las

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pruebas que las abonan. As í d i j imos al p u b l i c a r l o en nuestras Nuevas comprobaciones históricas: « H e m o s condensado en un p lano todos los datos topográf icos que existen dispersos, combinándolos , con los que suministran los documentos escritos i lustrados por la t rad i c i ón , de manera de repro ­duc i r la c iudad de Buenos A ires tal cual era e n ­tonces , y con ella el i t inerario de las co lumnas de ataque (de los i n g l e s e s ) » . ¿ C o n cuál p lano , con cuál documento escrito ó con cuál t radic ión está en contrad i cc ión m i representación gráf ica? N o se-d i ce , pues el señor Groussac sólo se l imi ta á n e ­gar , sin demostrar el p ro n i el contra , quedándole-todavía por demostrar que su versión no es arb i ­trar ia .

A esto b a n quedado reducidas las arbitrarias-modificaciones que á m i p lano topográf ico del asal ­to se a tr ibuyen .

I I

EL PLAN DE A T A Q U E

D i c e el señor Groussac en su nota cr í t i ca : « M i ­tre (-Historia de Belgrano, t omo I , pág ina 182) , . d ice que "Wbitelocke tomó por objetivo la opuesta-orilla del río del este, con la ocupación interme­diaria de todos los puntos dominantes de su tra­yecto. E l error es f u n d a m e n t a l , c omo que importa , el desconoc imiento absoluto del pensamiento , b u e ­no ó m a l o , del, general ing lés . Todas las dec lara­ciones están contestes sobre la orden de doblar á l a derecba é izquierda ante los obstáculos i n t e r m e ­diar ios , y no ocupar sino puntos sobre el r ío desde-el R e t i r o basta la Res idenc ia . E l p lan era atacar al e jérc i to español en la plaza M a y o r , o fendiendo-lo menos pos ib le al v e c i n d a r i o » .

E n la Historia de Belgrano, cuyo pasaje se cita, t runcado , se dice t ex tua lmente : « E l general de la Gran Bretaña , m a l aconse jado por Gower , se d e -

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c id i ó per el peor de todos los planes, t omando por gu ía las altas torres de la c iudad , y por ob jet ivo (de marcha) la opuesta orilla del río al este, con la o cupac ión intermediar ia de todos los puntos dominantes de su trayecto . ( L o que s igue , omi t ido en la c r í t i c a ) : Ta l fué el i t inerario y el punto de reunión que dio á sus co lumnas de ataque con. orden de marebar en desfilada á lo largo de las calles, con arma á discrec ión, y sin disparar un solo t i ro , basta l legar al r í o , debiendo converger entonces las alas hac ia la plaza M a y o r , último objetivo del ataque».

¿ Quién abona lo establecido en la Historia de Belgrano? •'En pr imer lugar , el m i s m o W h i t e l o c k e , que adoptó el m i s m o p lan que se ind i ca . E n su parte oficial antes c i tado (Triol, etc . A p . p . 1 5 ) dice así: « S e ordenó á cada d iv is ión marchar d i ­rectamente á su frente , y al l legar á la ú l t ima manzana (square) de casas próx imas al r ío , pose ­sionarse de ellas, formando en las azoteas, y es ­perar allí órdenes ulter iores . E l reg imiento 95° t e ­nía orden de ocupar dos de las posiciones más do­minantes (coinmanding situations); desde las c u a ­les pudiese hosti l izar al e n e m i g o . E n el m i s m o parte , agrega el m i s m o genera l : « L a d iv is ión de la izquierda del general Crawfurd , al m a n d o del coronel P a c k , pasó hasta cerca del r ío , y v o l v i e n ­do á la i zquierda , se acercó á la plaza Maj-or , con el intento de apoderarse del Co leg io de los J e ­suítas (la ig les ia ) que dominaba (commanded) la l ínea pr inc ipa l de defensa del e n e m i g o , pues era la que conduc ía á la p l a z a » .

E l general Crawfurd , en su dec laración ante la corte marc ia l (Triol, e t c . , p á g . 513) conf irma la aserción de W h i t e l o c k e por lo que corresponde al m o v i m i e n t o que e jecutó , al ocupar las alturas de Santo D o m i n g o . « Y o pregunté al coronel P a c k ( d i c e ) , si no era aquel el convento de Santo D o ­m i n g o , y contestándome que sí, yo le d i j e , que ese era uno de los puntos que yo había considerado s iempre que debía ser ocupado por m í » .

¿ Q u i é n más confirma la verdad del texto de

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B e l g r a n o , sea t runcado ó c omple to ? E l m i s m o se­ñor Groussac , que d i ce : « A las diez de la mañana flameaban los colores ingleses en tres partes de la c i u d a d : el R e t i r o , Catalinas y R e s i d e n c i a » . T a g r e g a : « D u f f intentó vanamente tomar la ig lesia de San M i g u e l . V a n d e l e u r se bab ía entregado con los restos de su izquierda á los Arr ibeños y P a t r i ­c ios de la M e r c e d » . Es el caso de preguntar : ¿ e r a n ó no puntos dominantes é intermediarios del tra­yecto, antes de emprender el ataque final sobre la p laza , los que se han señalado, ó sea, las azoteas de la r ibera, las iglesias de San M i g u e l , del Co­l eg i o , de la Merced , las Catal inas, la Res idenc ia , e l Re t i r o con la iglesia adyacente del Socorro , y Santo D o m i n g o , in c luyendo la P i e d a d , que antes había sido ocupada por los asaltantes? ¿ C u á l otra posición dominante señalada por la cruz de un campanar io , ó ind i cada por las instrucc iones , i n ­cluso las azoteas de los aproches , de jó de ser o c u ­pada ó atacada según el p lan que en la Historia de Belgrano se atr ibuye al general br i tánico , y que él m i s m o confiesa? E l ú n i c o , es San E r a n -c isco , sobre el cual el señor Groussac supone un ataque ó un combate que munco tuvo lugar , y del que nos ocuparemos más adelante .

¿ A qué queda reduc ido el error fundamenta l al exponer el p lan del general br i tán i co? A lo que el m i s m o general hizo y d ice , o cupando ú ordenando la o cupac ión de las posic iones más dominantes del trayecto (commancling, y , commanded) antes de converger á derecha é izquierda sobre la p laza , tal c omo se dice en la Historia de Belgrano; f a l ­tando á la lealtad de la cita la ú l t ima parte , que el señor Groussac hace suya al final de su nota , c o m o para hacer entender que estaba omit ida en el texto que se cr i t i ca , Búsquese ahora dónde está el error fundamenta l y la omis ión esencial .

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I I I

UNA MANIOBRA IMPOSIBLE

Refir iéndose á los mov imientos de la c o l u m n a del coronel P a c k , y al ataque s imultáneo de su vanguard ia y de su retaguardia , mandada por el c omandante Cadogan , teniendo una y otra p o r ob je t ivo la iglesia del Co leg io , y las T e m p o r a l i ­dades frente al Mercado v i e j o , tal c omo la des­cr ibo en m i Historia de Belgrano, y en mis Com­probaciones, d ice el señor Groussac : « L a m a n i o ­bra descrita en la Historia de Belgrano, es i m p o ­s ible : P a c k no babr ía p o d i d o pasar por Bo l ívar y el Coleg io , coronado de patr ic ios , sin dejar en la calle más cadáveres que en San F r a n c i s c o » . N o d i ­ce más , pero lo d i cbo basta para demostrar lo c o n ­trario de lo que se sostiene, c o m o va á verse.

L a ún i ca razón que se da para declarar i m p o ­sible la maniobra en cuest ión, es que , de haberse real izado c o m o él la supone ( g ra tu i tamente ) , P a c k babr ía de jado más cadáveres que los que d e j ó en la calle del Co leg io . L a c o l u m n a parc ia l de ataque, que en esta ocasión m a n d a b a P a c k en per ­sona, se c ompon ía de trescientos hombres , de los, cuales sólo se salvaron setenta hombres f o r m a d o s , quedando los demás, muertos , heridos ó dispersos, c o m o él mismo lo confiesa. ¿Cuántos más muer tos necesitaba el señor Groussac para declarar p o ­sible la maniobra que calif ica de impos ib le ? Sin duda que todos ellos quedasen cadáveres. P e r o este es un detalle h ipoté t i co , por no decir arbi­trario, usando de la misma palabra del c r í t i co .

L a maniobra que se supone descripta por m í , es gratui tamente atr ibuida . Y o no he d i cho , ni he pensado dec ir , que P a c k pasó por la calle de B o ­l ívar ba j o los fuegos de los patric ios que corona ­ban la ig lesia del Co leg io , así c omo los cuatro frentes de la manzana en que se halla s i tuado,

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sino que lo i n t e n t ó , — c o m o dice W h i t e l o c k e , — y fué rechazado .

L a maniobra que yo describo en la Historia de Belgrano ( t . I , pág . 1 8 6 ) , y exp l i c o más detalla­damente en mis Comprobaciones Históricas, es o tra , que textualmente transcribo c omo la escribí en la ind i cada obra : « L a co lumna al m a n d o de Cadogan , avanzó por la calle del Perú (entonces Correo), y fué rechazada en la plazuela del M e r ­cado v i e j o , por los patr ic ios que ocupaban el e d i ­ficio l lamado de Las Temporalidades, perd iendo su c a ñ ó n ; y sus restos fueron rendidos poco des­pués en la casa de la V i r re ina v i e ja , en la intersec­c i ó n de las calles Perú y Belgrano. L a otra, d i r i ­g i d a por P a c k en persona, atacó p o r la calle de Bolívar (entonces del Colegio), con el ob jeto de posesionarse de la iglesia del Co leg io , c omo lo afirma W h i t e l o c k e en su parte oficial antes c i ta ­do , teniendo por ob je t ivo ul ter ior la plaza M a y o r y la Forta leza , segiín sus instrucc iones . A la a l ­tura de la calle que conduce á la espalda de San E r a n c i s c o (under church franciscan, ó sea más a b a j o de ella, c o m o P a c k lo dice en su dec lara­c i ó n ) , fué rechazado con gran pérdida por los can­cones avanzados , retrocediendo á la calle de Bel­grano, donde después de conferenc iar con Cado ­g a n , lo de j ó abandonado á su dest ino, y m a r c h ó con sus restos ,—setenta h o m b r e s , — á buscar la incorporac ión de Crawfurd en la calle de V e n e ­zuela . »

¿Q,ué t iene de impos ib le esta maniobra , p e r f e c ­tamente c omprobada por los documentos más au ­tor izados , y que es, por otra parte , la tínica ra ­c i ona lmente pos ib le? P e r o no sólo es pos ib le y rac iona l , sino que también el m i s m o P a c k la c o m ­prueba h is tór i camente . E l dice en su dec larac ión (Trial, e t c . ) , c o m o se d ice en la Historia de Bel­grano, que entró con la B r i g a d a L i g e r a que él d i ­r ig ía , fuerte de 600 hombres , por la calle de Bel­grano, m a r c h a n d o en c o l u m n a cont inua en dos secciones, la vanguard ia , mandada por él , y la retaguardia por el c omandante Cadogan . A g r e g a

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•en su dec larac ión que al avistar el río de la P la ta retrocedió hasta la intersecc ión de aquella calle con la del P e r ú (ó sea el punto in ic ia l del ataque) y que allí conferenc ió con Cadogan , quien con ­c o r d ó con él en ganar terreno sobre su izquierda, y comenzar el ataque, avanzando Cadogan por Perú, y é l , por una calle 'paralela y el aproche sobre su izquierda (in a paralell street, y , the aproach of nny left) que nosotros sostenemos sea la de B o l í v a r , de acuerdo con W h i t e l o c k e , que la cal le por donde atacó P a c k con «e l intento de apo ­derarse del Co leg io , é r a l a l ínea pr inc ipa l de de ­fensa, pues ella conduc ía á la P l a z a » , c omo lo af irma en su c i tado parte . E l rechazo fué s imul ­táneo como el a taque ; y l levando ambas alas un ataque c o m b i n a d o sobre una misma pos ic ión ( la manzana del Colegio y las T e m p o r a l i d a d e s ) , yo n o he p o d i d o aseverar, c o m o se m e atribuj^e, que P a c k pasó por Bo l ívar hasta Co leg io , pues d igo c laramente , que antes de l legar allí fué rechaza­d o . Quien supone esto, y a lgo más, c o m o luego se verá, es el señor Groussac .

P o r lo pronto preguntaremos : ¿ q u é queda de la impos ib i l idad de la maniobra ante la más e le ­mental táct ica rac ional , ante los documentos fehac ientes , ante las mismas declaraciones de los actores, y ante el m i s m o relato del señor Grous ­sac? Como se ha visto , el señor Groussac no pone en duda (por cuanto es un hecho fuera de toda d u d a ) que Cadogan se rep legó derrotado por la calle del P e r ú y que P a c k atacó por una calle pa­ralela y el aproche para le lo . L a calle y el aproche para le lo era la del Co leg io . Que el ob je t ivo i n m e ­diato era el Co leg io , para dominar la l ínea p r i n ­c i p a l de la defensa por cuanto conduc ía á la plaza M a y o r , lo afirma W h i t e l o c k e en su parte oficial , c u y o texto hemos transcrito antes, á propósito de la o cupac ión de los puntos dominantes en el tra-3-ecto del ataque.

A g r e g a r e m o s por v ía de comprobac i ón subsidia­r ia , que la maniobra que supone el señor Groussac por las calles paralelas de Ahina y Moreno, es la

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misma (con nn error más) relatada por el señor Y i c e n t e F . L ó p e z , — á quien él c r i t i c a , — y la cual hemos re futado en otra ocasión, concordando él con nuestra versión, en que la c o lumna derrotada de Cadogan , se rep legó por la calle P e r ú (agre ­g a n d o « p o r la cual había ent rado» ) hasta la casa de la V i r re ina , en su intersecc ión con la de B e l ­g rano , donde se reunió con los restos de P a c k .

¿ Q u é más pruebas se requieren para demostrar , que esa m a n i o b r a mi l i tar , no sólo es rac ional y está histór icamente c o m p r o b a d a , sino que también es pos ib le? L o d i r e m o s ; una maniobra verdadera ­mente impos ib l e , que se contrapone á la nuestra, y que es la prueba más acabada de la pos ib i l idad rac ional y mi l i tar de la nuestra .

I V

POST-SCRIPTUM

Como se habrá v isto , nos hemos l imi tado á d e ­fendernos de crít icas sin f u n d a m e n t o , exh ib i endo las pruebas de la defensa. Si nuestro án imo fuese atacar, podr íamos haber ido más allá, ten iendo paño en qué cortar retazos de cr ít icas m í n i m a s , y aun f u n d a m e n t a l e s ; pero c o m o queda d i cho , no queremos renovar po l émica sobre puntos del d o ­m i n i o h is tór i co , respecto de las cuales hemos d i ­cho nuestra ú l t ima pa labra , m a l a ó buena , en l i ­bros , en que se han e x h i b i d o las pruebas d o c u ­mentales y de i n d u c c i ó n rac ional , respecto de las cuales no h a y para qué vo lver , aun reconoc i endo los errores de detalle en que hayamos p o d i d o i n c u ­rr ir , que nosotros nos asombramos sean tan m í n i ­mos c o m o se apuntan . P e r o nos ha de ser p e r m i t i ­do en defensa p r o p i a , someter á examen la m a n i o ­bra posible, que nuestro cr í t i co opone á la m a n i o ­bra descrita por nosotros , que él declara imposi­ble, sin aducir más prueba que su aserción abso-

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hita . Su versión está reñida con la historia, con los documentos , con la táct ica mi l i tar , con las d e ­c laraciones de los actores en los sucesos, y hasta con la veros imi l i tud , por no decir le con la pos i ­b i l idad h u m a n a .

«Resu l tar ía , sin vac i lac ión p o s i b l e — d i c e el se­ñor Groussac ,—que la c o l u m n a de P a c k , entró por la calle de M o r e n o » . E n apoyo de su vers ión , cita la dec larac ión que consta del proceso W h i t e ­locke (Proceedings A , pág ina 5 4 6 ) : «Penet ré al interior de la c i u d a d — d i c e P a c k — p o r el c a m i n o que m e señalaban mis órdenes, sin encontrar o p o ­s ic ión, excepto a lgunos tiros d ir ig idos desde las avenidas de la plaza Mayor, al fondo de la cual pasé hasta encontrarme á la vista del río de la Plata. A q u í h ice hacer alto á la cabeza de la c o ­lumna para reconcentrar la , y s intiendo un f u e g o á m i izquierda, y no v i endo nada á m i frente p o r parte del e n e m i g o , ni punto a lguno ocupado p o r él á m i derecha, conferenc ié con el teniente c o ro ­nel Cadogan , quien conv ino c o n m i g o en g a n a r terreno á nuestra izquierda , y comenzar el ataque en la suposic ión que el enemigo se encontrase allí. E n c o m e n d é al teniente coronel Cadogan tomase el m a n d o de la mi tad de la fuerza de re taguard ia , mientras y o avanzaba por la calle para le la ; pero apenas me a p r o x i m é más abajo de la ig lesia de San Franc i s co (under franciscan church) c u a n d o por los fuegos de un enemigo invis ib le perdí al oficial y la m a y o r parte de los hombres de la I a d iv is ión , y p r ó x i m a m e n t e la mi tad que le se­gu ía , y proporc iona lmente la mi tad de los demás que f o r m a b a n m i d i v i s i ó n » .

E n nuestra narrac ión , de c o n f o r m i d a d con los planos ingleses de la época , que marcan los i t i n e ­rarios de las co lumnas de ataque en el asalto, a te ­n iéndome á los test imonios de los actores, y a p o ­yándonos en el parte de W h i t e l o c k e , y en la misma dec larac ión de P a c k , hacemos penetrar á éste por la calle de Belgrano, y atacar en dos alas por las calles paralelas del Perú y de Bolívar, re ­t rocediendo después del rechazo basta la cal le

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B e l g r a n o , según se exp l i c ó antes, repi t iendo esto t í l t imo la cr í t ica .

E l señor Groussac , hace avanzar á P a c k , a sin vac i la c i ón , c omo él lo d i ce , « p o r la calle Moreno (que entonces l levaba la denominac ión de Oruro y también San Francisco); lo bace « a n d a r por « l ia sin otra oposic ión que a lgunas descargas de las avenidas que conducían á la plaza Mayor al c ruzar las bocacal les y pasar al f ondo de aquélla, basta avistar el P í o de la P l a t a » ; y de allí le b a c e vo lver sobre sus pasos y «.torcer hacia San Francis­co». Ta l es el i t inerario de marcha y de ataque de nuestro cr í t i co .

A f i rmamos sin vac i lac i ón , seguros de no poder .ser contradichos , que no existe u n solo p lano de la época , n i documento a lguno contemporáneo que haga penetrar á P a c k por la calle Moreno, ó sea Oruro ó San Francisco entonces , pues todos esos d o c u m e n t o s auténticos afirman lo contrar io . E l p lano que se registra en las Notes of Viceroyalty — ú n i c o que determine gráf icamente el avance de las co lumnas asaltantes—hace entrar á P a c k y C a d o g a n por la calle Belgrano y atacar por Perú, d e j a n d o l ibres las de Moreno y Ahina, por donde el señor Groussac supone traído el ataque á la manzana del C o l e g i o ; y todos los actores que de ­f end ían esta pos i c ión están contestes en que la c o ­l u m n a de P a c k entró por Perú y no pasó de Oruro ó sea Moreno ó San Francisco.

Emplearemos aquí , para hacer la demostrac ión d e lo impos ib le de aquella maniobra un a r g u m e n ­to en cierto m o d o ad hominem. E l señor Groussac es el inte l igente director de nuestra B ib l i o teca N a c i o n a l , que ocupa el edif icio l lamado antes T e m p o r a l i d a d e s , y que en el asalto estaba g u a r ­n e c i d o por los Patr i c ios al m a n d o de don Cornel io Saavedra , y desde cuyos balcones y ventanas se r o m p i ó el fuego mort í fero del « e n e m i g o invis ib le é inacces ib le » , que dio cuenta de la c o lumna de P a c k en dos calles paralelas . I n v i t a m o s al señor Groussac á que se asome á los balcones de la B i ­b l io teca , en la intersecc ión de las calles de Mo-

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reno y Perú, y siga con la vista su imag inar io i t i ­nerar io . Con arreglo á su re lato , tendría que hacer entrar á P a c k por la misma calle de Moreno, en •columna cont inua con C a d o g a n ; avanzar por ella s m ser host i l izado ba j o los balcones guarnec idos por los P a t r i c i o s ; cruzar ias dos avenidas de la P laza M a y o r al f o n d o , sufr iendo las descargas de -ésta al atravesar las dos bocacalles hasta l legar á la vista del P í o de la P l a t a ; y de allí hacerle v o l ­ver sobre sus pasos, como él lo d i ce , torciendo .hacia San Francisco. Entonces se convencerá de msu, que su operac ión es mi l i tarmente i m p o s i b l e ; pues P a c k no p u d o recorrer esa cal le , atravesando las bocacalles de las avenidas que conduc ían á la p laza y l legar hasta la vista del r ío , re t rogradan­do ó torciendo después hacia San Francisco, para , c omo se d ice , in ic iar el ataque por las calles de Moreno y Ahina á seis cuadras de su retaguardia , c o m o él lo s u p o n e ; pues antes de todo éste debió encontrarse con los Patr i c ios al pasar ba j o los balcones y ventanas del edif icio que de fendían . D e s d e el observatorio i n d i c a d o , podrá él rehacer la A 7 erdadera escena, tal c o m o p a s ó ; es decir , ha ­c iendo marchar á P a c k por Belgrano, retrogradar desde la p r o x i m i d a d del río hasta su intersecc ión con ella en Peni, y atacar por ésta y p o r la pa ­rale la de Bolívar, c omo nosotros lo hemos e x p l i ­cado , replegándose en seguida derrotadas las dos alas ( c o m o él m i s m o lo reconoce ) á la casa de la V i r r e i n a v ie ja en la esquina Belgrano y Perú.

Los mov imientos imag inados por el señor Grous ­sac, además de imposibles son histór icamente in ­exactos , según el test imonio uñ'ánime de todos los actores en el suceso, que aseguran que la c o l u m n a de P a c k no pasó de la calle de Moreno (ó sea Oru-ro) donde fué destrozada. Mal pod ía , pues , reco ­rrer esa calle hasta cerca del r ío , atravesando las <los bocacalles de la plaza M a y o r ba jo sus fuegos , y retrogradar después por la misma sin haber e x ­p e r i m e n t a d o hosti l idades en las Tempora l idades , desde cuyos balcones es fác i l darse cuenta exacta

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<Í3 la maniobra en cuest ión, tal c omo fué y ta l c o m o debió y ún i camente p u d o ser.

Invocaremos en nuestro apoyo el incontestable test imonio de don Cornel io Saavedra, que d i r i g i ó la defensa en la manzana del Colegio y espec ia l ­mente la parte de las Tempora l idades , que o c u p a b o y la B ib l i o te ca . « E l c u a r t e l , — d i c e S a a v e d r a — fué atacado por una gruesa co lumna que entró con un cañón á la cabeza por la esquina de la casa del finado don Pedro Medrano, que hoy ocupa la virreyna viuda, la que no pasó de la calle de Oruroi> (hoy Moreno, que entonces se l l amaba también de San Francisco, c omo bemos d i c h o , según puede verse en los ant iguos planos de la c i u d a d ) . Según esto, la c o lumna de P a c k ent ró por Perú y no pasó de la calle de Oruro, ó sea M o ­reno , c o m o queda d i c h o , y por lo tanto era i m p o ­sible que recorriese ésta hasta la vista del río y atacase por A l s i n a ; seis cuadras á su retaguardia supuesta, aun admit iendo que por esta calle se l l e ­vase uno de los ataques.

P o d r í a m o s invocar también en nuestro a p o y o , el test imonio del general Mart ín R o d r í g u e z , así c omo el de don P e d r o Cerv ino , contestes con el de Saavedra ; pero basta y sobra con el de éste, q u e es conc luyente . Y con esto hemos conc lu ido , con el m i s m o paso de nuestro c r í t i co . Passibus azquis.

BARTOLOMÉ MITRE

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C O N T E S T A C I Ó N A L G E N E R A L M I T R E

I

E L PLANO DEL ASALTO ( 1 )

N o existe p lano exacto y auténtico del ataque d e Buenos A i r e s , por las fuerzas inglesas de W h i ­te locke, que se realizó en la mañana del 5 de j u l i o de 1807, ni siquiera de la f o rmac ión de las tropas en l ínea de batal la, sobre el terreno v a g o que c o m p r e n d í a los corrales de Miserere (Once de S e p ­t i e m b r e ) y las manzanas cont iguas . Es la m e j o r prueba de ello el haber tenido el m i s m o señor Mitre que con fecc ionar u n o , en 1882, para i lus ­trar sus Comprobaciones históricas, « c ondensan ­d o , según sus propias expresiones , repetidas en u n párrafo de su presente escrito , todos los datos que existen dispersos, c ombinándo los con los que suministran los documentos escritos i lustrados pol­la t rad ic ión , e t c . » . Claro está que si hubiese ex i s ­t ido un p lano exacto y c omple to , el señor Mitre no se tomara el t rabajo inút i l de e laborarlo ni habr ía lugar á discusión. E l p lano del señor M i ­tre comprende naturalmente la f o rmac i ón de .las tropas inglesas en el Miserere , desde el día 4, y la marcha de las co lumnas á través de la c iudad en la mañana s iguiente . Son dos puntos distintos que en su trabajo se mezc lan y con funden indeb i -

( 1 ) Copiamos los encabezamientos del general Mitre sin aprobarlos; se llama al primero El Plano del asalto, y al segundo, El Plan de ataque; pudiera ponerse al ter­cero El Orden del avance, y así serían tres designaciones casi sinónimas para significar un solo asunto verdade-ro. En realidad no se trata en los tres sino del itinerario se­guido por las columnas inglesas en su ataque.

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d a m e n t e ; c o m o m i pr imera nota transcrita sólo se refiere al p r imero , creo que es de buena regla e n ­cerrar por abora en él la d iscusión.

H e puesto en una nota de m i estudio sobre L i ­niers las palabras que c ita el señor Mitre (1 ) . al c o m e n z a r ; antes de discutir su sentido y e x a c t i ­tud , observa que no se da «exac ta cuenta del a l ­cance de esta observac ión , tan vaga es y tan d e s ­nuda de antecedentes y comprobantes se e x h i b e » . Es m u y posib le que con la edad contraiga m i es ­t i lo defectos que hasta ahora no se le han repro ­chado ; no creo sin e m b a r g o , que sea el caso de las palabras t i ldadas . A l l í se dice inequívocamente l o que se quiso dec ir : á saber, que el p lano del g e n e ­ral Mitre modi f i ca notab lemente el de Gower ( i n ­corporado al Proceso) y el ad junto á la obra Notes on the Viceroyalty, agregándose en seguida , p o r lo que atañe á la f o r m a c i ó n de las tropas en el Miserere : « c reemos que estas modi f i cac iones son arbitrarias , y que no existe u n solo dato a u t é n ­t ico que ext ienda la l ínea de f o rmac i ón desde M o ­reno (nomenc latura m o d e r n a ) hasta Santa F e » . A esta negac i ón de que exista documento autén ­t ico que autorice sus innovac iones , el señor M i ­tre contesta p id i éndome que e x h i b a « c o m p r o b a n ­tes » ¡ es dec ir , el documento cuya existencia h e n e g a d o !

Después de no darse « cuenta e x a c t a » de m i o b ­servación, el señor Mitre entra á rebatir la , ase­g u r a n d o , desde luego , que la l ínea de batalla d e sus Comprobaciones no difiere de las figuradas en los p lanos ingleses ( « todos contestes con el m í o » ) . L a af irmación es de todo punto inexac ta . R e s ­pecto del Proceso, no he tenido á la vista sino la ed i c i ón de M o t t l e y ; pero no hace fa l ta la otra,, por prop ia dec larac ión del señor Mitre (Nuevas

( 1 ) La cita está trunca; ello no importa para el sen­tido, pero en un caso análogo, y tratándose de un lugar de la Historia de Belgrano que está en manos de todos, el general Mitre no ha vacilado en escribir que «faltábamos, á la lealtad de la cita».

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Comprobaciones, pág ina 1 6 9 ) . A h o r a b ien , para ceñirme á un solo punto importante : según el p lano inglés auténtico, la .brigada de A c h m u t y es­taba f o r m a d a en el espacio que med ia entre las calles de Cuyo y T u c u m á n (sin alcanzar á n i n ­guna de las d o s ) , en tanto que d icha br igada , en el p lano del señor Mi t re , se ext iende desde la c a ­lle de Córdoba hasta la de Santa F e , sobresa­l iendo un poco de una y otra. ¡ Es así c omo Ios-planos son « contes tes ! » Las dos formaciones son tan distintas que no t ienen un punto c o m ú n , ex i s ­t iendo entre el fin de la una y el p r inc ip i o de la otra, lo que va , y a lgo más , de la esquina de T u ­cumán á la de Córdoba . H e p o d i d o , pues , señalar la «d i f e renc ia no tab le » , y subsiste m i observa­c i ón . A h o r a demostraré , s iguiendo el orden del señor Mi t re , que d i cha modi f i cac ión es tan ar­bitraria c o m o las que v ienen después.

E n el m i s m o párra fo , y para sustentar su afir­m a c i ó n topográf ica , escribe el señor Mi t re : « l a menc ionada l ínea de batalla no sólo se extendía hasta la calle Santa F e , sino que se p r o l o n g a b a hasta la Reco le ta en el frente que abrazaba. E l m i s m o general inglés lo declara así en su parte of icial , f e chado en Buenos A i r e s , el 10 de j u l i o de 1 8 0 7 . . . » . Desde l u e g o , — y aquí v iene b ien lo de la crít ica de los documentos , que no nos cansa­mos de re c lamar ,—es impos ib le atr ibuir al par te del in fe l iz W h i t e l o c k e , forzosamente i n c o m p l e t o , vac i lante y p l a g a d o de errores ( c o m o hecho de­oídas y al t an teo ) , un va lor preponderante sobre las conclusiones que del m i s m o Proceso se des­prenden , después de discutidas pro l i jamente las declaraciones de los testigos y la prop ia defensa de W h i t e l o c k e . E n caso de d ivergenc ia , af irma­mos en general que se debería optar por la v e r ­sión del Trial. Pero respecto del punto presente, no existe contrad i cc ión entre el parte invocado y las declaraciones de A c h m u t y y N u g e n t ; no hay-sino una mala inte l igenc ia del señor Mi t re , cuan ­do asegura ( cont inuac ión del párrafo c i tado ) q u e W h i t e l o c k e dice textualmente: « F o r m é mi l í n e a y

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c o l o c a n d o al br igad ier general A c h m u t y á la i z ­quierda , extendiéndo la hasta el convento de la R e c o l e t a , que distaba dos mi l las » .

A no exist ir aquí el documento or ig ina l , podr ía afirmarse a priori que la t raducc ión no ha de ser correc ta : nadie admit i rá , aunque no tenga la más leve noc i ón de táct ica , que una br igada de dos m i l hombres se f o rme en una l ínea de dos mil las , para atacar una c iudad (1). P e r o el documento existe y , p o r supuesto , en poder del señor Mi t re , q u e lo ha le ído m a l . D i c e el texto , l i tera lmente : « F o r m é m i l ínea, co locando una de mis br igadas á las órdenes de Sir Samuel A c h m u t y , á la iz ­quierda del br igad ier general L u m l e y , extendién­dola HACIA el convento de la P e c o l e t a . . . » ( 2 ) . Tío c reo que el general Mi tre desconozca el mat iz , y sostenga seriamente que , por e j e m p l o , el hecho de navegar hacia la estrella po lar , importe la con ­d i c i ón de l legar hasta ese para je re t i rado . . .

P o r otra parte , antes y , c o m o 3'a d i j i m o s , m u y por enc ima de la vaga ind i cac ión del gene­ral en j e f e , que no sé m o v i ó entonces de la casa de W h i t e , está la re lac ión detallada del teniente corone l N u g e n t , cuyo reg imiento número 38 o c u ­paba la extrema izquierda de la br igada y, fué el que se dirigió hacia la Reco l e ta , sin alcanzarla j a m á s , — l o que , por lo menos , prueba que no l le ­g a b a hasta allá su l ínea de batal la. H e aquí el p r i n c i p i o y lugar pert inente de la dec laración prestada por N u g e n t ante la Corte marc ia l ( 3 ) .

(1) Es lo que se observa juiciosamente en el Plan de Doblas : uPara llenar este espacio (él supone tres mi­llas) necesitarían 18.000 hombres á lo menos».

( 2 ) TRIAL, I , Appendix G, TL: I form.ed my Une, by placing one of my brigades under Sir Samuel Achmuty on the left of brigadier general Lumley, extending it TOWARDS the convent of the Pecoleta...» En la Compila­ción de documentos, lo mismo que en su Historia. Argen­tina, el doctor Vicente F. López da la traducción co­rrecta.

( 3 ) TRIAL, I I , 8 1 2 .

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«Marché con el regimiento fuera de sus acantona­mientos, más ó menos á las cinco de la mañana, é hice alto en un sitio que me había designado Sir Samuel Achmuty, en un camino que conduce á la iglesia de la Recoleta, con mi retaguardia fuera de la línea que había de ocupar la columna izquierda del regimiento 87. Apenas oído el cañoneo, á las seis y media, seguimos adelante, y más ó menos en veinte minutos llegamos á una callejuela que se dirigía á la Plaza de Toros, á cuyo estremo estaba un amplio edificio ocupado por un destacamento ene­migo.. .»

D e l f ragmento transcrito puede deducirse el i t inerar io del reg imiento n° 38, Después de cortar p o r los «pantanos y a lbardones» que un año antes atravesara el reconquistador L in iers , r íugent l le ­g ó al H u e c o de las Cabecitas (P laza Y i c e n t e L ó ­p e z ) , donde b izo alto para esperar la señal del ataque , s iguiendo luego por el ca l le jón del Soco ­rro (un poco más ob l i cuo que la calle del J u n c a l , según los p lanos de Grondona y S o u r d e a u x ) , para desembocar á las siete, ó poco más , en el P e t i r o , en frente de la batería Abasca l . Era el m o m e n t o en que A c h m u t y , sorprendido por la resistencia de la P laza , tenía que desviar el ataque por la parte del sud. N u g e n t , pues , no tocó probab le ­mente la calle L a r g a , sino la encruc i jada de Cinco E s q u i n a s ; en todo caso, no dio por la Reco le ta el inexp l i cab le paseo mi l i tar que el m a p a del señor Mitre señala, y que le hubiera i m p e d i d o entrar e n batalla en el m o m e n t o dec is ivo . Queda así des­autorizada otra innovac ión arbitraria de d i cho p lano .

Seguiré al señor Mitre en su crít ica del s iguien­t e párrafo , aunque v is ib lemente no se refiera á la entrada de A c h m u t y la nota acr iminada , Pero poco importa el l u g a r : se trata de establecer el i t inerario seguido en el ataque por el r eg imien ­to n° 87, cuya ala derecha m a n d a b a personalmen­te Sir Samuel A c h m u t y . H e aquí c ómo pr inc ip ia la re futac ión del señor Mi t re : « S i la observación se refiere al trayecto que en el asalto tra jo la co­lumna de A c h m u t y , d iv id ida en dos alas, una de las cuales h a g o yo entrar por las calles de Santa Fe y de Charcas, e t c . » . Sin querer herir

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en lo m í n i m o la suscept ib i l idad de m i ilustre c o n ­t rad ic tor , pregunto yo si ese estilo da la idea del instrumento de precis ión que se necesita e m p l e a r en estas del icadas materias de cr í t ica . B i e n sé q u e sólo por inadvertenc ia b a p o d i d o el general M i t r e c on fund i r al regimiento con la columna, y d i v i d i r á ésta en dos alas, cuando aquí « c o l u m n a » y « a l a » son s inón imos ; luego ¿ c ó m o ba p o d i d o entrar un ala por las dos calles de Santa F e y de Char ­cas ( 1 ) ?

Sabemos , pues , que el r eg imiento 87, d i v i d i d o en dos alas ó c o lumnas , penetró en la c iudad p o r dos calles oeste-este, paralelas é inmediatas . ¿ C u á ­les eran estas dos calles? E l señor Mitre ha soste­n ido s iempre que fueron las de Charcas y Santa F e ; yo he d i cho en La Biblioteca que fueron las d e Córdoba y P a r a g u a y . A h o r a b ien , después de re ­f lexionar en el lo , sospecho que los dos nos h e m o s e q u i v o c a d o ; y con m i candor hab i tua l , v o y á c o n ­fesar al p ú b l i c o las razones de m i desconfianza, en tanto que m i imperturbab le adversario c on t i ­nuará sosteniendo que el error pos ib le no entra en sus cá lculos . P e r o necesito antes despejar el terreno, dando cuenta de los errores que a q u í también ha comet ido m i i lustrado cr í t i co . P r o n t o verá, c ó m o en grac ia de la verdad y de la j u s ­t i c ia , me apl i co á m í m i s m o la prop ia d isc ip l ina .

E l señor Mitre transcr ibe , en apoyo de su tes is ,

(1) Me permitiré señalar al editor futuro del general Mitre algunos de los múltiples errores acumulados en el párrafo pertinente (Historia de Belgrano, página 183) : «La división (brigada) de Achmuty penetró en dos alas. (cuatro columnas, dos por regimiento)... desde Temple hasta Santa Fe (desde Tucumán hasta Charcas) dejando-entre ellas una calle libre, la de Paraguay, (la de Cór­doba (por equivocación), y desprendió por su izquierda un destacamento á órdenes del coronel Nugent (habién­dose destacado, antes de la marcha, el regimiento número 38, mandado por el teniente coronel Nugent), á fin de que, efectuando un rodeo tomase de flanco y de revés (por una marcha de flanco, tomase de revés) la posición cíe (del) Retiro... El ala de la extrema izquierda (el ala derecha del regimiento 87), mandada por Achmuty en. persona, etc., etc.»

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la dec larac ión de A c l i m u t y ante la Corte ; pero quiere la desgracia que esta vez tampoco dé con la requerida exact i tud . Para no perder la cos tum­bre de atribuirse s iempre la razón, «so l i c i ta , c omo decía l l e n a n , suavemente el t e x t o » , y la dec lara­c ión de A c b m u t y resulta más con forme con su v e r s i ó n » , supr imiendo ó añadiendo detalles harto s igni f icat ivos . Es así c omo nos presenta la s iguien­te t raducc ión del párrafo pert inente : « E l día no había ac larado lo bastante para ver los efectos á « n i n g u n a » distancia , n i habíamos nosotros dispa­rado u n solo t i ro , cuando súbitamente fu imos asaltados por la descarga á metralla de dos c a ñ o ­nes , el ú l t imo de ellos (creo que, omi t ido ) d irecta­mente sobre nuestro f r e n t e ; la co lumna s iguió avanzando , cuando un nutr ido fuego de fusi lería se abrió sobre nuestro frente (no existe en el o r i ­g i n a l ) , desde un edificio que en seguida hallé que era la plaza de T o r o s » ( 1 ) . Comparando la t raducc ión con el o r ig ina l , se ve que , además del pr imer contrasent ido , el señor Mitre omite un I believe m u y importante y agrega de sn cuenta u n sobre nuestro frente que no carece de mala in ­tenc ión .

E n suma, lo que dice A c h m u t y es que , debien­d o , según el croquis rec ib ido , entrar por una calle que dejara la plaza de Toros cons iderable ­mente á su izquierda (dos cuadras ) , se sorprendió por el ataque brusco de dos cañones , uno de los cuales le parece que estaba á su frente , es dec i r , en sn misma calle. Pero no lo asegura, n i t a m p o c o afirma, c omo su traductor , que la fusi ler ía u l te ­r ior saliera de su frente; y el mero hecho de que

(1) He aquí el texto (TEIAL, 451) : «The day had nut yet sufficiently dawned to see objects at any distante, ñor had a shot BEEN EIRED AT TJS vohen we were suddenly assailed by a discharge of grape from one or two gvns; the latter I BELIEVE directly in our front. Though the fire ivas extremely destructive, particularly on the grenadiers, the column still pushed on, rohen a very heavy fire of musguetry opened upon us from, a building, xchich 1 after-warás found ivas the Plaza del Tauros».

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le pareciera á A c l i n m t y que uno de los dos c a ñ o ­nes enfilaba su calle de entrada, bace presumir que el otro ber ía ob l i cuamente á la c o l u m n a , c o ­m o si, por e j e m p l o , se disparase desde la misma P laza , es decir , á su izquierda . E n todo caso, el d i l ema es éste: si la dec larac ión de A c h m u t y era probante , no había ob je to en a l terar la ; si no era probante , y sólo vendr ía á serlo con las a l terac io ­nes in t roduc idas . . . de jo al señor Mitre que f o r ­m u l e la conc lus ión .

D e la vers ión de A c h m u t y , así correg ida y au­mentada , m i hábi l adversario parece deduc ir l ó ­g i camente que las dos co lumnas del reg imiento 87 no pud ieron entrar sino por las dos calles de San­ta E e y Charcas , « las únicas que desembocan por e l R e t i r o » . P e r o esta misma deducc ión c o n d i c i o ­nal es incorrecta . Cuando , después de escr ib ir : « las (cal les) de Charcas y Santa P e » , agrega en seguida : « p o r ésta h a g o marchar á la c o lumna de A c h m u t y que creía tenerla ( la P laza ) m u y á su i zquierda , e t c . » , esto no puede ev identemente s ig­nif icar sino que la c o lumna de A c h m u t y entró p o r la calle Santa E e ; en cuyo caso, el ala i z ­qu ierda no ha p o d i d o entrar por Charcas sino p o r Arena les , teniendo la P laza de Toros á su dere ­c h a ! — T o d o ello es suposic ión y fantasía , c o m o que sólo se funda en traducc iones incorrectas y deducc iones arbitrarias : s iendo falsa la base, no hay sofisma superveniente que afirme el andamio , y éste se v iene abajo al p r imer choque de la rea­l idad . U n solo e j e m p l o : el edif icio de la P laza de Toros o cupaba , segiín el m i s m o p lano de las Com­probaciones, casi el centro de la manzana que se f o rmar ía , p ro l ongando las calles de Charcas y Santa F e y cortándolas con las calles de F l o r i d a y M a i p ú ; remitamos al señor Mitre su lapsus ca-lami del ala de A c h m u t y que entra por Santa F e , y aceptemos que sea por Charcas. ¿ E n qué cuadra de Charcas quiere él que se empeñe el fuego nutr i ­do y mort í fero de fusilería entre la P laza y la c o ­l u m n a de A c h m u t y ? Su p lano señala la ret irada de la co lumna hacia la derecha por la calle de Su i -

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paella ( 1 ) , lo que liaría suponer que el engage-•ment tuvo lugar entre Suipacl ia y Artes . P e r o , entre el centro de esta cuadra y el edificio atacado, h a y más de 400 metros . A h o r a b ien , es m u y sabi­do que la zona realmente mort í fera del fusi l f ran ­cés, mode lo per fecc ionado de 1802, con que se h i ­c ieron todas las guerras del I m p e r i o , no pasaba de 250 metros , siendo así que por su pó lvora y cons ­t rucc i ón real izaba, c omo alcance y segur idad , un progreso notable sobre todos los ex is tentes—y, por supuesto, sobre el de la A r m e r í a co lon ia l . E l i m i ­nando por insostenible la hipótesis de la cuadra E l o r i d a - M a i p ú , no sería admisible , desde este= punto de vista bal íst ico , sino la cuadra de C h a r ­cas entre M a i p ú y E s m e r a l d a ; pero esta misma resulta inaceptable por la conoc ida c ircunstancia que el m i s m o A c h m u t y refiere así: « A l avanzar por esta calle ( la derecha cont igua á la de entra­d a ) , d imos con un arroyo pro fundo que corría en su cent ro » . Es m u y sabido que , entre Esmeralda y M a i p ú , la Zanja de Matorras surcaba la calle de Córdoba , y no la de P a r a g u a y . L u e g o , no se ha ­l laba entonces A c h m u t y en esta ú l t ima ca l l e ; no p u d o por tanto haber entrado por la de Charcas, y m u c h o menos por la de Santa E e , c omo pretende el señor Mi t re . Esta deducc ión , que reputo correc ­ta , v iene también á modif icar en un solo punto m i prop ia versión anterior , que señalaba la calle de Córdoba c o m o la de entrada, cuando fué la de sa­l i da . R e c o n o z c o y rectif ico m i error , que nac ió de una doble causa: fué la pr imera atr ibuir exac t i ­tud absoluta al p lan general de ataque f o r m u l a d o tan c laramente en la defensa de W h i t e l o c k e , sin aceptar la pos ib i l idad de un extravío de A c h ­m u t y .

R e s u m i e n d o , pues , lo anterior , d igo que l a ' c o -

(1) Es nuevo error del plano: el cuerpo, bastante maltrecho, cortó la manzana por el medio : jollowed me in an attempt to get into a garden on the right of the streetj in which they succeeded; we penetrated into the next parallel street io the right of the one we had left».

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l u m n a de A c l i m u t y penetró en la c iudad , c o m o en el t e s t o se d i ce , por la calle del P a r a g u a y y , por cons iguiente , su ala izquierda por la de Char­cas ( 1 ) . A l l legar á la cuadra Ar tes -Su ipacha de d icha calle P a r a g u a y , A c h m u t y rec ib ió descar­gas á metralla de dos cañones , el uno d is ­parado desde el P e t i r o (por sobre las m a n ­zanas no edif icadas) el otro desde la misma calle P a r a g u a y , bocacal le de F l o r i d a (donde el p lano de Dob las hace figurar una t r in ­c h e r a ) . L a c o l u m n a s iguió avanzando hasta la cuadra s iguiente , cuando un v ivo fuego de fus i l e ­r ía de d i cho cantón (á menos de 250 metros ) d iez ­m ó sus filas y la hizo v a c i l a r ; cortó entonces por la manzana de su derecha, ba jando por la calle de Córdoba desde la cuadra E s m e r a l d a - M a i p ú , d o n ­de corría la zanja protectora . E n su avance hac ia el r í o , después de incorporarse el ala i zquierda , el r eg imiento 87 ocupó u n edif icio de fend ido , t o m a n ­do un centenar de prisioneros y tres cañones . Des ­de este punto vio flamear los colores ingleses en el vec ino convento de las Catal inas, y sintió que entraba en combate por el norte el reg imiento de N u g e n t , con quien , después de despejar el sud del P e t i r o , se puso en c o m u n i c a c i ó n .

Sin cuidarse de obscurecer el debate por fa l ta de orden l ó g i c o , el señor Mitre mezc la en este párrafo dos materias tan distintas c omo la va l i -

(1) En la obra Notes on the Yiceroyalty (y también en el plano de las Comprobaciones), se hace mandar esta columna por el mayor Miller cuyo nombre no figura en el Triol, por la razón harto suficiente de que este oficial cayó mortalmente herido en las primeras descargas. A este respecto ocurre en el Proceso un incidente curiosí­simo. Después de Nugent, comparece un capitán Oonway Costley, y comienza el interrogatorio; u¿Mandabais el ala izquierda del regimiento 87, el 5 de julio próximo pa­sado?—No.—¿Acompañasteis esa izquierda en su marcha por la ciudad?—No. . .»—Y el testigo se retira sin que vuel­va á hablarse más de dicha columna, ni el Tribunal pida á Whitelocke ó Achmuty la explicación del enigma, De un pasaje bastante vago del Triol (II , 731) podría inducirse que la primera intención del general Gower fuera avan-zir con Achmuty.

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dez del p lano ad junto á la obra Notes on the Vi-ceroyalty y m i prop ia versión del p lan de ataque. P r o c e d a m o s por partes y e jecutemos prestamente esa rapsodia inglesa , que l lama el señor Mitre el p lano más « correc to y detal lado» de la época , y q u e dice seguir «para abundar en pruebas» . A q u í fal la el refrán de lo que abunda no daña; pues , á más de no ceñirse á este p lano el de las Compro­baciones, no cuesta trabajo demostrar que ni el p lano ni la obra merecen la confianza y el aprec io de l señor Mi t re . P o r el pronto , él no sigue d i c b o p lano en el i t inerar io , n i siquiera en la f o r m a ­c i ó n ; pero este cote jo fuera ocioso desde que la obra carece de autor idad. Es una compi la c i ón anón ima , pub l i cada en 1808', y que , en lo re fe ­rente á la Defensa , se c o m p o n e , por una parte , d e un p lag io servil del Proceso, cuyas palabras re ­pi te l i teralmente , y , por la otra parte , de errores tan groseros que no merecen re futac ión . Y a bemos señalado este carácter de la obra en el capítulo que abora se d i s cute ; pero , para el señor Mi t re , no existe lo que contraviene á su tesis: es imper ­meab le . Entre otras muestras de « c o r r e c c i ó n » , el p l a n m e n c i o n a d o co loca la casa de W l i i t e entre P i v a d a v i a y P i e d a d , la Pes idenc ia en la manzana f o rmada por Ba l carce , el B a j o , San Juan y Co-c b a b a m b a ; los mataderos , entre Cangallo y Co ­rr ientes . L a iglesia de Santo D o m i n g o , punto central y n u d o de la discusión que luego vendrá , se levanta entre las calles de Moreno y de B e l g r a ­n o , lo que contr ibuye á aclarar el debate ! E n lo que atañe al ataque del P e t i r o , el p lano en que se apoya el señor Mi t re , apara abundar en prue ­b a s » , trae al reg imiento ntímero 38, no por la ca ­lle del Socorro ó del J u n c a l , sino por otra i m a ­g inar ia , paralela á ésta, y que sería algo así como una fantástica calle Pueyrredón que cortara la avenida de la R e p ú b l i c a y desembocase en pleno R e t i r o ! Y lo ameno del caso actual , es que estos mismos errores, y otros menores de un plano aná­l o g o , bastaron en otro t i empo al mismo señor M i ­tre para e l iminar del debate un documento c u -

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yas «monstruos idades lo desautorizan por c o m ­p l e t o » ( 1 ) .

E n cuanto á la propos i c ión inc identa l , en que el señor Mitre me reprocha « reduc i r á solo d o c e » las , según él , catorce co lumnas que cruzaron la c i u ­dad en el pr imer ataque de la mañana ( « s in a d u ­c ir c o m p r o b a n t e » ! ) , podr íamos l imitarnos á p e ­dir le que leyera con atención la pág ina que r e f u ­ta : allí verá cómo el cuerpo de N u g e n t , que ni fué d iv id ido ni entró por calle a lguna , sino por las quintas del noroeste , no pod ía computarse entre las co lumnas paralelas de ataque, c omo no lo c o m ­puta t a m p o c o W h i t e l o c k e en su defensa y sí lo e x ­c luye expresamente ( 2 ) . D e suerte que , en resu­midas cuentas , lo que el señor Mitre m e reprocha en este m o m e n t o de su escrito , es no exh ib i r c o m ­probante de ser c ierto que 14 menos 2 sea igua l á 12 . . .

Queda , pues , subsistente la pr imera nota e x a ­m i n a d a , y demostrado , para quien ent ienda lo que es demostrac ión , que el p lano de las Compro­baciones trae modi f i cac iones arbitrarias, no ate­nuadas sino agravadas por el nuevo suplemento de c o m p r o b a c i ó n .

I I

EL PLAN DE ATAQUE

E n este cap í tu lo , puede decirse que const i tuye el e je del debate lo de dec id ir si extremo es ó n o

(1} Nuevas Comprobaciones, página 85. ( 2 ) TRIAL, • 7 3 6 : Four regiments on the left, under

sir Samuel Achmuty and general Lumley namely the 87th, 5th, 36th, and 88th were divided into wings, constituting, therefore, eight different columns of attack, EXCLUSIVE OF THE 38th, which was to attack the Toros from the rear; and the brigade under general Craufurd and the Jf5th, under coronel Guard were divided into four columns.

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s inónimo de intermedio. E l señor Mitre op ina por la af irmativa, con gran acopio de c omproban ­tes ; y tal es la razón de la sinrazón qne á nuestra razón se b a c e .

E n una cita que sólo comprende el ú l t imo m i e m ­bro de una frase basta su punto final, el señor M i ­tre me reprocha , con inusitada acr imonia , el no haber transcrito la frase que sigue, más larga que la nota entera y que se encuentra en una obra p o pular , cuyo t omo y pág ina indico minuc iosamente . P i d o al lector que lea atentamente la cita acr imi ­nada', con el aditamento agregado por m i honorable adversario , y d iga si todo lo omit ido por m í no está contenido en lo c i tado . Sea de ello lo que fuere , la inút i l y desgraciada ampli f icac ión queda resta­b lec ida por el mismo interesado y todo el m u n d o puede leerla en su lugar . Y ahora preguntamos , no sólo si, en buena lóg i ca y estilo correcto , puede una propos ic ión completa y cerrada por un punto final, ser destruida por otra propos ic ión subsi­gu iente , sino si, en el presente caso, la segunda me jo ra ó modi f ica la anterior? H e cr i t i cado el contenido de este concepto total , indeb idamente atr ibuido al general ing lés : tomó por objetivo la orilla del río, con la ocupación de todos los pun­tos intermedios y dominantes del trayecto ( 1 ) , 3 he d i cho que encierra « u n error f u n d a m e n t a l , c omo que importa el desconoc imiento absoluto del pensamiento , bueno ó m a l o , del general in ­g l é s » . Para destruir m i cr í t ica , necesitaba el señor Mitre demostrar : ó que he tergiversado las p a l a ­bras subrayadas, ó que , á pesar de m i aserción contrar ia , ellas expresan exactamente el pensa­miento de W h i t e l o c k e , tal cual se manifiesta, no en las declaraciones de sus tenientes , sino en - las órdenes generales , y sobre todo en la defensa ante

( 1 ) Me permito restablecer el orden lógico de la ora­ción, interpretando el sentido: ocupación intermediaria carece de significado claro.

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la corte del p rop io W h i t e l o c k e . Veamos si lo lia demostrado .

¿ H e tergiversado la orac ión qne lie c i tado hasta su punto final? r í o , puesto que el señor Mitre re ­produce m i cita sin cambiar le una letra. Pero me reprocha no haber comple tado la c ita con otra frase independiente que , según él , modif ica el sent ido de la anterior . P o r s ingular que me p a ­rezca esta teoría l i teraria , que consistiría en tras­ladar á una segunda orac ión el sentido de la pr i ­mera , v o y á darle por el gusto á m i ilustre cr í ­t i c o , pero cobrándo le , c o m o es deb ido , el derecho de t ranscr ipc ión . H e aquí la frase omi t ida : Tal fué el itinerario y el punto de reunión (sobre el r ío ) que dio ci sus columnas de ataque f l ] , con orden de marchar en desfilada á lo largo de las calles [ 2 ] , con el arma á discreción y sin disparar un tiro hasta llegar al río [ 3 ] , debiendo converger entonces las alas hacia la plaza Mayor, último objetivo del ataque [ 4 ] . P a r a m a y o r c lar idad be d iv id ido la frase en cuatro par tes ; se ve que en la pr imera no se hace sino resumir el error seña­l a d o ; la segunda no agrega nada al sent ido , pues es sabido que las co lumnas de ataque que cruzan una c iudad marchan en desfilada y, por supuesto, á lo largo de las cal les ; la cuarta t a m p o c o reza con la propos ic ión cr i t i cada , pues supone atravesada la c iudad , pero apunta otro error ( 1 ) . Pes ta la tercera que , con estar á la vez con forme á las d is -

(1) Las órdenes generales se limitaban á disponer que cada columna ocupara una posición favorable en la manzana extrema correspondiente, sobre el río, y esperase allí órdenes ulteriores. _ En su defensa, Whitelocke atri­buye el fracaso, con ó sin razón, á la concentración de los cuerpos contra sus disposiciones terminantes (Triol, I I , 739 y passim.).—Si el señor Mitre no lo tomase á mal, me permitiría señalarle, para su edición futura, algunas otras inadvertencias de esta misma página; v. gr. : la brigada (no división) de Craufurd comprendía dos cuer­pos y no tres; el regimiento 5, al mando de Guard, no pertenecía á la brigada; no es por estar cortadas en án­gulo recto que las calles de Buenos Aires pueden ser enfi­ladas por la artillería, sino por ser rectas, ya fueran p.gudos ú obtusos los ángulos de intersección; etc., etc.

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posic iones de las órdenes generales de W h i t e ­l o cke , y contener una cláusula incompat ib le con la propos ic ión cr i t i cada, revela á las claras que d i c h a propos i c ión no puede ser disposic ión de W h i t e l o c k e , c omo luego lo demostraré. Se ve , pues , que no sólo no he tergiversado las palabras que he c i tado , sino que las omit idas por m í sólo cont ienen tres redundancias , una i n c o m p a t i b i l i ­d a d y un nuevo error. N o acierto á descubrir qué ha perd ido el señor Mitre con su omis ión , n i qué habr ía ganado con su menc ión expresa.

A l in i c iar el segundo punto de su demostrac ión , •exclama el señor Mi t re : « ¿ Q u i é n abona lo esta­b lec ido en la Historia de Belgrano?» N o apruebo e l t é rmino , tratándose de una cuestión de hecho —matter of fact—y no de op in ión . L a tesis es és­t a : la frase que he cr i t icado ¿ t r a d u c e ó no correc ­tamente el pensamiento de W h i t e l o c k e ? Ta l es la cuest ión . P a r a resolverla, no es necesario n i út i l saber si acreditan la op in ión del señor Mitre tal ó cual maniobra de Craufurd (á quien W h i t e l o c k e acusa de desobed ienc ia ) , n i tal ó cual palabra de u n escritor moderno , cuyo test imonio se tergiversa: lo ún i co pert inente y t óp i co , en este caso, es bus ­c a r la interpretac ión del pensamiento de W h i t e ­locke en las órdenes, comunicac iones oficiales y de fensa documentada del mismo W h i t e l o c k e .

Entre todos los documentos auténticos que pro ­ceden directamente del general en j e f e W h i t e ­l o c k e , hemos d i cho ya que el menos autorizado y fehac iente es su parte oficial á W i n d h a m , que •escribió á raíz de la cap i tu lac ión , siendo así que permanec ió a le jado é i n c o m u n i c a d o de sus c o l u m ­nas durante el asalto, y , por otra parte , no p u d o hasta el 10 de ju l i o rec ib ir y menos compulsar los in formes parciales ( ? ) de sus tenientes ( 1 ) . A d e ­m á s , el parte no podía sino ser eco de las m a n i o -

(1) El despacho privado, que en la propia fecha diri­gió Whitelocke al mismo AVindham, difiere gravemente de su parte oficial.

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bras real izadas, muchas de ellas en oposic ión al pensamiento , bueno ó m a l o , del general en j e f e . . . A b o r a b ien , de todos los documentos de W b i t e ­l o cke , ése es el ú n i c o c i tado « e n su a b o n o » por el general M i t r e ; y lo que de él transcribe no b a c e absolutamente al caso en d iscus ión , c o m o voy á demostrarlo sin demora .

H e c o m b a t i d o , c o m o error fundamental acerca del p lan de ataque, la af irmación de que las c o ­lumnas tuvieran orden de ocupar todos los pun­tos I N T E R M E D I O S de su trayecto, desde el Miserere ó alrededores basta el r ío . Para sostener su tesis , el señor Mitre transcribe una frase del parte en que se dice que «e l reg imiento 95 debía ocupar dos de los puntos más d o m i n a n t e s » . . . pero sin notar que la frase anterior , por él m i s m o c i tada , precisa de un m o d o general que cada cuerpo ocupará l os edificios más adecuados de la «rí lt ima hi lera de casas sobre el P í o de la P l a t a » ; de suerte q u e su argumentac ión se reduce l i teralmente á este ra ­c ioc in io « b i s c o r n u d o » , si es tolerable el g a l i c i s m o : « la prueba de que las co lumnas tenían orden de apoderarse—sin un t i r o — d e todos los puntos i n ­termedios y dominantes de su trayecto , es que ocuparon ó procuraron ocupar a lgunos puntos ( d o ­minantes ) de la lü t ima hi lera de casas sobre el r í o ! » ISTo más lóg icos son todos los argumentos s u b ­s igu ientes ; por eso d i j e , al empezar este cap í tu lo , que era ante todo una cuest ión de v o c a b u l a r i o . Para el señor Mi t re , los puntos intermedios del t rayecto , que comienza en Miserere y termina en el r í o , son las casas que dan sobre el m i s m o r í o . ¿Cuáles son entonces los puntos e x t r e m o s ? — V e o asomar la ore ja del sofisma: podr ía el señor M i ­tre pro longar la discusión, a legando que los d i ­ferentes cuerpos tenían orden de reunirse y « c o n v e r g e r hac ia la plaza M a y o r » , y que , en c i e r ­to m o d o , el Re t i r o y la Res idenc ia eran puntos « i n t e r m e d i o s » respecto del «víltimo ob je t ivo del a taque» . P e r o esto m i s m o no es sino otro error del señor Mi t re . W h i t e l o c k e ha protestado diez veces con toda vehemenc ia contra esta falsa i n -

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terpretac ión de su p lan , y así lo consigna espe­c ia lmente en la misma frase transcrita por nuestro i lustre contendor : cada cuerpo debía ocupar la ú l ­t i m a manzana respectiva de la c iudad y «esperar all í órdenes ul ter iores» , and thera wait for further crders.

P o r la misma consideración fundamenta l , que­dan refutadas todas las otras afirmaciones del se­ñor Mitre acerca de los puntos extremos que él reputa intermedios. L a b i lera extrema de la c i u ­d a d , para quien la cruce de oeste á este, es la ú l ­t i m a l ínea de manzanas, es dec ir , la zona enton­ces edif icada entre la calle, de la Defensa , con su pro longac ión , y el r í o : en ésta se levantaba la re tab i la de las iglesias y conventos traídos « e n su a b o n o » por el b istor iador de Be lgrano y citados por m í ó cualquier otro de más peso. L a ún i ca iglesia que b a g a excepc ión es la de San M i g u e l q u e , c o m o d i j e , « D u f f intentó vanamente t o m a r » . A q u e l pobre teniente coronel D u f f , oficial in fer ior á su mis ión , es el m i s m o que dejó su bandera en el cuarte l general « t emiendo que se la tomase el ene­m i g o » . D i c e e fect ivamente en su balbuciente de ­c larac ión que tenía orden de ocupar á Sa:i Migue l , pero su j e f e le desautoriza en lo pr inc ipa l ( 1 ) . L a verdad es que D u f f andaba por esas calles c omo « ra ta por t i r a n t e » ; la ausencia de p iedra en los fusi les acabó de bacer le perder la cabeza, y p r o c u ­ró meterse en el pr imer agujero que e n c o n t r ó ; re ­chazado , fué á rendirse, para que se realizaran sus prev i s i ones .—En cuanto á las iglesias del Socorro y de la P iedad , que también se menc ionan , no

(1) TBIAL, 490 : uHaving givcn orders to Lieutenant Colonel Duff and Major Vandeleur... to push rapidly on and penétrate if posible to the river, or to posi them-selves as far in advanee as they u-ere able, taking posses-sion of any churth, or large house or houses, which they might afterwards be best able to maintain and defend». Naturalmente el apocado Duff prefirió á lo primero lo segundo, que no era sino condicional, pero esto mismo contravenía á las órdenes superiores, y no estamos discu­tiendo lo que se hizo, sino lo que Whitelocke quiso hacer.

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fueron tomadas en cuenta, m u c h o menos ocupadas por las co lumnas de ataque.

Queda así demostrado que el p lan de W h i t e ­locke consistió precisamente en evitar (to avoid) toda demora en los puntos intermedios del t rayec -t o , — p o r eso traían las tropas sus fusiles sin car ­g a r , — y , por tanto , que la tesis contraria del señor Mitre , asentada en una serie de equívocos , s igni f i ­ca un error fundamenta l respecto del p lan de ata­que . Si m i honorab le contradic tor persiste en sos­tener que las ú l t imas manzanas de la c iudad cons ­t i tuyen sus puntos intermedios , nada tengo que rep l i car : cum negantibus principia non est dispu-tandum.

I I I

UNA. MANIOBRA IMPOSIBLE y Poat-seripium

E l t í tulo puesto p o r el señor Mitre á su tercera parte no da una idea cabal del c onten ido : es u n proced imiento de polemista encarnizarse en un de ­talle ostensible de la tesis, desl izando p o r i n c i d e n ­cia las proposic iones pr inc ipales y pe l igrosas . L a « m a n i o b r a i m p o s i b l e » , aquí puesta en ev idenc ia , no es siquiera un episodio del doble ataque tra ído por P a c k y Cadogan : es un mero acc idente que debe incorporarse al relato pr inc ipa l y seguir le en lugar de preceder lo . A q u í , pues , en grac ia de la prec is ión , necesitamos abandonar el orden d is ­perso de nuestro eminente adversario , f u n d i e n d o en uno solo sus dos capítulos finales. P o r otra p a r ­te , la numerac ión de esta pág ina m e advierte que « n o he tenido t i empo de ser b r e v e » , y necesito ganar al fin el espacio que he perd ido al p r i n ­c i p i o .

T o d a la enmarañada diseusión de detalles, p r o ­m o v i d a por el señor Mi t re , queda resuelta con es­tablecer só l idamente el i t inerario del coronel P a c k

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y el subsiguiente de Cadogan , después de haberse éste destacado con la re taguard ia .—Cre ía haber demostrado en m i relato que , segxín el plan de ataque, la c o lumna de P a c k no podía haber entra­do sino p o r la calle de Moreno : no sólo se deducía esto de la disposic ión terminante , y tantas veces repet ida , según la cual las co lumnas ocuparon to ­das las calles paralelas , de jando libres ún i camente las centrales .(es dec ir , hac ia el sud, V i c tor ia y A l -s i n a ) , sino que era la única distr ibución de las fuerzas compat ib le con las declaraciones test imo­niales . Natura lmente , mis razones no han c o n ­m o v i d o la conv i c c i ón del señor M i t r e ; él es, n o diré invenc ib le , pero sí i n c o n v e n c i b l e ; su divisa es la del personaje de Ar is tó fanes : No me persua­dirás, aunque me persuadieras! H u e l g a , pues , agregar que este suplemento de demostrac ión se d i r ige , más que á él , á los lectores imparc ia les .

A las razones directas, ya espuestas , que hacen entrar la c o lumna de P a c k por la calle de M o r e n o , sólo agregaré una que , si b ien indirecta , considero decis iva. T o d o el m u n d o reconoce que la c o l u m ­na de P a c k y la de Craufurd penetraron por dos calles inmediatas : el señor Mitre hace entrar la pr imera por Be lgrano y la segunda por Venezue ­l a ; no hay sobre esto discusión. N o la hay t a m p o ­co sobre el hecho de mandar aquél el ala izquierda de la b r igada . A h o r a b ien, la c o lumna derecha e n ­tró por la calle de B e l g r a n o , y no por la de V e ­nezuela , c o m o quiere el señor Mi t re : ello se i n ­fiere, sin duda pos ib le , de la misma declaración de Craufurd ante la Corte marc ia l . «Cuando l legué al B a j o , d i ce , v i el bastión sudeste del Fuerte á unas 450 yardas de m í , tan exactamente c omo p u d e j u z g a r » ( 1 ) . P a r a pesar el valor absoluto de esta aprec iac ión , es necesario situarla en su cuadro real . N o se trata de la vaga impresión fluctuante

( 1 ) TBIAL, 5 1 2 : uWhen I arrived on the beach, I saw the south-east bastión of the fort at the distance of about 450 yards from me, as nearly as 1 could judge.»

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q u e , al amanecer del día 5 de j u l i o , recibiera el genera l Craufurd , sino de la dec laración m e d i ­tada,- destinada á soportar la discusión púb l i ca , e laborada á la vista de los planos y documentos e n las semanas que precedieron la sesión solemne del Consejo de guerra , el que , por otra parte, re­c ib ía las declaraciones ante el p lano desplegado . Claro está que lo expuesto allí por un general del e jérc i to inglés no p u d o ser (en esta parte de su re lato , cuya impor tanc ia confieso baber antes des­c o n o c i d o ) sino el resultado de maduras ref lexio­nes y la expresión exacta de la verdad . Contó , so ­bre el p lano de la c iudad , las tres cuadras que m e d i a n entre el ángulo sudeste de la Forta leza (esquina de V i c t o r ia y B a l c a r c e ) y la bocacal le d o n d e estaba seguro de baberse ba i lado siete m e ­ses antes, y señaló la distancia que fija i rre futa­b lemente su entrada por la calle de B e l g r a n o ( 1 ) . D e ello se deduce «s in v a c i l a c i ó n » que P a c k entró por la calle de Moreno , pues nadie n iega que si­guiese la calle i zquierda inmediata á la de Crau­f u r d ( 2 ) .

P o d r í a argüirse que , si b ien las órdenes seña­l a b a n á P a c k y Craufurd su preciso i t inerar io , pud ie ron uno y otro cometer el m i s m o error que A e b m u t y ; pero la ob j e c i ón no es atendib le . N o b a y par idad en ambas s i tuaciones. E l error de A e b m u t y prov ino de tener por delante terrenos vagos , cuyas cuadras exteriores no estaban en m u c h a s partes de l imitadas . E l caso de la b r igada

(1) En realidad la cuadra tenía 140 varas y 11 de ancho la calle; pero todos los documentos ingleses cuen­tan siempre las varas por yardas; así Whitelocke (TRIAL, 736) : the sicles of the scruares of houses are 140 yards.

(2) Difícilmente se creería que esta misma circuns­tancia de estar Craufurd «á la vista del bastión sudeste de la Fortaleza, á 450 varas de distancia» se da como razón para que él se encontrase en la calle de Venezuela, por donde «había entrado»! Pues es lo que se lee en la Historia de Belgrano, página 186: 450 varas, es decir, tres cuadras contadas norte-sud desde la calle de Victo­ria ; ello es prueba de que Craufurd estaba en Venezuela, y no en Belgrano!

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Craufurd era m u y diverso : había avanzado hasta la altura de la plaza Lorea , vért ice del « tr iángulo isósceles» , c omo dice Dob las , que figuraba la p lan­ta completamente edificada de la c i u d a d ; aquí no hab ía duda posible sobre las cuatro calles centra­les ( P i e d a d , P i v a d a v i a , V i c tor ia y A l s ina ) que debían quedar l ibres , teniendo que entrar la c o ­l u m n a de P a c k por la pr imera á la derecha de A l s i n a ( 1 ) , l o m i s m o que por el otro lado , la c o ­l u m n a de D u f f , por la pr imera á la izquierda de P i e d a d : ni D u f f ni Pack podían equivocarse, ni se equ ivocaron . P o r fin, pudo el reg imiento del e s ­t remo norte persistir en su error después de c ome ­ter lo , porque no tenía cuerpo á su izquierda que se lo advirtiese con su presenc ia ; no así la c o l u m ­na de P a c k que hubiera encontrado la calle vecina obstruida por Craufurd . Sería, pues , necesario ad­mi t i r el error sucesivo y en el mismo sent ido— que n i n g u n o de ellos ha m e n c i o n a d o — d e los cua­tro je fes de c o l u m n a .

¿ E n qué se funda el señor Mitre para sostener su tesis? Después de desafiarme á que exhiba p la ­nos y documentos que resuelvan categór icamente e l punto en m i f a v o r — c u a n d o él sabe m u y bien q u e no existen los tales n i en un sentido ni en otro —desenvue lve majestuosamente «e l ún i co que de­termina gráficamente (es n a t u r a l ! ) el avance de las co lumnas asaltantes» : y este mir lo b lanco t o ­pográf ico , ya lo adivináis , no es otro que el p lano de las famosas Notes on the Viceroyalty, que él m i s m o desechara en otra ocasión por sus « m o n s ­truos idades» ,—el cual , entre otras genti lezas, c o ­loca á Santo D o m i n g o entre Moreno y Be lgrano y, p o r lo tanto, hace entrar á P a c k por la calle que l imi ta al sud d i cho c o n v e n t o !

( 1 ) Además, decía la Orden general: (¡El batallón ligero penetrará por la segunda calle á la derecha de la que conduce á la casa de Mr. White» (TRIAL, appendix, X X X V ) . En el plano del Trial, lo mismo que en el de las Comprobaciones, la casa de White está en prolongación de la calle Victoria: luego the second street on the right es la de Moreno.

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U n a vez establecido i rre fragablemente el b e c b o pr imord ia l de la entrada de P a c k por la calle de M o r e n o , sus evoluc iones ulteriores , así c omo las de Cadogan , se deducen , l óg i camente y sin esfuerzo, de las declaraciones respect ivas . Vo lveremos á r e ­sumirlas en pocas palabras , s iguiendo escrupu­losamente la versión del Trial.

L a c o l u m n a de P a c k , f o r m a d a por 5 compañías del batal lón l igero y 4 del reg imiento 95 ( c o m p o ­n iendo un e fec t ivo de 600 hombres de t r o p a ) , re ­corr ió la calle de Moreno « q u e le señalaban las órdenes , sin más oposic ión que algunos tiros d is ­parados desde las avenidas que conducen á la plaza M a y o r , al cruzar las bocacal les ( 1 ) . L l e g a d a á vista del r ío ( cuadra D e f e n s a - B a l e a r c e ) , se m a n ­dó bacer alto para apretar filas. L a c o l u m n a m a r ­chaba probab lemente , c o m o la de V a n d e l e u r , con siete hombres p o r f rente , f o r m a d a en 18> d iv i s i o ­nes ó medias - compañías según la organizac ión v i ­gente todav ía , de jando u n intervalo de tres ó c u a ­tro pasos entre cada d iv is ión : o cupaba , pues , cerca de una cuadra . N o v iendo allí rastro del ene ­m i g o n i punto a lguno que ocupar al frente ó á la derecha ( 2 ) , P a c k conv ino con Cadogan en m a r ­char al fuego que se oía por la i zqu ie rda ; d i v i d i ó en dos la c o l u m n a , y d io á Cadogan el m a n d o de la mi tad de retaguardia , con orden de avanzar h a ­cia la izquierda por una calle parale la á la que él m i s m o iba á t omar . A q u í se p ronunc ia otra d i ­s idencia , coro lar io de la f u n d a m e n t a l . N o ex i s ­t iendo para m í duda posible sobre el hecho de es­tar en ese m o m e n t o la c o lumna de P a c k en la c a -

(1) El señor Mitre, que hace entrar á Pack por la calle Belgrano, supone que éste ha dicho : ((pasé por el fondo de la plaza Mayor»! The bottom of which I passed se aplica evidentemente á avenucs, del mismo modo que solemos decir aún : el fondo de la cuadra, por su extremo.

(2) Nuevo contrasentido del señor Mitre que tradu­ce : seeing nothing in my front of the enemy, or any post to occupy there, or to my right, en esta forma sorpren­dente : (¡No viendo nada á mi frente por parte del ene­migo, ni punto alguno ocupado por él á mi derecha...»

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He de Moreno , creo que debo interpretar corno lo b i c e las evoluc iones y ataques de los dos cuerpos separados. E n tanto que Cadogan cambiaba de f rente y vo lv ía sobre sus pasos basta tomar la calle P e r ú , P a c k enderezó hac ia la plaza M a y o r , p o r la calle Defensa , que era la más directa y p r ó ­x i m a . Es i l óg i co y pe l igroso—sobre todo si no se sabe bien la l e n g u a — a p l i c a r á la deposic ión oral de u n soldado los procedimientos supersticiosos de la exéges i s ; las declaraciones del Trial pecan á m e n u d o de incorrectas y v a g a s ; la del m i s m o P a c k no es i r reprochab le : emplea approach en s in­gu lar con un sentido que no es el técnico , y que el señor Mitre traduce abusivamente por «cal le parale la i n m e d i a t a » ; en la misma frase la voz división significa la media compañía y luego el cuerpo entero , etc . H a y que leer lisa y l lanamen­te , sin ep i logar , más con ayuda del buen sentido que del d i c c i onar io . P o r e j e m p l o , cuando dice P a c k , á raíz de tomar su determinac ión de m a r ­char hac ia la P laza , que , no b ien se h u b o a p r o x i ­m a d o á la ig lesia de San Eranc i s co , estalló el f u e g o del e n e m i g o , no hay espíritu recto que p u e ­da entender que / liad scarcely approached TTNDER

the Franciscan church, s igni f ique, c omo hace un cuarto de siglo viene repi t iéndolo mutatis mutan-dis el señor Mi t re : «Es tando en la cuadra de B a l -carce -Defensa , calle de Be lgrano ( c o m o él d i c e ) , resolví marchar hac ia la plaza M a y o r , y para el e fecto seguí hasta Bo l ívar , y t omando por esta c a ­lle hasta encontrarme debajo de la iglesia de San Eranc i s co , e t c . » . El lo es manif iestamente inacep ­tab le , y tal es la « m a n i o b r a i m p o s i b l e » que he se­ña lado , quer iendo signif icar, no una i m p o s i b i l i ­dad mater ia l , s ino que es impos ib le atr ibuir á u n j e f e exper imentado tan s ingular maniobra , e x ­presada con tan extraña f ó rmula . To approach under the Franciscan church expresa la idea sen­sible y prop ia de acercarse por la cuadra que la ig lesia d o m i n a , y no «más a b a j o » , á una cuadra liada el alto, desde donde no se divisa á San Eranc i s co . Y tan es así, que el autor favor i to del

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señor Mi t re , al transcribir esta parte del Trial, pone tranqui lamente la frase que s igue , c o m o equivalente de la de P a c k : « n o bien se hubo acer­cado á la iglesia de San Franc i s co , cuando , etcé­tera» ( 1 ) . ¿ C ó m o podía dec ir que se acercaba á San Franc isco avanzando por la calle de B o l í v a r ? H u b i e r a d icho ev identemente «a l Co l eg i o » .

Me permito pensar que no es d igno del señor Mitre abandonarse al deplorable y ant icuado siste­m a de impres ionar al incauto lector con af irma­ciones gratuitas . N o puede afirmar que su narra ­c ión esté estrictamente a justada á « l os planos i n ­gleses de la época que marcan los i t inerarios , los test imonios de los actores, las declaraciones de W h i t e l o c k e (2 ) y P a c k , que hacen penetrar á éste por la calle de B e l g r a n o , atacar en dos alas p o r P e n i y B o l í v a r , e t c . , e t c . » , cuando sabe pert inente ­mente que sólo ind i ca lo pr imero el ú n i c o p lano que no merece f e , y nada precisan de lo segundo ni planos ni p lanes , ni actores ni autores. L a h i s ­tor ia d igna de respeto y crédito no es un a legato , y m u c h o menos pro domo suá; sino un esfuerzo de labor sincera y desinteresada, de invest igac ión just ic iera y serena, en que el escritor fa l ib le y fa ta lmente infer ior á su empresa, debe estar s iem-

(1) Notes on the Viceroyalíy, 206: uScarcely liad lie approached the Franciscan church»...

(2) El parte de Whitelocke, que el señor Mitre cita en apoyo de su tesis insostenible, sólo prueba dos cosas : 1 . a que no ha sido entendido ; 2 . a que dicho documento, como ya dije, no merece crédito.—Whitelocke no tiene no­ticia de la separación en dos cuerpos de la columna de Pack; no menciona á Cadogan y engloba para mayor confusión el doble ataque separado. Dice que <da columna izquierda de la brigada Craufurd procuró apoderarse del colegio de los Jesuítas y que, rechazada; tuvo que retro­ceder y refugiarse en una casa (la de la Virreina) donde se rindió»: ello, evidentemente, se refiere á Cadogan y anula la cita del señor Mitre que la refiere á Pack. A renglón seguido, el mismo parte de Whitelocke desbarra grotescamente respecto de Craufurd, que se aproximó al bastión nordeste del Fuerte, de que «distaba 400 yardas». (TRIAL, Appendix, xvn y xvra) . El parte de Whitelocke y los Notes son las dos fuentes preferidas del señor Mitre.

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pre dispuesto para admit i r la recti f icación funda ­da que torne menos imper fec ta su obra.

L a c o l u m n a de P a c k , pues , al avanzar por la calle Defensa y l legar ba j o los muros de San F r a n ­c isco , sufrió tan terrible ataque de los cantones y de la calle que tuvo que retroceder , de jando la cuadra sembrada de cadáveres, y doblar por la calle de Moreno que trajera al entrar y que , por ser perpendicu lar á la de la Defensa , protegía casi completamente á la co lumna contra el fuego e n e m i g o . R e m o n t a n d o bac ia P e r ú , para inquir i r la suerte del otro cuerpo , dio con sus hombres dis­persos, y á poco con el mismo Cadogan que salía rechazado de d icha calle del P e r ú . E l coronel P a c k fué en persona á reconocer los primeros ed i ­ficios de la manzana de Tempora l idades , pero en ­contró impos ib le la entrada ; resolvió vo lver atrás, buscando la incorporac ión de Craufurd y de jando á Cadogan que prosiguiese su retirada por la calle del P e r ú , hac ia la calle de Be lgrano ( 1 ) .

Ta l es, hasta donde l lega el debate, la exp l i ca ­c ión sencilla y natural del texto de P a c k , sin que sea necesario ped ir ac larac ión á Saavedra, R o d r í ­guez ó Cerv ino , que nada tuvieron que hacer con este i t inerario de P a c k ; ni m u c h o menos asomarse á los balcones de la B ib l i o teca Nac iona l (esquina de P e r ú y M o r e n o ) , que , si b ien entonces f o rmaba parte de los edificios de Tempora l idades , no esta­ba todavía ocupada por fuerza a lguna , ni p u d o oponerse á la entrada de P a c k , c omo no se opuso á la de Cadogan que vamos á reseñar.

T o d a la parte del relato del señor Mi t re , re fe ­rente al ataque de Cadogan (Una Maniobra im­posible), es un te j ido de inexact i tudes y suposi ­c iones gratuitas . Empieza por «hacer confesar al

(1) Puede admitirse, como ligera variante ó, mejor dicho, complemento de interpretación de las declaracio­nes, que, mientras Pack reconocía los edificios de Tem­poralidades, Cadogan había continuado su retirada hacia la casa de la Virreina, y que allí tuvo lugar su última conferencia con Pack.

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m i s m o P a c k » que sólo salvó setenta hombres de su pr imer avance , cuando no hay rastro de semejante return en su dec larac i ón ; me reprocha haber d i ­c h o que P a c k no hubiera p o d i d o pasar por la cua ­dra del Colegio sin ser rechazado , y él m i s m o agrega que su ataque ( i m a g i n a r i o ) á d i cha cuadra « f u é r e c h a z a d o » ; me atr ibuye por dos veces no sé qué evo luc ión de Cadogan ó P a c k por la calle de Alsina, que no he n o m b r a d o sino para dec ir que es una de las cuatro centrales por donde no pasó n inguna de las co lumnas asaltantes. Y así el resto. P i d o al lector que lea con atención el s iguiente párrafo del señor Mi t re , y cuente con los dedos todas las inexact i tudes ag lomeradas en tan pocos renglones :

«El mismo Pack dice en su declaración (TRIAL, etcé­tera) , como se dice en la Historia de Belgrano: que en­tró con la Brigada Ligera que él dirigía (1) , fuerte de 600 hombres, por la calle de Belgrano (2), marchando en columna continua en dos secciones (3) , la vanguardia mandada por él, y la retaguardia por el comandante Cadogan (4). Agrega en su declaración (sic) que al arri­bar al Río de la Plata retrocedió hasta la intersección de aquella calle con la del Perú ó sea el punto inicial del ataque (?) y que allí conferenció con Cadogan (5), etcé­tera, etc.»

(1) No había propiamente «Brigada Ligera»; Pack mandaba la columna izquierda de la brigada Craufurd, cuyos dos cuerpos se componían casi por mitad del bata­llón ligero y del regimiento 95.

(2) Se comete por décima vez el grave abuso de argu­mentar atribuyendo á un testigo y principal actor afirma­ciones imaginarias.

(3) No había tal «columna continua en dos seccio­nes» ; era la «columna de batallón», con divisiones ó semi-compañías, tan empleada en las guerras del Imperio. Por singular coincidencia, la brigada Pack, en Waterloo, en­tró al fuego tocia entera con formación análoga.

(4) Sólo después de la conferencia, recibió Cadogan el mando de la mitad á retaguardia,

(5) ¡ Un jefe superior que desde el río retrocede hasta Perú, para conferenciar con el subalterno que está al centro de su columna, la cual ocupa toda entera menos de una cuadra!! Dice el texto sencillamente: «A vista del río, mandó apretar filas y conferencié con Cadogan».

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T o d o el lo, y lo demás que omito por superfluo, no impedirá que m i eminente contradictor per ­sista en sostener los menores detalles de su relato y , sin gran preocupac ión de la verdad histórica, ataque mis prudentes inducc iones , apoyadas en los mismos testos que él ha le ído mal ó tergiversa cuando lo ex ige su tesis. Detenido yo por el respeto y, por otra parte , combat idos los resultados de m i estudio por un historiador ilustre que comete con­tra m í un verdadero abuso de autor idad, m i pos i ­c ión es realmente d i f í c i l . Con todo , me esforzaré por salir de ella no tan maltrecho c o m o , de esta cuadra en que escribo, el desgraciado C a d o g a n ; y para ello me apoyaré pr inc ipa lmente en un docu ­mento inédito de este archivo de la B ib l i o teca , que se pub l i ca hoy por vez pr imera y que el señor Mitre no"parece c o n o c e r . ( 1 ) .

A l separarse de P a c k con la retaguardia de la c o lumna y el famoso cañón que quedó en la R a n ­chería , el teniente coronel Cadogan « l legó hasta el costado oeste de los edificios del Colegio sin m u c h a pérdida de hombres , cuando , al disponer el cañón de á 3 para echar abajo la puerta pr inc i ­pa l , el enemigo apareció de repente así en las azoteas y ventanas, c omo en las barracas del lado opuesto (Ranchería) y el f ondo de la calle ( cua ­dra del Correo) con a lguna arti l lería» ( 2 ) . L a expos i c ión no es del todo exacta , especialmente en el dato ú l t imo , pero se ajusta bastante al con ­j u n t o de los hechos . E n cuanto á la interpreta­c i ón , sólo ofrece dif icultad en su punto de part i ­d a ; as imismo este punto es secundario . Quedando establec ido lo pr inc ipa l : á saber, que la co lumna entera de P a c k se hal laba entonces en la calle de M o r e n o , probablemente entre Balcarce y Defensa (acaso rebosando hasta la cuadra de B o l í v a r ) , no

(1) Véase la Información publicada en el mismo nú­mero de La Biblioteca.

(2) TKIAL, II , 588. Declaración de Cadogan.

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sería impos ib le que Cadogan , en su marcha h a c i a atrás, hubiese rodeado la manzana Bo l ívar y B e l ­g rano , desembocando en P e r ú por la esquina de la V i r r e i n a ; pero semejante rodeo es m u y i m p r o ­bab le , s iendo el ob je t ivo un avance á la P laza , y no parece ind i cado por la expres ión de C a d o g a n : «avancé hasta el costado oeste de T e m p o r a l i d a ­des» . Con la c ó m o d a versión del señor Mi t re , t o d o se fac i l i tar ía : bastaría conceder le que la conferen­c ia , y por tanto la separación de P a c k y Cadogan , tuvo lugar en la misma esquina de la V i r r e i n a , sin ser inquietada por los cantones inmediatos . N o hay duda de que el 1 proceed de este j e fe encua ­draría per f e c tamente ; pero , si la presencia de la c o lumna en B e l g r a n o es una impos ib i l i dad , la p r i ­mera conferenc ia «á vista del r í o » y en d i cha es­quina es un absurdo . E l señor Mitre invoca el test imonio de S a a v e d r a ; pero éste queda p o c o m e ­nos que inva l idado por la Información que h o y se pub l i ca , y sobre todo contrad icho por el m i s m o Saavedra , c u a n d o , después de dec ir que la c o ­l u m n a entró por la esquina de M e d r a n o ó de la V i r r e i n a , afirma en seguida que « n o pasó de la calle de Oruro ( M o r e n o ) por haber sido c o m p l e ­tamente derrotada, quedando en ella ( la calle de O r u r o ! ) m u l t i t u d de cadáveres y el cañón con ca ­ballos y cocheros muertos» (1). E n rea l idad , el comandante de patr i c ios , c o m o de la Información se desprende, no vio entrar la c o l u m n a , desde su puesto de defensa en el actual Museo .

T a m p o c o pud ieron verla á su entrada los dec la ­rantes de la Información, según ellos mismos l o expresan, hallándose los unos en la esquina d ia ­gona l á la P a n c h e r í a (es dec ir , tras del puesto de los patr i c ios ) y los más numerosos en la casa de don Pastor Lez i ca (calle de A l s i n a , n ú m . 627) ( 2 ) ,

(1) Compilación de documentos (Colección Alsina-López), página 577.

(2) Debo esta ubicación precisa á la amabilidad del señor Ricardo Lezica.

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desde cuya azotea no se alcanzaba á ver sino la P lazue la . N o hay , pues , dif icultad en aceptar nuestro i t inerario más breve y directo , que h a ­ce retroceder á Cadogan por la calle de M o ­reno , la misma de su entrada, hasta P e r ú , don­de dobló y dispuso el ataque al « cuarte l de Mar i ­n a » ( U n i v e r s i d a d ) . E l cuerpo de Cadogan reco ­rrió impunemente la cuadra entera de T e m p o r a ­l idades , desde la B ib l i o teca hasta la Univers idad , y sólo fué al desembocar en la P lazuela de la R a n ­chería y asestar el cañón contra la puerta del Cuartel de Mar ina , cuando , desde la esquina de E i r i g a y sobre todo desde la casa de Lez i ca , l l o ­v ieron las balas y granadas de m a n o . Estas fueron las más mort í feras , s iendo así que su radio de arro jo no podía pasar de unos 30 pasos. En un instante la Plazuela quedó cubierta de muertos y h e r i d o s ; la c o lumna asaltante retrocedió en des­orden, abandonando su cañón , perseguida por los catalanes desde la calle y fusi lados por los pa ­tr ic ios desde las bóvedas de las casas de Oruro . Cadogan se re fug ió en la casa de la V i r re ina don ­de finalmente tuvo que rendirse con unos cuarenta soldados vál idos que le quedaban ( 1 ) .

Creo que he tocado los puntos pr inc ipales de una discusión en que abundan los secundarios y hasta insignif icantes. H e rectif icado un aserto

(1) Las casas de Oruro eran las del centro de la cua­dra, v. gr. donde estuvo por mucho tiempo el Departa­mento de Escuelas; parece que tomaron ese nombre por haber sido cárcel de algunos reos de Oruro, complicados en la sublevación de Tupac-Amarü. El nombre oficial de la calle Perú era «San José»; solía llamarse «calle del Correo», por hallarse en ella esta repartición, en la cua­dra Alsina-Victoria. Nótese, sin embargo, que ninguno de los declarantes de la Información designa así la parte de Perú comprendida entre Alsina y Belgrano: dicen unáni­memente la ((calle Del Pino», entendiéndose la calle de la Virreina (Viuda de Del Pino). Como nuestras provin­cias hasta poco há, y en Lima hasta ahora, cada cuadra tenía su nombre particular más ó menos oficial, derivado ya del edificio ó vecino más notable, ya de la industria ó comercio en ella dominante.

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erróneo de m i pr imera versión, restablecido el a l ­cance de u n test imonio por m í aprec iado i n j u s ­tamente , y conf irmado el resto de m i relato p r i ­m i t i v o . Es casi seguro que , basta el m o m e n t o de reunir en v o l u m e n estos ensayos sucesivos y casi improv isados , tendré la f or tuna de descubrir y correg ir otros errores, y deseo s inceramente que á ello c oadyuve la cr í t ica m e j o r i n f o r m a d a de m i i lustrado contendor . Si c o m o é l , tuviera yo la f o r ­tuna de ver sucederse durante treinta años las ed i ­c iones de m i l i b r o , m e guardar ía m u y b ien de t o ­m a r p o r divisa la triste respuesta de P i la tos : quod scripsi, scripsi, dec larando que el t i empo y la c r í ­t ica no m e b a n traído enseñanza a lguna y sólo conf i rmádome en m i prop ia in fa l ib i l idad . N o seré yo quien imite al b is tor iador Ver to t , hoy perd ido en los l imbos , que no quiso deshacer su pr imer relato del sitio de R o d a s después de rec ib ir las pruebas irrecusables de su error , y dio la prover ­b ia l respuesta: Mon siége est fait! T e n g o la pre ­tensión de ser accesible á la contrad i cc ión just i ­ficada, é indef in idamente per fec t ib le .

Comprenderá el lector , sin que insista en el lo, con qué dif icultades especiales luchaba en esta d iscusión, á que he sido arrastrado en defensa de un ensayo d iscut ido antes de su conclusión^ por una alta personal idad á quien tr ibuto el respeto deb ido , y cuya autor idad e jerce en el espíritu p ú ­b l i co una suerte de d i c tadura . Y o sabía ant i c ipa­damente que estaba v e n c i d o , no ante los hechos , sino ante la op in ión . Y es m u y posib le que , por momentos , no haya mirado sin u n p o c o de i m p a ­c ienc ia la act i tud soberana de un conquistador que , no satisfecho con haber descubierto comarcas inexp loradas , intenta echar por t ierra mis cá l cu ­los é instrumentos de prec is ión , con la ballestilla del p i lo to de H u e l v a . — P e r o , d i cho eso y m u c h o más , las cosas quedan en su lugar y los hombres en su puesto merec ido . R e p i t o y será m i ref lexión final—que todas las recti f icaciones secundarias no a m e n g u a n la importanc ia de las obras f u n d a m e n ­tales. N u n c a más que ahora , después de sentir lo

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que cuesta cerrar un pobre arco de la nave late ­ra l , estoy dispuesto á celebrar el esfuerzo y el gasto de energía que representa el edificio por otros c onc lu ido , mayormente cuando fué levanta­do sobre terreno casi v i rgen y sin mode lo p r ó ­x i m o .

P . GEOUSSAC.

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P L A N O D E R U E Ñ O S A I R E S E N 1 8 0 7

T O M A D O D E L Q Ú É J L É V Á N T Ó E N i 8 o 5 E L I N G E N I E R O G I A N N I N I

C o n l a s i t u a c i ó n d e l a s f u e r z a s i n g l e s a s y e l i t i n e r a r i o d e l o s C u e r p o s e n e l a t a q u e •• SANTIAGO LINIERS " por P. Groussac. I -

L E Y E N D A

PARTE SUR

1 Almacén de pólvora y

Cuerpo de guardia.

2 Mataderos [del SurJ.

3 Iglesia y edificios de la Residencia.

4 Plaza de la Residencia.

5 Parroquia de Ntra. Se­ñora de la Concep­ción.

6 Casa de Ejercicios.

7 Hospital y Convento de Religiosos Betlemitas.

8 Casa de Aduana.

.nto de Santo Do­mingo.

10 Cuartel de milicias de Caballería ligera de Buenos Aires.

11 Plaza de Monserrat.

12 Parroquia de Ntra. Se­ñora de Monserrat.

13 Convento de San Juan. Monjas Capuchinas.

14 Cuartel del Regimiento lijo de Infantería de Buenos Aires.

15 Colegio.

16 Convento de San Fran­cisco y Tercera O r ­den. -

17 Casa de Niños expó­

sitos.

18 Plaza Mayor.

19 Casa Consistorial y Cárcel.

20 Recoba.

L E Y E N D A

PARTE NORTE

Fuerte que incluye el Palacio del Excelentí­simo Señor Virrey, la Real Audiencia, Ca­jas Reales y Sala de Armas.

Catedral.

Palacio episcopal.

Teatro.

Hospital de caridad de Mujeres.

Colegio de Educandos é Iglesia de San Mi­gue

Parroquia de Ntra. Se­ñora de la Piedad.

Plaza de San Nicolás.

Parroquia de San Ni ­colás.

Convento de Padres Mercedarios.

Convento de Monjas de Santa Catalina.

Cuartel de Dragones de Buenos Aires,

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