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Autor: Cayo (o Tito) Petronio rbitroPrimera publicacin en papel: 1664
Coleccin Clsicos UniversalesDiseo y composicin: Manuel Rodrguez
de esta edicin electrnica: 2009, [email protected] / www.liberbooks.com
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I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9X . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
XX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39XXX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49XL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61L . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
LX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91LXX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
LXXX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121XC . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135C . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
CX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
CXX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189CXXX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205CXL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
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Captulo I
M ucho tiempo hace que os promet el relato de misaventuras, y hoy voy a cumplir lo ofrecido. Yaque estamos reunidos, no para dedicarnos a disertacionescientficas, sino para amenizar con agradables historias
nuestros coloquios, aprovechmonos de esta oportunaocasin que nos congrega. Acaba de hablaros FabricioVejento de las imposturas religiosas, con el ingenio de quesuele hacer gala. Ha descrito a los sacerdotes preparandososegadamente el furor proftico o comentando audaz-mente misterios que no entienden. No es menos ridculala mana de los declamadores. Odlos exclamar:
Por la libertad he recibido estas heridas honrosas!Por vosotros me he quedado tuerto! Qu lazarillo meguiar adonde estn mis hijos? Dblanseme las rodillasllenas de cicatrices y no me pueden sostener.
Podra sufrirse semejante nfasis si se aprendiera conl el camino de la elocuencia; pero ese estilo hinchado,
esa sentenciosa algaraba no sirven para nada. Cuandolos jvenes se estrenan en el foro se creen transportados aun mundo nuevo. Lo que convierte en necios rematados
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a nuestros estudiantes es que nada de cuanto ven u oyenen las escuelas puede darles idea de nuestra manera devivir. Se les llena la cabeza con historias de piratas que,
emboscados en la ribera, aprstanse a encadenar cautivos;de tiranos cuyas sentencias brbaras condenan a los hijosa decapitar a sus propios padres; de orculos que, para li-brar de la peste a una ciudad, disponen el sacrificio de treso ms vrgenes. Cae sobre ellos un diluvio de melifluosperodos bien redondeados, y parece que actos y dichos
estn salpicados de ssamo y adormideras.
II
Tan difcil es que descuelle quien se nutre de sandeces
semejantes como que huela a mbar quien trajina en lascocinas. A los retricos se debe la decadencia de la orato-ria, pues reduciendo el discurso a armona pueril, a trivialpalabrera, la han convertido en un cuerpo inanimado.No se dedicaba la juventud a tales declamaciones cuan-do llevaron nuevo lenguaje al teatro Sfocles y Eurpides.Ningn pedante ahogaba los grmenes del talento entre
el polvo de las ctedras cuando Pndaro y sus nueve ri-vales entonaban cantos dignos de Homero. Y sin traer acolacin a los poetas, no creo que Platn ni Demstenesse dedicaran a ejercicios de este gnero. La verdadera elo-cuencia, semejante a una doncella pudorosa, aborrece losafeites y se contenta, tan modesta como sencilla, con su
propia y natural belleza. Moderno es el desbordamien-to de hinchada expresin que pas de Asia a Atenas. Lafunesta influencia de ese astro maligno sofoc en la ju-
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ventud los arranques del genio, y se agotaron entonceslos manantiales de la elocuencia verdadera. Desde aquellapoca no ha habido historiador que se aproximara a la
perfeccin de Tucdides ni a la fama de Hiprides. No mepodris citar ni un solo verso de buen gusto. Esos abortosliterarios se parecen a los insectos que nacen y mueren enun da. La misma suerte le ha cabido a la pintura desdeque la audacia de los egipcios abrevi los procedimientosy reglas de arte tan sublime.
As hablaba yo un da cuando se nos acerc Agamenny, con curiosa mirada, trat de averiguar quin era el ora-dor al que tan atentamente escuchaba la muchedumbre.
III
Cansado de orme perorar tanto tiempo en el prtico, d-jome Agamenn, que vena ronco de lo mucho que habahablado en la escuela:
Joven, no te expresas al uso moderno. Tienes sen-tido comn, cosa rara a tu edad, y te quiero revelar lossecretos del arte: no culpes a los maestros por lo vicioso
de las lecciones, que no se puede hablar razonablementea cabezas sin seso. Ya dijo Cicern que si el mtodo deenseanza no es agradable al discpulo, pronto se queda elmaestro sin auditorio. Por eso el parsito sagaz, que deseaser admitido en la mesa del rico, se provee por adelantadode unos cuantos amigos que gusten a los comensales, y no
consigue su fin principal sin apoderarse de los odos desus compaeros. Psale al maestro de elocuencia lo que alpescador, que, como no ponga en el anzuelo el cebo ms
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atractivo para los peces, se aburrir en la orilla del aguasin lograr lo que desea.
IV
De modo que quienes merecen censura son los padresque temen una educacin varonil y severa para sus hijos.Empiezan por sacrificarlo todo a la ambicin, incluso sus
propias esperanzas, y luego, para colmar antes su anhelo,empujan hacia el foro a esos aprendices de orador y quie-ren que unos chiquillos alcancen una elocuencia difcil deconseguir en hombres ya maduros. Mejor se graduaranlos estudios con ms paciencia. La juventud estudiosa afi-nara el gusto con la lectura de libros buenos, sometera el
alma al yugo de la sabidura, corregira el estilo, prestaraatencin a los modelos dignos de ser imitados y se negaraa admirar lo que ahora sucede a los muchachos. Entoncesla elocuencia recobrara nobleza y majestad. Pero ahoralos hombres, que durante la niez toman el estudio comocosa de juego, son la irrisin del foro en su juventud, ycuando llegan a viejos no quieren confesar que fueron
educados viciosamente. Y no es que yo repruebe en abso-luto ese arte fcil de la improvisacin, debido a Lucilio.Ahora mismo voy a dar ejemplo de ello.
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La frugalidad es amiga del genio; si aspiras a la inmor-talidad, aprtate del superfluo lujo usado en las mesas de
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los grandes, porque los vapores del vino perturban el ce-rebro, y la virtud rgida teme doblar la cerviz ante el viciotriunfante. No se te vea en el teatro, coronado de flores,
chillando groseramente mientras aplaude el entusiasmadovulgo. Ve a Npoles o a Atenas, reverencia a Apolo y apa-ga tu sed en las aguas de Castalia. Admira la sabidura deScrates, y con mano ms segura podrs manejar la plumade Platn o el rayo de Demstenes. Modelos perfectos teofrecer el Parnaso latino, ora cante tu lira sangrientos
combates, ora el banquete trgico de los hijos de Plops.Virgilio eterniz la gloria de los hroes; Lucrecio arran-c el velo a la Naturaleza; Cicern asombr en el foro...Imita a esos famosos artistas para poderlos igualar. Aspodrn recorrer el mundo tus versos, semejantes a las on-das del caudaloso ro que brot de fecundo manantial.
VI
Separse Ascilto de m sin que yo lo advirtiera, embebidocomo estaba en escuchar vidamente a Agamenn. Mien-tras me entretena en reflexionar sobre aquel discurso in-
vadieron sbitamente el prtico muchos estudiantes, quevenan de or cierta arenga improvisada no se por quincontra la de Agamenn. Censurbala uno por las ideas,ponala otro en ridculo por el lenguaje, declarbala untercero desprovista de plan y mtodo. Aprovech la oca-sin y me escurr por entre el gento en busca del fugitivo.
Me encontraba muy apurado porque conoca poco lascalles y no saba exactamente dnde se hallaba mi posada;no haca ms que dar vueltas, yendo a parar siempre al
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punto de partida. Rendido de cansancio, sudando a ma-res, me dirig a una viejecita que venda hortalizas.
VII
Sabis, buena mujer, las seas de mi posada?Mi candidez la hizo sonrer, y me contest afablemente:Puede que s.
Levantse y ech a andar delante de m, que la segua,tomndola por adivina. Llegamos juntos a una calleja os-cura, levant la cortina de una puerta y me dijo:
sta debe ser tu casa.Aseguraba yo lo contrario, y durante la discusin vi
entre dos hileras de rtulos a varias mujeres desnudas y a
misteriosos paseantes. Conoc harto tarde que haba cadoen un lazo y que me encontraba en una casa de lenocinio.Enfurecido contra la maldita vieja, me tap la cabeza yme puse a correr por aquella morada infame buscandola otra salida. Llegaba ya al umbral cuando tropec conAscilto, tan exhausto y aburrido como yo. Pareca comosi aquella bruja se hubiese propuesto meternos all a los
dos. Acerqume a l y le dije, rindome:Buenos das, hombre. Qu es lo que ests haciendo
en lugar tan decente?
VIII
Ay de m! respondi, secndose el sudor. Si supieraslo que me ha ocurrido!
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Pues qu fue ello?Andaba por las calles contestme con voz apagada,
sin poder dar con nuestra posada, cuando se me acerc un
anciano de aspecto venerable, y al enterarse de mis apurosse brind cortsmente a ponerme en buen camino. Aceptel ofrecimiento, recorrimos varias callejuelas y vinimos aparar a esta casa. En cuanto entramos sac el infame viejouna bolsa y se atrevi a ofrecrmela a cambio de caricias.Haba pagado a la vieja que manda en esta casa el precio
de una habitacin, y me estrechaba entre sus brazos as-querosos; si no me defiendo con vigor, querido Encolpio,figrate lo que habra pasado.
Lleg en aquel momento el viejo de marras, acompa-ado de una joven muy bonita, y dijo a Ascilto:
En este cuarto te espera el placer. Nada temas, porque
puedes escoger entre el papel activo y el pasivo.Entretanto, la muchacha me invitaba con insistencia asolazarme con ella.
Nos dejamos convencer y seguirnos a nuestros guas,que nos hicieron atravesar varias salas, lbrico teatro delos juegos voluptuosos. El ardor de los que all se agitabanhaca creer que los haban embriagado con satiricn;1 al
vernos adoptaron posturas ms lascivas, como para in-citarnos a que los imitramos. De pronto alzse uno deellos la tnica hasta la cintura, se arroj sobre Ascilto, leech en una cama e intent forzarle. Corr a auxiliar alpobre paciente, y los esfuerzos suyos y los mos le libraron
1. El satiricn es una planta orqudea a cuya raz se atribuangrandes virtudes afrodisacas, sobre todo, si se echaba en vino comoinfusin.
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de aquel energmeno. Ascilto sali a escape, dejndomeexpuesto a los ataques de tanto vicioso desenfrenado; peromis nimos y mi vigor me permitieron salir indemne.
IX
Anduve por casi toda la ciudad antes de dar con mi posa-da. Por fin, a la puerta de ella, y como entre espesa niebla,
vi a Gitn, que penetr conmigo.Qu tenemos para comer? le pregunt.Sentse en la cama sin responder y empez a llorar
amargamente. Su dolor me conmovi. Le interrogu acer-ca del motivo; obstinse en callar y yo en preguntarle,hasta que recurr a la amenaza, y entonces me dijo, sea-
lando a Ascilto:Ese fiel amigo, ese compaero tuyo, ha llegado aquantes que t y, encontrndome solo, ha querido atentarviolentamente contra mi pudor. He empezado a dar gritos,y en esto ha desenvainado la espada, increpndome: Sipresumes de Lucrecia, hazte cargo de que has dado conTarquino.
Al or semejante cosa poco me falt para sacarle losojos a Ascilto, y exclam:
Qu respondes a eso, libertino despreciable, ms in-decente que las rameras de nfima estofa?
Fingi entonces Ascilto gran indignacin y, levantandolos brazos, empez a dar ms voces que yo, gritando.
Puedes t ir hablando, vil gladiador, asesino de tuhusped, que debas haber perecido en el circo! Puedesir hablando, ladrn nocturno, que ni an antes de ha-
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ber perdido la virilidad pudiste habrtelas con una mujerhonrada! T, que abusaste de m impdicamente, comoabusars hoy de este muchacho!
Pero vamos a ver le repliqu: por qu te escapastemientras yo oa a Agamenn?
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Q u queras que hiciera all, necio? Iba a estarmuerto de hambre, oyendo las majaderas deun pedante o los sueos de un visionario? Hazte el escru-puloso despus de haber adulado a un mal poeta para
sacarle una cena.Poco a poco fuimos echndolo a broma y nos pusimosa hablar de otras cosas; pero, como la afrenta de Asciltono se me olvidaba, acab por decirle:
Mira: pensndolo bien, est visto que no congeniamos;de modo que haremos dos partes de los bienes comunes ycada cual se ir por su lado en busca de fortuna. Ambos
poseemos mritos literarios; pero para no hacerte compe-tencia me dedicar a otra cualquier cosa; si no, andaremostodos los das a la grea y seremos la mofa del pueblo.
Bueno replic Ascilto; mas como esta noche esta-mos convidados a un gran banquete, no perdamos estaocasin, y maana, ya que as lo deseas, me buscar vi-
vienda y compaero.Y para qu hemos de dejar para maana lo que nos
conviene a los dos?
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El amor me incitaba a apresurar la separacin, porquehaca tiempo que me estorbaba aquel testigo para entre-garme libremente a la pasin que Gitn me inspiraba.
Resentidsimo Ascilto por mis palabras, sali brusca-mente sin despedirse. Aquella huida precipitada me pare-ci de mal agero. Conocedor de lo arrebatado e impul-sivo que era Ascilto, le segu para indagar lo que haca ydesbaratar sus planes, pero, a pesar de buscarle muchotiempo, no pude dar con l.
XI
Despus de haber efectuado vanas pesquisas por todos losbarrios de la ciudad volv a casa y busqu consuelo en las
caricias de Gitn. Estrechamente abrazado a l satisficemis deseos, gozando una felicidad digna de envidia. Nosdisponamos a disfrutar nuevos placeres cuando Asciltolleg con sigilo frente al aposento, abri la puerta de unempujn y nos pill a Gitn y a m acaricindonos conardor. Atronando entonces nuestra casuca con aplausosy carcajadas, el muy prfido levant la manta que nos
cubra y exclam:Ja, ja, ja! Qu hacis aqu, hombre honrado? Con
que echados los dos en el mismo lecho?No se conform con los sarcasmos, sino que, desatn-
dose el cinturn de cuero, me zurr de lo lindo, mientrasgritaba:
Toma y aprende a reir con Ascilto!Aterrme su audacia y tuve que aguantar burlas y gol-
pes y tomarlo todo a chanza, pues de no haber adoptado
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tan prudente resolucin me habra visto obligado a pelearseriamente con mi rival. Mi fingida alegra apacigu suclera, y sonriendo me dijo:
Encolpio, te dejas vencer por la molicie y no piensasen que andamos muy mal de dinero. Durante el veranono podemos buscarlo en la ciudad; de modo que debemosirnos al campo y juntarnos con nuestros amigos, a ver sinos es ms propicia la suerte.
Hice de tripas corazn, ocultando mi disgusto. En-
cargse Gitn de llevar nuestro modestsimo equipaje, ysaliendo de la ciudad nos dirigimos a casa de Licurgo,caballero romano, que antao disfrut del cario de As-cilto. Habindonos recibido aqul muy acogedoramente,encontramos en su casa a una concurrencia sumamentedistinguida y pasamos el tiempo muy a gusto. Trifena era
la ms bonita de las mujeres que all haba, y la acom-paaba un capitn mercante llamado Licas, poseedor dealgunas fincas ribereas. Aunque la mesa de Licurgo noera esplndida, su quinta nos brindaba todos los demsplaceres. Conviene saber que el amor nos dividi prontoen parejas. Gustme la hermosa Trifena, y no se mos-tr sorda a mis ruegos; pero apenas habamos comen-
zado nuestros amores enterse Licas y protest de queyo le robara su querida; pero al fin exigi mis favoresen lugar de los de sta, proponindome alegremente elcambio. Encaprichado de m, convirtise tal antojo enincesante persecucin; pero, enamorado yo de Trifena,no hice caso de aquellas proposiciones. Mi negativa slo
consigui encabritarle, de suerte que no me dejaba enpaz. Entr una noche en mi habitacin, y al verse re-chazado por m pas de la splica a la violencia; comen-
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c a dar gritos, se despertaron los criados, y gracias alauxilio de Licurgo sal inclume de la tentativa brutal.
Como viera Licas que en casa de nuestro anfitrin se
oponan muchos obstculos a sus planes, quiso llevarme ala suya. Negndome yo a ello, hizo que me lo rogara Tri-fena, a lo cual accedi sta, esperanzada de verse ms libreen casa de Licas. Determinme por fin, impulsado por elamor, y acordamos irnos all Gitn y yo, quedndoseAscilto con Licurgo, que de nuevo. se haba aficionado a
l. Convinimos adems Ascilto y yo que todo aquello deque cada uno pudiera apoderarse formara luego parte denuestra comn hacienda. Apresur con impaciencia Licasla marcha, de modo que nos fuimos enseguida a su casa,no sin despedirnos de nuestros amigos. Arreglselas demanera que bamos juntos l y yo, y Gitn con Trifena.
Le tendi a ella este lazo porque era sabedor de su incons-tancia, y acert, pues pronto ardi el corazn de aquellamujer por muchacho tan digno de amor como Gitn. Alinstante lo not, y Licas, como era natural, acab de con-vencerme de ello. Le trat entonces con menos despego,lo cual le complaci en extremo, porque entendi que eldespecho me hara olvidar a la infiel y dedicarle a l mi
cario.Tal era nuestra situacin en su casa. Trifena estaba
enamoradsima de Giton; ste le corresponda, y aquelamor doble me atormentaba en extremo. Licas, deseoso deagradarme, ideaba nuevas fiestas cada da, y su esposa, laamable Boris, participaba de ellas embellecindolas, hasta
que su hermosura me hizo olvidar a Trifena. No tard enadvertir Doris en mis miradas el amor que me inspiraba,y me prometi reciprocidad con las suyas. Durante algn
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tiempo el nico intrprete de nuestros deseos fue la muda,pero expresiva elocuencia de los ojos, que supera a la dellenguaje. Haba conocido yo lo celoso que era Licas, y a
su mujer no se le haba ocultado la aficin que me tena.Callbamos ambos por eso, pero en cuanto pudimos ver-nos un momento a solas me particip Doris sus sospechas.Confesle la verdad y le hice saber que me haba resistidosiempre a los deseos de su esposo; pero, como el ingeniofemenil es frtil en recursos, me dijo:
Acudamos a la astucia, y consiente, con tal de disfru-tar de mis caricias, en prodigar a Licas las tuyas.Segu sus consejos y no tuve que arrepentirme de ello.
Entretanto Trifena haba extenuado a Gitn, y ste nece-sitaba reposo, por lo cual volvi a m sus ojos la incons-tante; pero mi disciplina la enfureci, y, como empez a
vigilarme sin cesar, pronto averigu mis relaciones conambos cnyuges. Poco le importaban en cuanto ataan aLicas, pero resolvi echar a perder mis amores con Doris,y a tal efecto descubri el misterio al marido, cuyos celos,superiores al amor, le determinaron a la venganza. Afor-tunadamente una esclava de Trifena advirti a Doris de loque se tramaba, e interrumpimos nuestras familiaridades
secretas para librarnos del castigo.Me indignaron la perfidia de Trifena y la ingratitud de
Licas, y resolv escaparme de aquella casa. Me favorecila suerte, porque haba encallado el da antes en la cos-ta un navo cargado de ofrendas para las fiestas de Isis.Celebramos consejo Gitn y yo, y le pareci muy bien mi
proyecto, porque, a pesar de su postracin, no dejaba deacosarle Trifena, de modo que al amanecer nos fuimosa la orilla del mar. Subimos a bordo con gran facilidad,
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porque nos conocan aquellos a quienes Licas haba encar-gado la custodia de la nave y nos acompaaron por todaspartes como para agasajarnos mejor. Tanta cortesa no
me haca mucha gracia, porque me ataba las manos. Dej,por tanto, a Gitn con ellos y me escurr con habilidad.Me met en una cmara cerca de la popa, donde estabala estatua de Isis, y me apropi del manto precioso quela cubra y de un sistro de plata que brillaba en su mano.Luego me introduje en la habitacin del piloto y cog lo
mejor que en ella haba, despus de lo cual abandon elbarco deslizndome por una maroma.Gitn haba sido el nico que se haba enterado de mis
tejemanejes, y no tard en librarse con destreza de los quele acompaaban y en reunirse conmigo. En cuanto le vile ense mi botn, y quedamos en ir a buscar enseguida
a Ascilto; pero hasta el da siguiente no pudimos llegar acasa de Licurgo. Inform brevemente a Ascilto del favo-rable xito de mi hurto y de las contrariedades con quemis amores haban tropezado, y acordamos asegurarnos elvalimiento de Licurgo, al cual manifest que la incesantepersecucin de Licas haba sido la nica causa de nuestrafuga, tan rpida como secreta. Licurgo, convencido por
mis palabras. jur que nos defendera contra todos.Al despertarse Trifena y Doris se enter la gente de
nuestra escapatoria, porque todas las maanas asistamosal tocado de aqullas, y nos echaron de menos. Al puntodispuso Licas que su servidumbre nos buscara, dirigin-dose especialmente a la costa. Averigu que habamos es-
tado a bordo de la nave, pero nada supo acerca del robo,porque la popa se hallaba muy separada de la orilla y elpiloto segua en tierra. Seguro de nuestra evasin la tom
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Licas con Boris, por creerla autora de la fuga, y no escaseinjurias, amenazas y golpes, segn creo, pues no estoy enpormenores. La verdadera causante del embrollo, Trifena,
le convenci de que deba buscar a los fugitivos en casa deLicurgo, presumiendo que all nos habramos refugiado,y se ofreci a acompaarle para disfrutar de nuestra con-fusin y llenarnos de agravios.
Al da siguiente emprendieron la marcha y llegarona la quinta de Licurgo cuando acabbamos de salir con
nuestro husped, que nos llev a ver las fiestas de Hrcu-les que se celebraban en un lugar prximo. All fueron abuscarnos, y nos encontraron junto al prtico de un tem-plo. Nos turbamos al verlos, y he aqu que, cuando Licasempezaba a regaar con Licurgo por lo ocurrido, ste lehizo callar con una respuesta altanera y amenazadora.
Envalentonado con aquella ayuda, reconvine speramentea Licas por sus torpes atentados contra mi pudor en casade Licurgo y en la suya propia. Quiso Trifena tomar sudefensa; pero bien la castigu yo, porque, como el rumorde la disputa haba atrado a los transentes, delante detodos ellos descubr sus lubricidades, y sealando a Gitny a m jur por los dioses que la lujuria de aquella meretriz
nos haba dejado medio muertos.Aterrados por las risas del concurso, nuestros enemigos
pusieron pies en polvorosa, llenos de vergenza, pero de-terminados a vengarse. Como ya no podan dudar de queLicurgo estaba dispuesto a protegernos, Trifena y Licasfueron a esperarle en su casa, con el fin de desengaarle.
Termin la fiesta entrada ya la noche, y, como era ya muytarde para regresar a la quinta, nos llev Licurgo a dormira otra posesin suya situada hacia la mitad del camino, y a