senora o senorita - collins wilkie

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    Annotation

    Una apasionada historia de amorun matrimonio clandestino, una herencifamiliar, además de celos, traición…

    son los ingredientes de esta novelambientada en la Inglaterra de mediadodel silgo XIX. El matrimoniGraybrooke transcurre unos mese

    navegando en la confianza de que lcercanía con el mar permita a su hij

    atalie recuperarse de una enfermedad

    A bodo, Sir Graybrooke, la promete Richard Turlington, un ávido ambicioso comerciante que sencapricha de Natalie y de los interese

    que su unión con ella le puede

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    proporcionar. Este matrimonio por conveniencia no ilusiona a la señoritGraybrooke quien, en realidad est

    enamorada de otra persona, su primLauncelot Linzie.

    SEÑORA O SEÑORITACollins, Wilkie - Señora o señorita

    1. En el mar 

    2. La despensa3. El Mercado Monetario4. Muswell Hill

    5. Berkeley Square6. La iglesia7. La fiesta8. La biblioteca

    9. El salón

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    10. Green Anchor Lane11. Fuera de la casa12. Dentro de la casa

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    SEÑORA O

    SEÑORITA

    Una apasionadahistoria de amor, unmatrimonio clandestino, unaherencia familiar, además

    de celos, traición… son losingredientes de esta novelaambientada en la Inglaterra

    de mediados del silgo XIXEl matrimonio Graybrooketranscurre unos mesesnavegando en la confianza

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    de que la cercanía con emar permita a su hijaNatalie recuperarse de una

    enfermedad. A bodo, SirGraybrooke, la promete aRichard Turlington, un ávido

    y ambicioso comercianteque se encapricha deNatalie y de los interesesque su unión con ella le

    pueden proporcionar. Estematrimonio por conveniencia no ilusiona a la

    señorita Graybrooke quienen realidad está enamoradade otra persona, su primoLauncelot Linzie.

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    ©1873, Collins, WilkieISBN: 9788496829572Generado con: QualityEbook v0.35

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    Collins, Wilkie -

    Señora o señoritaPersonajes:

    Sir Joseph Graybrooke (CaballeroRichard Turlington (del Comerciocon el Levante)

    Launcelot Linzie (del Colegio d

    Cirujanos)James Dicas (del Registro d

    Abogados)

    Thomas Wildfang (Marineroubilado)Señorita Graybrooke (Hermana d

    Sir Joseph)

     Natalie (Hija de Sir Joseph)

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    Lady Winwood (Sobrina de SiJoseph)

    Amelia Sophia y Dorothe

    Hijastras de Lady Winwood)

    Tiempo: actual (mediados del sigloXIX)

    Lugar: Inglaterra

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    1. En el mar

    La noche había finalizado. El dírecién nacido esperaba por avivar su lu

    en un silencio que se desconoce en tierrfirme, el silencio que en un mar ecalma precede a la salida del Sol.

     No llegaba ni un soplo de aire. E

    agua, inmóvil, carecía de rizos. El úniccambio era el de la luz, que aumentabpoco a poco, con suavidad; el únicmovimiento era el de la perezosneblina, que ascendía serpenteando aencuentro del Sol, su amo, hacia el Estdel mar. Muy paulatinamente, a medid

    que el velo etéreo de la mañana s

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    evantaba, se volvía cada vez más finohasta que en los primeros rayos de la lusolar se pudo divisar el alto velame

    blanco de una goleta.Un gran silencio reinaba en l

    embarcación, de proa a popa, igual quel silencio que reinaba en el mar.

    Sin embargo, en la cubierta habíun ser viviente: el timonel, qudormitaba apaciblemente con un braz

    sobre la inútil barra del timón. La luaumentaba por minutos y, con ella, ecalor; y sin embargo, el timonel dormíapaciblemente, las pesadas vela

    colgaban sin ruido y el agua, soñolientarodeaba la nave. Toda la esfera solar yase había elevado por encima dehorizonte, cuando el primer sonido s

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    abrió paso a través del silencimatutino. Desde muy lejos sobre lblanca superficie del resplandecient

    océano, el grito de un ave marina lleghasta la goleta a la vez que de pronto sdesvanecían los últimos círculovaporosos de la neblina.

    El hombre que dormía junto aimón se despertó; miró las ociosa

    velas y bostezó con simpatía hacia ellas

    miró hacia el mar, en ambadirecciones, y sacudió la cabeza ante lsuprema obstinación de la calma.

    -Sopla, mi brisa -dijo el hombr

    silbando suavemente entre dientesSopla, mi brisa-. Era una invocaciómarinera para despertar el viento.

    -¿Proa hacia dónde? -gritó una vo

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    vigorosa y estridente que llegó hasta lcubierta desde la escalera del camarote

    -Hacia donde usted guste, capitán

    a cualquier parte.A la voz la siguió el hombre. E

    propietario de la goleta apareció ecubierta.

    He aquí el caballero RicharTurlington, de la importante firmevantina de Pizzituti, Turlington amp

    Branca; tenía treinta y ocho años yaunque no medía más de cinco pies seis pulgadas, era robusto y musculosoEl señor Turlington presentaba a la vist

    de sus semejantes un ejemplo decarácter perpendicular de la constitucióhumana. La línea de su frente era rectaa de su labio superior también, y la de

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    mentón era la más recta y larga de todasCuando volvió el moreno rostro al Est  resguardó los ojos, de un color gri

    claro, de los rayos del Sol, su nudosmano reveló sin ambages que en otroiempos se había ganado la vida con s

    propio trabajo. En conjunto, era uhombre fácil de respetar pero difícil damar; mejor compañía en la cubierta doficiales que en una mesa de sociedad

    Tanto en el sentido moral como físico, ses que pudiéramos permitirnos estexpresión, era un hombre sin curvaturas

    -Ayer tuvimos calma -gruñó

    Richard Turlington mientras observabcon deliberada obstinación a salrededor-, y hoy seguimos con la mismcalma. ¡Ja! En la próxima temporad

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    haré que instalen motores en el barcoOdio esto!

    -Piense en la suciedad del carbón

    en la infernal vibración, y deje su bellgoleta tal y cómo es. Estamos dvacaciones. Deje que el viento y el madescansen también.

    Con estas palabras dreconvención, un joven caballeroesbelto, ágil y de cabello rizado, se uni

    a Richard Turlington en cubiertaLlevaba su ropa bajo el brazo, suoallas en la mano, y sólo vestía e

    camisón de dormir, tal y como se habí

    evantado de la cama.-Launcelot Linzie, se le ha admitid

    a bordo de mi barco en calidad dmédico personal de la señorita Natali

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    Graybrooke, a solicitud de su padreAténgase a su lugar, por favor. Cuandoo desee su consejo, se lo pediré-. Co

    esta respuesta, el hombre de más edadirigió al más joven la mirada de sudescoloridos ojos grises con unexpresión que decía a las claras: "Eesta goleta, muy pronto, no cabremousted y yo al mismo tiempo."

    Por lo visto, Launcelot Linzie tení

    sus razones para no permitir que eanfitrión lo ofendiera en modo alguno.-¡Gracias! -le respondió en un ton

    de satírico buen humor-. No es fáci

    atenerme a mi lugar en su goleta. Npuedo dejar de aparentar que disfrutcomo si fuera yo el propietario. Estvida es para mí tan nueva; es que aqu

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    por ejemplo, ¡es tan deliciosamente fáciavarse!. En tierra firme es un

    complicada cuestión de jarras

    palanganas y bañeras, siempre se correl peligro de romper algo o de echarlo perder. En cambio, aquí sólo hay quevantarse de la cama, salir corriendo a cubierta y ¡hacer esto!

    Se volvió y corrió hacia lomástiles de la goleta. En un instante s

    despojó del camisón de dormir, continuación se encaramó en emacarrón y, seguidamente, ya estabdisfrutando de su baño en sesenta braza

    de agua salada.Los ojos de Turlington lo siguiero

    a desgana, con molesta atenciónmientras nadaba alrededor del barco

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    Era el único objeto móvil a la vista. Lmente de Turlington, constante y lenta eodas sus operaciones, le estab

    planteando un problema para resolver:"Launcelot Linzie es quince año

    más joven que yo. A esto hay queañadirle que Launcelot Linzie es primde Natalie Graybrooke. Dadas estas docircunstancias, se pregunta: ¿se habrprendado de él Natalie?"

    Meditando una y otra vez sobreste asunto, Richard Turlington se sentóen un rincón de la popa del barco. Aúnestaba pensando en el problema cuand

    el joven médico regresó a su camarotpara dar los toques finales a su toileAún no había hallado la soluciócuando, una hora más tarde, e

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    sobrecargo anunció:-El desayuno está listo, señor.Eran cinco las personas reunida

    alrededor de la mesa. En primer lugarSir Joseph Graybrooke. Heredero de uncuantiosa fortuna acumulada por spadre y abuelo, en el comercio. Alcaldedos veces electo, de una prósperciudad provinciana. Poseedor, en virtudde ocupar este cargo, del privilegi

    oficial de entregar una llana de plata un personaje de la familia real que habícondescendido a colocar la primerpiedra de un edificio destinado a l

    caridad pública. Armado caballero, poconsiguiente, en honor de esta ocasiónDigno del honor y digno de la ocasiónRepresentante típico de su clase

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    eminentemente respetable. Poseedor dun rostro amable, rosado y suave, cosedosos y níveos cabellos. Firme en su

    principios; ordenado en el vestir; dotadde maneras moderadas y buendigestión. Un anciano inofensivosaludable, acicalado, intachable y débide carácter.

    En segundo lugar, la señoritLavinia Graybrooke, hermana soltera d

    Sir Joseph. Como persona, no era otrcosa que Sir Joseph en enaguas. Quieo conocía a él, la conocía a ella.

    En tercer lugar, la señorita Natali

    Graybrooke, hija única de Sir JosephHabía heredado la apariencia física y eemperamento de su madre, fallecid

    hacía muchos años. En la familia de l

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    difunta Lady Graybrooke, que se habíasentado originalmente en Martinica, smezclaban la sangre negra y francesa

    atalie tenía el cálido color moreno dsu madre, su soberbio cabello negro sus tiernos, perezosos y adorables ojopardos. A los quince años poseía undesarrollo de busto y caderas que englaterra pocas veces se alcanza ante

    de los veinte. Todo en esta muchacha

    con excepción de las rosadas orejitasera de escala de amazona. Las manobien formadas eran largas y grandes; lfina cintura era la de una mujer adulta

    La indolente gracia de todos sumovimientos radicaba principalmente ea casi masculina firmeza de acción y ea profusión de recursos físicos. Est

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    notable desarrollo corporal distabmucho de ir a la par con ucorrespondiente desarrollo de carácter

    Las maneras de Natalie eran las amablee inocentes maneras de una jovencita. Edulce carácter del padre se mezclabcon la variable naturaleza meridional da madre. Se movía como una diosa y s

    reía como una niña. Los síntomas de unmaduración demasiado rápida,

    excesiva para la fuerza de su edadhabían aparecido en la hija de SiJoseph durante la primavera, y emédico de la familia sugirió un viaj

    marítimo como una forma razonable demplear los agradables meses dverano. La goleta de Richard Turlingtofue puesta a su disposición, con e

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    propio Richard Turlington incluidocomo uno de los aditamentos de lembarcación. Con el padre y la tía par

    mantener la atmósfera hogareña, con eprimo Launcelot (más conocido poLaunce) para llevar a cabo, en caso dnecesidad, el tratamiento médicprescrito por una autoridad superior eierra firme, la adorable pacient

    emprendió su travesía estival y renaci

    en una nueva existencia entre lavivificantes brisas marinas. Después ddos dichosos meses de perezosnavegación alrededor de las costas d

    nglaterra, todo cuanto quedaba de lenfermedad de Natalie era una deliciosanguidez de sus ojos y una incapacida

    absoluta de dedicarse a nada que s

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    asemejara a una ocupación seriaAquella mañana, cuando se sentó a lmesa de desayuno, con su pintoresc

    vestido marinero de anticuado nanquínsu innato infantilismo de modales qucontrastaba deliciosamente con lfloreciente madurez de sus formas, ehombre debería armarse de una triplcoraza de la filosofía moderna parnegar que el primerísimo derecho de l

    mujer es el de ser bella, y que eprincipal mérito femenino es el de seoven.

    Las otras dos personas presentes

    a mesa eran los dos caballeros que yhabían hecho su aparición en la cubiertde la goleta.

    -¡No hay ni un soplo de brisa! -dij

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    Richard Turlington-. El tiempo conspircontra nosotros. Hemos derivado unacuatro o cinco millas en las última

    cuarenta y ocho horas. Jamás volverusted a emprender otro crucero conmigodebe de estar añorando regresar a tierrfirme.

    Se dirigía a Natalie, con todevidencia tratando de hacerse agradabla la joven y, con igual evidencia, si

    ningún éxito en su intento pompresionarla. La muchacha le dio unrespuesta cortés y bajó la mirada a saza de té en vez de dirigirla a Richar

    Turlington.-Podrías ahora mismo hacerte l

    dea de que estás en tierra firme -dijLaunce-. El barco está tan inmóvil com

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    una casa, y la mesa oscilante dondestamos desayunando está tan firmcomo la mesa del comedor de tu casa.

    Él también se dirigía a Nataliepero sin traicionar la ansiedad poagradarla, que el otro había manifestadoPor esta razón, desvió su atención de laza de té, y su idea despertó al instant

    otra en la mente de la joven.-Sería tan extraño -dijo

    encontrarme en tierra firme, en unhabitación que nunca se incline hacia uado, y sentarme a una mesa que n

    descienda hasta hacia mis rodilla

    algunas veces y otras no se alce hacia mmentón. ¡Cómo voy a extrañar el rumodel agua en mis oídos y el toque de lcampana en cubierta, cuando m

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    despierte de noche en tierra! Allí nomporta cómo sopla el viento o cóm

    están dispuestas las velas. Allí, a

    extraviarse, no hay que preguntar ecamino al Sol, con un pequeñnstrumento de bronce, un trozo de lápi  un papel. Allí no se deriv

    deliciosamente a la merced del vientosin preocupación por planificar dantemano adónde se desea ir. ¡Oh

    cuánto extrañaré el querido, cambiante nconstante mar! ¡Y cuánto me aflige noser un hombre y un marinero!

    ¡Y esto lo decía la invitada qu

    había sido admitida a bordo comenferma, y ni una sola palabra de todeste discurso se dirigía, ni siquiera pocasualidad, al propietario de la goleta!

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    Las densas cejas de RicharTurlington se contrajeron con unnequívoca expresión de dolor.

    -Si esta calma persiste- dijodirigiéndose a Sir Joseph-, temoGraybrooke, que este fin de semana npodré devolverlos al puerto del quzarpamos.

    -Cuando usted desee, Richard respondió el anciano caballero co

    resignación-. Para mí, cualquier tiempes bueno.-Cualquier tiempo dentro de uno

    ímites razonables, Joseph -exclamó l

    señorita Lavinia, quien con todevidencia consideraba que su hermanera demasiado condescendienteHablaba con la afable sonrisa de Si

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    Joseph y con su suave tono de voz. Doniños gemelos difícilmente podríasemejarse más.

    Mientras los mayorentercambiaban estas pocas palabras

    entre los dos jóvenes sentados a la messe desarrollaba una comunicacióparticular. El pie de Natalie, calzadocon primorosas zapatillas, avanzo unpulgada tras otra, cautelosamente, sobr

    a alfombra hasta dar con la bota dLaunce. Al instante, el joven, que estabdevorando su desayuno, levantó lmirada del plato y después, al segund

    oque de Natalie, la volvió a bajar coun violento apuro. Después de una pauspara asegurarse de que nadie habínotado nada, Natalie tomó el cuchillo

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    Fingiendo a la perfección estar jugandcon él distraída, como una joven damabsorta en sus pensamientos, empezó

    dividir una lonja de jamón que shallaba en la parte izquierda de su platen seis diminutos pedacitos. Launcmiraba de soslayo, con expectacióncómo el jamón se dividía y ssubdividía. Con toda evidenciaesperaba ver que la colección d

    pedacitos recibiese algún uselegráfico, previamente acordado entrél y su vecina.

    Mientras tanto, la conversació

    entre las demás personas en la mesa ddesayuno proseguía. La señorita Lavinise dirigió a Launce:

    -¿Sabes, mi niño despreocupado

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    que hoy por la mañana me diste ususto? Estaba dormida en mi camarotcon la escotilla abierta, y me despert

    un terrible chapoteo en el agua. Llamé a camarera. ¡Le dije que creía qu

    alguien había caído por la borda!Sir Joseph le dirigió una rápid

    mirada; su hermana había suscitado siquerer un viejo recuerdo.

    -Hablando de caídas por la borda

    repuso-, esto me hace recordar unextraordinaria aventura...Aquí intervino Launce

    disculpándose:

    -Eso no volverá a ocurrir, señoritLavinia -dijo-. Mañana por la mañanme untaré aceite por todo el cuerpo y mdeslizaré en el agua tan silenciosament

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    como una foca.-Una extraordinaria aventura

    nsistió Sir Joseph-, que me sucedi

    hace muchos años, cuando era joven¿Lavinia?

    Se interrumpió y dirigió una miradnterrogativa a su hermana. A modo de

    respuesta, la señorita Lavinia asinticon la cabeza y se acomodó en sasiento, como si concentrara toda s

    atención previendo que la iba necesitar. Para las personas quconocían bien a los dos hermanos, estoprocedimientos eran presagios de un

    nminente narración, prolongada hastuna duración formidable. Contabasiempre sus historias a dúo, y siemprdiferían en cuanto a los hechos, l

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    hermana contradiciendo cortésmente Sir Joseph cuando era él quien narraba  viceversa, el hermano contradiciend

    cortésmente a la señorita Lavinia cuandera ella la narradora. Si se les hubiesseparado y, de esta manera, despojadode su habitual intercambio dcontradicciones, jamás hubiesen podidlevar a término la relación de la má

    sencilla serie de sucesos.

    -Esto aconteció cinco años antes dconocerlo a usted, Richard -dijo SiJoseph.

    -Seis años -expresó la señorit

    Graybrooke.-Perdón, Lavinia...-No, Joseph, lo tengo anotado en m

    diario.

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    -No insistamos en ese punto -(SiJoseph usaba siempre esta fórmula commedio de apaciguar a su hermana y da

    un nuevo comienzo a la narración)-Cruzaba frente al Mersey en unembarcación de práctico de LiverpooHabía fletado la embarcación ecompañía de un amigo mío, antaño muconocido en la sociedad londinense, cuyo apodo, debido al peculiar colo

    castaño de sus patillas, era CaobDobbs...-Fue a causa de sus libreas, Joseph

    no debido a sus patillas.

    -Mi querida Lavinia, estápensando en Shaw Verde Marinoapodado así a causa de laextraordinarias libreas que habí

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    adoptado para sus sirvientes en el añen que fue alguacil.

    -No estoy pensando en él, Joseph.

    -Perdón, Lavinia.Los nudosos dedos de Richar

    Turlington tamborilearon compaciencia sobre la mesa. Miraba atalie. La joven, despreocupada

    estaba disponiendo en un cierto ordeos pequeños trocitos de jamón en s

    plato. Launcelot Linzie, aun mádespreocupado, observaba ldisposición. Al ver lo que estabviendo, Richard resolvió el problem

    que lo había perturbado en cubiertaEra simplemente imposible que Natali

    se hubiese prendado de veras de udiota cabeza hueca como ese!

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    Sir Joseph prosiguió con shistoria:

    -Estábamos a unas diez o doc

    millas frente a la desembocadura deMersey...

    -Millas náuticas, Joseph.-Esto no importa, Lavinia.-Perdóname, hermano, el difunt

    doctor Johnson, gran hombre y buemédico, solía decir que las cosas má

    riviales debían analizarse siempre coa mayor precisión.-Eran millas comunes, Lavinia.-Eran millas náuticas, Joseph.

    -No insistamos en este puntoCaoba Dobbs y yo acertamos a estaabajo, en el camarote, ocupados en...

    Aquí Sir Joseph hizo una paus

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    con su amable sonrisa) para consultasu memoria. La señorita Lavinia espercon su amable sonrisa) la próxim

    oportunidad para rectificar al hermanoEn el mismo instante Natalie bajó ecuchillo y tocó con suavidad a Launcpor debajo de la mesa, para llamar satención hacia los seis trocitos de jamóque estaban dispuestos en el plato de lsiguiente manera: dos se hallaban un

    frente al otro, y los otros cuatrperpendicularmente a ellos. Launce mir tocó dos veces a Natalie por debajo da mesa. La señal en el plato, según e

    código acordado por ellos, significaba"Tengo que verte en privado". Y edoble toque de Launce quería decir"Después del desayuno".

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    Sir Joseph prosiguió con lhistoria. Natalie volvió a tomar ecuchillo. ¡Iba a aparecer otra señal!

    -Estábamos abajo en el camaroteocupados en dar término a la cena...

    -Estabais almorzando, Joseph.-Vaya por Dios, soy yo quien he de

    saberlo.-Sólo repito lo que me dijiste

    hermano. La última vez que narraste est

    historia, estabas almorzando con tamigo.-No particularicemos, Lavinia

    Supongamos que estábamos ingiriend

    un alimento.-Si no es mayor importancia qu

    eso, Joseph, seguramente sería mejoobviarlo por completo.

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    -No insistamos en este punto. Bienpues de pronto nos sobresaltó un grito ecubierta: "¡Hombre al agua!" No

    apresuramos a subir corriendo lescalera, pensando que uno de loripulantes había caído al mar

    pensamiento compartido, he de decirpor el timonel, quien había dado lalarma.

    Sir Joseph hizo una nueva pausa

    Se estaba acercando al punto mádramático de la historia y, desde luegoansiaba presentarlo de la manera mámpresionante posible. Con la cabez

    algo ladeada, se detuvo a considerapara sus adentros. También la señoritLavinia estaba considerando para suadentros, con la cabeza algo ladeada

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    atalie volvió a bajar el cuchillo y, dnuevo, tocó a Launce por debajo de lmesa. Esta vez en el plato había cinc

    rocitos de jamón dispuestoongitudinalmente, con un trocito má

    debajo de ellos en el centro de la líneaSegún el código, esta señal representabdos palabras ominosas: "Malanoticias". Launce dirigió una miradsignificativa al dueño de la goleta, com

    diciendo: "¿Es él la causa?". Natalifrunció el seño: "Sí, es él". Launcvolvió a bajar la mirada al plato. Anstante, Natalie mezcló todos lo

    rocitos de jamón en un pequeñmontoncito, lo cual significaba: "Nadmás que decir".

    -Bien -dijo Richard Turlington

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    volviéndose bruscamente hacia SiJoseph-. Prosiga con su historia. ¿Qusucedió después?

    Hasta entonces no se habímolestado en mostrar siquiera undecente apariencia de interés por lnarrativa, constantemente interrumpidade su viejo amigo. Sólo cuando SiJoseph llegó a decir su última frasedando a entender que era posible qu

    con el tiempo se descubriría que ehombre que había caído al agua no erun miembro de la tripulación de lancha del práctico, sólo entonce

    Turlington se enderezó en su silla y diomuestras de sentir un repentino y fuertnterés hacia el desarrollo de la historia

    Sir Joseph prosiguió:

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    -En cuanto subimos a cubiertavimos a un hombre en el agua, a popa

    uestra embarcación giró en el sentid

    del viento, y se hizo bajar la chalupa. Ecapitán y uno de los hombres empuñaroos remos. Nuestros tripulantes era

    siete en total. Dos estaban fuera en lchalupa, un tercero en el timón y, parmi asombro, al mirar alrededor vi quos cuatro, detrás de mí, completaban e

    número. En el mismo instante, CaobDobbs, quien observaba a través de uelescopio, gritó: "¿Quién diablos pued

    ser? Este hombre está flotando sobre un

    aula de gallinas, y nosotros aquí nenemos nada por el estilo."

    La única persona entre lopresentes que notó la expresión en e

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    rostro de Turlington al escuchar estapalabras, fue Launcelot Linzie. Fue él, sólo él, quien vio cómo la tez moren

    del comerciante con el Levante fupalideciendo poco a poco hasta tornarsívido, grisáceo, ceniciento. Tenía lo

    ojos fijos en Sir Joseph Graybrooke couna mirada furtiva, como la de unbestia salvaje. Consciente, al parecerde que Launcelot lo observaba, aunqu

    sin volver jamás la cabeza hacia eoven, apoyó un codo sobre la mesaevantó el brazo y apoyó el rostro sobra mano, como haciendo pantalla par

    protegerla de la mirada del médicmientras la historia continuaba.

    -Subieron al hombre a bordo prosiguió Sir Joseph-, desde luego co

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    a jaula de gallinas sobre la que habíestado flotando. El pobre infeliz estabazul de terror y por haber permanecid

    en el agua. Se desmayó cuando lsubimos a cubierta. Al volver en sí nocontó una historia espeluznante. Era umarinero extranjero, enfermo ndigente, y se había escondido en l

    bodega de una embarcación inglesa quse dirigía a un puerto de su país natal

    que aquella mañana había zarpado dLiverpool. Lo descubrieron y llevaroante el capitán. Éste, verdadermonstruo de aspecto humano, si es qu

    hubo alguna vez en él algo humano...Antes de que Sir Joseph llegara

    pronunciar su próxima palabraTurlington sorprendió a la pequeñ

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    hacia sus amigos y se excusó con uexceso de cortesía muy impropia de éen otros momentos y otra

    circunstancias.-Continúe -dijo a Sir Joseph

    cuando había terminado con suexcusas-; jamás en mi vida he oído unhistoria tan interesante. ¡Prosiga, pofavor!

    Era algo más fácil de pedir que d

    hacer. Las ideas de Sir Joseph se habíahecho un lío. Las contradicciones de lseñorita Lavinia (mantenidas en reservase habían dispersado a falta d

    requerimiento. Además, el aspecto y lamaneras del anfitrión habían dificultada ambos hermanos el control de sufacultades. En vez de dar ánimos a do

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    personas inofensivas, las habíalarmado, al enfrentarse a ellos casagresivo, con los codos apoyados sobr

    a mesa y, en su rostro, una firmresolución de permanecer allí sentado escuchar, de ser necesario, hasta el fide sus días. Fue Launce quien puso a SiJoseph en condiciones de continuar erelato. Después de mirar con atención Richard, devolvió a su tío directament

    a la historia con una sola pregunta:-¿No querrás decir que el capitádel barco había arrojado al hombre poa borda?

    -Esto es lo que había hechoLaunce. El pobre infeliz estabdemasiado enfermo para pagar su pasajrabajando. El capitán declaró que n

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    ba a tener a un vagabundo extranjerholgazaneando a bordo de su barcocomiendo provisiones de ingleses qu

    rabajaban. Bajó al agua con sus propiamanos la jaula de gallinas y, con ayudde uno de los marineros, lanzó ahombre sobre ella, diciéndole quflotara de regreso hasta Liverpool con layuda de la marea vespertina.

    -¡Mentira! -exclamó Turlington

    dirigiéndose no a Sir Joseph sino Launce.-¿Está usted familiarizado con la

    circunstancias? -preguntó Launce

    sereno.-Nada sé de las circunstancias

    Digo, por mi propia experiencia, que lomarinos extranjeros suelen ser aún má

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    canallas que los ingleses. El hombre, siduda alguna, había tenido un accidenteEl resto de su historia fue una mentira

    con el propósito de abrir el bolsillo dSir Joseph.

    Éste, afable, movió la cabeza:-No fue una mentira, Richard. Hub

    estigos que confirmaron que el hombrhabía dicho la verdad.

    -¿Testigos? ¡Claro que no! Otro

    mentirosos, dirá usted.-Fui a ver a los dueños de lembarcación -prosiguió Sir Joseph-Supe por ellos los nombres de lo

    oficiales y los marineros y esperé, adejar el caso en manos de la policía dLiverpool. El barco zozobró en ldesembocadura del Amazonas, pero lo

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    ripulantes y la carga se salvaron. Lohombres que eran de Liverpooregresaron. Les aseguro que formaban u

    conjunto de mala ralea. Pero se lenterrogó por separado sobre el trat

    dado al marino extranjero, y todocontaron la misma historia. No pudierodecir qué suerte había corrido scapitán, ni el marinero que había sido scómplice en el crimen, salvo que no s

    habían embarcado en el mismo buquque llevó a Inglaterra al resto dripulantes. Independientemente de l

    que pudiera suceder más tarde a

    capitán, es seguro que jamás regresó Liverpool.

    -¿Pudo usted averiguar su nombre?Fue Turlington quien hizo est

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    pregunta. Incluso Sir Joseph, el hombrmenos observador del mundo, pudnotar que la había hecho con un

    rritación totalmente inexplicable.-No se enfade, Richard -dijo e

    anciano caballero-. ¿Qué hay aquí compara enfadarse?

    -No sé a qué se refiere usted. Nestoy enfadado. Sólo siento curiosidad¿Averiguó usted quién era el hombre?

    -Lo averigüé. Su nombre erGoward. En Liverpool lo conocían poser un hombre muy inteligente y mupeligroso. En aquel entonces era aú

    muy joven, y sin embargo, ya era umarinero de primera. Era famoso pohacerse cargo de embarcaciones en maestado y tripulantes vagabundos. U

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    nforme me lo describió como uhombre que, de esta manera, se habíhecho con una cantidad de diner

    considerable para alguien de sposición. Ya sabe usted, sirviendo afirmas con mala reputación y corriendodo tipo de riesgos desesperados. ¡Uriste rufián, Richard! En más de un

    ocasión, a ambos lados del Atlánticouvo problemas por actos de violencia

    crueldad. Me atrevería a decir que debde haber muerto hace mucho tiempo.-O tal vez -dijo Launce- está vivo

    con otro nombre, y está prosperando e

    un nuevo modo de vida, con riesgos mádesesperados, aunque de alguna otrndole.

    -¿Está usted familiarizado con la

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    circunstancias? -preguntó Turlingtondirigiéndose esta vez a Launce, con uduro tono de desafío en su estrident

    voz.-¿Qué le sucedió al pobre mariner

    extranjero, papá? -quiso saber Natalienterrumpiendo a Launce con tod

    propósito, antes de que pudiera dar unrespuesta airada a la pregunta que cora se le había hecho.

    -Hicimos una suscripción y nodirigimos a su cónsul, hijita. El pobrpudo regresar a su país con bastantcomodidad.

    -Y este es el fin de la historia dSir Joseph -dijo Turlington, riéndosruidosamente en su silla-. Lástima nener a bordo un escritor: podría hace

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    de esto una novela. -Miró por lclaraboya y se puso de pie-: Esta vez senemos brisa -exclamó-: ¡Y no es u

    error!Era cierto. Al fin, había llegado l

    brisa. Las velas se hincharon, el botalóse balanceó con estrépito, y el aguadormida durante tanto tiempo, sdespertó al fin y burbujeó alegremente ambos lados de la embarcación.

    -Vamos a cubierta, Natalie, a tomaun poco de aire fresco -dijo La señoritLavinia, encaminándose hacia la puerta.

     Natalie alzó la falda de su vestid

    de nanquín y mostró un desgarrón en eejido púrpura, de varias yardas dargo.

    -Dame primero una media hora e

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    mi camarote, tía, para remediar esto.La señorita Lavinia alzó co

    asombro sus venerables cejas.

    -Desde que estás en la goleta deseñor Turlington, querida, no haces otrcosa que romper tus vestidos. ¡Encreíble! No he roto ninguno de lo

    míos en toda la travesía.El color moreno de Natalie s

    acentuó. La joven se echó a reír, algo

    ntranquila:-Soy tan descuidada cuando estoy bordo-, respondió y se encerró en scamarote.

    Richard Turlington sacó su caja dhabanos:

    -Este es el momento para el mejocigarro del día -dijo a Sir Joseph-, e

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    cigarro después del desayuno. Subamoa cubierta.

    -¿Nos acompaña, Launce?

    preguntó Sir Joseph.-Denme media hora para ve

    primero mis libros -respondió éste-. Npuedo permitir que mis conocimientomédicos se enmohezcan en el mar, y tavez más tarde no me sienta con deseode estudiar.

    -Tienes razón, mi queridomuchacho, tienes razón.Sir Joseph, aprobatorio, le dio un

    palmadita en el hombro. Launce, por s

    parte, dio media vuelta y fue encerrarse en su camarote.

    Los otros tres, juntos, subieron cubierta.

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    2. La despensa

    Las personas de hígado lento ierno corazón tienen dos grande

    nconvenientes para disfrutar de unravesía marítima: resulta excesivamentdifícil realizar suficientes caminatas modo de ejercicio, y es casi imposibl

    cuando el secreto es necesariodedicarse al amor sin ser descubiertoRefiriéndonos por el momento sólo esta última dificultad, se puede decique la vida dentro de los estrechos populosos límites de una embarcacióse puede definir, en rasgos generales

    como una vida en público. Desde por l

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    mañana hasta por la noche, dondequierque vaya, estás en el camino de tvecino y éste, a su vez, en el tuyo. Com

    resultado inevitable de estacondiciones, es rarísimo el caso de uhombre que se las ingenie para robar ubeso en el mar sin que lo descubrannnata capacidad para estratagemas de l

    mayor finura; inagotable fuente dnventivas; paciencia capaz de prospera

    en medio de pruebas sobrehumanaspresencia de espíritu que sabe mantenevictorioso su equilibrio en cualquiesituación posible de emergencia, esta

    son algunas de las cualidades que han dacompañar al Amor en una travesímarítima, cuando se embarca en calidade mercancía de contrabando, sin esta

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    debidamente registrada en lodocumentos de la embarcación.

     Natalie y Launce, que había

    creado un código de señales que lepermitía comunicarse en privado emedio de ojos y oídos abiertoalrededor de ellos, tuvieron quenfrentarse a una dificultad más seria, lde encontrar una manera de verse solas a bordo de la goleta sin que nadi

    se enterara. Sin ser poseedor de ningunde las mencionadas cualidades que debener un cumplido enamorado en el mar

    Launce dio prueba de ser inigualabl

    para luchar con los obstáculos que se lpresentaban. A su vez Natalie, conayuda de recursos inventivos propiossugirió que Launce pretextara su

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    estudios médicos como excusncontestable para encerrarse a veces eugares inferiores del barco, y más tard

    dio con la feliz idea de romper lodobladillos de sus faldas y condenarsasí a corregir sus propios descuidoscausa esta perfectamente suficiente parsometerse ella, por su parte, a similareactos de autoencierro. De esta maneramientras las inocentes autoridade

    estaban en cubierta, los enamorados sas ingeniaban para verse en privado eel territorio neutral del camarotprincipal; y allí, tal y como lo había

    acordado en la mesa del desayuno, ibaa encontrarse ahora.

    Como siempre en tales ocasionesa puerta de Natalie fue la primera e

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    abrirse, por la importante razón de queen caso de accidente, su rapidez era do que todo dependía.

     Natalie miró por la claraboya. Allísobe la cubierta, a sotaventoestacionarias, se veían las piernas de lodos caballeros y las faldas de su tía. Diunos pasos y escuchó. Allá arriba, en erumor de las voces, hubo una pausaVolvió a mirar hacia allá. Un par de

    piernas, que no eran las de su padrehabía desparecido. Sin un instante dvacilación, Natalie se lanzó hacia spropia puerta, justo a tiempo par

    escapar de Richard Turlington quiedescendía por la escalera. Todo cuantohizo fue acercarse a uno de los cajonedebajo del librero del salón-comedor

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    sacar un mapa, para ascender de nuevo cubierta. Sin embargo, la culpablconciencia de Natalie la indujo a pensa

    de inmediato que Richard sospechaba della. Cuando se asomó por segunda vezen vez de aventurarse a entrar en esalón, llamó en un susurro:

    -¡Launce!Éste apareció en su puerta. Ante

    de cruzar el umbral, se aseguró echand

    una rápida ojeada a ambos lados.-¡No des un paso! ¡Richard estuvaquí abajo en el salón! ¡Richarsospecha de nosotros!

    -¡Tonterías! Sal.-No lo haré por nada del mundo,

    no ser que encuentres algún otro lugaque no sea el salón.

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    ¿Algún otro lugar? ¡Qué fácihubiera sido encontrarlo en tierra firmeQué difícil, a todas luces, result

    encontrarlo en el mar! Estaba el castillde proa (lleno hombres) en un extremdel barco. Estaba el pañol de velalleno de velas) en el otro. Estaba e

    camarote para damas (que se utilizabcomo vestidor de señoras y, como talnaccesible para todo ser humano d

    género masculino). ¿Había algúespacio cerrado disponible que spudiera encontrar dentro de los confinedel barco? Existía, por un lado, el luga

    donde dormían el contramaestre y sayudante (imposibles de utilizar), y poel otro, la despensa del sobrecargoLaunce meditó por un instante. ¡L

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    despensa del sobrecargo era el lugar!-¿A dónde vas? -preguntó Natali

    cuando su enamorado se dirigió haci

    una puerta cerrada que había en eextremo inferior del salón-comedor.

    -A hablarle al sobrecargo, cariñoEspera un momento, que volveré eseguida.

    Launce abrió la puerta de ldespensa y vio no al sobrecargo, sino

    su esposa, que a bordo de la goleta sdesempeñaba como camarera. En estcaso era un suceso afortunado. Puestque tanto el sobrecargo como su espos

    o habían sorprendido varias vecerobando besos a bordo del barco, eoven no sintió dificultad alguna a

    formular su petición de que se l

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    permitiese utilizar la despensaludiendo con la mayor franqueza a surelaciones con Natalie. Después d

    haber garantizado su complicidad con esabio uso de persuasión pecuniariaLaunce pudo contar con el silencio das compasivas autoridades de esta part

    de la embarcación. De los dos, lcamarera, como mujer, era mápropensa a prestar oídos a las súplica

    de Launce en su actual emergencia.Luego de un débil conato dresistencia, consintió no sólo eabandonar la despensa, sino también e

    mantener a su esposo a distanciasiempre y cuando la ocupación no fuesa durar más de diez minutos. Launchizo una seña a Natalie desde un

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    puerta, mientras la camarera salía por lotra. Un instante más, y los enamoradoestaban a solas a puertas cerradas. ¿E

    necesario precisar a qué clase denguaje recurrieron? ¡Seguramente no

    Existe un lenguaje inefable de labios deque todos nos aprovechamos en taleocasiones, aunque a veces lo olvidamoen nuestra vida posterior. Natalie ssentó sobre un baúl. El té, el azúcar

    as especias se hallaban a sus espaldasuna banda de tocino le colgaba sobre lcabeza y una red llena de limoneoscilaba delante de su rostro. Podía n

    ser muy espacioso, pero era acogedor cómodo.

    -¿Y si llaman al sobrecargo?nquirió- ¡No, Launce, estate quieto!

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    -No importa. Aunque lo haganestamos seguros. El sobrecargo sóliene que dejarse ver en cubierta, y n

    sospecharán nada.-¡Calla, Launce! Tengo noticia

    erribles que darte. Y, a propósito, mía espera verme con mi dobladill

    remendado.Había traído consigo aguja e hilo

    Alzó el ruedo de su vestido sobre un

    rodilla, se inclino y, con toddedicación, se puso a reparar edesgarrón en el dobladillo. En estposición, su ágil figura exhibía todo e

    encanto de su firme y a la vez esbeltcontorno. La aguja, en sus hábiles dedomorenos, volaba sobre la labor. El baúera amplio; Launce se las ingenió par

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    sentarse parcialmente detrás de ella. Eesta postura, ¿quién hubiera podidresistir la tentación de levantar e

    enorme nudo de los negros cabellosrenzados al descuido, y exponer a l

    vista la tibia y morena piel del cuello¿Quién, al verlo, hubiera dejado dvilipendiar la absurda moda actual dpeinado que oculta la doble belleza dforma y color del dorso del cuell

    femenino? De vez en cuando, mientras lconversación proseguía, los labios dLaunce enfatizaban sus palabras mámportantes directamente sobre la suav

      fragante superficie de la piel que ecabello levantado le dejaba ver ntervalos. Usted, señor, en la situació

    de Launce, hubiera hecho lo mismo.

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    -Ahora, Natalie, ¿cuál es lnoticia?

    -Habló con papá, Launce.

    -¿Richard Turlington?-Sí.-¡Maldito sea! Natalie dio un respingo. Un

    maldición proferida tras tu cuello seguida de una bendición en forma dbeso, es algo que te sobresalta cuand

    no estás preparada para esto.-¡No lo vuelvas a hacer, LaunceSucedió mientras estabas fumando ecubierta y yo, supuestamente, hací

    mucho que dormía. Abrí el respiraderode la puerta de mi camarote, cariño, escuché cada palabra que dijeronEsperó que mi tía se fuera y, cuando

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    uvo a mi papá por completo a sdisposición, se le dirigió con esa voz tahorrible, tan estridente que tiene

    "Graybrooke, ¿cuánto tiempo más tengque esperar?"

    -¿Dijo esto?-¡No más maldiciones, Launce

    Estas fueron sus palabras. Papá no lacomprendió. Sólo atinó a decirpobrecito: "Por mi alma, Richard, ¿qu

    quiere decir?" Richard se lo explicó eseguida. ¿Por quién más podía estaesperando si no era por mí? Papá dijalgo de que yo era demasiado joven

    Richard lo hizo enmudecer de unmanera muy directa. "Las chicas socomo frutas. Algunas maduran temprano  otras tarde; unas son mujeres a lo

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    veinte, y otras a los dieciséis." Ermposible mirarme y no darse cuenta d

    que yo era, después de dos meses en e

    mar, como un ser totalmente nuevo. Yasí siguió hablando y hablando. Papá sportó como un ángel. Hizo lo posiblpara quitárselo de encima. "Aúenemos mucho tiempo, Richard, muchiempo." El muy sinvergüenza l

    respondió: "Sí, mucho tiempo para ella

    pero no para mí. Piense en todo lo quengo para ofrecerle", ¡cómo si mmportara su dinero! "Piense en todo eiempo que estuve viéndola crecer par

    que fuera mi esposa." Crecer para émonstruo! "¡Y no me deje en este estad

    de incertidumbre que, para un hombre dmi posición, resulta cada vez más difíci

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    de soportar!" Estaba de veras elocuenteSu voz temblaba. No hay duda algunaquerido, de que está muy, mu

    enamorado de mí.-¿Y tú te sientes halagada por esto

    verdad?-No digas tonterías. Sí pued

    decirte que me hace sentirme un pocasustada.

    -¿Asustada? ¿Lo observaste est

    mañana?-¿Yo? ¿Cuándo?-Cuando tu padre estaba contand

    a historia del hombre en el mar.

    -No. ¿Qué hizo? Dímelo, Launce.-Te lo diré sin ambages. ¿Cómo

    erminó todo anoche? ¿Le hizo tu padralguna promesa?

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    -Ya sabes cómo es Richard; no ledejó otra opción. Papá tuvo quprometer antes de que lo dejara libr

    para ir a acostarse.-¿Prometió a Turlington que t

    casaría con él?-Sí; la semana siguiente a m

    próximo cumpleaños.-¿La semana siguiente a la próxim

    avidad?

    -Sí. Papá hablará conmigo ecuanto estemos de nuevo en casa, y mvida de casada empezará con el Año

    uevo.

    -¿Hablas en serio, Natalie¿Quieres decirme de veras que las cosahan ido tan lejos?

    -Lo han acordado todo. L

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    espléndida posición que vamos a teneros enormes ingresos de qu

    disfrutaremos. Oí que papá le decía qu

    a mitad de su fortuna pasará a mí en edía de mi boda. Daba nauseas oírlohablar tanto del dinero y tan poco deamor. ¿Qué debo hacer, Launce?

    -Esto es fácil de responderquerida. Ante todo, debes estar resuelta no casarte con Richard Turlington.

    -Sé razonable. Sabes que he hechodo cuanto pude. Dije a papá que podípensar en Richard como amigo, pero ncomo esposo. Sólo se ríe de mí y m

    dice: "Espera un poco, ya cambiarás dopinión, hijita". Ya ves que Richard loes todo para él. Richard ha administradsiempre sus asuntos y lo salvó de la

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    pérdidas debidas a malaespeculaciones. Richard me conocdesde que era una niña. Richard pose

    un floreciente negocio y grandecantidades de dinero. Papá ni siquierpuede imaginar que yo pueda resistirmante Richard. Hice un intento con mi tíae dije que Richard es demasiado mayo

    para mí. Todo cuanto me respondió fue"Mira a tu padre; era mucho mayor qu

    u madre, y qué matrimonio tan feliz fuel suyo." Incluso aun cuando lo dijercon todas estas palabras: "No me casarcon Richard Turlington", ¿de qu

    provecho sería esto para nosotros? Papes el mejor y el más adorable anciano eel mundo; pero, por desgracia, ¡amanto el dinero! No cree en nada más. S

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    pondría furioso, sí, con todo lo buenque es, se pondría furioso, si yo siquiernsinuara que estoy enamorada de t

    Cualquier hombre que me propusiermatrimonio, de no poseer una fortunque pudiera compararse con la que yo laportaría, no sería a sus ojos otra cosque un lunático. Ni siquiera creerínecesario responderle; tocaría el timbr  lo pondría de patitas en la calle. N

    estoy exagerando, Launce. Sabes questoy diciendo la verdad. Por lo qupuedo ver, a ti y a mí ya no nos quedninguna esperanza.

    -¿Has terminado, Natalie? Si lo hadicho todo, yo por mi parte tengo algque decirte.

    -¿Qué es?

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    -Si las cosas siguen como han idhasta ahora, ¿he de decirte cómerminarán? Al final, serás la esposa d

    Turlington.-¡Jamás!-Esto lo dices ahora; pero no sabe

    o que puede suceder entre el día de ho el de la Navidad. Natalie, hay un sol

    modo de hacer que no te cases nunca coRichard. Cásate conmigo.

    -¿Sin el consentimiento de papá?-Sin decir una sola palabra a nadihasta que todo sea un hecho consumado.

    -¡Oh, Launce, Launce!

    -Mi amor, cada palabra que me hadicho confirma que no tenemos otrsalida. Piénsalo, Natalie, piénsalo.

    Hubo una pausa. Natalie dejó cae

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    su aguja e hilo y hundió el rostro entras manos.

    -Si mi pobre madre estuviera viva

    dijo-, si yo tuviera una hermana mayoque pudiera aconsejarme y que spusiera de mi parte...

    Era evidente que vacilaba. Launcecomo hombre que era, tomó ventaja dsu indecisión. La presionó sin darlregua.

    -¿Me amas? -susurró, con suabios junto al oído de la muchacha.-Ya sabes que sí, mi amor.-Procura que Richard no teng

    poder para separarnos, Natalie.-¿Separarnos? Somos primos; no

    conocemos desde que éramos niñosncluso si se propusiera separarnos

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    papá no se lo permitiría.-Pon atención a lo que te digo. L

    ntentará. En cuanto a tu padre, Richar

    sólo tiene que levantar un dedo para quu padre le obedezca. Mi amor, l

    felicidad de nuestras vidas está euego. -La rodeó con un brazo y, con

    cariño, la hizo apoyar la cabeza en specho-. Otras muchachas lo han hechomi amor. ¿Por qué no podrías hacerlo

    ú? El esfuerzo por responderle fuexcesivo para ella. Se rindió. Un suspirnaudible se escapó de sus labios. Se l

    recostó más y cerró los ojos. En epróximo instante, se sobresaltemblando de pies a cabeza y miró poa claraboya. La voz de Richar

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    Turlington resonó de pronto en cubiertaexactamente encima de ellos.

    -Graybrooke, quiero decirle alg

    sobre Launcelot Linzie.El primer impulso de Natalie fue e

    de lanzarse hacia la puerta. Al escuchael nombre de Launce en boca dRichard, se contuvo. Algo en el tono dsu voz suscitó la curiosidad de lmuchacha, que la hizo sobreponerse a

    emor. Esperó, con una mano entre lade Launce.-Si recuerda -prosiguió l

    estridente voz-, dudé de la sabiduría d

    que nos acompañara en el cruceroUsted no estuvo de acuerdo conmigo y, sus instancias, accedí. Hice maLauncelot Linzie es un joven mu

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    presuntuoso.La suave risa de Sir Josep

    acompañó su respuesta:

    -¡Pero Richard! ¿No es ustedemasiado severo con Launce?

    -No es usted un hombrobservador, Graybrooke. Yo sí lo soyVeo síntomas de su presunción conodos nosotros, sobre todo con Natalieo me gusta la manera con que le habl

      la mira. Es indebidamente familiarconfidencial hasta lo insolente. Epreciso ponerle fin. En mi posición, misentimientos deben respetarse. Le exij

    que, una vez en tierra, ponga fin a esntimidad.

    Las palabras siguientes de SiJoseph fueron más serias y manifestaro

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    su sorpresa:-Pero mi querido Richard, so

    primos, han sido compañeros de juego

    desde la infancia. ¿Cómo puede usteconceder la menor importancia cualquier cosa dicha o hecha por epobre Launce?

    Hubo un bondadoso desprecio en lalusión de Sir Joseph al "pobre Launceque crispó los nervios de su hija. Fu

    como si aludiera a un inofensivanimalito doméstico. El color de Natalise volvió más intenso. Presionó la mana de Launce con suavidad.

    Turlington siguió insistiendo.-Debo pedirle una vez más

    pedírselo en serio, que termine con estcreciente intimidad. No tengo nada e

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    contra de que lo invite a su casa cuandnvite a otros amigos. Sólo quisiera qu

    usted, y espero que así lo haga, pong

    fin a ese "caer por ahí", como se llamaa cualquier hora del día o de la nochecuando nada puede tener que hacer¿Queda esto bien entendido entrnosotros?

    -Si tanto le importa, Richard, clarque queda bien entendido.

    Cuando el débil Sir Josepconsintió en estos términos, Launce mira Natalie.

    -¿Qué fue lo que te dije? -susurró.

     Natalie, en silencio, bajó la cabezaHubo una pausa en cubierta. Los docaballeros se alejaron lentamente hacia parte delantera de la embarcación.

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    Launce aprovecho la ventaja.-Tu padre no nos deja otr

    alternativa -insistió-. En cuanto estemo

    en tierra, la puerta de tu casa se mcerrará. Si te pierdo, Natalie, ya no mmporta qué será de mí. Mi profesió

    puede irse al demonio. Nada tengo poo que valga la pena vivir.

    -Calla, calla, ¡no hables así!Launce intentó una vez más l

    ranquilizadora influencia de lpersuasión.-Cientos y cientos de personas e

    nuestra situación se han casado e

    secreto, y luego se les ha perdonado. Ne pido que hagas nada co

    apresuramiento. Me guiaré en todo pous deseos. Todo lo que quiero par

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    acallar mi mente es saber que eres míaAnda, anda, hazme sentir seguro de quRichard Turlington no te me arrebatará.

    -No me presiones, Launce -Natalise dejó caer de nuevo sobre el baúl-Mira! Sólo el pensarlo me hacemblar.

    -¿A quién le tienes miedo, mamor? ¿No a tu padre, seguramente?

    -¡Pobre papá! Me pregunto si serí

    severo conmigo por primera vez en lvida. -Se detuvo y elevó hacia Launce lmplorante mirada de sus húmedos ojos¡No me presiones! -repitió débilment

    . Sabes que es incorrecto. Debimohaberlo confesado, y ¿qué sucederíentonces? -Hizo una nueva pausa. Suojos vagaban, nerviosos, en dirección d

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    a cubierta. Su voz se hizo apenaaudible-. ¡Piensa en Richard! -dijo, y sestremeció del terror que le inspirab

    este nombre. Antes de que fuese posibldecirle alguna palabra tranquilizadoraa estaba de pie. El nombre de Richare trajo a la mente de pronto l

    misteriosa alusión que Launce, acomienzo de la entrevista, había hechal respecto del dueño de la goleta- ¿Qu

    fue lo que me has dicho sobre Richardpreguntó-. Viste u oíste algo extrañomientras papá contaba su historia. ¿Qufue?

    -Observé el rostro de Richardatalie, cuando tu padre nos dijo que e

    hombre en el mar no pertenecía a lripulación de la embarcación de

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    práctico. Se volvió mortalmente pálidoParecía culpable...

    -¿Culpable? ¿De qué?

    -Estuvo presente, estoy seguro desto, cuando al marinero lo lanzaron amar. Por todo cuanto sé, puede habesido él quien lo hizo.

     Natalie retrocedió, horrorizada.-¡Oh, Launce, Launce, esto e

    demasiado malo! Richard puede caert

    antipático, puedes tratarlo como tenemigo. Pero decir sobre él algo tahorrible, esto no es generoso. Es indignde ti.

    -Si lo hubieras visto, lo habríadicho también. Me dispongo a haceaveriguaciones, tanto en los intereses du padre como en los nuestros. M

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    hermano conoce a uno de los comisariode la Policía y puede hacer que se hagpor mí. Turlington no ha estado siempr

    en el comercio con el Levante, esto ya lsé.

    -¡Qué vergüenza, Launce, quvergüenza!

    Los pasos sobre la cubierta svolvieron a hacer audibles. Retornaban

    atalie se lanzó hacia la puerta qu

    conducía al salón. Launce la detuvcuando ya tenía una mano sobre epicaporte. Los pasos se encaminabadirectamente hacia la popa. Launce l

    rodeó con ambos brazos. Natalie le dejhacer.

    -¡No me lleves a la desesperaciónexclamó el joven-. Esta es mi últim

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    oportunidad. No te pido que me digaahora mismo que te vas a casar conmigosólo te pido que lo pienses. ¡Mi querida

    Mi ángel! ¿Lo pensarás?Cuando Launce lo estab

    preguntando, si ambos no hubieraestado tan por completo absortos uno eel otro, habrían podido percibir lopasos que regresaban, esta vez los pasode una sola persona. La prolongad

    ausencia de Natalie había empezado asombrar a su tía, y despertó cierta vagdesconfianza en la mente de RichardVolvió a recorrer la cubierta, ahora

    solo, y echó una distraída mirada, dpaso, al salón-comedor. La claraboya da despensa se hallaba al lado. En s

    actual estado anímico, ¿no iba a echarle

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    ambién de paso, una mirada?-¡Suéltame! -dijo Natalie.-Dime que sí -respondió Launce

    a apretó como si se dispusiera a nsoltarla nunca más.

    En el mismo instante, en cubiertaresonó la aguda voz de la señoritLavinia, llamando a Natalie. Sólo habíun modo de hacer que Launce la soltara

    -Lo pensaré -dijo. Entonces le di

    un beso y la dejó ir.La puerta acababa de cerrarse traa muchacha, cuando el rostro d

    Richard Turlington, que se habí

    agachado, apareció en la claraboya miró hacia abajo, al interior de ldespensa y a Launce.

    -¡Hola! -profirió con brusquedad-

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    ¿Qué hace usted en el lugar desobrecargo?

    Launce tomó una caja de cerilla

    del baúl.-Vengo a buscar fuego -respondió

    en seguida.-No dejo que nadie esté aquí abajo

    fuera del salón principal, sin mpermiso. El sobrecargo ha cometido unfalta de disciplina a bordo de m

    embarcación. El sobrecargo tendrá quabandonar mi servicio.-El sobrecargo no tiene la culpa.-Esto lo juzgo yo, y no usted.

    Launce abrió la boca parcontestar. Un estallido entre los dohombres parecía inevitable, cuando econtramaestre del yate se acercó a s

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    empleador sobre la cubierta y llamó latención de Turlington hacia algo queen el mar, nunca pierde su importancia

    a cuestión del viento y la marea. Lgoleta se hallaba entonces en el canal dBristol, a la entrada de la bahía dBideford. La brisa, cada vez más frescavariaba también con frecuencia sdirección. Apenas le quedaban trehoras para aprovechar la marea.

    -El viento cambia, señor -dijo econtramaestre-. Temo que no podamodesplazarnos con esta marea alta si nhacemos virar la goleta en el sentid

    contrario.Turlington sacudió la cabeza.-Unas cartas me están esperando e

    Bideford -dijo-. Hemos perdido do

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    días a causa de la calma. Tengo queenviar un bote de remos a tierra, a loficina de correos, independientement

    de si perdemos o no la marea.La embarcación siguió su rumbo

    Frente al puerto de Bideford, un bote dremos fue enviado a la oficina dcorreos, la goleta se detuvo esperanda aparición de las cartas. En el plaz

    más breve posible, éstas llegaron

    bordo, a manos de Turlington.Los hombres estaban subiendo amarrando el bote, la goleta ya sdirigía más afuera, cuando Turlingto

    dejó a todos paralizados de asombrcon esta inesperada palabra:

    -¡Parad!Había dejado todas sus cartas, si

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    eerlas, en el bolsillo de su chaqueta dmarino; la única carta abierta era la quahora sostenía en la mano. Sus ojo

    reflejaban rabia, los pálidos labiosconsternación.

    -¡Bajad el bote! -gritó-. Tengo quer a Londres esta noche-. Detuvo a Si

    Joseph y le dijo sin ambages: -No haiempo para preguntas y respuestas

    Tengo que regresar. -Se descolgó por la

    borda de la goleta y, desde el bote, sdirigió al contramaestre-: Aproveche lmarea si puede. Si no puededesembárquelos mañana en Minehead

    en Watchet, donde mejor les parezca-Hizo un seña a Sir Joseph para que snclinara sobre el macarrón y así pode

    decirle algo en privado-: ¡Recuerde l

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    que le dije sobre Launcelot Linzie! susurró con furia. Su última mirada fupara Natalie. Le habló haciendo un gra

    esfuerzo por dominarse, lo mágentilmente que pudo-: No se alarme. Lveré en Londres.

    Se sentó en el bote y tomó el timónLas últimas palabras que lo oyeron deciurgían a los hombres a no perder tiempoEra siempre brutal con sus hombres.

    -Remad, vagos mendigos! -exclamcon una maldición-. ¡Remad por suvidas!

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    3. El Mercado Monetario

    Os pido seriedad: ¡se trata dnegocios!

    La nueva escena nos sumerge dcabeza en los asuntos de la casPizzituti, Turlington amp; Brancadedicada al comercio con el Levante

    ¿Qué sabemos sobre el comercio con eLevante? ¡Valor! Si algún día hemoenido una idea de lo que es desear tene

    dinero, ya esto, para comenzar, nofamiliariza perfectamente con el asuntoEl comercio con el Levante tiene veces sus dificultades. Turlingto

    deseaba dinero.

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    La carta que se le había entregado bordo de la goleta era de su tercesocio, el señor Branca, y estab

    concebida en los siguientes términos:"Una crisis en el comercio. Hast

    ahora todo va bien con excepción dnuestro negocio con las pequeñas firmaextranjeras. Tenemos cuentas que saldade esas dependencias y, me temo, no haenvíos para cubrirlas. Los pormenore

    se detallan en otra carta dirigida a ustea la oficina de correos en IlfracombeMe siento enfermo de ansiedad y guardcama. Pizzituti todavía se encuentr

    retenido en Esmirna. Regrese dnmediato."

    Al anochecer, Turlington ya sencontraba en su oficina en Austin Friar

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    analizando el estado de los asuntos coayuda de su oficinista principal.

    Para decirlo en pocas palabras, e

    negocio de la firma era sumamentdiversificado. Abarcaba un comerciorápido en una vasta gama de mercancías

    o desdeñaban nada, desdmanufacturas tejidos de algodón dManchester hasta higos de EsmirnaTenían casas sucursales en Alejandría y

    en Odessa, y relaciones de comerciaquí, allá y en todas partes, a lo largo das costas del Mediterráneo, y en lo

    puertos del Oriente. Estas relaciones

    socios comerciales eran las personas que se hacía referencia en la carta deseñor Branca "pequeñas firmaextranjeras"; y eran ellas las que había

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    producido la seria crisis financiera eos negocios de la importante casa e

    Austin Friars, tan seria que Turlington s

    apresuró a regresar a Londres.Cada una de estas pequeñas firma

    reclamaron y recibieron el privilegio dextender facturas contra PizzitutTurlington amp; Branca por cantidadeque variaban desde cuatro hasta seis miibras, sobre la base de ninguna garantí

    mejor que un entendimiento verbal quel dinero para pagar las facturas sremitirá antes de que vencieran. Enútil decir que la competencia s

    hallaba en el fondo de este sistema dcomerciar sumamente imprudente. Lafirmas locales tenían por regla qudeclinarían hacer transaccione

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    comerciales con ninguna casa comerciaque se negara a concederles sprivilegio. Con la facilidad que le

    brindaba la casa de Turlington, locomerciantes extranjeros habíaconfeccionado sus facturas contra él posumas grandes en general, aunque ngrandes por sí mismas; habíaconvertido desde hacía mucho tiempesas facturas en efectivo en sus propio

    mercados, para sus propias necesidades habían dejado ahora que el dinero qusus facturas representaban fuera pagadpor sus socios comerciales en Londre

    cuando llegaran a su vencimiento. Ealgunos casos no habían enviado nadque no fueran más que promesas excusas. En otros, enviaron pagarés d

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    firmas que ya se habían arruinado o questaban a punto de arruinarse; en crisisDespués de haber agotado sus recurso

    en dinero a mano, el señor Branca habíogrado satisfacer las más apremiante

    necesidades al comprometer el créditde la casa, hasta donde esto le fuposible sin suscitar sospechas sobre lverdad. Hecho esto, entre ese momento as Navidades, quedaban tan sól

    obligaciones que satisfacer quascendían a cuarenta mil libras, sin upenique en mano para pagar esformidable deuda.

    Después de trabajar toda la nocheesta fue la conclusión a que llegRichard Turlington, cuando el sonaciente lo sorprendió a través de la

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    ventanas de su despacho privado.Sintió de pronto todo el peso e

    golpe que había recibido. L

    participación de sus socios en enegocio era de la naturaleza másignificante. El capital era suyo, ambién lo era el riesgo. De maner

    personal y privada, tenía que encontrael dinero o afrontar la única alternativaa ruina. ¿Cómo se podría hallar e

    dinero?Con su posición en la City, sóloenía que acudir a la casa de préstamo

    de Bulpit Brothers, famosa por tener un

    ransacción total de millones todos loaños en su negocio, y hacerse allí, dnmediato, con los fondos necesarios

    Cuarenta mil libras, para Bulp

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    Brothers, era una transacción irrisoria.Una vez conseguido el dinero

    ¿cómo, en la presente situación de su

    negocios, podría devolver eempréstito? Sus pensamientos volvieroa su matrimonio con Natalie.

    "¡Curioso!", se dijo al recordar lconversación con Sir Joseph a bordo da goleta. "Graybrooke me ha dicho qu

    daría a su hija, al casarse, la mitad de s

    fortuna. ¡Da la casualidad que la mitade la fortuna de Graybrooke soprecisamente cuarenta mil libras!" Diuna vuelta por la habitación. ¡No! N

    era posible recurrir a Sir Joseph. Unsola sacudida a la convicción de SiJoseph acerca de su solidez comercial, el matrimonio se vería, con tod

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    seguridad, aplazado, si no descartadpor completo. En la actual contingenciasólo había una manera de disponer de l

    fortuna de Sir Joseph, y era la de usarlpara pagar la deuda. Sólo tenía quhacer que la fecha del vencimiento deempréstito coincidiera con la dematrimonio, y el dinero de su suegrestaría a su disposición, o a ldisposición de su esposa, que era l

    mismo. "¡Menos mal que presioné Graybrooke con el matrimonio en emomento en que lo hice! " -pensó-"Puedo pedir prestado el dinero a u

    corto plazo. Dentro de tres meseatalie será mi esposa."

    Se dirigió a su club para desayunarcon la mente más despejada, en cuanto

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    odas las preocupaciones, excepto unaAunque conocía dónde podía conseguiel empréstito, no estaba igualment

    seguro en cuanto a poder encontrar lgarantía sobre la cual pudiera pediprestado el dinero. Él, que vivía de sungresos, que no esperaba nada d

    ningún ser viviente, que poseía sólunos treinta o cuarenta acres de tierraen Somersetshire, con un casa mu

    pequeña, medio granja y medio cabañaera incapaz de proveer la necesarigarantía a base de sus propios recursosRecurrir a amigos ricos en la Cit

    significaría revelarles el secreto de sudificultades y poner en peligro scrédito. Acabó su desayuno y regresó Austin Friars, completamente en ascua

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    Despidió al empleado y examinó lodocumentos.

    Contenían una relación d

    mercancías expedidas a la casa dLondres a bordo de embarcacioneprocedentes de Esmirna y Odessa, estaban firmados por los capitanes dos barcos, quienes por ese medi

    reconocían el recibo de las mercancías se comprometían a entregarlas co

    seguridad a las personas que eran suposeedoras, tal y como se habíordenado. Los originales de estodocumentos ya estaban en posesión de l

    casa de Londres. Ahora los seguían loduplicados, por si sobrevenía algúaccidente. Richard Turlington determinóal instante hacer que los duplicados l

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    sirvieran de garantía y conservar looriginales bajo llave, para utilizarlos fin de posesionarse de las mercancías e

    el momento debido. El fraude era ufraude sólo en apariencia. La garantíera pura formalidad. Su matrimonio lproporcionaría los fondos necesariopara devolver el dinero, y la ganancide su negocio le permitiría, con eiempo, reponer la dote de su esposa. S

    rataba tan sólo de preservar su créditpor medios que, legítimamente, estabaa su alcance. Dentro de los flexibleímites de la moralidad mercanti

    Richard Turlington no carecía dconciencia. Se puso el sombrero y llevsu falsa garantía a los prestamistas, sisentirse en lo más mínimo rebajado e

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    su propia autoestima como hombrhonrado.

    Bulpit Brothers, deseosa desd

    hacía mucho tiempo de tener en suibros un nombre como el suyo, l

    recibió con los brazos abiertos. Lgarantía (que cubría el monto depréstamo) fue aceptada de la manermás natural. De un plumazo se le prestel dinero por tres meses. Turlingto

    volvió a salir a la calle y enfrentó lCity londinense como personaje de labor más noble del oficio mercantil: u

    hombre solvente. [1]

    El Diablo, que seguía los pasos dRichard Turlington, invisible en ssombra, batió triunfalmente sumaltrechas alas. Desde ese momento, e

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    de la moda, conocido por los mortalecomo Berkeley Square.

    Mientras recorría las calles

    Turlington encontró una prueba patentde que los Graybrooke ya debían dhaber regresado. Se le adelantó Launcequien viajaba en un coche de alquiler ecompañía de otro caballero. Ecaballero era el hermano de Launce, ambos se dirigían a la Comisaría de l

    Policía para hacer las disposicionenecesarias a fin de instituir unnvestigación sobre la vida anterior d

    Turlington.

    Al llegar a la portería de la casa dcampo, la información que recibiTurlington satisfizo sólo en parte suesperanzas. La familia había regresad

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    a noche anterior. Sir Joseph y shermana estaban en casa, pero Natalia había vuelto a salir. Se había dirigido

    a la ciudad para almorzar con su tíaTurlington entró en la casa.

    -¿Ha perdido usted algún dinero? estas fueron las primeras palabras quSir Joseph dirigió a Richard aencontrarse con él por primera vedespués de la despedida a bordo de l

    goleta.-Ni un centavo. Hubiera tenidserias pérdidas de no haber regresado iempo para arreglar las cosas. Un

    estupidez por parte de mis empleadoque había dejado a cargo de las cosasnada más. Ahora ya todo está bien.

    Sir Joseph alzó la mirada al techo

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    con la más cordial devoción.-¡Gracias a Dios, Richard! -dijo e

    un tono que expresaba el más profund

    sentimiento. Tocó la campanilla. -Diga aa señorita Graybrooke que el seño

    Turlington está aquí-. Se volvió dnuevo hacia Richard:

    -Lavinia es igual que yo. Laviniestaba muy preocupaba por ustedAmbos pasamos toda la noche si

    dormir.La señorita Lavinia entró en lhabitación. Sir Joseph se apresuró haciella y le tomó con afecto ambas manos.

    -¡Querida mía! ¡La mejor de lanoticias: Richard no ha perdido ni upenique!

    La señorita Lavinia alzó la mirad

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    al techo con la más cordial devoción dijo:

    -¡Gracias a Dios, Richard! -com

    un eco de la voz de su hermano; un pocarde, tal vez, para su reputación de eco

    pero reproduciendo exactamente lmitad de la nota en su repeticióperfecta del sonido.

    Turlington formuló la pregunta quconstituía el único objeto de su visita

    Muswell Hill:-¿Han hablado ustedes con Natalie-Esta mañana -respondió Si

    Joseph-. Durante el desayuno se no

    ofreció una oportunidad, y me aprovechde ella. Ahora, Richard, lo voy a poneal corriente.

    Se acomodó en la silla para una d

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    sus interminables historias. Comenzó lprimera frase y se detuvo, enmudeciddesde la primera palabra. En su camin

    había un inesperado obstáculo: shermana no lo estaba secundando; shermana lo había silenciado desde ecomienzo. Esta vez, la historia se refería una cuestión matrimonial, y la señoritLavinia tenía su interés femenino erendirle a este tema la plena justicia. S

    adueñó de la narración de su hermancomo de algo que le pertenecía poderecho propio.

    -Joseph debió haberle dicho

    comenzó ella-, que nuestra querida niñestaba esta mañana en un estado dánimo inusualmente deprimido. Undisposición muy adecuada para un

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    seria conversación sobre su vida futurao comió nada durante el desayuno

    pobrecilla, apenas un pedacito d

    ostada.-Con mermelada -dijo Sir Joseph

    nterviniendo en la primera oportunidadComo en esta ocasión la historia era da señorita Lavinia, las cortese

    contradicciones necesarias para sexitoso desarrollo provenían, ahora, n

    de la hermana, sino del hermano; eracontradicciones por parte de Sir Joseph-No -dijo la señorita Lavinia-, co

    u permiso, Joseph, con jalea.

    -Perdón -insistió Sir Joseph-, comermelada.

    -¿Qué importancia tiene, hermano?-Hermana, el difunto gran y bue

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    doctor Johnson dijo que la exactitudebe observarse siempre, incluso en loasuntos más nimios.

    -Como quieras, Joseph -(Esta era fórmula similar a la que usaba Si

    Joseph al decir "no insistamos en estpunto" y que la señorita Laviniutilizaba como medio para llegar a uacuerdo con su hermano y dar un nuevmpulso a la historia)-. Bien, pue

    después del desayuno sacamos a nuestrquerida Natalie a dar un paseo conosotros por los jardines. Mi hermanabordó el tema con infinita delicadeza

    acto. "Circunstancias -le dijo- en que nes necesario entrar, hacen muy deseablque, joven como eres, ya comiences pensar en tu vida futura." Y acto

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    seguido, Richard, se refirió de unmanera muy agradable a su fiel y devotafecto...

    -Perdóname, Lavinia. Comenchablando del afecto de Richard, parpasar luego a la vida futura de Natalie.

    -Perdóname, Joseph. Lograsthacerlo mucho con mucha mádelicadeza que tú mismo crees. Nsacaste a relucir a Richard así d

    pronto, de improviso.-¡Lavinia! Comencé hablando dRichard.

    -¡Joseph! Tu memoria te traiciona.

    La impaciencia de Turlington svolvió irrefrenable.

    -¿Cómo terminó todo? -preguntó-¿Le propuso usted que nos casáramos e

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    a primera semana del Año Nuevo?-¡Sí! -dijo la señorita Lavinia.-¡No! -dijo Sir Joseph.

    La hermana lo miró con unexpresión de cariñosa sorpresa. Él ldirigió una mirada de amigablcontradicción, bajando ligeramente lcabeza.

    -¿Negarás, de veras, Josephhaberle dicho a Natalie que habíamo

    decidido hacerlo en la primera semandel Año Nuevo?-Niego haber dicho lo del Año

    uevo, Lavinia. Le dije que en lo

    comienzos de enero.-Está bien, está bien, Joseph

    Estábamos paseando entre los arbustosYo tenía una mano de nuestra querida

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    niña entre las mías y la sentí temblar. Sdetuvo de repente. "Oh -dijo- ¡no tapronto!" Entonces dije: "Querida mía

    considera a Richard!" Se volvió hacisu padre: "¡Por favor, no me presionepara hacerlo tan pronto, papá! Respeto Richard; lo aprecio como tu verdadero fiel amigo; pero no lo amo como deberíamarlo si he de ser su esposa.Imagínesela hablando de esta manera

    ¿Qué podía saber ella sobre tales cosasDesde luego, los dos nos echamos reír...

    -Tú te reíste, Lavinia.

    -Tú te reíste, Joseph.-¡Pero prosigan, por el amor d

    Dios! -exclamó Turlington descargandoun puñetazo sobre la mesa-. ¡No m

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    vuelvan loco con sus contradicciones¿Accedió o no?

    La señorita Lavinia se volvió a s

    hermano.-¡Nuestras contradicciones, Joseph

    exclamó levantando las manos en ugesto de franca sorpresa.

    -¡Nuestras contradicciones! profirió Sir Joseph, igualmentasombrado-. Mi querido Richard, ¿e

    qué ha estado pensando? ¡Yocontradecir a mi hermana! Jamás en lvida hemos estado en desacuerdo.

    -¡Yo contradecir a mi hermano

    unca hemos reñido desde que éramoniños.

    Turlington maldijo, para suadentros, su propio carácter irritable.

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    -Les pido a los dos que mperdonen -dijo-, no sabía lo que estabdiciendo. Sean indulgentes conmigo. La

    esperanzas de mi vida entera giraentorno a Natalie. Me acaba de deciusted, señorita Lavinia, con las propiapalabras de ella, que no me ama. Npretendió usted hacerme daño, pero mha herido en el corazón.

    Esta confesión, y la mirada que l

    acompañó, suscitaron compasión en lodos bondadosos ancianos. Lo ququedaba de la historia se expuso dcomún acuerdo. Ambos dijeron palabra

    confortantes para disminuir la ansiedade su querido Richard. ¡Qué pocconocía a las jovencitas! ¿Cómo podíser tan tonto, pobrecito, como para da

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    mportancia en serio a lo que habídicho Natalie? ¡Como si una niñadolescente pudiera conocer su propi

    corazón! En tales casos, protestas ruegos eran cosas normales, dcostumbre. Incluso lágrimas se podíaesperar, sin temor a equivocarse, cuandse trataba de una niña bien educada sensata. Todo terminó exactamente tal ycomo Richard lo hubiera deseado. Si

    Joseph había dicho: "Mi niña, este es uasunto de experiencia; el amor llegarcuando estén casados." Y la señoritaLavinia agregó: "Mi querida Natalie, s

    pudieras recordar a tu pobre madrcomo yo la recuerdo, sabrías que puedeconfiar en la experiencia de tu padre.Así fue como se lo dijeron. Y ella bajó

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    a cabeza y, tal y como se espera dodas las recatadas doncellas, les dio s

    callado consentimiento. "El día de l

    boda se ha fijado para la primersemana del Año Nuevo" ("No, noJoseph, no el Año Nuevo, en la primersemana de enero"). "¡Y Dios lo bendigaRichard, y haga que su vida de casadsea larga y feliz!"

    ¡Así la ignorancia común de l

    naturaleza humana y la creencia comúen el sentimiento convencionacontemplaban con complacencia esacrificio de una víctima más al altar

    que todo lo devora, del Matrimonio! AsSir Joseph y su hermana proporcionaroa Launcelot Linzie el argumento que édeseaba para convencer a Natalie

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    "Elige entre hacer tu vida miserable si tcasas con él y hacerla feliz si te casaconmigo."

    -¿Cuándo podré verla? -preguntTurlington, con la señorita Laviniahecha un mar de lágrimas (dicho sea esu honor) en posesión de una de sumanos, y Sir Joseph, con lágrimas en loojos (dicho sea en su honor) en posesióde la otra.

    -Regresará para la cena, Richardquédese a cenar con nosotros.-Gracias, pero debo ir primero a l

    City. Regresaré para la cena.

    Con esta promesa, los dejó.Una hora más tarde, llegaba u

    elegrama de Natalie. Había accedido no sólo almorzar, sino también cenar e

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    Berkeley Square, dormir allí regresaría a la mañana siguiente. Spadre, al instante, le telegrafió qu

    regresara a Muswell Hill de inmediatopara poder encontrarse con RicharTurlington a la hora de la cena.

    -Muy bien, Joseph -dijo la señoritLavinia mirando sobre el hombro dehermano mientras escribía el texto deelegrama.

    -Está dando muestras de querecoquetear con Richard -repuso SiJoseph, con aire de un hombre quconocía a fondo la naturaleza femenina-

    Mi telegrama, Lavinia, surtirá su efecto.Sir Joseph tuvo toda la razón. S

    elegrama surtió su efecto. No sólo traja la hija de vuelta a la hora de la cena

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    uvo otro resultado que el don dprofecía de Sir Joseph no había podidprever.

    El telegrama llegó a BerkeleSquare a las cinco de la tarde. Veamoo que sucedió a continuación.

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    5. Berkeley Square

    Entre las cuatro y las cinco de larde, cuando las mujeres occidentale

    están en sus carruajes y los hombres esus clubes, Londres presenta pocougares más convenientemente adaptado

    para los propósitos de una conversació

    privada que el recinto del solitariardín de una plaza.

    El día en que Richard Turlingtovisitó Muswell Hill, dos damas (eposesión de un secreto) abrieron lcerradura de la cancela de la verja qurodeaba el jardín en Berkeley Square

    Cerraron la reja después de entrar en e

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    recinto, pero se abstuvieron de ponelave a la cerradura y, con igua

    cuidado, limitaron su paseo a la part

    occidental del jardín. Una de ellas eratalie Graybrooke. La otra era la hij

    mayor de la señora Sancroft. Un ciertnterés temporal atraía la atención de l

    sociedad a esta joven dama. Habíconstituido una buena venta en emercado matrimonial. En otras palabras

    poco tiempo antes, se había elevado a lposición de la segunda esposa de LorWinwood. Su condición de lord confirióa la joven esposa no sólo los honore

    del título, sino también la distincióadicional de ser la madrastra de las trehijas solteras de su marido, todamayores que ella. Lady Winwood er

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    una personita menuda y agraciada. Scarácter era gallardo y decidido, ecompleto contraste con el de Natalie, d

    quien era, por esta misma razón, lmejor amiga.

    -Querida, un matrimonio poconveniencia en la familia eperfectamente suficiente. Estoy decidida que tú te cases con el hombre quamas. No me digas que te falta valor

    esta excusa es despreciable. Me niego recibirla. Natalie, los hombres tieneuna frase que describe exactamente tcarácter: te faltan agallas.

    El bonete de la dama que se estabexpresando en términos tan perentorios duras penas llegaba a la altura dehombro de Natalie; ésta hubiera podid

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    anzar la pequeña etérea, incorpórecriatura de cabellos flotantes por encimde la verja del jardín sólo con habe

    aspirado una buena bocanada de aire con haberse agachado lo suficiente. Per¿quién ha visto jamás a una mujer altque tenga fuerza de voluntad? Loánguidos ojos pardos de Natali

    miraban suavemente y con tímidatención hacia abajo desde una altura d

    un metro setenta y dos centímetros. Lovivos ojos azules de Lady Winwoodbrillaban despóticos desde unelevación de un metro cincuenta y u

    centímetros (con zapatos de tacón).-Estás enamorada del señor Linzie

    es una buena persona. Me encanta. Eso no lo tuve.

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    -¡Louisa!-El señor Turlington nada tien

    como para hacerlo recomendable. No e

    un anciano caballero de buena casta y delevada posición. Es tan sólo un odiosanimal que da la casualidad que tiendinero. Tú no te casarás con el señoTurlington. Y sí te casarás con LaunceloLinzie.

    -¿Me dejarás hablar, Louisa?

    -Te dejaré que me respondas, ynada más. ¿No has venido a mí llorandesta mañana? ¿No me has dicho"¡Louisa, ellos me han condenado! M

    he de casar en la primera semana deAño Nuevo. ¡Ayúdame a salir de estopor amor de Dios!" Me has dicho todesto y mucho más. Y ¿qué hice a

  • 8/16/2019 Senora o Senorita - Collins Wilkie

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    escuchar tu historia?-Has sido tan amable...-Amable no es la palabr

    adecuada. He cometido crímenes poayudarte. He engañado a mi esposo y mi madre.