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8 Soberanía alimentaria en la vida diaria: sistemas alimentarios con un enfoque basado en las personas Meleiza Figueroa

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Soberanía alimentaria en la vida diaria: sistemas alimentarios con un enfoque basado en las personasMeleiza Figueroa

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Meleiza Figueroa

Meleiza Figueroa es candidata a doctorado en geografía en UC Berkeley, miembro de la Liberty Tree Foundation for the Democratic Revolution, profesora propietaria de la Coope-rative New School for Urban Studies and En-vironmental Justice, y ex directora de prensa nacional de Stein / Baraka 2016, en la cam-paña presidencial del Partido Verde. Ha sido una periodista política, educadora y organi-zadora durante mucho tiempo involucrada en una amplia gama de movimientos por la justi-cia social y ambiental.

Resumen

E n este artículo se propone un enfo-que teórico en el que los alimentos dejan de estar en el centro de la in-

vestigación relacionada con alimentos y la vida social so coloca como el punto de par-tida para un análisis crítico de los sistemas alimentarios y la búsqueda de alternativas. Al usar una concepción relacional de los ali-mentos como el nexo de varios procesos so-ciales e históricos que se cruzan, un enfoque basado en las personas ilustra los elementos sociales que ofrecen información para crear estrategias resonantes y con inflexiones lo-cales para la soberanía alimentaria, en parti-cular para comunidades urbanas estadouni-denses. Con base en los conceptos teóricos de acumulación primitiva, articulación, vida diaria y trabajo empírico del Healthy Food Hub de Chicago, este artículo explora la re-lación entre prácticas alimentarias cotidianas y los procesos históricos de proletarización cuando se producen, reproducen y disputan en varias coyunturas. En estos espacios de debate, la capacidad de las comunidades para articular de nuevo relaciones sociales

mediante prácticas alimentarias cotidianas podría representar una vía potencialmente poderosa no sólo para la soberanía alimen-taria, sino también como una alternativa para la vida en el capitalismo.

Palabras clave: Soberanía alimentaria, sistemas alimentarios, cooperativas, comunidades afroamericanas, Chicago

Introducción: las vidas sociales de los sistemas alimentarios

Los hijos e hijas de lo que solía estar aquí en

Pembroke —la mayor comunidad agrícola

negra al norte de la línea Mason-Dixon— vi-

nieron y no quisieron saber cómo sembrar.

No querían saber nada que tuviera algo que

ver con la tierra… Con frecuencia nos encon-

tramos con esta experiencia, gente que tenía

mucho dolor relacionado con la tierra. Así

que literalmente enterramos el dolor ahí…

No sólo le regresamos el dolor a la tierra,

sino que también recogimos nuestro poder,

nuestra relación con la tierra. Tenemos fresas

para el amor y el perdón y caléndula para sa-

nar heridas… Vino gente de Uganda y Kenia y

las compartieron… Tal vez podamos comen-

zar un proceso mundial en el que podremos

soltar nuestra colonización y sufrimiento,

y recuperar nuestro poder (Jifunza Wright,

Co-fundador, Healthy Food Hub).

En años recientes, los términos “alimentos sustentables”, “justicia alimentaria” y “sobera-nía alimentaria” han ingresado al lenguaje de los discursos académico y político popular. La “tormenta perfecta” en la que convergen las crisis económica, ecológica y agraria ha afectado a comunidades de todo el mundo, desde los campesinos del hemisferio sur has-ta las familias pobres de los núcleos urbanos

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en descomposición de la era posindustrial de Estados Unidos. Las protestas contra varios aspectos del “régimen alimentario” capitalista mundial (McMichael 2005) han propiciado al-gunos de los movimientos sociales más pro-minentes de la historia reciente.

Muchos de estos movimientos, así como los órganos de erudición crítica que los ins-piran, han mostrado con elocuencia las fallas del sistema alimentario prevaleciente y su re-lación con otras injusticias socioeconómicas más amplias. Articular alternativas prácticas para el sistema, en especial aquellas que puedan abarcar las variadas y en aparien-cia discrepantes luchas de las comunidades afectadas, ha sido menos claro. En otras pa-labras, sabemos muy bien lo que la justicia alimentaria, la soberanía alimentaria y los sistemas alimentarios sostenibles no son. Lo que sí son y lo que podrían ser al transitar a sistemas más justos y sostenibles es mucho más complejo y difícil de definir en la práctica.

Este artículo intenta dar una nueva pers-pectiva a la naturaleza multifacética de las crisis del sistema alimentario mundial, con el propósito de formular estrategias para atender una crisis más amplia en la que los problemas en el sistema alimentario son una parte integral. Mientras que los estudios críti-cos y los discursos sobre los alimentos den-tro de los movimientos alimentarios se han centrado principalmente en los “alimentos”, en cuanto a sus aspectos técnicos, políticos, económicos y sociales, como dice el dicho, del campo a la mesa, proponemos un enfo-que teórico que descentraliza a los “alimen-tos” y en su lugar enfatiza las prácticas diarias y la vida social como el punto de partida para un análisis crítico del sistema alimentario ca-pitalista industrial y la búsqueda de alternati-vas. Este artículo se concentra en las formas de enfrentar los retos y prospectos de la so-beranía alimentaria en un contexto estadou-nidense —y en un contexto del hemisferio norte, de manera más general— y en cómo un enfoque basado en las personas puede

expresar cuestiones específicas sobre la so-beranía alimentaria en Estados Unidos, en es-pecial en comunidades urbanas.

Detrás de las numerosas dificultades para adaptar la soberanía alimentaria a un contex-to norteamericano y urbano, está el hecho de que este concepto surgió de las luchas de los campesinos y los movimientos rurales del hemisferio sur. Las demandas centrales en cuanto a soberanía alimentaria —autonomía, acceso a las tierras y medios de producción, preservación de costumbres alimentarias agrarias “tradicionales” y sistemas agrícolas— se entienden y se expresan con facilidad en ámbitos con claras referencias comparativas: espacios para la producción campesina, for-maciones sociales tradicionales y economías morales que requieren una defensa contra la intrusión de las relaciones sociales capi-talistas y la industrialización de la agricultura. Pero, ¿qué significa preservar las formas de vida tradicionales o los espacios campesi-nos en una situación en la que la gente está muy lejos de cualquier referencia de lo que eso significa en la práctica y es posible que no tengan ningún conocimiento inmediato, experiencia o incluso el deseo de interactuar con ellas? En una metrópolis mundial, la di-versidad de experiencias, incluso dentro de un contexto local limitado, la soberanía ali-mentaria puede tener significados muy dife-rentes para para varias comunidades.

La aparente incongruencia de la expe-riencia estadounidense respecto al hemis-ferio sur también plantea la pregunta: ¿cómo pueden los movimientos estadounidenses para la soberanía alimentaria crear conexio-nes internacionales y solidaridad en culturas discrepantes y movimientos de justicia social dentro de Estados Unidos en relación con el trabajo, la desigualdad racial y de género, la vivienda y otros problemas socioeconómicos apremiantes? A falta de referencias concre-tas que puedan informar a los movimientos campesinos, los imaginarios asociados a los sistemas alimentarios sostenibles muchas

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veces se presentan como visiones abstractas y utópicas basadas en una conexión afectiva con la tierra y la naturaleza. La supuesta uni-versalidad de estos imaginarios —en especial los mercantilizados en la ética y la estética del consumo de alimentos— podría ayudar a explicar algunas de las fallas de los movi-mientos estadounidenses para conectar con las comunidades que luchan con problemas sociales más inmanentes.

Al trasladar la perspectiva teórica de los alimentos hacia las formaciones sociales y las trayectorias históricas que crean experiencias alimentarias particulares, un enfoque relacio-nal, con raíces históricas y culturales, centrado en las personas puede resaltar los elementos sociales que crean y fortalecen las estrategias políticas locales modificadas para la soberanía alimentaria en comunidades urbanas. Ver a los alimentos como un medio esencial de repro-ducción también da pie a interrogantes sobre la producción y la reproducción de seres hu-manos como mano de obra y trabajo. En con-secuencia, el enfoque teórico esbozado en este artículo explora cómo la proletarización debe reproducirse constantemente, cómo es cada vez más parcial o incompleta, y se cues-tiona en múltiples coyunturas, en las que los alimentos, como un medio de vida, se convier-ten en un campo de batalla clave.

Este enfoque basado en las personas se apoya en dos premisas teóricas principales. En primer lugar, un concepto relacional de los alimentos, con base en la noción de la articu-lación de Stuart Hall (1996), ayuda a reubicar las conexiones profundas entre experiencias diversas en varios contextos locales. En lugar de ser un marco de impacto repetitivo, en el que los procesos mundiales simplemente se imponen en las comunidades locales, este enfoque pone énfasis en los papeles interco-nectados que las comunidades y localidades juegan al constituir el proceso mundial como un todo, lo cual revela las condiciones y po-sibilidades para unir varias formas de lucha espacial y culturalmente discrepantes.

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En segundo lugar, un enfoque sobre la vida diaria —como principio estructural de las relaciones alimentarias y fuente potencial para el debate y alternativas— ayuda a expli-car las conexiones entre los alimentos y otros fenómenos sociales, como la explotación de las clases y el racismo, que moldean ciertas experiencias y luchas. Al recurrir a la perspec-tiva dialéctica de Henri Lefebvre (2002) sobre las contradicciones y las posibilidades plan-teadas por la vida diaria, este enfoque tam-bién llama la atención sobre la creación de espacios y significados mediante la práctica social y cómo se manifiestan dentro y en los hábitos alimenticios de una comunidad.

Exploro estos temas de manera empírica en mi trabajo etnográfico sobre Healthy Food Hub, un mercado cooperativo comunitario en el sur de Chicago, que practica la compra colectiva de alimentos, principalmente culti-vados en las comunidades agrícolas negras, no sólo como una manera de obtener comida por menos dinero, sino también para formar lazos culturales y crear oportunidades eco-nómicas para los miembros de la comunidad. Ante la desindustrialización, los desorbitan-tes niveles de pobreza y desempleo, y una crisis alimentaria urbana, las familias predo-minantemente afroamericanas que confor-man Healthy Food Hub desarrollan prácticas alimentarias innovadoras cuya efectividad se desprende directamente del resurgimiento de las costumbres caseras de origen rural, una “cultura de trabajo colectivo”,1 conexiones contemporáneas con comunidades agrícolas negras y un compromiso fundamental con la autodeterminación. Para los ex trabajadores industriales desposeídos de la comunidad negra del sur de Chicago, el acceso a alimen-tos frescos y saludables mediante Healthy Food Hub el objetivo no “llevarnos una reba-nada del pastel en la nueva economía verde”,2 sino de ingresar a un proyecto más grande:

1 Comentarios de Fred Carter, Discurso sobre la Sostenibilidad del Healthy Food Hub, del 5 de febrero de 2011.2 Boletín informativo de Black Oaks Community Center, Vol. 1, No.1.

construir formas de “riqueza comunitaria” que puedan dotarlos de una autonomía y resilien-cia muy necesarias contra las fuerzas que continúan desolando a sus comunidades.

Tenedores en lugar de justicia: límites y contradicciones en el discurso “centrado en los alimentos”

A partir de una crítica al sistema alimentario industrial, los discursos de investigación ali-mentaria crítica y de movimientos alimenta-rios han creado procesos históricos interco-nectados que han transformado el sistema mundial alimentario de un extremo a otro. Muchas críticas se han enfocado en los as-pectos técnicos y espaciales de la producción de alimentos y en documentar los impactos en la industria agrícola, al mismo tiempo que han atraído la atención hacia los beneficios ecológicos y de salud de la industria agrícola, como la agroecología (Altieri 2009). Otras se han concentrado en la economía política de la producción de alimentos —los impactos eco-nómicos de las tecnologías de la revolución verde, el “ciclo vicioso de los pesticidas” y los elevados costos de insumos para los peque-ños agricultores (Perfecto, Vandermeer y Wri-ght 2009), las condiciones laborales de los trabajadores agrícolas (Brown y Getz 2011) y las dinámicas de los “regímenes alimentarios” mundiales que afectan de manera negativa varios aspectos de la producción de peque-ños propietarios y al mismo tiempo generan la mayor parte de los beneficios económicos para los grandes corporativos de agronego-cios (McMichael 2005).

En el otro extremo de la cadena de su-ministro, otros dominios de la investigación alimentaria crítica se ocupan de varios temas

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relacionados con el consumo de alimentos y el aumento de las redes alimentarias alter-nativas (AFN, por sus siglas en inglés). Gran parte de la investigación alimentaria urbana entra en esta área y trata problemas de co-mercio justo, relocalización, agricultura ur-bana y acceso a alimentos saludables y ade-cuados, en particular en comunidades negras (Alkon y Agyeman 2011). Los estudios —y las críticas— sobre los movimientos alimentarios populares son abundantes y examinan varias facetas de las AFN, desde los mercados de productores e iniciativas alimentarias escola-res hasta proyectos de jardines comunitarios y esfuerzos de reformas en materia de polí-ticas alimentarias municipales y regionales (Goodman, Goodman y Depuis 2011).

Los movimientos alimentarios y las pers-pectivas que los orientan, en particular en Estados Unidos, tienden a una alineación común hacia la ética y la estética del consu-mo de alimentos, una “narrativa que vincula la producción y el consumo de alimentos locales orgánicos con cambios económicos, ambientales y sociales positivos” (Alkon y Ag-yeman 2011). Muchas veces, esto deja en el lector o activista interesado la impresión de que la mejor forma de resistir contra el sis-tema alimentario industrial es “votar con su tenedor”, una solución basada en el merca-do, sostenida a su vez en el consumo ético (Pollan 2006). Los esfuerzos orientados a la política en el ámbito institucional de los go-

biernos y las organizaciones no guberna-mentales defienden las soluciones tecnócra-tas que se aplican por lo general a una am-plia variedad de contextos locales (Pelletier, Kraak, Mccullum y Uusitalo 2000).

Aunque muchas veces está implícita una crítica a la economía capitalista mundial, que a veces llega a ser explícita, algunos de es-tos análisis han demostrado que las solucio-nes promovidas por algunos movimientos alimentarios populares son compatibles con algunas grandes corporaciones de negocios agrícolas y de alimentos, o incluso han sido adoptadas por ellas, cuyas prácticas contri-buyen a los mismos problemas que el movi-miento alimentario afirma combatir. De esta forma, varias corrientes de la erudición y del discurso del movimiento alimentario “pare-cen producir y reproducir formas neolibera-les, espacios de gobernanza y mentalidades” (Guthman 2008b). Además, cuestiones de di-ferencias de raza, clase, género y los legados de la esclavitud y el colonialismo muchas ve-ces se omiten en los discursos alimentarios. Como resultado, los enfoques populares para resolver problemas relacionados con los ali-mentos a menudo reflejan y reproducen las sensibilidades culturales y los privilegios eco-nómicos asociados a una subjetividad blanca de clase media (Alkon y Agyeman 2011).

Aunque los movimientos alimentarios po-pulares han tratado el tema de las comuni-dades negras y cómo los alimentos se cru-zan con otras opresiones históricas, como el racismo y la pobreza, por ejemplo, en el discurso del “desierto alimentario” (Gallagher 2006), esas comunidades muchas veces se perciben desde una perspectiva “deficitaria”, y se les dirigen soluciones educativas, tec-nocráticas y de ayuda vertical, basadas en la intervención de actores externos. Incluso cuando los enfoques de base hacia los pro-blemas alimentarios dentro de las comuni-dades urbanas proliferan, el universalismo y el “pensamiento deficitario” (Valencia 1997) que permean gran parte del discurso del

Los estudios —y las críticas— sobre los movimientos alimentarios populares son abundantes y examinan varias facetas de las AFN, desde los mercados de productores e iniciativas alimentarias escolares hasta proyectos de jardines comunitarios y esfuerzos de reformas en materia de políticas alimentarias municipales y regionales (Goodman, Goodman y Depuis 2011).

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movimiento alimentario muchas veces ig-noran las historias específicas y las formas diferenciales en las que las desigualdades estructurales afectan a las minorías y a las comunidades de bajos ingresos en los cen-tros urbanos. Al hacerlo, estos esfuerzos fallan no sólo al no involucrar a las mismas comunidades que están intentando alcanzar (Gutham 2008a), sino que también al no re-conocer formas de conocimiento y prácticas sociales potencialmente útiles que ya exis-ten en esas comunidades.

En contraste con estos enfoques, el dis-curso sobre la soberanía alimentaria —que afirma el “derecho de las naciones y los pue-blos a controlar sus propios sistemas de ali-mentos, mercados, formas de producción, culturas y ámbitos alimentarios” (Wittman, Desmarais y Wiebe 2010)— plantea las inte-rrogantes de poder, diferencia y democracia frente a su perspectiva crítica. La Declaración de Nyeleni sobre Soberanía Alimentaria:

Sugiere que existe una gama de condiciones

necesarias para la soberanía alimentaria, como

con un salario mínimo, seguridad de tenencia

y seguridad de vivienda, derechos culturales,

y terminar con la venta de productos por de-

bajo del costo de producción, capitalismo del

desastre, colonialismo, imperialismo y organis-

mos genéticamente modificados (OGM) al ser-

vicio de un futuro en el que, entre otras cosas,

“la reforma agraria revitaliza la interdependen-

cia entre consumidores y productores” (Patel

2009, 669).

El imperativo radical de la soberanía ali-mentaria es considerar a la justicia social no sólo como una propiedad adicional de un sistema alimentario sostenible, sino como la base misma sobre la cual un sistema de ali-mentos debe construirse. Las correcciones a las injusticias históricas y estructurales son algunas de las “precondiciones esenciales para alcanzar la soberanía alimentaria” (Patel 2009). Por ende, la primacía de lo social en las

ideas y objetivos de la soberanía alimentaria sugiere una reorientación en la crítica de los sistemas alimentarios hacia lo social y la or-ganización de la sociedad como un todo. Esto nos obliga no sólo a cuestionar las estructu-ras jurídicas, económicas y legislativas que rigen la producción y el consumo de alimen-tos, sino también a considerar los sistemas de alimentos en primer lugar en términos de las vidas sociales. Se necesita un análisis de las transformaciones que el capitalismo ha forja-do en todos los niveles, desde las estructuras macroeconómicas mundiales hasta los espa-cios más íntimos de la vida diaria. Desde ese punto de vista, es posible ver cómo los actos banales de la subsistencia diaria reflejan y re-producen las relaciones capitalistas sociales, expresan sus contradicciones y contienen las semillas para superarlas.

Apropiaciones de tierra y Big Macs: los alimentos como una forma de vida en el capitalismo

Un enfoque que comienza con las perso-nas en el centro de un sistema de alimentos toma en cuenta cómo el espacio, el poder y el significado están implícitos dentro del sis-tema, y se involucra con las luchas e histo-rias particulares de una comunidad, identifica las formas en las que las transformaciones sociales afectan y son afectadas por la expe-riencia vivida en relación con los alimentos. Sugiere una reconceptualización de los ali-mentos mismos: de ser un “objeto” discreto de investigación —por ejemplo, como un bien económico o un factor ecológico— hacia una concepción relacional en la que los alimen-tos, como contenido material y experiencia, se perciben como un conjunto de relaciones, una especie de núcleo en el que los procesos sociales en varias escalas espaciales y tem-porales convergen e interactúan. Esta refor-mulación dialéctica reemplaza “la noción de sentido común de una ‘cosa” […] por nociones

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de ‘proceso’ y ‘relación’” (Ollman 2003). Pen-sar en los alimentos de manera relacional es útil no sólo para un análisis de lo que impli-có su producción física, sino también para la producción de significado mediante las prác-ticas alimentarias y su capacidad para produ-cir y consumir alimentos. En este sentido, el centro del análisis cambia de la producción de alimentos como una cadena de productos a considerarlos como una especie de prisma a través del cual las relaciones subyacentes de la sociedad se reveladas, como una forma de desempacar las formas en las que las re-laciones capitalistas sociales se producen, se reproducen y se articulan en lugares particu-lares y coyunturas históricas.

Con un entendimiento de los alimentos como un conjunto de procesos interconec-tados de manera histórica y social, surge la pregunta de cómo conectar los procesos de mayor escala —como la economía política mundial o las opresiones históricas— a la ex-periencia alimentaria vivida. ¿Qué tiene qué ver el racismo o la apropiación de tierras con la cena de anoche? ¿Cómo podemos hacer un recuento claro y creíble de estas conexio-nes? ¿Cómo podemos usar ese análisis para avanzar en la soberanía alimentaria de mane-ra que diga algo sobre los vínculos entre las diversas y en apariencia inconexas formas en las que las personas se ven afectadas por es-tos procesos verticales en la cadena alimen-ticia en lugares que parecen muy lejos unos de otros?

El concepto de articulación de Stuart Hall “tiene la considerable ventaja de permitirnos pensar en cómo se articulan las prácticas es-pecíficas alrededor de las contradicciones que no surgen del mismo modo, en el mismo punto, en el mismo momento pero que de todas formas pueden pensarse juntas” (Slack 1996). Al escribir sobre la relación entre raza y clase, Hall enfatiza las formas históricamente específicas en las que estas divisiones so-ciales se vinculan y llegan a ser y a cruzarse unas con otras. La articulación entre la raza

y la clase, o entre cualquier otro fenómeno social, se concibe como un vínculo dinámico, construido de muchísimas formas mediante prácticas sociales concretas en un tiempo histórico. La articulación es el producto y el campo de batalla, como afirma Hall en su te-sis central: “la raza es […] la forma en la que la clase se ‘vive’, el medio en el que se experi-mentan las relaciones de clase, la forma en la que se adquiere y se ‘pelea’” (Hall 1996).

Para un tema como los sistemas alimenta-rios —con su alcance mundial, sus múltiples mecanismos y la diversidad de sus efectos locales—, Hall tiene un “concepto de articu-lación en un sentido extendido […] que es útil no sólo para aclarar varias trayectorias de cambios socioespaciales relacionados sino también para sugerir cómo las luchas en los diferentes escenarios socioespaciales y en las escalas espaciales podrían vincularse unas con otras” (Hart 2007). El lazo entre los campesinos desposeídos en el hemisferio sur y los trabajadores desempleados en el sur de Chicago podría no ser evidente de inmediato. Sus experiencias, aunque relacionadas con la economía política mundial de los alimen-tos, parecen sumamente diferentes entre sí. Sin embargo, sus articulaciones en un “régi-men alimentario” mundial (McMichael 2009) —cuyas ansias de tierras en un continente y de mercados de brebajes baratos de comida rápida en otro, engrosan las filas de pobres y desnutridos en ambas costas— podría ayudar a entender cómo sus situaciones pueden vin-cularse en una lucha común.

Si la “raza […] es la manera en la que se vive la clase” (Hall 1996) tal vez se podría decir que los alimentos son la forma mediante la cual el capitalismo se vive y se hace tangible en la experiencia cotidiana. En sus casi 500 años de existencia, la dinámica del desarrollo capitalista mundial ha puesto en peligro las profundas transformaciones de la vida social. Los aspectos de la vida diaria estructura-dos por las demandas del trabajo asalariado y del mercado —largos horarios laborales y

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una estricta disciplina del tiempo (Thompson 1967), presiones de la competencia de mer-cado sobre pequeños productores artesanos (Bertaux y Bartaux-Wiame 1981), las disloca-ciones espaciales, como la migración a cen-tros urbanos o largos trayectos para llegar al trabajo (Coleman-Jensen, 2009) e incluso la transformación de comunidades rurales mediante el incremento del trabajo para mi-grantes y las economías de remesa (Hetch, 2010)— pueden afectar y restringir la calidad de las opciones de las personas para los ti-pos de alimentos que obtienen a diario.

Por ejemplo, un estudio sobre mujeres trabajadoras de bajos ingresos del noreste de Estados Unidos descubrió que la mayo-ría “preparaba ‘platillos rápidos’ o compraba comida rápida porque no tenía energía o tiempo para cocinar” (Jabs et al., 2007). Mu-chas veces, al cubrir dos o tres empleos para llegar a fin de mes, muchos trabajadores no tienen tiempo de comprar y preparar alimen-tos en casa, lo que los hace más dependien-tes de alimentos baratos y de conveniencia. En las comunidades urbanas negras —en

las que los efectos dañinos de la desindus-trialización y la crisis económica se agravan con las historias prolongadas de discrimi-nación racial y las recientes tasas épicas de ejecuciones hipotecarias— la tensa relación entre las circunstancias económicas, la pro-ducción espacial y temporal de ambientes nocivos y las opciones cotidianas de alimen-tos es todavía más marcada (Block, Chávez, Allen y Ramírez 2012).

Subsistencia como guarnición: alienación y resistencia en la vida diaria

Como se puede ver en sus contextos emi-nentemente sociales, históricos y relaciona-les, las experiencias diarias para producir, ob-tener y consumir alimentos son, literalmente, manifestaciones viscerales de varios proce-sos entrecruzados que con frecuencia bus-can subordinar las vidas de los seres huma-nos a la lógica de la acumulación, la compe-tencia, el trabajo asalariado y el mercado. Por

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lo tanto, las dificultades relacionadas con los alimentos pueden considerarse dificultades relacionadas con la proletarización y el aisla-miento; formas significativas en las que el ca-pitalismo produce y transforma la vida diaria. Sin embargo, estos procesos nunca son tan totalizadores, como aseguran sus promoto-res y críticos.

Para Marx, el requisito indispensable para el desarrollo y mantenimiento de las relacio-nes capitalistas sociales es la acumulación primitiva: la separación de los productores de sus medios de subsistencia, que obliga a los trabajadores desposeídos a tener una relación dependiente con el capital para so-brevivir. La capacidad para producir alimen-tos o tener acceso a fuentes adecuadas de alimentos es un medio de subsistencia esen-cial para los seres humanos, que se le arreba-ta al productor en la violenta trayectoria del “pecado original” del capitalismo (Marx 1968). Los procesos de acumulación primitiva se asocian por lo general a la separación de los campesinos de la tierra que les proporciona sus medios inmediatos de subsistencia.

Pero la definición de Marx alude a una se-gunda dimensión en la que la acumulación primitiva implica mucho más que la separa-ción de la tierra. También es un intento radical de cerrar toda posibilidad de forma de vida que no sea capitalista, mediante la elimina-ción violenta de un sinnúmero de formas de autosuficiencia y subsistencia social, para preservar el trabajo asalariado como la única

estrategia de supervivencia disponible. Como señala Michael Perelman:

La acumulación primitiva corta las formas de

vida tradicionales como tijeras. La primera hoja

sirve para debilitar la capacidad de las perso-

nas para proveerse a sí mismas. La otra hoja

es un sistema de medidas severas necesarias

para evitar que las personas encuentren estra-

tegias de supervivencia alternativas fuera del

sistema del trabajo asalariado (2000, 14).

Esto recalca el imperativo del capitalismo para reproducir sin cesar las condiciones en las que las relaciones sociales capitalistas se establecen y se mantienen, y naturalizar esas relaciones en su impulso por “colonizar toda forma de vida” (De Angelis 2004).

Henri Lefebvre, en su obra Critique of everyday life (2002) ve la modernidad capi-talista caracterizada principalmente por la subordinación de la vida real al “poder bru-talmente objetivo” de la lógica abstracta del capitalismo. Esta lógica se produce y repro-duce mediante la práctica social diaria de formas profundamente materiales e ideoló-gicas; es una “ilusión práctica, que se basa en la vida diaria y la forma en la que está organizada” (Lefevbre 2002). Por lo tanto, la humanidad, con toda su plenitud y potencial, se transforma mediante su subordinación a las categorías y funciones económicas abs-tractas en algo que no es del todo humano:

Una herramienta para otras herramientas (los

medios de producción), una cosa que usará

otra cosa (dinero) y un objeto que será usado

por una clase, una masa de individuos que es-

tán de hecho “privados” de la realidad y la ver-

dad (los capitalistas) (Lefvbre 2002, 166).

Lefevbre señala que “existe un nombre para esta fijación de la actividad humana dentro de una realidad extraña que es, al mis-mo tiempo, crudamente material y abstracta: alienación” (2002).

Para Marx, el requisito indispensable para el desarrollo y mantenimiento de las relaciones capitalistas sociales es la acumulación primitiva: la separación de los productores de sus medios de subsistencia, que obliga a los trabajadores desposeídos a tener una relación dependiente con el capital para sobrevivir.

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Sin embargo, indica que el dominio de las abstracciones de la vida diaria es algo necesariamente limitado. Las prácticas so-ciales alternativas siguen existiendo y pros-perando debido a la naturaleza creativa sin igual e indomable de la vida diaria. Una par-te central del análisis de Lefrevbre es la re-lación entre el mundo real, experimentado y vivido como un todo y las abstracciones necesarias pero limitadas que usamos para darle sentido:

La vida diaria, en un sentido residual, defini-

da por lo que “queda” después de que todas

las actividades distintas, superiores, especia-

lizadas y estructuradas se han individualizado

mediante un análisis, se debe definir como un

todo. [Estas] actividades dejan un “vacío téc-

nico” entre sí que se llena con la vida diaria.

La vida diaria está profundamente relaciona-

da con todas las actividades y las abarca con

todas sus diferencias y sus conflictos; ahí se

reúnen, es su vínculo, su denominador común.

Y es en la vida diaria donde la suma total de

relaciones hace que el humano —que todos

los seres humanos— tome forma como un

todo (2002, 97).

Esto, argumentó, es una contradicción fundamental de la vida capitalista: nece-sariamente limitada por las categorías que busca imponer, la lógica abstracta del capi-talismo nunca podrá abarcar la totalidad de la vida diaria. La vida diaria como un proceso vivo continuo constantemente se ‘”fuga ha-cia los lados” de las estructuras capitalistas, por decirlo de alguna manera; sus “residuos” confunden los intentos de la abstracción y alienación para contenerla. En estos residuos, se pueden detectar destellos fragmentados de las posibilidades de una vida no domina-da por las relaciones sociales alienadas: la “sustancia de la vida diaria —la ‘materia prima humana’ en toda su simplicidad y riqueza— perfora toda alienación y establece la ‘des-alienación’” (Lefevbre 2002). La vida real, de

cierto modo, siempre está un paso adelante del capitalismo, que siempre busca la meta de colonizar la vida, pero nunca la alcanza.

El carácter doble de la acumulación pri-mitiva —la separación física de la tierra como un medio de subsistencia y la supresión de formas alternativas de producción social que desafían la primacía absoluta del trabajo asalariado— también ayuda a pensar en los aspectos del sistema alimentario contempo-ráneo y sus relaciones. Por un lado, la rees-tructuración de las economías mundiales, na-cionales y locales como resultado de la crisis financiera de 2008 —que precipitó aumentos dramáticos en los precios de los alimentos en todo el mundo (McMichael 2009)— tuvo un impacto crucial en la seguridad alimenta-ria para los trabajadores y los pobres en los dos extremos de la cadena alimenticia. En el hemisferio sur, la “triple crisis” de los alimen-tos, la energía y las finanzas (McMichael 2009) provocó una ola acelerada de consolidación de tierras y desposeimiento rural, caracteri-zado como “nuevos confinamientos” (White, Borras, Hall, Scoones y Wolford 2012), mien-tras en las ciudades del hemisferio norte, la aniquilación del empleo de salarios mínimos y las redes de seguridad social debilitaron el poder adquisitivo de las poblaciones urbanas.

Por otro lado, las consecuencias de la crisis alimentaria quizá crearon las condicio-nes para rearticular las relaciones sociales alrededor de los alimentos, lo que permite la proliferación de alternativas al “régimen alimentario corporativo” (McMichael 2005). La noción expansiva de “vida diaria” de Le-fevbre, como un universo creativo e indis-ciplinable de prácticas sociales, producido de manera simultánea mediante el desarro-llo capitalista y que se desarrolla de formas que van más allá del ámbito de la lógica ca-pitalista, se torna relevante en particular en la era actual de desposeimientos masivos y la proliferación de la “vida sin salario” (Den-ning 2010). La enorme cantidad de trabajo superfluo y desempleado en las periferias

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urbanas de todo el mundo ha creado espa-cios vastos en los que la autosuficiencia se ha convertido en una necesidad vital. Como indica el urbanista africano Abdoumaliq Si-mone, “la autorresponsabilidad para la su-pervivencia urbana ha abierto espacios para diversas formas de organizar las activida-des” (Simone 2004).

Estas personas, no del todo proletarias, es-tán inventando, uniendo e improvisando un sinnúmero de experimentos y estrategias de supervivencia y resistencia dentro de los espa-cios liminales que los procesos de acumula-ción primitiva les han dejado. Esto puede traer consigo el redescubrimiento de prácticas olvi-dadas con conexiones profundas a los lugares de origen rurales y el aprendizaje de nuevas prácticas de otras personas y grupos. Los mo-vimientos políticos para la tierra, los derechos y la ciudadanía urbana también pueden ser re-sultado de esta coyuntura (Holston 2008). En otras palabras, en los espacios que ha dejado atrás el desarrollo capitalista, las personas for-jan nuevas articulaciones con el sistema y se ayudan unas a otras con los recursos, habilida-des y redes sociales disponibles.

Estas formas cotidianas de subsistencia, en especial las relacionadas con los alimen-tos, podrían ser terreno fértil para construir los tipos de sistemas alimentarios autode-terminados que la soberanía alimentaria busca defender. Los espacios en los que la gente resiste o los que son descartados por la marcha del desarrollo capitalista, las redes sociales, prácticas y recursos que siempre se han unido para la subsistencia diaria se convierten en bloques de construcción para nuevas configuraciones sociales de super-vivencia colectiva que pueden emerger po-tencialmente como rutas autodeterminadas hacia la soberanía alimentaria, viables en la práctica y culturalmente significativas, como un medio para trascender la vida en el ca-pitalismo, siempre y cuando se reconozcan, cultiven y defiendan con acciones políticas conscientes.

La construcción de un arca: resiliencia y rearticulaciónen el sur de Chicago

Quienes controlan la producción de alimen-

tos y la reproducción humana tienen poder

real, tienen control sobre la vida y la muerte.

Necesitamos tener más control y construir

sobre las bases de nuestra historia y nuestros

ancestros para asegurarnos de sobrevivir y

superar esta crisis, así como superamos el

holocausto de la trata de esclavos, la escla-

vitud, Jim Crow, la migración a las ciudades,

el decaimiento del capitalismo industrial y

lo que el planeta y la sociedad nos tengan

preparado en un futuro (miembro de Healthy

Food Hub).

Entender los sistemas alimentarios en térmi-nos de las vidas sociales —como conjuntos de relaciones, articulaciones y transporta-dores de significado— ayuda a los analistas alimentarios a evitar universalismos que, de manera inconsciente, anexan el discurso y la práctica del movimiento alimentario a un conjunto particular de subjetividades cultura-les y de clase, y al mismo tiempo aíslan otras (Gunthman 2008a). Al aplicar este enfoque al caso de estudio empírico de los miembros en su mayoría afroamericanos del Healthy Food Hub de Chicago, se revela la controvertida relación que muchas personas negras tienen con los alimentos de la cultura dominante y los discursos de la sostenibilidad ambiental. También se aprecia mejor lo que han cons-truido y se entiende porqué es algo que re-suena tan poderosamente entre los miem-bros de la comunidad que llegan a su órbita.

Ubicado en un área que se definió algu-na vez como un “desierto alimentario” (Galla-gher 2006) y una “zona urbana de sacrificio” (Gottesdiener 2013), el Healthy Food Hub se estableció en 2009 con el propósito de reunir los recursos de sus miembros y las comuni-

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dades circundantes para “traer a casa alimen-tos más saludables, sabrosos y frescos por menos dinero”.3 Esto se logra principalmente con la compra colectiva de productos orgáni-cos al mayoreo y la producción de alimentos en granjas rurales en la comunidad agrícola negra del municipio de Pembroke, Illinois, a unos 96 km al sur de la ciudad. Es una orga-nización basada en miembros que da servicio a casi 500 familias en varios vecindarios del sur de Chicago. El centro de alimentos orga-niza un día de mercado cada dos sábados en la escuela Betty Shabazz Charter, donde los miembros pueden recoger sus órdenes y comprar otros alimentos productos y obse-quios, asistir a pláticas, talleres y reuniones organizacionales.

Las compras por adelantado son el meca-nismo principal con el que el Centro obtiene sus productos alimenticios. También se re-fuerza la cultura cooperativa y participativa que apoya los objetivos del Centro para for-talecer la comunidad. Hay dos “rondas” en el proceso de compras por adelantado. Los miembros mandan el primer grupo de órde-

3 http://www.healthyfoodhub.org4 Entrevista con voluntario de Healthy Food Hub del 26 de junio de 2011.

nes por la página web y por teléfono el lunes antes del día de mercado. Un par de días des-pués los miembros reciben un correio elec-trónico con los detalles de lo que se ha pedi-do y las cantidades adicionales de cada artí-culo para recibir el mejor descuento a granel. Los miembros pueden elegir comprar más o reclutar a familiares y amigos para añadirlos a su pedido y que todos obtengan el menor precio posible por sus alimentos. Uno de los voluntarios del centro describió el proceso de compra colectiva como agricultura sostenida por la comunidad (CSA, por sus siglas en in-glés) a la inversa:

No se trata de un solo agricultor que vende

membresías, son los comensales quienes de-

terminan lo que quieren comer. Están creando

un sistema para apoyar eso… Sé lo que necesi-

tas, entonces sólo tengo que conseguir lo que

mi comunidad reconoce que necesita.4

Los días de mercado, en contraste con la típica experiencia de supermercado, se con-sideran eventos sociales que promueven las

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relaciones entre los miembros y reúnen la variedad de conocimientos y recursos que traen consigo. No es inusual pasar casi una hora en la fila para pagar, conversando con otros miembros y voluntarios. Se hacen va-rias presentaciones y talleres sobre una va-riedad de temas, como cocina saludable, medicina herbolaria, acuaponía —sistemas de cultivo integrados por peces y plantas—, prevención de desastres y técnicas para cul-tivar alimentos provenientes de tradiciones agrícolas antiguas y otras formas de perma-cultura. Este espacio le permite a los miem-bros compartir sus conocimientos e ideas y mejorar el alcance de los bienes y servicios que el Centro ofrece.

Healthy Food Hub también mantiene un centro de producción de aproximadamente 162 m2 y un “ecocampus” en el Black Oaks Center for Sustainable Renewable Living —Centro Black Oaks para la Vida Sostenible y Renovable—, ubicado en el municipio de Pembroke. En Black Oaks, los organizadores cultivan alimentos, hacen viajes escolares e imparten seminarios los fines de semana sobre ecología y permacultura para jóvenes urbanos del sur de la ciudad. También han lanzado un Programa Rotatorio de Capacita-

ción para Aprendices de Agricultura, que es un curso de verano intensivo sobre agroeco-logía en el que los participantes fungen como aprendices de varios agricultores negros en la comunidad de Pembroke. Para 2014, el programa había capacitado 40 nuevos agri-cultores, en su mayoría jóvenes, en temas de métodos de cultivo y ganado.

El éxito relativo de Healthy Food Hub pro-viene no sólo de los bienes y servicios que ofrece y el compromiso de sus miembros, sino también del profundo reconocimiento de las necesidades materiales y dilemas culturales que enfrentan las comunidades negras del sur de la ciudad. Los vecindarios que concentran a la mayoría de miembros del Centro son los más afectados por la desindustrialización y la crisis económica: el desempleo para los jóve-nes negros en el sur de la ciudad es de casi 50%, las ejecuciones hipotecarias han despo-blado grandes franjas de estos vecindarios y en años recientes el área ha experimentado niveles de violencia nunca antes vistos (Maloo-ley 2013). La última tienda de abarrotes de un propietario negro al sur de la ciudad cerró en 1995 y la falta de acceso a alimentos frescos y saludables se convirtió en el ímpetu principal para crear el Centro.

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Un entendimiento histórico de las arti-culaciones en las cuales la desindustriali-zación, la marginalización económica y los legados de la esclavitud y Jim Crow están implicadas en los alimentos y la vida diaria del sur de Chicago y también es esenciales para explicar la naturaleza única del proyec-to, sus dificultades particulares y sus obje-tivos finales. Los miembros más antiguos del Centro son migrantes de primera y se-gunda generación de cuatro condados del Delta del Mississippi. Como hijos de apar-ceros, dejaron la región con sus familias en las décadas de 1950 y 1960 para escapar de la violencia racial que siguió al asesinato de Emmett Till. Por lo tanto, la experiencia de la vida agrícola en la memoria colectiva de estos trasplantes urbanos se parece menos a la sensación nostálgica de conexión tras-cendente con la tierra y más a un paisaje de miedo y opresión. Una mujer, al descargar su frustración hacia los bienintencionados, aunque ingenuos, esfuerzos de los activis-tas ambientales y alimentarios blancos, lo expresó así:

Quieren que vaya a plantar un árbol, pero us-

tedes nos colgaron de un árbol. Un árbol no es

símbolo de vida; colgaron a nuestros hermanos

de él, tomaron nuestras vidas con él. No. No

voy a cavar mi propia tumba; eso es la natura-

leza para nosotros, una tumba.5

El legado de la esclavitud ha sido tal vez la influencia más poderosa que ha moldea-do la relación entre la comida, la tierra y los miembros de raza negra del Centro. La tierra —un símbolo material de autonomía y liber-tad para las comunidades agrarias del mun-do— trae consigo connotaciones dolorosas y traumáticas para los ex esclavos que huyeron a las ciudades para dejar atrás esa servidum-bre hacia la tierra. Fred Carter, cofundador de

5 Entrevista radiofónica con Kellen Marshall, episodio Practically Speaking 11: Blacks in Green, 20 de mayo de 2013.6 Entrevista televisiva con Fred Carter, PCC Network Forum, 11 de abril de 2012.

Healthy Food Hub y Black Oaks, hace hinca-pié en la relación contradictoria entre los ali-mentos y la esclavitud en el contexto de su profunda historia:

Es un reto que no es exclusivo de Pembroke,

es un reto para nosotros como grupo, como

raza, en este país y en el mundo. Entramos a la

esclavitud debido a nuestra habilidad para cul-

tivar alimentos y nos esclavizaron por nuestra

capacidad para cultivar alimentos y alimentar

a las personas. Ése fue uno de los factores que

determinaron que nos importaran hacia este

lado del mundo; sabemos cómo cultivar arroz,

sabíamos de esta tierra… Nosotros éramos la

fuerza motriz, nosotros alimentábamos al pla-

neta. Debido a que nos violaron, nos esclaviza-

ron y nos azotaron para servirle a los blancos,

todo ello es un recuerdo doloroso.6

Sin embargo, así como la pobreza y la opresión siguieron a las poblaciones negras del sur rural al sur de Chicago, también la supervivencia y el enfrentamiento, como co-munidad, con las múltiples formas de crisis que se les impusieron. Junto con el dolor de su experiencia y las condiciones sociales del sur rural, también vinieron las formas posi-tivas y creativas de resiliencia y resistencia colectivas, profundamente arraigadas en la memoria social. Estas prácticas alimentarias cotidianas, derivadas de pasados agrarios, se convirtieron en parte esencial de la caja de herramientas del Centro para construir medios colectivos de empoderamiento co-munitario.

Las compras colectivas —fundamentales para el proyecto comunitario del Centro— son en particular importantes como una práctica casera alimentaria para los fundadores del Centro que migraron del Mississippi rural a Chicago cuando eran niños, como lo recuer-da Fred Carter:

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Siempre tuvimos un club para comprar alimen-

tos, así comíamos como familia… Cuando llega-

mos a Chicago, toda nuestra familia extendida,

o gente de nuestra ciudad natal, todos vivía-

mos juntos en la cuadra. Y juntábamos todo

nuestro dinero para comprar una vaca y la divi-

díamos entre nosotros. Era más barato hacerlo

así… Tal vez de ahí salió Healthy Food Hub.7

Las compras colectivas de alimentos en Mississippi tienen raíces históricas en la com-pleja y casi olvidada historia de la resistencia de los agricultores negros hacia el capitalis-mo de los blancos. En los primeros años de la Reconstrucción, uno de cada 10 afroame-ricanos se estableció en la región del Delta con la esperanza de subir la “escalera agrí-cola” hacia la “tierra prometida de los pobres” (Willis 2000; Woods 1998). Estos agricultores negros terratenientes buscaban estrategias individuales y colectivas para usar las venta-jas de ser propietarios de tierras, incluyendo esfuerzos para construir nuevos tipos de so-ciedades agrarias basadas en la solidaridad, la autosuficiencia y el aliento colectivo.

Cuando el poder invasor de los acreedo-res blancos comenzó a someter a la nacien-te clase agricultora negra hacia la “segun-da esclavitud” de la aparcería, se formaron organizaciones populistas, como Colored Farmer’s Alliance —Alianza de Agricultores de Color—, para comprar cooperativas en la región e instar a los agricultores negros a

7 Entrevista con Fred Carter, 16 de junio de 2011.

“descubrir que el poder de compra colectivo de los agricultores negros puede reducir sus deudas y terminar con su dependencia de los acreedores blancos” (Willis 2000). Para el siglo XX, el Klan y Jim Crow pulverizaron violentamente estos esfuerzos y los agri-cultores del Delta y sus descendientes casi olvidaron su importancia política. Pero la idea de agrupar recursos para cubrir nece-sidades básicas a menores precios persistió como algo que era lógico en términos eco-nómicos para hogares rurales grandes que sufrían para llegar a final de mes.

Así es como las compras colectivas, na-cidas de un momento de resistencia econó-mica, llegaron hasta Chicago, envueltas en recuerdos individuales y hogares hasta que, en otro momento de crisis, se convirtió en una piedra angular para desarrollar una nue-va articulación entre los alimentos y el poder comunitario. La forma en la que Healthy Food Hub relanzó estas prácticas comunitarias para hogares en un contexto urbano posin-dustrial, podría parecer diferente a su antece-dente agrario en la práctica. Los mecanismos para reunir y usar recursos están articulados mediante tecnologías modernas, su infraes-tructura se extiende por los espacios rurales y urbanos y —de manera importante— no se aísla espacial o económicamente del sistema en el que opera.

El objetivo final de esta práctica —cons-truir formas sociales basadas en la solidari-dad, la autosuficiencia y el aliento colectivo para evitar y reemplazar relaciones de de-pendencia con fuerzas que los oprimen y los explotan— es más que un artefacto de la “tra-dición de desarrollo del blues” (Woods 1998), promovida por los agricultores negros en el Mississippi de la era de la Reconstrucción. Es una rearticulación contemporánea de esa tradición, una en la que los afroamericanos, durante más de un siglo, “han experimentado sin pausa con la creación de estructuras eco-

Estos agricultores negros terratenientes buscaban estrategias individuales y colectivas para usar las ventajas de ser propietarios de tierras, incluyendo esfuerzos para construir nuevos tipos de sociedades agrarias basadas en la solidaridad, la autosuficiencia y el aliento colectivo.

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nómicas, políticas y culturales sostenibles, equitativas y justas, con el constante resta-blecimiento de la sensibilidad colectiva para hacer frente a los ataques del bloque de las plantaciones y sus aliados” (Woods 1998).

El aspecto colectivo de las operaciones económicas del Centro —inspirado en el con-cepto africano socialista de ujamaa, o eco-nomía de cooperación— es como una base poderosa para reinscribir lo que se entiende por comunidad, sostenibilidad, autosuficien-cia y resiliencia en y mediante las prácticas culturales y materiales. En una ciudad en la que las dinámicas competitivas y depredado-ras y las ideologías del capitalismo neoliberal han dejado a las comunidades devastadas,

8 Michael Tekhen Strode, video promocional de Healthy Food Hub, http://livesharelearn.com7our-stories

fragmentadas y vulnerables, los miembros del Healthy Food Hub luchan por repensar y redefinir los conceptos de riqueza e inter-cambio en líneas colectivas y autodetermi-nadas. Los miembros que aportan al Centro su dinero, recursos materiales, habilidades y conocimientos lo hacen con la intención de construir, mantener y conservar el control que tienen sobre su “riqueza comunitaria”. Como un organizador central del Healthy Food Hub lo describe, “introducimos la oportunidad económica y luego intentamos hacer circular y crecer esa oportunidad para que todos se puedan beneficiar de ella”.8

Los esfuerzos del Healthy Food Hub pro-vienen de un entendimiento íntimo de las co-

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munidades negras en el devenir histórico: la esclavitud, la opresión racial, el decaimiento de la desindustrialización y la “crisis urbana” en la que las ejecuciones hipotecarias, el desempleo, el deterioro de las infraestruc-turas y la violencia de las pandillas han sido consecuencias devastadoras. Para ellos, las falsas esperanzas de lograr una prosperidad individual por medios capitalistas se convier-te en el ímpetu para reclamar los valores cul-turales de la colectividad al construir formas resilientes de subsistencia social. Aunque el Centro es, en esencia, una “empresa social”, la forma en la que sus miembros aspiran a proteger a la comunidad de la alienación y la privación distingue de manera significativa-sus prácticas de las políticas convencionales del “consumo consciente” basado en el mer-cado que reproduce los valores neoliberales del individualismo competitivo en la produc-ción y el consumo de alimentos.

El compromiso del Centro hacia la auto-suficiencia colectiva y la autodeterminación se ha vuelto todavía más prominente frente a presiones externas, que provienen no sólo de procesos económicos más grandes, sino también de poderosos intereses sin fines de lucro y políticos dentro de la ciudad que bus-can imponer sus propios modelos de desa-rrollo sostenible en los “desiertos de alimen-tos” del sur de Chicago. Los miembros de Healthy Food Hub están:

Literalmente decididos a defender su terre-

no… A transformar ellos mismos los desiertos

de alimentos desde adentro y no con apor-

tes externos de personas que no viven en

sus comunidades y se llevan la mayor parte

de la riqueza fuera. El compromiso perma-

nente para todos nosotros ha sido mantener

la riqueza dentro de nuestra comunidad, en

todos los niveles —social, intelectual, natural

o político—. Literalmente podemos crear algo

diferente y nuevo.9

9 Entrevista radiofónica con Dr. Jifunza Wright, Practically Speaking Radio, 20 de mayo de 2013.

Conclusión: a sepultar el dolor, a retomar el poder

Si la ciudad es una enorme intersección de cuerpos necesitados… ¿Cómo pueden las transformaciones en la intersección de su existencia física determinada, sus historias, redes e inclinaciones producir valor y capacidad específicos? (Simone 2004, 3).

En la interacción de ideas, debates y movi-mientos que luchan por definir la “base am-plia” (Patel 2009) de la soberanía alimentaria, la crítica al sistema alimentario prevalecien-te sigue siendo una modalidad dominan-te por medio de la cual las se expresan las aspiraciones por tener un mejor sistema de alimentos, y por extensión, un mundo me-jor. Esto es esencial: debemos tener claro a qué nos oponemos antes de que podamos proclamar lo que apoyamos. Pero la crítica, como tal ubica a los movimientos de sobera-nía alimentaria en una postura principalmen-te defensiva. Para los habitantes urbanos que se encuentran en el corazón del mundo industrializado —sobre todo consumidores de alimentos cuyas historias y articulaciones con el capitalismo avanzado han producido una relación mucho más alienada con la pro-ducción de alimentos, la tierra y la naturale-za— es mucho más difícil imaginar una ruta proactiva para construir y defender alterna-tivas. Lo que muchas veces nos queda es un montón de visiones utópicas, construidas alrededor de la calidad y el valor de los ali-mentos como un bien, modelos abstractos de “sustentabilidad” que muchas veces, en la práctica, acaban reforzando las divisiones sociales y las estructuras de la vida capita-lista alienada.

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Cambiar la perspectiva del análisis de los alimentos hacia la gente y la vida social dia-ria sugiere, tal vez, nuevas estrategias para la investigación y la acción. Esto promueve un cambio que se aleja del “pensamiento defi-citario” y las investigaciones basadas en las comunidades, con un nuevo enfoque hacia el ingenio y las sensibilidades oposicionis-tas que las personas mantienen y desarro-llan bajo condiciones adversas. En lo que se refiere a construir y promover alternativas mediante la acción, un enfoque basado en las personas no sólo ilustra las relaciones de poder y las injusticias que yacen en el cora-zón del sistema alimentario, también mues-tra que el infinito despliegue de relaciones, recursos, historias, luchas y aspiraciones que se expresa en la experiencia diaria de los ali-mentos es la materia prima con la cual es posible forjar muchos caminos que conduz-can a un sistema alimentario sustentable.

El Healthy Food Hub es un ejemplo de uno de esos caminos, una reconfiguración pragmática de sus recuerdos, historias, re-cursos y conocimiento de sus miembros para construir infraestructuras autodeterminadas, con raíces históricas y resilientes para que la comunidad sobreviva y se independice de las fuerzas económicas que la han esclavizado, explotado y dejado atrás. Cuando esta inves-tigación se hizo, el Healthy Food Hub no in-vocó de manera explícita conceptos o ideas del movimiento de la soberanía alimentaria, pero sus prácticas cotidianas reflejaron una crítica al sistema corporativo de alimentos, atendieron las necesidades específicas de la comunidad y sus historias, e incorpora-ron elementos y estrategias disponibles que funcionaban para ellos. A pesar de que los miembros de Healthy Food Hub no “recitan el discurso”, considero que sí han “actuado en consecuencia” al practicar la soberanía ali-mentaria. El acto de rearticular las relaciones de subsistencia, crear y “adueñarse de las vías a una vida sana”, se convierte en un acto para generar poder comunitario; una forma de so-

beranía desarrollada colectivamente a partir de los espacios íntimos de la vida cotidiana.

Espero que un enfoque de los sistemas alimentarios centrado en las personas tam-bién pueda ayudarnos a imaginar estrategias para la soberanía alimentaria que vayan más allá de invocar utopías esencialistas de “vida urbana sostenible”. En contextos en los que el imaginario de un pasado agrario idealizado no es posible, o en el caso de descendientes afroamericanos de esclavos y aparceros, es una opción extremadamente dolorosa y no deseable, un enfoque relacional con las raíces históricas puede ayudar a reconocer prácticas alimentarias novedosas y ad hoc que de he-cho sí existen en estas comunidades como te-rreno potencial para la transformación social. En lugar de proponer fórmulas generales para el cambio, quizá podamos visualizar trayec-torias políticas para la soberanía alimentaria que involucren a las diversas comunidades en sus términos históricos y geográficos, articu-lados mediante procesos de lucha social muy arraigados. Estas trayectorias podrían no sólo transformar el sistema de alimentos como un todo, sino también materializar la noción mis-ma de soberanía alimentaria en un proceso mundial viviente en el que los productores y consumidores de alimentos, rurales y urba-nos, al norte y al sur podrán, como expresó el doctor J del Healthy Food Hub: “soltar nuestra colonización y nuestro sufrimiento y recuperar nuestro poder”.

Declaración de Divulgación

El autor no reportó ningún conflicto de interés potencial.

Meleiza Figueroa

Es candidata a doctora en geografía por la Universidad de California, en Berkeley. Fue periodista de radio e investigadora líder en el

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documental Wal-Mart: The High Cost of Low Price —Wal-Mart: el alto costo de los precios bajos—. Este artículo se basa en el trabajo de

su tesis de maestría con el programa MAPSS de la Universidad de Chicago, supervisado por Kathleen Morrison y Rebecca Graff.

Para citar este artículo:

APA: Figueroa, M. 2020. Soberanía alimentaria en la vida diaria: sistemas alimentarios con un enfoque basado en las personas. Revista Bienestar, 1(2) 208-227.

Tradicional: Figueroa, Meleiza, "Soberanía alimentaria en la vida diaria: sistemas alimentarios con un enfoque basado en las personas", Revista Bienestar, núm. 2, vol 1, 2o2o, pp, 208-227.

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