v3 - carson de venus

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Carson de Venus Edgar Rice Burroughs Prólogo La India es un mundo aparte en formas y costumbres, separada en su ocultismo del mundo y la vida que nos es familiar. Ni siquiera en el lejano Barsoom y en Amtor podrían encontrarse misterios más sorprendentes como los que se esconden en lo recóndito de los cerebros y vidas de aquellas gentes. A veces juzgamos malo aquello que no entendemos; constituye esto un atavismo de ignorancia y superstición de los salvajes pintarrajeados de los tiempos remotos. De las muchas cosas buenas que nos han venido de la India, sólo me interesa citar ahora una: la facultad que transfirió Chand Kabi al hijo de un oficial inglés de transmitir el pensamiento y visión a la mente de otra persona, a distancias tan grandes como las que median entre los planetas. Gracias a tal facultad ha podido Carson Napier transmitir por su mediación el relato de sus aventuras en el planeta Venus. Cuando despegó de la isla de Guadalupe con su gigantesco torpedo aéreo, hacia Marte, escuché el relato de aquel vuelo trascendental que acabó, por un error de cálculo, en Venus. Seguí sus aventuras que comenzaron en la isla que constituía el reino de Vepaja, donde se enamoró apasionadamente de Duare, la altiva hija del rey. Seguí sus andanzas por mares y tierras, hasta llegar a las hostiles ciudades de Kapdor y Kormor, la Ciudad de los Muertos, a Havatoo, en donde Duare fue condenada a muerte por un extraño error judicial. Me estremecí, excitado, durante su peligrosa escapada en el aeroplano que había construido Carson Napier a ruegos de los gobernantes de Havatoo. Padecí constantemente por la actitud de Duare, que juzgaba el amor de Carson Napier como un insulto a la virginal hija del rey de Vepaja. Le rechazaba constantemente, alegando que era una princesa; pero, por fin, disfruté con él cuando ella se dio cuenta de la verdad, y, aunque no podía olvidarse de qué era una princesa, terminó por confesar que ante todo era mujer. Ocurrió esto inmediatamente después de su huida de Havatoo y cuando ambos volaban sobre el Río de los Muertos, hacia un mar desconocido, iniciando así la desesperada búsqueda de Vepaja, donde reinaba Mintep, el padre de Duare. Transcurrieron los meses y llegué a temer qué Napier se había estrellado con su nuevo avión; pero, de pronto, comencé a recibir de nuevo mensajes suyos, que quiero recoger en beneficio de la posteridad, ateniéndome, en todo lo posible, a sus propias palabras. I Desastre

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Carson de Venus

Carson de Venus

Edgar Rice Burroughs

Prlogo

La India es un mundo aparte en formas y costumbres, separada en su ocultismo del mundo y la vida que nos es familiar. Ni siquiera en el lejano Barsoom y en Amtor podran encontrarse misterios ms sorprendentes como los que se esconden en lo recndito de los cerebros y vidas de aquellas gentes. A veces juzgamos malo aquello que no entendemos; constituye esto un atavismo de ignorancia y supersticin de los salvajes pintarrajeados de los tiempos remotos. De las muchas cosas buenas que nos han venido de la India, slo me interesa citar ahora una: la facultad que transfiri Chand Kabi al hijo de un oficial ingls de transmitir el pensamiento y visin a la mente de otra persona, a distancias tan grandes como las que median entre los planetas.

Gracias a tal facultad ha podido Carson Napier transmitir por su mediacin el relato de sus aventuras en el planeta Venus. Cuando despeg de la isla de Guadalupe con su gigantesco torpedo areo, hacia Marte, escuch el relato de aquel vuelo trascendental que acab, por un error de clculo, en Venus.

Segu sus aventuras que comenzaron en la isla que constitua el reino de Vepaja, donde se enamor apasionadamente de Duare, la altiva hija del rey. Segu sus andanzas por mares y tierras, hasta llegar a las hostiles ciudades de Kapdor y Kormor, la Ciudad de los Muertos, a Havatoo, en donde Duare fue condenada a muerte por un extrao error judicial.

Me estremec, excitado, durante su peligrosa escapada en el aeroplano que haba construido Carson Napier a ruegos de los gobernantes de Havatoo. Padec constantemente por la actitud de Duare, que juzgaba el amor de Carson Napier como un insulto a la virginal hija del rey de Vepaja. Le rechazaba constantemente, alegando que era una princesa; pero, por fin, disfrut con l cuando ella se dio cuenta de la verdad, y, aunque no poda olvidarse de qu era una princesa, termin por confesar que ante todo era mujer.

Ocurri esto inmediatamente despus de su huida de Havatoo y cuando ambos volaban sobre el Ro de los Muertos, hacia un mar desconocido, iniciando as la desesperada bsqueda de Vepaja, donde reinaba Mintep, el padre de Duare. Transcurrieron los meses y llegu a temer qu Napier se haba estrellado con su nuevo avin; pero, de pronto, comenc a recibir de nuevo mensajes suyos, que quiero recoger en beneficio de la posteridad, atenindome, en todo lo posible, a sus propias palabras.

I

Desastre

Todos los qu han volado en avin recordarn los sobresaltos del primer vuelo sobre un pas conocido, divisando viejos escenarios desde un nuevo punto de vista, que les prestan el aire extrao y misterioso de un mundo nuevo; pero en tales casos siempre caba el consuelo de saber que el campo de aterrizaje no se hallaba demasiado lejos y que, incluso en el caso de un aterrizaje forzoso, se saba perfectamente dnde se hallaba y cmo retornar.

Pero en aquella alba en que Duare y yo despegamos de Havatoo seguidos de los zumbidos de los disparos de los rifles amtorianos, volbamos sobre un mundo desconocido y, adems, no haba campo de aterrizaje ni patria hospitalaria. Creo que fue aquel el momento ms feliz y emocionante de mi vida. La mujer a quien amaba acababa de decirme que corresponda a mi cario; me encontraba d nuevo ante los aparatos de control de un aeroplano; volaba y volaba seguro sobre las infinitas amenazas que pululaban en el territorio amtoriano. Sin duda alguna, tendra que enfrentarme con nuevos peligros, en nuestra desesperada tentativa de buscar a Vepaja; pero, por el momento, nada empaaba nuestra felicidad ni nos sobrecoga el temor. Al menos, en lo que a m se refera. Con Duare, las cosas seran un poco distintas. Bien poda sentirse sobrecogida por la aprensin del desastre; no es extrao que ocurriera as, pues hasta el propio instante en que alcanzamos el borde de las murallas de Havatoo, no tena la menor idea de que pudiera existir ningn aparato en el que seres humanos pudieran abandonar el suelo para lanzarse por los aires. Era natural que se sobresaltara, pero era valerosa y qued satisfecha con mi promesa de que bamos seguros.

El avin era un dechado de perfecciones, como llegarn a ser algn da en el viejo globo terrqueo, cuando las ciencias progresen all tanto como en Havatoo. Utilic en su construccin materiales sintticos de extraa dureza y poco peso. Los tcnicos de Havatoo me aseguraron que podra tener una vida por lo menos de cincuenta aos sin fracturas ni reparaciones, salvo las producidas por puro accidente. El motor era silencioso y de una eficacia como nunca pudo soarse en la Tierra. Dentro del aparato iba el combustible necesario para todos los aos en que se haba calculado su vida, y ocupaba muy poco espacio, ya que podra llevarse en la palma de la mano. Tal milagro es fcil de explicar, como ya se hizo en otras ocasiones. Nuestros propios hombres d ciencia saben que la energa desprendida por la combustin es slo una fraccin infinitesimal de la que puede producirse con la desintegracin total de las sustancias. En el caso del carbn, la proporcin es de dieciocho millones a uno. El combustible para mi motor consista en una sustancia conocida por el nombre de lor, que contiene un elemento llamado yor-san, todava ignorado en la Tierra, y otro elemento llamado vikro, cuya accin sobre el yor-san produce la total desintegracin del lor.

En lo que al funcionamiento del motor se refera, podamos subsistir durante cincuenta aos; pero nuestro punto dbil estribaba en que no disponamos de alimentos. Lo precipitado de nuestra fuga impidi toda posibilidad de aprovisionar el aparato. No obstante, habamos conseguido escapar con vida y con lo que poseamos; ya era bastante y nos sentamos muy felices. No quera torturarme demasiado .pensando en el porvenir, pero realmente tenamos ante nosotros muchos interrogantes y Duare me plante de pronto una pregunta bastante inocente.

-Adnde vamos?

-A buscar a Vepaja -repuse-; quiero intentar llevarte a tu patria.

Ella movi :la cabeza.

-No; no podemos llegar all.

-Pero si siempre deseaste llegar all desde que te raptaron los klangan!

-Pero no ahora, Carson. Mi padre, el jong, te matara. Nos hemos confesado el amor que nos une y ningn hombre puede hablar de amor a la hija del jong de Vepaja antes de cumplir los veinte aos; lo sabes perfectamente.

-Desde luego qu lo s asent-; me lo has repetido muchas veces.

-Lo hice por tu propia seguridad; pero, no obstante, lo he vuelto a hacer con el mismo propsito -admiti-, pero te confieso que me gustaba or tu confesin de amor.

-Desde la primera vez?

-Desde la primera vez. Te amo hace mucho tiempo, Carson.

-Pues eres maestra en el arte de disimular. Cre que me odiabas, aunque, a veces, tena mis dudas.

-Precisamente porque te amo, no debes caer nunca en manos de mi padre.

-Pero, dnde podemos ir, Duare? Conoces algn rincn de este mundo en el que podamos estar a salvo? Creo que deba correr el riesgo de tratar de convencer a tu padre.

-No lo conseguirs -afirm-. Existe una ley que, aunque no est escrita, vive en la tradicin; determina lo que te dije y es tan antigua como el viejo imperio de Vepaja. Me hablaste de los dioses y diosas de las regiones de tu mundo. En Vepaja, la familia real ocupa una posicin similar en la mente y en el corazn de la gente, especialmente cuando se trata de la hija de un jong, es absolutamente sagrada. Mirarla es un delito; hablarla es un crimen castigado con la muerte.

-Es una ley insensata -protest-. Dnde te encontraras en estos momentos si me hubiera inspirado en tales trabas? Me parece que tu padre me tendr que estar agradecido.

-Como padre, s; pero no como jong. -S, veo que sera antes jong que padre -coment amargamente.

-Eso mismo: primero es jong, y por eso no podemos volver a Vepaja -dijo resuelta.

Qu treta tan irnica me haba jugado el destino! Con tantas oportunidades como haba tenido para escoger en dos mundos a una mujer por esposa, fui a fijarme en una diosa. De todos modos, haber amado a Duare y saber que ella me amaba, era mejor que la convivencia de por vida con otra mujer.

La decisin de Duare de no volver a Vepaja me haba dejado desconcertado. No es que creyese que pudiera encontrar a Vepaja con seguridad; pero, al fin y al cabo, constitua mi finalidad. Ahora no tena plan alguno. Havatoo era la ciudad ms grande de las que haba conocido, pero la inverosmil decisin de los jueces que haban examinado el caso de Duare, despus que la rescat de la Ciudad de los Muertos, haca imposible nuestro retorno. Buscar una ciudad hospitalaria en aquel extrao mundo pareca intil. Venus est llena de contradicciones y paradojas. En medio de escenas de paz y belleza, uno halla las bestias ms feroces; entre una poblacin amistosa y culta, existen costumbres brbaras e insensatas; en una ciudad habitada por hombres y mujeres inteligentemente superdotados y de afables modales, los tribunales ignoran por completo el sentimiento de la piedad. Qu esperanza nos quedaba a Duare y a m? Por eso determin volver a Vepaja, para que, al menos ella, pudiera salvarse.

Continuamos nuestro vuelo en direccin Sur, siguiendo el curso del Gerkat kum Rov, el Ro de la Muerte, hacia el mar en el que sus aguas haban de verterse, sirvindome de gua. Volaba bajo, ya que tanto Duare como yo queramos admirar el territorio que se extenda a nuestros pies majestuosamente. Haba bosques, llanuras, colinas y, a lo lejos, montaas; mientras sobre nosotros, como el techo de una colosal tienda de campaa, se extenda la capa inferior de nubes que envuelve por completo al planeta, el cual, junto con la capa superior, atempera el calor del sol y hace posible la vida en Venus. Divisamos, mientras volbamos, rebaos que pacan en las llanuras, pero no vimos ciudades ni hombres. Era un paisaje salvaje el que se extenda bajo nuestros pies; bello, pero letal; tpicamente amtoriano.

Seguimos la direccin Sur; yo crea que cuando llegsemos al mar slo tendramos que cruzarlo para hallar a Vepaja. Como sta era una isla, y con el pensamiento de qu habra de sentir deseos de volver a ella, haba construido el avin con pontones retractables, as como con el ordinario sistema de aterrizaje.

La visin de aquellos rebaos que pacan abajo nos sugiri la idea del alimento, abriendo mi apetito. Le pregunt a Duare si tena hambre y me contest que mucho; pero de qu iba a servir decirlo?

-All abajo nos espera un banquete -le expliqu, sealando a los rebaos.

-S; pero cuando lleguemos al suelo habrn huido -contest-. Ya vers, cuando se fijen en est armatoste, no quedar ni uno en muchas millas a la redonda, antes de que bajes, a no ser que mates alguno al caer.

Claro que no dijo millas, sino Klookob; el Kob es una unidad de distancias, equivalente a dos millas y media terrestres, siendo el prefijo Kloo el signo del plural. Asimismo utiliz una voz amtoriana para decir armatoste.

-Haz el favor de no llamar armatoste a mi nave -le rogu.

-Pero si no es una nave! -objet ella-. Una nave va por el agua. Ya se me ha ocurrido un nombre, Carson! Es un anotar.

-Magnfico! -asent-; "Anotar" se llamar.

La denominacin era apropiada, ya que notar significa nave y an quiere decir pjaro. As, lo llamaramos nave-pjaro. Me pareci ms apropiado que la denominacin terrestre, acaso porque fue Duare la que la escogi.

Estbamos a una altura de un millar de pies, pero como el motor era completamente silencioso, ninguno de los animales se dio cuenta del extrao objeto qu se cerna sobre ellos. Cuando comenc a descender en espiral, Duare dej escapar un pequeo grito y me roz el brazo; no me lo apret como hubiera hecho otra mujer en caso semejante; se limit a rozarlo, como si el contacto la tranquilizase. Debi ser una experiencia aterradora para una persona que hasta aquella maana jams haba visto un avin.

-Qu vas a hacer? -me pregunt.

-Voy a bajar en busca de comida. No te asustes.

No dijo nada ms; pero conserv su mano sobre mi brazo. Estbamos descendiendo rpidamente cuando, de pronto, uno de los animales que pacan levant la mirada y, al descubrirnos, lanz un agudo bufido de alarma y comenz a correr velozmente por la llanura. En seguida se desperdigaron todos. Part velozmente en su persecucin, descendiendo tanto que casi rozaba sus lomos. A la altura que habamos estado volando le debi parecer a Duare que corramos a escasa velocidad; pero ahora qu nos hallbamos a pocos pies del suelo, qued sorprendida al comprobar que podamos competir fcilmente con los ms veloces de aquellos animales.

A m no me parece muy deportivo cazar animales desde un avin, pero en aquellos momentos no haca yo deporte, lo que buscaba era comida y aqul era el nico procedimiento para conseguirla sin poner en peligro nuestras vidas. En consecuencia, y sin escrpulo alguno, saqu mi pistola y derrib a un rollizo y joven animal, perteneciente a una especie de herbvoros desconocida. La caza nos haba llevado hasta un bosquecillo que creca a lo largo de las orillas de un afluente del Ro de la Muerte. Tuve que parar bruscamente a fin de no incrustarnos contra los rboles. Al volver la mirada hacia Duare, vi que haba palidecido, pero se mantena serena. Cuando salt al suelo, junto a mi vctima, la llanura estaba completamente desierta.

Dej a Duare en su asiento y me dediqu a descuartizar al animal, con la intencin de cortar tanta carne como calcul que podra conservarse fresca hasta que la utilizramos y luego ir a buscar un lugar ms propicio para acampar temporalmente.

Trabajaba yo cerca del aeroplano y ni Duare ni yo estbamos de cara al bosque que se encontraba a corta distancia, detrs. No vigilbamos aquella parte; ambos estbamos sugestionados por el trabajo de descuartizamiento, cuyas extraas operaciones deban resultar atractivas.

La primera impresin de peligro me la hizo percibir un grito aterrador de Duare.

-Carson!

Al volverme en redondo, divis a una docena de guerreros que avanzaban hacia m. Tres de ellos me amenazaban ya con la punta de sus espadas. No vi el modo d defenderme y me abatieron al suelo, castigado por sus espadas, no sin antes mostrarme sorprendido al dirigir una rpida mirada a mis agresores y descubrir que todos eran mujeres.

Deb permanecer tendido all, inconsciente, ms de una hora, y cuando recobr el conocimiento me encontr solo; los guerreros y Duare haban desaparecido.

II

Mujeres-guerreras

Me sent en aquellos momentos casi tan desmoralizado como en el ms crtico trance de mi vida. Perd a Duare y a la felicidad cuando me hallaba ya en el umbral de la seguridad, y qued positivamente enervado. Lo que me hizo recobrar el aplomo fue la incertidumbre respecto a la suerte de Duare. Estaba bastante maltrecho. Tanto en la cabeza como en la parte alta del cuerpo tena diversas heridas, cubiertas de sangre coagulada. No acababa de comprender por qu no me haban matado y llegu a sospechar que mis agresoras me haban dejado por muerto. Las heridas eran serias, pero no mortales. Mi crneo haba quedado intacto, pero me dola la cabeza de un modo terrible y me senta dbil a causa de la prdida de sangre. Examin el avin y pude cerciorarme de que estaba indemne; al mirar por la llanura, adivin lo que me haba salvado la vida. Fue la presencia del avin, ya que a cierta distancia descubr animales salvajes que me avizoraban enfurecidos. Aquel extrao monstruo pareca guardarme y deba ser lo que les mantena lejos.

Lo poco que haba examinado a mis agresoras me convenci de que no eran autnticos salvajes; tanto su atavo como sus armas revelaba cierto grado de civilizacin. Deduje de ello que deban vivir en alguna poblacin, y el hecho de ir a pie daba a entender que no se encontraba lejos. Estaba seguro de que debieron salir del bosque por detrs del avin y que aquella era la direccin que deban seguir mis pesquisas para buscar a Duare.

Antes de aterrizar no habamos visto poblacin alguna, a pesar de que los dos estuvimos ojo avizor para ver si descubramos la presencia de seres humanos. Hubiera sido estpido comenzar la bsqueda a pie, bajo la amenaza de aquellos feroces carnvoros, y caso de hallarse el pueblo de las mujeres-guerreras al descubierto podra divisarlo mejor desde el aeroplano.

Me senta dbil y mareado al ocupar mi asiento entre los aparatos de control. Y slo el mvil que me alentaba era capaz d impulsarme a alzarme en el aire en condiciones semejantes. No obstante, realic un aceptable despegue y una vez en el aire, mi mente estaba tan preocupada por la realizacin de mis pesquisas que casi olvid mis heridas. Vol bajo, sobre el bosque, y tan silenciosamente como un pjaro. Caso de existir un pueblo y de estar en el bosque sera difcil, si no imposible, localizarlo desde el aire; pero a causa de ser el avin absolutamente silencioso, podra localizarse un poblado guindome por el ruido, si volaba suficientemente bajo.

El bosque no era muy grande y pronto lo recorr, pero sin registrar ruido alguno ni descubrir signo de vida humana. Ms all del bosque haba una cadena de colinas y en una de las gargantas vi un camino muy gastado. Lo segu y no hall ninguna poblacin, aunque dominaba el paisaje a muchas millas a la redonda. Las colmas tenan escasos caones y valles. Era una comarca rida, donde no pareca probable hallar ninguna poblacin. Decid abandonar la bsqueda en tal direccin y vir con mi aeroplano hacia la llanura donde haba sido capturada Duare, con el propsito de iniciar desde all mis investigaciones en distintas direcciones.

Aun volaba muy bajo sobre la zona en que acababa d recorrer, cuando atrajo mi atencin una figura humana que caminaba de prisa sobre una meseta.

Baj ms an y comprob que se trataba de un hombre. Caminaba con celeridad y dirigiendo hacia atrs incesantes miradas. No haba descubierto mi avin. Evidentemente estaba muy preocupado por algo que se encontraba a su espalda. De pronto, descubr lo que era; una de aquellas feroces bestias parecidas al len, un tharban. La fiera le vena siguiendo, pero comprend que pronto se abalanzara sobre su vctima y descend en forma casi vertical. No haba tiempo que perder.

Al acometer la fiera, l hombre volvise para hacerle frente con su ftil lanza, ya que debi comprender que resultaba intil tratar de huir.

Mientras tanto, haba sacado yo la pistola de los rayos r y al precipitarme sobr el tharban estuve a punto de estrellarme con el aparato. Creo que fue ms suerte que destreza, pero acert al disparar, y mientras le vi revolverse en el suelo, comenc a trazar circunferencias con el avin alrededor del hombre y termin por aterrizar a su lado.

Era el primer ser humano que haba visto desde la captura de Duare y deseaba interrogarle. Iba solo y armado con armas primitivas; por consiguiente, estaba completamente a mi merced.

No s por qu no ech a correr, ya que el avin deba, lgicamente, aterrarle. Se limit a quedarse parado mientras yo avanzaba hacia l en mi aparato, hasta detenerme a su lado. Podra muy bien ocurrir que estuviese paralizado por el terror. Era un hombrecito de aspecto insignificante, con un taparrabos tan voluminoso que pareca casi una faldilla. Llevaba en el cuello varios collares de piedras de diversos colores y sus brazos y piernas aparecan adornados con brazaletes de ndole parecida. La larga y negra cabellera iba peinada en dos moos que le caan sobre las sienes y se adornaba la cabeza con pequeas plumas, ofreciendo el aspecto de un conjunto de flechas sobre el blanco de los disparos. Llevaba espada, lanza y cuchillo de caza.

Cuando descend del avin y avanc hacia l, se ech atrs y alarg el brazo armado de la lanza, en actitud amenazadora.

-Quin eres? -me pregunt-. No quiero matarte, .pero si te acercas ms tendr que hacerlo. Qu buscas aqu?

-No pretendo hacerte dao -le tranquilic-. Slo deseo hablarte.

Nos expresbamos en el lenguaje universal de Amtor.

-Y de qu quieres hablar conmigo? Pero primero quiero que me digas por qu mataste al tharban que estaba a punto de devorarme.

-Precisamente para que no te matase y te devorase.

Movi l la cabeza, con un gesto d duda.

-Es extrao. No me conoces; no somos amigos; por tanto, por qu me has salvado la vida?

-Porque los dos somos seres humano -le dije.

-Es una razn -admiti-. Si todos los hombres pensaran lo mismo, nos trataramos mejor de lo que nos tratamos ahora. Pero a pesar de todo, muchos de nosotros tendran miedo. Qu es eso en que vas montado? Ahora me doy cuenta de que no es un ser vivo. Cmo no se cae al suelo y te mata?

No dispona ni del tiempo ni del deseo de explicarle los elementos cientficos de un avin y me limit a explicarle que se mantena en el aire porque yo lo deseaba as.

-Debes ser un hombre extraordinario! -dijo con admiracin-. Cmo te llamas?

-Carson. Y t?

-Lula -repuso, aadiendo- Carson es un nombre extrao para un hombre. Suena ms a nombre de mujer.

-Ms que Lula? -le pregunt, conteniendo una sonrisa.

-Oh, ya lo creo! Lula es un nombre muy masculino y a m me parece muy dulce. No crees?

-Desde luego -le asegur-. En dnde vives. Lula?

Seal hacia la direccin de donde haba venido yo, despus de renunciar a encontrar un pueblo por aquella parte.

-Vivo en el pueblo de Houtomai, en el Can Angosto.

-Qu distancia hay hasta all?

-Cosa de dos kloobod -calcul.

Dos kloobod! Deban ser unas cinco millas de nuestro sistema lineal y haba yo estado vagando por aquellos contornos, una y otra vez, sin descubrir signo alguno de pueblo.

-Hace poco me encontr con un pequeo grupo de mujeres-guerreras armadas de espadas y lanzas -le dije-. Sabes dnde viven?

-Puede que vivan en Houtomai -repuso-; o en algn otro pueblo. Oh, nosotros, los Samary, tenemos muchos pueblos y somos muy poderosos! Era una de aquellas mujeres muy corpulenta y alta, con una gran cicatriz en la mejilla izquierda?

-Realmente no tuve mucho tiempo para observarlas con detenimiento -le dije.

-Bueno, lo comprendo. Si te hubieras acercado demasiado a ellas te habran matado. Pero acaso fuera ella. Bund podra acompaarlas y de ser as te asegurara que procedan de Houtomai. Vers, Bund es mi esposa. Es muy fornida, y, realmente, tiene derecho a ser la jefe.

Realmente dijo jong que quiere decir rey; pero me parece mejor denominacin la de jefe para una tribu salvaje, y dado el breve trato que haba tenido con las damas de los Samary, creo ms oportuno llamarlas as.

-Te importara llevarme a Houtomai? -le pregunt.

-Oh, eso s que no! -exclam-. Te mataran y, despus de haberme salvado la vida, no quiero exponerte a tal peligro.

-Y por qu me iban a matar? -inquir-. Yo no les hice nada malo.

-Eso poco importa para las mujeres de los Samary -me asegur-. No les gustan los hombres y matan a todo hombre extrao que hallan en esta comarca. A nosotros tambin nos mataran si no tuvieran miedo de que se extinguiera la raza. Ocasionalmente matan a algunos de nosotros cuando se irritan demasiado. Ayer mismo, Bund intent matarme; pero pude escapar corriendo y he permanecido escondido desde entonces. Supongo que se le habr pasado el enfado y pienso volver.

-Y si capturan a una mujer extranjera? -le pregunt-. Qu haran con ella?

-La convertiran en esclava y la obligaran a trabajar.

-Y la trataran bien?

-A nadie tratan bien excepto a ellas mismas. Parece como si slo ellas tuvieran derecho a vivir -aadi con resentimiento.

-Pero no la mataran verdad?-persist-. Crees que podran matarla?

Se encogi de hombros.

-Acaso s. Tienen muy mal carcter y cuando los esclavos cometen alguna falta, los maltratan; a veces hasta matarlos.

-Te gusta mucho Bund? -le interrogu.

-Que si me gusta Bund? A qu hombre le va a gustar una mujer? La odio; las odio a todas. Pero qu puedo hacer? Tengo que vivir y si me fuera a otro pas, me mataran. Si me quedo aqu y procuro complacer a Bund, se me alimenta y me protegen, y tengo donde dormir. Claro que tambin los hombres tenemos nuestros esparcimientos de vez en cuando. Podemos hacer tertulia, charlar mientras confeccionamos sandalias, y, a veces, jugamos; desde luego, todo ello cuando las mujeres estn fuera, de caza o merodeando.

Al fin y al cabo, esto es mejor que la muerte.

-Me ocurre algo, Lula, y no s si rogarte que me ayudes. Ya comprenders que los hombres debemos ayudarnos.

-Qu pretendes de m?

-Que me conduzcas a Houtomai.

Me mir receloso y pareci dudar.

-No olvides que te salv la vida -le record.

-Eso es cierto -repuso-. Te debo algo... Tengo contigo una deuda de gratitud. Pero, para qu deseas ir al pueblo?

-Quiero averiguar si mi esposa est all. Unas mujeres-guerreras la raptaron esta maana.

-Y por qu quieres recobrarla? A m me gustara que alguien se llevara a Bund.

-Acaso no me comprendas, Lula -le dije-; pero quiero recobrarla. Me ayudars?

-Lo ms cerca que te podra llevar sera a la desembocadura del Can Angosto -me prometi-. Pero no te puedo conducir hasta el pueblo. Nos mataran a los dos, y en cuanto a ti, te matarn tan pronto te presentes en el pueblo. Si tuvieras el pelo negro, acaso podras pasar inadvertido; pero con ese extrao pelo amarillo te descubrirn en el acto. Si tu cabello fuese negro podras deslizarte al anochecer y meterte en una de las cuevas destinadas a los hombres, pasando inadvertido durante bastante tiempo; aunque alguna mujer te viera sera igual, porque slo se preocupan de sus hombres.

-Pero los hombres me rechazaran?

-No, a ellos les divierte engaar a las mujeres.

-A todos nos hara mucha gracia. Qu lstima que no tengas el cabello negro!

A m tambin me hubiera gustado en aquellos momentos tener el cabello negro, para poder penetrar en el pueblo. De pronto se me ocurri una idea.

-Lula, viste alguna vez un anotar? -le pregunt sealando al avin.

Neg con la cabeza.

-No, nunca.

-Te gustara verlo de cerca?

Contest afirmativamente y yo me encaram en mi asiento, invitndole a seguirme. As que estuvo sentado a mi lado, le ajust las correas de seguridad explicndole para qu eran.

-Te gustara pasear un poco en mi aparato? -le pregunt.

-Por el aire? Claro que no!

-Entonces, slo un paseto.

-Eso s.

-Muy bien -le promet- slo un paseto.

Maniobr hasta ponernos en direccin al viento. Luego arrancamos.

-No muy aprisa! -grit haciendo ademn de saltar fuera, pero sin conseguir desatarse las correas. Estaba tan atareado en esta ltima operacin que no levant la mirada durante breves segundos, y cuando lo hizo, ya nos encontramos a cien pies de altura y ascendamos rpidamente. Mir a su alrededor, lanz un grito y cerr los ojos.

-Me has engaado! -grit-. Me dijiste que slo bamos a dar un paseto.

-Y eso estamos haciendo -repuse-. Yo no te promet que no iramos por el aire.

Era una treta burda, hay que admitirlo as, pero estaba en juego algo ms importante que mi propia vida y saba, adems, que aquel infeliz no corra peligro.

-No tienes por qu asustarte -le tranquilic-. Vas muy seguro. Abre los ojos y mira. Te acostumbrars en seguida, y luego te gustar.

Lo hizo as y aunque al principio dej escapar algunas exclamaciones, termin por mostrar inters y no haca ms que mover la cabeza de un lado para otro, a fin de descubrir paisajes conocidos.

-Ests aqu ms seguro de lo que pudieras estarlo en suelo firme -le dije-. Ni las mujeres, ni los tharbans pueden atraparte.

-Veo que tienes razn -admiti.

-Adems, debes estar muy orgulloso, Lula.

-Por qu?

-Que yo sepa, eres la tercera persona que ha volado en anotar, excepto los klangan, y a esos no les tengo por seres humanos.

-No lo son; son pjaros que saben hablar. Adnde me llevas?

-Ahora voy a decrtelo. Pienso descender -repuse, a la vez que comenzaba a trazar circunferencias sobr la planicie en que mat al animal para comer, antes de que capturasen a Duare. Unas cuantas bestias roan los restos de la res, pero se asustaron y echaron a correr al acercarse el avin para aterrizar.

Salt al suelo, cort algunos trozos de la carne que quedaba y me acomod de nuevo en el aeroplano. Lula ya era un entusiasta aeronauta y a no ser por el cinturn que le sujetaba se hubiera precipitado al espacio, en uno de sus ambiciosos intentos de verlo todo en cualquier direccin. De pronto se dio cuenta de que no avanzbamos hacia Houtomai.

-Eh! -grit-. Te equivocas de direccin! Houtomai esta por all. Dnde vas?

-Voy a cambiar el color de mi cabello.

Me mir aterrado. Creo que comenz a recelar que iba por los aires en compaa de un luntico. Se qued en actitud expectante y observndome con el rabillo del ojo. Volv hacia el Ro de la Muerte, donde recordaba haber visto una isla llana y baja, y haciendo funcionar los pontones para el agua, descend sobre sta y me met en una pequea ensenada. Luego de maniobrar un poco consegu atar el avin a un rbol utilizando una cuerda, rogando despus a Lula que saltara al suelo y encendiera fuego. Poda haberlo hecho yo mismo, pero aquellos hombres primitivos saban ejecutarlo con una celeridad que a m me resultaba imposible.

Arranqu de un arbusto unas cuantas hojas que parecan de cera, y cuando el fuego estuvo bien encendido, cog la mayor parte de la grasa y la deposit sobre las hojas lentamente y con cuidado. Me llev la operacin ms tiempo del que haba pensado; pero al fin dispona del suficiente ungento. Mezcl un poco de holln con el lquido obtenido y me frot con todo ello el pelo, mientras Lula me contemplaba atnito. De vez en cuando utilizaba la tranquila superficie de la pequea ensenada a modo de espejo, y cuando hube completado mi transformacin me lav la cara y las manos, utilizando la ceniza como leja para quitarme la grasa. Ahora no slo pareca, sino que me senta otro hombre. Me asombr el hecho de que en medio de todas aquellas incidencias casi me haba olvidado de mis heridas.

-Lula, ahora sube al anotar y vamos a ver si damos con Houtomai -le dije.

El despegue del ro result bastante excitante para el amtoriano, ya que tuvo que ser largo, debido a la corriente que nos arrastraba por todas partes; pero al fin nos hallamos en el aire y en direccin a Houtomai. Tuvimos algunas dificultades en localizar el Can Angosto, ya que desde aquel punto visual el terreno tomaba un nuevo aspecto a los ojos de Lula; mas al fin lanz una pequea exclamacin y seal abajo. Mir hacia all y vi un estrecho can con acantilados pero no descubr pueblo alguno.

-Dnde est el pueblo? -pregunt.

-All mismo -repuso, aunque yo aun no vea nada-. No puedes ver muy bien las cuevas desde aqu.

Entonces comprend. Houtomai era un pueblo cuyos habitantes vivan en cuevas. No era extrao que hubiese recorrido aquellos contornos sin localizarlo. Comenc a describir circunferencias en el aire para estudiar el terreno. Estaba a punto de anochecer y tena ya mi plan. Confiaba en que Lula me acompaase al Can y me mostrase la cueva en que habitaba. Solo, no poda haberla hallado nunca y tema que, de permitirle descender prematuramente del avin, podra ocurrrsele escapar a su casa en seguida, y aparte de los posteriores disgustos que ello me ocasionara, perdera su ayuda y cooperacin.

Crea haber hallado un lugar relativamente seguro para dejar el avin y cuando comenz a anochecer aterric, acercndolo a una arboleda y atndolo lo mejor que pude, aunque me desagradaba extraordinariamente tener que abandonar objeto tan precioso en aquel salvaje pas. No es que temiese que pudieran ocasionarle desperfectos los animales, porque estaba seguro de que tendran demasiado miedo de acercarse, pero ignoraba cul sera la reaccin de cualquier ser humano ignorante, si lo encontraba. De todos modos, no caba otra alternativa. Poco despus que se hizo de noche, Lula y yo llegamos al Can. No fue una excursin muy agradable; por todas partes resonaban rugidos de fieras, y Lula pareca querer escabullrseme, como si comenzase a arrepentirse de su precipitada promesa de ayudarme y presintiera lo que pudiera ocurrirle si se descubra que haba llevado al pueblo a un extrao. Tuve que estar tranquilizndole constantemente con la promesa de que le protegera y de que me hallaba dispuesto a jurar y perjurar, por todo lo ms sagrado de Amtor, que nunca le haba visto, en el caso de que las mujeres me sometieran a un interrogatorio.

Llegamos sin incidentes al pie de las rocas en que estaban las cuevas le los houtomayanos. En el suelo ardan dos hogueras; una mayor, y otra ms pequea. Alrededor de la mayor se agrupaban algunas mujeres; las unas, tendidas; las otras, en cuclillas; y algunas, de pie. Gritaban y rean, mientras cortaban en pedazos un animal que haban asado en la hoguera. Alrededor de la hoguera ms pequea congregbanse unos cuantos hombrecillos; estaban muy callados y cuando hablaban lo hacan en voz baja. De vez en cuando alguno soltaba una risita y entonces todos dirigan temerosas miradas hacia las mujeres; pero stas no les prestaban ms atencin que si hubieran sido un rebao de corderos.

Lula me condujo a aquel grupo de hombres.

-No digas nada y procura no atraer la atencin-me avis.

Me qued rezagado detrs de los que se agrupaban alrededor de la hoguera, procurando mantener oculta la cara en las sombras. O cmo daban a Lula la bienvenida y comprend por sus ademanes que a todos les una la camaradera de la desgracia. Escudri a mi alrededor para ver si descubra a Duare, pero no la vi.

-Cmo est el humor de Bund? -o que preguntaba Lula.

-Peor que nunca -replic uno de ellos.

-Fueron bien hoy los merodeos y la caza? Oste hablar de ello a las mujeres? -continu Lula.

-Volvieron satisfechas -le contestaron-. Ahora tenemos carne abundante y Bund trajo a una esclava que captur. Con ella estaba un hombre al que mataron, y vieron una cosa de lo ms extrao que cabe imaginar. Segn lo que decan, hasta las propias mujeres se asustaron un poco, y, por lo visto, pusieron pies en polvorosa.

-Oh, ya s de qu se trata! -dijo Lula-; era un anotar.

-Y cmo sabes lo que era? -pregunt un hombre.

-Pues..., pues..., todo ha sido una broma ma -disculpse Lula con voz temblorosa.

Sonrea al comprender que la vanidad de Lula haba estado a punto de traicionarle; adems, sonre tambin tranquilizado al comprobar que haba descubierto el pueblo que buscaba y que Duare se encontraba all. Pero, dnde? Me hubiera gustado interrogar a aquellos individuos; pero si Lula no confiaba en ellos, cmo iba yo a hacerlo? Hubiera querido gritar el nombre de Duare para hacerle saber que me encontraba all, ansioso de ayudarla. Deba creerme muerto, y conociendo como conoca a Duare, saba que sera capaz desquitarse la vida en un impulso de desesperacin. Tena que buscar el medio de comunicarme con ella. Me acerqu a Lula y cuando estuve lo suficientemente prximo, le susurr:

-Vamos; quiero hablarte.

-Lrgate de mi lado; yo no te conozco -balbuce Lula.

-Sabes que ests mintiendo, y si no vienes contar a todos dnde has estado toda la tarde y que me trajiste aqu.

-Oh, no puedes hacer eso! -repuso Lula, temblando.

-Entonces, sgueme.

-Bueno -asinti Lula, levantndose y alejndose de la hoguera hacia la oscuridad.

Seal a la otra hoguera.

-Esa. es Bund? -le pregunt.

-S; esa bestia que est de espaldas -contest Lula.

-Se encontrar la nueva esclava en la cueva de Bund?

-Probablemente.

-Sola?

-No; Bund habr hecho custodiarla por otra esclava de su confianza para que no se escape.

-Dnde est la cueva de Bund?

-All arriba, en la tercera terraza.

-Llvame all -le orden.

-Ests loco, o crees que lo estoy yo?

-Se te permite andar por all, no es cierto?

-S; pero no debo acercarme a la cueva de Bund sin que ella me llame.

-No tienes necesidad de llegar; slo acrcate conmigo lo suficiente para mostrarme la cueva.

Dud un instante, rascndose la cabeza.

-Bueno -dijo por fin-; despus de todo, as me deshar de tu persona; pero no olvides que me prometiste no decir que fui yo quien te trajo al pueblo.

Le segu y trepamos por una maltrecha escala, llegando a la primera, y luego, a la segunda terraza; pero cuando estbamos a punto de remontar la tercera, se asomaron arriba dos mujeres, y Lula fue presa de pnico.

-Vamos! -murmur nervioso, cogindome del brazo.

Me condujo por un sendero angosto que corra enfrente de las cuevas, llegando hasta el extremo, donde se par tembloroso.

-Escapamos de milagro! -murmur-. A pesar de tu cabello negro, tienes poco aspecto de samariano; eres tan alto y fuerte como una mujer, y ese objeto que pende de tu cinturn... Mejor ser que lo tires. Aqu nadie lo usa. Te digo que debes tirarlo.

Se refera a mi pistola; la nica arma que haba trado, adems del excelente cuchillo de caza. La ocurrencia era digna de la candidez de Lula. Era verdad que su posesin delatara mi impostura; pero el no tenerla implicaba mi seguro vencimiento. No obstante, me las arregl para ocultar el arma bajo k pequea piel que penda de mi cintura.

Mientras aguardbamos a que las mujeres se apartaran, contempl la escena que se ofreca abajo y fij particularmente la atencin en el grupo de mujeres congregadas alrededor de la hoguera. Eran arquetipos en su gnero; anchas de espaldas, amplio trax y miembros de gladiador. Hablaban con voz ronca y rean ruidosamente, profiriendo groseras, burlas y chanzas. El fuego arrojaba su luz de plano sobre sus cuerpos casi desnudos y sus masculinos rostros. No dejaban de ser hermosas con su corta cabellera y su tez bronceada; pero aunque posean, hasta cierto lmite, el tipo de mujer, no ostentaban signo alguno de feminidad. En realidad no daban la impresin de mujeres, y con esto queda dicho todo. Mientras las estaba observando, dos de ellas se pusieron a discutir y a insultarse groseramente; luego comenzaron a pelear, y, ciertamente, no lo nacan como mujeres. Ni se estiraban del pelo, ni se araaban. Peleaban como dos gladiadores.

Qu diferente era el otro grupo congregado alrededor de la hoguera pequea! Contemplaban la pelea furtivamente, con timidez de ratones, a distancia. En comparacin con el de las mujeres, su cuerpo era pequeo y frgil, blanda su voz y suaves sus movimientos.

Ni Lula ni yo aguardamos a ver quin sala triunfante del torneo. Las dos mujeres que haban interrumpido nuestra marcha se alejaron a una terraza inferior, permitindonos trepar al prximo nivel, en el que se encontraba la cueva de Bund. Cuando nos hallamos en el caminillo del tercer piso, Lula me dijo que la cueva de Bund era la tercera a la izquierda. Una vez cumplida su misin, dispsose a marcharse.

-Dnde estn las cuevas de los hombres? -le pregunt, antes de que se alejase.

-En la terraza de ms arriba.

-Y la tuya?

-La ltima de la izquierda -repuso-. Ahora me voy all. Ojal no te vuelva a ver nunca!

Hablaba con voz quebrada y temblaba como una hoja. Me pareca imposible que un hombre hubiera podido llegar a tan lamentable estado de temor a causa de una mujer.

Y, no obstante, le haba visto enfrentarse con el tharban en actitud realmente valerosa. March pensativo hacia la cueva de Bund, la mujer-guerrera de Houtomai.

III

Las cuevas de Houtomai

El senderillo que corra ante las cuevas escarpadas en que vivan los habitantes de Houtomai era bastante angosto e incmodo; pero las moradas cumplan su misin, y como sus inquilinos no estaban acostumbrados a otra cosa, deban sentirse satisfechos. Las cueva eran de construccin sencilla, pero prctica. Haban clavado en orificios, practicados en las rocas, rectos troncos de rbol que sobresalan unos dos pies. Tales troncos aparecan trabados con otros, sujetos con tiras de cuero.

El camino resultaba manifiestamente angosto, si se miraba hacia el fondo del precipicio, y no haba balaustradas. Luchar en sitio parecido deba ser embarazoso de veras. Mientras tales pensamientos pasaban por mi mente, me fui acercando a la entrada de la tercera cueva de la izquierda. Reinaba el silencio, y el interior estaba oscuro como boca de lobo.

-Quin hay ah dentro? -llam.

Pronto fluy una adormecida voz de mujer:

-Quin es?

-Bund dice que bajen a la nueva esclava -contest.

O moverse algo dentro de la cueva, y casi en el acto se present en la entrada una mujer con el pelo revuelto. Haba demasiada oscuridad para observar sus facciones, y lo nico que me preocupaba en aquellos momentos era que estuviese lo bastante somnolienta para que el timbre de mi voz no despertara sus sospechas, ya que me pareca que no sonaba como el de los hombres que haba odo hablar all. Aunque no me haca gracia parecerme a ellos, procur cambiar el timbre, imitando el de Lula.

-Para qu la necesita Bund? -inquiri.

-Y yo qu s?

-Es extrao -objet-; Bund me orden que no deba dejarle salir de la cueva bajo ningn concepto. Ah, aqu llega Bund!

Mir hacia abajo. La lucha haba terminado y las mujeres ascendan hacia las cuevas. La posicin en que me encontraba en aquel angosto pasadizo era de lo ms incmodo para defenderme y comprend que en tales circunstancias no poda hacer nada por Duare; en consecuencia, me escabull con la mayor presteza y naturalidad que pude.

-Me parece que Bund debi cambiar de pensamiento -dije a la mujer mientras volva la espalda para dirigirme a la escalerilla que conduca al piso superior.

Por fortuna la mujer estaba aun medio dormida, y sin duda en aquellos momentos no pensaba en otra cosa que en reanudar su sueo. Murmur algo sobre lo extrao que le pareca todo aquello, pero, antes de que pudiera hacer ms comentarios, me march.

No me cost mucho tiempo trepar hacia el pasadizo de arriba, correspondiente a las cuevas de los hombres, y una vez all, me dirig a la ltima de la izquierda. Reinaba en ella una oscuridad completa y el olor que exhalaba era prueba de que estaba mal aireada desde haca muchas generaciones.

-Lula! -susurr.

O un gruido.

-Otra vez t? -me pregunt con voz compungida.

-Tu viejo amigo Carson, en persona -repliqu-. Parece que no te alegra verme.

-Claro que no! Esperaba no volverte a ver jams y que te hubieran matado a estas horas. Cmo no te mataron? Por lo visto te quedaste poco all. A qu has venido?

-Me entraron ganas de ver a mi amigo Lula -repuse.

-Y te irs en seguida?

-Esta noche, no; acaso maana.

Volvi a gemir.

-Que no te vean salir maana de aqu! -me rog-. Oh! Por qu te dira dnde estaba mi cueva?

-S; cometiste una estupidez, Lula; pero no te preocupes. Si me ayudas, no te ocasionar ningn disgusto.

-Ayudarte! Ayudarte a arrancar a tu mujer de las manos de Bund! Pero si van a matarme!

-Bueno, no nos consternemos ms hasta maana. Los dos necesitamos dormir. Pero no me traiciones, Lula. Como lo hagas, le contar a Bund todo lo ocurrido. Dime: ests solo en esta cueva?

-No; la ocupan conmigo dos hombres ms. Pronto llegarn. Cuando se presenten, no vuelvas a dirigirme la palabra.

Callamos los dos y no tardamos en escuchar murmullo de pasos a fuera; e instantes despus, entraron lo dos individuos. Venan engolfados en una conversacin que continuaron una vez dentro.

-Me peg, y por eso he callado; pero poco antes de subir, o cmo hablaban de ello las mujeres. Casi todas' haban entrado ya en sus cuevas. Ocurri poco antes de que bajramos de la cueva a encender el fuego para la cena, al anochecer. Haba salido de la cueva para bajar cuando lo vi.

-Y por qu te peg tu mujer?

-Me dijo que menta y que no le gustaban los mentirosos, y que si deca mentiras semejantes, me iba a encontrar con lo que no me esperaba; pero luego otras dos mujeres afirmaron que era verdad.

-Y qu dijo entonces tu mujer?

-Que me iba a dar una paliza de todos modos.

-Y a qu se pareca aquello?

-A un gran pjaro; slo que no mova las alas. Vol sobre el mismo Can Angosto y las mujeres que lo vieron aseguraban que era lo mismo que estaba en el suelo, cuando capturaron a la nueva esclava mataron al hombre del pelo amarillo.

-Debe ser el anotar del que hablaba Lula.

-Pero si dijo que hablaba en broma!

-Cmo iba a hablar en broma sobre una cosa que no haba visto nunca? Todo esto es muy extrao, eh, Lula? -Nadie contest-. Eh, Lula? -volvi a llamarle.

-Estoy durmiendo -repuso Lula.

-Pues mejor ser que despiertes. Queremos saber algo de ese anotar -insisti el otro.

-Yo no s nada; no lo vi ni sub a ese anotar nunca.

-Quin te ha dicho que hayas subido? Cmo iba a poder volar un hombre por el aire?

-Vaya que puede! -exclam Lula-. Dos hombres pueden ir dentro; acaso cuatro, y vuela hacia donde se quiere.

-Cre que no sabas nada sobre el asunto.

-Quiero dormir -advirti Lula.

-Nos vas a contar lo que sepas del anotar, o se lo digo a Bund.

-Oh, Vyla! No hars eso! -gimi Lula.

-S que lo har -insisti Vyla-. Lo mejor que puedes hacer es contrnoslo todo.

-Si te lo cuento, me prometes no decir nada?

-Te lo prometo.

-Y t, Ellie? Me lo prometes tambin?

-No te iba a delatar, Lula; debas saber que soy incapaz de eso -le asegur Ellie.

-Vamos, cuntanoslo, Lula! -le anim Vyla.

-Pues s que lo he visto, y he volado en l... He subido hacia el horizonte.

-Ests mintiendo, Lula -le amonest Vyla.

-Te aseguro que no -insisti Lula-; y si no me crees, que te lo explique Carson.

-Y quin es Carson? -pregunt Vyla.

-Es el que hace volar el anotar -explic Lula.

-Y cmo se lo vamos a preguntar? Me parece que sigues mintiendo, Lula. Te ests acostumbrando a mentir.

-No miento, y si no me crees, puedes preguntrselo a Carson. Est aqu mismo, en la cueva.

-Qu? -preguntaron los dos a una.

-Lula no miente -intervine yo-. Aqu estoy para aseguraros que Lula vol en el anotar, y si a vosotros os gustase volar, los llevar maana, si me ayudis a salir de aqu sin que me descubran las mujeres.

Rein un perodo de silencio; luego Ellie habl algo atemorizado.

-Qu dira la Jad si lo supiera? -pregunt.

Jad era el jefe.

-Le prometiste no decir nada a la Jad -le record Lula.

-No tiene necesidad de saberlo, a no ser que alguno de vosotros se lo digis -terci-; y como lo haris dir que los tres lo sabais y os habais confabulado conmigo para matarla.

-No puedes hacer eso! -grit Ellie.

-S que lo har; pero si me ayudis, no tiene necesidad de saberlo y podris dar un paseo en el anotar.

-Me dara miedo -dijo Ellie.

-No tienes por qu tener miedo -intervino Lula con tono alentador-. Yo no lo tuve. Desde arriba se ve el mundo de golpe y nadie puede atraparlo a uno. Entonces s qu no tena a los tharbans ni siquiera a Bund!

-Me gustara subir -dijo Vyla-; si Lula no tiene miedo, nadie puede tenerlo.

-Si t subes, yo tambin -prometi Ellie.

-Pues subir -afirm Vyla.

Seguimos hablando un poco ms y, por ltimo, antes de dormirnos les formul algunas preguntas referentes a las costumbres de las mujeres, y me inform de que la caza y merodeo era lo primero que hacan por la maanas; dejaban en el pueblo una pequea guardia de guerreros para protegerlo. Me enter asimismo de que las esclavas trabajaban todas las maanas, y mientras los grupos de caza se dedicaban a su faena, ellas recogan lea para el fuego y traan agua a las cuevas utilizando cntaros de barro. Tambin ayudaban a los hombres en el trabajo de confeccionar sandalias, faldillas, ornamentos y loza.

A la maana siguiente me qued en la casa hasta que se hubieron marchado de caza las partidas de merodeo; entonces descend por la escalerilla hasta el suelo firme. Ya saba a qu atenerme respecto a las mujeres y confiaba en no suscitar sospechas entre ellas, ya que los hombres tenan all tan escasa importancia que apenas eran capaces las mujeres de identificar a otro nombre que no fuese el suyo; pero no estaba tan seguro respecto a ellos.

Media docena de mujeres-guerreras paseaban por en medio del Can, mientras los hombres y las esclavas se dedicaban a sus ocupaciones. Observ que algunos de ellos me miraban, al llegar yo abajo y dirigirme a un grupo de esclavas que estaban trabajando; pero no se me acercaron.

Procur apartarme de los hombres dentro de lo posible, aproximndome en cambio a las mujeres. Busqu a Duare; mi corazn lata de angustia al no descubrir rastro de ella, y pens que hubiera sido preferible acudir a la cueva en su busca. Algunas de las esclavas mirbanme intrigadas.

-Quin eres? -me pregunt una de ellas.

-Debas saberlo -repuse, y me alej dejndola boquiabierta.

De pronto aparecieron unas cuantas esclavas con brazadas de lea y entre ellas descubr a Duare. Mi corazn dio un salto al verla. Aguard el instante crucial en que haba de pasar delante y present cul iba a ser la expresin de sus ojos al reconocerme. Poco a poco se fue acercando; y cuanto ms cerca estaba mayor era mi angustia. Cuando se hallaba a un par de pasos, me mir de frente; luego sigui su camino sin dar muestra alguna de haberme reconocido. Mi primera reaccin fue de asombro, luego de indignacin y me volv hacia ella, murmurando:

-Duare!

Se par y se me qued mirando.

-Carson! -exclam-. Qu te ha pasado?

Me haba olvidado del color negro de mi cabello y las terribles heridas de mi rostro, una de las cuales me cruzaba de la sien a la mejilla. Era natural que no me hubiese reconocido.

-Oh, pero no te mataron! No te mataron, no te mataron! Cre que te haban asesinado! Dime...

-Ahora no, querida -repuse-. Primero tenemos que marcharnos de aqu. .

-Pero, cmo? Cmo podremos huir si todos nos vigilan?

-Sencillamente, echando a correr. Creo que no se nos presentar mejor ocasin.

Mir a mi alrededor. Las mujeres de guardia an no: se haban dado cuenta. Eran los seres superiores que miraban con desprecio a las esclavas y a los hombres.

Yo march, acompaado de mis forzados seguidores, a un lugar por el que tenan que pasar las esclavas. Cuando lo hicieron, sentme tranquilizado al comprobar que Duare iba tambin entre ellas. Al cruzar junto a m, la rodeamos entre los tres, ocultndola en lo posible de las miradas de las mujeres-guerreras, y, en seguida, les orden marchar en direccin a la desembocadura del Can Angosto. No s qu hubiera dado en aquellos momentos por poseer un espejo, pues senta vehementes deseos de enterarme de lo que pasaba detrs; pero no me atreva a volver la cabeza por miedo a despertar sospechas de que lo que estbamos haciendo era algo anormal. Era una cuestin de vida o muerte y todas las precauciones resultaban pocas. Jams me parecieron tan largos los minutos, pero finalmente alcanzamos la boca del Can, y entonces fue cuando comenzaron a gritarnos las mujeres con voz ronca.

-Eh, vosotros! Adonde vais? Volved en seguida!

Entonces, los tres hombrecillos se pararon en seco y comprend que era ya imposible mantener en secreto nuestro propsito. Cog fuertemente de la mano a Duare y seguimos la marcha. Ahora ya poda volver la cabeza. Lula, Vyla y Ellie tornaron en direccin a sus amas, y tres mujeres avanzaban por el Can en persecucin nuestra.

Cuando se dieron cuenta de que dos de los llamados no atendan a su requerimiento y seguan andando, comenzaron a gritar de nuevo, y al ver que no les hacamos caso, volvieron a llamarnos a gritos. En seguida iniciaron una carrera veloz. Estaba seguro de que podramos mantener la distancia. No obstante, tenamos que alcanzar el avin con tiempo para desatarlo antes de que nos alcanzasen.

Cuando salimos de la desembocadura del Can Angosto y entramos en el ms ancho del que era continuacin, llegamos a terreno ms llano que se extenda en la misma direccin que desebamos seguir. En el paisaje aparecan, de vez en cuando, grupos esplndidos de rboles y pronto divisamos el anotar, que representaba la salvacin para nosotros. Pero en aquel preciso momento, e interceptando nuestro paso, aparecieron tres tharbans, a un par de centenares de yardas.

IV

Tierras nuevas

La presencia de aquellas tres grandes fieras que nos interceptaron el paso era lo ms descorazonador que caba esperar. Claro qu tena mi pistola, pero sus rayos mortferos, al igual que nuestras balas, no aniquilan a veces instantneamente, y aunque consiguiera matarlos, la tardanza que ello implicara permitira que nos alcanzasen las mujeres. Ya oamos sus gritos y tem que sus voces pudieran atraer hacia all alguno de los grupos de cazadoras. Me hallaba positivamente en un aprieto.

Por fortuna, an no haban salido del Can Angosto. De pronto, surgi en mi mente el recurso para escapar de ellos y de los tharbans. Ante nosotros apareci un grupo de rboles de denso follaje, que constituan un escondite ideal. Ayud a Duare a subir a una rama baja y me encaram tras ella. Una vez arriba nos dedicamos a esperar. Podamos atisbar a travs de las ramas, pero era dudoso que nadie pudiera descubrirnos.

Los tres tharbans haban presenciado nuestra escapatoria y se dirigieron hacia el rbol, pero cuando las mujeres-guerreras se hicieron ostensibles por el Can Angosto, las fieras ya no nos prestaron atencin a nosotros, sino a las mujeres. Primero vi cmo stas nos buscaban por todas partes, y cuando los tharbans avanzaron hacia ellas retrocedieron por el Can Angosto, seguidas de las tres bestias, y as que todos hubieron desaparecido, Duare y yo saltamos al suelo y nos dirigimos hacia el avin.

Omos los rugidos de los tharbans y los gritos de las mujeres cada vez ms dbiles, mientras corramos veloces hacia el anotar. Lo que momentos antes semejaba casi una catstrofe se haba convertido en nuestra salvacin, ya que ahora no tenamos que temer que nos persiguieran los del pueblo. Mi nica obsesin era el aeroplano, y grande fue mi alivio al divisarlo y comprobar que estaba indemne. Cinco minutos ms tarde nos encontrbamos en el aire y la aventura de Houtomai perteneca al pasado. No obstante, cun cerca nos habamos hallado de lo que para m significaba la muerte y para Duare la esclavitud. Si las mujeres-guerreras se hubieran detenido un momento para cerciorarse de que estaba muerto, las cosas hubieran tomado un rumbo totalmente distinto. Siempre cre que el temor que les produjo el anotar, tan extrao ante sus ojos, fue lo que les hizo huir prestamente. Duare me cont que hablaban mucho entre ellas del aparato cuando volvieron al pueblo, y que parecan muy inquietas, recelando que fuese alguna bestia feroz que pudiera perseguirlas.

No nos faltaron los temas de conversacin mientras maniobraba en el aire tratando de localizar alguna pieza de caza, pues haca dos das que no haba probado bocado y Duare apenas comi durante el perodo de su esclavitud en manos de Bund. Duare no apartaba d m su mirada y me tocaba para asegurarse de que viva realmente; tan segura haba estado de que me mataron aquellas mujeres.

-No hubiera sobrevivido mucho, Carson, si no vuelves -me dijo-. Muerto t, no me hubiera interesado la vida, y menos an en la esclavitud. Slo esperaba una ocasin para matarme.

Localic a un rebao de animales que parecan antlopes y sacrifiqu a uno de ellos de manera parecida al da anterior, pero en esta ocasin Duare mantuvo la vigilancia mientras yo descuartizaba a la vctima. Luego nos dirigimos a la isla en la que acampamos Lula y yo para convertirme en hombre moreno. En esta nueva visita, despus de condimentar y comer de la res que haba cazado, hice con mi cabello la operacin contraria. De nuevo nos sentimos felices y contentos. Nuestras recientes zozobras parecan ya muy remotas; tal es la presteza con que el espritu humano olvida los desconsuelos.

A Duare le preocupaban mucho mis heridas e insista en lavrmelas. l nico peligro era la infeccin, ya que no disponamos de medio alguno para desinfectarlas. Claro que exista menos peligro que en la Tierra, donde el exceso de poblacin y los medios de transporte, cada da mayores, han incrementado el nmero de bacterias malignas. Asimismo, el suero de la longevidad que me inoculara Danus, poco despus de mi llegada a Amtor, me proporcionaba considerable inmunidad. Yo no estaba muy preocupado; pero Duare no haca ms que pensar en ello. Como se haba entregado por entero al cario que flua en ella de un modo natural, me haca objeto de su devocin y solicitud, como la expresin ms pura del amor.

Ambos nos sentamos agotados por todo lo que habamos sufrido y decidimos permanecer en la isla, por lo menos hasta el da siguiente. Estaba yo seguro de que all no haba seres humanos ni fieras peligrosas, y por primera vez desde haca muchos meses podamos reposar sin inquietudes. Fueron aquellas veinticuatro horas las ms perfectas que haba pasado.

Al da siguiente partimos de la pequea isla con verdadero sentimiento y nos dirigimos hacia el Sur, a lo largo del valle del Ro de la Muerte, en direccin al ocano al que sabamos que haba de desembocar. Pero cmo sera aquel ocano? Qu existira ms all? A dnde dirigirnos en aquel vasto mundo?

-Acaso encontremos alguna otra islita -sugiri Duare-, y podamos quedarnos a vivir felices para siempre.

No me atrev a decirle que nuestra situacin poda ser desesperada al cabo de unos meses. Me hallaba en un callejn sin salida. Era imposible volver a Vepaja; saba perfectamente que ahora preferira ella morir a separarse de mi lado y, por otra parte, estaba seguro de que Mintep, su padre, me mandara ajusticiar tan pronto cayera en sus manos. Mi primer impulso, al desear llevar a Duare a Vepaja, fue mi sincera creencia de que, fuera cual fuese mi suerte, se sentira ella mucho ms feliz y a salvo que no vagando en aquel mundo hostil y sin patria. Pero ahora pensaba de distinta manera, pues saba que los dos preferiramos la muerte a vernos separados para siempre.

-Ya haremos una cosa u otra -le dije-; y si hallamos un lugar en Amtor en el que podamos encontrar paz y seguridad, nos instalaremos en l.

-Aun tenemos por delante cincuenta aos antes de qu el anotar se destruya -objet ella riendo.

No tardamos mucho en ver aparecer una gran extensin de agua frente a nosotros, cosa que me confirm presto que, al fin, habamos llegado al mar.

-Volemos sobre l y vayamos en busca de nuestra isla -me alent Duare.

-Primero debemos proveernos de agua y alimentos -suger.

Haba acondicionado los restos de la carne entre las grasientas hojas que recog en la islita, seguro de que se conservara varios das; pero, naturalmente, no bamos a comer la carne cruda y como no podamos condimentarla mientras volbamos, no caba otro recurso que aterrizar y asarla. Tambin deseaba recoger alguna fruta, nueces y ciertos tubrculos que crecen casi por todas partes en Amtor y que eran muy agradables y nutritivos, incluso comindolos en su estado natural.

Divis una planicie que se extenda detrs del Ro de la Muerte. Estaba bordeada de bosque a un lado y vease cruzada por un riachuelo que proceda de las montaas e iba a desembocar en el ro mayor. Aterric cerca del bosque, con la esperanza de encontrar las frutas y nueces que buscaba. No me vi defraudado en mis esperanzas. Hice acopio de tales frutos, encend fuego, transport unas brasas al avin y acerqu ste al riachuelo. All estbamos en una situacin despejada y podamos dominar visualmente el pas qu nos rodeaba en todas las direcciones, sin correr el peligro de vernos sorprendidos por hombres o fieras. Anim el fuego y cocin la carne mientras Duare vigilaba. Asimismo llen de agua el tanque que llevaba el aeroplano. Ahora disponamos de alimentos y agua suficiente para varios das, y dominados por la inquietud exploradora, partimos hacia el mar, cruzando sobre el gran delta del Ro de la Muerte, que poda rivalizar con el Amazonas.

Duare interesse mucho, desde el principio, en el funcionamiento del avin. Le expliqu la finalidad y modo operativo de las distintas piezas de control, aunque hasta entonces ella ro lo haba hecho funcionar sola. Ahora, la dej probar, ya que comprenda que deba conocer su funcionamiento, ante la eventualidad de tener que mantenernos en el aire largos perodos, en un viaje transocenico. Yo tendra que dormir y ello sera imposible mientras volbamos, a menos qu Duare supiera guiar el avin. Manejar un aeroplano, en pleno vuelo, en condiciones atmosfricas normales, no es mucho ms difcil que andar por tierra firme. Slo requiere unos minutos para dotarse de la suficiente confianza en s mismo, y en el caso de Duare, todo quedara reducido a inspirarle tal confianza en el avin. Estaba convencido de que la prctica la enseara e hice volar alto el aparato, a fin de que tuviera tiempo para echar yo una mano, caso de cualquier eventualidad.

Volamos toda la noche, mantenindose Duare en el control un tercio de la jornada, y cuando amaneci, divis tierra firme. Hacia Este y Oeste las copas de los rboles y el follaje se extendan ante nuestros ojos alzndose a miles de pies para perderse en la capa de nubes que flota constantemente sobre Amtor como un refuerzo de la defensa de la otra capa superior contra l intenso calor del Sol que, de otra manera, hubiera abrasado la superficie del planeta.

-El aspecto de esta comarca me resulta familiar -dije a Duare, cuando despert.

-Qu quieres decir?

-Me parece que es Vepaja. Iremos bordeando la costa, y si no me equivoco, descubriremos el puerto natural donde el "Sofal" y el "Sovong" estaban anclados el da en que te raptaron, y a Kamlot y a m nos apresaron los klangan. Estoy seguro d que lo reconocera si lo viera.

Duare no dijo nada. Guard silencio un rato, mientras bamos bordeando la costa. De pronto, divis el puerto.

-Ah est! -dije-. Esto es Vepaja, Duare.

-Vepaja! -murmur.

-Ya hemos llegado, Duare. Quieres quedarte?

Ella movi la cabeza.

-Sin ti, no -repuso.

Me inclin hacia ella y la bes.

-Entonces, a dnde vamos?

-Oh, sigamos la marcha al azar! Cualquier direccin ser lo mismo.

El avin segua ahora una ruta ligeramente desviada hacia el Oeste y me limit a continuar tal ruta. El mundo que tenamos delante nos era desconocido; pero continuando tal rumbo, nos apartaramos de las regiones antrticas y nos adentraramos en la zona templada del Norte. En la direccin opuesta estaba la sede del thorismo, donde slo poda esperarnos el cautiverio y la muerte.

Al acabar el da, nicamente se ofreca a nuestros ojos el montono Ocano sin lmites. El avin funcionaba admirablemente y no poda ocurrir de otro modo, puesto que en su construccin se haban utilizado los tcnicos mejores de que poda disponer Havatoo. Los planos eran mos, ya qu los aeroplanos eran totalmente desconocidos en Havatoo, hasta que yo llegu; pero los materiales, el motor y el combustible, eran totalmente amtorianos. En cuanto a los primeros, difcilmente podra alcanzar en la Tierra una duracin semejante; el motor constitua una maravilla en su sencilla solidez, fuerza y durabilidad, combinados con extraordinaria ligereza; y en cuanto al combustible, ya lo describ. En sus lneas externas, el avin era, poco ms o menos, parecido a los que yo conoca o haba manejado en la Tierra. Tena espacio para cuatro personas, dos delante y otras dos en un compartimiento trasero. El aparato poda ser manipulado desde cualquiera de los cuatro puestos. Como dije en otra ocasin, se trataba de un aparato anfibio.

Combat la monotona de la jornada instruyendo a Duare en las operaciones de aterrizaje y despegu aprovechando la suave brisa del Oeste. Tenamos que prestar gran atencin a causa de los fuertes golpes de aire, algunos de los cuales podran destrozar el avin fcilmente, constituyendo su aparicin un verdadero peligro.

Cuando lleg la noche, el vasto escenario qued matizado por la suave y misteriosa penumbra nocturna con que la Naturaleza ha dotado a aquel planeta sin luna. El mar pareca extenderse a lo infinito, con su eterno oleaje, y resplandeciendo dbilmente. Ni tierra ni barcos, ni seres vivientes en la pavorosa serenidad de la perspectiva; slo nuestro aparato silencioso, y nosotros dos, tomos infinitesimales, errbamos por el espacio infinito. Duare se me acerc un poco ms. El sentimiento de compaa constitua un consuelo en aquella inmensa soledad.

Durante la noche se levant viento del Sur y, al amanecer, descubr cmulos de nubes que rodaban sobre nosotros. La atmsfera haba refrescado. Resultaba evidente que estbamos ponindonos en contacto con el extremo de una tormenta del polo Sur. No me agradaba el aspecto de la niebla. Dispona de instrumentos para conducir el avin a ciegas, pero de qu iban a servirnos en un mundo cuya topografa ignorbamos? No me sent inclinado a esperar que cambiase el ambiente y se despejase la niebla que cubra la superficie del mar. En consecuencia, determin modificar nuestro rumbo y volar hacia el norte de la niebla. Fue entonces cuando Duare seal hacia delante.

-Es eso tierra firme? -pregunt.

-Realmente, tiene todo el aspecto de serlo -le dije, mirando fijamente.

-Acaso sea nuestra isla soada -sugiri ella, riendo.

-Vamos a cerciorarnos antes de que la niebla lo cubra. Siempre podremos defendernos de la niebla si se hace demasiado espesa.

-La idea de pisar el suelo otra vez no me disgusta -observ Duare.

-S -asent-, ya hemos visto demasiada agua.

Al acercarnos a la costa, divisamos algunos montes a lo lejos y hacia el noroeste algo que pareca uno de aquellos gigantescos bosques de los que cubren el territorio de Vepaja.

-Oh, ah veo una ciudad! -exclam Duare.

-Efectivamente, es un puerto. Se trata de una ciudad grande. Qu gente vivir en ella?

Duare hizo un gesto de duda.

-Cualquiera sabe. Al noroeste de Vepaja hay una poblacin qu se llama Anlap. La he visto en el mapa. Se encuentra entre Trabol y Strabol. Los mapas lo sealan como una isla muy grande, pero nadie sabe exactamente cmo es. Strabol no ha sido bien explorado.

Recelaba yo qu ningn pas de Venus haba sido explorado por completo, cosa que no me extraaba. La mayor parte de las personas con quienes haba hablado crean que el planeta era una especie de bandeja flotante en un mar gneo. Presuman que su circunferencia mayor estaba en lo que yo juzgaba al Polo Sur y en sus mapas el Ecuador. No apareca ni como una simple nota. Ni siquiera soaban en la existencia de otro hemisferio. Con mapas basados en tales errores, era lgico que todo quedase trastornado; por eso sus cartas geogrficas resultaban intiles y los navegantes no osaban alejarse de las aguas conocidas y raras veces perdan de vista la costa.

Al acercarnos a la poblacin me di cuenta de que estaba amurallada y slidamente fortificada. Posteriores observaciones pusieron en evidencia que vease atacada en aquellos momentos .por poderosas fuerzas. El zumbido de los caones amtorianos llegaba a nuestros odos dbilmente. Divisamos a los defensores de la muralla y ms all de stas vimos al enemigo. Largas columnas de hombres acordonaban la ciudad, llevando escudos que eran de un metal relativamente inmune contra los rayos-T y cuyo empleo deba dar a los ataques ms movilidad de lo corriente en las operaciones blicas terrestres, con el empleo de balas. En realidad era como si cada soldado llevara su propia trinchera. Las tropas podan ser transportadas a cualquier parte del campo d batalla en plena actividad de disparos y con un mnimo de bajas.

Al cruzar sobre la ciudad cesaron los disparos casi por completo. Vimos miles de rostros que se alzaban para mirarnos y me imagin cul sera el asombro que habra suscitado el avin en la ment de aquellos miles de soldados y poblacin civil, ninguno de los cuales poda explicarse la ndole de aquella especie de pjaro gigantesco que se cerna silencioso sobre ellos. Como todas las partes del aeroplano, fuese madera, metal u otra materia, haban sido revestidas de una sustancia protectora contra tales rayos-T, me senta muy seguro y volaba a corta distancia de las fuerzas contendientes, comenzando a trazar crculos en el aire y a descender sobre las murallas de la ciudad. Entonces, me asom al exterior e hice un signo con la mano. Surgi de todas las bocas un gran gritero y luego guardaron silencio. Poco despus, comenzaron a parar contra nosotros.

El avin estaba acorazado contra los rayos mortferos, pero Duare y yo no, y, en consecuencia, me apresur a elevarme y dirigir el aparato hacia el interior del pas para explorarlo. Volamos sobre las lneas combatientes y su blico campamento; divisamos una carretera ancha que corra hacia el suroeste y por la que discurran fuerzas dirigindose al lugar en que haba acampado el cuerpo de ejrcito; veanse largas hileras de vagones transportados por grandes animales parecidos a elefantes; hombres cabalgando en extraas bestias y enormes caones de rayos-T, constituyendo el caracterstico equipo militar de un poderoso ejrcito.

Viramos hacia el norte. Quera obtener alguna informacin sobre aquel pas y el carcter de sus habitantes. Por lo que ya haba visto, pareca una poblacin de inclinaciones blicas; pero en alguna parte deba existir alguna ciudad pacfica y hospitalaria en la que los extranjeros fueran tratados con consideracin. Intentaba hallar alguna persona aislada a la que poder interrogar, sin correr riesgo ni Duare ni yo. Intentar un aterrizaje hubiera sido temerario, especialmente despus de haber disparado contra nosotros.

La actitud de los defensores de la ciudad haba sido ms amistosa, pero no poda arriesgarme a aterrizar sin saber algo ms sobre tales sujetos. Aparte de que no hubiera sido muy cuerdo tomar tierra en una ciudad asediada por fuerzas poderosas y que poda ser asaltada en cualquier momento; lo que Duare y yo necesitbamos era tranquilidad y no guerra.

Recorr buen espacio de territorio sin divisar ser humano; pero, al fin, localic a un individuo que sala de un can montaoso a algunas millas de distancia hacia el norte del campamento militar ya mencionado. Al descender nuestro avin sobre l, levant la cabeza. No ech a correr, se detuvo y le vi sacar la pistola.

-No dispares! -le grit-. Somos amigos!

-Qu queris? -repuso tambin a gritos.

Descend an ms, trazando circunferencias, y aterric a un par de centenares de yardas de donde se hallaba.

-Deseo hacerte algunas preguntas.

Se acerc a nuestro aparato con manifiesta audacia, pero conservando el arma preparada ante cualquier eventualidad. Salt de mi asiento y sal a su encuentro, levantando la mano derecha para asegurarle que no iba armado. Levant l la izquierda... No quera arriesgarse demasiado, pero aquel gesto era demostrativo de amistosa actitud o, al menos, de carencia de hostilidad.

Sus labios esbozaban una ligera sonrisa al verme descender del avin.

-De modo que eres un verdadero ser humano -me dijo-. Al principio cre que formabas parte integral de ese objeto, sea lo que sea. De dnde vienes? Qu quieres de m?

-Somos extranjeros -repuse-. No sabemos siquiera ni en qu pas nos encontramos y quiero informarme de cul es la actitud de los nativos respecto a los extranjeros y si existe alguna ciudad en la que pueda ser recibido hospitalariamente.

-Esto es Anlap -afirm el desconocido- y nos hallamos en el reino de Korva.

-Qu ciudad es esa que se halla hacia el mar? Haba all una gran batalla.

-Viste la batalla? -inquiri-. Cmo se desarrolla? Cay la ciudad?

Pareca mostrar ansiedad por nuestra rplica.

-La ciudad no se ha rendido -le dije-, y sus defensores parecen muy animados.

Dej escapar un suspiro y su ceo aclarse de pronto.

-Y cmo voy a estar seguro de que no sois espas zanis? -pregunt.

Me encog de hombros.

-Comprendo tus dudas; pero te aseguro que no lo somos. Ni siquiera s qu es zani.

-Me parece que no lo eres -rectific presto-. Pero no adivino de dnde puedes ser con ese pelo amarillo. Desde luego, no eres de nuestra raza.

-Bueno, y qu hay de las preguntas que quiero formularte? -objet, sonriendo.

Me devolvi la sonrisa.

-Tienes razn. Deseas conocer la disposicin de los habitantes de Korva respecto a los extranjeros y el nombre de la ciudad que se encuentra cerca del mar. Pues te contestar. Antes de que los zanis se apoderaran del gobierno hubieras sido tratado bien en cualquier ciudad de Korva; pero ahora han cambiado las cosas. Sanara, la ciudad por la que me preguntas, te recibira cordialmente. An no ha cado bajo la dominacin de los zanis. Ahora estn tratando de dominarla, y si capitula, habr cado el ltimo reducto de la libertad en Korva.

-Eres de Sanara? -le pregunt.

-S, ahora lo soy. Siempre he vivido en Amlot, la capital, antes de que los zanis tomaran el poder. Luego no pude volver all, porque he peleado contra ellos.

-Hace muy poco vol sobre un gran campamento, situado al sur d la ciudad -le dije-. Eran las fuerzas zanis?

-S. Hubiera dado cualquier cosa por poderlas ver. Cuntos hombres calculas que habra?

-No s exactamente; pero es una gran concentracin y procedentes del sur van llegando ms soldados y armamentos.

-De Amlot -explic-. Oh, si pudiera verlo!

-S que puedes -le dije.

-Cmo?

Le seal el avin y pareci echarse un poco atrs, pero fue slo un instante.

-Perfectamente -replic-. No tendrs que arrepentirte de tu amabilidad. Puedes decirme cmo te llamas? Yo me llamo Taman.

-Y yo, Carson.

Me mir con curiosidad.

-De qu pas procedes? Nunca vi a un amtoriano con el pelo amarillo.

-Es una historia un poco larga de contar -repuse-. Basta saber que no soy amtoriano; vengo de otro mundo.

Caminamos hacia el avin, y, mientras tanto, se guard la pistola. Cuando llegamos al aparato, vio a Duare por primera vez y observ en l cierto gesto de sorpresa que disimul admirablemente. Sin duda alguna era un hombre de refinada educacin. Les present y le dije cmo poda acomodarse en el asiento de atrs y ajustarse el cinturn salvavidas.

Desde luego, no pude ver su rostro en el momento de despegar; pero ms tarde me confes que lleg a creer que haba llegado su ltima hora. Le conduje en seguida al campamento zan y sobre la ancha carretera que comunicaba con Amlot.

-Esto es maravilloso! -exclamaba una y otra vez-. Lo puedo ver todo! Puedo incluso contar los batallones y los caonee y los carros de combate!

-Pues cuando te canses de ver, avsamelo -le advert.

-Me parece que ya he visto bastante -replic-. Pobre Sanara! Cmo va a poder resistir a tales hordas? Y pensar que no puedo volver para revelar lo que acabo de ver! A estas horas, la ciudad debe de estar rodeada de fuerzas. Sal de all hace cosa de un ax.

El ax es equivalente a veinte das amtorianos o un poco ms de veintids das y once horas de la Tierra.

-La ciudad est cercada por completo -le dije-. Dudo que pudieras infiltrarte entre las lneas enemigas durante la noche.

-Podras t...? -pregunt, luego de titubear.

-Si podra, qu? -repuse, aunque adivinaba la naturaleza de su pregunta.

-Pero no -rectific-; sera pedir demasiado a un extranjero. Arriesgaras tu vida y la de tu compaera.

-Existe algn espacio lo bastante ancho para poder aterrizar dentro de las murallas de Sanara? -inquir.

Se ech a rer.

-Veo que me has adivinado -dijo-. Cunto espacio necesitaras?

Se lo expliqu.

-S -dijo-; cerca del centro de la ciudad hay un gran espacio donde tienen efecto nuestras carreras. All podras

bajar fcilmente.

-Un par de preguntas ms -suger.

-Dime. Pregntame lo que quieras.

-Tienes la suficiente influencia con las autoridades militares para garantizar nuestra seguridad personal? Estoy pensando sobre todo en mi esposa en estos momentos.

-Te doy la palabra de un hombre de alta alcurnia de que bajo mi proteccin no tendris nada que temer -me asegur.

-Y que se nos permitir salir de la ciudad cuando queramos y que no tocar nadie nuestro avin ni tratar de retenernos?

-Otra vez te doy mi palabra, garantizando todo lo que me acabas de pedir -me dijo-; pero me parece que te exijo demasiado, teniendo en cuenta tu condicin d extranjero.

-Qu opinas t, Duare? -le pregunt, volvindome hacia ella.

-Me parece que me va a gustar Sanara -repuso.

Cambi el rumbo del avin y nos dirigimos al puerto de Korva.

V

Sanara

Taman mostrse agradecido, pero no hasta el extremo de hacerse empalagoso. Comprend desde el primer momento que iba a ser un excelente camarada, y estaba asimismo seguro de que Duare tena de l la misma impresin. Raras veces se mezclaba ella en las conversaciones sostenidas con desconocidos. Los viejos atavismos de la hija de un jong no podan olvidarse fcilmente. No obstante, habl con Taman durante el trayecto hacia Sanara, formulndole muchas preguntas.

Cuando cruzamos por encima de las lneas zanis comenzaron a disparar contra nosotros, pero volbamos demasiado alto para que sus disparos pudieran ser eficaces, incluso con un avin que no estuviera acorazado. Taman y yo habamos estudiado la manera de aterrizar. Yo tema que los defensores de la ciudad se aterrasen ante la presencia del aparato que intentaba descender, especialmente procediendo, como procedamos, de territorio enemigo. Conceb un plan que a l le pareci viable. Escribi unas lneas en un trozo de papel, que atamos a una de las grandes nueces que llevbamos entre nuestras provisiones. Realmente, lo que termin por hacer fue escribir una serie de notas que atamos a diferentes nueces. En cada una de las notas deca que iba en el anotar que vean volar, y rogaba al comandante de las fuerzas que despejaran el campo de las carreras para que pudisemos bajar. Caso de que leyeran las notas y se nos permitiera aterrizar, deberan enviar al mencionado campo soldados con banderas desplegadas que deban agitar en el aire cuando nos viesen acercarnos. Esto cumpla dos finalidades: darnos a entender que no dispararan contra nosotros e indicarnos la direccin del viento en el campo.

Arroj las notas sobr la ciudad con breves intervalos y luego levant el vuelo para ponerme a salvo, en espera del resultado de nuestro plan. Divisaba el campo de aterrizaje. Haba demasiada gente para aterrizar con seguridad. De todos modos, lo nico que podamos hacer era aguardar las seales. Mientras lo hacamos, Taman nos seal distintos lugares interesantes de la ciudad: parques, edificios pblicos, cuarteles y el palacio del Gobernador. Me dijo que el sobrino del jong viva all ahora y gobernaba como jong y que su to estaba prisionero de los zanis, en Amlot. Corra el rumor de que el jong haba sido ajusticiado. Los defensores de Sanara teman a los zanis, pero tambin al sobrino del jong, porque no confiaban en l y no le deseaban como gobernador permanente.

Volamos sobre la ciudad cosa de una hora, antes de que obtuviramos alguna indicacin de que haban recibido nuestras notas; luego, observ cmo fuerzas militares hacan salir del campo a la gente. Aquello era de buen augurio. Despus, una docena de soldados provistos de banderas se dirigieron a uno de los extremos del campo y comenzaron a acotarlos. Entonces inici yo nuestro descenso en forma de cerrada espiral, ya que no quera aproximarme demasiado a las murallas por miedo de que me alcanzasen los disparos de los zanis.

Al mirar hacia abajo, divis a la gente que acuda a los alrededores del campo, procedentes de todas las direcciones. Deba de haberse extendido como un reguero de plvora la noticia de nuestro aterrizaje. Acuda la gente en compacta masa, bloqueando las calles, y confi que hubieran enviado fuerzas suficientes para evitar que se precipitasen en el campo y destrozasen nuestro avin. Mostrbame yo tan receloso, que volv a elevarme y dije a Taman que escribiese otra nota pidiendo ms fuerzas para que custodiasen debidamente el avin. Lo hizo as y volv a descender, arrojando la nota al campo, que cay cerca de un grupo que, segn me dijo Taman, estaba constituido por oficiales. Cinco minutos ms tarde, vimos a un batalln completo que entraba en el campo y se apostaban en su periferia.

Resultaba extrao que aquellos soldados no dieran muestras de terror. Permanecieron inmviles, casi sin respirar, hasta que l avin se detuvo. Entonces, comenzaron a gritar dndonos la bienvenida. Resultaba agradable comprobar que, al fin, se nos reciba cordialmente en alguna parte, ya que nuestras anteriores experiencias nos haban evidenciado que los extranjeros eran raras veces bien acogidos en una ciudad de Amtor. Desde que ,pis el suelo de Vepaja, me haba dado cuenta de esto, ya qu aunque se me dio acogida, fui, de hecho, convertido en prisionero del jong durante cierto perodo de tiempo.

As que se hubo apeado Taman del avin, ayud a Duare a hacer lo mismo, y cuando salt ella y pudieron verla todos, cesaron los gritos de entusiasmo y sigui un momento de profundo silencio. Luego se iniciaron de nuevo las ovaciones, que en este ltimo caso fueron en honor d Duare. Comprend que no se haban podido imaginar que un tercer pasajero del avin pudiera ser una mujer, hasta que la vieron. Al darse cuenta de su sexo y dada su indiscutible belleza, su entusiasmo acreci. Desde aquel momento me compenetr con la gente de Sanara.

Varios oficiales se aproximaron al avin y comenzaron los saludos y presentaciones de rigor. Evidenci en seguida la deferencia con que trataban a Taman y me congratul de mi buena suerte al haberme captado el agradecimiento de un personaje. Ms tarde pude cerciorarme de que no me haba equivocado.

Mientras haba estado operando para aterrizar, me di cuenta de la presencia de unos grandes animales, semejantes a los que transportaban los carros de asalto de las fuerzas zanis, los cuales estaban apartados a un lado del campo, detrs de 'la gente. Algunas de tales bestias entraban en aquellos momentos en el campo y se acercaron al avin, hacindolo hasta l lmite que pudieron conseguir sus conductores, ya que dieron evidentes muestras de temor en presencia de aquel extrao aparato. Por primera vez poda observar plenamente a un gantor. Este animal es ms corpulento que el elefante de frica, y sus patas son muy semejantes a las de tal animal, pero slo en esto se parecen. Poseen una cabeza similar a la del toro, armada de un solo cuerno, de un pie de largo, que le sale del centro de la frente. Su hocico es grande y sus poderosas mandbulas estn armadas de grandes dientes. Su lomo es, por la parte de atrs, breve y de color tostado, con lunares blancos; mientras le cubra la parte delantera y el cuello una espesa melena oscura; el rabo era como el del toro, y las pezuas eran de tres dedos callosos.

El conductor de cada animal se sentaba sobre las melenas de la espalda y detrs del largo y ancho lomo del animal descansaba un cubilete, capaz de acomodar a una docena de personas. Tal era, en lneas generales, la descripcin que caba hacerse del primero de aquellos animales que vea de cerca. Ms tarde, pude observar que existan diversas formas de cubiletes y el que nos transportaba a Duare, Taman y a m, desplazndonos del campo, era muy ornamentado y propio para cuatro personas. Cada gantor llevaba adosada una escalerilla, y as que el conductor de cada animal lo hubo aproximado cuanto pudo al avin, salt al suelo y apoy la escalerilla al dorso del animal. Por tales escalerillas subieron los pasajeros, encaramndose en los cubiletes. Observ interesado todas aquellas maniobras, preguntndome cmo iba a volver a su puesto el conductor.

Pronto qued satisfecha mi curiosidad. Cada conductor coloc la escalerilla en su lugar, y luego se puso frente al animal dando una orden de mando. El animal baj en el acto la cabeza hasta rozar casi el suelo con el hocico, con el cuerno casi en posicin horizontal, a unos tres pies del suelo. El conductor encaramse en el cuerno y dio otra orden; el gantor levant la cabeza y el conductor trep hasta situarse en su puesto sobre el lomo.

Los cubiletes de los otros gantors estaban llenos de oficiales y soldados que constituan nuestra escolta, yendo unos delante y otros detrs, y saliendo del campo para avanzar por la ancha avenida. Al pasar, las gentes levantaban las manos en gesto de saludo con el brazo extendido, formando un ngulo de unos cuarenta y cinco grados y con palmas cruzadas. Observ que aquello slo lo hacan cuando pasaban delante de nuestro gantor y pronto me inform de que era un saludo dedicado a Taman, el cual corresponda inclinando la cabeza a derecha e izquierda. Comprend que era un hombre prominente.

La gente de la calle iba ataviada con la sencilla vestimenta peculiar de Amtor, cuyo clima suele ser caluroso y salobre, y aparte esta vestidura, usaban dagas y espadas; las mujeres lo primero, y los hombres ambas cosas. Los soldados ostentaban, adems, pistolas, metidas en fundas ajustadas a su cintura. Eran gentes limpias, atractivas y de rostro agradable. Los edificios que daban a la avenida eran estucados, pero no pude colegir el material de que estaban construidos. Sus lneas arquitectnicas eran sencillas, pero atrayentes, y a pesar de la sencillez de su trazado, los arquitectos haban conseguido tal diversidad de contrastes que resultaban gratos a la vista.

Seguimos la marcha y entramos en otra avenida de edificios mayores y ms bellos, pero con la misma concepcin sencilla. Al acercarnos a un edificio algo ms amplio, Taman dijo que era el palacio del Gobernador, en el que viva el sobrino del jong, que rega los destinos de la ciudad en ausencia de su to.

Nos detuvimos frente a otra amplia mansin, situada exactamente frente al palacio del Gobernador.

A la puerta haba soldados de guardia. La puerta era enorme y situada en el centro. Saludaron a Taman y la abrieron de par en par. Nuestra escolta se haba situado previamente detrs y nuestro conductor hizo entrar el enorme animal por la puerta, avanzando por un amplio corredor, hasta arribar a un espacioso patio en el que haba flores, rboles y surtidores. Aquel era el palacio de Taman.

Hombres armados salieron del anterior de la mansin, a los que, naturalmente, no conoca, pero que resultaron ser oficiales, servidumbre y esclavos del palacio, todos los cuales dieron la bienvenida a Taman con extremada deferencia, pero con manifiesta sinceridad afectiva.

-Informad a la janjong que he llegado con huspedes -orden Taman a uno de los oficiales.

Janjong quiere decir literalmente hija del jong, o sea, princesa. Es el ttulo oficial que se da a la hija del jong durante la vida de ste, pero tambin se sigue empleando por cortesa luego que el jong fallece.

El tanjong, hijo del jong, es prncipe.

El propio Taman nos acompa a nuestras habitaciones, comprendiendo que desearamos lavarnos antes de ser presentados a la janjong. Algunas esclavas se encargaron de atender a Duare, y un esclavo me indic dnde estaba el cuarto de bao, trayndome servicio para mi aseo.

Nuestras habitaciones eran tres con dos baos, y estaban bellamente decoradas y amuebladas. A Duare debi parecerle un paraso, ya que desde que fue raptada del palacio de su padre, haca cosa de un ao, no haba conocido confort ni refinamiento.

Cuando estuvimos listos, se present un oficial y nos condujo a un saloncito del mismo piso, pero situado en el lado opuesto del palacio. 'All nos esperaba Taman. Me explic cmo bamos a ser presentados a la janjong, y cuando le comuniqu el ttulo que ostentaba Duare, comprob que se complaca de veras, a la vez que se mostr sorprendido. En cuanto a m, le dije que me presentara como Carson de Venus. Desde luego, la palabra Venus no tena ninguna significacin, pues el planeta es all conocido con el nombre de Amtor. En seguida fuimos conducidos a presencia de la janjong. Las frmulas de presentacin son en Amtor sencillas y concretas, sin circunloquios de ninguna clase. La mujer ante cuya presencia se nos llev era bellsima, y, al llegar nosotros, levantse sonriendo.

-Os presento a mi esposa Jahara, janjong de Korva-anunci Taman, y volvindose a Duare, aadi-Te presento a Duare, janjong de Vepaja, esposa de Carson de Venus -y tornndose a m-: Este es Carson de Venus.

Todo fue sencillo, y claro est que Taman no dijo la palabra "esposa", puesto que en ninguno de los pases que he conocido existe frmula alguna de casamiento. Simplemente, las parejas acuerdan vivir juntas, y por lo general son tan fieles el uno al otro como los verdaderos casados de la Tierra se presupone que han de ser. Si as lo deciden, pueden separarse y volver a escoger pareja; pero esto ocurre raras veces Desde que se descubri el suero de la longevidad, hay matrimonios que han vivido juntos durante mil aos en perfecta armona. La palabra que emple Taman, en vez de esposa, fue "ooljaganja", que quiere decir mujer de amor, la cual me agrad mucho. Durante el transcurso de nuestra visita a Taman y Jahara supimos muchas cosas sobre ellos y Korva. A continuacin de una guerra desastrosa, en la que se agotaron los recursos de la nacin, surgi un extrao culto, concebido y dirigido por cierto soldado raso que se llamaba Mephis. Usurp todas las fuerzas del gobierno del pas, se apoder de Amlot, la capital, y subyug a las principales ciudades de Korva, con la excepcin de Sanara, en la que se cobijaron muchos de los nobles bajo la proteccin de los leales. Mephis hizo prisionero al padre de Jahara, que se llamaba Kord, rey hereditario de Korva, porque no se humill a las exigencias de los zanis que pretendan hacerle gobernar como un mu