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Dejar el marxismo atrás. Las ideas de neutralidad científica y autonomía de la política en la configuración española de la transitología, 1970-1994 Ariadna Acevedo Rodrigo Departamento de Investigaciones Educativas (DIE), Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), Ciudad de México. [email protected] R esumen (máximo 10 líneas) Esta ponencia se pregunta cómo se concibió en la ciencia política y la sociología españolas la caída de las teorías marxistas, enfocándose en una pequeña parte de esta historia: los ideales de neutralidad científica y autonomía de la política que los politólogos, y aún los sociólogos políticos, consideraron deseables y que confrontarían con lo que veían como el carácter político-ideológico y el determinismo económico del marxismo. Se sugiere, por último, que la importancia que se dio a las ideas de neutralidad y autonomía fue particularmente fuerte en el campo de los estudios de las transiciones a la democracia y que tal hecho ayuda, en parte, a explicar la ausencia de cualquier huella marxista en dicho campo. Palabras clave 1

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Dejar el marxismo atrás.

Las ideas de neutralidad científica y autonomía de la política

en la configuración española de la transitología, 1970-1994

Ariadna Acevedo RodrigoDepartamento de Investigaciones Educativas (DIE),

Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), Ciudad de Mé[email protected]

Resumen (máximo 10 líneas)

Esta ponencia se pregunta cómo se concibió en la ciencia política y la sociología españolas la caída de las teorías marxistas, enfocándose en una pequeña parte de esta historia: los ideales de neutralidad científica y autonomía de la política que los politólogos, y aún los sociólogos políticos, consideraron deseables y que confrontarían con lo que veían como el carácter político-ideológico y el determinismo económico del marxismo. Se sugiere, por último, que la importancia que se dio a las ideas de neutralidad y autonomía fue particularmente fuerte en el campo de los estudios de las transiciones a la democracia y que tal hecho ayuda, en parte, a explicar la ausencia de cualquier huella marxista en dicho campo.

Palabras clavehistoria de la ciencia política, estudios de democratización, transición a la democracia, marxismo

Ariadna Acevedo Rodrigo es investigadora titular en historia en el Cinvestav (Ciudad de México). Su trabajo explora aspectos diversos de las relaciones entre educación y política, desde el papel de las escuelas elementales en la construcción del Estado nacional en regiones indígenas de México, hasta la historia trasnacional de las ciencias sociales en castellano durante la guerra fría.

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Dejar el marxismo atrás.

Las ideas de neutralidad científica y autonomía de la política

en la configuración española de la transitología, 1970-1994.

[Borrador en busca de comentarios y críticas, favor de no citar]

Del marxismo se ha escrito su epitafio varias veces. Aquí no pretendo declararlo muerto ni

vigente. Tampoco busco explicar el porqué de la crisis de alguno de los muchos

marxismos: como visión del mundo, ideología, o práctica política; ni siquiera como

filosofía o ciencia social.1 Propongo, por el contrario, examinar un episodio de la historia de

las ciencias sociales en España durante el cual es patente el relegamiento del marxismo, con

el objetivo de identificar las explicaciones que sociólogos y politólogos dieron de tal

fenómeno, y conocer mejor la situación por la que estaban pasando estas dos disciplinas en

ese momento. Me centraré más en el cómo una perspectiva teórica de relativo éxito pasó a

ser considerada irrelevante, que en el por qué. Específicamente, propongo estudiar el papel

que tuvieron las ideas de neutralidad científica de las ciencias sociales y de autonomía de la

política como argumentos para dejar el marxismo fuera del campo de estudios de

democratización (o transitología), en una etapa de normalización de la sociología y la

ciencia política españolas, y de diferenciación y despegue de esta última.2

1 Las reacciones a las crisis y declaraciones de muerte del marxismo, desde sus propios practicantes y expracticantes, serían de larga enumeración; para algunos, incluso, la “crisis” es consustancial al marxismo no solo como concepto para explicar el capitalismo, sino como experiencia propia como corriente del pensamiento; para una útil y estimulante historia intelectual de algunas de las reacciones teóricas a las crisis del marxismo, véase Palti (2005). Para un par de ejemplos de estas reacciones en versión española, véanse Fernández Buey (1991) y la colección de ensayos de la década de 1980 de Paramio (1989) pero también artículos anteriores del mismo autor, por ejemplo, Paramio (1979).2 En cuanto a “normalización”, “diferenciación” y “despegue” en la ciencia política, sigo los términos y periodización de Jerez y Luque (2016).

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A continuación busco sentar algunas bases para fundamentar la hipótesis de que, si

bien la crisis del marxismo desde finales de los 70 en adelante es un fenómeno

transnacional en el que está incluida España, el abandono del marxismo en la sociología y

ciencia política españolas fue más extendido y más completo que en otros países (no

dejando prácticamente espacios para neomarxismos o postmarximos) por causas específicas

del caso español y el proceso político de transición a la democracia que se dio en esos años.

Si el marxismo ha estado con frecuencia en crisis, en el caso español su caída como

paradigma de las ciencias sociales, alrededor de finales de los setenta y principios de los

ochenta del siglo XX, fue fulminante. Sobre este derrumbe se ha dicho que fue común al

marxismo latino, el que, desarrollado en Francia, Italia y España, tendría auge entre 1968 y

1978 para luego dejar paso a un marxismo anglosajón. La crisis del marxismo latino ha sido

explicada por factores políticos: como resultado del fracaso de la praxis política del

eurocomunismo. Además, se ha señalado, para el caso español en particular, dada la guerra

y la dictadura, y con ellas el exilio de mucho pensamiento de izquierda, que de entrada la

presencia del pensamiento marxista en España no era particularmente fuerte.3 Que la crisis

fuera tan abarcadora y profunda ha sido un resultado explicado también por factores

culturales y políticos más amplios: haber sido parte de la caída general del marxismo ya no

solo como paradigma de las ciencias sociales, y ni siquiera como ideología o praxis

política, sino como algo más fuerte que abarcaba las anteriores facetas y era a la vez algo

más: un “credo secular” o “religión” (Paramio, 1989: 6-7).4

Todas estas explicaciones, si bien son resultado de las reflexiones de sus propios

protagonistas al hilo de los acontecimientos, tienen argumentos y evidencias convincentes 3 Véanse Paramio (1989), así como Andrade (2012) y Rodríguez (2015).4 El texto original de Paramio fue publicado por primera vez como artículo en 1987 en Leviatán. Revista de hechos e ideas, núm. 29-30, pp. 63-89, luego aparecería en su antología ya citada, publicada en 1988 en Madrid y en 1989 en México, aquí cito la edición mexicana.

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que pueden ser puntos de partida para investigaciones profundas y sistemáticas sobre la

relación entre ciencias sociales y su contexto político y social, hechas desde la distancia que

da el tiempo y el no haber participado directamente en los hechos. Sin embargo, estas

explicaciones no nos dicen suficiente sobre los factores endógenos a la historia de las

ciencias sociales: ¿Qué argumentos, si los hubo, dieron los propios científicos sociales para

abandonar el marxismo? ¿qué factores internos a las disciplinas y su conformación

contribuyen a que una perspectiva sea aceptada o rechazada? No reclamo aquí que los

factores endógenos sean más importantes que los exógenos. Por el contrario, me parece que

el contexto político y social más amplio fue crucial. Después de todo el periodo que los

especialistas han llamado de “normalización” de la ciencia política (1970-1984), seguido de

la diferenciación de 1984 en adelante (Jerez y Luque, 2016: 181; Jerez, 1999: 68-76), fue el

periodo en que terminó la dictadura, se transitó a la democracia, comenzó su consolidación

y todo al mismo tiempo que se estaba configurando el campo de estudios de la transición.

Da vértigo tan solo enunciarlo. Propongo, simplemente, que ambos tipos de factores

necesitan estudiarse y en esta ponencia empiezo por algunos de los aspectos endógenos,

mencionando sólo brevemente los exógenos por cuestiones de espacio.

Modernizar la universidad española. El ascenso norteamericano y el potente

marxismo efímero

En los recuentos disciplinares de la sociología y la ciencia política es habitual señalar las

enormes limitaciones que tuvieron las ciencias sociales bajo la dictadura como resultado

tanto del notable exilio intelectual como de la represión y la censura.5 Con todo y

5 Por ejemplo, es el caso de Tezanos (2001: 203-211), en su reflexión sobre el marxismo en la historia de la sociología española.

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restricciones, desde la década de los 50 habían estado surgiendo modelos de estudio

basados en la revolución conductista de las ciencias sociales y la adopción de teorías de

modernización de cuño norteamericano, cuyos objetivos de desplazamiento del comunismo

estaban en consonancia con los objetivos del régimen franquista. También es común

señalar la liberalización a partir de la década de los 60. Ésta permitió la quizá más

sorprendente difusión del marxismo dentro y fuera de la academia, aunque con diversas

restricciones.6

El ascenso de la ciencia social norteamericana tras la segunda guerra mundial ya

cuenta con una amplia bibliografía. Incluso, se empieza a analizar desde las nuevas

perspectivas de historia global o trasnacional, incluyendo las conexiones con las ciencias

sociales en América Latina.7 En España, si bien las reflexiones sobre la historia de la

ciencia política y de la sociología con frecuencia mencionaron la importancia de los viajes

al extranjero (Jerez, 1999: 59-61, 66; Zarco, 2001: 181-182); y ya se ha señalado que

durante la década de los 50 las universidades norteamericanas desplazaron a las alemanas

como destino predilecto (Ortí 1992: 41), no hemos tenido estudios sistemáticos sobre el

tema.

Sin embargo, sí contamos con una nueva historiografía española de las relaciones

internacionales que empieza a incluir temas relevantes para la historia de las ciencias

sociales (Delgado et al, 2016; Delgado, 2009). Gracias a esta nueva historiografía,

6 Véase el libro de Rojas (2013) sobre el mundo editorial desde la década de 1960 en adelante, incluyendo detalles sobre las distintas fases de restricción y apertura (que distaron de ser una evolución de progresiva liberalización dados los ambiguos efectos de la Ley de Prensa e Imprenta de 1966, entre otros factores), y sobre publicaciones de ciencias sociales y humanidades aceptadas y censuradas. Sobre la publicación de textos marxistas en España durante 1962-1975, véanse Rojas (2006, 2016a y 2016b). Entre 1966 y 1976 se tradujeron y publicaron en España 10 títulos de Gramsci (si bien otros se censuraron y los Cuadernos de la cárcel no pudieron publicarse completos), y entre 1966 y 1972 vieron la luz siete títulos de Galvano Della Volpe (Rojas, 2016a: 127, 133).7 Por ejemplo, para la perspectiva trasnacional, Heilbron, Guilhot and Jeanpierre (2008). Sobre América Latina: Adelman and Fajardo (2016) y Guilhot (2005).

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sabemos, por ejemplo, que la política de cooperación académica que comenzó en 1952, un

año antes de que se establecieron bases militares norteamericanas en territorio español,

cristalizó, entre otras cosas, con el establecimiento en octubre de 1958 de las becas

Fulbright para que españoles realizaran estudios de posgrado en los Estados Unidos. De

acuerdo con sus ejecutores, el propósito explícito de estas becas era el de que los españoles

vieran con buenos ojos el establecimiento de las bases militares y que percibieran a los

norteamericanos como socios y como líderes confiables en la “lucha común contra la

agresión comunista” (Delgado, 2009: 58-59 y 2015: 116; Rodríguez Jiménez, 2007: 58).8 A

decir de Martín (2011) esta política respondió no solo a estos objetivos declarados sino al

más específico de la vigilancia estadounidense de estudiantes universitarios de muchos

países como parte de su preocupación por contener la potencial expansión del comunismo.

Un precursor decisivo de la salida a Estados Unidos, que en su caso se volvería

permanente, fue Juan Linz, quien llegó a la Universidad de Columbia en Nueva York en

1950 como estudiante doctoral, procedente del Instituto de Estudios Políticos en Madrid, y

puso el “caso” España en el mapa de los estudios de política comparada, particularmente en

lo que respecta al cambio de regímenes (Santamaría, 2014: 239; Morcillo, 2014: 215-216;

Marcet y Montero, 2006: 15-31).9 Se convertiría, además, en un contacto ideal para muchos

españoles que decidieron cursar estudios en aquél país. Linz llegó a los Estados Unidos en

plena revolución conductista o behaviorista, que transformaría los estudios de la política en

8 Los historiadores de las relaciones entre España y Estados Unidos ya han señalado lo delicado y hasta cierto punto precario del balance de los Estado Unidos entre sus intereses militares inmediatos, y por tanto su necesidad de no contrariar el régimen franquista, por un lado, y su necesidad e interés de favorecer una eventual democratización de España, por otro. Véanse, por ejemplo, Martín (2011) y Delgado (2016), y las contribuciones en Rodríguez, Delgado and Nicholas J. Cull (eds. 2015) 9 Más allá del homenaje, los textos sobre Linz, escritos por sus discípulos y colegas, que han ido apareciendo desde su fallecimiento en 2006, constituyen ya una fuente interesante para una historia de las ciencias sociales españolas. Véanse Marcet y Montero (2006) y los artículos publicados en el número extraordinario de la Revista de Estudios Políticos en 2014.

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Estados Unidos y el mundo, dando lugar a la ciencia política autónoma que conocemos

hoy.

Está pendiente una historia de las ciencias sociales españolas (incluida la ciencia

política) que reconstruya la trayectoria intelectual e institucional de quienes hicieron

estancias o se formaron en los Estados Unidos y el entramado que hizo posible estos viajes

pero además hace falta preguntarse cuáles fueron, en términos de contenidos, los atractivos

que los universitarios españoles encontraron en la ciencia social norteamericana. A

continuación esbozo los atractivos de la modernidad y del empirismo como forma de

neutralidad científica.

La seducción de la modernidad y de lo empírico como camino a la neutralidad científica

La introducción y desarrollo de las teorías de modernización en España empieza a ser una

pregunta en diversos proyectos de investigación en historia. Sin embargo, aún no tenemos

una interpretación global del fenómeno, como tampoco la tenemos de la recepción de la

ciencia política y la sociología norteamericanas y de otros países.10 Las biografías

intelectuales aún son escasas pero entre los casos que empiezan a estudiarse tenemos ya

algunas pistas a seguir. Por ejemplo, durante la década de 1950 Enrique Tierno Galván se

interesó por la sociología norteamericana, además de la europea, y sus libros de 1955 y

1960 tienen la impronta del estructural-funcionalismo, si bien más tarde se inclinaría por el

marxismo (Morodo, 1986; Romero, 2013: 33-51, 140-160).11 Las historias generales de la

10 Sobre el atractivo de las teorías de modernización, leidas dese España véanse Cotarelo, (1994: 20); Sirera (2015). Sobre el conjunto de la propuesta de modernización socioeconómica estadounidense en España, véase el número monográfico de Historia y Política que presenta Delgado (2015a).11 Romero (2013) no da pistas que permitan concluir si la estancia de Tierno en Princeton en 1961-1962 sirvió para desarrollar estos intereses, aunque algunso detalles sugieren que quizá éstos ya estaban algo agotados y de ahí Tierno pasaría al “marxismo libertario”.

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sociología y la ciencia política, también ofrecen datos al respecto, si bien suelen ser más

recuentos que interpretaciones (Zarco, 2001; Cotarelo, 1994).

A decir de Delgado (2015b: 7) para comienzos de los 60 la diplomacia pública

estadounidense buscaría dar más importancia a la modernización socio-económica de

España, vista como país “en vías de desarrollo”, que a sus iniciales objetivos de lucha

anticomunista. Las ciencias sociales no estuvieron excluidas de este proceso. En su

recuento de un lento surgimiento de la ciencia política española, Cotarelo (1994: 20)

consideró que las “concepciones de la modernización, el desarrollo y la cultura políticos,

bajo la guía de los autores que han sido los abanderados de tales enfoques, es decir,

Almond, Pye, Verba, Apter, etc” habían sido muy bien recibidas. Y es notorio que entre sus

lectores y seguidores puede encontrarse tanto a personajes de la oposición como a

reformistas del régimen: los llamados tecnócratas (Delgado, 2015b). Entonces, para

principios de los 60 la aspiración a la modernidad parecía ser ya un ideal compartido. Sin

embargo, ya existía también una “Sociología crítica”, en parte inspirada en teorías

marxistas, que sería, valga la redundancia, la principal fuente de críticas de las teorías de

modernización estructural-funcionalistas.12 Para la Sociología crítica, el liberalismo de la

modernización a la americana era demasiado ingenuo. Ahora bien, esta oposición

ideológica tan importante para los involucrados en su momento, en una siguiente fase,

cuando el estructuralismo ya estaba de capa caída, sería vista como un “consenso

escindido”: ambas perspectivas eran estructuralistas. Pero más allá de las oposiciones

ideológicas, o de cierta neutralización de ellas que haya querido ver un esquema habitual de

la evolución de las ciencias sociales en el siglo XX, me interesa señalar otro tipo de

12 El Centro de Estudios e Investigaciones S.A. (CEISA), luego Escuela Crítica de Ciencias Sociales, y quienes se han denominado exponentes de la Sociología crítica, ameritarían una investigación propia. Véanse Romero (2013: 181-186) y las contribuciones en Ibáñez (dir./coord.) (1992).

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consensos que se estaban construyendo en España, en este sentido, el interés por poner lo

empírico en el centro de la ciencia social es clave.

El llamado a tomar al análisis empírico como fundamento central de la sociología,

que sería adoptado también por la ciencia política, tuvo en España un particular resonancia

e importancia. Practicantes de la ciencia social de distintas trayectorias y generaciones

coincidirían en ver en la producción anglosajona una alternativa a las reflexiones abstractas

y/o culturalistas que eran habituales en el franquismo y que darían resultados como la teoría

del caudillaje de Javier Conde, justificadora de la dictadura (Morodo, 1986: 11). Frente a

esto, opositores y jóvenes verían a la ciencia social en inglés como una bocanada de aire

fresco. En su Introducción a la sociología publicada en Tecnos en 1960, Enrique Tierno

Galván señalaría “Con relación a la bibliografía creo conveniente aclarar (...) que sea casi

exclusivamente anglosajona. Es un acto deliberado que responde a la idea de la

conveniencia de que la mentalidad anglosajona corrija la tendencia nacional a la

generalización y a la abstracción” (citado en Romero, 2013: 293). El joven Amando de

Miguel, por su parte, señalaría la necesidad que había en la España de la década de 1960, de

distanciarse de “teorías filosóficas y axiológicas referentes a la esencia de lo español y a la

España que debería ser” (Díez Nicolás y del Pino 1972 citados en De Miguel, 1973: 18). La

creación en 1965 de la Revista de Estudios de Opinión Pública,13 si bien no la primera en

publicar resultados de investigaciones empíricas de cuño moderno, daría un espacio central

a estas inquietudes, que seguirían apareciendo también en las revistas creadas a principios

de la década de 1970. Pero además, ya fuese que se creyese más o menos en la “neutralidad

valorativa” de los estudios empíricos, lo cierto es que éstos parecían buen camino para

13 En su primer número de 1965 ya se publicaba un artículo de fuerte base empírica de Amando de Miguel y Juan Linz (1965).

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construir ciencias sociales que, cuando menos, al distanciarse de ideologías explícitas,

aspirasen a la autonomía respecto del régimen político.

Asimismo, con condiciones socio-económicas y políticas que hicieron difícil la

incorporación de jóvenes investigadores a la Universidad, y con el ímpetu de la sociología

necesitada de diferenciarse de la filosofía, parece lógico que se hayan desarrollado estudios

por fuera de la Universidad, dando lugar a consultoras privadas y en ocasiones a proyectos

financiados desde el extranjero, lo cual alimentaría la tendencia a un “pragmatismo

empiricista”, en detrimento de la teoría (Lamo de Espinosa, 1992: 127-128; de Miguel,

1973: 19).

Esto no quiere decir que no hubiera crítica y debate a la pretendida neutralidad

ideológica de estudios e informes empíricos, así como la crítica a la ambición cuantitativa

de amplitud que, para muchos, significaba una lamentable renuncia a estudiar lo

verdaderamente significativo (Moya, 1970: 247-260; Vidal-Beneyto 1973). Como factores

que favorecieron la resistencia a las nuevas metodologías de la revolución conductista

Cotarelo (1994) mencionó tanto la influencia francesa, más en la línea de la formación

jurídica, así como la influencia de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt difundida a

través del libro de Wolfgang Abendroth que se usaría como manual de ciencia política.14

Para cuando apareció el manual de ciencia política frankfurtiano en 1971, ya había habido

alguna difusión de la escuela de Frankfurt en España, por ejemplo, en 1966 en Cuadernos

para el Diálogo, José María Maravall o Luis García San Miguel, entre otros, presentaban

14 Si bien Cotarelo (1994: 20) hace referencia a “Abendroth (1968)”, sin dar mayores detalles, parece ser que se refiere al libro Abendroth y Lenk (ed.) Introducción a la ciencia política publicado en Barcelona por Anagrama en 1971. Jerez (1999: 72) da esta última referencia completa y lo menciona como texto habitual en la década de los 70, al lado de los de los españoles Pablo Lucas Verdú y Juan Ferrando, y el del francés Burdeau. La Revista de Estudios Políticos publicó una elogiosa reseña del libro de Abendroth y Lenk el mismo año de su publicación en castellano: González (1971), al tiempo que la editorial Anagrama estaba entre las que vigilaba el régimen (Rojas, 2016a: 125).

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reflexiones sobre la cultura de masas en diálogo con dichas teorías (Muñoz, 2006: 103-

104). Aunque, al parecer, estas ideas se difundirían con más fuerza, más adelante. En 1969

Ariel publicó Ética de la revolución de Marcuse y en el mismo año se publicó un

comentario a las obras de Marcuse por José María Castellet (Morán, 2014: 415, 485-487).

Las revistas políticas no académicas de los 70 también difundirían estas ideas.

Sin embargo, incluso aquéllos que vieron el “empirismo abstracto” como una

deficiencia, específicamente como una deriva tecnocrática de la sociología reproductora del

status quo, anotaron que tanto “modernizadores” como “revolucionarios” (exponentes de la

llamada “sociología crítica”) habían convergido involuntariamente “en una misma

reivindicación de la urgente necesidad del retorno a los hechos” (Ortí, 1992: 43).15 De visita

en California, mientras redactaba un epílogo para Amando de Miguel, José Vidal-Beneyto

no resistió señalar la ingenuidad del joven al presentarse como científico social

ideológicamente neutro; Vidal-Beneyto se apoya, entre otras, en la crítica de Alvin

Gouldner a la ciencia libre de valores de Weber. Pero aún con esas salvedades, Vidal-

Beneyto alabó que de Miguel defendiera a capa y espada la investigación empírica. Así

pues, incluso los más escépticos con la idea neopositivista de “neutralidad científica” se

dejaron seducir por los atractivos de una ciencia social empírica.16

Auge y caída del marxismo. Del “determinismo económico” a la autonomía política

La liberalización trajo sus frutos, surgiendo una esfera de discusión que, aunque

minoritaria, fue muy significativa y es parte central de la historia de las ciencias sociales. 15 Sobre las convergencias posibles entre funcionalistas y sociología crítica (marxista o próxima al marxismo), véase también Lamo de Espinosa (1992: 125).16 Por ejemplo, Giner (1977) deja muy claras diferencias de ideas y perspectiva con de Miguel pero, aún así, alaba su “parsimonia científica y exquisita cuantificación”.

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En la década de 1960 aparecieron, entre otras, las revistas políticas Cuadernos para el

Diálogo (1963), Triunfo (1962) y Cuadernos de Ruedo Ibérico (1965). Al abrirse la década

de 1970 comienza el periodo de “normalización” de la ciencia política, cuando es

efectivamente notoria la mayor permeabilidad de las tendencias trasnacionales en ciencia

social y aparece un número significativo de revistas académicas que abordan lo político

(Jerez y Luque, 2016: 181; Jerez, 1999: 68-76). Si bien en estas revistas es notoria la

valoración positiva de la existencia de detallados estudios empíricos, también son visibles

las discusiones tanto funcionalistas como marxistas. Se crearon Papers (1972), Sistema

(1973) y Zona Abierta (1974). Después de la muerte del dictador aparecieron la revista

intelectual del PSOE: Leviatán (1978), y la marxista, ecologista y feminista: Mientras tanto

(1979) dirigida por Manuel Sacristán (Jerez, 1999; Pecourt, 2008: 113, 216-217). El auge

del mundo editorial y de los temas políticos es notorio y abarca, además, el campo de

divulgación con publicaciones como Ajoblanco (1974) y El Viejo Topo (1976).17 Mientras

que Zona Abierta se autodenominó marxista, en Sistema convivían tranquilamente las

discusiones funcionalistas y marxistas, como ocurría desde los 60 en la pionera Cuadernos

para el Diálogo.18

Veamos ahora cómo se ha hablado del considerable auge que tuvieron las

perspectivas marxistas durante los 70 y de su espectacular caída. A principios de la década

de 1990 tuvo lugar un congreso sobre ciencias sociales en España, cuyas comunicaciones se

publicaron entre 1992 y 1995. Para cuando se publica el volumen de ciencia política en

1994, la nueva Facultad de Ciencias Políticas y Sociología ya tenía 11 años de vida y estaba

17 Si bien ya empieza a haber investigación académica sobre estas revistas, por ejemplo Pecourt (2008), sigue siendo útiles las publicaciones que recogen memorias y recuerdos de sus protagonistas, por ejemplo, Ribas (2007) y Alted y Aubert (eds. 1995). Sobre el boom pero también la caída repentina del número de revistas políticas, Muñoz (2011: 29-31).18 Sobre la fundación de Zona Abierta, véanse Chama (2001) y sobre su posición durante la transición, Tomé (1995).

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bien entrada la que Jerez y Luque (2016: 181) han denominado fase de diferenciación de la

ciencia política y de su despegue institucional. Ya habían pasado también ocho años desde

que se publicaran por Johns Hopkins University Press los tres volúmenes de “Transitions

from Authoritarian Rule” y cinco años desde la aparición de su traducción al castellano por

Paidós.19 Para entonces, cuando ya se había decretado el fín de la guerra fría tras la caída

del muro de Berlín, el marxismo no es que se hubiese borrado de la historia, en España

nadie niega que tuvo un auge notable hacia el fin de la dictadura, pero su caída no parecía

muy necesitada de explicación, quizá se antojaba “natural”.20

En el ya señalado volumen de ciencia política de 1994, el profesor de la Facultad de

Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense, Ramón Cotarelo, más que preocupado

por explicarse la caída de estas teorías, parecía costarle trabajo explicar su auge previo:

Por paradójico que pueda parecer, al final de la dictadura, la tendencia metodológica más próspera en la ciencia política española, como en las ciencias sociales en general y ello en todo Occidente, era el marxismo que en España gozaba del prestigio añadido de ser una metodología y teoría incontaminada por las elaboraciones conceptuales de la dictadura y cuya profesión permitía presentar el trabajo intelectual como algo incardinado en un proceso de restablecimiento de las libertades (Cotarelo, 1994: 21).

Parece entonces que una gran ventaja del marxismo es que no podía estar asociado al

franquismo, era una “teoría incontaminada por las elaboraciones conceptuales de la

dictadura”. Pero además se asociaba al “restablecimiento de las libertades”. De manera que

parecía tener una ventaja fuerte frente a las teorías de la modernización que, por el

contrario, sí habían sido adoptadas por miembros del régimen (aunque también por

antifranquistas como vimos con el caso de Tierno). El problema con este tipo de

explicaciones es que si el auge explicado resulta efímero es difícil encontrar las razones de

19 El capítulo sobre España había sido publicado en una primera versión en 1985 en la revista Sistema (Maravall y Santamaría, 1985).20 Sobre el auge del marxismo en los 70: Cotarelo (1994), Tezanos (2001), Jerez (1999: 64-65).

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su caída. Y, sin embargo, las desventajas del marxismo se habían discutido tan pronto

como 1977. El mismo Cotarelo (cuando aún firmaba como García Cotarelo), señalaría:

Una teoría política –en el sentido hoy común de la ciencia política- específica del marxismo es un absurdo, algo que va contra el propio marxismo. Una ciencia política es un intento de considerar como autónomo y susceptible de averiguación científica el comportamiento político de los seres humanos. Pero, para el marxismo, la esfera de lo político es la esfera de lo ficticio, la esfera donde se reflejan las relaciones reales de los hombres establecidas en el orden radical de lo económico. Una teoría política sería, para el marxismo, un saber sobre fantasmagorías. (….) Otro es el caso con la teoría del Estado puesto que éste constituye una estructura en la que se conjugan los aspectos ficticios de lo político con los reales de lo económico y lo social (García Cotarelo (1977: 6).

De estas afirmaciones extraigo dos puntos importantes. El primero que para 1977 ya era

crucial comprender a la ciencia política como una disciplina que instaura no solo su

autonomía como campo del conocimiento, sino la autonomía del “comportamiento

político” y de la esfera política en la práctica. De hecho pareciera darse por sentado que

esta autonomía de la realidad política es condición necesaria para establecer la autonomía

de la disciplina. De manera que el marxismo, dada sus explicaciones económicas (en

primera o última instancia) estaría efectivamente inhabilitado para ser parte de la ciencia

política.

El segundo es que el auge marxista en la ciencia política española parece haber

sido, a juzgar por su artículo de 1977, una última fase de la importancia de la teoría del

Estado marxista. Ésta continuó siendo enseñada y desorrallada en los años 80 pero no vería

un desarrollo tan potente y significativo como el de los estudios de la transición, que si

bien no dejaron completamente fuera al Estado, como lo harían los norteamericanos, sí

estuvieron más cercanos a los estudios de los sistemas políticos que explícitamente dejaron

a un lado la idea y las teorías de Estado.21 Futuras investigaciones deberán indagar a fondo

21 Paramio (1989: 6) lamenta que se truncaran estos debates pero no da una explicación de su interrupción.

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sobre la posición institucional y los contenidos de los debates de las teorías del Estado pero

es claro que la discusión marxista sobre la “relativa autonomía” del Estado le dio cierta

legitimidad como teoría política a los ojos de profesores que ya estaban muy preocupados

por establecer la autonomía de su disciplina no solo institucionalmente, sino en base a la

autonomía de su objeto de estudio.22

Una mirada algo diferente sobre la caída del marxismo la ofrece José Félix Tezanos

(2001), para quien la mayor parte de los “planteamientos y enfoques marxistas” que se

fueron desarrollando gracias a las “condiciones de apertura” “quedaron circunscritos

inicialmente a ambientes extra-académicos, o en el mejor de los casos sólo lograron

acceder a los niveles de menor rango del profesorado”. Tezanos no desarrolla el punto pero

me parece que apunta a un tema importante para la historia de las ciencias sociales que

ameritaría una investigación detallada de trayectorias de académicos, temas, su situación

institucional y estatus laboral para ver si efectivamente hubo esta relativa marginalidad

entre marxistas y de ser así habría que preguntarse como sucedió y por qué.

En cuanto al contexto político más amplio resulta evidente que es otra pieza

importante en este puzle. Entre los datos más importantes están la fuerte presencia del PCE

entre universitarios, y como expresión más fuerte del antifranquismo. Pero también debe

señalarse que ni en la tradición del PCE ni en la del PSOE los intelectuales jugaron un

papel muy significativo. Para Andrade (2012: Loc. 2959), “la verdadera inversión de esta

tendencia, corregida en cierta forma en los últimos años de la Segunda República y la

Guerra Civil, tuvo lugar en la década de los sesenta y setenta cristalizando de manera nítida

en los primeros años de la Transición”.23 Pero además ninguno de los dos partidos tuvo una

22 La bibliografía es amplia, un ejemplo significativo es García Santesmases (1986).23 Cito la edición Kindle de Andrade (2012) porque es la única a la que je tenido acceso, de ahí que indique número de location, y no de página.

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tradición marxista, ni aún una tradición teórica, fuerte.24 De manera que, el auge del

marxismo en los setenta, para este mismo autor, se explica por otros factores: el prestigio

renovado del marxismo en Occidente tras el 68, el retroceso del anticomunismo en las

políticas de guerra fría, la evolución del catolicismo español hacia posiciones de izquierda,

la “desdogmatización” del marxismo que lo hizo más atractivo a los jóvenes y la

permeabilidad de los universitarios a los marxismos de fuera (Andrade, 2012: Loc. 3007).

Citando a Vázquez Montalbán, Andrade añade que en esa época el marxismo reforzó su

“atractivo científico como teoría social del momento, su atractivo ético como compromiso

más efectivo con los dominados y su atractivo estético como gesto de desdén hacia los

valores dominantes” (2012: Loc. 3012). Los tres atractivos de Montalbán coinciden con el

espíritu de lo señalado por Cotarelo en 1994.

Sobre el abandono oficial del marxismo por el PSOE en 1979 (que siguió al

abandono del leninismo por el PCE en 1978), Andrade señala que, dada la ausencia de una

tradición marxista fuerte, y que apenas lo habían adoptado en 1976, “no debiera

interpretarse como el sacrificio de la tradición doctrinaria del partido, sino como el

sacrificio del referente teórico ideológico de la lucha antifranquista” (Andrade, 2012: Loc.

2930).

Tanto la teoría de la modernización como el marxismo podían ser acusadas, y lo

fueron, de determinismo social y económico. Por tanto, ambas podrían declararse inútiles

para la ciencia política. Sin embargo, mientras que en el campo de los estudios de la

democratización ambas teorías fueron zanjadas,25 en la transitología española el marxismo

24 Las apreciaciones de Andrade sobre los partidos, coinciden con las de Rodríguez (2015: 115-116) sobre los grupos de izquierda revolucionaria en sentido de que “recurrieron a un marxismo antes doctrinario que propiamente teórico”.25 Guilhot (2005) explica con todo detalle cómo se fue dejando la teoría de la modernización para surgir el campo de los estudios de democratización. Adelman y Fajardo (2016), centrándose en la trayectoria de Guillermo O’Donnell, complementan esta historia con mayores detalles sobre el abandono del estructuralismo

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quedó definitivamente fuera mientras que la teoría de la modernización no terminó de irse

del todo.26 ¿A qué puede deberse este tratamiento diferenciado, si ambas teorías podían dar

al trasto con la autonomía de lo político?

Reflexiones finales: no se pudo ser antifranquista

La transitología española se constituyó en el marco más amplio de los estudios de

democratización promovidos por el gobierno de los Estados Unidos y que surgieron en la

intersección entre participantes latinoamericanos y universidades, fundaciones privadas y

política exterior norteamericanas (Guilhot, 2005). Como ya se dijo, el caso español fue

incluido en el volumen de Europa del Sur de la colección “Transition from Authoritarian

Rule” (“Transiciones desde un gobierno autoritario”). Lo central a destacar es la manera en

que estos volúmenes cristalizaron un proceso que también ocurrió en la transitología

española: el paso desde paradigmas mucho más estructuralistas, ya fuesen funcionalistas o

marxistas, hacia un paradigma mucho menos determinista y con un énfasis en la agencia

individual que prefiguraría lo que más adelante sería la teoría de acción racional y la teoría

de juegos (Guilhot 2005: 128). Pero estos volúmenes también han sido vistos como la

derrota definitiva de las teorías de la modernización, a mano de una teoría de la agencia

política.27 Para el caso español queda pendiente indagar si realmente hubo una derrota

y la primacía de la agencia política de los individuos. Véase también Bulcourf (2012) y el excelente estudio de Lesgart (2003) para Argentina y Chile. Aunque mencionado, en ninguna de estas publicaciones figura prominentemente el caso español.26 Reconozco que la permanencia de la teoría de la modernización es una afirmación que aquí no demuestro. Los estudios que apuntan en ese sentido aún son incipientes pero valiosos, por ejemplo, Sirera (2015) y Sánchez León (2014). Parece ser una intuición compartida por quienes estudiamos ciencias sociales en universidades españolas en las décadas de los 80 y 90; sin duda hará falta convertir esta intuición en proyectos de investigación de largo plazo, idealmente colectivos.27 Ver nota 25.

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definitiva, o si permanecen explícitos o implícitos argumentos importantes de las teorías de

la modernización.

Por otra parte, si se me permite tomar provisionalmente, la hipótesis de que las

teorías de modernización no fueron tan derrotadas en el caso español como en otros casos

estudiados por las teorías de democratización, quisiera señalar una segunda hipótesis, que

necesitará de futuras investigaciones, para responder a la pregunta de arriba. Si tanto la

modernización como el marxismo podían dar al trasto con la autonomía de lo político ¿por

qué la primera consigue permanecer y el segundo desaparece? Mi respuesta provisional, y

limitada a factores más bien exógenos a las ciencias sociales pero vinculadas a ellas, es que

el problema con el marxismo durante la Transición, tanto para los académicos como para

los intelectuales o los ciudadanos de a pie, fue justamente lo mismo que lo hizo atractivo

mientras el dictador estaba vivo: su antifranquismo. Es decir, me uno a interpretaciones

recientes que han señalado que una de las características del periodo de Transición fue que

exigía “el sacrificio del antifranquismo en nombre de la reconciliación y de una alternativa

de poder de la izquierda” (Muñoz, 2011: 25).28 En el particular contexto político español,

donde ni los miembros del régimen ni los de la oposición parecían predominar, la dinámica

y el discurso del consenso exigieron diferenciarse del franquismo pero también del

antifranquismo. Las perspectivas marxistas salieron perdiendo porque el antifranquismo

dejó de asociarse a democracia (u oposición a la dictadura) y se asoció a utopía ingenua, o a

revolución violenta y autoritaria. El marxismo, en tanto antifranquista, se volvió indeseable,

impronunciable.

28 En esa línea también está la interpretación de Monedero (2011: 26-29, 31-32, 58-59), entre otras.

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