xa.yimg.comxa.yimg.com/kq/groups/18145839/1809336973/name/curso...  · web view2010-02-16 ·...

221
EL LARGO PARTO DE UN PENSAMIENTO PROPIO. Historicidad y generalización ahistórica en América Latina _____________________________________ Ricardo Jiménez A. 1

Upload: dangtu

Post on 18-Oct-2018

214 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

EL LARGO PARTO DE UN PENSAMIENTO PROPIO.Historicidad y generalización ahistórica en América Latina

_____________________________________

Ricardo Jiménez A.

1

EL LARGO PARTO DE UN PENSAMIENTO PROPIO. Historicidad y generalización ahistórica en América Latina.

2007.

Ricardo Jiménez A.

Ricardo Jimenez Ayala (Chileno) es Sociólogo (por la Universidad de Chile). Investigador del Centro de Estudios José Carlos Mariátegui de la República Bolivariana de Venezuela – Bolivia – Chile.Miembro de “Grito de los/as Excluidos/as”, red latinoamericana de movimientos sociales.Miembro de la “Asamblea de Ciudadanos/as del Cono Sur”. Con experiencias de investigación y participación en movimientos sociales y políticos de varios países de Sudamérica.Autor de varias publicaciones y artículos sobre migraciones, interculturalidad, integración regional y movimientos sociales.

Aún cuando el autor considera imprescindible la consideración de género en el lenguaje, como no existe en el idioma castellano una expresión que haga referencia simultánea a ambos sexos, y para evitar el uso de expresiones auxiliares que resultan engorrosas para ello en textos largos, cuando se hace referencia a ambos sexos se usa el masculino.

2

A Martín Amaru, cuando sea grande

3

ÍNDICE

I.- YO TAMBIÉN SÉ SOÑAR

El pecado original Rescatar espadas de los escombros

II.- LA TENSIÓN ENTRE HISTORICIDAD Y GENERALIZACIÓN AHISTÓRICA EN AMÉRICA LATINA

Los debates poscoloniales

La historicidad

La matriz ahistórica

Lo nuevo

III.- UN NOMBRE LLENO DE OTROS NOMBRES

La tensión entre Igualdad y Diferencia

El carácter complejo y dinámico de los nombres

Al principio

Las Indias

América

América para los americanos Colombia

América Latina

Hispanoamérica

Sudamérica

Otros nombres

IV.- TUPAC AMARU La tormenta perfecta

Quipac haychacta hayllini

Los errores

4

El Programa

El racismo al revés

Vive, vuelve

V.- LA HISTORICIDAD, UNA NECESIDAD PRÁCTICA EN AMÉRICA LATINA

VI.- JUAN VISCARDO

Los Jesuitas

La Carta

VII.- EL PRECURSOR

La Masonería

VIII.- LAS MUJERES

IX.- SIMÓN RODRÍGUEZ

Los amautas

X.- EL VIDENTE PRIMERO

Unidad, antimperialismo, igualdad

Las incomprensiones

La primera batalla perdida

XI.- BOLÍVAR TIENE QUE HACER TODAVÍA

El “bolivarianismo” godo

XII.- UN DESENCUENTRO XIII.- MARTÍ

Patria

Dique antimperialista

XIV.- LOS DESARROLLOS

XV.- MARIÁTEGUI

Peruanizar el marxismo

Los desencuentros

El problema del Indio

5

Una tarea XVI.- HAYA DE LA TORRE

El Creador

Las polémicas

La continentalidad

XVII.- PRONTUARIO DE UN CONTINENTALICIDIO

Antimperialismo propio

Siglo XIX

1900 a 1950

La Guerra Fría

Siglo XXI

XVIII.- LA HEREJÍA PERMANENTE

6

"La tradición de todas las generaciones pasadas pesa como una pesadilla sobre el cerebro de las presentes"

Carlos Marx

“Copiar, desde aquí, sería una locura”José María Arguedas

7

I.- YO TAMBIÉN SÉ SOÑAR__________________________

Las actuales circunstancias mundiales parecen poner a América Latina en la avanzada de las luchas y reflexiones para la construcción de un orden social alternativo. Tras el fracaso de las experiencias comunistas del este, se ha hecho evidente la crisis estructural permanente del orden capitalista en diversos y cruciales planos, tales como el empleo, la exclusión y desigualdad sociales, el medio ambiente, la paz y la cohesión social en torno a un sentido de vida ético compartido, entre muchos otros. En ese escenario, la región de América Latina y el Caribe, desde el Río Bravo a la Tierra del Fuego, se muestra primera en la búsqueda de respuestas a estas urgencias, destacando, junto a su construcción política de mayorías, la emergencia de un conjunto de reflexiones y enfoques que aquí se agrupan instrumentalmente bajo la denominación de “pensamiento propio”. Esto es, de una mirada, una comprensión y una propuesta para América Latina, que, aún cuando recoge y sintetiza necesariamente importantes aportes universales, tiene como eje ordenador, el hacerlo desde su propia y especifica posición. Desde América Latina como unidad central de la reflexión, como punto de partida y de llegada del análisis. Articulando todo lo humano con lo único e irrepetible, lo propio. Creando. Es un acto profundamente creativo, que tomando desde y para su utilidad particular los materiales del mundo, genera respuestas inéditas, profundamente alimentadas por sus acervos históricos y culturales específicos. Las cuales, aunque intencionadamente construidas para su propia realidad, no dejan de impactar, a su vez, universalmente, aperturando horizontes posibles para la humanidad. Tal fenómeno contemporáneo es, entre otras cosas, la culminación de un acumulado largo y difícil de experiencias y gestaciones, muchas veces dolorosas. Un extendido y a veces incomprendido parto de pensamiento propio. Cuya diversidad y trayectoria, llena de encrucijadas, es inconmensurable. Un verdadero laberinto continental de volcánicas intelectualidades en constante erupción. Un mapa viviente del pensamiento regional, con infinitos “senderos que se bifurcan”, como en el cuento del escritor argentino Jorge Borges. Prácticamente en todos los rincones de América Latina y el Caribe, a través de los siglos. En todas las expresiones de la cultura, particularmente la filosofía, la literatura, la historia, la economía y las ciencias naturales, innumerables hombres y mujeres, en la vorágine de las realidades únicas y bullentes, supieron articular acciones y reflexiones propias, útiles a la transformación de sus situaciones. Como en los simbólicos “caminos de muertos” en los murales del mexicano Alfaro Siqueiros, siembran una extendida, plural y profunda, larga marcha hacia si mismos, como pueblo continente. Sin embargo, todavía el conocimiento de este largo parto creativo, de esa epopeya del pensamiento y la acción propios, resulta desconocida para las mayorías. Muy escasa y pálidamente, se le reduce a nombres, fechas y estatuas inmóviles en alguna asignatura escolar, sentidas, con toda razón, como lejanas y ajenas a las cuestiones del presente. Apenas si se le hace algún caso en las universidades, siempre corriendo a toda prisa para enterarse de la última novedad académica europea o norteamericana. Todavía, y a pesar de notables avances, los cuadros, militantes y simpatizantes de las fuerzas políticas y movimientos sociales

8

antimperialistas y antioligárquicos, no la conocen, sino en forma fragmentaria y distorsionada por toda clase de silenciamientos, ignorancias y desvirtuaciones. Sabiendo, muchas veces, más de otros que de si mismos como pueblos en lucha. En una coincidencia para nada inocente, las “historias oficiales”, con claro objetivo de domesticación, y aún muchas lecturas de la “izquierda”, por menosprecio extranjerizante hacia lo propio, han instalado una mirada de nuestras luchas históricas, despojadas de su contenido creativo y revolucionario. Donde se intenta mirar lo propio y único con supuestas “verdades y modelos universales”, negando así el derecho de los pueblos a su propia creatividad para descalificar las reflexiones y luchas que no encajan en estos modelos foráneos contrabandeados como “universales” e “inevitables”. Se enfatizan apresuradamente los errores, las limitaciones. Se otorga la mayor centralidad a las pugnas y divisiones. Enterrando en el desconocimiento, la tergiversación y el olvido, toda su sustancia vital, creativa y revolucionaria, que es su legado. Al mismo tiempo que, por contraste, se resaltan las virtudes de las corrientes y experiencias extranjeras, distinguiendo y aminorando sus errores y limitaciones. En una lógica proverbial inversa, se está pronto y predispuesto a ver la viga en el propio ojo histórico. Lo que actúa como refuerzo cultural para desdeñar y presagiar, en el presente, derrotas de todo intento y toda construcción propia, que no encaje totalmente en los moldes foráneos reputados como regla inviolable. Como señaló José Martí: “…el afán de progreso en las repúblicas aún no cuajadas lleva a sus hijos, por singular desvío de la razón, o levadura enconada de servidumbre, a confiar más en la virtud del progreso en los pueblos donde no nacieron, que en el pueblo en que han nacido… el ansia de ver crecer el país nativo los lleva a la ceguedad de apetecer modos y cosas que son afuera producto de factores extraños u hostiles…”.

El pecado original

Las divisiones, conflictos y pugnas entre quienes luchan por un gran objetivo común, parecen ser parte de la condición humana, al menos en esta etapa del desarrollo histórico, y ello, como lo reflexionó el francés Pierre Bourdieau en su teoría de campos, tiende a abarcar todas las esferas de la vida humana. Es el verdadero “pecado original”, de índole social e histórica, por el cual Caín mata a su hermano Abel, en la parábola bíblica. En la época moderna, las pugnas internas han sido consustanciales a las luchas por la transformación social, desde aquella arquetípica y trágica ruptura de Danton y Robespierre en la revolución francesa. Más tarde, en las corrientes socialistas del siglo XIX y XX, empapadas del cientificismo que confundió conocimiento con realidad, la “verdad científica” cerró toda posibilidad de lo “otro”, de la diferencia, entendido únicamente como “error” o “desviación”, matando, de hecho, a nivel mental, comprensivo, la posibilidad siquiera de la democracia plena que se buscaba construir. A partir de allí, los luchadores sociales, caídos en las trampas sutiles de las pasiones o de los mitos cientificistas, han tendido a hacer, demasiadas veces, de la diferencia de ideas una dinámica insoluble por vías de consenso y, casi mecánicamente, conducente a la declaración del otro como enemigo a vencer, cuando no a aniquilar. Son numerosos y evidentes los lenguajes descalificadores, incluso ofensivos, con que muchos revolucionarios “clásicos”, con evidente buena intención, hablan de “democracia” pero niegan, en el mismo acto, toda legitimidad a la discrepancia, aún entre revolucionarios. A estos pensadores extranjeros, sin embargo, esto se les perdona, cuando no se les admira, rescatando sus aportes. Sin embargo, entre pensadores propios esto mismo es considerado imperdonable y constituye lo único a resaltar negativamente de su experiencia. Súmase a ello una compleja agregación y cruce de otras variables, consustanciales a todo fenómeno humano, que son distinguibles de la pura discrepancia reflexiva o programática, aunque tienden a justificarse y a encubrirse discursivamente con ella. Dimensiones ajenas a lo político,

9

pero que contaminan lo político, tales como las afinidades o antipatías personales, las competencias personales o de grupo, las pasiones sentimentales, etc. Ha sido un problema permanente que, en etapas en que la acción política y social adquiere generalizada virulencia, incluso formas violentas, armadas, se ha vuelto todavía más grave. La tendencia a resolver por vías militares problemas de índole política, reflexiva, ha sido una constante que atraviesa la compleja, y sin soluciones fáciles, tensión entre autoritarismo y democracia en el seno de los procesos de transformación social. Por otro lado, la exacerbación natural de las pasiones y los estados de ánimo alterados para responder a las críticas circunstancias de una revolución o una guerra, tienden a permitir toda clase de excesos y francos abusos de fuerza, lamentablemente presentes a lo largo de las luchas de la humanidad por su liberación. Errores y horrores que la propaganda de quienes desean conservar las injusticias para su beneficio pretende mostrar, engañosamente, como propios y únicos de las luchas de transformación, silenciando las violencias y horrores permanentes y del todo evitables de las relaciones de dominación que generan por respuesta esas luchas. Como señaló Bolívar en 1814: “Aunque la guerra es el compendio de todos los males, la tiranía es el compendio de todas las guerras”. Por reacción, algunos sectores que luchan por la transformación tienden a la negación de ellos y la idealización propagandística de las luchas e intentos. Camino que priva de la oportunidad de convertir lo realizado en valiosa experiencia, empobreciendo el proceso reflexivo y generando el riesgo de reincidir en los errores y horrores. Se trata entonces de reconocer las realidades negativas en las experiencias de lucha por la transformación social, pero no al punto de hacer de ellos el centro y lo principal de la reflexión histórica, bloqueando el acceso a lo mucho de valioso, incluso imprescindible, que tienen para aportar, sobre todo, tratándose de las experiencias y pensamientos propios de latinoamericana. Donde abundan las miradas centradas en los defectos humanos de los líderes y pensadores, en sus amargas pugnas y hasta crímenes, cometidos en el fragor de las luchas, las pasiones y los contextos autoritarios y extremos de la guerra y el poder. Ya sea por el colonialismo cultural, que sólo puede ver errores en los intentos creativos propios, ajenos o contrarios a la matriz hegemónica europea norteamericana o marxista; por la temprana e intencionada campaña de los poderes fácticos extranjeros; por la pequeñez de historiadores e intelectuales encerrados en sectarismos ideológicos, académicos, de grupo o chauvinistas; o por la simple incomprensión o falta de fuentes confiables. Por contraste, concientemente, y a condición de no incurrir en falsedades históricas, se enfatizan aquí los aspectos de aporte creativo, incluso estableciendo asociaciones y continuidades de orden programático entre líderes y pensadores, que son reales, aunque en su momento estuvieron nubladas por otros elementos de diferencia, conflictos o incluso odiosidad. Haciendo el ejercicio, legítimo, pero lamentablemente desusado, de una mirada constructiva que no niega las otras, sino que busca incorporar también el rescate útil.

Rescatar espadas de los escombros Por otro lado, tras una embriaguez de paradigmas históricos y reflexivos pretendidos como “científicos”, únicos y excluyentes, se produjo el estrepitoso derrumbe y descrédito de ellos. El cual, inocente o intencionadamente, ha pretendido arrastrar consigo toda forma de reflexión que busque significados y sentidos útiles para la transformación social colectiva del presente. Entre aquella esterilidad mecánica y este escepticismo paralizante -ambos, una vez más, venidos como matriz foránea- se retoma y revitaliza, casi como acto reflejo de necesidad, el accidentado parto de pensamiento propio del pueblo continente. “…los profesionales de la inteligencia no encontraran el camino de la fe, lo encontraran las multitudes”, dijo Carlos Mariátegui. Por ello, aunque avanzan fuerte las recuperaciones y usos mayoritarios del propio pensamiento, especialmente a partir del impacto universal de la Revoluciones

10

Zapatista en Chiapas y Bolivariana de Venezuela, las reflexiones y experiencias propias, nacidas en estas tierras, constituyen, para las grandes mayorías, aún un tesoro perdido y necesario, a medio sepultar todavía, cuya utilidad y oportunidad vuelven urgente su rescate y uso pensante, instrumental, formativo. Apura, entonces, rescatar espadas de los escombros, ahora que aumentan las manos dispuestas a empuñarlas. Actualizando la tarea que señalara tempranamente Martí: “Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse… el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es… Se necesita abrir una campaña de ternura y de ciencia”. Y que ya antes supiera describir con vehemencia y belleza el hondureño José del Valle, gestor de la más radical independencia colonial de España en Centroamérica y México, en su famoso articulo “Soñaba el abad de San Pedro y yo también sé soñar”: "La América será desde hoy mi ocupación exclusiva. América de día, cuando escriba: América de noche cuando piense. El estudio más digno de un americano es la América".  El presente trabajo revisa y reflexiona sólo algunos de los más esenciales y primeros hitos de aquella rica, extensa y diversa trayectoria intelectual y de lucha, a partir de una tensión entre matrices culturales que, en su extremo, corresponden a las venidas desde fuera a partir de la conquista, y a las gestadas en la propia América Latina y el Caribe, como síntesis de su originalidad y su mezcla cultural diversa. Lo hace, conciente y explícitamente, desde supuestos precisos, es decir, largamente reflexionados y argumentados. Pero, al mismo tiempo, de contornos vagorosos, en tanto que abiertos y en flujo, no definitivos. Mirando, consecuentemente, desde el lugar latinoamericano en el mundo y para un destino propio. Que, si bien necesariamente será parte de uno universal, tiene también un componente único e irrepetible. Esto es, la propia configuración cultural y epistemológica latinoamericana, la cual intenta, en el mismo movimiento, delinear. De modo que la descripción toma la forma del objeto a describir. A contramano. Tal como se han hecho las luchas y las reflexiones propias. Desde la conexión entre teorías y sentidos ancestrales. Incorporando componentes míticos, propios de una matriz cultural profunda latinoamericana. De una lógica distinta a la consagrada oficialmente como “científica” por la matriz cultural hegemónica. O como reivindicó para nuestros pueblos, el amauta mexicano José Vanconcelos, en su obra, justamente llamada “Pensamiento Latinoamericano”: “una lógica particular de las emociones y la belleza”. Aunque ordena según nudos o ejes temáticos el desarrollo de las reflexiones, el orden es en cualquier caso instrumental, siguiendo muchas veces el ir y venir, los saltos temporales, las asociaciones de ideas y las exploraciones de horizontes, propias de las conversaciones entre amigos y compañeros, y de las clases en talleres y escuelas de formación popular, a las cuales busca recrear, y de las cuales es por entero fruto. Por similares razones, prescinde de las referencias teóricas detalladas, especialmente a las de antiguos o nuevos pensadores europeos o norteamericanos, convencionalmente aceptados como imprescindibles mecanismos de legitimación de cualquier argumento propio, instalando y reproduciendo, concientemente o no, el complejo de subordinación cultural, que sustenta, en última instancia, el rol subalterno en la política y la economía. Se libera también de la carga de una bibliografía pormenorizada, las notas al pie de página y otras rigurosidades académicas convencionales, limitándose sólo a la referencia sencilla, pero seria y útil, para quien desea ampliar la exploración en algún punto. Se aparta así de los cánones académicos formales establecidos para legitimar cualquier reflexión, siempre dictados desde centros intelectuales hegemónicos en el norte. Cuyas universidades y centros de investigación actualizan la generalización ahistórica de matrices epistemológicas y culturales ajenas e inadecuadas. O, en cualquier caso, pretendidamente únicas, invalidantes de otras, propias, posibles y legítimas. Mismos centros donde actualmente, según cifras del investigador peruano Teofilo Altamirano, terminan de formarse en postgrado una masa crítica de científicos latinoamericanos, quedándose el 70% de ellos en el norte. Más de un millón de

11

científicos desde 1961, cuya formación de base universitaria le costó sólo al sistema educacional público del continente, en su conjunto, más de 20.000 millones de dólares. Flujo desigual y de subordinación cultural. De capital humano hacia el norte y de matriz cultural hegemónica hacia al sur. Donde hasta los mismos datos y temas de investigación, propios de América Latina, incluso los sociales e históricos, son “patentados”, procesados, reflexionados e interpretados teóricamente por dichos centros foráneos y vendidos después al mismo continente para el consumo intelectual. En el colmo de la negación, la región sólo puede ser ella misma a través de otros que la cuentan y relatan, mirándose con sus ojos, en el lugar que ellos le asignan. Es la cara ideológica cultural del mismo flujo económico que permite que, actualmente, trasnacionales norteamericanas y japonesas patenten la propiedad de los derivados industriales de un promedio de cuatro especies diarias de vegetales e insectos en el Amazonas latinoamericano, la reserva de biodiversidad más grande del mundo. Tal como se pretende hacer de la opción política y económica desigual y excluyente, “la realidad”, única, inevitable. Así también, precisamente como sustento de ello, se busca consumar definitivamente su hegemonía cultural negadora, con la pretensión de hacerse ella misma “universal”. Usando la palabra de moda en las academias, se “desterritorializa” la matriz cultural europeo norteamericana, incluyendo a retazos y subalternamente los pensamientos propios de los “otros”, pero sólo como “aportes”, incluso “críticos”, a una matriz tan o más hegemónica, pero legitimada ahora como única y “de todos”, simplemente, “humana”. Es el “crimen perfecto” cultural. Sin embargo, como todo discurso unificador que se construye sobre la subordinación, presenta innumerables y crecientes grietas. Contaba un reconocido periodista chileno, una anécdota de cuando llegó a realizar un postgrado en uno de estos centros, una afamada universidad norteamericana. Al contar a uno de sus más renombrados profesores que venía de Chile, éste le manifestó su gran cariño por Nicaragua, pues había estado allí por mucho tiempo. Al aclararle el alumno que se trataba de “Chile”, un país diferente y mucho más al sur que Nicaragua, el profesor le espetó con impaciencia y gesto despectivo: “¡Cómo sea!, ¡A quién le importa!”. La imposición por la fuerza militar genocida, las concesiones comerciales y diplomáticas espurias arrancadas u obtenidas a la corrupción de las elites políticas tradicionales, y la ventaja tecnológica, han sido factores, en muchos momentos, decisivos, de la dominación de los diferentes poderes fácticos extranjeros en la región. Sin embargo, es sólo sobre la base de la “aceptación” de la ideología de ese poder fáctico dominante, de la legitimación profunda de su matriz cultural, por parte de sectores significativos, suficientes, de la población local, que ella es sustentable en el largo plazo. Rota aquella legitimidad ideológica cultural, todos los demás factores de dominación, están condenados, a la larga, a la insuficiencia y la derrota. “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”, apuntó Martí, tempranamente. Es, por tanto, una necesidad crucial, decisiva, develar las formas en que esa aceptación y legitimación se ha construido, negando o desvirtuando para ello todo pensamiento propio, como inferior, perjudicial, peligroso o simplemente imposible. Como afirmó Vasconcelos: “No sólo nos derrotaron en el combate; ideológicamente también nos siguen venciendo… Nosotros nos hemos educado bajo la influencia humillante de una filosofía ideada por nuestros enemigos, si se quiere de una manera sincera; pero con el propósito de exaltar sus propios fines y anular los nuestros... ”. En un aleccionador cuento infantil, un oso, muchos años encerrado en su jaula, libre al fin de ella, siguió como siempre, caminando tres pasos para allá y tres para acá, porque para él, el presente sólo podía ser repetición del pasado. Como aquel oso, América Latina no consigue aún del todo, su completa libertad espiritual, la plena conciencia de su capacidad de creación y su irrenunciable deber de originalidad. Así lo señaló el amauta peruano Aníbal Quijano: “…no se trata solo de que leemos libros europeos y vivimos en un mundo por completo diferente. Si sólo así fuera, seríamos apenas ‘europeos exiliados en estas salvajes pampas’, como se han definido muchos

12

o tendríamos como única aspiración ser admitidos como europeos, o mejor yanquis, como es sin duda el sueño de otros muchos. No podríamos, en consecuencia, dejar de ser todo eso que nunca hemos sido y que no seremos nunca …volver a mirarse desde una nueva mirada en cuya perspectiva puedan reconstituirse de otro modo, no colonial, nuestras ambiguas relaciones con nuestra propia historia. Un modo para dejar de ser lo que nunca hemos sido”. Re-conocerse. Conocer nuestra inteligencia colectiva propia y recrear su incesante, aunque silenciado y desvirtuado, parto de pensamiento autónomo, libertario, justiciero y armónico. Tarea fundamental de conocimiento y reflexión, seria y abierta, que el mismo proceso contemporáneo impone a las mayorías en la región. Según el programa de Vasconcelos: “Comencemos, entonces, haciendo vida propia y ciencia propia. Si no se liberta primero el espíritu, jamás lograremos redimir la materia. Tenemos el deber de formular las bases de una nueva civilización, y por eso mismo es menester que tengamos presente que las civilizaciones no se repiten ni en la forma ni en el fondo”. Aunque persista todavía la tendencia totalitaria a cerrar los horizontes, decretando clausuras y abordajes definitivos y excluyentes, toda mirada es una opción de construcción posible, una relación de conocimiento, de suyo, y de hecho, legítima. Como aporte instrumental, no exhaustivo, a esa tarea de liberación integral, este trabajo pasa revista sencilla, esencial y pensante, a las ideas y acciones de los principales y primeros constructores de “tormentas perfectas” populares que han marcado el camino de gestación del largo parto teórico reflexivo propio. Para devolverlo en forma comprensible y útil a sus auténticos creadores y legítimos dueños, los pueblos en cuyas entrañas y luchas se produjeron estos constructores. Precisamente, para hacer el proceso más conciente todavía, para continuar alimentándolo.

13

II.- LA TENSIÓN ENTRE HISTORICIDAD Y GENERALIZACIÓN AHISTÓRICA EN AMÉRICA LATINA__________________________

Los debates poscoloniales

Aunque los debates respecto de una mirada histórica, en particular, y teórica en general, que no este subsumida en la del poder hegemónico, político, económico y, en última instancia, cultural, han sido variados e intensos, a partir de la “descolonización” indo africana, después de la segunda guerra mundial, lo cierto es que ellos sólo representan la irrupción, en el seno mismo de la academia y la teoría convencionalmente instalada como “oficial”, de cuestionamientos cuya existencia es muy anterior, prácticamente permanente. Consustanciales a la existencia social y plural del ser humano, desde sus momentos más originarios y ancestrales, como muestran crecientemente los avances en el conocimiento del pasado prehistórico. Los antecedentes filosóficos de este debate permanente entre uniformidad y heterogeneidad de lo humano, son reconocibles en las más antiguas culturas. En la China, la India, Mesopotamia, Egipto, y América Latina. Ya desde los debates de la Grecia clásica, los más divulgados, son fácilmente rastreables las escuelas de reflexión que buscaban “fijar” las “esencias” humanas, generalizando, de hecho, algún tipo de cultura devenido en hegemónico. Y también, quienes negaban la posibilidad de esa fijación o denunciaban esa universalización como contrabando hegemónico cultural. Tras las tempranas y casi permanentes conquistas y construcciones de imperios, la unicidad y unidad cultural de la humanidad, bajo hegemonía del conquistador, reputado como el más desarrollado en un único camino de desarrollo, fue una bandera constante de los conquistadores. Como la denuncia de su contrabando ideológico lo fue de quienes los resistieron. En épocas de menos alambicados teóricos, el simple hecho violento de quien lograra imponerse por la fuerza era la “prueba” concluyente de la “verdad” de la tesis de unos u otros. En el mejor de los casos, como en el del macedonio Alejandro con los persas, o el de los bárbaros con la antigua Roma, el vencedor, a su criterio, incorporaba y fundía elementos de la cultura del vencido en la suya propia, renovada, o creando una síntesis nueva. Con la emergencia del orden capitalista europeo, y su poder tecnológico militar para imponerse, simplemente, a todas las demás culturas, las tendencias universalistas encontraron incontrarrestable fuerza explicativa. La fe, paradojalmente religiosa, del cientificismo en la captura definitiva de la realidad objetiva, pareció darle consagración ideológica y teórica absoluta, final. Mientras la “ciencia” es producir conocimiento mediante un(os) método(s) sistemático(s), el “cientificismo” es asumir la creencia que ese conocimiento producido es “reflejo exacto” de la realidad, una “ley inevitable”, “objetiva”, incuestionable y excluyente. Y los más grandes pensadores de aquella cultura, convencidos de ello, aunque con diversas y aún opuestas intencionalidades, hablaron siempre, inapelablemente, a nombre de la humanidad toda. Descartes, Hegel y Marx, por citar algunos de los ejemplos más trascendentes. Ciertamente, hubo en todo momento corrientes minoritarias que cuestionaban esa pretensión, en todo o en algunos aspectos fundamentales. Y, en muchos de aquellos pensadores, o cuando menos en momentos de su pensamiento y obra, elementos

14

contradictorios de ambas tendencias conviven, se superponen o articulan. A partir de allí, un laberinto, complejo y creciente, de disciplinas sociales y teorías diversas, se extenderá sobre, o en medio, de los debates permanentes. Entre el objetivismo y el subjetivismo. El determinismo y la indeterminación. El protagonismo humano o su condicionamiento estructural. La descripción y la comprensión. El ansia de generalidad teórica, leyes universales, etc., y la búsqueda de realidades socialmente acotadas, micro historias, redes, cadenas, etc. Sin embargo, oficialmente, y como operatoria práctica en la realidad, la hegemonía del paradigma cientificista occidental, y su matriz generalizada ahistoricamente a todo “el resto del mundo”, era incontestable. La humanidad era una, en todos los sentidos de la palabra. Y había un solo trayecto histórico civilizatorio para ella. Sólo que había pueblos más atrasados que otros en recorrerlo. O, cuando mucho, que recorrían todavía alguna vía diferente, pero en cualquier caso secundaria, accesoria, o inferior. Cuando ambos tipos de pueblos se encontraban, los más atrasados sólo podían, y debían, seguir el modelo, y más aún, la guía, de los más desarrollados que mostraban el necesario camino. Es en esta etapa, y en esa lógica, que América Latina es incorporada, brutalmente, al orden económico, político y cultural mundial. Y contra ellos, es que, hasta hoy, ha generado dificultosamente su propia matriz de pensamiento útil, para romper esa relación y generar una nueva con los demás pueblos del mundo, especialmente, con los que persisten en su lógica dominante. La cristianización compulsiva, el etnocidio civilizatorio, el desarrollismo, la modernización, y la actual globalización neoliberal, son formas de un continuo en que esa lucha cultural y su expresión intelectual se han visto enmarcadas. Desde la matriz hegemónica, surgió el “orientalismo” para el estudio de todo lo que “no era occidental”. Y la antropología para estudiar “pueblos primitivos”, más tarde, devenidos en estudios “etnográficos”. Consagrando así, la idea hegemónica de una humanidad uniformada, con un solo camino civilizatorio lineal, en el que Europa y, más tarde, los Estados Unidos, el “occidente”, estaban en la avanzada, rebajando, de hecho, a las demás culturas contemporáneas a un nivel inferior y, por tanto, subalterno o subordinado, calificado como de atraso, subdesarrollo, tercermundismo y otras expresiones similares. En el siglo XX, algunas corrientes y escuelas surgieron en el seno mismo de la ciencia social de la cultura dominante para cuestionar los supuestos y contenidos de aquella visión instalada. Una de ellas, que consiguió elaborar de manera esencial y útil un núcleo crítico a la mirada histórico cultural hegemónica, y que surgió en el seno mismo de ella, fue el historicismo. Tomando como herramienta aquel programa teórico del viejo sabio griego, Protagoras, en el sentido de que es el ser humano “el que pone nombre a las cosas”, el “Historicismo” puede ser definido, de manera instrumental, esencial y ampliamente, como “el conjunto de diversas corrientes de pensamiento que coinciden en enfatizar, como elemento clave, el carácter histórico de la vida humana y de todo su conocimiento”. Ello permite incluir autores filosóficos que compartiendo ese énfasis esencial, lo trabajaron de maneras muy diferentes. Entre muchos otros, los alemanes. Wilhelm Dilthey, quien recogiendo el idealismo alemán, especificó a las ciencias del espíritu, sociales, humanas o históricas, como diferentes a las naturales, al tener como objeto a los seres humanos sociales, es decir, unidades irrepetibles de carácter subjetivo, que había que “comprender” y no sólo “medir”, por tanto irreductibles a la generalización de las ciencias naturales. Osvaldo Spengler, quien concluyó que cada “cultura” era un determinado producto histórico, especie de alma o mentalidad, que sólo podía entenderse cabalmente desde sí misma; y que llegó a periodizar su “ciclo” de nacimiento, auge y “decadencia”. Y Carlos Marx, quien enfatizó a la ciencia como un método para, al mismo tiempo, comprender la historicidad concreta de la realidad social, y para transformarla. Los italianos. Benedetto Croce, para quien la historia es indeterminismo, libertad absoluta, sin actores concretos que puedan darle cauce

15

predeterminado, y que, por tanto, sólo racionalizamos lógicamente a posteriori, desde el presente. Antonio Gramsci, quien definió la verdad y lo objetivo como un consenso histórico social, que se juega en la “praxis” -ideas y acción- de los actores que la conforman. Y el español José Ortega y Gasset, que acuñó el aforismo historicista: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Entre innumerables otros. Aunque más tarde predominó y se vulgarizó la idea de historicismo como sinónimo de determinismo histórico mecánico, fuertemente asociado a la generalización ahistórica en América Latina, el aporte fundamental y común en este conjunto de enfoques es la idea de que todos los hechos, y esto incluye al conocimiento mismo de los hechos, están condicionados por su específico tiempo y espacio, su propio contexto y particulares circunstancias; en dos palabras: su historicidad. Desde la segunda mitad del siglo XX, particularmente, desde la epistemología, ciencia que estudia cómo se produce el conocimiento, y desde la cual se cuestionó el cientificismo, especialmente en las ciencias humanas, históricas y sociales, recogiendo una tradición antigua y permanente, aunque no hegemónica, aún en la misma Europa, desde Heráclito “el oscuro”, y Protagoras y los “Sofistas” en la antigua Grecia. Más tarde, crecientemente enriquecida, incluso con los nuevos aportes de las ciencias naturales o duras, de las que, paradojalmente, el cientificismo social pretendió nutrirse y modelarse en los siglos XV al XX, pero que actualmente, a partir de avances como la “teoría de la relatividad”, en la física, la “teoría de la indeterminación” y el principio de “superposición” en física subatómica, cuestionan varios de aquellos supuestos. En medio de las luchas anticoloniales posteriores a la segunda guerra mundial, surge el concepto de “descolonización cultural”, o mental, especialmente a partir de la aguda reflexión del argelino revolucionario Franz Fanon. A finales de la década de 1970, se gestan, a partir de reflexiones de intelectuales hindúes y africanos, los llamados “estudios subalternos”, que buscan distinguir y conocer el pensamiento de sectores culturales hasta entonces subsumidos y silenciados en el seno de la cultura hegemónica. Paralelamente, surgen numerosas facultades de “Estudios Latinoamericanos” en universidades norteamericanas. A partir de allí, surgen una serie de esfuerzos concientes por superar, con diverso grado y forma de éxito, la matriz cultural hegemónica. Desde entonces hasta la actualidad, se habla de “estudios postcoloniales”, “liberación epistemológica”, “epistemologías fronterizas”, “estudios de sociedades de transición”, “heterogeneidad histórico estructural”, “glocalización”, y otras similares. Simultáneamente, fuerzas militares norteamericanas agraden a pueblos diferentes y con menos tecnología, invocando explícitamente la tarea civilizatoria, ahora consistente en llevar las relaciones económicas capitalistas neoliberales y los prejuicios formalistas democráticos occidentales, generalizados ahistoricamente como obligada etapa de desarrollo de toda la humanidad. La matriz ahistórica

Llegados los conquistadores genocidas europeos a América, su profunda matriz cultural vendrá con ellos en sus alforjas para re nombrar a esta nueva realidad con sus nombres y “hacerla encajar” en “su” orden y concepción del mundo. Desde que Atahualpa, el inca, llevara hasta su oído la Biblia que le habían extendido los recién llegados españoles, señalándole solemnemente que esa era la palabra de dios, pero sin escuchar de ella sonido alguno, la arrojara al suelo, se había producido el gran desencuentro de matrices culturales entre ambos mundos. Al grito desgarrado de “blasfemia” del sacerdote siguió la religiosa carnicería y el escarmiento de los indígenas, cercenando cualquier oportunidad de descifrarse mutuamente. Por mucho tiempo, los indígenas no entenderían el concepto de libro, señalando como “extraña” la costumbre de los recién llegados de “gustar hablar a solas con unas telas blancas”. Éstos a su vez, ignorando el colosal acto destructivo que causaban al patrimonio de la

16

humanidad toda, quemarían códices mallas y quipus incas, esa literatura inescrutable que tomaron por “idolatrías”. El sacerdote jesuita español José de Acosta, precursor del naturalismo en la región de Perú en época de la colonia, en su “Historia natural y moral de las Indias” de 1590, se pregunta: “Cómo sea posible haber en las Indias animales que no hay en otra parte del mundo”. La paradoja de que aquella zoología única fuera nombrada con nombres ajenos e impuestos, la constata en carta al rey de España: “A muchas destas cosas de Indias, los primeros españoles les pusieron nombres de España”. No sólo los españoles, el admirable Voltaire, adalid del principio democrático de la tolerancia, imbuido de la potestad cultural civilizatoria europea para nombrar lo nuevo desde lo ya existente, afirmara que “los leones de América son calvos”. Nombrar las cosas es un primer y fundante acto teórico que habrá de inaugurar la permanente tensión entre un pensamiento venido o tomado de la matriz cultural hegemónica europea –y más tarde norteamericana-, o de uno gestado en la propia región, con ese aporte foráneo, sí, pero para la creación de nuevas respuestas reflexivas propias. El mismo Acosta es uno de los primeros en expresar esta tensión teórica cultural en el campo de las ciencias: "Quien por esta vía de poner sólo diferencias accidentales pretendiere salvar la propagación de los animales de Indias, y reducirlos a las de Europa, tomará carga, que mal podrá salir con ella. Porque si hemos de juzgar a las especies de los animales por sus propiedades, son tan diversas que quererlas reducir a especies conocidas de Europa, será llamar al huevo, castaña" (Op. Cit. Libro 4º. Cap.36). La matriz cultural hegemónica no atendería a estas razones. Será su propio patrón “civilizatorio” el que usará para “medir” a otras realidades. Y el mundo latinoamericano no daba la talla. No podía ser sino “salvaje”. Tendría que transcurrir casi medio siglo desde el “descubrimiento” para que los europeos se decidieran a reconocer como auténticos “seres humanos” a los habitantes de los nuevos territorios, con la Bula Papal del 9 de junio de 1537. Para la época del predominio del pensamiento cientificista, en el siglo XIX, Jorge Hegel, ese monumento del pensamiento alemán, pero que hablaba, sin apelación, a nombre de la humanidad toda, dirá que son pueblos “sin historia”. Pueblos en casi puro “estado de naturaleza”. Y como la naturaleza, sometibles, explotables. Consta detalladamente en los registros de Archivo de Indias en España, que, sólo entre 1503 y 1660, 185.000 kilos de oro y 16 millones de kilos de plata fueron saqueados de América y llevados a Europa. Los indios fueron repartidos en “encomiendas” como una nueva moneda corriente. "...lo mismo es dar a uno quinientos pesos y myll de renta... a dárselos en yndios que lo renten por vía de encomienda..." (Autos de repartimiento. 1569). Y en las encomiendas se realiza la obra civilizatoria. La enseñanza de la sanguinaria disciplina laboral en la explotación intensiva de minerales y plantaciones. La importación de enfermedades inéditas e indefectiblemente fatales para el sistema inmunológico de los pueblos indígenas, tales como la malaria, la viruela y el sarampión. El uso acostumbrado de perros salvajes, del garrote y de la carga a degüello con la espada para mostrar a los díscolos las inapelables verdades del catolicismo. La táctica indígena de utilizar la insaciable hambre de oro de los conquistadores para deshacerse de ellos, con narraciones de “El Dorado”, una fantástica ciudad toda del metal, siempre mucho más lejana, sólo terminó por extender la mortal plaga civilizatoria. En República Dominicana, los moradores originarios, estimados en 400.000 a la llegada de Colón, habían sido reducidos a 60.000 para 1508, y sólo a 3.000 para 1520. En la “Nueva España”, actual México, la población originaria era estimada en 25 millones antes de la conquista y se redujo a 17 millones para el año 1.532, 6 millones para el año 1.548 y sólo cerca de 2 millones para el año 1.579. En el actual Ecuador, pasan de un millón a 200.000, en un siglo. En el Virreinato del Perú, en el mismo período, de 10 millones a 2 millones. Éxodos masivos buscan el refugio en las selvas y punas montañosas. En algunos casos, pueblos enteros de indígenas prefirieron volver al seno de la “Pachamama”, amorosa madre tierra, lanzándose

17

colectivamente a la muerte en los abismos montañosos andinos. El suicidio será un grave “pecado”, que priva de la gracia de dios, dirá la iglesia. Para reemplazar como mano de obra a los pueblos sucumbidos en la hecatombe, fueron secuestradas, esclavizadas y traídas desde África, casi 15 millones de personas, entre los años 1500 y 1870 (en Cuba continuará la esclavitud legal hasta 1886 y en Brasil hasta 1889). A esa cifra se agregan una cuarta parte más de “pérdidas”, por muertos en guerras de resistencia a las capturas, y otra igual más, de fallecidos en el infrahumano hacinamiento del viaje, durante meses, en los barcos negreros. En total más de 20 millones de seres humanos, transformados en “mercancía” por el mágico poder de re nombrar las cosas. La aurora del progreso capitalista global clavaba tempranamente sus garras en Mozambique, Congo, Angola, Guinea y Sudán. “Ese debate sobre los pueblos indígenas, que si eran antropófagos o no eran antropófagos, ¿acaso el capitalismo se ha alimentado de otra cosa que no sea carne humana, acaso el capitalismo, hoy día, no se alimenta de carne humana?”. Dirá Fidel Castro. A la destrucción de los territorios y los cuerpos, se sumó la de los espíritus. Esa porfiada matriz cultural “bárbara”, que había de arrancarse de sus almas. Los siervos del señor, obispos inquisidores Juan de Zumárraga de México, famoso por su “amor a los indios”, y Diego de Landa de Yucatán ejecutaron “autos de fe”, donde se procesó, sometió a tormento, colgó y quemó en la hoguera a miles de indígenas, cientos de ellos niños, encabezados por el cacique de Tezcoco, Carlos Chichicatécotl. Se destruyeron 5.000 esculturas, 13 altares, 197 vasos, y 27 “códices” (pergaminos con escritura) mayas. Todos únicos en su especie. De incalculable, irreparable, valor cultural. Pedazos de un universo humano completo perdidos irremediablemente. Tras la rebelión de Tupac Amaru II, en Perú, donde se estima que llegaron a morir en las masivas represiones al menos 50 mil indígenas (algunos autores estiman hasta 100 mil), los españoles masacraron a todos los parientes del inca revolucionario hasta en cuarto grado de consanguinidad. Atacaron la centenaria estructura de liderazgo de los “curacas”. Prohibieron la enseñanza del quechua y sus obras teatrales, la investigación sobre los incas y hasta la novela “los Comentarios reales de los incas” de Garcilazo. Se ordenó la destrucción de las indumentarias indígenas. Y hasta de los “quipus”, sistema milenario de cuerdas de lana o algodón con nudos de colores y trozos de maderas, que registraban la matemática y la técnica de memoria histórica de esa civilización que aseguraba los derechos sociales a todos y vivía en sagrada armonía con el universo; conceptos tan inescrutables para los europeos como los propios quipus. Prohibidos del quechua, quedaba terminante negado también que los indios aprendieran a leer y escribir el español, y se abrogó todo privilegio económico a las élites nobles indígenas. Arrancarles la piel social y la memoria. Ser olvidados, analfabetos y pobres, ese sería el castigo de un pueblo entero. Con la bendición de la iglesia, las cadenas desbarataron de cuajo la rica tribalidad y amorosa familia africana. Su consecuencia, el masivo aborto voluntario de las esclavas en la América hispana, convertidas en cosas usables sexualmente por sus amos, será la primera gran política de planificación demográfica de la región. El tesoro de su profunda cosmovisión religiosa, Umbanda, Yoruba, Candomble, Santería, fue re nombrada “hechicería” y sacada de sus cuerpos a fuerza de latigazos, o con el último aliento de los recalcitrantes asfixiados en el garrote. Sus hermosos idiomas fueron borrados de su memoria en esa delirante tarea de exorcismo. La “capoeira”, esa forma de combate de los esclavos angoleños, camuflada de danza para evadir el control del esclavista, devenida en profunda expresión espiritual libertaria, fue prohibida y severamente castigada en Brasil. El hecho mismo de la subyugación violenta del conquistado era, no sólo un claro, y hasta milagroso, designio de la providencia, sino la prueba misma de la misión civilizadora del conquistador. Es el primer y esencial desarrollismo. La generalización, ahistórica y forzada, de una matriz cultural ajena, instalada inapelablemente como superior. El parto de cualquier pensamiento propio no sería fácil.

18

Lo nuevo

Pero la vida es movimiento y las cosas raramente permanecen como se las pretende fijar. En el crisol de la mezcla biológica y cultural, esta superposición de la matriz europea, en contra y sin, la que le preexistía en América, gradualmente, a lo largo de tres siglos, incorporó también un proceso simultáneo de múltiple sincretismo de ambas y con la de los afro descendientes traídos como esclavos, hasta formar una nueva, distinguible, e internamente diversa. Perfectamente encarnada en Micaela Bastidas, la esposa de Tupac Amaru II, “Coya” (señora importante, con autoridad) y “Ñusta” (princesa). Descrita por las fuentes como “elegantemente vestida con ropas españolas e indias”, y “mujer notable por su hermosura”. Llamada la “zamba” por sus enemigos, en razón de su ascendencia mestiza mulata. Afro descendiente y española, por parte de su padre mulato, Manuel Bastidas. Indígena andina, por su madre, Josefa Puyacahua. Pero la mezcla era de suyo diferenciada y contradictoria internamente. Siguiendo la experiencia de siglos de los reinos españoles en su lucha contra la ocupación musulmana, que generó una lógica y unas categorías raciales, se estructuró en América un rígido y complejo entramado institucional colonial que sustentaba su segmentación. Se cruzaban y agregaban, a veces hasta la identificación, el color de piel y el estrato socioeconómico, en “castas” que definían las prerrogativas legales y simbólicas de cada cual en la sociedad. En la cúspide, los “blancos puros”. Peninsulares españoles privilegiados con los más altos cargos y prerrogativas. Más abajo, los blancos criollos, hijos de españoles nacidos en América, que eran “blancos indianos”, sin derecho a la nacionalidad española plena, ni a los altos cargos del gobierno colonial, la iglesia y el ejército. Algunos, los más ricos, con títulos nobiliarios heredados o comprados. Otros, de estratos medios, con cargos más o menos altos en la iglesia, el ejército, la administración, el comercio o las profesiones. Por debajo de ellos, los “pardos”. Amalgama de indígenas, afro descendientes, esclavos o “libertos” (vueltos libres por pago que ellos mismos ahorraban de mil maneras y pacientemente, o por el deseo de sus amos), y todas sus mezclas: mestizos, mulatos, zambos, etc. Llamados simplemente en la época “el común”. Todos además de diferenciado estatus interno, según una serie de jerarquías legales, étnicas, económicas y simbólicas, que ponían a su vez a unos debajo de otros. Nada menos que 35 categorías o jerarquías legales de “castas”. Un andamiaje laberíntico en que se ubicaba cada uno de los habitantes de América al estallar la revolución anticolonial. Andamiaje cuya explosiva destrucción podría resumir todas las razones y el programa completo de la revolución. Los padres de Francisco Miranda, por ejemplo, eran emigrados de las islas Canarias a Venezuela, por lo que, a pesar de ser “blancos”, eran “blancos de orilla” y estaban por debajo de los “blancos puros” de la península española, y aún de los “mantuanos” ricos criollos. El rey español Carlos III intentando reanimar el alicaído imperio, en las últimas décadas del siglo XVIII, implementa las reformas modernizadoras borbónicas, que en las colonias americanas están destinadas a hacer más sustentable su control, y más eficiente su explotación económica, vía reformas administrativas, tributarias y militares. Ellas incluyen, a la usanza de los “certificados de limpieza de sangre”, otrora exigidos en España a moros y judíos, la creación de las “Gracias del sacar", “certificados legales genealógicos” otorgados por pago de arancel a la Corona. Una especie de “certificados de blancura de la piel”, que permitía a los pardos, que por una u otra razón se habían enriquecido, conseguir un cargo público, la entrada en el ejército, la compra de caballos, caminar por las veredas, etc., según fuera el caso y el monto del pago. En ellos se sentenciaba: “Téngase por blanco a…”. Pero, ¿cómo haría esta nueva configuración humana para alcanzar su identidad y reconocimiento; para pensarse desde su propio lugar en el mundo, habiendo llegado tarde, después y subordinada, a un proceso que la cultura hegemónica europea había cerrado hace siglos? ¿Cómo, siendo tan diferenciada internamente? Primero, como

19

choque. En las innumerables figuras mártires de las resistencias, nacidas con la misma llegada de Colón, en el primer combate de los indígenas tahínos en la actual República Dominicana el 11 de enero de 1493. Y que incluyen, en una cadena permanente, interminable, al cacique Guaicaipuro en Venezuela. Tupac Amaru I, en Perú. El Toqui (jefe militar de los mapuche) Lautaro en Chile. Y los cimarrones (esclavos fugados) como Domingo Bioho en el Caribe; Guacamaya, Andresote y José Leonardo Chirinos en Venezuela; o el “Zumbi” (guerrero) “Dos palmares”, llamado el “Espartaco negro” del Brasil, y su “quilombo” Palmarés, verdadera comuna independiente, indomable durante 65 años, donde se refugió la libertad, el amor y la capoeira.  Después, como búsqueda, y aún desgarramiento. En las trágicas figuras peruanas del Inca Garcilazo, hijo “no legítimo” de español e inca, rechazado en la reivindicación de su españolidad paterna y vuelto finalmente a su lado materno incaico, para ser uno de los gestores originarios de la literatura propiamente peruana. Y de José María Arguedas, arqueólogo literario del alma profunda, cuyo desgarro de identidad cultural, que era el del Perú en el siglo XX y había hecho el suyo propio, entre otras razones, lo llevarán al suicidio. Finalmente, como encuentro creativo. Síntesis de regeneración y gestación. Lo mejor de ambos mundos fundidos en una utopía propia y urgente. Así brota, violenta y rebelde, en “la guerra de las siete reducciones” del Matto Grosso amazónico, donde, durante dos años, desde 1754 a 1756, los indígenas guaraníes y frailes jesuitas españoles resistieron con las armas en la mano, hasta el sacrificio final, la entrega por parte de España a los esclavistas de indios portugueses, de los territorios de sus “reducciones”, verdaderas comunas humanistas. Desde el principio, sería un parto difícil y a contramano. “Por la libertad… no veré florecer a mis hijos”. Dirá Micaela Bastidas, antes de morir a golpes de puños y patadas, porque el garrote no terminaba de asfixiar su fino cuello de princesa incaica. Al estallar la definitiva lucha de independencia, la América española contaba con alrededor de 20 millones de habitantes. Distinguidos por castas, 4 millones eran blancos, cerca del 80% de ellos criollos. 5 mestizos y mulatos. 8.5 indios. Y 2.5 negros, afro descendientes. En cada virreinato, había cuatro en los actuales Perú, Argentina, Colombia y México, la distribución de estas castas variaba, predominando localmente unas u otras. Desde el principio, Tupac Amaru programó expresamente la unidad de todas ellas para la lucha independentista, con la sola exclusión del enemigo fundamental: el colonizador español. Aunque el eje director eran los indígenas y castas “pardas”, hasta entonces oprimidas y despreciadas, su programa era la unidad amplia de todos, incluyendo a los “blancos” criollos, e incluso, según algunas fuentes, con la participación de algunos “asesores” europeos. Así lo muestran, no sólo los combatientes “blancos”, criollos en sus filas, como Felipe Bermúdez, muerto en batalla al pie de un cañón, sino sus propias cartas durante la insurrección donde explícitamente llama “hermanos” a los criollos y les manifiesta su inclusión en el programa de la misma. Los primeros conspiradores insurrectos patriotas en la actual Venezuela, idearon una bandera de cuatro colores: blanca, azul, amarilla y encarnada, porque “los cuatro colores son los patriotas, que son los: blancos, pardos, indios y negros” (En: Alfonso Rumazo. 1955). Bolívar, forzado por el carácter de guerra “civil”, entre castas, que inicialmente muestra la guerra en Venezuela y que favorecía a los españoles, habrá de recurrir a su incomprendido Decreto de “Guerra a muerte” para separar en “americanos” y “españoles” a los bandos en guerra. Acto extremo para la generación de una “conciencia” americana”. Y que habrá de llevarlo más tarde a su política de igualdad, destinada a dar sustento a la independencia y unidad del continente, incluyendo a los excluidos y despreciados, indígenas y demás castas “pardas”. Política radical para la época y adversada fieramente por los sectores sociales de los que él mismo provenía.

20

José Vasconcelos, el colosal amauta mexicano, que criticó tempranamente el “panamericanismo monroísta”, oponiéndole el “bolivarianismo”, vio en la “fusión de razas” el cumplimiento de una misión universal para América Latina. En su obra “La raza cósmica”, argumenta el destino continental de una síntesis racial definitiva, para el término de toda dominación y el logro de la felicidad y la belleza: “Tenemos entonces las cuatro etapas y los cuatro troncos: el negro, el indio, el mongol y el blanco. Este último, después de organizarse en Europa se ha convertido en invasor del mundo y se ha creído llamado a predominar lo mismo que se creyeron las razas anteriores, cada una en la época de su poderío. Es claro que el predominio del blanco será también temporal, pero su misión es diferente de la de sus predecesores; su misión es servir de puente. El blanco ha puesto al mundo en situación de que todos los tipos y todas las culturas puedan fundirse. La civilización conquistada por los blancos, organizada por nuestra época, ha puesto las bases materiales y morales para la unión de todos los hombres en una quinta raza universal, fruto de las anteriores y superación de todo pasado… En el suelo de América hallará término la dispersión, allí se concebirá la unidad por el triunfo del amor fecundo, y la superación de todas las estirpes… Y se engendrará de tal suerte el tipo de síntesis que ha de juntar los tesoros de la historia para dar expresión al anhelo total del mundo" (1925).

21

III.- UN NOMBRE LLENO DE OTROS NOMBRES__________________________

En esa gestación multiforme, desigual y diversa; en ese choque y mezcla de etnias y matrices culturales; en esa trama de ambiciones, proyectos imperiales y hegemonías, en que quedó inserta la región, se gestó, no sólo el largo, y siempre en flujo, recorrido identitario del pueblo continente, sino también su correlato en el lenguaje. La denominación misma, el cómo se nombra y el cómo lo llaman. Larga construcción de un nombre y de varios. Siempre en cuestión o disputa. A veces, “torre de babel” de diversas trincheras académicas e intencionalidades políticas. Un nombre lleno de otros. Partiendo del ya consensuado concepto de que una “Nación” es una “comunidad imaginada” que, en el mismo acto, se hace realidad concreta, el debate acerca de la nominación del continente ha estado en el centro de la altamente compleja “cuestión nacional”. Inseparable a los intentos unitarios y los procesos fragmentadores en la región, siempre articulados con diversos y cruzados intereses y procesos internacionales. Ciertamente, el debate no es menor. Pues el acto de nombrar las cosas –de nombrarlas de modo que sea usado el nombre por los otros- es un ejercicio de poder. Simultáneamente, lo es también de construcción simbólica y teórica, fundacional. Por lo que ha sido, de hecho, parte integral del largo parto de un pensamiento propio. Por ello, la actividad de develar las implicancias ideológicas y geoestratégicas de los nombres del continente, y de proponer ejercicios de poder y simbólicos propios, a través de la búsqueda creativa de nuevos nombres, es necesaria y útil. Pero exagerarla puede conducir a esfuerzos inútiles, o distractivos, vinculados más bien a formas de expresión de complejos sicosociales o intelectuales. Tales como el reduccionismo a la pura sospecha ideológica de realidades culturales siempre más complejas. La erudición histórica academicista, de laboratorio, ajena a las mayorías y sus dinámicas culturales y, por tanto, políticamente impotente. Alimentando la fragmentación regional, el debate irresoluble sobre hegemonías étnicas, el extravío en un laberinto irreconciliable de identidades incapaces de alcanzar la comunidad. Peor aún, la construcción de identidades reactivas, basadas en nuevos “racismos al revés”, que, pretendiéndose opuestos a la dominación, comparten su misma matriz cultural profunda de negación y exclusión del otro diferente.

La tensión entre Igualdad y Diferencia

“…la más misteriosa de las doctrinas, quien la conoce es sabio, y su obra tendrá que consumarse… Ciencia de lo diferente y conocimiento de la unidad divina”

Bhagavad Gita Resulta útil entonces reflexionar sobre algunas condicionantes históricas de este debate sobre el nombre del continente región. Ello instala, en primer lugar, en el centro de una tensión que recurrentemente aparece en las discusiones y los intentos de nominación y unificación. La tensión entre “Igualdad” y “Diferencia”. Esto es, entre lo que configura a la región como una sola comunidad, y lo que la diferencia internamente como comunidades distinguibles. Problemática que tiene hondas raíces

22

históricas en la matriz cultural hegemónica. Procesos que marcaron la ideología democrática europea, instalaron la idea, absoluta, sin matices, casi incontestable, de que la igualdad era sinónimo de justicia y progreso, y que, al contrario, la diferencia es, de suyo, signo de privilegio o abuso injusto, divisiones y atraso. Primero, por la lucha de las primeras ciudades surgidas en los márgenes de la feudalidad europea y que debieron negociar y muchas veces defender militarmente su autonomía frente a los poderes feudales. Más tarde, las más prolongadas luchas de numerosas naciones, como Italia y Alemania para alcanzar su existencia como Estados Nación. Allí, cualquier diferencia interna equivalía simplemente a “estar afuera” de la comunidad y ser, de hecho, una amenaza debilitadora, cuando no una “traición”, para su misma existencia. Conjuntamente, la burguesía europea, en lucha contra los privilegios de sangre de la nobleza absolutista, instaló la bandera liberal de la igualdad jurídica como sinónimo de justicia. El “iluminismo” ilustrado europeo elevó aquella idea a la categoría de un ideal y una ley histórica, asegurando que el desarrollo humano conducía unidireccionalmente a la homogeneización cultural y valórica de los Hombres. Toda distinción o diferencia -las que, en esa concepción, “sólo dividían y enfrentaban” a los Hombres- constituían, de suyo, un signo de atraso, que sería crecientemente dejado atrás por el progreso científico, técnico y moral, basado en el predominio de la razón. Tal idea “igualitarista” fue parte –y, en algunos casos, alcanzó versiones exacerbadas, y hasta criminales- de la mayoría de las corrientes ideológicas predominantes hasta el siglo XX. En la específica historicidad de la región, este ideario coincidió plenamente con los anhelos de terminar con la odiosa herencia de castas, dejada por los procesos de conquista y colonia, y extendidos, bajo nuevas formas, en las repúblicas. Sin embargo, el ideario igualitario liberal de las elites que finalmente usufructuaron de la independencia de España, se limitaba sólo a la formalidad institucional. Incluso la ficción de igualdad puramente legal, expresada en medidas como el término de la esclavitud, los derechos civiles de las mujeres y de los pobres, demorarían muchas décadas y sólo muy tardía, y dificultosamente, serían alcanzadas. Como se planteó tempranamente, con toda crudeza, en la demolición del proyecto y la figura de Bolívar, por parte de las elites internas y los poderes fácticos internacionales, en la región, el “ideario democrático” era sólo el calco de los prejuicios y las formas, pero la negación de los principios y las prácticas. La pura ficción legal igualitaria, allí donde se consiguió, no sólo mostró su incapacidad de resolver las profundas y desgarradoras desigualdades estructurales, de carácter económico, político y cultural, sino que además las agravaba, encubriéndolas y legitimándolas. Especialmente contra los pueblos indígenas, cuya auténtica igualdad requiere necesariamente de la reparación activa, por parte de los Estados, de aquellas injusticias estructurales históricas, considerándolos como sujetos colectivos y diferenciados culturalmente, más allá de la ficción homogeneizadora e individualista del ideario democrático europeo trasladado a la región. Como lo señaló tempranamente Bolívar, la realidad propia de la región requiere de Estados fuertes y activos para frenar los poderes fácticos, tanto externos como internos, que, de hecho, impiden toda igualdad real para los pueblos, culturas, estratos y clases que sistémica o estructuralmente sufren relaciones inequitativas de dominación, explotación y exclusión. Pueblos originarios, mujeres, identidades sexuales no tradicionales, migrantes, minusválidos, entre otros, aparecen como sujetos ciudadanos que demandan afirmación frente a situaciones de injusticia que los afectan y garantía de su especificidad, identidad o autonomía. Conjuntamente, la rica diversidad étnica y cultural interna de la región, hace inviable la imposición de órdenes sociales y culturales no negociados, impuestos totalitariamente. Expresión de estas tensiones, fue la temprana y extendida pugna, que emergió al interior de todos los países, entre los partidarios de un Estado “Unitario” y los de uno “Federal”, que generó amargos conflictos y odios en el seno

23

mismo del propio proceso de independencia, cuya dinámica de guerra exigía también la centralización efectiva de los esfuerzos. La cual se actualiza hoy bajo la forma de las demandas de descentralización regional y de autonomía relativa de los territorios y pueblos indígenas. Mostrando la permanencia y dificultosa complejidad de esta tensión entre igualdad y diferencia en la región. En su historicidad propia, este reconocimiento y tratamiento de las diferencias, es condición necesaria de una auténtica igualdad. Reclama un modelo de democracia y de Estado “afirmativos” e “incluyentes”, que, siendo fuertes para contrarrestar los poderes fácticos internos y externos, construyen, a través de la inclusión y la participación, la negociación y el consenso, ciudadanía real y comunidad nacional sustentable, tanto en cada país, como en la totalidad heterogénea del continente. En la práctica, sin embargo, esta tensión entre igualdad y diferencia no encuentra aún soluciones fáciles. Entre los poderes fácticos internos y externos que pretenden manipular las tensiones agitando prejuicios formalistas democráticos a fin de mantener la injusticia, y quienes confunden la justicia con la homogeneidad, o caen en la tentación de nuevos “racismos al revés”, sigue siendo necesario construir un proyecto de unidad en la diversidad. Una nueva “Wifala” continental, donde, al igual que en la bandera andino amazónica, quepan todos los colores en justicia y armonía. Fuerte y sustentable, asumida por todos voluntariamente como propia, común y legítima. Expresión de esa tensión y esa necesidad ha sido el debate permanente sobre los nombres de la región.

El carácter complejo de los nombres

Por otro lado, en estas consideraciones preliminares a la cuestión del nombre de la región, resulta necesario recordar que la realidad es siempre multidimensional, compleja y en permanente cambio. Que las intenciones iniciales de quienes diseñaron o pretendieron controlar un fenómeno cultural, rara vez dejan de ser “contaminadas”, evolucionadas, o aún negadas, por los continuadores y quienes interactúan con el fenómeno a lo largo del tiempo, a través de contextos diferentes. Los planes y definiciones de los eruditos culturales e ideólogos, al contrario de lo que a veces se cree, casi siempre terminan vencidos, o al menos “contaminados”, modificados, por la tarea cotidiana, silenciosa, anónima de millones de seres humanos que usan, crean y recrean constantemente la cultura. Los pueblos ejercen de ese modo, naturalmente, inconcientemente, si se quiere, su más profundo derecho y ejercicio democrático como parte de una comunidad. Así ocurre, por ejemplo, con el lenguaje, sus usos y definiciones. Ciertamente, existen innumerables eruditos y defensores “puristas” del idioma, que con una visión leguleya y controladora, intentan mantener inmodificables sus planes, reglas y definiciones formales, establecidas. Y en muchos casos y al menos por un tiempo lo logran. Pero es un hecho también que las mayorías de hablantes, de usuarios anónimos y cotidianos del idioma, siempre terminan modificando dichas normas, al grado de incorporar, en un proceso gradual de hegemonía en el uso, los nuevos cambios a los mismos “Diccionarios” formales, donde están fijados esos planes, reglas y definiciones. Y lo mismo ocurre con los conceptos y las definiciones identitarias, colectivas, culturales y políticas. Ellas se mueven en una tensión, entre las intencionalidades ideológicas de los poderes políticos y culturales, por un lado, y las apropiaciones contextuales de las mayorías, por otro. Las que, en el caso de la región, han sido y son complejas y diversas, tanto externa como internamente. Y todo ello debe ser tomado en cuenta a la hora de un balance de sentido de los nombres que se le han dado y que se ha dado el pueblo continente. De hecho, en el caso de la región, sus nombres han obedecido a esta complejidad, han surgido de la trama de intereses, contextos, apropiaciones y evoluciones de múltiples actores, a lo largo del tiempo. Y, si bien tienen un origen rastreable, reconstruible, también han sufrido en la mayoría de los casos, trasvasijes

24

de contenido, cambios en su uso e intencionalidad. Muchos de estos nombres han sido paralelos en el tiempo, y usados como parte de las disputas de hegemonía cultural y política, por unos y otros actores. En otros casos, han convivido y se han complementado en una articulación o constelación que se usa instrumentalmente según la utilidad en cada contexto. En casi todos ha habitado, en diversas formas evolutivas, la paradoja de las ambiciones o resabios coloniales, las intencionalidades de manipulación ideológica, con las aspiraciones libertarias y comunitarias de los pueblos. La disputa por “el nombre” de la región, ha sido también, de hecho, por el “contenido” de cada uno de esos nombres.

Al principio

Ni siquiera antes de la llegada de los españoles, los demás europeos, los africanos y sus descendientes, y todas sus mezclas biológicas y culturales, el continente tuvo una sola denominación consensuada. Prácticamente todo pueblo indígena tuvo su manera de llamar a la tierra y el mundo que habitaba. El “Mapu”, precisamente “Tierra”, de los mapuche del actual Chile. El “De Tekoha”, de los guaraníes, que significa "el lugar donde realizamos nuestro modo de ser". El “Cem Anahuac” de la lengua nahuatl de los aztecas, que significa “Tierra rodeada por las grandes aguas”. El “Ne tunan talteche”, “tierra madre” entre los indígenas del actual El Salvador. El “Agbaye”, “el mundo entero”, traído por los yorubas africanos. E innumerables más. Los más comprensivos o trascendentes son el “Tahuantinsuyo” del runasimi, idioma incaico, que significa “Las cuatro partes del mundo”. El “Runa Pacha”, “Allpa Mama” o “Pachamama”, del quechua, que significa “Madre Tierra Sagrada” o “Planeta”. En Aymara, la misma palabra, “Pachamama” (venida del koya: donde significa “tiempo”), significa “Espacio tiempo” y por derivación, también “Madre Tierra Sagrada”. Y el “Abya Yala”, que significa “Tierra en plena madurez” y era usado por los indígenas Kunas del Golfo de Darien en el actual Panamá para referirse a toda la América Latina. En esa situación, llegaron los invasores europeos. Para quienes la región sería “descubierta”; y de quienes surgiría el proceso moderno de nominación de ella, a los vaivenes simbólicos y geoestratégicos de sus ambiciones, planes y pugnas. Ello llevó al amauta mexicano Edmundo O’Gorman a señalar que el continente no había sido descubierto por los europeos, sino “inventado” (La invención de América. 1958). Los primeros llegarían comandados por el “Almirante” Cristóbal Colón. Un marino, cartógrafo autodidacta y aventurero comercial de quien se ha consensuado que nació en Génova, Italia, pero cuya ascendencia se debate entre catalán, francés, castellano, griego, y otras de Europa. En la época, los europeos llamaban simplemente “Indias” a todos los territorios que estaban hacia el oriente, es decir, las actuales Asia e India. Donde existía una enorme riqueza comercial (especias, textiles, etc.) ambicionada por los comerciantes y gobiernos europeos, pero de difícil acceso desde mediados del siglo XV, debido a la conquista por parte de los Turcos musulmanes de los territorios donde se encontraban los principales puertos y rutas de acceso a ese comercio en la actual Turquía. En ese contexto, los reyes de Castilla y Aragón, que acababan de expulsar, después de siglos, a los árabes musulmanes de la España continental, firmaron, tras arduas gestiones de Colón, las “Capitulaciones de Santa Fe” con las que podría emprender un ansiado viaje de exploración. En las “capitulaciones”, a cambio de sujetar toda tierra que conquistará a la autoridad de los reyes de Castilla y Aragón, se le otorgaba dinero para una expedición naval (aportado por el secretario del Rey, Luis de Santángel, un judío converso y con “estatuto de pureza de sangre”, que lo protegía del Santo Oficio), el título de “virrey” sobre las mismas, y el 10% de la riquezas que pudiera traer de vuelta a España.

25

Él estaba convencido de que el mundo era redondo y no plano, como creían la mayoría de sus contemporáneos, recién salidos de la llamada “edad media” donde el oscurantismo religioso había hecho desconocer que cinco siglos antes los vikingos habían llegado desde el norte de Europa a la actual Norteamérica. Y que los chinos, poco antes, entre 1423 y 1428, habían recorrido y cartografiado con gran precisión el globo terráqueo completo, con una colosal flota marítima que llegó a América y dejó incluso colonias allí. Nuevas evidencias históricas, como cartas personales, han llevado a muchos investigadores a convencerse de que Colón y demás navegantes involucrados en los primeros viajes europeos a estos territorios, constituían una elite muy reducida que conocía bien estos antecedentes chinos y los aprovechó en su beneficio, sin reconocerlo públicamente. Sea como fuere, Colon, pensaba, o sabía, que, navegando hacia el otro extremo, hacia el oeste, daría la vuelta en redondo y llegaría por “detrás” a aquellas ricas “Indias”.

Las Indias

En 1492, Colón llegó a una de las islas del actual Caribe y, luego de explorar y saquear la zona, regresó a España convencido de haber alcanzado, como se proponía, las “Indias”. Y ese fue el primer nombre “oficial” que los conquistadores dieron a las nuevas tierras “descubiertas” para Europa. De este nombre primigenio puesto por los europeos, resultado de un error cartográfico y simbólico, deriva el nombre de “indios” para los habitantes originarios de la región, de los cuales Colón se preocupó de llevar a España algunos “ejemplares”. La denominación de “indio” será, al mismo tiempo, una categoría simbólica social profundamente racista, subordinadora y excluyente, y un estatus legal y social de “casta”, en lo más bajo de la jerarquía de la sociedad colonial española. Esa denominación se mantuvo inalterable y exclusiva para ellos, hasta el proceso de independencia anticolonial, donde convivirá con la de “americanos” en la que, a veces, se les incluía, por parte de los líderes revolucionarios patriotas, con la finalidad de sumarlos al propio bando, separándolos del de los realistas españoles. Por ejemplo, en las cartas de Francisco de Miranda sobre la insurrección tupacamarista de 1781. La denominación de “indios”, con su misma carga racista discriminadora, se mantendrá en las repúblicas independientes y oligárquicas, a lo largo de los siglos XIX y XX. Sólo el uso reivindicativo de Bolívar será la excepción en el primero. Y recién en el segundo, será usada a veces con un nuevo contenido reivindicativo e identitario progresista. Por ejemplo, en las reflexiones del boliviano Franz Tamayo y el peruano Carlos Mariátegui. A partir de las últimas décadas del siglo, se dará paso a la convivencia con nuevas denominaciones que pretenden superar aquella carga racista y excluyente, como las de “indígenas”, que proviene del latín y significa "originario del país de que se trata, autóctono, nativo", “pueblos originarios” y, en el caso particular de la región, “amerindios”. Todavía hoy, esa acepción de la palabra “indio”, como el poblador originario de la América y sus descendientes, se encuentra en el diccionario español. Y lo mismo ocurre con el equivalente “indian” en el del idioma Inglés. Aunque a mediados de 1500 ya existía el nombre de “América” con cierta popularidad en Europa, conviviendo en el uso con el de “Indias”, este último siguió prevaleciendo. El hecho es que España, por razones de hegemonía, y la mayoría de los europeos, por razones simbólico culturales, asociadas a la matriz racista de su atribuida tarea civilizatoria, continuaron llamando “Indias” a estos territorios, con el sólo agregado de Indias “Occidentales” para distinguirlos de los de la verdadera “India” oriental, y salvar el error inicial. Así lo muestran, entre otros, la creación del “Consejo Supremo de Indias” por el Rey español Carlos V, que administró con ese nombre los nuevos territorios hasta 1821. También la creación, más de un siglo después de la publicación del nombre “América”, en 1621, de la "Compañía Holandesa de las Indias Occidentales". Y es que para los europeos, las “Indias” eran, más que una categoría geográfica, una simbólica, sociológica. “Indias” era lo distante, lo desconocido y, sobre

26

todo, lo salvaje, lo incivilizado, o, precisamente, lo “por civilizar”. De ahí la categoría de “indio” como “bárbaro” “incivilizado”. Y de ahí que era natural que, al ver similar escenario de “salvajismo” en ambos costados de su centro civilizado europeo, los agruparan también en una sola y la misma categoría, distinguiéndolos sólo por su ubicación al oriente u occidente de si mismos. Pero, aunque estaban unidos por una matriz cultural común, la competencia mercantil, y su máxima expresión, las disputas por la hegemonía geoestratégica, enfrentaban a los poderes europeos. Y los nuevos territorios invadidos estuvieron en el centro de las disputas. El propio viaje de Colón se realiza en ese contexto y motivaciones. Y, si bien le entregó la mayor parte de la autoridad de los territorios recién invadidos a España, ello no fue sin arduas pugnas y grandes excepciones. Mediación papal y tratativas directas de por medio, el entonces pujante imperio portugués, no sólo consiguió la prerrogativa legal del monopolio de navegación y saqueo del África hasta la India, sino también, un buen trozo de los nuevos territorios invadidos en el actual Brasil. En el norte, ignorada la bula papal y el tratado hispano portugués, los emergentes poderes inglés y francés establecieron absoluto dominio, en los actuales Estados Unidos y Canadá, respectivamente. En el Caribe, al centro de los nuevos territorios invadidos, fue donde el poder español, resultó más impotente para contener a los emergentes poderes europeos. Allí, en sus innumerables archipiélagos, a la fragmentación geográfica insular se agregó la del dominio político sobre sus emporios comerciales y portales a las rutas de navegación, entre españoles, portugueses, ingleses, franceses y holandeses. Actualmente, cuando ha sido completamente abandonada la inicial denominación de “Indias Occidentales” en la casi totalidad de la región, sólo en aquellas zonas caribeñas, donde primero llegó Colón, y se habla inglés, se continúa usando “Indias occidentales” (West Indies) para diferenciarlas del resto del Caribe.

América

Dos años después del primer viaje de Colón, otro marino italiano, Américo Vespucio, viajó, bajo bandera española, a estas “Indias”, llegando hasta al actual Brasil. En un segundo viaje, esta vez bajo bandera de Portugal, realizado entre 1501 y 1502, llegó hasta el actual Chile en el sur, convenciéndose de que no se trataba de las “Indias” sino de unas tierras completamente nuevas. Y así lo manifestó en Carta a Lorenzo de Médicis, primo del famoso “Lorenzo el magnífico”. En ella, Vespucio afirmaba que la región era "la cuarta parte del mundo… aquellos nuevos países… los cuales Nuevo Mundo nos es lícito llamar, porque en tiempo de nuestros mayores de ninguno de aquellos se tuvo conocimiento, y para todos aquellos que lo oyeran será novísima cosa…Yo he descubierto el continente habitado por más multitud de pueblos y animales que nuestra Europa, Asia o la misma África". Fue publicada en París el mismo 1502 con el nombre de “Nuevo Mundo” (“Mundos Novas”). Y este sería también uno de los nombres dados a la región, durante por lo menos hasta el siglo XIX, por referencia de contraste al “Viejo mundo” europeo. En su “Carta a los españoles americanos”, de 1792, documento precursor de la independencia, el patriota peruano Juan Viscardo, la usa: “El Nuevo Mundo es nuestra patria, y su historia es nuestra, y en ella es que debemos examinar su situación presente”. El monje y cosmógrafo alemán Martín Waldseemüller publicó, para una abadía francesa en 1507, el libro “Introducción a la cosmografía”, el cual, además, de incluir la carta de Vespucio, anexaba un nuevo mapa mundial del ya consagrado “globo” terráqueo, que incluía por primera vez formalmente el nombre de “América” para la región, explicándolo así: "otra cuarta parte ha sido descubierta por Americo Vesputio… no veo razón para que no la llamemos América, como la tierra de Americus, por Américo, su inventor". Muy pronto se hicieron varias ediciones en la recientemente inventada imprenta y llegaron a circular miles de ejemplares de este libro.

27

Ciertamente, muchos de estos datos, aunque generalmente consensuados, son discutidos. Y existen otras versiones, mitad leyenda, mitad hipótesis históricas. Tales como la de que el nombre “América” se origina en verdad de un comerciante, Richard Amerike, que habría financiado el viaje de Juan Caboto a Terranova en 1497. O de una región llamada “Amerrique”, en la actual Nicaragua, cuyas enormes cantidades de oro, habrían sido descubiertas y saqueadas tanto por Colón como por Vespucio; más aún, que este último habría cambiado su nombre a “Américo” en honor a dicha zona. Seis años más tarde, para 1513, el mismo Waldseemüller, en co-autoría con Matías Ringmann, publica una adaptación del “Atlas de Ptolomeo”. En él, abandona el nombre de “América” que el mismo había propuesto y, hasta cierto punto, popularizado en Europa, y llama a la región simplemente como “Tierra desconocida” (Terra incógnita). Probablemente, debido a reclamos recibidos por el erróneo papel como descubridor y nominador de la región, atribuido a Vespucio en perjuicio de Colón, el cual había muerto olvidado en 1506. Ese será el caso, entre otros, de Bartolomé de las Casas, sacerdote español defensor de los indígenas en América, quien, en su “Historia de las indias”, escrita alrededor de 1553 y publicada tras su muerte, acusa de engaño a Vespucio y reivindica, sin éxito, el nombre de “Columba” para el continente. Sin embargo, el nombre “América” haría todavía un largo camino para llegar a imponerse y generalizar su uso, sobre todo a partir de la revolución de independencia de las colonias inglesas en el norte de los nuevos territorios invadidos, iniciada en 1773 y terminada una década más tarde. América para los americanos

El nombre de “América”, tomado del libro del alemán Waldseemüller, fue agitado por los colonos norteamericanos como arma ideológica contra el imperio británico, con tal grado de éxito que terminó por imponerse como nombre del naciente “país”, formado por los trece estados independientes. Desde entonces, gradualmente, pasaría a identificarse, de hecho, con el nombre del continente entero, norte, centro y sur. Primero, por la acción de contagio del nombre a través de su uso por los revolucionarios patriotas de la independencia en los demás territorios al sur de la región. Especialmente por el precursor de ellos, el primero con liderazgo y acción propagandística internacional: Francisco Miranda. Quien fue, precisamente, combatiente en aquella revolución e incorporó a su discurso aquella denominación con el mismo uso emancipatorio que le daban los colonos norteamericanos, de ruptura con el poder colonial europeo, en su caso, español. Usándola indistintamente, en convivencia con otras similares, tales como “Colombia”, “América Meridional” o “Del mediodía”, “América Hispana”, etc., para referirse a la porción sureña del continente. Los demás líderes revolucionarios patriotas, muchos de ellos discípulos de Miranda, recogerán y difundirán a su vez este uso emancipatorio y no excluyente de “América”. Simultáneamente, también la popularizaron los periódicos y analistas de los demás países europeos, que veían en su uso un instrumento para debilitar la dominación rival española. Finalmente, el propio expansionismo totalitario de los mismos norteamericanos asumiría un rol activo en la asimilación ideológica de aquella nominación con el continente todo. Desde el principio, dadas las particularidades históricas de formación de las colonias británicas del norte, donde no se produjo mezcla de los colonos con los pueblos indígenas, sino que su expansión se hizo en base al etnocidio de éstos, la denominación de “América” y “americanos” tuvo allí un alto componente racista. Aunque, a nivel poético, alguno de los vates independentistas le atribuyó un rescate libertario y de pureza de los pueblos indígenas, lo cierto es que ello fue muy limitado y absolutamente alegórico y circunstancial. Todos los hechos y todas las evidencias escritas, institucionales, etc., muestran que la denominación era usada en estricta referencia a los habitantes blancos, de ascendencia europea, de los nuevos territorios. “Americano” refería únicamente al habitante “No indio”, tal como “Colono” lo había

28

hecho antes. Menos aún, podía incluir a los afrodescendientes venidos con la esclavitud, la cual habría de esperar un siglo más para ser abolida en 1863, manteniéndose la negación de los derechos civiles a los afroamericanos otro siglo más, hasta fines de la década de 1960, y su discriminación racista hasta hoy. El “Congreso Anfictiónico”, convocado por Bolívar en 1826 para lograr la federación de las repúblicas sudamericanas y del cual excluyó expresamente a los estadounidenses, se llamó “Americano”. Y en él, traicionando las instrucciones de Bolívar, el presidente de Colombia, Francisco Santander, incluyó a Estados Unidos. Se realizaron todavía dos Congresos “americanos” más en Lima, Perú, los años 1847 y 1864, igualmente desvirtuados y fracasados. Muy temprano, una serie de doctrinas ideológicas oficiales de los Estados Unidos, que arrancan con la “Doctrina Monroe” de 1823 y el “Destino manifiesto” de 1845, buscaron legitimar el predominio del poder fáctico norteamericano sobre todos los demás territorios del sur. Un complejo proceso y entramado de expansiones, agresiones, intervenciones y conspiraciones, militares, políticas y económicas corroboraron esa relación de dominio cultural. Su sustento ideológico y de institucionalización fue el “Panamericanismo”, promovido como discurso unificador, a partir de 1889, por el Secretario de Estado de los Estados Unidos James G. Blaine, a través de una serie de entidades oficiales supranacionales construidas sobre la base “americana”, supuesta como común entre el norte poderoso y el sur subordinado o agredido. El lema de la doctrina Monroe: “América para los americanos” operó, de hecho, como “América para los Norteamericanos”. En el plano simbólico cultural, esta hegemonía se expresó en la muy temprana identificación de todos los territorios y todos los pueblos de las tres Americas y el Caribe con la denominación de “América” y “Americanos” asignada a los Estados Unidos del norte. Proceso que consolidaba, en el ámbito de la identidad, la hegemonía de la matriz cultural norteamericana, como ideal, modelo, guía y administrador de una modernidad y un progreso deseables, y de la única estrategia de desarrollo posible. Ya el propio Alejandro Humboldt, primer naturalista y cartógrafo integral de Sudamérica, se quejaba, en sus “Cartas Americanas”, a inicios del siglo XIX, de que: “Es embarazoso, hablar de pueblos que desempeñan un gran papel en el escenario mundial y que no tienen nombres colectivos…Para evitar circunloquios fastidiosos, continúo escribiendo en esta obra, no obstante los cambios políticos sobrevenidos en el estado de las colonias, a los países habitados por los españoles-americanos bajo la denominación de América española… La palabra americano no puede ser aplicada solamente a los ciudadanos de los Estados Unidos de la América del Norte, y sería deseable que esta nomenclatura de las naciones independientes del Nuevo Continente pueda ser fijada de una manera a la vez cómoda, armoniosa y precisa". Todavía, la edición de 1984 del Diccionario español “Pequeño Larousse Ilustrado” (Ramón García-Pelayo. Ediciones Larousse. Argentina), en la palabra “Americano”, incluía la observación: “Debe evitarse el empleo de Americano con el sentido de norteamericano o de los Estados Unidos”. Lo cierto es que, de hecho, ambos usos y sentidos, el de América identificado con los Estados Unidos, y también el que lo significa como las tres Americas: del Norte, Centro y Sur, conviven (por cierto, junto a otros nombres también). La reunión de jefes de gobierno de las naciones de las tres Americas, por ejemplo, se denomina oficialmente “Cumbre de las Americas”. Y la cadena noticiosa trasnacional “CNN” usa indistintamente los términos norteamericano, americano y estadounidense. Colombia

Desde el principio de los procesos de independencia, entre sus más tempranos antecedentes, se encuentra la lucha ideológica simbólica. El acto fundacional de los conquistadores colonialistas de bautizar a la actual Norteamérica como Nueva Inglaterra, México como Nueva España, Colombia, como Nueva Granada, o Panamá como Castilla del Oro, era, para los revolucionarios patriotas, sustentador del poder

29

dominante y debía ser cuestionado. Renombrar los territorios era una forma simbólica de debilitar la cadena colonial. A partir de los primeros años de la década de 1770, la corona británica, apremiada por los gastos bélicos en sus guerras expansionistas -entre ellas, la que la enfrentó a Francia por el actual Canadá-, recargó con onerosos impuestos las mercancías que podían adquirir los “colonos” de la “Nueva Inglaterra”, instalados en la costa atlántica de la actual Norteamérica. Con ello, estalló el descontento y las ideas de autogobierno, hasta entonces de algunos, se volvieron gradualmente una reivindicación de la mayoría, hasta terminar con la declaración y la guerra de independencia, finalmente victoriosa. En esa lucha, se popularizaron nominaciones nuevas y diferentes para el “nuevo mundo”, usados como oposición ideológica e identitaria, al dominio inglés. Intelectuales de las trece colonias, desde hace mucho, venían reivindicando dos de ellos, los que terminaron por disputarse la denominación del país independiente. Uno, “Culumbia”, aludía a Colón, y circuló en varias publicaciones desde al menos la década de 1550 y se convirtió en objeto de profuso uso por parte de periodistas, literatos y poetas como símbolo libertario frente a la dominación de Inglaterra. Muchos de ellos, reclamaban, además, esa nominación para el continente entero como reivindicación de Colón. Pero no logró el alcance nacional suficiente y, cuando en la declaración de independencia resultó hegemónico el de “América”, “Culumbia” pasó gradualmente a ser el nombre de un distrito del país, de una veintena de ciudades, de un símbolo mitológico patriótico, de varias naves espaciales, empresas trasnacionales e importantes entidades académicas. En los territorios del sur, el mismo nombre, desde los trabajos de Fray Bartolomé de Las Casas tenía algunos seguidores intelectuales. Pero fue, justamente, por la influencia de la revolución de independencia norteamericana, que cobró renovado vigor la propuesta de nominar así la región. Particularmente, a través de Francisco de Miranda, que llega a los nacientes “Estados Unidos de América” en 1783, donde es seguro que conoció el profuso uso literario del mismo. A partir de 1788, en carta al príncipe Landgrave de Hesse, existe registro escrito de su uso por el propio Miranda, al hablar en ella de América como la “desafortunada Colombia”. Quien, por cierto, en uso paralelo e indistinto de otras, hablaba de “Colombia”, “Continente Colombiano” (1811), y “América Colombiana”. Con ese nombre llegó a titular su “ejército colombiano” (1806), su periódico en Londres (1810) y finalmente su gran y fundante proyecto político continental: “El Incanato de Colombia”. Denominación que hicieron suya numerosos patriotas, especialmente los discípulos de Miranda, como el chileno Bernardo O’Higgins, quien en 1818 escribía a Bolívar: "La causa que defiende Chile es la misma en que se hallan comprometidos Buenos Aires, la Nueva Granada, México y Venezuela, o mejor diríamos, es la de todo el continente de Colombia". Y, el más destacado de ellos, Simón Bolívar, quien alcanzó a plasmarla en la “Gran Colombia”, inaugurada en 1819 en el Congreso de Cúcuta, y que integraban las actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá. Desmembrada a partir de 1830 por la hegemonía de los caudillismos locales, para quedar finalmente reducida sólo a la actual república de ese nombre. Numerosos caudillos y algunos presidentes de estos países mantuvieron la idea de reconstruir la federación por varias décadas, pero ella no prosperó. En todos aquellos patriotas, Miranda, Bolívar, San Martín, O’Higgins, y al igual que entre los estadounidenses, el nombre de “Colombia” convivió inicialmente en su uso, indistintamente, con el de “América” y “América Hispánica”, para distinguirla de las de otras hablas. Los de “América meridional” o “Del mediodía”, para diferenciarla de la del Norte. Incluso, de su mezcla: “Continente Américo colombiano”. Todas ellas servían para el propósito de la hora inicial, oponerse ideológica y simbólicamente al dominio colonial europeo. La idea continental de Colombia subsistió, sin embargo, todavía a lo largo del siglo XIX en numerosos amautas latinoamericanos, esta vez con un nuevo contenido, el de oposición al voraz expansionismo imperial norteamericano. Entre muchos otros,

30

el colombiano José Samper, quien en 1855 publicó sus “Reflexiones sobre la Confederación Colombiana”, donde proponía reconstruir la federación de Bolívar adicionando a las repúblicas centroamericanas: "La raza no es una forma física sino moral; y por lo mismo, es en analogías íntimas que afectan a los pueblos en su vida moral e intelectual, en su literatura, su historia, su legislación, etc., donde deben buscarse esos rasgos de fisonomía que hacen de varios pueblos una gran comunidad. ¿Y cuál es la raza colombiana? Ella no es ni latina, ni germánica, ni griega, ni etiópica, ni azteca, ni chibcha, ni quichua, ni cosa parecida... El hecho determinante de las razas es la civilización. Y la civilización colombiana es una, la democrática, fundada en la fusión de todas las viejas razas en la idea del derecho. Tal es la obra que debemos conservar y adelantar, y es para ese fin de unificación que conviene crear la Confederación Colombiana... una asociación de Estados independientes, pero aliados y mancomunados”. Al año siguiente, el panameño Justo Arosemena, publica “La cuestión americana” donde reivindica la misma idea “colombiana”, extendiéndola “desde Panamá al Cabo de Hornos”. "Señores: hace más de 20 años que el águila del Norte dirige su vuelo hacia las regiones ecuatoriales. No contenta ya con haber pasado sobre una gran parte del territorio mexicano, lanza su atrevida mirada mucho más acá. Cuba y Nicaragua son, al parecer, sus presas del momento, para facilitar la usurpación de las comarcas intermedias, y consumar sus vastos planes de conquista un día no muy remoto… Lo que el cálculo hizo para la Confederación del Norte, el tiempo, la experiencia y el peligro deben hacer por la Confederación del sur…Siga la del Norte desarrollando su civilización, sin atentar a la nuestra. Continúe, si le place, monopolizando el nombre de América hoy común al hemisferio. Nosotros, los hijos del Sur, no le disputaremos una denominación usurpada, que impuso también un usurpador. Preferimos devolver al ilustre genovés la parte de honra y de gloria que se le había arrebatado: nos llamaremos colombianos; y de Panamá al Cabo de Hornos seremos una sola familia, con un solo nombre, un Gobierno común y un designio. Para ello, señores, lo repito, debemos apresurarnos a echar las bases y anudar los vínculos de la Gran confederación colombiana” (20 de julio. 1856). Samper desarrolla aún más sus reflexiones en torno a la nominación de “Colombia” para la región y en su libro “Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las Repúblicas Colombianas (Hispano-americanas)”, publicado en Francia en 1861, retomando las antiguas reclamaciones de Fray Bartolomé de Las Casas, escribe: “Esta última palabra exige una explicación de nuestra parte. Hemos creído tener plena razón para iniciar en la prensa una innovación en la terminología histórico geográfica del Nuevo Mundo. Hasta ahora la parte continental de "América", al sur del istmo de Panamá ha sido llamada América del sur o meridional, y el conjunto de las antiguas colonias continentales de España, América española. Pero los ciudadanos de la Confederación del Norte llamada "Estados Unidos", se han arrogado para sí solos, y con razón, el nombre de Americanos, como expresión de su nacionalidad política, -así como designan con el nombre general de América la Confederación fundada por Washington. Esta denominación ha defraudado la gloria de Cristóbal Colomb, y atribuidole al descubridor secundario, Américo Vespucci, lo que no le pertenece. La justicia exige que el mundo moderno restablezca la clasificación histórica; tanto más cuanto así desaparecerá toda confusión en las denominaciones. Por tanto, nos permitimos proponer (y damos el ejemplo en este escrito) que en lo sucesivo se adopte lo siguiente: COLOMBIA, -la parte del Nuevo Mundo que se extiende desde el Cabo de Hornos hasta la frontera septentrional de Méjico. AMERICA, -lo demás del continente". El gran amauta puertorriqueño José de Hostos, nominado póstumamente “ciudadano de América”, en su ensayo “Ayacucho” de 1870, retoma la bandera y llama una vez más a la construcción “colombiana”: "Entonces el Continente se llamará Colombia, en lugar de no saber como llamarse". También titula “La Confederación Colombiana” a una serie de artículos periodísticos. Sin embargo, de Hostos terminaría

31

por comprender, a fuerza de realidades, que la nominación de la región, como ocurre con todo el lenguaje, no sólo es un asunto de “autoridad” científica, reglas formales y argumentaciones intelectuales. En ellas juega un rol protagónico también el uso, colectivo, cotidiano, anónimo, de los pueblos. Para 1874, en Estados Unidos, publica el ensayo “La América Latina”, en el cual reconoce: "No obstante los esfuerzos hechos por Samper, por algunos otros escritores latinoamericanos y por el autor de este artículo, reforzados por la autoridad de la Sociedad Geográfica de Nueva York, no prevalece todavía el nombre colectivo de Colombia con que han querido distinguir de los anglosajones de América a los latinos del Nuevo Continente. En tanto que se logra establecer definitivamente la diferencia, es bueno adoptar para el Continente del Sur y la América Central, México y Antillas, el nombre colectivo que aquí le damos y el de neolatinos usado por el señor A. Bachiller y Morales, o el de latinoamericanos que yo uso para los habitantes del Nuevo Mundo que proceden de la raza latina y de la ibérica". América Latina

Para responder a esa dificultad de un “nombre colectivo” que distinga estos pueblos al sur de los Estados Unidos, para diferenciarlos, precisamente, del hegemónico norte, se gestó una denominación que, aunque viniendo también de afuera, como todas las anteriores, sí tuvo éxito allí donde el intento nominativo continental de “Colombia” -por parte de Samper, Arosemena, de Hostos, y otros- había fracasado. Era la de “América Latina”. El motivo de su creación sería, eso sí, el mismo, hasta cierto punto, del de aquellos patriotas continentales: romper la relación de dominación de los Estados Unidos con estos pueblos, expresada en la identificación de todos ellos con su propio y hegemónico nombre: “Americanos”. Sólo que el que nombraría sería, esta vez, Francia. Y sólo que lo haría buscando establecer su propio dominio. Francia era una potencia europea en expansión, tal como Estados Unidos, pero mucho más antigua, por lo que, en la matriz cultural profunda hegemónica en la época, se consideraba a si misma con más méritos para cumplir la “tarea civilizatoria” en las nuevas repúblicas sudamericanas y para usufructuar de los beneficios comerciales de ello. Después de todo, de hecho, fue gracias al agresivo empuje del imperio francés de Napoleón Bonaparte que se desataron los hechos que llevarían rápidamente a la independencia de las colonias de la metrópoli española. Habían pasado varias décadas de eso. España ya estaba fuera del juego hegemónico y ahora era Estados Unidos quien disputaba ese rol. Las elites francesas veían en ello una disputa de carácter racial, entre ellos, los “latinos”, contra los “anglos”. Ya a lo largo de los siglos XVII y XVIII, Francia se había enfrentado, en el norte de América, en interminables y complejas guerras “indias” con el imperio británico, finalmente vencedor. Más aún, entre 1838 y 1839, había enfrentado la famosa “guerra de los pasteles” con el propio México, iniciada para exigir reparaciones a los supuestos abusos sufridos por franceses en ese país, entre ellos, un comerciante de pasteles; de ahí su nombre. Tras un bloqueo naval de varios meses y algunas batallas de poca importancia, una vez más, los “anglos” británicos intervinieron con una forzada mediación para el acuerdo entre las partes. Y ahora sus “descendientes”, los norteamericanos, mostraban expresas intenciones de dominar toda la región. La guerra estadounidense contra México, finalizada en 1848, con la anexión por parte de los Estados Unidos de más de 2 millones de kilómetros cuadrados, la mitad del territorio mexicano, mostró a las claras esa naciente relación de dominación y hegemonía hacia los nuevos países del sur. Y Francia reaccionó. El propio Napoleón III, al entregar instrucciones al jefe militar de sus tropas invasoras en México, escribió: “En el estado verdadero del mundo, la prosperidad de América no es asunto indiferente para Europa, porque del Nuevo Mundo vienen las materias primas que abastecen nuestras fábricas y que alimentan nuestro comercio...

32

Si México mantiene su integridad territorial y si se establece un gobierno estable con la asistencia de Francia... habremos establecido nuestra poderosa influencia en el centro de América, y esta influencia nos ayudara para crear inmensos mercados para nuestro comercio y para procurarnos materias primas esenciales para nuestra industria”. Para dar legitimidad cultural a esta política expansionista, Francia debió crear, al igual que españoles y estadounidenses antes, un discurso ideológico. Se trataría de un discurso de carácter racial, cuyo eje sería una nueva forma de nombrar a la región, destinada a generalizarse con el tiempo y ser usada con un sentido que irá mucho más allá de la intencionalidad de sus creadores originales: el “panlatinismo”. “Latino” es un adjetivo derivado de la palabra “Latín”, nombre del idioma que hablaban los antiguos romanos. Las zonas de Europa que recibieron más larga influencia del imperio romano y que hoy hablan lenguas derivadas del idioma de la antigua Roma, llamadas “Romances”, han sido nominados como “países latinos”. Fundamentalmente, Francia, Portugal, España e Italia. De esa raíz histórica y étnica, y en la búsqueda de un enfoque ideológico que disputara la hegemonía estadounidense en la región, por parte de los franceses, se construirá, a lo largo de décadas, el concepto de “América latina”. Una vez más, el precursor naturalista más famoso de la región, Alejandro Humboldt sentaría aquí el más temprano precedente: "Hoy, la parte continental del Nuevo Mundo se encuentra como repartida entre tres pueblos de origen europeo: uno, y el más poderoso, es de raza germánica, los otros dos pertenecen por su lengua, su literatura y sus costumbres, a la Europa latina" (Viaje a las regiones equinocciales. 1825). El gestor y principal promotor, sin embargo, será un economista político francés, involucrado directamente en la política comercial expansionista de su gobierno: Michel Chevalier. Éste había viajado por Estados Unidos, México y Cuba entre 1834 y 1836, y resumió sus experiencias en el libro “Cartas sobre América del norte”, publicado en 1836, y que fue pronto una especie de “best seller” en toda Europa. Conciente de las enormes oportunidades comerciales del escenario expansionista en la región, en 1844 publicitó el proyecto de construir un canal interoceánico, francés, en Panamá. El cual más tarde Francia efectivamente comenzaría, pero que sería terminado y apropiado por los estadounidenses a principios del siglo XX. Para 1855, Chevalier, había evolucionado estas consideraciones en un sistema ideológico étnico bien definido, el cual, simultáneamente, ofrecía un programa político y uno geoestratégico, expansionistas, al Estado francés: el “Panlatinismo”. La idea de “unidad” de todas las naciones latinas del mundo bajo el liderazgo de Francia. El cual resultaba “natural” dado que la hegemonía civilizatoria mundial radicaba en Europa. Chevalier establecía tres grupos raciales europeos: 1) Los germánicos o anglosajones del norte de Europa, liderados por Inglaterra. 2) Las naciones latinas del sur de Europa, lideradas por Francia. 3) Los pueblos eslavos de la Europa oriental, liderados por Rusia. El resto del planeta, sólo podía estar bajo la hegemonía de uno de estos “líderes”, y convenía que lo fuera “de acuerdo”, precisamente, a su origen racial. Según Chevalier, el “Nuevo Mundo”, o sea la región, no debía estar bajo la hegemonía de los Estados Unidos, pues éste formaba parte del grupo de países anglosajones y protestantes, mientras que las naciones del sur eran hispánicas, es decir, latinas y católicas. En la “Revista de Dos Mundos”, donde escribe varios artículos, sentencia: “Existe en la civilización occidental o cristiana una rama bien distinta que se define por la denominación de razas latinas. Estas tienen su asiento en Francia, Italia, en la península español-portuguesa y en los centros que estas naciones tienen sus vástagos… Sin menospreciar a nadie, se puede decir que Francia, es desde hace largo tiempo, el alma de este grupo… Francia no forma solamente la suma del grupo latino sino que es también su protectora desde Luis XIV” (15 de abril. 1855). Era Francia, “líder de lo latino”, la llamada a realizar la tarea “civilizatoria”, vía dominación política y saqueo económico, de las naciones “latinas” del nuevo mundo, empezando por México.

33

Pronto, estas ideas se popularizaron en Francia. La “Revista de las Razas Latinas”, publicada en la capital, París, entre 1857 y 1861, contaba entre sus columnistas al sacerdote francés Emmanuel Domenech, que había recorrido el “Nuevo mundo” y publicado su libro “Diario de un misionero en Texas y México. 1846 – 1852”. Y, más tarde, llegaría a ser secretario de prensa del emperador francés de México, Maximiliano. Éste mezclaba los fanatismos panlatinista y religioso en una visión profética: “Cuando el águila rusa vuele sobre el Bósforo y el águila americana vuele sobre la ciudad de México, sólo quedarán dos grandes poderes en el mundo: Rusia y los Estados Unidos". La iglesia católica coincidía en esa visión de oposición al norte protestante, cuya influencia era indeseada en la región que España le había dejado como herencia religiosa. La nueva denominación de “América Latina”, fue tempranamente aceptada y bendecida por el Vaticano, que en 1862 transformó el nombre administrativo del “Colegio Americano del Sur” por el de “Instituto Eclesiástico de la América Latina”. Agregase a ello, el hecho de que Francia le había restituido al Vaticano sus territorios en Roma, perdidos durante una revuelta republicana en 1848. En ese proceso, cristaliza el término “América Latina”. Y los dos primeros registros escritos que se tienen de su uso datan de 1856, y ambos son justamente de “americanos”. El chileno Francisco Bilbao y el colombiano José Torres. Sin embargo, como la matriz cultural profunda hacía imposible otorgar paternidad creativa universal a unos “indianos” no europeos, más aún tratándose de un concepto europeo como el de “latinidad”, la creación del término le fue atribuida a un francés, correctamente miembro de la nación líder del panlatinismo: L.M. Tisserand, quien lo usa públicamente en un articulo de 1861. A partir de allí su uso, para referirse conjuntamente a México, Centroamérica y Sudamérica, será extendido y común en Francia. Ese mismo año, la parisina “Revista de dos mundos”, publica artículos haciendo notar las posibilidades que México encierra para la hegemonía comercial francesa, describe al expansionismo norteamericano como la principal amenaza y agita expresamente una expedición militar invasora al país que le ponga remedio, en cooperación con Inglaterra y España: “Derribar el sistema que ha fracasado completamente en garantizar a este bello país los elementos mas indispensables del orden social y de la prosperidad de los estados” (1 de abril. 1862). Para justificarla, resucita los viejos argumentos de la “guerra de los pasteles”: “La serie de agravios y de violencias que las autoridades mexicanas han permitido en contra de los ciudadanos franceses, españoles o ingleses, así como hacia la persona del jefe de la delegación francesa…" (Ibíd.). Era la palabra propicia en el contexto favorable. Mientras Estados Unidos era desgarrado hace un año por la guerra civil, entre los esclavistas algodoneros del sur y los industriales capitalistas del norte, Francia era de nuevo un serio aspirante a imperio. Reinaba un nuevo emperador, Napoleón III y en base a la expansión económica del país, se había permitido intervenciones imperiales, tales como las del canal de Suez en Egipto y la de Indochina, actual Viet Nam. Ahora, era el turno de México, para frenar de una vez la expansión hegemónica norteamericana. Desgarrado por interminables pugnas políticas internas, el Estado mexicano simplemente resultó incapaz de cumplir las onerosas deudas que mantenía con España, Inglaterra y Francia. Tras confusas maniobras y tratativas, una expedición militar conjunta de las tres potencias arribó a México. Finalmente, España e Inglaterra se retiraron, pero Francia decidió invadir el país y, tras un “plebiscito” realizado bajo ocupación, declarar triunfadora la opción de un gobierno monárquico francés en México. Sobre esa endeble base “legal” se instaló a un príncipe austro húngaro como emperador del país, Maximiliano I. Desde 1862 a 1867, el presidente mexicano, Benito Juárez, condujo un gobierno paralelo e itinerante y una creciente guerra de guerrillas contra los invasores franceses que llegaron a contar con 50.000 tropas de ocupación. Cambios políticos en Europa hicieron que Napoleón III terminara abandonando a su suerte a Maximiliano, al tiempo que el término de la guerra civil en los Estados Unidos permitía a éstos ofrecer importante ayuda a Juárez. Todo lo cual llevó al triunfo de la

34

resistencia patriótica y el fusilamiento de Maximiliano “Primero”, que sería también el “último”. A partir de allí, el contenido “panlatino”, de hegemonía francesa, del concepto “América latina” sería muy rápidamente olvidado. El término seguiría una doble trayectoria. Por un lado, sería “oficializado”, paradojalmente, por los propios norteamericanos, contra cuya hegemonía había sido inicialmente creado, instalándose como el nombre oficial de la región hispano portuguesa, como parte de la institucionalidad “panamericana”, dirigida por los Estados Unidos. Por otro, serían los intelectuales bolivarianos, desde Francisco Bilbao y José Torres, hasta Fidel Castro, Che Guevara y Hugo Chávez, quienes le darían, con mucho éxito, un nuevo contenido de radical independencia y antimperialismo. Mientras unos buscaban enfatizar las supuestas conexiones “geográficas, culturales y de interés comercial y político” entre el norte y el sur; los otros, enfatizaban la diferencia y aún oposición de identidad y de destino. Olvidado por los cambios de la realidad el inicial contenido de oposición al “anglosajonismo” norteamericano, el término “Latino América” fue tempranamente usado, a partir de finales del siglo XIX, por los Estados Unidos, como medio simbólico de contrarrestar el de “Hispanoamérica”, que favorecía los porfiados intereses españoles de recuperar hegemonía en la región. Ya a inicios del siglo XX, el presidente estadounidense Woodrow Wilson lo utiliza por primera vez oficialmente. Justamente, para terminar haciendo firmar a todos los gobiernos del sur, salvo México, una “declaración de guerra” a favor de Estados Unidos y contra sus enemigos en la Primera guerra Mundial. Convertía así a “América Latina” en una “sección” integrante del andamiaje institucional común “Panamericano”. Trabajaba de ese modo la diferencia realmente existente, pero de manera que no obstaculizara su hegemonía, cuya mayor expresión fue la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1948. Ese mismo año, se crea también la “Comisión Económica para América Latina (CEPAL)” de las Naciones Unidas, organismo de estudios regional en el ámbito del desarrollo económico, el primero internacional en ser nombrado oficialmente con la denominación de “América Latina”. Al cual le siguieron muchos otros, como la ALALC (Asociación Latinoamericana para el Libre Comercio), y la ALADI (Asociación Latinoamericana de integración, y el SELA (Sistema económico Latinoamericano). Muy pronto, surgieron numerosos institutos y entidades universitarias en los Estados Unidos y en la misma región con el nombre genérico de “Estudios Latinoamericanos”. Y ello se extendió a todas las ciencias sociales y las corrientes culturales y artísticas. De modo que la “oficialización” vino a ser paralela y, más tarde, gradualmente, vino a identificarse, con un nuevo contenido de reafirmación propia, incluso a veces en oposición al dominio estadounidense. Paralelamente, aunque es cierto que la denominación de “América Latina” se gesta en el contexto del discurso de hegemonía expansionista francés de mediados del siglo XIX, en oposición al “panamericanismo” con el que los Estados Unidos legitimaban su propia hegemonía, también lo es el hecho de que desde el inicio mismo de su uso, su contenido fue disputado por los bolivarianistas latinoamericanos. Así ocurre desde las mismas dos primeras referencias escritas que se tienen del término, registradas casi al mismo tiempo, y ambas en Europa. El chileno Francisco Bilbao, en una conferencia dictada, precisamente, en París, Francia, el 24 de julio de 1856, lo usa para referirse a todos los territorios y pueblos al sur de la frontera estadounidense. Y así lo usará profusamente durante toda su activa carrera política y propagandística, que incluye su proyecto de “Iniciativa de la América. Idea de un Congreso Federal de las Repúblicas” de 1856. Dos meses después, el 26 de septiembre del mismo año, en Venecia, el intelectual y diplomático colombiano, José Torres, residente en Francia desde 1851, amigo de Chevalier, pero, como Bilbao, bolivariano antimperialista, termina de escribir su poema “Las dos Americas”: “El gigante del Norte, como enanas / Miraba las Repúblicas del Sud / Mas tarde, de sus fuerzas abusando, / Contra un amigo pueblo a guerra llama; / Su suelo invade, ejércitos derrama / Por

35

sus campos y bella capital. / La tierra mexicana estaba entonces / En contrarias facciones dividida… / En vano fue que sus mejores hijos / Valientes se lanzaran al combate… / El yankee odiando la española raza, / Altivo trata al pueblo sojuzgado, / Y del campo, encontrándose adueñado, / Se adjudica riquísima porción... / A su ancho pabellón estrellas faltan, / Requiere su comercio otras regiones; / Mas flotan en el Sur libres pendones / –¡Que caigan! dice la potente Unión. / La América central es invadida, / El Istmo sin cesar amenazado, / Y Walker, el pirata, es apoyado / Por la del Norte, ¡pérfida nación!... / El seno de la América valiente / Desgarran ya sus nuevos opresores… / La raza de la América latina, / Al frente tiene la sajona raza, / Enemiga mortal que ya amenaza / Su libertad destruir y su pendón”. Ciertamente, ambos, Bilbao y Torres usan el término, al igual que los franceses, para separar a la región del dominio estadounidense. Pero, aunque son admiradores del progresismo liberal francés, en ellos “América Latina” tiene un uso y sentido expresamente “bolivariano”, de autonomía respecto de cualquier otro poder extranjero, incluido el de Francia. Al punto que, seis años más tarde de su conferencia en París, al invadir Francia a México, Bilbao afirmará públicamente la necesidad de apoyar la resistencia antimperialista mexicana contra los franceses, y rechazará todo despotismo y expansionismo, tanto europeo como norteamericano (La América en peligro. 1862). Lo mismo ocurre con José Torres, quien, no sólo mantiene sus postulados latinoamericanistas y bolivarianos en su consecuente labor diplomática, sino que además desarrolla infatigable activismo latinoamericanista. Como Bilbao, propone también un proyecto de confederación bolivariana, sus “Bases para la formación de una Liga Latinoamericana”, publicadas en 1861. Cuatro años después, en 1865, publica su libro “Unión Latino-Americana”. Y en 1879, funda en Francia la “Sociedad de la Unión Latinoamericana”, donde militan gigantes bolivarianos como el ex presidente dominicano Gregorio Luperón y el patriota puertorriqueño Ramón Betances. En todo su ideario, la independencia radical de América Latina es expresamente enfrentada tanto al poder norteamericano como al europeo. Es su propia unidad y lucha la consigna, no ningún supuesto “liderazgo racial”. Y así lo señalaba ya, explícitamente, en su temprano y emblemático poema de 1856: “La Europa no se duerme, sino asecha / La ocasión de extender su despotismo: / ¡La libre Unión preparará el abismo / En que se hunda al fin la libertad!... / El mundo yace entre tinieblas hondas: / En Europa domina el despotismo, / De América en el Norte, el egoísmo, / Sed de oro e hipócrita piedad…/ ¡América del Sur! ¡ALIANZA, ALIANZA / En medio de la paz como en la guerra; / Así será de promisión tu tierra: La ALIANZA formará tu porvenir!... / El pueblo que pretende encadenarnos, / Nos encuentre cerrados en batalla, / Descargándole pólvora y metralla, / ¡Al claro son de bélico clarín!”. En 1900, ya superado y olvidado el proyecto “panlatinista” francés, el amauta uruguayo José Rodó, escribe su famoso ensayo “Ariel”. En el retoma la concepción latinoamericanista, esta vez con un contenido de espiritualidad, diferente y superior al utilitarismo materialista que caracteriza a los Estados Unidos: “Cualquier mediano observador de sus costumbres políticas os hablará de cómo la obsesión del interés utilitario tiende progresivamente a enervar y empequeñecer en los corazones el sentimiento del derecho. El valor cívico, la virtud vieja de los Hamilton, es una hoja de acero que se oxida, cada día más, olvidada, entre las telarañas de las tradiciones. La venalidad, que empieza desde el voto público, se propaga a todos los resortes institucionales”. A partir de allí, el uso del término para distinguir a todos los territorios y pueblos al sur del Río Bravo, se ha generalizado avasalladoramente. En la actualidad, es de uso común entre las más amplias mayorías de sus ciudadanos y en el mundo, significando una clara y diferente unidad regional al sur de los Estados Unidos. Y en muchos casos, en oposición de interés y de destino a su actual relación de dominación. Innumerables pensadores y políticos antimperialistas la han usado para reafirmar ese destino común. Entre ellos, la casi totalidad de los movimientos

36

guerrilleros y organizaciones político militares, y destacados pensadores y políticos marxistas, como Carlos Mariátegui, Fidel Castro, Che Guevara, Salvador Allende y Hugo Chávez. El continente está “unido por… el dolor que da el Norte", dijo la poetiza chilena Gabriela Mistral en 1922. Mostrando con acierto y belleza que, de hecho, la “América Latina” no es sólo una unidad cultural, aunque rica y diversa internamente, sino también, y sobre todo, una categoría geopolítica. Un conjunto territorial, cuyas poblaciones han compartido una misma trayectoria de subordinación a centros hegemónicos externos, que le han impuesto una misma y común estructura social y económica, que la tiene convertida hoy en la región de mayor desigualdad en el mundo, entre una minoría de ricos e inmensas mayorías de pobres, precarios y vulnerables. Es esa realidad y percepción estructural e histórica común la que permite la agrupación en un mismo conjunto de las diversas realidades internas, la que genera respuestas similares y en grandes aspectos comunes, e impone un destino que, para ser feliz, necesariamente ha de ser unido.

Hispanoamérica

A pesar de ello, existen actualmente quienes se oponen al uso de “América Latina” para nominar a todo el continente americano, a partir del sur del Río Bravo, incluyendo México, América Central, el Caribe y Sudamérica. Y lo hacen desde muy distintos ángulos. En primer lugar, cabe mencionar a aquellos que reivindican la antigua nominación de “Hispanoamérica”. La cual ha sido siempre defendida por intelectuales españoles, como José Ortega y Gasset, y Ramón Basterra que en “Virulo, mediodía” de 1927, describe la comunión de los pueblos hispánicos, a la que, recuperando el remoto origen romano, denomina la "Sobrespaña" o “Espérica”. A ellos se unirán también numerosos americanos, cuando, tras la derrota de España en la guerra inter-imperialista con Estados Unidos en 1898, en las que perdió Cuba, Filipinas y Guam, resurge el llamado “panhispanismo”, que pretendió identificar en un mismo antinorteamericanismo a sus antiguas colonias con su propio y fracasadamente resurgido liderazgo. En las celebraciones del cuarto centenario del “descubrimiento de América”, los europeos habían conseguido que muchos países latinoamericanos declararan festivo al 12 de octubre como "día de la raza". Ocho años más tarde, en 1900, se realizó un Congreso Hispano-Americano, no oficial, para hacer paralelo al II Congreso panamericano que se realizaría al año siguiente en México promovido por Estados Unidos. Allí se gestó la “Unión Iberoamericana”. A partir de las revoluciones Rusa y Mexicana a inicios del siglo XX, y con el simultáneo ascenso del régimen fascista de Francisco Franco en España, el contenido antinorteamericano de la denominación fue trasvasijado a uno de “anticomunismo”. Se convirtió en bandera conservadora y tradicional en manos de todas las oligarquías y sectores de derecha en España y la región americana. Sobre este nuevo contenido se creó en 1940 el “Consejo de la Hispanidad” en Madrid. Uno de los máximos exponentes de este hispanismo americano fue el historiador chileno Jaime Eyzaguirre, quien escribió: “Cuando el indio americano, rescatado de la oscuridad de sus ídolos, conoció al Dios del amor y se dirigió a Él con las voces tiernas y confiadas del Padre Nuestro, no lo hizo en francés ni en italiano, sino en la viril lengua de Castilla. A España no se le puede disputar el derecho de unir su nombre al de una tierra a las que abrió las puertas del cielo, infundiendo en el alma triste de sus moradores la virtud para ellos desconocida de la esperanza” (Hispanoamérica del dolor. 1968). Reflejando con claridad la visión “idílica” que, haciendo abstracción de los seculares crímenes del imperio español y de la virulenta guerra de independencia, sólo ve en los extendidos vínculos dejados por tres siglos de coloniaje, grandes aportes culturales, entre ellos el idioma y la religión, los cuales considera fundamentos de cualquier unidad cultural regional.

37

Lógicamente, dada la abrumadora cantidad de hechos en contrario, esta visión es rechazada por amplios sectores intelectuales y sociales, que no comparten esa mirada de “legado fundamental” atribuida al etnocidio y saqueo español de tres siglos. El amauta cubano, Fernando Ortiz, criticó tempranamente como “racistas y falsas” las nociones “hispanoamericanas”, proponiendo como más adecuada la de “culturas”, para abordar la abigarrada diversidad interna, tanto europea como americana: “Porque no existe una raza en España, que es abigarrada de naciones, lenguajes y amestizamientos múltiples: ni tampoco en América Latina, que es formada de muy diversos idiomas, culturas y cruzamientos, indígenas y alienígenas, en paso lento de comunión" (El panhispanismo. 1910) Desde la muerte del dictador Franco y hasta la actualidad la idea hispanoamericana ha sido retomada, con connotaciones más amplias “europeas”, dada la unidad política de ese continente, y con visos de una relación más “horizontal” con la región que la sostenida por Estados Unidos. Pero, a pesar de ello, la nominación de “Hispanoamérica” no ha encontrado una extendida aceptación ni en los círculos intelectuales ni entre las mayorías de la región.

Sudamérica

Desde otro lado, tal denominación, es negada a su vez por quienes argumentan que excluye a Brasil, un país que no es de habla hispana, sino portuguesa, pero cuya importancia para cualquier proyecto de unidad regional es tan evidente, que ha llevado a una nueva denominación que lo incluye, la de “Iberoamérica”. Tomando como matriz de identidad colonial, no solo a España, sino también a Portugal, considerando toda la península Ibérica que ocupan ambos países en el oeste europeo. Esto, a pesar de que, como los más eruditos y rigurosos gustan de recordar, la palabra romana Hispania (“tierra de liebres”), designaba ya antiguamente a toda la península, por lo cual lo “ibérico” sería sólo un pleonasmo. Independiente de ello, sin embargo, la idea de “Iberoamérica”, ha seguido similar derrotero que el de “Hispanoamérica”, retomada con un contenido “europeo” más amplio y también más “horizontal” hacia la región, pero no ha encontrado tampoco esa denominación una extendida aceptación y uso. Esta particular diferenciación y separación entre Brasil y el resto de Sudamérica, ha sido un tema recurrente en los debates sobre la unidad e identidad del continente. Las iniciales bulas papales excluían por completo a Portugal de los nuevos territorios anexados por Colón. Sin embargo, las realidades impusieron a España una negociación directa en el “Tratado de Tordesillas” que, en 1494, entregó una enorme porción de territorios del noreste atlántico de Sudamérica a Portugal, conocidos hoy como el actual “Brasil”. Desde entonces las disputas fronterizas fueron usuales, generando, entre otras, el conflicto de las “siete reducciones”, en que, desde 1754 hasta 1756, indígenas guaraníes y sacerdotes jesuitas resistieron armadamente su “traspaso” administrativo de la jurisdicción española, que prohibía la esclavitud indígena a la portuguesa, que la permitía. El único período de 60 años de unificación político administrativa de toda Sudamérica, incluyendo a Brasil, fue entre los años 1580 y 1640, bajo el reinado de una misma monarquía europea: Los Habsburgo, cuando Felipe II de España fue simultáneamente Felipe I de Portugal. Le siguieron tres Felipes más, sucesores con las dos coronas, de Portugal y de Castilla, sobre los territorios de Brasil y la demás Sudamérica en su conjunto. Y es justamente en el año de inicio de la unificación, 1580, que se fundó Buenos Aires, la primera y casi única puerta al mar atlántico de España, y fue fundada con gran población de portugueses, siendo en muchos sentidos casi una ciudad portuguesa. Dada la necesidad de esta monarquía unificada de defender la cuenca del Amazonas, apetecida por ingleses, franceses y holandeses, se privilegió la temprana expansión de Brasil, mejor ubicado para ello. Una expresión constante de esa política fueron las excursiones de “bandeirantes” (esclavistas lusobrasileños) y sus “malucos” (tropas indígenas o afro descendientes) en las regiones fronterizas, ante la pasividad obligada de las autoridades españolas. Y

38

constituían, por lo general, el preámbulo de la anexión final de los territorios. Más tarde se rompe esta monarquía unificada para no recuperarse más. Finalmente, en los vaivenes de la política europea, España y Portugal decayeron y fueron superadas por nuevos y más pujantes imperios. Llegada la independencia, desde el precursor Francisco Miranda existe la inclusión de Brasil en el proyecto de lucha: “Valientes ciudadanos de Brasil -¡Levantaos! Escuchad la voz de la libertad…levantémonos todos a una y unámonos como hermanos… uníos de manos y de corazones en la gloriosa causa…” (Proclama de Coro. 1806). Sin embargo, el derrotero brasileño a la independencia, será único y diferente, separándolo una vez más del resto de las repúblicas. Transitará dinásticamente de ser parte del reino de Portugal a ser un imperio monárquico propio, con Pedro I. Asimismo, sus constantes disputas fronterizas con los demás países orientales atlánticos, Argentina, Uruguay y Paraguay, así como sus “conexiones” con las monarquías y poderes europeos, generaron varias disputas y conflictos durante las primeras décadas el siglo XIX, entre ellos, la guerra que liquidó el proyecto de José Artigas, en el actual Uruguay y otras en las que estuvo involucrado el propio Simón Bolívar. Al Congreso de Unidad Continental programado por el Libertador, fueron invitados delegados brasileños por el presidente colombiano Francisco Santander, contra los deseos de Bolívar, que apuntaba a conseguir un núcleo menor, pero real, de repúblicas confederadas, pero no asistieron. El gran amauta argentino Bautista Alberdi, que en 1843 publicó en Chile su obra “Sobre la conveniencia y objetos de un Congreso General Americano”, será uno de los permanentes propagadores de la idea Sudamericana, que se opuso a la “guerra de la triple alianza” de 1865, en que Brasil, Argentina y Uruguay, digitados por Inglaterra, arrasaron, matando a dos tercios de la población, el Paraguay del mariscal Francisco Solano, único que mantenía un proyecto de desarrollo nacional independiente y pujante, de orientación popular. Brasil pasará de Estado monárquico constitucional y esclavista a República a finales del siglo XIX y será una república absolutamente oligárquica hasta mediados del siglo XX. Ocasión en que, mediante las crisis de entre guerras mundiales y el surgimiento de los nacionalismos, la separación con el resto de Sudamérica, mantenida prácticamente desde el quiebre del breve periodo colonial de monarquía unificada, empieza a cerrarse. El “proteccionismo” y el “desarrollo hacia adentro” con “sustitución de importaciones” son una necesidad impuesta por las circunstancias en toda la región. En Argentina, surge el plan económico financiero presentado por el ministro de Hacienda Federico Pinedo a finales de 1940, en respuesta a la crisis de la Segunda Guerra Mundial. En él se incluye una “unión aduanera” con los demás países de América Latina, la vieja idea de Bolívar pero incluyendo ahora a Brasil. En 1935, el militar brasileño Mario Travassos escribió un libro fundante, “Proyección Continental de Brasil”. En él define a Sudamérica como el área de prioridad viable e imprescindible para articular el sueño de Bolívar: “nos importa sólo América del Sur, más arriba es área norteamericana, no nos metamos. Meter el hocico allí es quedar electrocutado”. Su propuesta esencial es la necesidad de priorizar un espacio bien definido que sirva de eje viable, de núcleo básico necesario, a la unidad del subcontinente, la alianza argentino – brasileña. En ese contexto, nace en Argentina el gobierno del militar nacionalista y popular Juan Perón y su vigoroso movimiento político de mayorías, el Peronismo. Paralelamente, en Brasil, el de Getulio Vargas, de signo similar, y que ya antes había implementado en su país un nacional populismo industrializador. La estrecha afinidad de ambos culminará en la propuesta de Perón de la alianza estratégica argentino brasilera, pues el modelo de sustitución de importaciones necesitaba una ampliación gigantesca del mercado interno, relativamente amparada por una nueva unión aduanera para lograr economías de escalas. Una vez más, la carencia de una masa crítica ideológica e intelectual, fue la falla fundamental del proceso. La falta de conciencia de lo vital de esta estratégica política, aún en las propias fuerzas peronistas y varguistas, expresada en la reproducción de la vieja rivalidad portuguesa hispana,

39

permitió el sabotaje del poder fáctico de los Estados Unidos, que terminó derrocando ambos proyectos nacionalistas. Aún así, lograron ser instaladas las ideas de “Sudamérica”, “Conferencia Sudamericana”, “Alianza Sudamericana”, “Mercado Común del Sur” y otras similares. En 1985, fueron retomadas, cuando los presidentes de Argentina y Brasil suscriben la “Declaración de Foz de Iguazú,” piedra basal del “Mercado Común del Sur (MERCOSUR)”, originado en las negociaciones del “Tratado de Asunción” de 1991, entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Más centrado inicialmente en las cuestiones comerciales y aduaneras, ha incorporado componentes de Derechos Humanos, sociolaborales y migratorios, a partir del “Protocolo de Ouro Preto”, Brasil, de 1994. En 2006, se integró como Estado miembro la República Bolivariana de Venezuela. Además, tiene como “Estados asociados” a Bolivia (1996), Perú (2003), Colombia (2004) y Ecuador (2004). Los cuales forman, a su vez, la “Comunidad Andina de Naciones (CAN)”, el otro bloque subregional, originado primero como “Pacto Andino” en la firma del “Acuerdo de Cartagena” de 1969, del cual formaron parte y se retiraron Venezuela y Chile. Este último es Estado asociado en ambos bloques. Por medio de la “Declaración del Cuzco”, emitida por la Tercera Cumbre Presidencial Sudamericana, el 8 de diciembre de 2.004, se ha declarado la voluntad política de los países sudamericanos de avanzar a una superior integración regional, a través de una progresiva convergencia de la CAN y el MERCOSUR. Ello ha sido reafirmado por los jefes de Estado en el año 2006, a través de la “Segunda Cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones”, donde firmaron la “Declaración de Cochabamba”, ratificando su compromiso para continuar en la lucha por un nuevo modelo de integración para el siglo XXI, “sustentado en los principios de solidaridad, cooperación, soberanía, respeto, integridad territorial y autodeterminación de los pueblos; paz, democracia y pluralismo, derechos humanos y armonía con la naturaleza”. Es un paso que aún tiene que superar los escollos presentados por las múltiples intervenciones saboteadoras del poder fáctico norteamericano y las divisiones que agita. Tanto de hostilidades fronterizas históricas entre muchos países, como de discrepancias entre seguir el modelo “neoliberal” que dicta, a través de sus Tratados de Libre Comercio (TLC) o seguir un camino propio basado en los principios de la “Declaración de Cochabamba”. La integración del MERCOSUR, con un Producto Bruto Interno de 1.000 billones de dólares y la CAN, más Chile, haría de la “Comunidad Sudamericana de Naciones” una potencia mundial. Entregando la base material que hace viable la soberanía de sus pueblos para construir su propio destino, con justicia e inclusión. Doce países con 370 millones de habitantes, cerca del 67% de toda la América latina y el equivalente al 6% de la población mundial, mayor que la de Estados Unidos, con alrededor de 300 millones. Su territorio, cerca de 17 millones de kilómetros cuadrados, es casi el doble del territorio estadounidense, con un poco más de 9 millones seiscientos mil. Posee integración cultural básica común: historia, lenguajes, religión, intereses. Y una de las mayores reservas de agua dulce y biodiversidad del mundo. Inmensas riquezas energéticas, petróleo, gas, minerales, pesca y agricultura. Con una más que suficiente masa crítica de intelectualidad, profesionales, técnicos y mano de obra creativa.

Otros nombres

Sin embargo, existen también sectores a los que les resultan inaceptables, tanto “Hispanoamérica”, como “Iberoamérica” y “América Latina” por el puro hecho de su origen foráneo y su inicial intención hegemonista. Ya sea europeo español, ibérico o norteamericano, en el caso de “Hispano”, “Ibérico” y “América”; o ya sea francés, en el caso de “Latina”. Seguidamente, y haciendo abstracción del carácter dinámico y evolutivo de los nombres, los reducen a su riguroso significado étnico. Por lo cual muchos de los pueblos y culturas incluidos en los territorios que se denominan bajo su nominación, simplemente no corresponden a esa categoría étnica, no son o

40

hispánicos, o ibéricos, o latinos. Es el caso de la fuerte presencia inglesa de Belice en Centroamérica. La holandesa de Surinam y la hindú de Guyana en Sudamérica. Entre decenas de islas de similar diversidad. Por esta razón algunos sectores de estas naciones reclaman su propia identidad cultural y geo-política, y exigen que la región se denomine “América Meridional y el Caribe” o que, en cualquier caso, se use siempre el agregado: “y el Caribe”. A la inversa, hay territorios en Norteamérica, como el actual Canadá, que sí fueron colonias de naciones latinas como Francia y la misma España, pero que, paradojalmente, no se consideran latinoamericanas; lo que haría aún más equívoco ese término. Para hacer todavía más complejo el debate, en las últimas décadas, producto de las masivas migraciones y fenómenos de trasnacionalización de las culturas, se plantea también la cuestión de las “comunidades latinas” en los Estados Unidos, “enclaves” o “guetos”, según sea la visión del caso, hispanos en el interior de territorios norteamericanos. Por ejemplo, Los Ángeles, Miami o San Diego. Donde ha surgido el concepto de “latinoamericanización” de Estados Unidos, para designar el fenómeno del aumento significativo de millones de latinoamericanos residentes, así como la fuerte presencia e influencia de su propia cultura, idioma y costumbres. Se discute si estas comunidades, “los chicanos”, por ejemplo, constituyen o no parte de un pueblo latinoamericano. Aunque, de hecho, muchos de ellos siguen siendo ciudadanos, votan y son elegidos en sus territorios de origen, además de influir con sus aportes en dinero, entre muchos otros vínculos trasnacionales. En continuidad con estos razonamientos, para los pueblos originarios indígenas, tanto andinos, como amazónicos, especialmente en países de fuerte presencia de ellos, como México, Guatemala, Ecuador, Bolivia y Perú, esas denominaciones les resultan ajenas, negadoras y excluyentes de su propia identidad, aún de sus propios lenguajes, ni hispánicos, ni ibéricos, ni latinos. Por ello, sectores importantes de movimientos indigenistas y antirracistas, atribuyen a aquellos términos la representación únicamente de la población de “raza blanca” en la región. Y lo mismo ocurre con los numerosos afrodescendientes, traídos desde muy antiguo como mano de obra esclava y de importante presencia étnica en varias zonas del continente. En su caso, se acuñó el término “Afroamérica”, más o menos en las primeras décadas del siglo XX, pero su uso no ha logrado trascender los límites del campo académico cultural, salvo en los Estados Unidos. Algo similar plantean sectores chino descendientes, también traídos como mano de obra esclava, y de importante presencia en algunas zonas. Un ejemplo de estos cuestionamientos es el del amauta peruano Luis Sánchez, quien publicó en 1945 un libro con el sugerente título de “¿Existe América Latina?”. En él concluía que, de hecho, no existe, precisamente, porque las culturas de la región son indias, ibéricas y afro descendientes. Sólo trece años después, el amauta mexicano Edmundo O’Gorman, entendiendo más profundamente las complejas dinámicas étnicas y culturales involucradas en los nombres de la región, dirá que ésta ha sido “inventada” por quienes la nombran (“La invención de América”. 1958). A partir de allí, han sido numerosos los intentos de re nombrar más incluyentemente esta región, cuya diversidad interna se muestra, sin embargo, esquiva con todos ellos. Algunos de los más importantes empiezan con José Martí, héroe y pensador fundacional de la independencia cubana. Quien en 1886 escribe su libro “Nuestra América”. Retoma así, ahora con centralidad programática, esa expresión usada ya por los patriotas de la independencia, desde Francisco Miranda en 1783: “La América es nuestra, porque nuestros padres la ganaron si para ello hubo un derecho; porque era de nuestras madres y porque hemos nacido en ella. Este es el derecho natural de los pueblos en sus respectivas regiones”. De esa manera, Martí antepone al concepto ya instalado, generalizado, de “América”, el de “Nuestra”. Con ello, hace conciente el ejercicio de “comunidad imaginada” presente en todo proyecto de nación o entidad supranacional. El recorte de la comunidad es explícitamente un acto auto afirmativo como sujeto histórico. En su caso, frente a los poderes imperiales negadores de ese

41

derecho protagónico. Martí hablará también de “Nuestra América Mestiza” y “América Nueva”. Sin embargo, aunque muchos autores han recogido esta denominación de pueblos “nuestro americanos” para incluir la diversidad interna del continente, ella no ha alcanzado un grado de generalidad entre los intelectuales y menos aún entre las mayorías. Desde un punto de vista político, a partir de debates que se gestan en las luchas de independencia y se actualizan en el debate de Martí con las concepciones europeístas de “Patria”, se acunó el término de “Patria Grande”, referido a todo el pueblo continente al sur del río Bravo, para oponerlo al de “patrias chicas” y chauvinismos pequeños o pro expansionistas, de origen europeo. El místico y literato argentino Ricardo Rojas, que escribió innumerables rescates ancestrales y universales de la región, como “Ollantay” (1939), sobre el drama épico de los quechuas originarios peruanos, y “El santo de la espada” (1933), dedicado al prócer independentista José de San Martín, acuñó en 1924 un nuevo nombre para la región: “Eurindia”, nacido de la mezcla de Europa e India (América). Buscando expresar su síntesis moderna y atávica, sagrada y mística, astrológica y contemporánea, científica y profética. El peruano Raúl Haya de la Torre, habla, desde inicios de la década de 1920, de “Indoamerica” para oponerla al “panamericanismo” hegemónico estadounidense y también a la naciente y dogmática influencia soviética. En 1927, funda la revista que lleva ese nombre, el cual será parte del lenguaje “oficial” de la “Alianza Popular Revolucionaria Americana – APRA”, su mítico, y más tarde desvirtuado, partido. Carlos Mariátegui, peruano, compañero y más tarde antagonista de Haya de la Torre, fundador del “primer marxismo auténticamente latinoamericano”, habla de “América indoibera” y escribe en 1925: “Nada resulta más inútil, por tanto, que entretenerse en platónicas confrontaciones entre el ideal iberoamericano y el ideal panamericano... Mientras el iberoamericanismo se apoya en los sentimientos y las tradiciones, el panamericanismo se apoya en los intereses y los negocios”. Hablará también de “Indoamerica” y “América indoespañola”. Augusto Sandino, en medio de la feroz resistencia a la invasión militar norteamericana de Nicaragua, enmontañado en las Segovias, se da tiempo para proponer su “Plan de realización del supremo sueño de Bolívar”. Y en él nombra a la región como “América Indolatina”, de la cual cada uno de los países eran “fracciones de la Nacionalidad Latinoamericana” (20 de marzo. 1929). El amauta mexicano Gonzalo Aguirre, cuyos estudios étnicos de indígenas y afro descendientes son fundantes para la región, acuñó, en su obra de 1967, un nuevo término, con la clara intención de dar cuenta de las complejidades y diversificaciones internas del continente: “Mestizoamérica”. También ha sido propuesta la denominación “América de los Pueblos”, en alusión a la pluralidad y autonomía de las diferentes comunidades internas de la región. Sólo “pueblos indígenas” han sido reconocidos “oficialmente” por los Estados más de 500 hasta la actualidad, y en países como Chile se lucha por este reconocimiento semántico, simbólico y político. Todas estas denominaciones, sin embargo, encuentran también opositores, por diversas razones. El hispanista chileno Eyzaguirre, por ejemplo, desde una clara matriz hegemónica civilizatoria europea, calificó así el énfasis indigenista: “…el término Indoamérica sustituye el factor común cristiano y occidental de nuestra cultura por una edificación racista que se repliega ciegamente en bajos estratos de la biología para rechazar todo contacto con el espíritu universal” (1968). Desde la trinchera opuesta, líderes y organizaciones indígenas, así como sectores de intelectuales afines, descartan aquellos nombres, a pesar de su intencionalidad en reconocer el carácter indígena, por el mero hecho de hacerlo con palabras de un lenguaje no indígena, ajeno y en última instancia impuesto. Ante lo cual han planteado el uso de nominaciones ancestrales, únicas que consideran auténticamente “propias”, tales como “Tahuantinsuyo”, “Pachamama”, y “Abya Yala”, para nominar la región. Sin lograr, por cierto, un consenso significativo todavía, y menos aún un uso generalizado por las mayorías. En esa línea el gran amauta mexicano Leopoldo Zea, en el quinto

42

centenario de la llegada de Colón a la región, sentenció que el “descubrimiento” fue, en realidad, un “encubrimiento” europeizante, negador, de lo propio, la mezcla, original, irrepetible. Para cuyo redescubrimiento desarrolló la tarea de “búsqueda antológica” de América, a través de la cultura y la geohistoria. Han seguido surgiendo nuevas propuestas para superar las discrepancias. Tales como la de “Andia”, propuesta en Internet, el año 2006, por Mauricio Fontana, estudiante de la Universidad Nacional de Colombia (UNC), basada en la omnipresente y común presencia de la cadena montañosa de “los Andes” que va de norte a sur, de mar a mar, conectando de una u otra forma todos los actuales países. Y la de “Pachamerica”, que une la voz ancestral quechua aymara a la nominación más generalizada del continente americano, del cientista social chileno Luis Cáceres, quien la define como: “concepto… para definir la tierra y todo el espacio cósmico en que vivimos… lo que somos: una realidad mestiza e intercultural” (Trabajo social e identidad. Editorial Ayun. 2006). El continente ha sido también, a lo largo de la historia, “incluido” o “clasificado” dentro de otras nominaciones, más amplias y generales, de orden planetario y de acuerdo a características comunes con otras regiones. Se trata de otras nominaciones, supra culturales, creadas para dar cuenta de las realidades extremadamente diferentes entre conjuntos de países. Muchos de ellos son conceptos que, a partir y con el pasar del siglo XX, sobre todo con los procesos de descolonización posteriores a la segunda guerra mundial, vinieron a remplazar en el uso a los antiguos de “civilización” y “barbarie”, devenidos en impresentablemente ofensivos. Algunos de ellos han sido usados como bandera “reivindicativa” de una identidad propia y opuesta a los del imperialismo y el colonialismo. Sin embargo, aunque atenuada o eufemísticamente, conservan también, de hecho, algo de las connotaciones culturales discriminatorias, lo cual lleva a muchos el evitar ser incluidos o nominados con ellos. La más genérica de ellas, es la de “Hemisferio Occidental”. La palabra hemisferio significa literalmente semiesfera o media esfera y la expresión se utiliza en geografía para nombrar dos mitades del planeta. En este caso, la mitad que se encuentra al oeste del meridiano de Greenwich, en Inglaterra. O a la principal masa terrestre que ésta contiene, el gran continente americano, del polo norte al polo sur, las tres Americas y el Caribe, nombrados sólo como “América” por influencia estadounidense. Es usada comúnmente, sin rigurosidad, para separar a Arabia, Asia, África, China y Rusia del resto del mundo “occidental”. Se trata así de una arbitraria y eurocéntrica clasificación, más geopolítica que estrictamente geográfica. Lo que ha llevado a contraponerle la división, también hemisférica, entre Norte y Sur, a partir, esta vez, de la línea o paralelo del Ecuador, que separa imaginariamente al planeta en dos mitades con cada uno de los polos como referencia central. Y que homogeneiza mejor, según los grados de desarrollo capitalista y el lugar en la geopolítica mundial a los dos grupos de países formados. Por un lado, el “Hemisferio Norte”, agrupando a los países desarrollados y dominantes, y, por otro, el “Hemisferio Sur”, a los no desarrollados y subalternos, incluyendo a América Latina. El precursor y popularizador de esta categorización en el continente, fue el amauta uruguayo Joaquín Torres. Pintor e intelectual universal, quien dibujó el mapa invertido de Sudamérica para graficar el “cambio de rumbo”, mental, cultural, del pueblo continente. “He dicho Escuela del Sur; porque en realidad, nuestro norte es el Sur. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposición a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora, prologándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte” (1941). En 2005, inició sus trasmisiones la primera cadena televisiva latinoamericana, “Telesur”, rompiendo el monopolio norteamericano, como un proyecto del gobierno venezolano con apoyo de los de Argentina, Cuba y Uruguay. Su lema es aquel planteado por el gran amauta uruguayo: “Nuestro norte es el Sur”.

43

La más universal de todas las categorías generales, usadas para la región, ha sido el “Internacionalismo proletario”, que consistía en agrupar en un solo conjunto universal a todos los pueblos y sectores que, por encima de cualquier nación, deberían adherir a la lucha socialista, en razón de su posición o interés de “clase”. Es decir, según su ubicación y estatus en el aparato productivo, o más específicamente en la obra de Marx, en torno a la propiedad o no de los medios de producción. En la práctica, sin embargo, ha evolucionado en su uso a un concepto de adscripción y actividad revolucionarias, de discurso y contenido de clase y antimperialista, por parte de sectores que, en su mayoría, no necesariamente son “obreros” o “proletarios”. Sobre todo en los países más pobres y retrasados técnicamente, donde la “clase obrera” o “proletaria” ha sido en magnitud y actividad poco significativa, más aún frente a otros sectores más numerosos y activos, como el campesinado y los pueblos indígenas en América Latina. Y donde además las tareas y objetivos revolucionarios son de una característica distinta, mucho más ligadas a cuestiones nacionales antimperialistas, que las planteadas a los sectores revolucionarios de Europa o Estados Unidos. Enfatiza este uso, más subjetivo que objetivo, flexible que riguroso, del concepto internacionalista proletario, la tendencia decreciente de trabajo productivo y empleo estable en el mundo, producto del cruce entre avances tecnológicos y políticas neoliberales. Aunque la economía y la producción de bienes en el mundo continúan creciendo constantemente, cada año disminuye la cantidad de trabajo que se requiere para ello en aproximadamente un 2%. La década de 1970 es en la que el mundo alcanzó la mayor cantidad de trabajadores productivos asalariados, cerca de 110 millones de obreros industriales, sólo en los países desarrollados. A partir de allí, su magnitud decrece clara e ininterrumpidamente hasta la actualidad. Se estima que la disminución de este trabajo requerido ha sido de alrededor de un 33% desde la década de 1980 a la actualidad (Mattini, L. La crisis de la cultura del trabajo. CILAS. Chile. 2.000). Esto genera una masa creciente de trabajadores semiempleados, desempleados o marginados, en algunos países europeos, más del 50% de la población entre 18 y 24 años. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) constató en el año 2.003, que se había alcanzado el “récord” histórico con el mayor número de desempleados: 186 millones. De cada 100 nuevos puestos de trabajo que se crean hoy en el mundo, 82 pertenecen al sector informal, no productivo. En América Latina, la CEPAL reconoce un fenómeno de creciente “desalarización” y “terciarización” de los empleos e ingresos, para todos los trabajadores, incluyendo a los profesionales y técnicos. Peor aún, los aumentos en el “empleo” se dan en el sector informal y el deterioro golpea más fuerte a las mujeres. Se estima que entre 1990 y 2003, de cada 10 nuevas personas ocupadas, 6 trabajan en el sector informal. Hoy 1 de cada 2 mujeres ocupadas trabaja en el sector informal. En el año 2.004, la región tenía una tasa de desempleo urbana oficial de más del 10%, equivalente alrededor de 20 millones de trabajadores; y es más alto entre mujeres y jóvenes (OIT. Panorama Laboral 2004). Es decir, en resumen, que cada vez se puede producir y se produce más, pero con menos trabajo y que los trabajadores son cada vez menos imprescindibles en términos absolutos, por lo que los trabajos tienden a ser “precarios”, esto es, sin salarios ni seguridades fijas o garantizadas y crecientemente en el área no productiva (fabril, industrial), sino en los servicios (desde empleadas domesticas hasta lustrabotas, vendedores de todo tipo, etc.). El actual aumento exponencial de la actividad informal e ilegal en América Latina, principalmente del narcotráfico, el tráfico de personas, el comercio sexual y el comercio ambulante, son una incontestable evidencia de este proceso. El antecedente más temprano del “internacionalismo proletario” se encuentra en la hija de dos mundos, americano y europeo, Flora Tristán, precursora feminista y obrerista quien acuñó en 1842 la consigna de “Unión universal de obreros y obreras”. Más tarde será retomado y popularizado en el todo el mundo por Carlos Marx y Federico Engels en su “Manifiesto Comunista” de 1948, como: “Proletarios del mundo,

44

uníos”. Retomado éste por muchos en el mundo y América Latina, alcanzará su síntesis perfecta con la acepción más “tercer mundista” del término en la “Tricontinental”, organización revolucionaria internacional de los países no desarrollados, y con el “latinoamericanismo” bolivariano en el pensamiento del Che Guevara: “América constituye un conjunto más o menos homogéneo y en la casi totalidad de su territorio los capitales monopolistas norteamericanos mantienen una primacía absoluta… casi todos los países de este continente están maduros para una lucha de tipo tal, que para resultar triunfante, no puede conformarse con menos que la instauración de un gobierno de corte socialista… En este continente se habla prácticamente una lengua, salvo el caso excepcional del Brasil, con cuyo pueblo los de habla hispana pueden entenderse, dada la similitud de ambos idiomas. Hay una identidad tan grande entre las clases de estos países que logran una identificación de tipo ‘internacional americano’, mucho más completa que en otros continentes. Lengua, costumbres, religión, amo común, los unen. El grado y las formas de explotación son similares en sus efectos para explotadores y explotados de una buena parte de los países de nuestra América. Y la rebelión está madurando aceleradamente en ella… dadas sus características similares, la lucha en América adquirirá, en su momento, dimensiones continentales…. Y que se desarrolle un verdadero internacionalismo proletario; con ejércitos proletarios internacionales, donde la bandera bajo la que se luche sea la causa sagrada de la redención de la humanidad, de tal modo que morir bajo las enseñas de Vietnam, de Venezuela, de Guatemala, de Laos, de Guinea, de Colombia, de Bolivia, de Brasil, para citar sólo los escenarios actuales de la lucha armada sea igualmente glorioso y apetecible para un americano, un asiático, un africano y, aun, un europeo… En definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación mundial” (Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental. Abril de 1967). A partir del término de la segunda guerra mundial, se produjo la clara división del mundo en dos bloques políticos y económicos. El capitalista occidental liderado por Estados Unidos, llamado “Primer mundo”. Y el soviético oriental, liderado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), llamado “Segundo mundo”. Ambos enfrentados en la llamada “Guerra fría”. Sin embargo, era claro que existían un conjunto de países cuyos grados de desarrollo, problemas e intereses no estaban ni en uno ni otro bloque. Para designar a este conjunto, el economista francés Alfred Sauvy en 1952, haciendo un paralelismo con el término francés “tercer estado” -que en época de la Revolución francesa designaba a quienes no estaban ni en la nobleza, ni en el clero- acuñó el término “Tercer Mundo”. Una vez disuelto el “segundo mundo”, con la desaparición de la propia URSS y otros Estados del bloque, el término aún se usa, identificándolo simplemente con los países “atrasados”, “pobres”, o “subdesarrollados”. Asociados simbólicamente a un conjunto de características, tales como: base económica agraria, exportadores de materias primas, no industrializados, e inestables políticamente. En el ámbito institucional “oficial”, la consideración de situaciones y objetivos económico políticos propios de estos países dieron origen a propuestas políticas alternativas a aquellas de los dos grandes bloques, llamadas comúnmente de “tercera vía”. En el seno del sistema internacional de Naciones Unidas, se generaron entidades como los “Países No Alineados”. Nacidos en Indonesia en 1955 con 29 países, con la finalidad de impulsar políticas propias, diferentes a las de los dos bloques de la “Guerra fría”. Terminada ésta con la desaparición de la URSS, continua, sin embargo, vigente en la actualidad, con más de 120 países miembros, de Asia, África, América y algunos europeos menos desarrollados, además de algunos movimientos anticoloniales. También es similar el “G- 77”, Grupo de 77 países en desarrollo, formado en 1964 y vigente hoy con 132 países miembros. Y otros agrupamientos similares. Todos ellos, de escasa efectividad en promover sus objetivos de un orden internacional justo y equitativo.

45

En el ámbito económico, se habló de “Países subdesarrollados o en vías de desarrollo”. Por oposición, a los países “Desarrollados”. Entendido el “Subdesarrollo” como “atraso” (así lo define el diccionario) de un país, zona o región, incluso de cualquiera de sus expresiones, como las de “mentalidad subdesarrollada”, respecto del modelo “desarrollado” encarnado en los países capitalistas ricos. Ha sido en la práctica difícil de definir rigurosa y consensuadamente. Para la mayoría sigue siendo sinónimo de niveles o estándares económicos (propios del “desarrollo”) aún no alcanzados. Aunque las discrepancias empiezan al tratar de consensuar con exactitud qué niveles son esos. Una acepción más determinista del mismo, lo entiende como una “etapa” o “fase” en el camino al desarrollo. Pero se ha mostrado argumentadamente que el subdesarrollo puede llegar a ser una condición estructural, permanente, por múltiples factores. Para las mayorías en lo cotidiano, es simplemente sinónimo de pobreza, y así muchas veces se clasifica en esta categoría a los países con determinados porcentajes de pobreza. Lo cual abre otros debates sobre cómo exactamente definir la pobreza y calcularla. Es el caso de la definición estándar de “pobreza” del sistema internacional oficial, a partir de Naciones Unidas, que considera pobres sólo a aquellos que viven con dos dólares diarios o menos. Es decir, que quienes viven con 100 dólares mensuales y hasta 65 dólares mensuales ya “no son pobres”. Por último, ha sido cuestionada la idea misma de que exista “un” desarrollo. La grave, casi terminal, crisis ambiental, y la revalorización de las civilizaciones indígenas originarias, han llevado a cuestionar el modelo occidental capitalista tenido por única vía unidireccional al desarrollo hasta décadas recientes. Incluso, la grave crisis del empleo, la desigualdad y la cohesión social, ha llevado a organismos como Naciones Unidas a “complementar” aquella visión puramente (macro) económica de desarrollo, midiendo el “Desarrollo Humano” (PNUD, desde finales de los 1990). Justamente de la reflexión de los problemas del desarrollo, desde la específica posición de América Latina, nace el concepto de “Países Periféricos”. Acuñado en la década de 1940 por el argentino Raúl Prebisch, junto al brasileño Celso Furtado y otros, en el seno de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe – CEPAL, dependiente de las Naciones Unidas. Instalando el debate en la intelectualidad de la región sobre el “carácter estructural e interconectado” de los países desarrollados y subdesarrollados, a los cuales, precisamente para enfatizar esa relación estructural, llamó “centros” y “periferias”. Recogiendo las tesis de “intervención reguladora del Estado en la economía”, nacidas a partir de los trabajos del economista británico Juan Keynes, para responder a las recurrentes y graves crisis del libre mercado (depresiones, recesiones, etc.), generando empleo y planes o políticas de desarrollo; y en el contexto de la ruptura de la economía agroexportadora e importadora de bienes industriales, provocada por la segunda guerra mundial y el cierre de los mercados de los países desarrollados; los “cepalinos” esencialmente plantearon el “desarrollo hacia adentro”, con sustitución de importaciones, planificado y orientado por los Estados, para lograr industrializar, urbanizar y, en última instancia desarrollar las economías de la región. Ello incluía políticas “proteccionistas” para la producción nacional, con impuestos a la venida de afuera. Políticas de redistribución social (también llamadas “Estado de Bienestar”) para “modernizar” a la población y crear un mercado interno a la industrialización, al tiempo que se creaba una burocracia estatal, clase media o dirigente, que lideraba a la “conservadora” oligarquía de herencia y mentalidad hacendada rentista. Y esa fue más o menos la estrategia estatal de los países más industrializados como Argentina, México, Brasil y Chile, a lo largo de las décadas de 1950 a 1970. Tomando esos ejes teóricos básicos, pero criticando aspectos del “desarrollismo” cepalino, surgió la “Teoría de la Dependencia”. Elaborada entre los años 1950 y 1970, a partir de los trabajos fundantes del economista de izquierda alemán, estrechamente ligado a América Latina, André Gunter, y numerosos intelectuales de la región, especialmente argentinos, brasileños y chilenos, como Fernando Henrique Cardoso, Theotonio Dos Santos, Ruy Mauro Marini y Enzo Faletto, entre otros. En ella los

46

países de la región formaban parte de los llamados “Países Dependientes”. Es decir, aquellos cuyo “desarrollo” era estructuralmente negado por sus relaciones de subordinación a los países desarrollados. Donde la situación no era de estar “en vías de desarrollo”, sino de “permanente estancamiento”, causado por el dominio político y el saqueo económico de los países desarrollados a los que estaban ligados estructuralmente. Ello era posible porque las elites oligárquicas locales eran pieza de transmisión de ese dominio. Por tanto, en sus versiones más radicales, se proponía la ruptura con ese dominio, la asunción por parte del Estado de las claves fundamentales del sistema político y económico, regulando fuertemente todos sus ámbitos para planificar el desarrollo. Para ello, era necesario que el Estado estuviera en manos de las fuerzas políticas que representaban, no los intereses de las elites subordinadas locales, sino de las clases trabajadoras, únicas capaces de romper con el dominio y dependencia exterior. En ese marco, surgieron los intentos de creación de entidades subregionales propias y ajenas al “panamericanismo” hegemonizado por estados Unidos, como el “Pacto Andino” de 1969, más tarde “Comunidad Andina de Naciones (CAN)”. Sin embargo, golpes de Estado y brutales dictaduras militares, especialmente en Chile, a partir de 1973, país donde funcionaba la CEPAL, interrumpieron abruptamente la hegemonía de estas tesis desarrollistas o de la dependencia. Cambios profundos de más largo plazo, en las condiciones socioeconómicas e ideológicas del mundo terminaron por desplazarlas completamente para fines del siglo XX. Entre otros, la inusitada migración masiva del sur al norte, que ha sido planteada, recuperando su lenguaje, como inserción del subdesarrollo en el desarrollo, del tercer mundo en el primero, o la “periferización del centro”. Desde entonces han transcurrido más o menos tres décadas de políticas contrarias, llamadas “neoliberales”. La de 1980 caracterizada por un aumento asfixiante de la deuda externa y generalizada violación masiva de Derechos Humanos. La de 1990, por una recuperación formal de la democracia, pero con emergencia explosiva de desempleo, desigualdad y exclusión, inestabilidad política, crisis medioambiental, y cohesión social. Lo cual ha llevado al profundo cuestionamiento de tales políticas y puesto a la región en la virtual división de sus electorados, entre persistir en la desacreditada fórmula neoliberal, o construir, bajo nuevas características, un Estado “afirmativo”, redistributivo de la riqueza y el crecimiento, así como regulador y planificador del desarrollo inclusivo. En esta última corriente se actualiza, de hecho, mediante nuevas formas, mucho del legado esencial de los amautas latinoamericanos de la primera CEPAL y la teoría de la dependencia.   En definitiva, el debate y reflexión sobre un nombre para la región, como parte de una identidad, de una comunidad imaginada, ha sido sustancial al largo parto de pensamiento propio. En él se revela la región y su conjunto cultural como una totalidad geográfica y geopolítica, pero multiétnica, con diversas y complejas rupturas y continuidades internas. Y, aunque ello ha llevado a plantear que simplemente no deberían usarse ningún tipo de nominación plural o general para la región, y cada territorio y cultura designarse con los suyos propios, también es en si mismo un recorte que la constituye, aunque problemáticamente, como una totalidad distinguible. Desde que Tomás Moro ubicara su isla socialista “Utopía” en el continente americano (1516), y numerosos amautas la consideraran cuna ancestral y heredera espiritual de la mítica isla “Atlántida” descrita por Platón (360 A.C.), hasta que Francisco Miranda usara tempranamente el plural: “Nuestras Americas” y “Las Americas” (2 de agosto, y 15 de marzo. 1810), la convivencia, intersección y mezcla, con su flujo de oposiciones y síntesis, aparece como vital e irrepetible componente de su originalidad. Tejido siempre inacabado de la “Wifala” andino amazónica, y ahora también urbana, donde caben todos los colores en armonía. Sobre la cual se ha desenvuelto un extendido proceso de nombramiento. Un nombre que crece simultáneamente con el objeto que nombra. Que se llena de otros nombres. Un flujo más que un objeto. Tal vez la manifestación problemática y difícil del “Amaru”, la

47

serpiente infinita andina. Que en vez de querer “fijar”, matando sin saberlo su originalidad y riqueza, se debe comprender y aceptar como tal.  

48

IV.- TUPAC AMARU __________________________

Ocho años antes de la toma de la Bastilla en Francia, José Gabriel Condorcanqui Noguera, Tupac Amaru II, un descendiente directo de la nobleza Inca, rico y culto propietario de cocales, chacras, vetas de minas y una fortuna en mulas de arreo, dedicado al comercio regional, encabezó la más grande rebelión anticolonial en Sudamérica, que llegó a abarcar, a lo largo de dos años, cinco de los actuales países, y que tuvo repercusiones en lugares tan distantes como Panamá y México. Así lo testimonia su bando de proclamación, que comenzaba: “Don José I, por la gracia de Dios, Inca, Rey del Perú, Santafé, Quito, Chile, Buenos Aires y continente, de los mares del sur, Duque de la Superlativa, señor de los Césares y Amazonas, con dominio en el gran Paitití, comisionado y distribuidor de la piedad divina, por el erario sin par… Por cuanto es acordado en mi Consejo por junta prolija por repetidas ocasiones, ya secreta, ya pública, que los Reyes de Castilla me han tenido usurpada la corona y dominio de mis gentes, cerca de tres siglos…” (Bando de Proclamación. 1781). Testimoniando simultáneamente su larga lucha intelectual, administrativa y política por ser reconocido legítimo descendiente directo de los reyes Incas. “Thupa Amaru Inga”, firmaba sus cartas. Había reasumido también el título de “Marqués de Oropesa” que una ancestra suya, casada con español, ex gobernador de Chile, había adquirido del Rey en España. En esa lucha, se incluyó la redacción, por él mismo, en 1776, del libro “Genealogía de Tupac Amaru”, muestra de alta retórica y conocimientos jurídicos e históricos, que utilizó como prueba legal en sus reclamaciones de los respectivos fueros a la administración española, en contra de una familia rival, los Betancur, que pretendía la misma ascendencia. En ese trabajo, se emparentaba por línea materna, a través de cinco generaciones, con el Rey Manco Inca, hermano y rival de Atahualpa que resistió en guerra, por décadas, a los españoles, hasta ser asesinado por éstos. Quien fue sucedido por sus dos hijos mayores, los cuales se allanaron a servir a los españoles. Pero muertos ambos sucesivamente de “extraña y repentina enfermedad”, asumió el reinado el tercero y menor de los hermanos, Diego Felipe Tupac Amaru (I), quien retomó la lucha anti española de su padre, hasta ser derrotado y decapitado en la plaza del Cusco, como el último rey inca. En ese mismo momento, surgió en la Plaza la indoblegable fe indígena en que la cabeza se juntaría otra vez al cuerpo y éste volvería para conducir la lucha. El Condorcanqui, cuya abuela era hija de aquel último inca, malogrado líder de la resistencia, asumió su nombre, Tupac Amaru (II), y fue para su pueblo la cabeza y el cuerpo reunidos, vueltos para capitanear la lucha libertaria. Aunque la aristocracia virreinal lo llamaba con desprecio “el inca arriero”, es el primer intelectual indígena, no sólo porque sabe leer y escribir en quechua y español, sino porque mira y reflexiona el mundo indígena, por primera vez, con visión universal pero desde sí mismo, desde su propio lugar en ese mundo y para la realización de un destino propio y diferente. Había llegado al punto de la subversión violenta tras largos años de gestiones reivindicativas inútiles, ante las autoridades coloniales. Incluso, unos años antes de la insurrección, su pariente directo, Blas Tupac Amaru viajó a Madrid, España para presentar las quejas y propuestas en la Corte. Contaba con la ayuda de Ventura Santalices, ex gobernador de Potosí en 1751, y llamado por Carlos III a ser parte del Consejo de Indias, el organismo más importante para la

49

administración de las colonias en América. Ambos gestionaron incansablemente para terminar con los abusos y empujar las reformas, ganándose el odio de los propietarios mineros, encomenderos agrícolas, corregidores, y todos los sectores usufructuarios de la explotación indígena. Y ambos murieron súbitamente y de modo sospechoso, se cree que envenenados. El propio Condorcanqui estuvo a punto de viajar también a la misma España a exponer sus denuncias contra las arbitrariedades despóticas de los “corregidores” españoles, pero fue convencido de la inutilidad y peligrosidad de ello. Dos eran los mecanismos arquetípicos de los abusos. Los “repartos”, ventas forzadas y abusivas de toda clase de mercancías, por parte de los corregidores a las comunidades indígenas. “nos botan alfileres, agujas de Cambray, polvos azules, barajas, anteojos, estampitas y otras ridiculeces como éstas. A los que somos algo acomodados nos botan terciopelos, medias de seda, encajes, hebillas, ruan y cambrayes, como si nosotros los indios usáramos de estas modas españolas, y en unos precios exorbitantes, que cuando llevamos a vender no volvemos a recoger ni la veinte parte de lo que hemos de pagar...". Así los describe, Tupac Amaru, en su “Memorial”, presentado a las autoridades españolas en 1777. Y, las más odiadas de todas, las “mitas”, cuotas de trabajo forzado de los indígenas en las minas de plata de Potosí, que equivalían a una virtual condena a muerte. “…más de doscientas jornadas de ida y otras tantas de vuelta… Entonces morían los indios y desertaban pero los pueblos eran numerosos y se hacia menos sensible; hoy, en la extrema decadencia en que se hallan, llega a ser imposible el cumplimiento de la mita porque no hay indios que las sirvan y deben volver los mismos que ya la hicieron..." (Ibíd.). En su afán de terminar con estas injusticias, proponía como parte de su reforma, la eliminación de los odiados “corregidores”, las autoridades coloniales españolas en las regiones, epítomes e instrumentos de todos los abusos. “El faraón que nos persigue, maltrata y hostiliza no es uno solo, sino muchos, tan inicuos y de corazones tan depravados como son todos los corregidores, sus tenientes, cobradores y demás corchetes, hombres diabólicos y perversos, enemigos de Dios y del hombre e idólatras del oro y la plata…” (Ibíd.). Con ello, la administración quedaría plenamente entregada a los curacas, autoridades ancestrales indígenas. Complementariamente, proponía crear una audiencia en el Cusco, para terminar con la lejanía de la administración central en Lima; lo que al mismo tiempo, facilitaba los abusos, al estar distante la autoridad fiscalizadora, y obligaba a los indígenas a largos viajes hasta la capital virreinal, con grandes, y a veces simplemente imposibles, gastos. Con ello, anticipaba, creadoramente, las estrategias de autonomías locales y descentralización del Estado. Cuatro años más tarde, estas mismas situaciones serán justificaciones explícitas de su insurgencia. “…pensionándome los vasallos con insoportables gabelas, tributos piezas, lanzas, aduanas, alcábalas, estancos, catastros, diezmos, quintos, virreyes, audiencias, corregidores, y demás ministros todo iguales en la tiranía… sin temor de Dios, estropeando como a bestias a los naturales del reino; quitando la vida a todos los que no supieron robar, todo digno del más severo reparo”. (Bando de Proclamación. 1781).

La tormenta perfecta

Combinando su ascendiente de “curaca” de tres pueblos, Pampamarca, Tungasuca y Surinama, con sus fueros de noble inca, a los que el sistema colonial español reconocía con privilegios económicos y políticos, a fin de que sostuvieran la dominación, el Condorcanqui desarrolló, aprovechando su labor comercial en toda la región continental, una trama de articulaciones conspirativas, tanto con los diversos líderes indígenas de otras zonas como con sectores eclesiásticos y criollos descontentos. Recogiendo así, como base de su magnífico levantamiento, la acumulación y articulación de innumerables resistencias a lo largo de todo el período colonial, y en todo el continente, por parte de indígenas, esclavos, campesinos, frailes e intelectuales criollos. Al menos, más de 500 rebeliones diversas de las que se tiene

50

registro, contra el dominio español en toda América, el portugués en Brasil, el francés en Haití, el inglés y holandés en las Antillas. En el propio Perú, a la resistencia de sus ancestros Manco Inca y Tupac Amaru I, habían sucedido innumerables levantamientos. Tales como el de los “taquionqueros”, resistencia de carácter místico mesiánica andina, en 1630. Y la de Juan Santos Atahualpa, inca, como Tupac Amaru, y como él, autobautizado con el nombre de un gran antecesor: Atahualpa, padre del primer Tupac Amaru. Juan Santos será el más exitoso, aunque el menos conocido de todos ellos. Educado y viajado por Europa y África, alzado en rebelión anti española en 1742, con el apoyo de indígenas de la sierra y la selva. Levantó, de hecho, su propia Comuna en la selva central, sin poder nunca ser derrotado, perdiéndose simplemente sus registros en las nieblas de la historia, la leyenda y las profecías. En esa tradición, Condorcanqui Tupac Amaru, contará con su esposa, Micaela Bastidas. Su hermano Juan Bautista. Su sobrino Andrés. Su primo hermano Diego Cristóbal. Pedro Vilcapaza, quien fue ejecutado en Azangaro, su tierra, gritando “¡Azangarinos, aprended a luchar y morir como yo!”. El cacique Torres. El zambo Andrés Castelo. El criollo Felipe Bermúdez, muerto en combate. El místico curandero Pedro Challco. El “tuerto” Pedro Obaya, “que tenía el desplante de tratar de ‘tú’ a todas las altas autoridades españolas”. Ramón Ponce, Pedro Vargas, Nicolás Sanca e Ignacio Ingaricona que sitiaron Puno, y fueron más tarde, coroneles de Diego Cristóbal. Entre muchos otros, que serán parte de su estado mayor en Perú, epicentro de la tormenta justiciera, y delegados suyos en otras zonas. En el Alto Perú, actual Bolivia, Tomás Katari, lidera un levantamiento. Julián Apaza, aymara como él, cambia su apellido al de Katari para seguir sus pasos, y su nombre al de Tupac, en homenaje al líder quechua peruano Tupac Amaru, al que reconoce como Rey. Nace así como Tupac Katari, el aymara que, a diferencia de Tupac amaru, no poseía ningún linaje de nobleza, pero fue nombrado virrrey y capitán en el Alto Perú del movimiento. Naciendo también la alianza quechua aymara, el núcleo estratégico de la confederación pluriétnica de la insurrección. No menos de cincuenta mil combatientes, una centena de batallas, en 1.500 kilómetros, a lo largo de dos años. Quechuas, Aymaras, Tobas, Chancas, Matacos, Mocovíes, Pampas, Chiriguanos, mestizos, negros, mulatos, criollos, y, según algunas fuentes, hasta algunos europeos. La tormenta perfecta tupacamarista. En el estado mayor de Julián Tupac Katari, que llega a sitiar la ciudad de La Paz por 6 meses, están también su hermano Dámaso. Su lugarteniente Andrés Huera. Diego Quispe, llamado ‘el Mayor’ por sus montoneras que los seguían fielmente. Las “mama t’allas” Bartolina Cisa, su esposa y “virreina”. Gregoria Apaza, su hermana. Y Tomasa Titu Condemayta. Derrotados, al igual que Tupac Amaru por una mezcla de errores, azares y traición, tendrán similar tormento final. “Volveré y seré millones”, profetizó Tupac Katari a su verdugos. En la actual Argentina, se combatió en Jujuy, bajo el mando rebelde del mestizo José Quiroga, el indígena Antonio Umacata, el criollo Gregorio Juárez. También en Salta, y en Rioja. Hasta la misma Córdoba y Buenos Aires llegó a los indígenas “el mal ejemplo de sus semejantes de la infame voz: ya tenemos Rey-Inca” (Fray Pedro de Parras. Informe al Virrey Vértiz. 1781). Incluso a las mismas milicias realistas criollas: “La capital de Buenos Aires y sus costas de norte a sur… no tiene otro recurso para su defensa que este cuerpo de milicias disgustadas y vacilante su obediencia por imitar a las gentes del Perú” (Virrey Juan de Vértiz. Carta al Ministro de Indias. 1781). El criollo Miguel Tovar y Ugarte, en el actual Ecuador, es sorprendido conspirando, a través del envío de cartas en las suelas de los zapatos a Tupac Amaru, y condenado a prisión donde murió. En la actual Colombia, dirigen la guerra de los comuneros de Nueva Granada los mestizos José Antonio Galán, quien, siguiendo el ejemplo de Tupac Amaru, proclamó la libertad de los esclavos en las minas de Malpaso, Tolima. Manuela Beltrán, quien ante la muchedumbre en Villa del Socorro, cuna de la insurrección, rompió el edicto español que imponía el impuesto, causa del levantamiento. Y los caciques Ambrosio Pisco y Zape Zipa, quienes proclaman a

51

Tupac Amaru “Inca de América”. En los llanos de Casanare, actual Venezuela, se levanta en armas el criollo Javier de Mendoza, declarado “capitán general de los llanos” al mando de 3.000 indígenas, a quienes hace jurar a Tupac Amaru como “rey de América”. Lo secundan los también criollos, hermanos Eugenio y Gregorio Bohórquez. Antes de ser derrotada, la rebelión llega hasta LaguniIlas, donde los alzados tomaron el pueblo dando gritos de “¡Viva el Rey del Cuzco!” y Mérida, ocupada bajo el mando de los criollos Vicente de Aguilar y Juan García. En las capitales coloniales de todo el continente aparecieron pasquines (panfletos y afiches) y manifestaciones callejeras apoyando la revolución tupacamarista. En la puerta de la Audiencia de Charcas, en la actual Bolivia, en marzo de 1781, uno de ellos decía: “El general inca viva / jurémosle ya por rey, / porque es muy justo y de ley / que lo que es suyo reciba. / Todo indiano se aperciba / a defender su derecho / porque Carlos con despecho / los aniquila y despluma / y viene a ser todo, en suma, / robo al revés y al derecho”. En Italia, el jesuita y precursor peruano de la revolución independentista, Juan Pablo Viscardo y Guzmán, expulsado junto a su orden por las autoridades españolas en 1767, enterado del levantamiento de Tupac Amaru, realiza gestiones infructuosas ante el cónsul inglés para conseguir del gobierno británico ayuda a los rebeldes. En su famosa “Carta a los americanos españoles”, terminada en 1791, en relación con la situación del indio, escribió: "Por honor a la humanidad y de nuestra Nación, más vale pasar en silencio los horrores y las violencias del otro comercio exclusivo (conocido en el Perú con el nombre de repartimientos) que se abrogan los corregidores y Alcaldes Mayores para desolación y ruina particular de los desgraciados indios y mestizos". Francisco Miranda, futuro precursor de la definitiva lucha de independencia anticolonial, reconoce, en carta de 1792, que el levantamiento tupacamarista, siendo él oficial del ejército español en Europa, fue antecedente preliminar de su propia concepción revolucionaria.

Quipac haychacta hayllini(Toca el caracol su canto regocijado de guerra)

Al telúrico bramido del llamado de los “pututus”, trompetas de caracolas marinas, y “dando ordenes en dos lenguas”, el Inca desató la tormenta de fuego sobre los Andes, un 4 de noviembre de 1780. Según algunos autores, lo hace apurado en cierta medida por el descubrimiento de una conspiración criolla, dirigida por Farfán de los Godos en el Cusco, que alertaría a los españoles variando desfavorablemente las condiciones del teatro de operaciones principal en Perú. En el pueblo de Tungasuca, sierra peruana, capturó al odiado corregidor Antonio de Arriaga, cuyos excesivos abusos lo habían llevado recientemente a ser excomulgado por el obispo de la zona. Y pasó luego a ejecutarlo en la horca. “Su mala conducta hizo de su ruina una tarea meritoria”. Dirá el Condorcanqui. Tomó los “obrajes”, especie de primeras fábricas, de Pomacanchi y Quiquijana, liberando a indígenas y afro descendientes virtualmente esclavizados en ellos para la fabricación de telas y artesanías. Y los convirtió en “ayllus”, comunidades andinas, a cargo de su hermano menor Juan Bautista. Obtuvo una notable victoria militar en la batalla de Sangarara. Luego marchó en campaña en dirección al sur, a Tungasuca, en Acomayo, en un hecho comentado por muchos como un error decisivo, al no tomar inmediatamente el Cusco, como lo reclamaba urgentemente, en numerosas comunicaciones, Micaela Bastidas. Volvió más tarde a sitiar esta ciudad, pero ya había sido reforzada por los españoles, con indígenas leales a España dirigidos por el curaca “Mateo Pumacahua”. Quien seguirá realista hasta cambiar de bando y comandar una insurrección independentista en 1814, derrotada la cual será ejecutado. Y hubo de levantar el sitio, precisamente, por no decidirse, en su rol de “Tayta protector de todos los indios”, a luchar y masacrar a aquellas tropas indígenas. Indecisión que también fue criticada por Micaela Bastidas.

52

Replegado, debió librar batalla en Tinta contra fuerzas muy superiores, reforzadas con contingentes enviados desde Lima, y fue derrotado. En base a la traición de uno de sus coroneles fue capturado. Los sobrevivientes de las últimas batallas del río Vilcanota se reagrupan y deciden sacrificados y urgentes contraataques para rescatar al Inca de las manos de sus enemigos, nombrando en el intertanto como inca subrogante a su primo hermano, Diego Cristóbal Túpac Amaru. En Condorcuyo, donde se libra sangrienta batalla los días 13 y 14 de mayo de 1781, el mariscal de las tropas coloniales José Del Valle relata: “Mandaba el campo rebelde el indio Vilcapaza y su lugarteniente era el tal Tito Atauchi conocido como ‘terciopelo’… diciendo que preferían morir antes que ser indultados, y que marcharían al Qosqo a liberar a su Inka… con sus odiosas banderas, y el estruendo de conchas llamadas putu-tos y una gritería infame en la que se injuriaba al Rey”. El indomable Vilcapaza, superado en número de 6 a 1 y casi sin armas de fuego, es derrotado en esa oportunidad. Las batallas de Langui y Layo son cruentas y desesperadas también, pero los realistas, más numerosos y ya fuertes políticamente en la región, logran frustrar los esfuerzos de rescate. “Nuestras tropas acreditaron el mayor tesón, y los enemigos hicieron acciones de mayor valor, porque hubo indio que atravesado con una lanza, se la sacó del pecho y siguió con ella a su contrario, 5 ó 6 pasos hasta que cayó muerto; y otro a quien un fogonazo sacó el ojo, que siguió con tanto empeño al fusilero que lo había herido, que si otro soldado no lo remataba, hubiera dado fin a la vida de su primer victimario” (Ibíd.). Junto a toda su familia, el Condorcanqui es conducido al Cusco, enjuiciado y masacrado junto a ella en terribles tormentos. Sorprendido escribiendo cartas con su propia sangre para intentar hacer llegar instrucciones político militares a los remanentes de sus fuerzas, el inca se mantuvo firme y digno en medio de las torturas e interrogatorios. “Aquí no hay más culpables que tú y yo, tú por oprimir a mi pueblo, yo por tratar de libertarlo”, respondió al jefe de las fuerzas españolas. Posteriormente, los continuadores del levantamiento en diferentes zonas serían también derrotados. Entre ellos, los muy temidos “batallones de mujeres” que, según los partes de guerra españoles, eran “más feroces que los hombres”. Micaela Bastidas, Bartolina Sisa, Tomaza Titu Condemayta, Úrsula Pereda, Cecilia Escalera Tupac Amaru, Gregoria Apaza, Marcela Castro, Margarita Condori, Manuela Tito Condori, Antonia Castro. Y centenares de mujeres más, brillantes mandos, combatientes y mártires de la epopeya. Muchos de los combatientes, en resistencia desesperada, prefirieron arrojarse a los abismos, como en la epopeya del Cerro Puquinacancarí, librada el 19 de mayo de 1781, y comentada así en los partes de guerra del Mariscal José del Valle: “Al pasar por el cerro de Puquinacancarí, que es muy alto y todo peñas, sito en medio de una pampa en el que vimos algunas Indios que por su corto número se despreciaron; pero al pasar la columna de Cotabambas que venía a la retaguardia, avisó de que le habían apedreado desde él, por lo que su Comandante pidió permiso de atacarlos, lo que se ejecutó con un pequeño destacamento y sin embargo de no llegar a 100 los enemigos hicieron una obstinada y bárbara defensa; se destinaron ochenta fusileros para que castigasen este atrevimiento, a la verdad no esperado, a la vista de todo el ejército y mandando suspender la marcha retrocedió el mismo General con el regimiento de Caballería del Cuzco para rodear el monte por su falda a impedir escapase ninguno de aquellos atrevidos sediciosos… Pero ellos lejos de intimidarse con la inmediación de las tropas que se dirigían al ataque, se mantuvieron obstinados, sin pensar más que en morir o defender el puesto que ocupaban, con la mayor intrepidez y osadía, favorecidos por unas piedras muy altas que los ponían a cubierto, sin hacer caso de las ofertas del perdón que les hacía un oficial de las tropas de Cotabambas, a quien con furor respondían que antes querían morir que ser indultados… y viéndose ya sin recurso, algunos se despeñaron voluntariamente, y entre los otros una mujer con un niño a las espaldas. Los pocos que se cogieron vivos se ajusticiaron; una mujer prisionera se tendió voluntariamente sobre un cadáver y viendo que tardaban en

53

matarla, levantó la cabeza y dijo por qué no la mataban…”. Meses más tarde, Diego Cristóbal, el inca continuador de la lucha, acepta una falsa amnistía, siendo también cruelmente ejecutado. Después de la derrota, la bárbara tortura y masacre, la represión bestial y el etnocidio.

Los errores

De los muchos análisis realizados sobre las razones de la derrota de Tupac Amaru, la más consensuada de ellas, aunque existen autores que discrepan de su importancia, es su demora en atacar y tomar el Cusco inmediatamente después de su triunfo en Sangarara, cuando el pánico desmoralizaba a los realistas en aquella ciudad. Se considera que ello habría significado un cambio cualitativo, psicológico y político a favor de la insurrección. Cuestión que era planteada en aquellos días con urgencia por Micaela Bastidas: “Bastante advertencias te di para que inmediatamente fueras al Cusco, pero hasta ahora has dado todas a la barata, dándoles tiempo para que se prevengan, como lo han hecho poniendo cañones en el cerro Picchio y otras tramoyas tan peligrosas que ya no eres sujeto de darles avance” (Carta de Micaela Bastidas a Tupac Amaru. 6 de diciembre de 1780). Otros autores, sin embargo, consideran “superficial” aquel análisis y aseguran que habría quedado “encerrado”, sin fuerzas suficientes, en aquella ciudad. En esa misma línea, se considera grave su subsiguiente indecisión, como “Tayta protector de todos los indios”, en masacrar a las tropas indígenas para tomar la ciudad; indecisión que también fue criticada por Micaela Bastidas. A ello se sumó la desventaja táctica de contar sólo con artilleros realistas, capturados y forzados a cumplir esa función, los cuales, se sabe, desviaban a propósito los proyectiles de los cañones a fin de no dar en el blanco. Por último, lo afectaron también las políticas realitas que, para restar apoyo a los insurrectos, combinaron amenazas y excomuniones, con la abolición de los “repartos” y otras medidas similares favorables a los indígenas. También ha sido incluido como un error, por varios autores, la dispersión de sus fuerzas y cuadros en varios frentes, desde Cusco, en la sierra peruana hasta Tucumán, en la actual Argentina, que conformó el núcleo territorial más coordinado. Mientras él mismo enfrentaba a la fuerza central de las tropas virreynales entre Tinta y Cusco, Pedro Vilcapaza y el tuerto Obaya lo hacían en la zona de Puno. Diego Verdejo en Arequipa. Y Felipe Bermúdez con Tomás Parvina en Chumbivilcas y Kanas. Sin embargo, ello es, en cualquier caso, mitad error, mitad necesidad impuesta por las circunstancias. Pues la insurrección, a pesar de su larga meditación y preparación conspirativa, con testimonios que afirman que hubo al menos cuatro años de contactos previos entre el Condorcanqui y los núcleos dirigentes aymaras en la actual Bolivia, estalló, de hecho, espontánea y autónomamente en muchos lugares. En muchos de esos focos, la declaración de adhesión al mando de Tupac Amaru era “inalámbrica”. Para usar el término acuñado por el comandante sandinista Jaime Wheelock, en los 1980’, para explicar el ascendiente del FSLN en las mayorías nicaragüenses a finales de los 1970’, a través, no de un trabajo de base político o social, gradual y extendido, sino de acciones armadas “espectaculares”. Es decir, que, dadas las explosivas condiciones sociales, la incorporación a la sublevación tupacamarista se producía por el puro e inmenso prestigio del liderazgo y el impacto motivador de la insurrección, y no tenía por base ningún trabajo previo, ni coordinación directa. En no pocas ocasiones, estos focos indígenas actuaban cegados por el odio acumulado, practicando en desquite un “racismo al revés”, desatando asesinatos y crueldades contra todo el que fuera blanco, aún criollo, o incluso mestizos y hasta negros. Lo que ponía en peligro de aislar políticamente a los indígenas insurrectos. De ahí, la necesidad ineluctable del inca en intentar, sobre la marcha, articular y disciplinar el multitudinario y violento estallido, sacrificando en la tarea a varios de sus mejores, más formados, y más leales cuadros político militares.

54

Finalmente, algunos autores concluyen que su apuesta en lograr un acuerdo favorable con las autoridades españolas, testimoniado en algunas de sus cartas del momento, le llevó a no profundizar su acción militar y fue su perdición. El propio Francisco Miranda, como oficial del ejército español en Europa, tiene acceso a informes de la insurrección que revelaban estas insuficiencias y errores. En 1792, escribe: “Compatriotas: llamado por vosotros en 1781 al socorro de la Patria, extremadamente agitada por las vejaciones y opresión excesiva que en aquellos tiempos ejercía sobre sus infelices habitantes… por medio de sus agentes y visitadores, cuyos excesos habían provocado justamente una insurrección general en el Reino de santa Fé de Bogota, en el Perú y aún en la provincia de Caracas, no pude en aquellas circunstancias acudir a su socorro, tanto por hallarme liado con un grado superior en el ejército… entonces en guerra con Inglaterra, como por concebir que en todos aquellos movimientos de insurrección no había combinación ni designio general, lo que me fue patente luego que recibí las Capitulaciones de Sipaquira (8 de junio de 1781), testimoniando de la sencillez e inexperiencia de los americanos, por una parte, de la astucia y perfidia de los agentes españoles por la otra; y así creí que el mejor partido era sufrir aún por algún tiempo y aguardar con paciencia… Con esta mira… hice dimisión formal de mi empleo en el ejército español…” (10 de octubre de 1792).

El Programa

Programáticamente, Tupac Amaru inició la insurrección a nombre del Rey de España, pero declarando abolidas todas las formas de esclavitud, servidumbre y discriminación racista legal en los amplios territorios liberados. Se anticipó así en dos décadas a los revolucionarios cimarrones haitianos que, en lucha contra el dominio francés, fueron los primeros en proclamar definitivamente su independencia y la abolición de la esclavitud, bajo el liderazgo de uno de ellos, Jean Dessalines, en 1804. Su sucesor, Alejandro Petión, para combatir la esclavitud que continuaba en el Caribe, convirtió a Haití en santuario de la humanidad, decretando en la Constitución de 1816 que: “…todo africano, indio, así como sus descendientes en las colonias que vengan a establecerse en la República serán reconocidos como haitianos”. El mismo Petión en 1816 prestó en dos ocasiones decisivo apoyo en recursos a las tentativas revolucionarias de Simón Bolívar para liberar Venezuela. Y también refugio a innumerables patriotas latinoamericanos y sus familias a lo largo de la lucha. Sólo pidió a cambio la libertad de los esclavos en el continente. Bolívar mostró su agradecimiento al fallecer Petión calificándolo de “magnánimo” y de “primer bienhechor de la tierra a quien un día la América proclamará su Libertador” (1818). Y con el cumplimiento de su promesa de decretar la libertad de los esclavos en Venezuela, a pesar de que ello sería frustrado por tres décadas más por los representantes de su propia clase pudiente mantuana, enemiga de su proyecto igualitario. En el propio Perú, tras una larga extinción de hecho, la esclavitud sólo sería abolida legalmente en 1854. Mostrando el radical y avanzado contenido libertario de la insurrección tupacamarista. En esa dinámica, Tupac Amaru llegó a declarar la total independencia. “Por eso y por los clamores que con generalidad han llegado al cielo, en el nombre de Dios Todopoderoso, ordeno y mando que ninguna de las pensiones se obedezca en cosa alguna, ni a los Ministros europeos intrusos…” (Bando de proclamación. 1781). Por lo que es considerado el “primer grito de independencia” y así se lo reconocieron los más notables líderes patriotas como Francisco Miranda, Simón Bolívar y José de San Martín. Conjuntamente, el alto contenido social de su programa y acción, lo ha convertido en inspiración de los revolucionarios socialistas y reformadores populares posteriores. La famosa sentencia de su proclama insurreccional: “Campesino ¡El patrón ya no comerá más de tu pobreza!”, ha sido recogido como consigna social, desde el general Juan Velasco Alvarado, quien rescató al Inca como icono nacional durante su gobierno nacionalista, entre los años 1968 y 1975, hasta los movimientos

55

guerrilleros de mediados y finales del siglo XX, tanto en Perú como en el resto del continente. La descentralización del Estado y reconocimiento de autonomías locales, la eliminación de los regimenes de esclavitud y servidumbre, la igualdad y mancomunidad de todas las etnias, la unidad continental y la independencia de España, constituyeron un programa revolucionario adelantado a la época, incluso para el mundo europeo, cuya fuerza teórica se extendería a lo largo de décadas, más allá incluso, en varios de sus puntos, de la misma independencia y el establecimiento de las repúblicas oligárquicas. Que sólo sería recogido y aún superado (en sus decretos de reforma agraria indígena y sus escuelas para indios, negros y mujeres) por Simón Bolívar. Derrotado éste, habrían de pasar décadas y hasta siglos para que Sudamérica retomara ese programa y lo empuje con la fuerza de las mayorías y de la historia en el presente.

El racismo al revés

La insurrección tupacamarista se presenta en el marco de un rígido y complejo entramado institucional colonial y racista que sustentaba la potencialmente explosiva segmentación de castas, en base al cruce e identificación del estrato socioeconómico y el origen étnico. En la cual los “blancos” habían por siglos cometido toda clase de crímenes y discriminaciones racistas contra los “pardos”: indígenas, negros y todas sus mezclas. Ello generaba una tendencia natural de muchos indígenas al odio racial inverso como respuesta, a pesar y en contra que, desde el principio, Tupac Amaru programó expresamente la unidad de todas las etnias y castas para la lucha independentista, con la sola exclusión del enemigo fundamental: el colonizador realista español. Tras la batalla de Sangarara, escribe, el 19 de noviembre de 1780, una proclama en la que señala: "Vivamos como hermanos y congregados en un solo cuerpo. Cuidemos de la protección y conservación de los españoles, criollos, mestizos, zambos e indios, por ser todos compatriotas, como nacidos en estas tierras y de un mismo origen". Ello obedecía a razones éticas, pues la sociedad que buscaba construir el inca, estaba basada simultáneamente en la memoria del incanato como federación de pueblos en sagrada armonía con la naturaleza, y entre si, a través de un eje colectivista con garantía de las necesidades sociales básicas para todos; y en lo más avanzado del pensamiento ilustrado europeo de la época, que propugnaba la igualdad de todos los ciudadanos como ideal de cualquier comunidad política. A ello se unían razones prácticas, táctico estratégicas, de la lucha misma. Aunque el eje director eran los indígenas y castas “pardas”, hasta entonces oprimidas y despreciadas, sólo una amplia alianza pluriétnica, con decidida y protagónica participación de los criollos, podría generar la fuerza material suficiente para quebrar la colosal agresión militar del poder realista español. Cualquier “racismo al revés”, es decir, la práctica -muchas veces natural, después de siglos de abusos racistas- de los indígenas de “castigar a todos los blancos”, sería indefectiblemente, como se mostró amargamente después, causa de su debilidad y derrota. Algunos autores sostienen que esta fractura programática habría dividido, y aún enfrentado, a quechuas y aymaras, siendo supuestamente los primeros partidarios del programa de unidad tupacamarista y los segundos, con Jualián Apaza Tupac Katari a la cabeza, de un más radical “racismo al revés”. Sin embargo, esta teoría no es consistente con los hechos. Puesto que las “inteligencias” conspirativas entre uno y otro sector databan, según los informes de los interrogatorios a los presos de la insurrección, al menos de cuatro años antes del estallido. Por otro lado, la integración de quechuas y aymaras en todos los frentes de lucha, incluso tanto en el bando revolucionario como realista, es un hecho largamente comprobado. Por otro lado, los casos de “racismo al revés” documentados fehacientemente también

56

muestran que fueron cometidos por quechuas y aymaras integradamente, siendo un problema que no tenía que ver ni podía ser distinguido por etnias. Así lo muestra, por ejemplo, el ocurrido en Oruro, en la actual Bolivia, en febrero de 1781. Tomada durante la insurrección por las tropas insurgentes, asumió el mando de la plaza, como “justicia mayor”, el criollo insurrecto Jacinto Rodríguez, a nombre del “rey Tupamaru”. Prontamente, llegaron los enviados “tupamaristas”, con instrucciones del Estado Mayor del inca. Éstos llamaron a la moderación, señalando que los ataques debían limitarse únicamente a los “chapetones”, realistas españoles, pero no a los criollos. Sin embargo, los indígenas, ciegos de siglos de ira contenida por los crímenes racistas recibidos, desataron crueles ataques indiscriminados contra “todos los que tuvieran piel de color blanca”, incluyendo al mismo justicia mayor Jacinto Rodríguez. Acto que rompió la alianza y volvió a los criollos contra los indígenas, siendo derrotados y expulsados de Oruro. También el de la toma de Sorata, en la actual Bolivia, tomada por los insurgentes el 28 de mayo de 1781. El joven Andrés Mendigure Tupac Amaru, de 17 años de edad, quechua, sobrino del Condorcanqui Tupac Amaru, y ascendido a general por su notable audacia y efectividad en la guerra, comandó la toma de la ciudad, a través de su inundación artificial represando el río Tipuani. Sin embargo, cegado por el odio racial que le provocaba la reciente muerte de su tío, Tupac Amaru II y su padre Pedro Mendigure, en el Cusco, y contrariando las expresas órdenes del nuevo Inca Diego Cristóbal, y los consejos de algunos de sus capitanes como Pedro Vilcapaza, masacró a miles de personas de la población de esa ciudad, incluyendo, no solo a los criollos, sino también a los mestizos, violando a las mujeres y cometiendo todo tipo de crueldades. Ello provocó un quiebre y el aislamiento de los sectores indígenas insurrectos. Diego Cristóbal repudió estos daños irreparables a la causa revolucionaria, ante las inútiles disculpas y excusas del “Inca mozo”. Y, existe consenso, que fue allí, con las atrocidades raciales de Sorata, que el nuevo Inca Diego Cristóbal comenzó con las dudas y vacilaciones que lo llevaron, algunos meses después, a su rendición, bajo falsas promesas de amnistía, para ser también ejecutado. En base a este programa de amplia alianza, innumerables combatientes “blancos”, criollos, militaron en las filas de la insurrección. Solamente en la lista oficial de 37 detenidos junto al inca Tupac Amaru, 9 eran catalogados como “españoles”, es decir, criollos. 13 eran mestizos. 11 eran indígenas. 4 eran esclavos negros. Incluso, algunas fuentes, testigos de la época, hablan y describen a “asesores europeos”, probablemente ingleses, al lado del inca, durante la insurrección. Un testigo presencial describía en un diario de Arequipa, en enero de 1781: “…al lado izquierdo y derecho de Túpac Amaru iban dos hombres rubios y de buen aspecto, que parecían ingleses”. En sus cartas y proclamas durante la insurrección, explícitamente llama “hermanos” a los criollos, muchos de ellos colaboradores en sus años de reclamaciones pacíficas ante la corona, y les manifiesta su inclusión en el programa de la misma. “…sólo pretendo quitar tiranías del reino, y que se observe la santa y católica ley, viviendo en paz y quietud…V. S. Ilma. no se incomode con esta novedad ni perturbe su cristiano fervor. Ni la paz de los monasterios, cuyas sagradas vírgenes e inmunidades no se profanarán de ningún modo, ni sus sacerdotes serán invadidos con la menor ofensa de los que me siguieren…" (Carta de Tupac Amaru al obispo Moscoso. 1780). “…he determinado sacudir el yugo insoportable y contener el mal gobierno que experimentamos… a cuya defensa vinieron de la ciudad del Cuzco una porción de chapetones, arrastrando a mis amados criollos, quienes pagaron con sus vidas su audacia. Sólo siento lo de los paisanos criollos, a quienes ha sido mi ánimo no se les siga ningún perjuicio, sino que vivamos como hermanos y congregados en un cuerpo, destruyendo a los europeos" (Proclama de Tupac Amaru. 23 de diciembre de 1780). En el combate de Sangarara, Túpac Amaru, anticipando el “Decreto de guerra a muerte” de Bolívar, ofreció perdón para aquellos criollos que se pasaran a sus filas, pero no para los españoles.

57

La mayor tensión y complejidad a que se vio sometido el programa pluriétnico, sin embargo, fue la división entre los propios indígenas, cuando Tupac Amaru levanta el sitio del Cusco, entre otras razones, precisamente, por no decidirse, en su rol de “Tayta protector de todos los indios”, a luchar y masacrar a las tropas indígenas que lo defendían, bajo el mando del curaca realista Pumacahua. Aunque lo decisivo o no de esta vacilación es algo que se discute y que lo cierto es que influyeron también otros factores, es importante distinguir que, aunque su indecisión frente a los indígenas realistas pudo ser decisiva, su programa pluriétnico de unidad de todas las castas contra el enemigo común: el colonizador español, era correcto. Más aún, su error fue, justamente, hacer prevalecer la “etnia” y no el “programa”, como criterio de su acción y decisiones. El sólo hecho de ser “indios” los leales a España, lo llevó a dudar. Por el contrario, Micaela Bastidas, le señaló en una carta que, al traicionar el “programa” de liberación, que era lo decisivo, “habían dejado de ser indios”. Es decir, que la lucha de transformación social no pasa ni puede pasar por el “color de la piel”, sino por un claro programa de sociedad. Ese es el eje y criterio para distinguir a los aliados de los enemigos.

Vive, vuelve

Tupac Amaru fue el “sol vencido”, como lo llama uno de los versos del poeta chileno Pablo Neruda. El propio trauma del imperio colonialista español, sin embargo, mantendría vivo el nombre del “Tayta Rey” transitoriamente derrotado. El virrey de Perú, Francisco de Toledo, busca borrar, por todos los medios, la memoria del malogrado inca, temeroso de que su ejemplo pudiera “criar yerba de libertad”. Benito de la Mata Linares, Juez que decidió la brutal muerte de Tupac Amaru y los suyos, y más tarde, Primer Intendente del Cusco, entre 1783 y 1786, no encontró jamás tranquilidad. Así lo muestran sus incesantes comunicaciones sobre temidos rebrotes del levantamiento. En 1785 llamaba a las autoridades a “evitar que salte alguna chispa de calor a estas cenizas que aún humean”. Numerosos pasquines anónimos, intentos conspirativos y pequeñas insurrecciones comunales sacuden como réplicas llenas de malos presagios el orden de los precarios vencedores. “Tupamaros” llamarían a todos los indios rebeldes en lo sucesivo. En el Beni, actual amazonía boliviana, en el año 1810, se levanta en insurrección independentista el cacique Pedro Ignacio Muiba, al mando de miles de indígenas Moxos, Baure, Itonama, Canichana, Movima y Cayuvava, manteniendo su propia comuna de Moxos por cuatro meses, hasta su derrota y cruel asesinato. Registros históricos, a partir de 1804, recogen la voz popular, según la cual el cacique había sido, décadas antes, participante de la insurrección de Tupac Amaru en Perú. “Tupamaros”, llamaran a los montoneros de la independencia, especialmente a los de los levantamientos criollos de Chuquisica y la Paz en 1809, los primeros en todas las colonias, y a los de José Artigas en el actual Uruguay, los más indigenistas de todos. “Tupamaros”, serán también los hombres y mujeres de la guerrilla uruguaya en los 1970. La peruana en los 1980. La caraqueña en los 1990. Tupac Amaru es programa de acción vigente. Pero también, simultáneamente, síntesis de saber y sentir, propia y ancestral. Un porfiado pueblo continente desafiando, con la “incoherencia de misterio del mito” –como dijo el amauta peruano, Raúl Porras-, a la razón ajena que busca imponerse. Oponiendo a la matriz cultural negadora y transitoriamente impuesta la dinámica de su propio tiempo “mítico”, donde las categorías temporales, pasado, presente y futuro, se funden en una sola, permanente y simultánea, cuyo destino sólo puede ser realizarse. Que requiere de otra arqueología para ser comprendida, relativa y cuántica, cósmica y de las almas. Y cuya fuerza –como lo teorizará más tarde Mariátegui- es subversiva y superior a los límites puramente racionales hegemónicos en la cultura moderna occidental del siglo XX. Es el “Inkarri”, la profecía del contumaz Inca rey juntando, subterránea y pacientemente, sus miembros repartidos para vencer las sombras y restablecer el orden social

58

solidario y justo, en armonía con la naturaleza. El calendario maya, avisando el renacer del continente, en medio de la muerte del viejo mundo opresivo. La dominación misma ajustada a su dimensión de eclipse momentáneo, nada más, en la trayectoria galáctica de los seres humanos hacia la felicidad. Oráculo incómodo, memoria incontenible, a veces murmuración, otras estallido, que rompen el cerco del puro acopio de hechos y nombres ajenos, fementidos como propios, contrabandeados como historia, como ciencia. Una pequeña parte ajena intentando tapar el todo propio con un dedo. El Condorcanqui es símbolo movilizador que recorre los cantos de Arguedas, “A nuestro padre creador Tupac Amaru II”. De Alejandro Romualdo, “Canto coral a Tupac Amaru, que es la libertad”. Del “Cementerio general” de Tulio Mora. Del “Canto General” de Pablo Neruda. Y de todos los grandes poetas latinoamericanos. Como innumerables se tejen en el telar del continente, sus banderas. Las “unanchas” andino amazónicas, o símbolos profundos, de milenarias significaciones místicas y armónicas. Generalizadas hoy simplemente como “Wifalas” y como banderas tupacamaristas, de franjas horizontales con los siete colores inmutables del arco iris.

59

V.- LA HISTORICIDAD, UNA NECESIDAD PRÁCTICA EN AMÉRICA LATINA__________________________

“…estábamos tan mal, tan mal, que Dios se acordó de nosotros, del pueblo, y nos mandó a Bolívar de nuevo… Chávez es Bolívar, Bolívar que vino de nuevo porque ya no dábamos más”Campesina de 50 años, cooperativista y miliciana reservista, en Apure,

Venezuela. 2005.

Carlos Mariátegui enfatizó el carácter de respuesta a las necesidades prácticas de su etapa histórica que la teoría marxista tenía a la base de su gestación. “El materialismo histórico surgió de la necesidad de darse cuenta de una determinada configuración social, no ya de un propósito de investigación de los factores de la vida histórica y se formó en la cabeza de políticos y revolucionarios, no ya de fríos y compasados sabios de bibliotecas” (Defensa del marxismo. 1928). Y eso mismo vale para todos los pensamientos revolucionarios, a lo largo de la historia. Y es de esa forma, en esa exacta dinámica, historizada, como de las entrañas revolucionarias de América Latina, de sus volcánicas luchas, se ha parido un pensamiento propio. En otras palabras, se ha hecho operatoria práctica de la necesaria historicidad de las respuestas reflexivas a los desafíos de la propia realidad específica. Pero ello ha ocurrido en tensión –dialogo y ruptura- permanente con las generalizaciones ahistóricas de diversa clase que, a veces bien intencionadas, otras no tanto, continuaron, en nuevas y diversas formas, apareciendo y negando la utilidad, el derecho, y hasta la misma posibilidad, del acto creativo propio. Recientemente, se ha descubierto en la región de Supe, Perú, que la “Ciudad sagrada de Caral”, se remonta a más de cinco mil años atrás. La idea de que las primeras civilizaciones humanas -es decir, ciudades con arquitectura compleja, estratos sociales de clase, organización burocrática administrativa- sólo podían haber germinado en zonas que se saben más tempranamente pobladas por los humanos, como Irak, Egipto, India y China, era tan arraigada en la comunidad científica mundial, que las pruebas de radiación de carbono 14 a numerosos objetos, para probar esa antigüedad de Caral, debieron hacerse más de 40 veces en diferentes centros de investigación del mundo. Sin embargo, siendo esta civilización indoamericana, como finalmente se probó, paralela temporalmente con aquellas otras, presenta una notable particularidad: es la única de las primeras civilizaciones conocidas, hasta ahora, que no incluía aparato represivo, ni ejército ni policía; la única que sólo se cohesionaba en la conciencia colectiva de la necesidad y beneficio de la vida organizada socialmente en una comunidad compleja y diferenciada, alrededor de un aparato burocrático administrativo religioso, que detentaba el conocimiento astronómico, agrícola y arquitectónico fundamental para la vida y el desarrollo. Como no recordar el grito del maestro de Bolívar y de América, Simón Rodríguez, en 1828: “…en lugar de pensar en medos, persas, en egipcios, ¡pensemos en los indios!”. En el caso de la rebelión de Tupac Amaru, como en el de Caral, el paralelismo temporal con la revolución francesa, pero su abismo de diferencias, en cuanto a los actores, las reivindicaciones y los elementos económicos, culturales y políticos involucrados, muestra con gran claridad como opera en la práctica la historicidad, la particularidad específica, concreta, de cada situación, cuyo énfasis está a la base esencial del enfoque historizado. Muestra también que la experiencia colonial

60

latinoamericana no era equiparable ni reductible, en términos útiles, a la europea. Esto lo habían aprendido ya, precisamente, muchos de los mismos europeos, testigos de cómo, aún la revolución burguesa europea, siendo común, se había presentado de tan diferentes formas concretas, historizadas, en cada contexto histórico particular. En los Países Bajos primero, bajo revolución nacional y religiosa contra el dominio Español. En Inglaterra, luego como revolución reformista hacia la monarquía constitucional. En las colonias norteamericanas como revolución de independencia anticolonial británica. Y en Francia bajo la forma de revolución republicana. Todas ellas con innumerables diferencias de todo tipo. El propio proceso latinoamericano de independencia definitiva de España, se gatilla y cataliza en una situación de enorme “complejidad”, única e irrepetible. En la que coinciden una lucha de liberación nacional española -contra la invasión de los franceses, bajo el mando de Napoleón Bonaparte- complejamente cruzada con una de reforma liberal, modernizadora y anti absolutista, en la misma España, “al interior” de las fuerzas españolas. En esa mezcla de luchas venía a agregarse todavía la de las colonias respecto de su metrópoli. Los delegados “indianos” en las Cortes de resistencia anti francesa en Cádiz, España, simultáneamente, participaban de esa resistencia, y luchaban por sus derechos a la igualdad, conculcados por los españoles, absolutistas o liberales por igual. Simbolizan este cruce y entrecruce de hombres y causas, el español Rafael de Riego y el “indiano” José de San Martín. Ambos oficiales militares en el ejército español, compañeros de armas en la resistencia a la invasión napoleónica, a nombre del entonces destituido rey español, Fernando VII. Mismo al que una década más tarde ambos combatirán, pero por razones distintas. Riego liderando la sublevación, en 1820, de la enorme expedición militar reunida por España para atacar a las colonias americanas y recuperar su dominio, impidiendo su salida y volviéndola contra el dicho rey para forzarlo a aprobar la Constitución liberal española. San Martín, luchando para independizar definitivamente a esas colonias, lo cual ya había hecho en Argentina y Chile, y se disponía a hacer en Perú, aquel mismo año de 1820. En ese complejo escenario concreto, nada fácil de prever y manejar, los revolucionarios latinoamericanos se ven empujados por la necesidad a crear sus propias ideas y enfoques, pues las de otras realidades no les resultaban útiles, al menos no del todo y no tal cuales. En esa dinámica, hicieron operatoria práctica de aquella fórmula que Carlos Marx –recién nacido para esta época- usará para definir su método: el “análisis concreto de la realidad concreta”. La vitalidad indómita de aquella necesidad instrumental de reflexión dio paso, durante el proceso de independencia, a un nuevo periodo en el largo parto de pensamiento propio, que, no sólo fue útil para la lucha, sino también de impacto universal; a pesar y en contra de ciertas incomprensiones, silencios y silenciamientos, que tendieron a negarles importancia y dejarlos sin espacio en una historia hegemónicamente eurocentrista. Así lo muestra el caso del delegado de Perú, Tupac Yupanqui, descendiente inca, en aquellas Cortes de resistencia de Cádiz en España, cuando advierte, en 1811, a los delegados españoles: "Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre". En lo que habría de ser un programa de liberación nacional, tan esencial, que continua vigente hasta nuestros días. Habrán de pasar 60 años más para que Carlos Marx recoja el enfoque adelantado por Yupanqui, citando -para el caso de la lucha antibritánica de los irlandeses- la frase del inca, que conoció a través de su atenta lectura de los más de 28 volúmenes que contienen las Actas de las Cortes de Cádiz, que aún están en la Biblioteca del Museo Británico. En casi todos los casos, el acto creativo será recibido como una anomalía por los parámetros eurocéntricos generalizados ahistóricamente, como una “herejía” para los poderes y hegemonías del pensamiento. Como un desafío y atrevimiento de actores a quienes se les reputa, en el mejor de los casos, como buenos “seguidores” de los pensamientos europeos, y, más tarde, norteamericanos o soviéticos. En el peor, como “desviaciones” y “errores”, propios de intelectuales y luchadores de “sociedades y

61

pueblos poco desarrollados”. Entre la subordinación o el menosprecio, el acto creativo propio, al menos en sus primeros tiempos, será objeto, por lo general, de descalificaciones, condenas y francos ataques. Sólo después de décadas, a veces, hasta de siglos, a fuerza de realidad y utilidad, serán valorados y rescatados para uso de las mayorías. Y ello no ocurrirá sin tensiones y dificultades. Sin el peligro de hacerlos, a su vez, discurso “oficial”, usándolos en la práctica como paradojal nueva “camisa de fuerza” para negar, otra vez, el flujo del proceso creativo, necesariamente incesante e historizado.

62

VI.- JUAN VISCARDO_________________________

Sin haber tenido la oportunidad de una participación militar activa, ni el liderazgo, ni la trascendencia de Francisco Miranda, el criollo acomodado peruano, sacerdote jesuita y revolucionario independentista, Juan Pablo Viscardo y Guzmán, es considerado por muchos, sin embargo, como el verdadero “precursor del precursor”. Al ser decidido partidario de la independencia antes que aquel. Nació en Pampacolca, Arequipa, hecho en relación al cual Andrés Bello, el venezolano chileno universal, cantará versos que dan muestra de su relevancia: “ni Potosí de minas tan rico / como de nobles pechos, ni Arequipa / que de Vizcardo con razón se alaba...” (Alocución a la poesía. 1823). Se ordena sacerdote jesuita y es expulsado de las colonias españolas por decreto del Rey Carlos III, junto a toda su orden, más de 5.000 miembros, a la edad de 21 años, en 1767. Junto a otros de su orden se exilia en Italia donde pasa enormes penurias económicas.

Los jesuitas

Este nutrido grupo de intelectuales progresistas, que eran los jesuitas expulsados, constituyeron entonces un elemento ideológico precursor de la independencia, conspirando contra el poder español en Londres, Viena, Génova y otras ciudades europeas, del cual Viscardo sería la muestra más notable. Habían llegado a esa posición, tras el largo y contradictorio camino de la iglesia católica en América. Jesuitas habían sido los más progresistas filósofos y teólogos de la iglesia católica en Europa. Llegando a desarrollar muy anticipadamente planteamientos que servirían de base a las ideas democráticas liberales. Ese era el caso de los españoles Juan de Mariana y Francisco Suárez, quienes, en el siglo XVI, junto al dominico Francisco de Vitoria, pusieron al pueblo entre Dios y el Rey. Era al pueblo a quien Dios entregaba su potestad de gobernar y de éste era entregado al Rey, quien estaba obligado a procurar su bienestar y respetar su libertad. Desarrollaron así las tesis esenciales de la soberanía popular, llegando incluso a justificar el “tiranicidio”, si el monarca se apartaba de ella. En un mundo que, parturiento aún entre el medioevo y la voracidad capitalista, se debatía por encontrar aunque fuera una sombra de legalidad, la “tarea cristianizadora”, obligada legalmente por bulas papales y decretos reales, era simultáneamente justificación divina y jurídica para la propiedad, el saqueo y la esclavitud del Nuevo Mundo y sus habitantes. Del cual, en no pocas ocasiones, los propios sacerdotes eran hechores materiales directos. En las “Capitulaciones de Zipaquirá”, que pusieron fin a la primera etapa de la “insurrección de los comuneros de Nueva Granada”, actual Colombia, durante la insurrección tupacamarista de 1780 a 1782, 6 de sus 35 puntos se referían expresa y exclusivamente a abusos cometidos por el clero, tanto de explotación y maltrato a los indígenas, como de cobros y tributos excesivos por el monopolio de trámites y registros notariales y religiosos. A contra corriente, desde el principio de la conquista, hubo también sacerdotes que, encontrando en la doctrina cristiana elementos para romper con la matriz hegemónica cultural de su época, repugnaron de los crímenes de la empresa. Sin embargo, ellos constituyeron tan sólo una dinámica de oposiciones que no lograba, de hecho, sino “perfeccionar” la justificación del etnocidio. Gracias a sus inquietantes

63

críticas, tan vehementes y loables, como impotentes para variar el contenido brutal de la obra civilizatoria europea, teólogos y juristas fueron llamados por las autoridades reales para dar respuestas a ellas, engrosando el andamiaje de leguleyadas y designios divinos legitimadores del holocausto y el latrocinio. Las bulas papales que otorgaron la propiedad de las nuevas tierras invadidas, los requerimientos, por los cuales dios mismo exigía a los indios su sometimiento al conquistador, y las doctrinas de “guerra justa” contra los idolatras incrédulos, fueron todas respuestas a esa dinámica de denuncias. Es el caso temprano del “sermón de los frailes dominicos”, considerado por muchos como el punto inicial de esa dinámica. Ocurrido en la “Española”, actual isla de Santo Domingo, cuando aún no se iniciaba la conquista del continente firme. Y el cual fue inspiración para Bartolomé de Las Casas, el más destacado cura colonial defensor de los indios. Por lo que, más tarde, el creador de la “Teología de la liberación”, el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, lo llamó “El grito de la Española”. En la misa de diciembre de 1531, pronunciado por fray Antón de Montesinos, aunque firmado por todos los curas de la orden en la isla, el sermón fue la primera denuncia pública a la conducta criminal de los conquistadores para con los indígenas. “Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?”.  El escándalo sorprendió incluso al mismísimo rey, prontamente enterado por los alarmados vecinos españoles de la isla. La respuesta tranquilizadora de las almas fue el “requerimiento”, un documento que, al mismo tiempo, obtenía la bendición divina y la legalidad para la violenta esclavización o asesinato. Basado en tradiciones jurídicas y teológicas centenarias, se trataba de un texto de unas tres páginas, escrito en florido lenguaje castellano de la época. Leído en voz alta a los indígenas, las más de las veces sin traducción alguna a sus lenguas. En él se señalaba solemnemente la unidad de dios y su voluntad manifestada por el papa y los reyes, los cuales les mandaban en el acto entregar sus tierras y obediencias a los conquistadores. “Y si así no lo hicieseis o en ello maliciosamente pusieseis dilación, os certifico que con la ayuda de Dios, nosotros entraremos poderosamente contra vosotros, y os haremos guerra por todas las partes y maneras que pudiéramos, y os sujetaremos al yugo y obediencia de la Iglesia y de sus Majestades, y tomaremos vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos y los haremos esclavos, y como tales los venderemos y dispondremos de ellos como sus Majestades mandaren, y os tomaremos vuestros bienes, y os haremos todos los males y daños que pudiéramos, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen y protestamos que las muertes y daños que de ello se siguiesen sea a vuestra culpa y no de sus Majestades, ni nuestra, ni de estos caballeros que con nosotros vienen”. Finalmente, para alejar toda sombra de duda, por parte de los díscolos curas amantes de indios, rigurosos actos testimoniales y notariales eran exigidos para validar el acto. Aunque hubo sacerdotes que lo condenaron, como Bartolomé de Las Casas que lo calificó de “burla de la verdad y de la justicia… insulto a nuestra fe cristiana”, el “Requerimiento” continuo vigente hasta 1560. Y mostró ser un muy eficiente instrumento, en esa primera etapa de conquista, pues, aún en los raros casos en que era traducido a los indígenas, éstos, como es natural, rechazaban tan extraño y lapidario conminamiento. Así lo muestra un informe de la época por parte de un conquistador en la actual Colombia: "Yo requerí, de parte del rey de Castilla a dos caciques destos del Cenú, que fuesen del rey de Castilla, y que les hacía saber cómo había un solo Dios, que era Trino y Uno y gobernaba el cielo y la tierra, y que… había dejado en su lugar… al Santo Padre… y que este… como Señor del Universo, había hecho merced de toda aquella tierra de la Indias y del Cenú al rey de Castilla, y que… les requería que ellos le dejasen aquella tierra, pues le pertenecía… Respondiéronme que en lo que decía que no había sino un Dios y que éste gobernaba el cielo y la tierra

64

y que era señor de todo, que les parecía bien y que así debía ser, pero que en lo que decía que el papa era señor de todo el Universo, en lugar de Dios y que él había hecho merced de aquella tierra al rey de Castilla, dijeron que el papa debía estar borracho cuando lo hizo, pues daba lo que no era suyo, y que el rey, que pedía y tomaba la merced, debía ser algún loco, pues pedía lo que era de otros y que fuese hayá a tomarla, que ellos le ponían la cabeza en un palo, como tenían otras, que me mostraron, de enemigos suyos… que ellos se eran señores de su tierra y que no habían menester otro señor… que ellos me pondrían primero la cabeza en un palo e trabajaron por lo hacer..." (1534). Durante el período de la colonia, esta lógica eclesial se extendió en la específica misión de “extirpar idolatrías” a los bárbaros indígenas. Ya sea por el largo proceso de aculturación. Pedro de Gante, franciscano, elevado oficialmente a santo en 1988 por el papa Juan Pablo II, describe así, en carta al rey español Felipe II, el “método pedagógico” de su escuela “San José de los Naturales”: “...se juntaron luego, pocos más o menos, mil muchachos, los cuales teníamos encerrados en nuestra casa de día y de noche, y no les permitíamos ninguna conversación, y esto se hizo para que se olvidasen de sus sangrientas idolatrías y excesivos sacrificios” (15 de junio. 1558). Ya por el más expedito de los tormentos y hogueras de la inquisición. Ella se combinó con la más política y permanente tarea de velar para que los indios no incurrieran en el sacrilegio de desobediencia al nuevo orden y sus autoridades. Sin embargo, aunque muchos sacerdotes fueron soldados conquistadores, encomenderos feroces, auditores contables del saqueo, escribanos del etnocidio, y propagandistas del dominio colonial, paralelamente, en una dinámica paradojal, propia y permanente en la iglesia hasta la actualidad, muchos otros constituían también un polo de defensa y reivindicación de los indígenas. Desde las primeras incursiones, los sacerdotes de las diversas órdenes, fueron, junto a los cronistas soldados, los que registraron los primeros encuentros. Muchas veces dejando constancia de los rasgos sociales indígenas, en muchos ámbitos, superiores a los de los conquistadores. Más tarde, durante la colonia, realizaron monumentales obras de estudios naturales y culturales autóctonos, siendo uno de los elementos gestores de una primera identidad intelectual latinoamericana. El más conocido de ellos es Bartolomé de Las Casas. Y quizás representa mejor que ningún otro la paradoja de la iglesia católica en la región. Conocido como el “primer sacerdote ordenado en América”, fue un español encomendero de indios, ordenado cura dominico y capellán aventurero de los conquistadores en Cuba. Tras aprovechar por una décadas de ese cruel régimen de servidumbre, e influido por los curas progresistas de su orden, se consagró crecientemente a la defensa de los indígenas, llevando la denuncia y la propuesta de la abolición de las encomiendas hasta la corte española. Inicialmente, propuso la importación de esclavos negros para remplazar el trabajo de los indígenas, y ello le valió una “leyenda negra”, según la cual era un “racista” anti negros, y el que “causó” la esclavitud de ellos en la región. Lo cual es falso pues está bien testimoniado que la esclavitud de negros era un proceso anterior y creciente a su intervención. Asimismo, dejó registro de su arrepentimiento posterior respecto de aquella propuesta. “Este aviso de que se diese licencia para traer esclavos negros a estas tierras dió primero el clérigo Casas, no advirtiendo la injusticia con que los portugueses los toman y hacen esclavos; el cual, después de que cayó en ello, no lo diera por cuanto habían en el mundo, porque siempre los tuvo por injusta y tiránicamente hechos esclavos por que la misma razón es dellos que de los indios… Deste aviso que dió el clérigo, no poco después se halló arrepiso, juzgándose culpado... porque como después vido y averiguó... ser tan injusto el captiverio de los negros como el de los indios..." (Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Escrito por Las Casas alrededor de 1542, pero publicado por primera vez sólo en 1875). Manteniendo su incansable y valiente defensa de los indígenas, denunció también la bárbara esclavitud de los negros. “Siguióse de aquí también que como los

65

portugueses de muchos años atrás han tenido de robar a Guinea, y hacer esclavos a los negros, harto injustamente, viendo que nosotros... se los comprábamos bien, diéronse y danse cada día priesa a robar y captivar dellos, por cuantas vías malas e inicuas captivalos pueden... violencias y robos y engaños y fraudes, que siempre los portogueses en aquellas tierras y gentes han hecho" (Ibíd.). José Martí, en su libro para niños “La edad de oro” de 1889, relata y describe así al padre Las Casas: "El venía a pie, con su bastón, y con dos españoles buenos, y un negro que lo quería como a padre suyo: porque es verdad que Las Casas, por el amor de los indios, aconsejó al principio de la conquista que se siguiese trayendo esclavos negros, que resistían mejor el calor; pero luego que los vio padecer, se golpeaba el pecho, y decía: ‘¡con mi sangre quisiera pagar el pecado de aquel consejo que di por mi amor a los indios!’ ”. Lo cierto es que Las Casas era hijo de su tiempo, y en su matriz cultural la esclavitud era una realidad permitida, natural. Así lo establecía el tradicional “derecho de gentes” en España, donde moros musulmanes, capturados en “guerra justa”, y “eslavos”, de cuyo gentilicio deriva, precisamente, el nombre de “esclavo”, vivían en esclavitud. Pero, por cierto, sin alcanzar los horrores del trato inhumano que se les daría a los nuevos esclavos negros, que muy pronto saturarían el mercado mundial. Y, al igual que le había sucedido con los indígenas primero, le llevó tiempo para reconocer el crimen ético que significaba y el error de su propuesta inicial. Su lucha consecuente contra la dominación indígena se prolongó en su obispado de Chiapas y hasta su muerte en España. Y le ha sido reconocida ampliamente por los sectores indígenas y populares del continente. Hubo también otros dominicos como Domingo de Santo Tomás, creador de la gramática quechua. Franciscanos como Diego de Córdoba y Bernardino de Sahagún, quien realizó una monumental obra de rescate del nahuatl, idioma de los indígenas mexicanos, y de su valiosa cultura, lo que le valió la confiscación de sus trabajos por orden real en 1577. Agustinos como Alonso de la Veracruz y Antonio de la Calancha. Trapenses como Antonio Valdes, quien rescató y escribió el drama inca del “Ollantay”, cuya representación, Tupac Amaru II, hiciera ver a sus tropas, durante la insurrección. Pero los jesuitas figuraron entre los más adelantados en esta tarea. José de Acosta y su obra fundacional que cuestionó precursoramente la generalización ahistórica de los conceptos naturalistas europeos a las novedades únicas de estas tierras. El también naturalista Bernabé Cobo. Los quechuistas Diego de Torres y Diego Gonzáles. Y el creador de la gramática guaraní, Antonio Ruíz. Los jesuitas estuvieron también en la primera línea de fuego, de la lucha ideológica para rebatir las tesis extremas del determinismo civilizatorio racista, hegemónico en la Europa de la época, y que explicaban “científicamente” la incapacidad y natural predisposición a la esclavitud de los indígenas y afrodescendientes americanos. Figuras de esa lucha fueron los mexicanos Francisco Clavijero, el más destacado de todos, José Rafael Campoy, Andrés Cavo, Francisco Alegre, Juan Maneiro, Pedro Márquez y otros más que han sido llamados “los humanistas mexicanos del siglo XVIII”. El chileno Ignacio Molina, llamado “el abate”, cuya obra es precursora de la de Charles Darwin. El quiteño Juan de Velasco, que resumió la lúcida defensa: “… los defectos que atribuyen a la América y a sus artes los filósofos no son sino defecto de su cabeza y de sus sistemas y mucha ignorancia de las cosas de este mundo… los peruanos antiguos son más dignos de admiración y alabanza que los europeos del presente siglo” (1789). En general, los cultos y progresistas sacerdotes jesuitas habían buscado un camino alternativo humanista para cristianizar a los indígenas, llegando incluso, varios de ellos, a morir combatiendo, con las armas en las manos, junto a los indígenas guaraníes del Matto Grosso contra los esclavistas portugueses, en la “guerra de las siete reducciones”, entre 1754 y 1756, sólo una década antes de ser expulsados en 1767. Desterrados de España y sus colonias, a causa de su poderío intelectual, económico y político, recelado porque “obedecía más a Roma que al rey español”.

66

Paradojal fue, una vez más, el rol de la iglesia y sus miembros en los sucesos de independencia. Aunque los líderes patriotas fueron todos hijos del siglo de “las luces”, conocedores y creyentes de los filósofos laicos y progresistas, muchos de ellos masones, fueron también, todos ellos, creyentes cristianos. A pesar de ello, encontraron en las estructuras institucionales de la iglesia, enconados adversarios realistas. El propio papa Pío VII, a quien Napoleón había arrebatado la corona de las manos para ponérsela él mismo, en público acto simbólico de supremacía, promulgó, en enero de 1816, una “Encíclica” que ordenaba a todos los católicos la “fidelidad al monarca español… el más firme odio contra los sediciosos”. El papa Clemente XII, haría lo mismo en 1824. En todas partes de América, los obispos y sacerdotes figuraron en todas las represiones y conspiraciones contra los patriotas. Así predicaba en los púlpitos de Chile el fraile Zapata en 1816: “…herejes detestables, abortos del infierno, enviados de Satanás, individuos sedientos de sangre y robo… no han de llamarle al caudillo rebelde ‘San’ Martín, porque no es santo, sino Martín a secas…”. Pero curas y hasta obispos son también, paralelamente, amigos, propagandistas y militantes de la causa patriota. El franciscano Luis Beltrán, cuyo patriotismo lo llevó a ser capellán militar rebelde, y cuyos conocimientos de ciencias exactas, naturales y mecánicas lo convirtieron en Jefe del parque de artillería, al mando de 700 hombres, en el Ejército de los Andes, fundiendo las campanas de las iglesias para hacer balas y cañones, los cuales hizo cruzar, con toda clase de aparejos, las montañas nevadas.”Quiere, el general San Martín, alas para los cañones, pues las tendrán”. Sirvió en la campaña para liberar a Chile y Perú, bajo las órdenes de San Martín y más tarde de Bolívar. En Chile, Camilo Henríquez, cura de la orden de la “Buena Muerte”, militante temprano en las conspiraciones anticoloniales. Creador de la primera Proclama subversiva chilena, bajo el seudónimo de “Quirino Lemachez”, y del primer periódico patriota chileno, “La Aurora de Chile”. Miliciano patriota durante el golpe realista de Figueroa. Al servicio de los gobiernos revolucionarios de José Miguel Carrera y de Bernardo O’Higgins, ambos adversarios, pero unidos en la continua lucha por la independencia de la que el fraile es símbolo de permanencia. En Perú, Bruno Terreros era Párroco de Huaripampa y combatiente de las guerrillas patriotas con grado de coronel. En México, donde la lucha de la independencia fue en el principio la más popular y campesina, fueron sacerdotes sus máximos jefes insurgentes. Miguel Hidalgo, teólogo y erudito de los filósofos iluministas, que hablaba latín, francés, italiano, náhuatl, otomí y purépecha. Y José Morelos, del seminario Tridentino. Ambos mártires en la lucha armada independentista. También su más importante precursor ideológico, el dominico fray Servando Teresa de Mier, que en 1794 es exiliado y encerrado en un convento español por un escandaloso sermón en la catedral y ante todas las máximas autoridades virreinales, cuestionando el milagro de la aparición de la Virgen de Guadalupe, la más venerada del país. Fugará y será, junto a Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, activista de la ilustración por Europa. Será combatiente contra los franceses napoleónicos, capturado y fugado de prisión. Convertido en independentista, volverá a ser encarcelado y fugará al menos en cinco ocasiones más. Alcanzada la independencia, fue diputado en el primer congreso mexicano. En una constante histórica, la iglesia ha seguido jugado este doble rol contradictorio en la política latinoamericana durante los dos siglos post coloniales. Oligárquica, en los “Tedeums” oficiales. En las capellanías militares, bendiciendo armas de destrucción y represión. En la eterna limosna publicitaria que silencia y bendice la injusticia estructural que la hace necesaria. En su extremo reaccionario, será protagonista de una fiera y prolongada resistencia guerrillera, conservadora y derechista, a las reformas progresistas en México: la “Guerra de los Cristeros”. En la cara opuesta, y quizás complementaria, desde el Concilio Vaticano Segundo, que abre, entre 1963 y 1965, ventanas de aire puro al claustro medieval Vaticano, hasta sus réplicas latinoamericanas en Medellín (1968) y Puebla (1979), y el asesinato en 1980 del arzobispo mártir popular de El Salvador, Oscar Romero, se consolida un camino de iglesia popular. Con los curas obreros, reprimidos y asesinados junto a la

67

denuncia y la lucha de los oprimidos, desde mediados del siglo XIX. Con los “cristianos por el socialismo” de la Unidad Popular de Chile. Con la “Teología de la liberación”, auténtico pensamiento propio continental, re interpretando la fe cristiana desde las entrañas de Perú, Brasil y México, con su grito de lucha activa por la justicia. Llegando a tomar las armas junto a los pobres, como lo hicieran los jesuitas en el Mato Grosso en 1754, con el cura colombiano Camilo Torres, a mediados de los 1960’; y muchos otros más, en prácticamente todos los países donde las guerrillas llegaron a ser significativas. También lo harán los protestantes. Cuya máxima figura es Rubén Jaramillo en México. Combatiente de caballería en el ejército revolucionario de Emiliano Zapata, en Morelos, con sólo 14 años de edad, a los 17 ya era capitán, al mando de 75 guerrilleros. Más tarde, será permanente enemigo de los terratenientes traidores al campesinado y al proyecto zapatista. Creador del “Banco Ejidal” y el “Ingenio Azucarero de Zacatepec”, con el apoyo del gobierno nacionalista revolucionario del presidente Lázaro Cárdenas. Se hizo evangélico protestante, llegando a ser Pastor al igual que su esposa, predicando que “Cristo era revolucionario”. Fue también Co-fundador de la “Unión de Productores de Caña de la República Mexicana”. Terminado el gobierno revolucionario de Cárdenas, se levantó en armas frente a los caciques y funcionarios represivos del Estado Morelense entre los años 1943 y 1944, con el apoyo del Partido Comunista Mexicano. Elabora su “Plan de Cerro Prieto” que proponía una “revolución socialista”. Volvió a la lucha social, y creó el Partido Agrario Obrero Morelense (PAOM). Desde 1952, combinó la agitación clandestina con la resistencia guerrillera a las mafias del gobierno terrateniente estatal, que le robaron previamente dos triunfos electorales a cargos en el gobierno regional. En 1958, tras una amnistía del presidente Adolfo López, vuelve a la lucha abierta, pública. Inicia tomas de tierras campesinas y acciones de solidaridad con la Revolución Cubana. En 1961, junto a Genaro Vázquez, entre otros, formó el “Comité Organizador de la Central Campesina Independiente”; Lucio Cabañas fue organizador regional de la misma. Ambos, Vásquez y Cabañas, maestros, serán dos míticos líderes campesinos y guerrilleros en el estado de Guerrero, muertos en lucha en la década de 1970’. Y ambos inspirados en el ejemplo de Jaramillo. Lucio creará el “Partido de los Pobres”, integrado por estudiantes y campesinos, autodenominados “los enfermos”, “ya que si Lenin decía que el extremismo es una enfermedad infantil del comunismo, nosotros, sí, somos los enfermos, pues no hay nadie más extremista que nosotros”. El 26 de mayo de 1962, agentes de la policía y el ejército del estado asesinan cobardemente a Jaramillo, junto a su esposa y sus tres hijos, en el Municipio de Xochicalco. Meses después el jefe del comando asesino fue secuestrado y ajusticiado. Aunque en menor magnitud que la iglesia católica, los protestantes evangélicos han estado también presentes en las luchas populares por la justicia, como en el caso de algunos pastores revolucionarios en las luchas de varios países centroamericanos en la década de 1980. Los permanentes claroscuros de la iglesia y la fe católicas en el continente pueden ser simbolizados en la existencia de dos cartas, en dos momentos históricos. Precisamente, la “Carta a los americanos” del jesuita Viscardo, que recuperaba para la lucha patriótica de la independencia colonial lo mejor de la tradición humanista y libertaria, en un documento de reflexión fundante y comprometido, que auguraba la magnífica “teología de la liberación”, parida en el continente en el siglo XX. Pero también, conjunta y paradojalmente, en la carta que las organizaciones indígenas enviaron al papa Juan Pablo II, con motivo de su visita al Perú en 1985: “Nosotros, indios de los Andes y de América, decidimos aprovechar la visita de Juan Pablo II para devolverle su Biblia, porque en cinco siglos no nos ha dado ni amor,  ni paz, ni justicia. Por favor, tome de nuevo su Biblia y devuélvala a nuestros opresores, porque ellos necesitan sus preceptos morales más que nosotros… La espada española, que de día atacaba y asesinaba el cuerpo de los indios, de noche se convertía en la cruz que atacaba el alma india”.

68

La Carta Con el nombre conspirativo de “Paolo Rossi”, Viscardo, desterrado en Italia, sigue de cerca y reflexiona las noticias de la rebelión tupacamarista en el continente, para la cual trata en vano de conseguir ayuda británica. Se traslada a Londres, donde recibe una pensión del gobierno británico, y allí muere en 1798. Deja sus papeles al cónsul norteamericano en aquella ciudad, quien los entrega a Francisco Miranda. Entre esos papeles, estaba su “Carta a los americanos españoles”, que será el primer documento reflexivo teórico de la lucha independentista latinoamericana, de carácter público, agitativo. El documento tiene 30 páginas, y fue escrito a lo largo de varios años, desde antes de la revolución francesa, y terminado en 1791. Ya fallecido Viscardo, fue publicado y prologado, a partir de 1799 por Francisco Miranda en Londres. Desde entonces, circuló profusamente por toda América, desde Costa Rica hasta Argentina, como instrumento de propaganda agitativa y sustento teórico revolucionarios. Su potencia programática estaba en la priorización del claro objetivo de la hora: llamar radicalmente al separatismo: “Siempre que el gobierno Español nos anuncia un beneficio, no puede uno menos que acordarse delo que el verdugo decia al hijo de Felipe II quando le ponia el dogal al cuello: ‘Paz, paz, Señor don Carlos, que todo esto es por su bien’…". En él, se combinan cinco grandes elementos. La toma de conciencia de la América como una “Patria” común de todos sus habitantes: “El descubrimiento de una parte tan grande de la Tierra es y será siempre, para el género humano, el acontecimiento más memorable de sus anales. Mas para nosotros que somos sus habitantes, y para nuestros descendientes, es un objeto de la más grande importancia. El Nuevo Mundo es nuestra patria, y su historia es la nuestra, y en ella es que debemos examinar nuestra situación presente, para determinamos por ella a tomar el partido necesario a la conservación de nuestros derechos propios, y de nuestros sucesores”. La denuncia a la dominación española, a la cual se opone radicalmente, como obstáculo a la libertad y el destino de felicidad del continente: “Aunque nuestra historia de tres siglos acá relativamente a las causas y efectos más dignos de nuestra atención, sea tan notoria y tan uniforme que se podría reducir a estas cuatro palabras: ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación...”. El ejemplo de la revolución independentista de las colonias británicas en Norteamérica, que llama al reclamo de la propia dignidad a la lucha. El aporte teórico liberal, que hace combinación del iluminismo europeo, por un lado, y del primer acerbo gestado en América Latina, por otro, citando al padre Bartolomé de Las Casas, activo defensor de los indígenas durante la colonia. Por último, entrega una descripción de las causas estructurales, geográficas y otras, que sustentan y empujan la independencia de América Latina. Francisco Miranda anexará a su “Proclama de Coro”, que llamaba a su derrotada invasión militar de Venezuela en 1806, la Carta de Viscardo. Y numerosos otros revolucionarios la citarán o mostrarán su evidente influencia, como es el caso de Simón Bolívar en su “Carta de Jamaica” de 1815. Llegada a manos de la inquisición española en México, en el año 1810, sus contenidos fueron calificados de: “mortíferos, libertinos e incendiarios y de la Carta dicen los censores que es falsa, temeraria, impía y sediciosa, injuriosa a la Religión y al Estado, a los Reyes y Pontífices: tan acre y mordaz, tan revolucionaria y sofística que si el Santo Tribunal no aplica desde luego toda su actividad para sofocarla, pereceremos...” (En: Vargas Ugarte. 1964).

69

VII.- EL PRECURSOR _________________________

América estaba en lucha y comenzaba el parto de los instrumentos reflexivos útiles para el logro de su destino. Si en el acervo europeo no se encontraban, había entonces que crear las herramientas para desatar y dar camino a las energías. Y será un personaje mítico, romántico y aventurero, el precursor más acabado en la creación de respuestas propias a las luchas de independencia colonial. El caraqueño Francisco Miranda. Criollo venezolano, descendiente de emigrados de las islas Canarias, por lo que estaban en la categoría de “Blancos de orilla”, con menos derechos que los blancos puros de la península española. Razón por la cual sus adversarios y la aristocracia, tanto española como la “mantuana” criolla, lo llamarían despectivamente “el canario”. Militar de carrera en el ejército español, el que abandonó más tarde, por odiosidad de los aristócratas españoles y criollos, que reprochaban su origen, y perseguido por la inquisición debido a sus ideas liberales. Viajero y combatiente en América, Europa, Rusia, y África, incluyendo las revoluciones francesas y las de independencia norteamericana y sudamericana. Es el único latinoamericano cuyo nombre está grabado aún en el “Arco del triunfo de París”, por sus servicios militares que lo llevaron a alcanzar el grado de “Mariscal”. Comandante de tempranos y malogrados desembarcos militares independentistas en las costas de Venezuela en 1806. Llamado el “príncipe de los conspiradores” por la diplomacia europea. Entre ellos, sus nada leales pero necesarios, aliados británicos: “Este gobierno Inglés da tales esperanzas en el día de ayudarnos prontamente, que sería temeridad no aguardar un poco; mas hace tan largo tiempo también que nos trae entretenidos con sus bellas promesas, que yo casi tengo perdida la confianza; y espero más… ¡sobre todo de nosotros mismos que de ningún otro!” (31 de diciembre. 1788). Cautivó a numerosos seguidores y discípulos, entre ellos, Simón Bolívar, José de San Martín y Bernardo O'Higgins, a los cuales organizó en logias masónicas libertarias. A éste último le aconseja en carta de 1799: “…No permitáis que jamás se apodere de vuestro ánimo ni el disgusto ni la desesperación; pues si alguna vez dais entrada a estos sentimientos, os pondréis en la impotencia de servir a vuestra patria”. Finalmente, general en jefe de las fuerzas militares patriotas de Venezuela en su primer periodo de lucha. Fue destituido por un grupo de jóvenes oficiales, entre los que contaba Bolívar, en medio de amargas pugnas y graves reveses, encarcelado y pasó a manos de las autoridades españolas, transitoriamente victoriosas, las que lo encarcelaron en la prisión de la “Carraca” en España, donde murió. Miranda vivía para y por la causa de la emancipación de la América hispánica. “En cuanto a mi persona, amigo mío, ella está siempre invariable al servicio de la Patria. Por esta tengo hechos ya tantos sacrificios, que sería absurdo ahora el abandonar la empresa; cualesquiera puesto que se me señale será para mí muy aceptable y honroso, con tal que todo el mundo marche al mismo y único fin de nuestra Libertad e independencia…” (31 de diciembre. 1788). A la cual puso a disposición su incansable labor de propagandista, conspirador, combatiente e ideólogo extraordinariamente dotado. Pues había estudiado concienzudamente y en el mismo terreno el sistema de gobierno norteamericano y todos los europeos, no sólo de España, Inglaterra y Francia, sino también de Italia, Grecia, Alemania, Austria, Hungría, Noruega, Holanda, Suiza, Nueva Zelanda, Polonia, Finalandia y Rusia.

70

Incluso, los de Egipto y Turquía. Recogiendo, además, las ideas liberales de aquellas experiencias y casi todo el conocimiento progresista de su época. A conciencia, se formaba como “cuadro” y así lo expresa en temprana carta a Juan de Cagigal: “La experiencia y conocimiento que el hombre adquiere, visitando y examinando personalmente con inteligencia prolija en el gran libro del universo; las sociedades más sabias y virtuosas que lo componen; sus leyes, gobierno, agricultura, policía, comercio, arte militar, navegación, ciencias, artes, etc… es lo que únicamente puede… formar un hombre sólido y de provecho” (16 de abril. 1783). Nueve años después se confirma todavía en la misma tarea de estudio y reflexión: “…resolví ocupar el tiempo, que era necesario aguardar, en examinar atentamente los diversos gobiernos y sistemas políticos de la Europa. Artes, ciencias, religiones, industria y efectos de las diferentes formas de repúblicas y gobiernos mixtos de gobierno, ocuparon mi atención por espacio de cinco años…” (10 de octubre. 1792). Bagaje universal que combina con el profundo conocimiento de la realidad propia latinoamericana y especialmente el análisis de los movimientos de lucha brotados en ella y a las cuales hace referencias y análisis en su correspondencia. De todo ello, creará para la América una fórmula programática que, en razón de su potencia teórica, estaba destinada también, como la del Inca Tupac Yupanqui, a tener vigencia hasta hoy: “América Latina será independiente, pero unida”. Las formas específicas para la realización de aquel programa fundamental, por supuesto, han variado. Y una recopilación analítica exhaustiva del tesoro ahora disperso de esos innumerables proyectos, a lo largo de la historia, elaborados por pensadores de todos los países de América, está pendiente como necesario programa de investigación. El mismo Miranda estaba convencido, fruto de su privilegiada reflexión y conocimiento universal, que América estaba destinada a crear su propia forma adecuada de gobierno. Un pensamiento que será recogido y desarrollado por Bolívar más tarde. En carta a William Pitt, representante del gobierno británico, proponiendo la ayuda de su gobierno a la lucha independentista americana, Miranda señala: “América se cree con todo derecho a repeler una dominación igualmente opresiva que tiránica y formarse para sí un gobierno libre, sabio y justo, con la forma que sea más adaptable al país, clima e índole de sus habitantes, etc.” (14 de febrero. 1790). Concretamente, él había proyectado el “Incanato de Colombia”, una Confederación de Estados desde el río Missisipi, por el norte, hasta Tierra del Fuego en el sur, gobernada por un Inca como Emperador hereditario, dos cámaras legislativas, un poder judicial, y un sistema de ediles y cuestores, regidos por una Constitución. Concepción que puede parecer hoy extraña, pero que revela una primera y fundante síntesis creadora propia, entre lo universal y lo latinoamericano, el Tahuantinsuyo y la República Romana; de la que Mariátegui será más tarde un hito sobresaliente e igualmente fundante (socialismo “indo americano”, pero también con el “aporte europeo”, sin el cual América “no tiene” tampoco “futuro”). De ahí la afortunada nominación de Miranda como el “primer criollo universal”. En esa concepción la absoluta autonomía de toda potencia extranjera era antecedente del precursor antimperialismo de Bolívar: “…sin que la dominación de una Potencia extranjera cualquiera pretenda fijarse o mezclar su autoridad en el País; ¡porque en tal caso seremos la codicia y muy luego el despojo de todas las demás que teniendo una fuerza marítima cualesquiera querrán también tener parte en la División” (31 de diciembre. 1799). Asimismo, entregó referencias antecedentes respecto del rol de la igualdad de derechos y la abolición de las castas legales españolas, tanto por su formación ilustrada, convencida del liberalismo democrático, como por su necesidad para sostener la lucha por la independencia y, más tarde, como su garantía. “Unámonos por nuestra libertad, por nuestra independencia. Que desaparezcan de entre nosotros las odiosas distinciones de chaperones, criollos, mulatos, etc. Estas sólo pueden servir a la tiranía cuyo objeto es dividir los intereses de los esclavos para dominarlos unos por otros. Un gobierno libre mira todos los hombres con igualdad;

71

cuando las leyes gobiernan, las solas distinciones son el mérito y la virtud” (Proclama. 1801).

La masonería

En muchos sentidos, Miranda es la expresión de una fuerza ideológica y organizativa gravitante en los sucesos de la independencia colonial: la masonería, también llamada francmasonería. Como los jesuitas, la masonería, aportó una corriente revolucionaria fundamental al proceso de independencia, tanto de reflexión como de acción propias. Pero, a diferencia de la de los jesuitas, que fue más bien un precedente, el de la masonería llegará a ser protagónico y central. Y Miranda es la expresión más vistosa y notable de esa corriente libertaria masónica, como Juan Viscardo lo fue de los jesuitas. Curiosamente, ambas fuerzas alcanzan su mayor expresión histórica conjunta, combinada y combustible, en los sucesos turbulentos de la independencia, a través de la figura del chileno y venezolano José Cortes, simultáneamente sacerdote jesuita y masón, teólogo y revolucionario iluminista, canónigo y prisionero político subversivo, ascendido al grado de “compañero” en la masonería. Miembro destacado de la Logia “Lautaro”, secreta e independentista, de Cádiz, España. Y más tarde, en 1810, principal artífice de la caída del gobierno realista caraqueño y del pronunciamiento juntista de autogobierno que inició el proceso de independencia venezolano. A pesar del carácter contrapuesto que han tendido a tener la iglesia y la masonería. No fueron pocos los sacerdotes masones durante la independencia. José Félix Blanco, también venezolano, cura teólogo. El amigo y compañero de luchas de Cortes, Juan Pablo Fretes, sacerdote paraguayo. Fray Camilo Henriquez de Chile. En México, los principales líderes e ideólogos, Miguel Hidalgo, José Morelos y Servando Teresa de Mier. Y numerosos más. Prescindiendo de numerosas y diversas interpretaciones ocultistas, la masonería esencialmente, podía ser descrita como una asociación secreta de personas, unidas por vínculos declarados de fraternidad -por lo que se llaman entre sí “hermanos”-, organizados en una red jerárquica de núcleos llamados “logias”, de carácter secreto, con un código de símbolos y rituales propios, en la que se combinan ideales esotéricos, humanistas y de justicia social, tales como “libertad, igualdad, fraternidad”, generalizados por la revolución francesa en época de la independencia latinoamericana. Era, de hecho, una fuerza ideológica mítica, cuyos orígenes se remontaban a los gremios constructores de las catedrales góticas en la Edad Media, y se mezclaban o perdían en la bruma legendaria de las antiguas culturas egipcias, los guerreros monacales templarios y las agrupaciones esotéricas rosacruces. De aquellos antiguos constructores, venía el nombre de “logias”, inicialmente sus casas y lugares de reunión al costado de las construcciones, usado para designar a los núcleos o agrupaciones que la constituyen. También los símbolos del triángulo, la escuadra y la regla, además de la pirámide y otros. Y el carácter secreto, ritual y codificado de sus normas y funcionamiento, atribuido a la necesidad inicial de conservar las habilidades y saberes de su gremio. Con los siglos, la construcción de catedrales dio paso a la “arquitectura de las almas y la sociedad”, trasformándose en logias de librepensadores que oponían el cultivo del saber y la libertad humana a todos los despotismos. La relación entre la masonería y la revolución de independencia latinoamericana es extendida, relevante y evidente. Sin embargo, debido al disciplinado secretismo que le es propio, sus contornos son difíciles de precisar con exactitud. Todavía años después de la lucha, en su retiro y destierro europeo, San Martín contestaba, a un amigo investigador que le pedía datos de la antigua logia Lautaro, lo siguiente: "No creo conveniente hable usted lo más mínimo de la logia de Buenos Aires: éstos son asuntos privados y que aunque han tenido y tienen una gran influencia en los acontecimientos de la revolución de aquella parte de América, no podrían manifestarse

72

sin faltar por mi parte a los más sagrados compromisos" (1837). La evidencia histórica, aunque numerosa, es fragmentaria y controvertida en varios puntos y ha dado pie a toda clase de interpretaciones y debates. Algunos autores incluso afirman que Tupac Amaru y Tupac Katari, habrían sido masones o habrían contado con masones ingleses como asesores. Especialmente, existen dudas de hasta qué punto las logias de los patriotas fueron logias masónicas regulares. Esto es, hasta qué punto estaban sujetas a la organización y autoridad formal y oficial de la masonería internacional, gestada a partir de 1717, cuando cuatro logias se unificaron en Londres, en la primera “Gran Logia Unidad de Inglaterra”, que es la madre de todas las demás, aunque con dos grandes corrientes difíciles de diferenciar rigurosamente. Lo cierto es que las logias patriotas no pudieron ser “oficiales”, puesto que estaban centradas en la militancia independentista, lo que parcializaba con la política contingente los ideales generales, de tipo trascendental, de la masonería. Así lo muestra el hecho de que hubiera masones luchando en los dos bandos enemigos, patriotas y realistas. Es el caso del famoso “abrazo de Santa Ana de Trujillo”, en noviembre de 1820, donde Bolívar y el jefe español Pablo Morillo, ambos masones, se abrazaron y pusieron una piedra recordatoria en el lugar, que debía ser una pirámide. También el hecho de que “hermanos” masones patriotas se organizaran en logias adversarias, incluso enemigas, como ocurrió con la enconada pugna entre los “carreristas” chilenos y la “logia Lautaro” de San Martín y O’Higgins, terminada cuando la segunda asesinó a los primeros. Y, por último, el hecho de que en cada logia se produjeron pugnas y desplazamientos internos, como ocurrió con la propia logia Lautaro, donde San Martín y O’Higins terminaron desplazados. Todo ello muestra que las logias patriotas fueron más bien una especie de “frente político”, de los masones independentistas, que hizo uso útil de toda la estructura masónica, especialmente apropiada para esa lucha, pero autónoma de la organización oficial internacional. La mayor prueba de ello, es la probada existencia de una Logia masónica regular, sujeta a la autoridad de la masonería oficial internacional, en Buenos Aires, el año 1816. Paralela y diferente a la Logia patriota “Lautaro”, aunque contaban con miembros comunes. La iglesia católica, aunque han existido versiones no comprobadas y negadas de que algunos papas fueron en alguna etapa o toda su vida masones, y de que efectivamente muchos sacerdotes lo han sido, tuvo una posición de rechazo y condena oficial y pública de la masonería. El papa Clemente XII, en su encíclica “In Eminente” de 1738, llamó, bajo pena de excomunión, a rechazar y reprimir la francmasonería, considerándola una herejía anticatólica. Lo mismo hicieron otras encíclicas. De León XII (1825), Pío VIII (1829), Gregorio XVI (1832), y al menos las de otros cinco papas más. En 1983, la “Sagrada congregación para la doctrina de la fe”, sucesora de la inquisición, dirigida por el entonces cardenal y actual papa, Joseph Ratzinger, declaró: “…sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia; en consecuencia, la afiliación a las mismas sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión”. Ratzinger en su juventud perteneció al Partido Nazi alemán por lo que fue encarcelado por los aliados al finalizar la segunda guerra mundial con la derrota de éstos. Hitler, al igual que Mussolini, Franco y otras dictaduras fascistas, prohibieron la masonería. También lo harían corrientes islámicas antiguas y modernas; el Tercer Congreso de la Internacional Socialista; la Unión Soviética y los regimenes comunistas del Este. Para la época de la independencia, monarcas absolutistas, como el Zar Alejandro I de Rusia, habían prohibido y perseguido a la masonería por sus ideales liberales. Y ese era el caso de los reyes españoles y coloniales Carlos III, Felipe V, Fernando VI y Fernando VII. A pesar de ello, para la época de la independencia, la masonería era una fuerza ideológica y orgánica importante y creciente que incluía entre sus miembros a Fichte, Goethe, Schiller, en Alemania. Robespierre, el Marqués de La Fayette y Napoleón I, en Francia. El gran caudillo de la unidad italiana,

73

Giuseppe Garibaldi. Benjamín Franklin, George Washington y varios de los líderes de la revolución de las colonias norteamericanas. Muchos altos funcionarios del gobierno inglés. Y hasta ministros y nobles liberales españoles como los condes de Aranda y Puñorostro. En ese contexto, cuando Francisco Miranda, presumiblemente durante su residencia en Estados Unidos, conoció por primera vez las logias masónicas, le resultó inmediata la afinidad y utilidad de éstas para la causa independentista americana. Sus métodos secretos eran inmejorables para las conspiraciones que imponía la lucha. Sus nobles ideales modernos eran consustanciales al de la independencia anticolonial. Y sus muchos e influyentes integrantes formaban una red de apoyo internacional para la lucha propia que podía ser decisiva. Por todo ello, Miranda se hizo masón y encontró una formidable base de afinidad ideológica y apoyos prácticos en las altas esferas europeas para su agitación independentista. Toda Europa era un hervidero bullente de agitación política revolucionaria y conspiraciones. Las ideas liberales, democráticas y revolucionarias, prohibidas o no según los vaivenes políticos, circulaban incendiariamente por todos lados. En ese ambiente, muy pronto la masonería y la conspiración de independencia generaron las primeras dos grandes logias americanas en Europa, por donde pasarían los más importantes cuadros y dirigentes de la lucha en toda la región. En un movimiento masivo, pero silencioso y molecular, se iban sumando uno a uno, invitados y convencidos por amigos, paisanos y familiares, los conspiradores. La de Londres, Inglaterra, fundada en 1797 por el propio Miranda, en una casa que por su actividad era llamada de la “Diputación Venezolana”. La logia fue conocida como la “Gran Reunión Americana” o “De los Caballeros Racionales”. Muchos de sus miembros serán también fundadores e integrantes de la otra logia patriota, la de Cádiz, puerto de España que era uno de los más activos hormigueros de agitación liberal. A ésta se le llamó Logia “Lautaro”, en honor al toqui mapuche, que, tras una genial reforma militar, venció a los españoles en el actual Chile. A través de sus redes, en 1811, un “hermano” escocés, Lord Mcduff, entonces voluntario en el ejército español contra Napoleón, consiguió del cónsul inglés en España un pasaporte falso que permitió al coronel criollo del ejército español José de San Martín, otro miembro de la Logia, salir como “inglés” hacia América para enrolarse como voluntario en la recién iniciada revolución de independencia en su natal Argentina. En aquellas dos logias, hicieron escuela ideológica conspirativa innumerables cuadros y dirigentes de la revolución patriota. Entre otros, los chilenos Bernardo O’Higgins, José Miguel Carrera, José Cortés de Madariaga y Camilo Henríquez. Carrera, en los avatares y pugnas internas de la independencia, enfrentado más tarde con la logia “Lautaro”, acudirá por ayuda a los Estados Unidos, donde ingresará a la logia “San Juan de Jerusalén n°1”, la cual le aportó redes con que pudo cumplir su misión, aunque después finalmente malograda por la logia “Lautaro”. Los venezolanos Simón Bolívar y Andrés Bello. Los argentinos José de San Martín, Carlos María de Alvear, Bernardo Monteagudo, Juan Martín de Pueyrredón. Los ecuatorianos Carlos Montúfar y Vicente Rocafuerte. Los peruanos Pablo de Olavide y José del Pozo. Los colombianos Antonio Nariño y Francisco Zea. El guatemalteco José del Valle. El cubano Pedro Caro. El mexicano Servando Teresa de Mier. A través de ellos, numerosos otros importantes patriotas en todos los países de la región se harán también masones. Las logias “Lautaro” para el año 1823 se habían extendido también a Madrid y a París, como bases de apoyo a la lucha en el continente. Paralelamente, logias masónicas de carácter conspirativo se habían formado en las propias colonias sudamericanas. En Argentina fue particularmente intensa la actividad masónica. En 1795 la “Del Rito Azul”. En 1804, la de “San Juan de Jerulasem”. Tres logias de origen inglés: “La estrella del sur”, “Hijos de Hiram” y “Los sublimes caballeros templarios”. Y dos de directa influencia en el estallido del juntismo independentista: “Indepedencia” y “De los siete”. Apenas llegados de Europa en 1812, San Martín y otros patriotas

74

fundaron una Logia “Lautaro” en Buenos Aires. Más tarde, lo harían en Cuyo, actual Mendoza, Chile y el Perú. En este último país, Ricardo Palma en su tradición “La casa de Pilatos”, entrega informes de la masonería en Lima, de fines de agosto de 1635, vinculada a portugueses y judíos, según la leyenda popular y los procesos de la inquisición que la reprimieron. Según algunos autores, la Logia continuó sus labores en Lima, incorporándose, hipotéticamente, alrededor de 1762, José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II. En 1804, pasó a llamarse Logia Lautariana de Lima. Y hubo otra similar en Arequipa. Miembros de ella como Hipólito Unanue y José de la Riva, conspiraron contra el virrey Pezuela. En 1816 se fundó la Logia “Central La Paz Americana del Sur”, la cual funcionó a bordo de la fragata Venganza y posteriormente en Lima. Hubo también logias en Lambayeque, Huaura, Trujillo, y otras ciudades. La “Gran Logia del Perú” fue fundada en 1830. Más tarde, notables como Miguel Grau y José Sánchez se vincularán a ella. En 1813, las logias del rito escocés se extienden a la Nueva España, actual México, con la idea de propagandizar la Constitución liberal de las Cortes de Cádiz. En Cuba, la influencia masónica viene del continente, especialmente de México y Colombia, pero también, simultáneamente de Estados Unidos. En 1817, el cubano José Lemus viaja a Filadelfia y conspira planes independentistas. A su regreso a la Habana, funda la Logia masónica “Soles y Rayos de Bolívar”, y otras más, hasta contar con 600 afiliados, sobre cuya base planifica la insurrección. Sin embargo, es descubierto y desterrado. En Venezuela, en 1797, masones españoles fundaban casi simultáneamente a la logia de Miranda en Londres, la primera en La Guaira. Muy pronto, con la influencia de los patriotas venidos de Europa, nacen, entre 1811 y 1818, logias en Cumaná, Carúpano, y Angostura. Y lo mismo ocurrirá en los demás países en las próximas dos décadas. Simón Bolívar, en sus viajes a Europa, recibió la influencia de Simón Rodríguez, su antiguo maestro, y de Alejandro Humboldt el destacado científico, ambos masones. Ingresó a la masonería en 1804 en Cádiz, con 21 años de edad, y pasó luego gran parte de su estancia europea ese año en París, ciudad en la que participa activamente en la logia San Alejandro de Escocia. En su último viaje, ya enviado en misión de la junta independentista de Caracas, Bolívar conoce a Miranda, y las tertulias alrededor de su logia, regresando con él a Venezuela. Más tarde, en medio del fragor de la guerra, Bolívar pasará de la admiración al encono y destituirá del cargo y apresará a Miranda quien termina, caído el primer gobierno patriota, en manos de los españoles. Bolívar continuará masón toda su vida y llegará a alcanzar los más elevados grados en su jerarquía interna, a pesar de que entre los enemigos de su proyecto, estuvieron “hermanos” masones, que incluso participaron en atentados contra su vida, lo cual lo llevó a amargas decepciones. Esta adscripción a la masonería por parte de muchos destacados pensadores y luchadores de todo el continente continuó en el periodo posterior. Ciertamente, no todos los masones fueron progresistas, ni mucho menos, como no todos habían sido patriotas en época de la independencia. Pero es notable la gran cantidad de importantes figuras que sí compartieron su calidad de masones con la de notables luchadores sociales, entre los que estuvieron algunos de la talla del puertorriqueño Ramón Betances, el mexicano Benito Juárez, el cubano José Martí y el presidente mártir chileno Salvador Allende. Incluso, aunque la presencia femenina masónica ha sido, de hecho, menor, también Flora Tristan.

75

VIII.- LAS MUJERES__________________________

Resulta imprescindible señalar una de las más precursoras de las ideas y actividades de Francisco Miranda, pero, sin embargo, de las menos conocidas también. La de defensor y propagador de los “Derechos Cívicos de las mujeres”. Su visión tan clara como argumentada a favor de otorgar estos derechos en una época en que el tema no era considerado por la mayoría de pensadores, muestra su gran cultura y espíritu libertario. Miranda conoció la obra, anticipada en esta materia, de José Condorcet, filosofo ilustrado y revolucionario francés quien, entre innumerables otras ideas, reclamó precursoramente contra la desigualdad de la mujer: “¿no han violado todos ellos el principio de la igualdad de derechos al privar, con tanta irreflexión a la mitad del género humano del de concurrir a la formación de las leyes, es decir, excluyendo a las mujeres del derecho de ciudadanía? ¿Puede existir una prueba más evidente del poder que crea el hábito incluso cerca de los hombres eruditos, que el de ver invocar el principio de la igualdad de derechos... y de olvidarlo con respecto a doce millones de mujeres?” (Acerca de la admisión de las mujeres y los derechos de ciudadanía. 1790). Conoció también de cerca el drama de Olimpia de Gouges, valiente y trágica precursora feminista francesa. Muchacha campesina y analfabeta transformada en intelectual y artista consumada. Se sumó fervorosamente a la revolución francesa, en las facciones radicales feministas, finalmente reprimidas por el patriarcalismo hegemónico en el seno de la revolución. Olimpia publicó en 1791 la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”. Un documento que parafraseando a la famosa y fundante “Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano”, hacía extensible su contenido a las mujeres, olvidadas a la hora de definir a sus destinatarios. En ella se declaraba: “Las madres, las hijas y las hermanas, representantes de la nación, piden ser constituidas en Asamblea Nacional. Considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una solemne declaración los derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer...". Olimpia fue encarcelada y ejecutada en 1793 por el gobierno jacobino, el ala más “radical” de la revolución. Sus precursoras ideas serían olvidadas al imponerse el Código Civil napoleónico (1804), férreamente patriarcal y discriminador de la mujer. Miranda, por esos mismos días, es acusado en una serie de intrigas y encarcelado por el mismo gobierno, del cual será siempre un acerbo adversario. A todo ello, Miranda sumaba el conocimiento de las destacadas figuras de Micaela Bastidas, Bartolina Cisa, Tomasa Titu Condemayta, Úrsula Pereda, Cecilia Escalera Tupac Amaru, generalas y capitanas en el ejército indígena tupacamarista de 1780, con un promedio de 26 años de edad, y al mando de hasta miles de combatientes, entre ellos, sus temibles “batallones de mujeres”. En los llanos de Casanare, actual Venezuela, durante la insurrección tupacamarista, al mando del criollo Javier de Mendoza, José Tapia, sacerdote realista y vicario general, escribía en sus informes al gobierno colonial: “Finalmente esta provincia está en una confusión infernal… Solamente se ve y se sabe de crímenes, prueba de lo cual es la niñería que ha permitido nombrar mujeres como capitanes…” (10 de julio. 1781).

76

En carta dirigida a Jêrome Petión, a la sazón alcalde de París y primer presidente de la Convención Nacional Francesa, Miranda expone sus ideas coincidentes con las del filosofo Condorcet: "Por mi parte os recomiendo una cosa sabio legislador: las mujeres. ¿Por qué dentro de un gobierno democrático la mitad de los individuos, las mujeres, no están directas o indirectamente representadas, mientras que sí están sujetas a la misma severidad de las leyes que los hombres hacen a su gusto? ¿Por qué al menos no se les consulta acerca de las leyes que conciernen a ellas más particularmente como son las relacionadas con matrimonio, divorcio, educación de las niñas, etc.? Le confieso que todas estas cosas me parecen usurpaciones inauditas y muy dignas de consideración por parte de nuestros sabios legisladores." (26 de octubre. 1792). Que Miranda sostuvo constantemente esta lucha, y que ella cayó en la más absoluta incomprensión y silenciamiento, lo prueban los siguientes pasajes de la misma carta: "Si tuviera a la mano mis papeles, encontraría unos cuantos planteamientos que hice sobre el particular al conversar con algunos legisladores, de América y Europa, los cuales jamás me han dado razón satisfactoria alguna, conformándose con reconocer tal injusticia los más de ellos." (Ibíd.). Lo cual evidencia el grado de radicalidad para la época de su concepción democrática. Entregando tempranos antecedentes reflexivos para la emergencia concreta de mujeres tan cruciales para la lucha de independencia que él precursoramente empujaba, como Manuela Sáenz. Conspiradora contra la dominación española y contra los moldes cínicos con que la sociedad de la época limitaba a las mujeres. Separada de un marido al que no amaba por amor a la revolución y a Bolívar, quien la llamará “Libertadora del Libertador”, pues desbarata dos conspiraciones para asesinarlo. Tempranamente, será conspiradora anti-española en Perú, hecho que llevará más tarde a San Martín a reconocerla con la “Orden de Caballereza del Sol”. Entregará su fortuna personal para el Ejército Libertador que sellará en la batalla de Pichincha (1822) la independencia de Ecuador, su patria de nacimiento, aunque se declaró “latinoamericana, nacida bajo la línea del Ecuador”. Se enlista con el grado de Teniente de Húsares y combate como lancera a caballo en la batalla de Ayacucho (1824), que expulsó del Perú y de América el dominio español, con tal bravura que el Mariscal Sucre recomienda su ascenso al grado de Coronela. Acérrima latinoamericanista y radical luchadora por la justicia social, sufrirá el odio de los enemigos del proyecto de Bolívar, chauvinistas y oligárquicos. Será desterrada a Paita, mísero puerto peruano donde morirá sola y en la miseria, en cuyo camino morirá el gran Simón Rodríguez, su amigo y compañero de luchas, donde la visitará Garibaldi, el héroe legendario de la independencia italiana, quien la llamará “la mujer más importante del siglo XIX”, y en cuya alusión el poeta chileno universal, Pablo Neruda, le escribirá su poema “La insepulta de Paita”, incluido en el Canto General. El 24 de mayo de 2007, aniversario de la batalla de Pichincha, en un hecho trascendente de justicia histórica y simbólico de la soberanía y lucha libertaria de su pueblo, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, ascendió póstumamente a la Coronela al grado honorífico de “Generala del Ecuador”. O como Juana Azurduy, joven rebelde, expulsada del convento donde estaba recluida. Estudiosa de las ideas de la ilustración y las historias de la rebelión tupacamarista. Conspiradora anticolonial y más tarde combatiente en el ejército patriota de Bolivia y Argentina. Que perdió a su esposo, el héroe guerrillero de la independencia, Manuel Padilla, y cuatro hijos pequeños en los rigores de la lucha. Que combatió embarazada de siete meses en la batalla del Cerro de Carretas. Que recibió del General Belgrano, por su valor y sacrificio, el grado de tenienta coronela y el obsequio de su espada. Y fue homenajeada personalmente por Bolívar y Sucre. Para morir finalmente, décadas después, al igual que Manuela Sáenz, olvidada y en la miseria. En esa precursora línea de pensamiento hacia la igualdad de derechos de la mujer, resulta inevitable señalar la figura, fundante para dos mundos, el europeo y el latinoamericano, de Flora Tristán. Nacida en Francia, de la unión de un militar criollo

77

peruano español y una joven francesa, en época del final de la colonia en América Latina. Madre de tres hijos y abuela del mucho más tarde famoso pintor Paul Gauguin. Encarnó en su vida y su cuerpo los dos grandes males sociales de su época: La discriminación y desigualdad de la mujer; y la explotación y miseria de los obreros. Ambos males se fundirán en una sola trama para marcar su vida de desgracias, a partir de un hecho trágico: el fallecimiento de su padre. En efecto, hasta entonces, durante los primeros cuatro años de su vida, su hogar estará lleno de comodidades y del pensamiento ilustrado de la época. Amigos de su familia y visitantes de su casa, serán intelectuales y personajes de la talla de Simón Bolívar y su maestro Simón Rodríguez. Sin embargo, su madre era madre soltera y, consecuentemente, según la ley de la época, se trataba de una mujer y una hija “ilegítimas”. Ello las dejó en la miseria económica, sin acceso a derechos de herencia alguno. La discriminación de la mujer y la miseria llegaron de ese modo juntas a su vida. Se vio obligada a trabajar tempranamente como obrera en un taller de pinturas, cuyo dueño se enamora de ella. Presionada por su madre y la situación de pobreza, ella, con 18 años de edad, lo acepta en matrimonio por conveniencia en 1821. Sólo cinco años después, en la naciente Bolivia, Sucre presidente, Bolívar inspirador y Simón Rodríguez ministro de Educación, establecían: “Se ha de dar instrucción y oficio a las mujeres, para que no… hagan del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia” (Simón Rodríguez. 1830). De alma inquieta y libertaria, cuatro años y tres hijos después, decide separarse. Vuelve a la miseria, que le arrebata a dos de sus hijos, uno muerto de enfermedad y otro entregado a su marido. Vendrán años de constante pobreza, trabajando en diversos países y oficios. También de permanente acoso y violencia de su ex esposo, con el que mantendrá conflicto legal por la tuición de su tercera hija. Se traslada al Perú, entonces envuelto en guerra civil, en busca de la herencia de su padre, sólo recibe una pensión heredada y la fuerte discriminación de esa sociedad tan patriarcal, racista y clasista que impacta fuertemente su sensibilidad. Permanece allí un año y se contacta con la intelectualidad peruana de la época. De regreso a Francia, su marido le dispara en la calle dejándola gravemente herida, pero también libre de su acoso al ser encarcelado. En esos años, Flora lee y reflexiona todo el pensamiento progresista de su época. Se vincula al movimiento obrero, a Carlos Fourier, socialista francés, y a Roberto Owen, socialista inglés, entre muchos otros. Publica libros, ensayos y artículos de periódicos, de carácter autobiográficos, de reivindicación de los derechos de la mujer y de los derechos de los obreros. “De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras”. “Peregrinaciones de una paria”. “Los conventos de Arequipa”. Su experiencia de ser “paria” en ambos mundos, el europeo y el americano, conjuntamente con su rica reflexión, le lleva a una posición cosmopolita, de fraternidad universal. “Los limites de nuestro amor, no deben ser los matorrales que encercan nuestro jardín ni los muros que rodean nuestras casas ni las montañas o mares que bordean nuestros países. A partir de hoy nuestra patria debe ser el universo” (1835). En 1837 envía a la Cámara de Diputados francesa una petición “para el restablecimiento del divorcio”. Al año siguiente envía otra para abolir la pena de muerte. Publica artículos sobre las cartas de Bolívar a sus padres. Escribe en varios periódicos socialistas y se involucra de lleno en el movimiento obrero. Publica su novela filosófica y social “Mephis”. En 1839 viaja por cuarta vez a Inglaterra, ingresa disfrazada de hombre a la Cámara de los comunes. Publica al año siguiente “Paseos por Inglaterra”, donde refleja su honda impresión por la miseria de los obreros, siendo reproducido en periódicos y re editado dos veces, la segunda con dedicatoria de Flora a las clases obreras. A partir de 1842, y siempre en medio de la miseria, decide consagrarse por entero al movimiento obrero. Escribe su diario personal y su obra más acabada: “La unión obrera”. En ella, da contenido de clase a la fraternidad universal declarada siete

78

años atrás. Anticipándose al “proletarios del mundo, uníos” de Carlos Marx –que entonces inicia su carrera como analista político-, propone el programa de una “Unión universal de obreros y obreras”. Incluye también la demanda por el “Derecho al trabajo”, que habrá de ser reconocido formalmente por el gobierno francés en 1848, cuatro años después de su muerte. El libro será publicado por ella misma con campañas de autofinanciamiento entre amigos y obreros. En gira por Francia para agitar el programa contenido en él, hostigada por la policía y gravemente enferma, muere en 1844. Los obreros financian y erigen un monumento en su homenaje. Los periódicos publican sus trabajos y libros. Los obreros re editan su “Unión Obrera”. Marx reconoce y elogia sus ideales. En 1848, en Burdeos, los obreros construyen un mausoleo de mármol blanco en su honor, más de 10 mil personas asisten a su inauguración. En su frontis se leía: “A la memoria de la señora Flora Tristán, autora de La Unión Obrera. Los trabajadores agradecidos: Libertad, Igualdad, Fraternidad, Solidaridad”. Como culminación de un proceso biográfico y colectivo, a lo largo de su vida, supo aunar la reflexión y propuesta frente a los dos grandes males sociales que sufrió y combatió en carne propia, aún en contra de “socialistas” misóginos como Ferdinando Lasalle y Pedro Proudhon, y adelantándose varios años a la reflexión igualitaria en este terreno de socialistas como Mijail Bakunin, Carlos Marx y Pablo Lafergue. “Compréndanlo bien, las leyes que rebajan a la mujer, privándola de instrucción a la larga servirán para oprimirlos a ustedes, los proletarios... No es a nombre de la superioridad de la mujer, de la cual podrían acusarme que yo les digo de reclamar los derechos de la mujer, antes que discutir sobre su superioridad será necesario que la mujer sea reconocida como un individuo social… A vosotros, obreros que sois las víctimas de la desigualdad de hecho y de la injusticia, a vosotros os toca establecer al fin sobre la tierra el reino de la justicia y de la igualdad absoluta entre la mujer y el hombre. Dad un gran ejemplo al mundo… y mientras reclamáis la justicia para vosotros, demostrad que sois justos, equitativos; proclamad, vosotros, los hombres fuertes, los hombres de brazos desnudos, que reconocéis a la mujer como a vuestra igual, y que, a este título, le reconocéis un derecho igual a los beneficios de la unión universal de los obreros y obreras” (La Unión Obrera. 1843). Desde entonces, la figura y el legado de esta precursora de la justicia para mujeres y obreros, no han dejado de crecer en los dos mundos que le dieron vida, el europeo y el latinoamericano. Desde las precursoras reflexiones de Miranda, tendría que pasar todavía mucho más tiempo para que los derechos políticos de las mujeres, a elegir y a ser elegidas, se abriera lento y resistido camino por más de un siglo y medio en el continente latinoamericano. Y algunas cuestiones civiles, como sus derechos y funciones en el matrimonio y respecto de los hijos, reclamados por Flora Tristán, todavía más, hasta años recientes. La comunidad internacional, a través de la Convención respectiva sobre la Mujer de Naciones Unidas (CEDAW), habría de trabajar hasta 1979 para dar ese paso decisivo. Y aún quedan muchas desigualdades esperando justicia en este ámbito. En 1960, el corrupto y sanguinario régimen de Leonidas Trujillo en Republica Dominicana, asesina cobarde y brutalmente, a golpes, a las tres “Hermanas Mirabal”, llamadas las “Mariposas”, por el nombre clave “Mariposa”, usado en la resistencia clandestina por Minerva, la líder de las hermanas, primera mujer abogada del país, y activa dirigente de la resistencia. Seis meses más tarde, el tirano será ajusticiado. En conmemoración de la inmolación de Minerva, Patria y Maria Teresa, las “mariposas” Mirabal, el “Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe”, celebrado en Bogotá, Colombia en 1981, declaró el día de su martirio, 25 de noviembre, como “Día Internacional de la No Violencia Contra la Mujer” Actualizando esa tradición de pensamiento universal y latinoamericana en el seno de la revolución cubana, con una síntesis de la lucha por la igualdad de la mujer y la del proletariado que recuerda a la que anticipara Flora Tristán, el Che Guevara señaló: “…efectivamente la mujer todavía no se ha desatado de toda una serie de lazos que la unen a una tradición del pasado que está muerto. Y, de esa manera, no

79

se incorpora a la vida activa de un trabajador revolucionario. Otra puede ser, que la masa de trabajadores, el llamado sexo fuerte, considera que todavía las mujeres no tienen el suficiente desarrollo, y hacen valer la mayoría que tienen; en lugares como éstos se notan más los hombres, se hace más claro su trabajo, y de allí se olvida un poco, se trata subjetivamente el papel de la mujer. Hace unos meses -pocos meses- nosotros tuvimos que cambiar una funcionaria en el Ministerio de Industrias, una funcionaria capaz. ¿Por qué? Porque tenía un trabajo que la obligaba a salir por las provincias, muchas veces con inspectores o con el jefe, con el Director General. Y esta compañera, que estaba casada -creo que con un miembro del Ejército Rebelde-, por voluntad de su marido, no podía salir sola; entonces, tenía que supeditar todos sus viajes a que el marido dejara su trabajo, y la acompañara a cualquier lugar donde tuviera que ir, de una provincia. Esta es una manifestación cerril de discriminación de la mujer. ¿Es que acaso la mujer tiene que acompañar al marido cada vez que tiene que salir por el interior de las provincias, o por cualquier lugar para vigilarlo, no vaya a caer en tentaciones, o algo por el estilo? ¿Qué indica esto? Pues, sencillamente, que el pasado sigue pesando en nosotros; que la liberación de la mujer no está completa. Y una de las tareas de nuestro Partido debe ser lograr su libertad total, su libertad interna, porque no se trata de una obligación física que se imponga a las mujeres para retrotraerse en determinadas acciones; es también el peso de una tradición anterior. Y en esta nueva etapa que vivimos, en la etapa de construcción del socialismo, donde se barren todas las discriminaciones… la sociedad donde desaparezcan todas las diferencias, en este momento no se puede admitir otro tipo de dictadura que no sea la dictadura del proletariado como clase. Y el proletariado no tiene sexo; es el conjunto de todos los hombre y mujeres que, en todos los puestos de trabajo del país, luchan consecuentemente para obtener un fin común” (Discurso en la asamblea general de trabajadores de la textilería Ariguanabo. 24 de marzo. 1963).

80

IX.- SIMÓN RODRÍGUEZ __________________________

En la confederación de pueblos indígenas que constituía el “Tahuantinsuyo” incaico, que aseguraba los derechos sociales mínimos a todos y mantenía sagrada armonía con el medio ambiente, el sabio y formador de las nuevas generaciones, era el “Amauta”. Nombre que desde entonces ha sido otorgado a todos los grandes pensadores propios del continente, particularmente al peruano Carlos Mariátegui, quien además, fundó una legendaria Revista con ese nombre. Pero, sin duda, el más consensuado como el primer gran “Amauta” de la América Latina independiente es Simón Rodríguez. Niño abandonado e “ilegítimo”, criado en casa de “expósitos”, pero de gran talento, se graduó de profesor hacia el final de la colonia. Destaca por su capacidad y genio creativo, que lo llevó incluso, con sólo 25 años de edad, a presentar una detallada propuesta al Ayuntamiento de Caracas para una profunda y avanzada reforma de la atrasada, racista y desorganizada educación colonial. Al ser rechazada ésta, la frustración provoca la renuncia a su cargo de maestro de escuela, dedicándose a la enseñanza particular privada. Circunstancias fortuitas lo ponen a cargo de las clases y más tarde incluso de su “tutoría” en su propia casa, del niño huérfano Simón Bolívar. Se producirá así un raro experimento pedagógico. El Amauta aplicará en el niño las tesis educativas del pensador revolucionario europeo Jacobo Rousseau, expuestas en el “Emilio”. Una educación sin patrones rígidos, al aire libre, construida en base a la propia curiosidad del niño y destinada a incentivar su amor a la investigación y a la libertad. Implicado en conspiraciones independentistas fracasadas, se exilia, en 1797, para evitar la cruel represión de las autoridades coloniales, separándose para siempre de su primera esposa. Bajo el seudónimo de “Samuel Robinson”, va a Jamaica y luego a Europa, trabajando en diversos oficios y conociendo todo el pensamiento progresista de su época. También a los Estados Unidos, nacientes, pujantes y muy admirados en la época. “Estados Unidos: Lo consideramos como el país clásico de la Libertad; nos parece que debemos adoptar sus Instituciones, solo porque son Liberales… pero… los angloamericanos han dejado, en su nuevo edificio, un trozo del viejo –sin duda para contrastar- sin duda para presentar la rareza de un HOMBRE mostrando con una mano, a los REYES el gorro de la LIBERTAD y con la otra levantando un GARROTE sobre un Negro que tiene arrodillado a sus pies” (1828). Siete años más tarde, el joven Bolívar, en crisis emocional y de sentido, tras su decepción de la decadente corte española y la muerte de su amada esposa, llega a Francia. Ambos se encuentran para continuar el proceso de formación interrumpido años atrás y enriquecerlo con una intensa amistad. El Amauta ayudará a su joven amigo a superar su crisis, con su comprensión, enseñanzas y reflexiones. Cuya culminación es el famoso “Juramento” de Bolívar y Rodríguez en el Monte Sacro de Italia, para entregarse por enteros a la lucha de emancipación colonial, realizado el 15 de agosto de 1805 y que ha llegado a la posteridad, precisamente, gracias al registro hecho por Rodríguez. “¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!”. Separados, el maestro recorre prácticamente todos los países europeos, para regresar finalmente a América en 1824, ya casi plenamente libre de dominio español,

81

bajo el liderazgo de su discípulo. “He sabido que ha llegado de Paris un amigo mío, don Simón Rodríguez: si es verdad haga Vd. por él cuanto merece un sabio y un amigo mío que adoro. Es un filósofo consumado, y un patriota sin igual, es el Sócrates de Caracas… Dígale Vd. que me escriba mucho; y déle Vd. dinero de mi parte librándolo contra mi apoderado de Caracas. Si puede que me venga a ver.” (Carta de Bolívar, desde Perú al presidente de Colombia. 8 de diciembre. 1823). “A don Simón Rodríguez déle Vd. dinero de mi parte, que yo lo pago todo, para que me venga a ver. Yo amo a ese hombre con locura. Fué mi maestro; mi compañero de viajes, y es un genio, un portento de gracia y de talento para el que lo sabe descubrir y apreciar. Todo lo que diga yo de Rodríguez no es nada en comparación de lo que me queda” (Carta de Bolívar, desde Perú al presidente de Colombia. 6 de mayo. 1824). El Amauta está en Colombia, Panamá y Ecuador, escribiendo, fundando escuelas-talleres o mutuales, proponiendo planes de colonización, dictando clases de Botánica. Su radical genialidad e independencia le han llevado a desarrollar incluso su propia y particular gramática, usando a su intención el orden de frases y el uso de mayúsculas. “La Lengua y el Gobierno de los españoles están en el mismo estado: necesitando de reformas” (1828). En 1825 se reúne en Perú con Bolívar y pasan juntos a Bolivia, donde el Amauta es nombrado en el equivalente actual de “ministro de educación”. Allí puso en práctica sus radicales concepciones educativas, que incluían los colegios mixtos, tanto en género como en todas las castas sociales. “En las escuelas deben estudiar juntos los niños y las niñas. Primero, porque así desde niños los hombres aprenden a respetar a las mujeres; segundo, porque las mujeres aprenden a no tener miedo a los hombres”. El uso de medios “sinópticos”, anticipo de los audiovisuales, y su extraña caligrafía propia. Todo lo cual resultó inconcebible e inaceptable para los sectores conservadores. Fue tildado despectivamente de “loco” y calumniado hasta como “depravado”. El conflicto fue creciente y finalmente provocó su destitución. “Hace veinticinco años que estoy hablando y escribiendo, público y privadamente, sobre el sistema republicano, y, por todo fruto de mis buenos oficios, he conseguido que me trataran de loco. Los niños y los locos dicen las verdades… Si hubiera un loco que saliese cada día con su escoba al hombro a barrer las calles, sería desear que cundiese la manía, y hasta debería intentarse hacer una cría de ellos” (1830). Ese mismo año, se separa de Bolívar para no re encontrarse más. En 1828, en Arequipa, publica su obra “Sociedades Americanas en 1828”. Un argumentado llamado a buscar respuestas propias y adecuadas a los colosales y únicos problemas del continente, hecho en el mismo momento en que las elites oligárquicas y anti bolivarianas imponían a la región la generalización ahistórica de la matriz política cultural euro norteamericana. Un verdadero programa de descolonización cultural para la urgencia de la hora: "La América Española es Original i ORIGINALES han de ser sus Instituciones i su gobierno  i ORIGINALES sus medios de fundar uno i otro. O Inventamos o Erramos". Le seguirán muchas otras obras educativas y políticas, artículos en periódicos de Colombia y Chile, e informes sobre temas naturales y científicos. Entre ellas, en 1830, su libro “El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por un amigo de la causa social”. En él enfrenta la ya entonces demoledora campaña contra Bolívar y su proyecto de independencia, unidad e igualdad. Con una contraofensiva de lógica y datos, combate, devela y destruye, una a una, las calumnias, errores e ignorancias con que, desvirtuando su carácter, conducta e intenciones, se busca conjurar el proyecto revolucionario. “La causa del general Bolívar es la causa de los pueblos americanos. No es Bolívar el defendido, porque no lo necesita; se defiende la causa de los pueblos, justificando las intenciones y la conducta de sus jefes…”. Corriendo el velo de la superficie apunta a la cuestión de fondo. Entre quienes acompañaron a Bolívar hasta la revolución de independencia política de España, pero adversan enconadamente su lucha por la revolución económica, por la justicia social. “La América española pedía dos revoluciones a un

82

tiempo: la Pública (o Política) y la Económica. Las dificultades que presentaba la primera eran grandes: Bolívar las ha vencido, ha enseñado o excitado a otros a vencerlas. Las dificultades que oponen las preocupaciones a la segunda, son enormes; el general Bolívar emprende removerlas, y algunos sujetos, a nombre de los pueblos, le hacen resistencia en lugar de ayudarlo… ¡La guerra de independencia no ha tocado a su fin!... Si los americanos quieren que la Revolución Política…les traiga verdaderos bienes, hagan una Revolución económica…”. En 1831, publica su libro “Luces y virtudes sociales”, donde expone su adelantada concepción educativa. “El objeto del autor, tratando de las sociedades americanas, es la educación popular, y por popular entiende general”. Reclama, ya en el específico plano de la educación, la extendida exclusión oligárquica hacia las mayorías, cuyo término era el desvelo de Bolívar. “Todos huyen de los pobres, los desprecian o los maltratan: ¡alguien ha de pedir la palabra por ellos! Pregúntese a nombre de los pobres, si se les enseña y qué, si tienen derecho a saber…”. Reiterando la propuesta radical bolivariana, igualitaria: “Se ha de educar a todo el mundo sin distinción de razas ni colores, no nos alucinemos: sin educación popular, no habrá verdadera sociedad”. Y libertaria: “Mandar recitar de memoria lo que no se entiende, es hacer papagayos. No se mande, en ningún caso, hacer a un niño nada que no tenga su ‘por qué’ al pie. Acostumbrado el niño ha ver siempre la razón respaldando las ordenes que recibe, la echa de menos cuando no la ve, y pregunta por ella diciendo: ‘¿Por qué?’. Enseñen a los niños a ser preguntones, para que, pidiendo el por qué de lo que se les manda hacer, se acostumbran a obedecer a la razón: no a la autoridad, como los limitados, ni a la costumbre como los estúpidos”. Se casó por segunda vez con una mestiza boliviana, que lo acompañó en su permanente vagar por toda América Latina, hasta fallecer ella primero, siempre en la miseria, al punto de subsistir fabricando velas, único “medio” –dijo- “de continuar Alumbrando a la América”. El Amauta a quien Bolívar Llamó el “Sócrates de caracas”, recibió, como aquel filósofo griego, la cicuta ingrata del desprecio y el olvido. De si mismo y de su legado, el amauta de América, había dicho premonitoriamente: “Hay ideas que no son del tiempo presente aunque sean modernas; ni de moda, aunque sean nuevas. Por querer enseñar más de lo que todos saben, pocos me han entendido, muchos me han despreciado y algunos se han dado el trabajo de ofenderme”. Intentando alcanzar el puerto de Paita en Perú, para morir donde su ya anciana amiga y compañera revolucionaria, Manuela Sáenz, no logró su cometido y, gravemente enfermo, murió en el camino, en 1854, a los 83 años de edad. En agonía, le manifiesta al sacerdote del lugar que “no tenía más religión que la que había jurado en el Monte Sacro con su discípulo Bolívar”. Dejó su legado como el gigante precursor del acto intelectual propio y fundante del continente. “El Colegio… se distinguirá poniendo: una cátedra de castellano, otra de quichua… ¡Más cuenta nos tiene entender a un indio que a Ovidio!... Castellano y quichua el primero es de obligación y el segundo de conveniencia. El latín no se usa sino en la iglesia; apréndalo el que quiera ordenarse… ¿Es posible que vivamos con los indios, sin entenderlos? Ellos hablan bien su lengua, y nosotros ni la de ellos ni la nuestra” (1827). Ese legado, incluye la formación, casi de laboratorio, de un genio revolucionario: Bolívar, quien siempre le reconoció dicha tarea. “¡Oh mi maestro, oh mi amigo! Sin duda es usted el hombre más extraordinario del mundo. ¿Se acuerda usted cuando fuimos junto al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá usted olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros. Usted maestro mío, cuanto debe haberme contemplado de cercas aunque colocado a tan remota distancia. Con que avidez habrá seguido usted mis pasos, estos pasos dirigidos muy anticipadamente por usted mismo. Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló. Usted fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede usted figurarse cuan hondamente se ha grabado en mi corazón las lecciones que usted me ha dado, no he podido jamás

83

borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado. Siempre presente a mis ojos intelectuales las he seguido como guías infalibles. En fin, usted ha visto mi conducta, usted ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel y usted no habrá dejado de decirse: Todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderece tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos, ellos son míos, yo voy a saborearlos en el jardín que planté, voy a gozar de la sombra de sus brazos amigos porque mi derecho es imprescriptible; privativo a todo” (Carta de Bolívar a Simón Rodríguez. 19 de enero. 1824). Los amautas

Ciertamente, la educación –al igual que las Fuerzas Armadas, el Estado todo y todas las instituciones y funciones sociales-, una vez triunfantes las élites “liberales” y “democráticas”, anti bolivarianas, se convirtió en férreo privilegio de las clases pudientes, mecanismo de exclusión racista, y, sobre todo, de imitación y subordinación a la matriz cultural euro norteamericana, a través de sus innumerables misiones, asesores y modelos. Pero hubo siempre resistencias y contra-propuestas. Numerosos nuevos “Amautas” surgieron siempre, en virtualmente todos los países de la región, para retomar la reflexión creativa, subversiva, radicalmente incluyente y propia. En su propia época. Su amigo, el venezolano y chileno, Andrés Bello, quien retomó y profundizó sus innovadoras ideas gramaticales, para “simplificar y uniformar la ortografía en América”, propuesta que publica en 1823. El argentino Bautista Alberdi, que escribirá su “Propuesta Bolivariana de un Congreso General Americano” (1843), y retomará el programa de descolonización cultural de Rodríguez: "Nuestros padres nos dieron la independencia material, a nosotros nos toca la conquista de una forma de civilización propia, la conquista del genio americano… Debemos conquistar la filosofía americana, la política americana, el arte americano y la sociabilidad americana" (1837). Más tarde, los “profesores” revolucionarios de la revolución mexicana, como Pablo Torres Burgos y Otilio Montaño, redactor del “Plan de Ayala”, motor campesino de aquella formidable primera revolución social latinoamericana, que venía a cumplir la sentencia de Simón Rodríguez: “Si los americanos quieren que la Revolución Política… les traiga verdaderos bienes, hagan una Revolución económica y empiecen por los campos…” (1828). La “Reforma estudiantil” que, con epicentro en Córdoba, Argentina, sacudió todo el continente, en los inicios del siglo XX. Y la fundante obra del amauta boliviano Franz Tamayo, “La creación de la pedagogía nacional” en 1910. En la que anticipa a Mariátegui y actualiza a Rodríguez: “Hasta ahora esta ha sido una pedagogía facilísima, pues no ha habido otra labor que la de copia y de calco, y ni siquiera se ha plagiado un modelo único, sino que se ha tomado una idea en Francia o un programa en Alemania, o viceversa, sin darse siempre cuenta de las razones de ser de cada uno de esos países… Necesitamos, pues, crear la pedagogía nacional, es decir una pedagogía nuestra, medida a nuestras fuerzas, de acuerdo con nuestras costumbres, conforme a nuestras naturales tendencias y gustos y en armonías con nuestras condiciones físicas y morales…”. Y Lo propio hacen en cada país, muchos otros, como Justo Sierra en México, llamando, en 1910, a: "Nacionalizar la ciencia, mexicanizar el saber". O la chilena Gabriela Mistral, maestra rural y poetiza, con su llamado de 1922: “Maestro: Enseña en tu clase el sueño de Bolívar… No seas un ebrio de Europa, un embriagado de lo lejano, por lejano extraño… Describe tu América… Dilo todo de tu América”. En la obra de Tamayo en Bolivia, se inspirará la fundante experiencia de “Warisata Escuela Ayllu” de los amautas indígenas, Elizardo Pérez y Avelino Siñani, en 1931. Las luchas campesinas de Cochabamba, durante la revolución de 1952, cuyo lema era: “Tierra y Escuela”, y cuyo máximo hito será la “Escuela Ukureña”. Y la Bolivia actual, la del primer gobierno indígena en su historia.

84

Como la de Bolívar, la sombra de Rodríguez y los amautas se extiende hasta nuestros días, actualizada en la explosión educativa de la revolución cubana, la “Pedagogía del Oprimido” y la “Educación Popular” del brasileño Paulo Freire y las “misiones” de la Revolución Bolivariana de la Venezuela actual, una de ellas, precisamente, nominada como “Robinson”, en homenaje al inmortal primer gran Amauta de América.

85

X.- EL VIDENTE PRIMERO__________________________

Admirador incondicional y más tarde acerbo adversario de Francisco Miranda, Simón Bolívar, habrá de tomar “literalmente”, el lugar del precursor, a quien, en el fragor de amargas discrepancias internas respecto a la conducción de la guerra de independencia, destituirá del mando venezolano y encarcelará, para caer, derrumbado el primer intento patriota, en manos españolas y terminar sus días en las ávidas mazmorras de España. Puesto al centro mismo de las durísimas experiencias de una guerra de independencia que se “aprendía haciéndola”, Bolívar expresará como ningún otro, el parto del pensamiento propio latinoamericano. Así se lo reconocerán explícitamente, desde antecesores como Juan Bautista Tupac Amaru, único sobreviviente del clan inca que dirigió la epopeya de 1780, hasta herederos de la talla de José Martí, Augusto Sandino, Fidel Castro, Che Guevara, Manuel Marulanda, Hugo Chávez y prácticamente casi todos los grandes revolucionarios latinoamericanos. En el centro de ese atrozmente sacrificado parto, simultáneamente reflexivo y de guerra, de teoría y organización, de destrucción y construcción, Bolívar era –parafraseando el afortunado aforismo del historicista español Ortega y Gasset- la perfecta conjunción del hombre y las circunstancias. Privilegiado conocedor de todo el mundo desarrollado de su época y sus ideas, pero empapado de su propia realidad latinoamericana, heredero directo de esa fuerza telúricamente creativa de Tupac Amaru II, Tupac Yupanqui y Francisco Miranda, atento y hundido en las exigencias colosales de su presente, violentamente convulsionado en medio de un mundo que se agitaba entero por aceleradas transformaciones de todo tipo, supo elaborar respuestas en todos los ámbitos: militar, político, social y cultural. Sólo un ejemplo, de entre innumerables, de su genio creativo, en este caso en el terreno militar, es el de su “Caballería nadadora”. Carecía, entre largas otras pobrezas, el artesanal ejército libertador de fuerza naval de combate. “Yo soy el hombre de las dificultades y no más: no estoy bien sino en los peligros combinados con los embarazos” (1825). Contaba, sin embargo, con los jinetes llaneros de Páez, acostumbrados desde antiguo a seis meses de inundaciones todos los años. Bolívar creó entonces la “División de Caballería nadadora”, única en el mundo. “Si se opone la naturaleza a nuestros designios, lucharemos contra ella, y la haremos que nos obedezca” (1812). Los combatientes de ésta se arrojaban a ríos tan caudalosos como el Apure y –como señala el testigo Roberto Cunninghame- “con lanzas en los dientes desafiaban caimanes y abordaban buques y flecheras”, capturando naves enemigas. Así ocurrió en 1818 con dos goletas norteamericanas, la Tigre y la Libertad, que por el río Orinoco llevaban armas y alimentos al ejército colonialista español en la región de Angostura, burlando el bloqueo públicamente decretado por los patriotas. Requisadas las naves, por este procedimiento táctico de Bolívar, recibió las amenazas y chantajes del naciente imperio para la devolución de los pertrechos; ellas incluían la burla hacia su inusitada “unidad militar”. Bolívar contestó: “…es lo mismo para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”. Este ejemplo permite también entender el que, en muchos casos, sus respuestas creadoras han tomado décadas para ser comprendidas o tan siquiera conocidas; ya sea por el silencio caído sobre acciones y reflexiones que, por ser “indianas”, no podían ser “importantes”, menos aún “fundantes”, en la hegemónica matriz cultural

86

euro norteamericana. Ya sea por incomprensión a lo avanzado de sus concepciones y lo audaz de su independencia creativa para “historizar”, de acuerdo a la realidad propia, las respuestas. O por el peso de las desvirtuaciones, al ser sacadas de contexto sus acciones e ideas, o al ser simplemente tergiversadas. Esto ocurre, por ejemplo, en el caso de su “Decreto de guerra a muerte”, de 1813: “Españoles, esperad la muerte aunque seáis neutrales; americanos esperad el perdón aunque seáis enemigos”, que ha sido presentado como “prueba” de su supuesta “sed de sangre” y “falta de honor”. Sin embargo, era un instrumento reclamado con urgencia por las circunstancias para imponer, y hasta “crear”, el carácter “nacional” a una guerra que, de hecho, era “civil”, en una compleja trama de clases y castas que actuaba militarmente a favor del bando realista español; y fue derogado, precisamente, cuando dichas graves circunstancias adversas desaparecieron. Todo ello en el contexto de una guerra que para él no era sino una odiosa necesidad. “La guerra se alimenta del despotismo, y no se hace por el amor de Dios” (1824). “Aunque la guerra es el compendio de todos los males, la tiranía es el compendio de todas las guerras” (1814).

Unidad, antimperialismo, igualdad

Innumerable y profunda es la riqueza de su acción y pensamiento. Esencialmente, ambas eran el resultado de un proceso colectivo, masivo, de tres siglos de subordinación colonial y del crisol de la guerra de independencia, que Bolívar expresaba mejor que ningún otro. “…no he sido más que un vil juguete del huracán revolucionario que me arrebataba como una débil paja” (1819). En ese proceso colectivo, se gestaron: 1. Los actores dispuestos a reclamar, luchar y administrar la independencia: criollos y otros sectores populares subordinados.2. Un pensamiento propio de América Latina que sintetizaba, al mismo tiempo, su identidad originaria propia y la inserción del pensamiento progresista europeo.3. El programa de construcción de una nueva sociedad latinoamericana, sobre tres principios que conformaban un todo coherente y mutuamente sustentado: independencia, unión e igualdad. La unión continental sustenta, con su fuerza, la independencia, frente a los poderes fácticos extranjeros. La igualdad sustenta la unión, terminando con la causa de conflictos sociales intestinos. Así, América Latina ganaría su propia libertad y justicia, para llevarlas al mundo entero, “equilibrando el universo”. “Una debe ser la patria de todos los americanos…luego que seamos fuertes por estar unidos, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la gloria y al progreso” (1818). “La unión…es la garantía de la libertad de América del Sur” (1819). “Esta confederación… debe ser mucho más estrecha que la que la que se ha formado últimamente en Europa contra la libertad de los pueblos… Cada estado tendrá su cuerpo legislativo y decidirá de sus negocios domésticos de un modo conveniente pero acordado con el resto de los estados” (1.826). Bolívar no fue sino la más genuina y desarrollada expresión de esos procesos, esos actores, y ese pensamiento. Los cuales no estuvieron exentos, como todo lo vivo, de innumerables y a veces amargas contradicciones. Muchas de ellas, surgidas porque sus concepciones se fueron radicalizando conforme se desarrollaba la lucha a lo largo de dos décadas, alcanzando “extremos” amenazantes para los representantes de su propia clase “mantuana”, blanca, rica y europeizada. La oligarquía criolla, terrateniente, ganadera y comercial. Descendiente colonial, subordinada y excluida, de los españoles. Y sus nuevos allegados, varios de sus propios generales campesinos, convertidos en terratenientes en el curso de la guerra. Todos acerbos enemigos del proyecto de unidad continental, pues aspiraban a “reinar” como “presidentes”, cada uno en “su” “patriecita”, como la llamó uno de estos caudillos, el general venezolano José Páez. Dirá Bolívar: “Nuestra Patria es América”

87

(1814). “Yo soy del sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán las más completas ventajas; seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civiles, y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que infestan nuestras comarcas” (1812). “La suerte de la Nueva Granada está íntimamente ligada con la de Venezuela: si ésta continúa en cadenas, la primera las llevará también, porque la esclavitud es una gangrena que empieza por una parte, y si no se corta, se comunica al todo y perece el cuerpo entero” (1813).“La opresión está reunida en masa, bajo un solo estandarte, y si la libertad se dispersa no puede haber combate. Por esta falta absurda, enorme, criminal, mil opresores de la Europa moderna, tienen subyugados hasta los extremos del mundo” (1825). “Unidad, unidad, unidad debe ser nuestra divisa” (1819). Ya derrotado y al borde de la muerte Bolívar, Manuela Sáenz, nombrada “caballeresa del sol” por sus servicios a la causa independentista en Ecuador y Perú, y coronela de húsares por su valentía en combate como lancera a caballo en la batalla de Ayacucho, es perseguida y calumniada también. Se le acusa en Colombia de “extranjera” por haber nacido en Ecuador y combatido en Perú. Ella en carta publicada en un periódico local en 1830, responde: "Lo que sé es que mi País es el continente de la América y he nacido bajo la línea del Ecuador''. Al lado de eso, estos sectores, rechazaban también la “igualdad” que el Libertador buscaba para los estratos y castas más bajas de la escala social, subordinados, explotados y despreciados. Especialmente algunas de sus medidas consideradas inconcebiblemente “extremistas” para la época, como el escándalo suscitado al expropiar a la oligárquica iglesia católica de Bolivia para financiar las escuelas que Simón Rodríguez, su genial maestro, levantaba para los niños de la calle, indígenas y mestizos. “La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso… moral y luces son nuestras primeras necesidades… un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción” (1819). Bolívar fue, precursoramente, la voz de los sin voz de su tiempo. “Considerando que la justicia, la política y la patria reclaman imperiosamente los derechos… he venido a decretar, como decreto, la libertad absoluta de los esclavos“. Esta temprana medida que Bolívar declara en 1816, puede parecer en nuestra actualidad de poca trascendencia, pero para ponerlo en perspectiva y aquilatar su radicalidad, es necesario recordar que habrían de pasar, sin embargo, 33 años más para cumplir su decreto en Venezuela, y hasta 73 años más todavía, para terminar finalmente con la esclavitud en Cuba. Y su lucha contra la esclavitud fue solo el principio. “Necesitamos la igualdad para refundir, digámoslo así, en un todo la especie de los hombres…” (1818). “…no nos quieren porque somos demasiado liberales, y ellos no quieren la igualdad” (1823). “Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión…los militares empleando su espada en defender las garantías sociales” (1830). “Los pobres indígenas se hallan en un estado de abatimiento lamentable. Yo pienso hacerles todo el bien posible: primero, por el bien de la humanidad, y segundo, porque tienen derecho a ello” (1824). “Se prohíbe a los prefectos, gobernadores y jueces, a los prelados, curas y tenientes, hacendados, dueños de minas y de obrajes que puedan emplear a los indígenas contra su voluntad en faenas, séptimas, mitas…sin que proceda un libre contrato del precio de su trabajo” (1824). “Reintegrar a los indios en el goce de todos los resguardos que les corresponden, cualquiera que sea el poseedor que los tenga… Se declara a los indígenas propietarios de los terrenos que poseen, es decir, donde trabajan y están asentados…de manera que ningún indígena quede sin su respectivo terreno…jamás podrán enajenarse a favor de manos muertas, o sea, los conventos y el clero…los indígenas quedan exentos del tributo real” (1825). Recién hoy, 200 años después, el pueblo boliviano con su lucha empieza a cumplir con el mensaje esencial de estos decretos. Manuela Sáenz, la incansable conspiradora contra las injusticias coloniales, de género y sociales, escribía a Bolívar en 1829: “Simón, Simón, ¿si nuestros indios siguen pidiendo limosna, si nuestros niños siguen en la calle muriéndose de mengua,

88

de qué sirvió la independencia?”. Y sería perseguida, desterrada y condenada a la miseria, por las oligarquías que llevaron a la muerte a Bolívar. El Mariscal de América, el general más joven de la historia continental, y genial estratega de la batalla de Ayacucho que aseguró el fin de la dominación española, José Sucre, fiel lugarteniente del libertador y de su proyecto de radical igualdad, escribió: “Cuando la América ha derramado su sangre por afianzar la libertad, entendió también que lo hacía por la justicia, compañera inseparable la justicia de la libertad. Sin el goce absoluto de ambas: libertad y justicia, habría sido inútil la emancipación” (Bolivia. 1 de marzo. 1825). Cinco años más tarde de estas poéticas profecías de justicia, será asesinado en cobarde atentado por los enemigos del proyecto. A estos procesos, se articuló estrechamente la temprana y fiera odiosidad de imperialistas ingleses y, sobre todo, norteamericanos; quienes apreciaron en toda su magnitud el enorme peligro que les representaba el programa de Bolívar. Quien, no sólo fue un declarado precursor antimperialista, sino que apuntó a la crítica de su misma matriz cultural profunda y su influencia cultural, más que política. “Discípulos de tan perniciosos maestros, las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado, son los más destructores” (1819). “Observaréis muchos sistemas de manejar hombres, mas todos para oprimirlos; y si la costumbre de mirar al género humano conducido por pastores de pueblos, no disminuyese el horror de tan chocante espectáculo, nos pasmaríamos al ver nuestra dócil especie pacer sobre la superficie del globo como viles rebaños destinados a alimentar a sus crueles conductores” (1819). “…mil opresores de la Europa moderna, tienen subyugados hasta los extremos del mundo” (1825). “Cuando yo tiendo la vista sobre la América la encuentro rodeada de la fuerza marítima de la Europa…por consecuencia de enemigos” (1822). “…y los Estados Unidos, que parecen destinados a plagar la América de miserias a nombre de la libertad” (1829). “Jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros” (1820). “La Alianza americana debe contar con su absoluta independencia de toda potencia extranjera… formado una vez el pacto con el fuerte ya es eterna la obligación del débil” (1826). Son numerosos los partes de guerra e informes de espías a sueldo y mercenarios por parte de las dos potencias, Europa y EE.UU., a lo largo de la lucha de Bolívar, conservados hasta hoy y que testimonian una sistemática labor de sabotaje y desprestigio contra los planes de Bolívar, fracasada la táctica de ganarlo con sobornos y prepotencias. El 3 de febrero de 1827 el cónsul de EE.UU. en Lima, William Tudor, envió al Departamento de Estado una carta a raíz del “Congreso Anfictiónico de Panamá”, el gran proyecto de Bolívar para gestar la unión latinoamericana: “La esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos es una de las más consoladoras. Esto no sólo es motivo de felicitación en lo relativo a la América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de insaciable ambición que habrían consumido todos sus recursos, sino que también Estados Unidos se ve aliviado de un enemigo peligroso en el futuro... Si hubiera triunfado estoy persuadido de que hubiéramos sufrido su animosidad...”. Tomás S. Willimont, procónsul inglés en el Perú, escribía al Conde de Dudley, secretario del Estado Británico, en noviembre de 1826: “La maligna hostilidad de los yanquis hacia el Libertador es tal, que algunos de ellos llevan la animosidad hasta el extremo de lamentar abiertamente que allí donde ha surgido un segundo César no hubiera surgido un segundo Bruto”.

Las incomprensiones

Completan el cuadro de estas fuerzas adversas las incomprensiones. Producto de la hegemonía que en amplios sectores tenía la matriz cultural profunda euro norteamericana, haciendo dificultoso, cuando no bloqueando, el cumplimiento práctico de la divisa de Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar y verdadero primer ideólogo de la descolonización cultural: “O inventamos o erramos”. Sólo Bolívar y unos cuantos,

89

pero no suficientes, hicieron suyo aquel auténtico “programa de la hora” de la naciente Latinoamérica. Es en ese contexto que las propuestas de Bolívar -como las de Miranda, San Martín y otros en todos los nacientes países-, fueron vistas, no como la necesaria “historicidad” de las respuestas políticas e institucionales a las propias y específicas realidades, sino como “desviación” “excéntrica” o “autoritaria” de los estándares “democráticos” de los países euro norteamericanos, ahistoricamente consensuados como único modelo deseable y posible. “…se equivocan los constructores de repúblicas aéreas” (1815). “No detengamos la marcha del género humano con instituciones que son exóticas…en la tierra virgen de América” (1822). “¿No dice el espíritu de las leyes que estas deben ser propias para el pueblo que se hacen? ¿que es una gran casualidad que las de una Nación puedan convenir a otras? Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte… que las leyes deben ser relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos… ¡He aquí el código que debemos consultar y no el de Washington!” (1819). Su propuesta de un “Presidente Vitalicio” en la Constitución Boliviana de 1826 (conocido como “Código Boliviano”), es un ejemplo recurrente de estas incomprensiones, enarbolado como supuesta muestra “irrefutable” de su ansia autoritaria y aún “monárquica”. Sin considerar que Bolívar, en más de una ocasión, como muestran las fuentes históricas, rechazó la oferta, de parte de sus generales y las oligarquías, de ser “Rey” de la gran Colombia, a lo que contestó: “El titulo de Libertador de Venezuela es para mí más glorioso y satisfactorio que el cetro de todos los imperios de la tierra” (1813). Incluso se le ofreció ser Presidente de la naciente Bolivia, contestando que Sucre, el gran mariscal, era el más indicado para el alto cargo. El hecho mismo de que aquel país llevara su nombre, también se ha querido presentar como supuesta “prueba” de su egolatría, pero ese fue un homenaje del pueblo que él aceptó, precisando: “¿Qué quiere decir Bolivia? Un amor desenfrenado a la libertad” (1826). La presidencia vitalicia y otras propuestas de índole similar, que parecían violentar la libertad ciudadana, respondían a la visión de Bolívar de que el atraso y la negación secular de las castas pobres, la mayoría de la población, les impediría ser ciudadanos válidos y terminarían, de hecho, subordinados y explotados a manos de las oligarquías “democráticas”. A menos, precisamente, que hubiera instituciones –como la dicha y otras similares- que, desde un Estado fuerte (“las minas de cualquier clase pertenecen a la república…” 1829), frenaran a esa oligarquía e hicieran valer los derechos y el desarrollo de esas mayorías negadas y excluidas. Mientras en Europa y EE.UU. la democracia liberal, con ausencia de Estado fuerte, era garantía para una masa de ciudadanos educados y en ascenso pujante, en América Latina el mismo modelo, sin modificaciones, era, de hecho, el juego formal donde los poderosos subordinarían y explotarían a su antojo a las mayorías pobres y excluidas, por tanto, atrasadas cultural y políticamente. ”…la libertad y las garantías son sólo para aquellos hombres y para los ricos, y nunca para los pueblos…aunque hablan de libertad y de garantías es para ellos sólo para lo que las quieren y no para el pueblo que, según ellos, debe continuar bajo su opresión… revocando desde la esclavitud para abajo todos los privilegios…he conservado intacta la ley de las leyes: la igualdad. Sin ella perecen todas las garantías, todos los derechos” (1824). Resonaban en sus incomprendidas propuestas las enseñanzas de su amauta Simón Rodríguez sobre el pensamiento de Jacobo Rousseau: "Entre el poderoso y el débil, la libertad oprime, sólo la Ley libera". Y las del mismo maestro Rodríguez, que en su “Sociedades Americanas en 1828”, parecía aclarar, precisamente, estas incomprensiones: “El autor es republicano, y tanto que no piensa en ninguna especie de rey ni de jefe que se le parezca…En la América del sur las repúblicas están establecidas, pero no fundadas. Es deber de todo ciudadano instruido contribuir con sus luces a fundar el Estado, como con su persona y bienes a sostenerlo”.

90

El parangón formal para comparar el grado de libertad de la institucionalidad de Bolívar era siempre el modelo euro norteamericano, especialmente la muy admirada en la época Constitución norteamericana. Tenida por prototipo indiscutido de “libertad y democracia” por toda la intelectualidad progresista europea, a pesar de que en el mismo momento mantenía la esclavitud legal de los negros afroamericanos y el etnocidio de sus pueblos indígenas. Por contraste, fueron los “demócratas” acusadores del “autoritario” Bolívar los que mantuvieron 33 años más la esclavitud; y quienes frustraron por otros 200 años el reconocimiento a la propiedad de sus “tierras de asiento y trabajo” a los pueblos indígenas, ambos decretados por el supuesto “enemigo de la libertad”. En 1851, consumada la traición oligárquica a la revolución bolivariana, Simón Rodríguez describe con amargura el legado de estos “defensores de las garantías”: “Estos pobres pueblos, con la Independencia han venido a ser menos libres que antes… Ahora se los come vivo el primero que llega, y están expuestos a que, en un apuro, algún defensor de las garantías… los regale o los venda, con tierras y todo, a quien dé un titulejo o lo descargue de sus deudas”. En el siglo XX, el amauta peruano Raúl Haya de la Torre, en la búsqueda de un proyecto de soberanía nacional, inclusión y justicia social, necesariamente a través de un Estado fuerte, choca con los mismos discursos “liberales democráticos” “garantistas”: “Otra objeción que se desprende de esta facultad extraordinaria y exclusiva del Estado para controlar las inversiones de capital extranjero y las concesiones que a éste se hagan, ha de venir de los partidos de la libertad individual, del ejercicio del derecho de propiedad, de los devotos teóricos y prácticos de las libertades y derechos heredados de Roma en beneficio de la clase dominante, y, en última instancia, del imperialismo… El derecho individual debe estar limitado por las necesidades de la colectividad. Un libre contrato de concesión o de venta entre un ciudadano indoamericano y un capitalista yanqui no es un negocio privado. Repitámoslo mil veces: en esa libertad de contratación, en esa alianza entre el capitalista o latifundista o propietario minero o agrario nacional –pequeños capitales con relación al capitalismo imperial– y el capitalismo extranjero, radica en gran parte el problema de la soberanía de nuestros países… ” (1936). Llegando necesariamente a las mismas conclusiones, creadoras, anticipadas por Bolívar: “Para combatir abiertamente y vencer a tiempo los prejuicios –no los principios– democráticos y liberalizantes que el imperialismo usa en su servicio. El Estado Antimperialista plantea, pues, los nuevos lineamientos de nuestro sistema jurídico de defensa” (Ibíd.). La propia teoría contemporánea de la ciudadanía ha actualizado estas consideraciones de Rousseau, Rodríguez, Bolívar y Haya de la Torre, desarrollando el concepto de “Acción afirmativa”, es decir, intervención del estado para compensar la desventaja real de unos actores respecto de otros en el “libre juego democrático”, aceptado consensuadamente ante el hecho evidente de que el ciudadano común actual aparece enfrentado o en competencia con otros actores o agentes más habilitados, organizados y con más poder de diversa índole. Ello ha llevado a plantear que la ciudadanía, en tanto que individual, y con prescindencia del Estado, resulta incluso en instrumento de presión hacia la desigualdad de posibilidades y oportunidades. Pues la ficción de una igualdad jurídica individual “democrática”, favorece, de hecho, directamente a quienes, en la realidad, están más dotados de recursos y poder, al encubrir y aún legitimar esa ventaja. ¿Cuánto más extrema no era esa realidad y esa necesidad en época y situación de Bolívar? Ante ello, cabe, finalmente, preguntarse si acaso no es esta necesidad de un Estado fuerte, un Estado “afirmativo”, que frene a los poderes fácticos externos y las oligarquías, para incluir a las mayorías empobrecidas, construyendo ciudadanía y nación, ya anticipado por Bolívar hace casi 200 años, la que está atravesando actualmente la región. Resulta importante contextualizar en este marco la visión extremadamente negativa de Carlos Marx sobre Bolívar, en particular, y despectiva de las luchas independentistas, en general. Ella fue una nueva forma de expresión de la tensión entre una mirada historizada, propia, y una foránea, de generalización ahistórica,

91

respecto de las luchas de América Latina. Un desencuentro entre dos poderosos pensamientos libertarios, originado en la profunda matriz cultural hegemónica que nublaba la mirada de Carlos Marx hacia el continente, y alimentada por la campaña de demolición de Bolívar emprendida por sus enemigos, particularmente virulenta en Europa.

La primera batalla perdida

El libertador de un continente, que perdió todas sus riquezas materiales en la causa de la libertad, se había transformado, por el pecado de la igualdad, la justicia social y la independencia de los poderes fácticos exteriores, en el enemigo de viejos y nuevos poderes imperiales, que lo tildaban del “loco del sur”. En el odiado símbolo de lo que los oligarcas racistas llamaban con burla la “pardocracia” del “longaniza”, o el “zambo” Bolívar. Como “Zamba” llamaron también a Micaela Bastidas, como “indio” llamaron a San Martín. Cafetaleros millonarios. Ganaderos insaciables. Hacendados nuevos, producto del saqueo de guerra, o rancios “mantuanos”. Poseedores de fortunas en esclavos o “encomenderos” de indios de Perú y Bolivia. Estancieros, gamonales y mayorales productores. La burguesía comercial y exportadora de los puertos. Marqueses y condes de nombre largo. Damas nobles escandalizadas. Obispos y arzobispos furibundos, que lo excomulgaron, mediante edicto de la gobernación del arzobispado de Bogotá del 3 de diciembre de 1814, por “saqueador de iglesias, perseguidor de sacerdotes y destructor de la religión”. La propia “Sagrada Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios del Vaticano”, en sesión solemne del 4 de agosto de 1829, lo declaró “liberal y ateo”. Escribanos, tinterillos oportunistas y demagogos de última hora. Deslumbrados por Europa o Estados Unidos, o vendidos y serviles a sus favores. Todos se aprestaron a destruirle para destruir su proyecto. Toda la contra revolución realista y oligárquica del continente encontró amplia prensa en los Estados Unidos, etnocidas de decenas de pueblos originarios, persistentes esclavistas, y anexionistas de territorio mexicano. Y en Europa, donde los “liberales” harían una colosal campaña de satanización del “autócrata” y “monárquico” Bolívar. Franceses, y hasta ingleses, españoles y portugueses, ¡los que todavía no sabían terminar con sus propias monarquías, ni con el comercio de carne humana esclava, ni entregar libertad a sus propias colonias! Los mejores hijos de la gran epopeya, los que amaron al pueblo, fueron todos perseguidos, destruidos, desterrados. Trataron de asesinar a Bolívar en dos ocasiones, la “libertadora del libertador”, Manuela Sáenz, lo salvara en las dos ocasiones, la última con la espada en la mano. Al final lo hicieron moralmente. “Bolívar murió en Santa Marta allá en las costas del Caribe colombiano el 17 de diciembre de 1830 y él, que había nacido rico de cuna, que había heredado una de las fortunas más grandes de la América española terminó muriendo sin ningún tipo de riqueza material, hubo necesidad de vestirlo con una camisa prestada porque la camisa que quedaba para vestir su cadáver estaba rota, le pusieron una camisa prestada, lo último que le quedaba en los baúles antes de morir por ahí está el testamento, todo lo regaló, lo que le quedaba, los cubiertos de plata que le había regalado no sé quién se los dejó no sé a qué familia; los libros de su biblioteca, uno de los cuales había pertenecido a Napoleón Bonaparte, los envió a la Universidad de Caracas que él había creado años antes, los pesos que queden por ahí dénselos a mi criado José Palacios -que lo acompañó toda la vida, un antiguo esclavo-, la espada que le regaló el pueblo del Perú, de oro y de diamantes, regálensela, vayan y se la llevan a la viuda del Mariscal Sucre, sólo ella la merece, con esto estaba diciendo quizá que ningún general merecía la espada que el pueblo del Perú libertado le había obsequiado, casi todos lo abandonaron” (Hugo Chávez. Italia. 16 de octubre. 2005). Asesinaron a José Sucre, el muchacho serio, excesivamente moderado y sencillo, que “se encontraba de ordinario al lado de los más audaces, rompiendo las

92

filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios con tres o cuatro compañías de voluntarios que componían todas nuestras fuerzas” (Bolívar, 1825), el que fue ascendido a general a los 21 años de edad, el que hablaba de justicia para darle sentido a la libertad. Su muerte apresuró la de Bolívar. Y las mismas manos -y lenguas- homicidas, los mismos agrupamientos de casta ambiciosa, de poder fáctico extranjero, oscuros, biliosos y feroces, se ensañaron sistemáticamente contra todos los que amaron la independencia y la justicia social. Castigaron al olvido y a la pobreza a Manuela Sáenz y a Juana Azurduy, próceres del amor, la capacidad y la valentía femeninas de la región. Rompiendo a lanza y espada las tradiciones rancias, los matrimonios por conveniencia, los conventos sedantes, las supuestas supremacías extranjeras y de los hombres, los olvidos y negaciones sociales del indio, del mestizo, del negro, de la mujer. Condenaron al ridículo y a la miseria a Simón Rodríguez, su indomable maestro, el cual, aún hallándose en extrema penuria económica, tomaría la lúcida defensa. “’El Libertador del Mediodía de América y sus Compañeros de Armas defendidos por un Amigo de la Causa Social’, libro publicado, él lo escribió un poco antes pero nadie se lo quería publicar, y al fin lo publicó en enero de 1830, es la célebre defensa de Bolívar asumida por Simón Rodríguez cuando todo el mundo le cayó, las élites de este continente, desde Washington hasta Buenos Aires, las élites europeas le cayeron encima a Bolívar cuando se dieron cuenta que planteaba pero con vigor infinito la libertad de los esclavos, la igualdad y la justicia.  Y lo echaron a Bolívar, y echaron a Sucre y echaron a San Martín y echaron a O’Higgins y echaron a Artigas y se adueñaron las élites de ésta República entonces naciente” (Hugo Chávez. Caracas, Venezuela. 28 de agosto. 2005).  En el actual Uruguay, desterraron a José Artigas. El aristócrata criollo rebelde, que, expulsado de rancio colegio católico, prefirió vivir en el campo, entre los indígenas charrúas, que habían resistido fieramente al conquistador español, y entre los “gauchos”, agrestes y seminómadas arrieros de ganado. Hasta que lo llamó la revolución independentista. “Vencer o morir” es la divisa que acuña en su proclama del 10 de mayo de 1811. Y la cumplirá incansablemente en centenares de batallas, “siempre a la ofensiva”, donde su espada y su pluma combatieron primero a las incursiones piratas de los ingleses, y luego al poder colonial español. Más tarde, a los poderes oligárquicos y expansionistas, pro británicos, de Buenos Aires y del imperio Brasileño portugués, ambos feroces y colosales enemigos de su proyecto republicano y democrático: la “Liga Federal de Repúblicas Orientales”. Que incluía un precursor reglamento aduanero de “libre comercio” entre repúblicas americanas, pero proteccionista frente a las economías extranjeras (1813). Enemigos mortales, también, de su Reglamento de Reforma Agraria de 1815, donde se expropiaba la tierra a los enemigos de la revolución, “malos europeos y peores americanos”, y se fragmentaban los grandes latifundios improductivos, para ser repartidos entre los no propietarios, “con prevención que los más infelices sean los más privilegiados … los negros libertos, los zambos de igual condición, los indios y criollos pobres… las viudas pobres si tuvieran hijos y serán igualmente preferidos los casados a los americanos solteros y éstos a cualquier extranjero…todos podrán ser agraciados con suertes de estancia si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de la Provincia”. Complementan la reforma la disminución de impuestos a los campesinos, la asignación de ganados, la creación de escuelas rurales y ferias de comercio locales. En medio de sus heroicas luchas, Artigas escribió a Simón Bolívar: “Excelentísimo Señor General y Presidente de la República en Caracas don Simón Bolívar, unidos íntimamente por vínculos de naturaleza, de intereses recíprocos luchamos contra tiranos que intentan profanar nuestros más sagrados derechos. La variedad de los acontecimientos de la Revolución y la inmensa distancia que nos separa me ha privado de la dulce satisfacción de impartirle un feliz anuncio, hoy lo demanda la oportunidad y la importancia de que los corsarios de esta república tengan

93

la mejor acogida bajo su protección. Ellos cruzan los mares y hostilizan fuertemente a los buques españoles y portugueses, nuestros invasores, ruego a vuestra excelencia que ellos y sus presas tengan el mayor asilo en sus puertos y entre la escuadra de su mando… Por mi parte, oferto igual correspondencia al pabellón de esa República, si las circunstancias de los pueblos permiten que sea afianzado en nuestros puertos. No puedo ser más expresivo en mis deseos que ofertando a vuestra excelencia la mayor cordialidad por la mejor armonía y la unión más estrecha, firmarla es obra de sostén por intereses recíprocos… Tengo el mayor honor de saludar a vuestra excelencia por primera vez y ofertarle mis más afectuosas consideraciones” (29 de julio. 1819). Combatido y superado por colosales medios humanos y técnicos por el hegemonismo de Buenos Aires y el imperio brasileño portugués, en innumerables batallas regulares y guerras de guerrillas, es finalmente traicionado por sus generales y forzado al exilio en 1820. Se retira al actual Paraguay, junto a sus fieles lugartenientes “Ansina” y “Ledesma”, ambos afro descendientes de esclavos, destacados oficiales y combatientes. Muere finalmente en 1850, rodeado de indígenas y campesinos que lo llaman: "Overava Karaí", el “señor que resplandece”, o “Karaí marangatú”, que en guaraní, significa “padre de los pobres”. Ya durante todas sus luchas en el actual Uruguay, había logrado, como pocos, que los indígenas guaraníes que habían luchado contra los portugueses en la “guerra de las siete reducciones” hace 40 años atrás, le siguieran en la nueva lucha. Por ello, en su programa estuvieron siempre presentes la deuda histórica hacia ellos, sus derechos y, precursoramente, su autonomía. Y así lo manifiesta expresamente al Gobernador de la provincia de Corrientes: “... es preciso que a los indios se los trate con más consideración, pues no es dable, cuando sostenemos nuestros derechos, excluirlos del que justamente les corresponde. Su ignorancia e incivilización no es delito reprensible… pues no ignora VS. quien ha sido su causante ¿y nosotros habremos de perpetuarla?... Reencargo a Ud. que mire y atienda a los infelices pueblos de indios... Yo deseo que los indios en sus pueblos se gobiernen por si para que cuiden sus intereses como nosotros los nuestros...Recordemos que ellos tienen el principal derecho…” (3 de mayo. 1815). Una vez fallecido, sus seguidores estarán al lado de Paraguay en la próxima guerra de la “Triple Alianza” en que las mismas fuerzas que lo derrotaron, ahora digitadas por el imperialismo inglés, arrasarán también con el último proyecto independiente en el continente, el de Paraguay. En su natal Uruguay, el primer presidente, un traidor artiguista pasado al bando de los invasores brasileño portugueses, diezmará permanentemente, a pedido de los terratenientes, a los amados indígenas charrúas de Artigas, combatientes en todas sus luchas. En una bajeza histórica, el año 1831, los citó masivamente a “parlamentar” en el arroyo de “Salsipuedes” y los exterminó sorpresiva y salvajemente, incluyendo a mujeres y niños. Los pocos últimos sobrevivientes fueron vendidos después a comerciantes franceses para ser exhibidos hasta su muerte como una rareza salvaje en la civilizada Europa. La esclavitud de los afro descendientes no sería abolida sino hasta 1842. Y en todas las nacientes repúblicas, con diferencias de décadas, los Estados “democráticos” cometerían el mismo etnocidio. Artigas, viviría en los cantos y las leyendas. Volvería porfiadamente en las asombrosas acciones político militares de la guerrilla uruguaya de los 1970, “tupamaras, bolivarianas, artiguistas y marxistas”. Desterraron a José de San Martín de Argentina, el único quizás tan calumniado como Bolívar. El criollo educado en Colegio de nobles de España, pero pobre, nacido en zona indígena, Yapeyú, y, peor aún, “moreno”, de fenotipo indígena, por lo que se le reputaba de ser ilegítimo, “indio” o “mestizo”, con la intención racista de ofenderlo. Pero él toma el nombre de “Lautaro”, el más genial de los jefes militares mapuche, para su Logia conspirativa. Y en ella, para castigar a los que la traicionaran, retoma la pena que los incas daban a los violadores del “acllahuasi”, la casa de las vírgenes del sol, quemar al culpable y esparcir sus cenizas. En septiembre de 1815, se reúne en el Fuerte San Carlos, zona indígena de frontera argentino chilena y parlamenta con los

94

jefes pampas, pehuenches y mapuches, sumándolos a la causa anti colonial. Allí les dice orgulloso: “Yo también soy indio”. Al salir con la expedición libertadora del Perú desde Chile, en sendos “Manifiesto” y “Proclama” a los peruanos, escritos con O’Higgins, llaman a “los hijos de Manco Capac… a sellar la fraternidad americana sobre la tumba de Tupac Amaru”. Los documentos son escritos en “dos lenguas”, la versión quechua empezaba así: “Llapamanta acclasca José de San Martín sutiyocc…”. Entre las primeras medidas de su corto gobierno limeño, estarán las aboliciones de todas las formas de servidumbre y esclavitud indígenas. El asceta que renuncia porfiadamente a todos los cargos políticos, ascensos militares y premios materiales a lo largo de su lucha revolucionaria, sólo acepta el “escudo de los Pizarro”, símbolo de 500 años de dominación, que le otorga la municipalidad de Lima, y lo llevara con orgullo a su pobre exilio, como justiciera venganza sobre los genocidas, traidores y asesinos de Atahualpa. Tras su muerte en 1850, testamentó la entrega del escudo al gobierno de Perú. Y así se hizo en una sencilla ceremonia en la embajada peruana en Francia. Asisten a ella destacados patriotas de varios países latinoamericanos. Entre ellos, José Torres, quien seis años más tarde escribirá su famoso poema antimperialista: “Las dos Americas”. Marcó del Pont, jefe realista colonial en Chile, al firmar una comunicación para él, antes de la campaña de los Andes, se ríe diciendo a su emisario: “yo firmó con mano blanca, no como San Martín, que la suya es negra”. Más tarde, vencido y prisionero el arrogante español, al ofrecer su espada en rendición, San Martín, ironizando contra su racismo la superioridad del mérito militar, le contesta: “venga esa mano blanca, y deje V.E. su espada al cinto, donde no puede causarme ningún daño”. En el Congreso revolucionario de Tucumán de 1816, donde se declara formalmente la independencia Argentina, se presenta, avalado por San Martín, la propuesta del “Incanato Unido de Sudamérica”, con el hermano de Tupac Amaru, Juan Bautista, único veterano sobreviviente de la insurrección, como Inca. La propuesta es formalmente presentada por sus amigos, compañeros y héroes. Manuel Belgrano, padre de la concepción político militar de la guerra, que escribe a San Martín: “La guerra, allí no solo la ha de hacer Ud. con las armas sino con la opinión…”. Y Martin Güemes, renegado de su aristocracia criolla, comandante popular de una incontenible guerra de guerrillas contra los realistas en la frontera norte, los famosos “escuadrones de salteños” y su “guerra gaucha”, en cuyos informes escribe:”¿No he de alabar la conducta y la virtud de los gauchos? Ellos trabajan personalmente y no exceptúan ni aún el solo caballo que tienen, cuando los que reportan las ventajas de la revolución no piensan otra cosa que engrosar sus caudales”. Inicialmente aprobada, la propuesta del Incanato Sudamericano, la ridiculizan y hunden los aristócratas racistas bonaerenses. Belgrano cae en desgraciada y es castigado también, para morir en la miseria y la calumnia. Güemes muere tempranamente en combate. Criollo, pero pobre, San Martín se hace en España militar. Cadete desde los 11 años y veterano combatiente desde los 15, en las numerosas guerras europeas, ascendido y condecorado, sin una sola licencia en 20 años. Sobresale por sus capacidades y valor durante la guerra contra las tropas napoleónicas invasoras en España. Allí se hace tempranamente conspirador liberal e independentista. Al estallar la independencia, decide echar por tierra una carrera militar promisoria y regresar, después de 20 años, a su natal Argentina y ponerse al servicio de la revolución. Este desprendimiento, sumado al hecho de que toda su familia, incluido sus tres hermanos militares, se quedaron para siempre realistas y en España, lo harán sospechoso de “espía” a los ojos de sus enemigos. Como el toqui Lautaro, a quien tanto admira, será el crucial maestro formador de un verdadero ejército revolucionario en los Andes, de una interminable “escuela de cuadros político militares”. Un reformador que nutrido, como aquel líder militar mapuche, de los más acabados conocimientos del enemigo, los adaptará creadoramente, justamente, para vencerlo. Enseñando técnicas que ni los más avanzados oficiales españoles enemigos conocían, imponiendo su concepción de que

95

“no hay ejército sin matemáticas”, enseñando a combinar las comunicaciones, los factores sicosociales y las técnicas de inteligencia, las batallas regulares con las partidas guerrilleras. Forma el primer ejército de caballería granadera, y más tarde el Ejército de los Andes, con el que habrá de liberar Argentina, Chile y Perú. Cientos de sus cuadros y tropas –a cada uno ponía un “nombre de guerra”- se unirán después al ejército de Simón Bolívar, fundiendo todos los brazos libertarios del continente en las batallas de Río Bamba, Pichincha, Junín y Ayacucho. Serio y frugal como Sucre, “implacable en el combate, generoso en la victoria” (para usar la frase de Carlos Fonseca Amador, fundador y mártir del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua, muerto en combate en 1976), el amauta argentino Ricardo Rojas, lo llama “el santo de la espada”. Lo dio todo por la libertad de América. "Es llegada la hora de los verdaderos patriotas… ni es tiempo de exhortar a la conservación de las fortunas o de las comodidades familiares. El primer interés del día es el de la vida: este es el único bien de los mortales. Sin ella, también perece con nosotros la patria. Basta de ser egoístas… A la idea del bien común y a nuestra existencia, todo debe sacrificarse. Desde este instante el lujo y las comodidades deben avergonzarnos… Desde hoy quedan nuestros sueldos reducidos a la mitad… Yo graduaré el patriotismo de los habitantes de esta provincia por la generosidad… Cada uno es centinela de su vida" (1815). Como el Che Guevara, era un asceta, que rehuía la pompa y las fiestas. Que renunciaba porfiadamente a cargos y prebendas con la incomprendida obsesión de llevar la revolución a otras tierras. Que se preparaba su propio café todas las mañanas, que hacía una sola comida diaria, de pie y en la cocina. Que arrastraba, ascético, como “en estado de gracia” -al igual que el “guerrillero heroico” hacía con su asma-, tuberculosis, reuma, gota y otras graves enfermedades, en medio de batallas, agrestes campamentos y largas marchas, y cuyos dolores invalidantes lo llevaron a ser opio dependiente, condición de la que hacen escarnio, burla y calumnia sus enemigos. Decidido independentista, hace campaña para terminar con las vacilaciones de los patriotas argentinos que aún no se resignaban al paso libertario definitivo, la declaración de independencia. La que finalmente se logra en 1816. "¿Hasta cuándo esperamos para declarar nuestra independencia? ¿No es una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener pabellón y cocarda nacional, y por último, hacerle la guerra al soberano de quien se dice dependemos… Los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, puesto que nos reconocemos vasallos… Si esto no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo la soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero soberano, es decir, al rey de España." (1816). Establecido un empate de hecho, en que los realistas no logran retomar Argentina, pero los patriotas tampoco pueden vencer en Perú, el genial estratega concibe lo “impensable”, atravesar con un ejército masivo la cadena montañosa de los Andes, libertar a Chile, bajo dominio realista, y atacar el Perú por mar desde el Pacífico. Le tomará años lograr vencer las mezquinas miras de las oligarquías locales, o las incomprensiones de quienes no lograban seguirle tan lejos, tanto en Argentina, en primer lugar, como en Chile, después, para concretar el proyecto. Comenzará en su verdadera “comuna liberada” de Cuyo, provincia argentina en la frontera andina con Chile, a la cual logra ser destinado como Gobernador. Allí, de la nada, levanta un ejército, en el que funde a los transitoriamente derrotados patriotas exiliados chilenos. Atraviesa con él, en 24 días, cinco cadenas montañosas, con temperaturas bajo cero en las noches, donde dormían en la roca, cargando a mula y a fuerza de brazo 22 piezas de artillería pesada, soportando las tormentas de granizo y el “soroche”, ahogo por las alturas andinas, a más de 3500 metros de altura. El plan funcionará y en 1818 se libera definitivamente a Chile. San Martín rechaza el gobierno, ofrecido por la población de Santiago y este pasa a O´Higgins, héroe y herido en la jornada. Quien será el artífice, en contra de la fiera hostilidad de la oligarquía chilena, de la “expedición libertadora del Perú”, que corone el plan

96

estratégico de San Martín. Para 1819, estalla la anarquía completa en Argentina. Llamado a reprimir el descontento en las provincias por el gobierno de Buenos Aires, San Martín se niega. "El general San Martín jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos". La anarquía llega a tal punto que lo sorprende en Chile la caída del gobierno argentino, a punto de realizar la segunda fase de su plan, la expedición libertadora del Perú. Harto de las desavenencias y pugnas internas cuando aún no se libraba al continente del poder colonial, escribe: “La paz y la unión entre caudillos vale por cien victorias… Las divisiones nos arrastran al sepulcro…”. Sorprendido en Chile, al mando de un ejército argentino cuyo mandato y autoridad se había desplomado, hace llagar un informe de los hechos, leído a todos los oficiales, donde además renuncia. Unánimente, éstos lo confirman en el mando y en el plan, sentenciando: "la autoridad que recibió el general de los Andes para hacer la guerra a los españoles y adelantar la felicidad del país no ha caducado ni puede caducar, pues su origen, que es la salud del pueblo, es inmudable" (2 de abril. 1919). Parte al mando de la expedición al año siguiente. Las condiciones en el continente son adversas o dudosas, su inferioridad numérica y material es de dos a uno, cuando menos, pues apenas si ha logrado, con O’Higgins, arrancar ese número a las oligarquías argentina y chilena para armar la escuadra. Para colmo de males, la peste al llegar a Perú le causa más bajas que cualquier enemigo, cerca de la mitad de sus hombres, hasta 100 bajas en un solo día. El genio político militar combina entonces la guerra de movimientos regulares con la de guerrillas. Cuyo máximo exponente es el “comandante general de las guerrilleras del centro”, el peruano José María Guzmán, librando batallas en pueblos y serranías, sin recibir un real, sostenido únicamente por los indígenas y las clases más populares, en medio de la más sanguinaria brutalidad represiva. Reconocido expresamente su valor y entereza en los informes de San Martín, Guzmán continuará la lucha, incluso después, bajo las órdenes de Bolívar. Murió en titánico y desigual combate, junto a siete de sus jinetes guerrilleros peruanos, rechazando la oferta de pasarse con honores y mando al bando realista, a pesar de estar cercado por fuerzas enormemente superiores. Tan solo unos días después de que Bolívar lo ascendiera a “coronel” del Ejército Libertador, y dos semanas antes de la batalla de Junín. San Martín, conjuntamente, otorga libertad en las costas a todos los negros esclavos que se unan a la lucha. Agita y arma a los indígenas de la sierra. Pone cerco a la ciudad capital y a su puerto. Intensifica el desgaste psicológico. El uso de espías en Lima para agitar los descontentos. Las negociaciones y llamados “liberales” contra la monarquía absolutista restaurada en España. Hace concesiones, incluso gana simpatías en las tropas enemigas. Suple así la desventaja militar con la ofensiva política diversa, extendida, la combinación de todas las formas de lucha. Prontamente, la inteligencia paciente da resultados: gana una batalla, se subleva un batallón realista, es destituido un virrey absolutista y remplazado por uno liberal. La opinión pública se inclina rápidamente de realista a patriota. “…no dar un solo paso más allá de la marcha progresiva de la opinión pública… En la expectativa segura de este momento, he retardado hasta ahora mi avance… He estado ciertamente, día a día, ganando nuevos aliados en los corazones del pueblo. En el punto secundario de fuerza militar, he sido por las mismas causas igualmente feliz, aumentando y mejorando el ejército libertador, mientras el realista ha sido debilitado por la escasez y la deserción” (1821). Finalmente, entra, sin disparar un tiro, en la capital peruana, en julio de 1821, y proclama su independencia. Muy pronto ocurrirá lo mismo, de similar modo, con la fortaleza del Callao. Al mando de un gobierno transitorio como “protector” del Perú, y aún en guerra con el ejército realista replegado, pero fuerte todavía, en la sierra peruana y en el Alto Perú, actual Bolivia, emprenderá la obra de construcción liberal en el seno de aristócratas, nobles y jerarcas eclesiales, que seguían siendo muchos de ellos embozadamente realistas. Abolió, “por atentatorios a la naturaleza y a la libertad”, la servidumbre de los indios, encomiendas, mitas, y yanaconazgos. También la

97

esclavitud, la inquisición, la censura previa a la imprenta, los azotes en las escuelas y las torturas en las cárceles. “El primer título de nobleza fue siempre el de la protección dada al oprimido”, fue el mensaje en su primera Proclama a la aristocrática Lima, cuando zarpó en la expedición libertadora. Creó una Biblioteca pública a la que donó sus libros. Instauró la división de poderes y las garantías individuales. Y envió solidariamente, fraternalmente, sin mediar convenio ni tratado formal alguno, más que la pura solicitud de ayuda, 1622 combatientes, soldados y mandos, a Bolívar, para liberar al Ecuador. “…el Perú, su gobierno y V.E. que tan poderosamente han ayudado a nuestra empresa merecerán nuestra eterna gratitud”. Le escribe agradecido Sucre, su similar en genio militar y en personalidad seria, taciturna, ascética. En 1822, se encuentra con Bolívar en Guayaquil. Los libertadores de cinco y tres repúblicas, de un continente entero, que fundieron como dos ríos sus ejércitos libertarios, ya se habían comunicado antes. “Este momento lo había deseado toda mi vida; y solo el de abrazar a V.E. y el de reunir nuestras banderas, puede serme más satisfactorio…”, le responde Bolívar a San Martín en 1821. Mucho se ha especulado, sin llegar a consenso, de la reunión, que fue secreta, y de las supuestas discrepancias entre ambos. Que si Bolívar era más ambicioso. Que si San Martín, monárquico. Lo cierto es que discrepancias hubo, como las hubo entre todos los patriotas, como las hay naturalmente entre los seres humanos, entre compañeros de lucha. Las acusaciones de “monárquico” a San Martín, se basan en su proyecto de “Incanato de Sudamérica” y después en sus tratativas con los realistas de Lima, donde ofrece una salida monárquica constitucional. Pero ellas desconocen que el contenido, y no la forma, es lo importante del “Incanato”, que era una propuesta más radical y revolucionaria que la de las democracias esclavistas de Estados Unidos y Europa, y era propia, adaptada a la historia y a la justicia, de y para, el continente. Y en las tratativas de Perú, el mismo San Martín dejó registro de que sólo eran dilaciones tácticas en medio de la guerra, no proyecto político serio alguno. Además, todos los actos de su vida, especialmente la fundación de democracias en los tres países donde derrotó al dominio español, prueban incontestablemente su ideario republicano y liberal. Y, sobre todo, independiente. No sólo en lo político, sino en lo mental. Ya retirado, en su chacra de Mendoza, engaña a dos de sus amigos generales patriotas, Mosquera y Arcos, haciéndoles probar vinos en una cena, cuyas etiquetas cambia a propósito. Ambos encuentran bueno el vino mendocino, pero el español lo consideran, “lejos”, “el mejor”. San Martín, les da a conocer el cambio previo de etiquetas y les dice: “Caballeros, ustedes de vino no entienden un diablo y se dejan alucinar por rótulos extranjeros”. Las tendencias historiográficas chauvinistas, y menospreciativas de lo propio, han instalado esa mirada de énfasis en las limitaciones y divisiones entre los próceres latinoamericanos, particularmente entre los dos más grandes. Claramente, eran dos temperamentos distintos. Bolívar amaba la gloria, la sensualidad de la vida, sin ser por ello, como lo demostró a lo largo de su vida, menos sacrificado por la causa. San Martín era un asceta, un místico, ajeno a lo mundano. Lo cierto es que sean cuales fueran sus legítimas discrepancias, ellas no impidieron la solidaridad de los dos combatientes contra el enemigo común. Y se resolvieron sin llegar al amargo enfrentamiento en que cayeron tantos otros caudillos, pues ambos eran partidarios en lo fundamental, de las dos grandes necesidades de la hora: unidad, y un Estado fuerte para construir las repúblicas. Como le dijo el mismo Bolívar a San Martín, en carta previa a su encuentro: “Amigo le llamo y este nombre será el que debe quedarnos por la vida porque la amistad es el único título que corresponde a hermanos de armas, de empresa y de opinión”. El propio San Martín, mostrando, una vez más, su humildad extrema, mística, y aceptando la situación que ponía la fuerza real y crucial del lado de Bolívar, se ofreció a combatir bajo su mando para terminar la guerra con el poder colonial en Perú. Éste no aceptó por diversas consideraciones, y el “santo de la espada” se retiró, dejando todas sus tropas, aún a costa de incomprensiones de éstas, bajo dirección de Bolívar. Antes de partir, hace elegir un Congreso Nacional

98

Democrático en Perú y dimite del mando. Grande, por encima de toda pequeñez contemporánea y posterior, por parte de tantos “historiadores”, envía a Bolívar de regalo dos pistolas y un caballo de paso peruano, con una carta que decía: “He hablado a Ud., general, con franqueza, pero los sentimientos que exprime esta carta, quedaran sepultados en el más profundo silencio; si llegasen a traslucirse, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalecerse para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos para soplar la discordia… Admita Ud., general, esta memoria del primero de sus admiradores” (28 de agosto. 1822). Cuando más tarde, Bolívar agasaja con un banquete al chileno Bernardo O’Higgins, integrado como voluntario a la campaña de Ayacuho, pronuncia un brindis público con las siguientes palabras: “Por el buen genio de América que trajo al general San Martín con su ejército libertador desde las márgenes del Plata hasta las playas del Perú”. San Martín, de 60 años y en el destierro, escribe sobre el ya fallecido Bolívar: “…atribuíanle, asimismo, un gran desinterés, lo cual es justo, pues ha muerto en la indigencia… En cuanto a los hechos militares… se puede decir que ellos le han granjeado con razón la fama de ser considerado como el hombre más asombroso que ha conocido la América del Sud”. Mientras Bolívar Gobernó en Perú, hizo poner un retrato de San Martín al lado del suyo propio en el Palacio de Gobierno. Sólo cuando él abandonó el Perú, ambos retratos fueron arrancados por la oligarquía gobernante. A la muerte de San Martín en su exilio en Francia, se encontró en su pobre habitación su propio retrato junto al de Bolívar, que éste mismo le había obsequiado al despedirse en Guayaquil. Y ambos siguen juntos hoy en el Museo Nacional de Argentina. Muerta su joven esposa de enfermedad, San Martín se dedica a cuidar su pequeña hija. Renuncia a toda intervención política y militar, ya sea en Argentina, donde se traslada, o en Perú. Desterrado, finalmente, de Argentina, Chile y Perú, los países que había liberado, se exilió en Europa. Las turbulencias de aquellos países, hacen que muchos le busquen, le ofrezcan, le llamen a intervenir. Les responde a todos con desprecio y con tristeza. “El Perú se pierde, sí, se pierde irremediablemente, y tal vez la causa general de América… este es el desgraciado destino que espera a los patriotas” (1822). Sólo cuando en 1838 y 1845 los imperios francés e inglés agredieron a la Argentina, San Martín, aunque era opositor al gobierno dictatorial de Juan Rosas en su país, se ofreció para ocupar cualquier puesto y desempeñar cualquier tarea en la defensa de la independencia amenazada. Tras su muerte en 1850, testamentó el regalo de su sable libertario a Rosas, como reconocimiento de su decidida resistencia a las intervenciones franco inglesas. Murió, como Belgrano, como Bolívar, como Artigas, solo, en la pobreza y la calumnia. Desterraron a Bernardo O’Higgins en Chile. El “huacho”, como lo llamaba la rancia aristocracia chilena, que no le perdonó nunca haber ordenado arrancar sus ostentosos escudos familiares de nobleza de las puertas, para premiar el mérito del que demasiadas ocasiones carecían.”Sólo los hijos sin méritos propios, se visten con el ropaje de los antepasados”, había dicho el sabio griego Plutarco. Como la jerarquía de la iglesia no le perdonó la creación del “Cementerio General”, que rompió su monopolio aristocrático de las tumbas en las iglesias para los vecinos decentes, mientras los pobres eran enterrados en un par de peladeros de Santiago, y los “protestantes” en los baldíos del Cerro Santa Lucía. Que hablaba mapudungun y reconoció como territorio autónomo el de la nación mapuche, instalando incluso un cónsul en la zona. La misma que las “democráticas” oligarquías arrasarían a sangre y fuego unas décadas más tarde, haciéndola escuela de genocidio para los mandos militares que más tarde cometerían los mismos crímenes en Perú. El “dictador” lo llamaban, por imponer el gasto de la “expedición libertadora del Perú”, que habría de asegurar su propia y avariciosa independencia.”Tres barquichuelos dieron a los reyes de España la posesión del nuevo mundo, ahora de estas cuatro tablas penden los destinos de América” (1820). El “antipatriota” porque veía la Patria más allá de sus feudos y estancias. Desterrado finalmente, residió en Perú, se puso bajo las ordenes de Bolívar en la campaña de Ayacucho y se le ofreció

99

después como voluntario para el viejo proyecto del Libertador de ir a liberar a Cuba, con estas palabras: "…acompañarle y servirle bajo el carácter de un voluntario que aspira a una vida con honor o a una muerte gloriosa y que mira el triunfo del general Bolívar como la única aurora de la independencia en la América del Sur" (1824). Rememoraba las palabras que lo habían hecho famoso, “¡o vivir con o honor o morir con gloria, el que sea valiente que me siga!”, al romper el mortal cerco realista en el desastre patriota de Rancagua en 1814. La misma valentía que lo llevó, “más allá de sus órdenes” a comandar la temeraria carga contra las fuerzas realistas que decidió la batalla de Chacabuco en 1817. Pero Bolívar ya estaba declinando y la empresa quedó trunca. O’Higgins vio impotente a la oligarquía chilena matar la idea latinoamericana. Murió tratando de regresar a Chile en 1842. Caían todos con Bolívar. El más genial de los creadores de patrias. Estratega de la independencia colonial para seis de las actuales repúblicas. El incansable profeta antiesclavista. El que más amó a sus pueblos pobres, despreciados y excluidos. El hombre de las dificultades, inventor de tácticas y dignidades. Guerrero admirable que libró no menos de 80 combates militares, recorriendo no menos de 65.000 kilómetros, en más de dos décadas de incesante y desigual lucha. Más que ningún otro en el mundo antes, más que Alejandro, más que Aníbal, más que Napoleón, pero que rechazó sus cetros y coronas. El guerrero que hechizaba con la palabra y el pensamiento propio, y por propio temido, combatido, desvirtuado. Hasta 10.000 documentos, cartas, proclamas y proyectos. El que lo dejó todo, hasta la vida y la camisa. El más odiado e incomprendido, y por ello más generoso aún. Fue derrotado en su primera gran batalla por el futuro. Despedazado por la jauría oligárquica, desatada y hambrienta de nuevos fueros y privilegios. Por los arteros halcones del norte, ansiosos de clavar sus garras en el cuello de América, matando al que más la amó. Murió, como le dijera uno de sus amigos a Manuela Sáenz, “como sólo mueren los grandes hombres, de pena”. Agazapado, adolorido, mirando impotente a sus amados pueblos condenados a la tristeza que trazó más tarde la pluma bella y corajuda de José Martí: “Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura” (1891). Vencido con su Patria. Muerto junto a la felicidad de sus pueblos. Desfigurado. Solo. Como lo cantó el poeta patriota puertorriqueño Luis Llorenz: “Fue un soldado poeta. Un poeta soldado / Y cada pueblo libertado / era una hazaña del poeta y era un poema del soldado. / Y fue crucificado…”.

100

XI.- BOLÍVAR TIENE QUE HACER TODAVÍA__________________________

Un complejo y colosal conjunto de procesos adversos terminaron por derrotar el esfuerzo de Bolívar en su primera y original batalla por hacer “libre, una, y justa” a la América para “equilibrar el universo”. “…tal vez, he edificado sobre arena movediza y arado en el mar… Los tres más grandes majaderos del mundo hemos sido: Jesucristo, Don Quijote y yo” (Bolívar. 1830). Más aún, lo lapidaron incesantes y rabiosos con toda clase de calumnias hasta cubrirlo de una “leyenda negra”. “Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores que me han conducido a las puertas del sepulcro, yo los perdono” (Testamento de Bolívar. 1830). La matriz colonial quedaba arraigada todavía en las mentes, en los “corazones”, en los “espíritus”. España sería reemplazada en ellos por Inglaterra, por Francia, por los Estados Unidos, por la Unión Soviética. El principal enemigo sería la profunda, muchas veces inconciente, convicción de la propia incapacidad creativa y protagónica. La búsqueda de luces en todos lados, menos en el propio volcán, en la hoguera interior, “los hornos”, como los llamó Martí. Sería una larga y difícil lucha contra si mismos, por encontrarse a si mismos, por creer en si mismos, él ya lo había previsto: “Las reliquias de la dominación española permanecerán largo tiempo antes que lleguemos a anonadarlas; el contagio de despotismo ha impregnado nuestra atmósfera, y ni el fuego de la guerra, ni el especifico de nuestras saludables Leyes han purificado el aire que respiramos. Nuestras manos ya están libres, y todavía nuestros corazones padecen de las dolencias de la servidumbre. El hombre, al perder la libertad, decía Homero, pierde la mitad de su espíritu” (1819).

El “bolivarianismo” godo

Más aún, no bastaba matar al hombre, había que, sobre todo, intentar matar su legado. Se intensificó su desvirtuación, ya sea para atacarlo como supuestamente “autoritario”, o para “ser partidario de él”, pero despojándolo de su contenido de igualdad social y de antimperialismo. Es el llamado “Bolivarianismo godo”, que empieza ya en vida de Bolívar, desde varios de sus propios compañeros de armas en la lucha contra España. José Páez en Venezuela, Francisco Santander en Colombia, Juan Flores en Ecuador y muchos otros en cada país. El cual se intenta sostener hasta hoy. Conciente de esta tendencia, Bolívar había señalado: "…Si algunas personas interpretan mi modo de pensar y en el apoyan sus errores, me es bien sensible, pero inevitable; con mi nombre se quiere hacer en Colombia el bien y el mal, y muchos lo invocan como el texto de sus disparates” (Carta a Antonio Leocadio Guzmán. Popayán. 6 de diciembre. 1829). Es el Bolívar de estatuas y discursos vacíos, por parte de oligarquías cínicas que, como decía el poeta y cantor popular venezolano, Alí Primera, “visitan cada año su tumba, pero para asegurarse de que esté bien muerto”. Fidel Castro, en 1959, señaló: “…se le hicieron muchas estatuas a Bolívar y muy poco caso a sus ideas”. Sobre tales procesos, se desarrolló el “panamericanismo”, es decir, la idea de unidad “americana” incluyendo a los Estados Unidos, desde la “doctrina Monroe” de 1823, hasta la Unión Internacional de las Repúblicas Americanas - UIRA de 1890, la

101

Unión Panamericana - UP de 1910, y la Organización de Estados Americanos - OEA de 1948. Cuya máxima expresión de cinismo y desvirtuación fue la reunión, por primera vez, del presidente norteamericano Dwight Eisenhower con casi todos los de los demás países latinoamericanos en 1956, bajo el pretexto de… ¡conmemorar los 130 años del Congreso Unionista de Panamá convocado por Bolívar! El amauta mexicano, José Vasconcelos comentará: “La derrota nos ha traído la confusión de los valores y los conceptos; la diplomacia de los vencedores nos engaña después de vencernos; el comercio nos conquista con sus pequeñas ventajas… Se perdió la mayor de las batallas el día en que cada una de las repúblicas ibéricas se lanzó a hacer vida propia, vida desligada de sus hermanos (concertando tratados y recibiendo beneficios falsos), sin atender a los intereses comunes… El despliegue de nuestras veinte banderas en la Unión panamericana de Washington deberíamos verlo como una burla de enemigos hábiles” (1925). Tales políticas tuvieron como eje la hegemonía norteamericana en el marco de la “Guerra fría”, y configuraron una serie de acuerdos e instituciones en todos los planos, que ha significado, de hecho, el dominio, explotación y agresión militar por parte de esta potencia sobre los demás países de la región. ”…formado una vez el pacto con el fuerte ya es eterna la obligación del débil” (Bolívar. 1826). El programa esencial de Miranda, Bolívar y San Martín, quedó relegado a los llamados pactos “subregionales” que con desigual éxito y sinuoso desarrollo de marchas y contramarchas, se expresan en la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el mercado común del Sur (MERCOSUR). En la “Declaración del Cuzco”, emitida por la Tercera Cumbre Presidencial Sudamericana, el 8 de diciembre de 2.004, se habló oficialmente de la “Comunidad Sudamericana de Naciones”. Y se reafirmó en el segundo encuentro en Cochabamba, Bolivia en 2006. Pero hasta ahora no hay avance institucional. Además de las fuerzas centrífugas en las tensiones fronterizas entre muchos países vecinos, resulta decisiva en la actualidad la tensión entre la influencia de dos grandes concepciones y bloques. Uno de radical identidad y autonomía, que toma como sustento programático, precisamente, el pensamiento de Bolívar, y cuya expresión más integral es la “Alternativa Bolivariana para América Latina y el caribe (ALBA)”, empujada por los actuales gobiernos de Cuba y Venezuela. Y otra de persistencia en el neoliberalismo económico y la subordinación a la política norteamericana, expresado en el “Área de Libre Comercio para las Americas (ALCA)”, cuyos mayores exponentes son los actuales gobiernos de Colombia y Perú. Entre aquellos dos extremos, se mueven, con matices, contradicciones y particularidades, los demás actuales gobiernos de la región, según el predominio electoral de mayorías a favor de una u otra concepción. El bolivarianismo siguió, sin embargo, vivo, como resistencia y alternativa programática, a todo lo largo del siglo XIX, y en los proyectos nacionalistas y antimperialistas de la primera mitad del siglo XX. Más tarde, en la segunda mitad de ese siglo, logró armonizarse con el “internacionalismo proletario” del marxismo y la luchas guerrilleras. Entre sus expresiones más notables, estuvo la “Organización Latino Americana de Solidaridad (OLAS)” de 1967, de cuyo Comité Permanente fue miembro el presidente mártir chileno, Salvador Allende, público marxista y bolivariano. Y la malograda “Junta de Coordinación Revolucionaria (JCR)”, que, a lo largo de un proceso que culmina en 1974, agrupó a organizaciones político militares de Uruguay, Argentina, Bolivia y Chile. “Las cobardes burguesías criollas y sus ejércitos, no supieron hacer honor al legado revolucionario liberacionista de la gloriosa lucha anticolonial de nuestro pueblo, que conducidos por héroes como Bolívar, San Martín, Artigas, y tantos otros, conquistaron la independencia, la igualdad y la libertad… El mayor desarrollo de nuestras organizaciones… permitirá… expulsar al imperialismo yanqui y europeo del suelo latinoamericano, país por país, e iniciar la construcción del socialismo en cada uno de nuestros países, para llegar el día de mañana a la más completa unidad latinoamericana” (Junta de Coordinación Revolucionaria – JCR. A los pueblos del mundo. 1974). Ya lo había dicho el maestro de Bolívar, Simón Rodríguez

102

en 1828: “La revolución de América ha sido fecunda… Pero se ha obtenido, no la independencia, sino un armisticio de la guerra que ha de decidirla. El estado de América no es el de la independencia, sino el de una suspensión de armas”. Señaló así el amauta de América, una vez más, el programa de la hora del pueblo continente para los siglos venideros. Hoy día, la filosa y nada bruñida espada de Bolívar, se levanta y recorre América Latina. “Despierto cada cien años, cuando despierta el pueblo”, le responde Bolívar al poeta chileno Pablo Neruda en uno de sus versos. Así lo había presagiado, en 1825, un patriota boliviano, Choquehuanca, al decirle al Libertador: “…con los siglos vuestra gloria crecerá como crece la sombra cuando el sol declina”. Bolívar habría de ser necesariamente sacrificado para ser él mismo semilla programática, hoguera que apura el madurar de una conciencia latinoamericana, instrumento de liberación definitiva de mentes, espíritus y corazones. Oráculo justiciero fundido en cada átomo de las entrañas del continente. Llamado a ser libres, propios y felices en la pluma de la visionaria y poetiza chilena Gabriela Mistral: “Maestro: Enseña en tu clase el sueño de Bolívar, el vidente primero. Clávalo en el alma de tus discípulos con agudo garfio de convencimiento. Divulga la América, su Bello, su Sarmiento, su Lastarria, su Martí. No seas un ebrio de Europa, un embriagado de lo lejano, por lejano extraño, y además caduco, de hermosa caduquez fatal. Describe tu América. Haz amar la luminosa meseta mexicana, la verde estepa de Venezuela, la negra selva austral. Dilo todo de tu América” (1922). Y en este incontenible cabalgar renovado de Bolívar por América, se actualiza, con sorprendente vigencia, y despejando, de hecho, toda duda, su original significando de libertad y justicia para las mayorías populares; y de peligro y encono para los poderes fácticos imperiales y oligárquicos. "Volando por entre las próximas edades, mi imaginación se fija en los siglos futuros, y observando desde allá, con admiración y pasmo, la prosperidad, el esplendor, la vida que ha recibido esta vasta región, me siento arrebatado y me parece que ya la veo en el corazón del universo… Ya la veo sentada sobre el trono de la libertad, empuñando el cetro de la justicia, coronada por la gloria, mostrar al mundo antiguo la majestad del mundo moderno." (Bolívar. 1819).

103

XII.- UN DESENCUENTRO__________________________

Alejandro Von Humboldt, astrónomo y naturalista alemán, recorre y estudia desde 1799 hasta 1804 todas las entonces colonias españolas de América Latina, desde México hasta Chile. Aunque ya visionarios sacerdotes católicos, como el franciscano Bernardino de Sahagún y los jesuitas, habían hecho el rescate de las riquezas culturales y naturales, que no fueran el saqueo de los metales preciosos y el trabajo indígena, en varias regiones de la América Latina, viene a ser Humboldt el primer “extranjero” que, contando con autoridad científica moderna, realiza una obra integral de conjunto, sistemática, de carácter fundante, en este campo. A su regreso se instala en París donde sistematiza y escribe sus monumentales trabajos sobre la cartografía, flora, fauna y cultura de la región. Su extraordinaria capacidad científica y el contacto de estas tierras y pueblos le permitió un hecho excepcional; trascender las consagradas ideas y categorías culturales de su época, y que hasta entonces él mismo compartía, para extraer la conclusión de que “no existen razas superiores y razas inferiores". Para aquilatar la magnitud colosal del gesto científico de Humboldt, debe recordarse el absoluto predominio en la comunidad científica y el sentido común de la época que tenían las ideas de superioridad racial y cultural del norte europeo sobre las demás razas y culturas del planeta. Aún ilustres pensadores iluministas, como el francés Barón de Montesquieu, famoso sabio y científico del siglo XVIII, miembro de la muy reputada y exclusiva comunidad científica “Sociedad Real” de Inglaterra, autor del “Espíritu de las leyes”, que plantea una idea basal de la democracia moderna hasta hoy: la separación de los poderes del Estado, llegó a afirmar “científicamente”, recogiendo una larga tradición intelectual, que el medio ambiente geográfico natural, especialmente el clima, determinaba los rasgos físicos y espirituales de los pueblos. “Hay países donde el calor enerva el cuerpo y debilita tanto los ánimos, que sólo el temor del castigo puede impeler a los hombres a realizar un deber penoso; en estos países, la esclavitud repugna menos a la razón” (Espíritu de las leyes. Libro V. Cap. VII. ). Sobre los pueblos americanos, en particular, su veredicto fue lapidario. Formaban parte de los “países cálidos”. “Los pobladores de tierras frías poseen coraje, fuerza y valor; los de países cálidos son débiles y de natural cobardes. En los primeros reina la libertad; en los segundos el gobierno despótico”. (Op. Cit. Libro XVII). Entre muchos otros, y desde distintas hipótesis, el Holandés Cornelius de Pauw, prócer de las ciencias naturales, y el francés Conde de Bufón, antropólogo, matemático y astrónomo, precursor de la teoría de un ancestro común para el ser humano y el simio, del estudio del sistema solar y del cálculo de probabilidades, fueron más lejos aún. Afirmaron específicamente la “naturaleza” “indolente”, “inmadura”, “infantil”, o “degenerada” de los pueblos americanos nativos. Siempre hubo, a lo largo de la historia, quienes negaron esas categorías y desde la filosofía, la ética y la política, denunciaron el racismo. En la propia región, tempranamente hubo pensadores que desarrollaron investigación y debatieron argumentadamente esas justificaciones deterministas de la servidumbre, esclavitud y dominación europeas sobre ella. Es el caso de la temprana obra de numerosos sacerdotes intelectuales, tales como el español José de Acosta y su fundante “Historia natural y moral de las Indias” de 1590, y los jesuitas mexicanos, más tarde expulsados: Francisco Javier Clavigero y su monumental “Historia Antigua de México”,

104

en 1780, Rafael Campoy y Francisco Javier Alegre, entre muchos otros. Pero es Humboldt quien, siendo “extranjero” y miembro de la más reputada comunidad científica europea, quien, por primera vez, “llega” a esta conclusión en el seno mismo de las ciencias oficiales de la época, con una autoridad y legitimidad indiscutidas. El propio Bolívar se encontrará con Humboldt en 1804 en París, ocasión en que declarará que Humboldt, y no Colón, es el “verdadero descubridor de América”, ya que “sus trabajos han aportado más que todos los conquistadores”; revelando así, aunque está todavía en su fase de joven adinerado y bohemio, su genio político para la denuncia y el menosprecio al colonialismo, y la audacia creativa para el gesto fundante, propio, radical, que lo acompañaría durante toda su lucha revolucionaria y lo pondría al borde extremo de la incomprensión de muchos de sus contemporáneos, que no llegaron a seguirle tan lejos en su independencia creadora. Pero nada es tan fácil y rápido y, como diría el mismo Bolívar, “por mucho tiempo lo nuevo aún no termina de nacer y lo viejo se resiste a morir”. El alcance del enfoque determinista cultural era tan intenso que aún a pesar de su crucial avance, la obra de Humboldt contiene todavía en muchas partes prejuicios raciales e incomprensiones culturales, hacia los mexicanos, venezolanos y cubanos, por ejemplo. Algunos de los cuales serán corregidos por los pioneros del naturalismo americano, como el colombiano Francisco de Caldas, admirador suyo, quien público, comentó y crítico sus trabajos en su publicación “Seminario”, en la segunda década de 1800. Más aún, Humboldt estaba tan deslumbrado por el pujante impulso expansionista de la “democracia” norteamericana, que consideraba sinceramente “un avance” para los pueblos de la América Latina –como Goethe y muchos otros grandes de la cultura europea-, que colaboró con toda su valiosa e inédita información para facilitar la agresión imperialista de ese país a México, que, al terminar en 1848, le había arrebatado la mitad de su territorio, más de dos millones de kilómetros. Para entender a Humboldt, desde la fuerza de la cultura, y no desde la crítica ética “a posteriori”, recordemos que el propio Federico Engels, revolucionario socialista, comentaría así aquella guerra de anexión imperial: “¿Acaso es una desdicha que la magnifica California haya sido arrancada a los holgazanes mexicanos que no sabían qué hacer con ella? La “independencia” de algunos españoles de California y Texas sufrirá quizá; la “justicia” y otros principios morales pueden ser enfrentados aquí y allá, ¿pero que significa todo esto ante tantos otros hechos de este tipo en la historia universal?... Todas esas pequeñas naciones impotentes deben estar reconocidas en suma, a quienes siguiendo las necesidades históricas las agregan a un gran imperio, permitiéndoles así participar en un desarrollo histórico…En América hemos sido espectadores de la conquista de México y nos hemos alegrado por ella… Es en el interés de su propio desarrollo que estará colocado en el futuro bajo la tutoría de los Estados Unidos. Es en el interés de toda América, que los Estados Unidos, gracias a la conquista de California, logren el dominio del Océano Pacífico” (Neue Rheinische Zeitung de 15 de febrero. 1849, y Deutsche-Brusseler Zeitung, 23 de enero. 1848). Vemos allí la misma matriz cultural profunda instalada en todo el pensamiento europeo. También evidente en el lenguaje del “Manifiesto Comunista”, publicado por Marx y Engels en el mismo año 1848: “Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras… Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, el Oriente a Occidente.”. Todavía décadas después, Engels afirmará: “Solo al llegar a cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, muy avanzado hasta para nuestras condiciones presentes, se hace posible… la liquidación de las diferencias de clase… Solamente en manos de la burguesía han alcanzado las fuerzas productivas ese grado de desarrollo. Por consiguiente, la burguesía es, también en este aspecto, una condición previa, y tan necesaria como el proletariado mismo, de la revolución

105

socialista” (Federico Engels. Las condiciones sociales en Rusia. 1875). En su visión, hay una concepción jerarquizada de la naturaleza misma de las “naciones” y del rol que pueden o no jugar en la “construcción” de su propia historia. Asimismo, el concepto de “civilización” aparece identificado con la acumulación material técnica y de “conocimiento”, entendido éste como aquel consensuado como “científico” por la cultura occidental europea, presentando coincidencias de hecho, a ese nivel, no político, sino cultural profundo, con la matriz colonial y expansionista. Más aún, cabe recordar que no sólo los europeos, sino también en la obra de importantes amautas latinoamericanos, de valiosos aportes en muchos ámbitos de la reflexión propia, liberadora, coexistió, contradictoriamente, este ideario, que concebía el progreso y la civilización como el acumulado tecnológico, el ideario cientificista, y hasta la atribuida superioridad racial, “blanca”, de europeos y norteamericanos. Al igual que ocurrió con Humboldt, Marx, Engels y numerosos otros pensadores progresistas y socialistas europeos, ellos también creyeron condición necesaria para el progreso, y aún la “fase” socialista, la previa “civilización”, incluso el exterminio, de los pueblos “bárbaros”, indígenas, gauchos, campesinos, afrodescendientes. Ese es el doloroso caso de los amautas Bautista Alberdi, Domingo Sarmiento, José Ingenieros, y varios otros. Marx fue reportero, para el tema de la dominación británica en la India, del Periódico norteamericano New York Daily Tribune, entre 1853 y 1861. Aún cuando desnudó, con su rigurosidad característica, las injusticias, crímenes, ambiciones y cinismos del colonialismo inglés, reveló también esa misma concepción de “tarea histórica” atribuida al colonialismo como creador de las necesarias condiciones materiales de cualquier posible avance posterior al socialismo. En sus columnas para aquel Periódico puede leerse: “La intromisión inglesa que confrontó al hilandero de Lanscashire y al tejedor indio, disolvió esas pequeñas comunidades semibárbaras y semicivilizadas al hacer saltar su base económica, produciendo así la más grande, y para decir verdad, la única revolución social que jamás se ha visto en Asia” (10 de junio. 1853. Pág. 57). “Inglaterra tiene que cumplir en la India una doble misión: una destructora, la otra regeneradora; la aniquilación de la vieja sociedad asiática y la colocación de los fundamentos materiales de la sociedad occidental en Asia” (22 de julio. 1853. Pág. 105). “Todo cuanto se vea obligada a hacer la burguesía como sujeto de su revolución en la India no emancipará a las masas populares, ni mejorará sustancialmente su condición social, pues tanto lo uno como lo otro dependen, no solo del desarrollo de las fuerzas productivas, sino de que el pueblo las posea o no. Pero lo que no dejará de hacer la burguesía es sentar las premisas materiales necesarias para ambas cosas...” (Ibíd. Pág.109). El patriota puertorriqueño Eugenio de Hostos, dará vuelta los términos de esta matriz. Cuestionará esa definición de “progreso” y “civilización”. Planteará, desde la posición revolucioanria propia de América Latina, una visión inversa al concepto de civilización que operan en el “Manifiesto Comunista” y los escritos de Marx y Engels sobre América Latina, atribuyendo a la dominación colonial europea el carácter de “bárbara” y a la lucha independentista de los latinoamericanos el de “civilización” y progreso. “Ayacucho es, pues, más que una gloria de estos pueblos, más que un servicio hecho al progreso, más que un hecho resultante de otros hechos, más que un derecho conquistado, más que una promesa hecha a la historia y a los contemporáneos de que los vencedores en el campo de batalla eran la civilización contra el quietismo, la justicia contra la fuerza, la libertad contra la tiranía, la república contra la monarquía…” (En: Periódico El Nacional. Lima, Perú. 9 de diciembre. 1870). Aquellas profundas estructuras culturales y teóricas europeas, negadoras de un rol protagónico a la América Latina, vinieron a coincidir y a complementarse con la propaganda de desvirtuación de Bolívar y su proyecto por parte de sus adversarios, en las referencias expresas al respecto de Carlos Marx. Quien publicó un artículo con acerbas acusaciones de cobardía, traición, inteligencia con el enemigo, oportunismo, indecisión, robo y extorsión, contra Bolívar, a quién llamará el “napoleón de las

106

retiradas” y el “canalla más cobarde, brutal y miserable” (Carta a Federico Engels. 14 de febrero. 1858). Pero no sólo eso, sino que manifestó explícitamente comentarios de una supuesta “superioridad” “decisiva” de los europeos que lucharon bajo las órdenes del Libertador, señalando que Bolívar “…como la mayoría de sus compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento…”. Que las victorias patriotas se debían a “Los oficiales extranjeros le aconsejaron” y a que “las tropas extranjeras, compuestas fundamentalmente por ingleses, decidieron el destino de Nueva Granada merced a las victorias sucesivas alcanzadas”. Y agregando que, “si Bolívar hubiese avanzado con resolución, sus solas tropas europeas habrían bastado para aniquilar a los españoles… su legión extranjera, más temida por los españoles que un número diez veces mayor de colombianos”, “…los pocos éxitos alcanzados por el cuerpo de ejército se debieron íntegramente a los oficiales británicos, y en particular al coronel Sands” (Bolívar y Aponte. La nueva enciclopedia americana. Tomo III. Enero. 1858). El articulo venía a resumir la llamada “leyenda negra” de Bolívar, sobre la base de interpretaciones y atribuciones de intención a sus hechos, junto a probados errores históricos, tales como la afirmación de Marx de que Bolívar no apoyó la primera declaración de independencia de Venezuela, o que su misión a Inglaterra sólo consistió en conseguir la autorización para la venta de armas a los independentistas, entre muchos otros. El propio Marx informa de los reparos de quien le había encargado el trabajo por considerarlo “prejuiciado” y en un tono que “se salía de lo enciclopédico” (Carta a Federico Engels. 14 de febrero. 1858). El artículo, incluido en la edición rusa de la obra de Marx y Engels de 1934, y prácticamente desconocido hasta allí, fue “descubierto” para América Latina en 1935 y publicado al año siguiente en Buenos Aires por el marxista argentino Aníbal Ponce. Complementariamente, las tendencias historiográficas soviéticas, bajo el influjo de la escuela de Vladimiro Mirochevsky, reputado experto en cuestiones de las “colonias y semicolonias”, que en 1942 calificó a Carlos Mariátegui de “intelectual pequeñoburgués en un país campesino, atrasado”, no sólo asumieron como “verdad histórica” el artículo de Marx sobre Bolívar, sino que lo hicieron extensivo a todo el proceso de independencia de la América hispánica, reducido a la caracterización de “un asunto propio de un puñado de separatistas criollos que no contaban con el apoyo de las masas populares”. En 1959, la segunda edición en ruso de las obras de Marx y Engels, incluyó por primera vez una crítica “oficial” a las interpretaciones, atribuciones y errores sostenidos allí por Marx, los cuales eran atribuidos por completo a las “fuentes”, insuficientes y parciales, con que contó. En los textos de Marx y Engels sobre España, publicados por Editorial Moscú en 1974, simplemente no se incluyó el artículo. Se evadió de ese modo la cuestión de una explicación profunda de este desencuentro. Evasión que ha dado pié al intento de análisis posteriores que aporten nuevos elementos para una explicación más completa. Tales como la que enfatiza la situación económica personal de Marx. En ella, el artículo sería un “ganapanes” (expresión del propio Marx), un encargo hecho por la pura necesidad de obtener una remuneración a cambio, por lo cual no tendría ninguna importancia ni habría puesto verdadera rigurosidad en su elaboración (Ibíd.). O aquella de dimensión sicológica, referida a la irrefrenable odiosidad personal que Marx sentía por Napoleón Bonaparte y su epígono Napoleón III, a los cuales identifica con Bolívar. Un aporte mucho más de fondo, resulta el rico acumulado de trabajos y debates en torno a las razones más subyacentes. A partir de la matriz cultural profunda, que en Marx estaba nutrida del pensamiento de su maestro fundador Federico Hegel, quien clasificó a los pueblos entre los que tenían “historia” (desarrollo capitalista y poder internacional) y los “sin historia” (sin ese desarrollo y dependientes de los primeros). Sólo los con historia podían jugar un rol en el desarrollo histórico y, en ese rol, “traer a la civilización” a los segundos. A partir de allí, Marx realiza una mirada, una vez más, de América Latina “desde” el “exterior”, desde fuera de si misma. Organizando su historia -la “esencia” que, según el método marxista en “El Capital”, explica las confusas y azarosas “apariencias”- no en la dinámica propia de los pueblos y

107

revolucionarios de la América Latina, sino que en las cruciales tendencias expansionistas británicas y españolas, y en la influencia “necesariamente decisiva” de los actores extranjeros que obedecían a ellas. A ello se agrega la falta, en el arsenal de Marx, de instrumental teórico específicamente adecuado para aplicar un análisis de clases a esa América Hispánica, cuya realidad compleja y única, no cabía ni en el modelo europeo ni en el “Asiático”. Lo que explicaría por qué entonces quedó reducida a ser explicada, de hecho, por la personalidad de un tragicómico caudillo. Personalismo sorprendente en el normalmente riguroso análisis materialista de procesos y estructuras de Marx. El Che Guevara, en 1960, calificará los escritos de Marx y Engels sobre Bolívar y los mexicanos como “objeciones” que podían hacerle los latinoamericanos, y como “inadmisibles” “ciertas teorías de las razas y nacionalidades” manifestadas en ellos, al tiempo que reafirmaba su plena adscripción al genio intelectual y el rol histórico del marxismo como necesario instrumento de transformación revolucionaria (Notas para el estudio de la ideología de la Revolución cubana. 1960). Ciertamente, aunque el mismo Marx no volvió a referirse a Bolívar, sí varió explícitamente su posición, respecto del rol histórico fatalmente subordinado de los pueblos sin desarrollo capitalista. Asumiendo una diametralmente opuesta, menos habitada por aquella matriz cultural profunda, y con una concepción de desarrollo más integral y crítica. Pero eso fue mucho después, principalmente a través de cartas personales que tardaron todavía más en ser publicadas. Y estos primeros y más conocidos textos, equívocos para muchos quienes habían sufrido la experiencia criminal y negadora del colonialismo y el expansionismo, y libraban cruentas y legítimas luchas contra ellos, significaron un objetivo desencuentro. Augusto Sandino, llamado “General de hombres libres”, enmontañado y en guerrilla exitosa contra el ejército más poderoso del mundo, los marines norteamericanos, escribe en 1929, desde Nicaragua, su “Plan de realización del supremo sueño de Bolívar”, para unir en confederación a las 21 “fracciones” en que está dividida la América Latina, establecer la “nacionalidad latinoamericana” y expulsar al imperio invasor. Farabundo Martí, mítico líder comunista salvadoreño, llegará a ser su lugar teniente, secretario y miembro del estado mayor internacional, para finalmente romper por “razones ideológicas”. Farabundo morirá en El Salvador en 1932, tras una insurrección derrotada. Sandino, lo hará en la ciudad capital de Nicaragua, Managua, fusilado tras ser traicionado en intrigas políticas digitadas por EE.UU. Una famosa anécdota relata el regalo de un caballo, por parte de Farabundo al general, el cual al ver que su montura tenía grabadas la hoz y el martillo comunista, mandó a borrarlas y remplazarlas por dos machetes cruzados, el símbolo sandinista, porque en las montañas de Nicaragua “no había fábricas para los martillos ni trigo para la hoz”. Anécdota que revela el complejo camino que hacían las tensiones, diálogos y desencuentros, entre concepciones revolucionarias universales y las particularidades de la lucha revolucionaria en América Latina. Una vez superado ese desencuentro, con la armonización de bolivarianismo y marxismo en la reflexión y práctica de muchos movimientos revolucionarios significativos, aquellos argumentos del desencuentro, paradojalmente, fueron recogidos por los ideólogos neoliberales y en la actualidad son usados para, desprestigiando la figura de Bolívar, combatir las nuevas expresiones populares y revolucionarias que atraviesan el continente, o para intentar retrotraer la armonización al desencuentro y así dividir ideológicamente el movimiento revolucionario

108

XIII.- MARTÍ__________________________

Poeta. “Mírame, madre, / y por tu amor, no llores: / Si esclavo de mi / edad y mis doctrinas / tu mártir corazón llené de espinas, / piensa que nacen entre espinas flores" (1869). “Hijo: / Espantado de todo, me refugio en ti. / Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la / virtud, y en ti. / Si alguien te dice que estas páginas se parecen a otras páginas, diles que te amo / demasiado para profanarte así. / Tal como aquí te pinto, tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de gala te me / has aparecido.  / Cuando he cesado de verte en esa forma, he cesado de pintarte. / Esos riachuelos han pasado por mi corazón. /¡Lleguen al tuyo !” (1882). Conspirador y revolucionario. Exiliado, encarcelado. Residente de México, España y Estados Unidos, donde, siendo cubano, representó diplomáticamente a Argentina, Uruguay y Paraguay. Teórico del antimperialismo, fundador del Partido Revolucionario Cubano, en cuyas filas murió, finalmente guerrillero, cargando a caballo y revolver en mano contra el enemigo imperial español en las luchas independentistas de Cuba. "Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar". Había escrito y lo consiguió. “...Ya nos falta el mejor de los compañeros, el alma podemos decir del levantamiento". Escribió desconsolado el “generalísimo” Máximo Gómez, líder continuador de la lucha. Heredero explícito del ideario del Libertador, José Martí declara: “…Así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies; así está él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hoy; porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!” (Discurso a Bolívar. 18 de octubre. 1883). Pero no sólo es la admiración, la comunidad de programa y de tarea con el prócer, es también la comunidad de esa búsqueda radical de independencia de la matriz cultural hegemónica, generalizada ahistoricamente. Es la mancomunada y profunda generación de un pensamiento propio, de respuestas historizadas. “La independencia de América venía de un siglo atrás sangrando: ¡ni de Rousseau ni de Washington viene nuestra América, sino de sí misma!” (Ibíd.). “La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese el mundo en nuestras repúblicas; pero el tronco ha de ser de nuestras repúblicas” (Nuestra América. 1891). Recogiendo el legado de Simón Rodríguez y Bolívar, contempla el fracaso de la imposición en las repúblicas americanas del admirado modelo extranjero, tenido por único viable y deseable. “La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia… el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto… El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país… Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos

109

verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador” (Ibíd.). Aunque mantuvo independencia y no militó en el marxismo, y era un radical continuador de Bolívar, al que Marx había denostado, sí conoció y admiró explícitamente la obra de éste. Sembraba así el primer antecedente para superar el desencuentro y armonizar ambos idearios. En 1883, Martí publicó un artículo en Argentina en homenaje a Carlos Marx, en el que elogiosamente señalaba: “Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles merece honor… estudió los modos de enseñar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos… es llamado el héroe más noble y el pensador más poderoso del mundo del trabajo.”. Sin embargo, también incluye en forma crítica: “Pero anduvo de prisa, y un tanto en la sombra, sin ver que no nacen viables, ni de senos de pueblos en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido la gestación natural y laboriosa”. (En: Diario La Nación. Buenos Aires, Argentina. 29 de marzo. 1883). Haciendo valer la “gestación natural y laboriosa”, en el “seno histórico” de su pueblo, de la propia lucha anticolonialista y antimperialista; la cual no encontraba instrumentos útiles en la “necesidad histórica” y la misión “civilizatoria” atribuida a la expansión capitalista euro norteamericana en el “Manifiesto Comunista” y los artículos sobre América e India de Marx y Engels.

Patria Por otro lado, trasladando, una vez más, ahistoricamente, el concepto de “Patria” de la matriz política europea, donde significaba bandera de expansión imperial capitalista para enfrentar unos pueblos a otros, muchos “socialistas” desconfiaban del concepto de “Patria” usado por los revolucionarios en Latinoamérica, y recogido centralmente por Martí. “Patria” es el nombre de su periódico revolucionario en Estados Unidos, que funda y dirige en 1892. “Patria” la consigna del “Club Borinquen”, formado por revolucionarios cubanos y puertorriqueños, donde es uno de los presidentes honorarios, junto a los también legendarios Ramón Betances y Eugenio de Hostos. Se reproducía así, ahora en versión “socialista”, la profunda matriz cultural hegemónica que niega a los nuevos países un rol protagónico y creador en su propia reflexión, en sus propios conceptos y significados, en su propio destino. El discurso político era revolucionario, pero la matriz cultural negadora. Martí responderá: “Se abren campañas por la libertad política; debieran abrirse con mayor vigor por la libertad espiritual” (1884). Historizado en el contexto propio de la región, el concepto de “Patria” tenía un contenido antimperialista, antioligárquico y de inclusión para las grandes mayorías a la igualdad social y la ciudadanía. Más aún, era indisoluble y militantemente “latinoamericanista”. Es en esa tensión conceptual, que Martí escribe el poema: “…El amor madre a la Patria, / No es el amor ridículo a la tierra / Ni a la yerba que pisan nuestras plantas / Sino el odio invencible a quien la oprime / Es el rencor eterno a quien la ataca” (1869). Recogía y actualizaba así una tradición propia sobre el contenido específicamente latinoamericano del concepto, inaugurado con Tupac Amaru II, “Inca de toda de Sudamérica”. Forjado después al calor de las luchas independentistas y antimperialistas. Por Bolívar, San Martín, Sucre, Simón Rodríguez y Manuela Sáenz, entre muchos otros. Para los cuales la justicia e igualdad social eran constitutivos esenciales de la Patria por la que se luchaba. “Sin el goce absoluto de ambas: libertad y justicia, habría sido inútil la emancipación” (Sucre. 1825). Y lo mismo valía para la sustancial dimensión latinoamericana de la Patria. "Lo que sé es que mi País es el continente de la América y he nacido bajo la línea del Ecuador'' (Manuela Sáenz. 1830). Justamente, para superar ese porfiado europeismo, ahora bajo forma socialista, en Martí, la Patria es también, necesariamente, rescate de la propia dignidad y la propia capacidad creadora, negadas por la matriz racista y determinista europea, con

110

el acuerdo de elites arribistas locales que confundían el ser moderno con ser, pensar y parecer “extranjero”: “…calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas” (Nuestra América. 1891). En América Latina, “Patria” fue siempre un concepto cuyo contenido estaba en disputa. Y si los oligarcas y poderes fácticos extranjeros enfatizaron la “patriotería” como instrumento ideológico para la división y el antagonismo fratricida y debilitante, innumerables amautas, lejos de “abandonarles” el concepto, mantuvieron incesante y argumentada lucha por combatir ese chauvinismo pequeño, y hacer de la “Patria” continentalismo, antimperialismo y justicia social. El propio Martí llama a ese concepto chauvinista de Patria, como “de aldea”, para enfatizar que, ni siquiera pretendiéndolo copiar de Europa puede significar lo mismo, expansión imperial, sino sólo empequeñecimiento propio y de la región, nada más. “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas en la almohada” (1891). El “tano” argentino, José Ingenieros, quien en 1922 propone la formación de la “Unión Latinoamericana”, lo llamará “patriotismo chico”: “…el plan más simple de la política yanqui es dividirnos. Los mejores instrumentos para esta labor son las oligarquías criollas, y la palabra mágica para realizarla es la palabra "patria". Patria chica y patriotismo chico, en América Latina, son las Celestinas del imperialismo. Cada cacique, cada tirano, cada oligarquía, cada clase dominante grita patriotismo. Patriotismo significa hostilidad al vecino, odio, xenofobia, nacionalismo provincialista y bastardo. El patriotismo en el Perú, por ejemplo, no es libertar a cuatro millones de esclavos peruanos víctimas de la más horrible explotación feudal desde la conquista española; el patriotismo peruano no es educar un pueblo analfabeto y sacudir de la opresión más vergonzosa a todo un pueblo; el patriotismo peruano es odiar a Chile, gritar histéricamente contra Chile, recordar todos los días que las clases explotadoras de Perú y Chile y Bolivia arrastraron a nuestros pueblos a una guerra fratricida y brutal por sus ambiciones económicas. Desde que yo he nacido, desde que cada muchacho peruano nace, se le enseña a odiar a Chile. Ese es el patriotismo. No importa que el capitalismo peruano y el capitalismo chileno negocien a su gusto y Chile sea el segundo o tercer país comprador de los productos de mi país. No importa que las clases dominantes de ambos países sean amigas. Lo importante es mantener la división en los pueblos, y mientras el odio inútil entre los dos países, la clase dominante de Chile y la clase dominante del Perú van entregando las riquezas nacionales al imperialismo, van vendiendo el porvenir de sus pueblos, van esclavizándolos con empréstitos… Y el caso del Perú y Chile es el caso de Argentina y Brasil, donde las clases dominantes agitan el "patriotismo" de la patria chica y enardecen el nacionalismo, secundando así los planes imperialistas de dividir para conquistar. ¿Quiénes agitan los celos de Paraguay y Bolivia, Costa Rica y Panamá, Ecuador, Colombia y Perú? …saben bien quienes en América Latina nos dominan que el culto a la patria chica es un culto suicida. Saben bien que dividir nuestra América con odios, es abrir las puertas al conquistador. Lo saben bien desde antes que nuestra generación despertara y les gritara a la cara su traición… El único camino de los pueblos latinoamericanos que luchan por su libertad es unirse contra esas clases, derribarlas del poder, castigar su traición… Acusar y castigar a los mercaderes de la patria chica y formar la patria grande… trabajar para crear la nueva América, la América de la bandera única, la América libertada y justa, cuyo suelo ancho y fecundo ha de ser el mejor hogar para una Humanidad nueva y libre” (1925). Así nace, justamente, para contrastar con aquella concepción “chica”, el concepto, propio del continente, y que se usa para el continente, de “Patria Grande”.

111

Gabriela Mistral, la amauta chilena, llamará también a elevarse por encima de pugnas fraticidas y suicidas. “Ten la justicia para tu América total. No desprestigies a Nicaragüa para exaltar a Cuba; ni a Cuba para exaltar a la Argentina. Piensa en que llegará la hora en que seamos uno, y entonces tu siembra de desprecio o de sarcasmo te morderá en carne propia” (1922). Ninguno renuncia por ello al concepto de Patria, sino que contraponen otro, uno diferente al de los opresores, propio y útil a los pueblos. Uno donde lo universal es articulado, fundido, con lo propio e irrepetible. Donde ni lo universal niega a lo propio, como ha ocurrido, ni donde tampoco lo propio pretende negar a lo universal. Sólo unos meses antes de morir, Martí escribió: "Patria es humanidad, es aquella porción de humanidad que vemos más de cerca y en que nos tocó nacer… por lo que, de modo especial, allí está obligado el hombre a cumplir su deber de humanidad". Palabras que anticipan la articulación del Che entre el “internacionalismo proletario” y el “tipo americano” en el mensaje a la tricontinental. Se forja así una sólida e incontestable concepción propia de Patria, que ya es hegemónica en la región, a pesar de quienes persisten en transplantarle, a la fuerza y contra el sentir de los pueblos, el contenido chauvinista y “chico”, de origen europeo o norteamericano, para después “combatirlo”. “¡Patria o muerte!”, es la consigna de las luchas revolucionarias de la región. Desde Sandino hasta las actuales guerrillas colombianas, ambos, a su tiempo, cargando sobre sus espaldas, en la primera línea de fuego y con las armas en la mano, la dignidad antimperialista del continente. Histórica desde Bolívar. Inmortal con el Che. Vigente y urgente en la Venezuela Bolivariana y Socialista.

Dique antimperialista

Sobre esa concepción, Martí se convirtió en pilar del antimperialismo latinoamericano, o, como diría él mismo: “nuestroamericano”. Sobre todo, en temprano dique y trinchera infranqueable al expansionismo de Estados Unidos. Al cual incluso derrotó en sus propios “foros panamericanos”. Con la ejecución en Centroamérica del filibustero Wlliam Walker, Estados Unidos cierra el temprano ciclo de las tentativas anexionistas piratas, “semi oficiales”, al viejo estilo de los corsarios ingleses. A partir de allí diseña y desarrolla una nueva estrategia, más firme y de largo aliento, de carácter institucional, para el establecimiento formal y “legítimo” de su hegemonía en la zona. Gradualmente, a partir de 1880, se implementa una ofensiva diplomática que alcanza su expresión acabada a inicios de 1889 en la “Primera Conferencia de la Naciones Americanas”, celebrada en Washington, con el objetivo de imponer una unión aduanera, un ferrocarril panamericano y el establecimiento de una moneda y un banco de carácter hemisféricos; todo bajo la hegemonía norteamericana, desbancando finalmente la competencia inglesa. Martí se encuentra en el mismo Estados Unidos, donde escribe sobre el proyecto y sus alcances. “Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los EE.UU., potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América hacen a las naciones americanas de menos poder… De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de su segunda independencia” (1889). Es nombrado cónsul de Argentina y de Paraguay en Nueva York. Además, representante de Uruguay en la “Comisión Monetaria Internacional Americana”. Como tal, participa activamente en la “Conferencia Monetaria Internacional” del año 1891 en Washington. Donde Estados Unidos intenta imponer un sistema de moneda uniforme bajo su hegemonía, presentado como beneficioso para todos los países de la región. Martí presenta un detallado análisis económico y político que demuestra las inconveniencias para los países de América Latina de aceptar dicho acuerdo con la

112

potencia estadounidense. Comparándolo como una unión “entre un cóndor y unos corderos”. “…cuando un pueblo es invitado a unión por otro, podrá hacerlo con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, podrá celebrarlo sin juicio la juventud prendada de las bellas ideas, podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles… el que resuelva sin investigar, o desee la unión sin conocer, o la recomiende por mera frase y deslumbramiento, o la defienda por la poquedad del alma aldeana, hará mal a América… Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad… El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político… El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios” (1891). Y sus intervenciones y reflexiones terminan siendo decisivos para derrotar la propuesta norteamericana. Siendo el más temprano antecedente de una derrota sufrida por el imperialismo en su propio terreno, los foros panamericanos. Muerto tempranamente en combate el poeta y luchador incansable, su ideario siguió vivo y alimenta en la actualidad la más sacrificada revolución antimperialista latinoamericana, la única cuyo pueblo ha resistido al poder imperial por más de 40 años, varios de ellos en transitoria y heroica soledad, justamente en su propia Patria: la Revolución cubana. Su líder, Fidel Castro, declara, en 1952, que la autoría intelectual de su legendario y fundacional ataque al “Cuartel Moncada”, era, precisamente, de José Martí. En 1967, el Che Guevara, apertura su trascendente “Mensaje a la Tricontinental” con una frase suya: “Es la hora de los hornos, y no se verá más que la luz”. En 2006, al conocerse en Bolivia el amplio triunfo electoral del dirigente indígena y cocalero, Evo Morales, uno de sus compañeros y voceros, Osvaldo “Chato” Peredo, familiar de los legendarios hermanos Peredo, que murieron combatiendo en el Ejército de Liberación Nacional boliviano del Che, visiblemente emocionado dijo a la prensa: “Es un triunfo de todos los bolivianos, y los vientos que corren hoy, son para que el sueño de Bolívar, San Martín, Martí y Che Guevara se cumplan… es la hora de los hornos y no se verá mas que la luz”.

113

XIV.- LOS DESARROLLOS__________________________

Desde el comienzo, el marxismo se movió entre debates y críticas, tanto con otras corrientes no marxistas como internamente. Y, aunque a partir de la segunda década del siglo XX, tras el triunfo y consolidación de la revolución rusa, empezaba a devenir en una rígida organización internacional que tendía al poco dinamismo reflexivo, todavía había en él varios notables desarrollos y renovaciones como la de Antonio Gramsci en Italia. Incluso, paralelamente, aunque muy probablemente sin una gran conexión entre sí, había en diferentes latitudes miembros del comunismo internacional cuyas realidades específicas nacionales les compelían urgentemente a desarrollar sus propios caminos. Es el caso de los entonces muy jóvenes Mao Tse Tung de China, Ho Chi Min de Indochina, Josip Tito de Croacia y varios otros, que se sabe, por razones mitad ideológicas, mitad tácticas para conseguir apoyo, suscribían todos los documentos de la III internacional, muchas veces con generalizaciones ahistóricas inadecuadas, pero buscaban y construían respuestas diferentes, historizadas, a las necesidades de su lucha específica; lo cual se hizo evidente hasta la ruptura cuando más adelante alcanzaron enorme desarrollo y autonomía. Al mismo tiempo, en América Latina, aparecían varios intentos “armonizadores” del marxismo con reflexiones revolucionarias propias, no marxistas. Es el caso del combativo comunista salvadoreño Farabundo Martí. Y el de Julio Mella, un joven estudiante universitario cubano, de ascendencia irlandesa, activista incansable, militante comunista, radical reivindicador de José Martí, encarcelado, exiliado y finalmente asesinado en México, a los 25 años de edad. Su escrito “Glosas al pensamiento de José Martí” de 1926, es un reconocido antecedente de la armonización de marxismo y nacionalismo revolucionario que sustenta la Revolución cubana. Ciertamente, su corta, aunque intensa vida, no permitió un mayor desarrollo de su obra. Pero su absoluta adscripción al pensamiento de José Martí, lo llevó precursoramente a vincular el nacionalismo revolucionario de aquel con el internacionalismo “proletario” comunista, delineando importantes pasos hacia a la “historización” del marxismo para América Latina. "no pretendemos implantar en nuestro medio copias serviles de revoluciones hechas para otros hombres, en otros climas... pero seríamos ciegos si negásemos el paso de avance dado por el hombre en el camino de su liberación… La causa del socialismo en general es la causa del momento, en Cuba, en Rusia, en la India, en los Estados Unidos y en la China. En todas partes. El solo obstáculo es saberlo adaptar a la realidad del medio" (Los nuevos libertadores. 1924). Por otro lado, los mismos Marx y Engels, aunque no volvieron a tratar de América Latina, habían variado sus concepciones sobre el rol de los pueblos sin desarrollo capitalista, al menos en Europa, a través del estudio atento y sistemático de la “cuestión nacional” en la lucha irlandesa contra el dominio británico, y en el potencial rol socialista de la comuna agraria en Rusia. Aunque limitados a estos casos específicos, sus desarrollos abrieron puertas y posibilidades teóricas para una armonización del marxismo y las luchas de liberación de los países sin desarrollo capitalista contra los poderes coloniales e imperiales. En su Carta de 1887 a la rusa Vera Zazulish, Marx expone con impecable lucidez y coherencia la idea de que en el análisis de su monumental obra, “El Capital”, ha “…restringido expresamente la ‘fatalidad histórica’ de este movimiento” a los países de

114

Europa Occidental. Es decir, a las sociedades históricas concretas a que se refirió el análisis y no a la generalidad de otras sociedades. Se muestra convencido de que Rusia tiene y está en riesgo de desperdiciar “…la más hermosa ocasión que la historia ha ofrecido jamás a un pueblo para esquivar todas las fatales vicisitudes del régimen capitalista.” Incluso, critica a quienes sostienen la generalización ahistórica de aquellas tesis del “Capital” para negar esa posibilidad rusa de “esquivar” la fatal necesidad de la etapa capitalista y pasar, sin ella, al socialismo: “Si los aficionados rusos al sistema capitalista negasen la posibilidad teórica de tal evolución, yo les preguntaría: ¿acaso ha tenido Rusia que pasar, lo mismo que el Occidente, por un largo período de incubación de la industria mecánica, para emplear las máquinas, los buques de vapor, los ferrocarriles, etc.?” (Ibíd.). Federico Engels, lejos de la matriz desarrollista en sus comentarios sobre la guerra de Texas en 1848, escribía en comentarios a su viaje a Irlanda de 1856: "La llamada libertad de los ciudadanos ingleses se funda en la opresión de las colonias". Denunciaba el “complejo de inferioridad colonial” usado por Inglaterra para sostener la dominación y criticaba las supuestas “condiciones naturales” que justificaban el orden colonial: "Hoy Inglaterra necesita trigo en condiciones de rapidez y seguridad. Irlanda parece hecha para el cultivo del trigo. Mañana, Inglaterra necesita carne, e Irlanda es apta solamente para la crianza del ganado". Por su parte, Marx, en carta a Engels, del 2 de noviembre de 1867, escribe: “Yo acostumbraba a pensar que la separación de Irlanda de Inglaterra era imposible. Ahora creo que es inevitable." Y dos años después, en diciembre de 1869: "...Durante muchos años creí que sería posible derrocar el régimen irlandés por el ascendente de la clase obrera inglesa... pero un estudio más profundo me ha convencido de que la clase obrera inglesa nunca hará nada mientras no se libre de Irlanda. La palanca esta en Irlanda." Más aún, en comunicación al Consejo General de la Internacional, en marzo de 1870, citando al Inca Yupanqui, al que había descubierto en sus estudios de las Cortes de Cádiz en la Biblioteca del Museo británico, señala: “…Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre… la condición preliminar de la emancipación de la clase obrera inglesa es la transformación de la actual unión coercitiva, es decir, del avasallamiento de Irlanda, en alianza igual y libre, si es posible, o en una separación completa, si hace falta”. La importancia de este cauce abierto por Marx y Engels puede comprenderse al constatar que entonces el mundo entero se estaba, por decirlo así, “irlandizando” en una trama de luchas anticoloniales y expansiones imperialistas, que llevarían a Lenin, cerca de 50 años más tarde, en 1916, a elaborar su crucial trabajo El imperialismo, fase superior del capitalismo.

115

XV.- MARIÁTEGUI__________________________

Pertrechado con un conocimiento colosal, casi exhaustivo, de los debates marxistas, pero además, y muy importante, de todas las demás corrientes del conocimiento contemporáneo de su época, un joven y autodidacta intelectual peruano, convertido en marxista, retornará de Europa al Perú, en 1923, para proceder a una sistemática historización del marxismo. Su práctica y la obra resultante constituyen un hito crucial en el largo parto de un pensamiento propio en América Latina. Que habrá de realizarse expresamente contra las generalizaciones ahistóricas de la teoría revolucionaria a la región.

Peruanizar el marxismo

Franz Tamayo, un gran amauta boliviano, refiriéndose al sistema educativo de su época, escribió en 1910: “Hasta ahora esta ha sido una pedagogía facilísima, pues no ha habido otra labor que la de copia y de calco, y ni siquiera se ha plagiado un modelo único, sino que se ha tomado una idea en Francia o un programa en Alemania, o viceversa, sin darse siempre cuenta de las razones de ser de cada uno de esos países…”. Se sabe que Mariátegui conoció este ensayo y muy probablemente lo tomó para aplicarlo a su ya famoso programa sobre el marxismo, expuesto 18 años después en la revista Amauta: “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva” (Aniversario y balance. Revista Amauta.1928). "El marxismo, donde se ha mostrado revolucionario -vale decir donde ha sido marxismo- no ha obedecido nunca a un determinismo pasivo y rígido" (Defensa del Marxismo.1929). Es la historización, o “peruanización” del marxismo, para parafrasear otra de sus frases célebres: “peruanicemos el Perú” (1924). Ya antes, en 1910, el gran amauta mexicano, Justo Sierra había llamado a la universidad de su país a "Nacionalizar la ciencia, mexicanizar el saber". Para ello, contará Mariátegui con la base fundamental de una bien definida y crucial concepción instrumental del marxismo. Conformada esencialmente por 3 elementos interactuantes: 1) Como un método de interpretación de la realidad, no atado a ninguna conclusión a priori. 2) Como un método y una fuente de insumos para la organización, la acción y la mística revolucionarias. 3) Como una corriente filosófica historizada e historizable, es decir, perfectamente armonizable y enriquecible con múltiples e inagotables otras corrientes y aportes de pensamiento. “el marxismo… es un método fundamentalmente dialéctico. Esto es, un método que se apoya íntegramente en la realidad, en los hechos. No es, como algunos erróneamente suponen, un cuerpo de principios de consecuencias rígidas, iguales para todos los climas históricos y todas las latitudes sociales… El marxismo, en cada país, en cada pueblo, opera y acciona sobre el ambiente, sobre el medio, sin descuidar ninguna de sus modalidades" (Mensaje al Congreso Obrero. 1927). Del enorme potencial creativo de ese núcleo instrumental, nacerán sus innumerables “análisis concretos de las realidades concretas” que abarcarán desde la economía a la religiosidad, pasando por la literatura y casi todos los temas sociales de su tiempo. Su intensa trayectoria, a pesar de su breve vida de 36 años, incluye innumerables

116

artículos para diversos periódicos y revistas, la creación de históricas entidades gremiales y políticas, y una incansable actividad de formación y organización. Sólo en el año 1928, uno de los más productivos, realizó la fundación del “Partido Socialista Peruano”, del cual será el primer secretario general; la fundación del periódico “Labor” de la “Central de Trabajadores”, también creada por él; y la publicación de su obra más acabada y trascendente, “Siete ensayos de Interpretación de la realidad Peruana”.

Los desencuentros

En el mismo movimiento, deberá superar las limitaciones, incomprensiones y a veces acerba oposición, que, justamente por falta de historicidad, presentaba muchas veces la política oficial y oficiosa del comunismo internacional. La insistencia en el carácter obrero del partido, de la principal fuerza y de los escenarios principales de la lucha revolucionaria, aunque en muchos países, como Perú, China y otros, la población obrera era escasa y poco relevante en comparación a la abrumadora magnitud y significación del campesinado o los indígenas. La definición de la revolución en América Latina como “antimperialista y antifeudal”, con exclusión de conceptuarla socialista, o peor aún, de inéditas formas, como la de “socialismo indo-americano” de Mariátegui. El uso generalizado de discursos teóricos ya instalados como inapelables y de medidas burocráticas de castigo, como procedimientos que inhibían el debate y la reflexión libre y creativa de la militancia. Todas las cuales facilitaban la separación con los procesos de lucha reales de las mayorías; la falta de conexión con las profundas matrices culturales no marxistas, populares, mágico místicas y prehispánicas; y la incomprensión de las específicas realidades de cada escenario de lucha concreto. Así es posible apreciarlo, por ejemplo, cuando Mariátegui alude a los “soviets” en su defensa de la mística religiosa revolucionaria, concepción a la que había llegado a través del estudio de la “teoría de los mitos” del francés Jorge Sorel. “El socialismo es también una religión, una mística… el hombre contemporáneo tiene necesidad de fe. Y la única fe que puede ocupar su yo profundo, es una fe combativa… ningún espíritu que se siente vacío, desierto, deja de tender, finalmente, hacia un mito, hacia una creencia…La fuerza de los revolucionarios no esta en su ciencia; esta en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito… La emoción revolucionaria es una emoción religiosa… Gonzalez Prada se engañaba...cuando nos pregonaba antirreligiosidad. Hoy sabemos mucho más que en su tiempo sobre la religión... Sabemos que una revolución es siempre religiosa. La palabra religión tiene un nuevo valor, un nuevo sentido. Sirve para algo más que para designar un rito o una iglesia. Poco importa que los soviets escriban en sus afiches de propaganda que ‘la religion es el opio de los pueblos’. El comunismo es esencialmente religioso. Lo que motiva aún equívocos es la vieja acepción del vocablo… Los motivos religiosos se han desplazado del cielo a la tierra. No son divinos: son humanos, son sociables” (1928). Cuando Mariátegui escribía estas palabras, habían pasado exactamente 80 años desde que Marx y Engels incluyeran, en el “Manifiesto Comunista”, a los países no capitalistas en la categoría de “bárbaros”. Y se habían realizado cinco congresos de la “Internacional” Comunista, sin que los movimientos comunistas o socialistas latinoamericanos estuvieran presentes o su temática hubiera sido considerada importante, más allá de los Estados Unidos, único país considerado -como lo había proclamado públicamente Engels en sus escritos sobre la agresión imperial a México en 1848 y 1849- civilizado y “civilizador”. Recién ese mismo año 1928, entre julio y septiembre, se realizó el Sexto Congreso de la Internacional Comunista, en Moscú, con la participación, por primera vez, de una delegación de América Latina. Tras un Informe de Nicolás Bujarin, afamado bolchevique ruso, sobre la situación internacional, el delegado brasileño, Fernando Lacerda se sintió obligado a hacer correcciones con

117

estas palabras: “Desearía empezar con una pequeña observación. Se lee en la tesis del camarada Bujarin, que el movimiento comunista ha llegado por primera vez a los países de América Latina. Camaradas, esto no es muy exacto. No es el movimiento comunista el que ha llegado por primera vez a América Latina, es la Internacional Comunista la que por primera vez se ha interesado en el movimiento comunista de América Latina”. Tres fueron los eventos en que Mariátegui y sus planteamientos interactuaron con el comunismo internacional “oficial”, bajo creciente hegemonía soviética. El citado “VI Congreso Internacional Comunista” de 1928 en Moscú. La “I Conferencia Comunista latinoamericana”, organizada por la sección Sudamericana de la Internacional Comunista, en Buenos Aires, Argentina en julio de 1929, y que, en lo sustancial, reproducía el enfoque del VI Congreso. Y el “Congreso constituyente de la Confederación Sindical Latinoamericana” de Montevideo, Uruguay, realizado en medio de los otros dos, en mayo de 1929. En todas ellas, en general, el Buró Sudamericano de la III Internacional y sus secciones “oficiales” criticaron duramente las reflexiones de Mariátegui, las cuales rompían, simultáneamente, con los dos pilares de su mal entendido “internacionalismo”: las incuestionables directivas políticas emanadas en Moscú; y la rígida uniformidad intelectual y teórica, vigilada férreamente por la “organización”; que encarnaba, de hecho, el “cientificismo”, extrema versión del iluminismo moderno y su paradojal “fe absoluta, religiosa” en la ciencia para encontrar una verdad “objetiva, única y excluyente” en todo. La primera y más notoria discrepancia -que, más tarde, y crecida la figura del amauta, ha pretendido ser reducida a una pura cuestión nominal- es la del nombre del Partido de la revolución peruana fundado por él. Los estatutos del movimiento comunista internacional exigían el requisito formal del nombre “Comunista” para ser admitido, pero el partido de Mariátegui se llamaba “Socialista”. Aludiendo a Federico Engels, quien, en una edición alemana del “Manifiesto Comunista” de 1890, relataba como las circunstancias específicas de la política europea lo habían llevado a él y a Marx a nominar “Comunista” el “Manifiesto”, Mariátegui reclamó el mismo derecho a poner nombre propio, de acuerdo a situación y utilidad, a su partido, llegando incluso a anticipar el resurgimiento del concepto como hegemónico a futuro en el ámbito revolucionario. “En Europa, la degeneración parlamentaria y reformista del socialismo ha impuesto, después de la guerra, designaciones específicas. En los pueblos donde ese fenómeno no se ha producido, porque el socialismo aparece recién en su proceso histórico, la vieja y grande palabra conserva intacta su grandeza. La guardará también mañana, cuando las necesidades contingentes y convencionales de demarcación que hoy distinguen prácticas y métodos, hayan desaparecido… Capitalismo o socialismo. Este es el problema de nuestra época” (Aniversario y Balance. 1928). Lo cierto es que el genio creativo e independiente de Mariátegui lo dejaba solo, en un caso que es parecido en muchos aspectos al de Bolívar. Incluso quienes le acompañaron en sus luchas y concepciones centrales, no lograron entenderlas del todo, o no tuvieron el vigor intelectual y político para sostenerlas. Bajo la “autoridad”, finalmente incontrarrestable, de la “Internacional”, especialmente del influjo de su dirección soviética (más tarde disputada por el Partido Comunista chino, albanés y otros), todas sus tesis terminaron derrotadas, al mismo momento de su muerte, y serían “condenadas” oficialmente hasta la década de 1960. Fallece el amauta en abril de 1930 y sólo un mes más tarde, su Partido, bajo la nueva dirección de Eudocio Ravines, cambia el nombre, el programa y los estatutos de acuerdo a la norma de la Internacional. Sólo ocho meses más tarde, el Comité Central, publica el documento Mimeografiado “¡Bajo la Bandera de Lenin! Instructivas sobre la jornada de las tres LLL”. En el se sentencia: “El mariateguismo es una confusión de ideas procedentes de las más diversas fuentes… Antes de haber bebido de la fuente del marxismo y particularmente del leninismo, Mariátegui había conocido del movimiento revolucionario a través de las más diversas tendencias no proletarias. Tuvo grandes errores no sólo teóricos sino también prácticos. Son en realidad muy

118

pocos los puntos de contacto entre el leninismo y el mariateguismo y estos contactos son mas bien incidentales. El mariateguismo confunde el problema nacional con el problema agrario; atribuye al imperialismo y al capitalismo en el Perú una función progresista; sustituye la táctica y la estrategia revolucionarias por el debate y la discusión, etc. Nuestra posición frente al mariateguismo es y tiene que ser de combate implacable e irreconciliable…”. Es sólo el primero de numerosos artículos y “conclusiones” de la época, en revistas y documentos oficiales, que atribuyen, por incomprensión o utilidad maquiavélica, a las tesis del amauta contenidos que no le son propios, para luego condenarlo bajo distintos calificativos muy propios de aquella subcultura cientificista del comunismo soviético. “Mariátegui (fallecido en 1930)…..no pudo librarse íntegramente de los residuos de su pasado aprista. Vaciló en la cuestión de la creación del Partido Comunista como partido de clase del proletariado y no comprendió del todo su significado. Conservó su ilusión sobre el papel revolucionario de la burguesía peruana y subestimó la cuestión nacional indígena, que el identificaba con la cuestión campesina. En el partido peruano, incluso hasta hoy se hacen sentir diversos residuos del mariateguismo, que repercuten en su trabajo práctico” (Documentos preparatorios del VII Congreso de la Internacional Comunista. 1935.) En particular su tesis del “socialismo indoamericano” despertó las mayores oposiciones y enconos, y le generó una pública hostilidad dentro del movimiento comunista. Vladimiro Miroshevski, importante ideólogo del comunismo internacional, y considerado “autoridad” en los temas de América Latina, calificó de “populismo” el pensamiento de Mariátegui. Afirmando que las suyas “…fueron las ideas del “socialismo” pequeñoburgués, una versión especial de populismo adaptada al Perú… los sueños utópicos de un intelectual pequeñoburgués en un país campesino, atrasado” (El “populismo” de Mariátegui en el Perú, papel de Mariátegui en la historia del pensamiento social latinoamericano. Revista cubana “Dialéctica”. Mayo-Junio de 1942). Como en los escritos de Engels sobre la agresión imperial estadounidense a México, y los de Marx sobre Bolívar, vuelve a manifestarse explícitamente la matriz hegemónica que considera imperdonable la discrepancia de intelectuales venidos de países “campesinos” y “atrasados”.

El problema del Indio

En ese contexto, surge el que es considerado el más trascendente de sus trabajos, el del problema indígena del Perú. A contramano de la idea hegemónica y excluyente en el comunismo internacional de que era la clase obrera, sin excepciones, el sujeto y actor principal de toda lucha revolucionaria socialista, Mariátegui llegó a plantear que, en las específicas condiciones históricas del Perú, las comunidades indígenas eran portadoras de un potencial revolucionario socialista decisivo para el país. “La propagación en el Perú de las ideas socialistas ha traído como consecuencia un fuerte movimiento de reivindicación indígena. La nueva generación peruana siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por lo menos no será peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el bienestar de la masa peruana que en sus cuatro quintas partes es indígena y campesina. Este mismo movimiento se manifiesta en el arte y en la literatura nacionales en los cuales se nota una creciente revalorización de las formas y asuntos autóctonos, antes depreciados por el predominio de un espíritu y una mentalidad coloniales españolas” (Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. 1928). Se trataba de una profunda y productiva reflexión propia, completamente nueva y revolucionaria de la historia y del presente de la cuestión indígena para el Perú y el continente. La explícita referencia de Mariátegui al “desprecio” de las “formas y asuntos autóctonos” en base al “predominio de un espíritu y una mentalidad coloniales españolas”, resulta reveladora de la matriz cultural profunda que era, de hecho, común a la del comunismo soviético, el cual, ahora por otras razones, manifestaba igual “desprecio”.

119

En ese enfoque convergían dos elementos complementarios. El primero, la aplicación concreta del marxismo al análisis del problema indígena en el país, relevando la importancia del factor económico social de la propiedad de la tierra, sin la cual toda política indígena resultaba demagógica o superficial, y en cualquier caso ineficaz, para la promoción de estos sectores. “Quienes desde puntos de vista socialistas estudiamos y definimos el problema del indio, empezamos por declarar absolutamente superados los puntos de vista humanitarios o filantrópicos...no nos contentamos con reivindicar el derecho del indio a la educación, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo. Comenzamos por reivindicar, categóricamente su derecho a la tierra y este problema de la tierra se presenta ante todo, como el problema de la liquidación de la feudalidad en el Perú” (Ibíd.). En ese análisis, enriquecía la cuestión económica de la propiedad de la tierra al agregar la importancia de la particular significación religiosa social que ésta tiene también para los indígenas, enfatizándola aún más como elemento imprescindible de una política eficaz en este ámbito. “La tierra ha sido siempre toda la alegría del indio. El indio ha desposado la tierra. Siente que ‘la vida viene de la tierra’ y vuelve a la tierra. Por ende, el indio puede ser indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que sus manos y su aliento labran y fecundan religiosamente” (Ibíd.). El segundo elemento lo constituía el reconocimiento de que las comunidades indígenas andinas del Perú, por sus particularidades históricas, constituían un sujeto histórico potencialmente socialista. “La solución del problema del indio tiene que ser una solución social. Sus realizadores deben ser los propios indios. Este concepto conduce a ver en la reunión de los congresos indígenas un hecho histórico” (Ibíd.). “Las “comunidades”, que han demostrado bajo la opresión mas dura condiciones de resistencia y persistencia realmente asombrosas, representan un factor natural de socialización de la tierra. El indio tiene arraigados los hábitos de cooperación” (El Problema de las razas en América Latina. 1929). El cual venía a coincidir y articularse con la corriente socialista universal, para construir un camino y un tipo de socialismo adecuada a su específica realidad. "Una revolución continúa la tradición de un pueblo, en el sentido de que es una energía creadora de cosas e ideales que incorpora definitivamente a esa tradición enriqueciéndola y acrecentándola...". “El socialismo, en fin, está en la tradición americana. La más avanzada organización comunista, primitiva, que registra la historia, es la incaica” (Aniversario y balance. Revista Amauta.1928). En un todo programático coherente, viable, ello permitía ligar la revolución socialista a las grandes mayorías. Ya Manuel Gonzáles Prada, el precursor filo anarquista de los agitadores modernos del Perú, había dado, sobre este punto, una campanada de aviso: “No forman el verdadero Perú las agrupaciones de criollos y extranjeros que habitan la faja de tierra situada entre el Pacífico y los Andes; la nación está formada por las muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera'' (Discurso del Politeama. 1888). José de la Riva-Agüero, el amauta que recorrió a lomo de mula los Andes para reflexionar al Perú, la reitera en 1912: “La suerte del Perú es inseparable de la del indio, se hunde o se redime con él, pero no le es dado abandonarlo sin suicidarse” (Paisajes peruanos. 1912). Mariátegui la escucha, la desarrolla, la sistematiza: “El problema de los indios es el problema de cuatro millones de peruanos. Es el problema de las tres cuartas partes de la población del Perú. Es el problema de la mayoría. Es el problema de la nacionalidad” (Ibíd.).

Una tarea

Ciertamente, Mariátegui ha alcanzado meritoriamente el estatus de adscripción obligada para todos los movimientos revolucionarios socialistas del continente. Sin embargo, ello involucra el riesgo de obviar su aporte fundamental, intrínseco a toda su práctica de lucha y reflexión: la actitud autónoma, creativa. La “herejía” de buscar respuestas adecuadas propias a las propias e irrepetibles realidades. Contra las

120

coerciones de la matriz hegemónica externa, reputada como superior. En su caso, ya no sólo europea y norteamericana, sino ahora también soviética. Conviene no perder ese legado esencial, para no cometer el error de transformarlo a él mismo, paradojalmente, en una nueva “ortodoxia” negadora de lo nuevo. Es su concepción y su práctica su principal legado. Ella no entrega recetas infalibles, pues, justamente, el mensaje de Mariátegui, es que sólo cada cual, en su realidad histórica, puede elaborar esas recetas, pero sí entrega el criterio fundamental que permite encontrarlas: seriedad, esfuerzo, creación propia. Si bien Mariátegui constituye el puente, el primero riguroso y explícito, de alcances trascendentes, entre el marxismo y el pensamiento propio latinoamericano, falta, sin embargo, en esa tarea la articulación expresa o, cuando menos la explicitación del rol que él le asignaba, del ideario bolivariano. Aunque las coincidencias implícitas entre ambos, Bolívar y Mariátegui, son muchas, y se han establecido en numerosos trabajos, no hay conexiones explícitas de Mariátegui con Bolívar. Poco se sabe y casi nada se ha dicho sobre este silencio en la obra de Mariátegui, el cual resulta casi excepcional entre los pensadores revolucionarios de la región. Hay allí una interesante veta de investigación para explorar los escenarios contextuales, las fuentes bibliográficas y las alusiones y referencias -si las hay- con que Mariátegui ha de haber pensado en Bolívar. Ello constituiría un importante paso en la tarea de reconstrucción de la aviesa trayectoria del largo parto hacia un pensamiento propio latinoamericano, que encuentra en este punto un eslabón perdido, importante en la medida en que ambos pensamientos son, de hecho, materiales principales de la reflexión y prácticas revolucionarias del continente.

121

XVI.- HAYA DE LA TORRE__________________________

Raúl Haya de la Torre, es compañero y más tarde antagonista político por antonomasia de Carlos Mariátegui. Los dos más grandes líderes, ideólogos y fundadores de la política moderna en el Perú. Juntos conformarán, paradojal y complementariamente, la doble vertiente fundamental de la política peruana moderna a lo largo de todo el siglo XX. Base de los más importantes partidos de la izquierda y centro-izquierda peruana, cuyas complejas y polémicas ramificaciones son rastreables, a través de discursos, partidos, facciones y reconversiones políticas, organizaciones de masas, luchas, alzamientos, represiones y masacres, hasta la actualidad. Tal como es posible y se ha distinguido al Marx de la primera época, del de la segunda, respecto del rol histórico de los pueblos sin desarrollo capitalista, también lo es y parece útil, distinguir el pensamiento del primer Raúl Haya de la Torre, antimperialista y antioligárquico, de aquel del segundo momento que capitula a los poderes establecidos. Capitulación compleja, larga y gradual, a través de conspiraciones, luchas armadas, represiones, clandestinidades, alianzas, pactos y finalmente asimilaciones con el sistema democrático formal y oligárquico, que cruzan la biografía de Haya de la Torre con la historia política del Perú, ambas turbulentas. Pero que encuentra su máxima y nítida prolongación en el segundo gobierno aprista de Perú, con Alan García en el año 2006. Completa, explícita y públicamente entregado al servicio neoliberal de la oligarquía y el imperialismo. Incluso, en el extremo de la paradoja, declarado enemigo del bolivarianismo en la región. A pesar de ello, el primer Haya de la Torre aporta y se inscribe, precursora y brillantemente en el siglo XX, en el largo parto del pensamiento propio latinoamericano. Así se lo han reconocido revolucionarios de la talla del presidente venezolano Hugo Chávez. “Quiero aprovechar para saludar la presencia aquí de un soldado peruano que hace varios años condujo lo que uno pudiera llamar una quijotada, un Quijote… Me da mucho gusto saludarlo a Ollanta Humala y a su esposa Nadine. Unos muchachos entregados a esa batalla que nos une, el nacionalismo, el rescate de los recursos naturales, el rescate de la soberanía, enfrentar la amenaza del ALCA, exigir respeto a nuestros pueblos… Coloquen de nuevo las banderas de Bolívar, de Sucre, de San Martín, de Tupác Amaru, de Mariátegui, de Haya de la Torre, de mi general Velasco, de quien nunca olvido su ejemplo y su motivación que en mi alma causó aquel viaje al Perú de unos días de diciembre de 1974. Saludo en ti a la estirpe peruana” (Hugo Chávez. Caracas, Venezuela. 3 de enero. 2006).

El Creador Haya de la Torre es, antes que nada, el gestor de un método de análisis revolucionario, donde combinó un amplio y rico conocimiento del saber universal, pero donde el ejercicio creador era conciente y explícitamente propio, latinoamericano. Como el mismo lo describió en 1928: “recoger y analizar con método científico y con nítido y firme sentido de nuestra realidad”. Ello incluye un profundo estudio y reflexión del marxismo, el cual incluyó la investigación “en terreno” de la revolución bolchevique en Rusia, donde vivió durante ocho meses en 1924, invitado por el entonces equivalente a ministro de educación, Anatoli Lunacharsky, fundador del movimiento de

122

“Cultura Proletaria”, y más tarde representante diplomático de la URSS en la Liga de las Naciones y España. Como Bolívar, Simón Rodríguez y Martí, lo hace, además, en oposición expresa a los que él llama: “nuestros europeizantes obsedidos… la enfermedad de vejez de los veteranos vulgarizadores criollos del socialismo europeo” (1928). En ocasiones, para aquellos que se aferraban a una concepción estática del marxismo, incluso con uso repetitivo y pedante de su nomenclatura conceptual, Haya de la Torre procedió con ironía a “traducir” sus planteamientos. “Hablando con lenguaje europeo diremos –para que nos entiendan los marxistas de diccionario extranjero–…” (1936). Como Mariátegui, concibe el marxismo como instrumental útil y no como camisa de fuerza. “…es menester recordar que existe una profunda diferencia entre el marxismo interpretado coma dogma y el marxismo en su auténtico significado de doctrina filosófica. En aquél, todo es quietismo y parálisis; en éste, todo es dinamismo y renovación. El apotegma inmortal de Heráclito el Oscuro, recogido por Marx a través de Hegel, no debe olvidarse: ‘Todo se mueve, se niega, deviene; todo está en eterno retorno’… En él se funda la dialéctica de la vida y de la historia” (1936). “…el Aprismo fundamenta sus normas de metodización filosófica en el enunciado dialéctico de la negación de la negación. Reconoce así el principio universal del eterno movimiento, cambio o devenir –avizorado por Heráclito y cada día mejor comprobado por los progresos de la ciencia—, como un proceso constante de contradicciones, negaciones y continuidad, pero reconoce también en el marxismo una escuela filosófica sujeta a la misma ley por ella descubierta y perfeccionada” (1935). Agrega a ello un conocimiento, estudio y reflexión profunda y privilegiada de las luchas revolucionarias propias del continente. Fue tempranamente discípulo destacado de Manuel Gonzales Prada, el precursor filo anarquista peruano. Amigo personal de los más grandes intelectuales de su generación, entre ellos César Vallejo, todavía el más grande de los poetas del país. Precoz líder de masas, obrero y estudiantil, elegido máximo representante en varias de sus instancias nacionales. Las vicisitudes de la lucha y la reflexión lo llevaran a los epicentros de las convulsiones políticas y antimperialistas de la región. Panamá, Guatemala, Costa Rica, Cuba, entre muchos otros. Sobre todo, la revolución mexicana, la más grande, popular y arquetípica, un verdadero “laboratorio” donde se expresarían las dinámicas y contradicciones esenciales que atravesarían todo el continente a lo largo del siglo XX, fue su más notable fuente de estudio, acción y reflexión. El partido en que cristalizará su proyecto, el APRA, será una “Alianza Popular Revolucionaria Americana” y se fundará formalmente en México. A ello agregó un estudio profundo y reflexivo de la “teoría de la relatividad” del físico alemán Albert Einstein, a quien conoció personalmente en 1929, durante su destierro europeo. De ella tomó el concepto de “cuarta continuidad dimensional”, llamada “Espacio-tiempo”, para acuñar su propia tesis política del “Espacio Tiempo Histórico”. Reivindicando a partir de ella la necesidad de respuestas propias y diferentes a la construcción socialista, “relativas” a cada situación “espacio temporal”. Lo cual constituyó un acto creador, inscrito en el campo del “historicismo”, y explícitamente realizado contra las generalizaciones ahistóricas de la época, el estalinismo soviético y el nazismo alemán. “Nuestro tiempo y nuestro espacio económicos nos señalan una posición y un camino” (1936). “…cobra diversos aspectos, plantea diversos problemas, impone distintas soluciones” (1932). Un profundo estudio reflexivo de la obra del filosofo de la historia, el inglés Arnoldo Toynbee, le lleva a recoger la idea de éste de que “cada sociedad o civilización depara un campo inteligible del estudio de la historia”, para plantear que cada sociedad o civilización tiene su propio proceso, incluso, a veces, compartiendo proceso con otras civilizaciones, pero a su particular y distinto “ritmo”. Lo que el llama “su intransferible Espacio-Tiempo”. “…El escenario geográfico, base del concepto ‘Espacio histórico’, está condicionado por todas las características físicas que ofrece cada una de las regiones habitables del planeta, pero, además de éstas, por la

123

distancia entre una y otra región, especialmente por las que median entre las menos civilizadas y aquellas que han avanzado más en su evolución y que marcan el índice máximo de progreso. Esta distancia ya no es sólo espacial, es también distancia en el ‘Tiempo histórico’, que no se mide por relojes, vale decir, lapso en su ‘longitud’, ‘que es completamente relativo’” (1948). Sobre esta base de construcción teórica, hecha con el rico aporte de los materiales universales, pero explícitamente autónoma, desarrolló una serie de reflexiones, concepciones y propuestas que representaron, más allá de su acierto o no, un rasgo de independencia “historicista” notable.

Las polémicas En la aplicación de su arsenal conceptual, Haya de la Torre anticipa, muy tempranamente, ideas que hoy son parte de la conciencia generalizada de la intelectualidad progresista y revolucionaria, pero que en su época estaban aún lejos de vislumbrarse. Tal es el caso de su concepción de la crisis de la sociedad capitalista, no sólo como política y económica, sino como epistemológica, civilizatoria, integral. “La revolución que está viviendo el mundo no es solo económica, social y política. Es una revolución cultural y técnica, y, más lejos que eso: es una radical revolución cosmológica. Es decir, qua esta revolución abarca hasta las raíces mismas del conocimiento humano porque ella nos trae la negación de grandes verdades científicas hasta ahora irrecusadas, sobre las cuales habíamos erigido nuestra concepción del mundo, de la naturaleza, del cosmos, del tiempo y del espacio” (1948). A partir de ello, sin complejos, varias décadas antes de su colapso, cuando la aceptación acrítica de la “línea soviética” era un dogma hegemónico en el comunismo internacional, llama al experimento soviético “Capitalismo de Estado adoptado en Rusia” (Ibíd.). Mostrando los errores originarios de Marx y Engels sobre América Latina, los puso en paralelo con los del nazismo alemán, cuya influencia estaba entonces muy extendida en el continente, a pesar de que su ideario racista, expresamente, menospreciaba a las etnias latinoamericanas. Mostrando que ambos respondían a la profunda matriz cultural hegemónica europea que consideraba a estos pueblos simplemente incapaces de jugar un rol histórico activo como sujetos protagónicos de la reflexión y construcción social (El antimperialismo y el APRA. Nota de la Tercera Edición. 1970). En su polémica con Lenin, sobre el imperialismo (la tuvo sobre otros temas también), Haya reconocía que éste era la “fase superior” o “última” del capitalismo en Europa y Estados Unidos, como afirmaba el líder soviético, pero que, por el contrario, en –y para- América Latina –siguiendo su aplicación política de la teoría de la relatividad de Einstein- venía a ser, de hecho, la “primera” fase del capitalismo. Su conclusión estratégica para la lucha antimperialista del continente, actualizó el rol fundamental del Estado, alrededor del cual Bolívar polemizó con las oligarquías y fue calumniado como autoritario por éstas. “Porque es inobjetable que en nuestros países no hay otra forma de luchar contra el imperialismo que por movimientos políticos, de frente único, que aseguren la soberanía nacional instaurando un nuevo sistema económico. La organización de la producción sobre nuevas bases cooperativas es la defensa contra el imperialismo. ¿Cómo organizarla? De acuerdo con la realidad económica en cada estado o región indoamericana… aprovechada en beneficio de la liberación nacional. Deben sumarse a las defensas del Estado antimperialista… bajo el férreo contralor del Estado antimperialista. Recordemos que la lucha económica contra el imperialismo en el país que se independiza tiene que convertir al Estado en su fortaleza defensiva. Todas las clases afectadas por el imperialismo contribuirán lógicamente a esta defensa. Las clases medias, las primeras víctimas de la ofensiva económica imperialista, tendrán, consecuentemente, ante sí esta disyuntiva: o caer aplastadas bajo el monopolio imperialista o ser controladas por el Estado Antimperialista. Económica y políticamente, más ventajas les ofrece la segunda situación... -el Estado Antimperialista es un Estado de transición siempre en

124

progreso–, las clases medias aún bajo el contralor estatal, han de contar con más seguridad y libertad efectivas, que bajo la presión imperialista que las sacrifica inexorablemente, como condición para su crecimiento incesante y monopolizador” (1936). ¿Cuánto de esa mirada anticipa, por ejemplo, desarrollos teóricos latinoamericanos posteriores, tan notables y ricos como la “Teoría de la Dependencia” y el “desarrollismo” de la CEPAL, a mediados del siglo XX, o las actuales construcciones revolucionarias en Venezuela y Bolivia, a principios del XXI? Particularmente vigente en la actualidad es su análisis y develamiento ideológico del argumento pro imperialista de la necesidad inevitable de captar “inversiones” de capital trasnacional a como dé lugar y sin condiciones. “Los defensores del imperialismo se parapetan en un razonamiento elemental que no debemos pasar por alto: ‘Nuestros países necesitan capitales –dicen– y hay que dar entrada a éstos, vengan de donde vengan y vengan como vengan’. ¿Quién no ha oído en Indoamérica expresiones semejantes en la oratoria chata de nuestros politicastros y tiranos, en el lenguaje convencional de nuestros mercaderes…? La afirmación es aparentemente inobjetable. Los países indoamericanos ofrecen ancho campo para la explotación de la riqueza, y todo lo que en ellos realmente representa progreso, técnica, industrialismo, forma superada de trabajo, se debe a los capitales extranjeros. Nadie puede negar entonces –así razonan sin citar a Perogrullo– que la inmigración de capitales nos sea absolutamente indispensable y que, si eso es el imperialismo, no debamos sentirnos felices con él. Vale… encarar la afirmación tal como es generalmente formulada, pero dividiéndola en dos partes y respondiendo a ellas separadamente. ¿Nuestros países necesitan de capitales? La respuesta es afirmativa: Sí. Si los necesitan, ¿hay que darles entrada vengan de donde vengan y vengan como vengan? La respuesta es negativa: No… En tanto que el sistema capitalista impere en el mundo, los pueblos de Indoamérica, como todos los económicamente retrasados, tienen que recibir capitales del extranjero y tratar con ellos…. mientras el capitalismo subsista como sistema dominante en los países más avanzados, tendremos que tratar con el capitalismo. ¿Cómo tratar? He ahí la gran cuestión. Es evidente que bajo el prejuicio de que ‘nuestros países necesitan capitales vengan de donde vengan y vengan como vengan’, Indoamérica los ha recibido siempre sin condiciones. ¡Sin condiciones de su parte, pero sometiéndose a muy duras por parte y para beneficio de los capitales inmigrantes! Y este sometimiento y esta incondicionalidad unilateral se han debido sin duda a la ignorancia de las leyes económicas que presiden la exportación de capitales, totalmente desconocidas para nuestros “estadistas”… Por eso, el imperialismo ha creado el fetiche del capital extranjero, mesiánico, redentor e infinitamente generoso. No es difícil saber que el capital moderno que busca, fuera del país de origen, campos de provechosa inversión, medios de acrecentarse, no emigra por hacer el bien; por contribuir al progreso mundial, por atracción de aventura o por patriótico ensueño de llevar lejos su bandera, su cultura y su lengua. La emigración del capital se produce obedeciendo a una ley económica tan imperiosa como la que impele a recibirlo a los pueblos no económicamente desarrollados… ‘demanda incondicional’. Los capitales inmigrados a nuestros países no resultan así fuerzas de progreso, resortes de liberación, sino cadenas de esclavitud. Detrás de cada capital está un contrato, una concesión, cuando no un tratado diplomático. Las cláusulas de esos convenios están inspiradas en tácita premisa de incondicionalidad… la cándida tesis de los gobernantes feudales súbditos del imperialismo que proclaman ‘todo capital es bueno’, se opone la antítesis de los radicales intonsos: ‘no necesitamos capitales’. La síntesis aprista enuncia que mientras subsista el presente orden económico en el mundo, hay capitales necesarios y buenos y otros innecesarios y peligrosos. Que es el Estado y sólo él –el Estado Antimperialista–, el que debe controlar las inversiones de capitales bajo estrictas condiciones, afirmadas en la necesidad que obliga al capital excedente de los grandes centros industriales a emigrar. La etapa capitalista debe, pues, cumplirse en nuestros países bajo la égida del Estado Antimperialista” (1936).

125

La continentalidad Finalmente, Haya de la primera época inscribió explícitamente su reflexión y su lucha en el ideario de Bolívar, de radical unidad continental. “Los Estados Desunidos del Sur son conjunto de naciones envenenadas por odios de campanario, anclados en el revanchismo … Por eso el Aprismo levanta su bandera de hermandad: unión de países, para crear la Indoamérica poderosa que soñó Bolívar… Quien carezca de conciencia indoamericana, no es aprista. O los países nos unimos, por encima de odios caínistas, o seguiremos siendo explotados por todos los imperialismos que asoman a la historia. El Aprismo es —debe ser y será— hermandad continental. Quien intente retardar esta hermandad: llamadlo todo, menos aprista… A quien no lo entiende así, llamadlo todo, menos aprista” (Ignacio campos. Coloquios de Haya de la Torre. I. Nº 31. Pág. 49). “El APRA… es el partido continental antiimperialista e integracionista de la gran nación latinoamericana –que los apristas llamamos Indoamerica- y que el genio del libertador Simón Bolívar quiso unir… El integracionismo latino o indoamericano que bajo la égida gloriosa bolivariana fue el supremo ideal de la Revolución de la Independencia, incumplida con la desunión de nuestros pueblos distanciados por paralizantes nacionalismos chicos, es hoy el imperativo histórico, realista e ineludible de nuestro común destino. Alcanzarlo es tarea que en lo fundamental corresponde a los latinoamericanos mismos…” (Notas a la quinta edición del antimperialismo y el APRA. Venezuela. 1976). Más aún, anticipando brillantamente las crisis que a principios del siglo XXI atravesarían los bloques sub regionales de Sudaméica, el MERCOSUR y la CAN, describe la dinámica de “necesaria solidaridad económica” entre los países de la región, que hace que un acto “formal y aparentemente soberano” de una de ellas ponga, de hecho, en entredicho la soberanía del conjunto, por lo cual tal “soberanía individual” debía articularse y encontrar límites en la comunidad material de intereses del conjunto: “Pero desde un punto de vista indoamericano o antimperialista –dividiendo a la América entre la América que explota y la América explotada, entre la América imperialista y la América imperializada y rechazando automáticamente la concepción panamericanista, que es imperialista-, encontramos que, entre los pueblos indoamericanos, la limitación de la soberanía en nombre de los intereses comunes de pueblos amenazados por un mismo peligro, es procedente y necesaria. Así como en el orden individual un contrato entre un propietario o capitalista grande o pequeño latinoamericano y un capitalista yanqui, no es un contrato privado, así también un contrato público entre cualquiera de nuestros países y los Estados Unidos, tampoco es un contrato que incumba exclusivamente a los países contratantes. Me explicaré tomando cualquier ejemplo histórico… Panamá, facturada en república ad hoc, en uso de su flamante soberanía contrata con los Estados Unidos y cede la Zona del Canal. Teóricamente ese negocio es algo absolutamente exclusivo entre los dos países contratantes. Si analizamos los principios de soberanía nacional y de capacidad contractual de los estados libres, nada tendremos que objetar. Pero si ahondamos en la cuestión y vemos que históricamente la cesión del Canal de Panamá compromete a toda Indoamérica económicamente –porque Panamá deviene baluarte económico y militar del imperialismo– entonces tendríamos que pensar que la limitación de soberanía absoluta de Panamá para contratar la cesión de la Zona del Canal implicaba un derecho –derecho de los intereses de la comunidad de naciones indoamericanas–, cuyo ejercicio las habría alejado de un peligro… devienen intereses públicos, y en el concepto de los portavoces del imperialismo norteamericano, ‘intereses que los Estados Unidos no pueden renunciar a defender’… Es humano creer que siempre nuestros intereses están en peligro y que nunca están suficientemente defendidos. Ésta es la ley de los usureros y de los avaros, a la que el Tío Sam no escapa… veremos mil veces repetidas, cada vez más en grande, la historia de Haití, Santo Domingo, Honduras, Cuba y esta palpitante y dolorosa de Nicaragua en la que la

126

perfidia y la brutalidad implacables del imperialismo tienen los caracteres de una prueba plena. La cuestión no está, ni en el ‘peligro’ de los intereses del imperialismo ni en la ‘defensa’ de ellos. La cuestión está en los intereses mismos. Al crearse esos intereses por el libre arbitrio privado o público del individuo, como tal, o del Estado como entidad soberana, se está creando, a la vez, un derecho de apreciación de ‘peligro’ y de ‘defensa’ de esos intereses cuya estimativa y consecuencias se proyectan no solamente sobre el individuo o el Estado contratantes, sino sobre el conjunto de países cuya comunidad de intereses queda comprometida con cada avance del enemigo común, venga de donde viniere. Recordemos, además, que el imperialismo va estableciendo su literatura jurídica, sus códigos, ejecutorias, etc., y que el precedente es su mejor fuerza. La cuestión de la limitación de la libertad individual y de la soberanía de cada Estado en nombre de los intereses de los demás es primordial… la resuelve con claridad y con realismo, dando el poder de contralor total al Estado y planteando el principio de la federalización de Estados indoamericanos. Mientras se alcanza tal objetivo, la tendencia a coordinar una dirección política común –base de la unidad económica y paso hacia la unidad integral–, aparece como la tarea inmediata…” (1936).

127

XVII.- PRONTUARIO DE UN CONTINENTALICIDIO__________________________

Los primeros colonos ingleses llegados a Norteamérica eran “puritanos”, es decir, religiosos protestantes, convencidos que los nuevos territorios que invadían eran una “tierra prometida”, y que conquistarla era una “misión divina”. En 1630, uno de ellos, el ministro Juan Cotton, escribió: "Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del Cielo como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella. En este caso tendrán derecho a entablar, legalmente, una guerra con ellos así como a someterlos". Los nacientes Estados Unidos, incubaban desde la gestación el virus expansionista. Surgieron y se desarrollaron sobre el absoluto genocidio de los pueblos originarios. Primero exterminarían a los pueblos Delaware, Iroquois, Seneca, Cayuga, Mohawk, Algonquin, Cherokees, Miccussukis, Powhatans. En su expansión hacia el oeste completarían la “limpieza étnica” con los Pawnee, Cheyenne, Sioux, Black Foot, Arapaho, Navajo, Kiowa, Apache, Comanche, Crow, Flat Nead, Nez Perce, ShoShone, Mojave, Miwok, Modoc. En los territorios de Florida y los mexicanos anexionados, a los Seminolas, Paiutes y Cahuillas. De un estimado de veinte millones de indígenas norteamericanos a la llegada de los colonos europeos, sólo quedan -y eso después de una lenta recuperación a partir de la década de 1970- dos millones en la actualidad. Al exterminio de los pueblos originarios del norte, seguiría la dominación de los ubicados en los territorios del sur. Apenas reconocida la independencia de los nuevos Estados Unidos, por el tratado de París de 1783, Tomás Jefferson, uno de sus “padres fundadores” y su principal ideólogo, definió su política hacia los territorios del sur: “…Por el momento aquellos países se encuentran en las mejores manos, y sólo temo que éstas resulten demasiado débiles para mantenerlos sujetos hasta que nuestra población haya crecido lo suficiente para írselos arrebatando pedazo a pedazo”. Y el mismo Jefferson, ya presidente del país, declaró: “Aunque nuestros actuales intereses nos restrinjan dentro de nuestros límites, es imposible dejar de prever lo que vendrá cuando nuestra rápida multiplicación se extienda más allá de dichos límites, hasta cubrir por entero el Continente del Norte, si no es que también el del Sur, con gente hablando el mismo idioma, gobernada en forma similar y con leyes similares...” (1801). Frente al estallido de la revolución anti colonial en toda América, especialmente, en Haití, peligroso y demasiado cercano foco de contagio anti esclavista, la democracia esclavista norteamericana mantuvo una neutralidad interesada. Primero, en socavar el dominio de los viejos imperios europeos en la zona. Segundo, en combatir también cualquier intento auténticamente independiente por parte de los revolucionarios suramericanos y más tarde de las nacientes repúblicas. Ya en 1811, el congreso norteamericano, aprovechando la debilidad de España sobre su colonia en La Florida, y su ocupación de hecho por tropas norteamericanas, dictaminó la “Resolución de no transferencia”, según la cual, no permitirían que la Florida pasara a otras manos europeas distintas a las de España. Una expedición bolivariana, donde se encontraban los venezolanos Pedro Gual y Germán Roscio, agita la insurrección independentista de España, declarando la independencia de La Florida y dándose una constitución republicana, en junio de 1817. Dos meses después, fuerzas conjuntas de Estados Unidos y España expulsan la expedición y anulan la independencia. Poco después, un pago en dinero efectivo formaliza el “traspaso” de la Florida de manos españolas a manos norteamericanas.

128

En 1823, esa política se extendió formalmente a toda América y el Caribe, a través de lo que se conoció como “Doctrina Monroe”, cuyo lema fue: “América para los americanos”, declarada expresamente en un discurso pronunciado aquel año por el presidente Jaime Monroe. En lo fundamental, establecía que los Estados Unidos, a partir de la fecha no reconocían ni tolerarían injerencia ninguna de otros poderes europeos en toda la región americana. Aunque discursivamente presentada como favorable a la no intervención, fue, de hecho, instrumento del expansionismo estadounidense. Respecto de las colonias europeas ya existentes, y ante las luchas de independencia contra ellas, se declaraban oficialmente “neutrales”. Sin embargo, esa neutralidad consistió, de hecho, en apoyar el dominio de los poderes coloniales en todos aquellos territorios que no tuvieran fuerza para anexarse inmediatamente o someter a su influencia. Si ese era el caso, agitaban y manipulaban la revolución anticolonial para sus propios fines. Sobre las tesis de la “Doctrina Monroe”, un afamado publicista de la época, Juan O’Sullivan, agitó una virulenta campaña mediática para apurar la anexión de los territorios mexicanos. Para ello, retomó la vieja tradición ideológica puritana de la misión divina. En un artículo que publicó en Nueva York en 1845, titulado “Anexión”, escribió: "el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino". En un segundo articulo del mismo año, añadió: "Y esta demanda esta basada en el derecho de nuestro destino manifiesto a poseer todo el continente que nos ha dado la providencia para desarrollar nuestro gran cometido de libertad, y autogobierno". Desde entonces, se conoce su tesis como el “Destino Manifiesto”, complemento filosófico religioso de la política contenida en la “Doctrina Monroe”. La cual daría paso a nuevos desarrollos de ella misma, conocidos como “Corolarios”, los cuales se agregarían para adaptar a las nuevas circunstancias este ideario de la infamia en las décadas futuras.

Antimperialismo propio

Simón Bolívar, tempranamente, había identificado esa política. En plena lucha por la independencia, se refiere a las medidas legales en Estados Unidos hacia el conflicto, comentando la “…conducta de los Estados Unidos del Norte con respecto a los independientes del Sur, y de las rigurosas leyes promulgadas con el objeto de impedir toda especie de auxilios que pudiéramos procurarnos allí. Contra la lenidad de las leyes americanas se ha visto imponer una pena de diez años de prisión y diez mil pesos de multa, que equivale a la de muerte, contra los virtuosos ciudadanos que quisieron proteger nuestra causa, la causa de la justicia, y de la libertad, la causa de América… Mr. Corbett ha demostrado plenamente en su semanario la parcialidad de los Estados Unidos a favor de la España en la contienda” (20 de agosto. 1818). “Jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros, ya ven decidida la suerte de las cosas, y con protestas y ofertas, quién sabe si falsas, nos quieren lisonjear para intimar a los españoles y hacerles entrar en sus intereses” (25 de mayo. 1820). Una vez lograda la independencia del continente, intenta esforzadamente crear la “Confederación Sudaméricana”, llamando al Congreso Unitario de Panamá. Expresamente, aunque había aceptado como una necesidad de la situación la posibilidad de ofrecer el ingreso a Inglaterra para frenar las pretensiones de reconquista de España, excluye de la convocatoria a los Estados Unidos, cuyo expansionismo era el mayor peligro inmediato evidente. Francisco de Paula Santander, quien desde su cargo de presidente de Colombia ya se muestra traidor del proyecto antimperialista de Bolívar y estrecho conspirador pronorteamericano, contrariando sus indicaciones, los incluirá en la Convocatoria. Bolívar le escribe,

129

refiriéndose a los norteamericanos como “regatones”, comerciantes regateadores de precios: “Nunca me he atrevido a decir a usted lo que pensaba de sus mensajes, que yo conozco muy bien que son perfectos, pero que no me gustan, porque se parecen a los del Presidente de los regatones americanos. Aborrezco a ese canalla, de tal modo, que no quisiera que se dijera que un colombiano hacía nada como ellos” (21 de octubre. 1825). “Y así, yo recomiendo a usted que haga tener la mayor vigilancia sobre estos americanos que frecuentan las costas: son capaces de vender a Colombia por un real si la tuvieran” (13 de Junio. 1826). Santander, en acuerdo con sus aliados norteamericanos, no sólo los invitó a ellos, sino que extendió la invitación a Brasil como miembro y Holanda, como observador. Ello debilitaba la iniciativa, pues Brasil, que era imperio esclavista portugués, estaba en pugnas fronterizas con Argentina y Bolivia. Asimismo, intentaba alarmar a Bolívar con las aprehensiones de los poderes fácticos europeos respecto de su ideario antimperialista y popular, considerado extremo en la época: "En Europa ha comenzado a alarmar la Confederación Americana; el ministro Canning llamó a Hurtado parta preguntarle ‘cual sería el verdadero objeto de ella’ pues se decía que se iba a hacer una liga contra Europa, y que se trataba de desquiciar al Imperio de Brasil para convertir a toda América en estados populares" (Carta de Santander a Bolívar. 1826). Finalmente, la mayoría de los convocados no asistió y la organización y acuerdos fueron un desastre. Particularmente, las potencias coloniales europeas y norteamericanas sabotearon la iniciativa, no sólo por el potencial obstáculo que una futura federación fuerte habría representado a sus voraces apetitos de dominación comercial, sino porque en el Plan de la Confederación de Bolívar estaban expresas e inmediatas, dos medidas que afectaban gravemente sus intereses: la abolición de la esclavitud, y la independencia de Cuba y Puerto Rico. Y Bolívar tenía razón. Aunque caía traicionado y derrotado por las intrigas de los poderes fácticos extranjeros y sus serviles elites criollas. “En Filadelfia se está imprimiendo una obra contra la Constitución boliviana", celebraba, lleno de alegría, el peor de todos los traidores, Francisco de Paula Santander, en 1827. Vencido el proyecto propio, se impuso, otra vez, el orden foráneo, el andamiaje, actualizado y más sutil, del saqueo y la subordinación, la matriz ajena y perjudicial, presentada como “Acuerdo” de las partes. Cuya permanencia y actualización denunció con lucidez el Presidente de Ecuador Rafael Correa: “La política económica seguida por Ecuador desde finales de los ochenta se enmarcó fielmente en el paradigma de desarrollo dominante en América Latina, llamado ‘neoliberalismo’, con las inconsistencias propias de la corrupción, necesidad de mantener la subordinación económica y exigencia de servir la deuda externa. Todo este recetario de políticas obedeció al llamado ‘Consenso de Washington’, supuesto consenso en el que, para vergüenza de América Latina, ni siquiera participamos los latinoamericanos. Sin embargo, dichas “políticas” no fueron solo impuestas, sino también agenciosamente aplaudidas, sin reflexión alguna, por nuestras élites y tecnocracias” (Discurso de asunción. Quito, Ecuador. 15 de enero. 2007). Desaparecido Bolívar, sus compañeros y el peligroso incendio de su proyecto antimperialista, aquella sociedad norteamericana que había sido vista como ejemplo revolucionario por los precursores de la independencia, e invocada como modelo “democrático” por los enemigos de Bolívar para combatir su genio libertario y autónomo, acusándolo de “autoritario”, clavaría sus ávidas fauces en el territorio y la identidad de Latinoamérica. Lo haría, sin embargo, enfrentando permanente y feroz resistencia. Innumerables hijos de Bolívar, alimentados de su precursor pensamiento antimperialista, mantendrían vivo su proyecto y su esperanza. Cimentando, a lo largo de dos siglos, una tradición de acción y reflexión que, aunque enriquecida con aportes universales como los del marxismo, es auténticamente propia y original, y, justamente por serlo, resurgió con fuerza a pesar del fracaso del movimiento comunista internacional de base europea, mostrándose, por el contrario, fortalecida a inicios del siglo XXI.

130

Siglo XIX

La pujanza comercial y la agresiva política geoestratégica de los nacientes Estados Unidos se convertirían en un verdadero “virus”, cuya insaciable expansión sería la plaga de los siguientes dos siglos y la mayor amenaza para los pueblos al sur de sus incontinentes fronteras. Una plaga que combinará eficientemente las agresiones e invasiones militares, la formación de ejércitos subordinados, las conspiraciones, la compra de elites antipatriotas, los tratados ventajosos, los chantajes comerciales, las leguleyadas internacionales, las falsificaciones históricas y las maquinarias mediáticas e ideológicas. Al mismo tiempo, sobre todo inicialmente, pero extendiéndose incluso hasta en la guerra de Malvinas que Inglaterra libró contra Argentina en 1982, los Estados Unidos combinarán una política de choques, enfrentamientos, alianzas, negociaciones y complicidades, según sea el caso, con otros imperios y poderes expansionistas en la región, especialmente, Inglaterra, Francia, Holanda y Portugal. Geométricamente, cada dos décadas, a partir de su independencia, los Estados Unidos fueron duplicando su anterior territorio. En 1783, por el Tratado de París, que reconoció su independencia, adquirió la margen oriental del Río Missisipi, elevando al doble la superficie de sus 13 colonias originales. En 1803, compra los territorios de Louisiana, doblando la superficie anterior. Para 1848, al finalizar la guerra a México, y sumando los territorios ya obtenidos en la cesión de la Florida por parte de España (1821), la anexión de Texas y el Tratado de Oregón con Inglaterra (1846), una vez más, vuelve a duplicar su territorio anterior. En ese camino, los territorios ubicados al sur, México, Centroamérica, el Caribe, y Sudamérica, fueron, muy tempranamente, objeto de sus intervenciones y latrocinios. Ya sea por razones de avidez comercial, disputas o complicidades geoestratégicas con otros poderes europeos, conjuras contra el peligro de proyectos antimperialistas, o simplemente para aprovechar las “oportunidades” brindadas por los desordenes políticos internos de las inestables repúblicas oligárquicas sureñas. En sus primeros años de expansionismo hacia la región, Estados Unidos ensaya todavía viejas tácticas de piratería, al estilo del afamado Sir Francis Drake, mercenario de la reina Isabel de Inglaterra, quien lo usó para sabotear, “no oficialmente”, el dominio marítimo de imperios coloniales rivales. Modernos corsarios norteamericanos realizaron tentativas anti españolas similares en Centroamérica en los primeros años del siglo XIX. El último y más renombrado de ellos, fue Wiliam Walker, primero mercenario a sueldo del multimillonario estadounidense Cornelius Vanderbilt y que operó, más tarde, mitad oficiosamente para el gobierno norteamericano, mitad independientemente. En 1856, invadió Nicaragua, con el apoyo “no oficial” de unidades de la Marina de guerra estadounidense que ocupaban el puerto de San Juan del Norte en ese mismo país y se proclamó “Presidente de Nicaragua”, restableciendo la esclavitud en el país. Derrotado al año siguiente, por fuerzas centroamericanas unidas, bajo el mando del entonces presidente costarricense Juan Rafael Mora, huye a bordo de una goleta de guerra estadounidense. En 1860, el filibustero invade, esta vez, Honduras, donde fue derrotado y ejecutado. A partir de entonces, la potencia del norte elabora una política más “legítima” e institucional para formalizar su hegemonía en la región, a través del “Panamericanismo”, la supuesta comunión de realidades e intereses entre si y los demás países al sur. En 1889, se realiza la “Primera Conferencia de la Naciones Americanas”, en Washington. Ella no logró sus objetivos puntuales, entre ellos, un sistema monetario común y obligatorio, bajo su dirección, el cual fue combatido y derrotado por el patriota revolucionario cubano José Martí, representante de Uruguay en las tratativas. Sin embargo, abrieron el camino para otras conferencias, y finalmente instalar el andamiaje “panamericano” a través del cual ha ejercido su

131

hegemonía hasta hoy, “legitimando” sus agresiones militares, anexiones territoriales y saqueos comerciales. El primero en sentir la garra norteamericana fue México, a quien arrebató Texas, California, Colorado, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah y parte de Wyoming, entre 1845 y 1848. Más de 2 millones de kilómetros cuadrados, la mitad del territorio mexicano. Allí se acuñó la palabra “gringo”, del inglés “Green go”, “lárgate verde”, pintado en los muros en alusión al uniforme verde de las tropas intervencionistas norteamericanas en la época. Y también el dicho popular: “Pobrecito México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Muy pronto, siguieron Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. El siglo XIX, fue el siglo del voraz estreno de la expansión de los Estados Unidos. La “Doctrina Monroe” y el “Destino manifiesto” en plena operación. Siguiendo lo que se nominó como la doctrina del “Gran garrote”, sólo entre 1845 y 1900, cometieron al menos 64 intervenciones directas en América Latina. Agredieron militarmente a Honduras (Isla Tigre, 1867), Haití (20 veces entre 1865 y 1900), y República Dominicana (1870). Ocuparon militarmente, con desembarco de sus “marines”, el territorio de varias ciudades. Panamá, entonces perteneciente a Colombia (1868, dos veces en 1873, 1885, y 1895), y Colón (1885) en el mismo país. En Nicaragua, Managua (1867), Blufield (1895 y 1899), Corinto (1896), y San Juan del Sur (1898 y 1899). En Uruguay, Montevideo (1868). En Argentina, Buenos Aires (1833, 1852 y 1890). En Chile, Valparaíso (1891). En Brasil, Río de Janeiro (1894). En México, aún después de su desgarramiento, invaden todavía Remolino (1873) y Matamoros (1876). E imponen, en 1882, un infame tratado por el cual Estados Unidos era “autorizado” a invadir con tropas, libremente, a su criterio, el territorio mexicano. Y lo hizo en más de 20 ocasiones sólo en esa década. Del mismo modo, arrancó concesiones navieras vergonzosas a Haití, y derechos de libre navegación por los ríos de Paraguay, Uruguay y Argentina. En 1880, en pugna con Francia por el futuro canal de Panamá, Estados Unidos elabora, como extensión de la “doctrina Monroe”, su “Corolario Hayes”, por el cual declaraba unilateralmente al canal “parte de la vía costera norteamericana”. En el mismo acto fueron destruidos los nuevos continuadores del proyecto bolivariano, antimperialista y de justicia social. En 1842, los Estados Unidos son cómplices de las potencias europeas en la derrota y asesinato de Francisco Morazán, último Presidente de la “República Federal de las Provincias Unidas del Centro de América”, que unía a Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. En 1885, conspiran contra el Presidente guatemalteco Rufino Barrios y derrotan su proyecto de “Federación Centroamericana” antimperialista. En 1891 son cómplices, con sus fuerzas navales y marines en Valparaíso, del derrocamiento y muerte del presidente chileno Manuel Balmaceda y su política nacionalista. En 1895, apoyan la revuelta contra el presidente liberal de Nicaragua, José Zelaya, y hacen fracasar su “Pacto de Amapala”, que buscaba la unión de los países centroamericanos en la “República Mayor de Centroamérica”. Finalmente, lo derrocan en 1909. En 1870, combinan la conspiración con la intervención militar para aplastar en República Dominicana el levantamiento revolucionario del coronel Gregorio Luperón, partidario de una “Confederación Caribeña Antillana” antimperialista.

1900 a 1950

La primera mitad del siglo XX, vería robustecer el poderío norteamericano y con él las agresiones e infamias contra América Latina y el Caribe. Inaugurando el siglo, el presidente Teodoro Roosvelt, declaró el “Corolario” de 1904 a la “Doctrina Monroe”, conocido como “Corolario Roosvelt”. En él, fundamentalmente, se establecía unilateralmente el pleno derecho de Estados Unidos a intervenir en los asuntos de los países americanos, si el desorden en el mismo, o el peligro para sus intereses, así lo requerían. Era la actualización de la tesis del “Destino manifiesto”: "Si una nación

132

demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden y respeta sus obligaciones, no tiene porque temer una intervención de los Estados Unidos. La injusticia crónica o la importancia que resultan de un relajamiento general de las reglas de una sociedad civilizada pueden exigir que, en consecuencia, en América o fuera de ella, la intervención de una nación civilizada y, en el hemisferio occidental, la adhesión de los Estados Unidos a la doctrina de Monroe puede obligar a los Estados Unidos, aunque en contra de sus deseos, en casos flagrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de policía internacional". Su sucesor, William Taft, hará su propio aporte doctrinal, el llamado “Corolario Taft” a la “Doctrina Monroe”, en 1909. Conocido comúnmente como la “Diplomacia del Dólar”, éste sostenía que lo crucial, desde un punto de vista geoestratégico, ya no era poseer directamente el territorios de las nacientes repúblicas sureñas, sino su control político, financiero y comercial. Sobre esa base, la presencia de inversionistas “extra continentales”, que pusieran en “peligro” los intereses de las empresas estadounidenses en su “esfera de influencia”, era considerada una “agresión anti norteamericana” y no sería tolerado. Su sucesor, Woodrow Wilson, extendió esta doctrina al ámbito planetario, con su participación en la Primera guerra Mundial: "El mundo debe hacerse seguro para la democracia". En su mensaje al Congreso, después de la guerra, en 1920, manifiesta: “Éste es un tiempo en el que la Democracia debe demostrar su pureza y su poder espiritual para prevalecer. Es ciertamente el destino manifiesto de los Estados Unidos, realizar el esfuerzo por hacer que este espíritu prevalezca". El presidente Franklin Roosevelt (1933-1945), proclamó públicamente el abandono de la política internacional de agresión y saqueo por parte de su país, a través de su doctrina del “Buen vecino”: “En la esfera de la política mundial, yo dedicaré esta nación a la política del buen vecino; el vecino que de modo resuelto se respeta a sí mismo y, al hacerlo, a los derechos de los otros; el vecino que respeta sus obligaciones y respeta la santidad de sus acuerdos en y con un mundo de vecinos” (Discurso de Toma de posesión. 1933). El único logro visible, sin embargo, de ésta fue la no agresión directa al gobierno nacionalista mexicano de Lázaro Cárdenas, cuando éste expropió las empresas petroleras extranjeras en 1938, firmándose un acuerdo de buena vecindad con Estados Unidos, que reconocía expresamente el derecho soberano de México a tener el control de su petróleo. Los hechos demostraron, sin embargo, abrumadoramente, la constante doctrinaria de “Monroe”, el “Destino manifiesto” y sus “Corolarios”. Doctrinas que alcanzaron su primera extensión formal “Panamericana” en la “Segunda Reunión de Consultas de Ministros de Relaciones Exteriores de la Unión Panamericana” de 1840, donde los demás Estados del sur firmaron también la Resolución de “No Transferencia”, emitida por el congreso norteamericano en 1811. Se establecía así la total supremacía estadounidense en la región. América Latina ya no tenía ninguna posibilidad de escapar de esta nueva matriz que le era generalizada ahistoricamente, una vez más. Después de la primera “Conferencia de Naciones Americanas” de 1889, que abriera el camino de la institucionalidad regional bajo hegemonía estadounidense, se realizaron otras tres Conferencias. Ciudad México (1901), Río de Janeiro (1906), y Buenos Aires (1910). En esta última se funda la “Unión Panamericana”, como organismo permanente presidido por Estados Unidos. Seguirán otras conferencias. Santiago de Chile (1923), La Habana (1928), y Lima (1938), hasta que en 1948, en Bogotá, se crea la “Organización de Estados Americanos – OEA”. Entre 1900 y 1947, en que se rompe el frente de aliados bélicos de la segunda guerra mundial y surge la “Guerra fría” entre los bloques soviético y norteamericano, los marines estadounidenses invadieron el territorio de Santo Domingo 1 vez. 2 veces el de Nicaragua. 4 veces el de Cuba. 6 veces el de Panamá. 7 veces el de Honduras. 7 el de Haití. En algunos casos, como el de Haití y Nicaragua, la invasión se

133

extendería por años. En 1898, los Estados Unidos entran en guerra con el ya decadente imperio colonial español y en dos años le arrebatan las islas de Cuba y Puerto Rico en el mar atlántico centroamericano; y las islas de Guam y las Filipinas, en el pacífico occidental. Cuba -donde hasta la Revolución liderada por Fidel Castro, existía una Constitución con la famosa e impresentable “Enmienda Platt”, que la convertía formalmente en colonia norteamericana- y Filipinas alcanzaron su independencia. Puerto Rico, donde la resistencia patriótica ha sido permanente, y Guam siguen sujetas hasta hoy al dominio norteamericano. El primero como “Estado asociado”, eufemismo para su relación neo colonial. La segunda como “Territorio no incorporado”. El mismo año 1898, se anexa Hawai y formaliza un “protectorado compartido” con Alemania sobre las islas Samoa; la parte alemana llegará más tarde a la independencia; la norteamericana sigue actualmente bajo su dominio. En 1903, ambicionando el estratégico istmo nor-occidental de Colombia para la creación de un canal entre los océanos Pacífico y Atlántico, Estados Unidos orquesta, casi sin disimulo, una intervención. Agita un levantamiento en la región de Panamá, al que protege con sus fuerzas navales, reconoce inmediatamente su “independencia” y firma de apuro un tratado con el “nuevo gobierno independiente”. El signatario por la parte “panameña” es un aventurero francés, capataz en la construcción del canal, devenido en plenipotenciario del Panamá “independiente”. Por el acuerdo, Estados Unidos pasa a ser dueño “a perpetuidad” de los territorios a ambos costados del estratégico canal, cortando en dos el país. “Somos el único país del mundo que limita al centro con Estados Unidos”, dirá más tarde el comandante Omar Torrijos. La vergonzosa “perpetuidad” será negada después y remplazada por eternos tratados de aplazamientos. En el mismo periodo, los Estados Unidos fueron autores, cómplices o conspiraron en al menos 28 golpes de Estado y dictaduras sangrientas en la región. Entre ellas las de Trujillo en República Dominicana y la de los Somoza en Nicaragua, que habrían de durar por décadas, y serían arquetípicas por su carácter genocida. El poder fáctico imperial estará también detrás de Bolivia en la “Guerra del Chaco”, contra Paraguay (digitado a su vez por Inglaterra), en 1932. Y del genocidio, en 1937, de 25.000 haitianos, por parte del dictador Trujillo en República Dominicana, perpretado, “en defensa de la raza blanca dominicana”. Crimen “reparado” por el acuerdo formal entre los dos gobiernos, con mediación norteamericana, de una “indemnización” de 29 dólares por cada uno de los 18.000 haitianos asesinados, cifra final “oficial”. En el año 1939, se ocupa la isla de Vieques, en Puerto Rico para convertirla en Base militar norteamericana, la cual se mantuvo por más de 60 años, hasta que en el 2003 un incontrolable movimiento popular obligó su retiro. En 1942, se crea la “Junta Interamericana de Defensa”, para subordinar coordinadamente a todos los ejércitos de la región, y que sería la base de las actuaciones genocidas de los mismos en el resto del siglo. A partir de ahí se instalaron nuevas bases militares norteamericanas en Brasil, Ecuador, República Dominicana, Perú, Colombia, Bolivia y muchos otros países. Durante todo el periodo, hasta quienes mostraron cualquier mínima independencia del poder imperial norteamericano, fueron víctimas de su intervención y agresión, como autores directos o cómplices en los derrocamientos de presidentes nacionalistas, populares o antimperialistas. En Nicaragua, en contra del Presidente nacionalista José Zelaya (1909). Del presidente guatemalteco Carlos Herrera y su proyecto de “Republica tripartita centroamericana” (1920). Del gobierno nacionalista de los “Cien días” de Ramón Grau en Cuba (1933). Del presidente y militar nacionalista boliviano Germán Busch (1939). Del presidente panameño independentista Arnulfo Arias (1940). Del presidente nacionalista brasileño Getulio Vargas (1945). Del presidente y militar nacionalista boliviano Gualberto Villarroel, que había llamado, en el 45’, al “Primer Congreso Indígena" (1946). Junto a ellos, nuevamente, varios de los mejores hijos de Bolívar cayeron también sacrificados por la bota militar norteamericana o su complicidad militar y

134

política con las oligarquías locales. La derrota y posterior asesinato del líder popular panameño Victoriano Lorenzo, que dio pasó al ominoso acuerdo liberal conservador para alternarse antidemocráticamente los sucesivos gobiernos colombianos (1904). El aplastamiento en México de la huelga de Sonora y la insurrección liberal, por parte del sanguinario dictador Porfirio Díaz (1906). El de la rebelión popular campesina conocida como la “Guerra de los cacos” en Haití (1915). El de los heroicos campesinos “Gavilleros” en República Dominicana (1924). El de la huelga de los “Inquilinos” en Panamá (1925). La grandiosa, compleja y popular, revolución mexicana sufrió 38 agresiones directas, con invasión de territorio mexicano por parte de fuerzas militares norteamericanas, contra todos los gobiernos revolucionarios, desde Madero hasta Carranza, y, especialmente contra sus líderes más radicales, Emiliano Zapata en el sur, y Pancho Villa en el norte. Este último, el único líder antimperialista que ha castigado con tropas regulares territorio continental norteamericano en toda su historia independiente. En la derrota militar de Francisco Villa ante Venustiano Carranza, el apoyo de los Estados Unidos había jugado un rol importante. Ya antes, Pablo Obregón, aliado de Carranza había hecho uso de faros gigantes, alimentados por energía eléctrica norteamericana, para hacer fracasar un ataque nocturno de los “dorados” villistas en el pueblo fronterizo de Agua Prieta, Sonora en 1915. Finalmente, el gobierno de Estados Unidos reconoció oficialmente a Carranza como presidente legítimo de México. Ante todo ello, Villa, acuartelado en el lado fronterizo mexicano, ordena al general Ramón Banda atacar el pueblo de Culumbus en territorio norteamericano. Al amanecer del 9 de marzo, un ejército de 1500 dorados, redujeron a cenizas el pueblo, y entablaron batalla con un destacamento de caballería del ejército norteamericano, causándole 84 bajas, y capturándole las armas y más de 100 caballos y mulas. Entre 1927 y 1933, Augusto Sandino, combate a las tropas invasoras norteamericanas en Nicaragua. Superado en número y armas por las tropas invasoras, que realizaron allí incluso el primer bombardeo aéreo de territorio continental latinoamericano, logró, sin embargo, mediante guerra de guerrillas, forzar su expulsión. La poeta chilena Gabriela Mistral levanta una campaña pública en solidaridad con él y su “pequeño ejército loco de voluntad de sacrificio”, quien “carga sobre sus espaldas la dignidad de todo el continente”. Engañado y traicionado, el “general de hombres libres” es asesinado en 1934. Su “comuna cooperativa de Wiwilli” será arrasada. Su ideario será recogido por Carlos Fonseca Amador y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que integra al veterano sobreviviente del ejército de Sandino, entonces de 17 años y ahora ya anciano, José Santos López, logrando derrocar finalmente a los Somoza en 1979. En 1932, es aplastada sangrientamente en El Salvador la insurrección dirigida por Farabundo Martí, compañero de lucha de Sandino en Nicaragua. Su ideario será recogido por el Frente Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que librará heroica y sacrificada guerra de guerrillas durante las dos últimas décadas del siglo XX, para continuar la lucha por vías electorales a inicios del siglo XXI. En 1935, son asesinados en Cuba los líderes revolucionarios Antonio Guiteras y su compañero el venezolano Carlos Aponte, veterano con grado de coronel en el “pequeño ejército loco” de Sandino. La Guerra Fría

Desde el término de la segunda guerra mundial a la caída del bloque comunista soviético se abre una nueva fase en la relación de dominación del poder fáctico estadounidense con América Latina y el Caribe, que va desde 1945 a 1990. La segunda guerra mundial finalizó con el crimen de guerra más grande en la historia humana cometido por los Estados Unidos y hasta hoy impune. El bombardeo atómico sobre dos ciudades, causando el genocidio de cientos de miles de civiles, hombres, mujeres, niños y ancianos, aún de sus descendientes en las futuras generaciones,

135

contaminados, deformes y condenados a la muerte por la radiación atómica, que afectó gravemente el medio ambiente de todo el planeta. Muy pronto, se produjo el quiebre de la “gran alianza anglo-soviética-norteamericana” que había derrotado al nazi-fascismo en la guerra. Ruptura que rápidamente se transformó en un virulento, global y multiforme antagonismo conocido como “Guerra Fría”. Los ideólogos del Estado norteamericano elaboraron la nueva “Doctrina Truman”, con el objetivo expreso de “contener el avance del comunismo en todo el mundo”, especialmente en América Latina, considerada por su cercanía como su “Patio trasero”. En ese marco, el año 1948, la “Novena Conferencia Internacional de Estados Americanos” creó la “Organización de Estados Americanos (OEA)” y, bajo la presión del entonces Secretario de Estado norteamericano George Marshall, aprobó la “Resolución sobre la Preservación y Defensa de la Democracia en las Americas” , de clara matriz anticomunista. Un año antes, en 1947, el “Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca (TIAR)”, había sido firmado en Brasil por veinte gobiernos latinoamericanos y caribeños. De “recíproco” no tenía nada, pues configuró un claro flujo unidireccional de subordinación del sur al norte. Uno de sus componentes fundamentales eran las “escuelas” para militares latinoamericanos y la propagación de asesores militares norteamericanos en todo el continente. La más tristemente célebre de ellas es la “Escuela de las Américas”, existente desde 1946 en Fort Amador y más tarde Fort Gulick, Panamá, con las denominaciones iniciales de “Centro de entrenamiento latinoamericano, división de tierra” y “Escuela militar del Caribe de los Estados unidos”. En 1963 tomó su más famoso nombre. Y en 1984 se trasladó a Fort Benning, en Columbus, Georgia, Estados Unidos. Sólo en ella –se realizan cursos y escuelas en numerosas otras entidades militares de Estados Unidos-, y sólo desde 1965 a 2000, se graduaron 60.000 oficiales latinoamericanos y caribeños de 23 países. Al menos 1600 están acusados formalmente por crímenes contra la humanidad, entre ellos varios dictadores, como Leopoldo Galtieri en Argentina y Hugo Banzer en Bolivia. Su misión consistía en asegurar la subordinación de las Fuerzas Armadas de la región a las directrices estadounidenses, principalmente su reconversión como “policía interna”, en el marco de la “Doctrina de seguridad nacional”. Según la cual el principal enemigo era “interno”, a través de diversas formas del “comunismo pro soviético”, al cual había que enfrentar, ya no en guerras convencionales, sino en conflictos militares de “baja intensidad”. Ello se traducía en políticas militares represivas y genocidas hacia el descontento y la protesta social y política. Algunos de sus “Manuales militares de instrucción”, entonces confidenciales, se desclasificaron o publicaron en 1996. En ellos, expresamente, se validaba e instruía en la violación de Derechos Humanos, como el uso de la tortura, la extorsión o la ejecución sumaria. Definiendo como objetivos de control, seguimiento y represión a organizaciones políticas, sindicales y sociales que “distribuyesen propaganda en favor de los trabajadores o de sus intereses… simpatizasen con manifestaciones o huelgas… acusaciones sobre el fracaso del gobierno en solucionar las necesidades básicas del pueblo". Dado su profundo desprestigio, aún en el mismo Estados Unidos, desde 2001 fue re nombrada como “Instituto de Cooperación para la Seguridad Hemisférica” y continúa funcionando impunemente en el mismo lugar de Georgia, Estados Unidos. En 1951, se aprobó en Washington una “Resolución sobre el Fortalecimiento de la Seguridad Interior de los Estados” del Hemisferio Occidental, por parte de los Ministros de Relaciones Exteriores del Sistema Interamericano. Al año siguiente, doce gobiernos de la región firmaron Convenios de Asistencia Militar con la potencia imperial. Ante el triunfo de la Revolución Cubana de 1959, al año siguiente el presidente norteamericano John Kennedy, implementa la “Alianza para el Progreso”, amplio plan de ayuda económica y social, especialmente a las áreas campesinas de la región, destinado a privar de “apoyo” a las intentonas guerrilleras, que se formaliza en la reunión panamericana de “Punta del Este”, Uruguay, en 1961. El cual habría de combinarse a lo largo de una década con las agresiones militares, bajo la “Doctrina” de

136

su sucesor, el presidente Lyndon Johnson, según la cual las Fuerzas Armadas estadounidenses están autorizadas a intervenir unilateralmente o a emprender “guerras limitadas” o “preventivas” en cualquier parte del mundo donde estuvieran amenazados los “intereses norteamericanos”. El año 1969, se implementa la “Doctrina” del presidente Richard Nixon y su jefe del Consejo Nacional de Seguridad, Henry Kissinger. Fruto de la famosa y repudiada gira sudamericana del multimillonario y Coordinador de la Oficina de Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado, Nelson Rockefeller. Cuyo “Informe” propuso el “reforzamiento del sistema de seguridad colectiva” del Hemisferio Occidental y de la OEA, y el fortalecimiento de vínculos militares para “apoyar los esfuerzos propios de algunos gobiernos latinoamericanos para conjurar la revolución social”. De manera de disminuir las intervenciones militares estadounidenses directas y “latinoamericanizar” la represión en el Hemisferio Occidental. Siguiendo esos lineamientos, en la década de 1970, a partir de la dictadura genocida de Brasil, se habla de las llamadas “fronteras ideológicas” y de los sangrientos “regímenes de seguridad nacional” que se instauraron durante más de dos décadas en América Latina y el Caribe. Para implementarlas, se fundó el “Consejo de Defensa Centroamericano” (CONDECA), órgano interestatal que, en estrecha coordinación con el “Comando Sur de las Fuerzas Armadas Estadounidenses (SOUTHCOM)” con base en Panamá. Que coordinó las diversas estrategias contrainsurgentes y terroristas desplegadas por las dictaduras militares o los regímenes cívico-militares instalados en Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua. En Sudamérica, se implementó la “Reunión de Jefes de Ejércitos Latinoamericanos de la Junta Interamericana de Defensa” en Montevideo, para la coordinación de la actividad represiva con el “SOUTHCOM” y con las dictaduras terroristas ya entronizadas en Bolivia, Brasil, Chile, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Uruguay. Se estructuraron las llamadas “Operación Murciélago” y “Operación Cóndor”, a partir de 1975, mediante las cuales las dictaduras militares de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Uruguay y Paraguay actuaron conjuntamente para la represión sanguinaria de opositores políticos y dirigentes populares y revolucionarios del continente. Una “multinacional de la represión y el terror”, encabezada por los dictadores de Chile y Paraguay, Augusto Pinochet y Alfredo Stroessner, respectivamente. La implementación combinó en todo el periodo el uso de diversas organizaciones terroristas paramilitares, caracterizadas por el salvajismo sicópata de sus acciones. Los contra revolucionarios cubanos, estrechamente ligados a la Central de Inteligencia Americana (CIA), quienes, sólo entre 1970 y 2000 realizaron más de 300 acciones terroristas contra civiles en Europa, América Latina y el Caribe. La “triple A”, “Alianza Argentina Anticomunista”. Las “Manos Blancas” en El Salvador. La “Contra” anti sandinista en Nicaragua. Las actuales “Autodefensas Unidas de Colombia”. Entre muchas otras en cada país de la región. En el período, de 1945 a 1990, la potencia norteamericana gestó y participó, en diversos grados y formas, al menos en 42 golpes de Estado, un promedio de dos por país, y más del doble que en el siglo XIX. Muchos de ellos dieron origen a sanguinarias y largas dictaduras pro imperialistas, a las cuales continuó sosteniendo por décadas. Una vez más, la mayoría de estas intervenciones y agresiones fueron cometidas contra proyectos nacionalistas y revolucionarios bolivarianos. En 1948, el asesinato del líder popular Jorge Gaitán en Colombia, que produjo una espontánea insurrección popular conocida como el “Bogotazo” y una brutal represión posterior, que se prolongó como “la violencia” a todo el país, con un saldo de 300.000 muertos en dos década. En 1950, aplastan la audaz, pero frustrada sublevación del Partido Nacionalista que proclamó la “República de Puerto Rico”. Contra las cuales los ocupantes estadounidenses, implementan el eufemístico “Estado Libre Asociado (ELA)”, que todavía sirve de fachada a la dominación colonial de los Estados Unidos. Pedro Albizu, líder de la insurrección fue encarcelado, torturado con radiación y

137

declarado “loco”. Jóvenes puertorriqueños atentan a tiros contra la casa del presidente en Washington en protesta, uno de ellos muere, el otro es encarcelado. En 1954, siguiendo ese ejemplo, una joven muchacha, Lolita Lebrón, encabeza otro ataque similar de un comando nacionalista puertorriqueño contra la Cámara de representantes estadounidenses. Todos son encarcelados, hasta ser indultados 25 años más tarde. En 1952, se realizan, con indisimulado apoyo estadounidense, los golpes y dictaduras de Fulgencio Batista en Cuba y Alfredo Stroessner en Paraguay, quienes gorbenarán sanguinariamente hasta a 1959 y 1989, respectivamente. El mismo año, fracasan los intentos de golpes de Estado contra el presidente “pro peronista” Federico Chávez de Paraguay, y contra el segundo gobierno del nacionalista Getulio Vargas en Brasil, ambos digitados desde las respectivas embajadas norteamericanas. En 1957, inicia otra prolongada y sanguinaria dictadura en Haití, la de François Duvalier, llamado “Papa Doc”. En 1954, la United Fruit, poderosa trasnacional norteamericana, provoca el derrocamiento del gobierno nacionalista guatemalteco de Jacobo Arbenz, que había osado amenazar sus intereses con la política de nacionalización y reforma agraria. El entonces muy joven Che Guevara participará de la frustrada resistencia. Al año siguiente, en la tierra de origen del Che, es igualmente derrocado el segundo gobierno del militar nacionalista y popular Juan Perón. En 1960, el corrupto y sanguinario régimen de Leonidas Trujillo en Republica Dominicana, asesina cobarde y brutalmente, a golpes, a las tres “Hermanas Mirabal”, llamadas las “Mariposas”, por el nombre clave “Mariposa”, usado en la resistencia clandestina por Minerva, la líder de las hermanas, primera mujer abogada del país, y activa dirigente de la resistencia. Seis meses más tarde, el tirano será ajusticiado. En 1959, triunfa la Revolución Cubana, por medio de la lucha armada liderada por Fidel Castro. El gobierno norteamericano de Dwight Eisenhower, abrirá una permanente y multivariada agresión criminal hacia Cuba que habrá de prolongarse, a través de todos los gobiernos, por décadas, bajo la forma de agresiones militares, bombardeos, intentos de asesinato, atentados, sabotajes, bloqueos comerciales, cercos políticos, y leyes espurias, hasta la actualidad. De la cual saldrá siempre victoriosa la heroica resistencia y dignidad nacional del pueblo cubano. Siguiendo las órdenes de la Casa Blanca, la VIII Reunión de Consultas de Ministro de Relaciones Exteriores de la OEA, efectuada en Montevideo, expulsó a Cuba de esa organización regional. Meses más tarde, se produce la llamada Crisis de los Mísiles, que enfrentó a la URSS con Estados Unidos, a raíz de la instalación de misiles en la isla. Con el respaldo unánime de la OEA, John F. Kennedy desplegó una “cuarentena”, bloqueo naval, a la isla. En ese contexto y mediante diversos chantajes, la IX Reunión de Consulta de Cancilleres de la OEA, realizada en Washington, aprobó una nueva resolución obligando a todos los Estados miembros a romper sus relaciones diplomáticas, comerciales y consulares con la Revolución Cubana. Fue acatada por todos los gobiernos latinoamericanos y caribeños, con excepción del mexicano. Desde entonces, el restablecer las relaciones con la isla será una bandera de independencia para todos los gobiernos de la región. En 1964, son reprimidos estudiantes panameños que izan la bandera propia en el Canal de Panamá, ocupado por tropas estadounidenses. El mismo año es derrocado el gobierno nacionalista y democrático de Jôao Goulart. Al año siguiente, 42.000 efectivos militares norteamericanos, con apoyo de la OEA, invaden República Dominicana, para derrotar la revolución popular y constitucionalista liderada por el coronel Francisco Caamaño, cuyo levantamiento popular luchaba por el retorno a la presidencia del afamado intelectual y político Juan Bosch, derrocado y prisionero en Puerto Rico. El mismo año, paralelamente, bajo dirección del Pentágono, el gobierno colombiano, implementa la “Latin American Security Operation”, conocido como “Plan LASO”, destinada a derrotar, a sangre y fuego, con el ataque de miles de efectivos militares e indiscriminados bombardeos contra la población civil, las llamadas “repúblicas independientes” de Marquetalia, Río Chiquito, El Pato y Guayabero. Allí,

138

las columnas armadas campesinas, con que los líderes comunistas defendían sus pequeñas comunas, burlan el cerco y pasan a constituirse en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – FARC, las más antiguas y poderosas guerrillas del continente en la actualidad. Finalmente, ese mismo año, con desembozada participación de la CIA norteamericana fue derrocado el segundo gobierno del líder del Partido Progresista del Pueblo (PPP) de Guyana, Cheddi Jagan. En 1967, muere en Bolivia, asesinado por órdenes norteamericanas, el Che Guevara, al mando del “Ejército de Liberación Nacional”. Al año siguiente, se realiza la “Masacre de Tlatelolco", asesinando e hiriendo a sangre y fuego la protesta de una multitud desarmada en la capital de México. Abriendo una brutal represión en las zonas rurales y urbanas donde operaban el Movimiento de Acción Revolucionaria y el Frente Urbano Zapatista. Durante ese periodo, se conspira y hostiliza política y económicamente a los gobiernos del general nacionalista y popular Juan Velasco Alvarado en Perú, quien realizó la reforma agraria, la nacionalización y redistribución de las riquezas del país, derrocado finalmente en 1975. Y en Panamá, el de Omar Torrijos, militar mestizo y de extracción popular, quien llamó a Asamblea Constituyente, realizó la reforma agraria y la redistribución antioligárquica. En los tratados Torrijos – Carter, con Estados unidos, consiguió la devolución completa de la soberanía del Canal a Panamá, la que se cumplió el año 1999 y por norma constitucional jamás podrá volver a ser cedida a poder extranjero. En la ocasión declara: “América Latina nos ha acompañado en forma leal y desinteresada. Sus mandatarios se encuentran en este acto para testimoniar que la religión y la causa del pueblo panameño es la religión y la causa del continente. La presencia de estos mandatarios debe iniciar una nueva y diferente… a fin de que desaparezcan todos los resabios de injusticias que impiden se nos trate de igual a igual. Porque ser fuerte conlleva el compromiso de ser justo…” (7 de septiembre. 1977). Es el legado de Torrijos, quien muere asesinado en 1981, en un atentado, apenas disimulado de accidente aéreo, cometido por los poderes oligárquicos panameños y el poder fáctico norteamericano. Consultado por las razones de su riesgoso enfrentamiento con aquellos poderes, el militar patriota contestó: “¿Has visto alguna vez la cara de un hombre desesperado?... Es verdad que somos un país pequeño y ocupado, pero no hay colonialismo que dure cien años ni panameño que lo resista. ¡No lo hay!". En 1971 es derrocado el general boliviano Juan Torres, quien encabezó un movimiento popular para hacer realidad los frustrados principios democráticos y nacionalistas de la traicionada Revolución boliviana de 1952. Al año siguiente, es brutalmente derrotada en El Salvador una sublevación popular, con respaldo del “Movimiento de Jóvenes Militares”. En 1973, es derrocado y muere en titánico combate, cercado en palacio de gobierno por fuego de tanques blindados y bombardeo aéreo, el presidente mártir chileno, Salvador Allende. Es el resultado de tres años de gobierno popular contra el que conspiró incesantemente la potencia estadounidense. El mismo año, en Granada, pequeña isla ex colonia británica y neo colonia sujeta a la Commonwealth inlgesa, la dictadura de Eric Gairy, que sucedió al gobierno británico, ametralla una manifestación independentista pacífica, conocida como “el domingo sangriento”. En 1979, triunfa la lucha armada del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua y los Estados Unidos desatan una agresión política y militar permanente, a través de diversos medios, incluyendo las guerrillas contrarrevolucionarias, conocidas como “contras”. Fidel Castro dirá: “Es como si tuvieran una invasión de Girón, pero cada día”. Del mismo modo se hostiliza a las poderosas guerrilleras de El salvador y Guatemala. Todas las cuales llegan a acuerdos políticos para pasar a la lucha política legal en la década de 1990. En 1982, la dictadura militar Argentina, con el fin de remontar la caída en el apoyo popular, y subestimando la respuesta imperial inglesa, retoma control y soberanía militar de las australes islas Malvinas, usurpadas por piratas británicos en 1833. En 1965, las Naciones Unidas, por Resolución 2065, calificaron la disputa como un “Problema colonial” y urgieron una solución. El gobierno inglés de Margaret

139

Thatcher, reunió una masiva y muy superior armada y en una guerra que duró tres meses, reconquistó las islas. Para ello contó con el apoyo de Estados Unidos, que traicionaba así todos los bullados tratados panamericanos, especialmente el TIAR. Lo mismo hizo, impresentablemente, la dictadura militar de Pinochet en Chile. Al año siguiente, conflictos y pugnas al interior del gobierno revolucionario de Grenada, que había derrocado la dictadura de Gayri e independizado la isla del dominio británico, terminan con el asesinato del líder popular Maurice Bishop. Aprovechando las divisiones y pretextando el rescate de estudiantes norteamericanos, el ejército de Estados Unidos, con la cobertura de los gobiernos títeres vecinos de Grenada, como Barbados y Dominicana, ejecutan la “Operación furia urgente”, la invasión del país con cerca de 3.000 efectivos, y el apoyo de fuerzas anfibias blindadas y aéreas, que estrenaron el helicóptero “Blackhawk”, famoso al ser derribado una década más tarde por las milicias somalíes. Restaurado el orden neocolonial, Grenada es hasta hoy nación de la Commonwealth, con el monarca británico como formal Jefe de Estado, representado por un Gobernador General y un Primer Ministro “nativos”. A fines de 1989, Estados Unidos invade con tropas terrestres, navales y aéreas, Panamá, estrenando armas químicas contra la población civil que les hizo resistencia. Capturan al presidente dictatorial Manuel Noriega e instalan un gobierno títere, a cargo de Guillermo Endara, quien fue juramentado en una base militar de la Zona del Canal controlada por los Estados Unidos. Posteriormente, Noriega fue juzgado en tribunales norteamericanos por su presunta participación en asuntos de narcotráfico hacia Estados Unidos, y fue absuelto en dos instancias, se le declaró entonces "prisionero de guerra" y se le condenó a 40 años en una prisión federal. En 1992, se aprueba una reforma constitucional que priva de ejército al país. En el año 2000, se cumplen los Tratados Torrijos Carter y el Canal es devuelto a los panameños. En 2004, es electo presidente, el hijo de Omar Torrijos, Martín Torrijos. En 1992, con la complicidad de los Estados Unidos, en Perú el electo Alberto Fujimori perpetra un “autogolpe” militar, instaurando una dictadura de diez años, la más corrupta y criminal en la historia del país. Al término de la cual, derrocado por la insurrección popular, huirá del país. En 2002, con participación directa del poder fáctico de Estados Unidos, se produce un golpe de Estado oligárquico y pro imperial contra el legítimo gobierno de la República Bolivariana de Venezuela, combinando el manejo totalitario y golpista de los medios de comunicación masivos, con sectores insurreccionales de derecha, militares golpistas y alto empresariado oligárquico. El presidente Hugo Chávez es secuestrado con intenciones de entregarlo ilegalmente a Estados Unidos o asesinarlo, pero la masiva reacción de defensa del pueblo y los sectores patrióticos de las Fuerzas Armadas abortó el golpe y restableció la legalidad. Desde entonces el cerco y hostilidad del poder fáctico norteamericano hacia el país es permanente, principalmente a través de campañas totalitarias en todas las grandes cadenas de información masiva. En 2004, en Haití, un golpe de Estado encubierto, promovido por Estados Unidos, derrocó al presidente legítimo Jean-Bertrand Aristide. Falsamente, al igual que se había hecho con el presidente Chávez en el golpe de Venezuela, se publica su supuesta “renuncia”, la cual Aristide niega públicamente. El país es ocupado por una fuerza militar de las Naciones Unidas, digitada por los Estados Unidos y con fuerzas militares de Chile, Brasil y Argentina, a partir de 7.000 efectivos. Es la denominada “Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH)”, que fue impuesta y se mantiene sin ningún tipo de consulta a representantes de la sociedad haitiana. En el 2006, fue electo el antiguo aliado de Aristide, René Préval, en medio de una situación de creciente rechazo a las tropas extranjeras, escándalos políticos y conspiraciones. El primer país independiente y sin esclavitud de la región en el siglo XIX, entra al siglo XXI ocupado militarmente y sin soberanía. En Puerto Rico, la resistencia patriótica no cesará jamás hasta hoy. Su punto más refulgente lo marcará Filiberto Ojeda, "General Responsable" del “Ejército Popular

140

Boricua”, conocido como “Los Macheteros” (inicialmente, Fuerzas Armadas para la Liberación Nacional - FALN), organización político militar clandestina con base en Puerto Rico y operaciones en los Estados Unidos. Encarcelado por acciones guerrilleras en los Estados Unidos, a finales de los 1980. Liberado bajo palabra en 1990, volvió a la clandestinidad, desde donde condujo la lucha hasta su asesinato, el año 2005 en Puerto Rico, en combate contra centenares de miembros de las fuerzas ocupantes del FBI norteamericano. Ojeda será también uno de los últimos hitos en la armonización entre bolivarianismo y marxismo, al realizar la crítica, superación y síntesis de las insuficiencias y errores de Marx en sus escritos sobre América Latina, con los aportes de los amautas puertorriqueños. Ramón Betances, que llamó a “hacer la guerra a la guerra bajo los sagrados postulados de Bolívar”, creador del proyecto bolivariano de “Federación Antillana” en 1868, y a quien Martí llamara "el corazón de su país con el que Cuba se hermana y se abraza”. Y Eugenio de Hostos, quien opuso al concepto de “tarea civilizatoria”, atribuida en aquellos escritos de Marx a los imperios euro norteamericanos, uno diferente, que ponía a la inversa los roles históricos atribuidos por la matriz hegemónica. Señalando que en la batalla de Ayacucho era el imperio europeo español representante de lo “bárbaro” y los revolucionarios independentistas los “civilizadores” portadores del progreso. Sobre su base el bolivariano y marxista comandante machetero escribirá: “Los puertorriqueños somos antillanos. Somos caribeños. Somos latinoamericanos. Somos hijos de Nuestra América. Los puertorriqueños compartimos con numerosas naciones del Caribe y de Sur América… en lo que ha sido la formación y luchas de todos los pueblos de Nuestra América y del mundo, comenzando por los insurgentes indígenas como Agüeybaná el Bravo, Guaicaipuro, Caonabo, Hatuey, Túpac Amaru, y otros, tan numerosos que no es posible detallar, y continuando con Simón Bolívar, Antonio Valero, Antonio José de Sucre, Bernardo O’Higgins, José de San Martín, Miguel Hidalgo, Francisco Morazán, José Martí, Ramón Emeterio Betances, Gregorio Luperón, Juan Pablo Duarte, Augusto César Sandino, Pedro Albizu Campos, Juan Antonio Corretjer, José Carlos Mariátegui, Fidel Castro, Camilo Torres Restrepo y Hugo Rafael Chávez, para mencionar sólo algunos, de quienes han sido, en su particular momento histórico, representantes de una interminable cadena histórica de luchas generadas por los pueblos”. Tras dos siglos de agresiva y criminal expansión, de un verdadero “continentalicidio”, los 13 Estados originales de los Estados Unidos, han llegado a ser, en la actualidad, 50. Dos de ellos “extra metropolitanos”, uno en Hawai y otro en Alaska. Un distrito federal. Varios Estados asociados y numerosas otras formas eufemísticas de anexión o dominación directa en otros territorios, además, de las agresiones e intervenciones militares en muchos más. Siglo XXI Actualmente, tras la caída de las dictaduras militares y el “retorno” formal democrático a los países de la región, durante la década de 1990, el sistema capitalista neoliberal presenta una profunda crisis en todo el continente. Alternativas independientes del poder fáctico norteamericano, con diversas formas y grados de nacionalismo latinoamericanista, antimperialismo y revolución social, llegan al gobierno de la mayoría de los países. El común denominador de éstos, son la constitución de un Estado fuerte que frene a los poderes fácticos locales y foráneos. La nacionalización y redistribución de las riquezas nacionales, para la inclusión social de las mayorías. Y una profunda democratización institucional que supere el carácter formal, corrupto y excluyente de las élites y sistemas políticos tradicionales, entregando ciudadanía y participación protagónica a las mayorías populares. Las formas tradicionales de dominación, tales como los mecanismos de la Organización de Estados Americanos (OEA), en lo político, y el Fondo Monetario Internacional (FMI), en lo económico, sufren severos cuestionamientos y tensiones.

141

Iniciativas destinadas a garantizar la hegemonía neoliberal del poder estadounidense en la región, como el Área de Libre Comercio para las Americas (ALCA) cayeron derrotadas, debiendo conformarse con Tratados de Libre Comercio (TLC) de dudosa sustentabilidad política a futuro. Incluso, muchos de sus factores militares son cuestionados, como ocurre con las bases militares estadounidenses en “Vieques” Puerto Rico, desmantelada por el incontenible repudio popular, y la de “Manta” en Ecuador, con 875 marines, y cuyo gobierno ya desahució públicamente, al menos hasta el 2009, año en que vence su actual contrato. Lo mismo ocurre con el creciente rechazo de la política “antidrogas”, que sirve de pretexto para el uso masivo de contaminantes ilegales que causan grave daño a la biodiversidad y las poblaciones de las zonas amazónicas y andinas. Política que pretende, públicamente al menos, detener el cultivo de drogas nativas en la región, las cuales se usan para elaborar las drogas que la población norteamericana demanda, en un porcentaje de más de la mitad del mercado mundial. Sin embargo, el hecho de que Afganistán, tras su ocupación por el ejército norteamericano desde el año 2002, sea el actual país con mayor producción y venta de opio y heroína en el mundo, pone dudas serias sobre la veracidad de aquel objetivo declarado. Y hace ver que el auténtico es el control de la propiedad sobre riquezas y recursos naturales estratégicos, escasos, en decrecimiento y ascendente valor internacional, tales como petróleo, biodiversidad y agua. El continente es el último gran reservorio natural con que cuenta la humanidad entera. Sólo la región amazónica, la mitad del continente sudamericano, con 8 millones de kilómetros cuadrados repartida en 8 países, contiene la mayor fuente de biodiversidad del mundo. Con el río más caudaloso y largo del mundo, el Amazonas, que cuenta con el 20% de toda el agua dulce del planeta. Cerca de la mitad de todas las especies de la Tierra, alrededor de 30 millones diferentes de ellas. La mitad de los bosques tropicales del planeta. Más de 125.000 especies vegetales, consideradas “imprescindibles” para la elaboración de medicamentos por la comunidad científica. Centros de investigación y empresas japonesas y norteamericanas “patentan” las propiedades de los derivados de muchas de ellas, a un promedio de cuatro especies diarias en la actualidad, incluyendo, por ejemplo, el bullado caso de una variación de la “quinua” boliviana. Es creciente la tendencia de los gobiernos de la región a simplemente desconocer estas arbitrarias “patentes” extranjeras sobre la riqueza legítimamente propia. Por todo ello, sin embargo, el poder fáctico estadounidense no cesa ni aminora en su intervencionismo y agresión. Así lo muestra el siniestro golpe de estado contra el gobierno bolivariano legítimo de Venezuela en 2002, desbaratado por la lucha antigolpista de las mayorías y las Fuerzas Armadas patriotas. Y la actual invasión multilateral de Haití, por tropas de varios países de la región, avalando también el derrocamiento de un gobierno legítimo. Ambas realizadas bajo la cobertura, o al menos la impotencia, de Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos. Una pieza clave de la actualización de este andamiaje imperial, ha sido el control sutil, pero totalitario, de los medios masivos de comunicación, uniformados de hecho, bajo la propiedad y control de grandes intereses económicos, que coinciden y se subordinan a su lógica e intereses, y que alcanzan en muchos casos el extremo de la abierta conspiración ilegal. Entre otras líneas editoriales, estos medios hacen escándalo de toda política militar de gobiernos regionales independientes de Washington, como amenaza armamentista. Al tiempo que silencian o legitiman como “natural” el armamentismo subordinado al poder norteamericano. Un eje clave de este uso mediático como arma político militar, es el permanente y totalitario cerco de desinformación y tergiversación contra los gobiernos independientes de Estados Unidos, especialmente el de las actuales República Bolivariana de Venezuela, Bolivia y Cuba. Incluyendo, incluso cualquier medida de otros gobiernos que Washington considere “preocupante”.

142

Asimismo, nuevas “doctrinas” surgen para justificar la hegemonía, tales como la de “combate a las drogas” y el “combate al terrorismo”. Ambas fundidas en el combate al “Narcoterrorismo”. Y, ante la caída del bloque comunista soviético, y la debilidad de las doctrinas comunistas en las mayorías populares y los proyectos revolucionarios de la región, precisamente, por la creciente hegemonía de pensamientos revolucionarios propios, se habla del combate al “populismo radical” o de las “amenazas de fundamentalismo étnico”. Esto es, de todo proyecto de sociedad que ponga como eje el beneficio de las mayorías populares, y la justicia y dignidad de los pueblos indígenas. Valores ajenos y amenazantes para sus órdenes y doctrinas capitalistas neoliberales, y su dominación imperial en la región. El “Plan Colombia” es la más acabada de las expresiones de esta actualizada intervención norteamericana en la región. Establecido inicialmente en 1990 entre los gobiernos de Estados Unidos y Colombia, buscaba reflotar la crítica situación de este país latinoamericano, devorado por la violencia social y política. Sin embargo, ha sido de hecho una plataforma para la intervención norteamericana a favor de sus intereses en la región. Según cifras oficiales, el país tiene a 25 millones de habitantes en pobreza, 10 de ellos en miseria extrema, sobre un total de 40. Con una quinta parte de los trabajadores desempleados y el 40% de los empleados en la economía informal, excluidos de toda seguridad social. Con un déficit de al menos 10.000 profesionales en salud y 7.000 educadores, pero que, paradojalmente, todos los años reduce las plantas de maestros y se cierran, por falta de recursos, hospitales. Sin embargo, el 80% de la primera parte de "ayuda" norteamericana en el Plan Colombia, alrededor de 1.300 millones de dólares, se destina a gasto exclusivamente militar. Maquinaria bélica, especialmente aérea y 52.000 nuevos soldados profesionales que se sumarán a más de 150.000 ya existentes, para un total cercano a 320.000 personas vinculadas a cuestiones militares, de inteligencia y seguridad. Para colmo, el Plan ha sido denunciado con vinculaciones al narcotráfico y grupos paramilitares de ultraderecha, a los que dice combatir. Asimismo, utiliza intensivamente fumigaciones aéreas indiscriminadas con químicos tóxicos atentatorios contra la vida humana y del medio ambiente, que afectan no sólo a Colombia sino a Ecuador. No contento con todo ello, y ante el evidente fracaso en contener la resistencia guerrillera colombiana, su actual presidente, Álvaro Uribe, llegó al extremo de pedir públicamente una “Fuerza de paz” del ejército norteamericano, similar a la de Irak, en su país. Forman parte del conjunto de este andamiaje represivo las antiguas y vigentes tácticas ilegales, como la del uso de grupos paramilitares, prohijados y cubiertos de impunidad por los aparatos estatales y militares. Y también el magnicidio contra aquellos jefes de Estado díscolos o contrarios a los intereses de los poderes fácticos extranjeros y locales. Como en el arquetípico caso del “accidente aéreo” del presidente nacionalista panameño Omar Torrijos en 1981. Procedimiento en el que los poderes fácticos tienen tal experiencia que llegaron incluso, con éxito e impunidad hasta ahora, a asesinar a su propio presidente, John Kennedy en 1963, por amenazar los negocios del complejo militar industrial, intentando retirar las tropas del país de la fracasada guerra en Viet Nam, y el recalcitrante racismo blanco, entregando derechos civiles a los afroamericanos. Sólo cinco años después, con igual éxito e impunidad, asesinan a su hermano Robert, candidato favorito, con el mismo programa, a la presidencia. Los atentados asesinos, perpetrados por la CIA norteamericana contra Fidel Castro en Cuba, numerosos a lo largo de décadas, son de dominio público. La vigencia de esta táctica extrema y criminal se ha mostrado, no sólo en los secuestros y posibles asesinatos no consumados de los presidentes venezolano, Hugo Chávez en 2002, y haitiano, Jean-Bertrand Aristide en 2004, sino en el sospechoso “accidente aéreo” que costó la vida a Guadalupe Larriva, de la Ministra de Defensa del gobierno legítimo y bolivariano del presidente Rafael Correa en Ecuador. Cuyas numerosas anomalías e inconsistencias, que impiden toda mínima investigación normal y seria, recuerdan al también “accidente aéreo” del ex presidente de Ecuador, Jaime Roldós, en el año 1981, quien recuperar para el país los recursos naturales en manos de las

143

corporaciones petroleras norteamericanas. En un hecho que el investigador John Perkins en su libro “Memorias de un Gangster Económico”, publicado en 2005, en España, describió así: “la corporatocracia estadounidense no le perdonaron el atrevimiento y lo asesinaron”. La caja negra del avión jamás fue encontrada. Los campesinos que vieron estallar la nave en el aire desaparecieron o fueron asesinados. Un segundo avión con los oficiales que investigaban la tragedia estalló a su vez en el aire poco después. Un tercer avión estalló nuevamente más tarde matando al oficial que registró el avión de Roldós. En marzo de 2004, entregó un reporte al Congreso, el comandante del “Comando Sur de las Fuerzas Armadas Estadounidenses (SOUTHCOM)”, el General James Hill. Según éste, el “peligro emergente central es el populismo radical en el que el proceso democrático es saboteado para menguar, más que para proteger, los derechos individuales… valiéndose de frustraciones profundas, provocadas por el fracaso de las reformas democráticas para repartir los esperados bienes y servicios. Al valerse de estas frustraciones, que surgen paralelamente con frustraciones causadas por la iniquidad social y económica, estos líderes son capaces de reforzar posiciones radicales al exaltar el sentimiento anti-estadounidense”. Ante la supuesta amenaza, Hill propuso duplicar el número permitido de efectivos militares estadounidense en Colombia de 400 a 800, al igual que elevar el número de contratistas estadounidenses, es decir, mercenarios y empresas bélicas, de 400 a 600. Asimismo, manifestó su molestia por los “obstáculos” legales de muchos países para una intervención estadounidense mayor y más directa: “Las fronteras legales ya no son relevantes dada la amenaza actual. Si a las fuerzas armadas se les prohíbe cooperar con la policía o con agencias civiles de inteligencia, los países latinoamericanos deben determinar si esas restricciones deben ser revisadas". El “Comando Sur” a cargo de este funcionario militar, es el órgano militar más importante del poder fáctico norteamericano en la región. Su “área de responsabilidad”, incluye “el Mar Caribe, el Golfo de México, y una porción del Océano Atlántico”. 32 naciones. 19 en América Central y América del Sur. 13 en el Caribe. Cuenta con 17 instalaciones de radar, principalmente en Colombia y Perú. Cuenta con 33 bases militares de hecho, aunque eufemísticamente disimuladas bajo otros nombres. 4 en Centroamérica. 5 en el Caribe. 5 en el Cono Sur. 13 en la Amazonía. 6 en el Área Andina. Actualmente realiza gestiones para abrir nuevas bases de hecho en El salvador, Argentina, Tierra del Fuego, y Brasil. En mayo de 2005, firmó públicamente un tratado con el gobierno de Paraguay para una nueva base militar en la provincia de Boquerón, en el Chaco Paraguayo, a 250 kilómetros de Bolivia, próxima a las provincias argentinas de Formosa y Salta; y a la estratégica región de la Triple Frontera entre Brasil, Paraguay y Argentina. Allí se albergarán aviones B52, los más grandes de todo el ejército de Estados Unidos, y hasta 16.000 efectivos. Todo en una zona que permite estratégicamente controlar las reservas gasíferas y petrolíferas de Bolivia, ubicadas en los departamentos de Santa Cruz de la Sierra y Tarija. Precisamente, los bastiones de resistencia y golpismo contra el actual gobierno legítimo del Presidente Evo Morales, que busca justamente nacionalizar y redistribuir esas riquezas gasíferas. Estimadas en 27 trillones de pies cúbicos que, al ritmo actual de explotación, alcanzarían hasta el año 2024. Denuncias crecientes hablan de un Plan similar al de la invasión multinacional de Haití preparado contra el legítimo gobierno de Bolivia, que sólo espera las “condiciones políticas” regionales mínimas para ser ejecutado. Los efectivos militares estadounidenses hollando el territorio de América Latina y el Caribe sobrepasan los 11.000 efectivos, incluyendo alrededor de 500 “asesores” militares del ejército colombiano. El Comando Sur administra este andamiaje militar creciente a través de 1500 cuadros y directores, y un presupuesto de alrededor de 800 millones de dólares. Además, coordina con otros 400 “contratistas”, empresas privadas bélicas y de mercenarios. Parte de sus misiones principales, consisten en multiplicar el efecto de su influencia, “desnacionalizando” a las Fuerzas armadas de los países de la

144

región, para que respondan a las estrategias e intereses norteamericanos. Ello se realiza a través de la “formación” en escuelas norteamericanas, incluida la ahora rebautizada escuela de asesinos y torturadores “de las Americas”. Sólo en el 2005, aumentando en 52% respecto del año anterior, se entrenaron 12.855 militares latinoamericanos y caribeños en dichas escuelas. También se hace a través de los “ejercicios conjuntos”, de fuerzas terrestres, navales y aéreas, en los cuales las tropas norteamericanas hacen práctica de jefatura sobre los ejércitos locales subordinados, al tiempo que obtienen total conocimiento e información geoestratégica y militar de los países de la región. “Unitas”, “Cabañas”, “Águilas”, “Cielos Centrales”, “Vientos Alisios”, “Atlasur”, entre muchos otros. Se suma a ello, la dependencia tecnológica, a través de la compra y mantenimiento de equipo bélico. Y la cadena de satélites espías que monopoliza y con la cual cubre permanentemente los territorios de los países de la región. Finalmente, a través de las llamadas “ayudas para desastres” y “programas de acción cívica”, las tropas y mandos estadounidenses buscan confraternizar y legitimarse políticamente a través de ayudas sociales mínimas a las poblaciones más cadenciadas o afectadas por desastres climáticos o bélicos, al tiempo que aprenden nuevas tácticas médicas y de ingeniería en los abruptos terrenos del continente. Entre otras, “Fuerzas Aliadas Humanitarias” y “Nuevo Horizonte”. En 2003, los ejercicios incluyeron 31 proyectos de ingeniería y 70 desplegados médicos de tropas en la región. En el Perú, bajo el gobierno de Alan garcía y en Colombia, bajo el de Álvaro Uribe, se concentran la mayor cantidad de ellos. Ciertamente, el programa del “Comando Sur” incluye la formación de las tropas en “Derechos Humanos”, de lo cual hace público alarde. Sin embargo, la práctica histórica de las tropas norteamericanas en la región, y la actual en Afganistán e Irak, hacen extremadamente dudosa la credibilidad de esta consigna publicitaria. La pública pretensión, hasta ahora fracasada, del gobierno de Estados Unidos de conseguir de los gobiernos del mundo en general, y latinoamericanos en particular, la “inmunidad total” de sus efectivos militares para responder por eventuales crímenes, ante los tribunales internacionales de Derechos Humanos, especialmente el “Tribunal Penal Internacional” y el “Pacto de San José de Costa Rica”, en la región, es una incontestable prueba de sus verdaderas intenciones en este ámbito.

145

XVIII.- LA HEREJÍA PERMANENTE__________________________

“El estado de América no es el de la independencia, sino el de una suspensión de armas”

Simón Rodríguez

El imperio español castigó con la masacre –brutal, legal y católica- a la familia Túpac Amaru, por encabezar la gran rebelión de José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru II, que abolió la explotación de los indios en mitas y repartos; la esclavitud de los negros; la humillación y discriminación legal racista contra mestizos, negros e indígenas; y, finalmente, la dependencia colonial. Después de 32 años de martirio, cárcel, torturas indecibles y destierro miserable, lleno de agonías, en las mazmorras españolas de Centroamérica, África y España, el veterano combatiente de la insurrección tupacamarista y único sobreviviente del clan revolucionario, emparentado a los Incas, Juan Bautista Túpac Amaru, hermano menor del prócer, vuelve a su amada Sudamérica, ahora en lucha definitiva contra el dominio español. Se instala en Argentina, donde es reconocida su lucha y recibe la más generosa hospitalidad. Allí escribe su libro “Memorias del Cautiverio”. Es uno de los ideólogos de la corriente revolucionaria y autonomista de José de San Martín, Manuel Belgrano, Martín de Guemes y Juana Azurduy. En el Congreso Revolucionario de Tucumán, en 1816, el General Belgrano, con el apoyo de aquellos, le propone como Rey Inca del nuevo “Incanato unido de Sudamérica”. La propuesta fue combatida y ridiculizada por la aristocracia racista bonaerense (en sus versiones pro británica o pro hispánica), la misma que más tarde ha de traicionar la “Confederación Sudamericana” de Bolívar. Uno de estos ilustrados criollos, delegado en el Congreso, testimonió la propuesta, señalando que se había puesto "la mira en un monarca de la casta de los chocolates, cuya persona si existía, probablemente tendríamos que sacarla borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería para colocarla en el elevado trono de un monarca” (Carta de Tomás de Anchorena. 4 de diciembre. 1846). Desde Argentina, en 1825, con 86 años de edad y estando desde hace años gravemente enfermo, el último descendiente de los Incas escribió a Simón Bolívar: “Si ha sido un deber de los amigos de la Patria de los Incas, cuya memoria me es la más tierna y respetuosa, felicitar al Héroe de Colombia y Libertador de los vastos países de la América del Sur, a mi me obliga un doble motivo a manifestar mi corazón lleno del más alto júbilo, cuando he sido conservado hasta la edad de ochenta y seis años, en medio de los mayores trabajos y peligros de perder mi existencia, para ver consumada la obra grande y siempre justa que nos pondría en el goce de nuestros derechos y nuestra libertad; a ella propendió don José Gabriel Tupamaro, mi tierno y venerado hermano, mártir del Imperio peruano, cuya sangre fue el riego que había preparado aquella tierra para fructificar los mejores frutos que el Gran Bolívar había de recoger con su mano valerosa y llena de la mayor generosidad; a ella propendí yo también y aunque no tuve la gloria de derramar la sangre que de mis Incas padres corre por mis venas, cuarenta años de prisiones y destierros han sido el fruto de los justos deseos y esfuerzos que hice por volver a la libertad y posesión de los derechos que los tiranos usurparon con tanta crueldad; yo por mí y a nombre de sus Manes sagrados, felicito al Genio del Siglo de América, y no teniendo otras ofrendas que presentar en las aras del conocimiento, lleno de bendiciones al hijo que ha sabido ser la gloria de sus padres. Dios es justísimo, Dios propicio sea con todas las empresas del inmortal Don Simón

146

Bolívar, y corone sus fatigas con laureles de inmortal gloria…Yo, señor, al considerar la serie de mis trabajos, y que aún conservo. Aliento en mi pecho la esperanza lisonjera de respirar el aire de mi patria…, no obstante de estar favorecido de este gobierno de Buenos Aires desde que pisé sus playas, y de cuantos han considerado mis desgracias y trabajos incalculables, que tendría en nada, si antes de cerrar mis ojos viera a mi Libertador, y con este consuelo bajara al sepulcro…”. (En: Valcarcel. 1.973). Con el siglo XX, una incontenible tormenta perfecta sacudió México, y dejó su impronta en las luchas revolucionarias del continente. Allí donde la revolución de independencia de España había sido desde el principio la única popular y campesina, encarnada en los sacerdotes revolucionarios Miguel Hidalgo y José Morelos, quienes en 1810 decretaron la abolición de la esclavitud y de los tributos a indígenas y otras castas no blancas. Donde el liberal Benito Juárez resistió y derrotó a la invasión francesa entre 1863 y 1867. Donde el despojo y explotación había encontrado innumerables resistencias indígenas y campesinas. Donde los hermanos Flores Magón habían hecho de los periódicos y los fúsiles herramientas del anarco sindicalismo para las masivas huelgas e insurrecciones de Cananea y Río Blanco en 1911. Allí, emergió de las entrañas de la tierra y de la historia una revolución que respondía a las más hondas y permanentes crisis estructurales e institucionales de América Latina toda. Y como en ninguna otra, esa respuesta sería propia. La “bola” revolucionaria mexicana. Desordenada, compleja, brutal, dolorosa. Llena de contradicciones, pero popular y propia. Sus máximos exponentes serán caudillos populares míticamente conectados con los anhelos de colosales mayorías excluidas. Líderes venidos del bandidaje social, como Doroteo Arango, llamado Pancho Villa. El único luchador antimperialista que ha invadido y atacado territorio continental norteamericano con fuerzas regulares en toda la historia independiente de ese país, devolviendo tantas agresiones e intervenciones imperiales impunes. O forjados en la más larga tradición indígena, gremial, como Emiliano Zapata. Semianalfabetos, despreciados, apoyados, manipulados o traicionados por las élites intelectuales. Llegaran al palacio de Gobierno, encaramados a regañadientes en la ola violenta de la transformación social. Finalmente, asesinados a traición. Representaran en toda su potencia y en toda su limitación a esa revolución. Emiliano Zapata, el más puro de los líderes campesinos en la historia del continente, junto a Emilio Montaño, el profesor revolucionario, el amauta armado, generarán en el sur del país, la síntesis de esa larga tradición indígena campesina con el “Plan de Ayala”. “La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos manifiesta a la Nación, bajo formal protesta, que hace suyo el plan de San Luis Potosí, con las adiciones que a continuación se expresan en beneficio de los pueblos oprimidos, y se hará defensora de los principios que defienden hasta vencer o morir… pues la Nación está cansada de hombres falsos y traidores que hacen promesas como libertadores, y al llegar al poder, se olvidan de ellas y se constituyen en tiranos. Como parte adicional del plan que invocamos, hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la justicia venal, entrarán en posesión de esos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos, correspondientes a esas propiedades, de las cuales han sido despojados por mala fe de nuestros opresores… Los hacendados, científicos o caciques que se opongan directa o indirectamente al presente Plan, se nacionalizarán sus bienes y las dos terceras partes que a ellos correspondan, se destinarán para indemnizaciones de guerra, pensiones de viudas y huérfanos de las víctimas que sucumban en las luchas del presente Plan” (25 de noviembre. 1911). La comuna campesina de Morelos, inspirada en aquel Plan y que se autogobernó bajo sus armas durante al menos tres años, es un ejemplo adelantado a su época de democracia popular. Su Programa, sintetizado en las consignas de “Tierra y Libertad” y la “Tierra para quien la trabaja” serán respectivamente el de la lucha guerrillera y la reforma agraria en el continente a lo largo del siglo XX. En el siglo XXI, el “inkarri”

147

incontenible de los pueblos originarios habrá de agregar la consigna “La Tierra porque es nuestra, nos la robaron, devuélvanla”. El colosal intelecto del peruano Carlos Mariátegui sienta las sólidas bases de la adaptación creadora del marxismo al continente, la nueva Sacsayhuaman. Las raíces andinas nutridas por lo mejor de lo universal. "Todo lo humano es nuestro", declara en la presentación de su insaciable revista “Amauta”, y en ella escriben los pensadores del mundo y de Nuestra América para confirmarlo. Otro amauta peruano, Augusto Salazar Bondy, a inicios de la década de 1970, cierra, formalmente y en el seno mismo de la academia oficial latinoamericana, el círculo del pensamiento propio y útil publicando su libro “Filosofía de la dominación y filosofía de la liberación”. El Che Guevara, marxista y bolivariano, cierra el circulo del desencuentro de América Latina con los textos marxistas sobre ella: “A Marx, como pensador, como investigador de las doctrinas sociales y del sistema capitalista que le tocó vivir, puede, evidentemente, objetársele ciertas incorrecciones. Nosotros, los latinoamericanos, podemos, por ejemplo, no estar de acuerdo con su interpretación de Bolívar o con el análisis que hicieran Engels y él de los mexicanos, dando por sentadas incluso ciertas teorías de las razas o las nacionalidades inadmisibles hoy. Pero los grandes hombres descubridores de verdades luminosas, viven a pesar de sus pequeñas faltas, y estas sirven solamente para demostrarnos que son humanos, es decir, seres que pueden incurrir en errores, aún con la clara conciencia de la altura alcanzada por estos gigantes de pensamiento." (Notas para el estudio de la ideología de la Revolución cubana. 1960). En el mismo movimiento, reafirma la historicidad necesaria de toda interpretación y construcción, su necesidad de adaptación específica y única. “Pero aun cuando los pueblos estén en la misma definición social, sean capitalista o estén en proceso de construcción del socialismo o cualquier otro, han arribado a esa etapa histórica por caminos diferentes y en condiciones peculiares para cada pueblo. Por eso el marxismo es solamente una guía par la acción. Se han descubierto las grandes verdades fundamentales, y a partir de ellas, utilizando el materialismo dialéctico como arma, se va interpretando la realidad en cada lugar del mundo. Por eso ninguna construcción será igual; todas tendrán características peculiares, propias a su formación. Y las características de nuestra Revolución también son propias. No pueden desligarse de las grandes verdades, no pueden ignorar las verdades absolutas descubiertas por el marxismo, no inventadas, no establecidas como dogmas, sino descubiertas en al análisis del desarrollo de la sociedad. Pero habrá condiciones propias, y los miembros del Partido Unido de la Revolución deberán ser creadores, deberán manejar la teoría y crear la práctica de acuerdo con la teoría y con las condiciones propias de este país en que nos toca vivir y luchar” (Discurso en la asamblea general de trabajadores de la textilería Ariguanabo. 24 de marzo. 1963). En esa senda de simultáneo combate resuelto y creación mental, caerán para vivir para siempre, el Che, el más latinoamericano de todos. Los bolivianos Inti y Coco Peredo. El cura colombiano Camilo Torres. El brasileño Carlos Marighela. El argentino Roberto Santucho. Los chilenos Salvador Allende, presidente mártir, y Miguel Enríquez, jefe del MIR chileno, la única guerrilla latinoamericana marxista que condenó públicamente la agresión militar soviética al gobierno revolucionario renovador de Checoslovaquia en 1968. El nicaragüense Carlos Fonseca, cartero, universitario y comandante guerrillero, arqueólogo de la epopeya sandinista, que actualiza, como regalo del pensamiento propio en el momento justo, para su pueblo. El peruano Néstor Cerpa Cartolini, vendedor ambulante, dirigente sindical y mártir guerrillero, tomando por asalto el siglo XXI. El puertorriqueño Filiberto Ojeda, el indomable comandante machetero, el último en caer en el año 2005, quien escribió: “Bolívar es, para los puertorriqueños, símbolo de libertad; es unidad latinoamericana; es igualdad y ha sido el hilo conductor que ha generado una tradición histórica de lucha y de libertad… Luchamos por una patria libre, soberana y a favor de esa unificación latinoamericana propulsada a través de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), que se

148

convertirá en garantía de integración económica, y de futuro justo y equitativo para todos nuestros pueblos”. Iván Márquez, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (FARC – EP), marxistas y bolivarianas, escribe: “En Bolívar nos encontramos todos. Él es el espacio estratégico de unidad y bandera de integración de pueblos y de luchas” (En: Isaconde. 2006). En Chiapas, México, apenas despunta el siglo XXI, insurge una guerrilla que, combatiendo, caminando y preguntando, construye de hecho su propia comuna en la selva Lacandona, como hiciera Zapata en Morelos hace casi un siglo. Es el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que hace cabalgar de nuevo por todo México a Emiliano Zapata, el más grande líder revolucionario campesino del continente, asesinado a traición, sin poder ser jamás vencido, en 1919. A su programa “Tierra y Libertad”, cuya potencia lo hará atravesar vigente todo el siglo XX, agregan los indígenas zapatistas uno destinado a hacer lo mismo con el siglo XXI: “Mandar obedeciendo”. El poder popular, donde toda autoridad es, sin excepción, sólo un vocero y un instrumento de administración de lo que decide su comunidad organizada. “Fue nuestro camino siempre que la voluntad de los más se hiciera común en el corazón de hombres y mujeres de mando. Era esa voluntad mayoritaria el camino en que debía andar el paso del que mandaba. Si se apartaba su andar de lo que era razón de la gente, el corazón que mandaba debía cambiar por otro que obedeciera… el que manda obedece si es verdadero, el que obedece manda por el corazón común de los hombres y mujeres verdaderos. Otra palabra vino de lejos para que este gobierno se nombrara, y esa palabra nombro ‘democracia’ este camino nuestro que andaba desde antes que caminaran las palabras” (EZLN. 26 de febrero. 1994). El componente de pueblos originarios en sus filas es crucial. Como lo es en todo el continente. Cerca de 50 millones de hombres y mujeres de los pueblos indígenas, renacidos del etnocidio para cumplir todas las profecías. Una mayoría incontestable; armados de organización, ideas, reflexiones, y colosales tradiciones de lucha y resistencias. Portadores de una matriz cultural rica, cósmica, urgentemente necesaria para un planeta en crisis. Y, sobre todo, una decisión irrevocable de terminar con la oscurana de la discriminación y el etnocidio impresentables, insostenibles. La actual “Constitución Bolivariana de la República Bolivariana de Venezuela”, es un documento fundante, cuya expresión democrática es tan avanzada que resume y es la expresión de lo mejor de ocho mil años de civilización humana, incorporando todos los nuevos aportes, además del bolivarianismo, en los ámbitos ético religiosos, étnicos, de género, ecológicos, de identidades sexuales no tradicionales y muchos otros. Aunque nacida para responder a la historicidad propia de ese país, impacta universalmente, aperturando y prefigurando el futuro de todos los documentos constitucionales por venir. En ella se elevan a rango constitucional, muchas veces por primera vez, y en un marco plenamente democrático, derechos políticos, sociales y culturales, cuyo reconocimiento está en lo más avanzado del pensamiento humanista actual. Se reconoce expresamente inspirada en la doctrina de Simón Bolívar como fundamento (Art. 1). Prohíbe bases militares extranjeras (Art. 13). Establece la unidad latinoamericana como principio de la nación y su política (Art. 153), entregando la nacionalidad en menor plazo a los latinoamericanos (Art. 33, 1), y la doble nacionalidad automática a los venezolanos que adquieran otra, si esta es latinoamericana (Art. 34). Establece a la soberanía popular como absolutamente intransferible (Art. 5), agregando a su ejercicio indirecto, a través del sufragio, el ejercicio “directo”, a través de numerosas formas de participación popular directa consagradas en la misma Carta y en las Leyes. La definición de sus principios de “seguridad de la Nación” incluye la corresponsabilidad civil y estatal en la defensa de las libertades civiles, los derechos sociales y la conservación del medio ambiente (Art. 326). Declara la nulidad absoluta y expresa de usurpar el poder y cualquier acto derivado de ello (Art. 138), estableciendo el deber de la desobediencia civil activa en defensa de la constitución (Art. 333). Para el control de las autoridades políticas y administrativas, establece la exigencia de

149

cuenta pública, incluyendo la del cumplimiento de los “programas” ofrecidos durante campañas electorales para cargos de elección popular (Art. 66). El derecho a petición a la autoridad con respuesta obligatoria (Art. 51). La revocabilidad de todos los cargos de elección popular (Arts. 6 y 72). La revocabilidad (abrogación) de toda Ley o la aprobación de ella, por iniciativa popular, a través de plebiscito, convocable con 2 tercios de los legisladores, o el 10% de los electores (Arts. 73 y 74). Para la participación protagónica popular, consagra el inviolable y permanente Poder constituyente del pueblo para convocar a una Asamblea Nacional Constituyente y reformar toda la institucionalidad (Art. 347). Declara la “participación popular” como deber del Estado (Art. 62) y como principio de la administración del Estado (Art. 141), de la seguridad ciudadana (Art. 55), de la descentralización a nivel estatal y municipal, y para la gestión de empresas y servicios públicos por las comunidades (Art. 158 a 185). Otorga a las asambleas de ciudadanos carácter vinculante, y rango constitucional a las cooperativas, y a la cogestión civil de entidades públicas (Art. 70). Eleva a rango constitucional la responsabilidad activa del Estado en la defensa de los Derechos Humanos y en el castigo a sus violaciones (Art. 29), especialmente las “desapariciones forzadas” (Art. 45), y prohibiendo absolutamente cualquier ley de impunidad para estos crímenes. Establece expresamente el derecho de acudir a tribunales Internacionales de Derechos Humanos (Art. 31). Deja abolidas la pena de muerte (Art. 43), el exilio (Art. 50) y el reclutamiento militar forzoso (Art. 134). Prohíbe el uso de tóxicos en el control de manifestaciones (Art. 68). Y establece el deber de participación de cada ciudadano en la defensa de Derechos Humanos (Art. 132). Otorga rango constitucional a las “acciones afirmativas” en favor de sectores vulnerables y desfavorecidos (Art. 21, 2). A los Derechos difusos y colectivos (Art. 26). A la prohibición de actos de discriminación por parte de los medios de comunicación (Art. 57). A la protección preferente de niños (Art. 78), ancianos (Art. 80) y discapacitados (Art. 81). A la rehabilitación de los reclusos (Art. 272). Y establece el uso de ambos géneros para referirse a los cargos ejecutivos del estado (Art. 225). Eleva a rango constitucional los Derechos de los Pueblos Indígenas, sus idiomas (Art. 9), sus hábitats, ambientes y tierras (Arts. 119 y 120), con la expresa prohibición de que pueda extenderse patentes de propiedad sobre su biodiversidad (Art. 124). Se reconoce su sistema de Justicia propia como válida (Art. 260). Y se establecen cuotas mínimas obligatorias de representantes de éstos en las instancias políticas de la República (Art. 125). Se consagra el Derecho de las familias, a la planificación familiar, a la absoluta igualdad de los cónyuges, y la igualdad a las uniones de hecho (Arts. 76 y 77). Se consagra el Derecho a la Salud a través de un sistema nacional público; prohibiéndose expresamente su privatización, e incluyendo entre sus principios, la participación de la comunidad organizada (Arts. 83 y 84). A la Seguridad social, incluyendo expresamente a quienes no pueden pagar (Art. 86). A la Vivienda digna (Art. 82). A no ser víctimas de la especulación y usura (114). A formar cooperativas y otras formas de economía autogestionaria (Art.118). Al Trabajo, con expresa obligación de los “Subcontratistas” de respetar plenamente todas las normas laborales, y del derecho de Huelga (Arts. 87 a 97). A los Derechos ambientales (127º a 129º). Se consagra como obligatoria la función económica y social del Estado, para proteger y desarrollar la industria nacional (Art. 301), la propiedad petrolera (Art. 303), la agricultura y la pesca (Art. 305). Para impulsar el Progreso y bienestar popular (Art. 302), llevar adelante impuestos redistributivos (Art. 316), impulsar la Reforma Agraria (Art. 308), y el desarrollo de cooperativas y otras formas de autogestión (Art. 308). Se otorga rango constitucional a los Derechos culturales y educativos, expresamente a las “Culturas populares”, al principio intercultural, a los derechos sociales de los trabajadores de la cultura, a la educación a discapacitados y presos, a la obligatoriedad de la educación ambiental y el ideario bolivariano (Arts. 100 a 107). Esta Carta fundamental es fruto y a la vez cauce habilitante de esa revolución, y de todas sus innumerables y ricas manifestaciones y creaciones en todos los planos,

150

de su fuerza pluriclasista, multiétnica, transgeneracional, plurilocal, ecuménica, pluripartidista, latinoamericanista e internacionalista. Es decir, una verdadera “tormenta perfecta”. Que avanza con las mayorías a la construcción socialista inédita, reformando sus instituciones en una dinámica donde el “poder constituyente” del pueblo permanentemente perfecciona el “poder constituido”: las instituciones, devenidas así en instrumentos de profundización democrática y no en camisa de fuerza legalista contra la participación creciente de la ciudadanía. Ya no son “leones calvos”. Son “Pumas”, “Jaguares”, “Yaguaretés”, “Ocelotes”, “Otorongos”… latinoamericanos. El presente nombrando el presente con palabra propia. “…ése fue el nombre que se nos ocurrió ponerle…” Dice, al pasar, el Presidente Chávez, refiriéndose a un gráfico expuesto durante la presentación de su “Mapa Estratégico” en 2004. Es el indómito pueblo latinoamericano y sus mejores hijos rompiendo, a lanza y espada, ininterrumpidamente, desde siempre, el eslabón más fuerte de la cadena imperial: el mental. Poniendo, sin complejos, libre y creador, nombre a las cosas, nombres propios y revolucionarios. El “inventamos o erramos” de Simón Rodríguez. El “nuestra América, viene de sí misma” de Martí. La “creación heroica, sin calco ni copia” de Mariátegui. El “copiar, desde aquí, sería una locura” de Arguedas. El “Nuestro norte es el sur” del amauta uruguayo Joaquín Torres. Largo parto del pensamiento propio. Odisea creadora. Arcilla en las manos. Herejía continuada. Sagrada y definitiva independencia. “América una, libre y justa… para equilibrar el universo”.

151