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Revista de literatura

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Presentación #1

año 1, núm. 1, enero-febrero [email protected]

www.eljolgoriocultural.org.mx

yagular es una revista bimestral de creación y reflexión literaria y

gráfica de el jolgorio cultural

Directorio: Juan Pablo Ruiz Núñez, Alonso Aguilar Orihuela, Saúl HernándezDiseño: Ignacio Zárate HuizarFormación: Carlos Santiago FrancoColaboradores: Fausto Alzati, Luigi Amara, Rocío Cerón, Graciela Romero, Guillermo Santos, Víctor V. Quintas, Lorena VenturaIlustración (portada e interiores): François Olislaeger

En noviembre, presentamos el númerocero de Yagular, la revista bimestral de

literatura y gráfica de El Jolgorio Cultural.La respuesta ha sido favorable. En esta ocas- ión continuamos con nuestra presentación de textos misceláneos, animando el diálo- go entre autores consolidados y noveles, entre la creación local y de otras latitudes. Con el afán de animar el diálogo necesario, confluyente, contrastante, diverso, a partir de la palabra y sus posibilidades, de la grá-fica y sus irradiaciones. No dejamos de recordar las recientes partidas del poeta ita- liano Andrea Zanzotto, del potente narrador poeta Daniel Sada y del entrañable Tomás Segovia. E invitando a que nos lean y nos escriban, nos despedimos en voz de éste ultimo:

Lengua bárbara

El hombre que ha aprendido a modelarEntre sus manos las palabrasPara que en ellas hableUn lenguaje de huellasCorporal y movible y sin sentencias

Ése a la vez que escuchaDecir lo que se diceMira lo que se muestra sin decirse

Y así para pensarEn lo que vive en él y es él bajo las sombrasO en esa luz donde su vidaSe mira y se profiereNo confía en la lengua de su bocaY prefiere callarY esperar la evidencia del abismo.

Abrimos esta edición 1 de Yagular con un poema de Lorena Ventura i / Sigue un relato de Víctor V. Quintas, Durmiendo como un rey ii / Después viene Envía “Amor” al %!@#**, un ensayo de Fausto Alzati vi / Publicamos unos fragmentos de 13 formas de habitar una esquina, un poemario de Rocío Cerón de próxima publicación x / Continúa Una conversación, de Guillermo Santos, el otro ensayo del número xii / La entrevista fue con el músico, impresor y tipógrafo Juan Pascoe, realizada por Juan Pablo Ruiz Núñez xiv / Continúa una serie de aforismos de Luigi Amara bajo el nombre de El imperio de la sonrisa xix / Y cerramos con Recreación, un relato anfibio de Graciela Romero xxi / Las ilustraciones de interiores y la portada y contra son de François Olislaeger

SUMARIO

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Poema lorena ventura

I

te confío mis párpados y la múltiplecorriente de mi sangre oxigenada. Dosalas que se extienden y se pliegan:contradicción de mi cuerposedentario. Mi boca, para que tepronuncies. Aunque ese nombre en tu salivano llegue a ser jamás verbo sagrado.

Sé bien que todo en mí es margende tu mundo. Horizontede lo otro. Que escucho a solas cancionesque hablan de ballenas. Y que extraviadaen la plateada curvatura de sus colashe vuelto a ser un niño en el océano,un planeta cambiando de color.

El oficio que aprendí es una hogueraa punto de extinguirse y cada vez estoymás cerca de la línea final. Pero sé todavíacómo defenderme y puedo poneral servicio de tu magiala secreta calidez de mi veneno.

No es tan extenso el universoque el deseo de mis dedos no pueda abarcarlo.Arista por arista. Hormiga por hormiga.Has sido más grande que yo. Con menosdesesperación y otros miedos.

Este es un camino que no volveremos a cruzar.Ya no hay espacio ahora. Sólo tiempo.Y una tercera dimensión donde tu piel(como entonces)habla bien de ti entre mis manos.La luz de ese metales aún toda mi fiebre.

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víctor v. quIntas

Durmiendo como un rey

Era bastante entrada la noche y los au-tomóviles en la carretera lanzaban

sus luces contra ellos. Durante una frac-ción de tiempo, las siluetas desiguales se iluminaban y era posible ver que se trataba de una familia al borde del as-falto. Estaban en una ligera curva, con terraplén, haciendo señas para que un taxi se detuviera. Era un paraje sin luces ni casas a la redonda. Al pasar los autos, la noche volvía a tragárselos y después volvían a renacer con los faros de otros coches, repitiendo las señas que llevaban haciendo por más de media hora.

— ¿Es ése? —preguntó Nancy, señalan- do las luces de un coche y jalando la fal- da de mamá.

— No lo sé—dijo mamá con voz tran-quila, aunque fuera la quinta vez que es-cuchaba la pregunta-. Pero hazle señas.

Nancy, de siete años, alzó su brazo y sal- tó varias veces, intentado atraer la aten- ción del conductor.

— ¡Aquí, aquí! —gritó. El coche pasó sin detenerse.— ¡No era! —dijo Nancy, desconsola-

da-. ¡No era! Estoy cansada, mamá. Volteó hacia arriba, donde se supone

que estaba la cara de mamá. Era difícil

ver la cara de mamá. Sólo podía ver al-gunas partes de mamá, principalmente mechones brillantes que reflejaban las luces de los coches. Nancy sabía, a pe-sar de su edad, que era imposible ver la cara de mamá entre la oscuridad. Sim-plemente sabía, por medio de acordarse, que mamá tenía en brazos al pequeño Gael y que lo tenía cubierto por una fra-nela calientita que lo hacía dormir como un rey.

— Pasará. Ya verás que pasará —dijo mamá, tocando con la mano que le que-daba libre la cabeza de su hija.

— ¿Y si no pasa? —Preguntó Nancy—. ¿Qué pasa si no pasa?

— Pasará —dijo mamá—. Si no me crees, pregúntale a tu padre.

La niña dio media vuelta y de haber luz suficiente podrían haberse visto sus dos trenzas del cabello moviéndose co-mo suaves cuerdas de barco, su falda gris con pinzas y el suéter rojo del uniforme de la escuela.

Nancy quedó frente a la oscuridad. Só- lo veía las sombras de los matorrales de-bido a las luces de los coches y tal vez a las estrellas y la luna. Sin embargo, había algo más allá que podía mirar y mirar

II

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sin jamás encontrarle forma, únicamen-te sonidos que eran arrastrados por el viento: ramas torciéndose, silbidos, patas avanzando con rapidez.

— ¿Papá? —dijo Nancy—. ¿Dónde es-tás, papá?

— Aquí, hija —dijo papá.Nancy se inclinó un poco hacia ade-

lante y apoyó sus manos en las rodillas, bajando un poco su cuello como si qui-siera encontrar a su padre en la tiniebla.

— ¡No te veo! —dijo—. ¡No te veo! — ¡Aquí! —dijo él, moviendo su pier-

na de tal manera que una de sus botas golpeó tres veces la tierra, haciéndola sonar como si tocara un tambor abierto.

Nancy dio un paso hacia adelante. In- tentó acercarse a la oscuridad de donde provino la voz de papá.

— Ya te veo —dijo ella—. ¿Estás acos-tado en la tierra, papá? ¡Te vas a ensuciar!

— Estoy descansando —dijo él—. ¿Quieres probar? La tierra es muy suave.

— ¡No! —dijo Nancy—. Me quiero ir a casa, papá. ¿Vendrá el taxi?

Las luces de dos coches pasaron en ese momento iluminando la cara de pa- pá. Él miraba a mamá, pero ella voltea-ba hacia los autos y alzaba la mano y además cargaba en el otro brazo a Gael, arropadito como un rey.

III

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— No lo sé. Es cosa de seguir intentando. Sabes, muchas cosas en este mundo son cuestión de seguirlas intentando. ¿Ver- dad, cariño? —dijo papá a mamá.

Mamá no respondió. Estaba levantan-do el brazo hacia el ramo de luces que venían hacia ellos. Se escuchaban las rue- das y los motores a toda potencia.

—¡Es un taxi! —gritó mamá, acomo-dándose a Gael en el brazo—. Estoy segura.

Papá se levantó y empezó a sacudirse el pantalón. Puso un brazo sobre el ca-rrito de supermercado que había pillado de algún centro comercial y que servía para cargar los materiales del puesto ca-llejero donde mamá preparaba las mejo-res empanadas de quesillo con flor de calabaza de Oaxaca. Fue una suerte que consiguieran situarse junto a las oficinas de correo. Era un gran lugar. Mucha gen-te pasaba y las ventas caían bien ahora que papá llevaba un tiempo sin trabajar como repartidor de tanques de gas. Y no es que papá fuera malo en su trabajo o que no supiera trabajar en otra cosa, simplemente lo habían despedido hace dos meses y no lograba encontrar algo que fuera igual de bueno que su antiguo empleo. Aunque lo intentaba, de verdad.

Papá empujó el carrito del súper y lo llevó al asfalto de la carretera. Las dos luces del taxi se pasaron al carril de trán-sito lento y fueron acercándose a ellos.

— Ojalá sea éste. —dijo papá.— Sí —dijo mamá.— Ojalá haya espacio para el carrito

del supermercado. —añadió papá. — Ojalá. —dijo mamá.

Nancy se rió. Papá iba preguntarle de qué se reía, pero en ese momento el taxi se detuvo frente a ellos. En el parabrisas había un letrero que resplandecía con las luces de los demás coches.

— L A C H I…—intentaba leer Nancy.— Lachigoló —dijo mamá.— ¿Es éste, mamá? ¿Es éste?— Sí, es éste.— ¡Viva! —celebró Nancy—. ¿Ya ves,

papá? Mamá tenía razón. — Sí, hija. Mamá tenía razón —dijo

papá, soltando aire por la boca—. Es hora de irnos a casa.

Las ventanillas del taxi eran oscuras y no se podía ver dentro.

Somos tres –dijo papá, asomándose por el espacio que estaba libre de la ven-tanilla. (Gael, por ser muy pequeño, no contaba como pasajero)-. Necesitamos que nos abra la cajuela.

El conductor encendió la luz interna del taxi, que era color morada, e hizo emerger su cara de hombre viejo. Tres señoras estaban sentadas en el asiento trasero. Era un taxi colectivo. Los úni-cos que llevaban al pueblo. El asiento del copiloto estaba vacío.

Sólo puedo llevar a dos. Sólo dos —re- pitió el chofer—. La cajuela está abierta.

Papá se volteó y miró a mamá, a Nancy, al carrito del súper y, de no haber sido por los faros de unos autos que ce- garon a Nancy, ella habría visto la forma en que su papá miró con envidia al pe-queño Gael, durmiendo como un rey.

Iv

durmIendo como un rey

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durmIendo como un rey

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vI

I can’t tell you what it really is; I can only tell you what it feels like.-Eminem, en Love the Way You Lie

“Eres un pinche puto… vales verga, pinche puto traga mierda”, inte-

rrumpen mis labores (o desidia) los gritos de una vecina. “Ya cálmate, pinche loca”, le vocifera de vuelta el objeto de sus injurias. Dejo el teclado para posar el oído por la ventana de la co- cina. “¿Qué, me vas a pegar, pinche cu- lero?, no tienes huevooos, pinche puto… ¡Pégame!, órale, ¡peeégame!”, continúa gritando ella con la voz temblorina, como una fiera en estado de emergen- cia. El morbo se crece por dentro, exi- giendo más: que escale la situación, que le arranque la cabeza, que le pateé las pelotas y lo aviente por la venta- na… La curiosidad, mezclada con la pena ajena, trae consigo un entretenimiento siniestro y nostálgico, invocando los re- cuerdos de situaciones similares en mi propia vida. Algo me pide saber el origen del conflicto (si tal cosa es acaso posible, digo).

“¡Ah!, ¿quieres que me largue?; pues te vas a la verga”. Algo que no alcanzo a escuchar y luego: “Déjame pasar por

fausto alzatIEnvía “Amor” al %!@#**

mis cosas, pinche maricón…” Después se opacaron sus voces y llegó el silencio, por lo cual tuve que regresar a mis labores. Ya horas más tarde, cuando comen- zaba a oscurecer, al salir me encuentro un kotex, tirado a un lado de las esca-leras del edificio. Sellado y pulcro aún. Y miraba esa toalla menstrual, ahí, arro- jada, despechada en una especie de intento —casi mágico— por representar y de paso ahuyentar al olvido la di-ferencia. Aquella irresoluble diferencia del otro (o la otra, pues), magnificada por el género (biológico, afectivo, psico-socioimaginario, o lo que sea).

Al regresar, continúo con mis lecturas sobre el investigador Robert Keppel, responsable de la detención y condena de asesinos seriales como Ted Bundy y Gary Ridgway (el Green River Killer). A lo cual debo agregar dos observaciones antes de continuar: 1) La cinta de El si-lencio de los inocentes está basada en lasconversaciones que mantenía Keppel con Bundy para atrapar a Ridgway; y 2) A Keppel lo trajeron a Ciudad Juárez para dar una conferencia sobre los femini- cidios, pero no le encargaron ni permi- tieron investigar (chale). Entre pasajes

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vII

del caso, perfiles psicológicos, métodos de investigación y observaciones crimi-nalísticas, vine a dar con una peculiar entrevista con la esposa del asesino.

Judith Ridgway, entrevistada poco después de que el arresto de su marido Gary fuese noticia, declara que “No lo podía creer. Él siempre ha sido tan gentil y cariñoso y…” (www.seattlepi.com/lo-cal/149997_greenriver26.html). Y se si- gue por esta línea, hablando de cómo era un marido ejemplar, su mejor ami-go, un hombre tierno, que la hacía son-reír y, cito, “sentir como una recién casada todos los días”. (www.kirotv.com/

news/13362515/detail.html). ¿Cómo in-tentar siquiera entender que el asesino en serie más prolífico (se estiman alrededor de 71 víctimas) y despiadado, sea, en la experiencia de otra mujer, el marido del año? Decir que aquella mujer simplemente estaba en la luna o en ácido barato no resuelve este dilema; además, todo romance involucra un grado de delirio y ceder en cierta medida al delirio del otro.

Suelen explicar las motivaciones de Gary en relación a su relación con una madre muy estricta, e incluso a las infi- delidades de sus dos esposas anteriores.

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vIII

Cabe, en este caso, considerar (reductioad absurdum), además, si quizás Oscar Wilde no minimizó los pormenores del matrimonio al sugerir que “las cadenas del matrimonio son tan pesa- das que a veces se requiere de tres per- sonas para cargar con ellas”. ¿Serán, pues, 73 personas las requeridas para cargar dichas cadenas en nombre del padre (Gary, su esposa, y las víctimas)? Supongo, que así como mis vecinos, to-dos hemos, siquiera de pasada en un instante de aquella abismal frustración de la incomprensión, considerado la de- sintegración astral de nuestra pareja. Pe- ro, qué caso éste donde un sujeto lleva a cabo una serie de brutales y crueles asesinatos, para bajo los efectos secunda- rios del desahogo y la requerida disimu- lación exagerada, llevar, como si nada, un matrimonio feliz. Parece, como- quiera, ante esta coyuntura, una opción más sensata arrojar un kotex por las escaleras.

Regresando a mi vecino (anterior-mente referido como “pinche puto traga mierda”), con toda intención de preser- var su anonimato ante esta indiscreción

de mi parte: la frecuencia cíclica con que me lo he topado, en esas mismas escaleras, durante los pasados dos años, intenseando por teléfono con su novia en turno es significativa. Pero más aún, consideremos que presenta, en cada caso (tiro por viaje), el siguiente patrón: a) un endiosado trance tras haber “encontrado al fin” una mujer ideal (no como la pin-che engañifa anterior) —etapa en la cual su modo de caminar se modifica, ya que saca el pecho como gallito de pelea todo el día—; y, b) una semana después, lo encuentro deambulando por las esca-leras, neceando en su celular, pidiendo, entonadamente, a la mujer en cuestión: “ya, dime la verdad”.

Él, como tantos quizás, espera que Ella le diga La Verdad. Casi como una por-no exigiendo evidencia del orgasmo fe- menino para sus cámaras; casi como un juez buscando el alivio final del ca- so resuelto (en el mejor de los casos). No puedo evitar escuchar en su petición un desesperado grito contra el avasallador sin sentido de la realidad, como si de pronto, tanta libertad fuese una carga terrible. Así espera, a lo mejor, encubrir

envía “amor” al %!@#**

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IX

con un supuesto dilema imposible, aquel traumático y glorioso Real que rebasa incluso la concepción de “imposible” (o “inconcebible”).

El vecino espera y exige La Verdad de alguien más, en el entretejido de una demanda amorosa. Y, sí, me pregunto qué tanto de esto no hago yo también, a diario, en esto y lo otro. Pero si de pron- to no fuese La Verdad, ¿Qué verdad se le podría ofrecer? ¿Aquella de la im-permanencia? ¿La certeza de la muerte? ¿La relatividad de lo relativo? ¿La ter-modinámica o la gravedad, quizás? ¿Que nadie sabe; no realmente? Vaya, pero así cómo no anhelar la certeza del estado de emergencia con toda su apaciguante y momentánea convicción total; aquella solidez existencial que parece palparse al batallar entre “chinga tu madre, pin-che puto” y “cálmate, pinche loca”. Por un breve lapso de lapsos de tiempo que no regresa, con alguien más como “la pinche loca” o el “pinche culero”, se puede descansar a medias en el efímero credo de la cordura propia —como si hiciese falta.

Y en el televisor, anuncian juegos para el celular, desde “espía a tus amigos… sé parte del club”, “rayos X”, y el “localizador de pareja”. Entre estos y tantos, tantos más (vaya mercado), uno que como una suerte de polígrafo astral vía la red de telcel, al enviar un sms con la palabra “Mentira” a determinado número, esta-blece si tu pareja te miente o engaña. Es posible que mi vecino necesite hablar con Amira o con alguna otra pitonisa, y darle un respiro a su novia en turno. O dejar que lo mate, asfixiándolo con tampones.

envía “amor” al %!@#**

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(fragmentos)

IIDonde los náufragos cantan apunta el ojo. Hacia el rabillo austral de la mirada —dorada agua de la memoria—el tono plomizo del frío. Uno podría ser enten-dimiento crepuscular, avanzada furiosa de jauría humana pero el vórtice detiene la rebelión. Gotea aún el rompevientos. Y entre el invierno de milnovecientoseten-taydos y el presagio del dosmildocefin-delmundo un día y el otro. Gramática de Babilonia. Descenso.

VIII En el cuerpo sésil de una hoja, apenas ad-herida, resplandece el estrato del mundo. Flujo audible. Inflexiones sostenidas por insinuación —dosel amazónico en medio del cuarto. Las hormigas deducen siempre el estado de las cosas. Intensidad de unafigura dentro de otra, sonoridad del bul-bo de luz, silbido en tono sordo. La cer-veza cae al suelo. Tokonoma.

XÁngulos óseos, formas y cuesta donde radica el ritual. Quién teme al aire. Fisu-ra donde hay. Puerta pulida. Naturalezas muertas, humo de tabaco. Cruce. Un poema es una lima un día bisiesto un 31 de marzo un esquema mental un pinar. Retenes silenciosos demarcan umbral.

X

rocío cerón

13 formas de habitar una esquina

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Aire, pulmones saturados. Oxígeno para abastecer el cerco. Cercanía de pieles ante el viento. Jaula.

XIIJúbilo y adoración en paréntesis. Sobre el cabello largo de esa mujer, vista en Baden Baden, sobresale una galaxia. No anillos de satélite. No corona de santi-dad. Réplica. Varios tañidos de campa-nas (no provincia eclesiástica) susurran una verdad a medias. Blancos y agrie-tados. Los labios. Se necesita una nue-va contraseña para regresar a tiempo al mundo. Mientras la palabra aparece, ella dibuja sobre el agua una espiral. Res-plandor.

XIIICirculan autos en pulgada y media. Es-pacio hendido. Ladra un perro al fondo. Oropel. Pastelillo de arándanos y chispas de chocolate. Píldora sintéctica de felici-dad. No era sólo balanceo de cumbia sal-sa samba. Gozne entre realidades, “mira tu cuerpo iridiscente, azulmoradoverde iridiscente”. Lenguaje. Territorio para la aparición de parques paisajísticos zonas urbas rehabilitadas laderas de casas con techo metálico piedras nucleicas espa-cios sacrificiales. Cajas y capas, espacio vital de pulgada y media. Nación.

13 formas de habItar una esquIna

XI

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Si una idea no me provoca cierta tristeza o desazón, termina por dejar de intere-

sarme; si detrás de las palabras de un hom-bre no comienzo a imaginar una desgracia, este hombre comienza a desaparecer en el horizonte de mi memoria, termina por de-jar de interesarme. Bajo una lógica similar («si es que pueden tacharse de lógicas mis palabras» y no similares a otras) sería absurdo creer que el pensador más profundo sería a la vez aquel que resulta más triste o cuyas obras ocasionan debacles emocionales a sus lectores. Sin embargo, sólo así he podido construir un conocimiento íntimo, una es-pecie de vida interior, cuyo fundamento, que descansa en las palabras de los otros, se ha convertido en una especie de detector de charlatanes: un conjunto de palabras sólo pueden remacharse en mi cabeza si poseen cierto aire de persona amarga, pues me es difícil pensar en una persona interesante que no haya sido antes un aficionado a la tragedia.

Jean Groidin ha escrito que el filósofo lo es todo, salvo un experto en la felicidad. Es-tas palabras, encontradas en su libro El sen-tido de la vida, me parecen modestamente certeras.

Todos hemos conocido alguna vez a la persona más triste de este planeta, y su con-versación fue tan desiciva para nosotros como inolvidable, pues nos pareció estar ante un sujeto tan antiguo como la vida

misma, y cada oración suya, pronunciada con la calma y tranquilidad propias de alguien que ya no tiene prisa alguna, nos conmina a un silencio que se extiende a veces por horas y días, en el interminable desciframiento de un par de sentencias.

Cada quien ha construído un modelo de lo que significa una conversación, una conversación verdadera, sin que por ello sea posible admitir cómo es ese modelo, pese a ser capaces de recordar una charla que nos cambió para siempre.

El arte de la conversación, que podría denominarse uno de los artes más bellos y difíciles de lograr, y sin el cual la amistad no podría darse, es por sí mismo un acto soprendente. Yo sospecho que uno gusta de aquellas charlas que rehuyen al futuro y que se instalan en un presente continuo, en el que objetos como el dinero o la política sencillamente no tienen lugar.

Los libros que nos dan una idea de la amistad son aquellos en donde la conver-sación es fundamental. El último encuen-tro de Sándor Márai, o El sobrino de Witt-genstein de Thomas Berhard son libros que no han podido escribirse sin un constante ánimo por buscar al otro, por establecer una conexión fiel a través de las palabras, y la confianza profunda en un entendimiento razonado al fluir de las décadas. No olvidaré decir que estos libros son excepcionales, y que sería bueno volver a ellos un par de veces

XII

guIllermo santosUna conversación

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XIII

una conversacIón

por el resto de nuestros días; cuando menos así lo haré yo. Todavía no saco de mi cabeza aquella exhortación de Paul Wittgenstein a Thomas Bernhard, uno de sus grandes compañeros: “Doscientos amigos asistirán a mi entierro, y tú tendrás que pronunciar un discurso ante mi tumba”.

Una de las conversaciones más intere-santes que haya tenido nunca fue sobre la tristeza, y se llevó a cabo con una amiga hace ya un par de años. Por su puesto que en esa casa nunca se mencionó la palabra tristeza, pero la pesadumbre que irradiaban los es-tantes vacíos, la puerta a punto de caerse, o que más bien caía por pedazos, y la estufa, que producía un sonido similar al motor de un automóvil viejo, provocó, quizá, la atmós-fera necesaria.

Es curioso que lo piense, pero creo que cada vez que he hablado con alguien de manera profunda no he podido sino te-ner que contar mi vida entera, intentar explicarla, tratar de llevarla a la luz, colocarla en un lugar en el que sencillamente no ha estado, y es como si todos esos años, que permanecieron al parecer ocultos en mi memoria como actos ya irreparables o nos-tálgicos, sólo hayan ocurrido con la úni- ca finalidad de poder ser manifestados por mi propia boca. Me refiero a que, en ocasio- nes, ocurren hechos que sólo pueden tener una existencia auténtica en un diálogo.

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Crear vivos cuerpos enteros.La corporeidad del texto, el sino de Juan Pascoe

Juan Pascoe es músico, impresor, editor, maestro decano de la tipografía móvil

mexicana. Hace un par de años tuve la oportunidad de conocerlo en alguna de sus visitas a Oaxaca. Al tratarlo, de inmediato

saltan su generosidad y bonhomía. Además en cada palabra, cada comentario transmina

y transmite entusiasmo por los libros impresos, hechos a mano. Cuenta Carmen

Boullosa en “El tipógrafo que se decidió michoacano” (El Universal, 8/IX/2011) que la ciudad de México, anterior a los

ejes viales, tenía en Pascoe “un personaje formidable, gran lector, gran editor,

que con fandangos veracruzanos y toritos de cacahuate nos convidaba a celebrar

sus libros… Nació el Grupo Mono Blanco. De día eran artesanos tipógrafos, de

noche músicos y bailarines que versaban coplas con Arcadio Hidalgo”. Más tarde,

continúa Boullosa: “nos informó que se mudaba. Juan Pascoe se había enamorado

de Michoacán. Se fue con sus prensas manuales, sus tipos móviles, sus archivos y

su sabiduría a continuar ejerciendo el oficio de impresor y darle vida a un cascarón,

décadas atrás parte de una hacienda azucarera. No tenía electricidad, no había

baño, no había agua corriente…”. Pascoe considera que editar un libro es un arte

pero también y particularmente un oficio. Todos los elementos, el texto, la gráfica, el papel, la tipografía elegida y la forma de confeccionarlos son deliberados, tan

deliberados como el modo en que las palabras fueron dispuestas en un poema –o cualquier

pieza literaria– por su creador. Publicamos esta conversación por correo electrónico

realizada en noviembre pasado.

XIv

juan pablo ruIz núñez

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Cuéntanos de tu llegada a México y decisión o necesidad de establecerte en el país.

Se puede decir que nunca me fui, en el sen-tido de la pregunta: llegué por vez primera a los seis meses de nacido, a formar parte de una familia extendida en la ciudad de Mé-xico. Aunque a los seis años mis padres nos llevaron a vivir en una reserva indígena, Tohono O’odam, en Arizona, y luego ellos comenzaron sus vidas como funcionarios de la ONU, siempre en distintos países, México era el ombligo. Y ahí se encontraba la casa familiar. Era natural, una vez que hubiere entendido cómo iniciar mis actividades ti-pográficas —el aprendizaje forzosamente tuvo que transcurrir en otra nación, en Mé- xico ya nadie sabía cómo manejar las prensas viejas de palanca— pues México era mi país, ahí había casa donde caer. Además, vi que el concepto de “hacer libros a mano” no tenía presencia en el ámbito cultural. ¿Cuáles fueron tus primeros acercamientos a las labores de impresor? ¿Cuándo sucedió tu primer deslumbramiento?

Dada la naturaleza de labor social del traba- jo de mi padre, frecuentemente vivían en países sin escuelas para sus hijos: me edu-qué en internados en los Estados Unidos: durante los años “secundaria/preparatoria” la maestra de arte se había casado apenas con un impresor y poeta [Harry Duncan]. Hablaba mucho sobre él y la vez que cam-biaron de casa y taller me llevó con otros de

mi generación a ayudar a meter la prensa. Me “deslumbré” con aquella máquina antigua, capaz de producir los libros más modernos que había visto.   ¿Cómo surgió Taller Martín Pescador?

Debido a un conflicto con mi maestro, utilicé el nombre de Imprenta Rascuache para mis primeros trabajos; pero ya instalado en Mé-xico la carga negativa de ese mote no com- paginaba con la “ilusión de gradeza” que me movía. Tenía todo mi primer libro impreso y era necesario hacer la portada, y aún no tenía ningún nombre. La autora trajo una lista de posibilidades. Ese día estaba ahí con- migo Roberto Bolaño: ella leyó los posibles nombres uno tras otro, y nosotros recha-zábamos cada uno por distintas razones. Cuando ella pronunció “Taller Martín Pes-cador”, Bolaño dijo: “Ahí está. ¿Qué más quieres?”

¿Por qué decidiste volcarte a la impresión con tipos móviles?

Si lo que se busca es crear una unidad en la cual el texto forja su forma visible, no he encontrado otra manera mejor que la de componer letras fundidas a mano. Pudiera ser por la lentitud con que trabaja mi cere-bro. Generalmente tengo una “idea” para comenzar un libro (o una hoja, no importa), y con ella me siento ante la caja para iniciar la construcción. Casi siempre la “idea” de-saparece y la materialización toma su propia

entrevIsta a juan pascoe

Xv

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XvI

forma. Se construye desde los cimientos. De otra manera —la otra manera hoy en día se refiere a composición digital— es común producir impresos que son esque-letos, pero no vivos cuerpos enteros.  ¿Qué piensas de lo que ha dicho Alfonso D’Aquino respecto de tu trabajo: “ediciones poéticas, donde el poema no es sólo el conte- nido, sino el soporte natural que lo contiene”?

Claro que estoy de acuerdo con D’Aquino, él mismo es uno de los poetas que hace poemas pensando en su tipografía, en su fisicalidad: creció junto con el Taller Martín Pescador. No digo “nació” porque no lo conocí sino hasta la noche de la presentación del libro de Octavio Paz y Charles Tomlinson: Air Born/Hijos del Aire en 1989. El mismo Paz nos presentó. 

Se te reconoce como uno de los mejores im-presores del país, así como un conocedor de la teoría y práctica tipográficas…

Esa fama existe en la calle de Macedonio Alcalá en Oaxaca; por el lado de la Sierra Madre Occidental, en la cuenca del antiguo lago de Texcoco, en los desiertos del norte, en la sensualidad de Sotavento, no  se oye pronunciar ese dictamen. No me preocupa ni me conmueve, porque ya no existen los tipógrafos: no hay competencia; es un halago vacío. Observa uno los logros tipográficos de antaño —cualquier exhibición en la

Biblioteca Francisco de Burgoa— y se ve a leguas que no hay comparación posible. Ade- más, hay muchos conocedores de la teoría tipográfica; yo soy poco académico. Coméntanos del otro aspecto esencial de tu labor: la recuperación e investigación de la vida y obra de algunos de los impresores y tipógrafos mexicanos más importantes: Juan Pablos, Antonio de Espinosa, Enrico Martí-nez, Idiáquez, Cornelio Adrián César… 

Cuando dejé la ciudad de México, cuando quedé fuera del grupo Mono Blanco y me encontré con un taller de imprenta en una casa rural sin luz eléctrica, sin carro, sin ingreso, también me quedé sin la sociedad de los poetas, quienes posiblemente visitaron una vez y decían: “es bonita pero muy lejos”: si quería hacer libros era necesario inven-tarlos. Entre mi modesta biblioteca tenía un número del Boletín de la Biblioteca Nacional con el escrito de Alexandre Stols sobre Cornelio Adrián César. Su lectura despertó preguntas; en una visita a México busqué los documentos e impresos en el Archivo General de la Nación. Me di cuenta que Stols no había buscado los impresos. Capté que para entender a un impresor era imprescindible mirar su obra. De ahí comenzó ese libro; los demás han salido de ahí mismo: cada uno ha sido otro aspecto de la misma historia. 

entrevIsta a juan pascoe

Para las obras de la imaginación —que siempre renueva, siempre descubre— es preferible que existan impresores quienes sean sensibles al texto

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De Mixcoac a Michoacán, ¿qué motivó este cambio de residencia?

Formaba parte de Grupo Mono Blanco, eran años de bonanza, giras interminables: de lu-nes a viernes en la provincia, fines de sema- na en México. En algún momento se hizo claro que no había ninguna razón para seguir viviendo en la ciudad. Unos amigos ofrecían en venta un pequeño rancho cerca de Xalapa: hubiera estado bien para mí por razones sociales, pero el techo de la casa se encontraba en ruinas y no era posible instalar ahí las máquinas oxidables de imprenta. Mi hermano Dionisio, que ya vivía en una casa antigua cerca de Tacámbaro —en esos

años también vivían ahí Gerard Münch, Roger von Gunten, Leo Eloesser: era una comunidad artística independiente— avisó que el trapiche de Santa Rosa estaba en venta: mucho menos terreno que la propiedad jarocha, pero el techo de la casa estaba bien, y el precio era accesible: de hecho, se pagó con medio año de trabajo.

Ahora háblanos de la edición impresa frente a lo digital: tu labor en estos tiempos de transición. ¿Se enriquecen ambos mundos a nivel editorial? ¿Cambiarán radicalmente los

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hábitos de lectura cuando el libro impreso deje ser su soporte principal?

No creo que la industria digital se preocupe en lo mínimo por el ejercicio de la tipografía tradicional, y de hecho los lectores de plás-tico presentan los textos en el formato de páginas unitarias: la riqueza de la página doble ha desaparecido. Para los libros de tex-to, las enciclopedias, los volúmenes de cor- te profesional, está bien que se dejen de tu-mbar árboles para hacer todo el papel re- querido. Pero la escritura tiene más vertien- tes que la sola organización y repartición de datos; y para las obras de la imaginación —que siempre renueva, siempre descubre— es preferible que existan impresores quienes sean sensibles al texto: que la creatividad ini- cial sea la semilla para una nueva experiencia coordinada para el lector.  

Pienso –o deseo– que el libro como soporte pervivirá, sin duda, sólo que la lectura en plataformas digitales será la opción masiva y dominante, y los impresos serán para pú-blicos más restringidos. La poesía se seguiría explayando, principalmente, en dicha forma. ¿Cuál es tu visión al respecto?

Concuerdo, sólo que ampliaría el cimiento: sí, la poesía, pero también otros géneros de escritura de la imaginación: cuento, novela, teatro e incluyo aquí textos históricos que pueden, por medio de su disposición tipo-gráfica, también convertirse en libros dignos de nuestra detallada lectura.

JUAN PASCOE EN SEIS PALABRAS

• Silencio: indispensable compañero del ruido.

• Poesía: un baile entre el silencio y la palabra.

• Memoria: el mar que han creado las generaciones sobre la superficie del cual nosotros navegamos.

• Escritura: el intento de capturar, sea en verso, en prosa o en ciencia, la existencia que se esfuma.

• Azar: conviene contar con la viveza para aprovechar el paso de las circunstancias.

• Fuente: es manantial y origen, también es un conjunto de letras fundidas esperando ser útiles.

entrevIsta a juan pascoe

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Toda la historia del pensamiento parece haberse reducido a una sola premisa:

“Donde entra la sonrisa entra todo el cuerpo”.

Por un fenómeno análogo al que hizo célebre al gato de Cheshire, lo primero que obser- vamos es una sonrisa radiante, desprendida de su cuerpo. En medio de la noche flota una dentadura pulcra, afilada, pareja como un muro de ladrillos blancos. Después, muy lentamente, hacen su aparición los rasgos restantes: una nariz cualquiera, un mentón vagamente delineado, una mirada huidiza. El rostro, y en menor medida el cuerpo, lu-chan por esa solidez que los vuelva creíbles, elocuentes, humanos al cabo. Y así avanza ufano por las calles ese hombre que sólo es el sostén de un gesto de la boca, ese perchero para una dentadura postiza.

Observo que el gesto infantil de taparnos la cara con las manos es sustituido con el paso de los años por una sonrisa imbécil.

La solemnidad no es la verdadera enemiga de la carcajada. Su verdadera enemiga es la sonrisa, esa sonrisa sosa, complacida y ma-léfica, esa abertura incierta de la boca, a me- dias tintas e indecente, que busca establecer complicidades a través de la limosna de una mueca.

XIX

luIgI amaraEl imperio de la sonrisa

Un conciliábulo de hombres sonrientes de-ja en nuestro ánimo la sensación a la vez patética y gratificante de las vacas pastando.

Todos conocemos muy bien esas sonrisas lánguidas que son una manera ladina y de-sagradable del desprecio.

La mano, que según las reglas de la urba-nidad debería ocultar y hacer menos ofen-sivo el bostezo, no tiene la decencia de tapar también la boca que sonríe por compromiso.

La sonrisa muda, entre dientes, puede ser más insolente que la risotada.

Sólo puede confiarse en la sonrisa descar-nada y torpe de los ciegos, pues ellos no la han rehecho y modelado en el espejo de los otros.

La sonrisa inmotivada es ya la única creíble. Basta adivinar en ella un propósito, un ideal, para rebajarla a la condición de contraseña, de ábrete sésamo palurdo.

A veces detrás del silencio de una sonrisa se alcanza a percibir una agria, turbia y por mu- cho tiempo contenida bocanada de tristeza.

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XX

La sonrisa acompaña como una sombra ma-ligna la emisión de malas noticias —tanto del vaso roto como del estallido de una guerra—, y es su misma pretensión de en- dulzamiento, de analgésico y conjuro, la que la vuelve insufrible.

Sonreír, después de todo, ha sido siempre un arte difícil de practicar. Los perros, por ejemplo, aún no se acostumbran a que les mostremos los dientes.

Exagerar la sonrisa de modo tal que la pri- mera apariencia de idiotez vaya revelando, por obra de la insistencia y la deformación, un dejo de maldad.

Porque se ha impuesto como señal de que todo está muy bien, de que las cosas marchan sin problemas, la sonrisa es un indicador casi seguro de lo opuesto. Cada vez que al- guien sonríe ha llegado el momento de preo- cuparse seriamente.

Cuando uno mira desde la superioridad de la carcajada un rostro sonriente, no tarda en adoptar un aire sombrío y amargo, como esas célebres máscaras japonesas que por el solo cambio de perspectiva son capaces de trastocar un gesto en su contrario.

Frente a una sonrisa, como frente a las puer- tas entornadas, siempre perdurará la sospe- cha de que oculta segundas intenciones.

Sonríen sin cesar los imbéciles y los humi-llados, los perversos y los que han perdido toda esperanza. El rostro del nuevo redentor se parece demasiado a una carita feliz.

El imperativo de la sonrisa es el signo de una humanidad acicalada e hipócrita, lista en to-do momento a salir en la foto.

Sonreír no es otra cosa que el acto de mostrar, sin que medie ninguna advertencia, la propia calavera a los demás.

el ImperIo de la sonrIsa

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XXI

A ojos cerrados es el principio y aún no hay nada.

La primera persona del mundo abre los ojos, contempla el blanco frente a ellos y ha- ciéndolo inventa el techo. Se estira y crea tanto el principio como el fin de su cuerpo. Todo acaba de empezar. No tiene seguri-dades pero tampoco tiene miedo. Cualquier cosa puede pasar e incluso algunas pasarán.

El impulso de volver a cerrar los ojos pe-ga con tal fuerza que la primera persona del mundo contempla la posibilidad de ser desde tan pronto la última, pero mira sus manos, ve que son buenas, que pueden hacer algo, y decide no desaprovecharlas. De golpe se incorpora y al ponerse de pie inventa el suelo que, frío y firme, la provee de su primera seguridad.

Observa el reloj e inventa el tiempo, el cual a su vez inventa la prisa.

Rápidamente, separa las aguas de las aguas y las une a su cuerpo; se cubre, se alimenta, se apresura, avanza hasta el umbral de su pa-raíso, inventando así las fronteras, y al cru- zarlo la primera persona del mundo se convierte en una más.

En el camino recuerda lo que ha hecho. Se arrepiente de haber inventado el tiempo y también de sus propias manos, con las que puede defenderse esas otras primeras personas de sus otros mundos que horas atrás inventaron, y si lamenta la posibilidad de defenderse es porque ésta sólo existe a razón de la posibilidad de ser atacado e in-cluso de atacar. Pero mira el suelo de nuevo y no se arrepiente de él, pues sigue siendo su seguridad.

Se estira, vuelve a tomar conciencia de su principio y entre parpadeos le alegra saber que de antemano se procuró un final.

Algunas de las cosas que podrían pasar pasan y definitivamente pasan todas las que deberían pasar. Conoce, avanza, se detiene, regresa y vuelve a avanzar. Actúa. Afecta a los otros mundos de reciente creación, deja que le afecten, se protege. Lucha y pierde. Gana y descubre lo que se siente ganar. Aprende todo esto porque ahí afuera ya nada pue- de ser inventado. Sigue, sigue con prisa, si-gue, alcanza algo, quiere creer que alcanza algo, que tiene algo, que cambia algo, se de-tiene, se asegura que está por terminar.

gracIela romeroRecreación

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XXII

Se alegra de haber inventado el tiempo cuando éste por fin pasa.

Recorre con cansancio bienhabido el ca-mino de ida convirtiéndolo en camino de vuelta.

El hombre que ahora es uno más recuerda con nostalgia cuando fue la primera persona del mundo y quiere acabar con todo lo que hay. Abandona lo que trajo entre las manos que antes juzgó buenas y pensó que le serían de utilidad. Cruza de nuevo el umbral. Re-cupera su paraíso. Pierde la prisa. Se descu-bre, se queda sin más. Se desprende del suelo. Vuelve a tenderse. Se encoge hasta conse- guir que su principio esté lo más cerca po-sible de su final. Le da la espalda al reloj y ahoga el tiempo. Ahoga también sus manos entre las piernas. Está a punto de dormir. Duerme, casi duerme.

El mundo creado sigue ahí pero afor-tunadamente a ojos cerrados se va. La pri-mera persona del mundo es ahora la última. Cierra los ojos y el techo desaparece. Todo se acaba. Es el final.

recreacIón

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Fausto Alzati Fernández (México, D.F., 1979). Ensayista. Es autor de Inmanencia viral, publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro, en 2009. www.ataraxiamultiple.blogspot.com

Luigi Amara (México, D.F., 1971). Es autor de varios libros de poesía y ensayo. Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de Poesía Elías Nandino y el Rousset Banda de Crítica Literaria. Es editor de Tumbona Ediciones. www.coladelmundo.blogspot.com

Rocío Cerón (México, D.F., 1972). Poeta. Ha publicado, entre otros, Basalto (2002), Tiento (2010), El ocre de la tierra (2011). Premio Gilberto Owen de Poesía 2000. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Los poemas publicados pertenecen a Diorama, de próxima aparición. www.rocioceron.blogspot.com

François Olislaeger (Lieja, Bélgica, 1978). Ilustrador. Colaborador habitual de Le Monde. www.olislaeger.com

Graciela Romero (Guadalajara, Jalisco, 1982). Estudió Letras hispánicas. Ha publicado en algunas revistas impresas y virtuales. Actualmente hace lo que puede. www.twitter.com/diamandina

Juan Pablo Ruiz Núñez (Oaxaca, Oaxaca, 1981). Editor y lector irremisible. Estudió Lengua y literaturas hispánicas en la UNAM. Dirige actualmente El Jolgorio Cultural. www.jpablornz.blogspot.com

Guillermo Santos (San Francisco Tutla, Oaxaca, 1989). Bibliotecario del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. Estudia la licenciatura en Humanidades de la UABJO. [email protected]

Víctor V. Quintas (Oaxaca, Oaxaca, 1984). Narrador. Autor de Últimas anotaciones, publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro, en 2009. www.letrafantasma.blogspot.com

Lorena Ventura (Oaxaca, Oaxaca, 1982). Poeta. Fue becaria de Jóvenes Creadores del FONCA, en el periodo 2009-2010. Actualmente estudia el doctorado en letras en la UNAM. [email protected]

Colaboradores

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