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Duccio Bonavia Berber y la Arqueología Peruana
Por: Ramiro Matos Mendieta
Smithsonian National Museum of the American Indian
En los comienzos del siglo XX, la Arqueología se definía como una disciplina humanista,
ubicada dentro de la Antropología y las Ciencias Sociales. A la Arqueología le
correspondía el estudio de la cultura material de los pueblos antiguos, un poco para
parafrasear el título del libro de Melville Herskovits (1974) “El Hombre y sus Obras”,
uno de los primeros alumnos de Franz Boas. En la Arqueología Andina, además de esta
ya tradicional perspectiva, se observa la influencia de la corriente histórico cultural y el
relativismo cultural lideradas por Franz Boas, en las primeras décadas del siglo, y
aplicada en el Perú por Alfred Kroeber (1921-51) y John Rowe (1938-2005), junto con el
neo-evolucionismo de la Antropología Cultural encabezado, entre otros, por Leslie
White. Estos arqueólogos norteamericanos dominaron el pensamiento de la arqueología
peruana y andina en general. Otras corrientes no menos importantes que se dejaron sentir
y que provienen de la Antropología Cultural, fueron el funcionalismo de Bronislaw
Malinowski, el estructuralismo liderado por Lévi-Strauss e introducido en el Perú por el
holandés-norteamericano Tom Zuidema (1964- 1995), el materialismo histórico
promovido por Julian Steward (1955) (civilizaciones de riego) y Gordon Childe (1951),
catalizado por Emilio Choy en el Perú entre los años 1960-70, hasta el difusionismo
alentado por el boliviano Dick Edgar Ibarra Grasso.
La presencia del alemán Max Uhle en el Perú (1896-1940) marcó otro capítulo temprano
en la historia de las investigaciones andinas. Él estaba influido por la corriente histórico
cultural que se origina en Alemania a fines del siglo XIX e ingresa a los Estados Unidos
de América y cobra auge con Franz Boas a comienzo del siglo XX. Además de los
aportes de Uhle a la arqueología andina, lo que destaca son sus debates con el peruano
Julio C. Tello. A este panorama se debe agregar una corriente peruana surgida a
mediados del siglo XX: la etnohistoria andina, delineada por Luis Valcárcel y
desarrollada años después por María Rostworowski y Franklin Pease (1960-1990) y la
otra procesualista liderada por Binford, que ingresa muy tenuemente en la arqueología
andina de los años 1970 a los 1980.
Al bosquejar la historia de la arqueología andina, no se puede ignorar la importancia que
tuvieron dos proyectos: uno, el del Valle de Virú de 1946, y dos, el programa de
arqueología de emergencia en los valles de la costa Peruana, patrocinado por la Comisión
Fulbright entre los años 1957- 1960, dentro del cual llegaron David Kelly, Paul Tolstoy,
Donald Thompson, Louis Stumer y con el grupo de Berkeley: John Rowe, Lawrence
Dawson, Dorothy Menzel y Dwight Walace. Las metodologías ensayadas por los
integrantes del proyecto Virú y las nuevas conceptualizaciones acerca del proceso
cultural andino marcaron una etapa en el desarrollo de las investigaciones arqueológicas
en el Perú.
La Universidad Nacional Mayor de San Marcos que fue la parte peruana del proyecto
Fulbright, organizó en 1958 la Primera Mesa Redonda de Ciencias Antropológicas, en la
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que incluía en su agenda un simposio dedicado a la nomenclatura en la arqueología
peruana. Fue aquí donde Rowe presentó su ya famosa propuesta de cronología, que
dividía el pasado arqueológico del Perú en horizontes y períodos, distinta a la de
Schaedel que tenía una orientación histórico social. Es por estos tiempos que Bonavia
entra a desempeñar un papel en la Arqueología Peruana. Siendo aún estudiante, él
participa activamente en la mencionada Mesa Redonda y acompaña a David Kelley en
sus exploraciones de Piura.
El ambiente académico de la década de 1950-60 fue muy activo. En ese ambiente se
forma profesionalmente Duccio Bonavia Berber, bajo la tutoría de profesores como Jorge
C. Muelle, -- historiador de arte y alineado con los postulados de Uhle --, Luis E.
Valcárcel, -- historiador y forjador de la etnohistoria andina--, Raúl Porras Barrenecha, --
lúcido historiador con tendencia hispanista--, Mons. Pedro Villar Córdova, arqueólogo,
discípulo de Tello, Edward P. Lanning, arqueólogo, alumno de Rowe, Jean Vellard,
etnólogo francés con experiencia con grupos étnicos en extinción, como los Uru Chipaya
y los Alakaluf. Fuera de las aulas, Bonavia, cultivó una selecta amistad con
personalidades de la elite intelectual peruana, como José María Arguedas, con quien
hablaba sobre temas indígenas, Bruno Roselli, eminente historiador de arte, Enrique
Barboza, filósofo y Ernesto Tabío, un cubano radicado en Lima, con quien exploraba la
costa norcentral, para citar sólo a algunos destacados intelectuales.
En 1967-1968 ganó una beca post doctoral en Francia, para entrenarse al lado del
distinguido profesor François Bordes, con quien aprendió la tecnología lítica y el
universo de la cultura de cazadores y, con ello, amplió su experiencia profesional. En
Europa, la Arqueología y la Prehistoria son campos de estudio definidos y separados,
Bonavia aprovechó de ambos para aplicar lo aprendido en los Andes.
La investigación arqueológica de Bonavia en Huarmey es sin duda una de las más
importantes contribuciones a la arqueología andina, primero, por la calidad científica de
sus estudios y, segundo, por el hallazgo de maíz pre-cerámico en los Andes. Con un
registro arqueológico meticulosamente ordenado, Bonavia en colaboración con
Alexander Grobman, postula la tesis de un centro andino de domesticación del maíz, una
polémica tesis, que se contrapone a otras que postulan que Mesoamérica es el único
centro domesticador de la planta, de donde se habría difundido a los Andes. En el sitio
Los Gavilanes, Huarmey, Bonavia (1982) excavó extensamente un asentamiento pre-
alfarero, donde encontró depósitos de maíz. Para comprobar los resultados de sus
análisis, comparó éstos con los resultados de aquellos provenientes de otros métodos de
trabajo y acudió al auxilio de otras disciplinas. Así, las investigaciones en Huarmey, son
pioneras como trabajo interdisciplinario en el Perú, por ser conducidas por un peruano,
por sus metas y objetivos concretos, con una metodología de excavación por estratos
naturales y un registro arqueológico llevados con rigor científico. Su trabajo es un
modelo de estudio, que los franceses llamarían “etnografía del pasado”. A diferencia de
otros, él no se contentó con los datos sueltos extraídos de pequeños pozos, como lo era y
todavía es una práctica entre muchos colegas, sólo para conseguir muestras para
fechamiento y para la identificación de especies, sin preocuparse de las asociaciones y los
contextos culturales.
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La excavación de Los Gavilanes se realizó en área y para un mejor control de sus
fechados empleó dos técnicas conocidas: el radiocarbono y la termoluminiscencia, y para
darle mayor confiabilidad a las fechas, acudió al servicio de diferentes laboratorios.
Una lectura de la monografía sobre Los Gavilanes revela cómo el autor va dando sentido
y dinamismo al pasado que de otra forma sería presentado de forma estática. Él va
reconstruyendo el comportamiento humano durante del período arcaico, su cultura, e
incluso aquellos aspectos relacionados con la salud y la patología. Sin ser necesariamente
un militante de la arqueología procesual, Bonavia es uno de los pocos que ha sabido
reconstruir el proceso social y cultural de un valle, desde la llegada del hombre con una
economía de caza y recolección hasta los períodos tardíos, aunque su atención estuvo
centrada en los períodos Arcaico y Formativo. Haciendo una diferencia con otros
proyectos, trató de documentar las huellas del hombre de Huarmey, durante todos los
períodos prehispánicos, tomando en consideración hasta los más pequeños detalles y
restos culturales, así como las del medio ambiente del pasado y del presente. No creo ser
exagerado al señalar que la contribución de Bonavia en Huarmey (1960-1979) constituye
otro hito arqueológico después del proyecto del valle de Virú (1946-1947).
La sentencia de Mortimer Wheeler (1961) de que hay muchas maneras de excavar mal y
sólo una es buena, es una advertencia vigente para la arqueología andina. Son pocas las
buenas excavaciones, una de ellas es indudablemente la realizada por Bonavia en
Huarmey. Al leer su informe recordaba el discurso de Kent Flannery pronunciado en la
reunión anual de la American Anthropological Association en 1982, en el cual,
parafraseando a Wheeler, se quejaba de las excavaciones arqueológicas. Él propuso
entonces establecer un premio al mejor excavador de los años 80, consistente en un
“badilejo de oro”. Después de tres décadas, yo quisiera reclamar ese premio para
Bonavia.
Lamentablemente, la tesis de Grobman y Bonavia que propone un centro andino de
domesticación del maíz ha sido sistemáticamente ignorada por los especialistas, quienes
han soslayado los informes y ensayos que se escribieron sobre Huarmey. Es de destacarse
que se trata de uno de los pocos proyectos arqueológicos que ha publicado todos sus
resultados. Sobre Los Gavilanes existe una amplia monografía (1982) y más de una
veintena de ensayos científicos. Se puede entender la posición de los colegas
norteamericanos que defienden a México como único centro de domesticación del maíz,
pero es preocupante el silencio de los colegas peruanos. Me parece oportuno al respecto,
recordar las palabras de uno de los expertos peruanos en maíz, Ricardo Sevilla
(1994:225,232), el cual precisamente en el libro Corn & Culture editado por Johannessen
y Hastorf (1994), afirma categóricamente referiéndose a los trabajos de Bonavia en los
siguientes términos: “Sus excelentes críticas sobre la validez de los datos arqueológicos,
son de enorme valor en cualquier debate sobre la evolución del maíz”, y más adelante, en
otro párrafo asevera: “El maíz precerámico mejor descrito en el Perú es el de Huarmey”.
Binford (1972) señalaba que lo crucial de una hipótesis no es la historia de su formación,
sino, la de su contrastación con otras para comprobar su validez. La constante
preocupación de Bonavia fue precisamente eso, la honesta presentación y demostración
de datos y fechas, sin magnificar ni la antigüedad ni el contenido del hallazgo,
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confrontando con otras investigaciones sobre el tema, presentando el contexto de datos en
vez de historia de descubrimientos.
Parafraseando a Manuel Gándara (1990) cuando discute la analogía etnográfica como
heurística, podemos afirmar que Bonavia es uno de los pocos colegas que ha sabido
establecer la relación entre la conducta de los grupos del pasado y la cultura material que
los sobrevivió como contexto arqueológico. La consistente preocupación de Bonavia fue
hacer la Arqueología como Antropología, estudiar el universo cultural, sin descuidar
ninguno de los elementos encontrados en la excavación o la exploración, haciendo de la
Arqueología una disciplina científica.
Desde el punto de vista del historiador de arte y de un arqueólogo, el análisis formal y
estructural de un objeto conduce necesariamente al concepto de estilo. La contraposición
de la forma y la función, la visualización de los elementos originarios, la filogenia, la
mutación, tradicionalidad y continuidades, etc., trata de buscar influencias, relaciones,
préstamos, formas arcaicas, etc., así como acercarse al proceso de emergencia mismo,
para luego ordenar los objetos en fases, series y períodos. Para Bonavia, como alumno y
amigo de Muelle, nada de este modelo de análisis le era ajeno. Los utilizó cuando era
necesario a beneficio de la Arqueología, tal como lo atestiguan sus estudios sobre pintura
mural. El primero lo realizó sobre Pañamarca (Bonavia 1960, 1961), el que fue ampliado
luego y publicado como libro sobre las pinturas murales de los Andes, en castellano e
inglés (Bonavia 1974, 1985). Existen asimismo numerosos artículos dedicados al análisis
de la cerámica precolombina.
Con la misma erudición mostrada en la Arqueología y las Ciencias Sociales, Bonavia se
abocó a las Ciencias Naturales. Empezó estudiando la ecología de la costa, luego los
altiplanos y la vertiente oriental de los Andes de Ayacucho. Su bibliografía es abundante
al respecto. El comentario a uno de ellos se incluye en este ensayo. Dentro de esta área,
su mayor contribución está dedicada a los camélidos sudamericanos. Al decir de los
especialistas, ésta es la más completa que se ha escrito sobre esos animales (Bonavia
1996).
He mencionado unos pocos ejemplos de la amplia producción bibliográfica de Bonavia,
con el propósito de señalar, a manera de ejemplo, dos aspectos de su polifacética
producción: primero, él ha sabido vincular correctamente la Arqueología con otras
disciplinas auxiliares, tanto de las Ciencias Sociales como de las Naturales, e inclusive
con la Medicina y las Físico-Química, y segundo, Bonavia ha sabido darle un alto nivel
científico a sus trabajos, debido al correcto manejo de los datos, su afán por confirmar o
innovar los existentes y por su constante esfuerzo por confrontar todas la evidencias. En
sus comentarios y críticas a otras publicaciones, destacan el rigor que él impone en sus
propios análisis de los datos empíricos y en las citas bibliográficas, en las que suele poner
al descubierto crasos errores, magnificación de datos, especulaciones sin sustento
empírico y, a veces, hasta datos inventados.
Teniendo en cuenta la trayectoria profesional y científica de Bonavia, y mirando con
pragmatismo la diversidad de teorías y corrientes filosóficas que influyeron en la
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arqueología andina, nos cuesta incluir a Bonavia en alguna de estas corrientes sin caer en
un grave error. No encontramos una propuesta por ahora. Juzgar la obra de Duccio
Bonavia no es una tarea fácil y tomará algún tiempo para hacerlo. Al margen de un
discurso retórico, que podría decir mucho acerca de sus contribuciones, creo que todavía
no estamos en condiciones de caracterizar su trayectoria académica, ni menos de ubicarlo
dentro de una escuela o corriente filosófica. Es una hermosa y honrosa tarea para quien la
asuma, ya que tendría que estudiar su producción bibliográfica y familiarizarse al mismo
tiempo con las diversas corrientes teóricas.
Quisiera, sin embargo, adelantar algunos comentarios sobre la obra de Duccio Bonavia,
como un preámbulo a esa futura investigación. Somos varios los que pertenecemos a su
generación, la generación de los 60, egresados de la Universidad de San Marcos. Pero
ninguno de nosotros hemos caminado por la misma vereda. Cada uno de nosotros ha
hecho su propio derrotero y Bonavia lo comenzó desde su etapa estudiantil. Al revisar
objetivamente su obra podemos enfatizar que nadie, con experiencia en la arqueología
andina, puede regatear su valiosa contribución, ni menos la calidad científica de las
mismas.
Dentro de este contexto, es importante señalar la forma cómo Bonavia ve a la
Arqueología. Para él la Arqueología es una profesión académica y una disciplina
científica. Queremos puntualizar lo científico, porque la Arqueología, en la búsqueda de
su paradigma, pretende ser una ciencia, con método y terminología propias, con perfil
claro y objetivos concretos, tal como lo son otras disciplinas científicas. Sin embargo, la
manera de hacer Arqueología en el Perú no ha avanzado y ha sido calificada de
positivista por unos y tradicional por otros, principalmente porque no se cuestiona los
datos empíricos y porque estos no son explicados dentro de visiones de conjunto o
desarrollo local y global y la falta de marcos teóricos. El Positivismo en el Perú se
mantuvo a la par con la Historia Cultural. Nos permitimos indicar que Bonavia, sin ser un
“militante activo” de ninguna de las corrientes y, de acuerdo a nuestra modesta
observación, ha seguido más los postulados de la Historia Cultural, manteniendo cierta
distancia con la línea de Rowe y Lanning, a pesar de apreciar la labor de ellos. El
compendio publicado por Bonavia (1991) creo que puede ubicarse dentro de esa
corriente, en la cual, la historicidad de las leyes sociales y las particularidades del proceso
andino están coherentemente ordenados y han sido analizados desde diversos ángulos
disciplinarios. Creemos, asimismo, que la influencia del humanismo italiano, que concibe
al hombre no sólo como una explicación filosófica, sino como una realidad social, están
permanentemente presentes en sus trabajos. Además, como diremos más adelante,
Bonavia es uno los pocos consistentes con el dictum de que “la arqueología es
antropología o no es nada” (Philips 1955) o, como dijera Binford (1962): “la arqueología
como antropología”, tratando de demostrar con sus trabajos, que la Arqueología como tal,
no es una rama de la Antropología, sino más bien, un intento por estudiar el universo
cultural.
La práctica de la Arqueología en el Perú casi siempre estuvo en manos de investigadores
extranjeros, con honrosas excepciones. Tello en su época y Bonavia en años recientes,
han bregado solitariamente, tanto para llevar adelante sus investigaciones como para
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defender el patrimonio arqueológico. A ninguno de los dos se les ha visto co-dirigiendo
grandes proyectos, con dispendio de suculentos fondos. Además, a pesar de las
adversidades, ambos se han mantenido firmes en el quehacer arqueológico, como
investigación y como defensa de la herencia cultural indígena. Por eso, como parte
inherente a su labor profesional, me permito mencionar en el caso de Bonavia, su
honestidad. Sin honestidad no hay ciencia. La fiel adhesión al dato empírico, al
argumento sustentado en datos, al debate académico basado en el registro arqueológico,
son los atributos humanos que caracterizan su trabajo. Es cierto que los modelos teóricos
son importantes para el avance de la ciencia, pero es más importante que esos modelos
tengan su sustento en datos confiables. Bonavia es uno de los pocos que ha sabido
escudriñar en las fuentes primarias y los resultados los escribe con fidelidad a la verdad,
una tarea hermenéutica recomendada por la Historia Cultural. De allí que sus críticas
suenen acuciosas y muy severas.
El lector tendrá la impresión, debido a los comentarios precedentes, que la Arqueología
Andina se ha detenido en los 1960-70 y, por consiguiente, Bonavia también se habría
quedado estancado bajo la sombra de esos años. En parte la suposición puede ser correcta
porque, en efecto, fuera de las novedades que la Arqueología Monumental nos trae en
años recientes, la producción bibliográfica, cada vez más abundante, es principalmente
complementaria a la ya clásica, y otras prefieren el discurso teórico en vez de la
presentación y evaluación de datos de campo o gabinete. Sin embargo, reconozco que
existen excelentes y novedosas contribuciones publicadas en las cuatro últimas décadas,
los cuales sin duda, serán también motivo de otras evaluaciones futuras.
No es el propósito de este ensayo hacer una historia de la Arqueología Andina, ni mucho
menos analizar la influencia de las diversas corrientes en Bonavia, sino intentar una
semblanza académica de su producción científica. Por eso no nos detenemos en analizar
las nuevas corrientes que tienen incidencia en la Arqueología Americana, algunas de las
cuales llegaron y pasaron por la Arqueología Andina, y dejaron poco o ningún impacto
en la investigación peruana. Se escucharon, por ejemplo, ecos de la arqueología
postprocesual, del neo-positivismo, de la simbólica, entre algunos, pero en la práctica, su
presencia es relativamente débil comparada con la fuerza que ha tomado en otras partes
del hemisferio. Tampoco nos detenemos en la Arqueología Social, sobre la cual
recomendamos al lector a leer los comentarios de Oyuela Caycedo, Anaya, Elera y
Valdez (1997) y Aguirre-Morales (2005).
La Arqueología Andina de los años 1940 a 1970, ha sentado sólidas bases empíricas para
reconstruir la historia de los pueblos prehispánicos. Muchos trabajos de esa época, como
los de Kroeber, Bennett, los miembros del proyecto Virú, Rowe, Larco Hoyle, Lanning,
entre otros, mantienen aún vigencia en la actualidad. Los trabajos de Bonavia representan
la continuación de los mencionados, y sin duda tendrán la misma vigencia.
Para terminar, cabe destacar que Bonavia ha sido polifacético a lo largo de su vida
profesional. Probablemente es el único arqueólogo peruano que, aparte de los aspectos
tradicionales de la arqueología, ha incursionado en el arte, en el fenómeno urbano, en la
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botánica, en la zoología, en la paleopatología, en la parasitología, en la paleoescatología,
en la fisiología de altura y en la historia de la medicina.
Como una muestra de esta polifacética producción de Bonavia, se acompaña a este breve
comentario, resúmenes de una docena de sus ensayos que se han escogido al azar; tres
están dedicados al debate teórico, uno al arte, otro a la ecología, dos a la paleo-patología,
uno a la etnobotánica y tres son obituarios académicos.
1) ¿Bases marítimas o desarrollo agrícola?
En varias de sus publicaciones, Bonavia cuestionó la tesis de Moseley (1975, 1992) sobre
“maritime foundation”, principalmente por la inconsistencia de los datos, por la ausencia
de otros y el poco uso de la literatura existente. Señala Bonavia que Moseley no presenta
argumentos confiables sobre el valor de los productos del mar en la formación de
sociedades complejas, ni menos intenta comparar los recursos de los pescadores con los
que disponían los habitantes de los valles. Cuestiona incluso la originalidad de la tesis, y
aclara que el autor de la idea fue Lanning (1966:190; 1967: 59), quien sugirió la hipótesis
de la existencia de sociedades de pescadores que se desarrollaron sin uso de la
agricultura, sin tener ninguna evidencia que apoyara tal audaz afirmación.
El mejor argumento usado para sustentar la tesis de “fundaciones marítimas”, fue el
recurso de la anchoveta, debido a su abundancia y su fácil aprovechamiento, al cual
Bonavia replica, señalando que no existen evidencias arqueológicas acerca de la captura
de la anchoveta durante el Arcaico. Tampoco existen testimonios claros de las
herramientas de pesca que podrían sugerir la existencia de una tecnología marítima,
cuestiones previamente discutidas por la arqueóloga peruana Rosa Fung (1972), pero que
Moseley no tomó en cuenta. Proveyendo argumentos sólidos, Bonavia señala que los
pocos fragmentos de redes de pesca arqueológicos que se han encontrado, plantean más
problemas que soluciones si se las analiza con detalle. Además, en condiciones normales
los cardúmenes se encuentran entre 10-25 m de profundidad, con mayor dispersión y baja
disponibilidad en el invierno, por las cuales se requiere de redes y embarcaciones
apropiadas (Bonavia 1998).
Un buen argumento que podría apoyar la tesis de Moseley, sería la notable concentración
de asentamientos pre-cerámicos en la costa, aunque lamentablemente los sitios conocidos
como La Paloma, El Paraíso, entre otros, no presentan las evidencias que Moseley
arguye, sino hasta el período siguiente, el Formativo Inicial, durante el cual se advierte un
notable desarrollo de centros ceremoniales en el litoral central, como los ha descrito Fung
(1972),
El hombre temprano, dice Bonavia, ha bajado de la sierra a la costa con amplio
conocimiento de plantas y animales, cuyo proceso de domesticación se habría llevado a
cabo en la región alto andina y no en la costa. Asimismo practicaban la recolección de
plantas que fue y es una práctica constante hasta la actualidad. Agrega que no es cierto
que los primeros colonizadores de la costa conocieran tejidos, y por lo tanto, estuvieran
preparados para pescar con redes, como se afirma. Al comienzo tuvieron que alancear
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peces grandes. Se sabe que los cazadores paijanenses no tuvieron tejidos y el uso de las
redes sólo comienza durante la Fase V de Lanning (1967) y un poco más temprano en la
sierra, Fase III y IV, en la cueva Guitarrero. Los tejidos y redes que llegaron a la costa
presentaban características desarrolladas, de modo que de ninguna manera podían ser
considerados iniciales. El concepto de Bennett (1948) sobre “área co-tradicional”, las
relaciones tranversales costa-sierra-selva y la unidad del área cultural andina son
importantes factores que no deben ser ignorados en este debate. Asimismo, es importante
distinguir que la ecología del litoral no es una unidad, sino una diversidad y variedad. Por
eso, no es lo mismo pescar o mariscar en playas de arena que en acantilados de roca.
La Arqueología no cuenta con métodos adecuados para medir la dieta; los intentos por
analizar estadísticamente restos de comida colectada en excavaciones son escasos y los
pocos ejemplos que existen no deben ser ignorados (Pozorski 1976; Bonavia 1982). No
existe tampoco una estimación sobre la relación de los grandes concheros con la posible
cantidad de carne utilizada. Se miden o contabilizan restos de plantas y animales que no
se come, como huesos y cáscaras, que dan testimonio sobre el consumo pero nada sobre
el volumen y la cantidad de proteína, carbohidratos, almidón, etc., ingeridos por el
hombre antiguo. Pickersgill y Smith (1981) citados por Bonavia (1998: 52) señalan que
“es difícil evaluar la importancia dietética de la alimentación de plantas comparada con
los productos marinos”.
Finalmente, Bonavia es muy claro al afirmar que nadie puede poner en duda la
importancia del mar en las sociedades pre-hispánicas andinas, pero aclara, que sólo los
recursos del mar, por más ricos que fueran, no podrían dar seguridad a un desarrollo
sostenido, sin el soporte de la agricultura, y concluye señalando: “la agricultura fue la
madre de la civilización” (Bonavia 1998: 58).
2. De la caza-recolección a la agricultura: una perspectiva local.
En la costa central y norte del Perú se pensó inicialmente en la existencia de dos
tradiciones de cazadores, a las cuales se les ha llamado Chivateros y Paijanense. Claude
Chauchat y Duccio Bonavia, por separado, llegaron a la conclusión que ambas
representan la misma tradición que Bonavia llama Complejo Chivateros. Posteriormente
los mismos autores, demostraron que la tradición se expandió hasta la costa sur. La zona
de Huarmey es crucial no sólo para la solución de este problema, pero también, para
definir el siguiente período de ocupación, el Arcaico.
Para explicar el complicado problema de transición entre los cazadores paijanenses
(8,000 a.C.) y los horticultores con cerámica inicial (1,800 a.C.), Bonavia acude a los
datos de sus propios trabajos de Huarmey. Advierte que la ausencia de asentamientos del
período transicional puede ser atribuido a dos factores, o porque hayan sido enterrados
por las dunas, o porque los cambios climáticos les hayan obligado a una rápida
adaptación a los recursos marinos, alternando con la recolección de plantas del valle, con
lo cual la caza se convertía en una actividad secundaria.
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Bonavia menciona haber encontrado dos sitios con ocupaciones posteriores a los
cazadores, uno, el numerado como 106, está ubicado sobre la margen derecha del río
Huarmey y cerca de su desembocadura y, el otro, numerado como 6, muy cerca de Los
Gavilanes. Al reconstruir la geomorfología del valle, refiere que por entonces había
grandes áreas pantanosas, con abundante agua salobre, capa freática muy alta, y por lo
tanto, con suficientes recursos naturales, plantas y animales para el uso humano. Gracias
a esos factores naturales, el hombre desde muy temprano (5,640 – 4950 a.C.) habría
asumido un comportamiento sedentario.
Con la experiencia de un experto, Bonavia analiza la industria lítica encontrada en ese
asentamiento transicional que él llama 106, la ordena tipológicamente y describe su
función, para concluir que la mayoría son guijarros que presentan golpes bipolares y que
fueron utilizados para mariscar. Las evidencias del sitio 106 de Huarmey y de
Mongoncillo en Casma, estudiado por Malpass (1986), de acuerdo a las evaluaciones
hechas por Bonavia, podrían corresponder a la fase que continúa a la Paijanense, aunque
dice Bonavia que Chauchat las pone en duda. Frente a la duda del arqueólogo francés,
replica Bonavia señalando que la única manera de despejar cualquier incógnita, sería
encontrando en la Pampa de los Fósiles asentamientos con ocupación que sean la
continuación de los de Paiján y en Huarmey sitios con implementos del complejo
Chivateros, lo cual no ha ocurrido hasta ahora.
Al describir Bonavia los recursos utilizados por la gente del 106 y los del sitio del
número 6, destaca en ambos la abundancia de cucúrbitas que pueden haber sido utilizadas
como alimento, como recipiente y aun como combustible. Entre los dos sitios estudiados
existen similitudes y diferencias, las cuales, cuidadosamente analizadas por Bonavia,
permiten fijar la secuencia de ocupaciones, primero el 106 seguido por el 6. En el 6
aparecen tejidos que no existen en el 106. Del mismo modo, en el sitio 6 aparecen las
plantas industriales como mate y algodón y especies comestibles como calabazas, frijoles
y paltas, que dan claro testimonio sobre la presencia de una sociedad más evolucionada
que la del 106. En el 106 habría habitado un grupo de gentes con economía más
pescadora y recolectora, mientras que las del 6 fueron agricultores iniciales. Bonavia
también indica haber encontrado hojas de coca (Eriythoxylum truxillense) en el sitio 6.
Como se sabe, el fríjol en la sierra de Ancash es más antiguo que en la costa y el maíz
serrano de acuerdo a los datos de Bonavia habría llegado primero a Casma y luego a
Huarmey.
La lista de plantas y animales aprovechados por la población de Huarmey durante la
Época 2 de Gavilanes, que corresponde a la fase inicial del sitio 6, es numerosa, tanto los
procedentes del mar como los de la tierra. Al respecto cabe señalar la experiencia de
Bonavia para analizar el conjunto de recursos y su ecología. No se detiene en un listado y
la mención del uso, sino que las amplía hasta precisar el hábitat y las técnicas para
cazarlas, pescarlas y recolectarlas.
Las evidencias sugieren que la agricultura viene de la sierra hacia los finales del período
arcaico, Epoca 1 y 2 de Los Gavilanes, con una rápida expansión de la horticultura. En la
época 2 aparecen nuevas plantas cultivadas, entre ellas el maíz, la yuca, ají y guayabo,
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ampliándose la lista con chirimoya, jíquima, pallar y, probablemente camote, en la época
3. En Huarmey, antes de la introducción de la cerámica, los grupos pre-cerámicos eran ya
sedentarios, con agricultura y producción de tejidos, era una sociedad que sabía
perfectamente aprovechar los recursos tanto del mar como de la tierra, aunque no hayan
construido viviendas convencionales, quizás porque ellas no fueran necesarias, en tanto
que la gente vivía cómodamente en campamentos abiertos. Pero en cambio se
preocuparon, por habilitar depósitos para el almacenaje de alimentos, especialmente
durante tiempos difíciles, cuando la presencia de El Niño era evidente. Los depósitos de
maíz de Los Gavilanes son un ejemplo de aquello.
Bonavia concluye señalando que no hay evidencias que permitan pensar en una posible
domesticación de plantas en la costa, y más bien ésta habría ocurrido en la sierra, de
donde se desplazaron a la costa totalmente domesticadas, como el maíz, por ejemplo.
Los datos de Paiján, de los sitios 106 y 6 de Huarmey y Mongoncillo de Casma fueron
cuidadosamente analizados y comparados, los cuales sugieren la siguiente secuencia
cultural: de cazadores (Paiján) a los agricultores (sitio 6), con una fase transicional en el
sitio 106. Los recursos del mar, debido a su ecología cambiante, a pesar de su riqueza “no
le ofrecía al poblador la seguridad que les daban los productos agrícolas”.
3. Orígenes de la Civilización Andina.
Muchos arqueólogos se han preocupado por caracterizar los orígenes de la Civilización
Andina, a los cuales se ha sumado Bonavia, con un ensayo que aquí se comenta. Este es
didáctico, escrito en un estilo sencillo al alcance de cualquier lector. El autor explica a
base de los datos que se conocen, los cambios climáticos y culturales durante el milenario
proceso Andino, desde la llegada del hombre hasta el nacimiento de la Civilización
Andina.
Al igual que otros académicos, Bonavia llama la atención sobre la importancia del
concepto y el correcto uso de la terminología. Los términos usados en la literatura, como
“civilización”, “ciudad”, “urbanismo”, entre otros, deben ser adecuadamente utilizados
cuando se trata de definir la categoría de un asentamiento o una cultura. La diferencia
entre un amateur y el profesional es eso, el manejo idóneo de los conceptos teóricos y su
relación con los hechos empíricos. Lamentablemente en la Arqueología Peruana estos
términos han sido muy manoseados, sin tomar en cuenta la connotación académica que
ellos tienen en la Ciencias Sociales.
Para entender los orígenes de la Civilización Andina, Bonavia hace un resumen sobre los
antecedentes geoclimáticos en los Andes, desde el Pleistoceno al Holoceno Medio,
explica los períodos glaciares, postglaciares, las grandes lluvias, las condiciones
ambientales y los potenciales recursos naturales de cada región ecológica: costa, sierra y
la selva tropical, tratando de visualizar el medio ambiente al cual habrían llegado los
primeros hombres, en estado de cazadores y recolectores. Cada una de esos fenómenos
naturales y las diversas etapas de desarrollo y evolución cultural del hombre, es
didácticamente explicada por Bonavia, situándolos en el tiempo y el espacio.
11
Los primeros cazadores paleo-indígenas se desplazaron de norte a sur, siguiendo
posiblemente a la megafauna del Pleistoceno. Las primeras huellas se han encontrado en
la Cueva del Guitarrero, Callejón de Huaylas, con una antigüedad de 8000 a.C. Estos
cazadores complementaban su economía con la recolección de una gran cantidad de
plantas. En el siguiente milenio, ya estaban domesticando hasta dos especies de frijoles y
hacia 4000 a. C. ya están sembrando maíz. Mientras que en Guitarrero y en los valles de
Ayacucho se estaba desarrollando la agricultura, los que se asentaron en las punas
abiertas como Lauricocha y Junín, perfeccionaban la caza y domesticaban a los
camélidos. Estos animales como se sabe, tienen conducta territorial y vida social
gregaria, por lo cual, era fácil para el hombre convivir con ellos. Las cuevas en el
altiplano son muy húmedas, por ello quizás no ha sido posible encontrar restos de flora,
aunque en Pachamachay se logró colectar semillas de maca y quenopodiaceas en estratos
del pre-cerámico final.
En la costa, posiblemente los mismos cazadores- recolectores altoandinos, al encontrarse
con nuevos ambientes, el desierto y el mar, desarrollaron otro modelo de economía,
alternando la recolecta de plantas con la pesca. A estos grupos, que se extendieron de
Lambayeque hasta Ica, se les ha llamado Complejo Chivateros. En términos globales,
Bonavia comparte la opinión de especialistas como Richard B. Lee, que ha estudiado a
grupos de cazadores-recolectores, en señalar que porcentualmente el uso de plantas por
ellos, es muy superior a la de animales terrestres y del mar. A través de los milenios, se
desarrolló una relación totalmente natural, del hombre con las plantas, la cual dice
Bonavia, fue “sin duda uno de los más grandes sucesos de la historia de la humanidad”.
La tremenda abundancia y variedad de plantas en los valles, facilitó la temprana
sedentarización del hombre, ensayando la reproducción de alguna de ellas. La
domesticación de plantas no fue un acontecimiento sino un proceso, en muchos casos de
cientos y miles de años. Posiblemente algunas plantas fueron domesticadas varias veces
hasta ser incorporadas a la economía social. Hacia los 3,000 a.C. el proceso de cambio
cultural es mucho más rápido y marcado, dice Bonavia. Surgen los villorrios con
viviendas nucleadas, todavía durante el precerámico se producen serias transformaciones
en los patrones urbanos, con claras evidencias de la existencia de una sofisticada
organización social. Esta compleja expresión en la sociedad, significaría para Silva
Santisteban (1997), la presencia de un ordenamiento estatal, interpretación que no es
compartida por Bonavia.
En un estudio que llevó a cabo con Richard Schaedel en 1968, sobre “Patrones de
urbanización incipiente en los Andes Centrales”, Bonavia menciona que ellos
encontraron dos tendencias básicas en los agrupamientos humanos: una de concentración
y otra de dispersión, ambas ligadas a la ecología, aunque debido a la gran variedad de
nichos ecológicos y en distancias relativamente cercanas, estas tendencias tienen
diferentes preferencias, como la “concentración cíclica” de los cazadores recolectores
nómadas. En la costa, de acuerdo a las observaciones de Bonavia, habría al menos dos
tradiciones: 1) el área nor-central con edificios públicos nucleados y con villorrios
instalados alrededor y, 2) las áreas septentrional y meridional con villorrios dispersos y
sin edificios públicos.
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La evolución de la arquitectura dentro de la primera área ha sido impresionante. Carlos
Williams al analizar las tempranas edificaciones (2500-1500 a.C.) las ha agrupado en dos
grupos: uno, viviendas nucleadas sin asociación a plataformas o montículos piramidales,
como el sitio de Bandurria, y otro, recintos construidos sobre terrazas artificiales como
Salinas de Chao y Culebras. Áspero y Chupacigarro (hoy renombrado Caral) son otros
asentamientos que corresponden al segundo grupo, pero con mayor complejidad en su
planeamiento, integrando los monumentos públicos con los barrios o núcleos
residenciales. La distribución de estos sitios monumentales se extiende desde el valle de
Moche hasta Mala, gran parte de la costa central y norte. Esta fase innovadora hacia
finales del precerámico, Lanning la llamó Complejo Culebras. Una de las novedades fue
la habilitación de depósitos de alimentos, como Los Gavilanes en Huarmey, como
consecuencia del desarrollo de la agricultura.
Los datos empíricos vienen demostrando una original continuidad desde la llegada del
hombre a los Andes hasta su sedentarización y el desarrollo de la agricultura, con
revolucionarios cambios internos, que sirvieron de base para la emergencia de la
Civilización Andina, y una de las principales bases económicas fue la agricultura. La
temprana domesticación de plantas y el desarrollo rápido de la agricultura en los Andes,
posiblemente fue estimulado por la diversidad de ecologías que tiene el Perú que, como
se sabe, de los 103 pisos de vida natural que aparece en el planeta, 84 están presentes en
el Perú (Tosi 1960).
Los arqueólogos han utilizado la aparición de la cerámica como marcador temporal y
cultural para separar el Período Precerámico del Período Inicial, acontecimiento que ha
ocurrido entre los años 1800-1500 a.C. Al respecto señala Bonavia que, mucho antes de
la introducción de la cerámica, la sociedad andina ya era sedentaria, agricultora, tejedora,
constructora de villorrios e incluso de edificios públicos, con creencias y templos, y
tendencias hacia al regionalismo. Este panorama bien conocido para la costa, es todavía
menos para la sierra, donde obviamente faltan investigaciones de campo.
El concepto de civilización se refiere a una comunidad organizada, dice Bonavia, y tiene
su vida controlada por normas establecidas, con un nivel cultural ya desarrollado. Llega a
su estadio máximo cuando se comienza a vivir en ciudades. Aunque existen muchas
maneras de definir civilización, así como la cultura, los antropólogos coinciden en señalar
que la diferencia entre civilización y cultura no es cualitativa, sino sólo de grado, de tal
manera se podría decir que la civilización es un ejemplo especial de una cultura
avanzada. Al comentar las diversas tendencias de interpretación del proceso social
andino, Bonavia hace alusión al punto de vista del marxismo, el cual tuvo predicamento
en diversos países de América Latina, entre los años 1960-70. Bonavia después de
reconocer la contribución de muchos que trabajaron dentro de esta tendencia, como
Gordon Childe, por ejemplo, señala que en el Perú no ha funcionado principalmente por
carecer de una metodología apropiada y porque sus mentores no le dieron el mismo
impulso de aquél, quedándose como un discurso teórico del materialismo histórico
introducido a la arqueología tradicional.
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Menciona Bonavia que fue Emilio Choy (1959) el que introdujo las ideas marxistas a la
Arqueología Peruana con su artículo “La revolución neolítica y los orígenes de la
civilización peruana”. Igualmente, los esfuerzos de Elman Service (1975) para explicar
los orígenes de la civilización andina haciendo uso de los criterios de Childe no
funcionaron, debido principalmente a la falta de estudios y de evidencias para los finales
del precerámico. Dos décadas después Bonavia (1996) retoma los puntos de vista de
Service y señala que ciudad en su verdadera acepción, sólo aparecen durante el Período
Intermedio Temprano (200-500 d. C.). Algunos colegas mal emplean el término y el
concepto, como en el caso de Caral (su nombre original es Chupacigarro), alejándose de
los preceptos y la terminología reconocida por las Ciencias Sociales. Nos recuerda
Bonavia que Jorge Hardoy (1973) ha establecido 10 criterios para definir una ciudad, a la
cual agrega el de “especialización” propuesto por Childe. Bonavia reconoce que algunas
de los criterios establecidos por Hardoy y por Childe se encuentran en el pre-cerámico
tardío, pero la mayoría no estan presentes. Entre las evidencias que existen, estan los
centros de almacenamiento para depositar los excedentes en la producción, la
monumentalidad en las construcciones como El Paraíso y El Áspero, el arte, ciertas
formas de creencias, producción de ciertos bienes como los tejidos y mates pirograbados
de Huaca Prieta, pero en cambio nada se sabe de la organización socio-política, los
centros administrativos, la astronomía, entre otros aspecto del universo cultural.
Al concurrir todos los elementos de una ciudad en un centro, se produce de acuerdo a
Childe la “revolución urbana”, es decir, surge la civilización. Bonavia sostiene que en los
Andes el proceso fue distinto, gradual y continuo. Aquí no hubo estado ni diferenciación
de clases sociales durante el precerámico, posiblemente éstas surgieron junto con las
ciudades durante el Período Intermedio Temprano, con Moche, Nasca, entre otros. En los
Andes no ha habido una revolución en el sentido childiano, sino una evolución con
mutaciones. Bonavia también cuestiona la hipótesis planteada por Jonathan Haas, el cual
postula la aparición del estado entre fines del Período Inicial y el Horizonte Temprano,
basado en la monumentalidad de la arquitectura, manejado por un poder coercitivo.
Bonavia coincidiendo con Malcom Webb (1987) afirma que no se trataba de estado, sino
de una organizada comunidad regional.
En concordancia con Elman Service, Bonavia afirma que en el Área Andina Central, fue
el poder político el que organizó la economía y no al revés. La agricultura fue la base
para el surgimiento de la sociedad compleja y de la civilización andina. La ciudad
entendida dentro del concepto histórico de la cultura andina, fue sin duda diferente a la
occidental, de tal modo que, para definirla, es necesario acudir a los datos andinos. Así se
entenderá mejor que la historia cultural en los Andes Centrales tuvo su propio curso, con
originalidad y autonomía. Creo que la conclusión final de Bonavia es coincidente con la
de Tello, cuando este pionero de la arqueología peruana afirmaba que Chavín es la matriz
de la civilización andina.
4. Una Pintura Mural de Pañamarca, valle de Nepeña.
Duccio Bonavia, siendo todavía un estudiante, se abocó a estudiar las pinturas murales de
Pañamarca. Podemos imaginar el reto que habría sido para él asumir tal misión, cuando
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por entonces en Lima no había un solo experto en pinturas murales, ni tampoco un
manual escrito sobre el tema, excepto el ensayo publicado por Schaedel (1951). Su único
mentor fue posiblemente Muelle, además del aliento de ciertos amigos como Jiménez
Borja, Reparáz, Horkheimer y su compañero de trabajo y gran colaborador suyo hasta su
muerte, Félix Caycho.
Después de revisar la literatura que habla sobre las ruinas de Pañamarca, se trasladó al
sitio para estudiar in situ las nuevas pinturas murales que aparecieron en ese momento,
las cuales, como todos los sitios arqueológicos notables en el Perú, estaban en riesgo de
ser destruidas pronto. Se les llamó “nuevas”, porque fueron puestas al descubierto por
unos turistas en esos días y eran diferentes a las estudiadas por Schaedel en el mismo
sitio. Utilizando el plano levantado por Víctor Antonio Rodríguez Suy Suy, él ubica y
describe con mucho detalle las nuevas pinturas, trata de encontrar su asociación a los
pisos y a la posible función del edificio. De acuerdo con otros que trabajaron en edificios
mochicas, él destaca que fue un patrón cultural entre ellos proteger sus murales, con
arena e incluso con paredes.
Haciendo uso de papel transparente, Caycho calcó en su totalidad la nueva pintura,
cuidando reproducir los mínimos detalles y la fidelidad cromática. Entre las conclusiones
nos enteramos que la pintura de Pañamarca fue aplicada al temple. Bonavia describe con
realismo los posibles pasos seguidos por los artistas mochicas, desde el enlucido de la
pared hasta la aplicación de la primera capa de pintura sobre un muro casi húmedo, la
delimitación de las figuras mediante líneas incisas, el rellenado de colores, el matiz de
cada uno de ellos y, obviamente, el acabado. Bonavia destaca la destreza de los artistas en
el manejo del pincel y la firmeza de la pintura, que a pesar del tiempo transcurrido,
conservaba su originalidad. Los principales colores usados fueron el blanco, rojo, negro y
celeste y ciertos tonos intermedios. Él supone que el mural fue pintado al mismo tiempo
por dos artistas.
Los personajes del mural aparecen de perfil, mirando hacia la izquierda, con excepción
de uno que mira a la derecha. Parece que el dibujo de personas de perfil fue un patrón
común entre los mochica, quizás debido a la facilidad de representar a los combatientes
frente a frente, o en grupos de personas desfilando en una dirección. De acuerdo a las
observaciones de Bonavia, pintaban primero las figuras grandes, rellenando los espacios
vacíos con personajes y motivos menores, sin dejar espacios en blanco. En el análisis de
los motivos, encuentra algunos personajes con cinco dedos mientras que otros tienen sólo
cuatro, lo cual puede ser una respuesta a la forma como se dividían los espacios. A este
respecto Bonavia cita las palabras de Muelle (1936) cuando se refiere a los mochica, que
“desconocen la perspectiva, pero tienen un marcado sentimiento de volumen”.
La escena del mural de Pañamarca presenta un cortejo que camina de derecha a
izquierda. El personaje principal es el de mayor tamaño y muy bien vestido, con penacho
de doble apéndice, seguido por otros menores en doble fila, posiblemente de menor
rango, a cuyo costado aparece un motivo serpentiforme y hacia atrás otro motivo cónico
y muy alargado. La escena está enmarcada con diseños escalonados en la parte superior y
por postas en la inferior. Bonavia describe con lujo de detalle cada individuo, los vestidos
15
y los adornos que lleva puesto cada uno de ellos, sus actitudes, gestos y hasta sus
expresiones psicológicas, como la de aquél desnudo, que parece tener una cara de terror.
Luego hace comentarios sobre la escena en conjunto, adelantando algunas inferencias que
nunca fueron criticadas o corregidas por los especialistas. El dibujo del mural de
Pañamarca es posiblemente uno de los más reproducidos en publicaciones y exhibiciones.
Finalmente Bonavia presenta un interesante cuadro comparativo de su trabajo en
Pañamarca, con la llamada “pintura nueva” para diferenciarla de las estudiadas por
Schaedel (1951) y las de la Huaca de la Luna estudiada por Kroeber (1930). Luego de
una larga explicación de datos y hechos, concluye que los murales de Pañamarca deben
pertenecer a la fase IV en la secuencia mochica establecida por Larco Hoyle (1948), a la
cual deben pertenecer también los murales estudiados por Schaedel y Kroeber.
Es interesante señalar que muchos años después, Hocquenghem y Lyon (1981)
demostraron que el personaje principal fue en realidad una sacerdotisa y que llevaba el
mismo atuendo de la que posteriormente se encontró en la tumba en San José de Moro.
En la literatura especializada se menciona muy a menudo lo que Donnan llamó “escena
de presentación”, pero no se cita el trabajo original de Bonavia, ni se admite que sin su
estudio de Pañamarca, Donnan no hubiera podido hacer la reconstrucción que hizo ni se
hubiera podido saber, a raíz del descubrimiento de Moro, que las representaciones
mochicas mostraban ceremonias y personajes reales.
5) Factores Ecológicos que han intervenido en la transformación urbana a través de
los últimos siglos de la época prehispánica.
Otro de los problemas que ocupó la atención de Bonavia fue el urbanismo en los Andes.
Junto con estudiosos sobre el tema, como Jorge Hardoy, Richard Schaedel, George
Kubler, entre otros, alentó la investigación y el debate teórico sobre el controvertido
problema de caracterización y definición de las diversas categorías que presentan los
asentamientos pre-coloniales. Acogiendo los criterios sugeridos por Hardoy (1964) para
definir el urbanismo y un centro urbano, Bonavia discute sobre la base de los datos que
disponía por entonces (1972) los patrones de asentamientos, planeamiento, arquitectura y
la influencia de los factores ambientales, como la topografía y la ecología.
Él señala que la arquitectura y la planimetría incaicas son resultados de un largo proceso
ocurrido antes de ellos. El concepto de urbanismo habría empezado durante el Período
Intermedio Temprano y desarrollado en el Horizonte Medio, en lugares como Pikillaqta,
Viracochapampa, Huari, Cajamarquilla, para citar algunos ejemplos de esa época. Chan
Chan es un buen ejemplo de la transición hacia el urbanismo inca. Las fotos áreas de los
establecimientos de Pikillaqata, Chan Chan y Cuzco, muestran claramente esa
continuidad, con ciertas semejanzas en el patrón general, con recintos cuadrangulares,
calles y pasadizos rectos, que obviamente dan sentido urbano al planeamiento, aunque
uno de los expertos en los asentamientos incaicos, John Hyslop (1990: xii), ha preferido
evitar el uso de las palabras “ciudad” y “urbano” en su libro “Inka Settlement Planning”,
para evitar caer en errores o confrontaciones, así como Bonavia ha preferido evitar el
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término de aldea y emplear el de “villa”, para referirse a los núcleos poblados que se
encuentran en la vertiente oriental de los Andes.
Aunque Cuzco sería ideal para definir un patrón incaico y Ollantaytambo un poblado inca
rigurosamente planificado, ninguno de los dos se reproducen en otros lugares, ambos son
casos únicos dentro del imperio, por tanto no son prototipos ni modelos de otros, a pesar
de que inclusive algunos cronistas de la colonia hablaban de Inkawasi en Cañete, como
un Uchuc Cuzco, una réplica del Cuzco imperial en la costa central, sabemos ahora que
no lo es.
Adelantándose a posteriores constataciones, Bonavia en aquel entonces describía algunas
conocidas instalaciones incaicas, las comparaba con otras y llegaba a algunas
conclusiones que ahora, a la luz de las recientes investigaciones son válidas, tales como,
no había dos Cuzcos en el Tahuantinsuyu, ni tampoco existen dos instalaciones incaicas
iguales, a pesar de que la administración del estado Inka era vertical. Debido a ello,
infiere que no hubo un plan maestro elaborado en Cuzco y ordenado para que fuera
aplicado en otras partes, aunque sí hubo un orden para reproducir los símbolos del estado
en todos los centros administrativos, como el acclla-wasi, la kallanka, una plaza central,
unas veces trapezoidal y en otras cuadrangular, acceso controlado, etc. Las instalaciones
incaicas fueron planificadas de acuerdo a la topografía del suelo, la ecología y los
recursos que controlaban. En muchos casos, como afirma Bonavia, estas fueron anexadas
a las ya existentes, agregando ciertos símbolos del estado. Centros provinciales como
Huánuco Pampa, Vilcashuaman, Pumpu, etc. tuvieron un plano y patrón de desarrollo
individual. Cajamarca habría sido una “ciudad cuartel”, diferente a las demás,
remodelada sobre una existente, a la que fue agregado un adoratorio dedicada a la
Serpiente, el Oshono (Usnu), el templo del Sol y una plaza triangular. Hay que señalar
que Bonavia ha sido el primero en darse cuenta de esta característica de la organización
incaica que fue aceptada por los especialistas, aunque sin mencionar su nombre como es
el caso de Gasparini y Margolies (1977:146) en su libro Arquitectura Inka.
Son igualmente interesantes las observaciones de Bonavia sobre los villorrios. Advierte
que los incas, o no tuvieron interés en ellos, aprovechando los pre-existentes, o
sencillamente se acoplaron a la vida campesina local, sin preocuparse de nuevos
agregados. En la mayoría de esos asentamientos no quedan huellas de la influencia
incaica, excepto cuando se trata de alguna imposición estatal, como la construcción de un
símbolo oficial o la presencia de fragmentos de cerámica. Él señala que los asentamientos
estudiados en la sierra central, muestran casi siempre una arquitectura doméstica, con
caracteres locales y ninguna influencia ajena, por lo cual infiere que los incas no se
esforzaron por transformarlos, quizás en parte debido al carácter particular de la
conquista y dominación.
Bonavia se ocupa luego de lo que él llama “colonización” de la Ceja de Selva por parte
de los incas y aclara, por supuesto, que es conocido que la gente se desplazaba en ambas
direcciones: Este-Oeste y viceversa, desde el Horizonte Temprano (Chavín). El cinturón
conocido como Ceja de Selva, ocupa longitudinalmente el piso ecológico transicional
entre la puna y la selva tropical. Este territorio se caracteriza por la humedad en el
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ambiente, la topografía abrupta y pronunciada y poco terreno accesible para la
agricultura. Los andinos de antes, como los actuales, han dominado ese ambiente,
alternando el cultivo con el pastoreo. El cultivo del maíz, junto con el fríjol y la papa, han
sido los productos preferidos. Debido a la poca fertilidad de la tierra practican el sistema
de rotación de cultivo, dejando el suelo descansar por cinco o más años. Bonavia
reproduce el estupor de los viajeros que pasaron por el lugar, los cuales no dejaron de
expresar su asombro sobre la agresividad del ambiente y la habilidad del hombre andino
para habitarlo.
Sobre ese territorio existen muchos asentamientos arqueológicos, la mayoría de ellos son
pequeñas agrupaciones de viviendas, sin alcanzar la categoría de ciudadelas, ni aldeas
desarrolladas, por no tener un trazado urbano ni espacios urbanos reconocibles. En casi
todos los casos descritos por los arqueólogos, las construcciones fueron adaptaciones a la
topografía del suelo y a las condiciones de estabilidad frente a la erosión. El patrón de
asentamiento y de edificaciones, es impuesto por el medio ambiente.
Otro acierto de Bonavia fue haber visualizado que muchos de los establecimientos
incaicos fueron obligados, por lo cual, después de la llegada de los españoles, la mayoría
de ellos se desintegraron o desaparecieron. En una visión panorámica del territorio
dominado por los incas, Bonavia establece las diferencias que hubieron en las tres
regiones de las vertientes orientales: el sur, centro y norte. Mientras en el sur se acercan
al patrón inca, con recintos cuadrangulares, en la región central predomina las viviendas
circulares, núcleos poblados en forma de panal de abeja, algunas de ellas con muros
defensivos, y en la región norteña, las edificaciones, aunque circulares, conservan su
propia tradición, con edificios de varios pisos y recintos de mayor volumen.
Entre los asentamientos conocidos por entonces, Bonavia dice que las huellas del patrón
urbanístico inca entre los colonizadores de la Ceja de Selva, son muy escasos, poco
perceptibles. Igualmente en el noroeste de Argentina, donde, como en la mayoría de los
casos, las evidencias revelan una limitada influencia incaica. Lo que más resalta es la
coexistencia de ambos grupos, los locales con los incaicos.
Bonavia concluye señalando que el fenómeno “ciudad” habría empezado durante el
Período Intermedio Temprano, desarrollándose y difundiéndose más intensamente
durante el Horizonte Medio, desde la cual, es notable la fuerza del desarrollo regional que
luego tiene impacto durante el período incaico
6. Exostosis del conducto auditivo externo: notas adicionales
Creemos importante incluir este artículo, para mostrar cuánta información se puede
recuperar de las muestras colectadas en un trabajo arqueológico. Además de los análisis
físicos de los pocos restos óseos de Huarmey, Bonavia acudió a los especialistas para
estudiar las patologías, encontrando al menos un caso de exostosis entre los mariscadores
del período arcaico. Este mal, que Standen (1985) llamó patologías laborales y otros lo
confundieron con osteomas, fue aclarado por Bonavia como casos de exostosis, una
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enfermedad asociada a la actividad en el agua, por lo cual Pedro Weiss lo llamó “estigma
de zambullidores”.
La exostosis fue identificada por Pedro Weiss en el Perú en 1970 y mucho antes por
Morrison en 1948. Mientras que los osteomas son lesiones discretas que aparecen a lo
largo de la sutura timpanoescamosa, las exostosis son elevaciones óseas en la base ancha,
que se desarrollan bilateralmente y envuelven el hueso timpánico. Las exostosis son
producidas por inflamaciones crónicas y los osteomas son tumores, de acuerdo a las
averiguaciones de Bonavia con sus colegas de la Facultad de Medicina de la Universidad
Cayetano Heredia. Existen criterios establecidos por Graham (1979) para identificarlos
clínicamente, y ambas deben ser considerados como patologías distintas.
Revisando los datos publicados, Bonavia comenta que existe una alta frecuencia de
cráneos prehispánicos con evidencias de exostosis del conducto auditivo. Él cita a Weiss
como el antropólogo físico que ha detectado este mal en 11 cráneos del período pre-
cerámico, también identificada por Junius Bird entre los cráneos de Huaca Prieta. Se
advierte que, en este período, la exostosis es más frecuente entre los adultos de edad
avanzada, varones y menos entre los jóvenes. En Huarmey se ha encontrado un caso. Los
datos indican que la exostosis parece estar asociada a la población que habitaba el litoral
del mar y los lagos, y es raro entre los habitantes que no tienen contacto frecuente con el
agua, tal como lo ha observado Alex Hrdlicka (1935) y Weiss (1970).
Las causas de la exostosis aún no han sido definidas con seguridad, posiblemente sean
originadas por una disfunción de la articulación temporomandibular, la masticación y los
efectos de agua fría, ligada principalmente a la actividad del buceo, que deja depósitos de
agua en el conducto auditivo, lo que genera infecciones crónicas que conducen a la
proliferación del tejido óseo. Los atletas que pasan mucho tiempo en el mar sufren de este
mal, testimonio que puede reforzar la idea de que los pescadores y marisqueadores que
pasan mucho tiempo en el mar, pueden ser afectados por la referida enfermedad. Sin
embargo Bonavia sugiere algo que no se había considerado, que una causa de esta
patología podría ser la presión hidrostática. Estas observaciones de Bonavia han sido
enriquecidas con las de Strong y Evans (1952) en Huaca Negra de Guañape y de Bird en
Huaca Prieta, respectivamente. Abundando en comentarios, los autores mencionados y
Bonavia llamaron la atención sobre la búsqueda de especies que habitan aguas profundas
por parte de pescadores prehispánicos, a los cuales los pescadores modernos suelen
alcanzar.
7) El Soroche visto a través de las crónicas de los siglos XVI y XVII
Con la paciencia y la erudición de un historiador, Bonavia revisa cuidadosamente, en este
ensayo, las fuentes escritas por los cronistas sobre el fenómeno fisiológico conocido
como soroche o mal de altura. El trastorno fisiológico afecta física y emocionalmente a
los viajeros que ascienden a la sierra alto andina, especialmente a aquellos que los hacen
por primera vez. El soroche o surumpi en quechua, dicen los especialistas que es falta o
disminución de oxígeno en el ambiente y, como consecuencia, la fisiología orgánica del
hombre y de los animales sufre ciertas alteraciones en su normal funcionamiento. No es
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una enfermedad, como bien puntualiza Bonavia, sino un malestar temporal, que puede
durar entre unas horas hasta un par de días, hasta que el organismo se adapta al nuevo
medio ambiente de altura. Bonavia hace una oportuna y puntual atingencia al señalar que
“el hombre sufre de perturbaciones fisiológicas no sólo cuando sube a la altura, sino
también cuando desciende de ella a nivel del mar”, observación previamente publicada
por Monge Medrano (1988).
Como se sabe, hubieron muchos proyectos dedicados a estudiar la fisiología y biología de
altura y uno de ellos fue precisamente auspiciado por la Universidad Peruana Cayetano
Heredia. Los reportes de estas investigaciones están publicadas en gran parte. Igualmente
se ha publicado libros dedicados a la historia de la medicina peruana, con atención a las
fuentes históricas y arqueológicas. En ambos casos, la información que los cronistas
ofrecen sobre un caso concreto, el soroche, no ha sido debidamente revisada. El ensayo
de Bonavia sin duda repara este descuido.
Bonavia toma en cuenta los datos, en las fuentes coloniales, no solamente la noticia como
tal, sino sobre todo, la impresión y la descripción de los primeros españoles que subieron
a la cordillera, interpretando lo que por entonces el cronista quería expresar sobre el
referido malestar y su relación con el medio ambiente. Es interesante por ejemplo,
precisar que el término de “temple” por entonces equivalía a la puna, o cuando decían
“falta de aliento”, se referían a la dificultad que tenían para respirar, una situación de la
que perfectamente eran conscientes. Como quiera que los comentarios de los cronistas no
eran repetitivos sino más bien variados, en cuanto a sus percepciones y sus propias
experiencias, Bonavia para facilitar el entendimiento de estas fuentes, los agrupó en tres
grupos: 1) cronistas y viajeros que se dieron cuenta del problema al subir a la altura, pero
no tomaron conciencia clara de lo que estaba pasando, como Fernando de Santillán, el
muy poco conocido Nicolás de Benino, Diego de Ocaña, otro poco conocido Pedro de
León Portocarrero (llamado Anónimo Portugués), Antonio de la Calancha, el visitador
Garci Diez de San Miguel, 2) un grupo minoritario de cronistas que trataron de entender
el fenómeno y buscaron alguna explicación, como José de Acosta que se dedicó a
investigar el problema, y en una de sus explicaciones dice “... la causa de esta
destemplanza y alteración tan extraña sea el viento o el aire que allí reina”, lo que
obviamente hace referencia “al enrarecimiento del aire”. Describe también sus
impresiones cuando pasó por Pariacaca, Lucanas, Collaguas entre algunos lugares, y
explica su observación sobre la diferencia del frío de los Andes comparado con el de
Europa. Estas informaciones de Acosta no fueron percibidas por los estudiosos de la
historia de la medicina peruana, ni por los de fisiología de altura. Bonavia encontró los
datos y los pone al alcance de quienes se interesen por estos temas.
Otro cronista que de acuerdo a Bonavia se preocupó por entender el problema del
soroche, fue Bernabé Cobo. Aquí un fragmento de su explicación: “el aire desta tan
encumbrada tierra es tan seco y sutil y delgado, que a los que de nuevo pasan por aquí,
especialmente si suben de la tierra caliente...les falta el aliento...”. Cobo inclusive se
ocupa de asuntos vinculados con la fertilidad y la mortalidad infantil, tanto de indios
como de españoles, especialmente en lugares como las minas de Potosí, en Bolivia. El
tercer grupo (3) está conformado por aquellos que percibieron el problema pero que no
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tuvieron la sutileza de Acosta y Cobo, y se conformaron con atribuir las causas del
soroche al frío. Entre ellos están el príncipe de los cronistas, Cieza de León y Gutiérrez
de Santa Clara, Dávila Brizeño, entre otros.
El ensayo de Bonavia sobre el soroche es una excelente contribución a la historiografía
andina, a la historia de la medicina peruana, a los estudios de fisiología de altura y a la
antropología andina en general.
8) La papa” apuntes sobre su origen y su domesticación.
La etnobotánica, la etnozoología y la paleo-biología andinas son disciplinas que
apasionaron a Bonavia en su carrera profesional. Él ha dedicado bastante atención al
estudio de ciertas plantas y animales indígenas, incluyendo a microorganismos
encontrados en muestras arqueológicas, como en los coprolitos. En su bibliografía se
encuentra ensayos dedicados a la papa, maíz, fríjol, chirimoya, camélidos, etc.
En el ensayo que comentamos, el autor empieza a distinguir los dos aspectos del
problema, el origen y la domesticación. Con la erudición de un experimentado
profesional, tanto en el manejo de datos como el buen uso de la bibliografía, Bonavia
explica la ecología de la papa, la existencia de unas 200 especies de papa silvestre, y llega
a la conclusión que sólo algunas de ellas están relacionadas a las cultivadas y que pueden
cruzarse sin dificultad. Sin duda es la mejor sinopsis científica escrita sobre la papa.
Mientras la papa silvestre se puede encontrar en casi toda América Latina, la domesticada
se cultivaba sólo intensamente en la región andina, desde Venezuela hasta Chile y el
noroeste de Argentina. A la llegada de los españoles ésta fue distribuida al resto de
América y llevada a Europa. La papa domesticada, o sea la papa cultural, como bien
puntualiza Bonavia, se agrupa en unas siete especies dentro de la serie poliploide y es
capaz de crecer desde el nivel del mar hasta los 4,800 m.s.n.m. Bonavia considera que la
domesticación de la papa debe haber ocurrido en la parte occidental de América del sur
(los Andes), entre 10º Lat. Norte y 25º Lat Sur, entre los 2,500 y 4,800 m.s.n.m., con una
segunda hipotética área de domesticación en Chile, entre los 35º y 45º Lat. Sur. Él señala
que las primeras especies domesticadas fueron las diploides (Solanum stenotomum),
posiblemente logradas en la cuenca del Titicaca y los Andes de Bolivia, las que se
extendieron luego hacia los Andes del Perú en su forma triploide (Solanum tuberosum).
La hipótesis que postula que la costa es un área de domesticación, es puesta en duda por
él, por no existir las condiciones ni ecológicas ni botánicas en esa región. Asimismo,
Bonavia recomienda, para futuros trabajos de investigación, tener cuidado en equiparar
bajo los mismos criterios, el proceso la domesticación de plantas de raíces y tubérculos
con las plantas de semilla. Las plantas de raíz tienen mucho almidón y casi nada de
aceites y proteínas y son muy frágiles para ser guardadas por tiempo largo. Los andinos
aprendieron a conservarlas por un año agrícola en buenas condiciones y, para tiempos
más largos, acudieron a la estrategia de la deshidratación al frío.
Por el momento es difícil encontrar papa en contextos arqueológicos, primero por su
fragilidad para conservarse y, segundo, porque las técnicas de excavación o la
21
recuperación de elementos perecibles no han sido suficientemente perfeccionadas. La
mejor información al respecto se encuentra en la iconografía cerámica. Por estas razones,
Bonavia evalúa y cuestiona la validez de los supuestos hallazgos de papa, empezando por
las pioneras noticias ofrecidas por Lanning (1965), el cual menciona haber encontrado
papa en Punta Grande, fechada en 2,500 a.C. El análisis de ellas fue hecha por Martín
Farías (1976) y anunciada como una posibilidad sin confirmación. Otros reportes fueron
dados a conocer por Moseley (1975) del sitio de Ventanilla y por Quilter et al. (1991) del
sitio El Paraíso, ambos pre-cerámicos y ubicados en la costa central. También estos
hallazgos fueron descartados por Bonavia, debido a la poca consistencia del contexto
cultural en los cuales fueron encontrados. Consultando con expertos como Hawkes
(1989), la misma Martín Farías y el peruano Carlos Ochoa, Bonavia señala como datos
más confiables los de Ugent et al. (1982), sobre la base de una muestra de 20 tubérculos
hallados en Casma, las que fueron identificadas como papa cultivada. Unos provienen de
Huaynuma y tienen un fechado de 2,000 a.C . Bonavia coincide con Ugent et al. (1987) al
diagnosticar que las papas arqueológicas encontradas en el Perú pertenecen a la especie
Solanum tuberosum, aunque Hawkes (1989) recomienda tener todavía cautela en tal
aseveración. Ochoa por su parte sostiene que debe tratarse de un Solanum tuberosum,
porque el Solanum stenotomum no crece en la costa. Bonavia concluye que la única
muestra válida de papa pre-cerámica es la encontrada en Casma.
Para la sierra, menciona el reporte de Mac Neish (1973) sobre el hallazgo de ojos de
papa, posiblemente domesticada, en coprolitos recuperados en estratos de la fase Chihua,
con 3,500-3,300 a.C., y el hallazgo de Engel (1970) en la cueva de Tres Ventanas, sierra
de Lima, fechada en 10,000 a.P. Las muestras enviadas por Engel, fueron analizadas por
Douglas Yen, el cual se limitó a señalar que corresponde al género Solanum. Bonavia
demuestra fehacientemente en otro escrito (1984) que los hallazgos de Tres Ventanas no
tienen ningún valor científico.
Las especies encontradas en Chile fueron clasificadas de acuerdo a las averiguaciones de
Bonavia como Solanum tuberosum y el Solanum maglia. Ésta última especie es silvestre
pero comestible, y fue encontrada también en Monte Verde por Tom Dillehay (Ramírez
1989) cuya antigüedad es de 11,000 a.C. Desde entonces la planta se ha convertido en
una especie tradicionalmente comestible hasta la actualidad, especialmente por la
sociedad mapuche.
De las 150 especies cultivadas y silvestres de Solanum conocidas en los Andes Centrales,
de acuerdo a la taxonomía de Ugent et al. (1987), 9 son endémicas de Chile, entre las
cuales, al menos 7 estarían relacionadas con la papa comestible. A luz de los datos
arqueológicos y la ecología de la papa, Bonavia se une a los expertos Hawkes y Ochoa
para buscar las huellas de la papa en las cuencas áridas de la Amazonía, especialmente
entre Venezuela y la Guayana, en el flanco oriental de los Andes Centrales, y quizás
también en las vertientes occidentales que bajan a la costa y no precisamente en la franja
costera.
22
9. Revisión de las pruebas de la existencia de maíz pre-cerámico de los Andes
Centrales.
Los Andes Centrales fueron escenario de domesticación de una cantidad de plantas y
algunos animales. No existe una razón valedera para negar que también el maíz haya sido
domesticado en esta región. Los Andes como potencial área de domesticación del maíz
ha sido sistemáticamente negada por quienes defienden a Mesoamérica como único
centro. Todavía me resisto a creer que poner en duda o simplemente ignorar la presencia
del maíz en estratos pre-cerámicos en el Perú sea también una estrategia para negar el
temprano uso de esta planta en la dieta andina. Bonavia supone que el responsable de esta
actitud poco científica, de negar la antigüedad del maíz en los Andes Centrales, sea
Robert Bird. Claro está, Bird es etnobotánico con amplia experiencia en los Andes, por
cuya razón sus reportes son tomados en cuenta unilateralmente, sin confrontarlos con
otras investigaciones, a pesar de que la evidencia de maíz en estratos pre-cerámicos,
fueron dados a conocer por arqueólogos norteamericanos y peruanos.
La defensa de la antigüedad del maíz en los Andes ha sido asumida casi solitariamente,
desde hace tres décadas por Duccio Bonavia y Alexander Grobman. La posición de ellos,
explicadas en muchas publicaciones, no obedece sin duda, a un capricho personal, sino a
la defensa de los datos adecuadamente documentados, con pruebas empíricas y
científicas, con registro arqueológico y fechados, es decir, se trata de una defensa de la
verdad y de las evidencias objetivas.
El maíz precerámico ha sido registrado en varios sitios de la costa y la sierra peruanas. En
el ensayo se halla un somero pero detallado resumen de los hallazgos, los fechados y el
informe de sus descubridores. Para la costa, se menciona a Las Aldas excavado por
Lanning (1967) y Culebras igualmente excavado por Lanning en 1958, el sitio de
Tuquillo excavado por Bonavia (1982), Los Gavilanes en el valle de Huarmey, este
último sistemáticamente documentado y publicado por Bonavia (1981), donde no
solamente se ha encontrado la planta en sus diversos componentes, sino también muestras
de maíz en coprolitos humanos y de llamas, confirmando plenamente el consumo diario
por el hombre y los animales. Hastorf (1985) en una revisión y crítica al libro de Bonavia
sobre Los Gavilanes dice claramente: “Este libro proporciona un informe detallado de
cada pozo y estrato excavados...”
A los arriba mencionados hallazgos se suman los dos sitios excavados por Santiago
Uceda (1986) en el valle de Casma; Cerro El Calvario con fechado de 6,070 a. P. y el
Cerro Julia con fechado de 6,050 a.P, ambos definidos como Precerámico Reciente. Se
trata, como afirma Uceda, del “maíz precerámico más antiguo encontrado en la costa
peruana”, y de acuerdo a los análisis hechos por Grobman y Bonavia, son racialmente
emparentados al maíz de Huarmey y del Callejón de Huaylas. Bonavia menciona otros
sitios como Áspero, excavados por Willey y Corbett (1954) y más tarde por Feldman
(1980). Para la sierra están los estudios de Burger y van der Merwe (1990) en Huaricoto
y los conocidos hallazgos en la Cueva del Guitarrero y Ayacucho.
10- 11) Hans Horkheimer y Don Oscar Lostaunau.
23
Entre los varios obituarios escritos por Bonavia se han tomado dos: uno dedicado a Hans
Horkheimer y otro a Oscar Lostaunau. En ambos Bonavia se esfuerza por destacar tanto
la parte humana como la profesional, al hombre y a sus obras, al actor en la arqueología y
en su medio social. Él destaca las cualidades humanas, pero es exigente al juzgar sus
obras. La semblanza de ambos es presentada de manera objetiva y con la sinceridad del
amigo y colega.
La trayectoria académica del arqueólogo alemán Horkheimer es descrita desde su
graduación con una tesis doctoral en filosofía, su labor como director de una revista de
crítica de arte hasta su interés por las culturas del pasado. Desde su llegada al Perú en
1939, se halla vinculado a la Arqueología. Durante su paso como docente de la
Universidad Nacional de Trujillo, participa en la fundación del Instituto de Antropología.
Al evaluar la bibliografía de Horkheimer, Bonavia reconoce que los dos primeros
artículos, publicados en Trujillo y Lima, son meramente descriptivos, sin mayor
trascendencia; mientras que el libro “Vistas arqueológicas del noroeste del Perú” es una
guía que aún tiene vigencia. El primer artículo se publicó en la revista Fénix e iba a ser el
capítulo II de un manual que estaba en preparación y nunca fue terminado y, el otro
artículo, estaba dedicado a las líneas de Nasca. Sus conclusiones sobre las líneas son tan
hipotéticas como las de otros autores, sin que nadie haya demostrado la función exacta de
ellas. En 1950 se publicaron sus obras más importantes: “Perú Prehispánico” y “Guía
bibliográfica de los principales sitios arqueológicos”. Bonavia asume la defensa del
manual frente a la “injusta” crítica, acotando su valor para los estudiantes. La guía sigue
siendo útil, así como el ensayo sobre Utcubamba. La obra completa sobre la Arqueología
Andina planeada en varios tomos por Horkheimer, se quedó inconclusa y se halla sólo en
fichas. Sobre el artículo de divulgación aparecido en la revista Fanal dice Bonavia que le
falta originalidad y el cuadro cronológico tiene lagunas.
El libro dedicado a la alimentación prehispánica (1958), traducido al alemán en 1960 y
luego publicado nuevamente en 1973, se ocupa de los recursos para la dieta, desde los
orígenes de la agricultura hasta los usos y costumbres de los andinos contemporáneos,
seguido de otro ensayo de divulgación sobre la cultura Moche.
El proyecto Chancay fue el más importante en la carrera de Horkheimer, del cual sólo se
ha publicado un corto ensayo en la revista Cultura Peruana (1963) y se hizo una
exhibición en el Museo de Arte, a pesar de contar con el mejor registro arqueológico del
cementerio Chancay de Lauri. El último trabajo fue sobre Vicús. Una contribución
póstuma en co-autoría con Federico Kauffmann está dedicada a la cultura inca. Ha dejado
varios manuscritos inconclusos, como la historia marítima del Perú, el vocabulario
Muchik-castellano, el informe sobre el proyecto Chancay, entre otros.
Desafortunadamente el archivo de Horkheimer depositado en el Colegio León Pinelo ha
sido desarticulado y en parte está perdido. Bonavia señala que la gran obra de
Horkheimer no está precisamente en su bibliografía, sino en su fichero que reúne casi
todo lo publicado sobre la Arqueología Peruana en su tiempo. Posiblemente, Horkheimer
no fue un arqueólogo en el verdadero sentido de la palabra, sino que, como señala
24
Muelle, “la verdadera labor que lo absorbió estuvo en los dominios de bibliófilo y erudito
en Arqueología Peruana”.
Sobre Oscar Lostaunau, Bonavia menciona que lo conoció en 1958 durante su viaje a
Piura con Kelley. Lo describe como un hombre pequeño de agradable sonrisa, amante de
la arqueología y entregado por completo a la defensa de los monumentos del valle de
Jequetepeque. Éste les invitó a visitar algunos sitios, especialmente Pacatnamú, el
yacimiento central del valle. Bonavia recuerda su primera visita en 1953, la cual
comparada con la siguiente en 1958, le dio la impresión de que los huaqueros no se
asomaban más por el lugar. Le impresionó la conservación y defensa que don Oscar
condujo en el valle, donde después de él, la huaquería se impuso, a veces secundada o
acompañada por algunos arqueólogos sin escrúpulo.
Bonavia fue testigo de excepción de la paciente labor educativa que llevaba a cabo
Lostaunau con las autoridades locales y las comunidades del valle. Gracias a eso, logró
defender los monumentos arqueológicos, obra que el Estado Peruano no ha logrado hacer
en ninguna parte del país. Como señala Bonavia, Lostaunau, desde la sombra y en
silencio desarrolló una gran labor; gracias a él se preservaron grandes monumentos como
Pacatnamú, Nanchoc, entre otros. Don Oscar, con la amplitud de los grandes hombres,
compartió su conocimiento con cuantos lo visitaban a su casa. Muchos disfrutaron de su
generosidad, como Kosok, Schaedel, Ubbelohde-Doering, Disselhoff, Bonavia y Donnan.
Con la modestia que distingue a Bonavia, él dice que fue un honor para él haberlo
conocido y señala que en la preparación de su libro sobre pinturas murales en el antiguo
Perú, la ayuda de Lostaunau fue importante.
Horkheimer y Lostaunau, en palabras de Bonavia, fueron parecidos en su caballerosidad,
sencillez y generosidad, cada cual entregado a la pasión de su vida, la investigación y la
defensa del patrimonio arqueológico peruano.
12. Alfred Kroeber y su obra peruanista
Con la humildad de un destacado alumno que admira a su maestro, Bonavia hace una
excelente semblanza sobre la obra peruanista de Kroeber, desde los primeros contactos
que el ilustre antropólogo americano tuvo con materiales peruanos en 1901, la colección
Uhle, que se guarda en el museo de la Universidad de California, Berkeley, hasta la
última publicación sobre el Perú en 1951. Medio siglo de vida dedicada a la arqueología
andina. Kroeber formó una escuela de andinistas en Berkeley, estimuló a estudiar la
colección que Uhle envió a esa institución, apoyó la publicación de sus informes en una
serie especial y alentó la vocación por los estudios andinos. A pesar de los años
transcurridos, Bonavia puntualiza que esas publicaciones de Berkeley mantienen su
actualidad, cuya tipología, adecuadamente utilizada, es un método válido para la
inferencia arqueológica. Dentro de esa serie se publicó el informe de Kroeber sobre la
cerámica Nasca, ordenada en cuatro fase, A, B, X e Y, cuya secuencia es aún consistente
con los nuevos descubrimientos y seriación.
25
En 1925 Kroeber visita por primera vez el Perú. Su atención se dirige hacia la
arqueología de la costa norte, cuyos informes se publican en dos volúmenes. En el
primero se ocupa principalmente de la cerámica y, en el segundo, explica sus estrategias
durante sus trabajos de campo. En un tercer volumen se publica el reporte de O’Neale
sobre tejidos y, en el cuarto y último, los trabajos de Kroeber sobre Cañete. Kroeber
describe los monumentos arqueológicos, sus asociaciones culturales y reflexiona sobre la
historia cultural de esos pueblos. De 1926 a 1930 él publica al menos cuatro ensayos. En
1939 aparece una versión castellana de sus descripciones e inferencias sobre la calidad
artística de la cerámica y tejidos de las culturas precolombinas y, por supuesto, su mejor
ensayo sobre el proceso cultural andino, que fue incluido en el Handbook of South
American Indians.
A Kroeber se le debe la definición de la Arqueología como “la transformación de
relaciones de espacio en relaciones de tiempo” y, también, sus consejos sobre la
importancia de la terminología en esta disciplina, así como su juicio sobre las relaciones
de la arqueología con la historia, en la que afirma que los propósitos de ambas son
idénticos, y la diferencia está únicamente en el material de estudio, la arqueología trabaja
con monumentos y la historia con documentos.
Luego de otro viaje por el Perú, publica su libro Peruvian Archaeology in 1942 (1944),
que es una de las mejores síntesis que se ha escrito sobre la Arqueología Andina, junto a
otro ensayo que apareciera en 1948 con el título de “Summary and Interpretations”. Más
tarde dedica su atención al problema de Paracas Cavernas y Chavín, y concluye que
Paracas es una expresión meridional de Chavín, con algunos ingredientes locales. Los dos
últimos trabajos de Kroeber estuvieron dedicados a la definición de las culturas llamadas
Proto-Lima y Nasca.
Aunque Kroeber no dictó clases en las aulas universitarias del Perú, ha dejado, sin
embargo, una gran enseñanza, acaso una escuela en la arqueología peruana,
especialmente por la forma como llevó a cabo sus investigaciones arqueológicas, sus
métodos y sus aproximaciones antropológicas. Siguieron sus pasos John Rowe, Edward
Lanning y otros arqueólogos norteamericanos, y algunos años después Duccio Bonavia.
26
Bibliografía
NOTA: Aqui se incluye sólo las publicaciones citadas por el autor de este ensayo. Para
las obras de Bonavia, nos remitimos a la bibliografía que está publicada en este libro. Las
demás que están señaladas en el texto, son citas de Bonavia en sus escritos y remitimos al
lector a ellos.
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