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Denis de Moraes (coord.) Por otra comunicación Los media, globalización cultural y poder Encuentro A Intermón Icaria ~editorial W Oxfam Created with Print2PDF. To remove this line, buy a license at: http://www.so

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Denis de Moraes (coord.)

Por otra comunicación

Los media, globalizacióncultural y poder

EncuentroA Intermón

Icaria ~editorial W Oxfam

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2. El arte de lucrarse: globalización,monopolio y explotación de la culturaDavidHarvey

Que la cultura se ha convertido en un tipo de mercancía es unhecho innegable. Pero también existe la creencia generalizadade que hay algo muy especial en ciertos productos y eventosculturales (ya sea en las artes plásticas, en el teatro, en la mú-sica, en el cine, en la arquitectura o, en un sentido más am-plio, en formas localizadas de vida, herencia, memoria colec-tiva y comunidades afectivas) capaz de distinguirlos de lasmercancías corrientes, como las camisas o los zapatos. Aun-que la frontera entre los dos tipos de mercancía sea altamen-te porosa (tal vez cada vez más), aún hay base para manteneruna separación analítica. Está claro que tal vez distingamosartefactos y acontecimientos culturales porque sólo consegui-mos pensar en ellos como auténticamente diferentes, como siexistieran en un plano más elevado de significado y de creati-vidad humana que los localizados en las fábricas de produc-ción y consumo masivo. Pero incluso cuando nos desprende-mos de todos los residuos de imaginación optimista (a menudobasada en ideologías poderosas), todavia nos queda algo muyespecial con respecto a los productos designados como «cul-turales». ¿Cómo, entonces, conciliar la condición de mercan-cía de tantos de esos fenómenos con su carácter especial?

Además, las condiciones de trabajo y la posición de clasedel número cada vez mayor de trabajadores implicados en laproducción y en las actividades culturales merecen tenerse encuenta (más de 150.000 «artistas» estaban registrados en laregión metropolitana de Nueva York a principios de la décadade los ochenta, y ese número puede haber aumentado en másde 250.000 hoy en día). Estas personas forman el núcleocreativo de lo que Daniel Bellllama la «masa cultural» {defi-

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nida no como de creadores, sino de transmisores de culturaen los medios y en todas partes).86 La postura política de eSenúcleo creativo, así como la de la maSa cultural, no es incon_secuente. En la década de los sesenta, las escuelas de arte eranincubadoras de discusión radical. Su posterior pacificación yprofesionalización disminuyeron mucho la agitación política.La revitalización de estas instituciones como centros de com-promiso político y la movilizacióh de los poderes políticos yde agitación de los productores culturales son, sin duda, unobjetivo valioso de la izquierda, aunque para ello sean nece-sarios algunos ajustes especiales de la estrategia y del pensa-miento socialistas. Un examen crítico de las relaciones entrecultura, capital y alternativa socialista puede ser útil aquícomo preludio para movilizar una voz que siempre ha sidopoderosa en la política revolucionaria.

Rendimiento monopolístico y competición

Empiezo con algunas reflexiones sobre el significado del ren-dimiento monopolístico para entender cómo los procesos con-temporáneos de globalización económica se relacionan con lolocal y con 1as formas culturales. La categoria de «rendimien-to monopolístico» es una abstracción tomada del lenguaje dela economía política.87 Para los productores culturales propia-mente dichos, normalmente más interesados en cuestiones deestética (a veces incluso devotos de ideales del arte por el arte),de valores afectivos, de vida social y del corazón, tal términopuede parecer demasiado técnico y árido como para tener al-gún peso fuera de los posibles cálculos del financiero, delpromotor, del especulador urbanístico y del propietario deterrenos. Pero espero mostrar que tiene una fuerza bastantemayor: que adecuadamente formulado puede generar ricasinterpretaciones de numerosos dilemas prácticos y persona-

86. Daniel Bell, The cultural contradictions oE capitalism, Basic Books,Nueva York, 1978, p. 20; David Harvey, The condition oE Postmodernity, BasilBlackwell,Oxford, 1989, pp. 290-291 Y 347-349; Brandon Taylor, Modernism,Postmodernism, Realism: a critical perspective oE art, Winchester School ofArt Press, Winchester, 1987, p. 77.

87. La teoria general del rendimiento a la que me refiero está en DavidHarvey, The limits to capital, Basil Blackwell, Oxford, 1982, capítulo 11.

El arte de lucrarse107

les que surgen en el nexo entre globalización capitalista, avan-ces político-económicos locales y evolución de significadosculturales Y valores estéticos.

Todo rendimiento se basa en el poder monopolístico de pro-pieta.rios privados de ciertas porciones del globo. El rendimien-to monopolístico se da cuando un agente social puede perci-bir un flujo ampliado de renta en un tiempo extenso en virtudde su control exclusivo sobre cierto ítem directa o indirecta-mente comercializable que es, en algunos aspectos fundamen-tales, único y no reproducible. Existen dos situaciones en lasque la categoría de rendimiento monopolístico tiene sentido.La primera se da cuando el agente social controla un recurso,mercancía o lugar con una cualidad especial que, en relacióncon cierto tipo de actividad, le permite extraer rendimientosmonopolísticos de los que desean usarlo. En el reino de la pro-ducción, argumenta Marx, el ejemplo más obvio es el viñedoque produce vino de calidad extraordinaria, que puede servendido a precio monopolístico. En esta circunstancia, «el pre-cio del monopolio crea la renta».88 La ventaja de la localiza-ción sería la centralidad (para el capitalista comercial) en re-lación con, digamos, la red de transportes y comunicaciones,o la proximidad (para la red hotelera) de alguna actividad al-tamente concentrada (tal como un centro financiero). El capi-talista comercial y el hotelero están dispuestos a pagar unasobretasa por el terreno debido a su accesibilidad. Esos sonlos casos indirectos de rendimiento monopolístico. No es elterreno, el recurso o la localización de cualidades únicas loque se comercializa, sino la mercancía o el servicio producidopor medio de su uso. En el segundo caso, el terreno o el recur-so se comercializa directamente (como cuando los viñedos oterrenos de primera línea se venden a capitalistas y financie-ros internacionales con propósitos especulativos). La escasezpuede crearse retirando terreno o recursos de sus usos corrien-tes y especulando con valores futuros. Este tipo de rendimientomonopolístico puede ampliarse hacia la propiedad de obrasde arte (tales como un Rodin o un Picas so) que pueden ser (yson, cada vez más) compradas y vendidas como inversiones.

88. Karl Marx, Capital, International Publishers, Nueva York, 1967, vol. 3,pp. 774-775.

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Es la singularidad del Picasso o delluga'r lo que produce, aquí,la base del precio monopolístico.

A menudo las dos formas de rendimiento monopolístico seentrelazan. Un viñedo (con su chateau único y.su bella locali-

. zación física) famoso por sus vinos puede comercializarse di-rectamente por un precio monópolístico, así como los vinosde sabor únÍco producidos en esa tierra. Un.Picasso puede com-prarse para ganar dinero y luego alquilarlo a otra persona quelo exhibe por un precio monopolístico. La proximidad de uncentro financiero puede comercializarse directa o indirecta-mente, digamos, a la red de hoteles que la usa para sus pro-pios propósitos. Pero la diferencia entre las dos formas de ren-dimiento es importante. Es improbable (aunque no imposible),por ejemplo, que la abadía de Westminster y el palacio deBuckingham se comercialicen directamente (incluso los másardientes privatizadores tal vez se negarían a ello). Pero pue-den comercializarse claramente por medio de prácticas mer-cadotécnicas de la industria del turismo (o, en el caso delpalacio de Buckíngham, por la reina de Inglaterra).

La categoría de rendimiento monopolístico contiene doscontradicciones. Ambas son importantes para la discusión queseguirá.

Primero, aunque la singularidad y la particularidad seanfundamentales para la definición de «cualidades especiales»,la exigencia de valor comercial significa que ningún ítem puedeser único o especial hasta el punto de estar completamentefuera del cálculo monetario. El Picasso tiene que tener un valoren dinero, así como el Monet, el Manet, el arte aborigen, elvestigio arqueológico, los edificios históricos, los monumen-tos antiguos, los templos budistas y la experiencia de descen-der el Colorado en canoa, de estar en Estambul o en el picodel Everest. Hay, como es evidente en una lista de este tipo,cierta dificultad de «formación de mercado». Puesto que, aun-que se hayan formado mercados alrededor de obras de arte y,hasta cierto punto, alrededor de los vestigios arqueológicos(existen algunos casos bien documentados, como el del arteaborigen australiano, de lo que ocurre cuando alguna formade arte es atraída hacia la esfera del mercado), la lista contie-ne varios ítems que son difíciles de incorporar de manera di-recta a un mercado (ése es el problema de la abadía deWestminster). Muchos de ellos pueden incluso ser difíciles decomercializar indirectamente. La contradic:ción aquí estriba en

que, cuanto más fáciles son de comercializar, menos únicos y,especiales parecen. En ciertos casos, la propia lógica del mer-cado tiende a destruir sus cualidades únicas (especialmentesi dependen de cualidades como el estado salvaje, la distan-cia, la pureza de alguna experiencia estética o cosas por elestilo). En términos generales, cuanto más fácilmente comer-cializables (y sometidos a reproducción por fraude, falsifica-ción, iniitación o simulacro) sean esos ítems o acontecimien-tos, menos representarán una base para el rendimientomonopolístico. Recuerdo a un alumno que se quejaba de has-ta qué punto su vivencia de Europa había sido inferior si lacomparaba con Disneyworld:

En Disneyworld todos los países están mucho más cerca yte enseñan lo mejor de cada sitio. Europa es aburrida. Lagente habla en lenguas extrañas y las cosas están sucias.A v:eces no ves nada interesante en Europa durante días, yen cambio en Disneyworld pasan cosas diferentes todo elrato y la gente es alegre. Es mucho más divertido. Está bienplaneado.89

Aunque parezca una opinión risible, hace llorar cuando sepiensa que Europa está intentado reproyectarse según los mo-delos Disney (yno solamente en beneficio de turistas estadouni-denses). Pero, y aquí se encuentra el núcleo de la contradic-ción, cuanto más se disneyfica Europa, menos única y especiales. La homogeneidad insípida que provoca la pura mercan-tilización acaba con las ventajas monopolísticas. Los produc-tos culturales dejan de ser diferentes de las mercancías engeneral. «La transformación avanzada de bienes de consumoen productos de empresas o 'artículos de marca registrada' quedetentan el monopolio del valor estético», escribe WolfgangHaug, «en general ha sustituido a los productos elementales o'genéricos'», de forma que «la estética de la mercancía» amplíasus fronteras «cada vez más sobre el terreno de las industriasculturales».90 Del mismo modo, todo capitalista busca persua-

89. Citado en Douglas Kelbaugh, CommonPlace, University ofWashingtonPress,Seattle,1997,p.51.

90. Wolfgang Haug, «Commodity aesthetics», en: Worldng Papers Series,Department of Comparative American Cultures, Washington State University,2000, p. 13.

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Es la singularidad del Picasso o delluga'r lo que produce, aquí,la base del precio monopolístico.

A menudo las dos formas de rendimiento monopolístico Seentrelazan. Un viñedo (con su cbateau único y su bella localí-

. zación física) famoso por sus vinos puede comercializarse di-rectamente por un precio monópolístico, así como los vinosde sabor único producidos en esa tierra. Un Picasso puede com-prarse para ganar dinero y luego alqtiilarlo a otra persona quelo exhibe por un precio monopolístico. La proximidad de uncentro financiero puede comercializarse directa o indirecta-mente, digamos, a la red de hoteles que la usa para sus pro-pios propósitos. Pero la diferencia entre las dos formas de ren-dimiento es importante. Es improbable (aunque no imposible),por ejemplo, que la abadía de Westminster y el palacio deBuckingham se comercialicen directamente (incluso los másardientes privatizadores tal vez se negarian a ello). Pero pue-den comercializarse claramente por medio de prácticas mer-cado técnicas de la industria del turismo (o, en el caso delpalacio de Buckingham, por la reina de Inglaterra).

La categoría de rendimiento monopolístico contiene doscontradicciones. Ambas son importantes para la discusión queseguirá.

Primero, aunque la singularidad y la particularidad seanfundamentales para la definición de «cualidades especiales»,la exigencia de valor comercial significa que ningún ítem puedeser único o especial hasta el punto de estar completamentefuera del cálculo monetario. El Picasso tiene que tener un valoren dinero, así como el Monet, el Manet, el arte aborigen, elvestigio arqueológico, los edificios históricos, los monumen-tos antiguos, los templos budistas y la experiencia de descen-der el Colorado en canoa, de estar en Estambul o en el picodel Everest. Hay, como es evidente en una lista de este tipo,cierta dificultad de «formación de mercado». Puesto que, aun-que se hayan formado mercados alrededor de obras de arte y,hasta cierto punto, alrededor de los vestigios arqueológicos(existen algunos casos bien documentados, como el del arteaborigen australiano, de lo que ocurre cuando alguna formade arté es atraída hacia la esfera del mercado), la lista contie-ne varios ítems que son difíciles de incorporar de manera di-recta a un mercado (ése es el problema de la abadía deWestminster). Muchos de ellos pueden incluso ser difíciles decomercializar indirectamente. La contradicción aquí estriba en

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En Disneyworld todos los países están mucho más cerca Yte enseñan lo mejor de cada sitio. Europa es aburrida. Lagente habla en lenguas extrañas Y las cosas están sucias.A veces no ves nada interesante en Europa durante dias, yen cambio en Disneyworld pasan cosas diferentes todo elrato y la gente es alegre. Es mucho más divertido. Está bienplaneado.59

Aunque parezca una opinión risible, hace llorar cuando sepiensa que Europa está intentado reproyectarse según los mo-delos Disney (y no solamente en beneficio de turistas estadouni-denses). Pero, y aquí se encuentra el núcleo de la contradic-ción, cuanto más se disneyfica Europa, menos única y especiales. La homogeneidad insípida que provoca la pura mercan-tilización acaba con las ventajas monopolísticas. Los produc-tos culturales dejan de ser diferentes de las mercancías engeneral. «La transformación avanzada de bienes de consumoen productos de empresas o 'artículos de marca registrada' quedetentan el monopolio del valor estético», escribe WolfgangHaug, «en general ha sustituido a los productos elementales o'genéricos'», de forma que «la estética de la mercancía» amplíasus fronteras «cada vez má"ssobre el terreno de las industriasculturales».90 Del mismo modo, todo capitalista busca persua-

89. Citado en Douglas Kelbaugh, Common Place,University of WashingtonPress, Seattle. 1997, p. 51.

90. Wolfgang Haug, «commodity aesthetics». en: Working Papers Series,Department of Comparative American Cultures, Washington State University,2000, p. 13.

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dir a los consumidores de las cualidades únicas y no reprodu-cibles de sus mercancías (ése es el motivo de las marcas, delos anuncios, etc.). Hay presiones por ambos lados que inten-tan extraer las cualidades únicas que están detrás de los ren-dimientos monopolísticos. Por lo tanto, si hay que mantener-los y conservarlos es necesario encontrar la forma de queciertas mercancías o lugares sigan s~endo suficientementeúnicos y particulares (y más adelante reflexionaré sobre lo queeso puede significar) para mantener un espacio monopolísticoen una economía mercantilizada y ferozmente competitiva.

¿Pero por qué razón, en un mundo neoliberal donde losmercados competitivos supuestamente son los dominantes, setoleraría, quién sabe si incluso se vería como deseable, cual-quier tipo de monopolio? Aquí encontramos la segunda con-tradicción que, en su raíz, demuestra ser una imagen refleja-da de la primera. La competencia, como Marx observó, tiendesiempre al monopolio (o al oligopolio), simplemente porque lasupervivencia del más apto en la guerra de todos contra to-dos elimina a las empresas más débiles.9l Cuanto más ferozsea la competencia, más veloz es la tendencia al oligopolio,por no decir al.monopolio. Por lo tanto, no es accidental quela liberalización de los mercados y la exaltación de la compe-tencia en los últimos años hayan producido una increíble cen-tralización de capital (Microsoft, Rupert Murdoch, Bertels-mann, servicios financieros y una ola de compras, fusiones yconsolidaciones de empresas aéreas, minoristas e incluso ensectores tradicionales como el automovilístico, el petróleo yotros). La tendencia fue reconocida hace tiempo como unacaracterística problemática de la dinámica capitalista, lo queexplica las leyes antimonopolio en Estados Unidos y el traba-jo de las comisiones de monopolios y fusiones en Europa. Peroson defensas débiles contra una fuerza arrasadora.

Esta dinámica estructural no tendría la importancia quetiene si no fuera por el hecho de que los capitalistas cultivanactivamente poderes monopolísticos. De esa forma, consiguenhacer realidad el control de largo alcance sobre la produccióny la comercialización, y, así, estabilizan su ambiente de nego-

91. Resumí las opiniones de Marx sobre el monopolio en Harvey, The limitsto capital, capítulo 5.

El arte de lucrarseIII

cios para permitir el cálculo racional y la planificación a lar-go plazo, la reducción del riesgo y de la incertidumbre y, entérminos más generales, la garantía para sí mismos de unaexistencia relativamente pacífica y sin problemas. La manovisible de la empresa, como Alfred Chandler la llama, ha asu-mido, en consecuencia, una importancia mucho mayor para lageografía histórica capitalista que la mano invisible del mer-cado, tan valorada por Adam Smith y exhibida ad nauseam antenuestras narices en los últimos años como poder conductoren la ideología neoliberal de la globalización contemporánea.92

Pero es aquí donde la imagen reflejada de la primera con-tradicción puede verse con mayor claridad: los procesos demercado dependen de manera crucial del monopolio indivi-dual de capitalistas (de todo tipo) sobre la propiedad de losmedios de producción, incluidos los medios financieros y latierra. Cualquier rendimiento, recordemos, es un retorno delpodex:monopolístico de la propiedad privada de cualquier por-ción del planeta. El poder monopolístico de la propiedad pri-vada es, pues, tanto el punto de partida como el de llegada detoda actividad capitalista.

En la propia base de todo comercio capitalista existe underecho jurídico no comercializable que convierte la opciónde no comerciar (acumulación, almacenamiento, comportamien-to avaricioso) en un problema importante para los mercados.La pura competencia de mercado, el intercambio libre de mer-cancías y la perfecta racionalidad mercadológica son, por lotanto, dispositivos bastante raros y crónicamente inestablespara coordinar las decisiones de producción y consumo. Elproblema es mantener suficientemente competitivas las rela-ciones económicas asegurando, al mismo tiempo, los privile-gios monopolísticos, individuales y de clase, de la propiedadprivada, que son el fundamento del capitalismo como sistemapolítico-económico.

Este último punto exige una explicación adicional paraaproximarnos al tema que nos ocupa. En general se supone,aunque erróneamente, que el poder monopolístico de grandesproporciones se da más claramente con la centralización y la

92. Alfred Chandler, The visible hand: the managerial revolution in Ame-rican business, Harvard University Press, Cambridge (Massachussets), 1977.

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concentración del capital en megaempresas. Del mismo modose supone, nuevamente de forma errónea, que el pequeño ta-maño de las empresas es síntoma de una situación competiti-va de mercado. En ese sentido, un capitalismo antes competi-tivo se ha vuelto cada vez más monopolístico con el paso deltiempo. En parte, el error surge a causa de una aplicacióndemasiado superficial de los argumentos de Marx .en cuantoa la «ley de la tendencia a la centraIizació~ del capital», igno-rando su contra argumento de que la centralización «provoca-ría en seguida el colapso de la producción capitalista si nofuera por ciertas tendencias contrarias que tienen un efectodescentralizador continuo».93Pero también se sustenta por unateoria económica de la empresa que generalmente ignora sucontexto espacial y su localización, aunque acepte (en las ra-ras ocasionas en las que se digna considerar el asunto) que laventaja de localización implica «competición monopolista». Porejemplo, en el siglo XIXel cervecero, el panadero y el fabrican-te de velas estaban todos, en un grado considerable, protegi-dos de la competencia en los mercados locales por el elevadocoste del transporte. Los poderes monopolísticos locales eranomnipresentes en todo (aunque las empresas fueran peque-ñas) y muy difíciles de romper, desde la energía hasta la pro-ducción de alimentos. Desde esta perspectiva, el capitalismodel siglo XIXera mucho menos competitivo que el de hoy.

Es en este punto donde el cambio de las condiciones detransporte y la comunicación entran en escena como variablesdeterminantes fundamentales. A medida que las barreras es-paciales han disminuido con la tendencia capitalista hacia la«aniquilación del espacio por medio del tiempo», muchas in-dustrias y servicios locales han perdido su protección local ysus privilegios monopolísticos.94 Se han visto forzados a com-petir con productores de otros lugares, al principio relativa-mente próximos, pero luego mucho más distantes. La geogra-

93. Marx, Capital, vol. 3, p. 246. Véase también Harvey, Limits to capital,capítulo 5.

94. Karl Marx, Grundrisse, Harmondsworth (Middelesex), Penguin, 1973,pp. 524-539. Para una ampliación general de esta discusión, véase Harvey, Thelimits to capital, 1982, capítulo 12; The condition of Postmodernity, parte 3; y,para una aplicación específica del concepto, véase William Cronon, Nature'smetropolis, Norton, Nueva York, 1991.

í El arte de lucrarse 113

fía histórica del comercio cervecero es bastante ilustrativa eneste sentido. En el siglo XIXla mayoría de la gente bebía cer-veza local porque no tenía otro remedio. A finales del sigloXIXla producción y el consumo de cerveza en Gran Bretaña seregionalizaron en un grado considerable y así permanecieronhasta la década de los sesenta (las importaciones eran desco-nocidas, a excepción de la Guinness). Pero entonces el merca-do se hizo nacional (las cervezas Newcastle Brown, del nortede Inglaterra, y Scotish Younger, de Escocia, aparecieron enLondres y en el sur del país) antes de internacionalizarse (lasimportaciones de repente se pusieron de moda). Hoy, si alguienbebe cerveza local es por opción, en general por una mezclade apego a principios locales y a causa de alguna cualidadespecial de la cerveza (basada en la técnica, en el agua o en loque sea) que la diferencia de las demás. Simplemente, el espa-cio económico de competición ha cambiado de forma y escalacon el transcurso del tiempo.

La reciente ola de globalización ha reducido significa-tivamente las protecciones monopolísticas ofrecidas históri-camente por el coste elevado del transporte y de la comunica-ción, mientras que la retirada de las barreras institucionalesal comercio (proteccionismo) ha disminuido, igualmente, losrendimientos monopolísticos que podían obtenerse de esa for-ma. Pero el capitalismo no vive sin poderes monopolísticos yansía encontrar medios de conseguirlos. Así, la cuestión escómo conseguir poderes de monopolio en una situación en laque la protección garantizada por los llamados «monopoliosnaturales» de espacio y localización y la protección políticade las fronteras y las tarifas nacionales se han reducido drás-ticamente, cuando no eliminado.

La respuesta obvia es centralizar el capital en megaempre-sas o establecer alianzas más flexibles (como en las empresasaéreas o automovilísticas) que dominan los mercados. Y he-mos visto mucho de ello. El segundo camino es garantizar demanera cada vez más firme los derechos monopolísticos de lapropiedad privada por medio de leyes comerciales internacio-nales que regulen todo el comercio global. Las patentes y losllamados «dere-chos de propiedad intelectual» se han conver-tido, en consecuencia, en un campo importante de lucha en elque se afirman, de manera más general, los poderesmonopolísticos. Lé;J.industria farmacéutica, por poner unamuestra paradigmática, ha adquirido poderes monopolísticos

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extraordinarios, en parte mediante centralizaciones masivasde capital y en parte mediante la protección de patentes yacuerdos de licencias. Y persigue con ahínco poderesmonopolísticos todavía mayores, al pretender establecer de-rechos de propiedad sobre todo tipo de material genético (in-clusive de plantas raras de las selvas tropicales, recolectadastradicionalmente por los habitantes indígenas). Cuando dis-minuyen los privilegios monopolísticos de determinada fuen-te, somos testigos de una variedad de intentos de preservar-los y conseguirlos por otros medios.

Evidentemente, no puedo revisar todas estas tendenciasaquí. Sin embargo, quiero examinar de cerca aquellos aspec-tos de este proceso que se relacionan más directamente conlos problemas del desarrollo local y de las actividades cultu-rales. Primero quiero mostrar que hay luchas continuas sobrela definición de los poderes monopolísticos que pueden seratribuidos a la localización y a localidades, y que la idea de«cultura» está cada vez más interconectada con los intentosde reafirmar tales poderes, exactamente porque las alegacio-nes de singularidad y de autenticidad pueden articularse mejorcomo afirmaciones culturales distintas y no reproducibles.Empiezo con el ejemplo más obvio del rendimiento mono-polístico constituido por el «viñedo que produce vino de cali-dad extraordinaria, que puede venderse a precio monopo-lístico».

Aventuras en el comercio de vinos

El comercio de vinos, así como la fabricación de cerveza, seha vuelto cada vez más internacional en el decurso de los úl-timos treinta años y las tensiones de la competencia interna-cional han producido algunos efectos curiosos. Bajo la presiónde la Comunidad Europea, por ejemplo, los productores inter-nacionales aceptaron (tras largas batallas legales e intensasnegociaciones) eliminar de sus etiquetas el uso de «expresio-nes tradicionales», entre las cuales se podrían incluir térmi-nos como chateau y domaine, así como nombres genéricos comochampagne, burgundy, chablis o sauterne. De esta forma, laindustria vinícola europea, liderada por los franceses, pretendepreservar rendimientos monopolísticos al insistir en las vir-tudes únicas de la tierra, del clima y de la tradición (aglu-tinadas bajo la palabra francesa terroirl y la distinción de su

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Elarte de lucrarse

producto certificada por un nombre. Reforzado por controlesinstitucionales como la denominación de origen controlada, elcomercio francés de vinos insiste en la autenticidad Y en laoriginalidad de su producto, que son el fundamento de la sin-gularidad en la que se basa el rendimiento monopolístico.

Australia es uno de los países que aceptaron este cambio.El Chateau Tahbilk, de Victoria, consintió en retirar el chateaude su etiqueta, declarando de forma despreocupada que «so-moS orgullosamente australianos, no necesitamos utilizar pa-labras heredadas de otros países ni culturas del pasado». Paracompensar, identificaron dos factores que, combinados, «nosdan una posición única en el mundo del vino». Su región esuna de las seis del mundo donde el mesoclima está severa-mente influenciado por la masa hídrica continental (los nu-merosos lagos y lagunas locales suavizan y refrescan el cli-ma). Su suelo es único (solamente se encuentra en otralocalización en Victoria), descrito como de arcilla arenosa roja,teñida por el contenido elevadísimo de óxido férrlco, que «tie-ne efectos positivos sobre la calidad de la uva y añade ciertosabor regional distinto a nuestros vinos». Los dos factores seaúnan para c;lefinir los «Lagos Nagambie» como una regiónvinícola única (presumiblemente, para que el Comité de Indi-caciones Geográficas de la Corporación Australiana de Vino yBrandy, creado para identificar regiones vinícolas en todaAustralia, la autentifique). Por lo tanto, la Tahbilk presenta unacontrarreivindicación de rendimientos monopolísticos basa-da en la combinación singular de condiciones ambientales dela región donde está situada. Así compite con las alegacionesde singularidad de terroir y domaine presentadas por produc-tores de vino franceses.95

Pero entonces encontramos la primera contradicción. Cual-quier vino es comercializable y, por lo tanto, comparable dealguna forma, no importa de dónde venga. Aquí entran en esce-na Robert parker y su publicación periódica, el Wine Advocate.parker evalúa los vinos según su sabor y no da mucha impor-tancia al terroir o a cualquier otra alegación histórico-cultu-ral. Es reconocidamente independiente (la mayoría de las de-

95. Tahbilk Wine Club, Wine Club Circular, n° 15, junio de 2000, TahbilkWinery and Vineyard, Tahbilk, Victoria, Australia.

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más guías depende de sectores influyentes de la industriavinícola). Clasifica los vinos en una escala según su propiogusto. Tiene muchos seguidores en Estados Unidos, un mer-cado importante. Si da 65 puntos a un Chateau de Burdeos y95 a un vino australiano, sus precios se ven afectados. Losproductores de vino de Burdeos le tienen pavor. Ha sido pro-cesado, denigrado, ofendido e inclu5:0 atacado físicamente.Amenaza las bases de sus rendimientos monopolísticos.96

Las alegacionesmonopolísticas, podemosconcluir,son tan- .

to «un efecto del discurso» y un resultado de la competenciacomo un reflejo de las cualidades del producto. Pero si ellen-guaje del terroir y de la tradición se abandona, ¿qué tipo dediscurso puede ponerse en su lugar? Parker y muchos otrosen el comercio de vinos han inventado, recientemente, un len-guaje en el que los vinos son descritos con expresiones como«sabor de melocotón con ciruela, con una reminiscencia detomillo y grosella». Ese lenguaje parece extraño, pero el cam-bio discursivo, que corresponde a la competencia y a la glo-balización crecientes del comercio de vinos, asume un papeldistintivo y refleja la mercantilización del consumo de vinoen líneas estandarizadas.

Pero el consumo de vino tiene dimensiones qúe abren ca-minos a la explotación lucrativa. Para muchos, es una expe-riencia estética. Además del puro placer (para algunos) de unbuen vino con la comida adecuada, hay todo tipo de referen-tes en la tradición occidental que se remontan a la mitología(Dionisio y Baco), a la religión (la sangre de Cristo y el ritualde la comunión) y a las tradiciones celebradas en fiestas, poe-sías, canciones y en la literatura. El conocimiento de los vinosy la degustación «adec1,1ada»son, a menudo, signo de clase yanalizables como una forma de capital «cultural» (como diriaBourdieu). Escoger el vino adec1,1adopuede haber contribuidoa cerrar numerosos acuerdos importantes de negocios (¿ustedconfiaría en alguien que no supiera escoger un vino?). El esti-lo del vino va ligado a la cocina regional y, por lo tanto, seincorpora a aquellas prácticas que transforman la regionalidaden un estilo de vida marcado por estructuras distintivas de

96. William Langewiesche, «Themillion dollar nose», Atlantic Monthly, vol.286, n° 6, diciembre de 2000, pp. 11-22.

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sentimiento (es difícil imaginarse a Zorba, el Griego, 'bebiendojarras de vino californiano Mondavi, aunque éste se venda enel aeropuerto de Atenas)..

El comercio de vinos habla de dinero y de lucro, pero tam-bién de cultura en todos los -sentidos (de la cultura del pro-ducto a las prácticas culturales que implica su consumo y elcapital cultural, que puede evolucionar tanto entre los produc-tores como .entre los consumidores). 1a búsqueda perpetua derendimientos monopolísticos provoca la búsqueda de criteriosde especialidad, singularidad, originalidad y autenticidad entodos esos campos. Si la singularidad no puede establecerseapelando al terroir y a la tradición o por la simple descrip-ción del sabor, entonces hay que invocar otros modos de dis-.tinción para establecer alegaciones y discursos monopolísti-cos creados para garantizar la verdad de esas alegaciones (elvino que garantiza seducción o el vino que combina con la nos-talgia y el fuego de leña son tropos publicitarios actuales enEstados Unidos). En la práctica, lo que encontramos en el co-mercio de vinos es una miriada de discursos en competencia,todos con diferentes alegaciones de verdad en cuanto a la sin-gularidad del producto. Pero, y aquí vuelvo a mi punto departida, todos esos cambios y oscilaciones discursivas, asícomo muchos de los cambios y virajes que se han dado en lasestrategias para dominar el mercado internacional de vinos,tienen en su raíz no solamente la búsqueda de lucro, sino tam-'bién la búsqueda de rendimientos monopolísticos. En ésta, ellenguaje de la autenticidad, de la originalidad, de la singula-ridad y de las cualidades especiales irreproducibles se agi-ganta. La generalidad de un mercado globalizado produce, deforma coherente con la segunda contradicción que ya heiden-tificado, una fuerza poderosa que pretende garantizar no sóloel mantenimiento de los privilegios monopolísticos de la pro-piedad privada, sino también los rendimientos monopolísticosque se derivan de la descripción de las mercancías como in-'comparables.

Empresariado urbano, rendimiento monopolistico yformas globalesLas luchas recientes del comercio de vinos representan unmodelo útil para entender una amplia gama de fenómenos dela fase contemporánea de globalización. Tienen una particu-Created with Print2PDF. To remove this line, buy a license at: http://www.software602.com/

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118 Las corporaciones, los media y el poder global

lar relevancia para la comprensión de cómo los avances y lastradiciones culturales locales son absorbidos por los cálculosde la economía política por medio de tentativas de acumularrendimientos monopolísticos. También plantean la cuestión dehasta qué punto el interés actual por la innovación culturallocal y la resurrección y la invención de tradiciones locales serelacionan con el deseo de extraer tales rendimientos y deapropiarse de ellos. Ya que todo tipo dé capitalistas (inclusolos financieros internacionales más exuberantes) son fácilmen-te seducidos por las perspectivas lucrativas de los poderesmonopolísticos, discernimos inmediatamente una tercera con-tradicción: incluso los más ávidos globalizadores apoyaránavances locales que tengan el potencial de generar rendimien-tos monopolísticos, ¡aunque el efecto de tal apoyo sea produ-cir un clima político local antagónico a la globalizaciónl En-fatizar la singularidad y la pureza de la cultura balinesa localpuede ser vital para la industria hotelera, aérea y turística,pero ¿qué ocurre cuando eso estimula un movimiento balinésque resiste violentamente a la «impureza» de la comercializa-ción? El País Vasco puede parecer una configuración culturalde potencial valioso precisamente a causa de su singularidad,pero ETA, con su exigencia de autonomía y su disposición aactuar con violencia, no se somete a la comercialización. Va-mos a sondear un poco más profundamente esta contradic-ción cuando se impone a la política de desarrollo urbano.Hacerlo, no obstante, exige situar rápidamente esa política enrelación con la globalización.

El empresariado urbano ha ganado importancia en las úl-timas décadas tanto en términos nacionales como internacio-nales. Con eso quiero subrayar el modelo de comportamientode la gobernanza urbana que mezcla los poderes del Estado(locales, metropolitanos, regionales, nacionales y supranacio-nales) con una vasta serie de formas de organización de lasociedad civil (cámaras de comercio, sindicatos, iglesias, ins-tituciones de educación e investigación, grupos comunitarios,ONG,etc.) y grupos de interés privado (empresariales e indi-viduales) para formar coaliciones que promuevan o adminis-tren un tipo u otro de desarrollo urbano/regional. Existe hoyuna extensa bibliografía al respecto que demuestra que lasformas, actividades y objetivos de esos sistemas de gobierno(conocidos como «regímenes urbanos», «máquinas de creci-miento» o «coaliciones de crecimiento regional»} varían consi-

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derablemente según las condiciones locales y la combinaciónde fuerzas en acción en su interior.97

El papel de este empresariado urbano en relación con lafoI'JIlaneoliberal de globalización también ha sido extensamen-te examinado, en general bajo la rúbrica de las relaciones lo-cales-globales Y de la llamada «dialéctica espacio-lugar». Lamayoría de los geógrafos que han examinado el problema con-cluyen correctamente que es un error categórico ver la globa-lización como una fuerza causal en relación con el desarrollolocal. Lo que está en juego aquí, argumentan con precisión, esuna relación bastante más complicada entre las escalas en lasque las iniciativas locales pueden infiltrarse hasta una escalaglobal y viceversa, al mismo tiempo que ciertos procesos den-tro de una definición específica de escala -la competenciainterurbana e interregional son sus ejemplos más obvios-pueden reelaborar las configuraciones locales/regionales queconstituyen la globalización. La globalización no debería ver-se, por lo tanto, como una unidad indiferenciada, sino comouna composición geográficamente articulada de actividades yrelaciones capitalistas globales.98

¿Pero qué significa, exactamente, hablar de una «composi-ción geográficamente articulada»? Hay, evidentemente, nume-rosas pruebas de desarrollo geográfico irregular (en una varie-dad de escalas) y por lo menos alguna teorización convincentepara entender su lógica capitalista. Parte de ello puede enten-derse en términos convencionales como una búsqueda porparte de los capitales móviles (como el capital financiero, co-mercial y productivo, con distintas capacidades en este senti-do) a fin de obtener ventajas en la producción y en la apropia-ción de valores excedentes por el cambio de localización. Sepueden identificar realmente tendencias que corresponden amodelos simples de «carrera hasta el fondo», en la que la manode obra más barata y' más fácilmente explotada se convierte

97. Bob Jessop, «Anentrepreneurial city in action: Hong Kong's emergingstrategies in preparation for (inter) urban competition», Urban Studies, 37 (12),2000, pp. 2.287-2.313; Y David Harvey, «From managgerialism toentrepreneurialism: the transformation of urban govemance in late capitalism»,Geografiska Annaler, 71 B, 1989, p. 3-17.

98. Véase Kevin Cox (org.),Spaces of globalization: reasserting tbe powerof the local, Guilford Press, Nueva York, 1997.

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120 Las corporaciones, los media y el poder global

en el faro que guía la movilidad del capital y las decisionesde inversión. Pero hay indicios que sugieren que eso es unasimplificación excesiva y grosera cuando se toma comOla únicaexplicación de la dinámica del desarrollo geográfico irregu-lar. El capital en general fluye con facilidad tanto hacia regio-nes con salarios elevados como hacia regiones con salariosbajos, y a menudo parece guiado geográficamente por crite-rios bien distintos de lo~ determinados, de manera conven-cional, por la economía política, ya sea burguesa o marxista.

En parte (pero no en su totalidad), el problema deriva dela costumbre de ignorar la categoría de capital propietario detierras y la importancia considerable de las inversiones a lar-go plazo en el ambiente construido, que son, por definición,geográficamente inmóviles (excepto en el sentido de la accesi-bilidad relativa). Tales inversiones, en particular cuando sonde tipo especulativo, exigen invariablemente todavía más olasde inversión en el caso de que la primera ola se muestre lu-crativa (para llenar el centro de convenciones necesitamoshoteles, que exigen transportes y comunicaciones mejores, queprovocan una expansión del centro de convenciones...). Así, seda una acción circular y acumulativa en la dinámica de lasinversiones en áreas metropolitanas (vean, por ejemplo, todala renovación de los muelles de Londres y la viabilidad finan-ciera de Canary Wharf, un sector de los muelles que gira entorno a más inversiones, tanto públicas como privadas). Engeneral, es eso lo que constituye la máquina de crecimientourbano: la orquestación de la dinámica del proceso de inver-sión y el suministro de inversiones públicas fundamentalesen el tiempo y el lugar correctos para promover el éxito en lacompetencia interurbana e interregional.

Pero eso no seria tan atractivo si no fuera por los sistemaspor los que también pueden obtenerse rendimientos monopo-lísticos. Por ejemplo, una estrategia bien conocida de los pro-motores en determinadas iniciativas es reservar los mejoresterrenos y los más rentables para extraer de ellos rendimien-tos monopolísticos después de que el resto del proyecto estérealizado. Algunos gobiernos hábiles, con los poderes necesa-rios, pueden llevar a cabo la misma práctica. El gobierno deHong Kong, creo, se financia en gran parte con la venta con-trolada de terrenos de propiedad pública a iniciativas inmo-biliarias a precios monopolísticos elevadísimos. A su vez, esose convierte en rendimientos monopolísticos inmobiliarios que

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convierten a Hong Kong en muy atractivo para el capital in-ternacional de inversión financiera que trabaja con los mer-cados de inmuebles. Está claro que Hong Kong puede alegarotras singularidades, dada su localización, con las que puedetambién comerciar vigorosamente en la oferta de las ventajasmonopolísticas. Singapur, por otro lado, se dispone a captarrendimientos monopolísticos y ha tenido un enorme éxito alhacerlo de forma semejante, aunque a través de medios eco-nómicos y políticos distintos.

Este tipo de gobierno urbano se vuelve principalmente ha-cia la construcción de modelos de inversión local, no sólo eninfraestructuras físicas como transporte y comunicaciones,instalaciones portuarias, saneamiento yagua, sino también eninfraestructura social de educación, tecnología y ciencia, con-trol social, cultura y calidad de vída. La meta es crear sinergiassuficientes dentro del proceso de urbanización para que seproduzcan y se garanticen rendimientos monopolísticos tantopara los intereses privados como para los poderes estatales.Está claro que no todos esos esfuerzos tienen éxito, pero in-cluso los esfuerzos poco exitosos pueden entenderse, en parteo en su totalidad, en términos de fracaso para obtener rendi-mientos monopolísticos. Sin embargo, la búsqueda de ren-dimientos monopolísticos no se limita a las prácticas de lasiniciativas inmobiliarias y económicas y de las finanzas delgobierno. Tiene una aplicación mucho más amplia.

Capitalismo simbólico colectivo, marcas de distincióny rendimientos monopolísticos

Si las alegaciones de singularidad, autenticidad, particulari-dad y especialidad están detrás de la capacidad de captarrendimientos monopolísticos, entonces, ¿qué mejor terrenopara hacer tales alegaciones que el campo de los artefactos ylas prácticas culturales históricamenie constituidos, y de lascaracteristicas ambientales especiales (inclusive, claro, los am-bientes sociales y culturales construidos)? Todas esas alega-ciones, como en el comercio de vinos, surgen de construccio-nes y luchas discursivas y basadas en hechos concretos.Muchas se fundamentan en relatos, interpretaciones y signi-ficados históricos de la memoria colectiva, del significado deprácticas culturale~, etc. Hay siempre un fuerte elemento so-cial y discursivo en funcionamiento en la construcción de ta-

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les argumentos. Sin embargo, una vez establecidas, las alega-ciones pueden reforzarse en pro de la extracción de rendimien-tos monopolisticos, ya que no habrá, por lo menos en la men-te de mucha gente, ningún lugar como Londres, el Cairo,Barcelona, Milán, Estambul, San Francisco o cualquier otrodonde se pueda tener acceso a todo lo que supuestamente esúnico en tales lugares. .

El ejemplo más obvio es el turismo contemporáneo, perocreo que sería un error dejar la cuestión en este punto. Al finy al cabo, lo que está en juego es el poder del capital simbóli-co colectivo, de las marcas especiales de distinción vincula-das a algún lugar que tenga un poder de atracción significati-vo sobre los flujos de capital en términos generales. Bourdieu,a quien debemos el uso general de tales términos, las restrin-ge desgraciadamente a los individuos (más parecidos a áto-mos fluctuando en un mar de opiniones estéticas estructu-radas), cuando a mí me parece que las formas colectivas (larelación de los individuos con esas formas colectivas) puedentener un interés aún mayor.99El capital simbólico colectivovinculado a nombres y lugares como París, Atenas, Nueva York,Río de Janeiro, Berlin y Roma es de gran importancia y da aesos lugares grandes ventajas económicas en relación con,digamos, Baltimore, Liverpool, Essen, Lille y Glasgow. El pro-blema de estos últimos lugares es elevar su cociente de capi-tal simbólico y aumentar sus marcas distintivas para dar unmejor fundamento a sus reivindicaciones de singularidad paraproducir rendimiento monopolistico. Dada la pérdida generalde otros poderes monopolisticos a causa de la mayor facili-dad en el transporte y la comunicación y de la reducción deotras barreras para el comercio, la lucha por el capital simbó-lico colectivo se vuelve todavía más importante como base derendimientos monopolisticos. ¿De qué otra forma podemosexplicar el alboroto provocado por el Museo Guggenheim deBilbao, con su arquitectura firmada por Gehry? ¿Y de qué otraforma podemos explicar la predisposición de importantes ins-tituciones financieras, con considerables intereses internacio-nales, a financiar un proyecto tan personal?

99. Pierre Bourdieu, Distinction: a social critique ofthejudgement oftaste,Routledge and Kegan Paul, Londres, 1984.

El arte de lucrarse123

La ascensión de Barcelona a una posición preeminente enel sistema europeo de ciudades, para dar otro ejemplo, se habasado en parte en su constante acumulación de capital sim-bólico y en acopio de marcas distintivas. En esto, desenterraruna historia y una tradición distintivamente catalanas, lacomercialización de sus majestuosas manifestaciones artísti-cas y de su herencia arquitectónica (Gaudí, claro) y las mar-cas distintivas de un estilo de vida y de unas tradiciones lite-rarias se han agigantado, apoyadas por un torrente de libros,exposiciones y eventos culturales que celebran la diferencia-ción. Todo ello se ha envuelto en nuevos adornos arquitectó-nicos firmados (la torre de emisión de radio de Norman Fostery el Museo de Arte Contemporáneo blanco y brillante de Meieren medio del tejido un tanto degradado de la ciudad antigua),y toda una legión de inversiones para abrir el puerto y la pla-ya, recuperar tierras abandonadas para la Villa Olimpica (conreferencias inteligentes al utopismo de los icarianos) y trans-formar una vida nocturna, que había sido bastante oscura eincluso peligrosa, en un amplio panorama de espectáculo ur-bano. Todo eso se ayudó de los Juegos Olimpicos, que ofrecie-ron oportunidades inmensas para la acumulación de rendi-mientos monopolísticos (Samaranch, presidente del ComitéOlimpico Internacional, tenía, casualmente, grandes inversio-nes inmobiliarías en Barcelona).Ioo

Pero el éxito inicial de Barcelona parece hundirse de llenoen la primera contradicción. Cuando surgen las oportunida-des de embolsarse voluminosos rendimientos monopolisticossobre la base del capital simbólico colectivo de Barcelona comociudad (los precios de los inmuebles se dispararon cuando elRoyal Institute of British Architects concedió a la ciudad lamedalla de realizaciones arquitectónicas), su encanto irresis-tible atrae cada vez más, en su estela, la mercantilización mul-tinacional homogeneizadora. Las últimas fases de la reformade la fachada marítima parecen exactamente iguales a todaslas demás del mundo occidental: la congestión aturdidora deltráfico provoca presiones para abrir avenidas en partes de la

100.Donald McNeill, Tales fram the new Barcelona: urban change and theEuropean left, Routledge, Nueva York, 1999.

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ciudad antigua; grandes tiendas internacionales sustituyen a'las pequeñas tiendas locales; el ennoblecimiento urbano des-plaza poblaciones de antiguos habitantes y destruye el tejidourbano-más antiguo, y Barcelona pierde algunas de sus mar-cas distintivas. Se dan incluso signos nada sutiles de disney-ficación. Esta contradicción viene marcada por objeciones yresistencias. ¿De quién hay que celebrar aquí la memoria co-lectiva? (¿Delos anarquistas, como los icarianos, que tuvieronun papel tan importante en la historia de Barcelona? ¿De losrepublicanos que lucharon tan ferozmente contra Franco? ¿Delos nacionalistas catalanes? ¿De los inmigrante s andaluces?¿O de un aliado tan antiguo de Franco como Samaranch?) ¿Dequién es la estética que realmente cuenta? (¿Delos poderososy famosos arquitectos de Barcelona, como Bohigas?) ¿Por quéaceptar ningún tipo de disneyficación?

Los debates de esta índole no pueden silenciarse con faci-lidad, exactamente porque está claro para todo el mundo queel capital simbólico que Barcelona ha acumulado depende devalores de autenticidad y singularidad y de cualidades irre-producibles específicas. Tales marcas distintivas locales sondifíciles de acumular sin suscitar cuestiones como la delega-ción local de poderes o los movimientos populares y de oposi-ción. Está claro que, en este punto, los guardianes del capitalsimbólico y cultural colectivo (los museos, las universidades,la clase de los mecenas y el aparato del Estado) generalmentecierran sus puertas e insisten en mantener a la chusma fuera(aunque en Barcelona el Museo de Arte Contemporáneo, alcontrario que la mayoría de las instituciones del mismo tipo,se haya mantenido abierto, de forma sorprendente y construc-tiva, a las sensibilidades populares). Y, si eso falla, entoncesel Estado puede entrar en escena usando desde algo parecidoal «comité de decencia» creado por el alcalde Giuliani paramonitorizar el gusto cultural de Nueva York hasta la simplerepresión policial. Aun así, lo que está en juego aquí es im-portante. Es una cuestión de determinar qué segmentos de lapoblación se van a beneficiar más del capital simbólico colec-tivo al que todos han contribuido a su modo propio y distinto,tanto hoy como en el pasado. ¿Por qué dejar que el rendimien-to monopolístico vinculado a ese capital simbólico sea capta-do solamente por las multinacionales o por un pequeño seg-mento poderoso de la burguesía local? Incluso Singapur, que,en el transcurso de los años, ha creado rendimientos

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monopolísticos y se ha apropiado de ellos de manera tan im-placable y exitosa (sobre la base principalmente de sus ven-tajas políticas y de localización) tuvo cuidado de que los be-neficios fueran ampliamente distribuidos a través de lavivienda, la asistencia médica y la educación.

Por las razones ejemplificadas en la historia reciente deBarcelona, las industrias del conocimiento y de la herencia, lavitalidad y el fermento de la producción cultural, la arquitec-tura de autor y el cultivo de opiniones estéticas distintivas sehan vuelto elementos constitutivos poderosos en la política delempresariado urbano en muchos sitios (especialmente en Euro-pa). Está en marcha la lucha por acumular marcas distintivasy capital simbólico colectivo en un mundo altamente compe-titivo. Pero eso trae como estela todas las cuestiones lo-calizadas sobre la memoria colectiva del quién, la estética delquién y del quién se beneficia de ello. Los movimientos veci-nales en Barcelona exigen el reconocimiento de los poderessobre la base del capital simbólico y pueden, como resultado,garantizar una presencia política en la ciudad. La desapari-ción inicial de cualquier mención al tráfico de esclavos en lareconstrucción del muelle Albert, en Liverpool, generó protes-tas por parte de la población excluida de origen caribeño yprodujo una nueva ,solidaridad política en una poblaciónmarginalizada. La conmemoración del Holocausto en Berlínprovocó una prolongada controversia. Incluso monumentos an-tiguos como la Acrópolis, cuyo significado ya se podría consi-derar bien establecido 'hoy en día, están sujetos a contesta-ción.IOI Tales contestaciones pueden tener consecuenciaspolíticas generalizadas, aunque indirectas. La acumulación decapital simbólico colectivo, la movilización de recuerdos ymitologías colectivas y las llamadas a tradiciones culturalesespecíficas son faceta s importantes de todas las formas deacción política (tanto de izquierda como de derecha).

Considérense, por ejemplo, los argumentos que rodearonla reconstrucción de Berlín tras la reunificación de Alemania.Todo tipo de fuerzas divergentes chocan allí a medida que se

101.Argyro Loukaki, «Whosegenius loci: contrasting interpretations of theSacred Rock of the Athenian Acropolis», Annals ol tbe Association ol AmericanGeographers, 87 (2), 1997, pp. 306-329.

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126 Las corporaciones, los media y el poder global

despliega la lucha por definir el capital simbólico de Berlín.Es bastante obvio que Berlín puede reivindicar su singulari_dad sobre la base de su potencial mediador entre el este y eloeste. Su posición estratégica con relación al desarrollo geo-gráfico irregular del capitalismo contemporáneo (con la aper-tura de la antigua Unión Soviética) le confiere ventajas evi-dentes. Pero también está empezando. otro tipo de batalla porla identidad que invoca la memoria colectiva, mitologías, his-toria, cultura, estética y tradición. Voy a abordar solamenteuna dimensión perturbadora de esa lucha, que no es necesa-riamente la dominante y cuya capacidad de mantener reivin-dicaciones de rendimiento monopolístico dentro de la compe-tencia global no es, de ninguna manera, clara o segura.

Una facción de arquitectos y urbanistas locales (con el apoyode ciertas parcelas del aparato del Estado local) pretende re-validar las formas arquitectónicas del Berlín de los siglos xvmy XIXy, en particular, resaltar la tradición arquitectónica deSchinkel, excluyendo casi todo el resto. Esta cuestión puedeverse como una simple preferencia estética elitista, pero estácargada de una gama de significados que tienen que ver con lamemoria colectiva, la monumentalidad, el poder de la historiay la identidad política de la ciudad. También está asociada aun clima de opinión (articulado en varios discursos) que defi-ne quién es y quién no es berlinés y quién tiene derecho a laciudad en términos estrechamente definidos de pedigrí o deadhesión a valores y creencias específicos. Desentierra unahistoria local y una herencia arquitectónica cargadas de con-notaciones nacionalistas y románticas. En un contexto en elque los malos tratos y la violencia contra los inmigrantes es-tán generalizados, puede incluso representar la legitimacióntácita de tales actos. La población turca (buena parte de la cualhoy ha nacido en Berlín) ha sufrido numerosas afrentas y hasido casi toda forzada a dejar el centro de la ciudad. Su contri-bución a la ciudad de Berlín se ignora. Además, este estilo ar-quitectónico romántico-nacionalista se combina con un enfo-que tradicional de la monumentalidad que en términosgenerales duplica, en proyectos contemporáneos (aunque sinreferencias específicas y tal vez sin ni siquiera saberlo), losproyectos de Albert Speer (diseñados para Hitler en la décadade los treinta) de una fachada monumental para el Reichstag.

Afortunadamente, eso no es todo lo que sucede en la bús-queda de capital simbólico colectivo en Berlín. La reconstruc-

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ción del Reichstag por Norman Foster, por ejemplo, o la colec-ción de arquitectos internacionales modernos internacionalestraídos por las multinacionales (con una buena oposición delos arquitectos locales) para adueñarse de la Postdamer Platzdifícilmente casan con eso. Y la respuesta romántica local a laamenaza de dominación multinacional podría, claro está, aca-bar siendo meramente un elemento inocente de interés en laconquista compleja de varias marcas de distinción para la ciu-dad (a fin de cuentas, Schinkel tiene considerables méritoscomo arquitecto y un castillo del siglo xvm reconstruido pue-de prestarse con facilidad a la disneyficación). Pero el ladopotencialmente negativo de la historia es interesante porquedestaca de qué modo las contradicciones del rendimientomonopolístico pueden agotarse con extrema facilidad. En casode que esos planes más restringidos y la estética y las prácti-cas discursivas exclusivistas se convirtieran en dominantes,el capital simbólico colectivo creado sería difícil de comercia-lizar libremente, porque sus propias cualidades especiales locolocarían bastante fuera de la globalización y dentro de unacultura política exclusivista que rechaza la mayor parte de loque supone la globalización. Los poderes monopolísticos co-lectivos que el gobierno urbano es capaz de ejercer puedendirigirse hacia la oposición al cosmopolitismo banal de la glo-balización multinacional, pero al h.acerlo fomentan el nacio-nalismo localizado.

El dilema -acercarse a la pura comercialización hasta elpunto de perder las marcas de distinción que están detrás delos rendimientos monopolísticos o construir marcas distinti-vas que sean tan especiales que se vuelvan muy difíciles decomercializar- está perpetuamente presente. Pero, como enel comercio de vinos, hay siempre fuertes jugadas discursivasimplicadas en la definición de lo que es o no tan especial enun producto, sitio, forma cultural, tradición, herencia arqui-tectónica. Las batallas discursivas se convierten en parte deljuego y los partidarios (en los medios de comunicación y en laacademia, por ejemplo) conquistan su público tanto como suapoyo financiero en relación con esos procesos. Hay mucho queconquistar, por ejemplo, con apeláciones a la moda (es intere-sante observar que ser un centro de moda es una forma deque las ciudades acumulen considerable capital simbólicocolectivo). Los capitalistas lo saben muy bien y deben, por lotanto, abrirse camino por las guerras de la cultura, así como

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128 Las corporaciones, los media y el poder global El arte de lucrarse 129

Rendimiento monopolístico y espacios de esperanza

En este punto los críticos se quejarán del aparente reduccio-nismo económico del debate. Dirán que hago que parezca queel capitalismo produce culturas locales, da forma a significa-dos estéticos y así domina las iniciativas locales para impedirel desarrollo de cualquier tipo de diferencia que no esté di-rectamente comprendida en la circulación de capital. No pue-do impedir esa lectura, pero sería una perversión de mi men-saje. Al fin y al cabo, lo que espero haber demostrado al invocarel concepto de rendimiento monopolístico dentro de la lógicade la acumulación de capital es que el capital tiene formas deapropiarse de las diferencias locales, las variaciones cultura-les locales y los significados estéticos, independientemente desu origen, y extraer excedentes de ellos. Los turistas europeospueden ahora acceder a paseos comercializados en Harlem,Nueva York (con un coro de gospel incluido). La industria mu-sical de Estados Unidos tiene un gran éxito en la apropiaciónde la increíble creatividad localizada y arraigada de los músi-cos de todas las franjas (casi invariablemente para el bien dela industria y no de los músicos). Incluso la música política-mente explícita que habla de la larga historia de la opresión(como algunas formas del rap y del reggae y la música de bai-le jamaicana) se mercantiliza y circula ampliamente por todoel mundo. La mercantilización y la comercialización desver-gonzadas de todo son, a fin de cuentas, maréas registradas denuestro tiempo.

Pero el rendimiento monopolístico es una forma contradic-toria. Su búsqueda lleva al capital global a valorar iniciativaslocales distintivas (y,en ciertos aspectos, cuanto más distinti-

va y, hoy en día, más transgresora sea la iniciativa, mejor).También lleva a la valorización de la singularidad, la autenti-cidad, la particularidad, la originalidad y todo tipo de otrasdimensiones de la vida social incoherentes con la homogenei-dad presupuesta por la producción de mercanCÍas. Y, si el ca-pital no quiere destruir totalmente la singularidad, que es labase de la apropiación de los rendimientos monopolísticos (yhay muchas circunstancias en las que ha hecho exactamenteeso y ha sido condenado por hacerlo), entonces tiene que apo-yar una forma de diferenciación y permitir avances culturaleslocales divergentes y, hasta cierto punto, incontrolables, quepueden ser antagónicos con su propio funcionamiento suave.Puede incluso apoyar (aunque con cautela y, muchas veces, connerviosismo) todo tipo de práctica cultural «transgresora»,exactamente porque ésta es una manera de ser original, crea-tivo y auténtico, además de único.

Es dentro de esos espacios donde puede formarse todo tipode movimiento opositor, incluso presuponiendo, como tantasveces ocurre, que los movimientos opositores ya no estén allíatrincherados. El problema del capital es encontrar manerasde cooptar, englobar, comercializar y rentabilizar tales dife-rencias culturales solamente lo suficiente como para poderapropiarse, a partir de ellas, de los rendimientos monopolís-ticos. Al hacerlo, el capital suele producir alienación y resen-timiento generalizados entre los productores culturales quesufren de primera mano la apropiación y la explotación de sucreatividad para el beneficio económico de otros, de la mismaforma que poblaciones enteras pueden resentirse de ver su his-toria y su cultura explotadas mediante la mercantilización.

El problema de los movimientos de oposición es' dirigirsea esa alienación y explotación generalizadas y usar la valida-ción de la particularidad, de la singularidad, de la autentici-dad, de los significados de la cultura y de la estética de modoque abran nuevas posibilidades y alternativas. Como mínimoesto significa resistencia a la idea de que la autenticidad, lacreatividad y la originalidad sean un producto exclusivo de laburguesía en detrimento de la clase trabajadora, campesina ode otras geografías históricas no capitalistas y que están allísólo para crear un terreno más fértil, en el que los rendimien-tos monopolísticos puedan ser extraídos por aquellos que tie-nen tanto el poder como la inclinación compulsiva a hacerlo.También implica intentar persuadir a los productores cultu-

. por las selvas del multiculturalismo, de la moda y de la esté-tica, porque es precisamente por estos medios como se pue-den obtener rendimientos monopolísticos, aunque sólo sea porun tiempo. Y si, como afirmo, el rendimiento monopolístico essiempre un objeto del deseo capitalista, entonces los mediospara conseguirlo a través de intervenciones en el campo de lacultura, de la historia, de la herencia, de la estética y de lossignificados deben, necesariamente, 'tener una gran importan-cia para todo tipo de capitalista, Surge entonces la cuestiónde cómo esas mismas intervenciones culturales pueden con-vertirse en un arma potente de la lucha de clases.

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130 Las corporaciones, los media y el poder global El arte de lucrarse t ". '.~;:;,/~ ~.. a, rf;~~ --~ -.,,;

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rales contemporáneos para que redireccionen su rabia haciala mercantilización, la dominación del mercado y el sistemacapitalista en general. Por ejemplo, una cosa es ser transgre-sor en términos de sexualidad, religión, valores sociales y con-venciones artísticas y otra bien distinta es ser transgresor enrelación con las instituciones y prácticas de dominación capi-talista. Las luchas generalizadas, aunque en 'general fragmen-tadas, que existen entre la apropiación capitalista y la creati-vidad cultural pasada y presente pueden llevar a un segmentode la comunidad, preocupado por las cuestiones culturales, aaliarse a una política opuesta al capitalismo multinacional yfavorable a alguna opción más atractiva basada en relacionessociales y ecológicas alternativas.

Sin embargo, de ninguna manera el apego a los valores «pu-ros» de la autenticidad y la originalidad y a una estética de laparticularidad de la cultura es un fundamento adecuado parauna política opositora progresista. Puede desviarse fácilmentehacia una política de tipo neofas,cista de identidad local, re-gional o nacionalista, de la que ya hay, en exceso, signospreocupantes por toda Europa y por el resto del mundo. Se tratade una contradicción central con la que la izquierda, a su vez,tiene que enfrentarse. Los espacios para la política transfor-madora existen porque el capital nunca consigue cerrarlos.Ofrecen oportunidades para la oposición socialista. Pueden serellocus de exploración de estilos de vida alternativos o inclu-so de filosofías sociales (como Curitiba, en Brasil, pionera enideas de sostenibilidad ecológica urbana hasta el punto deadquirir fama considerable por sus iniciativas). Pueden, comoen la Comuna de París de 1871 o en los numerosos movimien-tos políticos de base urbana en todo el mundo en 1968, ser unelemento central de aquel fermento' revolucionario que hacemucho tiempo Lenin llamó «el festival del pueblo». Los frag-mentados movimientos de oposición a la globalización neoli-beral que se manifestaron en Seattle, Praga, Melbourne,Bangkok y Niza y luego, de forma más constructiva, en-el ForoSocial Mundial de Porto Alegre (en oposición a las reunionesanuales de las élites empresariales y líderes del gobierno enDavos), indican una política alternativa de ese tipo. No es to-talmente antagónica a la globalización, pero la desea en térmi-nos bien distintos. La lucha por la autonomía cultural y el apoyoa la creatividad y a la diferenciación culturales es un podero-so elemento constitutivo de esos movimientos políticos.

Claro que no es accidental el hecho de que haya sido PortoAlegre, en lugar de Barcelona, Berlín, San Francisco o Milán,el que se abriera a esas iniciativas opositoras.102 Al fin y alcabo, en esa ciudad las fuerzas de la cultura y de la historiaestán siendo movilizadas por un movimiento político (lideradopor el Partido dos Trabalhadores brasileño) que busca un tipode capital simbólico colectivo diferente del exhibido en elMuseo Guggenheim de Bilbao o en la ampliación de la TateGallery de Londres. Las marcas distintivas acumuladas enPorto Alegre derivan de su lucha para moldear una alternati-va a la globalización que no negocie rendimientos monopolís-ticos específicos ni se rinda al capitalismo multinacional engeneral. Al concentrarse en la movilización popular, constru-ye activamente nuevas formas culturales y nuevas definicio-nes de autenticidad, originalidad y tradición. Éste es un ca-mino difícil de seguir, como muestran los ejemplos anteriores,sobre todo la notable experiencia de la Bolonia Roja en lasdécadas de los sesenta y los setenta. Un socialismo de una solaciudad no es un concepto viable. Pero lo que sí queda bienclaro es que ninguna alternativa a la forma contemporánea deglobalización vendrá de arriba. Tendrá que venir de dentro demúltiples espacios locales, congregándose en un movimientomás amplio.

Es aquí donde las contradicciones a las que se enfrentanlos capitalistas en su busca del rendimiento monopolístico asu-men cierto significado estructural. Al buscar negociar convalores de autenticidad, localidad, historia, cultura, memoriacolectiva y tradición, abren espacios al pensamiento y a laacción política dentro de los cuales las alternativas socialis-tas pueden ser tanto imaginadas como buscadas. Espacios quemerecen ser explorados y cultivados intensamente por losmovimientos opositores que engloban a los productores cul-turales y a la producción cultural como elemento básico de suestrategia política. Existen abundantes precedentes históricospara la movilización de las fuerzas de la cultura de esta ma-nera (el papel del constructivismo en los años creativos de la

102. Rebecca Abers, «praciicing radical democracy: lessons from Brazil»,Plurimoncli,1 (2),1999, pp. 67-82; e Ignacio Ramonet, «Porto Alegre»,Le Monde _

Diplomatique, n° 562, enero de 2001. \ ~~... - ... - -- ..

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132 Las corporaciones, los media y el poder glob

Revolución Rusa, de 1918 a 1926, es solamente uno de los nmerosos ejemplos históricos de los que se puede aprenderAquí reside uno de los espacios fundamentales de esperanzpara la construcción de un tipo alternativo de globalizaciónUn espacio en el que sea posible para las fuerzas progresistalde la cultura intentar apropiarse de las fuerzas del capital]minadas, en lugar de lo contrario.

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