alejandro magno el destructor de persepolis

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EL DESTRUCTOR DE PERSEPOLIS bta de Persépolis, la capital d igno quiso mostrar su poder\ nación FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍip PROFESOR TITULAR DE HISTORIA ANTIGUA DE LA UNIVERSIDAD DE ALCHiA DE HENARES úeiBímM íiysffiür

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Summa Arts. Alejandro Magno el destructor de Persépolis.

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Page 1: Alejandro Magno El Destructor de Persepolis

EL DESTRUCTOR DE PERSEPOLIS

bta de Persépolis, la capital d igno quiso mostrar su poder\ nación

FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍip PROFESOR TITULAR DE HISTORIA ANTIGUA DE LA UNIVERSIDAD DE ALCHiA DE HENARES

úeiBímM íiysffiür

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Alejandro, el triunfador

*

Este óleo de Charles Le Brun (1665) recrea^ la entrada triunfal ~ de Alejandro Magno en Babilonia, poco f antes de conquistar Persépolis. Museo del Louvre, París.

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;

EL FINAL DE UN

IMPERIO

Enero 3 3 0 a.C. Finales enero 3 3 0 a.C. Primavera 3 3 0 a.C.

A L E J A N D R O M A G N O marcha hacia Persépolis con su ejército. Atraviesa las Puertas de Susa, arro-llando a una importante guarnición persa, y traspasa el río Araxes des-oués de levantar un Duente.

T I E N E LUGAR la entrada de Ale-jandro en Persépolis, la capital del Imperio persa. El rey macedonio da vía libre a sus tropas para que saqueen ¡a ciudad, donde se pro-ducen todo tiDO de desmanes.

El último rey de Persia Este famoso mosaico de Pompeya muestra a Darío III huyendo del campo de batalla tras la derrota de su ejército por las tropas de Alejandro, en Isos, en 333 a.C.

Tras la resonante victoria que obtuvo en la llanura de Gaugamela, en oc-tubre del año 331 a.C., Alejandro Magno vio cómo quedaba abierto el camino a las grandes capitales del

Imperio persa. Su rey, Darío III, había huido hacia el norte de sus dominios para reclutar nuevos contingentes con los que enfrentarse a los inva-sores macedonios. La ruta hacia el sur, donde se hallaba el corazón político y simbólico del Impe-rio, quedaba, así, despejada y al alcance del invasor. Las capitales de Babilonia y Susa fueron entrega-das por sus respectivos gobernadores sin apenas oponer resistencia; Alejandro pudo, de este mo-do, hacer su entrada triunfal en Babilonia en me -dio de grandes fastos. Tampoco la ocupación de Pasargada y Ecbatana, las otras dos capitales im-periales, presentó excesivas complicaciones.

La excepción a la regla fue Persépolis, tal vez la ciudad más emblemática del reino persa, que ca-da año acogía la espléndida ceremonia de home-naje y sumisión de todos los pueblos al Gran Rey. La imagen ideal del soberano se ha conservado en los impresionantes relieves que adornaban muros y escalinatas de la gran plataforma sobre la que se erigió el imponente complejo palacial.

El camino más corto para alcanzar la ciudad discurría a través de los montes Zagros, límite geográfico oriental de la antigua Mesopotamia, y que constituían una barrera natural en el cami-no de Alejandro. El acceso a Persépolis se hallaba, por tanto, mucho más protegido que el de Babi-lonia o Susa. En el principal paso montañoso alo largo de la ruta, lás famosas Puertas de Susa, se había atrincherado un importante contingente militar persa dispuesto a resistir el avance de

POR VEZ PRIMERA, el festival Año Nuevo que tenía lugar en P sépolis no se celebra. Posiblemei ello se deba a la negativa de los n gos (sacerdotes persas) a recono la realeza de Alejandro.

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La ciudad del Rey de Reyes En 512 a.C., Darío I fundó Persépolis (en la imagen) como capital-de su Imperio, y como espléndido ejemplo de la grandeza y el poder aqueménidas.

MÍ1IÍÍÉÉ!¿!IÍ!Í

Mayo 3 3 0 a.C

EL M A G N Í F I C O palacio de Per-sépolis es destruido por un incendio provocado por Alejandro y sus tro-pas, tras una controvertida decisión de su estado mayor, en la que tal vez participó la cortesana ateniense Tais.

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ALEJANDRO, UN DEMONIO PARA LOS MAGOS PERSAS

LA LUCHA ENTRE MACEDONIOS y persas tuvo un componente de guerra de religión. Los persas eran adeptos de la religión zoroastriana, regida por una casta sacerdotal, los magos. Éstos orquestaron una propagan-da hostil contra los macedonios, a los que consideraban «demonios con el pelo alborotado del día de la cólera». Rechazaban totalmente la pretensión de Alejandro Magno de erigirse en nuevo rey de los persas, algo que constituía para ellos una autén-tica apostasía, un abandono de la verda-dera religión y de la verdadera realeza. ' * -Persépolis era para ellos la ciudad sa-grada, allí donde el monarca reinante era confirmado como el represen-tante directo de Ahura Mazda sobre la tierra en el curso de la celebración del Año Nuevo. Su destrucción e incendio hizo que, en la tradición irania, Alejandro Magno se convirtiera en una figura verdaderamente diabólica.

P

P E N D I E N T E DE O R O CON RELIEVE QUE REPRESENTA AL DIOS AHURA MAZDA. PERÍODO AQUEMÉNIDA. SIGLOS Vl-IV A.C. LOUVRE. PARÍS.

Alejandro e impedir a toda costa su entrada en la capital. El primer ataque macedonio contra las defensas persas en el paso concluyó en un rotun-do fracaso y se saldó con fuertes bajas. Era casi la primera contrariedad seria que sufría Alejandro en su arrolladora y victoriosa campaña por tierras de Oriente. El soberano macedonio se vio obli-gado a dividir sus fuerzas para intentar rodear al enemigo por ambos flancos y pudo sortear el obs-táculo gracias a la ayuda de un pastor local que indicó a los macedonios una ruta alternativa, no exenta, sin embargo, de complicaciones y difi-cultades, y que exigía, además, una gran rapidez de movimientos. Las tropas persas fueron final-mente derrotadas y se retiraron a Persépolis, pe-ro cuando llegaron ante las puertas de la ciudad vieron cómo les impidió la entrada el gobernador, que, al parecer, ya había pactado con Alejandro la entrega de la capital persa y le había advertido del peligro del saqueo de sus tesoros.

La crueldad de la conquista Alejandro hizo su entrada en Persépolis a finales de enero de 330 a.C. A diferencia de lo sucedido en Babilonia o Susa, el conquistador macedonio permitió a sus soldados que procedieran al saqueo indiscriminado de la ciudad. Algunos testimonios describen con espanto las atrocidades cometidas por los soldados contra la población civil. En su desmesurada ansia de rapiña, los macedonios se

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Los tributos imperiales Centro de un vasto y poderoso reino, a Persépolis llegaban los tributos de los pueblos sometidos, como muestra este relieve de la Apadana, la sala de audiencias.

disputaban entre sí el sustancioso botín con tal ardor que destrozaban piezas muy valiosas para compartirlas, o seccionaban las manos de los ri-vales que se les habían anticipado en esta furi-bunda carrera por conseguir el mayor número de riquezas posible. Los habitantes de Persépolis sufrieron toda clase de desmanes y muchos op-taron por el suicidio. La consigna de los invasores era no hacer prisioneros.

La decisión de Alejandro de permitir el brutal saqueo de Persépolis se ha explicado como una impulsiva y airada reacción ante la resistencia ofrecida por el enemigo, que había provocado considerables bajas en su ejército en el ataque inicial a las Puertas de Susa. De hecho, Alejandro ya había actuado del mismo modo antes, en Tiro o en Gaza. Por otra parte, desde un punto de vis-ta estratégico y psicológico, era necesario con-ceder a las tropas un botín que se les había nega-do en los casos de Babilonia y Susa, ciudades que fueron respetadas y cuyos tesoros pasaron di-rectamente a manos de Alejandro, sin que sus hombres participaran en el reparto.

El saqueo no afectó inicialmente a la zona de los palacios reales de Persépolis. Allí se hallaban las residencias construidas por Darío I y Jerjes, la imponente sala de audiencias de las cien columnas (la famosa Apadana) y el impresionante tesoro real que acumulaba en sus depósitos la enorme fortuna de 120.000 talentos, que equivalía a los

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El último día de la capital Un terrible incendio, ordenado por Alejandro Magno y tal vez sugerido por la cortesana Tais, arrasó la capital persa, como muestra la ilustración de la Izquierda.

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ingresos del antiguo Imperio ateniense durante casi trescientos años. Alejandro ordenó trasladar todas estas riquezas a Susa, trayendo desde las llanuras de Mesopotamia las numerosas bestias de carga, camellos incluidos, que se necesitaban para transportarlas. Estaba claro que no tenía nin-guna intención de mantener la posición preemi-nente de Persépolis como capital de la dinastía persa aqueménida, ya que prefería Babilonia como centro de sus dominios orientales.

Los conquistadores permanecieron en la ciu-dad al menos cuatro meses más, hasta bien en-trada la primavera, a la espera de continuar la lucha contra el rey persa, que había huido a las denominadas satrapías superiores (Bactria y Sog-diana). En ese tiempo, Alejandro llevó a cabo una campaña contra los mardos, un pueblo que vivía en las montañas en torno a Persépolis y que to-davía no se había sometido a su dominio.

Persépolis, pasto de las llamas Por fin llegó el momento de dejar la ciudad para emprender la persecución de Darío. Fue justo an-tes de partir cuando Alejandro tomó la decisión de arrasar con un incendio todo el complejo pa-lacial de Persépolis. Seguramente existió un cier-to debate dentro de su propio estado mayor a la hora de adoptar tal medida. Al parecer, su viejo general Parmenión mostró abiertamente su dis-conformidad, argumentando, con cierta lógica,

que aquello sería destruir unos palacios reales que ahora eran de su propiedad, e instándole a no apa-recer ante los persas como un simple y violento conquistador en lugar de como su nuevo rey.

Según una tradición recogida por historiadores como Plutarco y Diodoro Sículo, la destrucción de los palacios de Persépolis fue una decisión im-pulsiva e irreflexiva. Una noche, después de rea-lizar un solemne sacrificio en honor de Zeus, Ale-jandro y sus generales celebraban un banquete en el palacio de Jerjes.Enél también estaba presente una mujer, la cortesana ateniense Tais (o Taíde), amante de Ptolomeo —el general de Alejandro que se convertiría en el primer rey macedonio de Egip-to y fundador de la dinastía ptolemaica o lágidas - . En medio de latelebración, cuando el vino ya había nublado la mente de muchos comensales, Tais propuso incendiar los palacios para de esta forma vengar a los griegos por una acción similar perpetrada por Jerjes en Atenas ciento cincuenta años antes: la destrucción de la Acrópolis de Ate-nas, durante la segunda guerra médica. La pro-puesta fue secundada con entusiasmo por el pro-pio Alejandro, que junto a Tais encabezó una es-pecie de cortejo báquico que al son de las flautas y los címbalos, y provisto de antorchas, recorrió los palacios y les fue prendiendo fuego.

Los soldados macedonios, que vieron de lejos el resplandor del incendio, acudieron de inme-diato con el propósito de apagarlo, llevando

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Puerta de Todas las Naciones En 475 a.C., Jerjes erigió la entrada occidental a la capital; en ella, el rey proclama: «Gracias a Ahura Mazda yo he hecho este pórtico de todos los pueblos».

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PERSÉPOLIS, ORGULLO La gran capital fue el centro administrativo y político del poderoso Imperio persa

Sala de las 32 columnas. Se sitúa cerca de la cancillería y los despachos.

Fortificaciones. Se erigieron en 509 a.C. Cerca se ha hallado un archivo con 30.000 tablillas.

Puerta inacabada. Desemboca , en un patio situado frente al

. ní>il<¡c¡o de las Gen Columnas.

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Tesoro. Consta cfettás salas donde se hánijál tablillas que detallan s;

0 Escalinata de acceso a la ciudadela Esta escalera de doble tramo constituía el único acceso al palacio y desembocaba en un pequeño patio abierto ante la puerta de Todas las Naciones.

[H Puerta de Todas las Naciones Erigida por Jerjes en 475 a.C., es de inspiración asiría, estaba flanqueada por dos toros alados colosales (lamassu) y ornada con metales preciosos.

[U Escalinata norte de la Apadana Fue añadida por Jerjes para facilitar el acceso de las embajadas. Se decoró con bellos relieves que mostraban a los pueblos tributarios.

0 Apadana o sala de Audiencias Fue construida por Darío I en 513 a.C., sobre un cuadrado de 60,5 m de lado; 36 esbeltas columnas de 20 m de alto sostenían esta estructura.

H] Palacio de Darío o Tachara Se sitúa al sur de la Apadana y era el único palacio con un acceso al sur por medio de un pórtico. La sala principal contaba con 12 columnas.

[1] Palacio de Jerjes o Hadish Su planta es similar a la del Tachara, pero dos veces más grande. El vestíbulo central tiene 36 columnas y lo rodean pequeñas estancias.

0 El Trvpilon 0 Palacio de las o sala del Consejo Cien Columnas Una escalera con relieves También llamado sala del de guardias medos y persas Trono de Jerjes, es el más permitía acceder al edificio, grande de los palacios de que quizá fue una sala de Persépolis, en forma de audiencias o de gobierno. cuadrado de 70 m de lado.

0 Estancias del [jo] Palacio inicial harén de Jerjes construido por Darío El edificio tiene forma de L y Fue el primer edificio erigido está orientado de norte a sur. por Darío en Persépolis. Su función no está clara, pero Forma un rectángulo de 61,90 se cree que la parte central por 120,70 m y se organiza albergó a la reina y su séquito. en torno a un patio interior.

DELOSAQUEMÉNIDAS hasta su conquista por Alejandro Magno, que la convirtió en pasto de las llamas

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EN BUSCA DE LAS PRUEBAS DE LA DESTRUCCION

LAS EXCAVACIONES EN PERSÉPOLIS comenzaron en la década de 1930, por parte de un equipo del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago y bajo la dirección de un arqueólogo alemán, Ernst Herzfeld. Las labores arqueológicas han aportado evidencias de la destrucción ordenada por Alejandro Magno. Algunos hallazgos apuntan a que los palacios fueron saqueados a toda prisa \¡, antes de prenderles fuego; se han descu- ** • bierto, por ejemplo, numerosos vasos de f K y piedra que fueron machacados y destruí- \ ' ^ M r 4

dos por considerarlos de escaso valor. m m f '-S TAMBIÉN SE HAN HALIADO incrustaciones de ' M K * metal o marfil, tal vez arrancadas de toda j ^ W L clase de muebles durante el apremiante y > ^ desenfrenado pillaje. Estos y otros objetos r ' ' debieron quedar cubiertos por los cascotes f||' f de techos y muros que colapsaron por el in- i !

cendio. Los arqueólogos hallaron también dos estancias con cientos de tablillas que constituían el archivo real aqueménida y que quedaron cubiertas por el derrumbe de una parte de la muralla de la capital persa.

CAPITEL DE PERSÉPOLIS, EN FORMA DE GRIFO (ANIMAL FANTASTICO CON CABEZA DE ÁGUILA Y í , CUERPO DE LEÓN), CONSERVADO EN LA ANTIGUA CAPITAL AQUEMÉNIDA. SIGLOS Vl-V A.C. 1

El conquistador sin piedad Alejandro, a menudo magnánimo con los vencidos, no mostró compasión en Persépolis. A la derecha, el rey en una estatua de Lisipo. Siglo IV a.C.

consigo el agua necesaria, pero cuando llegaron al lugar vieron sorprendidos cómo se les invitaba a sumarse a la fiesta, a lo que accedieron encanta-dos. La voracidad de las llamas consumió con ra-pidez las espléndidas vigas de madera de cedro labrado que formaban los techos de los palacios y los bellos tapices que adornaban sus paredes. De la noche a la mañana, el fastuoso complejo palacial que en su día concibió el rey Darío I como el es-caparate del poderío aqueménida quedó reducido a un montón de escombros. Eso sí, las crónicas mencionan que Alejandro mostró posteriormen-te un arrepentimiento tardío por lo sucedido.

Los motivos de Alejandro La idea de un Alejandro embriagado en una fran-cachela descontrolada, que cede a la persuasión de una cortesana y prende fuego a los palacios para arrepentirse al día siguiente, en plena «resa-ca», parece más un argumento de novela que un relato verídico. Sin embargo, hay elementos que le otorgan fundamento. El cortejo báquico pleno de furor dionisíaco que llevó a cabo el incendio encuentra su explicación si tenemos en cuenta la importancia que Alejandro concedía al dios Dio-nisos como inspirador de su campaña militar. También resulta creíble el pretexto que se dio para el incendio: vengar a los griegos por la inva-sión de Jerjes en 480 a.C. A lo largo de todas sus campañas, Alejandro buscó insistentemente la

lealtad de los griegos, y para ganársela, tras la pri-mera batalla de Gránico, envió las ofrendas del triunfo a Atenas. También devolvió a esta ciudad las estatuas de los Tiranicidas, que formaron par-te del botín que Jerjes se llevó de Atenas. La des-trucción de Persépolis pudo servir a los intereses de Alejandro, en un momento en que Grecia se agitaba contra el rey macedonio, en un ambiente de rebelión alentado por Esparta. También está claro que Alejandro deseaba hacer una contun-dente demostración de fuerza ante la tenaz resis-tencia persa. Esta no había concluido con la vic-toria de Gaugamela y todavía no podía preverse cuál sería el futuro de Darío III, refugiado en las zonas más septentrionales de su extenso Imperio, a la espera de una nueva oportunidad. El conquis-tador macedonio, al destruir el principal símbolo de poder del Imperio aqueménida, mostraba que, ahora que había llegado tan lejos, nada le impedi-ría llevar su conquista hasta el final.

Para saber más

E N S A Y O A l e j a n d r o M a g n o . C o n q u i s t a d o r d e l M u n d o R. Lañe Fox, El Acanillado, Barcelona, 2007. A l e j a n d r o M a g n o A. B. Bosworth, Akai, Madrid, 2005. L a l e y e n d a d e A l e j a n d r o F. J. Gómez Espelosín, Univ. Alcalá de Henares, Madrid, 2007. N O V E L A E l m u c h a c h o p e r s a Mary Reanult, Debolsillo, Barcelona, 2005.

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