anónimo-el lazarillo de tormes segunda parte

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http://www.librear.com  Lazarillo de Tormes 2ª Parte  La segunda parte de  Lazarillo de T ormes  y de sus fortunas y adversidades Anónimo  [Nota preliminar: Edición digital a partir de la edición de Amberes, Martín Nucio, 1555. Cotejada con las ediciones de Buenaventura C. Aribau (Madrid, Atlas, 1963) y la de Pedro M. Piñero (Madrid, Cátedra, 1988).] En Anvers en casa de Martín Nucio, a la enseña de las dos Cigueñas. M. D. LV. Con Preuilegio Imperial. Privilegio  Concede el Emperador nuestro señor a Martín Nucio, impressor de libros en la villa de Anvers, que por tiempo de cuatro años ninguno pueda imprimir este libro so las penas contenidas en el original privilegio. Dado en Bruxelas en su Consejo, y subsignado. Facuwez. 1

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  • http://www.librear.com Lazarillo de Tormes 2 Parte

    La segunda parte deLazarillo de Tormesy de sus fortunas y

    adversidadesAnnimo

    [Nota preliminar: Edicin digital a partir de la edicin de Amberes, Martn Nucio, 1555. Cotejada con las ediciones de Buenaventura C. Aribau (Madrid, Atlas, 1963) y la de Pedro M. Piero (Madrid, Ctedra, 1988).]

    En Anvers en casa de Martn Nucio, a la ensea de las dos Cigueas.M. D. LV.Con Preuilegio Imperial.

    Privilegio

    Concede el Emperador nuestro seor a Martn Nucio, impressor de libros en la villa de Anvers, que por tiempo de cuatro aos ninguno pueda imprimir este libro so las penas contenidas en el original privilegio. Dado en Bruxelas en su Consejo, y subsignado.

    Facuwez.

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    Captulo IEn que da cuenta Lzaro de la amistad que tuvo en Toledo con unos tudescos, y lo que con ellos passaba.

    En este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna, y como yo siempre anduviesse acompaado de una buena galleta de unos buenos frutos que en esta tierra se cran, para muestra de lo que pregonaba, cobr tantos amigos y seores, ass naturales como estranjeros, que do quiera que llegaba no haba para m puerta cerrada; y en tanta manera me vi favorescido, que me parece, si entonces matara un hombre, o me acaeciera algn caso recio, hallara a todo el mundo de mi bando y tuviera en aquellos mis seores todo favor y socorro. Mas yo nunca los dexaba boquisecos, querindolos llevar comigo a lo mejor que yo haba echado en la ciudad, a do hacamos la buena y esplndida vida y xira; all nos aconteci muchas veces entrar en nuestros pies y salir en ajenos. Y lo mejor desto es que todo este tiempo, maldita la blanca Lzaro de Tormes gast, ni se la consentan gastar; antes, si alguna vez yo de industria echaba mano a la bolsa fingiendo quererlo pagar, tombanlo por afrenta y mirbanme con alguna ira y decan: Nite, nite, Asticot, lanz, reprehendindome diciendo que do ellos estaban nadie haba de pagar blanca.

    Yo con aquello morame de amores de tal gente, porque no slo esto, mas de perniles de tocino, pedaos de piernas de carnero cocidas en aquellos cordiales vinos con mucha de la fina especia, y de sobras de cecinas y de pan me henchan la falda y los senos cada vez que nos juntbamos, que tena en mi casa de comer yo y mi mujer hasta hartar una semana entera. Acordbame en estas harturas de las mis hambres passadas, y alababa al Seor, y dbale gracias que ass andan las cosas y tiempos. Mas como dice el refrn: Quien bien te har, o se te ir o se morir. Ass me acaeci, que se mud la gran corte, como hacer suele. Y al partir fui muy requirido de aquellos mis grandes amigos me fuesse con ellos, y que me haran y aconteceran. Mas acordndome del proverbio que se dice: Ms vale el mal conocido, que el bien por conocer, agradecindoles su buena voluntad, con muchos abraos y tristeza me desped dellos. Y cierto, si casado no fuera, no dexara su compaa por ser gente hecha muy a mi gusto y condicin. Y es vida graciosa la que viven, no fantstigos, ni presumptuosos; sin escrpulo ni asco de entrarse en cualquier bodegn, la gorra quitada si el vino lo merece: gente llana y honrada, y tal y tan bien proveda, que no me la depare Dios peor cuando buena sed tuviere. Mas el amor de la mujer y de la patria que ya por ma tengo, pues como dicen: De d eres, hombre?, tiraron por m; y ass me qued en esta ciudad, aunque muy conocido de los moradores della, con mucha soledad de los amigos y vida cortesana.

    Estuve muy a mi placer con acrecentamiento de alegra y linaje por el nacimiento de una muy hermosa nia que en estos medios mi mujer pari, que aunque yo tena

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    alguna sospecha, ella me jur que era ma, hasta que a la fortuna le pareci haberme mucho olvidado y ser justo tornarme a mostrar su airado y severo gesto cruel, y aguarme estos pocos aos de sabrosa y descansada vida con otros tantos de trabajos y amarga muerte. Oh gran Dios! Y quin podr escrebir un infortunio tan desastrado y acaecimiento tan sin dicha, que no dexe holgar el tintero poniendo la pluma a sus ojos?

    Captulo IICmo Lzaro, por importunacin de amigos, se fue a embarcar para la guerra de Argel, y lo que all le acaeci.

    Sepa Vuestra Merced que estando el triste Lzaro de Tormes en esta gustosa vida, usando su oficio y ganando l muy bien de comer y de beber, porque Dios no cri tal oficio, y vale ms para esto que la mejor veinteycuatra de Toledo; estando ass mismo muy contento y pagado con mi mujer y alegre con la nueva hija, sobreponiendo cada da en mi casa alhaja sobre alhaja, mi persona muy bien tratada, con dos pares de vestidos, unos para las fiestas y otros para de contino, y mi mujer lo mismo, mis dos docenas de reales en el arca, vino a esta ciudad, que venir no debiera, la nueva para m, y an para otros muchos de la ida de Argel. Y comenronse de alterar unos, no s cuntos vecinos mos, diciendo: Vamos all, que de oro hemos de venir cargados. Y comenronme con esto a poner codicia; dxelo a mi mujer, y ella, con gana de volverse con mi seor el Arcipreste, me dixo: Haced lo que quisiredes, mas si all vais y buena dicha tenis, una esclava querra que me truxssedes que me sirviesse, que estoy harta de servir toda mi vida. Y tambin para casar a esta nia no seran malas aquellas tripolinas y doblas zahenas, de que tan provedos dicen que estn aquellos perros moros.

    Con esto y con la codicia que yo me tena, determin (que no debiera) ir a este viaje. Y bien me lo desviaba mi seor el Arcipreste, mas yo no lo quera creer: al fin haban de passar por m ms fortunas de las passadas. Y ass, con un caballero de aqu, de la Orden de San Juan, con quien tena conocimiento, me concert de le acompaar y servir en esta jornada, y que l me hiciesse la costa, con tal que lo que all ganasse fuesse para m. Y ass fue que gan, y fue para m mucha malaventura, de la cual, aunque se reparti por muchos, yo truxe harta parte.

    Partimos desta ciudad aquel caballero y yo, y otros y mucha gente, muy alegres y muy ufanos como a la ida todos van; y por evitar prolixidad, de todo lo acaecido en este camino no hago relacin, por no hacer nada a mi propsito. Mas de que nos embarcamos en Cartagena y entramos en una nao bien llena de gente y vituallas, y dimos con nosotros donde los otros, y levantse en el mar la cruel y porfiada fortuna que habran contado a Vuestra Merced, la cual fue causa de tantas muertes y prdida,

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    cual en el mar gran tiempo ha no se perdi; y no fue tanto el dao que la mar nos hizo, como el que unos a otros nos hecimos; porque como fue de noche, y aun de da el tiempo recio de las bravas ondas y olas del tempestuoso mar tan furiosas ningn saber haba que lo remediasse, que las mismas naos se hacan pedaos unas con otras, y se anegaban con todos los que en ellas iban. Mas pues s que de todo lo que en ella pass y se vio Vuestra Merced estar, como he dicho, informado de muchos que lo vieron y passaron, y quiso Dios que escaparon, y de otros a quien aquellos lo han contado, no me quiero detener en ello, sino dar cuenta de lo que nadie sino yo la puede dar, por ser yo solo el que lo vio, y el que de todos los otros juntos que all estuvieron ninguno mejor que yo lo vi. En lo cual me hizo Dios grandes mercedes, segn Vuestra Merced oir.

    De moro ni de mora no doy cuenta, porque encomiendo al diablo el que yo vi. Mas vi la nuestra nao hecha pedaos por muchas partes, vila hacer por otras tantas, no viendo en ella mstil ni entena, todas las obras muertas derribadas y el caxco tan hecho caxcos, y tal cual he dicho.

    Los capitanes y gente granada que en ella iban saltaron en el barco y procuraron de se mejorar en otras naos, aunque en aquella sazn pocas haba que pudiessen dar favor. Quedamos los ruines en la ruin y triste nao, porque la justicia y cuaresma diz que es ms para estos que para otros. Encomendmosnos a Dios y comenmosnos a confessar unos a otros, porque dos clrigos que en nuestra compaa iban, como se decan ser caballeros de Jesucristo, furonse en compaa de los otros y dexronnos por ruines. Mas yo nunca vi ni o tan admirable confessin: que confessarse un cuerpo antes que se muera acaecedera cosa es, mas aquella hora entre nosotros no hubo ninguno que no estuviesse muerto. Y muchos que cada ola que la brava mar en la mansa nao embesta, gustaban la muerte, por manera que pueden decir que estaban cien veces muertos, y ass, a la verdad, las confessiones eran de cuerpos sin almas. A muchos dellos confess, pero maldita la palabra me decan sino sospirar y dar tragos en seco, que es comn a los turbados, y otro tanto hice yo a ellos, pues estndonos anegando en nuestra triste nao, sin esperana de ningn remedio que para evadir la muerte se nos mostrasse, despus de llorada por m mi muerte y arrepentido de mis pecados, y ms de mi venida all, despus de haber rezado ciertas devotas oraciones que del ciego mi primero amo aprend aprobadas para aquel menester, con el temor de la muerte vnome una mortal y grandssima sed, y considerando cmo se haba de satisfacer con aquella salada, mal sabrosa agua del mar, parecime inhumanidad usar de poca caridad comigo mismo, y determin que en lo que la mala agua haba de ocupar era bien engullirlo de vino excelentssimo que en la nao haba, el cual aquella hora estaba tan sin dueo como yo sin alma, y con mucha priessa comenc a beber. Y allende de la gran sed que el temor de la muerte y la angustia della me puso, y tambin no ser yo de aquel oficio mal maestro, el desatino que yo tena, sin casi saber lo que haca, me ayud de tal manera, que yo beb tanto, y de tal suerte me atest,

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    descansando y tornando a beber, que sent de la cabea a los pies no quedar en mi triste cuerpo rincn ni cosa que de vino no quedasse llena, y acabando de hacer esto y la nao hecha pedaos, de sumirse con todos nosotros todo fue uno. Esto sera dos horas despus de amanecido; quiso Dios que con el gran desatino que hube de me sentir del todo en el mar, sin saber lo que haca, ech mano a mi espada, que en la cinta tena, y comenc a baxar por m mar abaxo.

    Aquella hora vi acudir all gran nmero de pescados grandes y menores, de diversas hechuras, los cuales, ligeramente saliendo, con sus dientes de aquellos mis compaeros despedaaban y los talaban. Lo cual viendo, tem que lo mismo haran a m que a ellos si me estuviesse con ellos en palabras; y con esto dex el bracear que los que se anegan hacen, pensando con aquello escapar de la muerte, de ms y allende que yo no saba nadar, aunque nad por el agua para abaxo, y caminaba cuanto poda mi pesado cuerpo, y comenme a apartar de aquella ruin conversacin priessa y ruido y muchedumbre de pescados que al traquido que la nao dio acudieron; pues yendo yo ass baxando por aquel muy hondo pilago, sent y vi venir tras m grande furia de un crecido y gruesso exrcito de otros peces, y segn pienso venan ganosos de saber a qu yo saba; y con muy grandes silbos y estruendo se llegaron a quererme asir con sus dientes. Yo, que tan cercano a la muerte me vi, con la rabia de la muerte, sin saber lo que haca, comieno a esgremir mi espada, que en la diestra mano llevaba desnuda, que an no la haba desamparado, y quiso Dios me sucediesse de tal manera, que en un pequeo rato hice tal ria dellos dando a diestro y a siniestro, que tomaron por partido apartarse de m algn tanto; y, dndome lugar, se comenaron a ocupar en se cebar de aquellos de su misma nacin a quien yo defendindome haba dado la muerte, lo cual yo sin mucha pena haca, porque como estos animales tengan poca defensa, y sus cuberturas menos, en mi mano era matar cuantos quera, y a cabo de un gran rato que dellos me apart, yndome siempre baxando, y tan derecho como si llevara mi cuerpo y pies fixados sobre alguna cosa, llegu a una gran roca que en medio del hondo mar estaba, y como me vi en ella de pies, holgume algn tanto y comenc a descansar del gran trabajo y fatiga passada, la cual entonces sent, que hasta all con la alteracin y temor de la muerte no haba tenido lugar de sentir.

    Y como sea comn cosa a los afligidos y cansados respirar, estando sentado sobre la pea di un gran sospiro, y caro me cost, porque me descuid y abr la boca, que hasta entonces cerrada llevaba, y como haba ya el vino hecho alguna evacuacin por haber ms de tres horas que se haba embasado lo que dl faltaba, tragu de aquella salada y desaborida agua, la cual me dio infinita pena rifando dentro de m con su contrario. Entonces conoc cmo el vino me haba conservado la vida, pues por estar lleno dl hasta la boca no tuvo tiempo el agua de me ofender; entonces vi verdaderamente la filosofa que cerca desto haba profetizado mi ciego, cuando en Escalona me dixo que si a hombre el vino haba de dar vida haba de ser a m. Entonces tuve gran lstima de mis compaeros que en el mar padecieron, porque no

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    me acompaaron en el beber, que, si lo hicieran, estuvieran all comigo, con los cuales yo recibiera alguna alegra. Entonces entre m llor todos cuantos en el mar se haban anegado, y tornaba a pensar: qui, aunque bebieran, no tuvieran el tesn conveniente, porque no son todos Lzaro de Tormes, que deprendi el arte en aquella insigne escuela y bodegones toledanos con aquellos seores de otra tierra.

    Pues estando ass passando por la memoria estas y otras cosas, vi que venan do yo estaba un gran golpe de pescados, los unos que suban de lo baxo y los otros que baxaban de lo alto, y todos se juntaron y me cercaron la pea. Conoc que venan con mala intencin, y con ms temor que gana me levant con mucha pena y me puse en pie para ponerme en defensa; mas en vano trabajaba, porque a esta sazn yo estaba perdido y encallado de aquella mala agua que en el cuerpo se me entr. Estaba tan mareado, que en pies no me poda tener, ni alar la espada para defenderme. Y como me vi tan cercano a la muerte, mir si vera algn remedio, pues buscallo en la defensa de mi espada no haba lugar, por lo que dicho tengo; y andando por la pea como pude, quiso Dios hall en ella una abertura pequea y por ella me met; y de que dentro me vi, vi que era una cueva que en la mesma roca estaba, y aunque la entrada tena angosta, dentro haba harta anchura y en ella no haba otra puerta. Parecime que el Seor me haba trado all para que cobrasse alguna fuera de la que en m estaba perdida; y cobrando algn nimo vuelvo el rostro a los enemigos, y puse a la entrada de la cueva la punta de mi espada. Y assmismo comieno con muy fieras estocadas a defender mi homenaje.

    En este tiempo toda la muchedumbre de los pescados me cercaron, y daban muy grandes vueltas y arremetidas en el agua, y llegbanse junto a la boca de la cueva; mas algunos que de ms atrevidos presuman, procurando de me entrar, no les iba dello bien; y como yo tuviesse puesta la espada lo ms recio que poda con ambas manos a la puerta, se metan por ella y perdan las vidas; y otros que con furia llegaban heranse malamente, mas no por esto levantaban el cerco. En esto sobrevino la noche, y fue causa que el combate algo ms se aflox, aunque no dexaron de acometerme muchas veces por ver si me dorma o si hallaban en m flaqueza.

    Pues estando el pobre Lzaro en esta angustia, vindome cercado de tantos males en lugar tan estrao y sin remedio, considerando cmo mi buen conservador el vino poco a poco me iba faltando, por cuya falta la salada agua se atreva y cada vez se iba comigo desvergonando, y que no era possible poderme sustentar siendo mi ser tan contrario de los que all lo tienen, y que ass mismo cada hora las fueras se me iban ms faltando, ass por haber gran rato que a mi atribulado cuerpo no se haba dado refecin sino trabajo, como porque el agua digiere y gasta mucho, ya no esperaba ms de cuando el espada se me cayesse de mis flacas y tremulentas manos, lo cual luego que mis contrarios viessen, executaran en m muy amarga muerte haciendo sus cuerpos sepultura. Pues todas estas cosas considerando, y ningn remedio habiendo,

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    acud a quien todo buen cristiano debe acudir, encomendndome al que da remedio a los que no le tienen, que es el misericordioso Dios nuestro seor. All de nuevo comenc a gimir y llorar mis pecados, y a pedir dellos perdn y a encomendarme a l de todo mi coran y voluntad, suplicndole me quisiesse librar de aquella rabiosa muerte, prometindole grande enmienda en mi vivir, si de drmela fuesse servido. Despus torn mis plegarias a la gloriosa Santa Mara madre suya y seora nuestra, prometiendole visitalla en las sus casas de Monserrat y Guadalupe, y la Pea de Francia. Despus vuelvo mis ruegos a todos los santos y santas, especialmente a San Telmo y al seor Sant Amador, que tambin pass fortunas en la mar cuajada. Y esto hecho, no dex oracin de cuantas saba que del ciego haba deprendido, que no rec con mucha devocin: la del Conde, la de la emparedada, el Justo Juez y otras muchas que tienen virtud contra los peligros del agua.

    Finalmente, el Seor, por virtud de su passin y por los ruegos de los dichos y por lo dems que ante mis ojos tena, con obrar en m un maravilloso milagro, aunque a su poder pequeo, y fue que estando yo ass sin alma, mareado y medio ahogado de mucha agua que, como he dicho, se me haba entrado a mi pesar, y ass mismo encallado y muerto de fro de la frialdad, que mientras mi conservador en sus trece estuvo, nunca haba sentido, trabajado y hecho pedaos mi triste cuerpo de la congoxa y continua persecucin, y desfallecido del no comer, a deshora sent mudarse mi ser de hombre, quiera no me cate, cuando me vi hecho pez, ni ms ni menos, y de aquella propia hechura y forma que eran los que cerrado me haban tenido y tenan. A los cuales, luego que en su figura fui tornado, conoc que eran atunes, entend cmo entendan en buscar mi muerte, y decan: Este es el traidor, de nuestras sabrosas y sagradas aguas enemigo. Este es nuestro adversario y de todas las naciones de pescados que tan executivamente se ha habido con nosotros desde ayer ac, hiriendo y matando tantos de los nuestros; no es possible que de aqu vaya; mas venido el da, tomaremos dl vengana.

    Ass oa yo la sentencia que los seores estaban dando contra el que ya hecho atn como ellos estaba. Despus que un poco estuve descansado y refrescando en el agua, tomando aliento y hallndome tan sin pena y passin como cuando ms sin ella estuve, lavando mi cuerpo de dentro y de fuera en aquella agua que al presente, y dende en adelante, muy dulce y sabrosa hall, mirndome a una parte y a otra por ver si vera en m alguna cosa que no estuviesse convertido en atn. Estndome en la cueva muy a mi placer, pens si sera bien estarme all hasta que el da viniesse, mas hube miedo me conociessen y les fuesse manifiesta mi conversin. Por otro cabo, tema la salida por no tener confiana de m si me entendera con ellos y les sabra responder a lo que me interrogassen, y fuesse esto causa de descubrirse mi secreto; que aunque los entenda y me vea de su hechura, tena gran miedo de verme entre ellos. Finalmente, acord que lo ms seguro era no me hallassen all, porque ya que no me tuviessen por dellos, como no fuesse hallado Lzaro de Tormes, pensaran yo

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    haber sido en salvalle y me pediran cuenta dl, por lo cual me pareci que saliendo antes del da y mezclndome con ellos, con ser tantos, por ventura no me echaran de ver ni me hallaran estrao; y como lo pens, ass lo puse por obra.

    Captulo IIICmo Lzaro de Tormes hecho atn sali de la cueva, y cmo le tomaron las centinelas de los atunes y lo llevaron ante el general.

    En saliendo, seor, que sal de la roca, quise luego probar la lengua y comenc a grandes voces a decir: Muera, muera!, aunque apenas haba acabado estas palabras, cuando acudieron las centinelas que sobre el pecador de Lzaro estaban, y llegados a m, me preguntan quin viva. Seor -dixe yo-, viva el pece y los ilustrssimos atunes!; Pues, por qu das las voces? -me dixeron-, qu has visto o sentido en nuestro adversario que ass nos alteras? De qu capitana eres?

    Seor, yo les dixe me pusiessen ante el seor de los capitanes y que all sabran lo que preguntaban. Luego, el uno destos atunes mand a diez dellos me llevassen al general, y l se qued haciendo la guarda con ms de diez mil atunes.

    Holgaba infinito de verme entender con ellos, y dixe entre m: El que me hizo esta gran merced, ninguna hizo coxa. Ass caminamos y llegamos, ya que amaneca, al gran exrcito, do haba juntos tan gran nmero de atunes, que me pusieron espanto. Como conocieron a los que me llevaban, dexronnos passar; y llegados al aposento del general, uno de mis guas, haciendo su acatamiento, cont en qu manera y en el lugar do me haban hallado, y que sindome preguntado por su capitn Licio quin yo era, haba respondido que me pusiessen ante el general, y por esta causa me traan ante su grandeza.

    El capitn general era un atn aventajado de los otros en cuerpo y grandeza, el cual me pregunt quin era y cmo me llamaban, y en qu capitana estaba y qu era lo que peda, pues ped ser ante l trado. A esta sazn yo me hallaba confuso y ni saba decir mi nombre, aunque haba sido bien baptizado, excepto si dixera ser Lzaro de Tormes. Pues decir de dnde ni de qu capitana, tampoco lo saba, por ser tan nuevamente transformado y no tener noticia de las mares ni conocimiento de aquellas grandes compaas ni de sus particulares nombres, por manera que, dissimulando algunas de las preguntas que el general me hizo, respond yo y dixe: Seor, siendo tu grandeza tan valerosa, como por todo el mar se sabe, gran poquedad me parece que un miserable hombre se defienda de tan gran valer y poderoso exrcito, y sera menoscabar mucho su estado y el gran poder de los atunes. Y digo: Pues yo soy tu sbdito y estoy a tu mandado y de tu bandera,

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    profiero a ponerte en poder de sus armas y despojo, y si no lo hiciere, que mandes hacer justicia cruel de m.

    Aunque por s o por no, no me ofrec a darle a Lzaro por no ser tomado en mal latn. Y este punto no fue de latn, sino de letrado moo de ciego. Hubo desto el general gran placer por ofrecerme a lo que me ofrec, y no quiso saber de m ms particularidades; mas luego respondi y dixo: Verdad es que por escusar muertes de los mos, est determinado tener cercado aquel traidor y tomalle por hombre; mas si t te atreves a entralle como dices, serte ha muy bien pagado, aunque me pesara si, por hacer t por nuestro seor el rey y m, tomasses muerte en la entrada como otros han hecho; porque yo precio mucho a los mis esforados atunes, y a los que con mayor nimo veo querra guardar ms, como buen capitn debe hacer.

    Seor -respond yo-, no tema tu ilustrssima excelencia mi peligro, que yo pinsolo efectuar sin perder gota de sangre.

    Pues si ass es, el servicio es grande, y te lo pienso bien gratificar. Y pues el da se viene, yo quiero ver cmo cumples lo que has prometido.

    Mand luego a los que tenan cargos que moviessen contra el lugar donde el enemigo estaba; y esto fue admirable cosa de ver mover un campo pujante y caudaloso, que cierto nadie lo viera a quien no pusiesse espanto. El capitn me puso a su lado, preguntndome la manera que pensaba tener para entralle. Yo se la deca fingiendo grandes maneras y ardides, y hablando llegamos a las centinelas que algo cerca de la cueva o roca estaban.

    Y Licio, el capitn el cual me haba enviado al general, estaba con toda su compaa bien a punto, teniendo de todas partes cercada la cueva; mas no por esso que ninguno se osasse llegar a la boca della, porque el general lo haba enviado a mandar por evitar el dao que Lzaro haca, y porque al tiempo que yo fui convertido en atn, quedse la espada puesta a la puerta de la cueva de aquella manera que la tena cuando era hombre, la cual los atunes vean, temiendo que el rebelado la tena y estaba tras la puerta. Y como llegamos, yo dixe al general mandasse retraer los que el sitio tenan, y que ass l como todos se apartassen de la cueva, lo cual fue hecho luego. Y esto hice yo porque no viessen lo poco que haba que hacer en la entrada. Yo me fui solo, y dando muy grandes y prestas vueltas en el agua, y lanando por la boca grandes espadaadas della.

    En tanto que yo esto haca, andaba entre ellos, de hocico en hocico, la nueva cmo yo me haba ofrecido de entrar al negocio, y oa decir: l morir como otros tan buenos y osados han hecho. Dexadle, que presto veremos su argullo perdido.

    Yo finga que dentro haba defensa y me echaban estocadas como aquel que las haba echado, y fua el cuerpo a una y otra parte. Y como el exrcito estaba

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    desmayado, no tenan lugar de ver que no haba que ver. Tornaba otras veces a llegarme a la cueva y acometella con gran mpetu y a desviarme como antes. Y ass anduve un rato fingiendo pelea: todo por encarecer la cura. Despus que esto hice algunas veces, algo desviado de la cueva, comieno a dar grandes voces porque el general y exrcito me oyessen, y a decir: Oh mezquino hombre! Piensas que te puedes defender del gran poder de nuestro gran rey y seor, y de su gran capitn, y de los de su pujante exrcito? Piensas passar sin castigo de tu gran osada y de las muchas muertes que por tu causa se han hecho en nuestros amigos y deudos? Date, date a prisin al insigne y gran caudillo! Por ventura habr de ti merced. Rinde, rinde las armas que te han valido! Sal del lugar fuerte do ests, que poco te ha de aprovechar, y mtete en poder del que ningn poder en el gran mar le iguala.

    Yo que estaba, como digo, dando estas voces, todo para almohaar los odos al mandn, como hacerse suele por ser cosa de que ellos toman gusto, llega a m un atn, el cual me vena a llamar de parte del general. Yo me vine para l, al cual y a todos los ms del exrcito hall finados de risa; y era tanto el estruendo y ronquidos que en el rer hacan, que no se oan unos a otros. Como yo llegu espantado de tan gran novedad, mand el capitn general que todos callassen, y ass hubo algn silencio, aunque a los ms les tornaba a arrebatar la risa, y al fin con mucha pena o al general que me dixo: Compaero, si otra forma no tenis en entrar la fuera a nuestro enemigo que la de hasta aqu, ni t cumplirs tu promessa, ni yo soy cuerdo en estarte esperando; y ms que solamente te he visto acometer la entrada, y no has osado entrar, mas de verte poner con eficacia en persuadir a nuestro adversario, lo que debe de hacer cualquiera. Y esto, al parecer mo y de todos estos, tenas bien escusado de hacer, y nos parece tiempo muy mal gastado y palabras muy dichas a la llana, porque ni lo que pides ni lo que has dicho en mil aos lo podrs cumplir, y desto nos remos; y es muy justa nuestra risa, ver que parece que ests con l platicando como si fuesse otro t.

    Y en esto tornaron a su gran rer; y yo ca en mi gran necedad, y dixe entre m: Si Dios no me tuviesse guardado para ms bien, de ver estos necios lo poco y malo que yo s usar de atn, caeran en que s tengo el ser, no el natural. Con todo, quise remediar mi yerro, y dixe: Cuando hombre, seor, tiene gana de efectuar lo que piensa, acacele lo que a m. Ala el capitn, y todos, otra mayor risa, y dxome: Luego hombre eres t. Estuve por responder: T dixiste. Y caba bien, mas hube miedo que en lugar de rasgar su vestidura, se rasgara mi cuerpo. Y con esto dex las gracias para otro tiempo ms conveniente.

    Yo, viendo que a cada passo deca mi necedad, y parecindome que a pocos de aquellos xaques podra ser mate, comencme a rer con ellos, y sabe Dios que regaaba con muy fino miedo que a aquella sazn tena. Y dxele: Gran capitn, no es tan grande mi miedo como algunos lo hacen, que como yo tenga contienda con

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    hombre, vase la lengua a lo que piensa el coran; mas ya me parece que tardo en cumplir mi promesa y en darte vengana de nuestro contrario. Contando con tu licencia, quiero volver a dar fin a mi hecho.

    T la tienes, me dixo. Y luego, muy corrido y temeroso de tales acaecimientos, me volv a la pea pensando cmo me convena estar ms sobre el aviso en mis hablas. Y llegando a la cueva acaecime un acaecimiento, y tornndome a retraer muy de presto, me junt del todo a la puerta y tom en la boca la que otras veces en la mano tomaba, y estuve pensando qu hara: si entrara en la cueva o ira a dar las armas a quien las promet. En fin, pens si entrara, por ventura sera acusado de ladronicio, diciendo habella yo comido, pues no haba de ser hallado, el cual era caso feo y digno de castigo. En fin, vuelvo al exrcito, el cual ya mova en mi socorro, porque me haba visto cobrar la espada; y aun por mostrar yo ms nimo, cuando la cobr de sobre la pared que a la boca de la cueva estaba, esgrem torciendo el hocico, y a cada lado hice con ella casi como un revs.

    Llegando al general, humillando la cabea ante l, teniendo, como pude, el espada por la empuadura en mi boca, le dixe: Gran seor, veis aqu las armas de nuestro enemigo: de hoy no hay ms que temer la entrada, pues no tiene con qu defenderla. Vos lo habis hecho como valiente atn, y seris gualardonado de tan gran servicio. Y, pues, con tanto esfuero y osada ganastes la espada, y me parece os sabris aprovechar della mejor que otro, tenedla hasta que tengamos en poder este malvado.

    Y luego llegaron infinitos atunes a la boca de la cueva, mas ninguno fue osado de entrar dentro, porque teman no le quedasse pual. Yo me prefer a ser el primero de la escala, con tal que luego me siguiessen y diessen favor; y esto peda porque hubiesse testigos de mi inocencia; mas tanto era el miedo que a Lzaro haban, que nadie quera seguirme, aunque el general prometa grandes ddivas al que comigo segundasse. Pues estando ass, dxome el gran capitn qu me pareca que hiciesse, pues ninguno me quera ser compaero en aquella peligrosa entrada. Y yo respond que por su servicio me atrevera a entrarla solo si me assegurassen la puerta, que no temiessen de ser comigo. l dixo que ass se hara, y que cuando los que all estuviessen no osassen, que l me prometa seguirme. Entonces lleg el capitn Licio y dixo que entrara tras m. Luego comieno a esgremir mi espada a un cabo y a otro de la cueva y a echar con ella muy fieras estocadas, y lnome dentro diciendo a grandes voces: Victoria, victoria! Viva el gran mar y los grandes moradores dl, y mueran los que habitan la tierra!

    Con estas voces, aunque mal formadas, el capitn Licio, que ya dixe me sigui y entr luego tras m, el cual aquel da estraamente se seal y cobr comigo mucho crdito en velle tan animoso y aventajado de los otros; y a m parecime que un testigo no suele dar fe, y no quitndome de la entrada, comieno a pedir socorro. Mas

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    por dems era mi llamar, que maldito el que se osaba aun allegar. Y no es de tener a mucho, porque en mi conciencia lo mismo hiciera yo si pensara lo que ellos: para qu es si no decir la verdad. Mas entrbame como por mi casa, sabiendo que un caracol dentro no estaba. Comenc a animallos dicindoles: Oh poderosos, grandes y valerosos atunes!, d est vuestro esfuero y osada el da de hoy? Qu cosa se os ofrecer en que ganis tanta honra? Vergena, vergena! Mirad que vuestros enemigos os ternn en poco siendo sabidores de vuestra poca osada.

    Con estas y otras cosas que les dixe, aquel gran capitn, ms con vergena que gana, bien espaciosamente entr dando muy grandes voces: Paz, paz!, en lo cual bien conoc que no las traa todas consigo, pues en tiempo de tanta guerra pregonaba paz. Desque fue entrado, mand a los de fuera que entrassen, los cuales pienso yo que entraron con harto poco esfuero; mas como no vieron al pobre Lzaro, ni defensa alguna, aunque hartos golpes de espada daba yo por aquellas peas, quedaron confusos, y el general corrido de lo poco que acorri al socorro mo y de Licio.

    Captulo IVCmo, despus de haber Lzaro con todos los atunes entrado en la cueva, y no hallando a Lzaro sino a los vestidos, entraron tantos que se pensaron ahogar, y el remedio que Lzaro dio.

    Mirando bien la cueva, hallamos los vestidos del esforado atn Lzaro de Tormes, porque fueron dl apartados cuando en pez fue vuelto, y cuando los vi todava tem si por ventura estaba dentro dellos mi triste cuerpo, y el alma sola convertida en atn. Mas quiso Dios no me hall, y conoc estar en cuerpo y alma vuelto en pescado. Hulgome porque todava sintiera pena y me dolieran mis carnes vindolas despedaadas, y tragar a aquellos que con tan buena voluntad lo hicieran, y yo mismo lo hiciera por no diferenciar de los de mi ser, y dar con esto causa de ser sentido.

    Pues estando ass el capitn general y los otros atnitos, a cada parte mirando y recatndose, temiendo, aunque desseando, encontrar con el que encontraban; despus de bien rodeada y buscada la pequea cueva, el capitn general me dixo qu me pareca de aquello y de no hallar all nuestro adversario.

    Seor -le respond-, sin duda yo pienso este no ser hombre, sino algn demonio que tom su forma para nuestro dao, porque, quin nunca vio ni oy decir un cuerpo humano sustentarse sobre el agua tanto tiempo, ni que hiciesse lo que ste ha hecho, y al cabo, tenindole en un lugar encerrado como ste, y con estar aqu y tan cercado, habrsenos ido ante nuestros ojos?

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    Cuadrle esto que dixe, y estando hablando en esto, sucedinos otro mayor peligro, y fue que como comenassen a entrar en la cueva los atunes que fuera estaban, dironse tanta priessa, vindose ya libres del contrario, y por haber parte del saco dl y vengarse de las muertes que haba hecho de sus deudos y amigos, que cuando miramos, estaba la cueva tan llena, que desde el suelo hasta arriba no metieran un alfiler que no fuesse todo atunes; y ass, atocinados unos sobre otros, nos ahogbamos todos, porque, como tengo dicho, el que entraba no se tena por contento hasta llegar a do el general estaba, pensando se reparta la presa. Por manera que, vista la necessidad y el gran peligro en que estbamos, el general me dixo: Esforado compaero, qu medio tenemos para salir de aqu con vida, pues vees cmo va creciendo el peligro, y todos casi estamos ahogados?

    Seor -dixe yo-, el mejor remedio sera si estos que cabe nos estn pudiessen darnos lugar, y que yo pudiesse tomar la entrada desta cueva y defenderla con mi espada, para que ms no entrassen, y los entrados saldran y nosotros con ellos sin peligro. Mas esto es impossible por haber tanta multitud de atunes que sobre nosotros estn, y habrs de ver cmo no por esso se ha de escusar que no entren ms, porque el que est fuera piensa que los que estamos ac dentro estamos repartiendo el despojo, y quieren su parte. Un solo remedio veo, y es si por escapar vuestra excelencia tiene por bien que algunos destos mueran, porque para ya hacer lugar no puede ser sin dao.

    Pues ass es, guarda la cara al basto y triunfa de todos essos otros.

    Pues, seor -le respond-, quedis como poderoso seor, sacadme a paz y a salvo deste hecho, y que en ningn tiempo me venga por ellos mal.

    No slo no te vendr mal -dixo l-, mas te prometo te vendr por lo que hicieres grandes bienes, que en tales tiempos es gran bien del exrcito que el caudillo se salve, y querra ms una escama que los sbditos.

    Oh capitanes -dixe yo entre m-, qu poco caso hacen de las vidas ajenas para salvar las suyas! Cuntos deben de hacer lo que ste hace! Cun diferente es lo que estos hacen a lo que o decir que haba hecho un Paulo Decio, noble capitn romano, que, conspirando los latinos contra los romanos, estando los exrcitos juntos para pelear, la noche antes que la batalla se diesse, so el Decio que estaba constituido por los dioses que si l mora en la batalla que los suyos venceran y seran salvos, y si l se salvaba, que los suyos haban de morir. Y lo primero que procur comenando la batalla, fue ponerse en parte tan peligrosa que no pudiesse escapar con la vida, porque los suyos la hubiessen, y ass la hubieron. Mas no le segua en esto el nuestro general atn.

    Despus, viendo yo la seguridad que me daba, digo la seguridad y aun la necessidad que de hacello haba, y el aparejo para me vengar del mal tratamiento y

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    estrecho en que aquellos malos y perversos atunes me haban puesto, comieno a esgremir mi espada lo mejor que pude, y a herir a diestro y a siniestro, diciendo: Fuera, fuera, atunes mal comedidos, que ahogis a nuestro capitn! Y con esto, a unos de revs, a otros de tajo, a veces de estocadas, en muy breve hice diabluras, no mirando ni teniendo respecto a nadie, excepto al capitn Licio, que por verle de buen nimo en la entrada de la cueva me aficion a l y le am y guard, y no me fue dello mal, como adelante se dir.

    Los que estaban dentro de la cueva, como vieron la matana, comienan a desembaraar la posada, y con cuanta furia entraron, a mayor salieron. Y como los de fuera supiessen la nueva y viessen salir a algunos descalabrados, no procuraron entrar. Y ass, nos dexaron solos con los muertos, y me puse a la boca de la cueva, y desde all empieo a echar muy fieras estocadas. Y a mi parecer, tan seor de la espada me vi tenindola con los dientes como cuando la tena con las manos.

    Despus de haber descansado del trabajo y ahogamiento, el bueno de nuestro general y los que con l estaban comienan a sorber de aquella agua que a la sazn en sangre estaba vuelta; y ass mismo, a despedaar y comer los pecadores atunes que yo haba muerto, lo cual viendo, comenc a tenelles compaa, hacindome nuevo de aquel manjar que ya le haba comido algunas veces en Toledo, mas no tan fresco como all se coma. Y ass, me hart de muy sabroso pescado, no impidindome las grandes amenazas que los de fuera me hacan por el dao que haba hecho en ellos.

    Y ya que al general pareci, nos salimos fuera con avisalle de la mala intencin que los de fuera contra m tenan, por tanto que su excelencia proveyesse en mi seguridad. l, como sali contento y bien harto -que dicen que es la mejor hora para negociar con los seores-, mand pregonar que los que en dicho ni en hecho fuessen contra el atn estranjero, que muriessen por ello, y ellos y sus sucessores fuessen habidos y tenidos por traidores, y sus bienes confiscados a la real cmara, por cuanto si el sobredicho atn hizo dao en ellos fue por ser ellos rebeldes y haber passado el mandamiento de su capitn, y pustole, por su mal mirar, a punto de muerte. Y con esto, todos hubieron por bien que los muertos fuessen muertos y los vivos tuvissemos paz.

    Hecho esto, el capitn hizo llamar todos los otros capitanes, maestros de campo y todos los dems oficiales sealados que tenan cargo del exrcito. Mand que los que no haban entrado en la cueva entrassen y repartiessen entre s el despojo que hallassen, lo cual brevemente fue hecho; y tantos eran, que a un bocado de atn no les cupo. Despus de salidos, porque pareciesse a todos hacan participantes, pregonaron saco a todo el exrcito, del cual fue hecho cumplimiento a todos los atunes comunes, porque maldita la cosa en la cueva haba, si no fuesse alguna gota de sangre y los vestidos de Lzaro. Aqu pass yo por la memoria la crueldad destos animales, y cun diferente es la benigna condicin de los hombres a la dellos. Porque, puesto caso que

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    en la tierra alguno se allegsse a comer algo de lo de su prximo, el cual pongo en duda haber, mayormente el da de hoy, por estar la conciencia ms alta que nunca, a lo menos no hay tan desalmado que a su mismo prximo coma. Por tanto, los que se quexan en la tierra de algunos desafueros y fueras que les son hechos, vengan, vengan a la mar, y vern cmo es pan y miel lo de all.

    Captulo VEn que cuenta Lzaro el ruin pago que le dio el general de los atunes por su servicio, y de su amistad con el capitn Licio.

    Pues tornando a lo que hace al caso, otro da el general mismo me apart en su aposento, y dixo: Esforado y valeroso atn estrao, yo he acordado te sean gualardonados tan buenos servicios y consejos, porque si los que como t sirven no son gualardonados, no se hallaran en los exrcitos quien a los peligros se aventurasse; porque me parece, en pago dello ganes nuestra gracia, y te sean perdonadas las valerosas muertes que en la cueva en nuestras compaas hecistes. Y en memoria del servicio que en librarme de la muerte me has hecho, posseas y tengas por tuya propia essa espada del que tanto dao nos hizo, pues tan bien della te sabes aprovechar, con apercebimiento que si con ella hicieres contra nuestros sbditos y naturales de nuestro seor el rey alguna violencia, mueras por ello. Y con esto me parece no vas mal pagado, y de hoy ms puedes te volver do eres natural. Y mostrndome no muy buen semblante, se meti entre los suyos y me dex.

    Qued tan atnito cuando o lo que dixo, que casi perd el sentido, porque pensaba por lo menos me haba de hacer un grande hombre, digo atn, por lo que haba hecho, dndome cargo perpetuo en un gran seoro en el mar, segn me haba ofrecido. Oh Alexandre -dixe entre m-, repartades y gastbades vos las ganancias ganadas con vuestro exrcito y caballeros! O lo que haba odo de Cayo Fabricio, capitn romano, de qu manera gualardonaba y guardaba la corona para coronar a los primeros que se aventuraban a entrar los palenques. Y t, Gonalo Hernandes, gran capitn espaol, otras mercedes heciste a los que semejantes cosas en servicio de tu rey y en aumento de tu honra se sealassen. Todos los que sirvieron y siguieron a cuantos del polvo de la tierra le levantaste, y valerosos y ricos heciste, como este mal mirado atn comigo lo hizo, hacindome merced de la que en ocodover me haba costado mis tres reales y medio. Pues oyendo esto, consulense los que en la tierra se quexan de seores, pues hasta en el hondo mar se usan las cortas mercedes de los seores.

    Estando yo ass pensativo y triste, conocindomelo el capitn Licio, llegse a m y dxome: Los que confan en algunos seores y capitanes ass como a ti acaece, que estando en necessidad hacen promessas, y salidos dellas no se acuerdan de lo

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    prometido. Yo soy buen testigo de todo tu buen esfuero y de todo lo que valerosamente has hecho, como quien a tu lado se hall, y veo el mal pago que de tus proezas llevas y el gran peligro en que ests, porque quiero que sepas que muchos destos que ante ti tienes estn entre s concertando tu muerte; por tanto no te partas de mi compaa, que de aqu te doy fe, como hijodalgo, de te favorecer con todas mis fueras y con las de mis amigos en cuanto pueda, pues sera muy gran prdida perderse un tan valeroso y sealado pece como t.

    Yo le respond grandes gracias por la voluntad que me mostraba, y acept la merced y buena obra que me haca, y ofrecindome serville en tanto que viviesse. Y con esto l fue muy contento, y llam hasta quinientos atunes de su compaa y mandles que dende en adelante tuviessen cargo de me acompaar y mirar por m como por l mismo. Y ass fue, que estos jams, de da ni de noche, de m se apartaban, y con gran voluntad, que estos no era mucho que me desamassen. Y no pienso que de los otros haba en el exrcito quien no me tuviesse gran voluntad, porque les pareci aquel da del combate que me seal o di a conocer gran valenta y esfuero en m.

    Desta manera trabamos el capitn Licio y yo amistad, la cual nos mostramos como adelante dir. Deste supe yo muchas cosas y costumbres de los habitadores del mar, los nombres de los cuales y muchas provincias, reinos y seoros dl, y de los seores que los possean. Por manera que en pocos das, me hice tan prctico, que a los nacidos en l haca ventaja y daba ms cuenta y relacin de las cosas que ellos mismos. Pues en este tiempo nuestro campo se deshizo, y el general mand que cada capitana y compaa se fuesse a su alojamiento, y dende a dos lunas fuessen todos los capitanes juntos en la corte, porque el rey lo haba ass enviado a mandar. Apartmosnos mi amigo y yo con los de su compaa, que seran, a mi ver, hasta diez mil atunes, entre los cuales haba poco ms que diez hembras, y estas eran atunas del mundo, que entre la gente de guerra suelen andar a ganar la vida. Aqu vi el arte y ardid que para buscar de comer tienen estos pescados, y es que se derraman a una parte y a otra y se hacen en cerco grande de ms de una legua en torno, y desque los unos de una parte se han juntado con los de la otra, vuelven los rostros unos para otros y se tornan a juntar, y todo el pescado que en medio toman muere a sus dientes. Y ass caan una o dos veces al da, segn como acaecen a salir. Desta suerte nos hartbamos de muchos y sabrosos pescados, como era pajeles, bonitos, agujas y otros infinitos gneros de peces. Y haciendo verdadero el proverbio que dicen que el pece grande come al ms pequeo, porque, si aconteca en la redada coger algunos mayores que nosotros, luego les dbamos carta de gua, dexbamos salir sin ponernos con ellos en barajas, excepto qu si queran ser con nosotros y ayudarnos a matar y comer conforme al dicho quien no trabaja, que no coma.

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    Tomamos una vez entre otros pescados ciertos pulpos, al mayor de los cuales yo reserv la vida, y tom por esclavo y hice mi paje de espada, y ass no traa la boca embaraada ni pena con ella, porque mi paje, revuelto por los anillos, una de sus muchas colas la traa a su placer, y aun parecime a m que se usaba y pompeaba con ellas. Desta suerte caminamos ocho soles, que llaman en el mar a los das, al cabo de los cuales llegamos a do mi amigo y los de su compaa tenan sus hijos y hembras, de las cuales fuimos recebidos con mucho placer, y cada cual con su familia se fue a su albergue, dexndome a m y al capitn en el suyo.

    Entrados que fuimos en la posada del seor Licio, dixo a su hembra: Seora, lo que deste viaje traigo es haber ganado por amigo este gentil atn que aqu veis, la cual ganancia tengo en mucho; por tanto os ruego sea de vos festejado y hecho aquel tratamiento que a mi hermano hacer solades, porque en ello me haris singular placer. Esta era una muy hermosa atuna y de mucha autoridad; respondi: Por cierto, seor, esso se har como mandis, y si falta hubiere, no ser de voluntad.

    Yo me humill ante ella suplicndola me diesse las manos para se las besar, sino que plugo a Dios se lo dixe algo passo, y no se ech de ver y no oyeron mi necedad. Dixe entre m: Maldito sea mi descuido, que pido para besar las manos a quien no tiene sino cola. La atuna me dio una hocicada amorosa, rogndome me levantasse, y ass fui della recibido muy bien; y ofrecindome a su servicio, fui della muy bien respondido como de una muy honrada duea. Y desta manera estuvimos all algunos das, y muy a nuestro placer, y yo muy bien tratado destos seores y servido de los de su casa. En este medio yo mostr al capitn esgremir, no lo habiendo en mi vida aprendido, y hzose de la espada muy diestro, lo cual l preciaba mucho; y ass mismo, a un hermano suyo que haba nombre Melo, tambin muy ahidalgado atn.

    Pues estando yo una noche en mi reposo, pensando la muy buena amistad que en este pece mi amigo tena, desseando se le ofreciesse algo en que le pudiesse pagar parte de lo mucho que le deba, vnome al pensamiento un gran servicio que le poda hacer, y luego a la maana lo comuniqu con l, lo cual l tuvo en lo que fue justo, pues le vali tanto como adelante dir. Y fue el caso que, vindole yo tan aficionado a las armas, le dixe que l deba enviar a aquella parte donde fue nuestro desastre, y que all se hallaran muchas espadas, lanas, puales y otras maneras de armas, y que truxessen todas las que pudiessen traer, que yo quera tomar cargo de mostrar aquella nuestra compaa y hacellos diestros; y, si aquello haba efecto, su compaa sera la ms pujante y valerosa de todas, y de quien el rey y todo el mar ms caso hara, porque ella sola valdra ms que todas las otras juntas, y que desto le redundara a l mucha honra y ganancia. Parecile consejo de buen amigo y mucho me lo agradeci; y luego, executando el aviso, envi a su hermano Melo con hasta seis mil atunes, los cuales con toda brevedad y buena diligencia vinieron trayendo infinitas espadas y otras armas, muchas de las cuales gran parte venan tomadas del orn, y deban ser de

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    cuando el poco venturoso don Hugo de Moncada pass otra tormenta en este passo. Las armas venidas fueron repartidas en los atunes que ms hbiles nos parecieron, y el capitn por un cabo y su hermano por otro, y yo era como sobremaestro a quien venan con las dudas: no entendamos en otra cosa, sino en mostrrselas a tener y esgremir con ellas, y a que supiessen echar su revs y tajo y fina estocada; a los dems que nos pareci diose cargo para caar y buscar de comer.

    A las hembras hecimos entender en limpiar las armas con una gentil invencin que yo di, y fue que las sacassen y metiessen en los lugares que tuviessen arena hasta que se parassen lucias. De manera que, puestos todos a punto, quien viera aquel pedao de mar le pareciera una gran batalla en el agua. A cabo de algunos das, muy pocos de los atunes armados haba que no se tuviesse por otro Aguirre el diestro. Entramos en consejo, y fue acordado hicissemos con los pulpos perpetua liga y amistad de que se viniessen a vivir con nosotros, porque nos sirviessen con sus largas faldas de talabartes, y ass se hizo, y holgaron dello, porque los tuvissemos por amigos y los mantuvissemos, los cuales, como dixe, sin pena nos podan servir.

    Y en este tiempo se cumpli el plazo de los dos meses, en cabo de los cuales el capitn general mand que fuessen todos juntos los capitanes en la corte; y Licio se empe a poner a punto para la ida, y entre l y m se platic si sera bien irme yo con l a la corte y besar las manos al rey, y que tuviesse noticia de m. Hallamos no ser buena la voluntad que mostr el general, y que sera inconveniente por haberme expressamente mandado me fuesse a mi tierra, por lo cual, despus de platicado bien el negocio, estando presentes a la pltica Melo, hermano del capitn Licio, de muy buen ingenio, y la hermosa y no menos sabia atuna, su hembra, fue el parecer de todos por el presente que yo me quedasse all en su compaa, porque l acord de ir a la ligera y llevar pocos de los suyos, y que, despus que l llegasse all, informara al rey de m y del gran valor mo, y que, como el rey le respondiesse, ass hara lo que fuesse bien.

    Con este acuerdo el buen Licio se parti con hasta mil atunes, y quedamos su hermano Melo y yo con los dems en el aposento; y al tiempo que de m se despidi, apartndome, me dixo: Verdadero amigo, hgoos saber que voy muy triste por un sueo que esta noche so. Quiera Dios no sea verdad! Mas si por mi desventura saliere verdad, rugoos os hayis como bueno y os acordis de lo que en voluntad me sois en cargo, y no queris de m ms saber, porque ni a vos ni a m conviene.

    Yo le rogu mucho se aclarasse cmo, y no quiso; antes, como estaba ya despedido de su duea y de su hermano y de los dems, dndome con el hocico se fue no alegre, dexndome a m muy triste y confuso. Pens muchos y varios pensamientos sobre aquel caso y en uno dellos hice algn assiento, diciendo: Por ventura ste, a quien tanto debo, debe pensar que la hermosura de su atuna, que las ms veces con la mucha honestidad no se abraa, me cegar para que no vea lo que el

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    mar vera tan gran maldad. Mas esta buena ley el da de hoy est corrupta, y en el mar debe de ser lo mismo, y no es mucho.

    Pass yo por la memoria muchas cosas en este caso y parecime prevenir el remedio para que l se assegurasse y mi lealtad no padeciesse, y fue llegados ante la capitana atuna yo y su cuado, despus de haberla algn tanto consolado del pesar que la partida de su marido le causaba, mayormente en ver la tristeza que Licio llevaba, aunque tambin a m y a ella se lo encubri al tiempo que della se despidi.

    Yo le dixe a Melo que yo desseaba ser su husped, si l por bien lo tena, porque para estar en compaa de hembras era mal regocijado, y antes causara a su merced tristeza, que sera en quitrsela. Ella me fue mucho a la mano, diciendo que si algn consuelo pensaba tener era por estar yo en su poder y posada, sabiendo el grande amor que su marido me tena, y que, ass, al tiempo que della se parti, no le dio mayor cargo que el cuidado que de m haba de tener; aunque yo no pens lo que era, antes distaban nuestros pensamientos. Al fin, como a m se me haban assentado los negros celos, aun como atn, que por ventura haba passado por ellos con la mi Elvira y mi amo el arcipreste, nunca se pudo comigo acabar que quedasse, antes me fui con el cuado, y cuando a visitalla vena siempre le traa comigo.

    Captulo VIEn que cuenta Lzaro lo que al capitn Licio, su amigo, le aconteci en la corte con el gran capitn.

    Pues, estando ass, como he contado, a ratos caando, a ratos exercitando las armas con aquellos que diestros se haban hecho, dende a ocho das que mi amigo se haba partido, nos lleg una nueva, la cual manifest la tristeza que llevaba al partir con hacernos a todos los ms tristes peces de todo el mar. Y fue el caso que, cuando el capitn general se hubo comigo tan speramente como he contado, l quisiera que me fuera luego del exrcito, y que los apassionados a quien yo haba hecho ofensa me ofendieran y dieran muerte, y aun, como despus se supo, l haba mandado a ciertos atunes que, vindome desmandado, me matassen, y averiguado, no por ms de por parecelle, como era verdad, ser yo tal testigo de su cobarda, porque otra causa yo no hallaba, sino por do mereca ser gratificado. Mas Dios no dio lugar a esta maldad, poniendo, como puso, a Licio en coran el favor que me hizo; lo cual sabido por el general, tom ass mismo con l gran odio y mala voluntad, afirmando y jurando que lo que Licio hizo por m fue por dalle a l pesar; y sabiendo tambin que en l tena mal testigo, por estar junto a m cuando el general entr en la cueva diciendo: Paz, paz.

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    Juntse todo, y lo que en m haba hecho el buen capitn, y mejor que l. Procur con todas sus malas maas hacer, y como fue en la corte, luego fue con grandes quexas al rey infamndole de traidor y aleve, diciendo que una noche, teniendo el dicho capitn Licio en cargo la guarda y la ms cercana centinela, por muchos dineros que le haba dado por libralle de serla. Y esto decan l y otros muchos ms. Y ass le ayude Dios como dixo la verdad, que Lzaro de Tormes no le poda dar sino muchas cabeas dellos que tena a sus pies, y dispuso dl, diciendo que haba trado de partes estraas un atn malo y cruel, el cual atn haba muerto gran nmero de los de su exrcito con una espada que en la boca traa, de la cual jugaba tan diestramente que no era possible sino ser algn diablo que para destrucin de los atunes tom su forma, y que l, viendo el dao que el mal atn haba hecho, lo desterr y, so pena de muerte, le mand se apartasse del campo; y que el dicho Licio, en menosprecio del real mandado y de la real corona, y a su despecho, lo haba acogido en su compaa y dado favor y ayuda, por do haba incurrido en crimen lese majestatis, y por derecho y ley deba de ser hecha dl justicia, porque fuesse castigo de su yerro y en l otros tomassen exemplo, porque dende adelante nadie fuesse contra los mandamientos reales.

    El seor rey, ass mal informado y peor consejado, dando crdito a las palabras de su mal capitn, con dos o tres malos y falsos testigos que juraron lo que l les mand, y con una probana hecha en ausencia y sin partes, el mismo da que lleg a la corte el buen Licio, muy inocente desto, mand fuesse luego preso y metido en una cruel mazmorra y echada a su garganta una muy fuerte cadena. Y mand al general hiciesse con toda solicitud poner en l guarda y llevar a pura y debida execucin su castigo, el cual luego provey ms de treinta mil atunes que le hiciessen la guarda.

    Captulo VIICmo, sabido por Lzaro la prisin de su amigo Licio, lo llor mucho l y los dems, y lo que sobre ello se hizo.

    Estas tristes y dolorosas nuevas nos truxeron algunos de los que con l ido haban, dndonos esta relacin a todos, y cmo le haban hecho cargo de lo que he dicho, y la manera que en el olle y estar con l a derecho se tena; porque todos los jueces que en ello entendan tena sobornados el general, y que segn pensaban, y la cosa tan de rota iba, no podra escapar de breve y rabiosa muerte.

    A esta hora me acord y dixe entre m aquel dicho del conde Claros antiguo, que dice:

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    Cundo acabars, ventura?Cundo tienes de acabar?En la tierra mil desastres,

    y en las mares mucho ms.

    Comense entre nosotros un llanto y alaridos, y en m doblado, porque lloraba al amigo y lloraba a m, que faltando l no esperaba vivir, quedando en medio del mar y de mis enemigos, del todo solo y desamparado. Parecime que aquella compaa se quexaba de m, y con justa causa y razn, pues yo era causante que lo perdiessen al que bien queran. No sin causa deca su atuna: Vos, mi seor, tan triste de m os partistes, sin quererme dar parte de vuestra tristeza; bien pronosticbades vos mi grande prdida. Sin duda -deca yo-, este es el sueo que vos, mi buen amigo, soastes; esta es la tristeza con que vos de m os partistes, alexndonos con ella. Y ass, cada uno deca y lamentaba. Dixe delante de todos: Seora, y seores y amigos, lo que con las tristes nuevas hemos hecho ha sido muy justo, pues cada uno de nosotros muestra lo que siente; mas, ya que este primer movimiento, que en mano de nadie es passado, justo ser, mis seores, que pues con lloro nuestra prdida no se cobra, que demos orden brevemente en pensar el mejor remedio que nos convenga. Y esto pensando y visto, ponello luego en execucin, pues, segn dicen estos seores, la demasiada priessa que nos dan los que nos desaman lo requiere.

    La hermosa y casta atuna, que derramando muchas lgrimas de sus graciosos ojos estaba, me responda: Todos vemos, esforado seor, ser gran verdad lo que decs, y ass mismo la demasiada necessidad que de nuevo tenemos; por lo cual, si estos seores y amigos de mi parecer son, debemos todos de remitirnos a vos como a quien Dios ha puesto claro y sealado seso, y pues Licio, mi seor, siendo tan cuerdo y sabio, sus arduos y pesados negocios de vos confiaba y vuestro parecer segua, no pienso errar, aunque soy una flaca hembra, en suplicaros lo tomis a cargo de proveer y ordenar lo que convenga a la salvacin del que de un verdadero amor os ama, y al consuelo desta triste que siempre os quedar en gran deuda.

    Y esto dicho, tom a su gran llanto, y todos hecimos lo mesmo. Melo y otros atunes con la seora capitana estaban, y con ella se hallaron a su parecer conformes, los cuales me dieron cargo desta empresa, ofrecindose a seguirme y hacer todo lo que yo les mandasse. Pues viendo que yo era obligado a hacerlo, de ponerme en todo cuidado y trabajo por el que por m en tanto estrecho estaba, comedidamente lo acept dicindoles conocer yo que cada cual de sus mercedes lo hiciera mejor; mas, pues eran servidos que yo lo hiciesse, a m me placa. Dironme las gracias, y luego all acordamos se hiciesse saber a todo el exrcito, lo cual luego fue hecho, y dentro en tres das fueron todos juntos. Yo escog para mi consejo doce dellos, los ms ricos, y no tuve respeto a ms sabios si eran pobres, porque ass lo haba visto hacer cuando era hombre en los ayuntamientos do se trataban negocios de calidad; y ass vi hartas

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    veces dar con la carga en el suelo, porque, como digo, no miran sino que anden vestidos de seda, no de saber. Y estos apartados, fue el uno dellos Melo y la seora capitana, que era muy sesuda hembra, cosa por cierto muy clara en tierra y en mar. Y esto hecho, mandamos a toda la compaa se fuessen a comer y viniessen luego a punto de guerra: los armados con sus armas, los otros con sus cuerpos.

    Venidos que fueron, hice contallos, y hallamos por nmero diez mil y ciento y nueve atunes, todos estos de pelea, sin hembras, pequeos y viejos; los cinco mil dellos armados, cul de espada o pual, lana y cuchillo. Todos estos hicieron juramento en mi cola, que sobre su cabea pusieron a usana de all (y aun reme, en cuanto hombre, entre m de la donosa cerimonia), que haran lo que yo les mandasse, y pornan sus armas, y los que no las tuviessen, sus dientes, en quien yo les dixesse, procurando con todas sus fueras librar a su capitn, guardando la debida lealtad a su rey.

    Acordamos en el consejo de guerra que la seora capitana fuesse con nosotros, muy bien acompaada de otras cien atunas, entre las cuales llev una hermana suya, doncella muy hermosa y apuesta. Y hecimos tres escuadrones: el uno de todos los atunes desarmados y los dos de los que llevaban armas. En la vanguardia iba yo con dos mil y quinientos armados, y en la retaguardia iba Melo con otros tantos. Los desarmados y carruaje iban en medio, y llevando assmismo con nosotros nuestros pajes ya dichos, que las espadas nos llevaban.

    Captulo VIIIDe cmo Lzaro y sus atunes, puestos en orden, van a la corte con voluntad de libertar a Licio.

    Desta suerte que arriba he dicho nos metimos en camino, y con mucha priessa, dando cargos a los que nos pareci de la pesca para bastecer la compaa, porque no se desmandassen, y tom aviso de los que nos haban trado la nueva del assiento de la corte y el lugar donde nuestro capitn estaba preso. Y a cabo de tres das llegamos a tres millas de la corte, y porque por ir de nueva y estraa manera, si se supiesse de nuestra ida, pondramos escndalo, acordse que no passssemos adelante hasta que la noche viniesse. Y mandamos a ciertos atunes, de aquellos que la triste nueva nos haban trado, se fuessen a la ciudad, y lo ms dissimulado que pudiessen, supiessen en qu estaba la cosa y volviessen a nosotros con el aviso; y dellos algunos volvieron dndonos la peor que quisiramos.

    La noche venida, fue acordado que la seora capitana con sus hembras, y Melo con ellas, con hasta quinientos atunes sin armas, de los ms honrados y viejos, fuessen derecho camino al rey; y, como bien saban, suplicassen al rey hubiesse por

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    bien de examinar la justicia de su marido y hermano; y que yo con todos los dems me metiesse en una montaa muy espessa de arboledas y grandes rocas que a dos millas de la ciudad estaba, do el rey algunas veces iba a monte, y all estuvissemos hasta ver lo que negociaban, los cuales nos avisassen.

    Luego llegamos al bosque y hallmosle bien provedo de pescados monteses, en el cual nos cebamos o, por mejor decir, hartamos a nuestro placer. Yo aperceb toda la compaa que estuviese lana en cuxa. La hermosa y buena atuna lleg all al alba y luego se fue para palacio con toda su compaa, y esper gran rato a la puerta hasta que el rey fue levantado, al cual dixeron la venida de aquella duea y lo mucho que a los porteros importunaba la dexassen entrar y hablar a su alteza. El rey, que bien sinti a lo que vena, le envi a decir se fuesse en hora buena, que no poda orla. Visto que de palabra no quera or, fue por escripto, y all se hizo una peticin bien ordenada de dos letrados que por Licio abogaban, en la cual se le suplic quisiesse admitir a s aquel juicio, pues Licio haba apelado para ante su alteza, porque el nuestro buen capitn estaba condenado a muerte por essos seores alcaldes del crimen, y habase dado esta sentencia el da de antes, la cual nosotros supimos de los que dixe, diciendo: Que su alteza supiesse que su marido haba sido acusado con falsedad y muy injustamente sentenciado, y que su alteza hiciesse tornar a examinar su justicia, y que hasta en tanto sobreseyesse la justicia y execucin de la sentencia.

    Estas y otras cosas muy bien dichas fueron en la buena peticin, la cual fue dada a uno de los porteros; y al tiempo que se la dio, la buena capitana se quit una cadena de oro que traa con su joyel y se la dio al portero, y le dixo que se doliesse della y de su fatiga, y no mirasse al galardn tan poco, con muchas lgrimas y tristeza. El portero tom dl la peticin de buena gana, y de mejor la cadena, prometiendo hacer su possibilidad, y no fue en vano la promessa, porque, leda ante el rey la peticin, tantas y tales cosas se atrevi a decir con su boca llena de oro a su alteza, juntamente con narralle los llantos y angustias que la seora capitana haca por su marido a la puerta del palacio, que al aconsejado rey hizo mover a alguna piedad, y dixo: Ve con essa duea a los alcaldes del crimen y diles que sobresean la execucin de la sentencia, porque quiero ser informado de ciertas cosas covenientes al negocio del capitn Licio.

    Y con esta embaxada vino muy alegre el portero a la triste, pidindole albricias de su buen negociar, las cuales de buena gana ella se las ofreci. Y luego, sin detenerse, fueron al aposento de los alcaldes, y quiso su desdicha que, yendo por la calle, toparon con don Paver, que ass se llamaba el inventor destos nuestros afanes, el cual muy acompaado iba a palacio; mas, como vio la duea y su capitana, y supo quin eran y conoci el portero, como astuto y sagaz sospech lo que poda ser, y con gran dissimulacin llam al portero, y interrogndole a d iba con aquella compaa, el cual simplemente se lo dixo; y l demostr que le placa dello, siendo al revs,

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    diciendo que se holgaba de lo que el rey haca, porque, al fin, Licio era valeroso, y no era justo ass hacer justicia dl sin bien examinar el negocio.

    En mi posada quedan los alcaldes que a pedir mi parecer en este negocio venan, y yo iba a hablar al rey sobre ello, y ellos me quedan all esperando; mas, pues trais despacho, volvamos, y decirles heis lo que el rey nuestro seor manda. Y yendo llam a un paje suyo y muy riendo le dixo que fuesse a los alcaldes y les dixesse que luego a la hora hiciessen de Licio la justicia que se haba de hacer, porque ass convena al servicio del rey; y que en la crcel, o a la puerta della, lo justiciassen sin traello por las calles, entre tanto que yo detengo este portero. El criado lo hizo ass, y llegando a la posada, el traidor meti consigo al portero y dixo a Melo y a su cuada que esperassen mientras entraba a hablar a los alcaldes, y que de all todos iran a la prisin de Licio a dalle el parabin de su buena esperana, y que l quera con ellos ir. Mas a esta hora la desventurada fue avisada de la gran traicin y mayor crueldad del gran capitn. Pues, aunque peor voluntad tuviera al buen Licio, mirara la angustia y lgrimas de la buena capitana su mujer, y fuera mejor aplacallo por este respecto. Y cuando el malaventurado y traidor llam al paje para que fuesse a negociar la muerte de el buen Licio, quiso Dios que uno de sus criados lo oy y dxolo a la buena capitana, del cual el mal capitn no se guard, la cual, cuando se lo dixo, cay sin sentido casi muerta sobre el cuello de su cuado, que junto a ella estaba.

    Melo, como lo oy, tom treinta atunes de los que consigo estaban, para que con la mayor presteza que pudiessen me diessen aviso del peligro en que el negocio estaba, los cuales, como fieles y diligentes amigos, se dieron tanta priessa que en breve fuimos sabidores de las tristes nuevas que nos llegaron, dando muy grandes voces: Arma, arma, valientes atunes, que nuestro capitn padece muerte por traicin y astucia del traidor don Paver, contra voluntad y mandado del rey nuestro seor! Y en breves palabras nos cuentan todo lo que yo he contado. Hice luego tocar las bocinas, y mis atunes fueron juntos con sus bocas armadas, a los cuales yo hice una bravssima habla dndoles cuenta de lo contado: por tanto, que como buenos y esforados mostrassen sus nimos a los enemigos socorriendo a su seor en tan extrema necessidad, y ellos respondieron todos que estaban prestos a seguirme y hacer en el caso su deber.

    Acabada su respuesta, luego comenamos a caminar para all. Quin viera a esta hora a Lzaro atn delante de los suyos, haciendo el oficio de esforado capitn, animndolos y esforndolos, sin haberlo jams usado! Excepto pregonando los vinos, que haca casi lo mismo, incitando los bebedores, diciendo: Aqu, aqu, seores, que aqu se vende lo bueno!, y no hay tal maestro como la necessidad. Pues desta suerte, a mi parecer, en menos de un cuarto de hora entramos en la ciudad, y andando por las calles con tal mpetu y furor, que me parece a aquella sazn lo

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    quisiera haber con un rey de Francia; y puse a mi lado los que mejor saban la ciudad, para que nos guiassen do el sin culpa estaba por el ms breve camino.

    Captulo IXQue contiene cmo Lzaro libr de la muerte a Licio, su amigo, y lo que ms por l hizo.

    Y yendo nosotros con el furor y velocidad que tengo dicho, dimos con nosotros en una gran plaa que ante la torre de la prisin estaba, mas nunca, a mi pensar, socorro entr ni lleg a tan buen tiempo, ni aquel buen Cipin Africano socorri a su patria, que casi del todo estaba ocupada del gran Anbal, como nosotros corrimos al buen Licio. Finalmente que el mensajero que el traidor envi supo tan bien negociar, y los seores jueces, que ass mismo holgaron de contentar aquel, aunque malo, gran seor y privado del rey, porque otro da le dixesse que tena muy buena justicia y que los que la executaban eran muy suficientes, y ass les ayude Dios, que cuando llegamos tenan al nuestro Licio sobre un repostero, y a la hermosa su mujer con l dndole la postrera hocicada, que por grandes ruegos la dexaron llegar, muy sin esperana, ella y Melo, de nuestro velocssimo socorro.

    Estaban en torno de la plaa y por las bocas de las calles que a ella venan ms de cincuenta mil atunes de la compaa del gran capitn, a los cuales haba dado la guarda del buen Licio. El executivo verdugo estaba dando gran prissa a la seora capitana se apartasse de all y le dexasse hacer su oficio, el cual tena en su boca una muy gruessa y aguda espina de ballena del largo de un brao para metelle por las agallas a nuestro muy gran capitn, que ass mueren los que son hijosdalgo. Y la triste hembra, muy a su pesar, dando lugar al cruel verdugo, con grandes lloros y gemidos que ella y su compaa daban, ya el buen Licio se tenda para esperar la muerte, y cerrando para siempre sus ojos por no verla, ya que el verdugo, como es costumbre, le haba pedido perdn. Y llegndose l, le anda tentando el lugar o la parte por donde haba de herir, para ms presto dexalle sin vida, cuando Lzaro atn haba hendido con su compaa por medio de los malos guardadores, derribando y matando cuantos delante dl se ponan con su toledana espada. Y lleg a buen tiempo, al cual se debe creer que lo truxo Dios, que quiere socorrer a los buenos en tiempo de ms necessidad, pues llegando al lugar que digo, y visto el duro peligro en que el amigo estaba, di una gran voz, como la que sola dar en ocodover, antes que llegasse el verdugo a hacer su deber. Yo le dixe: Vil gurrea, ten, ten tu mao, si no morirs por ello.

    Fue mi voz tan espantosa y puso tanto temor, que no slo al cegoino, mas a los dems que all estaban dio espanto, y no es de maravillar, porque, de verdad, a la boca del infierno que tal voz sonara espantara a los espantosos demonios, que fuera

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    parte que me rindieran las atormentadas nimas. El verdugo, atnito de me or y espantado de ver el velocssimo exrcito que en mi seguimiento vena, esgrimiendo mi espada a una y a otra parte por ponelle ms miedo y dalle materia en que ocupasse la vista, me esper; mas como yo llegu, parecime assegurar el campo, y di al pecador que matarle quera una estocada por el testuz, por do cay luego muerto al lado del que nada desto vea. Aunque animoso y esforado pece, la tristeza y pesar de verse tan injusta y malamente morir le tena a esta sazn fuera de su acuerdo; y cuando ass le vi estar, pens si, por desdicha ma, haba acaecido antes que yo llegasse que el miedo le hubiesse muerto, y con esto apressuradamente llegu a l llamndole por su nombre; y a las voces que le di levant un poco la cabea y abri los ojos. Y como me vio y conoci, como si de la muerte resucitara, se levant, y sin mirar nada de lo que passaba se vino a m, y yo le receb con el mayor gozo y alegra que jams ni despus hube, dicindole: Mi buen seor, quien en tal estrecho os puso, no os debe amar como yo; Ay, mi buen amigo! -me respondi-, cun bien me habis pagado lo poco que me debades. Plega a Dios me d lugar para os pagar lo mucho que hoy vuestro deudor me habis hecho!; No es tiempo, mi seor -le respond-, destas ofertas do tanta voluntad de todas partes sobra. Mas entendamos en lo que conviene, pues ya veis lo que passa.

    Met mi espada entre el cuello y crtole un cabo de guindaleta con que estaba atado. Como fue suelto, tom una espada a uno de nuestra compaa, y fuimos a su hembra y Melo y los otros que con l estaban, que a esta hora atnitos y fuera de s estaban de ver lo que vean; mas, tornados en s, comienan a darme gracias de la buena ventura.

    Seores -yo les dixe-, habislo hecho vosotros como buenos. Yo, de aqu adelante y mientras tuviere vida, har lo que pueda en vuestro servicio y de Licio, mi seor; y porque no hay tiempo de hablar mi hecho, mas de hacer algo, entendamos en ello, y sea que vosotros, seores, no os apartis de nosotros, porque vens desarmados, y no recibis dao. Y vos, seor Melo, toma una arma y cien atunes de vuestra escuadra con sus armas, y no entendis en otra cosa ms que en seguirnos, y mira por vuestra hermana y essas otras hembras, porque nosotros llevamos ac los negocios y la victoria, y hayamos vengana de quien tanta tristeza y trabajo nos ha dado.

    Melo hizo como yo le rogu, aunque conoc dl quisiera emplearse a ms peligro. Yo y el buen Licio nos tuvimos y nos metimos entre los nuestros, que andaban tan bravos y executivos, que, pienso, tenan muertos ms de treinta mil atunes, y como nos vieron entre s y conocieron su capitn, nadie puede contar el alegra que sintieron. All el buen Licio, haciendo maravillas con su espada y persona, mostraba a los enemigos la mala voluntad que en ellos haba conocido, matando y derribando a diestro y siniestro cuantos ante s hallaba; mas a esta hora

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    ellos iban tan maltrechos y desbaratados, que ninguno dellos entenda sino en huir y esconderse y meterse por aquellas casas sin hacer defensa alguna, ms de las que las flacas ovejas suelen hacer a los bravos y carniceros lobos.

    Captulo XCmo recogiendo Lzaro todos los atunes, entraron en casa del traidor don Paver y all le mataron.

    Visto esto, mandamos tocar las bocinas, porque los nuestros, que derramados andaban, se juntassen, al son de las cuales todos fueron juntos, y en ellos se renov la demasiada alegra de ver a su buen capitn vivo y sano, y la victoria que de nuestros adversarios habamos habido, porque pareci milagro, y por tal se debe tener, que casi todos los que murieron eran criados y paniaguados del mal don Paver, a los cuales haba dado la guarda del buen Licio por la gran confiana que dellos tena. Y todos ellos desseaban haber hecho en l lo que nosotros hecimos en ellos: cosa muy acaecedera, que cuando el seor es malo, los criados procuran serlo con l, y al revs, cuando el seor es piadoso, manso y bueno, los criados le procuran imitar, ser buenos y virtuosos, y amigos de justicia y paz, sin las cuales dos cosas no se puede el mundo sustentar.

    Pues tornando a nuestro negocio, visto que no tenamos con quien pelear, el buen Licio y todos a grandes voces me dixeron que qu me pareca se deba hacer, que todos estaban aparejados a seguir mi consejo y parecer, pues haba de ser el ms acertado. Pues mi voto queris, valerosos seores y esforados amigos y compaeros -les respond-, a m me parece, pues Dios nos ha guardado en lo principal, ass har en lo acessorio, mayormente que tengo credo que esta victoria y buena andana nos la ha dado para que seamos ministros de justicia, pues sabemos que a los malos desama y castiga. El mayor de los que tantas muertes ha causado no sera justo quedasse con la vida, pues sabemos que la ha de emplear en maldades y traiciones. Por tanto, si ass, seor, os parece, vamos a l y hagamos en l lo que en vos hacer quiso, que siempre o decir: de los enemigos, los menos. Que muchos grandes hechos se han perdido juntamente con los hacedores dellos por no saber dalles cabo; si no, pregntese al gran Pompeyo, y a otros muchos que han hecho lo que l, mayormente que la ocasin no todas veces se halla. Y como libraremos por lo hecho, libraremos por lo que est por hacer.

    Todos a grandes voces dixeron ser muy bien acordado y que, antes que se escapasse, dissemos sobre l. Con este acuerdo, con muy buena ordenana y con toda presteza, llegamos a la posada del traidor, al cual a aquella hora le haban llegado las tristes nuevas de la libertad de nuestro gran capitn y de la gran matana de los suyos. A esta sazn se le deba doblar el pesar cuando le entrassen a decir

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    cmo le tenan cercada la casa y mataban a cuantos se defendan, y la cruel y espantosa y nunca oda manera de nuestro pelear. l era de suyo cobarde, y es Dios testigo que no se lo levanto ni lo digo por quererlo mal, mas porque ass lo vi y conoc; y como viesse esto debasse de encobardar ms, porque en los pusilnimos es muy acaecedero, y lo contrario en los animosos. Y ass, se dio tan mala maa, que ni en escaparse ni en defenderse entendi.

    La casa cerrada, Licio adelante y yo a su lado, entramos dentro con harta poca resistencia, do le hallamos casi tan muerto como le dexamos; con todo, quiso hasta su fin usar de su oficio, no de capitn, mas de traidor dissimulado, porque, como ass nos vio ir para l, con una vocecita y falsa riseta, haciendo del alegre, nos dixo: Buenos amigos, qu buena venida es esta? Enemigo -le respondi Licio-, a daros el pago de vuestro trabajo; y como quien tena delante la gran afrenta y peligro en que puesto le haba, no cur con l de ms plticas, sino juntrsele y meterle la espada tres o cuatro veces por el cuerpo. Yo no le quise ayudar ni consentir que nadie lo hiciesse, por no haber dello necessidad, y tambin porque ass convena hacerse a la honra de Licio; por manera que, apocada y cobardemente, feneci el traidor don Paver, como l y los de sus costumbres suelen.

    Salimos de su casa sin consentir que se hiciesse algn dao, aunque hartos de los nuestros desseaban saquealla, en la cual haba bien de que trabar, porque, aunque malo, no necio, ni tan fiel, como se cuenta de Scipin, que siendo acusado por otros no tales como l, haber habido grandes interesses de la guerra de frica, mostrando en su cuerpo muchas heridas, jur a sus dioses no le haber quedado otras ganancias de las dichas guerras; las cuales heridas ni juramento no pudiera mostrar ni hacer el malo de nuestro adversario, porque siempre en la guerra lo ms de lo que en ella ganaba se llevaba, y lo mejor, y con lo menos acuda al rey; y ass era muy rico y tena muy sano y entero el pellejo, que bien pienso yo que hasta el da que muri no se lo haban rompido, porque l se guardaba de hallarse en las batallas en lugar de peligro, sino a ver de lexos en qu paraba la cosa, a manera de muy cuerdo capitn. Y digo que, porque no se pensasse de nosotros codicia, mas de que viessen que de sus males, y no de sus bienes, lo quesimos despojar, no se toc en cosa alguna.

    A esta hora todos los atunes que en la corte estaban y los ms peces que en ella se hallaron, naturales y estranjeros, recorrieron a palacio: la vuelta fue tan grande y el ruido y voces tan espantoso, que el rey en su retraimiento lo oy, y preguntando la causa, le dixeron todo lo passado, de que se espant y alter en gran manera. Y, como cuerdo, parecile que Dios te guarde de piedra y dardo, y de atn denodado, determin por entonces no salir al ruido; y ass mismo mand que nadie saliesse de palacio, mas que all se hiciessen fuertes hasta ver la intencin de Licio. Y ass s yo que bien estaran en el real palacio y delante dl ms de quinientos mil atunes, sin otros muchos gneros de pescados que en la corte a sus negocios assistan. Mas a mi

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    ver, si la cosa hubiera de passar adelante, tan poca defensa pienso tuvieran como otros. Mas Dios nos guarde, que tu ley y a tu rey guardars.

    Dexronnos solos en la ciudad, y todos desampararon sus casas y haciendas, no se teniendo en ellas por seguros. Y los que no se iban al real palacio salanse huyendo al campo y lugares apartados, por manera que se podr decir: dependen ciento de un malo, pues por aquel malo padecieron y fueron muertos y amedrentados muchos que por ventura no tenan culpa.

    Mandamos pregonar que ninguno de los nuestros fuesse osado de entrar en ninguna casa ni tomar un caracol que ajeno fuesse so pena de muerte, y ass se hizo.

    Captulo XICmo, passado el alboroto del capitn Licio, Lzaro con sus atunes entraron en su consejo para ver lo que haran, y cmo enviaron su embaxada al rey de los atunes.

    Esto passado, entramos en nuestro consejo para ver lo que haramos. Algunos hubo que dixeron ser bien volvernos a nuestro alojamiento y hacernos fuertes en l, o contratar amistad y confederacin con solos los que al presente tenamos por enemigos, y con vernos airados y ver nuestro gran poder, holgaran de nuestra amistad y nos daran favor. El parecer del bueno y muy leal Licio no fue este, diciendo que si esto se hiciesse que haramos verdad la enemistad y mentira de nuestro enemigo, hacindonos fugitivos y dexando nuestro rey y naturaleza, mas que era mejor hacerlo saber al rey nuestro seor; y que si su alteza fuesse bien informado de la mucha causa que hubo para lo hecho, mayormente aquella postrera y ms peligrosa traicin del traidor ser contra la voluntad y mando de su alteza, pues queriendo sobreser el negocio, como su alteza enviaba a mandar con el portero al alcalde, us de mandado para que su maldad y no el querer del rey su seor fuesse cumplido. Y que visto esto por su alteza, y que no haba sido desacato ni atrevimiento a su real corona lo hecho, sino servicio a su justicia debido, con este parecer nos arrimamos los ms cuerdos.

    Pues en este consejo acordamos de enviarle con quien bien lo supiesse a decir. Sobre quin haba de hacer esto tuvimos diversos pareceres: porque unos decan que fuessen todos y le suplicassen se parasse a una finiestra a or; otros dixeron que pareca desacato, y era mejor ir diez o doce de nos; otros dixeron que como estaba enojado, no se desenojasse en ellos. De manera que estbamos en la duda de los ratones cuando, parecindoles ser bien que el gato traxesse al pescueo un caxcabel, contendan sobre quin se lo ira a colgar. A la fin, la sabia capitana dio mejor parecer, y dixo a su varn que si servido fuesse, que ella sola con diez doncellas se quera aventurar a hacer aquella embaxada, y le pareca se acertaba el negocio: lo

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    uno, porque contra ella y sus flacas servidoras no se haba el real poder de mostrar; lo otro, porque ella, por librar a su marido de muerte, tena menos culpa que todos; y lo dems, porque pensaba sabello tan bien decir, que antes le aplacasse que indignasse. A nuestro capitn le pareci bien, y a todos nosotros no mal. Y ella, apartando consigo a la hermosa Luna, que ass se llamaba la hermosa atuna su hermana, de quien ya diximos, y con ellas otras nueve, las mejores de hocicos y muy bien dispuestas, se fue a palacio, y llegando a las guardas, les dixeron hiciessen saber al rey cmo la hembra de Licio su capitn le quera hablar, y que su alteza le diesse a ello lugar porque convena mucho a su real servicio, y para evitar escndalos y pacificar su corte y reino, y que por ninguna va la dexasse de or, y que si lo hiciesse hara justicia; porque ella y su marido, y los que con l estaban, lo pedan, y queran fuesse bien castigado el que culpado fuesse; y que si su alteza no la quera or, que desde all su marido Licio pona a Dios por testigo de inocencia y lealtad, para que en ningn tiempo fuesse juzgado por desleal. Y de todo esto y lo dems que haba de decir y hacer la seora capitana iba bien informada; y ella que saba muy bien hablar, llegada al rey esta nueva, aunque muy airado estaba, mand que le diessen lugar y entrasse segura. Y puesta ante l, haciendo el acatamiento, antes que comenasse su habla, el rey le dixo: Parceos, duea, que le ha salido a vuestro marido buena obra de entre las alas? Seor -dixo ella-, vuestra alteza sea servido de orme hasta dar fin a mi habla, y despus mande lo que servido fuere, y cumplirse ha todo lo mandado por vuestra alteza sin faltar un punto.

    El rey dixo que dixesse, aunque tiempo de ms reposo era menester para orla. La discreta seora, cuerda y muy atentamente, en presencia de muchos grandes que con l estaban, los cuales a aquella sazn deban de estar bien pequeos, comenando del comieno, muy por extenso dio cuenta al rey de todo lo que hemos contado, contando y afirmando ser ass verdad, y si un punto dello saliesse en todo lo que deca, fuesse della cruel justicia hecha, como de inventora de falsedad ante la real presencia; y ass mismo, Licio, su marido, y sus valedores fuessen sin dilacin justiciados. El rey le respondi: Duea, yo estoy al presente tan alterado de ver y or lo que se ha hecho; por agora no os respondo ms de que os volvis para vuestro marido, y decille heis, si le parece estalle bien, que levante el cerco que sobre m tiene, y dexe a los vecinos deste pueblo sus moradas; y maana volveris ac y darse parte del negocio a los de mi consejo, y hacerse ha lo que fuere justicia.

    La seora capitana, aunque desta respuesta no llevaba minutas, no le qued en el tintero la buena y conviniente respuesta, y dixo al rey: Seor, mi marido, ni los que con l vienen, no tienen cerco sobre vuestra real persona, y ass mismo, l ni nadie de su compaa en casa alguna ha entrado, sino en la de don Paver. Y ass los vecinos y moradores de aqu no se quexarn con razn que en sus casas les han hecho menos una toca. Y si estn en el pueblo, es esperando lo que vuestra alteza les manda hacer, y para esto es mi venida. Y no quiera Dios que en Licio ni en los que con l vienen

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    haya otro pensamiento, porque todos son buenos y leales; Duea -dixo el rey-, por agora no hay ms que responder.

    Ella y sus dueas, haciendo su debida mesura con gentil continente y reposo, se volvi a nosotros, y sabida la voluntad del rey, a la hora salimos de la ciudad con muy buena ordenana, y nos metimos en el monte; mas no muy muertos de hambre, porque dimos en nuestros enemigos muertos, y an mandamos llevar a los desarmados bastimentos para nuestros tres o cuatro das, con quedar tanto que tuvo toda la ciudad y corte hartazgo, y